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Full text of "Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico"

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^  r  RITAS 


PRINTED     IN    SPAIN 


Sucesores   de    Rivadeneyra   (S.    A.)-    Artes    Gráficas.  —Paseo   de   San    Vicente,    20. — MAüF-flO    (líspaña) 


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7Í7.3 


7/ 


£v-ry-t  ' 


Dec/jco  esíe  Jlbro  de  guerra  al  Cuerpo  de  o^rlíJIería  del  Ejer- 
cí ío  Español,  como  un  J20 menaje  de  carillo  y  jusíícia. 

EL  Jíl/TOIf. 

U.  S.  S.  TERROR.  2  nd.  Rate. 

Ai  sea,  Lat.  igO^s'-W.,  Long,  67^-54- IV. 

May  13  th,   1898. 

When  the  Terror  carne  out,  at  8.45,  the  batteries  pitched  shell  after 
her,  quite  rapidly  out,  as  far  as  abouí  6.000  yards. 

Cuando  el  Terror  se  retiró  de  la  línea  de  fuego,  a  las  8,45,  las  bate- 
rías lanzaron,  proyectil  tras  proyectil,  detrás  de  él,  rápidamente,  hasta 
la  distancia  de  6.000  yardas. 

N  í  C  O  L  L     L  U  D  O  N 

CAt'TAlN)  tJ.  S.  K.  CüMMAKDlNC. 


Aun  cuando  el  enemigo  estaba  muy  distante,  todas  las  baterías  de  la 
plaza,  por  orden  del  general  Ortega,  dispararon  una  a  una  sus  piezas,  y 
pudieron  verse  los  proyectiles  levantando  columnas  de  agua;  y,  al  mismo 
tiempo,  todas  las  banderas  fueron  aferradas  a  los  topes  y  las  cornetas 
tocaron  ¡alto  el  fuego! 

((  ifhnai  de  ¡a  (htcrra  lUspanoamerieaua  en  Puerto  Rico,) 


PRÓLOGO    DEL    AUTOR 


La  guerra  de  los  Estados  Unidos  con  España  fué 
breve.  Sus  resultados  fueron  muy  grandes,  sorpren- 
dentes y  de  importancia  mundial, 

ha  historia  de  esta  guerra,  en  su  más  amplio  y 
verdadero  sentido,  no  podrá  ser  escrita  hasta  quepa^ 
sen  muchos  años  aporque  hasta  entonces  será  imposible 
reunir  todo  el  material  necesario,  ni  tampoco  obte- 
ner la  exacta  perspectiva  y  proporción,  que  sola- 
mente la  distancia  puede  dar, 

(Henry  Cabot  Lodge  (i),  The  war  with 
Spain,   1899.) 

(t)     Senador  el  año  1898. 


A  GUERRA  hispanoamericana  señala  una  época  memorable  para 
España,  los  Estados  Unidos  y  Puerto  Rico.  Como  resultado  de  ella, 
la  bandera  que  Colón  y  sus  compañeros  pasearan  por  el  Nuevo 
Mundo  se  ocultó,  como  se  oculta  un  sol  de  oro,  tras  los  cela- 
jes  de   Occidente. 

La  jornada  gloriosa  que  comenzara  el  1 9  de  noviembre  de  1 493,  cuando  las 
naves  españolas  abordaron  las  costas  vírgenes  de  esta  isla,  tuvo  su  epílogo  doloroso 
el  18  de  octubre  de  1898,  a  mitad  de  ese  día,  cuando  en  los  castillos  y  palacios  de 
San  Juan  flotó,  con  arrogancias  de  vencedor,  el  pabellón  estrellado  de  la  Unión 
Americana. 

Para  Puerto  Rico  la  campaña  que  narramos  representa  un  cambio  de  soberanía, 
una  nueva  ruta  a  seguir,  un  nuevo  horizonte  que  explorar,  un  fardo  tremendo  de 
deberes  y  responsabilidades. 

La  guerra  con  España  marca,  para  los  Estados  Unidos,  el  nacimiento  de  su  polí- 
tica imperialista:  Filipinas,  Puerto  Rico,  pueblos  de  alta   civilización  y  refinada  cul- 


—    Vi      -- 

tura,  a  quienes  proteger,  guiar  y  entender;  otras  razas,  otras  costumbres,  otros 
conceptos  de  la  vida  que  estudiar  con  amor  y  con  interés. 

En  cuanto  al  arte  militar  y  al  de  la  guerra,  esta  campaña  es  un  conjunto  de  salu- 
dables enseñanzas.  Americanos  y  españoles  tienen  mucho  que  aprender  y  mucho 
que  olvidar  desde  aquel  año  memorable. 

Los  grandes  buques  de  acerados  blindajes,  recias  torres  y  largos  cañones  de 
retrocarga  eran,  por  entonces,  una  interrogación.  Destroyers  y  torpederos,  los  tor- 
pedos mismos  y  las  minas,  un  nuevo  problema  a  resolver. 

Desde  el  2T  de  octubre  de  1805,  en  que  Nelson  pagó  con  su  vida  la  victoria  de 
Trafalgar,  cañoneando  a  tiro  de  pichón  las  naves  de  tres  puentes  de  Gravina,  muy 
poco  habían  adelantado  los  marinos  de  las  potencias  navales  hasta  que  en  la  gue- 
rra americana,  de  Norte  contra  Sur,  brilló  el  primer  destello  de  los  modernos  blin- 
dados y  de  las  piezas  de  gran  calibre.  Aquel  famoso  Monitor,  construido  por  John 
Ericsson,  y  que,  en  la  mañana  del  9  de  marzo  de  1862,  en  la  bahía  de  Hampton 
Roads,  batió  en  brecha  con  sus  macizos  proyectiles  de  once  pulgadas  al  Merri- 
mac,  orgullo  de  los  sudistas,  fué  el  precursor  de  los  mismos  monitores  que  bombar- 
dearon a  San  Juan  el  12  de  mayo  de  1 898  y  de  los  cañones  rayados  de  13  pulgadas 
con  que  el  acorazado  Indiana  turbó  la  paz  de  estas  playas  en  aquella  madru- 
gada. 

España  poseía  tres  destroyers,  ingenios  de  guerra  verdaderamente  formidables 
que,  pésimamente  utilizados  entonces,  pusieron  a  raya,  años  después,  manejados  por 
ingleses  y  americanos,  a  los  submarinos,  la  más  legítima  y  fundada  esperanza  del 
pueblo  alemán. 

A  partir  del  bombardeo  de  Alexandría  por  los  blindados  ingleses  con  sus  caño- 
nes Armstrong,  nada  serio  se  había  intentado  por  mar  ni  en  Europa  ni  en  América. 
La  brusca  acometida  del  Almirante  Sampson,  el  12  de  mayo,  fué  el  primer  ataque 
serio  a  una  plaza  por  buques  modernos  y  con  armamentos  modernos.  Los  acoraza- 
dos que  bombardearon  a  Santiago  de  Cuba  poco  después,  y  a  los  Dardanelos  más 
tarde,  indudablemente  que  utilizaron  en  su  obra  de  destrucción  lecciones  aprendi- 
das frente  a  los  castillos  del  Morro  y  de  San  Cristóbal. 

Acorazados,  destroyers,  torpederos,  minas  y  torpedos;  fusiles  de  largo  alcance 
con  trayectoria  casi  rectilínea  y  con  mecanismo  de  repetición  y  pólvora  sin  humo; 
así  como  los  cañones,  obuses  y  morteros  rayados,  de  retrocarga  y  de  grandes  cali- 
bres, fueron  máquinas  de  guerra  que  debutaron  el  i  2  de  mayo  de  1 898. 

El  arte  militar,  y  Sobre  todo  el  de  la  guerra,  encontraron  nuevos  problemas 
que  estudiar  y  resolver.  Las  tropas  invasoras  del  Generalísimo  Miles,  armadas  de 
Springfields,  con  pólvora  negra,  no  podían  medirse  con  los  soldados  españoles  que 
manejaban  Máuser  de  repetición,  a  cinco  tiros,  con  pólvora  sin  humo;  fué  preciso 
cambiar  el  fusil  en  plena  campaña. 

Otro  aspecto  interesante  fué  el  de  que  combatieron  frente  a  frente  tropas  regula- 


-^  vir 


res,  profesionales,  españolas,  muchas  de  ellas  fogueadas  en  la  guerra  de  Cuba,  contra 
voluntarios  bisónos  de  Illinois,  Ohio,  Pensylvania  y  Massachussets. 

La  moderna  ambulancia  con  su  cortejo  de  nurses^  médicos,  enfermeros,  méto- 
dos y  material  moderno  para  la  cura  de  heridos;  y  la  misma  respetada  Cruz  Roja, 
que  prestó  tan  señalados  servicios,  fueron  novedades,  ^x\  de  siglo,  que  también 
hicieron  su  debut  en  aquella  guerra. 

Esta  breve  campaña  de  1 898,  de  diecinueve  días,  es  un  modelo  de  guerra  culta, 
moderna  y  humanitaria.  La  invasión  de  Miles  revistió  todos  los  caracteres  de  un 
paseo  triunfal,  debido  a  su  política  de  guerra  sabia  y  humanitaria;  se  respetaron  las 
costumbres,  leyes  y  religión  de  los  nativos;  se  mantuvo  en  toda  su  fuerza  el  brazo  de 
la  autoridad  civil,  a  pesar  del  estado  de  guerra;  no  se  utilizó  el  abusivo  sistema  de 
requisas,  sino  que  todo  era  pagado,  incluso  el  terreno  donde  levantaban  sus  tiendas, 
a  precio  de  oro.  Su  proclama,  sabiamente  urdida  y  hábilmente  circulada,  despertó  en 
todo  el  país  anhelos  de  libertad  y  progreso  que  encendieron  los  cprazones  de  los  más 
tímidos  campesinos.  Lugo  Viña,  Carbonell,  Mateo  Fajardo,  Nadal,  Luzunaris  y  otros 
pocos,  penetraban  a  un  tiempo  mismo  en  los  pueblos  y  en  el  corazón  de  sus  habi- 
tantes como  precursores  de  un  ejército  que  batía  marcha  de  honor  ante  las  damas, 
besaba  y  repartía  candies  a  los  niños.  Soldados  que  se  batían  y  hacían  jornadas  de 
treinta  millas  bajo  un  sol  de  fuego  del  mes  de  julio,  y  luego,  en  Hormigueros,  de 
rodillas  ante  el  padre  Antonio,  rezaban  a  la  misma  Virgen  de  la  Monserrate,  tan 
venerada  por  todo  el  Oeste  de  la  Isla. 

Esta  política  de  la  guerra;  esta  cultura  militar;  et  hovibre  detrás  del  cañón — tJie 
vían  hehind  the  gun — y  los  numerosos  sacos  de  oro  acuñado  que  trajeran  Miles, 
Brooke  y  Wilson,  allanaron  su  camino,  limpiándolo  de  obstáculos. 

El  capitán  Vernou,  poniendo  flores  en  Yauco  sobre  la  tumba  de  un  soldado 
español  muerto  en  el  combate  de  Guánica,  recordaba  hazañas  quijotescas  de  la  an- 
dante caballería,  muy  del  gusto  de  los  portorriqueños,  descendientes  de  aquellos 
caballeros  andantes  conquistadores  de  Indias.  Los  hechos  enumerados  fueron  facto- 
res que  contribuyeron  a  inclinar  la  balanza  del  lado  de  Washington. 

Es  recia  y  difícil  la  obra  que  aspiro  a  realizar;  he  puesto  en  ella  todo  mi  buen 
deseo,  y,  además,  cuanto  pude  aprender  en  las  escuelas  militares  de  San  Juan,  de 
loledo  y  de  Segovia,  durante  mis  ocho  años  de  estudios  profesionales. 

Desde  que  me  hice  cargo  de  las  baterías  y  fuerte  de  San  Cristóbal,  abrí  un  diario 
de  guerra,  génesis  de  este  libro,  donde  hora  por  hora  y  día  por  día  anoté  cuanto  me 
pareció  de  interés  para  los  futuros  lectores.  Más  tarde,  el  general  Ortega  me  propor- 
cionó documentos  de  gran  valor,  por  su  autenticidad  indiscutible  y  asuntos  en  ellos 
consignados. 

En  Washington,  en  las  Secretarías  de  (kierra  y  Marina,  mi  modesta  labor  encon- 
tró amigos  benévolos;  el  mismo  actual  secretario  de  la  Guerra  acaba  de  dispensarme 
favores  que  agradezco  vivamente. 


—  \'rrT 

Un  artista  de  valer,  que  fué  antes  soldado  de  valor  distinguido,  Rafael  Colorado, 
abandonó  todo  por  venir  a  mi  auxilio;  durante  muchos  días  seguimos  paso  a  paso  las 
huellas,  aun  imborradas,  de  los  soldados  españoles  y  americanos.  Subimos  al  Guama- 
ní  y  al  Asomante;  bajamos  al  Guasio  y  al  Puente  de  Silva,  y,  en  todos  estos  sitios 
memorables,  campos,  ríos,  montañas  y  pueblos  fueron  capturados  por  el  lente  para 
llevarlos  a  mi  libro.  Sin  la  ayuda  de  Colorado,  esta  Crónica  de  la  guerra  hispano- 
americana sería  un  libro  áspero,  opaco;  él  lo  tornó  lúcido,  transparente,  casi  vivo. 
Gracias  debo  a  este  gentil  artista  que  aun  palpa  sobre  su  epidermis  de  amateur  y 
sportsman  las  cicatrices  que  labraron,  en  1 898,  los  arreos  militares. 

Mario  Brau,  el  mago  del  pincel  y  del  lápiz,  también  puso  su  mano  con  inteligen- 
cia y  con  cariño  en  esta  Crónica.  Tales  favores  ni  se  pagan  ni  se  olvidan. 

El  pueblo,  en  general,  colaboró  conscientemente  a  mi  obra  con  sus  informes,  con 
documentos  y  con  juiciosas  advertencias.  Yo  afirmo  haber  escrito  sólo  lo  que  vi  o 
escuché^  y  también  lo  que  me  consta  por  documentos  auténticos  o  declaraciones  pro- 
badas de  testigos  presenciales,  de  honorabilidad  intachable.  Este  libro  no  es  una 
Historia;  sus  detalles  y  el  hecho  de  haber  tomado  parte  su  autor  en  los  sucesos  que 
narra,  lo  convierten  en  Crónica. 

Veintitrés  años  de  reposo  han  templado  y  casi  destruido  mis  juveniles  arrestos. 
No  siento  resquemores  ni  aspiro  a  levantar  ronchas;  relato  hechos  cuyos  actores, 
muchos  de  ellos,  aun  viven  en  Puerto  Rico  o  fuera  de  la  isla.  Si  alguien,  al  recorrer 
estas  páginas,  se  siente  mortificado,  no  me  culpe;  medite  acerca  de  sus  actuaciones 
en  el  año  1 898,  y,  entonces,  juzgando  su  conducta  y  mi  labor  de  cronista,  llegará  a  la 
conclusión  de  que  la  verdad  es  lo  que  es^  y  nada  más.  Ruin  acción  es  la  de  mentir,  y 
mentir  sería  desvirtuar  hechos  para  satisfacer  conveniencias  o  amistades  perso- 
nales. 

Detrás  de  cada  hecho,  detrás  de  cada  afirmación,  queda  en  mi  archivo  una  carta, 
una  declaración  jurada,  un  report  oficial;  y,  a  veces,  un  simple  papelito  firmado  con 
lápiz,  pero  con  letra  tan  clara  y  legible,  que  su  autor  puede  ser  fácilmente  identifi- 
cado. Muchas  cosas  intimas  que  tengo  anotadas  no  salen  a  luz;  este  es  un  libro  de 
guerra,  de  re  militare^  y  no  un  padrón  de  escándalo  ni  una  gacetilla  para  solaz  de 
curiosos  o  desocupados. 

Dios  pagará  el  buen  deseo  dé  todos  aquellos  que,  después  de  leer  este  Prólogo, 
avancen  con  ánimo  sereno  por  los  capítulos  de  un  libro  donde  se  narran  actos 
heroicos,  otros  de  caballerosas  gallardías  y  no  pocas  flaquezas  de  hombres  que  en 
aquellos  tiempos  colocaron  su  honor  por  debajo  de  sus  conveniencias. 

Villa  Manuela,  marzo-abril  de  1921. 

Anget.  Rivero  Méndez. 


S^  M^  lii  Reina  Regente  v  el  Pniicip,;  Don  Alfonso  ,i!  cstall 


CAPITULO  PRIMERO 

DONDE  EL  AUTOR  RELATA  SU  INTERVENCIÓN  EN  LA  GUERRA  HISPA- 
NOAMERICANA Y  EXPLICA  SU  VUELTA  A  LA  VIDA  CIVIL 


L  día  I.""  de  marzo  de  1898,  el  capitán  general  de  Puerto  Rico, 
don  Manuel  Macías,  me  indultó  del  arresto  que  estaba  sufriendo 
en  el  castillo  del  Morro  de  orden  del  general  Ortega,  goberna- 
dor de  la  plaza — mi  buen  amigo  más  tarde — ,  por  intervenir  en 
asuntos  políticos,  a  pesar  de  encontrarme  en  situación  de  su- 
pernumerario sin  sueldo  desde  dos  años  antes,  desempeñando 
una  cátedra   en    el  Instituto  Civil  de  Segunda  {enseñanza. 

Como  era  reglamentario,  tuve  que  presentarme  a  su  excelen- 
cia,  quien    me    trató   con    afabilidad,  asegurándome  que  aquel 
arresto  no  sería  anotado  en  mi  hoja  de  servicios,  lo  que  comu- 
nicó más  tarde,  de  oficio,  al  jefe  de  artillería,  y  añadió: 

— Llsted  me  ha  cursado  instancia  solicitando  anticipo  a  la  licencia  absoluta  que 
tiene  pedida  a  Su  Majestad;  quiero  decirle,  en  reserva,  que  desde  el  desgraciado 
accidente  del  Maine  la  guerra  con  los  Estados  Unidos  es  inevitable;  ^-quiere  usted 
seguir  en  el  Ejército  hasta  que  la  guerra  termine? 

— Un  oficial  no  abandona  el  uniforme  cuando  hay  probabilidades  de  guerra; 
disponga  usted  de  mí — le  contesté. 

Hizo  venir  al  coronel  Camó,  su  jefe  de  Estado  Mayor,  y  le  ordenó  mi  vuelta  al 
servicio  activo,  destinado  a  mandar  la  tercera  compañía  del  dozavo  batallón  de  arti- 
llería, lo  que  aparejaba,  además,  el  gobierno  del  castillo  de  San  Cristóbal  y  la  jefatura 
de  todas  sus  baterías  interiores  y  exteriores. 

— Si  la  guerra  viene,  que  sí  vendrá — continuó  el  general  — ,  a  usted,   que  es  por- 

1 


2  •  A .    R I V  p:  R  O 

torriqueño,  le  cabrá  el  honor  de  contribuir  a  la  defensa  de  la  plaza  si  el  enemigo 
desembarca,  toda  vez  que  San  Cristóbal  y  sus  baterías  exteriores  son  las  únicas  obras 
artilladas  que  pueden  batir  con  sus  fuegos  los  aproches.  Encargúese  del  castillo  y 
comience  a  cargar,  seguidamente,  todos  los  proyectiles  de  sus  piezas. 

Y  de  esta  manera  salí  de  una  bóveda  del  Morro,  donde  pasé  quince  días  bajo  la 
cariñosa  vigilancia  del  capitán  José  Antonio  Iriarte,  hoy  coronel  del  cuerpo,  para 
entrar  en  el  vetusto  castillo  de  San  Cristóbal,  centinela  avanzado  de  vSan  Juan  por 
mar  y  tierra.  Dentro  de  aquellos  muros  y  sobre  aquellos  elevados  parapetos  perma- 
necí siete  meses  y  diez  y  ocho  días:  todo  el  tiempo  que  duró  el  estado  de  guerra, 
o  sea  desde  el  I.""  de  marzo  hasta  las  diez  y  media  de  la  mañana  del  día  1 8  de  octu- 
bre, cuando  entró  en  el  castillo,  al  frente  de  su  batería,  batiendo  marcha  los  clarines, 
el  capitán  de  artillería  délos  listados  Unidos,  H.  A.  Reed  (hoy  general  y  casado  con 
una  noble  dama  portorriqueña),  quien  formando  sus  fuerzas  junto  a  las  mías  y  previo 
el  saludo  militar  me  pidió  las  llaves  del  castillo,  poniendo  en  mis  manos  la  orden  de 
entrega.  Cumplimentando  esa  orden  le  entregué  las  llaves  (que  él  conserva  en  un 
cuadro  primoroso),  las  baterías,  los  repuestos  de  municiones  y  todos  los  juegos  de 
armas  y  accesorios.  Formadas  de  nuevo  ambas  fuerzas  y  a  la  voz  de  ¡Firmes!  nos 
saludamos  con  los  sables;  di  la  voz  de  marcha,  y  al  frente  de  mis  doscientos  artille- 
ros, y  al  son  de  sus  cornetas  que  parecían  gemir,  bajé  la^  rampas  de  San  Cristóbal, 
donde  no  he  vuelto  a  entrar. 


Al  embarcarse  las  últimas  fuerzas  españolas,  volví  a  quedar  en  la  situación  de 
supernumerario  sin  sueldo,  por  orden  del  general  Macías,  fecha  1 5  de  octubre  y 
en  espera  de  que  se  me  concediese,  como  tenía  solicitado,  mi  licencia  absoluta; 
pero  fui  nombrado  por  el  general  Ricardo  Ortega,  con  anuencia  del  general 
Brooke,  desde  el  16  de  aquel  mes,  para  efectuar  la  entrega,  en  detalles,  de  la 
plaza,  cuarteles,  parques  y  todos  los  edificios  militares.  El  teniente  coronel  de  artille- 
ría Rockwell  había  recibido  del  general  Brooke  comisión  idéntica  para  el  recibo,  y  de 
esta  manera,  y  por  azar  de  la  suerte,  fui,  inmerecidamente,  el  último  gobernador  de 
la  plaza  española  de  San  Juan  de  Puerto  Rico:  cuarenta  y  ocho  horas  duró  mi  mando. 
¡Triste  honor  para  un  soldado! 

El  general  Ortega  con  el  dozavo  batallón  de  artillería  de  Plaza  y  alguna  fuerza 
más,  se  acuarteló  desde  el  16  en  el  Arsenal,  la  Marina  izó  allí  su  bandera,  y  aquel 
edificio  fué  declarado  tierra  española  por  el  general  Brooke  hasta  el  día  22  del  mis- 
mo mes.  Pía  sido  un  error  afirmar  y  escribir  en  periódicos  y  libros  que  el  general 
Ortega  asistió  a  Santa  Catalina  a  las  doce  del  día  1 8  de  octubre,  y  que  hizo  allí  en- 
trega de  la  plaza.  No  hubo  entrega  ni  hubo  banderas  arriadas.  I3os  días  antes,  al 
firmarse  las  actas  por  los  Comisionados,  se  consideró  el  acto  como  una  implícita  en- 


C  R  o  X  I  (■  A  : 


V'v      DOX  ALI-'dXSO  XIII. 


\\n<   LA  r,K*Ai;i-\  \H\   i  jh  »ts  l\'l^^•   i'mxs'iiti 
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Pcii  TASTO,  mando  a  js  Aulcridad  Soíericr  Militar  del  üííIfic  ó  t;i'r:.:c  ¿  v 
";;:\  ";l  l;::;a  a  súmplere  y  ordene  lo  ccíiyeni3iitB  para  oue  se  o;  de  pf:!-?:'::  c;;  r:í'{: 

AvS  .:•:;;  y  /umriidaniriilg;  y  que  S9  toma  EasóB  de' este  fis^pecno  en  j:^  ofijín"? ;" 
:?:':•  Lihí^ü?.  cena:  $g  í:  :*cpmará  asiento  del  citado  empleo,  en  el  cua:  di^íLLar/t; :!;: 
ide  i:r  la:  d:;;p:?;í;era!  viseatei.  desda  el  día  que  ias  misma.  deie/ruliLrL  jíl;::  : 
p'::i::ra  nfa'ji.  Tp&Ta  cüe  89  cumpla  j  ejecute  todo  lo  Klerido,  inaado  e:\r::.; 
ip.;dL,  fíFíiiido  y  .303  e!  sella  oorrasponflioriLs  y^reíreadado  po?  el  :.Iini?lrOjl3  i2  Oul'l 


4  A  .     R  1  V  E  R  O 

trega  de  la  plaza,  toda  vez  que  ni  el  general  Ortega  era  hombre  capaz  de  realizar 
actos  dolorosos  a  que  no  estaba  obligado,  ni  los  generales  americanos,  caballeros  in- 
tachables,  pensaron  jamás  en  exigirlo. 

El  teniente  coronel  Rockwell  y  el  autor  de  este  libro,  a  las  doce  menos  cuarto 
del  día  18  de  octubre  de  1 898,  salimos  del  Parque  de  artillería,  ambos  de  uniforme,. 
y  bajando  por  la  calle  de  la  Cruz  nos  situamos  en  la  plaza  Alfonso  XH,  frente  a  la 
Intendencia;  allí  tuvo  lugar  la  ceremonia  de  izar  la  bandera  de  los  Estados  Uni- 
dos, y  solamente  llevamos  nuestras  manos  a  las  gorras  cuando  sonó  el  himno  de 
Washington,  mientras  la  tropa,  allí  formada,  hacía  los  honores  reglamentarios. 

Por  más  de  sesenta  días  acompañé  al  teniente  coronel  Rockwell  y  muchas  veces- 
ai  capitán  Reed,  por  castillos,  fosos,  almacenes  y  galerías  de  minas.  Una  mañana  me 
dijo  el  primero: 

— Capitán,  yo  creo  que  sus  servicios  serían  muy  convenientes  a  mi  Gobierno; 
^me  permitiría  usted  recomendar  a  Washington  que  le  mantengan  en  su  empleo.^' 

— Coronel — le  contesté — ,  estas  bombas  que  llevo  al  cuello  son  aún  bombas  es- 
pañolas. ^"Oué  respondería  usted  si  alguien  le  propusiese  cosa  igual.f' 

— -Perdone,  capitán;  en  mi  deseo  de  serle  útil,  he  cometido  una  ligereza;  pero  sí 
aceptará  que  yo  le  pague  su  trabajo:  ^-cuánto  le  paga  a  usted  el  Gobierno  español.^ 
-Nada;  estoy  en  situación  de  supernumerario  sin  sueldo. 

— No  admito  que  nadie  trabaje  sin  que  le  paguen  su  trabajo;  yo  me  ocuparé 
de  eso. 

— Gracias,  coronel;  las  leyes  militares  me  prohiben  aceptar  su  oferta. 

El  teniente  coronel  Rockwell  no  insistió,  y  en  adelante  fuimos  amigos  cordiales; 
era  un  brillante  jefe,  conocedor  profundo  de  la  ciencia  de  la  artillería  y  de  sus  últi- 
mos adelantos;  un  correcto  caballero  y  de  ilustración  poco  común.  Sin  embargo,  lo 
encontré  algo  pueril  cuando,  frecuentemente,  me  preguntaba  acerca  de  cisternas  con 
aguas  envenenadas  o  por  minas  cargadas  y  a  punto  de  estallar. 


El  17  de  octubre,  veinticuatro  horas  antes  de  cesar  la  soberanía  española  en^ 
Puerto  Rico,  presenté  mi  renuncia  de  catedrático,  lo  que  me  fué  concedido  según, 
acredita  el  siguiente  documento: 


€  R  O  NICAS 


IffllüTO  DE  2*  EMSiiZA  DE  PUERTO-RICO 


Don  JOSS   SZEQOIEL  MARTÍNEZ   QUINTERO. 


_^   Catedrático  y 

Secretario  del    instituto    de   2*   Enseñanza  de    Puerto-Rico,    del  que   es 
Director    nnnÁr^TONIO  ROSSLL   v  OÁRBONELL. 


Certifico:  Que  de  los  antecedeates  que  obran  en  el  archivo  de  esta  Secretaría  a 
mi  cargo,  resulta  que  don  Ángel  Rivero  Méndez,  ingeniero  industrial,  fué  nombrado 
catedrático  de  la  asignatura  de  Química  y  Física  de  este  Instituto  por  Real  orden 
de  24  de  enero  del  año  1896,  habiendo  tomado  posesión  de  dicha  cátedra  el  día  26 
de  febrero  del  mismo  año,  el  cual  cargo  estuvo  desempeñando  hasta  el  1 5  de  abril 
de  1898  en  que  pasó  a  explicar  la  asignatura  de  Matemáticas  por  permuta  hecha  con 
el  catedrático  de  esta  asignatura  doctor  Gabriel  Ferrer,  aprobada  por  decreto  del  ex- 
celentísimo señor  gobernador  general,  de  fecha  12  de  igual  mes  y  año.  Estuvo  des- 
empeñando la  referida  cátedra  de  Matemáticas  hasta  el  1 7  de  octubre  último  en  que 
cesó  por  renuncia  elevada  al  ilustrísimo  señor  secretario  de   Des]:)acho   de  Fomento. 


Y  para  lo  que  pueda   coft venir   al  interesado,    expido  la  presente,   autoiizada  en   forin<«, 
d©  orden   y    con  el  V9  B9  del    Sr.  Director   y  con  el  sello  del  Establecimiento,    en  San  Juan 


Registrada  al  númef^rrrTl fiel  libro  carresporuliente. 

El  Ofiüial  di:  la  Secretaría, 


6  A  .     R  1  V  1^:  R  O 

A  fines  de  enero  de  1899  recibí  un  cable,  firmado  por  el   coronel  de   ingenieros 
José  Laguna,  mi  padrino,  que  decía  así: 

«Detenida  instancia,  regrese  primer  vapor;  tendrá  buen  destino. — Laguna.» 
Aunque  agradeciendo  la  oferta,  reiteré  por  cable  mi  renuncia;  algunos  meses  más 
tarde,  D.  Rafael  Pérez  García,  encargado  interino  de  los  asuntos  de  España  en  Puerto- 
Rico,  me  entregó  este  documento: 


Por  la  secretaría  del  Ministerio  de  Estado  se  dice  a  esta  Delegación  con  fecha 
21  de  abril  último,  lo  que  sigue:  En  vista  de  la  instancia  que  cursó  a  este  Ministeria 
el  capitán  de  artillería,  en  situación  de  supernumerario  sin  sueldo  en  Puerto  Rico,. 
D.  Ángel  Rivero  Méndez,  solicitando  licencia  absoluta,  el  Rey  (q.  D.  g.),  y  en  su 
nombre  la  Reina  regente  del  Reino,  ha  tenido  a  bien  acceder  a  la  petición  del  inte- 
resado. De  Real  orden  comunicada  por  el  Ministerio  de  Estado,  lo  traslado  a  usía 
a  fin  de  que  lo  haga  llegar  a  noticias  del  capitán  Rivero. — Y  en  cumplimiento  de 
lo  ordenado  en  la  preinserta  Real  orden,  lo  comunico  a  usted  para  su  conocimiento 
y  como  resultado  de  su  instancia. 


Después  de  veinte  años  de  uniforme  volví  a  la  vida  civil,  hice  registrar  mi  título 
de  ingeniero  industrial,  y  colgando  el  uniforme,  armas,  cruces  y  hasta  la  americana 
para  estar  más  expedito  al  trabajo,  fundé  la  fábrica  Polo  Norte,  que  aun  vive  vida 
robusta  merced  a  sus  muchos  amigos  y  clientes. 


Cierta  mañana,  mi  excelente  amigo  Manolo  Camuñas  (que  está  vivo  y  ojalá  sea 
por  muchos  años),  vino  a  buscarme  de  parte  de  Luis  Muñoz  Rivera.  Juntos  subimos 
a  su  despacho,  y  el  jefe  del  (lobierno  Insular  habló  así: 

— Rivero,  deseo  formar  una  Policía  Insular  que  sea  garantía  absoluta  de  paz  y 
orden,  que  esté  alejada  de  la  política  totalmente  y  revista  cierto  carácter  militar  que 
mantenga  su  disciplina.  ^'Ouiere  usted  organizaría  y  aceptar  el  mando? 

—Amigo  Muñoz — le  contesté — ,  me  comprometo  a  organizar  ese  Cuerpo  y  a 
entregárselo  a  usted  a  punto  de  llenar  su  misión;  pero  siento  decirle  que  no  pueda 
aceptar  el  cargo  que  me  ofrece. 

Comencé  mis  trabajos,  busqué  a  Urrutia,  a  Janer  y  a   Carlos   Aguado,  antiguos 


C  R  O  N  ]  C  A  S 


oficiales  del  Ejército  español;  llamé  a  Molina,  del  Ejército  cubano,  y  también  a  va- 
rios jóvenes  paisanos.  Otro  día  Muñoz  me  pasó  nuevo  aviso. 

— No  siga  su  trabajo — me  dijo^ — -,  tratan  de  imponerme  por  jefe  de  la  Policía  a 
un  soldado  alemán.  Estoy  cansado  y  deseo  irme;  guarde  sus  papeles  por  si  algún 
día  puedo  llamarle  nuevamente  en  nombre  de  mi  país. 

Mucho  tiempo  después  recibí  una  carta,  que  conservo,  del  general  Reed;  me  ofre- 
cía, a  nombre  del  gobernador,  el  puesto  de  jefe  de  la  Policía,  dándome  cuatro  horas 
para  contestarle.  Un  minuto  me  bastó  para  agradecer  y  declinar  la  oferta.  Más  tarde, 
el  sabio  comisionado  de  educación,  I^rumbaugh,  me  nombró  profesor  de  la  «Iligh 
School»,  para  las  asignaturas  de  Física  y  Ouímica;  le  di  las  gracias  y  renuncié. 

— -Déme  un  hombre — me  dijo — ;  y  yo  le  llevé  a  Pepe  Janer,  un  ilustre  portorri- 
queño, salido  de  cepa  de  sabios  educadores  y  altísimos  caballeros. 

Y  seguí,  como  Peary,  aunque  en  modestísima  esfera,  en  la  ardua  tarea  de  con- 
quistar el  Polo  Norte.  No  se  achaque  a  vanagloria  si  consigno  que  el  voluntario 
abandono  de  mi  carrera  militar,  después  de  veinte  años  de  servicios,  sin  una  tacha 
en  mi  expediente  y  cuando  lucía  en  las  bocamangas  las  tres  estrellas  doradas  de 
capitán,  tuvo  por  único  objeto  el  poder  seguir  la  suerte  de  mi  país;  nacido  en  los 
campos  de  Trujillo  Bajo,  érame  imposible  vivir  el  resto  de  mi  vida  lejos  de  la  vieja 
ermita  donde  decía  su  misa  diaria  el  bondadoso  padre  Mariano. 


Para  la  noble  hispana,  para  su  Ejército  y,  sobre  todo,  para  sus  artilleros,  para  los 
españoles  todos,  conservo  un  gran  amor,  una  eterna  gratitud.  Afirmo  mi  origen  y 
estoy  alegre,  ¡muy  alegre!,  de  que  por  mis  venas  corra  sangre  de  españoles.  Juan 
Rivero  y  Rosa  Méndez  nacieron  ambos  en  Las  Palmas  de  la  Gran  Canaria. 


El  año  191 3  estuve  en  Segovia,  visité  el  Alcázar  y  la  Academia  de  artillería,  y 
al  ver  en  su  claustro  una  larga  fila  de  cuadros  me  acerqué  y  pude  leer:  Ángel  Ri- 
vero Méndez.  Era  mi  nombre  como  teniente  de  artillería,  entre  todos  los  de  mi  pro- 
moción. Cuando  el  coronel  Acha,  en  Madrid,  al  visitar  yo  el  Centro  Electroctécnico, 
me  ofreció  un  compás  de  precisión,  grabados  en  él  mi  nombre  y  la  fecha  de  aquel 
día;  y  cuando  en  la  fábrica  de  Granada  el  comandante  (larrido,  artillero  de  fama 
mundial,  me  obsequiaba  con  dos  bastones  construidos  con  un  explosivo  poderoso; 
cuando  Acha,  Triarte,  Arespacochaga,  Anca,  Sánchez  Apellániz,  Sánchez  de  Castilla, 
Alonso,  Caturla,  Castaños,  Laguna  y  muchos  militares  más  que  fueron  companeros 
de  armas,  apretaron  mis  manos  con  el  cariño  de  antiguos  camaradas...,  experimenté 
inolvidables  y  dulces  emociones. 

:!í  *  * 


8  A  .     R  1  V  E  R  O 

Veintidós  años  llevo  dentro  de  la  vida  civil;  viejo  estoy,  mas  cuando  veo  pasar 
por  mi  lado  a  esos  jóvenes,  gallardos,  triunfadores  en  la  lucha  por  la  vida,  y  hoy 
pilares  de  la  patria,  que  se  llaman  Coll  y  Cuchí,  Soto  Gras,  Martín  Travieso,  los  tres 
hermanos  Ferrer,  Martínez  Alvarez,  Carballeira,  doctor  Matanzo,  Guerra,  Marxuach, 
Carlos  Urrutia,  Alvaro  Padial,  Veve,  Benítez  Flores,  Martínez  Dávila  y  muchos  más, 
siento  apuntar|brotes  de  orgullo,  recordando  que  fui  profesor  de  estos  muchachos 
en  el  Instituto  Provincial  de  Segunda  Enseñanza  de  San  Juan. 


'tare  Kt^P^'i^  tí-^*-v&-ii^  *.'-"-»*=^rísy^''i' 


CAPITULO  II 


ORIGEN    DE    LA    GUERRA 


VOLADURA    DEL    «MAINE».  — DECLARACIÓN    DE    GUERRA.  — EL     PRIMER 

CAÑONAZO. 


L  COMENZAR  el  año  1898  eran  muy  tirantes  las  relaciones  en- 
tre los  Gobiernos  de  Washington  y  Madrid;  la  Prensa,  tanto  la 
española  como  la  norteamericana,  no  cesaba  de  arrojar  leña  al 
fuego.  El  Gobierno  americano  dispuso  que  el  crucero  prote- 
gido Maine  hiciera  una  visita  amistosa  al  puerto  de  la  Habana. 
El  Sr.  Sagasta  correspondió  al  agasajo  enviando  al  Vizcaya,  co- 
_^    mandante  Enlate,  al  puerto  de  Nueva  York,  donde  fondeó  el  1 8 


de  febrero,  }^  el  25   salió  para  la  Habana. 

Ese  mismo  día,  del  mes  de  enero,  fondeaba  el  Maine  en  este  puerto,  y,  ama- 
rrado a  la  boya  número  4,  saludó  a  la  plaza  con  sus  cañones.  La  batería  de  salvas  de- 
volvió, acto  seguido,  el  saludo. 

Era  el  Maine  un  crucero  protegido  de  segunda  clase,  con  faja  blindada,  de  6.650 
toneladas,  y  un  andar  de  1 7  millas  y  media;  montaba  cuatro  cañones  de  10  pulgadas 
en  dos  torres  acorazadas;  seis,  de  seis  pulgadas;  ocho,  de  una,  y  muchas  piezas  más 
de  tiro  rápido.  Fué  construido,  en  1 895,  en  el  Arsenal  de  Nueva  York,  y  su  tripula- 
ción se  componía  de  2^  oficiales  y  354  clases  y  marinería.  Mandaba  este  buque  el 
capitán  C.  D.  Sigsbee. 

El  15  de  febrero,  a  las  nueve  y  cuarenta  de  la  noche,  una  terrible  explosión,  se- 
guida de  otra  menos  intensa,  destruyó  completamente  toda  la  proa  del  crucero,  que 


A  .     R  I  \'  !•:  R  ( ) 


se  hundió  de  aquella  parte,  hasta  locar  fondo,  en 
(.|ue  se  oyó  en  toda  la  I  labana  y  su  puerto,  causó 
hombres  O;'  la    1 1-"' ^Mi:h.  m'»:;  '.    :  o:-    siip^M-\.  ivi- -i'í i  ;-    ! 


brazas  de  agua,  ba  explosión, 
muerte  ile  dos  oficiales  y  258 
j-üM  rc:-(i;óíb.'-;  p;;r  los  botes  del 


Alfaiisú  XÍII  y  Ciiiilait  lie  París,  que  estaban  fondeados  en  paraje  cercano.  í.os 
heridos  fueron  curados  en  los  hospitakís  de  la  ciudail,  y  autorichides  y  pueblo  rivali- 
zaron en  exteriorizar  su  j)rofundo  sentimiento  por  tan  tremendo  desastre. 

El  17  tuvo  lugar  el  solemne  entierro  de  15  cadáveres,  cjue  huíron  extraídos  de  la 
bahía,  resultando  un  acto  im[)onente,  por  la  gi-an  multitud  que  acompañó  al  cortejo 
fúnebre  hasta  el  cementerio  de  Colón. 

La  Reina  Regente  y  el  general  l)l:mco,  gobernador  de  (diba,  telegrafiaron  su  pé- 

i    r)esf)H.-s  murieron  orlií.  hcri<lu.s.  clavándose  a  266  el  iiúiíict.í  de  las  victimas  <!<>  la  rxplosión.-^  .V.  !/„'  J. 


C:  I^  o  NI  C  A  S  11 

same  al  presidente  Mac-IVJiilcy.   Jiii  las  primeras  lioras   nadie  pensó  que  aquel  de- 
sastrc;  pudiera  ser  resultado  de  un  criminal  complcjt,  y  sí  sólo  un  fatal  accidente. 
I'd  (j()l)ierno  aniericano  nombró,  en  2  1  de  febrero,  una  comisión,  para  íiivestÍ!^ar 


liembros,  }'■   presidida  por  uno  dc' 
I>lanco  hizo  lo  propio. 


os,  el  capitán 


fú  caso,   compuesta   de  cuatn 
Wlllianí  T.  SaíTipson.  El  gem-- 

I -os  comisionados  americanos  permanecieron  diez  y  odio  días  en  el  f)uerto  de  la 
Mal>ana,  a  bordo  del  Ma¡/^((nn't\  y  cinco  más  en  Key  West,  alojados  en  el  ¡ozrd. 
b-stos  |)eritos, 


omun  acuerdo,   (leelararon, 


rga 


'^Oue  el  Mai)ic  fué  <lestriiído  por  la  explosión  de  una  im'na  sul)marina,  l;i  cual 
I=is  parciak's  de  ilos  o  rruis  pafiole.s  del  buque.» 


12  .\  .     K  ¡  Y  E  k  O 

Ims  comisionados  españoles  protliijeron  un  luminoso  informe,  que  fué  leído  más 
tarde  en  el  Congreso  de  Madrid,  demostrantlo  que:  «La  explosión  lué  interior,  y  ¡>ro- 
ducidíi.  Vil  por  la  caldereta  de  la  dínamo,  ya  por  combustión  espontánea  <lel  algodón- 
pólvora,  eon  que  se  car<fan  los  torpedos..- 

í'eritos  imparciah-'S,  como  el  vicealmirante;  norteamericano  I^rven  y  el  capitán 
l'hickill,  con)l)atieron,  por  absunla,  la  opinión  de  la  supuesta  mina.  La  Prensa  euro- 
pea y  sudamericana  clamaron  en  it^ual  sentido,  y  e!  Cjobierno  de  Madrid  no  tuvo 
respuesta  a  un  cable  en  cpie  proponía  al  de  Washington  someter  el  caso  a  un  arbi- 
traje internacional.  i\1'ás  tarde,  en  París,  cuando  se  firmaba  el  Tratado  de  Paz,  x  años 


después  en  la  Habana,  al  sacarse  los  restos  del  Miiivi\  el  (iol>ierno  español  insistió 
en  igual  sentido,  viendo  siempre  desairados  sus  esfuerzos, 

Pero  es  |)rccÍKO  consignar  que  el  Ma'mc  voló,  como  vuelan  cada  año  en  luu-opa 
y  Aru(n-ica,  más  de  20  almacenes  de  dinamita  y  de  pólvora;  i.;ofno  volaron,  en 
.Mirallores,  '  num(*rosas  cajas  de  pólvora,  por  descuido  d<'  los  hombres  o  por 
reacciones  (pu'micas,  desconocidas,  entre  los  compímentes  de  los  modernos  ex- 
plosivos, 

lie  leído  lumitmsos  artículos  de  marifws  norteamericanos,  y  todos  refutan  el  que 
la  explosió>n  del  Mame  fuese  exterior.  Todos  convienen  en  que  e!  algodón ^¡)ólvora, 
trarga  de  los  torpedos,  se  descompone  en  climas  calientes,  despidientlo  gases  capaces 


€  K  O  N  1  C  A  S  13 

(le  combustión  espontánea.  Así,  y  por  eso,  voló,   en   un  puerto  del  japón,  el  famuso 
acoraza  do  Alikasa. 

El  vicealmirante  americano  Mr.  (ieorge  W.  Melville,  ingeniero  jefe  de  l;i  Armada, 
|)ublic6  en  la  revista  Norlh  Anitricav  Re-vicnK  enero  29  de  1902,  una  larga  carta, 
analizando  científicamente  el  desastre  del  Maiiie,  y,  al  terminar,  sienta  la  conclu- 
sión, lógicamente  deducida,  de  (]uc  la  explosión  fué  interior;  anota  la  clase  de  minas 
y  torpedos  que  usaron  los  españoles  durante  la  guerra,  y  señala  el  caso  de  Santiago 
de  Cuba,  donde,  después  de  la  rendición,  al  levantarse  los  torpedos,  se  vio  que  eran 


inofensivos;  unos,  por  la  mala  calidad  de  sus  explosivos,  y  otros,  porque  esta!)an 
mf)jados  por  el  agua  filtrada.  No  había  en  toda  la  isla  de  Cuba  torpedo  ni  mina  bas- 
tante eficaz  para  volar,  totalmente,  un  buque  amarrado,  como  el  Mahíe,  a  la  bova 
número  4,  y  cjue,  además,  se  hiciese  la  operación  de  *  ^anera  tan  oculta,  que  nadie 
pudiese  verla,  sobre  tocio  los  cubanos,  enemigos  de  blspaña. 

El  ilustre  marino  terminó  su  carta  con  estas  palabras:  ^-.Tenemos  lio\'  luia  opi- 
nión más  elevada  del  carácter  y  la  virilidad  del  soldado  español,  líl  valor  del  almi- 
rante C'ervera,  de  sus  oficiales  y  tripulaciones,  al  salir  a  una  inevitable  derrota,  en  un 
supremo  esfuerzo  para  sostener  i-X  honor  de  su  bandera,  nos  prueba,  fuera  de  toda 
duda,  (jue  tales  hombres  no  son  capaces  de  hal.jer  cometido  el  crimen  que  tan  gra- 
tuitamente se  les  ha  achacado.  Durante  toda  la  guerra  han  demostrado  los  españoles 
i|ue  saben  morir  como  deben  hacerlo  los  sohlados,  y  homl)res  como  éstos  no  san- 


14  A  .     R  I  V  E  R  O 

cionarían,  y  mucho  menos  tomarían  parte  en  acto  alguno  indigno  de  militares  que 
saben  combatir  con  valor  y  morir  con  honor.» 

Y  aunque  el  (jobierno  de  Washington  se  mantuvo  en  gran  reserva,  sin  sostener 
ni  negar  el  informe  de  sus  comisionados,  no  cabe  duda  que  el  desgraciado  accidente 
del  Maine  precipitó  la  declaración  de  guerra. 

Remember  the  «Maine»!  fué  el  grito  de  guerra  americano,  y  bajo  la  presión  del 
pueblo  y  de  la  Prensa,  el  Congreso  aprobó  aquella  célebre  Resolución  conjunta,  que 
era^  y  así  fué  tomada  en  Madrid,  una  declaración  de  guerra. 

He  aquí  el  texto  de  dicho  documento: 

Considerando  que  el  aborrecible  estado  de  cosas  que  ha  existido  en  Cuba  du- 
rante los  tres  últimos  años,  en  isla  tan  próxima  a  nuestro  territorio,  ha  herido  el  sen- 
tido moral  del  pueblo  de  los  Estados  Unidos;  ha  sido  un  desdoro  para  la  civilización 
cristiana,  y  ha  llegado  a  su  período  crítico  con  la  destrucción  de  un  barco  de  guerra 
norteamericano  y  con  la  muerte  de  266  de  entre  sus  oficiales  y  tripulantes,  cuando 
el  buque  visitaba  amistosamente  el  puerto  de  la  Habana: 

Considerando  que  tal  estado  de  cosas  no  puede  ser  tolerado  por  más  tiempo,  se- 
gún manifestó  ya  el  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  en  mensaje  que  envió  el  1 1 
de  abril  al  Congreso,  invitando  a  éste  a  que  adopte  resoluciones; 

El  Senado  y  la  Cámara  de  Representantes,  reunidas  en  Congreso,  acuerdan: 

Primero.      Que  el  pueblo  de  Cuba  es  y  debe  ser  lilore  e  independiente; 

vSegundo.  Que  es  deber  de  los  listados  Unidos  exigir,  y  por  la  presente  su  Go- 
bierno exige,  que  el  Gobierno  español^ renuncie,  inmediatamente,  a  su  autoridad  y 
gobierno  en  Cuba,  y  retire  sus  fuerzas^  terrestres  y  navales,  de  las  tierras  y  mares  de 
la  isla;  '      i 

Tercero.  Que  se  autoriza  al  Presidente  de  los  listados,  y  se  le  encarga  y  ordena, 
que  utilice  todas  las  fuerzas  militares  y  navales  de  los  Estados  Unidos,  y  llame  al 
servicio  activo  las  milicias  de  los  distintos  Estados  de  la  Unión,  en  el  número  que 
sea  necesario,  para  llevar  a  efecto  estos  acuerdos; 

1  Y  cuarto.  Que  los  listados  Unidos,  por  la  presente,  niegan  que  tengan  ningún 
deseo  ni  intención  de  ejercer  jurisdicción  ni  soberanía,  ni  de  intervenir  en  el  go- 
bierno de  Cuba,  si  no  es  para  su  pacificación,  y  afirman  su  propósito  de  dejar  el  do- 
minio y  gobierno  de  la  isla  al  pueblo  de  ésta,  una  vez  realizada  dicha  paci- 
ficación. 

La  votación  del  Senado  fué  42  por  35.  La  de  la  Cámara  de  Representantes,  31 1 
por  6;  quedando  aprobada  esta  Resolución,  por  el  Congreso,  el  1 9  de  abril,  y  por  el 
Presidente,  el  20  del  mismo  mes. 

Este  mismo  día  tuvo  lugar  la  apertura  del  Parlamento  español  por  la  reina  regente 
María  Cristina,  la  cual  declaró:  «Que  aquellas  Cortes  habían  sido  convocadas  para  de- 
fender los  derechos  de  lispaña.» 

El  mismo  día,  el  ministro  norteamericano  en  Madrid,  Mr.  Woodford,  recibió  el 
siguiente  telegrama  de  Washington. 


(■  R  o  K  1  C  A  S 


Abril  20.    1S98. 


Wi 


ministro.  Kiadric 


Se.  ho  [)ro|)orcíon;ido  a  usted  el  texto  de  his  Resoluciones  aprobadas  |)( 
g-reso  de  los  Instados  Unidos  el  10  del  actual,  relacionadas  con  la  pacifi 
!a  isla  ele  Cuija.  Obedeciendo  este  acto,  el  l'residente  ord(rnó  (¡ue,  innie 
te,  se  comuniquen  dichas  Kesoluciones  al  (iohierno  de  \Iadri<l,  at:on;ipa 
aviso  de  este  Crol>icrno,  al  Clobierno  de 
España,  para  (¡ue  renuncie  a  su  ^rríbierno 
y  autoridad  en  Cuba,  y  retire  sus  fuerzas 
militares  y  navales.  Al  dar  este  paso,  el 
Cobiernode  los  listados  Unidos  prolíísta 
que  no  tiene  intenciones  o  disposiciones 
de  ejercer  solieranía,  jurisdicción  o  do^ 
minio  en  la  isla,  excepto  para  i^acificarla 
\'  afirmar  su  |)ropia  d(i:ernu'nación;  que 
cuando  logre  su  objeto,  abandonará  la 
isla,  \'  a\'udará  a  sus  habitantes,  para  la 
clase  de  Ciobierno  libre  e  íridependicntí^ 
(jue  deseen  establecer.  Si  al  dar  la  hora 
del  medio  día  del  sábado  próximo,  el  día 
23  ík;  abril,  no  se  ha  conumicado  a  este 
( iobicrno  una  respuesta  satislactoi'ia  a 
esta  demanda  )'  resolucion<\s,  por  las 
taiales  se  obtenga  la  pacificación  deCait)a, 
el  Presidente  proceelerá,  en  el  acto  y  sin 

([ue  k;  otorga  el  (ojngresocn  dichas  k'cso- 
hiciones,  a  llevarlas  a  efecto,  —  Sm~HMA\. 

Una   copia   de  este    documcntcí    (ué 
f-Mitregada,  en   sus  propias  manos,  al  se- 
ñor Polo  de  Ikírnabé,  ministro  de  Iispaña  d.  í-ii>.  i'ui.,  .!-■  r..-M,:ii..''. 
en  Wáshingtcm,  quien,  en  el  acto,  sohk:itó 

sus  pasaportes,  entregando  a  la  Legación  de  Austria  los  asuntos  españoles;  pe 
rizaba  a  M.  Cambón,  embajaelor  de  Francia,  a  intervenir  im  dichos  asuntos. 

Ide  aquí  el  texto  de  la  carta  en   <pje  el  ndídstro   Polo   de  Pernabc  pedía   s 
])ortcs: 


iatamcn^ 
ando   un 


.EC  :\  CIO'N    1)  \í    ESP  A  N  A 


Wáshinuin 


iKqS 


¥>■ 


Sr,  Seirretario:  Las  Rt^soliiciones  a<kjf)tadas  por  el  ('ongreso  de  los  Lstad( 
os  de  América,  y  a¡irob;idas  hoy  por  el  Presidente,  son  de  tal  naturaleza,  < 
reséñela  en  Washington  se  hace  imposible,  y  me  obligan  a,  suplicar  a  ust(Ml 


i6  A  .     R  I  V  E  R  O 

tienda  mis  pasaportes.  La  protección  de  los  intereses  de  España  se  ha  encomendado 
al  embajador  de  Francia  y  al  ministro  de  Austria-Hungría.  Con  esta  ocasión,  por 
cierto  bastante  penosa  para  mí,  tengo  el  honor  de  reiterar  a  usted  las  manifestacio- 
nes de  mi  mayor  consideración. 

Luis  Polo  de  Bernabé. 

Al  Hon.  John  Sherman,  secretario  de  Relaciones  Exteriores  de  los  Estados  Unidos. 

Recibidos  sus  pasaportes,  el  vSr.  Polo  de  Bernabé  se  trasladó  por  ferrocarril  al 
Canadá. 

El  Ministro  Mr.  Woodford,  al  recibir  el  ultimátum  telegrafió:  <^Momentos  antes 
<le  presentar  al  Gobierno  español  el  ultimátum  de  los  Estados  Unidos,  fui  notificado 
que  las  relaciones  diplomáticas,  entre  las  dos  naciones,  quedaban  rotas;  he  recibido 
mis  pasaportes,  entregando  la  Legación  al  embajador  de  Inglaterra,  y  salgo  para  Pa- 
rís.» Seguidamente  tomó  el  tren  para  París,  tren  que  fué  apedreado  por  el  pueblo  en 
varias  estaciones,  y  asaltado  en  Segovia  por  los  cadetes  de  artillería,  que  subieron 
a  las  plataformas  al  grito  de  ¡Viva  España! 

La  Gaceta  de  Madrid  á^\  25  de  abril  dio  cuenta  al  pueblo  español  déla  ruptura 
de  hostilidades,  y  ese  mismo  día,  el  Congreso  americano  declaró:  «Que  un  estado 
de  guerra  existe,  y  ha  existido,  entre  el  reino  de  España  y  los  Estados  Unidos,  desde 
el  día  21.»  El  Presidente  llamó  a  las  armas  a  125.OOO  voluntarios,  y,  con  fecha  27 
del  mismo  mes,  lanzó  una  proclama  estableciendo  el  bloqueo  de  la  costa  Norte  de 
Cuba  y  del  puerto  de  Cienfuegos  al  Sur.  Ese  día  se  hizo  a  la  mar  la  Escuadra  ameri- 
cana del  Atlántico. 

El  22  de  abril,  el  cañonero  Nashville  había  cañoneado  y  capturado  al  vapor 
español  Buenaventura^  en  la  costa  Norte  de  Cuba,  conduciendo  su  presa  a  Cayo 
Hueso.  Este  acto,  de  verdadera  piratería,  anterior  a  la  declaración  de  guerra,  fué  cau- 
sa de  que  el  Congreso  americano  retrotrayese  la  fecha  de  la  ruptura  de  hostilidades 
al  21  de  abril. 


«^  Bandera  de  guerra  que  flameó  en  el  castíJlc»  de  Swi  Cristóbal,  de  San  Juan,  el  1 1  de  nirfvc.  de  iBg$.  Núiner* 
V47I  del  Católoijodel  Museo  de  Arlilleria^  i^  Bandera  de  ¡guerra  que  lh,me¿  en  el  castillu  del  Morro,  de  Sai 
Juan,  el  15  de  mayo  de  1898.  Nitiiiero  V4-1  del  Catálogo  del  Museo  de  AriilJcrhj^  V  Estandarte  del  ,  1  ^>  bat;r 
'•^'''«  úe  artillería  de  piara,  cuya  fuerza  eiibrió  las  bateria.s  de  San  Juan  dii,-ante  el  €ond><ite  del  1  2  de  mayo  de  i8c)?< 
^'úmero  ^.406  del  CMA\o^o  del  .Miií^eo  d^  ArtiJIerñi,  4^  Bandera  del  batallen  Voluntarios  de  Maya«üe/^  Níinieri 
4  q-i   del    Catálogo  del  Museo  de   Artillería 


CAPITULO  III 


CUMO  SURGIÓ  LA  IDKA  DE  TRAER  EA  GUERRA  A  PUERTO  RICO 


«Art,r  noUcias  dclcihisul  I  ¡anua  ■'  al  l^cparlaiHcnio 
de.  Eslddo  íto  se  f^a recen  a  las  que  vienen  de  i '.aba  v 
iian.  Iieciiú  una  gi'an  ¡mpresitñi  en  ios  eíratles  efnia- 
les.  El  cánsnl  dice  que  la  iiuioiiomia  en  Pueriú 
Riee,  í'iilimanienfe  conreJida  por  el  Goinerno  español 
ele  S.  /!/.,  iia  sido  proelamada  y  ha  de  ser  r^n  éxilo. 
FJ  pueldo  de  Paerlo  Rice  es  nn  pueblo  leal  \  pueí- 
Jico,  y  lodos  parecen  eonienlos  eon  ¡a  aulonumía  con- 
cedida por  !a  madre  pairia.í' 

{Wasliini:ion  Dailv  I'ejs/.  íibril,   iHqS.; 


(UCSTKíXKS  DE  líKNXA  \' •n'JDD.^.MAXIFlK.STO  DK  LA  CUI.UXIA  PORTORKK/H 'EXA 
DE  Xfl'A'A  YORK,     HOSl-OS  Y  IIETAXCIÍS 

I  UY  contados  portorricjiíeños  eran  partidarios  ele  la  anexión  áe. 
la  Isla  a  l<»s  Estados  Unidos;  los  Lugo  Viña,  l'^ajardo,  ralnie.r, 
Amy  (F).  ITancíscoi,  Besosa,  y  algunas  docenas  más  de  médi- 
cos o  ingenieros  c]ue  habían  cursado  sus  estudios  en  Univer- 
Sí^^^  sidades  americanas,  eran,  realmente,  anexionistas  y  fervientes 
admiradores  de  la  República  Xortcaniericana.  A  pesar  de  esto,  pocos  portorricpie- 
iK^s,  estudiantes  en  los  listados  Unidos,  tomaban  carta  de  naturaleza,  l'.s  necesario 
fijar,  en  este  Hl)ro  de  lilstoria,   las  razones   poderosas  cjue  pesaron  en  el  ánimo  del 


i8  A  .     R  I  V  E  R  O 

Presidente  Mac-Kinley,  para  que  él  y  su  Gobierno,  de  modo  imprevisto,  resolvie- 
ran capturar  a  Puerto  Rico. 

El  día  I O  de  marzo  de  1898,  y  cuando  el  pueblo  norteamericano  estaba  en  el  más 
alto  grado  de  exaltación  por  el  desgraciado  accidente  ocurrido  al  Maine^  el  doctor 
Julio  J.  Flenna,  portorriqueño  ilustre  y  sabio  médico,  que  residió  y  reside  en  Nueva 
York,  se  encaminó  a  Washington,  visitando  allí  al  Senador  por  Massachusetts, 
Mr.  Eodge,  a  quien  habló  de  llevar  la  guerra  a  Puerto  Rico  si  estallaba  el  conflicto 
hispanoamericano,  como  todo  inducía  a  creerlo.  Eodge  oyóle  con  interés,  y  le  acon- 
sejó visitase  a  Teodoro  Roosevelt,  en  aquella  fecha  Subsecretario  de  Marina.  Roose- 
velt,  carácter  impetuoso  y  aventurero,  recibió  afablemente  al  doctor;  leyó  la  carta  en 
que  el  senador  Eodge  se  lo  presentaba,  y  escuchó  las  sugestiones  y  probabilidades 
de  una  favorable  campaña  en  esta  Isla. 

Roosevelt  pareció  complacido,  y  confidencialmente  declaró  que  él,  encargado  de 
toda  la  preparación  de  la  probable  guerra,  íio  había  pensado  en  Puerto  Rico. 

«No  hemos  concedido  a  su  isla  un  solo  pensamiento,  ni  tengo  un  solo  dato  sobre 
ella.  Todas  nuestras  actividades  están  reconcentradas  en  Cuba,  futuro  teatro  de  las 
operaciones.»  Estas  fueron  sus  palabras  memorables.  El  doctor  Henna,  que  poseía 
por  su  ilustración  y  otras  bellas  cualidades  el  arte  de  persuadir,  habló  largamente; 
supo  halagar  al  futuro  coronel,  pintándolo  como  el  hombre  escogido  por  Dios  para 
llevar  a  todo  un  pueblo  las  bendiciones  de  libertad,  progreso  y  prosperidad.  Eeyó 
después  un  luminoso  informe  sobre  las  fuerzas  españolas  en  Puerto  Rico,  su  arma- 
mento, parques,  caminos,  puentes  y  ferrocarriles;  añadiendo  que,  caso  de  una  inva- 
sión, si  a  ella  cooperaban  él  y  sus  amigos,  el  país  en  masa  iría  alzándose  contra  el 
Gobierno  de  España,  a  la  vanguardia  de  las  fuerzas  americanas. 

El  Subsecretario  de  Marina,  levantándose,  echó  el  brazo  por  la  espalda  al  doctor, 
y  le  dijo:  «Usted  es  el  hombre  que  nos  hacía  falta;  Puerto  Rico  ocupará  desde  hoy 
lugar  preferente  en  los  planes  de  guerra  que  estamos  preparando.»  Llamó  a  los  jefes 
de  Marina,  Clover  y  Driggs,  y  a  una  taquígrafa,  quien  tomó  notas  de  la  conferencia, 
y  todos  oyeron  de  nuevo  al  doctor  Elenna.  Años  más  tarde,  alguien  pudo  leer  una 
copia  de  tan  notable  documento. 

El  doctor  Henna  y  Roberto  H.  Todd,  Presidente  del  Club  Separatista  Rius  Rive- 
ra, de  Nueva  York,  visitaron  nuevamente  a  Roosevelt,  al  mismo  Presidente  Mac- 
Kinley  y  a  otras  personas  prominentes,  insistiendo  siempre  en  sus  proyectos.  Roberto 
Todd  informó  durante  una  hora  ante  el  Comité  de  Guerra,  presidido  por  Roosevelt. 
El  mismo  Presidente  manifestó,  otro  día,  a  los  Sres.  Henna  y  Todd,  «que  él  estaba 
tan  interesado  por  Puerto  Rico  que,  si  la  guerra  se  declaraba,  el  Ejército  de  los  Esta- 
dos Unidos  operaría  contra  esta  islay>, 

Pero  ni  Elenna  ni  Todd  triunfaron  en  sus  deseos,  constantemente  expresados,  de 
que  ellos  y  otros  prominentes  portorriqueños  residentes  en  los  Estados  Unidos  to- 
maran parte  activa  en  la  invasión,  formando  parte  del  Estado  Mayor,  y  con  autoridad 


CRÓNICAS  19 

para  firmar  proclamas  y  otros  documentos.  Solamente  el  general  Stone,  de  Ingenie- 
ros, accedió  en  25  de  mayo  a  traer  consigo  un  limitado  número  de  portorriqueños, 
aunque  más  tarde,  y  sólo  en  parte,  cumplió  esa  oferta. 

Mattei  Lluveras,  Mateo  Fajardo  y  el  doctor  Rafael  del  Valle  hacían  también  tan- 
teos de  opinión  en  Washington.  El  12  de  julio  se  celebró  en  Nueva  York  una  asam- 
blea de  portorriqueños  en  la  que  se  tomó  el  acuerdo  de  ofrecerse  al  Gobierno  ame- 
ricano en  caso  de  invasión,  y  el  mismo  Henna  redactó  un  manifiesto,  bastante  ex- 
tenso, que  fué  entregado  por  Todd  a  Alger,  Secretario  de  la  Guerra,  quien  alabó  el 
documento,  afirmando:  «Que  estaba  muy  bien  escrito  y  dentro  del  espíritu  de  la 
Constitución  americana»;  y  añadió:  «que  él  no  podía  firmar  ese  manifiesto,  ni  creía 
que  el  Presidente  lo  firmaría;  pero  que  los  portorriqueños  podían  circularlo  por  su 
cuenta,  sin  necesidad  de  otras  autorizaciones.» 

En  estos  días  se  agitaba  en  Washington  un  portorriqueño  ilustre,  un  varón  sabio 
y  bueno,  el  famoso  educador  de  pueblos  Eugenio  María  de  Hostos.  Contrario  a  la 
anexión,  pero  separatista  convencido,  Hostos  volcó  todas  las  piedras  para  anular  los 
trabajos  de  Henna  y  Todd,  y  quitar  valor  y  eficacia  al  célebre  manifiesto.  Hostos  no 
tuvo  éxito;  habían  triunfado  Henna  y  Todd,  quienes  señalaron  a  los  norteamericanos 
el  rumbo  de  Puerto  Rico;  ellos,  y  sólo  ellos,  actuando  sobre  el  impetuoso  carácter  de 
Roosevelt,  iniciaron  una  sucesión  de  eventos  históricos  que  culminaron  el  1 8  de 
octubre  de  1 898  al  izarse  la  bandera  americana  en  los  castillos  de  San  Juan. 

Por  este  tiempo  el  doctor  Betances,  separatista  ferviente,  escribía  desde  París  al 
doctor  Julio  J.  Henna: 

«¿•Qué  hacen  los  portorriqueños.'^  ¿-Cómo  no  aprovechan  la  oportunidad  del  bloqueo 
para  levantarse  en  masa.í*  Urge  que  al  llegar  a  tierra  las  vanguardias  del  Ejército  ame- 
ricano sean  recibidas  por  fuerzas  portorriqueñas,  enarbolando  la  bandera  de  la  inde- 
pendencia, y  que  sean  éstas  quienes  les  den  la  bienvenida.  Cooperen  los  norteameri- 
canos, en  buena  hora,  a  nuestra  libertad;  pero  no  ayude  el  país  a  la  anexión.  Si  Puerto 
Rico  no  actúa  rápidamente,  será  para  toda  la  vida  una  colonia  americana.» 

Esta  famosa  carta  del  famoso  galeno,  fallecido  en  París,  y  cuyas  cenizas  reposan 
en  Cabo  Rojo,  me  permitió  copiarla  Eduardo  Lugo  Viña. 


20 


A  .     R  I  V  E  R  o 


S;3*fo8e0retaria 
Segando       negociad  o t 


Be   real   orden  comunicada  por 
el  Beiior 'Einistro  de  l&  Gaerra, 
se  '   servirá  ?#S«   permitir  qye  el 
ex^ Capitán  de  tótilleria  Don   án- 
gel Eivaro  íáendes, pueda  fisitax 
ese  ArchiTO  .exaininar   toda  clase 
de  áQCumentos fComo   tmnhlen  sacar 
copias  de  les   qae   crea  ne cesarle 
p  ar  a  3  c  g   e  íi  1ü  el  los   c;.)?:    r  e  a  I  i  s  a  #    '• 
Dios  guarde   a  ¥«S«   ituclios-  ariai?*! 
llsdrid   Yeintiuno  de   cet.ierrfcre  de 
mil  novecientos  ¥eintldos# 
Kl   Subsecretario 


Señor   ^eíe  del  Archive  Militar  de  SegoTia* 


Real  Orden  autorizando  al  autor  de  esta  Crónica    para  examinar  y  copiar,  cuanto  creyere  oportuno,  del  Archivo 
Secreto  de  Puerto  Kico,  custodiado  en  el  Alcázar  de  vSegovia.  Es  la  primera  vez  que  se  ha  concedido  permiso  tan  amplio. 


THE    NEW    YORK     HERALD. 


CAPITULO  IV 


«THE  NEW'  YORK  HERALD»  KK  PUERl'O  RICO 


MANUEL  DEL  VALLF.  ATILKS^^- WILLIA^I  FRKKWAX   IL4I.STEAn 


ESDE  antes  de  estallar  la  Guerra  Llispaiioaniericana  el  doc- 
tx^r  Manuel  del  Valle  Atiles,  portorriqueño  y  ciudadano  ame- 
ricano que  había  cursado  sus  estudios  de  cirugía  dental  en 
la  Universidad  de;  MicLiigan,  era  corresponsal  en  Puerto  Rico 
del  importante  diario  'f/íc  M:n'  York  1  lerahL  Por  este  mo- 
tivo Lis  autoridades  espafiolas  de  San  Juan  siempre  consi- 
derarotí  a  del  \''alle  como  persona  non  í^rata  y  en  todo  tiem- 
po lo  tuvieron  bajo  la  más  estricta  vigilancia  de  la  policía  secreta. 

A  fines  del   raes  de  marzo  de  1898,  el  diario  neoyorquino   le  envió  el  siguiente 
telegrama: 

Aía/¡ud  del  Valle,  San  Juan,  Pncrfn  Rifo.  ^^^  Diga  Jfalslead  nú  dehc 
violar  ¡as  ¡excs  de  Puerto  Rico.^^  Herald  \ 


El  anterior  despacho  se  refería  a  William  Freeman  llalstead,  corresponsal  viaje- 
ro de  aquel  periódico  en  esta  Isla,  el  cual  fué  sorprendido  el  día  14  de  marzo 
mientras  tomaba  fotografías  de  las  defensas  de  la  |.)laza  de  San  Juan.  Conducido 
al  castillo  del  Morro,  permaneció  allí  sin  vigilancia  más  de  una  hora,  sin  {]ue  se  le 


22  A  .     R  I  V  K  R  C> 

ocurriese  abrir  su  kodak  para  destruir  el  cuerpo  del  delito.  Al  siguiente  día  y  acom- 
pañado del  doctor  del  Valle,  fué  llevado  por  el  juez  militar  <le  so  causa  a  un  taller 
fotográfico,  y  una  vez  desarrolladas  las  placas,  aparecieron  vistas  excelentes  de  las  me- 
jores baterías,  mostrando  todos  sus  detalles. 

Como'.Halstead  era  subdito  inglés,   se  trató  de  conseguir  la  intervención  de  su 


cfmsul,  lorge  Finlay,  a  lo  ([ue  este  se  neg('>,  fuani ("estando  '<que  todo  el  que  viola  la 
ley  debe  atenerse  a  sus  consecuencias--»,  b'l  de  los  listados' Unidos,  Philip  C.  'Hanna, 
estuvo  presente  en  ciertos  trámites  del  proceso,  pero  solamente  fiara  garantizar  la 
intervención  del  subdito  del  Valle, 

Conducido  el  |irisioncro  a  la  Cárcel  Provincial  <le  Puerta  de  Tierra,  continuó  el 
sumario,  actuando  como  juez  instructor  el  teniente  coronel  Mayor  de  l'Iaza,  Francis- 
co ¡""igueroa,  auxiliado  por  el  sargento  Paulino  Sanjoaquíu,  que  hacía  de  secretario. 
Aunque  preso  y  muy  vigilado,  siguió  líalstead  enviando  int<-:resantes  cables  a  su 
periódico,  valiéndose  de  diferentes  ardides.  ("onu>  no  estaba  incomunicado,  su  amigo 
del  \'alle  lo  visitaba  con  bastante  frecuencia;  durante  las  visitas  acontecía  (lue  a  c%te 


C  ¡i  o  K  I  C  A  S  23 

muchas  veces  se  le  olvidaban  los  fósforos  y  entonces  el  prisionero  le  ofrecía  los  su- 
yos que  del  V'allc,  distraídamente,  se  guardaba  en  el  bolsillo.  Dentro  de  la  caja 
siempre  hal)ía  un  largo  cable  para  Ilie  Ñera  York  iJerald.  Quedaba  la  muy  difícil 
tarea  de  dar  curso  al  despacho,  porque  en  las  oficinas  cabkígráficas  de  San  fuan 
hal)ía  censor  militar. 

Un  aibañil,  conocido  por  el   apodo  de   Crucito,  hombre  de  confian>:a,  propor- 
cionado por  el  arquitecto  Armando  Morales,  era  el  encargado  de  llevar  y  expedir 


torios    ios   despachos    desde  St.  Thomas,  a  cuyo  puerto  ilia  en  un  bote 
del  jefe  del  resguardo  de  la  aduana  de  Naguabo. 

Otras  veces,  el  capitán  de  algún  bu(]uc  carbonero  inglés,  fondeado  en 
prestalia  libros  a  ilalstead,  los  cuales,  una  vez  leídos,  eran  devueltos  a  su 


ipie  nunca  pudieron  sospechar  los  vigilantes  de  I 


que  un  p-ran 


palabras,  subrayadas  con  lápiz  en  diversas  páginas,  fornuil)an,  al  ser  ord 
minucioso  despacho  para  The  iVrd'  York  llcralJ.  Sería  labcn*  muy  larga 
este  libro  los  diversos  procedinuentos  que  puso  en  práctica  este  repóiiei^ 
plir  sus  deberes  de  corresponsal,  siempre  con  gran  éxito. 

Kl  día  primero  de  abril  el  doctor  Francia,  Secretario  de  Gol)ierno, 
atenta  carta  oficial  a  del  Valle  para  (pie  se  presentase,  cnanto  antes,  al  ca] 
ral  Macías,  Verificóse  la  conferencia  en  el  Palacio  de  Santa  Catalina,  y  d 
<'l  Gobernador  trató  con  bastante  dureza  a  su  visitante»,  haciéndole  resp< 
todas  las  noticias  cablcgráficas  enviadas  desde  Puerto  Rico  al  Herald.  1 
'icusaclo,  y  como  prueba  de  su  inocencia,  mostrcS  un  despacho  de  su  peri 


el  puerto, 
tlueno.  Lo 
u'unero  de 
■nadas,  un 

relatar  en 


envK)  una 
5itá.i  gene- 
jrante  ella 
) usable  de 
'rotesté)  el 
ódico,  que 


p.írisal  del  mismo  //¿vy?/^/).' alguno  del  IFi 
Manuel  del  Valle;,  por<|Lie  a(|uéllos,  como 
nía  V  consejfjs.  í'omo  perlencicía  a  una  de 


acababa  de  recibir,  en  el  cual  se  le  po- 
día qtie  telegrafiara  algunas  noticias. 
Como  este  despacho  no  había  sido 
censurado,  el  liecho  costcj  la  cesantía 
al  telegrafista,  José  Calderón  Aponte, 
quien  lo  había  dejado  pasar  sin  aqu(d 
requisito  por  ser  el  destinatario  su 
amig-o  íntimo. 

El  general  Macías  terminé  la  con- 
ferencia con  estas  palaliras:  <^Si  usted 
no  varía  de  conducta  y  persiste  en  su 
misión  de  corresponsal  de  un  perió- 
dico enemigo,  estoy  dispuesto  a  tra- 
tarlo como  un  espía,  encerrándolo  en 
im  calabozo  del  Morro;  y  si  ya  no  lo 
he  hecho,  es  porque  me  detiene  la 
buena  amistad  f}ue  mantengo  y  el  res- 
peto que  me  inspira  su  hermano  Don 
l'Vancisco,  alcalde  de  la  ciudad.» 

La  circunstancia  de  encontrarse  f)or 
aquellos  días  en  San  Juan  otro  corres- 
'/f/,  hizo  sumamente  crítica  la  situación  de 
Ta  natural,  siempre  solicitaban  su  compa- 
las meiores  familias  de  Puerto  Rico  v  con- 


C  R  O  N  I  C  A  S 


taba  con  amigos  de  gran  inílueficia,  éstos  le 
aconsejaron,  reservadamente,  que  huyese 
cuanto  antes,  p<)r(]ue  su  prisión  estaba  decre- 
tada. Hl  día  7  de  aquel  niisnio  mes  recibió 
aviso  para  ([ue  fuese  a  bordo  del  vapor  llr- 
giiii'a,  fondeado  en  el  puerto;  cuando  subió  a 
dicho  buque,  encontró  en  él  al  cónsul  llanna 
rodeado  de  muchos  ciudadanos  americanos. 
Mr.  Manna  le  nuistró  un  despacho  cablcgráfico 
redactado  como  sigue:  «'Salga  de  Puerto  Rico, 
aguardando  órdenes  en  St.  Thonias  y  lleve 
consigo  cuantos  ciudadanos  americanos  quie^ 
ran  irse  de  la  Isla.»  líl  cable  estaba  firmado  por 
el  .Secretario  de  b'stado  de  los  listados  Unidos. 
El  doctor  Manu(d  del  Valle,  acompañado  de  su 
esposa  y  dos  niños,  se  trasladó  al  í'7r(f/«w, 
arreglando  con,io  pudo  sus  asuntos;  por  la  no-  wiiHam  i'nvman  \uú<u'.; 
che  salió  el  vapor,  recalando  al    puerto  de  h'a- 

jardo,  donde  tenía  que  recibir  un   cargaiuento  de  azúcar.   Como  el 
Veve,  vecino  nmv  prominente  de  aquella  población,  recibiera  noti< 


mu 


Santiagí 
iue  se  Ira 


y. 


26  A  .     R  I  V  E  R  o 

taba  de  detener  a  muchos  de  los  fugitivos,  fletó  la  goleta  Encarnación^  que  los  con- 
dujo a  todos  a  St.  Thomas;  algunos  permanecieron  allí  durante  todo  el  período  de 
guerra  y  otros,  como  del  Valle  y  sus  familiares,  continuaron  viaje  a  Nueva  York, 
donde  éste  siguió  colaborando  en  The  New  York  Herald  con  varias  informaciones 
sobre  las  defensas  y  tropas  de  Puerto  Rico,  noticias  que  eran  leídas  con  gran  inte- 
rés por  el  público  americano,  aunque  algunas  fueron  erróneas  o  incompletas,  según 
he  podido  ver  después  en  las  colecciones  del  aludido  periódico. 

En  vSt.  Thomas  estaban  también  por  aquellos  días  Mateo  Fajardo,  Jaime  Cor- 
tada, Javier  Mariani  y  el  doctor  Ros.  Contra  este  último  sintió  siempre  profunda  an- 
tipatía el  general  Ricardo  Ortega.  Recuerdo  que  el  día  del  bombardeo,  y  cuando 
más  arreciaba  el  fuego,  me  dijo:  «No  me  extraña  lo  bien  que  el  enemigo  parece  co- 
nocer nuestras  defensas;  indudablemente,  a  bordo  de  esos  buques  y  escondidos  den- 
tro de  sus  torres  acorazadas,  están  Manuel  del  Valle  y  Salvador  Ros  dirigiendo  a  los 
artilleros.» 

El  día  3  de  mayo  se  reunió  en  la  cárcel  el  consejo  de  guerra  para  ver  y  fallar  la 
causa  instruida  a  William  Freeman  Halstead  por  el  delito  de  espionaje  cometido 
dentro  de  una  plaza  fuerte  en  estado  de  guerra.  Yo  formé  parte  de  aquel  tribunal 
como  el  vocal  más  antiguo  del  mismo.  El  acusado  estaba  completamente  tranquilo, 
sentado  en  un  banquillo,  frente  a  sus  jueces,  con  las  piernas  cruzadas,  y  sonreía  a 
ratos,  como  si  le  complaciera  el  acto  que  se  realizaba.  Cuando  el  Fiscal,  en  nombre 
del  Rey,  terminó  su  alegato  pidiendo  la  pena  de  muerte  para  el  acusado  Halstead,  a 
quien  el  intérprete  oficial  traducía  el  discurso,  mostró  verdadera  alegría;  a  varios  nos 
pareció  que  aquel  hombre  estaba  loco  o  que  era  un  idiota.  I3espués  de  discutir  mu- 
cho tiempo  y  de  examinar  las  alegaciones  del  defensor,  capitán  de  artillería  Ani- 
ceto González,  le  condenamos,  por  unanimidad,  a  nueve  años  de  presidio  y  acceso- 
rias, de  vigilancia  por  la  policía,  durante  otro  período  igual. 

Puedo  afirmar  que  si  este  hombre  no  fué  fusilado  en  el  campo  del  Morro  lo  de- 
bió a  ser  subdito  de  Inglaterra;  pero  si  él  está  vivo,  y  tal  es  mi  deseo,  no  olvide  que 
el  día  3  de  mayo  de  1 898,  y  durante  algunas  horas,  su  cabeza  valió  menos  de  un 
dólar. 

Preso  estaba  aún  en  la  cárcel,  el  día  12  de  mayo,  cuando  un  proyectil  de  la  es- 
cuadra de  Sampson  lo  despertó  bruscamente,  produciéndole  heridas,  aunque  de  poca 
importancia.  El  día  20  fué  conducido,  a  pie  y  entre  bayonetas,  al  presidio  provin- 
cial, donde  ingresó  sujeto  a  todas  las  durezas  del  régimen  que  allí  se  observaba.  Den- 
tro del  uniforme  del  presidiario  vivía  siempre  el  repórter  de  pura  sangre  inglesa: 
pretextando  mal  estado  de  salud,  obtuvo  permiso  para  que  se  le  enviase  su  comida 
del  Píotel  Inglaterra  y  dentro  del  pan  sobrante  ocultaba  algunas  veces  los  originales 
de  sus  cables  que,  a  la  puerta  del  hotel,  eran  recibidos  por  Andrés  Crosas  o  por 
L.  A.  Scott,  dueño  de  la  planta  de  gas  fluido,  quienes  más  tarde  los  enviaban  a 
St.  Thomas. 


CRÓNICAS  27 

En  los  primeros  días  de  agosto  el  Evening  Telegram^  de  Nueva  York,  publico 
lo  siguiente: 

Al  corresponsal  del  Herald,  que  se  halla  preso  en  el  presidio  de  la  capital  de 
Puerto  Rico,  le  ha  permitido  el  Gobernador  General  Don  Manuel  Macías  expedir  el 
siguiente  despacho  a  The  New  York  Herald.  Es  el  primer  cable  que  llega  a  los  Es- 
tados Unidos  desde  que  aquella  ciudad  está  bloqueada,  y  creemos  es  debido  a  la  in- 
fluencia del  cónsul  inglés  en  San  Juan.  ^ 

«Estoy  escribiendo  en  la  celda  de  la  prisión  en  que  me  hallo,  y  hasta 
ahora  no  se  ha  intentado  averiguar  los  asuntos  de  que  trato.  Obtengo,  sí,  todas 
las  facilidades  posibles  en  las  circunstancias  actuales  para  adquirir  noticias  de  la 
ciudad. 

»E1  desembarco  de  las  tropas  americanas  en  la  Isla  ha  causado  gran  excitación 
entre  los  habitantes. 

»Por  espacio  de  algunos  días,  después  del  desembarco  por  Guánica,  ha  existido 
una  corriente  de  emigración  hacia  el  interior,  en  extremo  notable. 

»A  pesar  de  ello,  no  se  ha  registrado  el  más  mínimo  desorden  ni  el  más  leve  tu- 
multo. 

» Aquí  se  hacen  esfuerzos  supremos  y  con  actividad  grandísima,  para  rechazar  el 
ataque  que  se  espera  por  parte  de  los  americanos  y  que  suponen  sea  de  un  momen- 
to a  otro. 

»Todo  hace  creer  que  la  plaza  no  será  tomada  sin  que  haya  gran  efusión  de 
sangre. 

»Algo  se  ha  hablado  ya  respecto  a  la  rendición;  pero  las  tropas  españolas  han 
hecho  juramento  de  pelear  hasta  el  último  extremo. 

»Este  es  un  espectáculo  heroico,  pues  comparativamente,  no  puede  esperar  nada 
un  puñado  de  hombres  que  están  sitiados  por  una  escuadra  que  les  es  hostil,  que 
no  tienen  medios  de  adquirir  refuerzos  y  que  ya  sienten  la  escasez  de  provisiones  de 
boca  que  tampoco  pueden  obtener. 

»No  sólo  los  soldados  españoles  tienen  perdida  la  esperanza  de  recibir  auxilios 
de  España,  sino  también  los  naturales  del  país  que  están  con  ellos — es  decir  los  vo- 
luntarios— quienes  no  están  dispuestos  a  hacer  resistencia. 

»Entre  los  neutrales  hay  el  convencimiento  profundo  de  que  ha  llegado  el  ins- 
tante de  proclamar  la  paz,  a  fin  de  evitar  que  haya  más  pérdidas  de  vidas. 

»Además,  comprenden  que  la  ocupación  de  Puerto  Rico  por  los  americanos  es 
completamente  segura,  y  que,  por  tanto,  será  mejor  mantener  con  ellos  buena  armo- 
nía, en  beneficio  del  porvenir  de  la  Isla. 

»vSegún  las  noticias  que  aquí  han  llegado  acerca  del  ejército  americano  que  inva- 
de esta  tierra,  sábese  que  éste  está  moviéndose  en  dirección  a  la  capital,  sin  hallar  a 
su  paso  gran  resistencia. 

»Aquí  será  otra  cosa;  los  españoles  se  disponen  a  defender  bien  la  plaza. — Hal- 

STEAD.» 

1  El  Herald  ignoraba  los  medios  de  que  se  valió  Halstead  para  enviarle  este  cable;  y,  naturalmente, 
supuso  benevolencias  del  general  Macías,  que  no  existieron. — N.  del  A. 


28  A  .     R  I  V  E  R  o 


A  continuación  copio  varios  documentos  de  importancia  que  se  refieren  al  pro- 
ceso del  repÓ7'ter  de  T he  Neiv  York  Herald^  William  Freeman  Halstead,  y  en  los 
cuales  encontrará  el  lector  datos  bastantes  para  juzgar  de  la  intrepidez  e  inteligencia 
de  este  periodista  que,  enamorado  de  su  profesión,  se  jugó  la  vida  y  la  libertad  para 
servir  al  gran  diario  neoyorquino: 


H  O  J  A     li  I  S  T  O  R  ICO-  P  E  N  A  L 
Presidio  Provincial 

DE 

Puerto  Rico 

Ni'mero  45S4. 

^."  Brigada  j/  Clase 

Hoja  histórica  penal  del  confinado,  blanco,  William  Freeman  Halstead,  hijo  de 
William  y  de  Catalina,  natural  de  Hamilton,  Canadá,  ayuntamiento  de  Hamilton, 
juzgado  de  Instrucción  de  Hamilton,  Provincia  de  Ontario,  avecindado  en  Hamilton, 
Religión  protestante.  Profesión  periodista,  estado  viudo,  edad  27  años;  sus  señas  és- 
tas: estatura  alta;  cara  larga;  cejas  al  pelo;  pelo  castaño;  ojos  azules;  nariz  perfilada; 
boca  regular;  barba  regular;  instrucción  tiene. 

Señas  particulares,  una  cicatriz  pequeña  en  la  frente,  sobre  la  ceja  izquierda;  otra 
en  la  cara,  pómulo  derecho,  inmediata  al  ojo. 

Vicisitudes. — 10  mayo,  1 898.  Perteneciendo  a  la  clase  de  paisano  y  correspon- 
sal en  esta  isla  del  periódico  The  New  York  Herald^  de  New  York,  Estados  Uni- 
dos; fué  procesado  por  la  jurisdicción  de  guerra  de  la  Capitanía  General  de  la  Isla 
por  el  delito  de  espionaje,  cometido  en  esta  Plaza  el  día  1 4  de  marzo  de  este  año, 
habiendo  sido  sorprendido  cuando  se  disponía  a  sacar  unas  fotografías  de  puntos  del 
recinto  de  esta  Plaza,  habiéndosele  encontrado  varias  en  la  m.áquina  que  se  le  ocupó; 
y  sentenciado  en  Consejo  de  Guerra  ordinario  de  Plaza,  el  día  3  de  mayo  de  este 
año,  a  la  pena  de  nueve  años  de  presidio  mayor,  con  las  accesorias  de  sujeción  a  la 
vigilancia  de  la  autoridad  por  igual  tiempo,  e  inhabilitación  absoluta  temporal  en  su 
caso;  debiendo  declararse  decomisada  la  máquina  fotográfica  ocupada;  todo  con  arre- 
glo al  párrafo  segundo,  del  No  3.°  del  artículo  228;  ya  los  173,  1 74  del  Código  de 
Justicia  Militar;  12,  56,  71  del  Penal  ordinario  para  esta  isla  y  la  de  Cuba;  sin  que 
hayan  concurrido  en  la  comisión  del  delito  otras  circunstancias  atenuantes  ni  agra- 
vantes que  apreciar;  pero  sí  figura  en  el  parecer  del  Sr.  Auditor  de  (juerra  que,  por 
las  fotografías  ocupadas,  se  forma  cabal  juicio  de  la  defensa  con  que  cuenta  la  Plaza, 
y  de  la  manera  de  atacarla  por  mar,  precisamente  con  el  menor  riesgo  posible.  Di- 
cha sentencia  fué  aprobada  por  el  Excmo.  Sr.  Capitán  General  del  distrito,  en  lO  de 
mayo,  1 898,  y  en  la  misma  fecha  empezó  a  extinguir  la  condena,  resultando  cumplir, 


€  R  O  NICAS 


30  A  .     R  I  V  E  R  O 

según  la  liquidación  del  testimonio  en  9  de  mayo  de  1 907.  Ingresó  en  este  Presidio 
el  día  20  de  mayo  de  1 898,  procedente  de  la  Cárcel  de  esta  Capital. 

El  2°  Jefe  accidental, 

V.""  B.'',  Manuel  Carrera  (Rubricado). 

Rl    I.^^    y^f^   accidental, 

Serracante  (Rubricado). 

(Hay  un  sello  en  tinta  roja  que  dice:  —  «Comandancia  del  Presidio  Provincial  de 
Puerto  Rico.») 

Baja. —  1 7  de  agosto,  1898.  Fué  baja  en  esta  fecha  como  licenciado,  según  lo 
dispuesto  por  la  Superioridad,  cuyo  certificado  de  libertad  se  expidió  en  el  día  de 
ayer  fijando  la  residencia  en  esta  Capital,  la  que  eligió. 

El  2."   Jefe  accidental, 

Carrera  [Rubricado). 


T  E  S  T  I  M  O  N  I  O 

Paulino  Sanjoaquín  Domínguez,  Sargento  del  Batallón  Provisional  de  Puerto  Rico 
No.  3,  y  Secretario  de  la  causa  instruida  al  paisano  William  Freeman  Halstead  por 
el  delito  de  espionaje,  de  la  que  es  Juez  Instructor  el  teniente  coronel  de  infantería, 
Sargento  Mayor  de  la  Plaza,  Don  Francisco  Figueroa  y  Valdés. 

Certifico:  Que  a  los  folios  que  se  expresarán  de  dicho  proceso,  aparecen  una 
sentencia,  un  dictamen  del  Auditor  de  Guerra,  un  Decreto  del  Capitán  General  y 
una  diligencia  de  Notificación  que,  copiados  a  la  letra,  son  como  sigue: 

Sentencia'.  Folio  85. — P2n  San  Juan  de  Puerto  Rico  a  3  de  mayo  de  1898,  reunido 
el  Consejo  de  Guerra,  nombrado  para  ver  y  fallar  el  proceso  formado  al  paisano 
William  Freeman  Halstead,  acusado  del  delito  de  espionaje;  oídas  la  Defensa  y 
Acusación  Fiscal,  el  Consejo  declara  que  el  hecho  perseguido  constituye  el  delito  de 
espionaje,  comprendido  en  el  segundo  párrafo,  del  número  tercero,'  del  artículo 
doscientos  veintiocho,  del  Código  de  Justicia  Militar,  del  que  es  responsable,  como 
autor,  William  Freeman  Halstead  y  lo  condena  a  la  pena  de  nueve  años  de  presidio 
mayor,  con  la  accesoria  de  sujeción  a  la  vigilancia  de  la  autoridad  por  igual  tiempo;  e 
inhabilitación  absoluta,  temporal,  en  su  caso,  debiendo  declararse  el  comiso  de  la 
máquina  fotográfica  ocupada. 

Todo  de  conformidad  al  artículo  citado  y  a  los  173  y  174  del  mismo  Código;  y 
12,  56  y  71  del  Código  Penal  para  esta  Isla  y  la  de  Cuba. — Benigno  Aznar. — -Ángel 
RivERO. — Eduardo  Pérez  Ortiz. — Juan  Arboleda. — Francisco  de  Montesoro. — Ra- 
fael Navajas. — Adolfo  Mayalde  {Rubricados). 

Dictamen  del  Auditor. — Folios  ^"J  y  88.  (Hay  un  sello  que  dice: — «Auditoría  de 
Guerra  de  Puerto  Rico.») — ^Excelentísimo  Señor: — El  Consejo  de  Guerra  celebrado 
para  ver  y  fallar  esta  Causa,  declara  que  los  hechos  probados  constituyen  el  delito 
de  espionaje  penado  en  el  segundo  párrafo  del  número  tercero  del  artículo  228  del 


CRÓNICAS  31 

Código  de  Justicia  Militar,  y  que  es  responsable,  como  autor,  sin  circunstancias 
apreciables,  Wiliiam  Freeman  Halstead,  a  quien  condena  a  nueve  años  de  presidio 
mayor,  y  accesorias,  declarando  el  comiso  del  instrumento  del  delito. 

La  sentencia  está  conforme  con  los  méritos  del  proceso  y  con  las  disposiciones 
legales  que  le  son  de  aplicación  y  cita,  puesto  que  resulta,  en  efecto,  probado  que 
Willian  Freeman  Halstead  fué  sorprendido  cuando,  según  parece,  se  disponía  a 
tomar  unas  vistas  fotográficas  de  puntos  del  recinto  de  esta  Plaza;  y  en  la  máquina 
que  se  le  ocupó  fueron  encontradas  más  vistas  de  puntos  análogos,  mediante  las 
cuales  y  otras  cuatro  que  se  le  recogieron  en  el  equipaje,  adquiridas  en  una  fotogra- 
fía donde,  para  elegir,  se  le  presentaron  ciento,  aproximadamente,  se  forma  cabal 
juicio  de  la  defensa  con  que  cuenta  esta  Plaza  y  de  la  manera  de  atacarla  por  mar, 
pjrcisainente  con  el  7nenor  i^iesgo  posible. 

Según  los  informes  periciales,  no  cabe  la  menor  duda  de  que  el  procesado  es 
práctico  en  verificar  reconocimientos  militares  y  sabía  lo  que  hacía;  y  esta  circuns- 
tancia, sobre  que  la  presunción  de  los  hechos  penados  por  el  Código  se  reputan 
intencionados  mientras  no  se  pruebe  lo  contrario,  bastan  para  llevar  al  ánimo  el 
convencimiento  de  que  Willian  Freeman  Plalstead  es  responsable  del  delito  por  que 
el  Consejo  le  condena. 

Y  estando  esa  condena  dentro  de  lo  que  la  Ley  prescribe  en  su  grado  medio, 
según  corresponde  en  estricta  justicia,  cuando  no  sean  de  aplicación  circunstancias 
agravantes  ni  atenuantes,  opino  que  puede  V.  E.  servirse  aprobarla  y  disponer  que 
vuelvan  los  autos  al  Juez  Instructor  para  notificación  y  cumplimiento,  libramiento  de 
testimonio  y  redacción  de  hojas  estadísticas. 

V.  E.,  no  obstante,  resolverá  como  mejor  estime. — Puerto  Rico,  4  de  mayo 
de  1898. — -Excelentísimo  Señor. — José  Sánchez  del  Águila  {Rubricado). 

Decreto  del  Capitán  General.  Folio  88  vuelto. — (Hay  un  sello  que  dice: — «Capi- 
tanía General  de  Puerto  I^ico.  —  Estado  Mayor.»)  —  Puerto  Rico,  lO  de  mayo 
de  1898. 

De  conformidad  con  el  anterior  dictamen,  apruebo  la  sentencia  del  Consejo  de 
Guerra  que  ha  condenado  a  Wiliiam  Freeman  Plalstead  a  nueve  años  de  Presidio 
Mayor  y  accesorias  que  en  ellas  se  citan,  por  el  delito  de  espionaje;  para  su  cum- 
plimiento y  demás  que  se  propone,  vuelva  esta  causa  al  Juez  lustructor. — Manuel 
Macías  {^Rubricado). 


Notificación. — Folio  89. — En  la  Cárcel  de  Puerto  Rico,  a  1 1  de  mayo  de  i^ 
compareció,  ante  el  Señor  Juez  y  Secretario  el  reo  Wiliiam  Freeman  Halstead;  y 
presente  también  el  intérprete  Don  Manuel  Paniagua  y  Vigo,  le  recibió  a  éste 
juramento,  según  su  clase,  de  traducir  fiel  y  literalmente,  al  reo,  la  sentencia  y  de- 
creto de  aprobación.  Y,  habiéndolo  efectuado,  manifestó  el  intérprete  que  el  reo 
quedaba  enterado  de  haber  sido  condenado  a  nueve  años  de  Presidio  Mayor  y  que 
pedía  copia  de  la  sentencia,  la  cual  se  le  faciütó. 

Y,  de  haber  sido  notificado,  firmó  con  el  Juez,  Intérprete  y  Secretario  que  certi- 
fico, W.  Freeman  Halstead.  —  Francisco  Figuekoa. — -Manuel  Paniagua.  —  Paulino 
Sanjoaquín  [Rubricado). 


32  A.     R  I  VER  o 

Y,  para  que  conste  y  surta  sus  efectos,  haciendo  constar  que  el  reo  es  hijo  de 
Wiüiam  y  de  Catalina,  natural  de  Hamilton,  Canadá,  de  profesión  periodista,  de 
estado  viudo  y  de  veintisiete  años  de  edad,  expido  la  presente,  de  orden  del  Señor 
Juez,  y  con  el  Visto  Bueno  del  mismo. 

En  Puerto  Rico,  a  i6  de  mayo  de  1898. 

V.°  B.°,  Paulino  Sanjoaquín  (Rubricado). 

El  yuez   Instructor, 

FiGUEROA  {Rubricado). 


ORDEN  DE   ENCARCELAMIENTO 

Puerto  Rico,  mayo  16,  1898. 

Señalado  por  el  Ilustrísimo  Sr.  Secretario  de  Despacho  de  Gracia  y  Justicia  y 
Gobernación,  el  Presidio  Provincial,  para  que  extinga  su  condena  el  procesado 
William  Freeman  Halstead,  pase  el  presente  Testimonio  al  Sr.  Jefe  de  dicho  Estable- 
cimiento a  los  efectos  consiguientes. 

El  Subsecretario, 

José  de  Diego  {Rubricado). 

(Hay  un  sello  que  dice: — «Secretaría  de  Gracia  y  Justicia  y  Gobernación. — - 
Puerto  Rico.») 

CARTAS   SORPRENDIDAS  AL  PRISIONERO 

Excmo.  Sr.  Gobernador  de  Puerto  Rico. 

Excmo.  Sr.: — Adjunta  tengo  el  honor  de  remitir  a  V.  E.  una  carta  que  suscribe 
el  confinado  de  este  Presidio  Provincial  William  Freeman  Halstead,  y  que  dirige 
al  Sr.  J.  B.  Cranford,  Cónsul  Británico  en  San  Juan,  y  el  sobre  de  la  misma,  que 
contiene  otro,  pegado  en  el  interior,  y  que  se  encuentra  escrito  con  lápiz,  todo  un 
frente,  en  idioma  inglés. 

Habiendo  llamado  la  atención  de  esta  Comandancia,  la  forma  en  que  se  ha  que- 
rido ocultar  el  sobre  manuscrito,  intentándose,  probablemente,  comunicar  al  señor 
Scott,  a  quien  va  dirigido,  noticias  que  pudiera  interesar  su  conocimiento,  reclamé 
del  intérprete  del  Gobierno  la  traducción  de  ambos  documentos,  verificado  lo  cual,  y 
con  certificación  de  la  misma,  que  tengo  el  honor  de  acompañarle,  doy  cuenta 
a  V.  E.,  permitiéndome  llamar  su  atención  acerca  del  contenido  de  los  manuscritos 
del  expresado  sobre. 

V.  E.,  en  su  vista,  se  servirá  resolver  lo  que  estiaje  procedente,  significándole 
que  dicho  preso  fué  sentenciado,  por  la  jurisdicción  de  Guerra,  de  la  Capitanía  Ge- 
neral de  esta  Isla,  por  delito  de  espionaje,  a  la  pena  de  nueve  años  de  Presidio  Mayor. 

Dios  guarde  a  V.  E.  muchos  años. 

San  Juan,  Puerto  Rico,  11  de  julio  de  1898. 

El  Jefe  accidental, 

Bartolomé  Serracante  {Rubricado), 


CRÓNICAS.  33 


TRADUCCIÓN  DEL   DOCUMENTO  NÚM.   i 

San  Juan,  Puerto  Rico,   lo  julio,   1898. 

Al  Hon.  J.  B.  Cranford,  Cónsul  Británico,  San  Juan. 
Muy  Sr.  mío: — 

Le  estimaré,  como  un  gran  favor,  el  que  Ud.  obtenga  de  la  autoridad  competen- 
te, permiso  para  remitir  el  siguiente  telegrama  al  Herald,  de  donde  lo  transmitirán 
a  mi  familia:  «Beunet. — New  York. — Estoy  bien.» 

Si  se  permite  transmitir  el  telegrama  con  mi  firma,  no  cobrarán  nada  en  la 
oficina  del  Cable  de  esta  ciudad.  De  otro  modo,  Mr.  L.  A.  Scott  tendrá  la  bondad 
de  reembolsarle  a  Ud.  el  importe  del  mensaje. 

Queda  de  Ud.  S.  S.  S., 

W.  Freeman  Halstead  {Firmado), 


TRADUCCIÓN  DEL  DOCUMENTO   NÚM.   2 

Querido  Sr.  Scott:  — 

Con  las  fuerzas  invasoras,  seguramente  vendrá  una  hueste  de  corresponsales  que 
asaltarán  las  oficinas  del  Cable.  Estamos  en  el  complot  y  debemos  ser  los  primeros 
en  el  Cable.  Yo  no  seré  de  mucha  utilidad  encerrado  aquí,  y  si  Ud.  está  dispuesto, 
yo  lo  estoy  para  poner  en  Ud.  toda  mi  confianza.  Será  gran  cosa  si  podemos  batir 
a  los  otros;  lo  primero  que  yo  indicaría  sería  sobornar  a  uno  de  los  operadores  del 
Cable.  Ofrézcale  Ud.  la  cantidad  razonable  que  pida,  por  enviar  telegramas  privados,, 
por  cuenta  mía,  sin  que  sean  sometidos  al  censor, 

Explíquele  que  nosotros  le  exigimos  eso  solamente  cuando  los  yankees  estén 
acampados  fuera  de  la  Ciudad,  y  ésta  tomada;  así  es  que  entonces  se  podrá  dar 
cualquier  explicación,  porque  si  lo  descubriesen  las  autoridades,  no  habría  censor 
ni  riesgo. 

Un  mensaje  remitido  desde  una  ciudad  sitiada  sería  una  gran  cosa. 

El  día  en  que  la  ciudad  sea  tomada,  si  somos  los  primeros  en  hacer  uso  del 
cable,  deberíamos  poner  el  primer  mensaje  tan  largo  como  sea  posible,  de  modo  que 
el  Cable  esté  ocupado  hasta  que  el  segundo  despacho  del  Herald  llegue;  es  también 
conveniente  que  lo  arreglemos  de  modo  que  tengamos  acceso  al  Cable,  después  de 
las  horas  de  oficina,  en  caso  de  un  ataque  nocturno. 

Si  Ud.  conoce  algún  fotógrafo  astuto  y  digno  de  confianza,  ofrézcale  lo  que  le 
pida  por  fotografías  hechas  durante  el  sitio]  le  compraremos  todas  las  que  saque;  él 
podrá  vender,  luego,  muchas  más,  como  recuerdo.  Pruebas  no  ampliadas,  bastarán; 
pero  las  necesitamos  para  el  primer  vapor  que  pueda  salir. 

Si  hay  algún  riesgo  o  dificultad  en  que  Ud.  pueda  transmitir  los  partes,  hágala 
firmado  por  mí.  Si  se  necesita  dinero,  giraré. 

Halstead  {Firmado). 


34  A  .     R  I  V  E  R  O 


CERTIFICACIÓN 

Don  Manuel  Paxiagua,  Intérprete  del  Gobierno  General  de  Puerto  Rico. 

Certifico: — Que  la  traducción  que  antecede,  de  documentos  marcados  No.  I  y  2, 
es  fiel  y  literal,  concordando,  en  todas  sus  partes,  con  los  originales  adjuntos  a  que 
me  remito.  Y  en  testimonio  de  lo  cual,  libro  la  presente  en  San  Juan  de  Puerto 
Rico,  a  II  de  julio  de  1898. —  Manuel  Paniagüa  {Rubricado). 

(May  un  sello  en  tinta  que  dice: — «Interpretación  de  Lenguas  del  Gobierno 
General.») 

ORDEN  DE  VIGILANCIA   RlGl'ROSA 

CtOBÍERNO     CtENERAL 
I)R   I. A 

Isla    de    Puerto   Rico 

Secretaría. 
NKGor;iAi>()    S.    S. 

Ni' MERO    2Ót). 

lil  Excmo.  Sr.  Capitán  General  dice  al  Excmo.  Sr.   Gobernador  General,  con  fecha 
21  del  aclual,  lo  siguiente: 

«Excmo.  Sr.:  — ■ 

P^n  vista  del  escrito  de  V.  E.  del  12  del  actual,  opino  que  el  confinado  William 
Freeman  Halstead  sea  muy  vigilado  de  cerca  y  se  le  sujete  a  las  mayores  privacio- 
nes cjue  autoricen  los  reglamentos,  dentro  de  la  condena  que  extingue;  y  con  tal 
objeto,  ruego  a  V.  E.  se  sirva  dar  las  órdenes  correspondientes.» 

Lo  que  traslado  a  Ud,  a  los  efectos  indicados. 

Dios  guarde  a  Ud.  muchos  años. 

Tuerto  Rico,  julio  22,   1898. 

I^.  Francia  [Rubricado). 
Sr.  Comandante  I. ^^' Jefe  del  Presidio  Provincial. 

Con  fecha  14  de  agosto,  1898,  el  mismo  día  que  el  general  Brooke  comunicó 
al  General  Macías  la  noticia  del  armisticio,  y  merced  a  los  trabajos  del  cónsul 
inglés,  de  vScott,  Crosas  y  del  mismo  Brooke,  Halstead  fué  indultado.  He  aquí  el 
texto  de  la  comunicac.ón: 

Habiendo  indultado  en  nombre  de  S.  M.  el  Rey  (q.  D.  g.)  al  subdito  inglés 
William  Freeman  Halstead,  de  la  pena  total  que  sufre  en  ese  establecimiento  de 
nueve  años  de  presidio  mayor,  y  accesorias,  que  se  le  impuso  en  7  de  mayo  último, 
por  el  delito  de  espionaje,  sírvase  Ud.  ponerlo,  desde  luego,  en  libertad,  dándome 
conocimiento. 

Dios  guarde  a  Ud.  muchos  años. 

Ma  cías  ( Ru  b  rica  do) . 


<;  K  (.)  X  1  C  A  S  ^5 

liste  misino  día  sali<)  del  presidio  este  corresponsal  que  hace  recordar  con  sus 
actuaciones  el  descripto  por  Julio  Verne  en  una  de  sus  más  famosas  novelas. 

Manuel  Carrera  Sánchez,  Cajjataz  Max-or  del  Presidio,  expidió  un  certificado  en 
([ue  hace  constar  que  el  confinado  observó  siempre  Iniena  conducta,  y  (pie  el  resto 
de  sus  haberes,  que  se  le  entregaron,  fué  de  ochenta  y  nueve  centavos. 

hVancisco  Acosta,  por  substitución.  Secretario  de  (}rac¡a  y  justicia,  envió  al  Jefe 
de!  Presidio  el  Certificado  de  rjbertad,  con  fecha,  lO  de  agosto,  cuando  llalstead, 
que  estaba  enfermo,  hal)ía  ingresado  en  la  clínica  del  doctor  Ordóñez. 

Id  anterior  documento  fué  enviado  des})ués  al  Alcalde  accidental  de  San  luau,  con 
fecha  20  de  agosto.  Diclia  autoridad  era  ü.  Fermín  .Martínez  Villaniil. 

y  aquí  ternnua  la  historia,  llena  ile  accidentes,  de  este  r(f(>ríer  de  pura,  sangre 
inglesa.  1  lizo  cuanto  quiso  y  más  de  lo  que  podía  en  a{|uellos  tiempos.  Su  c:d.)eza  le 
olio  a  pólvora,  como  reza  el  dicho  miHtar.  En  rigor  de  verdad,  .no  era  un  espía;  pero 
con  arreglo  al  Código  M'ilitar  español  lué  reo  de  espionaje.  Salvó  su  vida  el  no  ser 
subdito  americano. 


A  .    K  1  y  v.  k  ( } 


fvl. 

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M.:\ 

CAPITULO  V 


PRf-PARAClOX    DI^    LA    crHRRA    EX    rUERTO    RTCí) 


Sl'SPEXSfUX    DE    EAS    CARAXl'lAS    CT^XS  rri\  j  "inXAl,l-;s. IJ«A'    MARCIAL 

I 'k  orí.  AMAS 


rs-n  los  ¡irticulos  42  y  5 
ínnicn  y  g-()l)i(>riu>   de  esfa 

.irli'culos  4,  5,  (>  y  O,  y  párr;itr)s  1,2  y  3  dc^l  artículo  I  3  de.  la  Const it ucii'ai  del  l'.slado. 

Ainí.-rLo2."     l)esde<>sta  l.-clia  se  a|)Hcará,ron  todo  rio'crja  Loy  de  Orden  Piil)licc 

(»■!  23  de  abril  de  i8;o,  que  se  piihlieará  de  nuevo  en  la  C\irr/,t  de  esta  ¡sla.^^^AI.uiAso 


estado  de  guerra.  L'n  piquete  de;  f\ierza  a' 
al  mando  de  un  oficial,  rcaairría  cada  utia  ci 

iin  eaho  o  sar^ifento,  de  buena,  vo/,  llamado  />,raí.o///r/v.e  d;i 


os  pu.'blos  de  la  isla,  la  Ley  Marcial  < 
a,  pr(H:íalido  de  cornetas  y  tamb.are.^ 
f>í»bIaeioncs,  ílelenidndose  en  las  plaza 
le  atentaón,  redoblaban  los  tambores  ^ 


A  .     R  I  V  E  R  O 


«GOBIERNO   GENERAL   DE   LA   ISLA  DE   PUERTO    RICO 


DoK  Manuel  Macías  y  Casado,  teniente  general  del  ejército  y  capitán  general  del 
distrito  de  Puerto  Rico,  etc.,  etc. 

Hago  saber: 

Que  suspendidas  las  garantías  constitucionales  por  Decreto  de  ayer,  y  en  pre- 
visión de  acontecimientos  que  pudieran  poner  en  peligro  la  seguridad  del  territorio^ 
o  de  que,  lo  que  no  es  de  esperar,  intentara  alguien  alterar  el  orden  público  en  estos- 
momentos,  por  más  que  abrigo  el  convencimiento  de  que  si  tal  caso  ocurriera,  los 
leales  habitantes  de  esta  isla  sabrían  impedirlo,  demostrando  así  que  son  dignos 
descendientes  de  los  que  en  otro  tiempo  supieron  luchar  y  derramar  su  sangre  en  de- 
fensa de  la  integridad  nacional. 

Ordeno  y  mando: 

Artículo  l.^  Se  declara  en  estado  de  guerra  este  distrito  militar,  asumiendo 
las  facultades  extraordinarias  que  las  disposiciones  vigentes  me  conceden. 

Artículo  2.°  Los  reos  de  los  delitos  de  traición,  espionaje  contra  el  derecho  de 
gentes,  devastación,  saqueo,  rebelión,  sedición  y  sus  conexos;  los  de  robo  en  cua- 
drilla, incendio  en  despoblado,  los  que  tiendan  a  interceptar,  por  cualquier  medio,. 
las  vías  de  comunicación  y  los  que  afecten  directa  o  indirectamente  al  orden  pública 
o  a  la  seguridad  del  territorio,  serán  juzgados  por  los  tribunales  militares  y  castiga- 
dos con  todo  el  rigor  que  las  leyes  establecen,  procediéndose  en  juicio  sumarísimo 
en  los  casos  que  corresponda. 

Artículo  3.^  Se  intima  a  los  que  de  cualquier  manera  intentaren  alterar  el  orden 
público,  a  que  inmediatamente  depongan  su  actitud,  en  la  inteligencia  de  que  se 
hará  uso  de  las  armas  para  disolver  cualquier  grupo  que  pudiera  formarse. 

Artículo  4.''     Se  prohibe  la  publicación  de  todo   folleto,  hoja  suelta,  cartel  y 
periódico,  sin  el  competente  permiso  de  la  autoridad  militar  o  de  la  judicial  o  local 
en  los  puntos  donde  aquéllas  existan,  a  cuyo  efecto  los  directores  de  las  expresadas, 
publicaciones  remitirán,  con  la  anticipación  necesaria,  tres  ejempla- 
res de  las  mismas,  uno  de  los  cuales  se  les  devolverá  con  la  apro- 
bación, si  la  merecen. 

Artículo  5-°  Queda  asimismo  prohibido,  en  absoluto,  la  publi- 
cación de  noticias  relativas  a  organización  de  las  fuerzas  marítimas 
y  terrestres  de  la  Nación  y  a  sus  obras  de  defensa,  así  como  las 
que  se  refieran  a  operaciones  de  campaña  y  movimiento  de  tropas 
y  el  propalar,  de  cualquier  manera,  especies  que  puedan  infundir 
iir-C~~H  I  i^lK 'isf'v)!^  disgustos  o  tibieza  entre  el  elemento  armado,  o  que  tienda  directa  o 
L\   A  I  R^'^irlK  ll     indirectamente  a  favorecer  a  los  enemigos  de  la  patria. 

Artículo  ó.'^     El   Consejo  de  secretarios,  las  autoridades  que 
||/    de  él  dependan  y  los  Tribunales  ordinarios  seguirán  en  el  ejercicio 
de  sus  funciones  en  cuanto   no   se  oponga  a  lo  establecido  en  este 
bando. 

Puerto  Rico,  22  de  abril  de  1898. — Magias.» 


c;  R  (.)  \  1  C  A  s 


Los  hombres  que  componían  el  Consejo  de  Secreta- 
rios del  (lobicrno  Aiitonómico  de  Puerto  Rico,  res- 
pondiendo al  juramento  prestado  y  a  los  altísimos 
deberes  que,  voluntariamente,  habían  contraído,  hicie- 
ron oír  su  voz  en  la  proclama  que  sigue: 

EL  CONSEJO  DE  SECRETARiCS  DEL  CiOIUERXü 
INSULAR  L)L:   PrERTi.)    RICO 

Al  Frf-;iiLO  i>k  la  coloxia: 

!\)r  un  triste  decreto    del  destino,    la    impkintacicÁn 
del  régimen  autonómico  viene  a  coincidir  con   la  proxi- 
midad, ya  visible,  de  una  guerra  en  que  ICspaña,  en  sus       ri„;,i„  k-í.-,,  n\  ,-<tH-\:ir  •■>  cmücio: 
territorios  de  América,  hichará,   no  sólo  por  sus  intere-       -'"''."  "«^'■"■'"•''■>'^ '-^'•i'<^-^,  ]■■•;.•  s<--vcm 
ses,  que  son  grandes,  sino  por  su  honra  y  su  dereclio,        muím.z  Rivera,  i-raiu-is.-»,  Mariai... 
que  es  preciso  salvar  a  toda  costa.  La  amenaza  extran-  i^i^non^^  y  Mamu-i  iM^numarz 

jera,  la  imposición  insensata,  el  alarde  de  poder,  suble- 
van el  espíritu   nacional  y  hacen  de  cada  español  un  héroe  dispuesto  a  dar  la  vida 
por  el  honor  y  por  la  patria. 

lü  pueblo  de  Puerto  Rico  demostró  siempre  que  ama  la  paz;  pero  demostró  tam- 
bién que  sabe  mantenerse  en  la  guerra  digno  de  su  raza  y  de  su  historia.  Jamás 
holló  nuestros  hogares  la  planta  vencedora  de  un  extraño.  I'ai  nuestros  castillos  no 
llameó  nunca  otra  bandera  que  la  bandeni  liicolor  de  nuestros  padres.  Cuando  las 
escuadras  enemigas  arrojaban  a  estas  costas  legiones  de  com!>atiente^s,  las  matronas 
p{)rtorrif|ueñas  enviaban  a  sus  hijos  a  pelear  y  a  morir  antes  que  someterse  a  la  infa- 
mia de  un  ultraie  o  a  la  vergi'ienza  de  una  conquista. 

El  Consejo  bisular,  esperando  que  no  será  preciso  nmovar  antiguas  proezas  ni 
reverdecer  laureles  añejos  confía  en  que,  llegada  l:i  horade  los  sacrificios  necesarios, 
ningún  patriota  olvidará  sus  deberes.  No  somos  culpables  de  la  lucha,  ni  la  provocó 
nuestra  tierra,  ní  le  dieron  origen  nuestros  actos.  Pero  ni  la  rehuímos  ni  la  tememos, 
{)orque  sabríamos  responder  a  la  fuerza  con  la  fuerza  y  probar  al  mundo  que  en  este 
archipiélago  no  degenera  la  sangre  que  fecundó  las  campiñas  de  ambos  hemislerios 
americanos  en  los  gloriosos  días  de  Pizarro  y  d(!  Cortés. 

Si  defendimos  altivamente  a  la  metrópoli  en  los  tiempos  obscuros  <lel  sistema 
cfílonial,  la  defendértenos  bravamente  en  los  tiempos  felices  del  sistema  autonómico, 
f.ntonces  nos  impulsó  el  afecto;  ahora  nos  impulsan  el  afecto  y  la  gratitud.  Afiiertos 
a  la  esperanza  todos  los  horizontes,  i;umplidos  en  la  ley  todos  los  ide;iles,  la  genero- 
sidad castellana  aquilata  la  lealtad  portorritpieña.  Y  si  antes  nos  ¡lareció  un  ofirobio 
la  tacha  de  traidores,  hoy  nos  parece  un  oprobio  y  una  mengua  la  tacha  de  traidores 
y  de  ingratos. 

Al  empeñarse  la  contienda,  el  Consejo  Insular  no  duda  déla  victoria.  La  Armada 
y  (!l  Ejército,  fieles  a  sus  tradiciones  militares,  ocuparán  la  vanguardia.  \  el  pueblo) 
que  juega  su  porvenir  en  los  combates  a  que  se  nos  provoca,  dará  sus  recursos  }■  sus 


40  A  .     R  I  V  E  R  O 

"hombres,  su  fortuna  y  su  existencia,  sin  vacilación  ninguna,  desdeñoso  del  peligro  y 
satisfecho  de  ofrecerse  en  holocausto  a  los  más  nobles  sentimientos  de  lealtad  y  de 
hidalguía.  Vemos  desde  aquí  con  orgullo  a  nuestros  hermanos  de  Europa  que  se 
aprestan  a  vencer  o  a  sucumbir  y  queremos  confundirnos  con  ellos  en  el  éxito  triun- 
fal de  las  armas  españolas. 

Colocados  por  la  naturaleza  en  el  centro  de  las  próximas  batallas,  nuestra  ener- 
gía presente  podrá  medirse  por  nuestra  eterna  templanza.  No  renunciaremos  jamás 
a  la  bandera  que  protegió  nuestras  cunas  y  protegerá  nuestros  sepulcros.  Descanse 
la  isla  entera  en  la  razón  que  es  toda  de  España,  y  dispóngase  a  secundar  con  efica- 
cia la  acción  directora  del  Gobierno  y  a  sostener  con  denuedo  el  nombre  augusto  y 
la  soberanía  indiscutible  de  la  patria. 

San  Juan  de  Puerto  Rico,  22  de  abril  de  1 898. — Francisco  Mariano  Quiñones. — 
Luis  Muñoz  Riveka. — Manuel  Fernández  Juncos. — -Juan  Hernández  López. — Manuel 
F.  RossY. — José  S.  Quiñones. 

Este  notable  documento,  que  causó  profunda  sensación  en  toda  la  Isla,  fué  redac- 
tado por  el  abogado,  miembro  del  Consejo,  D.Juan  Hernández  López,  y  mereció  que 
todos  sus  compañeros  lo  aprobasen  sin  una  sola  enmienda. 

El  23  de  abril  publicó  el  general  Macías  la  siguiente  proclama: 

«HABirANTES  de  Puerto  Rico: 

Ha  llegado  el  día  de  prueba,  la  hora  de  las  grandes  resoluciones  y  de  los  gran- 
des heroísmos.  La  República  de  los  Estados  Unidos  confiada  en  sus  poderosos  re- 
cursos materiales  y  en  la  impunidad  con  que  ha  podido  alentar  hasta  hoy  la  guerra 
separatista,  ha  votado  en  su  Cámara  la  intervención  armada  en  la  Isla  de  Cuba,  rom- 
piendo las  hostilidades,  hollando  los  derechos  de  España  y  el  sentido  moral  de  los 
pueblos  civilizados.  Es  un  hecho  la  declaración  de  la  guerra,  y  del  mismo  modo  que 
sus  fuerzas  navales  encaminan  su  acción  a  la  Isla  de  Cuba,  se  dirigen  a  Puerto  Rico, 
donde  seguramente  se  estrellarán  enfrente  de  la  lealtad  y  el  valor  de  sus  habitan- 
tes, que  preferirán  sucumbir  mil  veces  antes  de  rendirse  a  las  armas  de  los  usurpa- 
dores. 

No  imaginéis  que  la  metrópoli  nos  abandona.  Sigue  con  entusiasmo  y  fe  nuestros 
movimientos  y  viene  en  nuestra  ayuda.  Las  escuadras  están  dispuestas  al  combate; 
las  fuerzas  todas  apercibidas  y  los  mismos  mares  surcados  por  Colón  en  sus  glorio- 
sas carabelas  serán  testigos  de  nuestras  victorias.  No  permitirá  la  Providencia  que 
en  estas  tierras  descubiertas  por  la  raza  hispana  dejen  de  repercutir  los  ecos  de  su 
idioma,  desapareciendo  el  flamear  de  nuestras  banderas. 

Habitantes  de  Puerto  Rico:  ha  llegado  el  momento  de  los  heroísmos  y  de  con- 
testar, fuertes  en  la  razón  y  la  justicia,  a  la  guerra  con  la  guerra. 

¡Viva  Puerto  Rico  siempre  Español! 

I  Viva  España! — Macías.  » 

El  país,  como  un  solo  hombre,  se  puso  en  pie  de  guerra  respondiendo  a  la  lla- 
mada del  representante  de  la  Corona  de  España  y  de  sus  consejeros  insulares. 


CRÓNICAS  41 

Hombres,  mujeres  y  hasta  niños  ofrecieron  su  vida,  su  oro  y  el  trabajo  de  sus 
brazos.  No  faltó  un  solo  pueblo;  todos  formaron  guerrillas  voluntarias,  secciones  de 
macheteros  y  auxiliares.  La  Cruz  Roja,  impulsada  desde  San  Juan  por  su  delegado 
Manuel  Fernández  Juncos  y  por  una  dama  de  noble  corazón  y  talento  preclaro,  Do- 
lores Aybar  de  Acuña,  inteligentemente  secundados  por  los  demás  miembros  de  la 
benéfica  Institución,  realizó  en  Puerto  Rico  un  trabajo  tan  excepcional  y  efectivo 
como  jamás  podrá  igualarse  en  ningún  otro  tiempo. 

La  Correspondencia  de  Puerto  Rico,  cuyo  director  y  editor  Ramón  López,  liberal 
de  abolengo  y  hombre  considerado  como  sospechoso  por  el  Gobierno  español,  pu- 
blicó el  día  23  de  abril  el  siguiente  editorial: 

«¡VIVA  ESPAÑA!,    ¡VIVA  PUERTO  RICO  ESPAÑOL! 

De  hora  en  hora  se  levanta  más  el  espíritu  público  en  esta  capital  y  en  toda 
la  Isla. 

LA  PATRIA  ESTÁ  EN  PELIGRO,  es  la  voz  que  se  escapa  de  todos  los  cora- 
zones. Y  es  preciso  defenderla  hasta  el  último  momento  mientras  palpite  en  nuestras 
venas  la  noble  sangre  española  que  da  vida  a  nuestro  organismo. 

Puerto  Rico,  país  pacífico  por  excelencia,  tiene  que  demostrar  al  mundo  que, 
cuando  las  circunstancias  lo  exigen,  sabe  también,  como  lo  ha  hecho  otras  veces,  em- 
puñar el  fusil  para  volar  allí  donde  la  patria  reclama  sus  servicios;  donde  la  bandera 
que  cobijó  nuestra  cuna  necesita  mantenerse  enhiesta,  dando  sombra  al  solar  que 
nos  legaron  honrado  nuestros  progenitores. 

El  extranjero  nos  amenaza  y  es  preciso  que  nos  opongamos  al  extranjero.  Es  ne- 
cesario que  recordemos  aquellas  campañas  épicas  del  siglo  pasado  y  de  principios 
del  actual,  que  nos  valieron  el  título  de  siempre  jieles]  que  nos  colocaron  a  la  altura 
de  los  que  allá  en  la  madre  España  nos  dieron  hasta  la  saciedad  ejemplos  de  abne- 
gación y  de  civismo. 

jViva  España!,  es  la  voz  que  debe  salir  de  nuestros  labios. 

¡Viva  el  orden!,  debe  ser  el  ideal  que  persigamos  sin  tregua  al  defender  la  ban- 
dera nacional  y  el  terruño  querido  donde  radican  nuestros  intereses  y  donde  viven 
nuestras  familias. 

El  camino  que  debemos  seguir  está  trazado;  es  el  que  aconseja  la  voz  del  deber 
y  aun  la  propia  garantía  personal. 

Agrupémonos  todos  al  lado  de  nuestras  autoridades;  prestémosles  incondicio- 
nalmente  nuestro  más  decidido  apoyo,  y  estas  horas  de  pruebas  de  hoy  se  trocarán 
pronto  en  horas  de  glorias,  en  horas  de  legítima  satisfacción  y  de  ventura. 

Recordemos  que  el  orden  y  la  moralidad,  que. son  en  todo  tiempo  la  principal 
base  social,  son  hoy,  más  que  nunca,  un  deber  ineludible  de  la  ciudadanía. 

Olvidemos  todas  nuestras  disensiones  políticas  domésticas.  Es  preciso  el  con- 
curso de  todos  los  ciudadanos,  de  todos  los  españoles  para  conseguir  el  ideal  común: 

La  integridad  nacional. 

La  defensa  de  esta  patria  tan  amada. 

jViva  España! 


42 


A  .     R  I  V  E  R  O 


I  Vi  va  Puerto  Rico  eternamente  español! 
jViva  el  orden!» 

Los  demás  periódicos  llenaban  sus  columnas  con  escritos  de  igual  forma  y  ten- 
dencia. Toda  la  Prensa,  sin  ninguna  excepción,  plegó  sus  banderas  partidarias  y 
clavó  en  sus  redacciones  una  sola:  la  de  España,  y,  hasta  los  sacerdotes,  desde  los 
pulpitos,  pronunciaban  verdaderas  arengas  marciales. 

[Tal  vez  el  apóstol  Santiago,  patrón  de  España,  quien,  según  las  crónicas,  en  la 
batalla  de  Clavijo,  librada  contra  los  musulmanes,  peleó  del  lado  español,  cabal- 
gue otra  vez  en  su  blanco  corcel  y  descienda  a  los  campos  de  Borinquen  repartiendo 
tajos  y  estocadas  entre  las  apretadas  filas  de  los  voluntarios  norteamericanos! 


Después  del  Tratado  de  París,  muchos  hombres  de  los  que  en  1 898  formaron 
en  la  vanguardia  de  los  adalides  de  España  trataron  de  desvirtuar  los  hechos  que, 
entonces,  realizaron  al  solo  impulso  de  sus  libres  voluntades.  No  es  ese  el  camino. 

Los  que  hasta  el  fin  cumplieron  sus  deberes  y  sus  juramentos  sin  flaquezas  y  sin 
disimulos,  deben  sentirse  satisfechos;  lo  que  hicieron  es  prenda  que  responde  a  lo 
que  haf^án  en  lo  porvenir. 

Los  dos  puntos  extremos,  el  que  marca  el  nacer  y  el  que  señala  la  muerte,  están 
unidos  por  una  línea  recta.  Tal  es  el  único  camino  que  deben  recorrer  en  la  vida  los 
que,  siendo  hombres  de  honor,  luchan  para  alcanzar  el  engrandecimiento  y  libertades 
de  su  Patria. 


CAPITULO  VI 


ESTADO  MILITAR  DE  PUERTO  RICO  AL  DECLARARSE  LA  GUERRA 


DEFENSAS. -FUERZAS  DE  TIERRA.— FUERZAS  DE  MAR 


UERTO  Rico,  la  más  pequeña  de  las  Grandes  Antillas,  está  si- 
tuada entre  los  IJ""  50'  y  iS''  30'  latitud  Norte,  y  óS""  30'  y  ó/"* 
15'  longitud  Oeste;  tiene  una  superficie  de  3.606  millas  cuadra- 
das, y  dista  1. 400  millas  de  Nueva  York,  I.OOO  de  la  Habana  y 
un  poco  menos  del  Canal  de  Panamá.  Su  población  en  1 898  era 
aproximadamente  de  953.OOO  habitantes.  Su  capital,  San  Juan, 
tenía  32.048  habitantes;  Ponce,  27.952,  y  Mayagüez,  15.187.  En  aquel  año  sus 
puertos  principales,  además  del  de  San  Juan,  eran  Mayagüez,  Ponce,  Arecibo, 
Aguadilla,  Arroyo,   Guánica,  P^ajardo  y  Plumacao. 

Una  carretera  de  primer  orden,  que  es  en  el  día  la  principal  vía  de  comunicación, 
unía  ya  en  aquel  entonces  a  Ponce  con  San  Juan,  atravesando  toda  la  Isla  de  Sur  a 
Norte;  este  es  el  llamado  Camino  Militar.  Otras  vías  comunicaban  a  Mayagüez  y 
Ponce  con  los  pueblos  vecinos,  y  un  ferrocarril  de  circunvalación  funcionaba  en  1 898 
desde  San  Juan  hasta  Isabela,  y  desde  Aguadilla  hasta  Mayagüez,  el  que  interrum- 
piéndose en  algunas  comarcas,  pasando  por  Yauco,  llegaba  hasta  Ponce. 

Alto  mando. — Gobernaba  la  Isla,  con  doble  carácter  de  capitán  general  y  gober- 


44 


.  i  \'  ]•:  R  ( ) 


nador  i;ivil,  el  teniente  general  1).  Manuel  Macías  y  ('asado,  caballero  afable  y  culto, 
pero  que  demostró  duratiie  la  í^uerra  ser  más  |)olíttco  tjue  esiratéi^nco.  l'-ra  se'gundo 
cal>o,  gobernador  de  la  plaza  de  San  Juan,  el  gx'neral  de  (Uvisií'.n  1).  Ricardo   Ortega 

y   Diez,  un   verdad<a-o  soldado, 

¡líenle  bástala  temeridad,  pero 
;  carácter  a,  vect-s  franco  y  ge^ 
M'oso,  a  veces  irnpiiisivo  y  ren- 
coroso. 

La  Tsla  estaba  dividida  en 
siete  distritos  nitlitares:  í\">nce,. 
Mayaguez,  Arecibo,  Aguadilla, 
nacao,  (iuayania  )■'  Ikjyamón. 
(.\-ula  un  o  de  éstos  estalla  a  1  ni  a  n  do 
de  un  jeíc. 

Defensas  de  San  Juan.— San 
uan,  la  única  plaza  lucirte  al  es- 
bal  lar  la  guerra,  tenía  artilladas 
varias  baterías  con  43  piezas  de 
calibre  medio,  todas  de  hierro, 
y  ninguna  tle  tiro  rájiido. 

Por  muchos  años  San  Juan  y 
toda  la  Isla  estuvierun  desartilla- 
dos. Desde  (4  año  I  797,  fecha  de 
'nvasiiMí  inglesa,  no  se  había 
disparado  im  tiro  de  guerra,  y 
naxiie  ¡¡ensaba,  anle  el  temor  d(; 
parecer  ridículo,  en  liélicos  alar- 
des.  Id  T.'soro  de   Puerto   kbco 


nte 


inordadas  en  San  pian  otras  ])iez; 
de  íng(ínÍLT0S,  (]ue  carfaa'a  de  fon 


,  Hiño  por  los 
as  piezas  Orddmv, 
ncia,  contra  acora- 
ucho  celo  e  inteli- 


reinesaba    a    Madrid   religi< 

recibía.  I  fasta  el  ano  iKí)í,  r 

el  siglo  anterior.  'No  por  el  < 

mismos  oficiales  v  tropa  do  artillerí.i,  se  monbu-on  enton 

propias  solanienlf  para  el  coml.ate  cercano,  j)ero  ineficací 

za.JuH.  La  ma\-or  parle  d(!   esU)s  lral)ajos  fucaa.n  realizadcí 

gcmcia,  por  el  capilfm  de  artillería  Ramón  Acha  ("aamano. 

Puerto  Rico  tenía  ])edidas  y  pagailas  con  sus  íoncP^s  algunas  piezas  Krupp  de  K) 
<:enía'nietros,  pie/as  ([ue  lumca  vinietx)n  por  negarse  a  (4Io  la  rompañíaórrasatlántitra, 

gencia  dos  baterías  de  campaña  Xordcnfelt,   ile  tiro   rápido,  las  cuales  no   llegaron. 


o  N  1  C  A  S 


45 


ya  bloque;ula  la  plaza,  un  soberbio  proyector  eléctrico  Mangin,  cuya  luz  permitía  leor 
un  escrito  a  cinco  leguas  de  distancia. 

Nunca  hubo  tiro  fornial  de  escuela  práctica  ])or  temor  a  gastos;  no  hal)ía  tablas 
de  tiro,  y  a  raíz  de  la  g"ucrra,  fue 
necesario  calcularlas.  No  liabía 
un  solo  telémetro,  y  fué  preciso 
usar  algún  teodolito,  rnedir  bases 
y  tender  una  red  telefónica,  cuya 
central  estaba  en  San  Cristóba'. 
Los  ol)uses  (le  24  centímetros, 
las  únicas  piezas  de  regular  cali- 
bre (pie  [)Oseíauios  los  artilleros, 
no  tenían  la  pólvora  reglamenta- 
ria.; usanuas  la  de  los  t:añones  de 
!  5  centímetros,  y  de  esta  manera 
el  tiro  resultaba  irregular  y  corto. 
Las  espoletas  y  estopiíu^s  esta- 
ban en  mal  estado,  y  al  pedirlos 
f)or  cable,  ya  rotas  las  hostilida- 
des, contestaron  d(^l  .Ministerio 
<le  la  (juerra  al  coronel  de  arti- 

\  a  comenzadas  las  operacio- 
nes, se  construyó  una  batería  se- 
niiperniaiiente  en  Santinxe,  en  lo 
alto  del  Seboruco,  la  cual,  con  su 


?^r' 


I  cnr 


uta 


el  puente  deMartín  Ptula  y  su  caño,  Río  Piedras,  la  loma  de  IVim,  punto  df 
un'go  podía  situar  sus  cañones;  las  Mocas  de  Cangrejos,  por  dt>fule  drs< 
los  ingleses  el  año  iTy;,  y  la  isleta  de  Miraílores,  don<le  en  la  misma  le. 
ron  éstos  utia  l>atería. 

Id  puente  d(!  San  Antonio  fue  cortado,  auiupie  el  tráfico  coníinuó  por  un  pi 
movitile  de  taldones.  Ln  las  lomas  cercanas  a  Bayanuui  conu:'U/:aron  a  levantarse  tr^ 
dieras,  don  sacos  terreros  se  construyeron  fuertes  traveses  ('lue  aislaban  las  piezas 
cada  batería,  y  la  noche  en  (pie  se  supo  la  firma  del  ;u-nusticio,  nuuu;rusos  ijbrer 
trabai;il)an  en  el  castillo  de  .San  Cristóbal  preparando  gruesas  vigas,  erizadas  dc^  c 
vos  p;n-a  fijarlas  en  el  caño  de  San  Antonic»,  a  and)os  l;ulos  del  jiuente,  y  evitar  ; 
que  fuerzas  euíum'gas  pudiei-an  vadc^arlo  en  las  bajas  mareas. 

Fuerzas  de  tierra.— Las  fuerzas  defensoras  eonsistían  en  seis  batallones:  taiat 
fu-ovisionales,  enumerados  <lel  f  al  4,  y  dos  {lerrnanentes,  conocidos  por  los  noml)r 


4()  :\  .     H  I  \'  >:  R  O 

de  «l^iiria»  y '<<  Alfonso  .XÍ[[/>,  respectivamente.  listos  seis  batallones  tCMiíari  un  cf<:*c- 
tivo  de  800  hombres  cada  uno.  Cinco  de  ellos  constaban  de  seis  coiiipañías  y  el  otro 
de  caiatro. 

lauígo  se  organizó  el  liatallón  'd:*riiic¡pado  de  Asturias»,  con  600  hombres  de 
tropas  peninsulares, 

\l¡  12."  Batallón  de  artillería  de  l'^'laza,  con  cuatro  compañías  y  un  total  de  7OO 
hond)rcs,  guarnecía  todas  las  balerías  de  San  Juan.  Como  artillería  de  Montaña  ha- 
bía ocho  piezas:  cuatro  l*lacencia  y  cuatro  Ivrupp,  de  tiro  rápido.   Cuatro  compañías 


de  la  (j-uardia  civil  y  dos  escuadrones  del  mismo  Instituto  estaban  distribuidos  por 
la  Isla,  formando  un  cuerpo  llamado  ^Tercio  núm,  14  de  la  íjuardia  civib^  Cna 
compañía  de  ingenieros  telegrafistas;  una  sección  de  sanidad  militar,  y  además,  un 
cuerf:>o  semimilitar  de  Orden  público  para  la  policía  de  las  poblaciones,  compeltaban 
los  defensores  de  la  Isla,  que  sumaban  un  total  de  <S.ooo  soldados  de  tropa  veterana, 
armatlos  con  fusiles  Ah'uiser  y  2 50  cabaJlos,  como  sigue: 

Infantería  ,    .    ,  .  .  ^  .  . .    . ^  ...  .        5 . 000 

Artillería ....    ....    . 700 

(Jiras  Armas  y  ("ucrpfis   ...... 2 .300 

Total .,_,.....,.......,......        S .  000 


i;  R  o  N  !  (■  A  S  47 

Además,  guarnecía  la  Isla  un  cuerpo  de  V^oluntarios,  formado  ¡)or  T4  batallones 
y  con  fuerza  aproximiida  de  6.000  hombres,  lodos  armados  con  fusil  Remington  re- 
lormado  v  bala  de  envuelta  niquelada.  Al  romperse  las  hostilidades  se  forniaron  seis 
guerrillas  mixtas  de  ICO  hombres  cada  una.  l'Istas  guerrillas  eran  mandadas  por  ofi- 
ciales del  lEjército.  Al  reclutarlas  se  dio  jireferencia  a  los  licenciados  del  Ejército. 

hai  San.  Juan  se  organizó  el  batalliMi  de  -"Tirad  o  res-,  siendo  los  empleados  insu- 
lares y  municipales  los  que  dieron  el  principal  contingente.  Kn  todos  los  puel)los  se 
instruyeron  guerrillas  de  voluntarios  Jiiadieteros,  y  cada  batallón  de  ¡nfajitería  nuinló 
35  <le  sus  lumibres  ccnno  «iierrilla. 


(Aeo  estar  en  lo  cierto  afirmando  tpie,  al  mes  de  declararse  la  guerra,  I'ucrto  Kico 
tenía.  18.OOO  detensores,  ú&  los  cuales  más  de  8.000  eran  veteranc>s,  bien  disciplina- 
dos, y  con  tal  alto  espíritu  militar  que,  a  pesar  de  recibir  algunas  veces  trato  defi- 
ciente, no  hubo  que  lamentar  un  solo  conato  de  indisciplina, 

bal  el  Far{|ue  y  almacenes,  a  cargo  del  cuerpo  de  artillería,  había  almacenadt.ís 
y. 000  fusiles  Máuser  y  Remington,  y  gran  cantidad  de  municiones  para  los  ujismos. 

Fuerzas  de  mar.— Las  fuerzas  de  mar  consistían  en  los  siguientes  elementos  de 
combate: 

1.  \'X  Isabel  Ff,  crucero  no  protegido  de  segunda  clase,  construido  en  Itl  hie- 
rro! en  iB/C),  de  I.152  toneladas,  y  un  andar  de  ocho  nn'llas.    Componían  su  artille- 


48  A  .     R  I  V  ERO 

ría:  cuatro  cañones  de  12  centímetros,  seis  piezas  de  tiro  rápido  de  seis  libras,  una 
ametralladora  y  dos  tubos  lanzatorpedos.  Era  comandante  de  este  crucero  el  capitán 
de  fragata  D.  José  Boado,  y  tenía  a  sus  ordenes,  como  oficiales,  al  teniente  de  navio 
de  primera  clase  D.  Francisco  Barreda,  y  a  D.  Mariano  González;  D.  Manuel  Alba- 
cete y  D.  Maximiliano  Power,  estos  últimos  tenientes  de  navio  todos.  Era  contador 
D.  Juan  Gómez  García. 

2.  El  General  Concha^  crucero  de  tercera  clase,  no  protegido,  de  5^4  tonela- 
das, construido  en  El  Ferrol  en  1 883,  con  nueve  millas  de  andar  en  pruebas.  Su  ar- 
mamento consistía  en  tres  cañones  de  12  centímetros,  dos  cañones  revólver  de  37 
milímetros  y  una  ametralladora.  La  oficialidad  de  este  buque  la  componían  el  coman- 
dante teniente  de  navio  de  primera  clase  D.  Rafael  María  Navarro,  y  oficiales  don 
Enrique  Guzmán  y  D.  Julio  Cañizares,  alféreces  de  navio,  y  D.  Emilio  Ferrer,  con- 
tador. 

3.  El  Ponce  de  León,  cañonero  de  segunda  clase,  de  200  toneladas,  construido 
en  Inglaterra  en  1895.  Su  armamento  consistía  en  dos  cañones  de  tiro  rápido  de  seis 
libras  y  dos  de  una  libra;  su  andar,  en  pruebas,  II  millas.  El  mando  de  este  buque 
estaba  a  cargo  del  comandante  D.  Joaquín  Cristelly,  teniente  de  navio  de  primera 
clase,  y  D.  Rufino  Eguino,  teniente  de  navio. 

4.  Criollo,  cañonero  de  tercera  clase,  perteneciente  a  la  Comisión  Hidrográfica, 
construido  en  1 869,  de  20I  toneladas;  andaba  seis  millas,  y  su  armamento  era  dos 
cañones  de  tiro  rápido  de  seis  libras  y  una  ametralladora. 

5.  Terror.  Este  destructor  de  torpederos,  comandante  La  Rocha,  llegó  a  nues- 
tro puerto,  procedente  de  la  Martinica,  el  día  17  de  mayo,  1 898;  construido  en  Clyde 
Bank  en  1896,  casco  de  acero,  hélices  gemelas,  tres  chimeneas,  con  370  toneladas,  y 
un  andar  de  28  nudos;  tenía  dos  cañones  de  tiro  rápido  de  7,5  centímetros  (que  no 
los  montaba  por  haberlos  quitado  durante  la  travesía,  y  llevados  a  bordo  del  Oquendo), 
dos  de  una  libra,  varias  ametralladoras  y  dos  tubos  lanza-torpedos  Whitehead,  de  1 4 
centímetros.  Dotación,  ^']  hombres.  En  aquel  tiempo  este  era  un  valioso  elemento 
de  guerra,  moderno,  eficiente,  y  el  buque  español  más  temido  por  las  fuerzas  blo- 
queadoras  de  San  Juan. 

6.  El  crucero  auxiliar  Alfonso  XIII,  trasatlántico  español  construido  en  1 888, 
con  4.381  toneladas,  y  un  andar  de  16  millas.  Montaba  cuatro  cañones  Hontoria  de 
12  centímetros,  dos  de  9  centímetros,  dos  de  75  milímetros  y  dos  ametralladoras. 
No  pudiendo  seguir  para  Cuba,  quedó  en  San  Juan,  procedente  de  Cádiz.  Estaba  al 
mando  del  capitán  de  fragata  Pidal,  y  tripulado  por  marinos  de  guerra. 

Edificios  militares. — El  Palacio  de  Santa  Catalina  era  la  residencia  del  Capitán 
general,  y  en  un  ala  del  mismo  estaban  las  oficinas  del  Pastado  Mayor.  En  el  llamado 
Palacio  Rojo  habitaba,  y  tenia  sus  oficinas,  el  general,  segundo  cabo,  gobernador  mi- 
litar de  la  Plaza.  El  Parque  de  artillería  era  la  residencia  del  coronel  subinspec- 
tor del  Cuerpo  y  del  director  del  Parque.  En  sus  talleres  se  reparaba  todo  el  mate- 
rial de  guerra  existente,  contando  con  un  personal  brillante  de  jefes  y  oficiales,  y 
eficientes  maestros  de  fábrica,  obreros  y  auxiliares.  La  casacuartel  de  la  Comandan- 
cia de  la  Guardia  Civil  estaba  situada  en  la  plaza  de  San  José,  esquina  a  la  calle  de 


CRÓNICAS  49 

San  Sebastián.  En  el  antiguo  caserón  de  la  Audiencia  estaban  las  oficinas  de  admi- 
nistración militar  y  la  cuadra  para  el  ganado  de  una  de  las  baterías  de  montaña. 
En  la  Marina  radicaba  la  panadería  militar,  que,  durante  la  guerra,  se  convirtió  en 
una  verdadera  factoría,  encargada  de  la  adquisición  y  distribución  de  víveres  y  forraje. 
La  Comandancia  de  ingenieros  tenía  su  domicilio  en  el  histórico  edificio  de  Casa 
Blanca,  donde  estaba  el  cuartelillo  de  la  Sección  de  ingenieros  telegrafistas,  y  los  pa- 
bellones del  coronel  subinspector  D.  José  Laguna.  En  la  primera  manzana,  al  Oeste  de 
la  calle  San  Sebastián,  se  levantaba  el  Hospital  Militar,  donde  también  se  acuartelaba 
una  sección  de  sanitarios.  Este  hospital  siempre  se  mantuvo  en  pésimas  condiciones 
de  higiene.  Los  castillos  del  Morro  y  San  Cristóbal  tenían  gobernadores,  siendo  el  del 
primero  el  capitán  de  artillería  D.  José  Triarte,  y  del  segundo^  el  autor  de.  {este  libro. 

Las  tropas  en  San  Juan  ocupaban  los  cuarteles  de  Ballajá,  San  Francisco,  Morro, 
San  Cristóbal  y  el  cuartelillo  del  campo  del  Morro.  En  la  isla,  y  en  casi  todas  las  ca- 
beceras del  distrito,  había  buenos  cuarteles  y  hospitales. 

Las  fuerzas  militares  con  que  contaba  la  isla  para  su  defensa  estaban  distribuidas 
en  los  siete  distritos  militares,  y,  además,  un  regular  contingente,  6o  hombres,  guar- 
necía la  isla  de  Vieques.  Los  14  batallones  de  Voluntarios  tenían  su  Plana  Mayor  en 
la  cabecera  de  distrito,  y  una  o  más  compañías  en  cada  pueblo  del  mismo. 

Escolta  del  general. — Al  abrirse  las  hostilidades  se  formó,  espontáneamente,  un 
cuerpo  de  lucidos  jóvenes,  flor  y  nata  de  la  sociedad  capitaleña,  cuerpo  que  tomó  el 
nombre  de  Escolta  del  Capitán  General.  Por  votación  unánime  fué  nombrado  capitán 
de  dicha  Escolta  el  valiente,  bueno  y  generoso  joven  Ramón  Falcón  y  Elias.  A  raíz 
del  bombardeo,  fueron  estas  sus  palabras:  «Si  Macías  sale  al  campo,  para  que  el  ene- 
migo llegue  hasta  él,  tendrá  que  pasar  antes  sobre  mi  cadáver.»  Y  así,  como  lo  dijo, 
lo  hubiera  hecho. 

Bomberos  y  auxiliares  de  Artillería.— Los  bomberos  de  San  Juan  fueron  agre- 
gados al  cuerpo  de  ingenieros.  Obreros  de  todos  los  oficios,  mecánicos  y  forjadores  en 
su  mayoría,  se  alistaron  como  auxiliares  de  artillería,  con  el  deber  de  concurrir  en 
toda  función  de  guerra  a  los  castillos  del  Morro  y  San  Cristóbal.  Fueron  capitanes  de 
estos  cuerpos,  con  uso  de  divisas  y  uniformes,  los  ingenieros  Abarca  y  Portilla.  Des- 
pués de  rotas  las  relaciones  diplomáticas  se  suministraba  a  estos  auxiliares  café,  dos 
ranchos  con  pan,  vino  los  jueves  y  domingos,  y  una  peseta  cada  día. 

Espíritu  del  país.— Salvo  algunos  contados  intelectuales,  y  los  bullangueros  de 
cada  pueblo,  que  gustan  siempre  de  pescar  en  aguas  turbias,  nadie,  en  Puerto  Rico, 
deseó  la  invasión  del  Ejército  norteamericano.  Al  primer  síntoma  de  guerra,  todos 
los  médicos,  practicantes,  ancianos,  y  las  más  prominentes  damas,  se  alistaron  bajo 
las  banderas  de  la  Cruz  Roja,  levantando  hospitales,  preparando  ambulancias,  y  ofre- 
ciendo y  realizando  desinteresados  y  valiosos  servicios.  Más  de  l  .000  jóvenes,  volun- 
tarios, se  afiliaron  en  las  guerrillas;  cerca  de  400  auxiliares  abandonaron  sus  talleres 
para  ceñir  el  machete.  Hombres,  caballos,  víveres  y  oro  (se  abrió  subscripción  nacio- 

4 


50  A  .     R  1  \'  i<:  ]^  ( ) 

nal,  a  la  que  contrir)iiyerori  a]<(unos  comerciantes  con   cantidades  de   !0,   5  y  4.OCO 
pesos),  eran  ofrecidos  al  general  Alacias, 

\'Á  coront;!  IJ.  Juan  CaniT),  ¡víe  de  listado  Mayor  del  general  ]\íacías,  con  su  con- 
ducta poco  discreta  y  nada  acerta<!a,  niat»'»  en  gran   pa,rte   el   entusiasmo   tnÜitar  del 


¡)aís.  Cuando  estudiemos  la  figura  de  este  jefe,  se  verá  cuan  grande  fue  el  daño  que 
él  hit:iera  a  la  causa  de  España  en  Puerto  Rico. 

Por  las  torpezas  del  Mantio,  sumadas  a  la  natural  depresi('>n  rpie  causara  en  el  país 
la,  pérdida  del  Ilscuadr<')n  de  Cervera,  y  el  resultado  lamentable  del  cond)ate  entre  el 
'¡'error  y  el  .S7.  ¡\iitl^  se  originó  un  malestar  creciente,  <jue  se  convirtió  en  des- 
contento, y  culmina'),  después  de  la  invasión,  en  verdadera  desbandada.  Muchos  vo- 
luntarios (Jejaban  los  fusiles,  regresando  a  sus  hogares;  alguiuis  guerrilleros  y^  tirado- 
res, hond)res,  cjucn  voluntariamente  se  habían  agrupado  al  pie  de  los  estandartes  mi- 
litares, abandonaron  sus  puestos,  desertando  unos  f)ocos  al  extranjero,  e  internán- 
dose en  los  ¡lueblos  montañosos  los  denuís. 

A  raíz  del  Ixuubardeo  de  San  Juan,  el  acto  más  serio  de  toda  la  guerra,  el  f)ue1)lo 
V  los  voluntarios,  cotuo  el  ejército,  sólo  merecieron  las  más  justas  alaban/as;  pero,  al 
final,  toda  la  organización  voluntaria  se  vino  a  tierra,  ])or  falta  de  cimientos  y  de  sos- 
tén; y  no  fueron  sólo  U»s  guerrillcrus  y  los  voluntarios  ípiienes  estpjívaron  el  f)eHgro, 
sino  (pie  hubo  liasta  un  alto  Tribunal  de  Justicia,  (pje  lucn  f)udo  celelu-ar  vista  pú- 
blica en  plena  campiña. 

I\hte  fcnómen<í  no  o<an-rié»  solamente  en  Puerto  Rico;  en  Iku'celona,  tan  [ironto  se 
anunció»  un  posilile  ataque  de  la  escuadra  del  comodoro  Watson,  millares  de  familias 
luiyeron  al  int(>rior,  y  en  los  l'.stades  Unidos,  cuanck^  se  hal)laba  y  se  leía  <le  Jo  <pje 

uianas'i,  innunuu'ables  habitantes  de  Nueva  Vurk,  <ie  l>oston,  y  otras  ciudadí-s  del  lito- 
ral, eand,)iaron  sus  residencias  a  coníhsdos  del  iiiterior. 


CRÓNICAS 


51 


El  hombre  siempre  es  hombre,  y,  por  tanto,  susceptible  al  entusiasmo,  al  temor 
y  al  desaliento.  Un  batallón  corre  a  una  muerte  cierta  siguiendo  al  jefe  que,  empu- 
ñando la  bandera,  se  lanza  contra  las  bayonetas  enemigas;  ese  mismo  cuerpo  huye 
a  la  desbandada,  en  otra  acción  de  guerra,  si  labios  pusilánimes  lanzan  el  grito  de 
«¡sálvese  el  que  pueda!» 

En  su  lugar,  estudiaremos  el  caso  de  Puerto  Rico,  procurando  aquilatar,  con  toda 
ecuanimidad,  el  tanto  de  culpa  que  a  cada  actor  de  aquellos  sucesos  pudiera  corres- 
ponderle. 


Soldado   de  Cazadores. 


\ .   K  1  V  i<:  i^  ( > 


CAPITULO  ¥11 

jn..AZA  DE  SAN  JUAN  Y  SUS  DEFENSAS 


MURALLAS  Y  CASTILLOS.  ^^  ARIlLLArH:) 

A  PLAZA  fuerte  de  San  fnan  está  situada  sobre  un  islote  de 
una  milla  de  largo  y  menos  de  metlia  milla  de  ani:ho  en  la  par- 
te más  ant-fia.  Ld  caño  y  el  puente  de  San  Antonio  la  separan 
de  otra  pequeña  isla,  llamada.  ("'<?//;'/ 7 vVj.v,  ho\-*  Santuree.  lAitre 
los  dos  f)rinieros  islotes,  y  entre  el  último  y  la  isla  de  Puerto 
I\ico,  con-en  dos  caños  o  esteros;  el  de  San  Antonio  y  el  de 
Martín  Veñii,  (¡ue  conumic;ui  la  biihía  con  el  mar. 
La  plaza,  propiamente  dieJia,  está  eticlavada  dentro  de  un  r>olígono  de  frentes 
abaluartados  que  se  apoyan,  por  el  Nort(\  en  el  Castillo  de  San  P>]ipe  del  Morro,  y 
[)or  el  Norelcste,  en  v\  de  Sa,n  Cb-¡sL>baL  Ibia  ea:Icna  de  baluartes,  sin  solución  de 
continuidad,  parte  de  and)os  flancos  del  |:)rimer  castillo  y  signe  la  línea  de  los  arre- 
i-iles;  de  una  parle  })or  la  costa  Norte  y  dt>  la  otra  hacia  la  boca  del  Morro  y  bahía, 
idegando  su  trazado  al  terreno.  La  del  Norte  y  Nordeste  tcrnnna  contra  tú  cal>alIero 
de  San  Cristóbal  ((pie  en  realicLui  tm  es  un  castillo,  sino  un  baluarte  con  su  caballe- 
rea cerrado  por  la  gnla,  <|uc  contiene  en  su  interior  un  cuartel  delensivoi.  Al  Heste 
y  Sur  continúan  los  baluartes,  que  vienen  a  morir  contra  el  mismo  San  Cristóbal. 
Id  frente  de  tierra  estaba  formado  por  los  baluartes  de  Santa  Catalina,  Sa.n  Justo 
y  Santiago,  cuyas  nnu-allas  se  cncontnil>an  en  pleno  derribo  al  declararse  la 
gncrra. 

fastos  baluartes  esta,ban  provistos,  en  sus  flancos,  de  cañoneras  y  en  sus  cortinas 
de  l)an(pjetas  para  fuegos  dt»  infantería.  En  el  recinto  se  abrían  cinco  puertas,  cerra- 


A  .     K  I  Y  K  K  O 


das  |)or  r<'CÍo  niadcranien  de  a/is/i/jo,  y  claveteadas  t:on  remaches  de  bronce,  listas 
fHiertas  eran  las  de  San  Juan,  la.  de  San  justo,  la  de  Santiago  o  I-'uerta  de  '1  ierra,  la 
de  San  José,  sobre  el  matadero,  y  !a  de  Santa  Rosa,  ciue  conducía  al  ceuienterio.  To- 
rlf)s  estus  pasos  abierlo.s  en  las  i:ortinas  de  los  lialuartes  estaban  defendidos  por  al- 
oHMias  aspilleradas  y  matacanes.  J.a  puerta  <le  Santiaga^,  (pje  conducía  a  Puerta  de 
Tierra,  tenía  sobre  el  ffjsu  un  |)uente  levadizo  con  potentes  polcas  y  cadenas  para 
levafitarlo  en  un  momento  datlo, 

I'd  aforro  b;itc  e(Hi  sus  fuegos  todo  el  frente  Norte  basta  Punta  Salinas,  y  los  cru- 
za por  v\  Nordeste  con  kis  de  San  Cristóbal  (]ue,  a  su  vez,  con  sus  baterías  altas  y 
la  del  caballero  de  San  t  arlos  al  exterior,  domina  Ja  liahía  y  todo  el  frente  de 
tierra. 

Para  t1ant|ueos  lejanos  y  para  enfilar  el  canal  del  puerto,  estaban  el  castillo  de 
San  Jeróidnio  y  el  <lel  (duuielo,  ambos  cem  cañoneras  y  liarbetas  para  inJ'antería. 
Desde  San  (:ristó!)al  hasta  el  puente  de  San  Antcmio  s(>  extiencbm  tres  líneas  defen- 
sivas llamadas  primera,  K<;|^funíla  y  tercera  líneas,  según  su  proximidad  a  dicho 
|}uente. 

1.a  tercera  línea,  ados;uki  al  castillo,  era  v  es  un  |)rimoroso  trazado  de'  baluartes, 
redientes  y  flechas  con  fosos  de  perfd  ccjrriente  y  de  <li;imat!te,  }'  adejuás,  con  nu- 
merosos glacis  de  varios  órdenes  de  fuego  para  infantería  y   un  fortín  en  su  interior. 


(;  K  o  X  I  C,  A  s 


Esta  ¡inca,  llamada  cl  .¡óauInK  se  apoyaba,  a  la  derecha,  contra  una  hatería  cdiTica. 
da  junto  a  la  pliya,  don;le  act-ialniente  existe  nn  ;rjj,j,.y  deJ  (]jbwrno  Insular. 

L-i  seg-unda  línea^  sigue  inmediata  a  la  estaci.'m  inaláml)ríca,  cru/a  la  carr(>lera  y, 
|-)lcu.án(1ose  al  terreno,  va  a  terminar  en  los  manglares  de  la  haJiía.  f.a  primera  línea, 
l.-i  más  exterior,  se  apoyaba  por  su  izquierda  en  el  elevado  macizo  del  Escambrón, 
corría  luego  con  numerosas  haterías  y  barbetas,  jírotegiendo  un  trozo  de  carretera, 
hasta  cl  caño  de  San  Antonio,  donde  terminaba  en  una  cabeza  de  puente,  con  sus 
muros  aspillerados  y  unaj;)atería,  a  cañonera,  en  cada  lado;  esta  cabeza  tenía  un 
puente  ]cva,dizo.  Fai  esta  línea  y  trente  a  San  Jerónimo,  comenzó  a  levantarse  durante 
la  guerra  el  cuartel  defensivo  do  San  k'amón. 

Id  castillo  de  San  Jerónimo  y  esta  (:al>eza  de  puente  de  San  Antonio,  fueron  las 
defensas  principales  que  el  año  ijn;  cerraron  el  paso  al  ejército  sitiador  deSir  k'alph 
Al)cr<:oml)ry,  quien,  desendjarcando  sus  fuerzas  por  Jas  playas  de  Cangrejos,  situó 
el  cuartel  general  donde  está  la  iglesia  de  San  'Mateo  y  plantó  sus  haterías"  de  sitio, 
una,  en  el  Condado,  en  el  mismo  lugar  que  hoy  ocupa  la,  casa  de  Madanie  Luchctli, 
otra  domle  fluyen  los  manantiales  propiedad  <le  la  viurla  de  C)rbela,  una  tercera  en 
cl  Olimpo  y  la  cuarta  en  la  isleta  de  Miraflores.  entre  la  avanzadilla  y  el  cuerpo  de 
guardia,  hoy  pabellón  que  ocupa  el  doctor  Pedro  <lel  \d,ille.  Cuatro  años  antes  de  la 


guerra,  cuando  se  derrilx')  la  cabfza  ile  puente  de  San  Antonio,  se  extrajeron  del  ¡n- 
ifírior  de  sus  muros  cerca  de  un  centenar  de  balas  rasas  y  granadas  reales  que  ha- 
bían sido  disparadas,  un  siglo  antes,  por  los  cañones  ingleses. 


Artillado  de  San  Juan.— Al   declararse  la  guerra,  la  plaza   fuerte 
única  en  la  isla,  contalia  con  las  siguientes  piezas  de  artillería  emplazad; 
I  i  fi  cae  iones: 

Castillo  dd  M.T 


San  Juan, 
en  sus  for- 


^stín  . 


San  A 14 
Santa  Klena.  . 
San  ¡'cri-KiiKio. 
Sania  Catalina, 
San  Antunií).  . 
San  Crislóh.il. 
hlem  .  .    .    .    . 


han 
Santa 


Car 


con  3  cánones 

le  15   ccntín 

etroH,  Ordófu 

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Jdem. 

2  o1juh<ís 

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3  ohiiscs 

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Ídem. 

con  3          id. 

24 

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Idcjn. 

i'  K  O  X  1  C  A  S  5}^ 

RESVMFS 

Obiises  de  i>4  centímetros,  rtrdóñez   ,.,......  lo 

1(1.         .ji           í<I.             Sunchados.  ........  t. 

(/uñones      i  s^           id.             Ordóñcz 22 

1<1           15           id.             Sunchados.  ........  3 

Id.         lí)          id.            hrniice,  de  íivancariía.   ...  2 

Tota...    .    .    .    .  "^'P 

(aiando  se  salvó  la  carga  úví  vapor  Antonio  López,  fué  montado  el  siguiente  ma- 
terial (le  guerra  que  conducía  dicho  buque.*  cinco  cañones  de  bronce,  retrocarga,  de 
15  centímetros,  que  se  colocaron  en  el  frente  de  tierra,  en  la  batería  de  San  Ramón, 
barriendo  con  sus  fuegos  el  caño  y  puente  de  .San  Antonio,  el  Olimpo  (hoy  Miramar) 

Y  Miraflores;  cuatro  morteros  rayados,  de  tironee.  Mata,  de    1  5   centímetros,  en  una 
batería,  a  la  derecha  de  la  carretera,  frente  a  la  casilla   número  I  del  peón  caminero, 

V  dos  obuses  rayados,  de  bronce,  de  igual  calibre  y  sistema,  C]ue  fueron  añadidos 
a  las  piezas  de  .San  Cristóbal 

.A.deniás  se  contaba  con  las  siguientes  piezas  de  campaña:  cuatro  cañones,  modelo 
Krupp,  de  nueve  centímetros,  de  bronce,  con  sus  armones  \'  carros  tle  municiones,  pero 
sin  atalajes  ni  ganado  de  arrastre;  ocho  cañones  \\1i¡t\vorth,  de  cuatro  cfuitinietros  y 
medio,  con  rtocas  numiciones  v  una  batería  de  montaña  con  cuatro  cañones  de  ocho 


58 


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(M^  ( )  N  I  C  A  S  59 

centímetros,  sistema  I/Iasencia.  Otra  l)atcría  de  cuatro  cañon<»s,  Kmpp,  de  ocho  eco 
tínietros,  tiro  rápido  y  que  usaba  pólvora  sin  liumo,  llegó  de  Cuba  antes  de  decía 
rarse  la  guerra. 

líl  total  de  piezas  de  artillería  existentes  en  la  plaza  de  San  Juan  era  de  /.p 


Como  dato  para  la  Historia  debemos  consignar  que  los  peñascos  qne  actualmente 
se  encuentran  entre  San  Jerónimo  y  el  Condado  fueron   '.an/ados  allí  por  una  tre- 


menda explosión  dv.  más  de  lOO  liornilkis  de  nn'nas,  voladas  en  1707  por  Ioh  inge 
ros  militares  de  San  Juan  con  v\  objeto  de  ¡uipeilir  la  entrada  f)or  aípiel  sitio  de 
naves  enemigas  cuyo  ataque  se  tenu'a. 


Cuando  el  autor  de  esta  cróiu'ca  desempeñaba  las  íuncioues  tle  secretario  úp  la 
oficina  principal  del  cuerpo  de  artillaría,  puílo  ver  un  inventario  del  ano  ]Hj,2, 
donde  constaba  que  entre  cañones,  obuses  }■  morteros,  liabía  enq^lazadas,  en  San 
Juan,  en  aquella  fecha,  724  bocas  de  fuego.  Estas  picazas,  en  su  mayoría,  fundidas  en 
Sevilla,  de  bronce  ol)t(mido  con  el  ínio  cobre  llevado  de  Méjico,  eran  bt)t:as  de  fuego 
de  dibujo  caprichoso  y  elegante,  con  arabescos  abiertos  a  cincel  y  sus  asas  figurando, 
casi  siempre,  dragones  y  otros  animales  mitológicos;  cada  una  tenía  su  nombre  en  la 


A  .     I^  I  \'  E  K  C) 


faja  alta  de  la  culata;  se  ]lanial>an  ^'E!  Rayo-s  «I, a  Víbora»,  <'E]  Trueno-,  <'El  Des- 
tructor-' y  otros  i)onil)res  semejantes.  Muchas  eran  regalos  de  particulares,  como 
constaba  en  las  inscripciones,  \'  alguna  de  ellas  figuraba  ser  un  presente  de  las  mon- 
jas (.'armclitas;  los  portorriqueños  Vizcarrondo  y  Díaz,  cada  uno,  regaló  un  cañón  de 
bronce. 

Todas  estas  piezas  estaban  montadas  sobre  marcos  y  cureñas  construidos  de 
caoba,  capá,  roble  y  otras  finas  nuuleras  dtd  país;  en  todas  las  l>aterías  )-  llenando  el 
camino  de  ronda  del  polígono,  había  pilas  de  balas  rasas,  de  granadas  y  bombas  (|uc 
se  cons(a-vaban  pintadas  de  negro,  ¡ui  la  l)atería  baja  dc^l  castillo  del  Morro  había  seis 
hornillos  para  caldear  balas  rojas,  y  desde  este  mismo  paraje  partía  una  gruesa  ea- 
(jíMia,  covo  otro  extremo  amarraba  en  d  Cañuelo  y  servía  fiara  cerrar  el  |:)uerto  en  casos 
excepcionales.  Todo  el  ghuas  <lel  Morro  c:alaba  minado,  permanentemente,  en  toda  su 
{■xtímsión  cotí  ramales  |u-incipales,  por  los  cpie  ¡lodía  caminar  un  luanibre  de  pie  y 
otros  laterales  cpie  termina.l)an  en  los  hornillos  de  mina,  donde  solamente  se  podía 
avanzar  de  rodillas.  Lbia  galería  conumieal)a  estas  minas  con  el  castillo  de  San  Cristó- 
bal y  <lcsde  éste  continuaba  hasta  el  polvorín  de  l-'ucrta  de  l'ierra.  Gran  parle  de  los 
subtíTráneos  qncniaron  cm-tados  dos  años  antes  de  la  guerra,  al  liacer  excavat;iones 
|)ara  emplazar  los  cañ()n(^s  ( )rdóñez.  hTa  nuiy  peligroso  el  transitar  por  tales  cami- 
nos, no  sólo   por  su    nmcha  hmnedad,   sino   también   por   los  ndllares   <le  ^¿¡ifii/jjs   ' 

Itn  el  Morro,  v  ocupando  toda  su  plaza  de  armas,  había  un  gran  aljibe,  capaz  de 
suministrar  agua  a  toda  la  guarm'ciim  del  castillo  por  un  año;  dentro  de  ese  aljibe 
flotaba,  hace  mucho  tiem})0,  una  petjueña  lancha  que  servía  para  explorar  el  estado 
del  depósito.  San  Cristóbal  tenía  también  otroaljilie,  de  enorme  capacidad,  que  ade- 


.\rr 


C  R  o  X  I  C  A  S 


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;  una  iimralla  que  después 


más  era.  man:uilial,  y  muy  cerca  del  'I'eatro,  en  el  hin 
se  deslru\-ó,  había  otro  pozo^alj¡h(\ 

!'ji  la  isleta  de  .ÍMiraflorc^s,  donde  hoy  está  la  estación  de  cuarentena,  y  a  unos 
cuantos  pies  del  mar,  surge  de  la  arena  una  cof)iosa  vena  de  agua,  la  más  pura  y 
fresca  que  puede  a[)etecerse.  Sol)re  ese  manantial  se  construyo  un  de|)6sito,  que  aún 
existe,  con  su  caucr.ía  basta  el  pecpieño  muelle  de  espigón;  durante  todo  el  régimen 
(^spañol  los  Capitanes  generales  hacían  uso  de  la  fuente  de  .Miradores.  V  aun  cuando 
CH  extraño  a  los  ¡isuntos  tratados  en  este  libro,  debcnuDs  anotar  (p.ie  todo  el  sul)suelo 

<le  esa  isleta  está  formado  de  silicato  de  ahlmina^^...^. /v/(///// en  gran  estado  de  pureza, 

material  usiuio  en  la  fabricación  de  la  loza  llamada ///rr/za /v/y^c/í////7. 

lín  los  polvorines  de  Santa  Iilena,  San  Sebastiám,  San  Jerónimo  y  Miraílores  se 
guardaba  toda  la  pólvora  y  artificios,  ¡ií  Parque  y  Maestranza  de  artillería  cons- 
truían todos  los  juegos  de  armas  y  mmitajcs,  así  C(.mK)  los  art¡íici(.is  de  guerra,  takís 
como  cohetes  de  señales,  hachas  de  contraviento,  estoi)Jnes  de  carri/o,  bengalas,  ca- 
misas embreadas  y  botes  de  metralla,  .bal  octubre  de  I  8íí8  y  algunos  días  antes  de 
la  entrega  de  la  plaza,  se  arrojaron  al  mar,  fuera  de  la  boca  del  Morro,  muchas  tone- 
ladas de  pólvora  y  gran  cantidad  de  piedras  de  chispa  de  las  usadas  en  los  antiguos 
fusiles.  Taml-iíién  existía  un  taller  par:i  recargar  cartuchos  de  fusil. 


h'n  el  año  lSy5  se  c"onstituyó  una  Junta  mixta  de  defensa,  presitlida  por  el   ( io- 
bernador  de  la  plaza    c  integrada   por  los  jefes  principales  dc'  ingenieros,  artillería. 


<>^  A  .     I^  I  \'  !•:  K  ( ) 

estado  iTííiyor  y  Marina;  se  escribieron  montanas  de  f)ape];  se  iniciaron  diversos  pla- 
n<'s  de  defensa  para  la  plaza  y  iodo  quedó  en  suspenso. 

Hoy  ino   creo  violar  ningún  secreüH,  San  Juan  está  ¡n<lefenso  contra  un  ataque 
del  exterior,  íiándolo  todo,  en  caso  de  guerra,  a  la  acci(3n  de  la  escua.dra.  No  es  aieno 


i  este  libro  si  traig-o  a  el  algo  que  añada  un  grano  de  arena  a  la  labor  de  los  ingenie- 
•os  y  artilleros  de  los  Estados  Unid(ís  que,  en  su  día,  han  de  estudiar  el  plan  <le  de- 
ensa  de  San  Juan.  í)esde  luego,  que  Jos  castillos  y  toda  la  fortificaci<')n  actual  sólo 
lehc  conservarse  como  reliquia  histórica,  de  gran  valor  y  sobre  la  que  nadie  debe 
nano.  El  emplazamiento  de  las  baterías  para  morteros  y  obuses  rayados,  de 
libro,  está  en  un  cerro  situado  al  Sur  de  la  bahía  y  camino  de  Bayamón. 
:illí  arriba  y  con  fuegos  fijantes,  se  puede  batir  a  mansalva  las  cubiertas  de  los 
de  guerra  <p!c  se  aproKÍnien  a  I'O  ndllas,  desde  Punta  Salinas  liasta  más  allá 
>ocas  de  los  í'angrcijos.  Esta  loma,  cubierta  de  n.)onic  y  <;n marañados  zarza- 
cuitaría  toda  observación  del  enemigo,  que  pu<liera  auxiliarle  en  sus  l'uegos. 
as  mismas  lomas,  y  a  media  ladera,  en  cota  de  20  metros  a  lo  sumo,  para  re- 


[>oner  i 

gran  ca 

1  Jesde  : 

bucpies 

de  las  1 

les,  difi 

Solire  1 

CRÓNICAS  63 

ducir  el  espacio  muerto,  grandes  cañones  batirían  los  blindajes  de  la  escuadra 
enemiga. 

Soy  entusiasta  partidario  de  las  baterías  abiertas,  detestando  las  cúpulas  y  re- 
ductos acorazados  donde  el  artillero  se  asfixia  y  termina  por  no  ver  el  blanco.  Fuer- 
tes traveses,  fosos  para  sirvientes,  y  repuestos  y  hospitales  subterráneos,  son  el  com- 
plemento de  tales  obras.  Alguna  batería  en  Punta  Salinas,  otras  en  el  Escambrón  y 
Seboruco  de  Cangrejos  servirían  para  alejar  el  bombardeo,  evitar  un  desembarco, 
batir  las  dos  líneas  férreas  de  Carolina  y  Bayamón  y  defender  las  obras  del  Acue- 
ducto en  Río  Piedras. 

Puerto  Rico,  donde  según  las  corrientes  actuales,  jamás  se  arriará  la  bandera 
americana,  si  alguna  escuadra  no  ¡o  hace  a  cañonazos^  no  puede  fiar  su  defensa  al  solo 
poder  de  la  formidable  armada  de  los  Estados  Unidos.  Un  enemigo  osado,  que  des- 
taque media  docena  de  cruceros  ligeros,  nos  puede  poner  en  grave  aprieto  si  los 
acorazados  nacionales  están  ocupados  en  las  costas  del  mainland.  No  se  olvide  que 
las  enseñanzas  de  las  últimas  guerras,  a  partir  de  los  bombardeos  de  San  Juan  y  San- 
tiago de  Cuba,  demuestran  que  una  escuadra,  por  formidable  que  sea,  nada  puede 
cofitra  una  plaza  bien  artillada. 

El  Almirante  alemán  Von  Scheer,  que  prevé  una  guerra  entre  los  Estados  Uni- 
dos y  el  Japón,  dice:  «Los  Estados  Unidos  le  dan  más  valor  a  sus  barcos  de  guerra 
del  que  en  realidad  tienen,  y  esta  exageración  en  la  superioridad  de  su  escuadra 
puede  comprometer  algún  día  su  honor  en  la  defensa  de  sus  islas,  si  tuviera  que  ir 
a  la  guerra  para  salvarlas.» 

Detrás,  y  al  Sur  de  Puerto  Rico,  está  el  Canal  de  Panamá,  que  es  el  único  punto 
vulnerable  que  pudieran  tener  los  Estados  Unidos  en  una  guerra  con  el  Japón.  Los  mi- 
llones que  se  gastasen  en  fortificar  el  puerto  de  San  Juan  al  Norte,  y  el  de  Guánica 
al  Sur,  podrían  considerarse  como  premio  de  un  aseguro  de  guerra. 

Y  quiera  Dios,  como  así  lo  pido,  que  la  paz  perdure  entre  todas  las  naciones  y 
los  Estados  Unidos,  aunque  no  debe  olvidarse  el  aforismo  latino,  si  vis  pacem,  para 
bellum. 


64 


;\  .     R.  1  \'  K  U  o 


■  ...i--: ■ : :  ■  ■  :■■  ■  'vi: .  i-M .i ■■? iíiilOF  -í  ■■  ■  :■: ■  -.- ■  -.   ■: 


CAPITULO  VIII 

C«)MIJ<:XZ;\    l.A    (íLlikRA    ICX    l'CIÍkTf)    KiCn 
JSARDKO    DK,    LX    FI.AZA    V    CilDAl)    DI-:    SAX    JTAX.-   IXl'ORMKs    <  iMCIAIJ-S. 

<;t;íMKX"rARi<  KS 


I':S1)I<:  <iue  en  2y  de  abril  de  i8<)8  saliera  de  Cabo  Verúc  la  es- 
cuadra de  Cervera,  sufrió  el  puerto  de  San  Juan  las  molestias 
de  un  l)lot|\ieo,  aunque  con  frecuentes  intcrniitencias.  X'apores 
de  gran  marcha  y  tonelaje,  algunos  ¡)r{jvistos  de  tres  chinieueas. 
rondaban  el  litoral  reconociendo  puertos  y  ensenadas,  firan 
estos  bu<|ues  el  ]'a/(\  canutan  K.  C.  W'ise;  el  Sainf  Loiiis, 
capitán  t\  ¥.  Goodrich,  y  el  Saint  í^üiil,  capitán  ('.  I).  Sigsboe, 
com;uidante  del  crucero  ñíaiue  cuando  ocurrid  el  desastre  de 
este  hutjue  en  el  puerto  de  la  1  fabana.  líran  estos  buques  cru- 
ceros auKiliares,  (uiipleados  como  esciic/iiis.  y  armaxlos  con  ninnerosa  artillería  de 
tiro  rápido.  lí\  pueblo,  que  los  observaba  con  rectdo,  los  bautizó  i:on  lus  nombres  de 
f/^i's  fíiiiuaiias  y  fari  I  usinas. 

Cd:>ino  alguno  de  estos  auxiliares  se  aproximara  a  la  costa,  a  veces  dentro  del 
alca,nce  de  los  cañones  de  San  Juan,  aun{|ue  sin  enarl>olar  bandera  alguna,  el  general 
Macías  dispuso  que,  previa  su  autorización,  hieran  cañoneados  en  primera  opor- 
lunitlad. 

KI.    l'Rnn-lK     DlSFARi» 

Id  día  íO  de  mayo  de  1H98,  a  las  once  de  la  mañana,  ol>servé  dc^sde  mi  castillo 
que  urm  de  ellos,  el  ]<//,;,  según  supe  dcs|)U('s,  aguantado  sobro  sus  má(|uínas  y 
cnn   proa  al  Oeste,  se  iba  dejando  caer  5oI)re  la  costa;  uiedí  la  distancia,  que  resultó 


66 


A  .     R  I  V  E  R  O 


Crucero  auxiliar   }a/<?  (tres  chimeneas). 


ser  de  6.500  metros,  y  seguidamente  avisé  al  general  Macías,  pidiendo  su  venia  para 
comenzar  el  ataque.  Dispuse,  entretanto,  que  las  piezas  a  mi  mando  fuesen  cargadas 

y  apuntadas  cuidadosamente  contra  el  buque  ene- 
migo, y  también  solicité  la  cooperación  de  las  otras 
baterías  cercanas. 

Como  el  Yale  no  mostraba  sus  colores,  el 
general  Macías  y  su  jefe  de  Estado  Mayor,  coronel 
Camó,  vacilaron  mucho  tiempo,  temiendo  habérse- 
las con  un  buque  inglés,  en  cuyo  caso  podía 
surgir  un  nuevo  conflicto  internacional.  Entre  di- 
mes y  diretes  transcurrió  más  de  una  hora,  y 
cuando  sonaban  las  doce  en  el  reloj  de  la  plaza, 
recibí  la  orden  para  hacer  fuego.  Era  tarde;  el 
Yale^  que  había  apercibido  cómo  se  elevaban  las 
bocas  de  los  cañones,  se  había  alejado,  lentamente, 
con  rumbo  al  Noroeste;  estaba  ahora  a  9.000  metros. 
— Está  fuera  de  tiro — avisé  por  teléfono. 

— No  importa — fué  la  respuesta — .  Hágale  un  disparo  para  que  nos  enseñe  su  ban- 
dera. 

Y  entonces,  poniendo  un  estopín  de  fricción  al  cañón  de  la  izquierda,  batería  de  los 
Caballeros  de  vSan  Cristóbal,  y,  apuntado  al  máximo  alcance,  di  fuego.  Esto  ocurrió  a 
las  doce  y  diez  minutos  del  día  lO  de  mayo  de  1898.  El  proyectil  cayó  muy  corto,  y  re- 
botando, chocó  nuevamente  en  el  mar  como  200  metros  más  allá.  El  Yale  forzó  su  mar- 
cha y  se  situó  en  el  horizonte,  aunque  sin  abandonar  la  vigilancia  del  puerto.  Este  fué 
el  primer  tiro  disparado  durante  la  guerra  hispanoamericana  en  Puerto  Rico;  el  cañón 
usado  fué  uno  de  1 5  centímetros,  entubado,  a  cargar  por  la  recámara  y  sistema  Ordóñez. 
Al  oírse  el  estampido  hubo  alguna  alarma  en  la  ciudad;  pronto  vi  llenarse  a  San 
Cristóbal  de  jefes  y  oficiales  ansiosos  de  saber  lo  ocurrido,  y  de  muchos  amigos 
míos,  que  me  felicitaban  efusivamente  por  haber  tenido  yo  el  honor  de  disparar  el 
primer  cañonazo. 

Desde  el  último  día  del  mes  de  abril  del  año  1/97,  la  plaza  de  vSan  Juan  no  había 
disparado  un  solo  tiro  de  guerra:  ciento  y  un  años  de  paz. 
El  Yale  da  cuenta  de  aquel  cañonazo  en  la  forma  siguiente: 

«...  El  día  9,  y  mientras  observaba  el  puerto  de  San  Juan,  un  transporte  armado 
salió  y  me  echó  de  allí.  Si  mi  buque  hubiese  estado  armado  con  uno  o  dos  cañones 
de  tiro  rápido,  de  cinco  pulgadas,  yo  hubiera  capturado  dicho  buque  1. 


1  Este  transporte'^era  el  Alfonso  XIII,  trasatlántico  español,  armado  en  guerra,  con  cañones  de  12  cen- 
tííhetros  (cinco  pulgadas),  y  que  se  hizo  a  la  mar  con  objeto  de  proteger  la  arribada  del  vapor  Paulina,  que 
venía  de  Saint  Thomas. 

Forrara  coincidencia,  escribió  su  comandante,  refiriéndose  al  Yale:  «Si  mi  buque  hubiera  montado  mejor 
artillería,  yo  hubiese  hundido  o  apresado  al  crucero  auxiliar  que  bloquea  el  puerto.» — N.  del  A. 


CRÓNICAS 


67 


El  10  de  mayo,  y  también  mientras  observaba  el  mismo  puerto,  me  dispararon 
dos  cañonazos,  pero  los  proyectiles  cayeron  cortos  1. — N.  C.  Wise,  capitán.» 


Dos  días  después,  cuando  la  escuadra  del  almirante  vSampson  bombardeó  la 
ciudad  y  sus  defensas,  muchos  fugitivos  que  corrían  hacia  Río  Piedras,  Carolina  y 
Bayamón  me  acusaron  públicamente  de  ser  yo  el  causante  del  bombardeo;  fundaban 
sus  afirmaciones  en  que  si  yo  no  hubiese  disparado  contra  el  Yak,  la  escuadra 
americana  nunca  hubiera  roto  las  hostilidades. 

Este  es  un  cargo  pueril;  pero  como  algún  periódico  lo  recogió  en  sus  columnas 
y  hasta  algún  historiador  en  su  libro,  es  mi  deber  destruirlo.  El  día  4  de  dicho  mes 
de  mayo  había  salido  de  Cayo  Hueso  la  escuadra  de  Sampson  con  rumbo  a  Puerto  Rico 
y  con  la  intención  resuelta  de  atacar  la  plaza.,  como  se  comprueba  con  los  documentos 
siguientes: 

Washington,  abril  29,  1898. 

Señor:  Se  informa  a  usted  que  tenemos  telegramas  de  San  Vicente,  islas  de  Cabo 
Verde,  avisando  que  los  cruceros  protegidos  Infanta  María  Teresa,  Cristóbal  Colón, 
Oquendo  y  Vizcaya,  y  también  tres  destroyers,  Plu- 
tón,  Terror  y  Furor,  salieron,  se  dice,  para  Cuba  esta 
mañana;  que  al  mismo  tiempo  los  transportes  Ciu- 
dad de  Cádiz  Y  San  Francisco,  y  los  tres  torpederos 
Rayo,  Ariete  y  Azor,  zarparon  para  las  Islas  Cana- 
rias. Los  transportes  y  torpederos  regresaron  a  puer- 
to, poco  después,  a  causa  de  una  colisión  entre  el 
Ariete  y  el  Rayo.  También  hay  noticias  de  que  el 
Pelayo  está  en  Cádiz;  pero  esto  no  ha  sido  confirma- 
do por  telegrama  auténtico,  aunque  creemos  que  es 
verdad.  Este  Departamento  no  tiene  otra  información 
verídica  sino  de  que  la  escuadra  salió  para  el  Atlán- 
tico. 

Para  obtener  información  sobre  la  escuadra  espa- 
ñola, arriba  mencionada,  y  en  caso  de  que  ella  pue- 
da ir  a  las  Antillas,  el  Departamento  ha  enviado  dos 
vapores  de  la  American  Line,  el  Saint  Louis  y  el 
Harvard,  para  que  crucen  hacia  el  Este  de  Guadalupe 
y  Martinica. 

También  está  en  estudio  el  enviar  un  tercer  va- 
por que  cruce  alrededor  de  la  isla  de  Puerto  Rico  con 
el  mismo  objeto;  dichos  tres  buques  telegrafiarán  a 
este  Departamento  y  a  usted,  tan  pronto  como  obten- 
gan información  segura.  Aunque  los  telegramas  mencionados  anuncian  que  Ja  escua- 
dra española  se  dirige  a  Cuba,  es  muy  dudoso  si  seguirá  inmediatamente  ese  rumbo; 


Cornetín  con  el  cual  se  ditS  el  primer  toque 
Ae. generala  g\   12  de  mayo,   siendo  conser- 
vado por  I).  K.  Colorado. 


^    El  capitán  Wise  contó  dos  disparos  a  causa  del  rebote  del  proyectil. — A^.  del  A. 


68  A  .     R  I  V  E  R  O 


aunque  pudiera  suceder  que  marchase  al  puerto  de  San  Juan,  Puerto  Rico,  o  hacia 
algún  otro  puerto  de  esta  isla,  o  de  la  parte  oriental  de  Cuba.  Creemos  que  si  ella  toma 
refugio  en  algún  puerto  de  los  mencionados,  tal  movimiento  sería  favorable  a  las  ope- 
raciones de  usted...  Por  supuesto,  el  Departamento  no  necesita  recordarle  la  importan- 
cia de  encerrar  al  enemigo  en  San  Juan,  Puerto  Rico,  en  el  caso  de  que  vaya  allí  por 
carbón  o  por  otros  abastecimientos.  Hace  algún  tiempo  corrió  el  rumor  de  que  las 
autoridades  españolas  estaban  preparando  uno  o  varios  cascos  de  buques  viejos,  car- 
gados con  piedras,  con  el  propósito  de  obstruir  la  entrada  del  puerto.  Si  eso  se  ha 
realizado,  no  lo  sabemos  positivamente. — Muy  respetuosamente  {firmado)  John 
D.  LoNG,  secretario. 

Al  contraalmirante  W.  T.  Sampson . 

Comandante  de  la  fuerza  naval  de  E.  U.  Estación  del  Norte  Atlántico. 


Washington,  mayo,   i,   1898. 
Departamento  de  Marina. 

Señor:  El  Departamento  piensa  emplear  a  usted  para  saber  si  la  escuadra  es- 
pañola que  salió  de  las  islas  de  Cabo  Verde  en  la  mañana  del  29  de  abril  intenta 
correrse  hacia  las  Antillas,  y  si  así  fuese,  a  qué  localidad. 

Con  este  propósito  usted  marchará  con  el  Yale  a  la  isla  de  Puerto  Rico  y  cruzará 
alrededor  de  esa  isla  a  distancia  conveniente  de  la  costa  hasta  la  tarde  del  13  de 
mayo.  Si  lo  cree  prudente  se  aproximará  para  observar  el  puerto  de  San  Juan,  y 
también  otros  puertos,  para  averiguar  si  dicha  flota  española  o  alguna  parte  consi- 
derable de  sus  buques  está  dentro  de  ellos. 

Si  encontrase  que  la  flota  española  se  está  aproximando  o  que  ha  entrado  en 
algún  puerto  de  Puerto  Rico,  telegrafiará,  si  lo  cree  oportuno,  al  Departamento  y 
también  a  Cayo  Hueso;  después  seguirá  con  su  buque  para  informar  personalmente 
al  jefe  de  la  estación  del  Norte  Atlántico 

Play  un  par  de  hwo^xx^^-e sandias  cruzando  entre  latitud  14  y  17,  dentro  de  una 
línea  lOO  millas  hacia  el  Este  de  Martinica  y  Guadalupe.  Estos  buques  son  el  Saint 
Louis  y  el  Harvard...,. 

En  caso  de  captura,  usted,  sin  excusa,  destruirá  o  arrojará  al  mar  estas  instruc- 
ciones y  también  todas  las  que  tengan  carácter  confidencial.  Muy  respetuosamente 
(firmado)  John  D.  Long,  secretario. 

Al  comandante  del  U.  S.  S.  Yale. 


Washington,  mayo  5,  1898. 

Sampson  (al  cuidado  del  cónsul  de  los  Estados  Unidos). 
Cabo  Haitien,  Haití. 

No  arriesgue  ni  exponga  a  serias  averías  sus  buques  contra  fortificaciones,  si  eso 
pudiera  impedirles  seguir  muy  pronto  hacia  el  Este,  y  atacar  con  buen  éxito  a  la 
escuadra  española (Firmado)  Long. 


CRÓNICAS  69 

Cabo  Haitien,  ma3'o  8,  1898. 

Secretario  de  Marina,  Washington,  D.  C. 

No  he  recibido  información  de  los  cruceros  españoles.  Ruego  que  a  la  llegada 
de  los  tres  vapores  de  la  American  Line^  me  envíen  noticias  por  telégrafo  desde 
St.  Thomas.  Si  me  faltase  el  servicio  de  esos  buques  tendría  que  retroceder  al  Oeste 
inmediatamente. 

Esperaré  respuesta  a  esta  petición  en  cabo  Haitien.  Si  obtuviese  autorización 
procedería  contra  San  Juan  ^,  probablemente  destruyendo  sus  fortificaciones,  y  esta- 
bleciendo una  base  temporal  en  la  isla  de  Culebra,  al  Este  de  Puerto  Rico,  toda  vez 
que  la  entrada  del  puerto  de  San  Juan  está  obstruida [Firmado)  Sampson. 

Todo  lo  transcrito,  de  documentos  oficiales,  comprueba  que  no  fué  el  autor  de 
esta  Crónica  en  modo  alguno  responsable  de  la  desagradable  sorpresa  que  propor- 
cionara el  almirante  Sampson  a  los  habitantes  de  San  Juan  en  la  madrugada  del 
12  de  mayo  de  1 898. 

*  *  * 

El  12  de  mayo  de  1898. — Hacia  el  8  de  mayo  los  comandantes  de  baterías  reci- 
bimos cierta  orden  reservada  para  tomar  toda  clase  de  precauciones  antes  de  rom- 
per el  fuego  sobre  buques  de  guerra  que  pudieran  avistarse,  toda  vez  que  la 
escuadra  española,  muy  reforzada,  aparecería  frente  al  Morro  de  un  día  a  otro.  Aun 
cuando  la  orden  fué  reservada,  nadie  guardó  el  secreto,  y  grande  fué  el  entusiasmo 
en  cuarteles,  palacios,  cafés  y  tertulias  de  boticas. 

Pocos  minutos  después  de  las  cinco  de  la  mañana  del  día,  12  de  mayo,  formida- 
bles estampidos  de  cañón  me  hicieron  saltar  del  catre  de  tijera  en  que  dormitaba, 
vestido  de  uniforme  y  sin  abandonar  las  armas.  A  toda  carrera  escalé  la  batería  de 
los  Caballeros.  Allí  encontré  buena  parte  de  mis  hombres  mostrando  gran  sorpresa; 
a  los  restantes  los  saqué  del  dormitorio  en  poco  tiempo.  Como  todos  los  cañones  y 
obuses  estaban  cargados  desde  el  día  10,  fácil  fué  romper  el  fuego,  siete  minutos  des- 
pués del  primer  disparo  del  enemigo. 

Una  lluvia  de  proyectiles,  trepidando  como  máquinas  de  ferrocarril,  pasaba  sobre 
nuestras  cabezas;  era  una  verdadera  tempestad  de  hierro;  allá  en  el  mar,  donde  co- 
menzaba a  clarear  el  día,  podían  distinguirse  las  siluetas  de  los  buques  enemigos 
alumbrados  de  tiempo  en  tiempo  por  las  llamaradas  de  sus  cañones. 

Calculé  la  distancia,  a  simple  vista,  en  4. 000  metros  y  di  la  voz  de  hacer  fuego  a 
esa  distancia  con  granada  ordinaria.  Falló  el  primer  estopín,  por  inexperiencia  o  ner- 
vosidad del  artillero;  entonces  comencé  a  disparar  cañón  tras  cañón,  apuntando  cui- 
dadosamente. Esto  duró  hasta  las  ocho  de  la  mañana;  tres  horas  de  combate  contra 
una  escuadra  poderosa;  tres  horas  que  me  parecieron  tres  siglos. 

^  Sampson  había  salido  con  su  escuadra  de  Cayo  Hueso  el  4  de  mayo,  llegando  el  8  a  Cabo  Haitien. 
Véase  el  croquis  que  contiene  el  derrotero  de  esta  escuadra. — N.  del  A. 


70  A  .     R  I  \'  !•:  K  ( > 

Mis  artilleros,  unos  200  hombres,  se  portaron  con  gran  valor  y  serenidad,  sir- 
viendo las  piezas  cof\  tanta  precisión  como  si  se  tratase  de  un  ejercicio  de  escuela 
práctica.  Después  supe  que  en  casi  todas  las  tlemás  baterías  ocurrió  lo  mismo. 

Tenía  bajo  mi  mando  cuatro  baterías,  dos  dentro  dcd  castillo  y  dos  fuera,  con  el 
suficiente  número  de  oficiales  y  sargentos.  Recuerdo,  entre  los  primeros,  al  teniente 
Andrés  \'akHvia,  culiano,  quien  demostró  entonces  tener  gran  corazón  y  un  dominio 
alisoluto  de  sus  nervios;  otro  teniente,  llamado  r-Lnri(|ue  llotella,  el  cual  no  tenía 
puesto  en  las  baterías,  me  ofreció  sus  servicios,  y  dándole  los  genielos  de  campaña 
iregalo  del  ilustre  abogado  Antonio  .\Ivarcz  Navaí,  le  luce  subir  al  parapeto  más  ele- 


vado, y  desde  allí,  caila  vf/.  (¡nc  mis  cañones  lanzaban  un  proyectil,  avisaba:  ¡corto!..., 
¡largo!..,,  ¡bueno;.,. 

La  primera  saiigre,— Cuantío  ya  tiabíamos  disparado  ocho  o  diez  cañonazos  y  a 
jiHes  y  oficiales  se  nos  hal,>ía  <pn'tado  cierta  molestia  qia^  en  estos  casos  se  suele  sen- 
tir en  la  garganta,  vi  correr  la  primer;i  sangre.  Se  apuntaba  un  obús  de  24  centíme- 
tros, servido  por  seis  hombres,  tres  a  la  derecha  y  tres  a  la  iz<püerda;  d(>trás,  el  te- 
niente \"aldivia,  l"n  artillero,  subido  en  el  estribo,  forcejeaba  para  cerrar  el  tornillo 
de  i-ulata,  cuinnlo  una  granada  enemiga  de  seis  pulgadas  f-aitró  a  ras  de  la  cresta  del 
parapeto,  rozó  toda  la  pieza  de  boca  a  culata,  cepillando  un  sarco  en  el  metal, 
arrancanrlo  el  />/i!i\k.  de  cierre;  éste  y  el  proyectil  fueron  a  dar  fuera,  contra  el  nuu'o 
del  fondo,  lii  artillero  abrió  los  brazos  y  ca)-ó  al  suelo  con  el  cráneo  destrozado;  el 
proyectil,  al  chocar  contra  el  muro,  estalló  y  algunos  cascos  hirieron  a  los  otros  cinco 
li<uiibn>s.  .\íi  obús  y  losla  su  dotación,  excepto  el  oficial,  (piedaron  fuera  de 
condiale. 


f   R  o   X   I  t'  A  S  71 

'\Iori1)iindo  y  heridos  fueron  retirados  al  hospital  de  sangre,  donde  el  primero 
talleció  después  de  recibir  los  auxilios  del  ca|)ellán.  Aquel  pol)re  niuchacho^se  lla- 
maba losé  Aguilar  Sierra.  Los  heridos  mostraron  tan  buena  disposición,  que  a  las 
diez  de  la  mañana,  cuando  el  corneta  de  guardia  había  tocado  rancho,  los  encontró 
acomodados  en  un  corredor  dt;  la  planta  baja,  con  pies  y  cabezas  cubiertos  de  ven- 
dajes, pero  cada  uno  con  su  plato  de  rancho  vn  una  mano  y  el  ¡lan  y  la  cuchara  en 
la  otra. 

AfUíinecía.— I'ui  esto  amaneció  un  hermoso  día  tropical  del  mes  de  mayo.  ¡Uué 
iiermoso  amanecer  ¡)ara  un  soldado  el  anumecer  d(^l  12  de  mayo  de  1H98!   San  Cris- 


tt.lial  y  el  Atorro  a 
póK'ora  quemada  c 


an  coronados  f>or  rmbcs  de  liumo  rojizo,  producidas  por  ha 
cañones.  Cada  vez  (jue  mis  baterías  lanzaban  una  descarga, 
temblaban  en  sus  cimientos  las  (^asas  de  San  Ju.'m;  nnudias  vidrieras  saltaron  en 
l.edazos. 

A  lo  lejos,  San  Antonio,  Santa  ¡llena,  San  Fernando,  .San  Agustín,  S;uiia  Teresa 
y  la  Princesa  se  batían  con  denuedo,  aunque  demostrando  todos  los  artilleros,  inclu- 
so los  míos,  falla  de  experiencia  i)or  no  haber  tenido  mmca  prácticas  de  tiro. 

Knlrente,  l;i  escuadra  americana  maniobraba  niarcliando  i:on  lentitud,  sin  dejar 
de  hacer  fuego.  Cada  buque  navegaba  paralelamente  a  la  costa,  con  una  velocidad 
aproximada  de  cinco  millas;  hacía  fuego  por  andanadas  con  sus  baterías  de  estrif)or; 
i-uando  reliasaba  San  Cristób:il,  viraba  hacia  el  Norte,  primero,  y  al  Oeste,  después, 
i-ontinuando  el  cañoneo  con  sus  piezas  de  babor  liasta  llegar  frente  :i  la  isla  de  Cabras, 
donde  nuevamente  ponía  proa  al  Sur  y  luego  al  f^stc,  repitiendo  su    firinier  circuito. 


A  .     \i\  X  ]•:  K  ( j 


Besde  las  baten-ías  veíamos  dos  líneas  de  buques:  una  inarchando  hacia  el  liste  y 
otra  hacia  el  Oeste,  formando  entre  las  dos  una  amplia  {>lipse,  cuyo  eje  mayor  era  la 
distancia  entre  la  isla  de  Caliras  y  San  Oistóbal,  y  el  menor,  unas  dos  millas. 

-Aquella  escuadra  era,  por  entonces, 
la  más  potente  y  moderna  que  bom- 
bardeara una  [)laza  fuerte.  UA  Iiidianii, 
con  sus  piezas  de  13  pulgadas  (las  de 
mayor  calil')rc  conocidas  hasta  aquel 
día),  disparal)a  granadas  de  I.500  li^ 
bras  de  peso,  alguna.s  de  las  cuales 
fueron  a  caer  más  allá  de  la  l:)ahía,  en 
V.San  l'atricio»,  finca  de  ('creccdo.  l'J 
loa:a,  el  Xe^c  )'ork,  con  sus  esl')eltas 
chimeneas,  y  el  Am^^iiiJriíe ,  manió- 
l>raban  disparando  con  exactitud  ma- 
temática.  \l\  1  error,  v\  Moiilgoniery  y 
el  Jhirait  hacían  igual  trabajo;  este 
fdtimo  buque,  aguantando  sobre  la 
boca  del  puerto,  al  oeste  de  la  isla  de 
(Jabras,  recibía  el  fuego  de  todas  las 
baterías  del  Oeste,  replicando  sin  ce- 
sar. VA  Terror,  frente  a  la  misma  boca 
del  Aiorro  y  un  poco  más  lejos,  hacía 
fuego  hada  el  interior  del  puerto,  VX 
AmpliUrile,  al  llegar  a  la  altura  de  San 
■— .--_==^.^  Cristófjal,   paró  sus  máquinas  y  per- 

rn  la  :ii"„%-.  •■Sm,  i':i:r¡.-i.,,.. ;,;  ,."ir.>  I,..!,,  .1.;  ia  hala';,'.    "'  manecló  allí  f)or  algo  luás  de  un  cuar- 

to de  hora  sin  dejar  de  hacer  fuego, 
lal  actitud  de  desalío,  así  la  juzgue,  me  irrittí;  por  eso  di  órtlenes  para  que  las 
í)iezas  fie  los  Caballeros  lo  atacasen,  (.'on  mis  propias  manos  le  disparé  más  de  veinte 
granadas;  realmente  éramos  muy  malos  apuntadores,  porque  el  buque  enemigo,  cuan- 
do le  vino  en  ganas,  siguió  su  marcha  sin  averías  aparentes.  Por  algún  tiempo,  dii- 
.rante  este  duele»  singular,  creímos  que  aqu(«l  w/f/w/o/- estaba  hecho  un  /v;///,;//  sin 
g(.»b¡erno  y  a  merced  de  las  haterías. 

lín  esta  forma  (>ontinuaba  el  comluitc^:  ordenadamente  por  los  de  la  escuadra;  con 
valer  y  entusiasmo,  su|)eriores  a  sus  medios,  por  los  defensores  de  la  plaza. 

El  general  Ortega.—I'oco  antes  de  las  seis  de  la  m.iñana  el  corneta  de  guardia 
anunció  la  llegada  del  general  Ricardo  Ortega,  gol.)crnador  nu'litar  de  la  plaza. 
Rendidos  ,1(KS  liouorcs  de  ordcaianza  y  después  de  mandar  alto  il  fiie^i^v,  le  comuniqué 
<d  parte,  sin  otras  u!.)vedades  que   un   nu.ierto,  cinco  heridos  y  un   obús  inutilizado. 


C  R  O  N  I  C  A  S  75 

El  general,  que  vestía  correctamente  su  uniforme  de  campaña,  miró  a  la  mar  pri- 
mero, contó  las  naves  enemigas,  y  después  recorrió  con  su  vista  mis  cañones  y 
artilleros:  «¡vSiga  el  fuego!»,  ordenó. 

«¡Viva  el  general  Ortega!»,  grité;  y  un  clamor  de  patriótico  entusiasmo  recorrió 
las  baterías,  se  agrandó  en  las  oquedades  del  castillo  y  fué  a  confundirse  a  lo  lejos 
con  el  estrépito  del  cañón  enemigo.  No  menos  merecía  aquel  valeroso  soldado, 
quien  pudiendo  buscar  refugio  en  túneles  a  prueba  de  bombas,  como  lo  hicieran  otros, 
escaló  la  más  alta  y  descubierta  batería  de  la  plaza  para  dar  ejemplo  de  valor  a  sus 
defensores. 

«Deseo  apuntar  un  cañón»,  me  dijo;  y  este  deseo  fué  satisfecho.  ¡I^ravo  general 
era  el  general  Ortega!  Era  de  la  escuela  de  aquel  caudillo,  Prim,  que,  llevando  en  su 
mano  derecha  la  bandera  de  los  voluntarios  catalanes,  hizo  saltar  su  caballo  por  una 
tronera  del  campamento  enemigo,  matando  con  su  sable  al  moro  que  intentaba  dis- 
pararle un  cañón. 

Como  el  fuego  era  muy  vivo  y  mi  repuesto  de  proyectiles  cargados  disminuyera 
visiblemente,  ordené  al  auxiliar  de  artillería,  Martín  Cepeda,  que  con  algunos  de  sus 
hombres  fuese  a  la  batería  de  San  Carlos — que  no  hacía  fuego  por  ser  su  campo  de 
tiro  el  frente  de  tierra — ,  y  me  trajese  todas  las  granadas  de  dicha  batería. 

Lo  que  hizo  este  hombre,  y  cómo  perdiera  poco  después  su  brazo  derecho, 
aparecerá  en  otras  páginas  de  mi  libro. 

Ortega  no  era  mi  amigo,  me  lo  había  demostrado  en  más  de  una  ocasión,  espe- 
cialmente cuando  me  encerró,  arbitrariamente,  en  las  bóvedas  del  Morro.  Ignoro  si 
fué  el  peligro  común  o  alguna  razón  oculta  que  nunca  supe,  pero  desde  aquel  día 
se  comportó  como  un  excelente  amigo,  demostrándome  tanta  bondad  y  cariño  que, 
por  corresponder  de  igual  manera  y  a  ruegos  suyos,  este  libro  ha  estado  sin  editarse 
por  veinte  años. 


^^j;5íp.".i;.  :.*/ :'.  *_g 


^   .  itijy  .  ■■  •: 


C'rucero  acorazado   \ew   Vurk. 


A  .     ¡i  ¡  \  ¡i  R  (} 


Aijiiella  casa.- — •/Xlinra  voy  a  rt-lalar  <ilgo  (]i!e  pocos  saben.  A  eso  de  las  sifttf  y 
media  <ic  Iri  inailana  observamos  que  toda  la  escuadra,  desfilando  al  (  )este,  mar 
uíucr.i,  volvia  hacia  la  costa  enfdaiido,  al  parecer,  la  boca  del  Morro. 

t-ntrada  del  almirante  Dew^ey  en  la  bahía  úc  Manila.  Había  cpie  evitarlo  a  toda  costa, 
hd  gfMieral  <  )rtega,  (pie  desile  su  estaci<)n  tidefónica  de  San  Cristóljal  había  c<'ntrali- 
zado  <•!  niantlo  dic  la  |>laza,  t)r<]enó  a  todas  las  haterías  ipic  concentrasen  sus  fuegos 
liacia  la  entrada  del  puerto.  Yo,  (pie  personalmente  estaba  apuntando,  vi  entonces 
el  punto  de  mira  cubierto  por  un  mirador  de  cierta,  casa;  a(p.iel  obstáculo  me  estor- 
baba; tenía  (jue  clarear  mi  campo  de  tiro,  y  por  (^so,  enfilando  el  mirador  apunté  a 
su  base  y  di  fuego,  l'na  nube  úc  polvo  se  levaub);  cuando  el  viento  la  llevó  hacia  el 
mar,  vinms  que  ia,  |)art(^'  alta  de  la  casa  hahna  .lesaparechio. 

\o  culpe  al  almirante  .Sampson,  como  lo  hiciera  al  día  siguiente  en  la  hVensa  el 
ducuo  de  a<pae]la  casa;  fué  este  ca[>itán  de  artillería  (¡uien,  en  cum[)l¡mienttj  <le  su 
delier,  ata(.-ó  su  propiedad.  Pur  lo  demás,  éstas  son  cosas  de  la  guerra  <.pie  ya  todos 

O  la  escuadra  «americana,  no  intentó  fr>r¿ar  el  |)iierto,  o  el  nutrido,  aunrpje  poco 
eficaz  fuego  de  las  baterías  la  disuadió  de  tal  empeño. 

El  genera!  Macías.— Tn  nuewj  tocpie  de  corneta  y  entonces  fué  el  ca|)ítán  gene- 
ral quien,  pen(ítrando  en  el  castillo  y  deteniénch.ise  en  su  plaza  de  arn.ias  envió  un 
aviso  a  las  baterías;  í  )rtcga,  desrle  lo  alto  de!  parapeto,  le  díé)  el  parte  reglamentario; 
en  aajuel  momento  ficurrió  algo  (pie  deseo  consignar  como  un  incidente  del  coud)ate. 

L'na  granjida  enemiga  chocó  contra  el  nu.mtacargas  tle  un  obús  emplazado  en  el 
punto  más  alto  ihú  i-;cstillo,  sitio  conocido  con  el  nombre  de  Macho  de  San  Cristó- 
bal, y  después  de  destruir  el  pescante  fué  a  herir  v\  muro  haciendo  explosión,  ¡umque 
sin  causar  ba)as.  ;\lgunos  trozos  de  muralla  rodaron  al  patio,  ca,yendo  con  gran 
estruendo  sobre  un  techo  de  cinc  (pie  allí  había.   Id   ruido,  la  |3olvareda  y  la  coufu- 


(•  R  í)  N  1 1;  A  s 


s¡óti  fueron  extraordinarios.  Cuando  se  clareó  el  lugar  de  la  escena,  su  escelemia 
continuó  su  camino  por  el  túnel  f|ue  tlesde  la  plaza  del  castillo  conduce  al  loso  y 
haterías  exteriures.  Según  me  contó  después  el  faJ^o  fitrui!.  acjuella  mañana  \-  a  la 
hora  referida  tuvo  el  Iwnor  de  ver  en  las  cocinas  al  i^encral  Macías  y  a  su  listado 
Mayor  que  le  acompañaba,  <piienes  probaron  el  ranclio.  Id  capitán  general  y  su 
séquito  recrn-rieron  las  demás  hatt:rías,  siendo  aclamados  fior  la  trupa,  \  sobre  t<>d.. 
en  las  del  Morro. 

Ortega  volvió  a  los  C:al)al!eros.  W  combale  continin»  liasta  las  ocho  de  la  nnc 
nana,  cuando  toda  la  escuadra  enenuga  puso  |n-oa  m;u-  ai'uera,  h^rmand;)  en  línea 
con  rundn)  al  Nordeste    lucra  del  alcance  de  nuestros  cañoneas.  Allí  permancci<H;odo 

dcspuési  a  Cabo  I  laiticMn  despiichando  hacia  St.  dliomas,  AmxAit  puso  un  cable,  al 
crui:ero  Moiili^'^tiiLrv.  -\rni  cuando  el  enemigo  estaba  muy  ilistante,  todas  la,s  baterías 
de  la  plaza,  p<n-  orden  del  general  Ortega,  dispararon  una  a  una  sus  piezas,  y  pudie- 
ron verse  los  ¡proyectiles  levantandio  colunmas  de  agua,  y  al  mismo  tiempo  todas  las 
banderas  fueron  aferradas  a  los  topes,  y  las  corn(^t:is  tocaron  ¡alio  el jiifí-ol 

l'uc  un  alarde  <le  artilleros  cpic  durante'  tres  horas  com1>atieron  valientemente, 
con  pie/as  inipreipias,  contra  acorazados  |;)rovistos  de  formidable»  :u-ttl!ería. 

Bajas  en  San  Cristóbal.— Las  bajas  en  mis  batcndas  fueron  un  muerto  y  siete 
h.cridc^s,  entre  éstos  el  obrero  auxiHar  Martín  Cepeda;  tuve  adcumís  dos  obus(\s  fuera 
di-  combate;  [>ero  como  uno  de  ellos  hubiese  sufrido  averías  solamente  en  el  tnon- 
tacargas,  este  aparato  fué  reemplazado,  sin  pérdida  de  ticmiio,  por  el  de  la  e)tra  pieza, 
y  así  el  obús  pudo  seguir  haciendo  fuego. 

Abarca,  en  la  3thirina,  adonde  concurrieron  un  ma,eñtro  de  fábrica  y  varios  obreros 
dnl    parrpie   de   Artillería,   y.   I.kiío   la    dirección    dc^l    capitán  Acha,   se  trabajó   sin 


A  .    H  I  \'  1-:  R  o 


descanso  hasta  la  madrugada  del  día  13  en  que  dicho  cierre  fué  colocado  en  el  obús, 
quediindo  listo  para  reanudar  el  fuego  sí  era  necesario.  í'\ié  un  trabajo  delicadísimo 
que  no  puedo  ¡'Kisar  por  alto;  como  todos  los  filetes  habían  sido  rozados  por  el  pro- 
xa'íctil  enemigo,  fué  necesario  abrir  una  caja  en  dicho  block-át^.  cierre,  donde  se  intro- 
diijo,  a  jircsiún,  una  pieza  de  acero,  a  la  que  se  tornearon  los  trozos  de 
W      filete  que  faltaban. 

W  Cuando  más  tarde  en  el  Ai/toi/io  Ló¡'ez  llegó  un  hlock  de  repuesto,  pedi- 

\%  do  por  cable  a  Cá<liz,  no  hubo  que  utilizarlo.  Al  amanecer  del  I  3  de  mayo  mis 
once  piezas,  obuses  y  cañones,  estaban  dispuestas 
para,  romper  el  fuego,  y  el  número  de  proyectiles 
cargados  y  con  sus  espoletas  era  superior  al  con- 
sumido. 

Obsequios. — dan  pronto  terminó  el  fuego  co- 
mencé a  recildr  valiosos  ol)se(|uios,  para  nos  arli- 
lloros,  de  los  conierciatites  de  la  plaza  y  de  muchos 
particulares;  cajas  de  cliarnpafia,  coñac,  vinos  gene- 
rosos, galletas,  chorizos,  tabacos,  cigarrillos  y  dub 
ees;  todo  subió  en  .abundancia  y  hasta  con  derro- 
ihiiiiiizii.i..  !,.,r  1:11  ,'.i-',i.i.r...  che.  Las  casas  de  Cerecedo,  Sobrinos  de  Izquierdo, 

b'.gozcue,  Ezquiaga,  Ikilívar  y  Arruza,   y  otras  más, 
se  señalaron  aquel  día  por  su  bondadosa  esplendidez. 

Visitantes.— -Durante  el  fuego  y  después  recibí  las  visitas  de  muchos  amigos,  en^ 
trc  los  cuales  recuerdo  a  X'icente  líalbás,  Miguel  Cañellas,  v\  doctor  Francisco  R.  de 
( loenaga,  ^\ miando  Morales  y  muchos  más.  Yo  estaba  |)Oco  presentat>le  después  de 
las  faenas  de  la  mañana;  el  estampido  de  los  cañones  me  hat)ía  dejado  sordo,  y  con 
gran  trabajo  pude  tjuitarme  de  la  cara  las  huellas  de  la  pólvora. 

Auxiliares  de  artillería. — listos  auxiliares,  cien  aproximadamente,  salidos  unos 
de  los  talleres  de  ,\l)arca.  Portilla  y  el  Parque,  y  el  resto  reclutados  entre  los  estil)a- 
ílores  del  muelle,  prestaron  servicios  muy  inqiortantes  a  las  órdenes  tle  los  ingenió- 
nos José  l\)rlilla,  Ángel  .\barca  Cortina  y  de  Antonio  Acha.  líllos  fueron  los  que  lle- 
varon a  his  baterías,  mientras  duró  el  comliatc,  proyectiles  y  saquetes  de  j)ülvora 
tiende  los  re|.)uestos  de  luuniciones,  demostrando  un  valor  estoico  e  inexplical>le  en 
gente  bisoña.  Durante  tinla  la  acción  reían,  cantaban  y  hacían   chistes;  uno  de  ellos. 


barcos  americanos, 


í|ue  insultaba  con  palaliras  y  ademanes  poco  distinguidos 

al  ver  cómo  se  introilucía  un  proyectil  en  el  cañé)n,  me  gritó  airado:    «jCapitán,  mé- 

bilc  dos  A 

Este  auxiliar  se  llamal>a    lulio  Lizardi,   ÍXxo,  Antonio  Roselló,  de  oficio  herrero, 
mereció)  jior  su  valor  y  servicios  grandes  elogios. 

Del  temor  al  heroísmo.— l'"n  lo  alto  del  Macho,  y  visible  de  todas  partes,  hal)ía 
emplazado  un  obús.'  .Al  acercarme  noté   <pie  el   artillero  encargado   de  poner  a  las 


CRÓNICAS 


granadas  ^\  porta-cebo  parecía  tan  nervioso  que  no  acertaba  a  enroscarlo  por  el  tem- 
blor de  sus  manos;  recuerdo  que  lo  miré  atentamente,  dirigiéndole  estas  palabras: 

— ^-Tienes  miedo? 

— No,  señor — me  contestó. 

Y  en  el  acto  sus  manos  dejaron  de  temblar,  y  con  gran,  serenidad  continuó  su 
tarea.  Poco  después  pidió  permiso  para  apuntar,  y  estas  funciones  las  desempeñó 
hasta  el  fin  del  combate.  Cerca  de  él 
estalló  un  proyectil,  inutilizando  el 
montacargas;  el  momento  era  de  gran 
ansiedad.  El  artillero  más  sereno  y  va- 
liente de  cuantos  sirvieron  aquella 
pieza  fué  el  nervioso  de  antes.  Su 
conducta  me  agradó  tanto  que  in- 
fluí para  incluirlo  en  la  propuesta  de 
recompensas,  y  obtuvo  la  cruz  de 
Guerra. 

Este  artillero,  muchacho  de  diez 
y  seis  años,  era  educando  de  cor- 
netas y  alumno  de  la  Academia  Pre- 
paratoria Militar.  Su  nombre,  An- 
drés Rodríoruez   Barril. 


*  *  * 


En  el  Morro. — Era  la  madrugada 
del  12  de  mayo  cuando  el  torrero  de 
guardia  en  el  faro  del  Morro  divisó, 
muy  confusamente,  un  gran  convoy  de 
buques  que,  con  luces  apagadas,  se 
aproximaba  del  Noroeste.  Avisó  al 
sargento  y  al  telegrafista  del  semáforo, 
y  todos  ya  reunidos  sobre  el  parapeto 

que  rodeaba  el  faro,  examinaron  con  curiosidad  las  negras  siluetas  que  casi  se  esfu- 
maban en  la  bruma.  No  cabía  duda:  ¡era  la  escuadra  española!;  se  discutía  jovialmente: 

— Aquel  acorazado  de  vanguardia  es  el  Pelayo. 

— No,  es  el  Carlos  V,  ¡Mírale  las  tres  chimeneas! 

— Yo  veo  claramente  al  Vizcaya  y  al  Oquendo. 

La  escuadra  avanzaba  lentamente.  Una  tenue  claridad  teñía  de  vivos   colores  el 
horizonte.  El  sargento  llamó  a  un  soldado  y  le  dijo: 


«Capitán,  ¡métale  dos!...» 
Julio  l^izardi,  auxiliar  de  artillería. 


A  .     R  J  V  E  R  O 


— Avisa  al  capitán  Iriarte  ígobcrnador  del  Morroi  que  la  escuadra  española  está 
i  la  vista. 

Un  l>ü(jue  pe(|ueii()  venía  a  la  caljeza.  Seguíanle  tres  más  de  gran  tonelaje,  qne 
-;x,ani¡ nados  por  (^I  capitán  Iriarte,  (.pie  llegó  en  aquellos  momentos,  fueron  recono- 
cidos como  pertenecientes  a  la 
escuadra  de  Jos  lisiados  l'nidos. 
I'd  capitán  tenía  en  su  cartera 
siluetas  de  lodos  los  buques  d(í 
Sanipson. 

■--dJigan  al   capitán  Rivero : 

gritó  excitado      que  es  la  escua- 
dra yankee. 

d'odos  lo  miraron  con  asruii- 
bro;  no  cabía  duda:  o  el  capitán 
Iriarte  estaba  medio  dormido,  o 
no  sabía  una  palabra  de  buques 
de  guerra. 

I'd  tnisnio  ca|)ilán,  con  gran 
tral)ajo,  pudo  hacerse  oír  de  Ca- 
|">itanía  general  )'  comunicó  la 
ocurrencia,  ri;c;bie.ndo  esta  res- 
puesta del  :iyudante  de  guardia: 
^-^J'.stá  Inen. 

I'ronio  se  aclaró  el  misterio, 
lúi  gran  acorazado,  que  ahora 
navegaba,  en  cal)e>;a,  se  dirigió 
hacia  el  .Morro,  levantando  <:on 
su  proa  montañas  ele  espuma, 
y  como  la  claridad  había  au- 
mentado, vtóse  flotar  sol)re  sus  mástiles  el  pabellón  estrellado  de  los  .listados  l'ni- 
dos de  América. 

csjl.a  escuadra  yankee!.",  fue  el  clamor  general.  La  corneta  lanzó  a  los  aires  el  to- 
(pu;  de  generala,  y  los  artilleros,  algunos  medio  dormidos,  volaban  a  sus  puestos. 
l>rilló  un  relámpago  que  ¡.lareció  incendiar  el  costado  de  estril)or  del  acorazado  de 
vanguardia  (el  /tr:va  i,  y  muí  andanada  ]>asó  sobre  los  altos  parapetos  del  vetusto  y 
glorioso  Castillo. 

liran  las  cinco  y  diez  y  siete  de  la  niafl:ma;  dos  cañones  de  seis  libras  de  la  l.ia- 
tería  de  estribor  y  urui  de  ocho  pulgadas  de;  la  torre  de  proa  habían  sitio  disparados 
simultáneamenle  por  aquel  buipic. 

S»d)re  el  para[)eto,  a  pecho  descubierto  y  escrutando  el  horizonte,  estaba  va  el 


C  K  O  XM  C^  A  ; 


jefe  de  las  baterías,  capitán  Ramón  Adía  Cn;inrdño,  hijo  de  Puert(3  Rico.  F.l  capitán 
losé  Antonio  íriarle,  gobernador  del  Castillo,  tenía  el  mando  de  la  batería  de  San 
Antonio,  situada  en  el  campo  del  Morro,  sobre  el  cementerio. 

— ¡Arriba  la  bandera!    ■  ordenó  Acha,  y  la  bandera  española  surgió  rápidamente, 
azotada  por  las  brisas  de  la  ma^ 
ñaña. 

A  la  derecha,  y  no  muy  le- 
jos, sonó  un  cañonazo,  luego 
otro  y  otros.  b>an  las  baterías 
de  .San  Cristóbal,  las  primeras  en 
contestar  al  atacpse,  a  las  cincc^í 
V  veinticuatro  minutos  de  la  ma- 
ñana. 1  odas  las  del  Morro  rom- 
pieron fuego  vivo;  la  de  Iriaríi^,  a 
la  derecha  )'  las  tres  de  la  izquier- 
da, situadas  fuera  del  Castillo, 
tronaI)an  sin  cesar.  Se  generalizó 
el  combate  }ior  mar  y  tierra;  el 
¡im'iana,  el  A)ffva  ]'nrÁ\¡os  d(.s 
monitores  y  dcMiiás  butjucs  lan- 
zaban andanadas  de  todos  los 
i:alibr(;s  imacr¡fia,blf-s,  tratando  de 
d(Mnoler  el  Murro.  Vu  proyectil 
chocó  contra  el  muro  d«^  c;spalila 

debajo  del  faro  y  los  cascoKís. 
(]uí;  volaron  en  varias  direccio- 
nes, hirieron  al  teniente  bíarba, 
í]iie  la  mandal)a;  tomó  el  man- 
do el   sargento  Fontbona,  y    poco   después   caía   heri<lo   por    un    trozo  de  ladrillo. 

(  H,ra  granada  dio  contra  el  tnierpo  más  elevado  del  faro,  \'  parte  de  éstt»  vine»  a. 
tierra,  aumentando  las  dificultades  del  momento.  Bastante;  más  l:ü-dc,  un  jefe  de 
artillería  (]ue  era  director  del  parque  juzgó  prudente  abandonar  su  ¡niesto,  y,  diri- 
giéndose al  Caistilh^  tomó  el  mando  délos  obuses.  ipi<'  habían  estado  a  cargo  del 
teniente  h'austino  Cronzález  Iglesias. 

¡Ikdlo  espectáculo  que  no  olvidarán  mis  ojos!  Las  olas,  duramente  agitadas  por 


mar  ác  fondo;  viento  sutil,  casi  muerto;  un  sol  ratlianle  arrancab: 


i'íh 


■^nuiralda  v'  teñía  de  oro  las  carcomidas  piedras  de  a{|uel  castillo  de  San  l'ernando 
el  Morro  tan  terriblemente  combatido. 

La  escuadra  enemiga  maniobraba  con  seguridad  y  pc;rii:¡a,  como  he  dicho.    Una 


A  .     R  [  \'  1{  R  O 

^■ranada  de  Lirt)  rápido  cntr(3  ro- 
zando la  hatería  baja,  y  encon- 
trando un  íallo  en  el  muro  clel 
fnnu)So  calabozo  conocido  con  el 
nomlire  do  ^H;alabozo  del  cliino» 
("prisión  política  durante  niucl)í> 
tiempo),  estalló,  hiriendo  a  cuatro 
artilleros  de  nueve  tpie  allí  esta- 
ban arrestados;  lodos,  utilizando 
como  palancas  los  ban(juilb)s  de 
li ierro  del  camastro,  forzaron  la 
puerta  y  a  la  carrera  ganaron  sus 
baterías.  Uno,  c|ue  pertenecía,  a 
rni  castillo,  llamado  Juan  l'^crnán- 
dez,  natural  de  \''alencia,  atravesó 
todo  el  campo  <lel  Morro,  la  ciu- 
dad, sul>i<')  a.  San  Cristóbal,  esca- 
ló la  bat(;ría  de  los  CabaJleros 
y,  cuadrándose  militarmenle,  me 
dijo: 

— jQué  hago,  mi  ca¡)itánr 
Así    procedieron    a<iuellos    arti- 
lleros,   y    así   debo    consignarlo, 
lúii.r-,  cii  e¡  t:;.3i,¡)..  .!ri  Morro.         aílmiando   mi    creencia   de   que  el 
sobladü    español   es    capaz    de   los 
siempre  <jiie  se  vea  guiado  |.)or  i<des  serenéis  y  conscientes 


ui  honor  v  de  su  di;bcr 


Batería  de  San  Antonio. — Situada  en  el  canipo  del  Alorro,  sobre  el  ccnumtcrio 
y  en  la  irortina  de  aquel  baluarte,  batía  con  sus  fuegos  todo  el  es|)ac!í)  rruierto  entre 
ambos  castillos,  ba  mandaba  el  capitán  losé  .Antonio  Iriarte,  portorritpieño  de  ca- 
rrera brillante  que  prendía  sobre  su  uniforme,  además  dv.  otras,  dos  cruces  pensi(tna- 
das  de  María  i'ristina, otorgadas  por  actr)s  de  valor  distinguido  en  la  campaña  de  Cuba, 
l^ste  oficial  era,  como  hemos  dicho,  el  gobernador  del  castiho  del  Morro,  pero  como 
la  batería  de  San  i'Xntonío  pertenecía  a  su  mando,  la  eligió,  cediendo  las  del  ('astillo 
a  su  paisano  el  capitán  Acfia,  seguntlo  jefe  del  paripie  de  artillería,  quien  voluntaria- 
mente pidiera  con  anterioridad  un  f)uesto  de  ["''"gro-  ■'^•'"  Antonio  se  batió  bien  y 
con  mucho  orden,  impidiendo  (pie  el  encnngo,  metiéndose  entre  ambos  castillos,  nos 


:flip- 


^üili 


nr. 


C  K  O  X  I  C  A  S 


8r 


atacara  de  flanco.  Tuvo  dos  bajas  y  algunas  averías,  de  momento,  en  el  cierre  de  una 
pieza. 

Batería  de  la  Princesa.— I^sta  y  la  del  Escambr(5n  eran  las  dos  únicas  baterías  de 
la  plaza  de  mod(>rno  emplazamiento,  aunque  con  débil  artillado;  el  sitio  estaba  admi- 
rablemente escogido,  en  desmonte,  oculto  por  la  vegetación  de  la  cost:i  y  con  re- 
puestos y  hospitales  de  sangre  a  pruelia,  de  bomba.  Dichas  liatcrías  eran  invisit>!es 
para  la  escuadra  y  sólo  podían  ser  ofendidas  por  tiro  indirecto.  Mandaba  la  prí^ 
mera  el  capitán  Aureliano  ¡'^"".steban,  y  no  tuvo  novedad  ni  en  los  sirvientes  ni  en  el 
material. 

Batería  del  Escambrón.— Estaba  al  mando  del  capitán  Aniceto  fionzález,  que. 
desde  teniente,  servía  en  Puerto  Rico;  mejor  ba,tería  que  la  anterior,  situada  en  la 
punta  Este  del  islote  de  San  Juan,  tenía  un  bello  campo  de  tiro,  y  eslab:i  artillada 
con  obuses  de  24  centímetros,  de  giro  central,  <jue,  con  su  tiro  curvo,  podían  haber 
hecho  mucho  daño  a  las  cubiertas  de  los  bu<]ues  enemigos.  \i\  capitán  (jonzález, 
hombre  de  nuicha  experiencia,  aguantó  a  pie  firme  las  tres  horas  del  comísate,  sin 
disparar  un  solo  cañonazo;  porque,  según  él  dijo,  y  tenía  razón,  el  enemigo  estaba 
fuera  de  tiro. 

¡íl  capitán  González,  hoy  coronel  del  ÍAu^Tpo  de  artillería,  recibió  orden  estricta^ 
de  no  hacer  fuego.  Tal  orden  fue  un  error  lamentable,  que  me  veo  en  el  caso  de  cri- 
ticar severamente.  No  importa  que  la  escuadra  estuviese  fuera  de  tiro;  la  batería  del 
Escambrón  debió  liacer  fuego  con  su  máximo  alcance,  si  no  para  ofender  al  encim'go, 
cuando  menos  para  invitarlo  a  la  pelea,  invitachni  que  tal  vez  hubiese  sido  aceptada. 


82 


R  1  \'  K  K  O 


Y  de  esta  manera,  una  nueva  batería  habría  compartido  con  las  demás  el  pe*4o  del 
combat:e,  y  los  buques  del  almirante  Sampson,  aprendido,  ¡)ara  el  futuro,  los  riesgos 
c|ue  aparejaba  un  ataque  a  la  plaza  de  San  Juan. 

San  Fernando,  Santa  Elena  y  San  Agustín. —  l£slas  tres  baterías  estaban  al 
manilo  de  los  capitanes  Juan  Aleñar  y  Rcgino  Muñoz,  teniendo  a  sus  ordéneos  a  los  te- 
nientes Lucas  Massot,  buis  bópez  de  Velasco  y  Antonio  Vanrreb  .Sus  piezas  sólo  pu- 
dieron hacer  fuego  contra  el  Delroit  j  el  Terror,  estacionados  de  la  isla  de  Cabras  al 
Morro;  auncpie  su  fuego  fué  nuiy  vivo  (dando  lugar  a  que  el  enemigo  en  su  parte  ofi- 
cial lo  calificase  de  viciosoi,  y  de  que  muchos  de  sus  proyectiles  cayeran  junto  de  los 
l>u(pirs,  ipie  estaban  muy  cerca,  l.iOO  metros,  no  hicieron  un  solo  blanco.  Tarniioco 


tuvieron  averías.  Algunos  artilleros  resultaron  contusos  por  el  manejo  de  las  propias 
piezas,  (pie  eran  anticuadas  y  de  pésima  calidad. 

Santa  Catalina. — l'd  cañón  que  el  capricho  del  general  í\hicías  hizo  instalar  detrás 
ele  su  palacio,  más  que  defensa  era  un  peligro  evidente,  no  sólo  para  él,  sino  también 
para  los  artilleros  encargados  de  servirlo;  basta  consignar  que  a  retaguardia  de  su 
enqilazaouento,  y  muy  cerca,  se  levantaba  un  muro  de  30  yardas  de  alto,  pintado  de 
cal,  nuiro  <jue  estal)a  solicitando  la  puntería  del  enenngo.  Felizmente,  el  oficial  que 
mandaba  tan  peregrina  batería,  obró  con  gran  prudencia  no  haciendo  fuego  hacia  la 
boca  del  'Alorro,  porcpie,  de  lo  contrario,  al  r<qilicar  la  escuadra,  muy  mal  lo  hu- 
l)¡eran  pasado  el  general  Macías  y  el  suntuoso  palacio  que  habitaba. 

San  Jerónimo.— b'.n  este  castillo,  de  brillante  historia  militar,  y  donde  en  el 
año  1797  se  estrellaron  las  l>aterías  y  los  navios  ingleses  cpie  atat;ar(ni  la  plaza  por 
mar  y  tierra,  había  dos  cañones  antiguos,  de  bronce,  de  16  centímetros.  KI  teniente 
F'olicarpo  Itchevarría,  tand>icn  portorri<p¡eño,  <pie  los  tenía  a  su  cargo,  no  hizo  fuego. 
Bien  procedió  el  teniente;  no  valía  la  pena  de  quemar  [lólvora  en  salvas  con  a(|uellas 
piezas  anticuadas  y  de  muy  poi;o  alcance. 


<:  R  o  N  I  C  A  s 


^3 


En  la  pyerta  de  San  Juan. — El  capitán  portorriqueño  Fernando  Sárraga/Ktmgel 
llevó  a  l>razos  de  artilleros,  al  baluarte  de  vSan  Juan  y  sobre  la  puerta  del  mismo 
noinl)re,  su  batería  de  cuatro  cañones  de  bronce  de  nueve  centíniclros,  y  allí  pernia- 
tieció  vigilante,  [)or  si  la  escuadra  íbrzal>a  el  puerto,  cañonear,  a  boca  de  jarro,  sus 
cubiertas;  no  entró  en  accicjn  ni  cxjierinuMitó  accidente  alguno. 

Santa  Teresa,— Aiui<]ue  exterior  al  Castillo, Santa  Teresa  también  pertenecía  a  mi 


nando;  estaba  al  trente  de  ella,  un  teniente  de  la  escala  de  Iveserva 
lazos,  sin  consecuencias  para  sus  cañones  y  sirvientes. 


lispan 


se  con  sus  ocho  cañones  desfilaroni 
onde  al  a!)rigo   del   terreno  pernia- 


Baterías  de  inontafia.— Las  dos  <le  esta 
hacia  Puerta  de  Tierra,  cerca  de  San  jerónim 
necieron  toda  la  mañana. 

San  Carlos. — -I^'.sta  batería  no  j)ndo  liacer  fuego,  por  tener  enijilazados  sus  caño- 
nes hacia  el  frente  de  tierra. 

Tropas  veteranas  y  voluntarios. — Los  tres  batallones  de  infantería  que  guarne- 
cían la  plaza  estaban  ahijados,  respectivamente,  en  el  cuartel  de  ballaiá,  el  cuartelillo 
del  campo  del  ?iforro  y  el  cuartel  de  San  Francisco  (derribado  más  tarde  para  fal)ri- 
car  la  escuela  Baldorioty  de  Castro).  Desde  el  primer  momento  formaron  todas  las 
comj)afiías,  y  a  paso  ligero  ocuparon  los  puestos  que  con  anterioridad  había  sf^ñala- 
do  una  ord<'n  del  día  del  gobtn-nador  de  la  plaza,  ("orno  al  iniciaj-se  el  bombardeo  un 
ll^ran  número  de  proyectiles  hicieran  blanco  en  la  Jachada  norte  del  cuartel  <le  Ballajá, 
averiándolo  de  tal  niotlo,  que  im  trozo  de  pared  vino  al  su(>lo,  dejando  descubiertos 
'"S  dormilorios  de  dos  compañías,  los  soldados,  casi  a  obscuras,  v  asfixiados  rior  la 


H 


A  .     R  1  \'  ¥,  R  O 


fxjlvareda,  echaron  manos  a  los  fusiles,  g-anando  rápidamente  la  salida.  Naturalmente, 
entre  los  escombros  ([uedó  gran  cantidad  de  eartuchos  Mihiser;  y  como  fué  preciso- 
justificar,  más  tarde,  esta  pcrdíihi,  se  inventó  la  íál)ula,  admitida  como  episodio,  de 
<lüe  diclio  batallón,  al  ocu[)ar  posii:i(jnes  sobre  el  cementerio,  hizo  muchas  desear- 
ijiis  cerrachis  }•'  con  tal  aiderlo  solirc  los  l>uques  erieniigos  (pie,  sorprendidos  y  atemo- 
rizados, se  retiraron  a  toda  máquina. 

Poco  después  del  bombardeo,  un  oficial  del  I'^'rinápano  de  Asturias  me  contaha, 
ojuy  alborozado,  cómo  las  tripulaciones  americanas,  al  recibir  la  lluvia  de  balazos, 
j^r'i ¡alian  coma  (iiaiíouios.'^i  hubo  díspaxos  fie  infantería,  fueron  muy  pocos,  y  sólo  para 
justificar  el  aliandono  de  cariuchos  por  razofies  de  fuerza  mayor,  bo  extraño  es  que  el 
conmel  Camó),  hombre  viejo  y  que  ceñía  c;l  fajín  del  listado  Alayor,  hablase  en 
su  parte  oficial,  concediéndok^s  capital  im¡)f)rlancia,  de  las  naaiífiras  descargas. 
.\iuique  con  pena,  me  veo  en  el  caso  de  consi^i^iiar,  para  ccmotamicuito  de  aquelIcKS 
(UL::<iifi)i^rs\  (|ue  ni  Sanipson  ni  ninguno  de  sus  lenient(\s  se  enteraron  de  la  célebre 
i!;raiii:::ii'Ia  de  halas;  tal  vez  hs  olvidarían  al  escril>ir  sus  informes  (p^ie,  d<^  otra  parte, 
contienen  los  más  nu'nuciosos  detalles. 

Batallón  de  Voluntarios  número  1.— F.stebatallónestal.)aintegTado¡eu  su  max'or 
parte,  por  españoles  peninsulares;  pero  tenía,  sin  end)argo,  entre  sus  oficiales  y  tropa, 
ini  buen    muriero    de  ¡)ortorric]ueños,   quizá   la  tercera   parte.   Id.  12   de   tJKn'O,  y  al 


C  R  O  N  J  C  A  S 


Jlt^sa 


mando  de  su  teniente  coronel  Pedro  Arzuaga  ',  formó  en  la  plaza  principal  y  seguida- 
mente las  compañías  se  distribuyeron  en  esta  Ibnua: 

1  ,a  primera,  entre  las  calles  de  San  Justo  y  Cruz,  acera  del  Xorle;  la  segunda,  en  la 
■escjuina  de  Cruz  y  San  Francisco,  frente  a  la  farnuicia  (juilleriiiety;  la  tercera,  tam- 
bién en  una  esquina,  calles  de  San  Francisco  y  San  José;  la  cuarta  quedó  al  príncii>¡o 
frente  a  la  Intendencia,  calle  de  San  José,  esquina  al  Cristo;  pero  como  un  proyectil 
al  chocar  con  la  cornisa  del  edificio  lanzara  a  la  calle  nuichos  trozos  de  manipostería 
íde  los  cuales  algunos  hirieron  a  un  teniente  y  a  tres  voluntarios),  toda  la  compañía 
desfiló  por  la  misma  calle  de  San  José  hacia  el  atrio  de  la  Catedral. 

La  bandera  de  este  batallón  y  su  escolta  estuvieron  ciurante  todo  el  combate  en 
el  portal  <le  la  casa  de  la  calle  de  San  Francisco,  C|ue  está  al  lado  de  la  antigua  far- 
niacia  Cuillermety. 

De  un  estado  de  fuerza  de  dicho  Cuerpo,  lechado  aquel  día,  copiamos  lo  siguiente: 

«Resumen  de  la  fuerza  del  batallón  de  Voluntarios  número  I,  que  concurrió  a  la 
óefensa  de  la  plaza  el  12  de  mayo:  Tenientes  coroneles,  uno;  comandantes,  cuatro; 
capitanes,  nueve;  médicos,  cinco:  capellán,  uno;  tenientes,  28:  sargentos,  4(5:  ca- 
bos, 108;  banda  de  música,  35:  voluntarios,  829. 


86  A  .     R  I  V  E  R  C> 


Guerrilla  montada. — Tenientes,  dos;  sargentos,  dos;  cabos,  cuatro;  soldados,  40, 

Ciclistas. — Tenientes,  uno;  sargentos,  dos;  cabos,  dos;  voluntarios,  lO.  Total  ge- 
neral: 1. 1 29  hombres.» 

Tiradores  de  Puerto  Rico. — lü  batallón  de  Tiradores  de  Puerto  Rico  estuvo  du- 
rante toda  la  acción  en  el  paseo  de  la  Princesa,  al  resguardo  del  murallón  contiguo 
al  presidio.  Era  jefe  de  este  Cuerpo  el  teniente  coronel  Leopoldo  P'ajardo,  y  coman- 
dantes, Vicente  Balbás  y  Francisco  l^astón.  Alguna  compañía  del  mismo  ocupó,  du- 
rante la  última  parte  del  combate,  los  fosos  de  San  Cristóbal,  donde  también  concu- 
rrió el  comandante  l^astón. 

Escolta  del  gobernador. — Ea  escolta  del  gobernador,  al  mando  de  su  capitán 
Ramón  Falcón,  uno  de  los  hombres  más  valientes  que  ha  perdido  Puerto  Rico,  desde 
el  primer  instante  acudió  al  palacio  de  Santa  Catalina,  y  fué  colocada  detrás  de  éste,, 
en  la  batería  de  Santa  Catalina;  pero  como  dos  proyectiles  de  la  escuadra  cayeron 
en  las  inmediaciones,  un  jefe  de  Estado  Mayor  ordenó  que  formase  en  la  calle  de 
la  Eortaleza,  sitio  inmediato  al  hospital  de  la  Concepción,  y  allí  permaneció  hasta 
las  diez  de  la  mañana,  en  que  el  general  Macías  dispuso  que  todos  se  retirasen  a 
sus  casas. 

Ciclistas. — Pertenecían  al  batallón  de  Voluntarios,  y  eran  1 7  jóvenes,  casi  todos  de 
familias  prominentes,  al  mando  del  entusiasta  teniente,  y  entonces  rico  comerciante^ 
Francisco  Álamo;  fué  segundo  jefe  de  esta  sección  Ángel  Suárez.  h^stos  muchachos, 
en  sus  máquinas,  corrían  en  todas  direcciones,  desde  San  Cristóbal,  donde  estaba 
centralizado  el  Mando  de  la  plaza,  hasta  el  Morro  y  San  Jerónimo,  y  a  los  demás  sitios 
de  peligro.  Entregaron  durante  las  tres  horas  del  combate  87  órdenes  escritas,  me- 
reciendo por  su  conducta  valerosa  y  arrojada  el  ser  citados  en  la   Orden  del  día  K 

Bomberos. — Al  romper  el  fuego  la  escuadra  de  Sampson^  el  Cuerpo  de  I  íonrados 
Bomberos,  de  San  Juan,  se  echó  a  la  calle,  de  uniforme  y  con  su  material  de  incendios; 
una  buena  parte  de  ellos,  que  eran  auxiliares  de  Ingenieros,  corrió  a  Casa  Blanca,  y 
allí  se  puso  a  las  órdenes  del  coronel  Eaguna;  otra,  como  retén,  patrullaba  por  calles 
y  recintos,  extinguiendo  tres  fuegos,  producidos  por  proyectiles  enemigos,  tan  pronto 
se  iniciaron. 

Guerrilla"  montada  de  Voluntarios. — h^sta  fuerza  formaba  parte  del  batallón  de 
Voluntarios;  componíanla  42  hombres,  montados  en  caballos  de  su  propiedad,  como 
también  lo  eran  su  equipo  y  armamento,  exceptuando  las  tercerolas  y  cartuchos,  que 
les  fueron  entregados  por  las  autoridades. 

Mandaba  dicha  sección  Pedro  P)olívar,  joven  popular,  valiente  y  entusiasta;  en  mis- 

^  El  Boletín  Oficial  de  ¡a  Unión  W'/ocipedica  líspañola,  al  ocn|)arse  de  los  servicios  (jiie  prestaron  los  ciclis- 
tas (le  San  Juan  el  día  12  de  mayo,  durante  el  bonil)ardeo,  le  dedic()  f^randes  y  merecn'dos  elogios,  haciendo 
constar  cjiíe  es  la  primera  vez  (jue  los  ciclistas  demuestran,  en  una  función  de  (guerra,  la  eficacia  de  su  inter- 
vención. Añade  dicha  revista  qu(^  los  tr¡{)ulantes  del  vapor  Mia^iad  J/.  Pinil/os,  que,  a  mediados  de  agosto  del 
mismo  año,  arribó  a  La  Coruña,  se  expresaron  en  términos  muy  laudatorios  de  la  referida  sección  ciclista. — - 
N.  del  A. 


( )  N  I  (;  A  s 


87 


notas  figuran  ademíís,  como  pertenecientes  .1  esa  guerrilla,  las  clases  siguientes:  sar- 
eento,  Nemesio  l'crez  Morís;  t:ahos:  Juan  M.  Cuadrado,  Carlos  Conde,  José  León  y 
Anacleto  Agudo;  trompeta,  Jiísé  l'iquer;  herrador,  Zapater. 

La  cuadra  fue  costeada  entre  lodos,  dando  cada  uno  la  suma  de  400  pesos,  y  se 
Itívantó  dotide  estaba  la  antigua  estación  del  ferrocarril,  parada  I.  Formaron  en  la 
plaza  de  Alfonso  XII,  y  mas  tarde,  en  el  foso  principal  del  castillo  de  San  Cristól)al. 
Cuantío  el  fuego  cesó,  fueron  enviados  a  Puerta,  de  llerra,  <londe  pasaron  todo  el  día 
V  la  noi:he  prestando  servicio  de  policía. 


Torpedos  y  torpedistas. —  Desde  que  se  proclamó  el  estado  de  guerra,  el  Alto 
Mando  español  procuró  of)struír  la  entrada  del  pucnlo;  los  vapores  ,1 ///////£'/<?  y  i'olihi 
fueron  echados  a  piíjue  en  el  canal  de  entrada,  entre  el  Morro  y  la  isla  de  Cal>ras;  se 
dispuso,  además,  varios  torpedos  de  contacto,  f>ara  colocarlos  en  el  momento  preciso, 
(pie  fueron  sacados  de  los  cruceros  (p.ie  estaban  en  puerto,  y  tdnde;mdo,  últimamente, 
varias  minas,  cpie  eran  boyas  llena,s  de  póh'ora.  Id  ca|-)¡tán  del  Concha  y  el  elcctrí- 
la'sta  Manuel  l\uiz  llevaron  a  cabo  este  trabajo. 

Sol)re  los  arrecifes  de  la  costa  y  debajo  de  la  l>atería  de  Sa.n  f'^ernando  se  le- 
vantó una  caseta,  donde  estaba  el  explosor  [¡ara  dar  fuego  a  dichas  minas,  debiendo 
montar  guardia  f>ermanente  los  oficiales  de  Marina.  F.n  la  mañana  de!  12  de  ma.yo, 
algo  más  de  las  ocho,  muchas  personas  vieron  cómo  un  oficial  bajaba  a  diclia  caseta, 


88 


R  I  \'  1<:  R  O 


agarrándose  a  los  btíjiicos  y  arbustos  del  barranco.  F>a  el  marino  de  guardia,  quien- 
hasta  entonces  estuvo  agradablemente  entretenido  en  cierta  casa  del  recinto  norte 
llamado  t'Cantagallos»,  y  donde  se  acostumbraba  a  tirarle  de  la  oreja  a  jíorge. 

Incidentes.— Los  doctores  ¡osé  C.  Barbosa  y   (labríel  Ferrer,  acompañados  de 

I.uís  Sánchez  M'orales  y  Salo- 
món Dones,  estaban  en  Baya- 
món,  algunos  de  ellos  sin  el  co- 
rrespondiente pernn'so;  al  oír 
los  cañonazos  y  comprendiendo 
lo  qu(i  ocurría  tomaron  un  co- 
che, y  a  todo  correr  se  traslada- 
ron al  poblado  de  Cataño,  donde 
convencieron  a  la  tripulación  de 
un  bote  para  que  los  condujese 
a  San  Juan.  Al  atravesar  la  bahía 
cayeron  cerca  de  la  embarcación 
varios  pro\-ectiles,  algunos  tan 
inmediatos,  que  el  agua  por  ellos 
levantada  salpicó  a  los  expedí 
cionarios;  al  pasar  por  la  popa 
del  crucero  Couclia  fueron  vito- 
reados por  los  marineros.  Llega- 
ron al  muelle,  y  al  poner  los  pies 
en  tierra,  iba  delante  el  doctor 
b'errer,  quien  sombrero  en  mano 
y  muy  excitado  daba  ¡vivas!  a 
España,  vivas  que  fueron  con- 
testados por  las  fuerzas  del  ba- 
<i.:  Míchi^y^aii  i-.,.iirc.ii,'.  .■!  jíniíio  .1»-^  iior.tor,  u .  c:  p.»ri.irr¡<|iicñ..  tallón  dc  Tiradorcs  fomuuias  en 

"  s;i  ii.jM.-  fatniíi:,^  '  '  cl  pasco  dc  la  Princesa.  I'ji  aque- 

llos momentos  se  presentó  un 
oficial  de  Marina,  el  cual  guió  a  todos  hasta  el  despacho  del  general  Vallarino, 
<|uien  les  recibió  con  mucha  afabilidad  colmándolos  de  elogios,  según  dijera  él, 
j)or  el  valor  y  el  patriotismo  que  demostraron  al  cruzar  la  bahía  en  medio  de  una 
lluvia,  de  granadas;  terminó  su  arenga  tomando  el  nombre  de  todos  los  |3resentcs, 
tripulantes  y  pasajeros,  y  ofníció  |>ro¡)onerlos  para  que  fuesen  recompensados  con 
cruces  del  Mérito  Xaval.  Concluido  aquel  acto,  fueron  todos  a  Santa  Catalina,  y  allí 
el  general  Alacias  elogió  tanif>lén  a  Barbosa,  Ferrer  y  Sánchez  Morales. 

Lm  mis  notas  aparece  <[ue  en  Ja  misma  embarcación  atravesaron  la  bahía,  además 
de  las  personas  mencionadas,  Fernando  de  Juan,  Félix  Padial,  Jesús  Rossy,  Luis  y 


i:  R  o  N  I  C  A  s 


89 


luiiilio  Chevremont,  José  Suárez,  Sergio  Palma  y  Raíacl  Cabrera.  La  tripulación  del 
bote  la  componían  los  matriculados  Juan  Rubio  Rodríguez,  Félix  l'iivera,  Pablo  I\íi- 
randa,  Nicolás  Cuervo,  José  Naguabo  y  José  kendón. 

En  los  momentos  en  que  el  combate  había  llegado  a  su  período  álgido,  entró  en 
el  castillo  un  grupo  de  soldados 
del  3."  Provisional  conduciendo 
los  aparatos  de  la  sección  helio- 
gráfica  que  estaban  en  fiallajá, 
los  cuales  hubo^que 'sacar  de  allí 
por  temor  a  que  el  edificio  fuese 
derril)ado  por  el  fuego  enemigo. 
C'onfimdido  entre  los  soldados 
Y  con  alfí'una.  cosa  sobre  sus 
hombros  franqueó,  también,  la 
¡)uerta  de  San  Cristóbal,  un  jo- 
vencito  gaditano  y  estudiante  de 
l)achillerato,  en  aquellos  días, 
i|uicn  aprovechaba  la  confusión 
del  momento  |)ara  satisüícer  su 
j  u  V  e  n  i  I  c  u  r  í  o  s  i  d  a  d .  M  o  s  t  r  á  b  a  s  e 
muy  contento  de  su  hazaña,  ob- 
servando con  interés  el  continuo 
disparar  de  los  cañones  y  el 
a¡)arato  de  guerra  cpie  en  todo 
el  castillo  se  notaba,  cuando 
acertó  a  pasar  por  su  vera  el  te- 
niente González,  de  la  escala 
práctica,  y  al  verlo  de    paisano  uum.i..,  ...m,..;    ).  .m>^u.uL,A^^.^  j>w^^^^^ 

le  interrogó  si  realmente  era  mi- 
litar. Sol)recogióse  el  preguntado,  y  tenu'endo  que  le   tomasen  por  espía  si  decla- 
raba la  verdad,  contestó  apresuradamente  (cuadrándose   lo  nu'jor  que  supo)  en  sen- 
tido afirmativo. 

Miróle  el  teniente  Conzález,  y  al  fijarse  en  lo  abundante  de  sus  cabellos  y  en  su 
peinado  andaluz,  le  dijo: 

— Pues,  entonces,  ahora  m¡snu>  se  va  uste<I  a  cortar  esos  tufos  v  todo  el  pelo  a 


'^'  sin  decir  más  lo  introdujo  en  la  pe€]ueña  barbería  del  castillo,  dejándolo  en 
manos  del  iKirbero,  un  viejo  sangrador,  el  cual,  generalmente,  hacía  llorar  a  sus 
parroquianos  por  la  suave  manera  con  que  acostumbraba  ejercer  su  oficio.  Resigná- 
^>ase  el  estudiante  a  la  pérdida  de  sus  cabellos,  y  cuando  el  barbero  ya  blandía  las 


QO  A  .     R  I  V  E  R  O 

mohosas  tijeras,  acertó  a  caer  en  el  patio  del  castillo  una  granada  enemiga;  el  bar- 
bero, su  ayudante,  el  teniente  González  y  otros  que  por  allí  transitaban,  cada  cual  se 
refugió  donde  pudo,  y  aprovechando  la  confusión,  el  atribulado  joven  salióse  del 
castillo,  bajó  la  rampa  de  entrada  y  tomó  las  de  Villadiego,  muy  contento  con  sus 
experiencias  de  la  guerra  y,  sobre  todo,  por  haber  escapado  sin  averías  de  las  formi- 
dables tijeras  de  un  barbero  militar  con  abolengo  de  sangrador. 

Aquel  jovencito,  de  1898,  es  hoy  escritor  y  autor  dramático  de  reconocida  fama, 
director  del  áldirlo  El  Imparcial,  en  San  Juan,  y  cónsul  interino  de  España.  Su  nom- 
bre es  José  Pérez  Losada. 

Los  estudiantes  tnilitares.^ — Todos  los  jóvenes  alumnos  déla  Academia  Prepara- 
toria Militar,  quienes  necesariamente  eran  soldados  de  los  cuerpos  de  la  guarnición, 
se  hicieron  notar,  el  día  1 2  de  mayo,  por  su  valor  y  serenidad,  ocupando  puestos  de 
peligro  y  desempeñando  diversas  comisiones  que  se  les  encomendara.  Sobresalió, 
entre  ellos,  Cristóbal  Real,  hoy  poeta  y  periodista  que  figura  a  la  cabeza  del  movi- 
miento literario  de  Puerto  Rico. 

Los  habitantes. — Una  gran  parte  se  portó  con  serenidad;  algunos  curiosos,  a 
cubierto  de  las  murallas,  observaban  las  maniobras  de  los  buques  enemigos;  otros, 
menos  belicosos  o  más  precavidos,  corrieron  hacia  Santurce,  llegando  bastantes  a 
Río  Piedras;  unos  pocos  no  pararon  hasta  Carolina. 

Y  ahora,  con  permiso  del  benévolo  lector,  voy  a  relatar  un  incidente  que  a  mi 
persona  se  refiere.  Cierto  amigo,  cuyo  nombre  no  recuerdo,  al  llegar  en  su  carrera, 
bastante  sofocado,  a  este  último  pueblo,  se  vio  en  la  necesidad  de  satisfacer  la  pú- 
blica curiosidad  relatando  algo  de  lo  ocurrido  en  San  Juan.  Ni  tardo  ni  perezoso  se 
despachó  a  su  gusto: 

- — [Aquello  es  un  desastre!:  la  Intendencia,  el  Ayuntamiento  y  la  Capitanía  Ge- 
neral están  en  el  suelo;  medio  San  Juan  está  arrasado,  y  el  número  de  muertos  y  he- 
ridos es  imposible  de  calcular;  se  dice  que  hay  muchos  jefes  y  oficiales  muertos,  y 
entre  ellos  un  portorriqueño,  el  capitán  Rivero,  a  quien  un  proyectil  le  llevó  la 
cabeza. 

Como  yo  tengo  el  altísimo  honor  de  haber  nacido,  hace  muchísimos  años,  en  el 
barrio  del  Cacao,  de  la  Carolina,  un  buen  número  de  mis  paisanos  comentó  con 
tristeza  mi  desgraciado  fin.  Algunas  compasivas  viejecitas  decían: 

— }El  pobre,  tan  bueno! 

Se  presentó  a  la  sazón  el  cura  párroco,  y  entonces  él  y  algunos  fieles  que  se 
habían  reunido  en  la  iglesia,  rezaron  con  gran  devoción  un  rosario  por  el  eterno  des- 
canso de  mi  alma.  ¡Dios  se  lo  pague  a  mis  paisanos!,  y  El  me  abone  en  cuenta,  en  su 
día,  este  bondadoso  adelanto. 

Pánico. — Ya  he  dicho  que  al  empezar  el  bombardeo  muchos  pacíficos  habitantes 
de  San  Juan  corrieron  hacía  las  afueras  de  la  ciudad;  el  espectáculo,  visto  desde  lo 
alto  de  San  Cristóbal,  era  doloroso:  ancianos,  enfermos,  cojos  con  sus  muletas,  cié- 


CRÓNICAS  91 

gos,  a  tientas  y  sin  lazarillos,  madres  con  sus  hijos  de  las  manos  y  en  brazos  los  más 
pequeños,  todos  huían  en  abigarrado  tropel,  como  un  rebaño  que  se  desbanda;  los 
campesinos  que  a  dicha  hora  llegaban  con  sus  cargas  de  aves  y  vegetales,  volvieron 
grupas,  y  a  todo  correr  tomaron  la  carretera  de  Río  Piedras,  y  hasta  uno,  cre- 
yendo escapar  mejor,  abandonó  su  carga  y  montura  fiando  la  salvación  a  sus  pro- 
pios pies. 

El  teniente  Policarpo  Echevarría,  que  iba  por  Puerta  de  Tierra  hacia  San  Jeró- 
nimo, utiHzó  el  caballejo,  y  sobre  la  carga  de  plátanos  galopó  hasta  su  castillo. 

El  tranvía  de  vapor  de  Pablo  Ubarri  hizo  frecuentes  viajes  abarrotado  de  pasa- 
jeros, arrastrando  en  algunos  más  de  catorce  coches;  fué  bastante  la  confusión  en 
dicho  tren,  porque  muchas  personas  entraron  por  las  ventanillas  y  otras  querían 
llevar  consigo  maletas  y  grandes  bultos.  Dos  infelices  mujeres  dieron  a  luz  en  las 
cunetas  del  camino,  más  allá  del  puente  de  San  Antonio;  otras  huyeron  en  ropas 
menores,  casi  desnudas. 

El  bombardeo  de  San  Juan,  no  de  sus  baterías  solamente  como  dijo  el  almirante 
Sampson,  sino  de  la  ciudad  y  sus  defensas,  fué  un  acto  de  guerra  innecesario,  cruel 
y  abusivo.  Hay  leyes  humanas  que  no  necesitan  para  ser  cumplidas  estar  consig- 
nadas en  nigún  código:  son  leyes  de  humanidad,  de  amor  y  respeto  hacia  las  mu- 
jeres, hacia  los  niños,  hacia  los  ancianos,  y  que  se  extienden  a  todos  los  no  com- 
batientes. 

El  teniente  Jacobsen,  comandante  del  crucero  alemán  Gier  que  visitó  a  San  Juan^ 
antes  y  después  del  12  de  mayo,  publicó  más  tarde  en  Berlín  un  resumen  de  sus 
observaciones,  y  en  la  página  13  de  su  libro  dice  lo  que  sigue: 

«Una  verdadera  sorpresa  pudo  haber  ofrecido  alguna  ventaja  al  Almirante,  sola- 
mente en  el  caso  de  que  hubiese  tenido  la  intención  de  forzar  el  puerto.  Si  fué  una 
simple  cuestión  de  reconocimiento^  debió  haber  garantizado  un  plazo  de  dos  o  más  ho- 
ras, sin  que  eso  alterase  el  resultado  del  bombardeo.» 

Este  marino,  que  fondeó  con  su  crucero  de  guerra  en  el  puerto  de  San  Juan  el 
día  9  de  mayo,  dos  días  antes  del  bombardeo,  y  al  cual  recibí  y  festejé  en  mi  cas- 
tillo, volvió  a  visitarnos  a  raíz  del  armisticio;  ni  antes  ni  después  hubo  secretos  para 
él;  lo  vio  todo,  y  así  su  trabajo  resulta  en  extremo  interesante;  desde  estas  páginas 
le  doy  las  gracias  por  el  ejemplar  que  me  enviara  el  año  1899.  En  ese  libro  y  refi- 
riéndose a  los  defensores  de  San  Juan  puede  leerse: 

«Son  muy  valientes  estos  soldados;  de  gran  empuje  y  resistencia,  siempre  so- 
brios. Por  esas  cualidades  militares,  el  soldado  español  es  altamente  apreciado  en  to- 
das partes.» 

Detalles  curiosos. — En  el  Asilo  de  Beneficencia,  un  proyectil  de  pequeño  calibre 
atravesó  el  muro  del  Norte,  estallando  dentro  del  dormitorio  de  niños;  el  efecto  de 
la  explosión  fué  tan  intenso  que  las  almohadas  y  ropas  de  cama  de  los  asilados  fue- 
ron lanzadas  hacia  el  techo,  y  como  los  ladrillos  de  éste  también  se  levantasen,  al 


02  A  .     R  1  Y  lí  R  C> 

caer  de  nuevo,  aquellas  sábanas  y  almohadas  quedaron  aprisionadas  entre  dichos  la- 
drillos y  las  vigas;  así  permanecieron  por  muchos  días,  siendo  objeto  de  la  curiosi- 
dad pública. 

En  el  mismo  edificio  otra  granada  de  tiro  rápido  atravesó,  una  tras  otra,  cinco 
puertas  que  estaban  abiertas  en  una  sección  de  ivafer-closcts  y  lastimando  a  una  her- 
mana de  la  (airidad,  penetró  en  la  capilla  y  cayó  sobre  el  altar,  descansando  sobre 
su  l)ase,  y  sin  hacer  explosión,  ante  una  imagen  de  la  Virgen  que  allí  había. 


l'hi  San  Cristóbal  ocurrió  algo  nmy  parecido:  otro  proyectil  que  no  tenía  o  había 
l>erdido  su  espoleta,  perforó  un  muro  de  nueve  pies  de  espesor;  entró  en  la  capilla, 
convertida  a  la  sazón  en  repuesto  de  cartuchos  y,  lo  mismo  que  el  anterior,  quedó» 
en  posición  vertical,  frente  a  una  imagen  de  Santa  Bárbara,  patrona  del  cuerpo  de 
artillería. 

\'A\  el  Campo  del  Morro,  un  soldado  de  infantería,  que  era  ordenan^^a  del  doctor 
(loenaga,  íué  destrozado  por  un  proyectil  que,  con  la  violencia  de  su  explosión,  le 
<lespojó  de  todas  sus  ropas,  apareciendo  el  cadáver  desnudo  y  conservando  calzado 
el  pie  derecho.  Otro  artillero,  que  prestaba  servicios  en  el  castillo  del  Morro  y  junto 
al  cuai  luzo  explosión  una  granada  de  gran  calibre,  que<ló  en  cueros,  recibiendo  úni- 
c-amente  algunas  heridas  leves,  b^ste  artillero  fué  asistido  ¡)or  el  doctor  Pedro  del 
Valle. 

En  las  fortificaciones.' — ]\n  el  Morro  se  anotaron  32  impactos, algunos  de  los  cua- 
les causaron  serias  averías,  como  el   que  destruyera   la  parte  alta  del  faro;  aun  pue- 


€     R     (1    NIC    A    S  g; 

den  observarse  en  este  castillo  las  numerosas  cicatrices  de  aquella  jornada,  aunque 
un  celo  mal  entendido  ele!  Alto  Mando  hizo  que  los  ingenieros  militares  arreglasen 
casi  todos  los  desperfectos,  que  debieron  conservarse  como  recuerdo  histórico.  San 
Cristóbal  taml)ic'n  recibió  numerosos  proyectiles  que  removieron  varios  metros  cú- 
bicos de  manipostería,  inutilizando,  como  he  relatado,  temporalmente,  dos  de  las 
mejores  piezas  allí  emplazadas. 

Ambos  fuertes  fueron  los  más  castigados  por  el  cañón  enemigo,  aunque  el  Morro 


recibió  mayor  volumen  de  fuego,  pavs  se  intentó  demolerlo,  derrumbando  sus  escar- 
pas al  mar;  pero  en  San  Cristóbal  fué  donde  únicamente  hubo  artilleros  nmertos  y 
[u'czas  inutilizadas. 

En  el  Hospital  Militar. —  Como  este  edificio  ofreciera  poca  se^guridad  para  losen- 
termos  y  íucse  alcanzado  por  el  hicgo  enemigo,  sus  salas  de  emergencia  fueron  tras- 
ladadas, a  meiliodía,  al  edificio  del  Senn'narío  Conciliar,  V.n  dicho  hospital  trabaja- 
ron toda  la  mañana  médicos,  practicantes,  sanitarios  y  licrmanas  de  la  Caridad. 

En  el  caserío.-— Uno  de  los  primeros  disj)aros  tronchó  el  asta  de  bandera  de  la 
Casa- Ayuntamiento,  brozándola  a  la  calle  de  San  hVancisco.  ]^.a  intendencia  fué  al- 
canzada en  la  cornisa  alia,  )•  los  cascotes  hiri(M-on  a  un  oficial  y  a  tres  vohiutarios.  hd 
iniartel  do  liallajá  fué  acribillado  por  ¡)royectilcs  de  tiro  rápido,  v  un  muro  de  ia 
parte  Korte  vino  a  tierra,  tpiedando  todo  el  edificio  en  estado  ruinoso. 


94  A.    RiyERQ 

El  Manicomio,  hasta  que  se  izó  en  él  Ja  bandera  de  la  Cruz  Roja,  íüé  también 
blanco  del  enemigo,  recibiendo  gran  número  de  proyectiles.  En  él  C@m6rtf6rlo  ca- 
yeron dos  granadas,  de  seis  pulgadas  una  de  ellas,  y  otra  de  I  3,  destruyeodo  varios 
nichos  y  poniendo  a  descubierto  restos  humanos.  La  Catedral  y  la  ígíétíá  de  San 
José  fueron  averiadas.  Casa  Blanca,  el  Seminario  Conciliar  y  las  casas  números  7,  9 
y  1 1  del  recinto  de  Ballajá  sufrieron  desperfectos  de  considéfaciéti. 

Proyectiles  de  tamaños  diversos  (muchos  de  ellos  no  hicierdñ  éíéplosión)  tocaron 
en  las  siguientes  casas:  números  2,  9,  15,  19  y  21  de  la  calle  áe  San  Sebastián;  12  y 
42  de  la  Cruz;  20,  21  y  61  de  San  Francisco;  39,  4 1,  43  y  37  dé  la  Fortaleza  (esta 
última  recibió  cinco  proyectiles);  número  i  5  de  San  Justcr;  1  y  13  de  la  calle  del  Sol, 
y  52  de  la  Luna. 

En  el  Asilo  de  la  Concepción,  el  Palacio  de  Santa  Catalina,  el  Arsenal  y  en  al- 
gún otro  edificio  que  tal  vez  olvidamos  al  tomar  estas  notas,  también  hicieron  daños 
las  granadas  enemigas.  A  vSanturce  llegaron  muchas,  y  una  de  ellas  hirió  en  su  casa 
a  Ramón  López  y  al  joven  Emilio  Gorbea,  que  estaba  allí. 

En  la  bahía  cayeron  numerosos  proyectiles,  que  al  estallar  en  el  fondo  levanta- 
ban columnas  de  agua;  uno  alcanzó  al  crucero  auxiliar  Alfonso  XIII  en  la  caseta  del 
piloto,  y  otro  al  buque  de  guerra  francés  Aimiral  Rigaud  en  un  mástil  y  en  la  chi- 
menea. Hasta  Cataño  y  Pueblo  Viejo  llegaron  las  granadas,  y  en  la  finca  San  Patri- 
cio^ de  los  hermanos  Cerecedo,  fué  recogida  una  de  13  pulgadas. 

En  la  cárcel. — En  la  cárcel  provincial,  en  Puerta  de  Tierra,  que  ocupaba  el  edifi- 
cio que  hoy  pertenece  a  la  Porto  Rican  American  Tobacco  C,  estaban  presos,  en  la 
sala  de  preferencia,  Antonio  Salgado  Izquierdo,  detenido  en  Bayamón  por  la  Guar- 
dia civil  en  la  noche  del  4  de  mayo  por  sospechas  de  que  fuese  afecto  a  los  america- 
nos; Rafael  Arroyo,  Manuel  Cátala  Dueño  y  el  doctor  Juan  Rodríguez  Spuch,  de 
Yauco,  por  los  mismos  motivos;  Santiago  Iglesias — hoy  senador — ,  por  asuntos  po- 
líticos; Vicente  Mascaró,  por  ataques  en  la  Prensa  a  Muñoz  Rivera,  y  Freeman  Hal- 
stead,  corresponsal  del  Herald,  a  quien  se  seguía  procedimiento  militar. 

Todos  dormían  en  catres  de  tijera.  Poco  más  de  las  cinco  de  la  mañana  serían 
cuando  sonaron  los  primeros  cañonazos, 

■ — ¡Salvas! — exclamó,  despertándose,  Rafael  Arroyo. 

— No  son  salvas;  es  la  escuadra  americana  bombardeando  a  San  Juan — repuso  el 
doctor  Juan  Rodríguez. 

Y  no  había  acabado  de  decirlo,  cuando  un  proyectil  de  cuatro  pulgadas,  per- 
forando el  muro  del  Norte,  entró  en  la  habitación  y,  sin  estallar,  dio  en  el  pavi- 
mento. Al  rebotar,  pasó  tan  inmediato  a  Santiago  Iglesias,  que  le  destrozó  el  catre 
y  ropas,  produciéndole  una  herida  en  aquel  paraje  del  cuerpo  donde,  según  el 
clásico,  la  espalda  cambia  de  nombre;  el  proyectil  volvió  a  caer  al  suelo,  junto  al 
periodista  Halstead,  y  no  estalló.  La  habitación  se  llenó  de  escombros  y  la  confusión 
fué  grande;  cuando  los  ánimos  se  serenaron,  pudo  verse  que  Antonio  Salgado  tenía 


CRÓNICAS  95 

hecha  trizas  toda  la  ropa  y  serias  heridas  en  la  espalda,  con  pérdida  de  varios  trozos 
de  piel,  y  herido,  aunque  levemente,  Halstead;  los  demás  resultaron  ilesos. 

Halstead,  quien  guardó  el  proyectil  como  recuerdo  de  aquel  día,  decía  muy  albo- 
rozado en  su  mal  castellano: 

— Cañón  americano,  mucho  bueno. 

Poco  después  llegaron  al  lugar  del  suceso  el  doctor  Francisco  del  Valle  y  el  far- 
macéutico Fidel  Guillermety,  y  ayudados  por  el  practicante  del  establecimiento,  pro- 
cedieron a  la  curación  de  los  lesionados,  que  fueron  trasladados  a  otra  habitación. 
Casi  todos  estos  prisioneros  fueron  puestos  en  libertad  días  antes  de  la  entrega  de 
San  Juan,  cuando  ya  el  general  Brooke  estaba  en  Río  Piedras,  por  los  buenos  oficios 
de  Jorge  Finlay  y  Andrés  Crosas,  así  como  también  de  Scott,  manager  de  la  Com- 
pañía del  Gas. 

Después  del  combate. — La  tarde  del  día  12  se  pasó  bastante  bien;  nuevos  hospi- 
tales de  emergencia  a  prueba  de  bomba  se  habilitaron  en  los  castillos,  en  la  creencia 
firme  de  que  la  escuadra,  que  continuó  todo  el  día  en  el  horizonte,  aprovecha- 
ría la  noche  para  reanudar  el  bombardeo.  En  la  ciudad,  los  habitantes  que  permane- 
cieron en  ella,  y  algunos  oficiales  francos  de  servicio,  se  dedicaban  al  sport  de  reco- 
ger proyectiles  enteros — más  de  200  de  éstos  se  coleccionaron — ,  cascos  y  espoletas 
de  otros;  cada  cual  almorzó  donde  le  convidaron,  porque  cafés  y  restaurants  esta- 
ban cerrados;  por  la  noche  hubo  una  gran  retreta  militar  en  la  plaza  de  Armas,  que 
resultó  bastante  concurrida,  dado  el  día  de  la  fiesta. 

Por  la  noche. — Todos  los  cañones  y  obuses  estaban  dispuestos,  y  sus  sirvientes, 
envueltos  en  mantas,  dormían  al  pie  de  los  mismos,  turnando  en  el  servicio  de  retén. 
Las  linternas  estaban  prevenidas  para  el  tiro  de  noche  y  llenos  grandes  recipientes 
con  agua  de  jabón  para  refrescar  las  piezas;  abajo,  los  artificieros  cargaban  proyec* 
tiles,  colocándoles  espoletas  de  tiempo  y  percusión;  a  cubierto  de  las  macizas  bóve- 
das, médicos  y  practicantes  disponían  vendajes,  algodones  y  frascos  de  líquidos  di- 
versos; se  hacía  el  menor  ruido  posible,  se  hablaba  y  transmitían  órdenes  en  voz  baja; 
la  ciudad  estaba  a  obscuras,  y  ni  aun  se  permitía  a  los  transeúntes  encender  sus  ci- 
garros. Patrullas  armadas  vigilaban  los  recintos,  y  de  cuarto  en  cuarto  de  hora  se  oía 
el  ¡alerta!,  que  corría  de  puesto  en  puesto,  y  era  contestado  con  el  ¡alerta  está!  del 
último  centinela. 

A  las  ocho,  o  algo  más  de  esa  noche,  sonó  un  cañonazo;  las  cornetas  respondie- 
ron al  estampido  con  toques  de  generala,  y  todas  las  fuerzas  de  la  guarnición  salieron 
de  los  cuarteles,  ocupando  sus  puestos  de  alarma.  La  escolta  del  general,  ciclistas, 
auxiliares,  guerrilleros,  macheteros,  tiradores,  todos  formaron,  sin  que  faltase  uno  solo. 

Aun  recuerdo  esa  noche  inolvidable,  más  angustiosa  que  el  mismo  día;  a  cada 
momento  esperábamos  oír  el  estampido  de  los  cañones,  pensando  en  los  horrores  de 
un  bombardeo  nocturno,  y  por  esto  no  debe  extrañarse  la  alarma  que  el  disparo 
produjera.  Todo  se  redujo  a  que  un  cabo  de  cañón  del   Concha,  examinando  su 


A  .     U  T  V  J^  R  O 


algunos 

l.os 

de  alivi. 

cuatro  h 


pieza  para  cerciorarse  de  que 
estaba  bien  cargada,  se  le  esca- 
lio el  tiro,  yendo  a  clavarse  rl 
proyectil  en  otro  buque  anclado 
en  la  bahía. 

Al  amanecer. —  Desde  las 
cuatro  de  la  madrugada  toda  la 
guarnición  estaba  en  píe  y  en 
sus  puestos  de  combate;  a  las 
cinco,  los  artilleros  entraron  en 
l>aterías;  jefes  y  oficiales,  subi^ 
dos  a  los  paraf)etos,  exafuinába- 
nios  el  horizotite  con  nuestros 
gemelos  de  campaña. 

A  las  cinco  y  media,  o  poco 
más,  el  sol  nos  envi(3  sus  pri- 
meras claridades;  una  racha 
l)arrió  la,s  l>rumas,  y  vimos  t¡ue 
la  escuadra  enemiga  liabía  des- 
aparecido. Hasta  «londe  alcan- 
za.ba  la  vista,  el  mar  estaba. 
d.'>u,<.  sr:na.i,.r  .k,  ruMM.n  dcsicrto;    aquí    y    allá    flotaban 

.urrrai.aiii.i.-M-,. .;,.  I;,  isi.K  cajas    vacías   que   liabían   conte- 

nido   pólvora    y   proyectiles,    y 
)s    de    mástiles  y    restos   de    embarcaciones    menores, 
izados   y    cruceros   de   Sani.ps(m   so    hatiían    retirado.    Un    sentimiento 
pod<-T(')  fie  iodos,    y    muchos  se  fueron  a   descansar  después  de  veinti- 
de  tensión  niTviosa. 


Vo  (pusiera  fijar  (^xactam<mte  en  estas  |)áginas  mi  estado  de  ánimo  durante  la 
jornadíi  del  i  2  de  m;iyo.  Lo  |)r¡mero  fué  sorpresa,  temor  a  lo  imprevisto  y  a  siis  con^ 
secuencias,  y  ial  ve/  miedo.  Después  délos  primeros  disparos,  y  cuando  divisó  a 
tanta  gente  infeliz,  a  (¡uiencs  los  pnyvediles  americanos  sacaron  de  sus  lechos  a  me- 
dio v<'stir,  y  ()ui«  Imscaban  en  su  buida  la  salvación,  sentí  odio  profurnto  hacia  aque- 
llos grandes  buques,  tpie,  n,o  ccmtentos  con  su  inmensa  superioridad,  se  escndal^an 
vn  la  soíubra  de  la  noche  jiara  atacar  a  mansalva  a  un  pueblo  indefenso,  violando 
todas  las  reglas  del  derecho  de  gentes  y  los  sentimientos  de  humanidad,  \''o  afirmo, 
por  un"  honor,  que  aquel  dia  hice  cuanto  pude  para  hundir  uno  o  muchos  de  los  cru- 


■#ÍÍ::.:. 


ffíjíf 


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i'  R  C )  N  I  C  A  S 


ceros  de  Sanifjson;  a  mitad  del 
combate,  y  ya  dueño  de  mis  ner- 
vios, comprendí  lo  mísero  de 
nuestra  situación,  lo  pobre  de 
nuestro  armamento,  la  inexpe- 
riencia de  nuestros  artilleros,  que 
jamás,  hasta  entonces,  haliían  es- 
cuchado el  disparo  de  un  cañón; 
entonces  maldije  de  aquellos 
hombres  del  Ministerio  de  la 
<  ¡uerra  de  Madrid,  que  pudíen- 
<lo  y  debiendo  haber  hecho  ta,n 
grandes  cosas,  nos  dejaron  inde- 
fensos y  a  merced  del  enemigo. 

Observaciones.— El  autor  de 
este  libro,  que  ha  j^resenciado 
maniobras  navales  en  Ilampton 
Roads  y  (>n  la  ("^osta  Azul  del 
Mediterráneo,  afirma  que  jamás 
vio  otra  tan  precisa,  tan  elegan- 
te y  tan  serenamente  n^alizada 
como  aquella  de  la  escuadra  ame- 
ricana el  día  I  2  de  nia)-o  de  I  H98. 
I'arecía  un  sinuilacro  en  que  los 
bu<}ues  navegaban  a  igual  velo- 
i:idad,  conservando  inalterables  las  distancias  entre  ellos.  ¡U  luego  fué  nuiy  vivo, 
verdaderamente  de  volumen  aterradí.ir;  pero  el  Inerte  oleaje»  del  XorcK'ste  perju- 
dicó la  puntería;  los  buques  daban  fuertes  balances,  y  de  ahí  que  nniclios  diSf)aros 
cayesen  cortos,  otros  muy  largos  y  los  menos  diesen  en  el  blanco.  Días  más 
larde  ton)é  nota  de  un  gran  número  de  impactos,  y  puf-do  afirmar,  sin  grave  error, 
tjue  de  cada  cien  disparos  20  resultaron  cortos,  60  largos,  y  el  resto  tocó  en  las  l)a- 
lerías  o  cerca  de  ellas. 

Ilubo  un  error  gravísimo  al  seleccionar  los  pro\-ectiles,  pues  la  mayor  parte  fue- 
ron granacias  perforantes,  de  cabc^za  endurecida,  y  con  espoletas  tan  defectuosas,  que 
••1  So  por  100  no  funcionaron.  !%n  el  I^arque  de  Artillería  se  abrieron  muchas  granadas, 
y  de  ellas  un  regular  número  f!()  tenían  carga  interior^  y  en   otras  era  incompleta. 

Si  en  vez  de  proyectiles  pc;rforantes,  que  debieron  ser  reservados  para  la  escua- 
dra de  Cervera,  hul)ieran  usado  granadas  ordinarias  con  espoletas  de  percusión  v 
-shrapnels-,  con  espoletas  de  tiempo,  otro  hubiese  sido  el  resultado  del  cond)ate  y 
'-al  vez  el  autcir  no  tendría  hoy  la  oportunidad  de  escribir  este  libro. 


98'  A  .     R  I  V  E  R  O 

La  escuadra  norteamericana. — Toda  la  fuerza  naval  americana  del  norte  Atlán- 
tico tenía  su  base  en  Cayo  Hueso,  Florida.  El  día  3  de  mayo,  el  almirante  Sampson 
que  la  mandaba,  recibió  el  siguiente  cable  del  secretario  de  Marina,  Long: 

Washington,  mayo  3,  1898. 
Sampson,  Cayo  Hueso,  Florida. 

Ningún  movimiento  en  grande  escala  del  Ejército  podrá  tener  lugar  durante  estos 
días,  ni  tampoco  ninguno  de  menor  importancia  podrá  realizarse  hasta  que  se 
conozca  el  paradero  de  los  cuatro  cruceros  protegidos  y  destroyers  españoles.  Si  su 
objetivo  es  Puerto  Rico,  deberán  llegar  allí  alrededor  de  mayo  8,  y  se  le  autoriza 
a  Ud.  en  este  caso^  para  atacarlos,  así  como  a  San  Juan.  Entonces  la  escuadra 
Volante  reforzará  a  Ud. 

LoNG. 

Al  recibo  de  la  orden  anterior,  el  almirante  reunió  una  parte  de  sus  fuerzas,  com- 
puestas de  los  acorazados  lowa  e  Indiana ^^^  el  crucero  acorazado  New  York  (buque 
insignia)  y  los  cruceros  protegidos  Montgomery  y  Detroit;  los  monitores  Amphitrite  y 
Terror^  torpedero  Porter  y  el  remolcador  Wowpatuck,  También  se  incorporaron  el 
carbonero  Niágara  y  dos  yates  donde  viajaban  los  corresponsales  de  la  Prensa 
asociada. 

El  4  del  mismo  mes  zarpó  la  flota,  así  formada,  con  rumbo  al  Este,  llegando 
el  8  a  la  altura  de  Cabo  Haitien,  Haití,  desde  donde  Sampson  envió  a  Washington  el 
cable  que  figura  en  la  página  69,  y  sin  esperar  la  autorización  que  solicitara,  hizo 
rumbo  directo  a  San  Juan,  frente  a  cuya  plaza  llegó  a  la  una  y  treinta  de  la  madru- 
gada, mayo  12,  1898.  Para  la  mayor  exactitud  de  este  relato,  copio  a  continuación 
el  parte  oficial  del  comandante  de  la  Escuadra: 

Key  West,  Fia.,  mayo  18,  1898. 
No.  83.  U.  S.  Flagship  New  York,  Ist.  Rate. 

vSeñor:  Complementando  mi  telegrama  No.  73,  fecha  12  del  corriente,  tengo  el 
honor  de  someterle  el  siguiente  informe,  más  detallado,  del  ataque  a  las  defensas 
de  San  Juan,  Puerto  Rico,  hecho  por  una  parte  de  esta  escuadra  el  día  12  del 
corriente  mes. 

Al  aproximarnos  a  dicho  puerto,  observamos  que  ninguno  de  los  buques  espa- 
ñoles estaba  dentro  de  él;  de  aquí  surgió  la  duda  de  si  habían  llegado  antes,  par- 
tiendo más  tarde  con  rumbo  desconocido,  o  si  no  habían  llegado  aún.  Como  su 
captura  era  el  objeto  de  la  expedición  y  era  muy  esencial  que  no  se  corriesen  hacia 
el  Oeste,  determiné  atacar  las  baterías  que  defendían  el  puerto,  para  conocer  su 
fuerza  y  posiciones,  y  entonces,  sin  esperar  la  rendición  de  la  ciudad  ni  sujetarla  a 
un  bombardeo  regular — lo  cual  hubiera  requerido  aviso  previo — ,  volver  al  Oeste. 

Nuestra  marcha  de  Cayo  Hueso  a  Puerto  Rico  había  sido  más  lenta  de  lo  que  ya 
esperaba  a  causa  de  las  frecuentes  averías  de  los  dos  monitores  (que  fué  pre- 
ciso llevar  a  remolque  durante  todo  el  viaje)  y  también  a  las  malas  condiciones  del 
Indiana;  por  eso  tardamos  ocho  días  en  lugar  de  cinco  como  fué  mi  cálculo. 


CRÓNICAS  99 

El  ataque  dio  principio  tan  pronto  como  hubo  bastante  claridad;  duró  alrededor 
úe  tres  horas,  y  entonces  ordené  la  señal  de  alto  el  fuego  ^  y  toda  la  flota  se  mantuvo 
^on  proa  al  Nordeste,  y  luego,  fuera  de  la  vista  de  San  Juan,  puso  rumbo  al 
Noroeste  con  objeto  de  comunicarme  en  Puerto  Plata  con  ese  Departamento  y  saber 
.si  había  alguna  información  sobre  el  movimiento  de  los  buques  españoles. 

En  Cabo  Haitien  recibí  cable  participándome  que  la  escuadra  española  había 
«ido  señalada  frente  a  Curagao  el  día  14  y  ordenándoseme  volver  a  toda  prisa  hacia 
Cayo  Hueso. 

Como  indiqué  en  mi  telegrama,  ninguna  avería  seria  fué  hecha  a  mis  buques; 
«ólo  un  hombre  fué  muerto  y  siete  ligeramente  heridos.  Las  notas  que  siguen  se 
tomaron  durante  el  combate. 

3.30. — Desayuno. 

4. — Zafarrancho  de  combate.  La  escuadra  navegando  hacia  San  Juan;  las  luces  de 
ja  población  plenamente  visibles;  Detroit  en  cabeza;  Wompatzick  ancló  un  bote  para 
inarcar  el  punto. extremo  de  los  circuitos,  según  estaba  previsto  en  mi  Orden  de 
batalla — segundo  plan  de  acción — ,  los  otros  buques  en  columna  como  sigue:  loway 
Indiana,  New  York,  Amphitrite,  Terror  y  Montgomery.  Velocidad,  cuatro  nudos. 

4.58. — Detroit,  cercano  a  la  costa  se  atravesó  a  la  entrada.  En  este  lugar  frente 
iil  puerto  y  muy  cerca  de  la  ciudad,  el  Detroit  no  fué  atacado.  No  había  banderas 
izadas  en  el  Morro  ni  en  parte  alguna.  Buques  españoles  no  se  veían  en  el  puerto; 
«olamente  había  un  vapor  mercante  en  el  puerto  interior. 

5. — Se  toca  Cuartel  general, 

5.16. — lowa  dispara  contra  el  Morro  con  sus  cañones  de  proa  de  seis  libras  y 
•después  con  toda  la  batería  de  estribor.  El  humo  que  cubría  el  buque  hizo  que  el 
fuego  fuera  lento. 

5.24. — Primer  disparo  de  las  baterías  de  tierra. 

5.30. — El  lowa  marchó  hacia  las  baterías  girando  hacia  el  Este. 

5- 59- — Se  hizo  señdih  formen  columna. 

6.09. — Se  hizo  señal  por  telégrafo:  usen  solamente  grandes  cañones.  El  humo  de 
los  cañones  pequeños  dificultaba  el  fuego  de  los  más  grandes.  La  columna  hizo 
jrumbo  hacia  las  baterías,  en  la  misma  forma  de  ataque  que  en  el  primer  circuito. 

6.IS* — Detroit  delante  del  Morro,  parado,  con  el  Montgomery,  no  lejos  de  su 
banda  de  estribor.  Desde  que  las  baterías  de  la  costa  rompieron  el  fuego  (S.24)  hasta 
^sta  hora  (6.15),  el  Detroit  había  estado  parado,  inmediato  a  la  costa,  entre  la  línea 
jseguida  por  la  escuadra  y  el  Morro,  y  sujeto  a  lo  que  pareció  un  fuego  concentrado 
de  todas  las  baterías  de  la  costa  y  por  todo  este  tiempo;  el  buque,  entretanto,  con- 
testaba con  andanadas  de  sus  baterías  de  tiro  rápido. 

6.30. — Se  hace  señal  al  Detroit  y  Montgomery  que  no  sigan  a  los  acorazados.  A 
esta  hora  todas  las  baterías  habían  desarrollado  sus  fuegos  y  eran  mucho  más  nume- 
rosas que  lo  que  yo  sospechaba,  por  la  información  recibida. 

6.35. — lowa  empezó  a  disparar  contra  el  Morro  en  su  segundo  circuito,  distancia 
1.500  yardas. 

^.^o.—Iowa  paró  el  fuego.  Calma  completa;  humo  sobre  las  fortificaciones  de 
Ja  costa  casi  ocultándolas.  '    ■, 

7.12. — Amphitrite  señaló:  Torre  de  proa  fuera  de  combate  por  todo  el  dia..       ' 


lOO  A  .     R  I  V  E  R  o 


7.16. — Icwa  hizo  el  primer  disparo  del  tercer  circuito. 

7.38. —  Señal  al  Detroit  y  Montgomery.  reporten  bajas.  Recibida  respuesta 
como  sigue:  Detroit^  o;  Montgomery^  o. 

7.45. — lowa^  después  de  sondear,  señaló:  seguro, 

7.45. — Se  hizo  la  señal:  formen  columna  curso  Nordeste^  y  arrié  la  señal  a  8.01^ 

8.12. — Se  hizo  la  señal:  reporten  accidentes. 

8.15. — El  Terror^  que  había  estado  parado  cerca  de  la  costa  combatiendo  con  las 
fortificaciones,  cesó  de  disparar. 

8.47. — New  York  reporta  un  muerto,  cuatro  heridos;  lowa  reporta  tres  heridos; 
Amphitrite  reporta  un  muerto  por  efectos  del  calor. 

Acompaño  copias  de  los  partes  de  los  comandantes,  con  los  incidentes  del  bom- 
bardeo, incluyendo  la  munición  gastada  y  notas  sobre  el  funcionamiento  de  los. 
cañones,  material,  etc. 

Muy  respetuosamente, 

W.  T.  Sampson, 

Real-Admiral,    U.   S.   Navy, 

Commander  in  Chief,  U.  S.  Naval  Forcé 

North  Atlantic  Statton. 

The  Secretary  of  the  Navy,  Navy  Department,  Washington,  D.  C. 


U.  S.  Buque  insignia  New  York,  En  la  mar,  mayo,  13,  de  1898. 

Señor: — Tengo  el  honor  de  hacer  la  siguiente  relación  del  ataque  a  los  fuertes  de- 
San  Juan,  en  el  cual  tomó  parte  este  buque. 

A  las  tres  de  la  mañana  se  tocó  diana,  y  la  tripulación  tomó  el  desayuno  a  las  3.30;. 
a  las  4.56  entramos  en  línea  de  combate,  el  tercero  en  la  columna;  según  la  orden^ 
recibida  del  Comandante  en  Jefe,  este  buque  debería  seguir  los  movimientos  deli 
lowa  y  del  Indiana,  haciendo  tres  circuitos  frente  a  las  baterías  de  la  plaza. 

Primer  circuito,  comenzó  haciendo  fuego  a  las  5.27  y  cerró  a  las  5-45;  segundo 
circuito,  dio  principio  a  las  6.55,  y  terminó  a  las  7.II;  tercero  y  último  circuito,, 
desde  las  7.29  a  las  7.46. 

Desde  que  comenzó  hasta  que  cesó  el  fuego  transcurrieron  dos  horas  y  diez  y 
nueve  minutos.  Durante  todo  el  tiempo  el  New  York  estuvo  siempre  bajo  el  fuego- 
enemigo,  algunas  veces  muy  fuerte. 

Un  gran  número  de  proyectiles  cayeron  en  las  cercanías  del  buque,  la  mayor 
parte  pasando  por  encima,  pero  solamente  uno  hizo  blanco;  fué  una  granada  de  seis 
pulgadas,  que  cayó  abordo  unos  seis  pies  sobre  el  extremo  posterior  de  la  superes- 
tructura del  puente,  arrancando  el  tope  del  montante  delantero,  donde  hizo  explo- 
sión, matando  a  un  marinero  e  hiriendo  a  cuatro  cerca  del  cañón  de  ocho  pulgadas^ 
destruyendo  totalmente  el  bote  número  4  y  el  proyector  eléctrico  de  estribor,  per- 
forando Ibs  ventiladores  y  chimeneas  en  muchos  sitios,  y  haciendo  además  pequeños- 
agujeros  en  otros  botes.  Este  proyectil  nos  tocó  a  las  7.40,  cuando  el  buque  estaba 
haciendo  su  tercer  circuito  y  viraba  afuera  para  tomar  rumbo  al  Oeste.  Suponemos. 


CRÓNICAS  loi 

<jue  fué  disparado  desde  una  batería  del  Este — San  Cristóbal  -  y  a  una  distancia  de 
5.000  yardas. 

Todo  funcionó  a  bordo  perfectamente,  excepto  la  considerable  dificultad  que  ex- 
perimentamos al  atorarse  los  cañones  de  ocho  pulgadas,  cuyos  extractores  se  rom- 
pieron, y  también  el  aparato  para  mover  la  torre  de  popa  sufrió  averías,  y  aunque  se 
¡repararon,  hicieron  perder  mucho  tiempo  en  el  fuego  de  estas  piezas. 

La  conducta  de  los  oficiales  y  del  personal  fué  excelente.  El  gasto  de  municiones 
fué  como  sigue:  55  proyectiles  de  ocho  pulgadas;  128  de  cuatro  pulgadas;  1 30  de 
«eis  libras.  Hasta  después  del  primer  circuito  no  se  usó  otro  cañón  que  el  de  ocho 
pulgadas. 

La  eficiencia  del  fuego  fué  menor  de  lo  que  era  de  esperarse,  debido  al  fuerte 
oleaje  del  Noroeste;  resto,  no  cabe  duda,  de  una  gran  marejada.  Las  alzas  usadas 
fueron  a  3.500  y  1.500  yardas. 

Todas  las  averías  experimentadas  por  el  New  York^  excepto  las  producidas  por  el 
proyectil  enemigo,  fueron  causadas  por  la  concusión  de  sus  propios  cañones  de 
ocho  pulgadas,  que  arrancaron  parte  del  techo  del  puente  de  proa,  banda  de  babor; 
la  cubierta  del  proyector  de  este  mismo  lado  y  el  salvavidas,  también  de  babor. 

Es  extraordinaria  la  poca  importancia  de  estas  averías,  si  se  tiene  en  cuenta  el 
fuego  incesante  a  que  estuvo  sujeto  este  buque  por  tan  largo  período  de  tiempo. 

Muy  respetuosamente, 

F.  E.  Chadwick, 

Capitán^    U.    S.    N.,  Comandante. 

Los  partes  oficiales  de  los  otros  capitanes  de  los  buques  del  almirante  Sampson 
pueden  encontrarse,  cuidadosamente  traducidos,  en  el  Apéndice  número  5. 

Como  el  bombardeo  de  San  Juan  fué  la  operación  más  importante  en  Puerto 
Rico,  durante  la  guerra  hispanoamericana,  no  extrañe  el  lector  el  gran  espacio  que  a 
•ella  se  dedica  en  esta  Crónica. 

El  contraalmirante  William  T.  Sampson  publicó  en  el  Ceniíiry  MagazinCy  bajo  su 
firma,  volumen  LVILlió,  lo  que  sigue: 

Los  monitores  resultaron  gravosos  y  motivo  de  gran  ansiedad.  El  Amphitrite 

y  Terror  tenían  tan  poca  velocidad,  que  para  que  hiciesen  siete  nudos  y  medio  por 
hora,  tuvieron  que  ser  remolcados,  uno,  por  el  lowa^  y  otro,  por  el  New  York.  Las 
máquinas  del  acorazado  Indiana  no  funcionaban  bien;  esto,  unido  a  la  insuficiencia 
•del  carbón  que  llevaban  los  monitores,  puso  a  toda  la  flota  en  pésimas  condiciones 

de  movilidad Pensé  durante  todo  el  viaje  que  hubiera  sido  mucho  mejor  que  estos 

monitores  hubieran  permanecido  en  los  Estados  Unidos Nunca  un  comandante  en 

jefe  fué  más  atormentado  por  sus  buques íQué  aprieto  si  entonces  nos  hubiéramos 

encontrado  con  los  buques  de  Cervera!  Por  falta  de  velocidad,  los  monitores  no  hu- 
bieran podido  entrar  en  combate 

Desde  algunos  días  antes  de  este  viaje  yo  había  preparado  mi  plan  para  un  ataque 
a  San  Juan,  bajo  la  presunción  de  encontrar  en  aquel  puerto  a  la  escuadra  enemiga. 
Si  ella  salía  fuera  a  encontrarnos,  o  si  llegaba  al  mismo  tiempo  que  nosotros,  todo 


102  A  .     K  J  V  E  R  if 

sería  un  simple  combate  naval.  .Preparé  crocjitis,  señalando  la  jaosición  de  cada  buque,, 
y  todo  el  plan  lo  discutí  con  los  comandantes,  quienes  lo  aprobaron. 

Sabíamos  que  un  gran  vapor  había  sido  sumergido  a  través  del  canal  para  obs- 
truirlo, precisamente  dentro  de  la  boca  del  puerto,  y  también  cpie  algunos  torpedos^ 
habían  sido  fondeados  a  ambos  lados  de  dicho  obstáculo  y  en  los  bancos  del  canal. 
Todo  esto  hizo  preciso  cpie  el  ataque  fuera  dirigido  ya  sobre  los  bu(]ues,  o  también 
sol)re  las  baterías  de  costa,  desde  fuera  del  puerto,  bos  vientos  reinantes  causan  allí 
fuerte  oleaje  del  I'.ste,  y  como  la  costa  Norte  de  Puerto  Rico  es  comfjletamente 
abierta,  el  fuego  de  los  monitores  debería  resultar  nujy  incierto. 


I'd  sonda  je  anotíu.lo  en  los  planos  de  la  isla  era  dudoso,  pero  se  notaba  (.|uc 
resultaba  peligroso  a|iroximarse  a  la  costa,  excef)to  ))or  el  camino  usual  de  entrada 
\'  salida  de  .los  bu{|ues  al  puertr>.  Se»  decidió,  por  tanto,  enviar  t.-omo  avanzada  de  la 
escuadra  un  huipie  de  poco  calado  lel  Detroit),  para  determinar,  nnrorriendo  el  ca- 
mino quí.»  ilebían  seguir  los  otros  buques,  si  era  seguro  ¡Kira  ellos. 

h'.l  W'iiiipalitrk  toni(')  a  rcMUolque  un  pequ(MTo  bol*.;  hasta  cierto  ¡Huito,  y  lo  ancló 
allí,  para  nsarcjir  el  logar  donde  los  .mayores  liuques  deberían  iniciar  su  curso,  desde 
el  í  )cste  hacia  el  ¡-"ste,  a  través  de  la  l)oc3  del  ¡)uerto.  h'.sto  colocaría  sus  l>aterías  de 
estribor  frente  al  Morro,  y  dicha  línea  debería,  segrrirH(>  por  todos  los  buques,  hasta 
llegíu-  a  un  punto  frente  a  las  últimas  l>atcrías;  desde  allí,  con  el  tinuln  a  estribor, 
describirían  un  círculo,  volviendo  al  punto  de  partida.  (íada  buque  tendría  un  hombre, 
colocado  en  el  lado  opuesto  a  las  l)al(>rías,  llevando  a  cabo  cuidadoso  sondeo. 

I'"l  /V//ÍÍ//',  que  fiu5  elegíd»)  para  guiar  el  soncleo,  rápitlamcMite  reportaba  cada 
jirofundi<lad  dudosa,  líl  pe<iucru>  W'oiatyaliifk  se  ¡.)USO  en  marcha  y  ancló  su  lióte,  el 
cual  llevaba  una  bandera  para  hairer  la  señal  claramente  visilde.  ICl  bondiardeo  eni- 
pezó  diez  minutos  después  de  las  cinco. 

Id  l,K^a,  al  cual  mi  insignia  y  la  mayor  parle  de  mi  h.stado  .Mayor  habían  sido 
transferidos  el  día  anbn-íor,  seguía  al  /^r//^(.'/./.  Se  señaló  a  cada  bncpie  el  curso  (jue 
debía  seguir  v  en  el  orden  siguiente:  l(y:va,  Judia  na,  Sc:v  )'ork,  Aiitpliitrite  j  l\'rror. 
VX    Monf^-onicrv   hié  destacado    para  silenciar   las   baterías  de  un    fuerte  aislado  al 


1'  K,  O  K  I  C  ;\  S  !ü3 

Oeste  de  la  l)Oc;i  del  puerto  '.  Xo  fué  ni¡  intención  que  el  'Monl'^onicrv  y  el  Dítro'it, 
siendo  buques  sin  protección,  tomasen  pane  en  el  fuego;  pero  jior  un  error,  proha- 
Í)leniente  mío,  porque  no  lo  expresé  claramente  en  las  instrucciones  al  Dcircit,  este 
buque  permaneció  por  hora  y  media  en  el  punto  donde  debía  liaber  girado  par;i 
continuar  su  curso  hacia  el  Jistc.  Se  intentó  llamarlo  por  señales,  pero  esto  fué  iuipo- 
sible  a  causa  del  humo  que  lo  ocultaba.  Todo  ese  tiempo  estuvo  completaiuente 
expuesto  a,  un  nutrido  fuego,  a  corta  distaniria  ( 1 .500  yardas i,  y  yo  creí  verlo  más 
tarde  heclio  perlazos,  o  por  lo  menos  desarl)olado;  pero  la  precisión  y  firmeza  con 
(juc  niantenía  su  fuego  me  conv(*ncieron  (¡ue  \o  estaba  imciendii  hieu.  Cuando  le  |)edí 


por  señales  que  reportase  sus  novedades,  fui  agradablcMuente  sorprendido  al  recibir 
la,  siguicmte  respuesta:  Niníiiiua.  ¡Ni  una  sola  avería! 

Los  bu(|ues  hicieron  tres  circuitos  disparando  contra  las  baterías  de  la  costa.  i\ 
las  odio  menos  cu;ui;o  cesó  (^1  Iximbardeo,  \  tres  ndnulos  más  tarde  hice  la  señal 
para  fonmir  i'u  coi/nnuii,  con  proa  al  Nordeste,  liste  fué,  prnliahíenicaiw  c!  más  fiia^lc 
!>i}¡!¡])ardco  de  lo, la  la  lampaí/a. 

Nuestras  bajas  fueron  un  nuierto  \^  cuatro  heridos  a  bordo  «leí  Xiirr,í  ]'úrl\  y 
tr(;s  heridos  en  el  //».-( v/;  todos  los  deiuás  Inujues  escaparon  sin  averías  ni  bajas.  .Si 
el  luímhre  que  murió  liubiese  obedecido  mis  órrlenes,  ju-obablemente  hubiese  t^sca- 
pado,  así' como  los  heridos.  Mis  ordéneos  fueron  que  toda  la  gente  que  no  estuviese 
sirviendo  los  cañones  debería  |:)ermanecer  I>ajo  cubierta,  a  cu!)icrlo  del  hiegfv,  eran 
tan  grandes  su  impaciencia  x  curii^sidad  t)ara  obsc^rvar  lo  qu<;>  pasaba,  (pie  aun 
(-uando  eUos  no  tomaban  parte  en  el  comísate,  frecuentemente  se  les  vio  en  los  \r<\- 
rajes  más  expuestos. 

Juan,  dtíbo  contestar  (|uc  ni  ima  s(da  vez  nuestros  cañones  fuert)ii  dirigidos  hacia  la 
eiuda,d  y  que  todo  daño  (pie  ésta  sufriera  tfié  incidental.  .Sin  end'íargo,  aun<pje  las 
mod,ernas  |>rácticas  de  la  gaic^rra  recpaieren  previo  aviso  a  kjs  no  combatientes,  este 
S'-:  refiere   únicamente  a  ciudades   no    d(<i<Mididas  v   no   donde  tales   defensas  estén 


104  A  ,    RI  VERO 

situadas  de  modo  tal,  que  no  puedan  ser  atacadas  por  un  enemigo  sin  hacer  daño 
en  la  población.  Como  materia  de  hecho,  la  ciudad  en  su  mayor  parte  aparecía 
oculta  por  las  fortificaciones  y  por  el  alto  promontorio  donde  éstas  están  levantadas; 
el  daño  que  recibió  debió  ser  muy  ligero. 

El  bombardeo  de  San  Juan  me  probó  que  con  viento  favorable  que  hubiese  arras- 
trado el  humo,  la  ciudad  fácilmente  hubiera  sido  tomada;  como  Cervera  no  estaba 
allí,  la  destrucción  del  carbón  o  la  ocupación  de  la  plaza  era  todo  lo  que  podíamos 
esperar,  y  como  no  podía  destacarse  una  parte  de  la  escuadra  para  detenerla  allí  y 
además  la  llegada  de  un  ejército  de  ocupación  era  incierta 

Poco  después  de  cesar  el  bombardeo,  fué  despachado  a  vSt.  Thomas  el  crucero 
Montgomery^  el  cual  dirigió  al  secretario  de  Marina  el  siguiente  cable: 

Frente  a  San  Juan  de  Puerto  Rico.  Mayo  12,  1898. 

Al  Secretario  de  Marina,  Washington,  D.  C. 
Una  parte  de  la  escuadra  ha  llegado  esta  mañana,  a  primera  hora,  a  San  Juan.  En 
el  puerto  no  había  ningún  buque  de  guerra  de  la  escuadra  de  Cervera.  En  cuanto  hubo 
clareado  di  orden  de  comenzar  el  ataque  por  el  bombardeo  de  las  baterías.  Este  duró 
tres  horas,  y  dichas  baterías  han  sufrido,  lo  mismo  que  una  parte  de  la  población, 
junto  con  ellas.  Las  baterías  españolas  han  respondido,  empero  sin  efectos  notables. 
A  bordo  del  l^ew  York  hemos  tenido  un  muerto,  y  en  los  demás  buques  siete  heri- 
dos. Nuestra  escuadra,  sin  averías. — Sampson. 

Como  dato  para  la  Historia,  deseo  consignar  el  número  de  cañones  que  hicieron 
fuego  aquella  mañana  sobre  las  baterías  y  ciudad  de  San  Juan.  En  la  relación  no 
incluyo  las  ametralladoras  de  cada  buque. 

Acorazado  lowa^  j8  cañones;  acorazado  Indiana^  ^2;  crucero  acorazado  New 
York^  jo;  monitor  Amphitrite^  10;  monitor  Terror,  10;  crucero  Montgomery,  ly; 
crucero  Detroit,  ly;  total,  164  cañones,  de  los  cuales  la  mayor  parte  eran  de  calibre 
superior  a  los  de  la  plaza,  desde  8  pulgadas  hasta  1 3  (los  del  Indiana)]  además,  eran 
numerosos  los  de  tiro  rápido,  piezas  de  que  carecíamos.  La  plaza  durante  el  combate 
puso  en  acción  solamente  28  piezas,  de  las  cuales  20  eran  cañones  de  15  centímetros, 
y  las  restantes,  obuses  de  24  y  21  centímetros  y  de  avancarga  estos  últimos.  Cada 
cañón  de  tierra  combatió  contra  seis  en  el  mar. 

Si  nuestras  baterías  hubiesen  contado  con  piezas  de  mayor  calibre  y  con  algunas 
de  tiro  rápido,  la  proporción  no  hubiera  sido  tan  desventajosa,  toda  vez  que  es 
axioma  de  guerra  que  cada  pieza  en  tierra  vale  por  cinco  en  el  mar. 

En  cuanto  al  consumo  de  municiones,  fué  como  sigue:  el  lowa  disparó  1 38  pro- 
yectiles, de  los  cuales  37  fueron  de  30  centímetros;  el  New  York,  315,  55  de  ellos 
de  20  centímetros;  el  Indiana,  187,  entre  éstos  bastantes  de  33  centímetros,  los  de 
mayor  calibre;  el  Amphitrite,  99,  de  los  cuales  17  medían  25  centímetros  de  calibre; 
el  Detroit  disparó  318,  de  los  cuales  175  fueron  de  12  centímetros;  el  Terror  lanzó 


CRÓNICAS  J05 

155  granadas,  de  ellas  33  de  15  centímetros.  No  tengo  datos  ciertos  de  las  municio- 
nes gastadas  por  el  Montgomery.  El  total  de  proyectiles  disparados  por  la  escuadra 
de  Sampson,  calculando  en  150  los  del  Montgomery^  fué  de  mil  trescientos  sesenta  y 
dos,  contra  cuatrocientos  cuarenta  y  uno  de  las  baterías  de  la  plaza. 

Comentarios. — Las  razones  en  que  apoya  el  almirante  Sampson  su  ataque  a  San 
Juan  resultan  inadmisibles  dentro  de  una  juiciosa  crítica  de  guerra.  Estando  en  el 
mar,  a  la  vista  de  Martinica  en  aquellos  momentos,  la  escuadra  de  Cervera  (aun  cuan- 
do Sampson  no  lo  sabía,  debió  presumirlo  por  los  admirables  informes  que  recibiera 
del  secretario  Long),  aquel  y  no  otro  debió  ser  el  único  objetivo  de  la  flota  america- 
na. Pero  atacar  por  sorpresa,  sin  aviso  previo,  gastando  buena  parte  de  sus  repues- 
tos de  municiones,  sufriendo  las  naturales  averías  del  propio  fuego  y  las  probables 
que  podía  hacerle  el  enemigo,  y  todo  para  obligar  a  las  baterías  de  costa  a  que  des- 
arrollasen sus  fuegos,  es  argumento  de  valor  negativo. 

Si  tal  hubiera  sido  la  única  intención  de  aquel  marino,  sería  merecedor  de  acer- 
bas censuras.  Pero  no  fué  así;  Sampson,  al  atacar  a  San  Juan  sin  esperar  respuesta  al 
-cable  en  que  pedía  autorización  para  ello,  autorización  que  implícitamente  se  le  ha- 
bía negado  por  el  secretario  Long  al  prohibirle  que  expusiera  sus  buques  a  los  fue- 
gos de  baterías  de  tierra,  quiso  emular  el  hecho  notable  del  almirante  Dewey,  quien 
forzó  la  entrada  de  Manila,  defendida  por  baterías — aunque  pobremente  artilladas — y 
por  torpedos  Bustamante,  a  las  once  y  media  de  la  noche  del  30  de  abril  de  1 898. 

Con  informes  directos  de  San  Juan,  suministrados  por  el  ingeniero  inglés  Scott, 
por  Andrés  Crosas,  por  Julio  J.  Henna,  por  el  cónsul  Hanna  de  los  Estados  Unidos 
en  Puerto  Rico  y  por  otras  muchas  personas,  de  que  la  plaza  estaba  pobremente  ar- 
tillada (informes  ciertos),  resolvió  apagar  rápidamente  el  fuego  de  las  baterías  con 
sus  potentes  cañones,  forzar  el  puerto  levantando  los  torpedos,  para  cuya  operación, 
indudablemente,  contaba  con  el  Wompatuck,  y  fondear  después  en  la  bahía,  captu- 
rando la  plaza  de  San  Juan. 

Tal  objetivo  justificaría  el  ataque  del  12  de  mayo  y  acreditaría  además  al  almi- 
rante Sampson  como  hombre  de  guerra  de  clara  concepción  y  franco  arrojo. 

Era  San  Juan  el  puerto  escogido  por  Cervera  para  refugiarse  con  sus  buques  y 
repostarlos  de  víveres  y  carbón;  esto  lo  sabía  Long  y,  desde  luego,  el  almirante 
Sampson.  Forzado  el  puerto,  rendida  la  plaza  y  cortado  el  cable,  una  linda  mañana 
del  mes  de  mayo  la  escuadra  de  Cervera,  que  navegaba  unida,  sin  buques  explora- 
dores, sin  noticias,  pues  todos  los  cables  eran  afectos  al  Gobierno  americano,  embo- 
caría, después  de  cambiar  amistosas  señales  con  el  semáforo  (ardid  nada  reproba- 
ble), entrando  en  la  ratonera  del  puerto,  dentro  del  cual  los  cañones  de  los  buques 
americanos  harían  el  resto.  Quien  conozca  el  puerto  de  San  Juan,  que  no  permite  la 
-entrada  de  un  convoy  sino  navegando  en  simple  fila,  justificará  nuestro  aserto. 

La  primera  parte  de  este  plan  (y  conste  que  no  estoy  haciendo  conjeturas)  fué 
t)ien  ejecutada;  al  romper  el  fuego  se  sabía  por  la  lancha  del  Wompatuck  (que  antes 


io6  A  .     R  I  V  E  R  O 


de  ser  fondeada  estuvo  examinando  el  puerto)  que  la  escuadra  española  no  estaba 
aquí.  Y  con  esto  debió  terminar  toda  operación  naval  aquel  día  de  la  flota  enemiga^ 
<iCervera  no  estaba?  Pues  a  buscarlo 

Pero  como  el  almirante  abrigaba  diferentes  propósitos,  izó  bandera  de  combate 
y  comenzó  su  ataque  por  sorpresa  y  a  la  hora  de  la  madrugada  en  que  él  sabía  que 
el  sueño  vence  aun  a  los  mejores  centinelas. 

«Es  la  madrugada— dice  Jomini,  y  en  ello  conviene  también  Almirante — la  hora 
propicia  para  el  buen  éxito  de  un  ataque  por  sorpresa;  a  esa  hora,  los  más  vigilantes 
están  rendidos  y  todos  piensan  en  que  pronto  serán  relevados.» 

^'Por  qué  no  forzó  el  puerto  de  San  Juan  la  escuadra  del  almirante  Sampson?  No 
lo  sé  con  certeza. 

Es  verdad  que  algunos  torpedos,  de  pésima  calidad,  cerraban  el  paso;  pero  ¿no  ha- 
bía también  torpedos  cuando  el  comodoro  Dewey,  a  bordo  del  Olimpia^  desfiló  en  ca- 
beza de  su  escuadra  bajo  el  cañón  de  las  baterías  de  la  isla  del  Corregidor,  y  horas 
después  destruía  todo  el  poder  naval  de  España  fondeando  frente  al  arsenal  de  Cavite.^^ 

El  día  5  de  agosto  de  1863  forzó  el  paso  de  Mobüa  el  almirante  Farragut  con 
una  escuadra  de  30  buques,  la  flor  de  la  Marina  federada;  los  fuertes,  bien  artillados 
y  mejor  defendidos  por  los  confederados,  vomitaban  metralla  y  bala  rasa  sobre  los 
atacantes,  cuando  Farragut  señaló  a  siete  buques,  encabezados  por  el  Brooklyn^  que 
forzasen  el  canal.  Empezaba  el  movimiento,  cuando  arreció  tanto  el  fuego  enemigo, 
que  el  Brooklyn^  indeciso,  paró  sus  máquinas;  y  entonces,  comprendiendo  Farragut 
que  el  temor  a  los  torpedos  era  la  causa  de  aquella  detención,  ordenó  al  Hartford 
que  tomase  la  cabeza  de  la  columna,  mientras  pronunciaba  aquella  célebre  frase: 
Danm  the  torpedoes; go  aheadl  ([Al  diablo  los  torpedos!   ¡Adelante!). 

Y  la  escuadra  federada  forzó  el  paso. 

Con  los  arrestos  de  un  Dewey  o  de  un  Farragut,  Sampson  hubiera  realizado  su  pro- 
grama. Aquellos  torpedos  eran  inofensivos;  ni  el  Manuela  ni  el  Colón^  echados  a  pi- 
que, obstruían  la  entrada  del  puerto;  todo  eso  lo  sabíamos  los  artilleros  y  hasta  muchos 
paisanos.  Cuando  después  de  firmado  el  protocolo  se  sacaron  dichos  torpedos,  se 
vio  que  la  boca  del  Morro  y  el  canal  de  entrada  habían  estado  libres  de  todo  obstáculo. 

Si  a  mitad  del  combate  la  escuadra  enemiga,  con  los  acorazados  a  la  cabeza,  fuerza 
la  entrada  y  fondea  en  la  bahía,  la  plaza  de  San  Juan  se  hubiese  rendido  sin  remisión. 
Mientras  duraba  el  desfile,  desde  la  boca  del  Morro  hasta  el  fondeadero,  poco  o  nada 
hubiese  hecho  el  fuego  de  las  baterías  a  las  corazas  del  lowa^  del  Indiana  y  del 
Nueva  York]  y  ya  fondeados,  solamente  el  cañón  de  Santa  Catalina  y  tres  de  San- 
Cristóbal  podían  hacerle  fuego. 

Si  algún  almirante,  al  frente  de  una  escuadra  poderosa,  perdió  una  oportunidad 
de  adquirir  fama  y  honores,  éste  fué  el  contraalmirante  Willian  T.  Sampson,  el  día 
12  de  mayo  de  1898,  frente  a  San  Juan  de  Puerto  Rico, 

A  los  dos  días  publicó  la  Gaceta  Oficial  de  San  Juan  este  documento: 


CRÓNICAS 


107 


Gacela  de  Puerto 'Rico. 


SE    PUBLICA         iKliBfc»      ^^    SUSCRIBE 

Todoe  k»  días  menos  los  Laneg         ^[ía^^^Q^  '^"1*  ImpraiUde  Gobicrno-FortalM&SI 
Año   1898  SÁBADO  14  DE  MAYO  Número    113 


capitanía  general  de  la  isla  de  puerto  rico.— estado  mayor 

SECCIÓN  3."^ 

Orden  general  del  distrito  para  el  día  ij  de  mayo  de  i8g8^ 
dada  en  San  Jíian  de  Puerto  Rico, 

Atacada  esta  plaza  en  el  día  de  ayer  por  una  poderosa  escuadra  enemiga  de  once 
barcos,  con  artillería  muy  superior  en  número  y  calibres  a  la  de  sus  baterías,  fué 
aquélla  rechazada,  después  de  tres  horas  de  violento  combate,  con  averías  que  han 
sido  comprobadas  por  observaciones  posteriores  desde  otros  puntos  de  la  costa  y 
sin  conseguir  el  visible  intento  de  desmantelar  nuestras  defensas,  para  realizar  el  cual 
se  aproximaron  repetidas  veces  sus  más  fuertes  acorazados  hasta  tiro  de  fusil  del 
Morro,  fiados  sin  duda  en  la  invulnerabilidad  de  sus  costados  y  en  la  ventaja  que 
éste  les  daba  para  apagar  a  tan  corta  distancia  los  fuegos  de  la  plaza. 

No  fué  esto  así,  sin  embargo,  gracias,  en  primer  término,  a  la  serena  firmeza  de 
los  comandantes,  oficiales  y  sirvientes  de  las  baterías,  secundados  por  el  entusiasmo 
de  las  demás  fuerzas  del  Ejército,  Voluntarios  y  Cuerpos  Auxiliares,  y  en  particular 
por  el  de  los  auxiliares  de  Artillería,  que  han  sabido  compartir  como  veteranos  con 
los  artilleros  del  Ejército  los  riesgos  y  fatigas  del  combate  en  los  puntos  donde  sus 
efectos  se  hacían  sentir  con  mayor  intensidad. 

Debo  hacer  aquí,  también,  mención  especial  de  la  sección  de  ciclistas  del  primer 
batallón  de  Voluntarios,  que  comunicó  mis  órdenes  constantemente,  haciéndose  sus 
individuos  superiores  al  cansancio  y  a  los  peligros,  y  personal  del  Excmo.  Sr.  Gene- 
ral Gobernador  de  la  plaza,  cuyo  celo  y  actividad  han  contribuido  eficazmente  a  la 
defensa;  no  citando  nombres  de  jefes  y  oficiales,  porque  el  desempeño  de  todos,  en 
la  esfera  de  acción  de  sus  cargos  y  puestos,  ha  sido  el  de  siempre  conocido  en  el 
Ejército  Español. 

Es  la  primera  vez  que  en  lucha  tan  desigual  se  ve  obligada  a  confesar  su  impo- 
tencia, retirándose  acompañada  por  los  proyectiles  de  las  baterías  de  tierra,  una 
escuadra  numerosa  y  dotada  de  todos  los  poderosos  elementos  de  las  Marinas  mo- 
dernas, y  el  honor  de  haber  alcanzado  éxito  tal,  será  seguramente  el  mejor  galardón 


io8  A  .     R  I  V  E  R  O 

para  los  defensores  de  Puerto  Rico;  pero,  además,  confío  en  recabar  muy  pronto  la 
autorización  para  premiar  a  los  que  más  se  han  distinguido,  la  cual  concederá,  sin 
duda,  el  Gobierno  de  S.  M.,  a  quien  he  comunicado  mi  alta  satisfacción  por  el  com- 
portamiento de  todos,  no  sólo  de  los  elementos  armados,  sino  también  por  la  acti- 
tud serena  del  vecindario. 

Si  las  bajas  sufridas  por  la  guarnición  y  sus  auxiliares,  así  como  las  desgracias 
ocurridas  entre  el  vecindario,  aunque  por  fortuna  escasas  y  muy  inferiores  a  las  que 
racionalmente  podían  esperarse,  nunca  pueden  dejar  de  ser  sensibles,  el  honor  su- 
premo de  derramar  su  sangre  por  la  Patria  y  la  gratitud  de  ésta  alcanzan  por  igual  a 
todos  ellos  y  al  afirmar,  todavía  más,  la  decisión  de  los  que  tienen  el  deber  de  defen- 
derla, sellan  a  la  vez  la  fidelidad  de  esta  tierra  siempre  española. 

Lo  que  de  orden  de  S.  \i.  se  publica  en  la  general  de  este  día  para  su  conoci- 
miento. 

El    Coronel  Jefe  de    Estado   Mayor, 

Juan  Camó. 

Bajas  en  la  guarnición. — Las  bajas  fueron  muy  pocas,  en  relación  a  la  intensidad 
del  fuego,  duración  del  mismo  y  al  gran  número  de  cañones  de  tiro  rápido  emplea- 
dos por  el  enemigo.  Lie  aquí  un  resumen: 

Muertos,  José  Aguilar  Sierra  y  Justo  Esquivies,  artillero  de  San  Cristóbal  el  pri- 
mero y  soldado  del  Provisional,  número  4,  el  segundo,  al  servicio  personal  del  doc- 
tor Francisco  R.  de  Goenaga.  Por  tanto,  entre  los  defensores  uniformados  de  la  plaza, 
más  de  4.000,  sólo  hubo  dos  muertos. 

Nicanor  González,  Domingo  Montes,  José  vSierra  y  Martín  Benavides,  cuatro  pai- 
sanos, pacíficos  habitantes  de  la  ciudad,  y  ajenos  a  toda  actividad  militar,  perdieron 
sus  vidas  aquella  mañana. 

Total  de  bajas. — V\  número  total  de  bajas,  como  consecuencia  del  bombardeo, 
fué  el  siguiente: 

Muertos  de  tropa 2 

Heridos  de  tropa  y  auxiliares 34 

Total  de  bajas  en  toda  la  guarnición 36 

Muertos  de  la  población  civil 4 

Heridos  de  igual  procedencia 16 

Total  de  bajas  en  la  población  civil 20 

Resumen  general  de  muertos  y  Jieridos 56 

Este  total  de  56  bajas,  por  todos  conceptos,  y  distribuidas  en  la  forma  indicada, 
-es  completamente  exacto,  y  así  figura  en  la  relación  enviada  al  Ministerio  de  la  Gue- 
rra, de  Madrid,  por  el  general  Macías,  acompañando  su  informe  oficial  ^,  que  se  en- 
cuentra publicado  en  el  número  1 33  del  Diario  Oficial  del  Ministerio  de  la  Guerra, 
de  2"]  de  mayo  de  1 898. 

1  En  el  Apéndice  núm.  12  aparece  el  parte  oficial  del  bombardeo,  publicado  también  en  el  número  169 
<le  la  Gaceta  de  Madrid,  de  fecha  18  de  junio  de  1898, 


CAFMTÜLO  IX 


LA    CRUZ    ROJA    EN     l'UERTt)    RICO 

RAÍZ  ele  la  segunda  guerra  de  Cul)a,  el  teniente  genend  mar- 
qués de  Polavieja,  presidente  de  !a  Cruz  Roja  Española,  nom- 
bró delegado  general  de  la  misma  en  í'uerto  Rico  al  noble  y 
Ijondadoso  asturiano  Manuel  J-^ernández  Juncos,  quien  recibió 
la  más  amplia  autorización  para  designar  todos  los  oficiales, 
facultativos  y  subalternos. 

Manuel   Muñoz   13arr¡os    fué   elegido   presidente  de  la   (*o- 

misión  Provincial,  y  la  ilustre  dama   Dolores  Aybar  de  Acuñ;i  aceptó  igual  cargo,, 

al   trente  de  la  Sección  de  Damas. 

Puse  manos  a  la  obra,  elegí  con  el  mayor  cuidado  y  tacto  posibles  los  jefes  y 
oficiales  principales,  así  para  la  sección  de  hombres  como  para  la  de  damas;  les  di 
instrucciones  para  la  elección  de  cargos  secundarios  y  de  adei)tos  en  toda  la  Isla;  se 
repartieron  los  títulos  y  salvoconductos  para  el  personal,  en  caso  de  guerra,  y  se 
orga,nizaron  clases  y  conferencias  para  instruir  al  personal  activo. 

Hecho  esto,  solicité  la  cooperación  pecuniaria  del  país,  (¡ue  respondió  generosa- 
mente, sin  distinción  de  opiniones  ni  de  procedencias,  y  se  adquirió  en  tiempo,  con^ 
holgura,  todo  lo  más  necesario  y  perfecto  para  cualquier  caso  de  emergencia  que 
|)U{liera  ocurrir. 

Ki  un  solo  médico  de  los  solicitados  se  excusó  de  prestar  su  concurso  («ntusiasta 
y  gratuito;  ningún  cirujano  menor  negó  su  ayuda  ni  titubeó  al  suscribir  su  cumpro- 
luiso  de  obligaciones;  en  la  sección  de  damas  hubo  también  ofrecimientos  gratu;tos 
I)ara  enfermeras,  y  la  Cruz  Roja  extendió  l)ien  pronto  sus  brazos  caritativos  por 
toda  la  extensión  del  país. 


no  A  .     R  I  V  E  R  O 

Puerto  Rico,  entretanto,  estaba  tranquilo,  no  obstante  Jas  disidencias  y  acciden- 
tes de  la  lucha  política,  y  la  Cruz  Roja  ejercía  sus  beneficios  en  las  epidemias,  los 
terremotos  o  ciclones,  los  incendios  penosos  y  en  otros  varios  casos  de  necesi- 
dad y  dolor. 

España  enviaba  periódicamente,  con  diligencia  heroica,  legiones  de  sus  hijos 
para  morir  en  Cuba,  no  tanto  por  la  acción  de  las  balas  enemigas,  como  por  la 
influencia  morbosa  del  clima  y  de  las  epidemias  tropicales. 

Últimamente  se  notó  que  muchos  batallones  no  llevaban  los  médicos  necesarios 
y  en  muchos  casos  carecían  de  abrigo  los  soldados  y  hasta  de  material  sanitario  su- 
ficiente. Entonces  se  vio  aquí,  con  aplauso  y  con  asombro,  la  generosa  y  previsora 
labor  de  la  Cruz  Roja  (Sección  de  Damas),  y  muy  especialmente  la  de  su  presidenta, 
doña  Dolores  Aybar  de  Acuña,  que,  al  llegar  a  nuestro  puerto  cada  correo  de  Es- 
paña con  tropas  para  Cuba,  se  dirigía  personalmente  a  bordo  con  cargamentos  de 
ropa  interior  y  de  abrigo,  y  con  un  gran  botiquín  provisto  de  instrumentos  de  ci- 
rugía, vendajes,  medicinas  de  las  más  necesarias,  todo  elegido  cuidadosamente  por 
los  médicos  de  la  Institución  y  adquirido  por  dicha  señora  y  por  las  damas  de  su 
«ección.  Al  verla  llegar  ya  la  saludaban  con  admirable  entusiasmo  aquellos  valerosos 
y  sufridos  soldados.  ^ 

Durante  la  guerra. — Al  estallar  la  guerra  hispanoamericana  la  Cruz  Roja,  en 
Puerto  Rico,  quedó  organizada  en  la  forma  siguiente: 

Delegado  de  la  Asamblea  Suprema,  Manuel  Fernández  Juncos;  inspector  gene- 
ral, doctor  Ordóñez;  presidente  de  la  Comisión  Provincial,  doctor  F.  del  Valle; 
vicepresidentes,  doctores  J.  Esteban  Saldaña,  Coll  y  Tosté  y  J.  Francisco  Díaz,  y, 
además,  Juan  Barrera  y  Andrés  Crosas.  Consultores  médicos,  Francisco  R.  de 
Goenaga  y  Juan  Hernández;  abogados  consultores,  Francisco  de  P.  Acuña  y  Manuel 
F.  Rossy;  consultores  canónicos,  los  sacerdotes  Santiago  Colón  y  José  Nin. 

En  San  Juan. — inspector  local,  doctor  Pedro  del  Valle;  médico  de  almacén, 
Manuel  Fernández  Náter;  secretario,  J.  Gordils;  Vicesecretarios,  Damián  Monserrat 
y  F.  Ledesma;  tesorero,  Fidel  Guillermety,  y  contador,  Luis  Sánchez  Morales. 

Presidentes  de  Distrito:  Marina,  doctor  Pedro  Puig;  Puerta  de  Tierra,  doctor  José 
María  Cueto;  Santurce,  distrito  Este,  doctor  Núñez,  y  distrito  Oeste,  doctor  J.  Carreras. 

Ciudad:  primer  distrito,  doctor  José  N.  Carbonell;  segundo,  doctor  José  C.  Bar- 
bosa; tercero,  doctor  Ricardo  Hernández,  y  cuarto,  doctor  J.  E.  Saldaña. 

Los  médicos  usaban  como  distintivos  en  las  gorras  de  campaña  dos  cordones 
alorados,  separados  por  otro  rojo;  los  farmacéuticos,  uno  rojo  y  otro  dorado,  y  los 
practicantes  uno  rojo.  Todos  llevaban  el  brazal  blanco  con  la  Cruz  Roja. 

En  cada  distrito  de  San  Juan  se  instaló  un  Cuarto  de  Socorro  o  ambulancia,  con 
sus  camillas,  mesas  de  operaciones,  botiquín  y  cuanto  material  sanitario  era  preciso, 
;todo  lo  cual  fué  costeado  por  suscripción  popular.  lil  Cuerpo  de  Sanidad  Militar  es- 

1  Párrafos  de  una  carta  que,  acerca  de  la  Cruz  Roja,  escribió  el  señor  Fernández  Juncos  al  autor  de  este 
jlibro,  con  fecha  lo  de  mayo  de  1898. 


CRÓNICAS 


TU 


tableció  un  hospital  de  sangre  en  los  bajos  del  edificio  que  ocupaba  el  Instituto  de 
Segunda  Enseñanza;  pero  como  durante  el  combate  del  12  de  mayo,  los  médicos 
militares  no  pudieran  desatender  el  Hospital  Militar,  donde  había  llegado  gran  nú- 
mero de  heridos,  se  hizo  cargo  de  aquél  la  ambulancia  del  segundo  distrito,  pasando 
todo  el  trabajo  a  manos  de  los  doctores  Ferrer,  Carbonell  y  Barbosa,  y  del  practi- 
cante José  Rosario.  En  el  presidio  se  estableció  otro  hospital  de  sangre,  y,. después 


t 


DELEGACIÓN  BE  LA   SE(  OIOX  ESPAÑOLA 

EN  PUERTO-RICO. 

'¿x^/.^.y^^/.v  ry,u  ^^/^^;v  y  &:  J^.it.^...^^Xj(Mxíim.i :.l: 

A    rj/rf/n,^f.j  f/j/yff/n?/r  ///f/^  CRUZ    ROJA/ 

r/////xV/    f(h//rfr/r¿    r/r  r/m///, 


'/r  €^.;/^-4WJl.a|^áL..^-.íáiai;L ^  //^f 


íJ  Sf'nrí.irio, 


Título  de  afiliado  a  la  Cruz  Roja. 


•del  bombardeo,  la  capilla  de  San  Francisco  fué  utilizada  con  el  mismo  objeto,  pro- 
veyéndola de  camas,  botiquines  y  todo  lo  necesario. 

Los  doctores  Ruiz  Arnau,  Coll  y  Tosté,  J.  Francisco  Díaz,  y  del  Valle  (don  Fran- 
cisco) prestaron  numerosos  servicios,  en  diversas  ambulancias  y  en  el  hospital  de 
sangre;  en  ocasiones  curaron  heridos  en  plena  calle.  Los  facultativos  Fernández  Náter 
y  Goenaga  concurrieron,  respectivamente,  a  los  castillos  del  Morro  y  San  Cristóbal. 

Eran  camilleros,  entre  otros  más,  Evaristo  Vélez,  Luis  Vélez,  José  Mauleón, 
Eduardo  Conde,  L.  Iglesias,  José  de  Jesús  Tizol,  Luis  Vizcarrondo,  Luis  Berríos, 
Diego  Betancourt,  Conrado  Asenjo,  Eduardo  Crosas,  Juan  Torres,  Guillermo  y  Adal- 
berto Chavert  y  Víctor  López  Nusa. 


A  .     R  1  \'  E  R  O 


Para  que  el  lector  pueda  adquirir  una  iilea,  nada  más  que  aproximada,  del  trabajo 
abrumador  realizado  por  el  personal  de  la  Cruz  Roja  durante  el  bombardeo  de  San 
luán,  anoto  a  continuación  los  servicios  prestados  por  algunas  ambulancias: 

Segundo  distrito.— Fueron  asis- 
tidos Manuel  Benito,  sargento  del 
4."  Provisional, que  estaba  de  guar- 
dia en  el  cuartel  de  Ballajá,  herido 
de  granada  en  el  cráneo  y  brazo 
derecho;  José  León,  teniente  déla 
(iuardia  civil,  herido  en  la  cabeza 
por  un  trozo  de  ladrillo;  volunta- 
rio Félix  Taulet,  herido  en  la  ca- 
beza; José  Melero,  también  volun- 
tario, herido  en  la  mano  izquierda; 
Manuel  Rodríguez,  del  mismo 
cuerpo,  herido  en  la  cabeza;  Mi- 
guel Arzuaga,  teniente  de  volun- 
tarios, herido  en  la  cabeza:  Fran- 
cisco (lómez,  soldado  del  Alfon- 
so XIII,  contusión  y  coiunoción 
cerebral;  Carmen  Jiménez,  herida 
en  la  cabeza;  José  Montañcz,  heri- 
do en  la  cabeza;  Martín  Benavides, 
herido  en  una  pierna,  muy  grave 
(falleció  en  el  Hospital  Militar  a  las 
once  y  treinta  de  la  mañana);  Fidel 
Ouiñones,  muchacho  de  trece  años, 
herido  en  una  pierna;  Alfonso  lis- 
tader,  en  el  mismo  sitio,  en  el  ojo 

Ur.C!...    !'»•<!,-<,   <l.-l    Valle    Atil.-í:,    !i,si„-.:i,.r  '  '  •' 

.1,?  i:i  Cruz  Roja  en  Sar.  jiia...  dcrcclio  v  costado  izquicrdo,  sÍcu- 

do  recogido  en  la  Marina;  Cándido 
Montañcz,  una  pierna  destrozada  que  se  le  amputó  en  el  acto  por  los  cirujanos  l^ar- 
lx)sa,  h'errer  y  hVancisco  del  Valle;  Antonio  Tormos,  conmoción  cerebral;  Pedro 
Vera,  conmoción  cerebral;  Pedro  (^-arrasco,  soldado  ele  ingenieros,  contusión  en  el 
pie  derecho.  'Podos  estos  casos  fueron  asistidos,  más  tarde,  de  segunda  intención, 
en  el  hospital  de  sangre  por  los  facultativos  indicados,  cooperando  con  ellos  los  se- 
ñores Pedro  del  Valle,  Cueto  y  otros  más. 

Los  doctores  .Saldaña  y  Ruiz  Arnau  asistieron  a  Ramón  B,  López,  director  de  La 
Corrcspúndcitcia  de  Puerto  Pico,  de  una,  herida  incisocontusa  en  la  pierna  izquierda; 
l'Va,ncisco  Benero  Hurtado,  sargento  de  Administración   ^Militar,   con   heridas  en    la 


(■)  X  1 1:  A  s 


113 


cara  y  cadera  derecha,  y  por  último,  al  joven  RmiÜo  ( ¡rorbea,  herido  leve.  Todos  fue- 
ron conducidos,  para  su  curación,  yendo  algunos  por  sus  propios  pies,  como  ( jorbea, 
a  la  ambulancia   que  estalla   situada  en   lo   que   hoy  es  Asilo  de  Xiños  de  Santurce. 

Los  camilleros  no  reposaron 
un  instante  recorriendo,  con  gra- 
ve riesgo  de  sus  vidas,  e!  campo 
del  Morro,  el  ahíiirico  y  todas  las 
baterías  y  casco  de  la  poblaciini. 
1  le  aquí  nota  de  algunos  servicios 
jin^rslados  j)or  aquellos  heroicos 
muchachos:  Martín  l.ienavides  hic 
recogitio,  en  grave  esta(hi,  en  la 
plaza  del  I\Icrcado  |)or  los  camille- 
ros lüiricpie  Pacheco,  Isidoro  In- 
fante, (".  (.barrera  y  J.  behr<')n, 
acompañados  por  V ,  Dimas.  José 
Montañez  (a)  Maliijo,  herido  grave, 
fué  conducido  en  camilla  por  J.  Le- 
brón y  Lsera,  C.  Mojicay  l'"nri<]ue 
Pacheco,  acompañados  de  José  C. 
Rossy.  Nicanor  (ionzález,  herido 
grave,  asistido  de  primera  inten- 
ción por  el  doctor  Coll  y  Tosté, 
pasó  al  Mosf)ital  Militar  conducido 
jior  P.  Ahiczó,  I.  Infante,].  Lebrón, 
P-.  J'acheco,  acompañados,  tam- 
bién, por  J.  C.  Rossy;  este  herido 
falleció  des[)uós.  Otro,  apodado 
í^ii/ai/o,   fué  a,sistido  en   la  misma 

puerta  de  hi  ambulancia  por  los  <i'.^  !;•  cru/  K.-ia. 

doctores  Marxuach  y  Coll  y  Tos- 
te,  siendo  llevado  al  hospital  de  sangre  por  ]•".  Amilivla,  Juan  Ib  Llernaiz,  (i 
J.  Xh^jica,  auxiliados  por  J.  (h  Rossy.   Los   practicantes   Dimas,   Rosario  y  auxiliares 
Jordán  y  Aldricli  prestaron  buenos  servicios. 

Debo  hacer  especialísima  mención  de  dos  damas  de  la  Cruz  Roja:  la  señorita  María 
•Savalier,  que  desde  el  primer  d¡S|Kiro  se  personó  en  la  ambulancia  <Je  su  distrito,  y 
<"urando  y  asistiendo  a  los  heridos,  con  gran  entereza,  permaneció  hasta  el  final  (M 
corab:ite,  y  la  señora  Jdena  Cámara  de  Schloter,  quien  prestó  ¡guales  servicios  en  el 
'•iiS[)itaI  de  sangre;  no  puedo  olvidar  en  esta  Crónica  a  las  señoras  Belén  Al.,  viuda 
<le  (jrl)cta;  Francisca  Texera  de  Medina,  y  señoritas  Amparo  hernándcz  Káter,  Ob- 


sto V 


IH  A  .     R  I  VERO 

dulita  Cotíes,  María  Juana  Hernández  y  Juanita  Marién,  todas  de  la  Cruz  Roja,  y  que 
durante  el  bombardeo  visitaron,  bajo  el  fuego  enemigo,  la  mayor  parte  de  las  ambu- 
lancias de  la  ciudad  y  el  hospital  de  sangre. 

Los  facultativos  Francisco  y  Pedro  del  Valle,  José  F.  Díaz,  y  CoU  y  Tosté,  reco- 
rrieron más  de  una  vez  todas  las  ambulancias;  yendo  el  segundo,  que  era  inspector 
local,  varias  veces  hasta  Santurce.  Gran  número  de  mujeres  del  pueblo  rivalizaron  en 
actos  de  valor  y  generosidad,  distribuyendo  agua,  cigarros,  café  y  frutas  a  los  sol- 
dados y  voluntarios;  en  alguna  ocasión  tuvieron  que  intervenir  las  autoridades  para 
que  se  retirasen  de  los  sitios  más  expuestos  de  las  murallas. 

También  resultaron  con  heridas  Miguel  Sánchez,  Miguel  Villar,  José  Arnáu  (mú- 
sico), Juan  Cataño,  Martín  Cepeda  (el  manco  de  San  Cristóbal),  Arturo  Fontbona  (sar- 
gento de  artillería),  Faustino  Cordero,  Andrés  Fiol,  José  Moreno,  Vicente  Navarro, 
Lidoro  Mercader,  Rafael  AUer  (cabo),  José  Claro,  Teodoro  Rico,  José  Pascual,  Lucas 
Manso,  Vicente  Martínez,  Guillermo  González,  Juan  Antonio  Mellado,  José  Aguilar 
Sierra  (artillero,  que  falleció)  y  Justo  Esquivies  (soldado  del  Provisional,  número  4, 
que  también  murió),  Salvador  García,  Juan  Hernáiz,  Jesús  Zapico  y  Miguel  Bona.  To- 
dos estos  heridos  eran  soldados  o  clases,  y  algunos,  muy  pocos,  auxiliares.  También 
resultó  herido  el  teniente  Barba,  agregado  al  Cuerpo  de  artillería,  y  Domingo  Mon- 
tes y  José  Sierra,  que  fallecieron. 

Además  de  los  casos  asistidos  en  los  hospitales  a  cargo  de  la  Cruz  Roja,  en  el 
Plospital  Militar  de  la  ciudad,  al  cuidado  del  Ejército,  ingresaron  15  heridos,  dos  de 
ellos  en  estado  agónico,  que  fueron  Nicanor  González  y  Martín  Benavides,  los  cuales 
fallecieron  poco  después.  Se  amputaron,  con  buen  éxito,  dos  brazos.  Era  director  el 
médico  militar  Carlos  Moreno,  y  tenía  a  sus  órdenes  a  los  del  mismo  Cuerpo,  Jerez, 
Pinar,  Blanes  e  Izquierdo. 

Después  del  bombardeo. — Días  después  del  ataque  a  San  Juan  por  la  Escuadra 
americana,  y  más  tarde,  cuando  fuerzas  enemigas  desembarcaron  en  la  Isla,  gran  des- 
aliento se  apoderó  de  muchos  habitantes  de  la  ciudad,  y  hasta  algunos  de  sus  defen- 
sores pensaban,  con  demasiada  frecuencia,  en  el  término  de  la  guerra.  La  Cruz  Roja, 
en  sus  dos  ramas,  fué  un  ejemplo  de  valor,  de  abnegación  y  constancia.  En  ningún 
tiempo  uno  solo  de  sus  miembros  abandonó  el  puesto  de  honor  que  se  le  confiara; 
cuando  muchos  hombres,  tenidos  por  valerosos,  buscaban  alivio  a  sus  dolencias  reu- 
máticas en  las  termas  de  Coamo,  o  agobiados  por  los  calores  de  julio  y  agosto  col- 
gaban sus  hamacas  en  las  írondas  de  Toa  Alta,  Guaraguao  y  Guaynabo,  y  otros  lle- 
garon más  allá  de  nuestras  playas,  las  damas  y  los  hombres  que  ceñían  el  brazal  de 
la  Cruz  Roja  ni  temieron  ni  vacilaron.  En  las  ambulancias  de  emergencia  y  en  los 
hospitales  de  sangre  se  montaba  guardias  noche  y  día,  y  cuando  se  firmó  el  armis- 
ticio, y  no  hubo  más  heridos  que  curar  ni  graves  riesgos  que  correr,  la  Cruz  Roja  con- 
tinuó en  su  noble  labor,  aliviando,  en  sus  enfermedades  y  penurias,  a  los  soldados 
que  eran  repatriados,  socorriéndoles  con  ropas,  medicinas,  dinero  y  otras  dádivas. 


CRÓNICAS  115 

Fernández  Juncos,  y  sus  hijos  Amparo  y  Manuel;  los  hermanos  del  Valle,  Fran- 
cisco y  Pedro;  el  secretario  José  Gordils,  y  algunos  más,  entre  los  que  ocuparon  lugar 
preferente  los  valientes  camilleros  y  auxiliares,  bien  merecen  que  sus  nombres  hon- 
rados figuren  en  esta  Crónica,  para  ejemplo  de  generaciones  venideras,  y  como  tim- 
bre de  honor  de  la  que  tuvo  la  suerte  de  verlos  nacer. 

Pero  entre  todos  y  sobre  todos  los  miembros  de  la  benéfica  institución  se  des- 
laca,  de  modo  excepcional,  una  dama  generosa  y  buena,  Dolores  Aybar  de  Acuña, 
presidenta  de  la  Comisión  de  damas,  quien  antes  de  la  guerra,  durante  ella  y  más 
larde,  empleó  todas  sus  actividades  en  socorrer  a  los  desheredados;  alivió  muchos 
dolores,  y,  con  sus  propias  manos,  curó  heridos,  dio  pan  a  los  hambrientos  y  cubrió 
la  carne  de  los  míseros  con  ropa,  que  ella  y  otras  damas,  también  de  la  Cruz  Roja, 
cosieron  con  sus  manos  de  grandes  señoras.  Venga,  por  tanto,  su  nombre  y  su  re- 
trato a  honrar  las  páginas  de  este  libro,  que,  solamente  por  esto,  deben  guardarlo  los 
portorriqueños  dentro  del  arca  santa  de  sus  recuerdos. 

No  fué  sólo  en  San  Juan  donde  la  Cruz  Roja  dio  gallardas  muestras  de  sus  acti- 
vidades; todos  los  pueblos  de  la  Isla,  incluso  Vieques,  Culebra,  y  hasta  la  Mona,  or- 
ganizaron y  mantuvieron  hospitales  y  ambulancias.  En  Barcelona  fué  adquirido,  siem- 
pre por  subscripción  pública,  un  costoso  y  útil  material  de  hospitales. 

A  pesar  de  todo  esto,  ni  el  general  Macías,  al  publicar  el  día  13  de  mayo  su  or- 
den general,  ni  el  Gobierno  de  Madrid,  más  tarde,  aprobando  interminables  relacio- 
nes de  recompensas,  por  el  hecho  de  armas  el  12  de  mayo,  mencionaron,  ni  aun 
incidentalmente,  a  la  Cruz  Roja  de  Puerto  Rico.  Es  verdad  que  no  por  gloria  ni  pro- 
ventos expusieron  ellos  sus  vidas  y  aportaron  su  labor. 

Un  teniente  de  la  Guardia  civil  dormía  en  su  cama  en  San  Juan  el  día  del  bom- 
bardeo, soñando,  quizá,  con  posibles  ascensos,  cuando  un  proyectil  enemigo  vino 
a  dar  en  la  azotea  de  la  casa  que  habitaba;  volaron  algunos  trozos  de  ladrillos  y  uno 
de  ellos  favoreció  al  oficial,  rozándole  el  cuero  cabelludo.  Por  esto,  días  más  tarde, 
fué  recompensado  con  la  Cruz  del  Mérito  Militar,  con  distintivo  rojo  y  pensionada. 

Después  de  la  guerra,  muchos  hombres  que  no  fueron  recompensados,  ni  que 
tampoco  abusaron  de  sus  influencias  para  conseguirlo,  pudieron  seguir  ostentando, 
con  legítimo  orgullo,  otras  Cruces  Rojas:  las  de  sus  brazales. 

Los  practicantes.^Fué  tan  loable  la  inteligente  y  valerosa  conducta  observada 
por  estos  modestos  profesionales,  que  creo  justo  traer  a  esta  Crónica  los  nombres 
de  los  que  tomaron  parte  al  servicio  de  la  Cruz  Roja,  en  el  combate  del  1 2  de  mayo: 
Ramón  Llauger,  Ramón  Dimas,  Francisco  Barceló,  Pío  Amador,  Silvestre  Feijó,  Ma- 
nuel Diez  de  Andino,  Damián  Artau,  José  Córdoba,  Eloy  Daniel,  Juan  Claudio,  Car- 
los Señet,  Jesús  Carbó,  José  Aldrich,  José  E.  Rosario  y  José  Salgado  Jiménez. 

Disolución  de  la  Cruz  Roja  española. — El  mismo  Marqués  de  Polavieja,  bajo  cu- 
yos auspicios  se  organizó  en  Puerto  Rico  la  Cruz  Roja  Provincial,  declaró  disuelta 
dicha  institución  con  fecha  20  de  septiembre  de  1898. 


Ii6 


A  .     RI VERO 


LACRUZROJA 

ASDCIACIÓN     INTERNACIONAL    PARA    SOCORRO 

A    HERIDOS    EN    CAMPAÑA, 

CALAMIDADES    Y    SINIESTROS    PÚBLICOS 


ASAMBLEA 
TE    LA    SECCIÓN    ESPAÑOLA 


Madrid. -Huertas,  11. -Teléfono  ním.  41. 

-X2J~ 


Excma .  Sra. : 
Siendo  ya,  por  desgracia,  un  hecho  innegable  el  abandono  de  la  sobe- 
ranía española  en  ese  precioso  y  rico  florón  de  la  Corona  de  Castilla, 
engarzado  en  ella  por  el  esfuerzo  de  atrevidos  navegantes,  a  quienes 
guiara  el  nobilísimo  deseo  de  que  la  fe  de  Cristo  y  las  ventajas  inmen- 
sas de  la  civilización  brillasen  en  ambos  hemisferios,  cumplo  con  el 
triste  deber  de  significar  a  V .  E .  que  la  importante  representación  que 
bajo  su  dirección,  acertadísima,  ha  tenido,  en  esa  Isla,  la  Cruz  Roja, 
española,  queda  disuelta  desde  el  momento  en  que  se  verifique  el  embar- 
que  total  de  nuestros  soldados. 

Breve,  pero  gloriosísima,  por  todos  conceptos,  ha  sido  la  historia  de- 
nuestro  benéfico  instituto  en  Puerto  Eico:  sus  hechos  deben  quedar,  per- 
petuamente, consignados  en  nuestros  anales  para  estimulo  y  ejemplo  en 
el  porvenir;  por  eso  me  permito  rogar  a  V.  E.  ,  con  encarecimiento  singu- 
larísimo, redacten  y  publiquen  una  Memoria  detallada,  que  ha  de  consti- 
tuir, seguramente,  un  título  de  honor,  para  todos  envidiable. 

Al  dirigir  a  V.  K.  y  a  las  demás  consocias  borinqueñas  cariñoso  sa- 
ludo de  despedida,  espera  esta  Suprema  Asamblea  que  todas  conserven, 
como  preciado  recuerdo,  los  títulos  y  diplomas  que  les  fueron  expedido, 
y  las  recompensas  que  por  su  hidalgo  proceder  se  les  otorgaron  ^ 
Dios  guarde  a  V.  E.  muchos  años. 
Madrid,  20  de  septiembre  de  1898.  ei  i>reside«u  d^  u  Asamblea, 

Teniente  General, 

,UA.  P.  ÍHXrrrDoixKaUKZ  K.  MABQUÉS  BE  PO.AVXK.A 

Excma.  Sra.  Doña  Dolores  Aybar  de  Acuña. -Puerto  Rico. 

1    I  as  recompensas  a  que  alude  este  documento  fueron  las  Placas  de  la  Orden,  ^^""^^^.das  a  la  señora 

A",  del  A. 


CAPITULO  X 


LA    GUERRA    POR    MAR 


EL  ALMIRANTE  BERMEJO.-EL  SECRETARIO  LONG 


OMO  la  suerte  de  Puerto  Rico  dependió,  en  gran  parte,  del 
resultado  de  las  operaciones  navales,  creemos  indispensable 
traer  a  estas  páginas  algunas  notas,  aunque  mu}^  ligeras,  sobre 
el  poder  y  actividades  marítimas  de  uno  y  otro  beligerantes. 

Fué  ministro  de  Marina  en  España,  durante  la  guerra,  el 
contraalmirante  Segismundo  Bermejo,  hasta  la  segunda  quince- 
na de  mayo  de  1 898,  en  que  fué  substituido  por  el  capitán  de 
navio  de  primera  clase  Ramón  Auñón.  Era  el  almirante  Bermejo  un  marino  profesio- 
nal, culto,  patriota,  pero  muy  temeroso  del  qué  dirán,  y  más  atento  a  maniobras 
políticas  que  a  las  navales.  Larga  permanencia  en  oficinas  y  ministerio  habían  acor- 
tado su  visión  de  la  realidad. 

Desde  el  desastre  de  Trafalgar  la  Marina  de  guerra  española  había  arrastrado  una 
vida  difícil  por  la  penuria  de  la  nación  y  mezquindad  de  los  presupuestos,  que  no 
permitían  construir  nuevas  unidades  ni  reparar  las  existentes.  El  Congreso,  por  sis- 
tema, negaba  los  créditos  para  aquellas  atenciones,  fiándolo  todo,  en  caso  de  guerra, 
al  legendario  valor  de  los  oficiales  y  tripulaciones. 

Existía,  y  existe  aún  en  todas  las  clases  del  pueblo  español,  cierta  lamentable 


ii8 


A  .     RI VERq 


confusión  de  ideas  respecto  a  las  finalidades  de  una  guerra.  Al  iniciarse  un  conflicto- 
armado  no  es  la  idea  de  victoria  el  norte  exclusivo  que  guía  al  sentimiento  español; 
victoria  y  derrota,  ambos  conceptos  van  siempre  unidos,  y  tienen  igual  valor.  Así  es. 

frecuente  oír  y  leer:  «Si  nos  provocan  habrá 
un  segundo  Trafalgar»,  o  «habrá  un  nuevo  Dos 
de  Mayo».  A  nadie  se  le  ocurre  amenazar  con 
un  Lepanto  o  un  Bailen. 

Morir  con  honra:  he  aquí  la  suprema  aspi- 
ración. Inteligencia,  estrategia,  medios  de  com- 
bate..., no  valen  nada.  Honor  y  coraje  es  cuanta 
se  les  pide  a  las  fuerzas  de  mar  y  tierra  en  las 
grandes  crisis  nacionales.  ¿"Que  los  Estados 
Unidos  derraman  el  oro  a  torrentes  compran- 
do buques  en  todos  los  puertos  del  mundo.^^ 
«¡Mejor!;  más  presas  para  los  corsarios  catala- 
nes y  mallorquines.»  Que  los  escuadrones  ame- 
ricanos hacen  rumbo  hacia  Cuba  y  Puerta 
Rico...  «¡No  importa!  Ya  enseñaremos  a  esas 
bisoñas  y  heterogéneas  tripulaciones  yankees 
cómo  son  los  filos  de  nuestras  hachas  y  cuchi- 
llos de  abordaje.» 

El  ministro  Bermejo  participaba  de  estas 
ideas,  y  con  gran  optimismo  pensaba  en  los 
futuros  corsarios.  Para  él  tenía  más  importancia  el  número  de  buques  de  la 
escuadra  española  que  su  estado  y  poder  ofensivo.  Realmente,  el  Alto  Mando  de  la 
Armada  española  no  fué  durante  toda  la  guerra  sino  un  gallardo  acorazado  que  había 
echado  anclas,  todas  las  de  a  bordo,  en  los  amplios  salones  del  Ministerio  de  Marina. 
Frente  al  ministro  Bermejo  se  yergue  la  noble  figura  del  almirante  Pascual  Cer- 
vera.  Este  marino  ilustre  vislumbra  el  futuro  con  certeza  que  aun  hoy  causa  asombro; 
conoce  íntimamente  sus  buques,  mal  armados  y  faltos  de  muchos  elementos  esen- 
ciales de  combate;  no  cree  en  la  Numancia  ni  en  el  Pelayo,  y  sonríe  cada  vez  que  le 
nombran  los  cuchillos  de  abordaje  de  mallorquines  y  catalanes. 

A  cambio  de  lo  anterior,  no  desprecia  al  enemigo  y  sabe  cuánto  puede  esperarse 
y  temerse  de  su  valor,  de  su  osadía  y  de  los  poderosos  medios  de  combate  de  que 
dispone. 

Por  todo  esto  protesta  respetuosamente  contra  el  hecho  de  que  se  le  empuje  hacia 
un  desastre  inevitable.  No  es  atendido,  y  entonces,  puesta  su  confianza  en  Dios,  sale 
en  busca  de  la  muerte. 


K 1  til  i  r  ante  B  e  r  ni  e  j  o . 


CRÓNICAS 


119 


Contaba  la  Marina  española  en  1898  con  un  núcleo,  no  despreciable,  de  cru- 
ceros de  combate  que,  para  halagar  a  las  multitudes,  fueron  bautizados  con  el 
pomposo  nombre  de  acorazados.  Eran  los  cruceros  Vizcaya,  Infanta  María  Te- 
resa y  Almirante  Oquendo,  construidos  poco  tiempo  antes  en  los  astilleros  del 
Nervión  (Vizcaya).  Además,  la  casa  Ansaldo,  de  Genova,  había  entregado  a  Es- 
paña un  magnífico  crucero  acorazado,  el  Colón,  que  nunca  llegó  a  montar  dentro  de 
sus  torres  los  cañones  de  254  milímetros,  que  constituían  su  más  poderosa  artillería. 
El  Carlos  V,  Alfonso  XIII,  así  como  los  destroyers  Terror,  Furor  y  Plutón,  conf- 
irmaos por  la  casa  inglesa  Tompson,  eran  elementos  de  guerra  de  importancia.  La 
organización  española  de  mar  aparecía  superior  a  la  americana  en  torpederos,  caño- 
neros y  destroyers.  El  Pelayo,  famoso  acorazado,  era  simplemente  un  espantajo,  un 
glorioso  pontón,  al  que  le  faltaba  el  blindaje  de  toda  una  banda.  Los  periódicos  de 
Madrid  llenaban  sus  páginas  con  relaciones  de  los  buques  de  guerra  nacionales,  más 
de  un  centenar,  desde  el  Pelayo  al  Ponce  de  León,  sin  olvidar  a  la  gloriosa  Numan- 
cia.  La  mayor  parte  de  estas  naves  carecían  de  armamento  adecuado;  sus  máquinas 
estaban  casi  inútiles  y  sus  cascos  corroídos  por  la  navegación  en  mares  tropicales. 

Las  tripulaciones  carecían  de  instrucción,  y  muchos  de  los  cabos  de  cañón  nunca 
habían  disparado  una  pieza.  En  cuanto  al  valor,  al  heroísmo  de  oficiales  y  marinos, 
no  fallaron  en  sus  juicios  ni  el  almirante  Bermejo  ni  la  Prensa  española.  A  bordo  de 
sus  buques  pelearon  con  heroicidad,  rayana  en  locura,  y  cumpliendo  lo  que  de  ellos 
se  esperaba,  demostrando  en  Cavite,  en  Santiago  de  Cuba,  en  Matanzas,  en  San  Juan 
de  Puerto  Rico  y  en  todas  partes,  que  sabían  morir  con  honra  v  que  tenían  coraje. 
Así  aquellos  valientes  muchachos  realizaron  todo  cuanto 
de  ellos  exigiera  el  pueblo  español. 

Esa  ola  de  optimismo  y  falsedades  llegó  hasta  Puerto 
Rico,  arraigando  en  sus  defensores  la  creencia  en  el  inven- 
cible poder  marítimo  de  España.  Aun  recuerdo  con  pena 
aquellas  veladas  en  el  castillo  de  San  Cristóbal  presididas 
por  el  bravo  general  Ortega;  a  ellas  asistíamos  todos  los 
oficiales  de  artillería  y  nuestros  jefes  Sánchez  de  Castilla  y 
Aznar.  Barbaza,  artillero  y  capitán,  hombre  simpático  y  de 
grandes  alcances,  usaba  y  abusaba  de  sus  conocimientos 
de  inglés  y  de  otros  idiomas,  traduciéndonos  los  juicios  y 
comentarios  de  nuestros  amigos  franceses  y  alemanes.  La 
escuadra  de  Cervera,  ala  que  siempre  llamamos  ^i-(:^<2<^r6';¿   johnDavis  Long,  secretado  de  Marina 

♦^-1..-.    ^,,.-^^-^4-  •  i-  '  n     í.      '  'Li  '        de  los  Estados  Unidos    durante  la  erue- 

para  aumentar  su  importancia,  era  una  flota  invencible;  mas  , .  ^ 

*  r  '  V,,  ^  ^^^  hispanoamericana. 

de  sesenta  unidades  la  integraban.  Navegando  en  orden 

de  marcha,  ocupaba  muchas  millas;  buques  austríacos  la  reforzaban.  Todo  esto,  unido 

presagiaba  un  glorioso  y  próximo  combate. 

De  otra  parte,  los  acorazados  y  cruceros  americanos  eran  pésimamente  maneja- 


120  A.     R  I  VER  O 


dos;  cada  semana  varaban  dos  o  tres,  y  sus  tripulaciones,  compuestas  de  hombres  de 
todas  las  naciones,  estaban  al  borde  del  motín. 

Y  así,  cuando  en  los  primeros  días  de  mayo  la  Gaceta  ojiczal  publicaba  un  cable 
de  Madrid  dando  cuenta  del  glorioso  triunfo  de  Montojo  en  Cavite,  contra  la  escua- 
dra del  comodoro  Dewey...,  pareció  la  cosa  más  natural.  «{Ya  lo  decía  yob>,  era  la 
frase  corriente. 

Fué  una  tarde  del  mes  de  abril  en  que,  abusando  de  los  fueros  de  mi  uniforme 
y  de  estar  declarado  el  estado  de  guerra,  estuve  a  punto  de  encerrar  en  los  calabo- 
zos de  mi  castillo  a  Pedro  Gómez  Laserre,  antes  y  hoy  excelente  amigo  mío,  porque 
en  público  se  permitiera  decir  que  «Sampson  y  sus  acorazados  se  comerían  sin  reme- 
dio al  escuadrón  de  Cervera».  Si  Pedro  Gómez  no  lo  pasó  mal  entonces  fué  porque 
lo  creí  loco.  Sólo  así  se  le  podía  perdonar  que  pensase  y  dijese  semejantes  desatinos. 
Dios  y  Pedro  Gómez  me  perdonarán  lo  que  pensé  y  no  hice  aquella  tarde  de  abril  ^. 

España  poseía  una  gran  flota  mercante  de  rápidos  trasatlánticos,  que  pudo  usar 
como  carboneros,  escuchas  y  auxiliares.  La  Compañía  Trasatlántica  contaba  con  22 
vapores  de  elevado  tonelaje  y  andar  superior  a  doce  millas;  Pinillos,  con  cinco;  Prats, 
Anzotegui,  Hijos  de  J.  Jover  y  Serra,  Jover  y  Costa,  Marítima  de  Barcelona  y  otras 
Compañías  podían  ofrecer  1 27  vapores,  que  hacían  un  total  de  154  buques,  los  cua- 
les, contrastando  con  los  de  la  escuadra,  estaban  en  excelentes  condiciones  de  vida 
y  eficiencia,  siendo  sus  capitanes  y  marinos  hombres  avezados  a  largos  viajes,  valien- 
tes y  tan  osados,  que  aun  recuerdan  los  profesionales  americanos  las  bizarrías  del 
Monserrat  y  otros  trasatlánticos  que  rompieron  el  bloqueo  de  las  costas  de  Cuba. 
Esa  flota,  una  de  las  primeras  del  mundo,  quizá  la  primera  en  aquella  época,  fué 
usada  con  punible  torpeza.  Cervera  y  su  escuadra  anduvieron  errantes  de  Martinica 
a  Curagao  y  de  Curagao  a  Santiago  de  Cuba,  sin  encontrar  un  solo  buque  carbonero, 
y  por  eso,  en  vez  de  refugiarse  en  el  puerto  de  la  Plabana  o  en  el  de  Cienfuegos,  lo 
que  indudablemente  hubiera  evitado  la  destruccipn  de  su  escuadra,  el  almirante  tuvo 
que  entrar  en  Santiago  de  Cuba  porqué  alguno  de  sus  cruceros  estaba  quemando  las 
últimas  toneladas  de  carbón. 

Como  una  muestra  de  las  actividades  del  ministro  Bermejo,  deseo  transcribir  los 
siguientes  despachos  dirigidos  a  Cervera,  a  la  Martinica,  por  conducto  del  general  Va- 
llarino,  comandante  principal  de  Marina  en  Puerto  Rico: 

Ministro  de  Marina  a  Almirante  Cervera. 

Madrid,  mayo  12,  1898. 

...  Vapor  Alicante  debe  encontrarse  ahí,  y  otro  vapor  inglés  con  3.000  toneladas 
de  carbón,  debe  llegar  a  ese  puerto. 


El  abogado  Sr.  Gómez  es,  actualmente,  registrador  de  la  Propiedad  en  Cayey,  Puerto  Rico. — N.  del  A. 


CRÓNICAS  121 

Ministro  a  Almirante,  Curagao. 

Madrid,  mayo  15,  1898. 

Su  telegrama  recibido;  trasatlántico  Alicante  anclado  en  la  Martinica,  con  carbón, 
tiene  órdenes  de  salir  inmediatamente  para  Curagao... 


Ministro  de  Marina  a  Almirante  Cervera. 

Madrid,  15  de  mayo,  1898. 
...  Si  no  puede  esperar  al  Alicante  deje  órdenes  para  que  dicho  buque  lo  siga  en 


su  viaje,  así  como  el  inglés  Tuickhand^  que  también  lleva  carbón. 


El  Alicante  estaba  fondeado  en  Fort-de-France  el  día  II  de  mayo  cuando  ancló 
€n  aquel  puerto  el  capitán  Villaamil  con  el  destróyer  Furor;  pero  aquel  buque  no 
tenía  a  bordo  una  sola  tonelada  de  carbón,  y  por  ello  la  escuadra  española  siguió 
viaje  a  Curagao,  donde  tampoco  encontró  buques  carboneros  a  pesar  de  los  cons- 
tantes avisos  del  almirante  antes  de  zarpar  de  Cabo  Verde  y  de  las  repetidas  ofertas 
del  ministro  de  Marina. 

Tan  grave  falta,  como  otras  de  igual  clase,  fueron  concausas  que  contribuyeron 
a  la  destrucción  de  los  cruceros  españoles. 

Al  estallar  el  conflicto  compró  el  Gobierno  español  los  vapores  Germania  y  Nor- 
mania  y  el  yate  Giralda.  Un  regular  número  de  torpedos  enviados  a  Cuba,  varios 
millares  de  libras  esterlinas  situadas  en  Londres  para  atenciones  de  la  escuadra,  y  el 
pintarlos  buques  de  color  gris  fué  cuanto  se  ordenó  desde  el  Ministerio  de  Marina. 


Volvamos  nuestros  ojos  hacia  Washington.  Era  secretario  de  Marina,  en  el  Ga- 
binete Me.  Kinley,  John  Davis  Long,  graduado  en  Leyes  por  la  Universidad  de 
Harvard;  tenía  sesenta  años  y  era  fuerte  de  cuerpo,  firme  de  voluntad,  carácter  de 
hierro  y  de  inteligencia  extraordinaria.  A  este  hombre  excepcional,  verdadero  genio, 
debió  la  Marina  americana  la  mayor  parte  de  sus  triunfos. 

Desde  mediados  de  enero,  1 898,  vislumbra  el  conflicto,  y  haciendo  funcionar  el 
cable  ordena  a  los  buques  americanos,  de  estación  en  aguas  de  Europa  y  del  Brasil, 
así  como  a  los  que  estaban  en  el  extremo  Oriente,  que  no  licencien  sus  tripulaciones 
cumplidas.  Tiene  siempre  a  la  vista  un  estado  completo  de  todas  las  naves  españolas 
de  guerra  y  mercantes;  vigila  y  sigue  los  movimientos  de  los  buques,  presuntos  ad- 
versarios. Sabe  que  Bermejo  está  cerrando  tratos  con  el  Brasil  para  comprar  a  esta 
nación  dos  magníficos  cruceros  de  guerra,  el  Amazonias  y  el  Almirante  Abre'u;  toca 

^    Memorias  del  almirante  Cervera,  consultadas  por  el  autor. 


122  A.     RIVERO 


todos  los  resortes  diplomáticos,  abre  las  cajas  de  Tesorería,  y  aquellos  buques  se 
llamaron  poco  después  New  Orleans  y  A ¡óanj/;  compra  el  crucero  Nictkers,  de  7 «080 
toneladas,  y  el  Diógenes^  bautizados  después  Buffalo  y  Topeka,  Adquiere,  siempre 
sin  regatear  el  precio,  el  Somers^  60  yates,  algunos  cañoneros,  cuatro  grandes  tras- 
atlánticos y  1 1  remolcadores. 

No  contento  aún,  fleta  cuatro  grandes  vapores  y  15  escampavías  que  usa  como  ca- 
ñoneros auxiliares.  Total,  98  nuevas  unidades  con  que  aumentó  el  efectivo  de  la  escua- 
dra americana.  Los  vapores  St.  Loiiis^  Yak  y  St,  Paul  íueron  equipados  con  aparatos 
especiales  para  pescar  y  cortar  los  cables  submarinos.  El  Vulcan^  convertido  en 
taller  flotante,  es  provisto,  además,  de  aparatos  para  destilar  agua,  aparatos  que  tam- 
bién tenían  otros  buques,  así  como  maquinarias  que  fabricaban  el  hielo.  El  Vulcan 
resultó  un  éxito;  frente  a  Santiago  de  Cuba  surtió  de  piezas  sueltas  para  sus  maqui> 
narias  y  también  de  herramientas  a  3I  buques  de  su  escuadra;  26  naves  de  guerra 
fueron  reparadas  sobre  el  mar  por  el  Vulcan. 

El  secretario  Long  usó  como  transportes,  sólo  en  las  Antillas,  más  de  dos  docenas 
de  grandes  vapores.  Todo  este  inmenso  material  flotante,  unido  a  las  escuadras  de 
combate  en  aguas  de  América,  sumaron  ciento  cincuenta  y  cinco  buques;  y  ni  uno 
solo  se  perdió  por  accidente  o  por  combate^  lo  que  habla  muy  alto  en  favor  de  la 
pericia  de  sus  capitanes  y  tripulaciones. 

Ese  poder  formidable  impulsado  por  el  brazo  de  acero  del  secretario  Long,  re- 
corre los  mares  de  América  y  Oceanía,  y  además  amenaza  las  costas  de  España 
(escuadra  del  comodoro  Watson);  destruye  en  Cavite  los  buques  de  Montojo,  en 
Santiago  de  Cuba  los  de  Cervera,  bloquea  a  la  Habana  y  otros  puertos,  desembarca 
marinos  en  Cuba,  en  Guánica,  Ponce  y  Arroyo;  bombardea  Matanzas,  Santiago  de 
Cuba  y  San  Juan,  y  cuando  se  firma  la  paz  la  eficiencia  de  acorazados,  cruceros,  bu- 
ques menores  y  auxiliares  era  aún  mayor  que  al  declararse  la  guerra. 


El  abogado  Long,  desde  -su  despacho,  lo  sabe  todo.  En  16  de  abril  había  reci- 
bido una  carta  confidencial,  de  Madrid,  en  la  cual  se  incluía  una  relación  de  toda  la 
escuadra  de  guerra  y  auxiliares  de  la  marina  española  anotadas,  sin  error  alguno,  to- 
das sus  ventajas  y  deficiencias,  así  como  los  movimientos  efectuados  por  aquellos 
buques  y  muchos  de  los  que  pensaban  realizar.  Recibe  también  recortes  de  El  Impar - 
cial  y  de  otros  periódicos  de  Madrid,  en  que  se  da  cuenta  del  número  de  torpe- 
dos — 190 —  que  se  enviaron  a  Cuba,  señalando  los  puntos  en  que  dichos  torpedos 
fondearon;  toda  esta  información  fué  tomada  por  aquel  periódico  de  labios  del 
ex  ministro  Beranger.  El  cónsul  americano  en  Cádiz  remitió  también  valiosísimas 
informaciones. 

El  secretario,  con  los  piaros  a  la  vista,  vigila  en  su  viaje  a  la  flota  de  Cervera; 


CRÓNICAS 


J23 


calcula  su  derrota  y  los  puntos  donde  necesita  tomar  carbón  (porque  Long  sabía^ 
exactamente,  las  toneladas  que  llevaba  cada  buque  en  sus  carboneras),  coloca  escu- 
chas en  su  camino  y  cruceros  en  Martinica,  Guadalupe,  St.  Thomas,  Cabo  Hai- 
tien.  Mola  de  San  Nicolás  y  canales  de  la  Mona  y  del  Viento.  Y  si  la  escuadra  espa- 
ñola pudo  llegar  a  Santiago  burlando  tan  exquisita  vigilancia,  culpa  no  fué  del 
Hon.  Long,  sino  del  almirante  Sampson,  que  desobedeciendo  o  interpretando  a  su 
capricho  las  órdenes  recibidas,  malgastó  su  tiempo  y  sus  municiones  frente  a  San 
Juan,  contribuyendo  a  que,  a  través  del  cable,  se  oyeran  en  Martinica  los  cañonazos 
disparados  a  los  castillos  del  Morro  y  San  Cristóbal. 

Fondea  en  Santiago  la  escuadra  de  Cervera;  Sampson  no  lo  sabe;  Schley  nada 
ve,  y  sin  embargo,  el  secretario  de  Marina  de  los  Estados  Unidos,  sentado  en  su 
poltrona  y  con  un  fajo  de  cables  ante  sus  ojos,  pasa  revista  a  los  buques  españoles 
anclados  en  aquel  puerto  cubano  el  1 9  de  mayo.  Y  con  telegrama  tras  telegrama 
avisa,  dirige,  amonesta,  empuja  y  sólo  diez  días  después,  el  29,  consigue  que  sus  na- 
ves de  guerra  bloqueen  al  almirante  español. 

Sin  los  trabajos  y  las  vigilias  del  secretario  Long,  Cervera,  saliendo  de  vSantiago 
de  Cuba,  hubiera  echado  anclas  al  abrigo  de  las  formidables  baterías  que  protegían 
la  ciudad  de  la  Habana  o,  lo  que  es  más  probable,  regresado  a  España. 

Tales  fueron  los  hombres  que  durante  la  guerra  hispanoamericana,  en  Madrid  y 
en  Washington,  tuvieron  a  su  cargo  la  inmensa  responsabilidad  de  la  guerra 
por  mar. 


Remolcador    Wompatuck. 


124 


R  I  V  E  R  o 


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CAPITULO  XI 

VIAJE   DE   LA   ESCUADRA  ESPAÑOLA  AL   MANDO 
DEL  ALMIRANTE   CERVERA 

EL    VERDADERO    OBJETIVO    DEL    ALMIRANTE    SAMPSON    AL    BOMBARDEAR 

A  SAN  JUAN  EL   12  DE  MAYO  FUÉ  LA  CAPTURA  DE  DICHA  PLAZA 

HISTORIA    DE    UN    FAMOSO    CABLEGRAMA 


L  día  8  de  abril  de  1 898  salió  de  Cádiz  el  almirante  Pascual 
Cervera,  con  los  cruceros  protegidos  Infanta  María  Teresa^ 
buque  insignia,  y  el  Cristóbal  Colón.  Una  escuadrilla,  al  mando 
del  capitán  P^rnando  Villaamil,  estaba  fondeada  en  las  islas 
Azores,  puerto  de  wSan  Vicente  de  Cabo  V^erde,  compuesta  de 
los  destroyers  Terror^  Furor  y  Pintón.,  y,  además,  de  los  torpederos  de  alta  mar 
Ariete,  Audaz  y  Azor. 

Con  fecha  4,  el  almirante  español  había  telegrafiado  al  ministro  de  Marina,  Ber- 
mejo, lo  que  sigue  ^: 

Creo  peligroso  para  la  flotilla  de  torpederos  el  que  sigan  viaje;  como  no  he  reci- 
bido  instrucciones,  me  parece  lo  mejor  ir  a  Madrid  para   recibirlas  y  formar  plan 

^     Este  documento  y  todos  los  que  si(,nien  son  de  origen  oficial,  estrictamente  comprobado. — .V.  del  A. 


1 2ñ  A  .     'R  1  \'-  lí  \i  O 

campaña.  Me  preocupím  las  C'anarias,  que  están  en  situación  peligrosa.  Si  durante 
mi  ausencia  fuese  necesario  que  la  escuadra  saliera,  podría  verificarlo  mandada  por 
segundo  jefe. 

El  ministro  de  Marina  respondió  con  el  siguiente  cable,  fechado  el  mismo  día: 

Recibido  su  telegrama  cifrado.  En  estos  momentos  de  crisis  internacional  no  se 
puede  formular,  de  una  manera  precisa,  nada  concreto. 


fm'\<;:é^J;:*:S'V:&A^ 


C'on  fecha  6,  y  en  carta  privada  al  ministro,  Cervera  se  expresa  así:  f:S¡  nos  coge 
sin  un  plan  de  guerra,  habrá  dudas  y  vacilaciones,  y  después  de  la.  derrota  serán  la.» 
vergüenzas  y  las  humillaciones.» 

El  capitán  general  de  Cuba,  Blanco,  en  cable  del  día  /,  decía  al  ministro  de  Ul- 
tramar, Romero  (jirón,  entre  c>lras  cosas; 


Se  empieza  a  manifestar  cierto  disgusto  por  falta  bucpies  aquí,  pues  los  cpie  hay 
no  pueden  prestar  servicio,  y  detención  escuadrilla  Cabo  Verde  deja  indefensa  cos- 
tas; V .  b!,,  que  mejor  que  yo  conoce  situación  internacional,  dadas  actuales  circims^ 
tancias,  apreciará  conveniencia  enviar  buques. 


(■  R  O  K  ¡  c;  A  S  ,,- 

Use  mismo  día  7  el  ministro  Bermejo  telegrafía  a  Cer¥cra : 

Urge  miiclio  salir;  es  preciso  que  sea  mañana.  Diríjase  V.  E.  a  San  Vicente  de 
Cal.x.)  Verde;  así  que  llegue  tomará  carbón  y  agua.  Conuiníque  con  semáforo  Cana- 
rias, por  si  hubiese  alguna  novedad  que  noticiarle.  J.as  instrucciones,  que  se  amplia- 
rán, son,  en  esencia,  proteger  escuadrilla  de  torpederos,  que  queda  ;i  sus  órdenes 
¡)or  estar  en  I^uropa  A/mi:m/ias  y  San  Francisco.  No  hay,  por  ahora,  más  buques 
americanos. 


Cervera,  en  otro  despacho,  insiste  en  (|ue  se  le  den  instrucciones  precisas,  toda 
vez  que  desconoce  los  planes  del  Gobierno,  y  el  ministro  le  contesta: 

ba  premura  de  la  salida  impide  por  el  momento  darle  conocer  plan  que  solicita; 
pero  lo  tendrá,  con  todos  sus  detalles,  a  los  pocos  días  de  su  llegada  a  fabo  Verde, 
pues  seguirá  sus  aguas  un  vapor  abarrotado  de  carbón. 

FJ  comandante  español  no  replica,  obedece,  y  el  día  8  dirige  al  ministro  de  Ma- 
rina el  siguiente  telegrama: 

Son  las  cinco  de  la  tarde  y  estov  saliendo  con  el  Teresa  v  0>/i>;/. 


Con   tiempo  bonancible   navegaron  ambos  cruceros,  haciendo   ruml)0  a  Punta 
Anaga  (isla  de  Tenerife),  con  cuyo  semáforo  comunicaron  en  la  mañana  del  11,  rcci- 


128  A.     RIVERO 


hiendo  órdenes  de  seguir  su  viaje.  A  las  9  de  la  misma  hicieron  rumbo  a  San  Vi- 
cente de  Cabo  Verde,  adonde  llegaron  sin  novedad,  fondeando  en  Puerto  Grande  el 
día  14,  a  las  diez  de  la  mañana.  Allí  estaba  la  división  de  torpederos,  cuyo  jefe,  Vi- 
llaamil,  se  puso  a  las  órdenes  del  almirante. 

Los  cruceros  españoles  habían  navegado  a  una  velocidad  entre  11  y  12  millas, 
siendo  el  consumo  de  carbón  sumamente  exagerado,  gastando  el  Colón  500  tonela- 
das y  400  el  Teresa. 

A  su  llegada  a  puerto,  Cervera  dirigió  al  ministro  el  siguiente  cable: 

Fondeamos  sin  novedad.  Estoy  ansioso  de  saber  instrucciones  y  noticias.  vSu- 
plico  telegrama  diario,  luengo  necesidad  de  combustible,  mil  toneladas  para  rellenar. 

Entonces  comenzó  la  difícil  operación  de  tomar  carbón,  pudiendo  conseguirse  a 
duras  penas  unas  700  toneladas,  que  se  pagaron  a  51  chelines.  El  cónsul  americano 
había  comprado  todo  el  carbón  existente  en  el  puerto. 

El  18  de  abril  llegó  el  San  Francisco  con  las  instrucciones,  que,  en  síntesis,  eran: 

l.^  Proteger  la  escuadrilla  de  torpederos  a  causa  de  estar  en  aguas  de  Europa 
dos  buques  de  guerra  americanos. 

2.""  El  trasatlántico  Ciudad  de  Cádiz,  la  escuadrilla  de  torpederos  y  (destroyers) 
y  los  cruceros  Vizcaya  y  Oquendo  (que  habían  salido  de  Puerto  Rico)  unidos  al 
Teresa  y  Colón.,  formarían  la  flota  al  mando  del  almirante  Cervera. 

3.^  El  objetivo  de  la  expedición  será  la  defensa  de  la  isla  de  Puerto  Rico,  «que 
tomará  V.  E.  a  su  cargo  en  la  parte  marítima,  combinando  su  acción  militar  de 
acuerdo  con  el  gobernador  de  la  Isla;  pero  sin  olvidar  que  el  plan  de  aquélla  sólo 
^  puede  corresponder  a  V.  E.  dada  su  innegable  competencia  en  su  calidad  de  almi- 
rante para  medir  las  fuerzas  del  presunto  enemigo,  apreciar  la  importancia  de  sus 
movimientos,  así  como  los  recursos  que  pueden  desarrollar   los   buques  del    mando 

de  V.  E ,  a  no  ser  que  las  fuerzas  del  enemigo   fuesen   iguales   o    inferiores,  en  el 

cual  caso  convendrá  a  V.  E.  tomar  la  ofensiva». 

4.^  Para  el  aprovisionamiento,  en  San  Vicente,  tenía  órdenes  el  comandante  de 
la  división  de  torpederos,  «y  en  Puerto  Rico  encontrará  V.  E.,  si  ha  lugar,  todo 
genero  de  recursos,  incluso  municiones.» 

P. 

El  mismo  18  de  abril  fondearon  en  Cabo  Verde,  incorporándose  al  resto  de  la 
escuadra,  los  cruceros  Oquendo  y  Vizcaya.  El  20  tuvo  lugar,  a  bordo  del  Colón,  una 
reunión  de  jefes,  tomándose  acuerdos  que  fueron  telegrafiados  al  ministro  de  Marina 
en  esta  forma: 

De  acuerdo  con  segundo  jete  y  los  comandantes  de  los  buques,  propongo  ir  al 
punto  donde  se  indica  e  indicará:  Canarias.  Ariete  tiene  en  mal  estado  sus  calderas; 
la  del  Azor  es  muy  vieja.  Vizcaya  necesita  entrar  en  dique  para  pintar  fondos  si  ha 
de  conservar  su  velocidad.  Canarias  quedaría  libre  de  un  golpe  de  mano  y  todas  las 


\i:Wmt 


KxctlKX  Sr.  I)^   Pascual  Cervera  v  Top«tt 


C  R  Ó  N ICA S 


129 


fuerzas  podrían  acudir  con  toda  prontitud,  en  caso  necesario,  a  defender  la  Madre 
Patria. 

El  acuerdo  anterior  fué  consignado  en  un  acta  que  firmaron:  Pascual  Cervera, 
José  de  Paredes,  Juan  V.  Lazaga,  Emilio  Díaz  Moréu,  Víctor  M.Concas,  Antonio 
Eulate,  Joaquín  Bustamante,  Fernando  VillaamiL 

Al  siguiente  día  el  almirante  Cervera  escribió  una  carta  confidencial  al  ministró 
dándole  detalles  del  acuerdo  anterior,  carta  de  la  cual  tomamos  este  párrafo: 

El  natural  impulso  de  marchar  decididamente  al  enemigo ,  entregando  la  vida  en 
holocausto  de  la  Patria,  era  la  primera  nota  que  se  dibujaba  en  todos;  pero  al  mismo 
tiempo,  el  espectro  de  la  Patria  abandonada,  insultada  y  pisoteada  por  el  enemigo, 
orgulloso  con  nuestra  derrota,  que  no  otra  cosa  puede  obtenerse  en  definitiva,  yendo 
a  buscarlos  a  su  propio  terreno  con  fuerzas  tan  inferiores,  les  hacía  ver  que  tal  sacri- 
ficio no  sólo  sería  inútil,  sino  contraproducente,  puesto  que  entregaban  la  Patria  a 
un  enemigo  procaz  y  orgulloso,  y  Dios  sólo  sabe  las  funestas  consecuencias  que  esto 
podría  traer,  ♦j    '  ; 

A  partir  de  esta  fecha  se  cruzaron  los  siguientes  despachos: 

Ministro  al  Almirante. — Cabo  Ver die.  !  .  í 

*      '"'  ■     '  ,        '  Madrid,  21  de  abril,  1898, 

Torpedero  Ariete  puede  regresar  a  España  remolcado  por  San  Francisco;  dele 
instrucciones  que  considere  conducentes. 


Almirante  al  Ministro.  .  \  •      '  . 

-         ■  *  Cabo  Verde,  21  de  abril,  1898. 

Mientras  más  medito,  es  mayor  mi  convicción  de  que  continuar  viaje  a  Puerto 
Rico  será  desastroso.  Para  Canarias  podría  salirse  mañana.  El  carbón, se  embarca 
despacio  porque  hay  escasez  de  medios.  Los  comandantes  de  los  buques  tienen 
igual  opinión  y  algunos  más  enérgicos  que  yo.  Necesito  instrucciones. 


El  Ministro  al  Almirante.  -  Cabo  Verde.  ... 

Madrid,  21  de  abril,  1898. 

Como  Canarias  están  perfectamente  aseguradas,  y  conoce  V.  E.  telegramas  de 
Washington  sobre  salida  próxima  de  escuadra  volante,  salga  con  todas  las  fuerzas 
para  proteger  isla  Puerto  Rico,  que  está  amenazada,  siguiendo  la  derrota' que  V.  E.  se 
trace,  teniendo  presente  la  amplitud  que  las  instrucciones  le  conceden  y  que  le 
renuevo.  La  frase  salgo  para  el  Norte  me  indicará  su  salida,  debiendo  ser  absoluta  la 
reserva  sobre  sus  movimientos. 

La  Nación,  en  estos  momentos  supremos  en  que  se  declara  la  guerra,  acompaña 
a  esa  escuadra  en  expedición  y  J^  saluda  con  entusiasmo.  ,      , 


130  A.     RIVERO 

Almirante  Cervera  a  Ministro  Bermejo. 

Cabo  Verde,  22  de  abril,  1898. 

He  recibido  telegrama  cifrado  con  la  orden  seguir  para  Puerto  Rico  a  pesar  de 
persistir  en  mi  opinión,  que  es  opinión  general  de  los  comandantes  de  los  buques; 
haré  todo  lo  que  pueda  para  avivar  salida  rechazando  la  responsabilidad  de  las  con- 
secuencias. Agradecemos  saludo  Nación,  cuya  prosperidad  es  nuestro  único  anhelo, 
y  a  nombre  de  todos,  manifiesto  nuestro  profundo  amor  a  la  Patria. 


Almirante  Cervera  a  Ministro  Bermejo. 

Cabo  Verde,  22  de  abril,  1898. 

Oficialmente  no  se  sabe  si  se  ha  declarado  la  guerra,  y  es  de  absoluta  necesidad 
saberlo  para  tratar  como  enemiga  a  la  bandera  americana. 


Ministro  Bermejo  al  Almirante  Cervera. 

Madrid,  22  de  abril,  1898. 

Si  hubiera  estado  declarada  la  guerra  se  lo  hubiera  comunicado;  pero  existe  de 
hecho  el  estado  de  guerra,  pues  la  escuadra  americana  empezará  mañana  bloqueo 
Cuba.  Los  buques  de  la  escuadra  volante,  de  que  hablé  a  V.  E.,  sin  tener  después 
más  noticias,  son  los  que  deben  bloquear  a  Puerto  Rico,  y  no  han  salido  aún  de 
Hampton  Roads,  El  fundamento  de  las  instrucciones  es  encomendar  a  V.  E.  la  de- 
fensa marítima  de  Puerto  Rico. 


Almirante  Cervera  al  Ministro  Bermejo. 

Cabo  Verde,  22  de  abril,  1898. 

Necesito  instrucciones  precisas  a  las  que  poder  arreglar  mi  conducta,  en  el  caso 
de  no  estar  declarada  oficialmente  la  guerra  a  la  salida. 


El  Ministro  Bermejo  al  Almirante  Cervera. 

Madrid,  22  de  abril,  1898. 

Recibido  su  segundo  telegrama.  No  puedo  darle  instrucciones  más  concretas  que 
las  que  tiene,  dejándole  en  libertad  para  la  derrota  que  ha  de  seguir,  burlando,  ái  es 
posible,  el  encuentro  de  la  flota  enemiga  para  arribar  a  cualquier  punto  de  la  isla  de 
Puerto  Rico.  El  Ciudad  de  Cádiz  le  acompañará  con  todo  el  carbón  posible. 


Este  mismo  día  22  el  Almirante  escribió  al  Ministro  una  larga  carta  reservada,  de 
la  cual  es  este  párrafo: 

El  Colón  no  tiene  sus  cañones  gruesos,  y  yo  pedí  los  malos,  si  no  había  otros;  las 
municiones  de  14  centímetros  son  malas,  menos  unos  300  tiros;  no  se  han  cambiado 


CRÓNICAS  131 

ios  cañones  defectuosos  del  Vizcaya  y  del  Oquendo\  no  hay  medio  de  recargar  los 
casquillos  del  Colón]  no  tenemos  un  torpedo  Bustamante;  no  hay  orden  ni  concierto 
«que  tanto  he  deseado  y  propuesto  en  vano;  la  consolidación  del  servomotor  de  estos 
buques  sólo  ha  sido  hecha  en  el  Teresa  y  el  Vizcaya  cuando  han  estado  fuera  de  Es- 
paña; en  fin,  esto  es  un  desastre  ya,  y  es  de  temer  que  lo  sea  pavoroso  dentro  de 
poco...  Y  no  le  molesto  más;  considero  ya  el  acto  consumado,  y  veré  lo  mejor  que 
pueda  salir  de  este  callejón  sin  salida. 


Ministro  Bermejo  al  Almirante  Cervera. 

Madrid,  24  de  abril,  1898. 
Oída  la  Junta  de  generales  de  Marina,  opina  ésta  que  los  cuatro  acorazados  y 
tres  destroyers  salgan  urgentemente  para  las  Antillas.  Sometida  esta  opinión  al  Go- 
bierno de  S.  M.  la  acepta,  disponiendo  se  den  a  V.  E.  amplias  facultades  para  diri- 
girse a  las  Antillas,  confiando  en  su  pericia,  conocimiento  y  valor,  pudiendo  tomar 
informes  sobre  aquéllas  antes  de  recalar  sobre  Puerto  Rico  o  a  Cuba  si  lo  estimase 
más  conveniente  en  vista  informes  recibidos.  La  derrota,  recalada,  casos  y  circuns- 
tancias en  que  V.  E.  debe  empeñar  o  evitar  combate  quedan  a  su  más  completa 
libertad  de  acción.  En  Londres  tiene  a  su  disposición  15.000  libras.  Los  torpederos 
•deben  regresar  a  Canarias  con  los  buques  auxiliares,  marcándoles  V.  E.  la  derrota. 
La  bandera  americana  es  enemiga. 

En  carta  de  abril  24  decía  el  almirante  Cervera:  «Trigueros  me  ha  anunciado  la 
■salida  de  un  cargamento  de  5 -700  toneladas  de  carbón  para  Puerto  Rico,  adonde 
debe  recalar  del  TI  al  12  de  mayo,  y  tengo  mucho  temor  de  que  vaya  a  caer  en 
poder  del  enemigo.» 

El  almirante  tenía  razón  en  sus  temores;  este  vapor,  el  Rita,  que  salió  de  España 
cargado  de  carbón  con  destino  a  Puerto  Rico,  fué  capturado  por  el  Yale  en  8  de 
mayo,  y  conducido  a  Charleston  fué,  más  tarde,  declarado  buena  presa. 


Ministro  Bermejo  al  Almirante  Cervera. 

Madrid,  26  de  abril,  1898. 
Dada  orden  Londres  enviar  5.000  toneladas  carbón,  destino  Curagao,  a  disposi- 
ción de  V.  E.  o  Comandante  Puerto  Rico. 


Ministro  Bermejo  al  Almirante  Cervera. 

Madrid,  28  de  abril,  1898. 
Por  si  llegare  a  tiempo  digo  a  V.  E.:  Habana,  como  la  parte  Norte  de  Cuba,  sigue 
bloqueada;  Puerto  Rico,  hasta  ahora,  libre;  en  aguas  de  Europa  no  existe  buque  ene- 
migo. En  España  completa  tranquilidad  y  unión.  Reitero   entusiasta  saludo  de  la 
Nación.  Con  mucha  actividad  se  trabaja  en  alistar  otros  buques. 


A  .    I^  í  ¥  ]•:  K  ( > 


Almirante  Cervera  al  Ministro  Bermejo. 
Salgo  para  el  Norte. 


Cabo  Verde,  29  dt;  abril,  i8<}8. 


liste  día  29  de  abril  del  año  1808  señala  la,  fecha  memorable  en  que  la  escuadra 
española,  compuesta  de  cuatro  cruceros  acorazados  y  tres  destroyt^rs,  salió  del 
puerto  de  San  \lcenie  de  Cabo  Verde  con  rumbo  a  Puerto  Rico,  adond<i  no  llegó 
nunca. 

Desde  el  primer  día  de  navegación  el  almirante  Cervera  distribuyó  a  sus  coman- 
dantes órdenes  precisas,  no  sólo  para  la  marcha,  sino  también  para  el  cond)ate,  caso 


de  ¡>rcsciilar.s<í  el  cncnn'n-o;  a  estas  instriHxriones  acnmpañat);i  croipiis  de  las  disíint;is 
maniobras  ¡)ara  pasar  del  (n-cien  de  viaje  al  di'  lila,  y  con  especiales  a»lvertenci;is  a, 
lf)S  destro\-ers  sobr(f  su  iiitervcMición. 

Sin  inci<l<Mite  alcnmo  en  la  iiave^i^ración  sioaiió  ésta  hasta  el  aman(H:cr  del  clía  il 
(le  mayo,  en  ([ue  los  crncero,s  alcaji/aron  a  los  destrox'ers  '/rrror  y  ¡-'iiror^  que  sieiri- 
|;)rc  iiian  a  la  descubi<Tta  y  que  lial)ían  sido  destacados  el  O  del  mismo  mes  para 
reconocer  el  puerto  b\>rt^ded^Vance  i'Martinit:ai,  tomar  Informes  y  expedir  tele^^ 
gra.nias.  ;\mbos  destrox^ers  estaban  ¡carados:  el  l'ii'ror  1uh;íió  una,  l.toya,  y  el  l''iin^}' 
taislodiámlolo  para  no  dejarlo  aliandonado  en  rncdio  del  mar.  La  (  'ap'ttaiíd  tom<')  a 
remolque  el  primer  destróyer,  cuyas  calderas  tenían  seilas  averías,  continuando  su 
derrotero.  Id  jefe  de  la  escuadrilla,  ca|Mtán  X'illaamil,  con  el  Furor  se  dirigió  al 
puerto  lie  bort-ded.'Vance,  donde  entró  el  mismo  día  l  t,  tomó)  informes  y  puso  algún 
tek'grama  que  el  almirante  le  había  entregado,  saliendo  por  la  noche  e  incorporán- 
dose a  la  escuadra,  a  l:i  cual  comunicó  cpie  los  buques  enemigos  bloqueaban  la  parb:: 
oeste  de  Cuba,  desde   t'árdenas  a    Cienfuegos,  que  a  aquella   hora   (amanecer   del 


<:  R  o  N   1  C  AS  133 

día  12),  se<jim  noticias  reservadas  que  le  había  dado  el  capitán  del  puerto,  la  escua- 
dra americana  con  su  almirante  a  la  cabeza  debía  estar  sobre  San  Joaü  para  ata- 
carlo; c|ue  había  dos  cruceros  auxiliares,  el  Sf.  Litis  y  el  IJarvard^  uno  en  (riiada- 
lupe  y  otro  en  Martinica;  c|iie  los  americanos  habían  violado  la  neutralidad  de  Santo 
Uonu'ngo,  entrando  y  saliendo  libreniente  de  Puerto  Plata  y  Samaná;  que  en  Marti- 
nica se  le  permitiría  a  la  escuadra  española  hacer  víveres,  pero  no  carb(3n. 

Id  capitán  P\;rnando  Villaamil  entregó  además  al  almirante  Cervera  un  fajo  de 
■periódicos,  por  los  cuales  se  enteraron  lodos  los  oficiales  de  la  ilestrucción,  en  Ca- 
vile, de  la  escuadra  española  al  mando  del  almirante  "Montojo. 


Amaneció  el  12  de  mayo,  y  este  día  tuvo  Jugar  un  t'onseio  de  oficiales,  deci- 
diendo continuar  para  ("uraeao  en  l>usca  de  carbón  5'  nuevas  noticias. 

Así  lo  efectuó  la  escn;idra,  siguiendo  primero  im  falso  rundjo  hacia  Santo  I)o^ 
mingo  durante  30  nn'Ilas  para  despistar  al  enemigo,  y  rcíctificando  después  la  rula 
hacia  aquella  isla  liolandesa. 

Id  telegrama  puesto  por  el  capitán  Villaamil  en  Martinica  al  ministro  Bermejo 
decía  así: 


Almirante  ("ervera  a  Ministro  Marina. Madrid. 

Martinica,  12  di!  may<-.  <le  i.SmH. 

La  escuadra  sin  novedad;  excelente  cs].)írilu.  X'iUaamil  va  a  adquirir  noticias  de 
■que  dependerán  las  operaciones  futuras.  Para  dar  la  paga  vencida  se  necesitan 
570.000  pesetas;  lo  que  ha}^  a  bordo  y  en  Londres  suman  (3/5.000.  Ko  <]uicro  ago- 
tar todos  los  recursos,  por  lo  (pie  es  necesario  aniipliaci(3n  de  crédito. 


í34 


A  .     R  I  V  1^:  R  O 


C  R  O  N  I  C  A  S  135 

¡í\   ministro  liermejo  dirigió  :i  las  autoridades  de  Puerto  Rico  para  que  se  comu- 
nicase al  almirante  t'ervera,  el  siguiente  cable: 

Madrid,  ¡2  de  mayo  de  i8q8. 
Ha  sabido  con  satisfacción  Gobierno  su  Ilega,da  a  ese  Puerto  ilíartinicaí, Pen- 
ínsula  sin  novedad.- Telegrama  recibido  hoy  anuncia  ataque  Puerto  Rico  por   es- 


cuadra enemiga,  compuesta  de-  Ncw  Yorlu  Indiana^  Trr/'or  \  Pitriláii:  dos  cruceros, 
!in  torpedero  y  dos  buques  carboneros. — Isla  Puerto  Rico  está  vigilad;!,  por  los  auxi- 
liares París  y  Akc  York. — Yapur  Alicante  debe  encontrarse  ahí,  y  otro  vapor  inglés 
cun  3.000  tonelaxjas  del>c  llegar  a  ese  puerto  a  Jas  órdenes  ca|)itán  Alii-anle.  Piunle 
disponer  V.  E.  de  ambos  buques. 

bste  vaí)or  .  \licantc  era  un  trasatlántico  español  (¡ue  en:u-bolaba  la  bandera  de  la 
^  ruz  Roja  como  buípie-hospital;    el   carl.)oncro   inglés   ofrecido  por  el  ministro    de 


■I3G 


A  . 


R  1  \'  1-: 


Marina  no  había  llegado  K  Villaamíl,  a  su  entrada  en  Fort-de-France,  no  encontró  al 
cónsul  español,  quien  estaba  en  el  campo,  y  solamente  pudo  avistarse  con  él  más 
tarde.  A  cambio  de  esto,  Antonio  (ienís,  cajjitán  del  jUiamJe,  mostróse  muy  ac- 
tivo, proporcionando  al  capitán   de  bir  escuadrilla  valiosa  información,  (jue  fué  de 

mucha  utilidad;  por  este  marino  se 
supo  que  el  crucero  de  guerra  enc- 
mig-o  Hiirvard  había  fondeado 
aquella  mañana  en  el  puerto  de 
Saint -Fierre,  y  cjue,  de  un  mo- 
mento a  otro,  se  prohibiría  la  saÜ^^ 
da  del  Furor  para  facilitar  la  de 
aquel  crucero. 

Fácilmente  podemos  apreciar  la 
situación  de  Villaamil  — escribe  v\ 
i:apitán  Víctor  M.  í'oncas — ,  <|ui(»n 
sabía  que  el  almirante  avanzaba  rá- 
pidanumte  y  que  lo  esperaba  en 
alta  mar.  l*or  tanto,  antes  de  que 
connulicaran  aquella  orden  de 
tención,  a  media  noche,  levó 
anclas,  y  ;msilia.do  [)(>r  algunos 
l)otes  del  Alicaiiic  y  ¡lor  el  capitán 
de  este  buque,  quien,  personal- 
mente, iluminó  las  boyas  de  la  en- 
tracJa  del  puerto,  escapó  a  toda  vc- 
locitlad,  navegando  a  veinte  nudos 
por  hora  en  busca  del  escuadrón. 

Euiau-, conu.r,.!;ini<>  .i.-i  i/V^M-^.  K¡  14,  a  las  sÍcIc  óc  la  mañana, 

('ura<;ac),  donde  el  gobernador 
en  la  entra<'la  de  dos  1:)Ut|ues,  que  fueron  el  Tíresii  y  el  P'uscaya, 
cónsul  esp;uiol  <]ue  únicamente  sería  permitida  una  estancia  en 
e  v(Miit¡cuatro  horas.  Dicho  gobernador  holandés  vino  a  bordo  del 
leresit^  bu<|ue  insignia,  y  estuvo  cortés,  pero  estrictamente  neutral.  Se  tomaron 
ÚOQ  toneladas  dt:  carbón,  únicas  (pie  pudieron  ofjtenerse,  y  por  cierto  que  esta  ne- 
gociación se  hizo  con  los  auxilios  del  vicecónsul  amerií-ano  -.  Los  otros  dos  crucercís 
y  los  dcstroyers  pasaron  fuera  del  [)uerto  toda  aquella  noche  del  14. 

I£l  capitán  ("oncas,  ¡efe  de  Estado  Mayor  de  fiervera,  escribió  lo  (¡ue  sigue: 

.Martinica  coino  c»  Cur;«:ao.  nada  se  lialjía  dispuesto  para  reportar  ; 


sóh>  consintió 
manifestando  ; 
dicho   puerto 


.  ,¡.'/  A. 


mnúm 


-;  he 


notic 


dispuesto  para 
^-^X.  fiel  A. 


<;  lí  l )  N  I  C  A  s 


Nadie  puede  tener  una  idea  de  la  ansiedad  de  aquella  noche,  14  de  mayo,  cuando 
interpretábamos  cada  ruido  que  escuchábamos  como  un  ataque  a  nuestros  caniara- 
das  que  estaban  fuera  del  puerto,  y  cuando  ni  aun  podíamos  ir  en  su  auxilio,  porque 
el  puerto  de  Curagao,  a  la  puesta  del  sol,  se  cierra  jior  un  puente  movedizo  de  bar^ 
cas  que  lo  incomunica  con  cl  exterior. 

Aljastecicron  de  carbón  los  buques, 
con  grandes  apuros,  y  al  auiam?cer 
del  1.5  salieron  del  puerto,  rectificaron 
su  formación  de  marcha  y  tomaron 
rumbo  a  Santiago  de  íaiba,  pasando  al 
Sur  de  Puerto  Rico. 

K\  almirante  Cervera  debió  haber 
recibido  en  (ajra.cao,  tic  manos  del 
cónsul  español,  un  telegrama  del  minis- 
tro de  Marina,  comunicado  desde  Puer- 
to I'ÍJco  por  el  general  Vallartno,  avi- 
sándole, entre  otras  cosas,  que  con  fe- 
cha O  de  mayo  la  escuadra  del  almi- 
rante vSampson  estaba  empeñada  en  un 
■furioso  iitaque  contra  San  Juan.  ^^  como 
t'ervera  localizó  al  Nortí-i  a  su  (uienu'go, 
se  escurrió  luibilmentc  por  el  Sur. 

Sin  las  impaciencias  y  siti  la  indisci- 
plina del  ahniranie  americano,  induda- 
l)IenKMite  (S?rver;i  y  todos  sus  buques 
luibieran  entrado  en  San  Juan,  liacia 
el  14  de  mayo,  cpiedaudo  fácil  presa  de 

la  escuadra  americana;  porque,  o  salían  por  el  canal  en  sinif) 
enemj'g'o,  cuando  éste  bloquease  la  tíoca  del  Morro,  y,  por  tanto,  en  condicicmes  des- 
ventajosas para  un  combate,  o  si  ¡lermanecían  fondeados  en  puc^rto,  su  destrucción 
hubiera  sido  inmediata  f)or  el  fuego  de  los  acorazados  de  Sam|)son  desde  el  exb.^- 
rior,   por  ser  ¡)Oco  profunda  la  rada. 

Kn  la  tarde  del  19  de  mayo,  el  almirante  Cervera,  con  todos  sus  buques,  después 
de  veinli<!6s  días  de  navegación  a  través  de  un  cordón  de  escuchas  enemigos,  entró 
'•n  el  puerto  de  Santiago  de  Cuba  C  Puerto  Rico  podía  respirar  libremente,  porque 
acpu^lla  escuadra,  más  que  un  auxilio,  era  una  amenaza  para  cual<|uier  puerto,  ya 
que  su  presencia  en  él  atraería  inmediatamente  al  poderoso  enemigo. 


lia  al  encuentro  de 


l'-l  c;ii:.itáii  .Malum.  critifo  tiri\-al  de  los 
■i  por  su  li:il)il  (leiToIcTO,  llegando  a  puc; 


jitc  Ce 
e  d.-rnj 


138  A.     R  I  VER  O 

No  debemos  pasar  por  alto  un  hecho  de  capital  importancia  que,  seguramente, 
aparejó  la  destrucción  de  la  escuadra  española.  Con  fecha  12  de  mayo^  el  ministro 
de  Marina  puso  el  siguiente  telegrama  al  comandante  general  de  Marina  en  Puerto 
Rico,  para  que  lo  trasladase  al  almirante  Cervera  en  Martinica: 

Ministro  de  Marina  Bermejo  al  Almirante  Cervera. — Martinica. 

Madrid,  mayo  12,  1898. 

Desde  su  salida  han  variado  las  circunstancias. — Se  amplían  sus  instrucciones,. 
para  que,  si  no  cree  que  esa  escuadra  opere  ahí  con  éxito,  puede  regresar  Peninsular. 
reservando  su  derrota  y  punto  recalada,  con  preferencia  a  Cádiz.  Acuse  recibo  y  ex- 
prese su  determinación. 

Cable  tan  importante  no  fué  transmitido  al  almirante  Cervera,  ni  a  la  Martinica 
ni  a  Curagao,  donde  permaneció  hasta  la  tarde  del  15.C  on  esa  misma  fecha,  el  mi- 
nistro de  Marina  telegrafiaba  al  general  de  Marina  Vallarino,  comandante  principal 
en  Puerto  Rico: 

Procure,  por  todos  los  medios,  que  lleguen  a  conocimiento  Almirante  Escuadra,. 
que  está  en  Curagao^  los  telegramas  que  para  él  tiene,  así  como  noticias  sobre  situa- 
ción Escuadra  enemiga,  y  disponga  inmediata  salida  del  vapor  inglés  Roat^  si  tiene 
carbón  para  la  Escuadra. 

Si  el  almirante  Cervera  hubiese  recibido  aquel  cable,  ya  en  Curagao,  o  antes  en 
Martinica,  seguramente  vira  en  redondo  y  se  dirige  a  Canarias,  como  era  su  deseo,, 
tantas  veces  expresado.  Y  que  hubiera  llegado  felizmente  a  su  destino,  no  cabe  du- 
darlo, porque  desde  Puerto  Rico,  hacia  el  Este,  no  había  un  solo  buque  de  guerra 
americano  que  pudiera  medirse  con  los  españoles,  y  solamente  algunos  cruceros- 
auxiliares.  Valdría  la  pena  de  que  alguien,  en  el  Ministerio  de  Marina,  de  Madrid^ 
expurgando  los  archivos,  fijase  los  motivos  de  por  qué  esa  orden,  que  fué  un  relám- 
pago de  inteligencia^  no  llegó  a  su  destino  *. 

En  cuanto  al  destróyer  Terror,  éste  quedó  en  Fort-de-France,  reparando  las  ave- 
rías de  sus  calderas,  y  el  19  de  mayo,  su  comandante  La  Rocha,  recibió  este  des- 
pacho : 

Ministro  de  Marina,  Auñón,  al  Comandante  del  7é'/'rí?r.— Martinica. 

Si  le  es  posible  comunicarse  con  Almirante  de  nuestra  escuadra,  manifiéstele  que 
Gobierno  anula  telegrama  sobre  vuelta  a  España. 

Este  telegrama  tiene  su  explicación:  el  día  1 8,  el  capitán  general  de  Puerto  Rico^ 
general  Macías,  que  nada  sabia  del  famoso  cable  ordenando  el  regreso  de  la  Escua- 

1    San  Juan,  ni  un  solo  día  dejó  de  estar  en  comunicación,  por  cable,  con  Martinica  y  Curagao,  según  in- 
formación que  me  suministró  la  oficina  del  cabIe_inglés.—A^.  </<?/y4. 


CRÓNICAS  I3g 

dra  española,  cable  que  no  había  sido  comunicado  a  dicho  almirante  por  el  general* 
Vallarino,  telegrafiaba  en  esta  forma: 

El  Gobernador  General,  Puerto  Rico,  al  Ministro  de  Ultramar  Romero  Girón. . 

Puerto  Rico,  1 8  mayo,  1898. 

Orden  vuelta  escuadra  a  Península  hará  caer  por  tierra  entusiasmo  Isla  y  su  es- 
píritu levantado  después  primer  combate.  Dirán  habitantes,  España  nos  abandona,  y 
situación  puede  ser  gravísima.  —Cumplo  deber  sagrado  manifestándoselo. 

Y  como  el  general  Blanco,  desde  la  Habana,  había  telegrafiado  en  igual  sentido- 
ai  tener  conocimiento,  por  habérselo  comunicado  el  general  Vallarino,  de  la  orden 
de  regreso  a  la  escuadra,  el  Gobierno  español  rectificó  su  acuerdo,  cancelando  la 
orden  del  12  de  mayo.  Además,  a  Bermejo  había  sucedido  el  nuevo  ministro,. 
Auñón. 

El  día  20,  La  Rocha,  comandante  del  Terror^  notificó  por  cable  al  almirante  Cer- 
vera,  en  Santiago  de  Cuba,  que  su  buque  estaba  listo,  recibiendo  órdenes  para  que 
cuando  pudiese  hacerlo,  con  relativa  seguridad,  zarpase  con  rumbo  a  Puerto  Rico,, 
dando  igual  orden  al  Alicante. 

Con  fecha  22^  el  general  Vallarino,  desde  Puerto  Rico,  avisaba  al  almirante  Cer- 
vera,  que  el  vapor  inglés  Restamel,  con  3.000  toneladas  de  carbón  Cardiff,  había  sa- 
lido el  día  antes  de  Curagao  para  Santiago  de  Cuba,  añadiendo  que  dicho  buque  an- 
daba siete  millas  por  hora.  Este  vapor  fué  capturado  por  el  St,  Paul  el  25  de  mayo 
y  conducido  por  una  tripulación  de  presa  a  Key  West. 


U.  S.  S.  St.  Paul, 
Afueras  de  Santiago  de  Cuba,  10  A.  M.,  mayo  29,  1898. 

En  la  mañana  del  25  de  mayo,  1 898,  di  caza  a  un  vapor  que  marchaba  a  buena 
velocidad  hacia  la  entrada  de  Santiago  de  Cuba,  y  maniobré  de  tal  modo  que  lo  pude 
capturar  fuera  del  alcance  de  los  cañones  del  puerto  a  las  seis  de  la  mañana;  fué 
abordado  con  dificultad  por  el  estado  del  mar  y  ordenámosle  que  se  echase  fuera. 

Entonces  supimos  que  era  el  vapor  inglés  Restamel,  de  Cardiff  (Wales),  con  car- 
bón, evidentemente,  para  la  escuadra  española.  Primero  estuvo  en  San  Juan,  luego 
en  Curagao,  donde  se  informó  que  la  escuadra  de  Cervera  había  partido  dos  días  an- 
tes de  su  llegada.  Entonces  fué  enviado  a  Cuba. 

Su  capitán  manifestó,  francamente,  que  esperaba  ser  capturado;  y  tanto  él  como^ 
su  tripulación  mostraron  buen  talante  por  haber  sido  apresados  y  parecían  satisfe- 
chos del  resultado. 

Lo  envié  a  Cayo  Hueso,  vía  Canal  de  Yucatán,  con  una  numerosa  tripulación  de 
presa,  a  cargo  del  teniente  J.  A.  Pattson.  Este  vapor  tenía  a  bordo  2. 400  toneladas 
de  carbón  y  parecía  un  excelente  buque.  Su  capitán  me  dijo  que  en  Puerto  Rica 


140  A  .     R  I  V  E  R  O 

•quedaban  otros  dos  carboneros  y  que  tenía  esperanzas  de  que  también  fuesen  cap- 
turados. Los  tres  vapores  son  de  la  misma  compañía  y  navegan  bajo  instrucciones 
;si  mi  lares. 


C.    D.    SiGSBEE, 

Comandante. 


No  era  posible  que  prescindiésemos  de  traer  a  esta  Crónica  la  información  que 
antecede,  tan  verídica  como  interesante.  Ella  demuestra  cuan  grande  es  el  error  de 
aquellos  que  han  propalado  con  la  palabra  y  con  la  pluma  que  España,  desde  el 
principio  de  la  guerra,  abandonó  a  Puerto  Rico  a  sus  propias  fuerzas,  preocupándose 
solamente  de  la  isla  de  Cuba.  Fué  todo  lo  contrario:  Cuba,  virtualmente,  estaba  per- 
dida para  España  cualquiera  que  hubiese  sido  el  resultado  de  la  guerra.  En  Puerto 
Rico,  donde  regía  un  Gobierno  autonómico  aceptado  con  entusiasmo  por  la  inmensa 
mayoría  del  país,  podía  seguir  flotando,  como  un  homenaje  de  gratitud  del  mundo 
descubierto  por  españoles,  la  bandera  de  oro  y  grana.  Para  no  abandonar  a  Puerto 
Rico,  para  defenderlo  con  toda  energía,  fué  por  lo  que  zarpó  de  San  Vicente  de  Cabo 
Verde  la  escuadra  del  almirante  Cervera. 

Hacia  Puerto  Rico  venían  aquellos  buques  y  en  Puerto  Rico  eran  esperados,  y  si 
a  esta  isla  no  arribaron,  fué  porque  el  capitán  general,  Macías,  el  día  12  de  mayo, 
1898,  notificó  al  almirante  español  que  el  grueso  de  la  escuadra  americana  estaba 
frente  al  Morro  de  San  Juan  ^.  Y  entonces,  Cervera,  con  habilidad  suma,  habilidad 
que  los  marinos  americanos  son  los  primeros  en  proclamar,  se  refugió  en  Santiago 
de  Cuba,  incidentalmente;  pero  con  el  firme  propósito  de  volver  a  Puerto  Rico  en 
cumplimiento  del  plan  de  guerra  del  Gobierno.  Allí  lo  bloquearon,  y  como  no  quiso 
entregar  sus  buques,  como  lo  hicieran  los  marinos  alemanes  en  Scapa-Flow,  a  pleno 
sol,  y  con  su  buque  insignia  en  vanguardia,  salió  de  Santiago  de  Cuba,  envuelto  en 
el  humo  de  sus  cañones,  el  día  3  de  julio  de  1898,  tiñendo  horas  más  tarde  de  san- 
gre española  las  aguas  de  aquellos  mares 


Otro  aspecto,  no  menos  interesante,  tiene  para  Puerto  Rico  dicha  información: 
el  bombardeo  de  San  Juan  y  otras  operaciones  de  guerra  en  las  costas  de  Puerto 
Rico,  fueron  consecuencias  de  aquel  viaje.  Cádiz,  Madrid,  sobre  todos,  y  Cabo  Verde, 
estaban  plagados  de  confidentes  y  espías  del  Gobierno  de  Washington;  entre  los 

^  Que  el  general  Macías  supo  la  llegada  de  Cervera  a  Martinica  y  que  se  comunicó  con  éste,  lo  demues- 
tra el  siguiente  telefonema  que  recibí  el  día  12  de  mayo,  en  los  momentos  del  combate,  a  las  ocho  de  la 
mañana: 

«Diga  a  la  gente  que  apriete  duro,  porque  nuestra  escuadra  está  muy  cerca.» 

Esta  noticia  fué  recibida  con  gran  entusiasmo  por  mis  artilleros,  y  a  cada  momento  esperábamos  coger 
-al  enemigo  entre  dos  fuegos. — A^.  del  A. 


CRÓNICAS  14Í 

mismos  hombres  que  abastecían  de  carbón  a  los  buques  españoles  en  San  Vicente^ 
había  muchos  que,  entendiendo  español,  oían  las  conversaciones  de  oficiales  y  ma- 
rineros españoles,  conversaciones  que  una  hora  más  tarde  llegaban  a  noticias  de 
Mr.  Long,  secretario  de  Marina  de  los  Estados  Unidos. 

Este  hombre  excepcional  lo  sabía  todo,  y  lo  que  no  sabía,  lo  adivinaba.  No  sola- 
mente guió  al  triunfo  a  las  naves  americanas,  sino  que,  en  toda  ocasión,  con  admi- 
rable golpe  de  vista,  corrigió  las  torpezas  y  equivocaciones  de  almirantes  y  como- 
doros. 

Los  movimientos  de  los  buques  de  Cervera  nunca  fueron  un  secreto  para 
Mr.  Long. 

El  español  es  capaz  de  los  más  grandes  heroísmos;  por  una  flor,  por  la  sonrisa 
de  su  dama,  por  defender  a  un  amigo  o  a  un  político  a  quien  tal  vez  no  conoce,  ex- 
pondrá cien  veces  su  vida;  pero  es  muy  difícil,  es  casi  imposible,  que  el  español 
guarde  un  secreto.  Tan  pronto  un  jefe,  aun  siendo  de  alta  categoría,  entra  en  pose- 
sión de  alguna  nueva  importante,  aparece  preocupado,  siente  la  necesidad  de  com- 
partir con  alguien  el  peso  que  le  abruma,  y,  para  ello,  y  en  secreto — ^sólo  de  mí  para 
ti — descarga  en  el  amigo  el  fardo  de  aquella  noticia  que  le  desvela;  el  amigo,  por  no 
ser  menos,  hace  lo  propio,  y  a  las  pocas  horas,  aquel  secreto,  es  un  secreto  a  voces. 

Esto  ocurrió  con  los  secretos  del  almirante  Cervera;  algunos  mozos  de  café  en 
San  Vicente  de  Cabo  Verde  vendieron  a  peso  de  buen  oro  americano,  confidencias, 
de  oído  a  oído,  entre  camaradas.  Como  Mr.  Long  sabía  que  los  cruceros  españoles 
irían  a  la  Martinica,  situó  allí  el  Harvard',  no  ignoraba  que  más  tarde  vendrían  a  San 
Juan,  y  a  vigilarlos  envió  el  Yale,^\  St.  Paul  y  el  St,  Louis.  Y  en  busca  de  la  escua- 
dra española  navegaba  el  almirante  Sampson,  cuando  se  le  ocurrió  la  peregrina  idea 
de  gastar  sus  municiones  y  exponer  sus  buques  frente  a  las  baterías  de  San  Juan. 
Aquí  mismo,  en  Puerto  Rico,  la  inocencia  del  general  Macías  hizo  posible  el  espio- 
naje de  Crosas,  de  Scott  y  del  corresponsal  del  Herald,  Freeman  Halstead.  De  Saa 
Juan  salían,  hacia  St.  Thomas,  muchos  cables  diarios;  no  se  movía  una  mosca  en 
toda  la  Tsla  sin  que  lo  supiesen  Mr.  Long  o  Mr.  Alger;  lo  mismo  que  salían,  llegaban 
las  noticias  del  exterior;  tres  días  antes  del  desembarco  en  Guánica  de  la  brigada 
Garretson,  la  casa  Fritze  Lundt  de  Ponce  recibió  un  cable  de  Nueva  York,  anun- 
ciando cierta  operación  de  azúcar,  cable  que  después  de  descifrado  decía: 

«Fuerzas  americanas,  treinta  mil  hombres,  escoltados  por  escuadra,  han  salido- 
de  tres  puertos  para  esa;  llegarán  alrededor  del  25.» 

La  escuadra  fantasma  de  Cervera  quitaba]  el  sosiego  al  almirante  Sampson;  era 
preciso  destruirla  o  capturarla;  era  asunto  de  honra  que  no  pasase  al  Oeste  de  Puer- 
to Rico.  Tales  eran  las  órdenes  imperativas  del  secretario  de  Marina,  Long.  Y  por 
eso  el  día  8  de  mayo  Sampson  telegrafiaba  a  dicho  secretario,  desde  Cap.  Haitien^ 
solicitando  permiso  para  atacar  las  fortificaciones  de  San  Juan,  permiso  que  no  reci- 
bió, toda  vez  que  la  acción  que  intentaba  se  le  había  negado,  implícitamente,  por  el 


142  A  .     R  I  V  E  R  o 

::siguiente  despacho  que,  con  fecha  anterior,  5  ^^^  mismo  mes  de  mayo,  le  había  di- 
rigido Mr.  Long,  secretario  de  Marina: 

No  arriesgue  sus  buques  contra  fortificaciones  que  puedan  impedirle,  después, 
un  buen  éxito  en  combate  próximo  contra  la  flota  española,  compuesta  de  PelayOy 
Teresa,  O q tiendo,  Carlos  F,  Colón,  Vizcaya  y  cuatro  torpederos  destroyers,  si  ellos 
aparecieran  por  este  lado. 

Y  que  al  siguiente  día  remachaba  sus  órdenes  de  esta  manera: 

El  Departamento  está  perfectamente  de  acuerdo  en  que  usted  exponga  sus  bu- 
ques a  los  gruesos  cañones  de  las  baterías  de  tierra  si,  en  su  opinión,  hubiese  bu- 
ques españoles  de  suficiente  importancia  militar  que  justifiquen  un  ataque;  el  supremo 
pensamiento  ele  usté d^  por  ahora,  debe  ser  la  destrucción  de  los  principales  buques  ene- 
migos. 

Pero  como  Sampson  tenía  ciertos  informes  incompletos  del  doctor  Henna,  de¡ 
doctor  Manuel  del  Valle  y  del  ingeniero  Mr.  Scott  (quienes  nada  sabían  de  las 
nuevas  baterías  emplazadas  en  San  Juan),  resolvió  emular  las  glorias  de  Dewey  en 
Manila.  Una  hora  de  fuego,  y,  ¡adentro!;  nada  más  fácil  después  que  cortar  el  cable, 
mantener  el  semáforo  en  operación  y  esperar  a  que  Cervera  entrase  con  sus  buques 
en  la  trampa.  Durante  tres  horas  disparó  sus  cañones,  y  en  cierta  ocasión  pareció 
<jue  intentaba  forzar  el  puerto,  porque  él  sabía  muy  bien  de  qué  clase  eran  las  minas 
que  lo  cerraban  y  desde  qué  paraje  se  podía  destruir,  con  fuego  de  cañón,  la  casilla 
donde  estaba  el  aparato  para  la  explosión  de  dichas  minas.  Solamente  admitiendo 
-este  plan  puede  aceptarse  el  acto  de  indisciplina  de  aquel  marino  ilustre.  «No  arries- 
gue sus  buques»,  y  los  arriesga.  «Sólo  buques  españoles  de  suficiente  importancia 
pueden  aconsejar  un  ataque»;   el  almirante  examina  el  puerto,  antes  de  romper  el 

fuego,  ve  que  no  hay  dentro  buque  alguno  de  importancia ,  y,  sin  embargo,  gasta 

viciosamente  sus  granadas  de  punta  endurecida  para  matar  dos  hombres  que  vestían 
uniforme  militar,  precisamente  cuando  Cervera,  que  debía  ser  su  «supremo  pensa- 
miento», estaba  a  la  misma  hora  muy  cerca,  frente  a  la  Martinica. 

Que  el  ataque  del  12  de  mayo  no  fué  un  simple  reconocimiento,  sino  un  intento 
de  sorpresa  para  apoderarse  de  la  plaza,  lo  comprueba  el  siguiente  telegrama,  fechado 
-en  14  del  mismo  mes,  dos  días  después  de  aquella  acción  de  guerra.  He  aquí  el  te- 
legrama: 

Secretario  de  Marina,  Washington,  D.  C. 
^Es  cierto  que  los  buques  españoles  están  en  Cádiz.í* — Si  eso  es  así,  envíe  a  San 
Juan,  Puerto  Rico,  un  buque  carbonero,  de  Cayo  Hueso  o  de  cualquier  otra  parte. 

W.  T.  Sampson, 

Real  admiral,    U.    S.    Navy. 


CRÓNICAS  143 

Y  también  envió  el  siguiente  despacho ; 

Comodoro  Remey,  Key  West. 
Envíe  sin  dilación  el  Vesuvius  a  wSan  Juan,  Puerto  Rico,  si  el  Departamento  con- 
firma la  llegada  de  los  buques  españoles  a  Cádiz. 

W.  T.  Sampson, 

Real  admiral    U.    S.    Navy. 

Desde  luego  que,  lo  mismo  el  carbón  como  el  temible  buque  dinamitero,  pedidos 
■con  tanta  urgencia,  eran  un  obsequio  para  Puerto  Rico.  Pero  si  aun  nos  cupiese  alguna 
duda  respecto  a  las  verdaderas  intenciones  del  almirante  Samipson,  las  desecharía- 
mos al  leer  lo  que  sigue,  escrito  por  él  mismo  en  un  documento  oficial: 

Estos  telegramas  (los  dos  últimos)  tenían  la  mira  de  volver  y  capturar  a  wSan  Juan; 
•era  muy  conveniente  hacerlo  así,  ocupando  la  plaza,  porque  estaríamos  a  seguro  en 
caso  de  que  el  almirante  Cervera  hubiera  fallado  en  cruzar  el  Atlántico. 

Cérvera  no  falló  en  cruzar  el  Atlántico,  pero  el  contraalmirante  Sampson  fallo 
en  su  empresa  de  capturar  la  plaza  de  San  Juan  ^  Vino  con  su  escuadra  frente  a  los 
castillos  con  un  determinado  objetivo;  no  lo  realizó,  luego  fué  derrotado,  según  el 
tecnicismo  militar. 

En  esta  guerra  hispanoamericana,  el  combate  del  12  de  mayo  de  1 898,  en  todos 
sus  aspectos,  fué  una  indiscutible  victoria  de  las  armas  españolas;  la  única  victoria  es- 
pañola durante  la  guerra  hispanoamericana. 

1  «Él  (Sampson)  había  calculado  llegar  a  San  Juan  el  día  8,  en  la  idea  de  que  para  esta  fecha  la  escuadra 
española  se  encontraría  a  la  altura  de  dicho  puerto,  juzgando  con  su  clara  perspicacia  que  esta  ciudad  sería 
^1  objetivo  del  almirante  español,  como  realmente  lo  era. 

Si  no  lo  encontraba,  retornaría  inmediatamente  a  la  Habana,  después  de  hacer  un  esfuerzo  para  ocupar  a  San 
Juan,  y  dejar  aquí  los  monitores  para  mantener  y  defender  dicha  plaza  contra  la  flota  española,  caso  de  que 
^sta  apareciera  más  tarde.»  (F.  E.  Chadwick,  Real  almirante  de  la  Armada  de  los  Estados  Unidos:  Ihezvar 
■witti  Spain.) 


A  .    R  1  V  E  R  O 


l'il'lí.U'lA  lit^ElUi 

¡^l\  íiE  riioiM-íUa) 


ÍMCIOI  a  la  OEDII  QmWAl  BIL  DIá  2  DI  FIBEl- 
ES  DI  Í8S8. 

SO-LDADOS.    MARINOS  -Y   VOLUNTARIOSj 

Al  encargarme  del  mando  de  la  ("apitanía 
General  di-*  esta  lsla,-«|.iiCí  me  ha  sido  conferido 
por  S.  M  el  Rev  (cp  I),  g  )  os  saludo  y  dirijo 
1111  voz  para  deciros  c|lk'  en  vosotros  lío  y  en 
vosotros  rontío.  para  conservar  incólmnela  so- 
.  1)eraiiía  de  íi^paíia  en  <:sta,  porción'  del  territo- 
rio patricj;  ¡:>rivil<»giada  inisiíHi  de  los  Institutos 
armados  á  lostpiede  ntra  parte  por  ministerio 
de  la  Ley  les  esta  prolnl)i'!;i  tod.i  participación 
i!ii  la  política  interior  y  (au'o  ni;is  exacto  ciirii' 
phmiento  me  |)rometo. 

.¡JA  ;V7  /;■/,   M. i  f'/j  A  J"  i\  I  .SA  DO. 

Lo  ipie  de  ordtüi  de  S'  K.  se  pHiblica  en  la 
adición  á  la,  de  este  din  |)ara  general  conoci- 
miento. 


^^-"   ^   ^€^.¿^/. 


\Z.:m^\ 


CAPITULO  XII 


KL  BLOQURO  DE  SAN  JUAN 


COMBATE  ENTRE  EL   TERROR  V  EL  SAINT  PAUL 

L  22  de  junio  de  1898,  y  cerca  de  las  ocho  de  la  mañana,  apareció 
por  el  Oeste  el  famoso  crucero  auxiliar  Saint  Paul,  que  bloqueaba 
la  plaza,  y,  navegando  muy  lentamente,  fué  a  situarse  frente  a  San 
Cristcjbal,  aunque  fuera  del  alcance  de  mis  cañones.  Como  desde 
aquella  hora  se  notase  el  ir  y  venir  por  la  bahía  de  la  lancha  de 
vapor  del  Arsenal,  y  que  todos  los  buques  de  guerra,  en  puerto, 
tuviesen  encendidas  sus  calderas,  se  produjo  un  gran  movimiento 
de  expectación;  antes  de  mediodía,  millares  de  personas  ocupaban  las  murallas  y 
azoteas  del  recinto  Norte  de  la  ciudad.  San  Cristóbal  se  llenó  de  jefes  y  oficiales  de 
la  guarnición,  y  de  no  pocos  amigos  míos,  ansiosos  de  presenciar  el  combate  que 
todos  presumíamos.  A  las  doce  en  punto  levó  anclas  el  crucero  Isabel II,  y,  a  cuarto 
de  máquina,  salió  por  la  boca  del  Morro,  poniendo  proa  al  Oriente.  Como  yo  deseaba 
no  perder  un  detalle  del  encuentro,  emplacé  sobre  el  MacJio  el  anteojo  de  mi  batería, 
a  través  del  cual  divisaba,  claramente,  el  buque  bloqueador,  y  hasta  los  uniformes  de 
sus  oficiales  y  marinos. 

VX  Saint  Paul  permanecía  inmóvil,  como  si  ignorase  la  presencia  del  buque  espa- 
ñol, que  navegando  muy  aterrado,  para  no  perder  el  apoyo  de  las  baterías,  rompió 
fuego  a  gran  distancia;  entonces,  el  buque  enemigo  izó  bandera  de  combate,  y  le  re- 
plicó con  algunos  cañonazos.  Se  cambiaron  30  granadas  sin  resultado  alguno,  porque 
ni  el  crucero  español  quería  abandonar  el  abrigo  de  tierra,  ni  el  americano  deseaba 
ponerse  al  alcance  de  los  obuses  de  24  centímetros. 


146 


A  .    RI VER  O 


El  Saint  Paul,  buque  gemelo  del  Saint  Louis. 


Era  la  una  y  media  de  la  tarde  cuando  el  destróyer  Terror^  comandante  La  Ro- 
cha, asomó  la  proa  por  detrás  del  Morro;  cruzó,  sin  detenerse,  por  delante  del  Isa- 
bel 11^  y,  poniendo  rumbo  al  Nordeste,  forzó  su  marcha.  La  mar,  bastante  movida, 

producía  tremendos  balances  a  la  sutil 
embarcación,  que,  envuelta  en  el  humo 
de  sus  chimeneas,  embarcaba  recios 
golpes  de  agua.  La  multitud,  subida  a 
las  murallas,  aplaudía  locamente  cada 
vez  que  el  Isabel  II  disparaba,  unas 
veces  por  babor,  y  otras  por  estribor, 
sobre  el  crucero  enemigo.  Este,  que 
observaba  la  maniobra  del  Terror^  hizo 
avante  un  cuarto  al  Norte,  con  el  obje- 
to de  atraerlo  hacia  fuera,  y  en  tal  di- 
rección, que  el  oleaje  lo  tomase  de 
través. 

Lo  que  aconteciera,  minutos  des- 
pués, no  lo  olvidaré  mientras  viva;  con 
mi  anteojo  distinguía  sobre  la  cubierta 
del  pequeño  buque  al  comandante  La  Rocha  y  a  los  demás  oficiales;  varios  marineros 
hacían  girar  el  cañón  lanzatorpedos.  Los  rayos  del  sol  arrancaban  reflejos  de  oro  al 
quebrarse  sobre  el  torpedo  de  repuesto,  gigantesco  cigarro  de  bronce,  que  estaba 
sobre  cubierta. 

A  bordo  del  crucero  enemigo  reinaba  el  mayor  orden;  yo  observé  a  los  artilleros 
apuntando  todos  los  cañones  de  la  banda  de  tierra.  El  enemigo  no  huia^  como  todos 
creímos  hasta  aquel  instante;  pronto  iba  a  correr  sangre,  A  5. 000  metros  rompió  fuego 
el  Terror^  que  estaba  desprovisto  de  sus  mayores  cañones,  y,  sobre  la  marcha,  cambió 
de  rumbo,  y,  poniendo  proa  al  enorme  crucero  enemigo,  se  lanzó  hacia  él,  recto  como 
una  flecha,  levantando  montañas  de  espuma,  y  tan  envuelto  en  humo,  que  perdí  de 
vista  su  bandera  de  combate;  el  adversario,  que  había  navegado  como  un  cuarto  de 
milla,  se  paró,  y,  andanada  tras  andanada,  rompió  el  fuego  con  todas  sus  baterías. 
Yo  lo  vi  muy  de  cerca,  gracias  al  poderoso  anteojo,  y,  como  lo  vi,  lo  cuento.  Era 
de  tal  volumen  el  fuego  del  Saint  Paul^  y  tan  certera  su  puntería,  que,  en  aquellos 
mismos  instantes,  pensé  que  el  mar  estaba  hirviendo  junto  al  Terror^  y  también  me 
pareció  que  granizaba. 

Ya  estaba  cercano  el  momento,  con  tanta  ansiedad  deseado,  en  que  surcase  las 
ondas  el  torpedo  Whitehead^  cargado  de  algodón  pólvora,  cuando  observé  que  el  des- 
tróyer acallaba  sus  fuegos,  giraba  sobre  la  popa  y,  tumbado  sobre  una  banda,  ponía 
proa  al  Oeste  en  demanda  del  puerto.  El  Saint  Paul  \2s^\€n  dejó  de  disparar  y  per- 
maneció inmóvil.  «¿'Qué pasa?», preguntaban  millares  de  almas.  Yo,  a  quien  el  privilegio 


CRÓNICAS  147 

del  anteojo  permitió  sufrir  más  y  ver  mejor,  comprendí  que  nuestro  buque  estaba 
fuera  de  combate.  Unas  banderas  subieron  a  su  palo  mayor;  el  vigía  del  castillo  acu- 
dió con  su  código  de  señales;  di  los  colores,  y  todos  pudimos  leer  estas  palabras: 
«Tengo  heridos  a  bordo.  Auxilios  médicos.» 

Esta  señal  fué  trasladada  ala  Comandancia  de  Marina  por  el  semáforo,  y  en  el  acto, 
el  remolcador  Guipúzcoa  se  hizo  a  la  mar,  llevando  a  bordo  al  médico  de  la  Armada, 
Pedro  T.  Arnáu,  alcanzando  al  destróyer  en  la  misma  boca  del  Morro,  donde  prestó 
auxilio  a  los  heridos. 

El  Isabel  11^  después  de  convoyar  por  algún  tiempo  al  Terror^  se  situó  frente  al 
cementerio  y  muy  cerca  de  la  costa,  y  allí  permaneció  hasta  la  noche,  en  que  volvió 
al  puerto.  Como  el  destróyer  hiciese  mucha  agua  y  comenzara  a  hundirse,  avanzó  la 
grúa  flotante  de  Obras  de  puerto,  aferrándolo  frente  al  Cañuelo.  Jefes,  oficiales  y  pai- 
sanos, todos  corrimos  a  los  muelles,  siendo  los  primeros  en  llegar,  con  sus  camillas, 
los  miembros  de  la  Cruz  Roja,  que  transportaron  los  heridos  al  Hospital  Militar.  Yo 
recuerdo  a  un  marinero,  llamado  Eusebio  Orduña,  con  la  pierna  derecha  destrozada 
y  bañado  en  sangre,  quien,  mientras  lo  desembarcaban  en  brazos,  portaba  entre  sus 
manos  el  fusil,  dando  gritos  nerviosos  de  ¡Viva  España!;  poco  después,  este  heroico 
muchacho  falleció  en  el  hospital. 

Las  bajas  del  destróyer  fueron  las  siguientes:  José  Aguilar,  maquinista  de  primera 
clase,  muerto;  José  Rodríguez,  maquinista,  y  fogonero  Rogelio  Pita,  heridos  graves; 
y  también  muerto  el  marinero  Orduña,  ya  mencionado.  Tres  hombres  más  resultaron 
con  heridas  menos  graves.  El  Terror  fué  puesto  fuera  de  combate  por  un  proyectil,  al 
parecer,  de  seis  pulgadas,  que  penetrando  por  la  mura  de  babor,  sobre  la  línea  de 
flotación,  tocó,  estallando,  contra  el  aparato  del  cambio  de  marcha,  el  cual  se  inuti- 
lizó y  los  cascos  abrieron  en  los  fondos  una  vía  de  agua.  Otra  granada  chocó  contra  la 
caja  de  torpedos,  felizmente  vacía  entonces,  y  reventó  dentro,  haciendo  estallar  va- 
rios cartuchos  de  fusil  Máuser  que  allí  había;  fragmentos  del  mismo  proyectil  causa- 
ron otras  pequeñas  averías.  Aquel  mismo  día  se  comenzaron  las  reparaciones  del 
buque  por  la  casa  de  Abarca,  cuyas  obras  duraron  un  mes,  con  un  costo  de  60.000 
pesos,  quedando  el  Terror  en  perfecto  estado. 

A  las  ocho  y  media  de  la  mañana  siguiente  tuvo  lugar  el  entierro  de  las  dos  víc- 
timas del  combate,  partiendo  la  comitiva  del  arsenal  con  el  cadáver  del  maquinista 
Aguilar  y  recorriendo  las  calles  de  San  José,  San  Francisco  y  San  Justo  hasta  San 
Sebastián,  donde  se  incorporaron  los  que  traían  el  cuerpo  del  marino  Orduña  desde 
al  Hospital  Militar.  Presidían  el  duelo  el  brigadier  de  Marina,  Vallarino,  el  general 
Ortega,  el  alcalde  del  Valle,  el  teniente  La  Rocha,  comandante  del  Terror  y  el  inge- 
niero José  Portilla,  amigo  de  Aguilar,  y  seguían  todos  los  jefes  y  oficiales  francos 
de  servicio,  la  escolta  del  general  Macías  con  su  capitán  Ramón  Falcón,  macheteros^ 
auxiliares^  bomberos  y  una  masa  imponente  del  pueblo.  Las  cintas  eran  llevadas  per 
tres  maquinistas  navales  y  tres  mercantes,  y  a  cada  lado  de  los  coches  fúnebres  mar- 


148 


A  .     R  1  \''  \i  R  O 


chahan  doce  marineros  del  Ifrror.  l-rentc  a  la  iglesia  de  San  José  se  cantó  por  el 
capellán  de  la  artillería  un  responso,  y,  seguidaniente,  fueron  llevados  al  eementerio 
los  cadáveres  de  a(juellos  dos  hombres  muertos  gloriosamente  tm  deíensa  de  su 
bandera,  perniancxáendo  (^n  carnlta  ardiente  hasta  las  cinco  de  la  tarde  en  que  se  les 
.1—     .,,..'..,.,,.,,  I.-,;.-  nJ.4M^-:'.;  tT;'. 11  rrfií^    J'^    V    2  1,    fila    primera,    cedidos    gratis   por  el 


Munidi-)¡o.  I'l  duelo  había  sido  despedido  por  el  general  Ricardo  (  )rtega,  goln.a-nador 
inilitar  de  la  plaza. 

Ifeaíiuí  una  relat:ión   de  las  coronas    (pie   adornaban   el   féretro   del  maquinista 

Aguilar: 

bna  corona  de  rosas,  lirios  y  lilas  moradas  con  la  inscripción  siguiente:  .íbJ  h'.a- 
tallón  de  X'oluntarios  a  los  Héroes  del  /rvw^/-  .  ;\  los  costados  otra  de  rosas  y  mio- 
sotis cor>  la  inscripción:  ..José  Portilla  a  José  .\gui!ar.>.  Una  de  lilas  y  dalias  moradas 
que  decía:  .\^o!untarios,  Sección  t'tclista,s.  1  h>nor  al  que  muere  por  la  Patria..  Otra 
debiscuit,  rosas,  jazmines  y  p(«nsamientos,  diciendo:  .Al  m:1rt¡r  «le  la  Patria.  Sus 
compañeros  M  Arnáu,  J.  Suárez,  S.Jiménez  y  B.  \A  Saavedra..  Corona  de  biscuit, 
de  rosas,  jazmines  y  margaritas:  -  La,  dotación  del  7<:rr,>.r,  al  primer  nuniuinista,  don 
losé  Amiilar».  <  Hra  de  pensamientos,  jazniin<'S  y  rosas;  ^:A  don  José  Aguilar.  La  tro 
"juilaciún  del  vapor  M.tnMííd-^^'.  Sobre  el  sarcófago  veíase  un  azafate  con  flores  del 
tiempo,  dedicadas  por  el  arsenal. 


CRÓNICAS 


149 


Aquel  combate,  torpemente  ordenado  por  el  comandante  de  Marina  Vallarino, 
causó  un  efecto  aplastante  en  el  espíritu  público,  convenciendo  a  los  más  belicosos 
de  que  nuestras  fuerzas  navales  eran  impotentes  aun  contra  vapores  mercantes, 
armados  como  auxiliares  de  la  Marina.  La  ciega  confianza  de  los  destroyers  (todos 
esperábamos  cosas  espeluznantes  de  aquellos  buques)  vino  a  tierra  al  primer  soplo, 
como  un  castillo  de  naipes.  El  Saint  Paul,  al  inutilizar  a  su  adversario,  echó  a  pique 
todo  sueño  de  victoria. 

La  oficialidad  del  Terror  la  componían:  el  teniente  de  navio  de  primera,  Fran- 
cisco La  Rocha,  comandante;  segundo  del  buque,  el  del  mismo  empleo,  Luis  Oses,  y 
además  el  alférez  de  navio  Jacinto  Vaz.  Los  primeros  médicos  de  tierra  que  entraron 
en  el  buque  prestando  sus  auxilios,  fueron  los  doctores  Manuel  Fernández  Náter  y 
Jaime  L.  Grau,  del  vapor  Gran  Antilla. 

El  Terror  nunca  debió  atacar  de  día;  la  noche  era  más  propicia  para  su  obra  de 
destrucción.  El  capitán  y  oficiales  demostraron,  al  igual  que  los  marinos  de  Cavite, 
que  sabían  ir  al  sacrificio  sin  protestas.  El  almirante  vSampson,  en  sus  Memorias  de 
¡a  Guerra,  página  895,  dice  lo  que  sigue: 

El  22  de  junio,  el  capitán  Sigsbee,  con  el  Saint  PaiiU  tuvo  la  buena  suerte  de 
hacer  el  servicio  adicional  de  poner  fuera  de  combate  al  destróyer  español  Terror, 
el  cual  había  llegado  a  la  Martinica,  con  los  otros  buques  de  Cervera,  y  había  perma- 
necido allí  varios  días  (para  observar  al  extremo  de  los  cables  submarinos  y  reportar 
nuestro  paradero  o  tal  vez  a  causa  de  alguna  avería  temporal;  nosotros  no  lo  sabe- 
mos todavía),  y  viniendo  luego  a  San  Juan,  intentó,  locamente,  torpedear  al  Saint 
Paul  a  la  luz  del  día. 

En  cuanto  al  Saint  Paul,  su  conducta  durante  el  combate  es  digna  de  loa;  era 
un  blanco  enorme  para  el  torpedo;  pudo  huir  y,  sin  embargo,  se  mantuvo  en  su 
puesto  durante  el  ataque  y  casi  hundió  a  su  temido  adversario. 

Algunos  años  más  tarde  tuve  oportunidad  de  hablar  dos  largas  horas  con  el 
capitán  Sigsbee,  entonces  almirante;  él  me  pidió  que  le  visitase  a  bordo  de  su  buque,  y 
así  lo  hice,  acompañado  del  doctor  Manuel  del  Valle  Afiles,  quien  interpretó  la  con- 
ferencia. Disertamos  acerca  del  combate  del  22  de  junio,  y  como  me  manifestase  que 
deseaba  una  carta  mía  relatando  dichos  sucesos,  como  testigo  presencial  de  los  mis- 
mos, le  dije:  «Voy  a  enviarle  a  usted  algo  mejor;  el  negativo  de  una  gran  fotografía 
tomada  en  el  momento  en  que  usted  inutilizó  al  Terror.^^ 

Pareció  emocionado  y  aceptó  el  regalo  que  le  envié  al  siguiente  día  con  el  doctor 
del  Valle;  después  supe  que  muchos  oficiales  de  Marina  de  los  Estados  Unidos  no 
creían  que  el  Saint  Paul  hubiese  combatido,  firme  en  su  puesto,  contra  un  destróyer 
Tompson,  y  que  mi  negativo  iba  a  confundir  a  los  incrédulos. 

Esa  fotografía  la  tomó,  desde  el  Macho  de  San  Cristóbal,  el  ingeniero  de  montes, 
gran  amigo  mío,  D.  Ramón  García  Sáez. 

Como  durante  la  entrevista  dijese  al  almirante  Sigsbee  que  yo   había  declarado 


I50  A  .     R  I  VE  R  O 

ante  un  Tribunal  de  Marina,  formado  para  otorgar  o  negar  a  La  Rocha  la  Cruz 
Laureada  de  San  Fernando,  él  entendió  que  este  oficial  había  sido  juzgado  en  Corte 
MarciaU  y  por  eso,  más  tarde,  me  escribió  las  cartas  que  figuran  en  el  apéndice. 

A  La  Rocha  le  fiíé  negada  la  Cruz  de  San  Fernando,  cruz  que  siempre  fué  la 
suprema  aspiración  de  un  marino  o  soldado  español.  Yo,  que  vi  su  arrojo  y  pericia 
durante  el  combate,  creo  que  mereció  aquella  recompensa. 

El  capitán  del  Saint  Faiil  dio  cuenta  de  la  acción  con  el  siguiente  informe: 

U.  S.  S.  St.  Paul. 
En  la  mar,  Lat.  20^35'  N.;  Long.  73''45'  O. 

Junio  28,  1898. 

Señor:  Tengo  el  honor  de  poner  en  su  conocimiento  las  últimas  operaciones  del 
Saint  Paul^  incluyendo  el  combate  contra  buques  enemigos,  frente  a  San  Juan, 
Puerto  Rico. 

En  19  de  junio  el  Saint  Paul,  habiendo  transferido  mucha  parte  de  sus  repuestos 
y  municiones  a  otros  buques,  salió  con  la  escuadra  hacia  Santiago  de  Cuba.  Por 
orden  del  comandante  jefe  seguí  a  San  Juan  para  bloquear  el  puerto;  junto  con  las 
órdenes  recibí  la  información  de  que  el  Yosemite,  comandante  Emory,  se  reuniría  en 
plazo  muy  corto  al  Saint  Paul,  en  las  afueras  de  San  Juan,  para  que  yo  pudiese 
dirigirme  a  New  York  en  busca  de  carbón,  que  nos  hacía  notable  falta. 

lí\  Saint  Paul  navegó  a  moderada  velocidad  con  la  idea  de  interceptar  algún 
buque  español  por  el  vSur  de  Plaití  y  canal  de  la  Mona;  pero  no  tuvimos  éxito,  lle- 
gando frente  a  vSan  Juan  a  las  ocho  de  la  mañana  del  miércoles  22  de  junio,  con 
tiempo  claro,  fuerte  brisa  y  el  mar  algo  movido. 

A  las  12.40  de  dicho  día  la  campana  de  emergencia  fué  tocada  por  el  oficial  del 
puente,  teniente  J.  A.  Pattson.  Subí  acto  seguido,  y  pude  ver  un  crucero  español  sa- 
liendo del  puerto  lentamente  y  con  proa  al  Este.  Era  el  Infanta  Isabel  o  el  Isabel  //, 
ambos  hxxo^e^  gemelos  del  Don  Juan  de  Austria,  hundido  en  Manila.  El  Saint  Paul 
estaba  parado,  proa  al  viento,  que  soplaba  del  Este,  y  mantuvo  su  posición  cuando 
el  crucero  español  navegó,  muy  despacio,  hacia  Nordeste,  abriendo  fuego  a  larga 
distancia  bajo  la  inmediata  protección  de  las  baterías  de  costa,  las  cuales  montaban 
gran  número  de  cañones  modernos  de  ocho  y  diez  pulgadas. 

Ni  un  solo  proyectil  nos  alcanzó  por  fuego  directo,  aunque  algunos  pasaron  sobre 
nosotros  después  de  haber  rebotado  en  el  mar.  F^l  Saint  Paul  replicó  solamente  con 
algún  disparo  para  medir  la  distancia,  y,  a  pesar  de  esto,  el  enemigo  continuó  su 
fuego  inefectivo. 

A  la  una  de  la  tarde,  un  torpedero  destróyer,  teniendo  todas  las  características 
del  Terror  (creo  era  este  buque),  salió  del  puerto  y,  doblando  el  Morro,  navegó 
hacia  el  Este,  paralelo  a  la  línea  de  la  costa.  Entonces  el  Saint  Paul  hizo  avante,  co- 
locando al  enemigo  en  tal  posición  que,  si  realizaba  un  ataque,  fuese  cogido  de  través 
por  el  oleaje.  Nuestra  maniobra  tenía  además  el  objeto  de  atraer  al  Terror  fuera  del 
alcance  de  las  baterías  de  tierra. 

A  la   1.20  el  Terror^   ahora  al  alcance  de   nuestros  cañones  de  mayor  calibre, 


CK  ÍJ  K  1  C  A  S 


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June    20,  .1904. 


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C  -  P   f   A  I  E 
Anrel  fiiYero, 

fstiiaii   «treot, 

Ciiporite  BelavEl   BuiUlnp 
San^Juan,  I  orto  Eico. 


154  A.     RIVERO 

rompió  el  fuego  y  se  lanzó  contra  el  Saint  Paul  a  toda  velocidad,  evidentemente  con 
la  intención  de  dispararnos  un  torpedo.  Mi  buque  mantuvo  su  posición  sin  moverse, 
proa  al  Este,  y  esperó  el  ataque.  Cuando  el  destróyer  llegó  a  5.400  yardas  comenza- 
mos a  cañonearlo,  siendo  admirable  la  seguridad  del  fuego.  Aunque  la  distancia  era 
grande,  observamos  que  los  proyectiles  caían  junto  al  buque  enemigo  y  muy  cerca. 
Súbitamente  el  Terror  puso  proa  al  viento,  presentándonos  la  banda  de  babor,  y,  al 
parecer,  con  averías,  no  dejando  de  disparar,  aunque  sus  proyectiles  caían  cortos. 

Yo  lo  estaba  observando  desde  el  puente  alto  con  mis  gemelos,  que  eran  de  gran 
alcance,  y  pude  ver  cómo  un  proyectil  explotó  contra  su  casco,  a  la  altura  de  la 
última  chimenea;  inmediatamente  viró,  dirigiéndose  al  puerto  a  mucha  velocidad, 
aunque  con  señales  de  haber  sufrido  daño.  En  vez  de  tomar  el  camino  por  cerca  del 
Morro,  como  lo  había  hecho  a  su  salida,  siguió  hacia  el  Oeste,  y  cuando  llegó  a  la 
altura  de  la  isla  de  Cabras,  daba  bordadas  hacia  el  Sudoeste  y  Oeste,  buscando  el 
canal,  pero  claramente  en  malas  condiciones  de  manejo.  El  crucero  español,  al  pare- 
cer, alarmado,  entró  al  puerto  detrás  del  Terror. 

Desde  aquella  fecha  he  recibido  informes  por  diferentes  conductos,  de  que  el 
destróyer  fué  alcanzado  por  dos  remolcadores  que  le  prestaron  auxilio  a  su  llegada 
al  puerto,  y  que  estuvo  a  punto  de  irse  a  pique.  Uno  de  mis  informantes  me  dijo 
que  el  Terror  fué  varado  y  su  tripulación  enviada  a  tierra  mientras  las  bombas  achi- 
caban el  agua  que  lo  inundaba;  todos  agregan  que  dicho  buque  fué  tocado  por  tres 
proyectiles,  y  que  un  ingeniero  y  otro  hombre  de  la  tripulación  murieron.  También 
me  informaron  de  varios  heridos  y  que  las  averías  eran  serias,  pero  que  las  repara- 
ciones habían  comenzado  en  el  acto  y  seguían  día  y  noche. 

Un  proyectil  había  tocado  en  el  puente  y  otro  penetró  en  la  cámara  de  máquinas; 
el  timón  y  guardines,  decían,  fueron  averiados.  Debo  añadir  que  mi  información 
procede  de  personas  que  sólo  vieron  el  exterior  del  buque  a  poco  de  regresar  al 
puerto,  pero  que  no  saben  indicar  técnicamente  las  averías  del  interior. 

Mucha  gente  situada  sobre  la  parte  más  elevada  de  San  Juan  presenció  el  combate. 

Tan  pronto  el  Terror  entró  en  puerto  volvió  a  salir  el  crucero,  acompañado  esta 
vez  de  un  cañonero;  rodearon  el  Morro,  y  a  poca  velocidad  siguieron  rumbo  al  Este, 
muy  aterrados  y  al  abrigo  del  cañón  de  la  plaza  y  fuera  del  alcance  de  los  míos;  no 
vi  otra  razón  de  esta  maniobra  que  el  deseo  de  atraerme  hacia  las  baterías  españolas 
de  tierra.  Mi  buque  permanecía  inmóvil,  proa  al  Oeste,  prácticamente  en  su  posición 
inicial. 

A  las  4.45  pusimos  proa  al  Este  siguiendo  un  curso  paralelo  al  de  los  buques  es- 
pañoles; entonces  éstos  viraron  entrando  en  puerto.  El  Saint  Paul  no  fué  alcanzado 
por  el  fuego  de  los  buques  enemigos  durante  todo  el  combate. 

El  Yosemite  llegó  en  la  tarde  del  25,  y  yo  debía  salir  para  New  York  el  27;  pero 
juzgué  que  el  bloqueo  debía  ser  reforzado,  para  lo  cual  y  mientras  el  Terror  estaba 
en  reparaciones,  mi  deber,  como  lo  hice,  era  avisar  al  comandante  en  jefe.  Me  dirigí, 
pues,  a  la  Mola,  Haití,  y  comuniqué  mi  recomendación 

El  rápido  y  seguro  fuego  dirigido  al  Terror  por  el  Saint  Paul,  cuya  tripulación 
tenía  menos  de  mes  y  medio  de  práctica,  refleja  el  mérito  contraído  por  el  segundo 
comandante  W.  H.  Diggs  y  demás  oficiales 

(Firmado.)  C.  D.  Sigsbee.  Capitán,  U.  S.  N.,  Comandante.  Al  secretario  de  Marina. 


CRÓNICAS  155 

El  mismo  capitán  Sigsbee,  después  de  firmarse  el  armisticio,  produjo  nuevos  in- 
formes, fechas  25  de  agosto  y  27  de  septiembre,  detallando  al  secretario  de  Marina 
las  averías  del  Terror  y  recomendando  algunos  de  sus  oficiales  por  su  conducta  en 
aquel  combate.  Las  noticias  de  las  averías  del  Terror^  suministradas  por  el  ingeniero 
inglés  Scott,  fueron  completamente  erróneas. 

El  23  de  agosto  1898,  fondeó  en  el  puerto  de  San  Juan,  por  segunda  vez,  el  cru- 
cero alemán  Geier^  comandante  Jacobsen,  cuyo  oficial  recorrió  toda  la  plaza  y  sus 
defensas.  Al  entrevistarse  con  el  teniente  La  Rocha,  comandante  del  Terror^  éste  le 
hizo  la  siguiente  relación  del  combate  con  el  Saint  Paul,  relación  que  figura  en  la 
página  26  del  libro  que  con  el  título  Apuntes  de  la  guerra  hispanoamericana,  es- 
cribiera más  tarde  dicho  marino  alemán.  Dice  así: 

A  las  nueve  de  la  mañana,  junio  22,  el  vigía  del  castillo  señaló  un  buque  sospe- 
choso. El  comandante  de  Marina  dio  órdenes  para  que  el  Isabel  II  saliese  al  primer 
aviso,  y  al  Terror  para  que  se  preparase.  A  las  once  y  media  aquel  buque  se  había 
aproximado  algo  más  y  entonces  el  Isabel  salió  del  puerto.  Tan  pronto  fué  visto  por 
el  enemigo,  éste  izó  bandera  de  combate  y  esperó. 

El  Terror  recibió  órdenes  de  acudir  en  auxilio  del  Isabel.  Mi  buque,  que  se  ha- 
bía separado  del  resto  de  su  escuadra  en  la  Martinica,  no  había  podido  recobrar  sus 
mayores  cañones,  que  habían  sido  transferidos  al  María  Teresa,  a  fin  de  tener  más 
espacio  disponible  para  carbón;  no  teníamos  otro  armamento  que  los  torpedos  y  dos 
cañones  de  55  milímetros  con  muy  pocas  municiones. 

El  Isabel  rompió  fuego  contra  el  Saint  Paul  a  una  distancia  de  lO  a  12.OOO  me- 
tros; como  el  máximo  alcance  de  mis  cañones  era  de  4.000,  yo  no  podía  ayudar  al 
Isabel  si  permanecía  cerca  de  él.  Por  tanto,  di  órdenes  de  poner  proa  al  Este  para 
no  entorpecer  el  fuego  de  dicho  buque,  que  era  dirigido  al  Norte.  Cuando  llegamos 
a  paraje  descubierto  y  con  mar  libre  al  frente,  me  lancé  recto  contra  el  Saint  Paul  2l. 
una  velocidad  de  20  a  21  millas. 

El  enemigo  que,  hasta  ahora,  había  estado  disparando  contra  el  Isabel,  dirigió  al 
Terror  fuego  rápido  con  todas  sus  baterías,  la  más  baja  de  las  cuales  parecía  te- 
ner 8  cañones  y  lO  ó  12  la  más  alta.  A  4.000  metros  abrimos  fuego,  con  el  único  ob- 
jeto de  mantener  el  espíritu  de  la  tripulación  durante  el  tiempo  que  faltaba  para  lan- 
zar los  torpedos;  nuestro  fuego  fué  muy  seguro.  Al  primer  disparo  vi  cómo  un  pro- 
yectil alcanzaba  al  enemigo  en  el  timón  y  otros  también  hicieron  blanco.  Mis  hom- 
bres estaban  locos  de  alegría.  Nos  habíamos  aproximado  a  1.200  metros  y  estába- 
mos a  punto  de  lanzar  un  torpedo,  cuando  el  destróyer  comenzó  a  girar  sobre  estri- 
bor, y  aunque  puse  timón  a  la  banda  mi  buque  continuó  girando.  Entonces  ordené  pa- 
rar la  máquina  de  este  lado,  pero  el  Terror  siempre  se  tumbaba. 

En  este  momento  me  avisaron  que  un  proyectil  había  hecho  explosión  contra  el 
puente,  destruyendo  los  guardines  del  timón  y  también  el  telégrafo;  el  buque,  por 
tanto,  seguía  los  movimientos  de  la  hélice  y  no  era  manejable  por  el  servomotor. 
Ordené  se  usase  la  rueda  de  mano  del  timón,  pero  como  estábamos  muy  cerca  del 
enemigo,  algunos  proyectiles  nos  alcanzaron;  uno  atravesó  la  banda  de  babor  y  ex- 


plotn    dentro    del    coni}');irttinento   de    rn;1(|uin;JH,    averiándolas,    l'.n    este    niomenlo 
I''sle  cornliate  sirvió  para,  demdstrar,  ún¡eanient(\  el  valor,   nunca  discutido,  de 


CAPITULO  XIII 


CONTINUA    EL    BLOQUEO 


EL    ANTOMO    LÓPEZ    Y    El.     YOSEMIIE 


ACIA  algunos  días  que  se  hablaba  en  secreto  de  cierto  trasatlántico 
abarrotado  de  pertrechos  de  guerra  que  estaba  a  punto  de  llegar. 
De  boca  a  oído  pronto  fué  el  secreto  del  dominio  público  y  co- 
midilla de  trasboticas  y  cuartos  de  banderas. 

Amanecía  el  28  de  junio;  los  alegres  toques  de  diana  vi- 
braron en  lo  alto  del  Macho,  y  toda  mi  gente,  unos  doscientos 
artilleros,  guarnecieron  las  baterías,  operación  que  se  realizaba 
cada  día  al  rayar  el  alba.  Era  la  descubierta. 

Cargados  obuses  y  cañones  y  los  sirvientes  en  sus  puestos^ 
subimos  los  oficiales  al  parapeto,  y  desde  allí  escudriñábamos 
el  horizonte  con  nuestros  gemelos  de  campaña.  Los  primeros  rayos  del  sol  ilumina- 
ron por  el  Este  al  Yoseuiite,  comandante  A\\  11.  h^mory,  crucero  auxiliar  y  único 
buque  que  hacía  efectivo  el  bloqueo  de  la  plaza,  donde  estaban  anclados  dos  cru- 
ceros y  un  cañonero. 

Poco  después  de  la  descubierta  el  teniente  Enrique  Botella,  ¡bravo  muchacho!^ 
señaló:  ¡Vapor  por  el  Oeste! 

A  duras  penas  los  de  mejor  vista  y  anteojos  pudieron  distinguir  en  la  dirección 
indicada  leve  columna  de  humo  que  se  confundía  con  las  brumas  del  amanecer.  Era 
el  Antofíio  López,  trasatlántico  de  6.400  toneladas,  que  la  noche  antes  pasó  frente  al 
Morro,  y  aunque  el  faro  no  se  encendía,  falló  en  reconocer  el  puerto  por  las  luces  de 


158  A.     R  I  VER  O 

isla  de  Cabras  y  las  rompientes  del  litoral,  siguió  de  largo  hasta  el  amanecer,  y,  en- 
tonces, conociendo  su  error,  viró  en  redondo  y  puso  proa  al  puerto,  donde  hubiera 
felizmente  entrado  (el  Yosemite  no  podía  verlo  desde  la  posición  que  ocupaba)  sin 
la  torpeza  del  vigía  de  San  Cristóbal,  quien,  gozoso  de  dar  a  la  ciudad  la  noticia,  izó 
las  banderas,  señalando:  «vapor  español  por  el  Oeste». 

El  Yosemite,  que  estaba  frente  a  Isla  Verde,  apercibió  las  señales,  y  muy 
pronto  se  puso  en  marcha,  aumentando  gradualmente  su  velocidad.  Comenzaba 
la  caza. 

Aquella  noche  el  crucero  Isabel  II  había  cubierto  la  guardia  del  canal,  fondeado 
frente  al  Cañuelo,  y  al  mismo  tiempo  que  el  Yosemite  forzaba  sus  fuegos,  el  crucero 
español,  girando  sobre  la  popa,  se  dirigió  hacia  el  interior  del  puerto,  sin  fijarse  en 
las  desesperadas  señales  que  le  hacía  el  semáforo  del  Morro,  ni  en  la  multitud  de 
curiosos  que,  ya  entonces,  coronaba  las  baterías  del  canal  de  entrada. 

El  general  Ortega,  gobernador  de  la  plaza,  miraba  con  ojos  de  asombro  las  ma- 
niobras del  Isabel  II 

— Corra  al  teléfono — me  dijo — y  avísele  al  jefe  de  Marina. 

Llamé  muchas  veces;  alguien,  a  medio  despertar,  vino  al  aparato,  recibió  la  no- 
ticia, y  colgó  el  audífono.  Un  cuarto  de  hora  después,  la  lancha  de  vapor  del  arsenal 
llegó  al  costado  del  crucero  Isabel^  dándole  órdenes  de  proteger  con  sus  cañones  al 
Antonio  López,  y,  entonces,  comenzó  la  prolija  maniobra  de  virar,  la  que  duró  media 
hora,  y  que  a  todos  nos  pareció  un  año;  sin  prisa,  a  sus  buenas  seis  millas  por  hora, 
pasó  el  canal  y  asomó  la  proa  Morro  afuera,  rompiendo  fuego  inefectivo  contra  el 
Yosemite,  que  replicó  con  sus  cañones  de  cuatro  pulgadas. 

Volvamos  al  Antonio  López.  Cuando  este  buque  navegaba  frente  al  Dorado  y 
muy  cerca  de  la  costa,  el  Yosemite,  que  ya  estaba  a  la  altura  del  Morro,  abrió  fuego  con 
todos  sus  cañones  de  proa,  sin  detener  la  marcha;  después  de  recibir  una  docena  de 
disparos  el  trasatlántico  derribó,  y  a  todo  vapor  se  metió  en  Ensenada  Honda,  va- 
rando en  arena,  a  quince  pies  de  fondo.  Paró  la  máquina,  arrió  los  botes,  y  a  la  voz 
de  «sálvese  el  que  pueda»  de  su  capitán,  toda  la  tripulación,  unos  en  lanchas  y  otros 
a  nado,  ganaron  la  costa  en  loca  carrera,  poniéndose  a  salvo.  El  capitán,  hombre  de 
mejores  piernas  que  los  demás,  no  paró  hasta  las  playas  de  Toa  Baja.  Solamente  el 
primer  oficial,  ocho  marineros  y  el  cura  permanecieron  a  bordo. 

Detrás  del  Isabel  salieron  el  Concha  y  el  cañonero  Ponce  de  León.  Los  dos  pri- 
meros cañoneaban  al  Yosemite,  y  éste,  sin  abandonar  la  caza,  repartía  sus  fuegos  en- 
tre todos  los  adversarios. 

El  Ponce,  una  cascara  de  nuez,  puso  proa  al  Norte,  forzó  máquina  y  navegó, 
recto,  en  busca  del  enemigo,  abriendo  fuego  con  sus  Nordenfeld,  de  tiro  rápido 
— para  animar  a  la  gente — según  decía  por  la  noche  en  el  café  «La  Mayorquina»  su 
comandante  Joaquín  Cristely,  andaluz  tan  bravo  como  juerguista.  El  crucero  ene- 
migo debió  confundir  al  Ponce  con  un  torpedero  (ya  el  Térro?'  estaba  fuera  de  com- 


CRÓNICAS 


159 


bate,  averiado  y  en  reparaciones)  porque  virando,  le  enseñó  la  popa  y  navegó  al  Nor- 
deste, donde  se  aguantó  sobre  sus  máquinas. 

Entonces  el  Morro  hizo  un  disparo  de  prueba,  y  la  granada  cayó  cien  metros 
delante  de  la  proa  del  Yosemite.  Siempre  estuvo  a  tiro  este  buque;  pero  el  capitán 
Triarte  no  podía  hacer  fuego  sin  órdenes  expresas  que  entonces  recibiera.  A  torpe- 
zas tales  que  parecen  increíbles,  fué  a  lo  que  debió  no  ser  hundido  aquel  día  el  cru- 
cero auxiliar  Yosemite^  buque  sin  protección  alguna,  y  el  cual,  durante  treinta  y 
cinco  minutos,  estuvo  dentro  del  alcance  de  numerosos  obuses  y  cañones  de  24  y  1 5 
centímetros. 

Forzó  máquinas  el  auxilia}^  y  el  segundo  disparo  del  Morro  cayó  corto.  El  Ponce 
de  León^  que  estaba  algunas  millas  del  Norte,  puso  proa  al  Oeste,  y  siempre  bajo  el 
fuego  del  enemigo  llegó  hasta  el  Antonio  López^  se  aferró  a  su  banda  de  babor,  y  fué 
tan  brusca  la  atracada  que  el  palo  de  mesana  del  cañonero  vino  al  suelo.  Todos 
los  buques  suspendieron  el  fuego;  el  Isabel  II  disparó  32  granadas,  siete  el  Concha^ 
bastantes  el  Ponce  y  más  de  300  el  Yosemite. 

Todo  aquel  día  permaneció  este  buque  en  el  horizonte  contemplando  impasible 
el  entrar  y  salir  de  lanchas,  botes  y  remolcadores  que  a  toda  prisa  comenzaron  el 
alijo  del  trasatlántico  español.  Pudo  entonces  el  Yosemite  navegar  al  Oeste  y  fuera 
del  alcance  de  todas  las  baterías,  reducir  a  cenizas  a  su  víctima.  Sólo  atenúa  su  grave 
falta  el  tener  a  la  vista  tres  buques  de  guerra  españoles  haciéndole  fuego,  y  uno  solo 
de  los  cuales,  el  Isabel  II,  podía  medirse  sin  desventajas  con  el  auxiliar  de  guerra. 
Además,  caso  notable,  los  que  a  bordo  del  Yo  emite  se  batían  frente  a  San  Juan  eran 
el  deán  y  los  profesores  de  la  Facultad  de  Ingeniería  de  la  Universidad  de  Michigan, 
quienes  voluntariamente  cambiaron  sus  cátedras  por  las  calderas  y  baterías  del  cru- 
cero bloqueador. 

Un  año  más  tarde,  el  doctor  Manuel  del  Valle  Atiles,  alto  empleado  de  la  Esta- 
ción Naval  de  San  Juan,  me  entregó  una  carta  en  la  cual  las  autoridades  de  Marina 
pedían  informes  acerca  de  los  sucesos  del  28  de  junio;  parece  que  los  tripulantes  del 
Yosemite  solicitaban  su  parte,  como  era  de  ley,  en  el  valor  de  \?i  presa.  Evacué  el  in- 
forme, que,  pocos  días  después,  me  fué  devuelto  por  el  doctor  del  Valle,  mientras 
me  decía: 

— (iQué  te  han  hecho  los  del  Yosemite} 

—Nada. 

— Pues  ten  la  bondad  de  guardar  o  romper  este  informe. 

Lo  rompí;  yo  no  podía  favorecer  a  los  valerosos  profesores,  que,  si  habían  de- 
mostrado energías  y  gran  dosis  de  patriotismo  al  correr  voluntariamente  los  riesgos 
de  la  guerra  en  el  mar,  no  supieron  rematar  su  obra  en  el  momento  preciso,  permi- 
tiendo que  una  gran  cantidad  de  material  de  guerra  que  conducía  el  Antonio  López 
fuese  descargada  en  su  presencia  y  bajo  sus  cañones,  con  lo  cual  se  reforzaron  de  un 
niodo  poderoso  las  defensas  de  la  plaza.  Yo  sabía  además  que  el  Yosemite^  aunque 


.\  .     K  I  \'  K  H  ( ) 


tripulado  por  reservistas  navales,  estaba  al  mando  del  capitán  l.mory  y  otros  ofici; 
les,  marinos  ¡profesionales  de  guerra. 


['.1  í'omr,  al  atracar  c 


)ntra  el  Jatoniú  Lof^t:\  transbordó  al   capellán, 


niari.ieros  (pie  encontró  y  al  primer  oficial.  No  quiero  omitir  un  detalle  que  pinta  el 
carácter  hrornista  del  temiente  Cristely.  Cuando  el  /hihr  abandonó  su  buque,  llevaba 
en  brazos  una  imagen  de  la  \drgen  y  electa,  para  animar  a  los  tripulantes  del  ca~ 
ño ñero; 

X'>  hay  <iu<!  apnrars.-,  nni 


os:   ;hr\"i 


Carmtm 


ui   nosotrt» 


^  Xn  oís  lo  que  dici  el  /'una/o  ^-anadió  el  tcmienlt-^--^-,  nada  nos  ¡)uede  suceder: 
pero,  por  si  acaso,  ¡mano  ¡i  los  /ápicis': 

Don  |oa<pnn  llamaba  A//'/Vr.v  a  sus  memidos  'Xordeníelt. 

l-.l  Aiüoian  A/)/v;:r  había  salido  de  Cádiz  el  16  de  junio,  y,  a  petición  de  su  co- 
mandante, ilejó  en  acpiel  puerto  los  cuatro  cañones  I  lontoria  de  13  centímetros  que 
„K)ntaba;  74  hcnnbres,  incluso  los  oficiales,  componían  su  trtf)ulaciürc,  además,  mé- 
dico, capííllán,  practicante  y  enfermero  b 

A  la'  „na  y  media  de  la  tarde  salieron  dtd  puerto  el  renu^lcador  Ivfl  />Vu:¡i  y  k:.s 
hotcs  ()Lrm//!hi,  CahiIiM  y  líspcrauuu  los  cuales  cmienzaron  la  descarga;  el  desta- 
camento de  Punta  Salinas  y  una  compañía  del  4C  provisional,  de  Bayamun,  cai)itan 


!  Martí». 


ia  (le  Cádiz,  este 
1  han  ...-•^^A ;./,•/ 


C  K  (  )  N  I  (;  A  S  iGi 

]  lernández,  llegaron  los  primeros  al  lugar  del  naulragío,  y  poco  después  lo  hizo  el 
comandante  de  infantería  losé  Tomás  Tizol,  quien  tomó  cl  mando  de  todas  las  fuer- 
zas, iiichiso  de  una  batería  de  montaña,  ea|)ítán  Arboleda,  que  salió  de  San  Juan,  y 
emplazó  allí  sus  piezas  a  resguardo  de  unos  montones  de  arena. 

Id  doctor  (iuzmán,  Domingo  t'obián,  capitán  de  puerto  Fernández;  capitán  de 
lisiado  )^la\'or  banilio  barrera  '  v  otros  más  acudieron  desde  el  [)rimef  momento. 
Sólo  hubo  entre  los  náufragos  un  marinero  ctmtuso,  y  eso,  de  tanto  correr,  l'n  tren 
("íxprcso  salió  de  San  luán  para  X'ega  Baja  en  busca  de  los  náufragos,  lc>s  que  nr) 
fueron  encontrados  hasta  muy  tarde  f)riri|ue  permanecían  ocultos  entre  los  uveros 
de  la  costa. 

1.a  clescarg;\  se  ¡lev,'):»  cal)o  con  sorprendente  c>nergía  }•  rcg-ularidad,  durando  tres 
días  con  sus  nnclies,  siendo  efalma  de  tíidc»  en  lan   arri(;sgad.a  o¡)eración   el   capitán 


•M^i^iM^^® 


(le  artillería  I).  Ramón  .\cha  faamaño,  portorriqueño  y  artillero  iluslrc,  hoy  gent-^- 
ral  del  Cuerpo  en  la  Comandancia  principal  de  artillería  de  \"alladolid.  Le  presta- 
ron ayuda  li'u-rcra,  h'ernández,  capitán  de  puerto;  José  Cándida  y  algunos  obreros 
más  del  Parque,  unos  pocos  tripulantes  del  'TiiTúr  y  e(>ntados  soldados  y  artilleros, 
que  hicieron  l:i  descarga  en  lanchónos,  conduciendo  los  bultos  a  la  playa  v  luego  ai 
ferrocarril,  que  los  transportó  a  San  Juan. 

VX  material  de  artillería  salvado  fué:  seis  cañones  modernos  (Xx-.  bronce  y  retro- 
carga, de  12  centímetros  de  calibre  (uno  de  los  cuales  cayó  al  mar,  y  aunque  fué  lo- 
calizado y  amarrado  a  una  lancha,  se  perdió  por  la  noche  al  irse  a  pique  dicha  eui- 
barcaeión);  cuairo  morteros,  l)ronce  rayado,  de  15  centímetros,  también  de  retrocar- 
ga y  sistema  >1ata;  dos  olnises  del  mismo  metal,  calibre  e  inventor,  y  300  dispa- 
ros por  cada  pieza.  También  se  descargaron  50  toneladas  de  pólvora  prismática:  nn 
proyector  soberbio,  eléctrico,  con  su  dínamo;  medio  millón  de  raciones  para  la  trojia 


i62  A  .     R  I  V  E  R  o 

y  otra  infinidad  de  artículos  que  pusieron  a  la  plaza  en  buen  pie  de  guerra.  Debo 
consignar  que  toda  la  artillería  vino  perfectamente  acondicionada  y  hasta  con  sus 
explanadas  de  tablones,  pernos  y  todo  lo  necesario. 

Mientras  descargaba  al  Antonio  López^  clavado  en  1 5  pies  de  arena,  Acha  conci- 
bió la  idea  de  ponerlo  a  flote  y  meterlo  en  puerto;  ello  fué  durante  la  noche  del  29 
de  junio,  cuando  el  auxiliar  Gran  Antilla,  mandado  por  el  capitán  José  Bayona, 
amarró  sus  cabos  a  la  popa  del  buque  varado,  intentando  el  remolque;  Acha,  al 
frente  de  las  máquinas,  ayudado  por  el  auxiliar  José  Cándida  y  con  un  grupo  de  ar- 
tilleros, rellenó  los  hornos,  recargó  las  válvulas  y  pedía  a  cada  momento  con  voz 
breve  y  nerviosa:  «¡Más  vaporl  ¡Más!»  El  vapor  silbaba,  escapándose  por  todas  las 
juntas  y  amenazando  con  volar  las  calderas.  El  capitán  de  puerto  Fernández,  aferrado 
al  timón,  esperaba  la  orden  de  marcha. 

Acha  dio  la  voz  de  ¡avante!,  y  el  buque  crujió  desde  el  puente  a  la  quilla.  ¡Era 
Gilliatt  salvando  a  la  Dur andel ^ 

Por  un  momento,  todos  creyeron  que  el  Antonio  López  se  desprendía  de  su  le- 
cho de  arena;  pero  ¡no  pudo  ser!:  los  cables  de  remolque  estallaron.  Una  roca  había 
perforado  el  fondo,  y,  entrando  en  el  casco,  ancló  el  buque  para  siempre.  Durante 
la  operación,  los  cruceros  Concha,,  Isabel  y  Ponce  vigilaban  fuera  del  Morro. 

Acha  y  sus  compañeros  regresaron  a  tierra  al  siguiente  día;  poco  después,  una 
seria  enfermedad  le  obligó  a  recogerse  en  cama,  en  la  casa  particular  de  Pedro  Giusty; 
estuvo  grave,  entre  vida  y  muerte,  como  resultado  de  sus  esfuerzos  en  aquellas  noches 
terribles;  pero  Dios  no  quiso,  y  Acha,  el  portorriqueño  de  mejor  cerebro  de  cuantos 
se  graduaron  en  el  Colegio  Militar  de  Segovia,  vive  y  pasea  su  uniforme  de  general 
por  las  calles  de  Madrid.  Para  contar  cuanto  de  bueno  y  efectivo  hizo  este  oficial  en 
Puerto  Rico,  durante  la  guerra,  sería  poco  este  libro. 


Cien  peones  contratados  ayudaron  a  la  descarga,  pagándoseles  tres  pesos  por 
día  y  cuatro  por  cada  noche;  Joaquín  Jarque,  empleado  de  muelles  de  la  casa  con- 
signataria  de  Ezquiaga,  trabajó  bien,  y  no  abandonó  el  buque  hasta  que  el  último 
bulto  estuvo  en  tierra. 

El  Antonio  López  recibió  seis  proyectiles:  uno  rompió  la  baranda  de  estribor; 
otro  atravesó  el  mamparo  de  máquinas,  inutilizando  la  escalera;  un  tercero  perforó 
la  chimenea;  otro  el  costado  de  babor;  otro  entró  en  el  camarote  del  primer  ma- 
quinista, y  el  último  destrozó  la  cocina  y  el  fogón.  Las  tripulaciones  del  Terror  y 
del  Criollo  auxiliaron  la  descarga,  que  duró,  como  hemos  dicho,  los  días  28,  29  y  30, 
con  sus  noches.  Hasta  el  piano,  los  muebles  y  la  vajilla  fueron  salvados,  así  como 

también  gran  cantidad  de  carbón. 

*  *  * 

1    Víctor  Hugo:  «Los  trabajadores  del  Mar.»— iV.  ¿/<?/^. 


CRÓNICAS 


163 


El  día  15  de  julio,  al  amanecer,  se  presentó  frente  a  la  plaza  un  crucero:  era  el 
New  Orleans,  que,  después  de  ponerse  al  habla  con  el  Yosemite,  viró  en  redondo,  y, 
pasando  a  lo  largo  y  fuera  del  alcance  de  los  cañones  del  Morro,  reconoció  al  Anto- 
nio López,  a  distancia  de  tres  millas;  al  siguiente  día,  y  con  fuego  de  tiro  rápido,  lo 
acribilló,  poniéndolo  en  llamas  al  tercer  disparo,  de  20  que  le  hizo.  Dos  días  después 
el  buque  español  rindió,  entre  llamaradas,  el  palo  de  mesana,  y,  semanas  más  tarde, 
desapareció,  entre  las  aguas,  en  su  mayor  parte. 

El  capitán  del  Antonio  López,  un  catalán,  de  apellido  Carreras,  fué  acerbamente 
criticado  por  su  conducta,  y  se  le  acusó  de  cobarde  y  de  inepto;  pero  debe  tenerse 
en  cuenta  que  no  era  un  marino  de  guerra,  y,  además,  lo  que  él  me  dijo  tres  días 
después  del  suceso: 

«Figúrese  usted,  amigo  Rivero:  llovían  proyectiles,  y  yo  sabía  que  abajo,  en  la 
bodega,  había  50  toneladas  de  pólvora...  Corren  hasta  los  tullidos.» 


La  información  que  antecede  fué  escrita  en  los  mismos  días  del  suceso;  poco  des- 
pués obtuve  datos  sobre  la  tripulación  del  Yosemite,  y,  últimamente,  pude  averiguar 
hechos  muy  graves,  que,  de  no  constarme  su  absoluta  certeza,  no  los  hubiera  estam- 
pado en  este  libro. 

El  gobernador,  general  Macías,  acostumbraba  recibir  cada  noche  en  Palacio  a  los 
generales  Ortega  y  Vallarino,  con  algunos  de  sus  ayudantes;  a  los  coroneles  Laguna 
y  Sánchez  de  Castilla,  al  teniente  coronel  Miquelini,  al  capitán  de  Ingenieros  Eduardo 
González,  al  doctor  Francia,  secretario  de  Gobierno,  y  a  otras  personas.  Se  jugaba  al 
tresillo  y  se  comentaban  los  sucesos  del  día. 

La  noche  del  27  de  junio  de  1 898,  y  al  terminar  la  velada,  cerca  de  las  once,  el 
general  Macías  mostró  al  de  Marina,  Vallarino,  un  cable  fechado  el  día  20  del  mismo 
mes  y  ya  descifrado,  en  el  cual  el  ministro  de  la  Guerra  avisaba  que  el  trasatlántico 
Antonio  López,  desarmado,  llegaría  a  la  altura  de  San  Juan  alrededor  del  día  2"] ,  con- 
duciendo una  buena  parte  del  material  de  guerra  pedido,  y  que  se  tomaran  las  me- 
didas necesarias  para  la  protección  de  dicho  buque  por  las  fuerzas  navales  del  puerto 
y  se  encendiesen  las  boyas,  toda  vez  que  el  faro  estaba  apagado  y  el  vapor  recala- 
ría de  noche.  ^ 

De  este  despacho  se  enteraron  también  varios  de  los  presentes,  alguno  de  los 
cuales  habita  hoy  en  San  Juan  de  Puerto  Rico  y  es  caballero  de  cuya  honorabilidad 
nadie  puede  dudar. 

Vallarino  leyó  el  cable,  y  en  vez  de  adoptar  las  medidas  de  protección  que  se  pe- 
dían... se  fué  a  dormir. 

^    El  original  de  este  despacho  existe  en  el  Archivo  de  Segovia,  carpeta  I,  legajo  45. — N.  del  A. 


A  .      R  I  Y  1::  R  ( > 


hora,  )•  solire  toe 
es  ante  la,  1  fistor 


I  íe  aquí  p¡  parte  oficial  dniído   d    cnmm 
unos  errores,  el  comísate  del  2.S  de  junio. 


lilOí 


:  Si 


Señor: 
go  el   h( 
ju: 


n  Juan,  Puerto  kíc 
jimio  -JO.  iSoS. 
U.  S.   S.     ])ixt'w¡fr. 


inor  (le  conuinícarle  (|ue  a  eso  de  las  cinco  y  media,  en  la  ma- 
ñana del  martes,  junio  28,  señalamos  un  vapor,  viniendo  del  Oeste,  y  distante  tres 
millas,  poco  más  o  menos,  l'ai  este  momento  el  ]'osc¡iiite  estaba,  en  movimiento,  a 
muy  poca  distancia  de  Punta  Salinas.  Pa  mañana  estaba  oliscnra,  y  ésta  fué  la  causa 
de  (|iie  dicho  l.)unuc  no  fuese  visto  mucho  antes. 

fd  relato  (¡ue  sigue  es  el  resultado  de  mi  observa,ctrtn  personal,  por([ue  he  perma- 
necido en  (d  puente  durante  todos  los  sucesos  y  desde  antes  de  que  dicho  vapo,r 
iuese  avistado;  éste  (cuyo  nombre  aún  desconozco')  responde  a  la  descripción  que  del 


<■  K  O  N  1  t;  A  .^ 


j6í 


Mdnscn'fií  me  hiciera  el  capitán  Sigsbee,  vapor  (¡uc,  según  me  dijo,  debía  llegar  a 
este  puerto  hacia  el  domingo.  J'd  vapor  que  apareció  hoy  tiene  casco  negro  con  fran- 
jas rojas  en  la  parte  superior  del  mismo,  una  sola  chimenea  pintada,  tle  color  de 
¡)lomo  y  tres  mástiles,  lin  los  mometiios  en  que  a,vistanios  Cístc  buque,  el  cas- 
tiho  del  .Morro  estalla  de  nosotros  distante  cinco  millas  v  en  direi-c¡(5n  li'.ste- 
Sudeste. 

2.  Tan  pronto  vi  claramente  el  vapor  a  que  au^  refiero,  puse  ci  indicacJor  mar- 
cando lO'id  rclocidtvl,  cird(;n  a  la  (\\\q.  r(\spond¡ero,n  inmediatamente  las  mácpiinas  del 
yosii¡i¡li\,  y  hacitMKJo  rnnd)0  hacia  aquél  upK>  acahal>a  de  salir  de  crntre  mi  fuerte 
aguacero,  distando  de  nosotros  tres  nrillas  y  (pie  maniobraba  con  la  evidente  inteii- 
cí<'hi  de  colocarse  bajo  los  cafKMiíís  del  haa-te  tduViuMo  v  siemi^re  rnuy  f)egado  a  los 
arreciles)  tratamos  íle  intcrce])- 
tarlo   b 

Como   v(»  cono 
-raída    ú  c- 


i66  A  .     R  I  VER  O 

combate,  durante  el  cual  los  grandes  cañones  de   dicho  crucero  pusieron  en  gran 
peligro  las  calderas  del  Yosemite^  que  no  tienen  protección  alguna. 

4.  Durante  el  período  a  que  se  refiere  el  parágrafo  anterior  tuve  la  sorpresa,  para 
mí  muy  grande,  de  saber  que  los  artilleros  del  Morro  y  baterías  cercanas  conocían  la 
exacta  distancia  a  que  estaba  el  Yosemite^  y  que  durante  toda  la  acción  estuvimos  bajo 
el  fuego  efectivo  de  sus  cañones,  y  muchos  proyectiles  de  gran  calibre  pasaron  sobre 
este  buque  y  otros  cayeron  en  las  inmediaciones,  ninguno  más  lejos  de  200  yardas;  y 
uno  cayó  tan  cerca  y  a  pocos  pies  del  timón  que,  la  calumna  de  agua  que  alzó,  sal- 
picó el  puente  1.  El  gran  alcance  de  los  cañones  del  Morro  pudo  apreciarse  por  el 
hecho  de  que  la  duración  de  la  trayectoria  en  uno  de  sus  disparos  fué  de  treinta  y 
cinco  segundos. 

5.  El  crucero  y  cañonero  mencionados  en  el  párrafo  número  3  navegaron  hacia 
el  Oeste,  rumbo  Punta  Salinas,  uniendo  sus  fuegos  a  los  de  la  batería.  El  mayor  de 
estos  buques  tenía  dos  cañones  de  8  ó  9.2  pulgadas,  y  sus  proyectiles  cruzaban  so- 
bre el  Yosemite  sin  que  los  de  éste  pudiesen  alcanzarlo  a  él;  viendo,  por  tanto,  que 
no  podíamos  hacer  blanco  en  dicho  buque  con  nuestra  batería  principal,  por  estar 
muy  lejano,  le  pusimos  la  proa  avanzando  hasta  llegar  a  4.000  yardas,  y  entonces 
abrimos  fuego  sobre  él  con  toda  nuestra  batería  de  estribor,  compuesta  de  cañones 
de  tiro  rápido.  Nuestro  fuego,  al  parecer,  resultó  muy  efectivo,  toda  vez  que  ambos 
buques  españoles  apagaron  los  suyos,  refugiándose  bajo  los  cañones  del  Morro. 

6.  En  el  preciso  momento  en  que  este  buque  rompía  el  fuego  contra  los  espa- 
ñoles, vimos  un  torpedero  que  salía  del  puerto  navegando  a  gran  velocidad,  muy 
cercano  de  la  costa,  y  con  dirección  al  buque  encallado,  por  lo  cual  nos  fuimos  sobre 
él  siguiendo  su  rumbo  tan  cerca  como  nos  era  posible,  y  durante  diez  minutos  lo 
cañoneamos  con  todas  las  piezas  de  la  batería  principal,  a  la  que  se  sumaron  las  se- 
cundarias del  lado  de  babor,  fuego  que  obligó  a  dicho  torpedero  a  buscar  refugio 
detrás  del  vapor  varado  '^. 

Entonces  el  Yosemite  se  detuvo  en  esta  posición  y  continuó  disparando  granadas 
y  shrapnels,  hasta  que  el  buque  comenzó  a  arder;  en  estos  momentos  estábamos 
bajo  el  fuego  de  los  fuertes  y  también  bajo  los  cañones  de  gran  calibre  del  crucero 
español. 

7.  En  resumen:  creemos  que  todo  fué  hecho,  lo  mejor  que  era  posible,  por  un 
simple  buque  y  con  la  intención  de  impedir  que  el  bloqueo  fuese  roto.  Después^ 
como  he  dicho,  el  Yosemite  abandonó  al  buque  encallado  y  puso  proa  a  los  enemi- 
gos que  se  refugiaron  al  amparo  del  Castillo. 

8.  Todo  el  resto  del  día  permanecimos  listos  para  el  combate  y  enarbolada 
nuestra  bandera  de  guerra,  navegando  frente  a  los  castillos  y  esperando  el  ataque  de 
los  buques  de  guerra  españoles,  incluso  del  torpedero;  pero  aconteció  que  ellos  no 
quisieron  salir  del  puerto. 

9.  Desde  el  principio  del  combate  hasta  su  terminación,  este  buque  sufrió  el 

1  El  castillo  del  Morro  solamente  hizo  dos  disparos  al  Yosemite  con  cañones  de  15  centímetros.  Ninguna 
otra  batería  de  la  costa  cañoneó  a  dicho  crucero  auxiliar,  como  tampoco  éste  logró  incendiar  del  todo  al 
Antonio  López, — A",  del  A. 

2  Fué  el  pequeño  cañonero  Ponce  de  León^  desprovisto  de  torpedos  y  armado,  únicamente,  con  dos. 
pequeños  cañones  de  tiro  rápido. — A',  del  A, 


CRÓNICAS  167 

fuego  por  un  espacio  de  tres  horas,  y  aunque  el  enemigo  hizo  tiros  muy  buenos  y 
algunos  cayeron  muy  cerca  del  Yosemite^  directamente  éste  no  fué  tocado  una 
sola  vez. 

10.  El  espíritu  y  conducta  de  los  oficiales  y  tripulación  fué  en  todos  conceptos 
altamente  recomendable. 

11.  Se  incluye  el  report  del  oficial  ejecutivo  marcado  con   la  letra  A,  en  cum- 
plimiento del  parágrafo  525  de  las  Regulaciones  Navales  de  los  Estados  Unidos. 

Tengo  el  honor  de  ser,  de  usted,  muy  respetuosamente, 

W.  H.  Emory, 

Comandante  del  Yosetnite. 

Sr.  Comandante  en  Jefe  de  las  Fuerzas  Navales  de  los  E.  U. — Estación  del  Norte 
Atlántico. 


U.  S.  S.  Yosetnite, 

Afueras  de  San  Juan,  28  de  junio  de  1898. 
Señor: 

En  cumplimiento  del  parágrafo  525  de  los  Reglamentos  Navales  de  los  Estados 
Unidos,  tengo  el  honor  de  comunicarle,  que  durante  las  ocurrencias  de  esta  mañana 
hicimos  encallar  un  vapor  español  y  sostuvimos  fuego  con  dos  cañoneros  y  un  tor- 
pedero español,  y  al  mismo  tiempo  fuimos  cañoneados  por  el  castillo  del  Morro  y  su 
batería  a  flor  de  agua  de  San  Juan.  Los  oficiales  y  tripulación  de  este  buque  se  com- 
portaron con  tales  sangre  fría  y  disciplina  que  merecen  la  más  alta  recomendación, 
sirviendo  las  baterías  tan  tranquila  y  ordenadamente  como  lo  hubieran  hecho  en  un 
ejercicio  ordinario  de  escuela  práctica. 

Durante  las  tres  fases  del  combate,  primero  con  el  vapor,  segundo  con  los  caño- 
neros, y  tercero  con  estos  cañoneros  y  el  torpedero  combinados,  gastamos,  en  con- 
junto, las  siguientes  municiones: 

251  granadas  ordinarias  de  cinco  pulgadas. 

25  shrapnels  de  cinco  pulgadas. 

56  granadas  ordinarias  de  seis  libras. 

Muy  respetuosamente. 


N.  Sargent, 

Teniente  de  la  Marina  de  los  E.  U, 


Al  comandante  del  Yosemite. 


El  Evening  Journal^  diario  de  la  tarde  de  Nueva  York,  publicó  la  siguiente  re- 
seña acerca  del  suceso  de  junio,  28: 

New  York,  agosto,  23. — El  corresponsal  del  Evening  Journal  ^n  San  Juan,  con 
fecha  agosto,  20,  y  vía  Ponce,  dice  que  los  cañones  de  12  y  9  centímetros  montados 
en  los  fuertes  de  San  Juan,  contra  las  fuerzas  de  los  Estados  Unidos,  vinieron  en  el 
trasatlántico  Antonio  López, 


i68    .  A  .     R  I  V  E  R  O 


Parece  que  el  rumor  de  que  el  crucero  Yosemite  había  destruido  al  Antonio  López 
fué  un  error.  Los  cruceros  españoles  Concha  e  Isabel  II  están  aquí,  y  fueron  los  en- 
cargados de  ir  hasta  donde  estaba  varado  el  Antonio  López^  descargando  por  varios 
días  casi  todo  lo  que  más  valía  del  cargamento.  Ha  causado  sorpresa  aquí  ^  que  el 
Yosemite  cesara  de  disparar  contra  el  buque  varado,  pues  con  toda  probabili- 
dad lo  hubiera  hundido,  por  contener  éste  gran  cantidad  de  materias  explosivas.  La 
pólvora  ha  sido  toda  desembarcada.  El  Antonio  Lópe^  trajo  1 5  cañones  de  12  centí- 
metros, pero  solamente  12  pudieron  ser  llevados  a  tierra  por  el  Concha  e  Isabel  IL 
Estos  cañones  son  alemanes  y  de  muy  buena  calidad  ^. 

El  honorable  Mortimer  E.  Cooley,  deán  de  la  Facultad  de  Ingeniería  en  la  Uni- 
versidad de  Michigan,  ha  tenido  la  cortesía  de  proporcionarme  mucha  e  interesante 
información  referente  al  crucero  auxiliar  Yosemite^  de  cuya  oficialidad  formó  parte 
durante  la  guerra  como  ingeniero-jefe  de  máquinas.  A  la  bondad  de  este  sabio  inge- 
niero, profesor  de  tres  generaciones  de  estudiantes,  debo,  además,  el  valioso  docu- 
mento que  se  inserta  a  continuación: 

UNIVERSIDAD     DE     MÍCHIGAN 
ANN      ARBOR 

COLEGIO    DE    INGENIERÍA     Y    ARQUITECTURA 

Junio,  22-1921. 

Señor  D.  Ángel  Rivero. 
Ingeniero, 

San  Juan,  P.  R. 
Mi  querido  capitán  Rivero: 

En  los  primeros  días  de  la  semana  última  recibí  su  carta  fecha  28 
de  ma'^o,  l;  aunque  mi  intención  fué  contestarla  inmediatamente,  no 
pude  hacerlo  hasta  ho])  a  causa  del  gran  trabajo  que  sobre  mí  pesa 
en  estos  días,  últimos  del  curso  escolar. 

Su  carta  ha  sido  para  mí  en  extremo  interesante,  3;  es  un  verdadero 
placer  el  que  experimento  al  contribuir  de  algún  modo  a  su  labor 
histórica,  relatándole  algo  de  lo  que  presencié,  frente  a  San  Juan  de 
Puerto  Rico,  en  el  mes  de  junio  de  1898,  cuando  formaba  parte  del 
personal  de  la  dotación  del  crucero  auxiliar  de  guerra  Yosemite 
como  ingeniero-jefe  de  sus  máquinas. 

Cuando  nuestro  buque  relevó  al  St.  Paul  en  su  misión  de  bloquear 
el  puerto  de  San  Juan,  el  capitán  Sigsbee,  su  comandante,  nos  dijo 

1  En  el  cable  que  antecede  se  consignan  algunas  inexactitudes;  los  buques'de  guerra  6'í?;2¿-/m  e  Isabel  // 
no  tomaron  parte  directa  en  la  descarga  del  Antonio  Zíí/)^'^,  limitándose  su  acción,  que  fué  de  mucha  importan- 
cia, a  proteger  el  alijo.  Todas  las  piezas  desembarcadas  eran  de  constriacción  española. — A\  del  A. 


CRÓNICAS  169 

que  se  dirigía  a  la  Mola  de  San  Nicolás  para  reportar  desde  allí  al 
almirante  Sampson;  pero  en  vez  de  hacerlo  así,  siguió  directamente  a 
Nueva  York.  ^^  mañana  que  el  St.  Paul  echó  anclas  en  este  puerto, 
iodos  los  diarios  de  la  gran  ciudad  llenaban  sus  columnas  con  telegra- 
mas de  Madrid,  vía  Londres,  dando  cuenta  de  haberse  librado  un 
gran  combate  en  las  afueras  de  San  Juan,  en  el  que  había  tomado 
parte  principal  el  St.  Paul,  recibiendo  dicho  buque  todos  los  galar- 
dones que  le  correspondían  al  Yosemite,  cuya  participación  en  aquel 
combate  no  fué  generalmente  conocida  hasta  que,  relevado  por  el 
New  Orieans,  fué  a  Santo  Thomas  a  proveerse  de  carbón  y  víveres 
para  tomar  parte  en  la  expedición  que  se  preparaba  contra  los  puertos 
de  España.  \ 

Usted  recordará  la  flota  que,  a/  mando  del  contraalmirante  Cá- 
mara, salió  con  rumbo  a  Filipinas. a  través  del  canal  de  Suez.  El  al- 
mirante Watson  recibió  órdenes  de  reunir  una  escuadra,  de  la  cual 
formaba  parte  el  Yosemite,  para  que,  amenazando  las  costas  de  Es- 
paña, obligase  al  almirante  español  a  regresar  de  su  viaje,  como  así 
sucedió.  Los  marinos  españoles  fueron  detenidos  en  Suez,  y  a  este 
resultado  contribuyó,  en  gran  parte,  la  gestión  del  honorable  james 
B.  Angelí,  presidente  de  la  Universidad  y  ministro  americano  en 
Constantinopla  en  aquella  fecha.  Y  así  esta  Universidad  de  Michigan 
tomó  también  parte,  de  no  escasa  importancia,  en  las  actuaciones  diplo- 
máticas de  la  guerra. 

Cuando  el  Yosemite  fondeó  en  St.  Thomas,  su  comandante, 
Emory,  telegrafió  a  Washington,  al  secretario  de  la  Marina,  los 
detalles  del  combate  frente  a  San  Juan  el  28  de  junio;  pero  omitió 
hacerlo  al  almirante  Sampson,  razón  por  la  que  éste,  en  su  informe 
oficial  al  Departamento  de  Marina,  omitió  toda  mención  de  aquel 
combate,  y  hasta  muchos  meses  después  no  fué  del  dominio  público  el 
verdadero  conocimiento  de  dichos  sucesos. 

Entretanto,  el  Yosemite  no  obtuvo  recompensa  alguna  por  lo  que 
fué  el  mayor  combate  naval  de  toda  la  guerra;  y  lo  llamo  así  porque 
su  tripulación  fué  la  única  que  recibió  doble  recompensa  en  metálico 
por  haber  sostenido  combate  contra  fuerzas  enemigas  superiores. 

Un  episodio  muy  interesante  fué  que  el  Comité  encargado  de  pro- 
poner recompensas  por  méritos  navales  declinó  recomendar  a  los  ofi- 
ciales del  Yosemite  para  que  les  fuese  otorgada  la  medalla  del  almi- 
rante Sampson,  fundando  su  resolución  en  que  dichos  oficiales  no 
habían  realizado  acto  alguno  distinguido.  Hago  mención  de  este  inci- 
dente para  que  usted  vea  la  gran  ignorancia  oficial  que  existió  acerca 

^    En  San  Juan,  hasta  fin  de  Junio ^  no  supimos  que  el  buque  bloqueador  era  el  Yosemite;  fué  con- 
andido  con  el  St.  Paul,  y  éste  con  el  Yale.  De  aquí  proviene  el  error  en  que  incurrió  la  Prensa  de  Ma- 
'drid  al  dar  cuenta  del  combate  naval  del  28  de  junio.— l^.  del  A. 


i/o  A.     RIVERO 

del  combate  mencionado.  Fué  preciso  un  acta  del  Congreso  para 
que  la  tripulación  de  nuestro  buque  fuese  recompensada  con  la  meda- 
lla del  almirante  Sampson,  y  esto  ocurrió  un  año  o  dos  después  de  la 
guerra,  cuando  Truman  H.  Nen>berr^,  de  Detroit,  quien  fué  un  te- 
niente a  bordo  del  Yosemite,  fué  nombrado  secretario  de  Marina,  ^ 
es,  actualmente,  senador  de  la  Nación, 

Seguramente  usted  sabrá  que  la  ma^or  parte  de  la  tripulación  del 
Yosemite  era  de  Michigan  ^,  un  buen  número  de  ellos,  estudiantes 
de  su  Universidad.  Sólo  había  a  bordo  cuatro  oficiales  regulares:  el 
comandante  Emor^  (capitán),  el  comandante  Sargent  (oficial  eje- 
cutivo), el  teniente  Smith  (oficial  de  derrota)  j;  eí  teniente  Netvman 
(oficial  de  Marina);  los  cuatro  han  muerto. 

El  teniente  Gilbert  Wilkes  y  i;o  éramos  graduados  de  la  Acade- 
mia Naval  de  los  Estados  Unidos;  pero  después  de  uno  o  dos  cruce- 
ros de  práctica  habíamos  renunciado  nuestros  empleos.  Los  restantes 
eran  voluntarios  de  Michigan.  Un  número  bastante  grande  de  ellos 
había  tenido  alguna  experiencia  como  miembros  de  la  Reserva  Naval 
aquí,  en  Michigan;  pero  el  resto  jamás  había  visto  el  mar.  Es  de  inte- 
rés consignar  que  una  elevada  proporción  de  los  tripulantes  era  de  gra- 
duados de  universidades,  ^  siento  no  recordar  en  estos  momentos 
el  número  exacto  de  ellos. 

Hombres  prominentes  en  la  vida  social  de  Michigan  formaban 
parte  de  aquella  tripulación;  y  es  bien  sabido  que  el  Detroit  Club, 
uno  de  los  más  antiguos  y  aristocráticos  clubs  en  Detroit,  no  pudo, 
en  aquellos  días,  tener  un  quorum  de  directores,  para  tratar  sus  asuntos, 
a  causa  de  que  la  mayor  parte  de  ellos  eran  miembros  de  la  tripulación 
del  Yosemite. 

Pasaré  ahora  a  ocuparme  del  combate  del  28  de  junio.  El  Yose- 
mite, como  usted  recordará,  estaba  obligado  a  navegar  de  un  lado  a 
otro,  seis  u  ocho  millas  alejado  de  San  Juan,  a  fin  de  mantenerse  fuera 
del  alcance  de  los  cañones  de  sus  castillos.  Durante  los  dos  o  tres  pri- 
meros días  del  bloqueo,  trazamos  en  nuestra  marcha  elipses  muy  ce- 
rradas; pero  el  capitán  Emory  estaba  muy  disgustado  a  causa  de  que 
su  gallardete  insignia,  que  flameaba  al  tope  del  palo  mayor,  frecuen-^ 
temente  se  enredaba,  y  era  tarea  muy  penosa  el  que  un  hombre  subiese 
para  arreglarlo.  Y  por  esto  se  le  ocurrió  la  feliz  idea  de  que  el  buque 
adoptase  en  su  marcha  un  recorrido  en  forma  de  número  8,  y  de 
este  modo  el  gallardete  se  enredaba  durante  la  primera  mitad  del  8 
y  él  mismo  se  desenredaba  durante  el  recorrido  de  la  otra  mitad. 
Después  de  esto,  el  capitán  Emory  se  sintió  feliz. 

Pero  vamos  al  combate.  En  la  mañana  del  28  de  junio  des- 
cargó sobre  nuestro  buque  un  terrible  aguacero  que  llegaba  del  Este, 
y,  como  acontece  con  todos  estos  fenómenos  tropicales,  dio  comienzo^ 


CRÓNICAS  1 7r 

repentinamente  ^  terminó  de  igual  manera.  Después  que  el  chaparrón 
hubo  descargado  sobre  el  Yosemite  i;  siguió  su  curso  hacia  el  Oeste^ 
lo  primero  que  divisamos  fué  el  casco  de  un  buque  que  emergía  de  la 
negra  muralla  formada  por  el  aguacero,  j;  poco  después  apercibimos^ 
claramente  un  gran  buque  de  vapor  que  hacía  rumbo  al  puerto. 

Parece  que  el  Antonio  López,  durante  la  noche  anterior,  se  fué 
más  allá  del  puerto,  ^  al  amanecer  viró  con  la  intención  de  enmendar 
su  yerro.  El  Yosemite  en  el  acto  le  lanzó  un  proyectil  a  través  del 
puente  para  que  parase,  lo  que  desde  luego  no  hizo,  y  entonces  dio 
principio  el  combate,  a  una  hora  que,  si  no  recuerdo  mal,  sería  la  de 
las  cinco  y  treinta  de  la  mañana.  Cuando  el  Antonio  López  compren- 
dió que  no  tenía  tiempo  de  ganar  la  entrada,  torció  el  rumbo,  y  a  toda 
máquina  se  fué  sobre  la  playa,  encallando  en  ella,  mientras  nosotros, 
le  seguíamos  lo  más  cerca  posible,  sin  dejar  de  hacerle  fuego  con  todas 
las  baterías  de  a  bordo. 

En  aquellos  momentos  notamos  que  algunos  proyectiles,  al  pare- 
cer de  gran  calibre,  caían  en  las  inmediaciones  del  Yosemite,  lo  cual 
nos  hizo  notar  que  el  castillo  del  Morro  nos  estaba  haciendo  fuego. 
Una  granada  disparada  desde  este  fuerte  pasó  a  través  de  nuestro 
puente,  siguiendo  una  trayectoria  muy  rasante,  y  usted  puede  formarse 
idea  exacta  de  lo  cerca  que  pasaría  dicho  proyectil  cuando  sepa  que  en 
el  acto  se  ordenó  a  todos  los  oficiales,  que  estaban  en  cubierta,  que 
se  tendiesen  sobre  el  puente  boca  abajo,  como  si  fuesen  musulmanes 
haciendo  sus  plegarias  en  la  Meca. 

A  veces  he  pensado  que  muchos  de  los  proyectiles  que  en  aque- 
llos momentos  pasaron  sobre  el  Yosemite  tal  vez  fueron  disparados 
por  algunos  de  los  grandes  cañones  del  Morro  emplazados  en  el  puen- 
te de  algún  cañonero  español,  porque  esos  disparos  salían  de  detrás  de 
la  altura  en  que  dicho  castillo  está  edificado.  ' 

Todo  esto  era  demasiado  para  nosotros,  y  el  Yosemite,  que  era 
un  buque  no  protegido,  navegó  rápidamente  hasta  ponerse  fuera  de 
tiro;  y  como  serían  las  ocho  de  la  mañana,  se  sirvió  el  desayuno.  Tal 
vez  usted  no  sepa  que  el  Yosemite  era  un  vapor  de  carga,  convertido 
en  crucero  auxiliar  y  perteneciente  a  la  línea  Morgan;  su  nombre  an- 
terior era  El  Sud,  y  su  única  protección  consistía  en  una  faja  de  tres 
pulgadas  de  espesor  en  la  parte  alta  de  la  cámara  de  máquinas  y  ocho 
o  diez  pies  de  carbón  en  las  carboneras  altas  resguardando  las 
calderas. 

Después  del  desayuno,  el  capitán  Emory  me  llamó  al  puente,  y 
juntos  estudiamos  las  probabilidades  de  un  segundo  ataque  contra  el 

'  El  Morro  sólo  disparó  dos  veces.  El  Isabel  II  y  el  Concha,  con  sus  cañones  de  12  centímetros,  al 
iniciarse  el  combate,  hicieron  fuego  desde  la  boca  del  Morro  y  al  resguardo  de  este  castillo.  No  es  extra- 
ño que  la  dotación  de  este  buque  creyese  que  tales  disparos  provenían  del  castillo  del  Morro.— N.dll  A> 


172  A.    R  I  V  E  R  O 

vapor  español,  ^o.  varado.  El  me  manifestó  que,  antes  de  salir  de  San- 
tiago, ,eí  almirante  Sampson  le  había  ordenado  que  no  expusiese  este 
buque  a  grandes  riesgos  ni  peligros  por  razón  alguna;  sin  embargo,  el 
comandante  Emor})  intentó  dicho  segundo  ataque  para  destruir  el 
Antonio  López,  porque  ^a  se  veían  algunas  lanchas  saliendo  del  puer- 
to j;  con  la  intención  manifiesta  de  alijar  la  carga  de  municiones  y  per- 
trechos de  guerra  que  aquel  buque  conducía.  Estaba  en  progreso  este 
ataque  cuando  fuimos  cañoneados  por  tres  buques  de  guerra  que  sa- 
lieron del  puerto.  El  Yosemite  sólo  montaba  cañones  de  cinco  pulga- 
das de  40  calibres  de  longitud,  que  tenían  un  alcance  efectivo  de 
cinco  millas  o  menos;  por  esto  fué  imposible  para  nosotros  acercarnos 
al  Antonio  López  a  tiro  eficaz,  sin  que  sufriésemos  el  efecto  de  los 
gruesos  cañones  del  Aforro,  Este  castillo  hizo  disparos  excelentes, 
¡Yo  saludo  a  sus  artilleros!  ^  Recuerdo,  además,  haber  visto  distinta- 
mente los  reflejos  luminosos  de  un  heliógrafo  que  estaba  funcionando 
sobre  el  castillo  de  San  Cristóbal,  '^  y  esto  nos  convenció  de  que  toda 
¡a  costa  estaba  en  comunicación  telemétrica  i;  que  sería  tarea  sencilla 
para  los  artilleros  españoles  cañonearnos  con  probabilidades  de  éxito, 
toda  vez  que  tenían  medios  de  apreciar  las  distancias;  ^  como  prue- 
ba de  esto  añadiré  que  algún  disparo  cayó  tan  cercano  al  Yosemite, 
que  la  columna  de  agua  levantada  entró  por  los  huecos  de  las  portas; 
la  ma})oría  de  los  provectiles  ca]^eron  en  el  mar,  hacia  la  popa,  lo  cual 
nos  hizo  pensar  que  ustedes  no  se  habían  dado  cuenta  de  que  nues- 
tro buque  no  estaba  parado,  sino  marchando  muy  lentamente,  a  cuatro 
o  cinco  millas  por  hora.  Si  esto  hubiese  sido  notado,  yo  creo,  induda- 
blemente, que  hubiéramos  sido  hundidos  aquella  mañana.  Las  tra- 
yectorias de  los  disparos  enemigos  eran  tan  elevadas,  que  los  pro- 
yectiles caían  en  el  mar  verticalmente;  y  si  uno  solo  de  ellos  hubiese 
tocado  cubierta,  seguramente  atraviesa  todo  el  buque,  saliendo  por 
la  quilla.  La  tierra  más  cercana  estaba  también  abajo,  algunos  milla- 
res de  brazas  hacia  el  fondo. 

Recuerdo  que  desde  que  vi  el  humo  de  un  disparo  del  Morro 
hasta  que  el  proyectil  cayó  en  el  agua  transcurrieron  treinta  y  cinco 
segundos,  lo  que  me  dio  una  distancia  aproximada  de  seis  a  siete  mi- 
llas, y  también  pude  observar  algunos  proyectiles  desde  que  salían 
de  las  bocas  de  los  cañones  en  todo  su  curso  hasta  que  tocaban  en  el 
mar.  Uno  pasó  muy  cerca  de  la  boca  de  la  chimenea,  rozó  a  su  paso 
el  bote-ballenera  de  a  bordo  y  se  hundió  en  el  mar;  yo  seguí  con  la 
vista  la  estela  que  iba  dejando  en  el  agua,  bajo  la  superficie,  por 
más  de  un  centenar  de  pies. 

1     Traslado  este  saludo  al  coronel  Iriarte  Travieso,  jefe  de  la  artillería  del  Morro  aquel  día. 
N.  del  A. 

2    Este  heliógrafo,  montado  en  San  Cristóbal,  estaba  en  comunicación  con  otro  situado  en  Punta 
Salinas,  y  arnbos  operados  por  el  Cuerpo  de  Ingenieros  militares. — N.  del  A. 


CRÓNICAS  173 

Hubo  varios  incidentes  en  extremo  graciosos;  graciosos  ahora  que- 
han  pasado.  Los  fogoneros  enviaron  a  cubierta  a  uno  de  ellos  para 
que,  observando  el  aspecto  del  combate,  les  comunicara  todo  lo  que- 
veía,  i;  éste,  a  través  del  tubo  de  un  ventilador,  enviaba  noticias  a  los 
de  abajo  en  la  cámara  de  hornos,  Pero  hubo  un  momento  en  que  dicho 
hombre  pareció  tan  interesado  observando  los  proyectiles,  que  caían 
cada  vez  más  próximos,  que  se  olvidó  de  su  misión,  por  lo  cual  sus 
compañeros  le  dieron  órdenes  de  bajar  seguidamente,  amenazándole 
con  una  zurra  i;  enviando,  al  mismo  tiempo,  otro  fogonero  para  susti- 
tuirle. Me  parece  oír  a  este  último  gritando  por  el  ventilador: 

— /  Un  gran  proyectil,  precisamente  delante  del  buque,  p  haciendo 
un  ruido  semejante  al  de  un  barril  de  clavos! 

Otro  caso  de  risa.  Estaba  yo  diciendo  alguna  cosa  a  mi  mensajero, 
cuando  el  pro])ectil  a  que  antes  me  referí  pasó  rozando  el  bote-balle- 
ñera,  y  entonces  se  me  ocurrió  advertirle  a  dicho  mensajero: 

— Pasó  demasiado  cerca,  i?  5/  siguen  acercándose,  tendremos  que 
irnos  de  aquí,  aunque  \w  ignoro  adonde  iremos. 

El  miró  a  todas  partes  p,  señalando  un  ventilador  que  había  tres 
o  cuatro  pies  más  allá,  me  respondió: 

— Podemos  escondernos  detrás  de  aquello. 

Segundos  más  tarde  otro  pro]^ectil  pasó  aún  más  inmediato  a  nos- 
otros, y  aunque  después  nos  asombramos  de  ello,  ambos  saltamos,  es- 
condiendo las  cabezas  detrás  del  ventilador. 

Estoy  seguro  que  podría  referirle  una  docena  más  de  incidentes 
parecidos  si  mi  memoria  me  prestase  auxilio. 

Finalmente,  y  a  eso  de  las  diez  y  treinta,  hicimos  rumbo  mar 
afuera;  así  es  que  el  combate  duró  cuatro  o  cinco  horas. 

El  New  Orleans,  que  nos  relevó,  montaba  cañones  de  seis  pul- 
gadas, y  era  un  buque  de  guerra  recién  construido  en  Inglaterra;  sus 
piezas  tenían  50  calibres  de  longitud,  y  las  nuestras  solamente  40,  p 
por  esto  las  primeras  tenían  alcance  bastante  para  atacar  p  destruir 
al  Antonio  López  sin  temor  a  los  fuegos  del  castillo  del  Morro.  Ade- 
más, las  municiones  del  Yosemite  eran  deficientes;  muchos  proyectiles 
explotaban  en  el  momento  de  salir  de  la  boca  del  cañón,  y  dos  lo  hi- 
cieron dentro  del  ánima.  En  una  pieza  de  la  banda  de  estribor  se  dila- 
tó tanto  el  metal  cerca  de  la  boca,  que  dicho  cañón  parecía  una 
persona  con  papera.  El  jefe  de  nuestros  artilleros  (quien  al  final  de  la 
guerra  europea  regresó  convertido  en  todo  un  coronel)  concibió  la 
idea  de  aserrar  la  caña  de  dicha  pieza,  utilizando  para  ello  una  sierra 
de  mano  de  12  pulgadas  de  largo,  la  mayor  que  teníamos  a  bordo, 
y  que  fué  manejada  sin  descanso  durante  veinticuatro  horas,  cortando 
un  trozo  de  18  pulgadas  de  longitud  del  extremo  del  cañón,  y  que- 
dando la  parte  sobrante  convertida  en  una  excelente  boca  de  fuego.. 


a  74  A  .     R  I  V  E  R  O 

El  pedazo  de  cañón  que  separamos  se  conserva  actualmente  en  el 
Arsenal  de  Washington. 

La  concusión  de  nuestros  propios  cañones  hizo  considerable  daño 
en  los  camarotes  altos  del  buque,  que  eran  de  madera  muy  ligera,  y 
a  causa  de  esto  muchos  tabiques  saltaron  en  astillas,  sucediendo  lo 
mismo  con  la  puerta  de  mi  camarote,  que  voló  hecha  pedazos.  El 
refrigerador  del  agua,  que  estaba  en  el  comedor,  con  la  concusión  de 
los  disparos  despidió  su  tapa  hacia  afuera,  y  atravesó,  como  un  pro- 
y^ectil,  toda  la  habitación,  y  un  farro  lleno  de  agua,  en  un  camarote 
cercano,  también  se  hizo  pedazos. 

Pocos  días  después  del  combate  se  inició  un  gran  fuego  en  las 
carboneras  altas  que  protegían  las  calderas;  tratamos  de  apagarlo; 
pero  los  gases  asfixiaban  a  los  hombres,  y  tampoco  fué  posible  inun- 
dar el  carbón,  porque  el  agua  resbalaba  ^sobre  las  pilas,  sin  penetrar 
más  allá  de  dos  pulgadas;  solamente  tuvimos  éxito,  p  el  incendio  fué 
dominado,  sirviéndonos  de  un  tubo  de  hierro  que  introdujimos  en  el 
carbón  y  a  cuj^o  extremo  del  tubo  acoplamos  una  manguera  conectada 
a  la  bomba.  En  total,  j?  durante  todo  el  tiempo  de  nuestro  crucero, 
hubo  más  de  veinte  fuegos  a  bordo. 

El  día  4  de  julio  celebramos  la  gran  fiesta  nacional  con  juegos 
atléticos  y  además,  como  extra,  con  otro  incendio  que  se  declaró  en 
las  carboneras. 

Si  puedo  hacer  a  usted  algún  otro  servicio,  no  vacile  en  ordenár- 
melo. Tendré  un  verdadero  placer  en  a])udarle,  en  algún  modo,  en 
la  preparación  de  su  libro.  En  tanto,  quedo  su  más  cordial. 


CAPITULO  XIV 

PLANES    (¡ENEkALES    Dlí    ÍJUERKA    CON'I'KA    ll'EKTO    RI("(.) 
PLAN  DEL  (iKXERAL  MU. F,S.-^^^^  CAMPAÑA  Í)E   SAXTIAiU)    DI.",    (TISA 


l'ERTl)  Rico,  ]a  más  oriental  y  la  más  l)ella  de  las  firandes  All- 
ullas, con  su  nunjcrosa  pohlacitin,  era,   además,  un   punto   do- 
minante y  estratégico,  |")or  lo  cual  desde  el  principio  de  la  gue- 
\     rra  ocupó  el  pensamiento  de  amluis:  l^jército  y  Marina  '. 

Miles,  generalísimo  del  Ejército  de  los  listados  Enidos,  fué 
siempre  opuesto  a  una  invasión  formal  de  ("uha,  sobre  todo  en 
la  estación  de  verano;  también  combatió  la  descabellada  idea 
del  almirante  S:impson  y  de  otros  jefes  de  mar  y  tierra  (¡ue  ¡)r<'- 
eonizaba,n  el  ataque  a  la  dudad  y  puerto  de  la  lEd^ana.  Sampson  no  pudo  apreciar 
imtonces,  en  sn  justo  valor,  la  oposición  juiciosa  del  general  Miles;  aquel  atacjue  de 
su  escuadra,  con  o  sin  la  cooperación  del  l^jérciio,  hubiera  resultado  un  gran  desastre 
para  los  cruceros  y  acorazados  americanos.  Las  líaterías  de  la  Habana,  mimerosas  y 
bien  artilladas,  coii  modernas  piezas  de  gran  calibre  y  largo  alcance,  eran  inñnita- 
niente  superiores  a  las  pobres  defensas  de  Santiago  -,  las  cuales,  inspeccionadas 
pocos  días  después  de  la  rendición  por  el  teniente  Jacobsen,  del  crucero  alemán 
Oncr,  inspiraron  más  tarde  los  siguientes  comentarios  al  real  :il mirante  f*uddcman. 
de  la  Marina  alemana: 


líe;  77/,'7,':i 
.li>fen<l¡.l;i 


.<////    S/>/!l/¡. 


1/6  A  .     R  I  V  E  R  Q 

Los  grandes  daños,  sin  embargo,  que  aseguran  los  americanos  hicieron  a  dichas 
baterías  en  diferentes  ocasiones,  ahora  está  probado  que  fueron  exageraciones  e  ilu- 
siones  ,  después  de  todos  los  bombardeos  de  Santiago,  sólo  un  cañón  fué  desmon- 
tado en  cada  una  de  las  baterías  del  Morro  y  Socapa. 

Desde  mayo  26  hasta  julio  2,  aquellas  baterías,  artilladas  algunas  de  ellas  con 
viejos  cañones  de  avancarga,  y  montando  piezas  de  15  y  16  centímetros  las  más 
fuertes,  sufrieron  ocho  terribles  bombardeos.  El  citado  teniente  Jacobsen,  ocupán- 
dose de  dichos  bombardeos,  se  expresa  de  esta  manera: 

El  resultado  final  de  los  numerosos  bombardeos  fué  solamente  un  cañón  fuera  de 
comísate  en  el  Morro  y  otro  en  la  batería  de  Socapa.  Las  pérdidas  de  vidas  fueron 
únicamente  unos  pocos  muertos  y  heridos.  La  batería  de  Punta  Gorda,  la  única  posi- 
ción importante  en  caso  de  que  se  tratase  de  forzar  la  entrada  del  puerto,  no  fué 
inutilizada  en  absoluto.  Como  ya  he  dicho,  me  es  imposible  consignar  el  número 
total  de  proyectiles  disparados  por  los  buques  americanos  para  obtener  tan  modesto 
resultado.  De  todas  maneras,  ese  número  no  guarda  proporción  con  el  resultado,  y 
ha  probado,  una  vez  más,  el  hecho,  bien  establecido  por  la  historia  de  las  guerras 
navales,  de  que  las  fortificaciones  de  costa  son  extremadamente  difíciles  de  destruir, 
aun  con  el  gasto  de  grandes  cantidades  de  municiones. 

VA  plan  de  guerra  del  (xobierno  español  tenía  como  objetivo  principal  la  derensa 
de  Puerto  Rico.  (Xiba,  además  de  bastarse  a  sí  propia,  de  un  modo  o  de  otro  sería 
independiente,  y  por  esto  la  escuadra  de  Cervera  recibió  órdenes  precisas  para  reca- 
lar a  vSan  Juan  o  a  cualquier  otro  puerto  de  aquella  isla.  R\  generalísimo  Miles,  que 
conocía  estos  planes,  trazó  los  suyos  desde  comienzos  de  la  guerra  para  una  inme- 
diata campaña  contra  Puerto  Rico,  iniciada  por  el  ataque  y  captura  de  San  Juan.  Si 
este  ataque  tenía  éxito,  todas  las  comunicaciones  entre  l^spaña  y  Cuba  quedaban 
amenazadas  de  fianco,  y  si  los  cruceros  de  Cervera  o  los  buques  auxiUares  que 
pudieran  armarse  en  corso^  intentaban  un  raid  sobre  las  costas  americanas,  siempre 
tendrían  a  retaguardia,  y  siguiendo  su  derrotero,  un  núcleo  de  buques  enemigos  al 
amparo  de  la  base  naval  déíSan  Juan. 

Puerto  Rico  era  el  punto-llave  de  la  defensa,  y,  además,  ¡meso  más  fácil  de  roer. 
Imposible  hubiera  sido  para  sus  defensores  resistir  el  empuje  del  formidable  ejército 
concentrado  en  Tampa.  Tomado  vSan  Juan  y  aun  suponiendo  que  las  tropas  de  toda 
la  Isla  se  acogiesen  a  las  montañas,  ^con  qué  recursos  de  boca  y  guerra,  con  qué 
recursos  de  municiones  podían  contar  después  de  bloqueados  los  demás  puertos.^*  No 
cabe  dudarlo;  este  plan  del  general  Miles  tenía  un  ochenta  por  ciento  de  probabili- 
dades a  su  favor. 

Así  lo  entendían  en  Washington,  y  a  ello  prestaron  gran  atención  los  hombres 
del  (jobierno.  La  catástrofe  del  Maiíte^  bien  explotada,  había  conmovido  al  país,  y  un 
soplo  de  guerra  electrizó  a  todos  sus  habitantes.  El  día  22  de  abril,  el  Presidente 
llamó  a  las  armas  a  125.000  voluntarios,  y  con  fecha  25    del   mismo   mes  hizo  otro 


C  R  O  N  1  C  A 


177 


llamamiento  adicional  de  75-000.  A  las  exhortaciones  de  la  Prensa.,  respondían  los 
.hombres  de  ciencia,  los  millonarios,  lOvS  de  fortuna  más  modesta  y  hasta  los  vagos  de 
profesión.  Los  handerines  de  enganche  estuvieron  bloqueados  noche  )•"  día;  .Koosevelt, 
subsecretario  de  Marina,  renuncia  su  cargo  y  agrupa  bajo  su  mando  a  los  cira'boys 
ú^\  far  ix'esi^  a  los  cazadores  y  tramperos  de  Kansas,  a  no  pocos  multimillonarios,  a 
centenares  de  médicos,  ingenieros,  abogados  y  obreros,  y  forma  con  todos  ellos  sus 
fa.mosos  Roiigh-Kiiiers. 

VA  (^'ongreso  voló  la  suma  de  cincuenta  millones  de  dólares  para  gastos  de  gue- 
rra, y  el  ejército  permanente  fué  elevado  a  6.1. .OOO  hombres;  las  costas,  hasta  enton- 
ces mal  defendidas,  recibieron  el  refuerzo  de 
18$  cañones,  obuses  y  morteros  de  grandes 
calit)rcs;  .13  nuevas  bateríais  se  constru\'eron 
■y  artillaron  y  I.500  minas  sulimarinas  cerraron 
28  puertos  diferentes.  Tal  era  la  poderosa 
naci(3n  contra  la  cual  íbamos  a  lucliar  con  nues- 
tras propias  fuerzas  y  sin  extraño  auxilio  los 
ílefensorcs  de  Puerto  Rico. 

La  entrada  en  Santiago  de  la  flota  de  Cer- 
vera  apartó  la  tormenta  que  nos  amenazaba; 
Puerto  Rico  ocupó  desde  entonces  un  lugar 
secundario,  y  toda  la  atención  del  Alto  .Mando 
norteamericano  fué  otorgada  a  la  vecina  isla  de 
("ul.Ki.  Sin  embargo,  era  tanta  la  influencia  en 
Washington,  del  general  -Miles  y  tan  elevados 
sus  prestigios,  (¡ue  el  sci'retario  de  la  (¡uerra, 
..■\lger,  le  escribió  con  fecha  6  de  junio:  ^'Vl  Pre- 
sidente desea  saber  el  mínimo  tiempo  que  usted  ^  ,.  ^''''  ^  ^^  '■''''"'.  '"'^  ""!••'"<'•.  i'-'*'  _  _  ^^ 
necesitaría  para  organizar  una  expedición  con 

objeto  de  invadir,  capturar  y  mantener  la  isla  de  Puerto  Rico,  sin  ser  «auxiliado 
por  las  tropas  al  mando  del  general  Shafter».  <'L)iez  días»,  fué  la  respuesta  del  gene- 
ralísimo. 

Pero  las  brigadas,  que  al  mando  del  general  Sliaftcr  deb.ían  operar  contra  San- 
tiago de  Cul)a,  ocupaban  en  los  .muelles  de  'Pampa,  Plorida,  todo  el  espai:io  disponible 
y  todos  los  bu<|ues  habilitados  para  transportes.  Definitivamente,  se  nos  dejaba 
par;i  más  larde. 

P'l  14  de  junio  se  hizo  a  la  mar  el  convoy  que  conducía  las  tropas  invasoras 
<.le  íiuba;  emliarcaron  803  oficiales  y  1. 4.03 5  soldados,  quedando  en  1  ampa  lO.OOO 
más  por  falta  de  acomodo. 

Por  este  tiempo  ya  cstal.)a  de  regreso  en  W'áshingtc.m  el  teniente  II.  lí.  Wdiitney, 
quien   desde  el  día    15   de  mayo  al  .1."  de  junio  recorrió,  disfrazado,  toda  la  isla  de 


178  A  .     RI  VER  O 

Puerto  Rico,  tomando  notas,  levantando  planos  y  celebrando  entrevistas  con  los  más 
significados  simpatizadores  de  los  Estados  Unidos;  conferenció  con  el  general  Miles 
y,  de  allí  en  adelante,  fueron  buenos  amigos.  De  nuevo,  el  suave  clima  de  nuestros 
valles  y  la  pobreza  de  nuestras  defensas  fueron  recordadas  por  el  generalísimo,  quien, 
tocando  algunos  resortes,  y  como  resultado  de  sus  gestiones,  recibió  órdenes  el  26 
del  mismo  mes  para  organizar  una  expedición,  lo  antes  posible,  al  mando  inmediato 
del  general  Brooke,  y  compuesta  de  dos  partes:  la  primera,  para  reforzar  al  general 
Shafter,  y,  el  resto,  para  caer  sobre  Puerto  Rico,  y  ambas  bajo  su  autoridad. 

Como  las  operaciones  contra  Santiago,  antes  y  después  de  su  captura,  ejercieroa 
gran  influencia  sobre  la  guerra  en  Puerto  Rico,  me  creo  obligado  a  traer  a  esta  Cró- 
nica algo  de  lo  que  allí  sucediera,  y  que  nos  presenta  en  plena  luz  al  hombre  que 
más  tarde,  al  frente  de  sus  tropas,  pisó  tierra  portorriqueña  en  el  poblado  de  Guá- 
nica.  Después  de  los  sangrientos  combates  del  Caney  y  lomas  de  San  Juan,  vemos 
vacilar  al  general  Shafter  y  a  todos  sus  oficiales  superiores.  El  3  de  julio,  el  mismo 
día  en  que  fué  aniquilada  la  flota  de  Cervera,  telegrafiaba  al  secretario  de  la  Guerra 
lo  que  sigue: 

Tengo  la  ciudad  bien  sitiada,  pero  con  una  línea  muy  débil.  Al  aproximarnos  en- 
contramos que  son  de  tal  carácter  y  tan  fuertes  sus  defensas,  que  es  imposible  tomarla 
por  asalto  con  las  fuerzas  presentes,  y  estoy  considerando,  seriamente,  retroceder 
cinco  millas,  ocupando  nuevas  posiciones  en  las  alturas  situadas  entre  el  Río  San  Juan 

y  el  Siboney,  apoyando  nuestra  izquierda  en  el  Sardinero A  nuestras  anteriores 

pérdidíis  debe  agregarse  un  millar  más,  aunque  la  lista  aun  no  está  terminada El 

general  Whéeler  está  seriamente  enfermo,  y,  probablemente,  tendrá  que  marchar 
hoy  a  retaguardia;  el  general  Young,  también  muy  enfermo,  está  recluido  en  su  lecho; 
el  general  Plawkins  fué  ligeramente  herido  en  un  pie  durante  la  salida  qué  llevó  a  cabo 

el  enemigo  la  noche  última El  comportamiento  de  nuestras  tropas  fué  espléndido. 

Estoy  instando  al  almirante  vSampson  para  que  fuerce  la  entrada  del  puerto Yo  no 

he  podido  salir  de  mi  tienda  de  campaña,  durante  cuatro  días,  a  las  horas  de  calor, 
aunque  retengo  el  mando. 

«Esta  noticia,  la  primera  recibida  en  veinticuatro  horas,  causó  gran  depresión  en 
el  ánimo  de  aquellos  que  tenían  la  responsabilidad  en  Washington»  1.  El  secretario 
de  la  Guerra,  después  de  consultar  con  Miles,  contestó  el  mismo  día,  por  la 
noche: 

Si  usted  puede  mantéiier.su  actual  posición,  especialmente  en  las  Lomas  de  San 
Juan,  el  efecto  sobre  el  país  sería  mucho  mejor  que  si  retrocede. 

Como  Shafter  no  responde  con  rapidez,  aumenta  la  ansiedad  en  Casa  Blanca,  que 
es  bloqueada  por  los  periodistas,  y  el  mismo  secretario  envía  un  segundo  cable  pre- 
guntándole: 

^    Henry  Cabot  Lodge:  The  ivar  with  Spain»     .  '^ 


CRÓNICAS  179 

^•Cómo  está  usted  4e  salud? — ^Cree  usted  que  alguien  deba  ir  a  relevarlo? — ^Se  en- 
cuentra hábil  para  seguir  en  su  puesto? — ^Qué  cree  usted?  Cuídese  mucho. 

Zumbón  era  el  cable,  y  a  todos,  menos  a  Shafter,  pareció  una  invitación  a  que 
renunciase  su  cargo  de  general  en  jefe. 

Al  siguiente  día,  4  de  julio,  a  la  una  y  diez  y  seis  de  la  mañana,  se  recibió  en  Casa 
Blanca  este  lacónico  despacho: 

Playa  del  Este,  vía  Haití. — Julio  3,  1898. —  Cuartel  General  del  5.°  Cuerpo. 
Washington.— Mantendré  mi  presente  posición.  —  Shafter,  Mayor  General. 

La  Prensa  Asociada  se  había  apoderado  del  célebre  cable  del  día  3,  levan- 
tando una  gran  polvareda,  que  calmó,  aunque  sólo  parcialmente,  la  victoria  de  la 
escuadra  de  Sampson,  mandada  aquel  día  por  Schley.  Para  sostener  el  espíritu 
del  país  y  del  Ejército  de  operaciones,  ya  que  su  comandante  no  renunciaba,  por- 
que, según  decía  en  cable  el  día  4  —  «aunque  estoy  muy  exhausto,  he  comido  un 
poco  esta  tarde,  después  de  cuatro  días  de  ayuno;  las  buenas  noticias  nos  animan 
a  todos» — ,  se  ordenó  al  general  Miles  que,  con  toda  la  urgencia,  y  acompañado 
de  refuerzos,  corriese  a  Santiago  de  Cuba  para  salvar  el  prestigio  de  las  armas  y  el 
honor  de  la  Nación,  puestos  en  peligro  por  las  vacilaciones  de  aquel  comandante 
en  jefe  1. 

Miles,  que  era  un  hombre  de  acción,  salió  de  Washington  a  las  diez  y  cuarenta 
de  la  noche,  julio  7;  llega  a  Charleston  el  8,  aborda  al  Yale,  que  ya  estaba  en  marcha 
abarrotado  de  tropas,  y  en  este  buque,  y  acompañado  del  Columbia^  también  con  re- 
fuerzos, arriba  frente  a  Santiago  de  Cuba  el  día  II,  a  tiempo  en  que  Sampson  y  su 
escuadra  llevaban  a  cabo  uno  de  sus  más  inefectivos  bombardeos;  conferencia  con 
el  almirante;  vuela  al  Siboney;  quema  este  campamento,  invadido  por  la  fiebre  ama- 
rilla; y  tan  pronto  saluda  a  Shafter,  envía  al  general  Toral,  en  quien  había  recaído  el 
mando  de  la  plaza  sitiada,  una  urgente  demanda  de  rendición.  El  prestigio  del 
generalísimo  y  los  refuerzos  que  trajo,  que  él  no  olvidó  consignar  en  su  carta,  pusie- 
ron fin  a  las  vacilaciones  del  comandante  español,  y  después  de  varias  conferencias, 

^  Todos  los  generales  del  ejército  expedicionario,  menos  Shafter,  todos  los  cirujanos  mayores,  y  el 
mismo  Teodoro  Roosevelt,  dirigieron  al  secretario  de  la  Guerra,  Mr.  Alger,  un  memorándum  en  el  cual  se 
pedía  la  repatriación  de  todo  el  ejército,  alegando  lo  caluroso  de  la  estación,  las  bajas  sufridas  y,  principal- 
mente, los  brotes  A^.  fiebre  amarilla  acaecidos  entre  las  tropas.  Este  documento,  llamado  después  robín  round^ 
y  que  fué  firmado  en  círculo  para  que  nunca  pudiese  ser  identificado  el  primer  firmante,  cayó  en  manos  de  la 
Prensa  Asociada,  y  su  publicación  conmovió  profundamente  al  pueblo  americano,  llegando  la  alarma  hasta  el 
Capitolio  y  cundiendo  mayor  desaliento  por  toda  la  Nación. 

En  tales  circunstancias,  y  cuando  el  general  Shafter  confesaba  su  fracaso  por  la  entrada  en  Santiago  de 
la  columna  de  refuerzo  al  mando  del  general  Escario,  y  cuando  estaba  próximo  el  levantamiento  del  cerco,  el 

general  Toral,  empujado  por  Linares,  sale  al  campo,  bajo  bandera  de  parlamento,  y propone  la  rendición, 

no  sólo  de  las  fuerzas  defensoras  de  Santiago,  sino  también  de  otras,  muy  numerosas,  situadas  algunas  a  más 
de  cien  millas  de  distancia. 

Al  leer  y  releer  en  Washington  toda  la  documentación  referente  a  este  suceso,  experimenté  asombro, 
primero;  tristeza  después. — .V.  del  A. 


i8()  A  .     K  ]  Y  E  R  O 

en  que  rayó  a  gran  altura  la  nobleza  de  Miles,  concediendo  a  las  tropas  rendidas  los 
más  altos  honores  de  guerra  que  registra  la  Historia,  se  firmó  la  capitulaciíín  el  día  14 
de  julio. 

La  fiebre  amarilla  se  había  declarado  dentro  y  fuera  de  Santiago,  razón  por  la 
cual  no  desembarcaron  las  tropas  que  había  a  bordo  del  Yak  y  del  Columhia;  todas 
fueron  dirigidas  a  (  niantánamo,  y  con  ellas  se  organizó,  definitivamente,  la  expedición 
contra  l*uerto  Rico. 

Nos  había  tocado  en  suerte,  a  los  defensores  de  esta  isla,  el  alto  honor  de  liacer 
frente  a  im  ejército  mandado  por  el  generalísimo  Nelson  A.  Miles. 


CAr^ITULO  XV 


ivXPiíDiciox  Di£L  (:;i^ni<:kal  miles 


KSKMI^ARCO  V  CAPITRA   DK  (il'ÁXK^A   V  YACOl.^RF  TIRADA  DK  r.AS 
TROPAS    ESPAÑOLAS  V  SP'ICIDIO  DK  SP   ¡l^FK. 


O  estaba  ansioso  de  proceder,  tan  rájiídaniente  como  fuera  po- 
sible, contra  la  isla  de  Puerto  Rico,  y  así  se  lo  telegrané  a  las 
autorídatlcs  de  Washington.» 

Frases  d(;l  general  Miles,  estani])adas  en  un  documento  que, 
con  fecha  22  de  julio  de  DS98,  a  bordo  del  transporte  ]'!i/(\  en 
ruta  para.  Puerto  T'iico,  dirigió  al  secretario  de  la  ('hierra  Alger. 
¡l\   21  de  julio  por  la  tarde  zarpó  de  (niantánamo  la  expe- 
dición   convoyada    por    los  buques   de   guerra    MassacJ/nsefls, 
(  'oli(uii)ia,   Yah\  Dixic  y  (Hoiítcskr,  al  mando  del  capitán  PVan- 
maiidante  del   primero.  Diez  transportes  conducían   las  fuerzas, 
5  hombres,  distribuidos  como  sigue:  el  6."  regimiento  de  \'olun- 
ía   de  Illinois:  el   (i.*"  regimiento  de  igual  clase,  de  i\'rassac!uisetls; 
)nal  de  infantería,  formado  con  reclutas;  cuatro  baterías  de  cam- 


i82  A  .     R  I  V  E  R  O 

paña  y  una  de  sitio  (capitán  Lomías);  dos  compañías  de  ingenieros  telegrafistas  y 
una  sección  de  sanidad.  Estas  fuerzas,  al  mando  del  general  Garretson,  formaban 
la  primera  brigada  de  una  división  provisional  que  mandaba  el  general  Guy  V.  Henry. 

Del  número  total,  1 15  venían  enfermos;  así  los  combatientes  que  realizaron  la 
invasión  por  Guánica  fueron  solamente  3.300.  La  expedición  embarcó  en  esta  forma: 

Yale:  Generales  Miles  y  Garretson  con  su  Estado  Mayor,  1.300  hombres  de  in- 
fantería, 52.000  raciones  de  campaña,  25.OOO  de  tomates  y  4.000  para  el  viaje. 

Cohmihia:  300  hombres  y  1. 330  raciones  para  el  camino. 

Lampasas:  10  oficiales  de  ingenieros^  1 39  soldados  con  raciones  para  45  días, 
22  carros  de  municiones,  136  muías  y  caballos,  forraje,  municiones,  Cruz  Roja  con 
médicos  y  nurses^  útiles  de  ingenieros  y  un  tren  de  pontones. 

City  of  Macón:  275  reclutas  y  1. 000  raciones. 

Comanche'.  El  general  Henry  y  su  Estado  Mayor,  442  artilleros  con  sus  cañones 
y  1. 100  raciones. 

Nueces:  12  oficiales,  IQQ  artilleros,  163  caballos  y  22  carros  de  municiones. 

Unionist:  Los  caballos  de  las  baterías  ligeras,  cañones  de  sitio,  alguna  pólvora  sin 
humo,  1.000  raciones  de  forraje  y  22. OOO  galones  de  agua.  Este  buque  tenía  capaci- 
dad para  destilar  y  condensar  i  .OOO  galones  de  agua  por  día. 

Stillwater:  Seis  oficiales  y  60  de  tropas.  Cuerpo  de  Señales,  ocho  carros,  un 
globo  cautivo  y  las  tiendas  para  las  estaciones  telegráficas  de  campaña. 

Rita  (buque  español  apresado  por  el  Yale  en  9  de  mayo):  672  hombres  con 
2.700  raciones  de  viaje. 

Specialist:  El  resto  de  los  caballos  de  la  artillería  ligera,  forraje  para  200  caballos 
durante  cinco  días,  el  completo  de  cañones  y  16  carros  de  municiones. 

Cambio  de  planes. — Navegaba  la  expedición  y  su  escolta  con  tiempo  bonancible 
y  rumbo  a  las  Cabezas  de  San  Juan,  cuando  el  22  de  julio  el  general  Miles  envió  a 
bordo  del  Massachiisetts  la  carta  siguiente: 

A  bordo  del  Yale. 

Julio  22,    1898. 

■  Señor:  Nuestro  objetivo  ha  sido  el  puerto  de  Fajardo  o  el  cabo  San  Juan;  pero 
ha  transcurrido  tanto  tiempo  desde  que  esto  se  acordó  y  tal  publicidad  se  ha  dado 
a  la  empresa  que,  indudablemente,  debe  haber  llegado  a  conocimiento  del  enemigo. 
Aunque  juzgo  conveniente  hacer  una  demostración  frente  a  los  puertos  de  San  Juan 
y  Fajardo  o  Punta  Figueroa,  no  estoy  resuelto  a  desembarcar  en  ninguno  de  ellos, 
porque  pudiéramos  encontrarlos  ocupados  por  numerosas  fuerzas  españolas. 

Si  por  medio  de  un  desembarco  simulado  las  atraemos  hacia  estos  puertos, 
entonces,  moviéndonos  rápidamente  hasta  el  de  Guánica  (donde  el  mar,  cerca  de  la 
costa,  tiene  cuatro  y  media  brazas  de  profundidad,  habiendo,  además,  facilidades 
para  el  desembarco),  llegaríamos  allí  desde  San  Juan  en  doce  horas  (una  noche)  y  sería 
imposible  para  los  españoles  concentrar  sus  fuerzas  en  el  Sur  antes  de  nuestra  llegada. 


CRÓNICAS  183 

También  tengo  informes  de  que  hay  muchas  lanchas  de  gran  tamaño  en  Ponce  y 
Guánica  y  algunos  buques  de  vela  que  podrían  sernos  útiles.  Siempre  es  juicioso  xxo 
hacer  lo  que  el  enemigo  espera  que  uno  haga;  por  tanto,  creo  prudente,  después  de 
doblar  el  extremo  Noroeste  de  Puerto  Rico,  seguir  inmediatamente  a  Guánica;  des- 
-embarcar  allí  y  continuar  a  Ponce,  la  población  más  importante  de  la  Isla.  Después 
o  antes  de  que  esto  se  realice,  recibiremos  grandes  refuerzos  que  nos  permitirán 
operar  en  cualquier  dirección  y  ocupar  una  parte  de  la  isla  de  Puerto  Rico. 

Sus  buques  de  mayor  porte  pueden  cubrir  el  desembarco  en  los  puertos  citados 
y  capturar,  además,  las  embarcaciones  que  se  encuentren  en  ellos  y  en  otros  parajes 
de  la  costa  Sur;  un  buque  ligero  debe  situarse  en  las  Cabezas  de  San  Juan  para  noti- 
ficar el  nuevo  rumbo  a  los  transportes  que  han  de  llegar,  practicando,  al  mismo  tiem- 
po, servicio  de  vigilancia,  escucha]  otro  buque  debe  enviarse  al  extremo  Noroeste 
de  la  Isla  para  interceptar  a  los  otros  transportes  y  dirigirlos  a  Guánica. 

Muy  respetuosamente, 

Nelsox  a.  Miles, 

Mayor  General,  Comandante  del  Ejercito 
de  los  Estados  Unidos. 

Capitán  Francis  J.  Higginson,  comandante  de  las  fuerzas  navales  del  convoy. 

Esta  carta  no  obtuvo  respuesta,  y  al  día  siguiente,  por  la  tarde,  el  general  Miles 
comunicó  por  señales  al  M as  sachase  tts  que  deseaba  pasar  a  bordo,  como  lo  efectuó, 
acompañado  de  su  jefe  de  Estado  Mayor,  y  expuso  al  capitán  Pligginson  que  de- 
finitivamente había  desistido  de  abordar  la  Isla  por  Fajardo,  punto  de  desembarco 
(según  plan  de  campana  de  Sampson  y  Miles  aprobado  por  el  secretario  Alger),  y  que 
optaba  por  tomar  tierra  en  Guánica,  puerto  que,  una  vez  capturado,  le  permitiría 
dominar  a  Ponce.  Dijo  que  apoyaba  su  opinión  en  noticias  adquiridas  en  Puerto 
Rico  por  el  capitán  Whitney,  quien  le  había  asegurado  que  el  plan  de  desembarco 
era  conocido  por  el  general  Macías  y  que  éste,  bien  prevenido,  había  concentrado 
todas  sus  fuerzas  cerca  de  San  Juan,  y  añadió  que  en  el  Este  no  había  lanchas  para 
el  desembarco,  de  las  cuales  carecía  la  expedición,  y  sí  en  Guánica  y  Ponce. 

Argüyó  Higginson,  negándose  a  variar  el  rumbo,  toda  vez  que  un  desembarco 
cerca  de  Fajardo  podía  ser  apoyado  por  los  buques  que,  arrimándose  a  la  costa,  la 
barrerían  con  sus  cañones,  lo  cual  no  era  posible  en  Guánica,  por  ser  éste  un  puerto 
cerrado,  no  visible  de  alta  mar,  y  cuyo  sondaje  no  conocía,  por  carecer  de  cartas 
hidrográficas  de  la  costa  Sur.  Replicó  Miles  que  él  tenía  excelentes  informes  respecto 
a  Guánica,  que  no  había  baterías  ni  minas  y  que  sus  noticias  eran  recientes,  y  volvió 
a  repetir  que  después  de  Guánica  tomaría  a  Ponce,  puerto  que  serviría  a  la  escuadra 
como  una  excelente  base,  y  además  apoyaría  un  avance  sobre  San  Juan,  siguiendo  el 
Camino  Militar  que  atraviesa  la  Isla  de  Sur  a  Norte;  manifestando,  por  último, 
que  en  aquella  costa  Sur  los  habitantes  eran  muy  desafectos  a  España  y  que  segura- 
mente ayudarían  a  las  operaciones. 


184 


A  . 


1^  1  \'  E  R  í ) 


Nuevamente  el  comandante  del  .l/dssa/JtKseits  se  n(>gó  a  contravenir  las  órdenes 
clel  secretario  de  Marina.  Terminó  la  conferencia,  y  el  generalísimo,  sin  pronunciar 
una  palabra  más,  retornó  al  }'a¡('  mientras  el  acorazado  lo  despedía  con  una  salva  de 
15  cañonazos. 

Al  otro  día,  24  de  iulio,  a  las  nueve  y  media  de  la  mañana,  el  general  Miles  te- 
legrafió por  señales  a  IJigginson  el  siguiente  mensaje: 


Al  r:Ai>,rrix  IffOf.nxsox. — ( iencral  Miles  desea,  si  es  ¡losible,  envíe  como  avanzada 
cualquier  buque  que  pueda  se¡)arar,  al  puerto  de  (juánica  y  que  reporte  ráj)idaniente; 
se  supone  no  haya  fortificaciones  ni  torpedos.  Si  lo  encuentra  defendido,  que  reporte 
a  Cabezas  de  San  Juan.  ]{s  más  importante  desembarcar  en  duánica  que  en  las  Calve- 
zas. Si  podernos  desembarcar  en  (luánica,  yo  tengo  bastantes  tropas  para  tomar  el 
puerto  de  Ponce  y  resguardar  sus  buques  allí.  Todo  esto  puede  realizarse  por  el  des- 
embarco en  el  Sur.  Puedo  enviarle,  si  usted  lo  desea,  al  ca|,)!tán  W'hitney,  quien  es- 
tuvo en  Ponce  en  el  mes  de  junio. 

\i\  comandante  de  la  flota,  al  recibir  orden  tan  precisa,  contestó  en  la  si- 
guiente forma: 

«AIuv  bien.  Iremos  a  Guánica.» 


Cambio  de  rumbo.- — Despue's  del  mensaje  anterior  el  capitán  Iligginson  telegra- 
fió al  crucero  /Jir/i-  la  orden  siguiente: 


C;  R  o  N  I  C  A  S  18; 

L'sted  marchará  con  su  buque  frente  a  San  Juan;  en  caso  de  que  el  Xeri'  Oiicans, 
Xlontgomeiy  o  Prairie  estén  allí,  enviará  el  .\>a"  Ot'kaiis  a  Guáníca;  seguirá  después 
a  Cabezas  de  San  Juan,  recogiendo  toda  la  fuerza  que  encuentre  y  dirigiéndola  rápi- 
damente a  (niánica,  que  atacaremos  mañana. 

l'.l  capitán  W'hitney  transbordó  al  Massachiisttts,  llevando  consigo  todos  sus 
planos  y  notas;  entonces  la  flota,  obedeciendo  las  señales  del  buqne  insignia,  vari(3 
de  ruml)o¡  penetró  por  el  Canal  de  la  Mona,  y  navegando  con  todas  las  luces  apaga- 


das, llegó  frente  a  (iuánica  a  las  5.20  de  la  mañana,  el  2$  de  julio,  día  en  que  toda  la 
nación  española  celebraba  la  festividad  de  su  patrono,  el  apóstol  Santiago. 

Desembarco.— Como  no  se  observasen  baterías  en  la  costa,  el  Crloncesier  '  se 
aproximó  a  la  entraxla  del  puerto,  y  después  de  un  ligero  reconocimiento  del  canal, 
salió,  señalando:  «Solicito  permiso  |)ara  entrar./. 

b-ste  permiso  le  fué  concedido,  y  el  pequeño  buque  entró  por  los  canales  y  volvió 
a  salir  avisando  por  señales:  «Fondo  de  cinco  brazas..»  Viró  en  redondo  y  se  perdió 
de  vista  por  los  zigzags  de  la  entrada,  navega,ndo  hasta  llegar  a  <)00  yardas  de  la  cosía 
donde  fondeó,  y  arriando  una  lancha,  embarc;u'on  en  ella  2"^  marineros  al  mando  del 
teniente  Huse,  quienes  llevaban  además  un  cañón  automático  Cok  de  seis  mili- 
metros. 

Refiriéndose  a  este  hecho  de  guerra,  dice  el  comandante  del  MasMchiiscfls: 


186  A.    rivp:ro 


Este  fué  un  momento  de  gran  excitación,  porque  no  sabíamos  si  el  canal  estaba 
minado  o  qué  baterías  pudieran  ocultarse  entre  las  malezas  de  la  costa  y  fuera  de 
nuestra  vista;  comprendíamos  que,  una  vez  dentro  el  (Uoucester,  ningún  poder  tenía- 
mos para  auxiliarlo. 

Como  el  desembarco  y  toma  de  Guánica  representa  el  primer  acto  de  soberanía 
de  los  I^^.stados  Unidos  en  Puerto  Rico,  he  de  ser  muy  prolijo  en  detalles.  He  aquí  lo 
que  acerca  de  aquel  suceso  escribió  el  teniente  II.  P.  Iluse,  del  Glottcestcr: 

La  fuerza  a  mi  mando  se  componía  del  teniente  Wood  y  28  hombres  que  desem- 
barcamos en  la  ballenera;  remamos  sin  oposición  hasta  un  pequeño  muelle  donde  to- 
mamos tierra  y  desplegamos  las  fuerzas  para  cubrir  la  playa;  entonces  la  bandera  es- 
pañola fué  arriada  y  la  nuestra  izada  en  su  lugar. 

I^^sto  atrajo  el  fuego  del  enemigo,  que  estaba  emboscado  hacia  el  flanco  derecho 
y  a  unas  300  yardas  del  camino.  Nuestra  línea  de  tiradores  contestó  con  fuego  lento, 
y  la  ballenera  se  situó  dominando  el  camino  que  conduce  al  interior,  disparando 
algunos  tiros  con  su  Colt;  pero  esta  pieza  se  atoró,  quedando  fuera  de  uso  durante 
toda  la  acción. 

P>nvié  al  teniente  Wood  con  ocho  hombres  para  que  atendiese  al  flanco  derecho, 
mientras  que  el  cabo  Lacy,  con  otros  cuatro,  cubrió  el  izquierdo  parapetado  en  las 
ruinas  de  una  casa  de  piedras,  que  estaba  bien  situada  para  este  propósito  ^. 

Supimos  por  un  nativo,  único  habitante  que  había  quedado  en  la  población,  que 
la  fuerza  que  nos  hacía  frente  estaba  compuesta  de  30  hombres  de  tropa  regular,  y 
que  otra  se  esperaba  de  un  momento  a  otro,  desde  Yauco,  distante  cuatro  millas. 
Pintonees  pedí  refuerzos,  por  señales,  y  empujé  mi  centro  a  lo  largo  del  camino. 
VI  fuego  del  enemigo,  aunque  bien  dirigido,  era  demasiado  alto,  por  lo  cual  no 
hubo  bajas. 

¥a\  el  límite  Nordeste  del  poblado  levantamos  una  barricada  a  través  del  camino, 
y  coloqué  allí  vm  nuevo  Colt  que  se  me  había  enviado;  también  levantamos  dos  cer- 
cas de  alambre  a  50  y  a  lOO  yardas  al  frente.  Entretanto,  un  bote  al  mando  del  in- 
geniero ayudante  Proctor,  estaba  ocupado  en  poner  a  flote  una  gran  lancha,  que 
seguidamente  se  usó  en  el  desembarco  de  tropa. 

En  este  momento  el  Gloncester  rompió  fuego  con  sus  cañones  de  tres  y  seis 
libras  y  el  enemigo  se  retiró.  Pocos  minutos  después  desembarcó  el  primer  contin- 
gente del  ejército,  compuesto  de  tropas  regulares  del  cuerpo  de  ingenieros,  perte- 
necientes al  regimiento  del  coronel  Black,  las  cuales  rápidamente  avanzaron  hasta 
más  allá  de  nuestra  línea.  Entonces,  obedeciendo  las  órdenes  recibidas  nos  reembar- 
camos; aunque  a  petición  del  general  Gilmore  dejé  en  tierra  al  teniente  Wood 
y  alguna  gente  con  el  cañón  Colt,  quienes  volvieron  al  buque  una  hora  más 
tarde. 

Los  rifles  de  Marina  resultaron  abominables;  la  mayoría  se  atoraba  en  los  mo- 
mentos más  inoportunos,  y  muchos  quedaron  fuera  de  uso,  precisamente  cuando 
creíamos  estar  en  grave  peligro  de  ser  derrotados. 

í     Eni  un  solar  rodeado  de  muros  me  lio  derruidos,  donde  había  un  taller  de  toneleros. — N.  del  A, 


C  I^  (.)  X  í  C  A,  S 


En  la  niisnia    |,)laya    lial>ía  una  pe{]uería  casa  de  madera  lechada 
cual  tenía  su  oficina,  y  residencia  Xd'cente  J'errer,  cabo  dv.  Mar.   l.ruánica  no  era  |:)ue- 
hlo  y,  |)or  lo  tanto,  carecía   de  capitán  ile  puerto.   I  )ic!io  cabo  de  Mar,  tan  pronto 
divisd  el  convo)-  enemigo  corrió  a  \'auco,  dejando  izada  la  bandera,  pi 


me,  en  I 


pi 


iiesla  nacional  y  n(í  regresó  hasta  por  la  tarde,  siendo  entonces  confirmaclo  en  si 
puesto. 

1^1  (ilúiícestcr  fue  pilotado  a  su  entrada  por  el  [>iloto  de  buques  mercantes  (;a|u^ 
'ali,  el  cual  había  sido  inspector  de  una  compañía  marítima  en  San  Juan. 

l'd  teniente  IIiisc;  y  el  (¡uartcniíúsíer  Beck  que  le  acompañalja  fueron  los  que 
Jes¡)ués  de  arriar  la  l)andera  española  izaron  los  colores  de  la  L'nión,  (pie  a  las  irueve 


::ili£is*s;síi 


de  la  mañana  del  2^  de  julio  de  1898  flotaron  por  vez 
primeara  sobre  los  campos  de  Puerto  Rico.  Ciento  y 
un  años  y  ochenta  y  cuatro  días  habían  transcurrido 
desde  (pie  fuerzas  invasoras  f)Osaron  sus  plantas,  por  úl- 
tima vez,  en  las  ¡)layas  de  nuestra  Isla. 

l-'ra  prinier //•<?£://( y;  oficial  de  (luánica,  hacía  fpunce 
años,  loan  !\laría  J\Iorciglio,  quien  voluntariamente  íné 
a  bordo  del  lí'as/^  y  convino  en  pilotar  más  tarde  el 
Miissachitsíits,  como  lo  hizo  liasta  fondearlo  en  Fonce. 
Vivía  en  dicho  poí)lado  un  negro  alto  y  fuerte  llamado 
Simón  Mejil,  tonelero  de  oficio  y  conocido  con  el  nom- 
bre  de  maesfii)  Sini'.hi.  (Jomo  fuera  el  único  habitante 
del  poblado  que  no  huyese,  se  le  designó  por  los  inva- 
sores para,  jefe  de  Policía,  teniendo  a  sus  órdenes  tres 
hombres  más:  Pascual  hdena,  Salvador  Akuloz  y  Corne- 
lio  Serrano,  'l'al  fué  la  primer  fuerza  de  Policía  que  Inibo 
en  Puerto  Rico  después  de  la  invasión. 
Juan  xiaría  Mnvc\¿t>.,.  pj   alcaldc   (le   haTiio   ("comisario'i   de  (luántca,    im 

vizcaíno  de  nombre  Agustín  Barrenechea,  fué  llamado 
a  |)resencía  del  general  tiarretson  y  convino  en  seguir  en  sus  funciones;  y  entonces, 
y  para  rpie  su  autoridad  fuera  reconocida,  pidió  una  bandera,  y  como  fuerzas  del 
PIjéri:ito  hal)ían  relevado  ya  a  los  marinos,  entregaron  a  Barrenechea  una  pequeña 
insignia  igual  a  !a  que  el  teniente  líuse  había  izado  en  la  casa  del  cabo  de  >íar, 
Ferrer. 

fvsta  bandera,  cpic  ha  sido  conservada  cuidadosamente,  hoy  está  en  poder  de  la 
señora  Monscrrate  I  )íaz,  viuda  de  acpiel  al- 
calde, primero  de  su  clase  en  Puerto  Rico 
bajo  el  nuevo  régimen;  y  como  después  de 
una  cuidadosa  investigación  que  hice  en 
Guánica,  he  comprobado  la  absoluta  auteu- 
ticida<l  del  hecho  relatado,  sería  de  desear 
que  dicho  trofeo  pasase  a  formar  parte  del 
Museo  Insular  de  Puerto  Rico. 

Robustiano  Rivera  era  el  torrero  encar- 
garlo del  faro,  y  también  fué  confirmado 
en  su  cargo.  Cou)o  datos  para  la  IJistoria 
debo  consignar  (jue,  el  primer  día  de  la  in- 
vasión, cinco  ciudadanos  españoles  se  aco- 
gieron a  la  nueva  bandera,  renunciando  la 
de  F.spaña  v  aceptando  cargos  retribuidos; 


CRÓNICAS 


189 


fueron  estos:  Vicente  Ferrer,  cabo  de  Mar,  nacido  en  Valencia;  Agustín  Barrene- 
chea,  alcalde  del  poblado,  vizcaíno;  Juan  María  Morciglio,  práctico  del  Puerto  y 
actualmente  capitán  del  mismo;  Robustiano  Rivera,  torrero,  y  Simón  Mejil,  tonelero, 
eran  portorriqueños. 

La  defensa. — Guánica,  uno  de  los  mejores  puertos  de  la  Isla  y  por  donde  siem- 
pre se  temió  un  desembarco,  estaba  a  la  sazón  custodiado  por  once  guerrilleros  de 


Kl    inaestro    Simón 


caballería  al  mando  del  teniente  Enrique  Méndez  López.  Como  no  había  tercerolas 
en  el  Parque  para  armar  a  todos  los  guerrilleros  montados,  estos  hombres  llevaban 
fusiles  Remington,  los  cuales  habían  sido  convertidos  en  tercerolas  por  un  simple  re- 
corte del  cañón. 

Ya  dijo  el  teniente  Huse  que  al  arriar  la  bandera  española  en  la  casa  del  cabo  de 
Mar,  algunas  balas  silbaron  sobre  su  cabeza;  eran  el  teniente  Méndez  y  sus  once 
guerrilleros  quienes,  ocultos  detrás  de  las  últimas  casas  del  poblado,  cerca  de  la  calle 
nombrada  después  «25  de  Julio»,  disparaban  sus  armas  sin  detenerse  a  contar  las 
fuerzas  del  enemigo;  eran  doce  hombres  haciendo  frente  a  toda  la  brigada  Garret- 
son  y  a  los  buques  de  guerra  del  capitán  Iligginson. 

Al  sonar  los  primeros  disparos,  los  cañones  del  Gloiicester  y  los  rifles  de  los  ma- 
rinos desembarcados  contestaron  el  fuego.  Muy  pronto  el  teniente  Méndez  y  dos 
guerrilleros  caían  heridos;  los  nueve  restantes,  picando  espuelas,  se  corrieron  camino 
de  Yauco  y  allí  esperaron  refuerzos. 


igo  A  .     K  1  \"  l^lx  O 

La  primera  noticia, — Al  amanecer  de  dicho  día  el  torrero  del  faro  tan  pronto 
como  avistó  el  convoy  envió  al  alcalde  de  Yaiico,  doctor  Atilio  (laztamhidc,  el  si- 
guiente parte:  '■Conmnique  gobernador  que  trece  barcos  de  guerra  americanos  están 
frente  al  faro.-  /\I  recibir  la  noticia,  (jaztambidc  corrió  al  telégrafo  y  la  transmitió 
al  general  Aladas.  La  resj:»iiesta  fué  la  siguiente:  <.Llame  usted  al  aparato  al  capitán 
Meca.^;^ 

Acudió  este  cafíitán,  que  lo  era  de  la  tercera  compañía  del  batallón  I'atria,  desta- 
cada en    \'auco,   y  se   puso  al  halóla  con  el  gobernador,  a  quien   le  dio   noticias  de 


todo,  rcc!biendo  la 
refuerzos.  ^  .Salió  Ma 
rafa,  .\cudicron  a  I 
había  y  el  resto  de 
capitán  b>sé  Fcrnái 


uniente  la-dcn:  <■,!  laga  usted  lo  que  pueda,  que  prcmto  rcciL)irá 
a  del  telégrafo,  y  llamantlo  a  un  corneta  le  onlenó  locase  ,í,'V^'/.•■- 
carrt-ra,  soldados,  voluníarins,  algimos  (niardias  civiles  que  allí 
guerrilla  montada,  forinandu  todos  en  la  plaza  del  puefdo.  Id 
ez  mandiilia  los  voluntarios;  más  tarde  lleoaron  los  (le  l'enuelas 


y  (iuayanilla  con  los  i;oniandantcs  Solivellas  \'  el  doctor  Zafsala;  la  Cruz  K'oja  y  rnu^^ 
chos  |>ariiculares  ocnparon  sus  puestos  de  alarma. 

í'd  capitán  .^alvaddr  Aloca,  sin  esperar  ri:fner/(^s,  lomó  con  su  compañía  el  cami- 
no hacia.  tiinniii:a,  y  llegando  a  un  cerro  inmediato  a  la  hacienda  >d  )esideria:'  se  de^^ 
tuvo,  y  al  abrigo  de  la  maleza  permaneció  en  observación  del  etietnigo. 


1'  k  o  X  1  ('  A  S  Kvi 

Llegan  refuerzos.— Poco  más  de  las  once  de  ;iqiielJa  mañana  serían  cuando  llegó 
a  "\'auco,  procedente  de  I^"*onc{%  un  tren  especial  conduciendo  dos  compañías  del  ba- 
tallón Cazadores  de  la  Patria  y  alguna  fuerza  montada  de  guerrilla,  todas  al  mando 
del  teniente  coronel  Francisco  Puig.  Tan  pronto  con\o  este  jefe  deyú  el  tren  se  puso 
al  habla  con  el  general  Macías,  pidiéndole  instrucciones  concretas;  la  contestación 
fué  inmediata:  <dVoceda  usted  con  su  fuerza,  auxiliado  por  voluntarios  de  esa  lucali- 
dad,  a  reconocer  al  enemigo;  deje  rul)i<»rta,  su  retirada  que,  en  caso  necesario,  si  en- 
contrare fuerzas  superiores,  efectuará  sobre  Fonce  utilizando  ferrocarril.. .- 

.Alguien  dijo  entoni:es,  tal  vez  el  telegrafista,  rpie  alguna  tropa  de  Mavagücz  ve- 


nía hacia  \'auco  [)or  San  (iernian;  entonces  el  jefe  de  la  colunma  ordene'»  al  tenien.- 
te  de  la  guerrilla  voluntaria  '  (¡ue  hiciese  un  reconocimiento  hacia  el  camino  de  La,- 
jas.  lil  teniente  Colorado  dispuso  que  el  sargento  César  Portillo  y  el  caI)o  .Serranen 
andaos  de  su  guerrilla,  fuesen  a  comprobar  la  notitaa,  la  cual  resultó  ser  falsa. 

Ri;ahnente  hubo  intentos  de  cmviar  refuerzos  desde  M'ayagiic^z,  y  el  comandante 
EspiíKíira,  del  batallón  Alfonso  XIII,  <pie,  con  dos  compañías  gmarnecía  la  ciudad  de 
."^an  dermán,  salió   hacia  .Sal)ana  (jrantle.  pero  se  detuvo  en  el  canuno  a  los  pocos 


llal 


I  \'m 


A  .     I^  I  V  í-  K  O 


f^-^:M 


C  R  O  N  I  C  A  S  ,y2 

kilÓDielros  de  jornada,  y  de  allí  no  pasó  porque  algunos  campesinos  le  aseguraron 
([ue  las  tropas  desembarcadas  en  Guánica  eran  en  número  consideral)le  y  con  más 
de  lOO  cañones;  este  comandante  era  poco  sobrio  y  en  raras  ocasiones  podía  darse 
cuenta  exacta  de  las  cosas. 

La  fuerza  había  tomado  el  primer  rancho  y  seguidamente  se  formó  la  columna 
en  el  orden  siguiente:  extrinna  vanguardia,  compuesta  de  algunos  ( iuardias  civiles 
montados    y  guerrilleros,  también    montailos,  de  hi  ,}.''  volante;  seguía    el    tenif:nte 


coronel  l'uig  con  la  fuerza  de  Patria  (más  adelante  se  incorporó  d  capitán  Meca  con 
su  compañía),  detrás  los  voluntarios  de  Vaneo  y  Sabana  ( irande  el  resto  de  la  guerrilla 
montada  al  jiiando  del  capitán  ( ¡arcía  y,  por  último,  los  jinetes  de  (Vjlorado,  el  cual 
había  sido  nombrado  por  el  ¡efe  de  la  columna,  a)'udante  de  órdenes. 

Siguió  toda  la  fuerza  el  camino  sin  incidente  algmio  liasta  llegar  a  la  cercanía  dc-1 
cauce  seco  del  río  Susúa,  (jue  tandiiéu  se  llama  río  Loco,  y  como  en  dicho  sitio  cru- 
>'an  dos  caminos  luno  de  ellos  por  donde  podía  ser  llancpie;ida  la  columna  por  íucr- 
/as  enemigas  desde  Cjuánicaj  disjiuso  el  jefe  que  (piCíJasen  allí  todos  los  voluntarios, 
en  observación,  )•  para  cubrir  el  repliegue  en  caso  de  una  retirada, 

("ontinuó  la  jornada  llegando  a  una  hacienda  de  caña,  llamada  ^^d  )eslderia».  pro- 
piedad de  Antonio  ¡Mariani,  dorule  se  acantonó  la  colunma.  Serían  las  cinco  de  la 
tarde.  Ksta  hacienda,  además  de  la  casa  de  mátpiinas  \^  vivi<mr]as,  tenía,  lia<a'a  el  ca  • 
mino  de  hhiánica,  una  amplia  construcción,  a  modo  de  patio,  rodeaiia  de  fuertes  mu- 


H)4 


A  .     \i  I  Y  K  R  ( > 


ros  de  ladrillo  y  cantería;  allí  había  tomado  j30sici<mes  el  capitán  Meca  con  su  gente, 
y  abriendo  aspilleras  en  los  muros  ¡niso  todo  el  edificio  en  estado  de  defensa;  otra 
compañía  del  mismo  batalldn   Patria,  al  man<lo  del   capitán   San   Pedro,  escaló  una 


IcHiia  pocí^  distante  hacia  el  Sur  y  en  ella  se  situó.  K\  resto  de  las  luerzas,  menos 
algún  escalón  que  se  dejí)  en  reserva,  se  corrió  hacia  la  izfiliierda  del  camino,  al  abri- 
go de  unos  maizales;  poco  después  obscureció)  y  todos  vivaquearon  a  campo  raso. 


La  brigada    (iarretsoii.— ""^  olvaí 


las  primeras'  horas  del  día  2;   de  fiiHo, 


CRÓNICAS 

19o 

cuando  el  Gloucester  desapareció  por  los  canales  que  conducen  al  poblado  de  Guá- 
nica.  Sin  esperar  la  vuelta  de  dicho  buque  explorador,  el  Massachtisetts  señaló  a  los 
transportes  la  orden  de  entrar  en  puerto,  lo  cual  hicieron  yendo  el  acorazado  en  ca- 
beza, y  al  fondear  echó  al  agua  todos  sus  botes  y  lanchas,  en  una  de  las  cuales 
embarcó  una  partida  de  marinos  al  mando  del  comandante  Evans,  quienes  adelan- 
tándose al  resto  de  la  expedición,  tomaron  tierra  rápidamente;  las  demás  lanchas  del 
acorazado  atracaron  a  los  buques  expedicionarios  y  llenas  de  soldados  iban  y  venían 
a  la  playa.  Los  ingenieros  militares  habían  construido  un  pequeño  puente  de  ponto- 
nes al  abrigo  de  la  ensenada,  y  por  allí  continuó  el  desembarco  de  todas  las 
fuerzas,  menos  algunas  que  permanecieron  de  reserva  a  bordo  de  los  buques.  Esto 
ocurrió  desde  las  diez  hasta  las  doce  de  la  mañana  del  citado  día;  a  esta  hora  saHó  el 
Coliimbia  para  St.  Thomas,  adonde  llegó  horas  después  expidiendo  a  los  secreta- 
rios de  Guerra  y  Marina  un  cable  que  conmovió  al  mundo  entero,  dando  cuenta  del 
desembarco  del  ejército  americano  en  Puerto  Rico  y  de  la  captura  del  puerto  de 
'Guánica.  He  aquí  dicho  mensaje: 

St.  Thomas.  Vía  Bermuda. 
Julio  25,  1898. 
Al  Secretario  de  la  Guerra.  Washington,  D.  C. 
Señor:— Las  circunstancias  han  sido  de  tal  naturaleza  que  me  ha  parecido  pru- 
<lente  tomar  primero  el  puerto  de  Guánica,   15  millas  al  Este  de  Ponce,  lo  cual  se 
llevó  a  cabo  felizmente  entre  la  salida  del  sol  y  las  once  de  la  mañana. 

Españoles  sorprendidos.  Gloucester,  comandante  Wainwright,  primero  en  entrar 
al  puerto,  encontrando  débil  resistencia,  disparó  algunos  cañonazos.  Todos  los  trans- 
portes están  ahora  en  puerto;  infantería  y  artillería  rápidamente  desembarcando. 
Este  es  un  puerto  bien  protegido,  con  suficiente  profundidad  para  los  transportes,  y 
los  buques  mayores  pueden  anclar  a  pocas  yardas  de  la  costa.  La  bandera  española 
íué  arriada  y  la  americana  se  izó  a  las  nueve. 

Capitán  Higginson  con  su  flota  me  ha  prestado  valiosa  y  pronta  asistencia.  Espero 
moverme  a  Ponce  dentro  de  pocos  días,  siendo  ésta  la  más  importante  ciudad  de 
Puerto  Rico.  He  notificado  a  los  transportes,  que  deben  llegar  a  Cabezas  de  San  Juan, 
para  que  vengan  a  este  puerto  o  al  de  Ponce  hasta  nuevo  aviso. 

Tropas  en  buena  salud  y  el  mejor  espíritu.  No  hay  bajas.  \ 

Mayor  general  Miles, 

Comandante  del  Ejército. 

La  segunda  bandera. — Al  desembarcar  las  primeras  fuerzas  del  Ejército,  inge- 
nieros regulares  y  nurses,  una  nueva  bandera  de  gran  tamaño  fué  izada  a  la  vista 
de  la  playa. 

«Esta  bandera  de  los  Estados  Unidos  fué  izada  en  la  Isla  por  los  oficiales  de  mi 
Estado  Mayor,  general  Gilmore  y  coroneles  Maus  y  Gaskill,  Black  y  capitán  Whitney, 
ios  cuales  construyeron  una  base  para  el  asta,  con  cajas  de  cartuchos,  y  mientras  los 


A  .     R  1  \'  E  K  O 


oficialfs  distribuían  dichos  cariuchos  a  los  valien- 
tes saldados,  las  csirei/as  y  las  íi^di/¡<is  mostraron 
sus  colores  como  símbolo  de  soberanía  de  nues- 
tra gran  l^epública»  b 

EHI  combate.— l'asi  a  la  misma  hora  en  que  el 
teniente  coronel  bnig  y  su  cohmuia  tomaban  posi- 
ciones en  la  hacienda  í.Desidf^ria  ■>,  el  general  de 
brigada  íi.  A.  Garrelson,  jefe  de  las  fuerzas  des- 
embarcadas, (¡lie  fiertenecían  a  la  primera  bri- 
o-atla  <le  la  división  provisiofiaJ,  al  mando  del  g'ene- 
ral  (iviy  '\b  I  lenry,  acompañado  de  sus  ayudantes 
Y  del  con-i. lúdante  bla\'es,  de  caballería,  practicaba 
un  reconocimienlo,  llegando  hasta,  ¡as  mismas 
avanzadas  espafiolas,  y  cumo  se  diera  cuenta  que- 
desde  una  altmai  inmediata,  a  la  derecha  del  ca- 
nn'no,  se  dominaba  la  hacienda  dOesideria^)  ordc- 
n.-,  a  ¡a  comp.ulía  d.  del  O."  de  Illinois  que  hi  ocu- 
[)ara;  en  esta  altura  había  inia  casa  pertenecienU; 
a  X'entura  Oniñones.  La  compañía,  del  Illinois  le- 
vantó algunas  trincheras  }'  lanxó  sus  avanzadas 
hacia  el  camino;  más  tarde  dos  compañías  del  (j." 
de  ^hissacluisetts,  a!  mando  del  comandante  Dar- 
ling,  fueron  colocadas  en  reserva  -. 

A  las  dos  de  la  nuiñana  del  siguiente  día.  la 
compañía,  niandad;i  por  el  capitán  San  1/edro,  que, 
como  he  dicho,  ocupaba  una  altura  al  Sur  de  la 
hacienda,  se  pea-cató  de  cpie  las  avanzadas  ameri- 
c;mas  se  movían  hacia  abajo,  a  tiro  de  fusil,  por 
i.,,ria-  ir,.|..,-  rM.¡,n..!;H.  lo  cual  rompió  el  fuego.  I\'ej)iicaron  las  avanzadas, 

y  un  oficial  a  galope  tendido  llevó  la  noticia  óu^l 
atíKjiie  al  cajnpanu,mto  de  (iarretson,  quien,  con  su  I{stad(,»  ]\fayor,  el  cornaníhmte 
J  layes  y  cinco  compañías  del  O."  de  Aíassachusetts  salierotí  hacia  el  lagar  de  la  re- 
friega, adonde  llegaron  a  las  4. 30  de  la  mañana. 

Id  teniente  bVank  hh  habvards,  del  ü."  d<-'  'Massachnsetts,  al  terndnar  la  guerra,, 
recopiló  sus  impresiones  en  un  libro  v(n-dad(a-amente  delicioso,  titulado  I'/íí  qS 
i  'aiiipaivii  of  Ihe  <\  líi.  Massacluísclts,  l\  S.  V.  Idi  la  página  74  de  su  obra  describe 
•este  C(n"nbate  de  Ja  siguiente  manera: 


Xf-lson  A.  Mil.-;;  S,-rr¡>i;^  í/ic  KrM<h!. 
Kste  coiiuni.hmtr  í):irliti<(.  yriH-ial  ac 
)erna.i.>r<l<'  Pu.Tln  Riro.- ,\.  del  A. 


<:  K  (')  X  1  C  A  : 


Julio  25.— Xo  serían  más  de  las  nueve  de  la  noche,  \'a  bien  obscuro,  cuando  un 
oficial  de]  listado  Alayor  <lel  general  Garretson  llegó  a  ¡galope  por  el  cramiiio  de 
\'auco,  anunciando  que  la  compañía  de!  Ch'^'  de  Illinois,  que  estaba  de  avanzada, 
lial)ía  sido  tiroteada  y  que  urgía  enviar  refuerzos,  bl  teniente  coronel  Chaffin,  que 
mandaba,  el  regimiento  ((i."  de  Massacluisetts'i  en  ausencia  del  coronel  Woodward, 
ordenó  al  comandante  I  )arling  que  seleccionase  a  dos  ccm)iañías  para  reforzar  la  de 
Illinois. 

Tomando  la  compañía  /..,  de  lioston,  y  la  /lA,  de  Aíilford,  marchó  a  toda  prisa  a 
lo  largo  del  camino,  que  estaba  l)ordeado  de  árboles  tropicak^s,  hasta  llegar  a  la  al^ 
tura  en  la  cual  estaba  ¡ipostada  la  compañía  de  Illinois,  fon  la  ayuda  de  un  j'i7)a/y> 
íuc  examinando  el  camino  inmediato  y  colocó  sus  avanzadas  en  parajes  convenientes- 
Durante^  la  noche  ct)ntinuó  el  fuego,  |:)ero  poco  nutrido,  por  lo  cual  j^ensamos  que  el 
verdadero  ataque  de  los  es¡)añol(^s  s(^ría  :il  amanecer,  y  fior  eso  se  pidieron  refuerzos 

inco  compañías,  la  .4.,  la  (  '..  la  A'.,  la  (¡. 


varan  liasta  llegar  t:erea  < 
itanos  a  la  izouierc: 


al  campamente».  A  la  ima  de  la  madrug 

Y  la  /:'.,  formaron  en  silencio,  v  a  toda  velocidad  march 

otras,  haciendo  alto  al  abrigo  de  un  cam, 

camino.....  .Allí  esperamos  el  amanecer  y  las  instrucciones  del  general. 

Julio  26. — Poco  antes  de  las  cinco  de  la  mañana  todas  las  com¡iañías  continua- 
ron liasta  los  puestos  <ivanzados,  )'  allí  la  .  í.  y  la  6",  r(H?il)¡cr(Mi  órdenes  de  apilar  a  la 
Í7(¡m"erda  del  camino  sus  /dÜs  irollo  (jue  contiene  la  manta,  parte  de  la  tienda  saco  v 
otras  piezas  del  etpiipo  d(^l  soldado  americano':,  que  (¡uedaron  al  cuidado  de  un  cen- 


■^""■TfMk^;. 


^^S/^MÍ;'^'>v  -■  > ■■  '"■•.'■  ■  .•  ■    . -  --"■^^•^Ví ■■:.>fjl.,,.- ■,:í'Í^---... 


i^mí^ 


'^-*v::'?;*;i-  ^¿f^i.^hM^.^'^x^'r 


iqs  a.   r  i  ver  o 

tinela.  La  compañía  L,  fué  relevada  de  las  avanzadas,  y  formando  detrás  de  la  A.  y 
ambas  reforzadas  con  la  (7.,  constituyeron  la  vanguardia. 

Las  dos  compañías,  A,  y  G.,  avanzaron,  y  no  habían  recorrido  sino  unos  cientos 
de  yardas,  cuando  ellas  y  toda  la  columna  recibieron  fuego  de  fusil,  que  procedía  de 
una  altura  situada  a  la  izquierda.  La  primera  descarga  causó  alguna  confusión  en  las 
filas;  pero  la  gente  se  rehizo  muy  pronto,  terminando  todo  intento  de  desmorali- 
zación. 

El  capitán  Gihon,  de  la  compañía  A,,  fué  herido,  y  también  el  cabo  W.  S.  Car- 
penter  y  el  soldado  B.  Bostic,  ambos  de  la  Z.;  el  primero,  en  un  brazo,  y  el  segundo, 
en  los  dedos;  J.  Drumond,  de  la  compañía  K,,  fué  herido  dos  veces:  la  primera  bala 
le  atravesó  el  cuello,  cerca  de  la  columna  vertebral,  pero  él  se  negó  a  retirarse,  si- 
guiendo en  la  línea  de  fuego,  cuando  recibió  una  segunda  herida,  que  le  produjo  mu- 
cha sangre,  pero  resultó  de  poca  gravedad.  La  compañía  C,  seguida  por  la  Z.,  la  K.  y 
la  E.,  al  encontrarse  bajo  el  fuego  enemigo,  se  dispersaron  al  principio;  pero  rápi- 
damente se  rehicieron,  avanzando  hacia  la  izquierda  y  sobre  la  altura,  que  quedaba 
al  frente. 

Las  compañías  A.,  L,  y  C.  saltaron  dentro  de  las  cunetas,  a  ambos  lados  del  ca- 
mino, al  recibir  la  primer  descarga;  después  supimos  que  desde  la  posición  mante- 
nida por  los  españoles,  y  a  una  distancia  no  mayor  de  200  yardas,  se  dominaba  am- 
bos lados  del  camino  y,  por  tanto,  dichas  cunetas.  El  que  no  fueran  heridos  más 
hombres  puede  atribuirse,  solamente,  a  que  los  españoles,  después  de  hacer  cinco 
descargas  desde  la  altura,  se  retiraron.  La  mayor  parte  de  los  heridos  fueron  hom- 
bres que  estaban  en  la  retaguardia. 

A  la  derecha  del  camino  había  una  cerca  de  alambres  de  púas  y  un  sembrado  de 
plátanos,  que,  como  aun  estaba  amaneciendo,  aparecía  muy  obscuro;  a  pesar  de  eso, 
los  flanqueadores  saltaron  la  cerca  y  cruzaron  el  platanal;  pero  no  habían  llegado  a 
la  tercera  parte  del  espacio  que  los  separaba  de  la  loma,  cuando  una  emboscada  es- 
pañola rompió  el  fuego.  Las  fuerzas  enemigas,  que  disparaban  desde  lo  alto,  se  reti- 
raron entonces  hacia  el  otro  lado  y  no  las  volvimos  a  ver. 

El  fuego  de  la  compañía  del  6.°  de  Illinois,  que  ocupaba  una  casa  en  cierta  al- 
tura, a  un  cuarto  de  milla  a  la  derecha  y  detrás,  resultó  tan  peligroso  para  los  del  ó."" 
de  Massachusetts,  que  fué  preciso  enviarles  un  aviso  para  que  cesasen  de  disparar.. 
El  combate  no  duró  más  allá  de  tres  cuartos  de  hora.  La  compañía  ^.,  cuando  esca- 
laba la  altura,  a  la  izquierda  del  camino,  pudo  ver  algunos  españoles  acostados  den- 
tro de  un  campo  de  maíz,  al  frente  y  a  la  derecha,  y  los  tiroteó,  con  gran  sorpresa  de 
una  parte  de  nuestras  tropas,  que  venía  marchando  hacia  ellos;  éstos  se  retira- 
ron, deteniéndose  en  una  hacienda  de  caña,  media  milla  más  allá,  donde  vimos  on- 
dear la  bandera  francesa. 

Otras  fuerzas  españolas  marchaban  por  las  montañas,  a  través  del  valle,  retirán- 
dose hacia  el  Norte A  esta  hora,  el  capitán  Mc-Neely,  con  18  hombres  de  su  com- 
pañía subió  a  la  loma,  ocupando  posiciones  a  su  izquierda,  en  formación  de  guerri- 
llas, y  en  la  misma  línea  que  las  otras  cinco  compañías;  después  de  tomar  un  corto 
descanso  al  pie  de  la  altura,  toda  la  línea  avanzó,  simultáneamente,  hacia  la  hacienda 
de  caña,  encontrando  que  el  enemigo  se  había  retirado. 

Por  nuestro  flanco  izquierdo,  la  línea  avanzó  un  cuarto  de  milla  al  frente,  hasta 


CRÓNICAS  199 

donde  el  valle  desemboca  dentro  de  otro El  enemigo  fué  visto  en  tres  o  cuatro  gru- 
pos, y  también  fué  observado  desde  el  valle;  la  compañía  nuestra,  que  estaba  en  lo 
más  alto  de  la  loma,  comenzó  a  disparar,  cuando  llegaron  órdenes  del  general  Ga- 
rretson  para  que  nos  retirásemos. 

Un  extracto  de  una  carta,  escrita  por  un  soldado  que  tomó  parte  en  este  com- 
bate, y  que  entró  en  fuego  por  primera  vez  en  su  vida,  dice  lo  siguiente: 

A  la  primer  descarga,  simplemente  me  sorprendí;  e  instintivamente  me  eché  a 
tierra  con  mi  estómago  sobre  el  camino,  pero  conservando  levantada  la  cabeza  para 
no  perder  mi  oportunidad  de  hacer  fuego.  Durante  tan  terrible  tormenta,  sentí 
como  si  hubiese  estado  en  aquella  posición  desde  mucho  tiempo  antes;  sin  embargo, 
noté  que  no  temblaba  ni  aun  ligeramente.  A  eso  de  las  seis,  cuando  estaba  acostado 
cerca  del  capitán  Gihon,  hablando  del  combate,  y  mientras  las  balas  pasaban  rápida- 
mente por  tres  lados,  oí  que  él  se  quejaba,  dejando  caer  la  cabeza.  Entonces  latió  mi 
corazón  rápidamente,  y  dije: 

« — ¿-Está  usted  herido,  capitán? 

» — Sí — contestó  él.» 

Le  pregunté  entonces  que  en  dónde;  se  echó  a  reír,  y  me  dijo: 

« — En ¡Vamos  que  no  puedo  sentarme!» 

Una  bala  Máuser  le  había  entrado  por  la  cadera  izquierda;  esa  bala  debió  haber 
pasado  sobre  mi  cabeza,  y  demasiado  cerca.  El  capitán  no  dejó  el  mando,  a  pesar  de 
su  herida,  en  todo  el  combate. 

Para  los  que  permanecimos  en  el  campo  aquella  noche,  fué  ésta  de  muchas  vaci- 
laciones y  excitación;  durante  toda  ella  se  oían  muchos  disparos.  Al  amanecer  au- 
mentó el  fuego,  anunciando  que  el  conflicto  se  aproximaba.  Rumores  de  un  terrible 
desastre  venían  de  todas  partes;  la  misma  noticia  nos  la  dio  un  alto  oficial  del  regi- 
miento, añadiendo  que  una  compañía  entera  había  sido  barrida,  y  que  otra  tenía 
grandes  pérdidas.  El  capitán  Barret  apareció  en  aquellos  momentos,  malamente  he- 
rido en  la  cara  por  los  alambres  de  una  cerca;  la  sangre  corría  por  sus  mejillas,  lle- 
nándole los  ojos,  por  lo  que  fué  conducido  a  la  ambulancia  y,  después  de  vendado, 
volvió  a  tomar  el  mando  de  sus  fuerzas;  poco  después,  el  capitán  Gihon  fué  traído 
al  hospital,  y,  al  mismo  tiempo,  apareció  en  el  camino  un  grupo  áe  jibaros,  portan- 
do camillas,  lo  cual  nos  confirmó  en  la  impresión  de  que  nuestros  cirujanos  iban 
a  estar  muy  ocupados.  Se  preparó  todo  lo  necesario  para  curar  un  gran  número 
de  heridos,  pero  entonces  llegó  la  agradable  noticia  de  que  solamente  había  tres  en 
toda  la  fuerza,  noticia  que  fué  causa  de  gran  regocijo  en  todo  el  campo...  Todo  el 
día  estuvimos  bajo  la  impresión  de  que  por  la  noche  los  españoles  nos  volverían  a 
atacar,  y  se  tomaron  las  medidas  conducentes  para  ofrecerles  una  calurosa  recepción. 
Como  no  hubo  oportunidad  de  traer  comida  para  los  hombres,  tuvieron  éstos  que 
trabajar  durante  el  día,  construyendo  trincheras  y  otras  defensas,  sin  otro  alimento 

que  galletas  de  munición  y  agua La  noche  siguiente  al  ataque  se  nos  anunció  que 

los  españoles  venían,  y  todos  los  hombres  útiles  ocuparon  sus  puestos.  El  ayudante 
Ames,  que  había  salido  para  el  frente,  recibió  órdenes  de  retrocedery  tomar  el  mando. 
Las  tropas  marcharon  fuera  del  campo,  como  una  milla,  donde  recibieron  órdenes  de 


200  A  .     R  I  V  E  R  O 


hacer  alto  y  de  no  continuar,  a  menos  que  oyeran  fuego  a  vanguardia.  Al  cabo  de 
dos  horas,  y  no  apareciendo  los  españoles,  nos  retiramos  al  campamento. 

Un  soldado  de  la  compañía  C,  escribió  acerca  del  combate: 

Fué  caso  muy  curioso,  y  no  lo  supimos  hasta  después  de  la  batalla,  la  ausencia, 
en  el  frente,  de  todos  los  oficiales  superiores.  Allí  no  hubo  coronel,  teniente  coro- 
nel, comandantes,  capellán  ni  cirujano;  desde  entonces,  esto  fué  motivo  de  broma, 
especialmente  en  lo  que  se  refería  a  nuestro  comandante,  quien  llegó  hasta  las  gue- 
rrillas, y,  desde  ese  momento,  nadie  lo  volvió  a  ver.  En  cambio,  el  ayundante  Ames, 
el  capitán  Gihon  y  los  tenientes  Gay  y  Langhorn,  estuvieron  en  lo  más  fuerte  del 
combate,  animando  y  aconsejando  a  los  muchachos. 

Ocurrieron  varios  incidentes,  algunos  de  carácter  festivo,  entre  aquellos  hombres 
que,  por  vez  primera,  recibían  su  bautismo  de  fuego,  incidentes  que  relata  el  teniente 
Edwards  de  esta  manera: 

Un  hombre,  con  tanta  calma  como  si  estuviera  solo  en  el  monte,  sacó  su  pipa  y 
la  encendió,  pensando,  tal  vez,  que  los  fusiles  Springfields  no  hacían  suficiente  humo 
para  revelar  al  enemigo  nuestra  presencia;  otro  colocó  su  sombrero  al  lado  del  ca- 
mino, y  un  tercero  rehusó  disparar  contra  los  españoles,  con  cualquier  otro  fusil  que 
no  fuese  el  suyo,  y  anduvo  media  hora  arriba  y  abajo,  a  lo  largo  de  la  línea  ocupada 
por  su  compañía,  hasta  que  encontró  su  arma  e  hizo  el  cambio. 

El  sargento  George  G.  King,  de  la  compañía  Z.,  en  una  carta  fecha  27  de  julio, 
hace  el  siguiente  relato  del  ataque  nocturno: 

Estábamos  tal  vez  a  cien  yardas  del  enemigo  cuando  oímos  el  galopar  de  una 

docena  de  caballos;  yo  silbé  a  Arturo  para  que  retrocediese,  emboscándose  con  los 
demás.  Los  caballos  se  acercaron,  y  cuando  vi  el  obscuro  grupo,  no  20  pies  más 
allá,  le  di  la  voz  de  alto;  como  no  hicieran  caso  de  la  orden,  disparé,  pero  mi  fusil 
falló  el  tiro.  Entonces  pude  verlos  a  diez  pasos  y  noté  que  no  tenían  jinetes;  en  ese 
mismo  instante,  tres  de  los  muchachos  hicieron  fuego.  Les  grité  que  pararan;  pero 
como  la  función  había  empezado,  siete  de  ellos  vaciaron  sus  rifles.  Todos  los  caballos 
escaparon  menos  uno  que,  malamente  herido,  rodó  por  tierra,  por  lo  que  ordené  a 
dos  soldados  que  lo  rematasen.  ¡Pobre  caballo!;  ellos  pusieron  fin  a  sus  sufrimientos 
y  todos  nos  marchamos. 

La  abundancia  de  mangoes  (continúa  el  teniente  Edwards)  era  una  tentación 
demasiado  grande  para  resistirla  a  pesar  de  los  amistosos  consejos  de  los  nativos. 

Como  se  ha  visto,  los  voluntarios  del  general  Garretson  pasaban  iguales  fatigas  y 
tanta  hambre  como  los  regulares  del  teniente  coronel  Puig,  según  relataré  más  tarde; 
aquellos  voluntarios,  vahentes  en  extremo,  pero  sin  experiencia,  faltos  de  disciplina 
y  pobremente  mandados,  eran  el  nervio  del  formidable  Ejército  que  vislumbraba 
desde  su  despacho  del  Palacio  de  Santa  Catalina  el  general  Macías,  influenciado  por 
su  jefe  de  Estado  Mayor,  coronel  Camó. 


CRÓNICAS  201 


La  suerte,  que  siempre  sigue  en  la  guerra  a  los  más  osados,  acompañó  al  general 
Miles.  Si  toda  la  fuerza  de  Ponce,  por  ferrocarril,  y  toda  la  de  MayagUez,  por  las 
carreteras  de  San  Germán  y  Adjuntas,  hubiesen  caído  sobre  Yauco,  tal  vez  el  genera- 
lísimo habría  lamentado  no  haber  seguido  su  primitivo  plan  de  campaña. 

Veinticuatro  horas  permanecieron  sin  avanzar  las  tropas  americanas  después  del 
«combate,  esperando  otra  acometida  de  las  fuerzas  españolas Nunca  fué  sitio  apro- 
piado para  dirigir  operaciones  de  guerra,  la  muelle  poltrona  de  un  confortable 
despacho 

A  la  misma  hora  en  que  los  soldados  de  España  y  los  de  la  Unión  Americana 
engañaban  el  hambre  con  galletas  de  munición  y  frutas  sin  madurar,  Camó  y  su 
camarilla  tomaban  té,  fumaban  exquisitos  vegueros  de  las  riberas  del  Plata  entre  las 
puestas  y  codillos  de  su  agradable  partida.  Las  veladas  de  Santa  Catalina  no  se  pare- 
cían a  las  que  disfrutaron  las  tropas  del  teniente  coronel  Puig  en  los  campos  de 
Yauco  y  su  vecindad  ^. 

Ocho  mil  soldados  regulares  y  seis  mil  voluntarios  estaban  huérfanos  de  mando. 
Había  el  hombre]  era  el  general  Ricardo  Ortega  quien,  desde  la  sangrienta  acción  de 
San  Pedro  Avanto,  sabía  lo  que  eran  combates  en  campo  abierto.  Pero  este  soldado 
estaba  casi  recluido  en  wSan  Cristóbal  y  tratado  como  un  loco  peligroso,  porque  había 
dado  en  la  manía  de  soñar  con  días  de  gloria  para  su  Patria  y  para  su  Ejército. 

Poco  después  del  combate  de  Guánica,  y  cuando  llegaron  a  vSan  Juan  procedentes 
de  Arecibo  las  fuerzas  que  mandara  el  teniente  coronel  Puig,  rogué  al  teniente  Rafael 
■Colorado  que  me  escribiese  unas  notas  referentes  a  la  guerra.  Su  carta  (que  conservo 
y  en  la  cual  se  consignan  no  pocas  verdades  amargas  y  bastantes  cosas  que  por 
-ahora  mantendré  ocultas,  para  que  muchos  que  aun  viven  y  de  la  vida  gozan  no 
sepan  que  sé  flaquezas  suyas)  contiene  datos  muy  interesantes.  De  ella  son  estos 
párrafos: 

Puig  siempre  tuvo  fe  en  el  éxito  del  combate;  aparecía  animoso  y  jovial  mientras 
recorría  a  caballo  las  guerrillas  más  avanzadas,  arengando  a  sus  soldados,  quienes 
mostraban  el  más  grande  entusiasmo.  Durante  aquella  noche  (25  de  julio)  me  dijo 
varias  veces  que  tan  pronto  llegasen  los  refuerzos  que,  indudablemente  se  le  habrían 
■enviado,  intentaría  arrojar  al  mar,  a  bayonetazos,  a  las  fuerzas  enemigas. 

La  mayor  parte  de  mi  guerrilla  montada  fué  enviada  por  la  noche,  pareja  tras 
pareja,  en  busca  de  los  voluntarios  que  habían  quedado  en  el  cauce  seco  del  río 
Susúa.  Ni  guerrilleros  ni  voluntarios  se  nos  incorporaron;  al  día  siguiente  y  cuando 
regresábamos  a  Yauco,  los  exploradores  de  vanguardia  encontraron  a  orillas  de 
aquel  río  las  mochilas  de  los  voluntarios,  pero  ni  rastro  de  ellos.  Durante  la  noche 
del  25  y  mañana  del  26,  toda  la  fuerza  estuvo  sin  probar  alimento.  A  nuestra  salida  de 
Yauco,  el  jefe  de  la  columna  dejó   dinero  bastante  para  que  se  preparase  un  buen 

^  Nunca  tomó  parte  activa  en  estas  veladas  el  general  Macías;  concurrían  a  ellas  los  parásitos  que 
siempre  rodean  al  Alto  Mando.— A^.  del  A, 


202  A  ,     R  I  V  E  RO 


rancho  que  debía  ser  enviado  a  la  hacienda  «Desideria.».  Después  supe  que  los  carrete- 
ros que  lo  conducían,  al  oír  el  tiroteo,  torcieron  el  rumbo  y  aun  es  la  hora  en  que 
nadie  sabe  dónde  fueron  a  parar  ni  qué  fué  de  aquella  comida. 

En  la  noche  del  25  y  mañana  del  26,  llegaron  varios  telegramas  del  capitán 
general  ordenando  la  retirada  de  todas  las  fuerzas  hacia  Ponce,  primero,  y  hacia 
Adjuntas  más  tarde.  El  teniente  coronel  Puig,  a  quien  yo  servía  de  ayudante,  des- 
atendió al  principio  aquellas  órdenes,  luego  fueron  tan  urgentes  que,  malhumorado 
y  entre  protestas,  resolvió  obedecerlas. 

Recuerdo  algunos  incidentes  que  tal  vez  no  ofrezcan  interés  para  el  libro  que 
usted  piensa  escribir.  A  los  primeros  tiros,  en  la  mañana  del  26,  una  bala  enemiga 
atravesó  el  capacete  del  segundo  teniente  Solalinde,  del  Patria,  y  éste,  que  era  un 
muchacho,  tomó  la  prenda  en  sus  manos,  y  cuadrándose  militarmente,  dijo  a  Puig: 

— Mi  teniente  coronel,  tengo  el  honor  de  haber  recibido  el  primer  balazo  del 
enemigo. 

A  eso  de  las  nueve  de  aquella  mañana  vimos  un  caballo,  o  por  mejor  decir,  una 
jaca,  con  arreos  militares  y  que  a  galope  tendido  venía  desde  Guánica.  A  pesar  de 
mis  órdenes,  un  soldado  le  hizo  fuego;  el  animal  continuó  su  carrera  y  fué  detenido 
por  algunos  campesinos  que  lo  entregaron  a  las  fuerzas  de  retaguardia.  Este  caballo 
fué  conducido  a  vSan  Juan. 

Como  varias  veces  las  guerrillas  ocuparon  un  sembrado  de  maíz,  hicieron  en  él 
gran  destrozo,  comiendo  de  sus  mazorcas.  Aquella  mañana  tuve  yo  la  experiencia  de 
que,  con  buen  hambre,  las  mazorcas  de  maíz  tierno  son  un  desayuno  bastante  agra- 
dable, sobre  todo  cuando  no  hay  a  mano  otro  mejor. 


Poco  podré  añadir  a  los  relatos  anteriores  sobre  aquella  escaramuza  que  ha  dado- 
en  llamarse  batalla  de  Yauco,  Las  fuerzas  españolas  solamente  trataron  de  tantear  el 
enemigo  para  calcular  su  número  e  intenciones  y  entretenerlo  hasta  la  llegada  de  los 
refuerzos  que  eran  esperados  a  cada  hora.  Durante  la  noche  se  recibieron  varios 
telegramas  del  general  Macías,  en  ninguno  de  los  cuales  pedía  informes;  limitándose, 
en  todos  ellos,  a  ordenar  la  retirada  de  la  columna  Puig. 

Antonio  Llabrés,  secretario  del  Municipio  de  Yauco,  que  aun  vive,  recibió  de 
manos  del  telegrafista  Esteban  Guerra  aquellos  despachos  y  los  envió  a  su  destino. 
Puig  creía  (y  así  lo  manifestó  en  presencia  de  algún  oficial)  que  era  «una  gran  ver- 
güenza dar  la  espalda  a  enemigo  que  demostraba  tan  poca  decisión  en  el  ataque», 
y  por  eso  hizo  cuanto  pudo  para  evitar  la  retirada. 

Por  la  mañana  arreció  el  fuego  de  ambas  partes  y  entonces  algunos  soldados  fue- 
ron  heridos;  el  ala  izquierda  española  inició  un  ataque  de  flanco,  contra  la  altura  y 


CRÓNICAS  203 

casa  de  Quiñones,  ataque  que  fué  detenido  por  el  fuego  vivo  que,  desde  sus  trinche- 
ras, le  hicieron  los  voluntarios  de  Illinois. 

Durante  toda  la  mañana  hubo  alguna  alarma  presumiendo  que  el  enemigo  inten- 
taba un  flanqueo  por  el  camino  vecinal  que  corriendo  por  la  derecha  de  la  hacienela 
«Desideria»  se  unía  al  de  Yauco,  cerca  del  Susúa;  pero  las  fuerzas  americanas,  que 
también  ignoraban  la  calidad  y  número  del  enemigo,  avanzaban  poco  a  poco  y  con 
gran  cautela,  sin  empeñarse  en  un  ataque  a  fondo.  No  eran  aquellos  voluntarios,, 
gente  bisoña,  muy  maltratada  en  los  transportes  y  que  aun  se  resentían  de  los  ho- 
rrores de  la  navegación,  los  más  a  propósito  para  librar  un  combate  decisivo;  era 
mejor  plan  mantenerse  a  la  expectativa  hasta  que  arribasen  las  otras  expediciones 
anunciadas  y  que  ya  estaban  navegando. 

Cerca  de  las  diez  de  la  mañana,  y  como  llegara  otro  telegrama  apremiante,  se 
ordenó  la  retirada,  que  tuvo  lugar  con  buen  orden,  por  escalones,  y  siempre  a  la 
vista  del  enemigo,  quien,  poco  después  y  de  modo  inopinado,  suspendió  el  fuego. 
Las  fuerzas  españolas  entraron  en  Yauco  por  la  tarde  y  allí  recibió  Puig,  del  secre- 
tario mencionado,  un  último  mensaje  que  textualmente  decía: 

Capitán  general  a  jefe  de  Patria. 
Julio  26,  diez  mañana. 

Ferrocarril  a  Ponce  cortado,  probablemente  a  la  altura  de  Tallaboa  ^;  regrese  por 
Adjuntas  y  Utuado  sobre  Arecibo.  Disuelva  voluntarios,  destruyendo  armamento  con 
fuego  de  hogueras  2. 

Bajas. — Las  bajas  de  las  fuerzas  españolas  fueron  las  siguientes:  segundo  te- 
niente  de  la  4  "^  guerrilla  volante,  Enrique  Méndez  López,  herido  de  bala  en  la  ca- 
beza; José  Jaime  Díaz,  herido  de  casco  de  granada  en  la  pierna  derecha,  y  Ramón 
Martínez  Méndez,  herido  de  bala  en  el  mismo  sitio.  Este  oficial  y  sus  dos  guerrillas 
recibieron  las  heridas  en  la  mañana  del  25,  al  oponerse  al  desembarco. 

En  el  combate  posterior  se  registraron  estas  nuevas  bajas:  segundo  teniente  An- 
tonio Galera  vSalazar,  del  batallón  Patria,  herido  de  bala,  muy  grave,  en  el  brazo  de- 
recho; Antonio  Montes  Medina,  del  mismo  cuerpo,  con  un  balazo  en  el  pecho  y 
también  muy  grave;  Vicente  Huecar  Heno,  del  Patria,  herido  de  bala  en  el  muslo 
derecho,  leve;  Blas  Martín  Ubilla,  de  la  4.'''  guerrilla  volante,  herido  en  el  pecho,  fué 
conducido  al  hospital  de  la  Cruz  Roja  de  Wauco  y  murió  allí;  Ciprián  González,  del 
Patria,  herido  de  bala  en  la  cabeza,  también  falleció,  y  además  Juan  Oros,  del  mismo 
cuerpo,  resultó  contuso;  hubo  otros  heridos,  pero  de  tan  poca  importancia  que  no 
figuraron  en  el  parte  oficial. 

El  noble  capitán  Vernou. — Más  tarde  fué  encontrado,  entre  las  malezas,  el  cadá- 

1  El  capitán  Higginson  recibió  órdenes  del  general  Miles  para  destruir  la  línea  férrea,  a  la  altura  del 
peñón  de  Tallaboa,  pero  luego  desistió  de  hacerlo  en  previsión  de  utilizarla. — .¥.  del  A. 

2  De  este  telegrama  conservo  copia  certificada. — N.  del  A. 


204 


A  .     R  1  \'  K  R  ( ) 


Tcr  de  un  soldado  muerto  en  el  combate  del  día  2ü,  a  quien  se  dio  se[)iiltiir;i  junto 
^al  camino  de  (juánica,  a  mano  derecha,  )-  en  el  sitio  conocido  con  oÍ  nombre  de 
(  '¡(esta  del  Muerto.  En  la  tuni!)a.  sin  nombre,  de  este  soldado,  el  capitán  X'ernou,  del 
ejercito  americano,  ordent'i  que  se  pusieran  una  cruz  y  algunas  piedras.  Las  ni:mos 
de  algún  cobarde,  |K>r  la  noche,  derribaron  aquel  recuerdo,  y  al  sat)erlo  el  ca[)itán 
mostró  gran  pesar  y  coraje,  rc|K:)niendo  la  cruz  con  esta  inscripción:  vJIsta  es  la  tuni. 
ha  de  lui  soldado  csf)añol;  eslá  liajo  la  |-írotección  del   í'iobierno  americano;  los  (ine 


tmj 


la  [>rolancn  serán  castigados  .s(!vera mente.  ■-  danibién  hizo  colocar  en  aquel  silio  va- 
rios postes,  (jue  fueron  rodeados  con  alambre  de  púas,  liste  nolde  soldado,  verda- 
dero tipo  legendario  del  guerrero,  publicó  un  liando  ofreciendo  500  dólares  <le  re- 
t:f>ni]'>t>nsa  a  quien  le  st>ñalase  el  autor  o  autores  de  la  profanación,  y  agregaba  en  di- 
(dio  documento:  '  Xo  mo.  importa  que  sean  muchos  o  j)Ocos;  es  igual:  los  fusilaré. '^^ 
X'arias  vet:es,  después  de  ese  día,  lué  visto  este  caballero  \''crnou  colocando  llores 
sobre  la  tundía  del  soldado  i^spañol  '. 


'  t:i  día  \^  <!r  )n;ir/.>.  i,,ji,  Raíaol  Cf.l<.ra<l<x  1m 
hri;i  rl  terreno,  enruntnimn  aún  en  i-ic  (!«..-;<].•  Ins 
.!e!  kr^iniifiit..  Innunería  núniein  lu.  soi.iv  la  luinh, 

Hacr  pn.-o  lieiiipi.  reril.iú  r|  aiiUn^  una  earía  «Ir 


lor.  desfu, 


r  la  malrz 
rs  X'ernoi 


C  R  o  X  I  t:  A  s 


Resumen  de  las  bajas  españolas:  Muer- 
tos, tres;  oficiales  heridos,  dos;  heridos  do 
tro¡)M,  cinco;  total,  lo. 

Las  bajas  de  la  fuerza  de  (kirretson  fue- 
ron dos  oficiales   y   tres   de  tro])a    heridos. 

V.\  general  (iarretson,  en  su  informe 
oficial,  hizo  especial  mención,  por  el  valor 
y  serenidad  demostrados,  del  comandante 
C.  K.  Darhng  y  capitán  lí.  J.  (hlion,  ambos 
del  (k"  de  Massachusetts;  iandjíén  rccotnen^ 
d6  al  comandante  1  layes,  de  caballería,  y 
a  varios  oficiales  más. 

Mientras  dure')  el  combate  nocturno  los 
lauques   anclados    en    la    bahía    de    Guánica  .-apiu!:!  .!.;i  ív:;íi„i,;.,i.>  .i.- itiuuitrna  .uíi.k  i,,. 

iluminaban  con    sus  proyectores    lodos  los 

cerros  de  las  cerc;mías.  La  noche  del  20  «le  julio,  la  Aierza  del  teniente  coronel  l^iig 
se  acantonó  en  \''aufo,  colocando  hueles  avanzadas  liacia  (juátn'ca  \-  enviando  |iare- 
jas  de  exploradores  nmntados  en  todas  direcciones. 

En  San  Juan. — Al  sai)erse  en  San  Juan  el  desembarco  por  (ui;u)ic;n  hubo  ^i^i-an 
excitación  que  se  tradujo  en  idas  y  venidas  de  los  nuis  altos  jeícs  a  las  oficinas  úr\ 
Instado  Mayor  y  palacio  d<^  Santa  Catalina.  Duranb"  las  primer<»s  horas,  el  Alto  Man- 
do español  cr(;vó  que  aípiella  0[)eraia'ón  de  guerra  era,  simplemente,  un  falso  ataque 
para  atraer  hacia  el  .Sur  a  las  fuer/as  tlefimsoras,  nn'saitras  la  verdadera  expedición  to- 
maina tierra  |)or  l'ajardo,  punto  elegido,  según  noticias,  para  invadir  la  Isla.  Se  (lie- 
ron^  órdiMKíS  v  contraórdenes  jiara  que  fuerzas  ríe  i*onee  marcluisen  a,  Yauct)  \"  Pe- 
ñón d(^  Tallalioa,  y   (jue   otras,   desde  Mayagíiez,   sigaiiendo   la  carretera  de  Saltana 

Lrande,  concurriesen  a  (iiuiniea.  Más  tarde 
se  dejó  (M1  sus])enso  lo  ortlenado  a  la  Lo- 
maníiancia  de  Maxüigüez,   \-  en  cuanto  a  la 

pues  <le  p<'rmanecer  |)oco  más  de  un  día  on 
a.qui'l  sitio,  a  la  intemperie,  retrocedió  a 
Lonce.  Solamente,  en  nunlio  d<^  tanta  con^ 
fusión,  v\  goneral  Ortega  aparecía  sereno, 
"  \'a  están  en  tic:rra — me  dijo  ,  v'almra 
comienza  la  guerra;  por  mar  son  los  nuis. 
fuertes;  pero  a  cani|>o  raso  tenemos  la  sarléii 
por  cl  ///(///;'Y);  ya  deberíamos  estar  en  (jufi- 
nica,  antes  de  que  se  repongan  de  las  fatigas 
del    viaje,   tiroteándolos  n»)clH;   y    día    para 


^o6  A  .     R  I  V  E  R  O 


<iestruir  su  moral.  Yo  sueño  con  baja?'  a  la  bayoneta  al  frente  de  una  brigada  de 
Cazadores,  después  de  bien  cañoneado  el  enemigo  por  nuestras  ocho  piezas  de  mon- 
taña;  las  guerrillas  montadas  harán  lo  demás  con  sus  machetes.» 

Y  el  valeroso  caudillo  que  había  conquistado  todos  los  grados  de  su  carrera  mi- 
litar en  los  campos  de  batalla,  fué  muy  gozoso  a  proponerle  aquellos  planes  de 
guerra  al  coronel  Camó.  Cuando  pasada  una  hora  regresó  al  Castillo  parecía  triste 
y  desalentado;  lo  habían  escuchado  con  disgusto,  indicándole  que  su  permanencia 
■era  indispensable  en  la  plaza,  de  la  cual  era  gobernador.  «Casi  me  llamaron  entro- 
metido», murmuraba  el  general  Ortega. 

La  proclama. — Hasta  el  día  26  nadie  supo  una  palabra  de  verdad  sobre  los  suce- 
tsos  de  Guánica  y  Yauco;  circulaban  distintos  rumores  procedentes  de  las  oficinas 
del  Estado  Mayor.  Se  hablaba  de  que  los  voluntarios  de  Yauco,  Peñuelas  y  Sábana 
Grande  habían  realizado  verdaderas  locuras;  hasta  se  dijo  que  una  sección  de  mache- 
teros^ cargando  al  arma  blanca  contra  los  americanos  los  habían  obligado  a  reembar- 
carse con  grandes  pérdidas.  Un  ayundante  de  campo  del  general  Macías,  al  pedirle 
noticias,  me  dijo  en  secreto:  «Los  hicimos  reembarcar  a  bayonetazo  hmpio.» 

En  dicha  fecha  la  Gaceta  oficial  publicó  el  siguiente  documento: 

CAPITANÍA   GENERAL  DE  LA   ISLA  DE  PUERTO   RICO 
ESTADO  MAYOR 

Orden  general  del  día  26  de  julio  de  i8g8  en  San  Juan  de  Puerto  Rico. 

Soldados,  marinos  y  voluntarios. — El  enemigo  que  ha  tiempo  acechaba  la  oca- 
sión de  invadir  esta  isla,  con  el  propósito  de  posesionarse  de  ella,  desembarcó  ayer  un 
cuerpo  de  tropas  en  el  puerto  de  Guánica.  Para  combatirlo  con  prontitud  marcharon 
fuerzas  del  Ejército  y  de  Voluntarios  que,  con  gran  decisión,  han  sostenido  ya  dife- 
rentes combates,  demostrando  así,  los  últimos,  que  las  armas  que  espontáneamente 
tomaron  lo  son  para  la  defensa  de  la  nacionalidad  de  esta  tierra  española,  y  dando  a 
la  vez  honra  y  ejemplo  a  los  demás  cuerpos  de  su  Instituto. 

Para  contrarrestar  la  invasión  extranjera,  además  de  los  Institutos  armados, 
confío  no  ha  de  faltarme  la  valiosa  cooperación  y  espontáneo  esfuerzo  del  país,  que 
<?n  paz  y  prosperidad  ha  vivido  hasta  el  día  con  su  nacionalidad  española,  cuya  fe 
ha  acreditado  en  otras  invasiones  anteriores  y  que  en  esta  me  prometo  confirmará. — 
Manuel  Macías. 

Lo  que  de  orden  de  S.  E.  se  publica  en  la  dé  este  día  para  general  conocimiento. 

El  Coronel  Jefe  de  E.  M.,  Jtian  Canto. 

En  Washington. — La  primera  noticia  del  desembarco  y  captura  de  Guánica  se  re- 
cibió en  Nueva  York,  por  un  cable  de  la  Prensa  Asociada.  El  despacho  del  general 
Miles  no  llegó  a  su  destino  hasta  las  nueve  treinta  y  cinco  minutos  de  la  noche  del  26 
de  julio.  La  ansiedad  fue  muy, grande  entre  los  hombres  del  Gobierno  que  esperaban 
^1  desembarco  por  Fajardo.  Antes  de  su  salida  de  Guantánamo  el  general  Miles  había 
enviado  este  cable: 


CRÓNICAS  207 

Playa  del  Este,  vía  Haití. 

Julio  18,  1898. 
Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 

En  un.  mee ting  entre  el  almirante  Sampson  y  yo,  el  sábado,  fué  elegido  el  Cabo 
San  Juan  como  el  mejor  lugar  para  el  desembarco  en  Puerto  Rico.  Creo  se  evita- 
rían mucha  dilación  y  complicaciones,  si,  inmediatamente,  pudiéramos  salir  para 
allí.  Hombres  y  animales  llevan  muchos  días  embarcados.^— Miles. 

Con  fecha  21  de  julio  el  secretario  de  la  Guerra,  Alger,  decía  al  generalísimo: 

Mayor  General  Miles,  a  bordo  del  Yak. 

Playa  del  Este. 

Wilson  está  camino  de  Fajardo;  un  acorazado  y  un  crucero  protegido  se  enviarán 
seguidamente  para  protegerlo  a  su  llegada.  El  Presidente  ha  dado  estas  instrucciones' 
al  Secretario  de  Marina. 

Además  de  la  expedición  de  Wilson  y  Schwan  también  estaba  apunto  de  zarpar 
la  del  general  Brooke^  sin  que  un  solo  buque  las  convoyara,  mientras  que  en  San  Juan, 
y  a  pocas  horas  de  Fajardo,  había  fondeadas  fuerzas  navales  muy  respetables.  Era, 
por  tanto,  justificada  la  alarma  del  Gobierno  de  Washington,  alarma  que  se  tradujo 
en  el  siguiente  mensaje: 

Oficina  del  Ayudante  General. 

Washington,  julio  26,  1898.-4,25  tarde. 

Mayor  General  Miles.  Puerto  Rico. 

Llegan  noticias  contradictorias  acerca  del  sitio  donde  ha  desembarcado.  (jPor  qué 
hizo  ese  cambio?  Dorado  cerca  de  Ensenada,  15  millas  al  Oeste  de  San  Juan,  es  repu- 
tado como  un  excelente  lugar  de  desembarco.  El  Yosemite  estuvo  allí  y  permaneció 
varios  días.  ^-Envió  buques  para  dirigir  a  Schwan  y  Wilson,  ahora  en  camino,  al  si- 
tio donde  puedan  encontrarle  a  usted.^  General  Brooke  saldrá  mañana  del  fuerte 
Monroe. 

R.  A.  Alger,  secretario  de  La  Guerra. 

A  este  cable  no  contestó  el  general  Miles  hasta  el  28  de  julio  desde  el  puerto  de 
Ponce:  «Se  había  dado  demasiada  publicidad  a  la  empresa,  y  por  eso  decidí  hacer  lo 
que  menos  esperaba  el  enemigo;  en  vez  de  desembarcar  o  hacer  un  amago  de  des- 
embarco, en  Fajardo,  opté  por  ir  directo  a  Guánica.»  ^ 

Matos  Bernier. — Refiere  el  generalísimo  que  en  la  mañana  del  27  de  julio,  y 
cuando  estaba  a  caballo  a  la  puerta  de  su  tienda  de  campaña,  mirando  los  campesi- 
nos que  regresaban  a  sus  hogares:  «se  me  acercó  un  hombre  alto,  flaco,  de  ojos  ne- 
bros, un  venerable  portorriqueño,  quien  deteniéndose  junto  al  caballo,  me  miró  a  la 
cara  con  el  mayor  interés,  excitando  mi  atención.  Le  hablé  con  cariño,  preguntán- 
<iole  qué  deseaba,  y  dijo  en  buen  inglés:  «¿Es  usted  el  general  Miles.^>;  y  a  pesar  de 

^     Nelson  A.  Miles:  Servhig  the  Republic,  pág.  297. 


2o8  A  .    R  I  V  E  R  o 


que  le  respondí  afirmativamente,  repitió  la  pregunta.  De  nuevo  le  contesté  afectuo- 
samente, y,  entonces,  desabrochando  su  camisa,  me  presentó  una  carta  que  llevaba 
escondida  escrita  en  fino  papel  francés  y  en  español.» 

Esta  carta,  que  debo  a  la  bondad  del  general  Miles,  decía  lo  que  sigue: 

AL  JEFE  DE  OPERACIONES  DEL  EJERCITO    LIBERTADOR 
DE  LA  UNIÓN  AMERICANA 

Ponce,  P.  R.,  julio  26  de  1898. 
Ciudadano : 

Desconociendo  por  completo  la  forma  que  deba  emplear  para 
entrar  en  comunicación  directa  con  ese  campamento,  me  dirijo  al 
jefe  de  operaciones,  a  fin  de  manifestarle  cuanto  es  de  mi  deber 
en  este  momento  histórico  en  que  se  fían  al  esfuerzo  de  las  grandes 
conciencias  y  al  valor  fatal  de  las  armas  los  hermosos  éxitos  de  la 
independencia  de  una  patria. 

Absoluta  es  la  cohibición  militar,  y  ella  impide  la  buena  rela- 
ción entre  ustedes  i;  este  pueblo;  i;  la  censura  oficial  cierra  las  fuentes 
de  la  información;  i?  quiero  que  se  conozca  por  usted  p  compañeros 
la  verdadera  actitud  ])  sentimientos  de  nuestra  ciudadanía. 

Aquí  se  esperaba  la  intervención  americana,  en  la  seguridad 
de  romper  la  cadena  forjada  en  yunque  enorme  por  cuatro  siglos  de 
pesada  administración  y  torpe  nepotismo  y  penosa  esclavitud  moral. 
Al  romper  los  timones  de  los  acorazados  de  Norte  América  Ígs 
ondas  de  la  costa  de  Guánica  y  traer  a  este  país  la  revolución  política, 
nace  la  confianza  y  despierta  el  ideal  de  la  Patria,  dormido  en  las 
conciencias,  al  arrullo  de  promesas  no  cumplidas  p  sin  esperanza  de 
que  lo  sean,  i;  este  pueblo,  con  excepción  de  los  que  gozan  de  las 
utilidades  del  presupuesto  x?  de  las  atenciones  oficiales,  solemnizará, 
\i  a  ello  se  prepara,  el  triunfo  necesario  de  una  civilización  fundada^ 
en  la  libertad,  y  si  fuere  preciso  para  esto,  a  ofrecer  su  sangre  en 
holocausto  por  tan  sagrado  propósito. 

Va  esta  carta  a  llevar  noticia  a  ustedes  de  que  la  conciencia  ciu- 
dadana espera  sin  dormir  en  su  causa.  Ustedes,  por  tanto,  cuentan 
con  el  pueblo  que  siempre  estuvo  dispuesto  a  secundar  cualquier  es- 
fuerzo por  su  libertad.  Tanto  la  ciudad  como  sus  barrios  están  dis- 
puestos a  combatir  por  esa  causa  junto  a  ustedes;  j?  hombres  de  co- 
razón fuerte,  con  quienes  estoy  en  contacto,  estarían  dispuestos  a  la 
lucha.  Cohibe  esta  manifestación  sincera  de  adhesión  al  ideal  íífcer- 
tador  la  falta  de  elementos  de  ataque,  y  si  los  tuviéramos,  antes 
hubiéramos  hecho  el  esfuerzo  que  impone  el  deber  de  patriotismo 
puesto  frente  a  los  enemigos  del  derecho  portorriqueño.  No  echaría^ 
desde  luego,  sobre  mi  conciencia  de  patriota  una  responsabilidad  gra- 


CRÓNICAS  209 

ve  lanzando  a  mis  paisanos  a  desiguales  luchas^  sin  armas  que  fueran 
su  garantía,  por  lo  menos,  de  carácter  moraL 

Pueden  ustedes  disponer  de  los  servicios  que  fueren  precisos,  p 
este  es  el  motivo  principal  de  esta  comunicación* 

Como  a  las  entradas  de  la  ciudad  3;  jurisdicción  de  Adjuntas  a 
Canas,  se  hace  trabajo  activo  por  el  Gobierno  español  para  detener 
la  marcha  del  ejército  libertador,  y  ha^  ocultas  avanzadas  en  las 
montañas  vecinas  con  fuerzas  de  artillería,  acaso  esta  comunicación 
llegue  con  tardanza;  pero  es  la  voz  de  hombres  que  sienten  el  gran 
deber  de  su  patriotismo.  Ellos  confían  en  los  grandes  triunfos  de 
América  p  creen  llegado  el  momento  de  realizar  el  ideal  supremo  de 
la  Patria  en  el  seno  de  la  libertad. 

Su  atento  servidor. 

El  generalísimo  Miles,  en  su  interesante  libro  Serving  the  Republic  ^,  al  referirse 
a  la  carta  anterior,  hace  el  siguiente  comentario: 

«Tal  documento  pone  de  relieve  los  sentimientos  del  pueblo  de  Puerto  Rico  y, 
al  mismo  tiempo,  ofrece  una  prueba  del  espléndido  valor  y  patriotismo  que  impul- 
saron a  un  hombre  a  escribir  esta  misiva  y  enviarla,  atravesando  las  líneas  españolas^ 
en  la  seguridad  de  que  la  muerte  debía  ser  esperada,  no  sólo  por  el  autor  de  ella„ 
sino  también  por  el  mensajero,  en  caso  de  que  ambos  fuesen  descubiertos.» 

Ya  en  Ponce,  el  generalísimo  contestó  la  carta  de  Félix  Matos  Bernier  ^  en  la 
forma  siguiente  ^: 

(TRADUCCIÓN) 
CUARTEL  GENERAL  DEL  EJÉRCITO 

Ponce,  Puerto  Rico,  julio  30,  1898. 
Señor  Félix  Matos  Bernier. 

Mi  querido  señor: 

Su  carta  fecha  26  de  julio  fué  puntualmente  recibida,  ^  le  dop 
las  gracias  por  sus  frases  bondadosas  j?  cordiales  saludos  a  nuestro 

1  El  autor  de  esta  Crónica  agradece,  al  generalísimo  Miles,  un  ejemplar  que,  con  cariñosa  dedicatoria,  le 
enviara  de  su  citado  libro. 

2  El  autor  trató,  íntimamente,  antes  del  año  1898,  a  Félix  Matos  Bernier.  Periodista  esté  de  batalla  y 
literato  de  altos  vuelos,  fué  un  ardiente  partidario  de  la  independencia  de  Pueirto  Rico;  pero  en  ningún 
tiempo  enemigo  sistemático  de  España.  Siempre  se  mostró  orgulloso  de  su  raza  y  de  su  abolengo.  Nunca  fué 
anexionista,  y  si  favoreció  la  invasión  americana  debióse  a  que  la  consideró  beneficióla  a  sus  proyectos  sejpa^ 
ratistas.  Hoy,  después  de  veintitrés  años,  ignoro  el  verdadero  pensamiento  poli  ico  de  esté  periodista,  á  quién 
cojiocí  tras  lásjrejas  de  una  cárcel,  en  el  año  1895,  cuando  fui  a  Ponce  a  batirme  en  duelo  con  Mariano  Abríl^ 
actualmente  senador  en  Puerto  Rico  y  amigo  mío  muy  estimadísimo.— iV.  del  A. 

^    Véase  el  autógrafo  de  este  documento  en  la  página  211. 

14 


A  .     R  1  V  !•:  R  O 

Ejército,  empeñado  actualmente  en  la  empresa  de  traer  a  estas  pía- 
pas  nuestra  bandera  nacional  j)  las  armas  americanas.  Sentimos  como 
si  el  verdadero  designio  de  la  Naturaleza  acabara  de  realizarse  ahora, 
en  cjue  esta  bella  isla  está  protegida,  no  solamente  por  las  aguas  del 
océano  Atlántico  i)  del  mar  Caribe,  sino  también  por  el  fuerte  brazo 
de  los  Elstados  Unidos. 

Es  verdaderamente  grato  el  saber  que  iguales  impulsos  e  iguales 
sentimientos  de  libertad  \s  justicia  brotan  de  los  corazones  e  inspiran 
los  pensamientos  de  usted  n  de  sus  seguidores  que  del  pueblo  de  nues- 
tro país.  Tales  sentimientos  han  tenido  bella  \i  elocuente  expresión  en 
su  carta,  jp  lio  deseo  darle  la  seguridad  de  mi  aprecio  jj  al  mismo  tiempo 
enviarle  los  sentimientos  de  mis  mejores  deseos  para  usted  ij  para 
ese  pueblo  de  Puerto  Rico,  al  que  auguro  un  futuro  feliz  con  las  ben- 
diciones de  paz,  libertad  y  justicia. 

Muy  sinceramente  su^o, 

Nelson  a.  miles, 


La  triste  retirada. — I. a  retiratla  ilel  teju'ente  coronel  Puig  comenzó  el  2;  de  julio, 
UH  nueve  de  la  mañana,  cuando,  .saliendo  de  Yauco,  ocupó  posiciones,  en  las  alue^ 
;,  dominando  el  camino  a  .Sabana  (jrande,  llamado  de  Juan  Rosas.  Convencido 
r  sus  exploradores  de  (pie  el  encímio-o  no  le  perseguía,  siguió  la  marcha  hacia  J'e- 
eías,  por  el  c¡mu"no  de  las  OueLiradas,  y  llc^gando  a  la  hacienda  del  corso  Franccís- 
i,  l)arr¡.-)  del  l'asto,  pernoctó  allí,  l'ara  mayor  exactitud  de  esta  narración,  interca- 
é  algunos  rjárralos  de  hi  carta,  )'a  citada,  del  tenicaite  Colorado: 


<■  R  o  N  1  C,  A  S  211 

Cuantió  salimos  de  la  hacienda  Franceschi,  recibí  <5rdenes  de  ir  con  cuatro  gue- 
rrilleros hasta  I-*rñuelas,  con  objeto  de  ver  si  este  pucbk)  estaba  ocn¡)ado  por  eJ  ene- 
nugo,  y  corno  nada  vi,  regresé,  dando  cuenta  de  mi  connsiúii  al  Jefe  dt^  la  columna,  y 
toda  ésta  siguió  hasta  llegar  a  dicha  ¡)o1dación.  donde  se  pasó  la  noche  liastante  bien; 
<d  día  2'),  nnjy  temprano,  enijircndimos  la  marcíia  por  el  camino  <le  Adjuntas,  haei:i 


g«»áftia?tfitf  $í  tkt  '^m%% 


lír.    Pftiir  Matoc   Be-Rier.  "    ^  •'         ■     ph  ^    '-^:-         '  •'\,, 

■-    '^/..'.   Mf  'l*-ay  Sír:  .  '       A\A'       '       ' 

■•*:x:.^'tí:^,   -„;.-;  .^l>'«r  let.tfp  pt^iulf^  26t}i  was.dultj?  roc«Í»«á,   uM^  I  'thank  f#« 
;Pp;_fiiP;.|í«í4«:  S&rf^i^itfWf.sioBa  éná/^eor«il6l  gr#.ftin6~to  ©ur  ármy  that  li/'in- 
■  gái^l''l*'-4lie 'entfei-prist  of  brliiglng  to  feur  sliores  oor  lational  Flag.  •; 

■■  ^:lB""ae»  ascomplishect^'irlies  tMs   béaiitlful  iBlleafl' íb  eabracea  not  only ,' 

'of ,  tha;  waters  of  tha  Atlantic  Oatan  and'  the  GariibAan  Sea,  but  .ilso 

A  '  ■  ,        \  ^        ■'        ' 

by  the  ístrong  &rm  of  the  línltta  States.  '  ^■\"'■^ 

It   Is   gratlfying  to  know  that  ths  sama  iapulsts,   tht  saini 

pattlotlsm,   the  same   seritiiiisnt.B  of  libarty 'anil' ftistte*  prompt  tht  feaart 

a»d  ^Inspire   tha  ainda  of  yoursalf  mná^  otliBrs  'as' iwll  as  of^íM  peopl» 

.    in  car  owa  co«ntry.'      Those  sentiBwiitff^  Imirf  bien' beautif «Hy  and  tío- 

qaostly  «xpríisseá  in  yo".".r  latter,  an4  "1 '  aisíiff  ta  assurt  jrou  of  asi" 

;h  apprtclatloai;piintf_^' At-  th«  san*' tlnt,  \*eíri|r  ■noat  tarnest  wish  for  yo" 

.■._^yi(i  _jhe  people '  of  JPueCtp  Rico  .a  ^hpjM^T^'-'ture,    the  Masslr;ps  of -p^?Hce. 

'^!í*fme4oi8  ar4,  j 'íntica  /  '^     ,  ^  , 

^^      

Major  06 ««ral  Coüraatídinfi 
\    Tho  Artny, 


212  A.     RIVERO 


bres  y  caballos  rodaban  por  tierra  a  cada  momento;  el  cansancio,  rayano  en  desespe- 
ración, se  apoderaba  de  los  soldados,  y  por  esto,  el  teniente  coronel  Puig,  y  para  lle- 
gar al  pueblo  de  Adjuntas  en  la  fecha  que  se  le  había  fijado,  sacrificó  su  impedimenta,, 
incluso  las  mochilas  de  la  tropa,  que  quedaron  abandonadas  en  la  cuneta  del  camino  ^. 

Poco  después,  aquel  jefe,  me  dijo:  «Colorado,  estoy  perdido;  seguramente,  en 
Peñuelas  he  dejado  los  telegramas  en  que  el  general  Macías  me  ordenaba  esta  desas- 
trosa retirada  (y  en  el  último  de  los  cuales  señalaba  el  itinerario);  retirada  que  hago- 
por  disciplina  y  contra  mi  voluntad;  ¡corra  a  Peñuelas!,  registre  la  Casa-Alcaldía,  donde 
pasé  la  noche,  y  tráigame  esos  papeles.» 

Sumamente  impresionado,  y  a  todo  galope,  llegué  a  Peñuelas;  registré  por  todas 
partes,  y  no  pude  encontrar  los  deseados  telegramas;  seguramente,  el  teniente  co- 
ronel los  había  perdido  por  el  camino  ^.  Regresé  a  Mata  de  Plátanos,  y  cuando  mí 
jefe  supo  la  noticia,  mostró  gran  pesadumbre  y  guardó  silencio. 

Siempre  bajo  la  lluvia,  que  nos  calaba  hasta  los  huesos,  continuamos  hacia  arriba;, 
hambrientos  los  soldados  y  chorreando  agua  los  uniformes,  llegamos  a  media  cuesta,, 
cuando,  súbitamente,  sonó  una  descarga  de  fusilería,  que  no  causó  bajas.  Se  regis- 
traron todas  las  malezas  y  el  enemigo  no  fué  encontrado;  seguramente,  se  trataba  de 
alguna  pequeña  partida  de  las  que  hostilizaban  el  flanco  de  las  tropas.  Allí,  entre  el 
fango,  en  pleno  camino,  vivaqueamos,  pasando  la  noche  sin  comida  y  sin  fuego.  Puig 
no  pegó  los  ojos,  y  estaba  sereno,  aunque  muy  preocupado.  Al  salir  el  sol,  al  siguiente 
día,  reanudamos  la  marcha,  llegando  al  pueblo  de  Adjuntas  a  las  once  de  la  mañana;, 
después  de  algún  descanso,  y  cuando  el  Jefe  y  Oficiales  comenzaban  a  reorganizar  la 
tropa,  vinieron  algunos  hombres  del  campo,  avisando  que  desde  Ponce  avanzaba 
fuerza  americana.  Seguidamente,  evacuamos  el  pueblo,  ocupando  en  las  afueras  po- 
siciones ventajosas,  donde  se  hizo  alto  y  se  preparó  todo  para  recibir  al  enemigo,  en- 
viando exploradores  montados  hacia  la  dirección  indicada.  Una  hora  más  tarde,  re- 
gresaron éstos,  negando  el  rumor. 

Entonces  continuamos  hacia  la  ciudad  de  Utuado,  siempre  entre  chubascos,  lle- 
gando allí  por  la  tarde,  donde  dormimos,  y,  al  siguiente  día,  muy  de  madrugada,  ba- 
jamos para  Arecibo,  cuya  población  alcanzamos  en  una  sola  jornada.  La  columna,  des- 
pués de  combatir  veinticuatro  horas  sin  descanso  ni  comida,  acababa  de  cruzar  toda 
la  Isla  de  Sur  a  Norte,  en  plena  estación  de  lluvias,  sin  bagajes  y  sin  provisiones.  El 
teniente  coronel  Puig,  durante  el  camino,  iba  enviando  a  sus  casas  a  los  pocos  volun- 
tarios que  le  seguían.  Ya  muy  cerca  de  Arecibo,  salieron  a  recibirnos  muchas  perso- 
nas, una  banda  de  música,  comisiones  de  la  Cruz  Roja  y  varios  jefes  y  oficiales, 
entre  ellos  el  teniente  coronel  Ernesto  Rodrigo,  enemigo  personal  de  Puig,  a  quien 
después  de  saludar  ceremoniosamente,  hizo  entrega  de  un  telegrama. 

Este  telegrama,  firmado  por  el  coronel  Camó,  jefe  de  Estado  Mayor,  disponía,  e¡r 
nombre  de  S.  II.,  que  entregase  el  mando  al  teniente  coronel  Rodrigo,  y  ocupase, 

1  Este  abandono  de  mochilas  fué  el  carj^o  más  formidable  que  el  coronel  Camó  hizo  al  teniente  coro- 
nel Puig. 

En  la  guerra  el  factor  único  y  valioso  es  el  soldado,  y  si  para  salvar  la  vida  de  uno  solo  fuera  preciso 
abandonar  las  mochilas  de  todo  el  regimiento,  éste  abandono  estará  justificado. — A\  del  /L 

2  l^Lstos  telegamas,  algunos  de  los  cuales  figuran  en  el  texto,  meses  más  tarde  pudo  descifrarlos  de  las> 
intas  ti'l'í<yrá/¡'-as  originales  el  oficial  de  Comunicaciones  Reinaldo  Paniagua  y  OUer.— A',  del  A. 


CI^  o  N  I  C  A  S 


hasta  nueva  orden,  el  car- 
go de  comandante  mili- 
tar del  Departamento  de 
Arecibo,  dando  cuenta  in- 
mediata de  toílos  los  su- 
cesos ocurridos  después 
<lel  combate  de  Yauco,  y, 
sobre  tods),  que  jnstilicara 
■el  ahaiidfliio  de  la  hiipedi- 
me  lita. 

En  la  ciudad  de  Are- 
cibo la  tropa  obtuvo  buen 
alojamiento,  y  todos  los 
enfermos  y  cansados  déla 
jornada  fueron  auxiliados, 
■con  gran  esmero,  por  las 
d;mia,s  y  caballeros  que 
componían  la  Cruz  .Roja. 
Deijo  advertir  que,  tanto 
•el  hospital  como  el  mate- 
rial y  servicios  de  esta  be- 
néfica institución  en  aque- 
lla culta  ciudad,  fueron 
motivo,  durante  todo  el 
período  de  la  guerra,,  de 
las    más    altas    ahibanzas. 

Tan  pronto  alojó  su 
tropa  el  jefe  de  Cazadores 
de  la  l*atria,  teniente  coro- 
nel Puig,  recibió  del  de 
igual  empleo,  Ernesto  ¡Ro- 
drigo, toda  la  docuujenta- 
ción  referente  a,  laComan- 
dancia Militar  del  distrito, 
de  cuyo  destino  se  hizo 
c.'H-go,  níjtificándolo,  |)or 
■telégrafo,  a  la  Capitanía 
Ceneral;  remitiendo  tam- 
bién un  parte  detallado  en 
Í«'t    forma  que  se  le    habla 


2  14  A^  lU  V  1-:  R  o 

pedkki,  especificando  que  su  marcha  íiacia  Adjunlas,  y  desde  allí  hasta  Arcciho, 
lo  liizo  en  virtud  d(^  los  telegramas  reciliidos,  rSrdenes  a  las  cuales  a  justó  su  con- 
ducta. 

No  parecieron  satislax:cr  estas  explicaciones  al  ¡efe  de  Kstado  Mayor,  toda  vvz 
{jue  por  la  noclie  dirigió  a  I'uig  otro  telegrama,  siempre  a  nombre  de  S.  E.,  trlegrama 
c|ue  ¡//lis  larde  des  1  pareció  del  areliivo  de  (^ipilai/ía  dcjieral,  y  por  cuya,  razón  dcs^ 


i5*ÍSÍXK:íli 


conozco  su  texto;  aunque  sí  me  consta,  de  una  manera  cierta,  que  en  él  se  critica- 
ban duramente  ios  actos  de  b'uig,  haciendo  alusión  a  su  iiiai^elia  desastrosa^  y  ter- 
minal)a  recordando  ciertas  advertencias  de  las  Ordenanzas  Militares,  a  cuyo  eiimpü- 
miento  úhligaha  el  honor  de  toda  odcia!. 

Aquella  noche  permaneció  intacta  la  cama  del  primer  jefe  de  Patria,  y,  ya  de  ma- 
drugada, vistiendo  de  uniforme  y  con  todas  sus  armas,  salió  para  la  playa;  al  llegar 
allí,  desenvainó  el  sable,  clavólo  en  la  arena  profundamente,  y,  al  mismo  tiempo  que 
su  mano  izquierda  se  apoyaba  en  la  vaina  de  acero,  se  disparó  un  tiro  de  revólver 
sobre  la  sien  derecha,  cayendo  a  tierra  y  doblando  al  caer  la  vaina  del  sable. 

Comenzaba  la  alborada  del  día  2  de  agosto  de   1898  cuando  un  pescador  que 


<:  R  f)  MICAS 

¿  I  3 

marchaba  con  sus  rcídes  dcscubrití  el  cadáver;  el  fresco  de  la  madrugada  había  ve- 
lado el  cuerpo  con  un  sudario  de  menudas  gotas  de  rocío;  rompía  el  sol  en  l>ello 
crepúsculo  y  sus  primeros  rayos  reflejaron  en  la  hoja  de]  salile,  clavada  cerca  del 
muerto,  como  íiel  centinela  (|ue  por  toda  una  última  noche  veló  junio  al  cuerpo  de 
su  señor.  Y  así,  como  aquella  hoja  de  limpio  y  bruñido  acero  toledano,  fué  la  vida 
del  teniente  coronel  Francisco  Fuig,  a  quien  errores  y  nervosidades  que  otros  ne- 
cesital;>an  disculpar,  pusieron  en  la  sien  el  cañón  de  su  revólver. 


Aquel  jefe  dejó  al  morir  una  viuda  y  once  hijos;  si  t^l  hubiese  desobedecido 
las  órdenes  recil)idas,  como  el  general  Miles  desobedeció  las  de  Alger,  secretario  de 
la  (luerra,  su  honor  permanecería  inmaculado. 

El  autor  de  este  libro  conoció  al  teniente  coronel  Puig;  le  trató  íntimamente  y 
afirma  que  era  un  militar  valeroso,  culto,  sereno  y,  sobre  todo,  hombre  de  honor. 
Dondequiera  que  se  encuentren  los  hijos  o  lamiliares  de  aquel  jefe,  desearía  llegase 
h,asta  ellos  este  testimonio,  (jm:  nadie  puedr  canlrailccir,  y  <|ue  borrará  la  mancha  que 
algunos  hombres,  coíi  inaiido,  arrojaron  sobre  aquel  pundonoroso  soldado. 

La  última  conferencia.— A  tiempo  que  las  fuerzas  españolas  salían  de  Yauco  ha- 
cia Peñuelas,  el  día  27  de  julio,  el  telegrafista  del  primer  pueblo  citado,  Kstcban 
Guerra,  recibió  de!  capitán  general  de  }*uerto  Rico  este  telegrama: 


2i6  A.    RIVERO 


Julio  27,  1898. 
Capitán  general  a  telegrafista  de  Yauco. 
Si  queda  algún  patriota  leal  en  ese  pueblo  llámelo  usted  al  aparato. 

El  operador  envió  un  aviso  al  secretario  del  Municipio,  Antonio  Llabrés,  y  al 
llegar  éste  se  entabló  el  siguiente  diálogo: 

Maclas,' — ^Cuál  es  el  estado  de  Yauco? 

Llabrés, —  Pacífico;  pero  el  pueblo  temeroso  por  haberse  marchado  toda  la  tropa, 
la  Guardia  civil  y  disuelto  los  voluntarios. 

Maclas, — ^Sabe  usted  dónde  está  la  fuerza  de  Alfonso  XIII  que  salió  de  Maya- 
güez  para  Yauco,  vía  San  Germán  y  Sabana  Grande? 

Llabrés, — Tengo  noticias,  por  un  cochero  que  acaba  de  llegar,  de  que  esa  fuerza 
está  acampada  algunos  kilómetros  más  acá  de  San  Germán. 

Maclas, — Diga  usted  al  telegrafista  que  destruya  el  aparato. — Y  terminó  con  es- 
tas palabras: —  iQue  Dios  nos  ayudel 

El  aparato  fué  guardado  por  el  secretario  Llabrés  en  su  casa,  y  otro  que  había 
en  la  estación  del  ferrocarril,  quedó  intacto. 

Toma  de  jYauco. — Después  del  combate  del  día  26  toda  la  brigada  Garretson  re- 
gresó a  su  campamento,  dejando  fuertes  avanzadas  hacia  todos  los  caminos  vecina- 
les, que  fueron  cortados  por  trincheras,  alambradas  y  otras  defensas  accesorias. 
También  se  reforzó  el  solar,  taller  de  toneleros,  que  ya  he  mencionado  y  al  cual  se 
)\z.víi6  fuerte  Wainwright^  en  honor  del  comandante  del  Gloucesier.  Los  ingenieros 
militares  reconocieron  una  loma  cerca  del  puerto  y  allí  comenzaron  los  trabajos,  en 
los  que  tomaron  parte  muchos  nativos,  para  la  construcción  de  un  fuerte  que  años 
después  se  abandonó. 

El  día  2y  por  la  tarde  una  partida  exploradora,  al  mando  del  comandante  Hay  es, 
llegó  hasta  Yauco,  y  como  no  encontrara  allí  fuerza  alguna  española,  dicho  jefe  si- 
guió a  la  Casa  Municipal,  donde  auxiliado  por  Eduardo  Lugo  Viña,  se  puso  en  rela- 
ciones con  D.  Francisco  Mejía,  vecino  honorable  y  jefe  de  una  de  las  más  distinguidas 
familias  del  Sur,  al  cual  nombró  alcalde  interino  de  la  población,  encargándole  de  la 
conservación  del  orden,  para  lo  cual  le  autorizó  a  formar  una  Policía  municipal,  ar- 
mada con  los  fusiles  recogidos  a  los  voluntarios;  poco  después  el  comandante  Hayes 
y  sus  soldados  regresaron  al  campamento,  dejando  avanzadas  a  lo  largo  del  camino. 

Reconocimiento  sobre  Tallaboa. — Al  siguiente  día  el  general  Guy  V.  Henry  or- 
denó al  mismo  comandante  Webb  C.  Hayes  que,  con  50  hombres  montados  y  seis 
oficiales,  provistos  de  raciones  para  tres  días  y  de  loo  cartuchos  por  plaza,  mar- 
chase rápidamente  al  Peñón  de  Tallaboa,  pues  se  decía  que  fuerzas  españolas,  al  eva- 
cuar aquel  punto,  habían  ocultado  muchos  fusiles  Máuser  y  gran  cantidad  de  muni- 
ciones, de  las  cuales  había  un  vagón  cargado,  el  cual  se  intentaba  volar  por  medio 
de  explosivos,  destruyendo  también  la  vía  férrea.  Se  le  advirtió  el  mayor  cuidado 
para  evitar  toda  emboscada  y  que  una  vez  efectuada  su  comisión  retornase  a  Yauco 


CRÓNICAS  217 

donde  esperaría  órdenes.  En  la  misma  orden  se  le  indicó  impidiese  que  la  tropa  en- 
trase en  casas  particulares  ni  que  en  modo  alguno  molestara  a  los  habitantes  pací- 
ficos. 

El  comandante,  acompañado  por  el  capitán  Anderson,  teniente  Rokenbach  y  te- 
niente Wright,  entró  en  Yauco,  a  caballo,  a  las  cinco  de  la  tarde;  detrás  venían  a 
pie  los  50  hombres  por  no  haber  proporcionado  caballos  el  alcalde  Mejía,  caballos 
que  se  le  pidieron  el  día  anterior. 

Cuenta  el  comandante  Hayes  que  su  primera  entrada  en  Yauco  fué  saludada  con 
aclamaciones  del  pueblo,  y  añade  en  su  informe  oficial:  «Bienvenida  tan  entusiasta 
no  la  recibió  jamás  ninguna  tropa:  calles  y  plaza  pública  no  podían  contener  a  las 
multitudes  que  daban  vivas  a  los  Estados  Unidos,  a  su  presidente  y  al  Ejército  ame- 
ricano.» 

Siguieron  el  jefe  y  oficiales  hasta  la  Alcaldía,  y  entonces  supieron  que  estaba  en 
el  pueblo,  desde  algunas  horas  antes,  el  general  de  ingenieros  Roy  Stone,  quien 
acababa  de  llegar  de  Ponce  con  un  pequeño  destacamento  y  una  sección  de  tele- 
grafistas. Dicho  general  ya  había  requisado  y  puesto  en  estado  de  servicio  25  vago- 
nes y  20  plataformas,  material  que  consideró  suficiente  para  conducir  a  Ponce  toda 
la  brigada  Garretson.  Puestos  de  acuerdo  el  general  y  el  comandante,  tomaron  el 
tren,  llegaron  a  Tallaboa  a  las  nueve  de  la  noche  del  día  28,  encontrando  la  estación 
sin  máquinas  ni  carros,  ni  tampoco  señales  de  armas  y  municiones. 

Estas  armas  y  municiones  que  se  suponían  en  Tallaboa,  habían  sido  llevadas  a 
Ponce  el  día  anterior. 

Permanecieron  los  expedicionarios  una  hora  en  el  Peñón,  regresando  a  Yauco,  y 
allí  hallaron  al  teniente  Philipp  con  50  hombres,  los  cuales  vivaqueaban  en  la  plaza 
pública. 

Al  siguiente  día,  29  de  julio,  por  la  mañana,  se  izó  la  bandera  de  los  Estados 
Unidos  en  la  Alcaldía;  dos  compañías  de  Illinois,  al  mando  del  comandante  Clarke, 
que  vinieron  de  Guánica,  y  el  destacamento  Philipp,  formaron  frente  al  edificio;  los 
comandantes  Clarke  y  Hayes  y  el  alcalde  Mejía  se  asomaron  al  balcón  y  el  teniente 
Rokenbach,  con  dos  trompeteros  subió  a  la  azotea.  El  pueblo,  impresionado  por  el 
aparato  militar  del  acto,  estaba  silencioso;  la  bandera  española  fué  arriada  por  Me- 
jía; sonaron  las  trompetas,  toda  la  fuerza  presentó  las  armas  y  el  pabellón  ameri- 
cano flotó  sobre  la  ciudad  de  Yauco.  Desde  el  balcón  el  alcalde  leyó  al  pueblo  el 
siguiente  documento: 


?5^^?^: 


Ü)  #1  'i^  ■ 


'Hoy  4ud^;fc  si  piiel;!/'nL:^r:  ;: 
YalíTilIftelSol  do  Aiiiérjcu 
El  día  25  do   Jidio  <ie    \Kdb 
r;i  1«h1<»  Iiijo  <1«   esta    bínulecMln 


a  tío  g1orií?sa  rec«»rtacioii  .-tn-á  pA^ 
,.,    |)oTqne   por  voz  priiiitsra  flameó. 


.sall.-ird»  1h  híiiHierii  estrellad?,  iiii plantada  cu  nombre  dol  (rohierno  lio 
los  Ksteiliw  IJnlíloa  í1ií  Aüióricc  de'  STorte  pc»r  el  Generalísimo  ere' las 
tri)}«if«  aineriratMs  sefior  lUlles. 

¡  F«ert«ri*iqiícfH)H!  Sniiioa,  |icr  1,1^  m-ilagrosa  iiitenrenclón  del  líios 
de/'tns  Jw«fOf«,  íitwiieltoá  al  re»o  de  la  maérc  Ámerk'ana,  en  mixim  agmm 
nos  't,«lfM'a?ji  la  Hatnrnlrza. 

Hijos  dü  América,  á  ella  nos  devuelve  en   nombre   de  m.  lUM(-i-n-'i 
ít  gcnCT»l  Milles,  j  á  ella  ilebeiiK!»  enviar  nuestro  luás  cxprusivti  snímlv, 
<1e  mniorostt  afeeto,   dirigióridolo^  por   coiMlucto   do  sns  iralMüitw  tríipaH, 
represe  litad  II 8  por  la  disftingaicla.   oficlaljciail  quo   «íiiumcla  el  llitetratlo     % 
general  Milles. 

¡  Ciiiíladanos  I  i  VIVA  El  CIOBIER¥0  BB  LOS  KSTAJJOS 
ÜKJBOS  PE  AMlSElCAt  ¡.YIYAH  SUS  VAUBXTES  TEO^ 
PA^l    ¡VIVA  PUB:ETO-JaiC()  AMBBIOAM).! 

Yaueo,  (P.  R.)  K.  U.  de  Amérkü. 
Julio  20  de  1SÍ)8.  ^  . 

EL  ALCALDE,  • 

•     ..  Francisco  Mejía. 


fmpr  B«K1NQIJEW,-Ta««    ^^     ^ 


C  !í  O  N  I  C  /\  S 


219 


pro- 


'J'erminado  el  discurso,  \ina  liafida  popular  tocó  La  Boriiiqucí}   y   <:1  pii 
rrutiipíó  en  estrcf>pitosos  -iñvas  y  aclamaciones. 

Los  voluntarios,  después  de  recil)ír  un  aviso,  comenzaron  a  depositaren  la  Alcal- 
día sus  armas  y  municiones,  llegando  en  grupos  por  diferentes  calles.  Estas  armas  se 
entregaron  a  una  gu^n-tlia  municipal  recién  creada.  Mcjía  propuso,  y  le  fué  concedido. 

enviar    al    siguiente^  día    50    hombres  __^^__ 

armados  desde  \''auco  para  capturar 
el  puel)lo  de  .Saljana  (irande. 

d'ernunadio  a<]uel  acto,  el  coman- 
dante I  layes  y  su  dcslacaniento,  se- 
guidos de  (1a,rke  y  los  suyos,  mar- 
charon al  campo  americano  cerca  de 
(hiánica.  !ü  ndsnio  día  recil)i()  este 
t:omandante  30  muías  de  silla  y  T4  ca- 
ballos,   únicos  l)agaj(ís  <|ue   hal)ía  po- 

necesitaba,  ordenó  fuesen  devuc^ltos  a, 
sus  (hieños  y  (]iie  éstos  e\tend¡(u-;m 
recibo  para^  pa^miies  (^1  alquiler,  a  lo 
cual  afpiéllos  se  negaron. 

El  capitán  de  la  (duardia  civil 
jos('  .Sánchez  ( 'andel,  hoy  t;oronel  , 
estaba  enfermo  con  tifus,  alojado  en 
la  casa  del  farmacculico  losé  María 
íjatell,  y  allí  cpiedó  prisionero,  bajo 
palabra,  perfectamente  asistido  y  sin  j,  i^'rinri^^..  Au-r,  •>i.-,i  •  ■  i-Ym-o 

ser    molestado    en     lo    más    mínimo. 

Fd  alcalde  Mejía  y  Antonio  Llabrés,  enérgicamente  impidieron  t:odo  desorden, 
haciendo  abortar  los  inlenb>s  de  re|'>resalia  contra  his  voluntarios. 

Hacia  Ponce,— bl  día  27  de  julio  dispuso  el  generalísimo  que  toda  la  hierza  al 
mando  del  general  llenry  (brigada  (larrclson)  se  reconirentrase  sol)re  Poncc,  unicín- 
dose  al  resto  de  la  división  Wdlson  para  operar  en  conjunto.  :''\  las  nueve  de  la 
mañana  del  día  30  salieron  del  campamento  de  (-juánica  el  ()."  de  Illinois,  cuatro 
baterías  y  el  6."  de  Massachusetts,  y  entraron  en  Ya,uco  a  las  dos  de  la  tarde 
del  mismo  día,  con  banderas  desplegadas  y  a  los  acordes  de  las  bandas  mili- 
tares. 

Quedaron  en  aquel  poblado,  además  de  los  ingenieros  militares  empeñados  en 
traJiajos  de  fortificación,  las  compañías  B  y  /"'*  de  Massachusetts  mandadas  por  el 
ccunandante  Priest. 

\'"  auco  recibió  con  gran  alegría  a  las  fuerzas  invasoras.  "V\  entusiasmo,  aquí  como 


A  .     R  I  V  E  R  O 


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"t3 


CRÓNICAS  221 


en  otras  partes  (escribe  el  teniente  Edwards),  fué  exclusivo  de  la  gente  más  baja 
del  pueblo,  quienes  daban  gritos  y  saltos,  corrían  y  hasta  bailaban  como  locos.» 

El  31  de  julio  salió  la  Brigada  para  Ponce,  por  jornadas  ordinarias,  camino  de 
Tallaboa.  En  Yauco  quedó  de  guarnición  la  compañía  L  de  Massachusetts  (formada 
de  hombres  de  color)  y  además  el  doctor  H.  W.  Gross,  que  se  puso  al  frente  del» 
Hospital,  donde  había  52  enfermos,  la  mayor  parte  por  haber  comido  con  exceso* 
frutas  verdes,  y,  el  resto,  a  causa  de  cierta  carne  preservada  en  mal  estado  y  que  se- 
sirvió  como  parte  de  sus  raciones  a  la  tropa.  A  este  incidente  se  dio,  más  tarde,, 
tanta  importancia  y  fué  tan  exagerado  por  la  Prensa  norteamericana,  que  el  Gobierno 
se  vio  precisado  a  nombrar  un  board^  en  Washington,  para  que  investigase  todo  lo- 
ocurrido,  board  ante  el  cual  prestó  declaración  el  mismo  general  Miles,  quien  bautizó 
aquellas  latas  de  carne  con  el  nombre  de  carne  embalsamada.  El  actual  comisionado^ 
de  educación  en  Puerto  Rico,  Paul  G.  Miller,  quien  fué  uno  de  los  voluntarios  que 
tomaron  tierra  por  Guánica,  me  dijo,  hace  bastante  tiempo,  refiriéndose  a  la  famosa 
carne  embalsamada:  «Estaba  en  tan  mal  estado  que,  algunas  veces,  después  de^ 
extraerla  de  las  latas,  aquella  carne  andaba  sola » 

En  Tallaboa  el  comandante  Darling  recibió  órdenes  de  regresar  a  Yauco  para 
encargarse  de  dicha  población,  y  así  lo  efectuó.  Este  comandante,  por  su  conducta 
correcta,  su  trato  ameno  y  su  proceder  siempre  justo,  dejó  recuerdos  muy  agrada- 
bles, que  aun  no  se  han  borrado,  entre  los  habitantes  de  aquella  ciudad. 

El  día  primero  de  agosto  dejó  a  Tallaboa  la  columna  Garretson  y  continuó  su: 
marcha  hasta  Ponce,  donde  llegó  el  4.  Durante  esta  jornada  el  calor  fué  excesivo  y 
los  voluntarios,  sobre  todo  los  del  6.°  de  Massachusetts,  aparecían  muy  cansados, 
alargándose  la  columna  y  perdiendo  su  cohesión.  Debo  advertir,  para  que  el  lector 
juzgue  con  justicia,  que  cada  soldado,  durante  esta  marcha,  llevaba  sobre  sus  hom- 
bros 40  libras  de  peso,  por  lo  cual  muchos  de  ellos  arrojaron  al  camino  buena  parte 
de  su  equipo,  incluso  las  mantas,  impermeables  y  tiendas  de  campaña.  Estos  volun- 
tarios, mal  dirigidos  y  peor  alimentados,  dieron  señales  de  indisciplina.  A  su  llegada 
a  Ponce,  poco  menos  de  la  mitad  de  dicho  regimiento  no  pudo  prestar  servicio, 
unos  por  estar  enfermos  y  otros  por  padecer  excesiva  debilidad.  Tan  pronto  acampó 
la  brigada  Garretson,  el  general  Miles  ordenó  que  un  board  inquiriese  acerca  de  la 
conducta  de  ciertos  jefes  y  oficiales  que,  por  causas  diversas,  eran  calificados  de 
ineptos;  pero  los  interesados,  sin  esperar  el  resultado  de  la  investigación,  renunciaron 
sus  puestos,  entre  ellos  el  coronel  y  varios  jefes  y  oficiales  del  6.°  de  Massachusetts. 
Mis  informes  me  permiten  afirmar  que  una  de  las  causas  principales  de  aquellos 
sucesos  fué  la  divergencia  de  criterios  acerca  de  cómo  debían  ser  tratados  los  hom- 
bres de  color  que  formaban  la  compañía  L  del  regimiento. 


A  ,     R  I  \^  K  R  O 


:;¿ag»^í'^' 


*-.;r?-"™.  i,,ü5S: 


CAJi^ITULO  XVI 


i':xpra;)i(;i{)N  del  rriLXi-.kAí.  wilsox 


CAPrTr:LA(:in\  di-;  pf)XGi^,-^^■(){:^:PA(■|^^•  df,  la  urDAí'»  por  i.;p  ^ia\-<)R 
(;1';\|':ral  wilsox. Di-isiirficK'tx  di^j.  coruxll^  san  >L\R'ríx 

lavor  general  James  II.  \\''ilson,  couiandante  de  la  primera  tlivi- 
sirní  del   primer  iruerpo  de  Itiército,  salió  de  ('harleston,  Carolina 
del  Sur,  a  las  sietx;  de  la  mañana   d(d   día  JO  de  julio  de  J  BoH  con 
las  si^í^uientes  fuer/as  \-  transportes: 
'^  ^RS^^-'  1^1  número  '\0,  Oixiam.   La    CraJ/fie  I>ifc¡itssr  v  el  número  2p 

M,>lnlc.  El  getierai  Wilson  y  su  Instado  Mayor  se  acomodarotí  en 
l'rt  <d  transporte  número  30  cr)ii  el  regimiento  de  \djlimtarlos  ríe 
Wdsconsin,  núnu^ro  3,  de  infantería,  una  sección  ile  sjinidad  y  otra  del  (Aierfio  de 
Señales.  Id  general  limst  y  su  I-.slado  'Alayor  cnjbarearon  en  Ím  drandc  nnchvs<f 
con  el  regindento,  tand)i(;n  de  Wisconsin,  número  _\  v  un  destacamento  de  sanidad; 
and)os  Innpies  cargaron  gran  cantidad  de  víveres  y  parcpie,  mucho  de  (\l¡o  destinado 
a  .Santiagoele  Cuba,  lín  el  número  30  end)arcó,  todo  el  ecpdpo  del  mayor  general 
Miles,  el  coronel  Mlcldc^r  y  el  c-apitán  l'otlz,  de  su  listado  Mayor,  los  cuales  liahían 
llegado  tarde  al  puerto  para  acoiiif)añar  a  dicho  general. 

\'íveres  par;i  treinta  días,  700  nndos,  100  caballos  y  2üO  vagones  fueron  carga- 
dos en  el  ñlohilc,  v  este  mismo  huijue  conducía,  el  reginn'ento  de  \''oluntar!os  de 
Pennsylvania  número  16  y  dos  conipaúíiis  del  reginn'ento  de  Illinois.  Id  MohiJr  110 
z.u-pó  con  el  resto  de  la  expedición  sino  más  tarde,  alcanzatnlo  al  convo)-  <:ua,ndo 
éste  entraba  en  el  puerta  de  Ponce.  Todas  estas  fuerzas  simiabati  3.571  soldados  y 
clases,  sin  incluir  los  oficiales. 


224 


A  .   M  I  \/  :!•:  R  o 


(Jbedeciendo  las  órdenes  del  secretario  de  la  Guerra,  el  convoy,  sin  escolta 
alguna,  sigui(5  con  rumbo  a  las  Cabezas  de  San  Juan  con  el  prop()sito  de  tomar  tierra 
en  algún  punto  cercano  a  Fajardo.  Jín  la  mañatia  del  26  La  (irandc  Diichesse  y  el 
?;ri)íi!-ro  50.  que  ít:ív:-p;ib.;iii  .- /.'  i  i'iiscrva,  fiieron  avisados  por  el  Colivmbia  de  que  la 
cxpedici(')n  Miles  había  desembarcado  en  ( juánica» 
punto  donde  debían  reunirse  todas  las  fuerzas. 
Siguieron  adelante,  llegando  a  dicho  puerto  el 
mismo  día,  aunque  demasiado  tarde  para  entrar; 
el  I"] ^  a  las  ocho  de  la  mañana,  penetraron  por  el 
canal,  poniéndose  a  las  órdenes  del  generalísimo, 
cuyo  Cuartel  general  estaba  a  bordo  del  City  of 
Macoii.  ¥\  general  W'ilson  recibió  órdenes  para 
hacerse  a  la  mar  nuevamente,  siguiendo  el  rumbo 
que  le  marcase  el  acorazado  Massacliiiselts^  y 
todos  levaron  anclas  a  las  cuatro  de  la  mañana 
del  28,  llegando  a  Ponce  al  amanecer  del  nn'snio 
día.  Va  fondeados,  el  com,andante  Davis,  del 
Cinciiiiiati^  informó  al  general  W'ilson  de  que 
fuerzas  de  Marina  habían  desembarcado  la  noclui 
anterior  y  que  se  estaba  tramitando  un  arreglo 
entre  el  jefe  de  la  fuerza  española  y  un  represen^ 
tante  de  la  Armada,  habien<lo  capituladf)  la  pkiza. 
con  la  condición  de  que  sus  defensores  no  serían 


zo    de 


árenla    v    ocri 


perseguidos    en.    un 

horas . 

Capitulación  de  Ponce.' —  Veamos    ahora   de 
n.iiiuir.U:  i'ui.cc.  c|ué  maucra  tuvo  lugar  la  capitulación  de  la  ciudad 

y  puerto  de  Ponce.  h,l  2/  de  julio,  a  la  una  cuarenta 
y  cinco  de  la  tarde,  salieron  de  fhiánica  los  pequeños  cruceros  ÍJixíf,  /liiiiapolis  y 
\\'as[>  con  ruml)o  a  Ponce,  <loncÍe  entraron  a  las  tres,  )''  siguiendo  hacia,  la  iila^M,. 
íondearon  muv  cerca  de  ella  a  las  cinco  y  veinticinco  minutos.  Pos  dos  primeros 
buques  a,puntaron  sus  cañones  contra  el  poblado,  mientras  el  último  Irjs  enfilaba  (ui 
ilireccíón  al  nmelle. 

Id  ünticnte  Cr,  A.  ^Icrriam,  accnupañado  del  cadete  G.  C  Lodge,  fué  enviado  a 
tierra  con  bandera  de  parlamento  para  pedir  la  rendición  de  la  plaza  en  nombre  del 
comandante  Davis;  este  parlamentario  se  dirigió  a  la  Ca,pitanía  del  puerto,  lionde  fué 
recibido  por  el  capitán  del  mistno,  Gbaldo  Pérez  Cossío,  fjuien  apareció  vestido  de 
jiaisano  y  bastante  nervioso.  Al  rec¡l>!r  la  intimación  para  ipie  rindiese  |>laza  y 
¡)uerto,  cont(»stó:  .  que  él  era  un  simple  oficial  sin  autoridad  para  tratar  ni  para 
rendir  nad¡o>;  v  como  110  se  encontrase  en  la  pía  va  ninp-una  otra  autoridad  española. 


"(:  R  o  N  1  C  A  : 


el  teniente  Merrianí  envió  un  a^viso  al  vicecónsul  inglés  Fernando  M.  Toro  para  que 
viniese  a  conferenciar  con  él.  i£l  señor  Toro,  al  recibir  el  aviso,  se  avistó  con  el  co- 
mandante militar  de  la  plaza,  coronel  Leopoldo  San  Wlartín,  refiriéndole  lo  ocurrido 
y  solicitando  un  pase  que  le  permitiese  bajar  a  los  muelles,  pase  que  le  fué  extendido 
en  el  acto.  Acompañado  de  im  teniente  de  infan- 
tería fué  en  busca  del  parlamentario,  quien  mani- 
festó «tenía  órdenes  de  exigir  la  inmediata  rendi- 
ción de  la  plaza,  o  que,  de  lo  contrario,  sería 
boml:)ardeada  por  los  bu(|ues  de  guerra  fondea- 
dos en  el  puerto». 

1^1  vicecónsul  protestó  de  la  gravedad  de  tal 
resolución,  que  podría  acarrear,  caso  de  llevarse  a 
cabo,  numerosas  desgracias  personales  y,a<lemás, 
la  destrucción  <le  todo  el  caserío,  que  e^ra  de  ma- 
dera, y  terminó  solicitando  un  ¡)lazo  para  confe- 
renciar con  el  comandante  militar,  plazo  que  le 
fué  concedido. 

Kegresó  a  la  ciudad,  donde  se  avistó  con  el 
coronel,  quien  después  de  oírle,  le  dijo:  -que; 
naxia  podía  hacer  sin  autorización  del  caf)itán  ge- 
neral-. Como  esta  entrevista  se  llevaba  a  cabo  en 
la  misma  oficina  del  Telégrafo,  San  Martín  se 
puso  al  habla  con  el  general  Maclas,  conumicán- 
dole  todo  lo  i|ue  pasaba,  mientras  Toro  volvió  a 
la  playa,  pidiendo  al  parL'uuentario  que  lo  condu- 
jese a  bordo  del  Díxic,  conviniendo  en  ello  el 
t-inente  Merriam,  \''a'a  bordo,  consiguió  del  co- 
mandante Davis  se  suspendiese  todo  acto  de  vio-  ,.-  , 
1  aicia  hasta  las  doce  de  la  noche,  hora  en  que, 
según  manifestó  éste,  «pacíficamente   o   por  la  fuerza,  desembarcaría  sus  marinos». 

Toro  regresó  a  la  población,  la  que  encontró  en  gran  estado  de  alarnui,  por  lo 
que  tuvo  necesidad  de  aconsejar  a  los  vecinos  calma  y  prudencia;  y  como  había  avi^ 
sado  a  los  deuuis  cónsules,  llegó  el  de  Holanda,  y  juntos  convinieron  en  reunir  a 
todo  (^1  cu(Mq>o  consular,  reunión  en  que  se  tomó  el  acuerdo  de  telegrafiar  al  capitán 
general  Macías  indicándole  la  inutilidad  de  hacer  resistencia,  toda  vez  que  la  plaza  no 
contaba  sino  con  muy  escasos  tleíensores.  Toro  fué  encargado  de  redactar  y  trans- 
mitir dii:ho  acuerdo,  y  así  lo  hizo. 

lan  j>ronto  como  el  coronel  Leopoldo  San  Martín  tuvo  noticias  de  la  entrada  de 
hi  escuadra  enemiga,  ordenó  que  las  tropas  ocupasen  ios  sitios  designados  con  ante- 
rioridad.   I':stas   íu(^rza,s   eran   tres   compañías  del   batallón  Cazadores  tle  Patria,  su 


A  .    K  I  \'  !•:  k  o 


guerrilla  m<mt:ula  3.-  el  l)atalir>n  de  Vuliiniarios,  500  !i<>n)l)res,  de  his  cuales  sólo  dos 
terceras  i)art:es  tr.inaron  lasarlas,  una  seccJón  de  la  (  niardia  civil  y  ,,tra  de  Orden 
público  ct>!n|)l(4aha  el  conjunto  de  las  fuer2as  defensoras.  I  )espués  de  su  eorJerencia 
con  el  cónsul  'I\.ro,  el  <~í)niandanie  militar  de  l'once  diri<r¡ó  al  general  Alacias  el  si- 
guiente telegrama: 

Comandante  Aíilitar  de  Ponce  al  Capitán  í^encraL 

27  de  julio.  i8<,8. 
líscoadra  americana,  fondeada  en  el  |)iierto,  amenaza   bombardear  plava   y  ciu- 
^^=«^;'^^s^"''*"tadas  fuerzas  enviadas  a  Cuánica  y  Tallaboa,  sólo  baigo  tres  compañías 
de  .Patria,  voluntiuaos  y  guerrilleros.  Ruégele  remita  instrucciones.  Me   lie  negade  a 
rc(a"bir  parlamentario  que  ha  dcsembarea»l<i. 

El  general  Mecías  s-V.o  contestó  con  estas  palabras:  «Cumpla  usted  con  su  drl)eio> 
boeo  despu.'s  se  recibió  por  el  euerjKj  consular  la  respuesta  a  su  telcgranuí,  res^ 


Capitán  b-encral  a  \'ice<-ónsul  ingles.  Ponce. 
No   Icmgo  aulori/aci.'.n   i)ara,    p.arlamerüar  con   los  ani<;ricanüs.   b^amenlo,    como 
amante  de  J^ierto  Rico,  los  destrozos  que  el  enemigo  pueda  hacer  en  una  guca-ra  que 
nosotros  no  hemos  buscado.  I\)nce  y  todo  t:l  territorio  serán  defendidos  por  cuantos 


C  R  O  X  I  C  A  S 


medios  tenga  a  mi  alcance,  lodo  lo  que  puedo  hacer,  en  obseciuio  a  ese  cuerpo  con- 
sular, es  respetar  el  paraje  neutral  que  se  cscoj:i  para  residencia  de  los  cónsules  y 
exlranieros  fuera  <le  Fonce. — Matías. 


s,  V   muv 


lil  anterior  despacho  llegó  a  conocimiento  di;  gran  número  de  person 
pronto  aparecieron  grupos  en  varias  esquina,s  de  la  ciudad,  y  en  voz  alta  se  lia- 
l)lal>a  de  atacar  a  la  fuerza  española,  para  impcíiir,  por  todos  los  medios,  el  l)ond)nr- 
deo  anunciado. 

Los  cónsules  se  trasladaron  a  la  oficina  <!(!  'I  elégrafns,  y  allí  el  coronel  San  Martín 
mostró  al  de  Inglaterra,  Toro,  un  último  telegrama,  que  acuhaba  di-  recibir,  coni-e- 
hido  en  estos  términos: 

,Si  usted  cree  que  toila  defensa  es  imposible,  evacué  la  plaza  en  mejor  orden. 
Lleve  consigo  todo  el  material  que  pueda,  y  destruya  depósitos  de  municiones  y  vb 


De  este  doeumenb)  tuvieron  conocim¡ent(»  el  c.hisul  tic  Alenumla  Enr!(pie  Lrit/e 
V  el  súbdib.  ingles  Roberto  (draham,  <pie  aconq-)aiiaban  a  Toro.  liste,  inmediabo- 
mente,  volvió  a  bordo  del  ÜLvir,  y.  d.-spués  de  alguna  controversia  con  el  coman- 
dante Davis,  convino  la  capitulación  de  la  plaza  con  las  siguirmtes  condiciones,  cp.e 
debían  ser  sometidas  al  general  Miles: 


228  A  .     RI  VERO 

1.  Se  permitirá  retirarse  a  toda  la  guarnición. 

2.  El  Gobierno  municipal  de  Ponce  continuará  en  sus  funciones.  Los  bomberos. 
y  Policía  municipal  (sin  armas)  mantendrán  el  orden  hasta  que  desembarquen  las- 
fuerzas  de  ocupación. 

3.  El  Capitán  de  Puerto,  único  oficial  español  presente  en  la  playa,  no  será  con- 
siderado prisionero. 

Este  convenio  fué  firmado  por  el  comandante  Davis  y  por  Fernando  M.  Toro^ 
en  su  calidad  de  vicecónsul  de  Inglaterra  y  encargado  de  Negocios  de  los  Estados- 
Unidos,  representando,  además,  al  comandante  militar  de  Ponce. 

Satisfecho,  en  extremo,  de  sus  gestiones,  volvió  a  la  ciudad,  y  una  vez  en  ella,  se 
enteró,  con  asombro,  de  que  el  general  Macías  había  anulado  su  último  telegrama,, 
destituyendo  al  coronel  San  Martín,  y  ordenándole  entregara  el  mando  al  teniente  co- 
ronel de  la  Guardia  civil  Julián  Alonso,  quien  tenía  órdenes  de  resistir  a  todo  trance. 
El  mismo  general  Macías  comunicó  al  destituido  jefe  que  marchase,  inmediatamente,, 
al  pueblo  de  Aibonito,  donde  debía  esperar  nuevas  instrucciones. 

Toro,  Fritze  y  Graham;  Pedro  Juan  Rosalí,  cónsul  de  Holanda;  el  alcalde  de  la 
ciudad,  Ulpiano  R.  Colón,  y  Pedro  Juan  Fournier,  todos  juntos,  obtuvieron  nueva 
prórroga  del  comandante  Davis,  toda  vez  que  el  plazo  convenido  había  expirado;  en- 
tonces el  primero  de  ellos,  y  a  nombre  del  cuerpo  consular,  dirigió  este  nuevo  tele-^ 
grama: 

Vicecónsul  de  Inglaterra  a  Capitán  General  de  Puerto  Rico. 

Ponce,  julio  27,  189^.  12  noche. 

Enterados  los  cónsules,  comisionados  por  el  coronel  San  Martín  para  arreglar 
con  las  fuerzas  americanas  una  honrosa  capitulación  de  Ponce,  de  la  determinación 
de  V.  E.  de  no  respetar  la  palabra  de  honor  de  su  representante  en  esta  ciudad,  te- 
nemos  que  manifestarle  que  no  es  posible  quedemos  en  ridículo,  y  que  su  determi- 
nación menoscaba  nuestros  prestigios.  No  podemos  asumir  la  responsabilidad  de  lo- 
que ocurra  después  de  habernos  comprometido,  bajo  palabra  de  honor,  con  el  Co- 
mandante de  la  escuadra  americana,  anclada  en  este  puerto,  palabra  de  honor,  que 
dimos  por  haberla  recibido  de  su  representante  aquí,  quien  estaba  en  el  ejercicio  de 
todas  sus  funciones,  como  tal  Comandante  militar  de  Ponce,  al  manifestarnos  que 
tenía  autorización  de  V.  E.  para  capitular. 

Nos  vemos  en  el  caso  de  dar  cuenta  inmediatamente  a  nuestros  respectivos  Go- 
biernos de  este  hecho  inusitado,  toda  vez  que  nuestras  gestiones  se  apoyaron  en  la  pa- 
labra de  honor  de  un  Coronel  del  Ejército  español.  Comandante  militar  de  una  plaza 
y  representante  del  Capitán  General  de  la  Isla. 

La  misión  que  aceptamos,  y  el  resultado  de  nuestras  gestiones,  fué  anterior  a  la 
destitución  del  coronel  San  Martín,  según  pruebas  que  tenemos  en  nuestro  poder^ 
Pedimos  a  V.  E.  que  confirme  lo  pactado  por  nosotros,  a  nombre  del  coronel  San 
Martín,  y  pedimos,  además,  una  respuesta  inmediata,  por  ser  éste  un  caso  urgente- 

Toro,  Vicecónsul  de  Inglaterra. 


CRÓNICAS  229 

A  telegrama  tan  enérgico,  contestó  el  general  Macías  con  este  otro: 

Capitán  General  a  Vicecónsul  Inglés.  Ponce. 
En  vista  de  la  palabra  de  honor  empeñada  por  el  Jefe  que  mandaba  anteriormente 
las  fuerzas  militares  en  esa  ciudad,  y  para  dejar  en  buen  lugar  al  cuerpo  consular 
f  xtranjero,  ordeno  que  se  cumpla  lo  pactado,  pero  teniendo  en  cuenta,  únicamente, 
Jo  que  se  refiere  a  la  evacuación  de  la  plaza. — Macías. 

Recibido  el  anterior  despacho,  todos  los  cónsules,  el  alcalde  Colón,  el  coronel 
retirado  Sergio  Puventud  y  el  teniente  coronel  de  la  Guardia  civil,  que  ahora  des- 
■empeñaba  el  cargo  de  comandante  militar,  resolvieron  comunicar  al  comandante  Da- 
vis  que,  aceptadas  las  bases  provisionales  de  la  capitulación,  a  las  primeras  horas  de 
la  mañana  comenzaría  la  evacuación  de  Ponce  por  las  tropas  españolas. 

Desembarco. — A  las  cinco  y  treinta  de  la  mañana  del  28,  el  teniente  Merriam, 
.acompañado  del  de  igual  empleo  Haines  y  del  cadete  de  Marina  G.  C.  Lodge,  con  un 
pelotón  de  marinos,  desembarcaron,  y,  llegando  a  la  Aduana,  tomaron  posesión  de 
ella,  en  nombre  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  situando  en  la  azotea  del  edifi- 
cio dos  hombres  con  un  cañón  automático  Colt,  de  6  milímetros;  otros  dos  marinos, 
•en  la  oficina  del  Cable,  y  dejando  en  reserva  el  resto  de  la  fuerza. 

A  las  seis  de  la  mañana  del  día  28  de  julio  de  1898,  el  cadete  Lodge  izó  la  ban- 
-dera  de  los  Estados  Unidos  en  la  Capitanía  de  Puerto  de  la  Playa,  de  Ponce. 

A  esta  hora,  numerosos  vecinos  de  la  ciudad,  entre  ellos  muchas  damas  en  coches 
y  calesas,  llenaban  el  camino  que  conduce  del  poblado  a  la  playa.  Ponce  tenía  el  as- 
pecto de  una  población  en  días  de  feria. 

A  las  siete  de  la  mañana,  y  como  estuviesen  ya  en  puerto  el  general  Wilson 
y  su  expedición,  y  también  el  generalísimo  Miles,  el  comandante  Davis  arrió  en  el 
Dixie  su  bandera  de  comandante  general  e  hizo  entrega  de  la  plaza  y  documento 
de  capitulación  al  jefe  de  las  fuerzas  del  ejército  americano.  Pocos  minutos  des- 
pués tomaron  tierra  aquellos  generales  y  su  Estado  Mayor,  estableciendo  su  cuar- 
tel general  en  la  Aduana,  mientras  el  resto  de  la  expedición  desembarcaba  en  50  lan- 
chas que,  durante  la  noche  anterior,  había  requisado  el  infatigable  Wainvi^right, 
comandante  del  Gloucester.  El  teniente  coronel  F.  A.  Hill  fué  nombrado  adminis- 
trador de  la  Aduana  y  colector  de  rentas.  Por  la  tarde,  el  general  Wilson  transfirió 
su  cuartel  general  a  la  ciudad,  ocupando  la  casa  número  6  de  la  calle  Mayor,  y  el 
generalísimo  dejó  el  suyo  en  la  Aduana,  pero  hospedándose  provisionalmente  en  el 
Hotel  Francés. 

En  la  población. — Tan  pronto  como  las  fuerzas  de  tierra  relevaron  a  los  marinos, 
-el  teniente  H.  C.  Haines,  el  cirujano  Heiskle,  el  teniente  Murdok  y  el  cadete  Lodge, 
previo  permiso,  llegaron  hasta  la  ciudad,  donde  se  enteraron  de  que  había  en  la 
cárcel,  entre  otros,  17  presos  por  asuntos  políticos;  después  de  telefonear  al  cuartel 
general  de  la  Aduana  y  obtener  autorización,  pusieron  en  libertad  a  dichos  presos^ 


2  30  A  .     K  I  V  !•:  R  (> 

no  sin  que  antes  se  exigiese  al  alcalde  Ulpiaiio  R.  Colón  la  seguritfad  de  c|ue  aque- 
llos homl>res  no  eran  responsables  de  delitos  comunes. 

A  las  diez  de  la  mañana  del  mismo  día,  el  cadete  Lodge  uó  el  jiahellón  estrellado 
«le  Xortcainérica  en  la  Casa-Ayuntamiento  de  biciudatl  de  l'once. 

(hiánica.  Vaneo  v  Fonce,  tres  banderas  arriadas  a  los  tres  días  de  invasiíMi. 


A  las  cinco  de  la  tarde,  el  general  Miles  recibic'»  a  todas  Jas  autoridades  de  la  ciu- 
dad, reunidas  en  el  salón  de  actos  de  la  (iasa  Municipal,  y  allí  pronunció  un  corto 
discurso,  que  fué  traducido  por  el  cónsul  l^'ernando  M.  l'oro,  y  en  el  cual  ofreció 
respetar  las  libertades,  religión  y  costumbres  dc^l  país,  añadiendo  que  rogaba  a  todas 
las  autoridades  que  continuasen  en  sus  puestos  y  que  con  todo  rigor  mantuvieran  rd 
orden  en  la  población  y  sus  barrios,  cortando  de  raíz  cualquier  motín. 

1'erniinado  a(|uel  acto,  regresó  a  bord<a,  y  su  l'.stado  !\layor  quedó  alojado  en  la 
luisnuí  casa  donde  el  día  antes  estaba  la  Comandancia  ]\íi)itar  íle  las  fuerzas  españo- 
las, casa  situada  en  la  estpiina  de  las  calles  Cristina  v  Mayor. 

Las  fuerzas  españolas.— fíl  teniente  coronel  Alonso,  antes  de  amanecer,  comenzó 
su  retirada  hacia  juana  Díaz,  llewando  en  carretas  toda  la  impedimenta,  no  sin  luiber 
intentado  destruir  la  estación  del  ferrocarril  }'  su  material;  sólo  fueron  (|ucmados 
unos  pocos  vagones  porque  acudieron  en  el  acto  fuerzas  de  bomberos,  que  estaban 


CRÓNICAS  231 

muy  alertas  por  indicaciones  del  vicecónsul  Toro,  quien  tenía  noticias  de  las  órdenes 
recibidas  por  aquel  jefe. 

Ya  he  dicho  que  la  compañía  de  Voluntarios  de  la  Playa,  en  su  mayor  parte,  se 
negó  a  tomar  las  armas;  sólo  dos  terceras  partes  del  batallón  de  Voluntarios  nú- 
mero 9  siguió  a  las  tropas  veteranas  en  su  retirada,  aunque  mucha  gente  fué  deser- 
tando en  los  pueblos  de  tránsito.  El  jefe  de  este  cuerpo,  Dimas  de  Ramery,  de 
edad  muy  avanzada,  acompañado  de  sus  hijos,  del  comandante  Montes  de  Oca  y  de 
algunos  otros  oficiales,  continuaron  hasta  Aibonito,  y  allí  permanecieron  en  las  trin- 
cheras del  Asomante  hasta  el  mismo  día  en  que  se  firmó  el  armisticio. 

El  capitán  de  infantería  José  Urrutia  y  Cortón,  del  batallón  Patria,  que  estaba 
enfermo  en  su  domicilio,  no  pudo  incorporarse  y  fué  hecho  prisionero  por  un  ayu- 
dante del  general  Wilson. 

La  marcha  desde  Ponce  a  Aibonito  se  realizó  en  dos  jornadas,  pernoctando  en 
Coamo,  donde  quedaron  para  defender  la  población,  como  puesto  avanzado,  dos 
compañías  con  la  bandera  y  la  música  del  batallón,  y  algunos  Guardias  civiles  y  gue- 
rrilleros, todos  al  mando  del  comandante  Rafael  Martínez  Illescas. 

El  coronel  San  Martín. — E'.ste  jefe,  destituido  por  el  general  Macías,  después  de 
renunciar  el  mando  siguió  en  coche  hasta  Aibonito,  y  a  su  llegada  fué  reducido  a 
prisión.  Dos  días  más  tarde,  el  autor  de  este  libro,  cumpliendo  órdenes  recibidas, 
tuvo  el  sentimiento  de  encerrarlo  en  una  bóveda  del  castillo  de  San  Cristóbal  y  po. 
nerle  centinelas  de  vista  en  las  rejas  de  sus  ventanas.  El  coronel  de  artillería  José 
Sánchez  de  Castilla  fué  nombrado  juez  instructor,  y  el  capitán  del  mismo  cuerpo 
Enrique  Barbaza,  secretario,  para  instruir  el  correspondiente  sumario. 

San  Martín,  a  quien  su  esposa  y  amigos  visitaban  diariamente,  contó  a  varias 
personas  todo  lo  ocurrido  en  Ponce,  asegurando  que  tenía  en  su  poder  instrucciones 
concretas  y  por  escrito  del  capitán  general  para  evacuar  la  ciudad  y  puerto  tan 
pronto  avistase  fuerzas  enemigas  superiores  en  número. 

Indudablemente,  los  cónsules  extranjeros  y  los  hombres  prominentes  y  adinera- 
dos de  la  ciudad  del  Sur  hicieron  presión  sobre  el  coronal  ante  el  justificado  temor 
de  que  un  bombardeo  redujese  a  cenizas  el  hermoso  caserío.  Unas  y  otras  razones 
debieron  pesar  en  el  ánimo  de  los  jueces  que  componían  el  alto  tribunal  que,  más 
tarde,  en  Madrid,  falló  en  última  instancia  el  proceso  instruido  al  citado  coronel, 
porque  éste  fué  absuelto  libremente  de  toda  culpa,  por  haber  obrado  con  arreglo  a 
las  instrucciones  recibidas  y  a  las  circunstancias  del  caso. 

Incidentes. — En  los  momentos  de  izarse  la  nueva  bandera  en  la  Casa-Ayunta- 
miento de  Ponce,  Rodulfo  Figueroa,  uno  de  los  presos  libertados  (hombre  de  ideas 
exaltadas  y  carácter  aventurero),  subió  al  salón  de  actos,  y  descolgando  el  retrato  y 
corona  de  los  monarcas  españoles  intentó  arrojarlos  por  el  balcón,  mientras  decía 
a  grandes  voces:  «Ahí  van  los  últimos  restos  de  la  dominación  española.»  Un  oficial 
americano  allí  presente  (y  cuyo  nombre  siento  no  recordar)  intervino  y,  entre  serio  y 


232  A  .     R  í  VF/R  O 

amable,  tomó  en  sus  manos  corona  y  cuadro,  manifestando  que  «los  guardaba  en  su 
poder  con)o  un  recuerdo  histórico  de  gran  valor»;  y  así  lo  hizo,  sin  oposición  de  nadie, 

I  h'  oído  referir  a  testigos  presenciales  del  hecho  que,  cuando  el  teniente  Merriam, 
en  la  mañana  del  día  28,  intimó  al  capitán  de  Puerto,  Ubaldo  Cossío,  la  rendición  del 
de  Ponce,  éste  contestó,  señalando  a  los  cruceros  americanos  anclados  en  la  rada: 

-~J\)r  lo  que  veo,  el  puerto  es  de  ustedes;  y  si  más  rendido  lo  quieren..... 

La  proclama.— lil  mismo  día  en  que  el  generalísimo  de  las  fuerzas  invasoras, 
Nelson  A.  Miles,  desembarcó  en  la  ciudad  de  Ponce,  hizo  circular  en  español  una 
proclama  en  que  daba  (uienta  de  sus  intenciones  y  de  los  propósitos  que  guiaban  al 
ejército  americano.  Kste  documento  puede  leerse  a  continuación: 


PROCLAMA 

Güim  GEISML  DEL  EJEllTO  BE  LOS  ESTADOS  DIIDOS 

POriCE,  PUERTO-RICO  JULIO  28  DE  iaSfi.' 

I  A.  XiOS  H A.llITikíiíTES  DE  PTO-RICO  í 

Como  conscciiciiieia  ña  lii  gitr-rra  (iiw  trae  CtniwñiMla  amU:i  l-l-siKUin  í-!  pueUio  »le  los  Estatlí»  'Ja'-<1'..¡: 
IKjr  h  cansa  »le  la  Lllmrtail,  <lc  la  .IiisÜcia  y  rtc  la  lltimanid»;!,  sitó  fiiorans  militaros  lian  veuido  á  ocipar 
la  islr.  «le  pHwto-Ciw».  ^  ripneu  elI;iH  «i^^iitrmd'.  el  estandarte  de  I»  Libcrtíttl,  iiispivwlas  m  el  noWe 
l.r<ii>.«ito  »le  bm&n  A  los  nuymmm  «lo  nnt•^.tr<^  piífs  y  d.el  viM>stn>,  y  do  «líistmlr  6  eaptiirar  á  recios  tóá,/ 
qm  Tíísistan  cr.  las  arai;ts.  Os  traeii  isllíis  ol  a|Miya  aniHM!«-  «le  iiiiii  nadñii  ñc  ¡nvhht  libre,  ctifO  i'f ftft.'n?*' * 
iltjrí:»  ilcHcausii  cii  sis  jitsti<;iit  y  Imuiatddad  pitr-'t  todos  ,ifHiell»s  ane  vive»  bajo  su  protoccléii  y  "»iis]¡>í»m». 
Por  osta  i-MÍm,  el  ¡wimer  efoct»  do  osta  «ciiiiadán  tvvíi  el  ciwuhio  iiimociiaio  do  %-iiesfras  atitígnas  torttfíl^ 
poPtií'»?,  t'Sip«'r;«íd<},  pnes,  <|m;  aceptéis  (»ii  ji'ilíiU)  «;l  Gobierno  de  los  listados  Unidos. 

El  priHcii«il.iir(!i)Ó!,li:«)  d«-.las  ñwr/.m  militares  suiíericiuias  »;rá  aludir  ia  antuiidatl  arinada  tte  Espft. 
in  y  .;!;«•  lú  limAnv  il,;  esta  liermosa  Isla  Ui  íi.a.voi-  stwna  <b  HlKu-tadoscfiiupatibltH  c«o  esta  oenprwtóa 
miljtei, 

Ko  lieinft»  venido  á  hacer  la  giier?a  contra  el  pimblo  deíin  pafs  «luo  lía  «ístado  durante  algunos  si  • 
glos  opfltttWc,  siuo,  por  el  contrario,  á  traeros  protecciu»,  do  solamente  á  vosotros  sino  tanililéo  A  vnes- 
tras  ptO|>lct1tt<le8,. promoviendo  vnesstríi  prosperidad  y  «lerratimnclo  sobre  Tosotros  1»  gacauífa.s  y  hetMii-    ■ 
clones  dú  laá'lrStfraetoifeJ  liUeralos  de  nn<!stro  Gobierno.    iSTo  toneraos  üI  propósito  de  Interreiiir  on  Ir.s 
leyes  y  oostnrebres  exislxntH'S  (loc  ftii;rci>  sanas  y  l>aii«ficiosas  pnra  vuestro  ¡«ieblo,  siempre  «ineNC  ¡«¡ih-    . 
ten  á  los  principios  do  la  adíiiinistraifióo  iiñlitiir,  «leí  orden  y  do  !ii  Justicia. 

'    Esin  !ii>  es  iifsa  giiorra  do  dovastaoió»,  slaó  una  gtierra  ipní  proporcionará  á  todos,  eon  sus  fii«r;?irt 
Hiwalefi  y  njlIHares,  las  ventajas  y  prosperidad  de  la  ospíendorosa  clvilizaeirtn.  ^         ' 


Neison  A.  Miles. 

General  en  Jefe  tlcl  Ejercito  de  los  Estados 


Tl|i>  •'•Lltiln  CoiiiMfclnt" 


CRÓNICAS  233 

En  el  puerto. — Por  orden  del  comandante  Davis  fueron  capturadas  en  el  puerto 
de  Ponce  un  total  de  91  embarcaciones,  de  las  cuales  sólo  dos  izaban  banderas 
neutrales,  perteneciendo  las  restantes  a  ciudadanos  españoles;  de  éstas,  ^'J  eran 
lanchas  de  transportar  azúcar.  El  cadete  Me  Carthy  fué  nombrado  capitán  de  presas 
y  quedó  a  cargo  de  todas  ellas. 

Hacia  el  31  del  mismo  mes  se  nombró  un  board  presidido  por  el  capitán  Higgin- 
son,  el  cual  resolvió  que  sólo  tres  de  los  buques  capturados  eran  buenas  presas  y 
que  los  demás  fuesen  devueltos  a  sus  dueños;  resolución  contra  la  cual  protestó  el 
comandante  Davis  sin  que  luego  haya  yo  sabido  si  él  obtuvo  buen  éxito  en  su 
protesta. 

Capitán  de  Puerto. — Hasta  el  día  12  de  agosto  no  se  nombró  capitán  de  Puerto, 
siendo  designado  el  teniente  W.  J.  Maxwell,  del  Columbia, 

Parte  oficial. — He  aquí  la  comunicación  en  que  el  general  Miles  da  cuenta  de  la 
toma  de  Ponce  y  de  su  puerto: 

Puerto  de  Ponce,  Porto  Rico,  vía  St.  Thomas. 

Julio  28,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 

1.30  de  la  mañana.  El  26  la  Brigada  Garretson  sostuvo  vivo  fuego  de  guerrilla. 
Nuestras  bajas,  cuatro  heridos,  que  todos  siguen  bien.  Los  españoles  tuvieron  tres 
muertos  y  además  tres  heridos.  Yauco  ocupado  ayer.  La  división  Henry  está  allí 
hoy.  Ayer  tarde  el  comandante  Davis,  del  Dixie^  entró  en  este  puerto  seguido  hoy, 
temprano,  por  el  capitán  Higginson  con  su  flota.  General  Wilson  y  la  Brigada  Ernst 
desembarcando  ahora,  rápidamente.  Las  tropas  españolas  retirándose  de  toda  la 
parte  Sudoeste  de  Puerto  Rico.  Ponce  y  su  puerto,  con  una  población  de  50.000  habi- 
tantes, están  ahora  bajo  la  bandera  americana.  El  populacho  ha  recibido  las  tropas  y 
saludado  la  bandera  con  loco  entusiasmo.  La  Marina  ha  hecho  varias  presas^  entre 
ellas  algunas  lanchas. 

Material  ferroviario  destruido  parcialmente,  pero  ya  ha  sido  arreglado.  Comuni- 
caciones telegráficas  también  se  están  restaurando;  aparatos  del  cable  fueron  des- 
truidos. He  mandado  por  otros  a  Jamaica. 

Este  es  un  próspero  y  bello  país.  Pronto  entrará  el  Ejército  en  la  región  monta- 
ñosa; clima  delicioso;  tropas  en  el  mejor  estado  de  salud  y  espíritu;  anticipo  que  no 
encontraré  invencibles  obstáculos  en  lo  futuro.  Hasta  ahora  todo  se  ha  hecho  sin  la 
pérdida  de  un  solo  hombre. 

Nelson  A.  Miles, 

Mavor  general f  Comandante  del  Ejército. 

En  San  Juan. — El  Estado  Mayor  del  general  Macías,  desde  que  las  fuerzas 
americanas  tomaron  tierra  en  Guánica,  adoptó  una  actitud  de  estudiada  reserva; 
negaba  todo  informe  a  la  Prensa,  no  se  publicaba  en  la  Gaceta  comunicados  oficiales, 
como  más  tarde  se  hizo;  pero,  a  pesar  de  la  censura  que  existía  desde  que  se  declaró 
el  estado  de  guerra,  no  se  puso  obstáculo  a  que  los  periódicos  de  San  Juan  insertasen 


234 


A  .    1^  1  \'  v:  K  ( > 


cartas  rcc¡l)idas  de  \'";iuco  v  Ponce  dando  cuenta  de  las  operaciones  de  guerra  (¡ue 
en  aquellas  poblaciones  tenían  lugar. 

Campamento.— Parte  de  la  expedición  Miles,  «lesembarcada  en  l^'once,  acarri|)ó 
en  ambos  lados  del  canjino  de  la  playa;  poco  después  totia  la  brigada  P>nst  iué 
llevada  fuera  de  la  |)()hlación  hacia  luana  IJía/,  donde  se  Jormú  un  gran  campa- 
mento. 

Acerca  ilel  estal)Ieci<lo  en  la  playa,  el  teniente  de  la  Marina  alemana,  Jacol)sen, 
en  la  página  25  <le  su  I¡hri>  ya  citado,  dice  lo  cpie  signe; 

Los  hombres  trabajal^an  constantenu-aite  haciendo  nuevas  zanjas  para  cpie  corrie- 
sen las  aguas  estancadas:  algimas  veces  los  centinelas  y  patrullas  C[ue  transital>an  f>or 
los  alrededores  se  vieron  obligados  a  vadear  los  |)antanos  con  fango  y  agua  hasta  las 
rodillas,  h's  un  milagro  <|U(;  no  existan  más  enfermos. 


CAPITULO  XVIÍ 


LA  MARCHA  HACIA  LA  CORDILLERA 


AVANZA  EL  GENERAL   WILSOX.     COMBATE  Y  CAPTURA  DE  COAMO 


ESDE  julio  28  hasta  agosto  6,  el  mayor  general  \Vilson  per- 
maneció inactivo  en  Ponce,  atendiendo  a  los  asuntos  civiles  y 
ocupado  en  reorganizar  Jas  fuerzas  de  su  división,  que,  como 
he  dicho,  estaban  acampadas  entre  Ponce  y  Juana  Díaz. 

El  domingo  7  comenzó  el  avance  como  sigue:  primera  bri- 
gada al  mando  del  general  O.  II.  Ernst  con  la  siguiente  compo- 
sición: segundo  y  tercer  regimientos  de  Voluntarios  de  Wis- 
consin,  mandados  por  los  coroneles  Born  y  Moore,  respecti- 
vamente; batería  F  del  tercer  regimiento  de  artillería,  tropas 
regulares,  capitán  R.  D.  Potts;  batería  B  del  t.""  Regular,  capitán  II.  R.  Anderson. 
Ambas  baterías  estaban  al  mando  directo  del  comandante  J.  M.  Lancaster,  del 
cuarto  regimiento.  Las  fuerzas  de  caballería  estaban  representadas  por  el  escuadrón  C, 
del  Regimiento  de  Nueva  York,  al  mando  del  capitán  B.  T.  Clayton,  y  el  Cuerpo 
de  Señales  por  una  sección  al  mando  del  capitán  William  11.  Lamer.  Al  contin- 
gente anterior  debe  sumarse  el  regimiento  de  Voluntarios  de  Pennsylvania  nú- 
mero 16  que,  desde  algunos  días  antes,  ocupaba  una  posición  avanzada  a  cinco 
millas  y  media  de  Coamo;  mandaba  este  regimiento  el  coronel  \V\  J.  Hulings. 


A  . 


R  J  V  E  R  O 


Con  fecha  3  de  agosto  se  cambiaron  a  la  brigada  Garretson  sus  antiguos  fusiles 
Springfield,  calibre  45,  por  armamento  Kragg-Jorgennsen,  calibre  30.  El  7  por  la 
tarde  las  avanzadas  americanas  habían  llegado  a  siete  millas  y  media  de  ¡uaná  Díaz, 
ocupando   alturas   que   dominaban   todo  el  valle  del    río    Descalabrado;  el  general 


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11 

W'ilson  continuó  hasta  llegar  al  campo  del  1(3."  de  Pcnnsylvania,  y  allí  estableció  su 
(\¡art<4  general.  En  las  últimas  horas  del  día  8  comenzó  la  preparación  para  atacar 
a  las  fuerzas  españolas  que  defendían  la  villa  de  Coamo,  como  avanzadas  de  la  posi- 
ción central  de  Ailionito. 

l'ara  la  mayor  exactitud  de  nn  relato  copiaré  a  continuación  algunos  f>árrafos  del 
iulorme  oficial  del  general  W'ilson,  que  hacen  referencias  al  combate  de  Coamo: 

lín  la  mañana  del  8  ordené  al  general  lírnst  que  el  [(5."  de  Pennsylvania  (guiado 
por  el  teniente  coronel  Biddle,  y  por  el  comandante  Fragler,  ambos  de  mi  Estado 
Mayor,  y  por  el  teniente  l'ierce,  que  estaba  a  las  órdenes  de  aquel  general)  marchase 
por  cann'nos,  a  través  (Je  las  montañas,  en  dirección  Nordeste  y  hacia  Jiarranquitas. 
}{stos  caminos,  verdaderas  sendas  de  cabras,  habían  sido  reconocidos,  el  día  antes, 
fuidadosamcntc,  f)or  los  jefes  y  oficial  mencionado. 

Kl  curonel  Hulings  recibió»  órdenes  de  marchar  con  su  regimiento  por  aquellos 
veredas,  rodeando  la  población  hasta  alcanzar  la  carretera,  milla  y  media  hacia  1» 
salida  para  Aibonito,  debiendo  llegar  a  dicho  punto  a  las  siete  <ie  la  mañana  del  día  9. 
Para  (jue  todo  el  avance  fuese  simultáneo,  por  ambos  lados  de  la  población,  dispuse 
que  el  general  Ernst,  con  los  otros  dos  regimientos  de  su  brigada  5^  ayudado  por  hi 


C:  K  o  NICAS  237 

artillería  y  fuerza  montada,  emprendiese  la  marcha  a  las  seis  de  la  mañana  siguiente, 
realizando  el  :itaqiie  directo  a  lo  largo  del  camino  y  valle  del  río  Coamo.  El  movi- 
miento general  tué  ejecutado  tal  como  fué  concebido. 

El  [()."  de  Pennsylvania  llevó  a  ca,bo  nna^  marcha,  en  extremo  difícil,  parte  de 
ella  en  la  obscuridad  de  la  noche,  y  toda  por  sendas  escabrosas  cortadas  por  numero- 
sos bnrranroR  y  borrlcafla?  dr  orfv'ípicto?.  Así  no  rlríir  caiif^íar  sorprp^n  que  derpupc 


de  trepar  a  las  montañas  durante  la  noclie,  recorriendo  cinco  millas,  hui)iese  algún  re- 
tardo en  completar  las  seis  que  faltaban  para  llegar  en  la  mañana,  del  día  Q  al  punto 
designado.  Un  guía  equivocó  el  camino  en  la  obscuridad  ^^  y  a  eso  se  debió  aquel 
retraso  de  una  hora. 

Entretanto,  el  cuerpo  principal  de  la  brigada,  a  las  seis  de  la  mañana  (í)  de 
agosto)  inició  el  ataque  frontal;  cuatro  t:añones  de  la  batería  del  capitán  Anderson 
lomaron  posición  a  campo  abierto,  al  Sur  del  camino  y  a  unas  2.000  yardas,  al  Oeste 
tlcl  hlockliúiise  que  defendía  el  camino  a  los  Maños  -■.  A  las  siete  los  cañones  de  dicha 
batería  rompieron  fuego,  primero  con  granada  ordinaria  y  después  con  slirapiiel  sobre 
el  blúckouse,  desde  el  cual  replicó  el  enemigo  con  fuego  de  fusil,  auncjue  sin  causar 
bajas.  A  este  mismo  tiempo  el  3."  de  W'isconsin,  al  mando  del  coronel  Aíoore,  marchó» 
por  la  derecha  y  vadeó  el  río  t,'oamo,  alcanzando  hat:ia  el  Norte  e?l  camino  de  los  liaños, 
con  instrucciones  de  llegar  al  pueblo  por  el  lado  izquierdo  de  aquel  río.  E,l  2."  de 
A  isconsin,  con  su  coronel  liorn  a  la  cabeza,  avanzó  por  la  carretera,  desde  el  Oeste 


238 


A  .     R  I  V  E  R  O 


y  con  igual  objetivo;  el  hueco  que  quedaba  en  el  centro  debía  ser  cubierto  por  la 
artillería  en  su  primera  y  segunda  posiciones  hasta  que  se  diesen  las  manos  ambos 
regimientos. 

rJesde  que  la  artillería  inició  el  combate  con  sus  fuegos,  dirigí  toda  la  operación 
situado  sobre  una  loma,   300  ó  400  yardas  a   la  derecha  de  la  batería  Anderson  1. 


O^/ (^m/>¿y/v&fT/ó  a/  Y/yac  _     S nti/Zas 
0*/yiy«c  a /a  cucAí¿/a  en 

Oe/auíchri/»  á/a  /tftfa</eca-í),i<»¡k.  Z'/z   „ 


/t^nos         aon^e  7-7  ero  7-fcr/e,s 
•  «••<•••.•> /f /nevar  10  a'e/'/arr<jc/eo  a/e /ajrjí/^j-jccs  ¿t^e^yca/iaí 
A   J9/US      e7J    e.s<?    ¿//-^r/-/rrvc? 
J;      BaHrtas    a  Tr/er^ra/7as 

XXXXWX    T/í^ry/e/Ya     f'^/>ctr?í:>^'^ 


>7>iO/r>ac7>7a   Sj 


(loquis  (jue  indica  las  o|)eraci()nc.s  ('.e  ]a  bridada  KrnU  sobre  ("oamo. 

Mientras  el  3.°  de  W'isconsin  ocupaba  sus  posiciones  dispuse  que  el  escuadrón  del 
capitán  Clayton,  a  las  órdenes  del  comandante  Flagler  (fuerza  que  estaba  sobre  la 
carretera  esperando  órdenes),  se  corriese  hacia  el  camino  de  Santa  Isabel,  y,  una  vez 
allí,  continuara  hasta  los  Baños,  dispersando  cualquier  tropa  enemiga  que  allí  encon- 
trase, y  hecho  esto  retrocediese  para  proteger  el  flanco  derecho  déla  línea,  estando 
alerta  para  en  el  momento  preciso  entrar  en  el  pueblo  por  el  camino  principal,  o  si 
era  posible,  y  tal  vez  más  conveniente,  haciendo  un  rodeo  por  el  Este. 

Cuando  esta  fuerza  llegaba  al  camino  de  los  í3años,  envié  órdenes  a  la  batería 
Anderson  para  que  ocupase  una  nueva  posición,  I.OOO  yardas  al  frente  y  algo  a  la 
derecha,  desde  la  cual  era  visible  el  caserío  de  Coamo  a  una  distancia  de  dos  millas; 
desde  este  sitio  se  dispararon  tres  cañonazos  hacia  el  frente. 


1     El  f^cneral  lü-nst  presenc^'ó  toda  la  operación  desde  la  casa-hacienda  de  D.  Clotilde  Santiago,  donde 
fué  muy  bien  recibido  y  obsecpiiado. — A',  del  A. 


A  las  ocho  de  la  tiiailana  en  ¡)ii!ito,  ruido  de  fusilería  detrás  del  ¡jiieblo  nos  anun- 
cie') que  el  ooronel  Uulings  con  su  regimiento  había  tenido  éxito  en  el  flanqueo  y  que 
atacaba  al  enemigo.  La  fuerza,  bajo  mis  inmediatas  (írdenes,  marchó  entonces  tan 
rápidamente  como  fue  posible.  Un  baíallnn  del  2.*^'  de  W'ísconsin,  que  estaba  en 
la  carretera,  avanzó  por  c!la,  pero  tuvo  que  detenerse  frent(>  a  un  puente  »]ue  había 
sido  volado  por  el  enemigo,  o!)stcículo  que  impidió  el  paso;  algún  tiempo  se  perdió 
mientras  se  buscaba  un  nuevo  camino  practical)le. 


FA  hlotklnutsCy  sobre  el  camino  de  los  líanos,  ardía  a  los  quince  minutos  de  recil)¡r 
el  luego  de  cañón,  y  los  españoles  (pie  lo  ocupaban  se  retiraron,  desa[iareciendo  emi 
esto  todo  obstáculo  al  avance  del  3,"  de  W'isconsin  liacia  dichos  baños.  Los  cami- 
nos, seguidos  por  uno  y  otro  regimiento,  se  unían  nniy  cerca  de  un  vado,  por  donde 
Sf»  cruza  el  río  de  Coanio,  hacia  el  establecimiento  balneario.  Pú  lleg;»r  a  milhi  y  media 
de  este  punto,  toda  la  infantería  avanzó  a  hi  mayor  velocidad,  y  encontrando  que  el 
enemigo  había  evacuado  las  trinclieras  levantada^s  a  la  entrada  de  Coamo,  saltaron 
dichas  obras  de  «iefensa  y  entraron  en  la  población  a  las  9.40  de  aquella  mañana. 

Ailelantándose  a  los  citados  r<;gÍm¡enios  el  capitán  Chiyton,  seguido  de  sus  jine- 
tes V  no  encontrando  fuerza  enemiga  en  los  Baños  b  retrocedió  y,  corriéndose  por  la 
derecha  de  la  infantería,  atravesó  a  todo  g:dope  la  población  y  siguii'»  adelante. 


240  A  .     R  I  V  E  R  O 

Todo  el  peso  del  combate,  por  consiguiente,  había  recaído  sobre  el  l6.°  de 
Pennsylvania. 

A  las  cuatro  y  media  de  la  tarde  anterior  había  comenzado  este  regimiento  su 
movimiento  de  flanqueo  por  un  camino  de  herradura  que,  partiendo  de  la  carretera 
central,  cuatro  millas  al  Sudoeste  de  Coamo,  sigue  hacia  el  Norte,  y  más  tarde  al 
Noroeste,  torciendo,  por  último,  al  Nordeste,  donde  baja  y  cruza  el  río  de  Coamo. 
Después  de  una  marcha  sumamente  difícil,  a  las  siete  de  la  mañana  del  9  de  agosto 
oyeron  los  primeros  cañonazos  del  capitán  Anderson,  y  entonces,  a  toda  carrera, 
después  de  recorrer  el  camino  restante,  llegaron,  poco  antes  de  las  ocho,  a  una  co- 
lina que  domina  la  carretera  de  Coamo  a  Aibonito,  pero  separadas  por  el  río  Cuyón. 

La  compañía  del  capitán  Burns  recibió  órdenes  de  tomar  a  viva  fuerza  la  carre- 
tera; pero  tan  pronto  fué  avistada  por  las  tropas  españolas  que  estaban  a  cubierto 
dentro  de  las  cunetas  del  camino  y  detrás  de  los  árboles  que  le  dan  sombra, 
rompieron  el  fuego.  Aquella  posición  era  demasiado  fuerte  para  que  pudiese  ser 
atacada  con  éxito  directamente.  Inmediatamente  las  demás  compañías  del  primer 
batallón  desplegaron  en  guerrilla,  situándose  una  parte  en  lo  alto  de  la  loma  y  otra 
más  abajo,  contestando  con  fuego  individual  el  de  las  tropas  españolas.  El  2  °  bata- 
llón, que  estaba  en  otra  altura,  a  la  derecha  y  detrás,  se  corrió  a  la  izquierda, 
escalando  una  segunda  loma,  desde  la  cual  enfilaba  con  sus  fuegos  la  cuneta  del 
camino  que  servía  de  trinchera  al  enemigo;  descarga  tras  descarga,  causaron  en  éste 
alguna  confusión,  y  entonces  terminó  el  combate,  que  había  durado  cerca  de  una 
hora. 

Las  fuerzas  españolas  desde  el  camino  agitaban  sus  sombreros  y  pañuelos  indi- 
cando su  intención  de  rendirse;  el  comandante  Windsor,  con  algunos  hombres,  bajó 
hasta  la  carretera,  haciendo  prisioneros  a  los  soldados  enemigos,  que  ya  habían 
echado  a  tierra  sus  fusiles;  seguidamente  se  les  condujo  a  través  del  pueblo,  envián- 
dolos  al  campamento  ocupado  durante  la  noche  anterior  por  el  regimiento  de 
Pennsylvania. 

Las  bajas  en  el  combate,  todas  de  este  regimiento,  fueron  las  siguientes:  Whittlok, 
compañía  C\  herido  en  la  cadera  derecha;  Frank,  de  la  misma,  pierna  derecha  frac- 
turada; Logan,  de  la  /,  herido  en  el  brazo  derecho;  Jolley,  compañía  F,  en  un  brazo; 
todos  los  anteriores  eran  soldados.  El  cabo  Barnes,  de  la  compañía  B^  recibió  una 
grave  herida,  atravesándole  la  bala  el  abdomen.  Cinco  oficiales  y  162  soldados  espa- 
ñoles fueron  hechos  prisioneros.  Era  evidente  que  la  guarnición  española  había  em- 
prendido su  retirada  desde  que  principió  el  ataque;  el  regimiento  de  Pennsylvania, 
por  consiguiente,  sólo  había  cortado  una  parte  de  la  columna,  mientras  el  resto  siguió 
por  el  camino  principal  hacia  Aibonito. 

Pocos  minutos  después  de  cesar  el  fuego,  el  capitán  Clayton  con  su  escuadrón,, 
acompañado  del  comandante  Flagler,  atravesando  el  pueblo,  persiguió  muy  de  cerca 
al  enemigo  para  impedir  que  volase  los  puentes  de  la  carretera;  solamente  el  arco  de 
uno  de  ellos  fué  destruido  poco  antes  de  llegar  ia  caballería,  lo  cual  causó  el  retrasa 
consiguiente;  más  tarde,  cuando  después  de  encontrar  un  paso  practicable,  siguieron 
adelante,  a  todo  galope,  y  dejando  detrás  sus  caballos  cansados,  no  pudieron  alcan- 
zar al  enemigo,  porque  éste  los  recibió  a  cañonazos  desde  las  baterías  del  peñón,  si- 
tuadas en  las  montañas  del  Asomante. 


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CRÓNICAS  241 

El  anterior  relato,  cuyos  detalles  he  comprobado  sobre  el  terreno,  por  informes 
de  testigos  presenciales,  es  verdadero  y  exacto,  fallando  únicamente  en  lo  que  sé 
refiere  al  supuesto  hlockhouse. 

Volvamos  ahora  a  la  guarnición  española  de  Coamo,  fuerza  a  quien  un  jefe  nada 
precavido  (el  teniente  coronel  Francisco  Larrea,  de  Estado  Mayor,  a  cuyo  cargo 
estaban  las  posiciones  de  Aibonito)  dejó  a  varias  millas  de  distancia  sin  patrullas  de 
enlace  y  casi  sin  instrucciones.  Este  Larrea,  jefe  de  ilustración  poco  común,  casi  un 
sabio  y  además  un  correcto  caballero  que  me  honró  con  su  amistad,  era  compañero 
y  amigo  del  coronel  Camó.  Ya  irá  notando  el  lector  cómo,  en  esta  campaña  de 
Puerto  Rico,  siempre  un  jefe  extraño  a  las  fuerzas  combatientes,  surgía  a  última  hora 
y  tomaba  el  mando  para  despojar  de  su  autoridad  a  los  comandantes  naturales,  mer» 
mando  así  sus  prestigios  y  sus  honradas  ambiciones. 

Al  retirarse  de  Ponce  las  fuerzas  que  allí  capitularon,  dos  compañías  del  batallón 
Cazadores  de  la  Patria,  algunos  Guardias  civiles  y  contados  guerrilleros  recibieron 
órdenes  de  permanecer  en  Coamo  al  mando  del  comandante  Rafael  Martínez  Ules- 
cas.  En  números  redondos,  la  fuerza  a  su  mando  sumaba  248  hombres  y  42  caballos; 
no  había  un  solo  cañón. 

Illescas  llegó  a  Coamo  el  28  de  julio,  y  seguidamente  tomó  algunas  precauciones; 
ordenó  se  abriesen  trincheras  y  cortaduras  en  ambas  entradas  del  pueblo  y  en  algu- 
nos otros  parajes,  y  situó,  además,  puestos  avanzados  sobre  las  avenidas  principales, 
utilizando  para  ello  su  escasa  fuerza  montada. 

A  la  derecha  del  camino  que  conduce  a  los  Baños  de  Coamo,  y  sobre  una  altura 
llamada  Lomx  del  Viento^  situada  en  la  finca  de  José  Rodríguez  Braschi  y  pertene- 
ciente al  barrio  de  los  Llanos,  había  una  pequeña  casa  de  madera  cubierta  de  cinc, 
en  que  a  diario  se  apostaba  una  pareja  de  guerrilleros  montados  para  observar  toda 
la  campiña  y  caminos  hacia  Juana  Díaz. 

Como  aquel  jefe  siempre  creyó  accidental  su  estancia  en  Coamo,  no  tomó  otras 
medidas  de  defensa,  ni  tampoco  recibió  órdenes  para  ello.  Además  entorpecía  su 
acción  una  fuerza  irregular  armada,  que,  al  mando  de  Pedro  María  Descartes,  ron- 
daba por  la  jurisdicción,  llegando  en  sus  correrías  hasta  las  afueras  del  pueblo;  un 
Guardia  civil,  herido  en  un  tiroteo  nocturno  por  gente  de  esta  partida,  murió 
más  tarde. 

La  sorpresa. — Al  amanecer  del  día  9  de  agosto,  1898,  Martínez  Illescas,  que 
estaba  alojado  en  la  casa  de  Florencio  Santiago,  alcalde  de  la  población,  se  disponía 
a  tomar,  en  compañía  de  éste,  su  acostumbrado  desayuno,  cuando  llegó  a  rienda 
suelta  un  guerrillero  con  la  noticia  de  que  fuerzas  americanas,  muy  numerosas,  avan- 
zaban sobre  Coamo,  y  de  que  a  esa  hora  una  batería  estaba  emplazando  sus  caño- 
nes muy  cerca  de  la  hacienda  «Carmen»,  propiedad  de  D.  Clotilde  Santiago,  porto- 
rriqueño ennoblecido  por  España  y  coronel  de  voluntarios  que  ostentaba,  también, 
el  título  de  Excelentísimo  Señor. 

16 


242 


A  . 


.  1  \'  E  R  O 


Una  hora  antes  habían  regresailo  los  escuchas  que  practicaron  el  servicio  clei 
avanzada  durante  la  noche  anterior,  dando  parte  sí//  novedad. 

Aj  recibir  Ja  noticia,  íüescas  pareció  preocupado,  y  mientras  pedía  su  caballo 
ordenó  a  un  corneta  que  tocase  generaia.  Minutos  después,  y  reunida  casi  toda  su 
fuerza,  y  cargada  la  impedimenta  en  carros  y 
mulos,  ordenó  la  marcha  hacia  Aiboníto,  y 
cuando  sonaban  los  primeros  cañonazos  dispa- 
rados por  el  capitán  Anderson  '\  tocios  1í>s  de  la 
colunuia,  menos  los  rezagados,  desfdaron  hacia 
la  salida,  marchando  aquel  jefe  a  la  cabeza.  Al 
llegar  a  una  casilla  de  peón  caminero,  nías  allá 
del  puente,  dispuso  que  alguna  fuerza  al  mando 
de  los  capitanes  Frutos  López  y  Kainiundo  Idita, 
(juedase  como  retaguardia  para  proteger  la  reti- 
raxJa  al  abrigo  de  una  cuneta  muy  profunda  que 
allí  había,  a  la  izquierda  del  camino  y  bastante 
resguardada  por  frondosos  árl)oles.  Rl  resto,  con 
el  convoy  siempre  a  vanguardia,  siguió,  sin  obs- 
táculo alguno,  hacia  Aiboníto.  Los  músicos  tanv 
bieín  quedaron  prestando  servicios  como  cam.i- 
lleros  y  en  las  ambulancias. 

Algunos   minutos   antes   de    las   ocho,    fuerza 
::/,  1 1 1.  •>.:;»>,  (Micmíga,  dc  infantería,  fué  divisada  al  frente  y 

'^^  ' ''  """  sol)re  unas  lomas  distantes  300  metros;  el  fuego 

comenzó  casi  a  un  mismo  tiempo  por  ambaa 
.e  I'atria,  arrodillados  en  la  cuneta,  disparaban  los  Máusers 
y  el  mejor  ánimo.  Su  comandante,  sieoqire  a  caballo,  iba  y 
tnea  y  empujando  a  los  rezagados  que  llegaban  en  grupos, 
nfantería  enenn'ga,  corriéndose  a  la  izquierda  de  la  posición 
<pic  ocupaba,  escaló  otras  lomas  más  bajas  y  desde  las  cuales,  con  fuego  de  enfilada, 
batió  a  las  tropas  españolas.  Id  tiroteo  adquirió  gra.n  intensidad.  Cerca  de  las  nueve 
de  la  mañana  serían  cu;uu;lo  el  comandante  Rafael  Martínez  Ulescas,  levantando  en 
aito  su  sable,  |ironunció  estas  palabras:  «Muchachos,  lodo  va  bien. ..>;■,  y  cayó  del  ca- 
ballo, nuierto:  una  bala  le  había  atravesado  el  corazón.  Sus  únicas  palabras  fueron: 
<ql  lijos  míos,  rect'tjanme!...» 

J3elrás,  sobre  la  otra  cuneta, y  a  la  scuiibra  de  un  corpulento  árbol  de  flaaibovtint  -•, 
estaba,  pie  a  tierra,  el  capitán  brutos  López,  segundo  en  el  mando,  quien  al  ver  en 
lierra,  al  jefe  corrió  en  su  auxilio;  anduvo  muy  pocos  pasos  y  también  rodó  sin  vida; 


partes.  Los  soldados 
con  gran  entusiasm 
venía,  recorriendo  1; 
líntonces,  parle  de  h 


C  R  O  TQ  T  C  A  S 


al  mismo  tiempo  algunos  soldados  fueron  muertos  y  otros  heridos;  y  entonces,  el 
capitán  1  fita,  en  quien  había  recaído  toda  autoridad,  ordenó  a  los  soldados  que  levan- 
taran las  culatas  de  sus  fusiles  (muclios  aparecieron  después  cargados),  y  él  niisnu) 
hizo  señales  al  enemigo  agitando  su  sombrero  y  un  pañuelo. 


Las  fuerzas  americanas  inmechatamente  suspendieron  el  fuego.  Algunos  sargen- 
tos y  muchos  cabos  y  soldados  de  l'atria  dijeron,  a  gritos,  que  ellos  no  se  rendían: 
V  atravesando  la  carretera  subieron  loma  arriba,  por  un  camino  tle  herradura  llamado 
de  Fahuarejo,  y  horas  más  tarde  fueron  recogidos  sobre  la  carretciii  por  las  fuerzas 
■de  auxilio  ({ue  venían  del  Asoiiiatih'. 

Dos  soldados.— til  abanderado,  segundo  teniente,  Julio  Villot  Várela,  para  esca- 
ldar más  fácilmente,  dejd  en  tierra  la  bandera  án  su  l)atan6n.  Un  modesto  soldado, 
Kamón  Suárez  Picó,  se  hizo  cargo  de  ella,  y  a  canipo  traviesa  la  llc^'ó  hasta  el 
-  Isoinai/Je,  donde  hizo  entrega  de  aquella  insignia  al  comandante  Nouvilas;  otro  sol- 
dado, Francisco  Aíoreno,  como  viera  raer  herida  de  un  lialazo  la  muía  que  conducía 
1:i  pequeña  caja  que  (mcerraba  los  fondos  <le  la  columna,  tonu')  sobre  sus  honderos 
a(juolla    caja,    y    por   (Mitre  las  malezas,  recorriendo  cuatro  millas,  la  condujo  a  lugar 


L:i  í ¡aceta  de  I 'unió  Rico  pul)licó  algunos 


nte  documento 


;\  .    K  J  V  Í-:  R  o 


()R[)i':x  (;í'Xi':KAr.  vara  '\íl  ¡j  di^  aCíOsto  dp:  1898 

La  loable  conílucta  (3bservada  el  día  O  del  actu;il  en  el  combate  de  i^^amo  por  los 
soldados  dfd  üatallón  ('azadores  de  la  Patria,  Ramón  Suárez  Picó,  quien  salvó  la  ban- 
dera del  ('uerpo,  y  PVanirisco  Moreno  borón,  que  hizo  lo  mismo  con  la.  caja  de  cau- 
dales al  ser  muerla  la  acém,ila  que  la  llevaba,  merece  ser  conocida  para  ejemplo  de 
los  demás  y  justo  estímulo  a  nuevos  het;hos  honrosos  por  parte  de  tan  dignos  sol- 
dados, que  realizaron  los  antes  expresados  en  lo  nuís  duro  de  la  refriega  y  bajo  el 
fuego  nutridísimo  y  nniy  |)rúximo  del  enemigo. 

¡ín  consecuencia,  lie  resuelto  hacer  |)út)lica  tal  conducta  |)or  medio  de  la  pre- 
sente orden  general;  resolviendo  a  la  vez,  que  sin  perjuicio  de  la  recompensa  que  el 
(lol)jerno  de  S.  M,  la  Reina  icp  í).  g.'),  a  (,|uien  doy  cuenta  con  esta  íeclia  de  dichos 
hechos,  tenga  a  l>ien  otorgar  a  los  individuos  de  referencia,  se  entregue  a  Ramón 
Suárez,  como  premio  extraordinario,  doscientos  pesos,  y  cien  a  P^rancisco  Moreno, 
aml)as  cantidades  c<ui  cargo  a  los  fondos  recaudados  por  suscripciíui  para  Ja  guerra.. 

1.0  {pie  de  orden  de  S.  !',.  se  hace  saber  en  la  general  de  este  día  para,  conoci- 
miento de  todas  las  fuerzas  de  este  Distrito. 

/:/  Coroi/ft  jefe  de  /':.  . I/.,  Juan  Cam»'». 


<:  R  o  N  1  V  A  S  245 

Los  prisioneros.— Terminado  el  fuego,  fueron  hechos  ¡irísioneros  el  capitán  I  Ota 
y  dos  subalternos,  entre  ellos  el  teniente  (jalera,  que,  como  recordarán  mis  lectores, 
resultó  herido  en  el  combate  de  (iuánica,  26  de  julio,  y  que  desde  Ponce,  donde 
pudo  llegar,  se  retiró  con  las  fuerzas  de  Patria,  quedando  en  el  Hospital  de  Coamo, 
.a  cargo  de  la  Cruz  .Roja  y  1  lermanas  de  la  Caridad.  Carlos  Ortiz,  profesor  veteri- 
nario, con  grado  de  comandante  y  que  prestaba  sus  servicios  como  auxiliar  de  sani- 
dad, el  médico  y  el  capellán  del  batallón  también  formaron  entre  los  prisioneros, 
aunque  niás  tarde,  en  Ponce,  los  dos  últimos  fueron  libertados  por  orden  del  gene- 
ral Miles. 

Los  muertos.— Pos  cadáveres  de  A'Iartínez  Illcscas  y  PVutos  Pópez  fueron  trasla- 
<lados,  en  los  primeros  momentos,  a  la  c:!stlla  del  peón  caminero,  y  allí  estaban,  ocu- 
pando dos  camillas,  cuando  llegaron  los  generales  Wilson  y  I£rnst.  l'Vutos  López,  dos 
soldados  y  un  corneta,  quienes  tand.)ién  juurieron  aquel  día,  t\ieron  eiiterra<los  en  el 
cementerio  de  Coamo,  y  allí  reposan  sus  restos.  Pl  párroi:o,  f),  Marcelino  K,odr!guez, 
hizo  construir,  a  sus  expcmsas,  dos  sencillos  uionunientos  que  guardan  los  restos  de 
aquellos  cu;itro  liombres  que  perdieron  sus  vidas  en  defensa  de  su  bantP'ra.  líl  ca- 
dáver del  comandante  illcscas  fiií5  conducido  a  Ponce,  en  una  andmlancia,  escoltada 
por  tropas  americanas;  en  aquella  ¡ioblaci<')n  fué  mantenido  en  capUla  aJiüiiilc  toda 


246 


la  noche,  y  al  otro  día  se  le  dio  scf)ultura,  con  honores  militares,  en  un  nidio  del 
conieiiterio,  gratuitanienic  cedido  por  la  Corporación  municipal. 

Años  después  el  alcalde  de  Cartagena,  ciudad  donde  Illescas  había  nacido,  logró' 
que  los  restos  de  dicho  jefe  fuesen  rc[jatriados.  La  Casa  de  h'spaña,  sección  de 
Ponce,  practicó  las  gestiones  y  arreglos  necesarios,  y  el  día  20  de  mayo  de  19T5,  et 
pueblo  de  l'once,  en  apretadas  filas,  escoltó  hasta  la  playa  el  cortejo  fúnebre.  Las- 
autoridaxles  civiles  y  ndlitarcs,  todos  los  hombres  más  prominentes  de  aciuella 
ciudad  y  hasta  los  cónsules  extranjeros,  demostraron,  después  de  diez  y  siete  años, 
que  ñiptel  iini'rrto  era  aún  nucsli^o  mucrlo.  El  trasatlántico  Moiitcvidcí),  el  mismo  vapor 
(pie  condujo  a  Lspaña  todas  las  banderas  de  San  Juan  y  al  general  Ricardo  Ortega, 
fué  el  encargado  de  transportar  1;ís  cenizas  del  heroico  comandante  del  batallón  de 
Cazadores  de  Patria. 

Después  del  combate.— Los  generales  Wilson  y  Ernst,  Ricardo  Nadal,  (¡ue  estaba 
agregado  al  listado  'Aíayor,  y  Carlos  l'atterne,  <pie,  como  liemos  dicho,  era  guía  y 
hombre  de  confianza  del  jefe  de  la  división,  seah)jaron  en  la  misma  casa  donde  horas 
antes  había  quedack^  intacto  el  tlesa3'uno  del  malogrado  Martínez  Illescas. 

Poco  después,  Florencio  Santiago,  joven  educado  en  los  Estados  Unidos,  fué 
confirmado  en  su  puesto  de  alcalde;  en  él  demostró)  energía  y  bastante  tacto  inifíi- 
diendo  que  se  comeliesen  represalias  contra  voluntarios  y  simpatizadores  del  Iqcr- 


C  R  í )  X  1  C,  A  S 


cito  espailol.  /\  gestiones  suyas  se  dcbt(3  que  el  caballeroso  general  Jirnsl  ps 
el  siguiente  bando: 

CI'ARTIÍL  l.I^-.Xl'KAL.   PRIMI'.RA   15RI(;AI)A,  FRIMMHA   I>IYISH'»\\  PRIMKR  (/rtJ^l 
Dl^  I-JKRCi1-n.  t:A^lPAMÍ::NJ'n  C1':R(\.\  COAJIO 

Piicrto  Rico.  ;io,,sto   lo  de  i^,, 
Al  pitehio  (ic  i  'diviio  y  sus  Ixirnos: 

A  fin  de  evitar  malas  interf)retaciones  acerca  de  los  deljcres    y  derechos 
diversos  miembros  de  esta  Soci<uJad,  respetuosanKMite  informo: 

1."      Oiie  ningún  cambio  ha  sido  hecho  en  las  I.eyes  Civiles    de   Puerto 
ninguno  puede  hacerse  más  que  por  el  Congreso  de  los  listados  Unickis.  Caí 
dados  civiles  actuales  serán  obedecidas  y  resfjctadas. 

2"  Que  ningún  perjuicio  recaerá  sol)re  cualquier  ciudadano,  aun  cu 
empleado  o  no.  por  h:i1>er  servido  como  voluntario,  si  él,  ahora  Irancameni 
la  autoridad  de  los  Estados  Unidos. 

3."  Que  la  persecución  de  personas  simplemente,  porque  sean  esp 
simpatizadores  de  los  españoles,  no  será  tolerada,  fíllos,  tanto  como  los 
cjueños,  es  posible  (pie  se  conviertan  en  buenos  ciudadanos  americanos,  y 
fpiier  modo  tienen  derecho  a  la  protección  de  la  Cey  mientras  no  la  violen. 

O,    II.     lÍKXST, 


nd 

)   sea 

c,  a 

cepta 

uTo 

es,  o 

í)or 

torri^ 

248  A  .    R  I  V  E  R  O 

Las  bajas  de  las  fuerzas  españolas  fueron,  en  total,  un  jefe,  un  oficial  y  tres  sol- 
dados muertos;  dos  Guardias  civiles,  cinco  soldados  y  un  músico  heridos;  en  con- 
junto, 13.  AdemíS,  resultaron  también  heridos  una  mujer  y  un  muchacho;  el  número 
de  prisioneros  fué  l6j . 

La  brigada  Ernst  movió  su  campo  milla  y  media  más  allá  del  pueblo,  hacia 
Aibonito,  situando  fuertes  avanzadas  en  todos  los  caminos  de  flanqueo. 

El  general  Macías  dio  cuenta  del  combate  de  Coamo  con  el  siguiente  comuni- 
cado oficial: 

Capitanía  General 

DE   LA 

Isla  de  Pup:Rro  Rico 

ORDEN  GENERAL  PARA  EL  10  DE  AGOSTO    1898 

Dos  compañías  del  batallón  Cazadores  de  la  Patria  y  algunas  tuerzas  de  la 
Guardia  civil  que  se  hallaban  acantonadas  en  la  villa  de  Coamo,  al  mando  del  coman- 
dante de  Infantería  don  Rafael  Martínez  Illescas,  fueron  rudamente  atacadas  por 
las  fuerzas  enemigas,  muy  superiores  en  número,  utilizando  bastante  artillería. 

Se  trabó  un  sangriento  combate  que  duró  como  hora  y  media,  y  para  evitar  el 
riesgo  que  se  corría  de  verse  cortado  por  el  enemigo,  se  emprendió  ordenada  reti- 
rada por  la  carretera  central  que  conduce  a  Aibonito,  en  la  cual  encontraron  otras 
compañías  del  mismo  batallón  Patria  salidas  del  citado  pueblo  de  Aibonito,  las  que 
protegieron  la  retirada. 

Un  grupo  como  de  trescientos  enemigos  trató,  vivamente,  de  apoderarse  de 
nuestra  impedimenta  a  la  salida  de  Coamo,  pero  fueron  rechazados  sin  haber  logrado 
su  intento. 

Ignórase  aún  las  bajas  que  de  una  y  otra  parte  se  han  tenido  en  este  encarnizado 
combate. 

El  Coronel  jefe  de  E.  M.,  luán  Camó. 

Los  presos  fueron  conducidos  a  la  ciudad  de  Ponce  y  alojados  en  el  cuartel  de 
aquella  población,  donde  se  les  trató  con  humanidad,  dándoseles  excelente  comida; 
cada  día  eran  llevados  al  baño  por  un  piquete  armado. 

El  general  Miles  telegrafió  a  Washington  acerca  de  este  combate  lo  que  sigue: 

Ponce,  agosto  9,  1898. 
Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 

He  recibido  el  siguiente  comunicado  del  general  Wilson: 

La  Brigada  del  general  Ernst  capturó  a  Coamo  a  las  ocho  y  treinta  de  esta  ma- 
ñana. Decimosexto  regimiento  de  Pennsylvania,  coronel  Plulings,  guiado  por  el 
teniente  coronel  Briddle,  de  mi  Estado  Mayor,  habiendo  efectuado  un  movimiento 
envolvente  a  través  de  las  montañas,  cayó  sobre  el  camino  de  Aibonito,  media 
milla  más  allá  del  pueblo,  capturando  toda  la  guarnición,  que  monta  a  1 50  hombres. 


CRÓNICAS  249 

Comandante  español  Illescas  y  capitán  López  muertos;  nuestras  pérdidas  seis  heri- 
dos, uno  solo  de  ellos  grave.  Soldados  y  oficiales  excelente  comportamiento.  Gene- 
ral Ernst,  coronel  Hulings  y  coronel  Briddle  los  recomiendo  especialmente.  Esta  es 
una  importante  captura  y  perfectamente  ejecutada.  Nombres  de  los  heridos  irán  tan 
pronto  los  reciba. 

Miles. 

Cierro  este  capítulo  de  mi  Crónica  llevando  a  ella  un  documento  que  honra  por 
igual  la  memoria  del  comandante  Illescas  que  al  noble  capitán  Harry  Alvan  Hall  que 
lo  suscribe. 

Ponce,  P.  R.,  20  de  agosto  de  1898. 

Señora  doña  Eugenia  Bugallo,  viuda  de  Martínez  Illescas. 

Señora:  Permítame  que  antes  de  abandonar  esta  isla,  teatro  de  escenas  tan  dolo- 
rosas  para  usted,  le  ofrezca  mi  más  honda  simpatía  en  medio  de  su  aflicción  y  le 
exprese  mi  admiración  profunda  hacia  el  valor  de  su  esposo. 

Antes  de  sucumbir  pasó  y  repasó  seis  veces,  por  lo  menos,  toda  la  línea  de 
nuestro  fuego,  hallándose  distintamente  a  nuestra  vista  y  bajo  los  disparos  que  sin 
interrupción  les  hicimos  por  espacio  de  una  hora. 

En  tales  circunstancias  debió  comprender  que  su  muerte  era  inevitable. 

La  rendición,  que  estoy  seguro  jamás  se  hubiese  podido  obtener  mientras  él 
viviese,  sobrevino  inmediatamente  después  de  su  caída.  Su  muerte  fué  la  de  un 
héroe;  señora,  el  dolor  inmenso  que  la  sobrecoge  debe  mezclarse  con  la  íntima  satis- 
facción que  ha  de  producirle  saber  que  su  esposo,  hasta  en  su  manera  de  caer, 
demostró  que  era  el  tipo  legendario  del  soldado  ideal. 

Le  suplico  tenga  a  bien  perdonar  la  intención  de  quien,  como  yo,  formaba  parte 
de  las  fuerzas  adversarias;  pero  la  admiración  hacia  el  enemigo  intrépido  y  valeroso 
es  privilegio  del  soldado  y  una  de  las  pocas  satisfacciones  de  la  guerra,  y  yo  entiendo 
que  es  mi  deber  rendir  este  tributo  a  la  memoria  de  aquel  héroe. 

Quedo  de  usted  atento  y  s.  s., 
Flarry  Alvan  Hall, 

Capitán   del  ló."   regimiento   de  Pennsyh'ania. 


A  .    R  :r  V  ii  R  ( > 


,,  (!.<,,í.^^.  nox  i'iiiü.iiM-;  im  reí  dk  ksi'axa 


CAPITULO  XVllI 

SIGUK    lU.    AVAXCI^   T)E¡.    GIaNKRA'L   W'ILSON 
DE   COAMO    Al,    AS()MAN1'K.-^I<:L.    ARMISTICIO 


fiSDÍÍ  que  se  inicie'»  el  avance  de  la  división  W'ilson  ¡x>r  la  ca^ 
rretera  (¡iie  conduce  de  Fonce  a  San  _fiian,  atravesando  toda  la 
Tala,  (le  Sur  a  Norte,  el  Alto  Man(l(3  español  liahía  resuelto  ce- 
rrar el  paso  a  los  invasores  en  un  punto  dcJ  interior  en  el  cual 
no  pudiesen  ser  auxiliados  |)()r  sus  fuerzas  navales. 

La  posición  elegida  dista  dos  millas  y  inedia  de  Aihonito; 
está  situada  a  700  metros  solin;  el  nivel  del  tuar  y  ocupa  el  ccn-^ 
tro  de  la  gran  nieseta  (19  kilómetros  cuadrados)  (pie  allí  form;» 
la  cordillera,  espina  dorsal  de  la  Isla.  Ksta  gr;m  planicie,  sol>re 
la  cual  se  asienta  dicho  pueblo  de  Aihonito  al  liste  y  cpje  tles<:i<índe  al  Oeste  hacia 
Coamo,  sigue  al  Norte  en  elevados  cerros  hasta  encontrar  la  población  de  Barros,  y 
por  el  Nordeste  llega,  a  los  campos  de  la  Cidra. 

Dichas  lomas,  llamadas  de  Asiimaiitc^  y  las  cuales  dominan  algunas  millas  de  la 
Ctirretera  central,  fueron  entonces  y  serán  siempre  foruiidable  barrera  contra  un  in- 
vasor cpie  avance  de  Sur  a  Norte,  siempre  cpie  sean  defendidas  con  fuer/as  bastantes 
para  cubrir  los  caminos  de  ilancpieo  que  puedan  facilitar  un  nu^vimiento  envolvente. 
Fuerzas   defensoras.— h;l  bstado  Mayor  que  eligió  esta  espléndida  y  extensa  posi- 


'-¿52  A.     RIVERO 

ción  (aun(]_ue  encerrada  entre  una  red  de  caminos  flanqiieadores),  llevó  a  ella,  para 
toda  defensa,  las  fuerzas  siguientes:  dos  compañías  del  batallón  Caz;idores  de  Patria 
y  su  guerrilla  montada;  otra  compañía  del  mismo  Cuerpo,  que,  desde  .Adjuntas,  y 
por  veredas  casi  impracticables,  llegó  a  Aibonito;  dos  compañías  y  la  guerrilla  mon- 
tada del  ()."  Provisional,  al  mando  del  teniente  coronel  de  dicho  Cuerpo,  ('astillo,  y 
de  kís  comandantes  Ancas  y  Nouvilas;  las  compañías  de  este  Cuerpo  estaban  al 
mando   de   los   capitanes   Lara  y  Laserna.    t'J   capitán   Carlos  iVguado   era    el  ayu- 


dante, )-  la  S<H:ctón  de  Orden  Público  que  se  había  retirado  de  !\)nce  estaba  a  carg-o 
del  de  igual  emj>leoJosc  Adsuar  Pntuíta. 

Ce>n  los  Cuardias  civiles  y  algunos  policías  se  organizi'»  una  compariía  ¡:>rovisÍonaI; 
V  otra,  agrupantlo  los  volimlarins  tlel  <)."  bat:dlón,  cpuonc^s,  al  mando  de  su  teniente 
ammd  Dimas  de  Raanery  y  del  cmnandanle  Fairitpie  Montes  de  Oca,  no  habían 
;d)andonadu  sus  bantleras  después  de  aíp»>]Ia  retirada. 

La  d(M'i;nsa  de  artillería  de  tan  hu-tnidables  posiciones  consistió  solamente  en  dos 
piezas  l'laseni:ia,  de  montada,  (k:  ocho  cenlínielros,  al  mando  del  capitán  «k;!  Cuerpo. 
Ricardo  1  Icrnái/,  auc  tenía  a,  sus  (H-dencs  al  segundo  teniente,  Ikdnumte,    de   ia  b.s- 


Total:  según  j/t.s///¡(\í¡/í(-  de  Revisla,  tpie  tengo  en  mi  poder,  1..2H0  iníanti 
"O  caballos  x  dos  cañones  con  ,p3  dis})a,ros  |:>or  pie;/a  ('incluyendo  los  cuatro  botes 
metralla  regla nu'ntar ios i. 


C  RO  N  1  C  A  S  253 

fas  posiciones  ocupadas  fueron  dos:  una,  la  más  inmediata  al  pueblo  de  Aibonilo, 
(.£777.7  de  San  (¡finasio,  y  la  segunda,  ( 'cm>  Colon ^  y  ambas  sobre  el  Asúiiiaiitc.  Mn  la 
primera  había  algunas  casas  de  campesinos  que  utilizaron  como  alojamiento  losjeles 
y  oficiales. 

Aunque  las  posiciones  mencionadas  habían  sido  escogidas  por  el  l^sta,do  Xbiyor, 


después  de  minuciosos  reconocimientos,  muy  poco  se  liizo  para  aumentar  su  valitr 
defensivo;  en  las  alturas  de  aml)os  cerros,  y  a  media  ladíu-a,  se  excavaron  algunas 
zanjas,  donde  se  guarecic')  ki  infantería;  y  en  lo  más  alto  del  Asomaíilt,  y  sobre  una 
kuua  desde  donde  se  divisan  hacia  abajo  algunos  kilf'uuetros  de  la  carrct<,>ra,  los  arti- 
lleros del  capitán  I  fernáiz  construyeron  ima  ligera  batería  de  campaña,  a  la  cp,ie  máí- 
t.arde  se  le  adicionaron  fosos  para  resguardar  los  sirvientes. 

Las  ol)ras  semipermanentes  (jue  debieron  y  tuvieron  t¡enif)0  sol)rado  de  construir 
los  ingenieros  y  sus  auxiliares  l>rillaron  por  su  ausencia. 

Las  municiones  para  la  inuuitería  eran  escasas;  no  hubo  asomo  de  tiendas  c](»  t7'un- 
paua  ni  l>arracones  para  (uibrirse  d(^  las  frecuentes  lluvias;  no  halu'a  ambulancias,  mí;- 
dico?,  t:(.)cinas  ni  servicio  sanitario  de  clase  alguna;  el  aoaia  se  ccmscrvaba  en  l>arricas, 


2  54  A  .     R  J  V  E  R  O 

al  sol,  y  el  pan  o  galletas,  enviados  desde  Sao  Juan,  eran  duros  y  agrios  por  la  mala 
calidad  de  las  harinas.  Todos  los  dtdensores,  por  más  de  quince  días,  vivaquearon  en 
las  trincheras,  a  la  intemperie,  sin  abrigos,  sin  traveses,  sin  alambradas  ni  otras  de- 
fensas que  no  fueran  el  fuego  o  las  bayonetas  de  sus  fusiles.  Los  ranchos,  servidos 
con  poca  regularidad,  eran  deficientes;  casi  siempre  de  arroz,  alubias  y  bacalao;  carne, 
pocas  veces  y  nunca  muv  abundante. 

Y  ahora,  sepa  el  lector,  quien  seguramente  condenará  tan  punible  desidia,  que  la 
carretera  de  San  Juan  al  pueblo  de  Aibonito,  por  Caguas  y  Cayey,  estalla  ex})cdita; 


que  un  convoy  de  carros,  saliendo  dt;  San  Juan  muy  de  madrugada,  podía  llegar  la 
misma  larde  al  pueblo  mencionado;  que  el  centenar  de  coches  que  podía  reunirse  en 
I\ío  J^iedras,  Caguas  y  la  Carolina,  con  abundantes  caballos  en  las  postas  de  relevo 
de  la  Muda,  Caguas,  Cayey  y  Matón,  sólo  hubieran  tardado  ocho  o  nueve  horas  en 
recorrer  atpiel  trayecto,  l'hi  San  Juan  había  de  io/Jo,  y  solamente  escaseaban  los  jefes 
previsores  y  el  buen  deseo  en  el  b'stado  Mayor. 

CouK)  dato  tjue  avalora  la  historia  de  esta  campaña,  debo  consignar  (¡ue,  días 
antes  de  la  evacuación,  el  i ."  de  septiembre  de  lH()8  se  remataron  en  San  Juan,  ea 
los  ahn;u:enes  de  la  Administración  Militar  y  en  pública  subasta,  //  fualqniLr  prefia^ 
las  siguientes  ¡provisiones:  I  1. 270  kilos  de  arroz  valenciano.  2^.<)\2  de  bacalao  de 
I'^scoeia,  2. 133  de  tocitu:),  5(jJjí)()  de  harina  castellana,  10.301  de  galletas,  10,570  de 
café,  2.584  de  azúcar,  y  í.240  litros  de  aguardiente  esjiañol.  No  fué  éste  el  solo  re- 
mate de  provisiones  que  se  hiciera  a  última  lora,  a  |)csar  cpie  desde  (pie  se  tirmó  el 
armisticio  v  cesaron  las  hostilidades  en  13  de  agosto,  no  se  utilizó  en  los  ranchos  de 


C  R  O  N  1'  C  A  S  255 

las   tropas   otras  vituallas   que   las   almacenadas    en    la   Marina  a   cargo    del  Comi- 
sario regio. 

'I  odas  las  fuerzas  del  Asonitintt,  alguna  de  las  cuales  permanecieron  acantonadas 
en  Aibonito,  estaban,  como  ya  he  dicho  en  el  capítulo  anterior,  al  mando  del  teniente 
coronel  de;  Kstado  Mayor,  l*"rancisco  Larrea,  liste  jefe,  después  de  su  regreso  a  ¡Es- 


paña, f)ublicó  varios  trabajos  acerca   de  la  guerra  hispatioamericana,  en   la  revista, 
Esfu(fios  Militares,  con  el  seudónimo  fijcvle,  y  de  los  cuales  tomamos  los  siguientes 


p:. 


(,'uandoal  término  del  viaje,  cayendo  ya  el  día,  y  unida  a  la  influencia  de  la  hora 
la  preo(:upacic)n  natural  por  las  insuperables  dificultaiies  de  la  misión  (pie  se  me 
había  confiado,  ib;i  pensativo  y  retrostado  en  el  fondo  del  coch(%  cpjc  (ímpezaba  a 
subir  la  larga  cuesta  de  ascenso  a  la  meseta  de  Aif>onito,  llamó  nn"  atencióín  un  gru|K> 
de  hombres  y  animales  <pic,  junto  a  la  carretera,  descansaba  en  c;!  valle  de  Alatt'm. 
bus  hombres  eran  artilleros  e  infantes,  unos  y  otros  en  irorto  número,  y  |>arecían 
tnu\-  fatigados;  habiendo  alcanzado  ya  antes  v  hecho  sufíir  al  coche  algunos  de  ellos, 
nesf)eados,  que  se  liabían  rezagado.  Serían  los  animales  hasta  una  (pn'ncena,  lodo  lo 
n^is,  entre  mulos  y  caballos,  encontrándose  al  lado  de  tilos  dos  pe{|ueños  cañones 
de  montaña;  y  todo  aquel  niez(|uino  con)unto  formaba......  Ja  artillería  y  su  escolta,  de 


íi  1  A'  lí  :r  o 


!;)  (Xíliinina  destinada  a  hacer  frente  al 
!--úcleo  principal  del  ejército  americano, 
íniprcsionado  por  tal  espectáculo,  que 
sMaterialíz;d>a  la  inopia  de  Jíspaila,  la 
imagen  de  ésta,  inerme  a  los  pies  de  un 
l'ioderoso  enemigo,  surgió  ante  mi  vista 
í'on  la  persistencia  de  visión  real  fuerte- 
mente grabada  en  la  retina,  y  continué 
nd  camino,  aún  más  abstraído  y  preocu- 
p.'ído  el  ánimo  que  antes.  Mas  no  era  el 
t.'.-mor  lo  que  así  lo  embargaba,  hecho 
\-;í  de  antemano  en  aras  de  la  Patria  y  del 
deber  el  sacrificio  de  todo  interés  per- 
st.-nal,  sino  el  dolor  de  la  impotcMicia  y 
el  convencimiento  de  la  ineficacia  de 
;!-|uél  y  otros  sacrificios  semejantes,  avi- 
v-¡do  el  S(Mitimiento  por  la  impresión  ma- 
!'-rial  que  acababa  de  recibir. 

Avanza  la  brigada  Ernst.— hd  y  de 
;i:.;Ost;o,  f)or  la  tarde,  el  general  W'ilson 
S5P3VÍÓ    su   cam|iamento    divisionario    al 

caíi.'.i.  vi  ici.i..ntt-  trutr-i.        ''  "' Kortc  dcl  río  C-oanio,  y  toda  la  brigada 

Ernst  acampó  en  tiendas  a  lo  largo  del 
valle,  lanzando  avanzadas  y  escuchas  cinco  ndllas  al  frente.  Los  días  lO  y  II  trans^ 
<-urrrieron  en  reconocimientos  que  se  llevaron  a  cabo  bajo  la  dirección  del  teniente 
conanel  IHddIe,  del  Cuerpo  de^  ingenieros,  quien  levantó  un  croquis  muy  detallado. 
Al  entregar  su  informe  y  plan<)s  aconsejó  al  general  Wdlson  (pie  simuhira  un  ataque 
frontal,  casi  exclusivamente  con  artillfría,  mientras  que  el  verdadero  sería  de  ílan- 
tpjeo,  vcndr)  las  fuerzas  hacia  t>arranquitas  |)or  un  camino  de  herradura,  y  bajando 


n  con  rumbo  a  Aibonito,  llegando  así  a  retaguardia  de  his  [)( 


de  esta  pot 
íes  dcl  .  Isom.f.'itt. 
W'ilson  <:onvino  en  este  plan,   ordenando 


que 


13,   antes  de   la  salida  dtd 


o!,  toda  la  brigada  emprendiese  la  marcha  hacia  Barrant|uitas;  y  una  vez  allí,  dejabí 


al  general  Ernst  en  hb(Ttad  (U 
río,  o  bien  a  Citlra,  descendió 
!)atalit')n  quedaría  de  reserva  |: 
Id  día  í2,  a  las  diez  treint; 
carretera,  centrah  la  siguiente 
R,  I).  l*(>tts,  }'  conu')  escolta  u 
W'isconsia;  la  primera  £<u:cit 
I.   ¡\  í  lains,  V  la  segunda  por  < 


bajar  a  Aibonito,  vía  Honduras;  a  Cayey  por  (?ome- 
ido  luego  a  las  Cruces  sobre  la  carretera  central;  un 
ara  guardar  y  defender  el  campamento. 


Aibonito,  por  la 
artillería,  capitán 
de   infantería   dc^ 
batería    Eotts  era  mandada   por  el  teniente 
il  empleo  Bass;  el  primero  con  tres  piezas  dc: 


batería  1 
1  na  nía  de 


salieron  con  rumbo 
gera  /•'  del  3."  de 
1   t<;rcer   reginu(?nto 


:--|yfS:'' 


caer  herido  el  teniente  líains,  su  eompailero  O'Ilern  se  hizo  cargo  de  ambos  caño- 
nes; y,  en  este  momento,  una  granada  reventó  entre  los  caballos,  matando  a  uno, 
hiriendo  a  otro  y  privando  de  la  vida  al  cabo  Osear  Swanson,  de  infantería,  que,  con 
otros  de  su  Arma,  había  acudido  en  auxilio  de  los  artilleros.  Al  frente  de  este 
grupo  de  infantes  marchaba  el  capitán  ¡í.  1\  l.ee,  del  tercero  de  Wisconsin,  cuando 
un  proyectil   de  ^híuser  le  atravesó  el  brazo  derecho;  al  mismo  tiemf)0   otros  pro- 


m 


vectileB,  también  de  Máuser,  hicieron  blanco.  I.os  dos  cañones  lograron  unirse  al 
resto  de  su  hatería,  permaneciendo  a  cubierto  toda  la  tarde. 

Además  ile  los  ya  mencionados,  resultaron  heridos  el  soldado  Frederick  Yought, 
'tan  grave,  que  murió  luego;  el  cabo  Aiigust  \'ank,  con  un  balazo  en  el  brazo  dere- 
cho: George  [.  Bunce,  herichi  en  la  cabeza;  y  en  la  pierna  izcpiierda  el  soldado  Siz- 
ccs.  Total  de  bajas:  dos  oficiales  heridos,  ilos  de  tro]>a  muertos  y  tres,  también  de 
tropa,  heridos;  total,  siete. 

Aunque  ah^ededor  de  la  batería  y  trincher:is  cpie  ocupaban  las  fuerzas  españolas 
cayeron  gran  cantidad  de  proyectiles,  un  soh:>  artillero  resultó  levemente  herido.  Den- 
tro de  la  ndsma  tocó  una  gran:ula,  que  no  liizo  ex¡)Iosión  por  haber  escupido  la  espoleta. 

Fué  tan  vivo  el  fueg(^  de  la  batcrt;i  Potts,  que  esta,  aquella  tarde,  consumió  totlas 
sus  numiciones. 


i)  S  ¡  V  A  S 


Como  ya  en  el  campamento  de  W'ilson  era  pública  la  noticia  de  haberse  firmado 
en  Washington,  este  mismo, día  12,  el  armisticio,  por  ,1a  noche  el  teniente  coronel 
iiiiss,  del  .Estado  Mayor  del  general  W'ilson,  !)aÍo  bandera  de  j)arlamento,  subió  hacia 
■el  .  [súíHaiit(\  siendo  recibido 
a  media  ladera  por  el  coman- 
dante Nouvilas  y  dos  oficia- 
les más,  a  quienes  manilestó 
C|uc,  para  evitar  la  efusión  de 
sangre,  proponía  una  suspen- 
sión de  hostilidades,  intinian- 
ílo  al  mismo  tiempo  la  rcuiii- 
riihi  //r  ¡ii  plaza.  \l\  coman- 
dante Nouvilas  le  contestó 
<|ii(;  su  petición  sería  trasla- 
dada al  capitán  general,  con- 
viniendo en  (]ue  por  la  ma- 
ñana volvería  por  la  respuesta 
el  mismo  parlamentario;  al 
amanecer  del  siguiente  día  se 
presentó  el  citado  tenicaite 
coronel  ISliss,  a  quien  se  (ni- 
tregó  un  telegrama  del  gene- 
rendición  y  parlamentt)  \w\- 
no  tener  instrucciones  al^ju- 
nas  riel  (iobierno  ilc  b:s|.)ana. 
liste  mismo  parlamentario,  va\ 
la  página  l^i  áv  su  i^rpíin'  ofi- 

tésmenle,    la  rcíndición;    aun- 
que////* los  ¡('nimios  dil  Iclr- 
fframa  yo  sospeche'  <'|ue  el  gene 
ncgociaci(mes  de  ]>az.;^ 

i\  pesar  de  la  nc^gativa  anteric 
vn  toda  la  mañana  del  día 
telegrama  <1<:1  general  Alik^s  transmitifmdo  otro  del  [)resid.-nti;  Mac  Kinley  para  (pie 
se  suspendiesen  todas  las  operaciones  de  guerra  en  príigreso.  Los  artilkn-os  tlel  co- 
maullante  Lane;isler  y  la  (íscolta  regresaron  a  su  eain|)amento,  y  una  parte  de  los  de- 
iensores  del  s¡so!iia!ii(\  al  [jueblo  de  Aibonito,  quedando  en  el  Peñón  lus  restantes. 
Idi  los  límites  de  and)os  camjios  se  plantaron  ¡jiciuetes  con  banderas  l>!aneas.   1  íabía 


Ahicías  est;. 

las  kicrzas  < 
I  general  Wilst 


(m  «MUerado  dc'l  lire 


mudaron  i 


nl>ate 


26o  A  .     R  1  V  K  R  O 

terminado  el  combate  del  Asomatile,  que  muchos  escritores  americanos  han  llaniado- 
hatalla^  s¡n  duda  porque  jugaron  en  él  las  tres  armas,  ya  que  unas  parejas  de  la 
(luardia  civil  fueron  vistas  por  las  lomas  practicando  servicios  de  avanzada. 

En  cuanto  al  movimiento  de  flanqueo  que  debía  ser  ejecutado  por  la  brigada 
h'rnst,  se  suspendió  a  punto  en  que  toda  la  fuerza  se  ponía  en  marcha. 

I  le  recorrido  rn.ís  <ie  una  vez  el  camino  de  rodeo  que  debía  seguir  la  brigada 
hVnst,  en  su  operacifjn  envolvente,  y  por  lo  que  vi,  y  por  las  noticias  (pie  pude^ 
adquirir,  abrigo  la  certeza  de  que  las  fuerzas  ospañohin  si;    hubiesen    visto  en   gravc- 


a|)rieto  en  la  tarde  del  día  13  de  agosto,  si  la  flrnta  del  Prí)tocolo  se  dilata  alguna> 
lloras  más. 

No  j)uedo  resistir  a  la  tentaeiún  de  trner  a  estas  páginas  una,  carta  íntima  escrita 
en  las  trincheras  del  Asoin.iiid:  por  el  capibín  I  Icrnáiz,  con  fecha  1,|  de  agoste» 
de  iHcíH;  esta  carta  llegó  a  .San  Cristbbaj  la  noche  del  mismo  día,  casi  ríe  madrugada, 
)'  la  conservo  entre  nhs  pápenles  como  recuerdo  de  un  valiente  oficiab  que  se  ganó 
por  su  arrojo,  sin  lugar  a  duda,  la  (Vuz  Laureada  de  San  hernando,  por  halicr  cofuba- 
tidí,)  clurante  mucho  tiempo,  con  sólo  dos  míseros  cañones  de  montaña,  contra  seis 
fiiezas  de  posiírión,  de  tiro  rápido,  valerosamente  servidas  por  artilleros  d(4  Iq'ercito 
Regular  de  los  Rsbulos  b'nidos.  Id  comandante  bancaster  y  (í1  capitán  Potts,  en  sus 
partes  oficiabas,  afirman  la  autenticidad  «le  mi  relato  y  señalan  la  eficacia  de  los 
cañones  es[>añoles  liajo  cuyo  hiego  .se  retiraron  después  de  haber  consumido  toda 
su  dotació>n  de  municiones. 

J'o(a3  d;^spnés  <le  este  combate  tuve  ocasión  de  hablar  con  uno  de  los  oficiales 
americanos  que  en  él  tomaron  parte,  y  quien  mostró  gran  sorpresa  al  saber  que  la 
batería   española  estaba  artillada    únicamente   con   dos   piezas    de   montaña,  y  que 


CRÓNICAS  261 


<iurante  todo  el  cañoneo  sólo  tuvo  un  artillero  levemente  herido  y  sus  piezas  resul- 
taron sin  la  menor  avería. 

La  carta. — He  aquí  los  párrafos  más  salientes  de  la  carta  que  escribió,  desde  las 
trincheras  del  Asomante^  el  capitán  de  Artillería,  Ricardo  Hernáiz  ^: 


Cuando  llegué  a  Aibonito  alojé  como  pude  la  tropa  y  el  ganado,  pues  la  mayor 
parte  de  los  habitantes  habían  huido,  dejando  sus  casas  cerradas.  En  este  pueblo 
estaba,  el  día  9  de  agosto,  cuando  unos  minutos  antes  del  rancho  (9  de  la  mañana) 
oí  el  toque  de  generala  y  poco  después  recibí  la  orden  de  cargar  las  piezas  y  seguir 
a  las  posiciones  del  Asomante^  que,  como  ustedes  saben,  distan  dos  o  tres  kilómetros 
de  aquella  población;  una  vez  allí  situé  la  sección  en  la  cúspide  de  un  monte  que 
domina  perfectamente  la  carretera  que  conduce  a  Coamo;  a  derecha  e  izquierda  se 
habían  construido  algunas  trincheras,  modelo  carlista  2,  ocupadas  por  fuerzas  de 
infantería,  al  mando  del  comandante  Nouvilas.  Un  poco  adelante,  y  más  abajo  de  la 
posición  que  yo  ocupo,  hay  otras  trincheras  que  defiende  una  compañía  de  Volunta- 
rios, la  única  que  siguió  a  las  fuerzas  del  batallón  Patria,  después  de  la  capitulación 
de  Ponce.  Desde  luego,  aquel  día,  9  de  agosto,  tanto  la  tropa  como  yo,  nos  quedamos 
en  ayunas,  pues  salimos  antes  de  que  el  rancho  estuviese  listo;  solamente  por  la 
tarde  pudimos  comer  algunas  mazorcas  de  maíz,  en  un  sembrado  cercano,  y  donde 
entraron  los  artilleros,  dejándolo,  a  su  salida,  como  ustedes  podrán  suponer.  Estas 
-mazorcas  las  comimos  después  de  asarlas,  y  por  cierto  que  nos  supieron  muy  bien . 

Al  siguiente  día  dispuse  de  algún  tiempo  para  proporcionarme  algunas  ollas  y 
montar  la  cocina  en  un  cobertizo  provisional  que  hice  construir  ICO  metros  detrás 
de  la  posición.  El  primer  rancho^  que  recuerdo  fué  muy  abundante  para  desquitarnos 
del  ayuno  del  día  anterior,  resultó  excelente;  matamos  una  ternera  que  andaba  por 
el  campo  y  la  descuartizamos,  diciéndole  a  su  dueño  (un  mulato  que  la  pastoreaba) 
que  pasase  la  cuenta  para  abonársela,  lo  que  tuvo  lugar  al  día  siguiente. 

Volviendo  ahora  a  los  sucesos  del  día  9,  les  diré  que  tan  pronto  subí  a  esta 
posición  monté  el  anteojo  de  batería,  quedando  a  la  expectativa,  toda  vez  que 
oíamos,  perfectamente,  ruido  de  cañonazos  hacia  Coamo.  De  pronto  pude  observar 
que  por  la  carretera  y  hacia  nosotros  venía  un  grupo  de  50  jinetes  a  galope  tendido; 
como  esta  fuerza  usara  sombreros  color  gris  y  muy  parecidos  a  los  de  nuestra 
(luardia  civil,  dudé  al  principio  si  serían  amigos  o  adversarios.  Para  salir  de  dudas, 
avisé  al  comandante  Nouvilas  indicándole  me  diera  su  opinión.  Poco  después,  y 
ambos  de  acuerdo  en  que  los  que  se  aproximaban  eran  americanos,  recibí  orden  de 
hacer  fuego;  apunté  cuidadosamente  disparándoles  hasta  nueve  granadas  ordinarias, 
y,  cuando  ya  había  formado  la  horquilla^  los  jinetes,  juzgando  que  tenían  suficiente 
con  la  experiencia,  volvieron  grupas,  desapareciendo  a  todo  correr;  aquel  día  no  se 
^hizo  un  solo  disparo  más. 

Por  la  tarde,  ya  cerca  de  la  noche,  llegó  Larrea,  y  al  enterarse   de  lo  ocurrido 

^    Hoy  coronel  de  la  Escala  de  Reserva. — N.  del  A. 

2  Esta  clase  de  trincheras  se  diferencian  principalmente  de  las  comunes  en  que  la  tierra  extraída  de  las 
í^anjas,  en  vez  de  apilarla  en  forma  de  parapeto,  es  transportada  a  otro  sitio  para  hacerlas  invisibles  al 
•enemigo.— yV^.  del  A. 


262  A.     R  I  VER  o 

pareció  desaprobarlo,  a  lo  que  le  manifesté  que  yo  había  recibido  órdenes  del  co- 
mandante Nouvilas  para  detener  aquella  fuerza  enemiga  que   V^nía  hacia   nosotros 
Me  contestó   que    «estaba   bien^  pero  que  él  lo  lamentaba  porque  habíamos  dado  a 
conocer  al  enemigo  el  paraje  que  ocupábamos  y  además  la  presencia  de  artillería»; 
quedó  así  la  cosa  y  no  se  habló  más  de  ello. 

En  todo  el  día,  y  parte  de  la  noche,  no  cesaron  de  llegar  soldados  dispersos, 
procedentes  de  Coamo,  que,  por  todos  los  caminos  y  veredas  de  la  montaña,  habían 
buscado  su  salvación;  entre  ellos  venía  el  alférez  abanderado  del  Patria,  de  apellido* 
Villot,  quien  me  dio  un  abrazo,  diciendo  que  gracias  a  mí  no  era,  en  aquellos  mo- 
mentos, prisionero  de  los  americanos,  pues  la  caballería,  a  la  cual  mis  cañonazos 
puso  en  fuga,  trataba  de  capturarlo  a  él  y  a  lO  ó  12  músicos  y  soldados  que  lo 
acompañaban. 

Los  días  lO  y  II  los  pasamos  bastante  bien.  Con  el  anteojo  observábamos  al  ene- 
migo, más  acá  de  Coamo,  reparando  con  troncos  de  árboles  el  puente  que  habían 
volado  nuestras  fuerzas  a  su  retirada.  Alguna  parte  de  los  Cazadores,  resguardados 
en  las  trincheras,  sostuvieron  durante  el  día  1 1  continuo  tiroteo  con  las  avanzadas 
americanas,  que,  ocultas  en  las  cunetas  de  la  carretera,  nos  hostilizaban  con  fuego 
individual,  fuego  que  más  tarde  arreció  tanto,  que  tuve  necesidad  de  desmontar  el 
anteojo  de  la  batería,  porque  llovían  las  balas  que  era  un  contento. 

Pensé  entonces  en  proporcionar  a  mi  gente  alguna  protección  para  resguardarla 
del  fuego  enemigo.  Primeramente  ordené  que  todo  el  ganado  de  la  sección  fuese 
llevado  hacia  atrás,  donde  el  terreno  descendía,  y  allí  quedó  oculto  por  una  maleza; 
después  utilicé  algunos  sirvientes  con  palas  y  picos  para  construir  una  pequeña  ba- 
tería que  ocultase  los  cañones  (poca  cosa,  pues  bien  saben  ustedes  que  estas  piezas 
tienen  escasa  altura,  y  además  el  terreno  era  tan  resistente,  que  las  zanjas  no  pudie- 
ron alcanzar  ni  un  metro  de  profundidad),  y  todo  esto  hubo  que  hacerlo  de  noche; 
pues  en  dos  o  tres  tentativas  de  día,  los  de  abajo  nos  saludaban  con  fuego  graneado^ 
y  hubiera  sido  una  tontería  tener  bajas  sin  necesidad. 

Anteayer  acababa  de  almorzar  con  Nouvilas  en  un  rancho  situado  a  cien  metros 
de  mis  piezas,  cuando  vino  el  sargento,  a  toda  carrera,  anunciando  la  presencia  de 
fuerza  enemiga  (yo  había  montado  el  servicio  de  vigilancia  con  el  anteojo,  a  cargo 
del  segundo  teniente,  el  sargento  y  el  carpintero).  Acudimos  Nouvilas  y  yo,  y  al 
mirar  por  dicho  anteojo  tuvimos  la  sorpresa  (sorpresa  esperada)  de  ver  abajo,  en  la 
carretera  y  cerca  de  una  casilla  de  peón  caminero,  nada  menos  que  una  batería  de 
seis  piezas,  formada  en  columna  y  con  los  sirvientes  aun  montados. 

Como  Larrea  estaba  en  Aibonito,  convencí  a  Nouvilas  de  que  yo  debía  antici- 
parme al  enemigo,  cañoneándole  antes  de  que  tomase  posiciones;  dio  su  consenti- 
miento, con  gran  satisfacción  de  mis  artilleros,  y  rompí  el  fuego  con  granada  ordi- 
naria, acortando  el  alza  paulatinamente  (el  primer  disparo  fué  a  3.500  metros).  En  el 
acto,  la  batería  enemiga  avanzó  al  trote  largo,  y  después  de  recorrer  algún  trecho,  se 
echó  fuera  de  la  carretera  y  desenganchó  las  parejas,  y,  ocultándolas  entre  la  arbo- 
leda y  barrancos  inmediatos,  rompió  el  fuego. 

Mis  primeros  disparos  no  pude  apreciarlos  bien;  pero  puedo  asegurarles  que  no 
habían  hecho  más  que  desenganchar  el  ganado,  y  aun  no  habían  roto  el  fuego,  cuando 
una  granada  de  mis  Plasencias  cayó  junto  a  la  primera  pieza  de  su  izquierda  (dere- 


C:  K  o  N  1  C  A  S  2fi3 

cha  raía),  y  a,Ilí  hizo  expkisión;  vi  ccSrno  los  sirvientes  de  las  otras  corrieron  a  ésta, 
|.)or  io  que  estoy  seguro  de  haberles  hecho  baias. 

Después  siguió  el  cañonoo,  rehitivaniente  lento,  por  temor  a  (juedarnie  sin  niuni^ 
ciones.  A  la  media,  hora  de  combate  ocurrió  una  avería  en  la  segunda  pieza,  (]ue  me 
obHgó  a  retirarla  a  cubierto  para  proceder  a  su  rejiaración;  en  esto  tardamos  tres 
cuartos  de  hora  sohmienie,  pues  tenía,  en  las  cajas,  piezas  de  repuesto.  Continué  dis- 
parando con  granada  de  metralla,  no  tenien<:lo  ya  ordinarias,  y  con  alza  a  2.000 
metros. 

Nuestros  infantes,  (|ue,  ocultos  en  las  trincheras,  presenciaban  el  duelo  de  las  dos 


\-t^,^: 


Wi:ímSí-..  ^퀿M^í:M^mS¿mI 


artillerías,  aplaudían  frenéticamente  cada  ve/  {|ue  algún  ¡)rüycctil  caía  cerca  de  los 
cañones  americanos.  Kntonces  advertí  a  A'ouvilas,  con  quien  vo  tenía  gran  confianza, 
íjuc  hiciera  fuego  de  Máuser,  toda  vez  (¡ue  este  hisil  alcanzaba  sobradamente  al  f)araj(i 
(jue  ocufiaban  los  enemigos,  juzgando  ijue  algunas  descargas  cerradas  serían  mejor 
recibides  por  mis  artilleros  (jue  losama1)Ies  aplausos  de  sus  t'azadores. 

Ainique  dicho  ¡efe  apreciaba  cpae  la  distancia  era  mayor,  hizo  la  prueba,  y,  segui- 
damente, empezó  el  kicgo  por  descargas  de  secciones;  fuego  cjiíe,  unirlo  al  de  mis 
piezas,  puso  al  enemigo  en  luga;  hubo  cajreras,  y  durante  algunos  minutos  todos  los 
cañones  estuvieron  abandonados;  volvieron  por  ellos,  y  a  brazos  se  los  llevaron,  hasta 
ocultarlos  en  un  recodo  de  la  carretera. 

Kl  fuego  había  durado  rancho  tiempo,  y  terminó  a  la  caída  de  la,  tarde,  cuando 
vimos  una  bandera  blanca,  al  parecer  de  la  Cruz  Roja.  Algunos  minutos  más  larde, 


2f^ 


A  .     K  1  V  K  R  O 


ki  batería  americana,  ya  enganchados  los 
tiros,  se  retiró  hacia  Coanio.  Yo  creo  que 
el  fuego  de  Máuser,  el  cual  fué  bien  diri- 
gido, debió  también  hacerles  bastante 
daño.  Todo  quedó  en  calma,  y  anteano- 
che subi(')  hasta  cerca  de  nuestras  posi- 
ciones un  parlamentario  con  bandera 
blanca,  quien  p(>r  humanidad^  y  toda  vez 
que  se  tenían  noticias  de  haberse  firma- 
do la  paz,  pedía  la  rendición  de  la  placa^ 
o,  cuando  menos,  la  suspensión  de  hos- 
tilidades. Larrea  le  contestó  que  nosotros 
carecíamos  de  órdenes  y  que  su  petición 
vSería  transmitida  por  telégrafo  al  capitán 
general,  y  que  al  siguiente  día  (ayer)  le 
enlregaríamos  la  respuesta. 

Ayer  mañana,  y  casi  de  madrugada, 
se   presentó  de   nuevo  el   parlamentario 
acompañado  de  un  negrito,  el  cual  hacía  las  veces  de  intérprete;  harrea  h?  entreg<í  la 
contestación,  la  cual  fué  poco  grata  para  ellos,  pues  el  telegrama  del  capitán  gene- 
ral decía  poco  más  o  menos  lo  que  sigue: 

^■'•EI  Ciol>icr!io  de  Rsf)aña  no  me  ha  comunicado  noticia  alguna  acerca  de  la  sus- 
pensión de  hostilidades,  y,  por  tanto,  no  está  en  mi  mano  ei  evitar  la  .efusión  de 
sangre.  Pero  si  quieren  evitarla,  podrán  hacerlo  no  moviéndose  de  sus  posiciones..) 

Además  ordenaba  al  teniente  coronel  Larrea  que  rehusara  admitir  más  parlamen- 
tari(ss,  advirtiéndoles  que  si  volvían  serían  mal  recibidos. 

Olvidafta  decirles  cpie  cuando  cesi'»  el  fuego,  ant(!ayer  por  la  tarde,  pasé  revista  de 
municiones  y  vi,  i:on  gran  dolor,  que  solamenie  me  quedatiau  ocho  botes  de  metralla 
c(um>  luiica  r(!serva.  I'hitonces  puse  un  ielegranuí  al  teniente  coronel  Aznar,  y  gracias 
a  las  órdenes  de  éste  y  a  la  actividad  de  l\ivero,  quien,  al  enterarse  de  un's  apuros  (stí- 
gún  me  dijeron  los  cocliernsi,  fué  al  parque  y  cargó  dos  coches,  que  requisó 
xa,  con  cajas  de  ¡proyectiles  y  saíjuetes,  y 
des|)achó  para  ésta  con  t'>rdenes  de  cí¡ 
severas  amenazas  a  los  conductores,  si 
no  a|>resura,l>an  su  marcha,  pude  reci- 
bir anoche  a  tiempo  las  municiones, 
C.uatro  caballos  de  los  que  arrastraban 
los  coches  reventaron   por  el  camint). 

Como  las  granadas  que  llegaron 
venían  sin  cargar,  el  teniente  y  yo  nos 
pasamos  toda  la  noche  pref)arándolas. 
Ayer  mañana,  si  el  fuego  se  hubiera 
reanudado,  estál>amos  listos  para^  con- 
iestarh). 


CRÓNICAS  265 

Seguiré  mi  relato,  que  servirá  para  sacar  a  ustedes  de  esa  monotonía  en  que  viven. 
Ayer  tarde  fui  comisionado  para  ir  al  campamento  americano  a  llevar  un  pliego  que 
habíamos  recibido  del  general  Macías  para  el  generalísimo  Miles,  jefe  de  las  fuerzas 
enemigas.  Protesté  porque  no  me  daban  intérprete,  pues  aunque  entiendo  algo  el 
inglés,  no  era  lo  suficiente  para  hacer  un  papel  airoso  ante  el  general  enemigo;  pero 
no  tuve  más  remedio  que  montar  en  mi  caballo,  y  con  una  escolta  de  ocho  guerrille- 
ros, también  montados  (los  cuales  parecían  más  bien  ocho  bandidos,  por  lo  sucios, 
mal  trajeados  y  sin  cuellos),  salí  del  Asomante,  portando  una  gran  bandera  fabricada 
con  un  palo,  al  que  amarré  un  pedazo  de  tela  blanca. 

No  quiero  cansarles  refiriéndoles  los  sudores  que  pasé  por  causa  de  dicha  bande- 
rita,  que  pesaba  más  de  lo  regular.  Llegué  al  campamento  de  Coamo,  donde  me  de- 
tuvo un  sargento  que  estaba  al  frente  de  25  ó  30  soldados  armados  de  fusiles  y  con 
bayonetas  caladas;  éstos  y  yo  hablábamos  a  un  tiempo  sin  entendernos,  cuando  se 
me  ocurrió  interrogarles  en  francés;  por  fin,  me  entendieron,  y  escoltados  por  ellos, 
como  si  fuésemos  prisioneros,  seguimos  adelante  hasta  tropezar  con  un  oficial  de 
artillería,  quien  aunque  muy  malamente,  hablaba  algo  de  español,  lo  suficiente  para 
entendernos.  Allí  me  hicieron  dejar  la  escolta  (después  me  dijeron  los  soldados  que 
durante  mi  ausencia  fueron  muy  obsequiados,  y  que  además  les  regalaron  latas  de 
carne  y  otras  cosas)  y  llegué,  por  fin,  a  la  tienda  del  general  Wilson  (creo  se  llama 
así),  a  quien  hice  entrega  del  pliego  que  llevaba;  este  general  me  dijo  que  Miles  es- 
taba en  Ponce. 

En  estos  momentos  apareció  un  oficial,  el  cual  traía  un  pliego  para  Wilson;  fué 
abierto  en  mi  presencia,  y  después  de  leerlo  me  dieron  la  respuesta  a  la  comunica- 
ción del  general  Macías. 

Mientras  todo  esto  ocurría  y  se  hacían  las  traducciones  de  los  pliegos,  fui  obse- 
quiado con  café  y  tabacos,  que  no  acepté.  Entonces  pude  hacer  la  observación,  por 
cierto  muy  triste  para  mí,  de  que  mientras  ellos  tenían  sus  buenas  tiendas  de  cam- 
paña y  no  carecían  de  nada,  mis  artilleros  y  yo  dormíamos  al  raso  y  sobre  el  santo 
suelo.  Por  la  madrugada  regresé  al  Asomante  y  se  envió  al  general  Macías  el  docu- 
mento que  yo  llevaba,  y  que  debía  ser  la  orden  de  suspensión  de  hostilidades,  pues 
desde  entonces,  hasta  ahora,  no  ha  habido  la  menor  operación  de  guerra. 

Ya  esta  mañana  han  llegado  hasta  nuestras  avanzadas  partidas  sueltas  de  ocho  y 
diez  soldados  americanos,  sin  armas,  quienes  han  obsequiado  copiosamente  a  nues- 
tras tropas  a  cambio  de  botones  de  sus  uniformes  y  otras  tonterías,  de  las  que  pa- 
recen muy  ávidos. 

Nada  más  por  ahora,  y  lo  que  guardo  en  cartera  y  que  no  me  atrevo  fiar  al  papel, 
se  lo  contaré  a  ustedes,  al  oído,  tan  pronto  regrese,  pues,  al  parecer,  esto  se  acabó. 

Debo  añadir  que  durante  el  combate  no  tuve  otras  bajas  que  un  artillero  herido, 
levemente,  el  cual  fué  curado  por  un  practicante  de  las  fuerzas  de  infantería,  por- 
que, jasómbrensel,  en  el  Asomante  no  teníamos  un  solo  médico.  Tanto  el  material 
como  el  personal  se  portaron  muy  bien 

/ 


^^^^^C/  éí-*::5fc.<í-<í>^  ^'''^^^^^^-^-e-^I^c.^í.-z...^ 


266  A  .     R  I  V  E  R  O 

Cuando  las  fuerzas  defensoras  del  Asommite  regresaron  a  San  Juan,  hablé  lar- 
gamente  con  algunos  jefes  y  oficiales  de  los  que  allí  estuvieron;  todos  me  ponderaron 
la  conducta  excepcionalmente  valerosa  del  capitán  Hernáiz.  También  hicieron  grandes 
elogios  del  capitán  Pedro  Lara.  Se  contaba  de  éste  que  durante  el  combate  del  día  12 
se  mantuvo  de  pie  sobre  las  trincheras  que  ocupaba  su  compañía,  observando  al  ene- 
migo con  los  gemelos  de  campaña,  mientras  enarbolaba  un  gran  bastón  con  el  cual 
daba  las  señales  de  fuego. 

— Muchachos  —  decía — :  cuando  yo  suba  el  palo  apunten  bien,  llénense  el  ojo  de 
carne,  y  cuando  lo  baje...  jfuego! 

En  Aibonito  se  había  establecido,  poco  después  del  desembarco  por  Guánica, 
un  depósito  central  de  municiones  y  víveres  a  cargo  de  algunos  soldados  enfermos 
y  convalecientes.  Tal  depósito  no  prestó  servicio  alguno  porque  nunca  tuvo  ni  víve- 
res ni  municiones.  El  Hospital  Militar  y  otro  fundado  por  la  Cruz  Roja  prestaron  ex- 
celentes servicios. 

Cerca  del  pueblo,  en  una  altura,  la  sección  de  ingenieros  telegrafistas  operaba 
una  estación  heliográfica  que  fué  muy  útil. 

Informes  ofíciales. — El  coronel  Camó  únicamente  dio  a  la  Prensa  los  siguientes 
comunicados: 

Aibonito,  13  agosto. 

El  ejército  invasor  se  limitó  ayer  a  cañonear  las  posiciones  atrincheradas,  donde 
están  situadas  las  avanzadas  de  Aibonito.  Por  nuestra  parte  sólo  tenemos  que  lamen- 
tar un  artillero  levemente  herido. — El  Coronel  jefe  de  Estado  Aíajor,  ]ua.n  Camó. 


14  de  agosto,  Aibonito. 

Por  este  pueblo  no  ha  ocurrido  novedad,  estando  nuestras  tropas  en  las  mismas 
posiciones  atrincheradas  que  antes  ocupaban.  En  las  líneas  avanzadas  de  las  tropas 
beligerantes  se  han  colocado  hoy  banderas  blancas  en  señal  de  suspensión  de  hosti- 
lidades, acordada  por  ambos  Gobiernos,  y  puesto  en  cumplimento  por  los  respec- 
tivos generales   de  ambos  ejércitos. — El  Coronel  jefe  de  Estado  Mayor,  JudiU.  CA.Aró. 


El  generalísimo  Miles  envió  el  siguiente  cable: 

Ponce,  íigosto  13,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 

General  Wilson  reporta  que  el  comandante  Lancaster,  con  la  batería  Potts,   a  la 

una  treinta  del  día    12,  silenció,  rápidamente,  a  la  artillería  enemiga  del  Asomante, 

cerca   de   Aibonito,   haciéndole  abandonar  sus  posiciones  y  baterías  *;  por  nuestra 

parte  no  hubo  fuego  de  infantería.  El  teniente  John  P.  Ilains,  tercero  de  artillería, 

^  El  general  Wilson,  desfigurando  los  hechos  en  su  report,  hizo  que  el  generalísimo  Miles  telegrafiase 
su  falsedad.  En  el  duelo  de  artillería  del  12  de  agosto,  la  sección  de  montaña  Hernáiz  batió  y  venció  a  la 
batería  Potts.— .V.  dd  A. 


CRÓNICAS 


267 


herido  de  Máuser,  no  grave;  un  proyectil  de  los  cañones  enemigos  estalló  sobre  uno 
de  nuestros  pelotones,  matando  al  cabo  Swanson  e  hiriendo  al  cabo  Jenhs,  compa- 
ñía L,  tercero  de  Wisconsin,  en  el  cuello  y  brazo;  soldado  de  Vought,  de  la  misma 
compañía,  gravemente  herido  en  el  abdomen;  soldado  Bunce,  de  igual  compañía, 
herido  en  la  frente,  leve. — Miles. 

Carta  del  capitán  R.  D.  Potts,  hoy  brigadier  general: 


Me  Lake  Park,  Md. 

Ag-osto  5  ,  1921  . 
Capitán  Ángel  Rivero, 

San  Juan,  P .  Rico  . 
Mi  querido  capitán:  Su  carta  de  12  de  julio 
último  está  en  mi  poder. 

Efectivamente,  yo  era  capitán  de  la  batería  F. 
del  3.°  deArtillería  que  sostuvo  el  combate  del 
12  de  agosto.  1898,  con  las  fuerzas  españolas 
atrincheradas  en  el  Asomante,  Aibonito. 

Cuando  regrese  a  Washington  tendré  el  gusto  de 
enviarlemi  retrato. 


A  .     R]Y  F,  R  O 


¡      I 


f  1 


a 


CAPrn;M:ji  xtx 

I'.XPI':i)ICl(')N  DKr.  MAYOR  (;KNI<.R/\L  ijrooke 

('APILARA    DE  ARROYO  V  (;i\AYAMA. TI'/rBIO  DÍA   DF.  (]I;1-:RRA 

.  día  23  de  julio  de    1898,  el  Mayor  (iencral  John  R.    llreoke  y  su 
Estado  Mayor  salieron    del   campamento  de  (^'Jiickamauga  Natio- 
nal Park,   ("leorgia,  dondt»  dicho  general  había  organizado  el  pri^ 
i^ll^:      nier  Cuerpo  de  F.jércilo;   llegaron  el  25  a  Kewport  Kews  y  el  28. 
■i      zarpó  de  este  puerto  una  expedición  i:on  rumbo  a  Puerto  Rico, 
-j.^^¿-     compuesta  como  sigue: 

Saint  Louis.— Cap.  ti.  1".  Cioodrich,  con  el  tercer  regimiento  de 
tinois  (1. 1 73  hombres  y  4^  oficiales),  el  general  Hrooke  y  su  Pistado  .VLij'or.  En 
este  mismo  buque  salieron  para  Puerto  Rico  algunos  corresponsales  de  periódicos 
y  varios  portorriqueños  que  constituyeron  lo  cpie  se  llamó  'J'lic  Portnrní'tVí/  i/nish 
iiiissimí;  éstos  fueron:  Pedro  Juan  l'iesosa,  Rafael  Marxiíach,  José  P>udet,  Domingo 
Collazo,  Plmih'o  íionzález,  Rafael  Muñoz,  M'ateo  P'ajardo  y  Antonio  i\b4ttei  l.lu veras. 
Porujaba  parte  de  este  grupo  el  subdito  americanc»  W'arren  Suttr>n.  También  vino 
en  la  expedición  W .  íkirda. 

Transporte  Massachiisetts. — (ion  el  cuerpo  de  Ambulancia  de  reserva,  Sani- 
dad, hombres  y  caballos,  Cuartel  general  del  primer  Cuerpo  de  Ejército,  escuadrón 
//del  (.)."  de  caballería,  escuadrones  .'í  y  C  del  regimiento  de  voluntarios  de  caba^^ 
Hería  de  Kew  York,  escuadrón  del  regimiento  de  caballería  de  Pennsylvania,  cotu- 
pañía  /''del  8,"  regimiento  de  infantería.  Total,  .43  oficiales,  f.130  hombres  y  1. 005 
caballos  v  mulos. 


2/0  A  .     k  I  Y  K  K  O 

Séneca,— Con  una  parte  del  4."  regimiento  de  Pennsylvanía,  61  I  hombres,  muni- 
ciones, armas  cortas,  raciones  para  los  hombres,  carros,  e(iui}3ajes,  cuerpo  de  Seña- 
les, 2()  .\mí)iiiancias  y  alguna  impedimenta. 

City  of  Wáshlíigtori.- — -(x)n  el  resto  del  4."  de  I'ennsylvania,  612  hontbres.  Depó- 
sito de  ("omisaría  y  alguna  carga  más  que  no  cupo  (mi  el  ñJassadiuscils;  también 
venían  las  municiones  para  armas  portátiles  y  raciones  para  los  hombres. 

Saint  Paul.— Cap.  (.'.  1).  Sigsbee,  con  el  .|."  de  Ohío  ('44  oficiales  y  1.2  J 2  hom- 


bref^i,  batería  de  cañones  dinamiteros,  l)rigad¡er  general  Fcter  C.  llaines  y  su  F.stado 
]\layor. 

Roiimaiiia.— Con  cuatro  haterías.  ly  oficiales  y  700  homlires,  If»  cañones  con 
sus  arni<>nes  y  cuatro  coknunas  de  carros  de  nujniciones  con  331  caballos,  72  muías. 
/Xrnbulancia  de  reserva,  í'uerpo  de  Señales,  Aml.uilancia  de  Sanidad,  numicioncs  de 
artillería,  racaones  para  tropas  y  treinta  días  de  raciones  de  heno  para  1,000  cab;jlk»s. 

f*enosa  íué  la  travc^sía  por  carecer  los  transportes  de  toda  comodidad,  incluso  de 
<a)ctnas  para  cnnfeccioníH-  los  raiuiíos,  por  lo  cual  se  deel.araron  a  bordo  aJgunris 
casos  de  tiíus,  llegando  la  gente  a  su  destino  tan  (kiljihtada  que  muchos  fueron 
enviados  a  los  hospitales  de  campana. 

Desiiués  de  reconocer  las  Cabezas  de  San  ¡uan  lucieron  rumbo  a  (juánica,  (hmde 


CRÓNICAS  271 

entraron  el  31  de  julio  a  las  dos  de  la  tarde,  sirviendo  de  práctico  Francisco  ViiiScal  \ 
sin  echar  anclas,  y  al  saber  que  el  general  Miles  estaba  en  Ponce,  todos  los  buques 
siguieron  a  dicho  puerto,  llegando  allí  dos  horas  después.  Puestos  al  habla  los  genera- 
les Miles  y  Brooke,  éste  recibió  órdenes  para  capturar  el  pueblo  y  puerto  de  Arroyo. 
Captura  de  Arroyo. — Como  medida  de  precaución,  a  media  noche  salieron  de 
Ponce  el  Gloiicester,  teniente  Ricardo  Wainwright,  y  el  Wasp,  teniente  Ward,  lle- 
vando a  bordo  al  capitán  Goodrich  del  Saint  Louis^y  ambos  buques  al  mando  del 
capitán  Pligginson,  del  acorazado  Massachusetts^  fondearon  en  el  puerto  de  Arroyo 
al  otro  día  por  la  mañana,  y,  seguidamente,  desembarcó  el  teniente  Wainwright, 
quien,  después  de  celebrar  una  conferencia  con  el  capitán  de  puerto,  José  Casano- 
vas,  lo  envió  arrestado  a  bordo  del  'GloMcest^4j^  como  se  le  acercaran  el  alcalde, 
José  María  Padilla;  el  juez,  José  García  Salinas,  y  el  párroco,  Baldomero  Montaner, 
después  de  algún  debate,  convinieron  en  las  siguientes  bases,  por  las  cuales  capitu- 
laban puerto  y  pueblo: 

l.'^     Las  Autoridades  civiles  continuarán  en  sus  puestos  y  funciones. 

2.^  Los  sacerdotes  ejercerán  su  influencia  para  mantener  la  paz  y  prevenir 
desórdenes. 

3.'''  Todas  las  lanchas  en  puerto,  cinco  en  número,  serán  puestas  a  disposición 
de  los  Estados  Unidos,  con  sus  tripulaciones  nativas. 

4/''     Toda  propiedad  y  documentos  del  Gobierno  Español  serán  rendidos. 

5.'^  El  faro  será  mantenido  en  operación  por  el  actual  torrero,  a  quien  se  le 
abonará  su  sueldo  por  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos. 

Este  documento  fué  firmado  por  el  capitán  Goodrich  y  el  alcalde,  juez  y  párroco 
citados.  A  las  once  y  veintiocho  minutos  de  la  mañana  del  domingo,  primero  de 
agosto,  se  izó  la  bandera  americana  sobi-e  la  Aduana,  y  un  piquete  al  mando  del 
teniente  Woods  tomó  a  su  cargo  la  población;  no  hubo  ni  alarma  ni  combate; 
frente  a  la  Aduana  fué  emplazado  un  cañón  Colt  de  tiro  rápido.  El  Wasp  se  dirio-ió  a 
Ponce  para  dar  cuenta  de  lo  ocurrido,  quedando  en  Arroyo  el  Gloucester, 

Aquel  mismo  día,  por  la  noche,  salió  de  Ponce  el  Saint  Louis,  hacia  Arroyo,  con 
el  general  Brooke,  su  Estado  Mayor  y  el  tercer  regimiento  de  Illinois,  llegando  a  su 
destino  el  día  2.  El  resto  de  la  segunda  brigada,  al  mando  del  general  Peter  C.  Plaines, 
su  Estado  Mayor  y  el  cuarto  regimiento  de  Ohío,  tomaron  puerto  el  día  3  en  el 
Saint  Paul]  también  llegaron  el  Séneca  y  el  City  of  Washington^  con  el  cuarto  regi- 
miento de  Pennsylvania  y  los  transportes  Roimiania  y  Massachiisetts;  el  día  3  el  pri- 
mero y  el  día  5  el  segundo,  que  había  estado  varado  en  Ponce;  ambos  conducían  el 
testo  de  la  brigada  incluso  la  artillería  y  caballería. 

^  Este  práctico  Fraticisco  Viscal,  y  estando  en  el  puerto  de  Culebras,  llegó  allí  el  crucero  Cmcinnatti,  que 
jo  tomó  a  bordo  hasta  dejarlo  en  uno  de  los  transportes  que  conducían  la  expedición  del  general  Brooke. 
Más  tarde  siguió  prestando  distintos  servicios  y  actualmente  los  desempeña  en  la  Capitanía  del  puerto  de 
San  Juan. — N.  del  A} 


2TI 


A  . 


R  r  V  1£  R  O 


Para  facilitar  el  desembarco  los  ingenieros  habilitaron  un  muelle  provisional,  su- 
jetando gruesos  tablones  sobre  dos  lanchas  sumergidas,  de  las  que  se  emplean  para 
transportar  sacos  de  azúcar;  estas  lanchas  fueron  traídas  a  remolque  por  el  Sitiiit 
Lúuis,  Sin  obstáculo  ni  oposición  alguna,  tomaron  tierra  hombres,  ganado  de  tiro  y 
de  silla,  carros  y  material. 

Poco  dcspuf's,  y  como  llegase  la  noticia  de  que  por  los  alrededores  del  pueblo  se 

veían  guerrilleros  españoles, 
el  Síiíiit  Liniis  y  el  Gloticcster 
hicieron  algunos  disparos  de 
reconocimiento. 

b^i  general  Brooke  y  su 
listado  Mayor  se  alojaron  en 
la  quinta  «El  Algarrol)0'->,  de 
Me  Cormick,  vicecónsul  in- 
glés en  Arroyo. 

Oiiamaiií. — El  listado  Ma- 
yor del  general  ..Macfas  había 
resuelto  evacuar,  no  solamen- 
te Arrox'O,  sino  también  la 
ciudad  de  (luayama,  porque 
ambas  poblacionc;s  podían  ser 
l)arridas  a  cada  momento  por 
el  fuego  de  los  buques  de 
guerra  americanos.  Toda  dc- 
ííMisa  se  concentró  en  las  altu- 
ras del  (hiñinauí,  liaeienda  de 
cale(lePai)lo  Vázquez,  desden 
cuyas  posiciones  se  domina 
el  puerto  de  Arroyo,  todo 
.  de  1  5  kilómetros. 
,  aoiKiue  muy  a  la  ligera  íorti- 


Ac, 


icia  el  bste  y  la 
¡  íormidable  poí 


en  una  extensiói 

anuente  escogid;! 

de  r.ua 


ajóme 


,  otras  tamb 


ticad.i,  es  el    nudo  <ioncle  s(í  imen  las  sierra 
}iert<MiectcMiles  a  la  gran  cordillera  central. 

l'n  (iuayama,  después  d<^l  desembarco,  había,  como  únicas  fuerzas  defensoras, 
una  guerrilla,  cai^ilán  Salvador  Acha,  y  otra,  la  i  .■■'  Volante,  de  la  cual  desertaron 
nmcbos  gucn-rilleros,  que  eran  naturales  de  la  misma  pof)lación,  y  además  alguna 
fuerza  de  infantería  ((k)  hombresi,  y  todos  al  mandr»  de  dicho  capitán  Acha.  ^íáft 
tarde,  cuando  estas  fuerzas  se  replegaron  sobre  (hiauíaHí,  llegó  a  este  punto,  desee 
Aibonito,  la  sección  montada  del  6."  Provisional  y  una  compañía  del  mismo  bata- 
llón, procedente  de  Cíayey,  y  además  otra  de  las  que  estaban  en  Aibonito;  total,  áf)0 


■     .;*:    ■:!:■  ■■■:■■:      "Mía:;."- 


<:  R  o  X  I  C  A  s 


hombres  sin  artillería  <le  clase  alguna.  Los 
habían  disuelto.  El  día  5  de  agosto  entraron 
fusiles,  equipos  y  hasta  uniformes,  de 
los  disueltos  voluntarios  de  A.rroyo  y 
( luayaina. 

No  ol¥Íde  el  lector  que  desde  ('a- 
yey  y  Caguas,  donde  había  acantona- 
dos cerca  de  2.000  hombres,  se  sube 
al  ( iiiiwianí  en  una  sola,  jornada. 

vSiendo  la  posici(5ii  elcgi'cla  tan  ex- 
tensa y  tan  pocos  sus  defensores,  no 
j3udo  prestarse  atención  a  la  custodia 
de  ciertos  caminos  de  herradura  que, 
desde  (niayania  a  Santa  tsabel  flan- 
queaban el  (iiiamaj/í,  viniendo  a  caer 
a  la  carretera  central,  entre  esta  posi- 
ción y  Cayey, 

Toda  la  fuerza  fué  puesta   bajo  el  ,..,, 

mando  del  comandante  de  ingenieros 
nu'litares  1).  julio   Cervera,  ayudante  de  can 
ció  su  cuartel   general  en   la  casa  de  l^ablo  \' 


voluntarios  de  toda  la  jurisdicción   se 
\n  San  b^an  cinco  carretas  conduciendo 


Ataque  nocturno  de  Arroyo.— lil  día  pr 
Adía,  al  frente  de  su  cruerrüla,  desfiló  por  le 


ipo  del  general  jMacías,  t|uicn  estahle- 
'á/.quez,  y  construyó  trincheras  a  media 
ladera,    comunicadas    por    zanjas    en 
ziszás. 

lín  varias  ocasiones  he  visitado 
a(|uellos  parajes  y  rendido  silencioso 
elogio  al  inteligente  ingeniero  que  allí 
centralizó  la  defensa  |iara  cerrar  el  pa- 
so al  general  Brookc.  Desde  arriba,  a 
cubierto  de  un  almacén  de  fuertes  mu- 
ros de  ladridos,  se  dominaba,  con  fuc- 
«^nts  fijantes,  muclios  kilónielros  de 
carretera,  los  puentes  hasta  el  de  la  sa- 
lida de  ("mayama,  todas  las  alcantari- 
llas y  casillas  de;  p<:ones  camineros. 
Debajo  de  dicha  altura  había  dos  }U-- 
(píenos  puentes,  muy  cercanos,  cpie 
fueron  rlestruídos  por  las  tropas  espa- 

¡mero  de  agosto,  ¡lor  la  noche,  el  capitán 
is  cañaverales,  entró  (mi  ;'\rroyo,  y  Ih'gó 


v 


R  O 


a  colocarse  muy  cerca  de  Ja  Aduana;  siguió  a  esta  acción  un  corto  tiroteo,  que  fué  con- 
testado por  los  marinos  del  teniente  W'oods,  sin  que  hubiese  bajas.  El  capitán  Acha 
y  su  gente,  que  sólo  tratalian  de  practicar  un  reconociniicMito,  se  escurrieron  entre 
las  sombras  de  la  noche,  ref)legán{lose  sobre  (■kiayama.  Por  entonces  se  dijo  que  ei 
destacamento  de  marinos,  abandonando  el  t'olt,  se  había  refugiado  a  fiordo  del 
(ilúiií^islcr;  pero  como  no  tengo  una  fuente  segura  que  .■ifirnie  este  hecho,  dejo  a  otros 
más  afortunados  el  ei«f)efio  de  averiguar  la  verdad. 

Atac|iie  y  toma  de  Ouayama.— ¡ti  á^  de  agosto  el  general  ílaines  recibió  órdenes 


de  Sheridan,  jefe  de  listado  ^hiyor  de  Aliles,  para  avanzar  sobre  Guayama  con  una 
parte  de  su  brigada.  líl  día  3  salió  de  Arroyo  la  siguiente  fuerza: 

Cuarto  regimiento  Voluntarios  de  Ohío,  coronel  A.  B.  Coit,  con  nueve  compa- 
ñías, y  además  una  sección  de  infantería,  capitán  John  I).  Fotter,  con  22  hombres 
armados  de  rifles,  calibre  30,  quienes  conducían  dos  cañones  dinamiteros  Sims- 
Üudley,  de  dos  pulgadas  y  media  de  calibre.  Total  de  la  columna,  33  oficiales  y  925 

has  municiones  y  víveres  eran  con<lucidos  en  dos  carros  de  bueyes,  y  los  caño- 
nes fueron  (kirante  algún  tiempo  arrastrados  por  otro  carro.  Al  salir  de  Arroyo  tres 
compañías,  la  /],  la  />  }' hi  (  \  del  primer  batallón,  al  mando  del  mayor  Speaks,  fue- 
ron cohjcadas  en  vanguardia,  y  como  el  intérprete  Maximino  buzunaris,  quien  acom_ 


<■  R  O  X  ¡  C  A  S  27- 

panabíi  la  columna,  diese  a  su  jeíe  noticia  de  que  fuerzas  españolas  habían  tomado 
posiciones  en  las  afueras  de  Ciuayama,  tlicha  vanguardia  fué  desplegada  en  línea  de 
tiradores,  camino  adelante,  y  hacia  las  ¡lexiucñas  lomas  vecinas. 

Al  pasar  frente  a  la  (]uinla  (k;  Ale  Cormick,  el  general  Haines,  (¡ue  allí  estaba,  se 
incorporó  a  la  columna,  cuya  ala  derecha  flancjucíaha  los  callejones  del  Cohojal,  lle- 
.gando  sin  novedad  hasta  media  milla  de  (luayama  donde  la  guerrilla  Acha,  rescruar- 
dada  en  una  cortadura  del  camino,  rompió  fuego,  (¡ue  fué  contestado  por  los  tirado- 
res de  C3hío;  el  combate  se  generalizó,  siendo  reforzada  la  vanguardia  j¡or  las  compa- 
ilías  /  y  l\  l;>ajo  el  mando  del  comandante  Baker,  continuando  su  avance,  siempre 


disparando,  |)ues  la  guerrilla  se  batía  en  la,  misma  forma,  \-  casi  revueltos  entraron  en 
la  población;  los  guerrilleros  españoles  salieron  por  el  camino  que  conduce  a  Cayey, 
replegándose  más  tarde  sobre  la  altura  del  (¡naiiiaiii. 

La  vanguardia  americana  también  atravesó  la  ciudad  y  tonu'»  posiciones  en  líi 
parte  Norte,  y  continuó  el  fuego  contra  la  retaguardia  española.  Kl  4."  batallón  de 
'*)hío,  comandante.  Sellars,  que  habían  seguido  el  camino  princijial,  .entró  al  mismo 
tiempo  que  la  vanguardia. 

lil  capitán  Potter,  con  sus  cañones  dinamiteros,  no  tomó  parte  alguna  en  la  ac- 
ción hasta  después  de  ocupada  la  ciudad,  cuando  los  enijilazó,  cien  yardas  a  reta- 
guardia y  doscientas  al  Este  del  Acuediu:to,  desde  cuyo  punto  disparó  cinco  pro- 
.ycctiles;  y  como  después  de  los  dos  primeros  hubiese  cesado  el  fuego  de  los  cspa- 


276  A  .     R  I  V  E  R  g 

fíoles,  ordenó  otros  dos  cañonazos  sólo  para  efecto  moral,  según  dice  dicho  oficial  en 
su  informe,  añadiendo  que  disparó  un  nuevo  proyectil,  por  la  misma  razón,  hacia  el 
Sur  de  una  hacienda  de  cañas. 

Como  esta  sección  de  artillería  no  contaba  con  ganado  de  arrastre,  cada  una  de 
estas  piezas  (1. 050  libras  de  peso)  fué  transportada  a  brazos,  dos  millas  a  través  del 
campo;  y  lo  mismo  las  260  libras  de  municiones. 

Tan  pronto  como  el  coronel  Coit  entró  en  Guayama,  llamó  al  alcalde,  Celestino 
Domínguez  Gómez,  a  quien  manifestó,  por  intermedio  del  intérprete  Luzunaris,  que 
la  ciudad  había  sido  tomada  en  nombre  de  los  Estados  Unidos  de  América.  El  al- 
calde respondió  que  él,  a  nombre  de  todos  los  habitantes  de  la  Municipalidad,  daba 
la  bienvenida  a  los  representantes  de  los  Estados  Unidos.  Acto  seguido,  la  bandera 
del  4.^  de  Ohío  fué  izada  en  la  Casa- Ayuntamiento.  Esto  ocurrió  a  la  una  de  la  tarde 
del  día  5  de  agosto  de  1 898.  Terminaba  la  ceremonia  cuando  llegó  el  general  Haines> 
asumió  el  mando  y  dispuso  que  el  tercer  batallón  saliese  de  la  ciudad,  estableciendo 
sus  avanzadas  hacia  el  puente  de  hierro,  camino  de  Cayey;  el  comandante  Baker 
situó  las  compañías  /y  ii  al  Noroeste,  y  un  sargento,  con  unos  cuantos  hombres  de 
la  compañía  A,  fué  destinado  a  proteger  el  acueducto,  quedando  el  primer  batallón 
dentro  de  la  ciudad  para  los  servicios  de  la  policía  y  como  reserva. 

Durante  todo  el  combate  los  músicos  conducían  en  las  camillas,  no  sólo  a  los 
heridos,  sino  también  a  muchos  soldados  cansados  y  enfermos  a  causa  del  excesivo 
calor. 

Bajas. — Eas  bajas  del  4.^  de  Ohío  fueron:  William  Valentt,  compañía  D,  herido 
en  el  pie  izquierdo;  Clarence  W.  Riffe,  a  quien  una  bala  le  atravesó  ambas  piernas^ 
sobre  la  rodilla;  John  D.  Cordner,  compañía  C,  herido  debajo  de  la  rodilla  derecha^ 
y  Stewan  Y.  Mercer,  compañía  E^  herido  leve  en  la  rodilla  izquierda.  Total,  cuatro. 

Las  de  las  fuerzas  españolas,  según  el  comunicado  oficial,  fueron  17:  dos  muertos 
y  quince  heridos,  que  quedaron  en  la  ciudad  y  casas  particulares  al  cuidado  de  la 
Cruz  Roja;  uno  de  los  muertos  fué  un  guerrillero  de  diez  y  siete  años  de  edad,  natu- 
ral de  Guayama  y  de  apellido  Massot,  quien  fué  recogido  por  varias  mujeres  del 
pueblo.  h>stas  17  bajas  fueron  todas  de  la  guerrilla  volante  del  capitán  Acha,  cuya 
fuerza  sumaba  40  hombres.  El  coronel  jefe  de  l^.stado  Mayor  autorizó  una  recom- 
pensa para  esta  guerrilla. 

Reconocimiento  sobre  Guamaní. — El  día  8  de  agosto  el  coronel  Coit  expidió  la 
siguiente  orden: 

O  R 1 )  I-:  X   Y.  s  p  !•:  c:  i  a  l   n  v  m  1:  r  o   27 

Cuartel  General  del  4!'  de  üliio. 

(ruayama,  agosto  8  de  i8c)(S. 

El  capitán  W'alsh,  cuando  sea  relevado  por  el  capitán  Bostwick,  hará  un  recono- 
cimiento, con  parte  de  las  compañías  A  y  C,  sobre  el  camino  de   Cayey,  dejando  la 


<■  K  O  N  1  t:  i\  s 


<:ompañía  (,'cn  un  punto  dos  millas  más  allá  del  puente  de  (juayama.  Esta  exjaedi- 
ciún,  es  solamente  para  tomar  Informes  y  será  hecha  con  cuidado. 

El  teniente  Darrach  acompañará  la  partida  haciendo  las  veces  de  intérprete. 

Usted  evadirá  un  combale,  retirándose  con  orden  si  encuentra   fuerte  oposición. 

Un  informe  escrito  con  todas  las  noticias  deberá  ser  hecho  tan  pronto  como  sea 
-posible. 

F'or  orden  del  coronel  Coít,  M.  L.  W'jlsox,  Capitán  ../.''  di-  Ol/ío,  •Toliiiitano.s  de 
infaiileria^  .'\vndante. 

bn  cumplimiento  de  esta  orden,  W'aish,  con  1  lO  hombres  salió  deCJuayama  el  () 
■de  agosto  a  las  ocho  y  treinta  de  la  mañana,  cann'no  de  ('ayev.   Con  esa  fue'rza  iban, 


además,  el  coronel  Coit,  el  teniente  Darrach  y  el  cabo  'Thompson,  como  intérprete» 
y  Lambién  Maximino  Luzunaris  y  otros  dos  portorriqueños;  hiera  ya  de  la  ciudad  se 
incorporaron  el  mayor  Draw  y  el  teniente  Boardman. 

Marchaba  la  fuerza  con  toda  clase  de  precauciones,  examinando  al  ])rinci]iiü  to- 
dos los  accident(ís  del  terreno;  pero  muy  pronto  lo  quebrado  del  mismo  causó  tal 
cansancio  a  los  ílanqueadores  que  éstos  subieron  a  la  carretera,  donde  quedaron  re- 
zagados con  otros  20  hombres  más  de  la  columna,  rendidos  por  el  calor. 

A  la  una  y  treinta  llegaron  los  expedicionarios  a  un  punto  desde  el  cual  y  en  las 
altas  lomas  del  frente  veían  con  claridad  a  los  soldados  esp:iñoles;  la  distancia  fué 
calculada  en  1. 500  yardas- 

Un  campensino  informó  al  jefe  de  la  fuerza  que  algo  más  adelante,  y  precisa- 
mente debajo  de  la  posición  ocupada  por  el  enenn'g'O,  había  dos  puentes  recién  des- 


2  78  A  .     R  1  V  K  R  O 

triiídos,  y  entonces  el  capitán   W'alsli  resolvió  seguir  en   su   reconocimiento  luista 
aquel  {laraje. 

Como  900  metros  antes  de  llegar  a  dichos  puentes  encontraron  a  la  i/quierda,  y 
sol>re  una  pe(|ueña  altura,  una  casilla  de  peón  caminero  (construida,,  como  todas  las^ 
de  su  clase,  con  fines  militares'),  de  fuertes  paredes  de  cantería  y  lailrillo  y  con  venta- 
nas en  sus  cu:itro  frentes.  Como  dcstle  esta  casa,  y,  al  parecer,  sin  riesgo,  podía  ob- 
servarse las  posiciones  del  ( ¡Uiíiiiaví^  resolvieron  subir  a  ella  iodos  los  ex|'>edicioí!a' 


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ríos.  <J^ra  la  una  y  veinticinco  de  la  larde,  habiendo  empleado  cinco  horas  en  reco- 
rrer cuatro  kilómetros  y  medio>,  dice  el  capitán  W'alsh  en  su  informe  oficial. 

lü  coronel  C'oit,  comandante  Dean,  teniente  Roardman,  Lnznnaris,  un  cabo  y  tres 
soldados,  fueron  los  y)rimeros  en  lleg^ar;  inmediatamente  aparecieron  el  capitán  W  alsh, 
1  2  homf>res  con  cuatro  caballos  de  la  diestra,  dos  campesinos  y  los  tenientes  Darrach,. 
Alodie  }•  dirandstaff.  AI  det(merse  todo  el  grupo,  y  cuando  i?\  coronel  C'oit  y  sus 
compañeros  subían  los  pocos  escalones  que  desde  lo  carretera  conducen  a  la  trasilla, 
sonó  una  descarga  muy  nutrida,  \\  ¡mico  después,  otra,  viniendo  de  las  lomas;  una 
lluvia  de  balas  cayó  sobre  los  expedicionarios,  rebotando  en  las  piedras  del   canúno. 

J  .os  compafieros  del  capitán  W'alsh  se  refugiaron  dentro  de  la  cuneta  de  la  de- 
recha, que  era  la  más  expuesta;  })cro  aquél  )'  sus  tenientes  lo  hicieron  en  la  de  la  i/- 
<:|m"erda.  <:  And)as  descargas  (escribe  el  jefe  de  la  expedición}  fueron  bicín  dirigidas,  y 


C  R  ()  N  1  C  AS  270 

casi  todas  las  balas  cayeron  cni  aquella  zona  pcíligxosa;  entre  las  dos  descargas  salí  de 
la  cuneta,  poniéndome  a  culjíerto  y  llamando  a  mís  12  hombres. 

.->Algo  atrás  hacia  (niayama  venían  algunos  soldados  de  la  coo^ipañía  ( ',  con  los 
tenienlt^s  Alexatider  y  Keynolds;  yo  les  grité  que  retrocedieran  a  cubierto  de  la  pró- 
xima altura,  puesto  que  de  seguir  tenían  que  cruzar  un  espacio  peligroso,  directa- 
mente batido;  retrocedieron  v  los  perdí  de  vista,  quedándome  con  cuatro  oficiales 
y  12  soldados  detrás  de  la  casa.  JÜ  fuego  fué  dirigido,   entonces,  unas  veces  al   ca- 


mino y  otras  más  allá,  sicuido  ahora  cuando  ocurrieron  las  bajas.  Trataba  de  <:omu- 
nicarme  con  el  coronel  (a)¡t  y  los  (]ue  estaban  dentro  de  la  casa,  cuando  oí  gritar  a! 
citado  jefe:  «¡No  se;  retiren  los  soldados!  (/)o  nol  'rtireat  ih'i:i/'jy  Yo  pensé  en  a(}ue! 
momento  que  él  hacía  referencia  a  los  que  me  acompañaban,  y  le  respondí  tpie  no 
Placía  eso;  pero  después  he  saludo  que  el  se  dirigía  a  la  fuerza  tjue  estaba^  a  n?taguar- 
dia  de  nosotros,  y  que  toda,vía  seguía  retrocediendo.,:. 

El  coronel  Coit  y  sus  compañeros  salieron  de  la  casilla  por  detrás,  y  unidos  al 
ca[)itáii  W'alsli  y  a  sus  hombres,  euijirendieron  la  retirada,  disjioniendo  el  transf)orte 
de  los  heridos.  \\n  ac|uellos  momentos,  un  grupo  de  guerrilleros  españoles  descen- 
dían loma  abajo,  por  lo  cual  el  último  reunió  alguna  gente,  y,  rcsguardíuio  del  te- 
rreno, rompió  fuego  de  fusil,  que  duró  pocos  minutos. 

ba  hierza,  (¡ue  liabía  retrocedido,  a  todo  correr,  entró  en  Ckiayama,  presa   de  la 


28o  A  .     R  I  V  E  R  o 


mayor  excitación,  causando  gran  alarma  con  la  noticia  de  que  tropa  enemiga  descen- 
día del  Guamani,  por  lo  cual  soldados  de  infantería  salieron  hacia  el  puente,  escol- 
tando algunos  cañones,  que  lanzaron  desde  allí  varias  granadas  sobre  las  alturas  de 
Pablo  Vázquez. 

Refiriéndose  a  esta  escaramuza,  dice  el  general  Haines: 

Algunos  hombres  de  la  compañía  allegaron  al  pueblo  con  alarmantes  noticias  de 
desastres,  y,  como  consecuencia,  otra  parte  del  regimiento,  fué  enviada  para  prote- 
ger la  partida.  Pronto  se  alejó  el  enemigo,  y  la  fuerza  volvió  a  su  campo.  Las  pérdi- 
das en  este  combate  fueron  cinco  hombres  heridos  y  dos  más  asfixiados  por  el  ca- 
lor. No  hubo  razón  para  las  alarmantes  noticias  que  llegaron  al  pueblo,  y  ello  fué  de- 
bido a  las  excitadas  imaginaciones  de  algunos  hombres. 

Las  fuerzas  españolas  no  experimentaron  bajas,  y  al  reconocer  el  terreno  reco- 
gieron cuatro  caballos,  uno  de  ellos  herido,  y  de  los  otros,  dos  con  montura  de 
oficial. 

Ultimo  día  de  guerra. — En  la  tarde  del  12  de  agosto  hizo  el  general  Brooke  los 
preparativos  necesarios  para  atacar,  por  el  frente  y  flancos,  las  posiciones  españo- 
las, forzando  el  paso  a  Cayey,  donde  pensaba  darse  las  manos  con  la  brigada  Wilson, 
que,  en  aquella  misma  fecha,  debería  dislocar  las  alturas  del  Asomante  en  Aibonito* 

El  general  Haines  salió  de  Guayama  a  las  siete  de  la  mañana  del  13,  camino  de 
Ponce,  con  el  cuarto  regimiento  de  Ohío,  llevando  raciones  para  dos  días  y  100  car- 
tuchos para  cada  hombre  de  sus  tres  batallones;  después  de  recorrer  una  milla  siguie- 
ron, a  la  derecha,  por  un  camino  de  herradura,  que  se  dirige  al  Oeste,  hasta  el  mis- 
mo valle  del  Río  Seco,  y  que  desde  allí  continúa  paralelo  a  su  curso  por  algunas 
millas,  en  cuyo  punto  (véase  el  croquis  de  esta  operación),  toda  la  columna,  abando- 
nando la  vereda,  trepó  hacia  las  alturas,  unas  veces  por  sendas  escabrosas  y  otras  a 
través  de  los  chaparrales. 

Esta  marcha  de  flanqueo  tenía  por  objeto  caer  a  retaguardia  de  las  posiciones 
de  Guamaní. 

A  la  misma  hora,  siete  de  la  mañana,  salió  de  Guayama,  camino  a  Cayey,  la  si- 
guiente fuerza: 

Tercer  regimiento  Voluntarios  de  Illinois,  un  batallón  del  de  Pennsylvania,  dos  caño- 
nes dinamiteros  y  dos  baterías  de  campaña.  A  la  cabeza  de  la  columna,  y  a  pie,  mar- 
chaba el  mayor  general  Brooke,  con  todo  su  Estado  Mayor,  y  el  intérprete  Luzuna- 
ris.  Un  batallón  del  4.°  de  Pennsylvania  fué  destacado  en  Arroyo,  y  otro  quedó  de 
reserva  en  la  ciudad,  donde  dos  nuevas  baterías  fueron  apostadas  hacia  el  Norte,  en 
una  loma  que  dominaba  el  camino  hacia  Cayey. 

Toda  la  columna  iba  muy  lentamente,  esperando  las  señales  de  cohetes  que  debía 
hacer  el  general  Haines,  tan  pronto  desembocase  a  retaguardia  y  flanco  izquierdo  de 
la  hacienda  Pablo  Vázquez. 


CRÓNICAS 


281 


Escribe  el  general  Brooke  acerca  de  esta  operación:  «que  su  interés  era  capturar 
a  los  españoles».  Así  llegaron  algo  más  allá  del  puente  de  hierro,  y  después  de  hacer 
alto  y  desplegar  la  vanguardia,  todos  los  cañones  (dos  baterías  y  media)  tomaron 
posiciones. 

Arriba,  en  Guárnanla  el  valiente  Cervera  y  sus  hombres  observaban  las  fuerzas 
americanas  desde  las  ventanas  del  almacén  de  la  hacienda  de  Vázquez,  y  en  las  cuales 


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I.  Reconocimientos  contra  las  posiciones  5  y  6. — 2.  Artillería  americana  en  13  de  agosto. — 3  y  4..  Alcantaril  as  destruidas. 
5  y  t).  Atrincheramientos  españoles  en  las  estribaciones  délas  montañas  de  Pablo  Vázquez. — 7.  Alambique.  — 8.  Refinería. 
9.    Monte  Tadeo.  -  10,  11,  12  y  13.    Itinerario  de  las  fuerzas  invasoras  al  mando  del  general  Haines,  hasta  el  13  de  agosto. 


colocaron  más  tarde  tiradores  escogidos.  A  la  izquierda,  y  como  a  8o  metros  más 
allá,  había  otra  loma,  donde  se  había  construido  cuidadosamente  gran  número  de 
trincheras,  que  aun  pueden  verse,  y  que  fueron  ocupadas  por  unos  200  infantes;  loma 
abajo  y  a  resguardo  de  un  platanal  estaban  los  guerrilleros  de  Acha  y  los  montados 
del  6.°  Provisional;  sin  disparar  un  tiro,  porque  el  enemigo  estaba  lejano,  esperaban 
el  ataque.  El  comandante  Cervera  arengó  a  su  gente,  y  todos  resolvieron  pelear 
hasta  el  fin,  y  así  lo  hubiesen  hecho.  Cervera  y  Acha  eran  de  aquellos  oficiales  para 
quienes  el  cumplimiento  del  deber  es  primero  que  la  vida. 

A  esta  hora,  las  nueve  de  la  mañana,  y  cuando  el  mismo  general  Brooke  se  dis- 


A  .     I^  I  X  \í  R  C) 


ponía  A  (lar  a  sus  artilleros  la  orden,  de  fuego,  vióse  venir  de  (luayania  un  oficial  a 
todo  galope,  quien,  llegando  cerca  del  comandante  general,  echó  pie  a  tierra  y  le  en- 
tregó im  l(ílegnin)a  que  decía: 

Puerto  (Ic  Ponce.  agosto  13.  1898,  8.20  a.  m. 
Mayor  general  l.lrooke,  Arroyo. 

Por  orden  del   Presidente,  todas   las  operaciones    militares   contra   el   enemigo 
quedan  suspendidas. 

Ijis  negociaciones  tocan  a  su  fin;  un  Protocolo  ha  sido  firmado  [jor  representan- 


C  R  O  K  I  í:  a  s 


W-'-s^^^3'^'§m 


tes  de  los  dos  países,  '¡''odos  los  comandantes  procxMlcrán  de  acuerdo  con  esta  o,rden. 
Por  orden  del  Mayor  general  Miles, 


Ksie  t(!lcgrama,  que  fueí  puesto  en  .l'once  a  las  ocho  y  veinte  de  la  mañana,  a  un 
dsmo  tiempo  a  los  generales  Brooke,  W'ilson,  Llenry  y  Schwan,  acredita  al  coronel 


284 


A  .     R  I  \'  E  R  O 


Alien,  comandante  principal  del  cuerpo  de  Señales,  y  a,  sus  subordinados,  quienes 
en  muy  poi:o  tiempo  repararon  todas  las  líneas  telegráficas,  que  habían  sido  cortadas 
por  las  fuerzas  españolas  al  retirarse,  Jas  (|ue  también  destruyeron  todos  los  aparatos 
y  baterías.  Al  recibirse  este  cal>le,  el  general  Miles  estaba  en  comunicación  directa 
con  todas  las  brigadas  a  su  mando  y  prestaban  servicio  170  millas  de  alambre,  por 

los  que  fueron  enviados»  sólo 
dc;sde  Ponce,  nu'ts  de  200  men- 
sajes. 

Tan  pronto  como  se  reci- 
bió la  citada  orden,  las  tro- 
pas <lel  general  Krooke  retro- 
cedieron a  Cluayama,  envian- 
do antes  un  parlamentario 
con  bandera  Ijlanca  ¡)ara  no- 
ticiar al  comandante  Cervcra 
la  suspensión  do  hostilidades. 
Volvamos  a  las  hierzas  del 
general  liaines,  que  en  aque- 
llos momentos  ascendían  a  las 
montañas  por  un:i  senda  y  en 
/¡¡a  iiiilia.  Estab;m  ya  a  milla 
V  media  de  la  retaguardia  es- 
pañola, cuando,  a  las  dos  de 


.  tard( 


ieg(j 


el  coiuandante  Dean,  ayuj- 
dante  de  campo  del  general 
si)i,i-i  ri.-i  .-imin.s  <  u«-t!-..i. -u-a  1h«  KKiriu!, es  ru- (;»«»/,■/«.'  !h-ookc,  cou  la  ofdcn  de  sus- 

pender la.  marclia  y  regresar 

al  campamento,  por  haberse  dado  fin  a  las  hostilidades.   El  gencsral  ílaines,   en  su 

[jarte  oficial  de  este  día,  dice   textualmente; 

Por  todas  las  apariencias  y  por  los  informes  recibidos  de  los  hal>itanlcs  cpie  en- 
contramos a  lo  largo  del  camino,  nosotros  hubiéramos  caído  sobre  el  entmiigo  dos 
horas  más  tarde,  y  es  creencia  que  le  hul>iéramos  tomado  completamente  por  sor- 
presa, evidentemente  ellos  no  nos  esperaban  en  esta  dirección,  toda  vez  que  el  ca- 
mino y  campo  (pie  pasamos  eran  susi:eptil)les  de  la  más  fuerte  defensa  por  unos 
llocos  honiures  determinados. 


Pi(iuetes  con  banderas  blancas  se  colocaron  más  allá  del  puente  de  la  ciudad, 
hacia  Cavey,  y  tanto  las  tropas  españolas  como  las  americanas  se  acantonaron,  en 
Cayey  las  primeras,  y  en  su  campamento  de  (fuayama  las  segundas. 


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Kl  juicio  crítii;»  de  las  operaciones  del  general  Brooke  le  encontrará  el  lector  en 
el  Resumen  de  este  libro. 

Informes  oficiaies.— lie   aquí   los   informes   oficiales    de   los   generales   ^facías 
y  Miles: 

CAPITAXÍA    CICXI'.RAL  DF,   l.\    1>I.A    DI-,   in-KKTCi    RR^c  > 

En  Arro3'o  han  continuado  las  operaciones  de  desembarco  y  se  cree  que,  las  avan- 
zadas enemigas  atacaráti  a  (¡uayama  cuando  tengan  suficiente  tuer/a.  Entre  Coamo  y 
Juana  Díaz  continuamos  en  las  mismas  posiciones  cpie  ayer. 

TU  Coronel  jefe  de  Estado  Muj'oi\  jir.m  Csmó. 


En  el  combate  sostenido  en  C}uayania  el  día  5,  tuvimos  l]  bajas  entre  muertos 
y  heridos,  quedando  estos  últimos  en  el  hospital  de  la  Cruz  Roja.  t:asi  todas  las  ba-^ 
jas  fueron  en  la  5.''*  guerrilla  volante,  que  sostuvo  la  reürada  y  rechazó  al  eneimgt» 
dos  veces  antes  de  abandonar  la  población  ' .  Nuestras  fuerzas  las  mandaba  el  co^ 
mandante  de  ingenieros  1).  Julio  t'ervera,  ayudante  de  campo  del  líxcmo.  Sr.  (/k> 
bernadorMacías  y  continúan  en  las  posiciones  <le  í;»,////.////,  después  de  evacuado 
el  |>ueblo.  Anoche  pasaron  por  aquí  grii¡)os  de  gentes  del  i>aís  y  se  produjo  una 
fuerte  alarma  en,  la  creencia  de  cpie  íl)amos  a  atacar.  La  artillería  americana  hizo 
fuego.  Durante  el  ataque  estaban   fondeados  en  el  puerto  de  .\rroyo  ocho  Iniqnes 

Se'dcísndenten  los  rumores  circulados  de  que  se  había  alterado  el  orden  pú- 
blico en  Lares,  ¡>nes  se  reciben  noticias  telegráficas  satisfactorias  de  aquel  puef)lo. 


l'St.l 


(•1  <■ 


^  A.iKi: 


A  .     R  !  \'  K  R  O 


Se  asegura  que  se  encuentran  en  Arroyo  dos  generales  americanos  llamados 
Brooke  y  Sheridan. 

Las  tropas  enemigas  desembarcadas  en  l'ajardo  no  han  iniciado  movimiento  de 
avance  en  ninguna,  dirección. 

A  la  partida  que  atacó  a  San  Germán  se  le  hicieron  i  2  muertos  y  muchos  heri- 
dos K  asegurándose  que  entre  Jos  últimos  se  encuentra  un  hidividuo  de  apellido 
Toro  y  que  Ií<hiardo  Lugo  Viña  fué  trasladado  enfermo,  en  camilla,  a  Sabana 
(írande. — Ei  Coronel  jefe  de  listado  Mayor,  Juan  Camó. 


A  las  diez  de  la  mañana  de  ayer  fuerzas  enemigas  en  número  de  400  a  500  hom- 
bres, con  dos  piezas  de  artillería/ salieron  de  (¡uayama  y  se  encaminaron  hacia  las 
alturas  de  (¡uauíaiiu  barrio  de  dicho  pueblo.  Nuestras  tropas  ocuparon  las  trinche- 
ras hechas  en  estas  alturas  y  esperaron  al  enemigo  hasta  que  llegó  a  unos  1. 800  me- 
tros. Itntonces  rompieron  el  fuego,  y  al  observar  que  trataban  de  emplazar  su  arti- 
llería \q  dirigieron  contra  ésta,  obligándoles  a  retirarse  con  bastantes  bajas.  Se  des- 
tacaron 30  guerrilleros  para  recorrer  el  lugar  de  la  acción,  los  cuales,  al  ser  ataca- 
dos, ¡wdicrcm  rechazar  al  enemigo,  cogiéndoles  cuatro  caballos;  uno  herido  de  bala 
-Máuscr  y  dos,  al  parecer,  propiedad  de  jefes. 

\'"arias  h,icrzas  estaban  en  los  alrededores  de  Cíuayanuí,  se  cree  que  para  sostener 
a  las  (]ue  habían  hecho  el  ata(|ue. 

Debido  a  la  buena  situación  en  que  están  para|ietadas  nuestras  tropas,  no  han 
€\¡ierimentado  ninguna  baja. 

A  his  seis  y  media  de  la  tarde,  las  trojias  an.iericanas  ocuparon  sus  anteriores 
posiciones. /:/  ( 'oroncl jefe  de  lisiado  ñíavor,  Juan  Camó, 


Síxretario  de  la  ("njcrra,  Washington,  I).  C. 

Kl  general  Brooke  reporta  que  la  brigada  líaines,  4."  de  (Múo  y  3." 
capturó  ayer  el  pueblo  de  (juayama.  Ligera  escaramuza  con  el  eneniigc 
fuera  del  pueblo;  sus  fuerzas,  estimadas  en  500  hondires.  No  se  sabe  cor 
algunos  eran  soldados  regulares.  Resistx'ncia  po<:ü  fuerte. 

Soldado  jülm  1).  Cordner,  herido  debajo  de  la  rodilla;  C.  \\d  Rifle, 
amljas  piernas;  S.  \\\  X'alent:,  en  el  pie  derecho.  Ninguno  grave. 

Todos   del    4."    Ohío.    Un    español  n.merlo,    dos 'heridos,   segal 


dentro  )• 
certeza  si 


benios  hasta 


Querido  amigo  y  paisano: 

I'erdona  si  antes,  por  mis  umchas  ocupacicjnes,  110  fué  posil^Ie  escribirte  como  te 
ofreciera;  ahora,  que  parece  han  terminado  las  operaciones  militares,  dedico  un  rato 
a  pagar  mi  deuda. 

AI  llegar  a  esta  isla  de  l'uerto  Rico  y  por  mi  larga  experiencia  en  la  campaña  de 
(diba,  donde  siempre  tuve  el  mando  de  guerrillas,  luí  nombrado  [)ara  organiza,r 
varias,  volantes,  cada  una  de  lOO  homlires  y  que  debían  ser  todas  montadas,  pero 
que  debido  a  la  dificultad  de  conseguir  caballos  o  tal  vez  a  la  falta  de  dinero  para 
ello,  tuve  que  contentarme  con  montar  una  tercera  parte  en  cada  una,  siendo,  por 
tanto,  unidades  mixtas  que  por  su  gran  movilidad  han   prestado    valiosos  servicios. 

Más  tarde  se  me  d€;s¡gnó  para  mandar  una  de  estas  guerrillas,  la  quinta  Volante, 
y  con  ella  y  en  unión  de  otras  fuerzas  de  infantería  y  de  una  batería  de  montaña, 
estuve  acampado  en  Punta  Salinas  los  días  2^),  29  y  30  de  junio  y  los  tres  primeros 


288  A  .     R  I  V  E  R  O 

de  julio  siguiente,  protegiendo  la  descarga  del  vapor  Antonio  López,  buque  que  varó 
en  aquella  ensenada  al  ser  perseguido  y  cañoneado  por  el  crucero  auxiliar  que  blo- 
queaba el  puerto  de  San  Juan. 

En  los  últimos  días  del  mes  de  julio  último  fui  llamado,  una  noche,  al  palacio  del 
Gobernador  General,  quien  me  indicó  que  marchase,  con  la  fuerza  montada  a  mis 
órdenes,  y  lo  más  rápidamente  posible,  hasta  llegar  a  Guayama,  porque  se  había 
recibido  información  contradictoria  sobre  el  desembarco  de  fuerza  enemiga  en 
Arroyo,  ignorándose  la  situación  de  unos  6o  hombres  de  infantería,  allí  de  guarni- 
ción, al  mando  del  comandante  Reyes.  Seguidamente  fui  a  Río  Piedras,  donde  estaba 
acantonado  con  mi  guerrilla,  y  lo  antes  que  pude,  emprendí  la  marcha  por  la  carre- 
tera central,  llegando  a  Caguas  a  las  tres  de  la  tarde  bajo  un  sol  abrasador.  En  esta 
ciudad  di  rancho  a  la  tropa,  pienso  al  ganado  y  algún  descanso  a  todos,  y  a  la  caída 
de  dicha  tarde  continuamos  hacia  Cayey,  población  donde  entramos  a  las  diez  de  la 
noche.  Traté  de  cocrunicarme  con  Guayama,  pero  no  me  fué  posible  por  estar  inte- 
rrumpida la  línea  telegráfica  y,  a  pesar  del  cansancio  de  mi  gente  y  de  los  caballos^ 
salimos,  tomando  la  hermosa  carretera  que  conduce  a  dicha  ciudad. 

Poco  habíamos  caminado,  cuando  alcanzamos  un  convoy  de  cuatro  carretas  car- 
gadas de  fusiles,  correajes  y  municiones,  custodiados  por  voluntarios,  quienes  me 
dijeron  que  aquel  armamento  y  equipo  pertenecían  a  su  disuelto  batallón  y  sección 
montada  y  que  iban  con  destino  al  Parque  de  San  Juan,  Después  de  adquirir  algunos 
informes  más  y  de  saber  que  las  fuerzas  al  mando  del  comandante  Reyes  estaban 
acampadas  a  la  bajada  del  Guamaní,  continuamos  nuestra  jornada,  llevando  en  van- 
guardia una  descubierta  de  cuatro  guerrilleros  montados  al  mando  de  un  cabo. 

Como  tres  kilómetros  antes  de  llegar  a  Guayama  fui  detenido  por  las  avanzadas 
de  nuestra  infantería,  sesenta  y  tantos  hombres  que  allí  encontré  al  mando  de  dos 
oficiales;  el  comandante  Reyes  estaba  alojado  en  la  casa  de  un  campesino,  dos  kiló- 
metros separado  de  su  fuerza,  y  sin  perder  tiempo  le  comuniqué  las  órdenes  que 
llevaba  para  que  resignase  el  mando,  y  haciendo  uso  de  un  coche  que  pasaba,  dicho 
jefe  siguió  hasta  San  Juan,  donde  debía  recibir  instrucciones. 

Reuní  entonces  a  mi  guerrilla  la  fuerza  de  infantería,  y  con  las  precauciones  del 
caso,  y  al  frente  de  ellas,  entré  en  Guayama  en  las  últimas  horas  de  la  madrugada. 
Llegué  a  la  plaza,  y  en  aquel  sitio,  y  con  gran  alegría  para  mí,  me  encontré  con  un 
antiguo  y  querido  compañero  de  la  infancia,  y  condiscípulo  del  Colegio  de  los  Pa- 
dres Jesuítas,  el  abogado  Pedro  de  Aldrey;  juntos  nos  dirigimos  a  una  botica,  y  aquí, 
él  y  otras  personas  que  fueron  llegando,  me  pusieron  en  antecedentes  de  todo  lo  ocu- 
rrido. : 

El  cercano  pueblo  y  puerto  de  Arroyo  estaba  en  poder  del  Ejército  americano,  y 
además  había  fondeados  en  la  rada  varios  buques  de  guerra  y  transportes.  Se  había 
anunciado  para  aquella  misma  mañana  el  avance  hacia  Guayama;  pero  al  saberse  que 
de  San  Juan  habían  salido  fuerzas  a  reforzar  la  escasa  guarnición  aquí  existente,  se 
detuvo  el  movimiento,  esperando  desembarcar  mayor  número  de  tropas,  y,  sobre 
todo,  de  artillería  de  campaña,  entre  la  cual,  según  me  dijeron,  había  muchos  caño- 
nes dinamiteros.  No  quise  oír  más,  y  acompañado  de  mis  guerrilleros,  me  dirigí 
hacia  Arroyo,  sosteniendo,  antes  de  llegar  a  este  pueblo,  un  vivo  tiroteo  con  las  avan- 
zadas enemigas,  que  se  batieron  en  retirada;  seguí  adelante,  y  conseguí  meterme  den- 


CRÓNICAS  289 

tro  del  caserío  hasta  las  inmediaciones  de  la  Aduana,  y  dando  por  terminado  el  re- 
conocimiento, regresé  a  Guayama,  donde  quise  comunicarme  con  la  Capitanía  Gene- 
ral, lo  que  fué  imposible,  porque  el  telegrafista  se  había  marchado,  llevándose  todos 
los  aparatos  y  destruyendo  parte  de  la  línea,  por  lo  cual  envié  una  pareja  montada  a 
Cayey  para  que  transmitiese  desde  allí  un  parte  urgente  a  San  Juan. 

Seguidamente,  utilizando  toda  la  fuerza  de  infantería  y  algunos  auxiliares  paisa- 
nos, dispuse  la  construcción  de  trincheras,  cortando  el  camino  hacia  Arroyo,  en  si- 
tios dominantes  y  apropiados  para  llevar  la  resistencia  al  límite  posible,  toda  vez  que 
por  mis  noticias  y  reconocimiento  había  llegado  a  la  conclusión  de  que  las  fuerzas 
americanas  constituían  una  brigada  completa  y  con  varias  baterías  de  campaña,  ade- 
más de  los  cañones  dinamiteros  que  ya  te  indiqué.  En  tales  operaciones  estaba, 
cuando  a  eso  de  las  cuatro  de  la  tarde  llegó  el  teniente  coronel  de  Estado  Mayor,  La- 
rrea, quien,  después  de  recorrer  todo  el  frente  y  trincheras,  aprobando  mis  disposi- 
ciones, se  retiró,  no  sin  indicarme  antes  que  la  retirada  de  toda  mi  fuerza,  cuando  yo 
lo  juzgase  necesario,  debía  hacerla  sobre  las  alturas  de  Guamaní^  posición  dominante 
en  la  carretera  hacia  Cayey,  y  en  la  cual  se  habían  construido  algunas  obras  de  cam- 
paña y  acampado  fuerzas  de  infantería  al  mando  del  comandante  de  ingenieros  D.  Ju- 
lio Cervera,  ayudante  de  campo  del  capitán  general  Macías. 

Al  siguiente  día  de  ocurrir  los  sucesos  que  te  relato,  y  desde  las  primeras  horas 
de  la  mañana,  comenzó  el  avance  en  fuerza  del  enemigo,  que  venía  por  la  carretera, 
desplegando  por  ambos  flancos  una  verdadera  nube  de  guerrillas.  Tan  pronto  los  tu- 
vimos a  tiro,  rompimos  contra  ellos  fuego  individual,  que  debió  haber  causado  algún, 
efecto,  porque  vi  retroceder  las  avanzadas  y  agruparse  algunas  unidades  que  busca- 
ron refugio  en  los  accidentes  del  terreno.  Pero  media  hora  más  tarde  volvieron  a 
emprender  el  avance,  al  parecer  muy  reforzadas  sus  vanguardias. 

Resistí  cuanto  pude,  dentro  de  mis  trincheras,  y  después  comencé  una  retirada, 
por  escalones,  en  que  cada  uno  protegía  con  sus  fuegos  y  a  cubierto  de  los  cañave- 
rales, la  de  los  más  avanzados;  y  tras  muchas  horas  de  combate,  extenuados  de  la 
sed  y  con  regular  número  de  muertos  y  heridos,  entré  en  Guayama,  saliendo  segui- 
damente hacia  Cayey,  al  observar  que  una  fuerza  de  artillería  y  secciones  a  pie  se 
corrían  por  ambos  flancos  con  la  intención  manifiesta  de  encerrarme  dentro  de  la 
población.  Efectivamente,  aun  no  había  llegado  con  mi  gente  al  puente  de  hierro, 
cuando  me  saludaron  con  algunos  cañonazos  disparados  desde  las  alturas  del  acue- 
ducto; pero  como  no  hubiese  enemigo  alguno  cercano  ni  caballería  que  nos  persi- 
guiera, seguimos  con  toda  calma,  y  ya  bien  tarde,  casi  de  noche,  llegamos  a  las  po- 
siciones del  Guamaní^  de  donde  había  bajado  fuerza  a  recibirnos. 

Aquí  arriba,  en  estos  picachos,  desde  donde  se  divisa  toda  la  llanada  de  Guaya- 
ma, los  campamentos  enemigos  y  sus  buques  que  van  y  vienen  por  la  costa,  dispa- 
rando cañonazos  de  cuando  en  cuando,  permanecí  y  aún  sigo.  Hace  pocos  días  hubo 
un  ligero  tiroteo  contra  una  partida  americana,  al  parecer  con  muchos  oficiales,  y 
que  venía  indudablemente  a  reconocer  nuestras  posiciones;  al  recibir  las  primeras 
descargas  de  Máuser  se  refugiaron  en  la  casilla  del  peón  caminero,  y  desde  arriba  y 
con  los  gemelos  de  campaña,  presenciamos  su  retirada  en  toda  dirección  y  a  la  mayor 
velocidad  que  podían  hacerla. 

Ayer,  muy  de  mañana,  vimos  un  gran  contingente  enemigo,  de  infantería,  acom- 

19 


290  A  .     R  I  V  E  R  o 

panado  de  muchos  cañones  que,  siguiendo  la  carretera  hacia  nosotros,  se  detuvieron 
pasado  el  puente,  emplazaron  la  artillería,  permaneciendo  por  algún  tiempo  inacti- 
vos. Media  hora  después  izaron  bandera  blanca,  y  un  grupo  de  oficiales,  al  mando  de 
un  comandante  de  apellido  Richards,  si  no  estoy  equivocado,  llegó  hasta  nuestras 
avanzadas,  comunicando  al  comandante  Cervera  que,  en  aquellos  momentos,  el  ge- 
neral Brooke,  jefe  de  la  brigada  enemiga,  acababa  de  recibir  un  telegrama  del  Gene- 
ralísimo Miles,  notificándole  que  todas  las  operaciones  de  guerra  quedaban  suspen- 
didas por  haberse  firmado  los  preliminares  de  paz. 

Colocamos  también  banderines  blancos  en  los  límites  de  nuestras  posiciones; 
parte  de  las  fuerzas  defensoras  (un  puñado  de  infantes  sin  un  solo  cañón)  se  retiraron 
a  Cayey;  mi  guerrilla  y  yo  estamos  aquí  todavía  en  espera  de  órdenes.  Cuando  nos 
veamos  te  contaré  otras  cosas  más  que  por  aquí  han  sucedido. 

Recibe  un  abrazo  de  tu  amigo  y  paisano, 


Nota. — El  capitán  Acha,  siendo  teniente  y  al  mando  de  una  sección  de  la  guerrilla  montada  Peral  ^erca 
Punta  Brava,  Cuba,  el  día  2  de  diciembre  de  1896,  y  en  un  combate  con  el  grupo  que  acompañaba  al  general 
cubano  Antonio  Maceo,  derrotó  estas  fuerzas,  las  que  abandonaron  el  campo,  dejando  en  él  los  cadáveres 
del  citado  general  Maceo  y  de  un  hijo  de  Máximo  Gómez,  que  le  acompañaba. 

Fué  un  combate  imprevisto,  de  encuentro,  en  que  ni  Acha  ni  sus  guerrilleros  conocieron,  hasta  más  tarde, 
la  importancia  del  mismo. 

Por  este  hecho  de  armas,  aun  cuando  en  él  no  tomó  parte  directa,  fué  recompensado  con  dos  empleos  el 
comandante  Cirujeda,  jefe  de  la  columna  de  la  cual  formaba  parte  la  guerrilla  Peral;  fuerza  que  con  su  jefe 
permaneció  todo  el  tiemj)©  que  duró  el  combate,  acampada  cerca  del  cementerio  de  Punta  Brava.  Aquella 
noche,  y  ya  en  esta  población,  al  examinar  alguno  de  los  objetos  y  papeles  encontrados  sobre  los  muertos, 
fué  posible  identificarlos,  y  entonces  tal  operación  de  guerra  adquirió  extraordinaria  importancia,  y  el  co- 
mandante Cirujeda  se  vio  colmado  de  todas  clases  de  honores  y  mercedes.  El  mismo  Cirujeda,  al  final  de  una 
comida  íntima,  en  San  Juan  de  Puerto  Pico,  y  cuando  regresaba  a  España,  refirió  al  autor  la  muerte  del  gene- 
ral Maceo  en  la  forma  que  arriba  se  indica. — A^.  del  A. 

Por  creerlo  de  importancia,  transcribo  varios  cables  cruzados  entre  el  general 
Miles  y  el  secretario  de  la  Guerra,  Alger.  Son  los  siguientes: 

Ponce,  julio  31,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 

Su  telegrama  del  2"]  recibido,  y  he  contestado  por  carta.  Voluntarios  se  rinden, 
espontáneamente,  con  armas  y  municiones.  Cuatro  quintas  partes  de  la  población  ce- 
lebra la  llegada  del  Ejército;  2.000  de  un  solo  pueblo  se  han  puesto  voluntariamente 
a  mis  órdenes.  Están  trayendo  ganado,  vehículos  y  otras  cosas  necesarias.  La  aduana 
hasta  hoy  ha  producido  14.000  dólares,  que  son  los  únicos  fondos  públicos  que 
tengo  para  pago  de  gastos  necesarios. 

Tan  pronto  como  todas  las  tropas  estén  en  tierra,  quedarán  dispuestas  para 
seguir  las  operaciones.  Sírvase  enviarme  algunas  banderas  nacionales  para  darlas  a 
los  municipios.  Deseo  que  el  asunto  de  los  derechos  de  aduana,  que  deban  cobrarse 


C  R  <")  X  1  CAS 


€n  los  puertos  de  la  Isla,  ocupados  por  nuestras  tropas,  sea  tomado  en  considerad()n; 
<^nlrctanto  seguirán  en  vigor  los  antiguos  i\ranceles. 

Respecto  al  (iohierno  militar,  hoy  he  dado  órdenes,  basadas  sobre  las  del  presi- 
dente respecto  a  las  l'ilipinas  \'  también  similares  a  las  de  Santiago  de  C^'ulia.  — ^bíjís. 


Coni(i  resultado  de  este  telegrama,  se  rcc 
■:ien  banderas  americanas. 


eron  en  ]\ince,  pocos  días  desp 


Punce,  vía  Bermuila,  agosto  2,  iSr)8, 

Secretario  de  la  (iuerra,  A\'áshington,  I).  C. 

Sírvase  avisarme  cuál  sería  el  plazo  más  l)r(n'e  en  (pie  tendré  en  esta  plaza  su- 
ficientes fondos  y  provisiones.  Estamos  usando  vehículos  de  transportes  d(^  los  na- 
tivos V  empleando  peones  en  la  descariña  y  almacenaje  de  mercancías. 

Abundancia  de  carne,  ganado,  café,  azúcar  y  otros  artículos  sinu'lares  pueden  ob- 
teiKTse  en  el  país.  Kuego  que  no  se  envíe  más  carne  refrigerada,  pues  no  f)uede 
usarse  más  de  un  día  después  de  desembarcada. — Afnj-:s. 


M  A  .N  s  1 0  y  Ej  i<:  c  r  T 1  \\-\ . 

W.isliington.  agosto  5.   iSyS. 
General  Miles,  Ponce,  Puerto  Kico. 
Secretario  de  la  Ckierra  me  ordena  informe  a  usted  que  50.000  chilares  en  mone- 
das se  envían  a  su  Comisario,  por  conducto  del  general  Brooke;  1 00.000  más  irán  ])or 
el  Ci/4'  of  Chester,  que  sale  mañana. --dJ.  C.  ilimww.,  Ajmdatitc general. 


Oi-MCiXA  ni-L  AvrnAMi".  <u-:xí-:k.\l. 

Wáshingt,)!!.  1).  C  ¡ignst.)  6.  180S. 
General  Miles,  l'oncc,  P.  R. 
Una   parte  de  la  brigada   del  general  (irant  salió  de  Xewport  Neivs;  J.300  más 
saldrán  mañana;  el  5."  de  caballería  \-  el  5."  de  Ghío  están  aguardando  los  dos  trans- 
portes que  usted  del)e  enviar,  según  fué  autorizado  por  cable  de  a\-er. 


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292  A  .     R  I  V  E  R  O 

El  secretario  de  la  Guerra  desea  saber,  cuanto  antes,  qué  más  gente  necesita  us- 
ted para  continuar  la  campaña  de  Puerto  Rico.  El  desea  enviarle  a  usted,  con  toda 
rapidez,  todos  los  hombres  que  usted  necesite,  pero  ni  uno  más. 

H.  V.    CORBING, 

Ayudante  General. 


Ponce,  agosto  8,  189S. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 
Creo  se  ha  enviado  a  Puerto  Rico  suficientes  tropas;  no  se  necesitan  más  baterías 
de  artillería  ligera. — Mjles. 


La  carta  a  la  que  hace  referencia  el  cable  del  general  Miles,  fechado  en  Ponce  el 
31  de  julio,  decía  lo  siguiente: 

Puerto  de  Ponce,  Puerto  Rico,  julio  30,  1S98. 

Al  Hon.  Secretario  de  la  Guerra,  Washington,  D.  C. 
Señor: 

Esta  expedición  se  formó  con  destacamentos  enviados  desde  Santiago,  Tampico, 
Tarapa,  Charleston  y  Newport  News,  con  la  intención  de  reorganizarlos  en  Guantá- 
namo  o  en  una  de  las  pequeñas  islas  cercanas  al  cabo  de  wSan  Juan  (isla  de  Puerto 
Rico).  Con  la  conformidad  de  un  jefe  de  Marina  1,  Punta  Fajardo  fué  el  punto  selec- 
cionado para  el  desembarque. 

Más  tarde  se  supo  que  este  puerto  era  una  rada  abierta  y  nada  segura;  y,  ade- 
más, como  transcendió  que  nosotros  pensábamos  desembarcar  por  ella,  los  españo- 
les tuvieron  tiempo  sobrado  para  reconcentrar  sus  fuerzas  en  la  vecindad  antes  de 
que  llegásemos.  Yo  supe  después  que  los  caminos,  por  aquella  parte,  no  permJtían 
el  paso  de  los  cañones  ni  de  los  carros  del  parque  de  municiones. 

Antes  de  salir  de  Guantánamo  estuve  esperando  botes,  lanchas  de  vapor,  remolca- 
dores, etc.,  que  debían  enviárseme  desde  Santiago  y  New  York;  nada  de  esto  llegó 
antes  de  la  salida  ni  después,  tampoco  lo  encontré,  como  esperaba,  en  el  Canal  del 
Viento.  Esto  dejaba  mis  fuerzas  sin  medios  de  desembarco  y  de  transportes. 

Las  razones  expresadas  me  decidieron  a  tomar,  primeramente,  los  puertos  de 
Guánica  y  Ponce;  desde  este  último  parte  un  camino  afirmado,  que  costó  al  Gobierno 
español  millones  de  dólares,  y  que  llega  hasta  San  Juan,  distante  70  millas. 

Hemos  desembarcado  en  un  país  saludable,  bien  poblado,  y  donde  si  fuera  nece- 
sario podríamos  obtener  grandes  cantidades  de  carne  y  también  medios  de  trans- 
portes. Bajo  tales  circuntancias  resulta  este  punto  de  mejores  condiciones  estratégi- 
cas que  el  otro.  Además,  esto  nos  permite  emplear  todo  el  tiempo  necesario,  reorga- 
nizando las  fuerzas  antes  de  marchar  al  interior,  de  manera  que  estas  fuerzas,  por  su 
aspecto,  produzcan  una  impresión  favorable  entre  los  habitantes  del  país.  Se  ha  te- 

1     Almirante  Sampson.— .\'.  del  A. 


c:  R  o  N  1  C  A  s 


nido  la  precaución  de  avisar  a  los  transportes,  actualmente  en  ruta,  para  que  sigan  a 
■este  puerto,  y  muchos  lian  llegado  ya. 

¡\'Iarchando  a  través  del  país,  en  vez  de  hacerlo  bajo  el  cañón  de  los  buques  de 
guerra,  causaremos  mejor  electo  entre  los  habitantes;  cuando  menos  cuatro  quintas 
partes  del  pueblo  ha  saludado  con  gran  alegría  la  llegada  de  las  tropas  de  los  listados 
Unidos,  y  todas  las  poblaciones  solicitan  banderas  nacionales  para  colocarlas  sobre 
los  edificios  públicos. 

Tengo  el  honor  de  ser,  muy  respetuosamente,  su  obediente  servidor, 


Nels' 


A.  Mn 


A  .     K  1  \''  I*:  R  ( ) 


CAPITULO  XX 


OPERACIONES  DE  LA  BRIGADA  SCHWAN 


HORMIGUEROS.— MAYAGÜEZ.— LAS  MARÍAS.— EL  RIO   GUASIO.— PARLAMENTO 


L  día  31  de  julio  llegó  a  Guánica  una  brigada  de  tropas  regula- 
res al  mando  del  brigadier  general  Teodoro  Schwan,  la  cual 
había  salido  de  Tampa  el  24  de  julio,  con  2.896  hombres,  entre 
oficiales  y  soldados.  Allí  recibió  órdenes  de  seguir  a  Ponce, 
pero  desembarcando  en  Guánica  parte  del  regimiento  de  infan- 
tería número  II,  mandado  por  el  coronel  De  Russy;  el  resto  llegó  a  dicha  ciudad, 
donde  permaneció  algunos  días  reorganizando  las  fuerzas,  hasta  que  fué  recibida  la 
siguiente  orden: 

CUARTEL    GENERAL    DEL    EJÉRCITO 

Puerto  de  Ponce,  P.  R,,  agosto  6,  1898. 

General: — El  Mayor  General  Comandante  del  Ejército  me  ordena  transmita  a 
usted  las  siguientes  instrucciones: 

vSaldrá  de  Ponce  con  las  seis  compañías  del  1 1  de  infantería  hacia  Yauco,  por 
ferrocarril,  si  desea  hacerlo  así.  También  llevará,  por  ferrocarril,  el  escuadrón  A  del 
5."^  de  caballería  y  dos  baterías  de  campaña. 

En  Yauco  tomará  el  resto  del  1 1  de  infantería  y  dos  compañías  del  19,  allí  de 
guarnición,  y  seguirá  por  Sabana  Grande  y  San  Germán  a  Mayagüez,  y  de  aquí  a 
Lares  y  Arecibo. 


20  A.     RI  VERO 

En  Yauco  recibirá  todo  el  tren  de  vagones  que  irá  desde  Guánica.  Usted  disper- 
sará o  capturará  todas  las  tropas  españolas  que  encuentre  en  la  parte  Oeste  de  Puerto 
Rico.  Adoptará  las  precauciones  necesarias  para  evitar  emboscadas  o  sorpresas  del 
enemigo,  y  su  marcha  y  operaciones  serán  tan  rápidas  como  sea  posible;  y,  al  mismo 
tiempo,  usará  de  su  buen  juicio  en  el  cuidado  y  dirección  de  su  fuerza  para  obtener 
éxito  en  la  expedición. 

Es  de  esperarse  que  en  Arecibo  se  le  reúna  el  completo  de  su  brigada. 

Tome  las  raciones  y  cuanto  necesite  para  su  fuerza. 

Reporte  con  frecuencia  y  por  telégrafo. 

Muy  respetuosamente, 

J.    C.    GiLMORE, 

Brigadier  General. 

Brigadier  Gen.  Teodoro  Schwan. 
Comandante  de  Brigada,  Ponce,  P.  R. 

La  expedición. — Las  fuerzas  expedicionarias  fueron  organizadas  en  Yauco  como 
sigue: 

Regimiento  número  1 1  de  infantería,  coronel  L.  D,  De  Russy,  con  26  oficiales  y 
1. 1 10  soldados  y  clases;  batería  de  campaña  C  del  S.""  de  artillería  y  batería  D 
del  5.°  regimiento,  ambas  al  mando  del  capitán  Frank  Thorp  y  otros  oficiales,  con 
un  total  de  siete  jefes  y  subalternos  y  200  artilleros;  un  escuadrón  de  caballería  con 
dos  oficiales  y  78  caballos,  al  mando  del  capitán  Macomb;  además  los  auxiliares  de 
ingenieros,  sanidad  y  cuerpo  de  Señales.  Total:  36  oficiales,  I.411  soldados,  y  en 
conjunto,  1. 447.  Esta  fuerza,  ll^rmáR Brigada  Regular  Independiente^  fué,  por  excep- 
ción, la  única  que  durante  la  campaña  se  compuso,  exclusivamente,  de  tropas  re- 
gulares. 

Los  escuchas. — Eduardo  Lugo  Viña,  portorriqueño,  ciudadano  americano,  y  que, 
según  el  general  Schwan,  proved  to  be  a  man  of  character  and  forcé]  he  rendered  and 
is  still  rendering  valuable  service^  ^  iba  al  frente  de  la  columna  con  una  partida  de  once 
nativos,  bien  montados;  fuerza  que  era  conocida  con  el  nombre  de  escuchas.  Mateo 
Eajardo,  también  nativo,  de  quien  me  ocuparé  en  otro  lugar,  estaba  agregado  al  Es- 
tado Mayor  del  general  Schwan  con  el  grado  de  coronel. 

En  marcha. — El  día  9,  sin  esperar  la  llegada  de  la  caballería,  salió  la  expedición 
de  Yauco  hacia  Sabana  Grande,  y  después  de  caminar  doce  millas  bajo  el  sol  de 
fuego  del  mes  de  agosto,  acampó  muy  cerca  de  esta  población  y  en  las  márgenes 
del  Río  Grande.  Como  el  calor  y  el  polvo  del  camino  causaron  serias  molestias  a  la 
columna,  no  se  perdió  tiempo  levantando  tiendas,  y,  sobre  sus  mantas,  los  soldados 
buscaron  descanso  en  el  sueño.  A  media  noche,  ruido  de  sables  y  herraduras  anun- 
ció la  llegada  del  capitán  Macomb  y  sus  jinetes.  A  las  ocho  de  la  siguiente  mañana, 
10  de  agosto,  toda  la  brigada  levantó  el  campo  y  siguió  hacia  San  Germán,  siendo  el 

*    Probó  ser  un  hombre  de  carácter  y  fuerza;  rindió  y  aún  rinde  valiosos  servicios. — N»  del  A. 


CRÓNICAS  297 

orden  de  marcha  como  sigue:  Escuchas  de  Lugo  Viña,  explorando  el  terreno;  caba- 
llería de  Macomb  y  ordenanzas  montados  para  comunicarse  con  el  jefe  de  la  brigada; 
dos  millas  detrás  seguía  la  vanguardia,  compuesta  de  dos  compañías  de  infantería  y 
un  pelotón,  también  de  infantería,  con  dos  ametralladoras  Gatling;  un  destacamento 
de  ocho  soldados,  al  mando  de  un  sargento,  actuaba  como  zapadores,  llevando  una 
carreta  atestada  de  útiles  de  trinchera. 

A  continuación  marchaba  el  grueso  principal  de  la  columna:  nueve  compañías 
del  regimiento  número  li;  una  batería  de  campaña  y  otro  pelotón  con  dos  ametra- 
lladoras Gatling;  después  venía  el  tren  de  municiones  y  la  impedimenta,  bajo  la  di- 
rección del  Cuartel  maestre,  en  esta  forma:  tres  ambulancias  de  hospital,  columna 
de  municiones,  reservas  y  carros  con  los  equipos;  cerraba  la  marcha  una  compañía 
de  infantería,  el  jefe  Schwan  (que  hasta  San  Germán  fué  en  coche  por  estar  enfermo), 
su  Estado  Mayor,  ayudantes  y  coronel  Fajardo;  partidas  exploradoras  reconocían 
ambos  lados  del  camino.  Así  llegó  la  brigada  a  San  Germán  a  medio  día;  pasó  a 
través  de  la  población  y  se  detuvo,  algún  tiempo,  sin  acampar,  cuando  la  vanguardia 
asomaba  hacia  el  camino  de  Mayagüez.  El  comandante  general  penetró  en  la  casa  de 
un  prominente  vecino,  Sr.  Servera  Nasario,  cuya  señora  cuidó  de  que  se  sirviese  al 
general  leche  y  alguna  tisana,  pues  venía  enfermo  y  a  dieta. 

Cuando  se  dio  la  orden  de  marcha,  dos  horas  después,  el  brigadier,  muy  compla- 
cido de  las  atenciones  recibidas,  dijo  al  joven  Servera  Silva:  «Caballero,  en  honor 
a  su  señora  madre,  doña  Apolonia,  voy  a  ordenar  que  todas  las  bandas  toquen  una 
marcha  de  honor.» 

Y  debido  a  tales  circunstancias  vibraron  aquel  día,  y  por  vez  primera,  en  las 
pintorescas  calles  de  la  artística  y  legendaria  ciudad  de  las  Lomas,  los  bélicos  acor- 
des de  las  músicas  militares  americanas.  Era  este  general  Schwan  un  soldado  rígido, 
alto,  silencioso,  reservado  y  muy  querido  de  su  gente;  demostró  en  toda  ocasión  ser 
un  completo  gentleman.  A  cualquier  hora  sus  oídos  estaban  dispuestos  a  escuchar 
las  quejas  del  más  humilde  soldado. 

Hacia  Hormigueros. — A  la  salida  de  San  Germán  llegaron  noticias,  traídas  por 
los  escuchas  de  Lugo  Viña,  de  que  una  buena  parte  de  la  guarnición  de  Mayagüez 
había  salido  de  aquella  plaza,  hacia  Hormigueros,  y  al  encuentro  de  la  brigada,  por 
lo  cual  se  redoblaron  las  precauciones  y  estrecharon  las  distancias  entre  las  fraccio- 
nes de  la  columna,  a  cuya  cabeza  cabalgaba  el  general  Schwan. 

Nuestro  servicio  de  información  ^,  en  estas  y  otras  importantes  ocasiones,  fué  un 
pequeño  Cuerpo  de  escuchas  nativos,  de  seis  a  once  hombres,  y  mandados  por  Lugo 
Viña,  un  portorriqueño  moreno,  pequeño  y  juicioso,  el  cual  se  asemejaba  al  general 
Máximo  Gómez  y  quien  era  taciturno  como  un  indio.  Fué  considerado,   por  el  jefe 

*  De  un  pequeño  libro  que,  con  el  título  <From  Yauco  to  Las  Marías»,  publicó  después  de  la  guerra  el 
sargento  de  artillería  Karl  Stephen.  Debo  este  libro  a  la  cortesía  del  general  Darling. — N.  del  A, 


298  A  .     RI  VER  O 

Schwan,  como  un  hombre  de  gran  valor  y  carácter.  Estos  escuckas  estshsLñ  bien 
montados  y  acompañaron  a  la  brigada  durante  toda  la  marcha,  rindiendo  los  más 
importantes  y  eficientes  servicios;  tres  de  ellos  fueron  arrestados  como  espías  entre 
Mayagüez  y  Las  Marías,  por  oficiales  españoles,  y  con  mucho  trabajo  escaparon  de 
ser  fusilados.  Solamente  estuvieron  en  prisión  algunos  meses,  en  San  Juan,  y  cuando 
la  Comisión  de  evacuación  obtuvo  su  libertad,  los  Estados  Unidos  les  reembolsaron 
sus  haberes  devengados  durante  el  tiempo  de  cautividad. 

La  noticia  de  que  nos  íbamos  a  encontrar  cara  a  cara  con  las  fuerzas  españolas 
cundió  rápidamente  entre  los  hombres  y  levantó  más  entusiasmo  que  el  producido 
por  el  champaña.  Nadie,  en  adelante,  se  quejó  del  calor,  y  cuando  más  tarde  comenzó 
a  llover,  tampoco  hubo  protestas;  ninguno  volvió  a  mirar  a  las  ambulancias  vacías, 
ni  tampoco  se  murmuró  de  la  rapidez  de  la  marcha. 

Esa  tarde  yo  iba  en  la  avanzada,  y  cuando  supe  lo  que  nos  esperaba,  antes  de  la 
puesta  del  sol,  estudié  a  mis  hombres,  con  viva  curiosidad,  para  poder  juzgar  de  sus 
emociones  ante  la  probabilidad  de  un  combate  cercano. 

La  mayor  parte,  en  mi  pelotón  de  artillería,  eran  muchachos  o  poco  más,  y  sin 
excepción  reclutas  con  menos  de  seis  meses  en  las  filas.  Era  de  presumir  que  se 
mostrarían  preocupados  ante  probabilidades  tan  poco  satisfactorias;  pero  nunca  estu- 
vieron más  alegres  y  dispuestos,  al  menos  en  apariencia.  Frases  de  broma  salían  de 
labios  de  todos,  con  fantásticos  cálculos  sobre  ascensos,  en  caso  de  que  nuestros 
oficiales  muriesen  a  la  primera  descarga. 

Hasta  los  caballos  eran  tratados  con  gran  cariño,  porque  cada  hombre  esperaba 
algún  servicio  de  ellos  en  la  primera  ocasión.  Ninguno  dio  a  su  camarada  instruccio- 
nes acerca  de  su  madre  o  de  su  novia  por  si  llegaba  el  caso  de  morder  el  polvo.  Por 
mi  parte,  me  hallé  tan  ocupado  recordando  las  cadencias  de  un  vals  que  había 
bailado  algunos  meses  antes,  que  no  pude  pensar  sino  en  la  belleza  de  su  estribillo 
o,  tal  vez,  en  los  ojos  de  ELLA;  además,  no  es  juicioso  temerle  al  demonio  hasta  que 
se  esté  al  alcance  de  sus  uñas. 

Cerca  de  una  tienda,  en  el  camino  principal,  y  donde  éste  es  flanqueado  por  dos 
haciendas  de  caña,  la  caballería  de  vanguardia  fué  tiroteada,  sin  efecto,  por  los  explo- 
radores enemigos  ^  ocultos  tras  un  vallado  y  a  lo  largo  del  camino  de  Hormigueros; 
fácilmente  fueron  dispersados. 

La  infantería  y  avanzadas  que  habían  pasado  este  punto,  aprovecharon  toda  ven- 
taja que  les  ofreciera  el  terreno  para  ofender,  con  sus  fuegos,  al  enemigo. 

La  caballería  Macomb  tomó  por  el  camino  de  Hormigueros,  cruzó  el  Rosario  por 
el  puente  de  hierro,  volvió  a  bajar  hacia  el  Oeste  y  siguió  a  cubierto  por  el  desmonte 
de  la  vía  férrea,  alcanzando  una  posición  más  allá  de  un  puente  de  madera. 

Hasta  aquí  la  interesante  narración,  en  un  todo  ajustada  a  la  verdad,  del  sargento 
Stephen. 

Cuando  el  capitán  Macomb,  con  sus  jinetes,  guiados  por  Mateo  Fajardo,  tomó  el 
camino  hacia  Hormigueros,  los  guerrilleros  se  batieron  en  retirada,  incorporándose  a 

*     Era  la  guerrilla  voluntaria  mandada  por  el  capitán  Jiiancho  Bascarán.  Esta  fuerza  era  conocida  con  el 
sobrenombre  de  los  sucios^  por  no  tener  más  que  un  uniforme  y  éste  completamente  destrozado. — -N.  del  A* 


CRÓNICAS 


299 


300  A  .     R  1  V  E  R  O 

las  fuerzas  situadas  en  las  Lomas  de  Silva,  Al  llegar  al  pueblo,  Macomb  se  detuvo,  y 
señalando  la  altura  donde  asienta  el  Santuario,  dijo  a  Mateo: 

— Mr.  Fajardo,  go  ahead^  pie  ase  ^. 

— /  am  going;  but  it  is  too  hot  for  7ne — ^  fué  la  respuesta  de  aquél;  y  con  unos 
pocos  jinetes,  llegó  al  pueblo,  subió  hasta  la  Casa  de  Peregrinos,  donde  le  salió  al 
encuentro  el  Padre  Antonio,  cura  párroco,  y  allí  se  entabló  el  siguiente  diálogo: 

— Padre  Antonio;  mande  a  repicar  las  campanas  porque  vamos  a  izar  la  bandera 
de  los  Estados  Unidos  en  lo  alto  del  campanario. 

— Mateo,  vete — Nadie  pudo  oír  el  final  de  la  frase,  porque  el  inquieto  caba- 
llo que  montaba  dicho  coronel,  golpeó  el  pavimento  con  sus  herraduras;  pero  debió 
ser  algo  jocoso,  pues  Mateo  Fajardo  se  sonrió,  y  mordiendo  nerviosamente  el  tabaco 
que  sostenía  entre  sus  labios,  volvió  grupas  y  se  incorporó  a  los  jinetes  americanos . 

Sigamos,  ahora,  el  relato  de  nuestro  sargento  de  artillería: 

El  brigadier  había  salido  de  San  Germán  a  la  cabeza  de  la  columna  principal,  y 
cuando  oyó  fuego  hacia  el  frente,  envió  órdenes  a  los  comandantes  para  que  siguie- 
ran, sin  detenerse,  cerrando  las  distancias.  Igual  orden  fué  dada  al  tren  de  municio- 
nes y  a  la  impedimenta.  Cuando  se  informó  de  la  ruta  seguida  por  la  caballería, 
otorgó  su  aprobación. 

Un  oficial  de  Estado  Mayor  que  había  sido  destacado  para  reconocer  el  campo, 
regresó  manifestando  que  el  terreno,  al  Oeste  del  camino  de  Cabo  Rojo,  era  a  propó- 
sito para  el  despliegue,  pero  a  causa  de  la  proximidad  del  enemigo,  cuya  posición 
aun  no  había  sido  fijada,  se  decidió  seguir  más  allá  del  puente  de  hierro  ^  (puente 
de  Silva);  esto,  a  pesar  de  que  los  hombres  habían  marchado  lo  millas  y  estaban 
muy  cansados. 

Una  vez  dueño  de  este  puente  y  de  las  alturas  al  Norte  del  mismo,  nuestra  fuerza 
ocuparía  una  posición  tan  fuerte,  que  sería  muy  difícil  detener  su  avance  sobre 
Mayagüez. 

De  acuerdo  con  este  plan,  la  extrema  vanguardia,  al  mando  del  capitán  Hoyt, 
avanzó,  desplegando  en  líneas  de  tiradores  y  pelotones  de  sostén.  En  esta  formación 
continuaron  aproximándose  al  puente,  hasta  400  yardas  de  él,  cuando  el  enemigo 
rompió  el  fuego;  al  principio,  fuego  individual,  y  como  el  tiroteo  contra  la  vanguar- 
dia se  hiciese  muy  vivo,  el  1 1  regimiento  de  infantería  aceleró  la  marcha,  cruzó  el 
puente,  en  columna  de  a  cuatro,  y  se  puso  a  las  órdenes  del  general,  cuyo  Estado 
Mayor  había  comenzado  a  demoler  las  cercas  de  alambre  que  limitaban  el  camino. 

Durante  esto  el  brigadier  había  ordenado  el  repliegue  de  dos  compañías,  bajo  el 
comandante  Gilbraith,  para  reforzar  la  vanguardia;  el  enemigo,  desde  su  posición  en 
las  montañas,  hacía  descarga  tras  descarga  al  Cuerpo  principal,  a  través  del  claro 
que  separaba  la  vanguardia  de  infantería,  de  la  caballería,  hiriendo  algunos  hom- 
bres y  también  a  un  oficial  y  a  varios  caballos  del  Estado  Mayor. 

1  Sr.  Fajardo,  adelante,  si  gusta. 

2  Ya  voy;  pero  esto  está  demasiado  caliente  para  mí. — N.  del  A. 
Véase  el  plano  de  este  combate. 


CRÓNICAS  301 

Entre  tanto,  la  fuerza  de  artillería,  bajo  la  inspección  del  general,  había  tomado 
una  posición  a  la  izquierda  del  camino.  Como  la  pólvora  usada  por  el  enemigo  era 
absolutamente  sin  humo,  y  además  éste  hacía  fuego  oculto  tras  la  arboleda  que  bor- 
deaba el  río  Grande,  hubo  cierta  perplejidad,  tanto  respecto  al  camino  que  debía 
seguir  el  comandante  Gilbraith,  como  al  orden  de  combate  que  convenía  adoptar.  Fe- 
lizmente, esta  incertidumbre  no  duró  mucho,  porque  las  balas  del  enemigo,  cayendo 
cerca  de  nosotros,  resolvieron  el  problema.  El  prematuro  y  precipitado  despliegue 
de  las  restantes  compañías  ocasionó  cierta  confusión  que  frustró,  en  parte,  los  pro- 
pósitos del  brigadier,  quien  siempre  había  pensado  formar  dos  líneas  de  combate: 

una  como  soporte  de  la  de  fuego,  y  la  segunda,  de  reserva Pero  todo  fué  subsanado 

colocando  tres  compañías  a  la  derecha  y  cuatro  a  la  izquierda  del  camino;  las  pri- 
meras al  mando  del  teniente  coronel  Burke,  que  maniobraron  en  apoyo  del  coman- 
dante Gilbraith,  y  las  últimas  permanecieron  por  algún  tiempo  a  retaguardia. 

Estas  fuerzas,  siéndoles  imposible  vadear  el  arroyo,  tuvieron  que  pasarlo  por  un 
puente  que  había  hacia  la  izquierda,  y  después  las  primeras  compañías  se  situaron  a 
cubierto,  dentro  de  una  zanja,  a  la  derecha  del  camino.  Entonces  la  vanguardia  (una 
de  cuyas  compañías,  al  mando  del  capitán  Penrose,  había  ocupado  una  loma  a  la 
izquierda.  A.)  siguió  adelante,  cruzó  el  puente  de  Silva  y  destacó  secciones  avanzadas 
al  mando  de  los  tenientes  Wells  y  Alexander. 

Como  al  llegar  a  este  punto  aparece  cortada  la  narración  del  sargento  Stephen, 
procuraré  completarla  con  el  informe  oficial  del  comandante  de  la  brigada,  informe 
que  debo  a  la  cortesía  del  secretario  de  la  Guerra  de  los  Estados  Unidos.  Lo  que 
sigue  es  copiado  de  dicho  report: 

Después  que  el  último  (el  teniente  Wells)  ocupó  por  algún  tiempo  la  loma  L.^ 
toda  la  vanguardia,  incluyendo  dos  piezas  Gatling,  fué  concentrada  a  la  derecha  de 
la  vía  férrea.  Esto  dislocó  al  enemigo,  el  cual  desde  entonces  disminuyó  el  volumen 
de  su  fuego.  Nuestro  escuadrón,  después  de  haber  amagado  por  algún  tiempo  el 
flanco  izquierdo  de  los  españoles,  se  unió  a  las  compañías  del  mayor  Gilbraith,  y 
todo  el  centro  de  la  línea,  avanzando,  tomó  posiciones  en  la  parte  Nordeste  de  las 
alturas  de  Silva,  adonde  fué  llegando  el  resto  de  la  infantería  y  el  teniente  Archibald 
Campell,  con  dos  cañones,  a  quien  di  órdenes  de  romper  el  fuego,  y  todo  esto  con- 
tribuyó al  desconcierto  del  enemigo. 

Los  dos  cañones  Gatling,  que  iban  con  la  avanzada  a  cargo  del  teniente  Maginnis, 
hicieron  un  excelente  trabajo;  al  principio  cerca  del  arro- 
yo, sitio  desde  el  cual  podía  observarse  perfectamente  al 
enemigo,  y  más  tarde  en  todas  las  demás  posiciones  que 
fué  ocupando  dicha  fuerza  avanzada.  Las  otras  dos  piezas 
de  artillería  que  acompañaban  al  Cuerpo  principal,  man- 
dadas por  el  teniente  O.  L  Straub,  también  entraron  en 
acción  desde  la  cresta  de  las  lomas  mencionadas  y  du- 
rante la  última  fase  del  combate. 

El  fuego  terminó  a  las  seis  de  la  tarde,  y  todas  las  fuer- 
zas,  incluso  las  de  artillería,  vivaquearon  sobre  las  mis-  Ametralladora  oatiing. 


302  A  .     R  I  V  E  R  o 

mas  posiciones  anteriormente  ocupadas  por  el  enemigo.  Una  hora  antes  determinar 
el  combate  se  había  dado  órdenes  al  tren  de  carros  (el  que  había  permanecido  a 
retaguardia)  para  que  avanzase  más  allá  del  puente  de  Silva,  y  allí  aparcó  en  doble 
columna. 

Antes  que  cerrase  la  noche  envié  al  capitán  Macomb  con  sus  jinetes,  para  que 
haciendo  un  esfuerzo  procurase  capturar  un  tren  que,  desde  Mayagüez,  se  dirigía 
hacia  el  sitio  que  ocupábamos;  esto  no  fué  posible,  y  entonces  el  teniente  Maginnis 
le  disparó  dos  cañonazos,  retrocediendo  dicho  tren  a  toda  velocidad.  Más  tarde,  y 
aunque  la  noche  había  cerrado,  el  mismo  capitán  pudo  hacer  algunos  prisioneros,  in- 
cluyendo entre  ellos  un  teniente  herido. 

Debo  mencionar  que  hubo  gran  dificultad  en  localizar  al  enemigo,  circunstancia 
que  hizo  muy  difícil  el  dar  órdenes  precisas  para  la  formación  en  orden  de  combate. 
Otra  causa  de  ansiedad  durante  el  primer  período  de  la  acción  fué  la  noticia  que  re- 
cibiera el  comandante  de  la  brigada,  desde  diferentes  puntos  del  campo  de  batalla,  y 
todas  ellas  enviadas  por  oficiales,  de  que  el  enemigo  estaba  tratando  de  flanquear, 
unas  veces  nuestra  derecha,  y  otras  nuestra  izquierda,  con  la  intención  manifiesta  de 
capturar  el  tren.  Hubo  algún  fundamento  para  tales  avisos;  pero,  indudablemente,  las 
partidas  flanqueadoras,  o  fueron  muy  pequeñas,  o  abandonaron  su  propósito  al  notar 
nuestro  firme  avance;  añadiré  además  que  el  tren  estaba  bien  guardado. 

He  traducido  literalmente  los  párrafos  anteriores  por  encontrar  en  ellos  un  reflejo 
exacto  de  la  verdad;  afirman  esta  creencia  mía  las  noticias  que,  personalmente  y  por 
escrito,  obtuve  del  capitán  Torrecillas,  y  además  el  propio  conocimiento  del  terreno 
que  he  recorrido  cuidadosamente.  El  artillero  Karl  Stephen,  en  su  delicioso  libro 
que  ya  conocen  en  parte  mis  lectores,  escribe: 

A  riesgo  de  ser  considerado  demasiado  prolijo,  no  puedo  menos  de  dedicar  otro 
capítulo  a  Hormigueros;  primero  por  haber  sido  allí  mi  bautismo  de  fuego,  y  segundo, 
porque  hay  muchas  cosas  guardadas  en  la  memoria  de  un  soldado,  que  no  pueden 
ser  consignadas  en  el  report  de  un  comandante  general. 

A  las  tres  y  media  las  guerrillas  llegaron  al  río  Rosario;  pero  siendo  imposible 
pasarlo,  marcharon  a  retaguardia,  y,  llegando  al  camino,  salieron  por  el  puente  de 
hierro  ya  descrito  por  el  general  Schwan;  fué  en  este  momento  que  las  fuerzas  espa- 
ñolas comenzaron  el  fuego,  ocultas  entre  unas  malezas  y  a  500  yardas  de  nues- 
tro frente. 

Apretados,  como  estábamos,  a  todos  parecerá  que  la  lluvia  de  plomo  que  caía 
sobre  nosotros  debió  hacer  una  verdadera  carnicería;  no  fué  así.  Y  la  sola  explica- 
ción que  encuentro  a  nuestra  maravillosa  inmunidad,  probablemente  descansa  en  el 
hecho  de  que  también  el  fuego  que  hacíamos  al  enemigo  era  excesivamente  malo. 
Muchas  balas  silbaban  sobre  nuestras  cabezas  o  levantaban  nubéculas  de  polvo  en 
las  inmediaciones;  pero  aunque  el  estampido  de  los  rifles  se  parecía  al  ruido  que 
produjeran  cien  mil  botellas  de  cerveza  destapadas  al  mismo  tiempo,  ni  el  más  leve 
vestigio  de  humo  empañaba  la  clara  atmósfera,  y  ni  un  solo  uniforme  enemigo  pudo 
divisarse.  Por  alguna  razón,  que  ignoro,  nuestra  infantería  no  replicaba  debidamente 


CRÓNICAS  303 

a  la  fusilería  española;  en  un  corto  espacio  de  tiempo,  dos  hombres  y  dos  caballos 
fueron  heridos  en  mi  pelotón,  el  cual  estaba  demasiado  cerca  de  los  infantes  para 
que  pudiese  realizar  ningún  acto  beneficioso.  Entonces  los  dos  Gatling  del  teniente 
Maginnis  tomaron  la  palabra]  y  los  Gatling  suelen  hacer  un  gran  efecto  sobre  los 
nervios,  si  acontece,  como  en  esta  ocasión,  que  en  la  pelea  están  de  parte  de  uno- 

Lo  que  siguió  a  esto  fué  una  retirada  a  galope  tendido  de  toda  la  artillería  hacia 
retaguardia  y  por  un  octavo  de  milla;  y  después,  por  un  corto  rodeo  a  la  izquierda 
y  atravesando  un  terreno  pantanoso  y  lleno  de  zanjas,  tomó  posiciones  en  cierta 
altura,  al  parecer  muy  conveniente.  El  cuerpo  principal  había  llegado,  y  seguida- 
mente fué  echado  al  surco^  sin  ceremonias,  siendo  ahora  muy  vivo  el  fuego  por  am- 
bas partes. 

Durante  la  primera  hora  del  combate  toda  la  pólvora  usada  por  el  enemigo  fué  sin 
humo,  por  cuya  circunstancia  se  me  ocurrió  pensar  que  aquello  no  era  un  verdadero 
negocio  de  guerra.  Apretó  el  fuego,  hubo  una  corta  carrera;  una  violenta  voz  de  man- 
do, y  tal  vez  se  oyeron  agudos  juramentos,  intermitente  rechinar  de  cureñas  y  lamen- 
tos de  heridos.  Pero  no  hubo  nubes  de  polvo,  ni  montones  de  muertos,  ni  vítores,  ni 
cargas  desesperadas,  ni  el  menor  asomo  á^franjas  y  estrellas.  Hacia  arriba  y  a  nues- 
tra derecha,  podíamos  ver  gran  número  de  espectadores  sobre  la  elevada  plataforma 
en  que  se  asienta  el  Santuario  de  la  Monserrate;  entonces  pensé  que  procedíamos 
honradamente  no  cobrándoles  nada  como  derecho  de  admisión  al  espectáculo  de 
que  ellos  disfrutaban,  porque  tal  vez  murmurarían  por  haber  sido  defraudados  en 
sus  esperanzas. 

Pero  mi  más  terrible  experiencia  ocurrió  de  esta  manera:  El  pelotón  de  artillería, 
del  cual  yo  formaba  parte,  como  he  dicho,  decidió  que  su  posición  detrás  de  la  in- 
fíintería  era  insostenible,  y  a  todo  galope  emprendió  la  retirada.  En  aquel  momento 
yo  estaba  de  pie  cerca  de  la  primera  piezafy  no  oí  la  orden  que  me  hubiera  hecho 
saltar  a  mi  asiento  sobre  el  armón.  Y  así,  de  improviso,  me  encontré  solo  y  con  mis 
camaradas  a  lo  lejos  y  en  plena  carrera.  Una  mirada  en  derredor  me  hizo  ver  que  era 
yo  la  sola  cosa  viviente  parada  en  un  radio  de  500  yardas;  era,  por  tanto,  un  excelen- 
te blanco  para  aquellos  homicidas  españoles  que  aparecían  muy  enfurecidos,  como 
Ib  demostraban  con  su  fuego  desde  las  malezas  que  ocupaban,  y  debía,  por  consi- 
guiente, reunirme  a  mi  sección  tan  aprisa  como  me  fuese  posible,  por  eso  yo  corrí. 

Ahora  se  me  ocurre  que  aquella  fué  una  oportunidad  en  que  pude  demostrar 
cuanto  era  yo  capaz  de  hacer;  debía  haber  detenido  la  carrera,  llenar  y  encender  mi 
pipa,  y  con  andar  majestuoso  seguir  paso  a  paso  por  el  limpio  camino,  con  lo  cual, 
tal  vez,  hubiese  ganado  aplausos  y  condecoraciones.  Digo  que  todo  esto  lo  he  pen- 
sado después;  pero  entonces  yo  recordaba  la  historia  del  único  superviviente  de  la 
batalla  de  Bull  Run^  quien  contestando  a  ciertas  críticas  apasionadas  acerca  de  la 
retirada  Federal  de  aquel  famoso  campo,  dijo  sentenciosamente:  — Todos  los  que  no 
corrieron  están  allí  todavía.  Y  yo  creo  que  en  aquellos  momentos  tuve  una  visión 
exacta  de  la  realidad,  y  por  eso  continué  corriendo  cuanto  pude,  dejando  las  pom- 
posas reputaciones  para  otros  ambiciosos,  o  también  para  mí  en  otro  día  y  en  cual- 
quier otro  campo.  Quizá  desprecie  la  marea  llena  de  oportunidades;  aunque  en  esta, 
como  en  otras  ocasiones,  he  notado,  con  sorpresa,  cómo  en  melodramáticas  crisis  la 
mente  de  un  hombre  no  siempre  es  capaz  de  dominar  sus  piernas. 


304  A  .     R  1  Y  E  K  O 

Dejemos  ahora  a  la  columna  Schwan  pasando  la  noche  en  su  vivac,  mientras  su 
infantería  cubre  el  servicio  de  avanzadas,  y  hagamos  una  rápida  incursión  por  el 
campo  y  planes  de  las  fuerzas  españolas. 


Fuerzas  defensoras,— I.as  fuerzas  que  guarnecían  a  Mayagüez  en  los  primeros 
días  del  mes  de  agosto  eran  las  siguientes: 


Un  batallón  de  infantería,  Cazadores  de  Alfonso  Xlll,  teniente  coronel  Oses,  con 
seis  compañías  y  H50  fusiles,  f-ste  batallón  tenía  una  guerrilla  montada  de  (k)  hom- 
bres, la  cual  estaba  al  mando  del  capitán  Rodríguez.  J  íal)ía  otra  guerrilla,  a  pie,  de 
50  hombres,  al  mando  del  capitán  de  Voluntarios  Juan  ¡bascarán. 

Un  segundo  batallón,  el  6."  de  Voluntarios,  teniente  coronel  Salvador  Suau,  con 
un  electivo  de  450  hombres;  una  sección  de  artillería  de  montana,  tetiiente  ]\*odollo 
dti  Olea,  con  dos  cañones  Plasencia;  30  guarklias  de  Orden  |jübl¡co,  28  guardias  ci- 
viles montados  y  algunos  pocos  voluntarios  restantes  del  7."  batallón,  <]ue  se  hal>ía 
disuelto,  completaljan  el  efectivo  de  las  tropas  defensoras  de  ]\Iayague2,  sumando, 
entre  todas,  1.5  1 5  soldadt»s,  70  caballos  y  dos  cañones. 


/ 


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::,'::lÍÍÍii 


<:  R  o  N  1  C  A  S  305 

Desde  la  decIaracicSn  de  guerra,  el  comandante  militar  de  la  plaza  y  distrito,  co- 
ronel de  infantería  |ulio  Soto  Vlllaniicva,  organizcS  una  Junta  de  Defensa,  la  que  re- 
caudó fondos,  con  los  cuales  se  atendieron  a  las  más  urgentes  necesidades.  También 
se  llevaron  a  cabo  varias  obras  de  defensa:  un  hlookJiouse  fué  construido  sobre  la  vía 
férrea,  cerca  de  Hormigueros,  y  un  cuartel  defensivo  en  una  altura  que  domina  el 
puerto,  donde  dos  lanchones,  armados  y  provistos  de  faroles  y  cohetes  de  señales, 
practicaban  servicio  de  vigi- 
lancia en  el  canal  <le  entrada. 
La  Cruz  Roja,  bajo  la  di- 
fccción  dtd  doctor  Nicolás  Ji- 
ménez, estableció  en  el  teatro 
un  hospital  de  sangre,  de 
cuyo  personal  formaba  parte 
el  doctor  l'oni  y  Guillot,  ab 
•calde  de  la  ciudad. 

Kn  la  playa,  con  los  ina- 
iriculados,  se  fornu')  una  sec- 
ción de  marinos. 

\\\  coronel  Soto  publicó 
[)rociamas  levantando  el  es- 
|)íritii  público  e  liizo  cuanto 
pudo  dentro  de  sus  limitados 
-recursos.  líl  día  O  de  agosto, 
.al  saber  el  avance  de  la  bri- 
gíida  .Schwan,  envió  al  gene- 
ral Maclas  dos  telegranuis,  a 
los  cuales  no  obtuv'o  respues- 
ta. Así  llegó  el  día  lo,  cuan- 
do el  telegrafista  de  San  Cler- 
mán  dio  cuenta  de  la  entra- 
da, en  aquella  población,  del 
•ejército    enemigo.    La    sexta  ^  rtKíen. !<..)..;  ?.i  csi.osa  <•  hijos, 

compaiu'a  del  balalhni  tle  Al- 
fonso Xíü,  al  mando  del  ca¡)¡tán  'lorrecillas,  y  25  guerrilleros  de  hJascarán,  to- 
tal 145  hombrea,  fueron  enviados  a  ll,ormiguer(ts,  con  «ordenes  concrdas  de  enta- 
•')lar  combate  tan  j)ronto  apareciera  fuerza  americana.  El  resto  de  la  guarnición  per- 
maneció acuartelada  y  sobre  las  armas,  y  a  cada  unid:ul  se  le  señaló  su  puesto  ¡}ara 
easo  de  aJarma;  3'  otros  telegramas  enviados  al  capitán  general  tampoco  fueron  con- 


A  las  tres  de  la  tarde  de  dicho   día,    llegó   un    guerrillero   de  Torrecillas  con  la 


3í)6 


A  . 


R  I  V  E  K  (>< 


noticia  de  que  el  combate   se  había   iniciado,  entre  el  camino  de   Cabo  Rojo  y  el 
puente  de  hierro,  llamado  de  Silva  K 

Las  cornetas  tocaron  gene  raía  y  cada  fuerza  ocupó  su  puesto,  saliendo,  después,, 
toda  la  guarnición  hacia  el  cerro  de  las  Mesas.  FJ  coronel  Soto,  a  caballo,  tío  paró- 
nn  iiíoniento,  acompañado  de  sus  ayudantes  (un  capitán  de  ingenieros  y  el  jefe  de- 
Orden  público,  que  no  tenían  puestos  en  las  fdas).  'l'oda  la  cohnnna  escaló  la  altura, 


del  cerro  ya  citado,  y  allí  emplazó  sus  dos  cañones  el  teniente  Olea;  poco  después,, 
el  mismo  coronel  envió  otra  compaiiía,  capitán  Florencio  liiicrtos,  en  auxilio  del  es,, 
calón  avanzado  y  situó  la  quinta  compañía,  capitán  (jarcia  Cnyar,  en  la  loma  de  las 
Piedras,  hacia  1  lorniigueros,  como  reserva,  entregando  todo  el  (^scalón  <le  combate 
i'trcís  compañías  y  dos  guerrillas")  al  comandante  Jaspe;  el  jefe  tlel  batallón,  Oses, 
(¡ucdó  en  lo  alto  del  cerro  con  la  artillería  y  el  resto  de  la  fuerza  veterana  y  volun- 
taria. Soto  volvicS  a  la  plaza  y  entró)  en  el  Telégrafo,  ansioso  de  oír  alguna  palabra  de 
Santa  Catalina,  cuartel  gent^ral  del  gobernador  Maclas.  FJ  silencio  continuaf)a;  re- 
gresó a  la  cita,da  loma  para  empujar  el  escalón  de  reserva,  toda  vezqu(í  había  llegado 
un  aviso  de  Torrecillas  pidiendo  refuerzos  con  urgencia.  No  encontró  allí  un  solo 
soldado,  y  creyendo  que  el  comandante  Jaspe  se  había  corrido  hacía  el  higar  del 
combate  subió  a  las  Mesa,s,  donde  vi<}  reunida  toda  la  fuerza;  como  increpara  al  co- 
mandante |ior  haber  abaiulonaxlo  su  puesto,  éste  le  contestó  (pie  <!o  hafna  heclio  por 
orden  del  nu'snio  Soto,  conunut-ada  porSuau.- 

poi:o  auíigos-  -s  sosteniendo,  Solo,  que  no  dio  ni  fuido  dar  lal  orden,  ni  vio  a  Suan 
desde  la  mañana;  \'  Suau,  iuraudo  que  Soto,  en  f)ersona,,  le  conumicó  la  orden  de 
retirada.  Entre  discusiones  de  agrio  tono,  a  campo  raso,  cpie  trascendieron  a  la  tropa. 


C  R  O  N  1  C  A  S 


307 


se  pcrd¡(')  bastante  tiempo;  llegó  un  correo  anunciando  que  fuerza  de  caballería  01a- 
niobratja  hacía  Floriiiigiicros  con  intcnciún  de  flanquear  el  cerro  de  las  Mesas;  otro 
parte  vino,  desde  ]a  playa,  avisando  que  buques  de  guerra  enemigos  estaban  a  la 
vista  K 

Poco  después  se  recibió  un  parte  urgente,   del  capitán  Torrecillas,  anunciando 


0-:'-^'^::^wm-M^t^'m^:        --.^i^  ■  ■'■■■  :s^-,---A^~ 

:^^'J*"-  -       ■':■  -~ -^^T^^r"^ ■^'..-s ■■■■  ■.- ■  *^-«;- 

* '  :-^-  ■  •f'^^Z^J..  ■  -^'^ ''"  ■«-■:  ■*'^-  ■■■■■■-  ■?* 


(|ue  '<estal)a  exhausto  de  n\uniciones;  la  tr(.i]:)a  agotada  por  la  fatiga  y  el  calor,  bajo^ 
una  ihivia  de  granallas  y  balas  de  fusil,  y  tpje  las  fuerzas  eneniigas,  desembocando 
por  el  puente  de  Silva,  escalaban,  en  aipiellos  momentos,  las  loma,s  (hd  mismo  nom- 
bre. Sólo  me  quedan  ro  cartuchos  [>or  plaza,  y  si  no  me  envían  numiciones,  estoy 
resuelto  a  cerrar  a  la  bayoneta  contra  el  enemigo,  y  sea  lo  que  Dios  (piíera>. . 

Hubo  amagos  de  indisciplina;  se  nuirivmró  en  voz  alta  por  oficiales  y  sargentos,  \' 
el  capitán  Ntamiel  García  Cuyar  dijo,  casi  a  gritos,  que  ■■aquello  era,  una  vergüenza 
t>ara  el  tljército  español».  Snau  apoyal)a  a  los  descontentos,  y  Oses  nada  hacía  p:u-a 
restablecer  la  disciplina. 

Ixeunida  por  Soto  tod.'i  la  columna  y  :d  frente  de  ella,  bajó  a,  la  ciuchid,  adonde 
llegó  cerca  de  las  die¿:  de  la  noche;  la  poI)lación,  casi  a  obscuras,  estaba  desierta,  y 
nis  pocas  j>ersona,s  que  encontraba  al  paso  le  daban  noticias  alarmantes,  «Los  am<^TÍ^ 
<'arios  estaban  ya  en  el  cementerio;  barcos  de  guerra  desembarcal)an  tropas  en  la 
I^laya  y  en  ("abo  Rojo,  y  en  el  puerto,  un  fuerte  escuadrón  eiu^miigo,  enfilal>a  la 
ciudad  con  sus  ca ñones «.  l^hijo  la  impresión  de  tales  avisos,  el  jele  de  la,  fuerza  ordenó 


,'  iitia  falsa 


3o8  A  .     R  I  V  E  R  O 

que  ésta  no  continuara  a  la  población,  sino  que,  marchando  por  las  afueras,  acam- 
pase sobre  el  camino  de  Las  Marías,  finca  de  Pérez  Díaz,  donde  estaba  ya  el  convoy 
con  la  impedimenta.  El  teniente  coronel  Oses  recibió  órdenes  para  preparar  y  distri- 
buir el  rancho  a  la  tropa  y  establecer  un  servicio  nocturno  de  seguridad.  Acompa- 
ñado de  sus  ayudantes  y  de  algunos  guerrilleros,  entró  en  Mayagüez  el  coronel  Soto, 
y  dirigiéndose  a  las  oficinas  del  telégrafo  envió  al  general  Macías  el  siguiente 
telegrama: 

10  de  agosto  de  1898  (10  de  la  noche). 

El  Comandante  militar  de  Mayagüez  al  Capitán  general. 

A  la  una  de  la  tarde  recibí  aviso  que  desde  las  once  mis  avanzadas  sostenían 
fuego  con  el  enemigo;  mandé  reforzarlas,  con  otras  compañías  y  las  guerrillas  al 
mando  del  comandante  Jaspe,  quedando  yo  al  frente  de  la  columna  escalonada  hasta 
extremo  de  la  población. 

Enemigo  rompió  fuego  de  cañón  y  ametralladora,  tratando  de  cortar  compañías 
con  500  caballos  por  carretera;  visto  lo  cual,  acudí  en  su  auxilio  y  los  mandé  retirar 
por  la  parte  del  monte;  tomé,  seguidamente,  posiciones  en  el  Cerro  de  las  Mesas, 
protegiendo  así  retirada  de  las  compañías.  A  las  siete  terminó  el  fuego  de  cañón  y 
bajé  con  la  fuerza  a  población,  que  ya  estaba,  si  no  ocupada,  por  lo  menos  corrido 
el  enemigo  por  la  parte  de  la  playa  y  llegando  la  caballería  hasta  cementerio  pueblo. 

Son  las  diez  de  la  noche;  el  soldado  cansado,  sin  comer  en  todo  el  día,  po  lo 
que  he  acampado  columna  en  el  camino  de  Las  Marías  hacia  donde  ya  tenía  el 
convoy.  Hemos  tenido  tres  muertos  y  siete  heridos,  entre  ellos  un  oficial  de  Alfon- 
so XIII  y  otro  de  Voluntarios  con  ocho  caballos  muertos.  A  la  vista  hay  siete  buques 
de  guerra,  según  me  dicen. 

Aquella  misma  noche,  y  a  las  dos  de  la  madrugada,  llegó  la  respuesta  que  decía: 

10  agosto  1898.  (Recibido  alas  dos  de  la  madrugada  del  11.) 

Capitán  general  a  Comandante  militar  de  Mayagüez. 

Enterado  de  su  telegrama,  estoy  satisfecho  del  comportamiento  de  las  fuerzas  a 
sus  órdenes;  obre  con  arreglo  a  las  circunstancias,  teniendo  presente  mis  instruccio- 
nes; no  se  olvide  de  que  la  tropa  esté  racionada  para  cuatro  días,  y  que  lleven  las 
municiones,  tanto  las  individuales  como  las  de  reserva. 

Esté  prevenido  para  todos  los  casos  que  se  presenten,  y  si  llega  a  verse  obligado 
a  una  retirada,  proceda  llevándose  todas  las  municiones,  efectos  de  almacén  y  enfer- 
mos; si  es  posible,  teniendo  presente  situación  de  escuadra  enemiga,  envíe  todo  a 
Aguadilla  por  tren,  que  estará  siempre  preparado. 

Según  el  mismo  coronel  Soto  me  dijo  después,  no  le  lué  posible,  a  tal  hora  de  la 
noche,  y  bajo  las  circunstancias  existentes,  ocuparse  en  empacar  barras  de  catres  y 
otros  manejos  cuarteleros,  ni  tampoco  utilizar  la  vía  férrea  de  Aguadilla,  tan  cercana 
al  mar,  que  cualquier  buque  puede,  en  poco  tiempo,  destruir  un  tren  en  marcha. 
Optó  por  retirarse  sobre  Arecibo,  camino  de  Las  Marías  y  Lares. 


CRÓNICAS 


309 


Aquella  noche,  la  última  en  que  fuerzas  españolas  pisaron  las  calles  de  Mayagüez, 
Soto  no  durmió,  y  estuvo  en  constantes  conferencias  con  el  alcalde  Font  y  Guillot  y 
el  capitán  de  puerto;  antes  de  amanecer  toda  la  columna  levantó  el  vivac  y  empren- 
dió la  marcha  hacia  Las  Marías,  con  el  convoy  en  cabeza  protegido  por  los  guerri- 
lleros montados. 

Lo  que  escribió  el  capitán  José  Torrecillas. — Ya  he  dicho  que  el  capitán  To- 
rrecillas, con  su  compañía  y  algunos  guerrilleros  al  mando  del  capitán  Bascarán,  salió 
de  Mayagüez,  hacia  Hormigueros,  en  la  madrugada  del  I O  de  agosto.  A  su  llegada  a 
dicho  pueblo  vivaqueó  cerca  de  la  Casa  de  Peregrinos,  y  personalmente  reconoció 
todas  las  lomas  cercanas,  enviando  también  los  guerrilleros  hacia  el  camino  que, 
desde  el  poblado,  conduce  a  la  carretera,  dándoles  instrucciones  para  que  observa- 
sen al  enemigo,  avisando  su  llegada  con  suficiente  anticipación. 

En  Hormigueros  pasó  la  fuerza  española  toda  la  mañana,  y  cerca  ya  de  las  doce 
y  cuando  se  disponía  a  tomar  el  rancho,  sonaron  los  primeros  tiros.  Eran  los  gue- 
rrilleros tiroteando  a  los  escuchas  de  Lugo  Viña.  Toda  la  tropa  tomó  las  armas,  y 
por  un  camino  de  rodeo  ocupó  las  posiciones  estudiadlas  por  la  mañana,  a  espaldas 
del  cementerio,  y  sobre  unas  alturas  llamadas  Lomas  de  Silva. 

Al  llegar  aquí,  interrumpo  mi  relato  para  dar  cabida  a  una  carta  que  me  escribió 
el  capitán  José  Torrecillas,  pocos  días  después  del  combate  de  Hormigueros,  carta 
que  conservo  en  mi  poder  y  la  cual  dice  así: 

Desplegué  mis  hombres  en  guerrilla,  ordenándoles  se  mantuviesen  pecho  a  tierra 
y  a  cubierto  por  los  accidentes  del  terreno;  yo  permanecí  de  pie,  detrás  de  un  árbol 
corpulento,  observando  al  enemigo  con  los  gemelos  de  campaña;  estaba  nervioso, 
pero  dispuesto  a  todo.  Antes  de  desplegar  había  arengado  a  la  gente,  con  muy  pocas 
palabras,  porque  no  soy  hombre  de  discursos.  «Ahí  vienen  los  americanos — les 
dije — ;  su  número  no  nos  importa,  ni  tampoco  sus  cañones;  aquí  estamos  para 
pelear  y  morir  por  España,  si  fuese  necesario,  y  advierto  que  al  primero  en  quien 
note  temor  o  vacilaciones  le  levanto  la  tapa  de  los  sesos  con  este  revólver.»  Y  les 
enseñé  el  mío,  de  reglamento. 

Hubo  una  explosión  de  entusiasmo;  gorras  y  sombreros  volaron  por  el  aire,  y  los 
vivas  a  España  alternaron  con  otros  al  capitán  Torrecillas.  Poco  después  llegaron 
los  guerrilleros  avisando  que  a  lo  lejos  se  divisaba  el  grueso  del  enemigo,  y  que  ellos 
solamente  habían  hecho  fuego  contra  unos  jinetes  que  venían  en  vanguardia.  Tomé 
mis  anteojos  y  pude  observar,  hacia  la  hacienda  de  Cabassa,  una  gran  polvareda.  Ya 

venían ,  y  por  eso  tomé  mis  últimas  disposiciones.  Un  teniente,  quien  más  tarde 

fué  herido,  se  acercó  tratando  de  convencerme  de  que  me  debía  situar  al  abrigo  de 
algún  obstáculo  del  terreno,  haciendo  alusión  a  mi  esposa  y  a  mis  hijos.  «Usted  se 
equivoca — le  contesté — ;  yo  no  tengo  más  esposa  que  mi  Patria,  ni  más  hijos  que 
estos  soldados;  vaya  a  su  puesto  y  cumpla  su  deber  como  yo  lo  haré  con  el  mío.» 

Media  hora  más  tarde,  vi  distintamente  a  la  vanguardia  enemiga  desembocando 
por  un  puente,  cerca  de  la  carretera  de  Cabo  Rojo.  La  dejé  avanzar  sin  disparar  un  tiroy 
y  poco  después,  a  mi  voz,  descarga  tras  descarga  cayeron  sobre  ellos.  Lo  que  pas6 


me  llenó  tle  asombro;  He  arremolinaron  en  un  montón  jinetes,  infantes  y  artilleros, 
f:|iiiencs  ni  aun  acertaban  a  clesenganchar  sus  cañones;  yo  creo  que  ellos  nunca  espe- 
raron que  se  les  recibiría,  a  tiros. 

Poco  des¡)ués  se  repusieron,  (iesplegando  f)or  ambos  lados  del  camino,  haciéndo- 
nos i'uewo  de  fusil,  ametralladoras  y  cañones,  líntonces  tuve  el  primer  herido;  un  s(»b 


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dado  al  cual  una  bala  rompió  el  brazo  derecho.  Mirando  siempre  con  mis  ícemelos  de 
campana,  divisé  liacia  abajo,  y  al  costado  izquierdo  de  la  carretera,  antes  de  litigar  al 
puente  de  Silva,  un  grupo  numeroso  de  jinetes,  cuyo  uniforme  distinguía  con  clari- 
<iad;  llam(5  al  teniente  V<*ra,  quien  era  un  tirador  de  fama,  y  dándole  mis  anteojos 
le  dije: 

^^-^Oliserve  usted  aquel  grupo;  parecen  jefes;  vea  si  puede  casar  alguno. 

V<u-a,  desput5s  de  mirar  a  través  de  los  lentes  durante  algunos  minutos,  tomó  un 
hisil  Abuiser  de  uno  de  los  heridos,  v,  apoyándolo  contra  un  arbusto,  apuntó  cuida- 
dosamente e  hizo  fuego.  Vo  vi  cómo  un  oficial  caía  de  su  caballo,  y  éste,  a  rienda 
suelta,  |(a!o|)aba  hacia  (,'abo  Rojo;  entonces  ordené  varias  descargas  cerradas  contra 
aquel  gruj,)o;  cayeron  algunos  más,  no  se  cuántos,  pero  sí  asfíguro  que  los  vi  caer. 
Corrieron  conu;)  locos  nuichos  caballos  sin  iin,etes,  y  los  del  grupo  buscaron  refugio 
detrás  de  unos  grandes  árboles  que  había  a  orillas  del  río  Rosario. 

Por  este  tiempo  el  enemigo  comenzó  a  emplazar  sus  cañones  más  cerca,  cuyos 
<:lisparos  nos  causaban  l)astantes  molestias;  sobre  todo  unas  ametralladoras,  (¡ue  pri- 
mero nos  disparaban  desde  las  ordlas  del  río,  y  más  tarde  a  la  derecha,  y  más  allá 
<!el  puente  <le  Silva.  Pos   soldados  de    infantería,   desplegados    en   guerrilla,  hacían 


'■í:  r  f)  N  1  c:  A  s  311 

fuego  índividuaK  usando  pólvora  negra,  lo  que  me  obligó  a  suspender  el  fuego,  por- 
que una  nubedeliunu)  muv  espeso  ocultaba  a  los  auiericanos.  La  situadóii  era  grave; 
ele  nemigo,  aunc|ue  indeciso,  seguía  avanzando  lentamente:  yo  no  recibía  refuerzos, 
..a  pesar  de  ]os  muchos  avisos  (lue  (Mivieí  al  \vJe  de  mi  batallón,  v  las  municiones  ibají 


.    .^jr.r/'ir^.Mñ^-f::..    _   . 

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escaseando;  tenía  varios  heridos,  creo  que  siete,  y  además  un  muerto,  un  excelente 
.soldado  (jue  se  llamaba,  XHcanor  iJarcía. 

Olvidé  anotar  que  el   teniente  V^ira,  al  disparar  su  Máuser,  bajó  el  arma  y  rric 

dijo:- ^-xCapitán,  ¿y/i.v/ t7//7;/¿éVv/.  ■■- ^..^^Xo  hal)ía  terminado  de  decirlo,  cuando   recibió 

un  balazo  que  le  destrozó  la  pierna  derecba,  produciéndole  una  fuerte  hemorragia. 

El  |)racticante  de  bi  compañía  lo  curó  como  pudo,  y  lo  arrastramos  hasbi  ponerlo 
.a  cu!>ierto  del  fuego. 

Como  mi  retirada  fué  ta,n  imprevista,  no  rne  acorde  de  este  oficial,  quien  quedó» 
■  abandonado  en  la  maleza,  cayendo  af|uella  noche  en  f)oder  del  enemigo. 

liran  las  cuatro  de  la  tarde,  me  (¡ucdaban  diez  cartuchos  por  phiza,  y  envié  vi 
último  parte:  un  papel  escrito  con  lápiz,  diciendo  al  teniente  coronel  (')sés  (pie  no 
■recibía  rfd'uerzos,  epie  se  me  ai:aJ>;iban  los  t:artuclios,  y  <pie  cuando  (*sto  sucediese  es- 
taba resuelto  a  bajar  con  mi  gente  cerrando  a  la  ba^'oneta  con  el  enemigo  y  pelear 
mientras  quculase  un  hombre  vivo.  Veinte  minutos  después  se  tfn-nn'naron  los  cartu^- 
^clios,  y,  entonces,  di  la  voz  <1<í  asegurar  en  los  fusiles  los  cuchillos  Abuiser;  cuando 
■ordenal>a  mi  gente  en  línea  se  presentaron  el  coman<lante  Jas{)e  y  el  capitán  I  luertos, 
•ambos  de  mi  batallón.  Jil  comandante,  (pie  estaba  haia'a  alhajo,  como  a  50  metros  de 


312  A.     RIVERQ 

donde  yo  tenía  la  fuerza^  me  llamó,  y  cuando  fui  a  su  lado  me  hizo  varias  preguntas 
acerca  del  combate  y  sus  incidentes;  esto  duraría  como  unos  quince  minutos.  Nos- 
despedimos  y  él  tomó  el  camino  loma  abajo;  yo  subí  en  busca  de  mi  fuerza  al  sitio 
donde  la  había  dejado.  No  encontré  un  solo  hombre,  el  capitán  Huertos  la  había 
hecho  desfilar  por  otro  camino,  hacia  atrás,  y  pude  verlos  a  una  distancia  de  medio- 
kilómetro,  teniendo  yo  que  correr  para  incorporarme. 

Así  fué  como  se  retiraron  mis  fuerzas,  y  así  fué  como  terminó  el  combate,  sin  que 
durante  el  mismo  nadie  me  prestase  auxilio  alguno  ni  me  enviasen  municiones,  ví- 
veres ni  agua. 

Cuanto  se  diga  o  escriba  sobre  intervención  de  otras  compañías  o  de  otros  jefes 
en  este  combate  será  una  gran  mentira;  mi  compañía  y  el  puñado  de  guerrilleros 
sostuvieron,  durante  toda  la  tarde,  el  empuje  de  una  brigada  americana  con  nume- 
rosos cañones  y  de  un  escuadrón  de  caballería,  al  que  veíamos  galopar  en  varias  di- 
recciones, como  amenazando  con  cortar  nuestra  retirada. 

Me  incorporé  al  resto  de  mi  batallón  con  la  tropa  extenuada,  hambrienta  y  los 
uniformes  destrozados,  y  todos  juntos,  sin  entrar  yo  en  Mayagüez  ni  ver  a  mi  esposa 
y  mis  hijos,  acampamos  sobre  el  camino  de  Maricao. 


Hasta  aquí  el  interesante  relato  del  capitán  Torrecillas,  relato  al  cual  conserva- 
mos toda  su  espontaneidad.  Este  oficial,  más  tarde,  y  ya  en  España,  fué  recompen- 
sado por  aquel  combate  con  una  simple  cruz  Roja;  como  pidiera  mejora  de  recom- 
pensa, obtuvo,  con  fecha  14  de  marzo  de  1899,  la  misma  cruz  Roja  del  Mérito  Militar,, 
pensionada  con  la  mitad  de  la  diferencia  entre  su  sueldo  y  el  del  empleo  inmediato. 

El  teniente  Vera,  recogido  aquella  noche  por  un  médico  americano,  a  las  órde- 
nes del  doctor  B.  K.  Ashford,  fué  conducido  al  Hospital  de  la  Cruz  Roja  de  Maya- 
güez, y  allí  se  le  atendió  con  gran  esmero. 

Y,  ¡rara  coincidencia!;  en  dos  camas  inmediatas  estuvieron,  varios  días,  lamentán- 
dose de  sus  heridas  y  conversando  amigablemente,  el  teniente  Vera  y  el  de  igual 
empleo  J.  C.  Byron,  el  cual  formaba  parte  del  Estado  Mayor  del  general  Schwan,  y 
quien  fué  el  oficial  cazado  por  el  primero. 

Lo  que  escribió  al  autor  el  coronel  Soto. —  «En  la  marcha  desde  Mayagüez  por 
el  camino  de  Las  Marías,  toda  la  columna  a  mi  mando  hizo  alto  en  un  punto  donde  la 
carretera  se  bifurca,  punto  conocido  con  el  nombre  de  los  Consumos;  después  que 
los  guerrilleros  exploraron  el  camino  de  la  derecha  que  conducía  a  Maricao,  resolví 
tomar  el  de  la  izquierda,  y  dejando  la  vía  ordinaria  seguimos  por  entre  lomas  hasta 
llegar  a  la  hacienda  de  café  Nieva,  en  donde,  y  a  pesar  del  aviso  enviado  por  un  pai- 


CRÓNICAS  313 

sano  (Frutos  Grana),  de  que  caballería  enemiga  estaba  reconociendo  los  Consumos,, 
hice  alto,  establecí  servicio  de  vigilancia  y  ordené  matar  una  novilla  para  preparar  y 
distribuir  rancho  a  la  tropa,  reservando  parte  de  la  carne  para  llevarla  a  Las  Marías. 

Para  que  mis  soldados  pudieran  comer  con  reposo  y  descansar  algún  tiempo, 
resolví  colocar  vigilantes  en  paraje  adecuado  y  que  avisasen  con  tiempo  suficiente 
la  presencia  del  enemigo;  y  como  el  administrador  de  la  finca  me  dijese  que  había 
un  pequeño  edificio,  desde  el  cual  se  divisaba  todo  el  campo  hacia  los  Consumos, 
acompañado  de  dicho  señor  administrador  y  de  Oses  quise  reconocerlo;  pero  tuve  la 
desgracia,  desgracia  nunca  bastante  lamentada,  de  que  al  cruzar  un  puente  de  madera 
que  a  dicho  edificio  conducía  se  hundiese  aquél,  cayendo  yo  a  un  barranco  desde  diez 
pies  de  altura.  Ignoro  cuánto  tiempo  permanecí  sin  conocimiento^  pues  cuando  lo  re- 
cobré estaba  acostado  en  una  cama,  en  la  casa  del  administrador;  acudió  el  médico  de 
Alfonso  XIII,  y  después  de  reconocerme  diagnosticó  rota  la  pierna  derecha,  fuertes 
contusiones  en  el  costado,  también  derecho,  con  dos  costillas  hundidas  (había  caído 
sobre  el  revólver,  que  llevaba  a  este  lado)  y,  además,  otras  heridas  y  golpes  de  me- 
nor importancia. 

Bastante  tiempo  se  perdió  por  el  accidente  que  relato;  el  convoy  había  conti- 
nuado camino,  media  hora  antes  del  suceso,  siguiendo  mis  instrucciones;  y  como  era 
urgente  llegar  a  Las  Marías,  dispuse  que  me  acostaran  en  una  camilla,  y  conducido 
por  doce  paisanos  (a  quienes  alquilé  para  no  cansar  a  mis  soldados)  emprendimos  la 
marcha,  yendo  yo  a  la  cabeza  de  la  columna,  y  así  entramos  en  aquel  pueblo  a  las. 
cuatro  de  la  tarde,  sólo  con  el  natural  cansancio  en  las  tropas. 

A  mi  llegada  a  Las  Marías,  el  alcalde,  señor  Olivencia,  me  entregó  la  siguiente- 
comunicación: 

«Guardia  civil. — Comandancia  de  Ponce. — 3.^  compañía. — Sr.  Coronel. 

De  orden  de  su  excelencia  ruego  a  usía  se  digne  decirme,  para  yo  hacerlo  a  di- 
cha autoridad,  la  situación  de  la  fuerza  a  su  mando  y  su  llegada  probable  a  este 
pueblo. 

Me  valgo  de  este  conducto  y  medio  ^  para  que  si  el  peón  fuese  registrado  sea 
difícil  ocuparle  el  papel. 

Los  informes  que  usía  me  facilite,  deben  ser  semejantes  a  éste. 

Lares,  ll  de  agosto  de  1898. 

El  capitán,  Teobaldo  Cambil.» 

Seguidamente  contesté,  para  que  desde  Lares  le  fuese  telegrafiado  al  capitán  ge- 
neral, lo  que  sigue: 

«Las  Marías,  1 1  agosto  1898  (cinco  tarde). 
Coronel  Soto  a  Capitán  general: 
Acabo  de  llegar  a  este  pueblo  con  columna  y  convoy  sin  novedad.  Espero  al  ene- 
migo en  la  próxima  mañana,  y  he  tomado  posiciones  para  defensa  y  ataque,  y  esta- 
mos dispuestos  a  quemar  el  último  cartucho.  Sírvase  comunicarme  aquí,  por  estacio- 
nes telegráficas  de  Lares  o  Pepino,  sus  órdenes. 

^     Este  papel  venía  oculto  dentro  de  una  botella  de  color  obscuro. — iV.  del  A. 


A  .    K  I  \''  v:  R  i ) 


He  tenido  la  desgracia  de  haber  sufrido  la  fractura  de  una  pierna,  j:)ero  mantengo 


na  nao  (les de 


Seguidamente  reuní  al  teniente  coronel  Oses,  al  de  igual  em])leo  Suau.  de  Vo- 
luntarios, y  al  teniente  íjlea,  cjue  mandalia  hi  sección  de  artillería  de  montaña,  v  les 
exjmse  mi  resolución  de  esperar  al  eneo.iigo,  resguardados  en  las  excelentes  fjosieio- 
nes  del  cementerio,  reforzadas  con  algunas  trindiera.s. 

Todos  ojiinaron  de  igual  manera,  )•  al  trascender  la  noticia  a  la  tropa  renaeid)  el 


entusiasmo.  Debo  hacer  mención  especialísima,  del  valeroso  teniente  de  artillería, 
quien,  en  diversas  ocasiones,  me  di  jo: 

— Ofrezco  a  usted  detener  al  enemigo  con  mis  cañones,  emplazados  en  el  cemen- 
terio, todo  el  tiempo  que  sea  necesario. 

Aquella  noche  descansó  parte  de  l;i  iuerza,  y  el  resto  estuvo  trabajando  para 
llevar  a  cabo  el  plan  acordado. 

:'\I  siguiente  día,  12  de  agosto,  recibí  esta  connmicai:ión; 

«(ruardía  civil. — Comandancia  de  Ponce. 3.''  Compañía, 

Kl  excelentísimo  señor  ca¡)itán  general,  en  telegrama  urgentísimo,  rae  tlice  lo  sí- 
^guiente  en  esta  fecha,  y  en  telegrama  expedido  a  las  2.30  madrugada: 


3i6  A.     R  I  VER  O 

Diga  a  coronel  Soto  que  con  las  fuerzas  a  su  mando  emprenda,  al  amanecer,  la 
marcha  a  ese  pueblo  (Lares),  y  de  ahí,  al  día  siguiente,  continúe  con  dirección  a  Are- 
cibo  directamente.  Interesa  que  la  marcha  se  haga  con  brevedad  y  orden,  a  fin  de 
que  el  enemigo  no  corte  comunicaciones.  Si  se  encuentra  enfermo,  ordene  al  teniente 
coronel  Oses  que  se  haga  cargo  del  mando  de  todas  las  fuerzas. 

Cuando  llegue  esta  columna  a  Lares  una  sus  fuerzas  a  las  de  aquélla.  Remita  or- 
den inmediatamente,  tan  pronto  como  lea  este  telegrama.» 

El  anterior  despacho,  que  aparece  puesto  en  la  Fortaleza  a  las  2. 30  de  la  madru- 
gada, no  llegó  a  mi  poder  hasta  hoy  a  las  ocho  de  la  mañana,  debido  a  que  el  tele- 
grafista Joaquín  Barreiro,  del  Pepino,  se  ha  negado  repetidas  veces  a  recibirlo,  por 
cuya  grave  falta  tengo  órdenes  de  meterlo  en  prisión  ^. 

Dios  guarde  a  usía  muchos  años. 

Lares,  12  de  agosto  de  1898. 

Teobaldo  Cambil  (firmado).» 

El  documento  anterior  destruyó  todos  mis  planes.  Mi  situación  no  era  nada  hala- 
güeña; con  una  pierna  rota,  y  muy  inflamada,  eran  terribles  los  dolores  que  sentía; 
además,  escupía  sangre.  Quise  mantenerme  a  caballo  y  no  pude.  Entonces  resolví 
dar  cumplimiento  a  la  orden  recibida  y  entregar  el  mando,  para  lo  cual  dicté  a  un 
sargento  el  siguiente  oficio: 

«Las  Marías,  12  de  agosto  de  1898. 

Señor  teniente  coronel,  primer  jefe  batallón  Cazadores  de  Alfonso  XIII: 

El  comandante  de  Armas  de  Lares,  en  comunicación  urgentísima  de  esta  misma 
fecha,  me  dice  lo  que  sigue: 

(Traslado  de  lo  anterior.) 

En  su  consecuencia,  y  en  vista  de  lo  que  por  la  superioridad  se  ordena,  hago  a 
usted  entrega  del  mando,  rogándole  me  permita  seguir  en  camilla,  a  la  cabeza  de  la 
impedimenta,  a  fin  de  correr  la  suerte  de  la  columna  y  no  caer  en  poder  del 
enemigo. 

Dios  guarde  a  usted  muchos  años. — Soto.» 

'  El  telegrafista  Barreiro,  al  saber  el  día  13  que  una  pareja  de  la  Guardia  civil  desde  Lares  tenía  orden  de 
l)renderlo,  abandonó  su  oficina,  y  a  caballo  cruzó  el  río  Guasio,  camino  de  Las  Marías;  pero  antes  de  llegar  a 
esta  población,  y  cerca  de  la  loma  de  La  Maravilla,  fué  detenido  por  Lugo  Viña  y  sus  exploradores,  y  como 
aquél  era  amigo  suyo,  lo  presentó  al  general  Schwan,  en  cuyo  Cuarel  general  permaneció  hasta  después  del 
armisticio,  y  entonces,  debido  a  la  protección  que  le  dispensara  el  general  Brooke,  y  acompañado  de  éste, 
entró  en  San  Juan  y  tuvo  la  suerte  de  que  se  le  pagase  la  suma  de  300  pesos,  importe  de  sus  sueldos  deven- 
gados. 

Barreiro,  antes  de  pasarse  al  campo  enemigo,  expidió  el  siguiente  telegrama,  que  figura  en  mi  archivo: 

«San  Sebastián,  13  de  agosto  (cuatro  tarde). 
Telegrafista  de  San  Sebastián  a  Capitán  general. — Urgentísimo. — En  estos  momentos,  cuatro  de  la  tarde, 
salgo  para  el  extranjero. — ^Joaquín  Barreiro.» 

Ivste  IJarrciro,  editor  y  director  actualmente  de  la  revista  ilustrada  El  Canimuil,  fué,  y  sigue  siendo,  un 
famoso  humorista,  y  jamás,  en  toda  su  vida,  tomó  nada  en  serio.  Según  me  dijo  él  mismo  más  tarde,  el  tele- 
grafista de  la  Capitanía  general  se  había  empeñado  en  que  él  recibiese  el  famoso  telegrama  dirigido  a  Lares, 
y  como  había  montado  un  translator  en  su  oficina  del  l'epino,  se  negó  repetidas  veces  a  recibir  aquel  despa- 
cho, toda  vez  que  había  puesto  en  comunicación  directa  ambas  oficinas. — N.  del  A. 


<:  R  o  N  I  C  A  S  3 ,  - 

Algo,  muy  doloroso  para  mí,  ocurrió  aquella  noche,  antes  de  ;ihandon:ir  e! 
pueblo;  pero  lo  omito  para  no  manchar  el  papel  relatando  verdaderas  vergüenzas. 

Una  gran  crecida  del  río  f  riiasio  impe<lía  el  paso  hacia  Lare^,  y  así  se  lo  dije  a 
Oses  y  éste  lo  comunicó  al  capitán  general  en  un  telegrama,  del  cual  conservo  copia 
y  que  fué  Cí)mo  signe: 


Al  Capitán  general. — K\  jefe  tle  la  columna  Alfonso  Xlfl. 
I  lecho  cargo  mando  columna  por  hallarse  imposibilitado  coronel  Soto,  por  caída 
de    un    puente,   siendo   conducido   en    camilla.    Ks   imposible   cumplimentar   orden 


de  V.   IL,    (le   salir    i 
■(uiasio. 

C'umpiimcntaré  orden  dt!  \*\  E,  tan  pronit)  dé  [>a 


atañiente   para   Arecibo,    por   impedirlo  crecida  del    ric 

■;o  el  río. Osiís..,- 

tentaba   el   [laso    del  río,  y  quí 


A  media,  noch(í  recibí  aviso  de  (¡iw  la  colur 
me  preparara  {)ara  seguirla,  si  tal  era  mi  deseo,  bmpníntlmiíjs  la,  nuircha  poco  des^^ 
pues,  en  rae<,iio  de  la  ma\-or  obscurid:ui,  y  por  un  camino  de  herradura,  pedregoso  y 
difícil,  llegando  a  las  orillas  del  (iuasio,  vegas  de  l,Mandín,  )'a  muy  avanzada  la  noche, 
l'd  capitán  de  ingenieros  manifestó  que  el  paso  era  inq)osiblc,  por  lo  cual  toda  la 
coh,mma  acampó  en  a(p,iel  sitio,  siendo  conducido  yo  a  una  casa  cercana,  la  de,  (,,'irilo 
,}ilnndín,  |)ara  evitarme  la  humedad  de  la  noche. 

Al  amanecer  del  1 3  las  aguas  no  liabían  teiu;do  descenso;  había  llegado  noticia  de- 
que el  eneniigí)  estaba  en  Las  .Marías  \-  .seguía,  adelante  en  persecución  nuestra.  Vn 
buen  jinete,  luinubre  (pie  era  (excelente  nadador,  trató  de  vadear  el  río  y  pereció 
ahí)gado;  dos  más,  (p,ie  intentaron  pasarlo  a  nado,  tanibi('n  sucumbieron. 

,.'\  las  nucv<>  de  la  mañana  se»  nu;  participó  cpie  la  columna  había  resuelto  buscar 


3i8 


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— ^^ -—- „ ,  ^ .  .:.ív. 

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otro  paso,  agiia.s  arrilia,  cerca  de  la  confluencia  del  MayagUecillo,  llamado  vado  de 
Zapata,  y  que  me  preparase  para  seguir  camino.  Preparado  estaba,  cuando  llegó- 
un  nuevo  aviso  de  OsíSs,  cpiien  manifestaba  no  podía  llevarme,  por  ser  el  paso   muy 

difícil  y  porque  mi  estado  lie  sa- 
lud, según  los  médicos  de  la  co- 
lumna, me  impedía  hacer  aquella 
jornada. 

Üuedé  en  la  casa  de  Blandín , 
con  mi  asistente  y  un  sargento,  es- 
cribiente de  la  Comantlancia  Mili- 
tar, cpiien  rehus<3  abandonarme. 

l'oco  después  de  esto  fué  inva- 
dida la  habitación  por  un  grupo  de 
paisanos  en  actitud  turbulenta  y 
dando  'vrz'as  a  Puerto  Rico   lil^re  y 

Casa  .!i- (•¡ril.j  inaiHii'u, 'i.nuJe  se  riii-li''.  .11  corotu-l  I).  Julio  Soto.  jjl   ejcrcítO   amCricanO.     Loi     FCStO   dC' 

energías  me  |)ermitió>  iniponermtía 
los  revoltosos,  quienes  se  marcharon  sin  cometer  mayores  desmanes. 

Quedé  acostado,  dolorido  y  pensando  en  mis  buenos  soldados;  hasta  mí  llegó' 
|)oco  después  el  estruendo  de  disparos  de  cañones  y  fusiles.  Indudablemente  se  es- 
taba combatiendo,  y  yo,  ¡pobre  de  mil,  nada  podía  hacer  para  ayudarles,  ni  aun 
para  buscar  la  honrosa  muerte  que  tanto  ambiciona  el  soldado. 

Usted  sabe  todo  lo  <lemás.  Al  sonar  los  primeros  cañonazos  enemigos,  toda  la 
columna,  que  ya  esta!)a  cruzando  el  vado,  s<!  desorganizó;  los  comandantes  Jaspe  y 
Rspiñeira,  lejos  de  contencT  a  los  que  huían  y  hacer  frente  al  enemigo,  apresuraban 
el  paso,  empujando  a  los  fugitivos  hacia  Lares.  Sólo  Olea  y  sus  artilleros  conserva- 
ron la  sangre  fría  en  medio  de  tanta  confusión.  Toda  la  artillería  pasó  al  otro  lado,  y 
en  una  loma  cercana,  Olea  emplazó  sus  callones  y  allí  esperó  órdenes  para  romper 
el  fuego,  ónlenes  tpie  no  pudo  recibir  por(jue  no  había  cpiien  inidicise  dárselas;  en- 
tonces cargó  todo  el  material,  y  sin  escolta  emprendió  la  retirada.  Después  supe  cpc' 
este  joven,  recién  salido  de  la  Academia  de  vSegovia,  llegó  a  Arecibo,  y  más  tarde  a, 
San  luán,  sin  grandes  ¡pérdidas,  solamente  un  cabo  y  un  artillero  muertos  y  tandiién 
un  mulo. 

Pos  voluntarios  tampoco  dispararon  un  tiro;  so 
niente,  f.ucas  blernáncle/  Martínez,  con  algunos  sóida 
contestaron  el  fuego  hasta  agotar  sus  municiones,  la 
guerrilleros  pelearon  con  valor,  y  des|més  del  comba 
ocultos  en  el  monte  y  a  retagu 
currirse  atravesando  el  Citiasio  hr 


P)S" 


esta 


la 


pues  estatian  muertos  d 
cjue^  ignoro. 

Al  siguiente  día,  14  < 
los  ata  (pies  y  t:alumnias 


enenngo,  y  y 
res,  aguas  arril 

entonces  él  y 
in  a  una  casa 
'  fueron  hecho; 


tmente  Oses  y  el  segundo  te- 
os,  dieron  cara  al  enemigo  y 
ibién  ''jíta'ücJio  f)ascarán  y  sus^ 
?  pasaron  to<la   aquella  noirhe 

de  madrugada   pudieron   es- 
a  i\iA  vado  de  Zapata. 
:!l  teniente  Mernández  se  ocub 
rercana  eo   busca,  de  conu'da,, 

prisioneros  en  cirt:unstancias 


agosto, 
•  mucho 


uenzó  la  tregua,  y  desde  entonces  fuí  blanco  de 
piienes,  a  voz  en  cuello,  pedían  nada  menos  cpiC' 


C  R  O  N  T  C  A  S  319 

mi  fusilamieiiio,  acusándome  de  t:ol)ard(%  de  traidor  y  basta  de  (|iie  me  lialiía  ven- 
dido ;il  enemigo  por  la  suma  de  20.000  dólares.  Sólo  luí  procesado  militarmente,  y 
por  fin  el  más  alto  tribunal  de  España  decretó  m¡  absolución,  con  los  pronuncia- 
mientos más  honrosos  que  yo  podía  esperar;  y  aquí  me  tiene  usted,  amigo  mío,  ele 
vicecónsul  de  España  en  esta  ciudad  de  Santiago  de  Cuba. 

El  día  13,  por  la  tarde,  fui  hecho  prisionero  en  la  casa  de  Blandín,  donde  estaba 
padeciendo  de  mis  heridas;  los  cirujanos  americanos  me  atendieron  y  curaron  con 
esmero,  llevándome  en  una  ambulancia  a  bas  Marías  a  casa  del  alcalde  Olivencia,  y 
tanto  a  el  como  a  su  bondadosa  fa,milia  debo  favores  inolvidables.  Algunos  días 
después  fui  conducido  a  AbiA'agüez  y  una  vez  allí  ingresé  en  el  hospital  militar;  pero 
como  estuviese  mi  familia  en  aquella,  ciudad,  se  me  concedió  permiso  para  unirme  a 
ella,  hat)itando  en  una  casa  particular,  donde,  diariamente,  recibía  la  visita  del  capi- 
tán encargarlo  de  h;)S  prisioneros. 

Pcrman.ecí  en,  can.ia  hasta  t^l  iS  de  septiembre,  día  en  que  me  levanté  y  [jude  an- 
dar con  muletas.  Tanto  se  hablí')  contra  mí,  (pie  mis  enemigos  de  la  víspera  tuvieron 
<p,ie  (h'fenderme;  el  comandante  Benhaní  y  el  cirujano  Savage,  que  me  curó,  publica- 
ron en  la  f)rensa  de  Mayagüez  dos  certifurados,  los  cuales  le  incluyo. 

Los  ha.bit;mtes  de  atpiella  noble  ciiulad  me  hicieron  el  honor  de  enviarme  un 
mensaje  de»  dc!Spedida,,  que  también  le  remito. 

Foco  me  resta  que  añadir;  cumplí  s¡enq)rc  con  mi  deber;  tal  ve^;  bajo  el  influjr» 
de  las  circunstancias  y  de  los  contradictorios  informes  (p,ie  a  cada  instante  recibía, 
cometí  errores,  pcu-o  nunca  traiciones  ni  cobardías,  lóesde  el  24  de  abril  al  1 3  da 
agosto,  crucé  con  el  capitán  general  más  de  cien  telegramas,  cuyas  co¡;>ias  y  origina- 
les le  envío;  en  muchos  de  ellos  af)robal)a  nn"  conducta,  y,  sin  embargo,  el  día  15  de 
agosto  ordenó  rui  proccísanhento  y  prisión,  tan  pronto  me  presentase. 

1'*odavia  prisionere,  ni)tuve  permiso  del  generaJ  .Scinvan  para  redactar"y  renu'tir- 
le  un  minucioso  diario  de  o|;)eraciones  que  cerré  con  fecha  l  2  de  agosto.  Todo  esto- 
hice,  V,  a  pesar  de  ello,  se  me  acusó  de  siicncio  estudiado  v  puuif>!e. 

Yo  tenía  enemigos;  eran  consecuencias  de  mi  carácter,  exclusivamente  militar, 
y  (|ue  no  se  pk^gaba  a  ciertos  manejos  y  exigencias  de  los  cacitjues  políticos.  Infiesta, 


A  .     K  1  \-  1{  R  O    «I 


y  Carnó  nunca  fueron  ñus  anugOH.  Usted  los  amocm  mejor  <,|uc  niiám.  Yo  sé  que  el 
último,  con  sus  injusticias,  fué  una  de  las  causas  de  que  usted  tronchase  su  carrera 
militar.  jQuién  no  conocía  en  esa  Isla  cl  carácter  atrabiliario  del  coronel  I).  Juan 
( 'amé)?  lodos  recordarán,  seguramente,  sus  muchos  vicios  y  sus  pocas  virludes.  No 
culpo  al  general  Macías  d(>  ¡o  mu<dui  cpie  hizo  contra  mí;  él  era  un  valeroso  y  noble 
nuütar;  no  fué  él  responsable  de  lo  mal  tpie  se  emplearon  las  fuerzas  y  elementos 
para  rlefender  a  Put^rfo  Rico;  culpa  fué  de  la  camarilla  que  le  rodeaba. 

Id  coronel  San  Martín,  en  J'once,  )'  yo  im  MayagUez,  sufrinu)s  vejaciones  y  ofen- 
sas como  usted  no  puede  figurars(>. 

No  olvide  man<Iarme  un  ejem|d:u-  de  su  libro  cuauílo  vnló  editado.  Me  consta. 
{|ue  usted  tiene  datos  para  esta  historia  tpie  a  muchos  quitará  el  sueno;  pero  tam- 

So}'  suyo  aleclísinuj  amigo  q.  h.  s.  m.. 


Santiago  de  Cuba,  22  d(í  ju 


< '  K  o  N  1  (    A  S 


La  brigada  Schwan  entra  en  Mayagüez.  ^  Al  siguicüile  {lí:i,  ii  ríe  amjsto 
<le  18()8,  de  mañana,  toda  la  bri<rada  levantó  el  canifX)  y  muy  IcMitanientc  y  con  gran- 
des precauciones  tomó  la  carrelt^-a  hacia  Mayagücz.  Tales  precauciones  eran  super- 
finas, pues  como  dijo  más  tarde  el  general  Schwan:  ^^i'i^hueí  Soto,  llie  fomandt'r, 
hitllcd  up  stakes  ». 

A  las  ocho  y  media  de  la  mañana  lew  escueliiu.  a  cu\-a  ca!)eza  marchal^a  Maleo 
I^ijardo,  tremolando  la  bandera  de  Ja  Unión,  etitraron  en  la  ciudad,  y  siuiiicndo  la 
calle  de  la  Candelaria,  se  detuvieron  frente  a  la  Casa-Ax^unlanuenlo.  Allí  estaba  el 
doctor  'b:iiseo  Voxú.  y  (millot.  alcalde  municipa.l  de  Mayagiiez.  y  formados  en  la  ca- 
llf\  descansando  sobre  sus  viejos  fusiles,  hasta  doce  policías  numicipales.  b'aiardo, 
;Hl(»lantándos(%  ordencj: 


•^st.i  luer/a  i,\\w,  rmda  las  armas,  f)orí|ue  vov 


llera  americana  en  < 


A  lu  cual  contestó  el  alcalde  Y  (mi: 

l'^'Sí'a  íuerza  no  rendirá  las  armas  hasta  (pie  vo 


es  |)equ 


322  A  .     R  I  V  E  R  o 

IMateo  Fajardo,  amigo  personal  del  doctor  Font,  sonrióse,  tomó  a  broma  el 
caso  y  siguió  hasta  el  hospital  y  cuartel  de  infantería,  donde  fué  izada  la  bandera  de 
ios  Estados  Unidos.  A  las  nueve  de  la  mañana  entró  en  la  ciudad  el  grueso  de  las 
fuerzas  americanas,  llevando  en  cabeza  la  caballería  del  capitán  Macomb,  siguiendo  el 
general  en  jefe,  su  Estado  Mayor,  artillería,  infantería  y  el  tren;  toda  la  columna  se 
detuvo  frente  al  Municipio,  continuando,  poco  después,  su  marcha.  Allí  quedaron  el 
general  Schwan  y  su  Estado  Mayor,  que  subieron  al  salón  de  actos;  las  músicas 
tocaban  y  las  banderas  flotaban  al  aire.  Acerca  de  lo  que  allí  aconteciera  escribe 
dicho  general: 

Muchos  de  los  más  prominentes  ciudadanos  me  felicitaron  en  la  oficina  del  al- 
calde, declarando  que  ellos  quedaban  sujetos  a  mis  órdenes;  el  populacho  dio  a  las 
tropas  la  más  entusiasta  recepción. 

En  tanto,  la  columna,  que  había  atravesado  la  ciudad,  salió  hacia  el  camino  de 
Maricao  y  acampó,  a  milla  y  media,  en  los  terrenos  conocidos  por  «Sabana  de 
Cuevas». 

Y  ahora,  como  valioso  obsequio  a  mis  lectores,  copiaré  nuevos  párrafos  del  libro 
de  Karl  Stephen: 

«Las  aceras,  balcones,  ventanas  y  azoteas  estaban  atestadas  de  curiosos  de  todas 
edades,  condiciones,  colores,  tamaños  y  grados  de  belleza;  en  cada  esquina,  en  cada 
plaza,  una  multitud  de  las  diversas  clases  populares,  atronaba  el  aire  con  bravos  y 
Tjivas^  regulando  su  entusiasmo  según  el  tamaño  de  los  cañones  que  pasaban  ante 
ellos. 

Es  fácil,  para  cierta  gente,  vitorear  con  frenesí  la  llegada  de  un  invasor,  no  im- 
porta quién  sea,  y  hasta  los  mismos  chinos  hubiesen  sido  recibidos  con  iguales  acla- 
maciones, si  ellos  hubieran  entrado  como  héroes  y  conquistadores.  En  las  casas  de 
los  aristócratas  no  se  notó  demostración  en  ningún  sentido,  con  una  sola  excep- 
ción. Habíamos  doblado  la  calle  de  Mirasol,  entrando  en  la  Candelaria,  y  la  cabeza 
de  la  columna  casi  no  había  llegado  a  la  plaza,  cuando  la  banda  rompió  con  «The 
Stars  and  Stripes  for  ever».  De  improviso  se  oyó  un  crujido,  y  se  abrieron,  brus- 
camente, las  persianas  de  un  balcón,  en  cierta  casa  de  bello  aspecto,  situada  a  la 
izquierda,  y,  poco  después,  una  linda  joven,  con  lágrimas  en  los  ojos,  se  inclinó  hacia 
la  acera,  agitando  en  sus  manos  la  bandera  americana  (Oíd  Glory)^  sobre  nuestros 
andrajosos  uniformes  de  soldados. 

Por  un  instante  enmudecimos  de  asombro  ante  aquella  aparición;  después,  todos 
nos  descubrimos,  y,  por  vez  primera,  en  aquel  día,  taladramos  los  cielos  con  un  grito 
vigoroso  y  largo.  El  principio  fué  epidémico^  y  de  todas  partes  surgieron  clamores  y 
gritos,  como  si  el  universo  se  hubiese  trocado  en  una  turba  de  locos,  al  simple  mo- 
vimiento de  las  manos  de  una  niña. 

Su  nombre  era  Catalina  Palmer,  quien  después  casó  con  un  teniente  americano; 
pero  esto,  como  diría  Kipling,  es  otra  historia. 

En  una  esquina,  cierta  dama  anciana  y  ricamente  vestida,  arrojaba  puñados  de 
ciequeñas  monedas  de  plata,  y  hasta  en  algunos  sitios,  trotamos  (el  que  habla  era 


CRÓNICAS  323 

plaza  montada)  sobre  un  lecho  de  flores,  esparcido  a  nuestros  pies  por  muchachas 
campesinas.  Banderas  de  Inglaterra,  Alemania,  Francia  e  Italia,  se  veían  por  todas 
partes;  los  bomberos,  de  uniforme,  desfilaron  en  parada  de  honor  con  todo  esplen- 
dor, y  saludamos,  después,  con  grave  dignidad,  a  la  gran  estatua  de  Colón,  que  se 
yergue  en  el  centro  del  pueblo. 

Para  aquellos  que  en  este  día  entramos  en  MayagUez,  ninguna  de  dichas  cosas  se- 
rán olvidadas  jamás.  Estábamos  flacos,  bronceados,  desgreñados  y  sin  afeitar;  sucios, 
andrajosos  y  enseñando  los  dedos  de  los  pies  a  través  de  los  zapatos;  los  sombreros 
llenos  de  agujeros,  y  a  los  pantalones,  difícilmente  podría  dárseles  este  nombre;  mu- 
chos, cojeábamos  ignominiosamente.  Era  la  impresión  popular,  en  Puerto  Rico,  de 
que  cada  soldado  americano  era  un  opulento  millonario,  y  por  eso  se  notó  alguna 
contrariedad  por  nuestro  evidente  desprecio  a  ciertas  superfluidades  de  elegancia. 
Pero  es  preciso  detenerse  a  pensar  que  no  vinimos  a  las  Antillas  para  hacerle  el  amor 
a  las  lindas  mayagüezanas. 

A  la  primera  hora  de  la  tarde  acampamos  milla  y  media  fuera  de  Mayagüez,  y 
aquí  permaneció  el  Cuerpo  principal  hasta  agosto  1 3.  El  terreno  del  campamento  era 
pésimo;  un  verdadero  hoyo,  rodeado  de  lomas  y  en  extremo  pantanoso.  Como  nos 
-estaba  vedado  ir  a  la  ciudad,  aparecíamos  de  mal  humor;  sentados  a  las  puertas  de 
las  tiendas,  nos  entreteníamos  en  contar  nuestras  miserias  a  los  irresponsables  pára- 
mos, con  los  pies  húmedos  y  absorbiendo  los  juguetones  gérmenes  de  la  malaria. 

La  misma  tarde  de  nuestra  llegada  entró  en  puerto  un  transporte  con  el  primer 
regimiento  Voluntarios  de  Kentucky,  quienes,  durante  algunas  semanas  se  acanto- 
naron en  la  ciudad,  haciendo  servicios  de  policía  y  rompiendo  corazones.  Más  tarde, 
los  conocimos  bien,  y  cuando  se  alejaron  hacia  Ponce  los  perdimos,  con  verdadera 
tristeza;  tenían  mucho  dinero  y  lo  gastaban  libremente;  a  nosotros,  los  de  la  Brigada 
Regular^  se  nos  debían  las  pagas  de  tres  meses.» 

De  las  Marías  al  Ouasio. —  Tomando  mi  relato  en  el  punto  donde  lo  dejé,  pro- 
curaré enterar  al  lector  de  aquello  muy  doloroso  que  aconteciera  al  coronel  Soto  en 
Las  Marías,  y  que  él  omitió  en  su  carta.  Estaba  dicho  jefe  alojado  en  casa  del  alcalde 
Olivencia,  y  allí  se  celebró  la  noche  del  12  un  Consejo  de  jefes,  al  que  asistieron 
el  teniente  coronel  Oses,  los  comandantes  Jaspe  y  Espiñeira,  todos  de  infante- 
ría, y  también  el  teniente  Olea.  Soto,  desde  la  cama,  presidió  el  acto,  y  en  él  leyó 
el  telegrama  del  general  Macías,  ordenándole  que,  si  estaba  enfermo,  entregara  el 
mando  al  teniente  coronel  Oses,  entrega  que  ya  se  había  realizado,  y  seguidamente 
comenzó  la  discusión. 

El  primer  jefe  de  Alfonso  XIII,  comandante,  desde  aquel  momento,  de  toda  la 
columna,  opinó  que  se  debía  cumplimentar  la  orden  del  capitán  general,  cuando 
íuese  posible  cruzar  el  río  Guasio,  actualmente  crecido,  siguiendo  hasta  Lares.  Los 
demás  aprobaron  el  plan;  el  teniente  Olea,  de  artillería,  haciendo  valer  sus  privile- 
gios de  jefe  de  Cuerpo,  sostuvo  con  calor  que  debía  esperarse  al  enemigo  en  aque- 
llas formidables  posiciones  del  cementerio,  y  que  él  se  comprometía,  con  sus  caño- 
nes, a  tenerlo  a  raya  todo  el  tiempo  necesario. 


;tf^n:,¡,M  ■■'■  :,■■ 

^.-:,¿*'-i-;ii;:.:«V.. 

...  im 


l*""iié  derroiado  y  f)rcvaieciú  el 
■ritcrio  úc  Oses,  quien  en  voz 
lita  trató  despcctivanienle  al  co- 
HMiel  Soto,  haciéndole  imputa- 
ie.ncs  de    «c|iic    no  era   verdail 

tuviese  litM-idf)»,  y  «-(.mtiiiyó 
ser  aban- 


herido,  ¡>ara  tjue  i:ayese  en  manos  de  sus  perscgaiidoreS'.-.  La  cnorgía  de  at|ue11a 
rlama,  madre,  del  Sr.  Olivencia,  actual  secretario  de  la  niunicipaHdad  de  Mayagiiez, 
hizo  impresjún  lavorahlc,  y  f)or  esto  se  tomó  acuerdo  de  que  Soto,  en  camilla,  si- 
gaiiese  a  la  columna,  pero  transportado  por  paisanos,  porcpie  ".no  podía  distraerse  a 
la  tropa  en  tales  funciones-'. 

Oses,  IÍS})ineira  y  jaspe,  capitanes  (jonzález,  (¡arcía  Cuyar,  Torrecillas  y  otros,  se 
retiraron  a  su  alojamiento  en  la  c  isa  del  rico  agricultor  y  comerciante  José  Pérez. 
Soau,  comandante  Salazar,  ca,pitán  lliscarán,  teniente  (iraila  \^  otros  de  Voluntarios,, 
así  como  el  ca],)it,án  Serena,  de  Alfonso  XIII,  se  alojaron  en  la  casa  del  comerciante 
losé  Ou ¡sea Iré, 

Hacia  el  vado.— l'na  hora  después  las  cornetas  tocaron  llamada,  y  las  fuerzas, 
silenciosamente,  formaron  en  la  plaza;  las  acémilas  fueron  cargadas,  se  avisó  a  Soto 
para  que  se  incorporase  a  la  colunma,  y  todos  salieron  del  pueblo,  siguiendo  el  ca- 
mino de  herradura  que  conduce  ai  paso  de  Lares,  sobre  el  río  (luasio.  ,La  noche  era 
obscura,  lluviosa,  y  el  t(nTCno  rcísbaladizo;  a  cada  instante,  hombres  y  nH,ilos  rodaban 
cuesta  abajo;  l'ué  preciso  descargar  los  cañones  y  transf)ortarlos  a  brazo.  „Así  se  reco- 
rrieron dos  IvÜ.'nnetros,  más  o  menos,  hasta  llegar  a  la  orilla,  del  río.  \'enía  éste  cre- 
cido con  el  volumen  de  sus  propias  aguas  y  por  las  del  .Mayagiiecillo,  que  vierte  su 
caudal  de  alUientt-  media  ndlla,  hacia  arriba.  „\11í  pa,só  la  C(,)lunma  todo  el  resto  de  la 


Al  amanecer,  un  guerrillero,  Ibáñez,  ( ¡uardia  civil  licenciad!,»,  vadeó  el  río  con  su 
alto,  \'  al  regresar  fué  arrollado  y  pereció.  Las  aguas  no  l^ajaban;  eran   las  nueve 


CRÓNICAS 


325 


de  la  mañana,  y  entonces  Suau  dijo  que  él  era  práctico  en  aquellos  sitios,  y  que  cono- 
cía otro  paso,  el  de  Zapata,  que  por  estar  aguas  arriba  de  la  desembocadura  de  un 
afluente,  sería  de  fácil  paso,  y  seguidamente  toda  la  fuerza  marchó  hacia  el  nuevo 
vado,  siguiendo  la  orilla  del  río. 

A  esta  hora  el  capitán  Bascarán,  a  caballo,  se  dirigió  al  pueblo  de  Las  Marías,  en 
donde  entró,  encontrándose  de  improviso,  y  al  revolver  una  esquina,  con  la  caballe- 
ría enemiga  del  teniente  Valentine.  Uno  y  otro  aparecieron  sorprendidos;  pero  muy 
pronto  el  teniente  dio  órdenes  para  que  un  pelotón  capturase  al  valiente  guerrillero, 
y  varios  jinetes,  sable  en  mano,  galoparon  hacia  él.  Bascarán  volvió  grupas,  y  a  todo 
correr  por  aquellas  resbaladizas  veredas,  ganó  gran  trecho  a  sus  perseguidores,  y  ba- 
jando la  loma  de  la  Maravilla  se  incorporó  a  sus  guerrilleros,  a  los  cuales  emboscó  a 
media  ladera,  y  desde  allí,  más  tarde,  tiroteó  a  las  avanzadas  americanas,  pudiendo 
asegurarse  que  las  pocas  bajas  sufridas  por  éstas  fueron  causadas  por  dicha  guerrilla, 
la  cual  permaneció  después  del  combate  oculta  y  a  retaguardia  de  los  soldados  ame- 
ricanos, y  por  la  noche  cruzó  silenciosamente  el  Guasio,  incorporándose  a  las  tropas 
españolas,  que  se  habían  retirado. 

La  columna  Oses  llegó  al  paso  de  Zapata,  y  tampoco  pudo  cruzarlo,  por  lo  que 
se  vio  precisada,  nuevamente,  a  vivaquear  en  la  orilla  del  río.  Había  cerca  una  pequeña 
casa,  y  a  ella  fueron  muchos  soldados,  encendieron  lumbre  y  prepararon  algún  café, 
■esperando,  mientras  se  desayunaban,  el  descenso  de  las  aguas.  Una  hora  más  tarde  la 
corriente  fué  menos  rápida,  y  después  de  cuidadoso  reconocimiento,  el  jefe  de  la  co- 
lumna ordenó  la  marcha,  vadeando  el  ríoí  comenzó  el  movimiento,  sosteniéndose  mu- 
tuamente infantes  y  jinetes,  y  todos  en  fila  india.  Ya  había  cruzado  la  mayor  parte  de 
la  columna,  y  sólo  restaba  hacerlo  a  una  parte  de  la  compañía  del  capitán  González, 
que  mandaba  la  retaguardia,  cuando  sonaron  algunos  cañonazos  seguidos  de  tiros  de 
fusil;  era  el  enemigo,  quien,  situado  en  la  loma  de  la  Maravilla, 
ametrallaba  a  los  de  abajo,  a  medio  tiro  de  Máuser. 

La  confusión,  rayana  en  pánico,  fué  grande;  la  mayor  parte  de 
la  retaguardia,  con  las  guerrillas  montadas  en  cabeza,  se  echó  al  río, 
cruzándolo  y  ocultándose  entre  la  arboleda  de  la  otra  margen;  un 
mulo  de  ruedas  de  la  sección  de  artillería,  herido  de  bala,  desapa- 
reció entre  las  aguas;  muchos  infantes  nadaban  agarrados  a  las 
colas  de  los  caballos. 

El  teniente  coronel  Suau,  jefe  de  Voluntarios,  picó  espuelas,  y 
-con  dos  Guardias  civiles  de  caballería  y  el  guerrillero,  también 
montado,  Grana,  como  guía,  galopó  agua  abajo,  y,  arrojándose  al 
río,  lo  cruzó  e  internóse  en  las  lomas,  llegando  sin  novedad  al  otro 
lado.  Oses,  y  el  segundo  teniente  Lucas  Hernández,  que  mandaba 
la  extrema  retaguardia,  reunieron  alguna  gente,  y  arengándola,  contestaron  con  sus 
Mausers  al  fuego  del   enemigo;  este  tiroteo  duró  poco  más  de  un  cuarto  de  hora; 


A  ,    K  1  V  I-:  \<  o 


después,  casia  cual  buscó  refugio 
donde  pudo,  unos  en  ,1a  maleza  v 
otros  en  Jas  casas  cercanas.  ()sés 
y  Hernández  se  dirigieron  a  la  de  un 
campesino,  y  como  estaban  ham- 
brientos, mandaron  preparar  algún 
refrigerio.  Humeaba  sobre  la  tosca, 
mcisa  una  cazuela  de  arroz  con  pollo, 
y  en  alto  ya  las  cucharas,  invadió  la 
casa  un  grupo  de  soldados  enemigos 
<t--¿^  y  .ñ'ienieiite  u,,;rn;í«dc/. (|ue,  ordcuaudo  «hands  up»,  captu- 

raron a  los  dos  oficiales,  a  quienes 
por  lo  demás  se  permitió  consun,ur  su  pitanza,  que  compartió  con  ellos,  más  tarde, 
P'<luardo  Lugo  Viña,  jefe  de  los  escuchas  del  general  Schwan. 

He  dicho  que  la  mayor  ¡larte  de  la  fuerza  csf)añola  cruzó  el  río  (niasio  por  el  vado 
Zapata;  despu(5s  subieron  por  un  camino  de  cabras,  barrio  Perchas,  liasta  Ja  casa  de 
(,)ronoz,  donde  se  les  incorporó  ,Suau,  siguiendo  todos  a  bares,  adon<le  llegaron  sin 
novedad. 

Nf»  debo  omitir  que  tan  [)ronlo  como  la  sección  de  montaña  cruzó  el  río,  el 
l<;nientc  (,)lca  emplazó  sus  dos  cañones  en  una  loma  que  dominaba  el  p:,iso;  y  allí, 
auncpie  sin  hacer  fuego  ('por(|ue  no  recibió  órdenes  para  ello),  esperó  media  hora, 
tienqio  bastante  para  (jue  los  soldados  y  voluntarios  (p,ie  huían  se  reorganizaran,  res- 
tableciéndose la  disciplina.  .M  siguiente  día,  muy  temprano,  este  nu'smo  teniente, 
con  unos  pocos  artilleros,  volvió  al  (iuasio,  se  arroj<')  al  agua,  y  (,lesj,>ués  de  mucho 
trabaj(,>,  recuperó  las  ruedas  perdidas  el  día  anterior. 

VoIva,nu->s  ahora  ai  campamento  de  la  brigada  Swan,  donde  dejamos  al  sargcailo 
.St(»phen  lamentándose  d(!  su  mala  suerte,  y  recordan<lo  tal  vez  <',ciei  to  vals  (p,ie  liailó 
con  alguna  persona  algunos  meses  ant(\s^->.  l'ara  uuiyor  (exactitud  de  este  relato,  copia,ré 
algruuis  párrafos  de  la  carta  oficial  cpie  con  fecha  22  de  agosto  dirigió  el  geficraf 
Schw^un  a  su  j(;fe  de  Instado  Mayor  J.  C.  (iilmore: 

^d,)car  Sir:  destacamentos  del  escuadrón  de  caballería  salieron   de  MayagUcz 

en  la  lartle  dr^I  1  i  liacia  los  dos  caudnos  ipie  conducen  a  I.a,res;  el  de  1a  derecha,  ha^ 
cía  el  ( >esle,  fué  seguiílo  por  algún  tienspc,!;  pero  irierta  información,  al  parecer  vor- 
dadeni,  sialalo  el  grueso  principal  del  eiiemigu  por  el  otro  camino,  hacia,  el  l^ste, 
que  condu(,-(!  al  ¡nudilo  de  .Maricao.  l'sla  hierza  española  marchaba  rápidamente,  lle- 
vando su  inqx'dimtaita  a  lomo  de  nuilas;  tauduén  Ik^gó  noticia  de  que  tro|:)as  enemi- 
gas, en  )uun(,-ro  cofisiderable,  y  de  diferentes  lugares,  incluyendo  Aguadilla  y  Pe- 
pino, estaban  !l(>va,udo  a  cabo  una  con<,aMitraci<'in  ¡^ara  atacar  nu'  conumdo  P 


L( 


(■  K  O  M  I  (■  A  S  327 

Aunque  no  nic  causaron  irn|)resión  tales  avisos,  ordené,  sin  embargo,  reforzar  los 
puestos  avanzados  y  nomliré  un  t)ficial  ele  campo  a  cargo  de  ellos.  Una  partida  de 
cal)allería  cpie  había  rccrmocido  el  camino  hacia  Las  alarías,  regresó  en  la  tarde 
del  12,  anuncian<lo  i|ue  la  retaguardia  española  estaba  aún  a  citico  millas  de  Maya- 
güez  y  (pie  nuu'chaba  muy  lentamente.  En  el  acto  dctcrrm'iié  perseguirlos,  y  si  posi- 
ble era,  capturarlos  o  dÍKf)erK;u-loK,  Y  por  eso,  mi  primer  intención  fué  salir  con  todo 
el  comando;  después  reflexioné  (¡ue  no  debía  hacerlo.  La  ciudad  y  campes  cercanos 
estaban  en  estado  de  gran  cxcitaci<)n,  llenos  de  desertores,  guerrilleros  y  gente  que 
descendía  de  las  montañas  en  griifios,  no  teniendo,  además,  informes  ciertos  del  ni'i- 
mero,  espíritu  y  situación  de  la  fuerza  enenu'ga  que  podía  caer  sobre  Mayagüez; 
aparte  de  todo  esto,  el  resto  de  mi  l)riga(la  estaba  exhausto,  como  resultado  de  las 
marchas,  combates  y  servicios  tle  avao;';ída  en  h>s  anteriores  días,  entre  copiosos 
aguaceros  (pjc,  nuis  tarde,  convirtieron  el  campamento  en  un  verdadero  /¡oyó  de. 
íauf^o. 

Por  otra  parte,  el  camino  hacia  L;ires,  ex[)edito  en  las  primeras  ocho  ñuflas,  era 
intransitable  para  vehículos  de  rueda,  y  esto  me  r(X"ordé)  que  el  mayor  general  co- 
mandante me  ha!)ía  ordenado  ir  a^  Lares  por  el  camino  de  Aguadilla.  lJeci<lí,  por 
ultimo,  ordenar  un  reconocimiento  en  fuerza  al  ruando  del  teniente  coronel  Burke». 
■del  1  I.*'  de  infantería,  para  acosar  al  enemigo  y  retardar  su  marcha. 

Esta  expedición  se  formó  con  seis  compañías  de   infantería,  im  ¡lelotón   <le  a,rt¡- 


328  A  .     R  I  V  E  R  O 

Hería  y  otro  de  caballería,  que  emprendieron  la  marcha  a  las  diez  de  la  mañana, 
agosto  12.  Llevaban  convoy  de  raciones  para  tres  días  y  el  bagaje  de  la  infantería; 
fué,  por  tanto,  una  columna  móvil,  desprovista  del  tren  de  carros.  Agobiados  por  el 
excesivo  calor  y  fuertes  chubascos  marcharon  cerca  de  nueve  millas,  hasta  un  punto 
donde  se  unen  los  dos  caminos  antes  mencionados  (Los  Consumos). 

Como  yo  no  tuve  noticias,  durante  la  noche,  del  coronel  Burke,  resolví  arreglarlo 
todo  para  marchar  en  su  auxilio,  y  ya  el  resto  de  la  brigada  estaba  dispuesta  y  los 
carros  cargados,  cuando  llegó  un  correo  de  aquel  jefe  anunciándome  las  dificultades 
que  retardaban  su  marcha  y  la  presencia  en  Las  Marías  de  una  fuerza  española  que 
él  estimaba  entre  I.200  y  2.500  hombres.  Esta  fuerza,  decía  el  coronel,  había  tomado 
posiciones  defensivas  y  una  parte  marchaba  contra  él 

Dejando  la  infantería  y  la  artillería  a  cargo  del  coronel  De  Russy,  avancé  con 
mi  Estado  Mayor  y  la  caballería  Macomb  para  unirme  a  Burke.  Encontré  esta  fuer- 
za a  dos  millas  y  media  al  Norte  de  Las  Marías;  la  infantería  en  posición,  pegada  al 
terreno  y  al  abrigo  de  un  barranco  sobre  el  camino,  el  cual  descendía  por  la  de- 
recha hacia  el  valle  del  río  Prieto  (Guasio). 

Una  altura  cercana  (loma  de  la  Maravilla)  fué  elegida  para  emplazar  los  dos  ca- 
ñones, y  desde  ella,  tanto  la  artillería  como  la  infantería,  hacían  fuego  hacia  abajo. 
Esta  posición  dominaba  y  permitía  ver  el  valle  del  río  y  más  allá,  a  su  orilla  derecha, 
el  camino  que  subía  a  las  montañas  a  distancia  de  I.200  a  I.500  yardas. 

La  fuerza  enemiga  fué  divisada  bajando  hacia  el  río  y  cruzando  éste  por  varios 
puntos  en  una  milla  de  extensión. 

Cuando  yo  había  llegado  con  la  caballería  a  un  punto  distante,  tres  millas  y  me- 
dia de  aquel  en  que  encontré  al  coronel  Burke,  hallé  una  compañía,  dejada  por  él, 
al  mando  del  teniente  Heavy,  con  instrucciones  de  reparar  el  camino  y  ayudar  al 
tren  de  vagones  a  salir  de  aquel  mal  paso.  Aquí  oí  fuego  de  artillería,  siendo  los 
cañones  disparados  a  intervalos  de  dos  o  tres  minutos.  Poco  después,  algunos  nati- 
vos llegaron  a  galope,  y  me  dijeron  que  una  creciente  inesperada  del  río  impedía  la 
retirada  española,  habiendo  cortado  en  dos  su  columna;  700  hombres  quedaban  de 
este  lado  imposibilitados  de  cruzarlo.  Estos  (ellos  decían)  hacían  frente  a  las  avanza- 
das de  Burke  y  el  fuego  había  comenzado  o  estaba  para  comenzar. 

Ante  la  gravedad  de  esa  noticia,  confirmada  por  los  cañonazos  que  estaba 
oyendo,  ordené  a  la  compañía  del  teniente  Eleavy  que  siguiese  rápidamente  hacia 
adelante  e  iguales  órdenes  transmití  al  coronel  De  Russy  para  que  hiciese  avanzar,  a 
toda  prisa,  un  batallón  del  II.°  regimiento,  al  mando  del  coronel  Gilbreath;  la  Ca- 
ballería, mi  Estado  Mayor  y  yo,  picamos  espuelas  tan  rápidamente  como  lo  permitía 
el  camino  y  seguimos  hasta  unirnos  a  Burke,  donde  he  dicho. 

¥A  combate  es  descrito  por  el  coronel  Burke  con  lujo  de  detalles  que  juzgo  inne- 
cesarios, bastando  anotar  que  la  avanzada  americana  atravesó  el  pueblo  de  Las  Ma- 
rías, llegó  a  la  loma  de  la  Maravilla  y  desde  allí  divisó  parte  de  la  columna  Oses  de- 
tenida a  la  orilla  del  río,  aunque  el  resto  de  ella  ya  lo  había  vadeado  y  subía,  enton- 
ces, hacia  las  lomas  de  enfrente.  Los  dos  cañones  al  mando  del  teniente  Rogers 
F,  Gardner,  de  la  batería  C,  del  3.°  de  artillería,   fueron  emplazados,  primero  en  el 


CRÓNICAS  329 

mismo  camino  y  después  de  algunos  disparos,  se  les  transportó,  a  brazos,  a  dicha 
loma  de  la  Maravilla,  donde  fueron  colocados  entre  dos  árboles  de  mangó  (que  aún 
existen  en  aquel  paraje)  y  con  fuego  fijante,  continuó  cañoneando,  a  tiro  de  fusil,  al 
revuelto  montón  de  infantes,  caballos  y  artilleros  que  se  debatían  en  un  estrecho 
sitio,  sumamente  pantanoso  por  las  recientes  lluvias.  El  alza  empleada  por  el  teniente 
Rogers  varió  entre  800  y  l  .000  yardas. 

El  blanco — dice  dicho  teniente — era  un  grupo  de  tropas  que  corría  en  todas  di- 
recciones por  los  caminos  o  a  campo  traviesa,  y  además,  su  tren  de  bagajes;  también 
ciertas  malezas,  dentro  de  las  cuales  se  veía  moverse  fuerzas  de  infantería.  Disparé 
en  total  seis  granadas  y  2(d  shrapnels.  Algunos  cañonazos  fueron  dirigidos,  por  or- 
den del  comandante  de  la  brigada,  a  ciertos  objetos  blancos  que  movían  los  españo- 
les. El  combate  duró  desde  las  once  de  la  mañana  hasta  la  una  de  la  tarde. 

Añade  el  teniente  Gardner  que  el  camino  estaba  en  tan  mal  estado,  que  muchas 
veces  necesitó  cinco  parejas  de  caballos  para  arrastrar  una  pieza,  y  en  otra  ocasión, 
al  cruzar  un  paso  arreglado  de  momento  por  la  sección  de  Zapadores,  tres  pares  de 
prolongas,  tiradas  por  infantes,  fueron  necesarias. 

La  fuerza  de  caballería,  que  formaba  parte  de  la  vanguardia  con  el  teniente  Va- 
lentine,  entraron  en  Las  Marías  a  las  siete  de  la  mañana  del  13,  tomaron  informes,  y 
volviendo  grupas,  esperaron  fuera  del  pueblo  la  llegada  del  teniente  coronel  Burke; 
este  jefe,  después  de  recibir  el  parte,  ordenó  el  avance  para  establecer  contacto  con 
el  enemigo.  Hízolo  así  el  teniente  (un  bravo  oficial,  a  quien  el  autor  conoció  más 
tarde),  y  llegando  al  pueblo,  lo  cruzó  sin  detenerse,  bajando  por  el  camino  que  con- 
duce, entre  cafetales,  hacia  las  vegas  de  Blandín. 

Ni  una  sola  pareja  de  guerrilleros  prestaba  servicios  de  descubierta  en  la  loma  de 
la  Maravilla.  Abajo,  a  la  orilla  del  crecido  río  Guasio,  I.400  soldados  españoles  es- 
peraban, pacientemente,  a  que  bajasen  las  aguas. 

Recuerdo,  al  llegar  aquí,  ciertos  párrafos  de  un  libro  de  Nansen,  donde  relata  lo 
que  le  ocurriera  al  desembarcar  en  un  lugar  de  Einlandia,  para  adquirir  perros  que 
tirasen  de  sus  trineos.  Encontró  una  tribu  de  finlandeses  acampados  bajo  sus  tiendas 
de  pieles,  y  cerca  de  unos  pantanos,  donde  crecían  verdes  juncos;  aquella  gente  ha- 
bía arribado  allí  antes  de  que  los  juncos  estuvieran  en  sazón  para  ser  cortados,  y  en- 
tonces decidieron  esperar  sin  impaciencia,  y  por  muchas  semanas,  a  que  llegara  el 
momento  de  segarlos. 

Así,  Oses  y  sus  oficiales,  con  ignorante  confianza  no  aprendida  en  los  libros  ni 
en  las  academias,  esperaban  a  que  el  río  Guasio  disminuyese  el  caudal  de  sus  aguas; 
detrás  de  ellos,  a  menos  de  I.OOO  metros,  había  fuertes  posiciones,  de  las  que  dan 
cabal  idea  las  ilustraciones  del  texto. 

El  teniente  Valentine  mandó  echar  pie  a  tierra  a  su  tropa  y  rompió  fuego  de  ter- 
cerola; esto  alarmó  a  los  de  abajo  y  desde  aquel  momento  dio  comienzo  la  desas- 


330  A       R  I  V  E  R  O 

trosa  retirada,  único  borrón  que  en  aquella  guerra,  unos  pocos  pusi'ánimes,  arrojaron 
sobre  la  limpia  historia  del  Ejército  español. 

El  teniente  coronel  Burke  describe  los  sucesos  que  siguieron,  de  esta  manera: 

Ellos  (los  españoles)  no  creían  que  pudiéramos  llegar  con  nuestra  artillería  hasta 
aquel  punto  en  tan  poco  tiempo;  cuando  escucharon  el  estampido  de  los  cañones 
desde  las  montañas,  se  aterrorizaron  de  tal  manera  que,  abandonados  de  sus  nervios^ 
perdieron  armas  y  equipos,  y  aun  muchos  se  rindieron  más  tarde  con  las  armas 
cardadas  en  la  mano;  como  resultado  del  encuentro  hicimos  53  prisioneros  (sin  in- 
cluir al  coronel,  un  teniente  coronel  y  un  teniente)  y  cerca  de  lO.OOO  cartuchos  de 
Máuser  y  Remington;  cinco  soldados  españoles  fueron  enterrados  en  lugar  vecino,  y 
yo  no  puedo  fijar  el  número  de  heridos,  porque  muchos  siguieron  para  Lares. 

El  general  Schwan  añade: 

Nuestro  fuego  desmoralizó  a  los  casi  hambrientos  soldados  españoles,  y  su  ret<i- 
guardia,  cuando  menos,  se  desorganizó,  escondiéndose  en  los  montes.  Una  compa- 
ñía que  bajó  al  río,  regresó  a  las  diez  de  la  noche  con  cuarenta  y  tantos  prisioneros, 
un  número  de  animales  de  carga,  etc. 

A  la  mañana  siguiente  yo  tenía  listas,  para  seguir  la  persecución,  dos  compañías 
de  infantería,  la  caballería  Macomb  y  dos  cañones,  cuando  llegó  la  orden  de  sus- 
pender las  hostilidades.  No  troops  ever  suspe^ided  with  a  worse  grace  ^ 

Dos  testigos  oculares. —  Por  el  tiempo  en  que  acontecían  los  sucesos  reseñados 
en  este  capítulo,  era  alcalde  de  San  Sebastián  Manuel  Rodríguez  Cabrero,  persona  de 
gran  prestigio  y  alta  mentalidad.  El  13  de  agosto,  a  las  once  de  la  mañana,  se  oyeron 
distintamente  en  aquella  población  estampidos  de  cañones,  y  más  tarde  ruido  de 
fusilería;  eran  los  ecos  del  combate  que  se  estaba  librando  a  orillas  del  río  Guasio. 
Poco  después  llegaron  algunos  campesinos  informando  que  tropas  españolas  habían 
vadeado  dicho  río,  con  dirección  a  Lares;  pero  que  una  parte  de  la  retaguardia,  que 
permanecía  en  la  margen  izquierda,  era  atacada  por  artillería  americana  desde  la 
loma  de  la  Maravilla. 

Inmediatamente  el  alcalde.  Rodríguez  Cabrero,  dispuso  que  los  doctores  Cancio 
y  Franco,  ambos  pertenecientes  a  la  Cruz  Roja  de  la  localidad,  marchasen  con  toda 
urgencia  al  lugar  del  combate,  provistos  de  sus  botiquines  y  ostentando  las  insig- 
nias de  dicha  Institución;  al  mismo  tiempo  tomó  otras  medidas  necesarias  y  movilizó 
todo  el  material  hospitalario  de  que  disponía,  en  previsión  de  que  llegasen  heridos 
al  pueblo. 

San  Sebastián  estaba  guarnecido  por  una  compañía  de  voluntarios  al  mando  del 
capitán  Arocena,  fuerza  que  permaneció  inactiva,  tal  vez  por  carecer  de  instrucciones» 

Los  doctores  mencionados,  a  caballo  y  con  sus  botiquines  de  campaña,  marcha- 

1     Nunca  una  tropa  suspendió  sus  operaciones  con  tan  pésima  suerte. — N.  del  A. 


CRÓNICAS 


331 


ron  hacia  el  lugar  de  la  acción  por  un  camino  vecinal  llamado  de  las  Calabazas,  y  sin 
encontrar  fuerza  armada  de  ninguna  clase,  llegaron  al  vado  de  Zapata,  cruzaron  el 
río  y  subieron  por  la  margen  opuesta  hasta  una  pequeña  casa  que  allí  había,  propie- 
dad de  Gerardo  González,  donde,  con  gran  sorpresa,  encontraron  al  teniente  coronel 
Oses,  al  segundo  teniente  Lucas  Hernández,  a  un  sargento  y  varios  soldados  españo- 
les. El  primero,  adelantándose,  manifestó  al  doctor  Franco  (de  quien  era  amigo)  «lo 
difícil  de  su  situación,  a  causa  de  los  graves  acontecimientos  desarrollados  poco 
antes,  y  también  por  encontrarse  muy  enfermo  y  con  fiebre  altísima».  Ambos  facuL 
tativos  le  ofrecieron  sus  servicios,  y  el  doctor  Cancio,  trayéndolo  a  lugar  apartado, 
le  manifestó  que  estaba  dispuesto,  y  lo  mismo  su  compañero,  a  conducirles  a  él  y  a 
todos  sus  soldados  a  lugar  seguro  y  al  otro  lado  del  río;  añadió  que  era  muy  prác- 
tico por  aquellos  caminos,  como  lo  probaba  el  haber  llegado  allí  sin  ser  notado  por 
las  tropas  enemigas.  Oses  contestó  que  no  deseaba  marcharse,  porque  sentía  agota- 
das sus  fuerzas  a  causa  de  la  fiebre  y  el  cansancio;  a  lo  cual  argüyó  su  interlocutor 
ofreciéndole  su  caballo;  pero  como  aquel  jefe  opusiese  la  más  tenaz  negativa  no  se 
volvió  a  hablar  del  asunto. 

Como  alguien  dijera  a  dichos  facultativos  que  en  paraje  no  distante  había  un  ar- 
tillero español,  gravemente  herido,  abandonaron  la  casa  de  González  para  ir  en  su 
busca.  Entonces  el  teniente  coronel  Oses  les  recomendó  «que  se  avistasen  con  los 
soldados  enemigos,  avisándoles  de  su  presencia  en  aquel  sitio  y  que  deseaba  ren- 
dirse con  todos  los  que  le  acompañaban»;  pero  aquéllos  resolvieron  no  hacer  nada, 
por  creer  contrario  a  sus  funciones  de  neutralidad  en  la  Cruz  Roja  el  desempeñar  taf 
comisión. 

A  poco  rato,  y  al  volver  de  una  vereda,  fueron  detenidos  por  una  avanzada  de 
americanos,  quienes  apuntándoles  con  sus  fusiles  les  dieron  el  alto;  pero  como  obser- 
vasen las  insignias  de  la  Cruz  Roja,  bajaron  sus  armas,  y  todos  juntos  siguieron  ade- 
lante hasta  dar  con  el  artillero.  Yacía  éste  en  tierra,  herido  mortalmente  de  un  balazo 
en  el  vientre,  y  a  grandes  voces  se  quejaba  diciendo:  «¡Ay,  mi  madre!;  <jqué  culpa 
tendré  yo  de  todo  esto?» 

Los  facultativos,  utilizando  un  botiquín  de  la  columna  española  que  encontraron 
junto  a  un  mulo  muerto,  en  el  campo,  procedieron  a  la  cura  de  primera  intención,  y 
entonces  uno  de  los  regulares  americanos,  el  cual  mostraba  gran  pena  al  escuchar  las 
lamentaciones  de  aquel  compañero  y  enemigo  suyo,  se  despojó  de  todos  los  arreos 
militares  y,  tendiéndose  sobre  las  guijas  del  campo,  indicó  por  señas  a  los  médicos 
que  colocasen  al  artillero  sobre  su  persona,  a  ^n  de  que  pudiese  ser  curado  con  ma- 
yores facilidades;  así  se  hizo.  Y  el  pobre  muchacho,  quien  falleció  más  tarde,  sintió 
calmados  sus  dolores,  merced  a  la  asistencia  facultativa  de  dos  miembros  de  la  Cruz 
Roja  y  al  noble  y  generoso  comportamiento  de  aquel  otro  soldado  adversario,  cuyo 
nombre  no  figura  en  estas  páginas  por  no  haberlo  anotado  los  doctores  Franco  y 
Cancio. 


332  A.     RIVERO 

En  estos  momentos  apareció  un  grupo  de  soldados  españoles  con  un  sargento  en 
cabeza,  llevando  éste  un  pañuelo  blanco  amarrado  a  la  bayoneta  de  su  Máuser.  Los 
americanos  corrieron  a  las  armas,  creyendo  que  se  trataba  de  una  función  de  guerra, 
pero  al  ver  la  señal  de  parlamento,  adoptaron  actitud  más  pacífica,  y  como  al  mismo 
tiempo  llegase  Eduardo  Lugo  Viña,  jefe  de  los  exploradores  del  general  Schwan,  pu- 
dieron entenderse  unos  y  otros.  El  sargento  y  soldados,  quienes  eran  del  batallón 
Alfonso  XIII,  sin  quitarles  sus  fusiles  y  municiones,  fueron  enviados  hacia  adelante 
en  busca  de  las  avanzadas  americanas,  guiados  por  algunos  regulares  también  ame- 
ricanos. 

Lugo  Viña  siguió  hacia  la  casa  de  Gerardo  González,  y  media  hora  más  tarde, 
cuando  ambos  doctores  (después  de  haber  visitado  el  Cuartel  General  del  general 
Schwan,  donde  fueron  muy  agasajados)  regresaban  hacia  el  río  Guasio,  y  al  pasar 
por  dicha  casa,  pudieron  ver  allí  amigablemente  sentados  a  una  mesa  y  haciendo  los 
honores  a  una  gran  C3.zueldi  de  arr o, s  cofi  pollo ^  al  teniente  coronel  Oses,  a  Lugo  Viña, 
al  teniente  Hernández  y  al  dueño  de  la  Casa,  Gerardo  González.  Como  les  chocase  la 
■escena,  uno  de  ellos  preguntó  a  Oses  p07'  su  estado  de  salud,  y  éste  les  contestó  que 
ya  estaba  más  aliviado. 

Franco  y  Cancio  regresaron  a  San  Sebastián  sin  incidente  alguno,  dando  cuenta 
de  todos  los  sucesos  al  alcalde  Rodríguez  Cabrero,  quien,  al  saber  el  final  del  com- 
bate del  Guasio,  y  también  que  las  tropas  españolas,  en  su  retirada,  habían  seguido 
directamente  a  Lares,  suspendió  todos  los  preparativos,  y  aquella  misma  noche  en- 
vió al  general  Macías  un  largo  informe  telegráfico,  incluyendo  en  él  cuanto  le  habían 
manifestado  los  dos  miembros  de  la  Cruz  Roja  al  regreso  de  su  excursión  a  las  orillas 
del  río  Guasio.  Tal  informe  ha  servido  de  base  al  autor  para  esta  exacta  reseña,  que, 
de  otra  parte,  pueden  aún  corroborar  con  sus  testimonios  los  doctores  Cancio  y 
Franco,  y  el  alcalde  Rodríguez  Cabrero,  quienes,  felizmente,  gozan  de  excelente  sa- 
lud y  habitan  en  Puerto  Rico  '. 

Toda  la  fuerza  americana  que  tomó  parte  en  el  tiroteo  y  persecución  estuvo  al 
mando  directo  del  mayor  GiJbreath,  quien  ganó,  en  aquella  jornada,  el  ser  mencio- 
nado en  la  Orden  del  día. 

Sigamos  en  su  relato  al  jefe  de  la  brigada: 

Cerca  del  terreno  de  acción,  y  en  una  casa  de  campo,  el  coronel  Soto  Villanueva, 
comandante  de  las  fuerzas  españolas,  yacía  en  una  cama,  enfermo,  sufriendo  grandes 
agonías  de  lesiones  que  recibiera  en  su  retirada  de  Mayagüez,  y  que  le  ponían  com- 
pletamente fuera  de  combate.  El  me  envió  un  aviso  de  que  deseaba  rendirse,  como 
prisionero  de  guerra,  suplicando  le  mandase  una  ambulancia  que  lo  llevara  prisionero 
a  Las  Marías,  y  luego  a  Mayagüez.  Esta  petición  la  llené  tan  pronto  me  fué  posible. 

1  Además  del  informe  citado,  todos  los  detalles  de  esta  histórica  narración  fueron  tomados  tacjuigrá- 
ficamente  en  una  interviú  que,  con  los  señores  Cancio  y  Rodríguez  Cabrero,  sostuvo  el  autor. — A',  del  A. 


CRÓNICAS 


333 


S.  Sebastián 


Liir€9, 


^if  aerearon  c/<t  /g&  <:€^^^o^«^/<?¿  S?*""^^ 
éZ<¡n  /<ys  arepas    €spanc/crA  «>?  /O y  JS  </<r  /f ge 9^0. 


/í</<r>^/o. 


A  , 


'  \'  V.  R  ( ) 


¡U  total  (le  prisioneros  fué 
un  coroticl,  un  toniculc  t:oro- 
nel,  un  primer  tcníeute  y  53 

rido;  53  fusiles  Máuser  y  44 
Remington;  lOO.OCX)  cartu- 
chos, ocho  fuulas  con  sus 
cargas,  un  [)oti(|uín,  gran  ni'i- 
luero  <le  mochilas,  v  además, 
el  caballo  del    coronel   Soto. 

Al  amanecer  del  14,  toda 
la  orilla  del  río  íiuasio,  a  in- 
mediaciones del  vado  Zapata, 
a|íareció  culúcrta  de  capa.ce- 
ies,  correajes,  mantas,  1110- 
chihis  y  otros  ol>jelos  de 
equipo  y  vestuario  abando- 
nados por  la  tropa  española 
antes  de  arrojarse  a  his  tur- 
bulentas aguas  del  río, 

íi\  Cuartel  ("General  de  la 
brigada  Schwan  regresó  a 
i,:ui»io  ^I,1.l.l^.,y,/wvJlJH^|'llloI•,^^^^^^  j ^,^^   Maflíis  v  acafiípó  en  la 

plaza  |irinc¡pal,  donde,  por 
algún   tieiupo,  esluvi(M-on   taiubicn   los  caballos   del   capitán   Maconib. 

hd  coronel  Solo,  escrupulosamente  atendido  y  curado  por  los  cirujanos  america- 
nos, fue  entregado  más  tarde  al  Sr.  Ohvemáa,  bajo  palabra  de  honor  (|ue  diera  este 
caliallero,  (juien  lo  condujo  a  su  casa  y  le  cedió  su  lecho;  allí  [)erma!icdó  once  días, 
cuidadosamente  atendido,  y,  por  últinuí,  siguió  a  Mayagüe/,  don<le  el  general  Schwan 
1(>  hi/o  objííto  de  las  mayores  consideraciones,  y,  sin  exigirle  la  acostumbrada  pala- 
bra de  honor,  le  permitir)  habitar  con  sus  fanuliares. 

()sés  y  los  restantes  prisioneros  entraron,  al  día  siguiente  del  combate,  en  Maya- 
gtic/,  custodiados  ¡)or  hierza  americana,  y   en  esta  ciudad  una  parte  del  populacho 


(lue  lué  reprimido  a  ticíuipo  |)or 


intentó  algo  vcrgonzo' 

Sclnvan.  La  vanguardia  (ii!l)reath  no  tuvo  baja  alguna 

dos  íVHierios,  cnterratlos  por  soldados  americanos  del 


iÚV 


dales  del  general 
españoles  fueron 
;  además,  un  cabo 

<le  artillería  muri(3  de  asfixia  a  mitad  tle  la  cuesta  (|uc  conduce  a  la  casa  de  (Jronoz: 
los  heridos  fueron  nueve. 

Hacia  Lares.— 1  le  dicho  c[ue  en  la  fmca  Oronoz  se  encontraron  Suau  )•  el  co- 
mandante Jaspe,  ahora  al  mando  de  la  fuerza  española,  y  como   no  se  divisase  tropa 


i:  K  o  X  I  (;,  A  s 


enen!Íg';i,  y  viendo  que  n<>  era  ti   pcrscgukjos,  y  ya  con  bastante  or<len,  siguieron  a 

nüal  iiianlcnitlo  allí  por  la  (oaíz  l\0)a. 

En  Mayagüez. — Ihjranlc  los  tres  primeros  días  de  la  ocupaciiín  de  Alayagüe/, 
V  cada  mañana,  aparecieron,  detrás  de  la  iglesia,  un  regular  núriiero  úc  fusiles,  i;art:u- 
chos  y  correajes;  era  el  armamento  y  equipo  de  los  X'oluntarios  del  sexto  batídlóti, 
que  no  habían  «jucrido  seguir  al  coronc;l  Soto  en  su  retirada. 

Dos  soldad(ís,  rezagados,  íueron  recogidos  dentro  de  un  cañaveral  por  el  hacen- 
dado Juan  Bianchi,  quien  los  llevó  al  eanipamento  die  la  fuerza  americana,  y  allí  re- 
<:ib¡cron  excelente  trato. 

l^Jds  bajas  españolas,  en  el  condiate  de  I  b^trniiguercís,  íueron  un  muerto  y  siete 
heridos,  todos  de  tropa,  v  además  el  teniente  Vera,  de  Alfonso  XÍIl,  y  otro  de  Vo- 
kmlarios,  también  herido.  Total,  10  bajas. 

Tuvo  la  l)rigada  Schwan  un  nuuu-to  y  1(5  heridos,  entre  ellos  un  oficial,  como 
sigue; 

Muerto;  Frcd.  b^nneberg,  soldado  de  la  compañía  /)  del  1  I."  de  infantería.  He- 
ridos: teniente  J.  C.  Byroo,  (h?l  8."  de  caballería;  john  Brunning,  cal)o  de  la  batería 
ligera,  /)  del  5,"  regimiento;  (¡c^orge  Curtís  y  .Samuel  (b  I'ryre,  del  mísrno  Cuerpo  y 
batería;  Wollard  II.  \\\heler.  sargento  de  la  compañía  /'i;Joseph  P.  Ryan,  cabo  de  la 
misma;  Arthnr  .Sparks,  compafiía  C;  John  L.  Johnson,  cabo  úc.  la  />;  J.  A.  .Sanders. 
soldado  de  la  rnisma;  llarrv  K.  Arrick,  I  lenrv  (¡errick,  Paul  F.  Miezkev,  todos  de  la 


336  A  .     R  I  V  E  R  O 

compañía  E]  William  Rositer,  de  la  C;  Lemuel  P.  Cobb,  de  la  /;  D.  J.  Graves  y  Amos 
Wilkie,  los  dos  de  la  M,  cabo  el  último  y  todos  del  IT.°  regimiento,  regulares  de 
infantería. 

También  resultaron  contusos  P>ank  Muller,  de  la  E,  y  Augustus  H.  Ryan,  de  la  F. 

Cuando  Mateo  Fajardo  y  el  capitán  Macomb,  con  sus  jinetes,  reconocieron  el 
campo  en  la  noche  del  día  lO,  encontraron  muerto  un  soldado  de  Alfonso  XIII;  es- 
taba entre  unas  breñas,  con  el  fusil  sostenido  por  ambas  manos  y  el  capacete  un 
poco  más  allá;  dicho  soldado  había  fallecido  de  un  terrible  balazo  que  le  había  atra- 
vesado el  pecho. 

Por  la  noche.— El  doctor  N.  Jiménez  Nussa,  presidente  de  la  Cruz  Roja,  Font  y 
Guillot  y  otros  médicos,  fueron  aquella  noche  hasta  muy  cerca  del  campamento 
americano,  con  la  idea  de  ofrecer  sus  servicios;  pero  como  olvidasen  los  brazales  de 
la  Institución  a  que  todos  pertenecían,  no  fueron  admitidos  en  las  avanzadas,  te- 
niendo que  regresar  a  Mayagüez. 

El  cuartel,  hospital  militar  y  demás  edificios  a  cargo  del  Ejército,  mostraban  en 
el  desorden  de  sus  muebles  y  numerosos  objetos  abandonados,  la  precipitación  de 
la  marcha  en  los  encargados  de  su  custodia. 

Después  del  combate. — El  sargento  Stephen  relata  la  última  parte  de  las  opera- 
ciones del  comando  Schwan,  en  su  pintoresco  lenguaje: 

En  la  mañana  del  1 4  toda  la  brigada  estaba  tan  desorganizada  que,  entre  cabeza 
y  cola,  había  sus  buenas  nueve  millas.  Cuando  llegó  la  hora  de  comer  alguna  cosa 
fué  preciso  ponernos  a  media  ración  para  poder  ahmentar  a  nuestros  prisioneros, 
quienes  eran  los  soldados  de  mejor  apetito  que  he  visto  en  mi  vida;  siendo  menos 
de  60  devoraron  las  raciones  de  T.200.  Sin  embargo,  comieron,  y  el  haberles  dado 
tal  ayuda  fué  nuestra  mejor  recompensa.  Por  la  tarde  todo  estuvo  en  orden,  y  aún 
no  he  cesado  de  maravillarme  cómo  mis  jefes  se  las  arreglaron  para  poner  fin  al  caos 
de  la  noche  antes. 

Este  fué  el  último  combate  entre  nuestras  fuerzas  y  las  españolas  en  aquella  gue- 
rra, y  tal  vez  el  conocimiento  de  esta  circunstancia  nos  consoló  al  vernos  obligados 
a  suspender  el  fuego,  cuando  tan  lindamente  íbamos  aprendiendo  a  practicarlo. 

El  general  Schwan,  con  su  brigada,  recorrió, "durante  ocho  días,  92  millas  y  cap- 
turó, después  de  dos  combates,  nueve  pueblos,  362  prisioneros,  incluyendo  volun- 
tarios libertados,  bajo  palabra]  al  coronel'comandante  de  toda  la  fuerza,  a  un  teniente 
coronel,  cuatro  oficiales,  462  fusiles,  145.OOO  cartuchos' y  lO.OOO  pesos  en  moneda 
acuñada.  Nuestras  bajas  fueron  un  muerto  y  16  heridos. 

Refiriéndose  a  ciertas  latas  de  carne  embalsamada  (como  la  llamara  el  general 
Miles,  ante  una  comisión  del  Congreso),  dice  nuestro  artillero: 

Desembarcamos  en  Guánica  el  25  de  julio,  lo  cual  significa  que  habíamos  estado 
semihambrientos  durante  veintidós  días;  nadie  se  acordaba  del  Maine  y  hubiéramos 
dado  la  bienvenida  al  mismo  general  Weyler,  con  nuestra  más  dulce  y  alegre  son- 


CRÓNICAS 


337 


risa,  si  éste  se  hubiese  presentado  de  improviso,  llevando  entre  sus  manos  una  buena 
cantidad  de  comida  apropiada  para  un  ser  humano. 

Una  vez  más^  al  desembarcar,  perdimos  de  vista  el  roastbeaf  qw  lata... 

Después  de  cesar  las  hostilidades  comenzamos  a  recibir  nuevamente  carne  ame- 
ricana en  vez  de  la   del   país ;  olía   mal  antes  de  cocerla  y  además  era  rígida  e 

insubstancial;  tenía  un  olor  fétido  que  no  recordaba  otro  olor  de  la  tierra;  nuestra  lista 
de  enfermos  se  duplicó. 

No  terminaré  esta  narración  sin  traer  al  texto  algunas  reflexiones  de  Karl 
Stephens,  verdaderamente  notables,  toda  vez  que  fueron  impresiones  recibidas  en 
los  primeros  días  por  un  soldado  que  tomó  parte  activa  en  la  guerra: 

Todos  los  americanos  comenzamos  a  estudiar  español  y  todos  los  portorriqueños 
el  inglés.  Medidas  muy  estrictas  se  tomaron  por  el  brigadier  comandante  para  pre- 
venir intentos  de  conducta  desordenada  entre  los  soldados,  porque  estos  héroes,  co- 
ronados de  laureles,  bajo  la  influencia  de  un  ron  barato  y  medianejo  que  se  elabo- 
raba en  el  país,  sentían,  muchas  veces,  ardientes  deseos  de  reanudar  la  guerra,  pero 
no  hubo  mucha  dificultad  en  mantener  cierto  grado  de  decoro  que  pareció  bastante 
aceptable. 

Las  mujeres,  en  Puerto  Rico,  o  son  muy  lindas  o  son  muy  feas;  no  hay  término 
medio.  Los  hombres  ni  se  embriagan  ni  maltratan  a  sus  esposas;  no  se  ocupan  de 
negocios  a  la  hora  de  comer  ni  a  la  de  dormir;  no  profieren  juramentos  y  otras  pa- 
labras profanas  y  demuestran,  en  resumen,  más  interés  por  un  soneto  que  por  el 
precio  de  un  barril  de  tocino. 

Para  hombres  y  mujeres,  en  Puerto  Rico,  la  vida  es  una  rosa,  un  cigarrillo,  un 
-cantar,  una  risa,  un  beso  y  un mariaiia * 


MEMORÁNDUM  Día.  (iKNKRAL  SCílWAN 

Pitts    Field,    Mass.,   julio    25,    1921. 
Capitán  Ángel  Rivero. 

San  Juan,  P.  Rico. 

Mi  querido  señor:  Recibí  ayer  su  atenta  carta,  julio  12,  en  este  sitio  veraniego, 
el  cual  está  a  considerable  distancia  de  mi  casa  en  Washington,  de  m:s  libros, 
mapas,  etc.  Por  esta  razón,  y  debido  a  los  muchos  años  transcurridos  desde  que 
ocurrieron  los  acontecimientos  que  usted  va  a  narrar,  me  encuentro  imposibilitado, 
en  estos  momentos,  de  facilitar  a  usted  una  fotografía  mía  o  de  darle  cualquier  in- 
formación obtenida  por  otros  medios,  excepto  los  incidentes  que  a  continuación  le 
contaré.  De  todos  modos,  tendré  mucho  gusto  en  enviarle  el  retrato  al  regresar  a 
mi  casa,  a  principios  de  septiembre,  y  también,  de  ser  posible,  aclararle  cualquier 
punto  sobre  el  cual  usted  tenga  dudas  o  ignore,  siempre  que  esto  no  retarde  la  publi- 
cación  de  su   obra. 

liste  sargento  Karl  Stephens  es,  actualmente,  un  opulento  banquero,  habitante  en  Boston. — A",  del  A. 

22 


338  A  .     RI  VERO 

Mientras  tanto,  me  permito  llamar  su  atención  sobre  el  *Weport'*  oficial  de  aque- 
lla parte  de  la  Brigada  que  tomó  parte  en  las  operaciones,  conocida  por  el  nombre- 
de  la  columna  Mayagüez  o  columna  Oeste  de  la  campaña  de  Pkierto  Rico,  y  más- 
adelante,  y  en  particular,  al  pasaje  en  el  "reporf  anual  de  J898  del  teniente  ge- 
neral Nelson  A.  Miles,  el  cual  era,  entonces,  comandante  del  Ejército  de  los  Es-^ 
tados  Unidos,  con  el  mando  de  las  tropas  que  tomaron  parte  en  dichas  operacio- 
nes. Estos  dos  documentos  y  otra  correspondencia  que  se  cruzó  entre  la  Brigada 
y  el  Cuartel  General  de  Mjles  están  impresos  en  forma  de  libro  y  son  fáciles  de 
adquirir  por  cualquier  persona  que  los  desee  consaltar. 

No  siéndome  posible  ampliar  ,  estos  "reports*\  no  está  de  más  narrar,  tal  vez 
para  que  los  cite  en  su  historia,  algunos  incidentes  que  recuerdo,  los  cuales  se  rela^ 
donan  con  estos  sucesos  en  cuestión. 

El  último  combate  de  la  Brigada  con  las  tropas  españolas  tuvo  lugar  no  lejos 
de  Las  Marías,  y  cerca  de  las  orillas  de  un  río  que  estaba  crecido,  y  fué  también 
el  último  encuentro  entre  los  españoles  y  las  fuerzas  americanas  en  el  campo  de  la 
guerra;  una  guerra  trascendental  en  sus  resultados,  porque  le  abrió  el  camino  a 
América  para  participar  de  los  sucesos  del  mundo,  de  los  cuales,  hasta  entonces,  se 
había  mantenido  ella  misma  más  o  menos  apartada. 

La  avanzada  de  mi  tropa  llegó  al  río  ya  citado,  después  de  fatigosa  marcha,, 
en  la  tarde  (el  8  de  agosto,  1898,  me  parece),  y  calí  vivaqueó.  Poco  después,  un 
mensaje  me  fué  traído,  por  un  sargento  español,  el  cual  me  enviaba  el  coronel  del 
Regimiento  Alfonso  XIII,  ^  en  que  me  manifestaba  hallarse  enfermo  en  la  casa  de 
un  campesino,  la  cual  estaba  cerca,  y  manifestando  su  deseo  de  tener  una  confe^ 
renda  personalmente  conmigo.  Acompañado  del  capitán  Hutchinson,  el  ayudante 
de  la  Brigada,  fui  a  verle.  El  estaba  cojo,  debido,  quizá,  a  un  balazo  o  a  un  acci- 
dente de  cualquier  clase,  y  me  pidió  que  le  enviara  un  médico  y  también,  si  posible, 
que  le  proveyese  de  una  ambulancia  que  lo  llevase  a¡  Mayagüez,  donde  había  que- 
dado su  familia.  Afortunadamente,  yo  estaba  en  condiciones  de  satisfacer  inmedia- 
tamente sus  deseos. 

Temprano  en  la  tarde,  un  convoy  pudo  verse  a  lo  lejos,  separado,  por  lo  que  pa" 
reda  ser  un  matorral  impenetrable,  aparentemente  escoltado  por  la  retaguardia  Je/j 
enemigo  que  se  retiraba;  sin  duda,  había  sido  detenido  por  el  río  ya  citado.  Una 
compañía  que  voluntariamente  se  ofreció  para  ello,  salió  con  órdenes  de  capturar 
aquella  fuerza.  Tarde,  en  la  noche,  regresó  la  compañía  con  los  soldados  regulares 
mencionados  en  su  carta,  como  prisioneros,  incluyendo  el  teniente  coronel  del  regi- 
miento, a  quien  había  sido  dado  el  comando  cuando  el  coronel  quedó  atrás  al  cui- 
dado de  dos  sargentos»  o  cabos.  El  teniente  coronel  me  dio  su  espada,  la  que  segui- 
damente le  fué  devuelta. 

Réstame  contar  la  triste  suerte  que  le  esperaba  al  coronel  al  regresar  a  su  país. 
Pocos  meses  después  recibí  una  patética  carta  de  este  oficial,  la  cual,  según  él  decía, 
la  enviaba  subrepticiamente  por  estar  incomunicado  y  prisionero  en  un  fuerte  español 
Estaba  acusado — decía — de   haber   ignominiosamente  rendido   su   fuerza  por   un   so 
borno  de  diez  mil  dólares  recibidos  del  comandante  de  las^  tropas  americanas.  El  m 
suplicaba  que  sometiera  a  las  autoridades  militares  españolas   una   declaración  jura 
da  de  los  hechos  verdaderos  en  cuestión:  que  al  acercarse  mi  Brigada  había  tomo 

»     Soto  era  el  comandante  militar  de  Mayagüez. — X.delA. 


CRÓNICAS 


339 


do  posiciones  cerca  de  Hormigueros,  como  a  diez  millas  de  distancia  de  Maya-* 
güez,  y  se  había  retirado,  después  de  valiente  aunque  estéril  pelea. 

Me  sentí  muy  feliz  al  poder  desmentir  los  cargos  de  que  se  le  acusaba. 

Estando  aún  España  y  América  sin  directa  representación  diplomática,  pert" 
dientes  de  la  paz  definitiva,  la  correspondencia  fué  transmitida  por  las  oficinas  ex- 
tranjeras de  estos  dos  países  con  Londres  como  intermediarias,  y  un  acuse  de  recibo 
de  mi  *' affidavit'*  me  fué  oportunamente  enviado  por  el  mismo  conducto. 

Por  otros  medios  supe,  más  tarde,  que  el  coronel  se  había  retirado  del  Ejér- 
cito español  y  había  cambiado  su  residencia  a  Cuba,  de  donde  era  oriunda  su 
esposa. 

De  usted  sinceramente, 

PÁRRAFOS  DE  UNA  CARTA  DEL  TENíENlT.  DE  CABALLERÍA,  HOY  CORONEL, 

W.  S.  VALlLVriNE 

ESCUELA  DE  CABALLERÍA 

Fort   Riley,  Kansas,   agosto    2,   1921. 
5r.  Ángel  Rivero. 

San  Juan,  P.  R. 

Querido  señor:  Contestando  sj  carta  de  12  de  julio  último,  le  diré  que  yo  era 
segundo  teniente  de  la  Compañía  A  del  3.°  de  Caballería,  al  mando  del  capitán 
Macomb,  en   el  verano  del  año    ¡898. 

Mi  compañía,  con  un  batallón  del  regimiento  de  infantería  núm.  II,  siguieran 
en  persecución  de  los  españoles,  pasando  por  Las  Marías.  A  unas  tres  millas  de  este 
pueblo,  recuerdo  que  el  camino  descendía  a  un  valle  profundo;  mi  fuerza  divisó  la 
retaguardia  española,  subiendo  la  vereda,  al  otro  lado  del  valle.  ; 

Ambas  fuerzas,  caballería  y  la  avanzada  de  infantería,  rompieron  el  fuego  a 
larga  distancia,  durando  la  escaramuza  unos  quince  minutos.  La  caballería  siguió 
en  persecución,  pero  al  llegar  al  río  se  hizo  de  noche  y  fué  preciso  vivaquear.  Du- 
rante la  noche  y  mañana  siguiente  recibimos  noticias  de  haberse  firmado  el  armis- 
ticio. La  compañía  A  retrocedió  a  Las  Marías,  permaneciendo  allí  hasta  que  la 
paz  fué  firmada. 


A  .     K  I  \  E  R  r> 


Memorándum  del  coronel  Bailey  K.  Ashford.— Bl  día  28  de  julio  del  año  iHoH 
clesemhareó  t«n  el  jiiierto  de  ííiiánt'ca,  d(;l  traiiHporte  Mohawky  el  I  I."  regimiento  de 
iiifatiicrta.  parle  de  una  l)rig-a<la  de  tropas,  todas  regulares,  <]iie,  al  mando  <lel  gv- 
iiera!   Scdiwan,   tenían  la   inisión   de  atacar  el   flanco   d{>recho  del    ejército   español. 

en     Puerto    Rico,    avanzando    hacia    \Iaya- 


,  V  ta 


VX  II."  r(>»;in,iiento  de  iníajitería  estuvo 
acampado  por  algún  ti(Mn¡;)o  en  ¡Mohile 
(Alábanla),  donde  se  coiitagi(3  con  riel)re 
lifoidea,  enfermedad  rcinanít;  <>n  la  ma)^cn- 
parto  de  las  tuerzas  del  rjército  de  los  lis- 
tados ruidos  en  el  ContincMittr,  ¡lor  cu\-a 
causa,  ruando  llegamos  a  Cjuáuica,  me  vi 
<>l)ligad(j  a  conducir  a  Ponce  cerca  de  cien 
Iicmhres    atacados    de    dicha    enfcrmed.ad, 

acjuelh.  dudad. 

Xhicsíra  entrada  en.  J'^->nt:e   ku5   un  espcc- 

(M)tre  dos  líneas  d(^  transiiorles,  eni])avesa^ 
dos  1:011  banderas  y  sus  músit:;is  locando 
aires  nacionales;  Ponce  f)arecía  una  colnu-- 
na  irritaíl-u  y  en  el  cammo  de  la  ciudad  a 
la  phn-a  una  csjiesa  nul>e  de  prdvo  cul-)ría  la 
internuual>le   procesión   de   infant.'s,   artille- 

cuíTpo  y  v^viwxxáo  allí  de  la  agrradal)le  traic- 
(luilidad'  de  r'sla  delieiosa  y  pecpicna  isla 
<|ue  habíamos  invadido.  Me  reurn"  a  las  hier- 

pues  la   noche  anterior  hal.ía  conuuizado  la 
nuircha    hacia    San    (¡eriiián.    Ai    siguiente^ 
...„P.-i.cs.,>,....M..iiiu,r      '^''''  '!"'■'   '"*'  ^-•"  ^^í'^'^renu»  caluroso  y  polvo- 

Iiora  de  la 'tarde, 
riginal  pol)lación  estaba  en  elervescencia.  Id  hospital  de  la,  Cruz 
bien  preparado  \^  provisto,  estaba  dispuesto  para  recibir  nuestr(is 
a  los  di'  los  espafiohís.  Acjuí  supimos  (]uo,  pro1>a!»1emente,  ten- 
se había   ¡itrincherach.i,   cia-rando   con    sus   fuerzas   nuestro   j^aso 


hiado  donde  acpjcl  ^ 
hacia  Mayai^llcz. 

Kl  genca-al  Sch\va,n,  comandante  «le  la  (^xpeflici.nc  ordenó  rpic  v\  escuadn» 
■del  5."  d(í  caballería,  buscara  el  contacto  con  el  enemigo,  desplegando  sus  avanz 
d'res  o  cuatro  ndlhis  a    vanguardia   en  hnmia  de  abanico.  Poco  desj,)ii('s  comen 


(■■  R  O  K  I  (■  A  : 


34  f 


preparafión  para  el  combate,  siendo  las  tropas  en  extremo  molestadas  por  el  calor  y 
el  polvo.  Jíti  el  preciso  instanlcí  en  que  cruzábamos  un  cañaveral,  oímos  hacia  van- 
guardia algunos  disparos.  \\\  cuerpo  principal  de  la  columna  hizo  alto,  v,  seguida- 
nient(\  comenzó  a  desplegar  en  orden  de  cond)ate  a  cada  la,do  del  ca.nnno  y  por 
entre  las  ciéna|ras  y  cañaverales;  estábanu^is  cerca  de  una,  factoría  de  azúcar,  v  al  lado 
opuesto  había  ini  puente.  Por  delante  seguía  algún  terreuo  llano,  y  más  arriba,  v 
dc^sde  unas  colinas  ciil)iertas  de  ¡irbolado,  recibíamos  el  fuego,  aunrpie  sin  ])ercibiral 
enenni^o. 

Al  principio  las  balas  pasaban  sobre  nuestras  cabi^zas;  pero  de  |ironto  y  cerca,  de 
mí,  un  artillero,  soltando  las  riendas  de  su  caliallo,  llcvtjse  ambas  rnanos  a  la  cara; 
una  !)ala  le  había  atravesado  las  mandíbulas,  vertiendo  nn,icha  sangre.  Va\   la   confu- 

los  tirantes  (p,ie  sujetal-»an  nn"s  );)antalones,  me  sí,'rvr  de  él  jxira  comprimir  l;i  arteria  y 

enenngo,  el  cirujano  jefe  rcs<,)lvi('')  establecer  uu  hosfMt:il  de  c,am].iaña  en  la  tac:ti,.)ría  de 
azúcar;  yo  seguí  a  nn"  reginnento  en  su  marcha  hacia  (;1  írtrnte.  Nuestra  brigada  con- 
sistía en  un  escuadrón  de  ca!)alUíría.  dos  baterías  di":  artillería  de  campaña,  uu  regi- 
nnento de  infanterí;u  algunos  ht»nil,)res  tlel  CiH";r[)0  án  S(n"iales,   ¡2  ambulancias  v  un 

fantería,  y  un  cuarto  ;i  las  órtkmes  del  cirujarn»  jete. 

ponerse  en  acción,  íuera  del  camino,  a  causa,  de  lo  baio  del  ternMKu  \íl  combate  dm-{), 


^m 


342  A  .     R  I  V  E  R  g 

según  yo  creo,  cerca  de  dos  horas,  y  consistió  principalmente  en  un  considerable 
tiroteo  a  distancia  de  600  a  1. 000  yardas;  pero  después  que  nuestras  tropas  habían 
llegado  a  tiro  de  sus  fusiles  de  las  trincheras  ocupadas  por  los  españoles,  éstos  se 
batieron  en  retirada. 

Uno  de  los  más  curiosos  incidentes,  relacionados  con  esta  retirada,  fué  el  intento 
de  una  parte  de  nuestra  fuerza  montada  de  capturar  a  un  tren  que  se  suponía  lleno 
de  tropas  españolas;  los  jinetes,  que  espolearon  sus  caballos  obligándolos  a  correr 
desesperadamente,  no  pudieron  competir  con  la  velocidad  de  la  máquina,  y  tampoco 
tuvo  éxito  nuestra  artillería,  que  disparó  al  mismo  tren  algunos  cañonazos  desde  una 
altura  que  había  ocupado  poco  antes  y  que  le  permitía  hacer  fuego  directo.  Nada  de 
esto  pudo  impedir  que  el  enemigo  se  retirase,  en  buen  orden,  dejando  tras  de  sí  un 
pequeño  número  de  sus  heridos.  Uno  de  estos  desgraciados  fué  encontrado  por  mi 
ayudante,  el  teniente  Me  Andrews,  y  me  lo  trajo,  manifestándome  haberlo  encon- 
trado en  un  campo  de  caña,  al  cuidado  de  dos  sanitarios  españoles  ^.  El  herido  era 
un  oficial,  el  teniente  Vera,  a  quien  una  bala  le  había  atravesado  el  muslo  derecho, 
hiriéndolo  gravemente;  con  toda  rapidez  fué  trasladado  a  nuestro  hospital  de  cam- 
paña, donde  fué  curado. 

A  la  caída  de  la  tarde  estábamos  al  cuidado  de  nuestros  heridos,  16  de  los  cuales 
eran  americanos;  en  conjunto,  entre  heridos  y  enfermos,  teníamos  50  a  quien  cuidar. 
El  Cuerpo  principal  de  la  brigada  avanzó  hacia  Mayagüez. 

La  tarde  siguiente  recibí  órdenes  de  transportar  todos  mis  heridos  a  dicha  ciu- 
dad, llevándolos  al  hospital  de  la  Cruz  Roja;  el  viaje  y  entrada  en  Mayagüez  la  hici- 
mos sin  novedad,  y  como  ya  era  de  noche,  entregamos  nuestros  pacientes  al  oficial 
médico  encargado  de  dicho  hospital  de  la  Cruz  Roja,  que  ocupaba  el  edificio 
del  teatro. 

No  puedo  dispensarme  de  aplaudir,  aun  después  de  veinte  años,  lo  completo  y 
limpio  de  este  hospital  de  la  Cruz  Roja,  así  como  la  gran  benevolencia,  mostrada  por 
igual  a  españoles  y  americanos,  por  su  bravo  director  doctor  Jiménez  Nussa,  de  Ma- 
yagüez, quien  el  día  anterior,  y  bajo  el  fuego  del  combate,  cruzó  las  líneas  america- 
nas en  su  misión  humanitaria,  para  ofrecer  sus  servicios  en  el  hospital  de  sangre  que 
teníamos  en  la  factoría  de  azúcar. 

Uno  de  los  más  curiosos  incidentes  que  he  presenciado  en  toda  mi  vida  fué  la 
aparente  indiferencia  de  los  jíbaros  portorriqueños  hacia  los  peligros  del  combate; 
durante  el  mismo,  se  les  veía  ir  y  venir  por  el  camino,  muchas  veces  entre  ambas 
líneas  de  fuego,  con  la  mayor  tranquilidad,  siguiendo  los  hábitos  de  su  vida  pacífica, 
y  en  la  completa  confianza  de  que,  como  ellos  no  hacían  daño  a  nadie,  tampoco  de- 
bían recibirlo. 

Y  por  eso  aconteció  que  un  pobre  negro  fué  herido  en  el  vientre,  y  cuando  lo 
trajeron  a  mi  presencia,  había  entrado  en  la  agonía;  era  un  valiente,  y  murió  mani- 
festando que  estaba  satisfecho  de  terminar  su  vida  como  si  fuese  un  soldado,  aunque 
realmente  no  lo  era. 

Es  sumamente  difícil  describir  lo  que  sufrieron  nuestros  hombres  a  causa  del 

*  Más  tarde,  el  doctor  Ashford  manifestó  al  teniente  V'^era  su  admiración  hacia  aquellos  sanitarios,  por  su 
valerosa  conducta,  y  aquél  replicó:  «Sí,  eso  hicieron;  pero  yo  también,  revólver  en  mano,  les  amenacé  de 
muerte  si  me  abandonaban.» — A^.  de/  A. 


CRÓNICAS 


343 


calor  y  de  la  sed  en  su  marcha  forzada  hacia  Mayagüez.  El  incidente  que  relato  a  con- 
tinuación demuestra  cómo  en  todas  ocasiones,  aun  en  los  momentos  de  combate,  es 
'cl  estómago  del  soldado  el  órgano  de  su  cuerpo  al  que  se  pide  los  mayores  sacrifi- 
cios; todos  los  soldados  habían  recibido  aviso,  una  y  otra  vez,  de  que  no  comiesen 
frutas,  y  especialmente  mangoes.  En  un  descanso,  durante  la  marcha,  uno  de  ellos, 
.aparentemente  rendido  por  el  calor,  se  tendió  al  lado  del  camino;  nuestro  sargento 
de  sanidad  se  acercó,  y  entonces  aquél  le  dijo: 

— Tenga  la  bondad  de  llevarme  un  rato  en  esa  ambulancia. 

En  este  momento  dichas  ambulancias  estaban  repletas  de  enfermos,  muchos  de 
•ellos  padeciendo  de  fiebre  tifoidea.  El  sargento  le  preguntó: 

— ^'Qué  le  ocurre  a  usted  que  no  puede  caminar? 

— Tengo  un  fuerte  dolor  de  estómago. 

— ^'Qué  ha  comido  usted? 

— Nada;  solamente  algunos  mangoes. 

—^'Cuántos  mangoes  ha  comido  usted? 

- — ¡Oh,  muy  pocos!;  solamente  una  docena,  más  o  menos. 

— Muy  bien,  joven;  no  hay  sitio  en  esta  ambulancia  para  usted,  porque  está  llena 
de  hombres  realmente  enfermos;  pero  mi  consejo  es  que  si  usted  come  otra  docena 
más  de  aquellos  mangoes,  tal  vez  usted  conozca  la  causa  de  su  enfermedad. 

Y  entonces  la  columna  siguió  su  marcha. 

Después  de  haber  entregado  mis  heridos  en  el  hospital  de  la  Cruz  Roja,  me  uní 
a  mi  regimiento,  que  dormía  en  sus  tiendas  de  campaña,  en  una  altura  cercana  a  la 
población;  solamente  velaban  los  centinelas,  muchos  de  los  cuales,  que  eran  reclutas, 
aparecían  muy  excitados.  Como  deseaba  cruzar  las  líneas,  llamé  varias  veces  para  in- 
dicar mi  presencia,  pero  nadie  me  contestó.  Sintiéndome  muy  cansado  y  muerto  de 
;sueño,  resolví  entrar  de  cualquier  manera,  y  cuando  lo  verificaba,  recibí  un  disparo 
de  uno  de  aquellos  centinelas.  Tan  pronto  como  oyó  mi  voz  apareció  muy  confuso, 
y  como  realmente  yo  había  cometido  una  locura,  le  pregunté  qué  demonios  le 
habían  impulsado  para  hacerme  fuego,  y  su  respuesta  no  fué  muy  lisonjera: 

— Señor,  yo  no  sabía  que  era  usted;  pensé  que  era  una  vaca y  nosotros  tenía- 
mos órdenes  de  no  permitir  que  nadie,  durante  la  noche,  traspasara  las  líneas. 

A  la  mañana  siguiente  la  brigada  continuó  en  persecución  de  las  fuerzas  españo- 
las, que  se  retiraban  en  dirección  a  Las  Marías.  Fué  éste  también  día  de  gran  calor  y 
mucho  polvo  cuando  trepamos  por  montañas  tan  difíciles  que  nos  fué  imposible 
llegar  más  allá  de  la  mitad  de  la  jornada;  desgraciadamente  tuvimos  necesidad  de 
hacer  alto  en  un  barranco,  entre  dos  alturas;  entonces  comenzó  a  diluviar,  y  fueron 
tal  vez  las  lluvias  más  torrenciales  de  que  tengo  noticias;  los  caminos  se  pusieron  tan 
resbaladizos,  que  ni  aun  los  hombres  podían  mantenerse  en  pie  con  gran  trabajo. 

Vivaqueamos  en  dicha  posición  aquella  noche,  y  al  amanecer,  un  batallón  marchó 
a  vanguardia,  con  alguna  artillería,  para  restablecer  el  contacto  con  el  enemigo;  pero 
Jos  caballos,  a  pesar  de  sus  esfuerzos,  no  pudieron  arrastrar  las  piezas  hacia  las  mon- 
tañas, y  compañías  enteras  de  infantería  tuvieron  que  tirar  de  los  cañones  para  poder 
sacarlos  de  aquel  mal  paso.  El  teniente  coronel  Burke  iba  al  mando  de  este  batallón 
de  vanguardia  y  alcanzando  por  ^n  la  retaguardia  española,  pudo  hacerle  considera- 
ble daño  con  sus  fuegos  desde  lo  alto,  toda  vez  que  aquella  fuerza  enemiga  estaba 


344  A  .     R  I  V  E  R  O 

abajo,  al  lado  de  un  río.  Este  pequeño  combate  duró  muy  poco,  y  nos  proporcionó 
un  número  considerable  de  prisioneros,  entre  los  cuales  estaba  un  coronel,  un  te- 
niente coronel  y  otro  oficial.  El  teniente  coronel  estaba  enfermo,  pero  no  pareció 
deseoso  de  aceptar  mis  ofrecimientos  facultativos.  Tal  vez  se  ignore  que  nuestros 
soldados  mostraron  la  mayor  alegría  por  haber  capturado  los  instrumentos  de  mú- 
sica de  la  banda  española,  y  tan  pronto  como  los  tuvieron  en  su  poder,  rompieron  a 
tocar  There  is  a  hot  time  in  the  oíd  town  to-nigkt,  canto  que  fué  nuestro  himno 
nacional  durante  la  campaña  de  1 898,  en  medio  del  ruido  de  la  fusilería,  y  a  pesar 
del  hambre,  sed  y  calor  que  sufrimos. 

Después  del  último  combate,  yo  tuve  la  suerte  de  encontrar  en  el  campo  la  caja 
de  instrumentos  de  cirugía  de  los  médicos  militares  españoles;  pero  no  hallé  oportu- 
nidad de  usarla  por  falta  de  tiempo  y  de  pacientes. 

En  la  tarde  de  aquel  mismo  día,  el  doctor  Jiménez  Nussa,  quien  presenció  el  com- 
bate, condujo  a  través  de  nuestras  líneas  al  comandante  de  las  fuerzas  españolas,  el 
coronel  Julio  Soto,  el  cual  estaba  malamente  herido  por  una  caída,  y  fué  capturado 
en  una  casa  con  algunos  de  sus  soldados.  Este  jefe  sufría  grandes  dolores,  y  estaba 
totalmente  imposibilitado  de  moverse,  y  tampoco  podía  ser  transportado  ni  a  caballo 
ni  en  ambulancia.  Tenía  una  rodilla  completamente  hinchada,  y  su  pulso  era  débil, 
pero  todos  admirábamos  su  gran  valor,  y,  al  verlo  prisionero,  mostramos  hacia  él 
el  más  profundo  respeto  y  sincera  piedad,  por  la  desgracia  de  que  no  hubiera  tenido 
la  oportunidad  de  seguir  a  su  tropa.  Este  coronel  ganó  muchas  amistades  entre  nos- 
otros, simplemente,  por  ser  el  tipo  del  perfecto  soldado,  y  nuestro  propio  general 
fué  expresamente  a  San  Juan,  para  explicar  allí,  a  las  autoridades  militares  españo- 
las, la  imposibilidad  física  que  impidió  a  dicho  jefe  ofrecer  resistencia  personal  a  las 
tropas  americanas. 

La  estancia  en  nuestro  último  campamento  siempre  será  recordada  por  todos  los 
soldados  que  esperaron  en  él  a  que  el  Protocolo  de  paz  se  firmase.  Aquel  campo 
era  un  mar  de  fango,  y  durante  la  noche  se  sentía  gran  humedad;  faltaba  todo  el 
confort  a  que  nuestras  tropas  estaban  acostumbradas;  pero  siempre,  éstas,  aparecie- 
ron sumamente  alegres.  En  aquel  campo  de  lodo,  como  cariñosamente  le  llamaban  los 
soldados,  un  gran  número  de  éstos  contrajeron  enfermedades,  que  no  podíamos  evi- 
tar, porque  las  órdenes  del  Armisticio  eran  de  permanecer  cada  fuerza  donde  estaba. 

Así  terminó  esta  breve  campaña,  que  nos  hizo  conocer  a  los  españoles  en  los 
campos  de  batalla.  Según  vimos,  en  periódicos  de  Mayagüez,  ambas  fuerzas  eran  casi 
iguales;  entre  la  guarnición  española,  de  tropas  regulares  y  los  voluntarios,  había  un 
total  de  1.382.  De  aquel  número  yo  deduzco  que  ellos  pudieron  haber  puesto  algu- 
nas fuerzas  más  en  las  trincheras  de  Hormigueros. 

España  fué  un  noble  enemigo.  A  pesar  de  la  imposibilidad  en  que  estaban  nues- 
tros soldados  de  mantener  conversaciones  con  sus  prisioneros,  no  hubo  las  señales  de 
odio,  y  ambos  adversarios  parecían  satisfechos  de  que  todos  habían  llenado  su  deber 
de  soldados,  y  que  había  llegado  el  momento  de  enterrar  toda  animosidad  originada 
por  la  guerra  desde  el  instante  en   que  había  cesado   el   estampido  de  los  cañones. 


CRÓNICAS  345 

El  doctor  Baíley  K.  Ashford,  en  la  actualidad  coronel  del  Cuerpo  Médico  de  Ios- 
Estados  Unidos,  a  quien  debe  el  autor  el  interesante  memorándum  que  precede,  es 
un  sabio  médico,  de  fama  mundial,  autor  de  muchas  obras  profesionales,  y  quien, 
por  más  de  un  concepto,  ha  merecido  el  unánime  aprecio  de  todos  los  portorrique- 
ños. A  él  se  debe  el  descubrimiento  de  la  uncinaria,  parásito  que  es  causa  de  la  en- 
fermedad conocida  con  el  nombre  de  anemia,  y  también  el  tratamiento  déla  misma. - 
Es  un  experto  en  enfermedades  tropicales,  y  sus  opiniones  son  de  gran  peso  en  los 
Estados  Unidos  y  en  el  extranjero.  Durante  la  gran  guerra,  voluntariamente,  marchó 
a  los  campos  de  Francia,  y  allí  desempeñó  las  funciones  importantísimas  de  cirujano 
jefe  de  un  Cuerpo  de  sanidad  divisionario,  por  estos  servicios  acaba  de  ser  recom- 
pensado con  la  medalla  de  Servicios  Distinguidos,  condecoración  la  más  apreciada  en 
el  Ejército  americano;  he  aquí  copia  de  la  orden  referente  al  caso: 

DISTINGUIDO 

Bailey  K.  Ashford,  coronel  del  Cuerpo  Médico  del  ejército  de  los  Estados  Uni- 
dos: Por  servicios  extraordinariamente  distinguidos  y  meritorios,  como  director  de 
la  Escuela  de  Sanidad  del  ejército;  por  su  energía  personal,  su  habilidad  y  previsión,, 
el  coronel  Ashford  puso  a  disposición  de  las  fuerzas  expedicionarias  americanas  la 
experiencia  y  las  facilidades  de  educación  de  los  Cuerpos  médicos  de  los  ejércitos, 
franceses  y  de  las  fuerzas  expedicionarias  británicas  en  Francia.  El  organizó  un  sis- 
tema de  preparación  para  oficiales  del  servicio  médico  del  ejército  de  los  Estados 
Unidos  en  el  frente  de  batalla,  que  contribuyó  poderosamente  al  buen  éxito  alcan- 
zado en  el  tratamiento  y  evacuación  de  bajas  de  las  fuerzas  expedicionarias  ame- 
ricanas. 

Dicha  medalla  ha  llegado,  y  por  encargo  del  presidente  será  presentada  al  coronel 
Ashford,  en  una  revista  especial  del  regimiento  65  de  Infantería  en  el  Campo  del 
Morro,  a  las  cuatro  en  punto  de  la  tarde  del  jueves  14  de  septiembre  de  1922. 

Esta  es  la  primera  revista  militar  de  su  clase  que  tiene  lugar  en  Puerto  Rico,  y  es 
de  esperar  que  los  amigos  del  coronel  Ashford  asistan  a  ella. 

P()kti:r  P.  Wiggins, 

Captain  bj  th  Infantty. 

El  acto  de  imponer  la  medalla  al  doctor  Ashford  fué  de  gran  solemnidad  y  des- 
crito por  El  Jmpai'ciaU  de  San  Juan,  en  esta  forma: 

«Ayer  tarde,  1 4  de  septiembre,  en  el  Campo  del  Morro  tuvo  efecto  un  acto  de 
gran  solemnidad,  con  objeto  de  imponer  al  ilustre  doctor  B.  K.  Ashford,  coronel 
del  Cuerpo  Médico  del  ejército  americano,  que  puso  glorioso  término  a  la  guerra 
mundial,  la  medalla  de  Servicio  Distinguido,  por  su  benemérita  actuación  en  los 
hospitales  y  Consejos  facultativos  de  Sanidad  militar  en  la  mencionada  guerra. 

Fué  una  de  las  manifestaciones  más  brillantes  y  merecidas  que  se  recuerdan  erb 
el  país,  Iributadas  atan  eminente  y  meritoria  personalidad,  generalmente  estimada 


346  A  .     R  I  V  E  R  Q 

^qüí,  por  su  ilustración,  su  noble  carácter  y  su  intenso  amor  a  Puerto  Rico,  con  una 
<ie  cuyas  damas  está  casado. 

A  las  cuatro  ya  el  Campo  del  Morro  se  hallaba  materialmente  atestado  de  un  pú- 
blico selecto,  entre  el  que  pudimos  ver  destacarse  las  siguientes  altas  personalidades 
de  nuestro  mundo  elegante: 

A  la  hora  señalada  para  el  imponente  acto  militar  se  encontraban  en  el  Morro  las 
siguientes  personalidades:  La  familia  del  doctor  Ashford,  D.  Arturo  Noble  y  fami- 
lia, D.  Juan  Torruellas  y  familia,  el  obispo  monseñor  Caruana,  doctor  Gutiérrez  Iga- 
ravidez,  doctor  De  la  Rosa,  doctor  Muñoz  Díaz,  D.  Martín  Travieso,  alcalde  de  San 
Juan;  el  cónsul  de  Francia,  la  familia  Moreno  Calderón,  el  licenciado  Rodríguez 
Serra,  Mr.  E.  S.  Steele,  auditor  de  la  «Porto  Rican  American  Tobacco  Co.»;  el  coro- 
nel de  la  Guardia  Nacional,  Sr.  Jaime  Nadal;  el  jefe  de  la  Detective,  Sr.  Harding;  el 
coronel  de  la  Policía,  Mr.  Bennett;  el  doctor  Lugo  Viñas,  el  licenciado  Rivera  Zayas, 
•el  licenciado  Sifre,  Sr.  Ricardo  Pesquera,  varios  representantes  de  la  «Photoplay»,  los 
redactores  de  los  periódicos  de  San  Juan  y  otras  personas  de  nuestra  sociedad,  que 
sentimos  no  recordar. 

El  gobernador  Reily  llegó  acompañado  de  su  distinguida  familia  y  de  su  ayu- 
dante, Sr.  López  Antongiorgi,  y  ya  estaban  formados  en  correcto  desfile  dos  batallo- 
nes del  regimiento  65  de  Infantería,  con  su  oficialidad. 

El  coronel  del  mismo  regimiento,  Mr.  Tenny  Ross,  el  coronel  Ashford,  el  capitán 
Coppeland,  capitán  Buttler,  Wíggins,  Kotzebue  y  los  tenientes  Keeraus,  Jones  y 
Casserly  y  el  capellán  padre  Vassallo,  formaban  un  grupo  en  la  parte  alta  del  camino 
"del  Morro,  donde  un  fotógrafo  de  El  Imparcial  sorprendió  con  su  cámara  al  doctor 
Ashford,  para  publicar  su  fotografía  en  la  página  gráfica  de  la  edición  de  mañana 
-sábado. 

A  los  acordes  marciales  de  la  banda  del  regimiento,  que  comenzó  el  acto  ejecu- 
tando el  himno  nacional,  la  multitud  allí  congregada  se  puso  en  pie,  en  señal  de  res- 
peto y  como  homenaje  al  doctor  Ashford. 

El  homenajeado  entonces  se  colocó  con  aire  marcial  frente  al  Estado  Mayor  del 
regimiento,  dando  lectura  el  capitán  Wiggins  a  la  citación  del  Departamento  de  la 
Guerra  en  que  este  organismo  hacía  mención  de  los  méritos  contraídos  para  con  su 
patria  por  el  ilustre  doctor  Ashford,  por  lo  que  se  le  concedía  la  condecoración  de 
-Servicios  Distinguidos. 

El  público,  emocionado,  rompió  en  atronadores  aplausos  al  finalizar  la  lectura 
del  bello  documento,  siguiendo  a  este  acto  el  coronel  Ross,  quien  se  adelantó  hacia 
-el  alto  hombre  de  ciencias  y  bizarro  militar  para  saludarle  con  el  saludo  de  orde- 
nanza. La  medalla  que  le  fué  prendida  del  pecho  consiste  en  un  águila  encerrada  en 
un  círculo,  teniendo  éste  una  delicada  franja  en  su  parte  exterior,  color  azul,  en  que 
están  grabadas  varias  frases  simbólicas  con  el  significado  de  la  condecoración. 

El  ejército  le  rindió  los  honores  de  ordenanza  al  doctor  Ashford,  desfilando  por 
:su  frente  en  correcta  formación  y  presentando  armas. 

El  ilustre  doctor  fué  muy  felicitado  al  terminar  la  imponente  ceremonia,  reci- 
biendo innumerables  parabienes  de  las  autoridades  y  amigos  y  de  los  Masones,  que 
ie  entregaron  un  pliego  laudatorio  y  encomiástico. 

Al  felicitar  al  doctor  Ashford  por  el  justísimo  acto  de  ayer,  El  Imparcial  se  une 


CRÓNICAS  347 

a  la  satisfacción  de  toda  la  sociedad  portorriqueña,  de  la  que  es  el  culto  galeno  una 
de  sus  personalidades  de  mayor  relieve,  que  le  rindió,  por  medio  de  la  muchedum- 
bre de  militares  y  paisanos  congregada  en  el  amplio  Campo  del  Morro,  una  demos- 
tración del  afecto  que  aquí  ha  sabido  granjearse  y  de  los  méritos  indiscutibles  que  en 
todos  los  órdenes  de  su  vida  supo  imprimir  a  su  personalidad  valiosísima.» 

INFORMES     OFICIALES 

Agosto  II,  1898.  Ponce,  vía  Bermuda. 
Secretario  de  la  Guerra,  Washington. 

El  siguiente  mensaje  ha  sido  recibido  del  general  Schwan,  desde  su  campo,  cerca 
»de  Hormigueros: 

«Avanzadas,  incluyendo  caballería  de  este  comando,  mientras  reconocían  el  Nor- 
oeste del  río  Rosario,  cerca  de  Hormigueros,  descubrieron  fuerzas  importantes  espa- 
ñolas, ocultas  en  las  alturas,  al  Norte  del  camino  de  MayagUez. 

En  el  combate  que  siguió  el  teniente  Byron,  8.°  de  caballería,  mi  ayudante  de 
campo  fué  herido  en  un  pie,  y  el  soldado  Fermenger,  compañía  lo  del  II.°  de  in- 
fantería, y  otro  soldado  más,  fueron  muertos,  y  14  soldados  heridos. 

Llegan  noticias  de  que  la  mayor  parte,  si  no  la  completa  guarnición  de  Mayagüez 
y  pueblos  cercanos,  compuesta  de  I.OOO  regulares  y  200  voluntarios,  tomaron  parte 
en  el  combate.  Nosotros  hicimos  retirar  al  enemigo  de  sus  posiciones  y  creemos  re- 
cibiera mucho  daño.  Un  teniente  español,  herido,  fué  recogido  en  el  campo  y  traído 
a  nuestras  líneas.  Conducta  de  soldados  y  oficiales,  más  allá  de  toda  alabanza.  Me 
propongo  seguir  a  Mayagüez  mañana  temprano. — [Firmado)  Schwan.» 

Miles. 


Agosto  II,  1898.  Ponce,  vía  Bermuda. 
Secretario  de  la  Guerra,  Washington. 

Lo  siguiente  es  transmitido  por  Schwan: 

«Inmediatamente  de  haber  derrotado  ayer  a  los  españoles,  éstos,  unidos  a  los  que 
liabían  quedado  en  Mayagüez,  siguieron  camino  de  Lares.  He  enviado  escuchas  en 
esa  dirección.  Mi  columna  entró  en  Mayagüez  a  las  nueve  de  esta  mañana. — Schwan.» 

Miles. 

El  Estado  Mayor,  en  San  Juan,  entregó  a  la  Prensa  los  siguientes  comunicados: 

Agosto  21,  1898. — Un  Cuerpo  de  tropas  americanas  desembarcó  en  el  Puerto 
Real  de  Cabo  Rojo,  entrando  en  dicho  pueblo,  donde  no  había  guarnición,  avan- 
zando en  dirección  hacia  Flormigueros  1. 

*  No  hubo  tal  desembarco.  El  comunicado  se  refiere  a  la  brigada  Schwan,  que  vino  a  Hormigueros  des- 
ude Yauco.— A^,  del  A. 


348  A.     RIVERO 

Al  saberse  en  Mayagüez  esta  noticia,  han  salido  tropas  mandadas  por  el  coman- 
dante militar,  coronel  don  Julio  Soto,  el  cual,  a  su  vez,  destacó  avanzadas  por  la 
parte  en  que  se  suponía  vendría  el  enemigo.  Durante  la  tarde  se  oyó,  desde  los  al- 
rededores de  Mayagüez,  lejano  fuego  de  cañón  en  la  dirección  antes  citada. 

Al  obscurecer  se  supieron  las  bajas  ocurridas  en  esta  acción,  que  fueron  tres 
muertos  y  siete  heridos.  Estos  últimos  fueron  llevados  al  hospital  militar  de  Maya- 
güez, y  pertenecen  casi  todos  a  la  guerrilla  montada,  la  cual  perdió  también  ocho 
caballos. 

En  las  fuerzas  enemigas  predomina  la  artillería  y  caballería. 

Por  frente  al  puerto  de  Mayagüez,  cruzaron  en  la  mañana  de  ayer  algunos  barcos 
de  guerra  americanos  sin  detenerse. 

En  Guamaní  y  Coamo  no  ha  ocurrido  más  novedad  en  las  últimas  veinticuatro 
horas,  conservando  nuestras  fuerzas  y  las  contrarias  las  posiciones  que  respectiva- 
mente ocupaban. — El  Coronel  i  efe  de  E.  /!/.,  Juan  Camó. 

Agosto  14,  1898.— La  columna,  formada  por  la  guarnición  de  Mayagüez,  salió 
anteanoche  de  Las  Marías,  con  dirección  a  Lares.  Al  llegar  al  río  Guasio  no  pudo 
pasarlo  por  venir  crecido,  teniendo  que  acampar  en  la  hacienda  de  don  Cirilo 
Blandín. 

Avisados  de  que  fuerza  americana  avanzaba  sobre  Las  Marías,  emprendieron  la 
marcha  para  atravesar  el  río  y  tomar  posiciones  en  la  otra  margen;  en  este  momento 
comenzaron  a  recibir  fuego  de  cañón  y  fusilería,  que  no  pudieron  contestar  por  la 
situación  en  que  se  encontraban.  Vadeado  que  fué  el  río,  tomaron  los  nuestros  posi- 
ciones, desde  donde  continuó  el  fuego.  En  este  combate  hemos  tenido,  según  noti- 
cias hasta  ahora  recibidas,  un  artillero  muerto  y  cinco  de  tropa  heridos. 

Una  numerosa  partida  sediciosa,  compuesta  de  500  a  600  hombres,  levantada  en 
Ciales  y  que  se  había  posesionado  de  aquel  pueblo,  ha  sido  atacada  por  fuerza 
del  4.''  batallón  provisional,  causándoles  bastantes  muertos  y  siete  u  ocho  heridos; 
además  se  le  han  cogido  fusiles  ]3erdan  y  Remington.  Nuestras  fuerzas  se  han  pose- 
sionado del  pueblo,  donde  quedaron  acuartelados  también  nuestros  soldados   heridos. 

Tres  fuertes  columnas  enemigas  avanzaron  ayer  por  la  mañana  en  dirección  a  las 
posiciones  de  Guamani,  llegando  a  2.000  metros  de  ellas. 

A  la  una  de  la  tarde  suspendieron  el  movimiento  de  avance  y  retrocedieron  a 
Guayama  sin  haber  disparado  un  tiro. — El  Coronel  jefe  de  E.  M.,  Juan  Camó. 


CAi^niJu:)  xxj 


oPRRAriONRS    DEL   (IHNKRAI.  IIHARV 
)K   l'OXCI-:   A   rTi:,\I)C).  ^SKIS   días   hK  CAMI'A.XA   SIX    DISI'ARAR   r\   TIRO 


A  mariiuia  del  día  ()  de  agosto,  uSoS,  el  gencralLsimo  Miles  or- 
denc:»  al  hricpdicr  g(>neral  fujy  \'.  Ilcnry  que,  con  los  rcgi^ 
mienios  voluntarios  de  infantería,  ()."  de  .Massaeliiisc^tts  v  6."  de 
Imois  y  el  completo  de  la  brigada  r.arretson,  marchase  desden 
Fonee,  por  Adjuntas  y  ütiiado.  sol)re  Arecilxy  dond(í  osla 
a  flebcría  í/,ii\<f  ¡as  iiiaiios  con  Ja  brigada  Schw^an,  )-  ani^ 
'as  unidas,  seguir  por  ferrocarril  hacia  .San  Juan,  después  de  haber  lirni)¡ado  de  ene- 
uigos  lodo  el  Oeste  de  la  Isla. 

La  brigada  (larrelson  salií)  de  íLince  el   8  de  agosto,  aeam¡:)ando  en  l:i  hacienda 
•lorida,  a  nueve  millas,  sobre  el  camino  de  Adjuntas. 

Ia3s  hombrea escribe  el  mismo  general  J  íenry — llegaron  nruy  mal,  sofocados  y 

íinsados,  especialmente  los  del  (>."  de  Illinois,  cuyos  últimos  soldados  entrar«^>n  en 
1  campamento  ya  de  noche;  el  calor  del  día  y  el  llevar  calzado  nuevo,  lueron  las 
íuisas  alegadas  por  aquella  tardanza. 


R  1  V  E  R  O 


Dieron  las  nueve  de  la  noclie  antes  de  que  los  carros  del  6."  de  Massacliusett& 
entrasen  en  eJ  campamento,  y  esto  fué  posible  usando  dobles  parejas  de  tiros.  Los 
del  6."  de  Illinois  no  llegaron  hasta  el  siguiente  día;  estos  carros  llevaban,  solamente,, 
las  municiones  de  reserva  y  las  raciones,  porque  toda  la  impedimenta  se  había  redu. 
cido  al  menor  límite  posible.  Las  tiendas  de  campaña  fueron  suprimidas  y  la  tropa 
sólo  llevaba  tiendas  abrigos. 

El  día  9  el  general  lienry  marchó  hacia  Adjuntas  con  su  Estado  Mayor,  dejando^ 
ordenes  concretas  a  (larretson  para  que  avanzase  con  su  brigiula  a  la  mayor  veloci- 


da,d  posible.  El  10  llegc5  esta  fuerza  al  pueblo  de  Adjuntas,  sin  el  tren  de  bagajes 
que,  con  grandes  trabajos,  pudo  incorporarse  en  Ja  tarde  del  íJ,  por  el  pésimo 
estado  del  camino;  y  por  la  misma  causa  fué  necesario  abandonar  los  carros,  trans- 
[)ortand(>  las  cargas  a  lomo  de  muías.  Todo  el  12  fué  empleado  en  arreglar  el  tren  de 
imfxxliuKmta,  revistar  los  hombres  e  inspeccionar  su  equi|;)0  y  armamento.  Ese  mismo 
día  un  batallón  del  regimiento  infantería  número  IQ,  de  fuerza  regular,  que  venía 
detrás,  pasó  por  .Adjuntas  y  siguió  a  tatuado,  donde  se  acantonó. 

El  13  el  general  lienry,  su  l':stado  Mayor  y  dos  batallones  del  6."  de  Illinois,  lle- 
garon a  esta  ciudad  y  a<jiu  recibieron  la  orden  de  suspender  las  hostilidades  por 
haberse  firmado  el  Armisticio.  El  14  se  incorfioró  el  escuadrón  de  caballería,  caf)itán 
ifoppin;  y  hasta  el  día  16,  no  llegaron  Garretson  y  el  resto  de  su  brigada. 


CRÓNICAS 

___ _  ^51 

El  general  Henry  falló  completamente  en  la  ejecución  de  las  órdenes  recibidas^, 
aun  cuando  la  feliz  noticia  del  Armisticio  hizo  menos  conspicuo  su  fracaso,  que  él 
explica  del  siguiente  modo: 

El  fracaso  fué  debido  a  la  inhabilidad  e  inexperiencia  de  las  bisoñas  tropas  de  la 
brigada  Garretson  para  realizar  el  trabajo  que  yo  esperaba  de  ellas,  así  como  el  tener 
que  valerme  de  carros  de  bueyes  para  transportes  sobre  caminos  que  sólo  permitían 
el  paso  de  animales  de  carga.  Desde  el  día  9  las  tropas  estuvieron  expuestas  a  lluvias 
constantes.  Este  paraje  (Utuado)  es  el  único^  en  toda  la  ruta  desde  Ponce,  donde 
pudo  hallarse  terreno  bastante  llano  para  levantar  un  campamento,  aunque  dicho 
terreno  es  tan  blando  que,  a  las  pocas  horas,  se  convierte  en  un  barrizal.  En  tales- 
condiciones,  los  mejores  sombrajos  de  tela  impermeable  no  ofrecían  al  soldado  ade- 
cuada protección,  no  habiendo  podido  traerse  las  tiendas  porque  todo  el  tren  de 
carga  estaba  ocupado  en  el  transporte  de  raciones,  y  en  aquella  operación  continua- 
ría por  varios  días. 

Yo  había  acuartelado  el  batallón  de  regulares,  el  19.°  de  infantería  (tres  compa- 
ñías del  mismo  tuvieron  43  casos  de  disentería)  y  la  caballería,  en  algunos  edificios 
del  pueblo,  porque  la  lista  de  enfermos  se  había  duplicado  en  tres  días,  debido  a  la 
exposición  de  la  tropa  al  aire  libre. 

Como  Lares  había  sido  evacuado  por  el  comandante  de  las  fuerzas  españolas,  al 
saber  la  aproximación  de  las  nuestras,  yo  consideré  que  su  ocupación  era  justifica- 
ble, y  en  ningún  sentido  una  violación  de  la  paz,  porque  parecía  necesaria  la  acción 
déla  tropa  para  mantener  la  armonía  entre  los  habitantes.  El  camino  construido  por 
el  general  Stone,  desde  aquí  hasta  Adjuntas,  nunca  será  practicable  para  carros,  en 
esta  estación,  porque  aun  cuando  abierto  un  día,  al  siguiente  desaparece. 

El  acto  del  general  Henry,  ocupando  a  Lares,  fué  considerado  por  las  autorida- 
des españolas  como  una  violación  del  Armisticio,  por  lo  cual  se  estableció  inmediata 
protesta.  El  general  Miles  así  lo  estimó  y  dispuso  que  toda  la  fuerza  americana  eva- 
cuase dicha  población  y  retrocediera  a  Utuado.  Una  columna  española,  al  mando  del 
teniente  coronel  Pamies,  desde  Arecibo,  marchó  a  la  primera  población,  permane- 
ciendo allí,  parte  de  ella,  hasta  el  día  de  la  entrega  oficial. 

Seis  días  duraron  estas  operaciones  de  la  brigada  Garretson,  al  mando  del  general 
Llenry,  y  durante  dicha  semana  de  guerra,  no  se  disparó  un  solo  tiro  ni  se  vio  un 
uniforme  español,  luchando  los  invasores,  solamente,  contra  la  lluvia  y  el  fango^. 
Cuando  la  brigada  llegó  a  la  ciudad  de  Utuado  toda  la  fuerza  presentaba  un  aspecto» 
lastimoso. 


A  .     ¡<  I  Y  li  \i  O 


CAPITULO  XXIJ 


SÜCESílS    1)1'     FAJARDO 


CAITffRA    DF-L    FARO    DE    LAS    rAI^U«:/.AS   DF    SAN  JUAN 
í)  l-SEM  r.  A  R(  '< )    h  .\    I- A I ARI  H  ) 


/        ilí^S 


^T,  declararse  la  giierru,  I''ajartlc),  l)ella  ciudad  de  8./94  hahilan- 
tes,  situada  al  extremo  (oriental  de  la  Isla  y  perteneciente  al  dis^^ 
trito  militar  de  I  lumacad,  estaba  guarnecida  por  dos  <:on>p;e 
nías  de  itda!it(M-ía,  una  de  \"'oIuntarios  (-un  su  guerrilla  montada 
y  algunas  tuerzas  de  la  Cniardia  civil,  lira  capitán  de  Puerto 
el  alférez  de  XaA'í'o  José  l.anuza;  juez  nuuiicipal,  Antonií)  1\.  Bar- 
~'  lagggg^  V^  ^cló;  alcalde,  (Vistdl>a.l  Andrcu,  y  jcle  de  la  oficina  telegráfica, 
lariano  (léige!,  quien  tenía  a  sus  órdenes  a  los  oficiales  del  Cuerpo,  joa(|uín  L<')pcz 
'ruz  y  Francisco  Turull.  Los  doctores  Santiago  Vcve  y  lísteljan  López  organizaron 
I  Cruz  Roja  local. 

Xo  halua.  fortificaciones  permanentes:  ¡lero  s(M:onstruyeron  varias  trincheras.  (?n 
is  alturas  al  Norte  de  la  pohlacis>ii  y  cerca  del  faro.  Itra  este  calífieio,  que  aun  existe, 
na  estructura  de  ladrillos,  de  una  sola  phuita.  con  su  torre  y  irnua^s  de  dos  pies  <le 
s|)esor,  ocuj)ando  una  su|ierficie  de  eicaí  pies  de  largo  |)or  40  de  ancho,  listaba 
tlifjcado  sobre  una  altura,  y  su  cota,  sol>re  el  nivel  del  mar,  es  de  2í)5  pies,  dorni- 
ando  todo  d  terreno  adyacente,  A  J50  yardas  del  edificio  el  campo  esiid>a  cubier- 
.'  de  chaparrales  y  m;deza  liaja,.  Componían  la  guardia  de  este  taro  dos  torreros: 
'cn-ero  (  limo  y  Francisco  (íarcía,  uno  de  U)S  cuales  estaba  a  cargo  del  teléfono,  (pie 
omunicaba  directamente  con  la  oficina  cc-rntral  de  la  población. 

Al  saberse  el   desembarco   y  captura   de  (niánica  por  las  fuerzas  americanas,  la 


A,     RIVEMO 

0  54  

mayor  parte  de  las  tropas  regulares  españolas  se  retiraron  sobre  Carolina,  disolvién- 
dose la  cornf)ailía  de  Voluntarios  y  su  guerrilla,  como  lial)ía  ocurrido  en  casi  todas  las 
poblaciones  de  la  isla,  quedando  solamente  una  sección  de  infantería,  con  un  tenien- 
te, algunos  Guardias  civiles  y  la  í'olicía  municij3al. 

Desde  mediados  de  julio  era  corriente  {|ue  buques  de  guerra,  transportes  y  car- 
boneros, fondeasen  frente  al  faro,  al  otro  lado  de  los  islotes,  o  que  navegasen  muy 


cc^rca  ác  la  costa.  No  debe  perderse  de  vista  (|ue  Fajardo  fué  el  punto  seleccionado 
|)or  el  Estado  Mayor  del  general  Miles,  de  acuerdo  con  el  almirante  Sampson,  para 
efpcluar  el  (lesenil)arco  de  las  tropas  invasoras. 

VA  día  ]."  de  agosto  del  año  l8o8,  a  las  cuatro  y  media  de  la  tarde,  dos  botes 
armados,  pertenecientes  al  nionilor  PmitíW,  anclado  frente  al  íaro,  atracaron  a  la 
playa,  y  tomando  tierra  sus  tripulantes,  al  mando  del  teniente  li.  G.  Dresset,  siguie- 
ron como  media  milla  hacia  el  pueblo;  y  como  notaran  algún  movimiento  de  fuerza 
armada  reembarcaron,  capturando  a  su  paso  dos  goletas:  una  de  ellas  la  kncar na- 
ción^ propiedad  de  Luis  María  Cintrón,  y  la  otra  perteneciente  a  justo  Pcreira;  ambas 
en^ibarcaciones  fueron  más  tarde  entrega<las  a  sus  dueños  por  gestiones  que  practi- 
cara el  doctor  Santiago  Veve. 

VA  día  2  de  agosto  había  frente  al  faro  los  buques  siguientes:  Amphitrite^  Puntan, 
Ij-vdt'ii  y  el  carboner(j  1  laiiirüíal.  Por  la  noche  tomó  tic\rra  un  destacamento  de  nui- 
rinos,  V  entrando  de  improviso  al  faro  se  apoderaron  de  él,  manifestando  a  los  torre- 
ros (¡ue  debían  continuar  en  sus  servicios.  Acpiella  misma  noche,  y  ya  cerca  de  la 
ma.drugada,  [oaquín  López  Cruz,  que  estaba  de  guardia,   llamó  al   faro    pidiendo  el 


C  R  O  N  I  C:  A  S  355 

parte  acostumbrado,  y  como  percibiera  una  conversación  en  la  cual  ono  de  los  inter- 
locutores, que  parecía  muy  irritado,  hablaba  en  idioma  inglés,  creyó  al  principio  que 
se  trataba  de  una  broma  de  sus  compañeros,  l)romas  (¡ne  eran  muy  frecuentes;  pero 
■siguió  escuchando,  y  \'a  no  le  cupo  la  menor  dutia  de  cjue  fuerzas  americanas  se 
habían  apoderado  del  iaro  y  que  aJguien  trataba  de  destruir  el  aparato  tt^lefonico. 
Inmediatamente  se  puso  en  conmnicación  con  la  oficina  üdegráfica  <lc  Santa  Cata- 


Hna,  establecida  en  el  nu'smo  despacho  del  general  Macías,  a  quien  dirigió  el  siguien- 
te telcgr;una: 

«'telegrafista  de  Fajardo  al  Capitán  general: 

l".n  este  momento,  cuatro  de  la  madrugada,  ha  sido  ocupado  el  faro  de  (^'al^c/as 
-de  San  Juan  por  tropas  americanas,  h^-stuy  conujuicándome  con  las  autoridades 
locales...) 

himediatamente  reciliió  (\sta  resouesta: 


«Capitán  general  al  Alcakie  de  Fajardo: 
Avise  destacamento  se  retire  sobre  bAu]uillo  o  Río  (draiide  con  toda  su  ímf)cdi- 
menta,  dejando  enfermos  al  cuiílado  de   la   Cruz   Roja.  Telegrafistas  también  deben 
retirarse,  trayendo  consigo  aparatos  \'  destruyendo  l>atcrías.^> 

Tan  pronto  como  recibiera  la  orden  anterior,  el  telegrafista,  López  Ciruz  i'actuab 
mente  secretario  dd  l'ribunal  Supremo  de  Puerto  l'>Jico),  se  puso  al  habla  con  Cris- 
t'.'ibal  Andréu,  avisando  a  su  jefe  (léigel,  y  al  otro  compañero  Turull.  Por  la  mañana, 
)^  muy  tem|>rano,  el  teniente  y  sus  25   hondires,  enfermos  casi   todos,   única  fuer/a 


3  50 


.\  .     R  I  \''  V.  K  (> 


<|ue,  como  he  dicho,  cieíendía  la  pt>blación,  emprendieron  la  retirada,  y  también  los 
(iviardias  civiles  }'  algunos  otros  rezagados  pertenecientes  al  I^icrcito.  l.a  Policía  inii- 
nicipal  (|Lied6  encargada  de  mantener  el  orden  vn  la  población,  fd  jefe  de  la  estación, 
(jéígel,  después  de  destruir  todas  las  baterías  y  conexiones  de  la  línea  telegráfica, 
cargó  los  aparatos  en  un  eal>allo  y  siguió  al  destacamento  <|ue  se  retiraba,,  a  pesar  de^ 
que  tíulos  sus  familiares  qucniaron  en  Fajardo,  y  no  obstante  las  instancias  del  doc^ 
tor  V^eve  y  oíros   amig^os,  (pie  1<^  aconsejal)an  í)ermaneciese  eti   la  población.  Ló¡:)e/ 

("ruz,  (pie  estaba  enfermo,  cpiedó  en 
su  casa. 

El  alcakle,  Andréu,  parecía  vaci- 
lante; y  tanto  él,  como  los  vccinos^ 
más  prominentes,  notaron  cierta  ex- 
citación en  las  masas  ¡íopularcs  y  la 
entrada  y  salida  de  individuos  sospe- 
chosos, pudiendo  llegar  a  la  conclu- 
sión de  que  se  fraguaba  algo  mn\' 
grave  contra  los  españoles,  dueños 
de  la  mavor  ¡)arte  del  comercio  de  la 
ciudad. 

Id  tlía  3i  y  mu}'  de  mañana,  el  doc- 
tor Santiago  Veve  (.Jilzada,  horalire 
de  gran  corazón  v  generosos  senti- 
mientos, pero  de   ideas  francamente 

(|ue  se  pre[)arafia,  evitando  a  su  f)uc- 
blo  un  día  de  sangre  y  luto.  Intentó 
convmiicarse  con  el  teniente  coronc^l 
h'rancisco  Sánchez  Apellániz,  conian- 
ilante  militar  de  llumai-ao,  pero  no 
■■''■"'"'"  a.V'i'vii.niu.i  snp^etu.r.il  i-ii'.-nü  Ki<;."..'  '       "    '  ¡Q  fué  posiblc  |ior  cstar  ¡ n tcrru uipi chi s 

todas  las  lineas  telegráfu:as,  )■  enton- 
ces, llevando  como  intérprete  a  un  tortoleño  de  nond)r(yIolm,  nuuxlió  al  faro  y  a.llí  se 
pu.so  al  habla  con  un  teniente  ríe  marina,  jefe  del  destacamento  que  ocupaba  el  edi^^ 
fíelo,  a  cpiien  le  hizo  un  relato  de  toilo  lo  <K:urrido,  añadiendo  (pie  la  población  es- 
taba sin  amfiaro  y  que  era  inndnente  un  ataspu!  sangriento  por  |:>arle  de  gente  revol- 
tosa Y  mal  aconsejada;  cpie  él,  no  pudiendo  obtener  auxilio  de  las  tropas  españolas, 
porque  todas  se  halȒan  retirado,  estalla  resut^lto  a  emplear  tocios  los  medios  posi- 
bles para  contener  aquel  movimiento.  ¡i\  ttmiente  le  contestó  (pie  nada  podía  hacer. 
r)orque  sus  órdenes  se  limitaban  a  la  captura  y  custodia  del  faro,  pero  ipae  le  acon- 
-ejafia  fuese  a  bordo  del  /\¡)ipbilr¡íf  y  hablase  con  su  comandante. 


€  R  O  N  1  C  A  S 


Cerca,  del  faro  existe  una  pequeña  ensenada,  y,  desde  ella,  en  un  bote,  Veve  y 
^su  intérprete  se  dirigieron  al  costado  del  crucero  americano,  avistándose  con  su  ca- 
|)itán  Cliarles  J.  Barclay,  fjuien,  al  enterarse  de  todo,  hablcj  así: 

^    -Yo  soy  Barclay;  .jquién  es  usted  y  qué  desear 

líl  doctor,  algo  desorientado  por  la  pregunta,  contestó; 

—  Soy  el  jefe  de!  partido  popular  de  la  ciudad  de  l'^ajardo  y  vengo  a  proponer  a 
.usted  Ja  toma  de  la  plaza  por 
las  fuerzas  de  los  listados  Uni- 
dos, como  medida  necesaria 
para  garantizar  el  orden  y  evi- 
tar a  sus  habitantes  un  día  de 
luto. 

- Siéntese  y  espere  aquí  al 

capitán  Rodger,  quien  es  el  co- 
mandante de  las  fuerzas  navales 
,a  la  vista,. 

Poco  después  vino  el  capi- 
tán kodger,  un  marino  alto,  ru- 
bio, como  de  cincuenta  años 
de  edad  y  con  cara  de  tener 
muy  pocos  amigos;  le  acomj)a- 
ñaban  Pcu-clay  y  un  interprete. 
Xuevamentc  el  doctor  \'eve  ex- 
plicé)  su  misión;  aquél  escu- 
chóle con  atención,  entablán- 
dose el  siguiente  diálogo: 

— ;Uué  garantía  me  ofrece 
usted  para  que  yo  pueda  tomar 
en  consideración  su  ofertar 

Mi  vida;  respondió  \'cve. 

I  )esdc     este     momento     soy     su  n  »<^Mc  lilántrni...  >•  h.in,.rnl.le|..)rtr,rri(|iicn.)  Ur.  Sa.iliagu  Vc\  ^- (,'al/.ida. 

prisionero. 

^ — ¿Cuántos  hombres  necesita  usted  para  capturar  la  ciudad  de  b'ajanlor 

— Con  un  centenar  tengo  bastante,  pues  cuento  con  el  au,xilio  de  una  parte  del 

pueblo. 

Kntonces  el  capitán  Ivodger,  volviéndose  a  barclay  le  <lijo: 

All  righl;  ordene  usted  l(,i  necesario  y  baje  a  tierra  con  este  señor. 

Con  señales  de  banderas  se  llamó  al  Lerdea,  este  atracó  al  costado  del  Amphi- 

Jrite  y  Veve,  con  su  intérprete,  Ikrclay  y  algunos  marinos,  transbordaron.  El  capitán 

"^V .  S.  C'rosJey  preguntó  al  doctor: 


358 


Ítj^^SlS:|^¿¡SiL  €tí  ^^  '^ 


ÁAmoce  usted  la  entrada  del  puerto? 

Santiago  Veve  era  novicio  en  asuntos  navales  y  la  pregunta  le  Humió  en  un  niar 
(ie  conlusiones;  felizmente  vino  a  sacarle  tle  a¡)uros  un  bote  pescador  (pie  paso  a  ia 
vista,  y  a  cuyo  patrón,  P>enito  Suárez,  le  orden(3  cpie  marchara  rurnbo  al  canal,  indi- 
cando al  capitán  del  L.eydiii  cpie  siguiese  al  citado  bote.  \  a  dentro  de!  inierto,  y 
londeado  el  aviHO  de  guerra  en  el  sitio  <pie  indic»')  el  botero  Suárez,  se  arrió  una  lan- 
cha y  en  ella  los  expedicionarios  llegaron  a  la  playa.  línionccs  el  doctor  contó  la 
fuer/a  de  desembarco;  eran  solamente  14  marinos  armados  de 
^•"^  fusiles,  y  se  le  ocurri»)  pensar  cpje  si  los  \'oluntarios,  o  tal  vez  alguna 

fuerza  de  l;i  íjuardia  civil,  los  recibía  en  la  playa,  el  trance  iba  a  ser 
muy  a¡')uratlo;  tal  vez  recordaba  en  acjuellos  mon,ient()S  la  guerrilla 
nu)nlada  (pie,  meses  antes,  había  organizado  el  notario  Pizarro  y 
rpie  podía  aparecer  de  un  momento  a  otro. 

Todos  los  invasores,  a  cuya  cabeza  marchaban  Ikirclay,  \"'eve  y 
un  aUerez  de  marina  llamado  Albcrt  Campbell,  se  dirigieron  a  la 
Aduana  y  en  ella  izaron  la  bandera  de  los  lisiados  I 'nidos.  Los  fun- 
cionarios españoles  Ángel  Ciarcía  Veve,  cpie  era  administrador,  y 
los  empleados  losé  Ruiz,  iXntonio  Vizcarrondo,  fulio  'Forres  y  algún 
otro,  fueron  ccmfirmados  en  sus  puestos;  el  capitán  de  puerto  no^ 
apareció. 

Siguieron  hacia  el  pueblo,  rodeados  de  una  turl>a  de  curiosos, 
chi<pnllos  en  su  mayor  parte,  v'  a  mitad  del  camino  llegó,  a  ca- 
ballo, el  joven  Enricpie  Hird  .Arias,  quien,  como  hablaba  inglés,  íné 


C  R  O  K  !  C  A  S 


nombrado  intérprete  del  capitán  Barclay.  Marinos  y  pueblo,  todos  revueltos,  entra- 
ron en  la  ciudad  de  Fajardo  sin  que  sonase  un  tiro,  y  ;i  su  paso  fueron  desaniiando 
por  las  calles  a  los  asombrados  guardias  numicipaJes  que  encontraban.  Así  Mecharon 
hasta   la  casa-Alcaldía,  donde  se  eiiarbokj   la  bandera  an;iericana,  subiendo  todos  al 


edificio  y  enviando,  seguidamente,  un  aviso  a  las  autoridades  y  vec¡n,os   rn;is  sitrnifi- 
cados  de  la  población. 

Acudieron  algunos,  incluso  el  alcalde,  Cristóbal  Andréu,  (pjien  fu<«  ix-nfirniado 
'•II  su  autoridad  y  funciones,  lo  mismo  que  el  secretariu,  José  \la,ría  Gfímez.  ¥Á  capi- 
tán ílarclay,  interpretado  por  Bird,  pronunció  un,  discurso,  saludando  a  los  habitan- 
tes de  Fajardo,  y  añadió  (,uc  el  doctor  Santiago  Veve  era  nondjrado  y  debía  ser  re- 
conocido como  gf>bernador  militar  de  la  reg¡t3n  oriental  de  Puerto  Rico,  3'  que  asu- 
mía! el  mando  a,bsoluto  de  la  ciudad  y  sus  campos,  con  encargo  de  defender  la  ban- 
'Jera  americana  y  mantener  el  orden.  Como  tardase  en  llegar  el  juez  Marcelo,  se  le 
''"'''°  ™'-^^"  a^^'so,  y  poco  despu<-s  y  ya  anochecidc»,  ap'arecié)  este  hmcionirio,  a 
quien  \'"eve  hizo  presente  que,  como  representante  vn  la  ciudad,  del  Gobierno  ameri- 


que  continuaran  en  el 
nueva  bandera. 


cano,  cistaha  autorizado  para  rogar  a  todas  las  autoridaí 
desempeño  de  sus  cargos,  previo  juramento  de  fidelidad  a 

En  la  calle,  un  grupo  de  gente  revoltosa  dal3a  finieras  a  lispaña,  con,  otras  expre- 
siones ofensivas  para  la  bandera  de  arjuella  nación,  lintonces  e!  juez,  Antonio  R.  Bar- 
celó,  tomó  la  palabra  fiacJendo 
las  siguientes  manift;stactones 
que,  aquel  mismo  día,  se  consig- 
naron en  un  acta  '*.  He  aquí  su 
contenido: 


\Cr.\    DI".    I. A    IJJ'iiADA    ni-.    LAS 
FrKK/AS  AMI-.KICANAS  A  FAJARDO 

i'()R  1'rimi<;ha  \'KZ 

Fin  el  pueblo  de  Fajardo,  isla 
de  Puerto  Rico,  a  las  ocho  de 
la  noche  del  día  5  de  agosto 
de  ]H9<S,  reunidos  en  la  Casa- 
;\ yuntannento  los  señores  que 
componen  el  rm'smo  y  autorida- 
des de  esta  localidad,  l;>ajo  la 
presidencia  del  doctor  Santiago 
Veve,  este,  tomando  h»  palabra, 
manifestó; 

'•Ouc  h;d)iendo  sido  ocupada 
la  población  por  tropas  ameri- 
canas en  la  tarde  de  hoy,  fué 
nombrado  gobernador  del  ¡de- 
partamento, con  amplia  facu!t:ui 
para  la  dirección  del  mismo;  que 

n^  A.üoiiit»    IC  de  B:.re.-I.',,  ¡.i,r^  .1..  ^l-au.ra..,    hoy    |.rrsi.lci.i.- .lO  Srna.io         |yg    aCOntecimicntOS    qUC    SC    \vA^ 

bían  desarrollado  y  las  causas 
que  a  ello  contribuyeron  eran 
bien  conocidas  de  todos  los  presentes;  que  él,  interpretando  los  deseos  <le}  jefe  de  las 
fiun'zas  americanas,  rogaba  a  todos  que  continuasen  en  el  desempeño  de  sus  cargos, 
para  evitar  entorpecimientos  en  el  desempeño  de  las  funciones  administrativas;  pero 
(pie,  no  obstante,  dejaba  a  su  libre  elección  el  que  las  autoridades  y  concejales  siguie- 
ran o  no  en  sus  puestos.  •> 

L'só  de  la  palabra  el  juez  municipal,  don  Antonio  R.  Ilarceló,  y  dijo: 
«Creo  que  no  tenemos  medios,  dentro  de  la  medida  de  nuestras  fuerzas,  para  evitar 
ni  impedir  los  hechos  consumados;  la  invasión  ha  sido  efectuada  y  estamos  someti- 
dos a  las  decisiones  del  Gobierno  americano;  y  puesto  que  su  representante  aquí  nos 


f:i 


cjeriii 


en  mi  podci 


€  R  i)  N  1  C  A  ! 


brinda  la  oportunidad  de  continuar  en  nuestros  puestos,  debemos  aceptar  tales  indi- 
caciones, porque  entiendo  que,  al  hacerlo  así,  llenaremos  un  deber  ineludible  f)ara 
con  el  pueblo  portorriqueño. 

Its  necesario,  sin  emliargo,  hacer  la  salvedad  de  que  ejerciendo  nuestros  carg-os 
en  ¥irtuii  de  la  carta  aulonómica  que  ha  otorgado  llspaña  a  nuestro  país,  continua- 
remos en  ellos  mientras  nuestra  misión  sea,  solamente,  la  de*  acatar  y  oLiedecer  las 
disposiciones  justas  de  la  nación  americana;  pero  nunca  como  dominadora  de  nuestro 
j)aís,  sino  como  amparadora  de  nues- 
tros derechos  autonómicos,  derechos 
rpie,  en  lo  futuro,  deseamos  ver  am- 
pliados en  el  sentido  de  obtener  la  más 
conq3leta  independencia  í;n  nuestro 
régimen  interior;  deseamos  el  absoluto 
respeto  a  nuestro  idioma,  a  nuestras 
costumbres  y  a  todo  lo  que  aquí  cons- 
tituye nuestros  carísimos  afectos. 

Al  tener  hoy  el  dolor  de  ver  arria- 
da (>n  este  edificio  la  bandera  española 
que  representa  la  patria  de  nuestros 
padres,  la  nación  que  nos  dio  sus  cos- 
tumbres, sus  tradiciones  y  su  idioma 
y  donde  aun  viven  nuestras  maís  caras 
afecciones,  no  puedo  menos  de  enviar 
en  estos  momentos  aciagos  un  frater- 
nal saludo  a  mis  hermanos  de  ayer, 
para  cumplir  hoy  con  otro  deber  sa- 
grado, cual  es  el  de  servir  con  todas 
mis  fuerzas  a  Puerto  Rico,  mi  única 
í)atria  de  at|uí  en  adelante,  y  la  cual, 
hoy  más  que  en  ninguna  otra  ocisión, 
necesita    los    servicios    de    todos   sus 

hijos.»  '"''  l'risco  \  i/c:.rri>i).kK 

lil    doctor   Veve    manifestó    estar 
conforme,   en   un  todo,  con   las   indicaciones  del  señor  juez  nnudcijial   I).  Antonio 
R.  liarceló,  poríjue  ellas  concuerdan   con   las  instrucciones  recibidas  del  dobierno 
americano  y  al  cual  él  representa  en  este  acto. 

\  no  habiendo  otros  asuntos  de  que  tratar  se  dio  [)or  ternn'nada  la  sesión,  dán- 
ilose  lectura  a  la  presente  acta,  que  firman  de  conformidad  todos  los  presentes. — 
ijúberriador,  Santiago  \''E\v..—^Áyimtamieiilo:  Cristóbal  Axurku,  M.  Bahalt,  j.  L\- 
xxcv.i,  Cayetano  Rívkka. — Fiscal,  José  (takcía. — Juez  muniápaU  Antonio  R.  Bar- 
CKLú. — Adnúiüstrador  de  ¡a  Aduana,  Ángel  CakcIa  Vmi-;.  (Fi-niiados.) 

hd  gobernador  Veve,  en  uso  de  sus  poderes,  nombró  sargento  mayor  de  las 
luerzas  portorriqueñas  al  cirujano  dentista  Prisco  Vizcarrondo,  comisionándolo  para 
organizar  una  fuerza  que  se  llamaría  Milicia  ciudadana,  y  cuyo  segundo  jefe  fué 


362 


A  . 


R  I  \^  ¡i  R  O 


Hilario  López!  Cruz,  <lebiendo  armarla  con  los  fusiles  que  les  entregara  el  capitán 
Barclay  y  con  otros  que  habían  sido  abandonados  por  1(3S  Voluntarios  al  disolverse. 
Vizcarrondo,  ya  en  el  ejercicio  de  sus  funciones  militares,  situó  parejas  armadas 
sobre  todos  los  caminos  que  conducían  a  la  población,  y  tomó  otras  medidas  condu- 
centes a  mantener  el  orden  y  garantizar  vidas  y  proj)iedades.  Mientras  tenía  lugar  en 
el  Municipio  la  sesión  que  he  reseñado,  ocurrió  un  incidente  verdaderamente  impor- 
tante. 1*31  ca¡)itán  del  puerto,  Lauuza,  vestido  de  uniforme  y  llevando  todas  sus  armas, 
entró  de  improviso  en  el  salón  de  actos,  causando  profunda  sorpresa;  entonces  el  ca- 
pitán Barclay,  adelantándose,  le  ordenó  que  rindiese  y  entregase  su  espada;  intervino 
Vcve,  y  el  capitán  Lanuza  pudo  conservar  sus  armas  y  retirarse  a  su  casa.  Como  cir- 
cimstancia  digna  de  mención  debo  añadir  que  siguió  (lesenq;)eriando  sus  funciones  de 


capitán  de  Puerto  sin  ser  tnolestado  en  lo  más  mínimo,  y  después  del  armisticio  fué 
el  último  oficial  español  que  abandonó  la  c¡uda,d  de  Fajardo  al  ocuparla  las  fuerzas 
americanas. 

El  sargento  mayor,  Vizcarrondo,  estableció  en  el  teatro  su  cuartel  general,  y  allí 
continuó  la  organización  de  la  milicia  ciudadana.  Todo  lo  cpie  llevo  narrado  ocurría 
durante  el  dia  y  la  noche  del  5  de  agosto.  Esta  noclie  hubo  gran  alarma,  a  causa  de 
ciertas  noticias  recibidas  de  Efumacao,  afirmando  que  el  teniente  coronel  Francisco 
Sánchez  Apellániz,  comandante  ndlitar  de  aquel  distrito  (al  cual  pertenecía  Fajardo"'!,, 
veuí;i  sol')ro  éste,  a,  marcha  forzada,  con  fuerzas,  a  caballo,  de  guerrillas  y  Guardias 
civiles.  Algunos  soldados  de  la  militáa,  sin  esperar  la  confirmación  de  este  aviso» 
abanilonaron  las  armas,  buscando  refugio  entre  los  montes  cercanos;  otros,  al  deser- 
tar, llevaron  consigo  su  armamento,  y  alguno  hubo  tan  precavido  que  envió  su  lusil 
a  Vizcarrondo,  acompañado  de  un  papelito  en  el  que  le  decía:  «Allí  le  envío  mi  fu- 
sil, porque  mamá  me  impide  cumplir  con  mis  deberes  militares.» 


€  R  i)  N  1  C  A  S  3()3 

Realmente,  Veíve,  Prisco  y  demás  caudillos  dfil  movimiento,  ignoraban  entonces 
y  tai!  vez  ignoran  todavía,  el  peligro  en  que  estuvieron  sus  vidas  en  la  noche  del  5  de 
ag'osto.  Apelláníz,  jefe  enérgico  y  de  brillante  historia,  nacido  en  Puerto  Rico,  al  sa- 
ber lo  ocurrido  en  ^''ajarclo,  reuni(3  todas  sus  fuerzas  montadas,  y,  a  pesar  de  su  an- 
tigua amistad  con  el  doctor  Veve,  resolvió  ca,pturar  a  este  y  a  todos  sus  auxiliares. 
A  punto  estaba  de  emprender  la  marcha,  a  la  cabeza  de  su  columna,  cuando  recitñó 
un  telegrama  del  coronel  Camó,  en  el  que  le  ordenaba  desistir  del  movimiento,  de- 
jándolo para  ni(íjor  oportunidad. 

Esta  noche  transcurrió  entre  alarmas  y  sobresaltos,  y,  seguramente,  muchos  ha- 
líilantes  de  Fajardo  no  habrán  olvidado  todavía  aquellas  horas  «le  dudas  y  temores. 


Al  siguiente  día,  (3  de  agosto,  llegó  un  propio,  Frasí.|uitc>  'i'rinidad,  quien  entregó  a 
Manuel  Camuñas,  secretario  de  las  Ccámaras  insulares,  y  quien  hasta  entonces  había 
permanecido  a  la  expectativa,  un  papel  conteniendo  lo  siguienle;  «Mucho  cuidado  y 
estén  alerta;  numerosas  fuerzas  de  infantería  y  caballería  y  yo  creo  que  hasta  con 
cañones,  se  están  organizando  para  caer  sobre  esa  población;  avisa  a  Santiago  \'eve 
y  a  Prisco  Vizcarrondo  que  escapen  si  no  tienen  bastante  firotección  de  ios  arueri- 
<:anos,  por(|ue  sus  cabezas  corren  |>eligro. — Tuyo,  /í'/í".»  ' 

Camuñas  avisó  a  \''eve,  \'eve  a  \'izcarronilo,  este  a  los  pocos  que  quedaban  de  su 
niilicia  ciudadan;i  y  así,  a  poco  tiempo,  la  noticia  fué  del  dominio  público.  Ac|uello  fué 
tui  sdhrse  quiiii  pueda.  Todos  los  habitantes  se  echaron  a  la  calle;  los  que  tenían 
coches  o  caballos  los  utilizaron  para  huir  a  la  Ceiba  y  a  otros  pueblos  y  barrios;  al^^ 
gunos  se  refugiaron  en  fincas  cercanas,  y  los  más  pobres,  más  de  un   im'IIar,  se  diri- 


t:i  íosé  (..  del  Valle. X.  fl,-í  , 


364  A.     R  I  VER  O 

gieron  al  faro,  coronando  los  cerros  inmediatos,  donde  pasaron  toda  la  noche  a  la 
intemperie,  noche  que  fué  para  ellos  una  noche  toledana. 

El  resto  de  los  miHcianos,  sin  una  sola  excepción,  abandonaron  sus  fusiles  y  ma- 
chetes, uniéndose  a  los  fugitivos.  La  señora  del  doctor  Veve,  su  hija  de  crianza,  su 
sobrina,  la  esposa  de  Camuñas,  toda  la  familia  Bird  y  hasta  40  más  entre  señoras  y 
niños,  buscaron  refugio  en  el  faro,  donde  fueron  bien  recibidos,  aunque  el  teniente 
Atwater  negó  la  entrada  de  los  sirvientes  por  no  tener  órdenes  acerca  de  ellos. 

Veve  y  sus  oficiales,  viendo  que  no  disponían  de  medios  de  resistencia  para 
oponerse  a  los  que  venían,  ocuparon  un  bote,  abordando  el  Amphitrite ^  donde  se  les 
dispensó  buena  acogida.  Los  que  embarcaron  fueron  los  siguientes:  doctor  Santiago 
Veve  Calzada,  Prisco  Vizcarrondo,  Modesto  Bird,  Enrique  Bird  Arias,  Luis  Acosta, 
Miguel  Veve  y  además  un  mulato  de  Luquillo  que  les  acompañaba.  Los  trece  fusiles 
de  los  marinos  americanos  fueron  recogidos  por  Vizcarrondo,  quien  hizo  entrega 
■de  ellos  al  comandante  del  buque. 

El  comercio,  español  en  su  mayoría,  cerró  sus  puertas,  y  Fajardo  apareció  como 
un  pueblo  abandonado  por  todos  sus  moradores. 

Dejemos  ahora  a  los  refugiados  en  el  faro  y  en  el  Amphitrite  para  volver  a  San 
Juan. 

El  autor  en  campaña.^ — El  mismo  día  5  de  agosto,  el  general  Ortega,  llamán- 
dome a  un  paraje  solitario  del  castillo,  me  preguntó  si  yo  conocía  los  caminos  a  Fa- 
jardo por  Carolina  y  por  la  costa,  y  como  le  contestase  que  los  conocía  desde  mu- 
chacho, que  en  dichos  campos  me  crié  y  que  más  tarde  recorrí  todos  aquellos 
montes  y  veredas,  persiguiendo  a  las  palomas  y  a  las  cotorras,  me  ordenó: 

— Entonces,  prepárese  para  ir  al  campo;  tome,  de  orden  mía,  el  mejor  caballo 
de  la  guerrilla  montada  de  voluntarios  y  a  toda  prisa  siga  hasta  Fajardo  o  hasta 
donde  lo  deje  llegar  el  enemigo;  averigüe  todo  lo  que  pasa  en  el  faro  y  en  el  pueblo  y 
tráigame  su  informe;  adopte  precauciones,  porque  las  noticias  de  Macías  son  que  las 
avanzadas  americanas  están  ya  en  Mameyes,  y  algunas  parejas  montadas,  muy  cerca 
de  la  Carolina.  Tenga  el  santo  y  seña^  concluyó,  alargándome  un  papelito  doblado 
en  forma  triangular,  papelito  donde  estaban  escritas  estas  tres  palabras:  San  Pedro ^ 
Falencia^  Pistola  1. 

Calcé  botas  y  espuelas  y  después  de  examinar  mi  revólver  Smith  Watson  y  vis- 
tiendo el  uniforme  de  campaña,  bajé  del  castillo  y  seguí  hasta  la  cuadra  de  la  gue- 
rrilla montada  de  Voluntarios,  situada  muy  cerca  de  donde  estuvo  la  antigua  estación 
del  ferrocarril  y  me  avisté  allí  con  el  teniente  Pedro  Bolívar,  a  quien  le  pedí  un  buen 
caballo,  de  orden  del  gobernador  de  la  plaza,  para  desempeñar  una  misión  secreta. 

— Toma  el  mío — me  contestó  Bolívar;  y  sobre  aquel  potro  de  muchos  bríos,  y  a 
paso  largo,  salí  de  San  Juan,  llegando  sin  novedad  hasta  Río  Piedras. 

1    Estas  palabras  se  llaman,  en  lenguaje  militar,  santo,  seña  y  contraseña. — N.  del  A. 


CRÓNICAS  365 

Aquí  encontré  pueblo  y  tropa  en  gran  excitación;  las  cornetas  habían  tocada 
generala  y  todas  las  fuerzas  estaban  preparadas  para  ocupar  posiciones,  porque  se 
decía  que  avanzadas  enemigas  estaban  cercanas.  Seguí  adelante,  por  los  barrios  de 
Sabanallana  y  San  Antón,  y  al  llegar  muy  cerca  de  la  Carolina,  detuve  mi  caballo 
frente  a  la  hacienda  Progreso  (hoy  llamada  la  Victoria),  edificio  en  donde  aparecían 
enarboladas  banderas  de  distintas  naciones,  y  que  era  uno  de  los  sitios  neutrales- 
designados,  para  esto,  por  el  Alto  Mando  español.  Al  verme,  bajaron  hasta  la  carre- 
tera muchos  amigos  míos,  entre  ellos  Jorge  Finlay,  quienes  al  verme  de  uniforme,, 
me  aconsejaron  que  retrocediese  o  tomase  precauciones,  porque  la  caballería  ene- 
miga  estaba  muy  próxima. 

Seguí  y  entré  en  la  Carolina,  donde  presencié  cierto  lamentable  espectáculo,  que 
me  causó  profunda  pena.  Un  capitán  de  infantería,  que  con  sus  fuerzas  guarnecía  el 
pueblo,  había  hecho  cavar  algunas  zanjas  en  la  plaza,  y  él  y  su  tropa  estaban  res^ 
guardados  en  aquellas  trincheras  provisionales. 

Como  yo  conocía  a  dicho  capitán,  lo  llamé  aparte,  advirtiéndole  que  no  era  sitia 
a  propósito  el  que  había  escogido  para  defender  el  pueblo,  y  que  si  era  cierto  que 
el  enemigo  estaba  cercano,  muy  pronto  se  vería  enfilado  por  el  fuego  que  aquél  le 
haría  desde  una  altura  cercana,  la  cual  dominaba,  perfectamente,  toda  la  plaza  y 
trincheras.  Sin  esperar  su  respuesta  piqué  espuelas,  vadeé  el  río  que  hay  más  allá  del 
pueblo,  crucé  sin  detenerme  por  el  poblado  de  Canóvanas  y  el  pueblo  de  Río 
Grande,  llegando  sin  novedad  al  poblado  de  Mameyes.  Allí  había  gran  revuelo;  todos- 
Ios  habitantes  del  caserío  y  gran  número  que  habían  llegado  de  Fajardo,  ocupaban 
la  única  calle  que,  entonces,  existía.  Llamé  a  dos  o  tres  personas,  a  las  que  conocíar 
para  interrogarles,  y  en  eso  se  me  acercó  un  viejo  amigo,  llamado  Frasquito  Trinidad,, 
quien  me  dio  noticias  exactas  de  todo  lo  ocurrido  en  Fajardo,  contándome  que  en  la 
población  no  había  fuerza  alguna  enemiga,  ni  más  acá  tampoco,  y,  solamente,  un 
destacamento  de  marinos  en  el  faro  y  algunos  buques,  fondeados,  más  allá  de  los 
arrecifes;  añadió  que  Veve,  Prisco  Vizcarrondo  y  otros  más  se  habían  adueñado  de 
la  población  e  izado  la  bandera  americana  y  que  disponían  de  un  grupo  de  machete- 
ros, armados  también  con  algunos  fusiles,  y  terminó  con  estas  palabras:  «Si  entras 
allí  con  cuatro  Guardias  civiles  y  un  cabo,  te  apoderas  de  todos  los  revoltosos.» 

Después  supe  que  este  mismo  bondadoso  confidente,  o  tal  vez  otro,  referían,  una 
hora  más  tarde,  al  doctor  Veve,  mi  presencia  y  reconocimiento  en  Mameyes. 

Celebré  otras  entrevistas,  y  todos  los  informes  corroboraron  la  información  re- 
cibida, por  lo  cual  di  por  terminada  mi  misión,  y  después  de  dar  un  buen  pienso  de 
maíz  al  caballo,  y  sin  prisa,  toda  vez  que  no  había  señales  de  enemigo,  emprendí  el 
regreso  a  San  Juan.  El  caballo  se  resentía  de  la  jornada,  y  así  pasé  por  Carolina,  ya 
de  noche,  sin  que  nadie  notase  mi  presencia,  llegando  hasta  un  paraje  del  camino, 
en  el  sitio  llamado  Piedra  Blaiira^  donde  me  ocurrió  algo  que  no  he  podido  olvidar. 

En  aquel  lugar,  y  a  ambos  lados  del  camino,  había,  y  hay  aún,  dos  elevados  talu- 


A  .     R  1  Y  I-;  R  O 


des  en  una  cxtc^-nsiiHi  de  más  de  200  metros.  Cuando  iba  a  la  ndtad  sentí,  muy  cer- 
cano, rumor  de  caballería,  y  casi  en  el  acto  divisé  fuerza  montada  c|iie  avanzaba  a 
galo])e. 

Aquel  hornlirc  nw^  engañó  —  fué  mi  pensamiento — ;  estas  son  las  avanzadas 
americanas  y  estoy  cogido.  Y  como  nada  podía  hacer  para  escapar,  a  causa  de  los 
taluil(,;s  que  he  descrito,  eché  pie  a  tierra  sin  soltar  las  riendas  del  caballo,  preparé 
el  revólver,  y  anticipándome  a  los  sucesos  di  el  ¡quién  vive!  a  los  que  llegaban. 

—  líspaña^^ me  contestaron. 

— Avance  el  jeíe  de  esa  fuerza  para  rendir  el  santo  y  seña— añadí,  ya  bastante 
más  tranquilo,  Y  entonces  se  acercó  el  teniente  Sergio  Vicéns,  quien,  al  frente  de 
una  guerrilla  montada,  día  hacia  Carolina,  donde,  según  las  instrucciones  que  le 
dieron,  debía  contener  el  avance  de  las  vanguardias  americanas.  Saquete  de  su  error, 
mandó  que  sus  fuerzas  envainasen  los  sables,  y  después  de  algunos  momentos  de 
conversación,  empleados  en  criticar  a  nuestros  su|)eriores,  cada  cual  siguió  su  cami- 
no. Xo  necesito  insistir,  f)ara  que  mis  lectores  lo  crean,  en  que  aquella  noche  yo 
pasé  un  gran  susto. 

J'oco  más  allá  del  puente  de  San  i\ntón,  mi  caballo  íel  de  Pedro  l>olívari  se  acostó 
en  el  camino  y  no  (piiso  seguir  adelante;  allí  lo  dejé  y  llegué  a  Río  Piedras,  paso  tras 
j>aso,  encargando  a,  un  cal;io  de  guerrilla  que  enviase  una  panya  que  cuidase  mí 
montura  y  la  condujese  a  San  Juan. 

Cuando  al  siguiente  día  conté  lo  ocurrido  al  teniente  Polívar  y  le  dije  que  proba- 
blemente su  caballo  moriría,  me  contestó: 

■  Bien  hecho;  si  te  dan  otra  comisión  procuraré  ofrecerte  un  caballo  de  más  re- 
si  ^iteiicia. 


CRÓNICAS  367 

En  Río  Piedras  tomé  el  tranvía,  y  ya  en  San  Juan,  subí  a  San  Cristóbal,  dando 
cuenta  detallada  de  mi  comisión  al  general  Ortega,  quien  me  oyó  con  interés;  y^ 
después  de  decirme  algo  que  he  olvidado,  tomó  el  camino  hacia  el  palacio  de  Santa 
Catalina.  Era  ya  de  madrugada,  cuando  regresó  malhumorado  y  triste;  el  capitán 
general,  después  de  oír  el  relato  de  mi  aventura  y  los  planes  de  Ortega  para  salir 
aquella  noche  con  200  infantes,  cien  artilleros  de  mi  compañía,  la  batería  de  monta- 
ña, al  mando  del  capitán  Arboleda,  algunos  Guardias  civiles  y  la  guerrilla  montada 
de  Bolívar,  había  rechazado  de  plano  tales  proposiciones. 

— Casi  me  ha  insultado  cuando  le  hablé  de  pulverizar  el  faro  a  cañonazos  y  traer 

amarrados  a  San  Juan  al  doctor  Veve  y  a  Prisco  Vizcarrondo — dijo  el  valiente 

D.  Ricardo,  y  añadió:  — Parece  que  en  el  Estado  Mayor  me  acusan  de  entrome- 
tido. Ellos  creen  que  solamente  debo  inmiscuirme  en  los  asuntos  de  la  plaza 

Y  como  resultado  de  aquella  entrevista  entre  generales,  no  fui  a  Fajardo  en  busca 
de  Veve  y  de  Prisco. 

El  general  Macías,  la  misma  noche,  ordenó  a  su  ayudante  de  campo,  coronel 
Pedro  del  Pino,  que,  con  fuerzas  del  batallón  Patria  y  3,''  Provisional,  y  20  Guardias 
civiles  a  caballo,  total  200  hombres,  marchase  sobre  Fajardo,  en  cuya  población  reci- 
biría las  últimas  instrucciones.  La  columna  se  formó  en  el  campamento  de  Hato-Rey 
y  siguió  en  ferrocarril  hasta  Carolina  el  día  6  de  agosto,  pasando  el  río  que  hay  más 
allá  de  aquel  pueblo,  por  un  puente  de  carretas  construido  bajo  la  dirección  del 
capitán  de  ingenieros  Barco,  llegando  todos,  algunas  horas  después,  a  Río  Grande. 
Poco  antes  se  incorporó  la  guerrilla  montada  del  3.°  Provisional,  a  cuyo  frente,  y 
desde  Río  Piedras,  iba  el  teniente  de  Voluntarios,  Rafael  Colorado.  En  dicho  pueblo 
descansó  la  tropa  dentro  de  la  iglesia,  que  fué  cedida  para  ello  por  el  párroco,  padre 
Bonet,  y  allí  permanecieron  todos  hasta  la  caída  de  la  tarde. 

A  esa  hora  se  reanudó  la  marcha,  yendo  en  vanguardia  Colorado  con  algunas 
parejas  montadas;  vadearon  el  río  Espíritu  Santo,  acampando  algún  tiempo  en  la  finca 
del  rico  hacendado  y  ganadero  Eduardo  González,  quien  generosamente  facilitó 
carne  y  todo  lo  necesario  para  la  comida  de  la  tropa.  Muy  de  mañana  se  levantó  el 
campamento  y  siguieron  hacia  Luquillo,  en  cuyo  poblado  se  dio  el  primer  rancho  a 
la  fuerza,  y  después  de  un  corto  descanso  continuaron  a  l'ajardo. 

A  las  cuatro  de  la  tarde,  7  de  agosto,  se  avistó  la  población  y  toda  la  columna 
hizo  alto  sobre  el  camino,  ordenando  su  jefe  que  el  teniente  Colorado  avanzase  con 
algunos  jinetes  voluntarios  para  reconocer  la  ciudad,  playa  y  faro,  volviendo  con  las 
noticias  adquiridas  lo  antes  posible.  Este  oficial,  con  cuatro  Guardias  civiles  monta- 
dos, penetró  en  Fajardo,  encontrando  desiertas  y  cerradas  todas  sus  casas,  salió  en 
dirección  de  la  playa,  y  escalando  una  loma,  a  la  izquierda  del  camino,  pudo  divisar 
los  buques  americanos  fondeados  frente  al  faro,  y  también  la  bandera  americana 
flotando  sobre  este  edificio  y  el  de  la  Aduana.  Aunque  su  misión  había  terminado, 
bajó  a  galope  con  su  gente,  y  haciendo  alto  junto  a  la  Aduana  dio  órdenes  a  un 


368 


A  .     K  J  \'  !•:  R  O 


Guardia  civil  para  que  arriase  la  bandera,  lin  este  momento  uno  de  los  l)ut|ucs  ene^ 
migos  rompió  fuego  contra  el  grupo  con  sus  cañones  de  tiro  rápido;  llovían  proyec- 
tiles V  era  preciso  acabar  cuanto  antes;  las  puertas  estaban  cerradas,  y  entonces  el 
(luardia  civil  trep('»  por  los  hierros  d(;l  balcón,  y  aferrándose  al  asta,  estay  la  bande- 
ra vinieron  a  tierra,  y  ('clorado,  colocándolas  solire  su  silla,  picó  espuelas,  y  seguido 


<le  sus  cuatro  hombres,  y  siempre  liajo  el  fuego  encuiiigo,  atravesó  el  pueblo  en  busca 
de  la  columna. 

^^^^-^d'\)r  (¡ué  ha  hecho  usted  esor^^-dijo  a  Colorado,  de  mal  talante,  el  coronel  Pino 
cuando  acpiél  le  hacía  cntrega^  de  hi  bandera  aniericaaia.  Todavía,  después  de  veinti- 
trés años,  ]\afael  ('olorado  no  lia  ¡)odido  desentrañar  el  verdadero  significado  de 
a(|U(41as  palabras  de  protesta. 

Id  cornetín  de  órdenes  locó  niarcJia  y  toda  la  fuerza  entró  en  h^ajardo,  detiMiién- 
(lose  frente  a  la  ('asa-Ayundarniento,  cuya  puerta  fué  preciso  violentar,  por  no  haber 
|)ersona  alguna  dentro  ni  a  la  vista. 

h'ntonces  el  sargento  de  Voluntarios,  laiis  C)rdóñ(v,  arrió  otra  bandera,  de  los 
listados  Unidos  (|ue  flotaba  sotire  el  edificio  y  la  entregó  a  su  jefe. 

listas  dos  banderas  que  he  citado,  no  hace  nuicho  tiempo  pudo  verlas  en   cierto 


< ;  R  ( )  K  1  (,:  A  s 


museo  de  Madrid  el  sargento  (Jrdóñez,  hoy  farmacéutico  en  Fajardo.  Aqufdlas  insig- 
nias, colocadas  en  una  vitrina,  ostentan  el  siguiente  letrero:  -< Banderas  tomadas  al 
enemigo  durante  la  campaña  de  í^ierto  Kico.-^ 

Como  no  aparecieran  el  ;dcalde  Andréu  ni  tampoco  algunos  de  los  concejales,  el 


coronel  Pino  nomliró  alcalde  interino  de  la  población  a  Carlos  M.  Pepín,  cabo  de  la 
l^'olicía  municipal,  y  única  autoridad  afecta  a  España  cpie  allí  concurrió  en  aquellos, 
momentos.  También  hizo  su  presenta,ción  el  doctor  I.ópez  Cruz,  prcísidentc  de  la 
<  riiz  Roja  local,  quien  ofreció  sus  servicios,  (|ue  fueron  aceptados  cortésmente,  re- 
cibiendo órdenes  de  preparar  todo  su  material  sanitario  en  el  hospitalillo  de  la  po- 
blación, por  si  fuesen  precisos  tales  servicios. 

''  telegrafiísta  López  Ouz,  que,  como  recordarán  mis  lector(-?s,  permaneció  en  la 
I)oblacién  al  retirarse  las  fuerzas  defensoras  por  encontrarse  enfermo,  según  se  dijo 
<?ntonces,  o  tal  vez  por  otras  razones  d(!  índole  personalísinia,  fué  llevado  prisionero, 
<;ntre  dos  (kiardias  civiles,  a  presencia  del  coronel  Pino,  el  cual,  después  de  interro- 
garle con  dureza,  le  onienó  que,  inmediatamente,  reinstalara  Ja  estación  telegráfica; 
pero  como  no  habían  quedado  aparatos  ni  baterías  en  dicha  oficina,   Pópez  Cruz  se 


370  A  .     R  T  VF  R  O 


ofreció  a  ir  por  ellos  a  Ceiba,  no  sin  que  antes  alguien  hablase  al  oído  del  coronel^ 
en  dialecto  catalán,  advirtiéndole  que  todos  los  familiares  del  telegrafista  estaban 
refugiados  en  el  faro,  al  amparo  de  las  fuerzas  americanas  y,  que  por  tanto,  aquél  no 
era  de  fiar.  Pino  entonces,  poniéndole  la  mano  sobre  el  hombro,  le  dijo  estas  pala- 
bras o  algunas  muy  parecidas: 

—Joven:  no  tengo  motivos  fundados  para  dudar  de  su  lealtad;  pero  como  sé  que 
sus  familiares  están  dentro  del  faro,  le  prevengo,  ahora,  que  su  cabeza  me  responde 
de  su  discreción. 

Dos  horas  después  la  estación  de  Fajardo  estaba  en  comunicación  con  el  resto 
de  la  Isla,  por  ambas  bandas  de  la  línea,  y  el  corone),  poniéndose  al  habla  con  el  ca- 
pitán general,  le  dio  cuenta  de  todo,  recibiendo  este  telegrama  que  copio  textual- 
mente; 

Oficina  de  la  Fortaleza.  Capitán  General  a  coronel  Pino. — Restablezca  autorida- 
des, y  si  puede  haga  un  ataque  al  faro;  limítese  a  un  achuchón. 

Seguidamente  todos  los  soldados  fueron  alojados  en  diferentes  casas,  muchas  de 
las  cuales  fué  preciso  abrir  a  la  fuerza  por  no  encontrarse  en  ellas  sus  habitantes. 
Así  pasaron,  sin  mayores  incidentes,  aquella  noche  y  el  siguiente  día,  y  a  eso  de  las 
doce  de  la  del  8,  cuando  la  mayor  parte  de  los  soldados  dormían,  fueron  llamados  a 
sus  alojamientos,  y  toda  la  columna  formó  en  la  plaza  y  desfiló  silenciosamente 
camino  del  faro.  Al  llegar  cerca  de  éste  y  a  cubierto  de  unas  malezas  que  allí  había, 
toda  la  infantería  rompió  fuego  por  descargas,  apuntando  a  la  luz  del  faro.  Los  de- 
fensores contestaron  con  fusiles  y  ametralladoras  y  poco  después  se  extinguió  la  luz, 
y  entonces  los  buques  americanos,  dirigiendo  hacia  tierra  la  luz  de  sus  proyectores, 
rompieron  fuego  de  cañón,  arrojando  granada  tras  granada  en  todas  direcciones. 

Brilló  de  nuevo  el  faro  y  seguidamente  cesó  el  fuego  por  ambas  partes,  y  toda  la 
fuerza  del  coronel  Pino,  siempre  a  cubierto  por  los  accidentes  del  terreno,  regresó 
al  pueblo,  descansó  algún  tiempo  y  por  la  tarde  emprendió  su  regreso  camino  de 
San  Juan, 

No  hubo  bajas  de  clase  alguna,  aunque  la  tropa  dejó  muchos  sombreros  y  otras 
prendas  de  su  uniforme  entre  los  zarzales  y  malezas. 

Había  terminado  aquella  farsa  que  se  llamó,  pomposamente,  en  los  partes  oficia- 
les, captura  de  Fajardo  v  ataque  al  faro.  Realmente  el  único  objeto  de  la  expedición, 
y  por  eso  no  llevó  artillería  con  que  batir  al  faro,  era  la  captura  de  Santiago  Veve 
y  Prisco  Vizcarrondo.  Los  dos  viven,  y  tal  vez,  si  se  toman  la  pena  de  leer  este  rela- 
to, recordarán  con  satisfacción  cuan  fácilmente  escaparon  de  aquella  peligrosa  aven- 
tura en  que  su  sangre  joven  y  la  fuerza  de  las  circunstancias  los  enredaron. 

Alguna  fuerza  de  la  Guardia  civil  quedó  en  Fajardo,  la  Milicia  ciudadana  de 
Prisco  se  ocultó  donde  pudo,  y  1^  bandera  española  siguió  flotando  sobre  la  Aduana 


CRÓNICAS  371 

y  Casa  municipal  hasta  el  día  30  de  septiembre,  en  que  fué  ocupada  la  población  por 
fuerzas  al  mando  del  capitán  L.  H.  Palmer,  del  ejército  americano. 

Al  abandonarla,  algunos  soldados  de  la  columna  Pino  asaltaron  un  estableci- 
miento comercial,  propiedad  del  juez  Barceló,  causando  en  él  grandes  destrozos  y 
substrayendo  un  buen  número  de  efectos;  cerca  de  Río  Grande,  el  coronel,  quien  tuvo 
noticias  del  suceso,  resolvió  hacer  una  investigación,  y  como  se  traslucieran  sus  in- 
tenciones, los  soldados  arrojaron  al  campo  y  a  las  cunetas  todos  los  efectos  subs- 
traídos. 

Cuando  la  columna  llegó  a  San  Juan  y  el  general  Macías  tuvo  noticias  de  la  des- 
dichada ocurrencia,  ordenó  al  capitán  Cecilio  Martínez  Porcada  que  instruyese  un 
expediente,  de  cuyo  resultado  no  tuve  noticias,  como  tampoco  de  la  recompensa 
que  pudo  alcanzar  el  coronel  del  Pino  por  su  arriesgada  operación  de  guerra. 

Y  como  tal  vez  el  curioso  lector  arda  en  deseos  de  saber  algo  de  lo  que  ocurrió 
dentro  del  faro  de  Fajardo,  durante  la  noche  del  tiroteo  y  día  anterior,  voy  a  com- 
placerle, insertando,  a  continuación,  copia  fiel  de  un  informe  oficial  que  sobre  aque- 
llos sucesos  escribió  el  teniente  Atwater: 

U.  S.  S.  Ampkitrite,,  segunda  clase. 
Afueras  del  cabo  de  San  Juan,  Puerto  Rico,  agosto  10,  1898. 

Señor:  Tengo  el  honor  de  hacerle  la  siguiente  narración  de  lo  que  ocurrió, 
durante  mi  ausencia  de  este  buque,  mientras  estuve  encargado  del  faro  de  las  Cabe- 
zas de  San  Juan,  en  los  días  del  6  al  9. 

El  alférez  K.  M.  Bennett,  con  el  segundo  ingeniero  D.  J.  Henkins  y  los  cadetes 
de  marina  W.  H.  Boardman,  Paul  Foley  y  el  pagador  O.  F.  Cate  y  I4  subalternos 
y  marinos,  dejaron  este  buque  a  las  siete  de  la  tarde  de  dicho  día  para  recuperar 
el  faro. 

A  las  siete  y  cuarto  recibí  órdenes  para  seguir  aquella  fuerza,  en  un  segundo 
bote,  y  tomar  el  mando  de  ella.  A  las  siete  y  tres  cuartos  marché  con  el  segundo 
cirujano' A.  PI.  Pleppner  y  14  hombres  armados.  Cuando  estaba  en  marcha  encontré 
al  bote  del  alférez  Bennett,  el  cual  estaba  buscando  la  entrada  a  través  de  los  arre- 
cifes, y  le  ordené  que  siguiese  el  mío.  Estaba  muy  obscuro,  y  cuando  habíamos  llegado 
a  mitad  del  canal,  vararon  ambos  botes;  pero,  gracias  al  esfuerzo  de  los  hombres  que 
se  echaron  al  agua,  las  embarcaciones  llegaron  a  la  playa  a  las  nueve  de  la  noche. 

Envié  al  alférez  Bennett,  con  su  partida,  para  que  ocupase  el  faro  y  encendiese  la 
lámpara,  permaneciendo  yo  con  él  otro  destacamento  para  inspeccionar  que  los  botes 
saliesen  sin  dificultad  de  los  arrecifes,  y  a  pesar  de  todo  eso,  volvieron  a  encallar  al 
regreso;  pero  gracias  a  la  luz  de  la  luna,  que  alumbró  en  aquellos  momentos,  pudie- 
ron seguir  adelante  y  entonces  subí  a  la  loma  donde  está  el  faro.  No  había  enemigo 
^  la  vista.  Al  entrar  en  el  faro  tuve  noticias  de  que  el  cadete  Boardman  se  había 
lerido,  con  su  propio  revólver,  en  un  accidente  imprevisto.  El  doctor  manifestó  que 
<i  herida  no  era  seria,  aunque  estaba  cerca  de  la  arteria  femoral,  pero  que  él  creía  no 
'abía  sido  tocada.  El  cadete  Boardman  estaba  acostado  en  un  colchón,  en  el  suelo, 
n  el  mismo  sitio  donde  había  caído,  y  ordené  que  fuese  llevado  al  cuarto  principal 


3/2  A.     RIVERO 

y  además  hice  cuanto  pude  para  llenar  los  deseos  del  médico  y  no  se  perdió  tiempo 
para  que  el  paciente  fuese  enviado,  con  toda  rapidez,  a  bordo;  pero  a  causa  de  la 
distancia  y  al  imperfecto  servicio  que  prestaron  las  linternas  de  señales,  fué  imposi- 
ble comunicarme  con  ese  buque  al  principio,  pero  más  tarde  tuve  éxito  merced  al 
empleo  de  unas  antorchas  de  estopa  empapadas  en  petróleo  ^. 

Entretanto,  había  enviado  al  artillero  F.  C.  Stickney,  con  el  marino  C.  W.  Me  Fi- 
llip,  quien  sabía  español,  para  llevar  noticias  a  bordo  de  la  ocurrencia,  comisión 
que  desempeñaron  con  notable  eficiencia,  y  cuando  llegaron  al  buque  tuvieron  opor- 
tunidad de  acompañar  al  doctor  H.  G.  Beyer,  que  vino  en  un  bote  a  buscar  al  heri- 
do. Ambos  doctores  atendieron  perfectamente  al  paciente,  y  como  había  luna  clara,, 
fué  fácil  enviarlo  a  bordo  acompañado  de  una  escolta. 

Lo  ocurrido  fué  que,  al  entrar  en  el  edificio,  que  estaba  muy  obscuro,  quiso  ase- 
gurarse de  que  no  había  dentro  enemigos  y  ordenó,  después  de  tener  esta  seguri- 
dad, que  sus  hombres  dejasen  las  armas  para  subir  a  la  torre  del  faro  por  una  esca- 
lera en  espiral  que  a  ella  conducía.  En  cumplimiento  de  esta  orden,  todos  los  co- 
rreajes fueron  dejados  aparte;  un  revólver  se  palió  de  su  funda  (después  se  averiguó 
que  el  mecanismo  de  seguridad  no  estaba  en  orden)  y  cayendo  en  el  piso  (que  era 
de  losas  de  mármol)  se  disparó,  hiriendo  la  bala  al  cadete  Boardman. 

Para  poner  el  edificio  a  cubierto  de  un  ataque  de  frente,  hice  abrir  en  las  puer- 
tas de  aquel  lado  algunas  aspilleras  y  situé  en  ellas  tres  hombres  con  instrucciones, 
concretas.  Como  el  pórtico  podía  ofrecer  alguna  protección  a  los  atacantes,  fueron 
arrancados  dos  ladrillos  del  mismo  y  frente  a  cada  agujero  puse  un  marino,  revól- 
ver en  mano,  proveyéndolos  de  pequeñas  bolas  de  estopa  impregnadas  en  petróleo,, 
para  poder  tener  luz  en  caso  de  necesidad. 

Una  gran  cantidad  de  petróleo,  en  cajas,  que  allí  había,  fué  almacenado  en  la 
base  de  la  torre,  y  como  teníamos  bastantes  víveres  y  agua,  cada  día  se  hizo  una  dis- 
tribución muy  liberal  de  ellos,  así  como  de  municiones.  Se  colocaron  centinelas  en 
la  torre  y  también  en  la  azotea  y  en  la  puerta  de  entrada.  Había  dos  marinos  que 
sabían  hablar  español  y  los  nombré  intérpretes,  y  toda  la  fuerza  fué  dividida  en  cua- 
tro secciones  de  seis  hombres  cada  una,  mandadas  por  un  sargento;  cada  dos  de 
ellas  tenían  un  oficial,  un  cocinero,  escuchas,  intérprete  y  todo  lo  necesario.  Toda 
la  fuerza  se  comportó  con  admirable  entereza  y  nunca  oí  murmuraciones  de  clase 
alguna  ni  recibí  otra  petición  que  la  de  permisos  para  salir  a  reconocer  el  terreno. 

Los  habitantes  del  país  parecían  bien  dispuestos  en  nuestro  favor  y  mostraron 
deseos  de  ayudarnos  en  todo  aquello  que  no  envolviese  riesgo  personal;  estaban  ar- 
mados con  machetes,  pero  carecían  de  armas  de  fuego  en  absoluto.  El  día  7,  dicha 
gente  llegó  propalando  toda  clase  de  rumores,  algunos  muy  exagerados,  acerca  de 
la  aproximación  de  tropa  española  y  de  la  cual  temían  el  peor  trato,  y  a  causa  de 
esto  yo  le  dije  al  intérprete  Brown,  que  marchase  en  busca  de  información;  para  ob- 
tenerla con  menos  riesgo,  éste  vistió  un  traje  de  los  que  usaban  los  nativos,  y  ar 
mado  de  un  revólver,  marchó  hacia  abajo,  montado  en  un  caballo  de  la  peor  clase; 
yo   estuve   observándolo    desde   la   altura  hasta   que   lo   vi  desaparecer  dos  millar 

^  Este  cadete,  William  H.  Boardman,  falleció  a  bordo  del  Amphiiriie  el  día  10  de  agosto;  fué  entenacU 
€11  la  costa,  cerca  del  faro,  y  su  tumba  rodeada  de  rosales;  más  tarde  sus  restos  fueron  trasladados  a  lo 
Estados  Unidos.  -  N.  del  A. 


i:  R  o  N  I  C  A  s 


ilúdante  y  con  cierta 
aprensión  por  lo  que 
pudiera  succderle.  Pe- 
ro, cinco  lloras  más  tar- 
de, volvió  a  galope  ten- 
dido y  montado  en  un 
hermoso  ca!)allo,  anun- 
ciando (]ue  había  visto 
y  contado  fuerzas  de  a 
pie  y  mont.'idas,  alrede- 
<lor  de  i)0  a.  lOO  honi- 
l)res  y  (]ue  venían  hacia 
I^'ajardo  desde  laujuillo. 
Más  tíirde  supe  que  es- 
tas fuerzas  llegaban  al 
número  de  I20.  ('onio 
e-ta  noticia  era  exacta 
\^  el  encongo  estalla  ya 
a  cuatro  millas,  me  v¡ 
en  la  nec<-sídad  de  to- 
mar toda  clase  de  prc- 
i:auciones. 

I'ln  estos  momentos, 
uno  de  mis  escuchas 
lk«góal  taro  guiando  un 
gr;m  número  tle  muje- 
res y  niños  que  venían 
desde  lsajar<lo;  entre 
ellos  estaban  las  espo- 
sas del  doctor  \''eve  y 
de  un  señor  Fiird,  a 
quienes,  y  seg'ún  orden 
<le  usted^  yo^iebía^  ad- 
mitir en  el  íaro;  pero 
conu3    venían    acompa- 

unas  200  personas  y  un 
]ioco  más  allá  seguían 
otras  5''^0,  fué  imposi- 
l>k:  ¡)ara  nu'  admitirlos 
a     todos,    V    solanuuitc 


olal   d. 
liños. 


entrada  a  un 
o    nuijeres  y 


374  A  .     R  I  V  ERO 

mal  trato  por  los  españoles,  a  causa  de  ciertas  actuaciones  de  los  cabezas  de  familia- 
No  quise  admitir  ningún  criado  de  los  que  les  acompañaban,  ni  tampoco  a  la  gente 
restante,  a  quienes  avisé  que  estaban  en  un  sitio  peligroso  y  que  debían  retirarse  tan 
pronto  como  pudiesen,  añadiendo  que  no  podía  prestarles  ninguna  ayuda  en  caso 
de  un  ataque.  A  pesar  de  todo  esto,  500  ú  800  de  ellos  escalaron  las  alturas  de  la 
península  y  permanecieron  allí,  a  campo  raso,  desde  el  día  7  hasta  la  tarde  del  9, 
cuando  los  españoles,  después  de  su  ataque,  se  habían  retirado,  abandonando  el  dis- 
trito a  las  tres  de  la  tarde  del  mismo  día. 

Toda  esa  gente  pasó  la  noche  esccmdida  en  las  montañas,  y  yo  advertí  a  los  que 
parecían  jefes,  que  tuviesen  cuidado,  porque  los  buques  probablemente  harían  fun- 
cionar sus  cañones  en  caso  de  combate.  Durante  dos  días  permanecieron  allí  sin 
abrigo,  alimentándose  solamente  de  algunas  frutas  que  pudieron  conseguir,  porque 
su  miedo  a  los  soldados  españoles  era  más  fuerte  que  cualquier  otra  consideración.. 
Esta  gente,  durante  toda  la  noche  del  7,  fué  causa  de  muchas  alarmas,  por  lo  que  al 
siguiente  día  les  envié  un  aviso,  advirtiéndoles  que  haría  fuego  contra  cualquiera  de 
ellos  que  se  pusiese  a  la  vista  después  de  obscurecer.  Esta  actitud  mía  produjo  exce- 
lente resultado,  porque  en  la  noche  del  ataque  no  hubo  falsas  alarmas. 

Después  que  llegó  esta  gente  de  Fajardo  pedí  por  señales  instrucciones  refe- 
rentes a  ellos,  y  entonces  vino  usted  al  faro  y  aprobó  mi  acción  respecto  a  los  refu- 
giados y  a  los  que  rñe  negué  a  admitir.  Yo  alojé  a  mis  huéspedes  lo  mejor  que  pude 
en  las  habitaciones  que  tenía  destinadas  para  los  marinos,  separando  los  hombres  de 
las  mujeres  y  marcando  un  cuarto  de  aseo  para  cada  grupo. 

Las  mujeres  soportaron  aquella  situación,  verdaderamente  difícil,  con  admirable 
valor.  Eran  las  esposas  de  cinco  caballeros  de  apellido  Veve  y  Bird,  y  por  esto  las 
puse  en  una  habitación  separada. 

También  vino  un  inglés  plantador  de  café,  de  nombre  Hansard,  viejo  soldado 
inglés  de  la  frontera  de  la  India  que  funcionó  como  mi  ayudante,  y  también  hizo  de 
centinela  durante  toda  la  noche  en  la  azotea;  éste  fué  el  único  refugiado  queme  ofre- 
ció sus  servicios,  que  realmente  fueron  de  gran  valor.  Prohibí  a  mis  hombres  que  en- 
trasen en  las  habitaciones  designadas  a  las  señoras,  excepto  para  la  inspección  diaria 
o  para  la  vigilancia  de  noche,  y  ejercité  mi  mayor  celo  para  convencerá  dichas  seño- 
ras de  que  estaban  completamente  al  abrigo  de  cualquier  ataque  del  enemigo;  y  en 
la  noche  del  combate  no  me  causaron  la  menor  contrariedad  ni  parecieron  nerviosas. 
Todas  eran  muy  corteses  y  cariñosas,  no  produjeron  la  menor  queja,  y  por  todas 
estas  cosas  ganaron  mi  más  alta  estimación;  eran  damas,  casi  todas,  acostumbradas 
a  que  sus  criados  cuidasen  de  ellas,  y  en  esta  ocasión  prescindieron  de  tales  servi- 
cios y  personalmente  atendieron  al  cuidado  de  sus  niños,  confeccionaron  sus  propios 
alimentos  y  atendieron  a  todas  sus  necesidades.  Su  único  temor  era  que  pudiesen 
caer  en  manos  de  los  españoles;  pero  yo  les  aseguré  que  eso  jamás  acontecería,  des- 
de el  momento  que  ya  estaban  bajo  la  protección  de  la  bandera  de  los  Estados 
Unidos. 

La  llegada  del  Cincinnati^  del  carbonero  Hannihal  y  del  Ley  den  el  día  8,  fué 
motivo  de  gran  alegría  para  ellas,  especialmente  cuando  supieron  que  el  carbonero 
era  un  transporte  lleno  de  soldados.  Yo  le  dije  a  mi  intérprete,  para  que  así  lo  ma- 
nifestase a   la  gente   de  afuera,  que  nosotros  teníamos  100   soldados,   aunque  sólo 


CR  ó  N  I  CAS  375 

había  28.  Durante  el  día  7^  los  señores  Henkins  y  Foley  volvieron  al  buque,  y  al  si- 
guiente día  retornaron. 

Los  días  7  y  8  algunos  campesinos  a  caballo  me  dieron  noticias  de  que  habían 
visto  500  soldados  españoles,  número  que  otros  hacían  ascender  a  800;  la  mejor 
información  que  pude  obtener  me  aseguró  que  200  ó  350  era  un  número  bastante 
razonable,  y  que  estaban  divididos  en  partidas  de  lOO  ó  1 20  cada  una.  Yo  procuré 
hacer  uso  del  grupo  de  200  hombres  armados  con  machetes,  que  estaban  escondi- 
dos hacia  el  Oeste  de  la  montaña,  con  objeto  de  formar  una  línea  que  nos  pusiese  a 
cubierto  de  un  ataque  del  enemigo  durante  la  noche  desde  aquella  parte;  todos  pro- 
metieron hacerlo  así,  pero  cuando  vino  el  ataque  dependimos  únicamente  de  nuestra 
propia  vigilancia. 

A  las  once  de  la  noche,  y  aunque  estaba  muy  obscuro,  me  pareció  ver  hombres 
vestidos  de  blanco  al  pie  de  las  malezas,  250  yardas  al  Sudoeste;  pero,  como  mi  gente 
estaba  muy  cansada,  resolví  no  despertarlos  sin  urgente  necesidad;  también  me  avi- 
saron de  que  se  veían  señales  de  luces,  aunque  yo  no  pude  verlas.  A  eso  de  las  once  y 
tres  cuartos  la  luna,  saliendo  de  detrás  de  unas  nubes,  dio  alguna  claridad,  y  con  mis 
gemelos  de  noche  vi  algo  que  me  pareció  ser  un  oficial  en  un  ángulo  de  los  montes  ya 
referidos;  estaba  en  un  espacio  descubierto,  y  poco  después  vi  el  bulto  de  otros  hom- 
bres vestidos  de  blanco  a  un  lado,  y  tres  o  cuatro  más  al  otro.  Sin  producir  alarma, 
avisé  a  los  centinelas  que  vigilasen  cuidadosamente,  y  llamando  a  Mr.  Hansard,  salía 
con  él  por  la  puerta  principal,  cuando  llegaron  a  la  carrera  un  cabo  y  un  centinela  avi- 
sando que  habían  visto  gente  en  el  camino;  y  cuando  me  decían  esto,  sonó  una  des- 
carga de  fusilería.  Inmediatamente  nos  retiramos  al  faro,  cerrando  las  puertas,  y  subí 
a  la  azotea,  donde  encontré  a  mi  gente  en  sus  posiciones  de  combate  y  a  cubierto. 
Di  orden  de  hacer  fuego  disparando  lO  tiros,  con  cada  rifle  de  seis  milímetros,  y  poco 
después  otros  lO  con  los  Lee,  calibre  45. 

Dos  fusiles  de  cada  clase  fallaron,  aunque  en  la  inspección  que  había  pasado  por 
la  tarde  parecieron  estar  en  buen  estado;  entonces  di  un  revólver  a  cada  hombre  y 
provisión  bastante  de  cartuchos,  de  los  cuales  llenaron  sus  sombreros;  todos  estaban 
tranquilos,  a  pesar  de  que  las  balas  zumbaban  sobre  nuestras  cabezas. 

Como  yo  había  ordenado  apagar  la  luz,  señal  convenida  con  los  buques,  avisán- 
doles de  que  el  enemigo  me  atacaba,  empezaron  a  funcionar  sus  baterías  a  una  dis- 
tancia de  1.800  yardas.  Yo  pensaba  que  como  dichos  buques  estaban  usando  sus 
proyectores,  con  los  cuales  iluminaban  el  campo,  no  había  peligro  alguno;  sin  em- 
bargo, muchos  proyectiles  pasaron  cerca  de  nosotros,  y  uno  cayó  sobre  una  loma  en 
nuestra  misma  dirección,  una  milla  más  allá,  y,  por  último,  un  shrapnel!  explotó  sobre 
nosotros. 

A  las  doce  y  media  un  nuevo  proyectil  chocó  contra  el  parapeto,  entre  dos 
hombres,  destruyendo  parte  del  muro  en  una  extensión  de  dos  pies  y  abriendo  un  agu- 
jero no  hizo  explosión;  al  recogerlo  vi  que  no  se  había  deformado,  pero  la  base  de  la 
espoleta  se  había  desenroscado,  y  por  eso  no  funcionó.  Gran  cantidad  de  ladrillos 
volaron  en  todas  direcciones,  y,  como  había  una  fuerte  brisa,  el  polvo  nos  cegó; 
aunque  el  proyectil  atravesó  por  entre  seis  hombres,  ninguno  fué  herido. 

En  el  acto  ordené  que  se  encendiese  la  luz.  A  las  doce  y  media  el  silbido  de  las  ba- 
las cesó,  aunque  algunos  disparos  más  se  nos  hicieron  y  a  los  cuales  contesté.  Poco 


376  A  .     R  I  V  E  R  O 

después  di  orden  de  ¡alto  el  fuego!,  y  después  sólo  uno  de  mis  hombres  disparó  dos 
veces  contra  las  malezas;  estos  fueron  los  dos  últimos  tiros. 

Avisé  por  señales  a  los  buques  de  que  ya  no  tenía  necesidad  de  auxilio  ni  tampo- 
co había  heridos.  A  las  dos  de  la  madrugada  vimos  dos  soldados  españoles  cruzando 
un  espacio  descubierto;  pero  no  permití  que  mis  hombres  les  disparasen,  porque 
como  aquella  gente  iba  en  retirada,  me  pareció  innecesario  molestar  a  los  buques 
nuevamente;  además,  la  luna  alumbraba  tanto,  que  no  había  oportunidad  para  una 
sorpresa.  Las  puertas  del  faro  permanecieron  cerradas  hasta  el  amanecer  y  los  hom- 
bres listos  para  cualquier  ocurrencia.  No  me  cabe  duda  que  si  los  españoles  intenta- 
ron un  ataque  serio,  desistieron  de  él  al  ver  que  estábamos  preparados  y  al  verse 
descubiertos  por  los  proyectores  de  los  buques.  Cuando  vino  el  día  no  observamos 
tropa  enemiga  en  los  alrededores,  y  los  nativos  tampoco  trajeron  noticias  de  impor- 
tancia, y  sí  sólo  algunos  cartuchos  vacíos  de  Máuser  y  varias  prendas  de  equipo. 
Durante  el  ataque  mi  artillero  vio  hombres  en  las  rocas  y  en  las  malezas,  enfrente  de 
la  puerta  que  defendía,  y  contra  ellos  disparó  su  fusil. 

Los  hombres  del  doctor  Veve  me  dijeron  que  las  tropas  enemigas  habían  tenido 
tres  muertos  y  dos  heridos,  siendo  uno  de  los  primeros  un  teniente,  y  también  dije- 
ron que  habíamos  sido  atacados  por  caballería,  la  cual  yo  nunca  vi.  Mr.  Campbell 
estimó  que  el  número  de  los  atacantes  era  de  150;  pero  yo  estoy  convencido  que 
eran  alrededor  de  200. 

La  partida  de  socorro  desembarcó  en  la  mañana  del  9,  y  las  señoras  y  niños,  en 
número  de  60,  fueron  llevados  a  bordo  del  Leyden^  sin  accidente  alguno;  cerramos 
la  casa  del  faro,  marchándonos  todos,  y,  siguiendo  las  órdenes  de  usted,  dejamos 
enarbolada  la  bandera. 

Mi  gente  se  portó  con  inteligencia  y  energía,  y  creo  ciertamente  que  ellos  habrían 
muerto,  si  hubiera  sido  preciso,  en  defensa  del  faro  y  de  las  mujeres  y  niños  a  nues- 
tro cargo. 

Soy  respetuosamente, 

(Firmado)  Charles  U.  Atwatek, 

Teniente. 

Al  capitán  Chas  J.  Barclay,  comandante  del  Amphitrite. 


Informes  oficíales. — Con  relación  a  los  sucesos  ocurridos  en  Fajardo,  se  facilitó 
a  la  Prensa  y  al  público  los  siguientes  informes  por  la  jefatura  de  Estado  Mayor  en 
San  Juan: 

Agosto  5,  1898. 

En  Fajardo  no  ha  ocurrido  más  novedad  que  haberse  posesionado  los  america- 
nos del  islote  «Palominos»,  que  está  frente  al  puerto.  Ayer  comenzaron  desembar- 
cos por  Cabezas  de  San  Juan,  apoderándose  del  faro,  sin  tenerse  noticias  hasta  hoy 
a  las  diez  de  que  iniciasen  movimientos  de  2iy]2iV\ce.  — El  Coronel  jefe  de  Estado 
Mayor.,  Juan  Camú. 


CRÓNICAS  377 

Agosto  7,  1898. 

Desde  el  amanecer,  hasta  las  diez  de  la  mañana,  con  pequeños  intervalos,  varios 
barcos  americanos  han  hecho  disparos  sobre  la  playa  de  Fajardo,  buscando,  sin 
<iuda,  la  situación  de  nuestras  tropas.  Solamente  en  la  aduana  causaron  algunos  des- 
perfectos, pues  la  mayor  parte  de  los  proyectiles  se  quedaron  cortos;  no  habiendo, 
por  tanto,  novedad  ni  en  el  pueblo  ni  en  nuestras  fuerzas. 

Se  sabe  que  los  refugiados  en  los  buques  yankees  hicieron  propalar  la  falsa  es- 
pecie de  que  nuestras  fuerzas  iban  a  cometer  toda  clase  de  atropellos  al  llegar  a  Fa- 
jardo, noticias  que,  según  referencias,  circularon  el  doctor  Veve  y  un  señor  Vizca- 
rrondo. 

Las  inmediaciones  del  faro  de  las  Cabezas  de  San  Juan,  las  tienen  iluminadas 
constantemente  de  noche  con  sus  proyectores  los  barcos  americanos,  encargados  de 
proteger  a  los  desembarcados  en  dicho  faro,  a  fin  de  evitar  cualquier  sorpresa. — El 
Coronel  jefe  de  Estado  Mayor  ^  Juan  Camó. 


Agosto  8,  1898. 

Las  tropas  americanas  que  se  habían  posesionado  de  Fajardo  y  la  mayoría  de 
los  habitantes  de  aquel  pueblo,  abandonaron  la  población  tan  luego  como  tuvieron 
noticias  de  que  se  aproximaba  una  columna  nuestra  al  mando  del  coronel  de  infan- 
tería don  Pedro  Pino,  ayudante  de  campo  de  S.  E.  el  capitán  general.  Muchas  per- 
sonas quedaron  en  las  alturas  inmediatas  al  pueblo  y  otras  se  embarcaron  con  las 
tropas  americanas  en  los  buques  surtos  en  el  puerto.  Al  llegar  nuestras  tropas  a  la 
población,  arriaron  la  bandera  americana  que  flotaba  en  la  Casa- Ayuntamiento  y  en 
la  torre  de  la  iglesia,  sustituyéndolas  con  la  nuestra  nacional.  No  se  encontró  en  el 
pueblo  a  ninguna  autoridad,  ni  a  la  nuestra,  ni  al  nombrado  por  los  americanos, 
doctor  Santiago  Veve,  diciéndose  que  éste  se  ha  refugiado  en  un  buque  americano. 
Estas  noticias  se  han  recibido  vía  de  la  Ceiba. 

Ayer  noche  se  ha  recibido  aquí  correspondencia  oficial  y  pública  de  Vieques,  de 
fecha  6,  sabiéndose  por  ella  que  no  ha  ocurrido  ninguna  novedad  por  aquella  isla. 
El  Coronel  jefe  de  Estado  Mayor,  Juan  Camó. 


MEMORÁNDUM  DEL  DOCTOR  SANTIAGO  VEVE  CALZADA 

Sardinero,  4  de  febrero,  1921. 
Sr.  Ángel  Rivero , 

San  Juan,  P.  R. 
Mi  estimado  amigo:  En  mi  poder  su  carta,  fecha  29  del  pasado,  y  en 
la  cual  solicita  de  mi  una  breve  reseña  o  MEMORÁNDUM  referente  a  los 
llamados  "Sucesos  de  Fajardo",  ocurridos  en  los  primeros  dias  del  mes 
de  agosto  del  año  1898. 

Aquellos  hechos  fueron  del  dominio  público  y  hasta  la  Prensa,  aun- 
que desvirtuándolos  en  parte,  se  ocupó  de  ellos.  Usted  los  conoce  per- 
fectamente y  en  varias  ocasiones,  y  al  hablar  de  los  mismos,  he  podi- 
^do  confirmar  esta  creencia. 


378 


A  .  RI VER  O 


Como  también  solicita  usted  algo  que  fije  mi  juicio  actual  sobre 
aquellos  remotos  sucesos,  le  complaceré,  aunque  en  forma  breve. 

Creo  y  pienso  hoy,  exactamente,  como  pensaba  y  creia  en  el  mes  de 
agosto  de  1898.  Puerto  Rico  es  y  será  siempre,  para  dicha  suya,  un 
territorio  americano.  No  fué  culpa  nuestra,  porque  en  ello  no  tuvimos 
intervención,  el  cambio  de  soberanía,  desp.ués  de  cuatrocientos  años  de 
dominación  española.  No  creo  ni  lo  deseo  que  jamás  se  arríe,  en  nues- 
tra Isla,  la  bandera  de  la  Unión.  Y  aunque  mis  actuaciones,  durante 
aquella  guerra,  me  hicieron  blanco  de  acerbas  censuras,  y  a  pesar  de 
que  hoy  mismo  no  todos  los  fajardeños  comparten  mis  opiniones,  me 
siento  satisfecho  de  cuanto  hice,  nada  en  provecho  propio  y  sí  para 
evitar  a  mi  ciudad  nativa  un  día  de  luto  y  sangre. 

Yo  regué  en  los  campos  de  Fajardo  las  semillas  que  encerraban  los 
deberes  y  derechos  que  informan  la  Constitución  del  gran  pueblo  ame- 
ricano . 

Esto  creí  y  esto  creo.  Si  estoy  equivocado,  las  futuras  generacio- 
nes darán  razón  a  quien  la  tenga. 

Soy  cordialmente  suyo,  amigo  afectísimo, 


CAPITULO  XXIII 


FIN  DE  LA  GUERRA 


CÓMO  VINO  LA  PAZ.     EL  PROTOCOLO.- KL  ARMISTICIO 


MEDIADOS  de  julio  era  evidente  el  resultado  de  la  guerra,, 
en  un  todo  funesto  a  las  armas  españolas.  El  día  primero  de 
mayo  de  1898  y  frente  al  arsenal  de  Cavite  (Manila),  el  Como- 
doro Dewey  con  su  escuadra,  destruyó  todas  las  fuerzas  nava- 
les que  tenía  España  en  el  extremo  Oriente  al  mando  del  almi- 
rante Patricio  Montojo.  No  se  salvó  un  solo  buque,  y  las  bajas 
españolas  en  dicho  combate  alcanzaron  a  lOl  muertos  y  250  heridos.  La  flota  de 
Dewey  tuvo  solamente  ocho  heridos  a  bordo  del  Baltimore  ^. 

El  3  de  julio  por  la  mañana,  salió  de  Santiago  de  Cuba  la  escuadra  del  almirante 
Cervera,  y  ese  mismo  día  fué  aniquilada  por  la  de  Sampson,  teniendo  223  muertos, 
151  heridos  y  1. 740  prisioneros,  siendo  éstos  un  almirante,  78  jefes  y  oficiales 
y  1.661  marineros  y  soldados  de  Marina  ^. 

Las  bajas  de  la  escuadra  americana  fueron  solamente  un  muerto  y  un  herido,  a 
bordo  del  Brooklyn  2.  El  16  de  julio  firmó  el  general  Toral,  por  encontrarse  herido 
el  de  igual  empleo  Linares,  la  capitulación  de  Santiago  de  Cuba,  incluyendo  no  so- 
lamente la  plaza  y  sus  I2.000  defensores,  sino  también  otras  tropas  que  guarnecían 
la  provincia,  algunas  de  ellas  acantonadas  a  más  de  TOO  millas  de  aquella  ciudad. 
Las  tropas  capituladas  fueron:  18  batallones  de  infantería,  cuatro  escuadrones  de  ca- 
ballería, una  batería  de  montaña,  cuatro  compañías  de  artillería  de  plaza,  cinco  com- 
pañías de  ingenieros  y  una  de  administración  militar,  formando  todas  la  división. 
Linares.  El  número  de  bajas  durante  el  sitio   de  la  plaza  y  combates   que   tuvieron. 

^     Acciones  Navales  Modernas,  Javier  de  Salas,  1903. 

2     Navy  Department,  Washington,  1X98. 

^     Acciones  Navales  Modernas,  Javier  de  Salas,  1903. 


38o 


A  .     RI VER  O 


lugar  fué  de  593.  Las  de  las  fuerzas  de  desembarco,  al  mando  del  general  Shafter, 
fueron  260  muertos  y  1.43 1  heridos. 

En  julio  25  y  26  tuvo  lugar  la  captura  y  combate  de  Guánica  por  la  brigada  Ga- 
rretson,  perteneciente  a  la  expedición  del  general  Miles,  y  en  días  sucesivos  ocuparon 
los  invasores  a  Yauco,  Peñuelas,  Ponce,  Sabana  Grande,  San  Germán,  Mayagüez, 
Arroyo,  Guayama,  Las  Marías,  Adjuntas,  Utuado,  Juana  Díaz 
y  Coamo. 

El  Gobierno  español,  que  había  fracasado  en  sus  gestiones 
de  buscar  una  paz  honrosa  por  mediación  del  Vaticano  y  de 
otras  Cortes  de  Europa,  encontró,  por  fin,  apoyo  en  el  Gabinete 
de  París,  y  el  26  del  mismo  mes  M.  Jules  Camben,  embajador 
de  Francia  en  Washington,  entregó  a  Mr.  William  R.  Day,  se- 
cretario de  Estado,  el  documento  que  figura  al  número  13  del 
Apéndice,  y  en  el  cual  el  duque  de  Almodóvar  del  Río,  ministro 
de  Estado  español,  soHcitaba  condiciones  para  terminar  la  gue- 
rra. La  respuesta  del  secretario  Day  se  encuentra  en  el  nú- 
mero 14  del  mismo  Apéndice, 

La  firma  del  Protocolo. — Después  de  algunas  negociacio- 
nes preliminares,  el  día  12  de  agosto  de  1 898,  William  R.  Day, 
secretario  de  Estado  de  los  Estados  Unidos,  y  Jules  Camben, 
embajador  extraordinario  de  Francia  en  Washington,  con  autorización  este  último 
clel  Gobierno  de  España,  firmaron  el  Protocolo  de  la  paz,  que  puso  termino  a  la  gue- 
rra. Este  importante  documento  figura  en  el  Apéndice  número  20. 

La  noticia  del  Armisticio  fué  comunicada  al  general  Miles  en  el  siguiente  cable: 


OFICINA  DFX  AYUDANTE  GENERAL 

Washington,  agosto  12,  1898.  4,23  P.  M. 
Mayor  general  Miles,  Ponce,  P.  R. 

P^l  Presidente  dispone  que  sean  suspendidas  todas  las  operaciones  militares  contra 
el  enemigo. 

Negociaciones  de  paz  están  a  punto  de  cerrarse,  y  un  Protocolo  ha  sido  firmado 
por  representantes  de  ambos  países.  Usted  informará  al  comandante  de  las  fuerzas 
españolas  en  Puerto  Rico  de  estas  instrucciones.  Más  ordenes  seguirán.  Acuse  recibo. 

Por  orden  del  secretario  de  la  Guerra,  LL  C.  (  okbin,  ayudante  general. 


A  las  cinco  de  la  misma  tarde  se  telegrafió  nuevamante  a  los  generales  Miles,  en 
Puerto  Rico;  Merrit,  en  Manila,  y  vShafter,  en  Santiago  de  Cuba,  incluyendo  a  todos 
la  proclama  del  Presidente  Mac-Kinley,  dando  cuenta  de  la  firma  del  Protocolo  y  or- 
denando la  suspensión  de  hostilidades. 

Este  cable  se  recibió  de  noche  en  Ponce,  y  seguidamente  el  generalísimo  lo  tras- 


CRÓNICAS  381 

lado  a  los  generales  Brooke,  Wilson,  Schwan  y  Henry,  y  en  todos  los  campos  se- 
suspendieron  las  operaciones  de  guerra. 

Un  mensaje. — El  general  Miles  envió  al  capitán  general  Macías  un  mensaje  escrito- 
conteniendo  las  cláusulas  del  Protocolo  y  proclama  del  Presidente.  Este  documento 
lo  recibió  en  su  Campo  de  Coamo  el  mayor  general  Wilson,  entregando  una  copia, 
de  él,  en  la  noche  del  día  13  de  agosto  de  1898,  al  capitán  de  artillería  Ricardo  Fler- 
náiz,  quien  lo  llevó  a  las  posiciones  españolas  del  Asomante,  y  desde  allí,  con  toda, 
urgencia,  fué  dirigido  a  San  Juan. 

Parlamentarios  en  San  Juan. — El  día  14  de  agosto,  y  a  la  una  y  media  de  su 
tarde,  cuatro  buques  de  guerra  fueron  divisados  desde  las  murallas  de  San  Juan;  elu 
mayor  de  ellos  navegó  al  Oeste,  y  los  otros  tres  se  aproximaron  muy  lentamente. 
Eran  los  cruceros  de  guerra  Cincinnatti  y  New  Orleans,  acompañados  del  yate  Anita,, 
de  la  Prensa  americana. 

El  primero,  por  medio  de  su  telégrafo  de  banderas,  se  puso  en  comunicación  con 
el  semáforo  del  Morro,  pidiendo  parlamento,  con  objeto  de  comunicar  órdenes.  El 
general  Macías  dispuso  que  aquel  castillo  izase  bandera  blanca,  y  como  el  caso  no 
estaba  previsto,  el  artillero  Juan  González  Perujo  prestó  una  sábana  de  su  propiedad, 
que  fué  utilizada  como  bandera  de  parlamento.  El  pabellón  nacional  fué  arriado,  y  la. 
sábana,  bastante  limpia,  subió  al  tope,  anunciando  al  mundo  que  había  terminado  el 
dominio  español  en  el  Continente  americano. 

El  Cincinnatti  largó  una  lancha  que  fué  remolcada  dentro  del  puerto  por  la  del 
Arsenal,  donde  venía,  además  del  práctico,  el  capitán  de  puerto  Eduardo  Fer- 
nández. 

Llegaron  a  los  muelles,  tomando  tierra  el  segundo  comandante  del  crucero  y  un 
guardia  marina,  quienes  acompañados  del  citado  capitán  Fernández,  ocupando  un  co- 
che, se  dirigieron  al  palacio  de  Santa  Catalina,  y  entregaron  allí  al  general  Macías  otra 
copia  de  la  proclama  del  presidente  Mac-Kinley  y  del  Protocolo.  La  entrevista  fué- 
breve  y  cortés,  y  asistió  a  ella  el  intérprete  oficial  Manuel  Panlagua. 

Terminada  su  comisión,  fueron  a  las  oficinas  del  cable  los  marinos  del  Cincinnatti^ 
y  después  de  expedir  un  despacho  para  el  secretario  de  Marina  de  los  Estados  Uni- 
dos, entraron  en  el  Hotel  Inglaterra,  donde  celebraron  una  larga  conferencia  con  el 
cónsul  inglés,  quien  también  era  encargado  de  los  asuntos  de  los  Estados  Unidos. 

A  las  tres  y  media  de  la  tarde  reembarcaron  los  del  Cincinnatti^  siempre  acom- 
pañados de  la  lancha  del  Arsenal,  regresando  a  bordo  de  su  crucero.  Los  tres  buques- 
permanecieron  a  la  vista  del  Morro,  entre  este  castillo  y  el  de  San  Cristóbal,  toda  la. 
noche,  y  durante  ella  el  New  Orleans  barría  la  costa  con  sus  proyectores.  San  Cris- 
tóbal, como  señal  de  cortesía,  no  encendió  aquella  noche  su  potente  proyector 
Mangin. 

Al  siguiente  día  el  New  Orleans  comunicó  nuevamente  con  el  semáforo,  y  poco- 
después  otro  bote  del  crucero  condujo  a  tierra  al  capitán  Folger,  comandante  dek 


382  A  .     R  I  V  E  R  O 

mismo,  quien  celebró  nueva  conferencia  con  el  general  Macías,  solicitando  autoriza- 
ción para  que  entrasen  en  puerto  algunos  buques,  y  pidiendo  que  el  canal  fuese  lim- 
piado de  minas.  Terminada  la  entrevista,  regresó  a  bordo  de  su  buque. 

El  telegrama  del  Sun. — El  día  13,  por  la  mañana,  se  recibió  en  las  oficinas  del 
cable  inglés  este  despacho: 

(¡aceta,  o  cualquier  otro  periódico, 

San  Juan,  P.  R. 

Nueva  York,  agosto  13,  1898. 

El  Protocolo  de  paz  ha  sido  firmado.  Se  han  suspendido  las  hostilidades.  Los  co- 
misionados se  reunirán  en  San  Juan  dentro  de  treinta  días  para  arreglar  la  evacuación. 

iTiene  usted  la  bondad  de  telegrafiar  inmediatamente,  en  200  palabras,  cómo  ha 
sido  recibida  la  noticia,  cuál  es  el  espíritu  del  pueblo,  etc..?^ 

Pagaremos  liberalmente. 

Sun. 

Este  telegrama  fué  retenido  en  el  Estado  Mayor  hasta  el  día  15  de  agosto,  en  que 
se  dio  a  la  Prensa.  El  mismo  día  13,  que  se  recibió,  fué  contestado  por  la  Gaceta  de 
Puerto  Rico  en  esta  forma: 

Sun. 

New  York. 

San  Juan,  P.  R.,  agosto  13,  1898. 

Pueblo  recibió  noticia  paz  con  absoluta  tranquilidad,  esperando  Estados  Unidos 
establecerán  justas  y  honrosas  condiciones.  Agradecemos  cortesía. 

Gacfíta. 

Tal  fué  la  minuta  que  redactó  el  doctor  Francia,  secretario  del  Gobierno  general 
de  Puerto  Rico,  como  respuesta  al  cable  del  periódico  neoyorquino;  lo  que  no  he  po- 
dido averiguar  es  si  el  texto  anterior  fué  transmitido  íntegramente  o  mutilado. 

Una  proclama. — El  día  14  del  mismo  mes,  y  por  la  tarde,  circuló  la  siguiente 
Gaceta  Extraordhiaria: 

CAPITANÍA    GENERAL    DE    LA    ISLA    DI-.   PUERTO    RICO 

Orden  general  para  el  día  14  de  agosto,  iSgS. 

«Ministro  de  la  Guerra  a  Capitán  general  de  Puerto  Rico. 

Madrid,  14  agosto. 

Firmado  el  Protocolo  preliminar  de  negociaciones  paz  entre  Gobierno  de  España 
y  los'  Estados  Unidos,  a  consecuencia  del  cual  ha  sido  acordada  suspensión  de  hos- 
tilidades por  fuerzas  de  mar  y  tierra;  y,  transmitidas  ya  órdenes,  en  tal  concepto,  a 
los  Estados  Unidos,  dicte  V.  E.   inmediatamente  las  disposiciones  necesarias  para 


C  R  O  N  I  (■  A  S  .S^^ 

que  se  observe  (lidia  suspensión  jior  las  fuerzas  del  P^jército  y  ^Marina  a  sus  órdeties. 
La  suspensión  de  hostilidades  acordada,  por  el  momento,  entre  el  Gobierno  de  Es- 
paña y  los  Instados  Unidos,  signifura  hasta  ahora  el  síúí/í  {/no,  conservando  los  con- 
ten(h*entes  sus  respectivas  posiciones.-/ 

Juan  CamCk 

h.l  20  tomó  puerto,  en  San  Juan,  el  primer  buque  de  guerra  aiuerieano,  despue's 
de  firmado  el  Armisticio;  fue  el  A4Te  Oríoius,  capitán  ludger,  y  al  siguiente  día  lo 
hizo  el   ll'ns/),  teniente  W'ard.  1l1  capitán  l'olger  saltó  a  tierra,  y  aconipa,ña(io  del  de 


Urden  f)úhlico,  Soto,  se  dirigió  a  las  oficinas  del  cable;  otro  oficial  del  ndsmo  cru- 
cero visitó,  en  sus  oficinas  del  /Yrsenal,  al  comandante  general  de  Marina,  Va- 
llarino. 

Idabía  terminado  la  guerra.  En  sus  filtinios  momentos,  tropas  esp;uloIas,  desrnu's 
del  conilxite  del  río  Guasio,  se  retiraban  sobre  Lares;  en  el  Asom:mte  v  en  el  (jua- 
inati!  ondeaba  aún  la  bandera  española  y  sus  defensores  resjíondían  tiro  a  tiro  al 
biego  enemigo,  h:s  cierto  que,  contra  ambas  jiosieiones,  columnas  nanrpjeadoras  es- 
taban avanzando  para  proteger  y  auxiliar  el  ata<jue  frontal;  pero  como  esos  tlanqueos 
no  locaron  a  su  fin,  nada  puedo  decir  de  unas  Ofieracíoncs  de  guerra  susfxaididas  a 
[hh:o  de  iniciadas. 

Puestos  al  habla,  por  telégrafo,  desde  Louce  a  Santa  Catalina  los  generales  Miles 
>•  Maeías,  cambiaron  los  cumplidos  naturales  en  dos  comandantes  de  b'jército  (lue 
desde  el  día  anterior  habían  cesado  de  considerarse  enemigos.  L)c  común  acuerdo 
<^ada  fuerza  se  mantuvo  en  sus  posiciones  y  altos  |)i{pjet:es  con  lianderas  lilancas  m:u-- 
carí)n  las  líneas  0]:»ucstas. 

Seguidamente  comenzó  la  entrega  de  heridos  y  prisioneros  españoles,    excepto 


384  A  .     R  I  V  E  R  a 

algunos  que  lo  rehusaron.  El  general  Macías  no  devolvió  prisionero  alguno  porque  en 
los  diez  y  nueve  días  que  duró  la  campaña  ni  un  solo  soldado  de  los  Estados  Unidos 
pudo  ser  capturado  por  fuerzas  españolas.  William  Freeman  Halstead,  corresponsal 
del  Neiv  York  Herald^  el  cual  sufría  sentencia  de  un  Consejo  de  Guerra  en  el  Presi- 
dio provincial,  fué  indultado. 

Entrega  de  las  poblaciones. — Por  espacio  de  sesenta  y  cinco  días  tuvo  lugar,, 
paulatinamente,  la  entrega  de  todas  las  poblaciones  de  la  Isla  que  no  habían 
sido  ocupadas  durante  la  guerra  por  el  ejército  americano,  así  como  los  cuarte- 
les, aduanas,  capitanías  de  puerto,  hospitales  y  comandancias  militares  y  otras 
dependencias  y  oficinas  militares  y  civiles  del  Gobierno  español.  En  el  Apéndice 
encontrarán  los  lectores  un  estado  en  que  consta  la  fecha  que  se  fijó  por  la  Comisión 
mixta  de  entrega,  para  la  toma  de  posesión  de  cada  pueblo  por  las  fuerzas  ameri- 
canas. 

Un  telegrama. — El  general  Miles  envió,  con  fecha  21  de  agosto,  el  siguiente  des- 
pacho: 

Ponce,  P.  R.,  21  de  agosto,   1898. 
vSecretario  de  la  Guerra. — Washington. 

Todo  cumplido  como  se  deseaba;  sólo  faltan  detalles  que  deben  ser  arreglados 
por  los  comisionados  de  la  evacuación.  Algunas  fuerzas  españolas  están  marchando 
hacia  vSan  Juan,  como  preparación  para  su  embarque  a  España. 

Tengo  106  cañones,  morteros  y  obuses,  de  campaña  y  sitio,  los  cuales  pensaba 
emplear  contra  San  Juan  en  caso  de  que  las  fuerzas  españolas  no  hubiesen  podido- 
ser  capturadas  en  el  resto  de  la  Isla.  Puede  usted  servirse  de  esta  artillería  si  la  cree 
necesaria  en  otro  sitio.  Entre  ella  hay  diez  poderosos  cañones  dinamiteros  de  cam- 
paña. Si  son  precisos  puedo  enviarlos  en  seguida  con  sus  hombres  y  municiones  con 
destino  a  Manila,  vía  New  Orleans  y  San  Francisco. 

Espero  salir  pronto  para  Washington. — Miles. 

Los  corresponsales. —  Los  pueblos  más  importantes  de  la  Isla,  y  principalmente 
San  Juan,  fueron  muy  visitados  por  gran  numero  de  corresponsales  de  la  Prensa 
americana,  alojándose  un  buen  número  de  ellos  en  el  Hotel  Inglaterra,  de  Anacleto- 
Agudo. 

Luis  Muñoz  I^ivera  y  otros  hombres  de  alta  posición  en  la  política  del  país,  cele- 
braron conferencias  con  aquellos  periodistas,  y  en  estos  días  el  cable  inglés  guardo- 
en  sus  cajas  mucho  oro  americano  transmitiendo  despachos  a  la  Prensa  asociada,  no- 
pocas  veces  sin  valor  ni  importancia.  San  Juan  había  recuperado  su  aspecto  normal; 
todas  las  casas  abrieron  sus  balcones,  y  los  paseos  y  plazas  veíanse  m.uy  concurridos. 

En  pública  subasta. — No  era  posible  enviar  a  España  todo  el  inmenso  material 
existente  en  cuarteles,  dependencias,  pabellones,  oficinas,  almacenes,  hospitales  y 
parques.  Los  periódicos  de  la  ciudad  publicaron  repetidos  anuncios  de  subastas 
públicas  y  se  vendieron  al  mejor  postor,  y  más  tarde  a  cualquier  precio,   muchas 


c  R  (,)  N  I  c:  A  s 


385 


toneladas  de  víveres  y  un  número  inmenso  de  muebles  y  efectos  de  construcción  v 
maquinaria. 

Parejas  de  excelentes  bueyes  de  trabajo  fueron  adquiridas  por  unos  cuantos 
pesos,  y  en  los  almacenes  y  depósitos  de  la  Administración  Militar  casi  se  regalaron 
grandes  cantidades  de  arroz,  liacalao,  jíatatas,  garbanzos,  ron,  aguardiente,  galletas  y 
harina,  que  desde  Cádiz,  y  a  pesar  del  bloqueo,  fueron  enviados  aquí  y  otros  adqui- 
ridos con  los  fondos  de  la  suscripción  popular. 

J£l  dinero  obtenido  ingresó  (!n  las  cajas  respectivas,  y  no  tengo  noticias  de  graves 
filtraciones  o  irregularidades.  Solamente  rccuerilo  que  al  examinar  algunos  comer- 
ciantes las  estibas  de  arroz  valenciano  que  pregonaba  el  almúmjicro  púlilico,  vieron 
i|ue  aquel  cereal,  tal  vez  por  intluencias  del  clima  o  por  otras  razones  <lesconociilas, 
se  había  transformado  (ni  arroz  hamburfi'in's  de  ínfima  calidad,  b-1  bacalao  de  Esco^^ 
cía,  qae  nos  llegó  en  pe(.|ueñri5  cajas,  también  suírii3  parecida  iiictaniarfosis..... 


BH6 


A  .     R  I  '\'  E  ¡i  O 


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^^^^^B 

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:.^..:p^. 

'^•^■t-ii^SIT^iS*"^^ 

CAPITULO  XXIV 


r)i-:siT.';s  I)I<:í,  armisticio  ^^^^i,a  comisión  co\jr.\i'A.^^^^K\TRi-:cA  pü^ 

DE  l.\   ISI.A. Rlil'ATRIAClt'íX'  I)]-;   I. AS  1'ROl'AS  líSPAXnCAS. 


\H  de  agosto  circult'),  en  San  Itiait,  la  síí>ijícüIc 


.Ad-.TA    l-:\l1C\f  »KI)IN'ARI.\ 


SrnrfanVi. l-:i    fíxcmo.  Sr.   Capitán   u-(<nrral   úe  Cuba,   con 

t>sta  fcclia,  manifiesta  al  I^xcnio.  Sr.  <:  Í()l>crna(U.r  genera!  de 
esta  Isui  k)  (jiie  sigue: 

':Vá  Itxcnio.  Sr'.\\linisiro  de  la  (íuerr.'K  cu  cahlegranuí  ur- 
genlco-(M;il)idobu\.',  me  dice  lo  siguiente:  I.(;vantado  pnr  el  (io^ 

iniUendo  enlracia  en  puertos  limpies,  todas  nacioní^s,  |>uefie  V.  Ic  aulori/arla  lanv 
bien  en  los  de  vxi  Isla,  inchisu  a  los  nmerieanos,  ret-tableciendo,  «lesdc  hi<>gu,  rela- 
ciones comerciales  y  pc^slales.  1  a:)  (|ue  traslado  a  \" .  ¡i.  ¡lara  su  deíjído  conocinuen- 
to  y  efectos  consiguientes.. > 

Lo  cpie  de  orden  de  S.  K.  se  hace  púldico  en  (Itutld  J:x!i\io-ííiii¡<ina  para  ga:'ne- 


erto  Rico,  1 8  de  ic^t^slo  de  ¡SpH. 


lito  l'HAXcau 


Lfi  Comisión  conjunta. — I.a  Keina  reg(!nle  de  b'.spaña  y  el  Presidente;  .Macdvinlcy, 
según  lo  consignado  en  el  broloeoh:),  nombraron  (.'omisiones  para  entender  vi\  la 
cA.'acuacíón  de  las  tropas  y  entrega  formal  de  la.  Isla  al  (iobierno  de  los  ltsta,dos 
Cnidos,  recayendo  los  nombramientos  como  sigue: 


38S 


'VERO 


Comisii)ii  española:  í'reneral  Ricardo  (irtega,  gobernador  militar  de  San  Juan, 
presidente;  capitán  de  Navio  de  primera  clase,  Eugenio  V^allarino,  comandante  prin- 
cipal de  Marina  de  la  Isla,  y  el  auditor  de  División,  José  Sáncliez  del  Águila;  con 
fecha  i:  i  de  septiembre,  el  g(^neral  Macías  nombró  para  el  cargo  de  secretario  de 
dicha  Comisión  al  comandante  de  ingenieros  Rafael  Rávena. 

('oiinsionados  de  los  lisiados  Unidos:  Mayor  general  John  \i.  Brooke,  presidente; 


;« 


contraalmirante,  W.  S.  Scheley;  l)rigadier  general  W'ni.  \\\  (j.Mrdun,  y  secretario,  el 
teniente  coronel  luiward  llunter,  tp-iien  era  abogado  general  v  Juez  del  Ejército. 

l'd  d(»ctx)r  Manu'd  del  X'alle  Atiles  tomó  parle  en  las  conferencias  como  intérprete 
traductor,  nondiramienlo  (¡ue  recibió  en  W^áshington,  desempeñando  sus  funciones 
a  las  órdenes  del  gctneral  P)rooke.  Matnud  í^a,niagua,  interprete  de  lenguas  del  ("iobic^^ 
no  de  la  Isla,  auxiliíiba,  en  iguales  funciones,  a  la  Comisión  española.  Ma,xinuno  Luzu- 
naris  asistió  también  como  intóriirete,  pero  solamente  a  la,  primera  sesión,  por  no 
estar  aún  en  San  Juan  el  doctor  del  Va,lle,  <|uien  había  desemliarcado  en  í'once  para 
esta  fecha;  después  de  las  ¡>rimeras  conferencias,  y  como  el  coronel  1  lunter  se  viese 
agobiado  de  trabajo,  reclamó  y  obtuvo  los  servicios  de  l'rancisco  Amy,  quien  hacía 
su  trabajo  en  las  oficinas  de  diclio  secretario.  Juan  1\\  Ráez  era  intérprete  extraoficial, 
y  desempeñó  sus   funciones   privadamente  cerca  de  dicho  teniente  coroncíl  Uuuter. 


CRÓNICAS 


389 


El  primer  "meeting".— -Tuvo  lugar  el  día  10  de  septiembre,  a  las  nueve  y  media 
de  la  mañana,  en  el  Palacio  de  ÍSanta  Catalina  y  en  el  salón  del  Trono.  Asistie- 
ron al  acto  dos  taquígrafos  americanos,  redactándose  en  inglés  las  minutas,  que  más 
tarde  fueron  traducidas  por  Francisco  Amy.  Reunidos  k)dos  los  miembros  de  ambas 
Comisiones,  y  después  de  cambiar  recíprocos  saludos  y  nombres,  comenzó  el  acto, 
que  se  redujo  al  examen  y  aprobación  de  todas  las  credenciales,  dándose  lectura  por 
el  general  Ortega  a  un  cable  recibido  por  el  general  Macías,  en  el  cual  el  ministro  de 
la  Guerra  comunicaba  de  Real  orden  el  nombramiento  de  los  comisionados;  a  conti- 
nuación se  acordó  la  forma  de  conducir  los  procedimientos,  y  fijándose  para  las  sesio- 
nes, en  los  días  en  que  tuviesen  lugar,  las  horas  de  nueve  a  once  y  media  de  la  mañana. 

Fué  acuerdo  unánime  que  las  minutas  de  cada  sesión,  redactadas  en  inglés,  fuesen 
traducidas  al  español  antes  de  vaciarlas  en  las  actas  correspondientes,  que  serían 
leídas  y  aprobadas  en  la  siguiente  conferencia. 

Seguidamente  se  levantó  la  sesión,  señalándose  para  la  próxima  el  día  12  del 
mismo  mes. 

Segundo  "meeting". — Esta  reunión  fué  tal  vez  la  más  importante  de  todas  las 
celebradas,  porque  en  ella  se  fijó  el  criterio  de  ambas  Comisiones;  y  como  en  aquel 
acto  se  pronunciaron  palabras  que  tal  vez  convenga  no  olvidar,  copio  a  continuación 
una  parte  del  acta  correspondiente,  acta  en  idioma  español,  que,  como  todas  las 
referentes  a  las  otras  reuniones,  guardo  en  mi  archivo  particular. 

General  Brooke. — Caballeros:  de  acuerdo  con  los  términos  del  Protocolo,  se 
sobrentiende  que  España  cede  a  los  Estados  Unidos  la  isla  de  Puerto  Rico,  y  además 
otras  islas,  pertenecientes  al  grupo  de  las  Indias  Occidentales,  actualmente  bajo  su 
soberanía.  Por  el  artículo  4.''  de  dicho  Protocolo  esta  Comisión  ha  sido  nombrada 
para  entender  en  todos  los  detalles  de  la  evacuación  de  Puerto  Rico  y  de  aquellas 
otras  islas.  Para  llevar  a  cabo  lo  que  ordenan  estas  instrucciones,  tenemos  que  con- 
venir con  ustedes,  caballeros,  todos  los  detalles  necesarios.  Sólo  me  resta  pregun- 
tarles ahora  si  están  preparados  para  comenzar  los  trabajos  sobre  los  detalles  de  la 
evacuación. 

General  Ortega. — Manifiesto,  en  nombre  del  Gobierno  español,  exactamente  lo 
mismo  que  acaba  de  decir  el  General  Brooke,  toda  vez  que  nosotros  hemos  recibido 
iguales  instrucciones,  y,  de  acuerdo  con  ellas,  estamos  preparados  para  empezar  los 
trabajos.  Esta  es,  simplemente,  una  Comisión  militar  que  ha  de  entenderse  en  todo 
lo  referente  a  la  evacuación  del  Poder  Militar,  y  tal  vez  más  tarde  deban  ser  tratados 
otros  asuntos  que  se  refieren  a  política  general  respecto  a  la  Isla. 

General  Brooke. — Los  asuntos  referentes  a  la  ocupación  militar  de  Puerto  Rico 
e  islas  adyacentes  por  nosotros,  y  su  evacuación  por  las  fuerzas  españolas  y  la  en- 
trega por  los  representantes  de  España  de  todas  las  propiedades  de  dicha  Nación,  son 
los  límites  únicos  hasta  donde  alcanzan  nuestras  instrucciones. 

Almirante  Scheley. — (Al  intérprete  del  Valle.)  ¿Cómo  interpreta  usted  lo  que 
acaba  de  decir  el  General  Brooke? 

Del  Valle. — Que  los  deberes  de   esta  Comisión  se  limitan  exclusivamente  a  la 


390  A  .     RI  VERO 

supervisión  de  cuanto  se  refiera  a  la  evacuación  del  ejército  español  y  entrega  a  los 
Estados  Unidos  de  todas  las  propiedades  públicas  pertenecientes  a  España. 

General  Ortega, — Una  cosa  es  la  evacuación  del  Ejército,  y  otra  la  entrega  de  la 
Isla;  yo  creo  que  es  mejor  esperar,  para  lo  segundo,  los  procedimientos  que  siga  la 
Comisión  que  ha  de  reunirse  en  París. 

General  Brooke. — Yo  deseo  manifestar,  como  respuesta  al  General  Ortega,  que, 
en  virtud  de  los  términos  del  Protocolo,  Puerto  Rico  debe  ser  cedido  por  España  a 
los  Estados  Unidos,  y  por  cesión  de  esta  Isla,  toda  su  propiedad  inmueble,  pertene- 
ciente al  Gobierno  de  España,  será  en  lo  sucesivo  una  propiedad  de  los  Estados 
Unidos.  En  razón  de  lo  expuesto,  nosotros  estamos  aquí  para  tomar  posesión  en 
nombre  del  pueblo  de  los  Estados  Unidos,  de  todos  los  edificios  públicos  y  sus  terre- 
nos, fuertes,  fortificaciones,  arsenales,  depósitos,  muelles  y  edificios  adjuntos  y  cual- 
quiera otra  propiedad  inmueble  perteneciente  a  España;  y  también  estamos  aquí 
para  el  cuidado  y  conservación  de  todas  ellas,  como  tales  propiedades  de  los  Estados 
Unidos.  Lo  anterior  incluye  todos  los  papeles,  documentos  públicos  y  otros  que  sean 
necesarios  o  convenientes  para  el  mejor  gobierno  de  la  Isla;  y,  sobre  todo,  los  refe- 
rentes a  la  Historia  de  la  misma,  los  cuales  deben  ser  entregados  a  esta  Comisión 
para  su  custodia  y  preservación,  como  una  propiedad  de  dichos  Estados  Unidos. 
También  debemos  proveer  para  que  todos  los  documentos  judiciales  y  los  títulos  de 
propiedad  sean  conservados  y  preservados.  Al  tomar  posesión  de  tales  propiedades 
solicitaremos  una  ligera  descripción  de  las  mismas  y  un  inventario  completo,  el  cual 
será  examinado  cuidadosamente. 

Tales  son  nuestras  instrucciones,  y  bajo  tales  líneas  estamos  dispuestos  a  conti- 
nuar los  trabajos. 

General  Ortega, — Para  la  Comisión  que  yo  represento  hay  dos  cuestiones:  una^ 
la  primera,  es  la  que  se  refiere  a  la  ocupación  de  la  Isla  por  el  Ejército  de  los  Estados 
Unidos;  y  la  segunda  es  la  que  se  refiere  a  cómiO  debe  entenderse  tal  ocupación;  en 
ambas  hay  puntos  que  no  pueden  decidirse  en  este  momento,  sino  en  el  futuro,  por 
la  Comisión  de  París.  Y  como  yo  entiendo  que  el  primer  punto  a  tratar  es  el  refe- 
rente a  la  evacuación,  quiero  decir  que  tan  pronto  como  lleguen  a  puerto  los  trans- 
portes de  que  tengo  noticia,  en  un  plazo  de  uno  o  dos  días,  tal  vez  mañana,  empe- 
zaremos la  evacuación  por  la  isla  de  Vieques,  siguiendo  la  de  aquellas  poblaciones 
más  lejanas  a  la  ciudad  desde  el  Este  al  Oeste;  cuando  yo  tenga  aquí  los  transportes 
daré  órdenes  a  las  tropas  más  lejanas,  para  que  unidas,  se  reconcentren  sobre  San 
Juan,  con  objeto  de  ser  embarcadas,  y  sería  conveniente  que  al  mismo  tiempo  que 
es  abandonada  una  localidad,  se  posesionen  de  ella  las  fuerzas  americanas.  Deseo 
que  esto  se  tenga  en  cuenta,  a  causa  de  existir  en  la  Isla  una  gran  excitación  políti- 
ca, y  además,  con  la  idea  de  prevenir  incendios  y  otros  actos,  fuera  de  la  Ley,  que 
pudieran  ser  realizados  por  criminales. 

Las  tropas  llevarán  consigo,  al  retirarse,  todas  sus  pertenencias  militares  y  priva- 
das, y  como  en  algunos  pueblos  de  los  ocupados  por  el  Ejército  de  los  Estados  Uni- 
dos tal  vez  haya  documentos  pertenecientes  a  los  diferentes  batallonec,  y  como  tales 
papeles  no  son  de  utilidad  general,  yo  ruego  que  sean  devueltos  a  sus  dueños. 

Después  de  que  comience  la  evacuación,  poco  a  poco,  de  Este  a  Oeste,  y  las  tror 
pas  más  lejanas  hayan  embarcado   para  España,  todos  los  archivos,  los  expedien- 


CRÓNICAS  3gj 

tes,  todos  los  documentos,  edificios  y  sus  terrenos  adyacentes,  las  fortificaciones  y 
edificios  militares,  yo  creo  que  deben  ser  entregados  al  Gobierno  Insular  de  Puerto 
Rico,  hasta  que  s^  firme  el  definitivo  Tratado  de  Paz  *. 

Respecto  a  las  propiedades  que  no  pertenecen  al  Gobierno  de  España,  nada  te- 
nemos que  hacer;  y  en  cuanto  a  la  artillería,  tanto  los  cañones  de  campaña  como  los 
de  mayor  calibre,  emplazados  en  las  baterías,  deben  permanecer  de  la  propiedad  de 
España.  Esto  es  solamente  una  indicación.  Ruego  a  ustedes  tengan  en  cuenta  que 
después  de  una  ocupación  de  cuatrocientos  años,  es  tarea  muy  difícil  hacer  cambio 
tan  radical  en  muy  pocos  días;  además,  hay  muchos  asuntos  que  no  deben  ser  tra- 
tados aquí,  sino  en  París. 

General  ^r(9í?>^¿'.— Respecto  a  cuanto  ha  dicho  el  General  Ortega,  contestaré 
leyéndole  lo  que  ordenan  estas  instrucciones:  «Las  armas  portátiles,  pertrechos  de 
guerra,  baterías  de  campaña,  carruajes  para  el  transporte  de  municiones  y  bagajes  y 
ambulancias  del  Ejército  español,  en  Puerto  Rico,  usted  permitirá  que  sean  llevadas, 
si  así  \o  desean  los  representantes  de  España,  siempre  que  el  transporte  de  lo  indi- 
cado se  efectúe  en  un  espacio  de  tiempo  razonable.» 

Lo  leído  es  la  respuesta  a  las  indicaciones  anteriores,  y  debo  añadir  que  también 
pueden  ser  retiradas  todas  las  propiedades,  tanto  de  equipo  como  particulares,  de  los 
oficiales  y  soldados. 

General  Or^^^^z.— Nuestra  intención  es  llevarnos  toda  la  artillería,  incluso  los  ca- 
ñones de  gran  calibre;  pero  si  el  Gobierno  americano  los  desea,  no  creo  haya  obje- 
ción para  vendérselos 

General  Brooke. — Permítame  leer  algo  más:  «El  armamento  de  los  castillos,  for- 
tificaciones y  baterías  fijas,  siendo  de  tal  naturaleza,  que  sus  emplazamientos  no  per- 
miten removerlos  fácilmente,  y,  por  tanto,  deben  ser  considerados  como  inmuebles, 
usted  no  permitirá  que  sean  transportados;  y  tales  castillos,  fortificaciones  y  bate- 
rías, deben  ser  entregados  a  los  Estados  Unidos.» 

General  Ortega. — Nada  tendría  que  objetar  si  se  tratase  de  Mayagüez,  Ponce  y 
otros  lugares,  que  han  sido  conquistados;  pero  San  Juan  es  una  plaza  que  no  ha  sido 
tomada  por  la  fuerza  de  las  armas,  sino  por  las  de  un  Tratado,  y  por  esta  razón  no 
puedo  ceder  en  mis  resoluciones. 

General  Brooke. — (Mostrando  a  los  comisionados  españoles  el  artículo  4.°  del 
Protocolo.)  Solamente  tengo  que  añadir  que  esto  demuestra,  por  sus  términos,  que 
España  debe  evacuar,  inmediatamente,  a  Puerto  Rico. 

General  Ortega.  —Para  hacerlo  inmediatamente  estamos  preparados,  en  cuanto  se 
refiere  a  la  evacuación  de  las  tropas;  pero  respecto  a  lo  que  piensa  el  General  Brooke 
sobre  la  artillería  y  otras  propiedades  de  España,  es  cuestión  que  debe  ser  decidida 
más  tarde. 

^//;^//'¿z;^/(í' 5<:/;<í'/<?j/.  — (Dirigiéndose  al  Presidente.)  Pídales  que  formulen,  por  es- 
crito, las  bases  sobre  las  cuales  estén  dispuestos  a  llevar  a  cabo  los  términos  del  Pro- 
tocolo; si  hay  entonces  alguna  diferencia  entre  sus  instrucciones  y  las  nuestras,  opino 
que  debe  de  consultarse  a  ambos  Gobiernos. 

General  Ortega. — Está  bien;  lo  haremos  inmediatamente. 

^    Este  fué  un  noble  rasgo  del  general  Ortega,  quien  así  luchó  para  que  fuese  reconocida  la  personalidad 
del  País.~A'.  í/í-/ yí. 


392  A.     RI  VE  RO 

Almirante  Scheiey. — (Dirigiéndose   al  General  Brooke.)  Pídales  que   me  envíen 
esas  proposiciones  mañana,  a  las  tres  de  la  tarde,  al  Hotel  Inglaterra. 
General  Ortega. — Estamos  conformes  en  hacer  lo  que  se  desea. 

La  Comisión  conjunta  levantó  la  sesión,  hasta  el  14  de  septiembre,  a  las  nueve  y 
treinta  minutos  de  la  mañana. 


Como  el  general  Ortega  fué  una  figura  de  gran  realce,  en  Puerto  Rico,  durante  la 
guerra,  copio  del  acta  correspondiente  a  la  tercera  sesión,  celebrada  el  día  14  de  sep- 
tiembre, lo  siguiente: 

General  Ortega. — Con  respecto  a  la  artillería  fija,  deseo  ahora  expresar  mi  opi- 
nión. Yo  quisiera  saber  hablar  inglés,  para  manifestar  a  ustedes  mis  pensamientos, 
mis  ideas  y  cuanto  siento  en  estos  instantes.  Yo  ruego  que,  por  un  momento,  uste- 
des, señores  comisionados,  se  pongan  en  nuestro  lugar,  y,  entonces,  estarán  en  con- 
diciones  de  interpretar  lo  que  voy  a  decir. 

Yo  tengo  que  sostener  aquí  que  San  Juan  no  es  una  plaza  tomada  por  la  fuerza 
de  las  armas:  soy  el  Gobernador  de  esta  plaza,  y  hablo  más  bien  como  Gobernador 
que  como  Comisionado.  Es  una  costumbre  de  la  guerra  que,  cuando  una  plaza  es 
tomada  por  asalto,  todo  cuanto  existe  en  ella  pertenece  al  conquistador;  no  aconte- 
ce así  en  las  poblaciones  que  son  cedidas  por  un  Tratado,  o  que  capitulan,  des- 
pués de  haber  sido  atacadas,  pero  no  tomadas.  En  estos  casos  las  tropas  salen  de 
la  ciudad  con  sus  armas,  equipos  y  pertenencias.  Si  una  plaza  es  asaltada,  la  artille- 
ría queda  a  merced  del  vencedor;  pero  cuando  no  ha  sido  asaltada  ni  tomada,  sino 
cedida,  la  artillería  y  todo  el  armamento  pertenece  a  los  soldados  que  demostraron 
valor  bastante  para  mantener  y  preservar  el  honor  de  sus  armas. 

Todo  esto,  quizá,  no  tenga  importancia  material;  pero  ello  es  para  mí  una  cues- 
tión moral  y  de  honor,  a  la  que  doy  importancia  suprema.  Yo  quisiera  que  mis  pa- 
labras fueran  bien  interpretadas;  pero  fehzmente  el  almirante  Scheiey  entiende  el 
español,  y  a  él  ruego  que  explique  mis  conceptos,  y  tal  vez  lo  haga  mejor  que  yo, 
para  que  conste  que  tal  cosa  no  puede  hacerse  porque  es  contraria  a  las  costum- 
bres, a  los  derechos  y  leyes  de  la  guerra. 

Deseo  que  ustedes  mediten  sobre  lo  que  acabo  de  decir,  y  que  piensen  en  ello 
con  calma;  que  se  pongan  en  mi  lugar,  y  verán  entonces  que  tengo  razón  en  todo  lo 
que  he  dicho.  Lo  dejo  todo  al  buen  criterio  de  ustedes,  añadiendo  únicamente  que 
esto  no  es  un  asunto  material,  sino  puramente  moral. 

Almirante  Scheiey. — (Explica  a  sus  compañeros  de  Comisión  el  verdadero  senti- 
do de  las  manifestaciones  del  general  Ortega.) 

*  *  * 


CRÓNICAS  393 

Por  la  tarde,  el  general  Ricardo  Ortega,  al  subir  como  de  costumbre  al  castillo, 
me  contó  todo  lo  ocurrido,  añadiendo: 

«Mañana  le  traeré  a  usted  copia  de  mi  discursito;  me  parece  que  he  estado  bien, 
y  que  aquella  gente  se  conmovió  comprendiendo  la  razón  de  mis  argumentos.» 

Efectivamente;  el  general  Ortega  obtuvo  un  triunfo  el  día  citado,  porque  gracias 
a  sus  manifestaciones  y  a  la  intervención  del  almirante  Scheley,  quien  durante 
todas  las  sesiones  apoyó  moral  y  materialmente  todas  las  proposiciones  y  la  mayor 
parte  de  las  protestas  que  hiciera  el  Presidente  de  la  Comisión  española,  el  punto 
referente  a  la  artillería  de  costa  se  dejó  a  la  resolución  de  los  comisionados  de  París, 
quienes  fallaron  en  favor  del  Gobierno  Español.  ^ 

Con  la  mayor  armonía  continuó  la  discusión  en  las  sesiones  sucesivas,  que  fueron 
hasta  trece,  y  en  todas  el  general  Ortega  trató  de  conseguir,  aunque  sin  éxito,  el  que 
por  los  comisionados  americanos  se  retoñeciese  la  personalidad  del  País,  represen- 
tada por  su  Gobierno  autonómico,  dejando  a  este  organismo  el  encargo  de  resolver 
todos  los  asuntos  ajenos  a  la  evacuación  puramente  miHtar  de  la  Isla. 

El  general  Brooke  se  opuso  a  tales  propósitos,  alegando  que  sus  instrucciones 
eran  limitadas,  y  que  de  ellas  no  podía  apartarse. 

El  teniente  coronel  de  artillería  James  Rockwell,  y  el  comandante  de  ingenie- 
ros Eduardo  González,  intervinieron  en  todo  lo  referente  a  la  entrega  de  las  obras  y 
edificios  militares  y  del  Gobierno,  así  como  a  la  del  material  de  guerra  emplazado  en 
los  castillos  y  baterías,  extendiéndose  triplicadas  relaciones  en  que  la  exactitud  en  la 
valoración  se  llevó  al  último  extremo,  según  podrá  verse  en  el  Apéndice  núm.  28. 

La  última  sesión. — El  día  16  de  octubre,  a  las  nueve  y  media  de  la  mañana,  se 
reunieron  ambas  Comisiones,  por  última  vez,  y  después  de  leer  y  aprobar  el  acta  de 
la  sesión  anterior,  entregó  el  general  Ortega  al  general  Brooke  relaciones  de  todo  lo 
que  pasaba  a  ser  posesión  de  los  Estados  Unidos,  y  del  material  de  guerra  que  que- 
daba en  depósito  y  bajo  la  custodia  del  Gobierno  Militar  de  Puerto  Rico,  hasta  que 
sobre  este  asunto  recayese  una  resolución  en  las  conferencias  de  París. 

La  Comisión  conjunta  había  dado  fin  a  sus  tareas,  y  así  lo  manifestó  el  Presiden- 
te, levantóse  la  sesión  entre  manifestaciones  de  mutua  cortesía,  y  todos  los  comi- 
sionados pasaron  al  despacho  del  general  Macías,  con  el  cual  celebraron  una  corta 
conferencia  de  despedida,  porque  él  se  disponía  en  aquellos  momentos  a  dirigirse 
a  los  muelles,  con  objeto  de  embarcar,  con  rumbo  a  España,  en  el  vapor  Covaaovga. 

^  En  el  mes  de  febrero  de  1904  llegó  a  San  Juan,  procedente  de  Cádiz,  una  Comisión  encargada  de  lle- 
var a  España  todo  el  material  de  guerra  mencionado,  compuesta  del  teniente  coronel  Servando  D'Ozouville, 
comandante  Ramón  Acha  y  capitán  Paulino  García  Franco,  todos  del  Cuerpo  de  artillería;  y,  además,  el  ofi- 
cial primero  de  la  administración  militar,  Menandro  Amores;  el  maestro  de  fábrica,  Aquilino  Campa;  el  arti- 
ficiero Hernández  y  dos  obreros  auxiliares.  Ya  en  Puerto  Rico,  y  en  el  cumplimiento  de  su  misión,  recibieron 
toda  clase  de  auxilios  de  las  autoridades  americanas,  y  el  armamento  emplazado  en  las  baterías  fué  removido 
y  llevado  a  los  muelles,  así  como  también  el  balerío  y  demás  efectos  que  quedaron  en  depósito  al  evacuar  la 
Isla  las  tropas  españolas.  Todo  se  transportó  a  Cádiz  a  bordo  del  vapor  Catalina^  durando  esta  Comisión  des- 
de febrero  hasta  agosto  de  aquel  año,  habiéndose  gastado  en  dichos  trabajos,  y  otras  atenciones,  alrededor 
de  40.000  duros.— A',  del  A. 


39  í  A  .     R  I  V  E  R  O 

Entrega  progresiva  de  la  Isla. — Al  cesar  las  hostilidades  el  día  13  de  agosto, 
las  fuerzas  americanas  estaban  en  posesión  de  las  siguientes  poblaciones: 

Ponce,  Juana  Díaz,  Coamo,  Arroyo,  Guayama,  Yauco,  Peñuelas,  Guayanilla,  Sa- 
bana Grande,  San  Germán,  Mayagüez,  Cabo  Rojo,  Las  Marías,  Hormigueros,  Adjun- 
tas, Utuado,  Maricao,  Lajas,  Santa  Isabel,  Salinas,  Añasco,  Aguada  y  Moca.  Total, 
23  poblaciones. 

En  las  48  restantes  flotaba  aún  la  bandera  española.  Desde  las  primeras  sesiones 
que  celebró  la  Comisión  conjunta  de  entrega,  se  trazó  un  cuadro,  en  el  cual  y 
teniendo  a  la  vista  el  mapa  de  la  Isla,  fué  señalada  la  fecha  en  que  cada  población 
debía  ser  ocupada  por  fuerzas  de  los  Estados  Unidos,  y  aunque  muchas  de  ellas  no 
tenían  otra  guarnición  que  algunos  números  de  la  Guardia  civil,  en  todas  se  hizo  la 
entrega  con  las  más  estrictas  formalidades,  evacuando  seguidamente  la  población  las 
fuerzas  españolas. 

En  ciudades  de  importancia,  tales  como  Arecibo,  la  ceremonia  revistió  mayor 
esplendor. 

El  comandante  del  6.°  de  Massachusetts,  Charles  K.  Darling,  recibió  órdenes  de 
venir  desde  Utuado,  donde  se  hallaba  con  las  compañías  I,  H^  K  y  L;  envió  la  //  a 
Manatí  y  la  /í'  a  Barceloneta,  y  con  las  dos  restantes  llegó  a  la  finca  del  doctor 
Watlington,  distante  dos  millas  de  Arecibo  y  allí  pasaron  la  noche  del  13  de  octubre. 
Al  siguiente  día,  martes,  a  las  tres  de  la  tarde,  tuvo  lugar  la  ceremonia  de  la  evacua- 
ción y  antes  del  acto  se  colocaron  centinelas  americanos  desde  la  estación  del  ferro- 
carril hasta  la  población,  con  instrucciones  de  que  las  fuerzas  españolas,  al  salir,  no 
fuesen  molestadas. 

A  la  hora  mencionada,  todas  las  fuerzas  de  la  guarnición,  al  mando  del  teniente 
coronel  Augusto  Pamies,  fuerzas  que  eran  de  Alfonso  XIII,  Guardia  civil  y  Orden 
público,  formaron  a  la  izquierda  de  la  casa  Ayuntamiento.  Frente  a  este  edificio  se 
colocaron  el  comandante  Darling  y  su  tropa,  y  este  jefe  recibió  en  el  salón  de  actos 
de  la  casa  Municipal  toda  la  correspondiente  documentación,  sirviendo  de  intérprete 
el  joven  Bonocio  Llensa,  nombrado  para  este  cargo  por  el  general  Henry. 

La  esposa  del  teniente  coronel  Pamies  pasó  en  aquellos  momentos  en  coche 
hacia  la  estación,  cubriéndose  la  cara  con  su  pañuelo  y  fué  despedida  por  los  fami- 
liares del  cónsul  inglés. 

Seguidamente  Pamies  hizo  desfilar  su  fuerza  en  columna  de  a  cuatro  hacia  el 
tren,  y  siguiendo  luego  a  San  Juan  sin  que  ocurriese  el  menor  incidente.  El  coman- 
dante Darling,  por  un  impulso  de  militar  caballerosidad,  había  ofrecido  al  jefe  es- 
pañol, y  así  lo  cumplió,  no  izar  la  bandera  americana  hasta  que  el  tren  hubiese  par- 
tido; pero  sucedió  un  incidente  que  debo  mencionar.  Aún  no  había  terminado  el 
acto  de  la  entrega,  cuando  apareció  una  bandera  americana,  saludada  por  ¡vivas!,  en 
un  balcón  cercano;  acto  seguido  fué  retirada,  de  orden  del  comandante  americano,  y 
la  ceremonia  siguió  su  curso. 


CRÓNICAS  395 

Al  partir  el  tren,  la  bandera  de  las  franjas  y  estrellas  fué  elevada  al  tope  sobre  la 
casa  Alcaldía,  y  la  multitud  rompió  en  aplausos  clamorosos,  que  duraron  largo  es- 
pacio de  tiempo. 

«Un  negro,  muy  excitado,  montado  en  un  caballejo,  apareció  ada  cabeza  de  una 
multitud  del  populacho  agitando  una  bandera  de  la  Unión.  Aquella  parada,  com- 
puesta de  gentes  de  la  peor  clase,  recorrió  las  calles,  demostrando  poseer  el  espíritu 
de  las  turbas  anarquistas»  ^. 

Por  lo  demás,  no  ocurrió  hecho  alguno  de  importancia;  tiendas  y  cafés  abrían 
sus  puertas,  y  los  nobles  arecibeños  volvieron  a  su  vida  culta  y  laboriosa. 

Noches  más  tarde,  desde  la  población  se  veían,  a  lo  lejos,  quince  incendios  en 
otras  tantas  fincas,  y  a  la  siguiente  el  número  de  los  siniestros  llegó  a  veintiuno,  y 
no  se  detuvieron  los  criminales  en  este  número.  Entre  las  casas  reducidas  a  ceni- 
zas figuró  la  del  párroco  de  Arecibo,  sacerdote  virtuoso  y  muy  querido  de  todas 
las  clases  sociales. 

Los  primeros  pueblos  de  que  se  posesionaron  las  fuerzas  americanas  fueron 
Aguadilla  y  Vieques,  los  días  19  y  27  de  septiembre,  y  el  último  fué  la  capital, 
San  Juan,  el  1 8  de  octubre.  En  el  Apéndice  número  33  figura  la  fecha  exacta  en  que 
cambiaron  de  soberanía  cada  una  de  las  poblaciones  de  la  Isla,  suceso  histórico  que 
no  debe  ser  ignorado  por  sus  habitantes. 


La  repatriación. — El  día  14  de  septiembre,  por  la  mañana,  se  hicieron  a  la  mar, 
con  rumbo  a  Canarias,  los  buques  de  guerra  españoles  Isabel  11^  General  Concha^ 
Terror  y  Ponce  de  León.  Un  numeroso  grupo  de  todas  las  clases  sociales  los  despi- 
dió cariñosamente  desde  la  dársena  del  puerto,  siguiendo  después  hasta  el  campo 
del  Morro  agitando  banderas  españolas  y  pañuelos.  El  acto  fué  emocionante,  por  ser 
las  primeras  fuerzas  que,  en  cumplimiento  de  las  estipulaciones  del  Protocolo,  eva- 
cuaban la  Isla. 

Representante  de  España. — Al  cesar  la  soberanía  española  en  la  Isla,  D.  Rafael 
Pérez  García,  subsecretario  que  había  sido  del  Gobierno  General,  fué  nombrado  por 
cable  encargado  de  negocios  de  aquella  Nación,  en  Puerto  Rico,  y  por  bastante 
tiempo  desempeñó  sus  funciones  con  inteligente  celo. 

A  medida  que  se  hacía  la  entrega  de  las  diversas  municipalidades,  todas  las 
fuerzas  veteranas  se  reconcentraban  sobre  San  Juan,  acantonándose  en  esta  ciudad, 
Santurce,  Martín  Peña,  Hato  Rey,  Río  Piedras  y  Caguas. 

El  2  de  octubre,  a  la  una  y  media  de  su  tarde,  salió  del  cuartel  de  San  Francisco, 

^    Teniente  Edwards,  en  su  libro  ya  citado. — A^.  del  A. 


1  o 


en  San  Juan,  el  batallón  de  infantería,  Provincial  inlinero  3,  con  bandera  desplegada 
y  al  compás  del  pasodoble  (^ídicj  ejecutado  por  la  banda,  bajó  hasta  los  muelles, 
embarcando  en  el  trasatlántico  ¡s/a  de  ¡'andj',  vapor  que  zar¡)ó  al  siguiente  día  por 
la  mañana.  Id  mismo  buque  condujo  a  España  la  batería  de  montaña,  capitán  Arbo- 
leda, y  dos  subalternos  v  además  algunos  (luardias  civiles. 

El  general  Ortega  se  desesperalia  porque  los  vapores  ofrecidos  por  el  (lobierno 
de  Madrid  tío  arribaban  a  tiempo  ni  en  número  bastante  para  cmnplimentar  el  texto 


del  Protocolo,  que  exigía  una  evacuación  iiiiiieiHata  de  todas  las  tuerzas  militares  en 
Puerto  Rico.  Algunos  vapores  que  venían,  procedentes  de  Cuba,  poco  o  ningún  ser- 
vicio prestaron  por  llegar  atestados  de  tropa,  y  muchos  ele  (;llos  con  graves  epide- 
mias a  bordo,  Pcntamentc  continuó  el  embarque,  y  el  día  18  de  octubre  sólo  que- 
daba por  hacerlo  el  dozavo  batallón  de  artillería  de  |:)laza,  una  parte  de  Cazadores  de 
Alfonso  XIIl,  algunos  (luardias  civiles  y  otros  de  Orden  púl)l¡co  y  el  General  y  sus 
ayudantes. 

Por  sugestiones  del  almirante  Scheley,  la  Comisión  americana  accedió  a  cpie  el 
Arsenal  y  to<ios  sus  edificios  y  terrenos  futísen  considerados  como  tierra  espailoia, 
izándose  a  la  entrada  esta  bandera,  y  allí  permanecieron  las  fuerzas  indicadas  hasta 
el  23  de  octubre  en  (pie  embarcaron  cu  el  vapor  Moiitcv'uJeo. 

Como  el  capitán  de  este  buque  se  negara  a  recibir  el  completo  de  los  repatria- 


C  R  O  N  IC  A  S  .^^. 

dos,  alegando  no  tener  espacio  disponible,  el  general  Ortega  envió  a  bordo  un 
piquete  armado  que  ocupó  militarmente  el  vapor,  y  sin  dificultad  alguna  pudo  aco- 
modar toda  la  tropa  a  sus  órdenes,  y  liasta  algunos  funcionarios  civiles  que  le  acom- 
pañaban, liste  fué  el  último  rasgo  de  entereza  que  demostró  en  l\ierto  Rico  dicho 
general. 

El  general  Macías  y  su  Estado  :í\íayor  habían  al)andonado  la  ciudad  el  día  l()  de 


octubre  a  bordo  del  vapor  CoradOJ/gn.  t'on  la  antic¡pai:ión  necesaria,  todas  las  fuer- 
zas <}ue  guarnecían  la  plaza  se  tendieron  en  doble  línea  desde  el  í'alacio  a  los  muelles: 
a  su  paso  las  músicas  y  l>andas  batían  la  Charcha  Real,  acompañándole,  ackmiás  de 
sus  ayudantes,  el  secretario  de  (iobierno  doctor  Ikuu'to  bVancia,  el  Presidente  y 
los  miend>ros  del  (robierno  insular,  los  c<')nsules  extranjeros  y  todos  los  jefes 
V  oficiales  francos  <le  servicio  y  comisiones  de  los  organismos  insulares,  y  ade- 
más el  alcalde  de  San  Juan  y  concejales.  San  Cristóbal  despidió  al  último  capitán 
general  de  Puerto  Rico  con  una,  salva  de  2  1  cañonazos.  Ras  formalidades  (¡ue  acom- 
liaron  la  marcha  del  gobernador  fueron  idénticas  a  las  que  tuvieron  lugar  el  día  de 
S"  desembarco  en  la  ciiuiad.  Ros  habitantes  de  la  misma  le  tributaron  una  cariñosa 
}'  entusiasta  despedida. 


398 


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igfeiáí*ftí^'sa3vi->.  ■'; ' 


CAPITULO  XXV 
i;i;riAi(.s  momextos  ljk  la  soiu-cranía  iíspañola  i^n  püiírto  ri.í:o 

18  DI-;  ;  :<;ii:i5Ri':  i)i{  i.s<,s.  ^^^^4)(.:rr'A(;i!')x  de  la  c-ipital 

J'OR  LAS  I'LI'.R/AS  MILII'ARKS  I)]:,  LOS  lí.^TADOS  LXIDOS.     LA   XI'LVA  BAKI)I';RA 


/•     /     .^    ¿      \    \    I-  1''^'  df-  octul>r<',  tuvo  lugar  la  última  sesión  conjunL'i  de  los  Co- 
'  '^I^^X:'~^  I     niisi(>íi'ií^l<>í^  cB¡)añolcs  y  norteamericanos  que  (nitendían  en   la 

lli-^^ftp^"  evacuacaln  y  entrega  de  la  Isla,  en  cuinijUmiento  de  una  de  las 
*!'■  _-"  cláusulas  del  Protocolo.  I  )e  licelio,  aciuel  <lía  a-s.'-  en  Puerto  Rico 
la  soberanía  («spauola;  l.oras  después  se  v<a-ificú  la  entrega  y 
firma  d(í  k)S  inventarios,  ccuiteniendo  una  relación  minucaosa  de  tfuhi  c1  material  de 
guerra,  cuarteles,  castiHus  v  otras  dependencias  del  (lohierno  Militar.  F.stos  do- 
cuincMitos,  de  gran  vaJor  histórico,  liguran  en  el  Ajh'ucI'ícv  núm.  2.S. 

Los  miembros  <le  ansbas  comisiones  que  durante  treinta  y  seis  días  haliían  lal)0- 
raajo  dentro  de  la  mayor  corrección  )'  cortesía,  defendiendo  cada,  [larte  sus  propios 
intereses,  y  and)as,  ;))or  (paé  no  dtaárlo.-,  los  de  P'uerto  Rico,  dicaajn  por  terminadas 
sus  tareas  entre  nmtuos  saludos  y  naturales  oírecirnient{>s. 

Los  Comisionadi>s  de  los  Lstadfís  l/nidos  se  reun  enm  nuevamente  en  sesiones 
privadas  los  tlías  16,  1 7  v'  18,  durante  los  cuales  sc:  exiaidieron  y  cruzaron  los  si- 
cuiicntes  telet-ramas: 


400  A  .     R  I  V  E  R  O 

San  Juan,  Puerto  Rico,  octubre  i6,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington. 

Capitán  general  Macías  embarcó  para  España  esta  mañana  con  la  mayor  parte 
de  su  Estado  Mayor. —  Brooke. 


San  Juan,  Puerto  Rico,  octubre  17,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington. 

El  trabajo  de  esta  Comisión  terminará  mañana;  el  general  Gordon  saldrá  el  20 
para  Boston  en  el  Mississippi^  siguiendo  después  a  Washington,  donde  reportará. 
Brooke. 


San  Juan,  Puerto  Rico,  octubre  18,  1898. 

Secretario  de  la  Guerra,  Washington. 

Las  banderas  de  los  Estados  Unidos  han  sido  izadas  en  todos  los  fuertes  y  edi- 
ficios públicos,  habiéndoseles  hecho  el  saludo  nacional. 

La  ocupación  de  la  Isla,  actualmente,  es  completa. — Brooke. 


Washington,  octubre  19,  189S. 
Mayor  general  Brooke,  San  Juan. 

El  Presidente  me  ordena  transmitirle  lo  que  sigue: 

«Envío  mis  sinceras  congratulaciones  al  general  Brooke  y  a  sus  compañeros  de 
Comisión. — [Firmado)  William  Mac-Ktnley.» 

Y  al  comunicárselo  a  usted,  acompaño  mis  mejores  deseos  y  feÜcitaciones. 

R.  A.  Alger, 

Secretario    de   la    Guerra. 

El  18  de  octubre  de  1898,  fecha  señalada  para  la  toma  de  posesión  de  San  Juan, 
y  muy  de  mañana,  desembarcaron  las  compañías  A^  B^  E,  C,  y,  K^  L  y  M  del 
1 1.°  regimiento  de  infantería  y  además  su  Plana  Mayor  y  banda,  todos  al  mando  del 
coronel  J.  D.  De  Russy,  quien  después  asumió  las  funciones  de  comandante  militar 
de  la  plaza;  esta  fuerza,  sin  entrar  en  la  población,  siguió  a  Puerta  de  Tierra,  aloján- 
dose en  los  cuartelillos  conocidos  con  el  nombre  de  Barracones. 

Las  compañías  anotadas  y  además  dos  baterías  de  campaña  habían  llegado  la 
tarde  anterior,  procedentes  de  Mayagüez,  a  bordo  de  los  transportes  Stihvater, 
Gypsiuvi-Kirig  y  Rita. 

La  población  aparecía  tranquila;  su  único  sentimiento  era  de  curiosidad,  unida  a 
cierta  angustia  producida  por  el  grave  suceso  histórico  que  se  avecinaba.  Solamente 


<:  R  o  N  1  C  A  s 


el  comercio  clemostru  algún  recdo,  dejando  C(;rr;id.-is  sus  tiendas  a(|uclla  niañana;  la 
noche  anterior  se  había  propalado  táerto  rumor  qiu!  justificaba  tal  previs¡(3n. 

Yií  comandante  Ceísar  de  l'rohoran,  jefe  de  los  Cuerpos  semimilítarcs,  de  Orden 
público  y  Seguridad,  había  resignado  sus  íuncioiies  en  el  inspector  portorriqueño 
l'^rancisco  Kivera^,  quien  comisionó  al  subinspector  Neponuiceno  Flores  para  que  se 
encargast!  de  mantener  el  orden  en  la  ciudad  y  sus  barrios.  Aquel  jefe,  con  sus  ofi- 
ciales y  subordinados,  se  retiró  al  Arsenal,  lugar  que,  como  he  dicho  en  otra  parte, 
fué  declarado  por  el  general  Mrooke  lierra  española.  Flores  y  su  gente  (los  del  Cuer- 
po de  Seguridad)  velaron  toda  la  noche  del  1 7   y  la  siguiente  mañana,  evitando  que 


tomasen  cuerpo  algunos  intentos  desordenados  que  se  iniciaron. 


Ar^ 


turo  Méndez  y  José  González  Darder  fueron  nombrados  celadores,  y  también  se  re^ 
lorzó  la  policía  con  14  hombres  más. 

A  las  ocho  llegaron  desde  Fuerta  de  Tierra  140  soldados  de  infantería,  quienes, 
por  parejas,  y  con  bayoneta  armada,  ocuparon  todas  las  esquinas  de  la  población. 

I  lora  y  media  después  abandonaron  su  transporte  dos  compañías  de  artillería, 
ambas  del  5.°  regimiento;  la  (",,  capitán  Flenry  A.  Keed,  y  la  B  a  cargo  del  de  igual 
erapleo  Thomas  K.  Adanjs;  éste,  con  sus  hombres,  se  dirigió  al  Morro,  castillo  que, 
con  todas  sus  dependencias  y  material   de  guerra,  le  fué  entregado  por  su  goberna- 


'  CfHísln  en  el  librt)  <.ir  atlas  del  Mxrnw 
lo  «If  sil  (^m¡)lc(»  rlr  (oficial  de  t.onibrro.s.  f 
ibití.xlrl  12  (le  m.ivo. ^.  drl  A. 


4''^  A  .     R  I  V  E  R  o 

dor,  el  capitán  de  artillería  José  Antonio  Triarte  y  Travieso.  El  capitán  Reed  subió 
hasta  mi  castillo  de  San  Cristóbal,  y  mucho  de  lo  que  entonces  allí  aconteciera 
puede  encontrarlo  el  lector  en  la  carta  que  inserto  a  continuación: 

225  W,  óQth  Si.,  New  York  City, 
Marzo  28,  igzi. 

Señor  Ángel  Rivero, 

San  Juan,  Puerto  Rico, 

Mi  querido  amigo: 

Con  mucho  gusto  recibí  su  carta  del  7  del  corriente,  1;  de  memoria 
le  do^  los  datos  de  mi  participación  en  la  guerra  hispanoamericana, 
en  Puerto  Rico,  que  fué  como  sigue: 

En  el  verano  de  1898  era  po  capitán  de  artillería  de  los  Estados 
Unidos,  en  el  campamento  de  la  reserva  de  artillería,  cerca  de  Jam- 
pa (Florida),  donde  tenía  el  mando  de  la  hatería  G,  artillería  de 
campaña  del  5/  regimiento;  una  agregación  excepcional,  porque  con^ 
sistía  de  ocho  piezas  de  tres  pulgadas  i?  media  de  calibre,  con  sus  fur- 
gones y  fraguas,  y  ocho  caballos  por  cada  carruaje,  con  el  número 
correspondiente  de  oficiales  3;  soldados:  unos  150  en  todo;  ^  figúrese 
que  con  tan  espléndido  aparato  ¡no  había  tenido  oportunidad  de  pul- 
verizar al  enemigo  f 

Afortunadamente,  más  tarde,  seleccionados  para  ir  a  la  guerra, 
embarcamos  el  4  de  agosto  en  el  transporte  Aransas,  3?  después  de 
ocho  días  de  tortuosa  navegación  (evitando  la  flota  de  Cervera, 
como  dijo  el  capitán  del  transporte),  llegamos  a  Ponce  el  12  de 
agosto,  donde  recibí  órdenes  del  general  Miles  para  ''desembarcar 
inmediatamente,  con  objeto  de  asistir  a  un  ataque  preparado  contra, 
los  españoles''.  Vivaqueando  por  la  noche  al  lado  del  río  Portugués, 
la  próxima  mañana  nos  encontró  saliendo  apresuradamente  al  en- 
cuentro del  enemigo  en  la  vecindad  de  Aibonito.  Pero  antes  de  llegar 
vino  la  noticia  de  haberse  firmado  el  armisticio,  i?  volvimos  al  río, 
donde  quedamos  en  campamento  hasta  el  17  de  octubre.  En  esta 
fecha,  dejando  nuestro  material  en  Ponce,  embarcamos  en  un  trans- 
porte para  San  Juan,  a  cuyo  puerto  llegamos  a  la  mañana  siguiente, 
con  objeto  de  participar  de  las  ceremonias  de  la  ''ocupación  de  la 
plaza'\ 

Nosotros,  los  destinados  al  castillo  de  San  Cristóbal,  subiendo 
del  muelle  nos  cruzamos  con  tropas  españolas  que  bajaban  en  buen 
orden  1;  en  toda  regla  en  busca  de  los  transportes  que  debían  llevarlos 
a  España. 

Al  entrar  en  San  Cristóbal  encontré  allí  al  capitán  Ángel  Rivero, 
de  la  artillería  española,  quien  me  entregó  la  llave  del  castillo  (acto 


C  R  ó  NICAS 


403 


simbólico  de  rendición),  p  llave  que  conservo  bien  guardada,  como 
precioso  recuerdo  de  la  guerra.  Entonces,  cumpliendo  con  órdenes  de 
nuestro  general  en  jefe,  mandé  cargar  todos  los  cañones  de  gran  ca- 
libre que  allí  había,  \?  a  las  doce  en  punto,  con  la  bandera  de  los 
Estados  Unidos  desplegada  sobre  el  castillo,  hicimos,  con  45  disparos, 
el  '*  saludo  a  la  Unión';  y  poco  después,  otro  saludo  de  17  cañonazos, 
como  honor  al  general  Ricardo  Ortega  (según  su  rango),  jefe  de  las 
tropas  españolas.  Así  terminó  la  última  ceremonia  perteneciente  a  la 
guerra  hispanoamericana  en  Puerto  Rico. 

Le  mando  por  este  mismo  correo  una  buena  fotografía  de  la  llave 
y  un  retrato  mío,  en  ''full  dress'\  de  general  de  brigada  en  1906;  no 
tengo  otro,  ni  tampoco  de  mi  batería. 

Do^  a  usted  los  datos  que  me  pide,  de  los  cuales  puede  seleccio- 
nar los  que  quiera;  \j  ahora,  con  muchos  deseos  de  que  salga  bien  en 
esta  empresa,  so}^  su  afectuoso  amigo. 


y/2 


cs^  ^    yyj^^</-- 


El  16  de  agosto  fui  presentado  al  general  Brooke,  manifestándole  el  general  Or" 
tega  que  él  delegaba  en  mí  ciertas  funciones  suyas  por  tener  gran  trabajo  y  poco 
tiempo  disponible  para  preparar  su  embarque  y  el  de  las  últimas  fuerzas  que  debían 
ser  repatriadas.  La  circunstancia  de  haberme  concedido  el  general  Macías  autoriza- 
ción, por  escrito,  para  que  permaneciese  en  Puerto  Rico  en  situación  de  supernume- 
rario sin  sueldo  hasta  que  obtuviese  mi  licencia  absoluta,  que  tenía  pedida,  influyó, 
sin  duda,  en  mi  nombramiento  para  tales  comisiones.  Allí  mismo  me  puse  al  habla 
con  el  teniente  coronel,  comandante  principal  de  artillería  James  Rockwell,  y  llega- 
mos a  un  acuerdo  respecto  a  nuestros  ulteriores  trabajos. 

Desde  aquel  momento  el  general  Ricardo  Ortega  se  retiró  al  edificio  del  Arsenal 
y  allí  permaneció,  excepto  en  dos  ocasiones:  una,  cuando  juntos  visitamos,  en  des- 
pedida suya,  las  redacciones  de  todos  los  periódicos  de  San  Juan;  y  otra,  el  mismo 
día  18  por  la  noche,  cuando  vestido  de  paisano  tuvo  la  bondad  de  permitirme  que 
lo  recibiera  en  mi  casa. 

El  teniente  coronel  Rockwell  y  yo  empleamos  el  día  17,  todo  él,  cotejando  los 
inventarios  y  el  material  de  guerra  emplazado  en  castillos  y  baterías.  Después  de 
repatriadas  las  últimas  tropas  españolas,  y  durante  mes  y  medio,  continué,  oficial- 
mente, en  tales  faenas.  1  al  vez  no  fui,  en  rigor  de  verdad,  el  último  gobernador  de 
Puerto  Rico  bajo  la  soberanía  española;  pero  sí  el  último  oficial  del  ejército  español 
<iue  desempeñó  funciones  oficiales  en  dicha  isla. 


*  *  * 


A  .     R]  V  E  R  O 


Después  qutí  hube  entregado,  el  iH  por  la  mañana,  el  castillo  de  San   Cristóbal 
y  lodo  el  material  de   guerra   en  baterías,  repuestos  y   almacenes   al    capitán   Rt«ed,, 
formé  los  rirtiUprf^s  a  mi  rnando.  la  tercera  compañía  del    dozavo  l)atallón  de  artille- 
ría de  plaza,  y  los  conduje  hasta 
el  Arsenal;  luego,   y  siempre  en 
cum|)limiento    de    órdenes    su^ 

encontré    al    teniente    coronel 
Rocku-cll. 

Faltaría  un  cuarto  de  hora 
para  í'l  medio  día,  cuatuií.)  aquel 
jefe  me  invitó  a  seijuirle,  y  ani^ 
boí^,  (le  uniforme,  bajamos  hasta 
situarnos  frente  al  edificio  de  la 
Intendencia.  Multitud  de  gentes 
de  toda,s  las  clases  sociales,  prc^ 
dominando  las  más  huniihles, 
llenaba  la  plaza  de  Alfonso  XII. 
y  bocacalles  inmediatas;  la  ex- 
pectación era  grande  y  el  silencio 
im[)onente. 

I' na  compañía,  la  ñl  del  re- 
ginu'ento  número  1 1,  formada  en 
línea,  da,ba  frente  al  citado  edi- 
ficio, y  en  la  azotea  algunos  ofi- 
ciales V  soldados  sostenían  una 
gran   bandera  de  la  Unión. 

Fá  martillo  del  reloj  munici- 
pal golpeó  doce  veces  la  vieja  campana,  y  era  tan  grande  el  recogimiento  de  los 
espectadores,  que  lí)dos  pudieron  oír,  claramente,  los  vibrantes  tañidos  cpie  me 
hicieron  recordar  los  toques  funerarios  con  (}ue  la  iglesia  despide  a  sus  muertos. 
De  improviso  retumbó  el  cañón  en  el  Morro  y  .San  fíristóhal,  no  con  tanta  víve/a  y 
fervor  como  el  día  12  de  mayo;  otros  cañmies,  de  los  buques  de  guerra,  respondie- 


1  desde  la  bahía  y  la  gran  bandera  estrellada  de  los  h'.stados  U; 


Anu 


suliió,  primero  lentamente,  luego  más  rápida,  y  al  llegar  al  tope  desplegó  a  los  aires 
sus  vivos  colores. 

Un  atjuel  uu^niento  lustórico  (todos  los  que  esta,ban  entonces  en  San  Juan,  y  aún 
viven,  lo  recuerdan)  el  sol  se  eclipsó,  y  una  luz  anaranjada,  pálida,  indecisa,  ilunn'nó 
la  ciudad  de  San  Jiuui  Ilautista  de  Puerto  K*ico,  eu  el  último  segundo  y  en  el  que 
aun  ejercía  sus  derechos  de  Meln'ipoli  la    nación  descufiridora.  No  liubo  \'ims\  ni 


€  ¡i  i)  K  I  C  A  S 


¡///.¡■¡r/s,  ni  aplausos  cuando  una  l)anda  roiripi»')  con  los  ac(n-dcs  del  Ilimno  de 
W'ásliinglon.  'ratiipoco  noté  en  las  inullitudf!S  señales  de  hostilidad  hacia  los  nuevos 
domiiKulores;  era  (|ue  la  gravedad  del  rnouicnto  y  Jo  cxeepcional  del  espectáculo  se 
reflejaba  en  todos  los  semillantes. 

Halda  tocado  a  su  fin  la  ceremcMiia  y  t^ada  cual  volvió  a  sus  faenas  ordinarias, 
koeku-ell,  íoi  el  inslantc»  en  r|ue  morían  los  nltinios  acordes  del  Himno  i(,|ue   am- 
bos oímos  con  res])eio,  ¡^ojardajulo  v]    prinuT  tiempo   del   saludo    niilitari,   me   miró 

yaisLias  de  a(|uclla  liora  suj)rema  de  mi  vid;o  dijo,  micmtj-as  a  ¡-iridia  ba  mis  manos  fuer- 


nente,  algí:)  (pie  no  entinidí  bien,  pero  c] 
Nos  despedimos  liasla  la  mañana  venii 


Además  de 
civil  y  muincip; 
cimial(^s;  llié  mi 
(ley.  úe  la  Snnu- 
la  úUiina  lué  ¡^¡: 


nis  hahmie 


Idi  el  palacio  de  Santa 
Catalina  tuvo  lug-ar,  a  la 
misma  liora,  el  acto  oficial 
<lela  toma  de  poscsit'm  por 
las  fuerzas  ndlitarea  de  los 
I'"stadosUniilos,  no  sólo  de 
la  ciudad  de  Saipjnan,  sino 
de  toda  la  Isla.  La  tarckí 
anterior  y  el  I  8  por  la  ma- 
ñana, se  tiabía  enviado  un 
gran  número  de  invitaciones  |)ara  acpuíl  acto  a  t<u;los  los  organismos  y  altos  fun- 
cionarios oficiales.  Id,  Consejo  de  secretarios  la  r(a:!bió  por  (Nserito,  y  además,  su 
JM-esidente,  Muñoz  Kdvera,  fué  visitado  ¡lor  un  ayudante  del  general  lirooke,  cpiien  le 


A  .     R  I  V  K  R  O 


rogó  no  faltase;  a  la  ceremonia  ninguno  de  los  iiiicnibros  del  (Gobierno  autonón)ici), 
(xTca  ya  de  la  hora  prefijada,  el  sal<}n  del  trono  del  palacio  apareció  ocupado, 
totalmente,  por  elevadas  personaiidades.  Allí  estaban,  rodeando  al  mayor  general 
Ikooke,  y  todos  en  f¡//7  //nss,  los  de  igual  categoría  (¡rant,  Sherida^n,  ( iordon  y  el 
comodoro  Scheley;  ¡os  coroneles  Hunter  y  De  Russy,  y  todos  los  ayudantes  de 
aipiellas  autoridades  militares.  A  la  derecha  del  lugar  que  ocupara  taaitos  años  el  re^^^^ 
tr.ito  de  los  reyes  de  Mspaña,  se  situaron  los  cónsules  extranjeros,  algunos  ratru'stros 
prot(;stantes  y  hasta  una  v(íintena  de  corresponsales  de  periódicos  americanos. 

Al  otro  lado,  aientos  y  graves,  representa,ndo  al  (¡ohienu)  autoniunico  del  país, 
estaban  Luis  Muñoz  Rivera,  Juan  Hernández  L(>pez,  Salva^dor  Carbonell  y  Julián 
ló  lUancoy  Sosa:  el  primero,  presidente  del  Consejo  y  secretario  del  tlespacho  de  t  io- 
l^ernacióu,  y  los  restantes,  de  (iraca'a  y  Justicia,  1-omento  y  'Hacienda.;  J'crmín  Mar- 
tínez \lllamil,  alcalde  de  la  ciu<lad,  por  suhstitucicHc  tand)ien  cotu:urrió,  por  los  re- 
(|ner¡mientos  (¡uq  le  hiciera  el  general  R.rof)ke,  quien  le  regó  no  ai)an<lonara  su  puesto 
hasta  «pu»  se  eligiese  un  sucesor.  .Asistieron  como  intérpretes  Maximino  I.uzunaris  y 


Han  de  agradí- 


ite  punto    de  la  na 


uitimie  y  complete  con  un  <lo(ajmtmto,   verdaderamente  adnurable  (rpie  debo  ah 
,iena  amistad  rjue  me  jircdesa  v  a  la  cortesía  que  le  distingue"),  del  últiuu;)  secretarit 


<:  \i  o  X  1  C,  A  : 


y  justida  del  ( lohíci 
en  palacio  e]  i8  de  c 
1  el  si  ominen  te  ñ/í'n/ífrñ 


insular  de  l\ierto 


kico  diir; 
iHij  Líelas, 


San  Juan,  P.  R.,  mayo  !r¡  de  1921. 
Señor  D.  Ángel  Rivero, 
Ingeniero, 

San  Juat'h  P.  R. 

Mi  querido  amigo: 

Complaciendo  sm  deseos,  expresados  en  carta  de  abril  tíílfwio, 
a  la  que  tengo  el  gusto  de  contestar,  paso  a  hacerle  una  breve  reseña, 
hasta  donde  alcanza  mi  memoria,  de  la  toma  de  posesión  de  la  plaza 
de  San  Juan  por  el  Ejército  americano  el  día  18  de  octubre  de  1 898, 
con  la  salvedad  de  referir  sólo  aquellos  detalles  que  recuerdo  con 
íodci  claridad. 

La  guerra  hispanoamericana  había  terminado  prácticamente  por 
el  armisticio  celebrado  entre  las  partes  beligerantes  el  día  12  de 
agosto  de  Í898,  entre  cavas  estipulaciones  estaba  ¡a  de  que  la  isla  de 
f^uerto  Rico  sería  ocupada  inmediatamente  por  el  Ejército  de  los  Res- 
tados Unidos,  previa  evacuación  ij  entrega  de  dicha  isla  por  el  Eljér- 
cílo  i)  Gobierno  de  F^spaña,  en  la  forma  acordada;  habiéndose  seña- 
lado el  día  18  de  dicho  mes  de  octubre  para  la  entrega  oficial  i)  toma 


4o8  A  .     R  I  V  E  R  O 

de  posesión  de  la  capital  por  el  Gobierno  militar  de  los  Estados 
Unidos. 

Después  de  celebrado  el  armisticio,  p  hasta  el  día  1 8  de  octubre 
de  1898,  las  autoridades  ^  el  Ejército  de  España  fueron  gradual- 
mente evcuando  la  Isla  y  su  capital,  en  el  orden  p  en  los  iérminct 
convenidos. 

El  gobernador  j;  capitán  general  de  la  Isla  lo  era  entonces  el  ge- 
neral Macías,  y  debo  aclarar  que  este  alto  funcionario  embarcó  para 
España,  con  la  mayor  parte  de  la  guarnición  española,  antes  del  día 
18  de  octubre  de  1898,  después  de  entregar  el  mando  supremo  al 
general  Ortega,  segundo  cabo  y  gobernador  militar  de  San  Juan; 
y  debo  aclarar,  también,  que  esto  y  todo  lo  demás  que  le  siguió  fué 
hecho  de  acuerdo  con  las  cláusulas  del  antes  indicado  armisticio  que 
puso  fin  a  las  hostilidades  de  la  guerra;  armisticio  que  comprendía  y 
obligaba  por  igual  a  todos  los  organismos  oficiales,  autoridades  y 
habitantes  de  esta  isla. 

Al  llegar  el  día  18  de  octubre  de  1898,  Puerto  Rico  tenía  un 
régimen  autonómico  y  un  Gobierno  constituido,  de  una  parte,  por  el 
gobernador  general,  representante  de  la  Metrópoli  y  de  su  auto- 
ridad suprema,  con  un  Gabinete  efectivo  y  responsable,  formado  por 
cuatro  secretarios  del  despacho,  en  los  diversos  ramos  de  Gracia 
y  Justicia,  Gobernación,  Hacienda,  Instrucción  pública.  Obras  pú- 
blicas y  Comunicaciones  y  Agricultura,  Industria  y  Comercio,  ac- 
tuando uno  de  ellos  como  presidente  y,  de  otra  parte,  un  Parlamento 
insular,  dividido  en  dos  Cámaras,  llamadas  Consejo  de  Administra- 
ción y  Cámara  de  Representantes,  iguales  en  facultades. 

El  Gabinete  autonómico  estaba  constituido  por  hombres  públicos, 
procedentes  del  partido  llamado  liberal  autonomista.  El  Sr.  Mu- 
ñoz Rivera  desempeñaba  la  Presidencia  y  a  la  vez  la  secretaría  de 
Gobernación.  El  que  esto  escribe  desempeñaba  la  secretaría  de  Gra- 
cia y  Justicia;  Salvador  Carbonell  la  de  Fomento,  y  Hacienda, 
Julián  Blanco. 

El  día  17  de  octubre  de  1898  estaban  ya  cumplidas  las  princi- 
pales estipulaciones  del  armisticio. 

Faltaba  sólo  la  entrega  formal  y  oficial  de  la  capital  de  la 
isla,  que  debía  de  tener  lugar  el  día  señalado:  1 8  de  octubre  de  1898. 
El  presidente  y  secretarios  del  despacho  del  Gabinete  autonó- 
mico fueron  previamente  avisados  y  citados  para  la  dicha  ceremo- 
nia, que  debía  de  tener  lugar  el  día  señalado:  1 8  de  octubre  de  1898, 
a  las  doce  de  la  mañana,  en  el  palacio  del  gobernador  general,  o  sea 
el  llamado  palacio  de  ''Santa  Catalina'\ 

Puntuales  estuvimos  todos  los  miembros  del  Gabinete  autonómico 
en  el  sitio,  día  y  hora  fijados.  Allí,  en  el  Palacio  de  la  Fortaleza, 


CRÓNICAS  409 

1?  en  su  salón  principaU  encontramos  al  may^or  general  Brooke,  co- 
mandante en  jefe  del  Ejército  americano,  con  todo  su  estado  ma]^or 
^  gran  número  de  oficiales.  Cuerpo  Consular  y  otras  personas  más 
que  no  recuerdo. 

Los  secretarios  del  Gabinete  autonómico  fueron  recibidos  por  el 
comandante  en  jefe  americano,  con  especial  ^  predilecta  atención  y 
distinción,  A  mí  me  pareció  que  el  caudillo  militar  americano  miraba 
en  nosotros  la  oficial  y  genuina  representación  del  pueblo  de  Puerto 
Rico. 

El  momento  p  la  escena  se  hicieron,  desde  luego,  graves  y  solem- 
nes; todos  guardábamos  silencio,  militar  y  absoluto,  casi  religioso. 
Los  hombres  de  sentimiento  y  de  pensamiento  portorriqueños  que  allí 
estábamos,  luchadores  probados  y  entusiastas  por  las  libertades  patrias, 
nos  mirábamos  unos  a  otros  con  fija  e  interrogante  mirada,  mudos  los 
labios,  pero  palpitantes  los  corazones.  Nuestra  mente  volaba  rápida, 
con  vertiginosa  rapidez,  hacia  atrás  unos  cuantos  años,  en  la  corta 
historia  de  nuestras  vidas  individuales  y  de  nuestras  luchas  políticas; 
y  cuatrocientos  años  en  la  historia  de  la  vida  colectiva  de  nuestro  pue- 
blo, y,  luego,  desandando  lo  andado,  volvía  a  la  realidad  y  contem- 
plaba, atónita,  el  momento  presente,  de  aquel  día  memorable,  trágico, 
grandioso,  decisivo,  tratando,  en  vano,  de  penetrar  con  diáfana  mirada 
las  nebulosidades  del  porvenir,  que  se  alzaba  ante  nuestros  ojos. 

Pero,  sobre  lo  solemne  y  grave  de  aquel  inesperado  p  trascenden- 
tal momento,  en  nuestra  historia,  había  algo  que  se  hacía  oír,  impe- 
rioso y  más  fuerte  que  el  estruendo  de  las  baterías,  y  era  la  voz  del 
deber,  que  nos  había  llamado,  en  aquella  ocasión,  a  ocupar  nuestros 
puestos,  firmes  y  serenos,  en  la  misión  que  nos  tocaba  en  suerte,  de 
ostentar  la  representación  del  pueblo  de  Puerto  Rico. 

Inmediatamente  después  de  los  saludos  y  presentaciones  de  rigor, 
por  órdenes  superiores  se  organizó  un  cortejo  y  desfile,  en  la  siguiente 
forma:  en  primer  término,  el  comandante  en  jefe  americano,  llevado 
del  brazo  por  el  Sr.  Muñoz  Rivera,  presidente  del  Gabinete  autonó- 
mico; en  segundo  lugar,  el  almirante  Scheley,  llevado  del  brazo  por 
el  que  esto  escribe,  secretario  de  Gracia  y  Justicia.  Después,  los  otros 
dos  secretarios  del  despacho,  llevando  del  brazo,  Carbonell,  al  gene- 
ral Gordon,  y  Blanco,  al  teniente  coronel  Hunter,  abogado  de  la  Co- 
misión. Y  en  seguida,  el  Cuerpo  Consular,  oficiales  y  funcionarios. 

Partimos  de  los  salones  de  la  Fortaleza,  bajamos  su  escalera  prin- 
cipal y  toda  la  comitiva  fué  a  colocarse  en  la  plazoleta  que  está  de- 
lante de  la  puerta  de  entrada  al  edificio,  guardando  el  orden  de  pre- 
ferencia apuntado  y  situados  el  general  en  jefe  y  Gabinete  autonómico 
a  la  derecha  (saliendo). 

Serían  las  doce,  más  o  menos,  de  una  mañana  clara  y  espléndida. 


4IO  A.     R  I  VER  O 

En  la  calle  de  la  Fortaleza,  dando  frente  a  ésta  \;  delante  de  su  pla- 
zoleta, había  tendido,  en  correcta  formación,  parte  de  un  regimiento 
de  infantería  americana,  con  sus  banderas,  banda  de  música  j?  algu- 
nos jinetes. 

El  resto  de  la  caballería,  en  corto  número,  había  sido  distribuida 
por  diversos  puntos  de  la  ciudad,  vigilando  y  guardando  el  orden 
público. 

Sobre  lo  alio  del  edificio  de  la  Fortaleza,  en  su  fachada  principal, 
se  ostentaba  el  asta  de  la  bandera  completamente  desnuda,  es  decir, 
sin  bandera  alguna,  ni  española  ni  americana;  pero  sí,  pendiendo  de 
su  tope,  un  largo  j;  doble  cordón  corredizo  que  caía  y  llegaba  hasta 
el  pavimento  de  la  calle. 

Y  así  las  cosas,  llegó  el  momento  crítico;  podía  oírse  el  vuelo  de 
una  mosca,  como  vulgarmente  se  dice.  Tendí  la  vista  ^  abarqué,  de 
lleno,  la  brillante  y  emocionante  escena. 

El  comandante  en  jefe,  el  general  Brooke,  estaba  militarmente 
cuadrado,  fnmóvil  su  semblante,  de  noble  i?  valeroso  soldado,  tenía 
la  rigidez  del  bronce.  A  su  lado  estaba  Muñoz  Rivera,  sombrío  e  im- 
penetrable. Yo  ocupaba  el  sitio  inmediato,  y  sobre  mi  brazo  se  apo- 
yaba, fuertemente,  el  almirante  Scheley,  lesionado  como  estaba  en 
una  pierna  a  consecuencia  de  un  fuerte  golpe  recibido.  No  sé  cómo 
parecería  yo  a  los  demás  exteriormenie,  pero  en  mi  fuero  interno,  mi 
total  pensamiento  estaba  concentrado  en  la  extraordinaria  trascen- 
dencia del  acontecimiento  que  presenciaba  y  en  la  meditación  de  lo 
que  pudieran  ser  sus  necesarias  e  ineludibles  consecuencias. 

Todos  los  generales,  oficiales  y  soldados  americanos  ofrecían  la 
más  severa,  disciplinada  y  respetuosa  actitud  y  continente. 

De  pronto,  en  aquel  cuadro,  de  luz  y  de  color,  una  figura  saliente 
y  vigorosa  llamó  poderosamente  mi  atención,  produciéndome  emoción 
profundísima  de  admiración  y  simpatía.  En  sitio  visible  y  preferente, 
en  la  más  dolorosa  de  las  pruebas,  ocupando  su  puesto,  pálido,  frío, 
impávido  y  estoico,  estaba  allí,  como  la  propia  estatua  del  deber,  el 
alcalde  español  de  San  Juan,  el  íntegro  y  noble  asturiano  D.  Fermín 
Martínez  Villamil. 

Allí  no  estaba,  allí  no  estuvo  el  general  Ortega,  comandante  mili- 
tar de  la  plaza  de  San  Juan,  que  no  figuró  en  la  ceremonia,  ni  tomó 
parte  en  ella,  bajo  ningún  concepto. 

Un  alto  oficial  americano,  llevando  en  sus  manos  una  gran  bande- 
ra de  las  franjas  y  las  estrellas,  se  destacó  del  grupo  militar  y,  asistí-^ 
do  de  otros  oficiales  americanos,  la  amarró,  en  forma  adecuada,  a 
los  dos  extremos  del  doble  cordón  corredizo  que  pendía  del  asta  de 
bandera  enclavada  en  lo  alto  del  edificio  de  la  Fortaleza,  y  una  vez 
que  esto  fué  hecho  y  terminado,  en  tal  instante,  una  orden  fué  dada. 


CRÓNICAS  411 

sonó  el  clarín  militar  de  órdenes,  seguido  de  imperiosas  voces  de  man- 
do, 3;  todos  los  jefes,  oficiales  ^  soldados  presentaron  armas,  los  fun-- 
cionarios  civiles  quitamos  los  sombreros  de  nuestras  cabezas,  la  banda 
de  música  de  la  fuerza  americana  tocó  el  ''Himno  de  Washington', 
los  cañones  de  San  Cristóbal,  del  Morro  \j  de  los  buques  de  guerra 
americanos  surtos  en  la  bahía  sonaron,  a  la  vez,  con  el  fragoroso  es- 
tampido de  sus  repetidas  descargas,  algo  así  como  un  clamor  de  voces, 
alegres  y  dolorosas,  vibró  en  los  aires,  ])  al  mismo  tiempo,  majestuosa, 
estrellada,  teñida  con  sus  vivos  colores,  blanco,  rojo  y  azul,  orgullosa, 
alegre  y  triunfadora,  besada  por  los  rayos  del  sol  tropical,  acariciada 
por  las  brisas  del  A  tlántico,  izada  por  sus  propios  soldados,  comenzó 
a  subir  y  a  subir,  camino  de  lo  alto,  la  bandera  de  los  Estados  Unidos 
de  América,  hasta  llegar  al  tope,  al  extremo  superior  del  asta  que  se 
ostentaba,  enclavada,  en  lo  alto  del  Palacio  de  Santa  Catalina, 

Simultáneamente  fué  izada  también  la  bandera  americana  en  los 
castillos  de  San  Cristóbal  i;  el  Morro,  casa  de  Ayuntamiento  y  en 
todos  los  demás  edificios  públicos  de  la  ciudad  de  San  Juan. 

Y  de  esta  manera  tuvo  lugar  la  ceremonia  simbólica  del  cambio 
de  soberanía  y  quedó  abierto  el  nuevo  libro  de  su  historia  para  el 
buen  pueblo  de  Puerto  Rico,  mero  espectador  y  testigo  en  el  gran 
drama  que  terminó  aquel  día  y  que  decidió  de  su  suerte  futura. 

Había  terminado,  en  su  epílogo  final,  el  imperio  político  de  la 
madre  España  en  las  tierras  de  América  por  ella  descubiertas,  colo- 
nizadas y  civilizadas;  aquel  grandioso  imperio  cuyos  confines  em- 
pezaban en  las  llanuras  de  California,  Texas  y  Florida,  para  llegar 
y  extenderse  hasta  las  playas  del  ''Estrecho  de  Magallanes'',  tocan- 
do, por  uno  y  otro  lado,  con  los  dos  grandes  Océanos  del  planeta. 

La  bandera  de  oro  y  grana,  la  bandera  de  la  nación  descubrido- 
ra, no  fué  arriada  en  la  descrita  ceremonia.  El  ejército  de  América^ 
vencedor,  no  le  impuso  semejante  humillación.  Ella  estuvo  en  lo  alto 
del  Palacio  de  Santa  Catalina  y  en  lo  alto  de  los  castillos  y  edificios 
públicos  de  la  ciudad  de  San  Juan,  hasta  la  puesta  del  sol  del  día  17 
de  octubre  de  1898;  y,  en  cumplimiento  del  Armisticio  que  puso  tér- 
mino a  la  guerra  hispanoamericana,  de  esas  alturas  fué  retirada  en 
la  tarde  de  aquel  día  por  la  mano  filial  y  amorosa  de  sus  propios  sol- 
dados, de  los  soldados  valerosos  que  la  defendieron  y  glorificaron  con 
su  sangre  y  entre  el  humo  de  la  pólvora  en  los  campos  de  batalla. 

La  bandera  de  España,  repito,  no  fué  arriada  por  la  mano  de  los 
soldados  de  América.  Ellos  no  lo  hicieron,  y  no  creo  yo  lo  hubieran 
hecho  nunca,  siendo,  como  son,  americanos,  y  sabiendo,  como  saben, 
que  ella  flotó  gloriosa  al  viento  el  día  feliz  e  inmortal  en  que  el  gran 
Almirante  descubrió,  para  el  mundo  y  para  la  Libertad,  la  sagrada  tie- 
rra de  América. 


412  A  .     RI  VER  o 

Y  no  más,  amigo  mío;  perdone  esta  desalmada  descripción  que 
hago,  al  correr  de  la  pluma,  i?  en  medio  de  las  fatigosas  tareas  de 
mis  actuales  deberes  públicos. 

Seguramente  que  he  olvidado  mucho  en  nombres  i?  detalles,  aun- 
que no  en  lo  fundamental;  pero  han  pasado  veintidós  años  i;  mi  mente 
ij  mi  memoria  están  /loj;  día  embargadas  por  ideas,  preocupaciones  3; 
responsabilidades  diferentes  ^  distantes  esos  veintidós  años  de  las 
que  llenaban  mi  pensamiento  en  los  días  a  que  he  hecho  referencia, 

Y  seguramente,  también,  que  no  vivimos  ^a  aquellos  días.  Son  re- 
cuerdos de  un  pasado  que,  en  su  ocasión,  fué  el  término  de  toda  una 
época,  de  una  dominación  política,  pero  que  en  la  vida  p  en  la  his- 
toria de  nuestro  pueblo  debemos  considerar  i?  lo  consideramos,  a  la 
hora  presente  ^  con  la  vista  en  el  mañana,  como  un  alto,  sí,  pero  a 
la  vez  como  un  punto  de  partida. 

Estamos  viviendo  veintidós  años  después  y,  sin  dejar  de  rendir 
culto  a  la  Historia  y  de  aprender  y  meditar  en  sus  páginas  de  oro, 
para  recoger  la  legítima  herencia  del  pasado  3;  aprovechar  sus  ense- 
ñanzas, es,  sin  embargo,  nuestro  patriótico  deber,  ahora,  afrontar  el 
presente  p  continuar,  sin  descanso  j;  sin  interrupción,  nuestra  constan- 
te marcha  hacia  un  porvenir  más  venturoso  cada  día,  en  cumplimien- 
to de  la  ineludible  /ep  del  progreso,  que  es  le^  de  Dios. 

De  usted  con  toda  amistad  j?  con  la  más  alta  consideración,  su  muy 
afectísimo  amigo. 


Los  periódicos  de  aquel  día  y  siguientes,  sin  una  sola  excepción,  publicaron  es- 
critos sensatos  y  caballerosos;  en  algunos,  esmaltados  de  bellas  frases,  dábase  el 
adiós  postrero  a  la  bandera  de  la  Madre  Patria,  y  sabios  consejos  de  unión  y  con- 
cordia al  país  portorriqueño.  Para  que  la  inteligente  juventud  que  se  levanta,  y  en 
cuyos  hombros  ha  de  gravitar,  muy  pronto,  la  pesadumbre  de  grandes  responsabili- 
dades, reciba  una  visión  exacta  de  aquellos  sucesos,  transcribo  algunos  párrafos  de 
cierto  artículo  de  colaboración,  insertado  en  un  diario  de  San  Juan: 


C'"  R  O  N  1  C  A  S 


413 


«Por  eso  podemos  con  la  fronte  levantada,  aunque  con  el  cora/ón  lleno  de  angus- 
tia, exclamar  en  este  día:  ¡adiós  patria  de  nti  idioma,  de  mi  religión  y  de  mis  tradi- 
ciones veneradas;  te  aJejas  para  sieni[)re  de  esta,  tierra  en  cpie  me  tocó  nacer,  pero 
reinarás    por    siempre   también 
en    mis   sentimientos   y  en   rnis 
cultos! 

!£ n  tu  ver  1) o  d i  v i  n o  m  e 
liicicn'on  las  ¡primeras  caricias 
i|ue  dc^spertaron  mi  ser  a  uno 
de  los  más  sanios  v  nol)les 
afectos  del  alma;  en  él  juré 
amor  eterno  ;?  la  mujer  idola- 
trada que  me  arrebató  en  hora 
tempnma  el  deslino,  pc^ro  ipie 
vive  con  culto  vivísimo  en  mi 
recuerdo;  en  ('1  mi  madre;, 
también  idolatrada,  me  enseñé) 
a  balbucear  las  primeras  ora- 
ciones ante  el  trono  riel  Inter- 
no; y  en  él,  seguramente,  ele- 
varemos la  última  plegaria,  ¡lara 
que  acoja  nuestra  alrna  en  los 
senos  eternos  <le  su  infinita  nñ- 
scrtcordia. 

V  volviendo  ahora  a  nuestra 
tierra  querida,  a  la  que  con  fé- 
rreos lazos  quedamos  atados,  v 
al  resolvernos  a  ingresar  en  el 
nuevo  estado  d<^  dereclio  que  en  •■'  >>:-^>""  ¡'•■^'■••<i'i  «it^i  r.-iüiucí!  vspniu,}^ 

ella  se  crea,  venimos  dispuestos 

a  prestarle  todo  el  concurso  tle  nuestra  pobre  inteligencia,  pero  con  gigante  volun^ 
tad  ejercida,  para  dar  solución  a  los  problemas  que  más  interesan  a  su  porvenir. 

Uue  si  en  todo  tiempo  las  necesidades  de  la  lucha  por  la  ex¡stend;i  la  apnmnal)an 
para  acelerar  sus  progresos,  hoy  (pie  el  destino  la,  Ikíva  al  seno  de  la  nación  más  ac- 
tiva, la  de  mayor  empuje  y  amlacia  para  sus  empresas,  <le  todas  las  que  constituycm 
la  moderna  civilización,  esos  apremios  suben  de  punto  si  no  queremos  ser  elimina- 
dos y  ver  desliedla  para  siempre  la  base  de  imestro  liienestar. 

Lucas   Amaoiío.» 


El  l<S  de  octubre  circuló  la  (¡arf/a  de  /'ncrtu  Ríen,  órgano  dtd  Cobierno,  oste 
tando  en  cabeza  el  águila  americana,  en  sutistiindón  del  escuoo  español.  I''ueron  lior 
lires  previsores  los  que  editaban  aquel  ¡icriódico. 


A  .     K  I  \'  ¡i  R  ( ) 


Gaceta  de  Puerto-Rico. 


■      SE    PU  BLICA 

Todos  los  días  neiios  los  Inne: 


S-E     SUSCRIBE 

Eu  la  liiprenia  ds  Sucesióa  J.  J.  Acostá-Forialea  21 


MAITES   IS  DE    OCTlJBIiK 


GOBIEENO    ÍNSULAFl 
BB   PÜEEIO-BIOO 

SMbsewetarfa 


.M,  dct  Ktoo.  ar.  Secíetatlo  del 


Loqnew  Iisoo  nútiliao  p 


fmiúk  ¡mmáá  do  Puerto-Eico 
comÜmscia 


!{1  general  Drooke,  quien  desde  este  día  asumió  las  funciones  de  goliernador  ge 
al  de  Puerto  Rico,  publicó  su  ¡primera  orden,  (jue  lucia  siguiente: 


:ks  c.kkv.ka 
Xúin.  1. 


.TARTEf.  r.KXKRAI,  DKl,  1  ílil'AR  FAMKXTo  DE  PUKRTO   RKA) 


San  Juan,  nctuhrc  |S  <lc  iSoS. 

f. — C'unipliendo  las  instrucciones  del  [)residcnte  de  los  lístrulcs  Unidos,  el  que 
suscribe  asume  desde  hoy  <d  mando  del  Departamento  d<^  Puerto  Rico. 

Ib  ^d'ara  (X)nveniencia  de  la  administración  m¡Iit;u' y  lavil,  el  Departamento  de 
Puerto  Rico  se  divide  en  dos  (2)  distritos  geográficos,  a,  saber: 

II b  —  tJ  f/isínto  iie  'FúiiCi\  i:uyos  líndles  c(hti prenden  las  jnrisch'cciones  de  Agua- 
dilla,  Alayagiiez,  Ponce  y  (iuayama.  (Jueda  flesignado  para  este  mando,  <:()n  cuartel 
general  cm  ¡a  ciudad  <le  Ponce,  el  brigadier  general  (my  V.  llcnry,  del  Cuerpo  de  \ó> 
iimtarios  de  los  b:stadus  Unidos. 

W .—  ^^m  dist>  iio  líe  Súii  y'iidii^  cuyos   línu'tes  comprenden  las  jin-isdiccioncs  ile 


CRÓNICAS  415 

Arecibo,  Bayamón,  Humacao  e  islas  adyacentes.  Queda  encargado  de  este  mando, 
con  cuartel  general  en  San  Juan,  el  brigadier  general  F.  D.  Grant,  del  Cuerpo  de  Vo- 
luntarios de  los  Estados  Unidos. 

V. — Los  jefes  de  distrito  son  responsables  del  suministro,  salud,  eficacia  y  dis- 
ciplina de  sus  respectivos  mandos,  según  disponen  los  Reglamentos  y  Ordenes  del 
Ejército,  y  quedan  facultados  para  hacer,  o  disponer  se  hagan,  cuantas  inspecciones 
sean  necesarias  al  efecto. 

VI. — En  ningún  caso  podrán  los  Tribunales  de  Puerto  Rico  ejercer  jurisdicción 
sobre  crímenes  o  delitos  cometidos  por  oficiales  o  soldados  pertenecientes  al  Ejército 
de  los  Estados  Unidos,  o  por  personas  que  dependan  o  se  hallen  al  servicio  de  dicho 
Ejército,  como  tampoco  sobre  ningún  crimen  o  delito  cometido  contra  cualquiera  de 
éstos,  por  vecinos  o  transeúntes  del  territorio.  En  tales  casos  la  jurisdicción  compete 
a  los  consejos  de  guerra  o  comisiones  militares. 

VIL — Los  jefes  de  distritos  quedan  asimismo  encargados  de  mantener  la  paz  y  el 
buen  orden  entre  los  vecinos,  dentro  de  los  límites  de  sus  respectivos  distritos;  pero 
no  han  menester  circunscribirse  a  dichos  límites  en  cuanto  a  la  persecución  y  arresto 
de  delincuentes,  si  así  lo  exigiesen  las  circunstancias.  La  protección  de  vidas  y  ha- 
ciendas será  objeto  de  su  particular  cuidado,  y  exigirán  a  sus  subordinados  el  más 
estricto  y  eficaz  cumplimiento  de  todos  los  deberes  relacionados  con  la  administra- 
ción civil,  de  igual  modo  que  con  la  militar. 

VIII.  —  Con  la  cesión  de  Puerto  Rico  e  islas  adyacentes  a  los  Estados  Unidos, 
quedan  rotos  los  lazos  políticos  que  unían  sus  habitantes  a  la  Monarquía  española,  e 
ínterin  resuelva  definitivamente  el  Congreso,  el  presidente  ae  los  Estados  Unidos,  en 
su  calidad  de  general  en  jefe,  ha  puesto  al  recién  adquirido  territorio  bajo  un  Go- 
bierno militar,  el  cual  es  absoluto  y  supremo.  Pero  allí  donde  los  habitantes  rindan 
obediencia  a  los  representantes  civiles  de  la  ley  y  del  orden,  no  es  su  propósito  que 
intervengan  las  autoridades  militares.  En  los  casos  en  que  se  dejase  de  rendir  tal  aca- 
tamiento a  la  ley  y  al  orden,  la  autoridad  militar  auxiliará  a  la  civil,  con  fuerza  armada, 
para  facilitar  la  captura  y  castigo  de  malhechores. 

IX. — ^Las  leyes  provinciales  y  municipales  hasta  donde  afecten  la  determinación 
de  derechos  privados,  correspondientes  a  individuos  o  propiedades,  serán  mantenidas 
en  todo  su  vigor,  a  menos  que  no  resulten  incompatibles  con  el  cambio  de  condicio- 
nes realizado  en  Puerto  Rico,  en  el  cual  caso  podrán  ser  suspendidas  por  el  jefe  del 
Departamento.  Dichas  leyes  serán  administradas  materialmente,  tales  como  existían 
antes  de  la  cesión  de  los  Estados  Unidos.  A  este  ñn^  los  jueces  y  demás  funcionarios 
relacionados  con  la  administración  de  justicia  que  juren  fidelidad  a  los  Estados  Uni- 
dos, administrarán  las  leyes  del  país  en  lo  relativo  a  asuntos  entre  particulares;  pero 
en  los  casos  en  que  se  negasen  a  prestar  dicho  juramento  de  fidelidad,  o  que  delin- 
quiesen en  sus  funciones  o  cualquiera  otra  causa,  el  jefe  del  Departamento  ejercerá 
su  derecho  a  destituirlos  y  nombrar  a  otro  en  su  lugar.  Para  cooperar  a  la  ejecución 
de  las  leyes  provinciales  y  municipales  se  conservarán  los  actuales  organismos  de 
Orden  público  y  Policía,  hasta  donde  sea  practicable  y  necesario,  siempre  que  la  leal- 
tad de  éstos  a  los  Estados  Unidos  quede  asegurada. 

X. — La  libertad  del  pueblo  para  dedicarse  a  sus  habituales  ocupaciones  no  sufri- 
rá menoscabo  alguno.  Las  propiedades   particulares  pertenecientes  a  individuos  o 


4i6  A  .     R  I  V  E  R  O 

Corporaciones;  todos  los  bienes  y  edificios  públicos  pertenecientes  a  los  Estados 
Unidos,  al  Gobierno  provincial  o  a  los  Municipios,  y  todas  las  casas-escuelas,  igle- 
sias y  edificios  consagrados  aí  culto  serán  debidamente  protegidos. 

John  R.  Bkooke, 

Mayor  general  Jefe  del  Departamento  de  Puerto  Rico. 


Todos  los  funcionarios  civiles  de  la  Administración,  desde  el  presidente  Muñoz 
Rivera  al  más  humilde  portero,  fueron  invitados  a  suscribir  el  siguiente   documento: 

«Yo juro  solemnemente  renunciar,  para  siempre,  a  sumisión  y  fidelidad  alguna 

a  todo  príncipe,  potentado,  estado  o  soberanía  extranjeros,  y  particularmente  al  es- 
tado y  soberanía  de  España. 

Y  juro,  además,  que  mantendré  y  defenderé  la  Constitución  de  los  Estados  Uni- 
dos contra  todos  los  enemigos  exteriores  o  interiores;  que  la  acataré  con  lealtad  y 
sumisión,  y  que  contraigo  este  compromiso  libremente,  sin  reserva  o  propósito  de 
evadirlo. 

(Firma  del  interesado.) 


Suscrito  y  jurado  ante  mí,  hoy de año  de  N.  S.  l 


Por  virtud  del  acto  realizado  del  cambio  de  soberanía  quedó  de  hecho  sanciona- 
da, en  Puerto  Rico,  la  separación  de  la  Iglesia  y  del  Estado.  Tan  grave  problema  que 
había  costado  en  otros  países  ríos  de  sangre  y  tempestades  de  odios,  se  resolvió 
aquí  con  un  simple  trazo  de  la  pluma  del  general  Brooke. 


Por  la  tarde,  y  en  las  primeras  horas  de  la  noche,  algunos  soldados  españoles  y 
americanos  pasearon  juntos,  y  como  buenos  camaradas  entraron  en  los  cafés  y  reco- 
rrieron las  calles  altas  de  la  población,  sin  que  ocurriese  incidente  alguno.  El  19  de 
octubre,  y  en  el  parte  oficial  que  recibiera  el  jefe  de  la  Policía,  no  se  consignó  un 
solo  desorden,  robo  ni  pendencia. 

San  Juan,  con  su  conducta  discreta,  rebosante  en  dignidad  y  cautela,  escribió 
una  bella  página  en  sus  anales  demostrando  que,  en  los  momentos  más  críticos  de 
la  vida  de  los  pueblos,  entusiasmos  y  protestas  deben  ser  reservados  para  la  propia 
ocasión. 


t;  R  o  N  r  c  A  s 


4i7 


l'Á  Poder  judicial  quedcS  restablecido  en  la  siguiente  forma,  constituyendo  los  ele- 
gidos el  más  alto  Tribunal  de  Justicia  de  Puerto  Rico:  íVesidente,  José  i'onrado  Her- 
nández; magistrados,  Francisco  de  P;ni1a  Acuña,  ;\ríst¡des  í\laragliano  y  José  Severo 
Quiñones;  fiscal,  Rafael  Nieto  Abolles;  secretario  de  íiohierno,  Julio  'María  Padilla,  y 
secretarios  de  Sala,  los  escribanos  Falcón  y  Menéndez.  P"l  ¡)residente  juró  ante  el 
juez  1  lunter,  y  ante  aquél  lo  hicieron,  después,  todos  los  magistrados. 

F-1  mismo  día,  Ricardo  íjicosta  v  lesús  'Sí.  Ross)'  fueron  designados  para  ¡urces 
<le  [)riniera  instancia  de  los  distritos  de  San  P'rancJsco  y  Catedral,  rcspectivaniente. 

Pa  nueva  Adin¡nistracié>n,  al  iniciar  sus  funciones,  se  encontró  desprovista  de  re- 


cursos  pecuniarios.  P-l  l8  de  octubre,  cuando  el  tesorero  de  Puerto  Kicr)  abriéi  la 
caja  de  caudales,  sólo  eni:ontró  en  ella  una  moneda  de  oro  ecuatoriana,  de  escaso 
valor.  Las  últimas  nóminas  y  las  li(]iiídaciones  de  pluses  y  haberes  a  los  oficiales  v 
tropa  habían  consumido  totalmente  el  efectivo  de  Tesorería. 

('omen/.aba  para  todos  una  vida  nueva;  urgía  reorganizar  toilos  los  servicios, 
crear  nuevas  fuentes  de  ingresos  y  defender  los  legados  de  nuestra  i\ladi-e  Patria: 
idioma,  religión,  costumbres  y  tradiciones. 

Plabía  terminado  la  guerra;  los  canotiés  rodaron  hacia  sus  parques,  y  los  fusih^s 
volvieron  a  sus  arniercis,  y  muchos  de  los  soldadc>s  de  la  l;ni(Hi  retornaron  a  sus 
h'ígares.  h'ero  en  aquel  mismo  día,  y  en  aquella  misrna  hora,  una  legiém  de  portorri- 
queños levantó  banderas  de  guerra  y  se  lanzi'»  al  i;am[)o  de  las  ideas  para  demostrar 
la  capacidad  del  pu<d")lo  en  el  manejo  de  sus  propios  asiintiJs,  y  el  indiscutible  dere- 
nhü  que  les  asistía  para  recabar  del  ílobiern(^í  metropolítieo  el  cumplimiento  de  las 
solemnes  protnesas  de  liliertades  y  venturas  v¡sluml)radas  en  la  generosa  prochuiui 
'le  general  Nelson  Appleton  \files. 


4i8 


A  .     R  1  V  E  R  O 


CAPITULO  XXVI 


ADIÓS    A    LA    BANDERA 
EL  22  DE  OCTUBRE.  -  EL  23  DE  OCTrJBRE.--VtJELTA  A  LA  VIDA  CIVIL 

L  22  de  octubre,  a  las  cuatro  de  la  tarde,  el  12.''  batallón  ᧠
artilleiía  (mi  batallón)  salió  del  Arsenal,  con  bandera  desplegada, 
mientras  la  banda  de  cornetas  batía  la  Marcha  Real.  Vibró  el  clarín 
de  órdenes,  y  Ja  tropa  hizo  alto  en  la  explanada  cerca  del  muelle. 
El  general  Ortega,  rodeado  de  sus  ayudantes  y  de  un  buen 
número  de  amigos  personales,  habló  así,  con  voz  temblorosa  y 
húmedos  los  ojos: 

—  ¡Adiós!,  nos  vamos;  amo  a  Puerto  Rico  y  a  sus  nobles  hijos;  deseóles  hoy 
un  dichoso  porvenir.  ¡Adiós  a  San  Juan!,  plaza  de  la  que  fui  el  último  gobernador 
poi  la  Corona  de  España.  No  la  rendí,  ¡no!  Usted  sabe  (dirigiéndose  a  mí)  que  antes 
de  arriar  la  bandera  frente  al  enemigo,  hubiéramos  volado  la  Santa  Bárbara  de  San 
Cristóbal.  Cedí  la  plaza,  porque  soy  un  soldado  y  debo  obediencia  a  los  Poderes 
constituidos.  lAdiós 1 


Lágrimas  ahogaron  su  voz,  y  no  fué  sólo  el  general  Ortega  quien  llorara  aquella 
tarde.  Atracaron  lanchas  y  falúas,  y  en  poco  tiempo,  el  General,  sus  ayudantes  y  todo 
el  batallón  abordaron  el  Montevideo]  al  siguiente  día,  por  la  tarde,  debía  zarpar  la 
expedición.  No  subí  a  bordo;  en  un  bote  de  vela  me  mantuve  al  costado  del  buque, 
enviando  al  general  una  caja  de  cedro  que  contenía  todas  las  banderas  de  los  cas- 
íiLLos,  baterías  y  EDIFICIOS  DEL  GoBiEKNo.  Estas  banderas  no  fueron  arriadas  ^\  18  de 


42C)  A  .     U  ¡  V  !•:  R  ( > 

octubre,  como  se  Ita  escrito,  por<|ue  desde  la  víspera  estaban  en  mi  poder.  Aquellas- 
banderas  pude  verlas,  algunos  años  más  tarde,  en  un  museo  de  -Madrid  ',  y  no  sin 
cierta  einoeiún  posé  mis  labios  sol)re  una  de  ellas,  la  que  aferré  al  toj)e  en  mi  casti- 
llo el  día  12  de  mayo  de  l8()8;  hi  que  vio  correr  la  sangre  de  mis  artilleros;  la  que 
cubrió  el  torso  mutilado  del  obrero  Martín  t'epeda.  Aun  olía  a  la  pólvora  quemada 
de  200  cañonazos. 

Id  23  de  octubre,  a  las  seis  de  la  tarde,  la  hélice  del  Monteruko  batió  las  aguas  de 
la    lialiía,,    rugii'»    la  sirena  y   el    hernioso    trasatlántico   enfiló   el    canal    de   salida. 

\'  entonces  ocurrió  alg'o  grande,  algo  épico,  que  recuerda  hazañas  y  Ijízarrías  de 
.K'ocroy  y  'ÍVafalgar,  las  baterías  de  San  Cristóbal,  ;¡os  mismos  cañones  de  mi  viejo 
castillo!  hablaron  con  sus  negras  bocas  de  fuego,  dando  el  postrimer  adiós  a  los  arti- 
lleros que  por  años  habitaron  su  recinto;  -a  su  haiiihjra^  i\\w  durante  ¡a  guerra  llameó 
{gallarda  a  los  vientos  de  la  mar  en  lo  alto  de  sus  almenas;  2  1  cañonazos  fueron  dis- 
parados f)or  orden  del  capitán  Rcícd,  y  a  tan  caballeroso  alarde  rf'sp(nidió  la,  nave 
con  saliuJos  de  banderas. 

/\  bordo  se  dal)an  r/iv.ifx;  los  muchachos  de  mi  balería,  mis  loo  com[)añeros,  me 
sa!udal)an  con  sus  gorras  y  pañuelos.  El  C.ieneral  me  gritó  desde  la  borda:  -qllasta  la 
vista! '>;  el  Afontevhtfo  pasó  frente  al  arsenal,  a  la  I'uerta  de  .San  Juan,  }'  emljocó  la 
salida;  buen  golpe  de  gente  le  seguía  desde  tierra  en  cariñfisas  maidfcstaciones  de 
rlespeclida.  Varios  t>otes-  -eiitre  ellos  el  que  nos  conducía  a  mi  esposa  y  a  mí -mar- 
chaban detrás;  y  ya,  mar  afuera  se  cambiaron  los  últimos  saludos;  viraron  los  botes, 
y  a  mi  regreso,  cuando  navegaba  bajo  el  cañón  del  M,orro,  aun  pude  divisar  las  palo- 
mas blancas  de  nul  pañuelos  que  revoloteaban  en  cariñoso  saludo. 

Volvi  a  .San  luán;  ellos  regresa.l)an  a  su  patria  v  vo  a  la  mía. 


CAPITULO  XXA'll 

PARTIDAS  DE  BAKDOLERr)S  OUI^  INFRSl'AROK  LA  ISEA 


()i\I(3  algunos  pueblos,  al  ser  evacuados,  en  la  fecha  acordada,  por 
las  fuerzas  españolas,  <|ücdasen  sin  guarnición  ajguna  ni  policía, 
bastante  (|uc  los  custodiase,  surgieron  en  gran  parte  de  la  Isla  nu- 
merosas partidas  de  ladrones  y  de  incendiarios.  Ko  guiaba  a  estos 
hombres,  excepto  en  contados  casos,  el  deseo  de  represalias,  ven- 
ganzas políticas  ni  otro  fin  de  auxilio  a  la  invasión  americana,  ni 
razones  algunas  )ustificables  en  el  período  de  postguerra;  fué  un  acto  de  vergonzoso 
bandidaje,  en  cpie  isleños,  peninsulares  y  portorriqueños,  fueron  nuierios,  ro!)ados  v 
vejados,  y  también  sus  esposas  y  sus  familiares,  bai  el  ¡ hay'io  dv  la  (¡nerra  podrán 
encontrarse  detalles  de  estos  sucesos,  qne,  en  parte,  fueron  atajados  por  ambos  gene- 
rales, ^1a<:ías  y  ^Oles. 

Meses  después  murieron  en  garrote  vil,  en  l'once,  ctiatro  forajidos,  que  así  paga- 
ron sus  erínienes;  otros  han  fallecido  de  nuierte  natural,  y  algunos  viven  aún  seuala- 
<los  por  la  opinión  pública  y  fiscalizados  por  sus  propias  conciencias. 

Ftllos  y  otros,  si  realmente  hubiesen  sido  separatistas,  pudieron  levantar  el  país 
en  armas,  cuando  lo  pedía  el  doctor  bletances,  y  acorralar  las  tropas  españolas  antes 
y  después  de  la  invasión,  auxili;ulos  por  el  1)1í){]U(H3  de  la  Isla;  pero  les  hié  más  fácil 
tarea  teñirse  las  caras  con  negro  humo  (los  /ñwr?//e.v  fué  el  nombre  que  les  dio  el 
pueblo,),  y  cayendo  sobre  gentes  y  caseríos  in<lelensos,  realizar  sus  fechorías;  y  como 
'•ste  es  un  libro  escrito  por  un  homlire  que  no  tiene  mtede»  a  la  verdad,  es  por  lo 
'lile  aquí  se  condenan,  y  nunca  con  suficiente  dureza,  los  actos  vergonzosos  realiza- 


422  A  .     R  I  V  E  R  o 

dos  por  aquellas  turbas  desenfrenadas,  a  fin  de  que  el  horror  al  pasado  sirva  de  sa- 
ludable lección  en  el  porvenir. 

No  fué  Puerto  Rico  quien  tales  desmanes  cometiera;  fueron  unos  pocos  hombres, 
varios  centenares  tal  vez,  y  sobre  ellos,  únicamente,  debe  recaer  la  condenación  de 
los  historiadores. 

Cuando  las  tropas  españolas  evacuaban  la  Isla,  reconcentrándose  en  San  Juan, 
todos  los  pueblos,  y  hasta  los  habitantes  de  los  campos,  las  despidieron  entre  víto- 
res y  flores;  cada  vez  que  un  transatlántico,  abarrotado  de  soldados,  zarpaba  del 
puerto,  las  multitudes,  agitando  pañuelos  y  banderas,  lo  seguían  por  el  Campo  del 
Morro,  hasta  perderlo  de  vista.  Pasada  la  guerra,  y  calmadas  las  pasiones,  sólo  se 
vio  en  aquellos  soldados  valerosos  y  sufridos  la  representación  genuina  de  los  com- 
pañeros de  Ponce  de  León,  que  rescataron  esta  isla  de  manos  de  indios  primitivos,, 
plantando  en  ella  la  Cruz  del  Salvador,  y  extendiendo  por  lomas  y  valles  las  bendi- 
ciones del  Cristianismo,  y  los  esplendores  de  refinada  cultura  y  civilización,  que 
aún  conservamos,  aumentados,  y  de  que  nos  sentimos  justamente  orgullosos. 

El  general  Maclas,  al  tener  noticias  de  tan  criminales  sucesos,  dirigió  al  general 
Brooke  dos  comunicaciones,  que  se  estampan  a  continuación: 

GOBIERNO  GENERAL 

DE  LA 

ISLA  DE  PUERTO  RICO 

Excelentísimo  señor: 

La  perturbación  consiguiente  al  estado  de  guerra  que  hemos  atra- 
vesado ha  traído  consigo  la  natural  excitación  de  pasiones  contra  es- 
pañoles establecidos  en  la  Isla  hace  muchos  años,  donde  poseen  inte- 
reses, hacienda  p  comercio  dignos  de  respeto  "^  protección. 

En  Barceloneta,  Lares,  Ponce,  Ma^agüez  ];  otros  pueblos  han 
sido  los  comerciantes  j;  propietarios  españoles  objeto  de  serias  amena- 
zas \;  aun  de  saqueos,  que  han  puesto  en  gran  riesgo  sus  vidas  \j  han 
destruido  en  parte  sus  intereses,  indudablemente  sin  conocimiento  de 
las  autoridades  regulares  americanas,  porque  de  otro  modo  esto])  se- 
guro de  que  habrían  evitado,  como  evitarán  seguramente  en  lo  porve- 
nir, nuevos  desmanes  en  perjuicio  de  los  aludidos  intereses. 

Mi  Gobierno  me  ha  ordenado  velar  por  los  americanos,  p  así  lo 
efectúo,  no  permitiendo  el  más  pequeño  desmán  contra  ellos. 

En  justa  reciprocidad,  ^o  espero  de  V.  E.  que  se  servirá  dictar  sus 
órdenes  para  que  las  personas  y  bienes  españoles  en  territorio  ocupado 
por  las  tropas  de  su  digno  mando  se  hallen  protegidos  cual  correspon- 
de, toda  vez  que  ya  han  sido  objeto  de  abusos  y  tropelías  en  algunos 
pueblos. 


CRÓNICAS  423 

Representando  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  el  orden,  3?  dis- 
puesto, como  se  halla,  a  sostener  el  respeto  a  las  personas  1?  propieda- 
des,  confío  que  V,  E.  se  servirá  prestar  su  leal  \^  decidida  cooperación 
a  la  obra  humanitaria  ^  beneficiosa  a  que  hago  referencia. 

Besa  la  mano  de  V.  E,  con  todo  respeto.  Dios  guarde  a  V.  E.  mu- 
chos años. 

Puerto  Rico,  7  de  septiembre  1898. 

Manuel  MAGIAS 

Excmo.  Sr.  }.  R.  Brooke,  ma^or  general,  comandante  de  las  fuerzas 
Norteamericanas. 


GOBIERNO  GENERAL 

DE  LA 

LSLA  DE  PUERTO  RICO 

Excelentísimo  señor: 

Tengo  noticia  de  que  los  voluntarios  que  han  permanecido  leales 
a  la  causa  de  España,  ^  que  pa  han  entregado  las  armas,  al  retornar  a 
sus  casas  para  ponerse  al  frente  de  sus  intereses,  son  objeto  por  parte 
del  populacho  exaltado  de  insultos  j?  de  vejaciones,  como  ha  sucedido 
ya  en  Mayagüez  y  otras  localidades. 

Claro  es  que  de  estos  hechos  no  tienen  conocimiento  las  autorida- 
des militares,  pues  de  otro  modo  habrían  dictado  bandos  para  im- 
pedirlo, p  siendo  esos  voluntarios  elementos  respetuosos  p  gente  de 
trabajo,  que  estoy  seguro  no  han  de  dar  motivo  para  perturbar  el  or- 
den, me  permito  recomendar  a  V.  E.  se  sirva  dictar  sus  disposiciones 
para  evitar  los  aludidos  abusos. 

B.  L.  M.  de  V.  E.  muy  respetuosamente. 

Dios  guarde  a  V.  E.  muchos  años.  Puerto  Rico,  8  de  septiembre 
de  1 898. 

Manuel  MAGIAS 

Excmo.  Sr.  J.  R.  Brool^e,  mayor  ^general,  comandante  del  Ejército 
de  los  Estados  Unidos. 

Estas  cartas  oficiales  obtuvieron  la  mejor  acogida  por  parte  del  general  Brooke 
y  órdenes  severas  fueron  transmitidas  a  todos  los  jefes  del  ejército  de  ocupación  de 
la  Isla  para  reprimir,  con  mano  fuerte,  aquellas  lamentables  ocurrencias. 

En  septiembre  1 9,  1898,  y  durante  el  sexto  meeting  de  los  comisionados  para  la 
evacuación  de  la  Isla  y  como  resultado  de  cierto  requerimiento  de  Ortega,  el  mayor 
general  Brooke  hizo  las  siguientes  manifestaciones: 


424  A.     RIVERO 


Respecto  a  la  disposición  de  nuestra  tropa,  el  general  Ortega  puede  fiar  en  nos- 
otros; nos  proponemos,  en  cada  caso,  asumir  la  responsabilidad  de  nuestros  actos,  y 
en  conexión  con  esto  yo  deseo  leer  un  memorándum  que  he  escrito. 

General  Brooke,  (Leyendo  un  documento.) — He  recibido  una  queja  de  dos  es- 
pañoles residentes  cerca  de  Gales,  Jenaro  Seguí  y  Antonio  Márquez,  afirmando  que 
una  partida  sediciosa  de  nativos  había  robado  y  quemado  sus  propiedades.  Hay  una 
fuerza  de  la  Guardia  civil  que,  de  acuerdo  con  el  mapa  que  aquí  tenemos,  está  más 
cerca  de  aquéllos  que  las  tropas  de  los  Estados  Unidos.  Dichos  caballeros  me  han 
dicho  ayer  tarde,  cuando  hablaron  conmigo,  que  la  Guardia  civil  de  Gales  había  de- 
clinado toda  acción  referente  a  los  actos  que  se  denuncian.  Por  eso  yo  les  di  una 
carta,  dirigida  al  comandante  de  mis  tropas  en  Utuado,  ordenándole  que  arrestase  y 
pusiera  en  prisión  a  todos  los  que  habían  cometido  tales  ultrajes,  y  yo  estaré  al  cui- 
dado de  que  las  autoridades  civiles  de  aquella  población  castiguen  tales  actos;  si  ellas 
no  lo  hacen,  yo  intervendré. 

Pero  no  puedo  entender  por  qué  la  Guardia  civil  de  Ciales  no  intervino,  cuando 
estaba  más  cerca  que  nuestras  tropas.  Puede  que  haya  alguna  línea  jurisdiccional 
que  limite  las  funciones  de  cada  puesto,  aunque  creo  que  en  estos  tiempos  deben 
desaparecer  tales  barreras.  El  general  Miles  me  dijo  que  el  terreno  neutral,  entre  las 
avanzadas  de  ambos  ejércitos,  debía  ser  vigilado  de  común  acuerdo,  y,  por  tanto, 
cuando  él  dejó  el  mando  y  yo  lo  tomé  a  mi  cargo,  siempre  tuve  presente  aquella 
advertencia  y  siempre  pensé  que  la  Guardia  civil  española  tomaría  acción  sobre 
cualquier  ofensa  que  llegase  a  su  noticia,  aun  cuando  para  ello  necesitase  atravesar 
nuestras  líneas,  toda  vez  que  ellos  podían  tener  conocimiento  de  los  sucesos  antes 
que  nosotros. 

Por  tanto,  ejerceré,  como  lo  he  hecho  en  este  caso,  jurisdicción  sobre  todo  el 
país  y  sobre  sucesos  que  pudieran  ocurrir  en  el  mismo  pueblo  de  Ciales,  haciendo 
indagaciones  y  aprehendiendo  a  los  instigadores  de  hechos  contrarios  a  la  ley  y 
también  a  toda  la  banda,  poniéndolos  bajo  el  rigor  de  los  Tribunales.  Si  la  Guardia 
civil  de  ustedes  hace  arrestos  en  lugares  que  estén  próximos  a  ser  evacuados  y  me 
entrega  sus  prisioneros,  acompañando  un  atestado  de  sus  delitos,  ustedes  pueden 
estar  completamente  seguros  de  que  yo  haré  justicia. 

Deseo  manifestar  a  estos  caballeros  de  la  Comisión  española,  para  que  lo  entien- 
dan bien,  que  esta  Comisión  que  yo  presido  no  ha  venido  aquí  para  tolerar  ofen- 
sas o  faltas  de  humanidad  en  forma  alguna.  Todo  bandido,  todo  asesino,  todo 
ladrón  o  cualquier  persona  que  desobedezca  la  ley,  recibirá  su  pronto  castigo,  a  ma- 
nos nuestras,  en  la  misma  forma  que  lo  hubiera  recibido  del  Gobierno  español. 

El  Capitán  general  de  Puerto  Rico,  pocos  días  después  de  suspenderse  las  hosti- 
lidades, en  virtud  del  armisticio,  había  publicado  la  siguiente  proclama: 


CRÓNICAS  425 


DON  MANUEL  HACÍAS  Y   CASADO, 

TENIENTE    GENERAL,    DE    I.OS    EJÉRCITOS    NACIONALES,     GOBERNADOR    Y    CAPITÁN    GENERAIv 
DE    ESTA    IST^A,     ETC.,     ETC. 

Hago  saber: 

Que  habiéndose  levantado  algunas  agrupaciones  o  partidas,  que  sin  bandera  co- 
nocida unas,  y  titulándose  otras  auxiliares  de  las  tropas  invasoras,  merodean  por  los 
■campos  y  pueblos  desguarnecidos,  sembrando  la  alarma  y  el  desasosiego  entre  los 
habitantes  pacíficos,  y  decidido  como  estoy  a  ser  inflexible  con  los  que  en  las  pre- 
:sentes  circunstancias  atenten  o  puedan  atentar  a  la  seguridad  de  cosas  y  personas, 

Ordeno  y  mando: 

Artículo  l.^  Todo  el  que  tenga  en  su  poder  armas  de  mego,  municiones  y  ar- 
mas blancas,  que  por  su  forma  y  condiciones  no  deban  considerarse  como  de  tra- 
bajo y  no  pertenezca  al  Ejército  o  a  sus  batallones  o  compañías  de  voluntarios  que 
conservan  aún  su  organización,  las  entregarán  en  el  término  de  tres  días,  a  contar 
desde  la  publicación  de  este  BANDO,  en  cada  pueblo,  a  la  autoridad  militar  del 
punto  de  su  residencia,  y  de  no  haberla,  al  alcalde  de  la  jurisdicción,  en  la  inteligen- 
cia de  que  el  que  no  lo  haga,  será  tratado  como  reo  de  delito  contra  el  orden  pú- 
blico y  juzgado  con  todo  el  rigor  de  la  ley. 

Artículo  2.°  Las  partidas  o  grupos  armados  que  sin  la  competente  autorización 
se  levanten  en  el  distrito,  serán  disueltas  con  las  armas  por  la  fuerza  pública,  y  los 
que  las  formen  serán  juzgados  en  procedimiento  sumarísimo  y  considerados  como 
reos  de  los  delitos  de  traición,  rebelión,  contra  el  derecho  de  gentes,  devastación  o 
saqueo,  según  los  casos,  aplicándoles  el  Código  de  Justicia  militar,  cualquiera  que 
sea  su  condición,  sin  que  les  sirva  de  disculpa  ni  pretexto  el  haber  sido  obligados  a 
formar  parte  de  dichos  grupos  y  sin  perjuicio  de  las  responsabilidades  en  que  pue- 
dan incurrir  por  los  demás  delitos  de  carácter  común  o  militar  que  cometan. 

Artículo  3.°  Los  que  aisladamente  violen  tregua,  armisticio,  capitulación  y  otro 
convenio  celebrado  con  el  enemigo;  los  que  maltraten  a  los  prisioneros,  los  que  ata- 
quen hospitales,  los  que  destruyan  templos,  bibliotecas,  archivos,  acueductos  y  vías 
de  comunicación;  los  que  ofendan  a  un  parlamentario;  los  que  destruyan,  inutilicen 
o  substraigan  libros,  registros  y  otros  documentos  de  interés  que  pertenezcan  a  las 
Autoridades,  Cuerpos  o  dependencias  del  Estado  y  los  que  despojen  a  los  heridos  o 
prisioneros  de  sus  efectos,  serán  también  juzgados  por  el  mismo  procedimiento  su* 
marísimo,  aplicándoles  el  Código  militar  aunque  no  pertenezcan  al  Ejército. 
Puerto  Rico,  15  de  agosto  de  1898. 

Macías. 


Después  del  18  de  octubre,  patrullas  de  caballería  americana  persiguieron  sin 
tregua  a  los  revoltosos,  y  últimamente,  creado  ya  el  cuerpo  de  Policía  insular,  am- 
'bas  fuerzas,  en  combinación,  restablecieron  el  orden  en  todas  las  jurisdicciones. 


426 


A  .     'R  1  V  E  R  O- 


Cuando  los  ríos  desbordan  de  sus  cauces,  flotan  sobre  las  aguas  turbulentas  to- 
dos los  troncos  podridos,  todas  las  ramas  desgajadas,  todos  los  detritos;  en  su  curso 
alocado,  destruyen  sus  corrientes,  puentes  y  canu'nos  y  asuelan  las  pingües  cosechas 
que  brlndabíin  las  fértiles  llanuras.  Después,  al  restablecerse  el  niv(!l,  manos  de  hom- 
bres honrados  y  la!)oriosos  recogen  tal(\s  basuras  que  el  íucgo  se  encarga  de  consu- 
mir y  purificar. 

lín  todas  las  grandes  crisis  por  (|uc  atraviesan  los  pueblos,  siempre  ilota  \'  se 
agita  y  rebulle  lo  hueco,  lo  rpie  menos  pesi-i,  lo  más  inútil,  las  ramas  estériles  y  sin 
savia  (|uc  arrancaron  los  vientos  y  transportaron  las  corrientc^s  desencadenadas. 


CAPITULO  XXVIII 

ALGUNOS  l'ORTORRTOURÑOS  QUR  AUXiUARÜN,  DURANTE 
LA  UURRRA,  AL  lífÉRCflX)  AAJIÍRICANO 


L!Sl)E  e]  mismo  día  en  (¡iie  luerzas  americanas  deseml);ircaron- 
por  (jiiánica,  una  sacudida  política  conmovió  todo  el  Sur  y 
Oeste  (le  Puerto  Rico,  y  sus  chispazos  llegaron  hasta  otras 
jurisdicciones.  \''auco,  Sabana  ('írande,  Fonce,  Juana  Díaz, 
Cabo  Rojo  y  algún  pucbh>  más,  habían  sido,  durante  los  últi- 
mos años,  refugio  y  cuartel  general  de  la  mayor  parte  de  los 
separatistas  portorri(,|ueños.  LVacasada  la  intentona  de  inva- 
sión, preparada  en  Nueva  York  por  el  doctor  ífenna,  Rf)berto  Todd,  Mateo  1^'ajardo, 
Antonio  Mattei  Lluveras  y  otros,  con  ayuda  del  Cjoljierno  revolucionario  dv.  Cuba  y 
(le  ciertos  políticos  de  W^áshington,  parecieron  aíRirmecerse  las  impaciencias  inde- 
f:>endentistas;  la  declaración  de  guerra  avivó  la  llama  de  tales  i<leales,  llama  que  pro- 
pagó el  fuego  a  gran  parte  de  la  Isla. 

Rduardo  Lugo  Viña,  Mateo  Fajardo,  Ricardo  Nadal,  Matos  Bernier,  Celedonio 
Carbonell,  Roíhjifo  y  Rafael  del  Viúle,  Antonio  Mattei  Lluveras  y  otros  hombres  d(^ 
acción,  que  siempre  soñaron  con  ver  flotar  la  bandera  de  la  esircíla  soíilaria  en  los 
castillos  de  San  Juan,  aprovechando  la  oportunidad,  se  lanzaron  a  los  campos  al 
frente  de  partidas  de  carácter  políticomilitar,  algunos,  y  otros  se  unieron  a  los  cuar- 
teles generales  del  ejército  invasor,  ofreciendo  y  |)restan(lo  sus  servicios  corno  intér- 
pretes, guías  y  consejeros. 


428  A  .     R  I  V  E  R  O 

Entre  todos  descuella  Eduardo  Lugo  Viña,  quien  desde  los  primeros  momentos 
se  puso  en  relaciones  con  los  generales  Miles,  Garretson  y  Schwan,  y  recibiendo  ar- 
mas que  éstos  le  facilitaron,  y  apoderándose  de  otras  abandonadas  por  los  Volunta- 
rios y  Policías  municipales,  y  también  por  algunos  Guardias  civiles  que  desertaron, 
organizó  una  sección  montada,  cuyos  hombres  recibieron  la  designación  de  Porto 
Rican  Scouts,  precediendo  a  la  brigada  del  general  Schwan  en  todas  sus  operacio- 
nes, desde  que  saliera  de  Yauco  hasta  que  recibiera,  a  orillas  del  río  Guasio,  la  or- 
den de  suspender  las  hostilidades. 

En  el  capítulo  en  que  se  relatan  estas  operaciones  encontrará  el  lector  algunas 
noticias  referentes  al  carácter  y  actuaciones  de  aquel  portorriqueño,  quien,  aun 
cuando  rebelde  a  la  soberanía  española,  y  sin  hábitos  militares,  procedió  durante 
la  guerra  dentro  de  la  más  estricta  observancia  de  sus  leyes  y  costumbres,  sin  reali- 
zar, ni  él  ni  sus  hombres,  actos  reprobables,  y  exponiendo  el  pecho,  en  toda  ocasión, 
a  las  balas  españolas. 

Es  mi  deseo,  y  con  ello  cumplo  deberes  de  historiador,  trazar  la  línea  que  du- 
rante aquellos  días  de  guerra  separó  a  las  partidas  latrofacciosas  de  aquellas  otras 
que,  enarbolando  una  bandera,  usaron  de  sus  armas  en  defensa  de  un  ideal  político. 

Examinando  los  muchos  e  importantes  documentos  que  atesora  mi  archivo  par- 
ticular, he  seleccionado  una  carta,  escrita  en  lenguaje  fácil  y  pintoresco  y  sumamen- 
te espontáneo,  en  que  su  autor  describe,  con  mano  de  maestro,  los  sucesos  ocurri- 
dos en  la  ciudad  de  San  Germán  durante  la  guerra;  he  aquí  la  carta: 

San  Germán,  abril  15,  1920, 
Sr.  Don  Ángel  Rivero, 

San  Juan,  P,  R. 

Estimado  señor: 

Contesto  su  carta  de  reciente  fecha  en  que  solicita  de  mí  algunos 
datos  sobre  los  sucesos  ocurridos  en  esta  ciudad  durante  el  mes  de 
julio  y  primeros  días  de  agosto  del  año  1898,  y  gustoso  complazco  sus 
deseos  en  todo  aquello  a  que  alcance  mi  memoria  p  al  conocimiento 
personal  que  tuve  de  tales  ocurrencias. 

Era  el  25  de  julio  de  1898. 

La  comunidad  disfrutaba  vida  apacible,  gozando  de  relativo  bien- 
estar. 

En  el  día  indicado,  como  a  las  dos  de  su  tarde  llegó  el  ciudadano 
don  Quintín  Santana,  capitán  de  Voluntarios,  procedente  de  una 
finca  que  tenía  en  el  pueblo  de  Lajas,  a  todo  correr  de  su  caballo 
bajó  por  la  **cuesta  del  viento'',  entró  en  esta  ciudad,  y,  desmontando 
frente  al  cuartel  que  ocupaba  la  fuerza  de  infantería,  al  mando  del 
-comandante  Espiñeira,  dio  cuenta  a  éste  que  acababa  de  ver,  muy 


CRÓNICAS  ^,^ 

cerca  de  la  costa,  y  en  dirección  al  puerto  de  Cuánica,  varios  buques 
de  guerra  con  bandera  americana  y  cargados  de  tropa. 

Instantáneamente  toda  la  fuerza  armada  de  Voluntarios  y  Policía 
se  puso  sobre  las  armas,  y  desde  este  momento  toda  la  población  per- 
dió su  tranquilidad.  No  recuerdo  si  fué  aquella  misma  tarde  o  al  si- 
guiente día  cuando  un  pelotón  de  soldados,  a  tambor  batiente,  reco- 
rrió las  calles  proclamando  la  Ley  Marcial,  y  momentos  después  la 
Guardia  civil  detenía  y  conducía  a  su  cuartelillo  a  varios  portorrique- 
ños, incluso  al  que  esto  escribe,  y  allí  fuimos  encerrados  por  sospecho- 
sos; todo  como  resultado  de  denuncias  que  hicieran  algunos  cobardes 
que  creían  ''curarse  en  salud''  delatando  a  sus  paisanos  como  desafec- 
tos a  la  bandera  española.  Esto  ocurrió  entonces,  ocurre  hoy  y  tal 
Vez  seguirá  ocurriendo  en  los  años  venideros;  es  el  servilismo  puesto  en 
acción  por  los  que  fingen  de  patriotas  para  conservar  siempre  vivo  el 
fuego  que  calienta  sus  pucheros. 

El  comandante  Espiñeira  asumió  el  mando  de  todas  las  fuerzas 
locales,  incluso  las  de  Orden  Público,  Guardia  civil  y  Voluntarios,  y 
a  la  cabeza  de  ellas  salió  camino  de  Sabana  Grande  y  con  ruta  a 
Guánica,  resuelto  a  cortarle  el  paso  a  los  invasores;  llegaron  los  expe- 
dicionarios hasta  la  ''Cuesta  de  la  Pica\  y  allí  acamparon,  y  en 
aquel  sitio  permanecieron  dos  días  con  sus  noches,  hasta  que,  tal  vez 
por  motivos  y  órdenes  que  ignoro,  regresaron  a  esta  población.  Aque- 
llas fuerzas  sumaban  unos  400  hombres,  poco  más  a  menos,  y  a  su 
llegada  a  San  Germán  dieron  comienzo  a  una  requisa  forzosa  de 
todo  el  ganado  caballar  de  la  jurisdicción  y  de  la  de  Sabana  Grande, 
recogiendo  en  las  fincas,  de  buen  grado  o  por  fuerza,  todos  los  caba- 
llos útiles  que  encontraron,  y  seguidamente  se  retiraron  hacia  Ma- 
yagüez. 

Quedó  San  Germán  sin  guarnición  y  casi  sin  policías.  Debo  ano- 
tar que  el  comandante  Espiñeira  era  un  hombre  que,  en  determina- 
das ocasiones,  perdía  el  dominio  de  sus  nervios  y  tal  vez  el  de  su 
razón,  permitiendo  que  sus  subordinados  realizasen  actos  verdade- 
ramente censurables,  que  tenían  atemorizada  a  la  comunidad ;  y  por 
esto,  y  como  se  dijese  que  aquella  misma  noche  retornaría  dicho  Jefe, 
aumentando  sus  fuerzas  con  nuevos  contingentes,  cundió  la  alarma, 
muchos  vecinos  huyeron  a  los  campos  y  otros  llegamos  hasta  Sabana 
Grande,  donde  tuvimos  información  de  que  las  tropas  invasoras  no 
se  habían  movido  aún  de  Guánica,  En  el  primer  pueblo  encontramos 
a  don  Eduardo  Lugo  Viña,  quien  tenía  ya  organizado  un  grupo  de 
nativos  para  la  defensa  local,  habiendo  tomado  posesión  de  aquel 
municipio,  en  nombre  de  las  fuerzas  americanas,  y  con  intenciones,  se- 
gún me  dijo,  de  caer  sobre  San  Germán,  capturando  la  Municipali- 
dad; nos  informó  detalladamente  de  sus  propósitos,  y  siguiendo  la  co- 


-43P  A.     RIVERO 

rriente  de  los  sucesos,  jj  por  nuestra  propia  voluntad,  nos  agrupamos 
bajo  su  mando,  \p  todos  reunidos  llegamos  a  esta  ciudad  de  San  Ger- 
mán, limitándonos  únicamente  a  tomar  ciertas  medidas  de  precau- 
ción, de  cuy^o  cumplimiento  quedé  encargado,  mientras  Lugo  Viña 
retornó  a  Sabana  Grande,  regresando  al  amanecer  al  frente  de  uñ 
numeroso  contingente.  Seguidamente  se  procedió  a  ocupar  la  Casa- 
alcaldía,  cárcel,  juzgado,  telégrafo  y  cuarteles,  destitwyendo  p  nom- 
brando nuevo  alcalde,  abriendo  las  puertas  de  sus  prisiones  a  todos 
los  detenidos  políticos  j;  realizando  otros  actos  semejantes.  Poco  des- 
pués llegaron  noticias  de  que  el  comandante  Espiñeira  y  su  columna^ 
reforzada  con  guerrilleros  y  Voluntarios  de  Mayagüez,  habían  salido 
de  dicha  ciudad  y  acampado  cerca  de  Hormigueros,  con  la  intención 
manifiesta  de  caer,  de  noche  y  por  sorpresa,  sobre  San  Germán, 

Unidos  los  sangermeños  y  los  patriotas  de  Sabana  Grande  resol- 
vimos hacer  frente  a  la  tropa  española,  para  lo  cual  establecimos  avan- 
zadas y  escuchas  en  todas  las  entradas,  tomándose  varias  precauciones 
más  y  siendo  necesario  dar  aliento  a  muchos  irresolutos  y  levantar  el 
espíritu  de  casi  todos  los  defensores. 

He  de  consignar  que  nuestra  gente  no  estuvo  antes  ni  estaba  en 
esta  ocasión  iniciada  ni  dispuesta  a  semejantes  tareas;  que  todo  se 
hizo  de  prisa  y  sin  concierto;  que  teníamos  muchos  jefes  y  muy  pocos 
soldados,  y  que  éstos,  al  amanecer,  estaban  extenuados,  y  que  todo 
el  día  y  la  noche  la  pasamos  entre  bregas  y  alarmas.  Ya  de  madru- 
gada recibimos  aviso  de  que  las  tropas  españolas  habían  acampado  en 
la  hacienda  Acacia  y  que  allí  esperarían  a  que  las  fuerzas  america- 
nas llegasen  a  San  Germán;  así  lo  creyó  Lugo  Viña  y  así  lo  creímos 
todos,  y  después  de  revisar  el  servicio  avanzado,  nos  retiramos  para 
buscar  en  el  sueño  descanso  a  tales  fatigas  y  emociones.  Una  de  las 
avanzadas  que  estaba  oculta  en  la  casa  y  finca  de  Don  Federico  Guz- 
mán,  en  una  altura  a  la  derecha,  saliendo  del  camino,  y  también  en 
unos  tendales  de  ladrillos  que  allí  había,  sostuvo  vivo  tiroteo  con  otra 
avanzada  española  que  había  ocupado  posiciones  al  abrigo  de  los  edi- 
J icios  de  la  hacienda  Sambolín,  avanzada  a  la  cual  se  hizo  prisionero 
uno  de  sus  guerrilleros;  esta  gente  nuestra  que  ocupaba  la  citada  casa 
de  Guzmán  se  mantuvo  en  sus  posiciones,  siempre  haciendo  fuego, 
hasta  el  amanecer,  en  cuyo  momento  pudo  darse  cuenta  del  avance 
rápido  de  las  tropas  de  Espiñeira,  que,  siguiendo  a  la  derecha  y  por 
los  cañaverales  de  la  hacienda  Imisa,  barrio  de  Sabana  Eneas,  y  por 
detrás  de  la  Sambolin,  estaban  ya  casi  encima  y  a  punto  de  coparlos, 
por  lo  cual,  y  bajo  una  lluvia  de  balas,  aunque  dando  cara  al  enemi- 
go y  disparando  sus  armas,  se  vieron  precisadas  a  batirse  en  retirada 
Macia  la  ciudad,  y  por  ellos  tuvimos  noticias  de  todo  lo  ocurrido. 

En  el  acto  despertamos  a  todos  los  que  dormían,  no  para  organi- 


CRÓNICAS 


431 


zar  una  defensa  que  era  imposible,  dado  el  número  3;  calidad  de  los 
atacantes,  sino  para  retirarnos  en  el  mejor  orden  posible;  esto  no  pudo 
llevarse  a  cabo,  p  aquello  fué  un  ''sálvese  el  que  pueda'\  en  que  cada 
cual  buscó  su  salvación  en  la  velocidad  de  sus  caballos  o  en  la  agili- 
dad de  sus  propias  piernas. 

Los  pocos  que  se  retiraron  en  orden,  camino  de  Sabana  Grande, 
hicieron  alto  sobre  la  carretera  ^  como  a  dos  kilómetros  de  esta  ciudad, 
j;  allí,  locamente,  intentaron  hacer  frente  a  los  jinetes  españoles  que 
los  perseguían;  pero  después  de  un  corto  tiroteo,  se  dispersaron,  ha- 
biendo caído  prisioneros  dos  de  la  partida:  Aurelio  Córdoba  j;  Luz 
Mangual,  i;  no  recuerdo  si  alguno  más,  a  quienes  se  condujo  a  Ma- 
y^agüez  1?  más  tarde  a  Arecibo,  donde  después  del  armisticio  fueron 
libertados.  i 

Fué  tan  inopinada  la  entrada  de  los  españoles,  aquella  mañana, 
en  San  Germán,  ^  tan  rápido  el  despliegue  de  sus  guerrillas  que  ro- 
deaban la  población,  que  muchos  no  tuvimos  tiempo  para  huir.  Yo 
estaba  a  caballo,  llamando  a  la  puerta  de  mi  casa  para  despertar  a 
mis  familiares,  y  como  viera  casi  encima  a  los  enemigos,  eché  pie  a 
tierra  y  entrando  di  llave  a  la  puerta,  permaneciendo  en  silencio  en 
tanto  un  pelotón  de  caballería  cruzaba  mi  calle  (la  de  la  Esperanza) ; 
y  como  vieran  mi  caballo  se  lo  llevaron,  quedando  yo  a  pie  y  prisio- 
nero, en  mi  propia  casa,  y  sin  probabilidades  de  evasión,  pues,  como 
una  cuadra  cercana,  la  de  don  Pepe  A  costa,  había  sido  ocupada  por 
la  caballería  española,  sus  centinelas  estaban  apostados  al  lado  de 
mi  morada. 

Durante  dos  días  con  sus  noches  siguió  la  ocupación  de  las  fuerzas 
españolas,  que  se  limitaron  a  recorrer  las  calles  \?  cercanías  con  pa- 
trullas montadas  y  Guardias  civiles,  y  la  última  de  dichas  noches  sen- 
timos un  tiroteo  y  galope  de  caballos,  y  todo  quedó  en  silencio. 

Como  presumimos  que  Espiñeira  p  su  gente  habían  evacuado  la 
población,  todos  los  que  forzosamente  permanecíamos  en  ella  y  aga- 
chados, nos  echamos  a  las  calles,  p  sin  averiguar  más,  nos  ''embrisca- 
mos'' ^  camino  de  Guánica,  ante  el  temor  de  nuevas  invasiones  de 
las  fuerzas  de  Mayagüez.  Debo  advertirle  que  en  la  mañana  del  tiro- 
teo Lugo  Viña  estaba  enfermo  con  fiebre  en  casa  de  Gregorio  Porra-- 
ta,  en  el  campo,  y  que  en  el  momento  de  la  retirada  fué  llevado  en  una 
hamaca  y  conducido  a  la  casa  de  don  Joaquín  Servera  Silva,  donde  fué 
atendido  y  cuidado. 

En  Guánica  nos  agrupamos  muchos  sangermeños  y  sabaneños  y 
allí  pasamos,  como  se  pudo,  cinco  o  seis  días;  algunos  por  las  noches, 

^  Embriscar  fué  verbo  que  se  conjugó  mucho  durante  la  guerra;  era  corruprión  de  emboscar,  y  tam- 
bién se  llamó  embriscados  a  los  que  abandonaron  sus  puestos  y  residencias,  buscando  refugios  en  las  monta- 
ñas.— JV,  del  A. 


432 


e 


A  .     R  I  V  E  R  Q 

l;  furtivamente,  veníamos  a  la  ciudad  para  saber  de  nuestras  familias, 
1?  supimos  que  algunas  patrullas  españolas  andaban  por  los  alrededor- 
res  practicando  reconocimientos.  Una  tarde  de  agosto,  las  tropas  ame- 
ricanas levantaron  su  campamento  de  Guánica  y  se  dirigieron  a  Yau- 
co,  1?  todos  las  seguimos.  El  día  9  de  dicho  mes,  i?  ya  reunido  un  fuer- 
te contingente  de  las  tres  armas,  al  mando  del  general  Schrvan,  em- 
prendimos la  marcha  por  Sabana  Grande  hacia  San  Germán,  adonde 
llegamos  al  siguiente  día.  Nuestra  población,  como  todas  las  demás^ 
por  donde  pasaban  los  invasores,  los  recibió  con  el  mayor  entusiasmo 
entre  "'vivas'"  y  ''hurras\  arrojando  flores  a  su  paso;  era  el  confiado 
pueblo  de  siempre,  que  desde  el  primer  momento  creyó  en  las  prome- 
sas del  generalísimo  Miles,  quien  anunciaba  una  invasión  pacífica  y 
humana,  proponiéndose  derramar  en  nuestra  isla  las  bendiciones  de 
vida  y  progreso  del  pueblo  americano... 

La  brigada  del  general  Schrvan,  al  llegar  a  San  Germán,  hizo  alto 
a  lo  largo  de  la  calle  de  la  Luna;  el  Jefe,  su  Estado  Mayor  y  la  alta 
oficialidad  almorzaron  en  la  elegante  morada  del  prominente  nativo 
don  Joaquín  Servera,  donde  fueron  espléndidamente  obsequiados  y 
atendidos,  y  allí  mismo  se  efectuó  la  recepción  de  todas  las  autorida- 
des y  de  distintas  comisiones  del  pueblo,  tomándose  el  acuerdo  de 
ocupar  y  tomat  posesión  de  la  Municipalidad. 

Parece  que  existía  el  propósito  de  acampar  por  algún  tiempo  en 
San  Germán;  pero  como  a  eso  de  la  una  de  la  tarde  llegara  la  noticia 
de  que  el  grueso  de  las  fuerzas  españolas  se  había  atrincherado  sobre 
la  carretera  de  Mayagüez  y  en  paraje  inmediato  al  desvío  a  Cabo 
Rojo,  el  General  resolvió  seguir  la  marcha  y  trabar  combate. 

Toda  la  brigada  se  puso  en  camino,  seguida  de  un  gran  convoy; 
eran  más  de  1 .400  hombres,  con  bastantes  cañones,  y  un  escuadrón 
de  caballería;  J^ugo  Viña,  con  un  grupo  de  nativos,  iba  a  la  descu- 
bierta; otros  reconocíamos  los  flancos,  trepando  a  todas  las  alturas 
inmediatas,  y  no  pocos  venían  a  retaguardia;  éstos  eran  los  más  pre- 
cavidos. La  tarde  era  lluviosa,  y  los  ríos  desbordaron  por  una  fuerte 
avenida;  y  como  el  convoy  ocupaba  todo  el  ancho  de  la  carretera, 
teníamos  necesidad,  para  acompañar  a  la  columna,  de  caminar  poi 
entre  las  cunetas  del  camino,  y  con  el  agua  hasta  la  cintura  en  muchos 
casos;  así  llegamos  hasta  la  hacienda  Acacia,  donde  se  hizo  alto,  se 
emplazaron  los  cañones  y  comenzó  un  combate  que  duró  algunas 
horas,  siempre  bajo  la  molestia  de  frecuentes  aguaceros.  Después  he 
sabido  que  todas  las  tropas  españolas  que  nos  hacían  frente  no  pasa- 
ban de  1 50  hombres,  que  desde  Mayagüez  habían  llegado  hasta  Hor- 
migueros, corriéndose  una  parte  hasta  la  hacienda  San  RomuaWb.  Al 
principio  el  combate  consistió  en  un  duelo  entablado  de  hacienda  a 


■.uiJBj^^^^^^^^^^ 


CRÓNICAS  433 

hacienda;  los  españoles,  desde  San  Romualdo,  y  los  americanos, 
desde  la  Acacia,  i;  entre  ambos  corría  el  río  Grande,  desbordando  sus 
aguas  por  la  crecida  ij  conVirtiendo  los  campos  cercanos  en  lodazales. 
Si  no  me  es  infiel  la  memoria,  recuerdo  que  en  la  hacienda  Acacia  vr 
a  mis  compueblanos  Jorge  Quiñones,  José  Antonio  Vivoni,  Celedo- 
nio Carbonell,  Salvador  Lugo,  Lolo  Pradera,  Felipe  Medina  j;  al- 
gunos más. 

Al  obscurecer  se  suspendió  el  fuego,  ^  los  paisanos  regresamos  a 
nuestra  ciudad,  \^  a  la  mañana  siguiente,  las  fuerzas  americanas,  si- 
guiendo hasta  Ma^agüez,  tomaron  posesión  de  dicha  ciudad. 

Es  cuanto  ocurrió,  ^  que  ^o  recuerde,  en  San  Germán,  en  los  días 
de  la  invasión. 

Después...  quedó  aquí  una  guarnición  de  pocos  hombres,  con 
muchos  caballos  ^  numerosas  muías,  grandes,  muy  grandes...;  se 
consumían  cantidades  estupendas  de  latas  de  carne  y  de  salchicha, 
muchas  de  avena...  i;  también  mucho  ron;  se  dispararon  muchos  tiros 
al  aire,  i?  por  vez  primera  en  los  anales  de  esta  noble  ciudad,  vióse  por 
sus  calles  grupos  de  hombres  borrachos  i;  desordenados. 

Más  tarde  las  aguas  desbordadas  volvieron  lentamente  a  su  cauce 
y  pudimos  ver  a  un  Mr.  Siebert  que  dejaba  de  ser  carrero  para  ceñir 
la  toga  de  juez  municipal,  })  que  un  Mr.  Miller  soltaba  el  chopo  p  et 
látigo  de  cuadrero  para  ser  inspector  de  escuelas... 

Mis  recuerdos  no  llegan  a  más. 

Cordialmente  suyo. 


Al  saberse  en  Mayagüez  los  sucesos  ocurridos  en  San  Germán,  el  coronel  D.Julio 
Soto,  comandante  militar  del  distrito,  dirigió  al  general  Macías  el  siguiente  tele- 
grama, cambiándose,  después,  algunas  comunicaciones  más  que  también  pueden 
leerse  a  continuación: 

Mayagüez,  i.**  de  agosto,  1898. 
Comandante  militar  al  Capitán  general. 

Partidas  de  más  de  I.OOO  hombres  (?),  levantadas  por  San  Germán,  han  entrado 
en  dicha  ciudad  hoy,  desarmando  municipales  y  quitando  letrero  del  Cuartel.  Me 
dicen  que  han  salido  en  dirección  a  ésta,  y  como  notase  interrupción  en  las  comuni- 
caciones telegráficas,  envié,  como  exploradores,  dos  parejas  de  guerrilleros  y  poco 
después  varias  más  de  la  Guardia  civil  hacia  San  Germán. 

28 


434  A  .     R  I  V  E  R  Q 

Hace  un  momento  han  regresado  maniíestando  habérseles  hecho  siete  descargas 
cerradas  desde  más  acá  de  aquella  ciudad,  perdiendo  nuestras  fuerzas  un  hombre  con 
su  armamento  y  montura.  He  mandado  a  comandante  Espiñeira  a  combatirlos,  auxi- 
liado por  guerrilla  volante,  y  estoy  preparado  con  el  resto  de  la  fuerza  para  salir,  en 
caso  necesario,  pues  tengo  noticias  de  que  son  mucha  gente. 

Soto. 

A  este  telegrama  contestó  el  capitán  general  con  el  siguiente: 

San  Juan,  i.""  de  agosto  de  1898. 
Capitán  general  a  Comandante  militar  de  Mayagüez. 

No  conviene  que  salga  usted  con  las  fuerzas  por  el  mal  efecto  que  esto  había  de 
causar  en  la  población.  Comandante  Espiñeira  debe  informarle  si  la  partida  tiene 
importancia;  ordénele  usted  que  no  ande  con  suavidades  y  que  los  trate  con  todo 
rigor. 

Téngame  al  corriente  de  lo  que  ocurra,  conservando  su  fuerza  dispuesta  para 
salir  cuando  yo  lo  disponga,  a  no  ser  que  el  enemigo  se  aproxime  a  las  inmediacio- 
nes de  esa  población,  en  cuyo  caso  usted  obrará  con  arreglo  a  su  buen  criterio. 


Mayagüez,  2  de  agosto  1898. 
Comandante  militar  de  Mayagüez  a  Capitán  general. 

Recibo  parte  detallado  del  comandante  Espiñeira:  Cumpliendo  mis  órdenes  y 
plan  de  ataque  alcanzó  al  enemigo  en  la  hacienda  Sambolin,  y  por  medio  de  un  mo- 
vimiento envolvente  hizo  que  éste,  después  de  nutrido  fuego,  se  declarase  en  preci- 
pitada fuga  hacia  Sabana  (irande. 

Tomado  el  pueblo  de  San  Germán  se  restituyeron  las  autoridades  que  habían 
sido  destituidas,  procediendo  al  arreglo  de  la  línea  telegráfica.  En  la  huida  se  hicieron 
fuertes  en  una  casa,  cerca  del  monte,  unos  40  hombres  montados;  la  guerrilla  los 
cercó  y  tomó  la  posición,  causándoles  un  muerto,  dos  heridos,  y  cogiéndoles  8  fusi- 
les Remington,  l  Berdan,  3  cuchillos,  5  bayonetas,  7  machetes,  un  uniforme  ameri- 
cano, 5  cananas  con  municiones,  recuperando,  además,  al  guerrillero  herido  y  pri- 
sionero en  el  día  de  ayer,  con  su  caballo  y  montura,  y  todos  los  prisioneros  que  los 
insurrectos  tenían  en  su  poder.  Por  nuestra  parte,  sin  novedad,  habiendo  cumplido 
todos  con  su  deber  y  en  entera  satisfacción. 

He  ordenado  al  comandante  Espiñeira  que  continúe  en  San  Germán  hasta  reci- 
bir nuevas  órdenes,  a  no  ser  que  el  grueso  del  ejército  americano  avance  sobre  aque- 
lla plaza. 

V.  E.  ordenará  lo  que  estime  conveniente,  y  si  los  prisioneros  se  traen  aquí  o 
son  juzgados  en  San  Germán.  Al  efecto  he  enviado  al  comandante  Espiñeira  20  hom- 
bres montados. 


CRÓNICAS  435 

3  de  agosto  1898. 
De  la  Fortaleza. 

Capitán  general  a  Comandante  militar  de  Mayagüez. 

Recibido  parte  y  haga  presente  a  comandante  Espiñeira  que  estoy  satisfecho  de 
todos,  esperando  que  este  comportamiento  continúe,  no  dejando  de  hostilizar  al 
enemigo. 

A  los  prisioneros  que  los  lleven  a  Mayagüez. 

A  pesar  de  lo  que  afirma  en  su  parte  el  comandante  Espiñeira,  no  he  podido 
identificar,  ni  entonces  ni  después,  el  muerto  y  dos  heridos  que,  según  él,  tuvieron 
las  fiaerzas  partidarias;  y  estoy  casi  seguro  de  que  tal  afirmación  fué  inexacta.  Las 
fuerzas  levantadas  en  armas  se  habían  formado,  principalmente,  con  gente  de  los  ba- 
rrios Minillas  y  Retiro,  y  formaban  también  parte  de  ellas  algunos  Voluntarios  porto- 
rriqueños que,  como  Eduardo  Marchani,  se  habían  unido  a  Lugo  Viña  con  arma- 
mento y  municiones. 

Parece  que  el  general  Macías  había  advertido  al  coronel  Soto  que,  tratándose  de 
partidas  insurrectas,  las  considerase  fuera  de  ley,  atacándolas  con  todo  rigor,  y  sin 
darles  cuartel.  Esta  opinión  la  encuentro  confirmada  en  el  siguiente  párrafo  de  una 
carta  que  con  fecha  5  de  agosto  dirigió  dicho  general  Macías  a  wSoto: 

Veo — -decía — que  con  las  partidas  insurrectas  de  hijos  del  país  se  tiene  demasia- 
da benevolencia,  y  es  preciso  emplear  con  ellos  el  mayor  rigor,  castigándolos  por 
sus  ingratitudes  y  desafección  a  la  Madre  Patria,  no  confundiéndolos  con  el  Ejército 
Americano,  pues  éste,  como  Ejército  regular  de  un  país  civilizado,  debe  ser  conside- 
rado conforme  a  las  leyes  de  las  guerras  regulares. 

Nada  más  por  hoy 

Con  fecha  6  del  mismo  mes  contestó  el  coronel  vSoto  con  una  carta  de  letra  muy 
menuda,  y  que  ocupaba  las  cuatro  carillas  de  un  pliego,  lamentándose  de  que  «Es- 
pinera, a  pesar  de  las  órdenes  recibidas,  hubiese  hecho  prisioneros;  pero  que  esto 
no  tenía  ya  remedio». 

El  general  Macías  tomó  tan  a  pecho  la  epístola  del  comandante  militar  de  Maya- 
güez, que  rompiendo  todos  los  lazos  de  amistad  personal  que  a  él  le  unían,  con 
fecha  8  replicó  en  esta  forma: 

Sr.  D.  Julio  Soto  Villanueva,  Mayagüez,  P.  R. 

Estimado  coronel:  Sin  duda  usted  no  ha  leído  su  carta  para  expresarse  en  la  for- 
iTia  que  lo  hace,  poco  correcta  e  irrespetuosa,  cuya  carta  se  la  devuelvo,  esperando 
que  en  lo  sucesivo  se  mirará  más  en  lo  que  escriba. 
De  usted  afectísimo,  que  besa  sus  manos, 

{Firmado)  Manuel  Macías. 
Agosto,  8,  1898. 


436  A  .     R  I  V  E  R  Q 

Sólo  añadiré  a  lo  anterior  algunas  notas  que  conservo.  La  partida  que  entró  en 
San  Germán  estaba  capitaneada  por  Eduardo  Lugo  Viña,  y  le  acompañaban,  entre 
otros,  Nito  Guzmán;  un  tal  Comas,  de  Cabo  Rojo;  Acevedo,  de  Sabana  Grande; 
Antonio  Biaggi,  Celedonio  Carbonell  y  Eugenio  Taforó;  eran  alrededor  de  70,  casi 
todos  montados,  y  su  armamento  consistía  en  fusiles  Remington,  de  los  abandona- 
dos por  los  Voluntarios  de  Sabana  Grande;  otros  que  llevaban  machetes  se  dirigie- 
ron al  cuartelillo  de  la  Guardia  civil,  y  allí  tomaron  algunos  fusiles.  Los  que  subie- 
ron al  Municipio,  destituyeron  al  alcalde  Ramón  Quiñones,  nombrando  en  su  lugar 
a  Félix  Acosta,  y  confirmaron  en  sus  puestos  a  todos  los  demás  empleados  munici- 
pales, disponiendo  que  se  quitasen  del  salón  de  actos  el  dosel  y  retratos  de  los  reyes 
de  España. 

Además  de  los  dos  prisioneros  indicados,  las  fuerzas  de  la  Guardia  civil  aprehen- 
dió, por  sospechas  de  que  hubiesen  formado  parte  de  los  revoltosos,  a  José  Ller- 
nández,  Juan  de  la  Cruz,  Luis  García,  vSinforoso  González,  Juan  Martínez  y  Nicolás 
Cadilla. 

La  primera  noticia  que  tuvo  el  coronel  Soto  de  los  sucesos  de  San  Germán  la  re- 
cibió, personalmente,  del  juez  Freytas,  de  aquella  población,  que  había  sido  detenido 
al  principio,  y  conseguido  después  evadirse,  llegando  a  Mayagüez.  Las  fuerzas  del 
comandante  Espiñeira  consistieron  en  dos  compañías  de  Alfonso  XIII  y  dos  gue- 
rrillas, una  montada  y  otra  a  pie;  total  400  hombres. 

Mateo  Fajardo. — Rico  hacendado  de  caña  y  político  batallador,  era  muy  vigilado- 
por  las  autoridades  españolas  en  los  días  que  precedieron  a  la  declaración  de  gue- 
rra, por  lo  cual  y  el  mismo  de  la  ruptura  de  hostilidades,  embarcó  en  Ponce,  con 
rumbo  a  St.  Thomas,  en  un  vapor  francés.  Pasó  luego  a  Nueva  York  y  Washington,, 
donde,  unido  a  Mattei  Lluveras.  otro  hombre  de  acción,  caráder  de  hierro  y  separa- 
tista furibundo,  visitaron  a  políticos  influyentes,  y  hasta  algunos  hombres  del  Go- 
bierno, en  solicitud  de  ciertos  auxilios  para  promover  en  Puerto  Rico  un  movimienta 
separatista.  Muchos  cables  fuer  n  enviados,  por  ambos  leaders^  a  portorriqueños  de 
sus  mismas  ideas  políticas,  residentes  en  Santo  Domingo,  Honduras,  Venezuela,  Cuba, 
y  otros  país^^s  hispanoamericanos,  y  todos  respondieron  al  llamamiento.  Mattei,  aL 
gún  tiempo  antes,  había  podido  introducir,  y  tenía  oculto  en  los  alrededores  de 
Yauco,  un  gran  número  de  machetes  de  guerra;  Matos  Bernier,  Celedonio  Carbonell,. 
Rodulfo  del  Valle,  Eduardo  Lugo  Viña  (que  era  subsecretario  del  Presidente  del  Con- 
sejo insular),  y  algunos  más  de  la  Isla,  habían  ofrecido  su  cooperación  financiera  y 
esfuerzo  personal.  Fidel  Vélez,  de  Yauco,  tenía  reclutados  más  de  lOO  voluntarios, 
proponiéndose  utilizar,  en  esta  intentona,  la  experiencia  de  sus  fracasos  anteriores. 

El  mismo  general  Miles  alentaba  la  revuelta,  y  todo  parecía  propicio  a  los  planes 
de  P'ajardo,  cuando  llegó  a  Washington  el  famoso  telegrama  del  general  Shafter,  so- 
licitando autorización  para  levantar  el  cerco  de  Santiago  de  Cuba.  Miles  corrió  al  tea 
tro  de  la  guerra,  y  toda  acción  revolucionaria  en  Puerto  Rico  quedó  en  suspenso. 


CRÓNICAS  437 

Rendida  aquella  plaza,  y  mientias  el  Generalísimo  organizaba  en  Guantánamo  su 
expedición,  otra,  a  cargo  del  general  Brooke,  estaba  a  punto  de  salir  de  New  Port 
News;  Fajardo,  utilizando  todas  sus  influencias,  pudo  conseguir  que  él  y  un  grupo  de 
portorriqueños,  de  los  que  formaba  parte  el  subdito  americano  Warren  Sutton,  fue- 
sen admitidos,  como  auxiliares  del  Ejército  americano,  con  el  nombre  de  Porto  Ri- 
tan Commission^  embarcando  todos  en  el  Saint  Louis^  avistando  a  Guánica  el  30  de 
julio  y  desembarcando  en  Ponce  el  31;  aquel  mismo  día  cumplió  Mateo  Fajardo 
treinta  y  cinco  años. 

En  esta  ciudad  conferenció  con  el  general  Miles,  conviniendo  con  él  en  la  orga- 
nización de  un  cuerpo  militar  de  tropas  nativas,  bajo  el  nombre  de  Porto  Rican 
Guarda  y  con  la  misión  de  mantener  el  orden  en  toda  la  Isla,  y  siendo  Fajardo  el 
coronel,  primer  jefe  de  dicha  fuerza,  grado  con  que  era  conocido  de  todos  los  expe- 
dicionarios. Como  el  Generalísimo,  algunos  días  después,  resolviese  enviar  la  bri- 
gada Schwan  sobre  Mayagüez,  se  suspendió  lo  anterior,  solicitando  los  servicios  de 
Fajardo,  por  ser  éste  propietario  y  hombre  de  conocimientos  profundos  en  esta  ju- 
risdicción y  entre  todos  sus  habitantes. 

Tomado  Mayagüez,  Schwan,  para  premiar  sus  servicios,  quiso  nombrarlo  alcalde 
de  dicha  ciudad,  en  substitución  de  Font  y  Guillot,  que  había  renunciado.  Esta  me- 
dida levantó  fuertes  protestas  entre  sus  enemigos  personales  y  adversarios  políticos, 
y  después  de  una  información  pública  que  llevara  a  cabo  dicho  general,  y  para  aho- 
rrarse disgustos,  entregó  el  caso  a  los  mayagüezanos,  y  éstos  eligieron,  por  aclama- 
ción, al  abogado  Riera  Palmer,  que  fué  el  primer  mayor  de  la  ciudad. 

Y  entonces,  Mateo  Fajardo,  pensando  tal  vez  que  otros  saboreaban  las  castañas 
que  él  sacara  del  fuego,  exponiendo  su  cabeza,  se  fué  a  la  hacienda  Eureka,  se  metió 
en  su  concha^  y  colgando  fuera  del  alcance  de  sus  manos  el  uniforme  y  estr(  lias  de 
coronel,  renunció  a  las  pompas  y  vanidades  de  la  vida  militar,  y,  más  tarde,  dedicó 
todas  sus  actividades  a  la  política  de  su  distrito,  donde  siempre  fué  un  leader  formi- 
dable, según  opinión  general. 


438 


A  .     R  1  \'  K  K  (.> 


m     í^      Cá 


tí'  X. 


Q 


i 


CAPITULO  XXIX 


S  lux' \'' re  ir.)  S    ESP1-"  C  I  AI/I'IS 


sA  \i  I  >.\  1  ).-^- 1  X( ;  i':.x  1 E  R(  ts. a  dmw  is'TR  ac:i(  ).\.  -^-^^i'1':i  .  i^r  ír  a  fos 

ipC//||S^r5^^  — ''"''  í  it)l)ierno  español  sosti^níii  en  Puerto  K'ico  un   (\icrpo 

ÍcMk^^^J,  Jlí|i     (le  Sanidad  militar  I)astante  numeroso  y  eficiente,  siendo  jiífe  del 

■!wSíS|'!?<¿  mismo  el  subinspector  de  primera  í).  losé  liíatlle  v  Prals,   (luien 

'^^LS^,{M\  tenía  a  sus  órdenes  dos  sul)inspectores  de  segunda  y  í'I  })er^ 
sonal  suficiente  de  niédicos,  y  además  luia  sección  de  sanilarios 
(enfermeros).  Itste  servicio  tenía  consignado  en  el  presupuesto  de  la  Isla  la  suma  ile 
in.  I  50  pesos  para  personal  y  63.4(11,75  |'»ara  material  de  hospital,  raciones,  cteé^ 
tera,  etc. 

lin  cada  caliecera.  de  distrito  había  un  hosj)ital,  en  edificio  apropiado,  y  todos  los 
batallones  tenían  sus  niédicos,  practicantes  y  caniilleros,  provistos  de  bolicpiines  de 
emergencia  y  regular  número  de  camillas;  no  hubo  hospitales  ni  ambuhmcias  de 
campaña  cuando  las  trofias  realizaron  operaciones  en  camf)0  ;d)ierto,  habiéndose, 
por  tanto,  circunscrito  todo  el  servicio  sanitario  a  las  fuerzas  acantonadas  en  las  di- 
versas poblaciones  <le  la  isla. 

,/\I  declararst;  la  guerra  se  establecieron  hosj)itales  y  salas  de  emergeticia  en  todas 
las  municipalidades,  sin  una  sola  excepción,  a  cargo  de  la  ("ruz  Roja,  (}ue  adquirió 
con  sus  fondos,  recaudados  [)or  suscripciones  populares,  todo  el  material  necesario, 
la  mayor  parte  del  cual  fué  traído  de  Barcelona. 


440  A  .     R  I  V  E  R  O 

Al  ejército  americano  acompañó,  en  todas  sus  operaciones,  un  excelente  perso- 
nal y  material  de  sanidad,  llamando  la  atención  los  hospitales  de  sus  campamentos  y 
sus  lujosos  trenes  de  ambulancias.  Las  nurses  que  vinieron  a  bordo  del  transporte 
Lampasas  fueron,  después  de  los  marinos  del  Gloucester^  las  primeras  en  tomar 
tierra  en  Guánica.  Además  de  los  hospitales  de  campaña  establecieron  otros  semi- 
permanentes  en  las  distintas  poblaciones  que  ocuparon  las  fuerzas  invasoras  durante 
el  progreso  de  la  campaña,  y  sus  facultativos  lucharon  heroicamente  para  extirpar 
los  brotes  de  fiebre  tifoidea  desarrollados  entre  las  fuerzas  del  general  Miles,  gérme- 
nes que,  indudablemente,  fueron  transportados  desde  Santiago  de  Cuba.  También 
aumentó  en  proporción  alarmante  el  número  de  enfermos,  la  gran  cantidad  de 
frutas  fuera  de  sazón,  y  hasta  algunas  verdaderamente  nocivas,  que  consumían  los 
voluntarios  americanos. 

Fueron  tantas  las  enfermedades  registradas,  que  en  Utuado  y  en  la  segunda 
quincena  del  mes  de  agosto,  fué  preciso  establecer  tres  hospitales:  uno  exclusiva- 
mente para  enfermos  de  fiebre  tifoidea  que  llegó  a  contener  6o,  el  segundo  con  65 
camas  y  el  tercero  con  20,  todos  para  atender  a  los  enfermos  de  una  parte  de  la 
brigada  Garretson,  que  estaba  acantonada  en  dicha  población.  Según  nota  oficial  que 
tengo  a  la  vista,  el  día  16  de  agosto  de  1 898  la  mitad  del  6.^  regimiento  de  Mas- 
sachussetts  no  podía  prestar  servicio  (unfit  for  duty)  a  causa  de  la  epidemia 
reinante. 

En  el  mes  de  septiembre  llegó  a  Ponce  el  buque  hospital  Bay  State,  adquirido  a 
un  costo  de  200.OOO  dólares,  por  una  asociación  creada  en  el  Estado  de  Massachus- 
setts  y  que  se  llamó  «Volunteer  Aid  Association»,  y  en  el  cual  fueron  enviadas  a 
las  tropas  americanas  gran  cantidad  de  camas  de  campaña,  vendajes,  pajamas,  sá- 
banas, artículos  de  toilet  y  cirugía,  drogas  y  frutas.  Este  buque  hospital  hizo  más  de 
un  viaje  y  siempre  condujo  grandes  cargamentos  de  artículos  que  fueron  de  suma 
utilidad  al  ejército  de  los  Estados  Unidos  en  Puerto  Rico.  Otros  dos  buques  hospi- 
tales, el  7?^&/para  el  servicio  del  ejército,  y  el  Solace  para  el  de  la  Marina,  también 
prestaron  buenos  servicios.  El  Relíef  en  una  ocasión  tuvo  alojados  500  enfermos. 

Ingenieros. — El  Cuerpo  de  Ingenieros  Militares,  en  Puerto  Rico,  tenía  por  sub- 
inspector al  coronel  D.  José  Laguna  Saint  Just,  y  regular  número  de  jefes  y  oficiales 
y,  como  única  fuerza  auxiliar,  una  sección  de  ingenieros  telegrafistas  que  fueron  los 
encargados  de  manejarlos  heliógrafos  durante  toda  la  guerra.  Debido  a  las  pasividades 
del  Alto  Mando,  contadas  oportunidades  tuvo  este  Cuerpo  para  prestar  sus  servicios, 
limitándolos  a  la  construcción  de  algunas  baterías  de  campaña,  en  el  vSeboruco  de 
vSanturce  y  varias  trincheras  en  Hato  Rey,  cerca  de  Bayamón  y  en  otros  sitios;  tam- 
bién construyó  los  resguardos  necesarios  para  emplazar  las  piezas  que  trajo  el  vapor 
Aiitonio  López;  y,  por  último,  dio  principio  a  Jas  obras  del  cuartel  defensivo  de  San 
Ramón,  sabiamente  ideado,  pero  que  no  llegó  a  terminarse.  La  mayor  parte  de  estas 
comisiones  y  obras  estuvieron  a  cargo  del  capitán  del  Cuerpo  Eduardo   González  y 


CRÓNICAS  44r 

del  personal  subalterno  del  mismo,  entre  el  cual  sobresalieron  Armando  Morales  y 
los  hermanos  Llobet. 

En  el  presupuesto  de  Puerto  Rico  había  consignados  16,126  pesos  para  gastos 
del  personal  de  Ingenieros  Militares. 

El  25  de  julio  de  1898  y  formando  parte  de  la  expedición  Miles,  tomó  tierra  en 
Guánica  un  batallón  provisional  de  ingenieros,  cuya  fuerza,  inmediatamente,  dió 
principio  a  la  construcción  de  un  puente  de  pontones,  el  cual  quedó  terminado  a  las 
dos  horas  y  por  él  desembarcó  toda  la  brigada  Garretson.  El  29  de  julio  la  compa- 
ñía A^  capitán  Brown,  fué  transferida  a  Ponce  y  la  //,  capitán  Looker,  quedó  en 
Guánica,  comenzando  la  construcción  del  camino  que  conducía  a  una  altura  cercana 
al  puerto,  donde  se  levantó  un  pequeño  fuerte,  hoy  abandonado.  En  este  trabajo 
que  fué  de  difícil  construcción,  por  ser  de  roca  todo  el  terreno,  se  dió  ocupación  a  un 
gran  número  de  hombres  del  país,  a  quienes  se  abonaba  un  dólar  por  cada  ocho 
horas  de  labor. 

La  compañía  A  realizó  en  Ponce  varios  trabajos,  reconstruyendo,  además,  un 
puente  volado  por  las  tropas  españolas  cerca  de  Coamo  y  otras  alcantarillas  en  la 
Carretera  Central. 

El  brigadier  general  Roy  Stone,  de  este  mismo  Cuerpo,  y  con  un  destacamento 
a  sus  órdenes,  auxiliado  por  más  de  800  trabajadores  nativos,  construyó  un  camino 
desde  Adjuntas  a  Utuado,  camino  que,  debido  a  lo  deficiente  de  su  firme,  resultó  de 
escasa  utilidad  porque,  según  dijo  el  general  Plenry,  desaparecía  después  de  cada 
aguacero. 

Administración  militar.—- Estaba  al  frente  de  este  servicio,  durante  el  régimen  es- 
pañol, un  subinspector  de  primera  clase,  auxiliado  por  varios  comisarios  y  oficiales  y 
muy  pocos  individuos  de  tropa;  su  consignación,  en  los  presupuestos,  era  de  16.025 
pesos  para  personal  y  60.590  para  material  y  transportes  militares.  Este  Cuerpo  man- 
tuvo en  operaciones  una  batería  de  hornos  militares  en  San  Juan,  en  ios  cuales  se  fabri- 
caba pan  y  galletas  para  la  tropa  en  grandts  cantidades,  pero  de  pésima  calidad. 
Más  tarde,  y  a  principios  de  la  guerra,  se  organizó,  también  en  San  Juan,  un  gran 
depósito  de  víveres  y  otros  efectos  necesarios  al  ejército;  este  depósito  siempre  tuvo 
almacenados  muchos  comestibles,  la  mayor  parte  de  ellos  de  primera  calidad,  en- 
viados desde  España  y  consignados  al  Comisario  Regio,  general  Ortega,  pero  se  hizo 
tan  mal  uso  de  estas  reservas,  que  las  fuerzas  que  vivaquearon  en  Giiamani^  Aso- 
mante y  otros  puntos  de  la  Isla  estuvieron  pobremente  alimentadas,  y  en  ocasiones 
carecieron  de  lo  más  necesario  para  su  subsistencia. 

Este  Cuerpo  de  Administración  siempre  tuvo  a  su  cargo  todo  el  material  de  acuar- 
telamiento y  transporte;  y  últimamente,  en  las  semanas  que  precedieron  a  la  evacua- 
ción de  la  Isla,  vendió,  en  pública  subasta,  cantidades  asombrosas  de  provisiones, 
materiales  de  acuartelamiento,  ganado  de  transporte  e  infinidad  de  objetos  más,  todo 
a  cualquier  precio,  y  aceptándose  todas  las  ofertas;  y  es  justo  mencionar  que,  a  pesar 


442  A  .     RI  VER  O 

de  las  dificultades  del  momento  y  de  la  falta  de  formalidades  reglamentarias  con  que 
muchas  veces  se  realizaron  estas  operaciones,  el  Cuerpo  administrativo  probó  en  esta 
ocasión  una  honorabilidad  no  superada  por  ningún  otro  Cuerpo  similar  de  ningún 
otro  Ejército. 

Con  las  fuerzas  invasoras  americanas  llegaron  muchas  secciones  del  Comisariato 
conduciendo  diversos  cargamentos  de  víveres,  material  de  hospitales  y  campamen- 
tos, forraje  y  pienso  para  el  ganado.  El  primer  depósito  de  importancia  fué  estable- 
cido en  Ponce,  y  más  tarde,  hubo  otros  subalternos. 

Desde  julio  25  a  15  de  septiembre,  desembarcaron  en  Puerto  Rico  17.460  hom- 
bres, 3.667  mulos  y  caballos,  centenares  de  carros,  y,  además,  ambulancias,  cañones, 
municiones,  etc.,  etc.  El  depósito  de  Ponce  estuvo  a  cargo  del  teniente  coronel 
J.  W.  Pullman,  Cuartel  maestre  general,  con  numeroso  personal  a  sus  órdenes.  Aun 
cuando  hubo  bastantes  quejas  respecto  a  la  calidad  de  los  alimentos,  sobre  todo  re- 
ferentes a  las  carnes  preservadas,  no  fué  responsable  de  ello  el  Cuartel  maestre  gene- 
ral, del  general  Miles,  quien  recibía  y  entregaba  lo  que  le  era  enviado  de  los  Estados 
Unidos. 

Telégrafos. — En  1 898  había  en  Puerto  Rico  un  Cuerpo  semimilitar  de  Comunica- 
ciones a  cargo  de  los  ramos  de  Correo  y  Telégrafo,  cuyos  oficiales  y  subalternos, 
además  del  servicio  de  correspondencia,  operaban  una  extensa  red  de  telégrafos  con 
oficinas  en  casi  todos  los  pueblos  de  la  Isla.  Durante  la  campaña  se  reforzó  el  telé- 
grafo, estableciéndose  nuevas  estaciones  militares  en  Martín  Peña,  Río  Piedras,  Aibo- 
nito.  Dorado,  Toa  Baja  y  Santurce,  declarándose  servicio  permanente,  y  organizando, 
además,  en  el  mismo  palacio  de  vSanta  Catalina,  una  oficina  central,  en  la  cual  ama- 
rraban los  alambres  de  todas  las  líneas,  ejerciéndose  así  una  estricta  censura  militar 
sobre  todos  los  despachos  que  circulaban. 

Itra  jefe  de  esta  estación  Urbano  Pérez  y  telegrafistas  Rafael  Pérez  Guindulaín, 
Ramón  Rodríguez  González,  Juan  Prieto  y  Manuel  Lanuza.  Los  oficiales  de  guardia  se 
comunicaban  cada  media  hora  con  los  diferentes  faros  de  la  Isla,  recibiendo  todas  las 
noticias  referentes  al  paso  de  buques  enemigos  por  las  costas. 

En  la  noche  del  día  1 1  de  mayo  de  1 898  se  encontraban  prestando  guardia  en 
esta  oficina  los  telegrafistas  Rodríguez  y  Lanuza,  cuando  cerca  de  las  doce  se  recibió 
un  despacho  del  faro  de  Arecibo  anunciando  que  un  gran  convoy  de  buques,  a  juz- 
gar por  sus  focos  eléctricos,  se  movía  en  dirección  a  San  Juan  y  que  no  contestaba  a 
las  señales  de  luces,  convenidas  con  la  escuadra  de  Cervera,  cuya  llegada  se  esperaba 
por  momentos.  El  secretario  de  Gobierno,  Benito  Francia,  quien  se  encontraba  en 
esta  oficina  al  recibirse  la  anterior  noticia  manifestó  gran  alegría,  porque,  según  dijo, 
«¡aquella  era  la  escuadra  española!». 

Ploras  después,  un  proyectil  de  la  escuadra  americana  cortó  los  alambres  que 
unían  la  estación  del  Semáforo  con  la  de  Santa  Catalina,  y  entonces  el  telegrafista 
Ramón  Rodríguez  fué  enviado  al  castillo  del  Morro,  y  allí,  en  un  receso  del  bombar- 


(■  K  {)  NIC  A  S  ,,.^3 

tJeo,  pudo  arreglar  la  avería,  rctornandd  a  la  fortaleza  aconipauailo  del  torrero  de 
guardia. 

Durante  acjuella  mañana  no  circuló  por  la  estación  de  Santa  Caialina  ni  una  orden 
ni  un  aviso;  pero  el  secretario  de  (¡obierno  no  aI)andonó  en  toda  ella  el  local  ni  la 
f/¿a¡'sr-¡í>//_í;-e  en  cpje  dr)rmital)a,.... 

E\  servicio  de  comunicaciones  estuvo  a  cargo,  por  parte  del  iMercito  de  los  lista- 
dos l'nidos,  del  coronel  james  Alien  y  personal  a  sus  órdenes:  y  un  destacamcntíj  de 
telegrafistas  de  campaña,  a!  mando  del  mayor  Rcbert,  fué  el  encargailo  de  seguir  a 
las  cuatro  columnas  invasoras,  manteniéndolas  constantemente  en  coiuunicaiaón 
t(degr;iíica  y  telefónica  con  el  CuarUrl  general  del  gerue-alísimo  Miles,  por  líneas  aéreas, 
utilizando  en  muchos  casos  las  del  (lohierno  español. 

liste  mismo  Cuerpo  puso  en  ofieración  las  oficinas  cahiegrafícas  de  Ponce  y  .Ma- 
}'agüez. 

Después  del  íS  de  oelul)re,  el  Ciu^rpo  tle  Conuuu'eaciones  de  Puerto  Kico  fué 
disnelto,  separados  los  servicios  de  ir.orreo  y  'lelégraío,  y  ambos  f|ue(iaron  a  cargo 
del  (uicrjio  de  Señales  del  líjército  anu^'ricano. 


CAPITULO  XXX 


RESIGNA   íirS'I'ORICA    ¡)¡U.  SERVICIO   ^IILITAk    EK  PUI^RTO  RIO) 


-AS  MILICIAS  DISCIPrjXADAS. LAS  LLKRZAS  DK  URBANOS. 

LOS  MORUNOS  DL  CAX(,RLILLS  ' 


N  l"  de  abril  del  año  i /(>''>,  y  a  virtud  de  propuesta  del  conde 
(O'K'cllv,  se  dispuso  la  organización  en  Puerto  Rico  de  iH  com- 
pañías de  ^'lilicias  Disciplinadas  de  infantería,  de  hombres  blan- 
cos, una  de  morenos  y  cinct)  de  caliallería,  también  de  blancos. 
En  2(j  de  octubre  de  I /OH,  y  a  petición  del  general  Kanión  de 
("'astro,  todas  las  milicias  fueron  organizadas  en  tres  batallones  de  ocho  compañías, 
y  un  regimiento  de  caballería,  com¡)uesto  de  tres  escuadroneas  y  cachi  uno  con  tres 
compañías. 

E.n  lSK),  y  a  f)et¡ci<')n  del  general  Meléfidez,  se  aumentó  dicha  fuer/a  de  infante- 
ría, liasta  formar  dos  r<'ginuentos  de  dos  batallones.  Un  5  de  febrero  de  1826,  y  de 
Real  orden,  las  fuerzas  milicianas  de  infant»'ría  se  organizaron  en  siete  batallones,  y 
en  30  de  abril  de  1H30  se  aprobó  el  reglamento  por  el  cual  debían  regirse  estas 
tropas. 


446  A  .     R  I  V  E  R  O 

En  diciembre  del  año  1827,  y  en  ¡una  visita  de  inspección  del  capitán  general 
Miguel  de  Latorre,  pasaron  revista  de  presente  6.943  milicianos  de  infantería,  distri- 
buidos en  la  forma  siguiente: 

i.*^i"  batallón,  en  Bayamón 1.005 

2^  —            Arecibo i-059 

3,<^»'  —            Aguada 993 

4.^  —            San  Germán Q13 

5.^  —            Ponce 989 

6.^  —            Humacao 1.014 

7'"  ~            Caguas 970 

Al  número  anterior  debe  añadirse  los  que  se  alistaron  voluntariamente  en  los  días 
que  duró  la  inspección,  lo  que  hizo  subir  el  total  de  las  milicias  de  infantería  en  Puerto 
Rico,  y  en  dicha  fecha,  a  7.22 1  hombres.  El  general  Latorre  ordenó  que  se  entregara 
a  cada  batallón  800  fusiles  nuevos. 

La  caballería  miliciana  se  organizó  más  tarde  en  un  regimiento  distribuido  por 
toda  la  Isla,  y  con  un  efectivo  de  606  plazas,  y  el  año  1836  había  en  Puerto  Rico  las 
siguientes  fuerzas  militares,  integradas  totalmente  por  hijos  del  país: 

Siete  batallones  de  Milicias  Disciplinadas,  con  un  efectivo  de  6.991  fusiles,  distri- 
buidos en  los  siete  distritos  militares  en  que  estaba  dividida  la  Isla.  Un  regimiento, 
también  de  Milicias,  de  caballería,  con  672  plazas  montadas  en  14  escuadrones,  dos 
en  cada  distrito. 

Desde  1813  formaban  parte  de  las  guarniciones  de  Mayagüez  y  Aguadilla  dos 
compañías  de  artilleros  urbanos,  y  más  tarde,  en  1821,  nuevas  unidades  fueron  crea- 
das para  servir  las  baterías  de  Cabo  Rojo,  Patillas,  Ponce,  Fajardo  y  Arecibo,  con 
41  cañones,  sin  contar  los  de  San  Juan;  las  baterías  de  las  costas  estaban  servidas  por 
artilleros  urbanos,  llamados  artilleros  segundos;  en  San  Juan  había  también  una  sec- 
ción agregada  a  la  Brigada  Veterana,  sumando  estos  urbanos  de  artillería  438. 

Los  urbanos,  en  igual  fecha,  llegaban  a  371  compañías,  con  1. 240  oficiales  y 
38.070  soldados  y  clases.  Además,  había  en  San  Juan  un  batallón  de  voluntarios  dis- 
tinguidos, cuyo  mayor  número  era  de  portorriqueños,  alcanzando  560  plazas. 

Como  resumen,  en  el  año  1836,  y  con  un  censo  de  400.OOO  habitantes.  Puerto 
Rico  mantenía  sobre  las  armas  un  contingente  militar  instruido  y  uniformado, 
de  47.411  hombres;  debiendo  tenerse  en  cuenta  que  en  dicho  año  había  en  la  Isla 
31.874  esclavos  y  1 7. 470  hombres  de  color,  exentos  los  primeros,  en  su  totalidad,  y 
con  muy  escasa  representación  en  las  milicias  de  urbanos  los  segundos. 

Milicias  Disciplinadas  y  Cuerpo  de  Urbanos  eran  organizaciones  distintas,  pero 
reclutadas  ambas  sobre  la  base  de  un  servicio  militar  obligatorio,  que  comprendía  a 
todos  los  hombres  blancos  desde  diez  y  seis  a  sesenta  años,  con  muy  contadas  exclu- 
siones. Todos  los  varones  blancos,  dentro  de  las  edades  indicadas,  y  salvo  los  casos- 
de  inutilidad  física,  forzosamente,  eran  inscriptos  en  las  compañías  de  Urbanos,  por 
el  Sargento  mayor,  el  cual  era  en  cada  pueblo  el  encargado  del  reclutamiento. 


CRÓNICAS  447 

Las  Milicias  Disciplinadas  se  nutrían  del  contingente  anterior  por  sorteo,  desde 
diez  y  seis  a  treinta  y  cinco  años,  exceptuando  casados,  hijos  únicos  de  viudas  y 
cabezas  de  familia. 

Los  portorriqueños  de  color  entraban  como  voluntarios  en  el  servicio  militar,  y 
su  comportamiento  fué  siempre  excelente,  como  hace  constar  un  documento  que  he 
tenido  a  la  vista,  y  donde  se  elogia  muy  especialmente  a  la  compañía  de  artilleros 
morenos  de  Cangrejos^  quienes  manejaban  un  trozo  (una  batería)  con  ocho  cañones 
violentos  (ligeros)  de  campaña,  material  que,  no  teniendo  ganado  de  arrastre,  era 
siempre  transportado  a  brazos  por  los  mismos  sirvientes. 

Los  milicianos  estaban  reconcentrados,  por  regla  general,  en  las  cabeceras  de  los 
siete  departamentos,  y  disfrutaban  de  haberes  y  de  ciertas  gratificaciones  para  gas- 
tos de  uniforme  y  remonta,  y  los  caballos  eran  propiedad  particular  de  los  milicia- 
nos montados.  Un  batallón  de  estas  milicias  tomó  parte,  al  lado  de  las  fuerzas  vetera- 
nas españolas,  en  la  última  guerra  de  Santo  Domingo. 

Recuerdo,  allá  por  el  año  1 868,  x^xx-a  gran  parada  que  tuvo  lugar  en  el  Campo  del 
Morro,  y  a  la  cual  asistieron  la  mayor  parte  de  las  milicias  de  a  pie  y  montadas  de  la 
Isla;  se  les  conocía  a  los  milicianos  con  el  remoquete  de  chenches^  y  estaban  sujetos, 
desde  que  juraban  las  banderas  y  estandartes,  al  Código  militar,  protegiéndoles  el 
fuero  de  guerra.  Estos  hombres  siempre  tuvieron  como  un  gran  honor  el  vestir  el 
uniforme  militar,  y  de  padres  a  hijos  conservaban,  como  objetos  de  gran  estima,  los 
despachos,  nombramientos  y  condecoraciones  que  obtenían. 

Desde  los  tiempos  de  la  conquista  apareció  en  Puerto  Rico  la  Milicia  Urbana;  el 
reglamento  por  que  se  regía  esta  institución  fué  aprobado  en  14  de  marzo  de  18 17 
por  el  general  Meléndez,  y  ocho  años  más  tarde  se  autorizó  a  los  oficiales  urbanos  a 
usar  las  mismas  divisas  que  el  ejército.  Por  Real  orden  de  13  de  febrero  de  1786  se 
les  había  concedido  el  derecho  de  fuero  militar,  cuando  estuviesen  en  servicio  activo, 
y  en  22  de  agosto  de  I791,  y  también  por  Real  orden,  se  marcaron  las  diferencias 
entre  urbanos  y  milicianos. 

Esta  milicia  urbana  era  pagada  por  los  propietarios  con  un  recargo  sobre  el  va- 
lor de  sus  tierras. 

Los  urbanos  mantenían  guardias  en  cada  pueblo  y  en  las  costas,  y  eran  los  en- 
cargados de  la  custodia  y  conducción  de  presos,  así  como  de  llevar  la  corresponden- 
cia de  un  pueblo  a  otro. 

En  años  sucesivos  fueron  desapareciendo,  quedando  únicamente  como  auxiliares 
del  Ejército  las  Milicias  Disciplinadas  de  infantería  y  caballería,  distribuidas  por  toda 
la  Isla,  y  cuyos  oficiales  y  soldados  gozaban  de  sueldo,  fuero  militar,  y  eran  acredi- 
tados los  primeros,  en  sus  empleos,  por  Reales  despachos,  teniendo  iguales  preemi- 
nencias que  el  Ejército. 

En  1868,  al  ocurrir  la  insurrección  de  Lares,  y  como  estuviesen  complicados  en 
la  intentona  el  teniente  Cebollero  y  el  alférez  Ibarra  de  dichas  Milicias,  y  algunos 


448  A  .     R  I  V  E  R  Q 

soldados  y  clases  de  las  mismas  ^,  comenzó  a  mirarse  dicho  instituto  con  creciente 
prevención  por  las  autoridades  de  la  Isla,  y  año  tras  año  fué  mermando  su  efectivo 
hasta  que,  por  fin,  fueron  declaradas  a  extinguir,  disueltas  sus  secciones  como  tales 
unidades,  licenciadas  las  clases  e  individuos  de  tropa,  y  concediéndoles  a  los  oficia- 
les el  uso  de  uniforme  y  percibo  de  haberes  que  les  era  abonado,  cada  mes,  por  el 
Tesoro  de  Puerto  Rico. 

En  abril  del  año  1898,  al  suspenderse  las  garantías  constitucionales  en  la  Isla,  el 
cuadro  de  Milicias  a  extinguir  estaba  compuesto  como  sigue: 

Teniente  coronel  comandante,  Juan  Tinajero  Fernández. 

Capitanes  de  infantería,  Manuel  Muñoz  Barrios  y  José  Mislán  Capella. 

Capitanes  de  caballería,  Casiano  Matos  Canales,  Rodulfo  Toro  y  Zapata,  Buena- 
ventura Quiñones,  Nicanor  Fernández  Cuadra  y  José  Muxó  Espinet. 

Primeros  tenientes  de  infantería,  José  Muñoz  Barrios,  Tomás  Mora  Roux,  Salus- 
tiano  Sierra  David,  Félix  Reyes  Tricoche,  Regino  Ortiz  Colón,  Luis  Mislán  Capella  y 
Tomás  Morales  Acosta. 

Primeros  tenientes  de  caballería,  José  Maymí  Torrens,  Francisco  Izquierdo  Re- 
bel,  Vicente  Alvarez  Dávila,  Federico  Armas  Suárez,  Antonio  Izquierdo  Costa,  Sil- 
vio Pujáis  Lleonart,  Antonio  Consilada  Morales,  José  Acosta  Ramírez,  José  Dávila 
Cordovez,  Gonzalo  Ruiz  Cáceres,  Eduardo  Cardona  Villafañe  y  Francisco  Vargas 
Santiago. 

Todos  contribuyeron,  con  una  parte  de  sus  sueldos,  a  engrosar  la  suscripción 
para  gastos  de  guerra,  y  sin  una  sola  excepción  brindaron  sus  servicios  para  volver 
a  las  filas,  servicios  que  no  hubo  oportunidad  de  utilizar. 

Estos  oficiales  que  relacionamos,  y  tal  vez  alguno  que  hayamos  omitido,  fueron 
el  remanente  de  aquellas  heroicas  milicias  que  tuvieron  a  raya  a  todos  los  invasores 
y,  principalmente,  a  los  ingleses  en  el  año  1797. 

1  El  teniente  retirado  de  Milicias,  Pedro  San  Antonio  Guerra,  al  frente  de  17  milicianos,  hizo  frente  a  los 
sublevados,  cuando  éstos  invadieron  el  Pepino,  obligán«lolos  a  huíi,  y  terminando,  virtualmente,  con  este 
acto,  la  sublevación.  Le  acompañó,  aquel  día,  el  teniente  de  caballería  Pablo  Charri,  y  durante  todas  las  ope- 
raciones militares  que  siguieron,  cooperaron  con  las  tropas  fuerzas  milicianas  de  a  pie  y  montadas. — N.  del  A. 


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CAPlTtn.O   XXXI 

EL  INSTITUTO  DE  VOLUNTARIOS 
ORt  iAXlZACIÓN.^^^^^MiSlÚN.^^COXDIJCl'A  DURANTE  f.A  (il IERRA, 

N  el  mes  de  mayo  de  l8<j8,  el  Instituto  de  Voluntarios  ele 
l*iierto  kico  estaba  constituido  en  la  siguiente  forma:  Una 
Plana  Mayor  (jeneral,  cuyas  fundones  nunca  estuvieron  Lien 
definidas,  formada  de  un  comandante,  tres  capitanes,  dos  pri- 
meros tenientes,  cuatro  segundos,  un  médico  y  un  larma- 
céulico. 

Fd  núcleo  de  la  fuerza  activa  lo  constituían  14  batallones  de 
infantería  y  además  la  compañía  de  Viequcs,  con  49  tenientes 
coroneles  (entre  efectivos  y  excedentes),  45  comandantes,  12  1 
capitanes,  l(>5  primeros  tenientes,  lól  segundos,  12  capella- 
's,  seis  músicos  mayores,  y^)6  sargentos,  63t)  cabos,  255  músicos  y  cornetas  y 
525  soldados,  haciendo  un  total  de  551  jefes  y  oficiales  con  mando  de  tropa  y 
7/2  soldados,  clases  y  músicos,  y  entre  todos  7.331    relacionados  en  é  escalaf(')n 


450  A  .    RI  VERO 

Declarado  el  estado  de  guerra,  cada  batallón  organizó  una  sección  montada  de 
25  a  40  hombres,  con  sus  correspondientes  oficiales.  Esta  fuerza  montada  tenía  ex- 
celente aspecto  y  usaba  caballos  verdaderamente  de  lujo. 

En  San  Juan  se  formó,  además,  en  los  primeros  días  del  conflicto,  el  batallón  «Ti. 
radores  de  Puerto  Rico»,  con  un  teniente  coronel,  tres  comandantes,  ocho  capitanes,, 
13  primeros  tenientes,  12  segundos,  un  capellán,  un  músico  mayor,  24  sargentos,. 
48  cabos  y  488  soldados. 

En  números  redondos,  la  fuerza  reunida  de  todo  el  Instituto  alcanzó,  por  esta 
fecha,  a  7.930  jefes,  oficiales,  soldados  y  músicos,  desempeñando  estos  últimos  Ios- 
servicios  de  sanitarios  y  camilleros. 

El  parque  de  San  Juan  proveíales  de  fusiles  sistema  Remington,  reformado,  cons- 
truidos en  Oviedo  (España),  y  de  un  regular  número  de  cartuchos  con  bala  de  en- 
vuelta niquelada;  equipo  y  vestuario  eran  de  cuenta  de  los  voluntarios.  Como  único- 
auxilio  a  la  institución  de  voluntarios,  cada  año  se  consignaba  en  los  presupuestos- 
insulares  la  suma  de  4.565  pesos  y  "J^  centavos  para  gratificación  a  los  furrieles  y 
bandas  de  cornetas. 

El  porte  militar  de  estos  batallones  era  bueno;  su  disciplina  estricta,  igual,  cuan- 
do menos,  a  la  de  las  tropas  de  línea;  pero  su  instrucción  nunca  fué  completa,  sobre 
todo  en  ejercicios  de  orden  abierto  y  de  fuego.  El  batallón  número  I  de  San  Juan,. 
6.^,  9.^  y  Tiradores  de  la  Altura,  y  las  secciones  de  Guayama,  eran  los  mejores. 

El  ingreso  en  filas  fué  siempre  voluntario;  pero,  una  vez  juradas  las  banderas,, 
quedaban  sujetos  al  mismo  régimen  y  Código  militar  del  Ejército,  legislación  muy 
rígida  y  tan  pródiga  en  artículos  en  que  se  fijaba  la  pena  de  muerte  que,  al  ser  pre- 
guntado cierto  soldado,  recién  llegado  a  filas,  sobre  la  penalidad  que  correspondía  a. 
determinado  delito,  contestó  al  oficial  que  le  interrogaba: 

— Pena  de  muerte  y...  otras  mayores. 

Los  mozos  españoles  que  eran  llamados  a  filas  como  soldados  activos,  tenían  eli 
privilegio  de  obtener  sus  licencias  absolutas  después  de  servir  cuatro  años  en  las  de 
voluntarios. 

Era  el  Instituto,  además  de  un  Cuerpo  militar,  un  partido  político  en  armas;  hasta 
mediados  de  mayo  de  1 898,  sólo  nutrieron  sus  filas  hombres  pertenecientes  al  lla- 
mado partido  Incondicionalmente  Español  de  Puerto  Rico.  Los  jefes  eran  siempre 
hombres  prominentes  en  sus  pueblos  y  gozaban  de  muchas  preeminencias,  siendo 
para  ellos  fácil  tarea  obtener  favores  del  Gobierno;  una  credencial  de  voluntario  era 
en  aquellos  tiempos  excelente  recomendación  para  alcanzar  destinos  públicos. 

Durante  la  preparación  de  la  guerra  y  cediendo  a  las  repetidas  exhortaciones  de 
Luis  Muñoz  Rivera,  jefe  del  Gobierno  Insular  y  del  partido  liberal  de  la  Isla,  muchos 
portorriqueños  de  ideas  avanzadas  y  también  no  pocos  peninsulares  que  hasta  en- 
tonces habían  mirado  con  recelo  a  los  voluntarios,  ingresaron  en  sus  filas. 

La  misión  de  esta  fuerza,  claramente  definida  en  su  reglamento,  era  mantener  el 


CRÓNICAS  451 

orden  en  sus  respectivas  localidades  y  cooperar,  dentro  de  ellas,  con  la  fuerza  vete- 
rana, en  toda  función  de  guerra.  El  Capitán  general  fué  siempre  jefe  honorario  del 
Instituto,  y  yo  tuve  el  honor,  inmerecido,  dos  años  antes  de  la  guerra  y  a  propuesta 
del  teniente  coronel  Jenaro  Cautiño,  de  ser  nombrado  abanderado  de  honor  de  los 
14  batallones. 

La  guerra  de  independencia  de  Cuba  tenía  muy  excitados  a  los  radicales  porto- 
rriqueños y,  como  se  barruntase  intentos  de  desembarcos  filibusteros  para  levantar 
el  país  en  armas  contra  España,  un  contingente  de  voluntarios  fué  movilizado,  pres- 
tando un  penoso  servicio  en  las  costas,  cuyo  litoral  era  vigilado  noche  y  día  por  un 
cordón  de  centinelas.  Esta  fuerza  no  recibía  haberes,  ni  pluses,  ni  raciones  de  boca; 
todo  era  costeado  de  su  peculio  privado.  Voluntarios  fueron,  además  del  Ejército  y 
empleados  públicos,  los  que  hicieron  subir  a  cerca  de  200.000  duros  la  suscripción 
popular  para  gastos  de  guerra.  Ellos  proveyeron,  en  unión  de  otros  vecinos,  para 
adquirir  todo  el  material  necesario  a  las  ambulancias  de  la  Cruz  Roja  en  cada  pue- 
blo, dando  además  dinero  para  las  atenciones  de  la  campaña  y  también  para  otros 
gastos  no  tan  justificados;  y  de  los  bolsillos  de  aquella  milicia  salió  mucho  oro  al 
conjuro  del  sagrado  nombre  de  la  Patria,  señuelo  en  cuyo  manejo  eran  expertos  los 
altos  funcionarios  de  la  colonia. 

Llegó  la  invasión  y  hasta  ese  día  el  Instituto  fué  un  bloque,  unido  y  dispuesto 
a  todos  los  sacrificios  y  contingencias  del  momento;  pero  una  medida  arbitraria  del 
coronel  Camó,  jefe  de  Estado  Mayor,  causó  grandes  trastornos,  relajando  la  disci- 
plina y  cohesión  entre  las  filas.  Sin  razón  alguna  que  lo  justificara,  se  ordenó  que 
todos  los  voluntarios,  unos  500,  que  estaban  sujetos  al  servicio  militar  activo,  aban- 
donasen sus  secciones  y  se  incorporaran  a  los  cuerpos  de  tropa  regulares.  Vióse,  en- 
tonces, hombres  adinerados,  prominentes  en  sus  localidades,  comerciantes,  estancie- 
ros, hacendados  de  caña  y  de  café,  abandonar  sus  familias  y  sus  negocios  para  in- 
gresar, sirviendo  de  estorbo,  en  cuarteles  y  acantonamientos  que  escasamente  po- 
dían contener  a  la  tropa  veterana,  de  la  cual  nunca  supo  hacerse  el  debido  uso.  vSin 
embargo,  no  hubo  desertores;  todos  se  unieron  a  sus  banderas,  pero  llevando  con- 
sigo el  natural  disgusto  y  el  germen  de  una  indisciplina  que  no  siempre  supieron 
acallar. 

El  26  de  julio  fué  circulada  una  nueva  orden  del  Estado  Mayor,  disponiendo  que 
todas  las  secciones  de  voluntarios  se  reconcentrasen  en  la  cabecera  de  los  depar- 
tamentos. 

Esta  disposición  (escribe  el  coronel  Julio  Soto,  comandante  militar  de  Mayagüez) 
dio  el  funesto  resultado  que  yo  presagiaba  y  había  avisado;  y,  efectivamente,  por 
más  que  se  les  acuarteló  lo  mejor  posible,  dándoseles  ración  y  socorro  diario  y  tam- 
bién a  las  familias  de  los  más  pobres  (con  cargo  a  la  suscripción  voluntaria  para  gas- 
tos de  guerra),  no  pude  contenerlos,  y  muchos  de  ellos  abandonaron  las  armas,  vol- 
viendo a  sus  hogares  a  defender  sus  pueblos,  en  donde  vivían  sus  familias  y  radica- 


452  A.     R  I  VERO 

ban  sus  intereses,  alegando  que  aquella  medida  era  un  atropello  a  los  fines  de  la 
Institución. 

Llegó  lo  sucedido,  en  casi  toda  la  Isla,  a  conocimiento  de  las  autoridades  milita- 
res de  San  Juan,  y  en  vez  de  dictar  medidas  conducentes  a  restablecer  la  disciplina  e 
interior  satisfacción  entre  aquellos  9.000  soldados,  se  les  trató  con  marcado  despre- 
cio; se  olvidaron  sus  servicios  y  sacrificios  anteriores,  y  su  actual  rebeldía  fué  vista 
en  el  Estado  Mayor  casi  con  alegría,  enviándose,  entonces,  telegramas  como  el  que 
sigue: 

San  Juan,  4  de  agosto  1898. 
Capitán  general  a  Comandante  militar  de  Mayagüez. 

Ordene  usted  que  se  destruya  con  fuego  de  hoguera  cuanto  armamento  y  muni- 
ciones desee  entregar  el  7-°  Batallón  de  Voluntarios. 

Macías. 

Y  en  muchos  pueblos,  y  en  plazas  públicas,  a  la  vista  del  populacho,  para  mayo- 
res ofensa  y  escarnio,  se  quemaron  fusiles  y  correajes;  y  grandes  carretas,  llenas  de 
los  mismos,  llegaban  cada  día  al  Parque  de  San  Juan,  que  no  pudiendo  contenerlos 
en  sus  almacenes,  tuvo  que  habilitarlos,  más  amplios,  en  el  cuartel  de  Ballajá. 

La  tropa  veterana,  y  hasta  la  Guardia  civil,  día  tras  día,  abandonaban  las  pobla- 
ciones de  la  isla  en  virtud  de  órdenes  recibidas,  quedando,  como  única  fuerza  para 
defenderlas,  los  voluntarios,  hombres  de  arraigo  en  dichas  localidades,  casados  la 
mayor  parte  y  con  mujeres  e  hijos  portorriqueños,  dueños  de  fincas  y  de  comer- 
cios, y  amenazados  por  partidas  sediciosas  y  de  bandoleros  que  surgían  de  todas 
partes.  Y  sucedió  lo  inevitable;  lo  que  ocurrió  en  España  cuando  la  invasión  napo- 
leónica; lo  que  pasó  en  las  provincias  catalanas  cuando  el  archiduque  de  Austria 
holló  con  sus  tropas  las  tierras  del  condado  de  Cataluña;  lo  que  aconteció  en  el  nor- 
te de  Francia,  en  1 870,  cuando  los  territoriales  arrinconaban  sus  fusiles  tan  pronto 
divisaban  las  vanguardias  de  las  tropas  alemanas. 

Eran  los  voluntarios  milicia  ciudadana  y  auxiHar  del  Ejército;  nunca  el  nervio  en 
que  debía  apoyarse  la  defensa  de  una  isla,  dos  veces  bloqueada,  por  los  buques 
americanos  en  sus  costas  y  por  fuerzas  enemigas  en  el  interior,  y,  además,  por  par- 
tidas de  nativos  que  cruzaban  en  todas  direcciones. 

Al  cerrarse  el  doloroso  período  de  la  evacuación  de  la  Isla,  se  escribió  en  Espa- 
ña, por  jefes  y  oficiales  que  en  ella  sirvieron,  y  que  aun  sentían  las  nostalgias  de  sus 
jugosas  nóminas,  libros,  folletos  y  artículos  en  la  Prensa,  y  en  los  cuales  se  medía 
con  igual  rasero  a  hijos  del  país  y  a  los  voluntarios;  todos  traidores,  todos  cobardes. 
Ninguno  de  los  que  manejaron  la  pluma  en  la  Madre  Patria,  con  mayor  gentileza  que 
sus  espadas  én  la  ínsula,  habló  de  las  torpezas  y  arbitrariedades  de  «los  de  arriba», 


CRÓNICAS  453 

causantes,  si  no  de  la  totalidad,  de  la  mayor  parte  del  desastre.  Se  escribió  mucho; 
se  calumnió  libremente,  injustamente. 

Yo  puedo  afirmar,  apoyado  en  documentos  y  en  testimonios  de  personas  que 
aun  viven,  que  si  el  25  de  julio  de  1898,  cuando  el  general  Ricardo  Ortega  subió  las 
escaleras  del  Palacio  del  gobernador  general  (quien  en  aquellos  momentos  recibía 
los  consejos  de  su  jefe  de  Estado  Mayor)  para  ofrecerse  a  marchar  sobre  Guánica,  a 
toda  velocidad,  cayendo  allí  con  5-000  cazadores,  12  cañones  y  500  caballos,  y  res- 
guardada su  columna  con  el  apoyo  de  4.000  voluntarios,  si  tal  oferta  de  aquel  va- 
liente caudillo  hubiese  sido  aceptada,  repito,  que  ni  un  solo  voluntario  de  los  esco- 
gidos hubiese  faltado  a  sus  deberes,  sino  que  todos  hubieran  cumplido  como  hom- 
bres leales  a  sus  juramentos.  No  eran  carne  y  almas  distintas  de  los  que  pelearon 
con  asombro  del  general  Shafter  en  el  Caney  y  en  las  lomas  de  San  Juan,  ni  de 
aquellos  que  en  las  de  Silva  y  en  los  picachos  de  Asomante  y  Guamaní  se  batieron 
con  notable  despreocupación.  Eran  hombres  de  la  misma  raza,  de  la  misma  condi- 
ción, con  iguales  vergüenza  y  corazones. 

«Santiago  de  Cuba  no  es  Gerona...»,  dijo  el  general  Linares  en  telegrama  de  12 
de  julio  de  1 898  al  capitán  general  de  Cuba  Ramón  Blanco.  Tampoco  eran  Gerona, 
ni  menos  Zaragoza,  los  caseríos  indeiensos  de  Arroyo,  Guayama,  Yauco,  Las  Ma- 
rías y  Maricao,  para  exigir  inútiles  sacrificios  de  sus  vidas  a  los  voluntarios  que  los 
guarnecían,  mientras  los  batallones  de  línea  los  evacuaban  marchando  con  rumbo  a 
San  Juan. 

Se  cometieron,  entonces,  grandes  errores  y  grandes  injusticias;  el  que  un  jefe,  o 
dos,  o  cuatro  y  algunos  voluntarios  desertasen  al  extranjero  o  se  refugiasen  en  las 
montañas,  entre  7.930,  no  prueba  nada;  fueron  éstos  la  excepción  que  afirmaba 
la  regla. 

Por  referirse  al  asunto  de  que  trato,  copio  algunos  párrafos  escritos  por  el  se- 
gundo jefe  de  Estado  Mayor  de  la  capitanía  general  de  Puerto  Rico,  teniente  coro- 
nel Francisco  I^arrea,  en  su  libro  varias  veces  ya  citado: 

Formando  contraste  que  lleva  algún  consuelo  al  ánimo,  puede  citarse  la  conduc- 
ta de  parte  de  los  batallones  ó.""  y  9.""  de  Voluntarios,  no  obstante  ser  de  los  que  por 
su  estado  de  organización  no  inspiraban  gran  confianza.  Pocos  individuos  de  ellos 
faltaron  a  sus  puestos,  cuando  el  enemigo  se  presentó  delante  de  MayagUez  y  Ponce, 
poblaciones  a  que,  respectivamente,  correspondían;  y  si  bastantes  no  supieron  luego 
ser  superiores  al  sentimiento  natural  de  abandonar  sus  familias  e  intereses,  hubo 
muchos  resueltos  a  cumplir  su  deber  hasta  el  fin,  aunque  una  parte  de  éstos  desapa- 
reciera en  la  retirada  por  efecto  del  cansancio  e  influidos  por  el  desaHento  de  la  de- 
rrota. Pero  estos  cuerpos  tuvieron  por  guía  el  digno  comportamiento  de  sus  jefes.  El 
teniente  coronel  del  9.°  batallón,  Excmo.  Sr.  D.  Dimás  de  Ramery,  quien  por  sii 
edad  podía  haberse  excusado  de  sahr  a  campaña,  se  presentó,  no  obstante,  en  Aibo- 
nito  con  sus  cuatro  hijos,  criollos  patriotas  y  dignos  de  su  padre,  llevando  consigo  al 


454  A.     RIVERO 


comandante  segundo  jefe  D.  Ricardo  Montes  de  Oca,  persona  asimismo  poco  apta 
físicamente  para  las  fatigas  de  la  guerra,  y  más  de  la  mitad  de  la  oficialidad  y  como 
una  tercera  parte  de  la  tropa  a  su  mando.  Casi  esta  misma  relación  de  oficiales  y 
tropa,  con  el  total  del  batallón,  alcanzó  la  fuerza  del  ó."",  que  llegó  a  Arecibo  con  la 
columna  procedente  de  Mayagüez,  siguiendo  a  sus  jefes  el  teniente  coronel  excelen- 
tísimo Sr.  D.  Salvador  Suau  y  los  comandantes  Sres.  Fernández  y  Salazar.  Y  en  otros 
puntos  también,  aunque  en  número  más  escaso,  hubo  voluntarios  e  individuos  que 
no  lo  eran,  quienes  demostraron  ser  hombres  de  honor  y  conocedores  de  los  debe- 
res del  patriotismo,  mereciendo  particular  mención,  en  contraposición  a  aquel  alcal- 
de español  incondicional  antes  aludido  ^,  la  conducta  del  de  vSan  Sebastián,  don 
Manuel  Rodríguez  Cabrero,  hijo  de  Puerto  Rico  y  afiliado  al  partido  liberal,  quien 
además  de  dar  constante  ejemplo  al  vecindario  en  el  cumplimiento  de  sus  deberes, 
se  apresuró  a  enviar  recursos  sanitarios  al  campo  de  la  acción  del  río  Guasio,  e  insta- 
do después  por  los  americanos  para  que  continuase  al  frente  de  la  Alcaldía,  contestó 
que  sólo  lo  haría  conservando  enarbolada  la  bandera  española. 

Un  joven  español  residente  en  Bolivia,  o  Colombia,  donde  ocupaba  un  buen 
puesto  en  el  servicio  telegráfico  oficial  de  la  República,  se  presentó  espontánea- 
mente en  Puerto  Rico,  donde  ingresó  en  la  compañía  de  Telégrafos  como  simple 
soldado  por  todo  el  tiempo  de  la  guerra,  sintiendo  el  autor  muy  de  veras  no  haber 
podido  averiguar  su  nombre  para  hacerlo  aquí  público. 

Algunos  soldados  licenciados  se  presentaron  también  en  sus  antiguos  cuerpos  al 
estallar  la  guerra,  o  entraron  a  formar  parte  de  las  guerrillas  de  nueva  creación; 
siendo  de  mencionar  particularmente  el  sargento  procedente  de  artillería,  D.  Arturo 
Fontbona,  quien  se  distinguió  en  la  defensa  de  la  capital  y  resultó  herido,  por  lo  que 
fué  ascendido  a  oficial.  Y  asimismo  es  digna  de  elogio  la  conducta  de  varios  jefes  y 
oficiales  retirados,  que  voluntariamente  volvieron  al  servicio  activo  durante  la  guerra. 

El  capitán  del  7.°  batallón  de  Voluntarios,  D.  Quintín  Santana,  hijo  del  país,  fué 
el  único  individuo  de  su  Cuerpo  que  se  unió  a  las  fuerzas  del  Ejército,  ingresando 
como  simple  guerrillero,  sin  hacer  valer  siquiera  su  categoría  en  aquel  Instituto  hasta 
que  ésta  fué  conocida.  El  segundo  teniente,  D.  Carlos  López  de  Tord,  fué  también  el 
único  individuo  de  los  voluntarios  montados  de  Ponce  que  se  mantuvo  fiel  a  su 
deber,  y  luego  prestó  buenos  servicios  en  operaciones.  Don  Juan  Bascarán,  valiente 
portorriqueño  y  capitán  del  6.°  batallón,  los  prestó  asimismo,  organizando  y  man- 
dando una  guerrilla  a  última  hora.  El  primer  teniente  del  9."^  de  Voluntarios,  don 
Nicomedes  Fernández,  aunque  enlazado  a  una  familia  norteamericana,  se  distinguió 
en  el  servicio  de  ingenieros,  del  que  estuvo  encargado  en  la  columna  de  Aibonito  en 
su  calidad  de  ayudante  de  Obras  Públicas,  y  a  falta  de  oficiales  del  Ejército  pertene- 
cientes a  aquel  Cuerpo.  Y,  por  último,  entre  los  casos  honrosos  de  que  tiene  noticia 
quien  esto  escribe,  es  digno  de  nota  el  del  sargento  D.  Enrique  Grito,  del  mismo 
batallón  acabado  de  citar,  quien  hallándose  en  las  montañas  del  interior  de  la  Isla, 
al  saber  la  presencia  de  la  escuadra  americana  en  Ponce,  corrió  a  ocupar  su  puesto; 
mas  habiendo  encontrado  ya  la  población  en  poder  del  enemigo  y  en  plena  eferves- 
cencia antiespañola,   no  pudiendo  sacar  el  armamento,  penetró  ocultamente  en  su 

^    Florencio  Santiago. 


<:  R  o  N  i,  C:  A  S  45  5 

casa,  se  llenó  de  cartuchos  los  bolsillos  ji  volviendo  a  montar  a  caballo,  regresó  a  la 
finca  de  donde  procedía  para  recoger  allí  otras  arnias,  nuirchando  después  solo, 
por  sendas  extraviadas,  a  Aibonito,  donde  se  presentó,  al  cabo  de  tres  días  de  ince- 
sante caminar,  y  se  distinguió  por  su  buen  espíritu. 

Aunque  ninguno  de  estos  individuos  realizase  actos  heroicos,  el  haberse  señalado 
•en  el  cumplimiento  de  los  deberes  del  patriotismo  o  de  su  Instituto,  allí  donde  la 
mayoría  fueron  infieles  a  ellos,  bien  merece  que  se  consignen  arpií  sus  nombres  y 
:su  conducta,  para  conocimiento  y  estímulo  de  los  españoles  amantes  de  su  patria. 


Años  después,  y  al  conocerse  las  vergüenzas  de  ?ilanila  y  de  Santiago  de  Cuba, 
aquellos  apasionados  escritores,  que  tan  mal  trataron  antes  a  los  Voluntarios  de 
Puerto  Rico,  amainaron  en  sus  críticas  y  rectificaron  sus  juicios.  Y  hasta  alguno  de 
■■ellos  que,  a  raíz  de  Ja  firma  del  Tratado  de  paz,  escribiera  un  desatentado  artículo 
proponiendo  que  se  retirase  a  dtcJios  volmi! arios  la  condición  de  espaiiaies,  anduvo, 
más  tarde,  por  tierras  de  ylmérica,  y  tal  vez  por  esta  isla,  meneando  suavemente  las 
■cuerdas  de  su  lira  para  que  los — jsiemprc  candidos! — vohmtarios  del  J898  y  sus  hi- 
los y  sus  amigos  engordasen,  con  relucientes  dólares,  su  escuálida  bolsa. 


45^^ 


A  .     R  I  V  !•:  R  O- 


CAPITULO  XXXII 

ILXAMIiK  CRÍTICO  DE  1.0S  DIVERSOS  I^f.ANKS  DE  (ÍUIvRRA  RlíCATIVOS. 
y\  PUKRTO  RICO 


l'LAX  PRIMril\'0.^^^^^^1'l.;\\  DE  WI  llTNl^Y.  ^^PI.AX  J)K  Í)AYJS. 


^^OCO  después  de  comenzar  la  guerra  hispanoamericana  se  ])ro- 
pnsícron  tres  planes  para  realizar  la  invasión  y  campaña  de 
íHierto  Rico. 

!íl  primero  fue  ideado  por  cl  general  Miles,  con  la  anuencia 
y  concurso  del  almirante  Sampson,  y  mereció  la  aprohación 
del  secretario  de  la  Giu-;rra,  Alger,  y  de  todo  el  Cabinete  del 
IVesiileriie  ?\lacd\inlev.  Después  de  zarpar  de  Oiiantánamo  las  fuerzas  invasoras  tal 
|)roycH;to  fue  radicalmente  modificado,  obedeciendo  a  los  consejos  y  advertencias  del 
ya  capitán  W'liitney,  quien,  durante  la  última  quiticcna  del  mes  de  mayo  de  1898, 
exploró  la  Isla,  disfrazado,  escapando  después  de  su  peligrosa  aventura,  que  f)udo  c(»s- 
tarlc  la  viila,  de  acuerdo  con  las  prácticas  internacionales  sobre  tratannento  de  espías. 
Vué  adoptado,  por  tanto,  un  segundo  plan,  que,  en  justicia,  debi<n-a  llamarse  })lan 
Whitney. 

El  tercero  y  último,  ideado  por  cl  capitán  Da,vis,  comandante  del  crucero  Di.iie, 
no  fué  tomado  en  consielcración. 

Primer  plan. — Era  el  primitivo,  que  llamaré  Miles^Sampson,  y  descansaba  en 
una  formal  invasión  de  la  Isla  por  paripés  cercanos  a  Fajardo.  Además  de  las  fuerzas 
que  acompañaran  al  generalísimo,  otras,  las  capitaneadas  por  Ikooke,  Wilson  y 
Sehwan,  concurrirían  al  mismo  |)unto;  toda  la  ofieración  sería  apoyada  por  la  escua- 
dra, que  protegería,  no  sólo  el  desembarco,  sino  tandjién  la  marcha  del  EjércitO' 
^nva,sor  sobre  .San  Juan. 

b^ijardo  era  una  excelente  base  naval  y  terrestre,  a  cubierto  de  cualquier  ata(iue 


458  A  .     R  I  V  E  R  O 

por  la  efectiva  protección  que  podían  prestarle  desde  la  rada  los  cruceros  de  Samp- 
:son;  desde  esta  ciudad  partían  hacia  San  Juan  dos  caminos:  uno  afirmado,  que  con- 
duce por  Luquillo,  Río  Grande  y  Carolina  a  Río  Piedras,  y  otro  que  bordea  las  pla- 
yas, paralelo  al  anterior  y  bien  dispuesto  para  ser  utilizado  por  una  columna  flan- 
queadora  del  Cuerpo  principal. 

Si  los  invasores,  siempre  al  amparo  del  cañón  de  sus  buques  de  guerra,  llegaban 
hasta  Río  Piedras  (y  esto  tendría  que  ser  después  de  algún  combate  favorable  para 
ellos),  indudablemente  establecerían  aquí  su  campo,  lanzando  avanzadas  hasta  Mar- 
tín Peña  y  sus  contornos,  lo  que  haría  de  San  Juan  una  plaza  sitiada  por  tierra  y 
bloqueada  por  mar. 

Indudablemente,  las  numerosas  fuerzas  que  el  general  Macías  había  concentrado 
en  lugares  próximos  a  San  Juan,  presentarían  batalla  al  enemigo  en  algún  punto  es- 
cogido de  antemano.  Eran  estas  fuerzas  de  excelente  calidad  por  su  espíritu,  valor  y 
disciplina;  estaban  al  mando  de  oficiales  prácticos  e  inteligentes  y  su  armamento 
consistía  en  fusiles  Máuser,  modelo  español,  de  repetición.  La  batalla  hubiese  sido 
muy  reñida  y  tengo  razones  sobradas  en  que  apoyar  esta  creencia  mía.  Si  el  Ejército 
invasor,  o  cuando  menos  las  vanguardias,  eran  batidas,  siempre  podrían  retirarse  al 
abrigo  de  su  base.  Fajardo,  sin  mayores  preocupaciones. 

No  tenían  iguales  ventajas  las  tropas  españolas,  en  el  caso  de  un  combate  adver- 
so, después  del  cual  érales  imposible  buscar  refugio  en  San  Juan,  bombardeado  día 
y  noche  por  la  escuadra  enemiga.  No  les  quedaba  otro  amparo  qué  acogerse  a  las 
montañas,  viéndose  cortadas  de  su  base,  sin  poder  obtener  repuestos  de  boca  y 
guerra,  huérfanas  de  los  principales  servicios  y  sin  el  apoyo  del  país,  que,  de  día  en 
en  día,  demostraba  mayores  aficiones  hacia  los  norteamericanos. 

En  cualquiera  de  estos  dos  casos,  nuevos  refuerzos  llegarían  al  general  Miles, 
y,  tarde  o  temprano,  por  muerte  de  sus  artilleros,  inutilidad  de  las  piezas,  o  por 
falta  de  municiones,  la  captura  de  San  Juan,  y  después  la  de  toda  la  Isla,  sería  inevi- 
table. 

Este  primer  plan  era  lógico,  bien  concebido  y  planeado;  el  general  Miles,  además 
del  formidable  auxilio  de  su  escuadra,  tendría  todas  sus  fuerzas  reunidas,  recorriendo 
un  terreno  llano,  no  pantanoso,  y  abundante  en  ganado  y  vegetales,  donde  no  exis- 
ten desfiladeros  ni  otras  posiciones  desde  las  cuales  pudiera  cerrársele  el  paso  con 
ventaja.  Todo  plan  de  invasión,  por  regla  general,  tiene  por  objetivo  la  capitalidad 
del  país  invadido.  En  I797>  ^1  invadir  la  isla  de  Puerto  Rico  el  ejército  inglés  avanzó 
sobre  San  Juan  desde  el  primer  momento,  tomando  tierra  por  las  playas  de  Cangre- 
jos, bajo  el  fuego  protector  de  sus  navios  de  guerra,  y  aunque  tal  ataque  se  estrelló 
contra  el  valor  y  diligencia  de  los  defensores,  justo  es  declarar  que  fué  bien  pensado 
y  conducido.  Realmente,  el  general  Miles  no  tuvo  necesidad  de  ir  tan  lejos  en  busca 
de  un  puerto  de  desembarco;  mucho  más  cerca,  en  la  costa  del  Dorado,  pudo  reali- 
zar aquella  operación  con  toda  comodidad,  avanzando  después  sobre  San  Juan  y  to- 


CRÓNICAS 


459 


mando  tales  posiciones  al  lado  Sur  de  la  bahía,  que  le  permitirían  cooperar  a  la  ac- 
ción de  la  escuadra. 

Segundo  plan. — El  Generalísimo  adoptó  el  plan  que  llevara  a  cabo,  bajo  su  ex- 
clusiva responsabilidad,  y  haciendo  uso  de  los  poderes  discrecionales  de  que  estaba 
investido.  Como  el  puerto  de  Guánica,  punto  ideal  para  una  invasión,  había  sido  re- 
conocido y  sondeado  por  el  inteligente  capitán  Whitney,  en  él  tomaron  tierra  las 
fuerzas  expedicionarias,  siguiendo  a  su  captura  la  de  Ponce,  base  elegida  para  la  mar- 
cha sobre  San  Juan,  siguiendo  la  gran  carretera  que  atraviesa  de  Sur  a  Norte  toda  la 
Isla.  Tal  cambio  produjo  gran  estupor  y  fundada  alarma  en  Washington,  y  hasta  la 
Prensa  levantó  voces  de  protesta.  R.  A.  Alger,  el  cual  era  secretario  de  la  guerra,  en 
su  libro  The  Spanish- American  War^  página  30,  estampa  las  siguientes  reflexiones: 

Como  el  General  Miles  había  insistido,  sabiamente,  en  que  su  expedición  fuese 
protegida  por  un  fuerte  convoy  de  guerra,  bajo  la  creencia  de  que  era  necesario  im- 
pedir que  los  cañoneros  españoles,  saliendo  del  puerto  de  San  Juan,  atacasen  a  los 
transportes  durante  el  viaje,  la  noticia  de  que  él,  de  improviso,  había  cambiado  el 
punto  de  su  destino,  causó  mucha  ansiedad,  toda  vez  que  dos  expediciones,  for- 
mando parte  del  mismo  ejército  invasor  de  Puerto  Rico,  estaban  en  el  mar,  en  ca- 
mino para  Fajardo  y  sin  protección  de  ninguna  clase. 

El  Mayor  General,  James  Wilson,  había  salido  de  Charleston  con  su  expedición, 
3.571  oficiales  y  soldados,  el  20  de  julio;  y  el  Brigadier,  General  Schwan,  había  par- 
tido de  Tampa  el  24,  con  2.896  hombres,  entre  oficiales  y  tropa.  vSurgió,  entonces, 
el  temor  de  que  estos  transportes,  sin  protección,  fuesen  atacados  por  los  buques  de 
guerra  españoles,  mientras  iban  en  camino  abarrotados  de  tropas 

Por  dos  días,  con  sus  noches,  las  fuerzas  de  invasión  desembarcadas  sólo  alcan- 
zaron a  3.300  combatientes,  mientras  las  defensoras  sumaban  18.OOO,  y  de  ellas 
8.000  soldados  regulares,  de  primera  clase,  valientes,  sobrios  y  disciplinados. 

Tomado  Ponce,  las  fuerzas  enemigas  se  fraccionaron  en  cuatro  débiles  columnas, 
al  mando  de  los  generales  Wilson,  Brooke,  Schwan  y  Henry,  siguiendo  rutas  inde- 
pendientes, sin  posible  enlace  entre  ellas,  por  parajes  intransitables,  en  pleno  ho- 
rror del  verano  y  bajo  lluvias  frecuentes,  que  convertían  caminos  y  campamentos  en 
verdaderos  lodazales. 

Cada  una  de  estas  columnas  pudo  ser  batida  por  fuerzas  españolas  muy  superio- 
res, cuando  menos  dobles  en  número.  El  que  no  se  hiciese,  no  prueba  nada  dentro 
de  una  sana  crítica  militar;  pudo  y  debió  hacerse. 

No  son  admisibles  las  razones  en  que  algunos  escritores  han  fundado  la  defensa 
del  plan  que  se  estudia,  alegando  que  con  él  se  economizó  el  Ejército  americano 
muchas  bajas  de  sangre.  Y  las  causadas  por  el  calor,  las  lluvias  y  enfermedades,  ^a 
cuánto  ascendieron? 

No  existe  un  solo  precepto  de  táctica  o  estrategia  que  ampare  y  preconice  aque- 
lla operación  de  guerra,  y  solamente  podemos  admitirla,  suponiendo  que  el  Genera- 


46o  A.     RIVERO 

lísimo  estaba  instruido,  desde  Washington,  de  que  la  paz  estaba  cercana,  y  de  que 
en  virtud  de  un  Protocolo,  ya  en  preparación,  sus  fuerzas  capturarían  toda  la  Isla,, 
como  resultado  de  un  éxito  diplomático,  al  cual,  indudablemente,  contribuyó  él  con 
el  apoyo  moral  que  aportara  su  peligrosa  maniobra. 

Pian  de  Davis. — Este  marino  ideó  un  plan,  verdaderamente  diabólico,  y  clara- 
mente expuesto  en  el  informe  que  sigue: 

«Yo  mantengo  firmemente  la  opinión  de  que  la  plaza  de  San  Juan  de  Puerto  Rico 
puede  ser  capturada  por  la  escuadra  a  sus  órdenes,  y  por  un  golpe  de  mano,  sin  ne- 
cesidad de  que  el  Ejército  preste  su  ayuda;  y  una  vez  realizada  aquella  captura,  se- 
guiría la  completa  conquista  de  toda  la  Isla. 

Mi  plan  es  como  sigue:  Enviar  a  la  plaza,  con  la  antelación  necesaria,  y  bajo  ban- 
dera de  parlamento,  noticia  oficial  del  bombardeo.  Los  monitores  ocuparían  el  extremo 
Oeste  de  la  línea,  empeñando  combate  con  las  baterías  de  este  mismo  lado  del  Mo- 
rro. Los  acorazados  y  cruceros  continuarían  la  línea  de  combate,  desde  el  punto  ocu- 
pado por  los  monitores  hacia  el  Este  y  hasta  la  punta  del  Escambrón;  bombardeando, 
no  solamente  las  defensas  de  la  plaza,  sino  también  la  ciudad  misma  y  los  suburbios, 
dominando  con  sus  cañones,  además,  el  camino,  que  es  la  única  salida  de  la  po- 
blación. 

Dos  o  tres  buques  de  poco  calado,  montando  cañones  de  cinco  pulgadas,  se  es-^ 
tacionarían  cerca  del  Boquerón,  barriendo  todo  el  terreno  del  frente,  destruyendo  el 
puente  de  San  Antonio  y  sus  aproches,  y  batiendo  de  esta  manera  el  canal  del  mis- 
mo nombre  y  la  Isla  Grande. 

Una  fuerza  de  desembarco,  exclusivamente  de  marinos,  escoltada  por  cañoneros, 
tomaría  tierra  una  milla  al  Oeste  de  Palo  Seco  y  ocupando  la  costa  al  mismo  lado 
del  puerto,  tendría  desde  allí  a  la  ciudad  al  alcance  de  cañones  de  campaña  que  po- 
drían emplearse,  y  también  sería  posible  el  uso  de  fusiles  y  cañones  automáticos. 
Estos  marinos  formarían  una  reserva  para  ocupar  la  plaza  en  caso  de  que  ésta  se  rin- 
diese por  el  fuego  de  la  escuadra;  este  fuego,  que  sería  de  gran  volumen,  no  me  cabe 
duda  obligaría  a  tal  rendición  en  poco  tiempo;  y  una  vez  capturada  la  ciudad  y  bajo 
la  amenaza  de  reducir  a  cenizas  defensas  y  caseríos,  indudablemente  capitularía  toda 
la  Isla.» 

El  anterior  proyecto,  que  formaba  parte  de  un  informe  oficial  dirigido  por  el  co- 
mandante del  crucero  Dixie  al  almirante  Sampson,  es  realmente  merecedor  de  cui- 
dadoso estudio.  Demuestra  su  autor  tales  conocimientos  de  la  plaza  de  San  Juan,  de 
sus  defensas,  de  sus  puntos  débiles  y  de  sus  flanqueos,  que  parece  conviviera  algún 
tiempo  entre  nosotros. 

Era  un  excelente  plan;  rápido,  ejecutivo  y  de  éxito  indudable.  No  vale  tildarlo  de 
cruel,  porque  la  guerra,  aun  en  sus  períodos  de  mayores  suavidades,  es  la  sublima- 
ción de  toda  crueldad. 


CRÓNICAS  461 

^•Qué  razones  pudieron  influir  en  el  general  Miles  para  no  tomar  en  cuenta  las  su- 
gestiones del  capitán  Davis? 

Tal  vez  una  sola,  pero  en  extremo  poderosa.  El  comandante  general  del  Ejército 
americano  proclamó  y  llevó  a  cabo  una  guerra  culta,  nada  intensa,  y  durante  la  cual 
evitó,  en  lo  posible,  toda  innecesaria  efusión  de  sangre,  obedeciendo  a  su  criterio 
firme  de  que  no  hubo  justa  causa  para  que  los  Estados  Unidos  declarasen  la  guerra 
a  España. 

Lo  que  sigue  está  copiado  literalmente  de  la  página  268  del  libro  Servmg  the 
Republic^  escrito  por  dicho  generalísimo  Nelson  A.  Miles  ^: 

Respecto  a  la  necesidad  de  la  guerra  con  España  hoy  se  cree  que,  por  medio  de 
un  arbitraje,  pudo  haberse  solucionado  aquella  controversia  internacional.  Sabemos 
por  el  testimonio  de  nuestro  propio  ministro  en  Madrid,  general  Steward  L.  Wood- 
ford,  que  el  ministro  de  Estado  y  la  Reina  Regente  de  España  procedieron  con  entera 
lealtad  y  de  buena  fe  al  prometer  a  Cuba  tal  clase  de  Autonomía  que,  seguramente, 
hubiese  afirmado  la  paz  y  el  orden  en  dicha  Isla.  Yo  tuve  una  buena  oportunidad 
para  conocer  las  intenciones  de  muchos  hombres  prominentes  de  nuestro  país,  y, 
sobre  todos,  la  del  presidente  Mac-Kinley  y  la  de  los  secretarios  de  su  Gabinete,  y 
puedo  afirmar  que  solamente  uno  de  estos  últimos  estaba  en  favor  de  la  guerra. 

Me  consta  que  el  secretario  de  Estado,  John  Sherman,  uno  de  los  pocos  estadis- 
tas eminentes  en  nuestro  país,  era  decididamente  opuesto  al  conflicto,  y  lo  conside- 
raba en  absoluto  innecesario;  además,  oí  cierta  conversación  entre  un  miembro  del 
Gabinete  y  un  subsecretario,  conversación  que  fué  como  sigue: 

El  subsecretario: — ¿*Qué  está  haciendo  usted  para  llevarnos  a  una  guerra  con  Es- 
paña? 

El  miembro  del  Gabinete  replicó: 

— Estoy,  prácticamente,  solo  en  la  administración;  pero  haré  cuanto  pueda  para 
que  esto  se  realice. 

— ¡Gracias  a  Dios!  ¡Gracias  a  Dios! — fué  la  respuesta. 

Tal  era  el  sentir  de  muchas  otras  personas  que  estaban  bien  enteradas  de  los 
sucesos;  pero  la  campaña  de  algunos  periódicos,  y  también  el  clamor  de  una  parte 
de  nuestro  pueblo  crecieron  tanto,  que  su  criterio  prevaleció. 

El  envío  del  acorazado  Maine  a  un  puerto  español  fué  entonces  una  resolución 
muy  desgraciada.  Su  destrucción  en  el  puerto  de  la  Habana  precipitó  la  guerra. 
Nunca  he  creído  que  aquel  desastre  fuese  obra  del  Gobierno  español,  ni  tampoco  de 
sus  oficiales  ni  agentes.  Ciertamente  ellos  no  tenían  motivo  para  realizar  tal  crimen, 
y  sí  sobradas  razones  para  evitarlo. 

Terribles  explosiones  han  ocurrido  desde  aquella  fecha  en  The  Naval  Proving 
Grounds^  Indian  Head,  Maryland;  en  The  Dtipont  Power  Works,  y  en  Mare  Island 
Pozver  Arsenal,  California,  y  también  en  otros  sitios.  Yo  creo  que  el  desastre  provino 
de  causa  interna,  más  bien  que  de  una  externa. 

^  De  esta  obra  conserva  el  autor  un  ejemplar  que,  con  cariñosa  dedicatoria,  le  entregó  el  anciano  gene- 
ralísimo.-—iV.  del  A. 


462  A.     RI  VERO 

Yo  consideré  siempre  como  el  más  alto  honor,  obtener  el  mando  de  un  ejército- 
para  llevar  a  cabo  la  invasión  de  un  país  extranjero,  cuando  existiese  una  causa  justa; 
ahora,  el  sentimiento  del  deber,  no  sólo  para  mi  país,  sino  también  para  los  valien- 
tes soldados  que  formaban  el  ejército,  me  decidieron  a  sacrificar  toda  consideración 
personal. 

*  *  * 

Plan  de  defensa. — A  poco  tiempo  de  proclamarse  el  estado  de  guerra,  el  servicio- 
secreto  que  el  Gobierno  español  mantenía  y  pagaba  en  Washington,  Montreal  (Ca- 
nadá) y  otros  lugares,  pudo,  a  través  de  ciertas  indiscreciones,  traslucir  en  su  casi 
totalidad  el  plan  de  invasión  a  Puerto  Rico,  y  así  se  lo  comunicó  al  general  Macías. 

Se  supo  exactamente  el  total  de  las  fuerzas  invasoras,  sus  caudillos,  los  puertos 
de  embarque  y  hasta  el  nombre  de  los  transportes  empleados.  El  Estado  Mayor 
obtuvo  la  certeza  de  que  Fajardo  y  las  ensenadas  inmediatas  eran  los  puntos  selec- 
cionados para  tomar  tierra  los  invasores,  y  de  esa  creencia  se  originó  el  grave  error 
de  reconcentrar  cerca  de  San  Juan  la  mayor  parte  de  las  fuerzas  veteranas,  inclusa 
la  artillería  de  campaña,  dejando  todo  el  litoral  desguarnecido. 

El  teniente  coronel  Francisco  Larrea,  segundo  jefe  del  Estado  Mayor  del  genera. 
Macías,  en  su  libro  ya  citado,  dice  lo  siguiente: 

Si  como  generalmente  se  creía,  y  como  parece  pensaba  el  Gobierno  de  Washing- 
ton, era  atacada  desde  luego  la  capital  por  mar  y  tierra,  desembarcando  en  sus  cer- 
canías el  grueso  de  la  expedición,  resultaba  obligado  el  concentrar  en  aquélla  la  re- 
sistencia; mientras  que  si  el  desembarco  se  hacía  en  puntos  lejanos,  no  cabía  duda 
de  la  conveniencia  de  defender  el  terreno  intermedio  con  el  grueso  de  las  fuerzas; 
esto  último  correspondía  al  proyecto  de  ataque  del  general  en  jefe  americano  Miles, 
proyecto  que,  al  fin,  prevaleció,  y  permitía  al  enemigo  realizar  aquella  operación  en 
las  aguas  más  tranquilas  del  litoral  del  Sur,  donde  se  le  ofrecieron  buenos  puertos, 
desguarnecidos,  en  los  que  su  escuadra  pudiera  mantenerse  como  base  de  las  ope- 
raciones terrestres,  sin  temor  al  núcleo  de  nuestras  fuerzas. 

Indudablemente  el  ataque  por  Guánica  trastornó,  totalmente,  el  único  plan  de 
defensa  que  habían  adoptado  el  general  Macías  y  su  jefe  de  Estado  Mayor,  coronel 
Camó.  Durante  muchos  días  se  siguió  en  espera  del  anunciado  desembarco  por  Fa- 
jardo, creyendo  que  la  operación  realizada  por  el  general  Miles  era  una  simple  diver- 
sión para  llevar  hacia  la  costa  Sur  las  fuerzas  defensoras  de  la  Isla,  evitando  un  serio- 
combate  cuando  efectuase  su  verdadero  ataque  por  Oriente.  De  estas  vacilaciones  se 
originó  el  desconcierto  que,  desde  aquí  en  adelante,  imperó  en  las  disposiciones  del 
Alto  Mando.  Las  compañías  iban  y  venían  sin  plan  ni  concierto;  y  a  veces,  fuerzas 
que  guarnecían  las  posiciones  de  Guamani,  fueron  enviadas  al  Asomante  en  jornadas 
y  por  caminos  que  agotaban  al  soldado,  y  al  mismo  tiempo,  otras  de  igual  calidad  y 
número,  recibieron  órdenes  de  abandonar  las  últimas  posiciones  con   destino  a  las 


€  K  O  N  J  i:  A  S 


463 


primeras.  Más  tarde  renació  la  calmaj  hubo  mejor  sentido  de  la  realidad  y  todo  es- 
taba preparado  para  librar  reñidos  combates,  cuando  los  rumores  y  seguridades  de- 
que estaba  a  punto  de  firmarse  el  Armisticio  puso  fin  a  las  actividades  del  ejército 
defensor. 

íln  cuanto  a  San  Juan,  puedo  y   deseo   hacer  afiniiacioncs  concretas,  absolutas. 

La  plaza  jamás  se  luibiese  rendido  mientras  quedase  en  ella  un  solo  cañón  em- 
plazado y  un  último  artillero  para  dispararlo.  Tal  era  la  firme  y  única  resohicíón  ele- 
su  gobernador,  general  Ricardo  Ortega,  resolución  de  cjue  me  hizo  partícipe  en  di- 
versas ocasiones,  ¡untos  vivimos  durante  cuatro  meses  y  medio  en  el  castillo  de  San 
Oistóbal,  y  estoy  en  condiciones  de  llevar  a  esta  C'róiíifit  los  pensamientos  de  aquel 
valeroso  soldado,  quien  se  manifestó  dispuesto  y  resuelto  a  no  aceptar,  en  ningún 
tiempo  y  de  ninguna  autoridad,  otra  orden  que  no  fuese  encanunada  a  sostener  y 
proseguir  una  lucha  sin  cuartel.  Las  piezas  modernas  y  la  gran  cantidad  de  municio- 
nes que  la  imprevisión  del  crucero  auxiliar  Yosemitc  permiiió  desembarcar  del  /í;/- 
túnio  Lopes,  reforzaron  de  un  modo  extraordinario  las  defensas  por  el  frente  de  tierra 
de  la  plaza  de  San  Juan. 

El  capitán  DavJs  afirmaba  en  su  plan  que  para  tomarla  bastaban  las  fuerzas  de 
Marina  y  los  buques  de  guerra,  y  yo  me  permito  escribir  en  estas  páginas  que,  para^ 
delender  la  plaza  de  .San  Juan  de  Puerto  Rico,  durante  aquellos  días  de  la  guerra, 
siempre  nos  creímos  suficientes  los  artilleros  del  12."  liatallón  de  artillería;  nunca  se 
nos  ocurrió  contar  los  acorazados  y  cruceros  de  Sampson  ni  medir  el  alcance  y 
calibre  de  sus  cañones.  No  digo,  porque  no  es  ¡cosible  decirlo,  que  San  Juan  no  se 
hul)iese  rendido;  seguramente,  sí.  Pero  al  entrar  en  su  recinto,  Davis  y  sus  compa- 
ñeros, sólo  hubiesen  pisado  cadáveres  y  ruinas. 

Porque,  como  decía  el  general  Ortega  a  cada  momento,  recordando  cierto  ar- 
tículo de  las  Ordenes  Generales  para  oficiales  del  ejército  español «El  oficial  que- 

tuviere  orden  absoluta  de  defender  su  puesto  a  toda  costa,  lo  hará.y 

Y  al  parecer,  tal  orden  se  la  había  comunicado  a  sí  propio  el  gobernador  de  San 
Juan,  general  Ricardo  Ortega. 


U  I  Y  !■:  R  (J 


A  k  T  I  ¡.  f.  R  :r  i  a    a.  N  'I^  i  G  V  A 


Í.MIW  Ria.lS.   Procede  de  Puerto   Rico.    M 


CAPITULO  XXXIII 

IIJICIO  CRÍTICO   DI-:  I.A  CAMfAÑA   DI^  FCI^ICFO  RICO 


ri\AN1'E  diez  y  nueve  días,  o  sea  desde  ei  25  de  julio  al  13  u.- 
ai^osto,  el  ejército  de  los  instados  Cánidos,  bajo  el  mando  di  ^ 
recio  del  (í-eueralísiiiici  AJiles,  realizó  una  t:ampaña  rápida,  íen;i7 
e  ini.eligeiite,  aunque,  a  nuestro  entender,  errónoa  (ui  su  aBpeet<^ 
estratégico.  Las  reglas  de  Cogística  fueron  cuidatlosanicritc- 
ohsca-vadas  en  todo  lo  referente  a  marchas,  itinerarios,  eam¡>a^ 
nientos,  flanqueos,  servicios  de  avanzadas,  uuuiici<jnan)ienlo,etc. 
La  estación  era  muy  calurosa,  ]>leno  verano  tropical,  3  C*  ('.  a 
a  sond)ra,  con  frecuentes  eluiparrones  que  inundaban  los  cam- 
pos  V  ponían    intransitaldes   lf>s   caminos;  tales    obstáculos  fueron  venciólos  por  los 

Ls  de  admirar  la  ciega  confianza  con  í¡uc  las  tres  peciueñas  cohuimas  de  BrooO;. 
Sclnvan  y  WÓlson  penetraron  en  una  región  moniañosa,  por  caminos  que  casi  sicno^ 
pre  eran  verdaderos  desfila-leros  y  desde  los  caíales  uti  solo  batallón  ¡lodía  cerrar  el 
paso  a  todo  un  (jifr|H'i  de  f^.jercito.  Los  cañónos  rcn^orridos  por  fjs  Iros  cornafKÍo.s 
resultaban  sin  enlace  ni  prt)tección  lateral;  cada  uno  tenía  <¡ue  ólc])(uider  de  su  pn*- 
|óa  tuerza  y  esiuerzo. 

Desde  las  posiciones  espan(»las  en  las  altas  mesetas  del  ./Iay; ///<?///<•;  y  (iiaintaitl  sf 
contemida  hacia  abajo,  y  a  nieílio  tiro  tle  Máuser,  varias  millas  de  (-arn^era  f;l:u^:5^ 
mente  visibles.  Sin  ausilio  de  anteojos  pueden  distinguirse  hond)res.  aninudesi  casas» 
árboles  y  todos  los  d<ítailes.  Tales  canu'nos  eran  les  cpie  debían  recorrerlos  \'olun1a^- 
nos  del  general  Miles. 


466  A  .     R  I  V  E  R  O 

En  la  ruta  de  Adjuntas  a  Utuado  hay  posiciones  de  extraordinario  valor  militar; 
y  sobre  la  de  Mayagüez  a  Las  Marías,  los  Consumos,  la  hacienda  «Nieva»  y  el  cemen- 
terio de  la  última  población,  son  tres  posiciones  que,  defendidas  con  inteligencia  y 
tesón  por  una  retaguardia  de  las  tres  armas,  son  bastantes  a  cubrir,  con  éxito  seguro, 
la  retirada,  por  escalones,  del  grueso  de  una  columna. 

El  autor  ha  pasado  muchas  horas  en  las  alturas  de  Pablo  Vázquez  sobre  el  Gua- 
maní^  desde  las  cuales  se  divisa  la  casilla  del  peón  caminero,  donde  adquirió  alguna 
experiencia  en  agosto  9  el  capitán  Jas  J.  VValsh,  del  4.''  de  Ohío.  También  contem- 
pló, desde  lo  alto  del  Asomante^  el  paraje  donde  el  capitán  Potts  y  el  mayor  Lan- 
caster  emplazaron  sus  cañones  el  día  12  de  agosto  de  1 898;  y  aun  no  se  explica 
cómo  aquel  día  un  solo  artillero  pudo  quedar  con  vida;  un  blanco  para  fuegos  de 
fusil  o  cañón  en  el  campo  de  tiro  no  se  destaca  con  tanta  precisión  como  el  sitio  a 
que  nos  referimos. 

Si  el  capitán  Ricardo  Ilernáiz,  en  vez  de  dos  cañones  Plasencia  hubiese  dispuesto 
de  los  otros  seis  de  montaña,  trasportables  a  lomo  de  mulo,  aparcados  en  Martín  Peña, 
seguramente  el  mayor  Lancaster,  el  capitán  Potts  y  los  tenientes  O'Hern  y  líaines 
hubieran  recibido  aquel  día  una  verdadera  lluvia  de  shrapnels,  haciendo  sus  posicio- 
nes insostenibles. 

Eo  mismo  pudo  ocurrir  en  Hormigueros,  frente  al  puente  de  Silva,  si  los  dos 
cañones  Plasencia  colocados  en  el  cerro  de  Las  Mesas  lo  hubiesen  sido  junto  a  la  casa 
de  Peregrinos  sobre  aquel  pueblo. 

Las  posiciones  de  Guamaní  y  Asomante^  fáciles  de  defender  y  sumamente  difíci- 
les de  atacar,  acreditan  como  técnico  experto  y  juicioso  al  comandante  de  Ingenieros 
españoles  Julio  Cervera,  que  las  eligió  y  dispuso  además  las  obras  de  campaña  allí 
ejecutadas. 

Contra  ninguna  de  estas  posiciones  tenía  probabilidades  de  buen  éxito  un  ataque 
frontal;  así  lo  comprendieron  los  generales  Brooke  y  Wilson  al  disponer  hábiles 
flanqueos  queiestaban  en  ejecución  cuando  se  recibió  la  noticia  del  Armisticio.  Ambos 
generales,  al  llevar  a  la  práctica  planes  que  les  fueron  impuestos,  procedieron  con 
valor,  inteligencia  y  estricta  observancia  de  los  preceptos  del  Arte  Militar.  El  flanqueo 
de  Coamo,  que  produjo  el  semicopo  de  la  columna  Illescas,  fué  una  habilísima 
operación  de  guerra  realizada  por  el  16. °  regimiento  de  Pennsylvania,  al  mando  del 
coronel  Hulings,  quien  caminó  toda  la  noche,  con  sus  fuerzas,  por  sendas  de  cabras 
y  a  campo  traviesa. 

Si  la  caballería  americana,  que  este  día  hizo  nada  o  muy  poco,  en  vez  de  can- 
sar sus  caballos  visitando  los  Baños  de  Coamo,  hubiese  subido,  cosa  fácil,  hacia  el 
camino  de  Palmarejo,  ni  el  convoy  Illescas  ni  la  mitad  de  la  columna  hubieran  esca- 
pado. En  esta  jornada  se  hizo  muy  mal  uso  de  los  cañones;  el  capitán  Anderson,  con 
sus  cuatro  piezas,  se  entretuvo  en  cañonear  a  1.200  metros  y  durante  cuarenta  minu- 
tos una  endeble  y  pequeña  casa  de  madera,  techada  de  cinc,  situada  en  una  altura 


CRÓNICAS 


467 


llamada  Loma  del  Viento,  desde  la  cual  una  pareja  de  guerrilleros  montados  había 
disparado  sus  tercerolas  antes  de  escapar  loma  abajo.  No  era  posible,  ni  aun  care- 
ciendo de  gemelos  de  campaña,  confundir  aquella  construcción  campesina  con  un 
hlock-hoiLse,  como  la  llamó  el  citado  artillero;  38  granadas  ordinarias  necesitó  para 
formar  la  horquilla,  disparando  después  28  shrapnels;  ^^  disparos  en  total  que  le 
fueron  necesarios  al  capitán  Anderson  para  destruir,  incendiándola,  la  citada  casa.  La 
única  utilidad  de  su  cañoneo  fué  llevar  la  alarma  hasta  Coamo,  dando  lugar  a  que 
todo  el  convoy  y  la  impedimenta  se  escapasen  camino  de  Aibonito. 

Si  la  batería  Anderson,  que  perdió  una  hora  tirando  al  blanco,  hubiese  desen- 
ganchado sus  cañones  en  la  citada  Loma  del  Viento,  mal  lo  hubieran  pasado  las 
tropas  españolas  que,  por  las  colinas  del  frente,  a  medio  tiro,  seguían  el  camino  de 
Palmarejo. 

Es  preciso  convenir  que  todo  el  buen  éxito  de  la  jornada,  que  costó  la  vida  a  dos 
valientes  oficiales  del  ejército  español,  pertenece  por  completo  a  los  soldados  del  1 6.° 
regimiento  de  Pennsylvania,  mandado  por  el  coronel  Flulings.  Ellos  y  sólo  ellos  reali- 
zaron todo  el  trabajo  del  día  y  fueron  los  únicos  que  pagaron  con  su  sangre  los  laure- 
les de  la  victoria,  mientras  el  resto  de  la  columna  asistía,  de  lejos,  al  espectáculo. 

Los  campamentos  establecidos  por  el  general  Wiison  a  la  salida  de  Ponce,  cami- 
no de  Juana  Díaz  y  los  dos  que  levantara  en  Coamo  el  general  Ernst,  pueden  servir 
ele  modelo  en  todo  tiempo.  vSu  flanqueo  del  Asomante  fué  bueno  en  cuanto  a  la  pre- 
paración y  ruta  escogida;  pero  el  cañoneo  del  día  i2,  a  cuerpo  geuiil,  fué  una  inexpe- 
riencia o  una  temeridad  o  ambas  cosas  a  la  vez.  Frente  a  la  casilla  número  lo  del 
peón  caminero,  existía,  y  aun  existe,  una  planicie,  resguardada  por  arbolado,  desde 
donde  se  podía  cañonear,  sin  grave  riesgo,  las  alturas  del  Asomante;  a  retaguardia  y 
sobre  la  senda  que  conduce  a  esta  posición,  un  repliegue  del  terreno  era  excelente 
abrigo  para  el  ganado  de  tiro  y  conductores. 

Reconozco,  como  antiguo  oficial  de  artillería,  la  dificultad  de  hacer  un  buen  tiro 
contra  Asomante  desde  la  carretera,  toda  vez  que  dicha  altura  estaba  cubierta  de  ma- 
lezas y  chaparrales,  y  por  campos  de  plátano  en  sus  vertientes,  que  impedían  la  ob- 
servación de  los  disparos;  así  no  debe  extrañarse  que,  a  pesar  de  haber  vaciado  sus  ar- 
mones y  carros  de  municiones,  sólo  una  granada  del  capitán  Potts  cayó  dentro  de  las 
posiciones  españolas,  granada  que  no  estalló  por  faltarle  el  percutor  a  su  espoleta. 

No  es  preciso  puntuaHzar  la  bizarría  con  que  los  artilleros  americanos  emplaza- 
ron sus  cañones  bajo  una  lluvia  de  balas  Máuser,  perfectamente  dirigida,  porque  de 
arriba  sabían  muy  bien  cuántos  metros  habla  desde  Asomante  a  la  casilla  núm.  10. 

Aquí  terminaron  los  generales  Wiison  y  Ernst  su  misión  de  guerra,  y  es  justo 
consignar  que  sus  actos,  tanto  en  los  combates  como  en  los  campamentos,  fueron 
propios  de  buenos  comandantes. 

El  comando  Brooke  operó  con  inteligencia  y  acierto  hasta  la  toma  de  Guayama, 
<ín  la  mañana  del  día  5  de  agosto;  pero  es  inexplicable  su  pasividad  desde  ese  día 


468  A  .     R  I  V  E  R  O 

hasta  el  1 3  en  que  la  brigada  Haines  se  dirigió  a  flanquear  las  posiciones  del  Guama- 
ní^  mientras  que  el  mismo  general  Brooke  emplazaba  sus  cañones  a  la  salida  de  la 
ciudad  para  batir  de  frente  las  posiciones  españolas. 

Esta  operación,  tan  festinada,  parece  un  alarde  á^  postguerra^  toda  vez  que  ese 
día  13  para  nadie  era  un  secreto  en  Puerto  Rico  que  el  Protocolo  de  Paz  se  había 
firmado.  Era  este  general  Brooke  un  hombre  enérgico,  tal  vez  demasiado  rígido,  que 
pie  a  tierra,  y  armado  con  solo  un  bastón,  marchaba  confundido  con  los  sirvientes 
de  las  piezas  de  artillería. 

El  reconocimiento  ofensivo  efectuado  el  8  de  agosto  sobre  el  camino  de  Guayama, 
dominado  por  las  posiciones  españolas  de  Pablo  Vázquez  (Guamani),  es  una  mancha 
de  tinta  caída  sobre  el  croquis  de  las  operaciones  del  general  Brooke;  en  aquel  día 
la  disciplina  y  hasta  el  sentido  común  quedaron  muy  malparados.  Aún  después  de 
veintitrés  años  se  ríen  las  guayamesas  recordando  los  gritos  y  nervosidades  de  los 
fugitivos  soldados  del  capitán  Walsh,  cuando  en  su  hábil  retirada  buscaron  refugió 
en  la  ciudad,  alarmando  a  todo  el  Cuartel  General. 

El  general  Henry  y  el  general  Garretson,  durante  el  desembarco  y  captura  de 
Guánica  y  combate  subsiguiente  de  la  Desideria,  probaron  poseer  condiciones  de 
mando  y  golpe  de  vis:a.  La  ocupación  de  la  altura,  donde  estaba  y  está  la  casa  de 
Quiñones,  decidió  la  victoria.  Fué  un  error  del  teniente  coronel  Puig  presentar  com- 
bate en  las  planicies  de  la  hacienda  Desideria,  dominadas  a  tiro  de  fusil  por  la  loma 
de  Quiñones. 

En  cuanto  a  las  operaciones  del  mismo  general  Henry,  hasta  Utuado  por  Ad- 
juntas, debe  anotarse  que  la  lentitud  de  su  marcha,  aunque  justificada  en  parte  por 
el  mal  estado  del  camino,  impidió  que  sus  fuerzas  estuvieran  en  Lares  en  la  mañana 
del  13  de  agosto  para  cerrar  los  vados  del  río  Guasio  a  la  columna  de  Oses. 

Y,  por  último,  nos  resta  analizar,  bajo  su  aspecto  de  guerra,  la  labor  del  general 
Schwan.  Ante  todo,  recuerde  el  lector  que  esta  brigada  estaba  constituida,  total- 
mente, por  tr(  pas  regulares  de  las  tres  Armas,  y  que  a  su  frente  marchaban  los  ex- 
ploradores portorriqueños  mandados  por  Mateo  P^ajardo,  Lugo-Viña  y  Celedonio 
Carbonell. 

Hasta  San  Germán  todo  marchó  perfectamente;  la  columna  cubría  sus  etapas  con 
todas  las  precauciones  del  caso;  pero  desde  San  ( jermán  al  río  Guasio,  la  buena  suerte 
de  dicho  general  y  las  torpezas  de  Soto  y  Oses,  convirtieron  en  ruidoso  triunfo  lo 
que  debió  ser,  primero  una  gran  derrota,  y  después  un  copo. 

Frente  al  Asomante  y  al  Guamani^  al  sonar  los  clarines  de  parlamento,  dos  pu- 
ñados de  españoles  mantenían  a  raya  a  dos  columnas  mandadas  por  expertos  gene- 
rales; pero  en  el  río  Guasio,  aquel  mismo  día  y  a  la  misma  hora,  la  retaguardia  des- 
moralizada de  la  columna  de  Oses,  se  rendía  a  discreción,  sembrando  el  campo  de 
fusiles,  mochilas  y  r*estos  de  su  equipo.  Los  soldados  que  casi  a  nado  pasaron  el 
vado  de  Zapata,  junto  con  los  que  se  rindieron,  eran  muchos  más  que  sus  perseguí- 


CRÓNICAS  469 

•dores,  quienes  con  sus  dos  cañones  ligeros  les  hacían  fuego  desde  las  Lomas  de  la 
Maravilla. 

Y  de  esta  suerte  cosechó  los  más  frescos  laureles  un  caudillo  caballeroso  y  bue- 
no, pero  que  no  tuvo  un  solo  destello  que  pudiera  acreditarle  como  hombre  de  gue- 
rra. Aquella  ligera  confusión  del  ir.°  de  infantería,  al  desplegar  detrás  del  puente  de 
Silva,  debajo  de  las  Lomas  de  Silva,  en  el  combate  de  Hormigueros,  mereció  todos 
los  honores  de  una  Corte  Marcial.  El  punto  llave  de  todo  el  campo  de  batalla  de 
Hormigueros  era  la  altura  donde  están  edificadas  la  Iglesia  y  Casa  de  Peregrinos;  ni 
Soto  ni  wSchwan  repararon  en  dicha  altura,  a  pesar  de  que  fué  reconocida  por  la  ca- 
ballería del  capitán  Macomb.  El  vivaquear  por  la  noche  entre  el  puente  de  Silva  y  la 
vía  férrea  fué  un  error  gravísimo.  Si  el  coronel  Soto  con  sus  mil  y  tantos  infantes, 
sus  dos  cañones  y  sus  dos  guerrillas,  desciende  aquella  noche  desde  el  cerro  de  Las 
Mesas,  de  un  lado  por  Hormigueros  y  del  otro  por  las  lomas  de  Silva,  la  brigada 
Schwan  irremisiblemente  hubiera  sido  copada  por  no  tener  terreno  donde  desplegar 
y  por  estar  su  vivac  completamente  dominado.  Si  Schwan,  en  vez  de  vivaquear,  divi- 
de sus  fuerzas  aquella  misma  tarde,  y  las  dirige  hacia  las  faldas  del  cerro  de  Las  Me- 
sas, una  parte  subiendo  por  Hormigueros  y  la  otra  por  la  carretera  de  la  ciudad, 
Soto  y  su  fuerza  hubieran  sido  copados. 

Este  coronel  Soto  se  retira  tranquilamente  por  los  Consumos  hasta  la  hacienda 
«Nieva»,  y  desde  aquí  a  Las  Marías;  su  enemigo  no  lo  persigue.  La  caballería  del  sim- 
pático capitán  Macomb  pierde  su  tiempo  y  el  contacto  con  los  fugitivos,  mientras 
galopa  al  compás  de  sus  trompetas  por  las  calles  de  Mayagüez.  Toda  la  brigada  en- 
tra en  la  ciudad,  acampa  a  su  salida  para  Maricao,  y  en  vez  de  lanzar  puntas  que  aco- 
sen a  la  retaguardia  española,  el  general  Schwan  dedica  muchas  horas  a  los  asuntos 
civiles  y  a  resolver  chismes  de  pueblo. 

Soto,  de  otra  parte,  en  vez  de  detenerse  y  hacer  frente  al  enemigo  en  la  formida- 
ble posición  de  los  Consumos,  a  caballo  en  el  ángulo  donde  se  cruzan  dos  caminos, 
sigue  a  la  hacienda  «Nieva»,  abandonando  algo  de  su  parque  en  la  finca  «Naranjales», 
y,  ya  en  dicha  hacienda,  tiene  la  desgracia  de  caer  a  un  foso,  recibiendo  tan  graves 
heridas,  que,  desde  allí  y  en  adelante,  fué  transportado  en  camilla.  Sigue  hasta  Las 
Marías,  y  entonces  aquel  jefe,  mal  herido  y  mal  curado,  casi  abandonado  de  sus 
médicos,  y  postrado  en  su  lecho  de  campaña,  vislumbra  la  realidad  de  los  hechos,  y 
ocupando  las  excelentes  posiciones  del  cementerio,  que  dominaban  todo  el  campo 
hacia  abajo,  hace  alto,  da  frente,  quiere  emplazar  sus  cañones,  y  esta  vez  se  dispone 
^  jugar  su  iiltima  carta.  Y,  seguramente,  la  hubiese  ganado. 

Al  llegar  a  este  punto  se  deja  sentir  la  maléfica  influencia  del  Palacio  de  Santa 
Catalina,  desde  donde  llegaban  telegramas  tras  telegramas  ordenando  una  rápida 
retirada  hacia  Lares,  retirada  que  culminó  en  la  rota  del  Guasio. 

Acampada  la  brigada  Schw^an  sobre  el  camino  de  Maricao,  envía  caballería  y  arti- 
llería ligera,  con  algunos  infantes,  a  buscar  el  enemigo,  que  se  retiraba  con  tanta  len- 


4/0  A  .     R  I  V  E  R  O 

titud,  que  sobre  el  propio  camino  guisaba  sus  ranchos  y  los  comía.  Aquella  fuerza,  ^l 
llegar  a  los  Consumos,  toma  el  camino  de  Maricao,  y,  después  de  recorrer  algunas 
millas,  tiene  que  volver  grupas  para  seguir  el  de  Las  Marías,  adonde  entra  después 
de  haberse  retirado  la  columna  Soto;  una  vez  allí,  y  en  vez  de  bajar  por  el  camino- 
que  directamente  conduce  al  vado  de  Zapata,  donde  hubiera  llegado  antes  que  la 
guarnición  de  MayagUez,  se  sitúa  en  las  lomas  de  La  Maravilla,  y  desde  ellas,  arras- 
trando a  brazo  los  dos  cañones,  dispara  algunas  granadas  sobre  los  que  en  aquellos 
momentos  cruzaban  el  vado. 

Sólo  parte  de  una  compañía  pudo  ser  cortada,  y  esto  por  la  falta  de  resolución 
de  sus  jefes,  pues  ella  pudo  escapar  por  donde  escaparon  las  demás. 

El  autor  se  encuentra  aquí  perplejo,  y  apunta  un  hecho  sin  deducir  consecuen- 
cias, dejándolas  al  técnico  que  leyere  estos  capítulos.  Las  columnas  Brooke  y  Wilson 
tenían  por  núcleo  voluntarios  bisónos,  que  nunca  habían  oído  silbar  una  bala;  la  co- 
lumna Schwan  estaba  integrada  por  fuerzas  regulares^  por  profesionales  de  la  milicia^ 
muchos  de  ellos  ostentando  en  sus  mangas  los  galones  de  dos  y  tres  períodos  de 
reenganche. 

El  paralelo  entre  el  comportamiento  y  eficiencia  de  Voluntarios  y  Regulares,, 
como  enseñanza  para  lo  futuro,  es  lo  que  dejamos  a  juicio  del  lector. 

Examinemos,  ahora,  las  actuaciones  del  Alto  Mando  español.  El  general  Macías,. 
prisionero  vohintario  de  su  jefe  de  Estado  Mayor,  nada  o  muy  poco  realizó,  durante 
la  guerra,  que  pueda  considerarse  digno  de  mención.  El  embarcar  a  su  esposa  y  fa- 
miliares para  España,  por  Ponce,  y  ocultamente  fué  un  acto  poco  meditado,  y  que 
causó  pésimo  efecto  en  las  tropas,  deprimiendo  el  espíritu  público;  también  fué 
objeto  de  acres  censuras  su  tenacidad  en  no  permitir  que  el  general  Ortega  saliese  a 
campaña,  como  solicitara  repetidas  veces,  al  frente  de  una  división  de  tropas  regula- 
res de  las  tres  Armas,  para  ofrecer  batalla  al  enemigo  en  campo  abierto. 

Muchas  personas  en  Puerto  Rico  y  en  el  exterior  han  mantenido  la  creencia  de 
que  el  general  Macías  recibió  de  Madrid  instrucciones  concretas^  y  que  a  ellas  ajusto 
su  conducta,  tan  extraña  como  pasiva.  Su  buena  suerte  ha  permitido  al  autor  de  este 
libro  el  tener  a  la  vista  casi  toda  la  correspondencia  cambiada  entre  los  Gobiernos 
de  España  y  de  Puerto  Rico,  y  está,  por  tanto,  en  condiciones  de  afirmar,  de  un  modo 
rotundo^  que  en  ningún  tiempo  se  impuso  desde  Madrid,  al  general  Macías,  aquel 
criterio  suyo  que  dio  al  traste  con  el  entusiasmo  patriótico  de  militares  y  paisanos. 

El  Ministro  de  Ultramar,  al  romperse  las  hostilidades,  autorizó  al  Sr.  Fernández 
Juncos,  secretario  de  Hacienda  de  Puerto  Rico,  para  que  girase  por  un  millón  de  pe- 
sos, moneda  española,  con  destino  a  gastos  de  guerra,  y  más  de  esa  suma  se  vendió 
en  giros  y  se  gastó  en  atenciones  de  la  campaña.  La  suscripción  popular  iniciada 
por  dicho  general  Macías,  ascendió  a  163.315,69  pesos  y  todo  este  dinero,  como  eí 
de  los  giros,  vino  a  aumentar  la  partida  Gastos  de  guerra  del  presupuesto  insular. 

También  debemos  consignar  que,  en  cada  uno  de  los  siete  distritos  militares. 


CRÓNICAS  471 

se  iniciaron  por  sus  comandantes  suscripciones  voluntarias  que  alcanzaron  a  eleva- 
das sumas.  El  país  entero,  al  primer  anuncio  de  guerra,  vibró  de  entusiasmo,  ofre- 
ciendo al  gobernador,  representante  de  España,  sus  vidas  y  sus  fortunas.  Si  por  sus- 
picacias inveteradas  no  se  utilizaron  tan  grandes  esfuerzos,  culpa  fué  de  los  hombres 
que  gobernaban  desde  el  Palacio  de  Santa  Catalina. 

A  pesar  de  lo  que  ciertos  cables  hicieron  creer  en  Madrid,  la  Isla  nunca  estuvo 
bloqueada,  y  sí  sólo  San  Juan,  con  frecuentes  y  largas  interrupciones;  en  todos  los 
puertos  del  litoral  y  a  menudo  en  el  de  San  Juan,  fondeaban,  cada  semana,  buques 
de  vapor  abarrotados  de  subsistencias;  no  hubo,  como  se  ha  escrito,  temores  de 
hambre,  y  dos  meses  después  del  Armisticio,  se  vendieron  en  pública  subasta,  por 
la  Administración  militar,  cantidades  crecidísimas  de  provisiones  sobrantes.  De  Es- 
pana  vino  el  Antonio  López  cargado  de  cañones  y  otros  pertrechos  de  guerra,  y  si 
más  no  vino  antes  y  después  de  la  guerra,  cúlpese,  en  primer  término,  a  los  que 
conociendo  la  legendaria  apatía  española,  no  pidieron  a  tiempo  lo  que  el  Ejército 
necesitaba  para  batirse  en  condiciones  ventajosas. 

Hasta  el  momento  de  la  invasión  cada  cable  de  Madrid  era  una  arenga  de  gue- 
rra; después  del  25  de  julio,  los  Ministros  de  Guerra  y  Ultramar  y  hasta  el  mismo 
Presidente  del  Gobierno  español  bajaron  el  tono,  aconsejando  ecoríomizar  la  vida  de 
los  soldados,  pero  dejando  eyi.  todo  caso  a  salvo  el  honor  de  las  armas;  si  hemos  de  re- 
tirarnos deesa  Isla,  y  eso  sucederá,  dejemos  recuerdos  honrosos  de  valor  y  nobleza 
que  no  empanen  los  timbres  de  Juan  Ponce  de  León,  de  IHzarro  y  de  Cortés.  Podre- 
mos ser  vencidos  por  el  número  o  por  la  penuria  de  recursos,  pero  jamás  por  desidia  o 
cobardía.  Así  dijo,  telegrafiando  en  clave,  el  Ministro  de  la  Guerra  ^. 

Pero  el  gobernador  general,  abstraído  en  sus  funciones  civiles,  dedicaba  a  ellas 
todo  su  tiempo,  dejando  hacer  al  coronel  Camó,  quien  poniendo  sus  ojos  en  Fajar- 
do como  único  punto  de  desembarco  para  el  Ejército  americano,  desatendió  todo 
el  litoral.  Dos  meses  antes  de  la  invasión,  el  teniente  coronel  de  Estado  Mayor,  La- 
rrea, el  capitán  del  mismo  Cuerpo  Emilio  Barrera  y  el  coronel  Pino,  de  infantería, 
estaban  en  el  poblado  de  Guánica  una  tarde  en  cierta  inspección  militar,  cuando  el 
segundo  de  dichos  jefes,  señalando  hacia  la  entrada  de  aquel  puerto,  pronunció  estas 
palabras  proféticas:  Si  el  Ejército  americano  nos  invade,  seguramente  entrará  por  allí. 

Aun  vive  en  Puerto  Rico  algún  caballero  que  oyó  la  profecía  del  capitán  Ba- 
rrera, y  a  pesar  de  ella  y  a  pesar  de  que  como  Barrera  pensaban  todos  los  jefes  mi- 
litares, cuando  los  primeros  marinos  del  Gloucester  izaron  la  bandera  de  la  Unión 
en  la  casa  del  cabo  de  Mar,  en  la  playa  de  Guánica,  un  teniente  y  1 1  guerrilleros 
fueron  las  únicas  fuerzas  encargadas  de  defender  punto  tan  vulnerable  ^. 

Desde  San  Juan  a  Martín  Peña  se  aglomeraba  una  gran  cantidad  de  soldados,  y 

^     Véase  las  propias  manifestaciones  del  general  Macías.  Apéndice  núm.  2. — .'V.  del  A. 
2    El  capitán  D.  Emilio  Barrera,  el  hoy  general  de  división  y  subsecretario  de  Guerra,  al  leerle  el  día  7 
de  septiembre  de  1898  el  párrafo  que  antecede,  me  dijo:  — Esas  fueron  mis  palabras. — A^.  del  A. 


472  A  .     R  I  V  E  R  O 

a  nadie  se  le  ocurrió  trasladar  ese  Ejército  a  una  posición  central,  como  Cayey,  para, 
desde  allí,  en  golpes  sucesivos,  caer  sobre  Guayama  o  Aibonito,  batiendo  en  detall 
las  brigadas  del  general  Miles;  no  se  pensó  que  desde  Río  Piedras,  por  ferrocarril,  po- 
dían transportarse  hacia  Arecibo,  en  pocas  horas, 'tropas  capaces  de  caer  sobre  Utuado 
o  de  auxiliar  desde  Lares  a  las  que  bajaban  buscando  los  vados  del  río  Guasio. 

Ese  mismo  jefe,  Barrera,  propuso  utiHzar  trenes  blindados,  en  los  que  se  monta- 
rían cañones  de  tiro  rápido  sacados  de  los  buques  surtos  en  Ja  bahía;  nadie  aten- 
dió esta  indicación.  En  cambio  se  practicaban  a  diario,  y  como  sistema,  requi- 
sas^ arrebatando  a  infelices  campesinos  sus  míseros  caballos  y  muías  para  remontar 
las  guerrillas  y  transportar  las  cargas,  dando  esto  lugar  a  que  aquellos  campesinos, 
para  defender  sus  intereses,  huyeran  por  los  montes  buscando  amparo  en  los  pue- 
blos invadidos.  Dentro  de  las  prácticas  de  una  guerra  civilizada  y  más  en  país  pro- 
pio, no  debiera  utilizarse  tan  vejaminoso  procedimiento. 

Como  todo  este  libro  sería  corto  para  consignar  las  torpezas,  debilidades  e  injus- 
ticias que  en  forma  de  órdenes  se  cometieran  en  el  Palacio  de  Santa  Catalina,  hace- 
mos punto,  ya  que  con  lo  expuesto  sobran  datos  bastantes  para  poder  juzgar  la 
conducta  de  las  más  elevadas  autoridades. 

Y  como  tal  vez  alguien  creyera  injustos  o  apasionados  estos  juicios,  copio  los  si- 
guientes párrafos  de  un  libro  publicado  en  Madrid  poco  después  del  Tratado  de  París: 

«Respecto  al  estado  de  preparación  de  las  tropas  para  entraren  campaña  y  a  los 
recursos  de  que  dispusieron,  ha  de  advertirse  que  los  soldados  no  tenían  más  zapa- 
tos que  los  puestos,  los  cuales  estaban  expuestos  a  perder  desde  los  primeros  pasos 
en  los  barrizales  de  los  caminos,  por  lo  que  era  imposible  ordenar  movimiento  al- 
guno que  no  fuera  indispensable,  si  no  se  quería  inutilizarlos  por  completo  para 
moverse.  Las  acémilas  eran  también  insuficientes  y  se  hallaban  en  un  estado  lasti- 
moso como  consecuencia  de  las  primeras  marchas,  lo  cual  impedía  servirse  de  ellas 
fuera  de  los  casos  de  absoluta  necesidad;  las  secciones  de  montaña  que  sólo  tenían  el 
•efectivo  de  paz,  no  disponían  sino  de  dos  cajas  de  municiones  por  pieza;  y  en  cuanto 
a  las  carretas  y  demás  recursos  de  transportes  del  país,  eran  ocultados  por  los  pro- 
pietarios en  lo  más  recóndito  de  las  montañas.  De  las  deficiencias  del  equipo  del 
fíoldado  nada  hay  que  decir,  porque  se  sienten  siempre  y  son  las  mismas,  en  todos 
Jos  casos,  en  el  ejército  español,  pero,  además,  faltaban  allí  útiles  de  trabajo,  explo- 
sivos para  las  destrucciones  que  retardasen  el  avance  del  enemigo,  recursos  sanitarios 
y  otras  muchas  cosas  absolutamente  indispensables.  La  galleta  y  otros  artículos  que 
transportaban  los  convoyes  desde  la  capital,  se  mojaban  indefectiblemente  en  el 
camino  y  era  siempre  preciso  tirar  aquella  que,  confeccionada  con  harinas  de  muy 
mala  calidad,  se  averiaba  por  completo  con  la  humedad. 

Todas  estas  deficiencias  y  necesidades  habían  sido  previstas  y  señaladas  oportu- 
namente; pero  unas  no  eran  de  fácil  remedio  por  falta  de  elementos  suficientes  en 
<el  país,  y  a  otros  no  se  las  concedió  a  tiempo  la  atención  necesaria.»  ' 

El  desastre  nacional  v  los  vicios  de  nuestras  institíiciones. — Francisco  Larrea. 


CRÓNICAS  473 

Este  señor  Larrea  fué  antes  y  durante  toda  la  guerra,  el  segundo  del  coronel 
Camó.  Este  mismo  jefe,  más  alelante,  como  para  desvirtuar  los  supuestos  telegramas 
en  que  desde  Madrid  se  daban  órdenes  a  Puerto  Rico  para  eludir  el  combate,  dice 
en  su  citado  libro,  página  112,  lo  que  sigue: 

Pero  aquél — el  enemigo — no  había  logrado,  al  suspenderse  las  operaciones, 
hacerse  dueño  de  la  línea  principal  de  defensa,  y  la  bandera  española  ondeaba  to- 
davía sobre  la  mayor  parte  del  país,  cuya  conquista  habría,  probablemente,  costado^ 
de  allí  en  adelante,  abundante  sangre. 

El  teniente  coronel  de  Estado  Mayor,  Larrea,  tenía  perfecto  conocimiento  del 
estado  de  las  cosas  y  de  las  opiniones  del  (lobierno  de  Madrid  y,  sin  embargo,  creía, 
en  momentos  del  Armisticio,  que  de  allí  en  adelante  correría  abundante  sangre. 

No  es  mi  deber  ni  mi  deseo  emitir  fallos  en  tan  grave  asunto,  pero  sí  lo  es  corre- 
gir errores  y  rectificar  hechos  que  han  sido  falseados  por  gente  interesada;  queda  el 
lector  en  libertad  de  juzgar  con  su  propio  criterio  y  aun  de  creer,  si  así  le  place,  que 
el  general  Macías  fué  una  víctima  y  el  coronel  Camó  un  Genio  de  la  guerra. 


Durante  los  diez  y  nueve  días  que  duraron  las  operaciones  por  tierra,  el  ejérci- 
to americano  tuvo  tres  muertos  y  40  heridos,  de  estos  últimos  tres  fueron  oficiales; 
añadiendo  los  dos  muertos  y  siete  heridos  durante  el  ataque  avSan  Juan,  el  día  12 
de  mayo,  resulta  un  total  de  52  bajas,  délas  cuales  cinco  fueron   por  muerte. 

Las  fuerzas  españolas  regulares  y  auxiliares  que  defendían  la  Isla,  tuvieron  1 7 
muertos  y  '^'^  heridos,  que  hacen  un  total  de  105  bajas,  y  además  les  fueron  hechos 
324  prisioneros  por  las  tropas  americanas,  siendo  de  estos  últimos  nueve  oficiales. 

Fuerzas  de  mar. — Durante  toda  laguerra  se  hizo  mal  uso  de  las  no  escasas 
fuerzas  navales  que,  casi  siempre,  estuvieron  fondeadas  en  el  puerto  de  San  Juan. 

No  es  admisible  la  efectividad  de  un  bloqueo,  por  un  crucero  auxiliar  como  el 
Yosemite,  anteriormente  un  vapor  de  carga,  buque  que  cerró  la  entrada  al  puerto 
desde  el  día  25  de  junio  de  1898  hasta  el  15  del  siguiente  mes,  en  que  fué  relevado 
por  el  crucero  de  guerra  New  Orleans.  Aquel  buque  no  tenía  protección  alguna  ni 
montaba  cañones  de  calibre  superiores  a  los  del  Isabel  II  y  del  Concha,  y  excep- 
tuando a  su  comandante,  al  Deán  Cooley  de  la  Universidad  de  Michigan  (Colegio  de 
Ingenieros)  y  a  tres  oficiales  más,  el  resto  de  su  tripulación  eran  reservistas  sin  expe- 
riencia ni  prácticas  navales. 

Sólo  la  pasividad  de  que  dio  muestras  el  general  Vallarino,  comandante  principal 
de  Marina  en  Puerto  Rico,  pudo  colocar  en  situación,  tan  poco  airosa,  a  los  buques 
de  guerra  españoles. 


474  A  .     R  I  V  E  R  O 

El  28  de  junio,  el  Isabel  II  y  el  Cr;;/<://<2,  aunque  demostrando  demasiado  apego  a 
las  1)aterías  del  Morro,  cañonearon  con  inteligencia  y  precisión  al  Yoseniite^  que,  mila- 
grosamente, no  fué  hundido  aquel  día.  El  Ponce  de  León,  cañonero  de  ínfima  clase, 
se  portó  bravamente  durante  todo  el  combate,  el  cual  duró  cerca  de  tres  horas,  y  en 
algunas  ocasiones  se  lanzó  recto,  como  una  flecha,  muchas  millas  mar  afuera,  hacia 
el  buque  enemigo,  el  que  llegó  a  creerlo  un  formidable  torpedero.  De  todas  suertes, 
los  tres  buques  de  guerra  cumplieron  su  deber,  aunque  con  demasiada  prudencia 
los  dos  mayores,  en  el  combate  mencionado,  y  a  ellos  se  debe  el  que  pudiese  ser 
alijada  la  valiosa  carga  de  material  de  guerra  que  conducía  el  Ajitonio  López.  El 
teniente  Cristelly  y  todos  los  oficiales  y  tripulantes  del  Ponce  se  hicieron  acreedores, 
aquel  día,  28  de  junio  de  1898,  a  una  alta  recompensa. 

E.n  cuanto  a  la  censurable  inacción  del  destróyer  Terroi'^  no  tuvo  en  ella  culpa 
alguna  su  valeroso  comandante,  el  teniente  La  Rocha,  quien,  en  más  de  una  ocasión, 
solicitó,  sin  conseguirlo,  permiso  para  hacerse  a  la  mar  en  noches  obscuras  y  atacar 
al  crucero  bloqueador.  Y,  sin  embargo,  más  tarde,  en  pleno  día,  fué  obligado  a 
realizar  un  loco  ataque  contra  el  St.  Paul,  crucero  auxiliar  armado  con  muchos  caño- 
nes de  seis  pulgadas  y  numerosos  de  tiro  rápido,  y  mandado,  nada  menos,  que  por 
el  capitán  Sigsbee,  último  comandante  del  crucero  Maine. 

El  Alfonso  XIII,  muy  bien  artillado  y  con  una  eficiente  tripulación  de  marinos 
de  guerra,  hizo  también  un  desairado  papel.  Este  crucero  auxiliar  pudo  batirse  de 
igual  a  igual  con  el  St.  Paul  y  con  grandes  ventajas  sobre  el  Vale. 

He  leído  en  alguna  parte  que  su  comandante,  Pidal,  se  vio  precisado  a  observar 
una  conducta  pasiva,  en  virtud  de  órdenes  del  Ministro  de  Marina;  y  como  insistiese 
en  hacerse  a  la  mar  para  amenazar  las  comunicaciones  entre  Europa  y  los  Estados 
Unidos,  se  le  ordenó  regresase,  inmediatamente,  a  Cádiz,  donde  fué  desarmado  su 
buque. 

El  capitán  C.  D.  vSigsbee,  comandante  del  St.  Paul,  con  fecha  27  de  julio  de  1898, 
escribió  al  secretario  de  Marina  de  los  Estados  Unidos,  entre  otras  cosas,  lo  que 
sigue: 

«Yo  aconsejo  tener  constantemente  en  el  pensamiento  al  Terror  como  una  fuerza 
activa  existente;  pero  aun  prescindiendo  de  dicho  destróyer,  el  servicio  que  debe 
realizar  el  Yosemite,  bloqueando  un  puerto  bien  fortificado  y  donde  se  encuentra  un 
número  de  buques  enemigos  cuya  fuerza  agregada  es  más  grande  que  la  suya,  es 
realmente  un  servicio  muy  difícil.» 


Durante  el  período  álgido  de  la  guerra,  los  cruceros  en  puerto  limitaron  su  acción 
a  montar  guardias  nocturnas  en  el  canal,  fondeando,  siempre,  a  la  sombra  del  cas- 
tillo del  Morro  y  bien  retirados  hacia  el  interior.  Esto  fué  excesivamente  ridículo  y 


c  1^  ( )  N  I  c:  A  s 


47 


además  inútil.  Más  tarde  se  sacaron  de  a  bordo  dos  piezas  de  tiro  rápido  fjue  iueroii 
montadas  en  hi  hatería  de  San  Fernando,  duniinando  el  canal  y  bajo  el  mando  de 
oficiak^s  de  Marina. 

La  instalación  de  torpedos  o  minas  para  cerrar  el  puerto  fué  en  extremo  defi- 
ciente. Sólo  como  hecho  par;i  salir  del  paso  se  ])uede  admitir  la  colocación  de  minas 
conectadas  a  tierra  con  larg^os  cables,  <pie  eran  ;dand>rcs  corrientcís  de  transmisión 
elc(d:rica,  cruzando  aj^uas  turliuie  tas  y  batidas,  fr(»cuentcniente,  por  furiosas  mare- 
jadas. Aj  levantarse  dichas  minas,  des[)iiés  del  .Arun'sticio,  todos  nos  convencimcis 
de  <|ne  a.quellas  defensas  ln.il>ieran  sido  com|detanu;nte  inofensivas  en  el  momenltv 
oportuno. 

Los  dos  va¡)ares  lujudidos  en  la  l>oca  del  Alorro,  fueron  desviados  de  su  posición 
iriiia";d  por  las  corrientes,  a  causa  de  no  hatx'rselos  histrado  sufiiatnitcnnente. 

Id  £(eneral  X'^allarino,  comandante  principal  de  Marina,  fue  el  único  responsablt^^ 
de  todas  las  deficiencias  anotadas.  Marinos  y  tripulaciones  estuvieron  siempre  dis- 
puerto, ideó  y  solicitó  salir  dc^  noche  en  la  lancha  de  va|)or  <le  la  Lornandancia,  para 
atacar  al  Inujiie  enenn'go  con  un  torpedo  de  contacto  sujeto  a  una  larna  pc'rliga  colo- 
cada en  la  Droa  de  dicha  lancha.  Kh;cuerdo  que  lo  trataron  de  loco. 


47^ 


A  .     Rl VER  O 


BORINQUEN 

Periódico  Quincenal,   Órgano  de  la  Sección  Puerto  Rico  del  Partido  Revolucionario  Cubano. 


Año  L 

riitcfíd  al  t/l«  A'cui  Vnrk  Poit  Office  cu  tecond  cUi*» 

BORINQUEN. 

Se  publicará  tos  (%s  1°  y  15  de  cada  mes. 


Toda  la  Correspondencia  deber&  iilrlgirse  al 
«eñor  Roberto  H.  Todd;  Administrador  y  Secre- 
tario de  Redacción. 

3:í6  West  Utli  Street,  New  York. 


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En  los  Estados  Unido»,  Mé.xico  y  Canadá. 

"  por  nn  año,  oro  am . . . 
por  un  semestre,  oro  «tr 

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.f  en  ningún  ca^o  tt  partir  de  números  atrasados. 

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Los  precios  de  abánelos  se  bario  saber  á  los 
Sres.    anuDChiDtes   por  el  Administrador  í  su» 
atientes  aatorlsados. 


New  York,  1  °  de  Agosto  de  1898. 


sn  derecho  S.  ser  libre  é  indepencliente 
por  las  resoluciones  del  Congreso,  la 
sanción  del  Ejecutivo  americano,  y  por 
el  consenso  del  mundo  entero.  , 

Puerto  Eico,  aún  llegando  á  ser  libre, 
pasará  á  ser  posesión  americana  por 
cesión  del  vencido  al  vencedor,  y  bu 
condición  es  distinta.  La  forma  de 
gobierno  que  baya  de  dársele  depeuderíif 
de  la  magnanimidad  del  conquistador); 
Sin  dnda  alg^pna  qu«  por  ser.pst*  pueblo 
republicano  y  americano — el  pueblo'mo- 
delo  por  sus  instituciones  y  su  espíritu 
de  justicia  y  de  progresb — la  libertad 
presidirá  en  todas  ntiestras  futnras  ins- 
tituciones y  en  lo  puramente  local  é  in- 
terno no  habrán  de  sufrir  limitació'rt' 
nuestros  derechos  6  iniciativas ;  pero 
carecemos  en  lo  fundamental  de  la  per- 
sonalidad é  ingerencia  propia,  resultado 
de  nuestra  exclusiva  y  esforzada  cou- 
quísta,  ya  que  á  diferencia  del  cubano, 
si  hemos  alentado  la  aspiración  de 
derrocar  la  soberanía  española  y  cons- 
tituir nuestra  Repíiblica,  no  hemos-  abo-. 
nado  nuestro  suelo  con  sangro  fecunda 
en  quince  años  de  tenaz  rebelión  y  he- 
roica contienda. 

Con  tales  precedentes,  tal  parece  que 
loa    portorriqueiles  debiéramos  aceptar 


Los  jefee  dé  nuestro  Directorio  han 
creído  y«*han  creído  bien,  qoe  «ú-'sua 
manos'debiaqnedar  íntegro,  sin  abdica- 
óiones  dQ  ningún  genero,  el  ideal  de 
Independencia  do  «u  pueblo  por  el  cual 

;  ftieron  llamados  iire^esentar  y  á  Indhar, 

4)or  el  «nal  rei^<e8entan  y  luchan  to- 
davía, y,  »¿n  coñvencidoá,  individual  y 

.cOlectisamente,  d»-qne  Puerto  Rio)  como 
posesión  americana  será  libre,  prospera 
j  venturosa,  no  han  querido  poner  al 
servicio  del  redentor  su  espada,  su  ha- 
cienda y  sus  vidas,  sino  bajo  la  premisa 
aceptada  de  que  el  pueblo- de  Puerto 
•Jlico  redimido,  habrá  de  ser  también  ár- 

,  bitro  de  su  propia  constitución  y  sus 
destinos. 


Historia 


Desde  principios  del  mes  de  Marzo  da 
este  afüo,  cuando  no  todos  creían  en 
jiosibilidad  do'  la  guerra,  empezaron  lÓs 
trabajos  del  Directorio  de  Puerto  Rico 
eon  las  autoridades  de  Washington,  eón 
fi\  fin  de  que  «o  acepíason  los  servicios  de 
nuestra  colonia  en  ios  Estados  Unidos, 
en  el  p^iso  do  que,  rotas  las  hostilidades, 
se  acordase  la  invasión  á  nuestra  Isla. 

Grandes  y  útiles  /icbicron  ser  dichos 


No.  1.3 

Directorio  y  ios  corñpromisos  qKe  con  eL 
niistno  existían,  ha  escogido  á  ocho  poi^f' 
torriquefiorf  pa>-a  q.ue'UvacoBapaaei-  (_iu> 
sabemos  en'caíiíTad  (le  qué  )  sIq  tomarso 
la  pena  de  averiguar  si  dichos  señores 
eran  ó  nó  dignos  representantes  de  un 
pueblo,  que  como -el  nuestro,  es  culto,  é 
ilustrado.  Fácil  hubiera  sido,  sin  étu- 
bargo,  al  señor  Sutton  averiguari"'^r 
hubiera  querido,  las  condiciones  mqítüié^ 
y  el  óonceptd''*qu(^'' merecen  en  Pueict» 
Ki£!f>,  ajgunos'  de  los  boiábres  qnií  "' 
aoompiifían.  En  Nueva  Yofk  recidif^ 
varios  Cónsules  y  Agentes  Consuliy  ñ 
nmericanos,  que  han  ejercido  en  Puerto- 
Rico  por  algún  tiempo  y  que,  juntoa  con 
varios  comerciantes  respetables,  salieron 
del'  país  cuando  _  empezó  eJ-iA^nflicto 
actual ;  y  seguramen  te  .que  esíos  señónos 
hubieran  cumplido  con  gn  deber  d|tfd(> 
los  informes  que  se  les  h«B8ieíi.en' pedida. 

Estos  son 'los  hephós!" 

El  Directorio  tiene  hi  tranqíl»rtlad  ^o. 
conciencia  de"  haber  cumplido  su  deb*,. 
dentj<>,.4<í  lo  qno  cstiin&digno  y  deceso 
para  el  ]pueblo  portorriquefio.  Elc-que 
no  se  haya,n  aceptado  bus  servioieeí-por 
más  que  s<5  hayan  utilizado  en  la  invasión 
todos  los  d&tos  facilitados  (^escfeítan  prii 
cipio,   no'  és  óbice   para*^  <íl|í  .fiDfénta  ; 


Facsi'mile  del  periódico  separatista  Borinquen^  editado  en  New  York,  y  del  cual  fué  redactor  y  administrador 

ü.  Koberto  H.  Todd. 


CAPITULO  XXXIV 


HOMI^klíS  OÜK  DIRKiIliROX  Í.A  (iÜpJ^RA  V.K  PUBRl'.)  klCO 


í'.KNKRAI.   M ACIAS 

eniente  i,reneral  I).  Manuc;!  M.u;:í;is  y  Casado  nació  en  Te-rue!  (|-,s- 
añaiclaiu)  1H45,  ¡ns^rcsaiuk)  a  los  caldixe  en  el  C(ilc'<ru,  de  inlaníe^ 
a  (ic  l'oledo,  oliteniendo,  tres  años  después,  <d  eniple..^  de  allV-re/. 

n  la,  campana  de  Santo  Domingx),  y  d,e  allí  pasó  a  (djha  y  pcieu' 
lespués  volvió  a  España  con  el  empleo  tle  teniente  coronel  v  sol'>rcgTado  de  coronel. 
Sus  méritos  y  servicios  durante  la  guerra  civil  carlista  le  valieron  el  ser  ascen- 
dida a  coronel.  Llamado  por  el  general  Martínez  Cam|ios,  volvió  a  la  isla  de  Cuba  v 
allí  fué  promovido  a  brigadier  por  méritos  de  guerra.  Nuevamente  en  la  Península, 
fué  (xuidecorado  con  la  gran  cruz  cid  Mérito  Militar  v  ílesignado  pnni  el  mando  <le 
la  plaza  africana  de  Meltlla,  mando  cpie  tuvo  por  un  período  de  tres  añ(*s,  v  desjuu's 
de  residir  algún  tiempo  en  F.spaña,  volvió  a  desempeñarlo. 

Llegó  a  b\ierto  Rico  en  3  tle  fel)rero  del   año  1808  y  ya   con  la  alta  catej^oría  ik- 
Teniente  general,  para  substituir  (ui  vi    mando   de  la  Isla  al    de   sii   propio    eraplet> 
I).  Andrés  (ionzález  Muñoz,  (pjien  había   sucumlndo,   repiMilinamente,  el   misrno  <lía 
de  su  llegada  a  San  Juan  y  d<^'S|>ué:s  de  haber  jurado  su  cargo  de  Ciobernador  general- 
La  misión  principal   del  gcn(>ral  Macías  en  (!sta  Isla    fué   la   de  inijilantar  el  régi- 

el  desempeño  de  funciones  tan  delicadas  tlemostr.'»  sagacidad  y  habilidades  de  gran 
fiolítico,  (pie  le  val!<»ron  el  cariño,  estinmcif'm  \'  rcs|iero  de  los  liond^res  (pie  dirigían' 
la  política  portorriqueña. 

(iasi  al  comenzar  su  labor  y  cuando,  celebradas  las  primeras  elecc¡on(;s  por  su^^ 
fragio  popular,  estibase  a  punto  de  constituir  el  ( iobiernu  autonóndco,  sobrevino  la 
guerra   his|)aíioa!iiericana.  .Sus  acluaciones  durante   los  cuatro   mesífs  aproximados- 


478 


A  .    K  I  \-  r-:  !<  o 


<:|ue  diirú  cl  conflicto,  fueron  y  anu  son  muy  cli.'rcuiiílas  y  censuradas.  Desde  <;I  ins- 
tanU^  en  que  pisó  los  sakuies  de  su  Palacio  de  Sania  Catalina  y  celcdirara  el  prinicr 
bi'Sdmanas  ác  su  (lOhierno,  fué,  casi  exclusivamente,  uu  hombre  civil.  Entre  su  doble 
<;ai-go  ('inconí^ruencia  monstruosa )  de  gol^^emailor  <-ivil  \'  eapiláu  general,  optt')  por  tH 


CRÓNICAS  479 

primero,  delegando  todas  las  funciones  militares  en  su  jefe  de  Estado  Mayor,  coro- 
nel Juan  Camó,  quien  desde  entonces  fué  el  verdadero  capitán  general. 

Además  del  general  Macías,  otras  dos  autoridades  compartían  con  él  las  respon- 
sabilidades del  mando;  eran  éstos  el  general  Vallarino,  comandante  principal  de  Ma- 
rina, y  D.  Ricardo  Ortega,  general  de  división  y  gobernador  militar  de  la  plaza  de 
San  Juan.  Los  tres  vivieron  en  completo  desacuerdo  y  en  lucha  constante,  y  contra 
los  tres  juntos  operaba  el  coronel  Camó  desde  su  confortable  despacho,  anexo  al  Pa_ 
lacio  del  gobernador. 

Tales  delegaciones  y  tan  lamentables  desavenencias  dieron  fatales  resultados  en 
la  preparación  de  la  guerra  y  conducción  de  la  misma.  Nunca  hubo  previsión,  pla- 
nes ni  concierto  alguno. 

En  los  primeros  días  del  conflicto,  el  general  Macías,  militar  de  valor  probado  en 
los  campos  de  batalla,  demostró  resolución  y  coraje,  recorriendo  a  diario  castillos, 
cuarteles  y  baterías,  arengando  a  las  tropas  y  publicando  proclamas  que  levantaron 
al  más  alto  grado  el  espíritu  patriótico  y  belicoso  del  país.  Tales  arrestos  y  gallar- 
días fueron  contenidos  por  los  consejos  y  advertencias  de  su  jefe  de  Estado  Mayor, 
hombre  viejo  y  que  decía  conocer  al  país,  al  que  jamás  quiso  bien,  no  desperdi- 
ciando ocasión  de  tachar  a  los  portorriqueños  de  traidores,  desleales  y  pusilánimes. 
De  aquí  tomaron  origen  las  desconfianzas  y  temores  que  hicieron  rechazar  numero- 
sas ofertas  espontáneas  de  millares  de  hombres  que  pedían  armas  para  defender  la 
causa  de  la  soberanía  nacional. 

Los  mismos  voluntarios,  españoles  peninsulares  casi  todos,  merecieron  la  hosti- 
lidad del  coronel  Camó  y  de  sus  allegados,  hasta  el  punto  de  que  el  segundo  de  este 
jefe,  el  teniente  coronel  Larrea,  ha  escrito  lo  siguiente  en  la  página  72  de  su  libro 
líl  Desastre  Nacional. 

«Pero  la  mayoría  (los  Cuerpos  de  Voluntarios)  se  hallaban  en  estado  tal  que  no  se 
podía  contar  con  ellos  sino  para  inspirar  algún  respeto  a  los  enemigos  del  orden 
público  dentro  de  sus  propias  localidades  y  aun  no  era  seguro  que  todos  sus  indivi- 
duos respondieran  en  el  momento  preciso  al  llamamiento  para  tal  fin.  » 

Los  desaciertos  y  falta  de  resolución  del  Estado  Mayor  fueron  tan  evidentes,  que 
un  gran  descontento  surgió  y  tomó  cuerpo  entre  todos  los  jefes  y  oficiales  del  Ejér- 
cito y  Voluntarios,  llegando  hasta  los  soldados;  hubo  principios  de  conspiración;  se 
habló  de  «embarcar  a  la  fuerza  al  coronel  Camó  y  hasta  alguno  más  a  bordo  del 
vapor  auxiliar  Alfonso  XIII,  obligándole  a  salir  Morro  afuera,  con  rumbo  a  España.» 
vSi  tal  rebeldía,  en  extremo  censurable,  aunque  la  impulsaron  móviles  de  patriotismo, 
no  cristalizó,  debióse,  únicamente,  al  general  Ortega,  quien  una  noche  en  San  Cris- 
tóbal y  en  presencia  mía  dijo  a  cierto  jefe  estas  palabras: 

— Yo  no  sé  nada,  ni  deseo  saber  nada,  porque  si  llego  a  enterarme  de  tales  pro- 
pósitos, trataré  a  sus  autores  como  desleales  y  haré  que  sean  fusilados  en  los  fosos 


A  .    R I V  p:  R  O 


de  este  castillo;  jamás  toleraré  tales  actos  de  indisciplina  y  rebeldía  dentro  de  una 
plaza  a  mi  mando,  casi  sitiada  y  bajo  bloqueo  del  enemigo. 

La  conducción  de  la  campaña  fué  un  verdadero  desastre;  un  cúmulo  de  errores,, 
torpezas  y  equivocaciones,  y  en  ningún  momento  se  supo  utilizar  los  valiosos  me- 
dios de  defensa  con  que  contaba  el  estado  militar  del  país.  La  frase  «estamos  aban- 
donados» corría  de   boca  en  boca,  y  así,  muchos,  al  arrinconar  sus  fusiles,  decían: 

« — ¿A  qué  pelear  si  los  de  Madrid  no  quieren. ^> 

La  aureola  de  gloria  que  al  abandonar  esta  Isla,  después  del  Armisticio,  rodeara 
al  general  Miles,  es  una  deuda  que  él  tiene  contraída  con  el  Estado  Mayor  del  gene- 
fal  Macías.  No  a  las  altísimas  clarividencias  de  aquel  generalísimo  (condiciones  de- 
mostradas por  él  en  otras  guerras  a  que  asistiera),  sino  a  los  errores  cometidos  por 
los  directores  de  la  campaña  en  Puerto  Rico  debió  las  nubes  de  incienso  y  mirra 
que  en  su  honor  quemaran  sus  más  exaltados  y  entusiastas  admiradores. 

No  fué  el  general  Macías  un  militar  pusilánime  ni  en  momento  alguno  de  la  gue- 
rra demostró  haber  perdido  el  dominio  de  sus  nervios.  Era,  simplemente,  un  jefe  que 
dejó  hacer  a  los  demás,  en  asuntos  militares,  consagrándose  por  completo  a  sus  tareas 
civiles. 

Al  abandonar  la  ciudad  de  San  Juan,  con  rumbo  a  España,  el  1 6  de  octubre 
de  1898,  la  opinión  pública,  exteriorizada  por  todos  los  periódicos  del  país,  fué 
unánime:  «El  general  Macías  había  sido  un  correcto  caballero,  nada  lerdo,  honrado 
y  pundonoroso.» 

Antes  de  embarcarse  para  España  tuvo  varios  rasgos  en  extremo  delicados;  fue- 
ron: su  orden  para  que  todos  los  efectos  de  mobiliario  y  menaje  de  cocina  exis* 
tentes  en  el  cuartel  de  Ballajá  se  donasen  al  Asilo  de  locos  y  niños  de  Beneficencia, 
y  también  los  del  Hospital  Militar  al  Civil;  había  en  cajas  una  regular  cantidad  de  di- 
nero, resto  de  una  suscripción  iniciada  por  el  general  Ortega  para  conmemorar  el 
centenario  del  ataque  a  la  plaza  por  los  ingleses  én  el  año  1797,  y  el  general  Macías 
dispuso  que  todo  este  dinero  entrase  en  las  arcas  municipales,  con  destino  a  una 
obra  benéfica;  también  cedió  un  amplio  solar  al  Asilo  de  Ancianos  Desamparados 
de  Puerta  de  Tierra.  Realizó  además  otros  actos  de  menor  relieve,  todos  los  cuales 
merecieron  justas  alabanzas. 

EL  TENIENTE  GENERAL  NELSON  APPLETON  MILES 

Nació  en  Westminster,  Estado  de  Massachusetts,  el  día  8  de  agosto  de  1839.  Al' 
estallaren  186 1  la  guerra  civil  desempeñaba  un  modesto  empleo  en  una  casa  de 
comercio  de  Boston,  destino  que  abandonó  para  formar  parte  del  regimiento  de 
Massachusetts,  número  22,  como  teniente  del  mismo,  dirigiéndose  a  Washington 
primero  y  después  al  teatro  de  la  guerra.  En  1862  fué  promovido  al  grado  de  coro- 
nel, obteniendo  el  mando  del  regimiento  de  Nueva  York,  número  61. 


C  R  O  N  I  C  A  S 


481 


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482  A  .     RI  VER  O 

Asistió  a  las  batallas  que  se  libraron  en  la  península  frente  a  Richmond  y  a  todas 
las  demás  en  que  tomó  parte  el  ejército  del  Potomac,  hasta  la  rendición  del  general 
Lee  en  Appomattox  Court  House.  Por  su  conducta  inteligente  y  valerosa  fué  men- 
cionado en  el  Orden  del  día  después  de  gran  número  de  combates,  y  a  la  edad  de 
veinticinco  años  estaba  al  frente  y  con  el  mando  del  segundo  cuerpo  de  Ejército, 
compuesto  de  25.OOO.  Fué  herido  tres  veces,  y  muy  grave  en  la  batalla  de  Chance- 
llorsville.  En  mayo  de  1864  fué  ascendido  a  brigadier  general  y  a  mayor  general  de 
Voluntarios  el  año  siguiente. 

Al  terminar  la  guerra  ingresó  en  el  ejército  regular  con  el  grado  de  coronel  y 
mando  del  regimiento  de  infantería  numero  40,  llegando  a  brigadier  en  el  1 880  y  a 
mayor  general  diez  años  después. 

Tuvo  éxito  feliz  en  gran  número  de  combates  contra  los  indios  Sioux,  Cheyennes, 
Kiwas  y  Comanches,  arrojando  al  jefe  Sitting  Bull  al  otro  lado  de  las  fronteras  de 
Montana. 

En  diciembre  de  1 877  y  después  de  una  marcha  forzada  de  cien  millas  capturó 
al  famoso  jefe  indio  José  y  a  toda  su  tribu,  después  de  un  desesperado  combate  que 
duró  tres  días;  en  1878  capturó  también  al  jefe  indio  Elk  Horn  y  a  toda  su  banda, 
cerca  del  parque  Yellowstone. 

En  1886  rindió  a  los  guerreros  indios  Jerónimo  y  Natches,  y  a  todas  las  tribus 
de  apaches,  que  eran  el  terror  de  los  habitantes  de  Arizona  y  Nuevo  Méjico.  Por 
estas  acciones  de  guerra  recibió  las  gracias  de  las  legislaturas  de  Kansas,  Nuevo  Mé- 
jico, Montana  y  Arizona. 

En  1894  tuvo  el  mando  de  las  fuerzas  americanas  en  Chicago,  cuando  la  gran 
huelga  de  empleados  de  ferrocarriles. 

En  1895  fué  elegido  general  en  jefe  del  Ejército  americano. 

Al  estallar  lá  guerra  hispanoamericana  tomó  sobre  sus  horhbros  la  organiza- 
ción de  todas  las  fuerzas  de  los  Estados  Unidos,  reahzando  una  labor  de  mérito  ex- 
traordinario. En  julio  de  1898,  y  en  los  últimos  días  del  sitio  de  Santiago  de  Cuba, 
como  notara  ciertas  vacilaciones  tanto  en  el  general  Shafter  como  en  los  jefes  de  bri- 
gada, se  dirigió  rápidamente  a  dicha  población,  y  diez  minutos  después  de  tomar  tie- 
rra en  la  playa  del  Siboney,  hacía  desalojar  el  gran  campamento  de  las  fuerzas  des- 
embarcadas, ordenando  darle  fuego,  medida  radical  que  puso  término  a  la  epidemia 
de  fiebre  amarilla  que  se  había  desarrollado  entre  las  tropas. 

Su  sueño  dorado  fué  siempre  la  invasión  de  Puerto  Rico,  y  por  esto  ideó  atacar 
esta  isla  antes  que  la  de  Cuba.  Sus  planes  se  condensan  en  el  siguiente  párrafo  de  su 
libro,  Serving  the  República  páginas  273  y  274: 

«Bajo  tales  condiciones,  el  mejor  partido  a  seguir  era,  indudablemente,  el  de  cortar 
en  dos  las  fuerzas  del  enemigo,  destruyendo  su  poder  en  la  parte  más  débil.  Puertc 
Rico  y  la  mitad  oriental  de  la  isla  de  Cuba  eran,  a  mi  juicio,  los  verdaderos  objeti 
vos  para  las  operaciones  de  nuestro  Ejército.  Mientras  yo  estaba  defendiendo  estaí 


CRÓNICAS  483 

ideas  recibí  un  cablegrama  de  Europa,  firmado  por  Mr.  Andrew  Carnegie,  diciendo 
^ue  los  oficiales  españoles  estaban  ansiosos  de  que  atacásemos  la  plaza  de  la  Habana, 
porque  ellos  sabían  cuan  bien  fortificada  se  hallaba  y  las  facilidades  que  tenía  para 
•defenderse.  En  el  mismo  despacho,  aquel  patriótico  filántropo,  sugería  que  se  tomase 
.a  Puerto  Rico  primero,  porque  eso  causaría  gran  efecto  en  Europa.  Yo  puse  todo 
■este  asunto  en  manos  del  presidente  Mac-Kinley  y  de  su  Gabinete.» 

Rendido  Santiago  de  Cuba,  y  sin  más  dilación,  reunió  las  fuerzas  que  había  lle- 
vado de  Charleston  para  reforzar  el  Ejército  de  operaciones  en  Cuba,  y  que  no  hubo 
necesidad  de  desembarcar,  y  con  ellas  hizo  rumbo  a  las  Cabezas  de  San  Juan,  pri- 
mero, y  a  Guánica  dos  días  más  tarde. 

Su  plan  de  invasión  y  de  campaña,  así  como  sus  operaciones  en  esta  isla,  me  he 
permitido  discutirlos  libremente  y  en  un  plano  de  absoluta  imparcialidad.  Yo  he  sen- 
tido, desde  hace  mucho  tiempo,  honda  admiración  y  simpatía  por  este  caudillo  va- 
liente, noble,  sagaz,  y  tan  amante  de  la  verdad,  que  siempre  la  dijo  frente  a  todas  las 
conveniencias  y  de  las  más  elevadas  personalidades. 

Su  manera  de  conducir  la  guerra  en  Puerto  Rico  debe  servir  de  modelo  a  los 
futuros  generales. 

Más  tarde,  cuando  regresó  a  Washington,  no  se  dejó  seducir  por  las  alabanzas 
•que  le  tributaron  sus  conciudadanos  y  toda  la  Prensa  de  su  país,  sino  que  alzó  su  voz, 
haciendo  públicas  todas  las  faltas,  torpezas  y  deficiencias  experimentadas  durante  la 
guerra  hispanoamericana. 

En  1902  fué  a  Filipinas  en  el  desempeño  de  una  comisión  oficial,  y  a  su  regreso, 
•sus  revelaciones  referentes  a  los  abusos  cometidos  en  aquellas  islas  por  el  Gobierno 
militar,  hicieron  surgir  gran  controversia,  que  duró  mucho  tiempo. 

En  1900  había  obtenido  el  empleo  de  teniente  general,  y  al  siguiente  año  fué  pú- 
blicamente reprendido  por  el  secretario  de  la  Guerra  con  motivo  de  haber  hecho 
manifestaciones  públicas,  aprobando  el  report  de  Davis  en  el  caso  del  almirante 
Scheley. 

Ha  publicado  varios  libros  y  desempeñado  diversas  comisiones  científicas,  y  ac- 
tualmente, ya  retirado  de  servicio,  desde  1903,  por  todos  querido  y  por  todos  res- 
petado, vive  en  la  ciudad  de  Washington. 

TENIENTE  GENERAL  D.  RICARDO  0RTE(;A  Y  DIEZ 

Nació  en  Madrid  el  día  10  de  agosto  de  1838,  y  en  1 8  de  noviembre  de  1 85 3 
ingresó  como  cadete  en  el  Colegio  de  infantería,  siendo  promovido  a  subteniente 
el  15  de  diciembre  de  1856,  con  destino  al  batallón  Cazadores  de  Segorbe,  acanto- 
nado en  El  Pardo.  En  abril  de  l8S9>  y  formando  parte  de  Cazadores  de  Chiclana, 
y  en  el  segundo  Cuerpo  de  Ejército,  embarcó  para  África  con  el  Ejército  expedi- 
cionario. 


4^4 


i\  .     R  1  V 


.  R  O 


A  las  órdenes  del  teniente  general  Zaléala  asistió  a  las  acciones  de  guerra  de  Sie- 
rra Bullones,  los  días  30  de  noviembre  y  <),  15  y  20  de  diciembre,  líl  i ."  de 'enerO' 
del  siguiente  año  se  halló  en  la  batalla  de  los  Castillejos,  en  la  que  resultó  contuso;, 
el  4,  en  las  alturas  de  la  Condesa;  el  O,  en  la  de  Monienegrón,  y  los  días  H,  10  y   í 2.. 


en  los  combates  librados  en  las  cerc;inías  del  río  Azmir;  el  14,  en  el  de  Cabo  Negro, 
a  las  órdenes  del  general  Prini,  obteniendo  mención  honorífica  por  su  comporta ^ 
miento  en  la  !)atalla  de  los  Castillejos. 

b'l  4  de  febrero  de  iSóo  asistió  a  la  batalla  de  Tetuán,  en  la  cual  fué  herido  d» 
bala,  obteniendo  sobre  el  mismo  campo  de  batalla  el  grado  de  ca|:»itán.  Regresó  a  l; 
Península,  y  una  vez  curado  de  su  herida  se  incorporó  a  su  destino,  asistiendo  a  la 
acciones  de  Samsa  y  W  ad-Kas,  y  terminada  la  guerra  con  el  imperio  de  Marruecor 
quedó  de  guarnición,  primero  en  Algeciras  y  más  tarde  en  Sevilla  y  Málaga.  Por  ;■ 


CRÓNICAS  485 

imérito  que  contrajera  escribiendo  una  Memoria  sobre  aplicaciones  de  un  aparato  de 
•cargar  cartuchos  metálicos,  inventado  por  el  capitán  de  artillería  Canterac,  obtuvo 
'una  recompensa;  y  a  las  órdenes  del  mariscal  de  campo  Andía,  tomó  parte  en  las 
•operaciones  contra  los  carlistas,  y  por  su  valor,  en  diferentes  combates,  fué  ascen- 
dido a  comandante. 

Durante  la  República,  en  24  de  mayo  de  1873,  se  le  concedió  el  empleo  de  te- 
niente coronel  por  servicios  importantes  prestados  a  las  nuevas  instituciones.  El  6  de 
octubre  del  mismo  año,  y  perteneciendo  al  regimiento  de  Sevilla,  fué  herido  en  la 
acción  de  la  Ermita  de  Santa  Bárbara,  siendo  premiado  con  el  grado  de  coronel, 
y  por  su  comportamiento  en  los  combates  de  los  días  25,  26,  27  y  28  de  junio 
anterior,  se  le  confirmó  en  el  empleo  de  aquel  grado.  En  1875,  y  ya  al  frente  de 
una  brigada,  continuó  sus  operaciones  en  el  Norte  de  España  hasta  el  año  1 876, 
•en  que,  pacificado  el  país,  regresó  a  Madrid,  en  donde  desempeñó  diversas  comi- 
siones técnicas,  examinando  reglamentos  y  obras  de  texto  para  las  Academias  mili- 
tares. 

El  año  l88r  y  por  los  anteriores  servicios  y  por  los  prestados  como  director  de 
ia  Escuela  Central  de  Tiro,  establecida  en  Toledo,  fué  promovido  a  general  de  bri- 
gada, con  fecha  27  de  enero,  quedando  en  Madrid  en  situación  de  cuartel.  Desde 
el  15  de  mayo  de  1 882  hasta  el  6  de  abril  de  1 888  estuvo  mandando  diversas  bri- 
gadas de  infantería. 

En  el  año  1 889  inventó,  y  fué  declarado  reglamentario,  un  cargador  rápido  de 
fusil;  y  en  1892  fué  promovido  a  general  de  división,  mandando,  más  tarde,  la  oc- 
tava división  orgánica  de  infantería. 

En  29  de  octubre  y  con  motivo  de  la  insurrección  de  las  tribus  cercanas  a  Me- 
ililla,  se  trasladó  con  su  división  a  Málaga  primero,  y  después  a  aquella  población,  al 
¡mando  de  la  primera  división  del  primer  Cuerpo  de  ejército  de  operaciones,  cargo 
•que  desempeñó  hasta  fin  de  marzo  de  1 894. 

Desde  el  lO  de  julio  hasta  el  primero  de  noviembre  de  1895  fué  gobernador 
militar  de  Madrid. 

El  19  de  febrero  de  1896  fué  nombrado  segundo  cabo  de  la  Capitanía  General  de 
Puerto  Rico  y  gobernador  militar  de  la  capital;  desempeñando,  interinamente,  en 
dos  ocasiones,  el  cargo  de  gobernador  general  y  capitán  general  de  la  Isla,  hasta  el 
cese  en  la  misma  de  la  soberanía  española,  en  cuyos  últimos  días  desempeñó  las 
funciones  de  Comisionado  regio  para  la  evacuación  de  la  Isla.  Desembarcó  en 
Cádiz  el  5  de  noviembre,  fijando  su  residencia  en  Madrid. 

En  10  de  abril  de  1901,  tres  años  después  de  la  guerra,  fué  ascendido  a  teniente 
general,  en  consideración  a  sus  servicios  durante  la  guerra,  y  especialmente  al  ocu- 
rrir el  bombardeo  de  San  Juan. 

En  3  de  enero  de  1 903  fué  nombrado  capitán  general  de  las  islas  Baleares,  cargo 
que  desempeñó  hasta  el  25  de  agosto  de  1910,  en  que  pasó  a  la  sección  de  reserva 


4^6  A  .     R  I  V  E  R  O 

del  Estado  Mayor  General,  por  haber  cumplido  la  edad  reglamentaria,  y  fijó  su  resi- 
dencia en  Madrid,  en  donde  falleció  el  3  de  diciembre  de  1917. 

Desde  su  ingreso  en  el  ejército  hasta  su  fallecimiento  contó  sesenta  y  cuatra^ 
años  y  diez  días  de  servicios  activos,  sin  abonos  de  ninguna  clase,  y  obtuvo  las  si- 
guientes condecoraciones  militares  y  civiles: 

Mención  honorífica,  por  la  batalla  de  los  Castillejos,  en  1860. 

Cruz  de  primera  clase  de  San  Fernando,  por  el  combate  en  Cabo  Negro,  en  1860.. 

Cruz  de  Isabel  la  Católica,  por  la  batalla  de  Wad-Ras,  en  1 860. 

Benemérito  de  la  Patria,  en  1 860. 

Medallas  de  la  Campaña  de  África,  de  la  Guerra  Civil,  de  Alfonso  XII,  de  Bilbao,, 
de  la  Diputuación  de  Madrid,  de  Alfonso  XIII. 

Cruz  de  Carlos  III,  por  trabajos  de  la  Junta  de  armamento,  en  1 87 1. 

Cruz  de  primera  clase  del  Mérito  Militar,  por  servicios  contra  los  sublevados  de 
Cataluña,  en  1866. 

Cruz  de  segunda  clase  del  Mérito  Militar  roja,  por  los  combates  de  San  Pedro^ 
Abanto,  en  1 874. 

Dos  cruces  de  tercera  clase  del  Mérito  Militar,  en  1 878,  designadas  para  premiar 
servicios  de  guerra. 

Cruz  roja  del  Mérito  Naval,  por  los  servicios  prestados  en  la  Guerra  Civil,  man- 
dando fuerzas  de  infantería  de  Marina. 

Encomienda  de  Carlos  III,  en  1894,  por  sus  distinguidos  servicios. 

Cruz,  Placa  y  Gran  Cruz  de  San  Hermenegildo. 

Gran  Cruz  del  Mérito  Militar  en  1889,  designada  para  premiar  servicios  espe- 
ciales. 

Gran  Cruz  del  Mérito  Naval. 

Gran  Cruz  roja  del  Mérito  Militar,  por  sus  servicios  con  motivo  del  bombardeo 
de  San  Juan  de  Puerto  Rico,  en  1898,  declarada,  después,  pensionada. 

Gran  Cruz  del  Águila  Roja  de  Prusia,  1 905. 

MAYOR  GENERAL  JOHN  RUTTER  BROOKE 

Nació  este  general  en  el  Estado  de  Pennsylvania  el  año  1838;  entró  en  el  ejército» 
en  el  l8ól,  como  capitán  de  Voluntarios,  y  tomó  parte  en  la  Guerra  Civil  hasta  que 
finalizó,  retirándose  con  el  empleo  de  Mayor  general. 

En  1879  volvió  al  ejército  activo  con  el  empleo  de  coronel,  llegando  a  brigadier 
en  1888,  y  a  Mayor  general  en  1897.  Durante  la  guerra  hispanoamericana  tuvo  el 
mando  del  primer  Cuerpo  de  ejército,  y  coa  la  brigada  Plaines  desembarcó  en 
Arroyo,  siguió  hasta  Guayama,  y  al  firmarse  el  Armisticio,  y  cuando  el  general 
Miles  regresó  a  los  Estados  Unidos,  quedó  a  cargo  de  toda  la  Isla  y  del  ejército  de 
ocupación. 


C  RON  IC  AS  487 

Fué  designado  por  el  presidente  Mac-Kinley  para  presidir  la  Comisión  que  debía 
entender  en  la  entrega  de  la  isla  de  Puerto  Rico  al  Gobierno  americano,  y  en  este 
cargo  probó  su  inteligencia,  entereza  y  discreción. 

Encabezó  la  lista  de  gobernadores  de  Puerto  Rico,  bajo  el  nuevo  régimen,  y 
desde  el  primer  día  de  su  mando  enderezó  todos  sus  esfuerzos  a  conseguir  una  com- 
pleta pacificación  del  país,  entonces  infestado  de  partidas  de  gente  colocada  fuera 
de  la  ley. 

En  18  de  octubre  de  1 898,  al  tomar  las  riendas  del  Gobierno,  dictó  unas  sabias 
instrucciones  dirigidas  a  los  comandantes  de  puertos  militares  de  la  Isla,  en  las  cuales 
les  ordenaba  perseguir,  sin  tregua,  a  todos  los  ladrones,  incendiarios  y  asesinos,  así 
como  también  a  los  que  intimidasen  a  los  propietarios  de  los  campos  para  hacerles 
abandonar  sus  fincas. 

«Ha  sido  política  de  los  Gobiernos  anteriores  de  esta  Isla  proveer  de  guardias  y 
destacamentos,  para  su  defensa,  a  las  pequeñas  poblaciones  y  haciendas  de  caña  y 
café.  Esto  ha  sido  causa  de  que  los  propietarios  de  fincas  y  habitantes  de  las  peque- 
ñas comunidades  hayan  perdido  la  propia  confianza  y  necesario  valor  para  ejecutar, 
por  sí  mismos,  el  derecho  de  la  propia  defensa. 

Deseo  que  todos  recobren  cualidad  tan  esencial,  y-paraeílo  negaré  toda  petición 
de  tropa  que  se  me  haga,  a  no  ser  en  casos  justificados  y  de  absoluta  necesidad.» 
{Párrafos  de  sus  instrucciones  mencionadas.)  "'^^^r 

El  6  de  diciembre  entregó  el  mando  de  la  Isla  y  departamento  militar  al  Mayor 
general  Guy  V,  Henry,  y  el  1 3  del  mismo  mes  fué  nombrado  para  igual  cargo  en  la 
isla  de  Cuba,  cargo  que  desempeñó  hasta  el  año  1900,  sucediéndole  el  general  Leo- 
nardo Wood. 

CARTA  DEL  MAYOR  GENERAL,  JAMlíS  H.  VILSON 

Wilmington,    Delaware. 
Sr«    Ángel    Rivero ,    ingeniero. 

San    Juan,    P.    R. 

Querido  señor:  Contestando  su  carta  12  de  julio  actual,  tengo  'el 
gusto  de  incluirle  mi  fotografía  hecha  en  el  Japón,  poco  después  de 
mi  estancia  en  Puerto  Rico,  y  también  un  extracto  de  mis  servicios. 

Tendré  mucho  gusto  de  recibir  y  leer  un  ejemplar  de  su  **Historia 
de  la  Guerra  Hispanoamericana  en  Puerto  Rico**. 


4B8 


A  .     R  1  V  E  .R  ( ) 


MAYOR  GliXKRAL  JAMES  IIARRISOX  WII.SOX 

Nació  en  Illinois  el  año  J837,  graduándose  en  la  Academia  Militar  de  W'cst 
Poinl  en  1  H60;  era  teniente,  al  siguiente  año,  cuando  fué  nombrado  jefe  de  una  sec- 
ción topográfica;  más  tarde  tomó  parle  activa  en  la  (uierra  Civil,  y  principalmente 
en   las  opcracioncF   r-oü'rn   la  pla'a  de  Richmnnd:  as<M^ndi<'»  a  Ma-^/nr  «Tpneral  de  Vo- 


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luntari(»s  en  l8()3,  y  por  su  valor  temerario  en  la  batalla  de  Wiklerness  se  le  reco- 
noció (ú  grado  de  coronel  del  líjcrcito  RcguLir. 

En  el  año  I<H(54  fué  nüml)rado  jefe  de  la  l)rigada  de  caballería  del  Mississippi,  \- 
a!  frente  de  sus  tropas  dio  varias  cargas  en   las  batallas  de  Franklin  y  Nashville. 

Kn  1865  realizó  un  famoso  /"íZ/V/ dentro  de  Alabama  y  (Jeorgia,  y  en  veniiocho  días 
ílc  nuirclia  y  continuos  combáteos,  capturó  cuatro  poblaciones  importantes  y  6,820  pri- 
sioneros, entre  ellos  a  jefferson  Davis. 

bai  1898  fué  nombrado  Mayor  general  de  Voluntarios,  y  con  este  grado  tonu'* 
parte  en  la  campaña»  de  b*uerto  Rico,  haliiéndose  retirado  en  lOOI  con  el  empleo  de 
brigadier  general.  Recibió,  durante  sus  canij)añas,  varias  heri<las,  una  de  ellas  dc^ 
mucha  gravedad,  y  de  la  cual  siempre  se  resintió. 

A  mediarlos  de  agosto  de  1 808  fue  entrevistado  en  su  ca,mpamento  de  Coame 
por  1),  Ramón  B.  López,  periodista,  y  por  sus  manifestaciones  supo  el  país  portorri^^ 


CRÓNICAS  489 

queño  los  futuros  propósitos  que,  respecto  al  mismo,  abrigaba  el  Gobierno  de  los 
Estados  Unidos. 

Durante  esta  campaña  fué  justo  y  humano  no  tolerando  el  menor  desorden  ni 
abuso  entre  sus  subordinados.  En  ía  jurisdicción  ocupada  por  sus  tropas  desde  que 
comenzó  la  campaña  hasta  después  de  la  evacuación,  no  pudieron  prosperar  las 
partidas  de  gente  maleante  que  por  aquel  entonces  infestaban  la  parte  Occidental 
y  Noroeste  de  la  Isla. 

MAYOR  GENERAL  FREDERICK  D.  GRANT 

Nació  en  San  Luis  de  Missouri,  el  30  de  mayo  de  1 850,  y  era  hijo  de  aquel 
famoso  general  Grant  que  fué  Presidente  de  los  Estados  Unidos. 

Al  estallar  la  Guerra  Civil  americana,  contaba  once  años,  y  a  pesar  de  su  juventud 
se  alistó  desde  primer  momento.  Tomó  parte  en  diferentes  batallas  y  en  el  sitio  de 
Richmond,  siendo  herido,  en  el  muslo  derecho,  en  la  batalla  de  Puerto  Gibson,  y  re- 
cibiendo otro  balazo  en  la  de  Black  River.  Cuando  las  tropas  de  la  Unión  entraron  en 
la  ciudad  de  Jacksonville,  Grant,  que  no  tenía  más  que  trece  años  de  edad,  iba  al 
frente  de  ellas  y  fué  él  quien  enarboló  la  bandera  del  Norte  en  la  Casa- Ayuntamiento 
entre  vítores  de  los  soldados. 

En  el  año  1 866  fué  destinado  al  Colegio  Militar  de  West  Point,  y  a  su  salida  prestó 
diversos  servicios;  y,  más  tarde,  tomó  parte  en  la  campaña  contra  Méjico.  Nombrado 
coronel,  fué  ayudante  del  general  Sheridan,  y  en  188 1  se  retiró  del  servicio  activo 
en  compañía  de  su  padre. 

En  el  año  1 889  mé  nombrado,  por  el  Presidente  Harrison,  embajador  extraordi- 
nario cerca  del  Gobierno  austríaco. 

En  1895  estuvo  al  frente  de  la  policía  de  Nueva  York,  cuyo  Cuerpo  reorganizó 
bajo  sólidas  bases. 

Al  declararse  la  guerra  entre  los  Estados  Unidos  y  España  fué  electo,  por  unani- 
midad, coronel  del  regimiento  de  infantería,  núm.  14,  de  Nueva  York,  que  organizó, 
conservando  su  mando  hasta  el  2"]  de  mayo  de  dicho  año,  en  que  a  cargo  de  la  pri- 
mera brigada  y  más  tarde,  de  la  primera  división  del  primer  Cuerpo  de  Ejército,  reci- 
bió órdenes  de  venir  a  Puerto  Rico,  embarcando  en  New-Port  News,  en  30  del  mismo 
mes,  aunque  no  zarpó  su  expedición  hasta  el  lO,  llegando  directamente  a  Ponce  el  16 
de  agosto.  Allí  permaneció  hasta  el  26,  en  cuyo  día  recibió  órdenes  de  dirigirse 
a  Guayama,  donde  se  hizo  cargo  de  la  segunda  brigada  de  la  primera  división  cuando 
ya  se  había  firmado  el  Armisticio.  Este  general  ha  publicado  muchos  trabajos  de 
índole  científica  y  asistido  a  diversas  conferencias,  disfrutando  de  un  merecido  pres- 
tigio dentro  del  Ejército  americano. 

El  18  de  octubre  de  1898,  al  dividir  el  Mayor  general  Brooke  la  Isla  en  dos  dis- 
tritos, asignó  al  general  Grant  el  que  tenía  su  cabecera  en  San  Juan.  Desempeñó  este 
•cargo  hasta  el  13  de  abril  del  siguiente  año,  en  que  se  suprimió  dicho  distrito. 


490  A  .  R  I  V  E  R  O 


MAYOR  GENERAL  GUY  VERNON  HENRY 

Nació  en  Fort  Smith,  territorio  indio,  en  1 839,  haciendo  sus  estudios  militares 
en  la  Academia  de  West  Point,  y  fué  graduado  en  1861,  tomando  participación,, 
seguidamente,  en  la  Guerra  Civil  del  lado  de  la  Unión,  y  en  la  cual  combatió  en  los 
más  terribles  combates,  desde  la  batalla  sangrienta  de  BuU  Run  a  la  de  Cold 
Harbor. 

A  los  veinte  años  era  coronel  del  regimiento  Voluntarios  de  Massachusetts,  nu- 
meró 40. 

Terminada  aquella  guerra  fué  destinado  al  arma  de  caballería,  y  en  1894  marchó 
al  Arizona,  donde  libró  una  serie  de  no  interrumpidos  combates  contra  las  belicosas- 
tribus  de  indios,  y  en  uno  de  ellos  fué  gravemente  herido,  con  pérdida  de  un  ojo,, 
viéndose  en  la  precisión  de  pasar  al  Cuerpo  de  inválidos. 

El  año  1890  y  al  estallar  la  insurrección  de  los  indios  Sioux^  volvió  al  servicio 
activo,  tomando  parte  en  aquellas  operaciones;  y  más  tarde,  en  1 898,  acompañó- 
desde  Guantánamo  al  general  Miles,  desembarcando  en  Guánica,  al  frente  de  la  bri- 
gada Garretson,  el  25  de  julio. 

Desde  Ponce,  por  Adjuntas,  siguió  en  la  primera  quincena  de  agosto  hasta 
Utuado,  donde  fué  sorprendido  con  la  noticia  de  haberse  firmado  el  Armisticio  que 
puso  fin  a  la  guerra. 

E^l  18  de  octubre  fué  designado  por  el  general  Brooke  para  el  mando  del  segundo 
distrito,  de  los  dos  en  que  se  dividió  la  Isla,  distrito  que  tenía  su  capital  en  Ponce; 
y  allí  siguió  hasta  el  6  de  diciembre,  en  que  por  orden  del  Presidente  Mac-Kinley,- 
asumió  el  mando  supremo  de  la  Isla  y  del  Ejército  de  ocupación,  por  haber  sido 
trasladado  a  Cuba  el  Mayor  general  John  R.  Brooke. 

Su  gobierno  se  significó  por  una  completa  transformación  de  todos  los  servicios 
y  organismos.  El  18  de  diciembre  declaró  libres  de  toda  traba  y  contribución  las 
industrias  de  pan  y  carne,  con  objeto  de  abaratar  estos  artículos. 

En  febrero  16,  del  siguiente  año,  reorganizó  los  departamentos  del  Gobierno 
insular,  y  su  orden  en  tal  sentido  contenía  tales  apreciaciones  que  el  presidente  y 
todos  los  miembros  de  aquel  organismo  presentaron  sus  renuncias,  las  que  les  fueron 
aceptadas  y  substituidos  por  los  siguientes: 

Francisco  de  Paula  Acuña,  secretario  de  Estado;  Cayetano  Coll  y  Tosté,  Hacien- 
da; Herminio  Díaz  Navarro,  Gracia  y  Justicia;  Federico  Degetau,  Interior.  A  cada 
jefe  de  estos  departamentos  se  le  nombró  un  assisstant^  subordinado,  siendo  el  del 
doctor  Coll  y  Tosté  el  primer  teniente  Frank  Mac-Intyre,  hoy  Mayor  general  y  jefe 
del  Burean  de  Asuntos  insulares. 

En  mayo  2  ordenó  que  ocho  horas  constituirían,  en  lo  sucesivo,  y  en  toda  la  Isla, 
un  día  de  trabajo  regular,  y  que  todo   salario   quedaba   exento   de   contribución  o 


CRÓNICAS  491 

recargo.  A  él  se  debieron  la  reorganización  de  la  Junta  de  sanidad  y  de  otros  muchos- 
servicios,  así  como  la  final  organización  del  Cuerpo  de  la  Policía  insular,  que  quedó- 
a  cargo  de  Frank  Testher. 

Fué  exigente  en  grado  sumo  con  concejales  y  alcaldes,  a  quienes  trató  con  rudeza 
militar;  distinguiéndose  de  otra  parte,  en  la  gran  cortesía  con  que  siempre  favorecía 
a  cuantos  sirvieron,  militares  o  paisanos,  al  gobierno  español  ^. 

El  día  9  de  mayo  resignó  su  cargo  en  manos  del  brigadier  general  George 
W.  Davis,  y  desde  abril  había  publicado  una  Orden  del  día  despidiéndose  del  Ejér- 
cito, Policía  insular  y  de  los  habitantes  de  la  Isla,  a  quienes  daba  oportunos  y  sabios 
consejos  para  que,  adaptándose  al  nuevo  orden  de  cosas,  tuviesen  fe  inquebrantable 
en  las  futuras  decisiones  del  Gobierno  americano. 

MAYOR  GENERAL  OSWALD  HERBERT  ERNST 

Nació  el  27  de  junio  de  1842,  en  Ohío,  cerca  de  Cinncinnatti.  En  1858  entró  en 
el  Colegio  de  Plarvard  y  terminados  sus  estudios  ingresó  en  el  militar  de  West  Point,., 
siendo  su  graduación  en  1 864,  con  el  grado  de  primer  teniente  del  Cuerpo  de  inge- 
nieros, prestando  sus  servicios  en  el  Ejército  de  Tennessee,  al  final  de  la  Guerra 
Civil,  en  la  campaña  de  Atlanta.  En  1 870  formó  parte  de  una 'Comisión  enviada  a 
España  para  observar  un  eclipse  solar. 

Sirvió  después,  siempre  como  ingeniero,  en  varias  comisiones  y  en  diferentes 
Estados  de  la  Unión  y  también  en  Méjico. 

Desde  1893  a  1898  fué  superintendente  de  la  Academia  militar  de  West 
Point. 

En  julio  21  de  1898  embarcó  en  Charleston,  Virginia,  en  el  transporte  Grande 
Duchesse  al  mando  de  una  brigada  y  formando  parte  de  la  expedición  del  general 
Wilson,  que  operó  en  Puerto  Rico.  El  éxito  parcial  del  ataque  que  realizara  el  16. "^  de 
Pennsylvania,  en  Coamo,  fué  debido  a  los  planes  de  este  general.  Poco  después  del 
combate,  el  coronel  de  dicho  regimiento  entregó  a  Ernst  un  sable  y  una  espada,  ase- 
gurándole que  eran  las  pertenecientes  al  comandante  Illescas  y  capitán  Frutos  Ló- 
pez, armas  que  conserva  dicho  general  como  valioso  trofeo  de  la  guerra. 

Hace  muy  poco  tiempo,  este  general  fué  visitado  en  su  residencia  de  Washington 
por  Roberto  H.  Todd,  quien  lo  hiciera  a  instancias  mías,  recibiendo  algunas  impre- 
siones de  aquel  caudillo  acerca  de  su  campaña  en  Puerto  Rico,  y  principalmente  so- 
bre el  combate  de  Coamo. 

i  Las  huérfanas  de  un  coronel  español,  que,  a  causa  de  la  guerra,  no  recibían  su  pensión,  fueron  de- 
mandadas en  desahucio  por  el  dueño  de  la  casa  que  habitaban;  súpolo  el  general  Henry,  y  llamando  al  ca- 
sero le  dijo: 

—  «Si  usted  lanza  a  la  calle  a  esas  señoritas  lo  encerraré  en  el  castillo  del  Morro;  por  ahora  dése  por  bien 
pagado  con  el  honor  que  recibe  alojando  en  casa  suya  a  las  hijas  de  un  noble  jefe  español.» 

Poco  después  dio  órdenes  para  que  en  el  mismo  edificio  que  ocupaba  el  Instituto  Provincial,  se  habili- 
tase un  departamento,  que  habitaron  las  huérfanas  por  mucho  tiempo.— A',  del  A. 


492  A  .     U  i  Y  K  ¡i  O 

«!\!e  dijo  el  general  Ernst  que  Ulescas  se  había  portado  como  un  valiente  soldado 
{¡ike  a  bravt  solditr);  pero  que  durante  toda  la  acci(5n  parecía  (jiie  le  guiaba  la  idea 
del  suicidio,  pues  nuientras  sus  soldados  CvStaban  a  cubierto  por  las  trincheras,  él  se 
exponía,  constantemente,  recorriendo  a  caballo  toda  la  línea,  sin  ocultarse,  y  como 
si  invitara,  en  vez  de  rehuirlas,  a  las  balas  enemigas.»  ' 

]*or  esta  acción,  y  a  propuesta  de  los  generales  3ti¡les  y  W'ilson,  el   ('ongreso,  y 


ya  retirado  el  brigadier  lírnst,  lo  ascenditj  a  mayor  general  «por  servicios  prestados 
■en  la  batalla  de  Coaniox.. 

De  enero  i .",  a  mayo  6  del  año    l8c)y,   fué   inspector  general   de  la   división  de 
tropas  americanas  en  C'uba,  \\x\   I  Hcjq  fué  nombrado  miembro  tle  la  Comisión  pai 
determinar  la  mejor  rula  de  un  canal  a  través  del   istmo  de  Panamá,  comisión   qi 
duró  desde  junio  ()  de  acjuel  año  al   3   de  marzo  de   l(X)4.  Jui   el  niisnuí  año    18;,)' 


Párrafo  «Ir- 
íral  Osivald  I 


ert  t:rnst.  ^.\'.  de!  A. 


(■  R  o  N  1  c;  A  s 


desde  julio   a    octiil)re,   estuvo   en  Europa   estudiando   todo  lo  referente  a  grandes- 
canales  y  tüiubién  los  planos  del  ingeniero  I.esseps  para  el  de  ['anamá. 

Fué  retirado  por  edad  en  junio  27  de  lOOG,  y  a<:tiialmente  vive  en  WYishington, 
en  una  opulenta  mansión,  tan  ágil  y  vigoroso  corno  aparecía  en  1808. 


^lAVcm  (¡KXKkAI.  TEODORO  Sí.llWAN 
Xació  en   ilanover,  Alemania,  julio  o  d(?    1 841,   y  vino   a  los   I'.sladus   Lóiidos- 
en   1H57,  sentando  ¡ilaza  y  obteniendo  la  mayor  parte  de  sos  ascensos  por  méritos 


de  guerra.  Durante  la  campaña  de  Puerto  Rico  mandó  la  brigada  de  tropas  regula- 
res que,  partiendo  de  Yauco,  llegó  hasta  Las  Marías. 

Actualmente  esta  retirado,  después  de  cuarenta  y  tres  años  de  servicios,  durante 
los  cuales  fué  condecorado  varias  veces  por  su   valor  distinguido  y  heroico. 

Ha  desempeñado  el  cargo  de  agregado  a  la  límbajada  Americana  un  Berlín, 
Por  su  caballerosidad  y  corrección   durante  aquella   corta  campaña   de    Puerto- 
í\'ico,  mereció  las  simpatías  y  el  respeto  de  toda  la  región  occidental  de  Ja  Isla. 


494  A  .     R  I  V  E  R  O 


ALMIRANTE  WILLIAM  THOMAS  SAMPSON 

Nació  en  Palmyra,  estado  de  Nueva  York,  el  9  de  febrero  del  año  1840,  mu- 
riendo en  Washington  el  6  de  diciembre  de  1902. 

Hizo  sus  estudios  profesionales  en  la  Academia  Naval,  tomando  después  parte 
muy  activa  en  la  Guerra  Civil,  y  el  15  de  enero  de  1862  estaba  de  servicio  en  la  torre 

del  blindado  Patapsco,  cuando  este  buque  fué  volado  por 
un  torpedo  sudista  en  la  bahía  de  Charleston;  a  su  sangre 
fría  debió  la  vida  en  aquella  catástrofe. 

En  1897  fué  nombrado  comandante  del  acorazado  lowa, 
y  el  17  de  febrero  del  mismo  año  presidió  el  board  que 
debía  inquirir  sobre  las  causas  que  ocasionaron  la  destruc- 
ción del  crucero  Maine,  rindiendo  su  informe  en  22  de 
marzo.  Poco  después  fué  promovido  al  empleo  de  acting 
real  almirante,  sucediendo  al  almirante  Sicard  en  el  mando 
de  la  escuadra  del  Norte  Atlántico,  y  entonces  enarboló 
Almirante  w.  T.  Sampson.  SU  insiguia  a  bordo  dcl  crucero  acorazado  New  York. 

El  12  de  mayo,  a  bordo  del  lowa,  dirigió  el  bombardeo 
de  San  Juan,  acción  de  guerra  que  llevó  a  cabo  sin  la  necesaria  autorización,  valién- 
dole por  esto  fuertes  censuras  en  los  Estados  Unidos  y  en  Europa,  donde  muchos 
marinos  prominentes,  y  no  pocos  estadistas,  juzgaron  aquel  bombardeo  como  una 
flagrante  violación  de  las  leyes  y  prácticas  de  la  guerra. 

En  dicha  mañana,  y  según  informes  de  los  corresponsales  de  la  Prensa  america- 
na, que  presenciaron  el  combate  a  bordo  del  yate  Anita  ^,  el  almirante  Sampson,  y  lo 
mismo  el  capitán  Evans,  del  loiva,  estuvieron  en  grave  peligro  de  morir  o  ser  heri- 
dos, cuando  un  proyectil  de  6  pulgadas,  dirigido,  según  opinión  de  ambos,  desde  el 
castillo  de  San  Cristóbal,  estalló  sobre  sus  cabezas. 

Al  decretarse  el  embotellamiento  de  la  escuadra  Cervera  en  el  puerto  de  Santiago 
de  Cuba,  tomó  el  mando  de  toda  la  escuadra  de  los  Estados  Unidos,  incluso  la 
escuadra  volante  del  comodoro  Scheley.  El  día  3  de  julio  estaba  camino  de  Siboney 
para  conferenciar  con  el  general  Shafter,  cuando  los  buques  españoles  salieron  de 
aquel  puerto.  Su  insignia,  el  Neiv  York,  a  toda  velocidad,  se  reunió  al  resto  de  su 
escuadra,  tomando  escasa  participación  en  el  combate,  que  estuvo  a  cargo  del  co- 
modoro. 

Al  finalizar  la  guerra,  surgió  en  la  Prensa  americana  una  controversia,  respecto  a 
cuál  de  estos  dos  marinos  correspondían  los  honores  del  triunfo;  y  aunque  un  board, 
que  fué  nombrado  tres  años  más  tarde,  a  petición  de  Scheley,  falló  el   pleito  a  favor 

1     Guardo  en  mi  archivo  las  ediciones  del  World  y  del  New  York  Herald,  donde  consta  este  incidente. — ■ 
N-delA. 


CRÓNICAS  495 

•del  almirante  Sampson,  ya  fué  tarde  para  que  el  Congreso  tomase  acción  recono- 
ciendo sus  servicios,  y  por  ello  no  tuvo  recompensa  alguna. 

El  año  1910,  acompañado  de  Roberto  H.  Todd,  visitaba  yo,  precisamente  en  la 
fecha  «Decoration  Day»,  el  cementerio  nacional  de  Arlington  Heights  (Virginia), 
cuando  nos  detuvimos  frente  a  la  tumba  del  almirante  Sampson,  muy  cercana  a  la 
del  general  Guy  V.  Henry. 

Al  recordar  la  sorpresa  y  sustos  del  12  de  mayo  de  1 898,  no  pude  menos  que 
perdonar  al  muerto  y  elevar  una  oración  por  el  eterno  descanso  de  su  alma. 


EL  CORONKL  D.  JUAN  CAMÓ  V  SOLER 

Fué,  durante  la  guerra  y  mucho  tiempo  antes  de  su  declaración,  jefe  de  Estado 
Mayor  de  la  Capitanía  general  de  Puerto  Rico.  El  general  Macías,  quien  había  sido 
destinado  a  esta  Isla,  en  substitución  del  de  igual  empleo  D.  Andrés  González  Muñoz, 
para  implantar  en  ella  el  régimen  autonómico  decretado  en  25  de  noviembre 
de  1897,  dedicó  todo  su  tiempo  y  todas  sus  actividades  al  buen  desempeño  de  la 
difícil  tarea  que  le  había  sido  encomendada  por  el  Gobierno  de  España,  permane- 
ciendo inactivo,  y  en  ocasiones  hasta  aparecer  ignorando  sus  funciones  de  capitán 
general,  por  haberlas  declinado,  en  su  jefe  de  Estado  Mayor. 

Este,  hombre  maduro,  de  no  vulgar  ilustración,  pequeño  de  cuerpo,  pero  grande 
de  voluntad  y  carácter;  hosco,  reservado,  despótico  en  grado  sumo,  no  admitía  ré- 
plicas ni  observaciones  de  persona  alguna.  Jamás  enmendó  su  criterio.  Fué  siempre 
señor  y  dueño  de  las  fuerzas  militares  que  guarnecían  la  Isla,  y  hacía  y  deshacía  a  su 
antojo,  procurando,  en  todos  los  casos,  contrariar  a  sus  subordinados,  y  aun  a  los  de 
su  misma  o  superior  categoría. 

Ordenancista  exagerado,  nunca  permitió  que  se  le  apease  el  Usia^  ni  concedió  esos 
favores  que,  tan  usuales  son,  en  las  oficinas  del  Estado  Mayor;  nunca  supo  decir  que 
sí,  y  ni  los  propios  jefes  de  batallón  se  vieron  libres  de  sus  durezas  y  humillantes 
fiscalizaciones,  casi  siempre  nimias  y  sin  fundamento.  Fué  una  losa  de  plomo,  un 
martillo  pilón,  que  gravitó  y  batió,  por  muchos  anos,  sobre  todos  los  que  tuvieron  la 
desgracia  de  caer  dentro  de  su  amplia  jurisdicción.  Por  esto  era  mal  querido  en  cuar- 
teles y  cuartos  de  banderas,  no  gozando  entre  el  elemento  civil  de  mejor  reputación 
ni  de  mayores  simpatías;  y  así,  cuando  se  embarcó  para  Cádiz,  después  de  firmarse 
•el  Armisticio,  fué  el  único  jefe  español  a  quien  nadie  acompañara  a  bordo;  y  no  hubo 
entre  las  suyas  una  sola  mano  amiga  que  las  apretara  en  despedida,  y  los  periódicos, 
con  sorprendente  unanimidad,  le  dedicaron  sueltos  y  artículos,  que  eran  verdaderas 
diatribas. 

Derrochaba  sus  horas,  de  laboriosa  actividad,  pues  trabajaba  de  sol  a  sol,  y  aun 
de  noche,  en  minucias  de  guarnición  para  impugnar  los  gastos  menores  de  los  Cuer- 
pos armados,  haciendo  reparos  al  precio  de  una  botella  de  tinta  o  de  una  olla  para 


496  A  .     R  I  V  E  R  Q 

ranchos,  adquiridas  a  precios  del  mercado,  por  jefes  honorables;  y  en  tales  trabajos 
le  sorprendió  la  guerra  sin  planes  y  sin  previsión  de  clase  alguna. 

La  artillería  de  campaña  era  escasa,  y  escasa  su  dotación  de  municiones;  las  pie- 
zas emplazadas  en  San  Juan,  único  puerto  fortificado  en  toda  la  Isla,  eran  de  calibre 
medio,  ninguna  de  tiro  rápido  o  carga  simultánea;  no  había  pólvora  adecuada  para 
las  de  mayores  alcances  y  poder;  no  hubo  telémetros  ni  torpedos,  ni  minas  ni  ex- 
plosivos para  volar  puentes,  ni  almacenes  con  provisiones  de  boca  y  guerra.  Sánchez 
de  Castilla,  subinspector  del  Cuerpo  de  artillería,  y  Laguna,  del  de  ingenieros,  cla- 
maron, repetidas  veces,  sin  resultado,  exponiendo  tales  deficiencias  y  señalando  el 
oportuno  remedio,  y  siempre  sus  peticiones  se  estrellaron  contra  el  non posstimus  del 
coronel  Camó  *. 

No  hubo,  antes  de  la  declaración  de  guerra,  ni  después,  escuelas  prácticas  de  ar- 
tillería, y,  cuando  tuvo  lugar  el  combate  del  12  de  mayo,  ni  uno  solo  de  los  sirvien- 
tes de  las  piezas  había  tenido  oportunidad  de  escuchar  el  estampido  de  los  caño- 
nes. Larrea  y  otros  jefes  trataron  de  encauzar  aquel  desbarajuste,  pero  sus  indicacio- 
nes, así  como  las  del  general  Ortega,  fueron  siempre  mal  recibidas.  Para  que  el  lector 
tenga  visión  exacta  de  aquellos  hechos,  es  bueno  que  sepa  que  San  Juan  nunca  fué 
bloqueado  regular  y  efectivamente,  y  sí  sólo  en  ciertos  períodos,  y  siempre  por  fuer- 
zas navales,  muy  inferiores  a  las  ancladas  en  la  bahía.  Ponce,  Mayagüez  y  Arecibo, 
conectado  este  último  puerto  por  ferrocarril  con  San  Juan,  siempre  estuvieron 
francos,  y  en  ellos  entraban  y  salían,  libremente,  vapores  ingleses,  alemanes,  fran- 
ceses y  hasta  veleros  españoles.  Pudo  pedirse  y  traerse  de  España  mucho  material 
de  guerra  necesario,  solicitado  por  los  artilleros,  con  sobrada  antelación,  peticio- 
nes que  dormían  el  sueño  de  los  justos  en  las  oficinas  del  Estado  Mayor;  y  así,  en 
Madrid,  pocas  veces  supieron  la  verdad  en  cuanto  a  nuestras  necesidades  durante  la 
guerra. 

Cuando  se  proclamó  el  estado  de  guerra  y  el  general  Macías  hizo  un  llamamiento 
al  país,  éste  respondió  con  sin  igual  entusiasmo,  secundando  al  Ejército  y  Volunta- 
rios; ni  un  solo  pueblo  faltó  a  su  deber;  las  compañías  de  Voluntarios  se  vieron  nu- 
tridas con  hombres  que  siempre  recelaron  del  Instituto;  secciones  de  macheteros,  au- 
xiliares y  de  transporte,  surgieron  por  todas  partes. 

Camó,  siempre  adusto,  siempre  receloso,  veía  en  cada  portorriqueño  que  pedía 
armas  un  traidor,  y  en  cada  Voluntario  un  mal  soldado,  en  el  cual  no  podía  tenerse 
confianza.  Sánchez  Apellániz,  comandante  militar  del  departamento  de  Humacao,  re- 
cluta e  instruye  200  voluntarios,  para  los  cuales  pide  fusiles  y  equipos.  El  jefe  de  Es- 
tado Mayor,  tal  vez  sin  consultarlo  con  el  general  Macías,  rechaza  la  petición  y  es- 
cribe: «Esas  peticiones,  exageradas,  de  armamento,  sobre  no  haber  Parque  que  las 
resista,  acusan  falta  de  valor  en  el  jefe  que  las  produce.»   vSánchez  Apellániz  tenía 

1    El  autor  fué  secretario,  mucho  tiempo,  de  la  Subinspección  de  artillería,  siendo  subinspectores  los  co-^ 
róñeles  de  artillería  León  y  Sánchez  de  Castilla. 


CRÓNICAS 


497 


-el  pecho  cubierto  de  cruces,  ganadas,  no  en  las  poltronas  de  una  oficina,  sino  en 
campo  abierto,  frente  al  enemigo. 

Rafael  Ubeda  Delgado,  teniente  coronel,  comandante  militar  de  otro  departa- 
mento, pide  también  armas  para  sus  reclutas  voluntarios:  «No,  dice  Camó;  esas  ar- 
mas, que  saldrían  hoy  del  Parque,  irán  a  parar,  más  tarde,  a  manos  del  enemigo.» 

Y  todavía,  a  última  hora,  cuando  las  fuerzas  españolas  se  batían  en  retirada  desde 
Guayama  a  las  posiciones  de  Guamani^  escribe  el  capitán  Acha,  cuya  guerrilla,  inte- 
grada por  nativos,  en  su  mayor  parte,  tuvo  1 7  bajas  en  un  efectivo  de  40  hombres, 
lo  siguiente:  «Proponga  usted,  para  ser  recompensados,  ocho  individuos  de  su  gue- 
rrilla, procurando  que  la  designación  recaiga,  precisamente,  Qn  peninsulares.»  No  ol- 
vide el  lector  que  el  capitán  Salvador  Acha  era  portorriqueño. 

El  capitán  de  Estado  Mayor  D.  Emilio  Barrera  le  propuso  utilizar  trenes  blinda- 
dos y  artillados,  con  las  piezas  de  tiro  rápido  de  los  buques  de  guerra,  para  que 
operasen  a  lo  largo  de  la  vía  férrea,  y  tal  oferta  fué  declinada. 

Yo  afirmo  que,  en  muchas  ocasiones,  vi  llorar  de  rabia  y  vergüenza  al  general  Ri- 
cardo Ortega,  después  de  sus  entrevistas  con  el  coronel  Camó,  en  que  éste,  excusán- 
dose con  instrucciones  recibidas  de  Macías,  se  oponía  a  que  el  primero  saliese  a  cam- 
paña al  frente  de  las  fuerzas  acantonadas  dentro  y  fuera  de  San  Juan. 

No  fué  el  coronel  Camó  un  cobarde,  un  traidor  ni  un  torpe;  fué,  solamente,  un 
jefe  obcecado,  retrógrado,  miope  e  incapaz  de  torcer  sus  opiniones  ni  sus  juicios.  Sus 
resoluciones,  que  influyeron  en  el  procesamiento  de  los  coroneles  Soto  y  San  Martín, 
fueron  otras  dos  grandes  injusticias,  porque  aquellos  jefes  procedieron,  siempre,  den- 
tro de  las  instrucciones  superiores  que  tenían  recibidas.  El  suicidio  de  Francisco 
Puig,  teniente  coronel  del  batallón  Cazadores  de  la  Patria,  fué  debido,  exclusivamen- 
te, a  la  dureza  de  lenguaje  y  trato  injusto  que  recibiera  aquel  jefe  del  coronel  Camó. 

El  desastre  del  río  Guasio,  único  incidente  lamentable  en  toda  la  guerra,  fué  re- 
sultado de  su  imprevisión,  porque  nunca  se  enviaron  tropas  de  socorro,  habiéndolas 
en  Arecibo,  en  Utuado,  en  Lares  y  en  Pepino,  todas  a  una  jornada  de  aquel  sitio  y 
con  tiempo  sobrado  durante  los  días  que  transcurrieron  del  lO  al  1 3  de  agosto. 

Las  actuaciones  de  este  jefe,  en  quien  deben  recaer  todas  las  responsabilidades 
de  la  campaña  en  Puerto  Rico,  pueden  condensarse  en  pocas  frases:  «Nada  hizo;  nada 
dejó  hacer;  desconfió  de  todos,  y  de  todos  fué  malquisto.» 

CONTRAALMIRANTE  RICHARD  WAINWRICxHT 

Este  marino,  de  histórico  renombre,  nació  en  Washington,  en  IJ  de  diciembre 
de  1849,  y  fué,  después  de  aprobar  los  cursos  reglamentarios,  graduado  como  ofi- 
cial de  la  Armada  en  la  Academia  Naval  de  los  Estados  Unidos  en  1 868. 

El  1 5  de  febrero  de  1898  era  segundo  comandante  del  crucero  Mahíe^  cuando 
este  buque  voló  en  el  puerto  de  la  Habana.  Al  estallar  la  guerra  hispanoamericana 

32 


49B 


A  .     R  1  V  E  R  O 


obtuvo  el  mando  del  cañonero  ('hüucestci\  buque  que  era  el  yate  Corsair,  propiedad 
del  millonario  J,  P.  Morgan. 

Rl  día  3  de  julio,  y  al  salir  del  puerto  de  Santiago  de  ÍAiba  la  escuadra  del  almi- 
rante Oírvera,  el  (noiiccsicr  avanzó,  a  todo  vapor,  hacia  la  entrada^  de  dicho  puerto 


wr^/^^-f'^-^^^^m/^ 


y,  con  el  fuego  vivo  de  sus  cañones  de  tire 
los  destroyers  españoles  Fnror  y  ¡'litltín. 
El  mismo  cañonero,  siempre  al  mando 
paño  la  expedición  del  general  Miles  conlr 
cm  el  puerto  de  ("mánica  en  la  mañana  del 


rápido,  destruyó,  en  muy  poco  tieni|)("'- 

del  entonces  teniente  Wainwright,  acom 

b*uerto  Rico,  y  fue  el  primero  que  entff 

?5  de  julio,  y,  poco  <lesf)ucs,  un  piqueta 


CRÓNICAS 


499 


de  sus  marineros  izó,  en  dicho  poblado,  por  vez  primera,  el  pabellón  de  los  Esta- 
dos Unidos. 

Este  mismo  Wainwright,  con  su  buque  Gloucester,  asistió  a  la  toma  de  Ponce,  y 
obtuvo,  pocos  días  después,  la  capitulación  del  puerto  y  pueblo  de  Arroyo, 

Es  Wainwright,  por  tanto,  figura  de  gran  realce  en  cuanto  se  refiere  a  la  guerra 
hipanoamericana  y,  principalmente,  a  la  campaña  de  Puerto  Rico. 

El  día  24  de  junio  del  año  192 1,  Roberto  H.  Todd,  por  encargo  del  autor  de 
esta  Crónica,  visitó  al  contraalmirante  Richard  Wainwright,  quien  actualmente  vive 
en  Washington,  su  ciudad  natal. 

Lo  que  sigue  es  tomado  de  una  carta  de  Roberto  H.  Todd,  relativa  a  dicha  en- 
trevista: 

«Visité  al  contraalmirante  Wainwright  en  su  preciosa  casa  de  la  Avenida  New 
Hampshire,  a  la  hora  convenida,  por  teléfono,  con  su  anciana  esposa. 

Tiene  setenta  y  dos  años,  pelo  y  bigote  canos;  alto  y  delgado.  Le  dije  quién  era 
y  el  objeto  de  mi  visita,  y,  por  toda  respuesta,  se  levantó,  fué  a  su  biblioteca,  y  sa- 
cando de  ella  un  libro  encuadernado  en  piel  negra,  buscó  la  fecha  de  25  de  juho 
de  1898,  y  me  la  dio  a  leer. 

El  libro  era  Log  of  the  Gloucester  (diario  de  a  bordo  del  CAoucester),  impreso  por 
el  Instituto  Naval  de  los  Estados  Unidos,  en  Annapolis,  Maryland,  con  permiso  del 
Departamento  de  Marina.  La  edición  fué  de  25  ejemplares  y  la  copia  en  poder  de 
Wainwright  tiene  el  número  14. 

Fué  tan  bondadoso,  que  me  permitió  llevarme  aquel  libro,  con  promesa  de  de- 
volvérselo en  seguida,  y  así  lo  hice,  después  de  copiar  para  tu  obra,  en  duplicado^ 
todo  lo  referente  a  las  expediciones  de  Guánica  y  Arroyo. 

Le  pregunté  si  quería  escribir  alguna  cosa  sobre  Puerto  Rico  y  me  contestó  que 
cuanto  él  pudiera  decirme  estaba  consignado  en  el  libro  del  Gloucester. 

Este  marino  se  conserva  muy  arrogante,  y  recuerda  todos  los  detalles  de  la  cam- 
paña de  Puerto  Rico;  me  encargó  decirte  que  desea  el  mejor  éxito  para  tu  libro  y 
que  puedes  pedirle  cualquier  dato  que  necesites.» 

Una  copia  del  Diario  del  Gloucester^  referente  a  la  captura  de  Arroyo,  de  gram 
valor  histórico,  figura  en  el  Apéndice. 


A  .    K  í  \''  E  R  O 


CAPITULO  XXXV 

M  tSCIi  1.  .\X  KA 

UX   I'.SI'ÍA   KX'   PUERTO  RICO.  KXr»LOSlí}X  EX    KE  J'OEVORÍX     im   MlRAM'JJRl-S 

EA  Esc:()i;rA  dke  (íexiírae  magias. rivae. ke  saxiijare;?  ee  iioraik.i-i-^^ 

ROS.  —  PROMESA    CUMI'EIDA.  ---  EL    IIEIJ(')S,RAF(').  ^- MARH'X     CICPEDA.     ^  RAMi';N 

H.    IJ')PEZ. 


ÜRAK"!!-!  el  breve  período  que  duró  la  guerra,  muchos  cspíiií 
y  confidentes,  algunos  con  grave  riesgo  de  sus  vidas,  [)restaroi 
valioso  concurso  desde  Puerto  Rico  al  liiireait  de  lnrormaci''M' 
Militar  de  los  listados  Unidos,  pero  ninguno  demostró  tanl; 
sagacidad,  intrepidez  <>  inteligencia^  como  el  teniente  d(!  arlillo 
ría  lí.  [-1.  W'hitney,  quien  logró,  utilizando  ingeniosos  disfraces 
recorrer  una  gran  parte  de  la  Isla,  ohtc»niendo  una  iníornuicióti 
tan  importante,  que  en  ella  se  apoxmron,  más  t;u-de,  todos  lo; 
planes  de  campaña  del  general  Miles. 
l',ste  joven  oficial  salió)  de  Cayo  Mueso  el  día  5  de  mayo  de  1H9S,  a  bordo  úe 
at:ora/atlo  ludiaaa,  buque  (|ue  formaba  parte  de  la  escuadra  del  almirante  Sanipson 
con  rumbo  a  San  Juan,  y,  durante  la  travesía,  aparentondo  ser  un  repórter,  consi 
guió  ser  admitido  entre  los  corresponsales  que  venían  a  bordo  del  yate  Ajnla,  pcn- 
leneciente  a  la  Prensa.  Desde  este   buque  presenció  el  día    12  el  boniliardeo  de  1¡ 


502 


A  , 


.  1  A^  E  1 


plaza  de  San  Juan,  y  terminado  éste,  siguió  a  tjordo  de  dicho  buque  hasta  el  puerto 
de  St.  Thomas,  adonde  llegó  el  mismo  día  por  la  tarde,  desembarcando  allí  como  uno 
de  tantos  corresponsales  que  por  aquellos  días  llenaban  la  ciudad  de  Carlota  Amalia. 
Como  hal)ía  recibido  órdenes  oficiales  para  deseml)arcar  en  Puerto  Rico  por 
cualquier  medio,  a  fin  de  estudiar  las  condiciones  del  país,  embarcó,  disfrazado,  en  el 


vapf)r  de  carga  inglés  Amiarose,  buque  que  fondeó  en  Ponce  el  día  15  del  mismo 
nu^s  de  mayo,  y  allí  y  en  Arroyo  permaneció  muchos  días,  los  cuales  utilkó  Whit- 
ney  para  llevar  a  cabo  su  arriesgada  exploración;  recorrió  todos  los  barrios  de  Ponce 
y  las  jurisdicciones  de  Arroyo,  Vauco,  Salinas  y  Guánica;  en  este  poblado,  donde  se 
luzo  pasar  por  inglés,  se  dedicó  a  la  venta  andmlantc  de  petróleo,  y  montado  en  un 
mal  caballejo,  hizo  frecuentes  excursiones  por  aquellos  campos,  recibiendo  valiosos 
informes  y  llevando  a  su  cartera  muchos  croquis  y  notas  que  le  facilitaban  los  nu- 


CRÓNICAS  503 

merosos  individuos  desafectos  a  España,  que  por  allí  habitaban  y  sosteniendo  constan- 
tes relaciones  con  el  leader  separatista  Mattei  Lluveras.  Muchas  tardes,  aparentando 
dedicarse  a  la  pesca,  pudo  reconocer  todo  el  puerto  de  Guánica  y  sus  canales  prac- 
ticando cuidadosos  sondeos,  y  cerciorarse  de  que  ni  en  dicha  bahía,  ni  en  sus  alrede- 
dores, había  minas  ni  otras  defensas  que  un  pequeño  fortín,  reforzado  con  troncos  de 
árboles  y  construido  muy  a  la  ligera. 

El  general  Macías  había  recibido  una  información  cablegráfica  del  cónsul  espa- 
ñol de  St.  Thomas,  advirtiéndole  que  un  americano,  quien  se  hacía  pasar  por  pe- 
riodista, pero  que  indudablemente  debía  ser,  como  se  desprendía  de  su  lenguaje  y 
aspecto,  un  oficial  del  Ejército  americano,  había  desaparecido  de  aquella  isla  el 
mismo  día  de  haber  zarpado  con  rumbo  a  Ponce  el  vapor  de  carga  Andarose.  Dicho 
cónsul  fué  más  allá  en  su  información,  añadiendo  que  el  supuesto  periodista  era  un 
teniente  de  apellido  Whitney,  quien  había  recibido  del  Gobierno  americano  una  mi- 
sión secreta  para  desembarcar  en  Puerto  Rico  y  ponerse  en  relaciones  con  sus  habi- 
tantes; el  mismo  funcionario  daba  en  su  telegrama  las  señas  exactas  y  minuciosas  de 
aquel  oficial. 

Al  recibo  de  tan  importante  información,  toda  la  policía  de  Orden  público,  la 
Guardia  civil  y  los  detectives  al  servicio  del  general  Macías^  se  pusieron  en  movi- 
miento. Witney  fué  localizado  en  Arroyo  por  un  sargento  de  la  Guardia  civil;  pero 
el  temor  que  existió  durante  toda  la  guerra  de  provocar  un  conflicto  con  Inglaterra, 
impidió  toda  acción  de  las  autoridades,  ya  que  el  espía  no  se  ocultaba,  y  aparentando 
ser  un  ciudadano  inglés,  mantenía  estrechas  relaciones  con  su  cónsul  en  aquella  po- 
blación; y  de  esta  manera,  y  merced  a  su  osadía  y  a  la  torpeza  de  los  polizontes, 
pudo  llenar  la  misión  que  se  le  confiara,  escapando  libremente  el  día  2  de  junio  con 
rumbo  a  Nueva  York,  adonde  llegó  el  7,  y  a  la  tarde  siguiente  dio  cuenta  de  su 
aventura  al  presidente  Mac-Kinley,  quien  para  escucharle  había  reunido  todo  su  Ga- 
binete. 

Según  las  notas  que  conservo,  el  día  2]  de  mayo  el  vapor  Andarose  fué  despa- 
chado por  la  Aduana  de  Ponce  después  de  cargar  para  Ilalifax  605  bocoyes,  II9  ba- 
rriles y  9.904  sacos  de  azúcar,  pesando  todo  1. 344. 822  kilos,  y  además  350  bocoyes 
<le  miel,  con  un  peso  de  165.900  kilos,  abonando  por  derechos  de  carga  1. 250  pesos 
SO  centavos;  de  Ponce  siguió  el  Andarose  al  puerto  de  Arroyo,  donde  con  fecha  2  de 
junio  zarpó  para  Nueva  York,  habiendo  cargado  en  aquel  último  puerto  481.542  kilos 
de  azúcar  y  3.150  de  ron,  por  los  cuales  abonó  como  derechos  de  Aduana  397  pesos 
2y  centavos,  y  como  tributo  de  exportación,  3  pesos  15  centavos. 

La  información  y  sugestiones  del  teniente  H.  H.  Whitney,  ascendido  entonces  a 
-capitán,  hicieron  tal  impresión  en  el  generalísimo  Miles,  que  ya  cerca  de  San  Juan, 
al  frente  de  las  fuerzas  invasoras,  varió  de  objetivo,  haciendo  rumbo  hacia  Guánica,  en 
vez  de  desembarcar,  según  el  plan  acordado,  en  las  playas  de  I^ajardo. 

Cualquiera  que  sea  el  juicio  que  a  los  técnicos  militares  pudiera  merecerle  este 


504  A  .     R  I  V  E  R  Q 

cambio  de  planes  de  guerra,  no  cabe  duda  que  la  ciudad  de  San  Juan  y  sus  vecinos- 
son  deudores  de  inmensa  gratitud  al  teniente  Whitney,  hoy  mayor  general  retirado ^ 
residente  en  el  Hawaii,  y  que  pasa  los  calores  del  verano  en  el  lujoso  hotel  Norman- 
día  de  San  Francisco  de  California.  Según  el  plan  primitivo,  mientras  la  expedición- 
Miles  tomaba  tierras  por  Oriente,  avanzando  después  sobre  la  capital  de  la  Isla,  la  flota 
americana  daría  principio  a  un  bombardeo,  no  interrumpido,  contra  las  defensas  y 
ciudad  de  San  Juan.  Aquí  no  hubiera  quedado  piedra  sobre  piedra,  y  las  pérdidas  de 
vidas  y  de  propiedades  hubieran  sido  incalculables;  todo  este  horror  de  la  guerra  fué 
evitado  por  la  inteligente  intervención  del  valeroso  artillero,  a  cuyas  bondades  debo- 
el  poder  ofrecer  a  mis  lectores  un  resumen  de  su  viaje  por  nuestros  campos,  docu- 
mento que,  acompañado  de  una  expresiva  carta,  recibí  el  día  26  de  abril  de  1 921. 
Con  el  ínemordndum  y  carta  venía  también  un  retrato  que  representa  al  mayor  ge- 
neral Whitney  cuando  al  frente  de  una  brigada  de  artillería  de  campaña,  número  63,. 
el  año  191 8,  se  batía  en  los  campos  de  Francia  contra  los  ejércitos  alemanes.  El  me- 
morándum de  referencia  es  como  sigue: 

«Bajo  órdenes  secretas  del  secretario  de  la  Guerra  (Alger),  el  ahora  brigadier  ge- 
neral H.  H.  Whitney  (entonces  segundo  teniente  del  4.°  Cuerpo  de  artillería  de 
los  Estados  Unidos),  embarcó  en  mayo  5,  1 898,  en  Cayo  Hueso  a  bordo  del  aco- 
razado Indiana  (al  mando  del  capitán  Harry  Taylor,  de  la  Armada  de  los  Estados 
Unidos),  con  rumbo  al  Este  y  en  ruta  para  San  Juan,  Puerto  Rico.  Cuando  el  teniente 
Whitney  sospechó  el  objetivo  de  la  flota  de  Sampson,  persuadió  al  capitán  Taylor 
de  que  lo  permutase  con  un  periodista  del  yate  Anita,  uno  de  los  dos  barcos  de  la 
Prensa  que  consiguieron  seguir  a  la  escuadra,  siendo  el  otro  el  de  la  Prensa  Asociada,, 
nombrado  Dauntless.  El  Anita^  después  de  presenciar  el  fútil  bombardeo  de  San 
Juan,  salió  para  Carlota  Amalia,  Indias  Danesas,  la  estación  más  próxima  de  cables^ 
desde  donde  podían  enviar  sus  despachos. 

El  teniente  Whitney,  pasando  como  corresponsal,  supo  en  Saint  Thomas  que  el 
barco  de  carga  inglés  Andarose  estaba  a  punto  de  salir  para  Puerto  Rico  con  objeto 
de  tomar  un  cargamento  de  azúcar  y  mieles,  que  los  comerciantes  españoles  estaban 
ansiosos  de  vender  antes  de  la  esperada  \r\^2i?ÁóvL  yankee  de  la  Isla.  Con  la  ayuda  del 
cónsul  americano  Flanna  consiguió  que  el  pinche  de  cocina  (un  negro)  desertara  des- 
pués que  el  barco  hubo  obtenido  del  cónsul  español  sus  papeles  de  despacho.  A  me- 
dia noche,  y  antes  de  la  salida,  Whitney  se  apoderó  de  una  yola  y  remó  hasta 
el  Andarose;  buscó  allí  al  negro,  le  dio  algún  dinero  y  una  carta  para  el  cónsul  Hanna 
y,  enviándolo  a  tierra  en  la  embarcación  robada,  se  escondió  a  bordo  sin  ser  notado. 
A  la  mañana  siguiente  (después  que  el  Andarose  hubo  levado  anclas  y  estaba  ya  en 
mar  abierta)  Whitney  compareció  ante  el  capitán  del  barco  (un  escocés  llamado  Smith) 
y  le  manifestó  que  se  quería  matricular  en  lugar  del  desertor,  añadiendo  que,  de  no 
hacerse  la  substitución,  los  documentos  del  barco  no  corresponderían  con  el  número 
de  sus  tripulantes.  Whitney  firmó  los  papeles  de  matrícula,  con  una  paga  de  tres 
libras  esterlinas  por  gies,  y  con  el  nombre  de  «H.  H.  Elias»  (el  de  uno  de  sus  bisabue- 
los, que  fué  soldado  en  la  revolución),  lugar  de  nacimiento:  Brístol,  Inglaterra. 


CRÓNICAS  505 

La  fecha  del  enganche  se  anotó  con  dos  semanas  de  anterioridad  para  evitar 
sospechas  en  los  puertos  de  entrada  en  Puerto  Rico. 

Whitney  desembarcó  primeramente  en  Ponce.  En  esta  rada  el  Andarose  emba- 
rrancó en  un  banco  de  rocas  coralinas.  El  barco  fué  inspeccionado  minuciosamente 
por  los  oficiales  del  Puerto  de  Ponce  y  la  policía  en  busca  de  un  espía  americano. 
Cuando  el  inteligente  cónsul  español  en  Carlota  Amalia  hizo  el  recuento  de  los  co- 
rresponsales americanos  y  encontró  que  faltaba  uno,  dedujo  que  debía  haberse  mar- 
chado en  el  Andarose^  y  así  lo  cablegrafió  a  San  Juan. 

Los  empleados  españoles,  al  hacer  la  inspección  de  todos  los  hombres  a  bordo, 
encontraron  al  espía  en  la  cubierta  inferior  del  barco,  sobre  sus  manos  y  rodillas,  fre- 
gando el  piso  de  un  lavadero,  y  pasó  como  miembro  regular  de  la  tripulación. 

Whitney  le  dio  al  capitán  del  Andarose  60  dólares,  prácticamente,  todo  el  dinero 
que  tenía  (y  el  cual  no  era  suyo,  pues  pertenecía  a  su  esposa)  por  el  privilegio  de  ir  a 
tierra  en  cada  puerto  que  el  barco  tocase.  Pasando  como  uno  de  los  subalternos  del 
buque,  hizo  varios  viajes  a  caballo  dentro  del  país  y  recogió  la  información  que  bus- 
caba: carácter  de  los  habitantes,  fuerza  de  las  guarniciones,  si  los  puertos  estaban  o 
no  minados,  el  número  de  faros  y  de  puertos  buenos  para  hacer  un  desembarco,  et- 
cétera, etc.  Fué  recibido  en  todas  partes  con  la  más  cordial  hospitalidad  por  los  na- 
turales, quienes  eran  muy  generosos  en  sus  obsequios  del  exquisito  ron  que  se  des- 
tila en  el  país. 

Whitney  visitó  al  cónsul  inglés  Armstrong  en  Arroyo,  el  cual  se  mostró  muy 
bondadoso  y  comunicativo. 

En  Maunabo,  los  Rieckehoff  lo  festejaron  espléndidamente  y  le  dieron  muy  va- 
liosa información.  A  caballo  y  con  numerosa  compañía,  dio  un  agradable  paseo  por 
las  montañas  y  pudo  ver  a  Humacao,  una  ciudad  importante,  guarnecida  por  la 
Guardia  civil.  Fué  durante  este  paseo  que  María  Valí  Spinosa,  una  de  las  señoritas 
que  habían  visitado  el  Andarose  cuando  se  encontraba  encallado  en  el  puerto  de 
Ponce,  advirtió  a  Whitney  del  carácter  feroz  y  suspicaz  del  alcalde  local,  a  quien 
encontraron  al  retorno,  por  la  tarde,  en  la  hacienda  Rieckehoff.  Cuando  esta  linda  mu- 
chacha, la  cual  fué  educada  en  los  Estados  Unidos,  vino  a  bordo  del  Andarose^  en 
Ponce,  acompañada  de  su  primo,  el  comandante  de  las  tropas  españolas,  se  dirigió  a 
un  marino  (Whitney)  preguntándole  la  causa  de  haberse  encallado  el  barco.  La  con- 
testación del  marinero,  Damfino  (contracción  de  damn  if  I  know)  ^,  le  hizo  sospechar 
que  no  era  inglés  sino  americano;  sintiendo  simpatías  por  éstos,  ella  se  mostró 
deseosa  de  salvar  a  este  intrépido  joven,  evitando  fuese  descubierto.  (La  señorita 
Spinosa,  más  tarde,  casó  con  un  abogado  de  Baltimore,  Maryland,  Estados  Unidos, 
de  nombre  Douglas.) 

Después  de  otras  aventuras  de  menos  importancia,  Whitney  logró  salir  de  la 
Isla  sin  ser  capturado;  llegó  a  Washington,  Distrito  de  Columbia,  en  junio  8,  1898,  e 
informó,  personalmente,  al  presidente  Mac-Kinley,  durante  una  sesión  del  Gabi- 
nete, describiéndole  las  bellezas  que  vio  en  aquel  maravilloso,  fértil  y  pequeño 
jardín;  se  unió  luego  a  las  fuerzas  del  general  Miles,  en  Tampa,  embarcando  en  el 
Yale^  en  Charleston,  Carolina  del  Sur,  en  julio  8,   1 898,  para  Santiago  de  Cuba  y 

*     «Yo,  qué  diablos  sé.»  — A^.  del  A. 


5o6 


A.     RI  VERO 


desde  allí  siguió,  más  tarde,  para  Puerto  Rico,  persuadiendo  durante  el  viaje  a 
Miles  para  que  tomase  tierra  en  Guánica,  y  de  esta  manera  el  anunciado  desembarco 
en  Fajardo  resultó,  solamente,  un  ardid  para  engañar  a  los  españoles.  El  coronel 
Wagner,  quien  estaba  a  cargo  del  Burean  de  Inteligencia  Militar  en  el  departamento 
de  la  Guerra,  dijo:  «Yo  estoy  en  condiciones  de  saber  que  los  planes  de  la  feliz  cam- 
paña del  general  Miles  en  Puerto  Rico  estuvieron  basados  en  la  información  reco- 
gida por  el  capitán  Whitney  durante  su  peligroso  reconocimiento  de  la  Isla,  en 
mayo  de  1898.» 

UNA  CARTA  DE  HENRY  H.  WHITNEY 

Hotel  Normandie,  1499  Sutter  St. 
San  Francisco  de  California,  abril  20-2). 
Mi  querido  capitán  Rivero: 
Le  incluyo   mi   retrato   tomado   durante  la   guerra   (1 91 8)   cuando   yo  estaba  al 
mando  de  la  brigada  número  63  de  artillería  de  campaña.  No  tengo  a  mano  ninguna 
fotografía  tomada  en  1898. 

Le  envío  un  memorándum  de  mis  experiencias  en  Puerto  Rico,  sintiendo  mucho 
no  tener  a  mano  mis  papeles  en  este  momento. 

Con  los  mejores  deseos,  para  el  éxito  de  su  Historia,  quedo,  lealmente  suyo, 


P.  S. — Aunque  por  aquel  tiempo  se  habló  mucho  de  mi  heroísmo^  no  debió  con- 
siderarse mi  expedición  a  Puerto  Rico  de  mayor  importancia  que  lo  corriente;  puesto 
que  el  departamento  de  la  Guerra  me  otorgó  la  Barra  de  Servicio  Distinguido,  que 
también  se  llama  Cruz  de  Servicio  Distinguido,  condecoración  que  recientes  órdenes 
conceden  a  los  que  realizaron  servicios  distinguidos  durante  la  guerra  hispanoameri- 
cana. Por  ejemplo:  al  actual  jefe  del  Estado  Mayor  se  le  ha  concedido  dicha  Cruz 
por  servicios  prestados,  con  la  batería  Astol,  en  Filipinas,  durante  el  año  1899. — 
H.  PI.  W  1. 

II 

EXPLOSIÓN  EN  EL    POLVORÍN  DE  MIRAFLORES 

14  de  julio  de  1898. 
El  polvorín  de  Miraflores,  situado  en  la  isleta  de  su  nombre,  contenía  una  gran 
cantidad  de  pólvora,  envasada  en  cajas  de  cedro;  esta  pólvora  vino  de  Méjico  y  Ve- 


^    Recientemente  se  ha  concedido  al  general  Whitney  una  alta  recompensa  por  sus  servicios  en  Puerto 
Rico— ("iV.  del  A.) 


C  R  (),,N  I  C  A  S  50; 

neziiela  al  evacuar  España  aquellos  países,  a  principios  del  pasado  siglo;  era  de  grano 
fino,  fabricado  en  Murcia,  y  de  tan  excelente  calidad  que,  después  de  un  siglo,  estaba 
en  perfecto  estado.  Como  cstt;  e.\|)losivo  no  era  utilizable  en  los  callones  modernos, 
se  dispuso  arrojarlo  al  mar,  quitando  riesgos  en  caso  de  nuevo  bond)ardeo. 

Cada  mañana  acudían  a  Miraflores  un  capitán,  veinte  artilleros  v  un  auxiliar, 
obrero  de  confianza  del  Farquc!.  Este  |)olvorín,  como  los  demás,  tenía  tres  cerraduras 
con  sus  llaves,  que  eran  guardadas,  respectivamente,  por  (^1  gobernador  de  la  jilaza, 
conuiudante  ¡)rincipal  de  artillería  y  el  oficial  de  administración  militar  encargado  de 


efectos,  (jeneralniente  cuando  se  sacaba  pólvora,  todos  los  claveros  depositaban  sus 
llavfís  en  poder  del  capitán  <le  artill<;ría. 

I-d  día  14  de  julio  fui  nombrado  para  dicho  servicio  en  Miraílores;  pero,  cuando 
salía  del  castillo,  recibí  nueva  orden  para  cpie  |)restase  el  mismo  servicio  en  otro 
polvorín,  en  Puerta  de  Tierra,  yendo,  el  capitán  Aniceto  C González,  en  mi  lugar;  ter- 
miné muy  pronto  y  regresé,  A  la  una  y  treinta  de  la  tarde  se  sintieron  dos  terribles 
explosiones  sólo  comparables  al  disparo  simultáneo  de  cien  piezas  de  artillería. 

Temblaron  los  edificios;  se  pararon  los  relojes  y  muchas  vidrieras  saltaron  en 
¡)edazos;  gente  presa  de  pavor  corría  en  todas  direcciones.  Desde  San  Cristóbal 
divisamos  una  nul)e  de  humo  que  cul>ría  toda  la  Jsleta  donde  está  el  polvorín. 

Poco  después  el  capitán  (jonzález  avisaba  que  una  explosión  había  volado  el 
niuelle,  causando  muchas  víctimas.  Todas  las  camillas  de  las  'l)aterías  fueron  cnvia- 


A  .     R  1  V  E  R  O 


das  hacia  aquel  sitio,  y  además  médicos,  }:)nicticaiiies,  eiifernieros  y  botiquines;  e! 
general  Ortega,  el  coronel  de  artillería  y  otras  autoridades  se  dirigieron,  por  mar,  a 
;Mirallores,  adonde  más  tarde  fué  también  el  capitán  general  Macías.  í.a  Cruz  Roja 
del  distrito  de  la  Marina,  ocupando  un  bote,  acudió  con  tocio  su  personal  y  material. 
La  primera  embarcación  que  llegó  al  paraje  de  la  catástrofe  fué  la  draga  líspaña,  al 
mando  de  su  capitán  José  Tnientes  Pérez. 

(Yiniú  oatrriú  la  úifdsírofc.—A  la  hora  indica(hi  había  en  el  muelle;  de  la  ¡sleta 
alrededor  de  trescientas  cajas  de  f)ólvora,  pesando,  a|>roximadaniente,  un  quintal 
cada  una.  Id  bote  de  vela  /:lo¡7J/f/¡/ef/<!  estaba  a  medio  cargar;    la  pólvora  era   llevada 


p.) 


goleta  Ci)i/(yfH:i(>¡¿,  anclada  a  cien  metros  del  : 


La   i.t)leta 


era  la  encargada  de  arrojar,  cada  dí:i,  el  cargamento  fuera  de  la  Boca  del  Morro.  Uno 
de  los  boteros  había  encendido  su  cigarro,  lo  que  estaba  vedado,  y  como  viera  que 
el  capitán  Gomjxíe/.  salía  del  polvorín,  para  ocultar  su  falta  lo  arrojó  dentro  del  bote. 
Aunque  la  pólvora  estaba  envasada,  siempre  se  tamizó  algún  polvorín,  y  sobre  él 
cayó  el  cii^arro,  <:ausando  la  explosión  de  la  pólvora  que  contenía  la  ernbarcacióji. 
Sr-guidamente  se  inllanu')  la  que  estaba  en  el  muelle,  el  cual  quedó  destruido,  vo- 
lando sus  sillares  a  gran  distancia;  el  bote  desapareció. 

Las  víctimas  fueron  diez  y  (jcho:  catorce  artilleros,  todos  de  mi  batería;  el  peón 
tle  confianza  del  parque,  de  apellido  Santín,  y  los  boteros  Félix  Rivera  Carrillo,  Lus- 
taquio  Olivo  y  Doroteo  I3enítcz;  tres  artilleros  más  que  estaban  a  distancia,  JJno 
Ramírez,  'Miguel  Fournier  y  Francisco  Lanas,  resultaron  con  heridas;  grave  Fournier 
v  los  demás  leves. 


C  K^  O  N  I  C  A  S  509 

Sólo  fué  recobrado  un  cadávcír,  el  del  artillero  José  Irimias,  natural  de  Galicia. 
ÍJ3S  artilleros  muertos,  y  cuyos  cadáveres  no  aparecieron,  fueron  Antonio  Juan, 
Félix  IJomínguez,  Simón  Domínguez,  Antonio  IVieto,  José  Vives,  Jaime  lastradas, 
losé  Prado,  Antonio  López,  FVancisco  Romero,  Emilio  Márquez,  Miguel  Soto,  'I'omás 
í'^ernández  y  C'ristóbal  Iiatalla. 

Cerca  de  la  draga  apareció,  más  tarde,  un  cuerpo  sin  brazos,  piernas,  ni  cabeza; 


d(.ts  días  des|)ués  encontráronse  un  brazo  )■  una  calveza  que  ru>  pudieron  ser  identi- 
ficados. 

Recuerdo  que  una  señorita,  de  familia  nuiv  distinguida,  de  un  pueblo  do  la  Isla 
•:crco  üu''  de  I -ares'),  nK>  (fscribit'»  rogándonae  que  si  había  encontrado  en  el  cadáver  iic 
un  artillero,  cuyo  nombre  me  indicaba,  una  sortija  de  promesa  de  boda,  se  la  enviase; 
Mo  piuie  conqdac.^rla.  I-Iste  artillero  era  un  joven   es|iañol,  de   r)osición  desídicgada, 

'^vú'^nc^  íhA  gi:ncnú  Mací;is  luibia  in^uYtsado  i-ou  cpiinientos  más  en  los  Cuerix.s  aiiá- 


A  .     R  J  Y  E  R  O 


KSCOI.l'A     llKI,    GIÍNF.KAL    MACí; 


Días  antes  de  que  se  proclamase  en  San  Juan  el  estado  de  sitio,  im  centenar  de 
¡(ívenes,  perteneci<?nies  a  las  más  distinguidas  familias  portorriqueñas,  visitaron  al 
Capitán  general  ^.lacias,  en  el  Palacio  de  Santa  Catalina,  y  allí  kí  ofrecieron  sus  ser- 


vicios  para  toda  hinción  de  guerra.  El  general,  apreciando  en  su  justo  valor  tales 
ofrecimientos,  los  aceptó  y  dispuso  que  40  de  aquellos  jóvenes  formasen  una  sec^^ 
ción  montada  que  debía  acompañarle,  como  su  escolta,  en  todos  los  actos  oficiales, 
y  que  también  le  seguiría  al  campo  si  las  operaciones  militares  le  exigían  tal  me^ 
dida.  Se  nombró  instructor  de  los  nuevos  reclutas  voluntarios  al  comandante  f'e  in- 
genieros fulio  Cervera,  ayudante  de  Su  Excelencia,  y  después  de  amaestrarlos  en  el 
manejo  del  arma  y  evoluciones  pie  a  tierra,  practicaron  ejercicios  a  caballo,  pues  di^^ 
cha  escolta  era  montada,  y  en  la  primer  revista  que  pasó  el  gobernador  de  Puerto 
Rico  a  todas  las  tropas  y  voluntarios  de  la  guarnición  de  San  Juan,  aquellos  40  jóve^^ 


CRÓNICAS  511 

nes,  confundidos  con  sus  ayudantes,  llamaron  la  atención  por  su  gallarda  apostura  y 
eficiencia  militar. 

Este  rasgo  del  general  Macías  de  entregar  la  custodia  de  su  persona  a  un  grupo 
de  portorriqueños,  fué  una  demostración  evidente  de  que  él  nunca  compartió  los  in- 
justificados recelos  de  su  jefe  de  Estado  Mayor, 

La  escolta,  por  votación  unánime  entre  sus  miembros,  eligió  a  sus  oficiales  y  cla- 
ses, quedando  constituida  en  la  forma  siguiente: 

Capitán:  Ramón  Falcón  Elias. 

Primeros  tenientes:  Manuel  Rodríguez  Serra  y  Ramón  H.  Patrón. 

Segundos  tenientes:  Pedro  de  Aldrey  y  Francisco  J.  Marxuach. 

Sargentos:  Juan  Acuña  Aybar,  Mario  Brau  y  Fortunato  Vizcarrondo. 

Cabos:  Guillermo  Escudero,  P>ancisco  Cabrera  y  Pedro  de  Elzaburu. 

Jinetes  de  la  escolta:  Mamerto  Quiñones,  Emigdio  S.  (jinorio,  Manuel  M.  Gino- 
rio,  José  de  Elzaburu,  Mariano  Acosta,  Tomás  Acosta,  Luis  Padial,  Gabriel  Padial, 
José  Soiiveras,  Marcos  Blanco,  Adolfo  Mercado,  Ramón  Fernández  Náter,  José 
D.  Moreno  Santí,  Manuel  Palacios  Salazar,  Alvaro  Palacios  Salazar,  Gustavo  L.  de  Lu- 
que,  Ricardo  Abella  Blanco,  Enrique  Camuñas  Craux,  P2milio  Fernández  Mascaró, 
Manuel  Moraza,  Rafael  Ramírez,  Ramón  Ferrán,  José  Blanco  Pérez,  Arturo  Andréu, 
Ramón  Balasquide,  José  Guillermety,  Antonio  Castro  González,  Pedro  Chandri  y 
José  J.  Ramos. 

Durante  el  bombardeo,  el  día  I2  de  mayo,  todo  el  personal  de  esta  escolta  concu- 
rrió al  paraje  que  se  le  había  designado  para  casos  de  alarma,  haciendo  lo  mismo  cuan- 
tas veces  se  escuchó  en  San  Juan  el  toque  de  generala.  Después  del  desembarco  del 
Ejército  americano,  y  como  no  fuesen  necesarios  los  servicios  de  aquélla,  toda  vez  que 
el  general  Macías  había  resuelto  no  salir  a  campaña,  y  estando  además  cercano  el  final 
de  la  guerra,  fué  disuelta  dicha  escolta  del  general  Macías,  quien,  hasta  los  últimos 
momentos  y  aprovechando  todas  las  ocasiones,  colmó  de  elogios  a  los  valientes  mu- 
chachos, que  voluntariamente  se  ofrecieron  a  correr  con  él  los  peligros  de  la  guerra» 

IV 

I  R I  V  A  I J 

UÉ  un  noble  perro,  de  gran  tamaño,  recio,  muy  reñidor  y 
de  raza  mallorquína.  Tenía  cortadas  las  orejas,  tieso  el  rabo  y 
el  cuerpo  a  manchas  blancas  y  negras;  pertenecía  a  la  firma 
comercial  Sucesores  de  Vicente  y  Compañía,  con  almacenes 
en  la  Marina,  San  Juan,  y  era  amigo  fiel  y  cariñoso  de  princi- 
pales y  empleados.  En  aquella  casa  todos  eran  Voluntarios  y 
todos  cargaban  el  chopo,  hacían  guardias  y  patrullas,  trabajaban  a  ratos  y  descan- 
saban cuando  había  tiempo  para  ello. 


512.  A  .     RI  VER  O 

Cada  madrugada,  al  toque  de  diana^  el  sereno  del  Comercio  golpeaba  las  puertas 
de  la  casa  en  que  habitaban  los  dueños  de  Rival^  casa  que  fué  derribada  más  tarde, 
para  construir  el  edificio  que  hoy  ocupa  el  American  Colonial  Bank. — ¡Arriba  los  de 
servicio! — voceaba  el  vigilante,  y  los  muchachos,  abandonando  sus  camas,  requerían 
el  Remington,  marchando  todos  hacia  la  plaza  de  Alfonso  XII,  donde  eran  revista- 
das todas  las  guardias  de  la  plaza. 

Rival^  siempre  en  cabeza,  acompañaba  a  sus  amos  hasta  el  Cuerpo  de  guardia,, 
donde  permanecía  como  uno  de  tantos  soldados,  hasta  el  día  siguiente;  si  por  la  no- 
che salían  patrullas,  él  las  precedía,  siendo  un  verdadero  escucha,  que  al  divisar  un 
bulto  sospechoso  se  paraba  en  firme,  gruñendo  fieramente,  como  si  pidiera  al  intruso 
el  santo  y  seña  del  día.  Este  noble  can  era  tan  popular  como  querido  entre  todos 
los  oficiales  y  Voluntarios  del  primer  batallón.  Muchas  noches  el  general  Ortega,  go- 
bernador militar  de  la  Plaza,  al  ser  recibido  por  las  guardias  del  recinto  con  las  for- 
malidades de  Ronda  Mayor ^  tuvo  que  ponerse  a  distancia  para  rehuir  los  colmillos  de 
RivaU  que  no  admitía  otros  amigos  que  los  Voluntarios  de  su  batallón. 

Vino  la  paz;  cesaron  las  faenas  militares,  y  el  perro  no  salió,  en  adelante,  de  guar- 
dia, de  ronda  ni  de  avanzada;  permanecía  a  diario  en  el  almacén,  dormitando  por  los 
rincones,  y  nunca  muy  lejos  del  armero^  donde  ya  aparecían  oxidados  los  fusiles  Re- 
mington. 

El  1 8  de  octubre  de  1 898,  y  muy  de  mañana,  se  echó  a  la  calle,  recorriendo  uno 
por  uno  todos  los  Cuerpos  de  guardia,  todas  las  baterías  y  caminos  de  ronda;  ya  can- 
sado, y  a  su  regreso,  se  detuvo  en  la  plaza  principal,  en  los  precisos  momentos  en 
que  tenía  lugar  la  ceremonia  de  izar  la  bandera  de  los  Estados  Unidos  en  el  edificio 
de  la  Intendencia,  en  señal  de  haber  tomado  posesión  del  último  baluarte  de  la  Isla 
el  Ejército  americano.  Cuando  las  bandas  militares  rompieron  con  el  Himno  de  Was- 
hington^ Rival  lo  coreó  con  sus  mejores  ladridos;  siguió  después  hacia  su  casa,  tris- 
tón y  con  el  rabo  entre  las  piernas;  subió  los  primeros  escalones...  y  en  la  misma 
puerta  de  entrada  quedó  muerto. 

^•Fué  esto  simple  casualidad? 

^Murió  aquel  buen  perro  de  dolor  al  ver  que  otra  bandera,  para  él  desconocida, 
flotaba  en  las  baterías  y  Cuerpos  de  Guardia,  donde  él  prestara  excelentes  servicios 
durante  la  guerra? 

Misterio  es  este  de  imposible  solución.  Lo  anterior  no  es  una  ficción;  es  un  episo- 
dio de  la  guerra,  y  aun  existe  Mariano  de  Mier  y  otros  que,  por  aquellos  días,  formaban 
parte  de  la  casa  donde  vivió  y  murió  el  perro  Rival^  y  que  aun  recuerdan  su  vida  de 
ejemplar  fidelidad  y  de  patriotismo  y  su  trágico  fin. 

La  muerte  de  este  mastín  de  guerra  debió  servir  de  ejemplo  aquella  mañana  a 
muchos  hombres  que 


Jí^" 


C  K  (J  K  1  C  A  : 


Ilot 


¥.n  la  cumbre  de  un  ern|iinado  cerro  y  cloniiiiatido  las  ubérrimas  sabíinas  r[ue  el 
río  (írande  riega  y  fecunda  cini  sus  aguas,  se  al/a  el  |;)uético  Santuario  en  (jue  desde 
remotos  años  S(?  venera  a  una  imagen  de  I;i  Mnnserrale,  patr 
alegre  y  linda  villa,  cuyas  menudas  casas  se  aci 
modan  y  cuelgan  en  .las  vertii'utes  ávl  cerro  corn 
otros  tantos   nidos  de>  golonilrinas. 

í'^jerce  el  curato  )-  rige  aquella  gre\'  el  padr 
Amonio  Rodríguez,  galle^^o  de  Müiuloiledo,  (¡u 
llegó  a  Puerto  Rico  después  de  navegar  cuarent 
días  a  bordo  del  velero  7f>i/íLs\  el  año  1804.  y  <ju 
tUísde  el  siguiente  tonu'»  p(>ses{<)n  de  su  leligresí; 
hasta  hoy,  en  ([uc,  ra\'ano  en  los  noventa,  continú 

uu>zo,  candido  como  un  niño  y  creyente  a  sem< 
janza.   de  a(|uellos    cristianos  de   las    (ialacmubaí 

1  íabita,  en  lo  más  empinado   del  lugar,   espa-  i';..ir.^  a-, tor,:.,  k...!. i--,i. ■,,,•..:,;;:,;;,,. .rr, 

ciosa    y    ventilada    casona,    techada    de   tejas    de 

barro  v  con  amplia  balconada  en  que  él  re])asa,  su  hreviarit).  duerme  sus  sies- 
tas y  vigila,  conu')  pastor  solícito,  el  redil  que  protege  a  su  cpicrido  rebaño.  Xt)  llegan 
a  lo  alto  ni  turban  la  paz  de  su  refugio,  (d  rudo  batallar  vn  la  /iírra  /m/u,  en  duude 
un  millar  de  eam¡)esiuos  v  la  complicada  uunjuinaria  <le  varias  ceritralí^-s,  cultivan  los 
iumens(5s  eam|)os  de  verdes  cañas  y  convierten  su  dulce  ingu  en  blancos  rristales  de 
riquísimos  azúcares. 

Padre  Antonio  es  un  prtkjigo;  mi  sacerflote  a  síuneianza  de  atr.iel  /'nr  Polinar  de 
Pereda,  capaz  de  (¡uitarse  los  calzones  para  cubrir  con  elhis  desnudeces  del  prinu.^r 
pobre  que  llame  a  su  [)uerta.  De  earáctc^rr  trauco  y  ¡''"¡vial,  y  al>ierto.  conuo  bw  venta^ 
nales  de  su  casona,  piensa  en  voz  alta,  y  siempre  dice  lo  (pie  piensa;  y  por  esto  sus 
flichos  y  0(n¡rrencias,  a  veces  de  rsunzante  saber  realista,  son  pojinlares  en  I  lormigui*- 
ros,  en  ^layagtiez  y  en  toda  la  Isla. 

Cada  año,  el  8  de  septieudire.  celebra,  con  (aauaente  jiouq^a,  la  festividad  de  su 
¡matrona,  organizando  aiPuiuís  la  ¡copular  romería  (pie  |)recede  y  cierra  el  nov(-:nario 
V  cercmcniias  religiosas.  .Meses  antes  comienza  su  Labor  preparatoria;  pidrc  siejupre 
una  poquedad,  a  sus  feligreses,  y  escribe  dosjiués  centem^res  de  r;artas  a  sus  amigos 


514  A.     KIVERO 

de  toda  la  Isla;  añade  a  lo  así  recaudado  todos  sus  ahorros,  empeña  luego  su  firma, 
con  iguales  fines,  y  al  mágico  conjuro  de  su  voluntad,  un  enjambre  de  romeros  y 
peregrinos  invade  y  ocupa  todo  el  caserío  y  sus  alrededores,  llegando  de  todos  los 
pueblos  y  en  todos  los  vehículos  imaginables,  y  hasta  tomando  por  asalto,  casi  siem- 
pre, la  propia  casa,  el  comedor  y  la  reducida  despensa  del  padre  Antonio. 

Junto  al  Packard  principesco  rumia  su  pienso  de  hierba  el  escuálido  chiringo,  en 
que  una  garrida  moza  bajara  desde  la  altura  para  ofrecf  ríe  a  su  virgen  predilecta  las 
primicias  de  amores  que  le  juraron  bajo  las  frondas  del  cafetal,  en  la  cogida  de  los 
primeros  granos.  Ciegos  que  acompañan  sus  villancicos  con  guitarras  y  acordeones; 
músicos  y  cantores  ambulantes  recitando  décimas  glosadas  de  amor,  por  lo  divino, 
por  lo  humano,  o  de  los  siete  pares  de  FVancia,  al  compás  del  alegre  puntear  de  cuatros 
y  bordonúas;  vendedores  de  dulces,  pasteles,  frutas  y  baratijas  establecen  sus  puestos 
en  cada  esquina  y  en  todos  los  rincones,  y  una  multitud  regocijada,  vistiendo  sus 
mejores  galas,  rebulle  en  ansiosa  espera  de  los  fuegos  de  artificio.  Y  al  llegar  la  hora 
^  del  espectáculo,  aquí  de  los  gritos,  los  vivas  y  los  frenéticos  aplausos  cuando  los 
cohetes  Aqí  lágrimas,  de  estrellas  y  de  culebrillas  hienden  el  aire  y  estallan  en  lo  alto. 
«{Cuidado  con  las  varillas!»  gritan  los  jibaritos  guasones;  «¡tápense  las  cabezas!» 
previenen  las  viejas,  y  entre  risas  y  sabrosas  picardías,  recuerdan  el  caso  de  Jovita, 
la  linda  morena  del  guayabal,  que  el  año  último  regresó  a  su  casa  triste  y  llorosa 
porque  la  varilla  de  un  cohete  le  vació  de  cueva  el  ojo  derecho,  por  estar  embelesada 
oyendo  las  gorduras  de  Juancito. 

—  «Y  eso  que  aun  derrite  los  corazones  con  súnico  ojo»  afirma  Carpió,  el  caja  ^  de 
San  Germán. 

En  la  iglesia,  entre  nubes  de  incienso,  y  siempre  asistido  por  otros  sacerdotes,  y 
a  veces,  bajo  la  mirada  paternal  del  Mitrado  de  la  Diócesis,  oficia  padre  Antonio; 
llora  el  órgano,  y  voces  juveniles  elevan  al  Señor  cánticos  de  gracia  y  alegres  saluta- 
ciones a  la  Virgen.  Son  niñas  y  señoritas  de  MayagUez,  de  vSan  (xermán,  de  Hormi- 
güeros  y  también  de  San  Juan,  que  acuden  cada  año  al  llamamiento  del  viejo  sacer- 
dote, y  muchas  desposadas  cuelgan  a  los  pies  de  la  Monserrate  las  coronas  de  azaha- 
les  con  que  se  adornaron  en  sus  noches  de  bodas. 

Cuando  se  quema  e  úl  rtimocohete  y  el  globo  final  se  pierde  trasmontando  las 
lejanas  serranías,  todos  besan  la  mano  al  Pastor  y  se  despiden  hasta  el  próximo  año. 
— ¡Cuidado,  y  que  nadie  falte! 


Aun  resonaban  los  últimos  cañonazos  disparados  por  los  artilleros  del  general 
Schwan,  en  la  tarde  del  lO  de  agosto  de  1898,  al  finalizar  el  combate  de  Hormigue- 
ros, cuando  el  capitán  Macomb,  al  frente  de  sesenta  jinetes,  escaló  la  loma  del  Santua- 

^    Guapo  (le  pueblo. — A",  dec  A. 


<:  K  o  N  I  C  .'\  s 

Ti(3  y  deteniéndose  frenie  a  la.  Casa  de  Feregriinjs,  ordenú  al  sacristán  (jiie  le  fiu^seii 
(mtrcgadas  las  llaves  del  templo  para  colocar  un  centinela  en  su  torre  y  <iiie  además 
■se  repicasen  todas  las  campanas.  Súpolo  el  párroco,  tiuien  acudi(3  presuroso,  negán- 
dose a  tal  demanda,  y  como  se  impacientase  el  capitán,  entonces  y  quitándose  el 
J>onete,  pronunció  estas  palabras,  (-¡uc  él  mismo  escribió  más  tarde  en'  una  hoja  de 
,su  breviario: 

'(Caballero  oficial:  soy  ministro  de  un  Dios  de  paz  que  está  en  los  cielos  y  que 
es  Padre  de  todos,  lo  inisnuj  ác  anuu-icanos  que  de  españoles,  y  micmtras  uufNstros 


i                         ^^^^^^^^^^^■BI^^SH 

lü^ 

^^^pl^E^^'  '^"lii!^^MB^^HI¡^^ 

^^ 

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^SfKil^ 

|s;C'  St\,       ■ 

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^'^':**.    '■■^a:'3« 

l^ps^^ 

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iÉiii 

^^^^^ 

igsÉMa 

^^^ 

hermanos  se  ma(an  a  un  kilómetro  de  distancia,  mal  puedo  yo,  ;f)obre  cura!,  dar  ór- 
■d(Mies  par:i  que  rejiiquen  las  canq)anas  del  templo.» 

d'alcs  cosas  dijo  i-l  jxujre  Antonio,  y  después  de  cubrir  sus  canas,  sacó  del  bolsi- 
llo de  su  vieja  sotana  un  manojo  de  llaves  que  alargó  al  capitán  Macomb,  añadi<;ndo: 

v^Señor  capitán,  tome  usted  las  llaves  de  la  <\isa  de  Dios..^ 

Macoud),  tpie  sabía  bastante  español  para  entender  las  palabras  del  sacerdote, 
rehusó  las  llaves  con  un  noble  ¡ulemán  y  llevando  su  mano  derecha  al  chambergo 
militar,  saludó  grave  y  serio,  dio  una  voz  de  mando  y  desfiló,  seguidamente,  loma 
:il)ajo,  al  frente  de  su  tropa.  Aquellos  soldados,  al  llegara  la  altauM  del  veneraljle  sa- 
e!"rdote,  tand,)icn  le  saludaron  nnlitarnu.aite  uno  tras  otro. 


3í6  A.     R  I  VER  O 

Cuatro  días  después  de  firmarse  el  Armisticio,  y  una  mañana  de  ardiente  sol  delí 
meS' de  agosto,  nutrido  pelotón  de  soldados  de  la  brigada  Schwan  invadió  la  Casa 
de  Peregrinos,  y  mostrando  al  párroco  sus  rosarios  y  libros  de  rezos,  pedíanle,  por 
señas,  que  leS  dijera  una  misa.  Accedió  el  buen  cura,  y  todos  juntos  bajaron  al  tem- 
plo, qué,  por  lo  inopinado  del  suceso,  se  llenó  de  una  multitud  de  curiosos.  La  tropa 
asistió  al  Santo  Sacrificio  con  gran  compostura,  y  después  que  el  oficiante  echara  su 
bendición,  se  adelantó  al  presbiterio  y  pronunció  esta  plática  enderezada  a  ciertos, 
feligreses  suyos  allí  presentes: 

«Aquí  los  tenéis,  de  rodillas  y  en  la  casa  del  Señor;  son  los  mismos  que  turba- 
ron, no  ha  muchos  días,  la  paz  de  nuestros  valles  con  el  estampido  de  sus  armas; 
algunos  de  vosotros  tal  vez  pensasteis  que  estos  soldados  serían  azotes  de  la  RAi- 
gión  y  cuchillo  del  padre  Antonio,  pues ¡esto  para  vosotros!» 

Y  apoyando  en  la  barba  el  pulgar  de  su  mano  derecha,  hizo  girar  rápidamente, 
varias  veces,  los  dedos  restantes. 

Se  acusó  al  padre  Antonio,  por  aquellos  días,  de  ser  un  antiamericano  furibundo; 
no  fué  así.  Al  hablar  de  la  guerra  y  como  buen  gallego  español  que  nunca  renegó  de 
su  sangre  ni  de  su  bandera,  lloró  las  desdichas  de  su  Patria,  rememorando  los  pasa- 
dos tiempos;  eso  fué  todo. 

El  día  12  de  marzo  de  1921,  Rafael  Colorado  y  el  que  esto  escribe,  muy  de  ma- 
ñana, subieron  a  la  casona,  enfrentándose  allí  con  el  padre  Antonio;  ambos  vestía- 
mos de  kaki^  con  polainas  militares,  y  él  alvernos  y  tomándonos,  tal  vez,  por  oficia- 
les americanos,  se  adelantó  y  muy  cortés  pronunció  estas  palabras  en  el  más  puro- 
inglés  de  que  es  capaz  un  gallego  de  Mondoñedo: 

—  Good  mornwg,  gentlemen;  please  sit  down.  ^ 

Y  al  mismo  tiempo  nos  señalaba  dos  viejos  sillones  conventuales  con  sus  asien- 
tos de  cuero  claveteados  de  doradas  tachuelas. 

Habían  transcurrido  veintitrés  años  desde  el  combate  de  Hormigueros. 


VI 


KL  GENERAL  ORTEGA,  EL  FARMACÉUTICO  GUILLERMETY   Y  EL  DOCTOR  GOENAGA 

PROMESA    CUMPLIDA 

Una  mañana,  allá  por  las  primeras  del  mes  de  mayo  de  1898,  estaba  yo  en  la 
llamada  Botica  Grande  platicando  amigablemente  con  su  dueño,  el  inolvidable 
patricio  13.  Fidel  Guillermety.  El  viejo  y  buen  amigo,  grandemente  excitado,  me 
contaba  algo  muy  grave  que  le  había  sucedido. 

Buenos  días,  caballeros;  tengan  la  bondad  de  sentarse. 


CRÓNICAS 


517 


I).  I'^idel  (luillermety. 


— Figúrese  usted  que  esta  mañaaa  entró  por  esa  puerta  el  general  Ortega,  y,  sin 
•cambiar  un  saludo,  me  dijo:  «Oiga,  señor  Guillermety;  necesito  ahora  mismo 
ese  ymikee  que  tiene  usted  ahí»,  y  señalaba  al  hombre  del  bacalao;  al  noruego 
con  un  pescado  al  hombro  que  todo  el  mundo  conoce, 
como  el  anuncio  más  común  de  la  Emulsión  de  Scott,  anun- 
cio que  figura  en  la  mayor  parte  de  las  farmacias  y  dro- 
guerías. 

Tragué  saliva,  me  acordé  del  Morro  y  sus  calabozos,  y 
le  contesté,  aunque  sin  disimular  mi  disgusto:  «Mi  general, 
■ése  no  es  \\v^  yaíikee;  es  un  marinero  noruego  con  un  gran  ba- 
calao a  cuestas.» 

— Bueno — replicó  éh^;  usted  dirá  lo  que  guste;  pero  ése  es 
\xx\yankee  y  lo  necesito  para  que  sirva  de  blanco  a  los  solda- 
dos en  los  ejercicios  de  tiro;  hay  que  conocer  bien  a  esa  gente 
y  urge  afinar  la  puntería. 

Y  don  Fidel,  rojo  como  una  cereza,  casi  llorando  de  rabia, 
no  pudo  acabar  la  narración   de  su  lance    porque  en  aquellos  momentos   el  doctor 
Francisco  R.  de  Goenaga  llegó  de  improviso  diciendo  en  alta  voz: 
— Capitán  Rivero,  dame  un  pase  para  entrar  en  tu  castillo. 
— ¿Qué  te  ocurre  en  mi  castillo.^ 

— Deseo  atenderte  y  curarte  por  si,  en  caso  de  fuego,  tienes  la  desgracia  de  ser 
herido. 

— Gracias,  Pancho;  pero  yo  creo  que  si  truena  el   cañón  no  serás  tú  quien  suba 
^as  rampas  de  San  Cristóbal  en  los  momentos  de  combate. 
— Dame  el  pase  y  veremos. 

Arranqué  una  hoja  de  mi  cartera,  extendí  y  firmé  un  pase  en 
toda  regla,  se  lo  di,  y  después  que  el  doctor  lo  guardó  en  su  bol- 
sillo, alegre  y  jovial,  como  siempre,  contó  a  todos  los  concurrentes 
algo  curioso  que  le  pasara  en  Santiago  de  Galicia  con  la  hija  de  su 
patrona  durante  su  vida  estudiantil  en  aquella  Universidad. 

Pasaron  algunos  días,  y  el  12  de  mayo,  a  la  media  hora  de  tro- 
nar los  cañones  de  Sampson  y  cuando  San  Cristóbal  hacía  retem- 
blar en  sus  cimientos  las  casas  de  San  Juan  con  el  isócrono  rugir 
de  sus  baterías,  atrajo  mi  atención  un  galope  de  caballo,  coreado 
por  desaforados  gritos  de  los  soldados  de  guardia. 

Acerquéme  al  muro  de  entrada  y  pude  ver,  no  sin  asombro,  al 
doctor   Goenaga,    vistiendo   todos   los   arreos   de   médico   militar, 
mientras  clavaba  las  espuelas  a  un  soberbio  jaco,  rucio  moro,  que  con  sus  herraduras 
-arrancaba  chispas  del  hormigón. 

Llegó  a  la  Plaza  de  Armas,  echó  pie  a  tierra,  mostrando  su  pase  al  cabo  de  cuarto^ 


El  hombre  de'  bacalac 


i\ .    \i  I  \'  !•:  !<  ( > 


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§ 

í  liabía  intcntadí')  detenerle,  y  ágil  coiiid  un  mucha 


todo  correr 


^-Capitán  Ivivcro,  at|uí  estoy- ^^^nie  dijo. 

Le  pedí  perdones  |K)r  haber  dudado,  no  de  su  valor,  sino  de  su  seriedad,  ya  quc'^ 
para  este  «-aleño  es  cosa  corrif?nl(;  tomarlo  torio  a  broma.  Díle  las  gracias,  rogándole' 
abandonase  sitio  tan  expuesto  porque,  como  le  tliie,  a  nu'  no  me  (altaban  médicos  v 
;i  el  le  sol)rahan  Idjos  por  cpiienes  velar. 

( ioenaga  me  coiitc^stó  algo  niu\'  feo,  algo  cje  cuartel,  v  ti-anípiilaniente  se  situó- 
junto  a.  un  Drdóñez  de  15  centímetros  que  yo  había  estado  apuntando  al  monitor 
Aniphitriti'.  Pero  (mi  acpicllos  momentos  los  artilleros  del  acoraza.do  linJiand  tuvieron 
la    hmnorada,   de    saludar    al    terco  doctor    con    una   granada 

terreros  v  haciendo  trizas  un  buen  golpe  de  ellos,  aunipie  siiv 

/"■•'■'  estallar,  enterró  a  mi  amigo  de!>ajo  de  un  montó)n  de  sacos  y 

^'■'     arena. 

Acudimos  varios  de  los  presentes,  eutr<!  ellos  el  general 
Ortc^ga,  y  tirándole  de  pies  y  mancss,  lo  sacamos  a  lióte  algo 
ajado  el  uniforme,  pero  ilesa  su  persona.  Después  de  esta  ex^ 
pericncia,^  í¡oenag%'i  rehust)  nuevamente  a.bandonar  la,  batiuaa» 

"''    y  allí  permaneció  hasta  tpie  el  comenta  d(^  órdenes  dejó  oír  el 
vibrante  totpie  de  úIIí)  li  fiteí^o. 

1.a  escuadra  enemiga  se  retiró  al  horizonte^  y  el  dotrltn- 
<  'loenaga  baj^  al  [latio,  cabalgó  (>n  el  rucio  moro  y  rampa  abajo, 
¡>as(í  entre  paso,  se  perdió)  caudno  de  CanlavitllDS. 

lo  que  lu/o  en  aqui'lla  ocasión   mi  compadre  de  lioy.  un  niifíuti; 

sistente,  lusto  lvs(¡uivies,  fué  convertido  en  un  montón  de  ceni- 


bsto  íu. 
•^puós  (k; 


i  grana 


€  R  ó  N  I  C  A,S 


519 


VIÍ 


EL    HELIÓGRAFO 


Ui^'.  el  12  de  julio,  y  muy  cerca  de  media  noche,  cuando  el  sar- 
gento de  la  sección   de   ingenieros   telegrafistas  bajó,  casi  ro- 
dando, la  rampa  que  conducía  al  Macho  de  San   Cristóbal,  y 
cuadrándose  militarmente  me  dijo: 
—  Mi  capitán,  ocurre  algo  grave. 
— ;Üué  es  ello? 

— Tenemos  un  espía  dentro  de  la  plaza,  en  la  Marina,  y  en  estos  momentos  se 
comunica,  por  heliógrafo,  con  un  buque  que  debe  estar  mar  afuera. 

El  caso  era  serio  y  rápidamente  subí  al  Alacho^  donde  estaba  la  estación  heliográfíca. 

— Mire  eso  mi  capitán — dijo  el  sargento  señalando  una  luz  que  a  intervalos  apa- 
recía y  se  ocultaba  sobre  el  caserío  de  la  Marina — .  ¡Oiga,  oiga! — continuaba,  tradu- 
ciendo los  destellos — :  raya,  punto,  raya,  raya...;  ¡no  puedo  entender!  Esa  gente  debe 
hablar  en  inglés. 

Trasladé  el  parte  al  teniente  coronel  Aznar,  quien,  abandonando  su  poltrona, 
avisó  al  coronel  vSánchez  de  Castilla,  y  ambos,  murmurando  como  siempre  que  se 
turbaba  su  tranquilidad,  subieron  al  Macho^  miraron  por  el  anteojo  y  dispusieron 
se  avisara  de  la  ocurrencia  al  general  Ortega. 

Sobrevino  el  bravo  gobernador  de  la  plaza,  fiero  el  entrecejo  y  con  la  mano  de- 
recha en  el  puño  de  su  sable  prusiano;  cada  cual  daba  su  opinión  sin  llegar  a  un 
acuerdo,  cuando  acertó  a  subir  el  capitán  encargado  de  la  sección,  quien  después  de 
oír  el  relato  y  observar  por  el  anteojo,  falló  de  plano: 

¡Estábamos  sobre  un  volcán!  Aquello  era  un  heliógrafo  manejado  por  persona 
experta  y  comunicándose  con  alguien. 

— ¡Lo  fusilo!— dijo  Ortega;  y  vuelto  hacia  el  sargento  le  ordenó: 

— Vea  si  "^w^A^  pescar  algo. 

h^ste,  cosido  al  anteojo,  deletreaba:  A  13-H-Z 

«¡Hablan  en  clave!» — pensamos  todos. 

— ¡Ya! — gritó  el  sargento,  y  añadió  como  si  descifrase  un  jeroglífico: —  Eistos 
para 

— -Listos  para  ser  fusilados  -concluyó  el  general;  y  fijando  sus  ojos  en  un  joven 
ciclista  que  allí  estaba,  de  nombre  Rafael  Balmes,  le  ordenó: 

—Monte  en  su  bicicleta,  corra  allá^ — señalando  la  luz,  la  cual  seguía  pun- 
tuando y  rayando  todo  el  alfabeto — -,  busque  la  casa  y  tráigame  muerto  o  vivo  a  ese 
traidor. 

—  Lo  traeré— contestó  el  chiquillo,  y  se  perdió  por  la  rampa. 


520  A  .     R  I  V  E  R  o 

Todos  permanecimos  en  silencio,  menos  el  general  (3rtega,  que  a  media  noz  mur- 
muraba: 

— Esa — apuntando  a  la  luz — o  es  Crosas  o  Mr.  Scott,  el  del  Gas. 

Y  con  el  puño  cerrado  amenazaba  al  cielo  y  a  la  tierra,  mientras  el  anteojo  fué 
cuidadosamente  apuntando  a  la  casa  del  crimen,  para  fijar  su  posición  cuando  lle- 
gase el  día. 

Balmes  regresó  contrariado  y  sudoroso. 

— ^"Qué  hay.r* — le  interpeló  el  general. 

— Pues  casi  nada;  mejor  dicho,  como  haber,  hay  un  farol  colgado  de  un  andamio 
en  cierta  casa  que  está  en  reparaciones;  a  ese  farol  le  falta  un  cristal  que  ha  sido 
substituido  por  un  papel  obscuro;  el  viento  manipula,  y  así,  cuando  vemos  el  vidrio 
es  raya  y  cuando  el  papel  op3.co, pií7tto. 

— A-íí-K-J — deletreaba  el  sargento  que,  abstraído,  no  se  había  fijado  en  la  lle- 
gada del  ciclista. 

Todos  reíamos  del  Janee,  todos  menos  el  general  Ortega,  que,  acariciando  siem- 
pre el  sable  prusiano,  murmuraba  con  voz  sorda: 

— -Será  un  farol;  pero  ese  Crosas... 

Aquella  noche  el  bravo  mariscal  la  pasó  serio  y  poco  comunicativo;  pero  al  si- 
guiente día,  al  toque  de  diana  y  después  de  la  descubierta  me  interpeló: 

— Supongo  que  usted  no  se  habrá  tragado  lo  del  farolito. 

—  [Cómo!  ¿-Usted  cree } 

— -Yo  no  creo  nada;  pero  le  advierto  que  algún  día  me  daré  el  gustazo  de  fusi- 
lar xxn  farolito. 

Y  no  dijo  más,  en  toda  la  mañana,  el  bonazo  de  don  Ricardo  Ortega. 


VIII 

EL  HÉROE  MÁXIMO  DEL  12    DE  MAYO 

Casi  negro,  esbelto,  limpio  y  alegre,  Martín  Cepeda,  obrero  bocafragua  de  los 
talleres  de  fundición  de  los  vSres.  Abarca,  se  presentó  una  mañana  en  San  Cristóbal. 

— ^Qué  ocurre,  Martín.^ 

— Aquí  vengo,  mi  capitán,  para  que  me  apunte  en  la  brigada  de  auxiliares  de 
artillería^ 

— Piensa,  Martín,  que  el  asunto  es  serio;  si  el  enemigo  nos  ataca  por  mar  o  tie- 
rra, habrá  que  pelear  duro  y  entre  grandes  peligros. 

—  Bueno;  pues  apúnteme. 

Y  así  Martín  Cepeda,  muchacho  de  veintidós  años,  buen  herrero,  parrandista  de 


■t:  RON  i  (,;  A  s 


ló  el  proyectil, 

>ii  en  le: 
es,  levrintantlf)  una   iiul)e  tle  |it)lv(i  y  humo 
v<-r  a  (>'!f)eda  de  |)!e,  soiiriiíníe,  y  arrojanUo  la  sang 
fK   un  easco  le  había  t:ronc"i;idü  el  brazo  a  raíz  <iel  ho 
)sileni( 

Corrí  ÍKicia  él,  y  entonces  aijuel   hombre,  hcroicanienti'  hennoso 
"e  por  los  ojos,  sujelú  con  su  maní)  i/ijuiercla  el  brazo  !ieri<io,  \'  me 


522  A  .     RI  V  ER  O 

Así  fué  como  se  comportó  Martín  Cepeda,  a  las  siete  de  la  mañana  del  día  12  de 
mayo  de  1898,  en  la  batería  de  los  Caballeros  de  San  Cristóbal,  que  tenía  a  su  frente 
la  escuadra  americana  mandada  por  el  almirante  Sampson. 

^•Quién  hizo  más  o  mejor  aquel  día  en  que  muchos  cumplieron  su  deber,  y 
otros  fueron  más  allá  de  ese  límite?  El  soldado  que  cae  muerto  o  herido,  cumple  su 
obligación  y  su  juramento;  la  ley  lo  hizo  soldado;  o  pelea  o  lo  fusilan. 

Martín  vino  al  combate  por  su  gusto;  sabía  el  riesgo  de  aquella  función  de  gue- 
rra, y,  generosamente,  ofrendó  toda  su  vida  de  obrero  laborioso  y  listo,  y  sus  no- 
ches de  alegres  parrandas,  a  cambio  de  nada. 

Para  el  que  muere  junto  al  cañón  todo  ha  terminado.  Para  el  obrero  que  perdió 
en  sus  mocedades  el  brazo  derecho,  el  brazo  que  manejaba  la  herramienta,  queda 
toda  una  larga  vida  en  que  ganar  el  pan  de  sus  hijos  como  un  inválido,  o  pedir  una 
limosna. 

Lo  envié  a  la  enfermería;  acudió  el  médico,  y  de  un  tajo  acabó  de  separar  el  bra- 
zo; fué  curado  de  momento,  y  camino  del  Hospital  Militar  vi  más  tarde  una  camilla 
conducida  por  dos  hombres.  Allí  dentro,  y  dentro  de  aquel  pecho  ensangrentado,, 
latía  un  corazón  grande  y  valeroso. 

Curó  Cepeda;  pasó  la  guerra,  y  como  le  hubiera  propuesto  para  una  recompen- 
sa, la  Reina,  como  caso  especial,  le  concedió  una  Cruz  Rom^  pensionada  con  7  pese- 
tas y  50  céntimos  cada  mes. 

Más  tarde,  un  jefe  americano,  cerrando  los  ojos  ante  el  inválido,  permitió  que  el 
«Board  of  Health  de  Puerto  Rico»,  con  fecha  18  de  diciembre  de  1901,  le  otorgara 
el  diploma  de  maestro  plomero,  diploma  que  firman  los  doctores  R.  M.  Plernández, 
como  presidente,  y  W.  Fawell  Smith,  como  secretario.  Y  así  gana  su  vida;  él  dirige, 
hace  lo  que  puede  con  su  mano  izquierda;  otros  le  ayudan,  y  con  ellos  comparte  la 
ganancia. 

Cada  año,  el  12  de  mayo,  muy  de  mañana,  Martín  Cepeda,  pulcramente  acicala- 
do, con  sus  mejores  ropas  y  llevando  en  el  pecho  la  cruz  de  guerra,  sube  las  escale- 
ras de  mi  oficina. 

— Buenos  días,  capitán. 

— ¡Hola,  Martín!  ^'Cómo  estás.^ 

Bien,  capitán;  a  saludarlo   como    de   costumbre,   pidiendo  a  Dios   que    pueda 
hacer  lo  mismo  el  próximo  año. 

Y  yo  me  levanto,  aprieto  su  mano  y  le  deslizo  en  ella  algo  para  festejar  el  día.  Y 
Martín,  siempre  alegre,  siempre  majo,  baja  las  escaleras  y  vuelve  a  sus  plomerías. 

Yo  no  sé  cómo  él  seias  arregla;  pero  una  noche  en  que  paseaba  yo  por  cierta 
calle  alta  de  San  Juan,  hallé  a  mi  hombre,  con  otros  amigos,  frente  a  una  ventana, 
metido  en  jolgorio;  me  acerqué,  y  vi  con  asombro  que  Martín  Cepeda  ¡estaba  tocan- 
do la  guitarra! 

¡Había  aprendido  a  tocarla  con  la  mano  izquierda! 


C  R  (>  X  1  C  A  : 


Alto,  aveiliHi;id<),  ¡úirn  rendido  p<»r  la  pcsadumhn!  de  un;i  hdior  ronstanle  >•  di: 
los  años;  niiix'  sordo,  muy  desf>ierto  y  siempre  risuoño  \'  hrnniisla,  íué  H.aninn  II  I  .<)- 
pe/,  fundador  y  director  deJ  f)eriód¡co  /m  Corrcspomicncia  de  /'iinin  AV/v/.  Diiranie 
la.  guerra  l)ispanf)air<ericana  se  destacó,  en  graneles  relieve's,  la  figura  de  este  hombre^ 
verdadera  me  n  te  exeepcio  na  1 . 

l'ue  agrieultor,  industrial  ^fundó  en  l>ayanióti  ima  íá!)rii;a  de  liielij  ^^^^-omerta'ante 
y  sobre  todo  periotlista  moderno,  fpie  s*:  adelanli'»  vrHnle  años  a  su  ti<ain)o.  Auxi- 
liado por  el  escritor  dominicano  l'Vaneisix)  Hrtea,  hombre  rulto  y  lal.orioso,  fundó 
en  San  Juan  su  peri.uÜco,  <pue  vio  la  luz  pública  el  día  i8  de  dicií-mbrc  de  iXoo, 
siendo  el  primer  diario  en  Puerto  Jxdco. 

Rompiendo  con  moldes  anticuados,  d(?stía-r«')  de  su  hoja  aipiellos  editoriales  kilo- 
métricos <;pje  empe/aJian,  /^n)  (¡i/iiio  .^iia,  ¡:ii  la  (¡rct'ha^  Aníiciis  l^ladis,  etc..  y  tcrnd- 
tial>an  despuí-s  de  un  fárrago  de  literatura  ampulosa,  con  los  mismos  .  ¡ii/iai.s  l^lalns, 
etcétera,  /:'//  la  ¡>rr,¡/a  y  /'ro  donni  sn.t. 

La  noticia  escueta,  precisa,  corta,  ha'  la  nota  dominante  en  su  diario.  Lo  decía 
''"'/(O  aun  lo  que  por  cntoni:es  no  podía  deía'rse. 

Se  esperalaa  en  puerto  v\  cí>rreo  español,  donde  volvía  a  San  Juan  un  alto  funcío- 


524  A.     R  I  VER  O 

nario  de  Hacienda,  de  apellido  Vega-Verdugo,  autor  de  unas  tarifas  sobre  ingresos, 
que  habían  soliviantado  al  país,  produciendo  extraordinaria  efervescencia;  la  pobla- 
ción en  masa  organizaba  una  silba  monstruosa  para  recibir  al  vapor.  El  Gobierno,  y 
con  él  la  Policía  y  Guardia  civil,  estaban  alerta,  dispuestos  a  reprimir  aquel  acto, 
metiendo  en  cintura  a  sus  promovedores. 

Don  Ramón  escribió  entonces  en  su  periódico:  «Parece  que  los  pitos  y  otros 
aparatos  de  hacer  ruido  alcanzan  una  gran  demanda;  pronto  se  agotarán  las  existen- 
cias en  quincallas  y  ferreterías. '> 

Y  al  siguiente  día:  «Una  persona,  que  parece  saberlo,  nos  aseguraba  hoy  que  si 
se  sopla  con  bríos  un  buen  pito  desde  el  tinglado  del  muelle,  se  oirá  perfectamente 
el  sonido  a  bordo  de  cualquier  vapor  correo  anclado  en  el  puerto.  Estos  son  asuntos 
de  acústica  en  que  no  somos  peritos.» 

Sus  célebres  semblanzas  estuvieron  en  boga  durante  mucho  tiempo,  dando  gran 
impulso  a  La  Correspondencia,  que  se  vendía  a  chavo ^  moneda  de  cobre  en  circula- 
ción y  cuyo  valor  era  poco  más  de  un  centavo. 

Ramón  B.  López,  hombre  de  ideas  avanzadas,  largo  de  pluma  y  suelto  de  lengua, 
no  fué  nunca  bienquisto  en  el  Palacio  de  Santa  Catalina;  Camó  lo  miraba  de  reojo  y 
Miquelini,  jefe  de  la  Guardia  civil,  lo  tenía  anotado  en  su  libro  verde  de  sospechosos. 

Al  estallar  el  conflicto  hispanoamericano  es  cuando  se  agiganta  la  figura  de  este 
noble  portorriqueño.  Su  hoja  diaria  fué  un  clarín  vibrante  de  lealtad  y  patriotismo, 
dando  a  España  lo  que  a  España  correspondía;  pero  manteniendo  siempre,  a  veces 
con  gran  riesgo  de  su  libertad,  los  fueros  del  terruño,  que  tanto  amaba. 

En  aquellos  días,  cuando  muchos  valientes  buscaron  refugio  en  las  montañas  o 
en  el  extranjero,  López  se  traslada  a  su  oficina;  allí  establece  su  Cuartel  General^  y, 
en  ocasiones,  él  solo,  y  otras  con  ayuda  de  algún  reportero,  llenaba  las  planas  de  La 
Correspondencia  de  interesante  lectura,  que  era  fiel  reflejo  de  cuanto  acontecía  du- 
rante aquel  período  de  nuestra  Historia. 

ll\  12  de  mayo  es  herido  en  su  propia  casa  por  los  cascos  de  un  proyectil,  y  tan 
pronto  lo  curan  en  la  ambulancia,  de  primera  intención,  corre  a  su  pupitre  y  redacta 
una  información  del  bombardeo,  que  aun  sorprende  por  lo  extensa,  exacta  y  nutrida. 

Cuando  el  espíritu  público  declinaba  y  muchos  hombres  sentían  vacilaciones, 
rayanas  en  debilidades,  Ramón  B.  López  los  llamaba  al  deber  a  latigazos,  unas  ve- 
ces, y  otras  con  finísimas  ironías.  Son  muestras  de  peregrino  ingenio  estas  noticias 
de  su  diario: 

«Un  amigo  nuestro  nos  ha  pedido  precio  por  la  impresión  de  dos  mil  folletos  que 
piensa  publicar  para  venderlos  a  50  centavos  ejemplar,  titulado  Los  embriscados.  El 
aludido  libro  se  dividirá  en  cuatro  capítulos.  ¥A  primero  dedicado  a  los  embriscados 
pudorosos^  que  se  marchan  a  escondidas  por  las  noches;  el  segundo  a  los  intermiten- 
tes^ que  vienen  por  las  mañanas  y  se  ausentan  por  las  tardes;  el  tercero  a  los  even- 
tuales., que  desaparecen  en  cuanto  circulan  rumores  de  peligro,  y  el  cuarto  a  \o%  fijos, 


CRÓNICAS  525 

que  no  volverán  sino  después  de  firmada  la  paz.  Será  un  libro  curioso,  porque  con- 
tendrá los  nombres,  edades,  profesiones,  cargos  que  desempeñaban,  fechas  de  sa- 
lida, sueldos  que  gozan  y  sitios  de  residencia.» 

—  «Se  dice  que  no  falta  algún  habitante  temporero  de  las  sierras  del  Guaraguao 
que  encuentre  deliciosa  la  vida  de  las  montañas  y  que  ya  coma  con  gusto  el  arroz 
con  perico,  f un  che,  majarete,  inundo  nuevo  y  hasta  los  caimitos,  tcacos  y  jobos,  pon- 
derando la  riqueza  de  manjares  y  frutos  montaraces  que  desconocía  hace  tres  me- 
ses. No  hay  nada  tan  eficaz  como  los  anuncios  de  bombardeos,  para  desarrollar  el 
gusto,  por  estudios  prácticos,  de  las  costumbres  campesinas.» 

Había  una  estricta  censura  en  las  oficinas  del  Estado  Mayor;  el  lápiz  rojo  del  cen- 
sor mutilaba  las  hojas  de  planas  de  La  Correspondencia',  era  preciso  nadar  y  guardar 
la  ropa,  como  decía  D.  Ramón. 

En  26  de  julio  de  1 898  escribe:  «Se  dice  que  una  brigada  americana,  numerosa,, 
con  gran  cantidad  de  cañones,  ha  tomado  tierra  en  Guánica,  capturando  la  pobla- 
ción, y  trabando  después  combate  hacia  el  camino  de  Yauco,  con  las  fuerzas  espa- 
ñolas de  Patria,  al  mando  del  teniente  coronel  Puig,  cuyas  fuerzas  han  tenido  que 
retirarse  ante  la  superioridad  del  enemigo. 

Pero,  señor,  ^-de  dónde  diablos  saldrán  estas  noticias.?^  ^Quién  las  inventa.?'  ^-Quién. 
las  propaga.f^ 

Protestamos  enérgicamente  contra  esos  bolegramas.» 

A  ratos  aparece  travieso  y  burlón  como  un  estudiante;  al  siguiente  día  del  bom- 
bardeo de  San  Juan,  publicó  esta  noticia: 

«Dícese  que  el  día  del  bombardeo  volaron  de  a  bordo  de  los  buques  de  guerra 
«yankees»  dos  loros  africanos  blancos.  Fueron  a  parar  al  Morro,  donde  los  recogieron 
y  conservan  los  soldados.» 

Por  la  tarde,  y  a  la  siguiente  mañana,  el  capitán  Triarte  vio  con  asombro  su  casti- 
llo rebosando  de  curiosos  que  le  hacían  mil  preguntas  sobre  los  ¿oros  blancos. 

En  la  próxima  edición  continuó  la  broma: 

«No  fueron  dos  loros,  sino  dos  mirlos  blancos  africanos,  los  que  el  día  del  bom- 
bardeo se  escaparon  de  los  acorazados  enemigos  y  fueron  recogidos,  no  en  el  Morro,, 
sino  en  el  Castillo  de  San  Cristóbal.» 

Y  entonces  le  tocó  al  autor  de  este  libro  explicar  a  muchos  candidos  que  no  exis- 
ten mirlos  blancos,  y  que  todo  era  una  tomadura  de  pelo  de  D.  Ramón.  Muchos  no 
me  creían,  y  hasta  algunos,  muy  amigos,  se  pusieron  furiosos,  murmurando  «de  que 
se  le  ocultase  al  pueblo  todas  las  noticias  de  la  guerra,  incluso  la  presencia  de  aque- 
llos interesantes  pajaritos». 

Un  día,  el  censor,  dejó  en  cuadro  su  periódico;  López  hizo  componer  y  publicó 
en  aquella  edición  el  Padre  Nuestro,  la  Salve  y  el  Yo  Pecador. 

Hacia  principios  de  julio  escribe:  «Nadie  creyera,  hace  dos  meses,  que  San  Juan 
fuese  un  criadero  de  gallinas  marruecas;  ^-qué  se  hicieron  de  aquellos  valientes  gallos- 


526  A.     RIVERO 

-de  antes?  ^Q\xé  de  aquellos   bravos  que  paseaban  por  las  aceras  sus  terribles  coco- 
macacos? » 

La  censura  aprieta]  Ramón  López  es  llamado  al  Estado  Mayor,  donde  Camó  lo 
amonesta  con  su  dureza  acostumbrada.  El  se  hace  el  sordo^  y  el  mismo  día  se  dis- 
-culpa  con  sus  lectores: 

«No  extrañen  nuestros  lectores  que  en  los  cortísimos  días  que  le  quedan  de  vida 
■a  este  periódico  dediquemos  preferente  atención  a  publicar  el  estado  de  la  tempera- 
tura, los  chubascos  que  caen  o  dejan  de  caer,  del  agua  que  tengan  los  aljibes,  de  la 
marcha  de  las  estrellas  que  pueblan  el  firmamento,  de  los  cometas  que  se  descubran, 
•de  los  tallotes  que  llegan  del  mercado,  de  la  cosecha  áit  jobos,  de  los  colores  del  arco 
iris  y  de  otros  muchos  asuntos  de  palpitante  interés,  como  los  relatados.  vSerá  la  ma- 
nera de  evitarnos  disgustos  y  de  aguantar  desahogos,  a  los  cuales  no  estamos  habi- 
tuados ni  nos  habituaremos  minea.» 

Tan  pronto  como  se  publicó  la  noticia  del  Armisticio,  corre  a  la  Isla  en  busca  de 
noticias  de  palpitante  actualidad,  provisto  de  un  pase,  que  se  proporcionara  sabe 
Dios  de  qué  manera;  su  hijo,  Adrián  López  Nussa,  educado  en  los  Estados  Unidos, 
le  acompañó  en  su  viaje  al  extranjero,  como  llamara  López  a  su  expedición. 

Salió  de  vSan  Juan  el  20  de  agosto;  llegó  a  Coamo;  se  detuvo  algunas  horas  en  el 
campamento  americano;  habló  con  el  general  Wilson,  y  le  tomó  aquella  famosa 
interviezv;  primera  noticia  que  tuvieron  los  portorriqueños  de  los  propósitos,  para  el 
futuro,  del  Gobierno  americano. 

Siguió  a  Ponce;  bloqueó  en  su  Cuartel  General  de  la  Aduana  al  general  Miles,  y 
Juego  marchó,  por  Yauco  y  Guánica,  a  Mayagüez,  donde  acosó  a  preguntas  al  bon- 
dadoso general  Schwan. 

La  Correspondencia,  diario  de  la  tarde,  corría  de  mano  en  mano;  el  público  se 
arrebataba  los  números  para  saborear  aquellas  crónicas,  llenas  de  detalles,  todos 
nuevos  y  todos  de  gran  valor.  Sus  epígrafes  eran:  «Viaje  al  extranjero»;  «Primera 
jornada»;  «De  la  capital  a  Coamo»;  «En  el  campamento  americano»;  «Interview  con 
el  general  Wilson»;  «De  Coamo  a  Ponce»;  «De  Ponce  a  Mayagüez»;  «Interíñezv 
con  el  general  Schwan.» 

Llegó  a  Ponce  el  25  de  agosto,  y  allí  se  unió  a  Mr.  R.  H.  Hasken,  reportero  del 
Nezv  York  Herald,  desde  cuya  ciudad  continuó  enviando  jugosa  información. 

Tal  fué  el  hombre  cultísimo,  educado,  honorable,  laborioso,  con  aspecto  de  gen- 
■tleman  inglés,  cuyo  recuerdo  perdurará  en  Puerto  Rico,  y,  sobre  todo,  entre  los 
hombres  del  periodismo,  que  le  consideran  como  un  maestro  y  un  precursor. 


EPILOGO 


L  día  lO  de  diciembre  de  1 898,  sábado,  a  las  diez  de  su  noche,  se 
firmó  en  París  el  IVatado  de  Paz,  que  puso  fin  a  la  guerra  hispa- 
noamericana. P^l  mismo  día,  El  Liberal^  uno  de  los  periódicos 
más  importantes  de  Madrid,  al  dar  cuenta  de  tan  notable  suceso, 
publicó  lo  que  sigue: 

«Hoy  se  cerrará  para  siempre  la  leyenda  de  oro,  abierta  por 
Cristóbal  Colón  en  1492,  y  por  Fernando  de  Magallanes  en  1 52 1. 

Los  tres  meses  y  medio,  invertidos  en  estériles  negociaciones  diplomáticas,  ha- 
bían embotado  la  sensibilidad  del  pueblo  español,  y  héchole  perder,  en  parte,  la  no- 
ción de  su  inmensa  desdicha. 

Al  cabo  de  cuatrocientos  años,  volvemos  de  las  Indias  Occidentales,  por  nosotros 
descubiertas,  y  del  extremo  Oriente,  por  nosotros  civiHzado,  como  inquüinos,  a  quie- 
nes se  desahucia;  como  pródigos,  a  quienes  se  incapacita;  como  intrusos,  a  quienes 
se  echa;  como  perturbadores,  a  quienes  se  recluye. 

Día  de  expiación  es  el  10  de  diciembre  de  1 898;  pero  lo  será  también  de  suprema 
y  última  despedida  a  nuestra  personalidad,  a  nuestra  independencia  y  a  nuestras 
•esperanzas,  si  no  lo  tomamos  como  punto  de  partida  para  emprender  vías  nuevas,  y 
para  enterrar,  definitivamente,  los  vicios  pasados  y  los  sistemas  caducos. 

Para  modificar  la  función  no  hay  otro  recurso  que  modificar  el  órgano;  para  sal- 
var el  tronco,  que  aun  vive,  no  hay  otra  solución  que  podar  las  ramas  muertas.» 


528  A.     RIVERO' 

El  diario  madrileño,  al  estampar  sus  nobles  sinceridades,  y  en  el  calor  de  las- 
amarguras  del  momento,  fué  bastante  más  allá  de  lo  justo.  No  era  el  caso  de  España 
el  del  inquilino  a  quien  se  desahucia;  ni  el  del  pródigo  a  quien  se  incapacita;  ni  me- 
nos el  del  intruso  a  quien  se  echa.  Fué  el  del  enfermo  operadp  de  cataratas,  a  quien 
se  quita  la  venda  para  que  con  nuevos  ojos  pueda  percibir  las  realidades  de  la  vida. 

Ea  leyenda  de  oro,  iniciada  por  Colón  y  sus  compañeros,  no  se  cerró  para  siem- 
pre. El  libro  que  la  sustenta  permanece  abierto,  y  otros  hombres  escriben  en  sus 
páginas. 

Este  libro  es  conservado,  con  amor  y  con  respeto,  por  cubanos,  portorriqueños 
y  uruguayos;  por  los  que  viven  a  orillas  del  canal  que  une  los  mares  surcados  por 
Colón  con  las  inmensidades  del  Pacífico  avistadas  por  Vasco  Núñez  de  Balboa  desde 
las  montañas  de  Darién;  por  los  que  alientan  en  Méjico  y  Perú,  descubiertos  y  con- 
quistados por  Cortés,  Pizarro,  Valdivia  y  Almagro;  por  los  que  navegan  en  el  por- 
tentoso Amazonas  donde  refrescaron  sus  cuerpos,  al  bajar  de  los  Andes,  Orellana  y 
sus  guerreros;  por  los  que  avaloran  las  riberas  del  Plata,  donde  plantaron  sus  tiendas, 
después  de  incomparables  hazañas,  los  arcabuceros  de  Juan  de  Solís  y  Diego  García, 
y,  también,  por  los  que  pueblan  los  remotos  confines  del  mundo  americano,  donde 
aun  perdura  el  recuerdo  de  aquellas  naves,  guiadas  por  Fernando  de  Magallanes,  que,,, 
a  través  de  inexplorados  estrechos,  llevaron  hasta  Oriente,  y  allí  plantaron  los  estan- 
dartes de  España  trazando  con  sus  quillas  en  todos  los  mares  del  globo  el  primer  de- 
rrotero que  lo  circundara. 

Son  continuadores  de  aquella  leyenda  inmortal  20  pueblos,  soberanos  casi  todos,, 
que  habitan  las  inmensas  tierras  descubiertas  y  civilizadas  por  los  hijos  de  España. 
Estamos  orgullosos  de  nuestra  progenie,  y  hoy,  ya  extinguidos  los  dolores  que 
acompañan  a  todo  alumbramiento,  sólo  amor  y  respeto  sentimos  hacia  la  madre,  que 
aun  se  resiente  de  su  admirable  fecundidad. 

No  fué  arrojada  de  América  la  Nación  descubridora  por  causas  de  afrenta.  Fué 
ley  fatal  e  ineludible. 

Llegó  el  instante  en  que  la  simiente,  hasta  entonces  dormida,  estalló,  y  sus  bro- 
tes taladraron  la  tierra,  buscando,  en  el  sol  y  en  los  gases  de  la  atmósfera,  calor  y 
alimento,  que  los  convirtiera  en  árboles  robustos  y  fructíferos. 

No  se  plegó  aquella  bandera  de  sangre  con  reflejos  de  oro — ^más  sangre  que  oro 
fué  su  divisa — ;  es  que  ya  dejó  de  ser  el  guión  que  llevaba  a  los  guerreros  al  com- 
bate, para  convertirse  en  el  manto  de  amor  con  que  la  madre  cubre  a  sus  hijos. 

Mater  admirabilis  y  heroica,  aún  más  heroica  en  sus  infortunios,  sólo  debe  espe- 
rar gratitud  y  respeto  de  sus  hijos  de  América. 

Y  por  esto,  cuando  el  Alfonso  X/// trajo  a  Puerto  Rico  su  pabellón  de  guerra, 
pero  como  símbolo  de  paz,  las  manos  pulidas  de  nuestras  bellas  mujeres  lo  cubrie- 
ron de  rosas,  azahares  y  azucenas,  flores  trasplantadas  a  nuestros  jardines  desde  los^ 
cármenes  de  Granada  y  de  Valencia. 


CRÓNICAS  520 

1{I  sol  de  ñu^go,  ({ue  arde  aquí  iodo  el  año.  viviíic<3  aciuellos  cf»lores  (}U(\  durante 
cuatro  siglos,  llíinicaron  a  las  brisas  del  lai(|iiilIo,  y.  i:omo  ofrerula^  de  amor,  hicimos 
mislar  a  los  marinos  ele  l'.spaña  las  dulzuras  de  nuestras  pinas  v  las  concentradas 
mieles  (¡ue  elalujran  nuestros  cañaverales.  Idlos  reposaron  de  las  fatii^iis  de  su  viaje 
bajo  los  pabuares  jiorlorriqíieños,  y  al  marcharse,  cuando  el  jI/Jüi/so  XIII  pasalia, 
t>aj(í  el  catión,  del  Morro,  tandiién  las  palomas  blancas  de  mil  pañuelos  n-volotí^aron 
desde  la  orilla  en  i:ar¡ñoso  saludo. 

Nti  terminó  atjucUa  leyenda...  continúa. 


A  .     K  I  Y  I-:  R  O 


^jM'*..€,^~€^'t^p*  -^4^ 


-<^  y.  .^^/^^ 


f,e,,££.A€^^ 


4/M^  '    JzV^^^-^e.^^ 


APÉNDICES 


APÉNDICE  NUMERO   i 


J3i/\kií)  j)i<:  LA  (;ii<:rK;\ 


otas  de  mi  cartera.— I  )<-s(;ie  el 
en  que  suhí  la  raruj)a  del  castillo  de  San 
Ijj     Cristóbal,  para  tcnnar  el  nianrlo  de  s 
baterías,   conieneé   este   Diario.    How 
verán   mis   lectores,   son  notas  d' 
mentó,  sin  ilacicui,  a  veces  ineoiieKas  j 
[íueriles.  .\1  revisar  este  documento  no  É-oM" 

he  <|uerido  poner  ni  r|U!tai -    ''   ''""^'^''' 

sola  pahibra;  mi  deseo  es  que  conserve  s' 
venJadcro  saboi'  ile  atjuella   : 
C'oiitiene  tniichas  noticias  que  entonces  parecían  ciertas  y  q 
lalsas.  El  buen  juicio  del  lector  sa!)rá  apreciarlas  en  su  justo  valor. 


Makzo,  i,  í8o8. — Ceso  en  rai  situación  de  supernumerario  y  ocupo  una  plaza  de 
capitán  en  el  12."  batallón  de  artillería  tle  plaza,  con  el  mando  de  la  3;''  compañía, 
siendo  al  mismo  tiiMnpo  g-obernador  del  castillo  de  San  Cristóbal,  jefe  de  sus  bate- 
rías )'  de  las  exteriores  de  San  Carlos  y  Santa  '1  eresa.  Jd  teniente  Andrés  Valdivia 
rne  hace  entrega  de  la  compañía  y  baterías.  Recibo  órdenes  de  cargar  diez  proyecti- 
les por  cada  pieya. 

Marzo,  2. ^Ayer,  a  última  hora,  pasó  frente  a  esta  capital  el  acorazado  español 

Oifiteíido;  después  de  comunicar  con  el  semáforo,  siguió  viaje  al  Oeste. 

Marzo,  3. — El  general  Maeías,  acompañado  de  sus  ayudantes,  giró  una  visita  a  mi 
castillo.  Todo  lo  encontró  bien. 

j\ÍAKZ0,  5. — Ciega  a  mis  manos  un  número  de  La  (jírrespondeucia  Militar  de 
Madrid,  C|ue  dice  lo  siguiente: 

«I:ía.s/Yi  ¡os  gakrs  quieren  rsapalos.—Vxxftxto  Rico,  que  ya  tiene  su  <  lobierno  insular, 
eon  sus  ndnistros  autónomos  y  sus  diputados,  etc.,  etc.,  quiere,  ahora,  debutar  como 
isla  insurrecta,  y  ya  se  prepara,  en  Florida,  una  expedición  fdibustera  para  desembar- 
car en  aquella  isla,  l^'ero  no  hay  que  asustarse;  aun  en  el  caso  de  que  dicha  exj)edi- 
eión  llegara  a  desembarcar  en  las  costas  de  la  pequeña  Antilla,  ya  se  encargaría  de 
evitarlo  el  digno  general  Maeías.  El  asunto  no  tiene  importancia.  Cuatro  soldados  y 
un  cabo  bastan  para  sofocar  allí  cualquier  intentona.;-. 

Makzo,  6. — Recibí  nuevas  f)rdenes  para  cargar  10  proyectiles  más  por  cada  pieza. 
Marzo,  10.- lioy  por  la  mañana  salieron  hacia  Santurce  y  Río  l'iedras  en  pasco 


534  A.     R  I  VERO 

militar  algunas  fuerzas  de  infantería  de  la  guarnición,  además  una  batería  de  montaña. 
Como  tales  paseos  son  poco  frecuentes,  el  hecho  ha  causado  bastante  alarma. 

—  Pasé  revista  de  material  y  encontré  que  todas  las  espoletas  de  tiempo  están  de- 
terioradas. Se  pone  un  cable  a  Madrid  pidiendo  otras  de  repuesto.  Contestan:  «Re- 
mitan fondos.» 

Marzo,  1 4. — William  Freeman  Halstead,  corresponsal  del  New  York  Herald,  fué 
hoy  reducido  a  prisión  por  la  guardia  de  la  batería  de  San  Antonio  y  conducido  al 
Morro.  Este  sujeto,  con  una  cámara,  sacaba  fotografías  de  las  defensas  de  la  plaza. 

—  «A  este  fotógrafo  le  huele  la  cabeza  a  pólvora»,   ha  dicho   el  general  Ortega. 

Marzo,  1 5. — Doy  principio  al  emplazamiento  de  tres  cañones  Ordóñez,  de  15  cen- 
tímetros, en  la  batería  de  San  Carlos.  Esta  batería  domina  la  bahía  y  todo  el  frente  de 
tierra.  No  tengo  aparatos  de  fuerza  ni  nada  para  montar  estos  cañones,  y  subirlos, 
pesando  cada  uno  varias  toneladas,  desde  el  fondo  del  foso  hasta  la  batería,  cien  pies 
de  altura.  Me  estoy  arreglando  con  unos  palos  de  buque  que  he  conseguido  en  la 
Marina  y  algunos  trozos  de  madera.  Valdivia  está  al  frente  de  la  operación.  Mis  arti- 
lleros trabajan  muchas  horas. 

Marzo,  21.  —Nada  nuevo  ha  ocurrido  hasta  hoy.  Practicamos  ejercicios  diarios. 
Los  ayudantes  del  general  Macías  y  algunos  de  sus  favoritos  juegan  todas  las  noches 
al  tresillo  hasta  las  dos  de  la  madrugada. 

Marzo,  27.— Se  celebra  la  primera  elección  general,  después  de  implantado  en 
Puerto  Rico  el  régimen  autonómico. 

Marzo,  30. — Diariamente  se  sigue  practicando  ejercicios  simulados;  ni  un  solo 
artillero  de  los  que  guarnecen  las  baterías  ha  oído  en  su  vida  el  disparo  de  un  cañón; 
como  tenemos  pocas  municiones,  las  reservamos  para  el  enemigo,  si  es  que  se  declara 
la  guerra. 

Abril,  2. — El  capitán  de  Ingenieros,  Montesoro,  con  una  sección  de  telegrafistas 
militares,  está  montando  en  Fajardo  una  estación  heliográfica. 

Abril,  5- — Nada  nuevo  hasta  hoy.  Esta  mañana,  a  las  diez  y  treinta  minutos,  fon- 
dearon en  el  puerto  los  buques  españoles  de  guerra  Vizcaya  y  Almirante  Oquendo; 
vienen  de  la  Habana  y  fué  a  recibirlos,  a  la  entrada,  el  cañonero  Ponce  de  León. 
Manda  el  Vizcaya  el  capitán  Antonio  Eulate,  y  es  segundo  comandante  el  capitán 
de  fragata  Manuel  Roldan. 

Cada  buque  está  tripulado  por  497  hombres  y  su  desplazamiento  es  de  7.000  to- 
neladas. Son  exactamente  iguales;  están  armados  cada  uno  con  dos  cañones  Honto- 
ria,  de  28  centímetros,  10  de  14,  20  de  tiro  rápido  y  8  tubos  lanzatorpedos.  El 
capitán  de  navio,  Juan  Lazaga  y  Garay,  manda  el  Almirante  Oquendo. 

Abril,  6.— Con  motivo  de  la  llegada  de  los  acorazados  españoles,  muchas  casas 
han  adornado  sus  fachadas  con  banderas  y  colgaduras  nacionales;  anoche  se  quema- 
ron fuegos  de  artificio  en  la  bahía. 

Abril,  7-- — Los  giros  sobre  Nueva  York  están  a  91  por  100. 

—  Hoy,  Jueves  Santo,  se  ha  utilizado  por  primera  vez  las  dos  fuentes  públicas 
provisionales  del  acueducto  de  esta  capital.  Una  está  colocada  en  la  plazuela  de  Colón, 
esquina  a  wSan  Francisco  y  Norzagaray,  y  la  otra  en  Puerta  de  Tierra,  cerca  de  la 
plaza  de  la  Lealtad.  Dieron  principio  las  obras  del  acueducto,  siendo  alcalde  Matías 
Ledesma,  y  se  continuaron,  ejerciendo  el  mismo  cargo  Antonio  Ahumada;  y  estas 
fuentes  han  sido  colocadas  desempeñando  la  alcaldía  el  doctor  Francisco  del  Valle 
Atiles. 

—  A  petición  del  gobernador  general,  los  periódicos  y  partidos  políticos  acuer- 
dan una  tregua  en  la  candente  lucha  que  están  sosteniendo;  Aquilino  Fernández, 
Mascaró  y  otros  periodistas,  que  estaban  presos,  han  sido  puestos  en  libertad. 

—  Se  establece  la  censura  previa  para  la  Prensa. 

^r-^  Anoche  tuvo  lugar  en  el  teatro  un  banquete  con  que  la  oficialidad  de  tierra 


CRÓNICAS  .  535 

obsequió  a  la  de  los  acorazados  en  puerto;  hubo  discursos  y  todos  presagiaron  una 
victoria  sobre  la  escuadra  americana.  Solamente  un  alférez  de  navio  dio  la  nota  contra- 
ria; he  anotado  sus  últimas  palabras:  «No  hablen  ustedes  más  de  coronas  de  laurel, 
porque,  seguramente,  cuando  llegue  el  momento  del  combate,  nos  coronaremos  de 
agua  de  mar,  dados  el  poder  del  enemigo  y  nuestra  escasa  potencia.»  Tal  discurso 
fué  fríamente  recibido  y  el  orador  amonestado;  y  no  lo  pasó  muy  mal  porque  era  un 
nieto  del  almirante  Méndez  Núñez,  según  me  dijeron. 

—  Se  publica  un  interesante  documento  que  suscriben  todos  los  compromisa- 
rios que  han  de  elegir  senadores  y  consejeros  del  Parlamento  insular;  protestan  de 
la  campaña  política  que  contra  el  partido  triunfante — el  partido  liberal — se  viene  rea- 
lizando, y  terminan  haciendo  un  llamamiento  al  país  «contra  todo  enemigo  exterior, 
porque  estamos  dispuestos  a  todo  sacrificio  por  el  honor  de  nuestra  raza  y  por  la 
gloria  de  nuestra  bandera».  Lo  firman  i55  portorriqueños,  todos  hombres  prominen- 
tes; entre  ellos  Manuel  Camuñas,  Masferrer,  Toro  Ríos,  Antonio  R.  Barceló,  Elíseo 
Font  y  Guillot,  José  G.  Torres,  Octavio  García  Salgado,  Manuel  Mendía,  Diego  Bece- 
rra, José  Muñoz  Rivera  y  Juan  Vicentí. 

Abril,  9. — Salen,  con  rumbo  a  Cabo  Verde,  los  acorazados  Vizcaya  y  Almirante 
Oquendo.  Se  ha  prohibido  a  la  Prensa  que  publique  esta  noticia. 

—  Ha  causado  gran  alarma  el  que  ayer,  en  el  vapor  VirgÍ7iia^  que  zarpó  con 
rumbo  a  Saint  Thomas,  embarcase  Hanna,  cónsul  general  de  los  Estados  Unidos, 
y  además  Waymouth,  prominente  ciudadano  americano.  Es  motivo  de  muchos  comen- 
tarios el  hecho  de  que  en  el  consulado  americano  está  izada  la  bandera  inglesa  en 
vez  de  la  americana. 

Abril,  10.  — En  el  vapor  Virginia  embarcaron  también,  según  he  sabido,  Manuel 
del  Valle  Atiles,  corresponsal  del  Nezv  York  H^Tald,  y  Paul  Van  Sikler,  encargado 
de  la  refinería  de  petróleo,  establecida  en  Cataño. 

Abril,  13. — -Ayer,  a  las  cinco  de  la  tarde,  salió  hacia  Ponce,  una  sección  de  arti- 
llería de  montaña,  con  dos  piezas  sistema  Plasencia. 

—  Los  periódicos  de  hoy  publican  la  noticia,  tomada  de  la  Prensa  española,  de 
que  el  Gobierno  italiano  ha  vendido  a  España  los  acorazados  de  6. 840  toneladas 
Venus-  y  Garibaldi.  Veremos  si  se  confirma  la  compra. 

Abril,  1 4. — El  doctor  Francisco  del  Valle  Atiles,  alcalde  de  la  ciudad,  ha  publi- 
cado un  bando  en  que  fija  los  siguientes  precios  a  las  subsistencias:  Arroz  valen- 
ciano, siete  centavos  libra;  habichuelas  blancas,  ocho  centavos  libra;  ídem  colora- 
das, 10  centavos  libra;  jamón,  30  centavos  libra;  manteca  corriente,  20  centavos 
libra;  tocineta,  20  centavos  libra;  bacalao,  I O  centavos  libra;  papas,  cinco  centavos 
libra;  carne  de  res  vacuna,  28  centavos  kilo;  carne  de  cerdo,  40  centavos  kilo,  y 
pan,  ocho  centavos  hbra. 

Abril,  15. — Luis  Muñoz  Rivera,  secretario  de  Gracia  y  Justicia  y  también  de 
Gobernación,  ha  publicado  una  circujar  reglamentando  a  la  Prensa;  se  castigará  con 
arresto  y  multa  a  los  que  publiquen  falsos  rumores  tendentes  a  subir  el  precio  de 
las  subsistencias. 

—  Se  asegura,  en  secreto,  que  Jas  relaciones  entre  España  y  los  Estados  Unidos 
son  en  extremo  tirantes. 

—  Ha  llegado  un  cable  de  Madrid  ordenando  que  se  preparen  cien  mil  raciones 
de  boca  para  nuestra  escuadra,  que  debe  llegar  de  un  momento  a  otro. 

Abril,  17. — La  Gaceta  Oficial  inicia  hoy  una  suscripción,  de  carácter  nacional, 
para  cubrir  los  gastos  de  guerra;  el  documento  está  autorizado  por  el  general  Macías 
y  encabezado  por  el  Municipio  de  la  ciudad  con  una  cuota  de  25.OOO  pesos. 

Abril,  18.— Presidida  por  Manuel  Fernández  Juncos,  tiene  lugar,  en  el  Ateneo, 
una  reunión  para  reoganizar  la  Asociación  de  la  Cruz  Roja.  Se  nombran  inspectores 
y  oficiales,  organizándose  ambulancias  y  hospitales  de  sangre. 


536  A  .     R  J  V  E  R  O 

í\bril,  l9.--Anoche  se  reunió  la  juventud  de  San  Juan,  capitaneada  por  Fran- 
cisco Marxuach,  Alvaro  y  Manuel  Palacios  y  Tomás  Acosta,  llegando  a  un  centenar; 
visitaron  al  gobernador  general,  manifestándole  que  estaban  ansiosos  de  pelear  por 
la  causa  de  España.  El  general  Macías  los  felicitó  efusivamente,  y  a  su  salida  aquel 
centenar  de  jóvenes  fué  vitoreado  por  el  pueblo. 

Abril,  20. — Hoy  hemos  terminado  de  montar  dos  de  los  tres  cañones  de  la  batería 
de  San  Carlos.  Mis  artilleros  han  trabajado  duramente,  y  más  que  todos  el  teniente 
Valdivia. 

Abril,  21. — La  Gaceta  de  hoy  publica  un  decreto  suspendiendo  las  garantías 
constitucionales. 

—  Anoche  tuvo  lugar  en  el  teatro,  bajo  la  presidencia  del  doctor  Francia,  secre- 
tario de  Gobierno,  la  reunión  provisional  para  formar  un  nuevo  batallón  de  Volun- 
tarios. Una  Comisión  fué  nombrada,  bajo  la  presidencia  de  Vicente  Balbás,  para 
llevar  a  cabo  tal  idea.   . 

—  Se  ha  organizado  la  escolta  del  general  Macías;  la  componen  40  jóvenes  de  las 
mejores  familias  de  San  Juan;  por  unanimidad  ha  sido  proclamado  capitán  el  joven 
Ramón  Falcón  y  Elias,  y  como  instructor  el  comandante  de  ingenieros  Julio  Cer- 
vera,  ayudante  del  capitán  general. 

—  El  catedrático  del  Instituto,  Rafael  Janer  y  Soler,  está  organizando  en  Puerta  de 
Tierra  una  compañía  de  Voluntarios.  Janer  ha  sido  siempre  un  ferviente  defensor  de  la 
causa  de  España,  y  sus  artículos,  en  la  Prensa  diaria,  son  leídos  con  mucho  interés. 

—  Ha  circulado  de  mano  en  mano  un  telegrama  de  Saint  Thomas,  recibido  por 
una  casa  de  comercio  que  oculta  su  nombre;  el  telegrama  dice  así:  «Guerra  pro- 
bable.» 

—  -  Esta  tarde  ha  circulado  una  Gaceta  extraordinaria  conteniendo  el  siguiente  te- 
legrama del  ministro  de  Ultramar: 

«Nuestro  embajador  en  Washington  ha  pedido  sus  pasaportes;  mañana  saldrá  de 
esta  corte  el  de  los  Estados  Unidos;  hoy  tuvo  lugar  la  apertura  del  Parlamento,  acla- 
mándose, con  frenesí,  a  Sus  Majestades.  Partidos  se  han  unido  al  Gobierno  para  re- 
peler toda  agresión  extranjera.  Muy  levantado  el  espíritu  público.  Madrid,  1 9  de 
abril  de  lí 


— -La  Prensa  publica  un  extracto  del  Convenio  de  París,  de  i(S56,  según  el  cual 
PZspaña  y  los  Estados  Unidos  fueron  las  dos  únicas  naciones  que  se  reservaron  el 
derecho  de,  en  caso  de  guerra,  hacer  uso  de  buques  mercantes  armándolos  en  corso. 

—  Hasta  el  poblado  de  Cataño  organiza  su  guerrilla  de  voluntarios;  la  manda 
José  G.  Pastor. 

—  Se  hace  grandes  elogios  de  las  señoritas  Amparo  Fernández  Náter,  Goyco, 
Larrínaga,  Larroca,  Cottes  y  Soler,  por  su  valioso  concurso  en  favor  de  la  Cruz  Roja. 

Abril,  22. — Hoy  se  ha  proclamado  en  esta  ciudad,  con  el  aparato  de  rigor,  la 
ley  Marcial  o  Estado  de  Guerra. 

—  Los  secretarios  del  Gabinete  autonómico  han  publicado  un  manifiesto  dirigido 
al  país. 

Abril,  23. — Fia  circulado  una  Gaceta  extraordinaria  conteniendo  una  proclama 
dirigida  a  los  habitantes  de  Puerto  Rico,  firmada  por  el  general  Macías.  Es  un  docu- 
mento muy  bien  escrito  que  ha  llamado  mucho  la  atención. 

Todo  esto  representa  que  estamos  en  guerra.  El  entusiasmo  general,  en  San  Juar 
y  en  toda  la  Isla,  no  puede  ser  descrito;  una  fiebre  de  guerra  lo  invade  todo. 

Frente  al  cuartel  de  artillería  se  ha  colocado  hoy  cuatro  cañones,  modelo  Krupp 
de  bronce. 

Abhil,  24. — Un  cablegrama  recibido  hoy  en  San  Juan,  desde  la  Habana,  anun 


CRÓNICAS  537 

cia,  confidencialmente,  que  todas  las  fuerzas  insurrectas  en  aquella  provincia,  y  a  su 
frente  Máximo  Gómez,  han  depuesto  su  actitud  rebelde,  entrando  en  dicha  ciudad  al 
grito  de  ¡viva  Españal  Esta  noticia  es  comentada  con  gran  calor  y  gran  regocijo  ^. 

—  En  Comerlo  hay  gran  entusiasmo  patriótico;  anoche  se  reunió  la  juventud  de 
dicho  pueblo  en  los  salones  del  Municipio,  dándose  principio  a  la  recluta  para  for- 
mar una  guerrilla,  y  fueron  pronunciados  varios  discursos,  siendo  muy  celebrados  los 
del  doctor  Gómez  Brioso  y  el  licenciado  Jiménez,  quienes  pusieron  de  relieve  la  jus- 
ticia de  nuestra  causa  y  la  sinrazón  del  Gobierno  americano.  El  Municipio  contribuyó 
con  mil  pesos  para  la  organización  de  dicha  fuerza,  cuyos  uniformes  serán  cosidos 
por  las  señoritas  de  la  población. 

—  Una  Comisión  recorre  San  Juan  pidiendo  donativos,  con  objeto  de  obsequiar 
a  la  escuadra  nacional,  que  se  espera  en  puerto  de  un  momento  a  otro,  con  50  no- 
villos, 50  cuarterolas  de  vino,  25.OOO  cajetillas  de  cigarrillos,  20.OOO  tabacos  y  50  ca- 
jas de  vino  Jerez. 

—  Un  periódico  de  los  más  radicales,  de  esta  ciudad,  escribió  hoy  este  suelto: 

«¡Viva  Españal  En  todos  los  pueblos  de  la  Isla  se  alistan  entusiastas  voluntarios 
de  todas  las  clases  sociales  para  prestar  su  concurso  al  Gobierno  y  defender  el  ho- 
nor nacional.  Puerto  Rico  responde  a  su  acrisolada  historia  de  lealtad  y  sabrá  de- 
mostrar ostensiblemente  que  no  hay  españoles  de  otras  provincias  que  les  supedi- 
ten en  amor  a  la  patria.  Antes  que  extranjeros,  en  nuestra  propia  tierra,  mil  veces  la 
muerte.  ¡Viva  España!  ¡Viva  Puerto  Rico!» 

—  Se  dispone  la  organización  de  guerrillas,  dando  preferencia  a  los  licenciados 
del  Ejército  y  paisanos  de  buena  conducta,  comprendidos  entre  veinte  y  cuarenta 
años.  El  sueldo  es  de  diez  y  ocho  pesos  a  los  guerrilleros;  veinte  a  los  cornetas;  vein- 
tidós a  los  cabos,  y  treinta  a  los  sargentos.  Es  nombrado  como  organizador  general  el 
coronel  Obregón,  y  realiza  todos  los  trabajos  el  capitán  Salvador  Acha. 

—  Empieza  el  éxodo;  solamente  en  el  día  de  hoy  han  salido  de  San  Juan,  para  el 
campo,  más  de  trescientas  familias;  conseguir  un  carro  o  un  coche  cuesta  mucho 
tiempo  y  dinero. 

—  Ésta  tarde,  a  las  tres,  subió  al  Palacio  de  Santa  Catalina  una  nutrida  comisión 
de  obreros,  ofreciendo  formar  un  Cuerpo  de  macheteros, 

—  Las  esposas  de  los  generales  ]\ [acias  y  Ortega  se  han  afiliado  a  la  Cruz  Roja. 

—  Jóvenes  de  muy  pocos  años  acuden  a  sentar  plaza  en  el  batallón  «Tiradores 
de  Puerto  Rico»;  un  hijo  de  Francisco  Gatell,  de  trece  años  de  edad,  se  inscribió  esta 
mañana. 

—  Los  víveres  no  escasean;  los  huevos  se  venden  a  seis  por  doce  centavos,  y  las 
gallinas  a  sesenta  centavos  una. 

—  Hoy  salieron  en  un  tren  especial  para  la  finca  de  San  Patricio,  cedida  gene- 
rosamente por  los  hermanos  Cerecedo,  todos  los  niños  y  niñas  del  Asilo  de  Benefi- 
cencia. 

—  Esta  mañana  se  entregó  el  armamento  al  batallón  «Tiradores  de  Puerto  Rico». 
vSe  advierte  gran  entusiasmo  en  toda  la  Isla;  Mayagüez,  Arecibo,  Maricao  y  Carolina 
van  en  cabeza. 

Abril,  25. — La  Plana  Mayor  del  batallón  «Tiradores  de  Puerto  Rico»,  es  como 
sigue: 

Subinspector,  coronel  Obregón;  primer  jefe,  Leopoldo  P'ajardo;  comandantes, 
Francisco  Bastón  y  Vicente  Balbás;  abanderado,  Andrés  Ovejero;  médico,  Francisco 
R.  de  Goenaga;  practicante,  José  Salgado;  capellán,  Manuel  López;  músico,  Francis- 

^     Esa  fué  una  de  tantas  noticias  falsas  circuladas  para  levantar  el  espíritu  público. — N.  del  A. 


538  A  ,     IR  T  V  F  R  Ó 

co  Verar;  capitanes,  Tulio  Larrínaga,  Juan  Bautista  Rodríguez,  Reinaldo  Paniagua  y 
Manuel  Román;  primeros  tenientes  y  segundos,  Jorge  G.  Gómez,  Antonio  Geigel, 
Rafael  Palacios  Salazar,  Jaime  Sifre,  Arturo  Guerra,  Damián  Monserrat,  Alberto 
González,  José  G.  del  Valle,  Casimiro  de  las  Heras,  Juan  Pulgar,  Miguel  Cañellas 
Vergara,  Avelino  Elizalde,  Ramón  María  Meléndez,  Antonio  Alvarez  Nava,  Juan 
B.  Mirabal,  Miguel  Aguayo  y  José  Bazán;  sargentos,  Lupercio  011er,  Lorenzo  Barrei- 
ro,  Arturo  Contreras,  Juan  Iglesias,  José  Cazuela  Geigel,  José  Porrata,  Juan  Roselló, 
José  Fernández  Callejo,  Luis  Coy,  Antonio  Bazán,  José  Muñoz,  José  Sanjurjo,  Enri- 
que Decoro,  Jaime  Mirabal  y  Rafael  Castro. 

—  Esta  tarde  se  le  escapó  un  tiro  de  revólver,  en  el  cuartelillo,  al  teniente  del 
batallón  «Tiradores»  José  Bazán,  hiriéndose  en  la  mano  derecha;  también  resultó 
herido  por  el  proyectil  Tulio  Larrínaga,  capitán  del  mismo  Cuerpo.  Esta  fué  la  pri- 
mera sangre  derramada  durante  la  guerra. 

Abril,  26. — Lloy  fondeó  el  buque  de  guerra  francés  Almiralt  Rigault  de  Genual- 
ly^  al  mando  del  capitán  M.  Neny. 

—  En  todos  los  pueblos  de  la  Isla  continúa  la  organización  de  guerrillas,  y  se 
siguen  practicando  ejercicios. 

—  Los  giros  sobre  España  están  al  veintiséis  por  ciento;  no  los  hay  sobre  el  ex- 
tranjero. 

—  El  ministro  de  Ultramar  ha  telegrafiado  al  Secretario  de  Llacienda  de  esta 
Isla,  Manuel  Fernández  Juncos,  autorizándole  a  girar  por  un  millón  de  pesos,  con 
destino  a  los  gastos  de  la  guerra. 

Abril,  27. — Manuel  Egozcue,  vicepresidente  de  la  Diputación  provincial,  ha  esta- 
blecido, desde  hace  algunos  días,  un  servicio  de  cables  diarios  desde  la  Habana.  Un 
periodista  catalán  de  aquella  ciudad,  de  apellido  Torra,  envía  lOO  palabras  cada  día. 
Accedo  a  los  deseos  de  E^gozcue  para  interpretar  estos  cables,  los  cuales  se  entregan 
gratis  a  toda  la  Prensa. 

— -  Queda  prohibida  la  circulación  por  cable  de  despachos  cifrados. 

—  vSe  publica  un  decreto  prohibiendo  la  exportación  de  ganado  vacuno. 

— -  La  señora  Dolores  A.  de  Acuña  es  confirmada  como  presidenta  de  la  sec- 
ción de  señoras  de  la  Cruz  Roja  local. 

—  Bajo  el  mando  del  teniente  de  Voluntarios,  Francisco  Álamo,  se  forma  una 
sección  de  ciclistas,  correos  de  órdenes,  afectos  al  Gobierno  de  la  plaza. 

Abril,  28.  —  Ayer  visitó  al  general  Macías,  en  su  despacho,  un  grupo  numeroso 
de  mujeres  del  pueblo,  quienes  le  ofrecieron  sus  servicios.  A  su  salida  de  Palacio  to- 
das llevaban  al  brazo  la  insignia  de  la  Cruz  Roja. 

—  El  cuartelillo  de  la  escolta  del  Capitán  general  se  ha  instalado  en  los  bajos  del 
Ateneo,  donde  se  mantiene  una  guardia.  La  cuadra  para  los  caballos  de  esta  escolta, 
ha  sido  construida  en  la  Marina,  en  un  solar  cedido  gratuitamente  por  Ramón  H.  Pa- 
trón. Algunos  de  los  caballos  son  propiedad  de  los  jinetes  y  otros  han  sido  presta- 
dos por  personas  acomodadas  de  la  Isla. 

El  uniforme  de  este  Cuerpo  es  de  tela  azul,  de  la  llamada  mezclilla,  con  franjas 
blancas  en  el  pantalón  y  bocamangas  también  blancas,  modelo  de  caballería;  usan 
las  mismas  divisas  que  el  Ejército,  gorras  blancas  o  sombreros  reglamentarios;  los 
oficiales  portan  sables  y  revólveres  y  los  jinetes  machetes  de  media  cinta,  Co- 
llings. 

—  Se  publican  noticias  muy  agradables  sobre  la  escuadra  yankee,  remitidas  ofi- 
cialmente de  la  Habana  por  el  general  Blanco.  «Los  hombres  están  acobardados;  el 
Texas  no  puede  navegar;  el  Neiv  Yo7'k  no  es  más  que  un  pontón  y  los  demás  buques 
corren  parejas  con  los  anteriores.  Los  han  pintado  de  gris,  según  se  asegura, /¿?/'^? 
que  no  se  les  vean  las  deficiencias.» 

—  Llega  otro  cable  de  la  Habana:  «La  escuadra  americana  ha  bombardeado  el 


CRÓNICAS 


5iS 


puerto  de  Matanzas; /(9r  nuestra  parte  sin  novedad.  Sólo  un  mulo  muerto.»  Con  este 
motivo,  José  Mercado  (Momo),  poeta  festivo,  ha  publicado  los  siguientes  versos,  que 
son  muy  celebrados: 


EL  BURRO  DE  MATANZAS 


En  Chicago  la  inmortal, 
emporio  de  ilustración, 
Roma  invicta  del  jamón, 
Salamanca  de  la  sal; 

aquella  de  que  la  historia 
canta  el  origen  divino 
que  es  la  Atenas  del  tocino 
y  del  cerdo  en  pepitoria; 

la  ciudad  santa,  la  Meca, 
do  reciben  oraciones 
el  lomo,  los  chicharrones, 
las  patas  y  la  manteca. 

Gades  jamás  humillada, 
la  que  conserva  sin  mengua 
la  pureza  de  la  lengua... 
la  lengua  de  cerdo  ahumada; 

ciudad  que  gloriosa  brilla 
y  en  que  el  genio  ha  florecido, 
entre  aureolas  de  embutido 
y  entre  nimbos  de  morcilla; 

nueva  Numancia,  en  la  cual 
no  es  posible  que  se  extinga, 
ni  el  valor,  ni  la  gandinga, 
ni  las  pezuñas  en  sal. 

Allí  en  Chicago  la  bella, 
entre  los  cerdos  salados, 
e  hijo  de  padres  honrados, 
aunque  con  pésima  estrella, 


nació  el  burro  garañón, 
al  que  arrebató  la  vida 
la  metralla  fratricida 
de  americano  cañón. 

Era  un  burro  de  ocho  pies 
de  alzada,  rubio,  elegante, 
bien  educado  y  galante, 
¡como  que  hablaba  en  inglésl 

Ni  guerreras  aficiones 
ni  alardes  de  valor  vanos, 
ni  el  afán  de  alzar  los  planos 
de  las  fortificaciones, 

llevaron  al  burro  aquel 
a  Matanzas  la  gentil; 
llegó  allá  con  un  barril, 
dos  cajones  y  un  papel, 

y,  entre  grave  y  zalamero 
a  su  negocio  atendía, 
dando  mala  mercancía 
por  el  español  dinero. 


¡Pum!  La  metralla  le  hirió. 
Agitó  las  rudas  crines, 
dijo  a  \o's>  yanquis:  ¡caínes! 
alzó  el  rabo  y  ¡se  murió! 


— ■  Entra  el  vapor  Arkadia  con  carga  de  provisiones. 

Abril,  29. — El  capitán  de  ingenieros  Barrera,  jefe  de  la  sección  de  heliógrafos, 
ha  establecido  una  estación  cerca  de  Aibonito  que  comunica  con  San  Juan. 

Abril,  30. — El  Banco  Español  se  suscribe  con  20.000  pesos  para  el  fondo  de  la 
guerra;  Sucesores  de  L.  Villamil,  con  lO.OOO;  Silva,  Ochoa  y  Santisteban,  con  5.000 
cada  uno. 

—  Entra,  procedente  de  Palma  de  Mallorca,  el  bergantín  Vírgenes  con  carga  de 
provisiones. 

—  Los  zapadores  auxiliarps  se  organizan  en  dos  compañías;  son  éstos  los  bom- 
beros de  la  ciudad. 

—  Entra  el  vapor  alemán  Abydos  con  carga  general,  procedente  de  Mayagüez. 
Mayo,  2. — Tocan  a  su  término  los  trabajos  para  obstruir  la  entrada  del  puerto. 

Ha  sido  habilitado  el  r^mo\z2.á(dx Borínquen,  al  mando  del  oficial  de  Marina  D.José 
Manterola,  y  este  buque  siempre  tendrá  colgados  un  regular  número  de  torpedos  de 
contacto,  que  fondeará  en  la  Boca  del  Morro  en  el  momento  oportuno. 

Otras  minas  han  sido  ancladas  en  el  canal  de  entrada,  dejando  entre  ellas  un  es- 
trecho paso,  bien  conocido.  Estas  minas  son  boyas  llenas  de  pólvora,  a  cuyo  explo- 
sivo se  ha  añadido  una  pequeña  caja  de  cinc  con  algodón  pólvora  y  sus  cebos  eléc- 
tricos; alambres  aislados  van  a  parar  a  los  arrecifes,  debajo  de  la  batería  de  San  Fer- 
nando, donde  se  ha  levantado  una  caseta.  Aquí  habrá  guardia  permanente  de  un 
oficial  de  Marina,  a  cargo  del  explosor  Breguet,  para  volar  estas  defensas  caso  de 
que  el  enemigo  intente  forzar  el  puerto. 


540  A  .    R  I  V  £  R  O 

En  dicha  batería  de  San  Fernando  se  ha  montado  dos  cañones  de  tiro  rápido  y 
un  proyector  eléctrico  para  iluminar  de  noche  el  canal  de  entrada,  sacados  del  cru- 
cero Isabel  II.  En  todos  estos  trabajos,  que  fueron  hechos  bajo  la  dirección  del  co- 
mandante del  crucero  Concha^  cooperó  el  electricista  de  la  Sociedad  Anónima  Luz 
Eléctrica,  Manuel  A.  Ruiz,  quien  para  dar  luz  al  reflector,  y  como  la  corriente  local 
sólo  alcanzase  lio  voltios,  acopló  en  serie  varios  pequeños  dínamos,  levantando  el 
voltaje  todo  lo  necesario. 

—  La  Gaceta  publica  este  cable  recibido  de. Cuba: 

«Escuadra  española  batió  en  Cavite  a  la  escuadra  yanqui,  compuesta  de  buques 
blindados  y  protegidos,  haciendo  su  retirada  con  grandes  averías.  Nuestros  buques 
eran  uno  de  hierro  y  dos  protegidos.» 

La  noticia  produce  entusiasmo  delirante;  banderas,  colgaduras  y  músicas  por  las 
calles.  Hoy  es,  además,  día  de  gran  fiesta  nacional. 

—  Entró  el  vapor  inglés  Specialist^  con  víveres. 

Mayo,  3. — Hoy  estrenó  su  uniforme  la  sección  Macheteros  de  Puerto  Rico.  La 
instruye  el  capitán  Cámara. 

—  La  Prensa  de  hoy  publica  el  siguiente  anuncio: 

«Las  personas  que  deseen  obtener  una  fotografía  del  bizarro  general  Montojo, 
héroe  de  Cavite  y  vencedor  de  los  yanquis  en  aguas  Filipinas,  puede  conseguirla  en 
el  taller  fotográfico  de  Feliciano  Alonso,  calle  de  San  Francisco,  número  42.» 

—  En  Vieques  se  ha  organizado  la  Cruz  Roja,  al  igual  que  en  todos  los  demás 
pueblos  de  la  Isla.  Es  presidente  el  doctor  Jaspard;  Carlos  Le  Brum  e  Ildefonso  Le- 
guillou,  vicepresidentes;  tesorero,  Adolfo  Riekehoff,  y  secretario,  Antonio  Sarriera 
Egozcue,  profesor  normal;  siendo  vocales  S.  Paz  y  F.  Álvarez. 

—  Ayer,  durante  la  jura  de  bandera  del  batallón  de  Voluntarios,  núm.  2,  en  Ba- 
yaqión,  hubo  grandes  fiestas  y  misa  de  campaña.  La  señorita  Rosa  Martínez  Jiménez 
se  presentó  vestida  de  cantinera  al  frente  de  la  fuerza. 

-^  Se  asegura  que  los  yanquis  tienen  un  miedo  horrible  al  arma  blanca.  Guillermo 
Atiles  García  acaba  de  publicar  un  artículo  lleno  de  datos  y  de  incidentes  por  él 
presenciados,  probando  cómo  corren  los  norteamericanos  delante  de  los  machetes. 
Por  lo  que  pueda  ocurrir,  mandaré  afilar  mi  sable. 

—  Hoy  le  tocó  a  los  barberos  contribuir  para  los  gastos  de  guerra;  todos  dan, 
poco  o  mucho.  Juan  Apellániz  encabeza  la  suscripción  con  10  pesos,  y  la  termina 
con  40  centavos  Francisco  Furnis. 

—  Corre  de  boca  en  boca  la  noticia  de  que  una  escuadra  española  ha  bombar- 
deado ayer  la  ciudad  de  Nueva  York,  causando  en  ella  terribles  destrozos. 

—  Acabo  de  recibir  una  carta  de  Utuado,  en  que  me  dicen  que  aquella  pobla- 
ción se  desbordó  al  llegar  la  noticia  de  nuestro  triunfo  naval  en  Manila;  hombres,  mu- 
jeres y  niños  se  lanzaron  a  las  calles  dando  vivas  a  España  y  a  nuestros  marinos;  el 
abogado  Santoni  y  Osvaldo  Alfonso,  arengaron  a  las  masas,  en  verso  el  primero  y  en 
prosa  el  segundo. 

—  Hoy  se  ha  celebrado  en  la  cárcel  el  Consejo  de  guerra  para  ver  y  fallar  la 
causa  instruida  por  espionaje  contra  William  Freeman  Halstead,  repórter  del  New 
York  Herald. 

Formo  parte  y  soy  el  capitán  más  antiguo  de  los  seis  del  Consejo;  el  procesado 
dijo  que  nó  deseaba  hacer  declaración  alguna.  Aun  cuando  la  opinión  militar  pedía 
la  pena  de  ríiuerte,  nosotros  lo  hemos  condenado  a  nueve  años  de  presidio  y  acce- 
sorias. 


C  R  ó  N  I  C  A  S  54I 

—  Sigue  el  entusiasmo  en  la  Isla;  Guayanilia  y  Naguabo  baten  el  record\  Juan 
Garzot  ha  regalado  los  uniformes  para  los  macheteros  de  este  último  pueblo. 

Mayo,  4. — Fondea  el  correo  español  Alfonso  XIII  armado  con  modernos  caño- 
nes. Ha  traído  para  el  Ejército  900  cajas  de  bacalao,  199  barriles  de  tocino,  3.615 
sacos  de  harina^  200  de  garbanzos,  16  cajas  de  cartuchos  Máuser  y  14  de  medica- 
mentos. Conduce  alguna  tropa  de  refuerzo.  Este  buque  queda  agregado  a  los  de  gue- 
rra fondeados  en  el  puerto. 

—  Entra  el  bergantín  Buenaventura,  argentino,  con  233.300  kilos  de  tasajo. 

—  El  secretario  de  Hacienda,  Fernández  Juncos,  ha  subastado  200. COO  pesos  en 
giros,  con  cargo  al  millón  donado  por  España. 

Mayo,  5- — Se  impone  un  recargo  de  dos  centavos  a  cada  carta  y  de  cinco  a  cada 
telegrama;  también  se  ordena  un  descuento  de  5  por  lOO  sobre  todos  los  sueldos  in- 
sulares y  municipales. 

Mayo,  6. — Las  últimas  fuerzas  de  mi  batallón  abandonan  el  viejo  cuartel  de  la 
plazuela  de  San  Francisco;  cada  sección  se  acuartelará  en  lo  sucesivo  en  la  batería 
que  guarnezca. 

—  Desde  temprano  está  frente  a  la  plaza  un  gran  vapor  con  tres  chimeneas,  sin 
bandera  alguna. 

Mayo,  7. — El  doctor  Manuel  Fernández  Náter  ha  sido  nombrado  médico  del  ba- 
tallón Provisional  núm.  4,  alojado  en  el  cuartel  de  Ballajá;  ha  renunciado  su  sueldo. 

—  La  Gaceta  ordena  que  el  tipo  de  prima  del  oro  americano  sea  de  100  por  lOO. 
Mayo,  8. — Acabamos  de  recibir  dolorosas  noticias  acerca  del  combate  de  Cavite; 

fué  todo  lo  contrario  de  lo  que  publicó  la  Gaceta.  La  escuadra  de  Montojo  ha  sido 
destruida  totalmente  por  la  que  mandaba  el  comodoro  Dewey.  La  noticia  causa  un 
efecto  aplastante. 

Mayo,  9. — Aparece,  viniendo  del  Oeste,  el  vapor  Tres  Chimeneas  M  dicen  que  es 
un  crucero  auxiliar  llamado  Yale. 

~—  Ha  salido  hacia  el  Oeste  el  crucero  auxiliar  Alfonso  XIII;  al  divisarlo  el  Tres 
Chimeneas^  huyó.  El  Alfonso  XIII  siguió  su  rumbo. 

—  Entra  un  vapor  inglés  abarrotado  de  carbón  y  víveres. 

—  Ha  visitado  mi  castillo  y  baterías  exteriores  el  general  Ortega.  No  fué  muy 
exigente;  me  preguntó  si  no  estarían  más  elegantes  los  cañones  pintados  de  color 
rojo;  le  contesté  que  el  color  actual  de  las  piezas  era  el  reglamentario. 

—  Esta  mañana  fondeó  el  buque  de  guerra  alemán  Geier^  teniente  Jacobsen,  de 
1.640  toneladas;  hace  salvas  y  le  contesto  como  encargado  que  soy  de  esta  opera- 
ción. El  teniente  Jacobsen  visitó  la  plaza  y  mi  castillo,  almorzó  conmigo  y  tomó  mu- 
chas notas,  ofreciendo  enviarme  lo  que  publique  acerca  de  la  guerra  y  de  Puerto 
Rico. 

—  El  doctor  Pedro  del  Valle,  inspector  general,  ha  pasado  hoy  una  revista 
a  todas  las  ambulancias,  hospitales  de  sangre  y  material  de  transporte  y  curación  a 
cargo  y  costeado  por  la  Cruz  Roja.  Según  me  dice,  está  satisfecho  y  hace. elogios  del 
hospital  de  sangre  del  Instituto  y  de  otro  establecido  en  el  Arsenal  a  cargo  del  doc- 
tor Puig.  Del  Valle  no  descansa  un  momento,  yendo  y  viniendo  de  Santurce  a  San 
Juan;  pero  el  general  Ortega  me  dijo  hoy  que  este  doctor  cito  olia  a  yankee  y  que  él  no 
lo  perdería  de  vista. 

— ■  El  general  Ortega  inspecciona  todas  las  ambulancias  y  hospitales  de  la  Cruz 
Roja  acompañado  del  jefe  de  sanidad  militar  Batlle. 

—  Los  colonos  de  la  isla  de  la  Culebra  se  reunieron  el  24  del  mes  pasado,  y  a 
iniciativa  del  vecino  Leopoldo  Padrón,  acordaron  formar  entre  todos  una  guerrilla 
para  «oponerse  a  los  intentos  de  cualquier  corsario  o  cualquier  enemigo  del  exterior, 

^     Nombre  que  dio  el  pueblo  al  crucero  escucha  Yale. — N.  del  A. 


542  A  .     R  í  V  E  R  O 

dando  así  a  nuestra  querida  España  una  prueba  de  nuestra  lealtad  y  de  lo  que  son 
capaces  un  puñado  de  portorriqueños  orgullosos  de  su  raza».  Firman  el  acta,  levan- 
tada con  fecha  26  de  aquel  mes,  L.  Padrón,  P.  Mulero,  J.  Pérez  Moran,  Félix  Ayala, 
Ricardo  Romero,  José  A.  Lebrón,  Justino  Quiñones  y  Guillermo  R.  Scamaroni. 

Hasta  los  de  Culebra  se  arman [lagarto! 

Mayo,  10. — Hoy  muy  temprano  reapareció  frente  a  mi  castillo  el  buque  fantasma 
o  Tres  Chimeneas;  está  a  tiro  y  pedí  permiso  para  hacerle  fuego,  permiso  que  no 
llegó  hasta  las  doce,  hora  en  que  el  buque  estaba  fuera  del  alcance  de  mis  cañones. 
Para  que  muestre  los  colores  de  su  bandera,  a  las  doce  y  diez  minutos  le  disparo  un 
cañonazo.  El  primero  de  la  guerra. 

Mayo,  i  i. — El  teniente  coronel  Augusto  Pamies  ha  sido  nombrado  comandante 
militar  de  Bayamón. 

—  El  teniente  coronel  Aznar,  jefe  del  batallón  de  artillería,  se  cayó  hoy  de  su 
caballo,  fracturándose  una  costilla. 

Mayo,  12  (por  la  tarde). — ¡Ya  vinieron!  Estoy  rendido;  desde  las  cinco  hasta  las 
ocho  de  la  mañana  hemos  contestado  al  fuego  de  la  escuadra  americana.  Mis  baterías 
han  disparado  185  cañonazos;  las  bajas  son  muy  pocas. 

Mayo,  13. — ¡Qué  noche  la  última!  La  escuadra  americana  permaneció  toda  la 
tarde  de  ayer  a  la  vista  y  creíamos  seguro  un  bombardeo  nocturno.  Nadie  ha  dor- 
mido. Hoy,  al  salir  el  sol,  vimos  que  el  enemigo  había  desaparecido;  se  fueron 

[feliz  viaje! 

—  [Cuánto  valiente!  Asombra  hablar  con  tanta  gente  que  asegura  presenció  el 
bombardeo  desde  las  murallas. 

—  Muchas  personas  recogen  proyectiles  enteros  y  cascos  de  los  mismos.  Pedro 
^Giusti  exhibe  en  sus  vidrieras   la  punta   de  un   enorme   proyectil;  este  pedazo  pesa 

131  libras;  Giusti  compra  proyectiles  enteros  y  fragmentos  de  los  mismos.  En  el 
Parque  de  artillería  hemos  reunido  gran  cantidad  de  granadas  de  cabeza  perforante; 
muchas  no  tienen  carga  interior,  y  la  mayor  parte  de  las  espoletas  están  inútiles. 

Creo  que  muchos  cañones  de  la  escuadra  enemiga  han  quedado  inservibles,  por- 
que las  bandas  de  cobre  de  algunos  proyectiles  han  desaparecido  y  el  rayado  del 
ánima  ha  mordido  en  el  acero  de  las  granadas. 

—  Recibo  una  carta  del  pueblo  de  Carolina,  en  la  cual  me  avisan  que  alguien 
anunció  allí,  el  día  12,  mi  muerte;  aquel  buen  párroco  y  muchos  amigos  me  rezaron 
un  rosario  en  la  iglesia.  ¡Agradecido! 

—  Esta  mañana  la  lancha  del  Arsenal  recogió,  fuera  de  la  Boca  del  Morro  y  al  Este 
de  la  isla  de  .Cabras,  un  bote  que  dejó  abandonado  la  escuadra  enemiga;  está  pintado 
de  color  de  chocolate  y  enarbola  una  bandera  blanca.  No   tiene  nombre  ni  número. 

—  Ayer,  poco  después  de  cesar  el  bombardeo,  se  hizo  a  la  mar  el  crucero  de 
guerra  francés  Ahniral  Rigault  que  sufrió  el  fuego  fondeado  en  puerto;  cuando  este 
buque  pasó  frente  a  las  baterías  de  San  Fernando  y  Santa  Elena,  su  marinería,  subida 
a  las  vergas  y  correctamente  alineada,  saludaba  con  ¡vivas  a  España!  a  los  artilleros 
de  aquellas  baterías  y  éstos  contestaban  con  ¡vivas  a  Francia!  La  música  de  a  bordo 
tocaba  la  Marsellesa.  El  crucero,  más  allá  del  Morro,  cambió  saludos  de  banderas 
con  la  escuadra  enemiga  y  siguió  su  rumbo  sin  obstáculo  alguno. 

—  El  mismo  día,  y  a  la  vista  de  la  escuadra  enemiga,  entró  en  puerto  el  vapor 
inglés  Roath  con  3.000  toneladas  de  carbón  Cardiff. 

—  Las  Monjas  Carmelitas  fueron  conducidas  hoy,  en  el  tranvía,  al  palacio  de  la 
Convalecencia  de  Río  Piedras.  Algunas,  que  llevaban  más  de  cuarenta  años  de  clau- 
sura, mostraban  gran  asombro. 

—  La  Gaceta  publicó  hoy  una  Orden  general  dando  cuenta  del  ataque  de  ayer. 

—  Se  concede  a  los  Voluntarios  moviHzados,  como  gratificación,  el  abono  de 
medio  plus  de  campaña. 


CRÓNICA  á  54^ 

—  El  oro  americano  se  cotiza  a  125  por  1 00  de  prima. 

—  Toda  la  Prensa  publica  artículos  vibrantes  de  patriotismo;  recorto  algunos  que 
en  su  día  serán  muy  útiles. 

—  Ha  circulado  una  Caceta  Extraordinaria  con  un  despacho  del  Ministro  de  la 
Guerra,  felicitando,  en  nombre  de  S.  M.,  a  los  defensores  de  San  Juan. 

—  Anoche  recibió  un  cable  de  su  Gobierno  el  cónsul  de  Inglaterra,  preguntán- 
dole si  era  cierto  que  San  Juan  y  sus  defensas  habían  sido  arrasadas  por  la  Escuadra 
del  almirante  Sampson. 

El  cónsul,  Mr.  George  W.  Grawford,  contestó,  en  el  acto,  negando  tan  ridicula 
información,  y  añadió  que,  en  aquellos  momentos,  diez  de  la  noche,  dos  bandas  mi- 
litares estaban  tocando  en  la  plaza  principal,  la  cual  se  hallaba  tan  concurrida  como 
en  los  días  de  grandes  fiestas. 

Mayo,  14. — Frente  al  cuartelillo  de  artillería  de  montaña  se  encontró  enterrado 
un  gran  proyectil,  de  33  centímetros  de  calibre;  estaba  intacto. 

—  El  Municipio  de  esta  ciudad  acordó  dar  las  gracias  al  abogado  Bosch,  por 
haber  trasladado  en  sus  ómnibus,  gratis,  a  Santurce,  a  los  enfermos  del  hospitalillo 
de  Santa  Rosa. 

—  Entre  los  oficiales  que  mandaban,  o  estaban  en  las  baterías  el  día  12,  son  por- 
torriqueños los  capitanes  Ramón  Acha,  José  Triarte,  Fernando  Sárraga,  Ángel  Rivero 
y  el  teniente  Policarpo  Echevarría;  también  servían  las  piezas,  como  artilleros,  Leo- 
poldo Vázquez  Prada,  Enrique  García,  Samuel  Fonfrías,  Juan  Soto,  R.  Loira,  Andrés 
Rodríguez  Barril  y  otros  más. 

—  Armando  Morales,  ingeniero  militar  auxiliar,  pasó  todo  el  tiempo  del  com- 
bate en  mi  castillo,  prestando  excelentes  servicios  en  el  manejo  de  los  aparatos  pro- 
visionales para  apreciar  las  distancias. 

—  En  la  casa  número  7  de  la  calle  del  Cristo,  donde  habita  el  capitán  retirado 
Francisco  Gómez  Villarino,  cayeron  tres  proyectiles,  de  los  cuales  dos  hicieron  ex- 
plosión, reduciendo  a  escombros  tres  habitaciones  amuebladas  y  la  despensa,  donde 
tenía  sus  provisiones  del  mes  para  unos  veinte  jefes,  oficiales  y  empleados,  que  co- 
mían en  dicha  casa. 

—  Al  siguiente  día  del  bombardeo,  D.  Ramón  Valdés,  propietario  del  tranvía  de 
Bayamón  y  Cataño,  obsequió  con  un  rancho  a  todas  las  familias  pobres  del  primer 
pueblo;  hoy  puso  a  disposición  de  los  pobres  de  San  Juan  y  Cataño  varios  trenes, 
para  que,  gratuitamente,  pudiesen  regresar  a  sus  domicilios,  siendo  utilizados  por 
más  de  300  personas;  el  día  del  bombardeo  solamente  se  cobró  pasaje  a  los  que  qui- 
sieran pagarlo;  pero  los  pobres  fueron  gratis. 

—  Falsa  alarma;  el  crucero  auxiliar,  al  que  le  disparé  el  día  10,  ha  vuelto  a  pre- 
sentarse, aproximándose  a  las  Bocas  de  Cangrejos,  donde  arrió  un  bote;  se  toca  ge- 
nerala, y  sale  un  buen  golpe  de  tropa,  incluso  una  batería  de  montaña,  para  aquel 
sitio;  regresan,  poco  después,  por  haberse  alejado  el  vapor  enemigo  ^. 

Mayo,  1 5. — El  temor  se  inicia  entre  los  habitantes  de  San  Juan.  La  vista  de  los 
grandes  proyectiles  enemigos,  que  se  encuentran  por  todas  partes,  ha  sobrecogido 
a  los  más  esforzados.  Desde  mi  castillo  diviso,  hacia  Santurce,  una  larga  fila  de  ca- 
rros, coches  y  gente  a  pie:  son  los  que  se  marchan.  En  la  bahía  navega  un  gran  nú- 
mero de  botes  de  vela;  todos  llevan  sus  proas  hacia  Cataño.  Ser,  en  estos  días,  dueño 
de  un  coche  o  de  un  bote  de  vela,  es  una  gran  cosa. 

—  A  la  una  y  media  de  la  mañana  de  hoy,  Gregorio  Cruz,  cabo  de  mi  batería  y 

^  Terminada  la  guerra,  y  en  una  entrevista  que  celebré  con  un  oficial  del  Yale^  al  preguntarle  por  qué  en- 
vió aquel  bote  ala  playa,  me  contestó:  «Porque  vimos,  desde  a  bordo,  una  arena  muy  blanca,  que  nos  venía 
muy  bien  para  la  limpieza  de  los  pisos,  y  mandamos  el  bote,  que  nos  trajo  mucha  de  ella,  de  excelente  cali- 
da d.»— A.  ¿/^/^. 


544  A  .    R  I  V  K  R  O 

de  la  guardia  establecida  en  la  batería  de  San  Carlos,  por  distracción,  cayó  al  foso 
desde  una  altura  de  IGO  pies. 

La  primera  noticia  de  la  desgracia  la  tuve  por  el  practicante  José  Rosario  y  los 
camilleros  Juan  Vizcarrondo,  Roberto  Vizcarrondo,  Severo  González,  José  de  Jesús 
Tizol  y  Antonio  Trujillo,  que  se  presentaron  en  mi  castillo  conduciendo  al  herido. 
El  cabo  Cruz  fué  curado  por  el  doctor  Queipo,  auxiliado  por  Rosario  y  Tizolito.  Esto 
es  una  prueba  más  del  celo  con  que  trabaja  la  Cruz  Roja. 

—  El  auxiliar  de  zapadores,  Nicanor  González  Cintren,  falleció  en  la  madrugada 
de  ayer,  en  el  Hospital  militar,  a  consecuencia  de  las  graves  heridas  que  recibió  du- 
rante el  bombardeo.  Nació  en  San  Juan  y  contaba  sesenta  y  dos  años  de  edad;  era 
ebanista,  vendía  bastones  y  dio  pruebas  de  gran  valor  y  espíritu  patriótico. 

—  Tan  pronto  terminó  el  bombardeo,  se  presentó  en  el  Morro  un  paisano  y,  sin 
dar  su  nombre,  dejó  20  pesos  para  los  heridos. 

—  Muchas  familias  se  refugiaron  la  mañana  del  día  1 2  en  la  casa  de  José  Patino, 
jefe  del  resguardo  de  la  Aduana,  tomando  allí  café  y  otras  cosas.  Este  mismo  Patino 
auxilió  al  joven  Alvaro  Palacios,  de  la  escolta  del  general,  quien  a  causa  de  resbalar 
su  caballo  vino  al  suelo,  estropeándose  gravemente  una  pierna,  siendo  curado  por  el 
médico  de  Marina  Pedro  Arnau. 

—  Anteayer  un  joven,  guardia  de  Orden  público,  el  cual  iba  subido  a  la  plata- 
forma de  un  coche  del  tranvía,  donde  se  aglomeraba  mucha  gente,  tuvo  la  desgracia 
de  caer  a  la  vía,  recibiendo  heridas  mortales.  En  el  acto,  las  damas  de  la  Cruz  Roja, 
Belén  Miranda,  viuda  de  Orbeta,  y  Obdulita  de  Cottes,  ayudadas  por  el  secretario  ge- 
neral Gordils,  le  prestaron  auxilios  eficaces,  conduciéndole,  primero,  al  colegio  de  las 
madres  y  luego  a  la  clínica  del  doctor  Ordóñez,  donde,  después  de  ser  curado,  falleció. 

.  El  teniente  Zamorano,  de  Voluntarios,  y  Wenceslao  Escobar,  de  la  Cruz  Roja, 
también  prestaron  ayuda. 

—  Los  ingenieros  Abarca  y  Portilla,  dueños  de  las  fundiciones  a  sus  nombres, 
el  día  del  bombardeo  y  al  frente  de  las  brigadas  de  auxiliares,  concurrieron  a  los 
castillos  del  Morro  y  San  Cristóbal.  Antonio  Acha  es  el  segundo  de  Abarca,  y  en 
dicho  día  prestó  sus  servicios  en  el  Morro. 

—  En  Río  Piedras  no  cabe  la  gente;  hay  casas  muy  pequeñas  donde  cada  noche 
duermen  cincuenta  personas.  El  alcalde,  Enrique  Acosta,  se  desvive  para  auxiliar  y 
complacer  a  la  invasión  de  turistas  que  llenan  su  pueblo.  Como  no  hay  casas  para 
todos,  por  las  noches,  los  alrededores  del  pueblo  tienen  aspecto  de  romería.  Cente- 
nares de  personas  duermen  debajo  de  los  árboles. 

—  En  el  Hotel  Inglaterra,  el  día  12  y  en  la  habitación  de  su  dueño,  Anacleto 
Agudo,  cayó  una  granada  que  dobló  en  dos  la  cama.  Agudo,  a  quien  conocí  como 
cadete  de  artillería  en  Segovia,  no  estaba,  felizmente,  a  dicha  hora,  en  su  lecho,  y  a 
esto  debe  la  vida. 

—  El  día  12,  al  terminar  el  bombardeo,  Luis  Muñoz  Rivera,  jefe  del  Gobierno 
insular,  dirigió  a  los  alcaldes  de  la  Isla  el  siguiente  telegrama: 

«Desde  el  amanecer  once  barcos  enemigos  atacan  esta  ciudad.  La  plaza  responde 
vigorosamente.  Espíritu  tropas  y  paisanos  levantadísimo.  Proyectiles  causan  poco 
daño.  Hay  algunos  heridos  y  contusos.  Créese  nuestras  piezas  producen  averías  es- 
cuadra yankee  que  se  retira  alejándose  fuego  y  suspendiendo  cañoneo.  Mantenga 
tranquilidad  redoblando  vigilancia  exterior  y  estimulando  valor,  patriotismo  pue- 
blo.— Luis  Muñoz  Rivera.» 

—  El  vapor  alemán  Valencia  arriba  con  2.000  toneladas  de  carga,  entre  ella 
1.000  sacos  de  arroz  y  mucho  bacalao,  queso  y  mantequilla. 

—  También  toma  puerto  él  vapor  RestormeU  procedente  de  Cardiff,  abarrotado 
de  carbón. 


C  R  o  N  1  C  A  S 


545 


—  El  vapor  francés  Olinde  Rodríguez  entra  a  medio  día 

—  Recorto  del  periódico  El  País: 

«La  botica  del  señor  Guillermety,  tesorero  general  de  la  Cruz  Roja,  y  en  donde 
se  despachan  la  medicinas  para  todas  las  secciones  de  esta  benéfica  Institución, 
estuvo  el  día  12  de  mayo,  desde  que  empezó  el  bombardeo,  abierta  y  con  su  jefe 
Guillermety  al  frente  de  todos  sus  empleados,  los  cuales  se  multiplicaban  para  servir 
las  recetas  que  llegaban;  don  Fidel  atendió  con  esmero  y  prontitud,  tanto  en  su  esta- 
blecimiento, como  fuera  de  él,  a  todo  y  a  todas  las  personas.  Vimos  allí  a  muchos 
solicitando  amparo,  el  que  hallaron  acto  continuo  y  de  buen  agrado;  en  esta  farmacia 
se  despachó  gratis  todo  lo  que  fué  pedido  durante  el  día.» 

—  Lo  primero  que  hacen  los  pasajeros  que,  por  la  mañana,  vienen  de  Santurce, 
es  averiguar  si  está  o  no  señalado  el  vapor  de  las  tres  chimeneas.  Ya  como  que  hace 
falta. 

Mayo,  17. — Hoy,  como  santo  del  Rey  de  España,  hemos  vestido  de  gala  y  al 
salir  el  sol,  hago  las  salvas  de  Ordenanza.  Como  hubiese  olvidado  dar  aviso  a  la  pobla- 
ción, al  tercer  cañonazo  centenares  de  personas  llenaban  la  carretera  de  Santurce  y 
una  escuadrilla  de  botes  de  vela  ponía  sus  proas  a  Cataño,  llenos  de  fugitivos.  Llubo 
personas  que  averiguaron  la  verdad  al  llegar  rendidas  a  Río  Piedras.  A  petición  del 
alcalde  se  me  advierte,  por  el  capitán  general,  que  cada  vez  que  vaya  a  hacer  salvas, 
lo  avise  a  los  periódicos  para  conocimiento  de  la  población. 

—  Las  compañías  de  Santurce,  5-^  y  ^-^  ^^  Voluntarios,  y  su  sección  montada, 
prestan  servicios  de  patrulla,  por  la  noche,  hasta  Martín  Peña. 

—  Ha  sido  nombrado  comandante  militar  de  Santurce  el  teniente  coronel  Eus- 
tasio González  y  ayudante  el  teniente  Valdivia.  Gumersindo  Suárez  y  Manuel  Cañáis 
se  han  suscrito,  cada  uno,  con  25  pesos  para  sufragar  los  gastos  de  las  compañías  de 
voluntarios  que  prestan  servicio  en  dicho  poblado.  José  Trueba,  primer  teniente  de 
la  5.^  compañía,  ha  regalado  a  la  misma  un  lujoso  banderín.  P^l  segundo  teniente, 
Evaristo  Huertas,  ha  construido,  por  su  cuenta,  un  cuarteHUo. 

Mayo,  18. — -La  Gaceta  publica  el  siguiente  cablegrama: 

«Ministro  de  Ultramar  a  Capitán  general  de  Puerto  Rico. 

S.  M.  agradece  el  leal  saludo  que  vuecencia  le  envía  en  nombre  de  ese  Gobierno 
autonómico.  Corporaciones,  Ejército,  Armada,  Voluntarios  y  habitantes  Isla,  con 
quienes  comparte  las  amarguras  que  atraviesan,  esperando  su  pronto  y  valioso 
término.» 

Y  de  orden  de  S.  E.  se  publica  en  este  periódico  oficial  para  conocimiento  y 
satisfacción  de  los  habitantes  de  esta  Isla. 

Puerto  Rico,  18  de  mayo  de  1 898. —  El  Secretario  de  Gobierno  general^  Benito 
Francia.» 

—  Comienzo  la  construcción  de  fuertes  traveses  de  tierra,  de  seis  metros  de  es- 
pesor, entre  cada  dos  piezas  de  mis  baterías,  para  cubrirlas  del  fuego  de  enfilada.  To- 
dos los  artilleros  y  más  de  un  centenar  de  auxiliares  voluntarios  suben  del  foso  sa- 
cos de  tierra  que  vacian  y  vuelven  a  llenar;  los  taludes  los  revisto  con  barriles  llenos 
de  cemento. 

—  En  la  línea  más  avanzada  de  fortificaciones  y  frente  a  la  ensenada  del  Con- 
dado se  está  construyendo  por  los  ingenieros  militares  un  gran  cuartel  defensivo 
que  barrerá  con  sus  fuegos  todos  aquellos  parajes. 

— .  Un  alto  y  espeso  muro  de  tierra,  construido  por  los  confinados  del  Presidio, 
se  está  levantando  al  Norte  del  polvorín  de  San  Jerónimo,  para  cubrir  a  éste  de  los 
fu  ^go£  por  mar. 


546 


RI  VERO 


—  Hoy  he  sabido  que  el  día  12,  más  de  un  centenar  de  jefes  y  oficiales  del  Ejér- 
cito y  de  Voluntarios,  y  hasta  algunos  paisanos,  invadieron  la  casa  del  comerciante 
Anselmo  González  Padín  y  allí  almorzaron  todos.  ¡Quién  lo  hubiese  sabido! 

—  La  Prensa  de  San  Juan,  aún  la  que  estaba  calificada  de  antiespañola,  publica 
artículos  patrióticos  que  resultan  verdaderas  arengas  al  país.  La  Correspondencia  in- 
serta unas  décimas,  firmadas  Guarocuya^  que,  aun  cuando  bajo  su  aspecto  literario, 
dejan  algo  que  desear,  las  llevo,  como  nota  del  día,  a  este  diario: 

DOCE  DE  MAYO 


Como  silba  una  serpiente 
que  por  el  alud  resbala, 
silba  del  yanqui  la  bala 
al  amanecer  luciente; 
el  artillero  valiente 
a  la  batería  se  aferra, 
anima  el  clarín  de  guerra 
a  los  nobles  corazones, 
y  al  tronar  nuestros  cañones 
ruge  el  mar,  tiembla  la  tierra. 

Mujeres,  niños  y  ancianos 
dejan  desierto  su  hogar; 
su  puesto  van  a  ocupar 
los  sufridos  veteranos; 
los  barcos  americanos 
disparan  con  fiera  saña 
y  mientras  el  día  se  baña 
de  luciente  tornasol, 
en  cada  pecho  español 
hay  un  baluarte  de  España! 

«Macheteros»,  «Tiradores», 
«Voluntariosa,  «Militares», 
de  la  guerra  los  azares 
no  les  inspiran  temores; 
rivalizan  sus  ardores 
al  fuego  de  la  metralla; 
mirad:  la  cólera  estalla 
en  todos  nuestros  hermanos, 
y  acuden,  cual  espartanos, 
a  situarse  en  la  muralla. 

Las  mujeres  borincanas 
llevan  agua  a  los  soldados, 
mientras  que  caen  a  sus  lados 
las  balas  americanas, 
y  así  se  muestran  ufanas 
de  su  ingénito  valor; 


y  aumenta  más  nuestro  ardor 
al  arreciar  el  combate: 
que  el  español  no  se  abate 
cuando  lucha  por  su  honor! 

La  bala  enemiga  arroja 
los  hombres  al  pavimento, 
y  alíí  acuden  al  momento 
los  miembros  de  la  «Cruz  Roja»; 
el  fuego  sigue,  no  afloja, 
vomita  el  cañón  el  rayo 
y  los  hijos  de  Peí  ayo 
a  los  que  su  historia  abona, 
repiten  en  esta  zona 
proezas  de  un  DOS  DE  MAYO! 

De  la  escuadra  yanqui  ignara 
el  loma  avanza  con  furias, 
y  un  pelotón  del  Asturias 
desde  el  Morro  le  dispara; 
se  oye  a  lo  lejos  algazara 
grande,  que  cienuncia  duelo; 
el  mar  se  cubre  de  un  velo 
cual  si  fuera  de  la  muerte, 
y  en  San  Cristóbal,  el  fuerte, 
dispara  el  rayo  del  cielo! 

El  enemigo  se  aterra, 
pues  ve  a  sus  pies  un  abismo: 
¡No  creyó  tanto  heroísmo 
en  esta  española  tierra! 
Callóse  el  clarín  de  guerra; 
cesa  el  combate  y  la  saña; 
el  mar  nuestros  fuertes  baña, 
y  del  yanqui  en  la  derrota, 
formando  una  sola  nota 
grita  el  pueblo:  ¡VIVA  ESPAÑA! 

GUAROCUYA. 


—  Sigue  la  desbandada;  casi  todas  las  casas  de  la  población  están  cerradas;  los 
caseros  han  rebajado  en  un  50  por  100  los  precios  de  los  alquileres. 

—  El  cable  anuncia  que  no  admite  telegramas  cifrados,  de  clase  alguna,  según 
aviso  que  ha  recibido  del  Gobierno. 

Mayo,  19. — A  106.473,01  pesos  asciende  lo  recaudado  para  el  fondo  de  guerra. 

—  El  tesorero  central,  Narciso  Soler,   avisa  que  vende  giros  sobre  España  al 
22  por  100  y  por  no  menos  de  500  pesos,  moneda  del  país. 

—  Se  verifica  la  subasta  de  carne,  aprobándose  el  precio  de  26  centavos  el  kilO' 
gramo. 


CRÓNICAS 


547 


Mayo,  20. — Son  muchos  los  elogios,  que  llegan  a  mi  noticia,  del  hospital  que  la 
Cruz  Roja  ha  instalado  en  Yauco,  y  de  varios  trabajos  más,  en  el  mismo  sentido, 
realizados  en  dicha  población. 

La  señora  Juana  J.  Mejía  de  Gatell  es  la  presidenta  de  la  sección  de  señoras,  y 
el  doctor  Manuel  Passarell  desempeña  igual  cargo  en  la  sección  de  hombres. 

—  Un  crucero  enemigo  a  la  vista. 

—  A  un  centinela  del  polvorín  de  Miraflores  se  le  escapó  un  tiro,  hiriéndole  la 
mano  derecha;  fué  conducido  a  la  quinta  de  salud  del  doctor  Ordóñez,  en  el  Olimpo, 
donde  fué  curado. 

Mayo,  21. — Pasa  muy  lejos  un  crucero;  lo  reconozco  por  su  silueta,  es  el  Minnea- 
polis;  lleva  a  remolque  una  gran  barca  de  cuatro  palos  que,  sin  duda,  habrá  apresado. 
Según  me  dice  Jarque,  de  la  casa  de  Ezquiaga,  esa  barca  venía  consignada  a  ellos, 
cargada  de  carbón. 

—  Se  encuentra  enfermo,  en  Bayamón,  a  consecuencia  del  abrumador  trabajo 
que  realizó  el  día  del  bombardeo,  el  doctor  Gabriel  Ferrer  y  Hernández.  Las  autori- 
dades civiles  y  militares  se  hacen  lenguas  de  la  conducta  observada  por  este  facul- 
tativo. 

—  El  Municipio  de  esta  ciudad  acuerda  fundar  cocinas  económicas  en  cuanto  lo 
exijan  las  necesidades  públicas. 

—  La  Correspondencia  de  Puerto  Rico  publica  hoy  el  siguiente  suelto: 

«Sigue  haciéndose  en  esta  Capital  grandes  elogios  de  nuestro  respetable  amigo  el 
General  Ortega,  Segundo  Cabo  de  esta  Capitanía  General.  Su  valor  y  serenidad  du- 
rante el  bombardeo  fueron  admirables,  y  corresponden  a  la  fama  de  valiente  que  le 
precedió  a  su  llegada  a  Puerto  Rico.  Recorrió  todas  las  baterías  de  San  Cristóbal  y 
el  Abanico  durante  el  fuego,  permaneciendo,  después,  en  la  de  los  Caballeros^  de 
San  Cristóbal,  con  el  capitán  Ángel  Rivero,  y,  en  ocasiones,  apuntó,  él  mismo,  las 
piezas  que  hacían  fuego.  Desde  aquel  día  el  general  Ortega  vive  y  duerme  en  el  cas- 
tillo de  San  Cristóbal.» 

— -  El  día  del  combate  con  la  escuadra  americana  hubo  tres  incendios,  que  fue- 
ron extinguidos  por  los  bomberos;  ocurrieron  en  la  Audiencia,  en  el  Asilo  de  Bene- 
ficencia y  frente  al  Arsenal. 

—  Como  continúo  siendo  catedrático  del  Instituto  de  segunda  enseñanza,  dejo 
hoy  mi  castillo  y  voy  a  examinar  las  clases  de  los  Padres  Escolapios  en  su  Colegio  de 
vSanturce.  Me  sitúo  al  lado  de  un  balcón,  desde  donde  diviso  la  cruceta  del  vigía  de 
San  Cristóbal,  con  quien  he  convenido  algunas  señales  para  caso  de  que  mi  presen- 
cia sea  allí  necesaria,  teniendo,  además,  un  coche  a  la  puerta  del  Colegio. 

—  Ayer  fué  conducido  de  la  cárcel  al  presidio  William  Freeman  Halstead,  co- 
rresponsal del  New  York  Herald,  quien  había  sido  condenado  a  nueve  años  de  pre- 
sidio por  el  Consejo  de  guerra. 

Mayo,  22. — Pedro  Arzuaga,  primer  jefe  del  batallón  de  Voluntarios  que  guarnece 
esta  ciudad,  ha  costeado  todo  el  equipo  de  la  sección  montada  del  Instituto,  organi- 
zada en  Santurce. 

Mayo,  25. — Avisan  de  Ponce  que,  el  día  22  por  la  mañana,  un  gran  vapor,  que 
parecía  ser  el  Saint  Loiiis^  estuvo  por  mucho  tiempo  tratando  de  pescar  el  cable 
francés  a  la  vista  de  tierra;  se  retiró  sin  tener  éxito,  al  parecer,  porque  aquel  cable 
sigue  funcionando. 

—  Entra  el  vapor  que  se  ocupa  en  las  reparaciones  del  cable  inglés;  se  llama 
Grappler,  El  intérprete  oficial  del  Gobierno,  Manuel  Panlagua,  me  da  una  copia  de 
cierta  orden  recibida  por  aquel  buque,  y  que  le  fué  comunicada  en  St.  Thomas  por 
el  St.  Louisy  uno  de  los  tres  chimeneas  que  están  vigilando  la  plaza.  Dice  así; 


548  A  .     R  I  V  E  R  O 

«U.  S.  SS.  St.  Louis,  St.  Thomas.  Danish  West  índies. 

Ma)^o,  23,  1898. 

Señor:  Es  mi  deber  recordar  a  usted  que  existe  un  estado  de  guerra  entre  Esta- 
dos Unidos  de  América  y  el  reino  de  España,  y  por  tanto,  le  comunico  que  todo 
intento  de  parte  del  Grappler  o  de  otro  buque  similar  para  reparar  cualquier  avería 
que  exista  o  pueda  ocurrir  durante  la  guerra  en  los  cables  de  la  Compañía  que  ama- 
rran en  las  posesiones  españolas  de  las  Antillas,  será  visto,  por  mi  Gobierno,  como 
un  acto  de  hostilidad,  y  advierto  a  usted  que  la  más  pequeña  violación  de  este 
injunction  expondrá  a  su  buque  a  ser  capturado  como  presa  de  guerra  en  cualquier 
punto  del  mar  donde  se  encuentre;  de  otra  parte,  mi  Gobierno  está  sumamente  an- 
sioso de  que  no  sufran  los  intereses  neutrales,  sin  necesidad,  a  causa  de  esta  guerra. 

Yo  puedo  asegurarle  que  The  W.  I.  P.  T.  Co.,  en  su  línea  de  St.  Thomas,  Jamai- 
ca, Ponce,  Puerto  Rico,  no  será  cortada  por  buques  de  los  Estados  Unidos,  con  la 
sola  condición  de  que  los  cables  que  actualmente  amarran  en  Ponce  sean  soltados 
inmediatamente,  y  abandonada  aquella  estación  y  Ponce  aislado  de  toda  comunica- 
ción con  el  mundo,  hasta  que  venga  la  paz.  También  puedo  ofrecerle  iguales  seguri- 
dades respecto  a  la  otra  línea  de  vSt.  Thomas-Jamaica-San  Juan.  Pero  debe  entenderse 
que  será  bajo  las  mismas  condiciones,  y  que  Puerto  Rico  ha  de  ser  cortado  de  toda 
comunicación  exterior,  telegráficamente  hablando. 

Le  ruego  respuesta  a  esta  carta  tan  pronto  como  usted  pueda,  y  si  yo  hubiese 
salido  antes  de  que  usted  reciba  instrucciones  de  su  Oficina  central,  sírvase  telegra- 
fiar esta  carta  completa  y  cualquier  proposición  de  su  Compañía,  directamente  al 
secretario  de  Marina,  Washington,  D.  C. 

A  menos  que  yo  reciba  respuesta  favorable  antes  de  ponerse  el  sol  el  día  25  de 
mayo  de  1 898,  me  consideraré  libre  para  actuar. — C.  F.  Goodrich,  capitán. — U.S.  N., 
comandante. 

Señor  comandante  del  buque  reparador  del  cable  Grappler, » 

Mayo,  26. — Todos  los  batallones  de  infantería  anuncian  en  los  periódicos  la  com- 
pra de  16  muías  para  cada  uno,  destinadas  al  transporte  de  la  impedimenta.  Esto 
parece  anuncio  de  operaciones  por  tierra. 

—  San  Juan  está  desierto;  sólo  llegan  por  la  mañana  los  empleados  provinciales  y 
municipales  que  pernoctan  en  Bayamón,  Cataño  y  Río  Piedras.  Lo  primero  que  hacen 
es  mirar  hacia  San  Cristóbal,  no  precisamente  porque  mis  baterías  ni  yo  les  intere- 
semos, lo  que  les  importa  es  saber  qué  vapores  señala  el  vigía. 

—  Terminan  los  exámenes  en  la  Academia  Preparatoria  Militar,  y  obtienen  plaza 
17  alumnos;  ya  veremos  cómo  se  incorporan  a  sus  Academias  en  España.  La  única 
plaza  para  el  Cuerpo  de  ingenieros  la  obtuvo,  después  de  reñida  oposición,  Inocencio 
Serrano.  Las  obras  del  acueducto  se  encuentran  paralizadas  por  falta  de  obreros,  por- 
que todos  están  refugiados  en  las  montañas. 

—  El  joven  Antonio  Prieto,  en  los  últimos  exámenes,  alcanzó  el  número  uno 
como  alumno  de  artillería. 

—  Al  corresponsal  del  Herald,  que  está  cumpliendo  condena  en  presidio,  se  le 
sirve  la  comida  del  Hotel  Inglaterra. 

—  Se  anotan  muchos  robos  de  ganado  en  la  Isla;  campesinos  hambrientos  hieren 
las  reses  para  que  después  les  regalen  la  carne. 

—  J.  J.  Potous,  jefe  retirado  de  artillería,  escribe,  a  diario,  artículos  muy  juicio- 
sos, para  excitar  el  espíritu  público  y  encauzar  la  acción  del  Gobierno. 

—  La  Gaceta  publica  un  estado  de  nuestras  exportaciones  a  los  Estados  Unidos 
en  el  año  1 896.  Se  exportaron  2.644.739  pesos  y  97  centavos,  y  se  importaron 
4. 1 17.984  pesos  y  90  centavos,  resultando  de  esto  un  gran  saldo  en  contra  de  la  Isla, 


CRÓNICAS  549 

—  Rafael  Ubeda  Delgado,  teniente  coronel  de  infantería,  portorriqueño,  ha  sido 
nombrado  comandante  militar  de  Arecibo.  Francisco  Sánchez  Apellániz,  de  igual 
empleo  y  también  portorriqueño,  ocupa  el  mismo  cargo  en  Humacao. 

—  Pérez  Aviles,  alcalde  de  Arecibo,  y  Font  y  Guillot,  de  Mayagüez,  prohiben 
la  reventa  de  aves  de  corral  y  legumbres,  permitiendo  que  solamente  sean  vendidas 
por  los  mismos  jíbaros  en  las  plazas  públicas.  Se  aplaude  esta  medida. 

— ■  Algunos  embriscaaos^  como  los  llama  La  Correspondencia,  comienzan  a  re- 
gresar. San  Juan  se  anima  y  las  retretas  están  algo  más  concurridas. 

—  Vapores  fondeados  en  puerto:  Paulina,  Roath^  Manuela^  Miguec  M.  PiniUos^ 
Gran  Antilla,  Grappler  y  Vírgenes, 

—  Entra  el  Ferdinand  Lesseps  de  St.  Thomas  y  sigue  para  Mayagüez. 

—  Hoy,  a  las  siete  de  la  mañana,  ha  fondeado  el  destróyer  Terror^  propedente 
de  la  Martinica,  y  que  antes  había  recalado  en  Fajardo.  Su  comandante  dice  que  fué 
perseguido  por  un  crucero  americano  y  más  tarde  por  un  auxiliar  de  gran  tonelaje. 
Los  oficiales  y  marinos  son  muy  festejados,  y  la  llegada  de  este  buque,  que  se  con- 
sidera de  gran  poder  ofensivo,  reanima  el  espíritu  público.  Todos  creemos  que  muy 
pronto  serán  echados  a  pique  todos  esos  buques  que  bloquean  el  puerto. 

Mayo,  28. — Sufrimos  calor  horrible;  31°  centígrados  a  la  sombra. 
Mayo,  29. — Hace  muchos   días  que  el   buque   Fantasma  no  nos   visita.  Si  este 
puerto  está  bloqueado,  no  se  conoce. 

—  Todos  los  pueblos  de  la  Isla,  sin  excepción,  han  lormado  guerrillas  montadas 
de  Voluntarios  y  algunas  de  macheteros,  a  los  cuales  les  ha  negado  las  armas  el  Es- 
tado Mayor  de  San  Juan. 

—  El  azúcar  crudo  se  ha  vendido  hoy  a  tres  pesos  50  centavos  el  quintal,  que 
con  el  cambio  actual  resulta  a  menos  de  dos  pesos. 

—  Los  ingenieros  miHtares  han  dado  comienzo  a  la  reparación  de  los  desper- 
fectos sufridos  a  causa  del  bombardeo  por  el  Palacio  de  Santa  Catalina,  plaza  del 
Mercado,  cuartel  de  Ballajá,  San  Cristóbal,  Morro  y  otros  edificios. 

—  Entra  el  vapor  inglés  Fyryan. 

Mayo,  31. — Se  reúne  el  Consejo  de  secretarios  y  acuerda  prorrogar  para  el 
año  1898-99  el  presupuesto  anterior. 

Junio,  i. — Anoche  salió  el  vapor  Miguel  M.  Pinilios,  con  las  luces  apagadas  y 
con  rumbo  a  España.  En  este  buque  han  embarcado  la  mayor  parte  de  los  alumnos 
militares  aprobados  en  los  últimos  exámenes. 

—  El  crucero  auxiliar  Alfonso  XIII,  capitán  Pidal,  hace  viajes  frecuentes  a  Ma- 
yagüez y  Ponce,  conduciendo  provisiones  y  efectos  de  guerra  para  la  tropa. 

—  La  casa  Palacios  y  Compañía  vendió  ayer  azúcar  a  tres  pesos  quintal. 

—  El  vapor  inglés  Darlington  cargó  en  Mayagüez,  para  New  York,  l.lól  sacos 
de  azúcar.  Los  americanos  nos  bloquean,  pero  nos  compran  el  azúcar;  ¡menos  mal! 

—  Por  Las  Marías,  Pepino  y  Lares  siguen  los  campesinos,  que  ya  tienen  ham- 
bre, robando  y  matando  el  ganado. 

—  Procedentes  de  Fajardo  han  entrado  las  goletas  de  cabotaje  Mayagüezana  y 
Elena,  cargadas  de  sal  y  consignadas  aj.  Ochoa  y  Hermano,  de  esta  ciudad.  Desde 
que  avistaron  la  plaza  se  metieron  bajo  el  cañón  de  San  Cristóbal  primero,  y  des- 
pués, muy  pegadas  al  Morro,  burlaron  el  bloqueo  felizmente.  El  crucero  enemigo 
las  siguió  a  distancia,  pero  sin  acercarse  a  tiro. 

Junio,  3. — El  batallón  «Principado  de  Asturias»,  de  reciente  organización,  y  que 
forma  parte  de  la  guarnición  de  esta  plaza,  está  acuartelado  en  Ballajá. 

—  Entró  en  puerto  el  vapor  francés  Saint  Simón. 

—  Comienzan  a  funcionar,  en  Mayagüez,  las  cocinas  económicas  establecidas  por 
el  alcalde,  doctor  Font  y  Guillot. 

—  En  muchas  poblaciones  se  está  dando  gran  importancia  a  la  siembra  de  fru- 

35 


550 


A  .     R  1  V  E  R  O 


tos  menores  para  prevenir  los  efectos  de  un  bloqueo.  El  alcalde  del  Pepino,  Manuel 
Rodríguez  Cabrero,  ha  realizado  prodigios  en  este  sentido;  toda  su  jurisdicción  está 
sembrada  de  aquellos  frutos.  vSi  los  demás  alcaldes  le  imitasen,  nos  reiríamos  del 
bloqueo. 

—  El  cable  que  llega  de  la  Habana  siempre  dice  lo  mismo:  «bombardeo  de  los 
fuertes  de  Santiago  de  Cuba»  .  Supongo  que  allí  no  quedará  ya  piedra  sobre  piedra. 

—  En  esta  ciudad  se  ha  registrado  algunos  casos  de  viruela. 

—  En  Sabana  Grande  grupos  de  campesinos  hambrientos  recorren  la  población 
pidiendo  auxilio.  Son  atendidos  por  el  alcalde. 

—  Hoy  pude  examinar  el  proyectil  que  cayó  en  la  casa  del  director  de  La  Co- 
rrespondencia, Ramón  B.  López,  el  día  del  bombardeo;  mide  64  centímetros  de  alto 
por  20  de  diámetro,  y  pesa  247  libras.  Como  dato  muy  importante  anoto  que  este 
proyectil  no  tiene  espoleta  ni  carga  interior.  Lo  mismo  ha  ocurrido  con  cerca  de  un 
centenar  que  llevo  examinados.  ^'En  qué  pensaban  esos  artilleros  de  la  escuadra  ene- 
miga? Por  lo  demás,  yo  encuentro  admirable  su  descuido,  y  casi  les  rogaría  que 
hiciesen  lo  mismo  en  lo  futuro. 

—  Me  escriben  de  Humacao  que  aquel  hospital  de  sangre,  a  cargo  de  la  Cruz 
Roja,  es  el  mejor  de  toda  la  Isla;  sus  botiquines  de  campaña,  sus  camillas  y  todo  su 
material  es  lujoso  y  traído  de  Barcelona.  El  comandante  militar,  Francisco  Sánchez 
Apellániz  es  allí  muy  querido  y  todos  le  prestan  su  cooperación.  Cuando  se  bendijo 
dicho  hospital,  lo  apadrinaron,  entre  otras  damas,  la  señora  Simonet,  Toro,  La 
Madrid,  Carreras,  Font,  Garriga,  Pujáis,  Gras  de  Soto  Nusa,  Soler,  Rocafort,  Pérez 
de  Buxó,  Cuadra  de  Estébanez,  Guzmán  de  Roig,  Guzmán  de  López  y  algunas  más; 
y  entre  los  padrinos  me  citan  a  los  señores  Eduardo  Acuña,  Toro  Ríos,  Masferrer, 
Soler,  Nido,  Buxó,  Cabrera,  Ramírez  y  otros. 

Junio,  4. — Tengo  a  la  vista  El  Liberal,  de  Madrid,  de  fecha  17  de  mayo.  PubHca 
dicho  periódico  una  interpelación,  que  hiciera,  en  el  Congreso,  con  fecha  1 3,  el  dipu- 
tado por  Puerto  Rico  D.  Francisco  García  Molina,  el  cual  preguntó  al  Gobierno  si 
era  cierto  que  la  escuadra  americana  había  bombardeado  a  San  Juan  sin  previo  aviso, 
y  si,  realmente,  fué  rechazada.  Le  contestó  el  ministro  de  la  Guerra,  general  Correa, 
con  estas  palabras: 

«Efectivamente,  siguen  los  Estados  Unidos  su  actitud  vandálica,  sin  ejemplo  en 
la  historia  de  las  naciones  (¡muy  bien!,  en  las  tribunas),  y  faltando  al  derecho  de  gen- 
tes, han  procedido  al  bombardeo  sin  previo  aviso.  Tengo  la  seguridad  de  que  el  Go- 
bierno procederá  en  este  caso  como  es  debido.» 

García  Molina  propuso  a  la  Cámara,  y  fué  aprobado,  por  unanimidad,  enviar  un 
mensaje  de  felicitación  a  los  defensores  de  San  Juan. 

Junio,  5. — Ayer  tuvo  lugar  la  jura  de  bandera  de  las  compañías  5.^  y  6.^  del  pri- 
mer batallón  de  Voluntarios,  que  guarnecen  el  poblado  de  Santurce.  Todo  el  bata- 
llón formó  en  la  plaza  principal,  y  luego  desfiló,  llevando  en  cabeza  la  sección  de 
ciclistas,  con  su  jefe,  Francisco  Álamo,  y  detrás  la  guerrilla  montada,  teniente  Perico 
Bolívar.  Fué  un  acto  muy  concurrido.  Estas  dos  compañías  están  al  mando  del  co- 
mandante Gestera. 

—  Periódicos  de  esta  ciudad  publican  los  detalles  del  combate  de  Cavite,  Ma- 
nila. ¡Aquello  fué  horrible! 

—  Acabo  de  recibir  una  carta  de  Adjuntas;  me  dicen  que  este  pueblo  rebosa  de 
turistas,  que  acuden  de  San  Juan,  sin  duda,  temiendo  al  calor;  aquí  tenemos  31°  a  la 
sombra,  y  en  Adjuntas  marca  el  termómetro  1 8°;  hasta  retretas  tienen  lugar  en  la 
bonita  plaza  de  aquella  población. 

—  José  T,  Silva  h^  reniitido  periódicos,  desde  París,  fechados  13  de  mayo,  los 


CRÓNICAS  551 

cuales  publican  telegramas  de  Nueva  York,  relatando  el  bombardeo,  incendio  y  ca- 
pitulación de  San  Juan  de  Puerto  Rico.  La  alarma  y  ansiedad  fueron  inmensas  entre 
la  colonia  portorriqueña  de  París;  pero  Silva,  que  tenía  en  su  poder  cables  directos, 
con  todos  los  detalles,  celebró  una  entrevista  con  redactores  del  diario  Le  Soir^  y 
expuso  la  verdad  de  lo  ocurrido  aquel  día. 

—  El  ministro  de  Ultramar  envía  un  cable,  que  publica  La  Gaceta^  concediendo 
entrada  franca  en  todos  los  puertos  de  la  Península,  Canarias  y  Baleares,  a  los  pro- 
ductos de  Puerto  Rico  (menos  al  tabaco),  conducidos  bajo  cualquier  bandera.  Es  bien 
triste  que  el  deseado  cabotaje^  por  el  cual  se  ha  luchado  tantos  años,  lo  vengamos  a 
obtener  ahora,  gracias  al  cañón  enemigo. 

—  Esta  tarde  bajé  al  cementerio;  los  nichos  números  I,  de  las  filas  I.^  2.^,  3.^ 
y  4.""  de  la  galería,  permanecen  al  descubierto;  allí  chocó  un  proyectil  el  día  12,  y 
aun  se  ven  huesos.  (¿Pero  estos  muertos  no  tienen  parientes? 

Junio,  7.  —¿Qué  pasa?  Anoche,  los  pocos  habitantes  que  quedaban  en  San  Juan 
no  se  acostaron.  Yo  no  sé  qué  supieron  ellos  ni  qué  noticias  pudieran  tener  que  les 
causaran  tales  sobresaltos. 

—  Llega  a  Ponce  un  vapor  cargado  de  bacalao;  conduce  ^12  terzones  para  Mo- 
rales y  Compañía. 

—  En  Bayamón  hay  varios  casos  de  viruelas  bravas.  Esto  nada  más  nos  faltaba. 

—  Escriben  de  Guayama  que  ayer  hubo  allí  una  gran  revista  militar,  a  la  que 
concurrieron,  además  de  los  Voluntarios  y  tropa  de  línea  de  aquella  ciudad,  todas 
las  que  guarnecen  el  pueblo  de  Arroyo;  también  formó  la  guerrilla  montada  de  Vo- 
luntarios, jurando  la  bandera  los  nuevos  reclutas.  En  la  quinta  Rovira  se  repartió  un 
soberbio  rancho,  licores  y  tabacos.  El  teniente  coronel  Jenaro  Cautiño  fué  el  alma  de 
toda  la  fiesta,  y  pronunciaron  discursos  él  y  además  Cobas  y  Virella,  jefes  de  Vo- 
luntarios. 

— ^  Algunos  soldados  del  batallón  de  «Tiradores»  que  se  habían  ausentado  sin 
permiso  están  sufriendo  arresto. 

—  Todos  los  batallones  están  comprando  caballos  para  sus  guerrillas  montadas; 
el  precio  máximo  es  de  90  pesos  cada  uno. 

—  Cada  día  se  facilita  a  la  Prensa,  en  el  Estado  Mayor,  copia  de  los  cables  que 
se  reciben  de  Cuba.  Continúa  el  bombardeo  de  Santiago. 

— El  doctor  del  Valle,  alcalde  de  esta  ciudad,  ha  recibido  hoy  el  siguiente  cable 
del  general  Polavieja,  Presidente  de  la  Cruz  Roja  española: 

«Felicitámosle  brillante  comportamiento  Sociedad.  Envíenos  detalles. — Pola- 
vieja.» 

—  Llegan  periódicos  de  St.  Thomas  con  muchas  noticias  de  la  Prensa  ameri- 
cana. Parece  que  el  secretario  de  Marina,  Long,  está  muy  disgustado  por  el  bom- 
bardeo de  San  Juan.  Los  corresponsales  de  la  Prensa  asociada  americana  le  pidieron 
una  conferencia,  en  la  cual  manifestó  lo  que  sigue: 

«El  ataque  a  Puerto  Rico  era  innecesario  y  no  entraba  en  los  planes  del  Go- 
bierno. Iba  allí  nuestra  escuadra  con  objeto  de  vigilar  la  Isla,  por  si  se  dirigía  a  ella 
la  escuadra  española.  Sampson  no  tenía  orden  para  bombardear  a  San  Juan. 

Si  lo  hizo  fué  porque  al  aproximarse  el  remolcador  Wompatuck,  que  llevaba  ban- 
dera blanca,  los  cañones  del  Morro  de  San  Juan  dispararon  sobre  nuestros  barcos, 
^stos  tuvieron  que  contestar.» 

Esto  no  es  exacto;  la  escuadra  americana  fué  la  primera  en  romper  el  fuego;  es 
bien  sabido  que  nosotros  lia  confundimos  con  la  de  Cervera. 


552  A.     RIVERO 

—  Por  el  Estado  Mayor  se  anuncia  un  nuevo  reclutamiento  voluntario  para 
aumentar  el  efectivo  de  las  guerrillas  volantes. 

—  Dicen  los  periódicos  llegados  de  St.  Thomas,  que  los  millonarios  americanos 
se  han  alistado  como  voluntarios  para  la  guerra.  En  cambio,  en  Puerto  Rico,  se  alis- 
tan los  más  pobres,  los  desheredados  de  la  fortuna.  Los  ricos,  con  algunas  excepcio- 
nes, procuran  ponerse  a  cubierto  de  los  proyectiles  enemigos.  Además  de  los  mue- 
bles, están  saliendo  de  San  Juan  carros  cargados  de  aparadores  y  mostradores;  son 
tiendas  que  se  mudan  al  campo;  no  me  extraña,  el  buen  comerciante  debe  marchar 
destrás  de  su  cliente. 

Junio,  9. — He  tenido  oportunidad  de  ver  la  preciosa  bandera  que  la  señora  del 
doctor  Benito  Francia,  secretario  de  Gobierno,  regala  al  batallón  «Tiradores  de  Puer- 
to Rico». 

Ha  sido  bordada  a  mano  por  la  prolesora  señorita  Elena  Henríquez,  y  cosió  las 
telas  la  señora  María  Borras  de  Aguayo. 

^-  El  Buscapié  de  hoy  anuncia  que  la  escuadra  española  de  Cervera  se  ha  esca- 
pado de  Santiago  de  Cuba  y  que  actualmente  está  enfrente  a  Nueva  York,  donde  se 
espera  tendrá  lugar  un  sangriento  combate,  pues  los  acorazados  americanos,  aunque 
muy  retrasados,  siguen  su  derrotero. 

—  Se  ordena  por  la  Capitanía  General  que  todos  los  Voluntarios  sujetos  al  servi- 
cio militar  obligatorio  ingresen  en  los  Cuerpos  activos.  Esta  orden  causa  un  efecto 
desastroso  en  los  Voluntarios,  que  consideran  barrenados  sus  legítimos  derechos. 

—  Esta  noche  se  cantará  en  el  teatro  la  zarzuela  <?: Marina». 

—  Aumentan,  de  día  en  día,  los  robos  de  reses  y  frutos  en  toda  la  Isla.  Tam- 
bién muchos  novios  están  robando  a  sus  prometidas;  el  número  de  raptores  es  alar- 
mante. Momn^  mi  amigo,  el  festivo  poeta,  me  dice:  «Desengáñate;  sólo  de  carne  y 
plátanos  no  vive  el  hombre.» 

—  Hoy  he  formado  parte  del  tribunal  de  exámenes  en  el  Instituto  Provincial. 
Entre  otros,  ha  tomado  el  grado  de  bachiller,  con  notas  sobresalientes,  un  jovencito 
de  Mayagüez,  llamado  Martín  Travieso  ^ 

TuNio,  12. — Hoy  se  cumple  un  mes  del  bombardeo. 

—  En  Punta  Salinas  se  ha  instalado  un  telégrafo  de  señales  para  comunicar  con 
el  Morro. 

Junio,  i  3. — Se  rompe  la  monotonía;  a  las  doce  se  acerca  a  la  plaza  un  vapor  con 
bandera  inglesa;  sale  el  Isabel  11  di  reconocerlo,  y  lo  entra  en  puerto.  Es  el  yate  in- 
glés Kethailes^  que  navega  por  estas  aguas. 

Junio,  14. — Toma  el  mando  de  las  fuerzas  que  guarnecen  el  Oriente,  desde  CaroHnaa 
Fajardo,  y  que  estaban  a  cargo  del  comandante  Arrando,  el  de  igual  empleo  Figueredo. 

—  El  doctor  Goenaga,  a  petición  propia,  es  destinado  a  mi  castillo. 

—  Sale  el  yate  Kethailes. 

—  Hoy  formé  parte  del  tribunal  que  graduó  de  bachiller  al  joven  Augusto  Rei- 
chard  del  Valle. 

Junio,  16. — El  pueblo  ha  dado  en  llamar  acorazados  y  destróyer s  a  los  empleados 
y  particulares  que  se  ausentan,  rápidamente,  de  San  Juan,  en  cuanto  se  avistan  bu- 
ques sospechosos.  La  Correspondencia  de  hoy  dice  que  estos  buques  «siempre  tie- 
nen las  calderas  encendidas». 

—  Más  de  mil  casas  de  la  ciudad  están  desocupadas  y  con  rótulos  de  «se  alquila». 

—  En  todos  los  puertos  de  la  Isla  siguen  entrando  vapores  y  buques  de  vela  con 
provisiones;  en  Mayagüez  fondeó  ayer  el  vapor  New  Foundland^  abarrotado  de  baca- 
lao, papas  y  otras  provisiones. 

*  Actualmente  político  de  talla,  abogado  de  alto  renombre  y  comisionado  de  Servicio  Público  de  San 
Tuan, — N.  del  A, 


CRÓNICAS 


5!3 


Junio,  iy,—La  Gaceta  de  hoy  fija  los  gastos  para  el  año  económico  1898-99 
en  4.782.500  pesos;  Manuel  Fernández  Juncos,  secretario  *de  Hacienda,  autoriza  el 
decreto. 

Junio,  18. — Vicente  Balbás,  periodista  y  comandante  de  Voluntarios,  anuncia  que 
ha  construido  un  aparato  que,  llevando  en  su  interior  un  torpedo,  puede  dirigirse  a 
voluntad,  desde  la  costa,  contra  cualquier  buque  bloqueador.  Una  comisión  de  ma- 
rinos de  guerra  se  ocupa  en  el  examen  de  este  aparato. 

Junio,  19. — Sale  el  vapor  francés  Saint  Simon^  con  muchos  pasajeros. 

—  Llega  de  Coamo,  Salinas  y  Guayama  una  comisión  del  6.^  Provisional,  al 
mando  del  capitán  Rafael  Navajas,  la  cual  ha  comprado  muchos  caballos  y  muías 
para  el  Ejército. 

JuNiOj  21. — Los  giros  sobre  oro  americano  están  al  128  por  100  de  prima. 

Junio,  22. — Ha  tenido  lugar,  frente  a  mi  castillo,  un  combate  entre  el  crucero 
auxiliar  que  nos  bloquea,  el  Isabel  II  y  el  destróyer  Terror.  Día  de  emociones.  Las 
murallas  y  todo  el  recinto  Norte  y  este  Castillo  estuvieron  llenos  de  curiosos.  Es 
de  noche  y  tomo  muchas  notas  en  mi  cartera  con  los  detalles  de  este  combate,  que 
ha  causado  profundo  malestar.  Todas  las  esperanzas  depositadas  en  el  Terror  se  han 
desvanecido. 

Junio,  23. — Se  verifica  la  conducción  de  los  cadáveres  de  las  dos  víctimas  del 
combate  de  ayer;  fué  un  acto  solemne  y  muy  concurrido,  en  el  que  tomó  parte  prin- 
cipal la  gran  masa  del  pueblo. 

Junio,  24.— Ayer,  después  de  medio  día,  salió  de  este  puerto  la  goleta  inglesa  Hat- 
tic  May^  despachada  con  azúcar  para  Halifax.  Apenas  estuvo  fuera  del  alcance  de  las 
baterías  del  Morro,  el  crucero  americano  que  tenemos  de  centinela  comenzó  a  darle 
caza,  la  que  cesó  cuando  la  goleta  izó  bandera  inglesa,  pero  se  pusieron  al  habla. 
Indudablemente  estos  buques  que  entran  y  salen  son  otros  tantos  espías. 

Junio,  26. — Mariano  Abril,  brillante  escritor,  en  su  crónica  de  hoy,  en  La  Corres- 
i)ondencia^  hablando  del  combate  entre  el  Terror  y  el  crucero  enemigo,  dice; 

«Fué  un  acto  de  heroísmo,  de  esos  que  a  cada  paso  realiza  el  soldado  español, 
sin  darle  la  menor  importancia,  sin  ver  en  ello  otra  cosa  que  el  cumplimiento  de  un 
deber;  pero  también  fué  un  acto  temerario.» 

Junio,  27. — Ha  tenido  lugar,  con  gran  solemnidad,  la  jura  de  bandera  del  batallón 
«Tiradores  de  Puerto  Rico».  El  acto  se  realizó  en  la  plaza  de  Alfonso  XII,  y  antes 
la  bandera  fué  bendecida  en  Catedral,  siendo  madrinas  las  esposas  de  los  generales 
Macías  y  Ortega,  y  la  del  secretario  de  Gobierno,  doctor  Francia.  Era  abanderado  el 
teniente  Ovejero,  y  bendijo  el  estandarte  el  Provisor,  padre  Bea,  quien  pronunció 
una  brillante  oración  patrióticorreligiosa.  En  la  puerta  de  San  Juan  se  hicieron  las  sal- 
vas de  Ordenanza,  y  luego  todos  los  oficiales  y  las  autoridades,  y  algunos  invitados, 
tomaron  un  lunch  en  el  edificio  donde  está  el  Instituto.  No  asistió  el  general  Macías 
a  este  acto,  delegando  en  el  segundo  cabo  Ortega. 

—  La  goleta  costanera  Borinquen,  que  venía  de  Aguadilla  para  este  puerto,  re- 
cibió un  cañonazo  de  aviso,  disparado  por  el  vapor  que  nos  bloquea,  y  como  aqué- 
lla siguiera  rumbo  al  puerto,  el  crucero  hizo  un  segundo  disparo.  Dicha  goleta  se 
acercó  a  éste,  y  puestos  al  habla,  preguntó  el  capitán  del  buque  enemigo  al  del  cos- 
tanero si  era  español  o  portorriqueño,  y  como  le  respondiera  que  era  natural  de 
Puerto  Rico,  lo  dejó  en  libertad  y  a  su  buque  también. 

—  Se  promueve  y^^za¿?  contradictorio  para  otorgar  la  cruz  laureada  de  San  Fer- 
nando al  teniente  La  Rocha.  Como  testigo  presencial,  fui  citado  para  prestar  decla- 
ración a  bordo  del  crucero  Isabel  II.  Mi  información  es  favorable  en  un  todo  al 
comandante  del  Terror.  Ohsetv o  que  sus  compañeros,  por  sus  preguntas,  tratan  d^ 


554  A.     R  I  VER  O 

rebajar  al  último  límite  el  acto  de  valor  realizado  por  aquel  marino.  Realmente  no 
hay  peor  cuña  que  la  del  mismo  palo. 

La  Correspondencia^  escribiendo  acerca  de  este  asunto,  dice  lo  que  sigue: 

«Si  en  el  expediente  fuera  bastante  la  opinión  pública,  se  contarían  por  millares 
las  firmas  de  los  que  pidieran  esa  cruz  laureada  para  nuestro  heroico  marino,  por- 
que la  tiene  bien  ganada.» 

—  Salió  para  Nueva  York  el  vapor  Ravendale  con  muchos  pasajeros;  entre  ellos 
figura  toda  la  familia  Korber. 

Junio,  28. — El  crucero  auxiliar  que  bloquea  el  puerto  hace  embarrancar  al  vapor 
Antonio  López^  que  viene  de  España.  Todos  los  buques  de  guerra,  en  puerto,  salen 
de  éste  y  cañonean  al  enemigo.  Se  está  desembarcando  la  carga.  Como  se  realizan 
actos  de  gran  valor,  estoy  tomando  notas  con  detalles  minuciosos  para  mi  libro. 

—  El  capitán  Acha  es  el  hombre  del  día  y  a  su  valor  y  actividad  se  deberá  el 
que  la  carga  del  Antonio  López  sea  salvada. 

Junio,  29. —El  crucero  que  nos  bloquea  desde  hace  varios  días  y  que  no  es  tan 
grande  como  el  anterior,  cañoneó  a  la  goleta  Joven  Maria,  que  venía  de  Cabo  Rojo 
cargada  de  sal  y  consignada  a  Troncoso  Hermanos,  de  San  Juan.  Le  hizo  cinco  dis- 
paros y  el  capitán  Antonio  Llorca  puso  proa  al  enemigo,  amarró  el  timón  y  echando 
un  bote  al  agua  él  y  todos  los  tripulantes  (eran  éstos  el  sobrecargo  Ramón  Rodrí- 
guez, Francisco  Casa,  Narciso  Piñeiro,  Félix  Oquendo,  Antonio  Rivera  y  Manuel 
Fuertes)  llegaron  en  él  a  la  playa  de  Cerro  Gordo,  en  Vega  Baja.  La  goleta  siguió 
al  garete  y  más  tarde  se  vio  que  un  bote  del  buque  bloqueador  la  abordaba. 

Junio,  30. — Continúa  la  descarga  del  Antonio  López.  Hoy  me  trajeron  al  castillo 
el  reflector  Mangin,  que  aquel  buque  conducía  para  esta  plaza;  pesa  cinco  toneladas, 
con  su  dínamo  y  motor  y  tiene  un  alcance  de  15  millas. 

Julio,  i. — Hoy  han  pasado  revista  de  Comisario  los  Cuerpos  de  la  guarnición  y 
hemos  cobrado  nuestras  pagas. 

Julio,  3. — Ha  regresado  de  Punta  Salinas  la  batería  de  montaña  que  permane- 
cía allí  desde  el  día  en  que  varó  el  vapor  Antonio  López.  También  ha  regresado  el 
capitán  Salvador  Acha,  quien,  con  su  guerrilla,  estuvo,  desde  las  primeras  horas  del 
suceso,  protegiendo  el  desembarco  de  la  tripulación  y  carga  de  dicho  buque. 

— •  El  día  primero  tomó  posesión  de  su  cargo  de  juez  municipal  del  distrito  de 
San  Francisco,  el  abogado  Ricardo  Lacosta  Izquierdo,  con  quien  debo  entenderme 
en  todos  los  casos  penables  en  que  intervengan  militares  y  paisanos. 

—  La  gente  guasona  ha  dado  en  llamar  las  Termopilas  al  brazo  de  mar  entre 
San  Juan  y  Cataño.  Hasta  ahora  no  se  ha  presentado  ningún  Leónidas,  ni  mucho 
menos  sus  trescientos  espartanos. 

—  Esta  mañana  el  crucero  auxiliar  que  bloquea  el  puerto  ha  dado  caza  a  un 
vapor  que  apareció  viniendo  del  Norte;  le  disparó  tres  cañonazos  y  entonces  éste  se 
paró,  izando  bandera  inglesa.  Una  lancha  del  crucero  abordó  a  dicho  vapor,  que 
después  siguió  rumbo  al  Oeste. 

Por  la  tarde  abordó  a  otro  vapor,  también  inglés,  después  de  dispararle  un  cañonazo. 

Julio,  4. — Los  Voluntarios  del  batallón  «Tiradores  de  Puerto  Rico»  que  sufrieron 
arresto  en  mi  castillo  por  faltas  cometidas,  se  han  ido  a  El  Liberal  con  la  queja  de 
que  yo  les  obligué  a  dormir  sobre  unas  tablas.  ¡iQué  deseaban  los  «Tiradores».?'  Yo  no 
podía  ofrecerles  camas  de  hierro,  ni  colchones  de  plumas.  Si  la  guerra  sigue  y  ellos 
no  abandonan  las  armas  tal  vez  duerman  sobre  camas  peores. 

—  Cerca  de  la  hacienda  de  Miguel  López,  Bayamón,  y  en  un  cerro  de  ella,  se 
está  haciendo  obras  de  campaña  por  los  ingenieros  militares. 

—  Entre  los  diputados  de  Puerto  Rico  en  las  Cortes  españolas  figuran,  actual- 


CRÓNICAS  555 

mente,  Méndez  Cardona,  Gascón,  Francos  Rodríguez,  Cervantes,  Cortón,  Colón,  Pe- 
reyó.  García  Molina,  Cintrón  y  Moya,  de  El  Liberal.  Al  saberse  en  Madrid  el  bom- 
bardeo de  San  Juan,  ellos  se  han  ocupado  mucho  de  Puerto  Rico  y  de  sus  defensores. 

—  Solamente  San  Juan  está  bloqueado;  en  Ponce  y  Mayagüez  los  buques  entran 
y  salen  libremente. 

—  Ha  circulado  un  cable  de  la  Capitanía  General  de  Cuba,  participando  que 
ayer  salió  de  aquel  puerto  la  escuadra  de  Cervera,  rompiendo  el  bloqueo  y  aleján- 
dose, combatiendo,  hacia  el  Oeste.  La  noticia  es  celebrada  con  gran  regocijo. 

—  Entra  el  vapor  francés  Olinde  y  al  pasar  cerca  del  Morro  fué  vitoreado  por 
los  artilleros,  y  todo  el  día  de  hoy  el  capitán  y  su  tripulación  han  sido  muy  obse- 
quiados. Está  cargando  café. 

—  El  crucero  enemigo  ha  disparado  esta  tarde  gran  número  de  cañonazos;  lo 
observo  con  el  anteojo  de  batería  y  veo  que  está  empavesado  con  banderas.  Hoy  es 
gran  día  de  fiesta  nacional  americana. 

Julio,  5. — Salió  el  Olinde  Rodríguez  con  rumbo  al  Oeste  ^  y  el  crucero  ameri- 
cano lo  detuvo  y  abordó,  dejándolo  seguir  después. 

Julio,  6. — Hoy  hubo  en  Catedral  honras  fúnebres  por  las  víctimas  del  bombardeo. 

Julio  8. — Mariano  Abril,  periodista  de  primera  fila,  considerado  como  desafecto 
a  España,  está  pubHcando  crónicas  diarias  en  La  Democracia  de  Ponce  que  des- 
piertan mucha  atención.  Suyos  son  estos  párrafos: 

«Puerto  Rico  ha  sido  la  colonia  más  española  de  todo  el  vasto  imperio  colonial  de 
España.  En  sus  luchas  políticas  siempre  puso  el  interés  de  la  madre  patria  sobre  sus 
propios  intereses.  Entre  sus  amores,  propios  todos,  sobresaHó,  siempre,  el  gran 
amor  a  su  raza.  Pidió  derechos;  pidió  libertades;  pero  las  pidió  con  la  voz  cariñosa 
del  hijo  proscrito  y  abandonado,  no  con  la  soberbia  del  rebelde,  que  ante  una  injus- 
ticia se  yergue  amenazador  y  sangriento. 

Los  buenos  hijos  no  amenazan  jamás  a  sus  madres,  y  Puerto  Rico  no  creó  nunca 
conflictos  a  España.  Podrá  ésta  perder  su  dominación  y  su  influjo  en  el  mundo  que 
descubrió  y  colonizó;  pero  cuando  llegue  la  hora  tremenda  de  tal  naufragio,  Puerto 
Rico  podrá  decir  con  orgullo  que  fué  el  único  pueblo  que  no  contribuyó  a  la  gran 
catástrofe  de  una  raza  y  de  una  civilización.  En  la  historia  colonial  de  este  país,  por 
dos  veces,  ha  resonado  el  grito  de  ¡guerra!,  pero  de  guerra  contra  el  extranjero;  de 
guerra  por  España. 

En  los  actuales  momentos,  en  que  se  halla  en  pleito  la  dominación  española  en 
América;  en  que  España  defiende,  como  defiende  la  leona  a  sus  cachorros,  los  dos 
únicos  pedazos  de  tierra  que  aun  le  quedan  en  los  mares  del  Nuevo  Mundo,  Cuba  y 
Puerto  Rico,  dase  el  caso  de  que  la  primera,  rebelde  contumaz,  se  pone  al  lado  del 
extranjero  para  destruir  más  fácilmente  el  poderío  de  España,  mientras  la  segunda, 
fiel  a  las  tradiciones  de  su  raza,  corre  a  empuñar  las  armas  para  combatir  al  invasor 
audaz  que  quiere  arrancar  de  nuestros  fuertes  la  bandera  de  Castilla.» 

Julio,  9. — También  en  San  Juan  se  registran  muchos  robos;  ayer  hubo  seis.  A  los 
Sucesores  de  Vicente  y  Compañía  les  robaron  I.200  pesos. 

—  Miguel  Villa  Lozada,  artillero  herido  el  día  del  bombardeo,  recibió  hoy  10 
pesos,  regalados  por  un  soldado  del  batallón  Patria,  de  guarnición  en  Ponce,  suma 
que  aquél  había  depositado,  hace  algunos  días,  en  beneficios  del  primer  herido  en 

^  A  este  buque,  cuando  navegaba  desde  Puerto  Plata  para  St.  Thomas,  el  día  17  de  julio,  lo  abordó 
el  New  Orleans,  y  como  ofreciese  alguna  confusión  en  sus  papeles,  fué  capturado  y  con  una  tripulación 
de  presa  enviado  a  Charleston.  Después  de  firmado  el  Armisticio,  Sergio  Noa,  oficial  del  Cuerpo  de  telégrafos? 
fué  conducido  a  New  York,  en  el  yate  Mayflower,  para  que  declarase,  como  telegrafista  del  semáforo  de  San 
Juan,  sobre  las  maniobras  del  Olinde.  Este  vapor  fué,  finalmente,  declarado  mala  presa. — N.  del  At 


556  A.     RIVERQ 

esta  guerra.  Villa  fué  el  primero  en  caer  en  dicho  día,  a  las  cinco  y  treinta  minu- 
tos de  la  mañana. 

^       —  Rafael  Janer,  Geigel,  Pulgar  y  Mirabal,  oficiales  del  batallón  de  «Tiradores  de 
Puerto  Rico»,  han  sido  agraciados  con  la  cruz  roja  por  su  conducta  el  día  12  de  mayo. 

TuLio,  II. — Hoy  se  ha  autorizado  la  publicación  de  la  noticia  relatando  la  destruc- 
ción de  la  escuadra  española  de  Cervera,  a  su  salida  de  Santiago  de  Cuba,  el  día  3  de 
julio.  Esto  ha  causado  un  efecto  abrumador;  vamos  perdiendo  toda  esperanza,  no  ya 
de  victoria,  sino  de  una  paz  ventajosa. 

Julio,  12. — Periódicos  de  Madrid  que  acaban  de  llegar,  por  vía  de  St.  Thomas, 
traen  los  detalles  del  fusilamiento  en  el  campo  del  Morro  de  San  Juan,  del  doctor 
Tose  C.  Barbosa,  por  el  delito  de  traición. 

Esta  mañana  me  encontré  con  el  doctor,  quien  aparecía  más  alegre  y  animoso  que 
nuíica,  y  se  rió  del  caso  mientras  saboreaba  su  imprescindible  tabaco  ^. 

—  Los  ánimos  están  muy  excitados;  acorazados  y  destroyers  están  siempre  pre- 
parados para  batirse  en  retirada.  Hoy,  a  las  ocho  y  treinta  de  la  mañana,  estalló  un 
barreno  de  los  que  se  utilizan  para  las  obras  del  derribo  de  las  murallas.  Muchos,  que 
ya  no  se  acordaban  de  aquellas  obras,  echaron  a  correr  hacia  Santurce  y  otros  toma- 
ron botes  con  rumbo  a  Cataño.  Fué  un  verdadero  sálvese  ei  que  pueda. 

Julio,  i  3. — Esta  tarde  salió  para  St.  Thomas  la  goleta  de  tres  palos  Bravo\  muchas 
personas  se  han  embarcado  en  ella  pagando,  a  muy  alto  precio,  sus  pasajes.  Desde 
una  hora  antes  de  desatracar  de  los  muelles  del  tinglado,  una  gran  multitud,  allí 
reunida,  silbó  estrepitosamente  a  los  que  se  ausentaban,  colmándoles  de  improperios. 
Fué  un  verdadero  escándalo  que  duró  más  de  una  hora.  Entre  los  viajeros  figuraban 
algunos  patriotas  de  los  que  habían  jurado  tomar  a  machete  franco  el  Capitolio  de 
Washington. 

.  Ya  fuera  del  Morro,  el  buque  bloqueador  le  hizo  dos  disparos,  y  la  goleta,  des- 
pués de  detenerse  algún  tiempo,  siguió  su  rumbo. 

—  La  señora  JuHa  Sanjurjo,  esposa  del  capitán  Enlate,  que  mandaba  el  cru- 
cero Vizcaya,  perdido  en  el  combate  de  Santiago  de  Cuba,  recibió  hoy  un  cable  de 
su  esposo,  fechado  en  Washington,  manifestándole  no  tener  novedad. 

—  La  Gaceta  Oficial  anuncia  para  el  día  17  de  este  mes  la  apertura  del  primer 
Parlamento  insular. 

Julio,  14. — Una  explosión  en  el  polvorín  de  Miraflores  ha  causado  la  muerte 
de  14  artilleros  de  mi  batería,  un  obrero  de  confianza  del  parque,  llamado  Santín,  y 
además  tres  boteros.  Tomo  nota  detallada  de  este  desgraciado  suceso. 

—  Recorto  del  periódico  La  Union  de  ayer: 

«En  la  calle  de  la  Luna,  esquina  a  San  Tusto,  tuvo  lugar  un  incidente  que  pudo 
acarrear  graves  consecuencias. 

Un  soldado  de  la  guerrilla  de  Asturias,  en  estado  de  embriaguez,  acometió,  ma- 
chete en  mano,  a  los  transeúntes,  hiriendo  a  los  paisanos  Luis  Canino  Mendizábal  y 
Tose  Sánchez,  el  primero  de  gravedad;  fué  detenido  y  desarmado  por  el  señor  Rive- 
r o,  capitán  de  artillería,  conduciéndolo  al  cuartel  de  San  Francisco.» 

Julio,  15.— Circula  impreso  el  siguiente  telegrama  recibido  de  St.  Thomas: 

«Muñoz  Rivera,  San  Juan. 
Escuadra  Cervera  al  salir  Santiago,  batió  escuadrón  americano,  echando  a  pique 

^  José  C.  Barbosa,  doctor  en  Medicina  y  Cirugía,  graduado  en  la  Universidad  de  Michigan,  fué,  durante  el 
régimen  español,  un  ferviente  autonomista,  pero  jamás  conspiró  contra  España.  Después  de  la  invasión  fue 
leader  del  partido  Republicano;  y  por  su  patriotismo,  su  inmaculada  honradez  y  sus  condiciones  personales 
ha  dejado,  con  su  muerte,  en  1921,  huellas  de  imborrables  recuerdos. — N.  del  A. 


C  R  ó  N  IC  AS  557 

acorazado  New  York  (buque  almirante),  Massachusetts^  Minneapolis^  y  otros  más 
cuyos  nombres  ignoramos.  Hubo  otras  averías.  Último  ataque  contra  Santiago  de 
Cuba,  grandes  pérdidas  enemigas. — Villarasa,  Rucabado,  Salva.» 

Villarasa  es  un  médico  de  Ponce;  Salva,  Vista  de  esta  aduana,  y  Rucabado  un  rico 
cosechero  de  tabaco  de  Cayey;  todos  están  refugiados  en  St.  Thomas,  Nadie  cree  la 
noticia  anterior. 

Julio,  i 6. — -Ayer  apareció  el  crucero  New  Orleans,  y  después  de  ponerse  al  habla 
con  el  que  nos  bloquea,  avanzó  hacia  el  Oeste,  reconociendo  al  Antonio  López. 

—  El  Nezv  Or/^^z/^i"  ha  cañoneado  hoy,  a  gran  distancia,  al  Antonio  López^  dispa- 
rándole 40  proyectiles;  desde  el  tercer  disparo  comenzó  a  arder  el  trasatlántico. 

Julio,  17.  — Sigue  ardiendo  el  Antonio  López.  Hoy  a  las  doce  y  treinta  aparece 
envuelto  en  llamas  de  proa  a  popa;  media  hora  más  tarde  rindió  su  palo  mayor. 

— ■  Hoy  ha  tenido  lugar  la  apertura  de  las  Cámaras  insulares  a  las  diez  y  treinta 
de  la  mañana.  Concurrieron  a  este  acto,  al  cual  se  ha  dado  gran  solemnidad,  todo  el 
cuerpo  diplomático,  el  gobernador  general,  el  segundo  cabo,  general  de  Marina  y 
todas  las  autoridades. 

El  general  Macías  declaró  constituido  el  primer  Parlamento  autonómico,  en  nom- 
bre del  Rey  de  España,  leyendo  después  su  mensaje. 

Asisten  los  consejeros  Julián  Blanco,  Luis  de  Ealo,  Francisco  de  Paula  Acuña, 
losé  de  Guzmán  Benítez,  Ramón  Quiñones,  Jorge  Bird  y  Manuel  Román;  y  como  re- 
presentantes, Luis  Muñoz  Rivera,  José  de  Diego,  Juan  Hernández  López,  Cayetano 
Coll  y  Tosté,  Luis  Porrata  Doria,  Modesto  Bird,  Luis  Muñoz  Morales,  José  Toro  Ríos, 
Manuel  Camuñas,  Modesto  Sola,  Laurentino  Estrella,  Santiago  R.  Palmer,  Ricardo 
Martínez,  Vicente  Viñas,  Rafael  Arrillaga,  Felipe  Casalduc,  Herminio  Díaz,  Rafael 
Vera  y  José  V.  Cintrón.  Hubo  muchos  vivas  a  España  y  al  Rey,  los  que  fueron  con- 
testados con  delirante  entusiasmo. 

- —  Hoy  se  ha  disuelto  la  escolta  del  general  Macías  por  no  poder,  los  jóvenes  que 
la  constituyen,  sufragar  los  gastos  que  tal  servicio  les  acarrea. 

— ■  Varios  alumnos  aprobados,  para  seguir  sus  estudios  en  las  academias  milita- 
res de  la  Península,  salen  para  su  destino,  desde  Ponce,  en  el  vapor  italiano  Sud- 
Aniérica\  entre  ellos  van  los  jóvenes  Alonso,  Puig,  Pérez  Andreu,  Bolívar,  Manuel 
Ordaz  Sampayo,  Martínez  Leal,  León  y  Gómez  Iglesias  ^  El  mismo  vapor  conduce  a 
la  señora  Concepción  Ramírez,  esposa  del  general  Macías,  y  muchos  pasajeros  más. 

—  El  buque  que  nos  vigila  ha  impedido  hoy  la  entrada  en  puerto  de  una  goleta 
y  un  vapor. 

Julio,  t8. — Copio  de  La  Correspondencia  de  hoy: 

«Nos  dicen  que  están  trinando,  pero  no  como  ruiseñores,  en  verde  enramada,  a 
orillas  de  límpido  arroyo,  los  pulperos,  lecheros,  carniceros,  carreros,  verduleros, 
fruteros  y  todos  los  acabados  en  eros,  como  barberos,  zapateros  y  logreros,  con  el 
fenomenal  embriscamiento  de  las  familias  de  Santurce,  pues  con  la  falta  de  consumi- 
dores se  les  han  estropeado  los  negocios.  En  cambio,  bailan  en  la  cuerda  floja  y 
aumentan  sus  negocios,  Carolina,  Caguas,  Guaynabo,  los  Trujillos,  etc.,  etc.  En  este 
picaro  mundo  lo  que  a  unos  añoja  a  otros  aprieta.» 

—  Ayer  perecieron  ahogados  en  el  río  de  Trujillo  Alto  el  doctor  Juan  Hernández 
Salgado  y  su  hijo  Enrique.  La  noticia  ha  causado  profundo  dolor  porque  Hernández 
era  un  sabio  médico  y  un  acabado  modelo  de  caballeros;  es  una  víctima  de  la  guerra, 

^  De  estos  alumnos  son,  actualmente,  capitanes  de  infantería  Gómez  Iglesias,  Ordaz  y  León;  Pérez 
Andreu  y  Martínez  Leal,  en  igual  empleo  son,  además,  el  primero  notable  escritor,  y  el  segundo  profesor  de 
la  Academia  de  Toledo;  Puig  es  capitán  de  carabineros. — N.  del  A. 


558  A.    RIVERO 

porque  ella  lo  llevó  a  Trujillo  para  proteger  a  su  familia,  y  de  donde  regresaba  cada 
día  a  cumplir  con  sus  deberes  en  la  Cruz  Roja. 

—  Herminio  Díaz  Navarro  es  nombrado  presidente  de  la  Cámara  Insular. 

—  El  Consejo  de  Administración  celebra  hoy  su  primera  sesión;  es  su  presidente 
el  notable  jurisconsulto  Francisco  de  Paula  Acuña. 

—  De  orden  del  general  Ortega  envío  mis  auxiliares,  armados  de  machetes  y 
hachas,  para  despejar  el  campo  entre  ambos  puentes;  a  las  palmas  de  cocos  se  les  cortan 
casi  todas  las  pencas.  Pablo  Ubarri,  comandante  de  Voluntarios,  se  queja  al  general 
Ortega  por  los  daños  sufridos,  y  éste  lo  trata  duramente,  ordenándole  se  retire  de  su 
presencia  si  no  quiere  ser  arrestado. 

—  Hoy  he  almorzado  en  «La  Catalana»  con  el  abogado  de  Guayama,  Jacinto 
Texidor.  Este  me  asegura  que  en  aquella  ciudad,  que  parece  un  campamento,  reina 
el  mayor  entusiasmo  para  repeler  cualquier  ataque  del  enemigo;  y  añade  que  Jenaro 
Cautiño  tiene  abierta  de  par  en  par  las  puertas  de  su  caja  de  caudales. 

—  Se  anuncia  un  nuevo  reclutamiento  voluntario  para  enganchar  en  cada  bata- 
llón 122  hombres  como  camilleros  y  acemileros. 

—  A  pesar  de  la  guerra  y  del  bloqueo  del  puerto,  elBanco  Español  ha  repartido  a 
sus  accionistas  un  dividendo  activo  semestral  de  dos  pesos  por  acción,  y  en  suúltimo 
balance  figura  que  tiene  en  caja  más  de  dos  millones  y  medio  de  pesos  en  efectivo. 

—  El  premio  gordo  de  la  lotería,  sorteada  hoy,  cayó  en  Mayagüez. 

—  Ha  entrado  el  vapor  Alemania^  con  5-000  sacos  de  arroz. 

Julio,  24. — La  Gaceta  de  hoy  pubHca  un  decreto  admitiendo  las  dimisiones  del 
presidente  y  secretarios  del  Gobierno  Insular  y  anunciando  los  siguientes  nom- 
bramientos: 

Presidente  del  Consejo  y  secretario  de  Gobernación,  Luis  Muñoz  Rivera;  de 
Hacienda,  Julián  E.  Blanco;  Gracia  y  Justicia,  Juan  Hernández  López;  Fomento,  el 
doctor  Salvador  Carbonell. 

—  Ploy  hemos  sabido  que  el  día  1 7  se  rindió  la  plaza  de  Santiago  de  Cuba,  y  que 
muy  pronto  tendremos  al  enemigo  en  Puerto  Rico.  Se  nota  mucha  actividad  en  el 
Estado  Mayor;  numerosas  tropas  salen  hacia  Caguas  y  otras  se  acantonan  muy  cerca 
de  Río  Piedras,  en  Hato  Rey. 

—  Una  Comisión  de  ingenieros  mihtares,  presidida  por  el  capitán  Eduardo  Gon- 
zález, ha  reconocido  una  finca  de  Lorenzo  Noa,  cerca  de  Río  Piedras,  para  situar  allí 
algunos  cañones  que  defenderán  las  obras  del  acueducto. 

—  En  Cataño,  cerca  del  varadero  de  Valdés,  se  encontró  el  día  22  el  brazo  de 
una  de  las  víctimas  de  la  explosión  de  Miraflores. 

—  El  Boletín  de  hoy  pubhca  este  anuncio: 

«Si  entre  los  restos  humanos  de  los  que  perecieron  en  la  catástrofe  de  Miraflores 
alguien  encontró  una  mano,  con  dos  sortijas  de  oro,  y  una  de  éstas  con  las  iniciales 
J.  E.,  se  suplica  a  la  persona  que  tenga  los  anillos  en  cuestión  se  sirva  hacer  entrega 
de  los  mismos  en  esta  redacción,  donde  será  gratificado.  Son  recuerdos  que  desearía 
guardar  la  familia  del  finado.  Se  suplica  a  los  demás  periódicos  la  reproducción  de 
este  anuncio.» 

—  Aviso  a  los  periódicos  que  mañana,  día  25,  haré  salvas  con  motivo  de  ser  el 
día  de  Santiago  Apóstol,  patrón  de  España. 

— -  La  Gaceta  publica  este  telegrama  del  ministro  de  Ultramar: 

«Gobierno  se  felicita  apertura  de  las  Cámaras  Insulares  que  afirman  legalidad  y 
prestarán  a  V.  E.,  inspirados  por  su  patriotismo,  cuanto  apoyo  necesite  en  las 
presentes  circunstancias,  procurando  todos  la  mayor  concordia  y  unión.» 

—  Los  ranchos  de  mis  artilleros  son  compartidos,  cada  día,  con  mucha  gente 


CRÓNICAS 


559 


necesitada.  A  diario  recibo  peticiones  de  auxilio,  y  reparto  de  40  a  50  raciones  a 
viudas,  ancianos  y  cesantes.  He  aquí  el  menú: 

Por  la  madrugada,  café  negro  con  un  cuarto  de  libra  de  pan;  a  las  diez  y  treinta  mi- 
nutos, primer  rancho,  compuesto  de  un  gran  plato,  bien  condimentado,  de  carne  (media 
libra  por  plaza),  garbanzos,  papas,  tocino  y  chorizos,  y  media  botella  de  vino  Angu- 
ciana  para  cada  uno.  A  las  dos  de  la  tarde,  gazpacho  frío,  y  a  las  cinco  el  segundo 
rancho,  de  la  misma  clase  del  primero.  La  ración  diaria  de  pan  es  de  libra  y  media. 

Cada  artillero  tiene  un  haber  mensual  de  1 3  pesos  españoles;  de  ellos  deja  doce  y 
medio  centavos  para  rancho  y  pan,  percibiendo  solamente  cinco  cada  día;  el  resto 
queda  en  fondo,  con  cargo  al  cual  recibe  ropas,  zapatos  y  todo  su  vestuario,  y  ade- 
más el  de  su  catre.  Con  el  vellón  diario  debe  atender  a  todos  sus  gastos,  recibiendo, 
a  cuenta  de  sus  ahorros,  un  peso  cada  mes  para  pagar  su  lavandera. 

Generalmente  ningún  soldado  abona  nada  a  su  lavandera,  y  se  las  arregla  en 
forma  tal,  que  siempre  tiene  lo  bastante  para  concurrir  a  los  cafés,  fumar  y  hacer 
otros  gastos  menudos.  A  pesar  de  recibir  tan  poco  dinero,  mis  hombres  están  con- 
tentos, gruesos  y  animosos;  como  rondo  todas  las  noches,  algunas,  oculto  tras  los 
cañones,  percibo  lo  que  hablan;  todos  creen,  como  artículo  de  fe,  en  nuestra  victo- 
ria, sintiendo  un  gran  desprecio  por  el  enemigo. 

Julio,  25. — El  general  Ortega  está  de  buen  humor  y  acaba  de  comunicarme  sus 
deseos,  que  son  dos:  primero,  capturar  un  yanqui,  de  uniforme,  para  verle  la  cara]  y 
segundo,  capturar  también  un  buque  enemigo,  anclarlo  en  la  bahía  y  dormir  en  él 
la  siesta  todas  las  tardes. 

—  Anoche  muchas  personas  salieron  hacia  Santurce;  de  la  ciudad  subía  un  ru- 
mor de  fuga  que  me  ha  causado  tristeza.  Yo  creo  que  hacen  bien;  si  la  ciudad  es 
bombardeada  de  nuevo,  como  se  dice,  ninguna  utilidad  reportaría  a  su  defensa  el 
que  los  no  combatientes  sean  muertos  y  heridos. 

No  solamente  los  paisanos  demuestran  temor,  que  yo  justifico;  hombres  que 
llevan  uniforme,  aunque  escasos  en  número,  tampoco  saben  disimular  el  desequilibrio 
de  sus  nervios. 

—  Momo,  el  poeta  festivo,  ha  pasado  todo  este  día  a  mi  lado. 

<^  Quiero  comer  el  rancho  de  tu  batería  y  oler  la  pólvora  de  tus  cañones,  me  dice. 
Siempre  me  han  tenido  por  un  cobarde  y  yo  creo  que  lo  soy;  pero  ahora  no 
siento  temor  alguno;  yo  estoy  en  San  Juan  y  aquí  me  quedaré;  no  haré  lo  que  tantos 
pendejos,  que  en  tiempo  de  paz  se  comían  a  los  niños  crudos  y  ahora  están  echando 
a  perder  su  ropa  interior.  Yo  conozco  muchas  lavanderas  que  han  tenido  que  dejar 
su  oficio;  una  de  ellas,  negra,  vieja,  me  dijo  ayer: 

— Yo  lavo  ciertas  miserias  cuando  provienen  de  los  niños,  ¡se  comprendel;  pero 
no  me  da  la  gana  de  lavar  inmundicias  de  tanto  mandulete.y> 

Así  dijo  Momo,  y  a  petición  mía  estampó  con  su  propia  mano  y  lápiz  tales  refle- 
xiones en  este  diario. 

—  Por  conducto  desconocido,  hasta  ahora,  llegan  alarmantes  noticias;  parece 
que  se  avecina  un  formidable  ataque  a  la  plaza.  Ayer,  por  la  noche,  todos  los  veci- 
nos que  permanecían  en  la  ciudad  se  han  marchado.  San  Juan  parece  un  cementerio; 
recorro  sus  calles  y  la  plaza  principal  y  no  encuentra  a  nadie. 

Julio,  2^, — Se  aclara  el  misterio.  Ayer  desembarcó  por  Guánica  una  parte  del 
ejército  americano;  se  habla,  con  gran  secreto,  de  sangrientos  combates;  la  alarma 
cunde  entre  todos.  Avisan  de  Fajardo  que,  frente  a  aquel  faro,  hay  cuatro  buques 
enemigos.  El  general  Ortega  está  intratable  y  le  cuesta  mucho  trabajo  disimular  la 
opinión  que  tiene  del  coronel  Camó. 

Comienza  la  guerra  en  Puerto  Rico.  ^Qué  pasará.^* 

• —  Todos  los  cónsules  extranjeros  han  visitado  hoy  al  capitán  general. 


56o  A  .     RIVEE  O 

—  Las  niñas  de  Beneficiencia  y  las  del  colegio  de  San  Ildefonso  han  sido  lleva- 
das a  Toa  Alta;  las  madres  del  Corazón  de  Jesús  salen  para  Arecibo.  Nos  dejan  solos 
a  los  soldados ¡Buen  viajel 

Julio,  2"] . — ^Esta  mañana,  desde  San  Cristóbal,  hemos  divisado  frente  a  la  boca 
del  Morro  una  fila  de  objetos  de  color  blanco;  algunos  creyeron  que  se  trataba  de 
torpedos  echados  por  el  buque  bloqueador,  con  la  intención  de  cerrar  la  entrada  del 
puerto.  Ha  salido  una  lancha  del  Arsenal  y  a  su  vuelta  manifiestan  los  tripulantes 
que  dichos  objetos  blancos  son  las  puertas  de  los  camarotes  del  vapor  Manuela^  que 
fué  echado  a  pique  hace  algún  tiempo  en  el  canal;  el  fuerte  oleaje  de  estos  días 
arrancó  dichas  puertas. 

—  La  Gaceta  de  hoy  publica  una  proclama  dando  cuenta  del  desembarco  de  los 
enemigos  por  el  puerto  de  Guánica. 

Julio,  28. — Anoche,  al  tocarse  llamada  y  formar  en  el  paseo  de  la  Princesa  el 
batallón  «Tiradores  de  Puerto  Rico»,  solamente  acudieron  a  las  filas  el  teniente  co- 
ronel, los  comandantes,  dos  capitanes,  siete  primeros  tenientes,  cinco  segundos,  dos 
sargentos,  diez  cabos  y  ¡once!  soldados. 

—  Se  ordena  que  los  fondos  de  todas  las  aduanas  de  la  Isla  se  remitan,  inme- 
diatamente, a  San  Juan. 

Julio,  29. — Yauco  ha  sido  capturado. 

—  En  la  hacienda  Josefina,  de  Río  Piedras  (sitio  declarado  neutral,  oficial- 
mente), se  ha  reunido  un  gfan  número  de  extranjeros  con  sus  familias. 

—  Los  enfermos  del  hospital  de  Santa  Rosa,  campo  del  Morro,  han  sido  llevados 
a  Río  Piedras,  a  la  casa  y  finca  de  Landrau. 

Julio,  30. — Un  periódico  local  publica  esta  noticia: 

«Ayer  se  disolvió,  por  disposición  del  jefe,  la  música  del  batallón  de  Voluntarios 
número  I,  de  esta  capital.  El  músico  mayor  se  dice  que  anda  i í?^(2;/¿/£?  por  los  montes.» 

—  Alarma  general;  se  avisa  que  el  enemigo  está  desembarcando  por  las  Bocas 
de  Cangrejos;  con  toda  velocidad  marchan  hacia  aquel  sitio  el  3.°  Provisional,  una 
batería  de  montaña  y  todo  el  tren  de  acémilas  y  camillas.  Regresan,  poco  después, 
porque  todo  fué  una  falsa  alarma. 

—  Desde  ayer  hay  dos  buques  enemigos  frente  al  puerto  manteniendo  el  bloqueo. 
Julio,  31. — Ayer  salieron  para  Caguas  los  coches   de  la  empresa  funeraria  de 

Adrián  López.  Este  industrial,  como  los  demás,  sigue  el  rastro  a  sus  clientes. 

—  Una  estrella  de  gran  brillo.  Venus,  aparece  todas  las  noches  por  encima  de 
Punta  Salinas;  la  gente  ha  dado  en  decir  que  se  trata  de  un  globo  cautivo,  armado 
de  un  potente  foco  eléctrico,  y  desde  el  cual  el  enemigo  practica  reconocimientos. 
Parece  mentira  tanta  simpleza;  si  el  enemigo  empleara  globos  cautivos  los  usaría  de 
día  y  nunca  de  noche. 

—  Ayer,  a  las  tres  de  la  tarde,  uno  de  los  dos  cruceros  que  nos  bloquean  hizo 
dos  disparos  de  cañón,  sin  proyectiles,  contra  un  buque  que  se  aproximaba,  y  que 
después  de  ponerse  al  habla  siguió  de  largo  1. 

—  En  Martín  Peña  se  ha  formadj)  un  verdadero  campo  atrincherado,  construido 
barracones  y  montado  tiendas  de  campaña,  llevando  allí  mucha  fuerza  de  infantería, 
una  batería  de  montaña  y  además  los  cuatro  cañones  Krupp  a  cargo  del  capitán 
Sárraga.  También  se  ha  construido  una  batería  de  campaña. 

—  La  noche  pasada  fué  emocionante.  No  sé  de  qué  origen  vienen  las  noticias;  lo 

^    Era  este  buque  un  transporte  cargado  de  tropas  americanas  y  desarmado;  su  capitán  recibió  órdenes 
para  dirigirse  a  «Cabo  San  Juan»,  Fajardo;  y  él  entendió  San  Juan,  creyendo  rendida  esta  plaza.  Los  disparos 
del  crucero  bloqueador  impidieron  la  entrada,  de  aquel  buque,  en  puerto,  donde  hubiera  quedado  prisio- 
ero. — N.  del  A. 


CRÓNICAS  561 

cierto  es  que  los  pocos  vecinos  que  quedaban  en  San  Juan  huyeron  hacia  las  afueras. 

—  Anoche  bajé  de  mi  castillo  y  me  detuve  algún  tiempo  en  el  quiosco  de  refres- 
cos que  tiene  un  tal  Domingo  en  la  plaza  de  Colón.  Allí,  y  sentados  en  un  banco, 
encontré  a  Luis  Muñoz  Rivera  y  a  José  de  Diego. 

Hablamos,  amigablemente,  comentando  largo  rato  los  sucesos  y  la  gran  alarma 
que  demostraban  todos  los  vecinos,  quienes,  en  grupos,  pasaban  frente  a  nosotros 
camino  de  Santurce.  Al  despedirme  les  dije:  «Tal  vez  no  nos  veamos  más,  porque  si 
la  escuadra  enemiga  ataca  de  nuevo,  como  se  dice,  en  un  momento  u  otro  perderé 
la  vida,  por  ser  mis  baterías  las  más  expuestas  de  la  plaza  y  sin  protección  alguna. 
Como  ustedes  están  autorizados  por  el  Gobernador  para  residir  fuera  de  la  pobla- 
ción, les  aconsejo  que  se  marchen  cuanto  antes  a  reunirse  con  sus  familias.» 

Entonces,  Luis  Muñoz  Rivera,  poniéndose  en  pie  y  estrechando  mi  mano,  me 
contestó:  «Es  cierto  que  se  nos  ha  concedido  tal  permiso,  pero  no  lo  usaremos;  como 
oficiales  del  Gobierno  insular,  tenemos  parecidos  deberes  a  los  de  usted,  que  espera 
la  muerte  al  pie  de  sus  cañones;  y  si  llega  nuestra  hora,  también  nos  cogerá  en 
nuestros  puestos.» 

Declaraciones  a  las  que  asintió  de  Diego,  y  abrazándonos  los  tres,  volví  a  mi  cas- 
tillo y  ellos  tomaron  por  la  calle  de  San  Francisco  hacia  la  plaza  de  Alfonso  XIL 

Agosto,  i. — Han  llegado  1 5  carretas  de  Aibonito  conduciendo  todo  el  convoy 
de  «Cazadores  de  la  Patria»  salvado  en  el  combate  de  Coamo.  Son  descargadas  en  el 
cuartel  de  Ballajá  y  todas  vinieron  custodiadas  por  Guardias  civiles. 

—  En  estos  días  en  que  los  gallos  más  famosos  se  han  convertido  en  gallinas 
debe  señalarse  con  piedra  blanca  los  pocos  empleados  que  continúan  en  sus  puestos 
Por  esto  se  elogia  la  conducta  observada  por  los  empleados  del  Banco  Español,  Ar 
mando  de  las  Alas,  Manuel  Sánchez  Morales,  Juan  Deschoudens,  Manuel  Vicente, 
Rafael  Diez  de  Andino,  Eulalio  Vigo,  Everardo  Virkeb,  Enrique  Adsuar,  Juan  Soto 
Antonio  Pérez  y  Antonio  Rodríguez,  quienes  se  han  mantenido  en  sus  puestos  cum^ 
pliendo  sus  deberes. 

Agosto,  2. — -Como  algunas  farmacias  de  esta  ciudad  amaneciesen  cerradas,  el 
general  Ortega  ha  traído  con  la  policía  a  sus  dueños,  exigiendo  que  tales  estableci- 
mientos permanezcan  abiertos. 

—  Acaba  de  ingresar  en  este  castillo  de  San  Cristóbal  el  coronel  Leopoldo  San 
Martín,  que  capituló  en  Ponce  a  la  llegada  de  las  fuerzas  navales  de  los  Estados 
Unidos.  Como  se  le  instruye  sumaria  por  aquel  hecho,  recibo  órdenes  de  tenerlo 
preso,  lo  que  hago,  poniéndole  centinelas  de  vista. 

—  Se  destruye  la  parte  central  de  los  puentes  de  San  Antonio  y  Martín  Peña, 
pero  se  colocan  unos  tablones  para  que  continúe  el  tránsito. 

—  Llegan  noticias  de  que  los  americanos  han  capturado   el   puerto   de  Arroyo. 

—  Hoy  han  pasado  por  San  Juan)  camino  de  Río  Piedras,  donde  se  acantonarán, 
las  fuerzas  del  batallón  Patria,  que  desde  Yauco,  atravesando  toda  la  cordillera  cen- 
tral, se  retiraron  sobre  Arecibo.  Las  manda  el  teniente  coronel  Ernesto  Rodrigo, 
porque  su  jefe  anterior,  de  igual  empleo,  se  suicidó  en  aquella  ciudad. 

—  Se  dice  que  San  Germán  ha  sido  atacado  por  una  partida  de  revoltosos. 
Fuerza  de  Alfonso  XIII,  desde  Mayagüez,  salió  para  dicha  ciudad  y  se  habla  de 
muertos  y  heridos. 

— •  Hoy  me  han  dicho  que  el  capitán  Salvador  Acha,  al  trente  de  su  guerrilla 
volante,  atacó  anoche  a  las  fuerzas  americanas  que  desembarcaron  en  Arroyo  y  las 
obligó  a  reembarcarse. 

Agosto,  3. — El  remolcador  Guipúzcoa,  que  encayó  en  Punta  Salinas  el  día  que 
el  crucero  New  Orleans  cañoneó  el  Antonio  López,  se  ha  ido  a  pique. 

—  Ayer  llegaron,  en  el  ferrocarril,  90  caballos  requisados  por  las  autoridades 


5^^2  A.     RIVERQ 

militares  en  Arecibo,  Bayamón  y  otros  pueblos.  Actos  como  éste  producen  gran 
descontento  entre  los  campesinos,  porque  contrastan  con  la  conducta  de  la  tropa 
americana  que  paga  en  buen  oro  todo  lo  que  necesita. 

— '  Hay  cuatro  buques  frente  a  nuestro  puerto,  todos  con  bandera  americana. 
Paso  las  noches  en  claro,  con  el  anteojo  en  las  manos,  escrutando  el  horizonte,  para 
reportar  al  Capitán  general  todas  las  luces  que  se  divisan  y  el  rumbo  que  siguen. 

— -  Un  enjambre  de  empleados,  que  andaban  por  los  montes,  ha  regresado  hoy. 
Es  día  de  pago  y  llegan  a  firmar  sus  nóminas;  compran  en  los  colmados,  y  de  nuevo  a 
la  montaña. 

Agosto,  4. — ^El  foco  eléctrico  que  trajo  el  Antonio  López  ha  sido  montado  en  el 
macho  de  mi  castillo  y  soy  el  encargado  de  su  manejo.  El  capitán  de  artillería  Ramón 
Acha  hizo  todas  las  operaciones  de  montaje  y  conecciones.  El  poder  luminoso  de 
este  aparato  es  sorprendente;  me  dicen  que  algunas  personas  en  Carolina  y  Trujillo 
Alto,  en  noches  obscuras,  pueden  leer  cartas  a  la  luz  del  foco. 

—  Los  batallones  Voluntarios  de  casi  toda  la  Isla,  menos  los  de  San  Juan,  Maya- 
güez  y  los  del  batallón  llamado  «Tiradores  de  la  Altura»,  empiezan  a  disolverse.  Estas 
milicias  necesitan  el  calor  de  la  tropa  veterana,  tropa  que  por  orden  del  general 
Macías,  se  está  reconcentrando  desde  San  Juan  hasta  Río  Piedras. 

— •  Continúan  cuatro  buques  enemigos  frente  a  los  castillos. 

—  Del  millón  de  pesos,  moneda  española,  destinados  por  el  Tesoro  español  para 
los  gastos  de  guerra  en  Puerto  Rico,  se  ha  vendido  en  giros  1. 1 79. 945  pesos  94  cen- 
tavos, que  al  cambio  corriente  hacen  1.000.003  pesos  españoles;  por  tanto,  se  ha 
gastado  tres  pesos  más  de  lo  convenido. 

~  Damián  Monserrat,  secretario  de  la  Diputación  Provincial,  anuncia  que  se 
suspenden,  indefinidamente,  los  sorteos  de  la  Lotería  provincial. 

—  Ingresa  detenido  en  el  cuartel  de  San  Francisco  el  teniente  de  la  Guardia 
civil,  Ulpiano  de  la  Hoz,  que  estaba  en  Utuado  al  mando  de  diez  parejas  y  se  retiró 
precipitadamente  cuando  entró  allí  una  partida  de  revoltosos. 

—  Hoy  ha  regresado  a  San  Juan,  Luis  Muñoz  Rivera,  quien  fué  a  Barranquitas  a 
ver  a  su  familia,  y  como  regresara  por  Aibonito,  fué  detenido  por  la  Guardia  civil, 
porque  se  sospechaba  tenía  intenciones  de  cruzar  la  línea  hacia  el  campo  americano. 
Como  Muñoz  es  el  jefe  del  Gobierno,  y  jefe  además  de  la  Guardia  civil,  el  incidente 
ha  tomado  gran  revuelo  y  amenaza  con  serias  complicaciones. 

—  El  capitán  de  la  brigada  de  auxiliares  de  artillería,  ingeniero  José  Portilla,  ha 
ingresado  como  preso  en  este  castillo  de  San  Cristóbal.  Parece  que  el  capitán  andaba 
de  paseo  por  la  Isla  sin  permiso,  y  el  general  Ortega  lo  ha  hecho  traer  por  la  Guardia 
civil.  Como  dicho  general,  en  el  primer  momento,  dijese  a  Portilla  que  su  intención 
era  fusilarlo  en  los  fosos  del  castillo,  éste,  muy  acongojado,  me  contó  su  desgracia; 
lo  tranquilicé  diciéndole  que  la  cosa  no  era  para  tanto,  y,  efectivamente,  pagó  su 
falta  con  cuatro  días  de  prisión.  Ortega  acusaba  a  Portilla  de  ser  ciudadano 
americano  *. 

—  La  noche  pasada  un  artillero  de  mi  batería,  en  un  momento  de  locura,  se 
arrojó  al  mar  desde  lo  alto  de  la  muralla.  Pudimos  sacarlo  vivo  conduciéndolo  al 
castillo,  y  se  le  instruye  la  correspondiente  sumaria.  El  día  2,  otro  artillero  de  servi- 
cio en  el  castillo  de  San  Jerónimo  intentó  también  suicidarse,  colgándose  con  una 
soga,  lo  que  pudo  ser  evitado.  La  continua  tensión  nerviosa  en  que  vivimos  es  causa 
de  estos  sucesos. 

-—  Partidas  sin  bandera  conocida  se  alzan  en  muchos  puntos  de  la  Isla. 

—  El  capitán  Ramón  Acha,  que  durante  tres  días  y  tres  noches  trabajó  heroica- 
mente para  desembarcar  los  cañones  y  pertrechos  de  guerra   que  trajo  el  vapor 

1     Ortega  tenía  razón.  ~N.  del  A. 


CRÓNICAS  563 

Antonio  López^  está  gravemente  enfermo;  se  teme  por  su  vida,  aunque  se  encuentra 
bien  atendido  en  la  casa  particular  de  Pedro  Giusti. 

Agosto,  5- — Las  partidas  facciosas  menudean  por  los  campos  de  Utuado;  se 
asegura  que  una  de  ellas  ha  depuesto  al  alcalde  Lorenzo  Casadulc. 

—  Hoy,  a  las  diez  de  la  mañana,  han  llegado  unas  carretas  conduciendo  el  arma- 
mento de  los  Voluntarios  de  Fajardo. 

— ■  La  fuerza  americana  que  había  capturado  el  faro  de  Fajardo  se  ha  corrido  a 
la  población,  y  circulan  muchos  rumores  sobre  actos  realizados  allí  por  el  doctor 
Santiago  Veve,  Prisco  Vizcarrondo  y  otras  personas  de  mucho  prestigio  en  dicha 
ciudad. 

— -  Del  periódico  La  Unión^  que  se  publica  en  esta  ciudad,  copio  lo  que  sigue: 

«Se  hace  un  gran  elogio  de  la  conducta  observada  por  el  Sr.  Colorado,  primer 
teniente  de  la  guerrilla  montada  de  Yauco.  Este  amigo  nuestro  se  encuentra  en  Río 
Piedras,  y  parece  que  ha  sido  propuesto  para  una  alta  recompensa.»  ^ 

Agosto,  6. — Una  columna  al  mando  del  coronel  Pedro  Pino,  ayudante  del  gene- 
ral Macías,  se  está  preparando  para  atacar  a  los  revoltosos  de  Fajardo. 

—  Ayer  he  desempeñado  una  comisión  reservada,  a  la  que  el  general  Ortega  da 
mucha  importancia.  Como  se  trata  de  algo  secreto,  no  lo  consigno  en  este  diario; 
pero  tomo  notas  detalladas  que  guardaré  para  mi  libro. 

—  Sale  para  Fajardo  la  columna  Pino  y  se  afirma  que  lleva  órdenes  de  traer, 
vivos  o  muertos,  al  doctor  Veve  y  a  Prisco  Vizcarrondo. 

—  El  Estado  Mayor  publica  un  comunicado  diciendo  que  en  el  combate  soste- 
nido en  Guayama  contra  los  invasores,  la  fuerza  que  mandaba  el  capitán  Acha  tuvo 
17  bajas  entre  muertos  y  heridos,  lo  cual  representa  un  veinte  por  ciento  de  pérdida. 

— -  El  comandante  de  ingenieros,  Julio  Cervera  Baviera,  ayudante  del  capitán  ge- 
neral, es  el  encargado  de  las  posiciones  de  Guamani^  donde  se  ha  localizado  toda  la 
defensa  para  detener  a  los  invasores  que  desembarcaron  en  Arroyo.  Este  Cervera  es 
hombre  de  muchos  alcances  y  de  gran  corazón. 

Agosto,  7. — Francisco  Bastón,  primer  jefe  accidental  del  batallón  «Tiradores  de 
Puerto  Rico»,  señala  un  plazo  de  tres  días  para  que  devuelvan  los  fusiles  todos  los  tira- 
dores que  no  han  concurrido  a  las  filas  en  las  dos  últimas  llamadas  de  generala.  Me 
parece  que  el  flamante  batallón  va  a  quedarse  en  cuadro, 

—  Llegó  a  Lares  una  Comisión  de  paisanos  para  tratar  con  el  alcalde  de  la  ren- 
dición del  pueblo.  Se  afirma  que  aquella  autoridad  los  metió  en  la  cárcel. 

—  La  fuerza  de  la  Guardia  civil  se  está  concentrando  hacia  San  Juan.  Con  tal 
motivo  muchos  embriscados  regresan  por  temor  a  las  partidas  sediciosas,  que  ahora 
quedarán  dueñas  del  campo. 

Agosto,  8. — Ayer  no  estuvimos  bloqueados.  Hoy  ha  vuelto  el  buque  de  cos- 
tumbre. 

—  La  retreta  de  anoche  estuvo  sumamente  concurrida;  parecía  tiempo  de  paz. 
Agosto,  9. — El  coronel  San  Martín,  que  había  pasado  al  Hospital  Militar,  ha  sido 

dado  de  alta. 

—  Ayer  visitó  a  Muñoz  Rivera  el  general  Macías;  se  asegura  que  fué  visita  de 
desagravio. 

—  Es  insufrible  esta  vida  de  guarnición.  Nos  pasamos  horas  y  horas  en  el  cuarto 
de  banderas,  hablando  tonterías  y  haciendo  cálculos  para  el  porvenir;  también  se 
juega  al  tresillo. 

^    Fué  propuesto;  pero  el  coronel  Camó,  como  siempre,  anuló  los  buenos  deseos  del  general  Macías. — 

.V,  del  A, 


564  A.     R  I  VER  O 

—  Desde  hace  algunos  días  recibí  órdenes  para  despedir  a  todos  los  Auxiliares 
de  artillería. 

Agosto,  10. — Pedro  Bolívar,  teniente  de  Voluntarios,  que  manda  la  guerrilla 
montada  del  primer  batallón,  se  ha  caído  hoy  de  su  caballo,  recibiendo  golpes  de 
poca  importancia. 

—  Guaynabo  está  repleto  de  embriscados',  en  la  finca  «Pájaros»,  de  Bayamón,  se 
trata  tan  bien  a  los  veraneantes,  que  su  número  crece  de  día  en  día.  Parece  que  allí 
celebra  sesiones  la  Audiencia  con  casi  todos  sus  magistrados,  quienes  han  abando- 
nado sus  puestos. 

—  Rumores  de  paz  llenan  la  población;  no  se  habla  de  otra  cosa. 

—  La  suscripción  nacional  asciende  hoya  189.992  pesos  y  78  centavos. 

—  El  Estado  Mayor  da  cuenta  de  un  combate  en  Coamo,  pero  sin  añadir  deta- 
lles. He  sabido  que  allí  murieron  el  comandante  lUescas  y  el  capitán  Frutos  López; 
y  en  los  Cuartos  de  Bandera  se  trata  muy  mal  a  un  capitán  que  obligó  a  su  tropa,  sin 
necesidad,  a  levantar  las  culatas  de  los  fusiles,  e  hizo  señales  con  su  pañuelo  para 
rendirse. 

— ■  A  las  tres  y  minutos  de  la  tarde  de  ayer  se  detuvo  frente  a  la  Boca  del  Morro 
el  crucero  de  guerra  inglés  Talbot,  que  saludó  a  la  plaza  con  las  salvas  reglamenta- 
rias; contesté  su  saludo,  y  estos  cañonazos,  de  los  cuales  el  vecindario  no  tenía  cono- 
cimiento, produjeron  alarma  inusitada,  porque  creían  que  aquel  buque  estaba 
haciendo  fuego  contra  mi  castillo  y  que  éste  contestaba.  Salió  un  remolcador,  el  Ivo 
Bosch,  y  trajo  a  la  ciudad  al  nuevo  cónsul  inglés  Mr.  Leonel  E.  G.  Garden.  El  ante- 
rior era  Mr.  G.  W.  Grawford. 

—  Esta  noche  habrá  retreta  en  la  plaza  principal. 

Agosto,  i  i. — El  general  Ortega  ha  prohibido  que  se  saquen  víveres  de  la  ciudad; 
licores  de  todas  clases  pueden  ser  llevados  por  los  vecinos.  Parece  que  Ortega  trata 
de  sitiar  por  hambre  a  los  embriscados^  que  cuando  notan  un  período  de  tranquili- 
dad vienen  a  San  Juan,  hacen  apresuradamente  sus  compras  y  regresan  a  su  refugio. 

—  Hoy  he  sabido  que  17  Guardias  civiles,  al  mando  del  teniente  Redondo  y  del 
sargento  Fernández,  rehusaron  rendirse  al  final  del  combate  de  Coamo,  como  les 
ordenaba  el  capitán  Llita,  y  tomando  el  camino  de  Pelmarejo  llegaron  sin  novedad 
hasta  Aibonito. 

Agosto,  13. — La  Gaceta  de  hoy  publica  el  comunicado  oficial  sobre  el  combate 
de  Hormigueros. 

—  Ayer  regresó  la  columna  Pino  que  fué  a  Fajardo. 

— •  Ha  entrado  en  Mayagüez  el  crucero  Montgomery  y  un  transporte,  condu- 
ciendo mil  hombres  de  tropa,  que  se  alojan  en  el  tinglado  del  muelle.  Lo  he  sabido 
en  el  Estado  Mayor. 

—  Creo  que  la  paz  está  muy  próxima,  porque  la  censura  suaviza  sus  procedi- 
mientos. La  Prensa  de  hoy  publica  algunos  artículos  en  los  cuales  se  ensalza  la  ban- 
dera americana,  «Oíd  Glory»,  Señales  de  los  tiempos. 

—  Hoy  muchas  casas  de  la  ciudad  aparecen  habitadas;  y  es  que  los  embriscados, 
que  siempre  son  los  primeros  en  saber  las  noticias,  comienzan  a  regresar.  ^jQué  pasa.^ 
Los  que  en  San  Cristóbal  velamos  noche  y  día  nada  sabemos;  pero  algo  muy  grave 
debe  ocurrir,  porque  el  general  Ortega  está  triste  y  taciturno. 

—  A  la  una  y  media  de  la  madrugada  el  capitán  de  artillería,  Aureliano  Esteban, 
que  acaba  de  llegar  al  castillo;  dice  que  estaba  en  una  reunión  con  el  Capitán  de  puerto, 
Eduardo  Fernández,  y  que  éste  le  aseguró  haber  visto  un  cable  recibido  por  el  bri- 
gadier de  Marina,  en  que  se  notificaba,  a  esta  autoridad,  que  el  Protocolo  de  paz  ha 
sido  firmado.  El  general  Ortega  se  pone  furioso  y  dispone  que  Esteban  y  yo  mar- 
chemos, inmediatamente,  a  conferenciar  con  dicho  capitán  Fernández.  Llegamos  al 
pabellón  donde  aquél  habita,  en  la  Marina,  y  después  de  despertarlo  nos  dice  que, 


CRÓNICAS  555 

efectivamente,  se  ha  recibido  el  cable  mencionado,  añadiendo  que  entre  las  condi- 
ciones convenidas  para  terminar  la  guerra,  España  renuncia  a  su  soberanía  en  Cuba 
y  cede,  además,  a  los  Estados  Unidos,  la  isla  de  Puerto  Rico.  Regresamos  al  castillo, 
dando  cuenta  de  todo  al  general  Ricardo  Ortega.  Este  se  encierra  en  la  reserva  más 
absoluta,  sin  pronunciar  una  palabra;  pero  me  ordena  detenga  los  trabajos  que,  en 
aquellos  momentos  se  ejecutaban,  preparando  grandes  tablones  erizados  de  puntas 
de  acero  que  a  la  mañana  siguiente  debían  ser  colocados  en  los  caños  de  San  Antonio 
y  Martín  Peña. 

¡Noche  triste!  La  paso,  toda  ella,  sentado  sobre  un  cañón;  al  salir  el  sol  me  afirmo 
en  mi  resolución,  tomada  antes  de  la  guerra,  de  pedir  mi  licencia  absoluta;  tan  pronto 
se  firme  la  paz  y  cesen  mis  compromisos  con  el  Ejército  español  volveré  a  la  vida 
civil  para  participar  de  la  suerte  que  corra  mi  país. 

—  Una  partida  sediciosa  ataca  el  pueblo  de  Gales.  En  el  Estado  Mayor  afirman 
que  el  jefe  es  Virgiho  Ramos  Casellas,  y  que  le  acompaña,  como  segundo,  Ramón  Mon- 
tes. El  teniente  Ledesma,  de  la  Guardia  civil,  combatió  a  los  revoltosos  dispersándo- 
los. Se  habla  de  muertos  y  heridos,  encontrándose  entre  estos  últimos,  paisanos  y 
mujeres. 

Agosto,  14. — Estoy  triste.  Me  parece  como  si  algún  ser  muy  querido  hubiese 
muerto;  y,  sin  embargo,  muchos  oficiales  de  la  guarnición  no  hacen  nada  para  ocul- 
tar su  alegría. 

«Por  fin  ha  terminado  la  guerra — dicen — y  nos  marcharemos  a  nuestras  casas; 
nada  nos  importa  Puerto  Rico,  y  en  lo  sucesivo  ya  no  soñaremos  más  con  el  vómito 
y  otras  enfermedades  tropicales.» 

La  conducta  de  estos  hombres  contrasta  con  la  de  mis  artilleros,  que  se  muestran 
pesarosos  y  profundamente  tristes,  por  no  haber  tenido  una  oportunidad  de  batirse 
contra  el  ejército  que  avanzaba  para  sitiar  la  plaza.  Desde  que  montamos,  en  el  frente 
de  tierra,  los  cañones,  obuses  y  morteros  que  el  capitán  Acha  salvó  cuando  el  nau- 
fragio del  Antonio  López ^  estábamos  seguros  de  que  si  nos  atacaban,  el  castillo  y  sus 
baterías,  admirablemente  dispuestas  en  aquella  dirección,  causarían  enormes  destro- 
zos al  enemigo. 

—  A  última  hora  ha  llegado  un  cable  de  St.  Thomas,  y  dice  que  el  Protocolo  de 
paz  ha  sido  firmado  en  Washington. 

• — •  Hoy  ingresa  preso,  en  mi  castillo,  el  guerrillero  de  la  sección  montada,  Pau- 
lino Pumarada. 

Agosto,  15. — ^La  Gaceta  publica  un  bando  del  capitán  general  para  reprimir  los 
actos  que  están  cometiendo  las  partidas  levantadas  en  armas  en  muchos  pueblos  de 
la  Isla.  La  misma  Gaceta  da  cuenta  del  Armisticio. 

—  Un  buque  americano,  de  los  cuatro  que  están  frente  al  Morro,  ha  izado  ayer 
bandera  blanca,  y  después  de  ciertas  formalidades,  desembarcaron,  por  el  muelle  del 
arsenal,  algunos  oficiales  americanos. 

—  Llegan  desde  Mayagüez  el  teniente  coronel  Oses,  un  teniente  y  45  soldados 
que  estaban  prisioneros  desde  el  combate  del  río  Guasio.  Todos  son  alojados  en  el 
cuartel  de  Ballajá. 

Agosto,  16. — El  teniente  coronel  de  Voluntarios,  Dimas  de  Ramerí,  que  se  retiró 
de  Ponce  hacia  Aibonito,  con  las  tropas  españolas  y  acompañado  de  sus  cuatro  hijos, 
está  hospedado,  actualmente,  en  el  Hotel  Inglaterra.  Todos  los  jefes  y  oficiales  y 
autoridades  de  la  plaza  le  han  remitido  sus  tarjetas  como  prueba  del  alto  aprecio  en 
que  se  tiene  a  este  anciano  por  su  conducta  en  aquellos  días. 

—  Al  joven  Luís  Gorbea  le  ocurrió  ayer  noche  un  accidente  cerca  de  la  Cai*olina, 

adonde  él  se  encaminaba;  la  noche  estaba  obscura,  y  al  recibir  el  ¡quién  vivel-áe  un 

centinela  español,  y  como  no  contestara  rápidamente,  sonó  un  disparo  de  fusil  y 

Juego  otro,  y  momentos  después  sintió  apoyarse  en  su  pecho  el  cuchillo  de  un  fusil 

36 


566  A  .     R  I  V  E  R  O 

Máuser.  No  tengo  detalles  de  las  impresiones  que  experimentara  Gorbea;  pero  sé 
que  todo  terminó  felizmente  con  la  llegada  de  un  oficial,  quien  lo  acompañó  hasta  el 
pueblo. 

Cuando  el  oficial  pidió  explicaciones  al  centinela,  éste  contestó,  sumamente 
indignado:  — -«Este  hombre  me  enfocó  con  una  luz,  como  si  tratara  de  encandilarme^ 
y  al  mismo  tiempo  reconocer  la  manigua.»  La  luz  fué  la  de  un  fósforo  que  Gorbea 
encendió  porque  tenía  ganas  de  fumar. 

Agosto,  17. — Desde  el  día  15  todos  los  jefes  y  oficiales  de  la  guarnición  hemos 
dejado  de  usar  el  uniforme  de  campaña,  de  dril  crudo^  y  vuelto  al  antiguo  de  raya- 
dillo. 

Agosto,  18. — Llegan  ala  ciudad  de  Arecibo,  procedentes  de  Lares,  38  soldados, 
entre  heridos  y  enfermos,  del  batallón  Alfonso  XIH.  Ingresan  en  el  hospital  de  la 
Monserrate,  a  cargo  de  la  Cruz  Roja. 

—  Se  publica  una  Gaceta  extraordinaria  insertando  el  cable  del  Ministro  de  la 
Guerra,  dando  noticia  de  que  el  Gobierno  americano  ha  levantado  el  bloqueo  de 
Cuba,  Puerto  Rico  y  Filipinas,  restableciéndose  las  comunicaciones  comerciales  y 
postales. 

Agosto,  19. — Se  ordena  por  la  Capitanía  general  la  devolución  de  todo  el  ganado 
caballar  y  mular  que  había  sido  requisado  durante  la  guerra.  Da  pena  ver  el  estado 
de  postración  en  que  se  encuentran  estos  animales. 

—  El  vigía  de  mi  castillo  recibe  orden  para  que  de  nuevo  señale  todos  los  buques 
que  se^  avisten;  desde  que,  por  torpeza  suya,  ocurrió  el  desastre  del  Antonio  López^ 
no  fueron  señalados  otros  buques  que  los  enemigos  que  se  presentaban. 

—  Hoy  ha  sido  señalado  el  monitor  Amphitrite,  que  pasó  navegando  hacia  el 
Oeste  y  muy  cerca  de  tierra. 

—  Se  ha  ordenado  el  cierre  de  las  estaciones  telegráficas  de  campaña  que  se 
habían  instalado  en  Martín  Peña,  Bayamón,  Toa  Baja  y  Dorado,  a  cargo  de  los  tele- 
grafistas Francisco  Baixet,  Enrique  Cajas,  Juan  Palacios,  José  Sanjurjo  y  Modesto 
Escudero.  Además  de  su  sueldo,  estos  telegrafistas  disfrutaban  una  gratificación  de 
10  pesos  mensuales  cada  uno. 

Agosto,  21. — Llegó  en  coche,  desde  Aibonito,  un  capitán  de  artillería  del  Ejér- 
cito  noruego,  que  viene  a  estudiar  las  condiciones  de  esta  plaza.  Es  ún  hombre  muy 
alto,  mucho  más  que  Manuel  del  Valle,  y  sumamente  delgado.  Se  aloja  en  el  Hotel 
Inglaterra,  y  Agudo,  el  dueño,  me  ha  dicho  que  se  ha  visto  precisado  a  unir  dos 
catres,  por  las  cabeceras,  para  preparar  cama  confortable  al  capitán. 

Agosto,  22. — Dicen  los  periódicos  que  el  general  Miles  ha  salido  de  Ponce  para 
los  Estados  Unidos. 

— Hoy,  al  levantarse  la  red  de  torpedos  que  creíamos  cerraba  la  entrada  del 
puerto,  se  notó  que  los  dos  alambres  que  los  comunicaban  con  la  estación  de  tierra 
estaban  cortados.  El  corte  era  limpio  y  parecía  hecho  con  algún  instrumento.  Se  co- 
menta con  calor  este  incidente. 

— El  vapor  Manuela^  que  fué  echado  a  pique  a  la  entrada  d^l  canal  el  día  6  de 
mayo,  ha  sido  arrastrado  por  la  corriente  50  metros,  dejando  libre  yn  paso  de  80  de 
ancho.  No  estaba,  por  tanto,  cerrado  nuestro  puerto,  ni  por  torpedos  ni  por  buques. 
[Si  lo  llega  a  saber  Sapipson! 

—  Eugenio  Deschamps  ha  comenzado  a  editar  en  Ponce  el  primer  periódicq 
escrito  en  idioma  inglés.  Se  llama  The  Porto  Rico  Mail, 

Agosto,  24. — Hoy  ha  maniobrado  en  el  campo  del  Morro,  y  hecho  fuego  con 
tiro  de  guerra,  la  batería  de  montaña  al  mando  del  capitán  Arboleda  y  a  presencia 
del  capitán  de  artillería  noruego,  Benoz. 

/Vgosto,  25. — L^  Garceta  publica  una  |-elación  de  lo  recaudado  en  las  aduanas  d^ 


CRÓNICAS  567 

la  Isla  durante  el  pasado  mes  de  julio,  que  asciende  a  73-49'2  pesos  y  ll  centavos. 
¡Vaya  un  bloqueo! 

Agosto,  27. — Entra  en  San  Juan  la  guerrilla  volante  que  manda  el  capitán  Salva- 
dor Acha,  que  tanto  se  distinguió  en  los  combates  de  Guayama. 

—  Me  dicen  que  en  muchos  comercios  pertenecientes  a  españoles,  en  la  ciudad 
de  Mayagüez,  han  sido  colocados  unos  cartelones  que  dicen:  Dont  enter  you  in  here 
htcause  it  is  a  worst  Spaniard.  Tal  vez  aquellos  españoles  no  sean  buenos;  pero  el 
inglés  de  los  cartelones  es  mucho  peor. 

—  Salió  por  la  tarde  el  crucero  de  guerra  alemán  Geier^  que  estaba  en  puerto 
desde  dos  días  antes. 

Agosto,  28.  —  La  Gaceta  de  hoy  publica  un  decreto  indultando  a  todos  los  con- 
finados que  sufren  penas  en  el  presidio  provincial  y  en  la  cárcel,  y  a  los  cuales  falta 
un  año  o  menos  para  cumplir  su  pena,  y  rebajando  a  los  demás  igual  tiempo  en 
su  condena. 

—  Se  ha  despertado  gran  interés  para  aprender  inglés;  hombres,  mujeres  y  niños 
andan  por  las  calles  con  un  vocabulario  que  se  acaba  de  poner  a  la  venta  y  que  se 
titula:  Idioma  inglés  en  siete  lecciones. 

Agosto,  29.  — Hoy  entró  el  crucero  de  guerra  norteamericano  New  Orleans.  Dos 
oficiales  desembarcan,  y  uno  de  ellos,  acompañado  del  capitán  de  Orden  público, 
Soto,  estuvo  en  el  Arsenal. 

Agosto,  30.- — Hoy  se  ha  hecho  público  el  nombre  de  los  comisionados  para  la 
entrega  de  la  Isla  al  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  por  cuenta  de  España.  Son 
éstos  el  general  Ricardo  Ortega,  gobernador  militar  de  la  plaza;  el  general  Vallarino, 
comandante  principal  de  Marina,  y  el  auditor  de  guerra,  Sánchez  del  Águila. 

— .  Ha  entrado  en  puerto  el  buque  de  guerra  americano  Wasp, 

—  William  Freeman  Halstead,  corresponsal  del  New  York  Herald^  que  estaba 
en  presidio  cumpliendo  condena  impuesta  por  un  consejo  de  guerra,  fué  indultado, 
y  hoy  ha  ingresado  como  enfermo  en  la  clínica  Ordóñez;  primero  estuvo  en  la  casa 
particular  de  L.  A.  Scott,  dueño  de  la  planta  de  gas  del  alumbrado. 

—  Ayer  llegaron  a  San  Juan  los  siguientes  corresponsales  de  periódicos  ameri- 
canos: Thomas  F.  Millard,  del  New  York  Herald]  W.  Root,  del  Sun]  R.  D.  Gilí,  del  New 
York  Tribiine;  T.  White,  del  Chicago  Record,  y  H.  Thompson,  de  la  Prensa  Asociada, 

—  He  sabido  que  Muñoz  Rivera,  acompañado  de  W.  Borda,  ha  celebrado  una 
larga  entrevista  con  el  corresponsal  del  New  York  Tribune  ^. 

Septiembre,  4. — Aun  está  ardiendo  el  casco  del  vapor  Antonio  López. 
Septiembre,  5.— Hoy  llegaron  a  Caguas,  procedentes  de  Cayey  y    Guayana,  el 
general  Brooke,  su  escolta  y  Estado  Mayor. 

—  Ayer  se  remitieron,  por  orden  del  general  Macías,  al  Municipio  de  San  Juan 
3.140  pesos  40  centavos,  sobrantes  de  la  suscripción  iniciada  hace  algún  tiempo 
para  conmemorar  el  primer  centenario  de  la  defensa  de  Puerto  Rico,  el  año  1797?  Y 
con  la  indicación  de  que  ese  dinero  sea  destinado  a  fines  benéficos. 

—  Hoy  ha  llegado  Alfred  Anderson,  corresponsal  de  la  liga  periodística  «Scripp's 
Me  Rae»,  que  representa  180  periódicos  de  los  Estados  Unidos.  Vino  con  él  el  dibu- 
jante W.  L.  Bloomer. 

—  Esta  mañana,  alas  siete,  fondeó  el  transporte  Séneca^  que  conduce  al  comodoro 
Scheley  y  al  general  Gordon,  quienes  en  unión  del  Mayor  general  Brooke,  coman- 
dante del  primer  Cuerpo  de  Ejército  americano,  forman  la  Comisión  para  recibir  la 
pntrega  de  la  Isla. 

1  En  esta  conferencia  que  publicó  el  Chicago  Tribune,  el  Sr.  Muñoz  Rivera  aboga,  sin  reservas  y  enfáti- 
camente, por  que  Puerto  Rico  sea  reconocido  como  Estado  de  la  yni(5n;  «único  medio  de  que,  decoros^- 
piente,  podamos  formar  parte  de  esta  N ación ».-r-iV.  del  /- 


568  A  ,     RI  VERO 

— -  Ayer,  a  la  una  de  la  tarde,  llegó  a  Río  Piedras,  procedente  de  Caguas,  el 
general  Brooke;  le  acompaña  un  numeroso  séquito  y  además  su  Estado  Mayor  y 
algunas  tropas  que  levantan  su  campamento  en  la  finca  de  Juan  Caloca,  barrio  de 
Sabanallana.  El  general  Brooke  se  aloja  en  la  calle  del  Comercio  en  una  casa  pro- 
piedad de  la  sucesión  Saldaña. 

—  Hoy,  en  el  viaje  de  las  cuatro  de  la  tarde  del  tranvía  de  Ubarri,  dicho  gene- 
ral y  parte  de  su  Estado  Mayor  han  venido  a  San  Juan.  La  empresa  del  tranvía  les 
facilitó  el  lujoso  carro  construido  con  maderas  finas  del  país  y  que  fué  premiado  en 
la  última  exposición  de  Puerto  Rico.  A  su  llegada  fueron  todos  en  coches  a  saludar 
al  general  Macías,  quien  los  esperaba  en  Palacio  acompañado  del  general  Ortega  y 
los  coroneles  de  artillería,  ingenieros,  sanidad  y  Guardia  civil. 

La  visita  fué  muy  corta,  de  pura  cortesía,  y  seguidamente  el  general  Brooke  y 
sus  acompañantes  se  dirigieron  al  Hotel  Inglaterra,  donde  conferenciaron  con  el  co- 
modoro  Scheley  y  el  general  Gordon,  allí  alojados,  regresando  poco  después  a  Río 
Piedras.  El  Hotel  de  Inglaterra  estaba  atestado  de  viajeros,  en  su  mayor  parte 
corresponsales  de  periódicos  de  los  Estados  Unidos.  Esta  visita  ha  causado  gran 
expectación  y  curiosidad. 

Septiembre,  7. — El  cañonero  Criollo  \\di  sido  vendido  a  la  casa  Ezquiaga. 

—  El  teniente  coronel  Edwards  Hunter,  juez  y  abogado,  es  el  secretario  de  la 
Comisión  americana. 

Septiembre,  8. — El  general  Macías  y  sus  ayudantes  han  ido  hoy  a  Río  Piedras  a 
devolver  la  visita  de  cortesía  que  les  hiciera  el  general  Brooke. 

Septiembre,  9. — Sale  de  Humacao  para  San  Juan  la  compañía  que  estaba  allí  de 
guarnición.  Según  leo  en  El  Criterio,  periódico  de  aquella  ciudad,  la  despedida  fué 
muy  cariñosa,  y  la  sección  local  de  Macheteros,  con  su  banda  de  música  a  la  cabeza, 
acompañó  a  la  fuerza  española  hasta  las  afueras. 

—  En  Aguadilla  hay  aduana  internacional,  y  en  ella  se  cobran  derechos  de  ex- 
tranjería a  todo  lo  que  se  introduce  de  Mayagüez  o  Aguada,  que  están  ocupadas  por 
las  fuerzas  americanas. 

Septiembre,  II. — Están  fondeados  en  el  puerto  los  cruceros  New  Orleans  y  Cin^ 
ncinnati.  Casi  todos  los  habitantes  de  San  Juan,  que  se  habían  ausentado,  han  vuelto 
a  sus  casas. 

—  El  general  Wilson,  en  Ponce,  y  en  la  quinta  Pierluici,  hizo  públicamente  estas 
declaraciones: 

«Puerto  Rico  será  al  principio  gobernado  por  un  régimen  militar;  luego  será  de- 
clarado territorio  americano,  y  más  tarde  alcanzará  la  categoría  de  Estado  soberano 
dentro  de  la  Unión.  La  mayor  o  menor  duración  de  dichos  períodos  corresponderá 
a  la  mayor  o  menor  suma  de  merecimientos  del  país,» 

—  Hoy,  con  motivo  de  ser  día  del  santo  de  la  Princesa  de  Asturias,  hago  las  saU 
vas  de  ordenanza.  Mis  cañones  ya  no  producen  alarma. 

Septiembre,  12. — Hoy  han  dado  principio  en  el  salón  del  trono  del  Palacio  de 
Santa  Catalina  las  conferencias  para  la  entrega  de  la  plaza;  asistió  a  ellas,  como  intérr 
prete  oficial,  Manuel  Panlagua,  que  desde  hace  mucho  tiempo  desempeña  este  cargo, 
y  además  de  Maximino  Luznaris,  auxilió  también  a  los  americanos  Francisco  Amy, 
ambos  intérpretes.  Se  espera  mañana  al  doctor  Manuel  del  Valle,  que  será  el  intér- 
prete y  traductor  oficial  de  la  Comisión  americana. 

—  Hoy  se  le  añiputó  el  brazo  derecho  en  el  Hospital  Militar  a  Pedro  López,  sol- 
dado de  la  6.^  compañía  del  batallón  Patria,  que  fué  herido  en  el  combate  de  Coamo. 

—  En  Río  Piedras  conviven  fraternalmente  soldados  españoles  y  americanos; 
andan  del  brazo  por  las  calles,  y  juntos  frecuentan  cafés  y  sitios  púbHcps,  sin  que  se 
fi^ya  lamentado  el  nienor  incidente. 


CRÓNICAS  569 

—  Federico  Aguayo  abre  hoy  el  primer  «boarding  house»  en  San  Juan,  calle  de 
la  Fortaleza,  número  16;  se  llama  «The  Sun»,  y  anuncia  que  dicho  establecimiento 
está  montado  «in  the  New  York  style». 

SEPTIEMBRE,  14. — Hoy  ha  comenzado  la  evacuación  de  la  Isla  por  las  fuerzas  es- 
pañolas. A  las  once  de  la  mañana  zarparon,  rumbo  a  España,  los  buques  Isabel  Ily 
Concha^  Terror  y  Ponce  de  León,  Gran  muchedumbre  les  siguió  por  toda  la  Marina 
y  el  campo  del  Morro,  haciéndoles  una  cariñosa  despedida.  Los  periódicos  de  hoy 
publican  sueltos  dando  cuenta  del  acto. 

La  Correspondencia  de  Puerto  Rico  escribe  lo  que  sigue: 

«Nosotros  enviamos  nuestro  saludo  respetuoso  a  los  dignos  representantes  de  la 
Armada  nacional  en  estas  regiones  de  las  cuales  se  ausentan,  tal  vez  para  siempre,  y 
en  las  que  contrajeron  muchos  de  sus  hombres  hondos  afectos  y  estrechos  vínculos. 
¡Que  vientos  amigos  los  lleven  con  toda  feHcidad  al  seno  de  la  Patria!» 

—  Poco  tengo  que  anotar  en  este  diario;  el  trabajo  de  ahora  es  empacarlo  todo 
y  vender,  a  cualquier  precio,  lo  que  no  se  pueda  llevar  a  España. 

Septiembre,  15. — En  el  vapor  Yucatán  ha  llegado  el  doctor  Manuel  del  Valle 
Atiles,  antiguo  corresponsal  del  Herald^  que  abandonó  esta  Isla  acompañando  al 
cónsul  Hanna,  de  los  Estados  Unidos. 

—  Por  orden  del  general  Macías,  el  capitán  de  mi  batallón,  Enrique  Barbaza,  y 
yo,  hemos  visitado  hoy,  en  Río  Piedras,  al  general  Brooke.  Este  nos  recibió  en  su 
residencia  oficial  establecida  en  un  chalet,  propiedad  de  la  señora  doña  Estéfana 
Casenave,  viuda  de  Saldaña.  Es  un  hombre  de  sesenta  años,  alto,  recio,  hosco,  poco 
.comunicativo  y  de  aspecto  estrictamente  militar.  Le  damos  cuenta  de  nuestra  misión 
(sirviéndonos  de  intérprete  el  doctor  Lorenzo  Noa),  misión  reducida  a  manifestarle 
que  estábamos  comisionados  para  entendernos  con  el  oficial  que  él  designase  en 
todo  lo  referente  a  la  entrega  del  material  de  artillería  de  San  Juan.  Allí  mismo  nos 
presentó  al  teniente  coronel  Rockwell,  de  artillería,  con  quien  hablamos  largamente. 

El  general  Brooke  nos  obsequió  con  tabacos  y  cerveza,  y  uno  de  sus  ayudantes, 
de  apellido  Me  Kenna,  subalterno  de  infantería,  nos  hizo  reír  mucho  contándonos  sus 
experiencias  durante  las  operaciones  en  Arroyo  y  Guayama.  Le  pareció  increíble 
cuando  le  aseguramos  que  el  capitán  Salvador  Acha  y  su  guerrilla  volante,  de  gente 
reclutada  a  última  hora  y  de  cualquier  clase,  fué  la  única  fuerza  española  que  les 
hizo  frente  en  aquellas  jornadas.  Estábamos  en  estas  pláticas  cuando  se  acercó  un 
joven,  vistiendo  elegante  uniforme  de  segundo  teniente  de  Voluntarios,  quien,  muy 
sonreído,  nos  mostró  una  cartilla- vocabulario  en  inglés  y  español,  señalándonos  estas 
palabras:  «Surrender  Spanish»  (ríndete,  español). 

Aquella  bromita,  de  no  muy  buen  gusto  en  semejante  ocasión,  pareció  disgustar  a 
nuestro  acompañante,  quien,  hablando  entonces  en  español  bastante  inteligible,  nos  dijo: 

— Este  oficialito  tan  gallardo,  cierto  día,  más  allá  de  Guayama  y  durante  un  reco- 
nocimiento que  se  hiciera  sobre  Guamaní,  al  recibir  la  primer  descarga  de  los  solda- 
dos de  ustedes,  se  batió  en  retirada,  velozmente,  y  fué  uno  de  los  que  alarmó  toda  la 
guarnición  de  la  ciudad  con  sus  exagerados  informes;  es  un  hombre  de  suerte 
— añadió — ,  porque  a  la  mañana  siguiente  pudo  encontrar  su  sable,  que  perdiera 
entre  la  maleza  la  tarde  del  reconocimiento. 

Barbaza  y  yo  reímos  de  buena  gana,  aceptando  cortésmente  los  cumplidos  de 
aquel  caballeroso  oficial.  Pedí  a  éste  una  nota  del  Estado  Mayor  del  general  Brooke, 
y  me  dio  una  hoja  escrita  en  maquinilla,  que  copio  a  continuación: 

Mayor  general,  John  R.  Brooke,  general  en  jefe  del  primer  Cuerpo  de  Ejército. 
Brigadier  general  Michael  V.  Sheridan,  jefe  del  Estado  Mayor. 


55^0  A.    RíVERO 

Primer  teniente  Frank  B.  Me  Kenna;  primer  teniente  Charles  W.  Castle,  y  pri- 
mer teniente  Ervin  Wardman,  ayudantes  de  campo. 

Teniente  coronel  William  V.  Richards,  assistant  ayudante  general. 

Teniente  coronel  George  W.  Goethals,  ingeniero  jefe. 

Teniente  coronel  Peter  D.  Vroom,  inspector  general. 

Mayor  John  M.  Carson  y  teniente  coronel  Henry  G.  Sharpe,  jefes  de  Adminis- 
tración Militar. 

Teniente  coronel  Edwards  Hunter,  abogado  y  juez  del  Ejército. 

Teniente  coronel  James  Rockwell,  comandante  principal  de  artillería. 

Teniente  coronel  William  A.  Glassford,  jefe  del  Cuerpo  de  Señales. 

Mayor  Charles  T.  Masón,  jefe  del  Cuerpo  Médico,  y  además  algunos  subalternos 
de  los  jefes  anteriores. 

Septiembre,  1 6. — Zarpó  con  rumbo  a  España  el  vapor  correo  Ciudad  de  Cádiz^ 
llevando  a  bordo  150  soldados  enfermos  repatriados. 

Septiembre,  1 7. — Ayer  por  la  tarde  embarcó  en  el  vapor  francés  Washington,  con 
rumbo  a  Cádiz,  el  coronel  de  Estado  Mayor,  Juan  Camó.  Ni  un  solo  amigo  le  acom- 
pañó a  los  muelles  para  despedirlo,  y  toda  la  Prensa  de  hoy  publica  severos  juicios 
juzgando  sus  actuaciones  en  la  guerra  como  jefe  de  Estado  Mayor  del  general 
Macías. 

—  Hoy  he  sabido  que  el  instrumental  de  música  del  batallón  Patria,  capturado 
por  las  fuerzas  americanas  en  el  combate  de  Coamo,  fué  regalado  por  el  general 
Wilson  al  Cuerpo  de  bomberos  de  Ponce. 

Septiembre,  1 9. — El  teniente  coronel  Hunter,  acompañado  del  doctor  Carbonell, 
secretario  de  Fomento,  visitó  hoy  el  Asilo  de  Beneficencia,  donde  fué  recibido  por 
el  director,  Ramón  Marín;  la  banda  del  Asilo  tocó  en  obsequio  a  los  visitantes,  los 
que  fueron  muy  atendidos  por  las  Hermanas  de  Caridad. 

—  El  batallón  de  Voluntarios  número  I  ha  sido  disuelto  por  orden  del  Capitán 
general  y  su  armamento  entregado  en  el  Parque. 

—  Todos  los  periódicos  publican  anuncios  con  respecto  a  la  venta  de  todo  el 
material,  excepto  el  de  guerra,  existente  en  los  edificios  militares;  hay  orden  de  ven- 
der a  cualquier  precio. 

Septiembre,  20. — Por  primera  vez  un  grupo  de  señoritas  de  San  Juan  visita  un 
buque  americano,  y  fué  éste  el  New  Urleans,  fondeado  en  la  bahía.  Los  botes  del 
crucero  las  llevaron  a  bordo  y  las  trajeron  a  tierra,  después  de  terminada  la  fiesta, 
donde  se  bailó,  siendo  muy  obsequiadas  por  la  oficialidad. 

—  Por  Morovis  y  Aguadilla  merodean  partidas  sediciosas. 

Septiembre,  21. — El  batallón  Principado  de  Asturias  embarcó  hoy  en  el  vapor 
San  Francisco  y  también  una  batería  de  montaña  al  mando  del  capitán  Arboleda  y 
la  sección  de  ingenieros  telegrafistas. 

El  general  Ortega  bajó  al  muelle  a  despedirlos;  más  de  5.000  personas  ocupaban 
los  muelles  de  la  dársena,  tributando  a  los  soldados  repatriados  una  entusiasta  y 
cariñosa  despedida. 

—  En  el  vapor  Chateau  Lafjite  ha  marchado  a  España  la  señora  Eugenia  Bugallo, 
viuda  del  comandante  Rafael  Martínez  lUescas,  muerto  al  frente  de  sus  tropas  en  el 
combate  de  Coamo;  la  acompañan  sus  tres  hijos.  El  mismo  vapor  conduce  seis 
oficiales  y  231  individuos  de  tropa  repatriados,  y  además  250  cajas  de  fusiles  Máuser 
y  un  millar  de  cajas  con  cartuchos  para  los  mismos. 

—  Procedente  de  Aibonito  ha  llegado  a  San  Juan  el  comandante,  profesor  vete- 
rinario, Carlos  Ortiz;  el  capitán  del  batallón  Patria,  Hita;  segundo  teniente  Galera,  y 
algunos  soldados  más;  todos  éstos  cayeron  prisioneros  en  el  combate  de  Coamo. 

—  Ha  comenzado  la  entrega,  pueblo  por  pueblo,  de  toda  la  Isla. 


CRÓNICAS  57í 

Septiembre,  22. — Hoy  he  recibido  órdenes,  como  director  que  soy  del  Parque 
de  artillería,  para  vender  2.000  fusiles  Remington,  200.000  cartuchos  metálicos,  y 
gran  cantidad  de  piezas  sueltas  para  dicho  armamento,  a  Conrado  Palau,  cónsul  de 
Santo  Domingo  en  esta  ciudad. 

Este  armamento  ha  sido  adquirido  por  el  presidente  de  aquella  isla  al  precio  de 
un  peso  moneda  española  cada  fusil  con  100  cartuchos. 

—  Una  partida  sediciosa  de  40  hombres  entró  anoche  en  Fajardo,  saqueando 
las  tiendas  de  dos  peninsulares  y  la  de  un  portorriqueño.  Manuel  Camuñas,  secreta- 
rio de  la  Cámara  insular,  ha  enviado  un  telegrama  a  San  Juan  protestando  de  estos 
hechos  vandálicos. 

Septiembre,  23. — Llegaron  hoy  a  Arecibo,  desde  Mayagüez,  el  teniente  coronel 
Antonio  Oses  y  160  soldados  españoles,  todos  prisioneros  de  guerra. 

—  En  Garrochales,  Factor  y  Hato  Arriba,  barrios  de  Arecibo,  y  por  Camuy, 
merodean  partidas  de  incendiarios.  Desde  Quebradillas  se  divisaban  anoche  las  lla- 
mas de  muchos  incendios  causados  por  los  sediciosos,  que  incendian,  roban  y  atacan 
a  las  personas. 

Octubre,  2. — Hoy  he  tenido  oportunidad  de  hablar  con  el  teniente  Artigas,  de 
la  Guardia  civil,  quien  estaba  con  algunas  parejas  de  su  cuerpo  a  cargo  de  la  ciudad 
de  Fajardo,  el  día  30  de  septiembre,  cuando  el  capitán  del  Ejército  americano 
L.  H.  Palmer,  a  las  dos  de  la  tarde  del  citado  día,  se  hizo  cargo  de  la  municipalidad. 

Después  del  acto,  que  fué  muy  sencillo,  dicho  capitán  se  trasladó  a  la  casa 
del  secretario  de  la  Cámara  insular,  Manuel  Camuñas,  en  donde  estaba  alojado  el 
teniente  Artigas,  a  quien  saludó  cordialmente,  departiendo  bastante  tiempo  con  él. 
Poco  después  toda  la  fuerza  de  la  Guardia  civil  abandonó  la  ciudad,  siendo  despe- 
dido el  oficial  y  los  guardias  hasta  las  afueras  por  todos  los  vecinos  de  la  mejor  clase 
social  y  también  por  el  capitán  Palmer  y  su  gente.  Me  dijo  Artigas  que,  aquel  mismo 
día,  había  regresado  a  Fajardo  el  doctor  Veve,  a  quien  la  población  le  hizo  un  gran 
recibimiento,  y  también  a  Cristóbal  Andréu,  el  cual  fué  confirmado  por  el  capitán 
Palmer  en  su  destino  de  alcalde.  Eduardo  Alonso  y  Manuel  Guzmán  fueron  desig- 
nados como  administrador  y  contador,  respectivamente,  de  la  Aduana.  También  me 
manifestó  que  él  y  sus  guardias  están  sumamente  agradecidos  al  doctor  Esteban 
López  Jiménez  por  los  muchos  obsequios  que  a  todos  les  hiciera,  demostrando  ver- 
dadero afecto  por  la  Guardia  civil,  de  la  cual  fué  médico  por  espacio  de  veinte  años. 

—  Esta  tarde,  a  la  una  y  treinta,  el  batallón  de  infantería  Provisional  número  3, 
que  se  alojaba  en  el  cuartel  de  San  Francisco,  embarcó  con  rumbo  a  España  en  el 
Isla  de  Panay.  Salió  con  banderas  desplegadas  y  a  los  sones  de  su  charanga,  y  un 
gran  gentío  le  acompañó  hasta  los  muelles. 

Octubre,  3. — Charles  W.  Russel  ha  sido  autorizado  por  el  general  Ortega  para 
que,  bajo  el  historiador  Salvador  Brau,  examine  todos  los  archivos  del  Gobierno. 

Octubre,  4. — Hoy,  a  medio  día,  embarcaron  en  el  vapor  P.  de  Satrústegui  los 
batallones  de  infantería  Patria  y  4.°  Provisional. 

La  despedida  que  le  hizo  la  población  fué  sin  precedente,  y  los  muelles  no  podían 
contener  a  la  multitud,  que  con  sus  vivas  y  aplausos  atronaba  el  espacio. 

—  Hoy  ha  sido  puesto  en  libertad,  después  de  una  larga  prisión,  Santiago  Igle- 
sias, leader  obrero,  quien  estaba  en  la  cárcel  por  asuntos  políticos. 

Octubre,  5. — Hoy  fué  herido,  por  arma  blanca,  el  capitán  de  la  Guardia  civil, 
Miguel  Arlegui,  en  el  pueblo  de  Bayamón  ^.  Llay  varios  presos,  entre  ellos,  el  doctor 
Stall  y  Antonio  Salgado. 

Octubre,  6. — Hoy  ha  embarcado,  para  Nueva  York,  Pablo  Ubarri,  segundo 
conde  de  San  José  de  Santurce  y  comandante  de  Voluntarios.  Pía  vendido  su  tranvía 

^    Actualmente  general  de  brigada. —  N.delA, 


S7á  A  .    R  I  V  E  R  O 

de  vapor,  que   funciona  entre   San  Juan  y   Río  Piedras,  a  una  compañía  americana. 
Octubre,  9. — Partidas  de  bandoleros  siembran  el  terror  por  los  barrios  de  Ad- 
juntas. 

—  Las  tropas  se  embarcan  según  van  llegando  los  transportes  de  la  Trasatlán- 
tica. Se  pueden  adquirir  muebles  y  efectos  de  cocina  a  cualquier  precio. 

Octubre,  II. — Una  Comisión  de  oficiales  norteamericanos  ha  visitado  el  colegio 
que  tiene  establecido  en  Arroyo  el  profesor  superior  Enrique  Huyke,  y  salieron 
altamente  satisfechos  del  examen  de  idioma  inglés  que  hicieron  a  los  discípulos. 

Octubre,  12. — Anoche  contrajeron  matrimonio  en  el  obispado  de  está  diócesis 
(oficiando  en  la  ceremonia  el  Provisor),  Regino  Muñoz,  capitán  de  artillería  de  mi 
batallón,  y  la  señorita  Margarita  Guerra.  Hemos  asistido  al  acto  muchos  compañeros 
del  novio. 

Octubre,  15. — Hoy  ha  zarpado  el  vapor  Reina  María  Cristina^  conduciendo  al- 
guna fuerza  de  la  Guardia  civil. 

Octubre,  16. — En  el  Covadonga  marcharon  a  España  todos  los  individuos  de 
tropa  licenciados  absolutos  que  han  solicitado  embarque. 

—  Ayer,  al  salir  el  vapor  Reina  María  Cristina^  la  tropa  española  que  iba  a 
bordo  prorrumpió  en  estruendosos  vivas  a  España  al  pasar  cerca  del  transporte 
americano  Mississipi^  fondeado  en  la  bahía.  Estos  vivas  fueron  contestados  con  gran 
entusiasmo  por  los  soldados  americanos  a  bordo  de  dicho  transporte. 

— -  Las  partidas  de  Lares  han  cometido  actos  reprobables;  lo  mismo  sucede  por 
Quebradillas,  Platillo  y  Camuy. 

—  El  general  Macías  al  embarcar  en  el  día  de  hoy  vestía  uniforme  de  gran  gala, 
y  le  acompañaban  sus  ayudantes,  el  secretario  doctor  Francia,  Muñoz  Rivera  y  demás 
secretarios  del  Consejo  insular;  los  cónsules  extranjeros  y  todos  los  jefes  y  oficiales 
francos  de  servicio.  Las  tropas  cubrieron  la  carrera,  y  el  general  Ortega  me  ordena 
despedirlo  con  las  salvas  de  ordenanza.  Los  buques  americanos,  en  puerto,  también 
le  saludaron. 

—  Una  hija  del  doctor  Arrastia  ha  izado  en  Cataño  la  primera  bandera  ameri- 
cana; no  hubo  objeción  alguna  por  parte  de  la  Policía. 

—  Hoy,  de  madrugada,  embarcó  con  rumbo  a  España  el  batallón  Provisional 
número  6;  también  los  comandantes  Larrea,  Nouvilas  y  el  teniente  coronel  Mique- 
íini,  de  la  Guardia  civil. 

-—  En  el  transporte  Mississipi^  anclado  en  puerto,  está  el  regimiento  de  Volun- 
tarios de  Kentucky;  entre  los  soldados  hay  algunos  armados  de  macanas,  que  pres- 
tarán, rhás  tarde,  servicio  de  policías. 

—  Esta  tarde  se  reunió  el  Gobierno  Insular  y  acordó,  «por  razones  de  decoro», 
presentar  la  renuncia  de  sus  cargos  el  día  18,  que  es  el  señalado  para  la  entrega  ofi- 
cial de  la  plaza. 

—  La  Cruz  Roja  aún  da  señales  de  vida.  La  presidenta  de  la  sección  de  señoras, 
D.^  Dolores  Aybar  de  Acuña,  es  incansable;  a  todas  las  tropas  repatriadas  se  les  re- 
parte ropa  blanca  y  además  muchos  obsequios;  a  los  soldados  enfermos  se  les  auxi- 
lia con  medicinas  y  con  material  de  curación  a  los  heridos. 

Octubre,  17.— Algunos  soldados  del  regimiento  de  Kentucky  han  desembarcado, 
sin  autorización,  y  su  presencia  es  causa  de  algún  desorden.  Muy  pronto  viene  a  tie- 
rra una  patrulla  y  los  obliga  a  reembarcarse. 

—  Procedente  de  Río  Piedras,  donde  está  el  campamento  militar  americano  en 
la  finca  de  Juan  Caloca,  ha  llegado  un  gran  convoy  conteniendo  impedimenta  del 
Ejército  y  la  cual  es  almacenada  en  los  edificios  de  Casa  Blanca,  Aduana  y  Comisa- 
ría de  guerra. 

' —  Fondean  los  transportes  de  guerra  Manitoba^  Rita  y  Egiptian  Queen.  Un  ofi- 


CRÓNICAS  5^3 

cial  americano,  con  un  pelotón,  recorre  las  calles  en  busca  de  los  soldados  de  Ken- 
tucky. 

—  En  el  vapor  Reina  María  Cristina^  que  zarpó  para  España  en  la  tarde  del  15, 
embarcaron  los  coroneles  Soto  y  San  Martín,  y  el  teniente  coronel  Oses,  primer  jefe 
del  batallón  Alfonso  XIII.  Van  presos  a  bordo  y  bajo  la  vigilancia  del  comandante 
jefe  de  Orden  .público. 

—  Cesó  desde  hoy  la  censura  a  que  ha  estado  sometida  la  Prensa. 

—  El  general  Ortega  me  ha  pedido  la  bandera  de  guerra  del  castillo  de  San  Cris- 
tóbal, que  yo  había  reservado  para  mí.  No  puedo  negarme,  y  se  la  entrego  con  gran 
disgusto.  Este  mismo  general  Ortega  me  ha  rogado  que  le  acompañe  a  las  redaccio- 
nes de  todos  los  periódicos  de  esta  ciudad  para  hacerles  una  visita  de  despedida.  En 
todas  partes  recibió,  dicho  general,  muestras  del  gran  aprecio  que  merece  ^ 

Octubre,  18. — Hoy  es  el  día  señalado  para  la  entrega  oficial  de  la  plaza  de  San 
Juan.  No  hay  una  sola  bandera  española  en  la  población,  porque  desde  ayer  habían 
sido  guardadas  en  una  caja  de  cedro,  construida  expresamente  con  este  fin.  Muy  tem- 
prano saltan  a  tierra,  desde  el  transporte  fondeado  en  el  puerto,  tropas  regulares 
americanas  del  regimiento  de  infantería  número  II,  las  cuales,  sin  entrar  en  la  pobla- 
ción, se  acuartelan  en  los  barracones  de  Puerta  de  Tierra  y  Asilo  de  Pobres.  Parejas 
de  soldados  con  bayoneta  calada  se  han  apostado  algo  más  tarde  en  cada  esquina  y 
en  las  plazas  de  la  población.  Muchos  individuos  de  tropa,  uniformados,  pero  con 
macanas  de  policía,  prestan  servicio  de  vigilancia. 

Todo  el  comercio  ha  cerrado  sus  puertas  temeroso  de  lo  que  pueda  ocurrir.  En 
los  últimos  días,  y  por  orden  del  general  Ortega,  he  vendido  cientos  de  tercerolas  y 
fusiles  Máuser  que  quedaban  en  el  Parque  de  artillería,  a  todas  aquellas  personas 
que  me  presentaban  una  orden  escrita  del  Estado  Mayor,  para  que  se  les  facilitase 
dicho  armamento  mediante  el  pago  de  cinco  pesos  por  cada  arma.  Todo  el  comercio 
español  amaneció  perfectamente  armado,  presumiendo  alguna  agresión. 

—  Hoy  es  un  día  triste;  sin  embargo,  tomo  notas  que  llevaré  a  mi  «Crónica  de 
la  Guerra  Hispanoamericana  en  Puerto  Rico»,  nombre  con  que  he  resuelto  bautizar 
mi  libro,  acerca  de  la  guerra  hispanoamericana  en  esta  Isla,  por  sugestión  que  me 
hiciera  el  general  Ortega. 

—  Esta  misma  tarde  tomaron  las  fuerzas  americanas  posesión  de  la  Aduana,  con- 
firmando en  sus  puestos  a  todos  los  empleados. 

—  La  Gaceta  de  Puerto  Rico  se  ha  publicado  hoy  ostentando  en  su  primera  plana 
él  águila  americana  en  vez  del  escudo  español. 

—  Ayer  cesó  en  sus  funciones  el  Cuerpo  de  Orden  público,  haciendo  entrega  de 
todo  al  inspector  Nepomuceno  Flores,  y  todos  los  oficiales  se  retiraron  al  Arsenal 
con  su  jefe  el  comandante  Prohorán. 

~   Desde  ayer  está  fondeado  en  puerto  el  buque  hospital  Solace. 

—  El  general  Brooke  ha  pasado  cartas  a  todos  los  secretarios  del  Gobierno 
insular  y  a  los  cónsules  extranjeros,  invitándolos  para  la  entrega  oficial  de  la  ciudad, 
acto  que  tuvo  lugar  hoy  al  medio  día  en  el  Palacio  de  Santa  Catalina. 

— ■  P"l  vapor  Covadonga  cargó  1. 08 1  cajas  de  material  de  guerra  portátil  que  se 
envía  a  España. 

—  La  Gaceta  de  hoy  publica  la  primer  Orden  general,  firmada  por  el  mayor  John 
R.  Brooke. 

—  Por  la  noche  hubo  serios  desórdenes  en  el  café  La  Mallorquína,  promovidos 
por  soldados  americanos. 

— -  Todas  las  líneas  telegráficas  están  ocupadas  por  el  Ejército,  y  no  se  permite 
la  circulación  de  telegramas  particulares  ni  de  la  Prensa. 

1    Esta  bandera  figura  entre  las  valiosas  colecciones  del  Museo  de  Artillería  de  Madrid. — A^.  del  A, 


5^4  A.    R  I  VER  O 

Octubre,  19. — Entra  el  transporte  Panamá^  y  además  están  en  puerto  el  caño- 
nero Maunic^  carbonero  César,  y  los  transportes  Mississipi^  Rita^  Still  Water,  buques 
hospitales  Bay  State  y  Unifred;  mercantes  españoles,  Manuel  L,  Villaverde,  Beren- 
guer  el  Grande ,  Gran  Antilla  y  los  costeros  Vasco  y  Criollo, 

Por  la  noche,  dos  soldados  americanos  celebraron  en  la  calle  de  San  Justo  un 
combate  de  «boxeo»  en  toda  regla,  presenciando  gran  número  de  curiosos  el  espec- 
táculo, y  a  última  hora  intervino  la  policía. 

Octubre,  21. — Llega  en  el  vapor  Montevideo  el  joven  Cayetano  Coll  y  Cuchí  ^, 
acompañado  de  su  hermano  José  2,  ambos  procedentes  de  España,  donde  estudiaban 
su  carrera  de  abogado. 

—  Rafael  Pérez  García,  subsecretario  que  fué  de  la  secretaría  de  Gobierno  en 
Puerto  Rico,  ha  sido  nombrado  por  Real  orden,  encargado  provisional  de  los  asuntos 
de  España  en  Puerto  Rico. 

—  El  general  Brooke  preside  el  Consejo  de  secretarios  del  Gobierno  insular,  y 
los  confirma  en  sus  puestos;  asisten  al  acto  Sheridan,  jefe  de  Estado  Mayor;  el  coro- 
nel Hunter,  y  como  intérprete,  J.  R.  Baiz. 

~-  Hoy  ha  llegado  a  San  Juan,  procedente  de  los  Estados  Unidos,  una  comisión 
oficial  presidida  por  Henry  K.  Carroll,  y  como  secretario  Charles  E.  Buell,  e  intér- 
prete A.  Solomon.  Han  sido  nombrados  por  el  presidente  Mac-Kinley,  para  estudiar 
nuestras  leyes,  costumbres,  comercio,  agricultura  y  finanzas,  a  fin  de  proponer  la 
forma  de  Gobierno  más  conveniente  para  el  país. 

Octubre,  22. — Hoy  han  embarcado,  en  el  Montevideo^  el  general  Ortega,  mi  bata- 
llón y  alguna  fuerza  más:  toda  la  que  restaba  por  repatriarse. 

Octubre,  23. — Esta  tarde  ha  salido  el  Montevideo,  ¡Feliz  viaje! 

1  Este  joven,  Cayetano  Coll  y  Cuchí,  que  terminó  sus  estudios  de  abogacía  en  los  Estados  Unidos,  es, 
actualmente,  un  jurisconsulto  de  renombre  y  figura  política  de  alto  relieve  en  Puerto  Rico,  que  le  ha  confe- 
rido el  alto  sitial  de  presidente  de  la  Cámara. 

2  Como  cierto  diario  de  Barcelona  acogiese  en  sus  columnas,  poco  después  de  haberse  firmado  el  Armis- 
ticio, una  información  en  extremo  ofensiva  para  los  portorriqueños,  el  joven  José  Coll  y  Cuchí,  a  nombre  de 
todos  sus  paisanos  residentes  en  aquella  ciudad,  y  en  el  suyo  propio,  se  avistó  con  el  director  de  aquel  perió- 
dico, quien  noblemente  rectificó  los  juicios  emitidos,  los  cuales  no  eran  de  redacción.  Este  incidente  no  tuvo 
otra  consecuencia  que  demostrar,  a  un  tiempo  mismo,  la  caballerosidad  del  periodista  español  y  el  acendrado 
amor  a  su  país  del  joven  Coll  y  Cuchí. — N,  del  A. 


APÉNDICE  NUMERO  2 


Conferencia  celebrada  por  el  autor,  el  día  6  de  octubre  de  1922,  en  Valladolid, 
con  el  Teniente  General  D.  Manuel  Macías  y  Casado,  último  Gobernador 
y  Capitán  General  de  Puerto  Rico  durante  la  soberanía  española. 


—Mi  general:  antes  de  estallar  la  guerra,  y  cerciorado  usted  de  los  escasos  recur- 
sos de  defensa  existentes  en  Puerto  Rico,  ^'reciamó  el  correspondiente  remedio  del 
.  ministro  de  la  Guerra? 

— Tan  pronto  como  me  hice  cargo  del  mando  de  aquella  Isla,  y  sabiendo  que  la 
guerra  era  inevitable,  reclamé  con  urgencia  un  aumento  de  dos  batallones  de  infan- 
tería, un  escuadrón  de  caballería  y  dos  baterías  de  campaña.  Sólo  me  enviaron  desde 
Cuba  una  batería  de  montaña,  de  tiro  rápido,  con  escasa  dotación  de  municiones,  y 
alguna  fuerza  de  infantería,  que,  unida  a  la  que  desembarcó  el  vapor  Alfonso  XIII^ 
que  no  pudo  seguir  viaje  a  Cuba,  formó  un  grupo  que  se  llamó  Batallón  Principado 
de  Asturias. 

Una  parte  mínima  del  material  de  artillería  pedido  por  mí,  una  vez  y  otra  vez, 
llegó  en  el  vapor  Antonio  López^  y  también  un  potente  reflector  Mangin.  Pero  nunca 
llegaron  los  cañones  de  24  centímetros,  ni  los  torpedos  y  otro  material  pedido  por 
mí  insistentemente.  Con  estos  elementos  y  sin  auxilio  alguno  de  la  Madre  Patria,  por 
ser  el  enemigo  dueño  del  mar,  tuve  que  hacer  frente  a  la  invasión  de  las  cuatro  expe- 
diciones que,  al  mando  del  generalísimo  Miles,  tomaron  tierra  en  Guánica,  Ponce, 
Arroyo  y  Mayagüez. 

—i ? 

— Sí;  el  ministro  me  avisó  oportunamente  de  la  llegada  del  vapor  Antonio  López^ 
aviso  que  puse  en  manos  del  comandante  general  de  Marina,  vSr.  Vallarino.  Por  una 
corruptela  inexplicable,  este  general  prescindía  de  mi  autoridad  suprema  de  gober- 
nador general  y  capitán  general  de  una  isla  en  estado  de  guerra  y  bloqueada  por  el 
enemigo;  constantemente  se  entendía,  sin  darme  cuenta,  con  el  ministro  de  Marina  o 
con  el  comandante  general  de  la  Plabana.  Después  de  la  varadura  del  Antonio  López 
y  del  combate  desgraciado  del  Terror^  reclamé  del  Gobierno  que  cesase  situación 
tan  anómala,  y  el  mismo  día  que  puse  mi  telegrama  sobre  este  asunto  recibí  res- 
puesta completamente  satisfactoria  para  que  se  reconociese,  por  el  general  Vallarino 
y  por  todas  las  autoridades  de  Puerto  Rico,  la  mía  como  suprema  y  absoluta. 

—i^ ? 

— Sí,  señor;  también  fui  avisado  el  mismo  día  en  que  la  escuadra  del  almirante 
Cervera  zarpó  de  Cabo  Verde,  y  el  12  de  mayo  de  1 898,  y  al  regresar  yo  a  Palacio, 
después  de  haber  recorrido,  bajo  un  fuego  horroroso  que  hacía  la  escuadra  america- 
na, todas  las  baterías  y  castillos  de  la  plaza,  recibí  un  telegrama  de  nuestro  cónsul 


S76  A.    RIVERQ 

en  Fort-de-France  (Martinica),  noticiándome  que  la  escuadra  española  estaba  a  la  vis- 
ta de  dicho  puerto;  este  telegrama  se  lo  notifiqué  al  general  Vallarino. 

— ^-Tuvo  usted  noticias  de  dos  telegramas  que  el  ministro  de  Marina,  Sr.  Berme- 
jo, el  primero  con  fecha  12  de  mayo,  y  el  segundo  con  fecha  15  del  mismo  mes, 
dirigiera  al  general  Vallarino  para  que  con  toda  urgencia  les  hiciera  llegar  a  manos 
del  almirante  Cervera,  aquel  día  frente  a  Martinica,  y  los  dos  subsiguientes  navegan- 
do desde  dicha  isla  a  la  de  Curagao? 

— En  absoluto;  no  tuve  la  menor  noticia  de  esos  telegramas.  Si  ellos  hubieran 
sido  enviados  a  mí  los  hubiera  hecho  llegar  a  manos  del  almirante  Cervera;  el  cable 
que  desde  Puerto  Rico  amarra  en  Saint  Thomas  y  desde  allí  a  Martinica  y  Curagao 
— aunque  en  poder  de  ingleses,  parciales  a  los  americanos — siempre  estuvo  expe- 
dito. Además,  en  Ponce  había  fondeado  un  carbonero  y  algún  otro  vapor  que  pudo 
ser  despachado  con  orden  telegráfica  para  que,  haciendo  rumbo  hacia  el  Sur,  llevase 
el  telegrama  y  carbón  al  almirante  Cervera.  Ponce  nunca  estuvo  bloqueado  y  re- 
cuerdo que  de  este  puerto,  y  en  un  vapor  que  se  dirigía  a  Genova,  embarcó  mi  fa- 
milia sin  inconveniente  alguno.  En  tales  condiciones  creo  que  si  el  almirante  Cer- 
vera hubiera  recibido  la  orden  a  que  usted  se  refiere,  autorizándole  para  regresar  a 
España,  y  con  esa  orden  algún  carbón  para  llegar  a  Cabo  Verde,  no  cabe  duda  que 
se  hubiese  evitado  el  gran  desastre  de  Santiago  de  Cuba. 

Sobre  este  asunto  solamente  recibí  un  telegrama  del  general  Blanco,  expedido 
desde  la  Habana,  rogándome  uniese  mi  protesta  a  la  suya  para  evitar  que  la  escuadra 
española  regresase  a  las  costas  de  España  sin  haber  recalado  antes  en  alguna  de  las 
Antillas;  ignorando  los  telegramas  del  almirante  Bermejo  y  por  complacer  al  gene- 
ral Blanco,  telegrafié  al  Ministro  de  la  Guerra  en  la  forma  que  se  me  pedía. 

■ — ^La  salida  del  Terror  en  pleno  día,  para  presentar  combate  a  un  buque  que, 
aunque  auxiliar,  montaba  numerosa  artillería  de  tiro  rápido  y  gran  alcance,  fué  una 
locura  que  jamás  apadriné;  el  general  Vallarino,  sin  consultarme,  ordenó  la  salida 
del  destróyer.  En  cuanto  a  su  comandante,  La  Rocha,  mereció  y  me  merece  aún  el 
más  alto  concepto  por  su  valor  y  por  su  obediencia  ciega  a  las  órdenes  recibidas,  a 
pesar  de  que  no  existían  probabilidades  de  éxito. 

— ^En  alguna  ocasión  estuvo  usted  en  comunicación  telegráfica  o  por  escrito  con 
el  generalísimo  de  las  tropas  invasoras? 

— Muchas  veces;  al  desembarcar  en  Ponce  dicho  generalísimo  me  envió  un  tele- 
grama,  utilizando  el  cable  que  amarra  en  Ponce,  con  un  cortés  saludo  y  la  seguridad 
de  que  en  su  campaña  se  ajustaría  a  todas  las  reglas  conocidas  por  los  Ejércitos  mo- 
dernos y  por  tropas  cristianas.  Contesté  en  igual  forma,  y  tan  pronto  como  se  reci- 
bió la  noticia  de  haberse  firmado  el  Protocolo,  reanudamos  nuestras  relaciones  por 
telégrafo  y  por  mensajeros,  relaciones  que  dentro  de  la  natural  circunspección  fue- 
ron en  extremo  corteses.  Cuando  me  embarqué  en  San  Juan  para  España,  dos  días 
antes  de  la  entrega  de  la  plaza,  los  castillos  hicieron  las  salvas  reglamentarias,  y  tam- 
bién un  crucero  americano  anclado  en  la  bahía. 

- — ^-Recibió  usted,  antes  o  durante  la  guerra,  alguna  orden  o  sugestión  del  Go- 
bierno de  la  Nación  para  llevar  a  cabo  una  campaña  débil,  evitando  toda  efusión  de 
sangre? 

— En  ningún  tiempo  recibí  esas  órdenes  ni  sugestiones;  por  el  contrario,  y  hasta 
días  antes  de  firmarse  el  Protocolo,  el  Ministro  de  la  Guerra,  general  Correa,  me 
instaba  a  que  desarrollase  contra  el  invasor  cuantos  medios  ofensivos  tuviese  a  mi 
alcance,  porque  -según  él  creía  -  «todo  esto  nos  llevaría  a  obtener  condiciones  más 
favorables  en  la  terminación  de  la  guerra». 

— Mi  general,  ¿desea  usted  hacer,  a  través  de  mi  libro,  alguna  otra  manifes- 
tación? 


CRÓNICAS  577 

— Solamente  para  dar  las  gracias  a  mi  antiguo  amigo  el  honorable  D.  Juan  Her- 
nández López,  por  las  frases  de  elogios  cariñosos,  para  mí,  que  usted,  en  su  carta, 
ha  puesto  en  boca  de  aquél,  y  también  deseo  manifestar  a  los  portorriqueños  que 
no  olvido  el  gran  afecto  que  me  dispensaron  todas  las  clases  sociales  durante  los 
críticos  días  de  mi  mando,  ni  tampoco  la  entusiasta  despedida  que  me  hicieron  el 
día  de  mi  embarque  para  España. 


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APÉNDICE  NUMERO  3 


Memorándum  del  Doctor  Julio  J.  Henna. 


Sr.  D.  Ángel  Rivero. 

Madrid. 

Mi  estimado  amigo  y  compatriota:  Con  sumo  placer  paso  a  contestar  la  siguiente 
pregunta  que  me  dirige  usted  por  conducto  de  mi  antiguo  secretario  D.  Roberto 
II.  Todd: 

«Doctor,  ^-tiene  usted  la  bondad  de  aclararme  la  dualidad  que  resulta  entre  sus 
actuaciones  en  Washington,  en  1898,  en  unión  de  Roberto  H.  Todd,  claramente  de 
finalidades  anexionistas,  y  su  vida  anterior,  francamente  separatista?» 

Cuando  una  comisión  de  patriotas,  por  indicación  del  presidente  del  Partido  Repu- 
blicano Cubano,  D.  Tomás  Estrada  Palma,  se  presentó  en  mi  casa  a  ofrecerme  la 
Presidencia  del  Directorio  Revolucionario  de  Puerto  Rico,  creí  un  deber  informarles 
«que  yo  era  anexionista  por  convicción,  pero  que  para  realizar  ese  ideal  sería  indis- 
pensable obtener  antes  la  independencia  de  Puerto  Rico  de  España».  Prometí  abste- 
nerme de  propaganda  anexionista  durante  el  término  de  mi  Presidencia  y  dejar  a  la 
voluntad  de  los  portorriqueños  la  decisión  final  sobre  la  forma  de  Gobierno  que  ellos 
escogieran  una  vez  la  Isla  libre  del  Gobierno  de  España. 

La  voladura  del  Maine  en  el  puerto  de  la  Habana  presagiaba  una  guerra  entre 
España  y  los  Estados  Unidos,  y  motivó  un  viaje  que  hice  a  Washington  con  el  objeto 
de  investigar  y  averiguar  los  proyectos  de  esta  nación.  En  mi  primera  entrevista  con 
el  presidente  Mac-Kinley,  después  de  explicarle  mi  posición  de  presidente  del  partido 
revolucionario  de  Puerto  Rico,  y  de  estar  seguro  que  la  guerra  se  efectuaría,  indiquéle 
que  el  Directorio  me  había  autorizado  para  ofrecerle  al  departamento  de  la  Guerra 
todos  sus  planes  de  invasión,  siempre  y  cuando  se  nos  prometiera  que,  una  vez  la 
Isla  en  posesión  de  las  tropas  americanas,  los  portorriqueños,  por  medio  de  un  ple- 
biscito, determinarían  su  estado  político.  — «No  habrá  el  menor  inconveniente  en 
que  esto  se  lleve  a  cabo  tal  como  usted  lo  ha  explicado»,  me  contestó  Mac-Kinley.  Me 
suplicó  también  pasase  a  entrevistarme  con  Roosevelt,  entonces  •  subsecretario  de 
Marina,  a  quien  en  presencia  de  los  jefes  del  Ejército  y  de  la  Marina  entregué  y 
expliqué  detalladamente  nuestros  planes;  ofrecí  mis  servicios  y  los  de  los  miembros 
del  Directorio,  hombres,  guías,  etc.,  etc.,  y  pedí  me  nombraran  comisionado 
civil — sin  sueldo — y  acompañar  las  tropas  de  desembarque.  Esto  lo  hice  con  el  objeto 
de  asegurar  a  mis  paisanos,  por  proclama  y  de  viva  voz,  que  no  era  la  intención  del 
Gobierno  americano  conquistar  el  país,  sino  libertarlo,  y  que  ellos  decidirían  luego, 
en  un  plebiscito,  la  forma  de  Gobierno  que  debería  regirlos  en  lo  futuro. 

Mis  repetidos  viajes  a  Washington,  en  una  primavera  fría,  me  causaron  una  seve- 
ra pulmonía,  de  la  que  escapé  milagrosamente,  Cuando  en  julio  regresé  a  Wáshing- 


CRÓNICAS  579 

ton,  en  solicitud  de  mi  nombramiento  de  comisionado  civil,  el  secretario  de  la  Guerra 
rehusó  ponerlo  por  escrito  e  insistió  en  que  me  embarcase  sin  documentos,  asegu- 
rándome que  el  Gobierno  americano  siempre  cumplía  con  sus  compromisos.  Rehusé, 
terminantemente,  embarcarme  sin  credenciales.  El  general  Miles  quiso  e  insistió  en 
que  lo  acompañase  como  miembro  de  su  Estado  Mayor,  a  lo  que  le  contesté:  «que 
yo  no  podía  formar  parte  de  la  invasión  militar,  porque  implicaba  obediencia  ciega  a 
jefes  que  tenían  el  derecho  de  obligarme,  en  caso  de  que  algunos  de  mis  paisanos  se 
opusiesen  a  los  ataques  de  las  tropas,  a  hacer  fuego  contra  aquellos  compatriotas^^ , 
Desistí  de  mi  proyecto,  regresé  a  Nueva  York  muy  descorazonado,  y  tan  pronto 
como  los  americanos  se  apoderaron  de  la  Isla,  convoqué  el  Directorio  y  pedí  su  inme- 
diata disolución;  su  objeto  había  terminado. 

Dos  años  más  tarde  fui  nombrado  por  la  Cámara  de  Comercio,  agricultores  y 
clubs  obreros  de  Puerto  Rico,  delegado  para  representarlos  en  los  comités  del  Sena- 
do y  Cámara  de  los  Representantes,  y  tratar  de  obtener  el  mejor  Gobierno  civil  posi- 
ble para  la  Isla,  y  pedí,  como  pidieron  los  otros  delegados,  el  cumpHmiento  de  la 
proclama  del  general  Miles  cuando  desembarcó  en  la  Isla,  pero  sin  resultado  favora- 
ble. No  satisfecho  con  la  forma  de  Gobierno  civil  concedida  por  la  ley  Foraker,  que 
usted  conoce,  lancé  un  manifiesto  de  protesta  al  pueblo  de  Puerto  Rico,  documento 
que  fué  pubHcado  en  muchos  periódicos  de  la  Isla  y  en  el  que  aconsejaba  a  mis  pai- 
sanos que  no  aceptaran  esa  ley  y  no  fuesen  a  recibir  al  gobernador  nombrado  por 
este  Gobierno.  Mi  manifiesto  fué  leído  a  tiempo  por  los  jefes  de  los  partidos  políti- 
cos y  el  pueblo  entero  (conservo  sus  cartas);  pero,  en  lugar  de  seguir  mis  consejos, 
hicieron  todo  lo  contrario:  fueron  a  recibir  al  gobernador,  organizaron  sus  colegios 
electorales,  votaron  el  personal  de  su  legislatura,  y  por  esos  actos  se  anexaron  nues- 
tros compatriotas  a  los  Estados  Unidos,  probablemente  sin  darse  cuenta  de  lo  que 
estaban  haciendo. 

Ya  ve  usted,  mi  buen  amigo,  que  yo  cumplí  al  pie  de  la  letra  mi  promesa  de 
abstención  completa  de  propaganda  de  anexión,  y  que  fueron  nuestros  compatriotas 
los  que  la  trajeron,  a  pesar  de  mi  protesta.  Mi  proyecto  original  de  anexión  era  por 
medio  de  un  plebiscito,  en  el  que  se  contaran  los  votos  en  favor  y  en  contra.  Ya  ter- 
minada mi  misión  política,  me  retiré  a  mi  casa  a  buscar  consuelo  en  el  bisturí  y  en  el 
termómetro;  esto  no  quiere  decir  que,  si  en  el  futuro  y  en  algo  pudiese  servir  a  mis 
compatriotas,  no  estaría,  sino  que  estoy  siempre  a  su  disposición,  porque  esa  Islita 
es  para  mí  como  una  novia  a  quien  su  novio  le  escribía  (recuerdos  de  cuando  iba  a 
la  escuela  en  Ponce): 

Es  mí  amor  por  ti 
como  tu  sombra, 
que  mientras  más  te  alejas, 
más  cuerpo  toma. 

Yo  no  sé  si  el  verso  está  correcto,  pero  estos  son  mis  sentimientos.  Muy  de  veras 
su  amigo  y  compatriota. 


^-\^  ^.^^<^tM^  <7^ ^e^tA^íA^a^ 


APÉNDICE  NUMERO  4 


Reflexiones  del  Honorable  Roberto  H.  Todd,  a  raíz  de  la  invasión  de  Puerto 
Rico  por  el  Ejército  norteamericano. 

«La  bandera  americana  tremola  ya  en  las  costas  portorriqueñas.  Los  anillos  de  la 
cadena  que  ataron  nuestra  Isla  al  dominio  español  durante  cuatro  siglos,  han  que- 
dado rotos  desde  el  instante  en  que  el  ejército  invasor  de  los  Estados  Unidos  pisó 
la  orilla  de  Guánica  y  levantó  sus  tiendas. 

Pero  estas  alegrías  no  impiden  que  estudiemos  el  problema  de  Puerto  Rico  en 
todas  sus  fases,  y  no  consideremos  con  tristeza  que  el  Destino,  los  sucesos  y  aun  la 
misma  inercia  de  nuestros  compatriotas,  nos  hayan  traído  a  la  condición  de  no  ser 
arbitros  o  partícipes  directos  de  la  constitución  de  nuestro  Gobierno  independiente. 

Cuba,  por  la  virtualidad  de  su  revolución,  tiene  ya  consagrado  y  reconocido  su 
derecho  de  ser  libre  e  independiente,  por  las  resoluciones  del  Congreso,  la  sanción 
del  ejército  americano  y  por  el  consenso  del  mundo  entero. 

Puerto  Rico,  aun  llegando  a  ser  libre,  pasará  a  ser  posesión  americana  por  cesión 
del  vencido  al  vencedor,  y  su  condición  es  distinta.  La  forma  de  gobierno  que  haya 
de  dársele  dependerá  de  la  magnanimidad  del  conquistador.  Sin  duda  alguna  que  por 
ser  éste  pueblo  republicano  y  americano — -el  pueblo  modelo  por  sus  instituciones  y 
su  espíritu  de  justicia  y  de  progreso — ,  la  libertad  presidirá  en  todas  nuestras  futu- 
ras instituciones,  y  en  lo  puramente  local  e  interno  no  habrán  de  sufrir  limitación 
nuestros  derechos  e  iniciativas;  pero  carecemos  en  lo  fundamental  de  la  personali- 
dad e  ingerencia  propia,  resultado  de  nuestra  exclusiva  y  esforzada  conquista,  ya 
que  a  diferencia  del  cubano,  si  hemos  alentado  la  inspiración  de  derrocar  la  sobera- 
nía española  y  constituir  nuestra  República,  no  hemos  abonado  nuestro  suelo  con 
sangre  fecunda  en  quince  años  de  tenaz  rebelión  y  heroica  contienda. 

Con  tales  precedentes  parece  que  los  portorriqueños  debiéramos  aceptar,  sin  dis- 
tingos, lo  inevitable  y  darnos  por  satisfechos,  con  la  certidumbre  de  que  no  hemos 
de  ser  por  más  tiempo  españoles. 

No  lo  ha  entendido  así  nuestro  Directorio.  Cada  uno  de  los  miembros  del  Comité 
directivo  del  partido  Revolucionario  de  Puerto  Rico,  que  tuvo  por  programa  y  por 
bandera  la  independencia  de  la  pequeña  Antilla,  y  ia  constitución  en  ella  de  una  Re- 
pública, por  derecho  propio,  y  que  trabajaron  sin  descanso  para  llevar  sus  aspira- 
ciones al  terreno  de  los  hechos,  ha  creído  de  su  deber  mantener  y  defender  la  inte- 
gridad de  sus  ideales  y  no  abandonarlos  hasta  el  momento  en  que  ineludiblemente 
resulten  estériles  sus  esfuerzos. 

Desde  que  se  vio  próxima  la  ruptura  de  hostilidades  entre  los  Estados  Unidos  y 
España,  nuestro  partido,  por  medio  de  su  presidente  y  secretario,  ofreció  sus  servi- 
cios al  Gobierno  americano,  para  acompañar,  personal  y  colectivamente,  al  ejército 
de  invasión  y  facilitar  su  obra,  haciendo  que  los  habitantes  de  la  pequeña  Antilla 
.acogiesen  a  los  invasores  como  redentores. 


CRÓNICAS 


581 


El  Gobierno  americano  ha  aceptado  los  servicios  personales  de  determinado 
número  de  portorriqueños,  agregándolos  a  las  filas  del  ejército  como  voluntarios, 
guías  o  intérpretes;  pero  en  ninguna  forma  ha  aceptado,  expresamente,  los  servicios 
y  la  representación  del  partido  Revolucionario  en  términos  que  hiciesen  presumir  el 
más  ligero  compromiso  en  el  mismo,  respecto  a  los  futuros  destinos  de  la  Isla. 

^Debían  los  jefes  caracterizados  de  nuestra  agrupación  política  agregarse  al  ejér- 
cito invasor  como  meros  soldados,  sin  llevar  a  sus  compatriotas  prenda  segura  de  la 
realización  del  ideal  que  a  su  nombre  defendieron? 

^Podían  esos  mismos  jefes  plegar  su  bandera,  abdicar  de  su  programa,  abando- 
nar para  siempre  la  suprema  aspiración  de  ser  independientes  y  libres  y  someter 
incondicionalmente  los  destinos  de  su  pueblo  a  la  voluntad  del  invasor  que,  aunque 
redentor  amado  y  providencial,  no  por  eso  deja  de  ser  un  extraño,  cuyas  resolucio- 
nes, en  cierto  modo,  pudieran  no  acomodarse  al  bienestar  general? 

Los  jefes  de  nuestro  Directorio  han  creído,  y  han  creído  bien,  que  en  sus  manos 
debía  quedar  íntegro,  sin  abdicaciones  de  ningún  género,  el  ideal  de  independencia 
de  su  pueblo,  por  el  cual  fueron  llamados  a  representar  y  a  luchar,  por  el  cual  repre- 
sentan y  luchan  todavía,  y  aun  convencidos,  individual  y  colectivamente,  de  que 
Puerto  Rico  como  posesión  americana  será  libre,  próspera  y  venturosa,  no  han  que- 
rido poner  al  servicio  del  redentor  su  espada,  su  hacienda  y  sus  vidas,  sino  bajo  la 
promesa,  aceptada,  de  que  el  pueblo  de  Puerto  Rico,  redimido,  habrá  de  ser  también 
arbitro  de  su  propia  constitución  y  sus  destinos.  >> 


Cr^' 


Nota.— El  Hon.  Roberto  H.  Todd,  en  el  transcurso  de  los  años,  ha  modificado  totalmente 
su  credo  político,  hasta  el  punto  de  ser  factor,  tal  vez  el  de  mayor  influencia,  en  la  americani- 
zación de  su  país.  En  repetidas  ocasiones  ha  reclamado  del  Gobierno  de  Washington  el  que 
Puerto  Rico  sea  declarado,  en  su  día,  un  estado  más  de  la  Unión  Americana,  y  es  miembro  influ- 
yente del  Comité  Nacional  Republicano. 

En  carta  suya,  de  reciente  fecha,  escribía:  «Aré  en  el  mar,  y  ahora  me  doy  cuenta  de  cuan 
equivocado  fui;  no  estuvo  ni  está  Puerto  Rico  preparado  para  una  vida  de  independencia  abso- 
luta y  no  están  autorizados  para  pedirla  hoy  aquellos  mismos  que  en  1898  nos  volvieron  las  es- 
paldas a  Henna  y  a  mí;  los  mismos  que  trataron  de  loco  peligroso  a  Forest  cuando  recorrió  la 
Isla  en  propaganda  separatista.  Solamente  podrá  encontrar  este  país  -  al  que  amo  como  el  que 
más  crea  amarlo — en  una  absoluta  y  honrada  compenetración  con  el  pueblo  americano » 


37 


APÉNDICE  NUMERO  5 

Informes  oficiales  de  los  Comandantes  de  los  buques  de  guerra 
que  bombardearon  la  plaza  y  ciudad  de  San  Juan  el  día  12  de  mayo  de  1898, 


A  bordo  del  acorazado  de  primera  clase  lotva.  En  el  mar, 
latitud  19^8'  Norte,  longitud  67^  53'  Oeste,  Mayo  13,  1898. 

Señor: 

Tengo  el  honor  de  someterle  el  informe  siguiente,  acerca  del  combate  frente  a 
San  Juan,  Puerto  Rico,  el  día  12  de  mayo,  en  lo  que  concierne  a  los  movimientos 
del  buque  bajo  mi  mando: 

Siguiendo  las  instrucciones  contenidas  en  la  orden  de  combate  del  comandante 
en  jefe,  el  lozva  entró  en  la  línea  de  fuego  a  las  cinco  y  quince.  Las  dotaciones  de  la 
batería  secundaria  de  babor  bajaron  a  sus  puestos  dentro  de  la  casamata. 

A  las  cinco  y  diecisiete  se  hicieron  dos  disparos  por  el  cañón  de  seis  libras  de 
la  batería  de  estribor  del  puente  de  proa,  y  uno  por  la  torre  de  ocho  pulgadas,  tam- 
bién de  estribor.  Después  de  esto,  todas  las  baterías  de  esta  banda  entraron  en  fuego. 
El  fuego  iba  dirigido  contra  las  baterías  del  Morro,  La  velocidad,  que  fué  mantenida 
al  recorrer  la  línea  de  fuego,  fué  de  cuatro  a  cinco  nudos,  y  el  fuego  continuó,  por 
espacio  de  ocho  minutos,  hasta  las  cinco  y  veinticinco.  Las  distancias  variaron 
de  1. 100  a  2.300  yardas. 

Habiendo  el  comandante  en  jefe  dado  la  orden  de  que  cesara  el  fuego  de  las  ba- 
terías ligeras,  todas  las  dotaciones  de  las  baterías  de  estribor  recibieron  orden  de 
bajar  entonces,  a  las  cinco  y  treinta,  a  la  casamata.  El  buque,  entonces,  se  separó  de 
la  costa,  de  acuerdo  con  las  instrucciones,  e  hizo  rumbo,  despacio,  hacia  el  Noroeste, 
y  virando  nuevamente  hacia  el  Este,  entró  de  nuevo  en  la  línea  de  fuego,  y,  seguido 
por  el  escuadrón,  hizo  dos  recorridos  más,  o  sea  tres,  en  conjunto,  sobre  la  línea  de 
fuego,  disparando,  principalmente,  contra  el  Morro;  pero  durante  la  última  recorrida 
se  hicieron  algunos  disparos  contra  la  batería  del  Este,  San  Cristóbal. 

En. el  curso  de  retorno,  haciendo  rumbo  Noroeste,  después  de  la  segunda  reco- 
rrida, un  proyectil  de  seis  u  ocho  pulgadas  (calculado  por  la  base  y  los  fragmentos 
encontrados)  explotó  en  la  cuaderna  de  deslizamiento  de  popa,  del  lado  de  estribor, 
debajo  de  los  botes.  Los  fragmentos  de  este  proyectil  hirieron  a  tres  hombres,  ha- 
ciendo averías  en  la  ballenera,  en  la  lancha  de  velas  y  en  la  estructura  del  puente,  cau- 
sando otros  desperfectos  menores.  Este  proyectil,  probablemente,  fué  disparado  de 
la  batería  del  Este — San  Cristóbal — -{la  más  importante  de  todas  las  baterías  de  San 
Juan). 

Pudo  observarse  que  todos  los  disparos  que  hicieron  blanco,  o  cayeron  en  la 
proximidad  de  los  buques,  fueron  hechos  cuando  éstos  estaban  en  el  curso  de  afuera 
o  de  regreso,  y  la  mayoría  de  los  disparos  procedían  de  la  batería  de  San  Cristóbal, 
del  Este.  A  las  siete  y  veinticinco  este  buque  completó  la  tercera  recorrida,  y  des- 
pués de  dirigirse  hacia  el  Noroeste,  aferró,  de  acuerdo  con  las  órdenes  del  coman- 
dante en  jefe,  y  se  suspendió  el  fuego. 


CRÓNICAS  583 

Considero  que  este  encuentro  ha  demostrado  la  eficiente  condición  de  las  bate- 
rías del  buque,  bajo  condiciones  de  combate,  y  el  admirable  espíritu  de  los  oficiales 
y  la  dotación. 

El  humo,,  que  cubría  el  buque  y  las  baterías  durante  el  encuentro,  obstaculizó  a 
estas  últimas,  hasta  el  extremo  de  que  el  fuego  de  los  cañones  del  puente  se  hizo  muy 
lento.  La  brisa  era  en  extremo  suave.  Había  un  oleaje  largo  y  ondulante  hacia  el  Sur. 

Las  baterías  de  este  barco  están  actualmente,  en  todos  sentidos,  listas  para  ser- 
vicio inmediato. 

Bajas. — Los  siguientes  hombres,  de  la  dotación  del  buque,  resultaron  heridos: 

G.  Merkle,  soldado  de  infantería  de  Marina,  fractura,  compuesta,  del  codo  dere- 
cho, serio;  J.  Mitchell,  marinero,  herida  en  la  espalda,  en  el  sexto  espacio  intercostal, 
tres  pulgadas  largo,  relativamente  leve,  y  R.  C.  Hill,  aprendiz  de  segunda  clase, 
herida  contusa,  leve,  en  la  espalda. 

Daños  al  buque. — -Ningún  proyectil  dio  en  el  casco  del  buque.  Un  proyectil  de 
seis  u  ocho  pulgadas  explotó  en  la  cuaderna  de  resbalamiento  del  lado  de  babor, 
frente  a  la  torre  de  ocho  pulgadas.  Los  fragmentos  del  proyectil  hirieron  tres  hom- 
bres, traspasaron  la  lancha  de  vela  y  perforaron  los  puntales  de  cubierta,  los  ventila- 
dores, las  chimeneas  de  la  cocina  y  otros  aparejos  de  cubierta.  Uno  de  los  fragmen- 
tos dio  en  la  base  del  cañón,  de  seis  Hbras,  de  popa;  en  la  parte  delantera  del  lado 
de  estribor,  en  el  puente  de  proa,  rompiendo  y  obstaculizando  el  perno  de  puntería 
y  aferramiento,  y  también  el  pivote  del  cañón.  La  avería  ha  sido  reparada.  Los 
fragmentos  de  este  proyectil  causaron  considerables  daños  en  la  estructura  del 
puente. 

Otro  proyectil  de  metralla  estalló  sobre  la  cuaderna  de  resbalamiento,  en  el  lado 
de  estribor,  e  hizo  pequeñas  perforaciones  en  los  tubos  de  escape  y  chimeneas,  etcé- 
tera, etc. 

Los  daños  arriba  indicados  se  encuentran  detallados  en  el  pliego  que  se  acom- 
paña, marcado  con  la  letra  A. 

Al  hacerse  los  últimos  disparos  de  la  torre  de  12  pulgadas,  estando  como  a  15"* 
en  la  cuarta  de  estribor,  la  concusión  de  un  disparo  causó  los  daños  siguientes  al 
casco  del  buque: 

La  tablazón  de  cubierta,  en  la  cuarta  de  estribor,  fué  agujereada,  en  muchos  si- 
tios, por  prismas  de  pólvora;  algunos  de  estos  hoyos  tienen  dos  pulgadas  de  profun- 
didad. Esto  indica  que  el  cañón  no  consume  debidamente  la  carga  de  pólvora  1.  La 
plancha  de  boca  de  escotilla,  que  fué  instalada  en  New  York,  en  diciembre  último, 
se  salió  de  sus  pernos,  y  fué  a  caer  cerca  del  cañón.  Dos  de  los  pernos  se  perdieron, 
y  muchos  de  los  tarugos  de  la  plancha  se  cuartearon.  La  plancha  está  algo  doblada. 
Los  baos  de  cubierta,  en  los  cuadros  82  y  83,  en  la  puerta  del  tragaluz  de  la  cámara 
del  capitán,  al  lado  de  estribor,  se  han  salido  y  están  fuera  de  línea  en  sentido  trans- 
versal; el  mamparo,  alrededor  de  las  puertas  de  la  cámara,  entre  las  divisiones  79 
y  83,  lado  de  estribor,  se  ha  brotado  hacia  fuera,  por  haberse  sahdo  los  ribetes. 

La  cubierta  sobre  el  departamento  de  torpedos  de  popa  no  es  bastante  fuerte  y 
los  fogonazos  del  cañón  de  1 2  pulgadas,  cuando  dispara  hacia  adelante,  la  hacen 
mover,  al  extremo  de  romper  los  soportes  de  que  está  suspendido  el  arco  de  punte- 
ría del  tubo  de  torpedo  de  estribor.  Esta  es  la  segunda  vez  que  ocurre  este  acci- 
dente. 

Otro  fogonazo  del  mismo  cañón  rompió  la  pared  entre  el  cuarto  del  capitán  y  la 
casilla  del  piloto.  Esta  pared  debe  hacerse  más  sólida. 


1    Lo  que  esto  demuestra  es  que  el  cartucho  tiene  más  carga  de  la  reglamentaria,  o  que  la  pólvora  es  m᧠
lenta  de  la  asignada  a  esta  pieza. — N.  del  A. 


584  A  .    R  1  V  E  R  o 


MUNICIONES     GASTADAS 


batería 


RECORRIDOS 

Disparos 

1 

2 

3 
4 

total. 

4 

3 

II 

2 

2 

4 

8 

3 

3 

4 

10 

3 

3 

2 

8 

1 1 

» 

» 

1 1 

1 1 

» 

» 

1 1 

24 

» 

» 

24 

48 

» 

» 

48 

7 

» 

» 

7 

113 

1 1 

14 

138 

Torre  12  pulgadas  de  proa 

Torre  12  pulgadas  de  proa .  , 

Torre  de  proa  ocho  pulgadas  de  estribor  .  ,  . 
Torre  de  popa  ocho  pulgadas  de  estribor  ,  ,  . 

Batería  cuatro  pulgadas  en  el  puente 

Batería  cuatro  pulgadas  sobre  cubierta,  proa  . 
Batería  cuatro  pulgadas  del  medio  de  cubierta. 

Batería  seis  libras 

Batería  una  libra 

Total 


Todos  los  proyectiles  de  12  pulgadas  eran  de  tipo  semiperforante  de  corazas  1. 
Todos  los  de  ocho  y  de  cuatro  pulgadas  y  de  seis  libras  eran  tipo  corriente.  Las  car- 
gas usadas  fueron  todas  completas.  La   dilación  en  el  fuego  fué  debida  al  humo. 

Deficiencias  en  las  municiones, — Muchos  de  los  cartuchos  de  ocho  pulgadas  se 
encontraron  mal  amarrados.  Esto  retardó  el  proceso  de  cargar  los  cañones;  los  sa- 
quetes no  eran  suficientemente  rígidos  y  se  rompían  con  facilidad. 

Accidentes  o  dificultades  en  las  baterías, — El  bonete  de  la  parte  anterior  de 
la  caja  del  atacador  izquierdo  se  zafó  mientras  se  estaba  cargando  para  el  tercer  dis- 
paro. Este  bonete  ha  sido  reemplazado  y  el  atacador  está  en  condiciones  de  servi- 
cio; pero  se  llama  la  atención,  muy  especialmente,  al  hecho  de  que  esta  es  la  tercera 
vez  (septiembre  12,  1897;  octubre  23,  1897,  Y  i^^yo  12,  1898)  que  ha  ocurrido  este 
accidente.  Se  recibió  un  atacador  nuevo  en  octubre  25,  1 897.  Se  sugiere  se  pidan 
piezas  de  repuesto,  por  telégrafo,  y  que  en  lo  sucesivo  se  hagan  estas  piezas  más 
fuertes  y  de  acero  fundido. 

El  mecanismo  de  elevación  de  la  torre  de  ocho  pulgadas  está  dañado,  debido  a 
haberse  doblado  el  eje  vertical,  por  ser  defectuoso  el  modelo.  Se  está  haciendo  la 
reparación  necesaria,  que  quedará  terminada  hoy,  pero  el  defecto  puede  reaparecer. 

Muy  respetuosamente, 

(Firmado)  R.  D.  Evans, 

capitán  de  navio,  comandante. 

Al  Comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de  los  Estados  Unidor,— Estación 
del  Norte  Atlántico. 


PARTE  OFICIAL  DEL  COMANDANTE  DEL  ^INDIANA^^ 

A  bordo  del  Indiana,  primera  clase. — En  la  mar,  mayo  14,  1898. 
Señor: 

Tengo  el  honor  de  comunicarle  la  parte  tomada  por  el  Indiana^  durante  el  com- 
bate con  las  baterías  de  San  Juan,  Puerto  Rico,  el  día  12  de  mayo,  1898. 

Durante  la  noche  del  día  anterior  se  llevaron  a  cabo  los  últimos  preparativos 
para  el  combate,  y  al  amanecer,  siguiendo  los  movinaientos  del  lowa^  que  llevaba 

1    El  uso  de  esta  clase  de  proyectiles  fué  un  gran  error.  Si  los  artilleros  de  Sampson:  hubieran  usado 
granadas  ordinarias  y  de  nietralla,  qtro  hubiese  sido  el  resultado  d^l  cañoneo. — N,  del  A. 


¿ife  ó  N  ICAS  585 

vuestra  insignia,  nos  aproximamos  a  la  entrada  del  puerto,  abriendo  fuego  contra  él 
castillo  del  Morro,  a  4.500  yardas  y  continuando,  gradualmente,  aproximándonos 
desde  el  Este  hacia  el  Sud,  hasta  llegar  a  1.500  yardas,  en  cuyo  punto  el  Indiana^ 
siguiendo  la  estela  del  lotva^  navegó  hasta  el  punto  inicial. 

El  mismo  circuito  fué  hecho  por  segunda  y  tercera  vez,  bajo  iguales  condicio- 
nes, excepto  que  en  el  segundo  y  tercero,  el  Indiana  se  detuvo  bastante  tiempo  en 
su  camino,  con  objeto  de  mantener  un  mayor  alcance  en  sus  baterías  de  estribor. 
Fué  necesario  que  el  fuego  cesase  frecuentemente,  a  causa  de  que  el  humo  de  la  es- 
cuadra y  de  las  baterías  de  costa  cubrían  las  posiciones  del  enemigo. 

El  número  total  de  proyectiles  disparados  fué  de  1 87. 

Este  buque  no  fué  alcanzado,  ni  tampoco  hay  novedades  de  que  dar  cuenta.  Las 
torres,  cañones  y  montaje  están  en  excelentes  condiciones  y  no  han  sido  afectadas 
por  el  fuego. 

Deseo  recomendar  al  oficial  ejecutivo,  teniente  comandante  J.  A.  Rodgers,  y  a 
todos  los  oficiales  y  marineros  por  el  buen  orden  y  ninguna  confusión  que  entre 
ellos  prevaleció. 

Muy  respetuosamente, 

H.  C.  Taylor, 

capitán,   comandante. 

Al  Comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de  los  Estados  Unidos,  en  la  Esta- 
ción del  Norte  Atlántico. 


PARTE  OFICIAL  DEL  COMANDANTE  DEL  «AMPHITRITE» 

A  bordo,  2.^  clase.  En  la  mar,  mayo  13,  1898. 
Señor: 

Obedeciendo  la  orden  que  usted  me  señaló  esta  mañana,  envío  informe  referente 
al  combate  fuera  de  San  Juan,  Puerto  Rico,  el  jueves,  mayo  12,  1898. 

Este  buque  no  sufrió  averías  durante  el  combate  ni  fué  alcanzado  por  los  pro- 
yectiles del  enemigo.  La  mayor  parte  de  las  averías  sufridas  provinieron  del  fuego 
de  los  cañones  de  nuestras  propias  torres.  La  concusión  de  los  disparos  destruyó 
varios  remaches  de  la  superestructura,  aunque  nada  inñuyó  sobre  la  eficiencia  de 
este  buque. 

Un  hecho  importante  (y  hacia  el  cual  deseo  llamar  su  atención)  es  la  falta  abso- 
luta de  un  sistema  de  ventilación  bajo  el  puente,  lo  que  causa  durante  el  combate, 
y  cuando  todas  las  aberturas  están  cerradas,  un  calor  tan  intenso  que  le  es  imposible 
resistirlo  a  los  hombres  que  allí  están.  Tal  es,  particularmente,  el  caso  en  la  torre  de 
popa;  el  calor,  ayer,  causó  la  muerte  de  un  artillero  que  estaba  allí  de  servicio. 

Esta  muerte  fué  la  única  baja  entre  toda  la  dotación  del  buque. 

Este  buque  ha  estado  en  comisión  alrededor  de  tres  años,  y  casi  constantemente 
realizando  cruceros,  servicio  para  el  cual  es,  enteramente,  inadecuado. 

Durante  el  último  invierno,  y  como  buque  de  instrucción  para  los  artilleros  en 
Port  Royal,  sus  torres  y  maquinarias  estuvieron  en  uso  constantemente,  y  aunque 
después  se  han  hecho  varias  reparaciones  en  dicho  buque,  actualmente  necesita  otras 
de  mayor  importancia  en  un  arsenal;  en  los  momentos  actuales  yo  considero  que  la 
maquinaria  de  la  torre  no  está  en  buenas  condiciones,  y,  probablemente,  nos 
dará  un  mal  rato  en  los  momentos  críticos  en  que  se  espere  de  ella  el  mejor  ser- 
vicio. 


Rl  VERO 


Las  siguientes  municiones  fueron  gastadas  durante  el  combate: 


Granadas  ordinarias      de  lo  pulgadas 14 

—         perforantes  de  lo        —        3 

—  ordinarias      de    4        —        30 

—  —            de    3  libras 30 

—  — ,           de    6     — 22 

Total 99 


La  conducta  de  todo  el  personal  de  a  bordo  durante  la  acción  fué  excelente,  y 
cada  oficial  y  cada  hombre  cumplió  su  deber. 
Muy  respetuosamente, 

Chas.  J.  Barclay, 

capitán^  comandantei 


Al  Comandante  en  jefe* 


PARTE  OFICIAL  DEL  COMANDANTE  DEL  «TERR0R>> 


A  bordo  del  monitor  el  Terror,  2.^  clase;  mayo  Í3,  1898. 
En  el  marj  latitud  19^08'  Norte,  longitud  67°  54'  Oeste* 

Señor: 

Tengo  el  honor  de  someterle  el  informe  siguiente,  en  obediencia  al  mensaje  reci- 
bido a  las  nueve  y  treinta  de  hoy,  y  en  cumplimiento  con  el  artículo  275  ^^  los  Re- 
glamentos de  Marina  de  los  Estados  Unidos,  1896: 

A  las  cuatro  de  la  mañana  del  12  de  mayo,  con  tiempo  claro  y  sereno,  brisa 
ligera  del  Este  y  mar  tranquilo,  este  buque  tomó  puesto  en  la  columna,  a  la  distan- 
cia señalada  en  el  plan  de  combate  número  dos.  Las  luces  de  la  ciudad  de  San  Juan 
de  Puerto  Rico  eran  visibles  por  la  proa  y  a  babor,  siendo  el  curso  Sursudeste  cuarto 
al  Este  magnético.  Al  despuntar  el  día  se  divisó  tierra  alta  por  la  proa  hacia  estribor. 
Se  tocó  diana,  se  hizo  zafarrancho  y  cada  cual  fué  a  su  puesto  de  combate. 

A  las'  cuatro  y  cincuenta  el  insignia  loiva^  que  encabezaba  la  columna,  abrió 
fuego  contra  las  baterías,  con  rumbo  Este  cuarto  al  Sudeste.  Los  otros  buques,  en 
columna,  abrieron  fuego  tan  pronto  estuvieron  a  tiro,  disparando  el  Montgomery  y 
el  Detroit^  el  primero  desde  una  posición-fuera  del  fuerte  del  Cañuelo,  y  el  último 
debajo  del  Morro.  Los  fuertes  y  baterías  contestaron  vivamente  el  fuego  de  la  es- 
cuadra. El  Terror  abrió  fuego  a  las  cinco  y  trece  con  el  cañón  de  seis  libras,  de  es- 
tribor, seguido  inmediatamente  por  los  cañones  de  la  torre  de  proa,  y  después  por 
los  de  popa,  tan  pronto  como  estuvimos  en  línea» 

El  humo  era  tan  denso  debajo  del  Morro  y  en  el  puerto,  que  suspendí  el  fuego 
por  algunos  minutos  y  paré  el  buque  para  aguardar  a  que  aclarase.  Sin  embargo,  me 
vi  obligado  a  seguir  el  combate,  y  por  eso  di  orden  de  reanudar  la  marcha. 

Nuestros  primeros  disparos  fueron  dirigidos  hacia  el  interior  de  la  bahía,  con  el 
intento  de  alcanzar  cualquier  buque  que  hubiera  allí  anclado;  pero  con  la  densidad 
del.  humo  no  pude  distinguir  nada.  Cuando  aclaró,  pude  ver  que  no  había  buques  en 
la  bahía,  y  ya  no  hice  más  disparos  en  aquella  dirección. 

El  Tírror  hizo  el  circuito  tres  veces,  aproximándose  cada  vez  más  a  las  baterías, 


CRÓNICAS  5§7 

y  en  el  curso  de  la  tercera  recorrida  se  detuvo,  con  ambas  torres  vueltas  a  estribor, 
rompió  fuego  contra  una  batería  que  parecía  ser  la  situada  a  más  corta  distancia, 
hacia  el  Este  del  Morro.  Pude  ver  que  uno  de  los  proyectiles  del  cañón  de  la  derecha 
de  la  torre  de  proa  estalló  en  esta  batería. 

El  buque  insignia  hizo  señal  a  las  cinco  y  cuarenta  y  cinco  de  que  se  usaran  so- 
lamente las  grandes  piezas.  Las  baterías  secundarias  suspendieron  entonces  el  fuego, 
y  se  ordenó  a  la  dotación  que  se  pusiera  a  cubierto,  dentro  de  las  torres  o  bajo  el 
blindaje  del  buque* 

No  tengo  idea  de  los  daños  que  se  hicieron  a  las  baterías;  pero  como  a  eso  de  las 
seis  y  treinta  observé  una  notable  disminución  en  su  fuego.  Cuando  el  "Terror**  se 
retiró  de  la  linea  de  fuego,  las  baterías  de  la  plaza  dispararon  proyectil  tras  proyec- 
til, con  gran  rapidez»  hasta  una  distancia  de  6.000  yardas.  Nuestra  velocidad  enton* 
ees  fué  de  cuatro  nudos,  según  órdenes  recibidas  del  buque  insignia.  El  barco  no  fué 
alcanzado  en  ningún  momento,  aunque  una  espoleta  y  algunos  fragmentos  de  proyec- 
tiles fueron  recogidos  en  cubierta. 

Me  es  sumamente  grato  informar  que  la  conducta  de  todos  los  oficiales  y  hom^ 
bres  de  la  dotación,  bajo  mi  mando,  fué  como  podía  esperarse.  La  dotación  de  la 
torre  de  proa,  a  cargo  del  teniente  Cauffmann,  estuvo  más  especialmente  bajo  mi  con- 
tinua observación,  y  todos  se  ínarituvieron  serenos,  alerta  y  llenos  de  entusiasmo; 
El  teniente  comandante  Garst  asumió  especial  cargo  en  la  torre  de  popa  con  el 
teniente  Dunn.  El  alférez  Terhune,  a  cargo  de  la  batería  secundaria,  ayudó  al  teniente 
Qualtrough  en  el  semáforo,  después  que  cesó  el  fuego  de  la  batería  secundaria.  El 
teniente  Hubbard  (J.  G.)  estuvo  a  cargo  de  la  división  del  entrepuente. 

Las  máquinas  respondieron  prontamente  a  toda  señal  que  se  hizo,  y  todo  lo  quei 
con  ellas  se  relaciona  funcionó  perfectamente. 

Las  torres  trabajaron  bien.  El  cañón  derecho  de  proa  se  retardó  algunos  minutos^ 
debido  a  la  inutilidad  del  manómetro  del  ciHndro  de  rebote,  pero  se  usó  después  el 
ajustador.  Hubo  que  dedicar  algunas  horas  a  reparar  el  atacador  en  la  torre  de  popa. 
Por  lo  demás,  tanto  las  baterías  principales,  como  las  secundarias,  están  en  tan  bue- 
rtas  condiciones  ahora  como  antes  del  combate,  y  listas  en  cualquier  momento  para 
entrar  en  servicio. 

Los  estopines  eléctricos  no  han  sido  satisfactorios,  y  los  de  fricción  están  prácti- 
camente inservibles. 

Ambos  cañones  de  la  torre  se  obstruyeron  a  un  tiempo  por  haberse  tapado  los 
fogones,  siendo  necesario  taladrarlos  de  nuevo. 

El  fuego  del  enemigo  no  causó  absolutamente  daño  alguno  al  buque,  con  excep* 
ción  de  la  pérdida  de  una  parte  de  la  cortina  del  sondeador  en  el  costado  de  babor, 
la  cual  se  la  llevó  un  proyectil.  Los  cañones  de  proa  fueron  disparados  con  algunos 
grados  de  desviación  del  rumbo  recto,  y  los  de  la  torre  trasera  lo  fueron  en  línea 
recta,  por  popa;  a  excepción  de  alguna  trepitación  abajo,  el  buque  no  sufrió  daño. 
La  ballenera  y  el  bote  del  capitán  se  resintieron  algo  por  los  fogonazos  de  los  caño- 
nes, cuando  se  disparaban  directamente  a  popa  o  proa,  pero  las  averías  pueden  repa- 
rarse por  nuestros  propios  hombres  cuando  tengan  la  oportunidad  de  hacerlo. 

Todas  estas  cosas  y  otras,  desde  luego,  no  son  más  que  improvisadas,  pero  han 
surtido  el  efecto  deseado  y  se  ha  podido  traer  un  monitor  de  dos  torres  y  de  escasa 
obra  muerta,  sin  barbetas,  en  un  viaje  de  cerca  de  l.OOO  millas  desde  su  puerto  más 
cercano  en  el  Continente  y  ponerlo  en  la  línea  de  combate. 


5§S  A..  felVÉfed 

Consumo  de  municiones. — -Las  municiones  gastadas  fueron  las  siguientes: 

Cañones  de  las  torres:  proyectiles  de  lopulgados. .  .......  31 

Baterías  secundarias:  proyectiles  de  seis  pulgadas 33 

ídem  id.:  proyectiles  de  tres  libras.  . 6 

ídem  de  tres  libras,  pero  con  cabeza  de  acero.  . 16 

ídem  de  una  libra,  de  acero. 29 

Granadas  ordinarias  de  57  milímetros 40 


Total. 155 

Muy  respetuosamente, 

Nicoll  LUDLOW, 

capitán, 

Al  Comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de  los  Estados  Unidos. 
Sección  del  Atlántico  del  Norte,  buque  insignia,  Nezv  York, 

PARTE  OFICIAL  DEL  COMANDANTE  DEL  «DETROIT» 

A  bordo  del  crucero  Detroit,  de  tercera  clase;  mayo  13, 
1898.  En  el  mar,  latitud  19^07'  Norte,  longitud  67°  57'  Oeste. 

Señor: 

Tengo  el  honor  de  someterle  el  informe  que  sigue  acerca  de  la  participación  del 
crucero  Detroit  en  el  combate  contra  las  fortificaciones  de  San  Juan,  Puerto  Rico,  en 
la  mañana  del  12  de  mayo,  1 898: 

Después  de  recibir  la  orden  del  torpedero  Porter  de  preceder  al  buque  insignia, 
tomando  sondas,  el  Detroit  viró  por  avante,  hasta  que,  a  mi  juicio,  se  encontraba 
como  a  media  milla  de  los  arrecifes;  entonces  hizo  rumbo  al  Este  hasta  que  el  fuerte 
del  Cañuelo  y  la  punta  Oeste  de  la  isla  de  Cabras  estaban  a  tiro^  poniendo  en  segui- 
da proa  hacia  el  Este,  cuarto  a  Sudeste.  Momentos  después  encontraba  una  pro- 
fundidad de  10,5  brazas,  y,  por  la  apariencia  del  oleaje^  juzgué  que  estábamos  dema- 
siado adentro  y  ordené  virar  hacia  el  Este,  cuarto  al  Nordeste,  hasta  encontrarnos 
frente  a  la  punta  Este  de  la  isla  de  Cabras,  y  entonces  hicimos  nuevamente  rumbo 
hacia  el  Este,  cuarto  al  Sudeste. 

Cuando  enfrentamos  las  baterías  del  Oeste  del  Morro,  viramos  en  redondo  e  hici- 
mos rumbo  hacia  la  entrada  del  puerto.  Por  el  estadímetro  se  comprobó  que  la  dis- 
tancia que  nos  separaba  del  Morro  era  de  1. 100  yardas.  En  esta  posición  quedamos 
en  espera  de  los  acontecimientos,  con  la  dotación  en  sus  puestos  y  los  cañones  car- 
gados, pero  con  las  recámaras  abiertas. 

En  tierra  se  observaba  muy  poco  movimiento.  Se  hacían  señales  en  la  estación 
del  semáforo,  y  podíamos  ver  a  unos  cuantos  hombres  corriendo  a  toda  prisa  por 
el  Morro,  conduciendo  aparentemente  los  juegos  de  armas  de  la  artillería. 

Con  la  luz  que  había  era  muy  ditícil  determinar  con  certeza  la  posición  de  los 
cañones.  Habiendo  el  lowa  comenzado  el  fuego,  el  Detroit  hizo  lo  propio  a  las  cinco 
y  quince,  con  la  batería  de  babor,  disparando  contra  el  Morro;  se  hicieron  frecuentes 
pausas  para  permitir  que  el  humo  (muy  denso)  se  disipara.  Cuando  el  lowa  se  acer- 
có a  nuestro  costado,  se  dio  la  orden  de  suspender  el  fuego,  a  fin  de  no  quitar  la 
visualidad  a  dicho  buque.  En  estos  momentos  se  vió  que  los  cañones  del  fuerte  del 


CRÓNICA  S  ság 

Este,  San  Cristóbal,  hacían  fuego,  cayendo  los  proyectiles  a  corta  distancia  de 
nosotros. 

Cuando  el  lowa  hubo  pasado  reasumimos  el  fuego,  dirigiéndolo  contra  el  fuerte 
del  Este  ^.  Así  continuamos  hasta  que  la  escuadra  hubo  pasado,  suspendiendo  el 
fuego  cada  vez  que  se  juzgó  que  el  humo  podía  entorpecer  el  de  los  buques. 

Después  que  hubo  pasado  el  Terror^  viramos  y  seguimos  detrás  de  él.  Por  este 
tiempo  caían  ya  proyectiles  a  ambos  lados  de  nosotros,  pero  a  largos  intervalos.  Pare- 
cían ser  el  resultado  del  azar,  y  no  de  una  buena  puntería.  Ningún  proyectil  dio  en 
el  buque,  y  no  hubo  bajas  que  lamentar.  Durante  el  resto  del  encuentro  permaneci- 
mos fuera  del  alcance  de  las  baterías  de  tierra,  en  obediencia  a  una  señal  de  que  no 
siguiéramos  al  buque  insignia. 

El  comportamiento  de  los  de  a  bordo  fué  excelente.  La  única  falta  que  encontré 
fué  una  tendencia  a  disparar  con  mayor  rapidez  de  lo  que  exigían  las  circunstancias. 
Debido  a  esto  y  al  oleaje,  se  perdían  muchos  de  los  proyectiles.  Como  no  había 
Guardia  marina  a  bordo,  el  contador  se  hizo  cargo,  voluntariamente,  del  almacén  de 
pólvora  de  popa,  y  el  ayudante  del  pagador,  Iglehart,  actuó  como  mi  ayudante  en 
el  puente. 

Las  baterías  están  prácticamente  en  la  misma  condición  que  antes  del  combate. 
La  única  dificultad  que  hubo  fué  con  el  mecanismo  del  ascensor,  de  los  dos  cañones 
de  cinco  pulgadas,  en  la  popa  y  castillo  de  proa.  En  ambos,  el  arco  de  elevación  y  el 
tornillo  sin  fin  se  cuartearon,  y  algunos  pedazos  saltaron  con  la  fuerza  del  golpe  del 
retroceso.  Por  lo  demás,  el  nuevo  cañón  de  popa  soportó  bastante  bien  el  fuego;  pero 
al  final  del  combate  funcionaba  con  alguna  dificultad. 

Un  cartucho  corriente  de  cinco  pulgadas  marró  fuego  y  otro  de  los  proyectiles 
se  salió  del  cartucho  al  cargar.  No  hubo  ninguna  dificultad  o  entorpecimiento  con 
las  municiones. 

Los  únicos  daños  sufridos  en  el  buque  o  en  su  equipo  fueron  debidos  al  fuego 
de  sus  propios  cañones,  como  sigue: 

El  bote  del  capitán  se  abrió  y  se  destrozó,  en  parte,  debido  a  los  fogonazos  de 
los  cañones  que  le  quedaban  debajo.  (Mi  intención  era  bajar  este  bote  y  echarlo  al 
garete,  en  caso  de  una  acción  con  otros  buques.)  Daños  de  pequeña  monta  fueron 
sufridos  por  el  maderaje  y  el  alumbrado  eléctrico  de  la  cámara,  debido  a  los  fogona- 
zos del  cañón  de  cinco  pulgadas  de  la  popa. 

Uno  de  los  puntales  en  la  cámara  (a  1 8  pies  del  centro  de  la  batería)  se  dobló 
algo  por  los  fogonazos  del  mismo  cañón;  dos  puntales  debajo  del  castillo,  a  cuatro 
pies  del  centro  del  cañón  de  arriba,  se  doblaron  también. 

Se  gastaron  las  siguientes  municiones: 

Proyectiles  corrientes  de  cinco  pulgadas 175 

Proyectiles  corrientes  de  seis  libras 123 

Proyectiles  corrientes  de  una  libra 20 

Total 318 

Soy  de  usted,  señor,  muy  respetuosamente, 

J.  H.  Dayton, 

comandante. 

Al  Comandante  en  jefe  de  las  fuerzas  navales  de  los  Estados  Unidos. — Estación 
del  Atlántico  del  Norte. 

1     Éste  fué  fuego  que  tomó  de  enfilada  la  batería  de  Los  Caballeros,  de  mi  castillo.— A",  del  A, 


APÉNDICE  NUMERO  6 

Cartas  que  el  Almirante  C.  D.  Sigsbee  dirigió  al  autor  de  este  libro. 


Mi  querido  capitán  Rivero: 

Su  muy  atenta  visita  de  ayer  me  agradó  rríuciio,  río  sólo  por  haberle  conocido 
personalmente,  sino  también  por  haber  sabido  por  usted  que  mi  informe  oficial  refe- 
rente a  la  acción  del  San  Pablo  y  el  Terror  fué  correcto. 

Quizá  no  supe  hacerme  entender  claramente  respecto  a  mi  decisión  dé  mante-^ 
nerme,  después  del  combate,  a  la  expectativa,  en  vez  de  perseguir  al  Terror  hacia  el 
puerto.  No  supe,  hasta  el  siguiente  día  de  la  acción,  la  importancia  de  las  averías  su- 
fridas por  este  destróyer,  y  como  la  información  vino  de  parte  del  patrón  de  una  go- 
leta que  se  hacía  a  la  mar,  naturalmente,  yo  no  sabía  si  él  decía  toda  la  verdad  o  si 
trataba  de  engañarme. 

Cuando  el  Terror  puso  proa  al  puerto,  yo  creí  que  él  había  sido  tocado,  por  lo 
menos  una  vez;  pero  como  navegaba  a  gran  velocidad,  que  a  sotavento  era  mayor 
que  la  del  San  Pablo ^  y  además  éste  había  permanecido  inactivo  mucho  tiempo^  no 
pudieron  sus  máquinas  desarrollar  más  grande  velocidad  hasta  después  de  unos 
quince  minutos;  por  lo  menos,  y  solamente  entonces  pude  haberle  perseguido  a  17 
nudos  de  andar. 

Como  mi  buque  estaba  a  seis  millas  de  la  orilla,  no  pude,  en  los  momentos  en 
que  vi  que  el  destróyer  se  dirigía  al  puerto,  atacarlo  nuevamente  sin  ponerme  bajo 
el  fuego  de  las  baterías. 

Solamente  cuando  el  Terror  cayó  hacia  sotavento  y  se  dirigió  hacia  la  bahía  es 
que  pudimos  ver,  desde  el  San  Pablo^  que  él  estaba,  al  parecer,  muy  averiado  por  la 
parte  de  popa. 

Le  repito  que  con  las  órdenes  que  yo  tenía  de  mantener  solamente  el  bloqueo, 
hubiese  sido  una  mala  resolución  someter  el  San  Pablo  al  fuego  de  las  baterías  de 
costa. 

El  negativo  fotográfico  tomado  desde  sus  baterías,  y  que  usted  me  dio,  es  muy 
valioso  para  mí,  porque  demuestra,  mirando  hacia  el  mar,  la  escena  del  combate  entre 
el  San  Pablo  y  el  Terror. 

Me  interesaría  saber  qué  le  aconteció  al  capitán  La  Rocha  después  de  ser  juzgado 
por  una  Corte  Marcial^  ^  y  mucho  le  agradecería  el  que  usted  me  enviase  una  nota  con 
las  pruebas  que  contra  él  se  presentaron  en  dicha  Corte^  y  también  qué  castigo  se  le 
impuso;  es  decir,  si  fué  degradado  o  destituido.  El  capitán  La  Rocha  tiene  todas  mis 
simpatías,  y  ahora  le  repito  lo  que  le  dije  ayer:  que  la  opinión  a  bordo  del  San  Pablo 
era  que  el  ataque  del  Terror  fué  hecho  con  gran  valor;  pero  se  cometió  un  grave 
error  realizando  dicho  acto  de  día  en  lugar  de  hacerlo  por  la  noche.  Para  mí  fué  una 
gran  satisfacción  el  que  dicho  ataque  se  ejecutase  durante  el  día. 

^  Yo  le  dije  al  contraalmirante  Sigsbee  que  se  había  formado  Juicio  Coníradidorio  p^vdiX^soXY^r  sil.^ 
Rocha  era  acreedor  a  la  cruz  de  San  Ferniíndo;  y  él  entendió  que  este  oficial  fué  juzgado  por  un  Consejo  de 
guerra. — -A',  del  A. 


CRÓNICAS  ^Oi 

Dándole  las  gracias  por  su  visita  y  por  sus  informes,  así  como  también  por  los 
negativos  que  bondadosamente  me  dio,  quedo  de  usted  sinceramente. 

{Firmado)  Charles  D.  Sigsbee, 

contraalmirante ,  Marina  de  E.  U. 

Capitán  Ángel  Rivero,  calle  de  Tetuán.  San  Juan  P.  R. 

OFICINA  DEL  COMANDANTE  DEL  SEGUNDO  ESCUADRÓN  DESTACADO; 
ESCUADRA  DEL  NORTE  ATLÁNTICO 

U.  S.  F.  Brooklyn^  Tompkinsville,  N.  Y* 

Julio  31,  1905. 

Sr.  D.  Ángel  Rivero,  calle  de  Tetuán*  San  Juan  P.  R. 

Mi  querido  capitán  Rivero:  Place  poco  tiempo,  y  a  petición  de  la  señora  La  Ro- 
cha, de  Cádiz  (España),  viuda  del  comandante  La  Rocha,  le  dirigí  una  larga  carta,  de 
la  cual  envío  a  ustad  copia. 

La  señora  de  La  Rocha  me  manifestaba  que  toda  Vez  que  mi  carta  era  escrita  a  la 
viuda  del  comandante  La  Rocha,  mis  manifestaciones  podían  ser  tomadas  en  España^ 
por  aquellos  a  quienes  concernía,  como  una  simple  cortesía  a  una  señora,  y,  por  lo 
tanto,  tales  argumentos  perderían  todo  su  valor  en  caso  de  que  ella  los  presentase 
para  hacer  presente  su  derecho  a  obtener  una  pensión. 

Tal  interpretación  de  mi  carta,  como  usted  indudablemente  sabe,  no  sería  exacta 
en  los  Estados  Unidos;  pero  en  España,  donde  las  expresiones  de  cortesía  llegan 
siempre  a  un  grado  más  alto  que  en  Norteamérica,  mi  carta  tendría  escaso  valor  si 
yo  la  envío  dirigida  a  la  señora  La  Rocha. 

Por  eso  esta  señora  me  sugiere  que  yo  le  escriba  a  usted,  y  accediendo  a  sus  de- 
seos, tengo  el  honor  de  enviarle  aquella  carta  ^  a  usted  y  a  su  dirección,  rogándole 
que  si  usted  lo  cree  oportuno,  se  la  envíe  a  Madame  La  Rocha.  Además,  yo  enviaré 
una  copia  directamente  a  esta  señora. 

Con  mis  mejores  saludos  y  deseos  para  usted,  y  en  la  esperanza  de  que  la  señora 
La  Rocha  tenga  éxito  en  conseguir  su  pensión,  quedo  sinceramente  suyo. 

Charles   D.    Sigsbee, 

Kear-AJmiral^  II.  S.  Navy^ 
Conitnander  Detached  Second  Sqnadron*    • 

1  La  carta  a  cine  hace  referencia  el  almirante  Sigsbee,  antiguo  capitán  del  .SV.  Paul  y  del  crucero  Mainé 
Contenía  un  extenso  elogio  de  la  conducta  valerosa  del  comandante  La  Rocha  y  de  toda  la  tripulación  del 
destróyer  Terror,  calificando  el  acto  temerario  realizado  por  este  buque,  en  pleno  día,  de  heroico  y  desespe- 
rado, y  añadía  que  tal  hecho  en  cualquier  Marina  hubiera  sido  recompensado  con  el  más  alto  galardón.  El 
hecho  de  haber  remitido  la  citada  carta  por  conducto  del  presidente  del  Casino  Español  de  San  Juan  de  Puerto 
kico,  Antonio  Alvarez  Nava,  a  la  viuda  del  comandante  La  Rocha,  sin  haber  tenido  la  precaución  de  copiarla, 
me  priva  de  ofrecer  a  mis  lectores  tan  notable  documento. — N.  del  A. 


APÉNDICE  NUMERO  7 


Sobre     el     bloqueo     de     San     Juan 


U.  S.  S.  St,  Paul. 
Mola  de  St.  Nicolás,  Haití,  junio  27,   1898. 

Señor: 

En  vez  de  abandonar  el  bloqueo  de  San  Juan  esta  noche,  y  seguir  directamente 
a  New  York,  por  carbón,  de  acuerdo  con  sus  órdenes,  decidí  ayer  venir  aquí  con 
objeto  de  recomendar  a  usted  el  pronto  aumento  de  la  fuerza  naval  que  bloquea  el 
puerto  de  San  Juan,  donde  el  Yosemite^  actualmente,  está  solo,  como  estuvo  St,  Paul 
hasta  la  llegada  del  Yosemite 

Tan  pronto  como  este  buque  llegó  frente  a  San  Juan  le  fué  demostrado  que  no 
podía  aproximarse,  sin  peligro,  a  las  baterías.  En  efecto,  los  buques  de  guerra  espa- 
ñoles han  resuelto  mantenerse  al  amparo  de  las  baterías,  las  cuales,  como  a  usted  le 
consta,  son  muy  fuertes  y  bien  servidas. 

Deseo,  respetuosamente,  sugerirle  que  existe  mayor  dificultad  en  bloquear  este 
puerto  que  el  de  la  Habana,  donde  no  hay  buques  de  guerra  enemigos,  ni  destroyers, 
y  donde  el  puerto  puede  ser  bloqueado,  al  mismo  tiempo,  por  el  Este  y  Oeste,  te- 
niendo así  asegurado  el  flanqueo. 

Los  buques  que  intenten  burlar  el  bloqueo  de  San  Juan  pueden,  a  causa  de  la 
poca  extensión  de  la  Isla  de  Este  a  Oeste,  recibir  noticias  telegráficas  en  cualquier 
otro  puerto  del  litoral,  sobre  la  situación  del  bloqueo,  y  en  pocas  horas  entrar  en  San 
Juan.  Esto  también  pueden  hacerlo  tocando  antes  en  los  puertos  del  Este  y  Oeste  de 
St.  Thomas. 

Cuando  un  solo  buque  constituye  la  fuerza  del  bloqueo,  éste  se  ve,  a  menudo, 

obligado  a  pasar  visitas  a  buques  que  se  aproximan  mucho  a  la  costa,  y  esto  es  dema- 
siado expuesto  a  un  ataque  durante  la  operación. 

Mi  salida  de  San  Juan,  un  día  antes  de  lo  que  era  mi  intención,  fué  debido  a  la 
creencia,  basada  en  noticias  que  recibí  de  la  ciudad,  de  que  el  Terror  no  podía,  en 
un  solo  día,  reparar  todo  el  daño  que  le  hizo  el  St.  Paul^  sobre  lo  cual  llamo  su 
atención  en  otra  carta  de  esta  misma  fecha.  Es  juicioso  tener  constantemente  en  el 
pensamiento  al  Terror  como  posible  fuerza  activa;  pero  aun  no  ocupándonos  de 
él,  los  servicios  que  deben  ser  realizados  por  el  Yosemite^  de  bloquear  un  puerto  bien 
fortificado,  donde  existe  una  fuerza  de  buques  enemigos  que,  unidos,  es  mayor  que 
la  de  él,  es  asunto  muy  difícil.  Si  permite  que  lo  echen  fuera  de  la  costa,  aún  tempo- 
ralmente, podría  establecerse  la  reclamación  de  que  tal  bloqueo  no  era  efectivo.  Esto 
aun  era  más  fácil  cuando  el  St,  Paul  estaba  solo  en  el  bloqueo,  a  causa  de  que  su 
velocidad  se  había  reducido  considerablemente  por  un  accidente  de  la  máquina  de 
estribor 

Me  aventuro  a  sugerir  que,  para  hacer  efectivo  el  bloqueo  de  San  Juan,  hace  falta 


c;  R  o  K  1  C  A  s 


593 


una  considerable  fuerza  de  buques  fuera  del  puerto,  permitiendo  hacer  algún  crucero 
ocasional  alrededor  de  la  isla. 

Al  Oeste  de  San  Juan  la  costa  es  peligrosa  y  permite,  fácilmente,  a  los  buques 
forzadores  del  bloqueo,  usando  pilotos  locales,  navegar  tan  aterrados  que  les  sería 
fácil  entrar  en  puerto  durante  la  noche. 

Muy  respetuosamente, 

C.  1).  Sjgsbee, 

Al  Secretario  de  la  Guerra. 


APÉNDICE  NUMERO  8 


El  Almirante  D.  Pascual  Cervera. 


Don  Ángel,  hijo  y  ayudante  del  heroico  general  Cervera,  en  nuestra  larga  entre- 
vista celebrada  el  día  4  de  septiembre  de  1922,  en  Madrid,  tuvo  la  bondad  de  darme 
detalles  preciosos  sobre  la  preparación,  salida  y  destrucción  de  la  escuadra  española, 
así  como  del  cautiverio  de  los  supervivientes.  He  creído  oportuno  enriquecer  esta 
crónica  con  dicho  relato,  uno  de  los  más  emocionantes  de  todo  el  libro: 

—  «El  día  2  de  julio  de  1898  el  general  Blanco,  capitán  general  de  la  isla  de  Cuba, 
envió  un  cablegrama  al  ministro  de  Marina,  Sr.  Auñón,  en  el  cual  decía:  He  ordena- 
do que  salga  escuadra  inmediatamente ^  pues  si  se  apodera  enemigo  boca  puerto  está 
perdida. 

La  misma  autoridad,  con  fecha  l.^,  había  dirigido  (a  mi  padre)  tres  telegramas 
urgentísimos^  y  con  intervalo  sólo  de  media  hora,  ordenando  que  la  escuadra  saliese 
cuanto  antes.  Disponíase  el  almirante  a  prestar  ciega  obediencia  a  orden  tan  desca- 
bellada, cuando  el  día  2,  y  apenas  amanecido,  Blanco  vuelve  a  urgir,  dando  orden 
definitiva  para  la  salida,  que  fué  sentencia  de  muerte  para  más  de  300  hombres.  El 
parte  está  fechado  en  2  de  julio  a  las  cinco  y  diez  minutos  de  la  mañana,  y  se  lee: 
«  Urgentisimo.  En  vista  estado  apurado  y  grave  de  esa  plaza,  que  me  participa  general 
Toral,  embarque  V.  E.,  con  la  mayor  premura,  tropas  desembarcadas  de  la  escua- 
dra, y  salga  con  ésta  inmediatamente.» 

La  Junta  fué  citada,  pues,  ante  aquella  orden,  holgaba  toda  discusión.  Mi  padre 
dio  instrucciones  para  el  combate,  y  señaló  las  cuatro  del  mismo  día  para  hacerse  a 
la  mar;  abrazó,  conmovido,  a  cada  uno  de  los  comandantes,  y  ordenó  a  D.  Víctor 
Concas,  jefe  de  Estado  Mayor  accidental,  por  enfermedad  de  Bustamante,  que  pu- 
siese tal  resolución  en  conocimiento  del  general  Toral,  quien  había  substituido  a  Li- 
nares en  el  mando  de  la  plaza.  Después  me  llamó,  y  ambos  formamos  un  abultado 
legajo  con  todos  los  documentos  oficiales,  cartas  y  telegramas  cruzados  con  el  Go- 
bierno de  España;  el  legajo  fué  cerrado  y  lacrado,  y  seguidamente  lo  deposité  en  po- 
der del  arzobispo  de  Santiago,  quien,  requerido,  dio  palabra  de  honor  de  no  entre- 
gar tal  depósito  sino  a  mi  padre,  o  a  sus  deudos,  si  aquél  perecía  en  el  combate. 
Después  el  almirante  confesó  y  comulgó  con  fervor  cristiano,  siempre  consciente  del 
grave  trance  que  iba  a  afrontar. 

No  fué  posible  salir  aquel  mismo  día  por  haberse  retrasado  la  fuerza  de  desem- 
barco, que  estaba  cooperando  a  la  defensa  de  la  plaza. 

Por  la  noche  regresó  al  Teresa^  su  buque  insignia;  encerróse  en  la  cámara,  y 
pasó  toda  la  noche  en  vela,  entregado  a  sus  pensamientos.  Al  clarear  aquel  día  del 
cruento  sacrificio,  y  al  toque  de  diana^  salió  al  aire  libre,  y  le  oí  decir  con  voz 
tenue: 

«¡Vamos  allál;  al  sacrificio,  al  desastre;  ó  mejor  dicho,  vamos  2\  cumplimiento  del 
deber, » 


CRÓNICAS 


595 


Rompió  el  día  muy  cerrado;  los  buques  estaban  a  presión;  los  cañones  cargados. 
El  orden  de  salida  fué  como  sigue:  Infanta  María  Teresa^  buque  insignia;  Vizcaya, 
Colón,  Oquendo,  y  detrás  los  dos  destroyers. 

Sus  instrucciones  ordenaban  al  comandante  del  Teresa  entablar  combate  con  el 
enemigo,  tan  pronto  saliese  del  puerto,  dando  lugar  a  que  el  resto  de  la  escuadra  es- 
capase a  toda  marcha,  y  con  rumbo  al  Oeste,  tomando  el  Vizcaya  la  cabeza.  Los  des- 
troyers, al  amparo  de  las  grandes  unidades,  aprovecharían  cualquier  momento  opor- 
tuno para  lanzar  sus  torpedos. 

Los  buques  enemigos  aquella  mañana  eran:  Indiana,  New  York,  OregáUy  lowa, 
TexaSj  Brooklyn  y  Massachusets,  y  además  los  cruceros  auxiliares,  cañoneros,  car- 
boneros, etc.,  etc. 

A  las  nueve  de  la  mañana  de  aquel  día,  3  de  julio  de  1 898,  se  dio  la  orden  de 
¡avante!,  y  un  grito  inmenso  de  ¡viva  España!  fué  lanzado  por  la  marinería,  viva  que 
contestaron  las  tropas  de  tierra  que  coronaban  todas  las  alturas  del  puerto. 

La  comparación  de  armamento  entre  ambas  escuadras  era  desconsoladora:  27.840 
toneladas  españolas  contra  73-555  americanas;  14  cañones  de  30  centímetros,  38 
de  20  y  191  de  15  centímetros,  todos  de  tiro  rápido,  contra  1 14  en  nuestros  barcos, 
y  ninguno  superior  al  calibre  de  28,  de  los  cuales  sólo  teníamos  6. 

Las  dotaciones  habían  consumido,  bien  temprano,  un  rancho  extraordinario. 

Leváronse  anclas,  y  el  Teresa,  con  su  gran  bandera  de  combate  azotada  por  la 
brisa,  cruzó  por  delante  de  los  demás  buques  que  le  rindieron,  por  vez  postrera,  los 
honores  reglamentarios;  y  a  las  nueve  y  treinta  minutos  de  la  mañana,  envuelto  en  el 
humo  de  sus  chimeneas  y  levantando  montañas  de  espuma,  asomó  la  proa  Morro 
afuera;  el  práctico  de  Santiago  dijo  después  que  «Cervera  se  mostraba  tranquilo 
como  si  se  hallase  en  su  cámara  y  fondeado » . 

Añado  a  lo  anterior  que  rni  padre  aparecía  risueño,  y  hablaba  con  los  más  cerca- 
nos en  el  puente,  mientras  comía  lentamente  una  galleta. 

La  corneta  de  órdenes  dio  la  señal  de  pelea,  y  sus  agudos  toques  fueron  repeti- 
dos de  batería  en  batería;  entonces  el  Teresa,  a  todo  su  andar,  se  lanzó  contra  el  bu- 
que enemigo  más  cercano  y  rompió  fuego  contra  él,  con  todas  las  piezas  de  a  bordo; 
este  buque  era  el  Brooklyn,  insignia  del  comodoro  Scheley,  quien  maniobró  para  enfi- 
lar al  Teresa  con  sus  gruesos  cañones;  pero  esquivando  la  acometida,  se  refugió  en- 
tre el  lowa  y  el  Texas;  seguidamente  estos  tres  buques  nos  tomaron  por  blanco,  dis- 
parando, en  salvas,  toda  su  artillería,  sin  acercarse,  y  resguardados  los  sirvientes  y  ma- 
rinería tras  sus  potentes  corazas,  verdaderas  murallas  de  la  China,  comparadas  con 
las  débiles  protecciones  de  nuestros  cruceros,  a  quienes  para  halagar  el  espíritu  pú- 
blico se  había  designado  con  el  pomposo  nombre  de  acorazados. 

Según  un  relato  de  Concas,  él  vio  chocar  hasta  7  proyectiles,  de  gran  calibre, 
sobre  su  torre  de  mando;  uno  de  ellos  mató,  convirtiéndolo  en  un  montón  de  piltra- 
fas, a  su  ordenanza;  y  un  casco  de  granada,  rebotando,  hirió  al  mismo  Concas  en  un 
brazo  y  una  pierna,  dejándolo  maltrecho. 

Mi  padre,  entonces,  en  vez  de  llamar  al  segundo  que  estaba  en  una  torre,  tomó  el 
mando  del  Teresa,  a  tiempo  mismo  que  un  proyectil  de  30  centímetros  reventaba 
sobre  la  popa,  cortando  en  varios  parajes  la  tubería  y  haciendo  gran  destrozo.  El  bu- 
que tomó  fuego  que  fué  aumentando  a  pesar  de  los  heroicos  esfuerzos  realizados  para 
extinguirlo;  todo  el  maderamen  ardía;  el  vapor  se  escapaba  a  chorros  por  los  tubos 
rotos  y  ya  las  piezas  de  pequeño  caHbre,  huérfanas  de  sus  sirvientes,  muertos  junto 
a  ellas,  comenzaban,  al  ser  caldeadas  por  las  llamas,  a  dispararse  automática- 
mente. 

Ordenó  mi  padre  que  fuesen  inundados  los  pañoles,  mas  no  fué  posible  cumpli- 
mentar esta  orden  porque  las  llamas  lamían  los  corredores  y  el  humo  asfixiaba  a  la 
gente.  En  derredor  de  las  baterías  sólo  había  muertos  y  heridos;  casi  todos  los  caño- 


S96  A  .     RI  VERO 

nes  estaban  estropeados  y  las  llamas,  avanzando  hacia  los  repuestos  de  municiones, 
amenazaban  con  una  explosión,  y  por  eso  el  almirante  ordenó  proa  a  la  costa,  frente 
a  punta  Cabrera,  y  aunque  antes  de  llegar  a  la  playa  se  pararon  las  máquinas,  el  im- 
pulso inicial  llevó  el  buque  hasta  un  paraje  cercano  ^.  No  hubo  necesidad  de  afrontar 
el  trance  doloroso  de  arriar  la  gran  bandera  de  combate;  ella,  tal  vez  por  algo 
inexplicado,  tocó  las  llamas  que  consumían  un  mástil,  y  a  poco  tiempo,  destruida 
por  el  fuego,  sus  pavesas,  aventadas  por  la  brisa,  se  disolvieron  en  las  aguas  de 
la  mar. 

El  honor  quedaba  salvo  y  también  cumplimentadas  las  Ordenanzas  de  la  Armada 
que  prescriben  tal  medida,  en  caso  de  un  combate  desgraciado,  para  evitar  ser  presa 
del  enemigo. 

La  mayor  parte  de  los  botes  eran  un  conjunto  de  astillas  y  por  eso  el  salvamento 
fué  muy  difícil,  dándose  permiso  al  personal  que  sabía  nadar  para  que  ganasen  a 
nado  la  costa.  Mi  padre  se  arrojó  al  agua  en  los  últimos  momentos,  asistido  por  los 
cabos  de  mar  Juan  Llorca  y  Andrés  Sequeiro.  Iba  asido  a  un  cuartel  que  tomaron  a 
remolque  los  citados  cabos  de  mar,  y  yo  le  empujaba  por  detrás;  pero  a  poco  solta- 
ron el  remolque  los  cabos  y  yo  continué  empujándolo  hacia  la  playa,  habiendo  tenido 
la  dicha  de  lograr  mi  objeto  con  la  ayuda  de  Dios. 

Tres  cuartos  de  hora  más  tarde  comenzaron  a  llegar  botes  americanos  que  ve- 
nían por  sus  prisioneros.» 

— jiEs  cierto,  señor  Cervera,  el  dicho  de  algunos  periodistas  y  autores  de  que  los 
cubanos  hicieron  fuego  sobre  los  supervivientes  de  la  catástrofe.f^ 

—  «A  la  tripulación  del  Teresa  no  le  hicieron  fuego  los  insurrectos;  pero  sí  envió  el 
cabecilla  que  andaba  por  allí  un  emisario  al  almirante  diciéndole  que  si  se  entregaba 
a  ellos,  los  trataría  muy  bien.  A  lo  que  le  contestó  que  él  se  había  rendido  a  los 
americanos,  pero  no  a  los  insurrectos.» 

Don  Ángel  continuó  su  felato: — «En  cuanto  a  los  demás  buques,  usted  sobrada- 
mente conoce  lo  ocurrido.  El  Vizcaya,  mandado  por  el  bravo  Enlate,  se  lanzó  también 
contra  el  Brooklyn,  el  buque  enemigo  de  más  andar,  y  con  la  intención  de  abor- 
darlo; pero  el  Brooklyn  le  enseñó  la  popa  y,  describiendo  un  8,  se  echó  fuera,  enfi- 
lando, después  de  la  maniobra,  sus  gruesos  cañones  contra  el  Vizcaya]  a  las  once 
y  media,  cuando  ya  no  había  a  bordo  de  este  crucero  ni  un  solo  sirviente  ileso,  ni 
una  sola  batería  que  no  estuviese  inutilizada,  con  su  comandante  herido,  pero  sin 
entregar  el  mando,  y  después  de  oír  el  consejo  de  sus  oficiales,  maniobró  con  toda  la 
velocidad  remanente,  lanzándose  contra  los  arrecifes  del  Aserradero  y  embarran- 
cándolo. 

El  Colón,  comandante  Díaz  Moreu,  el  buque  mejor  protegido  de  la  escuadra, 
aunque  falto  de  sus  gruesos  cañones,  solamente  tuvo  un  muerto  y  unos  pocos  heri- 
dos; todos  los  demás  perdieron,  a  lo  menos,  un  tercio  de  sus  dotaciones.  Este  bu- 
que, que  había  ganado  gran  trecho  a  sus  perseguidores,  fué  perdiéndolo  por  decaer 
la  velocidad  a  causa  de  la  baja  de  presión  en  sus  calderas  al  consumir  el  poquísimo 
carbón  bueno  que  tenía,  y  empezar  a  quemar  el  que  hizo  en  Santiago,  y  entonces 
comenzaron  a  caer  a  su  alrededor  los  gruesos  proyectiles  del  Oregón  y  otros  acora- 
zados enemigos  que  venían  a  su  alcance.  Poco  más  de  la  una  de  la  tarde  sería  cuando 
embarrancó  en  una  playa,  donde  desemboca  el  río  Tarquino,  aunque  sin  recibir  gra- 
ve daño  2. 

El  Oquendo,  desde  el  instante  de  su  salida,  recibió  los  fuegos  combinados  del  In- 

1  Más  tarde  este  crucero  se  fué  a  pique  cuando  se  trató  de  remolcarlo  a  los  Estados  Unidos. — N.  del  A. 

2  La  Prensa  americana,  y  hasta  el  senador  H.  Cabot  Lodge  en  su  libro,  acusaron  públicamente  al  coman- 
dante del  Colón  de  haber  abierto  traicioneramente  las  válvulas,  echando  a  pique  el  buque  después  de  ren- 
dido.—iV.  del  A, 


CRÓNICAS  59; 

diana,  lowa  y  Oregon,  y  en  pocos  minutos  quedó  fuera  de  combate.  Su  coman- 
dante Lazaga,  maniobrando  hábilmente,  pasó  cerca  del  Teresa,  perseguido  por  lo^: 
enemigos,  como  jauría  frenética  persigue  su  presa;  poco  después  las  llamas  se  apo- 
deraban de  las  torres  y  sin  cañones  útiles,  sin  sirvientes  y  con  el  casco  hecho  una 
criba,  y  viendo  cercana  su  captura,  puso  proa  a  la  costa  y  embarrancó  una  milla 
más  allá  del  Teresa,  El  valiente  y  noble  Lazaga,  en  el  último  momento,  y  cuando  ya 
había  embarrancado  su  buque,  súbitamente  cayó  muerto  víctima  de  un  colapso.  Su 
cadáver  fué  piadosamente  cubierto  con  la  bandera  de  la  Patria. 

Los  destroyers,  casi  en  la  misma  boca  del  puerto,  fueron  hundidos  por  el  fuego 
enemigo,  y  principalmente  por  los  del  GloMscester,  capitán  Wainwright.  El  Furor  y 
el  Plutón  pudren  sus  cascos,  frente  al  puerto,  y  en  el  fondo  del  mar. 

Los  que  dieron  la  orden  para  que  saliese  la  escuadra  a  todo  trance,  podían  dor- 
mir tranquilos;  su  orden  había  sido  cumplimentada.  Es  verdad  que  por  tal  orden,  y 
por  no  desobedecerla,  murieron  223  hombres,  15I  más  resultaron  heridos;  es  decir, 
el  25  por  100  del  total  de  las  dotaciones,  y  el  resto,  con  su  almirante,  eran  recibidos 
a  bordo  de  los  buques  enemigos,  con  los  más  grandes  honores  y  frases  congratula- 
torias que  registra  la  historia  de  los  combates  navales. 

El  comportamiento  de  los  vencedores,  no  me  cansaré  de  repetirlo,  fué  superior  a 
toda  ponderación;  el  almirante,  en  su  parte  oficial  escribió:  «Réstame  decir  a  Vuecen- 
cia para  ampliar  los  rasgos  característicos  de  esta  lúgubre  jornada,  que  nuestro  ene- 
migo se  ha  conducido  y  conduce  actualmente  con  nosotros  con  una  hidalguía  y  de- 
licadeza que  no  cabe  más;  no  sólo  nos  han  vestido  como  pudieron,  desprendiéndose 
de  efectos,  no  sólo  del  Estado,  sino  también  de  propiedad  particular;  además  han 
suprimido  la  mayor  parte  de  los  hurras  por  respeto  a  nuestra  amargura;  hemos  sido 
y  somos  objeto  de  entusiastas  manifestaciones  por  nuestra  acción,  y  todos,  a  porfía, 
se  han  esmerado  en  hacer  nuestro  cautiverio  lo  más  llevadero  posible.» 

Mi  padre,  yo  y  el  grupo  del  Teresa  fuimos  conducidos  a  bordo  del  Gloucester, 
primero,  y  luego  al  lowa  1.  Evans,  su  comandante,  pronunció  estas  palabras  al  es^ 
trechar  la  mano  de  mi  padre: 

1  Dice  el  capitán  Evans,  comandante  del  lowa^  en  un  libro  suyo  publicado  poco  después  de  la  guerra,  y 
en  su  página  360,  lo  que  sigue:  «En  cada  bote  había  3  ó  4  pulgadas  desangre,  y  en  muchos  de  los  viajes  lle- 
garon algunos  cadáveres  sumergidos  en  aquel  rojizo  y  espeluznante  líquido.  Estos  bravos  luchadores,  muer- 
tos por  su  amada  Patria,  íueron  después  sepultados  con  honores  militares  rendidos  por  la  tripulación  del 
lowa.  Tales  ejemplos  de  heroísmo,  o  por  mejor  decir,  de  fanatismo  por  la  disciplina  militar,  jamás  habían  sido 
llevados  al  terreno  de  la  práctica  tal  y  como  acababan  de  realizarlo  los  marinos  españoles;  uno  de  éstos,  con 
el  brazo  izquierdo  completamente  arrancado  de  su  sitio,  y  el  brazo  descarnado  sujeto  solamente  por  peque- 
ños trozos  de  piel,  subió  la  escala  de  mi  buque  con  estoica  serenidad,  y  al  pisar  la  cubierta  se  cuadró,  salu- 
dando militarmente.  Todos  nos  sentimos  conmovidos  en  el  más  alto  grado;  otro  llegó  sumergido  en  una  charca 
de  sangre,  con  solo  la  pierna  derecha;  fué  atado  con  un  cabo  en  el  bote,  y  cuando  se  le  izó  a  bordo  no  pro- 
firió ni  una  queja. 

Para  terminar  la  faena,  llegó  el  último  bote  conduciendo  al  comandante  del  Vizcaya,  Sr.  Eulate,  para 
quien  se  trajo  una  silla,  porque  estaba  malherido.  Todos  sus  oficiales  y  marineros,  al  verle  llegar,  se  apresu- 
raron a  darle  la  bienvenida  tan  pronto  se  desenganchó  la  silla  del  aparejo.  Eulate,  poco  a  poco,  se  incorpo- 
ró, y  saludándome  con  grave  dignidad,  desprendió  su  espada  del  cinto,  llevó  su  guarnición  a  la  altura  de  los 
labios,  la  besó  reverentemente,  y  con  ojos  llenos  de  lágrimas  me  la  entregó.  Tan  hermoso  acto  jamás  se  bo- 
rrará de  mi  memoria;  apreté  la  mano  de  aquel  valiente  español,  y  no  acepté  su  espada.  Entonces,  un  sonoro  y 
prolongado  hurra  salió  de  toda  la  tripulación  del  lowa. 

En  seguida,  varios  de  mis  oficiales  tomaron  en  la  silla  de  manos  al  capitán  Eulate,  con  objeto  de  conducirle 
a  un  camarote  dispuesto  para  él,  donde  el  médico  reconociese  sus  heridas.  En  el  momento  en  que  los  ofi- 
ciales se  disponían  abajarle,  una  formidable  explosión,  que  hizo  vibrar  las  capas  de  aire  a  varias  millas  ende- 
rredor,  anunció  el  fin  del  Vizcaya.  Euleite  volvió  el  rostro,  y  extendiendo  los  brazos  hacia  la  playa,  exclamó: 
«¡Adiós,  Vizcaya!;  ¡adiós,  ya...»  y  los  sollozos  ahogaron  sus  palabras. 

Como  viera  yo  que  las  tripulaciones  de  los  dos  primeros  buques  echados  a  pique  no  habían  sido  visitadas 
3tún  por  Iqs  nuestros,  puse  hacia  ellos  la  proa  del  lowa,  A  poco  an4ar  encontré  d\  Gloucester  que  regresaba, 

38 


598  A  .     R  I  V  E  R  O 

«Caballero,  sois  un  héroe;  habéis  reaÜzado  la  hazaña  más  sublime  de  todas  cuantas 
guarda  la  historia  de  la  Marina.»  ^ 

El  almirante  y  su  grupo  fuimos  instalados  últimamente  en  el  crucero  auxiliar 
St.  Lotiis^  donde  recibimos  un  trato  esmerado,  y  navegamos  hasta  llegar  a  Port- 
Mouth,  donde  fondeamos  el  lO  de  julio.  En  este  punto  recibió-  mi  padre  pruebas 
inequívocas  de  la  alta  estimación  que  a  marinos  y  paisanos  merecía,  y,  muy  especial- 
mente, del  obispo  de  Portland  y  del  cura  párroco  de  la  población,  quienes  hicieron 
cuanto  pudieron  en  obsequio  nuestro. 

El  l6  de  julio  fuimos  trasladados  a  Annápolis,  y  llegamos  en  medio  de  una 
estruendosa  recepción,  en  que  el  pueblo  nos  aclamaba,  rindiéndosenos,  además,  los 
honores  correspondientes  a  cada  giado.  Se  nos  alojó  confortablemente  en  el  edificio 
de  la  Academia  Naval,  y  el  secretario  de  Marina,  en  un  rasgo  de  delicadeza,  nombró 
superintendente  de  dicho  Centro  de  enseñanza  al  contraalmirante  Mac-Nair,  para  que 
mi  padre  no  apareciese  bajo  la  custodia  de  un  jefe  de  grado  inferior. 

En  el  libro  de  Concas  se  lee:  «Mac-Nair  era  un  cumplido  caballero,  que,  obede- 
ciendo órdenes  de  su  Gobierno,  y  dando  él  mismo  el  ejemplo,  impuso  una  conducta 
correcta  y  dignísima  para  nosotros,  de  lo  cual  se  hicieron  lenguas  desde  el  almirante 
hasta  el  último  guardia  marina.» 

El  almirante  solicitó  y  obtuvo  permiso  para  visitar  a  los  heridos  de  la  escuadra, 
viajando  así  libremente. 

Durante  su  cautiverio  recibió  afectuosos  telegramas  de  España  y  del  extranjero, 
y  por  este  tiempo  pude  leer  en  el  Neiv  York  Herald^  diario  el  más  importante  de 
los  Estados  Unidos,  y  en  su  edición  del  12  de  julio,  lo  que  sigue:  «La  figura  más 
heroica  de  esta  guerra,  en  lo  que  a  los  españoles  respecta,  es,  sin  duda,  la  del  almi- 
rante Cervera;  es  él  un  buen  marino,  valiente  y  caballeroso.» 

El  1 8  de  agosto  mi  padre  dirigió  una  carta  a  mi  hermano  Juan,  carta  en  la  cual 
hay  este  párrafo:  «He  olvidado  decirte  que  aquí  me  ha  tratado  (el  pueblo  americano) 
con  una  consideración  y  afectos  extraordinarios  por  lo  del  teniente  Hobson;  hubo 
día  que  he  tenido  que  dar  la  mano  como  2.000  veces.»  Sus  habitaciones,  en  la  Es- 
cuela Naval,  siempre  estuvieron  llenas  de  frescas  flores,  que  las  señoritas  de  Anná- 
polis le  enviaban  cada  día. 

El  12  de  septiembre,  y  en  medio  de  una  entusiasta  despedida  que  nos  tributa- 
ron los  habitantes  y  autoridades  de  la  ciudad  de  New  York,  embarcamos  todos  los 
cautivos  en  el  gran  vapor  inglés  City  of  Rome,  el  cual  llevaba  con  rumbo  a  España 
dos  generales  (mi  padre  y  Paredes  Chacón),  ocho  jefes,  70  oficiales  y  guardias  mari- 
nas y  1.524  clases  y  marineros.» 

trayendo  al  almirante  Cervera,  a  varios  de  sus  oficiales  y  a  un  gran  número  de  heridos.  El  Ilarward  había  re- 
cogido la  tripulación  del  Oqiiendo  y  del  Teresa,  y  a  media  noche  tenía  a  bordo  966  prisioneros,  casi  todos 
heridos. 

Con  respecto  al  valor  y  energía,  nada  hay  registrado  en  las  páginas  de  la  Historia  que  pueda  asemejarse 
a  lo  realizado  por  el  almirante  Cervera.  El  espectáculo  que  ofrecieron  a  mis  ojos  los  dos  torpederos,  meras 
cascaras  de  papel,  marchando  a  todo  vapor  bajo  la  granizada  de  bombas  enemigas,  y  en  pleno  día,  sólo  se  pue- 
de definir  de  este  modo:  fi/e  un  acto  espaíiol. 

El  almirante  Cervera  fué  trasladado  desde  el  Gloucester  a  mi  buque;  al  pisar  la  cubierta  fué  recibido  con 
los  honores  militares  debido  a  su  categoría,  y  por  el  Estíido  Mayor  en  pleno,  el  comandante  del  barco  y  los 
mismos  soldados  y  artilleros  que,  con  las  caras  ennegrecidas  por  la  pólvora,  salieron,  casi  desnudos,  a  saludar 
al  valiente  marino,  quien  con  la  cabeza  descul)ierta  pisaba  con  gravedad  la  cubierta  del  vencedor. 

La  numerosa  tripulación  del  lo^va,  unida  a  la  del  Gloucester ,  prorrumpieron  unánimemente  en  un  ¡hurra! 
atronador  cuando  el  almirante  español  saludó  a  los  marineros  americanos.  Aunque  el  héroe  ponía  sus  pies  sm 
insignia  alguna  sobre  la  cubierta  del  lozva,  todos  reconocieron  que  cada  molécula  del  cuerpo  de  Cervera 
constituía  por  sí  sola  un  almirante.» 

^     The  destruction  ofthe  spanishjieet. — Cap.  Mahan. — N'.  del  A, 


APÉNDICE  NUMERO  9 


El  Almirante  Cervera,  su  liberación  y  regreso  a  España- 

El  almirante  Cervera  y  sus  compañeros  de  cautiverio  fueron  transportados  a  Es- 
paña en  el  vapor  inglés  City  of  Rome,  procedentes  de  New  York;  este  vapor  fondeó 
en  Santander  el  19  de  septiembre,  ya  por  la  tarde.  Vinieron  a  bordo  a  saludar  al 
almirante,  además  de  sus  hijos  D.  Juan  y  D.  Luis,  numerosas  Comisiones  departa- 
mentales compuestas  de  oficiales  de  Marina;  la  de  Cádiz  estaba  presidida  por  el  ge- 
neral Warleta,  el  cual  dio  lectura  a  un  sentido  mensaje. 

S.  M.  la  Reina  le  envió  este  telegrama:  «La  Reina  al  almirante  Cervera.  A  su 
llegada  a  España  le  saludo  cariñosamente,  así  como  a  todos  los  jefes,  oficiales  y  ma- 
rineros que  le  acompañan.  Le  ruego  me  dé  noticias  del  estado  de  los  heridos  y  en- 
fermos.— María  Cristina.» 

En  un  coche  de  salón  del  tren  expreso  llegó  a  Madrid  el  almirante  Cervera, 
siendo  recibido  en  la  estación  por  el  ministro  de  Marina  vSr.  Auñón,  quien,  tanto  él 
como  sus  ayudantes,  vestían  de  paisano.  Este  general  Auñón,  verdadero  responsable 
de  la  descabellada  salida  de  la  escuadra  desde  Cabo  Verde,  saludó  cortésmente  al 
almirante,  y  entre  ambos  se  cruzaron  estas  palabras: 

— Siento  mucho  lo  ocurrido,  mi  general;  supongo  que  habrá  usted  perdido  todo 
lo  suyo  en  el  naufragio. 

— Así  es — contestó  don  Pascual — ,  todo,  menos  el  honor. 
— ¡Es  lástima! — replicó  Auñón,  cambiando  el  giro  de  la  conversación  L 
Desde  la  estación  hasta  la  rambla  de  San  Vicente,  todo  el  trayecto  estaba  acor- 
donado por  la  Guardia  civil  y  vigilado  por  numerosos  policías,  como  si  el  (jobierno 
temiese  que  alguien  pudiese  realizar  algún  acto  hostil  contra  Cervera.  Nada  ocurrió, 
aunque  el  pueblo  permaneció  indiferente,  mirando  con  simple  curiosidad  al  héroe, 
a  quien  sus  propios  enemigos  alzaron  sobre  el  pavés  de  la  gloria. 

El  Tribunal  Supremo  había  iniciado  el  proceso  reglamentario  para  depurar  res- 
ponsabilidades por  la  pérdida  de  la  escuadra.  La  Prensa  periódica,  casi  unánime- 
mente, publicaba  artículos  incendiarios  pidiendo  los  castigos  más  severos  para  el 
responsable  o  responsables  del  desastre.  Los  representantes  en  las  Cortes  de  la  na- 
ción abundaban  en  la  misma  idea.  Cervera  era  espiado  de  orden  del  Gobierno,  y  a 
todas  partes  era  seguido  por  agentes  secretos  de  la  Policía;  ofendido  por  tales  pro- 
cedimientos resolvió  hablar,  y  para  ello  solicitó  del  ministro  de  Marina  que,  cuanto 
antes,  su  causa  fuese  vista  y  fallada. 

Aquel  famoso  proceso  fué  incoado,  por  una  declaración  del* Consejo  Supremo 
de  Guerra  y  Marina,  constituido  en  Sala,  «contra  el  comandante  general  Cervera, 
contra  el  segundo  jefe  D.  José  Paredes  y  contra  todos  los  demás  comandantes  de 
los  cruceros  destruidos  en  el  combate  naval  de  Santiago  de  Cuba»,  Fué  presidente 
el  Sr.  Castro,  e  instructor  el  Sr.  Fernández. 

1    Apuntes  4el  almirante,  que  me  han  facilitado  sus  hijos.— A',  del  A, 


6oo  A  .     R  I  V  E  R  O 


La  campaña  de  la  Prensa  había  llegado  a  su  mayor  intensidad,  y  la  opinión  pú- 
blica aparecía  lamentablemente  descarriada.  vSe  llegó  a  decir  «que  en  el  combate  de 
Santiago  se  había  perdido,  además  de  la  escuadra,  el  honor».  Se  llegó  a  vejar  al 
almirante  y  a  sus  nobles  compañeros;  se  pedía  a  voz  en  grito  el  castigo  de  todos. 

A  tamaño  ultraje  respondieron  los  marinos  supervivientes  del  combate  de  San- 
tiago de  Cuba,  regalando  a  su  almirante  un  valioso  bastón  de  mando,  con  el  puño 
de  oro,  y  una  nutrida  Comisión,  presidida  por  Díaz  Moreu  y  Aznar,  le  visitó  en  su 
hogar  de  la  calle  del  Barco,  y  al  hacerle  entrega  del  presente,  tributáronle  frases  de 
cariño  y  admiración,  tratando  así  de  desagraviar  al  caballero  y  al  marino,  torpe- 
mente ofendido  por  un  puñado  de  hombres,  estrategas  de  café,  muy  valientes  en  sus 
acusaciones,  pero  que  no  contribuyeron  al  torrente  de  sangre  española,  que  enroje- 
ció las  aguas  de  Cuba  el  3  de  julio  de  1898,  con  una  sola  gota  de  la  suya,  anémica  y 
rica  en  glóbulos  blancos. 

En  todo  tiempo  y  en  todos  los  pueblos,  los  que  más  gritan,  los  que  más  exigen, 
resultan  después  los  mgs  cautos,  los  más  pusilánimes  que  esconden  hábilmente  sus 
debilidades  de  corazón  con  la  envuelta  de  sus  exageraciones. 

Aquel  día,  y  durante  la  recepción,  el  general  Blanco,  último  gobernador  general 
de  la  isla  de  Cuba,  y  el  mismo  que,  siguiendo  las  instrucciones  del  Ministro  Auñón, 
forzó  la  salida  de  la  escuadra  del  puerto  de  Santiago,  subió  las  escaleras  de  la  casa 
de  Cervera  y  unió  sus  felicitaciones  a  las  de  los  marinos. 

El  20  de  febrero  de  1899,  en  el  Senado,  el  conde  de  las  Almenas  pronunció  un 
célebre  y  terrible  discurso,  calificando  de  enfermo  y  loco  al  almirante  Cervera,  «cuya 
salida,  en  pleno  día,  acusaba  notoria  incapacidad,  y  sólo  tenía  explicación  favorable, 
suponiendo  que  el  almirante  se  hallaba  entonces  en  estado  de  demencia;  así  ha  sido 
calificado  este  suicidio  de  la  escuadra  por  los  marinos  de  todo  el  mundo,  revelando, 
al  mismo  tiempo,  la  decadencia  del  espíritu  marítimo  español». 

El  senador,  almirante  Arias  Salgado,  pidió  entonces  la  palabra /^r^?  defender  a  un 
ausente.,  y  dijo: 

— Siento,  señores  senadores,  tener  que  leer  una  de  las  censuras  de  un  periódico 
extranjero,  el  Engineering,  de  21  de  julio  de  1 898,  que  dice  como  sigue:  «Si  España 
estuviese  servida  por  sus  hombres  de  Estado  y  por  los  empleados  públicos  como  lo 
ha  sido  por  sus  marinos,  todavía  podría  ser  una  gran  nación.»  ^ 

Hacia  finales  de  abril  cayó  el  Gobierno  del  Sr.  Sagasta,  hostil  a  Cervera,  y  subió 
al  Poder  el  Sr.  Silvela,  desempeñando  la  cartera  de  Marina  el  general  Gómez  Imaz, 
uno  de  los  pocos  que,  en  el  célebre  Consejo  de  generales  reunido  por  Auñón,  votó 
en  contra  de  la  salida  de  la  escuadra  de  Cabo  Verde.  El  20  de  noviembre  de  1898 
publicó  el  Nezv  York  Journal  «los  despachos  oficiales,  cifrados,  de  Blanco,  del  almi- 
rante Cervera,  del  presidente  Sagasta,  del  gobierno  de  Madrid  y  de  los  espías  espa- 
ñoles», publicación  que  causó,  no  sólo  en  España,  sino  que  también  en  el  extranjero, 
una  sensación  de  estupor.  La  Prensa  española  atenuó  sus  ataques,  y  la  opinión  sen- 
sata tomó  nuevos  cauces^  mostrándose  ahora  favorable  al  heroico  marino  y  a  sus  com- 
pañeros, aunque  arreciando  en  sus  ataques  contra  los  verdaderos  culpables. 

El  sabio  jesuíta  Padre  Alberto  Risco,  historiador  de  alta  mentalidad,  fácil  vena 
y  admirablemente  documentado,  en  su  bello  libro  Biografía  de  Cervera^  ^  escribe  lo 
que  sigue:  «En  una  de  las  sesiones  en  que  se  vio  la  caus^  del  general  Toral,  para 
quien  se  pedía  la»pena  de  muerte,  el  de  igual  empleo,  March,  ponente,  pidió  la  ab- 
solución del  procesado. 

— -«De  modo  que  ha  habido  guerra;  en  ella  hemos  perdido  las  colonias,  hemos  per- 

^     Diarlo  de  las  Sesiones  de  (\7r/es,  año  1899,  tomo  I,  pág.  2.022. 

2    Don  Ángel  Cervera  regaló  al  autor  de  este  libro  un  ejemplar  de  aquella  obra,  con  elegante  dedi 

patori£^, 


C  1^  o  N  i^QA  S  6oi 

dido  la  escuadra,  hemos  perdido  todo,  y  ahora,  señores,  aquí  no  ha  pasado  nada; 
ninguno  es  responsable  de  esta  hecatombe.»  Así  habló  uno  de  los  consejeros. 

— «(¿Que  no  hay  responsables? — interrumpió  el  general  March  ^ — .  ^-Quieren  que 
se  los  cite?  [Allá  vanl» 

Y  comenzó  a  citar  novihres  de  ministros. 

— «Señor  Consejero — dijo  el  general  Azcárraga,  Presidente  del  Supremo  — limí- 
tese al  asunto  de  la  ponencia.» 

— ^«Estoy  dentro  del  asunto — respondió,  imperturbable,  el  general  March.» 

Pocas  sesiones  después  se  dictó  sentencia  absolutoria  a  favor  del  almirante  don 
Pascual  Cervera  y  Topete,  y  esta  sentencia  se  publicó  con  fecha  6  de  julio  de  1 899. 
El  13  del  mismo  mes  el  almirante  solicitó  de  la  Reina  su  pase  a  la  situación  de  re- 
serva; en  carta  a  su  amigo  D.  Francisco  Diez,  escribió:  «Hoy  o  mañana  voy  a  pedir 
mi  pase  a  la  reserva  porque  me  encuentro  viejo  cansado,  cansado  y  muy  pesimista, 
y  creo  no  deben  ser  así  las  autoridades  de  los  departamentos.» 

El  8  de  agosto  apareció  en  la  Gaceta  Oficial  un  Real  decreto  concediendo  a  Cer- 
vera, no  su  pase  a  la  reserva  como  tenía  solicitado,  sino  una  licencia  ilimitada,  «en 
atención  a  que  sus  relevantes  cualidades  hacen  esperar,  fundadamente,  podrá,  en  lo 
sucesivo,  prestar  buenos  e  importantes  servicios.» 

Como  en  el  extranjero  se  conociera  la  colección  de  documentos  referentes  a  la  es- 
cuadra de  operaciones  en  las  Antillas,  publicada  por  el  almirante,  después  de  la  ab- 
solución y  con  anuencia  de  la  Reina,  se  operó  una  reacción  intensa.  El  secretario  de 
Marina  délos  Estados  Unidos  hizo  traducir  y  editar  15.000  ejemplares  de  dicha 
obra,  y  el  Mavy  Department  envió  a  Cervera  uno  de  ellos  por  conducto  del  emba- 
jador americano  en  Madrid. 

Meses  antes,  un  redactor  del  Century  Magazine  se  había  presentado  a  Cervera 
manifestándole: 

— Señor  almirante,  vengo  de  New  York  con  el  solo  objeto  de  obtener  de  usted 
un  artículo  de  crítica  de  la  pasada  guerra,  para  insertarlo  en  nuestro  periódico  2. 

Excusóse  el  almirante  aduciendo  el  estado  del  proceso,  aun  sin  fallar,  y  cuando 
recayó  sentencia,  el  mismo  periodista  se  presentó  en  Puerto  Real  y  abordando  nue- 
vamente a  Cervera  le  dijo: 

«Vengo  decidido  a  no  volver  a  mi  país  sin  unas  cuartillas  con  su  firma; 
mire,  señor  almirante,  estoy  resuelto  a  pagarle  cinco  mil  pesos  por  un  artículo 
que  no  baje  de  lOO  palabras.»  Esta  vez  tampoco  logró  su  objeto  el  tesonero  perio- 
dista. 

Míster  Charles  Me  Guffey  vino  desde  los  Estados  Unidos  a  España  <:í?;í  ^/ í-í?/í? 
objeto  de  estrechar  la  mano  de  Cervera,  y  este  mismo  norteamericano,  al  regreso  a 
Chattanooga,  condado  de  Hamilton,  su  hogar,  fundó  de  su  peculio  personal  una 
clase  especial  del  castellano  en  la  Escuela  Superior  Central,  y  el  aula  donde  se  expli- 
caba fué  llamada  atda  española;  en  ella  se  comentaba  el  Qiiijote,  y,  además,  se  de- . 
claró  de  texto  la  Colección  de  documentos  del  Almirante  Cervera,  quien  fué  nombrado 
socio  de  honor  de  la  Academia  de  castellano;  colocóse  en  el  salón  un  retrato  suyo,  y 
a  su  lado  una  carta  que  éste  había  escrito  a  los  estudiantes,  fechada  en  19  de  abril 
de  1905.  Debajo  del  retrato  hay  un  artístico  cuadro  donde  figuran  estas  frases  de 
Cervera:  «La  sociedad  en  que  cada  cual  cumpla  con  su  deber  sería  feliz.» 

Más  tarde,  el  almirante  Cervera  envió  a  sus  jóvenes  amigos  de  América  algunas 
semillas  de  flores  españolas,  entre  ellas  una  de  claveles  de  color  amarillo  brillante. 
Mr.  Me  Guffey  cruzó  estos  claveles  con  otros  rojos,  y  obtuvo  una  variedad  del  color 

1  Este  gencríil  y  por  los  años  1893  estuvo  de  gobernador  militar  de  la  plaza  de  San  Juan  de  Puerto 
Rico. 

-     Biografía  de  Ccn'cra,  ya  citada. — Acotas  del  A, 


6o2  A  .     R  I  V  E  R  O 

de  la  bandera  española,  que  se  llamó,  y  con  ese  nombre  figura  aún  en  los  catálogos 
de  los  floristas,  Cerveras  pink^  o  Admiral pink. 

Por  pública  suscripción,  y  al  saberse  en  los  Estados  Unidos  los  males  que  aque- 
jaban a  Cervera,  se  adquirió  y  se  le  ofreció,  aunque  él  declinó  el  obsequio,  una  her- 
mosa finca  en  Florida. 

El  mismo  Mr.  Me  Guffey  escribió  en  la  revista  The  Central  Digestí  de  los  Estados 
Unidos,  lo  que  sigue: 

<?:Su  benévolo  rostro  (el  del  almirante)  era  reflejo  fiel  de  su  hermoso  corazón;  su 
tipo,  más  que  español,  parecía  alemán.  Por  los  retratos  que  yo  había  visto  de  él  en 
los  periódicos,  debía  ser  más  bajo  de  estatura  de  lo  que  ahora  pude  ver.  Por  la  apa- 
riencia podía  tener  cinco  pies  y  lO  pulgadas  de  alto,  algo  inclinado  hacia  delante  y 
grueso.  Hablaba  llanamente^  y  no  puedo  decir  si  conocía  o  no  el  inglés,  pues  yo 
me  encontraba  ansioso  de  practicar  el  español. 

Le  recordé,  elogiándole,  su  cortesía  con  Flobson;  pero  cuando  quise  expresar  el 
alto  aprecio  que  los  americanos  habíamos  hecho  de  su  trato  para  con  él,  vi  en  el 
semblante  claras  muestras  de  confusión;  evidentemente  le  contrariaba  que  se  hablase 
en  su  elogio,  y  me  contestó  que  no  merecía  alabanza,  y,  con  breve  respuesta,  puso 
fin  a  la  conversación,  diciendo:  «Esas  cosas  son  corrientes  entre  militares.»  h.sta  fué 
la  primer  muestra  de  lo  que  vi,  y  tanto  debía  después  estimar;  es  decir,  la  extrema- 
da y  verdadera  modestia  que  posee  este  hombre  singular  y  extraordinario.» 

Por  su  mucha  extensión  no  sigo  traduciendo  el  trabajo  de  este  literato,  quien 
terminó  su  conferencia  ofreciendo  a  Cervera  20.000  dólares,  si  accedía  a  realizar  con 
él  una  tournée  por  los  Estados  Unidos  y  con  el  objeto  de  dar  conferencias  públicas. 

Míster  Arthur  Bird  propuso,  en  el  diario  The  Sydney  Record^  que  se  recaudasen 
fondos  para  fabricar  y  ofrecer  al  almirante  Cervera  una  copa  de  honor. 

Asesinado  Mac-Kinley  el  14  de  septiembre  de  IQOI,  la  Prensa  americana  pidió 
por  cable  al  almirante  una  carta  o  un  telegrama  de  pésame  para  publicarlo.  Cervera 
contestó  abominando  del  crimen  y  condenando  la  acción  villana  del  asesino;  pero  al 
mismo  tiempo  aprovechó  la  oportunidad,  aunque  guardando  todos  los  respetos  al 
muerto,  para  protestar,  una  vez  más,  contra  su  acción  injusta  de  declarar  la  guerra  a 
España  por  causas  infamantes,  cuyo  falso  origen  se  negó  siempre  a  investigar.  A 
pesar  de  este  cable,  que  fué  un  jarro  de  agua  helada  que  cayera  sobre  los  entusias- 
mos del  pueblo  americano  hacia  el  almirante,  aquél  reaccionó  prontamente  y  siguió 
adelante  la  suscripción  para  adquirir  la  copa  de  referencia.  Poco  tiempo  después 
Mr.  Bird  llegó  a  Puerto  Real  y  entregó  al  general  Cervera  una  copa,  maravillosa- 
mente cincelada,  acompañada  de  un  mensaje,  en  cartulina  negra,  con  el  siguiente 
título:  «Memorial  a  Pascual  Cervera,  almirante  de  la  escuadra  española.» 

Este  documento,  del  cual  me  han  permitido  sacar  copia  los  hijos  del  llorado  al- 
mirante, lleva  las  firmas  de  numerosos  norteamericanos  prominentes  en  todos  los 
Círculos  de  los  Estados  Unidos. 

Desde  algún  tiempo  antes  de  esta  ocurrencia,  y  como  he  dicho,  había  comenzado 
una  reacción  favorable  a  Cervera  en  la  opinión  pública  española,  y  es  que  a  todo 
un  pueblo  no  puede  engañársele  para  siempre.  El  26  de  marzo  de  1895,  ^^  periódico 
A  B  Cabrio  un  concurso  para  que  el  pueblo  designase  a  sus  hombres  más  compe- 
tentes, y  con  objeto  de  presentarlos  al  Monarca  como  ministros  verdad  de  un  Go- 
bierno nacional.  La  votación,  después  del  escrutinio,  fué  como  sigue: 

Cervera 35-968  votos. 

Sánchez  de  Toca "^á^.w^  ídem. 

Maura 21.218  ídem. 

Otros  varios..  ; 21.612  ídem. 


CRÓNICAS  60^ 

A  fines  del  año  1902  cayó  el  Gobierno  liberal  y  subió  al  Poder  el  conservador, 
siendo  ministro  de  Marina  D.  Joaquín  Sánchez  de  Toca,  quien  después  de  conferen- 
ciar con  Cervera,  y  por  Real  decreto  de  24  de  diciembre  del  mismo  año,  lo  nombró 
jefe  del  Estado  Mayor  Central  de  la  Armada,  cargo  de  nueva  creación. 

El  almirante  y  sus  actuaciones  habían  obtenido,  al  fin,  cumpHda  justicia  de  sus 
compatriotas.  Pero  los  sinsabores,  las  injusticias,  los  más  terribles  y  cruentos  dolo- 
res por  él  sufridos  y  por  él  soportados  con  grandeza  de  alma  y  fortaleza  de  corazón, 
jamás  superada,  habían  minado  su  organismo;  y  aquel  robusto  cuerpo  se  inclinaba 
ya  a  la  madre  tierra  como  el  árbol  secular  que,  roído  por  insectos  destructores,  per- 
dió su  savia  y  su  lozanía  e  inclina  su  mustio  ramaje  y  cubre  el  suelo  con  sus  hojas 
desprendidas  por  los  fríos  otoñales.  Cumplidos  sus  anhelos  sólo  pensó  aquel  mártir 
del  Deber  en  preparar  su  alma  y  sus  asuntos,  bien  dispuesto  a  emprender  sti  último 
viaje.  El  4  de  marzo  de  1909,  con  unción  conmovedora,  recibió  a  su  Divina  Majestad 
de  manos  del  arcipreste  padre  Antonio  Macías,  rodeando  su  lecho  sus  hijos  Anita, 
Juan  y  Pascual,  otros  deudos  y  un  reducido  número  de  amigos  íntimos.  El  sacerdote, 
con  voz  pausada  y  solemne,  pidióle  que  perdonase,  en  nombre  de  Jesús,  a  sus  ene- 
migos. I>a  respuesta,  que  su  hijo  Ángel  transcribió  exactamente  en  su.  cartera,  fué 
como  sigue: 

«Antes  de  recibir  a  su  Divina  Majestad,  aquí  presente,  tengo  que  decir  que  he 
vivido  en  la  fe  católica,  apostólica  y  romana,  procurando  ajustar  mis  actos  a  lo  que 
manda  la  ley  de  Dios  y  dispone  la  Santa  Madre  Iglesia.  Pido  perdón  al  Señor  por 
mis  pecados  y  me  entrego  en  los  brazos  de  su  divina  misericordia;  doy  gracias  a  to- 
dos los  presentes  por  su  caridad  en  asistir  a  este  acto  y  a  mis  criados  se  las  doy, 
también,  por  el  afecto  con  que  me  han  asistido.  A  mis  enemigos  o  personas  que  no 
me  quieran  bien,  hace  tiempo  que  los  tengo  perdonados;  pero  aquí,  nuevamente,  lo 
declaro  en  esta  solemne  ocasión,  y  a  mis  amigos  les  doy  las  gracias  por  el  interés  que 
me  demostraron  y  les  pido  que  me  encomienden  a  Dios.  Tengo  también  que  decla- 
rar que  no  ha  habido  una  sola  vez  en  que  haya  hecho  yo  un  llamamiento  al  honor  y 
al  deber  de  mis  marinos,  en  que  éstos  no  hayan  respondido,  plenamente,  a  mi  ape- 
lación; y  que  si  alguna  falta  pudo  haber,  nunca  fué  de  ellos,  sino  mía.» 

Al  siguiente  día  llegó  a  Puerto  Real  su  otro  hijo  I).  Ángel;  los  restantes,  doña 
Rosa  y  D.  Luis,  llegaron  el  8  de  marzo. 

«¡Ya  estaban  tocios^  escribe  el  sabio  jesuíta  P.  Risco,  porque  también,  junto  al  le- 
cho, estaban  sus  hermanos  María  y  Vicente.» 

Eran  las  dos  y  cincuenta  minutos  del  día  3  de  abril  de  1909  cuando  aquel  vale* 
roso  marino,  aquel  noble  español,  genuino  heredero  de  los  navegantes  españoles  que 
pasearon  su  bandera  por  toda  la  redondez  de  la  tierra,  cerraba  sus  ojos  a  la  luz,  su 
alma  blanca  ascendía  a  las  serenas  regiones  donde  la  maldad  y  la  injusticia  no  osa- 
ron llegar  jamás,  y  su  cuerpo  quedó  convertido  en  fríos  despojos;  manos  piadosas  de 
sus  hijos  cerraron  aquellos  ojos  que  durante  tanto  tiempo  vislumbraron,  con  visiones 
de  profeta,  la  realidad  de  la  catástrofe,  mientras  el  sacerdote,  rociando  el  cadáver  con 
el  agua  bendecida,  musitaba:  Beati  mo7'tui  qui  in  Domino  moriuntur . 

El  mundo  entero  se  conmovió  al  saber  la  noticia,  y  los  periódicos  nacionales  y 
extranjeros  llenaron  sus  columnas  de  retratos  y  biografías  del  fenecido;  se  derrochó 
el  incienso  y  la  mirra  por  aquellos  mismos  que  en  años  antes  regatearon  al  héroe  di- 
funto un  jirón  de  gloria.  La  escuela  americana  de  Chattanooga  cubrió  con  fúnebres 
crespones  el  retrato  del  almirante  y  sus  hijos  recibieron  fajos  de  telegramas  y  cables, 
todos  de  condolencia. 

El  día  4  de  abril,  Domingo  de  Ramos,  tuvo  lugar  el  acto  del  entierro,  que  fué  so- 
lemne e  imponente,  asistiendo  comisiones  de  todos  los  departamentos  de  Marina  y 


6o4  ±: '<  i  V  K  l<  o 

algunas  tripulaciones  de  buques  de  guerra.  Sus  restos  mortales  reposaron  en  el  ce- 
menterio de  Puerto  Real,  hasta  que,  con  fecha  6  de  noviembre  de  K/X)»  se  publicó 
un  Real  decreto  ordenando  que  dichos  restos  fuesen  trasladados  al  pante(r)n  de  Ma- 
rinos Ilustres,  de  San  Fernando,  por  cuenta  del  listado.  Don  Segismundo  Moret, 
Presidente  del  (lobierno,  él,  en  persona,  puso  a  la  firma  del  Rey  este  decreto. 
Un  severo  mausoleo  se  levante')  sobre  la  tumba,  ostentando  esta  inscripción: 


Ai. 


MOUKLO    DE 


\LMJi 


:  Cf 


•Ai  A, 


rVAU,     ENTEXni 

a)   FIEL   OK  SU  J>Er!KK, 

.•AIi.\LfJ';i<OSID.\I)     Y     VI 

:rA  uoNK.\  sr  ^iiímoke 


■lAKl 


1851)^. 


Al  refrescar  la  niemoria  de  estos  sucesos  en  n^' 
rinos   f).  Ángel  y   1).  Luis  (''ervera,  he  sentido  c 


¡Cuánto  hubiese  yo  dado  po 
frente  de  héroe  y  de  justo! 


rga  pláticí 

estallar  la 

;strechar  la  mano  d{^J  aimirante  C 


ccjn  los  bizarros  ma- 
fibras  de  mí   alma.  - 
•rvera  y  por  besar  su 


Madrid,   12  septic^mbre  de    i<; 


APÉNDICE     NUMERO     lo 


El  Teniente  Hobson  y  el  "Mernmac' 


Con  objeto  de  cerrar  la  salida  a  la  escuadra  del  almirante  Cervera,  y  embotellarla 
dentro  del  puerto  de  Santiago  de  Cuba,  el  almirante  Sampson  aceptó  la  oferta  de  un 
valeroso  oficial  de  Marina,  llamado  l^ichmond  R.  Hobson,  constructor  naval,  quien 
se  propuso  bloquear  el  canal  de  salida,  hundiendo  en  él  al  Merriviac,  barco  mercante 
de  4.1 17  toneladas,  bien  lastrado  con  carbón,  y  rodeado  de  un  cinturón  de  pequeños 
torpedos,  que  debían  explotar  por  una  corriente  eléctrica  en  el  momento  oportuno. 

A  Hobson  acompañaron  siete  hombres  voluntarios  '.  En  la  madrugada  del  2  de 
junio  de  1 898  forzó  el  paso,  navegando  a  toda  máquina  hacia  el  interior;  pero  des- 
cubierto por  los  proyectores  de  la  plaza,  cayó  sobre  el  Merrimac  una  lluvia  de  pro- 
yectiles, siendo  voladas,  además,  algunas  minas  sumergidas.  Tal  vez  un  proyectil 
cortó  los  alambres,  y  cuando  Hobson  hizo  funcionar  el  explosor,  no  se  inflamaron  los 
pequeños  torpedos  mencionados;  por  lo  cual  se  limitó  a  echar  anclas,  y  mandando 
abrir  todas  las  válvulas,  hundió  su  buque,  refugiándose  él  y  sus  compañeros  en  una 
balsa,  que  marchó  al  garete  llevada  por  la  corriente. 

Media  hora  antes  de  amanecer,  el  almirante  Cervera  ordeno  que  se  preparase  la 
lancha  de  vapor,  y  en  ella,  acompañado  de  sus  ayudantes,  se  dirigió  al  lugar  de  la 
ocurrencia,  para  enterarse  de  lo  sucedido.  Poco  después  pudo  oírse,  distintamente, 
en  mal  español,  este  grito:  ¡Prisionero  de  guerra! 

Quien  así  gritaba  era  el  teniente  Hobson,  quien  con  sus  siete  compañeros,  se  ren- 
día al  almirante  de  la  escuadra  española.  Cervera  acercó  su  lancha,  y  dando  la  mano 
al  oficial,  le  dijo  estas  palabras  en  inglés: 

«¡Bien,  muy  bien;  son  ustedes  unos  valientes!» 

Y  seguidamente  invitó  a  los  náufragos  a  ocupar  asientos  en  su  lancha,  siendo 
conducidos  a  bordo  del  Reina  Mercedes,  al  siguiente  día,  al  castillo  del  Morro,  y  más 
tarde,  al  cuartel  Reina  Mercedes,  para  que  estuviesen  mejor  alojados  y  asistidos.  Bus- 
tamante,  jefe  de  listado  Mayor,  bajo  bandera  de  parlamento,  visitó  al  almirante 
Sampson  a  bordo  de  su  buque  insignia,  y  allí  le  entregó  una  carta  de  Cervera,  en  la 
cital  se  le  manifestaba  que  todos  los  prisioneros  estaban  a  salvo,  ilesos  y  bien  aten- 
didos. 

El  contraalmirante  norteamericano  F.  E.  Chandwick,  en  su  obra  The  Spaíiish 
American  War,  pág.  343,  dice:  «Esta  carta  ha  desaparecido,  desgraciadamente;  pero 
conservo  en  mi  memoria  bastante  claros  mis  recuerdos  para  decir  que  el  almirante 
Sampson  se  conmovió  profundamente  al  leerla.  El  capitán  de  navio  Bustamante  per- 

1    Uno  de  los  siete  compañeros  del  teniente  Hobson  es  actualmente  empleado  de  la  oficina  de  la  Prohibi- 
<;i<)n  en  Puerto  Rico. — A',  del  A, 


R  I  V  E  R  O 


matiecíó  a  bordo  un  buen  rato,  contestando  a  nuestras  preguntas  sobre  sus  prisio- 
neros y  esperando  se  le  entregase  alguna  ropa  para  ellos;  sonriendo,  dijo:  «Ustedes 
nos  han  embarazado  bastante  la  salida.»  Jira  un  liond3re  de  Iniena  presencia  y  noble 
porte,  cpie  siempre  gozi')  de  general  estimación;  así,  cuando  murió,  como  resultado 
de  heridas  (|ue  recil:>iera  en  un  condjate  terrestre  el  día  2  (ki  julio,  íuf'  su  muertf-í  tan 
sentida  por  españoles  como  por  americanos.»  ' 


APÉNDICE  NUMERO  ir 


Memorándum   del  Comandante  del  "Vizcaya",   D.   Antonio   Enlate. 


Barcelona,  i8-IX-i()22. 

Muy  señor  mío:  Honrado  con  su  atenta  carta,  en  que  me  pide  datos  para  su  nota- 
ble libro  Crónica  de  la  guerra  hispanoamericana,  cv  Puerto  Rico,  en  lo  que  se 
refiere  a  detalles  de  la  escuadra  del  almirante  Cervera,  puedo  manifestarle  lo  si- 
guiente: 

El  almirante  Cervera  no  tuvo  conocimiento,  ni  en  alta  mar,  ni  en  Santiago  de 
Cuba,  del  cable  a  que  usted  se  refiere,  recibido  por  el  general  Vallarino  el  12  de 
mayo  de  1898. 

Creo  firmemente  que  el  general  Vallarino  hubiese  cumplido  con  su  deber  mos- 
trando el  citado  cable  al  gobernador  general  de  Puerto  Rico,  superior  autoridad  de 
la  Isla. 

Si  el  almirante  Cervera,  frente  a  Fort  de  France  o  frente  a  Curasao,  hubiese  reci- 
bido este  cable,  no  sé  si  hubiera  regresado  a  Canarias;  lo  que  sí  puedo  asegurar  es 
que  en  la  obediencia  ciega  que  todos  los  capitanes  le  profesábamos  hubiéramos  cum- 
plido sus  órdenes. 

Conocía  la  opinión  del  capitán  Mahan,  y  nunca  la  he  compartido,  referente  a  que 
la  guerra,  por  el  regreso  de  la  escuadra,  hubiera  variado  de  resultado. 

Acepto  gustoso  su  ofrecimiento,  y  me  consideraré  muy  honrado  en  conservar  un 
ejemplar  dedicado  de  su  obra,  que  es  una,  entre  otras  muchas,  en  las  que  ya  se  les 
empieza  a  hacer  justicia  a  Cervera  y  a  los  marinos  de  su  escuadra,  entre  los  que  se 
cuenta  el  Comandante  del  Vizcaya,  su  más  atento  y  seguro  servidor,  q.  b.  s.  m., 


APÉNDICE  NUMERO  12 


Parte  oficial  del  bombardeo  de  San  Juan  de  Puerto  Rico,  por  la  escuadra 
norteamericana,  el  día  12  de  mayo  de  1898. 


capitanía  general 
de  la  isla  de  puerto  rico 

ESTAD ü  MAYOR 


Excmo.  Sr.:  Por  mis  telegramas  del  12  tiene  ya  V.  E.  conocimiento  del  ataque 
a  esta  plaza  por  la  escuadra  norteamericana,  en  la  mañana  de  dicho  día  del  mes  actual, 
así  como  de  algunas  de  sus  principales  circunstancias  y  consecuencias,  que  ampliaré 
ahora  en  lo  necesario  para  permitir  formarse  cabal  idea  déla  importancia  y  desarrollo 
de  tal  hecho  de  armas. 

Precisamente  la  noche  anterior,  con  noticia  de  la  presencia  de  barcos  al  Sur  de 
V^ieques,  se  tenía  la  impresión  de  que  al  día  siguiente  aparecería  la  escuadra  espa- 
ñola, y  esto  hizo  que  al  despuntar  la  aurora  y  señalar  el  vigía  los  primeros  buques 
avistados  entre  las  brumas,  se  creyera  así,  hasta  que  al  avanzar  el  enemigo  rápida- 
mente y  largar  su  pabellón,  '  ya  muy  próximo  al  puerto,  rompiendo  a  la  vez  el  fuego 
sobre  la  plaza  con  toda  su  artillería,  desapareció  la  confianza  de  los  espectadores, 
entre  los  que  se  encontraba  una  parte  de  la  guarnición,  ocurriendo  esto  a  las  cinco 
y  cuarto,  próximamente. 

Ni  esta  circunstancia,  ni  el  gran  número  de  proyectiles  de  pequeños  calibres  que 
los  americanos  lanzaban  sobre  las  baterías,  impidió  que  éstas  fueran  rápidamente 
guarnecidas  por  las  fuerzas  del  12.''  batallón  de  plaza,  entre  las  que,  de  antemano,  se 
hallaban  distribuidas  para  su  servicio;  contestando  acto  seguido  al  fuego  enemigo, 
siendo  la  primera  en  romper  el  suyo  la  batería  de  San  Antonio  2,  y  acudiendo  tam- 
bién inmediatamente  a  sus  puestos  las  tropas  de  la  guarnición  y  Voluntarios,  compa- 
ñía auxiliar,  organizada  pocos  días  antes  para  el  servicio  de  la  artillería,  y  las  de  zapa- 
dores-bomberos, creadas  también  recientemente,  en  virtud  de  las  presentes  circuns- 
tancias, soijre  la  base  de  los  bomberos  municipales  de  la  ciudad.  Por  mi  parte,  acudí 
desde  los  primeros  momentos  a  las  baterías  del  canal  de  entrada,  como  las  de  mayor 
importancia  en  tal  ocasión,  y  cuando  me  hube  cerciorado  de  que  se  hallaban  bien 
defendidas  y  se  sostenían  con  vigor,  marché  a  recorrer  las  demás  de  la  plaza,  encon- 

1  Esta  afirmación  del  general  Macías  destruye  el  error  propalado  en  periódicos  y  libros  de  que  la  escua- 
dra norteamericana  realizó  el  ataque  sin  izar  su  bandera  de  guerra. 

2  Primer  error:  La  batería  que  primero  contestó  el  fuego  fué  la  de  los  Caballeros  de  San  Cristóbal,  la 
tmica  que  tenía  cargados  sus  cañones,  porque  así  quedaron  desde  el  día  10,  en  que  su  capitán,  con  su  propia 
mano,  disparó  contra  el  Yak  el  primer  tiro  de  la  guerra. — Notas  del  A, 


CRÓNICAS  609 

trándolas   a  todas  ya   en   fuego   y   a   sus   defensores  poseídos  del  mejor  espíritu. 

Las  compañías  del  batallón  del  Principado  de  Asturias,  que  ocupaban  el  cuartel 
de  Ballajá,  hubieron  de  desalojarlo  presurosas,  no  solamente  para  ocupar  los  puntos 
que  les  estaban  encomendados,  sino  además,  porque  desde  el  primer  momento  pene- 
traron en  el  edificio  gran  número  de  granadas  de  grueso  y  mediano  calibre,  arroja- 
das probablemente  con  el  conocimiento  del  destino  del  mismo,  que,  por  otra  parte, 
atraía  naturalmente  el  fuego  por  su  masa  y  situación. 

Una  de  las  compañías  citadas  se  situó,  según  las  órdenes  que  al  efecto  tenía,  en 
punto  conveniente  para  estar  a  la  mano  en  el  caso  de  que  fuera  necesario  auxiliar  la 
defensa  con  fuego  de  fusilería,  habiendo  llegado  esta  fuerza  a  dirigir  algunas  descar- 
gas a  uno  de  los  acorazados  enemigos,  en  el  momento  en  que  se  aproximaron  más 
para  darle  una  embestida  a  la  fortaleza  del  Morro  ^.  Otra  compañía  se  colocó,  con 
igual  objeto,  en  el  campo  del  Morro,  cubierta  con  las  desigualdades  del  terreno  y  en 
la  proximidad  de  la  batería  de  Santa  Elena,  por  si  los  americanos  llegaban  a  forzar  la 
entrada  del  puerto.  La  fuerza  disponible  del  tercer  batallón  Provisional  fué  estable- 
cida también  convenientemente  para  acudir  con  más  facilidad,  si  el  curso  del  com- 
bate exigía  guarnecer  la  costa  al  Este  de  la  plaza,  a  excepción  de  una  compañía  de 
dicho  cuerpo,  que  quedó  ocupando  el  frente  Norte.  Otra  compañía  del  Principado  de 
Asturias  vigilaba  las  avenidas  al  barrio  de  Santurce;  y  dentro  de  la  población  forma- 
ron el  batallón  de  Voluntarios  número  I,  en  la  plaza  de  Armas;  el  de  Tiradores  de 
Puerto  Rico,  en  el  barrio  de  la  Marina;  la  batería  de  Montaña,  en  la  plaza  de  San 
Francisco,  y  las  dos  guerrillas  volantes  (l.^  y  ó.""),  desmontadas,  que  se  encontraban 
en  la  plaza,  en  distintos  puntos  interiores,  así  como  los  zapadores-bomberos  que  te- 
nían distribuida  la  ciudad  y  sus  barrios  para  sofocar  prontamente  los  incendios  que 
se  produjeran. 

Los  barcos  enemigos,  cuyo  número  total  era  1 1,  se  habían  establecido,  entretanto, 
en  dos  líneas  imperfectamente  formadas  que  envolvían  al  Morro,  su  objetivo  princi- 
pal y  aun  casi  único  durante  todo  el  combate  ^,  constituyendo  la  primera  sus  más 
fuertes  acorazados,  de  los  que  siempre  se  mantuvo  el  más  próximo  el  lozva,  evolu- 
cionando a  corta  distancia  de  la  embocadura  del  puerto,  para  descargar  sucesiva- 
mente todas  las  piezas  de  sus  torres  y  costados  sobre  las  grandes  escarpas  de  aquel 
fuerte,  que  visiblemente  trataban  de  arruinar.  La  segunda  línea,  formada  por  cruceros 
en  su  mayor  parte,  por  lo  menos  protegidos,  se  mantuvo  constantemente  más  ale- 
jada, y  prolongándose  más  hacia  el  Norte  que  la  anterior,  venía  a  formar  a  la  vez  el 
ala  izquierda  de  su  escuadra,  con  la  que  ésta  batía,  simultáneamente,  al  castillo  de 
San  Cristóbal  y  baterías  de  Santa  Teresa  y  la  Princesa,  aunque  con  mucha  menor 
intensidad  que  al  Morro  -^ 

En  tal  situación,  el  comandante  principal  de  artillería  que  dirigía  el  fuego  desde 
la  estación  central,  situada  en  el  caballero  de  San  Cristóbal,  ordenó  que  las  del  Mo- 
rro y  batería  de  San  Antonio  se  concentrasen  sobre  un  solo  barco  de  los  de  primera 
línea,  en  cuanto  fuese  posible,  y  que  las  piezas  que  no  estuvieran  en  situación  de  ha- 
cerlo, así  como  las  baterías  del  grupo  de  San  Cristóbal,  tratasen  de  batir  en  detall  a 
los  que  más  ofendieran  a  la  plaza;  modificándose  después  estas  disposiciones,  según 
las  diversas  fases  del  combate,  pero  tendiendo  siempre  al  mismo  fin  de  evitar  con  la 
concentración  de  fuegos  sobre  los  buques  más  avanzados,  que  éstos  llegasen  a  forzar 
la  entrada  del  puerto.  También  recibieron  la  orden  las  baterías  de  San  Cristóbal,  que 

^     Esto  es  una  fábula;  véase  el  texto  en  el  capítulo  que  trata  del  bombardeo. 

2  Las  baterías  de  San  Cristóbal  fueron  las  únicas  donde  hubo  muertos  al  pie  del  cañón,  y  las  únicas  en 
que  el  enemigo  desmontó  e  inutilizó  un  obús. 

3  No  fué  así  el  orden  de  combate  de  la  escuadra;  todos  los  buques,  sin  excepción,  navegaban  en  simple 
fila,  de  Oeste  a  Este,  y  al  rebasar,  cada  uno,  a  San  Cristóbal,  ponía  proa  afuera  y  luego  al  Oeste,  describiendo 
una  gran  elipse,  y  solamente  hacían  fuego  los  que  recorrían  el  lado  más  cercano  a  los  castillos. — Notas  d4  A, 


6io  A  .     R  I  V  E  R  O 


se  encontraban  a  distancia  conveniente,  para  batir  en  general,  con  sus  obuses,  a  los 
acorazados,  empleando  los  cañones  contra  los  cruceros  enemigos. 

Las  baterías  de  Santa  Elena  y  San  Agustín,  que  defienden  la  entrada  del  puerto 
y  baten  a  la  vez  el  sector  Noroeste  de  la  plaza,  donde  se  hallaban  concentradas  las 
fuerzas  enemigas,  entraron  también  en  acción,  contribuyendo  a  alejar  los  barcos  que 
se  habían  situado  frente  a  dicha  entrada  en  los  dos  avances  sobre  el  Morro.  La  última 
de  dichas  baterías  hacía  sólo  pocos  días  que  había  sido  armada,  resistiendo,  sin  em- 
bargo, perfectamente  las  explanadas. 

Contestando  así  vigorosamente  el  enemigo,  su  fuego  fué  perdiendo  en  intensidad 
y  precisión,  retirándose  poco  después  los  acorazados  hasta  la  posición  de  segunda 
línea  para  volver  avanzar  de  nuevo  como  a  las  siete  de  la  mañana,  hora  en  que  la  vio- 
lencia del  combate  llegó  a  ser  tal  que,  sin  caer  en  la  hipérbole,  puede  decirse  que 
una  verdadera  tempestad  de  hierro  descargaba  sobre  esta  plaza.  Hubo  un  momento 
en  que  la  batería  alta  del  Morro,  la  más  combatida,  sólo  contestaba  al  fuego  enemigo 
con  una  de  sus  piezas,  por  aforamiento  y  desperfectos  ocurridos  en  las  demás;  pero 
reparadas  éstas  prontamente  en  medio  del  peligro,  por  el  personal  obrero,  que  se 
condujo  con  notable  arrojo,  y  no  consiguiendo  el  enemigo  quebrantar  ni  la  resisten- 
cia de  las  obras  ni  la  firmeza  de  sus  defensores,  volvió  a  replegarse  a  su  segunda  línea 
para  alejarse  algo  después  con  todas  sus  fuerzas,  perseguido  por  los  disparos  de  la 
plaza  hasta  que  estuvo  fuera  del  alcance  de  sus  piezas. 

En  este  período  de  combate  adopté  algunas  disposiciones  para  evitar  que  el 
fuego  de  las  cofas  de  los  buques  pudiera  en  ningún  caso  imposibilitar  el  servicio  de 
las  baterías  de  Santa  Elena  y  San  Agustín,  principalmente  de  esta  última,  que  es  la 
de  menor  cota.  La  infantería  situada  en  esos  puntos  fué  reforzada  con  parte  del 
3.^  Provisional  para  batir  a  aquéllos,  y  varias  piezas  de  nueve  centímetros,  arrastra- 
das a  brazo,  se  establecieron  en  batería  con  objeto  de  barrer  las  cubiertas;  mas  afor- 
tunadamente no  fué  necesario  que  ninguna  de  estas  fuerzas  entrasen  en  acción,  y 
tampoco  hubo  de  llegarse  a  la  evacuación  total  del  Hospital  Militar,  ordenada  asi- 
mismo en  dicho  período,  por  haber  penetrado  alguna  granada  en  su  parte  alta  y 
en  vista  de  los  estragos  que  el  fuego  enemigo  hacía  en  el  cuartel  de  Ballajá,  situado 
a  su  inmediación.  También,  durante  este  mismo  tiempo,  se  iniciaron  tres  incendios 
dentro  de  la  población,  que  pudieron  ser  sofocados  prontamente. 

No  creo.  Excelentísimo  Señor,  exponerme  a  cometer  ningún  error  al  afirmar  que 
jamás  se  ha  reñido  con  éxito  tal  un  combate  empeñado  con  tanta  desigualdad  de 
elementos,  debido  a  no  haber  podido  utilizarse  todos  los  de  que  dispone  la  plaza  por 
la  situación  de  algunas  baterías:  la  de  San  Carlos  no  pudo  coadyuvar  a  la  defensa  por 
no  haberse  hallado  nunca  el  enemigo  dentro  de  su  campo  de  tiro;  la  del  Escambrón 
tampoco  llegó  a  disparar,  y  la  de  Santa  Elena  y  San  Agustín  tuvieron  reducidos  al 
silencio  algunos  de  sus  cañones,  aparte  de  los  obuses  de  la  última,  por  razón  de  la  si- 
tuación de  sus  emplazamientos  relativamente  a  la  del  enemigo.  Además,  al  cargar  para 
el  primer  disparo  uno  de  los  obuses  de  la  plaza  de  armas  de  San  CristJbal,  una  granada 
enemiga  le  inutilizó  el  cierre,  matando  al  artillero  que  lo  maniobraba  ^;  de  manera 
que,  en  definitiva,  se  ha  sostenido  la  lucha  con  ventaja  contra  más  de  cien  piezas  de 
grandes  y  medianos  calibres,  auxiliadas  por  otro  número  todavía  mayor  de  cañones 
de  tiro  rápido,  aparte  de  las  ametralladoras,  y  montados  en  su  gran  mayoría  sobre 
barcos  acorazados  o  protegidos;  siendo  necesario,  para  salir  airosos  en  tal  empeño,  un 
desarrollo  de  energía,  de  celo  y  de  buena  voluntad  en  todas  las  clases,  que,  por  for- 
tuna, han  rayado  en  esta  ocasión  a  tanta  altura  como  en  otras  muchas  se  había  ele- 
vado ya  en  el  ejército  español;  pudiendo  asegurarse  que  si  la  superioridad  material 

^  V.  hiriendo  a  todo  el  resto  de  la  dotación.  Esta  batería  estaba  al  mando  del  autor  de  este  libro,  y  a  la 
inmediata  orden  del  valiente  cubano  teniente  Andrés  Valdivia  Sisay. — N,  del  A. 


C:  R  o  N  I  C:  A  S  6ii 

pertenecía  forzosamente  al  enemigo,  Ja  moral  fué  nuestra  constante,  a  pesar  de  que 
el  personal  se  sometía  por  primera  vez  a  la  dura  prueba  de  sufrir  el  fuego  de  la  es- 
cuadra enemiga. 

Aunque  estoy  satisfecho  por  igual  del  comportamiento  de  todos  los  Cuerpos  y 
clases,  el  mérito  principal  recae,  naturalmente,  por  la  índole  del  combate,  en  el 
12.''  Batallón  de  artillería  de  plaza.  Tanto  los  jefes  y  oficiales,  cuanto  la  tropa  de 
dicho  Cuerpo,  se  han  excedido  constantemente  y  de  una  manera  general  en  el  cum- 
plimiento de  sus  deberes,  dentro  del  puesto  que  a  cada  uno  le  estaba  confiado;  mas 
como  el  peligro  era  distinto  según  la  situación  de  las  baterías  y,  en  consecuencia, 
distintas  las  pruebas  a  que  tuvieron  que  someterse  la  energía  y  serenidad  de  los 
comandantes,  oficiales  y  sirvientes  de  las  mismas,  me  creo  en  el  deber  de  mencionar 
especialmente  al  capitán  don  Ramón  Acha,  con  destino  en  el  Parque,  quien  a  pesar 
de  que  su  misión  en  el  Morro  se  reducía  a  la  apreciación  de  distancias,  al  ver  dura- 
mente combatida  la  batería  del  Macho,  en  la  que  sólo  se  encontraba  un  oficial,  tomó 
el  mando  de  ella,  permaneciendo  todo  el  combate  en  aquel  puesto  preferente;  al  ya 
aludido  oficial  de  dicha  batería,  segundo  teniente,  don  Fernando  Morales  Hanega, 
que  cooperó  con  el  capitán  Acha  a  la  firmeza  con  que  aquélla  se  sostuvo;  al  primer 
teniente  don  Faustino  González  Iglesias,  que  mandaba  la  batería  de  obuses  del  mismo 
Macho,  y  que  ha  sido  muy  recomendado  por  sus  jefes;  al  segundo  teniente  don  José 
Barba,  comandante  de  la  batería  del  Carmen,  la  más  comprometida  de  todas  por  su 
situación  adosada  al  caballero  del  Morro,  en  la  cual  estuvo  sosteniendo  el  fuego  con 
gran  arrojo  hasta  caer  herido;  al  capitán  don  José  Triarte,  que  estuvo  al  frente  de  la 
batería  de  San  Antonio,  la  primera  en  romper  el  fuego  y  la  última  en  suspenderlo, 
así  como  una  de  las  más  batidas  y  de  las  que  más  eficazmente  ofendieron  a  la  es- 
cuadra americana,  y  al  segundo  teniente  don  Nicanor  Criado,  que  dirigía  la  batería 
de  obuses  de  San  Fernando,  otra  de  las  que  también  jugaron  más  en  la  acción.  Debo 
hacer  mención  también  del  teniente  coronel  de  artillería  don  Benigno  Aznar,  quien 
a  pesar  de  haber  sufrido  pocos  días  antes  la  fractura  de  una  clavícula,  por  una  caída 
de  caballo,  se  puso  al  frente  del  grupo  de  baterías  de  San  Cristóbal  que  le  estaba 
encomendado,  y  del  comandante  jefe  del  detall  del  Parque,  don  Luis  de  Alvarado, 
que  después  de  dejar  asegurado  el  servicio  de  municionamiento  y  reparaciones  del 
material  que  tenía  a  su  cargo,  se  presentó  voluntariamente  en  el  Morro  en  los  mo- 
mentos de  mayor  peligro,  poniéndose  al  frente  de  su  batería  de  obuses. 

De  individuos  de  tropa  se  han  hecho  dignos  de  mención  especial:  el  sargento 
Arturo  Fontbona,  que,  estando  licenciado,  había  solicitado  pocos  días  antes  volver  a 
ingresar  como  supernumerario  mientras  durasen  las  presentes  circunstancias,  y  heri- 
do en  el  combate,  no  consintió  en  retirarse  de  su  puesto  hasta  terminar  aquél;  el  cabo 
Rafael  Aller,  que  obró  del  mismo  modo  que  el  anterior  durante  el  fuego;  el  de  igual 
clase,  Manuel  Estrada  García,  que  demostró  constantemente  el  deseo  de  ocupar  los 
puestos  de  mayor  peligro;  sargento  Blas  Rodríguez  Navarrete  y  artillero  Fázaro 
Gallardo,  de  la  batería  del  Macho  de  San  Cristóbal,  que  se  distinguieron,  el  primero 
como  jefe  de  un  obús  situado  al  descubierto,  y  el  segundo  conduciendo  a  mano  las 
granadas  de  24  centímetros,  y,  por  último,  el  armero  de  la  Guardia  civil,  José  Simón 
Díaz,  y  obrero  aventajado  del  Parque,  José  Fernández  Díaz,  que  prestaron  importan- 
tes servicios  en  la  reparación  del  material  bajo  el  fuego  enemigo.  Además,  es  merece- 
dora de  todo  encomio  la  conducta  de  los  individuos  de  la  Compañía  auxiliar  de 
obreros  de  artillería,  formada  de  obreros  civiles  y  faeneros  del  muelle,  la  cual  estaba 
destinada  al  servicio  de  municionamiento,  que  estuvo  perfectamente  atendido,  a  pesar 
de  tener  que  hacerlo  completamente  al  descubierto  en  algunos  espacios,  y  los  de  la 
Sección  de  ciclistas  del  primer  batallón  de  Voluntarios  que,  haciéndose  superiores 
al  peligro  y  a  la  fatiga,  comunicaron  constantemente  mis  órdenes  a  todos  los  puntos, 
así  como  las  del  general  gobernador  de  la  plaza,  quien  desde  los  primeros  momen- 


)i2  A.     RIVERO 


tos  se  situó  en  San  Cristóbal,  punto  céntrico  del  frente  Norte,  donde  se  mantuvo 
durante  todo  el  combate. 

El  número  de  disparos  hechos  por  la  plaza  fué  de  441,  de  todos  calibres.  El  de 
los  del  enemigo,  por  el  número  de  sus  piezas,  por  el  de  los  impactos  conocidos  en  las 
fortificaciones  y  edificios  y  por  la  comparación  de  su  intensidad  con  el  de  nuestras 
baterías,  puede  apreciarse  en  más  de  dos  mil  de  grandes  y  medianos  calibres,  sin 
contar  con  la  gran  cantidad  de  proyectiles  pequeños  lanzados  sobre  las  obras  de 
defensa.  Si  a  pesar  de  la  violencia  de  su  fuego  sólo  consiguió  causar  efectos  relativa- 
mente escasos  en  aquéllas  y  en  el  caserío,  débese,  en  primer  término,  a  la  solidez 
del  Morro  y  demás  obras  de  fortificación,  aunque  antiguas  en  general,  y  si  bien  se 
aproximaron  bastante  a  aquél  en  dos  ocasiones,  nunca  se  sostuvieron  largo  tiempo  a 
corta  distancia,  retirándose  cuando  las  baterías  de  la  plaza  empezaban  a  rectificar  su 
tiro,  y  ha  de  tenerse  en  cuenta  que  los  barcos  que  así  obraban  se  hallan  protegidos 
por  corazas  de  40  o  más  centímetros.  Además,  la  dirección  de  sus  fuegos,  la  clase  de 
proyectiles  lanzados,  en  su  mayor  parte  perforantes,  la  naturaleza  muy  variada  de  sus 
cargas,  así  como  la  circunstancia  de  venir  muchos  descargados  o  sin  espoleta,  indi- 
can claramente  que  a  bordo  de  la  escuadra  americana  no  debió  reinar  el  mayor  orden 
ni  existir  sólida  instrucción  en  sus  dotaciones. 

El  número  de  bajas  de  todas  clases  sufridas  por  la  guarnición  y  Cuerpos  auxilia- 
res se  eleva  a  dos  muertos  y  34  heridos.  Las  desgracias  conocidas  en  el  vecindario 
ascienden  a  tres  muertos  y  16  heridos.  Del  enemigo,  aunque  no  sea  posible  cono- 
cerlas con  certeza,  algunas  noticias  traídas  de  Santo  Domingo  por  pasajeros  de  va- 
pores extranjeros,  las  hacen  subir  a  un  número  considerable,  y  si  bien  no  sería  cuerdo 
darles  completo  crédito,  parece  tener  ciertos  visos  de  certeza  la  de  que  al  llegar  a 
puerto  en  dicha  isla  fueron  enterrados,  dos  días  después  del  bombardeo ,  cuatro  ofi- 
ciales y  13  marineros,  debiendo  ser  uno  de  los  primeros  de  elevada  categoría,  a  juz- 
gar por  los  honores  que  se  le  tributaron.  También  parece  comprobado  que  al  día  si- 
guiente del  combate  se  oyeron,  hacia  alta  mar,  disparos,  que  se  supone  fueran  de 
honor  a  los  muertos  durante  aquéh 

Por  último,  manifestaré  a  V.  E.  que  fueron  de  poca  entidad  los  desperfectos 
sufridos  por  las  fortificaciones  y  edificios  militares  de  la  plaza.  Conviene  agregar  que 
los  barcos  de  guerra  y  mercantes  surtos  en  la  bahía  tuvieron  también  algunas  ave- 
rías, habiéndolas  sufrido  asimismo  en  las  chimeneas  y  en  un  palo  del  vapor  de  guerra 
francés  Amiral  Rigault  de  Genouilly,  que  poco  después  del  bombardeo  se  hizo  a  la 
mar.  Del  enemigo  puede  asegurarse  que  debió  tenerlas  de  gravedad  uno  de  los  ma- 
yores cruceros,  que  se  retiró  remolcado,  y  noticias  posteriores  afirman  que  un  mo- 
nitor sacó  la  proa  destrozada  por  una  granada,  circunstancia  que  se  comprueba,  en 
cierto  modo,  por  haberse  encontrado  en  la  costa  una  caja  de  herramientas  con  el 
nombre  Amphitrite. 

Finalmente,  para  terminar  ya  la  reseña  de  todos  los  particulares  de  alguna  im- 
portancia en  el  suceso  que  motiva  esta  comunicación,  he  de  manifestar  a  V.  E.  que 
ia  escuadra  enemiga  se  retiró  después  del  fuego  hasta  frente  al  puerto  Manatí,  desta- 
cando uno  de  sus  barcos,  a  Saint  Thomas,  sin  duda,  para  comunicar  con  el  Gobierno 
de  Washington,  y  evolucionando  de  nuevo  por  la  tarde  frente  a  la  plaza,  pero  a  gran 
distancia,  no  volvió  ya  a  ser  vista  en  el  siguiente  día,  teniendo  noticia  más  tarde  de 
su  llegada  a  vSamaná. 

He  procurado,  excelentísimo  señor,  dar  a  esta  narración  la  mayor  exactitud  posi- 
ble, para  que  V.  E.  pueda  juzgar  por  sí  mismo  de  los  hechos,  huyendo  de  propósito 
de  todo  encomio  exagerado  que  pudiera  obscurecerlos  o  alterarlos,  y  que,  me  com- 
plazco en  creerlo  así,  no  es  necesario  en  este  caso  para  que  resalte  la  conducta  obser- 
vada por  los  defensores  de  esta  plaza,  cuya  mejor  recompensa  consiste  en  la  concien- 
cia del  deber  cumplido  y  en  el  servicio  que  puedan  haber  prestado  a  su  patria  en  las 


C  K  O  N  I  C  A  S  013 

difíciles  circunstancias  por  que  atraviesa,  siéndoles  de  suma  satisfacción  el  aprecio 
de  tal  conducta  hedió  por  aquélla,  y  en  su  representación  por  el  Congrc^so  de  los 
Diputados,  así  como  por  S.  \¡.  la  Reina  y  por  su  (jobierno,  al  dirigirles  Tos  mensajes 
de  felicitación,  que  todos  y  cada  uno  agradece  conmigo  profundaiucntc. 

Dios  guarde  a  V.  E.  muchos  aüos.^ Puerto  Rico,  a  27  <le  mayo  de  uHyS. -- Exce- 
lentísimo señor. — Maní'kl  Matías.-    -h^xcelentísimo  señor  Ministro  de  la  (iucrra. 

(Es  copia  del  IHarío  Oficial,  núm.  133,  d(^  18  de  jiuiío  de  i8y8.) 


APÉNDICE  NUMERO  13 

Telegramas  cruzados  entre  el  Ministro  de  Guerra  español,  General  Correa, 
y  el  Capitán  General  de  Puerto  Rico,  D.  Manuel  Macías. 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

7  marzo^  iSgS. — -Ruego  a  V.  E.  urgente  envío  de  artificios  (espoletas  y  estopines) 
expresados  oficio  1 5  septiembre,  por  carecer  existencia  especialmente  de  portacebos, 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN    GENERAL   PUERTO    RICO 

g  marzo,  i8cj8. — -Pedido  artificios,  no  fué  satisfecho  por  no  haber  recibido  once 
mil  novecientas  cincuenta  pesetas,  valor  de  los  mismos.  En  cuanto  se  reciba  se  re- 
mitirán. Contesto  telegrama  del  día  8.  (Descifrado.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO  A   MINISTRO   GUERRA 

II  marzo,  i8g8, — Remitiré  a  V.  E.  por  el  primer  correo  importe  artificios.  Ruego 
a  V.  E.  urgente  envío  de  aquéllos.  (Descifrado.) 

—  ij  marzo,  i8g8. — -Visto  temores  guerra,  remita  V.  E.  por  primer  correo  dos 
millones  cartuchos  Máuser  español,  artificios  pedidos  telegrama  7  y  II,  especialmen- 
te portacebos  y  diez  tejas  portaproyectiles  obús  hierro  sunchado  24  cargar  culata. 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

18  marzo,  í8g8. — Vapor  que  salió  treinta  conducirá  dos  millones  cartuchos 
Máuser  y  artificios  pedidos.  Gire  inmediatamente  su  importe  de  trescientas  veinte 
mil  pesetas,  por  ser  urgente  su  reposición  por  escasez  existencias.  (En  clave.) 

—  27  marzo,  i8g8, — En  primeros  días  próximo  abril  estarán  terminados  cuatro 
cañones  24  centímetros  para  ésa;  pero  imposible  enviarlos  hasta  tener  la  seguridad  de 
su  inmediato  desembarco  alllegarbuque  conductor.  Baterías  tiro  rápido  y  «Nordenfelt» 
y  máquinas  de  cargar  cartuchos  se  encargarán  extranjero  cuando  asegure  Ultramar 
pago  de  su  importe;  pedido  con  urgencia;  pero  no  podrán  remitirse  antes  dos  meses, 
según  fabricantes.  (En  clave.) 

—  4.  abril,  i8g8. — Digo  Capitán  general  Cuba  que  si  puede  enviar  esa  Isla  dos 
batallones  pedidos,  lo  haga  con  toda  urgencia.  Comprenderá  V.  E.  inconvenientes 
enviarle  tropas  desde  aquí,  por  temor  caigan  poder  enemigo  si  conflicto  fuere  inme- 
diato; pero  si  le  son  absolutamente  precisos  otro  batallón,  dos  escuadrones  y  bateríc^ 
montaña,  dígamelo.  (En  clave.) 

CAPITÁN    GENERAL    PUERTO    RICO   A    MINISTRO   GUERRA 

^  abril,  i8g8. — En  comunicación  de  hoy  pido  a  V.  E.,  como  mínimum,  3  batallo- 
nes, 2  escuadrones  y  una  batería  de  montaña;  pero,  como  por  recientes  noticias,  pa- 
rece inminente  guerra  con  Estados  Unidos,  ruego  a  V.  E.  urgente  envío  de  ellos  y 
una  compañía  de  zapadores.  (Descifrado.) 

—  5  abril,  i8g8. — Caso  guerra,  absoluta  necesidad  otro  batallón,  y  sobre  todo 
4os  escuadrone^  de  caballería^  con^o  también  batería  montaña.  (Descifrado.) 


C  R  (í)  N  I  C  A  S  615 

MINISTRO   GUERRA  A  CAPITÁN  GENERAL   CUBA 

6  abril^  rSgS. — Si  no  considera  V.  E.  imprescindibles  para  defensa  esa  Isla  dos 
escuadrones  y  una  batería  montaña,  envíelos,  con  toda  urgencia,  a  Puerto  Rico,  que 
los  pide  con  apremiante  necesidad,  y  no  es  conveniente  enviarlos  de  aquí.  No  he 
recibido  contestación  referente  envío  dos  batallones  aquella  Isla.  (En  clave.) 

CAPITÁN  GENERAL   CUBA  A   MINISTRO   GUERRA 

6  abril^  i8g8. —  Tres  escuadras  americanas,  una  de  diez  barcos,  otra  de  nueve  y 
otra  volante  de  cinco,  están  en  Tortugas  y  Cayo-Hueso  listas  zarpar,  preparadas  com- 
batir; proponiéndose  interceptar  unión  flotilla  con  nuestros  cruceros.  Sigo  prepa- 
rando defensa;  traigo  fuerzas  a  la  Habana,  en  previsión  repentina  declaración  guerra. 
Insurrectos  retirados  montes  esquivan  combates,  sin  duda,  expectación  sucesos.  Ca- 
pitán General  Puerto  Rico  me  pide  dos  batallones;  ruego  V.  E.  me  diga  con  toda  ur- 
gencia si  puedo  enviarlos.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A  MINISTRO  GUERRA 

6  ahril^  i8g8, — ^Capitán  General  Cuba  dice  «que,  con  gran  trabajo,  solamente 
puede  enviar  un  batallón,  contando  con  seguridad  absoluta».  Por  tanto,  ruego  a  V.  E. 
urgente  envío  de  total  fuerza  pedida;  además  500  carabinas  modelo  español  y  600 
millares  raciones  etapa,  variedad;  arroz,  judías,  tocino,  patatas,  con  igual  número  ha- 
rina buena  calidad.  (Descifrado.) 

—  6  abril^  i8g8. — Necesario  proyector  locomóvil  «Mangin»  90  cm.  Sírvase  V.  E. 
decirme  importe  y  número  plazos  pago  y  tiempo  construcción.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

7  abril,  i8g8. — -Por  el  momento  no  pueden  remitírsele  raciones  que  pide;  queda 
autorizado  para  adquirirlas  donde  sea  posible  y  a  cualquier  precio,  lo  que  no  creo 
ofrezca  dificultad  mientras  no  se  declare  la  guerra.  (En  clave.) 

—  7  abril^  i8g8, — Vapor  para  Canarias  debe  llevar  correajes  Remington;  zarpará 
de  Cádiz  el  10.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO    RICO   A   MINISTRO  GUERRA 

7  abril^  i8g8. — Reunidos  anoche  banquete  íntimo  Ejército,  Marina,  Voluntarios, 
aclamaron  delirantes  Patria,  Reyes,  Integridad;  acto  grandioso.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

8  abril^  i8g8, — Vapor  Montevideo  conduce  7  jefes  y  oficiales,  14  tropa,  dos 
millones  cartuchos  Máuser,  24  cajas  espoletas  y  estopines,  14  bultos  piezas  arma- 
mento. (En  clave.) 

—  i¿f  abril^  i8g8, — Vapor  correo  día  20  van  seiscientas  mil  raciones  etapa.  Difi- 
cultad enviar  más;  le  indico  que  Cónsul  Montreal  (Canadá)  ha  escrito  ministro  Estado, 
importantes  comerciantes  han  expresado  que  en  caso  ruptura  hostilidades,  se  ofrecen 
por  su  cuenta  y  riesgo  suplir  de  artículos  alimenticios  que  hoy  envían  Estados  Uni- 
dos: harina,  féculas,  aceites,  animales  para  consumo  y  trabajo  a  menor  precio  que  el 
hoy  se  paga  en  Estados  Unidos,  siempre  que  se  le  hagan  pedidos  y  cuenten  con  su 
colocación  a  la  llegada  de  las  mercancías.  Debe  V.  E.  enterarse  con  dicho  Cónsul  po;* 
^¡  hubiera  medio  de  utilizar  ahí  esos  recursos?  Contésteme.  (En  d^ve.)  * 


6i6  A  .    RI  VERO 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO. —  (Reiseryado). 

14.  nbriU  i8g8. — En  previsión  ruptura  Estados  Unidos se  ha  ofrecido  con 

interés  y  absoluta  reserva  para  transmitir  despachos  Gobierno  a  Cuba  y  Puerto 
Rico,  empleando  para  ello  dirección  supuesta  en  trayecto ,  sólo  conocida  de  re- 
presentantes en  dichos  puntos. 

Realizado  ya  convenio  para  Cuba  se  gestiona  para  esa,  y  una  vez  acordado,  em- 
pezaremos emplear  dicha  línea;  V.  E.  no  tendrá  que  hacer  variación  alguna  en  sus 
despachos  ^.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

75  abril,  zá'^á'.— Hay  disponible  proyector  «Mangin»  90  c/m,  con  maniobra 
eléctrica  a  distancia;  por  consiguiente  de  estación  fija,  necesitando  motor  de  setenta 
voltios  y  100  amperes;  pero,  para  proporcionar  motor  petróleo  se  tardará  siete  a  ocho 
semanas.  Construcción  proyector  locomóvil  exige  seis  o  siete  meses.  Podría  en- 
viarse desde  luego  proyector  locomóvil,  90  c/m  alemán;  o  sea  de  reflector  parabóli- 
co. Telegrafíe  lo  que  le  convenga.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAF.    PUERTO    RICO    A   MINISTRO   GUERRA 

75  abril,  i8g8. — Seis  torpedos  fijos  para  defensa  boca  del  puerto  son  necesarios 
por  deficiencias  artillado.  Ruego  provisión  de  ellos.  Reitero  pronta  remisión  de  pól- 
vora y  demás  material  pedido  por  cable  día  ocho.  Urge  destino  cañonero  pedido 
para  vigilancia  costa. 

—  77  abril,  i8g8. — -Si  proyector  locomóvil  alemán  se  aproxima  al  «Mangin»  en 
potencia  y  movilidad,  remítalo  V.  E.  por  primer  correo.  (Descifrado.) 

—  77  abril,  i8g8. — Llegaron,  procedentes  Cuba,  batallón  Principado  Asturias  y 
5.^  batería  montaña.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN    GENERAL   PUERTO    RICO. — (Reservado,) 

ig   abril,   i8g8. — Rectificando   telegrama   día    14,   referente según  ésta  acón- 

seja,  empleará  V.  E.,  por  toda  dirección  para  comunicar  conmigo,   «Brewer  Cap- 

Haitien»   en  vez  de  Ministro  Guerra,  para  que sin  sospecha.  Aquella  dirección 

bastará  para  que  llegue  a donde  será  reemplazada  por  verdadera.  Sírvase  acusar 

recibo  de  este  telegrama  y  repita  dirección  convenida  para  asegurarnos  de  errores, 
(En  clave.) 

—  21  abril,  i8g8, — ^Considero  muy  inmediata  ruptura  hostilidades  con  Estados 
Unidos.  Utilice  V.  E.  elementos  de  que  dispone  para  defensa  integridad  territorio  y 
honor  nacional,  no  contando  con  inmediato  auxilio.  Marina,  forzando  bloqueo,  auxi- 
liará V.  E.  hasta  donde  sea  posible,  con  víveres  y  municiones,  pero  no  con  material 
ni  personal  para  no  exponerlos  a  caer  poder  enemigo.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

22  abril,  i8g8, — -Comercio  asegura,  caso  ruptura  hostilidades  Estados  Unidos» 
compraría  provisiones  remitidas  de  Canadá.  (Descifrado.) 

—  22  abril,  i8g8.  —Con  fuerza  cualquiera  mantendré  honor  armas;  pero  esto  es 
ineficaz  y,  caso  insurrección,  con  auxilio  ostensible  de  Estados  Unidos,  para  no  re- 
ducirse muy  pronto  la  defensa  a  puntos  principales,  es  imprescindible  tropa  pedida 

\    La  natural  discreción  obliga  al  autor  a  omitir  ciertas  palabras  de  este  despacho. — N.  del  4-s 


CRÓNICAS  617 

que  puede  venir  con  primeras  fuerzas  navales,  trayendo  armamento,  material,  provi- 
siones pedidas,  pues  no  las  hay  aquí  ni  medio  adquirirlas  fuera.  Considere  V.  E.  Isla 
cuenta  cerca  de  un  millón  de  habitantes,  mayoría  generalmente  sin  trabajo  y  escasí- 
sima población  peninsular.  (Descifrado.) 

—  2j  abril,  i8g8. — Recibidos  dos  telegramas  cifrados,  fecha  ayer,  repito  frase 
convenida  «Brewer  Cap-Haitien». 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

2/1.  abril,  i8g8. — Sale  escuadra,  llevando  por  objeto  contribuir, hasta  donde  pueda, 
a  la  defensa  de  esa  isla  de  Puerto  Rico.  Por  razones  que  no  se  ocultarán  a  V.  E.,  debe 
guardarse  absoluta  reserva  sobre  esta  medida,  bastando  hacer  saber,  para  calmar 
ánimos  y  mantener  levantado  espíritu  patriótico,  que  nuestra  Marina  cumplirá  con 
su  deber  igual  que  Ejército,  coadyuvando  con  éste  a  defender  honor  e  integridad  Pa- 
tria. (En  clave.)  ^ 

—  26  abril,  i8g8. — -Vapor  ^^¿??woX/// conduce  Cuba  24  jefes  oficiales,  161  tropa, 
1.470.000  cartuchos.  71-89;  elementos  cartuchos  71;  proyectiles,  espoletas,  vainas  y 
pólvora  para  cañón  tiro  rápido  7  con  5;  460  tercerolas  Remington,  mil  sacos  harina 
y  14  bultos  medicamentos  para  esa  Isla.  Un  oficial,  349  tropa,  con  correaje  fusil 
Máuser  y  150  cartuchos  por  plaza;  400  carabinas  Máuser,  3.0 1 5  sacos  harina  y 
600.000  raciones  de  etapa  pedidas.  Si  vapor  no  puede  continuar  Cuba,  puede  V.  E. 
emplear  personal  y  material  para  la  defensa  ahí. 

Capitán  buque,  desde  puerto  neutral,  por  conducto  representante  Compañía 
Trasatlántica,  se  pondrá  relación  con  V.  E.  para  que  dé  las  debidas  instrucciones 
que  crea  convenientes  y  le  diga  punto  de  la  Isla  conveniente  desembarcar.  Como  di- 
ficultades forzar  bloqueo  han  de  ser  grandes,  si  necesita  víveres  tómelos  del  Canadá, 
cualquiera  que  sea  su  precio.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

26  abril,  i8g8. — -Escandalosos  precios  giros  dificultan  abastecimientos  del  Ca* 
nada.  Es  necesario  para  suministro  Ejército  remitan  víveres  desde  esa.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN    GENERAL    PUERTO    RICO 

2g  abril,  i8g8, — Vapor  Alfonso  XIII  recalará  islas  Barbadas  para  dirigirse  a 
Humacao  o  Arroyo.  Disponga  V.  E.  que  en  ambos  puertos  haya  prácticos  costa  para 
conducirlo  por  Levante  a  esa  capital,  si  conveniente  hacerlo  así. 

Desde  la  costa  al  avistar  vapor,  si  es  de  día,  le  harán  señales  los  prácticos  con 
tres  banderas,  y  si  es  de  noche,  con  tres  luces  blancas,  lo  que  indicará  al  Capitán  que 
le  esperan,  (En  clave.) 

—  JO  abril,  i8g8. — Tren  iluminación  adquirido  cuesta  treinta  y  dos  mil  tres- 
cientos seis  francos,  diga  fondos  que  debe  cargarse.  (En  clave.) 

—  5  mayo,  i8g8. — Tengo  noticias  que  escuadra  enemiga  propónese  atacar  esa 
capital;  disponga  no  salga  para  Cuba  vapor  Alfonso  XIII,  que  puede  coadyuvar  de- 
fensa esa  plaza.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO    RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

12  mayo,  i8g8. — -Bordean  esta  isla  tres  vapores,  al  parecer  armados  en  guerra,  sin 
enarbolar  bandera  americana,  y  sí,  alguna  vez,  inglesa  mercante  y  de  guerra,  y  otras 

^    Este  telegrama  comprueba  la  tesis  que  siempre  defendió  el  autor  de  este  libro,  de  que  el  Gobierno 
español  no  abandonó^  a  su  suerte,  a  Puerto  Rico^  conforme  es  general  creencia.— iV.  del  A. 


6iñ  A.    k  I V  ii  fe  Q 

veces  danesa;  de  día  alejándose,  pero  de  noche  se  aproximan  como  en  reconocimiento 
o  intentos  desembarco;  huyendo  siempre  de  buque  de  guerra  de  ésta.  (Descifrado.) 

■ —  ij  maj/o,  i8g8\ — Al  amanecer  se  ha  presentado  escuadra  americana,  com- 
puesta de  once  buques,  rompiendo,  sin  previo  aviso,  fuego  contra  la  Plaza,  que  es 
contestado  con  vigor,  el  cual  continúa  aún  a  esta  hora,  nueve  mañana,  sin  ocasionar 
grandes  daños  materiales  y  pocas  desgracias  personales. 

— •  Después  de  las  nueve  de  la  mañana  retiróse  el  enemigo,  que  sostuvo  más  de 
tres  horas  el  fuego,  en  ocasiones  muy  vivo  y  cercano,  empleando  mucho  los  calibres 
medios  y  la  artillería  de  tiro  rápido.  Las  baterías  de  la  plaza  contestaron  siempre  con 
vigor,  debiendo  causarles  bastante  daño  y  averías  graves  en  uno  de  los  mayores  bar- 
cos que  retiraron  remolcado.  Causaron  ligeros  desperfectos  en  baterías  y  edificios 
militares;  varios  heridos  paisanos;  2  muertos  y  3  heridos  de  la  guarnición  y  Volun- 
tarios. 

Mucho  entusiasmo;  población  civil  actitud  serena.  Estoy  muy  satisfecho  de  todos. 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

/j»  mayo^  i8g8. — Recibido  su  telegrama,  gran  entusiasmo  aquí  por  valerosa  con- 
ducta defensores,  a  los  que  Reina,  Gobierno  y  País  feHcitan.  (En  clave.) 

—  ij  mayo^  i8g8. — El  Congreso  de  Diputados,  al  enterarse  en  sesión  hoy  del 
valeroso  comportamiento  guarnición.  Voluntarios  y  Marina  esa  plaza,  levantado 
espíritu  población  civil  en  ocasión  alevoso  ataque  de  escuadra  Estados  Unidos,  vic- 
toriosamente rechazada,  ha  acordado  por  aclamación,  y  a  propuesta  Diputados,  se 
haga  constar  satisfacción  con  que  se  ha  enterado  de  tan  fausto  suceso  y  se  les  feli- 
cite en  nombre  de  la  Cámara.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

14  mayo^  i8g8, — Tan  pronto  se  rompió  el  fuego  marché  baterías  que  creí  de 
mayor  necesidad,  dejando  redactado  cable  en  espera  se  abriese  la  estación  para 
transmitirlo.  Algunos  buques  enemigos  costean  alejados  plaza.  (Descifrado.) 

—  75  mayo^  i8g8. — Defensores  plaza  agradecidos  felicitación  Reina  y  Gobierno; 
pido  autorización  propuesta  recompensa  para  heridos  y  distinguidos.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

T§  niayo^  i8g8. — Formule  propuestas  que  estime  justas.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

ig  mayo,  i8g8. — Ruego  a  V.  E.  urgente  envío  l.OOO  proyectiles  ordinarios,  700 
endurecidos,  1. 000  acero  para  cañón  15  centímetros  Ordóñez;  50  ordinarios,  50  en- 
durecidos para  obús  24  centímetros;  284  ordinarios,  224  metralla  cañón  bronce  9 
centímetros;  60  ordinarios,  180  metralla  cañón  Plasencia  8  centímetros;  40.000  kilo- 
gramos pólvora,  una  canal;  lO.OOO  carga  explosiva;  l.ooo  de  7  canales;  i.ooo  de  6  a 
10  milímetros;  3.000  de  dos  y  medio  milímetros;  1.500  espoletas  modelo  82-90;  400, 
13  segundos;  300  de  percusión  caHbres  mayores;  2. OOO  estopines  obturadores. 

Correo  francés  asignaciones  pedidas.  Sin  novedad.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

20  mayo,  i8g8. — Imposible  inmediato  envío  todo  pedido  hecho.  Diga  municiones 
necesarias  para  completo  de  doscientos  disparos  piezas  costa;  cañones  Ordóñez  de 


C  R  ó  NIC  AS  ñíO 

1 5  centímetros  y  obuses  de  24,  usan  ambos  pólvora  negra,  una  canal,  Murcia  o  simi- 
lares, y  cañones  Plasencia  de  seis  a  diez;  diga  si  la  de  dos  y  medio  que  pide  es  para 
piezas  Withvvort,  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

22  mayo^  i8g8. — -Ruego  a  V.  E.  urgente  envío  de  2. 050  kilogramos  pólvora  fusil 
Remington  y  1. 000  correajes  Máuser.  Sin  novedad.  (Descifrado.) 

—  J  junio ^  i8g8. — Ruego  a  V.  E.  urgente  envío  de  dos  aparatos  cierre  para  cañón 
hierro  entubado,  1 5  Ordóñez  y  dos  para  obús  hierro  sunchado  de  24.  (Descifrado.) 

COMANDANTE  PRINCIPAL   DE  MARINA  PUERTO  RICO  A  MINISTRO 

DE  MARINA 

10  junio,  i8g8. — -Esta  madrugada  salió  crucero  auxiliar  Alfonso  XIII  para  su 
destino.  (Descifrado.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

(Sin  fecha.) — Cazatorpederos  Terror  se  encuentra  en  este  puerto  sin  novedad. 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO    RICO 

16  junio,  i8g8. — Prevenga  San  Juan,  Ponce,  Mayagüez  y  Aguadilla,  que  vapores 
destinados,  intencionalmente,  romper  bloqueo,  de  noche  tocarán  tres  pitadas  y  pre- 
sentarán tres  luces:  dos  blancas  y  una  roja,  la  de  en  medio,  colocadas  distintamente; 
para  que  de  este  modo  les  dejen  libre  paso  torpedos.  (En  clave.) 

-—  1 1  junio,  i8g8. — Salió  en  vapor  Antonio  López  para  esa  capital,  Ponce,  Maya- 
güez, Aguadilla,  6  cañones  de  doce;  2  obuses  quince;  3  morteros  quince;  100  granadas 
veinticuatro;  885  Ordóñez  de  quince,  1.200  de  doce,  1. 000  de  quince  para  obús,  606 
de  nueve,  240  Plasencia,  4.400  espoletas,  4.500  estopines,  13.000  kilogramos  pól- 
vora una  canal;  6.320  de  siete  canales,  2.100  de  seis  a  diez,  2.000  de  fusil,  1.800  para 
carga  explosiva,  2  cierres  para  cañón  de  quince  y  2  para  obús  de  veinticuatro  y  un 
reflector  eléctrico.  Lleva  además  víveres  que  deberán  continuar  para  isla  de  Cuba 
en  el  mismo  buque.  (En  clave.)  ^ 

—  21  junio,  i8g8. — Noticias  de  San  Thomas  aseguran  como  próxima  una  expe- 
dición americana  20.000  hombres  contra  esa  Isla.  Plan  será  desembarcar  cerca  de 
Ponce,  bombardeando  San  Juan  para  distraer  nuestras  tropas  lugar  desembarco.  (En 
clave.) 

—  22  junio,  i8g8, — Enterada  S.  M.  con  satisfacción  de  brillante  defensa  esa 
plaza,  aun  cuando  no  se  ha  recibido  propuesta,  ha  concedido  empleo  superior:  tenien- 
te Barba,  sargento  Fontbona,  cabo  Aller;  cruces  pensionadas  a  todos  los  jefes,  ofi- 
ciales y  tropa  citados  en  el  parte,  y  heridos;  sargento  Rodríguez  Navarrete,  25  pese- 
tas; otra  a  Fernández  Díaz;  Armero,  José  Simón,  7,50;  artillero  Gallardo,  2,50,  todas 
vitalicias;  cabo  Manuel  Estrada,  2,50.  A  heridos  graves  y  sargentos,  7,50,  y  leves, 
2,50  vitalicias.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

2 j  junio  y  i8g8. — Presentado  hoy  frente  a  esta  plaza  crucero  enemigo,  salieron  a 
su  encuentro  Isabel  II  y  Terror,  trabando  combate;  un  muerto  y  tres  heridos,  avería 
máquina  de  Terror,  que  ha  regresado  al  puerto.  Enemigo  se  alejó.  (Descifrado.) 

^    Todo  este  material  de  guerra,  excepto  un  obús,  fué  desembarcado  y  emplazado  convenientemente, 
a  pesar  de  los  esfuerzos,  para  impedirlo,  del  crucero  auxiliar  Yosemite. — A',  del  A, 


620  A.    RiV£RQ 

MINISTRO  GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

2^  junio ^  i8g8. — Vuelto  activo  capitán  artillería  Ángel  Rivero,  y  ascendido 
teniente  Regino  Muñoz,  dígame  si  está  completa  plantilla.  (En  clave.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GliNERAL   PUERTO    RICO  . (ReServado). 

2 §  junio ^  l8g8, — Avisa  ayer  desde  Montreal  primer  secretario  que  fué  de  nues- 
tra Legación  en  Washington,  que  Gobierno  americano  ha  recibido  amplios  detalles 
respecto  defensa  esa  Isla  y  se  activan  preparativos  invasión. 

Gobierno  conoce  situación  y  medios  defensa  esa  Isla;  pero  abriga  completa  con- 
fianza en  adhesión  entusiasta  país,  bravura  y  disciplina  Ejército,  altas  dotes,  inteli- 
gencia, pericia,  energía  de  general  que,  en  difícil  situación  presente,  una  vez  más 
en  su  larga,  brillante  historia  militar,  dejará  probado  que  sabe  inspirarse  bien  en  es- 
píritu y  letra  de  nuestras  Ordenanzas^  como  demostrado  quedó  en  reciente  ataque 
a  esa  plaza,  tan  gloriosamente  rechazado.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

2 y  junio,  i8g8. — Recibido  telegrama,  agradezco  frases  laudatorias;  país  tranquilo, 
pero  convencido  ya  no  puede  contar  con  auxilio  escuadra  nuestra  en  que  confiaba, 
ha  decaído  mucho  su  ánimo.  De  esta  ciudad  auséntase  mayoría  vecindario.  Dos  bu- 
ques enemigos  frente  plaza.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

28 junio ^  i8g8, — Vapor  Antonio  Lape"  conduce  1. 961  kilogramos  medicamentos, 
diez  tejas.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO    RICO  A   MINISTRO   GUERRA 

2 Q  junio ^  i8g8. — ^Al  amanecer,  vapor  Antonio  López  llegó  por  el  Oeste  hasta 
12  millas  este  puerto;  pero  interpuesto  buque  enemigo,  rompió  sobre  él  vivo  fuego, 
y  hubo  de  retroceder,  encallando  en  playa  Socorro. 

Salidos  auxiliarle  cruceros  Isabel  II  y  Concha^  sostuvieron  fuego  con  barco  ene- 
migo, alejándole.  Procederé  salvar  carga. 

MINISTRO   GUERRA   A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

20  junio ^  i8g8, — Procure  con  urgencia  salvar  cargamento  vapor  Antonio  López^ 
incluso  lo  consignado  a  Cuba,  y  en  primer  término  material  artillería,  dándome  cuen- 
ta. (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

JO  junio ^  l8g8.  -VdiVdi  el  mes  de  agosto  necesito  600.000  raciones  de  harina  y 
600.000  raciones  etapa,  todas  con  tocino,  siendo  preferible  que  200.000  de  ellas  sean 
de  galletas.  (Descifrado.) 

—  30  junio ^  i8g8. — Continúa  descarga  Antonio  López^  dirigida  capitán  artillería 
Ramón  Acha  y  de  puerto  Eduardo  Fernández. 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

JO  junio ^  i8g8. — Gobierno  ha  puesto  en  acción  toda  fuerza  naval  disponible  y 
carece  de  elementos  marítimos  para  acudir  a  la  vez  a  tantos  puntos  como  se  pide; 


efe  ó  Ñ  IC Ag  ^21 

verificándolo  solamente  cuando  probabilidades  de  no  provocar  desastre  o  agravar 
situación,  como  sucede  Santiago  Cuba  con  presencia  allí  nuestros  buques  guerra. 
Considere  V.  E.  lo  que  habría  ocurrido  ya  si  dichos  buques  se  hubieran  refugiado 
en  San  Juan.  Abrigue  seguridad  que  Gobierno  es  primero  en  lamentar  carencia  me- 
dios auxiliar  defensa  Isla  con  escuadra  bastante  poderosa  que  prestara  eficaz  protec- 
ción, sin  dar  lugar  a  otro  conflicto.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO   A   MINISTRO  GUERRA 

2  julio^  i8g8, — Descarga  Antonio  López  i^rm.méir\áo^Q\  enemigo  enfrente.  (Des- 
cifrado.) 

—  3  julio  y  i8g8, — Terminó  descarga,  zozobrando  lancha  con  dos  cañones  y  un 
obús.  Enemigo  enfrente.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

j  julio,  i8g8. — Material  de  guerra  conducido  por  vapor  Antonio  López  no  estaba 
asegurado.  (En  clave.) 

West  India  and  Panamá  Telegraph  Company  Limited. 
Puerto  Rico,  Station,  9-7,  I^ 


CAPITÁN    GENERAL    PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

4  julio,  /f?í^(?.— Salvados  dos  cañones.  Buque  enemigo  enfrente.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A    CAPITÁN    GENERAL   PUERTO   RICO 

Capitán  general  Cuba,  telegrama  ayer  dice:  Escuadra  española  salió  puerto  San- 
tiago Cuba  a  las  nueve  y  tres  cuartos  mañana,  sosteniendo  vivísimo  combate  y  rom- 
piendo por  su  centro  línea  enemiga,  a  las  once  y  media  navegaba  a  todo  vapor 
rumbo  Oeste. 

—  Telegrama  hoy  núm.  29,  particípanme  total  destrucción  escuadra  Cervera  por 
la  enemiga  frente  a  Santiago. 

Madrid,  8  julio  1898.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO   A   MINISTRO  GUERRA 

II  julio,  18 g8. — -Restablecida  comunicación  con  Habana.  Sigue  crucero  enemigo 
enfrente.  (Descifrado.) 

—  16  julio,  i8g8, — ^Ayer  en  remoción  pólvora  estallaron  cien  cajas,  pereciendo 
14  artilleros  y  tres  herirlos.  Ausentado  un  barco  enemigo,  queda  otro,  clase  crucero, 
frente  puerto.  (Descifrado.) 

—  16  julio,  i8g8. — Para  mejor  defensa  plaza  y  costa  necesito  imprescindible  au- 
torización explícita  del  Gobierno  para  disponer  de  los  buques  de  guerra  en  esta  Isla, 
según  lo  estime  conveniente.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

I  j  julio,  i8g8. — -Gobierno  confirma  V.  E.  facultad  indiscutible  de  que  se  halla 
investido  como  autoridad  suprema,  única  responsable  defensa  Isla  para  disponer  de 
buques  de  guerra  estacionados  ahí,  según  estime  conveniente.  (En  clave.) 

—  77  julio,  i8g8. — Cónsul  Montreal  avisa  Sampson  no  anticipará  operación 
alguna  contra  esa  Isla  hasta  tener  planos  de  todas  sus  fortificaciones.  (En  clave.) 


62i  A.     kíVÉRÓ 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

2j  julio ^  i8g8. — A  propuesta  Comandante  principal  y  opinión  unánime  jefes  Ma- 
rina carecen  confianza  en  torpedos,  he  autorizado  cerrar  totalmente  puerto  en  caso 
aproximarse  escuadra  enemiga,  hundiendo  dos  barcos  además  del  que  ya  hay.  Como 
ttiedida  producirá  perjuicios  y  reclamaciones  comunicólo  V.  E.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

^3  julio^  i8g8. — Llegado  caso  puede  V.  E.  adoptar  disposiciones  que  indica  para 
cerrar  puerto  y  las  que  juzgue  convenientes  defensa  Isla,  de  que  V.  E.  es  único  res* 
ponsable,  dando  sus  órdenes  al  comandante  Marina,  quien  deberá  cumplirlas  sin 
consultar  a  su  ministro  como  ha  hecho  en  este  caso,  toda  vez  que  ejerce  V.  E.  sobre 
fuerzas  navales  que  operan  en  esa  Isla,  facultades  que  terminantemente  le  atribuyen 
Ordenanzas  Ejército  y  Armada,  confirmadas  por  Real  orden  29  octubre  1872  y 
ley  15  marzo  1 895.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A  MINISTRO   GUERRA 

2 ¿^  julio ^  i8g8. — Noticias  particulares,  por  distintos  conductos,  aseguran  navega 
para  isla  Puerto  Rico  escuadra  americana  con  expedición.  (Descifrado.) 

—  2 ¡  julio  y  i8g8  (^^^J  tarde), — Desde  amanecer  hoy  hay  once  buques  enemigos 
frente  costa,  entre  Ponce  y  Guánica.  (Descifrado.) 

—  25  julio ^  i8g8  (atoche), — Enemigo  desembarcó  ocho  mañana  Guánica,  con 
fuerzas  considerables  y  artillería,  ocupando  población  y  playa;  la  escasa  nuestra  hizo 
fuego,  teniendo  un  oficial,  tres  tropa  heridos  y  apostándose  para  impedir  avance. 
(Descifrado.) 

—  2 y  julio,  j8g8. — Enemigo  ayer  tarde  avanzando  dirección  Yauco,  sosteniendo 
combates  parciales  contra  setecientos  hombres  de  Ejército  y  Voluntarios,  los  cua- 
les, puesta  la  luna,  lo  han  tiroteado  durante  noche,  trabándose  combate  al  amanecer 
que  ha  durado  más  de  una  hora;  enemigo  retrocedió  a  sus  posiciones  de  ayer 
tarde.  Estoy  muy  satisfecho  del  proceder  del  jefe  de  las  fuerzas,  teniente  coronel 
Puig.  (Descifrado.) 

—  28  julio,  i8g8  (j  tarde). — Enemigo,  en  anteriores  posiciones  de  Guánica.  Al- 
rededor costa,  varios  buques  de  guerra  y  transportes.  (Descifrado.) 

—  2 g  julio,  i8g8. — Sumergido  buque  cerrando  entrada  puerto;  tropas  enemigas 
procedente  Guánica  ocuparon  ayer  tarde  pueblo  Yauco.  Fondeado  puerto  Ponce 
expedición  americana,  la  guarnición  de  aquella  ciudad  retírase  por  Juana  Díaz.  (Des- 
cifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

2 g  julio,  i8g8. — Ministro  de  España  en  México  me  avisa  que  el  24  salieron  de 
Tampa  para  esa  Isla  seis  compañías,  1.500  caballos  y  ocho  baterías  de  sitio.  (En 
clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

ji  julio,  i8g8. — Enemigo  posesionado  de  Ponce;  frente,  tres  transportes  con 
tropa.  (Descifrado.) 

MINISTRO  GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL  PUERTO   RICO 

^T  julio,  i8g8, — Será  conveniente  dé  V.  E.  más  extensión  a  sus  telegramas,  entran- 
do en  pormenores  para  evitar  se  extravíe  opinión.  No  he  de  ocultarle  que  la  satisfac- 


Cróñ  í  C  As  62^ 

ción  y  buen  efecto  que  produjo  noticia  de  ventajas  conseguidas  en  Yauco  por  fuerza 
Ejército,  a  pesar  del  silencio  que  respecto  a  bajas  propias  y  enemigas  guarda  V.  E.,  en 
su  telegrama  "]"]  ^  han  quedado  desvanecidas  al  saberse  por  los  8o  y  82  que  a  aquel 
primer  acto  de  valerosa  resistencia,  justamente  elogiado  por  V.  E.,  ha  seguido  una  dé- 
presión  de  energía  y  decaimiento  de  espíritu  en  nuestras  tropas,  evidenciados  por  la 
retirada  de  Yauco  sin  nueva  resistencia,  por  la  pasividad  con  que  se  efectuó  el  des- 
embarco del  enemigo  en  Ponce,  limitándose  la  guarnición  a  retirarse  a  Juana  Díaz, 
sin  intento  de  oponerse  a  la  operación  que  tan  a  mansalva  pudo  efectuar  el  contrario; 
Todo  esto  parece  deducirse  de  los  términos  de  sus  lacónicos  telegramas,  dando 
lugar  al  disgusto  y  alarma  que  despiertan,  haciendo  nacer  temores  por  la  suerte  de 
esa  Isla,  cuya  posesión  es  preciso  disputar  a  todo  trarfce  a  los  americanos  en  estos 
momentos,  con  tanto  más  empeño  y  decisión  cuando  una  obstinada  resistencia 
podrá  contribuir  a  que  nos  sean  favorables  las  negociaciones  de  paz  ya  entabladas. 
(En  clave.)  * 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A  MINISTRO  GUERRA 

2  agosto,  i8g8 — Guarnición  Ponce,  cuando  se  presentó  enemigo,  componíase  dos 
compañías  batallón  Patria  y  alguna  fuerza  Guardia  civil;  comandante  militar,  coronel 
San  Martín,  por  intervención  Cuerpo  Consular,  sin  mi  autorización,  convino  salida 
guarnición  sin  hostilizar;  lo  destituí  y  está  sumariado.  Enemigo  entró  allí  día  30,  siendo 
muy  bien  recibido  por  población  civil.  Respecto  medios  resistir,  lucho  con  enemigo 
muy  superior  en  número  y  elementos,  dueño  además  del  mar,  que  le  permite  invadir 
la  costa  por  todos  lados.  Sólo  cuento  con  la  fuerza  de  Ejército  que  V.  E.  conoce;  pues 
Voluntarios,  en  general,  sólo  piensan  en  ponerse  a  salvo  y  entregar  las  armas.  El  espí- 
ritu del  país,  hostil  generalmente,  a  nuestra  causa;  el  resto,  abatido.  Por  lo  demás,  no 
omito  medios  para  resistir.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

2  agosto,  i8g8, — Recibido  su  telegrama  84  sin  fecha.  Apruebo  lo  dispuesto  por 
V.  E.  respecto  a  coronel  San  Martín,  recomendando  en  este  caso,  como  en  cual- 
quiera otro  análogo,  se  emplee  el  mayor  rigor,  y  corrija  pronta  y  severamente  para 
que  ejemplaridad  contenga  debilidades  de  espíritu  y  conducta  censurable,  que  man- 
cha honra  ejército  y  condena  opinión  de  propios  y  extraños. 

Siguen  rápido  camino  negociaciones  de  paz,  y  enemigo,  creyendo  fácil  apode- 
rarse prontamente  de  esa  Isla,  apresura  invasión  para  dar  mayor  fundamento  a  sus 
exigencias;  siendo  por  lo  mismo  preciso  resistir  a  todo  trance,  a  fin  de  contrarres- 
tarlas y  salvar  honor  de  nuestras  armas.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO    RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

J  agosto,  i8g8.  — Teniente  coronel  Puig,  que  con  quinientos  hombres  hizo  reti- 
rada por  Adjuntas,  llegó  ayer  a  Arecibo,  y  al  exigírsele  parte  detallado,  se  ha  sui- 
cidado. 

Contra  enemigo  en  Arroyo  he  reconcentrado  en  Gueyama  guerrillas,  mando  ex- 
perto, valiente,  capitán  Salvador  Acha,  quien  anoche  sorprendió  avanzadas  enemi- 
gas, consiguiendo  penetrar  en  el  pueblo.  (Descifrado.) 

—  ^  agosto,  i8g8. — Caballería  americana  con  partidas  del  país  ha  entrado  en  los 
pueblos  de  Adjuntas  y  Utuado. 

1  Este  telegrama,  del  Ministro  de  la  Guerra,  General  Correa,  destruye,  de  una  vez  para  siempre,  el  error 
sostenido  y  propalado  de  que  «la  toma  de  Puerto  Rico  era  cosa  convenida  entre  españoles  y  america- 
nos».— N'.  del  A. 


624  A  .    R  I  V  É  R  o 

En  Añasco  se  ha  levantado  otra  partida. 

Ayer  tiroteos  entre  nuestras  avanzadas  de  Coamo  y  las  americanas  sobre  río 
Descalabrado,  sin  consecuencias. 

Desembarcado  enemigo  y  apoderádose  faro  de  Cabezas  de  San  Juan.  (Descifrado.) 

—  Dispersada  por  tropas  partida  San  Germán,  con  bajas;  cogido  fusiles  y  mu- 
niciones. Desembarcadas  más  tropas  americanas  en  Arroyo.  (Descifrado.) 

—  5  (agosto,  i8g8. — Ni  con  autonomía  quiere  mayoría  este  país  llamarse  español, 
prefiriendo  dominación  americana.  Esto  lo  sabía  el  enemigo,  y  lo  comprueba  hoy 
por  recibimientos  y  adhesiones  en  pueblos  que  va  ocupando;  conoce  además  disolu- 
ción Voluntarios,  y  sabe  no  me  queda  otro  elemento  de  resistencia  que  las  tropas. 
Sólo  en  algunos  puntos  de  la  íosta  quedan  escasas  fuerzas,  que  alo  más  pueden  hacer 
una  retirada  honrosa.  Dueño  enemigo  del  mar  y  con  cuantos  buques  necesita,  puede 
mover  sus  fuerzas  con  facilidad  y  rapidez,  presentando  superioridad  en  todas  partes. 
La  posesión  por  él  de  todo  el  litoral,  con  excepción  de  esta  plaza,  es  operación  fácil 
y  breve.  V.  E.  sabe  que  cañones  de  quince  centímetros  y  obuses  de  veinticuatro  son 
el  artillado  de  esta  plaza  por  la  costa;  y  en  el  frente  de  tierra  hay  quince  piezas  de 
bronce  comprimido,  todo  lo  cual  el  enemigo  conoce  y  que  yo  no  comento  porque 
mi  situación  personal  me  lo  veda. 

Ahora  V.  E.  y  el  Gobierno  apreciarán  si  la  resistencia  que  a  la  invasión  de  esta 
Isla  puede  realmente  oponerse  es  en  cantidad  bastante,  que  de  un  modo  decisivo 
obligue  a  la  nación  americana  a  ser  menos  exigente,  recabándose  para  España  con- 
diciones ventajosas  para  la  paz.  (Descifrado.) 

—  6  agosto,  i8g8. — -Enemigo  se  posesionó  ayer  aduana  de  Fajardo  y  después 
pueblo,  en  el  cual  no  había  guarnición.  Columna  enemiga,  más  de  dos  mil  hombres 
con  artillería,  avanzó  sobre  Guayama;  capitán  Acha  al  frente  guerrillas  defendió  po- 
siciones, retirándose  después  ordenadamente  a  las  alturas.  Bajas  por  ambas  partes. 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

6  agosto,  i8g8. — Recibo  su  cable  ochenta  y  ocho  cuyo  contenido  es  verdadera- 
mente desconsolador,  y  el  Gobierno  lo  tendrá  en  cuenta.  Cónsul  en  Montreal  dice, 
entre  otras  cosas,  a  ministro  Estado,  que  en  esa  Isla,  donde  solo  reúne  el  enemigo 
nueve  mil  hombres,  ha  habido  graves  disgustos  en  la  oficialidad,  y  que  para  dar  ener- 
gía a  la  empresa  envían  al  general  Grant  con  refuerzos.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO    RICO   A   MINISTRO   GUERRA 

7  agosto,  i8g8. — Nuestras  bajas  en  el  combate  de  la  honrosa  retirada  de  Guaya- 
ma fueron  diez  y  siete;  pido  autorización  para  formar  propuesta.  (Descifrado.) 


MINISTRO   GUERRA  A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

7  agosto,  l8g8. — Recibidos  sus  telegramas  noventa  y  uno  y  noventa  y  dos,  dando 
cuenta  del  honroso  comportamiento  de  nuestras  guerrillas  en  Guayama,  que  con- 
trasta con  el  lamentable  observado  en  Ponce  y  Yauco  y  las  creo  acreedoras  a  recom- 
pensa, para  cuya  propuesta  queda  V.  E.  autorizado.  (En  clave.) 

A  pesar  de  aquella  petición  del  general  Macías  y  de  la  satisfactoria  respuesta  del 
Ministro,  el  capitán  Acha,  acreedor  a  la  laureada  y  al  empleo  inmediato,  no  fué 


CRÓNICAS  625 

propuesto;  una  vez  más  su  mala  suerte  cerró  paso  a  sus  nobles  ambiciones.  En  com- 
bate franco,  al  frente  de  su  guerrilla  «Peral»,  dio  muerte  al  general  cubano  Maceo ,  y 

el  comandante  Cirujeda,  que  no  oyó,  porque  no  pudo  oírlos,  los  ecos  del  combate, 
obtuvo  dos  empleos  y  otras  mercedes. 

A  fines  del  año  1913,  y  en  la  campaña  de  África,  este  mismo  Acha  recibió  un 
cruel  balazo  que  le  atravesó  ambas  mejillas;  estuvo  moribundo,  salvó  de  milagro...,  y 
no  obtuvo  recompensa.  Salvador  Acha,  uno  de  los  más  bravos  oficiales  de  la  gloriosa 
infantería  española,  es,  actualmente,  por  rigurosa  antigüedad,  teniente  coronel. 

Siempre  es  hora  propicia  para  enmendar  una  omisión;  y,  seguramente,  no  faltará 
el  apoyo  valioso  de  algún  señor  diputado  que  promueva  una  información  parlamen- 
taria sobre  los  hechos  que  refiero  y,  una  vez  comprobados,  descienda  desde  las  altu- 
ras augustas  de  la  Soberanía  Nacional  el  justo  galardón  que  merece  este  servidor 
abnegado  de  su  Patria. 

El  noble  general  Weyler  y  el  caballeroso  general  Macías,  ambos  pueden  coadyu- 
var al  acto  de  justicia  que  humildemente  solicita  el  autor  de  esta  Ci'ónica^  escrita, 
principalmente,  para  deshacer  errores  y  reivindicar  hechos  gloriosos  de  sus  antiguos 
compañeros  en  el  Ejército  Español. 

CAPITÁN   GENERAL    PUERTO    RICO  A   MINISTRO  GUERRA 

g  agosto^  i8g8, — ^Ayer,  columna  mandada  por  coronel  Pino  y  guerrilla  teniente 
Colorado,  entraron  en  Fajardo,  arriando  este  último  bandera  americana.  No  había 
tropas  enemigas.  Una  partida  trató  sorprender  avanzadas  nuestras  cerca  Arecibo,  sien- 
do perseguida,  haciéndole  tres  prisioneros.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

g  agosto^  i8g8. — Diga  a  Esquiaga,  representante  Transatlántica,  necesario  esta- 
blecer servicios  prácticos  permanentes  entre  Culebra  y  Vieques,  por  si  alguna  expe- 
dición recalara  costa  oriental.  Prácticos  deben  saber  si  enemigo  domina  costa  oriental 
y  si  tiene  buques  en  ella.  Conviene  preparar  elementos  en  Fajardo  por  si  expedición 
fondeara  Sur  islote  Ramos. 

Familia  de  V.  E.  llegó  hoy  a  Burgos;  están  buenos.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A  MINISTRO  GUERRA 

10  agosto^  i8g8. —  Fuerzas  americanas,  procedentes  Guayama,  atacaron  alturas 
Guamani\  nuestras  guerrillas,  mandadas  por  comandante  Cervera,  sostuvieron  dos 
horas  fuego,  conservando  sus  posiciones,  y  enemigo  no  consiguió  su  propósito  de 
apoderarse  de  ellas;  no  hemos  tenido  bajas,  ignorándose  contrarias. 

Rudamente  atacado  esta  mañana  por  fuerzas  muy  superiores,  el  pueblo  de  Coamo, 
tuvo  que  abandonarse,  batiéndose  ahora  los  nuestros  en  retirada  a  Aibonito.  Carezco 
aún  de  detalles. 

—  II  agosto^  i8g8, — Imposible  hacer  lo  que  me  dice  en  telegrama  número  cua- 
renta y  cinco;  precisamente  en  costa  citada  no  hay  siempre  guarnición  porque  no 
puedo  sostenerla.  Debo  recordar  que  costa  toda  está  plagada  de  buques  enemigos, 
(Descifrado,) 


626  A  .     R  I  V  E  R  O 

—  II  agosto.^  i8g8. — Defensores  Coamo  eran  dos  compañías  Patria  y  alguna  Guar- 
dia civil;  cañoneados  y  envueltos  con  abrumadora  superioridad  numérica,  la  retirada 
fué  en  malas  condiciones,  sin  recoger  heridos  ni  dispersos.  Anoche  faltaban  coman- 
dante Martínez  Illescas,  capitanes  López  e  Hita,  variqs  oficiales  y  cerca  un  centenar  de 
tropa.  Después  enemigo  siguió  avanzando  por  carretera,  siendo  detenido  por  fuego 
batería  capitán  Hernaiz,  quien  con  dos  cañones  de  montaña  estaba  atrincherado  en 
altura  Asomante. 

Desembarcados  ayer  en  Guánica  mil  hombres  más;  tropas  enemigas  continúan 
extendiéndose,  dominando  todos  los  pueblos  Sur  Isla,  desde  cabo  Mala  Pascua  a 
cabo  Rojo. 

Siguen  alzándose  partidas.  (Descifrado.) 

—  12  agosto^  i8g8. — -Ayer  columna  enemiga  avanzó  sobre  Mayagüez  por  Hormi- 
gueros. Guarnición  compuesta  batallón  Alfonso  XIII,  una  guerrilla  y  dos  piezas  de 
montaña,  mandada  por  coronel  Soto,  saHó  al  encuentro,  trabándose  combate.  Nues- 
tras bajas,  tres  muertos  y  nueve  heridos.  Guarnición  pernoctó  en  el  campo. 

Hoy  enemigo  desembarcó  tropas  en  el  puerto,  ocupando  a  Mayagüez.  (Descifrado.) 

MINISTRO  GUERRA   A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

12  agosto,  i8g8,  —Firmado  el  protocolo  preliminar  de  negociaciones  paz  entre 
Gobiernos  de  España  y  Estados  Unidos,  a  consecuencia  del  cual  ha  sido  acordada  sus- 
pensión hostilidades  por  fuerzas  mar  y  tierra;  y  transmitidas  ya  órdenes  en  tal  con- 
cepto a  las  de  los  Estados  Unidos,  dicte  V.  E.,  inmediatamente,  disposiciones  nece- 
sarias para  observancia  dicha  suspensión  por  fuerzas  de  Ejército  y  Marina;  y  en 
previsión  de  que  insurrectos  no  respetasen  la  suspensión,  atempere  su  conducta  de 
común  acuerdo  a  la  de  las  fuerzas  americanas,  sin  perjuicio  de  rechazar  toda  agresión 
inesperada  que  no  diese  espera  al  acuerdo  antes  citado.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO   A   MINISTRO  GUERRA 

ij  agosto^  i8g8. — Enemigo  estaba  cañoneando  esta  mañana  posiciones  avanzadas 
de  Aibonito  con  seis  piezas  rodadas.  Hay  deserciones,  incluso  en  Guardia  civil, 
sumando  en  total  setenta  y  cinco.  (Descifrado.) 

14  agosto^  i8g8. — Ayer  tarde  cesado  fuego  enemigo  sobre  posiciones  Asomante, 
que  sólo  nos  causó  un  herido  leve  y  a  ellos  bastantes  bajas,  se  presentó  como  parla- 
mentario el  jefe  de  Estado  Mayor  del  general  Wilson,  participando  acababan  de  re- 
cibir cablegrama  de  Washington  dando  cuenta  están  convenidos  términos  paz,  pro- 
poniendo ellos,  en  consecuencia,  para  evitar  efusión  sangre,  la  entrega  posiciones 
Asomante^  puesto  que  la  Isla  les  estaba  cedida.  Mi  contestación  fué  que  si  desea- 
ban evitar  toda  colisión  se  abstuvieran  continuar  atacando;  las  posiciones  no  serían 
entregadas,  sino  al  contrario,  defendidas  enérgicamente  y  hasta  el  último  extremo. 
(Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A    CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

14  agosto^  i8g8. — Recibido  su  telegrama  ciento  uno  aplaudo  enérgica  y  digní- 
sima contestación  dada  por  V.  E.  a  inadmisibles  e  insidiosas  proposiciones  del  Ma- 
yor general  Wilson.  La  suspensión  de  hostilidades  acordada,  por  el  momento,  entre 
Gobierno  España  y  Estados  Unidos  significa,  hasta  ahora,  el  statu  quo^  conservando 
combatientes  sus  respectivas  posiciones.  (En  clave.) 

CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO  A  MINISTRO  GUERRA 

14  agosto,  i8g8, — Cónsul  general  Francia  en  ésta,  se  me  ha  presentado  con  tele- 
grama recibido  4^1  embajador  Cambón^  en  Washington,  participándole  haber  firmacÍQ 


CRÓNICA  S  627 

«ayer  cuatro  tarde,  en  representación  España,  preliminares  paz  y  suspensión  hostili- 
dades. Cónsul  nuestro  San  Thomas  me  da  igual  noticia.  (Descifrado.) 

—  14  agosto^  i8g8. — Ayer  tarde  general  Miles,  jefe  del  Ejército  americano,  me 
telegrafió  por  cable,  desde  Ponce,  por  orden  de  su  Gobierno,  firma  Protocolo  y 
suspensión  hostilidades,  añadiendo  que  un  coronel,  su  ayudante  de  campo,  traía  carta 
con  instrucciones;  éste  se  cruzó  con  un  telegrama  mío,  vía  terrestre,  invitándole  sus- 
pensión interina  hostilidades,  a  fin  de  evitar  ineficaz,  dolorosa  efusión  sangre  hasta 
recibir  instrucciones  ambos  Gobiernos.  Puestos  de  acuerdo,  desde  esta  mañana  que- 
daron suspendidas  operaciones,  después  de  recibir  cables  V.  E.  cuarenta  y  seis  y 
cuarenta  y  siete. 

Guarnición  Mayagüez,  marchando  a  Lares,  al  vadear  ayer  río  Guasio  fué  atacada 
por  fuerzas  americanas,  causándole  algunas  bajas. 

Prisionero  coronel  Soto,  el  jefe  batallón  Alfonso  XIII,  un  oficial  y  varios  de  tropa. 
Al  coronel  Soto  lo  he  encartado  por  no  haber  defendido  población  Mayagüez  y 
desastrosa  retirada,  llevando  a  su  mando  columna  compuesta  de  más  de  1.200  hom- 
bres y  dos  piezas  de  montaña.  (Descifrado.) 

MINISTRO   GUERRA  A   CAPITÁN   GENERAL   PUERTO   RICO 

15  agosto^  i8g8. — Recibido  su  telegrama  ciento  tres  apruebo  temperamento,  ener- 
gía y  rigor  adoptados  muy  justamente  por  V.  E.,  contra  los  que  como  el  coronel 
Soto  han  comprometido  honor  y  prestigios  de  nuestras  armas,  observando  una  con- 
ducta que  merece  se  depure  para  penarla  duramente  si  no  halla  cumplida  y  satisfac- 
toria justificación.  (En  clave.) 

—  77  agosto^  i8g8. — Levantado  por  el  Gobierno  americano  bloqueo  Puerto 
Rico,  Cuba,  Filipinas,  y  permitiendo  entrada  en  puertos  buques  todas  naciones, 
puede  V.  E.  autorizarlo  también  en  los  de  esa  Isla,  incluso  a  los  americanos,  esta- 
bleciendo, desde  luego,  relaciones  comerciales  y  comunicaciones  postales.  (En  clave.) 

— •  j  septiembre,  i8g8. — ^ Vapor  Juan  Porgas  salió  Cádiz  treinta  y  uno  de  agosto, 
conduce  esa  Isla  cuatrocientas  treinta  y  una  cajas  tocino,  novecientas  sesenta  y  ocho 
galletas,  mil  seiscientos  setenta  y  cinco  sacos  harina,  seiscientos  arroz,  setecientos 
cincuenta  habichuelas  y  cuarenta  y  ocho  sal,  adquiridos  virtud  su  pedido  veintiséis 
junio.  (En  clave.) 

GENERAL   SEGUNDO   CABO  A  MINISTRO  GUERRA,   MADRID 

San  Juan  Puerto  Rico,  16  octubre,  i8g8,  —  Zarpado  Covadonga  con  general 
Macías  y  fuerzas  que  tiene  V,  E.  conocimiento,  quedo  encargado  mando.  También 
zarpó  Cristina  con  350  cumplidos  y  con  jefes  presos  Soto,  San  Martín  y  Oses,  que 
serán  entregados  a  Gobernador  militar  Cádiz. 

El  1 8 — en  que  por  falta  de  buques  general  Brooke  ha  accedido  a  que  acuartele  en 
el  Arsenal  la  fuerza  remanente — ^será  entregada  plaza  a  americanos,  habiendo  delegado 
yo,  de  acuerdo  con  dicho  general,  en  capitán  artillería  Ángel  Rivero.  Compren- 
derá V.  E.  lo  crítico  de  mi  situación  y  la  urgencia  que  tengo  de  embarcar  a  todo 
trance  los  1. 700  hombres  y  las  familias  de  militares  que  quedan. 

GENERAL   SEGUNDO   CABO  A  MINISTRO  GUERRA,  MADRID 

San  Juan  Puerto  Rico^  21  octubre,  i8g8.  —  General  Brooke  acaba  indicarme 
necesidad  embarque  en  Montevideo,  que  está  en  puerto.  En  vista  este  caso  imprevisto 
embarco  Montevideo  con  resto  oficiales  y  tropa,  a  pesar  negativa  capitán  buque,  A 


A  .     R  I  \^  E  Ji  O 


ca|3itán  general  Cuba  le  digo  puede  dis}3oner  Sau  fynado,  que  no  llegará  hasta  24. 
Con  mi  embarque  en  esta  forma  realizo  deseos  de  V.  E.  de  evacuación  militar,  me- 


nbarq- 
dio  más  rápido,  salvando  compromiso  en  que  me  encuentro. 


Noia  deJ  A?aor.—lj)A  anteriores  telcgr.-imas  y  cuantos  (lociinienloH  figuran  en  esta  obra  sor 
copia  fiel  de  los  originales  archivados  en  el  Archivo  (icncral  Militar  de  Segovia,  en  cinco  k-ga^ 


nteniílos  en 


j-peta  nún 


,  numerados  del  i  al  5,  siendo  los  más  intcresariteí: 
legajo  3." 

"  Por' Real  orden  fui  autorizado,  por  S.  M.  el  Rey  de  I-:spañ; 
dicho  archivo  cuantos  d<icumentos  rucranme  necesarios,  siendo 
un  permiso  tan  amplio  v  sin  censura. 

Cúnii)lemc.  por  tanto,  dar  las  gracias  a  S.  M.,  el  noble  Rey  I ).  Alfonso  Xíll,  siempre  protec- 
tor de  las  Letras;  al  Subsecretario  de  Guerra,  «^trneral  D.  Emilio  Barrera,  al  (pie  debo  inconta- 
bles atenciones;  a  los  hermanos  D.  Ángel  y  f'.Lnis  Cervera,  liijos  del  heroico  almirante  I).  Pas- 
cual, quienes  han  llevado  su  bondad  hasta  el  punto  de  fiarme  el  archivo  personal  de  su  fcnccid(.» 
padre,  y  también  a  mí  entrañable  amigo  y  compafuM-o  de  academias  y  trabajos  liter 
nicnte  coronel  de  Estado  Mayor,  con  destino  en  el  Ministerio  de  la  duerra,  D.  je 
ves  Coso. 

Para  todos  mi  eterna  g!-atitud. 

Madrid,  15  de  octubre  de  1922.^  ^^^Ancki.  Rivkko, 


•    y   copiar  ( 
lie  se  concei 


.s,  el  te- 


APÉNDICE  NUMERO  14 


Carta  del  Ministro  de  Estado  de  España  dirigida  al  Secretario,  también  de 
Estado,  de  los  Estados  Unidos,  solicitando  condiciones  para  llegar  a  la 
paz,  y  respuesta  del  último. 

Madrid,  julio  22,  1898. 

Al  honorable  Wiliam   R.    Day,   secretario    de   Estado   de   los  Estados   Unidos  de 
América. 

Señor  Secretario: 

Ruego  a  V.  E.  se  sirva  dar  cuenta  al  señor  presidente  de  la  República  del  ad- 
junto mensaje: 

Señor  Presidente:  Tres  meses  ha  que  la  República  de  los  Estados  Unidos  declaró 
la  guerra  a  España  porque  ésta  no  consentía  la  independencia  de  Cuba,  ni  se  alla- 
naba a  que  sus  tropas  evacuaran  la  Isla.  Resignada  aceptó  la  nación  española  tan 
desigual  contienda,  limitándose  a  defender  sus  posiciones,  sin  otra  esperanza  que  la 
de  dificultar  la  empresa  acometida  por  la  República  americana  y  el  mantenimiento 
de  su  honor.  Ni  las  duras  pruebas  a  que  nos  ha  sometido  la  adversidad,  ni  el  cálculo 
de  las  probabilidades  con  que  pudiera  sentirse  abrumada  nuestra  esperanza,  nos  im- 
pedirán luchar  hasta  el  agotamiento  del  último  de  nuestros  medios  ofensivos  y  de- 
fensivos. Pero  esta  firme  resolución  no  cierra  nuestros  ojos  ni  obscurece  nuestro 
entendimiento  para  ver  y  juzgar  las  responsabilidades  en  que  incurrirían  las  dos  na- 
ciones contendientes  ante  el  mundo  civilizado  por  la  continuación  de  la  campaña. 
Sobre  los  efectos  inevitables  de  toda  lucha  armada,  para  los  países  que  la  mantienen, 
se  ha  de  sentir  en  esta  guerra  con  mayor  intensidad  el  padecimiento  inútil  e  injusti- 
ficado de  los  habitantes  de  todo  un  territorio,  por  el  cual  siente  España  los  afectos 
del  antiguo  lazo  que  con  él  la  unen;  padecimiento  al  cual  no  ha  de  ser  indiferente 
ningún  pueblo  del  viejo  o  del  nuevo  mundo  que  respete  los  principios  de  humani- 
dad. A  remediar  tales  daños,  ya  bien  intensos,  y  a  evitar  los  futuros,  aún  más  gra- 
ves, pueden  acudir  ambas  naciones  si  por  acaso  hay  bases  de  inteligencia  para  diri- 
mir la  contienda  pendiente  por  medios  distintos  del  empleo  de  las  armas.  Juzga 
España  posible  hallar  estas  bases;  juzga  también  su  Gobierno  que  así  lo  reconocerá 
el  pueblo  americano. 

Motivos  existen  para  entenderlo  de  tal  suerte  por  amigos  de  entrambos  países. 
Ganosa  la  nación  española  de  probar  una  vez  más  que  en  la  presente  guerra  no  ha 
sido  guiada  por  otro  móvil  sino  guardar  el  prestigio  de  su  honrado  nombre,  así  como 
en  la  que  mantuvo  con  los  insurrectos  cubanos  sólo  se  inspiraba  en  el  deseo  de  salvar 
la  Gran  Antilla  de  los  peligros  de  la  prematura  independencia,  en  la  hora  actual 
mira  más  por  los  sentimientos  engendrados  por  el  vínculo  de  la  sangre  que  por  los 
deberes  y  derechos  de  la  Metrópoli. 

Dispuesta  se  halla  España  de  salvar  a  Cuba  de  los  estragos  de  la  guerra,  devol- 
viendo a  sus  habitantes  la  paz  si  los  Est^idos  Unidos  están  prontos  a  concurrir  en 

4Q 


6;o  A  .     R  1  V  E  R  O 


esta  obra.  El  Presidente  de  la  República  y  el  pueblo  americano  conocerán  por  este 
escrito  el  pensamiento,  deseos  y  propósitos  de  esta  nación.  Réstanos  ahora  escuchar 
del  Presidente  las  bases  sobre  las  cuales  pueda  asentarse  un  estado  político  definitivo 
para  la  isla  de  Cuba  y  la  terminación  de  una  lucha  que  no  tendría  objeto  legítimo, 
una  vez  acordados  los  procedimientos  de  pacificación  para  el  territorio  cubano.  En 
nombre  del  Gobierno  de  S.  M.  la  Reina  Regente  tiene  el  honor  de  dirigirse  a  vue- 
cencia con  la  más  alta  consideración. — El  Duque  de  Almodóvar  del  Río,  Ministro 
de  Estado. 

Aprovecho,  señor  secretario  de  Estado,  para  ofrecer  a  V.  E.  las  seguridades  de 
mi  alta  consideración. 

El  Duque  de  Almodóvar  del  Río. 


RESPUESTA    DEL    SECRETARIO    DAY    A   LA    CARTA  ANTERIOR    DEL   DUQUE 

DE   ALMODÓVAR    DEL    RÍO 

Al  Excmo.  Sr.  Duque  de  Almodóvar  del  Río,  Ministro  de  Estado. — España.   , 

Excmo.  Señor: 

El  Presidente  ha  recibido  en  la  tarde  del  martes  26  de  julio,  de  manos  de  S.  E.  el 
Embajador  de  Francia,  que  para  este  efecto  representa  al  Gobierno  de  S.  M.,  el  Men- 
saje firmado  por  V.  E.,  como  Ministro  de  Estado,  en  nombre  del  Gobierno  de  S.  M.  la 
Reina  Regente  de  España,  fecha  22  del  mismo  mes,  relativo  a  la  posibilidad  de  ter- 
minar la  guerra  que  actualmente  existe  entre  España  y  los  Estados  Unidos.  El  Pre- 
sidente ha  recibido  con  satisfacción,  por  una  parte,  la  insinuación  de  que  los  dos 
países  podrían  esforzarse  en  buscar,  de  común  acuerdo,  las  condiciones  en  que  pu- 
diera quedar  terminada  la  presente  lucha,  y,  por  otra  parte,  la  seguridad  de  que  Es- 
paña cree  posible  una  inteHgencia  sobre  este  punto.  Durante  las  laboriosas  negocia- 
ciones que  precedieron  a  la  apertura  de  las  hostilidades,  el  Presidente  trabajó  con 
todas  sus  fuerzas  para  evitar  un  conflicto,  abrigando  la  esperanza  de  que  España,  en 
consideración  a  sus  propios  intereses  y  a  los  de  las  Antillas  españolas,  y  a  los  de  los 
Estados  Unidos,  hallaría  medio  de  acabar  con  el  estado  de  cosas  que  ha  perturbado 
constantemente  la  paz  del  hemisferio  occidental,  y  que  en  ocasiones  diversas  había 
puesto  a  ambas  naciones  a  dos  pasos  de  la  guerra.  El  Presidente  hace  constar,  con 
profundo  disgusto,  que  sus  esfuerzos,  encaminados  a  mantener  la  paz,  se  vieron  frus- 
trados por  acontecimientos  que  impusieron  al  pueblo  de  los  Estados  Unidos  la  con- 
vicción inalterable  de  que  sólo  la  renuncia  por  parte  de  España  de  su  soberanía  en 
Cuba,  soberanía  que  ya  no  se  encontraba  en  estado  de  hacer  respetar,  podría  poner 
término  a  una  situación  que  había  llegado  a  hacerse  intolerable.  Por  espacio  de  años 
enteros,  y  en  consideración  a  las  susceptibilidades  de  España,  el  Gobierno  ameri- 
cano respetó,  mediante  el  ejercicio  de  sus  poderes  y  a  costa  de  grandes  sacrificios 
para  su  Tesoro,  las  obligaciones  que  le  imponía  la  neutralidad.  Pero  llegó,  por  fin,  el 
momento  en  que,  según  se  le  había  advertido  a  menudo  a  España,  se  hacía  imposi- 
ble mantener  más  tiempo  esta  actitud.  El  espectáculo  a  nuestras  puertas  de  un  terri- 
torio fértil,  arrasado  por  el  hierro  y  el  fuego,  entregado  a  la  desolación  y  al  hambre, 
era  de  los  que  nuestro  pueblo  no  podía  considerar  con  indiferencia.  Cediendo,  en 
consecuencia,  a  lo  que  exigía  la  humanidad,  el  pueblo  americano  resolvió  suprimir 
las  causas  cuyos  efectos  le  afectaban  profundamente.  Con  este  fin,  el  Presidente,  au- 
torizado por  el  Congreso,  pidió  a  España  que  retirara  sus  fuerzas  de  mar  y  tierra  de 
Cuba,  para  poner  al  pueblo  de  la  Isla  en  situación  de  darse  a  sí  mismo  un  gobierno. 
A  esta  petición  contestó  Espaga  rompiendo  sus  relaciones  diplprnáticas  con  los  Es- 


CRÓNICAS  631 

tados  Unidos,  y  declarando  que  consideraba  la  acción  del  Gobierno  americano  como 
origen  de  un  estado  de  guerra  entre  ambos  países. 

El  Presidente  de  la  República  no  ha  podido  menos  de  sentir  pesar,  viendo  que  la 
cuestión,  puramente  local,  de  la  reforma  de  gobierno  de  Cuba  tuvo,  de  este  modo, 
que  transformarse  y  adquirir  proporciones  de  un  conflicto  armado  entre  dos  gran- 
des pueblos.  Sin  embargo,  habiéndose  aceptado  esta  eventualidad  con  todos  los 
riesgos  que  envolvía,  ha  proseguido  las  hostilidades  por  tierra  y  mar  en  el  ejercicio 
de  sus  deberes  y  de  los  derechos  que  confiere  el  estado  de  guerra,  con  objeto  de 
obtener  lo  más  pronto  posible  una  paz  honrosa.  Al  hacerlo  así  se  ha  visto  obligado 
a  servirse,  sin  economizarlas,  de  las  existencias  y  fortunas  puestas  a  su  disposición 
por  sus  conciudadanos,  a  los  cuales  se  han  impuesto  cargas  y  sacrificios  indecibles, 
superiores,  con  mucho,  a  toda  estimación  material.  Si,  gracias  a  los  esfuerzos  patrió- 
ticos del  pueblo  de  los  Estados  Unidos,  ha  sido  desigual  la  lucha,  según  puede 
ver  V.  E.,  el  Presidente  de  la  República  está  dispuesto  a  ofrecer  a  un  adversario  va- 
leroso generosas  condiciones  de  paz.  En  consecuencia,  pues,  contestando  a  la  pre- 
gunta de  V.  E.,  va  a  formular  las  condiciones  de  paz  que  aceptará  en  estos  momen- 
tos con  la  reserva  de  la  aprobación  ulterior  del  Senado  de  los  Estados  Unidos  Al 
discutir  la  cuestión  de  Cuba,  V.  E.  da  a  entender  que  España  había  deseado  ahorrar 
a  Cuba  los  peligros  de  una  independencia  prematura.  El  Gobierno  de  los  Estados 
Unidos  no  ha  compartido  las  aprensiones  de  España  sobre  este  punto;  pero  piensa 
que  en  las  condiciones  de  perturbación  y  abatimiento  en  que  está  la  Isla,  ésta  nece- 
sita ayuda  y  dirección,  que  el  Gobierno  americano  se  halla  dispuesto  a  otorgarle.  Los 
Estados  Unidos  pedirán:  primero,  la  renuncia  por  España  de  toda  pretensión  a  su 
soberanía,  o  a  sus  derechos  sobre  Cuba,  y  la  inmediata  evacuación  de  la  Isla;  se- 
gundo, el  Presidente  de  la  Repúbhca,  deseoso  de  dar  pruebas  de  una  señalada  gene- 
rosidad, no  presentará  ahora  una  petición  de  indemnización  pecuniaria;  sin  embargo, 
no  puede  permanecer  insensible  a  las  pérdidas  y  a  los  gastos  ocasionados  por  la 
guerra  a  los  Estados  Unidos,  ni  a  las  reclamaciones  de  nuestros  conciudadanos,  con 
motivo  de  los  daños  y  perjuicios  que  han  sufrido  en  sus  personas  y  bienes  durante 
la  última  insurrección  de  Cuba;  en  consecuencia,  está  obligado  a  pedir  la  cesión  a 
los  Estados  Unidos,  y  la  evacuación  inmediata  por  España,  de  Puerto  Rico  y  de  las 
demás  islas  que  se  hallan  actualmente  bajo  la  soberanía  de  España  en  las  Indias  Oc- 
cidentales, así  como  la  cesión,  en  Las  Ladrones,  de  una  isla,  que  será  designada  por 
los  Estados  Unidos;  tercero,  por  las  mismas  razones,  los  Estados  Unidos  tienen  tí- 
tulos para  ocupar,  y  ocuparán,  la  ciudad,  la  bahía  y  el  puerto  de  Manila,  esperando 
la  conclusión  de  un  tratado  de  paz,  que  deberá  determinar  la  intervención  (en  fran- 
cés controle),  la  disposición  y  el  Gobierno  de  las  Filipinas. 

Si  las  condiciones   ofrecidas  aquí  son  aceptadas  en  su  integridad,  los  Estados 

Unidos  nombrarán  comisarios  que  se  encontrarán  con  los  igualmente  autorizados 

por  España,  con  objeto  de  arreglar  los  detalles  del  Tratado  de  paz  y  de  firmarlo  en 

las  condiciones  arriba  indicadas.  Aprovecho  esta  ocasión  para  ofrecer  a  V.  E.  las  se- 

p^uridades  de  mi  más  alta  consideración. 

..,.^00  William  R.  Day. 

Washington,  30  de  julio  de  1898. 

CONSIDERACIONES 

Al  examinar  estas  dos  notables  comunicaciones  que  pusieron  fin  a  la  guerra  his- 
panoamericana, salta  a  la  vista  que  ni  el  ministro  español  ni  el  secretario  norteame- 
ricang  hacen  la  más  ligera  referencia  a  la  catástrofe  del  Maine;  únicamente  se  afirma, 
por  ambos,  que  el  motivo  único  de  la  declaración  de  guerra  fué  la  negativa  de  Espa- 
ña a  retirar  sus  banderas  y  sus  tropas  de  la  isla  de  Cuba,  renunciando  en  ella,  y  par^ 
siempre,  su§  derephos  de  conquistadora  y  de  Metrópoli, 


032 


A  .     RI VER  O 


No  cabe  dudar  que  el  cebo  que  inflamó  la  mina  de  las  grandes  diferencias  que 
alcanzaron  (merced  a  los  esfuerzos  de  la  Prensa  de  ambos  países)  los  linderos  del 
odio  más  virulento,  acumulado  entre  España  y  los  Estados  Unidos,  fué  el  desgra- 
ciado accidente  del  Maine, 

La  ignorancia,  la  mala  fe,  o  tal  vez  causas  ocultas  que  en  ocasiones  nublan  la 
mente  de  los  hombres,  llevaron  al  board  presidido  por  el  capitán  W.  T.  Sampson  a 
opinar  que  el  Maine  «voló  por  la  explosión  de  una  mina  colocada  debajo  de  su 
casco»,  y  aunque  dicho  board ^^  abstuvo  prudentemente  de  asignar  ni  a  España  ni  a 
su  Gobierno  la  terrible  responsabilidad  que  aparejaba  acto  tan  odioso  y  desleal,  el 
pueblo  americano  tomó  la  catástrofe  como  bandera  de  guerra,  y  el  grito  repetido  por 
millones  de  bocas  de  Reme^nber  the  Maine — recordad  el  Maine — repercutió  por  todos 
los  ámbitos  de  la  Unión  Americana,  desde  las  costas  del  Atlántico  hasta  los  confines 
del  Pacífico.  Y  el  pueblo  americano  que  simpatizaba  profundamente  con  la  causa  de 
la  independencia  cubana,  por  convicción  generosa  que  arraigaron  las  ardientes  pré- 
dicas de  Martí,  de  Estrada  Palma  y  de  cien  cubanos  más  que  constantemente  habla- 
ban a  los  norteamericanos  de  sus  sufrimientos  y  de  los  horrores  de  aquella  guerra 
de  devastación  que  culminó  durante  el  mando  del  general  Weyler,  obligó,  contra  su 
voluntad,  al  presidente  Mac-Kinley  a  dirigir  un  mensaje  al  Congreso,  como  resultado 
del  cual  se  adoptó,  por  aquel  cuerpo  legislador,  su  famosa  Resolución  Conjunta,  base 
del  tiltimátum  que  no  llegó  a  recibir  el  señor  Sagasta,  porque  se  anticipó  media  hora, 
declarando  rotas  las  relaciones  diplomáticas  entre  ambas  naciones  y  poniendo  los 
pasaportes  en  manos  del  Ministro  americano. 

Ni  el  presidente  Mac-Kinley  en  su  Mensaje,  ni  el  Congreso  americano  en  su 
Resolución  Conjunta,  afirmaron  nunca  que  España  fuera  la  causante  o  instigadora  de 
la  voladura  del  Maine. 

Pero  como  una  gran  parte  del  pueblo  español  alentó  y  alienta  aún  la  errónea 
creencia  de  que  el  Gobierno  americano  arrojó  sobre  el  Gobierno  español  la  afrenta 
de  suponerlo  autor  de  aquel  desastre,  no  está  de  más  que  pongamos  en  esta  Crónica 
las  cosas  en  su  lugar. 

No  cabe  pedir  reivindicaciones  de  ofensas  no  inferidas,  limitando  la  petición  en 
una  medida  justa  y  conveniente.  Lo  que  se  pidió  por  el  Gobierno  español,  en  tres 
ocasiones,  aunque  sin  éxito,  y  lo  que  se  debe  pedir  cada  día,  cada  mes  y  cada  año 
que  transcurra,  es  que  el  Gobierno  americano  ordene  una  revisión  oficial  de  aquel 
veredicto,  maliciosamente  erróneo,  suscrito  por  el  fenecido  almirante  W.  T.  Sampson; 
tarea  no  difícil  hoy,  cuando  después  de  ventitrés  años  el  mejor  conocimiento  de  los 
hechos  y  la  extinción  de  los  odios  que  acompaña  a  todo  conflicto  armado,  coloca  al 
Gobierno  americano  en  condiciones  de  realizar  este  acto  de  justicia,  que  si  resultara 
favorable  a  España,  no  honrará  menos  al  pueblo  de  los  Estados  Unidos. 

A  esa  revisión,  que  anule  y  arranque  de  los  archivos  el  informe  de  aquel  board, 
ha  tendido  y  tiende  mi  labor;  esa  idea  ha  sido  la  estrella  polar  que  durante  veinte 
años  guió  mis  pasos  por  archivos,  bibliotecas  y  centros  oficiales;  yo  he  consagrado 
los  últimos  años  de  mi  vida  a  conseguir  esa  reivindicación,  porque  así  me  lo  piden 
voces  internas,  en  clamor  constante,  y  también  para  pagar  a  España  una  parte  de  los 
favores  por  mí  recibidos,  cuando  me  otorgó  por  dos  veces  el  honor  de  cubrir  mi 
cuerpo  con  el  uniforme  de  sus  Ejércitos. 

Y  de  igual  manera  que  la  noble  Francia  rectificó  un  tremendo  error,  y  abriendo 
al  capitán  Dreyfus  las  puertas  de  su  prisión  en  la  isla  del  Diablo  lo  retornó  a  la 
patria  y  al  hogar,  permitiéndole  vestir  de  imevo  aquel  mismo  uniforme  y  aquellas 
mismas  divisas  que  le  arrancaron,  en  horrible  afrenta,  en  pública  degradación,  así  el 
Gobierno  de  los  Estados  Unidos  se  honrará  a  sí  propio,  honrando  las  siempre  rectas 
intenciones  del  pueblo  y  del  Gobierno  español. 

No  ha  de  faltarme  en  Washington,  donde  cimento  con  nobles  amigos,  algún  sen^- 


CRÓNICAS  6$3 

dor,  algún  representante,  y  tal  vez  algún  miembro  del  actual  Gabinete,  que  presente 
un  bilí  solicitando  del  Congreso  de  los  Estados  Unidos  una  resolución  conjunta  que 
anule  el  documento  tantas  veces  mencionado. 

Para  llegar  a  este  fin  he  de  luchar  por  que  esta  Crónica  de  la  gükrka  hispanoame- 
ricana sea  traducida  al  idioma  inglés  y  circule  profusamente  por  todo  el  territorio 
de  sus  Estados;  la  entregaré  personalmente  a  cada  senador,  a  cada  representante, 
a  cada  editor  de  los  más  importantes  diarios  norteamericanos,  y  pondré  mi  fortuna 
y  el  resto  de  todas  mis  energías  al  servicio  de  estos  ideales  de  reivindicación. 

No  menos  puede  hacer  quien  hasta  después  de  terminada  la  guerra  llevó  con 
honor  los  uniformes  de  infante  y  de  artillero  español;  y  hoy,  después  de  cumplidos 
sus  compromisos  con  la  nación  descubridora,  y  atado  por  los  que  al  nacer  contrajo 
con  su  país,  ostenta  el  título  de  ciudadano  americano,  ciudadanía  que  no  desea 
demostrar  amores  a  una  bandera  que  acoge  bajo  sus  pliegues  infamantes  imputacio- 
nes que  la  historia  y  las  conciencias  de  los  hombres  rechazan  de  consuno. 

Y  quiera  el  Señor  que  al  cerrarse  mis  ojos,  y  al  entregar  mi  cuerpo  a  la  madre 
tierra,  lleve  el  consuelo  de  haber  contribuido,  aunque  humildemente,  a  la  realización 
de  esta  obra  de  verdadera  justicia 

Ángel  RivERO. 

Madrid.  17  de  octubre  de  1922, 


APÉNDICE  NUMERO  15 


Jefes  y  oficiales  de  Artillería  que  defendieron  la  plaza  de  San  Juan  de  Puerto 
Rico,  al  frente  de  sus  baterías,  el  día  12  de  mayo  de  1898. 


Coronel  subinspector  del  Cuerpo,  José  Sánchez  de  Castilla. 

Secretaj'io  del  mismo ^  capitán  Enrique  Barbaza. 

Director  del  Parque,  comandante  Luis  Alvarado  González. 

Jefe  de  detall  del  mismo,  capitán  Ramón  Acha  Caamaño. 

Teniente  coronel,  primer  jefe  del  \2^  batallón  de  artillería,  Benigno  Aznar 
Carbajo. 

Comandante,  José  Brandaris  y  Rato. 

Capellán,  Antonio  Sola  y  Sola. 

Capitanes:  Aniceto  González  Fernández,  Fernando  Sárraga  Rengel,  Ricardo  Her- 
naiz  Palacios,  José  Iriarte  Travieso,  Aureliano  Esteban  Abella,  Ángel  Rivero  Méndez, 
Juan  Aleñar  Guinart  y  Juan  Arboleda  Larrañaga. 

Médico,  Francisco  Baixauli  Perelló;  Veterinario,  Francisco  Ginovart  Ganáis. 

Primeros  tenientes:  Regino  Muñoz  García,  Lucas  Massot  Matamoros,  Andrés  Val- 
divia Sisay,  Antonio  Vanrell  Tudury,  Luis  López  de  Velazco,  Enrique  Botella  Jover, 
Faustino  González  Iglesias,  Policarpo  Echevarría  Alvarado,  Rodolfo  de  Olea  Mora, 
Juan  Miró  Camacho  y  Manuel  Muñoz  López. 

Segundos  tenientes  de  la  escala  práctica:  Salustiano  Rodríguez  González,  José 
Barba  Báez,  Fernando  Morales  Hanega,  Dionisio  Belmonte  Formoso,  Rafael  Alonso 
Rodríguez,  Celestino  Villar  Fernández,  José  González  Aranda,  Nicanor  Criado  López 
y  Juan  Bartomese  Roura. 


APÉNDICE  NUMERO  i6 

Dos  auxiliares,  entre  los  muchos  que,  durante  la  guerra  hispanoamericana, 
tuvo  en  Puerto  Rico  el  ejército  invasor. 

CARLOS  PATTERNE  Y  RAFAEL  LARROCA 

El  mismo  día,  28  de  julio,  en  que  el  general  Wilson  entró  en  la  ciudad  de  Ponce, 
y  en  la  casa  donde  se  alojaba,  calle  Mayor,  número  6,  le  fué  presentado  por  D.  Lucas 
Valdivieso  el  joven  Carlos  Patterne,  como  hombre  de  acción,  deseoso  de  prestar  sus 
servicios  al  ejército  americano.  Wilson  le  dio  instrucciones  para  que  se  dirigiese 
inmediatamente  a  San  Juan,  procurando  obtener  en  dicha  capital  toda  la  información 
que  le  fuera  posible,  y  sondeando  la  opinión  de  los  portorriqueños  más  prominentes 
respecto  al  desembarco  por  Guánica. 

Patterne  se  puso  en  camino  hacia  Guayama,  y  desde  allí  pudo  llegar,  sin  contra- 
tiempo alguno,  al  barrio  de  Hato  Rey,  San  Juan,  donde  pasó  la  noche  oculto  en  la 
casa  de  un  mulato  llamado  Manuel  Pastrana;  al  siguiente  día,  muy  temprano,  entró 
en  San  Juan,  y  en  el  edificio  que  ocupaba  el  Ateneo  conferenció  con  Ramón  Ruiz, 
el  cual  le  puso  en  contacto  con  diversas  personalidades,  de  quienes  obtuvo 
cuantas  noticias  necesitaba,  y  aquella  misma  noche  recibió  de  manos  de  José  G.  del 
Valle  un  memorándum  secreto,  y  firmado  por  éste,  para  el  general  Wilson,  docu- 
mento que  contenía  valiosa  información  acerca  del  espíritu  de  las  tropas,  obras  de 
defensa  de  la  plaza,  campamentos  de  Martín  Peña  y  Hato  Rey,  y  otros  detalles  de 
igual  naturaleza. 

Carlos  Patterne  se  dirigió  en  coche  a  Caguas,  y  en  esta  ciudad  se  unió  al  joven 
Rafael  Larroca,  quien  por  entonces  sustentaba  ideales  separatistas;  se  repartieron  los 
papeles,  y  como  un  grupo  de  oficiales  de  infantería  española  entrase  en  el  restaurante 
donde  aquéllos  almorzaban  ^,  y  temiendo  algún  contratiempo,  abandonaron  la  pobla- 
ción, y  a  través  del  campo  y  por  el  barrio  Cercadillo  y  otros  más,  llegaron  hasta 
Salinas,  donde  Luis  Caballer  les  prestó  toda  clase  de  auxilio  cuando  supo  la  misión 
que  desempeñaban.  Los  documentos  los  ocultaron  en  las  alpargatas  que  calzaban. 

Desde  Salinas,  ambos  jóvenes  siguieron  a  Ponce,  y  allí  se  separaron.  Patterne 
evacuó  su  comisión  cerca  del  general  Wilson,  quedando  éste  tan  satisfecho  que  le 
rogó  saliese  en  el  acto  para  Coamo,  a  fin  de  obtener  nuevos  informes.  Dicho  joven 
pudo  entrar  en  aquella  villa  sin  inspirar  sospechas,  y  adquirió  noticia  exacta  de  la 
guarnición  y  medios  de  defensa  con  que  contaba  el  comandante  Illescas  allí  destaca- 
do. Auxiliado  por  un  maestro  de  escuela  rural,  de  apellido  Huertas,  recorrió  todos 
los  caminos  vecinales  por  los  cuales  se  podía  flanquear  a  Coamo,  y  después  de  tra- 
zar un  ligero  croquis,  escapó,  llegando  otra  vez  a  Ponce.  Acompañó  más  tarde  al 
general  Wilson  y  a  toda  la  brigada  Ernst  en  sus  operaciones,  desde  que  salieron  de 
su  campamento,  a  orillas  del  río  Descalabrado,  hasta  cesar  las  hostilidades  frente  a 
las  posiciones  del  Asomante. 

1  Notas  sacadas  del  archivo  particular  del  autor,  en  el  que  constan  cuantas  comisiones  a  favor  del  ejér- 
cito invasor  realizaron  muchos  portorriqueños,  y  algunos  de  los  cuales  ocupan  hoy  elevadas  posiciones  en 
^a  Isla. 


APÉNDICE  NUMERO  17 

Instrucciones  dadas  por  el  General  Miles  a  todos  los  jefes  de  las  fuerzas 

de  ocupación  de  Puerto  Rico. 

Cuartel  general  del  Ejército,   Puerto 
de  Ponce,  Puerto  Rico,  julio   29,    1898. 
Señor: 

Tengo  el  honor  de  informarle  que  el  Mayor  general  comandante  del  Ejército  de 
los  Estados  Unidos  me  ordena  comunicarle  las  siguientes  instrucciones  por  las  cua- 
les se  regirán,  tanto  usted  como  todos  los  subalternos  bajo  su  mando,  en  el  cumpli- 
miento de  sus  deberes  y  con  referencia  al  Gobierno  del  territorio  actualmente  ocu- 
pado o  que  puedan  ocupar  las  fuerzas  a  su  mando. 

El  primer  efecto  que  surtirá  la  ocupación  militar  de  este  país  es  la  ruptura  de  las 
relaciones  políticas  de  sus  habitantes  con  España,  lo  cual  obliga  a  éstos  a  prestar 
obediencia  a  la  autoridad  de  los  Estados  Unidos,  siendo  el  poder  militar  del  Ejérci- 
to de  ocupación  absoluto  y  supremo.  Pero  tan  pronto  los  habitantes  de  Puerto  Rico 
demuestren  obediencia  a  las  nuevas  condiciones,  tanto  sus  derechos  privados  como 
sus  propiedades  serán  respetadas. 

Las  leyes  municipales,  en  todo  lo  que  se  refiera  a  sostener  los  derechos  de  las 
propiedades  privadas  y  al  castigo  de  crímenes  o  faltas,  serán  mantenidas  en  todo 
vigor  hasta  donde  sea  compatible  con  el  nuevo  orden  de  cosas,  y  tales  leyes  no  se- 
rán suspendidas  sino  en  casos  absolutamente  necesarios,  y  cuando  así  lo  exija  la  ocu- 
pación militar. 

Estas  leyes  serán  administradas  por  los  Tribunales  ordinarios  en  la  misma  íorma 
que  se  venía  haciendo  antes  de  la  ocupación.  Para  este  propósito,  los  jueces  y  otros 
oficiales  conectados  con  la  Administración  de  Justicia,  si  ellos  aceptan  la  autoridad 
de  los  Estados  Unidos,  continuarán  administrando  las  leyes  ordinarias  del  país,  bajo 
la  supervisión  del  comandante  de  las  fuerzas  militares  de  los  Estados  Unidos. 

En  todo  lo  referente  al  mantenimiento  del  orden  y  observancia  de  las  leyes,  us- 
ted tendrá  autoridad  bastante  para  reemplazar  y  destituir  a  los  presentes  oficiales  de 
Justicia,  no  solamente  algunos,  sino  todos  ellos,  sustituyéndolos  por  otros;  y  tam- 
bién tendrá  autoridad  para  crear  nuevos  Tribunales  suplementarios  allí  donde  sea 
preciso,  debiendo,  en  todo  caso,  tener  por  guía  su  propio  criterio  y  un  alto  sentido 
de  justicia. 

Deberá  entenderse  que,  en  caso  alguno,  y  bajo  ninguna  circunstancia,  las  Cortes 
de  Justicia  del  país  tendrán  jurisdicción  para  entender  en  delitos  o  faltas  cometidas 
por  cualquier  persona  perteneciente  al  Ejército  de  los  Estados  Unidos,  relacionada 
con  él,  a  su  servicio,  o  empleada  en  los  transportes  de  efectos  pertenecientes  al 
Ejército,  ni  tampoco  sobre  cualquier  delito  o  falta  cometida  por  éstos  contra  algún 
habitante  del  país  o  residente  temporal  del  mismo.  Tales  casos,  excepto  los  que  per- 
tenezcan a  la  jurisdicción  de  las  Cortes  Marciales,  serán  juzgados  por  Comisiones  mi- 
litares y  por  otras  Cortes  que  usted  juzgue  oportuno  establecer. 


CRÓNICAS  ¿37 

Las  fuerzas  de  Policía  nativa  serán  mantenidas  hasta  donde  sea  practicable.  La 
libertad  del  pueblo  para  seguir  en  sus  ocupaciones  corrientes  no  será  obstaculizada, 
excepto  en  caso  de  imprescindible  necesidad. 

Todos  los  fondos  públicos  pertenecientes  al  Gobierno  español  por  su  propio  dere- 
cho, y  toda  la  propiedad  mueble,  armas,  provisiones,  etc.,  de  dicho  Gobierno,  serán 
embargadas  y  retenidas  para  darles  el  empleo  que  señale  la  autoridad  competente; 
y  cualquier  otra  propiedad  del  Gobierno  español  será  también  embargada  y  puesta  a 
cargo  de  un  administrador.  Los  productos  o  rentas  que  de  tales  propiedades  o  dere- 
chos se  obtengan,  serán  colectados  y  administrados  en  la  forma  que  se  ordenará  por 
este  Cuartel  general. 

Se  tomará  posesión  de  todos  los  servicios  públicos  o  medios  de  transporte,  tales 
como  líneas  telegráficas,  cables,  ferrocarriles,  teléfonos  y  embarcaciones  pertene- 
cientes al  Gobierno  español,  y  de  ellos  se  hará  uso  apropiado. 

Todas  las  iglesias  y  edificios  dedicados  al  culto  religioso,  así  como  todas  las  ca- 
sas-escuelas, deberán  ser  respetadas  y  protegidas.  También  serán  respetadas  todas 
las  propiedades  privadas  pertenecientes  a  particulares  o  Corporaciones,  y  las  cuales 
sólo  podrán  confiscarse  cuando  tal  procedimiento  se  ordene,  y  sólo  en  determina- 
dos casos. 

Los  medios  de  transportes  y  comunicaciones,  tales  como  telégrafos,  cables,  fe- 
rrocarriles y  buques,  podrán  ser  confiscados,  aunque  sean  propiedad  privada  de  in- 
dividuos o  de  Corporaciones,  y  a  menos  que  fuesen  destruidos  por  exigencias  mili- 
tares, serán,  después,  devueltos  a  sus  dueños. 

Como  resultado  de  la  ocupación  militar  de  este  país,  las  contribuciones  y  otras 
cargas  que  pagan  sus  habitantes  al  Gobierno  de  España,  serán  pagadas  a  este  Go- 
bierno militar,  y  el  dinero  así  obtenido  será  destinado  a  pagar  los  gastos  naturales 
de  dicha  ocupación. 

No  podrá  hacerse  uso  de  la  propiedad  privada,  a  menos  de  que  preceda  una  or- 
den del  jefe  de  la  brigada  o  de  la  división,  y  sólo  en  caso  de  absoluta  necesidad,  y 
cuanto  se  tome  para  uso  del  Ejército  será  pagado,  en  dinero  contante,  a  un  precio 
justo. 

Todos  los  puertos  y  poblaciones  actualmente  en  posesión  de  nuestras  fuerzas, 
serán  abiertos  al  comercio  de  las  naciones  neutrales,  y  también  al  de  la  nuestra,  para 
todos  los  artículos  que  no  sean  contrabando  de  guerra,  y  previo  pago  de  los  dere- 
chos de  aduana  que  rijan  en  la  fecha  de  la  importación.  Es  incluso  un  memorándum 
referente  a  la  jurisdicción  militar.  Comisiones  y  Cortes  de  Justicia. 
Muy  respetuosamente, 

I.  C.   GiLMORE, 

Bj'igadier general,  U.S.  V. 

Mayor  general,}.  M.  Wilson,  comandante  de  la  primera  división  del  primer  Cuerpo 
de  Ejército,  Ponce,  Puerto  Rico. 


APÉNDICE  NUMERO  i^ 


Captura  del  puerto  de  Arroyo  por  el  cañonero  "Gloucester". 

U.  S.  S.  Gloucester, 
Frente  a  Arroyo,  Puerto  Rico,  agosto  3,  i8g8. 
Señor: 

Tengo  el  gusto  de  hacer  el  siguiente  informe  sobre  la  captura  y  ocupación  de 
Arroyo,  Puerto  Rico,  por  una  fuerza  de  este  buque  el  lunes,  agosto  I."",  1898: 

A  las  nueve  y  treinta  de  la  mañana,  y  estando  anclado  este  buque  en  la  rada 
abierta,  tres  cuarto  de  una  milla  de  la  costa,  y  frente  al  pueblo,  usted  me  ordenó 
ir  a  tierra  en  la  ballenera,  bajo  bandera  de  parlamento,  reunir  a  los  oficiales  de  la 
población  y  pedir  su  rendición  a  los  Estados  Unidos,  a  nombre  del  capitán  Goodrich. 
También  recibí  instrucciones  para  que 'se  encendiese  la  luz  del  faro  de  Punta  Figue- 
roa,  y,  asimismo,  tomar  posesión  de  todas  las  lanchas  en  puerto  para  emplearlas  en 
el  desembarco  de  tropas  e  impedimenta,  tan  pronto  llegasen  los  transportes  que  se 
esperaban.  Para  el  desempeño  de  esta  comisión,  y  con  el  permiso  de  usted,  me  acom- 
pañó, como  intérprete,  el  segundo  cirujano  John  F.  Bransford. 

Al  aproximarnos  a  la  costa,  y  como  no  hubiese  muelle  alguno,  varamos  el  bote. 
En  la  playa  se  reunió  un  numeroso  grupo  de  nativos,  acompañados  de  algunos  poli- 
cías, aunque  éstos  no  llevaban  armas,  y  al  preguntar  por  el  jefe  y  oficiales  de  la  po- 
blación, nos  condujeron  a  la  aduana  que  está  situada  frente  al  mar,  y  a  poco  tiempo 
llegaron  allí  el  capitán  de  puerto,  el  alcalde,  el  colector  y  su  segundo,  el  juez  de  paz, 
el  cura  párroco  y  algunos  ciudadanos  de  los  de  mayor  importancia;  utilizando  los 
servicios  del  doctor  Bransford,  informé  a  dichos  caballeros  de  la  presencia  del  Glou- 
cester y  les  pedí  su  inmediata  rendición,  la  del  pueblo  y  la  de  toda  propiedad  es- 
pañola. 

A  esto  siguió  una  acalorada  discusión  que  me  vi  obligado  a  cortar  perentoria- 
mente, manifestándoles  que  a  menos  de  obtener  una  pronta  respuesta  afirmativa  el 
pueblo  sería  bombardeado.  Uno  tras  otro,  todos  aquellos  caballeros  accedieron  a 
rendirse,  dando  palabra  de  hacerlo,  excepto  el  capitán  del  puerto,  un  oficial  de  la 
Marina  española,  retirado,  quien  rehusó  hacer  lo  uno  o  lo  otro.  A  este  caballero  lo 
envié  a  bordo  del  Gloucester^  a  cargo  del  doctor  Blansford,  a  quien  pedí  dijese  a 
usted  el  estado  de  los  asuntos.  Permanecí  en  tierra  con  el  cuartel  maestre  Bechtold, 
a  quien  ordené  izar  la  bandera  de  los  Estados  Unidos  en  el  edificio  de  la  aduana,  lo 
que  tuvo  lugar,  y  nuestra  bandera  fué  saludada  con  vivas  por  muchos  de  los  nativos 
presentes  y  por  los  negros  que  allí  estaban. 

A  las  diez  y  treinta  minutos  una  partida  de  desembarco  del  Gloucester,  de  35 
hombres,  con  un  Colt  de  tiro  rápido,  vino  a  tierra  al  mando  del  teniente  Norman  y 
del  segundo  pagador  Brown,  los  cuales  se  pusieron  a  mis  órdenes  para  ocupar  la 
población.  Inmediatamente,  utilizando  estas  fuerzas,  coloqué  piquetes  de  ellas  en  las 
principales  calles,  encargándose  el  teniente  Norman  de  la  parte  derecha  de  la  pobla- 
ción; el  pagador  Brovt^n,  con  el  Colt^  a  la  izquierda,  lo  que  incluía  el  camino  a  Guaya- 


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ma  (tres  millas  distantes),  mientras  situé  el  centro  en  la  aduana  como  cuartel  general. 

Di  órdenes  para  que  todas  las  personas  pacíficas  y  sin  armas  pudieran  transitar 
libremente  dentro  de  la  población,  y  que  fuesen  arrestados  todos  los  que  portasen 
armas  o  apareciesen  sospechosos,  impidiendo,  además,  que  nadie  saliese  de  los  lími- 
tes del  caserío.  Algunas  excepciones  fueron  hechas  a  esta  última  regularización,  en 
el  caso  de  ingleses  y  franceses,  cuyas  casas  estaban  más  allá  del  pueblo,  y  tales  per- 
sonas fueron  provistas  de  pases. 

Nuestros  hombres  fueron  instruidos  para  que  respetasen  estrictamente  todos  los 
ciudadanos  y  sus  propiedades;  y  éstos  recibieron  aviso  de  que  todo  acto  de  traición 
o  de  oposición  sería  severamente  castigado  en  el  acto.  El  teniente  Norman,  proce- 
diendo con  excelente  discreción,  se  apoderó  de  la  oficina  telegráfica  y  de  sus  apara- 
tos, cortando  las  líneas  para  impedir  que  cualquier  información  llegase  al  enemigo. 

Por  varios  conductos  se  nos  informó  de  que  algunas  guerrillas  españolas  y  varios 
Guardias  civiles  operaban  por  los  alrededores  del  pueblo  y  que  una  fuerza  regular, 
estimada  en  6o  hombres,  estaba  acampada  más  allá  del  camino  de  Guayama,  mien- 
tras que  algunos  centenares  defendían  la  ciudad.  Sin  embargo,  ningún  ataque  serio 
fué  hecho  sobre  Arroyo  durante  nuestra  ocupación. 

A  la  una  y  treinta  minutos  de  la  tarde  el  doctor  Bransford  volvió  a  tierra,  tra- 
yendo al  prisionero  que  yo  había  enviado  a  bordo,  a  causa  de  que  dicho  capitán  de 
puerto  se  había  decidido  últimamente,  y  como  caso  de  fuerza  mayor,  a  dar  su  pala- 
bra de  honor  bajo  amenazas;  palabra  que  recibí  dejándolo  en  libertad  y  con  el  privi- 
legio de  retener  su  espada. 

Durante  el  día  hice  algunos  arreglos  con  el  alcalde  para  encender  el  faro  de  Punta 
F'igueroa,  y  a  la  puesta  del  sol  dicho  faro  estaba  en  operación,  y  desde  entonces 
continúa  prestando  servicio.  Respecto  a  las  lanchas,  había  ocho  o  diez  varadas  en  la 
playa;  la  mayor  parte  de  ellas  eran  propiedad  de  Mr.  Mac-Cormick,  anterior  cónsul 
de  los  Estados  Unidos,  quien  en  el  acto  ofreció  dichas  lanchas,  ordenando  fuesen 
puestas  a  flote  y  ancladas  cerca  del  Gloucester. 

Durante  la  noche,  desde  a  bordo,  y  por  medio  de  señales,  recibí  órdenes  de  re- 
embarcar toda  la  fuerza  al  anochecer.  A  los  residentes  amigos,  así  como  a  Mr.  Mac- 
Cormick,  se  les  notificó  que  podían  refugiarse  a  bordo  del  Gloucester^  en  caso  de  que 
las  guerrillas  atacasen  sus  casas;  y  ellos  trajeron  sus  familias  y  la  de  sus  hermanos 
dentro  del  pueblo  y  al  amparo  de  los  cañones  de  nuestro  buque;  tales  precauciones 
fueron  juiciosas,  porque  durante  la  noche  una  partida  enemiga  se  introdujo  en  el 
pueblo,  haciendo  algunos  disparos  al  buque  y  retirándose,  a  pesar  de  que  el  proyec- 
tor de  a  bordo  iluminaba  la  costa  i. 

Al  amanecer  del  siguiente  día  (día  2)  la  misma  fuerza,  y  al  mando  de  los  mismos 
oficiales,  volvió  al  pueblo  para  recuperarlo,  y  el  día  pasó  sin  novedad.  Noté,  sin  em- 
bargo, que  la  actitud  del  pueblo  era  más  bien  hostil,  a  causa  de  que  ellos  dudaban 
del  poder  de  nuestra  fuerza  y  de  nuestras  intenciones.  El  St.  Lotus  había  fondeado 
al  amanecer,  pero  como  la  información  acerca  de  nuestra  debilidad  había  llegado  al 
enemigo,  gente  del  pueblo  nos  avisó  que  una  fuerza  montada  de  aquél  venía  en  son 
de  ataque.  Fué  entonces  cuando  yo  pedí  a  usted  que  el  Gloucester  disparase  algu- 
nos proyectiles  y  usted  me  preguntó,  por  señales,  la  dirección  en  que  debían  ser 
apuntados  los  cañones.  VX  cañoneo  que  siguió  y  los  proyectiles  que  usted  arroj.ó  so- 
bre nuestro  flanco  izquierdo  impidieron  el  ataque  anunciado. 

Por  la  tarde  vimos,  con  gran  alegría,  que  tropas  del  St,  Louis  venían  a  relevarnos, 
y  a  eso  de  las  cinco  de  la  tarde  200  ó  300  hombres  habían  desembarcado,  y  de 
acuerdo  con  sus  instrucciones,  entregué  el  mando  al  oficial  de  más  graduación  que 
vino  a  tierra,  el  coronel  Bennett,  del  tercer  Regimiento  Voluntarios  de  Illinois,  a 

1    Eran  el  capitán  Salvador  Acha  y  sus  guerrilleros. — N.  del  A. 


640 


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quien  puse  en  detalles  <ie  la  situación/  presentándolo  a  los  oficiales  del  pueblo.  FJ  co- 
ronel Bennett  dispuso  que  el  teniente  Hayes  y  algunos  60  hombres  relevasen  mis 
piquetes,  y  todos  volvimos  a  bordo  a  eso  de  las  5-30  minutos  de  la  tarde.  Jintretanto, 
yo  había  ordenado  ai  teniente  Norman  que  liiciese  un  inventario  de  todo  el  dinero 
y  valores  existentes  en  la  caja  de  la  Aduana,  lo  cual  fué  hecho  por  este  oficial  co- 
rrectamente, dándoseles  recibo  al  colector  español;  y  cuando  el  coronel  liennett 
tonu')  el  mando,  él,  a  su  vez,  dio  nuevos  recibos  al  teniente  Norman  '^. 


Respetuosamente, 


Tilomas    C.    Wood, 


Teniente   comandante    Richard   Wainwright,  U.  S.  N.;  comandante  U.  S,  S.   (jIou- 
cesfer. 


«  Este  (locunipnto  está  totna.do  del  í.„;^  (Dinrio  de  a  ttonl 
•derior  coiniindante,  Iim^  Real  Almirante,  Richanl  \\^ainwri<,dit 

Esle  marino  era  el  sc^íundi.  de  a  bordo  del  /1/«i//,/  cuando  1 
.-ro  en  la  ?)a1iía  de  la  I  labnna.^-.V.  di-i  //. 


side  en  Washington. 

íc  fiuc  cansó  la  perdida  de  este  ( 


CRÓNICAS 


641 


DON  JOSÉ  MASGARENAS  )C  GARCÍA,  TENIENTE  CORONEL 
DE  artillería  Y  JEFE  DEL  DETALL  DEL  MUSEO  DEL 
CUERPO,  DEL  QUE  ES  DIRECTOR  EL  SEÑOR  CORONEL 
DON  LUIS  MASSATS  Y  TOMAS. 


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CERTIFICO:  Que  por  este  Museo  y  a  petición  de  Don  Ángel 
Rivero  Méndez,  le  han  sido  entregadas  pruebas  fotográfi- 
cas de  las  banderas  que  con  los  números  4.972,  3.466, 
3.472  y  3.471  figuran  en  su  catálogo  y  pertenecieron, 
respectivamente:  al  Batallón  de  Voluntarios  de  Maya- 
güez;  al  batallón  fijo,  de  Artillería,  de  Puerto  Rico, 
y  posteriormente  al  12.^ batallón  de  plaza;  al  castillo 
del  Morro  de  Puerto  Rico,  en  el  que  ondeó  al  ser  ata- 
cado el  12  de  mayo  de  1898  por  la  escuadra  norteameri- 
cana, y  al  castillo  de  San  Cristóbal ,  de  la  misma  plaza, 
en  el  que  ondeó  en  igual  fecha  y  circunstancias. 

Y  para  atestiguar  la  legitimidad  de  las  mencionadas 
pruebas  fotográficas,  expido  este  certificado  en  Madrid, 
a  veintiséis  de  septiembre  de  mil  novecientos  vein- 
tidós . 


El  Coronel  Director, 


642 


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APÉNDICE  NUMERO  20 


Protocolo. 

William  R.  Day,  secretario  de  Estado  de  los  Estados  Unidos,  y  su  excelencia 
monsieur  Cambon,  embajador  extraordinario  y  plenipotenciario  de  la  República 
francesa  en  Washington,  habiendo  recibido  respectivamente,  al  efecto,  plenos  pode- 
res del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  y  del  Gobierno  de  España,  han  formulado 
y  firmado  los  artículos  siguientes,  que  precisan  los  términos  en  que  ambos  Gobiernos 
se  han  puesto  de  acuerdo,  relativamente  a  las  cuestiones  abajo  designadas,  que  tie- 
nen por  objeto  el  restablecimiento  de  la  paz  entre  los  dos  países,  a  saber: 

Artículo  l.°  España  renunciará  a  toda  pretensión  a  su  soberanía  y  a  todos  sus 
derechos  sobre  Cuba. 

Art.  ; .°  España  cederá  a  los  Estados  Unidos  la  isla  de  Puerto  Rico  y  las 
demás  islas  que  actualmente  se  encuentran  bajo  la  soberanía  de  España  en  las  Indias 
Occidentales^  así  como  una  isla  en  las  Ladrones,  que  será  escogida  por  los  Estados 
Unidos. 

Art.  3.^  Los  Estados  Unidos  ocuparán  y  conservarán  la  ciudad,  la  bahía  y  el 
puerto  de  Manila  en  espera  de  la  conclusión  de  un  Tratado  de  paz,  que  deberá  deter- 
minar la  intervención  [controle)^  la  disposición  y  el  gobierno  de  las  FiHpinas. 

,  Art.  4.^  Itspaña  evacuará  inmediatamente  la  isla  de  Cuba,  Puerto  Rico  y  las 
demás  islas  que  se  encuentran  actualmente  bajo  la  soberanía  española  en  las  Indias 
Occidentales;  con  este  objeto,  cada  uno  de  los  dos  Gobiernos  noajbrará  comisarios 
en  los  diez  días  que  seguirán  a  la  firma  de  este  Protocolo,  y  los  comisarios  así  nom- 
brados deberán,  en  los  treinta  días  que  seguirán  a  la  firma  de  este  Protocolo,  encon- 
trarse  en  la  Habana,  a  fin  de  convenir  y  ejecutar  los  detalles  de  la  evacuación  ya  men- 
cionada de  Cuba  y  de  las  islas  españolas  adyacentes;  y  cada  uno  de  los  dos  Gobier- 
nos  nombrará  igualmente,  en  los  diez  días  siguientes  al  de  la  firma  de  este  Protocolo, 
otros  comisarios  que  deberán,  en  los  treinta  días  que  seguirán  a  la  firma  de  este  Pro- 
tocolo, encontrarse  en  San  Juan  de  Puerto  Rico,  a  fin  de  convenir  y  ejecutar  los  de- 
talles de  la  evacuación,  antes  mencionada,  de  Puerto  Rico  y  de  las  demás  islas  que  se 
encuentran  actualmente  bajo  la  soberanía  de  España  en  las  Indias  Occidentales. 

Art.  5-^^  Los  Estados  Unidos  y  España  nombrarán  para  tratar  de  la  paz  cinco 
comisarios  a  lo  más,  por  cada  país;  los  comisarios  así  nombrados  deberán  encon- 
trarse en  París  el  primero  de  octubre  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  lo  más 
tarde,  y  proceder  a  la  negociación  y  a  la  conclusión  de  un  Tratado  de  paz;  este  Tra- 
tado quedará  sujeto  a  la  ratificación  con  arreglo  a  las  formas  constitucionales  de  cada 
uno  de  ambos  países. 

Art.  ó.''  Una  vez  terminado  y  firmado  este  Protocolo,  deberán  suspenderse  las 
hostilidades  en  los  dos  países,  y  a  este  efecto  se  deberán  dar  órdenes  por  cada  uno 
de  los  dos  Gobiernos  a  los  jefes  de  sus  fuerzas  de  mar  y  tierra  tan  pronto  como  sea 
posible. 

Hecho  en  Washington,  por  duplicado,  en  francés  e  inglés,  por  los  infrascritos 
que  ponen  al  pie  su  firma  y  sello^  el  |2  de  agosto  de  1898. — ^Jules  Cambon. — William 
R.  Day,  ^   ' 


APÉNDICE  NUMERO  21 


Confrencia,  por  telégrafo,  entre  el  capitán  general  Macías  y  el  teniente 
coronel  Francisco  Larrea,  comandante  de  las  líneas  defensivas  de  Aibonito. 

— Presente  teniente  coronel  Larrea;  sin  novedad,  líace  media  hora  me  ha  llamado 
al  aparato  el  comandante  Nouvilas,  desde  estación  Asomante^  y  me  comunica  desde 
allí  lo  siguiente: 

«Una  vez  terminado  el  fuego,  se  vio  que  subían  por  la  carretera  seis  jinetes,  que  yo 
creí  eran  de  la  Cruz  Roja,  y  resultó  ser  de  parlamento;  dejé  aproximarlos  a  distancia 
prudente,  llamando  a  los  tenientes  Relmonte,  de  artillería,  y  Luis  Ramery,  del  9.°  de 
Voluntarios,  ordenándoles  que  fueran  a  avistarse  con  los  parlamentarios,  acompañán- 
doles un  voluntario,  un  soldado  y  un  corneta  del  6.°  provisional.  La  Conferencia 
duró  más  de  tres  cuartos  de  hora,  y  el  resultado  de  ella,  que  me  han  comunicado 
por  escrito^  es  como  sigue: 

«El  teniente  coronel  Bliss,  jefe  de  Estado  Mayor  del  general  Wilson,  jefe  de  las 
tropas  de  los  Estados  Unidos,  frente  a  Aibonito,  presenta  sus  respetos  al  comandante 
de  las  fuerzas  españolas  en  Aibonito,  y  le  manifiesta,  qué  por  un  despacho  acabado 
de  recibir  de  Washington  se  hace  saber  que  ya  se  han  convenido  los  términos  de 
paz  entre  España  y  los  Estados  Unidos,  y  que  según  los  términos  convenidos,  la  isla 
de  Puerto  Rico  es  cedida  a  los  Estados  Unidos,  y  se  reconoce  la  independencia  de 
Cuba  y  de  Filipinas.  Siendo  éste  el  caso,  el  jefe  americano  desea  evitar  todo  innece- 
sario derramamiento  de  sangre;  añade  que  tiene  en  la  Isla  14.OOO  hombres  de  tropa, 
y  que  dentro  de  tres  días  tendrá  35.OOO  más  ^;  que  la  captura  de  Aibonito  es  inevi- 
table, y,  por  consiguiente,  y  para  evitar  mayor  sacrificio  de  vidas,  y  en  vista  del 
aviso  acabado  de  recibir  respecto  a  la  paz,  él  pide  la  rendición  de  esta  plaza  y  la  ren- 
dición de  todas  las  tropas  de  la  guarnición. — ^El  oficial,  Fragler,  comandante  de 
Estado  Mayoi\y> 

Añade  el  comandante  Nouvilas,  que  acto  seguido  se  dirigió  al  puesto  donde  se 
encontraban  los  parlamentarios,  quienes  le  recibieron  con  mucha  cortesía,  y  a  quienes 
comunicó  que  no  era  jefe  de  las  fuerzas,  pero  que  en  nombre  de  éste  y  en  el  suyo 
propio,  rechazaba  toda  intimación  de  rendimiento,  y  que  no  estaba  dispuesto  a  ren- 
dir ni  el  campamento  ni  las  fuerzas. 

El  teniente  coronel  Bliss  le  suplicó  entonces  que  me  transmitiera  el  contenido  de 
su  papel  para  que  a  mi  vez  lo  hiciera  a  V.  E.,  esperando  respuesta  para  esta  misma 
noche.  Nouvilas  objetó  que  no  era  posible  tener  respuesta  a  esa  hora  por  los  per- 
cances que  pudieran  ocurrir,  y  entonces  el  parlamentario  accedió  a  volver  por  dicha 
respuesta  mañana  a  las  seis  de  la  misma.  Añadió  el  jefe  enemigo  que  «como  caba- 
llero y  militar  afirmaba  lo  que  decía  el  papel»;  pero  que  si  V.  E.  no  puede  comuni- 
carse por  cable  con  el  Gobierno  de  Su  Majestad,  le  Facilitarán  la  estación  de  Ponce 

\    El  general  Wilson  sabía  que  esto  era  una  falsedad. — N\  del  A. 


648  A  .     R  I  V  E  R  o 


para  que  V.  E.  pueda  mandar  un  telegrama^  o  también  enviar  a  Ponce  un  oficial  con 
un  cable  para  el  Gobierno. 

También  dice  Nouvilas  que  hablando  con  el  parlamentario  éste  le  confesó  que 
en  el  combate  de  esta  tarde  habían  sufrido  muchas  bajas;  esto  debe  ser  cierto,  y  no 
dije  a  V.  E.  por  temor  a  equivocarme,  que  en  las  descargas  de  fusiles  Máuser  se  vie- 
ron caer  algunos  enemigos,  y  todos  ellos  correr  a  la  desbandada.» 

CONTESTACIÓN  DEL  GENERAL  MACIAS 

— Bien;  que  las  fuerzas  estén  siempre  preparadas  para  hacer  fuego  tan  pronto  como 
vean  avanzar  al  enemigo,  aunque  éste  se  cubra  con  bandera  de  parlamento;  que  si 
*se  presentan  otra  vez  los  parlamentarios,  contesten  que  tienen  orden  mía  de  no  reci- 
birlos ni  admitir  parlamento  de  clase  alguna.  Que  no  contesto  al  general  Wilson 
porque  visto  el  honroso  uniforme  del  ejército  español,  que  me  veda  responder  a 
proposición  tan  ofensiva  a  mi  honor;  pero  si  él  quiere  evitar  el  derramamiento  de 
sangre,  que  no  se  mueva  de  las  posiciones  que  actualmente  ocupa. 

Macías. 

COMENTARIOS   DEL   AUTOR 

Caluroso  aplauso  merece  la  enérgica  respuesta  del  general  Macías,  aunque  la 
juzgo  demasiado  suave  para  responder  al  dolo  y  a  la  impudicia  empleados  por  el  ge- 
neral Wilson  en  esta  ocasión.  El  sabía  o  debía  saber,  si  había  saludado,  cuando 
menos,  algún  texto  de  Derecho  internacional,  que  una  suspensión  de  hostilidades 
como  resultado  de  un  armisticio,  obliga  a  los  beligerantes  a  mantener  las  posiciones 
que  ocupan  en  el  instante  de  la  firma  de  dicho  armisticio.  El  conocía  además  por  el 
telegrama  que  había  recibido  del  noble  general  Miles — quien  seguramente  nunca  ha 
sabido  este  acto  bochornoso  de  Wilson — los  términos  exactos  del  telegrama  del 
Presidente  de  los  Estados  Unidos,  ordenando  la  suspensión  inmediata  de  toda  opera- 
ción de  guerra  y  la  observancia  absoluta  del  statu  quo^  lo  cual  le  prohibía  dirigirse  al 
jefe  de  las  fuerzas  españolas  en  la  forma  improcedente  en  que  lo  hizo. 

Mejor  hubieran  sentado  tales  arrestos,  aquel  mismo  día,  cuando  sus  artilleros, 
abandonando  los  seis  cañones  que  había  emplazado  frente  a  los  dos  Plasencias,  de 
montaña,  del  capitán  Hernaiz,  entraron  a  todo  correr  en  Coamo,  alarmando  a  la  po- 
blación  con  sus  relatos  de  un  gran  desastre. 

Y  como  el  autor  se  honra  con  la  amistad  del  teniente  general  Nelson  A,  Miles, 
quien  actualmente  reside  en  Washington,  y  como  también  sostiene  correspondencia 
con  el  citado  general  Wilson,  ruega  al  primero  y  también  al  Alto  Mando  del  ejército 
de  los  Estados  Unidos,  que  por  su  propio  prestigio  y  para  que  no  perdure  este  hecho 
bochornoso  en  la  historia  de  la  noble  campaña  llevada  a  cabo  en  Puerto  Rico  por  las 
tropas  de  la  Unión,  que  se  ordene  una  investigación  para  acreditar  si  el  general 
Wilson  obró  por  su  propia  cuenta,  o  en  virtud  de  qué  instrucciones  recibidas,  ^1 
intentar  tan  burda  violación  de  los  términos  del  Armisticio, 


APÉNDICE  NUMERO  22 


Correspondencia  oficial  cruzada  entre  los  generales  D.  Manuel  Macías, 
Mr.  Nelson  A.  Miles  y  John  R.  Brooke. 

Telegrama:  San  Juan,  agosto  13,  1898. 

Al  Jefe  de  operaciones,  Aibonito. 

Un  oficial  con  seis  hombres  montados,  y  bajo  bandera  de  parlamento,  que  se 
dirijan  a  la  línea  enemiga  de  Coamo  y  pidan  entregar  al  jefe  que  la  mande  el  tele- 
grama que  sigue,  dirigido  al  general  Miles,  Comandante  en  jefe  del  Ejército  de  los 
Estados  Unidos  en  Puerto  Rico,  Ponce. 

«Saludo  V.  H.  muy  atentamente,  y  le  participo  que  el  cónsul  general  de  Francia 
en  esta  Isla  me  ha  entregado  esta  tarde  una  copia  de  telegrama  recibido  de  M.  Cam- 
bon.  Embajador  de  su  nación  en  Washington,  telegrama  que  dice  así: 

«Los  prehminares  de  la  paz  y  una  suspensión  de  hostilidades  han  sido  firmados 
ayer,  a  las  cuatro  de  la  tarde.» 

Por  mi  Gobierno,  y  sin  duda  debido  a  la  mayor  distancia,  no  he  recibido  aún 
instrucción  alguna  sobre  este  asunto;  pero  como  el  general  Wilson,  por  conducto  de 
su  jefe  de  Estado  Mayor,  hizo  saber  al  jefe  de  mis  tropas  en  Aibonito  que  se  había 
recibido  de  Washington  un  telegrama  en  parecidos  conceptos,  y  con  el  laudable 
objeto  de  evitar  toda  colisión  entre  fuerzas  beligerantes  y  consiguiente  efusión  de 
sangre,  invito  a  V.  H,  a  una  suspensión  temporal  de  hostilidades  hasta  recibir  las 
correspondientes  instrucciones  de  nuestros  respectivos  Gobiernos,  y  que  durante 
ella  continúen  las  fuerzas  beligerantes  ocupando  cada  una  el  mismo  terreno  que 
ocupan  hoy.  Termino  rogando  a  V.  H.  se  sirva  comunicarme  su  opinión. 

Con  este  motivo  el  general  Macías  presenta  sus  cumplimientos  al  honorable 
general  Miles.» 

Telegrama  de  Cayey:  Agosto  14,  1898. 

«El  Comandante  Cervera  al  Capitán  general: 

Acaba  de  presentarse  a  dos  kilómetros  de  nuestras  avanzadas,  bajo  bandera  de 
parlamento,  el  coronel  Richard,  ayudante  del  general  Brooke,  Jefe  del  primer  Cuerpo 
del  ejército  americano.  He  salido  a  su  encuentro,  y  me  ha  entregado  dos  pliegos:  uno 
del  general  Miles  para  V.  E.,  y  otro  del  general  Brooke  para  mí,  suplicando  reciba 
el  segundo  y  envíe  a  V.  E.  el  primero.  Le  he  dicho  que  yo  no  tenía  instrucciones 
para  atender  sus  manifestaciones,  y  que  permanecería  en  mi  puesto  esperando  órde- 
nes de  V.  E.;  pero  que  cumpliría  sus  deseos. 

El  pliego  del  general  Miles  lo  envío  a  V.  E.  rápidamente.  El  dirigido  a  mí  dice  lo 
siguiente: 


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«Al  Comandante  oficial  de  las  tropas  españolas  en  el  camino  de  Cayey. 

Señor:  En  concordancia  con  las  instrucciones  del  Comandante  Mayor  general 
del  Ejército  de  los  Estados  Unidos,  cumplo  con  el  deber  de  acompañarle  la  siguiente 
comunicación  que  ruego  a  V.  S.  se  sirva  dirigir  con  la  brevedad  posible.» 

«Playa  de  Ponce,  Puerto  Rico,  agosto  13,  1898. 
Al  Capitán  general  Macías,  gobernador  general  de  la  isla  de  Puerto  Rico. 

Señor:  Tengo  el  honor  de  informar  a  V.  E.  que  he  recibido  instrucciones  del  Pre- 
sidente de  los  Estados  Unidos,  notificándome  que  las  negociaciones  de  paz  están  pró- 
ximas a  terminarse,  y  que  el  Protocolo  acaba  de  ser  firmado  por  los  representantes 
de  ambas  naciones,  y  ordenándome  que  todas  las  operaciones  militares  sean  suspen- 
didas. Y  tengo  instrucciones  de  dar  cuenta  a  V.  Ji.  de  todo  lo  anterior  como  jefe  que 
es  de  las  tropas  españolas  en  la  isla  de  Puerto  Rico,  y  como  encargo  del  Presidente 
de  los  Estados  Unidos. 

Very  respeetfully^ 

Melson  A^MileSf 

Maj  o  r  General  Commanding, 

United  States  Arogr^" 

Nota. — «Todos  nuestros  puestos  han  enarbolado  bandera  de  parlamento  y  ruego 
a  usted  se  sirva  dictar  iguales  órdenes  a  los  suyos.  Toda  comunicación  que  usted 
desee  presentar  será  recibida  entre  líneas.» 

I  am,  Sir, 

Very  respecifullyj    Your  obedient  servant, 

Maj or  General,  Commanding, 
Ist  Aritiy    Coi^ps^ 

Y  en  vista  de  esta  comunicación,  espero  que  V.  K.  se  sirva  darme  Instrucciones 
respecto  a  la  conducta  que  debo  seguir  con  el  enemigo. — Cekveka.» 

San  Juan,  agosto  14,  1898. 

Honorable  Sr.  General  Nelson  A.  Miles,  Comandante  general  del  ejército  americano. 

Ponce. 
Atentamente  le  saludo  y  tengo  el  honor  de  acusar  recibo  de  su  telegrama  que 
me  ha  dirigido  en  el  día  de  hoy  sobre  suspensión  de  hostilidades,  y  como  resultado 
de  instrucciones  que  ha  recibido  del  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  y  las  cuales 
me  comunica  en  carta  que,  bajo  bandera  de  parlamento,  fué  entregada  por  su  ayu- 
dante de  campo,  coronel  Richard,  y  también  por  carta  entregada  por  su  también 
ayudante  de  campo  el  coronel  Miller. 


t  R  ó  N  IC  A  S  5^^ 

Por  parte  mía  he  dado  órdenes  convenientes  al  jefe  de  la  línea  de  Aibonito  para 
que  esta  última  carta,  que  será  entregada  allí,  sea  recibida  y  remitida  a  mí  con  toda 
rapidez.  Debo  participarle  que  habiendo  visto  un  despacho  que  recibió  el  cónsul  de 
Francia,  de  su  embajador  en  Washington,  dando  cuenta  de  la  firma  del  Protocolo, 
dirigí  a  y.  H.  un  telegrama,  vía  Aibonito,  el  cual  ha  sido  entregado  al  jefe  de  mis 
fuerzas  en  Coamo  para  que  lo  envíe  a  V.  H.,  y  en  cuyo  telegrama  le  invitaba  a  una 
suspensión  de  hostilidades. 

Muy  respetuosamente,— Manuel  Magias,  Capitán  general  de  Puerto  Rico. 


Telegrama: 

«14  de  agosto,  189S. 
Al  Comandante  Cervera,  Guamaní,  Cayey. 

Disponga  que  un  oficial,  montado,  con  escolta  de  cuatro  individvos,  lleve  a  las 
líneas  enemigas,  bajo  bandera  de  parlamento,  la  siguiente  carta: 

El  sobre  que  lleve  esta  dirección: 

«Al  Excmo.  Sr.  General  John  R.  Brooke,  general  jefe  del  primer  Cuerpo  de  ejér* 
cito  de  los  Estados  Unidos  en  su  cuartel  general  en  Guayama.» 

El  contenido  de  la  carta  será  el  siguiente,  copiado  al  pie  de  la  letra: 

«Al  General  John  R.  Brooke,  Mayor  general  del  primer  Cuerpo  de  ejército  de  los 
Estados  Unidos. 

Señor:  Por  el  jefe  de  mis  tropas  avanzadas  en  el  camino  de  Cayey,  he  tenido  el 
honor  de  recibir  la  carta  que  por  conducto  de  V.  E.  me  remite  su  excelencia  el  ge^ 
neral  Nelson  A.  Miles,  Comandante  Mayor  general  del  ejército  de  los  Estados  Uni- 
dos, participándome  haberse  firmado  el  Protocolo  de  las  negociaciones  de  paz  y  sus- 
pensión de  hostilidades. 

Ya  su  excelencia  el  Mayor  general  Wilson  me  había  enviado  otra  carta  igual  a  la 
que  he  contestado  y  que  ya  está  en  poder  de  su  excelencia  el  general  Miles. 

Por  mi  parte,  tengo  el  honor  de  participarle  a  V.  E.  que  mis  tropas  tienen  orden 
de  colocar  banderas  blancas  en  sus  avanzadas  conforme  lo  han  hecho  las  de  ese 
ejército. 

Respetuosamente  B.  L.  M.  de  V.  E.,— Manuel  Macías,  Capitán  general  de  Puerto 
Rico.» 


Para  el  Comandante  Cervera. 

«Como  ya  le  he  dicho  en  otros  telegramas  que  habrá  recibido,  siempre  que  se  pre- 
senten parlamentarios  recíbanlos  cortésmente;  pongan  banderas  blancas  en  nuestras 
avanzadas. 

Si  tratan  de  atravesar  nuestras  líneas  gentes  que  procedan  del  campo  enemigo, 
no  se  le  permitirá,  previniéndoles,  en  buena  forma,  que  no  está  permitida  la  comu- 
nicación entre  ambos  campos.» 


Telegrama  por  cable: 

«San  Juan,  14  agosto,  1898. 

Al  General  Miles,  Mayor  general  en  jefe  del  Ejército  de  los  Estados  Unidos. 

Ponce. 
Excmo.  Sr.:  En  estos  últimos  días,  en  algunos  puntos  del  territorio  de  mi  mando, 
se  han  presentado  algunas  partidas  de  gente  del  país  sin  organización  y  armadas  des- 
igualmente que,  titulándose   «Auxiliares  de  las  tropas  americanas»,   han  invadido 


652  A.    RIVERO 

algunos  caseríos  cometiendo  desmanes.  Yo  no  he  creído  del  caso  considerarlas  con 
aquel  carácter,  sino  como  bandidos  con  un  disfraz  político,  y  como  a  tales  he  orde- 
nado a  mis  tropas  que  las  persigan  y  castiguen. 

En  estos  momentos  no  tengo  noticia  de  la  existencia  de  ninguna;  pero  como 
pudiera  suceder  que  durante  la  suspensión  de  hostilidades  actual  reapareciera  alguna, 
bajo  ningún  concepto  estimo  que  cabe  considerar  a  las  tales  partidas  como  fuerzas 
beligerantes,  y  solamente  como  facciosas,  y  por  lo  tanto,  castigarlas  con  rigor  en  el 
acto  de  cometer  sus  desmanes.  De  todos  modos,  creo  pertinente  que  V.  E.  me  comu- 
nique su  parecer,  a  fin  de  que  procedamos  de  acuerdo,  adoptando  ambos  igual  con- 
ducta  en  este  asunto. 

B.  L.  M.  de  V.  E., — Manuel  Macías,  Capitán  general  de  Puerto  Rico.» 


Telegrama  por  cable: 

«16  agosto,  1898. 
Al  General  Miles*— Ponce. 

Excmo.  Sr.:  El  día  13  del  corriente  en  que  quedaron  interrumpidas  las  hostilida" 
des,  el  pueblo  de  Lares,  de  esta  Isla,  estaba  bajo  la  soberanía  de  España,  pues  en  é^ 
funcionaban  las  autoridades,  y  además  había  tropas  del  Ejército  guarneciéndolo,  y 
continuando  allí  todo  el  día  14,  hasta  que  ayer  por  la  mañana,  y  por  efecto  de  una 
orden  mal  interpretada,  salió  de  allí  la  guarnición,  lo  cual  al  serme  comunicado  dispu- 
se que  dicha  guarnición  volviera  hoy  a  su  puesto;  pero  al  propio  tiempo  se  me  dio 
conocimiento  de  que  ayer  tarde,  día  15,  fué  ocupado  Lares  por  una  fuerza  regular 
del  P2jército  americano,  al  mando  de  V.  E.,  ena,rbolando  en  dicha  población  la  ban- 
dera de  los  Estados  Unidos. 

Indudablemente  que  este  hecho,  contrario  al  principio  de  que  ambos  ejércitos 
beligerantes  deban  mantener  durante  la  suspensión  de  hostiHdades  las  respectivas 
posiciones  que  ocupaban  en  día  13  por  la  mañana,  no  será  conocida  de  V.  E.; 
porque  no  tan  sólo  no  lo  hubiera  aprobado,  sino  por  lo  contrario,  ordenado  el  cum- 
plimiento en  este  caso  de  lo  que  previenen  los  principios  del  Derecho  internacional 
en  casos  de  guerra;  como  así  creo  hará  al  recibir  este  despacho,  conociendo  la  razón 
que  me  asiste  y  rogándole  una  respuesta,  quedo  muy  respetuosamente, — Manuel 
Magias,  Capitán  General  de  Puerto  Rico.» 


«Cuartel  General  del  primer  Cuerpo  de  Ejército. 
Guayamá,  P.  R.,  agosto  30,  1898. 

Capitán  general  Manuel  Macías. — San  Juan,  P.  R. 

Excmo.  Sr.: 

Tengo  el  honor  de  informar  a  usted  que  mi  Gobierno  me  ha  nombrado  uno  de 
los  comisionados  para  entender  en  los  detalles  de  la  evacuación  de  Puerto  Rico  por 
las  fuerzas  españolas,  e  informarle  al  mismo  tiempo  que  los  otros  miembros  de  la 
Comisión  saldrán  de  los  Estados  Unidos  para  San  Juan  mañana  31  del  corriente. 

En  vista  de  estos  hechos  manifestaré  a  V.  E,  que  es  mi  propósito  marchar  con 
mi  Estado  Mayor  a  San  Juan,  vía  terrestre,  y  llevando  una  escolta  apropiada  de  ca- 
ballería e  infantería.  Me  permito  sugerir  a  su  excelencia  que  todas  las  avanzadas 
entre  este  punto  y  San  Juan  sean  avisadas  de  mis  propósitos,  a  fin  de  que  mi  jor- 
nada no  pueda  ser  interrumpida. 

Yo  tengo  el  honor  de  ser,  muy  respetuosamente,  su  obediente  servidor, 

James  R.  Brooke, 

Mayor  general. » 


APÉNDICE  NUMERO  23 


Sobre     artilleri 


gruesa     de     Puerto      Rico, 


Con  fecha  primero  de  diciembre  de  1 898,  el  duque  de  Almodóvar  del  Río,  mi- 
nistro de  Estado  de  España,  telegrafió,  entre  otras  cosas,  al  presidente  de  la  Comi- 
sión española  de  la  Paz  en  París: 

«Resulta  de  estos  documentos,  que  remito  a  V.  E.  por  correo  de  hoy,  que  en 
Puerto  Rico  no  hubo  conformidad  entre  Comisarios  españoles  y  americanos  sobre 
entrega  artillería  de  posición. 

Comisarios  americanos  sólo  accedieron  a  que  España  conservase  artillería  de 
montaña  y  la  de  9  centímetros,  reclamando  toda  la  de  costa,  incluso  la  enviada  úl- 
timamente en  vapor  Antonio  Lopes.  Se  convino  que  quedaran  estas  piezas  en  depó- 
sito hasta  resolución  de  ambos  Gobiernos,  a  pesar  de  lo  cual  los  americanos  se  sir- 
vieron de  ellas,  en  1 8  de  octubre,  para  hacer  las  salvas  de  Ordenanza  al  izarse  el  pa- 
bellón de  los  Estados  Unidos.» 

El  6  de  diciembre,  del  mismo  año,  el  señor  Montero  Ríos,  presidente  de  dicha 
Comisión  española,  telegrafió,  desde  París,  al  ministro  de  Estado  español: 

«Como  adición  al  artículo  4.°,  quedó  acordado  que  todo  el  material  de  guerra 
de  tierra  y  mar,  incluso  toda  la  artillería  gruesa  de  la  posición,  será  de  España;  si 
bien  ésta  no  retirará  tal  artillería  gruesa  hasta  que  transcurran  seis  meses  después  de 
la  ratificación  Tratado.» 


APÉNDICE  NUMERÓ  24 

Documentos  referentes  a  la  entrega  de  material  de  guerra,  obras  públicas 

y  fortificaciones. 

Relación  de  la  entrega  y  recibo  de  los  edificios  militares  existentes  en  la  plaza  de 
San  Juan,  Puerto  Rico. 

Comisionado  por  España:  don  Eduardo  González^  comandante  de  ingenieros. 

Comisionado  por  los  Estados  Unidos:  Geo.  W.  Goethals  1,  teniente  coronel,  co- 
mandante principal  de  ingenieros;  James  Rockwell  Jr.,  teniente  coronel,  comandante 
principal  de  artillería;  J.  M.  Carson  Jr.,  comandante  jefe  de  administración  militar. 

Los  comisionados  por  España  y  los  Estados  Unidos  de  Norteamérica,  respecti- 
vamente, se  reunieron  en  las  fortificaciones  de  la  ciudad  de  San  Juan  a  las  ocho  de 
la  mañana  del  1 5  de  octubre,  1898,  y  los  primeros  hicieron  entrega  formal  a  los 
segundos  de  los  siguientes  edificios  que  a  continuación  se  especifican: 

Cuartel  de  Ballajá,  Cuartel  de  San  Francisco,  Cuartel  de  Santo  Domingo,  Polvo- 
rín de  vSan  Sebastián,  Polvorín  de  Santa  Elena,  Polvorín  de  San  Jerónimo,  Polvorín 
de  Miraflores,  Cuerpo  de  Guardia  de  San  Sebastián,  Cuerpo  de  Guardia  de  Santa 
Elena,  Cuerpo  de  Guardia  de  San  Jerónimo,  Cuerpo  de  Guardia  de  Miraflores,  Pala- 
cio Real  de  la  Fortaleza,  Edificio  del  Gobierno  Militar,  Hospital  Militar,  Hospital  de 
Fiebre  Amarilla,  Edificio  de  «Casa  Blanca»,  Pabellones  de  Estado  Mayor,  Pabellones 
de  Norzagaray,  la  vieja  Plerrería  y  Taller  de  Ingenieros,  Cuerpo  de  Guardia  de  Canta 
Gallo,  el  Picadero,  Cuerpo  de  Guardia  de  Santo  Tomás,  Cuartelillo  de  Santo  Do- 
mingo, Cuerpo  de  Guardia  de  San  Agustín,  Cuerpo  de  Guardia  de  San  Juan,  Tin- 
glado de  la  Concepción,  Tinglado  del  Cristo,  Almacén  de  Ingenieros  de  la  Marina, 
Cuerpo  de  Guardia  de  San  Francisco  de  Paula,  Cuerpo  de  Guardia  de  La  Palma, 
Cuerpo  de  Guardia  de  Santo  Toribio,  Galería  de  Tiro  al  blanco.  Barracones  de 
Puerta  de  Tierra. 

Castillo  del  Morro,  recinto  Nordeste  de  la  plaza,  Castillo  de  San  Cristóbal,  Batería 
de  la  Princesa,  Batería  de  San  Carlos,  Batería  de  Santa  Teresa,  Batería  el  Escambrón, 
Castillo  de  San  Jerónimo,  primera  línea  de  Defensas,  segunda  línea  de  Defensas, 
Batería  de  San  Ramón  y  Cuartel  Defensivo  y  además  el  frente  vSur  de  la  plaza. 

lí\  importe  total  de  todas  las  obras  especificadas,  de  acuerdo  con  la  apreciación 
hecha  por  el  Departamento  de  ingenieros  de  San  Juan,  alcanza  a  la  suma  de  cuatro 
millones  ciento  setenta  y  ocho  mil  cuatrocientos  ochenta  pesos. 

Recibidos  los  edificios  públicos  y  obras  de  defensa  de  la  plaza  de  vSan  Juan, 
Puerto  Rico,  del  representante  del  Gobierno  de  España  y  por  órdenes  del  Departa- 
mento de  la  Guerra  de  dicho  Gobierno,  y  nosotros  a  nombre  del  Departamento  de  la 
Guerra  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  en  San  Juan,  Puerto  Rico,  este  día,  16  de 
octubre  de  1898.  Los  expresados  edificios  y  obras  de  fortificación  son  recibidos  sin 
valoración  por  parte  de  los  comisionados  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos, 

Entregué: 

7í/  comandante  íJ¿  ingenieros, 

Eduardo  (jonzílez  (Firmado,) 

Recibimos: 
(jreo.  W.  Goethals,  James  Rockwell  Jr.,  J.  M.  Carson  Jr.  [Firmados.) 

1     Este  mismo  ingeniero  Geo.  W.  Goethals  fué  el  ingeniero  director  de  las  obras  del  Canúl  de  Panamá.—- 
N.delA. 


CR  Ó NI  CAS 


^55 


Estado   número  1. 


DEPARTAMENTO    DE    INGENIEROS 

DE 

PUERTO    RICO 

-XOj- 


PtAZA    DE    SAN  JUAN 


Valoración  de  las  fortificaciones  de  la  Plaza  de  San  Juan. 


Castillo  del  Morro, 


5.000     metros  cuadrados  de  bóvedas,  a pesos  40  200.000 

68.500     metros  cúbicos  de  mampostería,  a »         2  137.000 

Aljibe,  valorado  en 2.000 

20  000     metros  cuadrados  de  terreno,  a pesos     2  40.000 

Baterías  del  Macho,  valoradas  en 5.000 

Trabajos  exteriores  y  terrenos,  incluyendo  las  baterías 
de  San  Fernando  y  San  Antonio,   con  sus  repuestos  de 

campaña,  valorada  en 116.000 


Recinto  Norte  de  la  Plaza  {ciudad). 

Muro  de  escarpa,  3.000   metros  de  largo,  7,5  metros  de 

alto  y  4  de  espesor,  a pesos  2  60.000 

Faja  de  terreno  a  lo  largo  de  este  frente,   10  metros  de 

ancho,  a pesos  2  40.000 


500  000 


Castillo  de  San  Cristóbal. 


12.500     metros   cuadrados    de   terreno,    ocupados    por    el    cas- 
tillo, a pesos     2 

3.000     metros  cuadrados  de  bóvedas,  a t>       40 

800     metros  cuadrados  de  techo  plano,  a »       16 

34.  ;00     metros  cúbicos  de  murallas,  a »         2 

Aljibes,  valorados  en 

Nuevas  baterías,  valoradas  en 


25.000 
1 20.000 
12.800 
68.200 
5.000 
44.000 


275.000 


Obras  exteriores. 


metros  cúbicos  de  obras,  desde  San  Cristóbal  al  Abanico, 
incluyendo  los  terrenos  de  San  Carlos,  Trinidad,   Santa 

Teresa,  Princesa,  Abanico,  a pesos  2,50  175.000 

Valoración  de  San  Carlos,  Trinidad  y  Abanico *  .  30.000 

Batería  de  la  Princesa,  valorada  en 45.800 

Batería  de  Santa  Teresa,  valorada  en 17.800 

Suma  y  sigue 


268.600 


143.600 


656 


A  .     R IV  ERO 


Suma  anterior 1. 143. 600 

Frente  Sud, 

Batería  del  Escambrón,  valorada  en  ... 12.900 

Castillo  de  San  Jerónimo,  valorado  en 25.000 

Primera  línea  de  fortificaciones 2.500 

Segunda  línea  de  fortificaciones 2.500 

Batería  de  San  Ramón  y  tinglados.  , 28.000 

Carros  de  transporte  y  nuevos  trabajos  en  San  Agustín 12.000 

Carros  de  transporte  y  nuevos  trabajos  en  Santa  Elena S.ooo 

Carros  de  transporte  y  nuevos  trabajos  en  Santa  Catalina 2.000 

Nuevos  trabajos  en  la  Concepción 3.000 

Muro  de  escarpa,  i.ooo  metros  de  largo,  7,5  metros  de  alto  y  4  me- 
tros de  ancho,  a  o  75  pesos  el  metro  cúbico «  22.500 

Faja  de  terreno  de  10  metros  de  ancho,  a  1,50  pesos  el  metro  cua- 
drado    15  000 

133.400 

Total 1.27  .000 


Todo  lo  arriba  relacionado  suma  un  millón  doscientos  setenta  y  siete  mil  pesos. 

Puerto  Rico,  21  de  septiembre  1898. — Rafael  Rávena.  (Firmado  j/  rubricado.) 
Hay  un  sello  que  dice:  «Isla  de  Puerto  Rico,  Comandancia  de  Ingenieros.» — Visto 
bueno,  Laguna.  (Firmado  y  rubricado.) 


Estado  número  2. 

DISTRITO   DE   PUERTO   RICO 

ART*[LLERÍA 

Relación  valorada  de  todo  el  material  de  artillería  de  costa  y  sitio  existente 
en  la  plaza  de  San  Juan. 


Material  de  costa.  ^"^^^'  ^^^^°^- 

22     cañones  (hierro  entubado)    15   centímetros,  marco,  cure- 
ñas y  mecanismos,  a.  .  .' 6.827,05  150.195,10 

22    juegos  de  armas  para  los  cañones  de  hierro  entubado,  de 

15  centímetros 305,32  6,717,04 

10     obuses  (hierro  sunchado)  24  centímetros,  cureñas,  marcos, 

etcétera 10.363,60  103.636 

10    juegos  de  armas  y  accesorioss  para  los  obuses  anteriores.  .  '^'^5.87  ^4.^58,70 
6     obuses  (hierro  rayado  sunchado)   21  centímetros,  marcos, 

cureñas,  etc 935,80  5-734.8o 

6    juegos  de  armas  y  accesorios  para  los  mismos.  .......  247,56  i  485,36 

3     cañones  (hierro  sunchado)  11,  centímetros,  marcos,  cure- 
ñas, etc 2.362,45  7-087,35 

3    juegos  de  armas  y  accesorios  para  los  anteriores 188,05  564.15 

10     aparatos  montacargas,  a,  . .    i%¿  1.800 

2.348     granadas    ordinarias  para  cañones  (hierro  entubado)   15 

centímetros  .  .  .  , 4,50  10.800,80 

Suma  y  sigue 291.349,30 


CRÓNICAS  657 


Pesos.  Pesos. 


Suma  anterior 291.349.30 

2.066     proyectiles  perforantes  para  los  cañones  anteriores,  a .  ,  .  1340  27.684,40 

522     shrapnels  para  los  mismos  cañones,  a 7  3-654 

753     granadas  ordinarias  para  obuses  (hierro  sunchado)  24  cen- 
tímetros, a ,  20,40  15.361,20 

763     proyectiles  perforantes  para  los  mismos  obuses,  a  ....  .  20  15.260 

324     shrapnels  para  los  mismos  obuses,  a 20  6.480 

1 .  172     granadas  ordinarias  para  obuses  (hierro  rayado  sunchado) 

21  centímetros 5,40  6.328,80 

831     granadas  ordinarias  para  cañones  (hierro    sunchado)    15 

centímetros,  a 6  4-986 

1.  172     espoletas  de  percusión,  modelo  1882-90,  a 0,48  562,56 

513     espoletas  de  13  tiempos,  modelo  1891,  a 1,50  769,50 

3.166     estopines  de  carrizo,  modelo  1857,  a. 0,03  94,98 

786     espoletas  de  percusión  para  proyectiles  de  gran  calibre.  .  0,68  53448 
535     saquetes,  cada  uno  con  10  kilogramos  pólvora  prismática, 
de  una  canal,  para  obuses  (hierro  sunchado),  24  centí- 
metros, a 4,21              2.252,35 

457     saquetes  vacíos,  de  igual  clase,  a 0,45  ^05*65 

1.494  saquetes,  cada  uno  con  15  kilogramos  pólvora  prismática, 
de  una  canal,  para  cañones  (hierro  entubado)  de  1 5  cen- 
tímetros, a.  .  • 6,16  9.203.04 

813     saquetes  vacíos  páralos  mismos,  a 0,52  422,76 

1 30     saquetes,  cada  uno  con  cinco  kilogramos  pólvora  prismá- 
tica, de  siete  canales,  para  cañones  de  hierro  sunchado, 

15  centímetros,  a 2,84  426 

147     saquetes  vacíos  para  los  mismos,  a 040  58.80 

237     saquetes,  cada  uno  con  cinco  kilogramos  pólvora  prismá- 
tica, de  siete  canales,  para  obuses  (hierro  rayado  sun- " 

chado)  de  21  centímetros,   a • 2,38  564,06 

Material  de  costa  en  almacenes 2.072,66 

2.841     estopines  modelo  de  1885 0,40  1.136,40 


5     cañones  bronce,   12  centímetros,  cureñas,  armones  y  es- 
planada  

5     juegos  de  armas  y  accesorios,  a 

2     obuses  bronce,  1 5  centímetros,  cureñas  y  armones,  a.  .  .  . 

2     juegos  de  armas  y  accesorios  para  los  anteriores,  a 

4     morteros  de  bronce,    15   centímetros,   afustes  y  esplana- 

das  a 

4    juegos  de  armas  y  accesorios,  a 

607  granadas  ordinarias  para  cañones  de  bronce,  de  1 5  cen- 
tímetros, a 

591     shrapnels  para  los  mismos,  a 

613  granadas  ordinarias  para  obuses  y  morteros  de  15  centí- 
metros, a "  .  .  . 

400     shrapnels  para  los  mismos,  a 

1 .432     espoletas  de  tiempo,  a 

1.6 J 3     espoletas  de  percusión,  modelo  1882-90,  a 

979     estopines  de  fricción,  modelo  1857,  a 

680     estopines  de  fricción,  modelo  1885,  a •.  *  •  • 

500  saquetes,  cada  uno  con  siete  kilogramos  pólvora  prismá- 
tica, de  siete  canales,  para  cañones  de  bronce  de  15  cen- 
tímetros, a 

39  saquetes,  cada  uno  con  un  kilogramo  200  gramos  de  pól- 
vora, de  seis  a  10  milímetros,  para  morteros  bronce,  15 
centímetros,  a 

Suma  y  sigue ^  ..,.,.., 


Material  de  sitio.  389.406,94 


3.287,36 
241,07 

2.^79,66 
27843 

16.436,80 
1.205,35 

5.759'32 
556,86 

1.978,87 
271,15 

7.915,48 
1.084,60 

2,80 
4 

1.699,60 
2.364 

5 

1,98 
048 
0,03 
0,40 

3.06S 
2.800 
2.835,36 
774»24 

29.37 
272 

3 

1.500 

0,82 

31,98 

4.8.2QQ.96 

658  A  .     R  I  V  E  R  o 


Pesos. 


Suma  anterior 4^.299,96 

82  saquetes,  cada  uno  con  un  kilogramo  de  pólvora,  de  seis  a 
10  milímetros,  para  morteros  de  bronce,  15  centíme- 
tros, a 0,75  61,50 

94  saquetes  vacíos  para  obuses  de  bronce,  de  15  centíme- 
tros, a  . •  .  .  •  0,20  18,80 

Material  de  sitio  en  almacenes 2.822,45 

155     saquetes,  800  gramos,  pólvora  seis  a  10  milímetros 0,67  103,85 


Total : 51.306,56 


Relación  valorada  de  la  pólvora  del  material  de  costa  y  sitio. 

Existencias  en  almacenes.  pesos. 


55.850     kilogramos  de  pólv^ora  prismática,  una  canal,  a 0,38  21.223 

1.117     cajas  de  empaque  para  la  misma,  a 6  6.702 

10.600  kilogramos  de  pólvora  prismática,  7  canales,  a.  .  .  .   ...  0,38  4028 

212     cajas  de  empaque  para  la  misma,  a. 6  r.272 

3.750    kilogramos  de  pólvora,  6  a  10  milímetros,  a,  . 0,38  1425 

75     cajas  de  empaque  para  ia  misma,  a 4,62  346,50 

4.386    kilogramos  de  pólvora,  5  milímetros,  a 0,38  1.666,68 

88     cajas  de  empaque  para  la  misma,  a.  • .  .  .  ^  .  4,62  406,56 

4.790    kilogramos  de  pólvora,  de  un  milímetro,  a 0,38  1.820,20 

96     cajas  de  empaque  para  la  misma,  a 5  4S0 

10.914    kilogramos  de  pólvora  para  cañones  antiguoS;  a 0,30  3.274,20 

218     cajas  de  empaque  para  la  misma,  a 1,50  327 

Total  importe  de  la  pólvora 43.731,14 


Resumen  de  la  valoración. 


Importe  del  material  de  costa 389.406,94 

ídem  del  ídem  de  sitio 51.306,56 

ídem  de  la  pólvora 43.731,14 

Suma  total 484.444,64 

La  relación  anterior  importa  la  suma  de^cuatrocientos  ochenta  y  cuatro  mil  cuatro- 
cientos cuarenta  y  cuatro  pesos  y  sesenta  y  cuatro  centavos. 

Puerto  Rico,  octubre  10,  de  \%o¡%,— El  coronel^  comandante  principal  de  artillería 
de  la  Plaza^  José  Sánchez  de  Castilla  (Firmado.) — Hay  un  sello  que  dice:  «Artille- 
ría.— Comandancia  de  la  Plaza  de  Puerto  Rico.» 


CRÓNICAS 


659 


Estado  número  3. 


Relación  valorada  de  los  caminos,  puentes  y  faros  de  la  isla  de  Puerto  Rico. 


Caminos  terminados. 

De  la  capital  a  Caguas,  36  kilómetros,  a pesos 

De  Caguas  a  Cayey,  24  ídem,  a )) 

De  Cayey  a  Aibonito,  20  ídem,  a .  » 

De  Aibonito  a  Coamo,  17  ídem,  a , y> 

De  Coamo  a  Juana  Díaz,  21  ídem,  a d 

De  Juana  Díaz  a  Ponce,  16  ídem,  a • 

De  Cataño  a  Reyes  Católicos,  21  ídem,  a . » 

De  Mayagüez  a  Añasco  (río),  9  ídem,  a » 

De  Mayagüez  a  Pezuela,  14  ídem,  a )) 

De  Cayey  a  Guayama,  27  ídem,  a » 

De  Ponce  al  kilómetro  8,  7  ídem,  a )) 

Del  kilómetro  8  al  15,  8  ídem,  a )) 

De  Utuado  a  Arecibo,  5  ídem,  a i> 

De  Río  Piedras  a  Río  Grande,  26  ídem,  a ...  i> 

De  San  Sebastián  a  la  Moca,  3  ídem,  a d 

De  Reyes  Católicos  a  Toa  Alta,  3  ídem,  a » 

Suma  totai 


19.000 

684.000 

2  1 .400 

513.600 

35.500 

710.000 

3o.(  00 

520.200 

22.500 

472  500 

14.600 

233.600 

18.100 

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13.000 

117.000 

15.700 

219.800 

38.000 

1,026.000 

12.600 

88.200 

20.500 

164.000 

33.000 

165.000 

17.000 

442.000 

17.400 

52.200 

6.504 

19.512 

5.808.512 

Faros. 


Cabezas  de  San  Juan.  ........ 

Culebrita 

Punta  Muías  (Vieques) 

Punta  Ferro  (Vieques) 

Punta  Tuna 

Punta  Figueras 

Caja  de  Muertos 

Cardona 

Guánica. .  , 

Morrillos  de  Cabo  Rojo 

Punta  Borinquen 

Punta  Higueros 

Morrillos  (Arecibo) 

Suma  total. 


16.300 
39.000 
14.500 
20.000 
26.500 
18.300 
39.412 
11. 760 
14.900 
31.500 
30.870 
12.361 
27.219 


302.622 


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Las  Marías 

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Caguas  

Cayey 

Guayama 

Hato  Grande.  ...... 

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,    Cabo  Rojo  . 

San  Germán 

Ponce 

Adjuntas 

Yauco 

Guayanilla 

San  Jerónimo 

Miraflores 

Martín  Peña 

Aibonito  .  .  .  , 

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APÉNDICE  NUMERO  26 


Repatriación  de  las  fuerzas  defensoras,  de  mar  y  tierra,  de  Puerto  Rico,  con 
expresión  de  la  fecha  de  salida  de  cada  una  y  nombre  del  buque  que  las 
condujo. 

Septiembre  14^  i8g8. — Hoy  se  hicieron  a  la  mar,  con  rumbo  a  Cádiz,  vía  Cana- 
rias, los  barcos  de  guerra  Concha,  Isabel  II,  Terror  y  Ponce  de  León. 

21  de  septiembre,  i8g8. — Zarpó  el  vapor  San  Francisco,  conduciendo  a  Coruña, 
España,  el  batallón  Principado  de  Asturias. 

JO  de  septiembre,  i8g8. — Zarpó  el  vapor  Lafitie,  conduciendo  a  Santander  4  ofi- 
ciales, 165  soldados  y  clases  de  la  compañía  de  ingenieros  y  73  de  tropa  de  diver- 
sos cuerpos. 

j  de  octubre,  i8g8. — Zarpó  el  vsipor  Isla  de  Panay;  conduce  a  España  el  3.°  ba- 
tallón Provisional,  la  2.^  batería  de  montaña  y  una  compañía  de  la  Guardia  civil. 

6  de  octubre,  i8g8, — Zarpó  el  vapor  Alicante,  conduciendo  para  Coruña  y  San- 
tander I  jefe,  4  oficiales,  l  alumno  y  258  individuos  de  tropa,  de  éstos  240  enfermos. 

6  de  octubre,  i8g8, — Zarpó  el  vapor  P.  de  Satrüstegui,  conduciendo  a  Cádiz  el 
batallón  Patria  y  el  batallón  4.*^  Provisional,  una  compañía  de  la  Guardia  civil  y  ade- 
más 156  artilleros  cumplidos. 

Octubre,  i8g8. — Zarpó  el  vapor  Reina  María  Cristina,  conduciendo  3  jefes  y 
350  soldados  cumplidos. 

77  de  octubre,  i8g8,- — -Zarpó  el  vapor  Covadonga,  conduciendo  a  Cádiz  al  capitán 
general  D.  Manuel  Macías  y  todo  su  Estado  Mayor,  6.°  batallón  Provisional  de  Puerto 
Rico,  3  compañías  de  la  Guardia  civil.  En  conjunto,  I.QOO  repatriados. 

20  de  octubre,  i8g8. — Zarpó  el  vapor  Gran  Antilla,  conduciendo  a  Cádiz  8  jefes 
y  todos  los  oficiales  y  tropa  del  batalló  Alfonso  XIII  y  una  compañía  de  la  Guardia 
civil. 

2j  de  octubre,  i8g8. — Zarpó  el  vapor  Montevideo,  conduciendo  al  general  de  di- 
visión D.  Ricardo  Ortega,  sus  ayudantes,  jefes,  oficiales  e  individuos  de  tropa  del 
1 2.°  batallón  artillería  de  plaza.  También  embarcaron  en  este  vapor,  que  condujo  los 
últimos  repatriados,  todas  la  fuerzas  restantes  del  Cuerpo  de  Orden  público. 

Como  la  evacuación,  según  lo  convenido  entre  los  Gobiernos  de  España  y 
Washington,  debió  terminar  el  día  18  de  octubre  de  1898,  y  como  pasaban  los  días  y 
no  llegaban  suficientes  vapores,  el  general  Brooke  urgió  al  gobernador  Ortega  que 
utilizara  el  Montevideo,  que  había  llegado,  procedente  de  Cuba,  para  embarcar  en 
dicho  buque  todo  el  resto  de  las  fuerzas  españolas. 

Negóse  el  capitán  del  trasatlántico  alegando  no  tener  espacio  disponible,  y  en- 
tonces el  general  Ortega  envió  a  bordo  un  piquete  de  artilleros,  que  a  viva  fuerza 
se  apoderaron  del  buque,  y  horas  después,  y  sin  mayores  dificultades,  y  por  los 
muelles  del  Arsenal,  en  que  desde  el  día  16  estaban  acuartelados  los  remanentes  de 
las  fuerzas  españolas,  embarcaron  todas,  salvando  así,  el  general  Ortega,  el  gravQ 
conflicto  que  preocupaba  a  las  autoridades  de  Madrid, 


APÉNDICE  NUMERO  27 

Lo  que  escribieron,  el  18  de  octubre  de  1898,  los  oficiales  de  artillería  de  San 
Juan  al  general  de  división  D.   Ricardo   Ortega. 

«Puerto  Rico,  i8  de  octubre  de  1898. 
Excelentísimo  señor  general  de  división  D.  Ricardo  Ortega  y  Diez: 

Excelentísimo  señor:  Los  oficiales  de  artillería  de  guarnición  en  esa  plaza  hasta 
el  día  de  la  fecha,  y  que  por  azares  de  la  guerra  y  previo  convenio  de  paz  han  tenido 
la  desgracia  de  presenciar  la  toma  de  posesión  de  la  capital  de  esta  Isla,  nunca  ven- 
cida por  nadie,  en  estos  momentos  solemnes  en  que  el  amor  a  la  Patria  se  siente 
más  vivo  en  los  corazones  españoles,  se  reúnen  particular  y  fraternalmente  para  hacer 
conocer  a  V.  E.,  con  el  mayor  respeto  y  la  más  cumplida  atención,  el  dolor  que  a 
todos  y  a  cada  uno  les  ha  producido  el  acto  de  ver  izar  el  pabellón  americano  en  una 
plaza  cuatrocientos  años  española,  que  si  débilmente  artillada,  ha  sabido  rechazar 
con  arrogancia  y  energía,  el  12  de  mayo  último,  la  potente  y  formidable  escuadra 
del  invasor.  Los  únicos  defensores  de  la  plaza  en  esa  fecha  memorable,  que  a  las  ór- 
denes de  V.  E.,  desde  sus  puestos  respectivos,  lograron  la  suerte  de  vencer  en  des- 
igual combate  a  la  gran  república  americana,  acatan,  cumplen  y  respetan,  sin  condi- 
ciones de  ninguna  clase,  los  acuerdos  de  los  altos  poderes  de  la  Nación,  sin  que  sus 
fervientes  respetos  a  las  instituciones  contengan  las  lágrimas  que  provocan  en  todos 
ellos  las  grandes  desventuras  nacionales,  aún  de  mayor  relieve  cuanto  más  cerca  se 
ven,  y  cuando  la  carencia  de  los  barcos  necesarios  para  la  evacuación  acordada  ha 
dado  lugar  al  triste  contraste  de  que  los  defensores  de  San  Juan  de  Puerto  Rico  sean 
los  que  tuvieron  que  presenciar,  desde  un  rincón  de  extramuros,  las  salvas  en  honor 
de  la  bandera,  antes  enemiga,  y  el  regocijo  de  su  ejército;  salvas  efectuadas  con  los 
mismos  obuses  y  cañones  con  que  fueron  vencidos,  y  aunque  hoy  en  su  poder,  ni 
por  ellos  ni  por  nadie  han  sido  nunca  conquistados. 

En  medio  de  tamaña  desdicha  para  la  salud  de  la  Patria,  y  de  inmensa  tristeza 
para  todos  los  que  con  orgullo  nos  llamamos  españoles,  los  abajo  suscritos  admiran 
en  V.  E.  la  entereza  de  carácter  que  ha  sabido  desplegar  en  todos  sus  actos  para  sos- 
tener nuestros  últimos  derechos  en  este  rico  territorio,  admirando  al  propio  tiempo 
el  valor  cívico  de  V.  E.,  posponiendo  todo,  hasta  su  manera  de  ser  y  sentir,  al  cum- 
plimiento exacto  de  un  valor  difícil,  el  más  triste  para  un  español  cualquiera  e  inmen- 
samente doloroso  para  un  general  de  las  virtudes  de  V.  E. 

Si  de  algún  lenitivo  pueden  servirle  estas  espontáneas  manifestaciones  al  último 
representante  de  nuestra  querida  España  en  esta  Isla,  recíbalo  V.  E.  con  agrado  de 
sus  más  respetuosos  y  fieles  subordinados.» 

(Siguen  las  firmas  de  todos  los  jefes  y  oficiales  de  artillería  de  San  Juan.)  ^ 

Este  documento  no  necesita  comentarios.  Se  reembarcó  a  todas  las  tropas  y  a 
todos  los  empleados  civiles  y  hasta  el  último  portero  de  la  última  oficina.  No  hubo 

*  El  acta  anterior  fué  redactada  por  el  capitán  de  artillería,  secretario  de  la  Subinspección,  D.  Enrique 
Parbaza,  hoy  general  de  brigada  de  la  Escala  de  Reserva. 


664 


A  .     R  I  V  E  K  O 


lugar  en  las  naves  para  los  valientes  artilleros,  únicos  y  líxcr.usivos  dkfiíksori-s  i»:  i.a 
PLAZA  DK  vSan  Juax,  El.  12  DK  MAYO  HK  1898.  Sc  obligó  E  soportar  c!  más  triste  dolor 
y  la  más  injusta  de  las  humillaciones  a  los  que  supieron  ganar  con  su  valor  y  con  su 
esfuerzo  la  énica  victoria  obtenida  por  las  armas  cspailolas  en  la  guerra  hispano- 
amcrlcana. 

fuiste  epílogo  es  una  demostración  obietíva  del  desfjarajiiste  que  hasta  últi- 
ma hora  reinó  entre  los  hooibres  que  constituían  el  Alto  Mando  en  Puerto  Kico, 
N.  fifi  A: 


ÁPENDÍCE  NUMERO  2É 


El  folleto  del  comandante  de  ingenieros  D.  Julio  Cervera  Bavíera. 

Pocos  días  antes  de  embarcarse  para  España  el  general  Macías  y  su  Estado  Ma- 
yor, el  ayudante  de  campo  de  dicho  capitán  general,  comandante  de  ingenieros  don 
Julio  Cervera  Baviera,  hizo  publicar  secretamente  en  la  imprenta  de  la  Capitanía  gene- 
ral un  folleto  de  35  páginas,  titulado  La  defensa  inilitar  de  Puerto  Rico. 

Tal  folleto,  cuya  publicación  se  mantuvo  en  el  más  estricto  secreto,  fué  escrito  y 
editado  con  objeto  de  distribuirlo  en  España,  a  la  llegada  del  general  Macías,  influen- 
ciando en  favor  de  éste  la  opinión  del  pueblo  español. 

Este  trabajo  es  un  conjunto  de  inexactitudes,  desde  el  principio  al  final.  No  tiene 
un  solo  dato  cierto  ni  una  sola  apreciación  bien  fundada,  siendo  una  loa  entonada  en 
honor  al  último  capitán  general  de  Puerto  Rico,  y  una  diatriba,  sin  precedentes,  con- 
tra el  país  portorriqueño  y  contra  los  Voluntarios. 

La  clara  inteligencia  y  sereno  juicio  que  el  autor  se  complace  en  reconocer  en  el 
entonces  comandante  Cervera,  se  eclipsaron,  momentáneamente,  para  dar  paso  a 
lisonjas  envueltas  en  ofensas  innecesarias  e  injustas. 

Trascendió  al  público  dicho  folleto  ^  y  el  día  14  de  octubre  de  1898  se  redactó  y 
suscribió  el  siguiente  documento: 

«ACTA 

Reunida  la  juventud  de  la  capital  de  San  Juan  de  Puerto  Rico  en  el  día  y  año  de 
la  fecha,  para  conocer  de  los  particulares  que  contiene  el  folleto  escrito  en  estos 
últimos  días  por  el  comandante  Sr.  Cervera,  ayudante  del  general  Sr.  Macías,  y 
encontrando  en  dicho  folleto,  los  señores  abajo  suscritos,  frases  altamente  injuriosas 
para  la  dignidad  de  los  portorriqueños,  acordaron,  por  unanimidad  lo  siguiente: 

I ."  Que  se  procediese  a  un  sorteo  entre  los  congregados  para  que  aquel  a  quien 
designase  la  suerte  exigiera  al  autor  de  las  injurias  que  contiene  el  referido  folleto 
una  completa  retractación. 

2.°  Que  en  el  caso  de  no  dar  el  Sr.  Cervera  explicaciones  absolutamente  satis- 
factorias, se  le  exija  una  reparación  por  medio  de  las  armas. 

Y  habiendo  designado  la  suerte  para  tan  honroso  cometido  al  Sr.  D.  José  Janer 
y  Soler,  así  se  hace  constar   para  conocimiento  de  éste,  y  a  los  fines  que  procedan. 

San  Juan  de  Puerto  Rico,  a  14  de  octubre  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho. 

Roberto  Vizcarrondo. — M.  Padial  Goenaga. — ^Juan  B.  Mirabal.  -  M.  Brau. — ^José 
PI.  Tizol. — M.  Rodríguez  Zeno.  —  Manuel  Palacios  Salazar. — ^Julio  Palacios  Salazar. — 
Arturo  de  la  Cruz. — Reinaldo  Panlagua. — Ramón  L.  Daubón. — Julio  Rexach. — Fer- 
nando M.  Cestero. — Ulises  Cestero.  —  Alvaro  Palacios  Salazar. — P'rancisco  Palacios 

1    Un  ejemplar  fué  entregado  al  doctor  D.  Cayetano  Coll  y  Torte,  por  el  general  D.  Ricardo  Ortega. — 

A^.  del  A. 


666  Á  .     R  I  V  E  R<0 


Salazar. — Ramón  F.  Náter. — Fernando  Cortés  González. — Ricardo  Abella. — Luis 
Gorbea. — Pedro  de  Elzaburu. — Francisco  Gorbea. — Alvaro  Padial  Quiñones. — Godo- 
fredo  Pacheco  y  Padial. — Fernando  Montilla.  -  -Nicolás  Daubón. — R.  Valle.» 

Los  representantes  de  Janer  fueron:  el  doctor  C.  Cayetano  Coll  y  Tosté  y  el  pro- 
fesor de  Lenguas  D.  Leónides  Villalón.  Los  del  comandante  Cervera  fueron:  el  coro- 
nel de  infantería  D.  Pedro  del  Pino  y  el  capitán  de  Estado  Mayor  D.  Emilio  Ba- 


rrera 


1 


Esta  cuestión  de  honor  quedó  zanjada  mediante  la  siguiente 

.ACTA 

En  San  Juan  de  Puerto  Rico,  a  las  once  de  la  noche  del  día  14  de  octubre 
de  1898,  reunidos  los  Sres.  D.  Pedro  Pino  y  D.  Emilio  Barrera,  en  representación 
de  D.  Julio  Cervera  ^,  y  D.  Leónides  Villalón  y  D.  Cayetano  Coll  y  Tosté  ^,  en  re- 
presentación de  D.  José  Janer  ^,  para  tratar  de  un  asunto  de  honor;  hecho  presente  el 
punto  en  cuestión  de  los  cuatro  párrafos  primeros  del  artículo  intitulado  «El  país», 
y  que  aparece  en  el  folleto  denominado  La  defensa  militar  de  Puerto  Rico^  manifes- 
taron los  representantes  del  Sr.  Cervera,  en  nombre  de  él,  que  jamás  ha  tenido  en  la 
mente  la  idea  de  insultar  al  pueblo  de  Puerto  Rico,  supuesto  que  a  su  lado  se  han  ba- 
tido hijos  del  país  en  las  alturas  de  Guayama  y  Guamani;  que  su  artículo  se  refiere 
solamente  a  los  que  insultaron  a  los  prisioneros  españoles  y  fuerzas  del  Ejército,  como 
a  los  que  auxiliaron,  directa  o  indirectamente  al  enemigo,  sirviéndole  de  guías  y 
espías,  como  igualmente  a  todos  los  que  abandonaron  las  armas  en  el  momento  de 
la  defensa;  y  que  en  idea  se  refería  a  esos  sujetos  y  no  al  país  portorriqueño  en 
general. 

Satisfechos  los  representantes  del  Sr.  Janer  con  las  manifestaciones  de  los  repre- 
sentantes del  Sr.  Cervera,  dieron  por  terminada  su  misión,  levantando  la  presente 
acta  por  duplicado. 

Leónides  Villalón. --Pedro  Pino. — Cayetano  Coll  y  Tosté. — Emilio  Barrera.» 

1  Hoy  subsecretario  del  Ministerio  de  la  Guerra  en  Madrid. 

2  Coronel  retirado  y  director  hoy  de  la  famosa  «Institución  Cervera,  Escuelas  internacionales  libres  de 
estudios  superiores»,  en  Valencia. 

*  Historiador  oficial  de  Puerto  Rico,  miembro  correspondiente  de  varias  Academias;  goza  de  excelente 
salud  entregado  a  sus  tareas  literarias  y  profesionales  en  su  apacible  residencia  «Villalos  Pinos»,  Santurce, 
Puerto  Rico. 

*  Este  talentoso  portorriqueño,  deseando  ampliar  sus  ya  vastos  y  sólidos  conocimientos,  aprobó  varios 
cursos  de  Química  orgánica  y  Análisis  biológico  en  la  Universidad  de  Columbia,  y  en  su  nueva  profesión 
practicó  algún  tiempo.  Reside  actualmente  en  Barcelona. — N.  del  A. 


APÉNDICE  NUMERO  ¿9 


Sobre  el  Tratado  de  París. 


El  Protocolo  firmado  en  Washington  el  12  de  agosto  de  1 898,  y  que  puso  fin  a 
las  hostilidades,  disponía  en  su  artículo  S.""  que  España  y  los  Estados  Unidos  debe- 
rían nombrar,  cada  nación,  cinco  comisionados,  por  lo  menos,  que  reunidos  en  Pa- 
rís, no  más  tarde  del  primero  de  octubre,  habían  de  proceder  a  las  negociaciones  y 
conclusiones  del  Tratado  definitivo  de  Paz. 

La  Reina  de  España  nombró  a  D.  Eugenio  Montero  Ríos,  duque  de  Almodóvar 
del  Río  y  presidente  del  Senado;  D.  Buenaventura  Abarzuza,  ministro  de  la  Corona; 
D.  José  Garnica  y  Díaz,  magistrado  del  Tribunal  Supremo;  D.  Wenceslao  Ramírez 
de  Villa  Urrutia,  ministro  en  Bélgica,  y  a  D.  Rafael  Cerero  Sáenz,  general  de  divi- 
sión del  Cuerpo  de  Ingenieros,  siendo  presidente  el  primero  de  éstos. 

El  Presidente  Mac-Kinley  eligió,  a  su  vez,  los  siguientes  comisionados:  presidente, 
William  R.  Day,  secretario  de  Estado,  quien  para  esto  había  renunciado  su  cargo; 
Cushman  K.  Davis,  William  P.  Freyre  y  George  Gray,  los  tres  senadores  de  la  Re- 
pública, y  a  Whitelaw  Reid,  ministro  que  fué  de  los  Estados  Unidos  en  París. 

Las  negociaciones,  que  dieron  principio  el  primero  de  octubre,  duraron  hasta 
el  10  de  diciembre,  en  que  tuvo  lugar  la  firma  del  Tratado. 

«Los  españoles  lucharon  heroicamente  y  resistieron  con  tesón;  toda  Europa  les 
demostraba  sus  simpatías,  especialmente  Francia  y  Alemania.  Los  comisionados 
americanos  realizaban  su  trabajo  dentro  de  una  atmósfera  hostil,  con  todas  las  na- 
ciones en  contra,  excepto  Inglaterra;  pero  llegaron  al  final  de  su  tarea  en  tan  feliz 
éxito,  que  pudieron  añadir  un  nuevo  triunfo  en  los  anales  de  la  diplomacia  ame- 
ricana  

Debíamos  seguir  en  posesión  de  Manila,  y  la  única  victoria  que  podíamos  aña- 
dir sería  obtener  la  isla  de  Luzón.  Esto  era  a  todo  lo  que  el  Presidente  y  la  inmensa 
mayoría  del  pueblo  aspiraban  en  los  momentos  de  salir  los  comisionados  hacia  Pa- 
rís. Algunos  miembros  de  dicha  comisión  eran  opuestos  a  que  los  Estados  Unidos 
adquiriesen  las  Filipinas,  ni  en  conjunto  ni  aún  algunas  de  dichas  islas;  pero  cuando 
comenzaron  su  trabajo,  cayó  sobre  ellos  la  inñexible  demanda  de  una  gran  parte  del 
país,  para  que  se  exigiese  dicho  archipiélago,  y  ya  no  les  fué  posible  sustentar  su 
primitivo  criterio  sin  asumir  graves  responsabilidades  que,  seguramente,  les  exigi- 
rían sus  compatriotas ,  y  pronto  se  convencieron  de  que  sólo  había  un  camino  a 

seguir  e  hicieron  de  la  petición  un  ultimátttm.  Los  españoles  lucharon  tesoneramen- 
te, y  hasta  amenazaron  con  romper  las  negociaciones,  y,  por  fin,  cedieron,  porque 
no  otra  cosa  podían  hacer.  Obtenido  esto,  pronto  se  dio  fin  al  Tratado,  cuyo  docu- 
mento fué  una  obra  maestra  bajo  todos  sus  apectos»  ^. 

1     71u  7(iar  70íth  Spam,  por  ITenry  Cabot  T.odge,  senador  por  Massachusetts. 


668  A  .    K  í  V  ií  k  d 

El  Congreso  espaiiol  aprobó  el  Tratado  sin  serias  discusiones.  En  los  Estados 
Unidos  dicho  convenio  había  levantado  una  formidable  oposicí(5n;  el  partido  Demó- 
crata y,  entre  todos  sus  miembros,  los  senadores,  se  dispusieron  a  dar  la  batalla;  la 
retención  de  las  islas  Filipinas  se  juzgaba  por  ellos  como  una  violación  de  la  Consti- 
tución americana  y  tamlnén  de  los  derechos  del  puceblo  filipino;  los  kaders  lo  muro  n 
a  su  cargo  el  asunto,  y  tal  niaíia  se  dieron,  (¡ue  el  lunes  6  de  febrero  de  J<^90,  a  las 
tres  de  la  tarde,  una  votación  en  el  Senado  de  6i  contra  29  ratificó  el  Tratado;  hubo 
solanaente  un  voto  más  de  lo  necesario  para  dicha  aprobación.  El  II  de  abril  tuvo 
lugar  en  c^l  Senado  el  catníiio  de  ralificaciones,  y  ese  día,  verdaderamente,  terminó 
la  (juerra  LHspanoamericana. 

Como  el  Tratado  de  París  es  un  documento  del  cual  arranca  el  nuevo  Estado 
civil  de  Puerto  Rico,  no  me  he  creído  dispensado  de  tr<ierlo  íntegro  a  estas  páginas. 


APÉNDICE  NUMERO  30 


Tratado  de   París. 


Su  Majestad  la  Reina  Regente  de  España,  en  nombre  de  su  Augusto  hijo  Don  Al- 
fonso XIII,  y  los  Estados  Unidos  de  América,  deseando  poner  término  al  estado  de 
guerra  hoy  existente  entre  ambas  naciones,  han  nombrado  con  este  objeto,  por  sus 
Plenipotenciarios,  a  saber: 

Su  Majestad  la  Reina  Regente  de  España,  a  D.  Eugenio  Montero  Ríos,  Presidente 
del  Senado;  D.  Buenaventura  de  Abarzuza,  Senador  del  Reino,  Ministro  que  ha  sido 
de  la  Corona;  D.  José  de  Garnica,  Diputado  a  Cortes  y  Magistrado  del  Tribunal 
Supremo;  D.  Wenceslao  Ramírez  de  Villa-Urrutia,  Enviado  Extraordinario  y  Minis- 
tro Plenipotenciario  en  Bruselas;  D.  Rafael  Cerero,  (General  de  división. 

Y  el  Presidente  de  los  Estados  Unidos  de  América,  a  William  R.  Day,  Cushman 
K.  Davis,  William  P.  Freyre,  Geoge  Gray,  y  Whitelaw  Reid,  ciudadanos  de  los  Es- 
tados Unidos. 

Los  cuales,  reunidos  en  París,  después  de  haberse  comunicado  sus  plenos  pode- 
res, que  fueron  hallados  en  buena  y  debida  forma,  y  previa  la  discusión  de  las  mate- 
rias pendientes,  han  convenido  en  los  siguientes  artículos: 

Artículo  I.""  España  renuncia  todo  derecho  de  soberanía  y  propiedad  so- 
bre Cuba. 

í  %i  En  atención  a  que  dicha  Isla,  cuando  sea  evacuada  por  España,  va  a  ser  ocupada 
por  los  Estados  Unidos,  los  Estados  Unidos,  mientras  dure  su  ocupación,  tomarán 
sobre  sí  y  cumplirán  las  obhgaciones  que  por  el  hecho  de  ocuparla  les  impone  el 
Derecho  internacional,  para  la  protección  de  vidas  y  haciendas. 

Art.  2.""  España  cede  a  los  Estados  Unidos  la  isla  de  Puerto  Rico  y  las  demás 
que  están  ahora  bajo  su  soberanía  en  las  Indias  Occidentales,  y  la  isla  de  Guam,  en 
el  archipiélago  de  las  Marianas  o  Ladrones. 

Art.  3.^  España  cede  a  los  Pastados  Unidos  el  archipiélago  conocido  por  las 
Islas  Eilipinas,  que  comprende  las  islas  situadas  dentro  de  las  líneas  siguientes: 

Una  línea  que  corre  de  Oeste  a  Este,  cerca  del  20"  paralelo  de  latitud  Norte,  a 
través  de  la  mitad  del  canal  navegable  de  Bachi,  desde  el  (ll8°  al  127'')  grados  de 
longitud  Este  de  Greenwich;  de  aquí,  a  lo  largo  del  ciento  veintisiete  (127'')  grados 
meridiano  de  longitud  P^ste  de  Greenwich,  al  paralelo,  cuatro  grados,  cuarenta  y  cinco 
minutos  (4''  45')  de  latitud  Norte;  de  aquí,  siguiendo  el  paralelo  de  cuatro  grados, 
cuarenta  y  cinco  minutos  de  latitud  Norte  (4°  45'),  hasta  su  intersección  con  el  me- 
ridiano de  longitud  ciento  diez  y  nueve  grados  y  treinta  y  cinco  minutos  (119°  35') 
liste  de  Greenwich;  de  aquí,  siguiendo  el  meridiano  de  longitud  ciento  diez  y  nueve 
grados  y  treinta  y  cinco  minutos  (119°  35')  Este  de  Greenwich,  al  paralelo  de  latitud 
siete  grados  cuarenta  minutos  (7''  40')  Norte;  de  aquí,  siguiendo  el  paralelo  de 
latitud  siete  grados  cuarenta  minutos  {'/^  40')  Norte,  a  su  intersección  con  el  ciento 
diez  y  seis  (l  [ó"")  grados  meridiano  de  longitud  Este  de  Greenwich;  de  aquí,  por  una 
línea  recta,  a  la  intersección  del  décimo  grado  paralelo  de  latitud  Norte,  con  el  ciento 


éyo  A  ,    k  I  V  É  fe  Ó 

diez  y  ocho  (118'')  grados  meridiano  de  longitud  Este  de  Greenwich,  y  de  aquí,  si- 
guiendo el  ciento  diez  y  ocho  grados  (l  18°)  meridiano  de  longitud  Este  de  Greenwich, 
al  punto  en  que  comienza  esta  demarcación. 

Los  Estados  Unidos  pagarán  a  España  la  suma  de  veinte  millones  de  dólares 
(20.000.000),  dentro  de  los  tres  meses  después  del  canje  de  ratificaciones  del  pre- 
sente Tratado. 

Art.  4°  Los  Estados  Unidos,  durante  el  término  de  diez  años,  a  contar  desde 
el  canje  de  la  ratificación  del  presente  Tratado,  admitirán  en  los  puertos  de  las  islas 
Filipinas  los  buques  y  las  mercancías  españolas,  bajo  las  mismas  condiciones  que  los 
buques  y  las  mercancías  de  los  Estados  Unidos. 

Art.  5.°  Los  Estados  Unidos,  al  ser  firmado  el  presente  Tratado,  transportarán 
a  España,  a  su  costa,  los  soldados  españoles  que  hicieron  prisioneros  de  guerra  las 
fuerzas  americanas  al  ser  capturada  Manila.  Las  armas  de  estos  soldados  les  serán  de- 
vueltas. 

España,  al  canjearse  las  ratificaciones  del  presente  Tratado,  procederá  a  evacuar 
las  islas  Flipinas,  así  como  la  de  Guam,  en  condiciones  semejantes  a  las  acordadas 
por  las  comisiones  nombradas  para  concertar  la  evacuación  de  Puerto  Rico  y  otras 
islas  en  las  Antillas  Occidentales,  según  el  Protocolo  de  12  de  agosto  de  1898,  que 
continuará  en  vigor  hasta  que  sean  cumplidas  en  sus  disposiciones  completamente. 

El  término  dentro  del  cual  será  completada  la  evacuación  de  las  islas  Filipinas  y 
la  de  Guam,  será  fijado  por  ambos  Gobiernos.  Serán  propiedad  de  España  banderas 
y  estandartes,  buques  de  guerra  no  apresados,  armas  portátiles,  cañones  de  todos  ca- 
libres con  sus  montajes  y  accesorios,  pólvoras,  municiones,  ganado,  material  y  efec- 
tos de  toda  clase,  pertenecientes  a  los  ejércitos  de  mar  y  tierra  de  España,  en  las 
Filipinas  y  Guam.  Las  piezas  de  grueso  calibre,  que  no  sean  artillería  de  campaña, 
colocadas  en  las  fortificaciones  y  en  las  costas,  quedarán  en  su  emplazamiento  por  el 
plazo  de  seis  meses,  a  partir  del  canje  de  ratificaciones  del  presente  Tratado;  y  los 
Estados  Unidos  podrán,  durante  ese  tiempo,  comprar  a  España  dicho  material,  si  am- 
bos Gobiernos  llegan  a  un  acuerdo  satisfactorio  sobre  el  particular. 

Art.  ó.""  España,  al  ser  firmado  el  presente  Tratado,  pondrá  en  libertad  a  todos 
los  prisioneros  de  guerra  y  a  todos  los  detenidos  o  presos  por  delitos  políticos  a 
consecuencia  de  las  insurrecciones  en  Cuba  y  en  Filipinas  y  de  la  guerra  con  los 
Estados  Unidos. 

Recíprocamente  los  Estados  Unidos  pondrán  en  libertad  a  todos  los  prisioneros 
de  guerra  hechos  por  las  fuerzas  americanas,  y  gestionará  la  libertad  de  todos  los 
prisioneros  españoles  en  poder  de  los  insurrectos  de  Cuba  y  Filipinas. 

líl  Gobierno  de  los  listados  Unidos  transportará,  por  su  cuenta,  a  España,  y  el 
Gobierno  de  España  transportará,  por  su  cuenta,  a  los  Estados  Unidos,  Cuba,  Puerto 
Rico  y  Filipinas,  con  arreglo  a  la  situación  de  sus  respectivos  hogares,  a  los  prisio- 
neros que  pongan,  o  que  hagan  poner  en  libertad,  respectivamente,  en  virtud  de  este 
artículo. 

Art.  7.^  España  y  los  Estados  Unidos  de  América  renuncian  mutuamente,  por 
el  presente  Tratado,  a  toda  reclamación  de  indemnización  nacional  o  privada  de 
cualquier  género  de  un  Gobierno  contra  el  otro,  o  de  sus  subditos  o  ciudadanos  con- 
tra el  otro  Gobierno,  que  pueda  haber  surgido  desde  el  comienzo  de  la  última  insu- 
rrección en  Cuba  y  sea  anterior  al  canje  de  ratificaciones  del  presente  Tratado,  así 
como  a  toda  indemnización  en  concepto  de  gastos  ocasionados  por  la  guerra. 

Los  Estados  Unidos  juzgarán  y  resolverán  las  reclamaciones  de  sus  ciudadanos 
contra  España,  a  que  renuncia  en  este  artículo. 

Art.  8.°  En  cumplimiento  de  lo  convenido  en  los  artículos  l.°,  2.^  y  3.°  de  este 
Tratado,  España  renuncia  en  Cuba  y  cede  en  Puerto  Rico  y  en  las  otras  islas  de  las 
Indias  Occidentales,  en  la  isla  Guam  y  en  el  Archipiélago  de  las  I'ilipinas,  todos  los 


CRÓNICAS  én 

edificios,  muelles,  cuarteles,  fortalezas,  establecimientos,  vías  públicas  y  demás 
bienes  inmuebles  que  con  arreglo  a  derecho  son  del  dominio  público,  y  como  tal 
corresponden  a  la  Corona  de  España. 

Queda,  por  lo  tanto,  declarado  que  esta  renuncia  o  cesión,  según  el  caso,  a  que 
se  refiere  el  párrafo  anterior,  en  nada  puede  mermar  la  propiedad,  o  los  derechos 
que  correspondan  con  arreglo  a  las  leyes,  al  poseedor  pacífico  de  los  bienes  de 
todas  clases  de  las  provincias,  municipios,  establecimientos  públicos  o  privados,  cor- 
poraciones civiles  o  eclesiásticas,  o  de  cualesquiera  otras  colectividades  que  tienen 
personalidad  jurídica  para  adquirir  y  poseer  bienes  en  los  mencionados  territorios 
renunciados  o  cedidos  y  los  de  los  individuos  particulares,  cualquiera  que  sea  su 
nacionalidad. 

Dicha  renuncia  o  cesión,  según  el  caso,  incluye  todos  los  documentos  que  se 
refieren  exclusivamente  a  dicha  soberanía  renunciada  o  cedida,  que  existan  en  los 
archivos  de  la  Península. 

Cuando  estos  documentos  existentes  en  dichos  archivos,  sólo  en  parle  correspon- 
dan a  dicha  soberanía,  se  facilitarán  copias  de  dicha  parte,  siempre  que  sean  soli- 
citadas. 

Reglas  análogas  habrán  recíprocamente  de  observarse  en  favor  de  España,  res- 
pecto de  los  documentos  existentes  en  los  archivos  de  las  islas  antes  mencio- 
nadas. 

En  las  antecitadas  renuncia  o  cesión,  según  el  caso,  se  hallan  comprendidos 
aquellos  derechos  de  la  Corona  de  España  y  de  sus  autoridades  sobre  los  archivos  y 
registros  oficiales,  así  administrativos  como  judiciales  de  dichas  islas,  que  se  refieran 
a  ellas  y  a  los  derechos  y  propiedades  de  sus  habitantes.  Dichos  archivos  y  registros 
deberán  ser  cuidadosamente  conservados,  y  los  particulares,  sin  excepción,  tendrán 
derecho  a  sacar,  con  arreglo  a  las  leyes,  las  copias  autorizadas  de  los  contratos,  tes- 
tamentos y  demás  documentos  que  forman  parte  de  los  protocolos  notariales  o  que 
se  custodien  en  los  archivos  administrativos  o  judiciales,  bien  éstos  se  hallen  en  Es- 
paña, o  bien  en  las  islas  de  que  se  hace  mención  anteriormente. 

Art.  Q.""  Los  subditos  españoles  naturales  de  la  Península,  residentes  en  el  te- 
rritorio cuya  soberanía  España  renuncia  o  cede  por  el  presente  Tratado,  podrán 
permanecer  en  dicho  territorio  o  marcharse  de  él,  conservando  en  uno  u  otro  caso 
todos  sus  derechos  de  propiedad,  con  inclusión  del  derecho  de  vender  o  disponer  de 
tal  propiedad  o  de  sus  productos,  y  además  tendrán  el  derecho  de  ejercer  su  indus- 
tria, comercio  o  profesión,  sujetándose,  a  este  respecto,  a  las  leyes  que  sean  apli- 
cables a  los  demás  extranjeros.  En  el  caso  de  que  permanezcan  en  el  territorio,  po- 
drán conservar  su  nacionalidad  española,  haciendo  ante  una  oficina  de  registro,  den- 
tro de  un  año  después  del  cambio  de  ratificaciones  de  este  Tratado,  una  declaración 
de  su  propósito  de  conservar  dicha  nacionalidad;  a  falta  de  esta  declaración,  se  con- 
siderará que  han  renunciado  dicha  nacionalidad  y  adoptado  la  del  territorio,  en  el 
cual  pueden  residir. 

Los  derechos  civiles  y  la  condición  política  de  los  habitantes  naturales  de  los 
territorios  aquí  cedidos  a  los  Estados  Unidos,  se  determinarán  por  el  Congreso. 

Art.  i  o.  Los  habitantes  de  los  territorios  cuya  soberanía  España  renuncia  o 
cede,  tendrán  asegurado  el  libre  ejercicio  de  su  religión. 

Art.  II.  Los  españoles  residentes  en  los  territorios  cuya  soberanía  cede  o  re- 
nuncia España  por  este  Tratado,  estarán  sometidos  en  lo  civil  y  en  lo  criminal  a  los 
Tribunales  del  país  en  que  residan,  con  arreglo  a  las  leyes  comunes  que  regulen  su 
competencia,  pudiendo  comparecer  ante  aquéllos  en  la  misma  forma,  y  empleando 
los  mismos  procedimientos  que  deban  observar  los  ciudadanos  del  país  a  que  perte- 
nezca el  Tribunal. 

Akt.  i2.     Los  procedimientos  judiciales  pendientes  al  canjearse  las  ratificado- 


én  Á.    felVERd 

nes  de  este  Tratado,  en   los  territorios  sobre  los  cuales  España  renuncia  o  cede  su 
soberanía,  se  determinarán  con  arreglo  a  las  reglas  siguientes: 

I.  Las  sentencias  dictadas  en  causas  civiles  entre  particulares  o  en  materia  cri- 
minal, antes  de  la  fecha  mencionada,  y  contra  las  cuales  no  haya  apelación  o  casa- 
ción con  arreglo  a  las  leyes  españolas,  se  considerarán  como  firmes,  y  serán  ejecuta- 
das en  debida  forma  por  la  autoridad  competente  en  el  territorio  dentro  del  cual 
dichas  sentencias  deban  cumplirse. 

II.  Los  pleitos  civiles  entre  particulares  que  en  la  fecha  mencionada  no  hayan 
sido  juzgados,  continuarán  su  tramitación  ante  el  Tribunal  en  que  se  halle  el  proce- 
so, o  ante  aquel  que  lo  sustituya. 

III.  Las  acciones  en  materia  criminal  pendientes  en  la  fecha  mencionada  ante  el 
Tribunal  Supremo  de  España,  contra  ciudadanos  del  territorio  que,  según  este  Tra- 
tado, deja  de  ser  español,  continuarán  bajo  su  jurisdicción  hasta  que  recaiga  la  sen- 
tencia definitiva;  pero  una  vez  dictada  esa  sentencia,  su  ejecución  será  encomendada 
a  la  autoridad  competente  del  lugar  en  que  la  acción  se  suscitó. 

Art.  13.  Continuarán  respetándose  los  derechos  de  propiedad  literaria,  artísti- 
ca e  industrial,  adquiridos  por  españoles  en  la  isla  de  Cuba  y  en  las  de  Puerto  Rico, 
Filipinas  y  demás  territorios  cedidos  al  hacerse  el  canje  de  las  ratificaciones  de  este 
Tratado.  Las  obras  españolas  científicas,  literarias  y  artísticas  que  no  sean  peligrosas 
para  el  orden  público  en  dichos  territorios,  continuarán  entrando  en  los  mismos 
con  franquicia  de  todo  derecho  de  aduana  por  un  plazo  de  diez  años,  a  contar  desde 
el  canje  de  ratificaciones  de  este  Tratado. 

Art.  14.  España  podrá  establecer  agentes  consulares  en  los  puertos  y  plazas 
de  los  territorios  cuya  renuncia  y  cesión  es  objeto  de  este  Tratado. 

Art.  15.  El  Gobierno  de  cada  país  concederá,  por  el  término  de  diez  años,  a 
los  buques  mercantes  del  otro,  el  mismo  trato  en  cuanto  a  todos  los  derechos  de 
puerto,  incluyendo  los  de  entrada  y  salida,  de  faro  y  tonelaje  que  concede  a  sus 
propios  buques  mercantes  no  empleados  en  el  comercio  de  cabotaje. 

Este  artículo  puede  ser  denunciado  en  cualquier  tiempo,  dando  noticia  previa 
de  ello,  cualquiera  de  los  dos  Gobiernos  al  otro,  con  seis  meses  de  anticipación. 

Art.  16.  Queda  entendido  que  cualquiera  obligación  aceptada  en  este  Tratado 
por  los  Estados  Unidos  con  respecto  a  Cuba,  está  limitada  al  tiempo  que  dure  su 
ocupación  en  esta  Isla;  pero  al  terminar  dicha  ocupación,  aconsejarán  al  Gobierno 
que  se  establezca  en  la  Isla  que  acepte  las  mismas  obligaciones. 

Art.  17.  El  presente  Tratado  será  ratificado  por  Su  Majestad  la  Reina  Regente 
de  España  y  por  el  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  de  acuerdo  con  la  aprobación 
del  Senado;  y  las  ratificaciones  se  canjearán  en  Washington,  dentro  del  plazo  de  seis 
meses  desde  esta  fecha,  o  antes  si  posible  fuese. 

En  fe  de  lo  cual,  los  respectivos  plenipontenciarios  firman  y  sellan  este  Tratado. 

Hecho  por  duplicado  en  París,  a  diez  de  diciembre  del  año  mil  ochocientos  no- 
venta y  ocho. 

(Firmados.)  Eugenio  Montero  Ríos. — B.  de  Abarzuza. — ^J.  de  Cárnica. — W.  R.  de 
Vn.LA-URRUTiA. — Rafael  Cerero. — William  R.  Day.  —  Cushman  K.  Davis. — W.  P. 
Fryre. — Geo  Gray. — Whitelaw  Reíd. 


APÉNDICE  NUMERO  31 


Certificaciones  oficiales  referentes  al  coronel  D.  Julio  Soto  Villanueva. 

Cuartel  general,  distrito  del  Oeste  de  Puerto  Rico. 
Mayagüez,  27  de  agosto,  ,  898. 

CERTIFICO:  Que  en  la  tarde  del  13  de  agosto  de  1 898,  fui  enviado  por  el  general 
comandante  de  las  fuerzas  americanas  a  Las  Marías,  para  asistir  al  coronel  Julio 
de  Soto. 

Yo  lo  encontré  en  una  casa,  cerca  del  río,  con  la  pierna  derecha  rota  debajo  de 
la  rodilla,  con  fractura  de  una  costilla  y  con  varias  contusiones  en  la  pierna 
izquierda,  todo  causado  por  la  caída  de  un  puente  angosto,  sobre  un  río,  entre 
Mayagüez  y  Las  Marías,  el  día  antes. 

En  mi  opinión  estaba  del  todo  imposibilitado  para  seguir  la  marcha,  y  el  haberlo 
dejado  en  el  lugar  en  el  cual  yo  le  encontré,  debe  haber  obedecido  a  todas  aquellas 
causas. — (Firmado.)  Dr.  B.  Savage,  cirujano  ayudante,  de  infantería,  ejército  de  E.  U. 


Cuartel  general,  distrito  del  Oeste  de  Puerto  Rico. 
Mayagüez,  P.  R.,  agosto  31,  1898. 

CERTIFICO:  Que  el  13  de  agosto,  después  de  la  batalla  de  Las  Marías,  por  orden 
del  general  en  jefe  salí  con  un  cirujano  y  una  ambulancia  del  hospital  en  busca  del 
coronel  D.  Julio  Soto,  del  ejército  español,  a  quien  había  capturado  una  de  nuestras 
avanzadas,  dando  cuenta  de  que  se  hallaba  gravemente  lastimado  y  contuso. 

Efectivamente;  encontré  al  coronel  Soto  acostado  en  una  pequeña  casa,  cer- 
cana al  campo  de  batalla,  sufriendo  terriblemente  por  tener  una  pierna  y  una  o  más 
costillas  rotas. 

Las  órdenes  del  General  eran  que  llevase  al  coronel  Soto  a  la  retaguardia  del  ejér- 
cito; pero  el  cirujano  que  me  acompañaba,  que  volvió  a  su  lugar  el  hueso  dislocado 
de  la  pierna  y  entablilló  la  fractura  de  la  costilla,  declaró  que  era  peligroso  trasladar 
al  señor  Soto,  dado  el  terrible  estado  en  que  se  hallaba,  y  que  por  lo  mismo  había 
que  aguardar  al  próximo  día. 

Así  hubo  que  hacerlo,  y  en  1 4  de  agosto  fué  trasladado  a  Las  Marías. 

Cuando  encontré  al  coronel  Soto  estaba  en  estado  tan  lastimoso,  que  le  incapa- 
citaba para  todo  servicio  en  absoluto,  toda  vez  que  tan  sólo  no  se  podía  tener  en 
pie,  sino  que  ni  aun  siquiera  podía  revolverse  en  la  cama.  Y  para  que  conste,  firmo 
el  presente  en  Mayagüez,  a  31   de  agosto  de   1898. — Mayor  H.  H,  Benham, 


APÉNDICE  NUMERO  32 


Actas  referentes  a  las  poblaciones  de  Puerto  Rico  que  fueron  capturadas 
por  las  fuerzas  militares  de  los  Estados  Unidos,  y,  además,  la  correspon= 
diente  a  la  ciudad  de  San  Juan. 

YAUCO 
GOBIERNO    MUNICIPAL    DE    YAUCO 

OFICINA  DEL  SECRETARIO  MUNICIPAL 

Yo,  Epifanio  Gutiérrez  Vélez,  secretario  municipal  de  Yauco  (Puerto  Rico), 

CERTIFICO:  Que  en  el  libro  de  actas  de  este  Municipio,  correspondiente  al  año 
mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  a  los  folios  uno  y  dos  inclusive,  existe  una  que,  fiel- 
mente transcrita,  dice: 

CERTIFICO:  Que  en  el  archivo  de  esta  Alcaldía  se  encuentra  el  original  de  un  acta 
levantada  en  este  pueblo  el  día  veintinueve  de  julio  actual,  con  motivo  de  la  posesión 
de  esta  Isla  en  nombre  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  de  América,  ocupación 
de  este  pueblo  y  designación  de  alcalde  y  Ayuntamiento,  por  el  Mayor  D.  E.  Clar- 
ke,  siendo,  como  sigue,  la  copia  literal  de  dicha  acta: 

«En  el  pueblo  de  Yauco,  de  la  isla  de  Puerto  Rico,  y  a  los  veintinueve  días  del 
mes  de  julio  del  año  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  siendo  las  tres  de  la  tarde, 
el  Mayor  del  ó.""  Regimiento  de  infantería.  Voluntarios  de  Illinois,  de  los  Estados 
Unidos  de  América,  Mr.  D.  E.  Clarke,  dijo  que  desde  el  día  25  de  este  mes,  el  gene- 
ral Miles  había  tomado  posesión  de  esta  Isla,  en  nombre  del  Gobierno  de  los  Esta- 
dos Unidos  de  América,  y,  en  su  consecuencia,  ayer  por  la  tarde  había  ocupado  esta 
población;  que  en  esta  Casa  del  Pueblo  había  establecido  su  residencia,  y  que  para 
el  gobierno  y  administración  de  los  intereses  de  la  jurisdicción  de  este  distrito  tenía 
por  conveniente  nombrar  al  honrado  propietario  D.  Francisco  Mejía  y  Rodríguez,  de 
quien  tenía  los  mejores  informes  de  su  patriotismo  y  amor  a  América,  para  que 
desempeñe  el  cargo  de  alcalde;  que  aceptada  la  designación  hecha,  por  el  señor 
Mejía,  el  Mayor  D.  E.  Clarke  le  invitó  para  que  significase  personas  de  su  confianza 
con  quienes  constituir  Ayuntamiento,  ínterin  se  disponía  otra  cosa;  y  hallándose 
presentes  los  Sres.  Francisco  Pieraldi,  Juan  Vargas,  Francisco  Negroni,  Manuel  Mejía, 
Luis  Morales  Pabón  y  Francisco  Ortiz,  los  cuales  dijeron  que  aceptaban  y  ofrecían 
cumplir  el  cometido  que  el  Mayor  D.  E.  Clarke  les  confiriera,  quedó  desde  luego 
constituido  el  Ayuntamiento,  y  sin  otro  acuerdo  manifestó  el  Mayor  D.  E.  Clarke 
que  quedaba  desde  luego  el  señor  alcalde  autorizado  para  disponer  los  días  en  que 
debiera  reunirse  el  Ayuntamiento;  que  le  autorizaba  para  el  nombramiento  de  los 
empleados  necesarios  al  buen  régimen  administrativo  en  todas  sus  manifestaciones 


CRÓNICAS  675 

de  economía,  fomento  y  cuanto  pudiera  tender,  dentro  de  la  autonomía,  al  mejora- 
miento de  toda  la  jurisdicción;  que  recomendaba,  especialmente,  la  sanidad  pública, 
el  ornato  y  orden  público,  que  debe  mantenerse  inalterable;  que  los  presupuestos 
quedaban  a  su  personal  reglamentación,  recomendándoles  justicia,  igualdad  y  fra- 
ternidad. 

Se  procedió  a  la  lectura  de  esta  acta,  que  todos  firmaron,  y  dióse  por  terminado 
el  acto. — D.  E.  Clarke,  Mayor  of  the  Infantry^  U.  S.  V, — Francisco  Mejia. — ^Juan  Var- 
gas.— Luis  Morales. — Francisco  Pieraldi.  —  Manuel  Mejía.  —  F.  Negroni  Lucca. — - 
Francisco  Ortiz. 

Es  copia  conforme  con  el  original  de  su  contenido;  y  para  la  debida  constancia 
en  este  libro  de  actas,  libro  la  presente  en  Yauco,  a  treinta  y  uno  de  julio  de  mil 
ochocientos  noventa  y  ocho. — Francisco  Negroni. — V.^  B.°:  El  alcalde,  Francisco 
Mejía.  {Firmado. )y> 

Y  a  solicitud  de  D,  Ángel  Rivero  Méndez,  expido  ésta  en  Yauco,  Puerto  Rico,  a 
los  diez  días  del  mes  de  marzo  del  año  mil  novecientos  veintiuno. 

E.  Gutiérrez  Vélez, 

secretario  municipal. 
(Rubricado.) 

Hay  un  sello  que  dice:  «Secretaría  municipal. — Yauco,  P.  R.» 


P  O  N  C  E 

GOT3IERNO  MUNICIPAL  DE  PONCE,  PUERTO  RICO 

OFICINA    DEL    SECRETARIO    MUNICIPAL 

TOMA  DE  POSESIÓN  DE  LA  PLAZA  DE  PONCE  POR  LAS  TROPAS  AMERICANAS 

«En  la  ciudad  de  Ponce,  el  día  primero  de  agosto  de  mil  ochocientos  noventa  y 
ocho,  previa  convocatoria,  se  reunió  en  el  salón  de  la  Casa  Consistorial  el  excelentí- 
simo Ayuntamiento,  representado  por  los  señores  concejales  D.  Rafael  Sánchez  Mon- 
talvo,  D.  Carlos  P\  Chardón,  D.  Pedro  líedilla,  D.  Jaime  Rullán,  D.  José  Serra,  don 
Juan  Cabrer,  D.  Félix  Jorge,  D.  Luis  Gautier  y  D.  Ulises  García,  bajo  la  presidencia 
del  señor  alcalde  D.  R.  Ulpiano  Colón,  quien  declarando  legalmente  constituida  la 
citada  Corporación  con  los  señores  expresados,  por  ser  este  acto  en  segunda  citación, 
abrió  la  sesión  a  nombre  de  la  Unión  Americana,  manifestando  que  como  consta  a 
dichos  señores,  por  consecuencia  de  la  guerra  que  sostiene  con  España  la  citada  na- 
ción, ha  tomado  ésta  posesión  de  la  ciudad  el  día  28  de  julio  próximo  pasado,  y  desde 
dicha  fecha  viene  flotando  en  ella  el  pabellón  de  la  nueva  nacionalidad,  por  lo  que 
el  pueblo  se  encuentra  en  un  período  de  una  gran  transformación. 

La  Presidencia  continuó  en  el  uso  de  la  palabra  y  expuso  que,  como  consta  a  los 
señqres  concejales  presentes  y  lo  testimonia  por  modo  elocuente  y  espléndido  el  sen- 
timiento popular,  condensado  en  grandes  y  nutridas  manifestaciones  de  júbilo  y 
entusiasmo,  Ponce  se  siente  altamente  satisfecho  de  que  la  esplendorosa  bandera  de 
la  Unión  Americana  flote  gloriosa  en  todos  los  ámbitos  de  esta  hermosa  Isla;  porque 
ella  es,  sin  duda  alguna,  nuncio  bendito  de  una  nueva  era  de  paz,  bienestar  y  prospe- 
ridad, y  fuerte  garantía  del  derecho  de  todos  los  ciudadanos  y  extranjeros  que  le 
tributen  el  respeto  que  merece, 


6J6  A  .     R  I  V  E  R  O 

Que,  en  tal  virtud,  invita  a  los  señores  presentes,  como  representantes  de  esta 
ciudad,  para  que  aceptando  gustosos  las  precedentes  manifestaciones,  lo  declaren 
aquí  solemnemente,  pudiendo  todos  con  entera  libertad  de  conciencia  expresar  libre- 
mente sus  sentimientos  patrióticos,  que  le  serán  plenamente  respetados  y  garantidos. 

Los  concejales,  hijos  de  esta  Antilla,  señores  D.  Luis  Gautier,  D.  Rafael  Sánchez 
Montalvo,  D.  Carlos  Félix  Chardón,  D.  Ulises  García,  D.  JoséSerra  y  D.  Félix  Jorge, 
mostraron  su  absoluta  conformidad  con  lo  expuesto  por  la  Presidencia,  haciendo 
suyas,  con  entusiasmo,  sus  manifestaciones. 

Los  concejales  D.  Pedro  Hedilla,  D.  Juan  Cabrer  y  D.  Jaime  Rullán,  que  son  espa- 
ñoles, manifestaron  que  era  su  voluntad  conservar  su  nacionalidad,  pero  que  aceptan, 
con  todo  respeto,  el  cambio  de  nacionalidad  de  esta  Isla,  ofreciendo  su  concurso 
leal  y  sincero  para  el  desarrollo  de  la  política  de  paz,  tranquilidad  y  bienestar  que 
ha  de  implantar  el  nuevo  Gobierno,  a  cuyas  leyes  quedan,  desde  luego,  sometidos 
como  ciudadanos  pacíficos  y  amantes  de  todo  lo  que  redunde  en  honor  de  la  pros- 
peridad y  ventura  de  esta  tierra  para  ellos  tan  querida. 

También  expuso  la  Presidencia  que  a  los  sentimientos  de  generosidad  del  ejér- 
cito americano,  a  cuyo  frente  se  hallan  generales  tan  ilustres  y  respetables  como  los 
señores  Miles  y  Wilson,  se  debe  que  nuestro  querido  Ponce  haya  realizado  el  acto 
transcendentalísimo  de  su  cambio  de  nacionalidad,  sin  que  se  haya  derramado  una 
gota  de  sangre,  ni  sufrido  perjuicio  los  intereses  materiales  de  sus  habitantes;  y,  por 
tanto,  ruega  se  haga  constar  aquí,  en  este  acto  solemne,  la  inmensa  gratitud  de  Ponce 
en  favor  del  Ejército  y  especialmente  hacia  los  citados  ilustres  generales  a  quienes 
se  testimoniará  así  por  medio  de  una  Comisión  de  este  Excmo.  Ayuntamiento,  que 
pondrá  en  sus  respetables  manos  una  copia  fehaciente  de  esta  acta;  y,  conmemorán- 
dose el  gran  día  del  28  de  julio,  llevando  esa  fecha  unida  al  nombre  de  la  Plaza  de  la 
Abolición,  que  radica  a  la  salida  de  esta  ciudad,  hacia  la  playa,  y  por  frente  a  la  cual 
desfilaron  gloriosos  los  beneméritos  hijos  de  la  Unión  Americana;  así  como  que  por 
la  Comisión  de  Ornato,  y  con  vista  del  expediente  sobre  rotulación  de  calles,  se  pro- 
ponga dos  de  las  más  importantes  de  éstas  para  ostentar  los  nombres  de  dichos  ilus- 
tres generales  Miles  y  Wilson. 

Así  fué  acordado  por  unanimidad  y  con  verdaderas  muestras  de  los  sentimientos 
de  gratitud  que  experimentan  todos  los  señores  concejales  presentes. 

También  expuso  el  Sr.  Alcalde-Presidente,  D.  R.  Ulpiano  Colón,  que  desde  el 
momento  en  que  desembarcó  en  nuestra  playa  el  parlamentario  del  Ejército  de  la 
Unión  Americana,  portador  de  las  condiciones  que  imponía  para  la  rendición  de  la 
Plaza,  los  miembros  del  cuerpo  consular,  D.  Fernando  Toro,  vicecónsul  de  Inglate- 
rra; D.  Pedro  Juan  Rosaly,  agente  consular  de  los  Países  Bajos;  D.  Enrique  Carlos 
Fritze,  vicecónsul  de  Alemania,  y  el  ciudadano  inglés  D.  Roberto  Graham,  todos 
prestigiosos  vecinos  de  esta  ciudad,  no  se  dieron  punto  de  reposo  interponiendo  su 
valiosa  influencia  y  decidido  concurso  hasta  conseguir  que  se  realizara,  de  la  manera 
más  espléndida  y  honrosa,  la  rendición  de  esta  plaza,  al  noble  Ejército  de  la  Unión 
Americana,  y  la  evacuación  de  aquélla  por  las  tropas  españolas,  sin  que  a  éstas  se  les 
molestase  ni  persiguiese  en  su  salida  con  sus  armas  e  impedimenta. 

Que  el  generoso  proceder  de  esos  respetables  caballeros  les  hace  acreedores  a  la 
mayor  suma  de  gratitud  de  este  pueblo;  y,  por  tanto,  propone  se  les  signifique  así, 
entregándoseles,  oportunamente,  a  cada  uno,  una  medalla  de  oro,  en  cuyo  anverso 
se  inscriba  el  lema  Ponce  agradecido^  y  en  el  reverso,  la  fecha  memorable  del  28 
de  julio. 

Los  señores  del  Concejo,  abundando  en  los  sentimientos  de  la  Presidencia,  acep- 
taron por  unanimidad  su  proposición.» 


CRÓNICAS 

El  Secretario  del  Municipio  de  Ponce,  Puerto  Rico,  Sandalio  E.  Alonso, 


(377 


CERTIFICA:  Que  el  precedente  documento  es  una  copia  fiel  y  original  extraída 
del  tomo  segundo  del  libro  de  actas  del  Ayuntamiento  de  Ponce,  correspondiente  al 
año  1898,  cuya  acta  aparece  firmada  por  los  señores  Ulpiano  Colón,  Carlos  F.  Char- 
dón,  Félix  Sauri,  Félix  Jorge,  José  Serra,  Manuel  Busquet,  Luis  Gautier,  Ulises  (lar- 
cía  y  Joaquín  M.  Dapena,  respectivamente. 

Y  a  solicitud  de  D.  Ángel  Rivero  Méndez,  expido  y  firmo  la  presente  en 
Ponce,  P.  R.,  a  los  diez  días  del  mes  de  marzo  de  1 921. 


Sandalio     I^.     Alonso, 

secretario  m unicipal. 
(Rubricado.) 

Hay  un  sello  que  dice:  «Secretaría  Municipal. — Ponce,  P.  R.» 

C  O  A  M  O 
GOlilERNO  MUNICIPAI.  DE  COAxMO,  PUERl  O  RICO 

SECRETARÍA 

El  que  suscribe,  secretario  del  Municipio  de  Coamo,  Puerto  Rico, 

CERTIFICA:  Que  en  el  libro  de  actas  a  mi  cargo,  que  tiene  el  número  l,  corres- 
pondiente a  las  fechas  de  28  de  noviembre  de  1 897,  a  29  de  enero  de  1 899,  y  en  el 
folio  83  vuelto  de  dicho  libro,  aparece  el  acuerdo  que  se  copia,  tomado  en  sesión 
que  celebró  el  Ayuntamiento  el  día  cinco  de  septiembre  del  año  mil  ochocientos 
noventa  y  ocho,  y  que  lo  componían:  D.  Florencio  vSantiago,  presidente;  concejales: 
D.  J.  Santiago,  D.  Ramón  Zayas,  D.  A.  Noriega,  D.  M.  M.  Santiago,  I).  V.  Quintero, 
D.  Jesús  Rivera,  D.  Julio  Lefebre,  D.  José  D.  Rivera  y  D.  P'rancisco  A.  Fernández. 

«Seguidamente  expuso  la  Presidencia  que,  como  constaba  a  todos  los  señores 
concejales,  desde  el  9  de  agosto  último  había  tomado  posesión  de  esta  villa  el  Ejér- 
cito de  los  Estados  Unidos  del  Norte,  después  de  un  ligero,  pero  reñido  combate  con 
las  tropas  españolas  atrincheradas  en  la  población,  terminado  el  cual  se  enarboló  el 
pabellón  americano  en  la  casa  de  la  Alcaldía,  continuando  en  sus  puestos  las  autori- 
dades civiles,  judiciales  y  eclesiásticas,  por  disposición  del  Mayor  general  James 
FI.  Wilson.  La  Corporación,  enterada,  acordó  consignar  en  acta  su  más  leal  y  sincero 
respeto  y  reconocimiento  hacia  el  Gobierno  americano,  ofreciéndole  todo  su  con- 
curso para  el  desenvolvimiento  del  régimen  y  aplicación  de  las  leyes  que  en  su  día 
decrete  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos.» 

Y  a  petición  del  Sr.  D.  Ángel  Rivero,  libro  la  presente  en  Coamo,  a  diez  y  seis 
de  marzo  de  mil  novecientos  veintiuno. 

Heriberto  A.  Fontanes, 

secretcwio  del  Municipio  de  Coamo,  Jhierto  Rico. 
(Rubricado.). 

Hay  un  sello  que  dice:  «Secretaría  Municipah — Coamo,  Puerto  Rico.» 


43 


6^8  A  .     R  I  V  E  R  O 

G  U  A  Y  A  M  A 
GOBIERNO  MUNICIPAL  DE  GUAYAMA,  PUERTO  RICO 

SECRETARIO        MUNICIPAL 

Ricardo  Narváez  Rivera,  secretario  de  Ja  Asamblea  Municipal  y  del  Consejo  de  Ad- 
ministración de  Guayama,  Puerto  Rico. 

CERTIFICO:  Que  en  el  libro  de  Actas  del  extinguido  Ayuntamiento  de  Guayama, 
correspondiendo  al  año  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  folios  ciento  veinte  y 
cinco  (vuelto)  y  ciento  veinte  y  seis,  hay  dos  párrafos  de  un  acta  que,  copiados  a  la 
letra,  dicen  así: 

«En  la  villa  de  Guayama,  el  día  doce  de  agosto  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho, 
en  la  Casa  Consistorial,  bajo  la  presidencia  del  señor  alcalde,  D.  Celestino  Domín- 
guez Gómez,  se  reunieron  los  señores  del  Ayuntamiento  cuyos  nombres  constan  al 
margen,  con  objeto  de  celebrar  la  sesión  ordinaria  .que  no  tuvo  lugar  el  miércoles 
diez,  y  dio  principio  con  la  lectura  del  acta  anterior  que  fué  aprobada. 

POSESIÓN  DE  ESTA  VILLA  POR  LAS  FUERZAS  DEL  EJERCITO  DE  LA  UNION  AMERICANA 

El  presidente  dio  cuenta  a  la  Corporación  de  que  el  día  cinco  del  actual  se  po- 
sesionaron de  esta  población  fuerzas  del  ejército  de  la  Unión  Americana,  después  de 
librar  combate  con  las  tropas  españolas  que  la  guarnecían,  y  las  cuales  se  retiraron. 
Que  el  representante  de  la  Unión  Americana  en  esta  villa,  le  había  confirmado  en  el 
cargo  de  alcalde  que  venía  ejerciendo,  y  que  le  había  manifestado  que  en  la  parte 
civil  y  administrativa  no  se  introduciría,  por  ahora,  modificación  alguna,  continuando 
en  sus  funciones  los  organismos  y  autoridades  que  venían  desempañándolas  en  este 
pueblo.  La  Corporación  quedó  enterada. 

Los  señores  relacionados  al  margen  son  los  siguientes:  presidente,  D.  Celestino 
Domínguez;  concejales:  Sres.  Jenaro  Cautiño,  Casiano  Matos,  Juan  Ignacio  Capó, 
Nicolás  Colón,  José  Gual  y  Fabriciano  Cuevas.» 

Los  párrafos  preinsertos  forman  parte  de  un  acta  extendida  en  la  susodicha 
fecha,  la  que  firman  los  señores  Juan  Ignacio  Capó,  G.  Cautiño,  F.  Cuevas  Sotillo, 
Casiano  Matos,  José  Gual,  Nicolás  Colón  y  J.  M.  Castillo. 

Y  a  solicitud  de  D.  Ángel  Rivero  expido  la  presente,  que  firmo  y  sello  en  la  Casa 
Municipal  de  Guayama,  Puerto  Rico,  a  los  veintinueve  días  del  mes  de  marzo  de  mil 
novecientos  veintiuno. 

R.  Narváez  Rivera, 

secretario  municipal  de  Guayama,  P.  R. 
(Rubricado.) 

Llay  un  sello  que  dice:  «Secretaría  Municipal. — Guayama,  P.  R.» 
SAN    GERMÁN 

GOBIERNO  MUNICIPAL  DE  SAN  GERMÁN 

«En  la  ciudad  de  San  Germán,  P.  R.,  Estados  Unidos  de  América,  a  los  doce 
días  del  mes  de  agosto  de  mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  se  reunieron  en  el  salón 
de  sesiones  de  este  Consistorio  los  señores  de  este  Ayuntamiento:  presidente,  Fran- 
cisco Pagan;  primer  teniente  alcalde,  Félix  Acosta;  tercer  teniente  de  alcalde,  Agapito 


CRÓNICAS  679 

E.  Montalvo;  quinto  teniente  alcalde,  José  María  Graciany;  regidor,  José  Cristian, 
bajo  la  presidencia  del  señor  alcalde,  Francisco  Pagan  Acosta,  siendo  las  nueve  y 
media  de  la  mañana,  al  objeto  de  celebrar  sesión  ordinaria  con  arreglo  al  artículo 
109  de  la  ley  Municipal  vigente. 

El  señor  presidente  declaró  abierta  la  sesión. 

Acto  seguido  el  propio  señor  alcalde,  presidente,  manifestó:  <  Que  el  día  diez  del 
presente  mes,  siendo  las  diez  de  la  mañana  próximamente,  se  presentaron  en  esta 
ciudad  las  fuerzas  militares  de  los  Estados  Unidos  de  América  a  tomar  posesión  de 
ella  en  nombre  de  su  Gobierno.  Que  el  jefe  de  dicha  fuerza,  el  general  Schwan,  se 
constituyó  en  la  casa-habitación  del  señor  Joaquín  Servera  Nazario,  donde  fué  reci- 
bido por  las  clases  de  la  sociedad  sangermeña,  debidamente  representadas.  Que  al 
breve  rato  fué  llamado  el  que  habla  en  nombre  de  dicho  jefe,  y  en  presencia  de  los 
concurrentes  se  le  confirió  el  cargo  de  alcalde-presidente  de  este  Ayuntamiento,  al 
cual  tiene  el  honor  de  pertenecer.  Que  al  verificar  su  entrada  el  Ejército  americano  lo 
hizo  en  términos  pacíficos,  tomando  posesión  en  la  misma  forma,  puesto  que  no 
hubo  resistencia  de  ningún  género  por  parte  de  fuerza  alguna,  desde  el  momento  en 
que  no  había  guarnición  en  esta  ciudad  ni  otra  fuerza  española. 

Una  vez  desarrollado  este  acontecimiento,  las  tropas  americanas,  ya  referidas, 
continuaron  su  marcha  hacia  la  ciudad  de  Mayagüez,  y  por  lo  tanto,  colocadas  las 
cosas  en  esa  situación,  se  consideró  que  la  nación  americana  había  tomado  posesión, 
formalmente,  de  esta  ciudad,  desde  el  momento  que  no  ha  existido  poder  ninguno 
que  obrara  en  contrario. 

Siendo  éste  un  hecho  consumado,  que  pasa  a  formar  parte  de  la  historia,  en  el 
cual  el  pueblo  sangermeño  no  ha  tomado  participación  alguna,  y  al  que  nadie  pudo 
oponerse,  por  requerirlo  así  las  circunstancias,  todos  nos  vemos  en  el  caso  de  aceptar 
la  situación  actual,  por  resultar  procedente. 

Que  en  vista  de  que  el  nuevo  estado  de  cosas  ofrece  a  nuestro  país  una  perspec- 
tiva halagüeña,  no  podemos  prescindir  de  manifestar  nuestra  satisfacción,  porque, 
indudablemente,  el  porvenir  de  nuestra  tierra  será  más  lisonjero. 

Expresemos  nuestro  sentimiento  hacia  la  que  es  nuestra  Madre  Patria,  por  haber- 
se visto  obligada  a  aceptar  sucesos  que  estaban  decretados  por  el  destino.» 

lodos  los  presentes  manifestaron  que  se  hallaban  enteramente  identificados  con 
el  sentir  de  su  presidente,  aceptando,  por  completo,  la  situación  actual  y  haciendo 
suya  la  hoja  suelta  publicada  en  su  nombre,  como  alcalde. 

Que  estaban  dispuestos,  con  toda  su  voluntad,  a  secundar  a  la  medida  de  sus 
facultades,  en  cuanto  se  relacione  con  la  administración  de  este  pueblo,  a  fin  de 
alcanzar  el  bien  del  mismo  y  por  consiguiente  del  país. 

Que  dado  todos  estos  pormenores,  es  justo  y  natural  considerar  que  desde  esa 
fecha  la  ciudad  de  San  Germán  entraba  a  formar  parte  de  la  gran  nación  americana 
de  los  Estados  Unidos  de  la  América  del  Norte,  y  por  tanto,  que  en  adelante 
procede  obrar  en  consecuencia  con  la  situación  apuntada  y  establecida  de  hecho 
para  todos  los  actos  de  la  administración. 

Y  no  habiendo  otro  asunto  de  que  tratar,  se  dio  por  terminado  el  acto,  de  que 
certifico. — (Firmado.)  P>ancisco  Pagan. — P'élix  Acosta. — Agapito  E.  Montalvo. — ^José 
María  Graciany. — J.  Tulio  Quiñones. — ^J.  Antonio  Sanabria. — José  Cristian. — Andrés 
Quiñones.» 

Y  a  petición  del  Sr.  Ángel  Rivero,  libro  la  presente  en  San  Germán,  Puerto  Rico, 
a  cuatro  de  abril  de  mil  novecientos  veintiuno. 

Francisco  Azúar, 

secretario  municipal. 

Hay  un  sello  que  dice;  «Municipalidad  de  San  Germán. >;> 


68c)  A  .     R  1  V  E  R  O 

M AYAGUEZ 

(K)IVlKkNOMrMClPAL  DE  MAYACiÜK/.  rrEJ^rO  KJCO 

S K( :RET A R 1  o    MUNK^ir A L 

«Yin  la  ciudad  de  MayagUez,  a  los  diez  y  siete  días  del  mes  de  agosto  de  mil 
ochocientos  noventa  y  ocho;  habiendo  ocurrido  el  miércoles  diez  del  corriente,  en 
las  inmediaciones  de  esta  ciudad  y  de  Hormigueros,  un  combate  entre  las  fuerzas 
americanas  y  las  españolas,  y  posesionadas  las  primeras  de  este  Municipio  (ya  sin 
tropas)  el  día  once,  entre  nueve  y  diez  de  la  mañana,  y  por  consecuencia  de  lo  cual 
quedó  enarbolado  en  el  Consistorio  el  pabellón  de  los  Estados  Unidos  de  América, 
precediéndose  por  el  señor  brigadier  general  de  las  fuerzas  americanas  victoriosas, 
Teodoro  Schwan,  a  designar  el  día  doce  (previa  reunión  de  vecinos  celebrada  el  día 
anterior)  a  D.  Santiago  R.  Palmer  para  desempeñar  el  cargo  de  alcalde,  cargo  que  de- 
clinó espontáneamente  D.  Eliseo  Font  y  Guillot,  concurrieron  a  la  Casa  Consistorial, 
a  las  ocho  de  la  noche,  los  diez  señores  expresados  al  margen:  Presidente,  el  alcal- 
de D.  Santiago  Palmer;  tenientes  de  alcalde:  l."",  D.  Diego  García  Saint-Laurent; 
2/\  Jenaro  Cartagena;  4.'',  Pedro  P2.  Ramírez;  5.°,  Federico  Gatell;  concejales:  don 
Lorenzo  Martínez,  Leandro  R.  Gauthier,  Juan  Torruellas,  D.  Carlos  Monagas  Pesante, 
doctor  Eliseo  P^ont  y  (juillot,  que  con  D.  Martín  Travieso  y  D.  P^derico  Basora 
constituirán  en  adelante  el  Ayuntamiento  de  Mayagüez,  de  conformidad  con  el 
Decreto  dictado  sobre  el  asunto,  el  día  trece,  por  el  señor  alcalde,  delegado  del 
Gobierno  americano. 

Abrió  el  acto  el  señor  Presidente,  exponiendo  que  iba  a  celebrarse  sesión  extra- 
ordinaria para  tratar  sobre  los  particulares  expresados  en  la  convocatoria,  y  así  se 
hizo  en  la  forma  que  sigue: 

I."  I'^ué  dada  lectura  al  ya  aludido  Decreto,  dictado  el  día  trece  del  actual  por 
el  señor  alcalde-presidente,  delegado  del  (lobierno  americano,  D.  Santiago  R.  Palmer, 
declarando  que  debiendo  ser  reconstituido  el  Ayuntamiento,  con  el  fin  de  que  en  lo 
municipal,  como  en  los  otros  órdenes,  continúen  siguiendo  las  leyes  y  prácticas  esta- 
blecidas, hasta  donde  sea  posible,  mientras  otra  cosa  no  se  disponga,  y  resultando 
que  de  los  23  concejales,  que  según  la  Ley  y  el  Censo  de  población  que  rigen 
debieran  formar  el  Concejo,  venían  funcionando  solamente  diez  y  seis,  y  de  ellos 
son  incompatibles  con  el  (jobierno  americano,  por  su  pública  incondicionalidad 
para  servir  a  España,  D.  Juan  Rocafort  Ramos,  D.  Salvador  Suau,  D.  Tomás  Oramas, 
I).  José  Antonio  Fernández  y  D.  Rafael  Planes,  procede  confirmar  y  confirma,  a  los 
once  señores  restantes,  en  sus  cargos  de  concejales,  para  que  funcione  el  Ayunta- 
miento bajo  su  presidencia,  conservando  la  autoridad  los  que  ya  la  tienen.  La  Cor- 
poración quedó  enterada. 

2.°  Invitado  el  Ayuntamiento  a  designar  el  día  que  ha  de  dejar  establecido  para 
celebrar,  en  adelante,  cada  semana,  su  sesión  ordinaria,  acordó,  por  unanimidad,  que 
sea  el  lunes,  a  las  ocho  de  la  noche,  como  hasta  aquí,  y  que  se  haga  convocatoria 
para  dos  días  después,  como  previene  la  ley  Municipal,  si  llegare  el  caso,  que  no  es 
de  esperarse,  de  que  no  concurran  siete  miembros  el  día  señalado. 

3.°  Por  ser  indispensable  sustituir  con  dos  actuales  miembros  del  Concejo  los 
cargos  de  tercer  Teniente  de  Alcalde  y  de  Síndico,  que  han  desempeñado,  respecti- 
vamente, D.  Juan  Rocafort  y  D.  I^afael  Planes,  manifestó  el  señor  Presidente  que 
debía  procederse  a  una  votación  por  medio  de  papeletas.  Obtuvieron,  para  el  último 
de  dichos  cargos,  un  voto:  D.  Federico  Basora,  D.  Juan  Torrellas,  D.  Rafael  Gauthier 
y  D.  Lorenzo  Martínez;  y  seis,  D.  Eliseo  Font  y  Guillot;  y,  para  Teniente  de  Alcalde, 
tres  los  Sres.  Monagas  y  Gauthier  y  cuatro  el  Sr,  Font;  y  resultando  la  mayoría, 


CRÓNICAS  681 

para  ambos  cargos,  a  favor  de  D.  Elíseo  Font  y  Guillot,  optó  éste  por  ser  Síndico, 
y  habiendo  empate  entre  los  otros  señores  candidatos  para  la  Tenencia  de  Alcalde, 
se  repitió  la  votación,  y  obtuvieron  entonces:  el  Sr.  Font,  un  voto,  el  Sr.  Gauthier, 
tres,  y  el  Sr.  Monagas,  seis;  quedando,  por  consecuencia,  proclamados,  por  mayoría, 
tercer  Teniente  de  Alcalde,  D.  Carlos  Monagas  Pesante,  y  Síndico,  D.  Eliseo  Font  y 
Guillot. 

4.^  Se  leyó  íntegramente  la  última  acta  de  la  Administración  Municipal  anterior, 
acta  que  corresponde  a  la  sesión  celebrada  el  día  lO  de  este  mes,  y,  de  conformidad 
con  lo  que  determina  la  Ley,  quedó  suscrita  por  los  señores  concurrentes. 

Terminó  la  sesión  extendiéndose  la  presente  acta,  de  que  el  infrascrito  secreta- 
rio certifica. 

(Firmado.)  Santiago  R.  Palmer. — D.  García  vSt.  Laurent. — Federico  Gatell. — Car- 
los Monagas  Pesante. — Juan  Torruellas. — -Jenaro  Cartagena. — Pedro  E.  Ramírez. — 
Manuel  Balsac.» 

Yo,  Antonio  Olivencia,  secretario  municipal  de  Mayagüez,  W  R.,  certifico:  que  la 
que  antecede  es  una  copia  fiel  y  exacta  de  la  sesión  celebrada  por  el  Concejo  muni- 
cipal de  Mayagüez  el  día  17  de  agosto  de  1 898. 

Y  para  remitir  al  Sr.  Ángel  Rivero,  libro  la  presente,  hoy  15  de  marzo  de  192  I, 
bajo  mi  firma  y  sello  oficial. 

A.  Olivencia, 

secretario  de  la  Asamblea  iiiunicipaL 
(Rubricado.) 


Hay  un  sello  que  dice:  «Secretaría  Municipal.-  Mayagüez,  P.  R 


\.» 


SAN  JUAN 

GOBIERNO  MUNICIPAL  \^Y.  SAN  JUAN 

Yo,  Natalio  Bayonet  Díaz,   secretario  municipal  de  la  ciudad  de   San  Juan,  Puerto 
Rico, 

CFRTIFICO:  Que  al  folio  319,  vuelto,  y  concluyendo  en  el  320,  del  libro  de  Ac- 
tas del  Ayuntamiento  de  vSan  Juan,  P.  R.,  correspondiente  al  año  1898,  aparece 
transcrita  la  siguiente  acta: 

«Acta  del  18  de  octubre  de  1898.  Alcalde-presidente,  Sr.  Martínez  Villamil;  te- 
nientes de  alcalde;  2."",  Sr.  Font;  5.",  ^Sr.  Cortines;  regidores,  Sr.  Delgado;  síndicos, 
Sr,  Alonso. 

En  la  ciudad  de  San  Juan  Bautista,  de  Puerto  Rico,  siendo  las  doce  del  día  diez 
y  ocho  de  octubre  de  1 898,  reunidos  en  el  salón  del  excelentísimo  Ayuntamiento  de 
esta  ciudad  y  bajo  la  presidencia  del  señor  alcalde,  los  señores  concejales  que  se  ex- 
presan al  margen,  enterados  de  que  en  el  mismo  acto  e  instante  se  ha  enarbolado 
sobre  la  azotea  de  la  Casa  Consistorial  el  pabellón  de  la  I^epública  norteamericana,  evi- 
denciándose con  esto  que  ha  terminado  la  soberanía  de  P^spaña  en  la  capital  de  esta 
Isla,  y  en  su  consecuencia,  que  ha  terminado  su  misión  de  concejales,  en  su  calidad 
de  subditos  españoles,  acordaron  unánimemente  retirarse  del  salón  de  sesiones  y  a 
la  vez  declinar  sus  respectivos  cargos  en  el  concepto  de  administradores  de  los  inte- 
reses procomunales,  rogando  al  señor  presidente  que,  puesto  que  asume  el  carácter 
de  autoridad  local  y  en  este  respecto  habrá  de  esperar  su  relevo,  se  entendiese  que 
delegaban  en  él  las  facultades  para  la  entrega  definitiva  de  la  administración. 

El  señor  alcalde  expuso  que,  como  en  efecto,  debía  esperar  su  relevo  en  el  doble 


682 


A  .     R  I  V  É  R  O 


carácter  de  presidente  de  la  excelentísima  corporación  y  autoridad  local,  cuyos  car- 
gos acababa  de  dimitir  ante  la  nueva  autoridad  superior  de  esta  Isla,  aceptaba  lo  pro- 
puesto por  sus  dignos  compañeros,  entendiéndose  igualmente  que,  como  concejal  y 
terminando  la  soberanía  de  España  en  esta  capital,  cesaba  en  las  funciones  administra- 
tivas, del  mismo  modo  que  sus  compañeros,  y  sólo  en  el  concepto  de  autoridad  local 
cumplía  con  el  cometido  que  se  le  confiaba.» 

Con  lo  que  terminó  el  acto,  extendiéndose  la  presente,  que  firman  los  señores 
del  margen  conmigo,  el  secretario,  que  certifico. ^ — Enmendado,  alcalde  vale  (firma- 
do), Fermín  Martínez  Villamil. — Jaime  Font.— R.  Alonso. — Enrique  Delgado. — ^Juan 
Cortines. — ^Juan  Miranda  Costa,  secretario. 

Y  a  petición  de  D.  Ángel  Rivero,  expido  la  presente  copia,  que  firmo  y  sello  en 
la  ciudad  de  San  Juan  de  Puerto  Rico,  a  los  siete  días  del  mes  de  junio  del  año  mil 
novecientos  veintiuno. 

(Firma  do .)  Nata  lio  B  a  y  o  n  et  , 


APÉNDICE  NUMERO  33 


El  comandante  de  infantería  D.  Rafael  Martínez  Illescas. — El  héroe  máximo 
de  la  guerra  hispanoamericana. 

El  26  de  enero  de  1915,  un  cartagenero  ilustre,  D.Juan  Moneada  Moreno,  publicó 
en  El  Porvenir ,  diario  de  Cartagena,  un  luminoso  trabajo  excitando  el  celo  de  todos 
para  restituir  a  la  Patria  las  gloriosas  cenizas  del  heroico  comandante  D.  Rafael  Mar- 
tínez Illescas. 

El  resultado  de  esta  gestión  honra  por  igual  al  iniciador  del  proyecto  y  a  todos 
aquellos  que  a  su  realización  contribuyeron;  S.  A.  Real,  el  Serenísimo  Infante  D.  Fer- 
nando María,  consiguió  del  marqués  de  Comillas  el  transporte  gratuito  de  los  restos 
de  Illescas,  er;i  uno  de  los  vapores  de  la  Trasatlántica,  el  Montevideo,  el  mismo  vapor 
que  condujo  al  fenecido  comandante  a  Puerto  Rico,  y  el  mismo  que  repatrió  al  gene- 
ral Ortega  y  a  los  últimos  remanentes  del  Ejército  español  en  dicha  Isla. 

La  Casa  de  España  de  San  Juan  y  la  de  Ponce,  representadas  por  el  ilustre  abo- 
gado D.  Antonio  Sarmiento,  por  D.  Eélix  Saurí,  y  auxiliados  por  el  noble  español 
D.  Luis  Rubert,  costearon  todos  los  gastos  de  la  exhumación,  regalando,  además,  una 
lujosa  caja  de  plomo,  encerrada  en  otra  de  cedro  con  acabados  de  plata. 

El  día  20  de  mayo  de  191 5,  y  a  las  cinco  de  su  tarde,  tuvo  lugar  el  acto  de 
exhumación,  que  fué  rodeado  de  toda  clase  de  seguridades  y  con  asistencia  del  juez 
de  la  Corte,  de  distrito,  I).  Domingo  Sepúlveda;  del  fiscal  D.  Libertad  Torres  Grau; 
de  D.  P>lipe  Salazar,  vicepresidente  del  Ayuntamiento,  en  representación  del  alcalde 
D.  Rafael  Rivera  Esbri;  de  D.Juan  Seix,  primer  jefe  de  bomberos;  de  D.  Ramón  Cor- 
dero Matos,  secretario  del  alcalde;  y  asistiendo  también  el  presidente  del  Centro 
Español  D.  Félix  Saurí,  D.  Damián  Morrell,  D.  Pedro  J.  Bonnin,  D.  Antonio  Ar- 
bona,  D.  José  González,  D.  Bartolomé  Arbona,  D.  Manuel  Meiriño  y  D.  Martín 
Aparicio,  todos  los  cuales  firmaron  el  acta  correspondiente. 

Los  restos  llegaron  a  Cádiz,  y  allí  fueron  transbordados  al  vapor  Claudio  López, 
que  siguió  viaje  al  puerto  de  Cartagena,  donde  fondeó  en  la  mañana  del  22  de  junio, 
llevando  su  bandera  y  grimpolas  a  media  asta.  Fueron  a  bordo,  además  de  las 
autoridades,  un  hermano  del  finado,  D.  Francisco,  guardaalmacén  mayor  de  la 
Armada,  y  otros  miembros  de  la  fan:ilia. 

Venía  la  caja  mortuoria  en  un  camarote  de  primera  clase,  envuelta  en  la  bandera 
española,  y  toda  ella  cubierta  de  coronas  ofrecidas  en  Puerto  Rico,  dándole  guardia 
de  honor  los  marineros  de  la  Trasatlántica,  en  traje  de  gala,  y  custodiándola  D.  Fran- 
cisco Martínez  Illescas,  hermano  del  difunto  y  abogado  de  renombre. 

íil  féretro  fué  conducido  en  solemne  procesión  hasta  el  palacio  municipal,  en  cuyo 
salón  de  actos  fué  colocado  en  capilla  ardiente,  en  una  cama  imperial,  cubierta  con 
la  bandera  nacional  y  con  el  manto  de  la  Cofradía  de  N.  P.  Jesús.  Al  pie  del  túmulo 
se  colocaron  hasta  18  coronas  con  sentidas  dedicatorias,  todas  ofrecidas  en  Puerto 
Rico,  por  la  familia  ]3allester-Moret,  Unión  de  Puerto  Rico,  Ayuntamiento  de  Ponce, 
Miguel  Roselló  y  señora.  Encarnación  Díaz  de  Casas  Novas,  Mario  Armstrong  de 


684  A  .     R  I  V  E  R  O 

Bonnin,  Miguel  de  Porrata  Doria  y  lamilia,  familia  Puventud,  Emilio  A.  Suau,  Rafael 
Rivera  Esbri,  Pedro  Fuliana,  José  González  Ossorio,  Mariano  Plebilla  y  algunas  más. 

Dieron  guardia  de  honor  los  soldados  del  Regimiento  de  España  y  camilleros  de 
la  Cruz  Roja,  y  miliares  de  personas  desfilaron  ante  los  gloriosos  restos  del  ilustre 
muerto. 

A  la  caída  de  la  tarde  del  siguiente  día  tuvo  lugar  el  solemne  entierro  de  los 
restos,  acto  que  fué  una  nueva  manifestación  de  duelo,  y  al  cual  no  faltó  nadie  en 
Cartagena.  jNoble  pueblo!:  Pueblo  generoso  que  así  honra  a  su  hijo  heroico,  muerto 
por  la  Patria,  es  pueblo  merecedor  de  los  más  altos  destinos.  Y  por  esto,  y  desde 
estas  páginas,  yo  envío  a  los  habitantes  todos  de  la  nobilísima  ciudad  de  Cartagena 
el  testimonio  de  mi  respeto  y  mis  alabanzas  por  aquellos  actos  hermosos  realizados 
en  honor  del  que  en  vida  fué  mi  compañero  y  excelente  amigo  el  comandante  don 
Rafael  Martínez  lilescas,  héroe  no  superado  por  otro  alguno  en  aquella  desgraciada 
campaña  del  año  1 898. 

Y  si  algún  día  mi  buena  suerte  me  permitiera  llegar  hasta  Cartagena,  iría  yo  a  su 
cementerio  a  doblar  mis  rodillas  junto  a  la  tumba  de  lilescas,  y  a  colocar  sobre  ella 
las  siemprevivas  y  las  azucenas  de  mi  cariño  de  compañero  y  como  tributo  de  justi- 
cia a  su  valor,  a  su  heroicidad  rayana  en  delirio,  que  le  obligó  a  buscar  la  muerte  de 
manera  que  causó  profunda  admiración  a  sus  mismos  enemigos,  y  para  que  no  se 
dijese  que  un  jefe  de  tropas  españolas,  200  hombres  o  poco  más,  casi  copados  por 
toda  una  brigada,  se  habían  rendido  sin  combatir,  retirándose  por  un  camino  de  he- 
rradura que  a  espaldas  suyas  había. 

No  figura  el  nombre  de  lilescas  entre  los  que  decoran  el  grandioso  monumento 
que  se  levanta  en  el  Parque  del  Oeste,  en  Madrid,  y  como  tributo  a  los  héroes  de 
aquella  guerra;  mas  no  importa:  algún  día  será  reparada  esta  omisión,  y  un  nuevo 
nombre  en  letras  de  oro  mostrará  a  las  generaciones  venideras  cómo  el  soldado  es- 
pañol, en  todas  partes,  encuentra  muerte  gloriosa  por  defender  el  honor  de  su 
bandera. 

COMENTARIOS  SOBRE  UN  ACTO 

(Tomado    de   EL  Día,   diario   de  Ponce, 
Puerto  Rico,  de  25  de  mayo  de  1915) 

La  fiesta  patriótica  celebrada  con  motivo  del  traslado  de  los  restos  del  militar 
español  Rafael  Martínez  lilescas,  desde  Puerto  Rico  a  España,  se  presta  a  muy  opor- 
tunos comentarios. 

P"ué  un  acto  espléndido,  en  el  que  palpitó  el  patriotismo  como  agente  moral  de 
los  elementos  españoles,  y  la  justicia  como  factor  moral  de  los  elementos  portorri- 
queños. 

Al  acto  concurrieron  muchos  americanos  que  no  escatiman  su  ferviente  admira- 
ción por  los  hombres  que  saben  defender  su  honor  y  su  patria. 

La  ciudad  de  Ponce  ha  estado  a  la  altura  de  su  deber.  El  municipio  de  la  ciudad; 
las  corporaciones  sociales,  políticas  y  financieras;  extranjeros  y  nativos;  el  pueblo 
con  todas  sus  representaciones,  han  contribuido  al  esplendor  de  esta  fiesta,  que  hace 
honor  a  los  patrocinadores  y  a  los  que  la  han  secundado  con  su  personal  entu- 
siasmo. 

La  figura  del  hombre  que  cayó  mártir  en  Coamo,  frente  a  frente  del  enemigo  en 
lucha,  cumpliendo  con  su  deber  militar  y  su  conciencia,  surgió  del  momento  histórico 
con  su  propia  luz  y  su  propio  contorno  caballeresco  y  gallardo. 

Más  de  cien  automóviles  llenaban  la  carretera  y  un  pueblo  en  masa  seguía  los 
fúnebres  restos  con  sagrado  recogimiento.  La  multitud  guardó  un  respeto  profundo 
ante  la  ceremonia,  como  si  se  verificaran  los  funerales  del  héroe  en  aquel  mismo  día. 


CRÓNICAS  685 

La  ciudad  comercial  no  se  sentía  y  sólo  palpitaba  la  muchedumbre  con  un  solo  cora- 
zón, lleno  de  esa  infinita  gravedad  que  inspiran  los  grandes  pensamientos. 

Ponce  ha  cumplido  una  vez  más  con  su  deber. 

No  se  trataba  de  honores  efímeros,  que  son  como  flores  de  un  día,  cuyo  perfume 
dura  lo  que  el  día  dura,  sino  de  honores  postumos,  de  carácter  histórico  y  glorioso. 
El  heroísmo,  la  belleza  y  el  talento  forman  el  alma  compleja  de  la  historia  humana. 
Ella  lo  llena  todo  con  sus  llamaradas  y  con  su  dolor.  Porque  esta  alma  es  la  fuente 
maravillosa  de  la  naturaleza,  y  en  ella  abrevan  el  carácter,  el  arte,  la  ciencia,  con  una 
armonía  admirable  y  para  una  finalidad  suprema  de  progreso  moral  y  material.  En 
el  heroísmo  respetamos  los  principios  natos  del  carácter;  en  la  belleza,  la  diviniza- 
ción del  arte,  y  en  el  talento,  todas  las  manifestaciones  del  pensamiento  que  crea  la 
eterna  ciencia  de  la  vida. 

Es  digno,  pues,  de  aplausos  y  de  alabanza  el  acto  que  se  ha  celebrado,  porque, 
además  de  su  patriotismo,  nos  habla  de  justicia.  ^'Qué  menos  puede  hacerse  en  me- 
moria de  los  que  mueren  como  aquel  honrado  militar,  fuera  de  su  patria,  honrán- 
dola y  defendiéndola.?*  Cada  vez  que  un  hombre  de  esos  cae,  vencedor  o  vencido,  en 
las  cimas  de  la  representación  o  en  la  planicie  del  combate,  cubierto  de  laureles  o 
cubierto  de  sangre,  la  Humanidad  está  obligada  a  levantar  sus  cenizas  y  su  nombre, 
como  el  sacerdote  alza  en  sus  ceremonias  rituales  la  hostia  que  consagra  el  divino 
misterio  y  las  extrañas  íórmulas  religiosas. 

La  leyenda  de  Cristo  es  la  leyenda  del  deber  humano.  Cuando  se  honra  aquel 
sacrificio;  cuando  se  tributan  a  aquel  visionario  de  la  fraternidad  y  la  libertad  los 
honores  de  un  dios;  cuando  su  efigie  se  venera  en  templos  y  hogares,  es  porque  su 
personalidad  sugestiva  atrae  todos  los  respetos  y  todas  las  admiraciones.  Hombre, 
tuvo  el  heroísmo,  la  belleza  física  y  moral,  y  el  pensamiento  creador.  Su  heroísmo 
tenía  la  majestad  ancestral  del  tipo  elegido  de  la  especie  que  domina  desde  los  días 
brumosos  de  su  concepción,  y  sigue  fecundando  en  distintas  formas  la  enorme  y  sen- 
sible matriz  de  la  vida.  Y  como  él,  y  siguiendo  sus  huellas  y  aceptando  su  ejemplo 
de  abnegación,  pasan  por  esa  vida,  con  sus  nobles  energías  y  sus  eminentes  virtudes, 
los  que  luchan  en  la  tierra  por  sus  hermanos  y  siembran  a  su  paso  las  semillas  de  su 
amor  y  su  justicia.  Cristo  de  su  deber,  de  su  eterno  deber,  el  hombre  bueno  y  fuerte, 
sabio  o  guerrero,  artista  o  industrial,  marcha  a  su  destino  sirviendo  a  sus  semejantes 
y  cumple  su  misión  como  puede,  sin  pensar  dónde  ha  de  caer  para  morir  o  dónde 
ha  de  morir  para  inmortalizarse.  Y  lo  mismo  en  el  seno  ignorado  de  la  selva  explo- 
rada en  beneficio  de  la  ciencia,  que  en  el  campo  fragoroso  de  la  lucha  por  su  dere- 
cho, las  cenizas  del  sabio,  del  héroe,  del  artista,  del  filántropo,  son  como  el  polvo  de 

oro  que  revela  un  sacrificio  glorioso  que  la  Humanidad  no  puede  ni  debe  olvidar 

¡Infame  Líumanidad,  si  ella  violara  su  propia  grandeza  con  el  ingrato  olvido  o  con  el 
desdén  inmisericordioso ! 

Debemos  estar  satisfechos,  en  este  día,  de  poder  agregar  a  la  historia  de  Ponce  la 
fecha  21  de  mayo  de  1915,  efemérides  importante  para  España  y  Puerto  Rico,  que 
después  de  diez  y  siete  años  de  silencio  se  dan  un  abrazo  de  amor  sobre  las  yertas 
cenizas  del  patriota  y  del  valiente. 

Félix  Matos  Bernier. 


686 


A  .    RiVeRÓ 


CARTA  DEL  CORONEL  DEL  REGIMEENTO  DE  PENNSYLVANIA,  NÚM.  i6,  MR.  W.  H.  HULLNGS 

Señor  Editor  de  El  Dia^  Ponce,  P.  R. 
Señor: 

Cierto  amigo  me  ha  enviado  un  ejemplar  de  su  estimable  periódico,  en  que  apa- 
rece una  l>ermosa  necrología  de  D.  Rafael  Martínez  lUescas,  escrita  por  el  señor 
Matos  Bernier. 

Después  de  una  marcha  de  toda  una  noche  por  sendas  escabrosas,  cubiertas  de 
malezas,  los  dos  batallones  del  regimiento  núm.  l6,  Voluntarios  de  Pennsylvania,que 
se  componía  de  650  hombres  entre  oficiales  y  tropa,  encontraron  sobre  la  carretera 
central,  como  a  una  milla  al  Nordeste  de  Goamo,  la  retaguardia  de  las  fuerzas  espa- 
ñolas, compuesta  de  unos  300  hombres  de  infantería  y  40  de  caballería. 

Después  de  un  combate  que  duró  cerca  de  una  hora  (la  caballería  se  había  reti- 
rado al  comienzo  del  combate),  los  españoles  se  rindieron  con  pérdida  de  seis  a  ocho 
hombres,  entre  muertos  y  heridos,  y  212  prisioneros. 

Yo  había  observado  que,  durante  la  acción,  un  oficial  español  no  había  cesado  de 
recorrer  a  caballo  y  a  paso  lento  toda  la  línea  de  combate,  bajo  el  nutridísimo  fuego 
de  mi  fuerza,  viendo  caer  hombres  muertos  y  heridos  a  sus  inmediaciones.  A  pesar 
de  todo,  el  gallardo  e  intrépido  oficial  continuó  pasando  tranquilo  y  sereno  entre  sus 
hombres,  a  través  de  aquel  huracán  devorador,  hasta  que  una  bala  le  derribó. 

Quise  conocer  el  nombre  de  aquel  héroe,  para  de  su  bizarría  dar  testimonio  des- 
pués a  sus  compañeros;  el  caballero,  singularmente  hermoso,  tendido  allí,  victorioso 
aún  en  la  derrota,  jera  el  jefe  de  las  fuerzas  españolas! 

Sinceramente  vuestro, 

Willis   J.    FIULINGS. 

New  York,  junio  26,    1915. 


APÉNDICE  NUMERO  34 


Suscripción  nacional  con  destino  a  los  gastos  de  la  guerra. — Comisión 

de  Puerto   Rico. 

RESUMEN  PUBLICADO  EN  LA  «GACETA»  DEL  29  DE  SEPTIEMBRE  DE  1898 

Terminacióti.  y  siLiiación  de  fondos  hoy  2Q  de  scpiiembre  de   iSqS. 

D.  Enrique  Acosta,  por  suscripción   del  Ayuntamiento  de 

Ríopiedras 300,00 

Gobierno  General,  por  el  Ayuntamiento  de  Maunabo  ....  200,00 

Gobierno  General,  por  el  Ayuntamiento  de  Quebradillas.  .  30,00 

Gobierno  General,  por  el  Ayuntamiento  de  Yabucoa 4900 

D.  Antero  Tarazona,  por  el  Ayuntamiento  de  Toabaja.  .  .  .  72,66 


JUNTA  DE  OBRAS  DEL  PUER  lO 
DIRECCIÓN    FACULTATIVA 

Ingeniero-Director,  Jefe  de  Administración  de  segunda.  .  .  50  00 

Ayudante,  Oficial  segundo 20,00 

Sobrestante,  Oficial  quinto 8,00 

Guardaalmacén,    Oficial  quinto 8,00 

Pagador,  Oficial  quinto , 8,00 

Escribiente  primero 5,00 

Escribiente  segundo 2,00 

SECRETARÍA 

Secretario-Contador 12,00 

Tesorero 8,00 

Oficial  auxiliar 7,00 

Portero .  2,00 


6c,i.ó6 


101,00 


29,00 


Total 281,66 

Suma  de  la  Gacela  anterior 192.413,26 


Stítna  iolal 193.194,92 


Que  ingresó  en  la  siguiente  forma: 

Entregado  por  la  Cámara  de  Comercio  de  San  Juan 103.710,15 

Entregado  por  Corporaciones  y  suscripción  general 89.484,77 


Igual ly^  194,92 


688  A  .    R  I  V  E  R  O 


La  Junta  Central  da  por  terminada  su  misión,  quedando  los  fondos  recaudados 
por  la  misma  en  la  situación  siguiente: 

Gastado  en  impresos,  libros  de  contabilidad  y  sueldos  al  auxiliar,  según  los 

«cheks»  números  8,  9,  12,  19  y  3'- 3^303 

Depositado  en  la  caja  del  Batallón  de  Artillería  de  Plaza,  según  el   «chekí> 

número  16 50.000,00 

Invertido  en  gastos  de  guerra,  según  comprobantes  y  «cheks»  inclusives  hasta 

el  número  34 131,324,43 

Queda  hoy  en  el  Banco  Español,  según  balance  de  libreta 11.506,96 


Suma  igical %  193.194,^ 


2 


Resultando  todo  conforme  con  los  libros  Diario,  Caja  y  libreta  del  Banco  Español 
balanceada  hoy,  y  con  los  talonarios  y  comprobantes  de  ingreso  y  egreso  que  que- 
dan depositados  en  este  Gobierno  militar  a  disposición  de  S.  E.  el  gobernador 
general. 

Conocedora  esta  junta  de  las  difíciles  circunstancias  en  que  se  llevó  a  efecto  la 
suscripción  nacional,  no  puede  menos  que  consignar  su  profundo  agradecimiento  a 
las  Corporaciones  y  personas  que  con  tanta  lealtad  acudieron  al  socorro  de  la  Madre 
Patria,  en  la  dolorosa  situación  que  atraviesa. 

Puerto  Rico,  29  de  septiembre  de  1898. — El  General-Presidente,  Ricardo  Orte- 
ga.— El  Interventor,  Cándido  García. — El  Vocal,  Francisco  Pérez. — El  Vocal,  Fer- 
mín Martínez  y  Villamil. — El  Secretario,  Mames  Redondo  Franco. 

De  los  193.194,92  pesos  recaudados,  S'^lo  se  emplearon  en  atenciones  de  guerra 
11.506,96;  363,53  correspondió  a  impresos  y  gastos  necesarios,  y  el  resto,  181.324,43 
pesos,  fué  remesado  a  España. 


APÉNDICE  NUMERO  35 


Relación  de  todas  las  poblaciones  de  la  isla  de  Puerto  Rico  en  1898,  con 
expresión  de  la  fecha  en  que  tomaron  posesión  de  cada  una  de  ellas  las 
fuerzas  militares  de  los  Estados  Unidos. 


(Datos  tomados  de  los  libros  de  actas  de  dichas  poblaciones;  copias  certificadas 
de  dichas  actas  figuran  en  el  archivo  particular  del  autor  de  este  libro.) 


NOMBRE 


Bayamón , 

Corozal 

Dorado 

Loiza , 

Naranjito 

Río  Piedras 

Río  Grande 

Carolina 

Toa  Alta 

Toa  Baja , 

Trujillo  Alto 

Vega  Baja 

Vega  Alia , 

Arecibo 

Camuy 

Cíales 

Hatillo 

Barceloneta 

Manatí 

Morovis 

Ouebradillas 

Utuado 

Aguadilla 

Aguada . 

Isabela 

Lares 

Moca , 

San  Sebastián , 

Rincón  

Mayagüez 

Añasco 

Cabo  Rojo 

Sabana  Grande  .... 

San  Germán 

Las  Marías , 

Hormigueros 


F  echa 

de  la 

toma  de  posesión 

en  1898. 


Octubre  15. 
Octubre  4. 
Octubre  1 1 . 
Octubre  10. 
Octubre  4. 
Octubre  12. 
Octubre  21. 
Octubre  6. 
Octubre  27. 
Octubre  1 1 . 
Octubre  16. 
Octubre  15. 
Octubre  12. 
Agosto  II. 
Septiembre  29. 
Septiembre  2 
Septiembre  29. 
Octubre  12. 
Octubre  12. 
Octubre  5. 
Septiembre  30. 
Agosto  3. 
Septiembre  19. 
Agosto  18. 
Septiembre  27. 
Septiembre  21. 
Agosto  1 1. 
Septiembre  19, 
Agosto  II. 
Agosto  1 1 . 
Octubre  18. 
Agosto  13. 
Julio  30. 
Agosto  10. 
Agosto  13. 
Agosto  I  ó. 


N  O  M  B  R  E 


I  Maricao 

'  Lajas 

I  Ponce  

I  Adjuntas 

!  Aibonito 

I  Barranquitas 

I  Barros 

Coamo 

Guayanilla 

Juana  Díaz 

Peñuelas 

Santa  Isabel 

Yauco  

Guayama 

Arroyo 

x\guas  Buenas 

Caguas   .   . , 

Cayey , 

Cidra , 

Gurabo , 

Juncos 

Hato  Grande  (San  Lorenzo)  .  , 

Salinas , 

Sabana  del  Palmar  (Comercio). 

Humacao 

Ceiba , 

Fajardo , 

Luquillo , 

Maunabo 

Naguabo  

Patillas 

Piedras  

Yabucoa   

Isla  de  Vieques 

San  Juan 


Fecha 

de  la 

toma  de  posesión 

en  1898. 


Agosto  17. 
Agosto  13. 
Julio  28. 
Agosto  9. 
Septiembre  24 
Septiembre  74 
Septiembre  13 
Agosto  9. 
Agosto  I  |, 
Julio  28. 
Agosto  5. 
Agosto  10. 
Julio  29. 
Agosto  12. 
Agosto  I. 
Octubre  1 1. 
Octubre  5. 
Septiembre 
Septiembre  25 
Octubre  13. 
Septiembre  30, 
Octubre  5. 
Septiembre  30, 
Septiembre  29, 
Septiembre  22, 
Septiembre  30 
Septiembre  30, 
Septiembre  30 
Septiembre  17 
Septiembre  28 
Agosto  3. 
Septiembre  12 
Octubre  i. 
Septiembre  19 
Octubre  18. 


5- 


I N  DI C  E 


PásTS. 

Prólogo  del  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Maura         i 

Dedicatoria •      iii 

Prólogo  del  autor v 

Capítulo  primero. — Donde  el  autor  relata  su 
intervención  en  la  guerra  hispanoamericana 

y  explica  su  vuelta  a  la  vida  civil i 

Cap.  II. — Origen  de  la  guerra 9 

Cap.  IlL— Cómo  surgió  la  idea  de  traer  la 

guerra  a  Puerto  Rico 17 

Cap.  IV.—  «The  New  York  Herald»  en  Puer- 
to Rico 21 

Cap.  V.— Preparación  de  la  guerra  en  Puerto 

Rico , 37 

Cap.  vi. — Estado   militar   de  Puerto  Rico  al 

declararse  la  guerra 43 

Cap.  VIL— Plaza  de  San  Juan  y  sus  defensas..  53 
Cap.  VIII. —  Comienza  la  guena   en  Puerto 

Rico ; 65 

Cap.  IX,— La  Cruz  Roja  en  Puerto  Rico 109 

Cap.  X. — La  guerra  por  el  mar 117 

Cap.  XI. Viaje  de  la  Escmdra  española  al 

mando  del  almirante  Cervera 125 

Cap.  XII. — El  bloqueo  de  San  Juan 145 

Cap.  XIIL— Continúa  el  bloqueo 157 

Cap.  XtV.— Planes  generales  de  guerra  contra 

Puerto  Rico 175 

Cap.  XV. — Expedición  del  general  Miles. .  .  .  181 
Cap.  XVI. — Expedición  del  general  Wilson.  .  223 
Cap.  XVII— La  marcha  hacia  la  cordillera. .  .  235 
Cap.  XVIII. — Sigue    el    avance   del    general 

Wilson 251 

Cap.  XIX. — Expedición    del   Mayor   general 

Brooke 269 

Cap.  XX. — Operaciones  de  la  brigada  Schwan.  29S 
Cap.  XXI.  -  Operaciones  del  general  Henry.     349 

Cap.  XXII. — Sucesos  de  Fajardo 353 

Cap.  XXIII. — Fin  de  la  guerra 379 

Cap.  XXIV. — Después  del  arnjisticio. — La  co- 
misión conjunta. — Entrega  progresiva  de  la 
Isla. — Repatriación  de  las  tropas  españolas.     387 
Cap.  XXV. — Últimos  momentos  de  la  sobera- 
nía española  en  Puerto  Rico 399 

Cap.  XXVI. — Adiós  ala  bandera 419 

Cap.  XXVII. — Partidas  de  bandoleros  que  in- 
fectaron la  Isla 421 

Cap.  XXVIII. — Algunos   portorriqueños  que 
auxliaron ,  durante  la  guerra ,  al  ejército 

americano.    . 427 

Cap.  XXIX. — Servicios  especiales ,  .    439 


Págs 

Cap.. XXX. — Reseña  histórica  del  servicio  mi- 
litar xcn  Puerto  Rico. 445 

Cap.  XXXL— El  Insttuto  de  Voluntarios.  .  .    449 

Cap.  XXXII. — Examen  crítico  de  los  diversos 
planes  de  guerra  relativos  a  Puerto  Rico.  .    457 

Cap.  XXXIII. — ^Juicio  crítico  de  la  campaña 
de  Puerto  Rico 465 

Cap.  XXXIV.— Hombres    que    dirigieron    la 

guerra  en  Puerto  Rico 477 

Cap.  XXXV. — Miscelánea 501 


APÉNDICES 

Apéndice  núm.  i ,  .  .  .  .  533 

^      2 575 

»      3 578 

>*   4 580 

»   5 .  582 

»  c^ 590 

»     »   7 592 

»   8 594 

»   9 599 

»     »  10 605 

J>   IT 607 

»   12 608 

'      U-    ■ 614 

»       »   14 629 

»   15.  .  . .  634 

^>   1^^ 635 

^17 636 

»   18 638 

»       »   19.  . 642 

»       »   20 646 

«   21 647 

»       »   22 649 

*>   23 653 

»   24 654 

^>       »  2^ 660 

»       »      26 662 

">   27 663 

»                t   28 665 

»       "   29 667 

»  30 ^ 

»  31 673 

»       »   32 674 

'>  33 683 

-  34 -m 

*             »  35 t t  .  .  .  689 


SE     ACABÓ     DE     IMPRIMIR    ESTE    LIBRO    EN     MADRID 

EN    LA     IMPRENTA    DE     LOS     SUCESORES    DE 

RIVADENEYRA    (s.     A.)    EL    DÍA    Vil 

DE    DICIEMBRE    DE    MCMXXTI 


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THE   UNIVERSITY  OF  MICHIGAN 


DATE  DUE 


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JAN  17  1950 


3  9015  00800  6895 


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