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PRINTED IN SPAIN
Sucesores de Rivadeneyra (S. A.)- Artes Gráficas. —Paseo de San Vicente, 20. — MAüF-flO (líspaña)
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Dec/jco esíe Jlbro de guerra al Cuerpo de o^rlíJIería del Ejer-
cí ío Español, como un J20 menaje de carillo y jusíícia.
EL Jíl/TOIf.
U. S. S. TERROR. 2 nd. Rate.
Ai sea, Lat. igO^s'-W., Long, 67^-54- IV.
May 13 th, 1898.
When the Terror carne out, at 8.45, the batteries pitched shell after
her, quite rapidly out, as far as abouí 6.000 yards.
Cuando el Terror se retiró de la línea de fuego, a las 8,45, las bate-
rías lanzaron, proyectil tras proyectil, detrás de él, rápidamente, hasta
la distancia de 6.000 yardas.
N í C O L L L U D O N
CAt'TAlN) tJ. S. K. CüMMAKDlNC.
Aun cuando el enemigo estaba muy distante, todas las baterías de la
plaza, por orden del general Ortega, dispararon una a una sus piezas, y
pudieron verse los proyectiles levantando columnas de agua; y, al mismo
tiempo, todas las banderas fueron aferradas a los topes y las cornetas
tocaron ¡alto el fuego!
(( ifhnai de ¡a (htcrra lUspanoamerieaua en Puerto Rico,)
PRÓLOGO DEL AUTOR
La guerra de los Estados Unidos con España fué
breve. Sus resultados fueron muy grandes, sorpren-
dentes y de importancia mundial,
ha historia de esta guerra, en su más amplio y
verdadero sentido, no podrá ser escrita hasta quepa^
sen muchos años aporque hasta entonces será imposible
reunir todo el material necesario, ni tampoco obte-
ner la exacta perspectiva y proporción, que sola-
mente la distancia puede dar,
(Henry Cabot Lodge (i), The war with
Spain, 1899.)
(t) Senador el año 1898.
A GUERRA hispanoamericana señala una época memorable para
España, los Estados Unidos y Puerto Rico. Como resultado de ella,
la bandera que Colón y sus compañeros pasearan por el Nuevo
Mundo se ocultó, como se oculta un sol de oro, tras los cela-
jes de Occidente.
La jornada gloriosa que comenzara el 1 9 de noviembre de 1 493, cuando las
naves españolas abordaron las costas vírgenes de esta isla, tuvo su epílogo doloroso
el 18 de octubre de 1898, a mitad de ese día, cuando en los castillos y palacios de
San Juan flotó, con arrogancias de vencedor, el pabellón estrellado de la Unión
Americana.
Para Puerto Rico la campaña que narramos representa un cambio de soberanía,
una nueva ruta a seguir, un nuevo horizonte que explorar, un fardo tremendo de
deberes y responsabilidades.
La guerra con España marca, para los Estados Unidos, el nacimiento de su polí-
tica imperialista: Filipinas, Puerto Rico, pueblos de alta civilización y refinada cul-
— Vi --
tura, a quienes proteger, guiar y entender; otras razas, otras costumbres, otros
conceptos de la vida que estudiar con amor y con interés.
En cuanto al arte militar y al de la guerra, esta campaña es un conjunto de salu-
dables enseñanzas. Americanos y españoles tienen mucho que aprender y mucho
que olvidar desde aquel año memorable.
Los grandes buques de acerados blindajes, recias torres y largos cañones de
retrocarga eran, por entonces, una interrogación. Destroyers y torpederos, los tor-
pedos mismos y las minas, un nuevo problema a resolver.
Desde el 2T de octubre de 1805, en que Nelson pagó con su vida la victoria de
Trafalgar, cañoneando a tiro de pichón las naves de tres puentes de Gravina, muy
poco habían adelantado los marinos de las potencias navales hasta que en la gue-
rra americana, de Norte contra Sur, brilló el primer destello de los modernos blin-
dados y de las piezas de gran calibre. Aquel famoso Monitor, construido por John
Ericsson, y que, en la mañana del 9 de marzo de 1862, en la bahía de Hampton
Roads, batió en brecha con sus macizos proyectiles de once pulgadas al Merri-
mac, orgullo de los sudistas, fué el precursor de los mismos monitores que bombar-
dearon a San Juan el 12 de mayo de 1 898 y de los cañones rayados de 13 pulgadas
con que el acorazado Indiana turbó la paz de estas playas en aquella madru-
gada.
España poseía tres destroyers, ingenios de guerra verdaderamente formidables
que, pésimamente utilizados entonces, pusieron a raya, años después, manejados por
ingleses y americanos, a los submarinos, la más legítima y fundada esperanza del
pueblo alemán.
A partir del bombardeo de Alexandría por los blindados ingleses con sus caño-
nes Armstrong, nada serio se había intentado por mar ni en Europa ni en América.
La brusca acometida del Almirante Sampson, el 12 de mayo, fué el primer ataque
serio a una plaza por buques modernos y con armamentos modernos. Los acoraza-
dos que bombardearon a Santiago de Cuba poco después, y a los Dardanelos más
tarde, indudablemente que utilizaron en su obra de destrucción lecciones aprendi-
das frente a los castillos del Morro y de San Cristóbal.
Acorazados, destroyers, torpederos, minas y torpedos; fusiles de largo alcance
con trayectoria casi rectilínea y con mecanismo de repetición y pólvora sin humo;
así como los cañones, obuses y morteros rayados, de retrocarga y de grandes cali-
bres, fueron máquinas de guerra que debutaron el i 2 de mayo de 1 898.
El arte militar, y Sobre todo el de la guerra, encontraron nuevos problemas
que estudiar y resolver. Las tropas invasoras del Generalísimo Miles, armadas de
Springfields, con pólvora negra, no podían medirse con los soldados españoles que
manejaban Máuser de repetición, a cinco tiros, con pólvora sin humo; fué preciso
cambiar el fusil en plena campaña.
Otro aspecto interesante fué el de que combatieron frente a frente tropas regula-
-^ vir
res, profesionales, españolas, muchas de ellas fogueadas en la guerra de Cuba, contra
voluntarios bisónos de Illinois, Ohio, Pensylvania y Massachussets.
La moderna ambulancia con su cortejo de nurses^ médicos, enfermeros, méto-
dos y material moderno para la cura de heridos; y la misma respetada Cruz Roja,
que prestó tan señalados servicios, fueron novedades, ^x\ de siglo, que también
hicieron su debut en aquella guerra.
Esta breve campaña de 1 898, de diecinueve días, es un modelo de guerra culta,
moderna y humanitaria. La invasión de Miles revistió todos los caracteres de un
paseo triunfal, debido a su política de guerra sabia y humanitaria; se respetaron las
costumbres, leyes y religión de los nativos; se mantuvo en toda su fuerza el brazo de
la autoridad civil, a pesar del estado de guerra; no se utilizó el abusivo sistema de
requisas, sino que todo era pagado, incluso el terreno donde levantaban sus tiendas,
a precio de oro. Su proclama, sabiamente urdida y hábilmente circulada, despertó en
todo el país anhelos de libertad y progreso que encendieron los cprazones de los más
tímidos campesinos. Lugo Viña, Carbonell, Mateo Fajardo, Nadal, Luzunaris y otros
pocos, penetraban a un tiempo mismo en los pueblos y en el corazón de sus habi-
tantes como precursores de un ejército que batía marcha de honor ante las damas,
besaba y repartía candies a los niños. Soldados que se batían y hacían jornadas de
treinta millas bajo un sol de fuego del mes de julio, y luego, en Hormigueros, de
rodillas ante el padre Antonio, rezaban a la misma Virgen de la Monserrate, tan
venerada por todo el Oeste de la Isla.
Esta política de la guerra; esta cultura militar; et hovibre detrás del cañón — tJie
vían hehind the gun — y los numerosos sacos de oro acuñado que trajeran Miles,
Brooke y Wilson, allanaron su camino, limpiándolo de obstáculos.
El capitán Vernou, poniendo flores en Yauco sobre la tumba de un soldado
español muerto en el combate de Guánica, recordaba hazañas quijotescas de la an-
dante caballería, muy del gusto de los portorriqueños, descendientes de aquellos
caballeros andantes conquistadores de Indias. Los hechos enumerados fueron facto-
res que contribuyeron a inclinar la balanza del lado de Washington.
Es recia y difícil la obra que aspiro a realizar; he puesto en ella todo mi buen
deseo, y, además, cuanto pude aprender en las escuelas militares de San Juan, de
loledo y de Segovia, durante mis ocho años de estudios profesionales.
Desde que me hice cargo de las baterías y fuerte de San Cristóbal, abrí un diario
de guerra, génesis de este libro, donde hora por hora y día por día anoté cuanto me
pareció de interés para los futuros lectores. Más tarde, el general Ortega me propor-
cionó documentos de gran valor, por su autenticidad indiscutible y asuntos en ellos
consignados.
En Washington, en las Secretarías de (kierra y Marina, mi modesta labor encon-
tró amigos benévolos; el mismo actual secretario de la Guerra acaba de dispensarme
favores que agradezco vivamente.
— \'rrT
Un artista de valer, que fué antes soldado de valor distinguido, Rafael Colorado,
abandonó todo por venir a mi auxilio; durante muchos días seguimos paso a paso las
huellas, aun imborradas, de los soldados españoles y americanos. Subimos al Guama-
ní y al Asomante; bajamos al Guasio y al Puente de Silva, y, en todos estos sitios
memorables, campos, ríos, montañas y pueblos fueron capturados por el lente para
llevarlos a mi libro. Sin la ayuda de Colorado, esta Crónica de la guerra hispano-
americana sería un libro áspero, opaco; él lo tornó lúcido, transparente, casi vivo.
Gracias debo a este gentil artista que aun palpa sobre su epidermis de amateur y
sportsman las cicatrices que labraron, en 1 898, los arreos militares.
Mario Brau, el mago del pincel y del lápiz, también puso su mano con inteligen-
cia y con cariño en esta Crónica. Tales favores ni se pagan ni se olvidan.
El pueblo, en general, colaboró conscientemente a mi obra con sus informes, con
documentos y con juiciosas advertencias. Yo afirmo haber escrito sólo lo que vi o
escuché^ y también lo que me consta por documentos auténticos o declaraciones pro-
badas de testigos presenciales, de honorabilidad intachable. Este libro no es una
Historia; sus detalles y el hecho de haber tomado parte su autor en los sucesos que
narra, lo convierten en Crónica.
Veintitrés años de reposo han templado y casi destruido mis juveniles arrestos.
No siento resquemores ni aspiro a levantar ronchas; relato hechos cuyos actores,
muchos de ellos, aun viven en Puerto Rico o fuera de la isla. Si alguien, al recorrer
estas páginas, se siente mortificado, no me culpe; medite acerca de sus actuaciones
en el año 1 898, y, entonces, juzgando su conducta y mi labor de cronista, llegará a la
conclusión de que la verdad es lo que es^ y nada más. Ruin acción es la de mentir, y
mentir sería desvirtuar hechos para satisfacer conveniencias o amistades perso-
nales.
Detrás de cada hecho, detrás de cada afirmación, queda en mi archivo una carta,
una declaración jurada, un report oficial; y, a veces, un simple papelito firmado con
lápiz, pero con letra tan clara y legible, que su autor puede ser fácilmente identifi-
cado. Muchas cosas intimas que tengo anotadas no salen a luz; este es un libro de
guerra, de re militare^ y no un padrón de escándalo ni una gacetilla para solaz de
curiosos o desocupados.
Dios pagará el buen deseo dé todos aquellos que, después de leer este Prólogo,
avancen con ánimo sereno por los capítulos de un libro donde se narran actos
heroicos, otros de caballerosas gallardías y no pocas flaquezas de hombres que en
aquellos tiempos colocaron su honor por debajo de sus conveniencias.
Villa Manuela, marzo-abril de 1921.
Anget. Rivero Méndez.
S^ M^ lii Reina Regente v el Pniicip,; Don Alfonso ,i! cstall
CAPITULO PRIMERO
DONDE EL AUTOR RELATA SU INTERVENCIÓN EN LA GUERRA HISPA-
NOAMERICANA Y EXPLICA SU VUELTA A LA VIDA CIVIL
L día I."" de marzo de 1898, el capitán general de Puerto Rico,
don Manuel Macías, me indultó del arresto que estaba sufriendo
en el castillo del Morro de orden del general Ortega, goberna-
dor de la plaza — mi buen amigo más tarde — , por intervenir en
asuntos políticos, a pesar de encontrarme en situación de su-
pernumerario sin sueldo desde dos años antes, desempeñando
una cátedra en el Instituto Civil de Segunda {enseñanza.
Como era reglamentario, tuve que presentarme a su excelen-
cia, quien me trató con afabilidad, asegurándome que aquel
arresto no sería anotado en mi hoja de servicios, lo que comu-
nicó más tarde, de oficio, al jefe de artillería, y añadió:
— Llsted me ha cursado instancia solicitando anticipo a la licencia absoluta que
tiene pedida a Su Majestad; quiero decirle, en reserva, que desde el desgraciado
accidente del Maine la guerra con los Estados Unidos es inevitable; ^-quiere usted
seguir en el Ejército hasta que la guerra termine?
— Un oficial no abandona el uniforme cuando hay probabilidades de guerra;
disponga usted de mí — le contesté.
Hizo venir al coronel Camó, su jefe de Estado Mayor, y le ordenó mi vuelta al
servicio activo, destinado a mandar la tercera compañía del dozavo batallón de arti-
llería, lo que aparejaba, además, el gobierno del castillo de San Cristóbal y la jefatura
de todas sus baterías interiores y exteriores.
— Si la guerra viene, que sí vendrá — continuó el general — , a usted, que es por-
1
2 • A . R I V p: R O
torriqueño, le cabrá el honor de contribuir a la defensa de la plaza si el enemigo
desembarca, toda vez que San Cristóbal y sus baterías exteriores son las únicas obras
artilladas que pueden batir con sus fuegos los aproches. Encargúese del castillo y
comience a cargar, seguidamente, todos los proyectiles de sus piezas.
Y de esta manera salí de una bóveda del Morro, donde pasé quince días bajo la
cariñosa vigilancia del capitán José Antonio Iriarte, hoy coronel del cuerpo, para
entrar en el vetusto castillo de San Cristóbal, centinela avanzado de vSan Juan por
mar y tierra. Dentro de aquellos muros y sobre aquellos elevados parapetos perma-
necí siete meses y diez y ocho días: todo el tiempo que duró el estado de guerra,
o sea desde el I."" de marzo hasta las diez y media de la mañana del día 1 8 de octu-
bre, cuando entró en el castillo, al frente de su batería, batiendo marcha los clarines,
el capitán de artillería délos listados Unidos, H. A. Reed (hoy general y casado con
una noble dama portorriqueña), quien formando sus fuerzas junto a las mías y previo
el saludo militar me pidió las llaves del castillo, poniendo en mis manos la orden de
entrega. Cumplimentando esa orden le entregué las llaves (que él conserva en un
cuadro primoroso), las baterías, los repuestos de municiones y todos los juegos de
armas y accesorios. Formadas de nuevo ambas fuerzas y a la voz de ¡Firmes! nos
saludamos con los sables; di la voz de marcha, y al frente de mis doscientos artille-
ros, y al son de sus cornetas que parecían gemir, bajé la^ rampas de San Cristóbal,
donde no he vuelto a entrar.
Al embarcarse las últimas fuerzas españolas, volví a quedar en la situación de
supernumerario sin sueldo, por orden del general Macías, fecha 1 5 de octubre y
en espera de que se me concediese, como tenía solicitado, mi licencia absoluta;
pero fui nombrado por el general Ricardo Ortega, con anuencia del general
Brooke, desde el 16 de aquel mes, para efectuar la entrega, en detalles, de la
plaza, cuarteles, parques y todos los edificios militares. El teniente coronel de artille-
ría Rockwell había recibido del general Brooke comisión idéntica para el recibo, y de
esta manera, y por azar de la suerte, fui, inmerecidamente, el último gobernador de
la plaza española de San Juan de Puerto Rico: cuarenta y ocho horas duró mi mando.
¡Triste honor para un soldado!
El general Ortega con el dozavo batallón de artillería de Plaza y alguna fuerza
más, se acuarteló desde el 16 en el Arsenal, la Marina izó allí su bandera, y aquel
edificio fué declarado tierra española por el general Brooke hasta el día 22 del mis-
mo mes. Pía sido un error afirmar y escribir en periódicos y libros que el general
Ortega asistió a Santa Catalina a las doce del día 1 8 de octubre, y que hizo allí en-
trega de la plaza. No hubo entrega ni hubo banderas arriadas. I3os días antes, al
firmarse las actas por los Comisionados, se consideró el acto como una implícita en-
C R o X I (■ A :
V'v DOX ALI-'dXSO XIII.
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Pcii TASTO, mando a js Aulcridad Soíericr Militar del üííIfic ó t;i'r:.:c ¿ v
";;:\ ";l l;::;a a súmplere y ordene lo ccíiyeni3iitB para oue se o; de pf:!-?:':: c;; r:í'{:
AvS .:•:;; y /umriidaniriilg; y que S9 toma EasóB de' este fis^pecno en j:^ ofijín"? ;"
:?:':• Lihí^ü?. cena: $g í: :*cpmará asiento del citado empleo, en el cua: di^íLLar/t; :!;:
ide i:r la: d:;;p:?;í;era! viseatei. desda el día que ias misma. deie/ruliLrL jíl;:: :
p'::i::ra nfa'ji. Tp&Ta cüe 89 cumpla j ejecute todo lo Klerido, inaado e:\r::.;
ip.;dL, fíFíiiido y .303 e! sella oorrasponflioriLs y^reíreadado po? el :.Iini?lrOjl3 i2 Oul'l
4 A . R 1 V E R O
trega de la plaza, toda vez que ni el general Ortega era hombre capaz de realizar
actos dolorosos a que no estaba obligado, ni los generales americanos, caballeros in-
tachables, pensaron jamás en exigirlo.
El teniente coronel Rockwell y el autor de este libro, a las doce menos cuarto
del día 18 de octubre de 1 898, salimos del Parque de artillería, ambos de uniforme,.
y bajando por la calle de la Cruz nos situamos en la plaza Alfonso XH, frente a la
Intendencia; allí tuvo lugar la ceremonia de izar la bandera de los Estados Uni-
dos, y solamente llevamos nuestras manos a las gorras cuando sonó el himno de
Washington, mientras la tropa, allí formada, hacía los honores reglamentarios.
Por más de sesenta días acompañé al teniente coronel Rockwell y muchas veces-
ai capitán Reed, por castillos, fosos, almacenes y galerías de minas. Una mañana me
dijo el primero:
— Capitán, yo creo que sus servicios serían muy convenientes a mi Gobierno;
^me permitiría usted recomendar a Washington que le mantengan en su empleo.^'
— Coronel — le contesté — , estas bombas que llevo al cuello son aún bombas es-
pañolas. ^"Oué respondería usted si alguien le propusiese cosa igual.f'
— -Perdone, capitán; en mi deseo de serle útil, he cometido una ligereza; pero sí
aceptará que yo le pague su trabajo: ^-cuánto le paga a usted el Gobierno español.^
-Nada; estoy en situación de supernumerario sin sueldo.
— No admito que nadie trabaje sin que le paguen su trabajo; yo me ocuparé
de eso.
— Gracias, coronel; las leyes militares me prohiben aceptar su oferta.
El teniente coronel Rockwell no insistió, y en adelante fuimos amigos cordiales;
era un brillante jefe, conocedor profundo de la ciencia de la artillería y de sus últi-
mos adelantos; un correcto caballero y de ilustración poco común. Sin embargo, lo
encontré algo pueril cuando, frecuentemente, me preguntaba acerca de cisternas con
aguas envenenadas o por minas cargadas y a punto de estallar.
El 17 de octubre, veinticuatro horas antes de cesar la soberanía española en^
Puerto Rico, presenté mi renuncia de catedrático, lo que me fué concedido según,
acredita el siguiente documento:
€ R O NICAS
IffllüTO DE 2* EMSiiZA DE PUERTO-RICO
Don JOSS SZEQOIEL MARTÍNEZ QUINTERO.
_^ Catedrático y
Secretario del instituto de 2* Enseñanza de Puerto-Rico, del que es
Director nnnÁr^TONIO ROSSLL v OÁRBONELL.
Certifico: Que de los antecedeates que obran en el archivo de esta Secretaría a
mi cargo, resulta que don Ángel Rivero Méndez, ingeniero industrial, fué nombrado
catedrático de la asignatura de Química y Física de este Instituto por Real orden
de 24 de enero del año 1896, habiendo tomado posesión de dicha cátedra el día 26
de febrero del mismo año, el cual cargo estuvo desempeñando hasta el 1 5 de abril
de 1898 en que pasó a explicar la asignatura de Matemáticas por permuta hecha con
el catedrático de esta asignatura doctor Gabriel Ferrer, aprobada por decreto del ex-
celentísimo señor gobernador general, de fecha 12 de igual mes y año. Estuvo des-
empeñando la referida cátedra de Matemáticas hasta el 1 7 de octubre último en que
cesó por renuncia elevada al ilustrísimo señor secretario de Des]:)acho de Fomento.
Y para lo que pueda coft venir al interesado, expido la presente, autoiizada en forin<«,
d© orden y con el V9 B9 del Sr. Director y con el sello del Establecimiento, en San Juan
Registrada al númef^rrrTl fiel libro carresporuliente.
El Ofiüial di: la Secretaría,
6 A . R 1 V 1^: R O
A fines de enero de 1899 recibí un cable, firmado por el coronel de ingenieros
José Laguna, mi padrino, que decía así:
«Detenida instancia, regrese primer vapor; tendrá buen destino. — Laguna.»
Aunque agradeciendo la oferta, reiteré por cable mi renuncia; algunos meses más
tarde, D. Rafael Pérez García, encargado interino de los asuntos de España en Puerto-
Rico, me entregó este documento:
Por la secretaría del Ministerio de Estado se dice a esta Delegación con fecha
21 de abril último, lo que sigue: En vista de la instancia que cursó a este Ministeria
el capitán de artillería, en situación de supernumerario sin sueldo en Puerto Rico,.
D. Ángel Rivero Méndez, solicitando licencia absoluta, el Rey (q. D. g.), y en su
nombre la Reina regente del Reino, ha tenido a bien acceder a la petición del inte-
resado. De Real orden comunicada por el Ministerio de Estado, lo traslado a usía
a fin de que lo haga llegar a noticias del capitán Rivero. — Y en cumplimiento de
lo ordenado en la preinserta Real orden, lo comunico a usted para su conocimiento
y como resultado de su instancia.
Después de veinte años de uniforme volví a la vida civil, hice registrar mi título
de ingeniero industrial, y colgando el uniforme, armas, cruces y hasta la americana
para estar más expedito al trabajo, fundé la fábrica Polo Norte, que aun vive vida
robusta merced a sus muchos amigos y clientes.
Cierta mañana, mi excelente amigo Manolo Camuñas (que está vivo y ojalá sea
por muchos años), vino a buscarme de parte de Luis Muñoz Rivera. Juntos subimos
a su despacho, y el jefe del (lobierno Insular habló así:
— Rivero, deseo formar una Policía Insular que sea garantía absoluta de paz y
orden, que esté alejada de la política totalmente y revista cierto carácter militar que
mantenga su disciplina. ^'Ouiere usted organizaría y aceptar el mando?
—Amigo Muñoz — le contesté — , me comprometo a organizar ese Cuerpo y a
entregárselo a usted a punto de llenar su misión; pero siento decirle que no pueda
aceptar el cargo que me ofrece.
Comencé mis trabajos, busqué a Urrutia, a Janer y a Carlos Aguado, antiguos
C R O N ] C A S
oficiales del Ejército español; llamé a Molina, del Ejército cubano, y también a va-
rios jóvenes paisanos. Otro día Muñoz me pasó nuevo aviso.
— No siga su trabajo — me dijo^ — -, tratan de imponerme por jefe de la Policía a
un soldado alemán. Estoy cansado y deseo irme; guarde sus papeles por si algún
día puedo llamarle nuevamente en nombre de mi país.
Mucho tiempo después recibí una carta, que conservo, del general Reed; me ofre-
cía, a nombre del gobernador, el puesto de jefe de la Policía, dándome cuatro horas
para contestarle. Un minuto me bastó para agradecer y declinar la oferta. Más tarde,
el sabio comisionado de educación, I^rumbaugh, me nombró profesor de la «Iligh
School», para las asignaturas de Física y Ouímica; le di las gracias y renuncié.
— -Déme un hombre — me dijo — ; y yo le llevé a Pepe Janer, un ilustre portorri-
queño, salido de cepa de sabios educadores y altísimos caballeros.
Y seguí, como Peary, aunque en modestísima esfera, en la ardua tarea de con-
quistar el Polo Norte. No se achaque a vanagloria si consigno que el voluntario
abandono de mi carrera militar, después de veinte años de servicios, sin una tacha
en mi expediente y cuando lucía en las bocamangas las tres estrellas doradas de
capitán, tuvo por único objeto el poder seguir la suerte de mi país; nacido en los
campos de Trujillo Bajo, érame imposible vivir el resto de mi vida lejos de la vieja
ermita donde decía su misa diaria el bondadoso padre Mariano.
Para la noble hispana, para su Ejército y, sobre todo, para sus artilleros, para los
españoles todos, conservo un gran amor, una eterna gratitud. Afirmo mi origen y
estoy alegre, ¡muy alegre!, de que por mis venas corra sangre de españoles. Juan
Rivero y Rosa Méndez nacieron ambos en Las Palmas de la Gran Canaria.
El año 191 3 estuve en Segovia, visité el Alcázar y la Academia de artillería, y
al ver en su claustro una larga fila de cuadros me acerqué y pude leer: Ángel Ri-
vero Méndez. Era mi nombre como teniente de artillería, entre todos los de mi pro-
moción. Cuando el coronel Acha, en Madrid, al visitar yo el Centro Electroctécnico,
me ofreció un compás de precisión, grabados en él mi nombre y la fecha de aquel
día; y cuando en la fábrica de Granada el comandante (larrido, artillero de fama
mundial, me obsequiaba con dos bastones construidos con un explosivo poderoso;
cuando Acha, Triarte, Arespacochaga, Anca, Sánchez Apellániz, Sánchez de Castilla,
Alonso, Caturla, Castaños, Laguna y muchos militares más que fueron companeros
de armas, apretaron mis manos con el cariño de antiguos camaradas..., experimenté
inolvidables y dulces emociones.
:!í * *
8 A . R 1 V E R O
Veintidós años llevo dentro de la vida civil; viejo estoy, mas cuando veo pasar
por mi lado a esos jóvenes, gallardos, triunfadores en la lucha por la vida, y hoy
pilares de la patria, que se llaman Coll y Cuchí, Soto Gras, Martín Travieso, los tres
hermanos Ferrer, Martínez Alvarez, Carballeira, doctor Matanzo, Guerra, Marxuach,
Carlos Urrutia, Alvaro Padial, Veve, Benítez Flores, Martínez Dávila y muchos más,
siento apuntar|brotes de orgullo, recordando que fui profesor de estos muchachos
en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de San Juan.
'tare Kt^P^'i^ tí-^*-v&-ii^ *.'-"-»*=^rísy^''i'
CAPITULO II
ORIGEN DE LA GUERRA
VOLADURA DEL «MAINE». — DECLARACIÓN DE GUERRA. — EL PRIMER
CAÑONAZO.
L COMENZAR el año 1898 eran muy tirantes las relaciones en-
tre los Gobiernos de Washington y Madrid; la Prensa, tanto la
española como la norteamericana, no cesaba de arrojar leña al
fuego. El Gobierno americano dispuso que el crucero prote-
gido Maine hiciera una visita amistosa al puerto de la Habana.
El Sr. Sagasta correspondió al agasajo enviando al Vizcaya, co-
_^ mandante Enlate, al puerto de Nueva York, donde fondeó el 1 8
de febrero, }^ el 25 salió para la Habana.
Ese mismo día, del mes de enero, fondeaba el Maine en este puerto, y, ama-
rrado a la boya número 4, saludó a la plaza con sus cañones. La batería de salvas de-
volvió, acto seguido, el saludo.
Era el Maine un crucero protegido de segunda clase, con faja blindada, de 6.650
toneladas, y un andar de 1 7 millas y media; montaba cuatro cañones de 10 pulgadas
en dos torres acorazadas; seis, de seis pulgadas; ocho, de una, y muchas piezas más
de tiro rápido. Fué construido, en 1 895, en el Arsenal de Nueva York, y su tripula-
ción se componía de 2^ oficiales y 354 clases y marinería. Mandaba este buque el
capitán C. D. Sigsbee.
El 15 de febrero, a las nueve y cuarenta de la noche, una terrible explosión, se-
guida de otra menos intensa, destruyó completamente toda la proa del crucero, que
A . R I \' !•: R ( )
se hundió de aquella parte, hasta locar fondo, en
(.|ue se oyó en toda la I labana y su puerto, causó
hombres O;' la 1 1-"' ^Mi:h. m'»:; '. : o:- siip^M-\. ivi- -i'í i ;- !
brazas de agua, ba explosión,
muerte ile dos oficiales y 258
j-üM rc:-(i;óíb.'-; p;;r los botes del
Alfaiisú XÍII y Ciiiilait lie París, que estaban fondeados en paraje cercano. í.os
heridos fueron curados en los hospitakís de la ciudail, y autorichides y pueblo rivali-
zaron en exteriorizar su j)rofundo sentimiento por tan tremendo desastre.
El 17 tuvo lugar el solemne entierro de 15 cadáveres, cjue huíron extraídos de la
bahía, resultando un acto im[)onente, por la gi-an multitud que acompañó al cortejo
fúnebre hasta el cementerio de Colón.
La Reina Regente y el general l)l:mco, gobernador de (diba, telegrafiaron su pé-
i r)esf)H.-s murieron orlií. hcri<lu.s. clavándose a 266 el iiúiíict.í de las victimas <!<> la rxplosión.-^ .V. !/„' J.
C: I^ o NI C A S 11
same al presidente Mac-IVJiilcy. Jiii las primeras lioras nadie pensó que aquel de-
sastrc; pudiera ser resultado de un criminal complcjt, y sí sólo un fatal accidente.
I'd (j()l)ierno aniericano nombró, en 2 1 de febrero, una comisión, para íiivestÍ!^ar
liembros, }'■ presidida por uno dc'
I>lanco hizo lo propio.
os, el capitán
fú caso, compuesta de cuatn
Wlllianí T. SaíTipson. El gem--
I -os comisionados americanos permanecieron diez y odio días en el f)uerto de la
Mal>ana, a bordo del Ma¡/^((nn't\ y cinco más en Key West, alojados en el ¡ozrd.
b-stos |)eritos,
omun acuerdo, (leelararon,
rga
'^Oue el Mai)ic fué <lestriiído por la explosión de una im'na sul)marina, l;i cual
I=is parciak's de ilos o rruis pafiole.s del buque.»
12 .\ . K ¡ Y E k O
Ims comisionados españoles protliijeron un luminoso informe, que fué leído más
tarde en el Congreso de Madrid, demostrantlo que: «La explosión lué interior, y ¡>ro-
ducidíi. Vil por la caldereta de la dínamo, ya por combustión espontánea <lel algodón-
pólvora, eon que se car<fan los torpedos..-
í'eritos imparciah-'S, como el vicealmirante; norteamericano I^rven y el capitán
l'hickill, con)l)atieron, por absunla, la opinión de la supuesta mina. La Prensa euro-
pea y sudamericana clamaron en it^ual sentido, y e! Cjobierno de Madrid no tuvo
respuesta a un cable en cpie proponía al de Washington someter el caso a un arbi-
traje internacional. i\1'ás tarde, en París, cuando se firmaba el Tratado de Paz, x años
después en la Habana, al sacarse los restos del Miiivi\ el (iol>ierno español insistió
en igual sentido, viendo siempre desairados sus esfuerzos,
Pero es |)rccÍKO consignar que el Ma'mc voló, como vuelan cada año en luu-opa
y Aru(n-ica, más de 20 almacenes de dinamita y de pólvora; i.;ofno volaron, en
.Mirallores, ' num(*rosas cajas de pólvora, por descuido d<' los hombres o por
reacciones (pu'micas, desconocidas, entre los compímentes de los modernos ex-
plosivos,
lie leído lumitmsos artículos de marifws norteamericanos, y todos refutan el que
la explosió>n del Mame fuese exterior. Todos convienen en que e! algodón ^¡)ólvora,
trarga de los torpedos, se descompone en climas calientes, despidientlo gases capaces
€ K O N 1 C A S 13
(le combustión espontánea. Así, y por eso, voló, en un puerto del japón, el famuso
acoraza do Alikasa.
El vicealmirante americano Mr. (ieorge W. Melville, ingeniero jefe de l;i Armada,
|)ublic6 en la revista Norlh Anitricav Re-vicnK enero 29 de 1902, una larga carta,
analizando científicamente el desastre del Maiiie, y, al terminar, sienta la conclu-
sión, lógicamente deducida, de (]uc la explosión fué interior; anota la clase de minas
y torpedos que usaron los españoles durante la guerra, y señala el caso de Santiago
de Cuba, donde, después de la rendición, al levantarse los torpedos, se vio que eran
inofensivos; unos, por la mala calidad de sus explosivos, y otros, porque esta!)an
mf)jados por el agua filtrada. No había en toda la isla de Cuba torpedo ni mina bas-
tante eficaz para volar, totalmente, un buque amarrado, como el Mahíe, a la bova
número 4, y cjue, además, se hiciese la operación de * ^anera tan oculta, que nadie
pudiese verla, sobre tocio los cubanos, enemigos de blspaña.
El ilustre marino terminó su carta con estas palabras: ^-.Tenemos lio\' luia opi-
nión más elevada del carácter y la virilidad del soldado español, líl valor del almi-
rante C'ervera, de sus oficiales y tripulaciones, al salir a una inevitable derrota, en un
supremo esfuerzo para sostener i-X honor de su bandera, nos prueba, fuera de toda
duda, (jue tales hombres no son capaces de hal.jer cometido el crimen que tan gra-
tuitamente se les ha achacado. Durante toda la guerra han demostrado los españoles
i|ue saben morir como deben hacerlo los sohlados, y homl)res como éstos no san-
14 A . R I V E R O
cionarían, y mucho menos tomarían parte en acto alguno indigno de militares que
saben combatir con valor y morir con honor.»
Y aunque el (jobierno de Washington se mantuvo en gran reserva, sin sostener
ni negar el informe de sus comisionados, no cabe duda que el desgraciado accidente
del Maine precipitó la declaración de guerra.
Remember the «Maine»! fué el grito de guerra americano, y bajo la presión del
pueblo y de la Prensa, el Congreso aprobó aquella célebre Resolución conjunta, que
era^ y así fué tomada en Madrid, una declaración de guerra.
He aquí el texto de dicho documento:
Considerando que el aborrecible estado de cosas que ha existido en Cuba du-
rante los tres últimos años, en isla tan próxima a nuestro territorio, ha herido el sen-
tido moral del pueblo de los Estados Unidos; ha sido un desdoro para la civilización
cristiana, y ha llegado a su período crítico con la destrucción de un barco de guerra
norteamericano y con la muerte de 266 de entre sus oficiales y tripulantes, cuando
el buque visitaba amistosamente el puerto de la Habana:
Considerando que tal estado de cosas no puede ser tolerado por más tiempo, se-
gún manifestó ya el Presidente de los Estados Unidos, en mensaje que envió el 1 1
de abril al Congreso, invitando a éste a que adopte resoluciones;
El Senado y la Cámara de Representantes, reunidas en Congreso, acuerdan:
Primero. Que el pueblo de Cuba es y debe ser lilore e independiente;
vSegundo. Que es deber de los listados Unidos exigir, y por la presente su Go-
bierno exige, que el Gobierno español^ renuncie, inmediatamente, a su autoridad y
gobierno en Cuba, y retire sus fuerzas^ terrestres y navales, de las tierras y mares de
la isla; ' i
Tercero. Que se autoriza al Presidente de los listados, y se le encarga y ordena,
que utilice todas las fuerzas militares y navales de los Estados Unidos, y llame al
servicio activo las milicias de los distintos Estados de la Unión, en el número que
sea necesario, para llevar a efecto estos acuerdos;
1 Y cuarto. Que los listados Unidos, por la presente, niegan que tengan ningún
deseo ni intención de ejercer jurisdicción ni soberanía, ni de intervenir en el go-
bierno de Cuba, si no es para su pacificación, y afirman su propósito de dejar el do-
minio y gobierno de la isla al pueblo de ésta, una vez realizada dicha paci-
ficación.
La votación del Senado fué 42 por 35. La de la Cámara de Representantes, 31 1
por 6; quedando aprobada esta Resolución, por el Congreso, el 1 9 de abril, y por el
Presidente, el 20 del mismo mes.
Este mismo día tuvo lugar la apertura del Parlamento español por la reina regente
María Cristina, la cual declaró: «Que aquellas Cortes habían sido convocadas para de-
fender los derechos de lispaña.»
El mismo día, el ministro norteamericano en Madrid, Mr. Woodford, recibió el
siguiente telegrama de Washington.
(■ R o K 1 C A S
Abril 20. 1S98.
Wi
ministro. Kiadric
Se. ho [)ro|)orcíon;ido a usted el texto de his Resoluciones aprobadas |)(
g-reso de los Instados Unidos el 10 del actual, relacionadas con la pacifi
!a isla ele Cuija. Obedeciendo este acto, el l'residente ord(rnó (¡ue, innie
te, se comuniquen dichas Kesoluciones al (iohierno de \Iadri<l, at:on;ipa
aviso de este Crol>icrno, al Clobierno de
España, para (¡ue renuncie a su ^rríbierno
y autoridad en Cuba, y retire sus fuerzas
militares y navales. Al dar este paso, el
Cobiernode los listados Unidos prolíísta
que no tiene intenciones o disposiciones
de ejercer solieranía, jurisdicción o do^
minio en la isla, excepto para i^acificarla
\' afirmar su |)ropia d(i:ernu'nación; que
cuando logre su objeto, abandonará la
isla, \' a\'udará a sus habitantes, para la
clase de Ciobierno libre e íridependicntí^
(jue deseen establecer. Si al dar la hora
del medio día del sábado próximo, el día
23 ík; abril, no se ha conumicado a este
( iobicrno una respuesta satislactoi'ia a
esta demanda )' resolucion<\s, por las
taiales se obtenga la pacificación deCait)a,
el Presidente proceelerá, en el acto y sin
([ue k; otorga el (ojngresocn dichas k'cso-
hiciones, a llevarlas a efecto, — Sm~HMA\.
Una copia de este documcntcí (ué
f-Mitregada, en sus propias manos, al se-
ñor Polo de Ikírnabé, ministro de Iispaña d. í-ii>. i'ui., .!-■ r..-M,:ii..''.
en Wáshingtcm, quien, en el acto, sohk:itó
sus pasaportes, entregando a la Legación de Austria los asuntos españoles; pe
rizaba a M. Cambón, embajaelor de Francia, a intervenir im dichos asuntos.
Ide aquí el texto de la carta en <pje el ndídstro Polo de Pernabc pedía s
])ortcs:
iatamcn^
ando un
.EC :\ CIO'N 1) \í ESP A N A
Wáshinuin
iKqS
¥>■
Sr, Seirretario: Las Rt^soliiciones a<kjf)tadas por el ('ongreso de los Lstad(
os de América, y a¡irob;idas hoy por el Presidente, son de tal naturaleza, <
reséñela en Washington se hace imposible, y me obligan a, suplicar a ust(Ml
i6 A . R I V E R O
tienda mis pasaportes. La protección de los intereses de España se ha encomendado
al embajador de Francia y al ministro de Austria-Hungría. Con esta ocasión, por
cierto bastante penosa para mí, tengo el honor de reiterar a usted las manifestacio-
nes de mi mayor consideración.
Luis Polo de Bernabé.
Al Hon. John Sherman, secretario de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos.
Recibidos sus pasaportes, el vSr. Polo de Bernabé se trasladó por ferrocarril al
Canadá.
El Ministro Mr. Woodford, al recibir el ultimátum telegrafió: <^Momentos antes
<le presentar al Gobierno español el ultimátum de los Estados Unidos, fui notificado
que las relaciones diplomáticas, entre las dos naciones, quedaban rotas; he recibido
mis pasaportes, entregando la Legación al embajador de Inglaterra, y salgo para Pa-
rís.» Seguidamente tomó el tren para París, tren que fué apedreado por el pueblo en
varias estaciones, y asaltado en Segovia por los cadetes de artillería, que subieron
a las plataformas al grito de ¡Viva España!
La Gaceta de Madrid á^\ 25 de abril dio cuenta al pueblo español déla ruptura
de hostilidades, y ese mismo día, el Congreso americano declaró: «Que un estado
de guerra existe, y ha existido, entre el reino de España y los Estados Unidos, desde
el día 21.» El Presidente llamó a las armas a 125.OOO voluntarios, y, con fecha 27
del mismo mes, lanzó una proclama estableciendo el bloqueo de la costa Norte de
Cuba y del puerto de Cienfuegos al Sur. Ese día se hizo a la mar la Escuadra ameri-
cana del Atlántico.
El 22 de abril, el cañonero Nashville había cañoneado y capturado al vapor
español Buenaventura^ en la costa Norte de Cuba, conduciendo su presa a Cayo
Hueso. Este acto, de verdadera piratería, anterior a la declaración de guerra, fué cau-
sa de que el Congreso americano retrotrayese la fecha de la ruptura de hostilidades
al 21 de abril.
«^ Bandera de guerra que flameó en el castíJlc» de Swi Cristóbal, de San Juan, el 1 1 de nirfvc. de iBg$. Núiner*
V47I del Católoijodel Museo de Arlilleria^ i^ Bandera de ¡guerra que lh,me¿ en el castillu del Morro, de Sai
Juan, el 15 de mayo de 1898. Nitiiiero V4-1 del Catálogo del Museo de AriilJcrhj^ V Estandarte del , 1 ^> bat;r
'•^'''« úe artillería de piara, cuya fuerza eiibrió las bateria.s de San Juan dii,-ante el €ond><ite del 1 2 de mayo de i8c)?<
^'úmero ^.406 del CMA\o^o del .Miií^eo d^ ArtiJIerñi, 4^ Bandera del batallen Voluntarios de Maya«üe/^ Níinieri
4 q-i del Catálogo del Museo de Artillería
CAPITULO III
CUMO SURGIÓ LA IDKA DE TRAER EA GUERRA A PUERTO RICO
«Art,r noUcias dclcihisul I ¡anua ■' al l^cparlaiHcnio
de. Eslddo íto se f^a recen a las que vienen de i '.aba v
iian. Iieciiú una gi'an ¡mpresitñi en ios eíratles efnia-
les. El cánsnl dice que la iiuioiiomia en Pueriú
Riee, í'iilimanienfe conreJida por el Goinerno español
ele S. /!/., iia sido proelamada y ha de ser r^n éxilo.
FJ pueldo de Paerlo Rice es nn pueblo leal \ pueí-
Jico, y lodos parecen eonienlos eon ¡a aulonumía con-
cedida por !a madre pairia.í'
{Wasliini:ion Dailv I'ejs/. íibril, iHqS.;
(UCSTKíXKS DE líKNXA \' •n'JDD.^.MAXIFlK.STO DK LA CUI.UXIA PORTORKK/H 'EXA
DE Xfl'A'A YORK, HOSl-OS Y IIETAXCIÍS
I UY contados portorricjiíeños eran partidarios ele la anexión áe.
la Isla a l<»s Estados Unidos; los Lugo Viña, l'^ajardo, ralnie.r,
Amy (F). ITancíscoi, Besosa, y algunas docenas más de médi-
cos o ingenieros c]ue habían cursado sus estudios en Univer-
Sí^^^ sidades americanas, eran, realmente, anexionistas y fervientes
admiradores de la República Xortcaniericana. A pesar de esto, pocos portorricpie-
iK^s, estudiantes en los listados Unidos, tomaban carta de naturaleza, l'.s necesario
fijar, en este Hl)ro de lilstoria, las razones poderosas cjue pesaron en el ánimo del
i8 A . R I V E R O
Presidente Mac-Kinley, para que él y su Gobierno, de modo imprevisto, resolvie-
ran capturar a Puerto Rico.
El día I O de marzo de 1898, y cuando el pueblo norteamericano estaba en el más
alto grado de exaltación por el desgraciado accidente ocurrido al Maine^ el doctor
Julio J. Flenna, portorriqueño ilustre y sabio médico, que residió y reside en Nueva
York, se encaminó a Washington, visitando allí al Senador por Massachusetts,
Mr. Eodge, a quien habló de llevar la guerra a Puerto Rico si estallaba el conflicto
hispanoamericano, como todo inducía a creerlo. Eodge oyóle con interés, y le acon-
sejó visitase a Teodoro Roosevelt, en aquella fecha Subsecretario de Marina. Roose-
velt, carácter impetuoso y aventurero, recibió afablemente al doctor; leyó la carta en
que el senador Eodge se lo presentaba, y escuchó las sugestiones y probabilidades
de una favorable campaña en esta Isla.
Roosevelt pareció complacido, y confidencialmente declaró que él, encargado de
toda la preparación de la probable guerra, íio había pensado en Puerto Rico.
«No hemos concedido a su isla un solo pensamiento, ni tengo un solo dato sobre
ella. Todas nuestras actividades están reconcentradas en Cuba, futuro teatro de las
operaciones.» Estas fueron sus palabras memorables. El doctor Henna, que poseía
por su ilustración y otras bellas cualidades el arte de persuadir, habló largamente;
supo halagar al futuro coronel, pintándolo como el hombre escogido por Dios para
llevar a todo un pueblo las bendiciones de libertad, progreso y prosperidad. Eeyó
después un luminoso informe sobre las fuerzas españolas en Puerto Rico, su arma-
mento, parques, caminos, puentes y ferrocarriles; añadiendo que, caso de una inva-
sión, si a ella cooperaban él y sus amigos, el país en masa iría alzándose contra el
Gobierno de España, a la vanguardia de las fuerzas americanas.
El Subsecretario de Marina, levantándose, echó el brazo por la espalda al doctor,
y le dijo: «Usted es el hombre que nos hacía falta; Puerto Rico ocupará desde hoy
lugar preferente en los planes de guerra que estamos preparando.» Llamó a los jefes
de Marina, Clover y Driggs, y a una taquígrafa, quien tomó notas de la conferencia,
y todos oyeron de nuevo al doctor Elenna. Años más tarde, alguien pudo leer una
copia de tan notable documento.
El doctor Henna y Roberto H. Todd, Presidente del Club Separatista Rius Rive-
ra, de Nueva York, visitaron nuevamente a Roosevelt, al mismo Presidente Mac-
Kinley y a otras personas prominentes, insistiendo siempre en sus proyectos. Roberto
Todd informó durante una hora ante el Comité de Guerra, presidido por Roosevelt.
El mismo Presidente manifestó, otro día, a los Sres. Henna y Todd, «que él estaba
tan interesado por Puerto Rico que, si la guerra se declaraba, el Ejército de los Esta-
dos Unidos operaría contra esta islay>,
Pero ni Elenna ni Todd triunfaron en sus deseos, constantemente expresados, de
que ellos y otros prominentes portorriqueños residentes en los Estados Unidos to-
maran parte activa en la invasión, formando parte del Estado Mayor, y con autoridad
CRÓNICAS 19
para firmar proclamas y otros documentos. Solamente el general Stone, de Ingenie-
ros, accedió en 25 de mayo a traer consigo un limitado número de portorriqueños,
aunque más tarde, y sólo en parte, cumplió esa oferta.
Mattei Lluveras, Mateo Fajardo y el doctor Rafael del Valle hacían también tan-
teos de opinión en Washington. El 12 de julio se celebró en Nueva York una asam-
blea de portorriqueños en la que se tomó el acuerdo de ofrecerse al Gobierno ame-
ricano en caso de invasión, y el mismo Henna redactó un manifiesto, bastante ex-
tenso, que fué entregado por Todd a Alger, Secretario de la Guerra, quien alabó el
documento, afirmando: «Que estaba muy bien escrito y dentro del espíritu de la
Constitución americana»; y añadió: «que él no podía firmar ese manifiesto, ni creía
que el Presidente lo firmaría; pero que los portorriqueños podían circularlo por su
cuenta, sin necesidad de otras autorizaciones.»
En estos días se agitaba en Washington un portorriqueño ilustre, un varón sabio
y bueno, el famoso educador de pueblos Eugenio María de Hostos. Contrario a la
anexión, pero separatista convencido, Hostos volcó todas las piedras para anular los
trabajos de Henna y Todd, y quitar valor y eficacia al célebre manifiesto. Hostos no
tuvo éxito; habían triunfado Henna y Todd, quienes señalaron a los norteamericanos
el rumbo de Puerto Rico; ellos, y sólo ellos, actuando sobre el impetuoso carácter de
Roosevelt, iniciaron una sucesión de eventos históricos que culminaron el 1 8 de
octubre de 1 898 al izarse la bandera americana en los castillos de San Juan.
Por este tiempo el doctor Betances, separatista ferviente, escribía desde París al
doctor Julio J. Henna:
«¿•Qué hacen los portorriqueños.'^ ¿-Cómo no aprovechan la oportunidad del bloqueo
para levantarse en masa.í* Urge que al llegar a tierra las vanguardias del Ejército ame-
ricano sean recibidas por fuerzas portorriqueñas, enarbolando la bandera de la inde-
pendencia, y que sean éstas quienes les den la bienvenida. Cooperen los norteameri-
canos, en buena hora, a nuestra libertad; pero no ayude el país a la anexión. Si Puerto
Rico no actúa rápidamente, será para toda la vida una colonia americana.»
Esta famosa carta del famoso galeno, fallecido en París, y cuyas cenizas reposan
en Cabo Rojo, me permitió copiarla Eduardo Lugo Viña.
20
A . R I V E R o
S;3*fo8e0retaria
Segando negociad o t
Be real orden comunicada por
el Beiior 'Einistro de l& Gaerra,
se ' servirá ?#S« permitir qye el
ex^ Capitán de tótilleria Don án-
gel Eivaro íáendes, pueda fisitax
ese ArchiTO .exaininar toda clase
de áQCumentos fComo tmnhlen sacar
copias de les qae crea ne cesarle
p ar a 3 c g e íi 1ü el los c;.)?: r e a I i s a # '•
Dios guarde a ¥«S« ituclios- ariai?*!
llsdrid Yeintiuno de cet.ierrfcre de
mil novecientos ¥eintldos#
Kl Subsecretario
Señor ^eíe del Archive Militar de SegoTia*
Real Orden autorizando al autor de esta Crónica para examinar y copiar, cuanto creyere oportuno, del Archivo
Secreto de Puerto Kico, custodiado en el Alcázar de vSegovia. Es la primera vez que se ha concedido permiso tan amplio.
THE NEW YORK HERALD.
CAPITULO IV
«THE NEW' YORK HERALD» KK PUERl'O RICO
MANUEL DEL VALLF. ATILKS^^- WILLIA^I FRKKWAX IL4I.STEAn
ESDE antes de estallar la Guerra Llispaiioaniericana el doc-
tx^r Manuel del Valle Atiles, portorriqueño y ciudadano ame-
ricano que había cursado sus estudios de cirugía dental en
la Universidad de; MicLiigan, era corresponsal en Puerto Rico
del importante diario 'f/íc M:n' York 1 lerahL Por este mo-
tivo Lis autoridades espafiolas de San Juan siempre consi-
derarotí a del \''alle como persona non í^rata y en todo tiem-
po lo tuvieron bajo la más estricta vigilancia de la policía secreta.
A fines del raes de marzo de 1898, el diario neoyorquino le envió el siguiente
telegrama:
Aía/¡ud del Valle, San Juan, Pncrfn Rifo. ^^^ Diga Jfalslead nú dehc
violar ¡as ¡excs de Puerto Rico.^^ Herald \
El anterior despacho se refería a William Freeman llalstead, corresponsal viaje-
ro de aquel periódico en esta Isla, el cual fué sorprendido el día 14 de marzo
mientras tomaba fotografías de las defensas de la |.)laza de San Juan. Conducido
al castillo del Morro, permaneció allí sin vigilancia más de una hora, sin {]ue se le
22 A . R I V K R C>
ocurriese abrir su kodak para destruir el cuerpo del delito. Al siguiente día y acom-
pañado del doctor del Valle, fué llevado por el juez militar <le so causa a un taller
fotográfico, y una vez desarrolladas las placas, aparecieron vistas excelentes de las me-
jores baterías, mostrando todos sus detalles.
Como'.Halstead era subdito inglés, se trató de conseguir la intervención de su
cfmsul, lorge Finlay, a lo ([ue este se neg('>, fuani ("estando '<que todo el que viola la
ley debe atenerse a sus consecuencias--», b'l de los listados' Unidos, Philip C. 'Hanna,
estuvo presente en ciertos trámites del proceso, pero solamente fiara garantizar la
intervención del subdito del Valle,
Conducido el |irisioncro a la Cárcel Provincial <le Puerta de Tierra, continuó el
sumario, actuando como juez instructor el teniente coronel Mayor de l'Iaza, Francis-
co ¡""igueroa, auxiliado por el sargento Paulino Sanjoaquíu, que hacía de secretario.
Aunque preso y muy vigilado, siguió líalstead enviando int<-:resantes cables a su
periódico, valiéndose de diferentes ardides. ("onu> no estaba incomunicado, su amigo
del \'alle lo visitaba con bastante frecuencia; durante las visitas acontecía (lue a c%te
C ¡i o K I C A S 23
muchas veces se le olvidaban los fósforos y entonces el prisionero le ofrecía los su-
yos que del V'allc, distraídamente, se guardaba en el bolsillo. Dentro de la caja
siempre hal)ía un largo cable para Ilie Ñera York iJerald. Quedaba la muy difícil
tarea de dar curso al despacho, porque en las oficinas cabkígráficas de San fuan
hal)ía censor militar.
Un aibañil, conocido por el apodo de Crucito, hombre de confian>:a, propor-
cionado por el arquitecto Armando Morales, era el encargado de llevar y expedir
torios ios despachos desde St. Thomas, a cuyo puerto ilia en un bote
del jefe del resguardo de la aduana de Naguabo.
Otras veces, el capitán de algún bu(]uc carbonero inglés, fondeado en
prestalia libros a ilalstead, los cuales, una vez leídos, eran devueltos a su
ipie nunca pudieron sospechar los vigilantes de I
que un p-ran
palabras, subrayadas con lápiz en diversas páginas, fornuil)an, al ser ord
minucioso despacho para The iVrd' York llcralJ. Sería labcn* muy larga
este libro los diversos procedinuentos que puso en práctica este repóiiei^
plir sus deberes de corresponsal, siempre con gran éxito.
Kl día primero de abril el doctor Francia, Secretario de Gol)ierno,
atenta carta oficial a del Valle para (pie se presentase, cnanto antes, al ca]
ral Macías, Verificóse la conferencia en el Palacio de Santa Catalina, y d
<'l Gobernador trató con bastante dureza a su visitante», haciéndole resp<
todas las noticias cablcgráficas enviadas desde Puerto Rico al Herald. 1
'icusaclo, y como prueba de su inocencia, mostrcS un despacho de su peri
el puerto,
tlueno. Lo
u'unero de
■nadas, un
relatar en
envK) una
5itá.i gene-
jrante ella
) usable de
'rotesté) el
ódico, que
p.írisal del mismo //¿vy?/^/).' alguno del IFi
Manuel del Valle;, por<|Lie a(|uéllos, como
nía V consejfjs. í'omo perlencicía a una de
acababa de recibir, en el cual se le po-
día qtie telegrafiara algunas noticias.
Como este despacho no había sido
censurado, el liecho costcj la cesantía
al telegrafista, José Calderón Aponte,
quien lo había dejado pasar sin aqu(d
requisito por ser el destinatario su
amig-o íntimo.
El general Macías terminé la con-
ferencia con estas palaliras: <^Si usted
no varía de conducta y persiste en su
misión de corresponsal de un perió-
dico enemigo, estoy dispuesto a tra-
tarlo como un espía, encerrándolo en
im calabozo del Morro; y si ya no lo
he hecho, es porque me detiene la
buena amistad f}ue mantengo y el res-
peto que me inspira su hermano Don
l'Vancisco, alcalde de la ciudad.»
La circunstancia de encontrarse f)or
aquellos días en San Juan otro corres-
'/f/, hizo sumamente crítica la situación de
Ta natural, siempre solicitaban su compa-
las meiores familias de Puerto Rico v con-
C R O N I C A S
taba con amigos de gran inílueficia, éstos le
aconsejaron, reservadamente, que huyese
cuanto antes, p<)r(]ue su prisión estaba decre-
tada. Hl día 7 de aquel niisnio mes recibió
aviso para ([ue fuese a bordo del vapor llr-
giiii'a, fondeado en el puerto; cuando subió a
dicho buque, encontró en él al cónsul llanna
rodeado de muchos ciudadanos americanos.
Mr. Manna le nuistró un despacho cablcgráfico
redactado como sigue: «'Salga de Puerto Rico,
aguardando órdenes en St. Thonias y lleve
consigo cuantos ciudadanos americanos quie^
ran irse de la Isla.» líl cable estaba firmado por
el .Secretario de b'stado de los listados Unidos.
El doctor Manu(d del Valle, acompañado de su
esposa y dos niños, se trasladó al í'7r(f/«w,
arreglando con,io pudo sus asuntos; por la no- wiiHam i'nvman \uú<u'.;
che salió el vapor, recalando al puerto de h'a-
jardo, donde tenía que recibir un cargaiuento de azúcar. Como el
Veve, vecino nmv prominente de aquella población, recibiera noti<
mu
Santiagí
iue se Ira
y.
26 A . R I V E R o
taba de detener a muchos de los fugitivos, fletó la goleta Encarnación^ que los con-
dujo a todos a St. Thomas; algunos permanecieron allí durante todo el período de
guerra y otros, como del Valle y sus familiares, continuaron viaje a Nueva York,
donde éste siguió colaborando en The New York Herald con varias informaciones
sobre las defensas y tropas de Puerto Rico, noticias que eran leídas con gran inte-
rés por el público americano, aunque algunas fueron erróneas o incompletas, según
he podido ver después en las colecciones del aludido periódico.
En vSt. Thomas estaban también por aquellos días Mateo Fajardo, Jaime Cor-
tada, Javier Mariani y el doctor Ros. Contra este último sintió siempre profunda an-
tipatía el general Ricardo Ortega. Recuerdo que el día del bombardeo, y cuando
más arreciaba el fuego, me dijo: «No me extraña lo bien que el enemigo parece co-
nocer nuestras defensas; indudablemente, a bordo de esos buques y escondidos den-
tro de sus torres acorazadas, están Manuel del Valle y Salvador Ros dirigiendo a los
artilleros.»
El día 3 de mayo se reunió en la cárcel el consejo de guerra para ver y fallar la
causa instruida a William Freeman Halstead por el delito de espionaje cometido
dentro de una plaza fuerte en estado de guerra. Yo formé parte de aquel tribunal
como el vocal más antiguo del mismo. El acusado estaba completamente tranquilo,
sentado en un banquillo, frente a sus jueces, con las piernas cruzadas, y sonreía a
ratos, como si le complaciera el acto que se realizaba. Cuando el Fiscal, en nombre
del Rey, terminó su alegato pidiendo la pena de muerte para el acusado Halstead, a
quien el intérprete oficial traducía el discurso, mostró verdadera alegría; a varios nos
pareció que aquel hombre estaba loco o que era un idiota. I3espués de discutir mu-
cho tiempo y de examinar las alegaciones del defensor, capitán de artillería Ani-
ceto González, le condenamos, por unanimidad, a nueve años de presidio y acceso-
rias, de vigilancia por la policía, durante otro período igual.
Puedo afirmar que si este hombre no fué fusilado en el campo del Morro lo de-
bió a ser subdito de Inglaterra; pero si él está vivo, y tal es mi deseo, no olvide que
el día 3 de mayo de 1 898, y durante algunas horas, su cabeza valió menos de un
dólar.
Preso estaba aún en la cárcel, el día 12 de mayo, cuando un proyectil de la es-
cuadra de Sampson lo despertó bruscamente, produciéndole heridas, aunque de poca
importancia. El día 20 fué conducido, a pie y entre bayonetas, al presidio provin-
cial, donde ingresó sujeto a todas las durezas del régimen que allí se observaba. Den-
tro del uniforme del presidiario vivía siempre el repórter de pura sangre inglesa:
pretextando mal estado de salud, obtuvo permiso para que se le enviase su comida
del Píotel Inglaterra y dentro del pan sobrante ocultaba algunas veces los originales
de sus cables que, a la puerta del hotel, eran recibidos por Andrés Crosas o por
L. A. Scott, dueño de la planta de gas fluido, quienes más tarde los enviaban a
St. Thomas.
CRÓNICAS 27
En los primeros días de agosto el Evening Telegram^ de Nueva York, publico
lo siguiente:
Al corresponsal del Herald, que se halla preso en el presidio de la capital de
Puerto Rico, le ha permitido el Gobernador General Don Manuel Macías expedir el
siguiente despacho a The New York Herald. Es el primer cable que llega a los Es-
tados Unidos desde que aquella ciudad está bloqueada, y creemos es debido a la in-
fluencia del cónsul inglés en San Juan. ^
«Estoy escribiendo en la celda de la prisión en que me hallo, y hasta
ahora no se ha intentado averiguar los asuntos de que trato. Obtengo, sí, todas
las facilidades posibles en las circunstancias actuales para adquirir noticias de la
ciudad.
»E1 desembarco de las tropas americanas en la Isla ha causado gran excitación
entre los habitantes.
»Por espacio de algunos días, después del desembarco por Guánica, ha existido
una corriente de emigración hacia el interior, en extremo notable.
»A pesar de ello, no se ha registrado el más mínimo desorden ni el más leve tu-
multo.
» Aquí se hacen esfuerzos supremos y con actividad grandísima, para rechazar el
ataque que se espera por parte de los americanos y que suponen sea de un momen-
to a otro.
»Todo hace creer que la plaza no será tomada sin que haya gran efusión de
sangre.
»Algo se ha hablado ya respecto a la rendición; pero las tropas españolas han
hecho juramento de pelear hasta el último extremo.
»Este es un espectáculo heroico, pues comparativamente, no puede esperar nada
un puñado de hombres que están sitiados por una escuadra que les es hostil, que
no tienen medios de adquirir refuerzos y que ya sienten la escasez de provisiones de
boca que tampoco pueden obtener.
»No sólo los soldados españoles tienen perdida la esperanza de recibir auxilios
de España, sino también los naturales del país que están con ellos — es decir los vo-
luntarios— quienes no están dispuestos a hacer resistencia.
»Entre los neutrales hay el convencimiento profundo de que ha llegado el ins-
tante de proclamar la paz, a fin de evitar que haya más pérdidas de vidas.
»Además, comprenden que la ocupación de Puerto Rico por los americanos es
completamente segura, y que, por tanto, será mejor mantener con ellos buena armo-
nía, en beneficio del porvenir de la Isla.
»vSegún las noticias que aquí han llegado acerca del ejército americano que inva-
de esta tierra, sábese que éste está moviéndose en dirección a la capital, sin hallar a
su paso gran resistencia.
»Aquí será otra cosa; los españoles se disponen a defender bien la plaza. — Hal-
STEAD.»
1 El Herald ignoraba los medios de que se valió Halstead para enviarle este cable; y, naturalmente,
supuso benevolencias del general Macías, que no existieron. — N. del A.
28 A . R I V E R o
A continuación copio varios documentos de importancia que se refieren al pro-
ceso del repÓ7'ter de T he Neiv York Herald^ William Freeman Halstead, y en los
cuales encontrará el lector datos bastantes para juzgar de la intrepidez e inteligencia
de este periodista que, enamorado de su profesión, se jugó la vida y la libertad para
servir al gran diario neoyorquino:
H O J A li I S T O R ICO- P E N A L
Presidio Provincial
DE
Puerto Rico
Ni'mero 45S4.
^." Brigada j/ Clase
Hoja histórica penal del confinado, blanco, William Freeman Halstead, hijo de
William y de Catalina, natural de Hamilton, Canadá, ayuntamiento de Hamilton,
juzgado de Instrucción de Hamilton, Provincia de Ontario, avecindado en Hamilton,
Religión protestante. Profesión periodista, estado viudo, edad 27 años; sus señas és-
tas: estatura alta; cara larga; cejas al pelo; pelo castaño; ojos azules; nariz perfilada;
boca regular; barba regular; instrucción tiene.
Señas particulares, una cicatriz pequeña en la frente, sobre la ceja izquierda; otra
en la cara, pómulo derecho, inmediata al ojo.
Vicisitudes. — 10 mayo, 1 898. Perteneciendo a la clase de paisano y correspon-
sal en esta isla del periódico The New York Herald^ de New York, Estados Uni-
dos; fué procesado por la jurisdicción de guerra de la Capitanía General de la Isla
por el delito de espionaje, cometido en esta Plaza el día 1 4 de marzo de este año,
habiendo sido sorprendido cuando se disponía a sacar unas fotografías de puntos del
recinto de esta Plaza, habiéndosele encontrado varias en la m.áquina que se le ocupó;
y sentenciado en Consejo de Guerra ordinario de Plaza, el día 3 de mayo de este
año, a la pena de nueve años de presidio mayor, con las accesorias de sujeción a la
vigilancia de la autoridad por igual tiempo, e inhabilitación absoluta temporal en su
caso; debiendo declararse decomisada la máquina fotográfica ocupada; todo con arre-
glo al párrafo segundo, del No 3.° del artículo 228; ya los 173, 1 74 del Código de
Justicia Militar; 12, 56, 71 del Penal ordinario para esta isla y la de Cuba; sin que
hayan concurrido en la comisión del delito otras circunstancias atenuantes ni agra-
vantes que apreciar; pero sí figura en el parecer del Sr. Auditor de (juerra que, por
las fotografías ocupadas, se forma cabal juicio de la defensa con que cuenta la Plaza,
y de la manera de atacarla por mar, precisamente con el menor riesgo posible. Di-
cha sentencia fué aprobada por el Excmo. Sr. Capitán General del distrito, en lO de
mayo, 1 898, y en la misma fecha empezó a extinguir la condena, resultando cumplir,
€ R O NICAS
30 A . R I V E R O
según la liquidación del testimonio en 9 de mayo de 1 907. Ingresó en este Presidio
el día 20 de mayo de 1 898, procedente de la Cárcel de esta Capital.
El 2° Jefe accidental,
V."" B.'', Manuel Carrera (Rubricado).
Rl I.^^ y^f^ accidental,
Serracante (Rubricado).
(Hay un sello en tinta roja que dice: — «Comandancia del Presidio Provincial de
Puerto Rico.»)
Baja. — 1 7 de agosto, 1898. Fué baja en esta fecha como licenciado, según lo
dispuesto por la Superioridad, cuyo certificado de libertad se expidió en el día de
ayer fijando la residencia en esta Capital, la que eligió.
El 2." Jefe accidental,
Carrera [Rubricado).
T E S T I M O N I O
Paulino Sanjoaquín Domínguez, Sargento del Batallón Provisional de Puerto Rico
No. 3, y Secretario de la causa instruida al paisano William Freeman Halstead por
el delito de espionaje, de la que es Juez Instructor el teniente coronel de infantería,
Sargento Mayor de la Plaza, Don Francisco Figueroa y Valdés.
Certifico: Que a los folios que se expresarán de dicho proceso, aparecen una
sentencia, un dictamen del Auditor de Guerra, un Decreto del Capitán General y
una diligencia de Notificación que, copiados a la letra, son como sigue:
Sentencia'. Folio 85. — P2n San Juan de Puerto Rico a 3 de mayo de 1898, reunido
el Consejo de Guerra, nombrado para ver y fallar el proceso formado al paisano
William Freeman Halstead, acusado del delito de espionaje; oídas la Defensa y
Acusación Fiscal, el Consejo declara que el hecho perseguido constituye el delito de
espionaje, comprendido en el segundo párrafo, del número tercero,' del artículo
doscientos veintiocho, del Código de Justicia Militar, del que es responsable, como
autor, William Freeman Halstead y lo condena a la pena de nueve años de presidio
mayor, con la accesoria de sujeción a la vigilancia de la autoridad por igual tiempo; e
inhabilitación absoluta, temporal, en su caso, debiendo declararse el comiso de la
máquina fotográfica ocupada.
Todo de conformidad al artículo citado y a los 173 y 174 del mismo Código; y
12, 56 y 71 del Código Penal para esta Isla y la de Cuba. — Benigno Aznar. — -Ángel
RivERO. — Eduardo Pérez Ortiz. — Juan Arboleda. — Francisco de Montesoro. — Ra-
fael Navajas. — Adolfo Mayalde {Rubricados).
Dictamen del Auditor. — Folios ^"J y 88. (Hay un sello que dice: — «Auditoría de
Guerra de Puerto Rico.») — ^Excelentísimo Señor: — El Consejo de Guerra celebrado
para ver y fallar esta Causa, declara que los hechos probados constituyen el delito
de espionaje penado en el segundo párrafo del número tercero del artículo 228 del
CRÓNICAS 31
Código de Justicia Militar, y que es responsable, como autor, sin circunstancias
apreciables, Wiliiam Freeman Halstead, a quien condena a nueve años de presidio
mayor, y accesorias, declarando el comiso del instrumento del delito.
La sentencia está conforme con los méritos del proceso y con las disposiciones
legales que le son de aplicación y cita, puesto que resulta, en efecto, probado que
Willian Freeman Halstead fué sorprendido cuando, según parece, se disponía a
tomar unas vistas fotográficas de puntos del recinto de esta Plaza; y en la máquina
que se le ocupó fueron encontradas más vistas de puntos análogos, mediante las
cuales y otras cuatro que se le recogieron en el equipaje, adquiridas en una fotogra-
fía donde, para elegir, se le presentaron ciento, aproximadamente, se forma cabal
juicio de la defensa con que cuenta esta Plaza y de la manera de atacarla por mar,
pjrcisainente con el 7nenor i^iesgo posible.
Según los informes periciales, no cabe la menor duda de que el procesado es
práctico en verificar reconocimientos militares y sabía lo que hacía; y esta circuns-
tancia, sobre que la presunción de los hechos penados por el Código se reputan
intencionados mientras no se pruebe lo contrario, bastan para llevar al ánimo el
convencimiento de que Willian Freeman Plalstead es responsable del delito por que
el Consejo le condena.
Y estando esa condena dentro de lo que la Ley prescribe en su grado medio,
según corresponde en estricta justicia, cuando no sean de aplicación circunstancias
agravantes ni atenuantes, opino que puede V. E. servirse aprobarla y disponer que
vuelvan los autos al Juez Instructor para notificación y cumplimiento, libramiento de
testimonio y redacción de hojas estadísticas.
V. E., no obstante, resolverá como mejor estime. — Puerto Rico, 4 de mayo
de 1898. — -Excelentísimo Señor. — José Sánchez del Águila {Rubricado).
Decreto del Capitán General. Folio 88 vuelto. — (Hay un sello que dice: — «Capi-
tanía General de Puerto I^ico. — Estado Mayor.») — Puerto Rico, lO de mayo
de 1898.
De conformidad con el anterior dictamen, apruebo la sentencia del Consejo de
Guerra que ha condenado a Wiliiam Freeman Plalstead a nueve años de Presidio
Mayor y accesorias que en ellas se citan, por el delito de espionaje; para su cum-
plimiento y demás que se propone, vuelva esta causa al Juez lustructor. — Manuel
Macías {^Rubricado).
Notificación. — Folio 89. — En la Cárcel de Puerto Rico, a 1 1 de mayo de i^
compareció, ante el Señor Juez y Secretario el reo Wiliiam Freeman Halstead; y
presente también el intérprete Don Manuel Paniagua y Vigo, le recibió a éste
juramento, según su clase, de traducir fiel y literalmente, al reo, la sentencia y de-
creto de aprobación. Y, habiéndolo efectuado, manifestó el intérprete que el reo
quedaba enterado de haber sido condenado a nueve años de Presidio Mayor y que
pedía copia de la sentencia, la cual se le faciütó.
Y, de haber sido notificado, firmó con el Juez, Intérprete y Secretario que certi-
fico, W. Freeman Halstead. — Francisco Figuekoa. — -Manuel Paniagua. — Paulino
Sanjoaquín [Rubricado).
32 A. R I VER o
Y, para que conste y surta sus efectos, haciendo constar que el reo es hijo de
Wiüiam y de Catalina, natural de Hamilton, Canadá, de profesión periodista, de
estado viudo y de veintisiete años de edad, expido la presente, de orden del Señor
Juez, y con el Visto Bueno del mismo.
En Puerto Rico, a i6 de mayo de 1898.
V.° B.°, Paulino Sanjoaquín (Rubricado).
El yuez Instructor,
FiGUEROA {Rubricado).
ORDEN DE ENCARCELAMIENTO
Puerto Rico, mayo 16, 1898.
Señalado por el Ilustrísimo Sr. Secretario de Despacho de Gracia y Justicia y
Gobernación, el Presidio Provincial, para que extinga su condena el procesado
William Freeman Halstead, pase el presente Testimonio al Sr. Jefe de dicho Estable-
cimiento a los efectos consiguientes.
El Subsecretario,
José de Diego {Rubricado).
(Hay un sello que dice: — «Secretaría de Gracia y Justicia y Gobernación. — -
Puerto Rico.»)
CARTAS SORPRENDIDAS AL PRISIONERO
Excmo. Sr. Gobernador de Puerto Rico.
Excmo. Sr.: — Adjunta tengo el honor de remitir a V. E. una carta que suscribe
el confinado de este Presidio Provincial William Freeman Halstead, y que dirige
al Sr. J. B. Cranford, Cónsul Británico en San Juan, y el sobre de la misma, que
contiene otro, pegado en el interior, y que se encuentra escrito con lápiz, todo un
frente, en idioma inglés.
Habiendo llamado la atención de esta Comandancia, la forma en que se ha que-
rido ocultar el sobre manuscrito, intentándose, probablemente, comunicar al señor
Scott, a quien va dirigido, noticias que pudiera interesar su conocimiento, reclamé
del intérprete del Gobierno la traducción de ambos documentos, verificado lo cual, y
con certificación de la misma, que tengo el honor de acompañarle, doy cuenta
a V. E., permitiéndome llamar su atención acerca del contenido de los manuscritos
del expresado sobre.
V. E., en su vista, se servirá resolver lo que estiaje procedente, significándole
que dicho preso fué sentenciado, por la jurisdicción de Guerra, de la Capitanía Ge-
neral de esta Isla, por delito de espionaje, a la pena de nueve años de Presidio Mayor.
Dios guarde a V. E. muchos años.
San Juan, Puerto Rico, 11 de julio de 1898.
El Jefe accidental,
Bartolomé Serracante {Rubricado),
CRÓNICAS. 33
TRADUCCIÓN DEL DOCUMENTO NÚM. i
San Juan, Puerto Rico, lo julio, 1898.
Al Hon. J. B. Cranford, Cónsul Británico, San Juan.
Muy Sr. mío: —
Le estimaré, como un gran favor, el que Ud. obtenga de la autoridad competen-
te, permiso para remitir el siguiente telegrama al Herald, de donde lo transmitirán
a mi familia: «Beunet. — New York. — Estoy bien.»
Si se permite transmitir el telegrama con mi firma, no cobrarán nada en la
oficina del Cable de esta ciudad. De otro modo, Mr. L. A. Scott tendrá la bondad
de reembolsarle a Ud. el importe del mensaje.
Queda de Ud. S. S. S.,
W. Freeman Halstead {Firmado),
TRADUCCIÓN DEL DOCUMENTO NÚM. 2
Querido Sr. Scott: —
Con las fuerzas invasoras, seguramente vendrá una hueste de corresponsales que
asaltarán las oficinas del Cable. Estamos en el complot y debemos ser los primeros
en el Cable. Yo no seré de mucha utilidad encerrado aquí, y si Ud. está dispuesto,
yo lo estoy para poner en Ud. toda mi confianza. Será gran cosa si podemos batir
a los otros; lo primero que yo indicaría sería sobornar a uno de los operadores del
Cable. Ofrézcale Ud. la cantidad razonable que pida, por enviar telegramas privados,,
por cuenta mía, sin que sean sometidos al censor,
Explíquele que nosotros le exigimos eso solamente cuando los yankees estén
acampados fuera de la Ciudad, y ésta tomada; así es que entonces se podrá dar
cualquier explicación, porque si lo descubriesen las autoridades, no habría censor
ni riesgo.
Un mensaje remitido desde una ciudad sitiada sería una gran cosa.
El día en que la ciudad sea tomada, si somos los primeros en hacer uso del
cable, deberíamos poner el primer mensaje tan largo como sea posible, de modo que
el Cable esté ocupado hasta que el segundo despacho del Herald llegue; es también
conveniente que lo arreglemos de modo que tengamos acceso al Cable, después de
las horas de oficina, en caso de un ataque nocturno.
Si Ud. conoce algún fotógrafo astuto y digno de confianza, ofrézcale lo que le
pida por fotografías hechas durante el sitio] le compraremos todas las que saque; él
podrá vender, luego, muchas más, como recuerdo. Pruebas no ampliadas, bastarán;
pero las necesitamos para el primer vapor que pueda salir.
Si hay algún riesgo o dificultad en que Ud. pueda transmitir los partes, hágala
firmado por mí. Si se necesita dinero, giraré.
Halstead {Firmado).
34 A . R I V E R O
CERTIFICACIÓN
Don Manuel Paxiagua, Intérprete del Gobierno General de Puerto Rico.
Certifico: — Que la traducción que antecede, de documentos marcados No. I y 2,
es fiel y literal, concordando, en todas sus partes, con los originales adjuntos a que
me remito. Y en testimonio de lo cual, libro la presente en San Juan de Puerto
Rico, a II de julio de 1898. — Manuel Paniagüa {Rubricado).
(May un sello en tinta que dice: — «Interpretación de Lenguas del Gobierno
General.»)
ORDEN DE VIGILANCIA RlGl'ROSA
CtOBÍERNO CtENERAL
I)R I. A
Isla de Puerto Rico
Secretaría.
NKGor;iAi>() S. S.
Ni' MERO 2Ót).
lil Excmo. Sr. Capitán General dice al Excmo. Sr. Gobernador General, con fecha
21 del aclual, lo siguiente:
«Excmo. Sr.: — ■
P^n vista del escrito de V. E. del 12 del actual, opino que el confinado William
Freeman Halstead sea muy vigilado de cerca y se le sujete a las mayores privacio-
nes cjue autoricen los reglamentos, dentro de la condena que extingue; y con tal
objeto, ruego a V. E. se sirva dar las órdenes correspondientes.»
Lo que traslado a Ud, a los efectos indicados.
Dios guarde a Ud. muchos años.
Tuerto Rico, julio 22, 1898.
I^. Francia [Rubricado).
Sr. Comandante I. ^^' Jefe del Presidio Provincial.
Con fecha 14 de agosto, 1898, el mismo día que el general Brooke comunicó
al General Macías la noticia del armisticio, y merced a los trabajos del cónsul
inglés, de vScott, Crosas y del mismo Brooke, Halstead fué indultado. He aquí el
texto de la comunicac.ón:
Habiendo indultado en nombre de S. M. el Rey (q. D. g.) al subdito inglés
William Freeman Halstead, de la pena total que sufre en ese establecimiento de
nueve años de presidio mayor, y accesorias, que se le impuso en 7 de mayo último,
por el delito de espionaje, sírvase Ud. ponerlo, desde luego, en libertad, dándome
conocimiento.
Dios guarde a Ud. muchos años.
Ma cías ( Ru b rica do) .
<; K (.) X 1 C A S ^5
liste misino día sali<) del presidio este corresponsal que hace recordar con sus
actuaciones el descripto por Julio Verne en una de sus más famosas novelas.
Manuel Carrera Sánchez, Cajjataz Max-or del Presidio, expidió un certificado en
([ue hace constar que el confinado observó siempre Iniena conducta, y (pie el resto
de sus haberes, que se le entregaron, fué de ochenta y nueve centavos.
hVancisco Acosta, por substitución. Secretario de (}rac¡a y justicia, envió al Jefe
de! Presidio el Certificado de rjbertad, con fecha, lO de agosto, cuando llalstead,
que estaba enfermo, hal)ía ingresado en la clínica del doctor Ordóñez.
Id anterior documento fué enviado des})ués al Alcalde accidental de San luau, con
fecha 20 de agosto. Diclia autoridad era ü. Fermín .Martínez Villaniil.
y aquí ternnua la historia, llena ile accidentes, de este r(f(>ríer de pura, sangre
inglesa. 1 lizo cuanto quiso y más de lo que podía en a{|uellos tiempos. Su c:d.)eza le
olio a pólvora, como reza el dicho miHtar. En rigor de verdad, .no era un espía; pero
con arreglo al Código M'ilitar español lué reo de espionaje. Salvó su vida el no ser
subdito americano.
A . K 1 y v. k ( }
fvl.
■' m
f
M.:\
CAPITULO V
PRf-PARAClOX DI^ LA crHRRA EX rUERTO RTCí)
Sl'SPEXSfUX DE EAS CARAXl'lAS CT^XS rri\ j "inXAl,l-;s. IJ«A' MARCIAL
I 'k orí. AMAS
rs-n los ¡irticulos 42 y 5
ínnicn y g-()l)i(>riu> de esfa
.irli'culos 4, 5, (> y O, y párr;itr)s 1,2 y 3 dc^l artículo I 3 de. la Const it ucii'ai del l'.slado.
Ainí.-rLo2." l)esde<>sta l.-clia se a|)Hcará,ron todo rio'crja Loy de Orden Piil)licc
(»■! 23 de abril de i8;o, que se piihlieará de nuevo en la C\irr/,t de esta ¡sla.^^^AI.uiAso
estado de guerra. L'n piquete de; f\ierza a'
al mando de un oficial, rcaairría cada utia ci
iin eaho o sar^ifento, de buena, vo/, llamado />,raí.o///r/v.e d;i
os pu.'blos de la isla, la Ley Marcial <
a, pr(H:íalido de cornetas y tamb.are.^
f>í»bIaeioncs, ílelenidndose en las plaza
le atentaón, redoblaban los tambores ^
A . R I V E R O
«GOBIERNO GENERAL DE LA ISLA DE PUERTO RICO
DoK Manuel Macías y Casado, teniente general del ejército y capitán general del
distrito de Puerto Rico, etc., etc.
Hago saber:
Que suspendidas las garantías constitucionales por Decreto de ayer, y en pre-
visión de acontecimientos que pudieran poner en peligro la seguridad del territorio^
o de que, lo que no es de esperar, intentara alguien alterar el orden público en estos-
momentos, por más que abrigo el convencimiento de que si tal caso ocurriera, los
leales habitantes de esta isla sabrían impedirlo, demostrando así que son dignos
descendientes de los que en otro tiempo supieron luchar y derramar su sangre en de-
fensa de la integridad nacional.
Ordeno y mando:
Artículo l.^ Se declara en estado de guerra este distrito militar, asumiendo
las facultades extraordinarias que las disposiciones vigentes me conceden.
Artículo 2.° Los reos de los delitos de traición, espionaje contra el derecho de
gentes, devastación, saqueo, rebelión, sedición y sus conexos; los de robo en cua-
drilla, incendio en despoblado, los que tiendan a interceptar, por cualquier medio,.
las vías de comunicación y los que afecten directa o indirectamente al orden pública
o a la seguridad del territorio, serán juzgados por los tribunales militares y castiga-
dos con todo el rigor que las leyes establecen, procediéndose en juicio sumarísimo
en los casos que corresponda.
Artículo 3.^ Se intima a los que de cualquier manera intentaren alterar el orden
público, a que inmediatamente depongan su actitud, en la inteligencia de que se
hará uso de las armas para disolver cualquier grupo que pudiera formarse.
Artículo 4.'' Se prohibe la publicación de todo folleto, hoja suelta, cartel y
periódico, sin el competente permiso de la autoridad militar o de la judicial o local
en los puntos donde aquéllas existan, a cuyo efecto los directores de las expresadas,
publicaciones remitirán, con la anticipación necesaria, tres ejempla-
res de las mismas, uno de los cuales se les devolverá con la apro-
bación, si la merecen.
Artículo 5-° Queda asimismo prohibido, en absoluto, la publi-
cación de noticias relativas a organización de las fuerzas marítimas
y terrestres de la Nación y a sus obras de defensa, así como las
que se refieran a operaciones de campaña y movimiento de tropas
y el propalar, de cualquier manera, especies que puedan infundir
iir-C~~H I i^lK 'isf'v)!^ disgustos o tibieza entre el elemento armado, o que tienda directa o
L\ A I R^'^irlK ll indirectamente a favorecer a los enemigos de la patria.
Artículo ó.'^ El Consejo de secretarios, las autoridades que
||/ de él dependan y los Tribunales ordinarios seguirán en el ejercicio
de sus funciones en cuanto no se oponga a lo establecido en este
bando.
Puerto Rico, 22 de abril de 1898. — Magias.»
c; R (.) \ 1 C A s
Los hombres que componían el Consejo de Secreta-
rios del (lobicrno Aiitonómico de Puerto Rico, res-
pondiendo al juramento prestado y a los altísimos
deberes que, voluntariamente, habían contraído, hicie-
ron oír su voz en la proclama que sigue:
EL CONSEJO DE SECRETARiCS DEL CiOIUERXü
INSULAR L)L: PrERTi.) RICO
Al Frf-;iiLO i>k la coloxia:
!\)r un triste decreto del destino, la impkintacicÁn
del régimen autonómico viene a coincidir con la proxi-
midad, ya visible, de una guerra en que ICspaña, en sus ri„;,i„ k-í.-,, n\ ,-<tH-\:ir •■> cmücio:
territorios de América, hichará, no sólo por sus intere- -'"''." "«^'■"■'"•''■>'^ '-^'•i'<^-^, ]■■•;.• s<--vcm
ses, que son grandes, sino por su honra y su dereclio, muím.z Rivera, i-raiu-is.-», Mariai...
que es preciso salvar a toda costa. La amenaza extran- i^i^non^^ y Mamu-i iM^numarz
jera, la imposición insensata, el alarde de poder, suble-
van el espíritu nacional y hacen de cada español un héroe dispuesto a dar la vida
por el honor y por la patria.
lü pueblo de Puerto Rico demostró siempre que ama la paz; pero demostró tam-
bién que sabe mantenerse en la guerra digno de su raza y de su historia. Jamás
holló nuestros hogares la planta vencedora de un extraño. I'ai nuestros castillos no
llameó nunca otra bandera que la bandeni liicolor de nuestros padres. Cuando las
escuadras enemigas arrojaban a estas costas legiones de com!>atiente^s, las matronas
p{)rtorrif|ueñas enviaban a sus hijos a pelear y a morir antes que someterse a la infa-
mia de un ultraie o a la vergi'ienza de una conquista.
El Consejo bisular, esperando que no será preciso nmovar antiguas proezas ni
reverdecer laureles añejos confía en que, llegada l:i horade los sacrificios necesarios,
ningún patriota olvidará sus deberes. No somos culpables de la lucha, ni la provocó
nuestra tierra, ní le dieron origen nuestros actos. Pero ni la rehuímos ni la tememos,
{)orque sabríamos responder a la fuerza con la fuerza y probar al mundo que en este
archipiélago no degenera la sangre que fecundó las campiñas de ambos hemislerios
americanos en los gloriosos días de Pizarro y d(! Cortés.
Si defendimos altivamente a la metrópoli en los tiempos obscuros <lel sistema
cfílonial, la defendértenos bravamente en los tiempos felices del sistema autonómico,
f.ntonces nos impulsó el afecto; ahora nos impulsan el afecto y la gratitud. Afiiertos
a la esperanza todos los horizontes, i;umplidos en la ley todos los ide;iles, la genero-
sidad castellana aquilata la lealtad portorritpieña. Y si antes nos ¡lareció un ofirobio
la tacha de traidores, hoy nos parece un oprobio y una mengua la tacha de traidores
y de ingratos.
Al empeñarse la contienda, el Consejo Insular no duda déla victoria. La Armada
y (!l Ejército, fieles a sus tradiciones militares, ocuparán la vanguardia. \ el pueblo)
que juega su porvenir en los combates a que se nos provoca, dará sus recursos }■ sus
40 A . R I V E R O
"hombres, su fortuna y su existencia, sin vacilación ninguna, desdeñoso del peligro y
satisfecho de ofrecerse en holocausto a los más nobles sentimientos de lealtad y de
hidalguía. Vemos desde aquí con orgullo a nuestros hermanos de Europa que se
aprestan a vencer o a sucumbir y queremos confundirnos con ellos en el éxito triun-
fal de las armas españolas.
Colocados por la naturaleza en el centro de las próximas batallas, nuestra ener-
gía presente podrá medirse por nuestra eterna templanza. No renunciaremos jamás
a la bandera que protegió nuestras cunas y protegerá nuestros sepulcros. Descanse
la isla entera en la razón que es toda de España, y dispóngase a secundar con efica-
cia la acción directora del Gobierno y a sostener con denuedo el nombre augusto y
la soberanía indiscutible de la patria.
San Juan de Puerto Rico, 22 de abril de 1 898. — Francisco Mariano Quiñones. —
Luis Muñoz Riveka. — Manuel Fernández Juncos. — -Juan Hernández López. — Manuel
F. RossY. — José S. Quiñones.
Este notable documento, que causó profunda sensación en toda la Isla, fué redac-
tado por el abogado, miembro del Consejo, D.Juan Hernández López, y mereció que
todos sus compañeros lo aprobasen sin una sola enmienda.
El 23 de abril publicó el general Macías la siguiente proclama:
«HABirANTES de Puerto Rico:
Ha llegado el día de prueba, la hora de las grandes resoluciones y de los gran-
des heroísmos. La República de los Estados Unidos confiada en sus poderosos re-
cursos materiales y en la impunidad con que ha podido alentar hasta hoy la guerra
separatista, ha votado en su Cámara la intervención armada en la Isla de Cuba, rom-
piendo las hostilidades, hollando los derechos de España y el sentido moral de los
pueblos civilizados. Es un hecho la declaración de la guerra, y del mismo modo que
sus fuerzas navales encaminan su acción a la Isla de Cuba, se dirigen a Puerto Rico,
donde seguramente se estrellarán enfrente de la lealtad y el valor de sus habitan-
tes, que preferirán sucumbir mil veces antes de rendirse a las armas de los usurpa-
dores.
No imaginéis que la metrópoli nos abandona. Sigue con entusiasmo y fe nuestros
movimientos y viene en nuestra ayuda. Las escuadras están dispuestas al combate;
las fuerzas todas apercibidas y los mismos mares surcados por Colón en sus glorio-
sas carabelas serán testigos de nuestras victorias. No permitirá la Providencia que
en estas tierras descubiertas por la raza hispana dejen de repercutir los ecos de su
idioma, desapareciendo el flamear de nuestras banderas.
Habitantes de Puerto Rico: ha llegado el momento de los heroísmos y de con-
testar, fuertes en la razón y la justicia, a la guerra con la guerra.
¡Viva Puerto Rico siempre Español!
I Viva España! — Macías. »
El país, como un solo hombre, se puso en pie de guerra respondiendo a la lla-
mada del representante de la Corona de España y de sus consejeros insulares.
CRÓNICAS 41
Hombres, mujeres y hasta niños ofrecieron su vida, su oro y el trabajo de sus
brazos. No faltó un solo pueblo; todos formaron guerrillas voluntarias, secciones de
macheteros y auxiliares. La Cruz Roja, impulsada desde San Juan por su delegado
Manuel Fernández Juncos y por una dama de noble corazón y talento preclaro, Do-
lores Aybar de Acuña, inteligentemente secundados por los demás miembros de la
benéfica Institución, realizó en Puerto Rico un trabajo tan excepcional y efectivo
como jamás podrá igualarse en ningún otro tiempo.
La Correspondencia de Puerto Rico, cuyo director y editor Ramón López, liberal
de abolengo y hombre considerado como sospechoso por el Gobierno español, pu-
blicó el día 23 de abril el siguiente editorial:
«¡VIVA ESPAÑA!, ¡VIVA PUERTO RICO ESPAÑOL!
De hora en hora se levanta más el espíritu público en esta capital y en toda
la Isla.
LA PATRIA ESTÁ EN PELIGRO, es la voz que se escapa de todos los cora-
zones. Y es preciso defenderla hasta el último momento mientras palpite en nuestras
venas la noble sangre española que da vida a nuestro organismo.
Puerto Rico, país pacífico por excelencia, tiene que demostrar al mundo que,
cuando las circunstancias lo exigen, sabe también, como lo ha hecho otras veces, em-
puñar el fusil para volar allí donde la patria reclama sus servicios; donde la bandera
que cobijó nuestra cuna necesita mantenerse enhiesta, dando sombra al solar que
nos legaron honrado nuestros progenitores.
El extranjero nos amenaza y es preciso que nos opongamos al extranjero. Es ne-
cesario que recordemos aquellas campañas épicas del siglo pasado y de principios
del actual, que nos valieron el título de siempre jieles] que nos colocaron a la altura
de los que allá en la madre España nos dieron hasta la saciedad ejemplos de abne-
gación y de civismo.
jViva España!, es la voz que debe salir de nuestros labios.
¡Viva el orden!, debe ser el ideal que persigamos sin tregua al defender la ban-
dera nacional y el terruño querido donde radican nuestros intereses y donde viven
nuestras familias.
El camino que debemos seguir está trazado; es el que aconseja la voz del deber
y aun la propia garantía personal.
Agrupémonos todos al lado de nuestras autoridades; prestémosles incondicio-
nalmente nuestro más decidido apoyo, y estas horas de pruebas de hoy se trocarán
pronto en horas de glorias, en horas de legítima satisfacción y de ventura.
Recordemos que el orden y la moralidad, que. son en todo tiempo la principal
base social, son hoy, más que nunca, un deber ineludible de la ciudadanía.
Olvidemos todas nuestras disensiones políticas domésticas. Es preciso el con-
curso de todos los ciudadanos, de todos los españoles para conseguir el ideal común:
La integridad nacional.
La defensa de esta patria tan amada.
jViva España!
42
A . R I V E R O
I Vi va Puerto Rico eternamente español!
jViva el orden!»
Los demás periódicos llenaban sus columnas con escritos de igual forma y ten-
dencia. Toda la Prensa, sin ninguna excepción, plegó sus banderas partidarias y
clavó en sus redacciones una sola: la de España, y, hasta los sacerdotes, desde los
pulpitos, pronunciaban verdaderas arengas marciales.
[Tal vez el apóstol Santiago, patrón de España, quien, según las crónicas, en la
batalla de Clavijo, librada contra los musulmanes, peleó del lado español, cabal-
gue otra vez en su blanco corcel y descienda a los campos de Borinquen repartiendo
tajos y estocadas entre las apretadas filas de los voluntarios norteamericanos!
Después del Tratado de París, muchos hombres de los que en 1 898 formaron
en la vanguardia de los adalides de España trataron de desvirtuar los hechos que,
entonces, realizaron al solo impulso de sus libres voluntades. No es ese el camino.
Los que hasta el fin cumplieron sus deberes y sus juramentos sin flaquezas y sin
disimulos, deben sentirse satisfechos; lo que hicieron es prenda que responde a lo
que haf^án en lo porvenir.
Los dos puntos extremos, el que marca el nacer y el que señala la muerte, están
unidos por una línea recta. Tal es el único camino que deben recorrer en la vida los
que, siendo hombres de honor, luchan para alcanzar el engrandecimiento y libertades
de su Patria.
CAPITULO VI
ESTADO MILITAR DE PUERTO RICO AL DECLARARSE LA GUERRA
DEFENSAS. -FUERZAS DE TIERRA.— FUERZAS DE MAR
UERTO Rico, la más pequeña de las Grandes Antillas, está si-
tuada entre los IJ"" 50' y iS'' 30' latitud Norte, y óS"" 30' y ó/"*
15' longitud Oeste; tiene una superficie de 3.606 millas cuadra-
das, y dista 1. 400 millas de Nueva York, I.OOO de la Habana y
un poco menos del Canal de Panamá. Su población en 1 898 era
aproximadamente de 953.OOO habitantes. Su capital, San Juan,
tenía 32.048 habitantes; Ponce, 27.952, y Mayagüez, 15.187. En aquel año sus
puertos principales, además del de San Juan, eran Mayagüez, Ponce, Arecibo,
Aguadilla, Arroyo, Guánica, P^ajardo y Plumacao.
Una carretera de primer orden, que es en el día la principal vía de comunicación,
unía ya en aquel entonces a Ponce con San Juan, atravesando toda la Isla de Sur a
Norte; este es el llamado Camino Militar. Otras vías comunicaban a Mayagüez y
Ponce con los pueblos vecinos, y un ferrocarril de circunvalación funcionaba en 1 898
desde San Juan hasta Isabela, y desde Aguadilla hasta Mayagüez, el que interrum-
piéndose en algunas comarcas, pasando por Yauco, llegaba hasta Ponce.
Alto mando. — Gobernaba la Isla, con doble carácter de capitán general y gober-
44
. i \' ]•: R ( )
nador i;ivil, el teniente general 1). Manuel Macías y ('asado, caballero afable y culto,
pero que demostró duratiie la í^uerra ser más |)olíttco tjue esiratéi^nco. l'-ra se'gundo
cal>o, gobernador de la plaza de San Juan, el gx'neral de (Uvisií'.n 1). Ricardo Ortega
y Diez, un verdad<a-o soldado,
¡líenle bástala temeridad, pero
; carácter a, vect-s franco y ge^
M'oso, a veces irnpiiisivo y ren-
coroso.
La Tsla estaba dividida en
siete distritos nitlitares: í\">nce,.
Mayaguez, Arecibo, Aguadilla,
nacao, (iuayania )■' Ikjyamón.
(.\-ula un o de éstos estalla a 1 ni a n do
de un jeíc.
Defensas de San Juan.— San
uan, la única plaza lucirte al es-
bal lar la guerra, tenía artilladas
varias baterías con 43 piezas de
calibre medio, todas de hierro,
y ninguna tle tiro rájiido.
Por muchos años San Juan y
toda la Isla estuvierun desartilla-
dos. Desde (4 año I 797, fecha de
'nvasiiMí inglesa, no se había
disparado im tiro de guerra, y
naxiie ¡¡ensaba, anle el temor d(;
parecer ridículo, en liélicos alar-
des. Id T.'soro de Puerto kbco
nte
inordadas en San pian otras ])iez;
de íng(ínÍLT0S, (]ue carfaa'a de fon
, Hiño por los
as piezas Orddmv,
ncia, contra acora-
ucho celo e inteli-
reinesaba a Madrid religi<
recibía. I fasta el ano iKí)í, r
el siglo anterior. 'No por el <
mismos oficiales v tropa do artillerí.i, se monbu-on enton
propias solanienlf para el coml.ate cercano, j)ero ineficací
za.JuH. La ma\-or parle d(! esU)s lral)ajos fucaa.n realizadcí
gcmcia, por el capilfm de artillería Ramón Acha ("aamano.
Puerto Rico tenía ])edidas y pagailas con sus íoncP^s algunas piezas Krupp de K)
<:enía'nietros, pie/as ([ue lumca vinietx)n por negarse a (4Io la rompañíaórrasatlántitra,
gencia dos baterías de campaña Xordcnfelt, ile tiro rápido, las cuales no llegaron.
o N 1 C A S
45
ya bloque;ula la plaza, un soberbio proyector eléctrico Mangin, cuya luz permitía leor
un escrito a cinco leguas de distancia.
Nunca hubo tiro fornial de escuela práctica ])or temor a gastos; no hal)ía tablas
de tiro, y a raíz de la g"ucrra, fue
necesario calcularlas. No liabía
un solo telémetro, y fué preciso
usar algún teodolito, rnedir bases
y tender una red telefónica, cuya
central estaba en San Cristóba'.
Los ol)uses (le 24 centímetros,
las únicas piezas de regular cali-
bre (pie [)Oseíauios los artilleros,
no tenían la pólvora reglamenta-
ria.; usanuas la de los t:añones de
! 5 centímetros, y de esta manera
el tiro resultaba irregular y corto.
Las espoletas y estopiíu^s esta-
ban en mal estado, y al pedirlos
f)or cable, ya rotas las hostilida-
des, contestaron d(^l .Ministerio
<le la (juerra al coronel de arti-
\ a comenzadas las operacio-
nes, se construyó una batería se-
niiperniaiiente en Santinxe, en lo
alto del Seboruco, la cual, con su
?^r'
I cnr
uta
el puente deMartín Ptula y su caño, Río Piedras, la loma de IVim, punto df
un'go podía situar sus cañones; las Mocas de Cangrejos, por dt>fule drs<
los ingleses el año iTy;, y la isleta de Miraílores, don<le en la misma le.
ron éstos utia l>atería.
Id puente d(! San Antonio fue cortado, auiupie el tráfico coníinuó por un pi
movitile de taldones. Ln las lomas cercanas a Bayanuui conu:'U/:aron a levantarse tr^
dieras, don sacos terreros se construyeron fuertes traveses ('lue aislaban las piezas
cada batería, y la noche en (pie se supo la firma del ;u-nusticio, nuuu;rusos ijbrer
trabai;il)an en el castillo de .San Cristóbal preparando gruesas vigas, erizadas dc^ c
vos p;n-a fijarlas en el caño de San Antonic», a and)os l;ulos del jiuente, y evitar ;
que fuerzas euíum'gas pudiei-an vadc^arlo en las bajas mareas.
Fuerzas de tierra.— Las fuerzas defensoras eonsistían en seis batallones: taiat
fu-ovisionales, enumerados <lel f al 4, y dos {lerrnanentes, conocidos por los noml)r
4() :\ . H I \' >: R O
de «l^iiria» y '<< Alfonso .XÍ[[/>, respectivamente. listos seis batallones tCMiíari un cf<:*c-
tivo de 800 hombres cada uno. Cinco de ellos constaban de seis coiiipañías y el otro
de caiatro.
lauígo se organizó el liatallón 'd:*riiic¡pado de Asturias», con 600 hombres de
tropas peninsulares,
\l¡ 12." Batallón de artillería de l'^'laza, con cuatro compañías y un total de 7OO
hond)rcs, guarnecía todas las balerías de San Juan. Como artillería de Montaña ha-
bía ocho piezas: cuatro l*lacencia y cuatro Ivrupp, de tiro rápido. Cuatro compañías
de la (j-uardia civil y dos escuadrones del mismo Instituto estaban distribuidos por
la Isla, formando un cuerpo llamado ^Tercio núm, 14 de la íjuardia civib^ Cna
compañía de ingenieros telegrafistas; una sección de sanidad militar, y además, un
cuerf:>o semimilitar de Orden público para la policía de las poblaciones, compeltaban
los defensores de la Isla, que sumaban un total de <S.ooo soldados de tropa veterana,
armatlos con fusiles Ah'uiser y 2 50 cabaJlos, como sigue:
Infantería , . , . . ^ . . . . ^ ... . 5 . 000
Artillería .... .... . 700
(Jiras Armas y ("ucrpfis ...... 2 .300
Total .,_,.....,.......,...... S . 000
i; R o N ! (■ A S 47
Además, guarnecía la Isla un cuerpo de V^oluntarios, formado ¡)or T4 batallones
y con fuerza aproximiida de 6.000 hombres, lodos armados con fusil Remington re-
lormado v bala de envuelta niquelada. Al romperse las hostilidades se forniaron seis
guerrillas mixtas de ICO hombres cada una. l'Istas guerrillas eran mandadas por ofi-
ciales del lEjército. Al reclutarlas se dio jireferencia a los licenciados del Ejército.
hai San. Juan se organizó el batalliMi de -"Tirad o res-, siendo los empleados insu-
lares y municipales los que dieron el principal contingente. Kn todos los puel)los se
instruyeron guerrillas de voluntarios Jiiadieteros, y cada batallón de ¡nfajitería nuinló
35 <le sus lumibres ccnno «iierrilla.
(Aeo estar en lo cierto afirmando tpie, al mes de declararse la guerra, I'ucrto Kico
tenía. 18.OOO detensores, ú& los cuales más de 8.000 eran veteranc>s, bien disciplina-
dos, y con tal alto espíritu militar que, a pesar de recibir algunas veces trato defi-
ciente, no hubo que lamentar un solo conato de indisciplina,
bal el Far{|ue y almacenes, a cargo del cuerpo de artillería, había almacenadt.ís
y. 000 fusiles Máuser y Remington, y gran cantidad de municiones para los ujismos.
Fuerzas de mar.— Las fuerzas de mar consistían en los siguientes elementos de
combate:
1. \'X Isabel Ff, crucero no protegido de segunda clase, construido en Itl hie-
rro! en iB/C), de I.152 toneladas, y un andar de ocho nn'llas. Componían su artille-
48 A . R I V ERO
ría: cuatro cañones de 12 centímetros, seis piezas de tiro rápido de seis libras, una
ametralladora y dos tubos lanzatorpedos. Era comandante de este crucero el capitán
de fragata D. José Boado, y tenía a sus ordenes, como oficiales, al teniente de navio
de primera clase D. Francisco Barreda, y a D. Mariano González; D. Manuel Alba-
cete y D. Maximiliano Power, estos últimos tenientes de navio todos. Era contador
D. Juan Gómez García.
2. El General Concha^ crucero de tercera clase, no protegido, de 5^4 tonela-
das, construido en El Ferrol en 1 883, con nueve millas de andar en pruebas. Su ar-
mamento consistía en tres cañones de 12 centímetros, dos cañones revólver de 37
milímetros y una ametralladora. La oficialidad de este buque la componían el coman-
dante teniente de navio de primera clase D. Rafael María Navarro, y oficiales don
Enrique Guzmán y D. Julio Cañizares, alféreces de navio, y D. Emilio Ferrer, con-
tador.
3. El Ponce de León, cañonero de segunda clase, de 200 toneladas, construido
en Inglaterra en 1895. Su armamento consistía en dos cañones de tiro rápido de seis
libras y dos de una libra; su andar, en pruebas, II millas. El mando de este buque
estaba a cargo del comandante D. Joaquín Cristelly, teniente de navio de primera
clase, y D. Rufino Eguino, teniente de navio.
4. Criollo, cañonero de tercera clase, perteneciente a la Comisión Hidrográfica,
construido en 1 869, de 20I toneladas; andaba seis millas, y su armamento era dos
cañones de tiro rápido de seis libras y una ametralladora.
5. Terror. Este destructor de torpederos, comandante La Rocha, llegó a nues-
tro puerto, procedente de la Martinica, el día 17 de mayo, 1 898; construido en Clyde
Bank en 1896, casco de acero, hélices gemelas, tres chimeneas, con 370 toneladas, y
un andar de 28 nudos; tenía dos cañones de tiro rápido de 7,5 centímetros (que no
los montaba por haberlos quitado durante la travesía, y llevados a bordo del Oquendo),
dos de una libra, varias ametralladoras y dos tubos lanza-torpedos Whitehead, de 1 4
centímetros. Dotación, ^'] hombres. En aquel tiempo este era un valioso elemento
de guerra, moderno, eficiente, y el buque español más temido por las fuerzas blo-
queadoras de San Juan.
6. El crucero auxiliar Alfonso XIII, trasatlántico español construido en 1 888,
con 4.381 toneladas, y un andar de 16 millas. Montaba cuatro cañones Hontoria de
12 centímetros, dos de 9 centímetros, dos de 75 milímetros y dos ametralladoras.
No pudiendo seguir para Cuba, quedó en San Juan, procedente de Cádiz. Estaba al
mando del capitán de fragata Pidal, y tripulado por marinos de guerra.
Edificios militares. — El Palacio de Santa Catalina era la residencia del Capitán
general, y en un ala del mismo estaban las oficinas del Pastado Mayor. En el llamado
Palacio Rojo habitaba, y tenia sus oficinas, el general, segundo cabo, gobernador mi-
litar de la Plaza. El Parque de artillería era la residencia del coronel subinspec-
tor del Cuerpo y del director del Parque. En sus talleres se reparaba todo el mate-
rial de guerra existente, contando con un personal brillante de jefes y oficiales, y
eficientes maestros de fábrica, obreros y auxiliares. La casacuartel de la Comandan-
cia de la Guardia Civil estaba situada en la plaza de San José, esquina a la calle de
CRÓNICAS 49
San Sebastián. En el antiguo caserón de la Audiencia estaban las oficinas de admi-
nistración militar y la cuadra para el ganado de una de las baterías de montaña.
En la Marina radicaba la panadería militar, que, durante la guerra, se convirtió en
una verdadera factoría, encargada de la adquisición y distribución de víveres y forraje.
La Comandancia de ingenieros tenía su domicilio en el histórico edificio de Casa
Blanca, donde estaba el cuartelillo de la Sección de ingenieros telegrafistas, y los pa-
bellones del coronel subinspector D. José Laguna. En la primera manzana, al Oeste de
la calle San Sebastián, se levantaba el Hospital Militar, donde también se acuartelaba
una sección de sanitarios. Este hospital siempre se mantuvo en pésimas condiciones
de higiene. Los castillos del Morro y San Cristóbal tenían gobernadores, siendo el del
primero el capitán de artillería D. José Triarte, y del segundo^ el autor de. {este libro.
Las tropas en San Juan ocupaban los cuarteles de Ballajá, San Francisco, Morro,
San Cristóbal y el cuartelillo del campo del Morro. En la isla, y en casi todas las ca-
beceras del distrito, había buenos cuarteles y hospitales.
Las fuerzas militares con que contaba la isla para su defensa estaban distribuidas
en los siete distritos militares, y, además, un regular contingente, 6o hombres, guar-
necía la isla de Vieques. Los 14 batallones de Voluntarios tenían su Plana Mayor en
la cabecera de distrito, y una o más compañías en cada pueblo del mismo.
Escolta del general. — Al abrirse las hostilidades se formó, espontáneamente, un
cuerpo de lucidos jóvenes, flor y nata de la sociedad capitaleña, cuerpo que tomó el
nombre de Escolta del Capitán General. Por votación unánime fué nombrado capitán
de dicha Escolta el valiente, bueno y generoso joven Ramón Falcón y Elias. A raíz
del bombardeo, fueron estas sus palabras: «Si Macías sale al campo, para que el ene-
migo llegue hasta él, tendrá que pasar antes sobre mi cadáver.» Y así, como lo dijo,
lo hubiera hecho.
Bomberos y auxiliares de Artillería.— Los bomberos de San Juan fueron agre-
gados al cuerpo de ingenieros. Obreros de todos los oficios, mecánicos y forjadores en
su mayoría, se alistaron como auxiliares de artillería, con el deber de concurrir en
toda función de guerra a los castillos del Morro y San Cristóbal. Fueron capitanes de
estos cuerpos, con uso de divisas y uniformes, los ingenieros Abarca y Portilla. Des-
pués de rotas las relaciones diplomáticas se suministraba a estos auxiliares café, dos
ranchos con pan, vino los jueves y domingos, y una peseta cada día.
Espíritu del país.— Salvo algunos contados intelectuales, y los bullangueros de
cada pueblo, que gustan siempre de pescar en aguas turbias, nadie, en Puerto Rico,
deseó la invasión del Ejército norteamericano. Al primer síntoma de guerra, todos
los médicos, practicantes, ancianos, y las más prominentes damas, se alistaron bajo
las banderas de la Cruz Roja, levantando hospitales, preparando ambulancias, y ofre-
ciendo y realizando desinteresados y valiosos servicios. Más de l .000 jóvenes, volun-
tarios, se afiliaron en las guerrillas; cerca de 400 auxiliares abandonaron sus talleres
para ceñir el machete. Hombres, caballos, víveres y oro (se abrió subscripción nacio-
4
50 A . R 1 \' i<: ]^ ( )
nal, a la que contrir)iiyerori a]<(unos comerciantes con cantidades de !0, 5 y 4.OCO
pesos), eran ofrecidos al general Alacias,
\'Á coront;! IJ. Juan CaniT), ¡víe de listado Mayor del general ]\íacías, con su con-
ducta poco discreta y nada acerta<!a, niat»'» en gran pa,rte el entusiasmo tnÜitar del
¡)aís. Cuando estudiemos la figura de este jefe, se verá cuan grande fue el daño que
él hit:iera a la causa de España en Puerto Rico.
Por las torpezas del Mantio, sumadas a la natural depresi('>n rpie causara en el país
la, pérdida del Ilscuadr<')n de Cervera, y el resultado lamentable del cond)ate entre el
'¡'error y el .S7. ¡\iitl^ se originó un malestar creciente, <jue se convirtió en des-
contento, y culmina'), después de la invasión, en verdadera desbandada. Muchos vo-
luntarios (Jejaban los fusiles, regresando a sus hogares; alguiuis guerrilleros y^ tirado-
res, hond)res, cjucn voluntariamente se habían agrupado al pie de los estandartes mi-
litares, abandonaron sus puestos, desertando unos f)ocos al extranjero, e internán-
dose en los ¡lueblos montañosos los denuís.
A raíz del Ixuubardeo de San Juan, el acto más serio de toda la guerra, el f)ue1)lo
V los voluntarios, cotuo el ejército, sólo merecieron las más justas alaban/as; pero, al
final, toda la organización voluntaria se vino a tierra, ])or falta de cimientos y de sos-
tén; y no fueron sólo U»s guerrillcrus y los voluntarios ípiienes estpjívaron el f)eHgro,
sino (pie hubo liasta un alto Tribunal de Justicia, (pje lucn f)udo celelu-ar vista pú-
blica en plena campiña.
I\hte fcnómen<í no o<an-rié» solamente en Puerto Rico; en Iku'celona, tan [ironto se
anunció» un posilile ataque de la escuadra del comodoro Watson, millares de familias
luiyeron al int(>rior, y en los l'.stades Unidos, cuanck^ se hal)laba y se leía <le Jo <pje
uianas'i, innunuu'ables habitantes de Nueva Vurk, <ie l>oston, y otras ciudadí-s del lito-
ral, eand,)iaron sus residencias a coníhsdos del iiiterior.
CRÓNICAS
51
El hombre siempre es hombre, y, por tanto, susceptible al entusiasmo, al temor
y al desaliento. Un batallón corre a una muerte cierta siguiendo al jefe que, empu-
ñando la bandera, se lanza contra las bayonetas enemigas; ese mismo cuerpo huye
a la desbandada, en otra acción de guerra, si labios pusilánimes lanzan el grito de
«¡sálvese el que pueda!»
En su lugar, estudiaremos el caso de Puerto Rico, procurando aquilatar, con toda
ecuanimidad, el tanto de culpa que a cada actor de aquellos sucesos pudiera corres-
ponderle.
Soldado de Cazadores.
\ . K 1 V i<: i^ ( >
CAPITULO ¥11
jn..AZA DE SAN JUAN Y SUS DEFENSAS
MURALLAS Y CASTILLOS. ^^ ARIlLLArH:)
A PLAZA fuerte de San fnan está situada sobre un islote de
una milla de largo y menos de metlia milla de ani:ho en la par-
te más ant-fia. Ld caño y el puente de San Antonio la separan
de otra pequeña isla, llamada. ("'<?//;'/ 7 vVj.v, ho\-* Santuree. lAitre
los dos f)rinieros islotes, y entre el último y la isla de Puerto
I\ico, con-en dos caños o esteros; el de San Antonio y el de
Martín Veñii, (¡ue conumic;ui la biihía con el mar.
La plaza, propiamente dieJia, está eticlavada dentro de un r>olígono de frentes
abaluartados que se apoyan, por el Nort(\ en el Castillo de San P>]ipe del Morro, y
[)or el Norelcste, en v\ de Sa,n Cb-¡sL>baL Ibia ea:Icna de baluartes, sin solución de
continuidad, parte de and)os flancos del |:)rimer castillo y signe la línea de los arre-
i-iles; de una parle })or la costa Norte y dt> la otra hacia la boca del Morro y bahía,
idegando su trazado al terreno. La del Norte y Nordeste tcrnnna contra tú cal>alIero
de San Cristóbal ((pie en realicLui tm es un castillo, sino un baluarte con su caballe-
rea cerrado por la gnla, <|uc contiene en su interior un cuartel delensivoi. Al Heste
y Sur continúan los baluartes, que vienen a morir contra el mismo San Cristóbal.
Id frente de tierra estaba formado por los baluartes de Santa Catalina, Sa.n Justo
y Santiago, cuyas nnu-allas se cncontnil>an en pleno derribo al declararse la
gncrra.
fastos baluartes esta,ban provistos, en sus flancos, de cañoneras y en sus cortinas
de l)an(pjetas para fuegos dt» infantería. En el recinto se abrían cinco puertas, cerra-
A . K I Y K K O
das |)or r<'CÍo niadcranien de a/is/i/jo, y claveteadas t:on remaches de bronce, listas
fHiertas eran las de San Juan, la. de San justo, la de Santiago o I-'uerta de '1 ierra, la
de San José, sobre el matadero, y !a de Santa Rosa, ciue conducía al ceuienterio. To-
rlf)s estus pasos abierlo.s en las i:ortinas de los lialuartes estaban defendidos por al-
oHMias aspilleradas y matacanes. J.a puerta <le Santiaga^, (pje conducía a Puerta de
Tierra, tenía sobre el ffjsu un |)uente levadizo con potentes polcas y cadenas para
levafitarlo en un momento datlo,
I'd aforro b;itc e(Hi sus fuegos todo el frente Norte basta Punta Salinas, y los cru-
za por v\ Nordeste con kis de San Cristóbal (]ue, a su vez, con sus baterías altas y
la del caballero de San t arlos al exterior, domina Ja liahía y todo el frente de
tierra.
Para t1ant|ueos lejanos y para enfilar el canal del puerto, estaban el castillo de
San Jeróidnio y el <lel (duuielo, ambos cem cañoneras y liarbetas para inJ'antería.
Desde San (:ristó!)al hasta el puente de San Antcmio s(> extiencbm tres líneas defen-
sivas llamadas primera, K<;|^funíla y tercera líneas, según su proximidad a dicho
|}uente.
1.a tercera línea, ados;uki al castillo, era v es un |)rimoroso trazado de' baluartes,
redientes y flechas con fosos de perfd ccjrriente y de <li;imat!te, }' adejuás, con nu-
merosos glacis de varios órdenes de fuego para infantería y un fortín en su interior.
(; K o X I C, A s
Esta ¡inca, llamada cl .¡óauInK se apoyaba, a la derecha, contra una hatería cdiTica.
da junto a la pliya, don;le act-ialniente existe nn ;rjj,j,.y deJ (]jbwrno Insular.
L-i seg-unda línea^ sigue inmediata a la estaci.'m inaláml)ríca, cru/a la carr(>lera y,
|-)lcu.án(1ose al terreno, va a terminar en los manglares de la haJiía. f.a primera línea,
l.-i más exterior, se apoyaba por su izquierda en el elevado macizo del Escambrón,
corría luego con numerosas haterías y barbetas, jírotegiendo un trozo de carretera,
hasta cl caño de San Antonio, donde terminaba en una cabeza de puente, con sus
muros aspillerados y unaj;)atería, a cañonera, en cada lado; esta cabeza tenía un
puente ]cva,dizo. Fai esta línea y trente a San Jerónimo, comenzó a levantarse durante
la guerra el cuartel defensivo do San k'amón.
Id castillo de San Jerónimo y esta (:al>eza de puente de San Antonio, fueron las
defensas principales que el año ijn; cerraron el paso al ejército sitiador deSir k'alph
Al)cr<:oml)ry, quien, desendjarcando sus fuerzas por Jas playas de Cangrejos, situó
el cuartel general donde está la iglesia de San 'Mateo y plantó sus haterías" de sitio,
una, en el Condado, en el mismo lugar que hoy ocupa la, casa de Madanie Luchctli,
otra domle fluyen los manantiales propiedad <le la viurla de C)rbela, una tercera en
cl Olimpo y la cuarta en la isleta de Miraflores. entre la avanzadilla y el cuerpo de
guardia, hoy pabellón que ocupa el doctor Pedro <lel \d,ille. Cuatro años antes de la
guerra, cuando se derrilx') la cabfza ile puente de San Antonio, se extrajeron del ¡n-
ifírior de sus muros cerca de un centenar de balas rasas y granadas reales que ha-
bían sido disparadas, un siglo antes, por los cañones ingleses.
Artillado de San Juan.— Al declararse la guerra, la plaza fuerte
única en la isla, contalia con las siguientes piezas de artillería emplazad;
I i fi cae iones:
Castillo dd M.T
San Juan,
en sus for-
^stín .
San A 14
Santa Klena. .
San ¡'cri-KiiKio.
Sania Catalina,
San Antunií). .
San Crislóh.il.
hlem . . . . .
han
Santa
Car
con 3 cánones
le 15 ccntín
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id
Idcjn.
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RESVMFS
Obiises de i>4 centímetros, rtrdóñez ,.,...... lo
1(1. .ji í<I. Sunchados. ........ t.
(/uñones i s^ id. Ordóñcz 22
1<1 15 id. Sunchados. ........ 3
Id. lí) id. hrniice, de íivancariía. ... 2
Tota... . . . . "^'P
(aiando se salvó la carga úví vapor Antonio López, fué montado el siguiente ma-
terial (le guerra que conducía dicho buque.* cinco cañones de bronce, retrocarga, de
15 centímetros, que se colocaron en el frente de tierra, en la batería de San Ramón,
barriendo con sus fuegos el caño y puente de .San Antonio, el Olimpo (hoy Miramar)
Y Miraflores; cuatro morteros rayados, de tironee. Mata, de 1 5 centímetros, en una
batería, a la derecha de la carretera, frente a la casilla número I del peón caminero,
V dos obuses rayados, de bronce, de igual calibre y sistema, C]ue fueron añadidos
a las piezas de .San Cristóbal
.A.deniás se contaba con las siguientes piezas de campaña: cuatro cañones, modelo
Krupp, de nueve centímetros, de bronce, con sus armones \' carros tle municiones, pero
sin atalajes ni ganado de arrastre; ocho cañones \\1i¡t\vorth, de cuatro cfuitinietros y
medio, con rtocas numiciones v una batería de montaña con cuatro cañones de ocho
58
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(M^ ( ) N I C A S 59
centímetros, sistema I/Iasencia. Otra l)atcría de cuatro cañon<»s, Kmpp, de ocho eco
tínietros, tiro rápido y que usaba pólvora sin liumo, llegó de Cuba antes de decía
rarse la guerra.
líl total de piezas de artillería existentes en la plaza de San Juan era de /.p
Como dato para la Historia debemos consignar que los peñascos qne actualmente
se encuentran entre San Jerónimo y el Condado fueron '.an/ados allí por una tre-
menda explosión dv. más de lOO liornilkis de nn'nas, voladas en 1707 por Ioh inge
ros militares de San Juan con v\ objeto de ¡uipeilir la entrada f)or aípiel sitio de
naves enemigas cuyo ataque se tenu'a.
Cuando el autor de esta cróiu'ca desempeñaba las íuncioues tle secretario úp la
oficina principal del cuerpo de artillaría, puílo ver un inventario del ano ]Hj,2,
donde constaba que entre cañones, obuses }■ morteros, liabía enq^lazadas, en San
Juan, en aquella fecha, 724 bocas de fuego. Estas picazas, en su mayoría, fundidas en
Sevilla, de bronce ol)t(mido con el ínio cobre llevado de Méjico, eran bt)t:as de fuego
de dibujo caprichoso y elegante, con arabescos abiertos a cincel y sus asas figurando,
casi siempre, dragones y otros animales mitológicos; cada una tenía su nombre en la
A . I^ I \' E K C)
faja alta de la culata; se ]lanial>an ^'E! Rayo-s «I, a Víbora», <'E] Trueno-, <'El Des-
tructor-' y otros i)onil)res semejantes. Muchas eran regalos de particulares, como
constaba en las inscripciones, \' alguna de ellas figuraba ser un presente de las mon-
jas (.'armclitas; los portorriqueños Vizcarrondo y Díaz, cada uno, regaló un cañón de
bronce.
Todas estas piezas estaban montadas sobre marcos y cureñas construidos de
caoba, capá, roble y otras finas nuuleras dtd país; en todas las l>aterías )- llenando el
camino de ronda del polígono, había pilas de balas rasas, de granadas y bombas (|uc
se cons(a-vaban pintadas de negro, ¡ui la l)atería baja dc^l castillo del Morro había seis
hornillos para caldear balas rojas, y desde este mismo paraje partía una gruesa ea-
(jíMia, covo otro extremo amarraba en d Cañuelo y servía fiara cerrar el |:)uerto en casos
excepcionales. Todo el ghuas <lel Morro c:alaba minado, permanentemente, en toda su
{■xtímsión cotí ramales |u-incipales, por los cpie ¡lodía caminar un luanibre de pie y
otros laterales cpie termina.l)an en los hornillos de mina, donde solamente se podía
avanzar de rodillas. Lbia galería conumieal)a estas minas con el castillo de San Cristó-
bal y <lcsde éste continuaba hasta el polvorín de l-'ucrta de l'ierra. Gran parle de los
subtíTráneos qncniaron cm-tados dos años antes de la guerra, al liacer excavat;iones
|)ara emplazar los cañ()n(^s ( )rdóñez. hTa nuiy peligroso el transitar por tales cami-
nos, no sólo por su nmcha hmnedad, sino también por los ndllares <le ^¿¡ifii/jjs '
Itn el Morro, v ocupando toda su plaza de armas, había un gran aljibe, capaz de
suministrar agua a toda la guarm'ciim del castillo por un año; dentro de ese aljibe
flotaba, hace mucho tiem})0, una petjueña lancha que servía para explorar el estado
del depósito. San Cristóbal tenía también otroaljilie, de enorme capacidad, que ade-
.\rr
C R o X I C A S
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feíííP*^';-^ ;■'-:■■■. ...■...:
; una iimralla que después
más era. man:uilial, y muy cerca del 'I'eatro, en el hin
se deslru\-ó, había otro pozo^alj¡h(\
!'ji la isleta de .ÍMiraflorc^s, donde hoy está la estación de cuarentena, y a unos
cuantos pies del mar, surge de la arena una cof)iosa vena de agua, la más pura y
fresca que puede a[)etecerse. Sol)re ese manantial se construyo un de|)6sito, que aún
existe, con su caucr.ía basta el pecpieño muelle de espigón; durante todo el régimen
(^spañol los Capitanes generales hacían uso de la fuente de .Miradores. V aun cuando
CH extraño a los ¡isuntos tratados en este libro, debcnuDs anotar (p.ie todo el sul)suelo
<le esa isleta está formado de silicato de ahlmina^^...^. /v/(///// en gran estado de pureza,
material usiuio en la fabricación de la loza llamada ///rr/za /v/y^c/í////7.
lín los polvorines de Santa Iilena, San Sebastiám, San Jerónimo y Miraílores se
guardaba toda la pólvora y artificios, ¡ií Parque y Maestranza de artillería cons-
truían todos los juegos de armas y mmitajcs, así C(.mK) los art¡íici(.is de guerra, takís
como cohetes de señales, hachas de contraviento, estoi)Jnes de carri/o, bengalas, ca-
misas embreadas y botes de metralla, .bal octubre de I 8íí8 y algunos días antes de
la entrega de la plaza, se arrojaron al mar, fuera de la boca del Morro, muchas tone-
ladas de pólvora y gran cantidad de piedras de chispa de las usadas en los antiguos
fusiles. Taml-iíién existía un taller par:i recargar cartuchos de fusil.
h'n el año lSy5 se c"onstituyó una Junta mixta de defensa, presitlida por el ( io-
bernador de la plaza c integrada por los jefes principales dc' ingenieros, artillería.
<>^ A . I^ I \' !•: K ( )
estado iTííiyor y Marina; se escribieron montanas de f)ape]; se iniciaron diversos pla-
n<'s de defensa para la plaza y iodo quedó en suspenso.
Hoy ino creo violar ningún secreüH, San Juan está ¡n<lefenso contra un ataque
del exterior, íiándolo todo, en caso de guerra, a la acci(3n de la escua.dra. No es aieno
i este libro si traig-o a el algo que añada un grano de arena a la labor de los ingenie-
•os y artilleros de los Estados Unid(ís que, en su día, han de estudiar el plan <le de-
ensa de San Juan. í)esde luego, que Jos castillos y toda la fortificaci<')n actual sólo
lehc conservarse como reliquia histórica, de gran valor y sobre la que nadie debe
nano. El emplazamiento de las baterías para morteros y obuses rayados, de
libro, está en un cerro situado al Sur de la bahía y camino de Bayamón.
:illí arriba y con fuegos fijantes, se puede batir a mansalva las cubiertas de los
de guerra <p!c se aproKÍnien a I'O ndllas, desde Punta Salinas liasta más allá
>ocas de los í'angrcijos. Esta loma, cubierta de n.)onic y <;n marañados zarza-
cuitaría toda observación del enemigo, que pu<liera auxiliarle en sus l'uegos.
as mismas lomas, y a media ladera, en cota de 20 metros a lo sumo, para re-
[>oner i
gran ca
1 Jesde :
bucpies
de las 1
les, difi
Solire 1
CRÓNICAS 63
ducir el espacio muerto, grandes cañones batirían los blindajes de la escuadra
enemiga.
Soy entusiasta partidario de las baterías abiertas, detestando las cúpulas y re-
ductos acorazados donde el artillero se asfixia y termina por no ver el blanco. Fuer-
tes traveses, fosos para sirvientes, y repuestos y hospitales subterráneos, son el com-
plemento de tales obras. Alguna batería en Punta Salinas, otras en el Escambrón y
Seboruco de Cangrejos servirían para alejar el bombardeo, evitar un desembarco,
batir las dos líneas férreas de Carolina y Bayamón y defender las obras del Acue-
ducto en Río Piedras.
Puerto Rico, donde según las corrientes actuales, jamás se arriará la bandera
americana, si alguna escuadra no ¡o hace a cañonazos^ no puede fiar su defensa al solo
poder de la formidable armada de los Estados Unidos. Un enemigo osado, que des-
taque media docena de cruceros ligeros, nos puede poner en grave aprieto si los
acorazados nacionales están ocupados en las costas del mainland. No se olvide que
las enseñanzas de las últimas guerras, a partir de los bombardeos de San Juan y San-
tiago de Cuba, demuestran que una escuadra, por formidable que sea, nada puede
cofitra una plaza bien artillada.
El Almirante alemán Von Scheer, que prevé una guerra entre los Estados Uni-
dos y el Japón, dice: «Los Estados Unidos le dan más valor a sus barcos de guerra
del que en realidad tienen, y esta exageración en la superioridad de su escuadra
puede comprometer algún día su honor en la defensa de sus islas, si tuviera que ir
a la guerra para salvarlas.»
Detrás, y al Sur de Puerto Rico, está el Canal de Panamá, que es el único punto
vulnerable que pudieran tener los Estados Unidos en una guerra con el Japón. Los mi-
llones que se gastasen en fortificar el puerto de San Juan al Norte, y el de Guánica
al Sur, podrían considerarse como premio de un aseguro de guerra.
Y quiera Dios, como así lo pido, que la paz perdure entre todas las naciones y
los Estados Unidos, aunque no debe olvidarse el aforismo latino, si vis pacem, para
bellum.
64
;\ . R. 1 \' K U o
■ ...i--: ■ : : ■ ■ :■■ ■ 'vi: . i-M .i ■■? iíiilOF -í ■■ ■ :■: ■ -.- ■ -. ■:
CAPITULO VIII
C«)MIJ<:XZ;\ l.A (íLlikRA ICX l'CIÍkTf) KiCn
JSARDKO DK, LX FI.AZA V CilDAl) DI-: SAX JTAX.- IXl'ORMKs < iMCIAIJ-S.
<;t;íMKX"rARi< KS
I':S1)I<: <iue en 2y de abril de i8<)8 saliera de Cabo Verúc la es-
cuadra de Cervera, sufrió el puerto de San Juan las molestias
de un l)lot|\ieo, aunque con frecuentes intcrniitencias. X'apores
de gran marcha y tonelaje, algunos ¡)r{jvistos de tres chinieueas.
rondaban el litoral reconociendo puertos y ensenadas, firan
estos bu<|ues el ]'a/(\ canutan K. C. W'ise; el Sainf Loiiis,
capitán t\ ¥. Goodrich, y el Saint í^üiil, capitán ('. I). Sigsboe,
com;uidante del crucero ñíaiue cuando ocurrid el desastre de
este hutjue en el puerto de la 1 fabana. líran estos buques cru-
ceros auKiliares, (uiipleados como esciic/iiis. y armaxlos con ninnerosa artillería de
tiro rápido. lí\ pueblo, que los observaba con rectdo, los bautizó i:on lus nombres de
f/^i's fíiiiuaiias y fari I usinas.
Cd:>ino alguno de estos auxiliares se aproximara a la costa, a veces dentro del
alca,nce de los cañones de San Juan, aun{|ue sin enarl>olar bandera alguna, el general
Macías dispuso que, previa su autorización, hieran cañoneados en primera opor-
lunitlad.
KI. l'Rnn-lK DlSFARi»
Id día íO de mayo de 1H98, a las once de la mañana, ol>servé dc^sde mi castillo
que urm de ellos, el ]<//,;, según supe dcs|)U('s, aguantado sobro sus má(|uínas y
cnn proa al Oeste, se iba dejando caer 5oI)re la costa; uiedí la distancia, que resultó
66
A . R I V E R O
Crucero auxiliar }a/<? (tres chimeneas).
ser de 6.500 metros, y seguidamente avisé al general Macías, pidiendo su venia para
comenzar el ataque. Dispuse, entretanto, que las piezas a mi mando fuesen cargadas
y apuntadas cuidadosamente contra el buque ene-
migo, y también solicité la cooperación de las otras
baterías cercanas.
Como el Yale no mostraba sus colores, el
general Macías y su jefe de Estado Mayor, coronel
Camó, vacilaron mucho tiempo, temiendo habérse-
las con un buque inglés, en cuyo caso podía
surgir un nuevo conflicto internacional. Entre di-
mes y diretes transcurrió más de una hora, y
cuando sonaban las doce en el reloj de la plaza,
recibí la orden para hacer fuego. Era tarde; el
Yale^ que había apercibido cómo se elevaban las
bocas de los cañones, se había alejado, lentamente,
con rumbo al Noroeste; estaba ahora a 9.000 metros.
— Está fuera de tiro — avisé por teléfono.
— No importa — fué la respuesta — . Hágale un disparo para que nos enseñe su ban-
dera.
Y entonces, poniendo un estopín de fricción al cañón de la izquierda, batería de los
Caballeros de vSan Cristóbal, y, apuntado al máximo alcance, di fuego. Esto ocurrió a
las doce y diez minutos del día lO de mayo de 1898. El proyectil cayó muy corto, y re-
botando, chocó nuevamente en el mar como 200 metros más allá. El Yale forzó su mar-
cha y se situó en el horizonte, aunque sin abandonar la vigilancia del puerto. Este fué
el primer tiro disparado durante la guerra hispanoamericana en Puerto Rico; el cañón
usado fué uno de 1 5 centímetros, entubado, a cargar por la recámara y sistema Ordóñez.
Al oírse el estampido hubo alguna alarma en la ciudad; pronto vi llenarse a San
Cristóbal de jefes y oficiales ansiosos de saber lo ocurrido, y de muchos amigos
míos, que me felicitaban efusivamente por haber tenido yo el honor de disparar el
primer cañonazo.
Desde el último día del mes de abril del año 1/97, la plaza de vSan Juan no había
disparado un solo tiro de guerra: ciento y un años de paz.
El Yale da cuenta de aquel cañonazo en la forma siguiente:
«... El día 9, y mientras observaba el puerto de San Juan, un transporte armado
salió y me echó de allí. Si mi buque hubiese estado armado con uno o dos cañones
de tiro rápido, de cinco pulgadas, yo hubiera capturado dicho buque 1.
1 Este transporte'^era el Alfonso XIII, trasatlántico español, armado en guerra, con cañones de 12 cen-
tííhetros (cinco pulgadas), y que se hizo a la mar con objeto de proteger la arribada del vapor Paulina, que
venía de Saint Thomas.
Forrara coincidencia, escribió su comandante, refiriéndose al Yale: «Si mi buque hubiera montado mejor
artillería, yo hubiese hundido o apresado al crucero auxiliar que bloquea el puerto.» — N. del A.
CRÓNICAS
67
El 10 de mayo, y también mientras observaba el mismo puerto, me dispararon
dos cañonazos, pero los proyectiles cayeron cortos 1. — N. C. Wise, capitán.»
Dos días después, cuando la escuadra del almirante vSampson bombardeó la
ciudad y sus defensas, muchos fugitivos que corrían hacia Río Piedras, Carolina y
Bayamón me acusaron públicamente de ser yo el causante del bombardeo; fundaban
sus afirmaciones en que si yo no hubiese disparado contra el Yak, la escuadra
americana nunca hubiera roto las hostilidades.
Este es un cargo pueril; pero como algún periódico lo recogió en sus columnas
y hasta algún historiador en su libro, es mi deber destruirlo. El día 4 de dicho mes
de mayo había salido de Cayo Hueso la escuadra de Sampson con rumbo a Puerto Rico
y con la intención resuelta de atacar la plaza., como se comprueba con los documentos
siguientes:
Washington, abril 29, 1898.
Señor: Se informa a usted que tenemos telegramas de San Vicente, islas de Cabo
Verde, avisando que los cruceros protegidos Infanta María Teresa, Cristóbal Colón,
Oquendo y Vizcaya, y también tres destroyers, Plu-
tón, Terror y Furor, salieron, se dice, para Cuba esta
mañana; que al mismo tiempo los transportes Ciu-
dad de Cádiz Y San Francisco, y los tres torpederos
Rayo, Ariete y Azor, zarparon para las Islas Cana-
rias. Los transportes y torpederos regresaron a puer-
to, poco después, a causa de una colisión entre el
Ariete y el Rayo. También hay noticias de que el
Pelayo está en Cádiz; pero esto no ha sido confirma-
do por telegrama auténtico, aunque creemos que es
verdad. Este Departamento no tiene otra información
verídica sino de que la escuadra salió para el Atlán-
tico.
Para obtener información sobre la escuadra espa-
ñola, arriba mencionada, y en caso de que ella pue-
da ir a las Antillas, el Departamento ha enviado dos
vapores de la American Line, el Saint Louis y el
Harvard, para que crucen hacia el Este de Guadalupe
y Martinica.
También está en estudio el enviar un tercer va-
por que cruce alrededor de la isla de Puerto Rico con
el mismo objeto; dichos tres buques telegrafiarán a
este Departamento y a usted, tan pronto como obten-
gan información segura. Aunque los telegramas mencionados anuncian que Ja escua-
dra española se dirige a Cuba, es muy dudoso si seguirá inmediatamente ese rumbo;
Cornetín con el cual se ditS el primer toque
Ae. generala g\ 12 de mayo, siendo conser-
vado por I). K. Colorado.
^ El capitán Wise contó dos disparos a causa del rebote del proyectil. — A^. del A.
68 A . R I V E R O
aunque pudiera suceder que marchase al puerto de San Juan, Puerto Rico, o hacia
algún otro puerto de esta isla, o de la parte oriental de Cuba. Creemos que si ella toma
refugio en algún puerto de los mencionados, tal movimiento sería favorable a las ope-
raciones de usted... Por supuesto, el Departamento no necesita recordarle la importan-
cia de encerrar al enemigo en San Juan, Puerto Rico, en el caso de que vaya allí por
carbón o por otros abastecimientos. Hace algún tiempo corrió el rumor de que las
autoridades españolas estaban preparando uno o varios cascos de buques viejos, car-
gados con piedras, con el propósito de obstruir la entrada del puerto. Si eso se ha
realizado, no lo sabemos positivamente. — Muy respetuosamente {firmado) John
D. LoNG, secretario.
Al contraalmirante W. T. Sampson .
Comandante de la fuerza naval de E. U. Estación del Norte Atlántico.
Washington, mayo, i, 1898.
Departamento de Marina.
Señor: El Departamento piensa emplear a usted para saber si la escuadra es-
pañola que salió de las islas de Cabo Verde en la mañana del 29 de abril intenta
correrse hacia las Antillas, y si así fuese, a qué localidad.
Con este propósito usted marchará con el Yale a la isla de Puerto Rico y cruzará
alrededor de esa isla a distancia conveniente de la costa hasta la tarde del 13 de
mayo. Si lo cree prudente se aproximará para observar el puerto de San Juan, y
también otros puertos, para averiguar si dicha flota española o alguna parte consi-
derable de sus buques está dentro de ellos.
Si encontrase que la flota española se está aproximando o que ha entrado en
algún puerto de Puerto Rico, telegrafiará, si lo cree oportuno, al Departamento y
también a Cayo Hueso; después seguirá con su buque para informar personalmente
al jefe de la estación del Norte Atlántico
Play un par de hwo^xx^^-e sandias cruzando entre latitud 14 y 17, dentro de una
línea lOO millas hacia el Este de Martinica y Guadalupe. Estos buques son el Saint
Louis y el Harvard...,.
En caso de captura, usted, sin excusa, destruirá o arrojará al mar estas instruc-
ciones y también todas las que tengan carácter confidencial. Muy respetuosamente
(firmado) John D. Long, secretario.
Al comandante del U. S. S. Yale.
Washington, mayo 5, 1898.
Sampson (al cuidado del cónsul de los Estados Unidos).
Cabo Haitien, Haití.
No arriesgue ni exponga a serias averías sus buques contra fortificaciones, si eso
pudiera impedirles seguir muy pronto hacia el Este, y atacar con buen éxito a la
escuadra española (Firmado) Long.
CRÓNICAS 69
Cabo Haitien, ma3'o 8, 1898.
Secretario de Marina, Washington, D. C.
No he recibido información de los cruceros españoles. Ruego que a la llegada
de los tres vapores de la American Line^ me envíen noticias por telégrafo desde
St. Thomas. Si me faltase el servicio de esos buques tendría que retroceder al Oeste
inmediatamente.
Esperaré respuesta a esta petición en cabo Haitien. Si obtuviese autorización
procedería contra San Juan ^, probablemente destruyendo sus fortificaciones, y esta-
bleciendo una base temporal en la isla de Culebra, al Este de Puerto Rico, toda vez
que la entrada del puerto de San Juan está obstruida [Firmado) Sampson.
Todo lo transcrito, de documentos oficiales, comprueba que no fué el autor de
esta Crónica en modo alguno responsable de la desagradable sorpresa que propor-
cionara el almirante Sampson a los habitantes de San Juan en la madrugada del
12 de mayo de 1 898.
* * *
El 12 de mayo de 1898. — Hacia el 8 de mayo los comandantes de baterías reci-
bimos cierta orden reservada para tomar toda clase de precauciones antes de rom-
per el fuego sobre buques de guerra que pudieran avistarse, toda vez que la
escuadra española, muy reforzada, aparecería frente al Morro de un día a otro. Aun
cuando la orden fué reservada, nadie guardó el secreto, y grande fué el entusiasmo
en cuarteles, palacios, cafés y tertulias de boticas.
Pocos minutos después de las cinco de la mañana del día, 12 de mayo, formida-
bles estampidos de cañón me hicieron saltar del catre de tijera en que dormitaba,
vestido de uniforme y sin abandonar las armas. A toda carrera escalé la batería de
los Caballeros. Allí encontré buena parte de mis hombres mostrando gran sorpresa;
a los restantes los saqué del dormitorio en poco tiempo. Como todos los cañones y
obuses estaban cargados desde el día 10, fácil fué romper el fuego, siete minutos des-
pués del primer disparo del enemigo.
Una lluvia de proyectiles, trepidando como máquinas de ferrocarril, pasaba sobre
nuestras cabezas; era una verdadera tempestad de hierro; allá en el mar, donde co-
menzaba a clarear el día, podían distinguirse las siluetas de los buques enemigos
alumbrados de tiempo en tiempo por las llamaradas de sus cañones.
Calculé la distancia, a simple vista, en 4. 000 metros y di la voz de hacer fuego a
esa distancia con granada ordinaria. Falló el primer estopín, por inexperiencia o ner-
vosidad del artillero; entonces comencé a disparar cañón tras cañón, apuntando cui-
dadosamente. Esto duró hasta las ocho de la mañana; tres horas de combate contra
una escuadra poderosa; tres horas que me parecieron tres siglos.
^ Sampson había salido con su escuadra de Cayo Hueso el 4 de mayo, llegando el 8 a Cabo Haitien.
Véase el croquis que contiene el derrotero de esta escuadra. — N. del A.
70 A . R I \' !•: K ( >
Mis artilleros, unos 200 hombres, se portaron con gran valor y serenidad, sir-
viendo las piezas cof\ tanta precisión como si se tratase de un ejercicio de escuela
práctica. Después supe que en casi todas las tlemás baterías ocurrió lo mismo.
Tenía bajo mi mando cuatro baterías, dos dentro dcd castillo y dos fuera, con el
suficiente número de oficiales y sargentos. Recuerdo, entre los primeros, al teniente
Andrés \'akHvia, culiano, quien demostró entonces tener gran corazón y un dominio
alisoluto de sus nervios; otro teniente, llamado r-Lnri(|ue llotella, el cual no tenía
puesto en las baterías, me ofreció sus servicios, y dándole los genielos de campaña
iregalo del ilustre abogado Antonio .\Ivarcz Navaí, le luce subir al parapeto más ele-
vado, y desde allí, caila vf/. (¡nc mis cañones lanzaban un proyectil, avisaba: ¡corto!...,
¡largo!..,, ¡bueno;.,.
La primera saiigre,— Cuantío ya tiabíamos disparado ocho o diez cañonazos y a
jiHes y oficiales se nos hal,>ía <pn'tado cierta molestia qia^ en estos casos se suele sen-
tir en la garganta, vi correr la primer;i sangre. Se apuntaba un obús de 24 centíme-
tros, servido por seis hombres, tres a la derecha y tres a la iz<püerda; d(>trás, el te-
niente \"aldivia, l"n artillero, subido en el estribo, forcejeaba para cerrar el tornillo
de i-ulata, cuinnlo una granada enemiga de seis pulgadas f-aitró a ras de la cresta del
parapeto, rozó toda la pieza de boca a culata, cepillando un sarco en el metal,
arrancanrlo el />/i!i\k. de cierre; éste y el proyectil fueron a dar fuera, contra el nuu'o
del fondo, lii artillero abrió los brazos y ca)-ó al suelo con el cráneo destrozado; el
proyectil, al chocar contra el muro, estalló y algunos cascos hirieron a los otros cinco
li<uiibn>s. .\íi obús y losla su dotación, excepto el oficial, (piedaron fuera de
condiale.
f R o X I t' A S 71
'\Iori1)iindo y heridos fueron retirados al hospital de sangre, donde el primero
talleció después de recibir los auxilios del ca|)ellán. Aquel pol)re niuchacho^se lla-
maba losé Aguilar Sierra. Los heridos mostraron tan buena disposición, que a las
diez de la mañana, cuando el corneta de guardia había tocado rancho, los encontró
acomodados en un corredor dt; la planta baja, con pies y cabezas cubiertos de ven-
dajes, pero cada uno con su plato de rancho vn una mano y el ¡lan y la cuchara en
la otra.
AfUíinecía.— I'ui esto amaneció un hermoso día tropical del mes de mayo. ¡Uué
iiermoso amanecer ¡)ara un soldado el anumecer d(^l 12 de mayo de 1H98! San Cris-
tt.lial y el Atorro a
póK'ora quemada c
an coronados f>or rmbcs de liumo rojizo, producidas por ha
cañones. Cada vez (jue mis baterías lanzaban una descarga,
temblaban en sus cimientos las (^asas de San Ju.'m; nnudias vidrieras saltaron en
l.edazos.
A lo lejos, San Antonio, Santa ¡llena, San Fernando, .San Agustín, S;uiia Teresa
y la Princesa se batían con denuedo, aunque demostrando todos los artilleros, inclu-
so los míos, falla de experiencia i)or no haber tenido mmca prácticas de tiro.
Knlrente, l;i escuadra americana maniobraba niarcliando i:on lentitud, sin dejar
de hacer fuego. Cada buque navegaba paralelamente a la costa, con una velocidad
aproximada de cinco millas; hacía fuego por andanadas con sus baterías de estrif)or;
i-uando reliasaba San Cristób:il, viraba hacia el Norte, primero, y al Oeste, después,
i-ontinuando el cañoneo con sus piezas de babor liasta llegar frente :i la isla de Cabras,
donde nuevamente ponía proa al Sur y luego al f^stc, repitiendo su firinier circuito.
A . \i\ X ]•: K ( j
Besde las baten-ías veíamos dos líneas de buques: una inarchando hacia el liste y
otra hacia el Oeste, formando entre las dos una amplia {>lipse, cuyo eje mayor era la
distancia entre la isla de Caliras y San Oistóbal, y el menor, unas dos millas.
-Aquella escuadra era, por entonces,
la más potente y moderna que bom-
bardeara una [)laza fuerte. UA Iiidianii,
con sus piezas de 13 pulgadas (las de
mayor calil')rc conocidas hasta aquel
día), disparal)a granadas de I.500 li^
bras de peso, alguna.s de las cuales
fueron a caer más allá de la l:)ahía, en
V.San l'atricio», finca de ('creccdo. l'J
loa:a, el Xe^c )'ork, con sus esl')eltas
chimeneas, y el Am^^iiiJriíe , manió-
l>raban disparando con exactitud ma-
temática. \l\ 1 error, v\ Moiilgoniery y
el Jhirait hacían igual trabajo; este
fdtimo buque, aguantando sobre la
boca del puerto, al oeste de la isla de
(Jabras, recibía el fuego de todas las
baterías del Oeste, replicando sin ce-
sar. VA Terror, frente a la misma boca
del Aiorro y un poco más lejos, hacía
fuego hada el interior del puerto, VX
AmpliUrile, al llegar a la altura de San
■— .--_==^.^ Cristófjal, paró sus máquinas y per-
rn la :ii"„%-. •■Sm, i':i:r¡.-i.,,.. ;,; ,."ir.> I,..!,, .1.; ia hala';,'. "' manecló allí f)or algo luás de un cuar-
to de hora sin dejar de hacer fuego,
lal actitud de desalío, así la juzgue, me irrittí; por eso di órtlenes para que las
í)iezas fie los Caballeros lo atacasen, (.'on mis propias manos le disparé más de veinte
granadas; realmente éramos muy malos apuntadores, porque el buque enemigo, cuan-
do le vino en ganas, siguió su marcha sin averías aparentes. Por algún tiempo, dii-
.rante este duele» singular, creímos que aqu(«l w/f/w/o/- estaba hecho un /v;///,;// sin
g(.»b¡erno y a merced de las haterías.
lín esta forma (>ontinuaba el comluitc^: ordenadamente por los de la escuadra; con
valer y entusiasmo, su|)eriores a sus medios, por los defensores de la plaza.
El general Ortega.—I'oco antes de las seis de la m.iñana el corneta de guardia
anunció la llegada del general Ricardo Ortega, gol.)crnador nu'litar de la plaza.
Rendidos ,1(KS liouorcs de ordcaianza y después de mandar alto il fiie^i^v, le comuniqué
<d parte, sin otras u!.)vedades que un nu.ierto, cinco heridos y un obús inutilizado.
C R O N I C A S 75
El general, que vestía correctamente su uniforme de campaña, miró a la mar pri-
mero, contó las naves enemigas, y después recorrió con su vista mis cañones y
artilleros: «¡vSiga el fuego!», ordenó.
«¡Viva el general Ortega!», grité; y un clamor de patriótico entusiasmo recorrió
las baterías, se agrandó en las oquedades del castillo y fué a confundirse a lo lejos
con el estrépito del cañón enemigo. No menos merecía aquel valeroso soldado,
quien pudiendo buscar refugio en túneles a prueba de bombas, como lo hicieran otros,
escaló la más alta y descubierta batería de la plaza para dar ejemplo de valor a sus
defensores.
«Deseo apuntar un cañón», me dijo; y este deseo fué satisfecho. ¡I^ravo general
era el general Ortega! Era de la escuela de aquel caudillo, Prim, que, llevando en su
mano derecha la bandera de los voluntarios catalanes, hizo saltar su caballo por una
tronera del campamento enemigo, matando con su sable al moro que intentaba dis-
pararle un cañón.
Como el fuego era muy vivo y mi repuesto de proyectiles cargados disminuyera
visiblemente, ordené al auxiliar de artillería, Martín Cepeda, que con algunos de sus
hombres fuese a la batería de San Carlos — que no hacía fuego por ser su campo de
tiro el frente de tierra — , y me trajese todas las granadas de dicha batería.
Lo que hizo este hombre, y cómo perdiera poco después su brazo derecho,
aparecerá en otras páginas de mi libro.
Ortega no era mi amigo, me lo había demostrado en más de una ocasión, espe-
cialmente cuando me encerró, arbitrariamente, en las bóvedas del Morro. Ignoro si
fué el peligro común o alguna razón oculta que nunca supe, pero desde aquel día
se comportó como un excelente amigo, demostrándome tanta bondad y cariño que,
por corresponder de igual manera y a ruegos suyos, este libro ha estado sin editarse
por veinte años.
^^j;5íp.".i;. :.*/ :'. *_g
^ . itijy . ■■ •:
C'rucero acorazado \ew Vurk.
A . ¡i ¡ \ ¡i R (}
Aijiiella casa.- — •/Xlinra voy a rt-lalar <ilgo (]i!e pocos saben. A eso de las sifttf y
media <ic Iri inailana observamos que toda la escuadra, desfilando al ( )este, mar
uíucr.i, volvia hacia la costa enfdaiido, al parecer, la boca del Morro.
t-ntrada del almirante Dew^ey en la bahía úc Manila. Había cpie evitarlo a toda costa,
hd gfMieral < )rtega, (pie desile su estaci<)n tidefónica de San Cristóljal había c<'ntrali-
zado <•! niantlo dic la |>laza, t)r<]enó a todas las haterías ipic concentrasen sus fuegos
liacia la entrada del puerto. Yo, (pie personalmente estaba apuntando, vi entonces
el punto de mira cubierto por un mirador de cierta, casa; a(p.iel obstáculo me estor-
baba; tenía (jue clarear mi campo de tiro, y por (^so, enfilando el mirador apunté a
su base y di fuego, l'na nube úc polvo se levaub); cuando el viento la llevó hacia el
mar, vinms que ia, |)art(^' alta de la casa hahna .lesaparechio.
\o culpe al almirante .Sampson, como lo hiciera al día siguiente en la hVensa el
ducuo de a<pae]la casa; fué este ca[>itán de artillería (¡uien, en cum[)l¡mienttj <le su
delier, ata(.-ó su propiedad. Pur lo demás, éstas son cosas de la guerra <.pie ya todos
O la escuadra «americana, no intentó fr>r¿ar el |)iierto, o el nutrido, aunrpje poco
eficaz fuego de las baterías la disuadió de tal empeño.
El genera! Macías.— Tn nuewj tocpie de corneta y entonces fué el ca|)ítán gene-
ral quien, pen(ítrando en el castillo y deteniénch.ise en su plaza de arn.ias envió un
aviso a las baterías; í )rtcga, desrle lo alto de! parapeto, le díé) el parte reglamentario;
en aajuel momento ficurrió algo (pie deseo consignar como un incidente del coud)ate.
L'na granjida enemiga chocó contra el nu.mtacargas tle un obús emplazado en el
punto más alto ihú i-;cstillo, sitio conocido con el nombre de Macho de San Cristó-
bal, y después de destruir el pescante fué a herir v\ muro haciendo explosión, ¡umque
sin causar ba)as. ;\lgunos trozos de muralla rodaron al patio, ca,yendo con gran
estruendo sobre un techo de cinc (pie allí había. Id ruido, la |3olvareda y la coufu-
(• R í) N 1 1; A s
s¡óti fueron extraordinarios. Cuando se clareó el lugar de la escena, su escelemia
continuó su camino por el túnel f|ue tlesde la plaza del castillo conduce al loso y
haterías exteriures. Según me contó después el faJ^o fitrui!. acjuella mañana \- a la
hora referida tuvo el Iwnor de ver en las cocinas al i^encral Macías y a su listado
Mayor que le acompañaba, <piienes probaron el ranclio. Id capitán general y su
séquito recrn-rieron las demás hatt:rías, siendo aclamados fior la trupa, \ sobre t<>d..
en las del Morro.
Ortega volvió a los C:al)al!eros. W combale continin» liasta las ocho de la nnc
nana, cuando toda la escuadra enenuga puso |n-oa m;u- ai'uera, h^rmand;) en línea
con rundn) al Nordeste lucra del alcance de nuestros cañoneas. Allí permancci<H;odo
dcspuési a Cabo I laiticMn despiichando hacia St. dliomas, AmxAit puso un cable, al
crui:ero Moiili^'^tiiLrv. -\rni cuando el enemigo estaba muy ilistante, todas la,s baterías
de la plaza, p<n- orden del general Ortega, dispararon una a una sus piezas, y pudie-
ron verse los ¡proyectiles levantandio colunmas de agua, y al mismo tiempo todas las
banderas fueron aferradas a los topes, y las corn(^t:is tocaron ¡alio el jiifí-ol
l'uc un alarde <le artilleros cpic durante' tres horas com1>atieron valientemente,
con pie/as inipreipias, contra acorazados |;)rovistos de formidable» :u-ttl!ería.
Bajas en San Cristóbal.— Las bajas en mis batcndas fueron un muerto y siete
h.cridc^s, entre éstos el obrero auxiHar Martín Cepeda; tuve adcumís dos obus(\s fuera
di- combate; [>ero como uno de ellos hubiese sufrido averías solamente en el tnon-
tacargas, este aparato fué reemplazado, sin pérdida de ticmiio, por el de la e)tra pieza,
y así el obús pudo seguir haciendo fuego.
Abarca, en la 3thirina, adonde concurrieron un ma,eñtro de fábrica y varios obreros
dnl parrpie de Artillería, y. I.kiío la dirección dc^l capitán Acha, se trabajó sin
A . H I \' 1-: R o
descanso hasta la madrugada del día 13 en que dicho cierre fué colocado en el obús,
quediindo listo para reanudar el fuego sí era necesario. í'\ié un trabajo delicadísimo
que no puedo ¡'Kisar por alto; como todos los filetes habían sido rozados por el pro-
xa'íctil enemigo, fué necesario abrir una caja en dicho block-át^. cierre, donde se intro-
diijo, a jircsiún, una pieza de acero, a la que se tornearon los trozos de
W filete que faltaban.
W Cuando más tarde en el Ai/toi/io Ló¡'ez llegó un hlock de repuesto, pedi-
\% do por cable a Cá<liz, no hubo que utilizarlo. Al amanecer del I 3 de mayo mis
once piezas, obuses y cañones, estaban dispuestas
para, romper el fuego, y el número de proyectiles
cargados y con sus espoletas era superior al con-
sumido.
Obsequios. — dan pronto terminó el fuego co-
mencé a recildr valiosos ol)se(|uios, para nos arli-
lloros, de los conierciatites de la plaza y de muchos
particulares; cajas de cliarnpafia, coñac, vinos gene-
rosos, galletas, chorizos, tabacos, cigarrillos y dub
ees; todo subió en .abundancia y hasta con derro-
ihiiiiiizii.i.. !,.,r 1:11 ,'.i-',i.i.r... che. Las casas de Cerecedo, Sobrinos de Izquierdo,
b'.gozcue, Ezquiaga, Ikilívar y Arruza, y otras más,
se señalaron aquel día por su bondadosa esplendidez.
Visitantes.— -Durante el fuego y después recibí las visitas de muchos amigos, en^
trc los cuales recuerdo a X'icente líalbás, Miguel Cañellas, v\ doctor Francisco R. de
( loenaga, ^\ miando Morales y muchos más. Yo estaba |)Oco presentat>le después de
las faenas de la mañana; el estampido de los cañones me hat)ía dejado sordo, y con
gran trabajo pude tjuitarme de la cara las huellas de la pólvora.
Auxiliares de artillería. — listos auxiliares, cien aproximadamente, salidos unos
de los talleres de ,\l)arca. Portilla y el Parque, y el resto reclutados entre los estil)a-
ílores del muelle, prestaron servicios muy inqiortantes a las órdenes tle los ingenió-
nos José l\)rlilla, Ángel .\barca Cortina y de Antonio Acha. líllos fueron los que lle-
varon a his baterías, mientras duró el comliatc, proyectiles y saquetes de j)ülvora
tiende los re|.)uestos de luuniciones, demostrando un valor estoico e inexplical>le en
gente bisoña. Durante tinla la acción reían, cantaban y hacían chistes; uno de ellos.
barcos americanos,
í|ue insultaba con palaliras y ademanes poco distinguidos
al ver cómo se introilucía un proyectil en el cañé)n, me gritó airado: «jCapitán, mé-
bilc dos A
Este auxiliar se llamal>a lulio Lizardi, ÍXxo, Antonio Roselló, de oficio herrero,
mereció) jior su valor y servicios grandes elogios.
Del temor al heroísmo.— l'"n lo alto del Macho, y visible de todas partes, hal)ía
emplazado un obús.' .Al acercarme noté <pie el artillero encargado de poner a las
CRÓNICAS
granadas ^\ porta-cebo parecía tan nervioso que no acertaba a enroscarlo por el tem-
blor de sus manos; recuerdo que lo miré atentamente, dirigiéndole estas palabras:
— ^-Tienes miedo?
— No, señor — me contestó.
Y en el acto sus manos dejaron de temblar, y con gran, serenidad continuó su
tarea. Poco después pidió permiso para apuntar, y estas funciones las desempeñó
hasta el fin del combate. Cerca de él
estalló un proyectil, inutilizando el
montacargas; el momento era de gran
ansiedad. El artillero más sereno y va-
liente de cuantos sirvieron aquella
pieza fué el nervioso de antes. Su
conducta me agradó tanto que in-
fluí para incluirlo en la propuesta de
recompensas, y obtuvo la cruz de
Guerra.
Este artillero, muchacho de diez
y seis años, era educando de cor-
netas y alumno de la Academia Pre-
paratoria Militar. Su nombre, An-
drés Rodríoruez Barril.
* * *
En el Morro. — Era la madrugada
del 12 de mayo cuando el torrero de
guardia en el faro del Morro divisó,
muy confusamente, un gran convoy de
buques que, con luces apagadas, se
aproximaba del Noroeste. Avisó al
sargento y al telegrafista del semáforo,
y todos ya reunidos sobre el parapeto
que rodeaba el faro, examinaron con curiosidad las negras siluetas que casi se esfu-
maban en la bruma. No cabía duda: ¡era la escuadra española!; se discutía jovialmente:
— Aquel acorazado de vanguardia es el Pelayo.
— No, es el Carlos V, ¡Mírale las tres chimeneas!
— Yo veo claramente al Vizcaya y al Oquendo.
La escuadra avanzaba lentamente. Una tenue claridad teñía de vivos colores el
horizonte. El sargento llamó a un soldado y le dijo:
«Capitán, ¡métale dos!...»
Julio l^izardi, auxiliar de artillería.
A . R J V E R O
— Avisa al capitán Iriarte ígobcrnador del Morroi que la escuadra española está
i la vista.
Un l>ü(jue pe(|ueii() venía a la caljeza. Seguíanle tres más de gran tonelaje, qne
-;x,ani¡ nados por (^I capitán Iriarte, (.pie llegó en aquellos momentos, fueron recono-
cidos como pertenecientes a la
escuadra de Jos lisiados l'nidos.
I'd capitán tenía en su cartera
siluetas de lodos los buques d(í
Sanipson.
■--dJigan al capitán Rivero :
gritó excitado que es la escua-
dra yankee.
d'odos lo miraron con asruii-
bro; no cabía duda: o el capitán
Iriarte estaba medio dormido, o
no sabía una palabra de buques
de guerra.
I'd tnisnio ca|)ilán, con gran
tral)ajo, pudo hacerse oír de Ca-
|">itanía general )' comunicó la
ocurrencia, ri;c;bie.ndo esta res-
puesta del :iyudante de guardia:
^-^J'.stá Inen.
I'ronio se aclaró el misterio,
lúi gran acorazado, que ahora
navegaba, en cal)e>;a, se dirigió
hacia el .Morro, levantando <:on
su proa montañas ele espuma,
y como la claridad había au-
mentado, vtóse flotar sol)re sus mástiles el pabellón estrellado de los .listados l'ni-
dos de América.
csjl.a escuadra yankee!.", fue el clamor general. La corneta lanzó a los aires el to-
(pu; de generala, y los artilleros, algunos medio dormidos, volaban a sus puestos.
l>rilló un relámpago que ¡.lareció incendiar el costado de estril)or del acorazado de
vanguardia (el /tr:va i, y muí andanada ]>asó sobre los altos parapetos del vetusto y
glorioso Castillo.
liran las cinco y diez y siete de la niafl:ma; dos cañones de seis libras de la l.ia-
tería de estribor y urui de ocho pulgadas de; la torre de proa habían sitio disparados
simultáneamenle por aquel buipic.
S»d)re el para[)eto, a pecho descubierto y escrutando el horizonte, estaba va el
C K O XM C^ A ;
jefe de las baterías, capitán Ramón Adía Cn;inrdño, hijo de Puert(3 Rico. F.l capitán
losé Antonio íriarle, gobernador del Castillo, tenía el mando de la batería de San
Antonio, situada en el campo del Morro, sobre el cementerio.
— ¡Arriba la bandera! ■ ordenó Acha, y la bandera española surgió rápidamente,
azotada por las brisas de la ma^
ñaña.
A la derecha, y no muy le-
jos, sonó un cañonazo, luego
otro y otros. b>an las baterías
de .San Cristóbal, las primeras en
contestar al atacpse, a las cincc^í
V veinticuatro minutos de la ma-
ñana. 1 odas las del Morro rom-
pieron fuego vivo; la de Iriaríi^, a
la derecha )' las tres de la izquier-
da, situadas fuera del Castillo,
tronaI)an sin cesar. Se generalizó
el combate }ior mar y tierra; el
¡im'iana, el A)ffva ]'nrÁ\¡os d(.s
monitores y dcMiiás butjucs lan-
zaban andanadas de todos los
i:alibr(;s imacr¡fia,blf-s, tratando de
d(Mnoler el Murro. Vu proyectil
chocó contra el muro d«^ c;spalila
debajo del faro y los cascoKís.
(]uí; volaron en varias direccio-
nes, hirieron al teniente bíarba,
í]iie la mandal)a; tomó el man-
do el sargento Fontbona, y poco después caía heri<lo por un trozo de ladrillo.
( H,ra granada dio contra el tnierpo más elevado del faro, \' parte de éstt» vine» a.
tierra, aumentando las dificultades del momento. Bastante; más l:ü-dc, un jefe de
artillería (]ue era director del parque juzgó prudente abandonar su ¡niesto, y, diri-
giéndose al Caistilh^ tomó el mando délos obuses. ipi<' habían estado a cargo del
teniente h'austino Cronzález Iglesias.
¡Ikdlo espectáculo que no olvidarán mis ojos! Las olas, duramente agitadas por
mar ác fondo; viento sutil, casi muerto; un sol ratlianle arrancab:
i'íh
■^nuiralda v' teñía de oro las carcomidas piedras de a{|uel castillo de San l'ernando
el Morro tan terriblemente combatido.
La escuadra enemiga maniobraba con seguridad y pc;rii:¡a, como he dicho. Una
A . R [ \' 1{ R O
^■ranada de Lirt) rápido cntr(3 ro-
zando la hatería baja, y encon-
trando un íallo en el muro clel
fnnu)So calabozo conocido con el
nomlire do ^H;alabozo del cliino»
("prisión política durante niucl)í>
tiempo), estalló, hiriendo a cuatro
artilleros de nueve tpie allí esta-
ban arrestados; lodos, utilizando
como palancas los ban(juilb)s de
li ierro del camastro, forzaron la
puerta y a la carrera ganaron sus
baterías. Uno, c|ue pertenecía, a
rni castillo, llamado Juan l'^crnán-
dez, natural de \''alencia, atravesó
todo el campo <lel Morro, la ciu-
dad, sul>i<') a. San Cristóbal, esca-
ló la bat(;ría de los CabaJleros
y, cuadrándose militarmenle, me
dijo:
— jQué hago, mi ca¡)itánr
Así procedieron a<iuellos arti-
lleros, y así debo consignarlo,
lúii.r-, cii e¡ t:;.3i,¡).. .!ri Morro. aílmiando mi creencia de que el
sobladü español es capaz de los
siempre <jiie se vea guiado |.)or i<des serenéis y conscientes
ui honor v de su di;bcr
Batería de San Antonio. — Situada en el canipo del Alorro, sobre el ccnumtcrio
y en la irortina de aquel baluarte, batía con sus fuegos todo el es|)ac!í) rruierto entre
ambos castillos, ba mandaba el capitán losé .Antonio Iriarte, portorritpieño de ca-
rrera brillante que prendía sobre su uniforme, además dv. otras, dos cruces pensi(tna-
das de María i'ristina, otorgadas por actr)s de valor distinguido en la campaña de Cuba,
l^ste oficial era, como hemos dicho, el gobernador del castiho del Morro, pero como
la batería de San i'Xntonío pertenecía a su mando, la eligió, cediendo las del ('astillo
a su paisano el capitán Acfia, seguntlo jefe del paripie de artillería, quien voluntaria-
mente pidiera con anterioridad un f)uesto de ["''"gro- ■'^•'" Antonio se batió bien y
con mucho orden, impidiendo (pie el encnngo, metiéndose entre ambos castillos, nos
:flip-
^üili
nr.
C K O X I C A S
8r
atacara de flanco. Tuvo dos bajas y algunas averías, de momento, en el cierre de una
pieza.
Batería de la Princesa.— I^sta y la del Escambr(5n eran las dos únicas baterías de
la plaza de mod(>rno emplazamiento, aunque con débil artillado; el sitio estaba admi-
rablemente escogido, en desmonte, oculto por la vegetación de la cost:i y con re-
puestos y hospitales de sangre a pruelia, de bomba. Dichas liatcrías eran invisit>!es
para la escuadra y sólo podían ser ofendidas por tiro indirecto. Mandaba la prí^
mera el capitán Aureliano ¡'^"".steban, y no tuvo novedad ni en los sirvientes ni en el
material.
Batería del Escambrón.— Estaba al mando del capitán Aniceto fionzález, que.
desde teniente, servía en Puerto Rico; mejor ba,tería que la anterior, situada en la
punta Este del islote de San Juan, tenía un bello campo de tiro, y eslab:i artillada
con obuses de 24 centímetros, de giro central, <jue, con su tiro curvo, podían haber
hecho mucho daño a las cubiertas de los bu<]ues enemigos. \i\ capitán (jonzález,
hombre de nuicha experiencia, aguantó a pie firme las tres horas del comísate, sin
disparar un solo cañonazo; porque, según él dijo, y tenía razón, el enemigo estaba
fuera de tiro.
¡íl capitán González, hoy coronel del ÍAu^Tpo de artillería, recibió orden estricta^
de no hacer fuego. Tal orden fue un error lamentable, que me veo en el caso de cri-
ticar severamente. No importa que la escuadra estuviese fuera de tiro; la batería del
Escambrón debió liacer fuego con su máximo alcance, si no para ofender al encim'go,
cuando menos para invitarlo a la pelea, invitachni que tal vez hubiese sido aceptada.
82
R 1 \' K K O
Y de esta manera, una nueva batería habría compartido con las demás el pe*4o del
combat:e, y los buques del almirante Sampson, aprendido, ¡)ara el futuro, los riesgos
c|ue aparejaba un ataque a la plaza de San Juan.
San Fernando, Santa Elena y San Agustín. — l£slas tres baterías estaban al
manilo de los capitanes Juan Aleñar y Rcgino Muñoz, teniendo a sus ordéneos a los te-
nientes Lucas Massot, buis bópez de Velasco y Antonio Vanrreb .Sus piezas sólo pu-
dieron hacer fuego contra el Delroit j el Terror, estacionados de la isla de Cabras al
Morro; auncpie su fuego fué nuiy vivo (dando lugar a que el enemigo en su parte ofi-
cial lo calificase de viciosoi, y de que muchos de sus proyectiles cayeran junto de los
l>u(pirs, ipie estaban muy cerca, l.iOO metros, no hicieron un solo blanco. Tarniioco
tuvieron averías. Algunos artilleros resultaron contusos por el manejo de las propias
piezas, (pie eran anticuadas y de pésima calidad.
Santa Catalina. — l'd cañón que el capricho del general í\hicías hizo instalar detrás
ele su palacio, más que defensa era un peligro evidente, no sólo para él, sino también
para los artilleros encargados de servirlo; basta consignar que a retaguardia de su
enqilazaouento, y muy cerca, se levantaba un muro de 30 yardas de alto, pintado de
cal, nuiro <jue estal)a solicitando la puntería del enenngo. Felizmente, el oficial que
mandaba tan peregrina batería, obró con gran prudencia no haciendo fuego hacia la
boca del 'Alorro, porcpie, de lo contrario, al r<qilicar la escuadra, muy mal lo hu-
l)¡eran pasado el general Macías y el suntuoso palacio que habitaba.
San Jerónimo.— b'.n este castillo, de brillante historia militar, y donde en el
año 1797 se estrellaron las l>aterías y los navios ingleses cpie atat;ar(ni la plaza por
mar y tierra, había dos cañones antiguos, de bronce, de 16 centímetros. KI teniente
F'olicarpo Itchevarría, tand>icn portorri<p¡eño, <pie los tenía a su cargo, no hizo fuego.
Bien procedió el teniente; no valía la pena de quemar [lólvora en salvas con a(|uellas
piezas anticuadas y de muy poi;o alcance.
<: R o N I C A s
^3
En la pyerta de San Juan. — El capitán portorriqueño Fernando Sárraga/Ktmgel
llevó a l>razos de artilleros, al baluarte de vSan Juan y sobre la puerta del mismo
noinl)re, su batería de cuatro cañones de bronce de nueve centíniclros, y allí pernia-
tieció vigilante, [)or si la escuadra íbrzal>a el puerto, cañonear, a boca de jarro, sus
cubiertas; no entró en accicjn ni cxjierinuMitó accidente alguno.
Santa Teresa,— Aiui<]ue exterior al Castillo, Santa Teresa también pertenecía a mi
nando; estaba al trente de ella, un teniente de la escala de Iveserva
lazos, sin consecuencias para sus cañones y sirvientes.
lispan
se con sus ocho cañones desfilaroni
onde al a!)rigo del terreno pernia-
Baterías de inontafia.— Las dos <le esta
hacia Puerta de Tierra, cerca de San jerónim
necieron toda la mañana.
San Carlos. — -I^'.sta batería no j)ndo liacer fuego, por tener enijilazados sus caño-
nes hacia el frente de tierra.
Tropas veteranas y voluntarios. — Los tres batallones de infantería que guarne-
cían la plaza estaban ahijados, respectivamente, en el cuartel de ballaiá, el cuartelillo
del campo del ?iforro y el cuartel de San Francisco (derribado más tarde para fal)ri-
car la escuela Baldorioty de Castro). Desde el primer momento formaron todas las
comj)afiías, y a paso ligero ocuparon los puestos que con anterioridad había sf^ñala-
do una ord<'n del día del gobtn-nador de la plaza, ("orno al iniciaj-se el bombardeo un
ll^ran número de proyectiles hicieran blanco en la Jachada norte del cuartel <le Ballajá,
averiándolo de tal niotlo, que im trozo de pared vino al su(>lo, dejando descubiertos
'"S dormilorios de dos compañías, los soldados, casi a obscuras, v asfixiados rior la
H
A . R 1 \' ¥, R O
fxjlvareda, echaron manos a los fusiles, g-anando rápidamente la salida. Naturalmente,
entre los escombros ([uedó gran cantidad de eartuchos Mihiser; y como fué preciso-
justificar, más tarde, esta pcrdíihi, se inventó la íál)ula, admitida como episodio, de
<lüe diclio batallón, al ocu[)ar posii:i(jnes sobre el cementerio, hizo muchas desear-
ijiis cerrachis }•' con tal aiderlo solirc los l>uques erieniigos (pie, sorprendidos y atemo-
rizados, se retiraron a toda máquina.
Poco después del bombardeo, un oficial del I'^'rinápano de Asturias me contaha,
ojuy alborozado, cómo las tripulaciones americanas, al recibir la lluvia de balazos,
j^r'i ¡alian coma (iiaiíouios.'^i hubo díspaxos fie infantería, fueron muy pocos, y sólo para
justificar el aliandono de cariuchos por razofies de fuerza mayor, bo extraño es que el
conmel Camó), hombre viejo y que ceñía c;l fajín del listado Alayor, hablase en
su parte oficial, concediéndok^s capital im¡)f)rlancia, de las naaiífiras descargas.
.\iuique con pena, me veo en el caso de consi^i^iiar, para ccmotamicuito de aquelIcKS
(UL::<iifi)i^rs\ (|ue ni Sanipson ni ninguno de sus lenient(\s se enteraron de la célebre
i!;raiii:::ii'Ia de halas; tal vez hs olvidarían al escril>ir sus informes (p^ie, d<^ otra parte,
contienen los más nu'nuciosos detalles.
Batallón de Voluntarios número 1.— F.stebatallónestal.)aintegTado¡eu su max'or
parte, por españoles peninsulares; pero tenía, sin end)argo, entre sus oficiales y tropa,
ini buen muriero de ¡)ortorric]ueños, quizá la tercera parte. Id. 12 de tJKn'O, y al
C R O N J C A S
Jlt^sa
mando de su teniente coronel Pedro Arzuaga ', formó en la plaza principal y seguida-
mente las compañías se distribuyeron en esta Ibnua:
1 ,a primera, entre las calles de San Justo y Cruz, acera del Xorle; la segunda, en la
■escjuina de Cruz y San Francisco, frente a la farnuicia (juilleriiiety; la tercera, tam-
bién en una esquina, calles de San Francisco y San José; la cuarta quedó al príncii>¡o
frente a la Intendencia, calle de San José, esquina al Cristo; pero como un proyectil
al chocar con la cornisa del edificio lanzara a la calle nuichos trozos de manipostería
íde los cuales algunos hirieron a un teniente y a tres voluntarios), toda la compañía
desfiló por la misma calle de San José hacia el atrio de la Catedral.
La bandera de este batallón y su escolta estuvieron ciurante todo el combate en
el portal <le la casa de la calle de San Francisco, C|ue está al lado de la antigua far-
niacia Cuillermety.
De un estado de fuerza de dicho Cuerpo, lechado aquel día, copiamos lo siguiente:
«Resumen de la fuerza del batallón de Voluntarios número I, que concurrió a la
óefensa de la plaza el 12 de mayo: Tenientes coroneles, uno; comandantes, cuatro;
capitanes, nueve; médicos, cinco: capellán, uno; tenientes, 28: sargentos, 4(5: ca-
bos, 108; banda de música, 35: voluntarios, 829.
86 A . R I V E R C>
Guerrilla montada. — Tenientes, dos; sargentos, dos; cabos, cuatro; soldados, 40,
Ciclistas. — Tenientes, uno; sargentos, dos; cabos, dos; voluntarios, lO. Total ge-
neral: 1. 1 29 hombres.»
Tiradores de Puerto Rico. — lü batallón de Tiradores de Puerto Rico estuvo du-
rante toda la acción en el paseo de la Princesa, al resguardo del murallón contiguo
al presidio. Era jefe de este Cuerpo el teniente coronel Leopoldo P'ajardo, y coman-
dantes, Vicente Balbás y Francisco l^astón. Alguna compañía del mismo ocupó, du-
rante la última parte del combate, los fosos de San Cristóbal, donde también concu-
rrió el comandante l^astón.
Escolta del gobernador. — Ea escolta del gobernador, al mando de su capitán
Ramón Falcón, uno de los hombres más valientes que ha perdido Puerto Rico, desde
el primer instante acudió al palacio de Santa Catalina, y fué colocada detrás de éste,,
en la batería de Santa Catalina; pero como dos proyectiles de la escuadra cayeron
en las inmediaciones, un jefe de Estado Mayor ordenó que formase en la calle de
la Eortaleza, sitio inmediato al hospital de la Concepción, y allí permaneció hasta
las diez de la mañana, en que el general Macías dispuso que todos se retirasen a
sus casas.
Ciclistas. — Pertenecían al batallón de Voluntarios, y eran 1 7 jóvenes, casi todos de
familias prominentes, al mando del entusiasta teniente, y entonces rico comerciante^
Francisco Álamo; fué segundo jefe de esta sección Ángel Suárez. h^stos muchachos,
en sus máquinas, corrían en todas direcciones, desde San Cristóbal, donde estaba
centralizado el Mando de la plaza, hasta el Morro y San Jerónimo, y a los demás sitios
de peligro. Entregaron durante las tres horas del combate 87 órdenes escritas, me-
reciendo por su conducta valerosa y arrojada el ser citados en la Orden del día K
Bomberos. — Al romper el fuego la escuadra de Sampson^ el Cuerpo de I íonrados
Bomberos, de San Juan, se echó a la calle, de uniforme y con su material de incendios;
una buena parte de ellos, que eran auxiliares de Ingenieros, corrió a Casa Blanca, y
allí se puso a las órdenes del coronel Eaguna; otra, como retén, patrullaba por calles
y recintos, extinguiendo tres fuegos, producidos por proyectiles enemigos, tan pronto
se iniciaron.
Guerrilla" montada de Voluntarios. — h^sta fuerza formaba parte del batallón de
Voluntarios; componíanla 42 hombres, montados en caballos de su propiedad, como
también lo eran su equipo y armamento, exceptuando las tercerolas y cartuchos, que
les fueron entregados por las autoridades.
Mandaba dicha sección Pedro P)olívar, joven popular, valiente y entusiasta; en mis-
^ El Boletín Oficial de ¡a Unión W'/ocipedica líspañola, al ocn|)arse de los servicios (jiie prestaron los ciclis-
tas (le San Juan el día 12 de mayo, durante el bonil)ardeo, le dedic() f^randes y merecn'dos elogios, haciendo
constar cjiíe es la primera vez (jue los ciclistas demuestran, en una función de (guerra, la eficacia de su inter-
vención. Añade dicha revista qu(^ los tr¡{)ulantes del vapor Mia^iad J/. Pinil/os, que, a mediados de agosto del
mismo año, arribó a La Coruña, se expresaron en términos muy laudatorios de la referida sección ciclista. — -
N. del A.
( ) N I (; A s
87
notas figuran ademíís, como pertenecientes .1 esa guerrilla, las clases siguientes: sar-
eento, Nemesio l'crez Morís; t:ahos: Juan M. Cuadrado, Carlos Conde, José León y
Anacleto Agudo; trompeta, Jiísé l'iquer; herrador, Zapater.
La cuadra fue costeada entre lodos, dando cada uno la suma de 400 pesos, y se
Itívantó dotide estaba la antigua estación del ferrocarril, parada I. Formaron en la
plaza de Alfonso XII, y mas tarde, en el foso principal del castillo de San Cristól)al.
Cuantío el fuego cesó, fueron enviados a Puerta, de llerra, <londe pasaron todo el día
V la noi:he prestando servicio de policía.
Torpedos y torpedistas. — Desde que se proclamó el estado de guerra, el Alto
Mando español procuró of)struír la entrada del pucnlo; los vapores ,1 ///////£'/<? y i'olihi
fueron echados a piíjue en el canal de entrada, entre el Morro y la isla de Cal>ras; se
dispuso, además, varios torpedos de contacto, f>ara colocarlos en el momento preciso,
(pie fueron sacados de los cruceros (p.ie estaban en puerto, y tdnde;mdo, últimamente,
varias minas, cpie eran boyas llena,s de póh'ora. Id ca|-)¡tán del Concha y el elcctrí-
la'sta Manuel l\uiz llevaron a cabo este trabajo.
Sol)re los arrecifes de la costa y debajo de la l>atería de Sa.n f'^ernando se le-
vantó una caseta, donde estaba el explosor [¡ara dar fuego a dichas minas, debiendo
montar guardia f>ermanente los oficiales de Marina. F.n la mañana de! 12 de ma.yo,
algo más de las ocho, muchas personas vieron cómo un oficial bajaba a diclia caseta,
88
R I \' 1<: R O
agarrándose a los btíjiicos y arbustos del barranco. F>a el marino de guardia, quien-
hasta entonces estuvo agradablemente entretenido en cierta casa del recinto norte
llamado t'Cantagallos», y donde se acostumbraba a tirarle de la oreja a jíorge.
Incidentes.— Los doctores ¡osé C. Barbosa y (labríel Ferrer, acompañados de
I.uís Sánchez M'orales y Salo-
món Dones, estaban en Baya-
món, algunos de ellos sin el co-
rrespondiente pernn'so; al oír
los cañonazos y comprendiendo
lo qu(i ocurría tomaron un co-
che, y a todo correr se traslada-
ron al poblado de Cataño, donde
convencieron a la tripulación de
un bote para que los condujese
a San Juan. Al atravesar la bahía
cayeron cerca de la embarcación
varios pro\-ectiles, algunos tan
inmediatos, que el agua por ellos
levantada salpicó a los expedí
cionarios; al pasar por la popa
del crucero Couclia fueron vito-
reados por los marineros. Llega-
ron al muelle, y al poner los pies
en tierra, iba delante el doctor
b'errer, quien sombrero en mano
y muy excitado daba ¡vivas! a
España, vivas que fueron con-
testados por las fuerzas del ba-
<i.: Míchi^y^aii i-.,.iirc.ii,'. .■! jíniíio .1»-^ iior.tor, u . c: p.»ri.irr¡<|iicñ.. tallón dc Tiradorcs fomuuias en
" s;i ii.jM.- fatniíi:,^ ' ' cl pasco dc la Princesa. I'ji aque-
llos momentos se presentó un
oficial de Marina, el cual guió a todos hasta el despacho del general Vallarino,
<|uien les recibió con mucha afabilidad colmándolos de elogios, según dijera él,
j)or el valor y el patriotismo que demostraron al cruzar la bahía en medio de una
lluvia, de granadas; terminó su arenga tomando el nombre de todos los |3resentcs,
tripulantes y pasajeros, y ofníció |>ro¡)onerlos para que fuesen recompensados con
cruces del Mérito Xaval. Concluido aquel acto, fueron todos a Santa Catalina, y allí
el general Alacias elogió tanif>lén a Barbosa, Ferrer y Sánchez Morales.
Lm mis notas aparece <[ue en Ja misma embarcación atravesaron la bahía, además
de las personas mencionadas, Fernando de Juan, Félix Padial, Jesús Rossy, Luis y
i: R o N I C A s
89
luiiilio Chevremont, José Suárez, Sergio Palma y Raíacl Cabrera. La tripulación del
bote la componían los matriculados Juan Rubio Rodríguez, Félix l'iivera, Pablo I\íi-
randa, Nicolás Cuervo, José Naguabo y José kendón.
En los momentos en que el combate había llegado a su período álgido, entró en
el castillo un grupo de soldados
del 3." Provisional conduciendo
los aparatos de la sección helio-
gráfica que estaban en fiallajá,
los cuales hubo^que 'sacar de allí
por temor a que el edificio fuese
derril)ado por el fuego enemigo.
C'onfimdido entre los soldados
Y con alfí'una. cosa sobre sus
hombros franqueó, también, la
¡)uerta de San Cristóbal, un jo-
vencito gaditano y estudiante de
l)achillerato, en aquellos días,
i|uicn aprovechaba la confusión
del momento |)ara satisüícer su
j u V e n i I c u r í o s i d a d . M o s t r á b a s e
muy contento de su hazaña, ob-
servando con interés el continuo
disparar de los cañones y el
a¡)arato de guerra cpie en todo
el castillo se notaba, cuando
acertó a pasar por su vera el te-
niente González, de la escala
práctica, y al verlo de paisano uum.i.., ...m,..; ). .m>^u.uL,A^^.^ j>w^^^^^
le interrogó si realmente era mi-
litar. Sol)recogióse el preguntado, y tenu'endo que le tomasen por espía si decla-
raba la verdad, contestó apresuradamente (cuadrándose lo nu'jor que supo) en sen-
tido afirmativo.
Miróle el teniente Conzález, y al fijarse en lo abundante de sus cabellos y en su
peinado andaluz, le dijo:
— Pues, entonces, ahora m¡snu> se va uste<I a cortar esos tufos v todo el pelo a
'^' sin decir más lo introdujo en la pe€]ueña barbería del castillo, dejándolo en
manos del iKirbero, un viejo sangrador, el cual, generalmente, hacía llorar a sus
parroquianos por la suave manera con que acostumbraba ejercer su oficio. Resigná-
^>ase el estudiante a la pérdida de sus cabellos, y cuando el barbero ya blandía las
QO A . R I V E R O
mohosas tijeras, acertó a caer en el patio del castillo una granada enemiga; el bar-
bero, su ayudante, el teniente González y otros que por allí transitaban, cada cual se
refugió donde pudo, y aprovechando la confusión, el atribulado joven salióse del
castillo, bajó la rampa de entrada y tomó las de Villadiego, muy contento con sus
experiencias de la guerra y, sobre todo, por haber escapado sin averías de las formi-
dables tijeras de un barbero militar con abolengo de sangrador.
Aquel jovencito, de 1898, es hoy escritor y autor dramático de reconocida fama,
director del áldirlo El Imparcial, en San Juan, y cónsul interino de España. Su nom-
bre es José Pérez Losada.
Los estudiantes tnilitares.^ — Todos los jóvenes alumnos déla Academia Prepara-
toria Militar, quienes necesariamente eran soldados de los cuerpos de la guarnición,
se hicieron notar, el día 1 2 de mayo, por su valor y serenidad, ocupando puestos de
peligro y desempeñando diversas comisiones que se les encomendara. Sobresalió,
entre ellos, Cristóbal Real, hoy poeta y periodista que figura a la cabeza del movi-
miento literario de Puerto Rico.
Los habitantes. — Una gran parte se portó con serenidad; algunos curiosos, a
cubierto de las murallas, observaban las maniobras de los buques enemigos; otros,
menos belicosos o más precavidos, corrieron hacia Santurce, llegando bastantes a
Río Piedras; unos pocos no pararon hasta Carolina.
Y ahora, con permiso del benévolo lector, voy a relatar un incidente que a mi
persona se refiere. Cierto amigo, cuyo nombre no recuerdo, al llegar en su carrera,
bastante sofocado, a este último pueblo, se vio en la necesidad de satisfacer la pú-
blica curiosidad relatando algo de lo ocurrido en San Juan. Ni tardo ni perezoso se
despachó a su gusto:
- — [Aquello es un desastre!: la Intendencia, el Ayuntamiento y la Capitanía Ge-
neral están en el suelo; medio San Juan está arrasado, y el número de muertos y he-
ridos es imposible de calcular; se dice que hay muchos jefes y oficiales muertos, y
entre ellos un portorriqueño, el capitán Rivero, a quien un proyectil le llevó la
cabeza.
Como yo tengo el altísimo honor de haber nacido, hace muchísimos años, en el
barrio del Cacao, de la Carolina, un buen número de mis paisanos comentó con
tristeza mi desgraciado fin. Algunas compasivas viejecitas decían:
— }El pobre, tan bueno!
Se presentó a la sazón el cura párroco, y entonces él y algunos fieles que se
habían reunido en la iglesia, rezaron con gran devoción un rosario por el eterno des-
canso de mi alma. ¡Dios se lo pague a mis paisanos!, y El me abone en cuenta, en su
día, este bondadoso adelanto.
Pánico. — Ya he dicho que al empezar el bombardeo muchos pacíficos habitantes
de San Juan corrieron hacía las afueras de la ciudad; el espectáculo, visto desde lo
alto de San Cristóbal, era doloroso: ancianos, enfermos, cojos con sus muletas, cié-
CRÓNICAS 91
gos, a tientas y sin lazarillos, madres con sus hijos de las manos y en brazos los más
pequeños, todos huían en abigarrado tropel, como un rebaño que se desbanda; los
campesinos que a dicha hora llegaban con sus cargas de aves y vegetales, volvieron
grupas, y a todo correr tomaron la carretera de Río Piedras, y hasta uno, cre-
yendo escapar mejor, abandonó su carga y montura fiando la salvación a sus pro-
pios pies.
El teniente Policarpo Echevarría, que iba por Puerta de Tierra hacia San Jeró-
nimo, utiHzó el caballejo, y sobre la carga de plátanos galopó hasta su castillo.
El tranvía de vapor de Pablo Ubarri hizo frecuentes viajes abarrotado de pasa-
jeros, arrastrando en algunos más de catorce coches; fué bastante la confusión en
dicho tren, porque muchas personas entraron por las ventanillas y otras querían
llevar consigo maletas y grandes bultos. Dos infelices mujeres dieron a luz en las
cunetas del camino, más allá del puente de San Antonio; otras huyeron en ropas
menores, casi desnudas.
El bombardeo de San Juan, no de sus baterías solamente como dijo el almirante
Sampson, sino de la ciudad y sus defensas, fué un acto de guerra innecesario, cruel
y abusivo. Hay leyes humanas que no necesitan para ser cumplidas estar consig-
nadas en nigún código: son leyes de humanidad, de amor y respeto hacia las mu-
jeres, hacia los niños, hacia los ancianos, y que se extienden a todos los no com-
batientes.
El teniente Jacobsen, comandante del crucero alemán Gier que visitó a San Juan^
antes y después del 12 de mayo, publicó más tarde en Berlín un resumen de sus
observaciones, y en la página 13 de su libro dice lo que sigue:
«Una verdadera sorpresa pudo haber ofrecido alguna ventaja al Almirante, sola-
mente en el caso de que hubiese tenido la intención de forzar el puerto. Si fué una
simple cuestión de reconocimiento^ debió haber garantizado un plazo de dos o más ho-
ras, sin que eso alterase el resultado del bombardeo.»
Este marino, que fondeó con su crucero de guerra en el puerto de San Juan el
día 9 de mayo, dos días antes del bombardeo, y al cual recibí y festejé en mi cas-
tillo, volvió a visitarnos a raíz del armisticio; ni antes ni después hubo secretos para
él; lo vio todo, y así su trabajo resulta en extremo interesante; desde estas páginas
le doy las gracias por el ejemplar que me enviara el año 1899. En ese libro y refi-
riéndose a los defensores de San Juan puede leerse:
«Son muy valientes estos soldados; de gran empuje y resistencia, siempre so-
brios. Por esas cualidades militares, el soldado español es altamente apreciado en to-
das partes.»
Detalles curiosos. — En el Asilo de Beneficencia, un proyectil de pequeño calibre
atravesó el muro del Norte, estallando dentro del dormitorio de niños; el efecto de
la explosión fué tan intenso que las almohadas y ropas de cama de los asilados fue-
ron lanzadas hacia el techo, y como los ladrillos de éste también se levantasen, al
02 A . R 1 Y lí R C>
caer de nuevo, aquellas sábanas y almohadas quedaron aprisionadas entre dichos la-
drillos y las vigas; así permanecieron por muchos días, siendo objeto de la curiosi-
dad pública.
En el mismo edificio otra granada de tiro rápido atravesó, una tras otra, cinco
puertas que estaban abiertas en una sección de ivafer-closcts y lastimando a una her-
mana de la (airidad, penetró en la capilla y cayó sobre el altar, descansando sobre
su l)ase, y sin hacer explosión, ante una imagen de la Virgen que allí había.
l'hi San Cristóbal ocurrió algo nmy parecido: otro proyectil que no tenía o había
l>erdido su espoleta, perforó un muro de nueve pies de espesor; entró en la capilla,
convertida a la sazón en repuesto de cartuchos y, lo mismo que el anterior, quedó»
en posición vertical, frente a una imagen de Santa Bárbara, patrona del cuerpo de
artillería.
\'A\ el Campo del Morro, un soldado de infantería, que era ordenan^^a del doctor
(loenaga, íué destrozado por un proyectil que, con la violencia de su explosión, le
<lespojó de todas sus ropas, apareciendo el cadáver desnudo y conservando calzado
el pie derecho. Otro artillero, que prestaba servicios en el castillo del Morro y junto
al cuai luzo explosión una granada de gran calibre, que<ló en cueros, recibiendo úni-
c-amente algunas heridas leves, b^ste artillero fué asistido ¡)or el doctor Pedro del
Valle.
En las fortificaciones.' — ]\n el Morro se anotaron 32 impactos, algunos de los cua-
les causaron serias averías, como el que destruyera la parte alta del faro; aun pue-
€ R (1 NIC A S g;
den observarse en este castillo las numerosas cicatrices de aquella jornada, aunque
un celo mal entendido ele! Alto Mando hizo que los ingenieros militares arreglasen
casi todos los desperfectos, que debieron conservarse como recuerdo histórico. San
Cristóbal taml)ic'n recibió numerosos proyectiles que removieron varios metros cú-
bicos de manipostería, inutilizando, como he relatado, temporalmente, dos de las
mejores piezas allí emplazadas.
Ambos fuertes fueron los más castigados por el cañón enemigo, aunque el Morro
recibió mayor volumen de fuego, pavs se intentó demolerlo, derrumbando sus escar-
pas al mar; pero en San Cristóbal fué donde únicamente hubo artilleros nmertos y
[u'czas inutilizadas.
En el Hospital Militar. — Como este edificio ofreciera poca se^guridad para losen-
termos y íucse alcanzado por el hicgo enemigo, sus salas de emergencia fueron tras-
ladadas, a meiliodía, al edificio del Senn'narío Conciliar, V.n dicho hospital trabaja-
ron toda la mañana médicos, practicantes, sanitarios y licrmanas de la Caridad.
En el caserío.-— Uno de los primeros disj)aros tronchó el asta de bandera de la
Casa- Ayuntamiento, brozándola a la calle de San hVancisco. ]^.a intendencia fué al-
canzada en la cornisa alia, )• los cascotes hiri(M-on a un oficial y a tres vohiutarios. hd
iniartel do liallajá fué acribillado por ¡)royectilcs de tiro rápido, v un muro de ia
parte Korte vino a tierra, tpiedando todo el edificio en estado ruinoso.
94 A. RiyERQ
El Manicomio, hasta que se izó en él Ja bandera de la Cruz Roja, íüé también
blanco del enemigo, recibiendo gran número de proyectiles. En él C@m6rtf6rlo ca-
yeron dos granadas, de seis pulgadas una de ellas, y otra de I 3, destruyeodo varios
nichos y poniendo a descubierto restos humanos. La Catedral y la ígíétíá de San
José fueron averiadas. Casa Blanca, el Seminario Conciliar y las casas números 7, 9
y 1 1 del recinto de Ballajá sufrieron desperfectos de considéfaciéti.
Proyectiles de tamaños diversos (muchos de ellos no hicierdñ éíéplosión) tocaron
en las siguientes casas: números 2, 9, 15, 19 y 21 de la calle áe San Sebastián; 12 y
42 de la Cruz; 20, 21 y 61 de San Francisco; 39, 4 1, 43 y 37 dé la Fortaleza (esta
última recibió cinco proyectiles); número i 5 de San Justcr; 1 y 13 de la calle del Sol,
y 52 de la Luna.
En el Asilo de la Concepción, el Palacio de Santa Catalina, el Arsenal y en al-
gún otro edificio que tal vez olvidamos al tomar estas notas, también hicieron daños
las granadas enemigas. A vSanturce llegaron muchas, y una de ellas hirió en su casa
a Ramón López y al joven Emilio Gorbea, que estaba allí.
En la bahía cayeron numerosos proyectiles, que al estallar en el fondo levanta-
ban columnas de agua; uno alcanzó al crucero auxiliar Alfonso XIII en la caseta del
piloto, y otro al buque de guerra francés Aimiral Rigaud en un mástil y en la chi-
menea. Hasta Cataño y Pueblo Viejo llegaron las granadas, y en la finca San Patri-
cio^ de los hermanos Cerecedo, fué recogida una de 13 pulgadas.
En la cárcel. — En la cárcel provincial, en Puerta de Tierra, que ocupaba el edifi-
cio que hoy pertenece a la Porto Rican American Tobacco C, estaban presos, en la
sala de preferencia, Antonio Salgado Izquierdo, detenido en Bayamón por la Guar-
dia civil en la noche del 4 de mayo por sospechas de que fuese afecto a los america-
nos; Rafael Arroyo, Manuel Cátala Dueño y el doctor Juan Rodríguez Spuch, de
Yauco, por los mismos motivos; Santiago Iglesias — hoy senador — , por asuntos po-
líticos; Vicente Mascaró, por ataques en la Prensa a Muñoz Rivera, y Freeman Hal-
stead, corresponsal del Herald, a quien se seguía procedimiento militar.
Todos dormían en catres de tijera. Poco más de las cinco de la mañana serían
cuando sonaron los primeros cañonazos,
■ — ¡Salvas! — exclamó, despertándose, Rafael Arroyo.
— No son salvas; es la escuadra americana bombardeando a San Juan — repuso el
doctor Juan Rodríguez.
Y no había acabado de decirlo, cuando un proyectil de cuatro pulgadas, per-
forando el muro del Norte, entró en la habitación y, sin estallar, dio en el pavi-
mento. Al rebotar, pasó tan inmediato a Santiago Iglesias, que le destrozó el catre
y ropas, produciéndole una herida en aquel paraje del cuerpo donde, según el
clásico, la espalda cambia de nombre; el proyectil volvió a caer al suelo, junto al
periodista Halstead, y no estalló. La habitación se llenó de escombros y la confusión
fué grande; cuando los ánimos se serenaron, pudo verse que Antonio Salgado tenía
CRÓNICAS 95
hecha trizas toda la ropa y serias heridas en la espalda, con pérdida de varios trozos
de piel, y herido, aunque levemente, Halstead; los demás resultaron ilesos.
Halstead, quien guardó el proyectil como recuerdo de aquel día, decía muy albo-
rozado en su mal castellano:
— Cañón americano, mucho bueno.
Poco después llegaron al lugar del suceso el doctor Francisco del Valle y el far-
macéutico Fidel Guillermety, y ayudados por el practicante del establecimiento, pro-
cedieron a la curación de los lesionados, que fueron trasladados a otra habitación.
Casi todos estos prisioneros fueron puestos en libertad días antes de la entrega de
San Juan, cuando ya el general Brooke estaba en Río Piedras, por los buenos oficios
de Jorge Finlay y Andrés Crosas, así como también de Scott, manager de la Com-
pañía del Gas.
Después del combate. — La tarde del día 12 se pasó bastante bien; nuevos hospi-
tales de emergencia a prueba de bomba se habilitaron en los castillos, en la creencia
firme de que la escuadra, que continuó todo el día en el horizonte, aprovecha-
ría la noche para reanudar el bombardeo. En la ciudad, los habitantes que permane-
cieron en ella, y algunos oficiales francos de servicio, se dedicaban al sport de reco-
ger proyectiles enteros — más de 200 de éstos se coleccionaron — , cascos y espoletas
de otros; cada cual almorzó donde le convidaron, porque cafés y restaurants esta-
ban cerrados; por la noche hubo una gran retreta militar en la plaza de Armas, que
resultó bastante concurrida, dado el día de la fiesta.
Por la noche. — Todos los cañones y obuses estaban dispuestos, y sus sirvientes,
envueltos en mantas, dormían al pie de los mismos, turnando en el servicio de retén.
Las linternas estaban prevenidas para el tiro de noche y llenos grandes recipientes
con agua de jabón para refrescar las piezas; abajo, los artificieros cargaban proyec*
tiles, colocándoles espoletas de tiempo y percusión; a cubierto de las macizas bóve-
das, médicos y practicantes disponían vendajes, algodones y frascos de líquidos di-
versos; se hacía el menor ruido posible, se hablaba y transmitían órdenes en voz baja;
la ciudad estaba a obscuras, y ni aun se permitía a los transeúntes encender sus ci-
garros. Patrullas armadas vigilaban los recintos, y de cuarto en cuarto de hora se oía
el ¡alerta!, que corría de puesto en puesto, y era contestado con el ¡alerta está! del
último centinela.
A las ocho, o algo más de esa noche, sonó un cañonazo; las cornetas respondie-
ron al estampido con toques de generala, y todas las fuerzas de la guarnición salieron
de los cuarteles, ocupando sus puestos de alarma. La escolta del general, ciclistas,
auxiliares, guerrilleros, macheteros, tiradores, todos formaron, sin que faltase uno solo.
Aun recuerdo esa noche inolvidable, más angustiosa que el mismo día; a cada
momento esperábamos oír el estampido de los cañones, pensando en los horrores de
un bombardeo nocturno, y por esto no debe extrañarse la alarma que el disparo
produjera. Todo se redujo a que un cabo de cañón del Concha, examinando su
A . U T V J^ R O
algunos
l.os
de alivi.
cuatro h
pieza para cerciorarse de que
estaba bien cargada, se le esca-
lio el tiro, yendo a clavarse rl
proyectil en otro buque anclado
en la bahía.
Al amanecer. — Desde las
cuatro de la madrugada toda la
guarnición estaba en píe y en
sus puestos de combate; a las
cinco, los artilleros entraron en
l>aterías; jefes y oficiales, subi^
dos a los paraf)etos, exafuinába-
nios el horizotite con nuestros
gemelos de campaña.
A las cinco y media, o poco
más, el sol nos envi(3 sus pri-
meras claridades; una racha
l)arrió la,s l>rumas, y vimos t¡ue
la escuadra enemiga liabía des-
aparecido. Hasta «londe alcan-
za.ba la vista, el mar estaba.
d.'>u,<. sr:na.i,.r .k, ruMM.n dcsicrto; aquí y allá flotaban
.urrrai.aiii.i.-M-,. .;,. I;, isi.K cajas vacías que liabían conte-
nido pólvora y proyectiles, y
)s de mástiles y restos de embarcaciones menores,
izados y cruceros de Sani.ps(m so hatiían retirado. Un sentimiento
pod<-T(') fie iodos, y muchos se fueron a descansar después de veinti-
de tensión niTviosa.
Vo (pusiera fijar (^xactam<mte en estas |)áginas mi estado de ánimo durante la
jornadíi del i 2 de m;iyo. Lo |)r¡mero fué sorpresa, temor a lo imprevisto y a siis con^
secuencias, y ial ve/ miedo. Después délos primeros disparos, y cuando divisó a
tanta gente infeliz, a (¡uiencs los pnyvediles americanos sacaron de sus lechos a me-
dio v<'stir, y ()ui« Imscaban en su buida la salvación, sentí odio profurnto hacia aque-
llos grandes buques, tpie, n,o ccmtentos con su inmensa superioridad, se escndal^an
vn la soíubra de la noche jiara atacar a mansalva a un pueblo indefenso, violando
todas las reglas del derecho de gentes y los sentimientos de humanidad, \''o afirmo,
por un" honor, que aquel dia hice cuanto pude para hundir uno o muchos de los cru-
■#ÍÍ::.:.
ffíjíf
Cyf'
m ■■
■f^,s-^
i' R C ) N I C A S
ceros de Sanifjson; a mitad del
combate, y ya dueño de mis ner-
vios, comprendí lo mísero de
nuestra situación, lo pobre de
nuestro armamento, la inexpe-
riencia de nuestros artilleros, que
jamás, hasta entonces, haliían es-
cuchado el disparo de un cañón;
entonces maldije de aquellos
hombres del Ministerio de la
< ¡uerra de Madrid, que pudíen-
<lo y debiendo haber hecho ta,n
grandes cosas, nos dejaron inde-
fensos y a merced del enemigo.
Observaciones.— El autor de
este libro, que ha j^resenciado
maniobras navales en Ilampton
Roads y (>n la ("^osta Azul del
Mediterráneo, afirma que jamás
vio otra tan precisa, tan elegan-
te y tan serenamente n^alizada
como aquella de la escuadra ame-
ricana el día I 2 de nia)-o de I H98.
I'arecía un sinuilacro en que los
bu<}ues navegaban a igual velo-
i:idad, conservando inalterables las distancias entre ellos. ¡U luego fué nuiy vivo,
verdaderamente de volumen aterradí.ir; pero el Inerte oleaje» del XorcK'ste perju-
dicó la puntería; los buques daban fuertes balances, y de ahí que nniclios diSf)aros
cayesen cortos, otros muy largos y los menos diesen en el blanco. Días más
larde ton)é nota de un gran número de impactos, y puf-do afirmar, sin grave error,
tjue de cada cien disparos 20 resultaron cortos, 60 largos, y el resto tocó en las l)a-
lerías o cerca de ellas.
Ilubo un error gravísimo al seleccionar los pro\-ectiles, pues la mayor parte fue-
ron granacias perforantes, de cabc^za endurecida, y con espoletas tan defectuosas, que
••1 So por 100 no funcionaron. !%n el I^arque de Artillería se abrieron muchas granadas,
y de ellas un regular número f!() tenían carga interior^ y en otras era incompleta.
Si en vez de proyectiles pc;rforantes, que debieron ser reservados para la escua-
dra de Cervera, hul)ieran usado granadas ordinarias con espoletas de percusión v
-shrapnels-, con espoletas de tiempo, otro hubiese sido el resultado del cond)ate y
'-al vez el autcir no tendría hoy la oportunidad de escribir este libro.
98' A . R I V E R O
La escuadra norteamericana. — Toda la fuerza naval americana del norte Atlán-
tico tenía su base en Cayo Hueso, Florida. El día 3 de mayo, el almirante Sampson
que la mandaba, recibió el siguiente cable del secretario de Marina, Long:
Washington, mayo 3, 1898.
Sampson, Cayo Hueso, Florida.
Ningún movimiento en grande escala del Ejército podrá tener lugar durante estos
días, ni tampoco ninguno de menor importancia podrá realizarse hasta que se
conozca el paradero de los cuatro cruceros protegidos y destroyers españoles. Si su
objetivo es Puerto Rico, deberán llegar allí alrededor de mayo 8, y se le autoriza
a Ud. en este caso^ para atacarlos, así como a San Juan. Entonces la escuadra
Volante reforzará a Ud.
LoNG.
Al recibo de la orden anterior, el almirante reunió una parte de sus fuerzas, com-
puestas de los acorazados lowa e Indiana ^^^ el crucero acorazado New York (buque
insignia) y los cruceros protegidos Montgomery y Detroit; los monitores Amphitrite y
Terror^ torpedero Porter y el remolcador Wowpatuck, También se incorporaron el
carbonero Niágara y dos yates donde viajaban los corresponsales de la Prensa
asociada.
El 4 del mismo mes zarpó la flota, así formada, con rumbo al Este, llegando
el 8 a la altura de Cabo Haitien, Haití, desde donde Sampson envió a Washington el
cable que figura en la página 69, y sin esperar la autorización que solicitara, hizo
rumbo directo a San Juan, frente a cuya plaza llegó a la una y treinta de la madru-
gada, mayo 12, 1898. Para la mayor exactitud de este relato, copio a continuación
el parte oficial del comandante de la Escuadra:
Key West, Fia., mayo 18, 1898.
No. 83. U. S. Flagship New York, Ist. Rate.
vSeñor: Complementando mi telegrama No. 73, fecha 12 del corriente, tengo el
honor de someterle el siguiente informe, más detallado, del ataque a las defensas
de San Juan, Puerto Rico, hecho por una parte de esta escuadra el día 12 del
corriente mes.
Al aproximarnos a dicho puerto, observamos que ninguno de los buques espa-
ñoles estaba dentro de él; de aquí surgió la duda de si habían llegado antes, par-
tiendo más tarde con rumbo desconocido, o si no habían llegado aún. Como su
captura era el objeto de la expedición y era muy esencial que no se corriesen hacia
el Oeste, determiné atacar las baterías que defendían el puerto, para conocer su
fuerza y posiciones, y entonces, sin esperar la rendición de la ciudad ni sujetarla a
un bombardeo regular — lo cual hubiera requerido aviso previo — , volver al Oeste.
Nuestra marcha de Cayo Hueso a Puerto Rico había sido más lenta de lo que ya
esperaba a causa de las frecuentes averías de los dos monitores (que fué pre-
ciso llevar a remolque durante todo el viaje) y también a las malas condiciones del
Indiana; por eso tardamos ocho días en lugar de cinco como fué mi cálculo.
CRÓNICAS 99
El ataque dio principio tan pronto como hubo bastante claridad; duró alrededor
úe tres horas, y entonces ordené la señal de alto el fuego ^ y toda la flota se mantuvo
^on proa al Nordeste, y luego, fuera de la vista de San Juan, puso rumbo al
Noroeste con objeto de comunicarme en Puerto Plata con ese Departamento y saber
.si había alguna información sobre el movimiento de los buques españoles.
En Cabo Haitien recibí cable participándome que la escuadra española había
«ido señalada frente a Curagao el día 14 y ordenándoseme volver a toda prisa hacia
Cayo Hueso.
Como indiqué en mi telegrama, ninguna avería seria fué hecha a mis buques;
«ólo un hombre fué muerto y siete ligeramente heridos. Las notas que siguen se
tomaron durante el combate.
3.30. — Desayuno.
4. — Zafarrancho de combate. La escuadra navegando hacia San Juan; las luces de
ja población plenamente visibles; Detroit en cabeza; Wompatzick ancló un bote para
inarcar el punto. extremo de los circuitos, según estaba previsto en mi Orden de
batalla — segundo plan de acción — , los otros buques en columna como sigue: loway
Indiana, New York, Amphitrite, Terror y Montgomery. Velocidad, cuatro nudos.
4.58. — Detroit, cercano a la costa se atravesó a la entrada. En este lugar frente
iil puerto y muy cerca de la ciudad, el Detroit no fué atacado. No había banderas
izadas en el Morro ni en parte alguna. Buques españoles no se veían en el puerto;
«olamente había un vapor mercante en el puerto interior.
5. — Se toca Cuartel general,
5.16. — lowa dispara contra el Morro con sus cañones de proa de seis libras y
•después con toda la batería de estribor. El humo que cubría el buque hizo que el
fuego fuera lento.
5.24. — Primer disparo de las baterías de tierra.
5.30. — El lowa marchó hacia las baterías girando hacia el Este.
5- 59- — Se hizo señdih formen columna.
6.09. — Se hizo señal por telégrafo: usen solamente grandes cañones. El humo de
los cañones pequeños dificultaba el fuego de los más grandes. La columna hizo
jrumbo hacia las baterías, en la misma forma de ataque que en el primer circuito.
6.IS* — Detroit delante del Morro, parado, con el Montgomery, no lejos de su
banda de estribor. Desde que las baterías de la costa rompieron el fuego (S.24) hasta
^sta hora (6.15), el Detroit había estado parado, inmediato a la costa, entre la línea
jseguida por la escuadra y el Morro, y sujeto a lo que pareció un fuego concentrado
de todas las baterías de la costa y por todo este tiempo; el buque, entretanto, con-
testaba con andanadas de sus baterías de tiro rápido.
6.30. — Se hace señal al Detroit y Montgomery que no sigan a los acorazados. A
esta hora todas las baterías habían desarrollado sus fuegos y eran mucho más nume-
rosas que lo que yo sospechaba, por la información recibida.
6.35. — lowa empezó a disparar contra el Morro en su segundo circuito, distancia
1.500 yardas.
^.^o.—Iowa paró el fuego. Calma completa; humo sobre las fortificaciones de
Ja costa casi ocultándolas. ' ■,
7.12. — Amphitrite señaló: Torre de proa fuera de combate por todo el dia.. '
lOO A . R I V E R o
7.16. — Icwa hizo el primer disparo del tercer circuito.
7.38. — Señal al Detroit y Montgomery. reporten bajas. Recibida respuesta
como sigue: Detroit^ o; Montgomery^ o.
7.45. — lowa^ después de sondear, señaló: seguro,
7.45. — Se hizo la señal: formen columna curso Nordeste^ y arrié la señal a 8.01^
8.12. — Se hizo la señal: reporten accidentes.
8.15. — El Terror^ que había estado parado cerca de la costa combatiendo con las
fortificaciones, cesó de disparar.
8.47. — New York reporta un muerto, cuatro heridos; lowa reporta tres heridos;
Amphitrite reporta un muerto por efectos del calor.
Acompaño copias de los partes de los comandantes, con los incidentes del bom-
bardeo, incluyendo la munición gastada y notas sobre el funcionamiento de los.
cañones, material, etc.
Muy respetuosamente,
W. T. Sampson,
Real-Admiral, U. S. Navy,
Commander in Chief, U. S. Naval Forcé
North Atlantic Statton.
The Secretary of the Navy, Navy Department, Washington, D. C.
U. S. Buque insignia New York, En la mar, mayo, 13, de 1898.
Señor: — Tengo el honor de hacer la siguiente relación del ataque a los fuertes de-
San Juan, en el cual tomó parte este buque.
A las tres de la mañana se tocó diana, y la tripulación tomó el desayuno a las 3.30;.
a las 4.56 entramos en línea de combate, el tercero en la columna; según la orden^
recibida del Comandante en Jefe, este buque debería seguir los movimientos deli
lowa y del Indiana, haciendo tres circuitos frente a las baterías de la plaza.
Primer circuito, comenzó haciendo fuego a las 5.27 y cerró a las 5-45; segundo
circuito, dio principio a las 6.55, y terminó a las 7.II; tercero y último circuito,,
desde las 7.29 a las 7.46.
Desde que comenzó hasta que cesó el fuego transcurrieron dos horas y diez y
nueve minutos. Durante todo el tiempo el New York estuvo siempre bajo el fuego-
enemigo, algunas veces muy fuerte.
Un gran número de proyectiles cayeron en las cercanías del buque, la mayor
parte pasando por encima, pero solamente uno hizo blanco; fué una granada de seis
pulgadas, que cayó abordo unos seis pies sobre el extremo posterior de la superes-
tructura del puente, arrancando el tope del montante delantero, donde hizo explo-
sión, matando a un marinero e hiriendo a cuatro cerca del cañón de ocho pulgadas^
destruyendo totalmente el bote número 4 y el proyector eléctrico de estribor, per-
forando Ibs ventiladores y chimeneas en muchos sitios, y haciendo además pequeños-
agujeros en otros botes. Este proyectil nos tocó a las 7.40, cuando el buque estaba
haciendo su tercer circuito y viraba afuera para tomar rumbo al Oeste. Suponemos.
CRÓNICAS loi
<jue fué disparado desde una batería del Este — San Cristóbal - y a una distancia de
5.000 yardas.
Todo funcionó a bordo perfectamente, excepto la considerable dificultad que ex-
perimentamos al atorarse los cañones de ocho pulgadas, cuyos extractores se rom-
pieron, y también el aparato para mover la torre de popa sufrió averías, y aunque se
¡repararon, hicieron perder mucho tiempo en el fuego de estas piezas.
La conducta de los oficiales y del personal fué excelente. El gasto de municiones
fué como sigue: 55 proyectiles de ocho pulgadas; 128 de cuatro pulgadas; 1 30 de
«eis libras. Hasta después del primer circuito no se usó otro cañón que el de ocho
pulgadas.
La eficiencia del fuego fué menor de lo que era de esperarse, debido al fuerte
oleaje del Noroeste; resto, no cabe duda, de una gran marejada. Las alzas usadas
fueron a 3.500 y 1.500 yardas.
Todas las averías experimentadas por el New York^ excepto las producidas por el
proyectil enemigo, fueron causadas por la concusión de sus propios cañones de
ocho pulgadas, que arrancaron parte del techo del puente de proa, banda de babor;
la cubierta del proyector de este mismo lado y el salvavidas, también de babor.
Es extraordinaria la poca importancia de estas averías, si se tiene en cuenta el
fuego incesante a que estuvo sujeto este buque por tan largo período de tiempo.
Muy respetuosamente,
F. E. Chadwick,
Capitán^ U. S. N., Comandante.
Los partes oficiales de los otros capitanes de los buques del almirante Sampson
pueden encontrarse, cuidadosamente traducidos, en el Apéndice número 5.
Como el bombardeo de San Juan fué la operación más importante en Puerto
Rico, durante la guerra hispanoamericana, no extrañe el lector el gran espacio que a
•ella se dedica en esta Crónica.
El contraalmirante William T. Sampson publicó en el Ceniíiry MagazinCy bajo su
firma, volumen LVILlió, lo que sigue:
Los monitores resultaron gravosos y motivo de gran ansiedad. El Amphitrite
y Terror tenían tan poca velocidad, que para que hiciesen siete nudos y medio por
hora, tuvieron que ser remolcados, uno, por el lowa^ y otro, por el New York. Las
máquinas del acorazado Indiana no funcionaban bien; esto, unido a la insuficiencia
•del carbón que llevaban los monitores, puso a toda la flota en pésimas condiciones
de movilidad Pensé durante todo el viaje que hubiera sido mucho mejor que estos
monitores hubieran permanecido en los Estados Unidos Nunca un comandante en
jefe fué más atormentado por sus buques íQué aprieto si entonces nos hubiéramos
encontrado con los buques de Cervera! Por falta de velocidad, los monitores no hu-
bieran podido entrar en combate
Desde algunos días antes de este viaje yo había preparado mi plan para un ataque
a San Juan, bajo la presunción de encontrar en aquel puerto a la escuadra enemiga.
Si ella salía fuera a encontrarnos, o si llegaba al mismo tiempo que nosotros, todo
102 A . K J V E R if
sería un simple combate naval. .Preparé crocjitis, señalando la jaosición de cada buque,,
y todo el plan lo discutí con los comandantes, quienes lo aprobaron.
Sabíamos que un gran vapor había sido sumergido a través del canal para obs-
truirlo, precisamente dentro de la boca del puerto, y también cpie algunos torpedos^
habían sido fondeados a ambos lados de dicho obstáculo y en los bancos del canal.
Todo esto hizo preciso cpie el ataque fuera dirigido ya sobre los bu(]ues, o también
sol)re las baterías de costa, desde fuera del puerto, bos vientos reinantes causan allí
fuerte oleaje del I'.ste, y como la costa Norte de Puerto Rico es comfjletamente
abierta, el fuego de los monitores debería resultar nujy incierto.
I'd sonda je anotíu.lo en los planos de la isla era dudoso, pero se notaba (.|uc
resultaba peligroso a|iroximarse a la costa, excef)to ))or el camino usual de entrada
\' salida de .los bu{|ues al puertr>. Se» decidió, por tanto, enviar t.-omo avanzada de la
escuadra un huipie de poco calado lel Detroit), para determinar, nnrorriendo el ca-
mino quí.» ilebían seguir los otros buques, si era seguro ¡Kira ellos.
h'.l W'iiiipalitrk toni(') a rcMUolque un pequ(MTo bol*.; hasta cierto ¡Huito, y lo ancló
allí, para nsarcjir el logar donde los .mayores liuques deberían iniciar su curso, desde
el í )cste hacia el ¡-"ste, a través de la l)oc3 del ¡)uerto. h'.sto colocaría sus l>aterías de
estribor frente al Morro, y dicha línea debería, segrrirH(> por todos los buques, hasta
llegíu- a un punto frente a las últimas l>atcrías; desde allí, con el tinuln a estribor,
describirían un círculo, volviendo al punto de partida. (íada buque tendría un hombre,
colocado en el lado opuesto a las l)al(>rías, llevando a cabo cuidadoso sondeo.
I'"l /V//ÍÍ//', que fiu5 elegíd») para guiar el soncleo, rápitlamcMite reportaba cada
jirofundi<lad dudosa, líl pe<iucru> W'oiatyaliifk se ¡.)USO en marcha y ancló su lióte, el
cual llevaba una bandera para hairer la señal claramente visilde. ICl bondiardeo eni-
pezó diez minutos después de las cinco.
Id l,K^a, al cual mi insignia y la mayor parle de mi h.stado .Mayor habían sido
transferidos el día anbn-íor, seguía al /^r//^(.'/./. Se señaló a cada bncpie el curso (jue
debía seguir v en el orden siguiente: l(y:va, Judia na, Sc:v )'ork, Aiitpliitrite j l\'rror.
VX Monf^-onicrv hié destacado para silenciar las baterías de un fuerte aislado al
1' K, O K I C ;\ S !ü3
Oeste de la l)Oc;i del puerto '. Xo fué ni¡ intención que el 'Monl'^onicrv y el Dítro'it,
siendo buques sin protección, tomasen pane en el fuego; pero jior un error, proha-
Í)leniente mío, porque no lo expresé claramente en las instrucciones al Dcircit, este
buque permaneció por hora y media en el punto donde debía liaber girado par;i
continuar su curso hacia el Jistc. Se intentó llamarlo por señales, pero esto fué iuipo-
sible a causa del humo que lo ocultaba. Todo ese tiempo estuvo completaiuente
expuesto a, un nutrido fuego, a corta distaniria ( 1 .500 yardas i, y yo creí verlo más
tarde heclio perlazos, o por lo menos desarl)olado; pero la precisión y firmeza con
(juc niantenía su fuego me conv(*ncieron (¡ue \o estaba imciendii hieu. Cuando le |)edí
por señales que reportase sus novedades, fui agradablcMuente sorprendido al recibir
la, siguicmte respuesta: Niníiiiua. ¡Ni una sola avería!
Los bu(|ues hicieron tres circuitos disparando contra las baterías de la costa. i\
las odio menos cu;ui;o cesó (^1 Iximbardeo, \ tres ndnulos más tarde hice la señal
para fonmir i'u coi/nnuii, con proa al Nordeste, liste fué, prnliahíenicaiw c! más fiia^lc
!>i}¡!¡])ardco de lo, la la lampaí/a.
Nuestras bajas fueron un nuierto \^ cuatro heridos a bordo «leí Xiirr,í ]'úrl\ y
tr(;s heridos en el //».-( v/; todos los deiuás Inujues escaparon sin averías ni bajas. .Si
el luímhre que murió liubiese obedecido mis órrlenes, ju-obablemente hubiese t^sca-
pado, así' como los heridos. Mis ordéneos fueron que toda la gente que no estuviese
sirviendo los cañones debería |:)ermanecer I>ajo cubierta, a cu!)icrlo del hiegfv, eran
tan grandes su impaciencia x curii^sidad t)ara obsc^rvar lo qu<;> pasaba, (pie aun
(-uando eUos no tomaban parte en el comísate, frecuentemente se les vio en los \r<\-
rajes más expuestos.
Juan, dtíbo contestar (|uc ni ima s(da vez nuestros cañones fuert)ii dirigidos hacia la
eiuda,d y que todo daño (pie ésta sufriera tfié incidental. .Sin end'íargo, aun<pje las
mod,ernas |>rácticas de la gaic^rra recpaieren previo aviso a kjs no combatientes, este
S'-: refiere únicamente a ciudades no d(<i<Mididas v no donde tales defensas estén
104 A , RI VERO
situadas de modo tal, que no puedan ser atacadas por un enemigo sin hacer daño
en la población. Como materia de hecho, la ciudad en su mayor parte aparecía
oculta por las fortificaciones y por el alto promontorio donde éstas están levantadas;
el daño que recibió debió ser muy ligero.
El bombardeo de San Juan me probó que con viento favorable que hubiese arras-
trado el humo, la ciudad fácilmente hubiera sido tomada; como Cervera no estaba
allí, la destrucción del carbón o la ocupación de la plaza era todo lo que podíamos
esperar, y como no podía destacarse una parte de la escuadra para detenerla allí y
además la llegada de un ejército de ocupación era incierta
Poco después de cesar el bombardeo, fué despachado a vSt. Thomas el crucero
Montgomery^ el cual dirigió al secretario de Marina el siguiente cable:
Frente a San Juan de Puerto Rico. Mayo 12, 1898.
Al Secretario de Marina, Washington, D. C.
Una parte de la escuadra ha llegado esta mañana, a primera hora, a San Juan. En
el puerto no había ningún buque de guerra de la escuadra de Cervera. En cuanto hubo
clareado di orden de comenzar el ataque por el bombardeo de las baterías. Este duró
tres horas, y dichas baterías han sufrido, lo mismo que una parte de la población,
junto con ellas. Las baterías españolas han respondido, empero sin efectos notables.
A bordo del l^ew York hemos tenido un muerto, y en los demás buques siete heri-
dos. Nuestra escuadra, sin averías. — Sampson.
Como dato para la Historia, deseo consignar el número de cañones que hicieron
fuego aquella mañana sobre las baterías y ciudad de San Juan. En la relación no
incluyo las ametralladoras de cada buque.
Acorazado lowa^ j8 cañones; acorazado Indiana^ ^2; crucero acorazado New
York^ jo; monitor Amphitrite^ 10; monitor Terror, 10; crucero Montgomery, ly;
crucero Detroit, ly; total, 164 cañones, de los cuales la mayor parte eran de calibre
superior a los de la plaza, desde 8 pulgadas hasta 1 3 (los del Indiana)] además, eran
numerosos los de tiro rápido, piezas de que carecíamos. La plaza durante el combate
puso en acción solamente 28 piezas, de las cuales 20 eran cañones de 15 centímetros,
y las restantes, obuses de 24 y 21 centímetros y de avancarga estos últimos. Cada
cañón de tierra combatió contra seis en el mar.
Si nuestras baterías hubiesen contado con piezas de mayor calibre y con algunas
de tiro rápido, la proporción no hubiera sido tan desventajosa, toda vez que es
axioma de guerra que cada pieza en tierra vale por cinco en el mar.
En cuanto al consumo de municiones, fué como sigue: el lowa disparó 1 38 pro-
yectiles, de los cuales 37 fueron de 30 centímetros; el New York, 315, 55 de ellos
de 20 centímetros; el Indiana, 187, entre éstos bastantes de 33 centímetros, los de
mayor calibre; el Amphitrite, 99, de los cuales 17 medían 25 centímetros de calibre;
el Detroit disparó 318, de los cuales 175 fueron de 12 centímetros; el Terror lanzó
CRÓNICAS J05
155 granadas, de ellas 33 de 15 centímetros. No tengo datos ciertos de las municio-
nes gastadas por el Montgomery. El total de proyectiles disparados por la escuadra
de Sampson, calculando en 150 los del Montgomery^ fué de mil trescientos sesenta y
dos, contra cuatrocientos cuarenta y uno de las baterías de la plaza.
Comentarios. — Las razones en que apoya el almirante Sampson su ataque a San
Juan resultan inadmisibles dentro de una juiciosa crítica de guerra. Estando en el
mar, a la vista de Martinica en aquellos momentos, la escuadra de Cervera (aun cuan-
do Sampson no lo sabía, debió presumirlo por los admirables informes que recibiera
del secretario Long), aquel y no otro debió ser el único objetivo de la flota america-
na. Pero atacar por sorpresa, sin aviso previo, gastando buena parte de sus repues-
tos de municiones, sufriendo las naturales averías del propio fuego y las probables
que podía hacerle el enemigo, y todo para obligar a las baterías de costa a que des-
arrollasen sus fuegos, es argumento de valor negativo.
Si tal hubiera sido la única intención de aquel marino, sería merecedor de acer-
bas censuras. Pero no fué así; Sampson, al atacar a San Juan sin esperar respuesta al
-cable en que pedía autorización para ello, autorización que implícitamente se le ha-
bía negado por el secretario Long al prohibirle que expusiera sus buques a los fue-
gos de baterías de tierra, quiso emular el hecho notable del almirante Dewey, quien
forzó la entrada de Manila, defendida por baterías — aunque pobremente artilladas — y
por torpedos Bustamante, a las once y media de la noche del 30 de abril de 1 898.
Con informes directos de San Juan, suministrados por el ingeniero inglés Scott,
por Andrés Crosas, por Julio J. Henna, por el cónsul Hanna de los Estados Unidos
en Puerto Rico y por otras muchas personas, de que la plaza estaba pobremente ar-
tillada (informes ciertos), resolvió apagar rápidamente el fuego de las baterías con
sus potentes cañones, forzar el puerto levantando los torpedos, para cuya operación,
indudablemente, contaba con el Wompatuck, y fondear después en la bahía, captu-
rando la plaza de San Juan.
Tal objetivo justificaría el ataque del 12 de mayo y acreditaría además al almi-
rante Sampson como hombre de guerra de clara concepción y franco arrojo.
Era San Juan el puerto escogido por Cervera para refugiarse con sus buques y
repostarlos de víveres y carbón; esto lo sabía Long y, desde luego, el almirante
Sampson. Forzado el puerto, rendida la plaza y cortado el cable, una linda mañana
del mes de mayo la escuadra de Cervera, que navegaba unida, sin buques explora-
dores, sin noticias, pues todos los cables eran afectos al Gobierno americano, embo-
caría, después de cambiar amistosas señales con el semáforo (ardid nada reproba-
ble), entrando en la ratonera del puerto, dentro del cual los cañones de los buques
americanos harían el resto. Quien conozca el puerto de San Juan, que no permite la
-entrada de un convoy sino navegando en simple fila, justificará nuestro aserto.
La primera parte de este plan (y conste que no estoy haciendo conjeturas) fué
t)ien ejecutada; al romper el fuego se sabía por la lancha del Wompatuck (que antes
io6 A . R I V E R O
de ser fondeada estuvo examinando el puerto) que la escuadra española no estaba
aquí. Y con esto debió terminar toda operación naval aquel día de la flota enemiga^
<iCervera no estaba? Pues a buscarlo
Pero como el almirante abrigaba diferentes propósitos, izó bandera de combate
y comenzó su ataque por sorpresa y a la hora de la madrugada en que él sabía que
el sueño vence aun a los mejores centinelas.
«Es la madrugada— dice Jomini, y en ello conviene también Almirante — la hora
propicia para el buen éxito de un ataque por sorpresa; a esa hora, los más vigilantes
están rendidos y todos piensan en que pronto serán relevados.»
^'Por qué no forzó el puerto de San Juan la escuadra del almirante Sampson? No
lo sé con certeza.
Es verdad que algunos torpedos, de pésima calidad, cerraban el paso; pero ¿no ha-
bía también torpedos cuando el comodoro Dewey, a bordo del Olimpia^ desfiló en ca-
beza de su escuadra bajo el cañón de las baterías de la isla del Corregidor, y horas
después destruía todo el poder naval de España fondeando frente al arsenal de Cavite.^^
El día 5 de agosto de 1863 forzó el paso de Mobüa el almirante Farragut con
una escuadra de 30 buques, la flor de la Marina federada; los fuertes, bien artillados
y mejor defendidos por los confederados, vomitaban metralla y bala rasa sobre los
atacantes, cuando Farragut señaló a siete buques, encabezados por el Brooklyn^ que
forzasen el canal. Empezaba el movimiento, cuando arreció tanto el fuego enemigo,
que el Brooklyn^ indeciso, paró sus máquinas; y entonces, comprendiendo Farragut
que el temor a los torpedos era la causa de aquella detención, ordenó al Hartford
que tomase la cabeza de la columna, mientras pronunciaba aquella célebre frase:
Danm the torpedoes; go aheadl ([Al diablo los torpedos! ¡Adelante!).
Y la escuadra federada forzó el paso.
Con los arrestos de un Dewey o de un Farragut, Sampson hubiera realizado su pro-
grama. Aquellos torpedos eran inofensivos; ni el Manuela ni el Colón^ echados a pi-
que, obstruían la entrada del puerto; todo eso lo sabíamos los artilleros y hasta muchos
paisanos. Cuando después de firmado el protocolo se sacaron dichos torpedos, se
vio que la boca del Morro y el canal de entrada habían estado libres de todo obstáculo.
Si a mitad del combate la escuadra enemiga, con los acorazados a la cabeza, fuerza
la entrada y fondea en la bahía, la plaza de San Juan se hubiese rendido sin remisión.
Mientras duraba el desfile, desde la boca del Morro hasta el fondeadero, poco o nada
hubiese hecho el fuego de las baterías a las corazas del lowa^ del Indiana y del
Nueva York] y ya fondeados, solamente el cañón de Santa Catalina y tres de San-
Cristóbal podían hacerle fuego.
Si algún almirante, al frente de una escuadra poderosa, perdió una oportunidad
de adquirir fama y honores, éste fué el contraalmirante Willian T. Sampson, el día
12 de mayo de 1898, frente a San Juan de Puerto Rico,
A los dos días publicó la Gaceta Oficial de San Juan este documento:
CRÓNICAS
107
Gacela de Puerto 'Rico.
SE PUBLICA iKliBfc» ^^ SUSCRIBE
Todoe k» días menos los Laneg ^[ía^^^Q^ '^"1* ImpraiUde Gobicrno-FortalM&SI
Año 1898 SÁBADO 14 DE MAYO Número 113
capitanía general de la isla de puerto rico.— estado mayor
SECCIÓN 3."^
Orden general del distrito para el día ij de mayo de i8g8^
dada en San Jíian de Puerto Rico,
Atacada esta plaza en el día de ayer por una poderosa escuadra enemiga de once
barcos, con artillería muy superior en número y calibres a la de sus baterías, fué
aquélla rechazada, después de tres horas de violento combate, con averías que han
sido comprobadas por observaciones posteriores desde otros puntos de la costa y
sin conseguir el visible intento de desmantelar nuestras defensas, para realizar el cual
se aproximaron repetidas veces sus más fuertes acorazados hasta tiro de fusil del
Morro, fiados sin duda en la invulnerabilidad de sus costados y en la ventaja que
éste les daba para apagar a tan corta distancia los fuegos de la plaza.
No fué esto así, sin embargo, gracias, en primer término, a la serena firmeza de
los comandantes, oficiales y sirvientes de las baterías, secundados por el entusiasmo
de las demás fuerzas del Ejército, Voluntarios y Cuerpos Auxiliares, y en particular
por el de los auxiliares de Artillería, que han sabido compartir como veteranos con
los artilleros del Ejército los riesgos y fatigas del combate en los puntos donde sus
efectos se hacían sentir con mayor intensidad.
Debo hacer aquí, también, mención especial de la sección de ciclistas del primer
batallón de Voluntarios, que comunicó mis órdenes constantemente, haciéndose sus
individuos superiores al cansancio y a los peligros, y personal del Excmo. Sr. Gene-
ral Gobernador de la plaza, cuyo celo y actividad han contribuido eficazmente a la
defensa; no citando nombres de jefes y oficiales, porque el desempeño de todos, en
la esfera de acción de sus cargos y puestos, ha sido el de siempre conocido en el
Ejército Español.
Es la primera vez que en lucha tan desigual se ve obligada a confesar su impo-
tencia, retirándose acompañada por los proyectiles de las baterías de tierra, una
escuadra numerosa y dotada de todos los poderosos elementos de las Marinas mo-
dernas, y el honor de haber alcanzado éxito tal, será seguramente el mejor galardón
io8 A . R I V E R O
para los defensores de Puerto Rico; pero, además, confío en recabar muy pronto la
autorización para premiar a los que más se han distinguido, la cual concederá, sin
duda, el Gobierno de S. M., a quien he comunicado mi alta satisfacción por el com-
portamiento de todos, no sólo de los elementos armados, sino también por la acti-
tud serena del vecindario.
Si las bajas sufridas por la guarnición y sus auxiliares, así como las desgracias
ocurridas entre el vecindario, aunque por fortuna escasas y muy inferiores a las que
racionalmente podían esperarse, nunca pueden dejar de ser sensibles, el honor su-
premo de derramar su sangre por la Patria y la gratitud de ésta alcanzan por igual a
todos ellos y al afirmar, todavía más, la decisión de los que tienen el deber de defen-
derla, sellan a la vez la fidelidad de esta tierra siempre española.
Lo que de orden de S. \i. se publica en la general de este día para su conoci-
miento.
El Coronel Jefe de Estado Mayor,
Juan Camó.
Bajas en la guarnición. — Las bajas fueron muy pocas, en relación a la intensidad
del fuego, duración del mismo y al gran número de cañones de tiro rápido emplea-
dos por el enemigo. Lie aquí un resumen:
Muertos, José Aguilar Sierra y Justo Esquivies, artillero de San Cristóbal el pri-
mero y soldado del Provisional, número 4, el segundo, al servicio personal del doc-
tor Francisco R. de Goenaga. Por tanto, entre los defensores uniformados de la plaza,
más de 4.000, sólo hubo dos muertos.
Nicanor González, Domingo Montes, José vSierra y Martín Benavides, cuatro pai-
sanos, pacíficos habitantes de la ciudad, y ajenos a toda actividad militar, perdieron
sus vidas aquella mañana.
Total de bajas. — V\ número total de bajas, como consecuencia del bombardeo,
fué el siguiente:
Muertos de tropa 2
Heridos de tropa y auxiliares 34
Total de bajas en toda la guarnición 36
Muertos de la población civil 4
Heridos de igual procedencia 16
Total de bajas en la población civil 20
Resumen general de muertos y Jieridos 56
Este total de 56 bajas, por todos conceptos, y distribuidas en la forma indicada,
-es completamente exacto, y así figura en la relación enviada al Ministerio de la Gue-
rra, de Madrid, por el general Macías, acompañando su informe oficial ^, que se en-
cuentra publicado en el número 1 33 del Diario Oficial del Ministerio de la Guerra,
de 2"] de mayo de 1 898.
1 En el Apéndice núm. 12 aparece el parte oficial del bombardeo, publicado también en el número 169
<le la Gaceta de Madrid, de fecha 18 de junio de 1898,
CAFMTÜLO IX
LA CRUZ ROJA EN l'UERTt) RICO
RAÍZ ele la segunda guerra de Cul)a, el teniente genend mar-
qués de Polavieja, presidente de !a Cruz Roja Española, nom-
bró delegado general de la misma en í'uerto Rico al noble y
Ijondadoso asturiano Manuel J-^ernández Juncos, quien recibió
la más amplia autorización para designar todos los oficiales,
facultativos y subalternos.
Manuel Muñoz 13arr¡os fué elegido presidente de la (*o-
misión Provincial, y la ilustre dama Dolores Aybar de Acuñ;i aceptó igual cargo,,
al trente de la Sección de Damas.
Puse manos a la obra, elegí con el mayor cuidado y tacto posibles los jefes y
oficiales principales, así para la sección de hombres como para la de damas; les di
instrucciones para la elección de cargos secundarios y de adei)tos en toda la Isla; se
repartieron los títulos y salvoconductos para el personal, en caso de guerra, y se
orga,nizaron clases y conferencias para instruir al personal activo.
Hecho esto, solicité la cooperación pecuniaria del país, (¡ue respondió generosa-
mente, sin distinción de opiniones ni de procedencias, y se adquirió en tiempo, con^
holgura, todo lo más necesario y perfecto para cualquier caso de emergencia que
|)U{liera ocurrir.
Ki un solo médico de los solicitados se excusó de prestar su concurso («ntusiasta
y gratuito; ningún cirujano menor negó su ayuda ni titubeó al suscribir su cumpro-
luiso de obligaciones; en la sección de damas hubo también ofrecimientos gratu;tos
I)ara enfermeras, y la Cruz Roja extendió l)ien pronto sus brazos caritativos por
toda la extensión del país.
no A . R I V E R O
Puerto Rico, entretanto, estaba tranquilo, no obstante Jas disidencias y acciden-
tes de la lucha política, y la Cruz Roja ejercía sus beneficios en las epidemias, los
terremotos o ciclones, los incendios penosos y en otros varios casos de necesi-
dad y dolor.
España enviaba periódicamente, con diligencia heroica, legiones de sus hijos
para morir en Cuba, no tanto por la acción de las balas enemigas, como por la
influencia morbosa del clima y de las epidemias tropicales.
Últimamente se notó que muchos batallones no llevaban los médicos necesarios
y en muchos casos carecían de abrigo los soldados y hasta de material sanitario su-
ficiente. Entonces se vio aquí, con aplauso y con asombro, la generosa y previsora
labor de la Cruz Roja (Sección de Damas), y muy especialmente la de su presidenta,
doña Dolores Aybar de Acuña, que, al llegar a nuestro puerto cada correo de Es-
paña con tropas para Cuba, se dirigía personalmente a bordo con cargamentos de
ropa interior y de abrigo, y con un gran botiquín provisto de instrumentos de ci-
rugía, vendajes, medicinas de las más necesarias, todo elegido cuidadosamente por
los médicos de la Institución y adquirido por dicha señora y por las damas de su
«ección. Al verla llegar ya la saludaban con admirable entusiasmo aquellos valerosos
y sufridos soldados. ^
Durante la guerra. — Al estallar la guerra hispanoamericana la Cruz Roja, en
Puerto Rico, quedó organizada en la forma siguiente:
Delegado de la Asamblea Suprema, Manuel Fernández Juncos; inspector gene-
ral, doctor Ordóñez; presidente de la Comisión Provincial, doctor F. del Valle;
vicepresidentes, doctores J. Esteban Saldaña, Coll y Tosté y J. Francisco Díaz, y,
además, Juan Barrera y Andrés Crosas. Consultores médicos, Francisco R. de
Goenaga y Juan Hernández; abogados consultores, Francisco de P. Acuña y Manuel
F. Rossy; consultores canónicos, los sacerdotes Santiago Colón y José Nin.
En San Juan. — inspector local, doctor Pedro del Valle; médico de almacén,
Manuel Fernández Náter; secretario, J. Gordils; Vicesecretarios, Damián Monserrat
y F. Ledesma; tesorero, Fidel Guillermety, y contador, Luis Sánchez Morales.
Presidentes de Distrito: Marina, doctor Pedro Puig; Puerta de Tierra, doctor José
María Cueto; Santurce, distrito Este, doctor Núñez, y distrito Oeste, doctor J. Carreras.
Ciudad: primer distrito, doctor José N. Carbonell; segundo, doctor José C. Bar-
bosa; tercero, doctor Ricardo Hernández, y cuarto, doctor J. E. Saldaña.
Los médicos usaban como distintivos en las gorras de campaña dos cordones
alorados, separados por otro rojo; los farmacéuticos, uno rojo y otro dorado, y los
practicantes uno rojo. Todos llevaban el brazal blanco con la Cruz Roja.
En cada distrito de San Juan se instaló un Cuarto de Socorro o ambulancia, con
sus camillas, mesas de operaciones, botiquín y cuanto material sanitario era preciso,
;todo lo cual fué costeado por suscripción popular. lil Cuerpo de Sanidad Militar es-
1 Párrafos de una carta que, acerca de la Cruz Roja, escribió el señor Fernández Juncos al autor de este
jlibro, con fecha lo de mayo de 1898.
CRÓNICAS
TU
tableció un hospital de sangre en los bajos del edificio que ocupaba el Instituto de
Segunda Enseñanza; pero como durante el combate del 12 de mayo, los médicos
militares no pudieran desatender el Hospital Militar, donde había llegado gran nú-
mero de heridos, se hizo cargo de aquél la ambulancia del segundo distrito, pasando
todo el trabajo a manos de los doctores Ferrer, Carbonell y Barbosa, y del practi-
cante José Rosario. En el presidio se estableció otro hospital de sangre, y,. después
t
DELEGACIÓN BE LA SE( OIOX ESPAÑOLA
EN PUERTO-RICO.
'¿x^/.^.y^^/.v ry,u ^^/^^;v y &: J^.it.^...^^Xj(Mxíim.i :.l:
A rj/rf/n,^f.j f/j/yff/n?/r ///f/^ CRUZ ROJA/
r/////xV/ f(h//rfr/r¿ r/r r/m///,
'/r €^.;/^-4WJl.a|^áL..^-.íáiai;L ^ //^f
íJ Sf'nrí.irio,
Título de afiliado a la Cruz Roja.
•del bombardeo, la capilla de San Francisco fué utilizada con el mismo objeto, pro-
veyéndola de camas, botiquines y todo lo necesario.
Los doctores Ruiz Arnau, Coll y Tosté, J. Francisco Díaz, y del Valle (don Fran-
cisco) prestaron numerosos servicios, en diversas ambulancias y en el hospital de
sangre; en ocasiones curaron heridos en plena calle. Los facultativos Fernández Náter
y Goenaga concurrieron, respectivamente, a los castillos del Morro y San Cristóbal.
Eran camilleros, entre otros más, Evaristo Vélez, Luis Vélez, José Mauleón,
Eduardo Conde, L. Iglesias, José de Jesús Tizol, Luis Vizcarrondo, Luis Berríos,
Diego Betancourt, Conrado Asenjo, Eduardo Crosas, Juan Torres, Guillermo y Adal-
berto Chavert y Víctor López Nusa.
A . R 1 \' E R O
Para que el lector pueda adquirir una iilea, nada más que aproximada, del trabajo
abrumador realizado por el personal de la Cruz Roja durante el bombardeo de San
luán, anoto a continuación los servicios prestados por algunas ambulancias:
Segundo distrito.— Fueron asis-
tidos Manuel Benito, sargento del
4." Provisional, que estaba de guar-
dia en el cuartel de Ballajá, herido
de granada en el cráneo y brazo
derecho; José León, teniente déla
(iuardia civil, herido en la cabeza
por un trozo de ladrillo; volunta-
rio Félix Taulet, herido en la ca-
beza; José Melero, también volun-
tario, herido en la mano izquierda;
Manuel Rodríguez, del mismo
cuerpo, herido en la cabeza; Mi-
guel Arzuaga, teniente de volun-
tarios, herido en la cabeza: Fran-
cisco (lómez, soldado del Alfon-
so XIII, contusión y coiunoción
cerebral; Carmen Jiménez, herida
en la cabeza; José Montañcz, heri-
do en la cabeza; Martín Benavides,
herido en una pierna, muy grave
(falleció en el Hospital Militar a las
once y treinta de la mañana); Fidel
Ouiñones, muchacho de trece años,
herido en una pierna; Alfonso lis-
tader, en el mismo sitio, en el ojo
Ur.C!... !'»•<!,-<, <l.-l Valle Atil.-í:, !i,si„-.:i,.r ' ' •'
.1,? i:i Cruz Roja en Sar. jiia... dcrcclio v costado izquicrdo, sÍcu-
do recogido en la Marina; Cándido
Montañcz, una pierna destrozada que se le amputó en el acto por los cirujanos l^ar-
lx)sa, h'errer y hVancisco del Valle; Antonio Tormos, conmoción cerebral; Pedro
Vera, conmoción cerebral; Pedro (^-arrasco, soldado ele ingenieros, contusión en el
pie derecho. 'Podos estos casos fueron asistidos, más tarde, de segunda intención,
en el hospital de sangre por los facultativos indicados, cooperando con ellos los se-
ñores Pedro del Valle, Cueto y otros más.
Los doctores .Saldaña y Ruiz Arnau asistieron a Ramón B, López, director de La
Corrcspúndcitcia de Puerto Pico, de una, herida incisocontusa en la pierna izquierda;
l'Va,ncisco Benero Hurtado, sargento de Administración ^Militar, con heridas en la
(■) X 1 1: A s
113
cara y cadera derecha, y por último, al joven RmiÜo ( ¡rorbea, herido leve. Todos fue-
ron conducidos, para su curación, yendo algunos por sus propios pies, como ( jorbea,
a la ambulancia que estalla situada en lo que hoy es Asilo de Xiños de Santurce.
Los camilleros no reposaron
un instante recorriendo, con gra-
ve riesgo de sus vidas, e! campo
del Morro, el ahíiirico y todas las
baterías y casco de la poblaciini.
1 le aquí nota de algunos servicios
jin^rslados j)or aquellos heroicos
muchachos: Martín l.ienavides hic
recogitio, en grave esta(hi, en la
plaza del I\Icrcado |)or los camille-
ros lüiricpie Pacheco, Isidoro In-
fante, (". (.barrera y J. behr<')n,
acompañados por V , Dimas. José
Montañez (a) Maliijo, herido grave,
fué conducido en camilla por J. Le-
brón y Lsera, C. Mojicay l'"nri<]ue
Pacheco, acompañados de José C.
Rossy. Nicanor (ionzález, herido
grave, asistido de primera inten-
ción por el doctor Coll y Tosté,
pasó al Mosf)ital Militar conducido
jior P. Ahiczó, I. Infante,]. Lebrón,
P-. J'acheco, acompañados, tam-
bién, por J. C. Rossy; este herido
falleció des[)uós. Otro, apodado
í^ii/ai/o, fué a,sistido en la misma
puerta de hi ambulancia por los <i'.^ !;• cru/ K.-ia.
doctores Marxuach y Coll y Tos-
te, siendo llevado al hospital de sangre por ]•". Amilivla, Juan Ib Llernaiz, (i
J. Xh^jica, auxiliados por J. (h Rossy. Los practicantes Dimas, Rosario y auxiliares
Jordán y Aldricli prestaron buenos servicios.
Debo hacer especialísima mención de dos damas de la Cruz Roja: la señorita María
•Savalier, que desde el primer d¡S|Kiro se personó en la ambulancia <Je su distrito, y
<"urando y asistiendo a los heridos, con gran entereza, permaneció hasta el final (M
corab:ite, y la señora Jdena Cámara de Schloter, quien prestó ¡guales servicios en el
'•iiS[)itaI de sangre; no puedo olvidar en esta Crónica a las señoras Belén Al., viuda
<le (jrl)cta; Francisca Texera de Medina, y señoritas Amparo hernándcz Káter, Ob-
sto V
IH A . R I VERO
dulita Cotíes, María Juana Hernández y Juanita Marién, todas de la Cruz Roja, y que
durante el bombardeo visitaron, bajo el fuego enemigo, la mayor parte de las ambu-
lancias de la ciudad y el hospital de sangre.
Los facultativos Francisco y Pedro del Valle, José F. Díaz, y CoU y Tosté, reco-
rrieron más de una vez todas las ambulancias; yendo el segundo, que era inspector
local, varias veces hasta Santurce. Gran número de mujeres del pueblo rivalizaron en
actos de valor y generosidad, distribuyendo agua, cigarros, café y frutas a los sol-
dados y voluntarios; en alguna ocasión tuvieron que intervenir las autoridades para
que se retirasen de los sitios más expuestos de las murallas.
También resultaron con heridas Miguel Sánchez, Miguel Villar, José Arnáu (mú-
sico), Juan Cataño, Martín Cepeda (el manco de San Cristóbal), Arturo Fontbona (sar-
gento de artillería), Faustino Cordero, Andrés Fiol, José Moreno, Vicente Navarro,
Lidoro Mercader, Rafael AUer (cabo), José Claro, Teodoro Rico, José Pascual, Lucas
Manso, Vicente Martínez, Guillermo González, Juan Antonio Mellado, José Aguilar
Sierra (artillero, que falleció) y Justo Esquivies (soldado del Provisional, número 4,
que también murió), Salvador García, Juan Hernáiz, Jesús Zapico y Miguel Bona. To-
dos estos heridos eran soldados o clases, y algunos, muy pocos, auxiliares. También
resultó herido el teniente Barba, agregado al Cuerpo de artillería, y Domingo Mon-
tes y José Sierra, que fallecieron.
Además de los casos asistidos en los hospitales a cargo de la Cruz Roja, en el
Plospital Militar de la ciudad, al cuidado del Ejército, ingresaron 15 heridos, dos de
ellos en estado agónico, que fueron Nicanor González y Martín Benavides, los cuales
fallecieron poco después. Se amputaron, con buen éxito, dos brazos. Era director el
médico militar Carlos Moreno, y tenía a sus órdenes a los del mismo Cuerpo, Jerez,
Pinar, Blanes e Izquierdo.
Después del bombardeo. — Días después del ataque a San Juan por la Escuadra
americana, y más tarde, cuando fuerzas enemigas desembarcaron en la Isla, gran des-
aliento se apoderó de muchos habitantes de la ciudad, y hasta algunos de sus defen-
sores pensaban, con demasiada frecuencia, en el término de la guerra. La Cruz Roja,
en sus dos ramas, fué un ejemplo de valor, de abnegación y constancia. En ningún
tiempo uno solo de sus miembros abandonó el puesto de honor que se le confiara;
cuando muchos hombres, tenidos por valerosos, buscaban alivio a sus dolencias reu-
máticas en las termas de Coamo, o agobiados por los calores de julio y agosto col-
gaban sus hamacas en las írondas de Toa Alta, Guaraguao y Guaynabo, y otros lle-
garon más allá de nuestras playas, las damas y los hombres que ceñían el brazal de
la Cruz Roja ni temieron ni vacilaron. En las ambulancias de emergencia y en los
hospitales de sangre se montaba guardias noche y día, y cuando se firmó el armis-
ticio, y no hubo más heridos que curar ni graves riesgos que correr, la Cruz Roja con-
tinuó en su noble labor, aliviando, en sus enfermedades y penurias, a los soldados
que eran repatriados, socorriéndoles con ropas, medicinas, dinero y otras dádivas.
CRÓNICAS 115
Fernández Juncos, y sus hijos Amparo y Manuel; los hermanos del Valle, Fran-
cisco y Pedro; el secretario José Gordils, y algunos más, entre los que ocuparon lugar
preferente los valientes camilleros y auxiliares, bien merecen que sus nombres hon-
rados figuren en esta Crónica, para ejemplo de generaciones venideras, y como tim-
bre de honor de la que tuvo la suerte de verlos nacer.
Pero entre todos y sobre todos los miembros de la benéfica institución se des-
laca, de modo excepcional, una dama generosa y buena, Dolores Aybar de Acuña,
presidenta de la Comisión de damas, quien antes de la guerra, durante ella y más
larde, empleó todas sus actividades en socorrer a los desheredados; alivió muchos
dolores, y, con sus propias manos, curó heridos, dio pan a los hambrientos y cubrió
la carne de los míseros con ropa, que ella y otras damas, también de la Cruz Roja,
cosieron con sus manos de grandes señoras. Venga, por tanto, su nombre y su re-
trato a honrar las páginas de este libro, que, solamente por esto, deben guardarlo los
portorriqueños dentro del arca santa de sus recuerdos.
No fué sólo en San Juan donde la Cruz Roja dio gallardas muestras de sus acti-
vidades; todos los pueblos de la Isla, incluso Vieques, Culebra, y hasta la Mona, or-
ganizaron y mantuvieron hospitales y ambulancias. En Barcelona fué adquirido, siem-
pre por subscripción pública, un costoso y útil material de hospitales.
A pesar de todo esto, ni el general Macías, al publicar el día 13 de mayo su or-
den general, ni el Gobierno de Madrid, más tarde, aprobando interminables relacio-
nes de recompensas, por el hecho de armas el 12 de mayo, mencionaron, ni aun
incidentalmente, a la Cruz Roja de Puerto Rico. Es verdad que no por gloria ni pro-
ventos expusieron ellos sus vidas y aportaron su labor.
Un teniente de la Guardia civil dormía en su cama en San Juan el día del bom-
bardeo, soñando, quizá, con posibles ascensos, cuando un proyectil enemigo vino
a dar en la azotea de la casa que habitaba; volaron algunos trozos de ladrillos y uno
de ellos favoreció al oficial, rozándole el cuero cabelludo. Por esto, días más tarde,
fué recompensado con la Cruz del Mérito Militar, con distintivo rojo y pensionada.
Después de la guerra, muchos hombres que no fueron recompensados, ni que
tampoco abusaron de sus influencias para conseguirlo, pudieron seguir ostentando,
con legítimo orgullo, otras Cruces Rojas: las de sus brazales.
Los practicantes.^Fué tan loable la inteligente y valerosa conducta observada
por estos modestos profesionales, que creo justo traer a esta Crónica los nombres
de los que tomaron parte al servicio de la Cruz Roja, en el combate del 1 2 de mayo:
Ramón Llauger, Ramón Dimas, Francisco Barceló, Pío Amador, Silvestre Feijó, Ma-
nuel Diez de Andino, Damián Artau, José Córdoba, Eloy Daniel, Juan Claudio, Car-
los Señet, Jesús Carbó, José Aldrich, José E. Rosario y José Salgado Jiménez.
Disolución de la Cruz Roja española. — El mismo Marqués de Polavieja, bajo cu-
yos auspicios se organizó en Puerto Rico la Cruz Roja Provincial, declaró disuelta
dicha institución con fecha 20 de septiembre de 1898.
Ii6
A . RI VERO
LACRUZROJA
ASDCIACIÓN INTERNACIONAL PARA SOCORRO
A HERIDOS EN CAMPAÑA,
CALAMIDADES Y SINIESTROS PÚBLICOS
ASAMBLEA
TE LA SECCIÓN ESPAÑOLA
Madrid. -Huertas, 11. -Teléfono ním. 41.
-X2J~
Excma . Sra. :
Siendo ya, por desgracia, un hecho innegable el abandono de la sobe-
ranía española en ese precioso y rico florón de la Corona de Castilla,
engarzado en ella por el esfuerzo de atrevidos navegantes, a quienes
guiara el nobilísimo deseo de que la fe de Cristo y las ventajas inmen-
sas de la civilización brillasen en ambos hemisferios, cumplo con el
triste deber de significar a V . E . que la importante representación que
bajo su dirección, acertadísima, ha tenido, en esa Isla, la Cruz Roja,
española, queda disuelta desde el momento en que se verifique el embar-
que total de nuestros soldados.
Breve, pero gloriosísima, por todos conceptos, ha sido la historia de-
nuestro benéfico instituto en Puerto Eico: sus hechos deben quedar, per-
petuamente, consignados en nuestros anales para estimulo y ejemplo en
el porvenir; por eso me permito rogar a V. E. , con encarecimiento singu-
larísimo, redacten y publiquen una Memoria detallada, que ha de consti-
tuir, seguramente, un título de honor, para todos envidiable.
Al dirigir a V. K. y a las demás consocias borinqueñas cariñoso sa-
ludo de despedida, espera esta Suprema Asamblea que todas conserven,
como preciado recuerdo, los títulos y diplomas que les fueron expedido,
y las recompensas que por su hidalgo proceder se les otorgaron ^
Dios guarde a V. E. muchos años.
Madrid, 20 de septiembre de 1898. ei i>reside«u d^ u Asamblea,
Teniente General,
,UA. P. ÍHXrrrDoixKaUKZ K. MABQUÉS BE PO.AVXK.A
Excma. Sra. Doña Dolores Aybar de Acuña. -Puerto Rico.
1 I as recompensas a que alude este documento fueron las Placas de la Orden, ^^""^^^.das a la señora
A", del A.
CAPITULO X
LA GUERRA POR MAR
EL ALMIRANTE BERMEJO.-EL SECRETARIO LONG
OMO la suerte de Puerto Rico dependió, en gran parte, del
resultado de las operaciones navales, creemos indispensable
traer a estas páginas algunas notas, aunque mu}^ ligeras, sobre
el poder y actividades marítimas de uno y otro beligerantes.
Fué ministro de Marina en España, durante la guerra, el
contraalmirante Segismundo Bermejo, hasta la segunda quince-
na de mayo de 1 898, en que fué substituido por el capitán de
navio de primera clase Ramón Auñón. Era el almirante Bermejo un marino profesio-
nal, culto, patriota, pero muy temeroso del qué dirán, y más atento a maniobras
políticas que a las navales. Larga permanencia en oficinas y ministerio habían acor-
tado su visión de la realidad.
Desde el desastre de Trafalgar la Marina de guerra española había arrastrado una
vida difícil por la penuria de la nación y mezquindad de los presupuestos, que no
permitían construir nuevas unidades ni reparar las existentes. El Congreso, por sis-
tema, negaba los créditos para aquellas atenciones, fiándolo todo, en caso de guerra,
al legendario valor de los oficiales y tripulaciones.
Existía, y existe aún en todas las clases del pueblo español, cierta lamentable
ii8
A . RI VERq
confusión de ideas respecto a las finalidades de una guerra. Al iniciarse un conflicto-
armado no es la idea de victoria el norte exclusivo que guía al sentimiento español;
victoria y derrota, ambos conceptos van siempre unidos, y tienen igual valor. Así es.
frecuente oír y leer: «Si nos provocan habrá
un segundo Trafalgar», o «habrá un nuevo Dos
de Mayo». A nadie se le ocurre amenazar con
un Lepanto o un Bailen.
Morir con honra: he aquí la suprema aspi-
ración. Inteligencia, estrategia, medios de com-
bate..., no valen nada. Honor y coraje es cuanta
se les pide a las fuerzas de mar y tierra en las
grandes crisis nacionales. ¿"Que los Estados
Unidos derraman el oro a torrentes compran-
do buques en todos los puertos del mundo.^^
«¡Mejor!; más presas para los corsarios catala-
nes y mallorquines.» Que los escuadrones ame-
ricanos hacen rumbo hacia Cuba y Puerta
Rico... «¡No importa! Ya enseñaremos a esas
bisoñas y heterogéneas tripulaciones yankees
cómo son los filos de nuestras hachas y cuchi-
llos de abordaje.»
El ministro Bermejo participaba de estas
ideas, y con gran optimismo pensaba en los
futuros corsarios. Para él tenía más importancia el número de buques de la
escuadra española que su estado y poder ofensivo. Realmente, el Alto Mando de la
Armada española no fué durante toda la guerra sino un gallardo acorazado que había
echado anclas, todas las de a bordo, en los amplios salones del Ministerio de Marina.
Frente al ministro Bermejo se yergue la noble figura del almirante Pascual Cer-
vera. Este marino ilustre vislumbra el futuro con certeza que aun hoy causa asombro;
conoce íntimamente sus buques, mal armados y faltos de muchos elementos esen-
ciales de combate; no cree en la Numancia ni en el Pelayo, y sonríe cada vez que le
nombran los cuchillos de abordaje de mallorquines y catalanes.
A cambio de lo anterior, no desprecia al enemigo y sabe cuánto puede esperarse
y temerse de su valor, de su osadía y de los poderosos medios de combate de que
dispone.
Por todo esto protesta respetuosamente contra el hecho de que se le empuje hacia
un desastre inevitable. No es atendido, y entonces, puesta su confianza en Dios, sale
en busca de la muerte.
K 1 til i r ante B e r ni e j o .
CRÓNICAS
119
Contaba la Marina española en 1898 con un núcleo, no despreciable, de cru-
ceros de combate que, para halagar a las multitudes, fueron bautizados con el
pomposo nombre de acorazados. Eran los cruceros Vizcaya, Infanta María Te-
resa y Almirante Oquendo, construidos poco tiempo antes en los astilleros del
Nervión (Vizcaya). Además, la casa Ansaldo, de Genova, había entregado a Es-
paña un magnífico crucero acorazado, el Colón, que nunca llegó a montar dentro de
sus torres los cañones de 254 milímetros, que constituían su más poderosa artillería.
El Carlos V, Alfonso XIII, así como los destroyers Terror, Furor y Plutón, conf-
irmaos por la casa inglesa Tompson, eran elementos de guerra de importancia. La
organización española de mar aparecía superior a la americana en torpederos, caño-
neros y destroyers. El Pelayo, famoso acorazado, era simplemente un espantajo, un
glorioso pontón, al que le faltaba el blindaje de toda una banda. Los periódicos de
Madrid llenaban sus páginas con relaciones de los buques de guerra nacionales, más
de un centenar, desde el Pelayo al Ponce de León, sin olvidar a la gloriosa Numan-
cia. La mayor parte de estas naves carecían de armamento adecuado; sus máquinas
estaban casi inútiles y sus cascos corroídos por la navegación en mares tropicales.
Las tripulaciones carecían de instrucción, y muchos de los cabos de cañón nunca
habían disparado una pieza. En cuanto al valor, al heroísmo de oficiales y marinos,
no fallaron en sus juicios ni el almirante Bermejo ni la Prensa española. A bordo de
sus buques pelearon con heroicidad, rayana en locura, y cumpliendo lo que de ellos
se esperaba, demostrando en Cavite, en Santiago de Cuba, en Matanzas, en San Juan
de Puerto Rico y en todas partes, que sabían morir con honra v que tenían coraje.
Así aquellos valientes muchachos realizaron todo cuanto
de ellos exigiera el pueblo español.
Esa ola de optimismo y falsedades llegó hasta Puerto
Rico, arraigando en sus defensores la creencia en el inven-
cible poder marítimo de España. Aun recuerdo con pena
aquellas veladas en el castillo de San Cristóbal presididas
por el bravo general Ortega; a ellas asistíamos todos los
oficiales de artillería y nuestros jefes Sánchez de Castilla y
Aznar. Barbaza, artillero y capitán, hombre simpático y de
grandes alcances, usaba y abusaba de sus conocimientos
de inglés y de otros idiomas, traduciéndonos los juicios y
comentarios de nuestros amigos franceses y alemanes. La
escuadra de Cervera, ala que siempre llamamos ^i-(:^<2<^r6';¿ johnDavis Long, secretado de Marina
♦^-1..-. ^,,.-^^-^4- • i- ' n í. ' 'Li ' de los Estados Unidos durante la erue-
para aumentar su importancia, era una flota invencible; mas , . ^
* r ' V,, ^ ^^^ hispanoamericana.
de sesenta unidades la integraban. Navegando en orden
de marcha, ocupaba muchas millas; buques austríacos la reforzaban. Todo esto, unido
presagiaba un glorioso y próximo combate.
De otra parte, los acorazados y cruceros americanos eran pésimamente maneja-
120 A. R I VER O
dos; cada semana varaban dos o tres, y sus tripulaciones, compuestas de hombres de
todas las naciones, estaban al borde del motín.
Y así, cuando en los primeros días de mayo la Gaceta ojiczal publicaba un cable
de Madrid dando cuenta del glorioso triunfo de Montojo en Cavite, contra la escua-
dra del comodoro Dewey..., pareció la cosa más natural. «{Ya lo decía yob>, era la
frase corriente.
Fué una tarde del mes de abril en que, abusando de los fueros de mi uniforme
y de estar declarado el estado de guerra, estuve a punto de encerrar en los calabo-
zos de mi castillo a Pedro Gómez Laserre, antes y hoy excelente amigo mío, porque
en público se permitiera decir que «Sampson y sus acorazados se comerían sin reme-
dio al escuadrón de Cervera». Si Pedro Gómez no lo pasó mal entonces fué porque
lo creí loco. Sólo así se le podía perdonar que pensase y dijese semejantes desatinos.
Dios y Pedro Gómez me perdonarán lo que pensé y no hice aquella tarde de abril ^.
España poseía una gran flota mercante de rápidos trasatlánticos, que pudo usar
como carboneros, escuchas y auxiliares. La Compañía Trasatlántica contaba con 22
vapores de elevado tonelaje y andar superior a doce millas; Pinillos, con cinco; Prats,
Anzotegui, Hijos de J. Jover y Serra, Jover y Costa, Marítima de Barcelona y otras
Compañías podían ofrecer 1 27 vapores, que hacían un total de 154 buques, los cua-
les, contrastando con los de la escuadra, estaban en excelentes condiciones de vida
y eficiencia, siendo sus capitanes y marinos hombres avezados a largos viajes, valien-
tes y tan osados, que aun recuerdan los profesionales americanos las bizarrías del
Monserrat y otros trasatlánticos que rompieron el bloqueo de las costas de Cuba.
Esa flota, una de las primeras del mundo, quizá la primera en aquella época, fué
usada con punible torpeza. Cervera y su escuadra anduvieron errantes de Martinica
a Curagao y de Curagao a Santiago de Cuba, sin encontrar un solo buque carbonero,
y por eso, en vez de refugiarse en el puerto de la Plabana o en el de Cienfuegos, lo
que indudablemente hubiera evitado la destruccipn de su escuadra, el almirante tuvo
que entrar en Santiago de Cuba porqué alguno de sus cruceros estaba quemando las
últimas toneladas de carbón.
Como una muestra de las actividades del ministro Bermejo, deseo transcribir los
siguientes despachos dirigidos a Cervera, a la Martinica, por conducto del general Va-
llarino, comandante principal de Marina en Puerto Rico:
Ministro de Marina a Almirante Cervera.
Madrid, mayo 12, 1898.
... Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas
de carbón, debe llegar a ese puerto.
El abogado Sr. Gómez es, actualmente, registrador de la Propiedad en Cayey, Puerto Rico. — N. del A.
CRÓNICAS 121
Ministro a Almirante, Curagao.
Madrid, mayo 15, 1898.
Su telegrama recibido; trasatlántico Alicante anclado en la Martinica, con carbón,
tiene órdenes de salir inmediatamente para Curagao...
Ministro de Marina a Almirante Cervera.
Madrid, 15 de mayo, 1898.
... Si no puede esperar al Alicante deje órdenes para que dicho buque lo siga en
su viaje, así como el inglés Tuickhand^ que también lleva carbón.
El Alicante estaba fondeado en Fort-de-France el día II de mayo cuando ancló
€n aquel puerto el capitán Villaamil con el destróyer Furor; pero aquel buque no
tenía a bordo una sola tonelada de carbón, y por ello la escuadra española siguió
viaje a Curagao, donde tampoco encontró buques carboneros a pesar de los cons-
tantes avisos del almirante antes de zarpar de Cabo Verde y de las repetidas ofertas
del ministro de Marina.
Tan grave falta, como otras de igual clase, fueron concausas que contribuyeron
a la destrucción de los cruceros españoles.
Al estallar el conflicto compró el Gobierno español los vapores Germania y Nor-
mania y el yate Giralda. Un regular número de torpedos enviados a Cuba, varios
millares de libras esterlinas situadas en Londres para atenciones de la escuadra, y el
pintarlos buques de color gris fué cuanto se ordenó desde el Ministerio de Marina.
Volvamos nuestros ojos hacia Washington. Era secretario de Marina, en el Ga-
binete Me. Kinley, John Davis Long, graduado en Leyes por la Universidad de
Harvard; tenía sesenta años y era fuerte de cuerpo, firme de voluntad, carácter de
hierro y de inteligencia extraordinaria. A este hombre excepcional, verdadero genio,
debió la Marina americana la mayor parte de sus triunfos.
Desde mediados de enero, 1 898, vislumbra el conflicto, y haciendo funcionar el
cable ordena a los buques americanos, de estación en aguas de Europa y del Brasil,
así como a los que estaban en el extremo Oriente, que no licencien sus tripulaciones
cumplidas. Tiene siempre a la vista un estado completo de todas las naves españolas
de guerra y mercantes; vigila y sigue los movimientos de los buques, presuntos ad-
versarios. Sabe que Bermejo está cerrando tratos con el Brasil para comprar a esta
nación dos magníficos cruceros de guerra, el Amazonias y el Almirante Abre'u; toca
^ Memorias del almirante Cervera, consultadas por el autor.
122 A. RIVERO
todos los resortes diplomáticos, abre las cajas de Tesorería, y aquellos buques se
llamaron poco después New Orleans y A ¡óanj/; compra el crucero Nictkers, de 7 «080
toneladas, y el Diógenes^ bautizados después Buffalo y Topeka, Adquiere, siempre
sin regatear el precio, el Somers^ 60 yates, algunos cañoneros, cuatro grandes tras-
atlánticos y 1 1 remolcadores.
No contento aún, fleta cuatro grandes vapores y 15 escampavías que usa como ca-
ñoneros auxiliares. Total, 98 nuevas unidades con que aumentó el efectivo de la escua-
dra americana. Los vapores St. Loiiis^ Yak y St, Paul íueron equipados con aparatos
especiales para pescar y cortar los cables submarinos. El Vulcan^ convertido en
taller flotante, es provisto, además, de aparatos para destilar agua, aparatos que tam-
bién tenían otros buques, así como maquinarias que fabricaban el hielo. El Vulcan
resultó un éxito; frente a Santiago de Cuba surtió de piezas sueltas para sus maqui>
narias y también de herramientas a 3I buques de su escuadra; 26 naves de guerra
fueron reparadas sobre el mar por el Vulcan.
El secretario Long usó como transportes, sólo en las Antillas, más de dos docenas
de grandes vapores. Todo este inmenso material flotante, unido a las escuadras de
combate en aguas de América, sumaron ciento cincuenta y cinco buques; y ni uno
solo se perdió por accidente o por combate^ lo que habla muy alto en favor de la
pericia de sus capitanes y tripulaciones.
Ese poder formidable impulsado por el brazo de acero del secretario Long, re-
corre los mares de América y Oceanía, y además amenaza las costas de España
(escuadra del comodoro Watson); destruye en Cavite los buques de Montojo, en
Santiago de Cuba los de Cervera, bloquea a la Habana y otros puertos, desembarca
marinos en Cuba, en Guánica, Ponce y Arroyo; bombardea Matanzas, Santiago de
Cuba y San Juan, y cuando se firma la paz la eficiencia de acorazados, cruceros, bu-
ques menores y auxiliares era aún mayor que al declararse la guerra.
El abogado Long, desde -su despacho, lo sabe todo. En 16 de abril había reci-
bido una carta confidencial, de Madrid, en la cual se incluía una relación de toda la
escuadra de guerra y auxiliares de la marina española anotadas, sin error alguno, to-
das sus ventajas y deficiencias, así como los movimientos efectuados por aquellos
buques y muchos de los que pensaban realizar. Recibe también recortes de El Impar -
cial y de otros periódicos de Madrid, en que se da cuenta del número de torpe-
dos — 190 — que se enviaron a Cuba, señalando los puntos en que dichos torpedos
fondearon; toda esta información fué tomada por aquel periódico de labios del
ex ministro Beranger. El cónsul americano en Cádiz remitió también valiosísimas
informaciones.
El secretario, con los piaros a la vista, vigila en su viaje a la flota de Cervera;
CRÓNICAS
J23
calcula su derrota y los puntos donde necesita tomar carbón (porque Long sabía^
exactamente, las toneladas que llevaba cada buque en sus carboneras), coloca escu-
chas en su camino y cruceros en Martinica, Guadalupe, St. Thomas, Cabo Hai-
tien. Mola de San Nicolás y canales de la Mona y del Viento. Y si la escuadra espa-
ñola pudo llegar a Santiago burlando tan exquisita vigilancia, culpa no fué del
Hon. Long, sino del almirante Sampson, que desobedeciendo o interpretando a su
capricho las órdenes recibidas, malgastó su tiempo y sus municiones frente a San
Juan, contribuyendo a que, a través del cable, se oyeran en Martinica los cañonazos
disparados a los castillos del Morro y San Cristóbal.
Fondea en Santiago la escuadra de Cervera; Sampson no lo sabe; Schley nada
ve, y sin embargo, el secretario de Marina de los Estados Unidos, sentado en su
poltrona y con un fajo de cables ante sus ojos, pasa revista a los buques españoles
anclados en aquel puerto cubano el 1 9 de mayo. Y con telegrama tras telegrama
avisa, dirige, amonesta, empuja y sólo diez días después, el 29, consigue que sus na-
ves de guerra bloqueen al almirante español.
Sin los trabajos y las vigilias del secretario Long, Cervera, saliendo de vSantiago
de Cuba, hubiera echado anclas al abrigo de las formidables baterías que protegían
la ciudad de la Habana o, lo que es más probable, regresado a España.
Tales fueron los hombres que durante la guerra hispanoamericana, en Madrid y
en Washington, tuvieron a su cargo la inmensa responsabilidad de la guerra
por mar.
Remolcador Wompatuck.
124
R I V E R o
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CAPITULO XI
VIAJE DE LA ESCUADRA ESPAÑOLA AL MANDO
DEL ALMIRANTE CERVERA
EL VERDADERO OBJETIVO DEL ALMIRANTE SAMPSON AL BOMBARDEAR
A SAN JUAN EL 12 DE MAYO FUÉ LA CAPTURA DE DICHA PLAZA
HISTORIA DE UN FAMOSO CABLEGRAMA
L día 8 de abril de 1 898 salió de Cádiz el almirante Pascual
Cervera, con los cruceros protegidos Infanta María Teresa^
buque insignia, y el Cristóbal Colón. Una escuadrilla, al mando
del capitán P^rnando Villaamil, estaba fondeada en las islas
Azores, puerto de wSan Vicente de Cabo V^erde, compuesta de
los destroyers Terror^ Furor y Pintón., y, además, de los torpederos de alta mar
Ariete, Audaz y Azor.
Con fecha 4, el almirante español había telegrafiado al ministro de Marina, Ber-
mejo, lo que sigue ^:
Creo peligroso para la flotilla de torpederos el que sigan viaje; como no he reci-
bido instrucciones, me parece lo mejor ir a Madrid para recibirlas y formar plan
^ Este documento y todos los que si(,nien son de origen oficial, estrictamente comprobado. — .V. del A.
1 2ñ A . 'R 1 \'- lí \i O
campaña. Me preocupím las C'anarias, que están en situación peligrosa. Si durante
mi ausencia fuese necesario que la escuadra saliera, podría verificarlo mandada por
segundo jefe.
El ministro de Marina respondió con el siguiente cable, fechado el mismo día:
Recibido su telegrama cifrado. En estos momentos de crisis internacional no se
puede formular, de una manera precisa, nada concreto.
fm'\<;:é^J;:*:S'V:&A^
C'on fecha 6, y en carta privada al ministro, Cervera se expresa así: f:S¡ nos coge
sin un plan de guerra, habrá dudas y vacilaciones, y después de la. derrota serán la.»
vergüenzas y las humillaciones.»
El capitán general de Cuba, Blanco, en cable del día /, decía al ministro de Ul-
tramar, Romero (jirón, entre c>lras cosas;
Se empieza a manifestar cierto disgusto por falta bucpies aquí, pues los cpie hay
no pueden prestar servicio, y detención escuadrilla Cabo Verde deja indefensa cos-
tas; V . b!,, que mejor que yo conoce situación internacional, dadas actuales circims^
tancias, apreciará conveniencia enviar buques.
(■ R O K ¡ c; A S ,,-
Use mismo día 7 el ministro Bermejo telegrafía a Cer¥cra :
Urge miiclio salir; es preciso que sea mañana. Diríjase V. E. a San Vicente de
Cal.x.) Verde; así que llegue tomará carbón y agua. Conuiníque con semáforo Cana-
rias, por si hubiese alguna novedad que noticiarle. J.as instrucciones, que se amplia-
rán, son, en esencia, proteger escuadrilla de torpederos, que queda ;i sus órdenes
¡)or estar en I^uropa A/mi:m/ias y San Francisco. No hay, por ahora, más buques
americanos.
Cervera, en otro despacho, insiste en (|ue se le den instrucciones precisas, toda
vez que desconoce los planes del Gobierno, y el ministro le contesta:
ba premura de la salida impide por el momento darle conocer plan que solicita;
pero lo tendrá, con todos sus detalles, a los pocos días de su llegada a fabo Verde,
pues seguirá sus aguas un vapor abarrotado de carbón.
FJ comandante español no replica, obedece, y el día 8 dirige al ministro de Ma-
rina el siguiente telegrama:
Son las cinco de la tarde y estov saliendo con el Teresa v 0>/i>;/.
Con tiempo bonancible navegaron ambos cruceros, haciendo ruml)0 a Punta
Anaga (isla de Tenerife), con cuyo semáforo comunicaron en la mañana del 11, rcci-
128 A. RIVERO
hiendo órdenes de seguir su viaje. A las 9 de la misma hicieron rumbo a San Vi-
cente de Cabo Verde, adonde llegaron sin novedad, fondeando en Puerto Grande el
día 14, a las diez de la mañana. Allí estaba la división de torpederos, cuyo jefe, Vi-
llaamil, se puso a las órdenes del almirante.
Los cruceros españoles habían navegado a una velocidad entre 11 y 12 millas,
siendo el consumo de carbón sumamente exagerado, gastando el Colón 500 tonela-
das y 400 el Teresa.
A su llegada a puerto, Cervera dirigió al ministro el siguiente cable:
Fondeamos sin novedad. Estoy ansioso de saber instrucciones y noticias. vSu-
plico telegrama diario, luengo necesidad de combustible, mil toneladas para rellenar.
Entonces comenzó la difícil operación de tomar carbón, pudiendo conseguirse a
duras penas unas 700 toneladas, que se pagaron a 51 chelines. El cónsul americano
había comprado todo el carbón existente en el puerto.
El 18 de abril llegó el San Francisco con las instrucciones, que, en síntesis, eran:
l.^ Proteger la escuadrilla de torpederos a causa de estar en aguas de Europa
dos buques de guerra americanos.
2."" El trasatlántico Ciudad de Cádiz, la escuadrilla de torpederos y (destroyers)
y los cruceros Vizcaya y Oquendo (que habían salido de Puerto Rico) unidos al
Teresa y Colón., formarían la flota al mando del almirante Cervera.
3.^ El objetivo de la expedición será la defensa de la isla de Puerto Rico, «que
tomará V. E. a su cargo en la parte marítima, combinando su acción militar de
acuerdo con el gobernador de la Isla; pero sin olvidar que el plan de aquélla sólo
^ puede corresponder a V. E. dada su innegable competencia en su calidad de almi-
rante para medir las fuerzas del presunto enemigo, apreciar la importancia de sus
movimientos, así como los recursos que pueden desarrollar los buques del mando
de V. E , a no ser que las fuerzas del enemigo fuesen iguales o inferiores, en el
cual caso convendrá a V. E. tomar la ofensiva».
4.^ Para el aprovisionamiento, en San Vicente, tenía órdenes el comandante de
la división de torpederos, «y en Puerto Rico encontrará V. E., si ha lugar, todo
genero de recursos, incluso municiones.»
P.
El mismo 18 de abril fondearon en Cabo Verde, incorporándose al resto de la
escuadra, los cruceros Oquendo y Vizcaya. El 20 tuvo lugar, a bordo del Colón, una
reunión de jefes, tomándose acuerdos que fueron telegrafiados al ministro de Marina
en esta forma:
De acuerdo con segundo jete y los comandantes de los buques, propongo ir al
punto donde se indica e indicará: Canarias. Ariete tiene en mal estado sus calderas;
la del Azor es muy vieja. Vizcaya necesita entrar en dique para pintar fondos si ha
de conservar su velocidad. Canarias quedaría libre de un golpe de mano y todas las
\i:Wmt
KxctlKX Sr. I)^ Pascual Cervera v Top«tt
C R Ó N ICA S
129
fuerzas podrían acudir con toda prontitud, en caso necesario, a defender la Madre
Patria.
El acuerdo anterior fué consignado en un acta que firmaron: Pascual Cervera,
José de Paredes, Juan V. Lazaga, Emilio Díaz Moréu, Víctor M.Concas, Antonio
Eulate, Joaquín Bustamante, Fernando VillaamiL
Al siguiente día el almirante Cervera escribió una carta confidencial al ministró
dándole detalles del acuerdo anterior, carta de la cual tomamos este párrafo:
El natural impulso de marchar decididamente al enemigo , entregando la vida en
holocausto de la Patria, era la primera nota que se dibujaba en todos; pero al mismo
tiempo, el espectro de la Patria abandonada, insultada y pisoteada por el enemigo,
orgulloso con nuestra derrota, que no otra cosa puede obtenerse en definitiva, yendo
a buscarlos a su propio terreno con fuerzas tan inferiores, les hacía ver que tal sacri-
ficio no sólo sería inútil, sino contraproducente, puesto que entregaban la Patria a
un enemigo procaz y orgulloso, y Dios sólo sabe las funestas consecuencias que esto
podría traer, ♦j ' ;
A partir de esta fecha se cruzaron los siguientes despachos:
Ministro al Almirante. — Cabo Ver die. ! . í
* '"' ■ ' , ' Madrid, 21 de abril, 1898,
Torpedero Ariete puede regresar a España remolcado por San Francisco; dele
instrucciones que considere conducentes.
Almirante al Ministro. . \ • ' .
- ■ * Cabo Verde, 21 de abril, 1898.
Mientras más medito, es mayor mi convicción de que continuar viaje a Puerto
Rico será desastroso. Para Canarias podría salirse mañana. El carbón, se embarca
despacio porque hay escasez de medios. Los comandantes de los buques tienen
igual opinión y algunos más enérgicos que yo. Necesito instrucciones.
El Ministro al Almirante. - Cabo Verde. ...
Madrid, 21 de abril, 1898.
Como Canarias están perfectamente aseguradas, y conoce V. E. telegramas de
Washington sobre salida próxima de escuadra volante, salga con todas las fuerzas
para proteger isla Puerto Rico, que está amenazada, siguiendo la derrota' que V. E. se
trace, teniendo presente la amplitud que las instrucciones le conceden y que le
renuevo. La frase salgo para el Norte me indicará su salida, debiendo ser absoluta la
reserva sobre sus movimientos.
La Nación, en estos momentos supremos en que se declara la guerra, acompaña
a esa escuadra en expedición y J^ saluda con entusiasmo. , ,
130 A. RIVERO
Almirante Cervera a Ministro Bermejo.
Cabo Verde, 22 de abril, 1898.
He recibido telegrama cifrado con la orden seguir para Puerto Rico a pesar de
persistir en mi opinión, que es opinión general de los comandantes de los buques;
haré todo lo que pueda para avivar salida rechazando la responsabilidad de las con-
secuencias. Agradecemos saludo Nación, cuya prosperidad es nuestro único anhelo,
y a nombre de todos, manifiesto nuestro profundo amor a la Patria.
Almirante Cervera a Ministro Bermejo.
Cabo Verde, 22 de abril, 1898.
Oficialmente no se sabe si se ha declarado la guerra, y es de absoluta necesidad
saberlo para tratar como enemiga a la bandera americana.
Ministro Bermejo al Almirante Cervera.
Madrid, 22 de abril, 1898.
Si hubiera estado declarada la guerra se lo hubiera comunicado; pero existe de
hecho el estado de guerra, pues la escuadra americana empezará mañana bloqueo
Cuba. Los buques de la escuadra volante, de que hablé a V. E., sin tener después
más noticias, son los que deben bloquear a Puerto Rico, y no han salido aún de
Hampton Roads, El fundamento de las instrucciones es encomendar a V. E. la de-
fensa marítima de Puerto Rico.
Almirante Cervera al Ministro Bermejo.
Cabo Verde, 22 de abril, 1898.
Necesito instrucciones precisas a las que poder arreglar mi conducta, en el caso
de no estar declarada oficialmente la guerra a la salida.
El Ministro Bermejo al Almirante Cervera.
Madrid, 22 de abril, 1898.
Recibido su segundo telegrama. No puedo darle instrucciones más concretas que
las que tiene, dejándole en libertad para la derrota que ha de seguir, burlando, ái es
posible, el encuentro de la flota enemiga para arribar a cualquier punto de la isla de
Puerto Rico. El Ciudad de Cádiz le acompañará con todo el carbón posible.
Este mismo día 22 el Almirante escribió al Ministro una larga carta reservada, de
la cual es este párrafo:
El Colón no tiene sus cañones gruesos, y yo pedí los malos, si no había otros; las
municiones de 14 centímetros son malas, menos unos 300 tiros; no se han cambiado
CRÓNICAS 131
ios cañones defectuosos del Vizcaya y del Oquendo\ no hay medio de recargar los
casquillos del Colón] no tenemos un torpedo Bustamante; no hay orden ni concierto
«que tanto he deseado y propuesto en vano; la consolidación del servomotor de estos
buques sólo ha sido hecha en el Teresa y el Vizcaya cuando han estado fuera de Es-
paña; en fin, esto es un desastre ya, y es de temer que lo sea pavoroso dentro de
poco... Y no le molesto más; considero ya el acto consumado, y veré lo mejor que
pueda salir de este callejón sin salida.
Ministro Bermejo al Almirante Cervera.
Madrid, 24 de abril, 1898.
Oída la Junta de generales de Marina, opina ésta que los cuatro acorazados y
tres destroyers salgan urgentemente para las Antillas. Sometida esta opinión al Go-
bierno de S. M. la acepta, disponiendo se den a V. E. amplias facultades para diri-
girse a las Antillas, confiando en su pericia, conocimiento y valor, pudiendo tomar
informes sobre aquéllas antes de recalar sobre Puerto Rico o a Cuba si lo estimase
más conveniente en vista informes recibidos. La derrota, recalada, casos y circuns-
tancias en que V. E. debe empeñar o evitar combate quedan a su más completa
libertad de acción. En Londres tiene a su disposición 15.000 libras. Los torpederos
•deben regresar a Canarias con los buques auxiliares, marcándoles V. E. la derrota.
La bandera americana es enemiga.
En carta de abril 24 decía el almirante Cervera: «Trigueros me ha anunciado la
■salida de un cargamento de 5 -700 toneladas de carbón para Puerto Rico, adonde
debe recalar del TI al 12 de mayo, y tengo mucho temor de que vaya a caer en
poder del enemigo.»
El almirante tenía razón en sus temores; este vapor, el Rita, que salió de España
cargado de carbón con destino a Puerto Rico, fué capturado por el Yale en 8 de
mayo, y conducido a Charleston fué, más tarde, declarado buena presa.
Ministro Bermejo al Almirante Cervera.
Madrid, 26 de abril, 1898.
Dada orden Londres enviar 5.000 toneladas carbón, destino Curagao, a disposi-
ción de V. E. o Comandante Puerto Rico.
Ministro Bermejo al Almirante Cervera.
Madrid, 28 de abril, 1898.
Por si llegare a tiempo digo a V. E.: Habana, como la parte Norte de Cuba, sigue
bloqueada; Puerto Rico, hasta ahora, libre; en aguas de Europa no existe buque ene-
migo. En España completa tranquilidad y unión. Reitero entusiasta saludo de la
Nación. Con mucha actividad se trabaja en alistar otros buques.
A . I^ í ¥ ]•: K ( >
Almirante Cervera al Ministro Bermejo.
Salgo para el Norte.
Cabo Verde, 29 dt; abril, i8<}8.
liste día 29 de abril del año 1808 señala la, fecha memorable en que la escuadra
española, compuesta de cuatro cruceros acorazados y tres destroyt^rs, salió del
puerto de San \lcenie de Cabo Verde con rumbo a Puerto Rico, adond<i no llegó
nunca.
Desde el primer día de navegación el almirante Cervera distribuyó a sus coman-
dantes órdenes precisas, no sólo para la marcha, sino también para el cond)ate, caso
de ¡>rcsciilar.s<í el cncnn'n-o; a estas instriHxriones acnmpañat);i croipiis de las disíint;is
maniobras ¡)ara pasar del (n-cien de viaje al di' lila, y con especiales a»lvertenci;is a,
lf)S destro\-ers sobr(f su iiitervcMición.
Sin inci<l<Mite alcnmo en la iiave^i^ración sioaiió ésta hasta el aman(H:cr del clía il
(le mayo, en ([ue los crncero,s alcaji/aron a los destrox'ers '/rrror y ¡-'iiror^ que sieiri-
|;)rc iiian a la descubi<Tta y que lial)ían sido destacados el O del mismo mes para
reconocer el puerto b\>rt^ded^Vance i'Martinit:ai, tomar Informes y expedir tele^^
gra.nias. ;\mbos destrox^ers estaban ¡carados: el l'ii'ror 1uh;íió una, l.toya, y el l''iin^}'
taislodiámlolo para no dejarlo aliandonado en rncdio del mar. La ( 'ap'ttaiíd tom<') a
remolque el primer destróyer, cuyas calderas tenían seilas averías, continuando su
derrotero. Id jefe de la escuadrilla, ca|Mtán X'illaamil, con el Furor se dirigió al
puerto lie bort-ded.'Vance, donde entró el mismo día l t, tomó) informes y puso algún
tek'grama que el almirante le había entregado, saliendo por la noche e incorporán-
dose a la escuadra, a l:i cual comunicó cpie los buques enemigos bloqueaban la parb::
oeste de Cuba, desde t'árdenas a Cienfuegos, que a aquella hora (amanecer del
<: R o N 1 C AS 133
día 12), se<jim noticias reservadas que le había dado el capitán del puerto, la escua-
dra americana con su almirante a la cabeza debía estar sobre San Joaü para ata-
carlo; c|ue había dos cruceros auxiliares, el Sf. Litis y el IJarvard^ uno en (riiada-
lupe y otro en Martinica; c|iie los americanos habían violado la neutralidad de Santo
Uonu'ngo, entrando y saliendo libreniente de Puerto Plata y Samaná; que en Marti-
nica se le permitiría a la escuadra española hacer víveres, pero no carb(3n.
Id capitán P\;rnando Villaamil entregó además al almirante Cervera un fajo de
■periódicos, por los cuales se enteraron lodos los oficiales de la ilestrucción, en Ca-
vile, de la escuadra española al mando del almirante "Montojo.
Amaneció el 12 de mayo, y este día tuvo Jugar un t'onseio de oficiales, deci-
diendo continuar para ("uraeao en l>usca de carbón 5' nuevas noticias.
Así lo efectuó la escn;idra, siguiendo primero im falso rundjo hacia Santo I)o^
mingo durante 30 nn'Ilas para despistar al enemigo, y rcíctificando después la rula
hacia aquella isla liolandesa.
Id telegrama puesto por el capitán Villaamil en Martinica al ministro Bermejo
decía así:
Almirante ("ervera a Ministro Marina. Madrid.
Martinica, 12 di! may<-. <le i.SmH.
La escuadra sin novedad; excelente cs].)írilu. X'iUaamil va a adquirir noticias de
■que dependerán las operaciones futuras. Para dar la paga vencida se necesitan
570.000 pesetas; lo que ha}^ a bordo y en Londres suman (3/5.000. Ko <]uicro ago-
tar todos los recursos, por lo (pie es necesario aniipliaci(3n de crédito.
í34
A . R I V 1^: R O
C R O N I C A S 135
¡í\ ministro liermejo dirigió :i las autoridades de Puerto Rico para que se comu-
nicase al almirante t'ervera, el siguiente cable:
Madrid, ¡2 de mayo de i8q8.
Ha sabido con satisfacción Gobierno su Ilega,da a ese Puerto ilíartinicaí, Pen-
ínsula sin novedad.- Telegrama recibido hoy anuncia ataque Puerto Rico por es-
cuadra enemiga, compuesta de- Ncw Yorlu Indiana^ Trr/'or \ Pitriláii: dos cruceros,
!in torpedero y dos buques carboneros. — Isla Puerto Rico está vigilad;!, por los auxi-
liares París y Akc York. — Yapur Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés
cun 3.000 tonelaxjas del>c llegar a ese puerto a Jas órdenes ca|)itán Alii-anle. Piunle
disponer V. E. de ambos buques.
bste vaí)or . \licantc era un trasatlántico español (¡ue en:u-bolaba la bandera de la
^ ruz Roja como buípie-hospital; el carl.)oncro inglés ofrecido por el ministro de
■I3G
A .
R 1 \' 1-:
Marina no había llegado K Villaamíl, a su entrada en Fort-de-France, no encontró al
cónsul español, quien estaba en el campo, y solamente pudo avistarse con él más
tarde. A cambio de esto, Antonio (ienís, cajjitán del jUiamJe, mostróse muy ac-
tivo, proporcionando al capitán de bir escuadrilla valiosa información, (jue fué de
mucha utilidad; por este marino se
supo que el crucero de guerra enc-
mig-o Hiirvard había fondeado
aquella mañana en el puerto de
Saint -Fierre, y cjue, de un mo-
mento a otro, se prohibiría la saÜ^^
da del Furor para facilitar la de
aquel crucero.
Fácilmente podemos apreciar la
situación de Villaamil — escribe v\
i:apitán Víctor M. í'oncas — , <|ui(»n
sabía que el almirante avanzaba rá-
pidanumte y que lo esperaba en
alta mar. l*or tanto, antes de que
connulicaran aquella orden de
tención, a media noche, levó
anclas, y ;msilia.do [)(>r algunos
l)otes del Alicaiiic y ¡lor el capitán
de este buque, quien, personal-
mente, iluminó las boyas de la en-
tracJa del puerto, escapó a toda vc-
locitlad, navegando a veinte nudos
por hora en busca del escuadrón.
Euiau-, conu.r,.!;ini<> .i.-i i/V^M-^. K¡ 14, a las sÍcIc óc la mañana,
('ura<;ac), donde el gobernador
en la entra<'la de dos 1:)Ut|ues, que fueron el Tíresii y el P'uscaya,
cónsul esp;uiol <]ue únicamente sería permitida una estancia en
e v(Miit¡cuatro horas. Dicho gobernador holandés vino a bordo del
leresit^ bu<|ue insignia, y estuvo cortés, pero estrictamente neutral. Se tomaron
ÚOQ toneladas dt: carbón, únicas (pie pudieron ofjtenerse, y por cierto que esta ne-
gociación se hizo con los auxilios del vicecónsul amerií-ano -. Los otros dos crucercís
y los dcstroyers pasaron fuera del [)uerto toda aquella noche del 14.
I£l capitán ("oncas, ¡efe de Estado Mayor de fiervera, escribió lo (¡ue sigue:
.Martinica coino c» Cur;«:ao. nada se lialjía dispuesto para reportar ;
sóh> consintió
manifestando ;
dicho puerto
. ,¡.'/ A.
mnúm
-; he
notic
dispuesto para
^-^X. fiel A.
<; lí l ) N I C A s
Nadie puede tener una idea de la ansiedad de aquella noche, 14 de mayo, cuando
interpretábamos cada ruido que escuchábamos como un ataque a nuestros caniara-
das que estaban fuera del puerto, y cuando ni aun podíamos ir en su auxilio, porque
el puerto de Curagao, a la puesta del sol, se cierra jior un puente movedizo de bar^
cas que lo incomunica con cl exterior.
Aljastecicron de carbón los buques,
con grandes apuros, y al auiam?cer
del 1.5 salieron del puerto, rectificaron
su formación de marcha y tomaron
rumbo a Santiago de íaiba, pasando al
Sur de Puerto Rico.
K\ almirante Cervera debió haber
recibido en (ajra.cao, tic manos del
cónsul español, un telegrama del minis-
tro de Marina, comunicado desde Puer-
to I'ÍJco por el general Vallartno, avi-
sándole, entre otras cosas, que con fe-
cha O de mayo la escuadra del almi-
rante vSampson estaba empeñada en un
■furioso iitaque contra San Juan. ^^ como
t'ervera localizó al Nortí-i a su (uienu'go,
se escurrió luibilmentc por el Sur.
Sin las impaciencias y siti la indisci-
plina del ahniranie americano, induda-
l)IenKMite (S?rver;i y todos sus buques
luibieran entrado en San Juan, liacia
el 14 de mayo, cpiedaudo fácil presa de
la escuadra americana; porque, o salían por el canal en sinif)
enemj'g'o, cuando éste bloquease la tíoca del Morro, y, por tanto, en condicicmes des-
ventajosas para un combate, o si ¡lermanecían fondeados en puc^rto, su destrucción
hubiera sido inmediata f)or el fuego de los acorazados de Sam|)son desde el exb.^-
rior, por ser ¡)Oco profunda la rada.
Kn la tarde del 19 de mayo, el almirante Cervera, con todos sus buques, después
de veinli<!6s días de navegación a través de un cordón de escuchas enemigos, entró
'•n el puerto de Santiago de Cuba C Puerto Rico podía respirar libremente, porque
acpu^lla escuadra, más que un auxilio, era una amenaza para cual<|uier puerto, ya
que su presencia en él atraería inmediatamente al poderoso enemigo.
lia al encuentro de
l'-l c;ii:.itáii .Malum. critifo tiri\-al de los
■i por su li:il)il (leiToIcTO, llegando a puc;
jitc Ce
e d.-rnj
138 A. R I VER O
No debemos pasar por alto un hecho de capital importancia que, seguramente,
aparejó la destrucción de la escuadra española. Con fecha 12 de mayo^ el ministro
de Marina puso el siguiente telegrama al comandante general de Marina en Puerto
Rico, para que lo trasladase al almirante Cervera en Martinica:
Ministro de Marina Bermejo al Almirante Cervera. — Martinica.
Madrid, mayo 12, 1898.
Desde su salida han variado las circunstancias. — Se amplían sus instrucciones,.
para que, si no cree que esa escuadra opere ahí con éxito, puede regresar Peninsular.
reservando su derrota y punto recalada, con preferencia a Cádiz. Acuse recibo y ex-
prese su determinación.
Cable tan importante no fué transmitido al almirante Cervera, ni a la Martinica
ni a Curagao, donde permaneció hasta la tarde del 15.C on esa misma fecha, el mi-
nistro de Marina telegrafiaba al general de Marina Vallarino, comandante principal
en Puerto Rico:
Procure, por todos los medios, que lleguen a conocimiento Almirante Escuadra,.
que está en Curagao^ los telegramas que para él tiene, así como noticias sobre situa-
ción Escuadra enemiga, y disponga inmediata salida del vapor inglés Roat^ si tiene
carbón para la Escuadra.
Si el almirante Cervera hubiese recibido aquel cable, ya en Curagao, o antes en
Martinica, seguramente vira en redondo y se dirige a Canarias, como era su deseo,,
tantas veces expresado. Y que hubiera llegado felizmente a su destino, no cabe du-
darlo, porque desde Puerto Rico, hacia el Este, no había un solo buque de guerra
americano que pudiera medirse con los españoles, y solamente algunos cruceros-
auxiliares. Valdría la pena de que alguien, en el Ministerio de Marina, de Madrid^
expurgando los archivos, fijase los motivos de por qué esa orden, que fué un relám-
pago de inteligencia^ no llegó a su destino *.
En cuanto al destróyer Terror, éste quedó en Fort-de-France, reparando las ave-
rías de sus calderas, y el 19 de mayo, su comandante La Rocha, recibió este des-
pacho :
Ministro de Marina, Auñón, al Comandante del 7é'/'rí?r.— Martinica.
Si le es posible comunicarse con Almirante de nuestra escuadra, manifiéstele que
Gobierno anula telegrama sobre vuelta a España.
Este telegrama tiene su explicación: el día 1 8, el capitán general de Puerto Rico^
general Macías, que nada sabia del famoso cable ordenando el regreso de la Escua-
1 San Juan, ni un solo día dejó de estar en comunicación, por cable, con Martinica y Curagao, según in-
formación que me suministró la oficina del cabIe_inglés.—A^. </<?/y4.
CRÓNICAS I3g
dra española, cable que no había sido comunicado a dicho almirante por el general*
Vallarino, telegrafiaba en esta forma:
El Gobernador General, Puerto Rico, al Ministro de Ultramar Romero Girón. .
Puerto Rico, 1 8 mayo, 1898.
Orden vuelta escuadra a Península hará caer por tierra entusiasmo Isla y su es-
píritu levantado después primer combate. Dirán habitantes, España nos abandona, y
situación puede ser gravísima. —Cumplo deber sagrado manifestándoselo.
Y como el general Blanco, desde la Habana, había telegrafiado en igual sentido-
ai tener conocimiento, por habérselo comunicado el general Vallarino, de la orden
de regreso a la escuadra, el Gobierno español rectificó su acuerdo, cancelando la
orden del 12 de mayo. Además, a Bermejo había sucedido el nuevo ministro,.
Auñón.
El día 20, La Rocha, comandante del Terror^ notificó por cable al almirante Cer-
vera, en Santiago de Cuba, que su buque estaba listo, recibiendo órdenes para que
cuando pudiese hacerlo, con relativa seguridad, zarpase con rumbo a Puerto Rico,,
dando igual orden al Alicante.
Con fecha 22^ el general Vallarino, desde Puerto Rico, avisaba al almirante Cer-
vera, que el vapor inglés Restamel, con 3.000 toneladas de carbón Cardiff, había sa-
lido el día antes de Curagao para Santiago de Cuba, añadiendo que dicho buque an-
daba siete millas por hora. Este vapor fué capturado por el St, Paul el 25 de mayo
y conducido por una tripulación de presa a Key West.
U. S. S. St. Paul,
Afueras de Santiago de Cuba, 10 A. M., mayo 29, 1898.
En la mañana del 25 de mayo, 1 898, di caza a un vapor que marchaba a buena
velocidad hacia la entrada de Santiago de Cuba, y maniobré de tal modo que lo pude
capturar fuera del alcance de los cañones del puerto a las seis de la mañana; fué
abordado con dificultad por el estado del mar y ordenámosle que se echase fuera.
Entonces supimos que era el vapor inglés Restamel, de Cardiff (Wales), con car-
bón, evidentemente, para la escuadra española. Primero estuvo en San Juan, luego
en Curagao, donde se informó que la escuadra de Cervera había partido dos días an-
tes de su llegada. Entonces fué enviado a Cuba.
Su capitán manifestó, francamente, que esperaba ser capturado; y tanto él como^
su tripulación mostraron buen talante por haber sido apresados y parecían satisfe-
chos del resultado.
Lo envié a Cayo Hueso, vía Canal de Yucatán, con una numerosa tripulación de
presa, a cargo del teniente J. A. Pattson. Este vapor tenía a bordo 2. 400 toneladas
de carbón y parecía un excelente buque. Su capitán me dijo que en Puerto Rica
140 A . R I V E R O
•quedaban otros dos carboneros y que tenía esperanzas de que también fuesen cap-
turados. Los tres vapores son de la misma compañía y navegan bajo instrucciones
;si mi lares.
C. D. SiGSBEE,
Comandante.
No era posible que prescindiésemos de traer a esta Crónica la información que
antecede, tan verídica como interesante. Ella demuestra cuan grande es el error de
aquellos que han propalado con la palabra y con la pluma que España, desde el
principio de la guerra, abandonó a Puerto Rico a sus propias fuerzas, preocupándose
solamente de la isla de Cuba. Fué todo lo contrario: Cuba, virtualmente, estaba per-
dida para España cualquiera que hubiese sido el resultado de la guerra. En Puerto
Rico, donde regía un Gobierno autonómico aceptado con entusiasmo por la inmensa
mayoría del país, podía seguir flotando, como un homenaje de gratitud del mundo
descubierto por españoles, la bandera de oro y grana. Para no abandonar a Puerto
Rico, para defenderlo con toda energía, fué por lo que zarpó de San Vicente de Cabo
Verde la escuadra del almirante Cervera.
Hacia Puerto Rico venían aquellos buques y en Puerto Rico eran esperados, y si
a esta isla no arribaron, fué porque el capitán general, Macías, el día 12 de mayo,
1898, notificó al almirante español que el grueso de la escuadra americana estaba
frente al Morro de San Juan ^. Y entonces, Cervera, con habilidad suma, habilidad
que los marinos americanos son los primeros en proclamar, se refugió en Santiago
de Cuba, incidentalmente; pero con el firme propósito de volver a Puerto Rico en
cumplimiento del plan de guerra del Gobierno. Allí lo bloquearon, y como no quiso
entregar sus buques, como lo hicieran los marinos alemanes en Scapa-Flow, a pleno
sol, y con su buque insignia en vanguardia, salió de Santiago de Cuba, envuelto en
el humo de sus cañones, el día 3 de julio de 1898, tiñendo horas más tarde de san-
gre española las aguas de aquellos mares
Otro aspecto, no menos interesante, tiene para Puerto Rico dicha información:
el bombardeo de San Juan y otras operaciones de guerra en las costas de Puerto
Rico, fueron consecuencias de aquel viaje. Cádiz, Madrid, sobre todos, y Cabo Verde,
estaban plagados de confidentes y espías del Gobierno de Washington; entre los
^ Que el general Macías supo la llegada de Cervera a Martinica y que se comunicó con éste, lo demues-
tra el siguiente telefonema que recibí el día 12 de mayo, en los momentos del combate, a las ocho de la
mañana:
«Diga a la gente que apriete duro, porque nuestra escuadra está muy cerca.»
Esta noticia fué recibida con gran entusiasmo por mis artilleros, y a cada momento esperábamos coger
-al enemigo entre dos fuegos. — A^. del A.
CRÓNICAS 14Í
mismos hombres que abastecían de carbón a los buques españoles en San Vicente^
había muchos que, entendiendo español, oían las conversaciones de oficiales y ma-
rineros españoles, conversaciones que una hora más tarde llegaban a noticias de
Mr. Long, secretario de Marina de los Estados Unidos.
Este hombre excepcional lo sabía todo, y lo que no sabía, lo adivinaba. No sola-
mente guió al triunfo a las naves americanas, sino que, en toda ocasión, con admi-
rable golpe de vista, corrigió las torpezas y equivocaciones de almirantes y como-
doros.
Los movimientos de los buques de Cervera nunca fueron un secreto para
Mr. Long.
El español es capaz de los más grandes heroísmos; por una flor, por la sonrisa
de su dama, por defender a un amigo o a un político a quien tal vez no conoce, ex-
pondrá cien veces su vida; pero es muy difícil, es casi imposible, que el español
guarde un secreto. Tan pronto un jefe, aun siendo de alta categoría, entra en pose-
sión de alguna nueva importante, aparece preocupado, siente la necesidad de com-
partir con alguien el peso que le abruma, y, para ello, y en secreto — ^sólo de mí para
ti — descarga en el amigo el fardo de aquella noticia que le desvela; el amigo, por no
ser menos, hace lo propio, y a las pocas horas, aquel secreto, es un secreto a voces.
Esto ocurrió con los secretos del almirante Cervera; algunos mozos de café en
San Vicente de Cabo Verde vendieron a peso de buen oro americano, confidencias,
de oído a oído, entre camaradas. Como Mr. Long sabía que los cruceros españoles
irían a la Martinica, situó allí el Harvard', no ignoraba que más tarde vendrían a San
Juan, y a vigilarlos envió el Yale,^\ St. Paul y el St, Louis. Y en busca de la escua-
dra española navegaba el almirante Sampson, cuando se le ocurrió la peregrina idea
de gastar sus municiones y exponer sus buques frente a las baterías de San Juan.
Aquí mismo, en Puerto Rico, la inocencia del general Macías hizo posible el espio-
naje de Crosas, de Scott y del corresponsal del Herald, Freeman Halstead. De Saa
Juan salían, hacia St. Thomas, muchos cables diarios; no se movía una mosca en
toda la Tsla sin que lo supiesen Mr. Long o Mr. Alger; lo mismo que salían, llegaban
las noticias del exterior; tres días antes del desembarco en Guánica de la brigada
Garretson, la casa Fritze Lundt de Ponce recibió un cable de Nueva York, anun-
ciando cierta operación de azúcar, cable que después de descifrado decía:
«Fuerzas americanas, treinta mil hombres, escoltados por escuadra, han salido-
de tres puertos para esa; llegarán alrededor del 25.»
La escuadra fantasma de Cervera quitaba] el sosiego al almirante Sampson; era
preciso destruirla o capturarla; era asunto de honra que no pasase al Oeste de Puer-
to Rico. Tales eran las órdenes imperativas del secretario de Marina, Long. Y por
eso el día 8 de mayo Sampson telegrafiaba a dicho secretario, desde Cap. Haitien^
solicitando permiso para atacar las fortificaciones de San Juan, permiso que no reci-
bió, toda vez que la acción que intentaba se le había negado, implícitamente, por el
142 A . R I V E R o
::siguiente despacho que, con fecha anterior, 5 ^^^ mismo mes de mayo, le había di-
rigido Mr. Long, secretario de Marina:
No arriesgue sus buques contra fortificaciones que puedan impedirle, después,
un buen éxito en combate próximo contra la flota española, compuesta de PelayOy
Teresa, O q tiendo, Carlos F, Colón, Vizcaya y cuatro torpederos destroyers, si ellos
aparecieran por este lado.
Y que al siguiente día remachaba sus órdenes de esta manera:
El Departamento está perfectamente de acuerdo en que usted exponga sus bu-
ques a los gruesos cañones de las baterías de tierra si, en su opinión, hubiese bu-
ques españoles de suficiente importancia militar que justifiquen un ataque; el supremo
pensamiento ele usté d^ por ahora, debe ser la destrucción de los principales buques ene-
migos.
Pero como Sampson tenía ciertos informes incompletos del doctor Henna, de¡
doctor Manuel del Valle y del ingeniero Mr. Scott (quienes nada sabían de las
nuevas baterías emplazadas en San Juan), resolvió emular las glorias de Dewey en
Manila. Una hora de fuego, y, ¡adentro!; nada más fácil después que cortar el cable,
mantener el semáforo en operación y esperar a que Cervera entrase con sus buques
en la trampa. Durante tres horas disparó sus cañones, y en cierta ocasión pareció
<jue intentaba forzar el puerto, porque él sabía muy bien de qué clase eran las minas
que lo cerraban y desde qué paraje se podía destruir, con fuego de cañón, la casilla
donde estaba el aparato para la explosión de dichas minas. Solamente admitiendo
-este plan puede aceptarse el acto de indisciplina de aquel marino ilustre. «No arries-
gue sus buques», y los arriesga. «Sólo buques españoles de suficiente importancia
pueden aconsejar un ataque»; el almirante examina el puerto, antes de romper el
fuego, ve que no hay dentro buque alguno de importancia , y, sin embargo, gasta
viciosamente sus granadas de punta endurecida para matar dos hombres que vestían
uniforme militar, precisamente cuando Cervera, que debía ser su «supremo pensa-
miento», estaba a la misma hora muy cerca, frente a la Martinica.
Que el ataque del 12 de mayo no fué un simple reconocimiento, sino un intento
de sorpresa para apoderarse de la plaza, lo comprueba el siguiente telegrama, fechado
-en 14 del mismo mes, dos días después de aquella acción de guerra. He aquí el te-
legrama:
Secretario de Marina, Washington, D. C.
^Es cierto que los buques españoles están en Cádiz.í* — Si eso es así, envíe a San
Juan, Puerto Rico, un buque carbonero, de Cayo Hueso o de cualquier otra parte.
W. T. Sampson,
Real admiral, U. S. Navy.
CRÓNICAS 143
Y también envió el siguiente despacho ;
Comodoro Remey, Key West.
Envíe sin dilación el Vesuvius a wSan Juan, Puerto Rico, si el Departamento con-
firma la llegada de los buques españoles a Cádiz.
W. T. Sampson,
Real admiral U. S. Navy.
Desde luego que, lo mismo el carbón como el temible buque dinamitero, pedidos
■con tanta urgencia, eran un obsequio para Puerto Rico. Pero si aun nos cupiese alguna
duda respecto a las verdaderas intenciones del almirante Samipson, las desecharía-
mos al leer lo que sigue, escrito por él mismo en un documento oficial:
Estos telegramas (los dos últimos) tenían la mira de volver y capturar a wSan Juan;
•era muy conveniente hacerlo así, ocupando la plaza, porque estaríamos a seguro en
caso de que el almirante Cervera hubiera fallado en cruzar el Atlántico.
Cérvera no falló en cruzar el Atlántico, pero el contraalmirante Sampson fallo
en su empresa de capturar la plaza de San Juan ^ Vino con su escuadra frente a los
castillos con un determinado objetivo; no lo realizó, luego fué derrotado, según el
tecnicismo militar.
En esta guerra hispanoamericana, el combate del 12 de mayo de 1 898, en todos
sus aspectos, fué una indiscutible victoria de las armas españolas; la única victoria es-
pañola durante la guerra hispanoamericana.
1 «Él (Sampson) había calculado llegar a San Juan el día 8, en la idea de que para esta fecha la escuadra
española se encontraría a la altura de dicho puerto, juzgando con su clara perspicacia que esta ciudad sería
^1 objetivo del almirante español, como realmente lo era.
Si no lo encontraba, retornaría inmediatamente a la Habana, después de hacer un esfuerzo para ocupar a San
Juan, y dejar aquí los monitores para mantener y defender dicha plaza contra la flota española, caso de que
^sta apareciera más tarde.» (F. E. Chadwick, Real almirante de la Armada de los Estados Unidos: Ihezvar
■witti Spain.)
A . R 1 V E R O
l'il'lí.U'lA lit^ElUi
¡^l\ íiE riioiM-íUa)
ÍMCIOI a la OEDII QmWAl BIL DIá 2 DI FIBEl-
ES DI Í8S8.
SO-LDADOS. MARINOS -Y VOLUNTARIOSj
Al encargarme del mando de la ("apitanía
General di-* esta lsla,-«|.iiCí me ha sido conferido
por S. M el Rev (cp I), g ) os saludo y dirijo
1111 voz para deciros c|lk' en vosotros lío y en
vosotros rontío. para conservar incólmnela so-
. 1)eraiiía de íi^paíia en <:sta, porción' del territo-
rio patricj; ¡:>rivil<»giada inisiíHi de los Institutos
armados á lostpiede ntra parte por ministerio
de la Ley les esta prolnl)i'!;i tod.i participación
i!ii la política interior y (au'o ni;is exacto ciirii'
phmiento me |)rometo.
.¡JA ;V7 /;■/, M. i f'/j A J" i\ I .SA DO.
Lo ipie de ordtüi de S' K. se pHiblica en la
adición á la, de este din |)ara general conoci-
miento.
^^-" ^ ^€^.¿^/.
\Z.:m^\
CAPITULO XII
KL BLOQURO DE SAN JUAN
COMBATE ENTRE EL TERROR V EL SAINT PAUL
L 22 de junio de 1898, y cerca de las ocho de la mañana, apareció
por el Oeste el famoso crucero auxiliar Saint Paul, que bloqueaba
la plaza, y, navegando muy lentamente, fué a situarse frente a San
Cristcjbal, aunque fuera del alcance de mis cañones. Como desde
aquella hora se notase el ir y venir por la bahía de la lancha de
vapor del Arsenal, y que todos los buques de guerra, en puerto,
tuviesen encendidas sus calderas, se produjo un gran movimiento
de expectación; antes de mediodía, millares de personas ocupaban las murallas y
azoteas del recinto Norte de la ciudad. San Cristóbal se llenó de jefes y oficiales de
la guarnición, y de no pocos amigos míos, ansiosos de presenciar el combate que
todos presumíamos. A las doce en punto levó anclas el crucero Isabel II, y, a cuarto
de máquina, salió por la boca del Morro, poniendo proa al Oriente. Como yo deseaba
no perder un detalle del encuentro, emplacé sobre el MacJio el anteojo de mi batería,
a través del cual divisaba, claramente, el buque bloqueador, y hasta los uniformes de
sus oficiales y marinos.
VX Saint Paul permanecía inmóvil, como si ignorase la presencia del buque espa-
ñol, que navegando muy aterrado, para no perder el apoyo de las baterías, rompió
fuego a gran distancia; entonces, el buque enemigo izó bandera de combate, y le re-
plicó con algunos cañonazos. Se cambiaron 30 granadas sin resultado alguno, porque
ni el crucero español quería abandonar el abrigo de tierra, ni el americano deseaba
ponerse al alcance de los obuses de 24 centímetros.
146
A . RI VER O
El Saint Paul, buque gemelo del Saint Louis.
Era la una y media de la tarde cuando el destróyer Terror^ comandante La Ro-
cha, asomó la proa por detrás del Morro; cruzó, sin detenerse, por delante del Isa-
bel 11^ y, poniendo rumbo al Nordeste, forzó su marcha. La mar, bastante movida,
producía tremendos balances a la sutil
embarcación, que, envuelta en el humo
de sus chimeneas, embarcaba recios
golpes de agua. La multitud, subida a
las murallas, aplaudía locamente cada
vez que el Isabel II disparaba, unas
veces por babor, y otras por estribor,
sobre el crucero enemigo. Este, que
observaba la maniobra del Terror^ hizo
avante un cuarto al Norte, con el obje-
to de atraerlo hacia fuera, y en tal di-
rección, que el oleaje lo tomase de
través.
Lo que aconteciera, minutos des-
pués, no lo olvidaré mientras viva; con
mi anteojo distinguía sobre la cubierta
del pequeño buque al comandante La Rocha y a los demás oficiales; varios marineros
hacían girar el cañón lanzatorpedos. Los rayos del sol arrancaban reflejos de oro al
quebrarse sobre el torpedo de repuesto, gigantesco cigarro de bronce, que estaba
sobre cubierta.
A bordo del crucero enemigo reinaba el mayor orden; yo observé a los artilleros
apuntando todos los cañones de la banda de tierra. El enemigo no huia^ como todos
creímos hasta aquel instante; pronto iba a correr sangre, A 5. 000 metros rompió fuego
el Terror^ que estaba desprovisto de sus mayores cañones, y, sobre la marcha, cambió
de rumbo, y, poniendo proa al enorme crucero enemigo, se lanzó hacia él, recto como
una flecha, levantando montañas de espuma, y tan envuelto en humo, que perdí de
vista su bandera de combate; el adversario, que había navegado como un cuarto de
milla, se paró, y, andanada tras andanada, rompió el fuego con todas sus baterías.
Yo lo vi muy de cerca, gracias al poderoso anteojo, y, como lo vi, lo cuento. Era
de tal volumen el fuego del Saint Paul^ y tan certera su puntería, que, en aquellos
mismos instantes, pensé que el mar estaba hirviendo junto al Terror^ y también me
pareció que granizaba.
Ya estaba cercano el momento, con tanta ansiedad deseado, en que surcase las
ondas el torpedo Whitehead^ cargado de algodón pólvora, cuando observé que el des-
tróyer acallaba sus fuegos, giraba sobre la popa y, tumbado sobre una banda, ponía
proa al Oeste en demanda del puerto. El Saint Paul \2s^\€n dejó de disparar y per-
maneció inmóvil. «¿'Qué pasa?», preguntaban millares de almas. Yo, a quien el privilegio
CRÓNICAS 147
del anteojo permitió sufrir más y ver mejor, comprendí que nuestro buque estaba
fuera de combate. Unas banderas subieron a su palo mayor; el vigía del castillo acu-
dió con su código de señales; di los colores, y todos pudimos leer estas palabras:
«Tengo heridos a bordo. Auxilios médicos.»
Esta señal fué trasladada ala Comandancia de Marina por el semáforo, y en el acto,
el remolcador Guipúzcoa se hizo a la mar, llevando a bordo al médico de la Armada,
Pedro T. Arnáu, alcanzando al destróyer en la misma boca del Morro, donde prestó
auxilio a los heridos.
El Isabel 11^ después de convoyar por algún tiempo al Terror^ se situó frente al
cementerio y muy cerca de la costa, y allí permaneció hasta la noche, en que volvió
al puerto. Como el destróyer hiciese mucha agua y comenzara a hundirse, avanzó la
grúa flotante de Obras de puerto, aferrándolo frente al Cañuelo. Jefes, oficiales y pai-
sanos, todos corrimos a los muelles, siendo los primeros en llegar, con sus camillas,
los miembros de la Cruz Roja, que transportaron los heridos al Hospital Militar. Yo
recuerdo a un marinero, llamado Eusebio Orduña, con la pierna derecha destrozada
y bañado en sangre, quien, mientras lo desembarcaban en brazos, portaba entre sus
manos el fusil, dando gritos nerviosos de ¡Viva España!; poco después, este heroico
muchacho falleció en el hospital.
Las bajas del destróyer fueron las siguientes: José Aguilar, maquinista de primera
clase, muerto; José Rodríguez, maquinista, y fogonero Rogelio Pita, heridos graves;
y también muerto el marinero Orduña, ya mencionado. Tres hombres más resultaron
con heridas menos graves. El Terror fué puesto fuera de combate por un proyectil, al
parecer, de seis pulgadas, que penetrando por la mura de babor, sobre la línea de
flotación, tocó, estallando, contra el aparato del cambio de marcha, el cual se inuti-
lizó y los cascos abrieron en los fondos una vía de agua. Otra granada chocó contra la
caja de torpedos, felizmente vacía entonces, y reventó dentro, haciendo estallar va-
rios cartuchos de fusil Máuser que allí había; fragmentos del mismo proyectil causa-
ron otras pequeñas averías. Aquel mismo día se comenzaron las reparaciones del
buque por la casa de Abarca, cuyas obras duraron un mes, con un costo de 60.000
pesos, quedando el Terror en perfecto estado.
A las ocho y media de la mañana siguiente tuvo lugar el entierro de las dos víc-
timas del combate, partiendo la comitiva del arsenal con el cadáver del maquinista
Aguilar y recorriendo las calles de San José, San Francisco y San Justo hasta San
Sebastián, donde se incorporaron los que traían el cuerpo del marino Orduña desde
al Hospital Militar. Presidían el duelo el brigadier de Marina, Vallarino, el general
Ortega, el alcalde del Valle, el teniente La Rocha, comandante del Terror y el inge-
niero José Portilla, amigo de Aguilar, y seguían todos los jefes y oficiales francos
de servicio, la escolta del general Macías con su capitán Ramón Falcón, macheteros^
auxiliares^ bomberos y una masa imponente del pueblo. Las cintas eran llevadas per
tres maquinistas navales y tres mercantes, y a cada lado de los coches fúnebres mar-
148
A . R 1 \'' \i R O
chahan doce marineros del Ifrror. l-rentc a la iglesia de San José se cantó por el
capellán de la artillería un responso, y, seguidaniente, fueron llevados al eementerio
los cadáveres de a(juellos dos hombres muertos gloriosamente tm deíensa de su
bandera, perniancxáendo (^n carnlta ardiente hasta las cinco de la tarde en que se les
.1— .,,..'..,.,,.,, I.-,;.- nJ.4M^-:'.; tT;'. 11 rrfií^ J'^ V 2 1, fila primera, cedidos gratis por el
Munidi-)¡o. I'l duelo había sido despedido por el general Ricardo ( )rtega, goln.a-nador
inilitar de la plaza.
Ifeaíiuí una relat:ión de las coronas (pie adornaban el féretro del maquinista
Aguilar:
bna corona de rosas, lirios y lilas moradas con la inscripción siguiente: .íbJ h'.a-
tallón de X'oluntarios a los Héroes del /rvw^/- . ;\ los costados otra de rosas y mio-
sotis cor> la inscripción: ..José Portilla a José .\gui!ar.>. Una de lilas y dalias moradas
que decía: .\^o!untarios, Sección t'tclista,s. 1 h>nor al que muere por la Patria.. Otra
debiscuit, rosas, jazmines y p(«nsamientos, diciendo: .Al m:1rt¡r «le la Patria. Sus
compañeros M Arnáu, J. Suárez, S.Jiménez y B. \A Saavedra.. Corona de biscuit,
de rosas, jazmines y margaritas: - La, dotación del 7<:rr,>.r, al primer nuniuinista, don
losé Amiilar». < Hra de pensamientos, jazniin<'S y rosas; ^:A don José Aguilar. La tro
"juilaciún del vapor M.tnMííd-^^'. Sobre el sarcófago veíase un azafate con flores del
tiempo, dedicadas por el arsenal.
CRÓNICAS
149
Aquel combate, torpemente ordenado por el comandante de Marina Vallarino,
causó un efecto aplastante en el espíritu público, convenciendo a los más belicosos
de que nuestras fuerzas navales eran impotentes aun contra vapores mercantes,
armados como auxiliares de la Marina. La ciega confianza de los destroyers (todos
esperábamos cosas espeluznantes de aquellos buques) vino a tierra al primer soplo,
como un castillo de naipes. El Saint Paul, al inutilizar a su adversario, echó a pique
todo sueño de victoria.
La oficialidad del Terror la componían: el teniente de navio de primera, Fran-
cisco La Rocha, comandante; segundo del buque, el del mismo empleo, Luis Oses, y
además el alférez de navio Jacinto Vaz. Los primeros médicos de tierra que entraron
en el buque prestando sus auxilios, fueron los doctores Manuel Fernández Náter y
Jaime L. Grau, del vapor Gran Antilla.
El Terror nunca debió atacar de día; la noche era más propicia para su obra de
destrucción. El capitán y oficiales demostraron, al igual que los marinos de Cavite,
que sabían ir al sacrificio sin protestas. El almirante vSampson, en sus Memorias de
¡a Guerra, página 895, dice lo que sigue:
El 22 de junio, el capitán Sigsbee, con el Saint PaiiU tuvo la buena suerte de
hacer el servicio adicional de poner fuera de combate al destróyer español Terror,
el cual había llegado a la Martinica, con los otros buques de Cervera, y había perma-
necido allí varios días (para observar al extremo de los cables submarinos y reportar
nuestro paradero o tal vez a causa de alguna avería temporal; nosotros no lo sabe-
mos todavía), y viniendo luego a San Juan, intentó, locamente, torpedear al Saint
Paul a la luz del día.
En cuanto al Saint Paul, su conducta durante el combate es digna de loa; era
un blanco enorme para el torpedo; pudo huir y, sin embargo, se mantuvo en su
puesto durante el ataque y casi hundió a su temido adversario.
Algunos años más tarde tuve oportunidad de hablar dos largas horas con el
capitán Sigsbee, entonces almirante; él me pidió que le visitase a bordo de su buque, y
así lo hice, acompañado del doctor Manuel del Valle Afiles, quien interpretó la con-
ferencia. Disertamos acerca del combate del 22 de junio, y como me manifestase que
deseaba una carta mía relatando dichos sucesos, como testigo presencial de los mis-
mos, le dije: «Voy a enviarle a usted algo mejor; el negativo de una gran fotografía
tomada en el momento en que usted inutilizó al Terror.^^
Pareció emocionado y aceptó el regalo que le envié al siguiente día con el doctor
del Valle; después supe que muchos oficiales de Marina de los Estados Unidos no
creían que el Saint Paul hubiese combatido, firme en su puesto, contra un destróyer
Tompson, y que mi negativo iba a confundir a los incrédulos.
Esa fotografía la tomó, desde el Macho de San Cristóbal, el ingeniero de montes,
gran amigo mío, D. Ramón García Sáez.
Como durante la entrevista dijese al almirante Sigsbee que yo había declarado
I50 A . R I VE R O
ante un Tribunal de Marina, formado para otorgar o negar a La Rocha la Cruz
Laureada de San Fernando, él entendió que este oficial había sido juzgado en Corte
MarciaU y por eso, más tarde, me escribió las cartas que figuran en el apéndice.
A La Rocha le fiíé negada la Cruz de San Fernando, cruz que siempre fué la
suprema aspiración de un marino o soldado español. Yo, que vi su arrojo y pericia
durante el combate, creo que mereció aquella recompensa.
El capitán del Saint Faiil dio cuenta de la acción con el siguiente informe:
U. S. S. St. Paul.
En la mar, Lat. 20^35' N.; Long. 73''45' O.
Junio 28, 1898.
Señor: Tengo el honor de poner en su conocimiento las últimas operaciones del
Saint Paul^ incluyendo el combate contra buques enemigos, frente a San Juan,
Puerto Rico.
En 19 de junio el Saint Paul, habiendo transferido mucha parte de sus repuestos
y municiones a otros buques, salió con la escuadra hacia Santiago de Cuba. Por
orden del comandante jefe seguí a San Juan para bloquear el puerto; junto con las
órdenes recibí la información de que el Yosemite, comandante Emory, se reuniría en
plazo muy corto al Saint Paul, en las afueras de San Juan, para que yo pudiese
dirigirme a New York en busca de carbón, que nos hacía notable falta.
lí\ Saint Paul navegó a moderada velocidad con la idea de interceptar algún
buque español por el vSur de Plaití y canal de la Mona; pero no tuvimos éxito, lle-
gando frente a vSan Juan a las ocho de la mañana del miércoles 22 de junio, con
tiempo claro, fuerte brisa y el mar algo movido.
A las 12.40 de dicho día la campana de emergencia fué tocada por el oficial del
puente, teniente J. A. Pattson. Subí acto seguido, y pude ver un crucero español sa-
liendo del puerto lentamente y con proa al Este. Era el Infanta Isabel o el Isabel //,
ambos hxxo^e^ gemelos del Don Juan de Austria, hundido en Manila. El Saint Paul
estaba parado, proa al viento, que soplaba del Este, y mantuvo su posición cuando
el crucero español navegó, muy despacio, hacia Nordeste, abriendo fuego a larga
distancia bajo la inmediata protección de las baterías de costa, las cuales montaban
gran número de cañones modernos de ocho y diez pulgadas.
Ni un solo proyectil nos alcanzó por fuego directo, aunque algunos pasaron sobre
nosotros después de haber rebotado en el mar. F^l Saint Paul replicó solamente con
algún disparo para medir la distancia, y, a pesar de esto, el enemigo continuó su
fuego inefectivo.
A la una de la tarde, un torpedero destróyer, teniendo todas las características
del Terror (creo era este buque), salió del puerto y, doblando el Morro, navegó
hacia el Este, paralelo a la línea de la costa. Entonces el Saint Paul hizo avante, co-
locando al enemigo en tal posición que, si realizaba un ataque, fuese cogido de través
por el oleaje. Nuestra maniobra tenía además el objeto de atraer al Terror fuera del
alcance de las baterías de tierra.
A la 1.20 el Terror^ ahora al alcance de nuestros cañones de mayor calibre,
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June 20, .1904.
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fstiiaii «treot,
Ciiporite BelavEl BuiUlnp
San^Juan, I orto Eico.
154 A. RIVERO
rompió el fuego y se lanzó contra el Saint Paul a toda velocidad, evidentemente con
la intención de dispararnos un torpedo. Mi buque mantuvo su posición sin moverse,
proa al Este, y esperó el ataque. Cuando el destróyer llegó a 5.400 yardas comenza-
mos a cañonearlo, siendo admirable la seguridad del fuego. Aunque la distancia era
grande, observamos que los proyectiles caían junto al buque enemigo y muy cerca.
Súbitamente el Terror puso proa al viento, presentándonos la banda de babor, y, al
parecer, con averías, no dejando de disparar, aunque sus proyectiles caían cortos.
Yo lo estaba observando desde el puente alto con mis gemelos, que eran de gran
alcance, y pude ver cómo un proyectil explotó contra su casco, a la altura de la
última chimenea; inmediatamente viró, dirigiéndose al puerto a mucha velocidad,
aunque con señales de haber sufrido daño. En vez de tomar el camino por cerca del
Morro, como lo había hecho a su salida, siguió hacia el Oeste, y cuando llegó a la
altura de la isla de Cabras, daba bordadas hacia el Sudoeste y Oeste, buscando el
canal, pero claramente en malas condiciones de manejo. El crucero español, al pare-
cer, alarmado, entró al puerto detrás del Terror.
Desde aquella fecha he recibido informes por diferentes conductos, de que el
destróyer fué alcanzado por dos remolcadores que le prestaron auxilio a su llegada
al puerto, y que estuvo a punto de irse a pique. Uno de mis informantes me dijo
que el Terror fué varado y su tripulación enviada a tierra mientras las bombas achi-
caban el agua que lo inundaba; todos agregan que dicho buque fué tocado por tres
proyectiles, y que un ingeniero y otro hombre de la tripulación murieron. También
me informaron de varios heridos y que las averías eran serias, pero que las repara-
ciones habían comenzado en el acto y seguían día y noche.
Un proyectil había tocado en el puente y otro penetró en la cámara de máquinas;
el timón y guardines, decían, fueron averiados. Debo añadir que mi información
procede de personas que sólo vieron el exterior del buque a poco de regresar al
puerto, pero que no saben indicar técnicamente las averías del interior.
Mucha gente situada sobre la parte más elevada de San Juan presenció el combate.
Tan pronto el Terror entró en puerto volvió a salir el crucero, acompañado esta
vez de un cañonero; rodearon el Morro, y a poca velocidad siguieron rumbo al Este,
muy aterrados y al abrigo del cañón de la plaza y fuera del alcance de los míos; no
vi otra razón de esta maniobra que el deseo de atraerme hacia las baterías españolas
de tierra. Mi buque permanecía inmóvil, proa al Oeste, prácticamente en su posición
inicial.
A las 4.45 pusimos proa al Este siguiendo un curso paralelo al de los buques es-
pañoles; entonces éstos viraron entrando en puerto. El Saint Paul no fué alcanzado
por el fuego de los buques enemigos durante todo el combate.
El Yosemite llegó en la tarde del 25, y yo debía salir para New York el 27; pero
juzgué que el bloqueo debía ser reforzado, para lo cual y mientras el Terror estaba
en reparaciones, mi deber, como lo hice, era avisar al comandante en jefe. Me dirigí,
pues, a la Mola, Haití, y comuniqué mi recomendación
El rápido y seguro fuego dirigido al Terror por el Saint Paul, cuya tripulación
tenía menos de mes y medio de práctica, refleja el mérito contraído por el segundo
comandante W. H. Diggs y demás oficiales
(Firmado.) C. D. Sigsbee. Capitán, U. S. N., Comandante. Al secretario de Marina.
CRÓNICAS 155
El mismo capitán Sigsbee, después de firmarse el armisticio, produjo nuevos in-
formes, fechas 25 de agosto y 27 de septiembre, detallando al secretario de Marina
las averías del Terror y recomendando algunos de sus oficiales por su conducta en
aquel combate. Las noticias de las averías del Terror^ suministradas por el ingeniero
inglés Scott, fueron completamente erróneas.
El 23 de agosto 1898, fondeó en el puerto de San Juan, por segunda vez, el cru-
cero alemán Geier^ comandante Jacobsen, cuyo oficial recorrió toda la plaza y sus
defensas. Al entrevistarse con el teniente La Rocha, comandante del Terror^ éste le
hizo la siguiente relación del combate con el Saint Paul, relación que figura en la
página 26 del libro que con el título Apuntes de la guerra hispanoamericana, es-
cribiera más tarde dicho marino alemán. Dice así:
A las nueve de la mañana, junio 22, el vigía del castillo señaló un buque sospe-
choso. El comandante de Marina dio órdenes para que el Isabel II saliese al primer
aviso, y al Terror para que se preparase. A las once y media aquel buque se había
aproximado algo más y entonces el Isabel salió del puerto. Tan pronto fué visto por
el enemigo, éste izó bandera de combate y esperó.
El Terror recibió órdenes de acudir en auxilio del Isabel. Mi buque, que se ha-
bía separado del resto de su escuadra en la Martinica, no había podido recobrar sus
mayores cañones, que habían sido transferidos al María Teresa, a fin de tener más
espacio disponible para carbón; no teníamos otro armamento que los torpedos y dos
cañones de 55 milímetros con muy pocas municiones.
El Isabel rompió fuego contra el Saint Paul a una distancia de lO a 12.OOO me-
tros; como el máximo alcance de mis cañones era de 4.000, yo no podía ayudar al
Isabel si permanecía cerca de él. Por tanto, di órdenes de poner proa al Este para
no entorpecer el fuego de dicho buque, que era dirigido al Norte. Cuando llegamos
a paraje descubierto y con mar libre al frente, me lancé recto contra el Saint Paul 2l.
una velocidad de 20 a 21 millas.
El enemigo que, hasta ahora, había estado disparando contra el Isabel, dirigió al
Terror fuego rápido con todas sus baterías, la más baja de las cuales parecía te-
ner 8 cañones y lO ó 12 la más alta. A 4.000 metros abrimos fuego, con el único ob-
jeto de mantener el espíritu de la tripulación durante el tiempo que faltaba para lan-
zar los torpedos; nuestro fuego fué muy seguro. Al primer disparo vi cómo un pro-
yectil alcanzaba al enemigo en el timón y otros también hicieron blanco. Mis hom-
bres estaban locos de alegría. Nos habíamos aproximado a 1.200 metros y estába-
mos a punto de lanzar un torpedo, cuando el destróyer comenzó a girar sobre estri-
bor, y aunque puse timón a la banda mi buque continuó girando. Entonces ordené pa-
rar la máquina de este lado, pero el Terror siempre se tumbaba.
En este momento me avisaron que un proyectil había hecho explosión contra el
puente, destruyendo los guardines del timón y también el telégrafo; el buque, por
tanto, seguía los movimientos de la hélice y no era manejable por el servomotor.
Ordené se usase la rueda de mano del timón, pero como estábamos muy cerca del
enemigo, algunos proyectiles nos alcanzaron; uno atravesó la banda de babor y ex-
plotn dentro del coni}');irttinento de rn;1(|uin;JH, averiándolas, l'.n este niomenlo
I''sle cornliate sirvió para, demdstrar, ún¡eanient(\ el valor, nunca discutido, de
CAPITULO XIII
CONTINUA EL BLOQUEO
EL ANTOMO LÓPEZ Y El. YOSEMIIE
ACIA algunos días que se hablaba en secreto de cierto trasatlántico
abarrotado de pertrechos de guerra que estaba a punto de llegar.
De boca a oído pronto fué el secreto del dominio público y co-
midilla de trasboticas y cuartos de banderas.
Amanecía el 28 de junio; los alegres toques de diana vi-
braron en lo alto del Macho, y toda mi gente, unos doscientos
artilleros, guarnecieron las baterías, operación que se realizaba
cada día al rayar el alba. Era la descubierta.
Cargados obuses y cañones y los sirvientes en sus puestos^
subimos los oficiales al parapeto, y desde allí escudriñábamos
el horizonte con nuestros gemelos de campaña. Los primeros rayos del sol ilumina-
ron por el Este al Yoseuiite, comandante A\\ 11. h^mory, crucero auxiliar y único
buque que hacía efectivo el bloqueo de la plaza, donde estaban anclados dos cru-
ceros y un cañonero.
Poco después de la descubierta el teniente Enrique Botella, ¡bravo muchacho!^
señaló: ¡Vapor por el Oeste!
A duras penas los de mejor vista y anteojos pudieron distinguir en la dirección
indicada leve columna de humo que se confundía con las brumas del amanecer. Era
el Antofíio López, trasatlántico de 6.400 toneladas, que la noche antes pasó frente al
Morro, y aunque el faro no se encendía, falló en reconocer el puerto por las luces de
158 A. R I VER O
isla de Cabras y las rompientes del litoral, siguió de largo hasta el amanecer, y, en-
tonces, conociendo su error, viró en redondo y puso proa al puerto, donde hubiera
felizmente entrado (el Yosemite no podía verlo desde la posición que ocupaba) sin
la torpeza del vigía de San Cristóbal, quien, gozoso de dar a la ciudad la noticia, izó
las banderas, señalando: «vapor español por el Oeste».
El Yosemite, que estaba frente a Isla Verde, apercibió las señales, y muy
pronto se puso en marcha, aumentando gradualmente su velocidad. Comenzaba
la caza.
Aquella noche el crucero Isabel II había cubierto la guardia del canal, fondeado
frente al Cañuelo, y al mismo tiempo que el Yosemite forzaba sus fuegos, el crucero
español, girando sobre la popa, se dirigió hacia el interior del puerto, sin fijarse en
las desesperadas señales que le hacía el semáforo del Morro, ni en la multitud de
curiosos que, ya entonces, coronaba las baterías del canal de entrada.
El general Ortega, gobernador de la plaza, miraba con ojos de asombro las ma-
niobras del Isabel II
— Corra al teléfono — me dijo — y avísele al jefe de Marina.
Llamé muchas veces; alguien, a medio despertar, vino al aparato, recibió la no-
ticia, y colgó el audífono. Un cuarto de hora después, la lancha de vapor del arsenal
llegó al costado del crucero Isabel^ dándole órdenes de proteger con sus cañones al
Antonio López, y, entonces, comenzó la prolija maniobra de virar, la que duró media
hora, y que a todos nos pareció un año; sin prisa, a sus buenas seis millas por hora,
pasó el canal y asomó la proa Morro afuera, rompiendo fuego inefectivo contra el
Yosemite, que replicó con sus cañones de cuatro pulgadas.
Volvamos al Antonio López. Cuando este buque navegaba frente al Dorado y
muy cerca de la costa, el Yosemite, que ya estaba a la altura del Morro, abrió fuego con
todos sus cañones de proa, sin detener la marcha; después de recibir una docena de
disparos el trasatlántico derribó, y a todo vapor se metió en Ensenada Honda, va-
rando en arena, a quince pies de fondo. Paró la máquina, arrió los botes, y a la voz
de «sálvese el que pueda» de su capitán, toda la tripulación, unos en lanchas y otros
a nado, ganaron la costa en loca carrera, poniéndose a salvo. El capitán, hombre de
mejores piernas que los demás, no paró hasta las playas de Toa Baja. Solamente el
primer oficial, ocho marineros y el cura permanecieron a bordo.
Detrás del Isabel salieron el Concha y el cañonero Ponce de León. Los dos pri-
meros cañoneaban al Yosemite, y éste, sin abandonar la caza, repartía sus fuegos en-
tre todos los adversarios.
El Ponce, una cascara de nuez, puso proa al Norte, forzó máquina y navegó,
recto, en busca del enemigo, abriendo fuego con sus Nordenfeld, de tiro rápido
— para animar a la gente — según decía por la noche en el café «La Mayorquina» su
comandante Joaquín Cristely, andaluz tan bravo como juerguista. El crucero ene-
migo debió confundir al Ponce con un torpedero (ya el Térro?' estaba fuera de com-
CRÓNICAS
159
bate, averiado y en reparaciones) porque virando, le enseñó la popa y navegó al Nor-
deste, donde se aguantó sobre sus máquinas.
Entonces el Morro hizo un disparo de prueba, y la granada cayó cien metros
delante de la proa del Yosemite. Siempre estuvo a tiro este buque; pero el capitán
Triarte no podía hacer fuego sin órdenes expresas que entonces recibiera. A torpe-
zas tales que parecen increíbles, fué a lo que debió no ser hundido aquel día el cru-
cero auxiliar Yosemite^ buque sin protección alguna, y el cual, durante treinta y
cinco minutos, estuvo dentro del alcance de numerosos obuses y cañones de 24 y 1 5
centímetros.
Forzó máquinas el auxilia}^ y el segundo disparo del Morro cayó corto. El Ponce
de León^ que estaba algunas millas del Norte, puso proa al Oeste, y siempre bajo el
fuego del enemigo llegó hasta el Antonio López^ se aferró a su banda de babor, y fué
tan brusca la atracada que el palo de mesana del cañonero vino al suelo. Todos
los buques suspendieron el fuego; el Isabel II disparó 32 granadas, siete el Concha^
bastantes el Ponce y más de 300 el Yosemite.
Todo aquel día permaneció este buque en el horizonte contemplando impasible
el entrar y salir de lanchas, botes y remolcadores que a toda prisa comenzaron el
alijo del trasatlántico español. Pudo entonces el Yosemite navegar al Oeste y fuera
del alcance de todas las baterías, reducir a cenizas a su víctima. Sólo atenúa su grave
falta el tener a la vista tres buques de guerra españoles haciéndole fuego, y uno solo
de los cuales, el Isabel II, podía medirse sin desventajas con el auxiliar de guerra.
Además, caso notable, los que a bordo del Yo emite se batían frente a San Juan eran
el deán y los profesores de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Michigan,
quienes voluntariamente cambiaron sus cátedras por las calderas y baterías del cru-
cero bloqueador.
Un año más tarde, el doctor Manuel del Valle Atiles, alto empleado de la Esta-
ción Naval de San Juan, me entregó una carta en la cual las autoridades de Marina
pedían informes acerca de los sucesos del 28 de junio; parece que los tripulantes del
Yosemite solicitaban su parte, como era de ley, en el valor de \?i presa. Evacué el in-
forme, que, pocos días después, me fué devuelto por el doctor del Valle, mientras
me decía:
— (iQué te han hecho los del Yosemite}
—Nada.
— Pues ten la bondad de guardar o romper este informe.
Lo rompí; yo no podía favorecer a los valerosos profesores, que, si habían de-
mostrado energías y gran dosis de patriotismo al correr voluntariamente los riesgos
de la guerra en el mar, no supieron rematar su obra en el momento preciso, permi-
tiendo que una gran cantidad de material de guerra que conducía el Antonio López
fuese descargada en su presencia y bajo sus cañones, con lo cual se reforzaron de un
niodo poderoso las defensas de la plaza. Yo sabía además que el Yosemite^ aunque
.\ . K I \' K H ( )
tripulado por reservistas navales, estaba al mando del capitán l.mory y otros ofici;
les, marinos ¡profesionales de guerra.
['.1 í'omr, al atracar c
)ntra el Jatoniú Lof^t:\ transbordó al capellán,
niari.ieros (pie encontró y al primer oficial. No quiero omitir un detalle que pinta el
carácter hrornista del temiente Cristely. Cuando el /hihr abandonó su buque, llevaba
en brazos una imagen de la \drgen y electa, para animar a los tripulantes del ca~
ño ñero;
X'> hay <iu<! apnrars.-, nni
os: ;hr\"i
Carmtm
ui nosotrt»
^ Xn oís lo que dici el /'una/o ^-anadió el tcmienlt-^--^-, nada nos ¡)uede suceder:
pero, por si acaso, ¡mano ¡i los /ápicis':
Don |oa<pnn llamaba A//'/Vr.v a sus memidos 'Xordeníelt.
l-.l Aiüoian A/)/v;:r había salido de Cádiz el 16 de junio, y, a petición de su co-
mandante, ilejó en acpiel puerto los cuatro cañones I lontoria de 13 centímetros que
„K)ntaba; 74 hcnnbres, incluso los oficiales, componían su trtf)ulaciürc, además, mé-
dico, capííllán, practicante y enfermero b
A la' „na y media de la tarde salieron dtd puerto el renu^lcador Ivfl />Vu:¡i y k:.s
hotcs ()Lrm//!hi, CahiIiM y líspcrauuu los cuales cmienzaron la descarga; el desta-
camento de Punta Salinas y una compañía del 4C provisional, de Bayamun, cai)itan
! Martí».
ia (le Cádiz, este
1 han ...-•^^A ;./,•/
C K ( ) N I (; A S iGi
] lernández, llegaron los primeros al lugar del naulragío, y poco después lo hizo el
comandante de infantería losé Tomás Tizol, quien tomó cl mando de todas las fuer-
zas, iiichiso de una batería de montaña, ea|)ítán Arboleda, que salió de San Juan, y
emplazó allí sus piezas a resguardo de unos montones de arena.
Id doctor (iuzmán, Domingo t'obián, capitán de puerto Fernández; capitán de
lisiado )^la\'or banilio barrera ' v otros más acudieron desde el [)rimef momento.
Sólo hubo entre los náufragos un marinero ctmtuso, y eso, de tanto correr, l'n tren
("íxprcso salió de San luán para X'ega Baja en busca de los náufragos, lc>s que nr)
fueron encontrados hasta muy tarde f)riri|ue permanecían ocultos entre los uveros
de la costa.
1.a clescarg;\ se ¡lev,'):» cal)o con sorprendente c>nergía }• rcg-ularidad, durando tres
días con sus nnclies, siendo efalma de tíidc» en lan arri(;sgad.a o¡)eración el capitán
•M^i^iM^^®
(le artillería I). Ramón .\cha faamaño, portorriqueño y artillero iluslrc, hoy gent-^-
ral del Cuerpo en la Comandancia principal de artillería de \"alladolid. Le presta-
ron ayuda li'u-rcra, h'ernández, capitán de puerto; José Cándida y algunos obreros
más del Parque, unos pocos tripulantes del 'TiiTúr y e(>ntados soldados y artilleros,
que hicieron l:i descarga en lanchónos, conduciendo los bultos a la playa v luego ai
ferrocarril, que los transportó a San Juan.
VX material de artillería salvado fué: seis cañones modernos (Xx-. bronce y retro-
carga, de 12 centímetros de calibre (uno de los cuales cayó al mar, y aunque fué lo-
calizado y amarrado a una lancha, se perdió por la noche al irse a pique dicha eui-
barcaeión); cuairo morteros, l)ronce rayado, de 15 centímetros, también de retrocar-
ga y sistema >1ata; dos olnises del mismo metal, calibre e inventor, y 300 dispa-
ros por cada pieza. También se descargaron 50 toneladas de pólvora prismática: nn
proyector soberbio, eléctrico, con su dínamo; medio millón de raciones para la trojia
i62 A . R I V E R o
y otra infinidad de artículos que pusieron a la plaza en buen pie de guerra. Debo
consignar que toda la artillería vino perfectamente acondicionada y hasta con sus
explanadas de tablones, pernos y todo lo necesario.
Mientras descargaba al Antonio López^ clavado en 1 5 pies de arena, Acha conci-
bió la idea de ponerlo a flote y meterlo en puerto; ello fué durante la noche del 29
de junio, cuando el auxiliar Gran Antilla, mandado por el capitán José Bayona,
amarró sus cabos a la popa del buque varado, intentando el remolque; Acha, al
frente de las máquinas, ayudado por el auxiliar José Cándida y con un grupo de ar-
tilleros, rellenó los hornos, recargó las válvulas y pedía a cada momento con voz
breve y nerviosa: «¡Más vaporl ¡Más!» El vapor silbaba, escapándose por todas las
juntas y amenazando con volar las calderas. El capitán de puerto Fernández, aferrado
al timón, esperaba la orden de marcha.
Acha dio la voz de ¡avante!, y el buque crujió desde el puente a la quilla. ¡Era
Gilliatt salvando a la Dur andel ^
Por un momento, todos creyeron que el Antonio López se desprendía de su le-
cho de arena; pero ¡no pudo ser!: los cables de remolque estallaron. Una roca había
perforado el fondo, y, entrando en el casco, ancló el buque para siempre. Durante
la operación, los cruceros Concha,, Isabel y Ponce vigilaban fuera del Morro.
Acha y sus compañeros regresaron a tierra al siguiente día; poco después, una
seria enfermedad le obligó a recogerse en cama, en la casa particular de Pedro Giusty;
estuvo grave, entre vida y muerte, como resultado de sus esfuerzos en aquellas noches
terribles; pero Dios no quiso, y Acha, el portorriqueño de mejor cerebro de cuantos
se graduaron en el Colegio Militar de Segovia, vive y pasea su uniforme de general
por las calles de Madrid. Para contar cuanto de bueno y efectivo hizo este oficial en
Puerto Rico, durante la guerra, sería poco este libro.
Cien peones contratados ayudaron a la descarga, pagándoseles tres pesos por
día y cuatro por cada noche; Joaquín Jarque, empleado de muelles de la casa con-
signataria de Ezquiaga, trabajó bien, y no abandonó el buque hasta que el último
bulto estuvo en tierra.
El Antonio López recibió seis proyectiles: uno rompió la baranda de estribor;
otro atravesó el mamparo de máquinas, inutilizando la escalera; un tercero perforó
la chimenea; otro el costado de babor; otro entró en el camarote del primer ma-
quinista, y el último destrozó la cocina y el fogón. Las tripulaciones del Terror y
del Criollo auxiliaron la descarga, que duró, como hemos dicho, los días 28, 29 y 30,
con sus noches. Hasta el piano, los muebles y la vajilla fueron salvados, así como
también gran cantidad de carbón.
* * *
1 Víctor Hugo: «Los trabajadores del Mar.»— iV. ¿/<?/^.
CRÓNICAS
163
El día 15 de julio, al amanecer, se presentó frente a la plaza un crucero: era el
New Orleans, que, después de ponerse al habla con el Yosemite, viró en redondo, y,
pasando a lo largo y fuera del alcance de los cañones del Morro, reconoció al Anto-
nio López, a distancia de tres millas; al siguiente día, y con fuego de tiro rápido, lo
acribilló, poniéndolo en llamas al tercer disparo, de 20 que le hizo. Dos días después
el buque español rindió, entre llamaradas, el palo de mesana, y, semanas más tarde,
desapareció, entre las aguas, en su mayor parte.
El capitán del Antonio López, un catalán, de apellido Carreras, fué acerbamente
criticado por su conducta, y se le acusó de cobarde y de inepto; pero debe tenerse
en cuenta que no era un marino de guerra, y, además, lo que él me dijo tres días
después del suceso:
«Figúrese usted, amigo Rivero: llovían proyectiles, y yo sabía que abajo, en la
bodega, había 50 toneladas de pólvora... Corren hasta los tullidos.»
La información que antecede fué escrita en los mismos días del suceso; poco des-
pués obtuve datos sobre la tripulación del Yosemite, y, últimamente, pude averiguar
hechos muy graves, que, de no constarme su absoluta certeza, no los hubiera estam-
pado en este libro.
El gobernador, general Macías, acostumbraba recibir cada noche en Palacio a los
generales Ortega y Vallarino, con algunos de sus ayudantes; a los coroneles Laguna
y Sánchez de Castilla, al teniente coronel Miquelini, al capitán de Ingenieros Eduardo
González, al doctor Francia, secretario de Gobierno, y a otras personas. Se jugaba al
tresillo y se comentaban los sucesos del día.
La noche del 27 de junio de 1 898, y al terminar la velada, cerca de las once, el
general Macías mostró al de Marina, Vallarino, un cable fechado el día 20 del mismo
mes y ya descifrado, en el cual el ministro de la Guerra avisaba que el trasatlántico
Antonio López, desarmado, llegaría a la altura de San Juan alrededor del día 2"] , con-
duciendo una buena parte del material de guerra pedido, y que se tomaran las me-
didas necesarias para la protección de dicho buque por las fuerzas navales del puerto
y se encendiesen las boyas, toda vez que el faro estaba apagado y el vapor recala-
ría de noche. ^
De este despacho se enteraron también varios de los presentes, alguno de los
cuales habita hoy en San Juan de Puerto Rico y es caballero de cuya honorabilidad
nadie puede dudar.
Vallarino leyó el cable, y en vez de adoptar las medidas de protección que se pe-
dían... se fué a dormir.
^ El original de este despacho existe en el Archivo de Segovia, carpeta I, legajo 45. — N. del A.
A . R I Y 1:: R ( >
hora, )• solire toe
es ante la, 1 fistor
I íe aquí p¡ parte oficial dniído d cnmm
unos errores, el comísate del 2.S de junio.
lilOí
: Si
Señor:
go el h(
ju:
n Juan, Puerto kíc
jimio -JO. iSoS.
U. S. S. ])ixt'w¡fr.
inor (le conuinícarle (|ue a eso de las cinco y media, en la ma-
ñana del martes, junio 28, señalamos un vapor, viniendo del Oeste, y distante tres
millas, poco más o menos, l'ai este momento el ]'osc¡iiite estaba, en movimiento, a
muy poca distancia de Punta Salinas. Pa mañana estaba oliscnra, y ésta fué la causa
de (|iie dicho l.)unuc no fuese visto mucho antes.
fd relato (¡ue sigue es el resultado de mi observa,ctrtn personal, por([ue he perma-
necido en (d puente durante todos los sucesos y desde antes de que dicho vapo,r
iuese avistado; éste (cuyo nombre aún desconozco') responde a la descripción que del
<■ K O N 1 t; A .^
j6í
Mdnscn'fií me hiciera el capitán Sigsbee, vapor (¡uc, según me dijo, debía llegar a
este puerto hacia el domingo. J'd vapor que apareció hoy tiene casco negro con fran-
jas rojas en la parte superior del mismo, una sola chimenea pintada, tle color de
¡)lomo y tres mástiles, lin los mometiios en que a,vistanios Cístc buque, el cas-
tiho del .Morro estalla de nosotros distante cinco millas v en direi-c¡(5n li'.ste-
Sudeste.
2. Tan pronto vi claramente el vapor a que au^ refiero, puse ci indicacJor mar-
cando lO'id rclocidtvl, cird(;n a la (\\\q. r(\spond¡ero,n inmediatamente las mácpiinas del
yosii¡i¡li\, y hacitMKJo rnnd)0 hacia aquél upK> acahal>a de salir de crntre mi fuerte
aguacero, distando de nosotros tres nrillas y (pie maniobraba con la evidente inteii-
cí<'hi de colocarse bajo los cafKMiíís del haa-te tduViuMo v siemi^re rnuy f)egado a los
arreciles) tratamos íle intcrce])-
tarlo b
Como v(» cono
-raída ú c-
i66 A . R I VER O
combate, durante el cual los grandes cañones de dicho crucero pusieron en gran
peligro las calderas del Yosemite^ que no tienen protección alguna.
4. Durante el período a que se refiere el parágrafo anterior tuve la sorpresa, para
mí muy grande, de saber que los artilleros del Morro y baterías cercanas conocían la
exacta distancia a que estaba el Yosemite^ y que durante toda la acción estuvimos bajo
el fuego efectivo de sus cañones, y muchos proyectiles de gran calibre pasaron sobre
este buque y otros cayeron en las inmediaciones, ninguno más lejos de 200 yardas; y
uno cayó tan cerca y a pocos pies del timón que, la calumna de agua que alzó, sal-
picó el puente 1. El gran alcance de los cañones del Morro pudo apreciarse por el
hecho de que la duración de la trayectoria en uno de sus disparos fué de treinta y
cinco segundos.
5. El crucero y cañonero mencionados en el párrafo número 3 navegaron hacia
el Oeste, rumbo Punta Salinas, uniendo sus fuegos a los de la batería. El mayor de
estos buques tenía dos cañones de 8 ó 9.2 pulgadas, y sus proyectiles cruzaban so-
bre el Yosemite sin que los de éste pudiesen alcanzarlo a él; viendo, por tanto, que
no podíamos hacer blanco en dicho buque con nuestra batería principal, por estar
muy lejano, le pusimos la proa avanzando hasta llegar a 4.000 yardas, y entonces
abrimos fuego sobre él con toda nuestra batería de estribor, compuesta de cañones
de tiro rápido. Nuestro fuego, al parecer, resultó muy efectivo, toda vez que ambos
buques españoles apagaron los suyos, refugiándose bajo los cañones del Morro.
6. En el preciso momento en que este buque rompía el fuego contra los espa-
ñoles, vimos un torpedero que salía del puerto navegando a gran velocidad, muy
cercano de la costa, y con dirección al buque encallado, por lo cual nos fuimos sobre
él siguiendo su rumbo tan cerca como nos era posible, y durante diez minutos lo
cañoneamos con todas las piezas de la batería principal, a la que se sumaron las se-
cundarias del lado de babor, fuego que obligó a dicho torpedero a buscar refugio
detrás del vapor varado '^.
Entonces el Yosemite se detuvo en esta posición y continuó disparando granadas
y shrapnels, hasta que el buque comenzó a arder; en estos momentos estábamos
bajo el fuego de los fuertes y también bajo los cañones de gran calibre del crucero
español.
7. En resumen: creemos que todo fué hecho, lo mejor que era posible, por un
simple buque y con la intención de impedir que el bloqueo fuese roto. Después^
como he dicho, el Yosemite abandonó al buque encallado y puso proa a los enemi-
gos que se refugiaron al amparo del Castillo.
8. Todo el resto del día permanecimos listos para el combate y enarbolada
nuestra bandera de guerra, navegando frente a los castillos y esperando el ataque de
los buques de guerra españoles, incluso del torpedero; pero aconteció que ellos no
quisieron salir del puerto.
9. Desde el principio del combate hasta su terminación, este buque sufrió el
1 El castillo del Morro solamente hizo dos disparos al Yosemite con cañones de 15 centímetros. Ninguna
otra batería de la costa cañoneó a dicho crucero auxiliar, como tampoco éste logró incendiar del todo al
Antonio López, — A", del A.
2 Fué el pequeño cañonero Ponce de León^ desprovisto de torpedos y armado, únicamente, con dos.
pequeños cañones de tiro rápido. — A', del A,
CRÓNICAS 167
fuego por un espacio de tres horas, y aunque el enemigo hizo tiros muy buenos y
algunos cayeron muy cerca del Yosemite^ directamente éste no fué tocado una
sola vez.
10. El espíritu y conducta de los oficiales y tripulación fué en todos conceptos
altamente recomendable.
11. Se incluye el report del oficial ejecutivo marcado con la letra A, en cum-
plimiento del parágrafo 525 de las Regulaciones Navales de los Estados Unidos.
Tengo el honor de ser, de usted, muy respetuosamente,
W. H. Emory,
Comandante del Yosetnite.
Sr. Comandante en Jefe de las Fuerzas Navales de los E. U. — Estación del Norte
Atlántico.
U. S. S. Yosetnite,
Afueras de San Juan, 28 de junio de 1898.
Señor:
En cumplimiento del parágrafo 525 de los Reglamentos Navales de los Estados
Unidos, tengo el honor de comunicarle, que durante las ocurrencias de esta mañana
hicimos encallar un vapor español y sostuvimos fuego con dos cañoneros y un tor-
pedero español, y al mismo tiempo fuimos cañoneados por el castillo del Morro y su
batería a flor de agua de San Juan. Los oficiales y tripulación de este buque se com-
portaron con tales sangre fría y disciplina que merecen la más alta recomendación,
sirviendo las baterías tan tranquila y ordenadamente como lo hubieran hecho en un
ejercicio ordinario de escuela práctica.
Durante las tres fases del combate, primero con el vapor, segundo con los caño-
neros, y tercero con estos cañoneros y el torpedero combinados, gastamos, en con-
junto, las siguientes municiones:
251 granadas ordinarias de cinco pulgadas.
25 shrapnels de cinco pulgadas.
56 granadas ordinarias de seis libras.
Muy respetuosamente.
N. Sargent,
Teniente de la Marina de los E. U,
Al comandante del Yosemite.
El Evening Journal^ diario de la tarde de Nueva York, publicó la siguiente re-
seña acerca del suceso de junio, 28:
New York, agosto, 23. — El corresponsal del Evening Journal ^n San Juan, con
fecha agosto, 20, y vía Ponce, dice que los cañones de 12 y 9 centímetros montados
en los fuertes de San Juan, contra las fuerzas de los Estados Unidos, vinieron en el
trasatlántico Antonio López,
i68 . A . R I V E R O
Parece que el rumor de que el crucero Yosemite había destruido al Antonio López
fué un error. Los cruceros españoles Concha e Isabel II están aquí, y fueron los en-
cargados de ir hasta donde estaba varado el Antonio López^ descargando por varios
días casi todo lo que más valía del cargamento. Ha causado sorpresa aquí ^ que el
Yosemite cesara de disparar contra el buque varado, pues con toda probabili-
dad lo hubiera hundido, por contener éste gran cantidad de materias explosivas. La
pólvora ha sido toda desembarcada. El Antonio Lópe^ trajo 1 5 cañones de 12 centí-
metros, pero solamente 12 pudieron ser llevados a tierra por el Concha e Isabel IL
Estos cañones son alemanes y de muy buena calidad ^.
El honorable Mortimer E. Cooley, deán de la Facultad de Ingeniería en la Uni-
versidad de Michigan, ha tenido la cortesía de proporcionarme mucha e interesante
información referente al crucero auxiliar Yosemite^ de cuya oficialidad formó parte
durante la guerra como ingeniero-jefe de máquinas. A la bondad de este sabio inge-
niero, profesor de tres generaciones de estudiantes, debo, además, el valioso docu-
mento que se inserta a continuación:
UNIVERSIDAD DE MÍCHIGAN
ANN ARBOR
COLEGIO DE INGENIERÍA Y ARQUITECTURA
Junio, 22-1921.
Señor D. Ángel Rivero.
Ingeniero,
San Juan, P. R.
Mi querido capitán Rivero:
En los primeros días de la semana última recibí su carta fecha 28
de ma'^o, l; aunque mi intención fué contestarla inmediatamente, no
pude hacerlo hasta ho]) a causa del gran trabajo que sobre mí pesa
en estos días, últimos del curso escolar.
Su carta ha sido para mí en extremo interesante, 3; es un verdadero
placer el que experimento al contribuir de algún modo a su labor
histórica, relatándole algo de lo que presencié, frente a San Juan de
Puerto Rico, en el mes de junio de 1898, cuando formaba parte del
personal de la dotación del crucero auxiliar de guerra Yosemite
como ingeniero-jefe de sus máquinas.
Cuando nuestro buque relevó al St. Paul en su misión de bloquear
el puerto de San Juan, el capitán Sigsbee, su comandante, nos dijo
1 En el cable que antecede se consignan algunas inexactitudes; los buques'de guerra 6'í?;2¿-/m e Isabel //
no tomaron parte directa en la descarga del Antonio Zíí/)^'^, limitándose su acción, que fué de mucha importan-
cia, a proteger el alijo. Todas las piezas desembarcadas eran de constriacción española. — A\ del A.
CRÓNICAS 169
que se dirigía a la Mola de San Nicolás para reportar desde allí al
almirante Sampson; pero en vez de hacerlo así, siguió directamente a
Nueva York. ^^ mañana que el St. Paul echó anclas en este puerto,
iodos los diarios de la gran ciudad llenaban sus columnas con telegra-
mas de Madrid, vía Londres, dando cuenta de haberse librado un
gran combate en las afueras de San Juan, en el que había tomado
parte principal el St. Paul, recibiendo dicho buque todos los galar-
dones que le correspondían al Yosemite, cuya participación en aquel
combate no fué generalmente conocida hasta que, relevado por el
New Orieans, fué a Santo Thomas a proveerse de carbón y víveres
para tomar parte en la expedición que se preparaba contra los puertos
de España. \
Usted recordará la flota que, a/ mando del contraalmirante Cá-
mara, salió con rumbo a Filipinas. a través del canal de Suez. El al-
mirante Watson recibió órdenes de reunir una escuadra, de la cual
formaba parte el Yosemite, para que, amenazando las costas de Es-
paña, obligase al almirante español a regresar de su viaje, como así
sucedió. Los marinos españoles fueron detenidos en Suez, y a este
resultado contribuyó, en gran parte, la gestión del honorable james
B. Angelí, presidente de la Universidad y ministro americano en
Constantinopla en aquella fecha. Y así esta Universidad de Michigan
tomó también parte, de no escasa importancia, en las actuaciones diplo-
máticas de la guerra.
Cuando el Yosemite fondeó en St. Thomas, su comandante,
Emory, telegrafió a Washington, al secretario de la Marina, los
detalles del combate frente a San Juan el 28 de junio; pero omitió
hacerlo al almirante Sampson, razón por la que éste, en su informe
oficial al Departamento de Marina, omitió toda mención de aquel
combate, y hasta muchos meses después no fué del dominio público el
verdadero conocimiento de dichos sucesos.
Entretanto, el Yosemite no obtuvo recompensa alguna por lo que
fué el mayor combate naval de toda la guerra; y lo llamo así porque
su tripulación fué la única que recibió doble recompensa en metálico
por haber sostenido combate contra fuerzas enemigas superiores.
Un episodio muy interesante fué que el Comité encargado de pro-
poner recompensas por méritos navales declinó recomendar a los ofi-
ciales del Yosemite para que les fuese otorgada la medalla del almi-
rante Sampson, fundando su resolución en que dichos oficiales no
habían realizado acto alguno distinguido. Hago mención de este inci-
dente para que usted vea la gran ignorancia oficial que existió acerca
^ En San Juan, hasta fin de Junio ^ no supimos que el buque bloqueador era el Yosemite; fué con-
andido con el St. Paul, y éste con el Yale. De aquí proviene el error en que incurrió la Prensa de Ma-
'drid al dar cuenta del combate naval del 28 de junio.— l^. del A.
i/o A. RIVERO
del combate mencionado. Fué preciso un acta del Congreso para
que la tripulación de nuestro buque fuese recompensada con la meda-
lla del almirante Sampson, y esto ocurrió un año o dos después de la
guerra, cuando Truman H. Nen>berr^, de Detroit, quien fué un te-
niente a bordo del Yosemite, fué nombrado secretario de Marina, ^
es, actualmente, senador de la Nación,
Seguramente usted sabrá que la ma^or parte de la tripulación del
Yosemite era de Michigan ^, un buen número de ellos, estudiantes
de su Universidad. Sólo había a bordo cuatro oficiales regulares: el
comandante Emor^ (capitán), el comandante Sargent (oficial eje-
cutivo), el teniente Smith (oficial de derrota) j; eí teniente Netvman
(oficial de Marina); los cuatro han muerto.
El teniente Gilbert Wilkes y i;o éramos graduados de la Acade-
mia Naval de los Estados Unidos; pero después de uno o dos cruce-
ros de práctica habíamos renunciado nuestros empleos. Los restantes
eran voluntarios de Michigan. Un número bastante grande de ellos
había tenido alguna experiencia como miembros de la Reserva Naval
aquí, en Michigan; pero el resto jamás había visto el mar. Es de inte-
rés consignar que una elevada proporción de los tripulantes era de gra-
duados de universidades, ^ siento no recordar en estos momentos
el número exacto de ellos.
Hombres prominentes en la vida social de Michigan formaban
parte de aquella tripulación; y es bien sabido que el Detroit Club,
uno de los más antiguos y aristocráticos clubs en Detroit, no pudo,
en aquellos días, tener un quorum de directores, para tratar sus asuntos,
a causa de que la mayor parte de ellos eran miembros de la tripulación
del Yosemite.
Pasaré ahora a ocuparme del combate del 28 de junio. El Yose-
mite, como usted recordará, estaba obligado a navegar de un lado a
otro, seis u ocho millas alejado de San Juan, a fin de mantenerse fuera
del alcance de los cañones de sus castillos. Durante los dos o tres pri-
meros días del bloqueo, trazamos en nuestra marcha elipses muy ce-
rradas; pero el capitán Emory estaba muy disgustado a causa de que
su gallardete insignia, que flameaba al tope del palo mayor, frecuen-^
temente se enredaba, y era tarea muy penosa el que un hombre subiese
para arreglarlo. Y por esto se le ocurrió la feliz idea de que el buque
adoptase en su marcha un recorrido en forma de número 8, y de
este modo el gallardete se enredaba durante la primera mitad del 8
y él mismo se desenredaba durante el recorrido de la otra mitad.
Después de esto, el capitán Emory se sintió feliz.
Pero vamos al combate. En la mañana del 28 de junio des-
cargó sobre nuestro buque un terrible aguacero que llegaba del Este,
y, como acontece con todos estos fenómenos tropicales, dio comienzo^
CRÓNICAS 1 7r
repentinamente ^ terminó de igual manera. Después que el chaparrón
hubo descargado sobre el Yosemite i; siguió su curso hacia el Oeste^
lo primero que divisamos fué el casco de un buque que emergía de la
negra muralla formada por el aguacero, j; poco después apercibimos^
claramente un gran buque de vapor que hacía rumbo al puerto.
Parece que el Antonio López, durante la noche anterior, se fué
más allá del puerto, ^ al amanecer viró con la intención de enmendar
su yerro. El Yosemite en el acto le lanzó un proyectil a través del
puente para que parase, lo que desde luego no hizo, y entonces dio
principio el combate, a una hora que, si no recuerdo mal, sería la de
las cinco y treinta de la mañana. Cuando el Antonio López compren-
dió que no tenía tiempo de ganar la entrada, torció el rumbo, y a toda
máquina se fué sobre la playa, encallando en ella, mientras nosotros,
le seguíamos lo más cerca posible, sin dejar de hacerle fuego con todas
las baterías de a bordo.
En aquellos momentos notamos que algunos proyectiles, al pare-
cer de gran calibre, caían en las inmediaciones del Yosemite, lo cual
nos hizo notar que el castillo del Morro nos estaba haciendo fuego.
Una granada disparada desde este fuerte pasó a través de nuestro
puente, siguiendo una trayectoria muy rasante, y usted puede formarse
idea exacta de lo cerca que pasaría dicho proyectil cuando sepa que en
el acto se ordenó a todos los oficiales, que estaban en cubierta, que
se tendiesen sobre el puente boca abajo, como si fuesen musulmanes
haciendo sus plegarias en la Meca.
A veces he pensado que muchos de los proyectiles que en aque-
llos momentos pasaron sobre el Yosemite tal vez fueron disparados
por algunos de los grandes cañones del Morro emplazados en el puen-
te de algún cañonero español, porque esos disparos salían de detrás de
la altura en que dicho castillo está edificado. '
Todo esto era demasiado para nosotros, y el Yosemite, que era
un buque no protegido, navegó rápidamente hasta ponerse fuera de
tiro; y como serían las ocho de la mañana, se sirvió el desayuno. Tal
vez usted no sepa que el Yosemite era un vapor de carga, convertido
en crucero auxiliar y perteneciente a la línea Morgan; su nombre an-
terior era El Sud, y su única protección consistía en una faja de tres
pulgadas de espesor en la parte alta de la cámara de máquinas y ocho
o diez pies de carbón en las carboneras altas resguardando las
calderas.
Después del desayuno, el capitán Emory me llamó al puente, y
juntos estudiamos las probabilidades de un segundo ataque contra el
' El Morro sólo disparó dos veces. El Isabel II y el Concha, con sus cañones de 12 centímetros, al
iniciarse el combate, hicieron fuego desde la boca del Morro y al resguardo de este castillo. No es extra-
ño que la dotación de este buque creyese que tales disparos provenían del castillo del Morro.— N.dll A>
172 A. R I V E R O
vapor español, ^o. varado. El me manifestó que, antes de salir de San-
tiago, ,eí almirante Sampson le había ordenado que no expusiese este
buque a grandes riesgos ni peligros por razón alguna; sin embargo, el
comandante Emor}) intentó dicho segundo ataque para destruir el
Antonio López, porque ^a se veían algunas lanchas saliendo del puer-
to j; con la intención manifiesta de alijar la carga de municiones y per-
trechos de guerra que aquel buque conducía. Estaba en progreso este
ataque cuando fuimos cañoneados por tres buques de guerra que sa-
lieron del puerto. El Yosemite sólo montaba cañones de cinco pulga-
das de 40 calibres de longitud, que tenían un alcance efectivo de
cinco millas o menos; por esto fué imposible para nosotros acercarnos
al Antonio López a tiro eficaz, sin que sufriésemos el efecto de los
gruesos cañones del Aforro, Este castillo hizo disparos excelentes,
¡Yo saludo a sus artilleros! ^ Recuerdo, además, haber visto distinta-
mente los reflejos luminosos de un heliógrafo que estaba funcionando
sobre el castillo de San Cristóbal, '^ y esto nos convenció de que toda
¡a costa estaba en comunicación telemétrica i; que sería tarea sencilla
para los artilleros españoles cañonearnos con probabilidades de éxito,
toda vez que tenían medios de apreciar las distancias; ^ como prue-
ba de esto añadiré que algún disparo cayó tan cercano al Yosemite,
que la columna de agua levantada entró por los huecos de las portas;
la ma})oría de los provectiles ca]^eron en el mar, hacia la popa, lo cual
nos hizo pensar que ustedes no se habían dado cuenta de que nues-
tro buque no estaba parado, sino marchando muy lentamente, a cuatro
o cinco millas por hora. Si esto hubiese sido notado, yo creo, induda-
blemente, que hubiéramos sido hundidos aquella mañana. Las tra-
yectorias de los disparos enemigos eran tan elevadas, que los pro-
yectiles caían en el mar verticalmente; y si uno solo de ellos hubiese
tocado cubierta, seguramente atraviesa todo el buque, saliendo por
la quilla. La tierra más cercana estaba también abajo, algunos milla-
res de brazas hacia el fondo.
Recuerdo que desde que vi el humo de un disparo del Morro
hasta que el proyectil cayó en el agua transcurrieron treinta y cinco
segundos, lo que me dio una distancia aproximada de seis a siete mi-
llas, y también pude observar algunos proyectiles desde que salían
de las bocas de los cañones en todo su curso hasta que tocaban en el
mar. Uno pasó muy cerca de la boca de la chimenea, rozó a su paso
el bote-ballenera de a bordo y se hundió en el mar; yo seguí con la
vista la estela que iba dejando en el agua, bajo la superficie, por
más de un centenar de pies.
1 Traslado este saludo al coronel Iriarte Travieso, jefe de la artillería del Morro aquel día.
N. del A.
2 Este heliógrafo, montado en San Cristóbal, estaba en comunicación con otro situado en Punta
Salinas, y arnbos operados por el Cuerpo de Ingenieros militares. — N. del A.
CRÓNICAS 173
Hubo varios incidentes en extremo graciosos; graciosos ahora que-
han pasado. Los fogoneros enviaron a cubierta a uno de ellos para
que, observando el aspecto del combate, les comunicara todo lo que-
veía, i; éste, a través del tubo de un ventilador, enviaba noticias a los
de abajo en la cámara de hornos, Pero hubo un momento en que dicho
hombre pareció tan interesado observando los proyectiles, que caían
cada vez más próximos, que se olvidó de su misión, por lo cual sus
compañeros le dieron órdenes de bajar seguidamente, amenazándole
con una zurra i; enviando, al mismo tiempo, otro fogonero para susti-
tuirle. Me parece oír a este último gritando por el ventilador:
— / Un gran proyectil, precisamente delante del buque, p haciendo
un ruido semejante al de un barril de clavos!
Otro caso de risa. Estaba yo diciendo alguna cosa a mi mensajero,
cuando el pro])ectil a que antes me referí pasó rozando el bote-balle-
ñera, y entonces se me ocurrió advertirle a dicho mensajero:
— Pasó demasiado cerca, i? 5/ siguen acercándose, tendremos que
irnos de aquí, aunque \w ignoro adonde iremos.
El miró a todas partes p, señalando un ventilador que había tres
o cuatro pies más allá, me respondió:
— Podemos escondernos detrás de aquello.
Segundos más tarde otro pro]^ectil pasó aún más inmediato a nos-
otros, y aunque después nos asombramos de ello, ambos saltamos, es-
condiendo las cabezas detrás del ventilador.
Estoy seguro que podría referirle una docena más de incidentes
parecidos si mi memoria me prestase auxilio.
Finalmente, y a eso de las diez y treinta, hicimos rumbo mar
afuera; así es que el combate duró cuatro o cinco horas.
El New Orleans, que nos relevó, montaba cañones de seis pul-
gadas, y era un buque de guerra recién construido en Inglaterra; sus
piezas tenían 50 calibres de longitud, y las nuestras solamente 40, p
por esto las primeras tenían alcance bastante para atacar p destruir
al Antonio López sin temor a los fuegos del castillo del Morro. Ade-
más, las municiones del Yosemite eran deficientes; muchos proyectiles
explotaban en el momento de salir de la boca del cañón, y dos lo hi-
cieron dentro del ánima. En una pieza de la banda de estribor se dila-
tó tanto el metal cerca de la boca, que dicho cañón parecía una
persona con papera. El jefe de nuestros artilleros (quien al final de la
guerra europea regresó convertido en todo un coronel) concibió la
idea de aserrar la caña de dicha pieza, utilizando para ello una sierra
de mano de 12 pulgadas de largo, la mayor que teníamos a bordo,
y que fué manejada sin descanso durante veinticuatro horas, cortando
un trozo de 18 pulgadas de longitud del extremo del cañón, y que-
dando la parte sobrante convertida en una excelente boca de fuego..
a 74 A . R I V E R O
El pedazo de cañón que separamos se conserva actualmente en el
Arsenal de Washington.
La concusión de nuestros propios cañones hizo considerable daño
en los camarotes altos del buque, que eran de madera muy ligera, y
a causa de esto muchos tabiques saltaron en astillas, sucediendo lo
mismo con la puerta de mi camarote, que voló hecha pedazos. El
refrigerador del agua, que estaba en el comedor, con la concusión de
los disparos despidió su tapa hacia afuera, y atravesó, como un pro-
y^ectil, toda la habitación, y un farro lleno de agua, en un camarote
cercano, también se hizo pedazos.
Pocos días después del combate se inició un gran fuego en las
carboneras altas que protegían las calderas; tratamos de apagarlo;
pero los gases asfixiaban a los hombres, y tampoco fué posible inun-
dar el carbón, porque el agua resbalaba ^sobre las pilas, sin penetrar
más allá de dos pulgadas; solamente tuvimos éxito, p el incendio fué
dominado, sirviéndonos de un tubo de hierro que introdujimos en el
carbón y a cuj^o extremo del tubo acoplamos una manguera conectada
a la bomba. En total, j? durante todo el tiempo de nuestro crucero,
hubo más de veinte fuegos a bordo.
El día 4 de julio celebramos la gran fiesta nacional con juegos
atléticos y además, como extra, con otro incendio que se declaró en
las carboneras.
Si puedo hacer a usted algún otro servicio, no vacile en ordenár-
melo. Tendré un verdadero placer en a])udarle, en algún modo, en
la preparación de su libro. En tanto, quedo su más cordial.
CAPITULO XIV
PLANES (¡ENEkALES Dlí ÍJUERKA CON'I'KA ll'EKTO RI("(.)
PLAN DEL (iKXERAL MU. F,S.-^^^^ CAMPAÑA Í)E SAXTIAiU) DI.", (TISA
l'ERTl) Rico, ]a más oriental y la más l)ella de las firandes All-
ullas, con su nunjcrosa pohlacitin, era, además, un punto do-
minante y estratégico, |")or lo cual desde el principio de la gue-
\ rra ocupó el pensamiento de amluis: l^jército y Marina '.
Miles, generalísimo del Ejército de los listados Enidos, fué
siempre opuesto a una invasión formal de ("uha, sobre todo en
la estación de verano; también combatió la descabellada idea
del almirante S:impson y de otros jefes de mar y tierra (¡ue ¡)r<'-
eonizaba,n el ataque a la dudad y puerto de la lEd^ana. Sampson no pudo apreciar
imtonces, en sn justo valor, la oposición juiciosa del general Miles; aquel atacjue de
su escuadra, con o sin la cooperación del l^jérciio, hubiera resultado un gran desastre
para los cruceros y acorazados americanos. Las líaterías de la Habana, mimerosas y
bien artilladas, coii modernas piezas de gran calibre y largo alcance, eran inñnita-
niente superiores a las pobres defensas de Santiago -, las cuales, inspeccionadas
pocos días después de la rendición por el teniente Jacobsen, del crucero alemán
Oncr, inspiraron más tarde los siguientes comentarios al real :il mirante f*uddcman.
de la Marina alemana:
líe; 77/,'7,':i
.li>fen<l¡.l;i
.<//// S/>/!l/¡.
1/6 A . R I V E R Q
Los grandes daños, sin embargo, que aseguran los americanos hicieron a dichas
baterías en diferentes ocasiones, ahora está probado que fueron exageraciones e ilu-
siones , después de todos los bombardeos de Santiago, sólo un cañón fué desmon-
tado en cada una de las baterías del Morro y Socapa.
Desde mayo 26 hasta julio 2, aquellas baterías, artilladas algunas de ellas con
viejos cañones de avancarga, y montando piezas de 15 y 16 centímetros las más
fuertes, sufrieron ocho terribles bombardeos. El citado teniente Jacobsen, ocupán-
dose de dichos bombardeos, se expresa de esta manera:
El resultado final de los numerosos bombardeos fué solamente un cañón fuera de
comísate en el Morro y otro en la batería de Socapa. Las pérdidas de vidas fueron
únicamente unos pocos muertos y heridos. La batería de Punta Gorda, la única posi-
ción importante en caso de que se tratase de forzar la entrada del puerto, no fué
inutilizada en absoluto. Como ya he dicho, me es imposible consignar el número
total de proyectiles disparados por los buques americanos para obtener tan modesto
resultado. De todas maneras, ese número no guarda proporción con el resultado, y
ha probado, una vez más, el hecho, bien establecido por la historia de las guerras
navales, de que las fortificaciones de costa son extremadamente difíciles de destruir,
aun con el gasto de grandes cantidades de municiones.
VA plan de guerra del (xobierno español tenía como objetivo principal la derensa
de Puerto Rico. (Xiba, además de bastarse a sí propia, de un modo o de otro sería
independiente, y por esto la escuadra de Cervera recibió órdenes precisas para reca-
lar a vSan Juan o a cualquier otro puerto de aquella isla. R\ generalísimo Miles, que
conocía estos planes, trazó los suyos desde comienzos de la guerra para una inme-
diata campaña contra Puerto Rico, iniciada por el ataque y captura de San Juan. Si
este ataque tenía éxito, todas las comunicaciones entre l^spaña y Cuba quedaban
amenazadas de fianco, y si los cruceros de Cervera o los buques auxiUares que
pudieran armarse en corso^ intentaban un raid sobre las costas americanas, siempre
tendrían a retaguardia, y siguiendo su derrotero, un núcleo de buques enemigos al
amparo de la base naval déíSan Juan.
Puerto Rico era el punto-llave de la defensa, y, además, ¡meso más fácil de roer.
Imposible hubiera sido para sus defensores resistir el empuje del formidable ejército
concentrado en Tampa. Tomado vSan Juan y aun suponiendo que las tropas de toda
la Isla se acogiesen a las montañas, ^con qué recursos de boca y guerra, con qué
recursos de municiones podían contar después de bloqueados los demás puertos.^* No
cabe dudarlo; este plan del general Miles tenía un ochenta por ciento de probabili-
dades a su favor.
Así lo entendían en Washington, y a ello prestaron gran atención los hombres
del (jobierno. La catástrofe del Maiíte^ bien explotada, había conmovido al país, y un
soplo de guerra electrizó a todos sus habitantes. El día 22 de abril, el Presidente
llamó a las armas a 125.000 voluntarios, y con fecha 25 del mismo mes hizo otro
C R O N 1 C A
177
llamamiento adicional de 75-000. A las exhortaciones de la Prensa., respondían los
.hombres de ciencia, los millonarios, lOvS de fortuna más modesta y hasta los vagos de
profesión. Los handerines de enganche estuvieron bloqueados noche )•" día; .Koosevelt,
subsecretario de Marina, renuncia su cargo y agrupa bajo su mando a los cira'boys
ú^\ far ix'esi^ a los cazadores y tramperos de Kansas, a no pocos multimillonarios, a
centenares de médicos, ingenieros, abogados y obreros, y forma con todos ellos sus
fa.mosos Roiigh-Kiiiers.
VA (^'ongreso voló la suma de cincuenta millones de dólares para gastos de gue-
rra, y el ejército permanente fué elevado a 6.1. .OOO hombres; las costas, hasta enton-
ces mal defendidas, recibieron el refuerzo de
18$ cañones, obuses y morteros de grandes
calit)rcs; .13 nuevas bateríais se constru\'eron
■y artillaron y I.500 minas sulimarinas cerraron
28 puertos diferentes. Tal era la poderosa
naci(3n contra la cual íbamos a lucliar con nues-
tras propias fuerzas y sin extraño auxilio los
ílefensorcs de Puerto Rico.
La entrada en Santiago de la flota de Cer-
vera apartó la tormenta que nos amenazaba;
Puerto Rico ocupó desde entonces un lugar
secundario, y toda la atención del Alto .Mando
norteamericano fué otorgada a la vecina isla de
("ul.Ki. Sin embargo, era tanta la influencia en
Washington, del general -Miles y tan elevados
sus prestigios, (¡ue el sci'retario de la (¡uerra,
..■\lger, le escribió con fecha 6 de junio: ^'Vl Pre-
sidente desea saber el mínimo tiempo que usted ^ ,. ^'''' ^ ^^ '■''''"'. '"'^ ""!••'"<'•. i'-'*' _ _ ^^
necesitaría para organizar una expedición con
objeto de invadir, capturar y mantener la isla de Puerto Rico, sin ser «auxiliado
por las tropas al mando del general Shafter». <'L)iez días», fué la respuesta del gene-
ralísimo.
Pero las brigadas, que al mando del general Sliaftcr deb.ían operar contra San-
tiago de Cul)a, ocupaban en los .muelles de 'Pampa, Plorida, todo el espai:io disponible
y todos los bu<|ues habilitados para transportes. Definitivamente, se nos dejaba
par;i más larde.
P'l 14 de junio se hizo a la mar el convoy que conducía las tropas invasoras
<.le íiuba; emliarcaron 803 oficiales y 1. 4.03 5 soldados, quedando en 1 ampa lO.OOO
más por falta de acomodo.
Por este tiempo ya cstal.)a de regreso en W'áshingtc.m el teniente II. lí. Wdiitney,
quien desde el día 15 de mayo al .1." de junio recorrió, disfrazado, toda la isla de
178 A . RI VER O
Puerto Rico, tomando notas, levantando planos y celebrando entrevistas con los más
significados simpatizadores de los Estados Unidos; conferenció con el general Miles
y, de allí en adelante, fueron buenos amigos. De nuevo, el suave clima de nuestros
valles y la pobreza de nuestras defensas fueron recordadas por el generalísimo, quien,
tocando algunos resortes, y como resultado de sus gestiones, recibió órdenes el 26
del mismo mes para organizar una expedición, lo antes posible, al mando inmediato
del general Brooke, y compuesta de dos partes: la primera, para reforzar al general
Shafter, y, el resto, para caer sobre Puerto Rico, y ambas bajo su autoridad.
Como las operaciones contra Santiago, antes y después de su captura, ejercieroa
gran influencia sobre la guerra en Puerto Rico, me creo obligado a traer a esta Cró-
nica algo de lo que allí sucediera, y que nos presenta en plena luz al hombre que
más tarde, al frente de sus tropas, pisó tierra portorriqueña en el poblado de Guá-
nica. Después de los sangrientos combates del Caney y lomas de San Juan, vemos
vacilar al general Shafter y a todos sus oficiales superiores. El 3 de julio, el mismo
día en que fué aniquilada la flota de Cervera, telegrafiaba al secretario de la Guerra
lo que sigue:
Tengo la ciudad bien sitiada, pero con una línea muy débil. Al aproximarnos en-
contramos que son de tal carácter y tan fuertes sus defensas, que es imposible tomarla
por asalto con las fuerzas presentes, y estoy considerando, seriamente, retroceder
cinco millas, ocupando nuevas posiciones en las alturas situadas entre el Río San Juan
y el Siboney, apoyando nuestra izquierda en el Sardinero A nuestras anteriores
pérdidíis debe agregarse un millar más, aunque la lista aun no está terminada El
general Whéeler está seriamente enfermo, y, probablemente, tendrá que marchar
hoy a retaguardia; el general Young, también muy enfermo, está recluido en su lecho;
el general Plawkins fué ligeramente herido en un pie durante la salida qué llevó a cabo
el enemigo la noche última El comportamiento de nuestras tropas fué espléndido.
Estoy instando al almirante vSampson para que fuerce la entrada del puerto Yo no
he podido salir de mi tienda de campaña, durante cuatro días, a las horas de calor,
aunque retengo el mando.
«Esta noticia, la primera recibida en veinticuatro horas, causó gran depresión en
el ánimo de aquellos que tenían la responsabilidad en Washington» 1. El secretario
de la Guerra, después de consultar con Miles, contestó el mismo día, por la
noche:
Si usted puede mantéiier.su actual posición, especialmente en las Lomas de San
Juan, el efecto sobre el país sería mucho mejor que si retrocede.
Como Shafter no responde con rapidez, aumenta la ansiedad en Casa Blanca, que
es bloqueada por los periodistas, y el mismo secretario envía un segundo cable pre-
guntándole:
^ Henry Cabot Lodge: The ivar with Spain» . '^
CRÓNICAS 179
^•Cómo está usted 4e salud? — ^Cree usted que alguien deba ir a relevarlo? — ^Se en-
cuentra hábil para seguir en su puesto? — ^Qué cree usted? Cuídese mucho.
Zumbón era el cable, y a todos, menos a Shafter, pareció una invitación a que
renunciase su cargo de general en jefe.
Al siguiente día, 4 de julio, a la una y diez y seis de la mañana, se recibió en Casa
Blanca este lacónico despacho:
Playa del Este, vía Haití. — Julio 3, 1898. — Cuartel General del 5.° Cuerpo.
Washington.— Mantendré mi presente posición. — Shafter, Mayor General.
La Prensa Asociada se había apoderado del célebre cable del día 3, levan-
tando una gran polvareda, que calmó, aunque sólo parcialmente, la victoria de la
escuadra de Sampson, mandada aquel día por Schley. Para sostener el espíritu
del país y del Ejército de operaciones, ya que su comandante no renunciaba, por-
que, según decía en cable el día 4 — «aunque estoy muy exhausto, he comido un
poco esta tarde, después de cuatro días de ayuno; las buenas noticias nos animan
a todos» — , se ordenó al general Miles que, con toda la urgencia, y acompañado
de refuerzos, corriese a Santiago de Cuba para salvar el prestigio de las armas y el
honor de la Nación, puestos en peligro por las vacilaciones de aquel comandante
en jefe 1.
Miles, que era un hombre de acción, salió de Washington a las diez y cuarenta
de la noche, julio 7; llega a Charleston el 8, aborda al Yale, que ya estaba en marcha
abarrotado de tropas, y en este buque, y acompañado del Columbia^ también con re-
fuerzos, arriba frente a Santiago de Cuba el día II, a tiempo en que Sampson y su
escuadra llevaban a cabo uno de sus más inefectivos bombardeos; conferencia con
el almirante; vuela al Siboney; quema este campamento, invadido por la fiebre ama-
rilla; y tan pronto saluda a Shafter, envía al general Toral, en quien había recaído el
mando de la plaza sitiada, una urgente demanda de rendición. El prestigio del
generalísimo y los refuerzos que trajo, que él no olvidó consignar en su carta, pusie-
ron fin a las vacilaciones del comandante español, y después de varias conferencias,
^ Todos los generales del ejército expedicionario, menos Shafter, todos los cirujanos mayores, y el
mismo Teodoro Roosevelt, dirigieron al secretario de la Guerra, Mr. Alger, un memorándum en el cual se
pedía la repatriación de todo el ejército, alegando lo caluroso de la estación, las bajas sufridas y, principal-
mente, los brotes A^. fiebre amarilla acaecidos entre las tropas. Este documento, llamado después robín round^
y que fué firmado en círculo para que nunca pudiese ser identificado el primer firmante, cayó en manos de la
Prensa Asociada, y su publicación conmovió profundamente al pueblo americano, llegando la alarma hasta el
Capitolio y cundiendo mayor desaliento por toda la Nación.
En tales circunstancias, y cuando el general Shafter confesaba su fracaso por la entrada en Santiago de
la columna de refuerzo al mando del general Escario, y cuando estaba próximo el levantamiento del cerco, el
general Toral, empujado por Linares, sale al campo, bajo bandera de parlamento, y propone la rendición,
no sólo de las fuerzas defensoras de Santiago, sino también de otras, muy numerosas, situadas algunas a más
de cien millas de distancia.
Al leer y releer en Washington toda la documentación referente a este suceso, experimenté asombro,
primero; tristeza después. — .V. del A.
i8() A . K ] Y E R O
en que rayó a gran altura la nobleza de Miles, concediendo a las tropas rendidas los
más altos honores de guerra que registra la Historia, se firmó la capitulaciíín el día 14
de julio.
La fiebre amarilla se había declarado dentro y fuera de Santiago, razón por la
cual no desembarcaron las tropas que había a bordo del Yak y del Columhia; todas
fueron dirigidas a ( niantánamo, y con ellas se organizó, definitivamente, la expedición
contra l*uerto Rico.
Nos había tocado en suerte, a los defensores de esta isla, el alto honor de liacer
frente a im ejército mandado por el generalísimo Nelson A. Miles.
CAr^ITULO XV
ivXPiíDiciox Di£L (:;i^ni<:kal miles
KSKMI^ARCO V CAPITRA DK (il'ÁXK^A V YACOl.^RF TIRADA DK r.AS
TROPAS ESPAÑOLAS V SP'ICIDIO DK SP ¡l^FK.
O estaba ansioso de proceder, tan rájiídaniente como fuera po-
sible, contra la isla de Puerto Rico, y así se lo telegrané a las
autorídatlcs de Washington.»
Frases d(;l general Miles, estani])adas en un documento que,
con fecha 22 de julio de DS98, a bordo del transporte ]'!i/(\ en
ruta para. Puerto T'iico, dirigió al secretario de la ('hierra Alger.
¡l\ 21 de julio por la tarde zarpó de (niantánamo la expe-
dición convoyada por los buques de guerra MassacJ/nsefls,
( 'oli(uii)ia, Yah\ Dixic y (Hoiítcskr, al mando del capitán PVan-
maiidante del primero. Diez transportes conducían las fuerzas,
5 hombres, distribuidos como sigue: el 6." regimiento de \'olun-
ía de Illinois: el (i.*" regimiento de igual clase, de i\'rassac!uisetls;
)nal de infantería, formado con reclutas; cuatro baterías de cam-
i82 A . R I V E R O
paña y una de sitio (capitán Lomías); dos compañías de ingenieros telegrafistas y
una sección de sanidad. Estas fuerzas, al mando del general Garretson, formaban
la primera brigada de una división provisional que mandaba el general Guy V. Henry.
Del número total, 1 15 venían enfermos; así los combatientes que realizaron la
invasión por Guánica fueron solamente 3.300. La expedición embarcó en esta forma:
Yale: Generales Miles y Garretson con su Estado Mayor, 1.300 hombres de in-
fantería, 52.000 raciones de campaña, 25.OOO de tomates y 4.000 para el viaje.
Cohmihia: 300 hombres y 1. 330 raciones para el camino.
Lampasas: 10 oficiales de ingenieros^ 1 39 soldados con raciones para 45 días,
22 carros de municiones, 136 muías y caballos, forraje, municiones, Cruz Roja con
médicos y nurses^ útiles de ingenieros y un tren de pontones.
City of Macón: 275 reclutas y 1. 000 raciones.
Comanche'. El general Henry y su Estado Mayor, 442 artilleros con sus cañones
y 1. 100 raciones.
Nueces: 12 oficiales, IQQ artilleros, 163 caballos y 22 carros de municiones.
Unionist: Los caballos de las baterías ligeras, cañones de sitio, alguna pólvora sin
humo, 1.000 raciones de forraje y 22. OOO galones de agua. Este buque tenía capaci-
dad para destilar y condensar i .OOO galones de agua por día.
Stillwater: Seis oficiales y 60 de tropas. Cuerpo de Señales, ocho carros, un
globo cautivo y las tiendas para las estaciones telegráficas de campaña.
Rita (buque español apresado por el Yale en 9 de mayo): 672 hombres con
2.700 raciones de viaje.
Specialist: El resto de los caballos de la artillería ligera, forraje para 200 caballos
durante cinco días, el completo de cañones y 16 carros de municiones.
Cambio de planes. — Navegaba la expedición y su escolta con tiempo bonancible
y rumbo a las Cabezas de San Juan, cuando el 22 de julio el general Miles envió a
bordo del Massachiisetts la carta siguiente:
A bordo del Yale.
Julio 22, 1898.
■ Señor: Nuestro objetivo ha sido el puerto de Fajardo o el cabo San Juan; pero
ha transcurrido tanto tiempo desde que esto se acordó y tal publicidad se ha dado
a la empresa que, indudablemente, debe haber llegado a conocimiento del enemigo.
Aunque juzgo conveniente hacer una demostración frente a los puertos de San Juan
y Fajardo o Punta Figueroa, no estoy resuelto a desembarcar en ninguno de ellos,
porque pudiéramos encontrarlos ocupados por numerosas fuerzas españolas.
Si por medio de un desembarco simulado las atraemos hacia estos puertos,
entonces, moviéndonos rápidamente hasta el de Guánica (donde el mar, cerca de la
costa, tiene cuatro y media brazas de profundidad, habiendo, además, facilidades
para el desembarco), llegaríamos allí desde San Juan en doce horas (una noche) y sería
imposible para los españoles concentrar sus fuerzas en el Sur antes de nuestra llegada.
CRÓNICAS 183
También tengo informes de que hay muchas lanchas de gran tamaño en Ponce y
Guánica y algunos buques de vela que podrían sernos útiles. Siempre es juicioso xxo
hacer lo que el enemigo espera que uno haga; por tanto, creo prudente, después de
doblar el extremo Noroeste de Puerto Rico, seguir inmediatamente a Guánica; des-
-embarcar allí y continuar a Ponce, la población más importante de la Isla. Después
o antes de que esto se realice, recibiremos grandes refuerzos que nos permitirán
operar en cualquier dirección y ocupar una parte de la isla de Puerto Rico.
Sus buques de mayor porte pueden cubrir el desembarco en los puertos citados
y capturar, además, las embarcaciones que se encuentren en ellos y en otros parajes
de la costa Sur; un buque ligero debe situarse en las Cabezas de San Juan para noti-
ficar el nuevo rumbo a los transportes que han de llegar, practicando, al mismo tiem-
po, servicio de vigilancia, escucha] otro buque debe enviarse al extremo Noroeste
de la Isla para interceptar a los otros transportes y dirigirlos a Guánica.
Muy respetuosamente,
Nelsox a. Miles,
Mayor General, Comandante del Ejercito
de los Estados Unidos.
Capitán Francis J. Higginson, comandante de las fuerzas navales del convoy.
Esta carta no obtuvo respuesta, y al día siguiente, por la tarde, el general Miles
comunicó por señales al M as sachase tts que deseaba pasar a bordo, como lo efectuó,
acompañado de su jefe de Estado Mayor, y expuso al capitán Pligginson que de-
finitivamente había desistido de abordar la Isla por Fajardo, punto de desembarco
(según plan de campana de Sampson y Miles aprobado por el secretario Alger), y que
optaba por tomar tierra en Guánica, puerto que, una vez capturado, le permitiría
dominar a Ponce. Dijo que apoyaba su opinión en noticias adquiridas en Puerto
Rico por el capitán Whitney, quien le había asegurado que el plan de desembarco
era conocido por el general Macías y que éste, bien prevenido, había concentrado
todas sus fuerzas cerca de San Juan, y añadió que en el Este no había lanchas para
el desembarco, de las cuales carecía la expedición, y sí en Guánica y Ponce.
Argüyó Higginson, negándose a variar el rumbo, toda vez que un desembarco
cerca de Fajardo podía ser apoyado por los buques que, arrimándose a la costa, la
barrerían con sus cañones, lo cual no era posible en Guánica, por ser éste un puerto
cerrado, no visible de alta mar, y cuyo sondaje no conocía, por carecer de cartas
hidrográficas de la costa Sur. Replicó Miles que él tenía excelentes informes respecto
a Guánica, que no había baterías ni minas y que sus noticias eran recientes, y volvió
a repetir que después de Guánica tomaría a Ponce, puerto que serviría a la escuadra
como una excelente base, y además apoyaría un avance sobre San Juan, siguiendo el
Camino Militar que atraviesa la Isla de Sur a Norte; manifestando, por último,
que en aquella costa Sur los habitantes eran muy desafectos a España y que segura-
mente ayudarían a las operaciones.
184
A .
1^ 1 \' E R í )
Nuevamente el comandante del .l/dssa/JtKseits se n(>gó a contravenir las órdenes
clel secretario de Marina. Terminó la conferencia, y el generalísimo, sin pronunciar
una palabra más, retornó al }'a¡(' mientras el acorazado lo despedía con una salva de
15 cañonazos.
Al otro día, 24 de iulio, a las nueve y media de la mañana, el general Miles te-
legrafió por señales a IJigginson el siguiente mensaje:
Al r:Ai>,rrix IffOf.nxsox. — ( iencral Miles desea, si es ¡losible, envíe como avanzada
cualquier buque que pueda se¡)arar, al puerto de (juánica y que reporte ráj)idaniente;
se supone no haya fortificaciones ni torpedos. Si lo encuentra defendido, que reporte
a Cabezas de San Juan. ]{s más importante desembarcar en duánica que en las Calve-
zas. Si podernos desembarcar en (luánica, yo tengo bastantes tropas para tomar el
puerto de Ponce y resguardar sus buques allí. Todo esto puede realizarse por el des-
embarco en el Sur. Puedo enviarle, si usted lo desea, al ca|,)!tán W'hitney, quien es-
tuvo en Ponce en el mes de junio.
\i\ comandante de la flota, al recibir orden tan precisa, contestó en la si-
guiente forma:
«AIuv bien. Iremos a Guánica.»
Cambio de rumbo.- — Despue's del mensaje anterior el capitán Iligginson telegra-
fió al crucero /Jir/i- la orden siguiente:
C; R o N I C A S 18;
L'sted marchará con su buque frente a San Juan; en caso de que el Xeri' Oiicans,
Xlontgomeiy o Prairie estén allí, enviará el .\>a" Ot'kaiis a Guáníca; seguirá después
a Cabezas de San Juan, recogiendo toda la fuerza que encuentre y dirigiéndola rápi-
damente a (niánica, que atacaremos mañana.
l'.l capitán W'hitney transbordó al Massachiisttts, llevando consigo todos sus
planos y notas; entonces la flota, obedeciendo las señales del buqne insignia, vari(3
de ruml)o¡ penetró por el Canal de la Mona, y navegando con todas las luces apaga-
das, llegó frente a (iuánica a las 5.20 de la mañana, el 2$ de julio, día en que toda la
nación española celebraba la festividad de su patrono, el apóstol Santiago.
Desembarco.— Como no se observasen baterías en la costa, el Crloncesier ' se
aproximó a la entraxla del puerto, y después de un ligero reconocimiento del canal,
salió, señalando: «Solicito permiso |)ara entrar./.
b-ste permiso le fué concedido, y el pequeño buque entró por los canales y volvió
a salir avisando por señales: «Fondo de cinco brazas..» Viró en redondo y se perdió
de vista por los zigzags de la entrada, navega,ndo hasta llegar a <)00 yardas de la cosía
donde fondeó, y arriando una lancha, embarc;u'on en ella 2"^ marineros al mando del
teniente Huse, quienes llevaban además un cañón automático Cok de seis mili-
metros.
Refiriéndose a este hecho de guerra, dice el comandante del MasMchiiscfls:
186 A. rivp:ro
Este fué un momento de gran excitación, porque no sabíamos si el canal estaba
minado o qué baterías pudieran ocultarse entre las malezas de la costa y fuera de
nuestra vista; comprendíamos que, una vez dentro el (Uoucester, ningún poder tenía-
mos para auxiliarlo.
Como el desembarco y toma de Guánica representa el primer acto de soberanía
de los I^^.stados Unidos en Puerto Rico, he de ser muy prolijo en detalles. He aquí lo
que acerca de aquel suceso escribió el teniente II. P. Iluse, del Glottcestcr:
La fuerza a mi mando se componía del teniente Wood y 28 hombres que desem-
barcamos en la ballenera; remamos sin oposición hasta un pequeño muelle donde to-
mamos tierra y desplegamos las fuerzas para cubrir la playa; entonces la bandera es-
pañola fué arriada y la nuestra izada en su lugar.
I^^sto atrajo el fuego del enemigo, que estaba emboscado hacia el flanco derecho
y a unas 300 yardas del camino. Nuestra línea de tiradores contestó con fuego lento,
y la ballenera se situó dominando el camino que conduce al interior, disparando
algunos tiros con su Colt; pero esta pieza se atoró, quedando fuera de uso durante
toda la acción.
P>nvié al teniente Wood con ocho hombres para que atendiese al flanco derecho,
mientras que el cabo Lacy, con otros cuatro, cubrió el izquierdo parapetado en las
ruinas de una casa de piedras, que estaba bien situada para este propósito ^.
Supimos por un nativo, único habitante que había quedado en la población, que
la fuerza que nos hacía frente estaba compuesta de 30 hombres de tropa regular, y
que otra se esperaba de un momento a otro, desde Yauco, distante cuatro millas.
Pintonees pedí refuerzos, por señales, y empujé mi centro a lo largo del camino.
VI fuego del enemigo, aunque bien dirigido, era demasiado alto, por lo cual no
hubo bajas.
¥a\ el límite Nordeste del poblado levantamos una barricada a través del camino,
y coloqué allí vm nuevo Colt que se me había enviado; también levantamos dos cer-
cas de alambre a 50 y a lOO yardas al frente. Entretanto, un bote al mando del in-
geniero ayudante Proctor, estaba ocupado en poner a flote una gran lancha, que
seguidamente se usó en el desembarco de tropa.
En este momento el Gloncester rompió fuego con sus cañones de tres y seis
libras y el enemigo se retiró. Pocos minutos después desembarcó el primer contin-
gente del ejército, compuesto de tropas regulares del cuerpo de ingenieros, perte-
necientes al regimiento del coronel Black, las cuales rápidamente avanzaron hasta
más allá de nuestra línea. Entonces, obedeciendo las órdenes recibidas nos reembar-
camos; aunque a petición del general Gilmore dejé en tierra al teniente Wood
y alguna gente con el cañón Colt, quienes volvieron al buque una hora más
tarde.
Los rifles de Marina resultaron abominables; la mayoría se atoraba en los mo-
mentos más inoportunos, y muchos quedaron fuera de uso, precisamente cuando
creíamos estar en grave peligro de ser derrotados.
í Eni un solar rodeado de muros me lio derruidos, donde había un taller de toneleros. — N. del A,
C I^ (.) X í C A, S
En la niisnia |,)laya lial>ía una pe{]uería casa de madera lechada
cual tenía su oficina, y residencia Xd'cente J'errer, cabo dv. Mar. l.ruánica no era |:)ue-
hlo y, |)or lo tanto, carecía de capitán ile puerto. I )ic!io cabo de Mar, tan pronto
divisd el convo)- enemigo corrió a \'auco, dejando izada la bandera, pi
me, en I
pi
iiesla nacional y n(í regresó hasta por la tarde, siendo entonces confirmaclo en si
puesto.
1^1 (ilúiícestcr fue pilotado a su entrada por el [>iloto de buques mercantes (;a|u^
'ali, el cual había sido inspector de una compañía marítima en San Juan.
l'd teniente IIiisc; y el (¡uartcniíúsíer Beck que le acompañalja fueron los que
Jes¡)ués de arriar la l)andera española izaron los colores de la L'nión, (pie a las irueve
::ili£is*s;síi
de la mañana del 2^ de julio de 1898 flotaron por vez
primeara sobre los campos de Puerto Rico. Ciento y
un años y ochenta y cuatro días habían transcurrido
desde (pie fuerzas invasoras f)Osaron sus plantas, por úl-
tima vez, en las ¡)layas de nuestra Isla.
l-'ra prinier //•<?£://( y; oficial de (luánica, hacía fpunce
años, loan !\laría J\Iorciglio, quien voluntariamente íné
a bordo del lí'as/^ y convino en pilotar más tarde el
Miissachitsíits, como lo hizo liasta fondearlo en Fonce.
Vivía en dicho poí)lado un negro alto y fuerte llamado
Simón Mejil, tonelero de oficio y conocido con el nom-
bre de maesfii) Sini'.hi. (Jomo fuera el único habitante
del poblado que no huyese, se le designó por los inva-
sores para, jefe de Policía, teniendo a sus órdenes tres
hombres más: Pascual hdena, Salvador Akuloz y Corne-
lio Serrano, 'l'al fué la primer fuerza de Policía que Inibo
en Puerto Rico después de la invasión.
Juan xiaría Mnvc\¿t>.,. pj alcaldc (le haTiio ("comisario'i de (luántca, im
vizcaíno de nombre Agustín Barrenechea, fué llamado
a |)resencía del general tiarretson y convino en seguir en sus funciones; y entonces,
y para rpie su autoridad fuera reconocida, pidió una bandera, y como fuerzas del
PIjéri:ito hal)ían relevado ya a los marinos, entregaron a Barrenechea una pequeña
insignia igual a !a que el teniente líuse había izado en la casa del cabo de >íar,
Ferrer.
fvsta bandera, cpic ha sido conservada cuidadosamente, hoy está en poder de la
señora Monscrrate I )íaz, viuda de acpiel al-
calde, primero de su clase en Puerto Rico
bajo el nuevo régimen; y como después de
una cuidadosa investigación que hice en
Guánica, he comprobado la absoluta auteu-
ticida<l del hecho relatado, sería de desear
que dicho trofeo pasase a formar parte del
Museo Insular de Puerto Rico.
Robustiano Rivera era el torrero encar-
garlo del faro, y también fué confirmado
en su cargo. Cou)o datos para la IJistoria
debo consignar (jue, el primer día de la in-
vasión, cinco ciudadanos españoles se aco-
gieron a la nueva bandera, renunciando la
de F.spaña v aceptando cargos retribuidos;
CRÓNICAS
189
fueron estos: Vicente Ferrer, cabo de Mar, nacido en Valencia; Agustín Barrene-
chea, alcalde del poblado, vizcaíno; Juan María Morciglio, práctico del Puerto y
actualmente capitán del mismo; Robustiano Rivera, torrero, y Simón Mejil, tonelero,
eran portorriqueños.
La defensa. — Guánica, uno de los mejores puertos de la Isla y por donde siem-
pre se temió un desembarco, estaba a la sazón custodiado por once guerrilleros de
Kl inaestro Simón
caballería al mando del teniente Enrique Méndez López. Como no había tercerolas
en el Parque para armar a todos los guerrilleros montados, estos hombres llevaban
fusiles Remington, los cuales habían sido convertidos en tercerolas por un simple re-
corte del cañón.
Ya dijo el teniente Huse que al arriar la bandera española en la casa del cabo de
Mar, algunas balas silbaron sobre su cabeza; eran el teniente Méndez y sus once
guerrilleros quienes, ocultos detrás de las últimas casas del poblado, cerca de la calle
nombrada después «25 de Julio», disparaban sus armas sin detenerse a contar las
fuerzas del enemigo; eran doce hombres haciendo frente a toda la brigada Garret-
son y a los buques de guerra del capitán Iligginson.
Al sonar los primeros disparos, los cañones del Gloiicester y los rifles de los ma-
rinos desembarcados contestaron el fuego. Muy pronto el teniente Méndez y dos
guerrilleros caían heridos; los nueve restantes, picando espuelas, se corrieron camino
de Yauco y allí esperaron refuerzos.
igo A . K 1 \" l^lx O
La primera noticia, — Al amanecer de dicho día el torrero del faro tan pronto
como avistó el convoy envió al alcalde de Yaiico, doctor Atilio (laztamhidc, el si-
guiente parte: '■Conmnique gobernador que trece barcos de guerra americanos están
frente al faro.- /\I recibir la noticia, (jaztambidc corrió al telégrafo y la transmitió
al general Aladas. La resj:»iiesta fué la siguiente: <.Llame usted al aparato al capitán
Meca.^;^
Acudió este cafíitán, que lo era de la tercera compañía del batallón I'atria, desta-
cada en \'auco, y se puso al halóla con el gobernador, a quien le dio noticias de
todo, rcc!biendo la
refuerzos. ^ .Salió Ma
rafa, .\cudicron a I
había y el resto de
capitán b>sé Fcrnái
uniente la-dcn: <■,! laga usted lo que pueda, que prcmto rcciL)irá
a del telégrafo, y llamantlo a un corneta le onlenó locase ,í,'V^'/.•■-
carrt-ra, soldados, voluníarins, algimos (niardias civiles que allí
guerrilla montada, forinandu todos en la plaza del puefdo. Id
ez mandiilia los voluntarios; más tarde lleoaron los (le l'enuelas
y (iuayanilla con los i;oniandantcs Solivellas \' el doctor Zafsala; la Cruz K'oja y rnu^^
chos |>ariiculares ocnparon sus puestos de alarma.
í'd capitán .^alvaddr Aloca, sin esperar ri:fner/(^s, lomó con su compañía el cami-
no hacia. tiinniii:a, y llegando a un cerro inmediato a la hacienda >d )esideria:' se de^^
tuvo, y al abrigo de la maleza permaneció en observación del etietnigo.
1' k o X 1 (' A S Kvi
Llegan refuerzos.— Poco más de las once de ;iqiielJa mañana serían cuando llegó
a "\'auco, procedente de I^"*onc{% un tren especial conduciendo dos compañías del ba-
tallón Cazadores de la Patria y alguna fuerza montada de guerrilla, todas al mando
del teniente coronel Francisco Puig. Tan pronto con\o este jefe deyú el tren se puso
al habla con el general Macías, pidiéndole instrucciones concretas; la contestación
fué inmediata: <dVoceda usted con su fuerza, auxiliado por voluntarios de esa lucali-
dad, a reconocer al enemigo; deje rul)i<»rta, su retirada que, en caso necesario, si en-
contrare fuerzas superiores, efectuará sobre Fonce utilizando ferrocarril.. .-
.Alguien dijo entoni:es, tal vez el telegrafista, rpie alguna tropa de Mavagücz ve-
nía hacia \'auco [)or San (iernian; entonces el jefe de la colunma ordene'» al tenien.-
te de la guerrilla voluntaria ' (¡ue hiciese un reconocimiento hacia el camino de La,-
jas. lil teniente Colorado dispuso que el sargento César Portillo y el caI)o .Serranen
andaos de su guerrilla, fuesen a comprobar la notitaa, la cual resultó ser falsa.
Ri;ahnente hubo intentos de cmviar refuerzos desde M'ayagiic^z, y el comandante
EspiíKíira, del batallón Alfonso XIII, <pie, con dos compañías gmarnecía la ciudad de
."^an dermán, salió hacia .Sal)ana (jrantle. pero se detuvo en el canuno a los pocos
llal
I \'m
A . I^ I V í- K O
f^-^:M
C R O N I C A S ,y2
kilÓDielros de jornada, y de allí no pasó porque algunos campesinos le aseguraron
([ue las tropas desembarcadas en Guánica eran en número consideral)le y con más
de lOO cañones; este comandante era poco sobrio y en raras ocasiones podía darse
cuenta exacta de las cosas.
La fuerza había tomado el primer rancho y seguidamente se formó la columna
en el orden siguiente: extrinna vanguardia, compuesta de algunos ( iuardias civiles
montados y guerrilleros, también montailos, de hi ,}.'' volante; seguía el tenif:nte
coronel l'uig con la fuerza de Patria (más adelante se incorporó d capitán Meca con
su compañía), detrás los voluntarios de Vaneo y Sabana ( irande el resto de la guerrilla
montada al jiiando del capitán ( ¡arcía y, por último, los jinetes de (Vjlorado, el cual
había sido nombrado por el ¡efe de la columna, a)'udante de órdenes.
Siguió toda la fuerza el camino sin incidente algmio liasta llegar a la cercanía dc-1
cauce seco del río Susúa, (jue tandiiéu se llama río Loco, y como en dicho sitio cru-
>'an dos caminos luno de ellos por donde podía ser llancpie;ida la columna por íucr-
/as enemigas desde Cjuánicaj disjiuso el jefe que (piCíJasen allí todos los voluntarios,
en observación, )• para cubrir el repliegue en caso de una retirada,
("ontinuó la jornada llegando a una hacienda de caña, llamada ^^d )eslderia». pro-
piedad de Antonio ¡Mariani, dorule se acantonó la colunma. Serían las cinco de la
tarde. Ksta hacienda, además de la casa de mátpiinas \^ vivi<mr]as, tenía, lia<a'a el ca •
mino de hhiánica, una amplia construcción, a modo de patio, rodeaiia de fuertes mu-
H)4
A . \i I Y K R ( >
ros de ladrillo y cantería; allí había tomado j30sici<mes el capitán Meca con su gente,
y abriendo aspilleras en los muros ¡niso todo el edificio en estado de defensa; otra
compañía del mismo batalldn Patria, al man<lo del capitán San Pedro, escaló una
IcHiia pocí^ distante hacia el Sur y en ella se situó. K\ resto de las luerzas, menos
algún escalón que se dejí) en reserva, se corrió hacia la izfiliierda del camino, al abri-
go de unos maizales; poco después obscureció) y todos vivaquearon a campo raso.
La brigada (iarretsoii.— ""^ olvaí
las primeras' horas del día 2; de fiiHo,
CRÓNICAS
19o
cuando el Gloucester desapareció por los canales que conducen al poblado de Guá-
nica. Sin esperar la vuelta de dicho buque explorador, el Massachtisetts señaló a los
transportes la orden de entrar en puerto, lo cual hicieron yendo el acorazado en ca-
beza, y al fondear echó al agua todos sus botes y lanchas, en una de las cuales
embarcó una partida de marinos al mando del comandante Evans, quienes adelan-
tándose al resto de la expedición, tomaron tierra rápidamente; las demás lanchas del
acorazado atracaron a los buques expedicionarios y llenas de soldados iban y venían
a la playa. Los ingenieros militares habían construido un pequeño puente de ponto-
nes al abrigo de la ensenada, y por allí continuó el desembarco de todas las
fuerzas, menos algunas que permanecieron de reserva a bordo de los buques. Esto
ocurrió desde las diez hasta las doce de la mañana del citado día; a esta hora saHó el
Coliimbia para St. Thomas, adonde llegó horas después expidiendo a los secreta-
rios de Guerra y Marina un cable que conmovió al mundo entero, dando cuenta del
desembarco del ejército americano en Puerto Rico y de la captura del puerto de
'Guánica. He aquí dicho mensaje:
St. Thomas. Vía Bermuda.
Julio 25, 1898.
Al Secretario de la Guerra. Washington, D. C.
Señor:— Las circunstancias han sido de tal naturaleza que me ha parecido pru-
<lente tomar primero el puerto de Guánica, 15 millas al Este de Ponce, lo cual se
llevó a cabo felizmente entre la salida del sol y las once de la mañana.
Españoles sorprendidos. Gloucester, comandante Wainwright, primero en entrar
al puerto, encontrando débil resistencia, disparó algunos cañonazos. Todos los trans-
portes están ahora en puerto; infantería y artillería rápidamente desembarcando.
Este es un puerto bien protegido, con suficiente profundidad para los transportes, y
los buques mayores pueden anclar a pocas yardas de la costa. La bandera española
íué arriada y la americana se izó a las nueve.
Capitán Higginson con su flota me ha prestado valiosa y pronta asistencia. Espero
moverme a Ponce dentro de pocos días, siendo ésta la más importante ciudad de
Puerto Rico. He notificado a los transportes, que deben llegar a Cabezas de San Juan,
para que vengan a este puerto o al de Ponce hasta nuevo aviso.
Tropas en buena salud y el mejor espíritu. No hay bajas. \
Mayor general Miles,
Comandante del Ejército.
La segunda bandera. — Al desembarcar las primeras fuerzas del Ejército, inge-
nieros regulares y nurses, una nueva bandera de gran tamaño fué izada a la vista
de la playa.
«Esta bandera de los Estados Unidos fué izada en la Isla por los oficiales de mi
Estado Mayor, general Gilmore y coroneles Maus y Gaskill, Black y capitán Whitney,
ios cuales construyeron una base para el asta, con cajas de cartuchos, y mientras los
A . R 1 \' E K O
oficialfs distribuían dichos cariuchos a los valien-
tes saldados, las csirei/as y las íi^di/¡<is mostraron
sus colores como símbolo de soberanía de nues-
tra gran l^epública» b
EHI combate.— l'asi a la misma hora en que el
teniente coronel bnig y su cohmuia tomaban posi-
ciones en la hacienda í.Desidf^ria ■>, el general de
brigada íi. A. Garrelson, jefe de las fuerzas des-
embarcadas, (¡lie fiertenecían a la primera bri-
o-atla <le la división provisiofiaJ, al mando del g'ene-
ral (iviy '\b I lenry, acompañado de sus ayudantes
Y del con-i. lúdante bla\'es, de caballería, practicaba
un reconocimienlo, llegando hasta, ¡as mismas
avanzadas espafiolas, y cumo se diera cuenta que-
desde una altmai inmediata, a la derecha del ca-
nn'no, se dominaba la hacienda dOesideria^) ordc-
n.-, a ¡a comp.ulía d. del O." de Illinois que hi ocu-
[)ara; en esta altura había inia casa pertenecienU;
a X'entura Oniñones. La compañía, del Illinois le-
vantó algunas trincheras }' lanxó sus avanzadas
hacia el camino; más tarde dos compañías del (j."
de ^hissacluisetts, a! mando del comandante Dar-
ling, fueron colocadas en reserva -.
A las dos de la nuiñana del siguiente día. la
compañía, niandad;i por el capitán San 1/edro, que,
como he dicho, ocupaba una altura al Sur de la
hacienda, se pea-cató de cpie las avanzadas ameri-
c;mas se movían hacia abajo, a tiro de fusil, por
i.,,ria- ir,.|..,- rM.¡,n..!;H. lo cual rompió el fuego. I\'ej)iicaron las avanzadas,
y un oficial a galope tendido llevó la noticia óu^l
atíKjiie al cajnpanu,mto de (iarretson, quien, con su I{stad(,» ]\fayor, el cornaníhmte
J layes y cinco compañías del O." de Aíassachusetts salierotí hacia el lagar de la re-
friega, adonde llegaron a las 4. 30 de la mañana.
Id teniente bVank hh habvards, del ü." d<-' 'Massachnsetts, al terndnar la guerra,,
recopiló sus impresiones en un libro v(n-dad(a-amente delicioso, titulado I'/íí qS
i 'aiiipaivii of Ihe <\ líi. Massacluísclts, l\ S. V. Idi la página 74 de su obra describe
•este C(n"nbate de Ja siguiente manera:
Xf-lson A. Mil.-;; S,-rr¡>i;^ í/ic KrM<h!.
Kste coiiuni.hmtr í):irliti<(. yriH-ial ac
)erna.i.>r<l<' Pu.Tln Riro.- ,\. del A.
<: K (') X 1 C A :
Julio 25.— Xo serían más de las nueve de la noche, \'a bien obscuro, cuando un
oficial de] listado Alayor <lel general Garretson llegó a ¡galope por el cramiiio de
\'auco, anunciando que la compañía de! Ch'^' de Illinois, que estaba de avanzada,
lial)ía sido tiroteada y que urgía enviar refuerzos, bl teniente coronel Chaffin, que
mandaba, el regimiento ((i." de Massacluisetts'i en ausencia del coronel Woodward,
ordenó al comandante I )arling que seleccionase a dos ccm)iañías para reforzar la de
Illinois.
Tomando la compañía /.., de lioston, y la /lA, de Aíilford, marchó a toda prisa a
lo largo del camino, que estaba l)ordeado de árboles tropicak^s, hasta llegar a la al^
tura en la cual estaba ¡ipostada la compañía de Illinois, fon la ayuda de un j'i7)a/y>
íuc examinando el camino inmediato y colocó sus avanzadas en parajes convenientes-
Durante^ la noche ct)ntinuó el fuego, |:)ero poco nutrido, por lo cual j^ensamos que el
verdadero ataque de los es¡)añol(^s s(^ría :il amanecer, y fior eso se pidieron refuerzos
inco compañías, la .4., la ( '.. la A'., la (¡.
varan liasta llegar t:erea <
itanos a la izouierc:
al campamente». A la ima de la madrug
Y la /:'., formaron en silencio, v a toda velocidad march
otras, haciendo alto al abrigo de un cam,
camino..... .Allí esperamos el amanecer y las instrucciones del general.
Julio 26. — Poco antes de las cinco de la mañana todas las com¡iañías continua-
ron liasta los puestos <ivanzados, )' allí la . í. y la 6", r(H?il)¡cr(Mi órdenes de apilar a la
Í7(¡m"erda del camino sus /dÜs irollo (jue contiene la manta, parte de la tienda saco v
otras piezas del etpiipo d(^l soldado americano':, que (¡uedaron al cuidado de un cen-
■^""■TfMk^;.
^^S/^MÍ;'^'>v -■ > ■■ '"■•.'■ ■ .• ■ . - --"■^^•^Ví ■■:.>fjl.,,.- ■,:í'Í^---...
i^mí^
'^-*v::'?;*;i- ^¿f^i.^hM^.^'^x^'r
iqs a. r i ver o
tinela. La compañía L, fué relevada de las avanzadas, y formando detrás de la A. y
ambas reforzadas con la (7., constituyeron la vanguardia.
Las dos compañías, A, y G., avanzaron, y no habían recorrido sino unos cientos
de yardas, cuando ellas y toda la columna recibieron fuego de fusil, que procedía de
una altura situada a la izquierda. La primera descarga causó alguna confusión en las
filas; pero la gente se rehizo muy pronto, terminando todo intento de desmorali-
zación.
El capitán Gihon, de la compañía A,, fué herido, y también el cabo W. S. Car-
penter y el soldado B. Bostic, ambos de la Z.; el primero, en un brazo, y el segundo,
en los dedos; J. Drumond, de la compañía K,, fué herido dos veces: la primera bala
le atravesó el cuello, cerca de la columna vertebral, pero él se negó a retirarse, si-
guiendo en la línea de fuego, cuando recibió una segunda herida, que le produjo mu-
cha sangre, pero resultó de poca gravedad. La compañía C, seguida por la Z., la K. y
la E., al encontrarse bajo el fuego enemigo, se dispersaron al principio; pero rápi-
damente se rehicieron, avanzando hacia la izquierda y sobre la altura, que quedaba
al frente.
Las compañías A., L, y C. saltaron dentro de las cunetas, a ambos lados del ca-
mino, al recibir la primer descarga; después supimos que desde la posición mante-
nida por los españoles, y a una distancia no mayor de 200 yardas, se dominaba am-
bos lados del camino y, por tanto, dichas cunetas. El que no fueran heridos más
hombres puede atribuirse, solamente, a que los españoles, después de hacer cinco
descargas desde la altura, se retiraron. La mayor parte de los heridos fueron hom-
bres que estaban en la retaguardia.
A la derecha del camino había una cerca de alambres de púas y un sembrado de
plátanos, que, como aun estaba amaneciendo, aparecía muy obscuro; a pesar de eso,
los flanqueadores saltaron la cerca y cruzaron el platanal; pero no habían llegado a
la tercera parte del espacio que los separaba de la loma, cuando una emboscada es-
pañola rompió el fuego. Las fuerzas enemigas, que disparaban desde lo alto, se reti-
raron entonces hacia el otro lado y no las volvimos a ver.
El fuego de la compañía del 6.° de Illinois, que ocupaba una casa en cierta al-
tura, a un cuarto de milla a la derecha y detrás, resultó tan peligroso para los del ó.""
de Massachusetts, que fué preciso enviarles un aviso para que cesasen de disparar..
El combate no duró más allá de tres cuartos de hora. La compañía ^., cuando esca-
laba la altura, a la izquierda del camino, pudo ver algunos españoles acostados den-
tro de un campo de maíz, al frente y a la derecha, y los tiroteó, con gran sorpresa de
una parte de nuestras tropas, que venía marchando hacia ellos; éstos se retira-
ron, deteniéndose en una hacienda de caña, media milla más allá, donde vimos on-
dear la bandera francesa.
Otras fuerzas españolas marchaban por las montañas, a través del valle, retirán-
dose hacia el Norte A esta hora, el capitán Mc-Neely, con 18 hombres de su com-
pañía subió a la loma, ocupando posiciones a su izquierda, en formación de guerri-
llas, y en la misma línea que las otras cinco compañías; después de tomar un corto
descanso al pie de la altura, toda la línea avanzó, simultáneamente, hacia la hacienda
de caña, encontrando que el enemigo se había retirado.
Por nuestro flanco izquierdo, la línea avanzó un cuarto de milla al frente, hasta
CRÓNICAS 199
donde el valle desemboca dentro de otro El enemigo fué visto en tres o cuatro gru-
pos, y también fué observado desde el valle; la compañía nuestra, que estaba en lo
más alto de la loma, comenzó a disparar, cuando llegaron órdenes del general Ga-
rretson para que nos retirásemos.
Un extracto de una carta, escrita por un soldado que tomó parte en este com-
bate, y que entró en fuego por primera vez en su vida, dice lo siguiente:
A la primer descarga, simplemente me sorprendí; e instintivamente me eché a
tierra con mi estómago sobre el camino, pero conservando levantada la cabeza para
no perder mi oportunidad de hacer fuego. Durante tan terrible tormenta, sentí
como si hubiese estado en aquella posición desde mucho tiempo antes; sin embargo,
noté que no temblaba ni aun ligeramente. A eso de las seis, cuando estaba acostado
cerca del capitán Gihon, hablando del combate, y mientras las balas pasaban rápida-
mente por tres lados, oí que él se quejaba, dejando caer la cabeza. Entonces latió mi
corazón rápidamente, y dije:
« — ¿-Está usted herido, capitán?
» — Sí — contestó él.»
Le pregunté entonces que en dónde; se echó a reír, y me dijo:
« — En ¡Vamos que no puedo sentarme!»
Una bala Máuser le había entrado por la cadera izquierda; esa bala debió haber
pasado sobre mi cabeza, y demasiado cerca. El capitán no dejó el mando, a pesar de
su herida, en todo el combate.
Para los que permanecimos en el campo aquella noche, fué ésta de muchas vaci-
laciones y excitación; durante toda ella se oían muchos disparos. Al amanecer au-
mentó el fuego, anunciando que el conflicto se aproximaba. Rumores de un terrible
desastre venían de todas partes; la misma noticia nos la dio un alto oficial del regi-
miento, añadiendo que una compañía entera había sido barrida, y que otra tenía
grandes pérdidas. El capitán Barret apareció en aquellos momentos, malamente he-
rido en la cara por los alambres de una cerca; la sangre corría por sus mejillas, lle-
nándole los ojos, por lo que fué conducido a la ambulancia y, después de vendado,
volvió a tomar el mando de sus fuerzas; poco después, el capitán Gihon fué traído
al hospital, y, al mismo tiempo, apareció en el camino un grupo áe jibaros, portan-
do camillas, lo cual nos confirmó en la impresión de que nuestros cirujanos iban
a estar muy ocupados. Se preparó todo lo necesario para curar un gran número
de heridos, pero entonces llegó la agradable noticia de que solamente había tres en
toda la fuerza, noticia que fué causa de gran regocijo en todo el campo... Todo el
día estuvimos bajo la impresión de que por la noche los españoles nos volverían a
atacar, y se tomaron las medidas conducentes para ofrecerles una calurosa recepción.
Como no hubo oportunidad de traer comida para los hombres, tuvieron éstos que
trabajar durante el día, construyendo trincheras y otras defensas, sin otro alimento
que galletas de munición y agua La noche siguiente al ataque se nos anunció que
los españoles venían, y todos los hombres útiles ocuparon sus puestos. El ayudante
Ames, que había salido para el frente, recibió órdenes de retrocedery tomar el mando.
Las tropas marcharon fuera del campo, como una milla, donde recibieron órdenes de
200 A . R I V E R O
hacer alto y de no continuar, a menos que oyeran fuego a vanguardia. Al cabo de
dos horas, y no apareciendo los españoles, nos retiramos al campamento.
Un soldado de la compañía C, escribió acerca del combate:
Fué caso muy curioso, y no lo supimos hasta después de la batalla, la ausencia,
en el frente, de todos los oficiales superiores. Allí no hubo coronel, teniente coro-
nel, comandantes, capellán ni cirujano; desde entonces, esto fué motivo de broma,
especialmente en lo que se refería a nuestro comandante, quien llegó hasta las gue-
rrillas, y, desde ese momento, nadie lo volvió a ver. En cambio, el ayundante Ames,
el capitán Gihon y los tenientes Gay y Langhorn, estuvieron en lo más fuerte del
combate, animando y aconsejando a los muchachos.
Ocurrieron varios incidentes, algunos de carácter festivo, entre aquellos hombres
que, por vez primera, recibían su bautismo de fuego, incidentes que relata el teniente
Edwards de esta manera:
Un hombre, con tanta calma como si estuviera solo en el monte, sacó su pipa y
la encendió, pensando, tal vez, que los fusiles Springfields no hacían suficiente humo
para revelar al enemigo nuestra presencia; otro colocó su sombrero al lado del ca-
mino, y un tercero rehusó disparar contra los españoles, con cualquier otro fusil que
no fuese el suyo, y anduvo media hora arriba y abajo, a lo largo de la línea ocupada
por su compañía, hasta que encontró su arma e hizo el cambio.
El sargento George G. King, de la compañía Z., en una carta fecha 27 de julio,
hace el siguiente relato del ataque nocturno:
Estábamos tal vez a cien yardas del enemigo cuando oímos el galopar de una
docena de caballos; yo silbé a Arturo para que retrocediese, emboscándose con los
demás. Los caballos se acercaron, y cuando vi el obscuro grupo, no 20 pies más
allá, le di la voz de alto; como no hicieran caso de la orden, disparé, pero mi fusil
falló el tiro. Entonces pude verlos a diez pasos y noté que no tenían jinetes; en ese
mismo instante, tres de los muchachos hicieron fuego. Les grité que pararan; pero
como la función había empezado, siete de ellos vaciaron sus rifles. Todos los caballos
escaparon menos uno que, malamente herido, rodó por tierra, por lo que ordené a
dos soldados que lo rematasen. ¡Pobre caballo!; ellos pusieron fin a sus sufrimientos
y todos nos marchamos.
La abundancia de mangoes (continúa el teniente Edwards) era una tentación
demasiado grande para resistirla a pesar de los amistosos consejos de los nativos.
Como se ha visto, los voluntarios del general Garretson pasaban iguales fatigas y
tanta hambre como los regulares del teniente coronel Puig, según relataré más tarde;
aquellos voluntarios, vahentes en extremo, pero sin experiencia, faltos de disciplina
y pobremente mandados, eran el nervio del formidable Ejército que vislumbraba
desde su despacho del Palacio de Santa Catalina el general Macías, influenciado por
su jefe de Estado Mayor, coronel Camó.
CRÓNICAS 201
La suerte, que siempre sigue en la guerra a los más osados, acompañó al general
Miles. Si toda la fuerza de Ponce, por ferrocarril, y toda la de MayagUez, por las
carreteras de San Germán y Adjuntas, hubiesen caído sobre Yauco, tal vez el genera-
lísimo habría lamentado no haber seguido su primitivo plan de campaña.
Veinticuatro horas permanecieron sin avanzar las tropas americanas después del
«combate, esperando otra acometida de las fuerzas españolas Nunca fué sitio apro-
piado para dirigir operaciones de guerra, la muelle poltrona de un confortable
despacho
A la misma hora en que los soldados de España y los de la Unión Americana
engañaban el hambre con galletas de munición y frutas sin madurar, Camó y su
camarilla tomaban té, fumaban exquisitos vegueros de las riberas del Plata entre las
puestas y codillos de su agradable partida. Las veladas de Santa Catalina no se pare-
cían a las que disfrutaron las tropas del teniente coronel Puig en los campos de
Yauco y su vecindad ^.
Ocho mil soldados regulares y seis mil voluntarios estaban huérfanos de mando.
Había el hombre] era el general Ricardo Ortega quien, desde la sangrienta acción de
San Pedro Avanto, sabía lo que eran combates en campo abierto. Pero este soldado
estaba casi recluido en wSan Cristóbal y tratado como un loco peligroso, porque había
dado en la manía de soñar con días de gloria para su Patria y para su Ejército.
Poco después del combate de Guánica, y cuando llegaron a vSan Juan procedentes
de Arecibo las fuerzas que mandara el teniente coronel Puig, rogué al teniente Rafael
■Colorado que me escribiese unas notas referentes a la guerra. Su carta (que conservo
y en la cual se consignan no pocas verdades amargas y bastantes cosas que por
-ahora mantendré ocultas, para que muchos que aun viven y de la vida gozan no
sepan que sé flaquezas suyas) contiene datos muy interesantes. De ella son estos
párrafos:
Puig siempre tuvo fe en el éxito del combate; aparecía animoso y jovial mientras
recorría a caballo las guerrillas más avanzadas, arengando a sus soldados, quienes
mostraban el más grande entusiasmo. Durante aquella noche (25 de julio) me dijo
varias veces que tan pronto llegasen los refuerzos que, indudablemente se le habrían
■enviado, intentaría arrojar al mar, a bayonetazos, a las fuerzas enemigas.
La mayor parte de mi guerrilla montada fué enviada por la noche, pareja tras
pareja, en busca de los voluntarios que habían quedado en el cauce seco del río
Susúa. Ni guerrilleros ni voluntarios se nos incorporaron; al día siguiente y cuando
regresábamos a Yauco, los exploradores de vanguardia encontraron a orillas de
aquel río las mochilas de los voluntarios, pero ni rastro de ellos. Durante la noche
del 25 y mañana del 26, toda la fuerza estuvo sin probar alimento. A nuestra salida de
Yauco, el jefe de la columna dejó dinero bastante para que se preparase un buen
^ Nunca tomó parte activa en estas veladas el general Macías; concurrían a ellas los parásitos que
siempre rodean al Alto Mando.— A^. del A,
202 A , R I V E RO
rancho que debía ser enviado a la hacienda «Desideria.». Después supe que los carrete-
ros que lo conducían, al oír el tiroteo, torcieron el rumbo y aun es la hora en que
nadie sabe dónde fueron a parar ni qué fué de aquella comida.
En la noche del 25 y mañana del 26, llegaron varios telegramas del capitán
general ordenando la retirada de todas las fuerzas hacia Ponce, primero, y hacia
Adjuntas más tarde. El teniente coronel Puig, a quien yo servía de ayudante, des-
atendió al principio aquellas órdenes, luego fueron tan urgentes que, malhumorado
y entre protestas, resolvió obedecerlas.
Recuerdo algunos incidentes que tal vez no ofrezcan interés para el libro que
usted piensa escribir. A los primeros tiros, en la mañana del 26, una bala enemiga
atravesó el capacete del segundo teniente Solalinde, del Patria, y éste, que era un
muchacho, tomó la prenda en sus manos, y cuadrándose militarmente, dijo a Puig:
— Mi teniente coronel, tengo el honor de haber recibido el primer balazo del
enemigo.
A eso de las nueve de aquella mañana vimos un caballo, o por mejor decir, una
jaca, con arreos militares y que a galope tendido venía desde Guánica. A pesar de
mis órdenes, un soldado le hizo fuego; el animal continuó su carrera y fué detenido
por algunos campesinos que lo entregaron a las fuerzas de retaguardia. Este caballo
fué conducido a vSan Juan.
Como varias veces las guerrillas ocuparon un sembrado de maíz, hicieron en él
gran destrozo, comiendo de sus mazorcas. Aquella mañana tuve yo la experiencia de
que, con buen hambre, las mazorcas de maíz tierno son un desayuno bastante agra-
dable, sobre todo cuando no hay a mano otro mejor.
Poco podré añadir a los relatos anteriores sobre aquella escaramuza que ha dado-
en llamarse batalla de Yauco, Las fuerzas españolas solamente trataron de tantear el
enemigo para calcular su número e intenciones y entretenerlo hasta la llegada de los
refuerzos que eran esperados a cada hora. Durante la noche se recibieron varios
telegramas del general Macías, en ninguno de los cuales pedía informes; limitándose,
en todos ellos, a ordenar la retirada de la columna Puig.
Antonio Llabrés, secretario del Municipio de Yauco, que aun vive, recibió de
manos del telegrafista Esteban Guerra aquellos despachos y los envió a su destino.
Puig creía (y así lo manifestó en presencia de algún oficial) que era «una gran ver-
güenza dar la espalda a enemigo que demostraba tan poca decisión en el ataque»,
y por eso hizo cuanto pudo para evitar la retirada.
Por la mañana arreció el fuego de ambas partes y entonces algunos soldados fue-
ron heridos; el ala izquierda española inició un ataque de flanco, contra la altura y
CRÓNICAS 203
casa de Quiñones, ataque que fué detenido por el fuego vivo que, desde sus trinche-
ras, le hicieron los voluntarios de Illinois.
Durante toda la mañana hubo alguna alarma presumiendo que el enemigo inten-
taba un flanqueo por el camino vecinal que corriendo por la derecha de la hacienela
«Desideria» se unía al de Yauco, cerca del Susúa; pero las fuerzas americanas, que
también ignoraban la calidad y número del enemigo, avanzaban poco a poco y con
gran cautela, sin empeñarse en un ataque a fondo. No eran aquellos voluntarios,,
gente bisoña, muy maltratada en los transportes y que aun se resentían de los ho-
rrores de la navegación, los más a propósito para librar un combate decisivo; era
mejor plan mantenerse a la expectativa hasta que arribasen las otras expediciones
anunciadas y que ya estaban navegando.
Cerca de las diez de la mañana, y como llegara otro telegrama apremiante, se
ordenó la retirada, que tuvo lugar con buen orden, por escalones, y siempre a la
vista del enemigo, quien, poco después y de modo inopinado, suspendió el fuego.
Las fuerzas españolas entraron en Yauco por la tarde y allí recibió Puig, del secre-
tario mencionado, un último mensaje que textualmente decía:
Capitán general a jefe de Patria.
Julio 26, diez mañana.
Ferrocarril a Ponce cortado, probablemente a la altura de Tallaboa ^; regrese por
Adjuntas y Utuado sobre Arecibo. Disuelva voluntarios, destruyendo armamento con
fuego de hogueras 2.
Bajas. — Las bajas de las fuerzas españolas fueron las siguientes: segundo te-
niente de la 4 "^ guerrilla volante, Enrique Méndez López, herido de bala en la ca-
beza; José Jaime Díaz, herido de casco de granada en la pierna derecha, y Ramón
Martínez Méndez, herido de bala en el mismo sitio. Este oficial y sus dos guerrillas
recibieron las heridas en la mañana del 25, al oponerse al desembarco.
En el combate posterior se registraron estas nuevas bajas: segundo teniente An-
tonio Galera vSalazar, del batallón Patria, herido de bala, muy grave, en el brazo de-
recho; Antonio Montes Medina, del mismo cuerpo, con un balazo en el pecho y
también muy grave; Vicente Huecar Heno, del Patria, herido de bala en el muslo
derecho, leve; Blas Martín Ubilla, de la 4.''' guerrilla volante, herido en el pecho, fué
conducido al hospital de la Cruz Roja de Wauco y murió allí; Ciprián González, del
Patria, herido de bala en la cabeza, también falleció, y además Juan Oros, del mismo
cuerpo, resultó contuso; hubo otros heridos, pero de tan poca importancia que no
figuraron en el parte oficial.
El noble capitán Vernou. — Más tarde fué encontrado, entre las malezas, el cadá-
1 El capitán Higginson recibió órdenes del general Miles para destruir la línea férrea, a la altura del
peñón de Tallaboa, pero luego desistió de hacerlo en previsión de utilizarla. — .¥. del A.
2 De este telegrama conservo copia certificada. — N. del A.
204
A . R 1 \' K R ( )
Tcr de un soldado muerto en el combate del día 2ü, a quien se dio se[)iiltiir;i junto
^al camino de (juánica, a mano derecha, )- en el sitio conocido con oÍ nombre de
( '¡(esta del Muerto. En la tuni!)a. sin nombre, de este soldado, el capitán X'ernou, del
ejercito americano, ordent'i que se pusieran una cruz y algunas piedras. Las ni:mos
de algún cobarde, |K>r la noche, derribaron aquel recuerdo, y al sat)erlo el ca[)itán
mostró gran pesar y coraje, rc|K:)niendo la cruz con esta inscripción: vJIsta es la tuni.
ha de lui soldado csf)añol; eslá liajo la |-írotección del í'iobierno americano; los (ine
tmj
la [>rolancn serán castigados .s(!vera mente. ■- danibién hizo colocar en aquel silio va-
rios postes, (jue fueron rodeados con alambre de púas, liste nolde soldado, verda-
dero tipo legendario del guerrero, publicó un liando ofreciendo 500 dólares <le re-
t:f>ni]'>t>nsa a quien le st>ñalase el autor o autores de la profanación, y agregaba en di-
(dio documento: ' Xo mo. importa que sean muchos o j)Ocos; es igual: los fusilaré. '^^
X'arias vet:es, después de ese día, lué visto este caballero \''crnou colocando llores
sobre la tundía del soldado i^spañol '.
' t:i día \^ <!r )n;ir/.>. i,,ji, Raíaol Cf.l<.ra<l<x 1m
hri;i rl terreno, enruntnimn aún en i-ic (!«..-;<].• Ins
.!e! kr^iniifiit.. Innunería núniein lu. soi.iv la luinh,
Hacr pn.-o lieiiipi. reril.iú r| aiiUn^ una earía «Ir
lor. desfu,
r la malrz
rs X'ernoi
C R o X I t: A s
Resumen de las bajas españolas: Muer-
tos, tres; oficiales heridos, dos; heridos do
tro¡)M, cinco; total, lo.
Las bajas de la fuerza de (kirretson fue-
ron dos oficiales y tres de tro])a heridos.
V.\ general (iarretson, en su informe
oficial, hizo especial mención, por el valor
y serenidad demostrados, del comandante
C. K. Darhng y capitán lí. J. (hlion, ambos
del (k" de Massachusetts; iandjíén rccotnen^
d6 al comandante 1 layes, de caballería, y
a varios oficiales más.
Mientras dure') el combate nocturno los
lauques anclados en la bahía de Guánica .-apiu!:! .!.;i ív:;íi„i,;.,i.> .i.- itiuuitrna .uíi.k i,,.
iluminaban con sus proyectores lodos los
cerros de las cerc;mías. La noche del 20 «le julio, la Aierza del teniente coronel l^iig
se acantonó en \''aufo, colocando hueles avanzadas liacia (juátn'ca \- enviando |iare-
jas de exploradores nmntados en todas direcciones.
En San Juan. — Al sai)erse en San Juan el desembarco por (ui;u)ic;n hubo ^i^i-an
excitación que se tradujo en idas y venidas de los nuis altos jeícs a las oficinas úr\
Instado Mayor y palacio d<^ Santa Catalina. Duranb" las primer<»s horas, el Alto Man-
do español cr(;vó que aípiella 0[)eraia'ón de guerra era, simplemente, un falso ataque
para atraer hacia el .Sur a las fuer/as tlefimsoras, nn'saitras la verdadera expedición to-
maina tierra |)or l'ajardo, punto elegido, según noticias, para invadir la Isla. Se (lie-
ron^ órdiMKíS v contraórdenes jiara que fuerzas ríe i*onee marcluisen a, Yauct) \" Pe-
ñón d(^ Tallalioa, y (jue otras, desde Mayagíiez, sigaiiendo la carretera de Saltana
Lrande, concurriesen a (iiuiniea. Más tarde
se dejó (M1 sus])enso lo ortlenado a la Lo-
maníiancia de Maxüigüez, \- en cuanto a la
pues <le p<'rmanecer |)oco más de un día on
a.qui'l sitio, a la intemperie, retrocedió a
Lonce. Solamente, en nunlio d<^ tanta con^
fusión, v\ goneral Ortega aparecía sereno,
" \'a están en tic:rra — me dijo , v'almra
comienza la guerra; por mar son los nuis.
fuertes; pero a cani|>o raso tenemos la sarléii
por cl ///(///;'Y); ya deberíamos estar en (jufi-
nica, antes de que se repongan de las fatigas
del viaje, tiroteándolos n»)clH; y día para
^o6 A . R I V E R O
<iestruir su moral. Yo sueño con baja?' a la bayoneta al frente de una brigada de
Cazadores, después de bien cañoneado el enemigo por nuestras ocho piezas de mon-
taña; las guerrillas montadas harán lo demás con sus machetes.»
Y el valeroso caudillo que había conquistado todos los grados de su carrera mi-
litar en los campos de batalla, fué muy gozoso a proponerle aquellos planes de
guerra al coronel Camó. Cuando pasada una hora regresó al Castillo parecía triste
y desalentado; lo habían escuchado con disgusto, indicándole que su permanencia
■era indispensable en la plaza, de la cual era gobernador. «Casi me llamaron entro-
metido», murmuraba el general Ortega.
La proclama. — Hasta el día 26 nadie supo una palabra de verdad sobre los suce-
tsos de Guánica y Yauco; circulaban distintos rumores procedentes de las oficinas
del Estado Mayor. Se hablaba de que los voluntarios de Yauco, Peñuelas y Sábana
Grande habían realizado verdaderas locuras; hasta se dijo que una sección de mache-
teros^ cargando al arma blanca contra los americanos los habían obligado a reembar-
carse con grandes pérdidas. Un ayundante de campo del general Macías, al pedirle
noticias, me dijo en secreto: «Los hicimos reembarcar a bayonetazo hmpio.»
En dicha fecha la Gaceta oficial publicó el siguiente documento:
CAPITANÍA GENERAL DE LA ISLA DE PUERTO RICO
ESTADO MAYOR
Orden general del día 26 de julio de i8g8 en San Juan de Puerto Rico.
Soldados, marinos y voluntarios. — El enemigo que ha tiempo acechaba la oca-
sión de invadir esta isla, con el propósito de posesionarse de ella, desembarcó ayer un
cuerpo de tropas en el puerto de Guánica. Para combatirlo con prontitud marcharon
fuerzas del Ejército y de Voluntarios que, con gran decisión, han sostenido ya dife-
rentes combates, demostrando así, los últimos, que las armas que espontáneamente
tomaron lo son para la defensa de la nacionalidad de esta tierra española, y dando a
la vez honra y ejemplo a los demás cuerpos de su Instituto.
Para contrarrestar la invasión extranjera, además de los Institutos armados,
confío no ha de faltarme la valiosa cooperación y espontáneo esfuerzo del país, que
<?n paz y prosperidad ha vivido hasta el día con su nacionalidad española, cuya fe
ha acreditado en otras invasiones anteriores y que en esta me prometo confirmará. —
Manuel Macías.
Lo que de orden de S. E. se publica en la dé este día para general conocimiento.
El Coronel Jefe de E. M., Jtian Canto.
En Washington. — La primera noticia del desembarco y captura de Guánica se re-
cibió en Nueva York, por un cable de la Prensa Asociada. El despacho del general
Miles no llegó a su destino hasta las nueve treinta y cinco minutos de la noche del 26
de julio. La ansiedad fue muy, grande entre los hombres del Gobierno que esperaban
^1 desembarco por Fajardo. Antes de su salida de Guantánamo el general Miles había
enviado este cable:
CRÓNICAS 207
Playa del Este, vía Haití.
Julio 18, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
En un. mee ting entre el almirante Sampson y yo, el sábado, fué elegido el Cabo
San Juan como el mejor lugar para el desembarco en Puerto Rico. Creo se evita-
rían mucha dilación y complicaciones, si, inmediatamente, pudiéramos salir para
allí. Hombres y animales llevan muchos días embarcados.^— Miles.
Con fecha 21 de julio el secretario de la Guerra, Alger, decía al generalísimo:
Mayor General Miles, a bordo del Yak.
Playa del Este.
Wilson está camino de Fajardo; un acorazado y un crucero protegido se enviarán
seguidamente para protegerlo a su llegada. El Presidente ha dado estas instrucciones'
al Secretario de Marina.
Además de la expedición de Wilson y Schwan también estaba apunto de zarpar
la del general Brooke^ sin que un solo buque las convoyara, mientras que en San Juan,
y a pocas horas de Fajardo, había fondeadas fuerzas navales muy respetables. Era,
por tanto, justificada la alarma del Gobierno de Washington, alarma que se tradujo
en el siguiente mensaje:
Oficina del Ayudante General.
Washington, julio 26, 1898.-4,25 tarde.
Mayor General Miles. Puerto Rico.
Llegan noticias contradictorias acerca del sitio donde ha desembarcado. (jPor qué
hizo ese cambio? Dorado cerca de Ensenada, 15 millas al Oeste de San Juan, es repu-
tado como un excelente lugar de desembarco. El Yosemite estuvo allí y permaneció
varios días. ^-Envió buques para dirigir a Schwan y Wilson, ahora en camino, al si-
tio donde puedan encontrarle a usted.^ General Brooke saldrá mañana del fuerte
Monroe.
R. A. Alger, secretario de La Guerra.
A este cable no contestó el general Miles hasta el 28 de julio desde el puerto de
Ponce: «Se había dado demasiada publicidad a la empresa, y por eso decidí hacer lo
que menos esperaba el enemigo; en vez de desembarcar o hacer un amago de des-
embarco, en Fajardo, opté por ir directo a Guánica.» ^
Matos Bernier. — Refiere el generalísimo que en la mañana del 27 de julio, y
cuando estaba a caballo a la puerta de su tienda de campaña, mirando los campesi-
nos que regresaban a sus hogares: «se me acercó un hombre alto, flaco, de ojos ne-
bros, un venerable portorriqueño, quien deteniéndose junto al caballo, me miró a la
cara con el mayor interés, excitando mi atención. Le hablé con cariño, preguntán-
<iole qué deseaba, y dijo en buen inglés: «¿Es usted el general Miles.^>; y a pesar de
^ Nelson A. Miles: Servhig the Republic, pág. 297.
2o8 A . R I V E R o
que le respondí afirmativamente, repitió la pregunta. De nuevo le contesté afectuo-
samente, y, entonces, desabrochando su camisa, me presentó una carta que llevaba
escondida escrita en fino papel francés y en español.»
Esta carta, que debo a la bondad del general Miles, decía lo que sigue:
AL JEFE DE OPERACIONES DEL EJERCITO LIBERTADOR
DE LA UNIÓN AMERICANA
Ponce, P. R., julio 26 de 1898.
Ciudadano :
Desconociendo por completo la forma que deba emplear para
entrar en comunicación directa con ese campamento, me dirijo al
jefe de operaciones, a fin de manifestarle cuanto es de mi deber
en este momento histórico en que se fían al esfuerzo de las grandes
conciencias y al valor fatal de las armas los hermosos éxitos de la
independencia de una patria.
Absoluta es la cohibición militar, y ella impide la buena rela-
ción entre ustedes i; este pueblo; i; la censura oficial cierra las fuentes
de la información; i? quiero que se conozca por usted p compañeros
la verdadera actitud ]) sentimientos de nuestra ciudadanía.
Aquí se esperaba la intervención americana, en la seguridad
de romper la cadena forjada en yunque enorme por cuatro siglos de
pesada administración y torpe nepotismo y penosa esclavitud moral.
Al romper los timones de los acorazados de Norte América Ígs
ondas de la costa de Guánica y traer a este país la revolución política,
nace la confianza y despierta el ideal de la Patria, dormido en las
conciencias, al arrullo de promesas no cumplidas p sin esperanza de
que lo sean, i; este pueblo, con excepción de los que gozan de las
utilidades del presupuesto x? de las atenciones oficiales, solemnizará,
\i a ello se prepara, el triunfo necesario de una civilización fundada^
en la libertad, y si fuere preciso para esto, a ofrecer su sangre en
holocausto por tan sagrado propósito.
Va esta carta a llevar noticia a ustedes de que la conciencia ciu-
dadana espera sin dormir en su causa. Ustedes, por tanto, cuentan
con el pueblo que siempre estuvo dispuesto a secundar cualquier es-
fuerzo por su libertad. Tanto la ciudad como sus barrios están dis-
puestos a combatir por esa causa junto a ustedes; j? hombres de co-
razón fuerte, con quienes estoy en contacto, estarían dispuestos a la
lucha. Cohibe esta manifestación sincera de adhesión al ideal íífcer-
tador la falta de elementos de ataque, y si los tuviéramos, antes
hubiéramos hecho el esfuerzo que impone el deber de patriotismo
puesto frente a los enemigos del derecho portorriqueño. No echaría^
desde luego, sobre mi conciencia de patriota una responsabilidad gra-
CRÓNICAS 209
ve lanzando a mis paisanos a desiguales luchas^ sin armas que fueran
su garantía, por lo menos, de carácter moraL
Pueden ustedes disponer de los servicios que fueren precisos, p
este es el motivo principal de esta comunicación*
Como a las entradas de la ciudad 3; jurisdicción de Adjuntas a
Canas, se hace trabajo activo por el Gobierno español para detener
la marcha del ejército libertador, y ha^ ocultas avanzadas en las
montañas vecinas con fuerzas de artillería, acaso esta comunicación
llegue con tardanza; pero es la voz de hombres que sienten el gran
deber de su patriotismo. Ellos confían en los grandes triunfos de
América p creen llegado el momento de realizar el ideal supremo de
la Patria en el seno de la libertad.
Su atento servidor.
El generalísimo Miles, en su interesante libro Serving the Republic ^, al referirse
a la carta anterior, hace el siguiente comentario:
«Tal documento pone de relieve los sentimientos del pueblo de Puerto Rico y,
al mismo tiempo, ofrece una prueba del espléndido valor y patriotismo que impul-
saron a un hombre a escribir esta misiva y enviarla, atravesando las líneas españolas^
en la seguridad de que la muerte debía ser esperada, no sólo por el autor de ella„
sino también por el mensajero, en caso de que ambos fuesen descubiertos.»
Ya en Ponce, el generalísimo contestó la carta de Félix Matos Bernier ^ en la
forma siguiente ^:
(TRADUCCIÓN)
CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO
Ponce, Puerto Rico, julio 30, 1898.
Señor Félix Matos Bernier.
Mi querido señor:
Su carta fecha 26 de julio fué puntualmente recibida, ^ le dop
las gracias por sus frases bondadosas j? cordiales saludos a nuestro
1 El autor de esta Crónica agradece, al generalísimo Miles, un ejemplar que, con cariñosa dedicatoria, le
enviara de su citado libro.
2 El autor trató, íntimamente, antes del año 1898, a Félix Matos Bernier. Periodista esté de batalla y
literato de altos vuelos, fué un ardiente partidario de la independencia de Pueirto Rico; pero en ningún
tiempo enemigo sistemático de España. Siempre se mostró orgulloso de su raza y de su abolengo. Nunca fué
anexionista, y si favoreció la invasión americana debióse a que la consideró beneficióla a sus proyectos sejpa^
ratistas. Hoy, después de veintitrés años, ignoro el verdadero pensamiento poli ico de esté periodista, á quién
cojiocí tras lásjrejas de una cárcel, en el año 1895, cuando fui a Ponce a batirme en duelo con Mariano Abríl^
actualmente senador en Puerto Rico y amigo mío muy estimadísimo.— iV. del A.
^ Véase el autógrafo de este documento en la página 211.
14
A . R 1 V !•: R O
Ejército, empeñado actualmente en la empresa de traer a estas pía-
pas nuestra bandera nacional j) las armas americanas. Sentimos como
si el verdadero designio de la Naturaleza acabara de realizarse ahora,
en cjue esta bella isla está protegida, no solamente por las aguas del
océano Atlántico i) del mar Caribe, sino también por el fuerte brazo
de los Elstados Unidos.
Es verdaderamente grato el saber que iguales impulsos e iguales
sentimientos de libertad \s justicia brotan de los corazones e inspiran
los pensamientos de usted n de sus seguidores que del pueblo de nues-
tro país. Tales sentimientos han tenido bella \i elocuente expresión en
su carta, jp lio deseo darle la seguridad de mi aprecio jj al mismo tiempo
enviarle los sentimientos de mis mejores deseos para usted ij para
ese pueblo de Puerto Rico, al que auguro un futuro feliz con las ben-
diciones de paz, libertad y justicia.
Muy sinceramente su^o,
Nelson a. miles,
La triste retirada. — I. a retiratla ilel teju'ente coronel Puig comenzó el 2; de julio,
UH nueve de la mañana, cuando, .saliendo de Yauco, ocupó posiciones, en las alue^
;, dominando el camino a .Sabana (jrande, llamado de Juan Rosas. Convencido
r sus exploradores de (pie el encímio-o no le perseguía, siguió la marcha hacia J'e-
eías, por el c¡mu"no de las OueLiradas, y llc^gando a la hacienda del corso Franccís-
i, l)arr¡.-) del l'asto, pernoctó allí, l'ara mayor exactitud de esta narración, interca-
é algunos rjárralos de hi carta, )'a citada, del tenicaite Colorado:
<■ R o N 1 C, A S 211
Cuantió salimos de la hacienda Franceschi, recibí <5rdenes de ir con cuatro gue-
rrilleros hasta I-*rñuelas, con objeto de ver si este pucbk) estaba ocn¡)ado por eJ ene-
nugo, y corno nada vi, regresé, dando cuenta de mi connsiúii al Jefe dt^ la columna, y
toda ésta siguió hasta llegar a dicha ¡)o1dación. donde se pasó la noche liastante bien;
<d día 2'), nnjy temprano, enijircndimos la marcíia por el camino <le Adjuntas, haei:i
g«»áftia?tfitf $í tkt '^m%%
lír. Pftiir Matoc Be-Rier. " ^ •' ■ ph ^ '-^:- ' •'\,,
■- '^/..'. Mf 'l*-ay Sír: . ' A\A' ' '
■•*:x:.^'tí:^, -„;.-; .^l>'«r let.tfp pt^iulf^ 26t}i was.dultj? roc«Í»«á, uM^ I 'thank f#«
;Pp;_fiiP;.|í«í4«: S&rf^i^itfWf.sioBa éná/^eor«il6l gr#.ftin6~to ©ur ármy that li/'in-
■ gái^l''l*'-4lie 'entfei-prist of brliiglng to feur sliores oor lational Flag. •;
■■ ^:lB""ae» ascomplishect^'irlies tMs béaiitlful iBlleafl' íb eabracea not only ,'
'of , tha; waters of tha Atlantic Oatan and' the GariibAan Sea, but .ilso
A ' ■ , \ ^ ■' '
by the ístrong &rm of the línltta States. ' ^■\"'■^
It Is gratlfying to know that ths sama iapulsts, tht saini
pattlotlsm, the same seritiiiisnt.B of libarty 'anil' ftistte* prompt tht feaart
a»d ^Inspire tha ainda of yoursalf mná^ otliBrs 'as' iwll as of^íM peopl»
. in car owa co«ntry.' Those sentiBwiitff^ Imirf bien' beautif «Hy and tío-
qaostly «xpríisseá in yo".".r latter, an4 "1 ' aisíiff ta assurt jrou of asi"
;h apprtclatloai;piintf_^' At- th« san*' tlnt, \*eíri|r ■noat tarnest wish for yo"
.■._^yi(i _jhe people ' of JPueCtp Rico .a ^hpjM^T^'-'ture, the Masslr;ps of -p^?Hce.
'^!í*fme4oi8 ar4, j 'íntica / '^ , ^ ,
^^
Major 06 ««ral Coüraatídinfi
\ Tho Artny,
212 A. RIVERO
bres y caballos rodaban por tierra a cada momento; el cansancio, rayano en desespe-
ración, se apoderaba de los soldados, y por esto, el teniente coronel Puig, y para lle-
gar al pueblo de Adjuntas en la fecha que se le había fijado, sacrificó su impedimenta,,
incluso las mochilas de la tropa, que quedaron abandonadas en la cuneta del camino ^.
Poco después, aquel jefe, me dijo: «Colorado, estoy perdido; seguramente, en
Peñuelas he dejado los telegramas en que el general Macías me ordenaba esta desas-
trosa retirada (y en el último de los cuales señalaba el itinerario); retirada que hago-
por disciplina y contra mi voluntad; ¡corra a Peñuelas!, registre la Casa-Alcaldía, donde
pasé la noche, y tráigame esos papeles.»
Sumamente impresionado, y a todo galope, llegué a Peñuelas; registré por todas
partes, y no pude encontrar los deseados telegramas; seguramente, el teniente co-
ronel los había perdido por el camino ^. Regresé a Mata de Plátanos, y cuando mí
jefe supo la noticia, mostró gran pesadumbre y guardó silencio.
Siempre bajo la lluvia, que nos calaba hasta los huesos, continuamos hacia arriba;,
hambrientos los soldados y chorreando agua los uniformes, llegamos a media cuesta,,
cuando, súbitamente, sonó una descarga de fusilería, que no causó bajas. Se regis-
traron todas las malezas y el enemigo no fué encontrado; seguramente, se trataba de
alguna pequeña partida de las que hostilizaban el flanco de las tropas. Allí, entre el
fango, en pleno camino, vivaqueamos, pasando la noche sin comida y sin fuego. Puig
no pegó los ojos, y estaba sereno, aunque muy preocupado. Al salir el sol, al siguiente
día, reanudamos la marcha, llegando al pueblo de Adjuntas a las once de la mañana;,
después de algún descanso, y cuando el Jefe y Oficiales comenzaban a reorganizar la
tropa, vinieron algunos hombres del campo, avisando que desde Ponce avanzaba
fuerza americana. Seguidamente, evacuamos el pueblo, ocupando en las afueras po-
siciones ventajosas, donde se hizo alto y se preparó todo para recibir al enemigo, en-
viando exploradores montados hacia la dirección indicada. Una hora más tarde, re-
gresaron éstos, negando el rumor.
Entonces continuamos hacia la ciudad de Utuado, siempre entre chubascos, lle-
gando allí por la tarde, donde dormimos, y, al siguiente día, muy de madrugada, ba-
jamos para Arecibo, cuya población alcanzamos en una sola jornada. La columna, des-
pués de combatir veinticuatro horas sin descanso ni comida, acababa de cruzar toda
la Isla de Sur a Norte, en plena estación de lluvias, sin bagajes y sin provisiones. El
teniente coronel Puig, durante el camino, iba enviando a sus casas a los pocos volun-
tarios que le seguían. Ya muy cerca de Arecibo, salieron a recibirnos muchas perso-
nas, una banda de música, comisiones de la Cruz Roja y varios jefes y oficiales,
entre ellos el teniente coronel Ernesto Rodrigo, enemigo personal de Puig, a quien
después de saludar ceremoniosamente, hizo entrega de un telegrama.
Este telegrama, firmado por el coronel Camó, jefe de Estado Mayor, disponía, e¡r
nombre de S. II., que entregase el mando al teniente coronel Rodrigo, y ocupase,
1 Este abandono de mochilas fué el carj^o más formidable que el coronel Camó hizo al teniente coro-
nel Puig.
En la guerra el factor único y valioso es el soldado, y si para salvar la vida de uno solo fuera preciso
abandonar las mochilas de todo el regimiento, éste abandono estará justificado. — A\ del /L
2 l^Lstos telegamas, algunos de los cuales figuran en el texto, meses más tarde pudo descifrarlos de las>
intas ti'l'í<yrá/¡'-as originales el oficial de Comunicaciones Reinaldo Paniagua y OUer.— A', del A.
CI^ o N I C A S
hasta nueva orden, el car-
go de comandante mili-
tar del Departamento de
Arecibo, dando cuenta in-
mediata de toílos los su-
cesos ocurridos después
<lel combate de Yauco, y,
sobre tods), que jnstilicara
■el ahaiidfliio de la hiipedi-
me lita.
En la ciudad de Are-
cibo la tropa obtuvo buen
alojamiento, y todos los
enfermos y cansados déla
jornada fueron auxiliados,
■con gran esmero, por las
d;mia,s y caballeros que
componían la Cruz .Roja.
Deijo advertir que, tanto
•el hospital como el mate-
rial y servicios de esta be-
néfica institución en aque-
lla culta ciudad, fueron
motivo, durante todo el
período de la guerra,, de
las más altas ahibanzas.
Tan pronto alojó su
tropa el jefe de Cazadores
de la l*atria, teniente coro-
nel Puig, recibió del de
igual empleo, Ernesto ¡Ro-
drigo, toda la docuujenta-
ción referente a, laComan-
dancia Militar del distrito,
de cuyo destino se hizo
c.'H-go, níjtificándolo, |)or
■telégrafo, a la Capitanía
Ceneral; remitiendo tam-
bién un parte detallado en
Í«'t forma que se le habla
2 14 A^ lU V 1-: R o
pedkki, especificando que su marcha íiacia Adjunlas, y desde allí hasta Arcciho,
lo liizo en virtud d(^ los telegramas reciliidos, rSrdenes a las cuales a justó su con-
ducta.
No parecieron satislax:cr estas explicaciones al ¡efe de Kstado Mayor, toda vvz
{jue por la noclie dirigió a I'uig otro telegrama, siempre a nombre de S. E., trlegrama
c|ue ¡//lis larde des 1 pareció del areliivo de (^ipilai/ía dcjieral, y por cuya, razón dcs^
i5*ÍSÍXK:íli
conozco su texto; aunque sí me consta, de una manera cierta, que en él se critica-
ban duramente ios actos de b'uig, haciendo alusión a su iiiai^elia desastrosa^ y ter-
minal)a recordando ciertas advertencias de las Ordenanzas Militares, a cuyo eiimpü-
miento úhligaha el honor de toda odcia!.
Aquella noche permaneció intacta la cama del primer jefe de Patria, y, ya de ma-
drugada, vistiendo de uniforme y con todas sus armas, salió para la playa; al llegar
allí, desenvainó el sable, clavólo en la arena profundamente, y, al mismo tiempo que
su mano izquierda se apoyaba en la vaina de acero, se disparó un tiro de revólver
sobre la sien derecha, cayendo a tierra y doblando al caer la vaina del sable.
Comenzaba la alborada del día 2 de agosto de 1898 cuando un pescador que
<: R f) MICAS
¿ I 3
marchaba con sus rcídes dcscubrití el cadáver; el fresco de la madrugada había ve-
lado el cuerpo con un sudario de menudas gotas de rocío; rompía el sol en l>ello
crepúsculo y sus primeros rayos reflejaron en la hoja de] salile, clavada cerca del
muerto, como íiel centinela (|ue por toda una última noche veló junio al cuerpo de
su señor. Y así, como aquella hoja de limpio y bruñido acero toledano, fué la vida
del teniente coronel Francisco Fuig, a quien errores y nervosidades que otros ne-
cesital;>an disculpar, pusieron en la sien el cañón de su revólver.
Aquel jefe dejó al morir una viuda y once hijos; si t^l hubiese desobedecido
las órdenes recil)idas, como el general Miles desobedeció las de Alger, secretario de
la (luerra, su honor permanecería inmaculado.
El autor de este libro conoció al teniente coronel Puig; le trató íntimamente y
afirma que era un militar valeroso, culto, sereno y, sobre todo, hombre de honor.
Dondequiera que se encuentren los hijos o lamiliares de aquel jefe, desearía llegase
h,asta ellos este testimonio, (jm: nadie puedr canlrailccir, y <|ue borrará la mancha que
algunos hombres, coíi inaiido, arrojaron sobre aquel pundonoroso soldado.
La última conferencia.— A tiempo que las fuerzas españolas salían de Yauco ha-
cia Peñuelas, el día 27 de julio, el telegrafista del primer pueblo citado, Kstcban
Guerra, recibió de! capitán general de }*uerto Rico este telegrama:
2i6 A. RIVERO
Julio 27, 1898.
Capitán general a telegrafista de Yauco.
Si queda algún patriota leal en ese pueblo llámelo usted al aparato.
El operador envió un aviso al secretario del Municipio, Antonio Llabrés, y al
llegar éste se entabló el siguiente diálogo:
Maclas,' — ^Cuál es el estado de Yauco?
Llabrés, — Pacífico; pero el pueblo temeroso por haberse marchado toda la tropa,
la Guardia civil y disuelto los voluntarios.
Maclas, — ^Sabe usted dónde está la fuerza de Alfonso XIII que salió de Maya-
güez para Yauco, vía San Germán y Sabana Grande?
Llabrés, — Tengo noticias, por un cochero que acaba de llegar, de que esa fuerza
está acampada algunos kilómetros más acá de San Germán.
Maclas, — Diga usted al telegrafista que destruya el aparato. — Y terminó con es-
tas palabras: — iQue Dios nos ayudel
El aparato fué guardado por el secretario Llabrés en su casa, y otro que había
en la estación del ferrocarril, quedó intacto.
Toma de jYauco. — Después del combate del día 26 toda la brigada Garretson re-
gresó a su campamento, dejando fuertes avanzadas hacia todos los caminos vecina-
les, que fueron cortados por trincheras, alambradas y otras defensas accesorias.
También se reforzó el solar, taller de toneleros, que ya he mencionado y al cual se
)\z.víi6 fuerte Wainwright^ en honor del comandante del Gloucesier. Los ingenieros
militares reconocieron una loma cerca del puerto y allí comenzaron los trabajos, en
los que tomaron parte muchos nativos, para la construcción de un fuerte que años
después se abandonó.
El día 2y por la tarde una partida exploradora, al mando del comandante Hay es,
llegó hasta Yauco, y como no encontrara allí fuerza alguna española, dicho jefe si-
guió a la Casa Municipal, donde auxiliado por Eduardo Lugo Viña, se puso en rela-
ciones con D. Francisco Mejía, vecino honorable y jefe de una de las más distinguidas
familias del Sur, al cual nombró alcalde interino de la población, encargándole de la
conservación del orden, para lo cual le autorizó a formar una Policía municipal, ar-
mada con los fusiles recogidos a los voluntarios; poco después el comandante Hayes
y sus soldados regresaron al campamento, dejando avanzadas a lo largo del camino.
Reconocimiento sobre Tallaboa. — Al siguiente día el general Guy V. Henry or-
denó al mismo comandante Webb C. Hayes que, con 50 hombres montados y seis
oficiales, provistos de raciones para tres días y de loo cartuchos por plaza, mar-
chase rápidamente al Peñón de Tallaboa, pues se decía que fuerzas españolas, al eva-
cuar aquel punto, habían ocultado muchos fusiles Máuser y gran cantidad de muni-
ciones, de las cuales había un vagón cargado, el cual se intentaba volar por medio
de explosivos, destruyendo también la vía férrea. Se le advirtió el mayor cuidado
para evitar toda emboscada y que una vez efectuada su comisión retornase a Yauco
CRÓNICAS 217
donde esperaría órdenes. En la misma orden se le indicó impidiese que la tropa en-
trase en casas particulares ni que en modo alguno molestara a los habitantes pací-
ficos.
El comandante, acompañado por el capitán Anderson, teniente Rokenbach y te-
niente Wright, entró en Yauco, a caballo, a las cinco de la tarde; detrás venían a
pie los 50 hombres por no haber proporcionado caballos el alcalde Mejía, caballos
que se le pidieron el día anterior.
Cuenta el comandante Hayes que su primera entrada en Yauco fué saludada con
aclamaciones del pueblo, y añade en su informe oficial: «Bienvenida tan entusiasta
no la recibió jamás ninguna tropa: calles y plaza pública no podían contener a las
multitudes que daban vivas a los Estados Unidos, a su presidente y al Ejército ame-
ricano.»
Siguieron el jefe y oficiales hasta la Alcaldía, y entonces supieron que estaba en
el pueblo, desde algunas horas antes, el general de ingenieros Roy Stone, quien
acababa de llegar de Ponce con un pequeño destacamento y una sección de tele-
grafistas. Dicho general ya había requisado y puesto en estado de servicio 25 vago-
nes y 20 plataformas, material que consideró suficiente para conducir a Ponce toda
la brigada Garretson. Puestos de acuerdo el general y el comandante, tomaron el
tren, llegaron a Tallaboa a las nueve de la noche del día 28, encontrando la estación
sin máquinas ni carros, ni tampoco señales de armas y municiones.
Estas armas y municiones que se suponían en Tallaboa, habían sido llevadas a
Ponce el día anterior.
Permanecieron los expedicionarios una hora en el Peñón, regresando a Yauco, y
allí hallaron al teniente Philipp con 50 hombres, los cuales vivaqueaban en la plaza
pública.
Al siguiente día, 29 de julio, por la mañana, se izó la bandera de los Estados
Unidos en la Alcaldía; dos compañías de Illinois, al mando del comandante Clarke,
que vinieron de Guánica, y el destacamento Philipp, formaron frente al edificio; los
comandantes Clarke y Hayes y el alcalde Mejía se asomaron al balcón y el teniente
Rokenbach, con dos trompeteros subió a la azotea. El pueblo, impresionado por el
aparato militar del acto, estaba silencioso; la bandera española fué arriada por Me-
jía; sonaron las trompetas, toda la fuerza presentó las armas y el pabellón ameri-
cano flotó sobre la ciudad de Yauco. Desde el balcón el alcalde leyó al pueblo el
siguiente documento:
?5^^?^:
Ü) #1 'i^ ■
'Hoy 4ud^;fc si piiel;!/'nL:^r: ;:
YalíTilIftelSol do Aiiiérjcu
El día 25 do Jidio <ie \Kdb
r;i 1«h1<» Iiijo <1« esta bínulecMln
a tío g1orií?sa rec«»rtacioii .-tn-á pA^
,., |)oTqne por voz priiiitsra flameó.
.sall.-ird» 1h híiiHierii estrellad?, iiii plantada cu nombre dol (rohierno lio
los Ksteiliw IJnlíloa í1ií Aüióricc de' STorte pc»r el Generalísimo ere' las
tri)}«if« aineriratMs sefior lUlles.
¡ F«ert«ri*iqiícfH)H! Sniiioa, |icr 1,1^ m-ilagrosa iiitenrenclón del líios
de/'tns Jw«fOf«, íitwiieltoá al re»o de la maérc Ámerk'ana, en mixim agmm
nos 't,«lfM'a?ji la Hatnrnlrza.
Hijos dü América, á ella nos devuelve en nombre de m. lUM(-i-n-'i
ít gcnCT»l Milles, j á ella ilebeiiK!» enviar nuestro luás cxprusivti snímlv,
<1e mniorostt afeeto, dirigióridolo^ por coiMlucto do sns iralMüitw tríipaH,
represe litad II 8 por la disftingaicla. oficlaljciail quo «íiiumcla el llitetratlo %
general Milles.
¡ Ciiiíladanos I i VIVA El CIOBIER¥0 BB LOS KSTAJJOS
ÜKJBOS PE AMlSElCAt ¡.YIYAH SUS VAUBXTES TEO^
PA^l ¡VIVA PUB:ETO-JaiC() AMBBIOAM).!
Yaueo, (P. R.) K. U. de Amérkü.
Julio 20 de 1SÍ)8. ^ .
EL ALCALDE, •
• .. Francisco Mejía.
fmpr B«K1NQIJEW,-Ta«« ^^ ^
C !í O N I C /\ S
219
pro-
'J'erminado el discurso, \ina liafida popular tocó La Boriiiqucí} y <:1 pii
rrutiipíó en estrcf>pitosos -iñvas y aclamaciones.
Los voluntarios, después de recil)ír un aviso, comenzaron a depositaren la Alcal-
día sus armas y municiones, llegando en grupos por diferentes calles. Estas armas se
entregaron a una gu^n-tlia municipal recién creada. Mcjía propuso, y le fué concedido.
enviar al siguiente^ día 50 hombres __^^__
armados desde \''auco para capturar
el puel)lo de .Saljana (irande.
d'ernunadio a<]uel acto, el coman-
dante I layes y su dcslacaniento, se-
guidos de (1a,rke y los suyos, mar-
charon al campo americano cerca de
(hiánica. !ü ndsnio día recil)i() este
t:omandante 30 muías de silla y T4 ca-
ballos, únicos l)agaj(ís <|ue hal)ía po-
necesitaba, ordenó fuesen devuc^ltos a,
sus (hieños y (]iie éstos e\tend¡(u-;m
recibo para^ pa^miies (^1 alquiler, a lo
cual afpiéllos se negaron.
El capitán de la (duardia civil
jos(' .Sánchez ( 'andel, hoy t;oronel ,
estaba enfermo con tifus, alojado en
la casa del farmacculico losé María
íjatell, y allí cpiedó prisionero, bajo
palabra, perfectamente asistido y sin j, i^'rinri^^.. Au-r, •>i.-,i • ■ i-Ym-o
ser molestado en lo más mínimo.
Fd alcalde Mejía y Antonio Llabrés, enérgicamente impidieron t:odo desorden,
haciendo abortar los inlenb>s de re|'>resalia contra his voluntarios.
Hacia Ponce,— bl día 27 de julio dispuso el generalísimo que toda la hierza al
mando del general llenry (brigada (larrclson) se reconirentrase sol)re Poncc, unicín-
dose al resto de la división Wdlson para operar en conjunto. :''\ las nueve de la
mañana del día 30 salieron del campamento de (-juánica el ()." de Illinois, cuatro
baterías y el 6." de Massachusetts, y entraron en Ya,uco a las dos de la tarde
del mismo día, con banderas desplegadas y a los acordes de las bandas mili-
tares.
Quedaron en aquel poblado, además de los ingenieros militares empeñados en
traJiajos de fortificación, las compañías B y /"'* de Massachusetts mandadas por el
ccunandante Priest.
\'" auco recibió con gran alegría a las fuerzas invasoras. "V\ entusiasmo, aquí como
A . R I V E R O
c;/*"" €X^^- /-l-'
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CRÓNICAS 221
en otras partes (escribe el teniente Edwards), fué exclusivo de la gente más baja
del pueblo, quienes daban gritos y saltos, corrían y hasta bailaban como locos.»
El 31 de julio salió la Brigada para Ponce, por jornadas ordinarias, camino de
Tallaboa. En Yauco quedó de guarnición la compañía L de Massachusetts (formada
de hombres de color) y además el doctor H. W. Gross, que se puso al frente del»
Hospital, donde había 52 enfermos, la mayor parte por haber comido con exceso*
frutas verdes, y, el resto, a causa de cierta carne preservada en mal estado y que se-
sirvió como parte de sus raciones a la tropa. A este incidente se dio, más tarde,,
tanta importancia y fué tan exagerado por la Prensa norteamericana, que el Gobierno
se vio precisado a nombrar un board^ en Washington, para que investigase todo lo-
ocurrido, board ante el cual prestó declaración el mismo general Miles, quien bautizó
aquellas latas de carne con el nombre de carne embalsamada. El actual comisionado^
de educación en Puerto Rico, Paul G. Miller, quien fué uno de los voluntarios que
tomaron tierra por Guánica, me dijo, hace bastante tiempo, refiriéndose a la famosa
carne embalsamada: «Estaba en tan mal estado que, algunas veces, después de^
extraerla de las latas, aquella carne andaba sola »
En Tallaboa el comandante Darling recibió órdenes de regresar a Yauco para
encargarse de dicha población, y así lo efectuó. Este comandante, por su conducta
correcta, su trato ameno y su proceder siempre justo, dejó recuerdos muy agrada-
bles, que aun no se han borrado, entre los habitantes de aquella ciudad.
El día primero de agosto dejó a Tallaboa la columna Garretson y continuó su:
marcha hasta Ponce, donde llegó el 4. Durante esta jornada el calor fué excesivo y
los voluntarios, sobre todo los del 6.° de Massachusetts, aparecían muy cansados,
alargándose la columna y perdiendo su cohesión. Debo advertir, para que el lector
juzgue con justicia, que cada soldado, durante esta marcha, llevaba sobre sus hom-
bros 40 libras de peso, por lo cual muchos de ellos arrojaron al camino buena parte
de su equipo, incluso las mantas, impermeables y tiendas de campaña. Estos volun-
tarios, mal dirigidos y peor alimentados, dieron señales de indisciplina. A su llegada
a Ponce, poco menos de la mitad de dicho regimiento no pudo prestar servicio,
unos por estar enfermos y otros por padecer excesiva debilidad. Tan pronto acampó
la brigada Garretson, el general Miles ordenó que un board inquiriese acerca de la
conducta de ciertos jefes y oficiales que, por causas diversas, eran calificados de
ineptos; pero los interesados, sin esperar el resultado de la investigación, renunciaron
sus puestos, entre ellos el coronel y varios jefes y oficiales del 6.° de Massachusetts.
Mis informes me permiten afirmar que una de las causas principales de aquellos
sucesos fué la divergencia de criterios acerca de cómo debían ser tratados los hom-
bres de color que formaban la compañía L del regimiento.
A , R I \^ K R O
:;¿ag»^í'^'
*-.;r?-"™. i,,ü5S:
CAJi^ITULO XVI
i':xpra;)i(;i{)N del rriLXi-.kAí. wilsox
CAPrTr:LA(:in\ di-; pf)XGi^,-^^■(){:^:PA(■|^^• df, la urDAí'» por i.;p ^ia\-<)R
(;1';\|':ral wilsox. Di-isiirficK'tx di^j. coruxll^ san >L\R'ríx
lavor general James II. \\''ilson, couiandante de la primera tlivi-
sirní del primer iruerpo de Itiército, salió de ('harleston, Carolina
del Sur, a las sietx; de la mañana d(d día JO de julio de J BoH con
las si^í^uientes fuer/as \- transportes:
'^ ^RS^^-' 1^1 número '\0, Oixiam. La CraJ/fie I>ifc¡itssr v el número 2p
M,>lnlc. El getierai Wilson y su Instado Mayor se acomodarotí en
l'rt <d transporte número 30 cr)ii el regimiento de \djlimtarlos ríe
Wdsconsin, núnu^ro 3, de infantería, una sección ile sjinidad y otra del (Aierfio de
Señales. Id general limst y su I-.slado 'Alayor cnjbarearon en Ím drandc nnchvs<f
con el regindento, tand)i(;n de Wisconsin, número _\ v un destacamento de sanidad;
and)os Innpies cargaron gran cantidad de víveres y parcpie, mucho de (\l¡o destinado
a .Santiagoele Cuba, lín el número 30 end)arcó, todo el ecpdpo del mayor general
Miles, el coronel Mlcldc^r y el c-apitán l'otlz, de su listado Mayor, los cuales liahían
llegado tarde al puerto para acoiiif)añar a dicho general.
\'íveres par;i treinta días, 700 nndos, 100 caballos y 2üO vagones fueron carga-
dos en el ñlohilc, v este mismo huijue conducía, el reginn'ento de \''oluntar!os de
Pennsylvania número 16 y dos conipaúíiis del reginn'ento de Illinois. Id MohiJr 110
z.u-pó con el resto de la expedición sino más tarde, alcanzatnlo al convo)- <:ua,ndo
éste entraba en el puerta de Ponce. Todas estas fuerzas simiabati 3.571 soldados y
clases, sin incluir los oficiales.
224
A . M I \/ :!•: R o
(Jbedeciendo las órdenes del secretario de la Guerra, el convoy, sin escolta
alguna, sigui(5 con rumbo a las Cabezas de San Juan con el prop()sito de tomar tierra
en algún punto cercano a Fajardo. Jín la mañatia del 26 La (irandc Diichesse y el
?;ri)íi!-ro 50. que ít:ív:-p;ib.;iii .- /.' i i'iiscrva, fiieron avisados por el Colivmbia de que la
cxpedici(')n Miles había desembarcado en ( juánica»
punto donde debían reunirse todas las fuerzas.
Siguieron adelante, llegando a dicho puerto el
mismo día, aunque demasiado tarde para entrar;
el I"] ^ a las ocho de la mañana, penetraron por el
canal, poniéndose a las órdenes del generalísimo,
cuyo Cuartel general estaba a bordo del City of
Macoii. ¥\ general W'ilson recibió órdenes para
hacerse a la mar nuevamente, siguiendo el rumbo
que le marcase el acorazado Massacliiiselts^ y
todos levaron anclas a las cuatro de la mañana
del 28, llegando a Ponce al amanecer del nn'snio
día. Va fondeados, el com,andante Davis, del
Cinciiiiiati^ informó al general W'ilson de que
fuerzas de Marina habían desembarcado la noclui
anterior y que se estaba tramitando un arreglo
entre el jefe de la fuerza española y un represen^
tante de la Armada, habien<lo capituladf) la pkiza.
con la condición de que sus defensores no serían
zo de
árenla v ocri
perseguidos en. un
horas .
Capitulación de Ponce.' — Veamos ahora de
n.iiiuir.U: i'ui.cc. c|ué maucra tuvo lugar la capitulación de la ciudad
y puerto de Ponce. h,l 2/ de julio, a la una cuarenta
y cinco de la tarde, salieron de fhiánica los pequeños cruceros ÍJixíf, /liiiiapolis y
\\'as[> con ruml)o a Ponce, <loncÍe entraron a las tres, )'' siguiendo hacia, la iila^M,.
íondearon muv cerca de ella a las cinco y veinticinco minutos. Pos dos primeros
buques a,puntaron sus cañones contra el poblado, mientras el último Irjs enfilaba (ui
ilireccíón al nmelle.
Id ünticnte Cr, A. ^Icrriam, accnupañado del cadete G. C Lodge, fué enviado a
tierra con bandera de parlamento para pedir la rendición de la plaza en nombre del
comandante Davis; este parlamentario se dirigió a la Ca,pitanía del puerto, lionde fué
recibido por el capitán del mistno, Gbaldo Pérez Cossío, fjuien apareció vestido de
jiaisano y bastante nervioso. Al rec¡l>!r la intimación para ipie rindiese |>laza y
¡)uerto, cont(»stó: . que él era un simple oficial sin autoridad para tratar ni para
rendir nad¡o>; v como 110 se encontrase en la pía va ninp-una otra autoridad española.
"(: R o N 1 C A :
el teniente Merrianí envió un a^viso al vicecónsul inglés Fernando M. Toro para que
viniese a conferenciar con él. i£l señor Toro, al recibir el aviso, se avistó con el co-
mandante militar de la plaza, coronel Leopoldo San Wlartín, refiriéndole lo ocurrido
y solicitando un pase que le permitiese bajar a los muelles, pase que le fué extendido
en el acto. Acompañado de im teniente de infan-
tería fué en busca del parlamentario, quien mani-
festó «tenía órdenes de exigir la inmediata rendi-
ción de la plaza, o que, de lo contrario, sería
boml:)ardeada por los bu(|ues de guerra fondea-
dos en el puerto».
1^1 vicecónsul protestó de la gravedad de tal
resolución, que podría acarrear, caso de llevarse a
cabo, numerosas desgracias personales y,a<lemás,
la destrucción <le todo el caserío, que e^ra de ma-
dera, y terminó solicitando un ¡)lazo para confe-
renciar con el comandante militar, plazo que le
fué concedido.
Kegresó a la ciudad, donde se avistó con el
coronel, quien después de oírle, le dijo: -que;
naxia podía hacer sin autorización del caf)itán ge-
neral-. Como esta entrevista se llevaba a cabo en
la misma oficina del Telégrafo, San Martín se
puso al habla con el general Maclas, conumicán-
dole todo lo i|ue pasaba, mientras Toro volvió a
la playa, pidiendo al parL'uuentario que lo condu-
jese a bordo del Díxic, conviniendo en ello el
t-inente Merriam, \''a'a bordo, consiguió del co-
mandante Davis se suspendiese todo acto de vio- ,.- ,
1 aicia hasta las doce de la noche, hora en que,
según manifestó éste, «pacíficamente o por la fuerza, desembarcaría sus marinos».
Toro regresó a la población, la que encontró en gran estado de alarnui, por lo
que tuvo necesidad de aconsejar a los vecinos calma y prudencia; y como había avi^
sado a los deuuis cónsules, llegó el de Holanda, y juntos convinieron en reunir a
todo (^1 cu(Mq>o consular, reunión en que se tomó el acuerdo de telegrafiar al capitán
general Macías indicándole la inutilidad de hacer resistencia, toda vez que la plaza no
contaba sino con muy escasos tleíensores. Toro fué encargado de redactar y trans-
mitir dii:ho acuerdo, y así lo hizo.
lan j>ronto como el coronel Leopoldo San Martín tuvo noticias de la entrada de
hi escuadra enemiga, ordenó que las tropas ocupasen ios sitios designados con ante-
rioridad. I':stas íu(^rza,s eran tres compañías del batallón Cazadores tle Patria, su
A . K I \' !•: k o
guerrilla m<mt:ula 3.- el l)atalir>n de Vuliiniarios, 500 !i<>n)l)res, de his cuales sólo dos
terceras i)art:es tr.inaron lasarlas, una seccJón de la ( niardia civil y ,,tra de Orden
público ct>!n|)l(4aha el conjunto de las fuer2as defensoras. I )espués de su eorJerencia
con el cónsul 'I\.ro, el <~í)niandanie militar de l'once diri<r¡ó al general Alacias el si-
guiente telegrama:
Comandante Aíilitar de Ponce al Capitán í^encraL
27 de julio. i8<,8.
líscoadra americana, fondeada en el |)iierto, amenaza bombardear plava y ciu-
^^=«^;'^^s^"''*"tadas fuerzas enviadas a Cuánica y Tallaboa, sólo baigo tres compañías
de .Patria, voluntiuaos y guerrilleros. Ruégele remita instrucciones. Me lie negade a
rc(a"bir parlamentario que ha dcsembarea»l<i.
El general Mecías s-V.o contestó con estas palabras: «Cumpla usted con su drl)eio>
boeo despu.'s se recibió por el euerjKj consular la respuesta a su telcgranuí, res^
Capitán b-encral a \'ice<-ónsul ingles. Ponce.
No Icmgo aulori/aci.'.n i)ara, p.arlamerüar con los ani<;ricanüs. b^amenlo, como
amante de J^ierto Rico, los destrozos que el enemigo pueda hacer en una guca-ra que
nosotros no hemos buscado. I\)nce y todo t:l territorio serán defendidos por cuantos
C R O X I C A S
medios tenga a mi alcance, lodo lo que puedo hacer, en obseciuio a ese cuerpo con-
sular, es respetar el paraje neutral que se cscoj:i para residencia de los cónsules y
exlranieros fuera <le Fonce. — Matías.
s, V muv
lil anterior despacho llegó a conocimiento di; gran número de person
pronto aparecieron grupos en varias esquina,s de la ciudad, y en voz alta se lia-
l)lal>a de atacar a la fuerza española, para impcíiir, por todos los medios, el l)ond)nr-
deo anunciado.
Los cónsules se trasladaron a la oficina <!(! 'I elégrafns, y allí el coronel San Martín
mostró al de Inglaterra, Toro, un último telegrama, que acuhaba di- recibir, coni-e-
hido en estos términos:
,Si usted cree que toila defensa es imposible, evacué la plaza en mejor orden.
Lleve consigo todo el material que pueda, y destruya depósitos de municiones y vb
De este doeumenb) tuvieron conocim¡ent(» el c.hisul tic Alenumla Enr!(pie Lrit/e
V el súbdib. ingles Roberto (draham, <pie aconq-)aiiaban a Toro. liste, inmediabo-
mente, volvió a bordo del ÜLvir, y. d.-spués de alguna controversia con el coman-
dante Davis, convino la capitulación de la plaza con las siguirmtes condiciones, cp.e
debían ser sometidas al general Miles:
228 A . RI VERO
1. Se permitirá retirarse a toda la guarnición.
2. El Gobierno municipal de Ponce continuará en sus funciones. Los bomberos.
y Policía municipal (sin armas) mantendrán el orden hasta que desembarquen las-
fuerzas de ocupación.
3. El Capitán de Puerto, único oficial español presente en la playa, no será con-
siderado prisionero.
Este convenio fué firmado por el comandante Davis y por Fernando M. Toro^
en su calidad de vicecónsul de Inglaterra y encargado de Negocios de los Estados-
Unidos, representando, además, al comandante militar de Ponce.
Satisfecho, en extremo, de sus gestiones, volvió a la ciudad, y una vez en ella, se
enteró, con asombro, de que el general Macías había anulado su último telegrama,,
destituyendo al coronel San Martín, y ordenándole entregara el mando al teniente co-
ronel de la Guardia civil Julián Alonso, quien tenía órdenes de resistir a todo trance.
El mismo general Macías comunicó al destituido jefe que marchase, inmediatamente,,
al pueblo de Aibonito, donde debía esperar nuevas instrucciones.
Toro, Fritze y Graham; Pedro Juan Rosalí, cónsul de Holanda; el alcalde de la
ciudad, Ulpiano R. Colón, y Pedro Juan Fournier, todos juntos, obtuvieron nueva
prórroga del comandante Davis, toda vez que el plazo convenido había expirado; en-
tonces el primero de ellos, y a nombre del cuerpo consular, dirigió este nuevo tele-^
grama:
Vicecónsul de Inglaterra a Capitán General de Puerto Rico.
Ponce, julio 27, 189^. 12 noche.
Enterados los cónsules, comisionados por el coronel San Martín para arreglar
con las fuerzas americanas una honrosa capitulación de Ponce, de la determinación
de V. E. de no respetar la palabra de honor de su representante en esta ciudad, te-
nemos que manifestarle que no es posible quedemos en ridículo, y que su determi-
nación menoscaba nuestros prestigios. No podemos asumir la responsabilidad de lo-
que ocurra después de habernos comprometido, bajo palabra de honor, con el Co-
mandante de la escuadra americana, anclada en este puerto, palabra de honor, que
dimos por haberla recibido de su representante aquí, quien estaba en el ejercicio de
todas sus funciones, como tal Comandante militar de Ponce, al manifestarnos que
tenía autorización de V. E. para capitular.
Nos vemos en el caso de dar cuenta inmediatamente a nuestros respectivos Go-
biernos de este hecho inusitado, toda vez que nuestras gestiones se apoyaron en la pa-
labra de honor de un Coronel del Ejército español. Comandante militar de una plaza
y representante del Capitán General de la Isla.
La misión que aceptamos, y el resultado de nuestras gestiones, fué anterior a la
destitución del coronel San Martín, según pruebas que tenemos en nuestro poder^
Pedimos a V. E. que confirme lo pactado por nosotros, a nombre del coronel San
Martín, y pedimos, además, una respuesta inmediata, por ser éste un caso urgente-
Toro, Vicecónsul de Inglaterra.
CRÓNICAS 229
A telegrama tan enérgico, contestó el general Macías con este otro:
Capitán General a Vicecónsul Inglés. Ponce.
En vista de la palabra de honor empeñada por el Jefe que mandaba anteriormente
las fuerzas militares en esa ciudad, y para dejar en buen lugar al cuerpo consular
f xtranjero, ordeno que se cumpla lo pactado, pero teniendo en cuenta, únicamente,
Jo que se refiere a la evacuación de la plaza. — Macías.
Recibido el anterior despacho, todos los cónsules, el alcalde Colón, el coronel
retirado Sergio Puventud y el teniente coronel de la Guardia civil, que ahora des-
■empeñaba el cargo de comandante militar, resolvieron comunicar al comandante Da-
vis que, aceptadas las bases provisionales de la capitulación, a las primeras horas de
la mañana comenzaría la evacuación de Ponce por las tropas españolas.
Desembarco. — A las cinco y treinta de la mañana del 28, el teniente Merriam,
.acompañado del de igual empleo Haines y del cadete de Marina G. C. Lodge, con un
pelotón de marinos, desembarcaron, y, llegando a la Aduana, tomaron posesión de
ella, en nombre del Gobierno de los Estados Unidos, situando en la azotea del edifi-
cio dos hombres con un cañón automático Colt, de 6 milímetros; otros dos marinos,
•en la oficina del Cable, y dejando en reserva el resto de la fuerza.
A las seis de la mañana del día 28 de julio de 1898, el cadete Lodge izó la ban-
-dera de los Estados Unidos en la Capitanía de Puerto de la Playa, de Ponce.
A esta hora, numerosos vecinos de la ciudad, entre ellos muchas damas en coches
y calesas, llenaban el camino que conduce del poblado a la playa. Ponce tenía el as-
pecto de una población en días de feria.
A las siete de la mañana, y como estuviesen ya en puerto el general Wilson
y su expedición, y también el generalísimo Miles, el comandante Davis arrió en el
Dixie su bandera de comandante general e hizo entrega de la plaza y documento
de capitulación al jefe de las fuerzas del ejército americano. Pocos minutos des-
pués tomaron tierra aquellos generales y su Estado Mayor, estableciendo su cuar-
tel general en la Aduana, mientras el resto de la expedición desembarcaba en 50 lan-
chas que, durante la noche anterior, había requisado el infatigable Wainvi^right,
comandante del Gloucester. El teniente coronel F. A. Hill fué nombrado adminis-
trador de la Aduana y colector de rentas. Por la tarde, el general Wilson transfirió
su cuartel general a la ciudad, ocupando la casa número 6 de la calle Mayor, y el
generalísimo dejó el suyo en la Aduana, pero hospedándose provisionalmente en el
Hotel Francés.
En la población. — Tan pronto como las fuerzas de tierra relevaron a los marinos,
-el teniente H. C. Haines, el cirujano Heiskle, el teniente Murdok y el cadete Lodge,
previo permiso, llegaron hasta la ciudad, donde se enteraron de que había en la
cárcel, entre otros, 17 presos por asuntos políticos; después de telefonear al cuartel
general de la Aduana y obtener autorización, pusieron en libertad a dichos presos^
2 30 A . K I V !•: R (>
no sin que antes se exigiese al alcalde Ulpiaiio R. Colón la seguritfad de c|ue aque-
llos homl>res no eran responsables de delitos comunes.
A las diez de la mañana del mismo día, el cadete Lodge uó el jiahellón estrellado
«le Xortcainérica en la Casa-Ayuntamiento de biciudatl de l'once.
(hiánica. Vaneo v Fonce, tres banderas arriadas a los tres días de invasiíMi.
A las cinco de la tarde, el general Miles recibic'» a todas Jas autoridades de la ciu-
dad, reunidas en el salón de actos de la (iasa Municipal, y allí pronunció un corto
discurso, que fué traducido por el cónsul l^'ernando M. l'oro, y en el cual ofreció
respetar las libertades, religión y costumbres dc^l país, añadiendo que rogaba a todas
las autoridades que continuasen en sus puestos y que con todo rigor mantuvieran rd
orden en la población y sus barrios, cortando de raíz cualquier motín.
1'erniinado a(|uel acto, regresó a bord<a, y su l'.stado !\layor quedó alojado en la
luisnuí casa donde el día antes estaba la Comandancia ]\íi)itar íle las fuerzas españo-
las, casa situada en la estpiina de las calles Cristina v Mayor.
Las fuerzas españolas.— fíl teniente coronel Alonso, antes de amanecer, comenzó
su retirada hacia juana Díaz, llewando en carretas toda la impedimenta, no sin luiber
intentado destruir la estación del ferrocarril }' su material; sólo fueron (|ucmados
unos pocos vagones porque acudieron en el acto fuerzas de bomberos, que estaban
CRÓNICAS 231
muy alertas por indicaciones del vicecónsul Toro, quien tenía noticias de las órdenes
recibidas por aquel jefe.
Ya he dicho que la compañía de Voluntarios de la Playa, en su mayor parte, se
negó a tomar las armas; sólo dos terceras partes del batallón de Voluntarios nú-
mero 9 siguió a las tropas veteranas en su retirada, aunque mucha gente fué deser-
tando en los pueblos de tránsito. El jefe de este cuerpo, Dimas de Ramery, de
edad muy avanzada, acompañado de sus hijos, del comandante Montes de Oca y de
algunos otros oficiales, continuaron hasta Aibonito, y allí permanecieron en las trin-
cheras del Asomante hasta el mismo día en que se firmó el armisticio.
El capitán de infantería José Urrutia y Cortón, del batallón Patria, que estaba
enfermo en su domicilio, no pudo incorporarse y fué hecho prisionero por un ayu-
dante del general Wilson.
La marcha desde Ponce a Aibonito se realizó en dos jornadas, pernoctando en
Coamo, donde quedaron para defender la población, como puesto avanzado, dos
compañías con la bandera y la música del batallón, y algunos Guardias civiles y gue-
rrilleros, todos al mando del comandante Rafael Martínez Illescas.
El coronel San Martín. — E'.ste jefe, destituido por el general Macías, después de
renunciar el mando siguió en coche hasta Aibonito, y a su llegada fué reducido a
prisión. Dos días más tarde, el autor de este libro, cumpliendo órdenes recibidas,
tuvo el sentimiento de encerrarlo en una bóveda del castillo de San Cristóbal y po.
nerle centinelas de vista en las rejas de sus ventanas. El coronel de artillería José
Sánchez de Castilla fué nombrado juez instructor, y el capitán del mismo cuerpo
Enrique Barbaza, secretario, para instruir el correspondiente sumario.
San Martín, a quien su esposa y amigos visitaban diariamente, contó a varias
personas todo lo ocurrido en Ponce, asegurando que tenía en su poder instrucciones
concretas y por escrito del capitán general para evacuar la ciudad y puerto tan
pronto avistase fuerzas enemigas superiores en número.
Indudablemente, los cónsules extranjeros y los hombres prominentes y adinera-
dos de la ciudad del Sur hicieron presión sobre el coronal ante el justificado temor
de que un bombardeo redujese a cenizas el hermoso caserío. Unas y otras razones
debieron pesar en el ánimo de los jueces que componían el alto tribunal que, más
tarde, en Madrid, falló en última instancia el proceso instruido al citado coronel,
porque éste fué absuelto libremente de toda culpa, por haber obrado con arreglo a
las instrucciones recibidas y a las circunstancias del caso.
Incidentes. — En los momentos de izarse la nueva bandera en la Casa-Ayunta-
miento de Ponce, Rodulfo Figueroa, uno de los presos libertados (hombre de ideas
exaltadas y carácter aventurero), subió al salón de actos, y descolgando el retrato y
corona de los monarcas españoles intentó arrojarlos por el balcón, mientras decía
a grandes voces: «Ahí van los últimos restos de la dominación española.» Un oficial
americano allí presente (y cuyo nombre siento no recordar) intervino y, entre serio y
232 A . R í VF/R O
amable, tomó en sus manos corona y cuadro, manifestando que «los guardaba en su
poder con)o un recuerdo histórico de gran valor»; y así lo hizo, sin oposición de nadie,
I h' oído referir a testigos presenciales del hecho que, cuando el teniente Merriam,
en la mañana del día 28, intimó al capitán de Puerto, Ubaldo Cossío, la rendición del
de Ponce, éste contestó, señalando a los cruceros americanos anclados en la rada:
-~J\)r lo que veo, el puerto es de ustedes; y si más rendido lo quieren.....
La proclama.— lil mismo día en que el generalísimo de las fuerzas invasoras,
Nelson A. Miles, desembarcó en la ciudad de Ponce, hizo circular en español una
proclama en que daba (uienta de sus intenciones y de los propósitos que guiaban al
ejército americano. Kste documento puede leerse a continuación:
PROCLAMA
Güim GEISML DEL EJEllTO BE LOS ESTADOS DIIDOS
POriCE, PUERTO-RICO JULIO 28 DE iaSfi.'
I A. XiOS H A.llITikíiíTES DE PTO-RICO í
Como conscciiciiieia ña lii gitr-rra (iiw trae CtniwñiMla amU:i l-l-siKUin í-! pueUio »le los Estatlí» 'Ja'-<1'..¡:
IKjr h cansa »le la Lllmrtail, <lc la .IiisÜcia y rtc la lltimanid»;!, sitó fiiorans militaros lian veuido á ocipar
la islr. «le pHwto-Ciw». ^ ripneu elI;iH «i^^iitrmd'. el estandarte de I» Libcrtíttl, iiispivwlas m el noWe
l.r<ii>.«ito »le bm&n A los nuymmm «lo nnt•^.tr<^ piífs y d.el viM>stn>, y do «líistmlr 6 eaptiirar á recios tóá,/
qm Tíísistan cr. las arai;ts. Os traeii isllíis ol a|Miya aniHM!«- «le iiiiii nadñii ñc ¡nvhht libre, ctifO i'f ftft.'n?*' *
iltjrí:» ilcHcausii cii sis jitsti<;iit y Imuiatddad pitr-'t todos ,ifHiell»s ane vive» bajo su protoccléii y "»iis]¡>í»m».
Por osta i-MÍm, el ¡wimer efoct» do osta «ciiiiadán tvvíi el ciwuhio iiimociiaio do %-iiesfras atitígnas torttfíl^
poPtií'»?, t'Sip«'r;«íd<}, pnes, <|m; aceptéis (»ii ji'ilíiU) «;l Gobierno de los listados Unidos.
El priHcii«il.iir(!i)Ó!,li:«) d«-.las ñwr/.m militares suiíericiuias »;rá aludir ia antuiidatl arinada tte Espft.
in y .;!;«• lú limAnv il,; esta liermosa Isla Ui íi.a.voi- stwna <b HlKu-tadoscfiiupatibltH c«o esta oenprwtóa
miljtei,
Ko lieinft» venido á hacer la giier?a contra el pimblo deíin pafs «luo lía «ístado durante algunos si •
glos opfltttWc, siuo, por el contrario, á traeros protecciu», do solamente á vosotros sino tanililéo A vnes-
tras ptO|>lct1tt<le8,. promoviendo vnesstríi prosperidad y «lerratimnclo sobre Tosotros 1» gacauífa.s y hetMii- ■
clones dú laá'lrStfraetoifeJ liUeralos de nn<!stro Gobierno. iSTo toneraos üI propósito de Interreiiir on Ir.s
leyes y oostnrebres exislxntH'S (loc ftii;rci> sanas y l>aii«ficiosas pnra vuestro ¡«ieblo, siempre «ineNC ¡«¡ih- .
ten á los principios do la adíiiinistraifióo iiñlitiir, «leí orden y do !ii Justicia.
' Esin !ii> es iifsa giiorra do dovastaoió», slaó una gtierra ipní proporcionará á todos, eon sus fii«r;?irt
Hiwalefi y njlIHares, las ventajas y prosperidad de la ospíendorosa clvilizaeirtn. ^ '
Neison A. Miles.
General en Jefe tlcl Ejercito de los Estados
Tl|i> •'•Lltiln CoiiiMfclnt"
CRÓNICAS 233
En el puerto. — Por orden del comandante Davis fueron capturadas en el puerto
de Ponce un total de 91 embarcaciones, de las cuales sólo dos izaban banderas
neutrales, perteneciendo las restantes a ciudadanos españoles; de éstas, ^'J eran
lanchas de transportar azúcar. El cadete Me Carthy fué nombrado capitán de presas
y quedó a cargo de todas ellas.
Hacia el 31 del mismo mes se nombró un board presidido por el capitán Higgin-
son, el cual resolvió que sólo tres de los buques capturados eran buenas presas y
que los demás fuesen devueltos a sus dueños; resolución contra la cual protestó el
comandante Davis sin que luego haya yo sabido si él obtuvo buen éxito en su
protesta.
Capitán de Puerto. — Hasta el día 12 de agosto no se nombró capitán de Puerto,
siendo designado el teniente W. J. Maxwell, del Columbia,
Parte oficial. — He aquí la comunicación en que el general Miles da cuenta de la
toma de Ponce y de su puerto:
Puerto de Ponce, Porto Rico, vía St. Thomas.
Julio 28, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
1.30 de la mañana. El 26 la Brigada Garretson sostuvo vivo fuego de guerrilla.
Nuestras bajas, cuatro heridos, que todos siguen bien. Los españoles tuvieron tres
muertos y además tres heridos. Yauco ocupado ayer. La división Henry está allí
hoy. Ayer tarde el comandante Davis, del Dixie^ entró en este puerto seguido hoy,
temprano, por el capitán Higginson con su flota. General Wilson y la Brigada Ernst
desembarcando ahora, rápidamente. Las tropas españolas retirándose de toda la
parte Sudoeste de Puerto Rico. Ponce y su puerto, con una población de 50.000 habi-
tantes, están ahora bajo la bandera americana. El populacho ha recibido las tropas y
saludado la bandera con loco entusiasmo. La Marina ha hecho varias presas^ entre
ellas algunas lanchas.
Material ferroviario destruido parcialmente, pero ya ha sido arreglado. Comuni-
caciones telegráficas también se están restaurando; aparatos del cable fueron des-
truidos. He mandado por otros a Jamaica.
Este es un próspero y bello país. Pronto entrará el Ejército en la región monta-
ñosa; clima delicioso; tropas en el mejor estado de salud y espíritu; anticipo que no
encontraré invencibles obstáculos en lo futuro. Hasta ahora todo se ha hecho sin la
pérdida de un solo hombre.
Nelson A. Miles,
Mavor general f Comandante del Ejército.
En San Juan. — El Estado Mayor del general Macías, desde que las fuerzas
americanas tomaron tierra en Guánica, adoptó una actitud de estudiada reserva;
negaba todo informe a la Prensa, no se publicaba en la Gaceta comunicados oficiales,
como más tarde se hizo; pero, a pesar de la censura que existía desde que se declaró
el estado de guerra, no se puso obstáculo a que los periódicos de San Juan insertasen
234
A . 1^ 1 \' v: K ( >
cartas rcc¡l)idas de \'";iuco v Ponce dando cuenta de las operaciones de guerra (¡ue
en aquellas poblaciones tenían lugar.
Campamento.— Parte de la expedición Miles, «lesembarcada en l^'once, acarri|)ó
en ambos lados del canjino de la playa; poco después totia la brigada P>nst iué
llevada fuera de la |)()hlación hacia luana IJía/, donde se Jormú un gran campa-
mento.
Acerca ilel estal)Ieci<lo en la playa, el teniente de la Marina alemana, Jacol)sen,
en la página 25 <le su I¡hri> ya citado, dice lo cpie signe;
Los hombres trabajal^an constantenu-aite haciendo nuevas zanjas para cpie corrie-
sen las aguas estancadas: algimas veces los centinelas y patrullas C[ue transital>an f>or
los alrededores se vieron obligados a vadear los |)antanos con fango y agua hasta las
rodillas, h's un milagro <|U(; no existan más enfermos.
CAPITULO XVIÍ
LA MARCHA HACIA LA CORDILLERA
AVANZA EL GENERAL WILSOX. COMBATE Y CAPTURA DE COAMO
ESDE julio 28 hasta agosto 6, el mayor general \Vilson per-
maneció inactivo en Ponce, atendiendo a los asuntos civiles y
ocupado en reorganizar Jas fuerzas de su división, que, como
he dicho, estaban acampadas entre Ponce y Juana Díaz.
El domingo 7 comenzó el avance como sigue: primera bri-
gada al mando del general O. II. Ernst con la siguiente compo-
sición: segundo y tercer regimientos de Voluntarios de Wis-
consin, mandados por los coroneles Born y Moore, respecti-
vamente; batería F del tercer regimiento de artillería, tropas
regulares, capitán R. D. Potts; batería B del t."" Regular, capitán II. R. Anderson.
Ambas baterías estaban al mando directo del comandante J. M. Lancaster, del
cuarto regimiento. Las fuerzas de caballería estaban representadas por el escuadrón C,
del Regimiento de Nueva York, al mando del capitán B. T. Clayton, y el Cuerpo
de Señales por una sección al mando del capitán William 11. Lamer. Al contin-
gente anterior debe sumarse el regimiento de Voluntarios de Pennsylvania nú-
mero 16 que, desde algunos días antes, ocupaba una posición avanzada a cinco
millas y media de Coamo; mandaba este regimiento el coronel \V\ J. Hulings.
A .
R J V E R O
Con fecha 3 de agosto se cambiaron a la brigada Garretson sus antiguos fusiles
Springfield, calibre 45, por armamento Kragg-Jorgennsen, calibre 30. El 7 por la
tarde las avanzadas americanas habían llegado a siete millas y media de ¡uaná Díaz,
ocupando alturas que dominaban todo el valle del río Descalabrado; el general
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11
W'ilson continuó hasta llegar al campo del 1(3." de Pcnnsylvania, y allí estableció su
(\¡art<4 general. En las últimas horas del día 8 comenzó la preparación para atacar
a las fuerzas españolas que defendían la villa de Coamo, como avanzadas de la posi-
ción central de Ailionito.
l'ara la mayor exactitud de nn relato copiaré a continuación algunos f>árrafos del
iulorme oficial del general W'ilson, que hacen referencias al combate de Coamo:
lín la mañana del 8 ordené al general lírnst que el [(5." de Pennsylvania (guiado
por el teniente coronel Biddle, y por el comandante Fragler, ambos de mi Estado
Mayor, y por el teniente l'ierce, que estaba a las órdenes de aquel general) marchase
por cann'nos, a través (Je las montañas, en dirección Nordeste y hacia Jiarranquitas.
}{stos caminos, verdaderas sendas de cabras, habían sido reconocidos, el día antes,
fuidadosamcntc, f)or los jefes y oficial mencionado.
Kl curonel Hulings recibió» órdenes de marchar con su regimiento por aquellos
veredas, rodeando la población hasta alcanzar la carretera, milla y media hacia 1»
salida para Aibonito, debiendo llegar a dicho punto a las siete <ie la mañana del día 9.
Para (jue todo el avance fuese simultáneo, por ambos lados de la población, dispuse
que el general Ernst, con los otros dos regimientos de su brigada 5^ ayudado por hi
C: K o NICAS 237
artillería y fuerza montada, emprendiese la marcha a las seis de la mañana siguiente,
realizando el :itaqiie directo a lo largo del camino y valle del río Coamo. El movi-
miento general tué ejecutado tal como fué concebido.
El [()." de Pennsylvania llevó a ca,bo nna^ marcha, en extremo difícil, parte de
ella en la obscuridad de la noche, y toda por sendas escabrosas cortadas por numero-
sos bnrranroR y borrlcafla? dr orfv'ípicto?. Así no rlríir caiif^íar sorprp^n que derpupc
de trepar a las montañas durante la noclie, recorriendo cinco millas, hui)iese algún re-
tardo en completar las seis que faltaban para llegar en la mañana, del día Q al punto
designado. Un guía equivocó el camino en la obscuridad ^^ y a eso se debió aquel
retraso de una hora.
Entretanto, el cuerpo principal de la brigada, a las seis de la mañana (í) de
agosto) inició el ataque frontal; cuatro t:añones de la batería del capitán Anderson
lomaron posición a campo abierto, al Sur del camino y a unas 2.000 yardas, al Oeste
tlcl hlockliúiise que defendía el camino a los Maños -■. A las siete los cañones de dicha
batería rompieron fuego, primero con granada ordinaria y después con slirapiiel sobre
el blúckouse, desde el cual replicó el enemigo con fuego de fusil, auncjue sin causar
bajas. A este mismo tiempo el 3." de W'isconsin, al mando del coronel Aíoore, marchó»
por la derecha y vadeó el río t,'oamo, alcanzando hat:ia el Norte e?l camino de los liaños,
con instrucciones de llegar al pueblo por el lado izquierdo de aquel río. E,l 2." de
A isconsin, con su coronel liorn a la cabeza, avanzó por la carretera, desde el Oeste
238
A . R I V E R O
y con igual objetivo; el hueco que quedaba en el centro debía ser cubierto por la
artillería en su primera y segunda posiciones hasta que se diesen las manos ambos
regimientos.
rJesde que la artillería inició el combate con sus fuegos, dirigí toda la operación
situado sobre una loma, 300 ó 400 yardas a la derecha de la batería Anderson 1.
O^/ (^m/>¿y/v&fT/ó a/ Y/yac _ S nti/Zas
0*/yiy«c a /a cucAí¿/a en
Oe/auíchri/» á/a /tftfa</eca-í),i<»¡k. Z'/z „
/t^nos aon^e 7-7 ero 7-fcr/e,s
• «••<•••.•> /f /nevar 10 a'e/'/arr<jc/eo a/e /ajrjí/^j-jccs ¿t^e^yca/iaí
A J9/US e7J e.s<? ¿//-^r/-/rrvc?
J; BaHrtas a Tr/er^ra/7as
XXXXWX T/í^ry/e/Ya f'^/>ctr?í:>^'^
>7>iO/r>ac7>7a Sj
(loquis (jue indica las o|)eraci()nc.s ('.e ]a bridada KrnU sobre ("oamo.
Mientras el 3.° de W'isconsin ocupaba sus posiciones dispuse que el escuadrón del
capitán Clayton, a las órdenes del comandante Flagler (fuerza que estaba sobre la
carretera esperando órdenes), se corriese hacia el camino de Santa Isabel, y, una vez
allí, continuara hasta los Baños, dispersando cualquier tropa enemiga que allí encon-
trase, y hecho esto retrocediese para proteger el flanco derecho déla línea, estando
alerta para en el momento preciso entrar en el pueblo por el camino principal, o si
era posible, y tal vez más conveniente, haciendo un rodeo por el Este.
Cuando esta fuerza llegaba al camino de los í3años, envié órdenes a la batería
Anderson para que ocupase una nueva posición, I.OOO yardas al frente y algo a la
derecha, desde la cual era visible el caserío de Coamo a una distancia de dos millas;
desde este sitio se dispararon tres cañonazos hacia el frente.
1 El f^cneral lü-nst presenc^'ó toda la operación desde la casa-hacienda de D. Clotilde Santiago, donde
fué muy bien recibido y obsecpiiado. — A', del A.
A las ocho de la tiiailana en ¡)ii!ito, ruido de fusilería detrás del ¡jiieblo nos anun-
cie') que el ooronel Uulings con su regimiento había tenido éxito en el flanqueo y que
atacaba al enemigo. La fuerza, bajo mis inmediatas (írdenes, marchó entonces tan
rápidamente como fue posible. Un baíallnn del 2.*^' de W'ísconsin, que estaba en
la carretera, avanzó por c!la, pero tuvo que detenerse frent(> a un puente »]ue había
sido volado por el enemigo, o!)stcículo que impidió el paso; algún tiempo se perdió
mientras se buscaba un nuevo camino practical)le.
FA hlotklnutsCy sobre el camino de los líanos, ardía a los quince minutos de recil)¡r
el luego de cañón, y los españoles (pie lo ocupaban se retiraron, desa[iareciendo emi
esto todo obstáculo al avance del 3," de W'isconsin liacia dichos baños. Los cami-
nos, seguidos por uno y otro regimiento, se unían nniy cerca de un vado, por donde
Sf» cruza el río de Coanio, hacia el establecimiento balneario. Pú lleg;»r a milhi y media
de este punto, toda la infantería avanzó a hi mayor velocidad, y encontrando que el
enemigo había evacuado las trinclieras levantada^s a la entrada de Coamo, saltaron
dichas obras de «iefensa y entraron en la población a las 9.40 de aquella mañana.
Ailelantándose a los citados r<;gÍm¡enios el capitán Chiyton, seguido de sus jine-
tes V no encontrando fuerza enemiga en los Baños b retrocedió y, corriéndose por la
derecha de la infantería, atravesó a todo g:dope la población y siguii'» adelante.
240 A . R I V E R O
Todo el peso del combate, por consiguiente, había recaído sobre el l6.° de
Pennsylvania.
A las cuatro y media de la tarde anterior había comenzado este regimiento su
movimiento de flanqueo por un camino de herradura que, partiendo de la carretera
central, cuatro millas al Sudoeste de Coamo, sigue hacia el Norte, y más tarde al
Noroeste, torciendo, por último, al Nordeste, donde baja y cruza el río de Coamo.
Después de una marcha sumamente difícil, a las siete de la mañana del 9 de agosto
oyeron los primeros cañonazos del capitán Anderson, y entonces, a toda carrera,
después de recorrer el camino restante, llegaron, poco antes de las ocho, a una co-
lina que domina la carretera de Coamo a Aibonito, pero separadas por el río Cuyón.
La compañía del capitán Burns recibió órdenes de tomar a viva fuerza la carre-
tera; pero tan pronto fué avistada por las tropas españolas que estaban a cubierto
dentro de las cunetas del camino y detrás de los árboles que le dan sombra,
rompieron el fuego. Aquella posición era demasiado fuerte para que pudiese ser
atacada con éxito directamente. Inmediatamente las demás compañías del primer
batallón desplegaron en guerrilla, situándose una parte en lo alto de la loma y otra
más abajo, contestando con fuego individual el de las tropas españolas. El 2 ° bata-
llón, que estaba en otra altura, a la derecha y detrás, se corrió a la izquierda,
escalando una segunda loma, desde la cual enfilaba con sus fuegos la cuneta del
camino que servía de trinchera al enemigo; descarga tras descarga, causaron en éste
alguna confusión, y entonces terminó el combate, que había durado cerca de una
hora.
Las fuerzas españolas desde el camino agitaban sus sombreros y pañuelos indi-
cando su intención de rendirse; el comandante Windsor, con algunos hombres, bajó
hasta la carretera, haciendo prisioneros a los soldados enemigos, que ya habían
echado a tierra sus fusiles; seguidamente se les condujo a través del pueblo, envián-
dolos al campamento ocupado durante la noche anterior por el regimiento de
Pennsylvania.
Las bajas en el combate, todas de este regimiento, fueron las siguientes: Whittlok,
compañía C\ herido en la cadera derecha; Frank, de la misma, pierna derecha frac-
turada; Logan, de la /, herido en el brazo derecho; Jolley, compañía F, en un brazo;
todos los anteriores eran soldados. El cabo Barnes, de la compañía B^ recibió una
grave herida, atravesándole la bala el abdomen. Cinco oficiales y 162 soldados espa-
ñoles fueron hechos prisioneros. Era evidente que la guarnición española había em-
prendido su retirada desde que principió el ataque; el regimiento de Pennsylvania,
por consiguiente, sólo había cortado una parte de la columna, mientras el resto siguió
por el camino principal hacia Aibonito.
Pocos minutos después de cesar el fuego, el capitán Clayton con su escuadrón,,
acompañado del comandante Flagler, atravesando el pueblo, persiguió muy de cerca
al enemigo para impedir que volase los puentes de la carretera; solamente el arco de
uno de ellos fué destruido poco antes de llegar ia caballería, lo cual causó el retrasa
consiguiente; más tarde, cuando después de encontrar un paso practicable, siguieron
adelante, a todo galope, y dejando detrás sus caballos cansados, no pudieron alcan-
zar al enemigo, porque éste los recibió a cañonazos desde las baterías del peñón, si-
tuadas en las montañas del Asomante.
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CRÓNICAS 241
El anterior relato, cuyos detalles he comprobado sobre el terreno, por informes
de testigos presenciales, es verdadero y exacto, fallando únicamente en lo que sé
refiere al supuesto hlockhouse.
Volvamos ahora a la guarnición española de Coamo, fuerza a quien un jefe nada
precavido (el teniente coronel Francisco Larrea, de Estado Mayor, a cuyo cargo
estaban las posiciones de Aibonito) dejó a varias millas de distancia sin patrullas de
enlace y casi sin instrucciones. Este Larrea, jefe de ilustración poco común, casi un
sabio y además un correcto caballero que me honró con su amistad, era compañero
y amigo del coronel Camó. Ya irá notando el lector cómo, en esta campaña de
Puerto Rico, siempre un jefe extraño a las fuerzas combatientes, surgía a última hora
y tomaba el mando para despojar de su autoridad a los comandantes naturales, mer»
mando así sus prestigios y sus honradas ambiciones.
Al retirarse de Ponce las fuerzas que allí capitularon, dos compañías del batallón
Cazadores de la Patria, algunos Guardias civiles y contados guerrilleros recibieron
órdenes de permanecer en Coamo al mando del comandante Rafael Martínez Ules-
cas. En números redondos, la fuerza a su mando sumaba 248 hombres y 42 caballos;
no había un solo cañón.
Illescas llegó a Coamo el 28 de julio, y seguidamente tomó algunas precauciones;
ordenó se abriesen trincheras y cortaduras en ambas entradas del pueblo y en algu-
nos otros parajes, y situó, además, puestos avanzados sobre las avenidas principales,
utilizando para ello su escasa fuerza montada.
A la derecha del camino que conduce a los Baños de Coamo, y sobre una altura
llamada Lomx del Viento^ situada en la finca de José Rodríguez Braschi y pertene-
ciente al barrio de los Llanos, había una pequeña casa de madera cubierta de cinc,
en que a diario se apostaba una pareja de guerrilleros montados para observar toda
la campiña y caminos hacia Juana Díaz.
Como aquel jefe siempre creyó accidental su estancia en Coamo, no tomó otras
medidas de defensa, ni tampoco recibió órdenes para ello. Además entorpecía su
acción una fuerza irregular armada, que, al mando de Pedro María Descartes, ron-
daba por la jurisdicción, llegando en sus correrías hasta las afueras del pueblo; un
Guardia civil, herido en un tiroteo nocturno por gente de esta partida, murió
más tarde.
La sorpresa. — Al amanecer del día 9 de agosto, 1898, Martínez Illescas, que
estaba alojado en la casa de Florencio Santiago, alcalde de la población, se disponía
a tomar, en compañía de éste, su acostumbrado desayuno, cuando llegó a rienda
suelta un guerrillero con la noticia de que fuerzas americanas, muy numerosas, avan-
zaban sobre Coamo, y de que a esa hora una batería estaba emplazando sus caño-
nes muy cerca de la hacienda «Carmen», propiedad de D. Clotilde Santiago, porto-
rriqueño ennoblecido por España y coronel de voluntarios que ostentaba, también,
el título de Excelentísimo Señor.
16
242
A .
. 1 \' E R O
Una hora antes habían regresailo los escuchas que practicaron el servicio clei
avanzada durante la noche anterior, dando parte sí// novedad.
Aj recibir Ja noticia, íüescas pareció preocupado, y mientras pedía su caballo
ordenó a un corneta que tocase generaia. Minutos después, y reunida casi toda su
fuerza, y cargada la impedimenta en carros y
mulos, ordenó la marcha hacia Aiboníto, y
cuando sonaban los primeros cañonazos dispa-
rados por el capitán Anderson '\ tocios 1í>s de la
colunuia, menos los rezagados, desfdaron hacia
la salida, marchando aquel jefe a la cabeza. Al
llegar a una casilla de peón caminero, nías allá
del puente, dispuso que alguna fuerza al mando
de los capitanes Frutos López y Kainiundo Idita,
(juedase como retaguardia para proteger la reti-
raxJa al abrigo de una cuneta muy profunda que
allí había, a la izquierda del camino y bastante
resguardada por frondosos árl)oles. Rl resto, con
el convoy siempre a vanguardia, siguió, sin obs-
táculo alguno, hacia Aiboníto. Los músicos tanv
bieín quedaron prestando servicios como cam.i-
lleros y en las ambulancias.
Algunos minutos antes de las ocho, fuerza
::/, 1 1 1. •>.:;»>, (Micmíga, dc infantería, fué divisada al frente y
'^^ ' '' """ sol)re unas lomas distantes 300 metros; el fuego
comenzó casi a un mismo tiempo por ambaa
.e I'atria, arrodillados en la cuneta, disparaban los Máusers
y el mejor ánimo. Su comandante, sieoqire a caballo, iba y
tnea y empujando a los rezagados que llegaban en grupos,
nfantería enenn'ga, corriéndose a la izquierda de la posición
<pic ocupaba, escaló otras lomas más bajas y desde las cuales, con fuego de enfilada,
batió a las tropas españolas. Id tiroteo adquirió gra.n intensidad. Cerca de las nueve
de la mañana serían cu;uu;lo el comandante Rafael Martínez Ulescas, levantando en
aito su sable, |ironunció estas palabras: «Muchachos, lodo va bien. ..>;■, y cayó del ca-
ballo, nuierto: una bala le había atravesado el corazón. Sus únicas palabras fueron:
<ql lijos míos, rect'tjanme!...»
J3elrás, sobre la otra cuneta, y a la scuiibra de un corpulento árbol de flaaibovtint -•,
estaba, pie a tierra, el capitán brutos López, segundo en el mando, quien al ver en
lierra, al jefe corrió en su auxilio; anduvo muy pocos pasos y también rodó sin vida;
partes. Los soldados
con gran entusiasm
venía, recorriendo 1;
líntonces, parle de h
C R O TQ T C A S
al mismo tiempo algunos soldados fueron muertos y otros heridos; y entonces, el
capitán 1 fita, en quien había recaído toda autoridad, ordenó a los soldados que levan-
taran las culatas de sus fusiles (muclios aparecieron después cargados), y él niisnu)
hizo señales al enemigo agitando su sombrero y un pañuelo.
Las fuerzas americanas inmechatamente suspendieron el fuego. Algunos sargen-
tos y muchos cabos y soldados de l'atria dijeron, a gritos, que ellos no se rendían:
V atravesando la carretera subieron loma arriba, por un camino tle herradura llamado
de Fahuarejo, y horas más tarde fueron recogidos sobre la carretciii por las fuerzas
■de auxilio ({ue venían del Asoiiiatih'.
Dos soldados.— til abanderado, segundo teniente, Julio Villot Várela, para esca-
ldar más fácilmente, dejd en tierra la bandera án su l)atan6n. Un modesto soldado,
Kamón Suárez Picó, se hizo cargo de ella, y a canipo traviesa la llc^'ó hasta el
- Isoinai/Je, donde hizo entrega de aquella insignia al comandante Nouvilas; otro sol-
dado, Francisco Aíoreno, como viera raer herida de un lialazo la muía que conducía
1:i pequeña caja que (mcerraba los fondos <le la columna, tonu') sobre sus honderos
a(juolla caja, y por (Mitre las malezas, recorriendo cuatro millas, la condujo a lugar
L:i í ¡aceta de I 'unió Rico pul)licó algunos
nte documento
;\ . K J V Í-: R o
()R[)i':x (;í'Xi':KAr. vara '\íl ¡j di^ aCíOsto dp: 1898
La loable conílucta (3bservada el día O del actu;il en el combate de i^^amo por los
soldados dfd üatallón ('azadores de la Patria, Ramón Suárez Picó, quien salvó la ban-
dera del ('uerpo, y PVanirisco Moreno borón, que hizo lo mismo con la. caja de cau-
dales al ser muerla la acém,ila que la llevaba, merece ser conocida para ejemplo de
los demás y justo estímulo a nuevos het;hos honrosos por parte de tan dignos sol-
dados, que realizaron los antes expresados en lo nuís duro de la refriega y bajo el
fuego nutridísimo y nniy |)rúximo del enemigo.
¡ín consecuencia, lie resuelto hacer |)út)lica tal conducta |)or medio de la pre-
sente orden general; resolviendo a la vez, que sin perjuicio de la recompensa que el
(lol)jerno de S. M, la Reina icp í). g.'), a (,|uien doy cuenta con esta íeclia de dichos
hechos, tenga a l>ien otorgar a los individuos de referencia, se entregue a Ramón
Suárez, como premio extraordinario, doscientos pesos, y cien a P^rancisco Moreno,
aml)as cantidades c<ui cargo a los fondos recaudados por suscripciíui para Ja guerra..
1.0 {pie de orden de S. !',. se hace saber en la general de este día para, conoci-
miento de todas las fuerzas de este Distrito.
/:/ Coroi/ft jefe de /':. . I/., Juan Cam»'».
<: R o N 1 V A S 245
Los prisioneros.— Terminado el fuego, fueron hechos ¡irísioneros el capitán I Ota
y dos subalternos, entre ellos el teniente (jalera, que, como recordarán mis lectores,
resultó herido en el combate de (iuánica, 26 de julio, y que desde Ponce, donde
pudo llegar, se retiró con las fuerzas de Patria, quedando en el Hospital de Coamo,
.a cargo de la Cruz .Roja y 1 lermanas de la Caridad. Carlos Ortiz, profesor veteri-
nario, con grado de comandante y que prestaba sus servicios como auxiliar de sani-
dad, el médico y el capellán del batallón también formaron entre los prisioneros,
aunque niás tarde, en Ponce, los dos últimos fueron libertados por orden del gene-
ral Miles.
Los muertos.— Pos cadáveres de A'Iartínez Illcscas y PVutos Pópez fueron trasla-
<lados, en los primeros momentos, a la c:!stlla del peón caminero, y allí estaban, ocu-
pando dos camillas, cuando llegaron los generales Wilson y I£rnst. l'Vutos López, dos
soldados y un corneta, quienes tand.)ién juurieron aquel día, t\ieron eiiterra<los en el
cementerio de Coamo, y allí reposan sus restos. Pl párroi:o, f), Marcelino K,odr!guez,
hizo construir, a sus expcmsas, dos sencillos uionunientos que guardan los restos de
aquellos cu;itro liombres que perdieron sus vidas en defensa de su bantP'ra. líl ca-
dáver del comandante illcscas fiií5 conducido a Ponce, en una andmlancia, escoltada
por tropas americanas; en aquella ¡ioblaci<')n fué mantenido en capUla aJiüiiilc toda
246
la noche, y al otro día se le dio scf)ultura, con honores militares, en un nidio del
conieiiterio, gratuitanienic cedido por la Corporación municipal.
Años después el alcalde de Cartagena, ciudad donde Illescas había nacido, logró'
que los restos de dicho jefe fuesen rc[jatriados. La Casa de h'spaña, sección de
Ponce, practicó las gestiones y arreglos necesarios, y el día 20 de mayo de 19T5, et
pueblo de l'once, en apretadas filas, escoltó hasta la playa el cortejo fúnebre. Las-
autoridaxles civiles y ndlitarcs, todos los hombres más prominentes de aciuella
ciudad y hasta los cónsules extranjeros, demostraron, después de diez y siete años,
que ñiptel iini'rrto era aún nucsli^o mucrlo. El trasatlántico Moiitcvidcí), el mismo vapor
(pie condujo a Lspaña todas las banderas de San Juan y al general Ricardo Ortega,
fué el encargado de transportar 1;ís cenizas del heroico comandante del batallón de
Cazadores de Patria.
Después del combate.— Los generales Wilson y Ernst, Ricardo Nadal, (¡ue estaba
agregado al listado 'Aíayor, y Carlos l'atterne, <pie, como liemos dicho, era guía y
hombre de confianza del jefe de la división, seah)jaron en la misma casa donde horas
antes había quedack^ intacto el tlesa3'uno del malogrado Martínez Illescas.
Poco después, Florencio Santiago, joven educado en los Estados Unidos, fué
confirmado en su puesto de alcalde; en él demostró) energía y bastante tacto inifíi-
diendo que se comeliesen represalias contra voluntarios y simpatizadores del Iqcr-
C R í ) X 1 C, A S
cito espailol. /\ gestiones suyas se dcbt(3 que el caballeroso general Jirnsl ps
el siguiente bando:
CI'ARTIÍL l.I^-.Xl'KAL. PRIMI'.RA 15RI(;AI)A, FRIMMHA I>IYISH'»\\ PRIMKR (/rtJ^l
Dl^ I-JKRCi1-n. t:A^lPAMÍ::NJ'n C1':R(\.\ COAJIO
Piicrto Rico. ;io,,sto lo de i^,,
Al pitehio (ic i 'diviio y sus Ixirnos:
A fin de evitar malas interf)retaciones acerca de los deljcres y derechos
diversos miembros de esta Soci<uJad, respetuosanKMite informo:
1." Oiie ningún cambio ha sido hecho en las I.eyes Civiles de Puerto
ninguno puede hacerse más que por el Congreso de los listados Unickis. Caí
dados civiles actuales serán obedecidas y resfjctadas.
2" Que ningún perjuicio recaerá sol)re cualquier ciudadano, aun cu
empleado o no. por h:i1>er servido como voluntario, si él, ahora Irancameni
la autoridad de los Estados Unidos.
3." Que la persecución de personas simplemente, porque sean esp
simpatizadores de los españoles, no será tolerada, fíllos, tanto como los
cjueños, es posible (pie se conviertan en buenos ciudadanos americanos, y
fpiier modo tienen derecho a la protección de la Cey mientras no la violen.
O, II. lÍKXST,
nd
) sea
c, a
cepta
uTo
es, o
í)or
torri^
248 A . R I V E R O
Las bajas de las fuerzas españolas fueron, en total, un jefe, un oficial y tres sol-
dados muertos; dos Guardias civiles, cinco soldados y un músico heridos; en con-
junto, 13. AdemíS, resultaron también heridos una mujer y un muchacho; el número
de prisioneros fué l6j .
La brigada Ernst movió su campo milla y media más allá del pueblo, hacia
Aibonito, situando fuertes avanzadas en todos los caminos de flanqueo.
El general Macías dio cuenta del combate de Coamo con el siguiente comuni-
cado oficial:
Capitanía General
DE LA
Isla de Pup:Rro Rico
ORDEN GENERAL PARA EL 10 DE AGOSTO 1898
Dos compañías del batallón Cazadores de la Patria y algunas tuerzas de la
Guardia civil que se hallaban acantonadas en la villa de Coamo, al mando del coman-
dante de Infantería don Rafael Martínez Illescas, fueron rudamente atacadas por
las fuerzas enemigas, muy superiores en número, utilizando bastante artillería.
Se trabó un sangriento combate que duró como hora y media, y para evitar el
riesgo que se corría de verse cortado por el enemigo, se emprendió ordenada reti-
rada por la carretera central que conduce a Aibonito, en la cual encontraron otras
compañías del mismo batallón Patria salidas del citado pueblo de Aibonito, las que
protegieron la retirada.
Un grupo como de trescientos enemigos trató, vivamente, de apoderarse de
nuestra impedimenta a la salida de Coamo, pero fueron rechazados sin haber logrado
su intento.
Ignórase aún las bajas que de una y otra parte se han tenido en este encarnizado
combate.
El Coronel jefe de E. M., luán Camó.
Los presos fueron conducidos a la ciudad de Ponce y alojados en el cuartel de
aquella población, donde se les trató con humanidad, dándoseles excelente comida;
cada día eran llevados al baño por un piquete armado.
El general Miles telegrafió a Washington acerca de este combate lo que sigue:
Ponce, agosto 9, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
He recibido el siguiente comunicado del general Wilson:
La Brigada del general Ernst capturó a Coamo a las ocho y treinta de esta ma-
ñana. Decimosexto regimiento de Pennsylvania, coronel Plulings, guiado por el
teniente coronel Briddle, de mi Estado Mayor, habiendo efectuado un movimiento
envolvente a través de las montañas, cayó sobre el camino de Aibonito, media
milla más allá del pueblo, capturando toda la guarnición, que monta a 1 50 hombres.
CRÓNICAS 249
Comandante español Illescas y capitán López muertos; nuestras pérdidas seis heri-
dos, uno solo de ellos grave. Soldados y oficiales excelente comportamiento. Gene-
ral Ernst, coronel Hulings y coronel Briddle los recomiendo especialmente. Esta es
una importante captura y perfectamente ejecutada. Nombres de los heridos irán tan
pronto los reciba.
Miles.
Cierro este capítulo de mi Crónica llevando a ella un documento que honra por
igual la memoria del comandante Illescas que al noble capitán Harry Alvan Hall que
lo suscribe.
Ponce, P. R., 20 de agosto de 1898.
Señora doña Eugenia Bugallo, viuda de Martínez Illescas.
Señora: Permítame que antes de abandonar esta isla, teatro de escenas tan dolo-
rosas para usted, le ofrezca mi más honda simpatía en medio de su aflicción y le
exprese mi admiración profunda hacia el valor de su esposo.
Antes de sucumbir pasó y repasó seis veces, por lo menos, toda la línea de
nuestro fuego, hallándose distintamente a nuestra vista y bajo los disparos que sin
interrupción les hicimos por espacio de una hora.
En tales circunstancias debió comprender que su muerte era inevitable.
La rendición, que estoy seguro jamás se hubiese podido obtener mientras él
viviese, sobrevino inmediatamente después de su caída. Su muerte fué la de un
héroe; señora, el dolor inmenso que la sobrecoge debe mezclarse con la íntima satis-
facción que ha de producirle saber que su esposo, hasta en su manera de caer,
demostró que era el tipo legendario del soldado ideal.
Le suplico tenga a bien perdonar la intención de quien, como yo, formaba parte
de las fuerzas adversarias; pero la admiración hacia el enemigo intrépido y valeroso
es privilegio del soldado y una de las pocas satisfacciones de la guerra, y yo entiendo
que es mi deber rendir este tributo a la memoria de aquel héroe.
Quedo de usted atento y s. s.,
Flarry Alvan Hall,
Capitán del ló." regimiento de Pennsyh'ania.
A . R :r V ii R ( >
,, (!.<,,í.^^. nox i'iiiü.iiM-; im reí dk ksi'axa
CAPITULO XVllI
SIGUK lU. AVAXCI^ T)E¡. GIaNKRA'L W'ILSON
DE COAMO Al, AS()MAN1'K.-^I<:L. ARMISTICIO
fiSDÍÍ que se inicie'» el avance de la división W'ilson ¡x>r la ca^
rretera (¡iie conduce de Fonce a San _fiian, atravesando toda la
Tala, (le Sur a Norte, el Alto Man(l(3 español liahía resuelto ce-
rrar el paso a los invasores en un punto dcJ interior en el cual
no pudiesen ser auxiliados |)()r sus fuerzas navales.
La posición elegida dista dos millas y inedia de Aihonito;
está situada a 700 metros solin; el nivel del tuar y ocupa el ccn-^
tro de la gran nieseta (19 kilómetros cuadrados) (pie allí form;»
la cordillera, espina dorsal de la Isla. Ksta gr;m planicie, sol>re
la cual se asienta dicho pueblo de Aihonito al liste y cpje tles<:i<índe al Oeste hacia
Coamo, sigue al Norte en elevados cerros hasta encontrar la población de Barros, y
por el Nordeste llega, a los campos de la Cidra.
Dichas lomas, llamadas de Asiimaiitc^ y las cuales dominan algunas millas de la
Ctirretera central, fueron entonces y serán siempre foruiidable barrera contra un in-
vasor cpie avance de Sur a Norte, siempre cpie sean defendidas con fuer/as bastantes
para cubrir los caminos de ilancpieo que puedan facilitar un nu^vimiento envolvente.
Fuerzas defensoras.— h;l bstado Mayor que eligió esta espléndida y extensa posi-
'-¿52 A. RIVERO
ción (aun(]_ue encerrada entre una red de caminos flanqiieadores), llevó a ella, para
toda defensa, las fuerzas siguientes: dos compañías del batallón Caz;idores de Patria
y su guerrilla montada; otra compañía del mismo Cuerpo, que, desde .Adjuntas, y
por veredas casi impracticables, llegó a Aibonito; dos compañías y la guerrilla mon-
tada del ()." Provisional, al mando del teniente coronel de dicho Cuerpo, ('astillo, y
de kís comandantes Ancas y Nouvilas; las compañías de este Cuerpo estaban al
mando de los capitanes Lara y Laserna. t'J capitán Carlos iVguado era el ayu-
dante, )- la S<H:ctón de Orden Público que se había retirado de !\)nce estaba a carg-o
del de igual emj>leoJosc Adsuar Pntuíta.
Ce>n los Cuardias civiles y algunos policías se organizi'» una compariía ¡:>rovisÍonaI;
V otra, agrupantlo los volimlarins tlel <)." bat:dlón, cpuonc^s, al mando de su teniente
ammd Dimas de Raanery y del cmnandanle Fairitpie Montes de Oca, no habían
;d)andonadu sus bantleras después de aíp»>]Ia retirada.
La d(M'i;nsa de artillería de tan hu-tnidables posiciones consistió solamente en dos
piezas l'laseni:ia, de montada, (k: ocho cenlínielros, al mando del capitán «k;! Cuerpo.
Ricardo 1 Icrnái/, auc tenía a, sus (H-dencs al segundo teniente, Ikdnumte, de ia b.s-
Total: según j/t.s///¡(\í¡/í(- de Revisla, tpie tengo en mi poder, 1..2H0 iníanti
"O caballos x dos cañones con ,p3 dis})a,ros |:>or pie;/a ('incluyendo los cuatro botes
metralla regla nu'ntar ios i.
C RO N 1 C A S 253
fas posiciones ocupadas fueron dos: una, la más inmediata al pueblo de Aibonilo,
(.£777.7 de San (¡finasio, y la segunda, ( 'cm> Colon ^ y ambas sobre el Asúiiiaiitc. Mn la
primera había algunas casas de campesinos que utilizaron como alojamiento losjeles
y oficiales.
Aunque las posiciones mencionadas habían sido escogidas por el l^sta,do Xbiyor,
después de minuciosos reconocimientos, muy poco se liizo para aumentar su valitr
defensivo; en las alturas de aml)os cerros, y a media ladíu-a, se excavaron algunas
zanjas, donde se guarecic') ki infantería; y en lo más alto del Asomaíilt, y sobre una
kuua desde donde se divisan hacia abajo algunos kilf'uuetros de la carrct<,>ra, los arti-
lleros del capitán I fernáiz construyeron ima ligera batería de campaña, a la cp,ie máí-
t.arde se le adicionaron fosos para resguardar los sirvientes.
Las ol)ras semipermanentes (jue debieron y tuvieron t¡enif)0 sol)rado de construir
los ingenieros y sus auxiliares l>rillaron por su ausencia.
Las municiones para la inuuitería eran escasas; no hubo asomo de tiendas c](» t7'un-
paua ni l>arracones para (uibrirse d(^ las frecuentes lluvias; no halu'a ambulancias, mí;-
dico?, t:(.)cinas ni servicio sanitario de clase alguna; el aoaia se ccmscrvaba en l>arricas,
2 54 A . R J V E R O
al sol, y el pan o galletas, enviados desde Sao Juan, eran duros y agrios por la mala
calidad de las harinas. Todos los dtdensores, por más de quince días, vivaquearon en
las trincheras, a la intemperie, sin abrigos, sin traveses, sin alambradas ni otras de-
fensas que no fueran el fuego o las bayonetas de sus fusiles. Los ranchos, servidos
con poca regularidad, eran deficientes; casi siempre de arroz, alubias y bacalao; carne,
pocas veces y nunca muv abundante.
Y ahora, sepa el lector, quien seguramente condenará tan punible desidia, que la
carretera de San Juan al pueblo de Aibonito, por Caguas y Cayey, estalla ex})cdita;
que un convoy de carros, saliendo dt; San Juan muy de madrugada, podía llegar la
misma larde al pueblo mencionado; que el centenar de coches que podía reunirse en
I\ío J^iedras, Caguas y la Carolina, con abundantes caballos en las postas de relevo
de la Muda, Caguas, Cayey y Matón, sólo hubieran tardado ocho o nueve horas en
recorrer atpiel trayecto, l'hi San Juan había de io/Jo, y solamente escaseaban los jefes
previsores y el buen deseo en el b'stado Mayor.
CouK) dato tjue avalora la historia de esta campaña, debo consignar (¡ue, días
antes de la evacuación, el i ." de septiembre de lH()8 se remataron en San Juan, ea
los ahn;u:enes de la Administración Militar y en pública subasta, // fualqniLr prefia^
las siguientes ¡provisiones: I 1. 270 kilos de arroz valenciano. 2^.<)\2 de bacalao de
I'^scoeia, 2. 133 de tocitu:), 5(jJjí)() de harina castellana, 10.301 de galletas, 10,570 de
café, 2.584 de azúcar, y í.240 litros de aguardiente esjiañol. No fué éste el solo re-
mate de provisiones que se hiciera a última lora, a |)csar cpie desde (pie se tirmó el
armisticio v cesaron las hostilidades en 13 de agosto, no se utilizó en los ranchos de
C R O N 1' C A S 255
las tropas otras vituallas que las almacenadas en la Marina a cargo del Comi-
sario regio.
'I odas las fuerzas del Asonitintt, alguna de las cuales permanecieron acantonadas
en Aibonito, estaban, como ya he dicho en el capítulo anterior, al mando del teniente
coronel de; Kstado Mayor, l*"rancisco Larrea, liste jefe, después de su regreso a ¡Es-
paña, f)ublicó varios trabajos acerca de la guerra hispatioamericana, en la revista,
Esfu(fios Militares, con el seudónimo fijcvle, y de los cuales tomamos los siguientes
p:.
(,'uandoal término del viaje, cayendo ya el día, y unida a la influencia de la hora
la preo(:upacic)n natural por las insuperables dificultaiies de la misión (pie se me
había confiado, ib;i pensativo y retrostado en el fondo del coch(% cpjc (ímpezaba a
subir la larga cuesta de ascenso a la meseta de Aif>onito, llamó nn" atencióín un gru|K>
de hombres y animales <pic, junto a la carretera, descansaba en c;! valle de Alatt'm.
bus hombres eran artilleros e infantes, unos y otros en irorto número, y |>arecían
tnu\- fatigados; habiendo alcanzado ya antes v hecho sufíir al coche algunos de ellos,
nesf)eados, que se liabían rezagado. Serían los animales hasta una (pn'ncena, lodo lo
n^is, entre mulos y caballos, encontrándose al lado de tilos dos pe{|ueños cañones
de montaña; y todo aquel niez(|uino con)unto formaba...... Ja artillería y su escolta, de
íi 1 A' lí :r o
!;) (Xíliinina destinada a hacer frente al
!--úcleo principal del ejército americano,
íniprcsionado por tal espectáculo, que
sMaterialíz;d>a la inopia de Jíspaila, la
imagen de ésta, inerme a los pies de un
l'ioderoso enemigo, surgió ante mi vista
í'on la persistencia de visión real fuerte-
mente grabada en la retina, y continué
nd camino, aún más abstraído y preocu-
p.'ído el ánimo que antes. Mas no era el
t.'.-mor lo que así lo embargaba, hecho
\-;í de antemano en aras de la Patria y del
deber el sacrificio de todo interés per-
st.-nal, sino el dolor de la impotcMicia y
el convencimiento de la ineficacia de
;!-|uél y otros sacrificios semejantes, avi-
v-¡do el S(Mitimiento por la impresión ma-
!'-rial que acababa de recibir.
Avanza la brigada Ernst.— hd y de
;i:.;Ost;o, f)or la tarde, el general W'ilson
S5P3VÍÓ su cam|iamento divisionario al
caíi.'.i. vi ici.i..ntt- trutr-i. '' "' Kortc dcl río C-oanio, y toda la brigada
Ernst acampó en tiendas a lo largo del
valle, lanzando avanzadas y escuchas cinco ndllas al frente. Los días lO y II trans^
<-urrrieron en reconocimientos que se llevaron a cabo bajo la dirección del teniente
conanel IHddIe, del Cuerpo de^ ingenieros, quien levantó un croquis muy detallado.
Al entregar su informe y plan<)s aconsejó al general Wdlson (pie simuhira un ataque
frontal, casi exclusivamente con artillfría, mientras que el verdadero sería de ílan-
tpjeo, vcndr) las fuerzas hacia t>arranquitas |)or un camino de herradura, y bajando
n con rumbo a Aibonito, llegando así a retaguardia de his [)(
de esta pot
íes dcl . Isom.f.'itt.
W'ilson <:onvino en este plan, ordenando
que
13, antes de la salida dtd
o!, toda la brigada emprendiese la marcha hacia Barrant|uitas; y una vez allí, dejabí
al general Ernst en hb(Ttad (U
río, o bien a Citlra, descendió
!)atalit')n quedaría de reserva |:
Id día í2, a las diez treint;
carretera, centrah la siguiente
R, I). l*(>tts, }' conu') escolta u
W'isconsia; la primera £<u:cit
I. ¡\ í lains, V la segunda por <
bajar a Aibonito, vía Honduras; a Cayey por (?ome-
ido luego a las Cruces sobre la carretera central; un
ara guardar y defender el campamento.
Aibonito, por la
artillería, capitán
de infantería dc^
batería Eotts era mandada por el teniente
il empleo Bass; el primero con tres piezas dc:
batería 1
1 na nía de
salieron con rumbo
gera /•' del 3." de
1 t<;rcer reginu(?nto
:--|yfS:''
caer herido el teniente líains, su eompailero O'Ilern se hizo cargo de ambos caño-
nes; y, en este momento, una granada reventó entre los caballos, matando a uno,
hiriendo a otro y privando de la vida al cabo Osear Swanson, de infantería, que, con
otros de su Arma, había acudido en auxilio de los artilleros. Al frente de este
grupo de infantes marchaba el capitán ¡í. 1\ l.ee, del tercero de Wisconsin, cuando
un proyectil de ^híuser le atravesó el brazo derecho; al mismo tiemf)0 otros pro-
m
vectileB, también de Máuser, hicieron blanco. I.os dos cañones lograron unirse al
resto de su hatería, permaneciendo a cubierto toda la tarde.
Además ile los ya mencionados, resultaron heridos el soldado Frederick Yought,
'tan grave, que murió luego; el cabo Aiigust \'ank, con un balazo en el brazo dere-
cho: George [. Bunce, herichi en la cabeza; y en la pierna izcpiierda el soldado Siz-
ccs. Total de bajas: dos oficiales heridos, ilos de tro]>a muertos y tres, también de
tropa, heridos; total, siete.
Aunque ah^ededor de la batería y trincher:is cpie ocupaban las fuerzas españolas
cayeron gran cantidad de proyectiles, un soh:> artillero resultó levemente herido. Den-
tro de la ndsma tocó una gran:ula, que no liizo ex¡)Iosión por haber escupido la espoleta.
Fué tan vivo el fueg(^ de la batcrt;i Potts, que esta, aquella tarde, consumió totlas
sus numiciones.
i) S ¡ V A S
Como ya en el campamento de W'ilson era pública la noticia de haberse firmado
en Washington, este mismo, día 12, el armisticio, por ,1a noche el teniente coronel
iiiiss, del .Estado Mayor del general W'ilson, !)aÍo bandera de j)arlamento, subió hacia
■el . [súíHaiit(\ siendo recibido
a media ladera por el coman-
dante Nouvilas y dos oficia-
les más, a quienes manilestó
C|uc, para evitar la efusión de
sangre, proponía una suspen-
sión de hostilidades, intinian-
ílo al mismo tiempo la rcuiii-
riihi //r ¡ii plaza. \l\ coman-
dante Nouvilas le contestó
<|ii(; su petición sería trasla-
dada al capitán general, con-
viniendo en (]ue por la ma-
ñana volvería por la respuesta
el mismo parlamentario; al
amanecer del siguiente día se
presentó el citado tenicaite
coronel ISliss, a quien se (ni-
tregó un telegrama del gene-
rendición y parlamentt) \w\-
no tener instrucciones al^ju-
nas riel (iobierno ilc b:s|.)ana.
liste mismo parlamentario, va\
la página l^i áv su i^rpíin' ofi-
tésmenle, la rcíndición; aun-
que////* los ¡('nimios dil Iclr-
fframa yo sospeche' <'|ue el gene
ncgociaci(mes de ]>az.;^
i\ pesar de la nc^gativa anteric
vn toda la mañana del día
telegrama <1<:1 general Alik^s transmitifmdo otro del [)resid.-nti; Mac Kinley para (pie
se suspendiesen todas las operaciones de guerra en príigreso. Los artilkn-os tlel co-
maullante Lane;isler y la (íscolta regresaron a su eain|)amento, y una parte de los de-
iensores del s¡so!iia!ii(\ al [jueblo de Aibonito, quedando en el Peñón lus restantes.
Idi los límites de and)os camjios se plantaron ¡jiciuetes con banderas l>!aneas. 1 íabía
Ahicías est;.
las kicrzas <
I general Wilst
(m «MUerado dc'l lire
mudaron i
nl>ate
26o A . R 1 V K R O
terminado el combate del Asomatile, que muchos escritores americanos han llaniado-
hatalla^ s¡n duda porque jugaron en él las tres armas, ya que unas parejas de la
(luardia civil fueron vistas por las lomas practicando servicios de avanzada.
En cuanto al movimiento de flanqueo que debía ser ejecutado por la brigada
h'rnst, se suspendió a punto en que toda la fuerza se ponía en marcha.
I le recorrido rn.ís <ie una vez el camino de rodeo que debía seguir la brigada
hVnst, en su operacifjn envolvente, y por lo que vi, y por las noticias (pie pude^
adquirir, abrigo la certeza de que las fuerzas ospañohin si; hubiesen visto en gravc-
a|)rieto en la tarde del día 13 de agosto, si la flrnta del Prí)tocolo se dilata alguna>
lloras más.
No j)uedo resistir a la tentaeiún de trner a estas páginas una, carta íntima escrita
en las trincheras del Asoin.iiid: por el capibín I Icrnáiz, con fecha 1,| de agoste»
de iHcíH; esta carta llegó a .San Cristbbaj la noche del mismo día, casi ríe madrugada,
)' la conservo entre nhs pápenles como recuerdo de un valiente oficiab que se ganó
por su arrojo, sin lugar a duda, la (Vuz Laureada de San hernando, por halicr cofuba-
tidí,) clurante mucho tiempo, con sólo dos míseros cañones de montaña, contra seis
fiiezas de posiírión, de tiro rápido, valerosamente servidas por artilleros d(4 Iq'ercito
Regular de los Rsbulos b'nidos. Id comandante bancaster y (í1 capitán Potts, en sus
partes oficiabas, afirman la autenticidad «le mi relato y señalan la eficacia de los
cañones es[>añoles liajo cuyo hiego .se retiraron después de haber consumido toda
su dotació>n de municiones.
J'o(a3 d;^spnés <le este combate tuve ocasión de hablar con uno de los oficiales
americanos que en él tomaron parte, y quien mostró gran sorpresa al saber que la
batería española estaba artillada únicamente con dos piezas de montaña, y que
CRÓNICAS 261
<iurante todo el cañoneo sólo tuvo un artillero levemente herido y sus piezas resul-
taron sin la menor avería.
La carta. — He aquí los párrafos más salientes de la carta que escribió, desde las
trincheras del Asomante^ el capitán de Artillería, Ricardo Hernáiz ^:
Cuando llegué a Aibonito alojé como pude la tropa y el ganado, pues la mayor
parte de los habitantes habían huido, dejando sus casas cerradas. En este pueblo
estaba, el día 9 de agosto, cuando unos minutos antes del rancho (9 de la mañana)
oí el toque de generala y poco después recibí la orden de cargar las piezas y seguir
a las posiciones del Asomante^ que, como ustedes saben, distan dos o tres kilómetros
de aquella población; una vez allí situé la sección en la cúspide de un monte que
domina perfectamente la carretera que conduce a Coamo; a derecha e izquierda se
habían construido algunas trincheras, modelo carlista 2, ocupadas por fuerzas de
infantería, al mando del comandante Nouvilas. Un poco adelante, y más abajo de la
posición que yo ocupo, hay otras trincheras que defiende una compañía de Volunta-
rios, la única que siguió a las fuerzas del batallón Patria, después de la capitulación
de Ponce. Desde luego, aquel día, 9 de agosto, tanto la tropa como yo, nos quedamos
en ayunas, pues salimos antes de que el rancho estuviese listo; solamente por la
tarde pudimos comer algunas mazorcas de maíz, en un sembrado cercano, y donde
entraron los artilleros, dejándolo, a su salida, como ustedes podrán suponer. Estas
-mazorcas las comimos después de asarlas, y por cierto que nos supieron muy bien .
Al siguiente día dispuse de algún tiempo para proporcionarme algunas ollas y
montar la cocina en un cobertizo provisional que hice construir ICO metros detrás
de la posición. El primer rancho^ que recuerdo fué muy abundante para desquitarnos
del ayuno del día anterior, resultó excelente; matamos una ternera que andaba por
el campo y la descuartizamos, diciéndole a su dueño (un mulato que la pastoreaba)
que pasase la cuenta para abonársela, lo que tuvo lugar al día siguiente.
Volviendo ahora a los sucesos del día 9, les diré que tan pronto subí a esta
posición monté el anteojo de batería, quedando a la expectativa, toda vez que
oíamos, perfectamente, ruido de cañonazos hacia Coamo. De pronto pude observar
que por la carretera y hacia nosotros venía un grupo de 50 jinetes a galope tendido;
como esta fuerza usara sombreros color gris y muy parecidos a los de nuestra
(luardia civil, dudé al principio si serían amigos o adversarios. Para salir de dudas,
avisé al comandante Nouvilas indicándole me diera su opinión. Poco después, y
ambos de acuerdo en que los que se aproximaban eran americanos, recibí orden de
hacer fuego; apunté cuidadosamente disparándoles hasta nueve granadas ordinarias,
y, cuando ya había formado la horquilla^ los jinetes, juzgando que tenían suficiente
con la experiencia, volvieron grupas, desapareciendo a todo correr; aquel día no se
^hizo un solo disparo más.
Por la tarde, ya cerca de la noche, llegó Larrea, y al enterarse de lo ocurrido
^ Hoy coronel de la Escala de Reserva. — N. del A.
2 Esta clase de trincheras se diferencian principalmente de las comunes en que la tierra extraída de las
í^anjas, en vez de apilarla en forma de parapeto, es transportada a otro sitio para hacerlas invisibles al
•enemigo.— yV^. del A.
262 A. R I VER o
pareció desaprobarlo, a lo que le manifesté que yo había recibido órdenes del co-
mandante Nouvilas para detener aquella fuerza enemiga que V^nía hacia nosotros
Me contestó que «estaba bien^ pero que él lo lamentaba porque habíamos dado a
conocer al enemigo el paraje que ocupábamos y además la presencia de artillería»;
quedó así la cosa y no se habló más de ello.
En todo el día, y parte de la noche, no cesaron de llegar soldados dispersos,
procedentes de Coamo, que, por todos los caminos y veredas de la montaña, habían
buscado su salvación; entre ellos venía el alférez abanderado del Patria, de apellido*
Villot, quien me dio un abrazo, diciendo que gracias a mí no era, en aquellos mo-
mentos, prisionero de los americanos, pues la caballería, a la cual mis cañonazos
puso en fuga, trataba de capturarlo a él y a lO ó 12 músicos y soldados que lo
acompañaban.
Los días lO y II los pasamos bastante bien. Con el anteojo observábamos al ene-
migo, más acá de Coamo, reparando con troncos de árboles el puente que habían
volado nuestras fuerzas a su retirada. Alguna parte de los Cazadores, resguardados
en las trincheras, sostuvieron durante el día 1 1 continuo tiroteo con las avanzadas
americanas, que, ocultas en las cunetas de la carretera, nos hostilizaban con fuego
individual, fuego que más tarde arreció tanto, que tuve necesidad de desmontar el
anteojo de la batería, porque llovían las balas que era un contento.
Pensé entonces en proporcionar a mi gente alguna protección para resguardarla
del fuego enemigo. Primeramente ordené que todo el ganado de la sección fuese
llevado hacia atrás, donde el terreno descendía, y allí quedó oculto por una maleza;
después utilicé algunos sirvientes con palas y picos para construir una pequeña ba-
tería que ocultase los cañones (poca cosa, pues bien saben ustedes que estas piezas
tienen escasa altura, y además el terreno era tan resistente, que las zanjas no pudie-
ron alcanzar ni un metro de profundidad), y todo esto hubo que hacerlo de noche;
pues en dos o tres tentativas de día, los de abajo nos saludaban con fuego graneado^
y hubiera sido una tontería tener bajas sin necesidad.
Anteayer acababa de almorzar con Nouvilas en un rancho situado a cien metros
de mis piezas, cuando vino el sargento, a toda carrera, anunciando la presencia de
fuerza enemiga (yo había montado el servicio de vigilancia con el anteojo, a cargo
del segundo teniente, el sargento y el carpintero). Acudimos Nouvilas y yo, y al
mirar por dicho anteojo tuvimos la sorpresa (sorpresa esperada) de ver abajo, en la
carretera y cerca de una casilla de peón caminero, nada menos que una batería de
seis piezas, formada en columna y con los sirvientes aun montados.
Como Larrea estaba en Aibonito, convencí a Nouvilas de que yo debía antici-
parme al enemigo, cañoneándole antes de que tomase posiciones; dio su consenti-
miento, con gran satisfacción de mis artilleros, y rompí el fuego con granada ordi-
naria, acortando el alza paulatinamente (el primer disparo fué a 3.500 metros). En el
acto, la batería enemiga avanzó al trote largo, y después de recorrer algún trecho, se
echó fuera de la carretera y desenganchó las parejas, y, ocultándolas entre la arbo-
leda y barrancos inmediatos, rompió el fuego.
Mis primeros disparos no pude apreciarlos bien; pero puedo asegurarles que no
habían hecho más que desenganchar el ganado, y aun no habían roto el fuego, cuando
una granada de mis Plasencias cayó junto a la primera pieza de su izquierda (dere-
C: K o N 1 C A S 2fi3
cha raía), y a,Ilí hizo expkisión; vi ccSrno los sirvientes de las otras corrieron a ésta,
|.)or io que estoy seguro de haberles hecho baias.
Después siguió el cañonoo, rehitivaniente lento, por temor a (juedarnie sin niuni^
ciones. A la media, hora de combate ocurrió una avería en la segunda pieza, (]ue me
obHgó a retirarla a cubierto para proceder a su rejiaración; en esto tardamos tres
cuartos de hora sohmienie, pues tenía, en las cajas, piezas de repuesto. Continué dis-
parando con granada de metralla, no tenien<:lo ya ordinarias, y con alza a 2.000
metros.
Nuestros infantes, (|ue, ocultos en las trincheras, presenciaban el duelo de las dos
\-t^,^:
Wi:ímSí-.. ^퀿M^í:M^mS¿mI
artillerías, aplaudían frenéticamente cada ve/ {|ue algún ¡)rüycctil caía cerca de los
cañones americanos. Kntonces advertí a A'ouvilas, con quien vo tenía gran confianza,
íjuc hiciera fuego de Máuser, toda vez (¡ue este hisil alcanzaba sobradamente al f)araj(i
(jue ocufiaban los enemigos, juzgando ijue algunas descargas cerradas serían mejor
recibides por mis artilleros (jue losama1)Ies aplausos de sus t'azadores.
Ainique dicho ¡efe apreciaba cpae la distancia era mayor, hizo la prueba, y, segui-
damente, empezó el kicgo por descargas de secciones; fuego cjiíe, unirlo al de mis
piezas, puso al enemigo en luga; hubo cajreras, y durante algunos minutos todos los
cañones estuvieron abandonados; volvieron por ellos, y a brazos se los llevaron, hasta
ocultarlos en un recodo de la carretera.
Kl fuego había durado rancho tiempo, y terminó a la caída de la, tarde, cuando
vimos una bandera blanca, al parecer de la Cruz Roja. Algunos minutos más larde,
2f^
A . K 1 V K R O
ki batería americana, ya enganchados los
tiros, se retiró hacia Coanio. Yo creo que
el fuego de Máuser, el cual fué bien diri-
gido, debió también hacerles bastante
daño. Todo quedó en calma, y anteano-
che subi(') hasta cerca de nuestras posi-
ciones un parlamentario con bandera
blanca, quien p(>r humanidad^ y toda vez
que se tenían noticias de haberse firma-
do la paz, pedía la rendición de la placa^
o, cuando menos, la suspensión de hos-
tilidades. Larrea le contestó que nosotros
carecíamos de órdenes y que su petición
vSería transmitida por telégrafo al capitán
general, y que al siguiente día (ayer) le
enlregaríamos la respuesta.
Ayer mañana, y casi de madrugada,
se presentó de nuevo el parlamentario
acompañado de un negrito, el cual hacía las veces de intérprete; harrea h? entreg<í la
contestación, la cual fué poco grata para ellos, pues el telegrama del capitán gene-
ral decía poco más o menos lo que sigue:
^■'•EI Ciol>icr!io de Rsf)aña no me ha comunicado noticia alguna acerca de la sus-
pensión de hostilidades, y, por tanto, no está en mi mano ei evitar la .efusión de
sangre. Pero si quieren evitarla, podrán hacerlo no moviéndose de sus posiciones..)
Además ordenaba al teniente coronel Larrea que rehusara admitir más parlamen-
tari(ss, advirtiéndoles que si volvían serían mal recibidos.
Olvidafta decirles cpie cuando cesi'» el fuego, ant(!ayer por la tarde, pasé revista de
municiones y vi, i:on gran dolor, que solamenie me quedatiau ocho botes de metralla
c(um> luiica r(!serva. I'hitonces puse un ielegranuí al teniente coronel Aznar, y gracias
a las órdenes de éste y a la actividad de l\ivero, quien, al enterarse de un's apuros (stí-
gún me dijeron los cocliernsi, fué al parque y cargó dos coches, que requisó
xa, con cajas de ¡proyectiles y saíjuetes, y
des|)achó para ésta con t'>rdenes de cí¡
severas amenazas a los conductores, si
no a|>resura,l>an su marcha, pude reci-
bir anoche a tiempo las municiones,
C.uatro caballos de los que arrastraban
los coches reventaron por el camint).
Como las granadas que llegaron
venían sin cargar, el teniente y yo nos
pasamos toda la noche pref)arándolas.
Ayer mañana, si el fuego se hubiera
reanudado, estál>amos listos para^ con-
iestarh).
CRÓNICAS 265
Seguiré mi relato, que servirá para sacar a ustedes de esa monotonía en que viven.
Ayer tarde fui comisionado para ir al campamento americano a llevar un pliego que
habíamos recibido del general Macías para el generalísimo Miles, jefe de las fuerzas
enemigas. Protesté porque no me daban intérprete, pues aunque entiendo algo el
inglés, no era lo suficiente para hacer un papel airoso ante el general enemigo; pero
no tuve más remedio que montar en mi caballo, y con una escolta de ocho guerrille-
ros, también montados (los cuales parecían más bien ocho bandidos, por lo sucios,
mal trajeados y sin cuellos), salí del Asomante, portando una gran bandera fabricada
con un palo, al que amarré un pedazo de tela blanca.
No quiero cansarles refiriéndoles los sudores que pasé por causa de dicha bande-
rita, que pesaba más de lo regular. Llegué al campamento de Coamo, donde me de-
tuvo un sargento que estaba al frente de 25 ó 30 soldados armados de fusiles y con
bayonetas caladas; éstos y yo hablábamos a un tiempo sin entendernos, cuando se
me ocurrió interrogarles en francés; por fin, me entendieron, y escoltados por ellos,
como si fuésemos prisioneros, seguimos adelante hasta tropezar con un oficial de
artillería, quien aunque muy malamente, hablaba algo de español, lo suficiente para
entendernos. Allí me hicieron dejar la escolta (después me dijeron los soldados que
durante mi ausencia fueron muy obsequiados, y que además les regalaron latas de
carne y otras cosas) y llegué, por fin, a la tienda del general Wilson (creo se llama
así), a quien hice entrega del pliego que llevaba; este general me dijo que Miles es-
taba en Ponce.
En estos momentos apareció un oficial, el cual traía un pliego para Wilson; fué
abierto en mi presencia, y después de leerlo me dieron la respuesta a la comunica-
ción del general Macías.
Mientras todo esto ocurría y se hacían las traducciones de los pliegos, fui obse-
quiado con café y tabacos, que no acepté. Entonces pude hacer la observación, por
cierto muy triste para mí, de que mientras ellos tenían sus buenas tiendas de cam-
paña y no carecían de nada, mis artilleros y yo dormíamos al raso y sobre el santo
suelo. Por la madrugada regresé al Asomante y se envió al general Macías el docu-
mento que yo llevaba, y que debía ser la orden de suspensión de hostilidades, pues
desde entonces, hasta ahora, no ha habido la menor operación de guerra.
Ya esta mañana han llegado hasta nuestras avanzadas partidas sueltas de ocho y
diez soldados americanos, sin armas, quienes han obsequiado copiosamente a nues-
tras tropas a cambio de botones de sus uniformes y otras tonterías, de las que pa-
recen muy ávidos.
Nada más por ahora, y lo que guardo en cartera y que no me atrevo fiar al papel,
se lo contaré a ustedes, al oído, tan pronto regrese, pues, al parecer, esto se acabó.
Debo añadir que durante el combate no tuve otras bajas que un artillero herido,
levemente, el cual fué curado por un practicante de las fuerzas de infantería, por-
que, jasómbrensel, en el Asomante no teníamos un solo médico. Tanto el material
como el personal se portaron muy bien
/
^^^^^C/ éí-*::5fc.<í-<í>^ ^'''^^^^^^-^-e-^I^c.^í.-z...^
266 A . R I V E R O
Cuando las fuerzas defensoras del Asommite regresaron a San Juan, hablé lar-
gamente con algunos jefes y oficiales de los que allí estuvieron; todos me ponderaron
la conducta excepcionalmente valerosa del capitán Hernáiz. También hicieron grandes
elogios del capitán Pedro Lara. Se contaba de éste que durante el combate del día 12
se mantuvo de pie sobre las trincheras que ocupaba su compañía, observando al ene-
migo con los gemelos de campaña, mientras enarbolaba un gran bastón con el cual
daba las señales de fuego.
— Muchachos — decía — : cuando yo suba el palo apunten bien, llénense el ojo de
carne, y cuando lo baje... jfuego!
En Aibonito se había establecido, poco después del desembarco por Guánica,
un depósito central de municiones y víveres a cargo de algunos soldados enfermos
y convalecientes. Tal depósito no prestó servicio alguno porque nunca tuvo ni víve-
res ni municiones. El Hospital Militar y otro fundado por la Cruz Roja prestaron ex-
celentes servicios.
Cerca del pueblo, en una altura, la sección de ingenieros telegrafistas operaba
una estación heliográfica que fué muy útil.
Informes ofíciales. — El coronel Camó únicamente dio a la Prensa los siguientes
comunicados:
Aibonito, 13 agosto.
El ejército invasor se limitó ayer a cañonear las posiciones atrincheradas, donde
están situadas las avanzadas de Aibonito. Por nuestra parte sólo tenemos que lamen-
tar un artillero levemente herido. — El Coronel jefe de Estado Aíajor, ]ua.n Camó.
14 de agosto, Aibonito.
Por este pueblo no ha ocurrido novedad, estando nuestras tropas en las mismas
posiciones atrincheradas que antes ocupaban. En las líneas avanzadas de las tropas
beligerantes se han colocado hoy banderas blancas en señal de suspensión de hosti-
lidades, acordada por ambos Gobiernos, y puesto en cumplimento por los respec-
tivos generales de ambos ejércitos. — El Coronel jefe de Estado Mayor, JudiU. CA.Aró.
El generalísimo Miles envió el siguiente cable:
Ponce, íigosto 13, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
General Wilson reporta que el comandante Lancaster, con la batería Potts, a la
una treinta del día 12, silenció, rápidamente, a la artillería enemiga del Asomante,
cerca de Aibonito, haciéndole abandonar sus posiciones y baterías *; por nuestra
parte no hubo fuego de infantería. El teniente John P. Ilains, tercero de artillería,
^ El general Wilson, desfigurando los hechos en su report, hizo que el generalísimo Miles telegrafiase
su falsedad. En el duelo de artillería del 12 de agosto, la sección de montaña Hernáiz batió y venció a la
batería Potts.— .V. dd A.
CRÓNICAS
267
herido de Máuser, no grave; un proyectil de los cañones enemigos estalló sobre uno
de nuestros pelotones, matando al cabo Swanson e hiriendo al cabo Jenhs, compa-
ñía L, tercero de Wisconsin, en el cuello y brazo; soldado de Vought, de la misma
compañía, gravemente herido en el abdomen; soldado Bunce, de igual compañía,
herido en la frente, leve. — Miles.
Carta del capitán R. D. Potts, hoy brigadier general:
Me Lake Park, Md.
Ag-osto 5 , 1921 .
Capitán Ángel Rivero,
San Juan, P . Rico .
Mi querido capitán: Su carta de 12 de julio
último está en mi poder.
Efectivamente, yo era capitán de la batería F.
del 3.° deArtillería que sostuvo el combate del
12 de agosto. 1898, con las fuerzas españolas
atrincheradas en el Asomante, Aibonito.
Cuando regrese a Washington tendré el gusto de
enviarlemi retrato.
A . R]Y F, R O
¡ I
f 1
a
CAPrn;M:ji xtx
I'.XPI':i)ICl(')N DKr. MAYOR (;KNI<.R/\L ijrooke
('APILARA DE ARROYO V (;i\AYAMA. TI'/rBIO DÍA DF. (]I;1-:RRA
. día 23 de julio de 1898, el Mayor (iencral John R. llreoke y su
Estado Mayor salieron del campamento de (^'Jiickamauga Natio-
nal Park, ("leorgia, dondt» dicho general había organizado el pri^
i^ll^: nier Cuerpo de F.jércilo; llegaron el 25 a Kewport Kews y el 28.
■i zarpó de este puerto una expedición i:on rumbo a Puerto Rico,
-j.^^¿- compuesta como sigue:
Saint Louis.— Cap. ti. 1". Cioodrich, con el tercer regimiento de
tinois (1. 1 73 hombres y 4^ oficiales), el general Hrooke y su Pistado .VLij'or. En
este mismo buque salieron para Puerto Rico algunos corresponsales de periódicos
y varios portorriqueños que constituyeron lo cpie se llamó 'J'lic Portnrní'tVí/ i/nish
iiiissimí; éstos fueron: Pedro Juan l'iesosa, Rafael Marxiíach, José P>udet, Domingo
Collazo, Plmih'o íionzález, Rafael Muñoz, M'ateo P'ajardo y Antonio i\b4ttei l.lu veras.
Porujaba parte de este grupo el subdito americanc» W'arren Suttr>n. También vino
en la expedición W . íkirda.
Transporte Massachiisetts. — (ion el cuerpo de Ambulancia de reserva, Sani-
dad, hombres y caballos, Cuartel general del primer Cuerpo de Ejército, escuadrón
//del (.)." de caballería, escuadrones .'í y C del regimiento de voluntarios de caba^^
Hería de Kew York, escuadrón del regimiento de caballería de Pennsylvania, cotu-
pañía /''del 8," regimiento de infantería. Total, .43 oficiales, f.130 hombres y 1. 005
caballos v mulos.
2/0 A . k I Y K K O
Séneca,— Con una parte del 4." regimiento de Pennsylvanía, 61 I hombres, muni-
ciones, armas cortas, raciones para los hombres, carros, e(iui}3ajes, cuerpo de Seña-
les, 2() .\mí)iiiancias y alguna impedimenta.
City of Wáshlíigtori.- — -(x)n el resto del 4." de I'ennsylvania, 612 hontbres. Depó-
sito de ("omisaría y alguna carga más que no cupo (mi el ñJassadiuscils; también
venían las municiones para armas portátiles y raciones para los hombres.
Saint Paul.— Cap. (.'. 1). Sigsbee, con el .|." de Ohío ('44 oficiales y 1.2 J 2 hom-
bref^i, batería de cañones dinamiteros, l)rigad¡er general Fcter C. llaines y su F.stado
]\layor.
Roiimaiiia.— Con cuatro haterías. ly oficiales y 700 homlires, If» cañones con
sus arni<>nes y cuatro coknunas de carros de nujniciones con 331 caballos, 72 muías.
/Xrnbulancia de reserva, í'uerpo de Señales, Aml.uilancia de Sanidad, numicioncs de
artillería, racaones para tropas y treinta días de raciones de heno para 1,000 cab;jlk»s.
f*enosa íué la travc^sía por carecer los transportes de toda comodidad, incluso de
<a)ctnas para cnnfeccioníH- los raiuiíos, por lo cual se deel.araron a bordo aJgunris
casos de tiíus, llegando la gente a su destino tan (kiljihtada que muchos fueron
enviados a los hospitales de campana.
Desiiués de reconocer las Cabezas de San ¡uan lucieron rumbo a (juánica, (hmde
CRÓNICAS 271
entraron el 31 de julio a las dos de la tarde, sirviendo de práctico Francisco ViiiScal \
sin echar anclas, y al saber que el general Miles estaba en Ponce, todos los buques
siguieron a dicho puerto, llegando allí dos horas después. Puestos al habla los genera-
les Miles y Brooke, éste recibió órdenes para capturar el pueblo y puerto de Arroyo.
Captura de Arroyo. — Como medida de precaución, a media noche salieron de
Ponce el Gloiicester, teniente Ricardo Wainwright, y el Wasp, teniente Ward, lle-
vando a bordo al capitán Goodrich del Saint Louis^y ambos buques al mando del
capitán Pligginson, del acorazado Massachusetts^ fondearon en el puerto de Arroyo
al otro día por la mañana, y, seguidamente, desembarcó el teniente Wainwright,
quien, después de celebrar una conferencia con el capitán de puerto, José Casano-
vas, lo envió arrestado a bordo del 'GloMcest^4j^ como se le acercaran el alcalde,
José María Padilla; el juez, José García Salinas, y el párroco, Baldomero Montaner,
después de algún debate, convinieron en las siguientes bases, por las cuales capitu-
laban puerto y pueblo:
l.'^ Las Autoridades civiles continuarán en sus puestos y funciones.
2.^ Los sacerdotes ejercerán su influencia para mantener la paz y prevenir
desórdenes.
3.''' Todas las lanchas en puerto, cinco en número, serán puestas a disposición
de los Estados Unidos, con sus tripulaciones nativas.
4/'' Toda propiedad y documentos del Gobierno Español serán rendidos.
5.'^ El faro será mantenido en operación por el actual torrero, a quien se le
abonará su sueldo por el Gobierno de los Estados Unidos.
Este documento fué firmado por el capitán Goodrich y el alcalde, juez y párroco
citados. A las once y veintiocho minutos de la mañana del domingo, primero de
agosto, se izó la bandera americana sobi-e la Aduana, y un piquete al mando del
teniente Woods tomó a su cargo la población; no hubo ni alarma ni combate;
frente a la Aduana fué emplazado un cañón Colt de tiro rápido. El Wasp se dirio-ió a
Ponce para dar cuenta de lo ocurrido, quedando en Arroyo el Gloucester,
Aquel mismo día, por la noche, salió de Ponce el Saint Louis, hacia Arroyo, con
el general Brooke, su Estado Mayor y el tercer regimiento de Illinois, llegando a su
destino el día 2. El resto de la segunda brigada, al mando del general Peter C. Plaines,
su Estado Mayor y el cuarto regimiento de Ohío, tomaron puerto el día 3 en el
Saint Paul] también llegaron el Séneca y el City of Washington^ con el cuarto regi-
miento de Pennsylvania y los transportes Roimiania y Massachiisetts; el día 3 el pri-
mero y el día 5 el segundo, que había estado varado en Ponce; ambos conducían el
testo de la brigada incluso la artillería y caballería.
^ Este práctico Fraticisco Viscal, y estando en el puerto de Culebras, llegó allí el crucero Cmcinnatti, que
jo tomó a bordo hasta dejarlo en uno de los transportes que conducían la expedición del general Brooke.
Más tarde siguió prestando distintos servicios y actualmente los desempeña en la Capitanía del puerto de
San Juan. — N. del A}
2TI
A .
R r V 1£ R O
Para facilitar el desembarco los ingenieros habilitaron un muelle provisional, su-
jetando gruesos tablones sobre dos lanchas sumergidas, de las que se emplean para
transportar sacos de azúcar; estas lanchas fueron traídas a remolque por el Sitiiit
Lúuis, Sin obstáculo ni oposición alguna, tomaron tierra hombres, ganado de tiro y
de silla, carros y material.
Poco dcspuf's, y como llegase la noticia de que por los alrededores del pueblo se
veían guerrilleros españoles,
el Síiíiit Liniis y el Gloticcster
hicieron algunos disparos de
reconocimiento.
b^i general Brooke y su
listado Mayor se alojaron en
la quinta «El Algarrol)0'->, de
Me Cormick, vicecónsul in-
glés en Arroyo.
Oiiamaiií. — El listado Ma-
yor del general ..Macfas había
resuelto evacuar, no solamen-
te Arrox'O, sino también la
ciudad de (luayama, porque
ambas poblacionc;s podían ser
l)arridas a cada momento por
el fuego de los buques de
guerra americanos. Toda dc-
ííMisa se concentró en las altu-
ras del (hiñinauí, liaeienda de
cale(lePai)lo Vázquez, desden
cuyas posiciones se domina
el puerto de Arroyo, todo
. de 1 5 kilómetros.
, aoiKiue muy a la ligera íorti-
Ac,
icia el bste y la
¡ íormidable poí
en una extensiói
anuente escogid;!
de r.ua
ajóme
, otras tamb
ticad.i, es el nudo <ioncle s(í imen las sierra
}iert<MiectcMiles a la gran cordillera central.
l'n (iuayama, después d<^l desembarco, había, como únicas fuerzas defensoras,
una guerrilla, cai^ilán Salvador Acha, y otra, la i .■■' Volante, de la cual desertaron
nmcbos gucn-rilleros, que eran naturales de la misma pof)lación, y además alguna
fuerza de infantería ((k) hombresi, y todos al mandr» de dicho capitán Acha. ^íáft
tarde, cuando estas fuerzas se replegaron sobre (hiauíaHí, llegó a este punto, desee
Aibonito, la sección montada del 6." Provisional y una compañía del mismo bata-
llón, procedente de Cíayey, y además otra de las que estaban en Aibonito; total, áf)0
■ .;*: ■:!:■ ■■■:■■: "Mía:;."-
<: R o X I C A s
hombres sin artillería <le clase alguna. Los
habían disuelto. El día 5 de agosto entraron
fusiles, equipos y hasta uniformes, de
los disueltos voluntarios de A.rroyo y
( luayaina.
No ol¥Íde el lector que desde ('a-
yey y Caguas, donde había acantona-
dos cerca de 2.000 hombres, se sube
al ( iiiiwianí en una sola, jornada.
vSiendo la posici(5ii elcgi'cla tan ex-
tensa y tan pocos sus defensores, no
j3udo prestarse atención a la custodia
de ciertos caminos de herradura que,
desde (niayania a Santa tsabel flan-
queaban el (iiiamaj/í, viniendo a caer
a la carretera central, entre esta posi-
ción y Cayey,
Toda la fuerza fué puesta bajo el ,..,,
mando del comandante de ingenieros
nu'litares 1). julio Cervera, ayudante de can
ció su cuartel general en la casa de l^ablo \'
voluntarios de toda la jurisdicción se
\n San b^an cinco carretas conduciendo
Ataque nocturno de Arroyo.— lil día pr
Adía, al frente de su cruerrüla, desfiló por le
ipo del general jMacías, t|uicn estahle-
'á/.quez, y construyó trincheras a media
ladera, comunicadas por zanjas en
ziszás.
lín varias ocasiones he visitado
a(|uellos parajes y rendido silencioso
elogio al inteligente ingeniero que allí
centralizó la defensa |iara cerrar el pa-
so al general Brookc. Desde arriba, a
cubierto de un almacén de fuertes mu-
ros de ladridos, se dominaba, con fuc-
«^nts fijantes, muclios kilónielros de
carretera, los puentes hasta el de la sa-
lida de ("mayama, todas las alcantari-
llas y casillas de; p<:ones camineros.
Debajo de dicha altura había dos }U--
(píenos puentes, muy cercanos, cpie
fueron rlestruídos por las tropas espa-
¡mero de agosto, ¡lor la noche, el capitán
is cañaverales, entró (mi ;'\rroyo, y Ih'gó
v
R O
a colocarse muy cerca de Ja Aduana; siguió a esta acción un corto tiroteo, que fué con-
testado por los marinos del teniente W'oods, sin que hubiese bajas. El capitán Acha
y su gente, que sólo tratalian de practicar un reconociniicMito, se escurrieron entre
las sombras de la noche, ref)legán{lose sobre (■kiayama. Por entonces se dijo que ei
destacamento de marinos, abandonando el t'olt, se había refugiado a fiordo del
(ilúiií^islcr; pero como no tengo una fuente segura que .■ifirnie este hecho, dejo a otros
más afortunados el ei«f)efio de averiguar la verdad.
Atac|iie y toma de Ouayama.— ¡ti á^ de agosto el general ílaines recibió órdenes
de Sheridan, jefe de listado ^hiyor de Aliles, para avanzar sobre Guayama con una
parte de su brigada. líl día 3 salió de Arroyo la siguiente fuerza:
Cuarto regimiento Voluntarios de Ohío, coronel A. B. Coit, con nueve compa-
ñías, y además una sección de infantería, capitán John I). Fotter, con 22 hombres
armados de rifles, calibre 30, quienes conducían dos cañones dinamiteros Sims-
Üudley, de dos pulgadas y media de calibre. Total de la columna, 33 oficiales y 925
has municiones y víveres eran con<lucidos en dos carros de bueyes, y los caño-
nes fueron (kirante algún tiempo arrastrados por otro carro. Al salir de Arroyo tres
compañías, la /], la /> }' hi ( \ del primer batallón, al mando del mayor Speaks, fue-
ron cohjcadas en vanguardia, y como el intérprete Maximino buzunaris, quien acom_
<■ R O X ¡ C A S 27-
panabíi la columna, diese a su jeíe noticia de que fuerzas españolas habían tomado
posiciones en las afueras de Ciuayama, tlicha vanguardia fué desplegada en línea de
tiradores, camino adelante, y hacia las ¡lexiucñas lomas vecinas.
Al pasar frente a la (]uinla (k; Ale Cormick, el general Haines, (¡ue allí estaba, se
incorporó a la columna, cuya ala derecha flancjucíaha los callejones del Cohojal, lle-
.gando sin novedad hasta media milla de (luayama donde la guerrilla Acha, rescruar-
dada en una cortadura del camino, rompió fuego, (¡ue fué contestado por los tirado-
res de C3hío; el combate se generalizó, siendo reforzada la vanguardia j¡or las compa-
ilías / y l\ l;>ajo el mando del comandante Baker, continuando su avance, siempre
disparando, |)ues la guerrilla se batía en la, misma forma, \- casi revueltos entraron en
la población; los guerrilleros españoles salieron por el camino que conduce a Cayey,
replegándose más tarde sobre la altura del (¡naiiiaiii.
La vanguardia americana también atravesó la ciudad y tonu'» posiciones en líi
parte Norte, y continuó el fuego contra la retaguardia española. Kl 4." batallón de
'*)hío, comandante. Sellars, que habían seguido el camino princijial, .entró al mismo
tiempo que la vanguardia.
lil capitán Potter, con sus cañones dinamiteros, no tomó parte alguna en la ac-
ción hasta después de ocupada la ciudad, cuando los enijilazó, cien yardas a reta-
guardia y doscientas al Este del Acuediu:to, desde cuyo punto disparó cinco pro-
.ycctiles; y como después de los dos primeros hubiese cesado el fuego de los cspa-
276 A . R I V E R g
fíoles, ordenó otros dos cañonazos sólo para efecto moral, según dice dicho oficial en
su informe, añadiendo que disparó un nuevo proyectil, por la misma razón, hacia el
Sur de una hacienda de cañas.
Como esta sección de artillería no contaba con ganado de arrastre, cada una de
estas piezas (1. 050 libras de peso) fué transportada a brazos, dos millas a través del
campo; y lo mismo las 260 libras de municiones.
Tan pronto como el coronel Coit entró en Guayama, llamó al alcalde, Celestino
Domínguez Gómez, a quien manifestó, por intermedio del intérprete Luzunaris, que
la ciudad había sido tomada en nombre de los Estados Unidos de América. El al-
calde respondió que él, a nombre de todos los habitantes de la Municipalidad, daba
la bienvenida a los representantes de los Estados Unidos. Acto seguido, la bandera
del 4.^ de Ohío fué izada en la Casa- Ayuntamiento. Esto ocurrió a la una de la tarde
del día 5 de agosto de 1 898. Terminaba la ceremonia cuando llegó el general Haines>
asumió el mando y dispuso que el tercer batallón saliese de la ciudad, estableciendo
sus avanzadas hacia el puente de hierro, camino de Cayey; el comandante Baker
situó las compañías /y ii al Noroeste, y un sargento, con unos cuantos hombres de
la compañía A, fué destinado a proteger el acueducto, quedando el primer batallón
dentro de la ciudad para los servicios de la policía y como reserva.
Durante todo el combate los músicos conducían en las camillas, no sólo a los
heridos, sino también a muchos soldados cansados y enfermos a causa del excesivo
calor.
Bajas. — Eas bajas del 4.^ de Ohío fueron: William Valentt, compañía D, herido
en el pie izquierdo; Clarence W. Riffe, a quien una bala le atravesó ambas piernas^
sobre la rodilla; John D. Cordner, compañía C, herido debajo de la rodilla derecha^
y Stewan Y. Mercer, compañía E^ herido leve en la rodilla izquierda. Total, cuatro.
Las de las fuerzas españolas, según el comunicado oficial, fueron 17: dos muertos
y quince heridos, que quedaron en la ciudad y casas particulares al cuidado de la
Cruz Roja; uno de los muertos fué un guerrillero de diez y siete años de edad, natu-
ral de Guayama y de apellido Massot, quien fué recogido por varias mujeres del
pueblo. h>stas 17 bajas fueron todas de la guerrilla volante del capitán Acha, cuya
fuerza sumaba 40 hombres. El coronel jefe de l^.stado Mayor autorizó una recom-
pensa para esta guerrilla.
Reconocimiento sobre Guamaní. — El día 8 de agosto el coronel Coit expidió la
siguiente orden:
O R 1 ) I-: X Y. s p !•: c: i a l n v m 1: r o 27
Cuartel General del 4!' de üliio.
(ruayama, agosto 8 de i8c)(S.
El capitán W'alsh, cuando sea relevado por el capitán Bostwick, hará un recono-
cimiento, con parte de las compañías A y C, sobre el camino de Cayey, dejando la
<■ K O N 1 t: i\ s
<:ompañía (,'cn un punto dos millas más allá del puente de (juayama. Esta exjaedi-
ciún, es solamente para tomar Informes y será hecha con cuidado.
El teniente Darrach acompañará la partida haciendo las veces de intérprete.
Usted evadirá un combale, retirándose con orden si encuentra fuerte oposición.
Un informe escrito con todas las noticias deberá ser hecho tan pronto como sea
-posible.
F'or orden del coronel Coít, M. L. W'jlsox, Capitán ../.'' di- Ol/ío, •Toliiiitano.s de
infaiileria^ .'\vndante.
bn cumplimiento de esta orden, W'aish, con 1 lO hombres salió deCJuayama el ()
■de agosto a las ocho y treinta de la mañana, cann'no de ('ayev. Con esa fue'rza iban,
además, el coronel Coit, el teniente Darrach y el cabo 'Thompson, como intérprete»
y Lambién Maximino Luzunaris y otros dos portorriqueños; hiera ya de la ciudad se
incorporaron el mayor Draw y el teniente Boardman.
Marchaba la fuerza con toda clase de precauciones, examinando al ])rinci]iiü to-
dos los accident(ís del terreno; pero muy pronto lo quebrado del mismo causó tal
cansancio a los ílanqueadores que éstos subieron a la carretera, donde quedaron re-
zagados con otros 20 hombres más de la columna, rendidos por el calor.
A la una y treinta llegaron los expedicionarios a un punto desde el cual y en las
altas lomas del frente veían con claridad a los soldados esp:iñoles; la distancia fué
calculada en 1. 500 yardas-
Un campensino informó al jefe de la fuerza que algo más adelante, y precisa-
mente debajo de la posición ocupada por el enenn'g'O, había dos puentes recién des-
2 78 A . R 1 V K R O
triiídos, y entonces el capitán W'alsli resolvió seguir en su reconocimiento luista
aquel {laraje.
Como 900 metros antes de llegar a dichos puentes encontraron a la i/quierda, y
sol>re una pe(|ueña altura, una casilla de peón caminero (construida,, como todas las^
de su clase, con fines militares'), de fuertes paredes de cantería y lailrillo y con venta-
nas en sus cu:itro frentes. Como dcstle esta casa, y, al parecer, sin riesgo, podía ob-
servarse las posiciones del ( ¡Uiíiiiaví^ resolvieron subir a ella iodos los ex|'>edicioí!a'
MHiHlMlll^^
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ríos. <J^ra la una y veinticinco de la larde, habiendo empleado cinco horas en reco-
rrer cuatro kilómetros y medio>, dice el capitán W'alsh en su informe oficial.
lü coronel C'oit, comandante Dean, teniente Roardman, Lnznnaris, un cabo y tres
soldados, fueron los y)rimeros en lleg^ar; inmediatamente aparecieron el capitán W alsh,
1 2 homf>res con cuatro caballos de la diestra, dos campesinos y los tenientes Darrach,.
Alodie }• dirandstaff. AI det(merse todo el grupo, y cuando i?\ coronel C'oit y sus
compañeros subían los pocos escalones que desde lo carretera conducen a la trasilla,
sonó una descarga muy nutrida, \\ ¡mico después, otra, viniendo de las lomas; una
lluvia de balas cayó sobre los expedicionarios, rebotando en las piedras del canúno.
J .os compafieros del capitán W'alsh se refugiaron dentro de la cuneta de la de-
recha, que era la más expuesta; })cro aquél )' sus tenientes lo hicieron en la de la i/-
<:|m"erda. <: And)as descargas (escribe el jefe de la expedición} fueron bicín dirigidas, y
C R () N 1 C AS 270
casi todas las balas cayeron cni aquella zona pcíligxosa; entre las dos descargas salí de
la cuneta, poniéndome a culjíerto y llamando a mís 12 hombres.
.->Algo atrás hacia (niayama venían algunos soldados de la coo^ipañía ( ', con los
tenienlt^s Alexatider y Keynolds; yo les grité que retrocedieran a cubierto de la pró-
xima altura, puesto que de seguir tenían que cruzar un espacio peligroso, directa-
mente batido; retrocedieron v los perdí de vista, quedándome con cuatro oficiales
y 12 soldados detrás de la casa. JÜ fuego fué dirigido, entonces, unas veces al ca-
mino y otras más allá, sicuido ahora cuando ocurrieron las bajas. Trataba de <:omu-
nicarme con el coronel (a)¡t y los (]ue estaban dentro de la casa, cuando oí gritar a!
citado jefe: «¡No se; retiren los soldados! (/)o nol 'rtireat ih'i:i/'jy Yo pensé en a(}ue!
momento que él hacía referencia a los que me acompañaban, y le respondí tpie no
Placía eso; pero después he saludo que el se dirigía a la fuerza tjue estaba^ a n?taguar-
dia de nosotros, y que toda,vía seguía retrocediendo.,:.
El coronel Coit y sus compañeros salieron de la casilla por detrás, y unidos al
ca[)itáii W'alsli y a sus hombres, euijirendieron la retirada, disjioniendo el transf)orte
de los heridos. \\n ac|uellos momentos, un grupo de guerrilleros españoles descen-
dían loma abajo, por lo cual el último reunió alguna gente, y, rcsguardíuio del te-
rreno, rompió fuego de fusil, que duró pocos minutos.
ba hierza, (¡ue liabía retrocedido, a todo correr, entró en Ckiayama, presa de la
28o A . R I V E R o
mayor excitación, causando gran alarma con la noticia de que tropa enemiga descen-
día del Guamani, por lo cual soldados de infantería salieron hacia el puente, escol-
tando algunos cañones, que lanzaron desde allí varias granadas sobre las alturas de
Pablo Vázquez.
Refiriéndose a esta escaramuza, dice el general Haines:
Algunos hombres de la compañía allegaron al pueblo con alarmantes noticias de
desastres, y, como consecuencia, otra parte del regimiento, fué enviada para prote-
ger la partida. Pronto se alejó el enemigo, y la fuerza volvió a su campo. Las pérdi-
das en este combate fueron cinco hombres heridos y dos más asfixiados por el ca-
lor. No hubo razón para las alarmantes noticias que llegaron al pueblo, y ello fué de-
bido a las excitadas imaginaciones de algunos hombres.
Las fuerzas españolas no experimentaron bajas, y al reconocer el terreno reco-
gieron cuatro caballos, uno de ellos herido, y de los otros, dos con montura de
oficial.
Ultimo día de guerra. — En la tarde del 12 de agosto hizo el general Brooke los
preparativos necesarios para atacar, por el frente y flancos, las posiciones españo-
las, forzando el paso a Cayey, donde pensaba darse las manos con la brigada Wilson,
que, en aquella misma fecha, debería dislocar las alturas del Asomante en Aibonito*
El general Haines salió de Guayama a las siete de la mañana del 13, camino de
Ponce, con el cuarto regimiento de Ohío, llevando raciones para dos días y 100 car-
tuchos para cada hombre de sus tres batallones; después de recorrer una milla siguie-
ron, a la derecha, por un camino de herradura, que se dirige al Oeste, hasta el mis-
mo valle del Río Seco, y que desde allí continúa paralelo a su curso por algunas
millas, en cuyo punto (véase el croquis de esta operación), toda la columna, abando-
nando la vereda, trepó hacia las alturas, unas veces por sendas escabrosas y otras a
través de los chaparrales.
Esta marcha de flanqueo tenía por objeto caer a retaguardia de las posiciones
de Guamaní.
A la misma hora, siete de la mañana, salió de Guayama, camino a Cayey, la si-
guiente fuerza:
Tercer regimiento Voluntarios de Illinois, un batallón del de Pennsylvania, dos caño-
nes dinamiteros y dos baterías de campaña. A la cabeza de la columna, y a pie, mar-
chaba el mayor general Brooke, con todo su Estado Mayor, y el intérprete Luzuna-
ris. Un batallón del 4.° de Pennsylvania fué destacado en Arroyo, y otro quedó de
reserva en la ciudad, donde dos nuevas baterías fueron apostadas hacia el Norte, en
una loma que dominaba el camino hacia Cayey.
Toda la columna iba muy lentamente, esperando las señales de cohetes que debía
hacer el general Haines, tan pronto desembocase a retaguardia y flanco izquierdo de
la hacienda Pablo Vázquez.
CRÓNICAS
281
Escribe el general Brooke acerca de esta operación: «que su interés era capturar
a los españoles». Así llegaron algo más allá del puente de hierro, y después de hacer
alto y desplegar la vanguardia, todos los cañones (dos baterías y media) tomaron
posiciones.
Arriba, en Guárnanla el valiente Cervera y sus hombres observaban las fuerzas
americanas desde las ventanas del almacén de la hacienda de Vázquez, y en las cuales
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lí .\OM^K.-?^^''-^ñias por el f^orte
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I. Reconocimientos contra las posiciones 5 y 6. — 2. Artillería americana en 13 de agosto. — 3 y 4.. Alcantaril as destruidas.
5 y t). Atrincheramientos españoles en las estribaciones délas montañas de Pablo Vázquez. — 7. Alambique. — 8. Refinería.
9. Monte Tadeo. - 10, 11, 12 y 13. Itinerario de las fuerzas invasoras al mando del general Haines, hasta el 13 de agosto.
colocaron más tarde tiradores escogidos. A la izquierda, y como a 8o metros más
allá, había otra loma, donde se había construido cuidadosamente gran número de
trincheras, que aun pueden verse, y que fueron ocupadas por unos 200 infantes; loma
abajo y a resguardo de un platanal estaban los guerrilleros de Acha y los montados
del 6.° Provisional; sin disparar un tiro, porque el enemigo estaba lejano, esperaban
el ataque. El comandante Cervera arengó a su gente, y todos resolvieron pelear
hasta el fin, y así lo hubiesen hecho. Cervera y Acha eran de aquellos oficiales para
quienes el cumplimiento del deber es primero que la vida.
A esta hora, las nueve de la mañana, y cuando el mismo general Brooke se dis-
A . I^ I X \í R C)
ponía A (lar a sus artilleros la orden, de fuego, vióse venir de (luayania un oficial a
todo galope, quien, llegando cerca del comandante general, echó pie a tierra y le en-
tregó im l(ílegnin)a que decía:
Puerto (Ic Ponce. agosto 13. 1898, 8.20 a. m.
Mayor general l.lrooke, Arroyo.
Por orden del Presidente, todas las operaciones militares contra el enemigo
quedan suspendidas.
Ijis negociaciones tocan a su fin; un Protocolo ha sido firmado [jor representan-
C R O K I í: a s
W-'-s^^^3'^'§m
tes de los dos países, '¡''odos los comandantes procxMlcrán de acuerdo con esta o,rden.
Por orden del Mayor general Miles,
Ksie t(!lcgrama, que fueí puesto en .l'once a las ocho y veinte de la mañana, a un
dsmo tiempo a los generales Brooke, W'ilson, Llenry y Schwan, acredita al coronel
284
A . R I \' E R O
Alien, comandante principal del cuerpo de Señales, y a, sus subordinados, quienes
en muy poi:o tiempo repararon todas las líneas telegráficas, que habían sido cortadas
por las fuerzas españolas al retirarse, Jas (|ue también destruyeron todos los aparatos
y baterías. Al recibirse este cal>le, el general Miles estaba en comunicación directa
con todas las brigadas a su mando y prestaban servicio 170 millas de alambre, por
los que fueron enviados» sólo
dc;sde Ponce, nu'ts de 200 men-
sajes.
Tan pronto como se reci-
bió la citada orden, las tro-
pas <lel general Krooke retro-
cedieron a Cluayama, envian-
do antes un parlamentario
con bandera Ijlanca ¡)ara no-
ticiar al comandante Cervcra
la suspensión do hostilidades.
Volvamos a las hierzas del
general liaines, que en aque-
llos momentos ascendían a las
montañas por un:i senda y en
/¡¡a iiiilia. Estab;m ya a milla
V media de la retaguardia es-
pañola, cuando, a las dos de
. tard(
ieg(j
el coiuandante Dean, ayuj-
dante de campo del general
si)i,i-i ri.-i .-imin.s < u«-t!-..i. -u-a 1h« KKiriu!, es ru- (;»«»/,■/«.' !h-ookc, cou la ofdcn de sus-
pender la. marclia y regresar
al campamento, por haberse dado fin a las hostilidades. El gencsral ílaines, en su
[jarte oficial de este día, dice textualmente;
Por todas las apariencias y por los informes recibidos de los hal>itanlcs cpie en-
contramos a lo largo del camino, nosotros hubiéramos caído sobre el entmiigo dos
horas más tarde, y es creencia que le hul>iéramos tomado completamente por sor-
presa, evidentemente ellos no nos esperaban en esta dirección, toda vez que el ca-
mino y campo (pie pasamos eran susi:eptil)les de la más fuerte defensa por unos
llocos honiures determinados.
Pi(iuetes con banderas blancas se colocaron más allá del puente de la ciudad,
hacia Cavey, y tanto las tropas españolas como las americanas se acantonaron, en
Cayey las primeras, y en su campamento de (fuayama las segundas.
<' ¡< o N 1 C A S
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"' ''''^"'"*'
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Él
Kl juicio crítii;» de las operaciones del general Brooke le encontrará el lector en
el Resumen de este libro.
Informes oficiaies.— lie aquí los informes oficiales de los generales ^facías
y Miles:
CAPITAXÍA CICXI'.RAL DF, l.\ 1>I.A DI-, in-KKTCi RR^c >
En Arro3'o han continuado las operaciones de desembarco y se cree que, las avan-
zadas enemigas atacaráti a (¡uayama cuando tengan suficiente tuer/a. Entre Coamo y
Juana Díaz continuamos en las mismas posiciones cpie ayer.
TU Coronel jefe de Estado Muj'oi\ jir.m Csmó.
En el combate sostenido en C}uayania el día 5, tuvimos l] bajas entre muertos
y heridos, quedando estos últimos en el hospital de la Cruz Roja. t:asi todas las ba-^
jas fueron en la 5.''* guerrilla volante, que sostuvo la reürada y rechazó al eneimgt»
dos veces antes de abandonar la población ' . Nuestras fuerzas las mandaba el co^
mandante de ingenieros 1). Julio t'ervera, ayudante de campo del líxcmo. Sr. (/k>
bernadorMacías y continúan en las posiciones <le í;»,////.////, después de evacuado
el |>ueblo. Anoche pasaron por aquí grii¡)os de gentes del i>aís y se produjo una
fuerte alarma en, la creencia de cpie íl)amos a atacar. La artillería americana hizo
fuego. Durante el ataque estaban fondeados en el puerto de .\rroyo ocho Iniqnes
Se'dcísndenten los rumores circulados de que se había alterado el orden pú-
blico en Lares, ¡>nes se reciben noticias telegráficas satisfactorias de aquel puef)lo.
l'St.l
(•1 <■
^ A.iKi:
A . R ! \' K R O
Se asegura que se encuentran en Arroyo dos generales americanos llamados
Brooke y Sheridan.
Las tropas enemigas desembarcadas en l'ajardo no han iniciado movimiento de
avance en ninguna, dirección.
A la partida que atacó a San Germán se le hicieron i 2 muertos y muchos heri-
dos K asegurándose que entre Jos últimos se encuentra un hidividuo de apellido
Toro y que Ií<hiardo Lugo Viña fué trasladado enfermo, en camilla, a Sabana
(írande. — Ei Coronel jefe de listado Mayor, Juan Camó.
A las diez de la mañana de ayer fuerzas enemigas en número de 400 a 500 hom-
bres, con dos piezas de artillería/ salieron de (¡uayama y se encaminaron hacia las
alturas de (¡uauíaiiu barrio de dicho pueblo. Nuestras tropas ocuparon las trinche-
ras hechas en estas alturas y esperaron al enemigo hasta que llegó a unos 1. 800 me-
tros. Itntonces rompieron el fuego, y al observar que trataban de emplazar su arti-
llería \q dirigieron contra ésta, obligándoles a retirarse con bastantes bajas. Se des-
tacaron 30 guerrilleros para recorrer el lugar de la acción, los cuales, al ser ataca-
dos, ¡wdicrcm rechazar al enemigo, cogiéndoles cuatro caballos; uno herido de bala
-Máuscr y dos, al parecer, propiedad de jefes.
\'"arias h,icrzas estaban en los alrededores de Cíuayanuí, se cree que para sostener
a las (]ue habían hecho el ata(|ue.
Debido a la buena situación en que están para|ietadas nuestras tropas, no han
€\¡ierimentado ninguna baja.
A his seis y media de la tarde, las trojias an.iericanas ocuparon sus anteriores
posiciones. /:/ ( 'oroncl jefe de lisiado ñíavor, Juan Camó,
Síxretario de la ("njcrra, Washington, I). C.
Kl general Brooke reporta que la brigada líaines, 4." de (Múo y 3."
capturó ayer el pueblo de (juayama. Ligera escaramuza con el eneniigc
fuera del pueblo; sus fuerzas, estimadas en 500 hondires. No se sabe cor
algunos eran soldados regulares. Resistx'ncia po<:ü fuerte.
Soldado jülm 1). Cordner, herido debajo de la rodilla; C. \\d Rifle,
amljas piernas; S. \\\ X'alent:, en el pie derecho. Ninguno grave.
Todos del 4." Ohío. Un español n.merlo, dos 'heridos, segal
dentro )•
certeza si
benios hasta
Querido amigo y paisano:
I'erdona si antes, por mis umchas ocupacicjnes, 110 fué posil^Ie escribirte como te
ofreciera; ahora, que parece han terminado las operaciones militares, dedico un rato
a pagar mi deuda.
AI llegar a esta isla de l'uerto Rico y por mi larga experiencia en la campaña de
(diba, donde siempre tuve el mando de guerrillas, luí nombrado [)ara organiza,r
varias, volantes, cada una de lOO homlires y que debían ser todas montadas, pero
que debido a la dificultad de conseguir caballos o tal vez a la falta de dinero para
ello, tuve que contentarme con montar una tercera parte en cada una, siendo, por
tanto, unidades mixtas que por su gran movilidad han prestado valiosos servicios.
Más tarde se me d€;s¡gnó para mandar una de estas guerrillas, la quinta Volante,
y con ella y en unión de otras fuerzas de infantería y de una batería de montaña,
estuve acampado en Punta Salinas los días 2^), 29 y 30 de junio y los tres primeros
288 A . R I V E R O
de julio siguiente, protegiendo la descarga del vapor Antonio López, buque que varó
en aquella ensenada al ser perseguido y cañoneado por el crucero auxiliar que blo-
queaba el puerto de San Juan.
En los últimos días del mes de julio último fui llamado, una noche, al palacio del
Gobernador General, quien me indicó que marchase, con la fuerza montada a mis
órdenes, y lo más rápidamente posible, hasta llegar a Guayama, porque se había
recibido información contradictoria sobre el desembarco de fuerza enemiga en
Arroyo, ignorándose la situación de unos 6o hombres de infantería, allí de guarni-
ción, al mando del comandante Reyes. Seguidamente fui a Río Piedras, donde estaba
acantonado con mi guerrilla, y lo antes que pude, emprendí la marcha por la carre-
tera central, llegando a Caguas a las tres de la tarde bajo un sol abrasador. En esta
ciudad di rancho a la tropa, pienso al ganado y algún descanso a todos, y a la caída
de dicha tarde continuamos hacia Cayey, población donde entramos a las diez de la
noche. Traté de cocrunicarme con Guayama, pero no me fué posible por estar inte-
rrumpida la línea telegráfica y, a pesar del cansancio de mi gente y de los caballos^
salimos, tomando la hermosa carretera que conduce a dicha ciudad.
Poco habíamos caminado, cuando alcanzamos un convoy de cuatro carretas car-
gadas de fusiles, correajes y municiones, custodiados por voluntarios, quienes me
dijeron que aquel armamento y equipo pertenecían a su disuelto batallón y sección
montada y que iban con destino al Parque de San Juan, Después de adquirir algunos
informes más y de saber que las fuerzas al mando del comandante Reyes estaban
acampadas a la bajada del Guamaní, continuamos nuestra jornada, llevando en van-
guardia una descubierta de cuatro guerrilleros montados al mando de un cabo.
Como tres kilómetros antes de llegar a Guayama fui detenido por las avanzadas
de nuestra infantería, sesenta y tantos hombres que allí encontré al mando de dos
oficiales; el comandante Reyes estaba alojado en la casa de un campesino, dos kiló-
metros separado de su fuerza, y sin perder tiempo le comuniqué las órdenes que
llevaba para que resignase el mando, y haciendo uso de un coche que pasaba, dicho
jefe siguió hasta San Juan, donde debía recibir instrucciones.
Reuní entonces a mi guerrilla la fuerza de infantería, y con las precauciones del
caso, y al frente de ellas, entré en Guayama en las últimas horas de la madrugada.
Llegué a la plaza, y en aquel sitio, y con gran alegría para mí, me encontré con un
antiguo y querido compañero de la infancia, y condiscípulo del Colegio de los Pa-
dres Jesuítas, el abogado Pedro de Aldrey; juntos nos dirigimos a una botica, y aquí,
él y otras personas que fueron llegando, me pusieron en antecedentes de todo lo ocu-
rrido. :
El cercano pueblo y puerto de Arroyo estaba en poder del Ejército americano, y
además había fondeados en la rada varios buques de guerra y transportes. Se había
anunciado para aquella misma mañana el avance hacia Guayama; pero al saberse que
de San Juan habían salido fuerzas a reforzar la escasa guarnición aquí existente, se
detuvo el movimiento, esperando desembarcar mayor número de tropas, y, sobre
todo, de artillería de campaña, entre la cual, según me dijeron, había muchos caño-
nes dinamiteros. No quise oír más, y acompañado de mis guerrilleros, me dirigí
hacia Arroyo, sosteniendo, antes de llegar a este pueblo, un vivo tiroteo con las avan-
zadas enemigas, que se batieron en retirada; seguí adelante, y conseguí meterme den-
CRÓNICAS 289
tro del caserío hasta las inmediaciones de la Aduana, y dando por terminado el re-
conocimiento, regresé a Guayama, donde quise comunicarme con la Capitanía Gene-
ral, lo que fué imposible, porque el telegrafista se había marchado, llevándose todos
los aparatos y destruyendo parte de la línea, por lo cual envié una pareja montada a
Cayey para que transmitiese desde allí un parte urgente a San Juan.
Seguidamente, utilizando toda la fuerza de infantería y algunos auxiliares paisa-
nos, dispuse la construcción de trincheras, cortando el camino hacia Arroyo, en si-
tios dominantes y apropiados para llevar la resistencia al límite posible, toda vez que
por mis noticias y reconocimiento había llegado a la conclusión de que las fuerzas
americanas constituían una brigada completa y con varias baterías de campaña, ade-
más de los cañones dinamiteros que ya te indiqué. En tales operaciones estaba,
cuando a eso de las cuatro de la tarde llegó el teniente coronel de Estado Mayor, La-
rrea, quien, después de recorrer todo el frente y trincheras, aprobando mis disposi-
ciones, se retiró, no sin indicarme antes que la retirada de toda mi fuerza, cuando yo
lo juzgase necesario, debía hacerla sobre las alturas de Guamaní^ posición dominante
en la carretera hacia Cayey, y en la cual se habían construido algunas obras de cam-
paña y acampado fuerzas de infantería al mando del comandante de ingenieros D. Ju-
lio Cervera, ayudante de campo del capitán general Macías.
Al siguiente día de ocurrir los sucesos que te relato, y desde las primeras horas
de la mañana, comenzó el avance en fuerza del enemigo, que venía por la carretera,
desplegando por ambos flancos una verdadera nube de guerrillas. Tan pronto los tu-
vimos a tiro, rompimos contra ellos fuego individual, que debió haber causado algún,
efecto, porque vi retroceder las avanzadas y agruparse algunas unidades que busca-
ron refugio en los accidentes del terreno. Pero media hora más tarde volvieron a
emprender el avance, al parecer muy reforzadas sus vanguardias.
Resistí cuanto pude, dentro de mis trincheras, y después comencé una retirada,
por escalones, en que cada uno protegía con sus fuegos y a cubierto de los cañave-
rales, la de los más avanzados; y tras muchas horas de combate, extenuados de la
sed y con regular número de muertos y heridos, entré en Guayama, saliendo segui-
damente hacia Cayey, al observar que una fuerza de artillería y secciones a pie se
corrían por ambos flancos con la intención manifiesta de encerrarme dentro de la
población. Efectivamente, aun no había llegado con mi gente al puente de hierro,
cuando me saludaron con algunos cañonazos disparados desde las alturas del acue-
ducto; pero como no hubiese enemigo alguno cercano ni caballería que nos persi-
guiera, seguimos con toda calma, y ya bien tarde, casi de noche, llegamos a las po-
siciones del Guamaní^ de donde había bajado fuerza a recibirnos.
Aquí arriba, en estos picachos, desde donde se divisa toda la llanada de Guaya-
ma, los campamentos enemigos y sus buques que van y vienen por la costa, dispa-
rando cañonazos de cuando en cuando, permanecí y aún sigo. Hace pocos días hubo
un ligero tiroteo contra una partida americana, al parecer con muchos oficiales, y
que venía indudablemente a reconocer nuestras posiciones; al recibir las primeras
descargas de Máuser se refugiaron en la casilla del peón caminero, y desde arriba y
con los gemelos de campaña, presenciamos su retirada en toda dirección y a la mayor
velocidad que podían hacerla.
Ayer, muy de mañana, vimos un gran contingente enemigo, de infantería, acom-
19
290 A . R I V E R o
panado de muchos cañones que, siguiendo la carretera hacia nosotros, se detuvieron
pasado el puente, emplazaron la artillería, permaneciendo por algún tiempo inacti-
vos. Media hora después izaron bandera blanca, y un grupo de oficiales, al mando de
un comandante de apellido Richards, si no estoy equivocado, llegó hasta nuestras
avanzadas, comunicando al comandante Cervera que, en aquellos momentos, el ge-
neral Brooke, jefe de la brigada enemiga, acababa de recibir un telegrama del Gene-
ralísimo Miles, notificándole que todas las operaciones de guerra quedaban suspen-
didas por haberse firmado los preliminares de paz.
Colocamos también banderines blancos en los límites de nuestras posiciones;
parte de las fuerzas defensoras (un puñado de infantes sin un solo cañón) se retiraron
a Cayey; mi guerrilla y yo estamos aquí todavía en espera de órdenes. Cuando nos
veamos te contaré otras cosas más que por aquí han sucedido.
Recibe un abrazo de tu amigo y paisano,
Nota. — El capitán Acha, siendo teniente y al mando de una sección de la guerrilla montada Peral ^erca
Punta Brava, Cuba, el día 2 de diciembre de 1896, y en un combate con el grupo que acompañaba al general
cubano Antonio Maceo, derrotó estas fuerzas, las que abandonaron el campo, dejando en él los cadáveres
del citado general Maceo y de un hijo de Máximo Gómez, que le acompañaba.
Fué un combate imprevisto, de encuentro, en que ni Acha ni sus guerrilleros conocieron, hasta más tarde,
la importancia del mismo.
Por este hecho de armas, aun cuando en él no tomó parte directa, fué recompensado con dos empleos el
comandante Cirujeda, jefe de la columna de la cual formaba parte la guerrilla Peral; fuerza que con su jefe
permaneció todo el tiemj)© que duró el combate, acampada cerca del cementerio de Punta Brava. Aquella
noche, y ya en esta población, al examinar alguno de los objetos y papeles encontrados sobre los muertos,
fué posible identificarlos, y entonces tal operación de guerra adquirió extraordinaria importancia, y el co-
mandante Cirujeda se vio colmado de todas clases de honores y mercedes. El mismo Cirujeda, al final de una
comida íntima, en San Juan de Puerto Pico, y cuando regresaba a España, refirió al autor la muerte del gene-
ral Maceo en la forma que arriba se indica. — A^. del A.
Por creerlo de importancia, transcribo varios cables cruzados entre el general
Miles y el secretario de la Guerra, Alger. Son los siguientes:
Ponce, julio 31, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
Su telegrama del 2"] recibido, y he contestado por carta. Voluntarios se rinden,
espontáneamente, con armas y municiones. Cuatro quintas partes de la población ce-
lebra la llegada del Ejército; 2.000 de un solo pueblo se han puesto voluntariamente
a mis órdenes. Están trayendo ganado, vehículos y otras cosas necesarias. La aduana
hasta hoy ha producido 14.000 dólares, que son los únicos fondos públicos que
tengo para pago de gastos necesarios.
Tan pronto como todas las tropas estén en tierra, quedarán dispuestas para
seguir las operaciones. Sírvase enviarme algunas banderas nacionales para darlas a
los municipios. Deseo que el asunto de los derechos de aduana, que deban cobrarse
C R <") X 1 CAS
€n los puertos de la Isla, ocupados por nuestras tropas, sea tomado en considerad()n;
<^nlrctanto seguirán en vigor los antiguos i\ranceles.
Respecto al (iohierno militar, hoy he dado órdenes, basadas sobre las del presi-
dente respecto a las l'ilipinas \' también similares a las de Santiago de C^'ulia. — ^bíjís.
Coni(i resultado de este telegrama, se rcc
■:ien banderas americanas.
eron en ]\ince, pocos días desp
Punce, vía Bermuila, agosto 2, iSr)8,
Secretario de la (iuerra, A\'áshington, I). C.
Sírvase avisarme cuál sería el plazo más l)r(n'e en (pie tendré en esta plaza su-
ficientes fondos y provisiones. Estamos usando vehículos de transportes d(^ los na-
tivos V empleando peones en la descariña y almacenaje de mercancías.
Abundancia de carne, ganado, café, azúcar y otros artículos sinu'lares pueden ob-
teiKTse en el país. Kuego que no se envíe más carne refrigerada, pues no f)uede
usarse más de un día después de desembarcada. — Afnj-:s.
M A .N s 1 0 y Ej i<: c r T 1 \\-\ .
W.isliington. agosto 5. iSyS.
General Miles, Ponce, Puerto Kico.
Secretario de la Ckierra me ordena informe a usted que 50.000 chilares en mone-
das se envían a su Comisario, por conducto del general Brooke; 1 00.000 más irán ])or
el Ci/4' of Chester, que sale mañana. --dJ. C. ilimww., Ajmdatitc general.
Oi-MCiXA ni-L AvrnAMi". <u-:xí-:k.\l.
Wáshingt,)!!. 1). C ¡ignst.) 6. 180S.
General Miles, l'oncc, P. R.
Una parte de la brigada del general (irant salió de Xewport Neivs; J.300 más
saldrán mañana; el 5." de caballería \- el 5." de Ghío están aguardando los dos trans-
portes que usted del)e enviar, según fué autorizado por cable de a\-er.
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292 A . R I V E R O
El secretario de la Guerra desea saber, cuanto antes, qué más gente necesita us-
ted para continuar la campaña de Puerto Rico. El desea enviarle a usted, con toda
rapidez, todos los hombres que usted necesite, pero ni uno más.
H. V. CORBING,
Ayudante General.
Ponce, agosto 8, 189S.
Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
Creo se ha enviado a Puerto Rico suficientes tropas; no se necesitan más baterías
de artillería ligera. — Mjles.
La carta a la que hace referencia el cable del general Miles, fechado en Ponce el
31 de julio, decía lo siguiente:
Puerto de Ponce, Puerto Rico, julio 30, 1S98.
Al Hon. Secretario de la Guerra, Washington, D. C.
Señor:
Esta expedición se formó con destacamentos enviados desde Santiago, Tampico,
Tarapa, Charleston y Newport News, con la intención de reorganizarlos en Guantá-
namo o en una de las pequeñas islas cercanas al cabo de wSan Juan (isla de Puerto
Rico). Con la conformidad de un jefe de Marina 1, Punta Fajardo fué el punto selec-
cionado para el desembarque.
Más tarde se supo que este puerto era una rada abierta y nada segura; y, ade-
más, como transcendió que nosotros pensábamos desembarcar por ella, los españo-
les tuvieron tiempo sobrado para reconcentrar sus fuerzas en la vecindad antes de
que llegásemos. Yo supe después que los caminos, por aquella parte, no permJtían
el paso de los cañones ni de los carros del parque de municiones.
Antes de salir de Guantánamo estuve esperando botes, lanchas de vapor, remolca-
dores, etc., que debían enviárseme desde Santiago y New York; nada de esto llegó
antes de la salida ni después, tampoco lo encontré, como esperaba, en el Canal del
Viento. Esto dejaba mis fuerzas sin medios de desembarco y de transportes.
Las razones expresadas me decidieron a tomar, primeramente, los puertos de
Guánica y Ponce; desde este último parte un camino afirmado, que costó al Gobierno
español millones de dólares, y que llega hasta San Juan, distante 70 millas.
Hemos desembarcado en un país saludable, bien poblado, y donde si fuera nece-
sario podríamos obtener grandes cantidades de carne y también medios de trans-
portes. Bajo tales circuntancias resulta este punto de mejores condiciones estratégi-
cas que el otro. Además, esto nos permite emplear todo el tiempo necesario, reorga-
nizando las fuerzas antes de marchar al interior, de manera que estas fuerzas, por su
aspecto, produzcan una impresión favorable entre los habitantes del país. Se ha te-
1 Almirante Sampson.— .\'. del A.
c: R o N 1 C A s
nido la precaución de avisar a los transportes, actualmente en ruta, para que sigan a
■este puerto, y muchos lian llegado ya.
¡\'Iarchando a través del país, en vez de hacerlo bajo el cañón de los buques de
guerra, causaremos mejor electo entre los habitantes; cuando menos cuatro quintas
partes del pueblo ha saludado con gran alegría la llegada de las tropas de los listados
Unidos, y todas las poblaciones solicitan banderas nacionales para colocarlas sobre
los edificios públicos.
Tengo el honor de ser, muy respetuosamente, su obediente servidor,
Nels'
A. Mn
A . K 1 \'' I*: R ( )
CAPITULO XX
OPERACIONES DE LA BRIGADA SCHWAN
HORMIGUEROS.— MAYAGÜEZ.— LAS MARÍAS.— EL RIO GUASIO.— PARLAMENTO
L día 31 de julio llegó a Guánica una brigada de tropas regula-
res al mando del brigadier general Teodoro Schwan, la cual
había salido de Tampa el 24 de julio, con 2.896 hombres, entre
oficiales y soldados. Allí recibió órdenes de seguir a Ponce,
pero desembarcando en Guánica parte del regimiento de infan-
tería número II, mandado por el coronel De Russy; el resto llegó a dicha ciudad,
donde permaneció algunos días reorganizando las fuerzas, hasta que fué recibida la
siguiente orden:
CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO
Puerto de Ponce, P. R,, agosto 6, 1898.
General: — El Mayor General Comandante del Ejército me ordena transmita a
usted las siguientes instrucciones:
vSaldrá de Ponce con las seis compañías del 1 1 de infantería hacia Yauco, por
ferrocarril, si desea hacerlo así. También llevará, por ferrocarril, el escuadrón A del
5."^ de caballería y dos baterías de campaña.
En Yauco tomará el resto del 1 1 de infantería y dos compañías del 19, allí de
guarnición, y seguirá por Sabana Grande y San Germán a Mayagüez, y de aquí a
Lares y Arecibo.
20 A. RI VERO
En Yauco recibirá todo el tren de vagones que irá desde Guánica. Usted disper-
sará o capturará todas las tropas españolas que encuentre en la parte Oeste de Puerto
Rico. Adoptará las precauciones necesarias para evitar emboscadas o sorpresas del
enemigo, y su marcha y operaciones serán tan rápidas como sea posible; y, al mismo
tiempo, usará de su buen juicio en el cuidado y dirección de su fuerza para obtener
éxito en la expedición.
Es de esperarse que en Arecibo se le reúna el completo de su brigada.
Tome las raciones y cuanto necesite para su fuerza.
Reporte con frecuencia y por telégrafo.
Muy respetuosamente,
J. C. GiLMORE,
Brigadier General.
Brigadier Gen. Teodoro Schwan.
Comandante de Brigada, Ponce, P. R.
La expedición. — Las fuerzas expedicionarias fueron organizadas en Yauco como
sigue:
Regimiento número 1 1 de infantería, coronel L. D, De Russy, con 26 oficiales y
1. 1 10 soldados y clases; batería de campaña C del S."" de artillería y batería D
del 5.° regimiento, ambas al mando del capitán Frank Thorp y otros oficiales, con
un total de siete jefes y subalternos y 200 artilleros; un escuadrón de caballería con
dos oficiales y 78 caballos, al mando del capitán Macomb; además los auxiliares de
ingenieros, sanidad y cuerpo de Señales. Total: 36 oficiales, I.411 soldados, y en
conjunto, 1. 447. Esta fuerza, ll^rmáR Brigada Regular Independiente^ fué, por excep-
ción, la única que durante la campaña se compuso, exclusivamente, de tropas re-
gulares.
Los escuchas. — Eduardo Lugo Viña, portorriqueño, ciudadano americano, y que,
según el general Schwan, proved to be a man of character and forcé] he rendered and
is still rendering valuable service^ ^ iba al frente de la columna con una partida de once
nativos, bien montados; fuerza que era conocida con el nombre de escuchas. Mateo
Eajardo, también nativo, de quien me ocuparé en otro lugar, estaba agregado al Es-
tado Mayor del general Schwan con el grado de coronel.
En marcha. — El día 9, sin esperar la llegada de la caballería, salió la expedición
de Yauco hacia Sabana Grande, y después de caminar doce millas bajo el sol de
fuego del mes de agosto, acampó muy cerca de esta población y en las márgenes
del Río Grande. Como el calor y el polvo del camino causaron serias molestias a la
columna, no se perdió tiempo levantando tiendas, y, sobre sus mantas, los soldados
buscaron descanso en el sueño. A media noche, ruido de sables y herraduras anun-
ció la llegada del capitán Macomb y sus jinetes. A las ocho de la siguiente mañana,
10 de agosto, toda la brigada levantó el campo y siguió hacia San Germán, siendo el
* Probó ser un hombre de carácter y fuerza; rindió y aún rinde valiosos servicios. — N» del A.
CRÓNICAS 297
orden de marcha como sigue: Escuchas de Lugo Viña, explorando el terreno; caba-
llería de Macomb y ordenanzas montados para comunicarse con el jefe de la brigada;
dos millas detrás seguía la vanguardia, compuesta de dos compañías de infantería y
un pelotón, también de infantería, con dos ametralladoras Gatling; un destacamento
de ocho soldados, al mando de un sargento, actuaba como zapadores, llevando una
carreta atestada de útiles de trinchera.
A continuación marchaba el grueso principal de la columna: nueve compañías
del regimiento número li; una batería de campaña y otro pelotón con dos ametra-
lladoras Gatling; después venía el tren de municiones y la impedimenta, bajo la di-
rección del Cuartel maestre, en esta forma: tres ambulancias de hospital, columna
de municiones, reservas y carros con los equipos; cerraba la marcha una compañía
de infantería, el jefe Schwan (que hasta San Germán fué en coche por estar enfermo),
su Estado Mayor, ayudantes y coronel Fajardo; partidas exploradoras reconocían
ambos lados del camino. Así llegó la brigada a San Germán a medio día; pasó a
través de la población y se detuvo, algún tiempo, sin acampar, cuando la vanguardia
asomaba hacia el camino de Mayagüez. El comandante general penetró en la casa de
un prominente vecino, Sr. Servera Nasario, cuya señora cuidó de que se sirviese al
general leche y alguna tisana, pues venía enfermo y a dieta.
Cuando se dio la orden de marcha, dos horas después, el brigadier, muy compla-
cido de las atenciones recibidas, dijo al joven Servera Silva: «Caballero, en honor
a su señora madre, doña Apolonia, voy a ordenar que todas las bandas toquen una
marcha de honor.»
Y debido a tales circunstancias vibraron aquel día, y por vez primera, en las
pintorescas calles de la artística y legendaria ciudad de las Lomas, los bélicos acor-
des de las músicas militares americanas. Era este general Schwan un soldado rígido,
alto, silencioso, reservado y muy querido de su gente; demostró en toda ocasión ser
un completo gentleman. A cualquier hora sus oídos estaban dispuestos a escuchar
las quejas del más humilde soldado.
Hacia Hormigueros. — A la salida de San Germán llegaron noticias, traídas por
los escuchas de Lugo Viña, de que una buena parte de la guarnición de Mayagüez
había salido de aquella plaza, hacia Hormigueros, y al encuentro de la brigada, por
lo cual se redoblaron las precauciones y estrecharon las distancias entre las fraccio-
nes de la columna, a cuya cabeza cabalgaba el general Schwan.
Nuestro servicio de información ^, en estas y otras importantes ocasiones, fué un
pequeño Cuerpo de escuchas nativos, de seis a once hombres, y mandados por Lugo
Viña, un portorriqueño moreno, pequeño y juicioso, el cual se asemejaba al general
Máximo Gómez y quien era taciturno como un indio. Fué considerado, por el jefe
* De un pequeño libro que, con el título <From Yauco to Las Marías», publicó después de la guerra el
sargento de artillería Karl Stephen. Debo este libro a la cortesía del general Darling. — N. del A,
298 A . RI VER O
Schwan, como un hombre de gran valor y carácter. Estos escuckas estshsLñ bien
montados y acompañaron a la brigada durante toda la marcha, rindiendo los más
importantes y eficientes servicios; tres de ellos fueron arrestados como espías entre
Mayagüez y Las Marías, por oficiales españoles, y con mucho trabajo escaparon de
ser fusilados. Solamente estuvieron en prisión algunos meses, en San Juan, y cuando
la Comisión de evacuación obtuvo su libertad, los Estados Unidos les reembolsaron
sus haberes devengados durante el tiempo de cautividad.
La noticia de que nos íbamos a encontrar cara a cara con las fuerzas españolas
cundió rápidamente entre los hombres y levantó más entusiasmo que el producido
por el champaña. Nadie, en adelante, se quejó del calor, y cuando más tarde comenzó
a llover, tampoco hubo protestas; ninguno volvió a mirar a las ambulancias vacías,
ni tampoco se murmuró de la rapidez de la marcha.
Esa tarde yo iba en la avanzada, y cuando supe lo que nos esperaba, antes de la
puesta del sol, estudié a mis hombres, con viva curiosidad, para poder juzgar de sus
emociones ante la probabilidad de un combate cercano.
La mayor parte, en mi pelotón de artillería, eran muchachos o poco más, y sin
excepción reclutas con menos de seis meses en las filas. Era de presumir que se
mostrarían preocupados ante probabilidades tan poco satisfactorias; pero nunca estu-
vieron más alegres y dispuestos, al menos en apariencia. Frases de broma salían de
labios de todos, con fantásticos cálculos sobre ascensos, en caso de que nuestros
oficiales muriesen a la primera descarga.
Hasta los caballos eran tratados con gran cariño, porque cada hombre esperaba
algún servicio de ellos en la primera ocasión. Ninguno dio a su camarada instruccio-
nes acerca de su madre o de su novia por si llegaba el caso de morder el polvo. Por
mi parte, me hallé tan ocupado recordando las cadencias de un vals que había
bailado algunos meses antes, que no pude pensar sino en la belleza de su estribillo
o, tal vez, en los ojos de ELLA; además, no es juicioso temerle al demonio hasta que
se esté al alcance de sus uñas.
Cerca de una tienda, en el camino principal, y donde éste es flanqueado por dos
haciendas de caña, la caballería de vanguardia fué tiroteada, sin efecto, por los explo-
radores enemigos ^ ocultos tras un vallado y a lo largo del camino de Hormigueros;
fácilmente fueron dispersados.
La infantería y avanzadas que habían pasado este punto, aprovecharon toda ven-
taja que les ofreciera el terreno para ofender, con sus fuegos, al enemigo.
La caballería Macomb tomó por el camino de Hormigueros, cruzó el Rosario por
el puente de hierro, volvió a bajar hacia el Oeste y siguió a cubierto por el desmonte
de la vía férrea, alcanzando una posición más allá de un puente de madera.
Hasta aquí la interesante narración, en un todo ajustada a la verdad, del sargento
Stephen.
Cuando el capitán Macomb, con sus jinetes, guiados por Mateo Fajardo, tomó el
camino hacia Hormigueros, los guerrilleros se batieron en retirada, incorporándose a
* Era la guerrilla voluntaria mandada por el capitán Jiiancho Bascarán. Esta fuerza era conocida con el
sobrenombre de los sucios^ por no tener más que un uniforme y éste completamente destrozado. — -N. del A*
CRÓNICAS
299
300 A . R 1 V E R O
las fuerzas situadas en las Lomas de Silva, Al llegar al pueblo, Macomb se detuvo, y
señalando la altura donde asienta el Santuario, dijo a Mateo:
— Mr. Fajardo, go ahead^ pie ase ^.
— / am going; but it is too hot for 7ne — ^ fué la respuesta de aquél; y con unos
pocos jinetes, llegó al pueblo, subió hasta la Casa de Peregrinos, donde le salió al
encuentro el Padre Antonio, cura párroco, y allí se entabló el siguiente diálogo:
— Padre Antonio; mande a repicar las campanas porque vamos a izar la bandera
de los Estados Unidos en lo alto del campanario.
— Mateo, vete — Nadie pudo oír el final de la frase, porque el inquieto caba-
llo que montaba dicho coronel, golpeó el pavimento con sus herraduras; pero debió
ser algo jocoso, pues Mateo Fajardo se sonrió, y mordiendo nerviosamente el tabaco
que sostenía entre sus labios, volvió grupas y se incorporó a los jinetes americanos .
Sigamos, ahora, el relato de nuestro sargento de artillería:
El brigadier había salido de San Germán a la cabeza de la columna principal, y
cuando oyó fuego hacia el frente, envió órdenes a los comandantes para que siguie-
ran, sin detenerse, cerrando las distancias. Igual orden fué dada al tren de municio-
nes y a la impedimenta. Cuando se informó de la ruta seguida por la caballería,
otorgó su aprobación.
Un oficial de Estado Mayor que había sido destacado para reconocer el campo,
regresó manifestando que el terreno, al Oeste del camino de Cabo Rojo, era a propó-
sito para el despliegue, pero a causa de la proximidad del enemigo, cuya posición
aun no había sido fijada, se decidió seguir más allá del puente de hierro ^ (puente
de Silva); esto, a pesar de que los hombres habían marchado lo millas y estaban
muy cansados.
Una vez dueño de este puente y de las alturas al Norte del mismo, nuestra fuerza
ocuparía una posición tan fuerte, que sería muy difícil detener su avance sobre
Mayagüez.
De acuerdo con este plan, la extrema vanguardia, al mando del capitán Hoyt,
avanzó, desplegando en líneas de tiradores y pelotones de sostén. En esta formación
continuaron aproximándose al puente, hasta 400 yardas de él, cuando el enemigo
rompió el fuego; al principio, fuego individual, y como el tiroteo contra la vanguar-
dia se hiciese muy vivo, el 1 1 regimiento de infantería aceleró la marcha, cruzó el
puente, en columna de a cuatro, y se puso a las órdenes del general, cuyo Estado
Mayor había comenzado a demoler las cercas de alambre que limitaban el camino.
Durante esto el brigadier había ordenado el repliegue de dos compañías, bajo el
comandante Gilbraith, para reforzar la vanguardia; el enemigo, desde su posición en
las montañas, hacía descarga tras descarga al Cuerpo principal, a través del claro
que separaba la vanguardia de infantería, de la caballería, hiriendo algunos hom-
bres y también a un oficial y a varios caballos del Estado Mayor.
1 Sr. Fajardo, adelante, si gusta.
2 Ya voy; pero esto está demasiado caliente para mí. — N. del A.
Véase el plano de este combate.
CRÓNICAS 301
Entre tanto, la fuerza de artillería, bajo la inspección del general, había tomado
una posición a la izquierda del camino. Como la pólvora usada por el enemigo era
absolutamente sin humo, y además éste hacía fuego oculto tras la arboleda que bor-
deaba el río Grande, hubo cierta perplejidad, tanto respecto al camino que debía
seguir el comandante Gilbraith, como al orden de combate que convenía adoptar. Fe-
lizmente, esta incertidumbre no duró mucho, porque las balas del enemigo, cayendo
cerca de nosotros, resolvieron el problema. El prematuro y precipitado despliegue
de las restantes compañías ocasionó cierta confusión que frustró, en parte, los pro-
pósitos del brigadier, quien siempre había pensado formar dos líneas de combate:
una como soporte de la de fuego, y la segunda, de reserva Pero todo fué subsanado
colocando tres compañías a la derecha y cuatro a la izquierda del camino; las pri-
meras al mando del teniente coronel Burke, que maniobraron en apoyo del coman-
dante Gilbraith, y las últimas permanecieron por algún tiempo a retaguardia.
Estas fuerzas, siéndoles imposible vadear el arroyo, tuvieron que pasarlo por un
puente que había hacia la izquierda, y después las primeras compañías se situaron a
cubierto, dentro de una zanja, a la derecha del camino. Entonces la vanguardia (una
de cuyas compañías, al mando del capitán Penrose, había ocupado una loma a la
izquierda. A.) siguió adelante, cruzó el puente de Silva y destacó secciones avanzadas
al mando de los tenientes Wells y Alexander.
Como al llegar a este punto aparece cortada la narración del sargento Stephen,
procuraré completarla con el informe oficial del comandante de la brigada, informe
que debo a la cortesía del secretario de la Guerra de los Estados Unidos. Lo que
sigue es copiado de dicho report:
Después que el último (el teniente Wells) ocupó por algún tiempo la loma L.^
toda la vanguardia, incluyendo dos piezas Gatling, fué concentrada a la derecha de
la vía férrea. Esto dislocó al enemigo, el cual desde entonces disminuyó el volumen
de su fuego. Nuestro escuadrón, después de haber amagado por algún tiempo el
flanco izquierdo de los españoles, se unió a las compañías del mayor Gilbraith, y
todo el centro de la línea, avanzando, tomó posiciones en la parte Nordeste de las
alturas de Silva, adonde fué llegando el resto de la infantería y el teniente Archibald
Campell, con dos cañones, a quien di órdenes de romper el fuego, y todo esto con-
tribuyó al desconcierto del enemigo.
Los dos cañones Gatling, que iban con la avanzada a cargo del teniente Maginnis,
hicieron un excelente trabajo; al principio cerca del arro-
yo, sitio desde el cual podía observarse perfectamente al
enemigo, y más tarde en todas las demás posiciones que
fué ocupando dicha fuerza avanzada. Las otras dos piezas
de artillería que acompañaban al Cuerpo principal, man-
dadas por el teniente O. L Straub, también entraron en
acción desde la cresta de las lomas mencionadas y du-
rante la última fase del combate.
El fuego terminó a las seis de la tarde, y todas las fuer-
zas, incluso las de artillería, vivaquearon sobre las mis- Ametralladora oatiing.
302 A . R I V E R o
mas posiciones anteriormente ocupadas por el enemigo. Una hora antes determinar
el combate se había dado órdenes al tren de carros (el que había permanecido a
retaguardia) para que avanzase más allá del puente de Silva, y allí aparcó en doble
columna.
Antes que cerrase la noche envié al capitán Macomb con sus jinetes, para que
haciendo un esfuerzo procurase capturar un tren que, desde Mayagüez, se dirigía
hacia el sitio que ocupábamos; esto no fué posible, y entonces el teniente Maginnis
le disparó dos cañonazos, retrocediendo dicho tren a toda velocidad. Más tarde, y
aunque la noche había cerrado, el mismo capitán pudo hacer algunos prisioneros, in-
cluyendo entre ellos un teniente herido.
Debo mencionar que hubo gran dificultad en localizar al enemigo, circunstancia
que hizo muy difícil el dar órdenes precisas para la formación en orden de combate.
Otra causa de ansiedad durante el primer período de la acción fué la noticia que re-
cibiera el comandante de la brigada, desde diferentes puntos del campo de batalla, y
todas ellas enviadas por oficiales, de que el enemigo estaba tratando de flanquear,
unas veces nuestra derecha, y otras nuestra izquierda, con la intención manifiesta de
capturar el tren. Hubo algún fundamento para tales avisos; pero, indudablemente, las
partidas flanqueadoras, o fueron muy pequeñas, o abandonaron su propósito al notar
nuestro firme avance; añadiré además que el tren estaba bien guardado.
He traducido literalmente los párrafos anteriores por encontrar en ellos un reflejo
exacto de la verdad; afirman esta creencia mía las noticias que, personalmente y por
escrito, obtuve del capitán Torrecillas, y además el propio conocimiento del terreno
que he recorrido cuidadosamente. El artillero Karl Stephen, en su delicioso libro
que ya conocen en parte mis lectores, escribe:
A riesgo de ser considerado demasiado prolijo, no puedo menos de dedicar otro
capítulo a Hormigueros; primero por haber sido allí mi bautismo de fuego, y segundo,
porque hay muchas cosas guardadas en la memoria de un soldado, que no pueden
ser consignadas en el report de un comandante general.
A las tres y media las guerrillas llegaron al río Rosario; pero siendo imposible
pasarlo, marcharon a retaguardia, y, llegando al camino, salieron por el puente de
hierro ya descrito por el general Schwan; fué en este momento que las fuerzas espa-
ñolas comenzaron el fuego, ocultas entre unas malezas y a 500 yardas de nues-
tro frente.
Apretados, como estábamos, a todos parecerá que la lluvia de plomo que caía
sobre nosotros debió hacer una verdadera carnicería; no fué así. Y la sola explica-
ción que encuentro a nuestra maravillosa inmunidad, probablemente descansa en el
hecho de que también el fuego que hacíamos al enemigo era excesivamente malo.
Muchas balas silbaban sobre nuestras cabezas o levantaban nubéculas de polvo en
las inmediaciones; pero aunque el estampido de los rifles se parecía al ruido que
produjeran cien mil botellas de cerveza destapadas al mismo tiempo, ni el más leve
vestigio de humo empañaba la clara atmósfera, y ni un solo uniforme enemigo pudo
divisarse. Por alguna razón, que ignoro, nuestra infantería no replicaba debidamente
CRÓNICAS 303
a la fusilería española; en un corto espacio de tiempo, dos hombres y dos caballos
fueron heridos en mi pelotón, el cual estaba demasiado cerca de los infantes para
que pudiese realizar ningún acto beneficioso. Entonces los dos Gatling del teniente
Maginnis tomaron la palabra] y los Gatling suelen hacer un gran efecto sobre los
nervios, si acontece, como en esta ocasión, que en la pelea están de parte de uno-
Lo que siguió a esto fué una retirada a galope tendido de toda la artillería hacia
retaguardia y por un octavo de milla; y después, por un corto rodeo a la izquierda
y atravesando un terreno pantanoso y lleno de zanjas, tomó posiciones en cierta
altura, al parecer muy conveniente. El cuerpo principal había llegado, y seguida-
mente fué echado al surco^ sin ceremonias, siendo ahora muy vivo el fuego por am-
bas partes.
Durante la primera hora del combate toda la pólvora usada por el enemigo fué sin
humo, por cuya circunstancia se me ocurrió pensar que aquello no era un verdadero
negocio de guerra. Apretó el fuego, hubo una corta carrera; una violenta voz de man-
do, y tal vez se oyeron agudos juramentos, intermitente rechinar de cureñas y lamen-
tos de heridos. Pero no hubo nubes de polvo, ni montones de muertos, ni vítores, ni
cargas desesperadas, ni el menor asomo á^franjas y estrellas. Hacia arriba y a nues-
tra derecha, podíamos ver gran número de espectadores sobre la elevada plataforma
en que se asienta el Santuario de la Monserrate; entonces pensé que procedíamos
honradamente no cobrándoles nada como derecho de admisión al espectáculo de
que ellos disfrutaban, porque tal vez murmurarían por haber sido defraudados en
sus esperanzas.
Pero mi más terrible experiencia ocurrió de esta manera: El pelotón de artillería,
del cual yo formaba parte, como he dicho, decidió que su posición detrás de la in-
fíintería era insostenible, y a todo galope emprendió la retirada. En aquel momento
yo estaba de pie cerca de la primera piezafy no oí la orden que me hubiera hecho
saltar a mi asiento sobre el armón. Y así, de improviso, me encontré solo y con mis
camaradas a lo lejos y en plena carrera. Una mirada en derredor me hizo ver que era
yo la sola cosa viviente parada en un radio de 500 yardas; era, por tanto, un excelen-
te blanco para aquellos homicidas españoles que aparecían muy enfurecidos, como
Ib demostraban con su fuego desde las malezas que ocupaban, y debía, por consi-
guiente, reunirme a mi sección tan aprisa como me fuese posible, por eso yo corrí.
Ahora se me ocurre que aquella fué una oportunidad en que pude demostrar
cuanto era yo capaz de hacer; debía haber detenido la carrera, llenar y encender mi
pipa, y con andar majestuoso seguir paso a paso por el limpio camino, con lo cual,
tal vez, hubiese ganado aplausos y condecoraciones. Digo que todo esto lo he pen-
sado después; pero entonces yo recordaba la historia del único superviviente de la
batalla de Bull Run^ quien contestando a ciertas críticas apasionadas acerca de la
retirada Federal de aquel famoso campo, dijo sentenciosamente: — Todos los que no
corrieron están allí todavía. Y yo creo que en aquellos momentos tuve una visión
exacta de la realidad, y por eso continué corriendo cuanto pude, dejando las pom-
posas reputaciones para otros ambiciosos, o también para mí en otro día y en cual-
quier otro campo. Quizá desprecie la marea llena de oportunidades; aunque en esta,
como en otras ocasiones, he notado, con sorpresa, cómo en melodramáticas crisis la
mente de un hombre no siempre es capaz de dominar sus piernas.
304 A . R 1 Y E K O
Dejemos ahora a la columna Schwan pasando la noche en su vivac, mientras su
infantería cubre el servicio de avanzadas, y hagamos una rápida incursión por el
campo y planes de las fuerzas españolas.
Fuerzas defensoras,— I.as fuerzas que guarnecían a Mayagüez en los primeros
días del mes de agosto eran las siguientes:
Un batallón de infantería, Cazadores de Alfonso Xlll, teniente coronel Oses, con
seis compañías y H50 fusiles, f-ste batallón tenía una guerrilla montada de (k) hom-
bres, la cual estaba al mando del capitán Rodríguez. J íal)ía otra guerrilla, a pie, de
50 hombres, al mando del capitán de Voluntarios Juan ¡bascarán.
Un segundo batallón, el 6." de Voluntarios, teniente coronel Salvador Suau, con
un electivo de 450 hombres; una sección de artillería de montana, tetiiente ]\*odollo
dti Olea, con dos cañones Plasencia; 30 guarklias de Orden |jübl¡co, 28 guardias ci-
viles montados y algunos pocos voluntarios restantes del 7." batallón, <]ue se hal>ía
disuelto, completaljan el efectivo de las tropas defensoras de ]\Iayague2, sumando,
entre todas, 1.5 1 5 soldadt»s, 70 caballos y dos cañones.
/
:.^'Í0..:.
::,'::lÍÍÍii
<: R o N 1 C A S 305
Desde la decIaracicSn de guerra, el comandante militar de la plaza y distrito, co-
ronel de infantería |ulio Soto Vlllaniicva, organizcS una Junta de Defensa, la que re-
caudó fondos, con los cuales se atendieron a las más urgentes necesidades. También
se llevaron a cabo varias obras de defensa: un hlookJiouse fué construido sobre la vía
férrea, cerca de Hormigueros, y un cuartel defensivo en una altura que domina el
puerto, donde dos lanchones, armados y provistos de faroles y cohetes de señales,
practicaban servicio de vigi-
lancia en el canal <le entrada.
La Cruz Roja, bajo la di-
fccción dtd doctor Nicolás Ji-
ménez, estableció en el teatro
un hospital de sangre, de
cuyo personal formaba parte
el doctor l'oni y Guillot, ab
•calde de la ciudad.
Kn la playa, con los ina-
iriculados, se fornu') una sec-
ción de marinos.
\\\ coronel Soto publicó
[)rociamas levantando el es-
|)íritii público e liizo cuanto
pudo dentro de sus limitados
-recursos. líl día O de agosto,
.al saber el avance de la bri-
gíida .Schwan, envió al gene-
ral Maclas dos telegranuis, a
los cuales no obtuv'o respues-
ta. Así llegó el día lo, cuan-
do el telegrafista de San Cler-
mán dio cuenta de la entra-
da, en aquella población, del
•ejército enemigo. La sexta ^ rtKíen. !<..)..; ?.i csi.osa <• hijos,
compaiu'a del balalhni tle Al-
fonso Xíü, al mando del ca¡)¡tán 'lorrecillas, y 25 guerrilleros de hJascarán, to-
tal 145 hombrea, fueron enviados a ll,ormiguer(ts, con «ordenes concrdas de enta-
•')lar combate tan j)ronto apareciera fuerza americana. El resto de la guarnición per-
maneció acuartelada y sobre las armas, y a cada unid:ul se le señaló su puesto ¡}ara
easo de aJarma; 3' otros telegramas enviados al capitán general tampoco fueron con-
A las tres de la tarde de dicho día, llegó un guerrillero de Torrecillas con la
3í)6
A .
R I V E K (><
noticia de que el combate se había iniciado, entre el camino de Cabo Rojo y el
puente de hierro, llamado de Silva K
Las cornetas tocaron gene raía y cada fuerza ocupó su puesto, saliendo, después,,
toda la guarnición hacia el cerro de las Mesas. FJ coronel Soto, a caballo, tío paró-
nn iiíoniento, acompañado de sus ayudantes (un capitán de ingenieros y el jefe de-
Orden público, que no tenían puestos en las fdas). 'l'oda la cohnnna escaló la altura,
del cerro ya citado, y allí emplazó sus dos cañones el teniente Olea; poco después,,
el mismo coronel envió otra compaiiía, capitán Florencio liiicrtos, en auxilio del es,,
calón avanzado y situó la quinta compañía, capitán (jarcia Cnyar, en la loma de las
Piedras, hacia 1 lorniigueros, como reserva, entregando todo el (^scalón <le combate
i'trcís compañías y dos guerrillas") al comandante Jaspe; el jefe tlel batallón, Oses,
(¡ucdó en lo alto del cerro con la artillería y el resto de la fuerza veterana y volun-
taria. Soto volvicS a la plaza y entró) en el Telégrafo, ansioso de oír alguna palabra de
Santa Catalina, cuartel gent^ral del gobernador Maclas. FJ silencio continuaf)a; re-
gresó a la cita,da loma para empujar el escalón de reserva, toda vezqu(í había llegado
un aviso de Torrecillas pidiendo refuerzos con urgencia. No encontró allí un solo
soldado, y creyendo que el comandante Jaspe se había corrido hacía el higar del
combate subió a las Mesa,s, donde vi<} reunida toda la fuerza; como increpara al co-
mandante |ior haber abaiulonaxlo su puesto, éste le contestó (pie <!o hafna heclio por
orden del nu'snio Soto, conunut-ada porSuau.-
poi:o auíigos- -s sosteniendo, Solo, que no dio ni fuido dar lal orden, ni vio a Suan
desde la mañana; \' Suau, iuraudo que Soto, en f)ersona,, le conumicó la orden de
retirada. Entre discusiones de agrio tono, a campo raso, cpie trascendieron a la tropa.
C R O N 1 C A S
307
se pcrd¡(') bastante tiempo; llegó un correo anunciando que fuerza de caballería 01a-
niobratja hacía Floriiiigiicros con intcnciún de flanquear el cerro de las Mesas; otro
parte vino, desde ]a playa, avisando que buques de guerra enemigos estaban a la
vista K
Poco después se recibió un parte urgente, del capitán Torrecillas, anunciando
0-:'-^'^::^wm-M^t^'m^: --.^i^ ■ ■'■■■ :s^-,---A^~
:^^'J*"- - ■':■ -~ -^^T^^r"^ ■^'..-s ■■■■ ■.- ■ *^-«;-
* ' :-^- ■ •f'^^Z^J.. ■ -^'^ ''" ■«-■: ■*'^- ■■■■■■- ■?*
(|ue '<estal)a exhausto de n\uniciones; la tr(.i]:)a agotada por la fatiga y el calor, bajo^
una ihivia de granallas y balas de fusil, y tpje las fuerzas eneniigas, desembocando
por el puente de Silva, escalaban, en aipiellos momentos, las loma,s (hd mismo nom-
bre. Sólo me quedan ro cartuchos [>or plaza, y si no me envían numiciones, estoy
resuelto a cerrar a la bayoneta contra el enemigo, y sea lo que Dios (piíera>. .
Hubo amagos de indisciplina; se nuirivmró en voz alta por oficiales y sargentos, \'
el capitán Ntamiel García Cuyar dijo, casi a gritos, que ■■aquello era, una vergüenza
t>ara el tljército español». Snau apoyal)a a los descontentos, y Oses nada hacía p:u-a
restablecer la disciplina.
Ixeunida por Soto tod.'i la columna y :d frente de ella, bajó a, la ciuchid, adonde
llegó cerca de las die¿: de la noche; la poI)lación, casi a obscuras, estaba desierta, y
nis pocas j>ersona,s que encontraba al paso le daban noticias alarmantes, «Los am<^TÍ^
<'arios estaban ya en el cementerio; barcos de guerra desembarcal)an tropas en la
I^laya y en ("abo Rojo, y en el puerto, un fuerte escuadrón eiu^miigo, enfilal>a la
ciudad con sus ca ñones «. l^hijo la impresión de tales avisos, el jele de la, fuerza ordenó
,' iitia falsa
3o8 A . R I V E R O
que ésta no continuara a la población, sino que, marchando por las afueras, acam-
pase sobre el camino de Las Marías, finca de Pérez Díaz, donde estaba ya el convoy
con la impedimenta. El teniente coronel Oses recibió órdenes para preparar y distri-
buir el rancho a la tropa y establecer un servicio nocturno de seguridad. Acompa-
ñado de sus ayudantes y de algunos guerrilleros, entró en Mayagüez el coronel Soto,
y dirigiéndose a las oficinas del telégrafo envió al general Macías el siguiente
telegrama:
10 de agosto de 1898 (10 de la noche).
El Comandante militar de Mayagüez al Capitán general.
A la una de la tarde recibí aviso que desde las once mis avanzadas sostenían
fuego con el enemigo; mandé reforzarlas, con otras compañías y las guerrillas al
mando del comandante Jaspe, quedando yo al frente de la columna escalonada hasta
extremo de la población.
Enemigo rompió fuego de cañón y ametralladora, tratando de cortar compañías
con 500 caballos por carretera; visto lo cual, acudí en su auxilio y los mandé retirar
por la parte del monte; tomé, seguidamente, posiciones en el Cerro de las Mesas,
protegiendo así retirada de las compañías. A las siete terminó el fuego de cañón y
bajé con la fuerza a población, que ya estaba, si no ocupada, por lo menos corrido
el enemigo por la parte de la playa y llegando la caballería hasta cementerio pueblo.
Son las diez de la noche; el soldado cansado, sin comer en todo el día, po lo
que he acampado columna en el camino de Las Marías hacia donde ya tenía el
convoy. Hemos tenido tres muertos y siete heridos, entre ellos un oficial de Alfon-
so XIII y otro de Voluntarios con ocho caballos muertos. A la vista hay siete buques
de guerra, según me dicen.
Aquella misma noche, y a las dos de la madrugada, llegó la respuesta que decía:
10 agosto 1898. (Recibido alas dos de la madrugada del 11.)
Capitán general a Comandante militar de Mayagüez.
Enterado de su telegrama, estoy satisfecho del comportamiento de las fuerzas a
sus órdenes; obre con arreglo a las circunstancias, teniendo presente mis instruccio-
nes; no se olvide de que la tropa esté racionada para cuatro días, y que lleven las
municiones, tanto las individuales como las de reserva.
Esté prevenido para todos los casos que se presenten, y si llega a verse obligado
a una retirada, proceda llevándose todas las municiones, efectos de almacén y enfer-
mos; si es posible, teniendo presente situación de escuadra enemiga, envíe todo a
Aguadilla por tren, que estará siempre preparado.
Según el mismo coronel Soto me dijo después, no le lué posible, a tal hora de la
noche, y bajo las circunstancias existentes, ocuparse en empacar barras de catres y
otros manejos cuarteleros, ni tampoco utilizar la vía férrea de Aguadilla, tan cercana
al mar, que cualquier buque puede, en poco tiempo, destruir un tren en marcha.
Optó por retirarse sobre Arecibo, camino de Las Marías y Lares.
CRÓNICAS
309
Aquella noche, la última en que fuerzas españolas pisaron las calles de Mayagüez,
Soto no durmió, y estuvo en constantes conferencias con el alcalde Font y Guillot y
el capitán de puerto; antes de amanecer toda la columna levantó el vivac y empren-
dió la marcha hacia Las Marías, con el convoy en cabeza protegido por los guerri-
lleros montados.
Lo que escribió el capitán José Torrecillas. — Ya he dicho que el capitán To-
rrecillas, con su compañía y algunos guerrilleros al mando del capitán Bascarán, salió
de Mayagüez, hacia Hormigueros, en la madrugada del I O de agosto. A su llegada a
dicho pueblo vivaqueó cerca de la Casa de Peregrinos, y personalmente reconoció
todas las lomas cercanas, enviando también los guerrilleros hacia el camino que,
desde el poblado, conduce a la carretera, dándoles instrucciones para que observa-
sen al enemigo, avisando su llegada con suficiente anticipación.
En Hormigueros pasó la fuerza española toda la mañana, y cerca ya de las doce
y cuando se disponía a tomar el rancho, sonaron los primeros tiros. Eran los gue-
rrilleros tiroteando a los escuchas de Lugo Viña. Toda la tropa tomó las armas, y
por un camino de rodeo ocupó las posiciones estudiadlas por la mañana, a espaldas
del cementerio, y sobre unas alturas llamadas Lomas de Silva.
Al llegar aquí, interrumpo mi relato para dar cabida a una carta que me escribió
el capitán José Torrecillas, pocos días después del combate de Hormigueros, carta
que conservo en mi poder y la cual dice así:
Desplegué mis hombres en guerrilla, ordenándoles se mantuviesen pecho a tierra
y a cubierto por los accidentes del terreno; yo permanecí de pie, detrás de un árbol
corpulento, observando al enemigo con los gemelos de campaña; estaba nervioso,
pero dispuesto a todo. Antes de desplegar había arengado a la gente, con muy pocas
palabras, porque no soy hombre de discursos. «Ahí vienen los americanos — les
dije — ; su número no nos importa, ni tampoco sus cañones; aquí estamos para
pelear y morir por España, si fuese necesario, y advierto que al primero en quien
note temor o vacilaciones le levanto la tapa de los sesos con este revólver.» Y les
enseñé el mío, de reglamento.
Hubo una explosión de entusiasmo; gorras y sombreros volaron por el aire, y los
vivas a España alternaron con otros al capitán Torrecillas. Poco después llegaron
los guerrilleros avisando que a lo lejos se divisaba el grueso del enemigo, y que ellos
solamente habían hecho fuego contra unos jinetes que venían en vanguardia. Tomé
mis anteojos y pude observar, hacia la hacienda de Cabassa, una gran polvareda. Ya
venían , y por eso tomé mis últimas disposiciones. Un teniente, quien más tarde
fué herido, se acercó tratando de convencerme de que me debía situar al abrigo de
algún obstáculo del terreno, haciendo alusión a mi esposa y a mis hijos. «Usted se
equivoca — le contesté — ; yo no tengo más esposa que mi Patria, ni más hijos que
estos soldados; vaya a su puesto y cumpla su deber como yo lo haré con el mío.»
Media hora más tarde, vi distintamente a la vanguardia enemiga desembocando
por un puente, cerca de la carretera de Cabo Rojo. La dejé avanzar sin disparar un tiroy
y poco después, a mi voz, descarga tras descarga cayeron sobre ellos. Lo que pas6
me llenó tle asombro; He arremolinaron en un montón jinetes, infantes y artilleros,
f:|iiiencs ni aun acertaban a clesenganchar sus cañones; yo creo que ellos nunca espe-
raron que se les recibiría, a tiros.
Poco des¡)ués se repusieron, (iesplegando f)or ambos lados del camino, haciéndo-
nos i'uewo de fusil, ametralladoras y cañones, líntonces tuve el primer herido; un s(»b
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dado al cual una bala rompió el brazo derecho. Mirando siempre con mis ícemelos de
campana, divisé liacia abajo, y al costado izquierdo de la carretera, antes de litigar al
puente de Silva, un grupo numeroso de jinetes, cuyo uniforme distinguía con clari-
<iad; llam(5 al teniente V<*ra, quien era un tirador de fama, y dándole mis anteojos
le dije:
^^-^Oliserve usted aquel grupo; parecen jefes; vea si puede casar alguno.
V<u-a, desput5s de mirar a través de los lentes durante algunos minutos, tomó un
hisil Abuiser de uno de los heridos, v, apoyándolo contra un arbusto, apuntó cuida-
dosamente e hizo fuego. Vo vi cómo un oficial caía de su caballo, y éste, a rienda
suelta, |(a!o|)aba hacia (,'abo Rojo; entonces ordené varias descargas cerradas contra
aquel gruj,)o; cayeron algunos más, no se cuántos, pero sí asfíguro que los vi caer.
Corrieron conu;) locos nuichos caballos sin iin,etes, y los del grupo buscaron refugio
detrás de unos grandes árboles que había a orillas del río Rosario.
Por este tiempo el enemigo comenzó a emplazar sus cañones más cerca, cuyos
<:lisparos nos causaban l)astantes molestias; sobre todo unas ametralladoras, (¡ue pri-
mero nos disparaban desde las ordlas del río, y más tarde a la derecha, y más allá
<!el puente <le Silva. Pos soldados de infantería, desplegados en guerrilla, hacían
'■í: r f) N 1 c: A s 311
fuego índividuaK usando pólvora negra, lo que me obligó a suspender el fuego, por-
que una nubedeliunu) muv espeso ocultaba a los auiericanos. La situadóii era grave;
ele nemigo, aunc|ue indeciso, seguía avanzando lentamente: yo no recibía refuerzos,
..a pesar de ]os muchos avisos (lue (Mivieí al \vJe de mi batallón, v las municiones ibají
. .^jr.r/'ir^.Mñ^-f::.. _ .
■■■:yí;rv;;M-^*;-.,;:^s;.í:*-si: ■í'-.'^í:%í:":-: ;'- --v ~, .k^v^V^- m
"'^tíSa
&i3^' ;^¿3"í ■■' ■^'^^ " '■■* ' ■^^^ • ""■•^^^ '^ i ■■■**'
escaseando; tenía varios heridos, creo que siete, y además un muerto, un excelente
.soldado (jue se llamaba, XHcanor iJarcía.
Olvidé anotar que el teniente V^ira, al disparar su Máuser, bajó el arma y rric
dijo:- ^-xCapitán, ¿y/i.v/ t7//7;/¿éVv/. ■■- ^..^^Xo hal)ía terminado de decirlo, cuando recibió
un balazo que le destrozó la pierna derecba, produciéndole una fuerte hemorragia.
El |)racticante de bi compañía lo curó como pudo, y lo arrastramos hasbi ponerlo
.a cu!>ierto del fuego.
Como mi retirada fué ta,n imprevista, no rne acorde de este oficial, quien quedó»
■ abandonado en la maleza, cayendo af|uella noche en f)oder del enemigo.
liran las cuatro de la tarde, me (¡ucdaban diez cartuchos por phiza, y envié vi
último parte: un papel escrito con lápiz, diciendo al teniente coronel (')sés (pie no
■recibía rfd'uerzos, epie se me ai:aJ>;iban los t:artuclios, y <pie cuando (*sto sucediese es-
taba resuelto a bajar con mi gente cerrando a la ba^'oneta con el enemigo y pelear
mientras quculase un hombre vivo. Veinte minutos después se tfn-nn'naron los cartu^-
^clios, y, entonces, di la voz <1<í asegurar en los fusiles los cuchillos Abuiser; cuando
■ordenal>a mi gente en línea se presentaron el coman<lante Jas{)e y el capitán I luertos,
•ambos de mi batallón. Jil comandante, (pie estaba haia'a alhajo, como a 50 metros de
312 A. RIVERQ
donde yo tenía la fuerza^ me llamó, y cuando fui a su lado me hizo varias preguntas
acerca del combate y sus incidentes; esto duraría como unos quince minutos. Nos-
despedimos y él tomó el camino loma abajo; yo subí en busca de mi fuerza al sitio
donde la había dejado. No encontré un solo hombre, el capitán Huertos la había
hecho desfilar por otro camino, hacia atrás, y pude verlos a una distancia de medio-
kilómetro, teniendo yo que correr para incorporarme.
Así fué como se retiraron mis fuerzas, y así fué como terminó el combate, sin que
durante el mismo nadie me prestase auxilio alguno ni me enviasen municiones, ví-
veres ni agua.
Cuanto se diga o escriba sobre intervención de otras compañías o de otros jefes
en este combate será una gran mentira; mi compañía y el puñado de guerrilleros
sostuvieron, durante toda la tarde, el empuje de una brigada americana con nume-
rosos cañones y de un escuadrón de caballería, al que veíamos galopar en varias di-
recciones, como amenazando con cortar nuestra retirada.
Me incorporé al resto de mi batallón con la tropa extenuada, hambrienta y los
uniformes destrozados, y todos juntos, sin entrar yo en Mayagüez ni ver a mi esposa
y mis hijos, acampamos sobre el camino de Maricao.
Hasta aquí el interesante relato del capitán Torrecillas, relato al cual conserva-
mos toda su espontaneidad. Este oficial, más tarde, y ya en España, fué recompen-
sado por aquel combate con una simple cruz Roja; como pidiera mejora de recom-
pensa, obtuvo, con fecha 14 de marzo de 1899, la misma cruz Roja del Mérito Militar,,
pensionada con la mitad de la diferencia entre su sueldo y el del empleo inmediato.
El teniente Vera, recogido aquella noche por un médico americano, a las órde-
nes del doctor B. K. Ashford, fué conducido al Hospital de la Cruz Roja de Maya-
güez, y allí se le atendió con gran esmero.
Y, ¡rara coincidencia!; en dos camas inmediatas estuvieron, varios días, lamentán-
dose de sus heridas y conversando amigablemente, el teniente Vera y el de igual
empleo J. C. Byron, el cual formaba parte del Estado Mayor del general Schwan, y
quien fué el oficial cazado por el primero.
Lo que escribió al autor el coronel Soto. — «En la marcha desde Mayagüez por
el camino de Las Marías, toda la columna a mi mando hizo alto en un punto donde la
carretera se bifurca, punto conocido con el nombre de los Consumos; después que
los guerrilleros exploraron el camino de la derecha que conducía a Maricao, resolví
tomar el de la izquierda, y dejando la vía ordinaria seguimos por entre lomas hasta
llegar a la hacienda de café Nieva, en donde, y a pesar del aviso enviado por un pai-
CRÓNICAS 313
sano (Frutos Grana), de que caballería enemiga estaba reconociendo los Consumos,,
hice alto, establecí servicio de vigilancia y ordené matar una novilla para preparar y
distribuir rancho a la tropa, reservando parte de la carne para llevarla a Las Marías.
Para que mis soldados pudieran comer con reposo y descansar algún tiempo,
resolví colocar vigilantes en paraje adecuado y que avisasen con tiempo suficiente
la presencia del enemigo; y como el administrador de la finca me dijese que había
un pequeño edificio, desde el cual se divisaba todo el campo hacia los Consumos,
acompañado de dicho señor administrador y de Oses quise reconocerlo; pero tuve la
desgracia, desgracia nunca bastante lamentada, de que al cruzar un puente de madera
que a dicho edificio conducía se hundiese aquél, cayendo yo a un barranco desde diez
pies de altura. Ignoro cuánto tiempo permanecí sin conocimiento^ pues cuando lo re-
cobré estaba acostado en una cama, en la casa del administrador; acudió el médico de
Alfonso XIII, y después de reconocerme diagnosticó rota la pierna derecha, fuertes
contusiones en el costado, también derecho, con dos costillas hundidas (había caído
sobre el revólver, que llevaba a este lado) y, además, otras heridas y golpes de me-
nor importancia.
Bastante tiempo se perdió por el accidente que relato; el convoy había conti-
nuado camino, media hora antes del suceso, siguiendo mis instrucciones; y como era
urgente llegar a Las Marías, dispuse que me acostaran en una camilla, y conducido
por doce paisanos (a quienes alquilé para no cansar a mis soldados) emprendimos la
marcha, yendo yo a la cabeza de la columna, y así entramos en aquel pueblo a las.
cuatro de la tarde, sólo con el natural cansancio en las tropas.
A mi llegada a Las Marías, el alcalde, señor Olivencia, me entregó la siguiente-
comunicación:
«Guardia civil. — Comandancia de Ponce. — 3.^ compañía. — Sr. Coronel.
De orden de su excelencia ruego a usía se digne decirme, para yo hacerlo a di-
cha autoridad, la situación de la fuerza a su mando y su llegada probable a este
pueblo.
Me valgo de este conducto y medio ^ para que si el peón fuese registrado sea
difícil ocuparle el papel.
Los informes que usía me facilite, deben ser semejantes a éste.
Lares, ll de agosto de 1898.
El capitán, Teobaldo Cambil.»
Seguidamente contesté, para que desde Lares le fuese telegrafiado al capitán ge-
neral, lo que sigue:
«Las Marías, 1 1 agosto 1898 (cinco tarde).
Coronel Soto a Capitán general:
Acabo de llegar a este pueblo con columna y convoy sin novedad. Espero al ene-
migo en la próxima mañana, y he tomado posiciones para defensa y ataque, y esta-
mos dispuestos a quemar el último cartucho. Sírvase comunicarme aquí, por estacio-
nes telegráficas de Lares o Pepino, sus órdenes.
^ Este papel venía oculto dentro de una botella de color obscuro. — iV. del A.
A . K I \'' v: R i )
He tenido la desgracia de haber sufrido la fractura de una pierna, j:)ero mantengo
na nao (les de
Seguidamente reuní al teniente coronel Oses, al de igual em])leo Suau. de Vo-
luntarios, y al teniente íjlea, cjue mandalia hi sección de artillería de montaña, v les
exjmse mi resolución de esperar al eneo.iigo, resguardados en las excelentes fjosieio-
nes del cementerio, reforzadas con algunas trindiera.s.
Todos ojiinaron de igual manera, )• al trascender la noticia a la tropa renaeid) el
entusiasmo. Debo hacer mención especialísima, del valeroso teniente de artillería,
quien, en diversas ocasiones, me di jo:
— Ofrezco a usted detener al enemigo con mis cañones, emplazados en el cemen-
terio, todo el tiempo que sea necesario.
Aquella noche descansó parte de l;i iuerza, y el resto estuvo trabajando para
llevar a cabo el plan acordado.
:'\I siguiente día, 12 de agosto, recibí esta connmicai:ión;
«(ruardía civil. — Comandancia de Ponce. 3.'' Compañía,
Kl excelentísimo señor ca¡)itán general, en telegrama urgentísimo, rae tlice lo sí-
^guiente en esta fecha, y en telegrama expedido a las 2.30 madrugada:
3i6 A. R I VER O
Diga a coronel Soto que con las fuerzas a su mando emprenda, al amanecer, la
marcha a ese pueblo (Lares), y de ahí, al día siguiente, continúe con dirección a Are-
cibo directamente. Interesa que la marcha se haga con brevedad y orden, a fin de
que el enemigo no corte comunicaciones. Si se encuentra enfermo, ordene al teniente
coronel Oses que se haga cargo del mando de todas las fuerzas.
Cuando llegue esta columna a Lares una sus fuerzas a las de aquélla. Remita or-
den inmediatamente, tan pronto como lea este telegrama.»
El anterior despacho, que aparece puesto en la Fortaleza a las 2. 30 de la madru-
gada, no llegó a mi poder hasta hoy a las ocho de la mañana, debido a que el tele-
grafista Joaquín Barreiro, del Pepino, se ha negado repetidas veces a recibirlo, por
cuya grave falta tengo órdenes de meterlo en prisión ^.
Dios guarde a usía muchos años.
Lares, 12 de agosto de 1898.
Teobaldo Cambil (firmado).»
El documento anterior destruyó todos mis planes. Mi situación no era nada hala-
güeña; con una pierna rota, y muy inflamada, eran terribles los dolores que sentía;
además, escupía sangre. Quise mantenerme a caballo y no pude. Entonces resolví
dar cumplimiento a la orden recibida y entregar el mando, para lo cual dicté a un
sargento el siguiente oficio:
«Las Marías, 12 de agosto de 1898.
Señor teniente coronel, primer jefe batallón Cazadores de Alfonso XIII:
El comandante de Armas de Lares, en comunicación urgentísima de esta misma
fecha, me dice lo que sigue:
(Traslado de lo anterior.)
En su consecuencia, y en vista de lo que por la superioridad se ordena, hago a
usted entrega del mando, rogándole me permita seguir en camilla, a la cabeza de la
impedimenta, a fin de correr la suerte de la columna y no caer en poder del
enemigo.
Dios guarde a usted muchos años. — Soto.»
' El telegrafista Barreiro, al saber el día 13 que una pareja de la Guardia civil desde Lares tenía orden de
l)renderlo, abandonó su oficina, y a caballo cruzó el río Guasio, camino de Las Marías; pero antes de llegar a
esta población, y cerca de la loma de La Maravilla, fué detenido por Lugo Viña y sus exploradores, y como
aquél era amigo suyo, lo presentó al general Schwan, en cuyo Cuarel general permaneció hasta después del
armisticio, y entonces, debido a la protección que le dispensara el general Brooke, y acompañado de éste,
entró en San Juan y tuvo la suerte de que se le pagase la suma de 300 pesos, importe de sus sueldos deven-
gados.
Barreiro, antes de pasarse al campo enemigo, expidió el siguiente telegrama, que figura en mi archivo:
«San Sebastián, 13 de agosto (cuatro tarde).
Telegrafista de San Sebastián a Capitán general. — Urgentísimo. — En estos momentos, cuatro de la tarde,
salgo para el extranjero. — ^Joaquín Barreiro.»
Ivste IJarrciro, editor y director actualmente de la revista ilustrada El Canimuil, fué, y sigue siendo, un
famoso humorista, y jamás, en toda su vida, tomó nada en serio. Según me dijo él mismo más tarde, el tele-
grafista de la Capitanía general se había empeñado en que él recibiese el famoso telegrama dirigido a Lares,
y como había montado un translator en su oficina del l'epino, se negó repetidas veces a recibir aquel despa-
cho, toda vez que había puesto en comunicación directa ambas oficinas. — N. del A.
<: R o N I C A S 3 , -
Algo, muy doloroso para mí, ocurrió aquella noche, antes de ;ihandon:ir e!
pueblo; pero lo omito para no manchar el papel relatando verdaderas vergüenzas.
Una gran crecida del río f riiasio impe<lía el paso hacia Lare^, y así se lo dije a
Oses y éste lo comunicó al capitán general en un telegrama, del cual conservo copia
y que fué Cí)mo signe:
Al Capitán general. — K\ jefe tle la columna Alfonso Xlfl.
I lecho cargo mando columna por hallarse imposibilitado coronel Soto, por caída
de un puente, siendo conducido en camilla. Ks imposible cumplimentar orden
de V. IL, (le salir i
■(uiasio.
C'umpiimcntaré orden dt! \*\ E, tan pronit) dé [>a
atañiente para Arecibo, por impedirlo crecida del ric
■;o el río. Osiís..,-
tentaba el [laso del río, y quí
A media, noch(í recibí aviso de (¡iw la colur
me preparara {)ara seguirla, si tal era mi deseo, bmpníntlmiíjs la, nuircha poco des^^
pues, en rae<,iio de la ma\-or obscurid:ui, y por un camino de herradura, pedregoso y
difícil, llegando a las orillas del (iuasio, vegas de l,Mandín, )'a muy avanzada la noche,
l'd capitán de ingenieros manifestó que el paso era inq)osiblc, por lo cual toda la
coh,mma acampó en a(p,iel sitio, siendo conducido yo a una casa cercana, la de, (,,'irilo
,}ilnndín, |)ara evitarme la humedad de la noche.
Al amanecer del 1 3 las aguas no liabían teiu;do descenso; había llegado noticia de-
que el eneniigí) estaba en Las .Marías \- .seguía, adelante en persecución nuestra. Vn
buen jinete, luinubre (pie era (excelente nadador, trató de vadear el río y pereció
ahí)gado; dos más, (p,ie intentaron pasarlo a nado, tanibi('n sucumbieron.
,.'\ las nucv<> de la mañana se» nu; participó cpie la columna había resuelto buscar
3i8
R 1 V 1¿ R O-
1
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|^^^^^B|^^^jffi^W
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WffPlft'W
otro paso, agiia.s arrilia, cerca de la confluencia del MayagUecillo, llamado vado de
Zapata, y que me preparase para seguir camino. Preparado estaba, cuando llegó-
un nuevo aviso de OsíSs, cpiien manifestaba no podía llevarme, por ser el paso muy
difícil y porque mi estado lie sa-
lud, según los médicos de la co-
lumna, me impedía hacer aquella
jornada.
Üuedé en la casa de Blandín ,
con mi asistente y un sargento, es-
cribiente de la Comantlancia Mili-
tar, cpiien rehus<3 abandonarme.
l'oco después de esto fué inva-
dida la habitación por un grupo de
paisanos en actitud turbulenta y
dando 'vrz'as a Puerto Rico lil^re y
Casa .!i- (•¡ril.j inaiHii'u, 'i.nuJe se riii-li''. .11 corotu-l I). Julio Soto. jjl ejcrcítO amCricanO. Loi FCStO dC'
energías me |)ermitió> iniponermtía
los revoltosos, quienes se marcharon sin cometer mayores desmanes.
Quedé acostado, dolorido y pensando en mis buenos soldados; hasta mí llegó'
|)oco después el estruendo de disparos de cañones y fusiles. Indudablemente se es-
taba combatiendo, y yo, ¡pobre de mil, nada podía hacer para ayudarles, ni aun
para buscar la honrosa muerte que tanto ambiciona el soldado.
Usted sabe todo lo <lemás. Al sonar los primeros cañonazos enemigos, toda la
columna, que ya esta!)a cruzando el vado, s<! desorganizó; los comandantes Jaspe y
Rspiñeira, lejos de contencT a los que huían y hacer frente al enemigo, apresuraban
el paso, empujando a los fugitivos hacia Lares. Sólo Olea y sus artilleros conserva-
ron la sangre fría en medio de tanta confusión. Toda la artillería pasó al otro lado, y
en una loma cercana, Olea emplazó sus callones y allí esperó órdenes para romper
el fuego, ónlenes tpie no pudo recibir por(jue no había cpiien inidicise dárselas; en-
tonces cargó todo el material, y sin escolta emprendió la retirada. Después supe cpc'
este joven, recién salido de la Academia de vSegovia, llegó a Arecibo, y más tarde a,
San luán, sin grandes ¡pérdidas, solamente un cabo y un artillero muertos y tandiién
un mulo.
Pos voluntarios tampoco dispararon un tiro; so
niente, f.ucas blernáncle/ Martínez, con algunos sóida
contestaron el fuego hasta agotar sus municiones, la
guerrilleros pelearon con valor, y des|més del comba
ocultos en el monte y a retagu
currirse atravesando el Citiasio hr
P)S"
esta
la
pues estatian muertos d
cjue^ ignoro.
Al siguiente día, 14 <
los ata (pies y t:alumnias
enenngo, y y
res, aguas arril
entonces él y
in a una casa
' fueron hecho;
tmente Oses y el segundo te-
os, dieron cara al enemigo y
ibién ''jíta'ücJio f)ascarán y sus^
? pasaron to<la aquella noirhe
de madrugada pudieron es-
a i\iA vado de Zapata.
:!l teniente Mernández se ocub
rercana eo busca, de conu'da,,
prisioneros en cirt:unstancias
agosto,
• mucho
uenzó la tregua, y desde entonces fuí blanco de
piienes, a voz en cuello, pedían nada menos cpiC'
C R O N T C A S 319
mi fusilamieiiio, acusándome de t:ol)ard(% de traidor y basta de (|iie me lialiía ven-
dido ;il enemigo por la suma de 20.000 dólares. Sólo luí procesado militarmente, y
por fin el más alto tribunal de España decretó m¡ absolución, con los pronuncia-
mientos más honrosos que yo podía esperar; y aquí me tiene usted, amigo mío, ele
vicecónsul de España en esta ciudad de Santiago de Cuba.
El día 13, por la tarde, fui hecho prisionero en la casa de Blandín, donde estaba
padeciendo de mis heridas; los cirujanos americanos me atendieron y curaron con
esmero, llevándome en una ambulancia a bas Marías a casa del alcalde Olivencia, y
tanto a el como a su bondadosa fa,milia debo favores inolvidables. Algunos días
después fui conducido a AbiA'agüez y una vez allí ingresé en el hospital militar; pero
como estuviese mi familia en aquella, ciudad, se me concedió permiso para unirme a
ella, hat)itando en una casa particular, donde, diariamente, recibía la visita del capi-
tán encargarlo de h;)S prisioneros.
Pcrman.ecí en, can.ia hasta t^l iS de septiembre, día en que me levanté y [jude an-
dar con muletas. Tanto se hablí') contra mí, (pie mis enemigos de la víspera tuvieron
<p,ie (h'fenderme; el comandante Benhaní y el cirujano Savage, que me curó, publica-
ron en la f)rensa de Mayagüez dos certifurados, los cuales le incluyo.
Los ha.bit;mtes de atpiella noble ciiulad me hicieron el honor de enviarme un
mensaje de» dc!Spedida,, que también le remito.
Foco me resta que añadir; cumplí s¡enq)rc con mi deber; tal ve^; bajo el influjr»
de las circunstancias y de los contradictorios informes (p,ie a cada instante recibía,
cometí errores, pcu-o nunca traiciones ni cobardías, lóesde el 24 de abril al 1 3 da
agosto, crucé con el capitán general más de cien telegramas, cuyas co¡;>ias y origina-
les le envío; en muchos de ellos af)robal)a nn" conducta, y, sin embargo, el día 15 de
agosto ordenó rui proccísanhento y prisión, tan pronto me presentase.
1'*odavia prisionere, ni)tuve permiso del generaJ .Scinvan para redactar"y renu'tir-
le un minucioso diario de o|;)eraciones que cerré con fecha l 2 de agosto. Todo esto-
hice, V, a pesar de ello, se me acusó de siicncio estudiado v puuif>!e.
Yo tenía enemigos; eran consecuencias de mi carácter, exclusivamente militar,
y (|ue no se pk^gaba a ciertos manejos y exigencias de los cacitjues políticos. Infiesta,
A . K 1 \- 1{ R O «I
y Carnó nunca fueron ñus anugOH. Usted los amocm mejor <,|uc niiám. Yo sé que el
último, con sus injusticias, fué una de las causas de que usted tronchase su carrera
militar. jQuién no conocía en esa Isla cl carácter atrabiliario del coronel I). Juan
( 'amé)? lodos recordarán, seguramente, sus muchos vicios y sus pocas virludes. No
culpo al general Macías d(> ¡o mu<dui cpie hizo contra mí; él era un valeroso y noble
nuütar; no fué él responsable de lo mal tpie se emplearon las fuerzas y elementos
para rlefender a Put^rfo Rico; culpa fué de la camarilla que le rodeaba.
Id coronel San Martín, en J'once, )' yo im MayagUez, sufrinu)s vejaciones y ofen-
sas como usted no puede figurars(>.
No olvide man<Iarme un ejem|d:u- de su libro cuauílo vnló editado. Me consta.
{|ue usted tiene datos para esta historia tpie a muchos quitará el sueno; pero tam-
So}' suyo aleclísinuj amigo q. h. s. m..
Santiago de Cuba, 22 d(í ju
< ' K o N 1 ( A S
La brigada Schwan entra en Mayagüez. ^ Al siguicüile {lí:i, ii ríe amjsto
<le 18()8, de mañana, toda la bri<rada levantó el canifX) y muy IcMitanientc y con gran-
des precauciones tomó la carrelt^-a hacia Mayagücz. Tales precauciones eran super-
finas, pues como dijo más tarde el general Schwan: ^^i'i^hueí Soto, llie fomandt'r,
hitllcd up stakes ».
A las ocho y media de la mañana lew escueliiu. a cu\-a ca!)eza marchal^a Maleo
I^ijardo, tremolando la bandera de Ja Unión, etitraron en la ciudad, y siuiiicndo la
calle de la Candelaria, se detuvieron frente a la Casa-Ax^unlanuenlo. Allí estaba el
doctor 'b:iiseo Voxú. y (millot. alcalde municipa.l de Mayagiiez. y formados en la ca-
llf\ descansando sobre sus viejos fusiles, hasta doce policías numicipales. b'aiardo,
;Hl(»lantándos(% ordencj:
•^st.i luer/a i,\\w, rmda las armas, f)orí|ue vov
llera americana en <
A lu cual contestó el alcalde Y (mi:
l'^'Sí'a íuerza no rendirá las armas hasta (pie vo
es |)equ
322 A . R I V E R o
IMateo Fajardo, amigo personal del doctor Font, sonrióse, tomó a broma el
caso y siguió hasta el hospital y cuartel de infantería, donde fué izada la bandera de
ios Estados Unidos. A las nueve de la mañana entró en la ciudad el grueso de las
fuerzas americanas, llevando en cabeza la caballería del capitán Macomb, siguiendo el
general en jefe, su Estado Mayor, artillería, infantería y el tren; toda la columna se
detuvo frente al Municipio, continuando, poco después, su marcha. Allí quedaron el
general Schwan y su Estado Mayor, que subieron al salón de actos; las músicas
tocaban y las banderas flotaban al aire. Acerca de lo que allí aconteciera escribe
dicho general:
Muchos de los más prominentes ciudadanos me felicitaron en la oficina del al-
calde, declarando que ellos quedaban sujetos a mis órdenes; el populacho dio a las
tropas la más entusiasta recepción.
En tanto, la columna, que había atravesado la ciudad, salió hacia el camino de
Maricao y acampó, a milla y media, en los terrenos conocidos por «Sabana de
Cuevas».
Y ahora, como valioso obsequio a mis lectores, copiaré nuevos párrafos del libro
de Karl Stephen:
«Las aceras, balcones, ventanas y azoteas estaban atestadas de curiosos de todas
edades, condiciones, colores, tamaños y grados de belleza; en cada esquina, en cada
plaza, una multitud de las diversas clases populares, atronaba el aire con bravos y
Tjivas^ regulando su entusiasmo según el tamaño de los cañones que pasaban ante
ellos.
Es fácil, para cierta gente, vitorear con frenesí la llegada de un invasor, no im-
porta quién sea, y hasta los mismos chinos hubiesen sido recibidos con iguales acla-
maciones, si ellos hubieran entrado como héroes y conquistadores. En las casas de
los aristócratas no se notó demostración en ningún sentido, con una sola excep-
ción. Habíamos doblado la calle de Mirasol, entrando en la Candelaria, y la cabeza
de la columna casi no había llegado a la plaza, cuando la banda rompió con «The
Stars and Stripes for ever». De improviso se oyó un crujido, y se abrieron, brus-
camente, las persianas de un balcón, en cierta casa de bello aspecto, situada a la
izquierda, y, poco después, una linda joven, con lágrimas en los ojos, se inclinó hacia
la acera, agitando en sus manos la bandera americana (Oíd Glory)^ sobre nuestros
andrajosos uniformes de soldados.
Por un instante enmudecimos de asombro ante aquella aparición; después, todos
nos descubrimos, y, por vez primera, en aquel día, taladramos los cielos con un grito
vigoroso y largo. El principio fué epidémico^ y de todas partes surgieron clamores y
gritos, como si el universo se hubiese trocado en una turba de locos, al simple mo-
vimiento de las manos de una niña.
Su nombre era Catalina Palmer, quien después casó con un teniente americano;
pero esto, como diría Kipling, es otra historia.
En una esquina, cierta dama anciana y ricamente vestida, arrojaba puñados de
ciequeñas monedas de plata, y hasta en algunos sitios, trotamos (el que habla era
CRÓNICAS 323
plaza montada) sobre un lecho de flores, esparcido a nuestros pies por muchachas
campesinas. Banderas de Inglaterra, Alemania, Francia e Italia, se veían por todas
partes; los bomberos, de uniforme, desfilaron en parada de honor con todo esplen-
dor, y saludamos, después, con grave dignidad, a la gran estatua de Colón, que se
yergue en el centro del pueblo.
Para aquellos que en este día entramos en MayagUez, ninguna de dichas cosas se-
rán olvidadas jamás. Estábamos flacos, bronceados, desgreñados y sin afeitar; sucios,
andrajosos y enseñando los dedos de los pies a través de los zapatos; los sombreros
llenos de agujeros, y a los pantalones, difícilmente podría dárseles este nombre; mu-
chos, cojeábamos ignominiosamente. Era la impresión popular, en Puerto Rico, de
que cada soldado americano era un opulento millonario, y por eso se notó alguna
contrariedad por nuestro evidente desprecio a ciertas superfluidades de elegancia.
Pero es preciso detenerse a pensar que no vinimos a las Antillas para hacerle el amor
a las lindas mayagüezanas.
A la primera hora de la tarde acampamos milla y media fuera de Mayagüez, y
aquí permaneció el Cuerpo principal hasta agosto 1 3. El terreno del campamento era
pésimo; un verdadero hoyo, rodeado de lomas y en extremo pantanoso. Como nos
-estaba vedado ir a la ciudad, aparecíamos de mal humor; sentados a las puertas de
las tiendas, nos entreteníamos en contar nuestras miserias a los irresponsables pára-
mos, con los pies húmedos y absorbiendo los juguetones gérmenes de la malaria.
La misma tarde de nuestra llegada entró en puerto un transporte con el primer
regimiento Voluntarios de Kentucky, quienes, durante algunas semanas se acanto-
naron en la ciudad, haciendo servicios de policía y rompiendo corazones. Más tarde,
los conocimos bien, y cuando se alejaron hacia Ponce los perdimos, con verdadera
tristeza; tenían mucho dinero y lo gastaban libremente; a nosotros, los de la Brigada
Regular^ se nos debían las pagas de tres meses.»
De las Marías al Ouasio. — Tomando mi relato en el punto donde lo dejé, pro-
curaré enterar al lector de aquello muy doloroso que aconteciera al coronel Soto en
Las Marías, y que él omitió en su carta. Estaba dicho jefe alojado en casa del alcalde
Olivencia, y allí se celebró la noche del 12 un Consejo de jefes, al que asistieron
el teniente coronel Oses, los comandantes Jaspe y Espiñeira, todos de infante-
ría, y también el teniente Olea. Soto, desde la cama, presidió el acto, y en él leyó
el telegrama del general Macías, ordenándole que, si estaba enfermo, entregara el
mando al teniente coronel Oses, entrega que ya se había realizado, y seguidamente
comenzó la discusión.
El primer jefe de Alfonso XIII, comandante, desde aquel momento, de toda la
columna, opinó que se debía cumplimentar la orden del capitán general, cuando
íuese posible cruzar el río Guasio, actualmente crecido, siguiendo hasta Lares. Los
demás aprobaron el plan; el teniente Olea, de artillería, haciendo valer sus privile-
gios de jefe de Cuerpo, sostuvo con calor que debía esperarse al enemigo en aque-
llas formidables posiciones del cementerio, y que él se comprometía, con sus caño-
nes, a tenerlo a raya todo el tiempo necesario.
;tf^n:,¡,M ■■'■ :,■■
^.-:,¿*'-i-;ii;:.:«V..
... im
l*""iié derroiado y f)rcvaieciú el
■ritcrio úc Oses, quien en voz
lita trató despcctivanienle al co-
HMiel Soto, haciéndole imputa-
ie.ncs de «c|iic no era verdail
tuviese litM-idf)», y «-(.mtiiiyó
ser aban-
herido, ¡>ara tjue i:ayese en manos de sus perscgaiidoreS'.-. La cnorgía de at|ue11a
rlama, madre, del Sr. Olivencia, actual secretario de la niunicipaHdad de Mayagiiez,
hizo impresjún lavorahlc, y f)or esto se tomó acuerdo de que Soto, en camilla, si-
gaiiese a la columna, pero transportado por paisanos, porcpie ".no podía distraerse a
la tropa en tales funciones-'.
Oses, IÍS})ineira y jaspe, capitanes (jonzález, (¡arcía Cuyar, Torrecillas y otros, se
retiraron a su alojamiento en la c isa del rico agricultor y comerciante José Pérez.
Soau, comandante Salazar, ca,pitán lliscarán, teniente (iraila \^ otros de Voluntarios,,
así como el ca],)it,án Serena, de Alfonso XIII, se alojaron en la casa del comerciante
losé Ou ¡sea Iré,
Hacia el vado.— l'na hora después las cornetas tocaron llamada, y las fuerzas,
silenciosamente, formaron en la plaza; las acémilas fueron cargadas, se avisó a Soto
para que se incorporase a la colunma, y todos salieron del pueblo, siguiendo el ca-
mino de herradura que conduce ai paso de Lares, sobre el río (luasio. ,La noche era
obscura, lluviosa, y el t(nTCno rcísbaladizo; a cada instante, hombres y nH,ilos rodaban
cuesta abajo; l'ué preciso descargar los cañones y transf)ortarlos a brazo. „Así se reco-
rrieron dos IvÜ.'nnetros, más o menos, hasta llegar a la orilla, del río. \'enía éste cre-
cido con el volumen de sus propias aguas y por las del .Mayagiiecillo, que vierte su
caudal de alUientt- media ndlla, hacia arriba. „\11í pa,só la C(,)lunma todo el resto de la
Al amanecer, un guerrillero, Ibáñez, ( ¡uardia civil licenciad!,», vadeó el río con su
alto, \' al regresar fué arrollado y pereció. Las aguas no l^ajaban; eran las nueve
CRÓNICAS
325
de la mañana, y entonces Suau dijo que él era práctico en aquellos sitios, y que cono-
cía otro paso, el de Zapata, que por estar aguas arriba de la desembocadura de un
afluente, sería de fácil paso, y seguidamente toda la fuerza marchó hacia el nuevo
vado, siguiendo la orilla del río.
A esta hora el capitán Bascarán, a caballo, se dirigió al pueblo de Las Marías, en
donde entró, encontrándose de improviso, y al revolver una esquina, con la caballe-
ría enemiga del teniente Valentine. Uno y otro aparecieron sorprendidos; pero muy
pronto el teniente dio órdenes para que un pelotón capturase al valiente guerrillero,
y varios jinetes, sable en mano, galoparon hacia él. Bascarán volvió grupas, y a todo
correr por aquellas resbaladizas veredas, ganó gran trecho a sus perseguidores, y ba-
jando la loma de la Maravilla se incorporó a sus guerrilleros, a los cuales emboscó a
media ladera, y desde allí, más tarde, tiroteó a las avanzadas americanas, pudiendo
asegurarse que las pocas bajas sufridas por éstas fueron causadas por dicha guerrilla,
la cual permaneció después del combate oculta y a retaguardia de los soldados ame-
ricanos, y por la noche cruzó silenciosamente el Guasio, incorporándose a las tropas
españolas, que se habían retirado.
La columna Oses llegó al paso de Zapata, y tampoco pudo cruzarlo, por lo que
se vio precisada, nuevamente, a vivaquear en la orilla del río. Había cerca una pequeña
casa, y a ella fueron muchos soldados, encendieron lumbre y prepararon algún café,
■esperando, mientras se desayunaban, el descenso de las aguas. Una hora más tarde la
corriente fué menos rápida, y después de cuidadoso reconocimiento, el jefe de la co-
lumna ordenó la marcha, vadeando el ríoí comenzó el movimiento, sosteniéndose mu-
tuamente infantes y jinetes, y todos en fila india. Ya había cruzado la mayor parte de
la columna, y sólo restaba hacerlo a una parte de la compañía del capitán González,
que mandaba la retaguardia, cuando sonaron algunos cañonazos seguidos de tiros de
fusil; era el enemigo, quien, situado en la loma de la Maravilla,
ametrallaba a los de abajo, a medio tiro de Máuser.
La confusión, rayana en pánico, fué grande; la mayor parte de
la retaguardia, con las guerrillas montadas en cabeza, se echó al río,
cruzándolo y ocultándose entre la arboleda de la otra margen; un
mulo de ruedas de la sección de artillería, herido de bala, desapa-
reció entre las aguas; muchos infantes nadaban agarrados a las
colas de los caballos.
El teniente coronel Suau, jefe de Voluntarios, picó espuelas, y
-con dos Guardias civiles de caballería y el guerrillero, también
montado, Grana, como guía, galopó agua abajo, y, arrojándose al
río, lo cruzó e internóse en las lomas, llegando sin novedad al otro
lado. Oses, y el segundo teniente Lucas Hernández, que mandaba
la extrema retaguardia, reunieron alguna gente, y arengándola, contestaron con sus
Mausers al fuego del enemigo; este tiroteo duró poco más de un cuarto de hora;
A , K 1 V I-: \< o
después, casia cual buscó refugio
donde pudo, unos en ,1a maleza v
otros en Jas casas cercanas. ()sés
y Hernández se dirigieron a la de un
campesino, y como estaban ham-
brientos, mandaron preparar algún
refrigerio. Humeaba sobre la tosca,
mcisa una cazuela de arroz con pollo,
y en alto ya las cucharas, invadió la
casa un grupo de soldados enemigos
<t--¿^ y .ñ'ienieiite u,,;rn;í«dc/. (|ue, ordcuaudo «hands up», captu-
raron a los dos oficiales, a quienes
por lo demás se permitió consun,ur su pitanza, que compartió con ellos, más tarde,
P'<luardo Lugo Viña, jefe de los escuchas del general Schwan.
He dicho que la mayor ¡larte de la fuerza csf)añola cruzó el río (niasio por el vado
Zapata; despu(5s subieron por un camino de cabras, barrio Perchas, liasta Ja casa de
(,)ronoz, donde se les incorporó ,Suau, siguiendo todos a bares, adon<le llegaron sin
novedad.
Nf» debo omitir que tan [)ronlo como la sección de montaña cruzó el río, el
l<;nientc (,)lca emplazó sus dos cañones en una loma que dominaba el p:,iso; y allí,
auncpie sin hacer fuego ('por(|ue no recibió órdenes para ello), esperó media hora,
tienqio bastante para (jue los soldados y voluntarios (p,ie huían se reorganizaran, res-
tableciéndose la disciplina. .M siguiente día, muy temprano, este nu'smo teniente,
con unos pocos artilleros, volvió al (iuasio, se arroj<') al agua, y (,lesj,>ués de mucho
trabaj(,>, recuperó las ruedas perdidas el día anterior.
VoIva,nu->s ahora ai campamento de la brigada Swan, donde dejamos al sargcailo
.St(»phen lamentándose d(! su mala suerte, y recordan<lo tal vez <',ciei to vals (p,ie liailó
con alguna persona algunos meses ant(\s^->. l'ara uuiyor (exactitud de este relato, copia,ré
algruuis párrafos de la carta oficial cpie con fecha 22 de agosto dirigió el geficraf
Schw^un a su j(;fe de Instado Mayor J. C. (iilmore:
^d,)car Sir: destacamentos del escuadrón de caballería salieron de MayagUcz
en la lartle dr^I 1 i liacia los dos caudnos ipie conducen a I.a,res; el de 1a derecha, ha^
cía el ( >esle, fué seguiílo por algún tienspc,!; pero irierta información, al parecer vor-
dadeni, sialalo el grueso principal del eiiemigu por el otro camino, hacia, el l^ste,
que condu(,-(! al ¡nudilo de .Maricao. l'sla hierza española marchaba rápidamente, lle-
vando su inqx'dimtaita a lomo de nuilas; tauduén Ik^gó noticia de que tro|:)as enemi-
gas, en )uun(,-ro cofisiderable, y de diferentes lugares, incluyendo Aguadilla y Pe-
pino, estaban !l(>va,udo a cabo una con<,aMitraci<'in ¡^ara atacar nu' conumdo P
L(
(■ K O M I (■ A S 327
Aunque no nic causaron irn|)resión tales avisos, ordené, sin embargo, reforzar los
puestos avanzados y nomliré un t)ficial ele campo a cargo de ellos. Una partida de
cal)allería cpie había rccrmocido el camino hacia Las alarías, regresó en la tarde
del 12, anuncian<lo i|ue la retaguardia española estaba aún a citico millas de Maya-
güez y (pie nuu'chaba muy lentamente. En el acto dctcrrm'iié perseguirlos, y si posi-
ble era, capturarlos o dÍKf)erK;u-loK, Y por eso, mi primer intención fué salir con todo
el comando; después reflexioné (¡ue no debía hacerlo. La ciudad y campes cercanos
estaban en estado de gran cxcitaci<)n, llenos de desertores, guerrilleros y gente que
descendía de las montañas en griifios, no teniendo, además, informes ciertos del ni'i-
mero, espíritu y situación de la fuerza enenu'ga que podía caer sobre Mayagüez;
aparte de todo esto, el resto de mi l)riga(la estaba exhausto, como resultado de las
marchas, combates y servicios tle avao;';ída en h>s anteriores días, entre copiosos
aguaceros (pjc, nuis tarde, convirtieron el campamento en un verdadero /¡oyó de.
íauf^o.
Por otra parte, el camino hacia L;ires, ex[)edito en las primeras ocho ñuflas, era
intransitable para vehículos de rueda, y esto me r(X"ordé) que el mayor general co-
mandante me ha!)ía ordenado ir a^ Lares por el camino de Aguadilla. lJeci<lí, por
ultimo, ordenar un reconocimiento en fuerza al ruando del teniente coronel Burke».
■del 1 I.*' de infantería, para acosar al enemigo y retardar su marcha.
Esta expedición se formó con seis compañías de infantería, im ¡lelotón <le a,rt¡-
328 A . R I V E R O
Hería y otro de caballería, que emprendieron la marcha a las diez de la mañana,
agosto 12. Llevaban convoy de raciones para tres días y el bagaje de la infantería;
fué, por tanto, una columna móvil, desprovista del tren de carros. Agobiados por el
excesivo calor y fuertes chubascos marcharon cerca de nueve millas, hasta un punto
donde se unen los dos caminos antes mencionados (Los Consumos).
Como yo no tuve noticias, durante la noche, del coronel Burke, resolví arreglarlo
todo para marchar en su auxilio, y ya el resto de la brigada estaba dispuesta y los
carros cargados, cuando llegó un correo de aquel jefe anunciándome las dificultades
que retardaban su marcha y la presencia en Las Marías de una fuerza española que
él estimaba entre I.200 y 2.500 hombres. Esta fuerza, decía el coronel, había tomado
posiciones defensivas y una parte marchaba contra él
Dejando la infantería y la artillería a cargo del coronel De Russy, avancé con
mi Estado Mayor y la caballería Macomb para unirme a Burke. Encontré esta fuer-
za a dos millas y media al Norte de Las Marías; la infantería en posición, pegada al
terreno y al abrigo de un barranco sobre el camino, el cual descendía por la de-
recha hacia el valle del río Prieto (Guasio).
Una altura cercana (loma de la Maravilla) fué elegida para emplazar los dos ca-
ñones, y desde ella, tanto la artillería como la infantería, hacían fuego hacia abajo.
Esta posición dominaba y permitía ver el valle del río y más allá, a su orilla derecha,
el camino que subía a las montañas a distancia de I.200 a I.500 yardas.
La fuerza enemiga fué divisada bajando hacia el río y cruzando éste por varios
puntos en una milla de extensión.
Cuando yo había llegado con la caballería a un punto distante, tres millas y me-
dia de aquel en que encontré al coronel Burke, hallé una compañía, dejada por él,
al mando del teniente Heavy, con instrucciones de reparar el camino y ayudar al
tren de vagones a salir de aquel mal paso. Aquí oí fuego de artillería, siendo los
cañones disparados a intervalos de dos o tres minutos. Poco después, algunos nati-
vos llegaron a galope, y me dijeron que una creciente inesperada del río impedía la
retirada española, habiendo cortado en dos su columna; 700 hombres quedaban de
este lado imposibilitados de cruzarlo. Estos (ellos decían) hacían frente a las avanza-
das de Burke y el fuego había comenzado o estaba para comenzar.
Ante la gravedad de esa noticia, confirmada por los cañonazos que estaba
oyendo, ordené a la compañía del teniente Eleavy que siguiese rápidamente hacia
adelante e iguales órdenes transmití al coronel De Russy para que hiciese avanzar, a
toda prisa, un batallón del II.° regimiento, al mando del coronel Gilbreath; la Ca-
ballería, mi Estado Mayor y yo, picamos espuelas tan rápidamente como lo permitía
el camino y seguimos hasta unirnos a Burke, donde he dicho.
¥A combate es descrito por el coronel Burke con lujo de detalles que juzgo inne-
cesarios, bastando anotar que la avanzada americana atravesó el pueblo de Las Ma-
rías, llegó a la loma de la Maravilla y desde allí divisó parte de la columna Oses de-
tenida a la orilla del río, aunque el resto de ella ya lo había vadeado y subía, enton-
ces, hacia las lomas de enfrente. Los dos cañones al mando del teniente Rogers
F, Gardner, de la batería C, del 3.° de artillería, fueron emplazados, primero en el
CRÓNICAS 329
mismo camino y después de algunos disparos, se les transportó, a brazos, a dicha
loma de la Maravilla, donde fueron colocados entre dos árboles de mangó (que aún
existen en aquel paraje) y con fuego fijante, continuó cañoneando, a tiro de fusil, al
revuelto montón de infantes, caballos y artilleros que se debatían en un estrecho
sitio, sumamente pantanoso por las recientes lluvias. El alza empleada por el teniente
Rogers varió entre 800 y l .000 yardas.
El blanco — dice dicho teniente — era un grupo de tropas que corría en todas di-
recciones por los caminos o a campo traviesa, y además, su tren de bagajes; también
ciertas malezas, dentro de las cuales se veía moverse fuerzas de infantería. Disparé
en total seis granadas y 2(d shrapnels. Algunos cañonazos fueron dirigidos, por or-
den del comandante de la brigada, a ciertos objetos blancos que movían los españo-
les. El combate duró desde las once de la mañana hasta la una de la tarde.
Añade el teniente Gardner que el camino estaba en tan mal estado, que muchas
veces necesitó cinco parejas de caballos para arrastrar una pieza, y en otra ocasión,
al cruzar un paso arreglado de momento por la sección de Zapadores, tres pares de
prolongas, tiradas por infantes, fueron necesarias.
La fuerza de caballería, que formaba parte de la vanguardia con el teniente Va-
lentine, entraron en Las Marías a las siete de la mañana del 13, tomaron informes, y
volviendo grupas, esperaron fuera del pueblo la llegada del teniente coronel Burke;
este jefe, después de recibir el parte, ordenó el avance para establecer contacto con
el enemigo. Hízolo así el teniente (un bravo oficial, a quien el autor conoció más
tarde), y llegando al pueblo, lo cruzó sin detenerse, bajando por el camino que con-
duce, entre cafetales, hacia las vegas de Blandín.
Ni una sola pareja de guerrilleros prestaba servicios de descubierta en la loma de
la Maravilla. Abajo, a la orilla del crecido río Guasio, I.400 soldados españoles es-
peraban, pacientemente, a que bajasen las aguas.
Recuerdo, al llegar aquí, ciertos párrafos de un libro de Nansen, donde relata lo
que le ocurriera al desembarcar en un lugar de Einlandia, para adquirir perros que
tirasen de sus trineos. Encontró una tribu de finlandeses acampados bajo sus tiendas
de pieles, y cerca de unos pantanos, donde crecían verdes juncos; aquella gente ha-
bía arribado allí antes de que los juncos estuvieran en sazón para ser cortados, y en-
tonces decidieron esperar sin impaciencia, y por muchas semanas, a que llegara el
momento de segarlos.
Así, Oses y sus oficiales, con ignorante confianza no aprendida en los libros ni
en las academias, esperaban a que el río Guasio disminuyese el caudal de sus aguas;
detrás de ellos, a menos de I.OOO metros, había fuertes posiciones, de las que dan
cabal idea las ilustraciones del texto.
El teniente Valentine mandó echar pie a tierra a su tropa y rompió fuego de ter-
cerola; esto alarmó a los de abajo y desde aquel momento dio comienzo la desas-
330 A R I V E R O
trosa retirada, único borrón que en aquella guerra, unos pocos pusi'ánimes, arrojaron
sobre la limpia historia del Ejército español.
El teniente coronel Burke describe los sucesos que siguieron, de esta manera:
Ellos (los españoles) no creían que pudiéramos llegar con nuestra artillería hasta
aquel punto en tan poco tiempo; cuando escucharon el estampido de los cañones
desde las montañas, se aterrorizaron de tal manera que, abandonados de sus nervios^
perdieron armas y equipos, y aun muchos se rindieron más tarde con las armas
cardadas en la mano; como resultado del encuentro hicimos 53 prisioneros (sin in-
cluir al coronel, un teniente coronel y un teniente) y cerca de lO.OOO cartuchos de
Máuser y Remington; cinco soldados españoles fueron enterrados en lugar vecino, y
yo no puedo fijar el número de heridos, porque muchos siguieron para Lares.
El general Schwan añade:
Nuestro fuego desmoralizó a los casi hambrientos soldados españoles, y su ret<i-
guardia, cuando menos, se desorganizó, escondiéndose en los montes. Una compa-
ñía que bajó al río, regresó a las diez de la noche con cuarenta y tantos prisioneros,
un número de animales de carga, etc.
A la mañana siguiente yo tenía listas, para seguir la persecución, dos compañías
de infantería, la caballería Macomb y dos cañones, cuando llegó la orden de sus-
pender las hostilidades. No troops ever suspe^ided with a worse grace ^
Dos testigos oculares. — Por el tiempo en que acontecían los sucesos reseñados
en este capítulo, era alcalde de San Sebastián Manuel Rodríguez Cabrero, persona de
gran prestigio y alta mentalidad. El 13 de agosto, a las once de la mañana, se oyeron
distintamente en aquella población estampidos de cañones, y más tarde ruido de
fusilería; eran los ecos del combate que se estaba librando a orillas del río Guasio.
Poco después llegaron algunos campesinos informando que tropas españolas habían
vadeado dicho río, con dirección a Lares; pero que una parte de la retaguardia, que
permanecía en la margen izquierda, era atacada por artillería americana desde la
loma de la Maravilla.
Inmediatamente el alcalde. Rodríguez Cabrero, dispuso que los doctores Cancio
y Franco, ambos pertenecientes a la Cruz Roja de la localidad, marchasen con toda
urgencia al lugar del combate, provistos de sus botiquines y ostentando las insig-
nias de dicha Institución; al mismo tiempo tomó otras medidas necesarias y movilizó
todo el material hospitalario de que disponía, en previsión de que llegasen heridos
al pueblo.
San Sebastián estaba guarnecido por una compañía de voluntarios al mando del
capitán Arocena, fuerza que permaneció inactiva, tal vez por carecer de instrucciones»
Los doctores mencionados, a caballo y con sus botiquines de campaña, marcha-
1 Nunca una tropa suspendió sus operaciones con tan pésima suerte. — N. del A.
CRÓNICAS
331
ron hacia el lugar de la acción por un camino vecinal llamado de las Calabazas, y sin
encontrar fuerza armada de ninguna clase, llegaron al vado de Zapata, cruzaron el
río y subieron por la margen opuesta hasta una pequeña casa que allí había, propie-
dad de Gerardo González, donde, con gran sorpresa, encontraron al teniente coronel
Oses, al segundo teniente Lucas Hernández, a un sargento y varios soldados españo-
les. El primero, adelantándose, manifestó al doctor Franco (de quien era amigo) «lo
difícil de su situación, a causa de los graves acontecimientos desarrollados poco
antes, y también por encontrarse muy enfermo y con fiebre altísima». Ambos facuL
tativos le ofrecieron sus servicios, y el doctor Cancio, trayéndolo a lugar apartado,
le manifestó que estaba dispuesto, y lo mismo su compañero, a conducirles a él y a
todos sus soldados a lugar seguro y al otro lado del río; añadió que era muy prác-
tico por aquellos caminos, como lo probaba el haber llegado allí sin ser notado por
las tropas enemigas. Oses contestó que no deseaba marcharse, porque sentía agota-
das sus fuerzas a causa de la fiebre y el cansancio; a lo cual argüyó su interlocutor
ofreciéndole su caballo; pero como aquel jefe opusiese la más tenaz negativa no se
volvió a hablar del asunto.
Como alguien dijera a dichos facultativos que en paraje no distante había un ar-
tillero español, gravemente herido, abandonaron la casa de González para ir en su
busca. Entonces el teniente coronel Oses les recomendó «que se avistasen con los
soldados enemigos, avisándoles de su presencia en aquel sitio y que deseaba ren-
dirse con todos los que le acompañaban»; pero aquéllos resolvieron no hacer nada,
por creer contrario a sus funciones de neutralidad en la Cruz Roja el desempeñar taf
comisión.
A poco rato, y al volver de una vereda, fueron detenidos por una avanzada de
americanos, quienes apuntándoles con sus fusiles les dieron el alto; pero como obser-
vasen las insignias de la Cruz Roja, bajaron sus armas, y todos juntos siguieron ade-
lante hasta dar con el artillero. Yacía éste en tierra, herido mortalmente de un balazo
en el vientre, y a grandes voces se quejaba diciendo: «¡Ay, mi madre!; <jqué culpa
tendré yo de todo esto?»
Los facultativos, utilizando un botiquín de la columna española que encontraron
junto a un mulo muerto, en el campo, procedieron a la cura de primera intención, y
entonces uno de los regulares americanos, el cual mostraba gran pena al escuchar las
lamentaciones de aquel compañero y enemigo suyo, se despojó de todos los arreos
militares y, tendiéndose sobre las guijas del campo, indicó por señas a los médicos
que colocasen al artillero sobre su persona, a ^n de que pudiese ser curado con ma-
yores facilidades; así se hizo. Y el pobre muchacho, quien falleció más tarde, sintió
calmados sus dolores, merced a la asistencia facultativa de dos miembros de la Cruz
Roja y al noble y generoso comportamiento de aquel otro soldado adversario, cuyo
nombre no figura en estas páginas por no haberlo anotado los doctores Franco y
Cancio.
332 A. RIVERO
En estos momentos apareció un grupo de soldados españoles con un sargento en
cabeza, llevando éste un pañuelo blanco amarrado a la bayoneta de su Máuser. Los
americanos corrieron a las armas, creyendo que se trataba de una función de guerra,
pero al ver la señal de parlamento, adoptaron actitud más pacífica, y como al mismo
tiempo llegase Eduardo Lugo Viña, jefe de los exploradores del general Schwan, pu-
dieron entenderse unos y otros. El sargento y soldados, quienes eran del batallón
Alfonso XIII, sin quitarles sus fusiles y municiones, fueron enviados hacia adelante
en busca de las avanzadas americanas, guiados por algunos regulares también ame-
ricanos.
Lugo Viña siguió hacia la casa de Gerardo González, y media hora más tarde,
cuando ambos doctores (después de haber visitado el Cuartel General del general
Schwan, donde fueron muy agasajados) regresaban hacia el río Guasio, y al pasar
por dicha casa, pudieron ver allí amigablemente sentados a una mesa y haciendo los
honores a una gran C3.zueldi de arr o, s cofi pollo ^ al teniente coronel Oses, a Lugo Viña,
al teniente Hernández y al dueño de la Casa, Gerardo González. Como les chocase la
■escena, uno de ellos preguntó a Oses p07' su estado de salud, y éste les contestó que
ya estaba más aliviado.
Franco y Cancio regresaron a San Sebastián sin incidente alguno, dando cuenta
de todos los sucesos al alcalde Rodríguez Cabrero, quien, al saber el final del com-
bate del Guasio, y también que las tropas españolas, en su retirada, habían seguido
directamente a Lares, suspendió todos los preparativos, y aquella misma noche en-
vió al general Macías un largo informe telegráfico, incluyendo en él cuanto le habían
manifestado los dos miembros de la Cruz Roja al regreso de su excursión a las orillas
del río Guasio. Tal informe ha servido de base al autor para esta exacta reseña, que,
de otra parte, pueden aún corroborar con sus testimonios los doctores Cancio y
Franco, y el alcalde Rodríguez Cabrero, quienes, felizmente, gozan de excelente sa-
lud y habitan en Puerto Rico '.
Toda la fuerza americana que tomó parte en el tiroteo y persecución estuvo al
mando directo del mayor GiJbreath, quien ganó, en aquella jornada, el ser mencio-
nado en la Orden del día.
Sigamos en su relato al jefe de la brigada:
Cerca del terreno de acción, y en una casa de campo, el coronel Soto Villanueva,
comandante de las fuerzas españolas, yacía en una cama, enfermo, sufriendo grandes
agonías de lesiones que recibiera en su retirada de Mayagüez, y que le ponían com-
pletamente fuera de combate. El me envió un aviso de que deseaba rendirse, como
prisionero de guerra, suplicando le mandase una ambulancia que lo llevara prisionero
a Las Marías, y luego a Mayagüez. Esta petición la llené tan pronto me fué posible.
1 Además del informe citado, todos los detalles de esta histórica narración fueron tomados tacjuigrá-
ficamente en una interviú que, con los señores Cancio y Rodríguez Cabrero, sostuvo el autor. — A', del A.
CRÓNICAS
333
S. Sebastián
Liir€9,
^if aerearon c/<t /g& <:€^^^o^«^/<?¿ S?*""^^
éZ<¡n /<ys arepas €spanc/crA «>? /O y JS </<r /f ge 9^0.
/í</<r>^/o.
A ,
' \' V. R ( )
¡U total (le prisioneros fué
un coroticl, un toniculc t:oro-
nel, un primer tcníeute y 53
rido; 53 fusiles Máuser y 44
Remington; lOO.OCX) cartu-
chos, ocho fuulas con sus
cargas, un [)oti(|uín, gran ni'i-
luero <le mochilas, v además,
el caballo del coronel Soto.
Al amanecer del 14, toda
la orilla del río íiuasio, a in-
mediaciones del vado Zapata,
a|íareció culúcrta de capa.ce-
ies, correajes, mantas, 1110-
chihis y otros ol>jelos de
equipo y vestuario abando-
nados por la tropa española
antes de arrojarse a his tur-
bulentas aguas del río,
íi\ Cuartel ("General de la
brigada Schwan regresó a
i,:ui»io ^I,1.l.l^.,y,/wvJlJH^|'llloI•,^^^^^^ j ^,^^ Maflíis v acafiípó en la
plaza |irinc¡pal, donde, por
algún tieiupo, esluvi(M-on taiubicn los caballos del capitán Maconib.
hd coronel Solo, escrupulosamente atendido y curado por los cirujanos america-
nos, fue entregado más tarde al Sr. Ohvemáa, bajo palabra de honor (|ue diera este
caliallero, (juien lo condujo a su casa y le cedió su lecho; allí [)erma!icdó once días,
cuidadosamente atendido, y, por últinuí, siguió a Mayagüe/, don<le el general Schwan
1(> hi/o objííto de las mayores consideraciones, y, sin exigirle la acostumbrada pala-
bra de honor, le permitir) habitar con sus fanuliares.
()sés y los restantes prisioneros entraron, al día siguiente del combate, en Maya-
gtic/, custodiados ¡)or hierza americana, y en esta ciudad una parte del populacho
(lue lué reprimido a ticíuipo |)or
intentó algo vcrgonzo'
Sclnvan. La vanguardia (ii!l)reath no tuvo baja alguna
dos íVHierios, cnterratlos por soldados americanos del
iÚV
dales del general
españoles fueron
; además, un cabo
<le artillería muri(3 de asfixia a mitad tle la cuesta (|uc conduce a la casa de (Jronoz:
los heridos fueron nueve.
Hacia Lares.— 1 le dicho c[ue en la fmca Oronoz se encontraron Suau )• el co-
mandante Jaspe, ahora al mando de la fuerza española, y como no se divisase tropa
i: K o X I (;, A s
enen!Íg';i, y viendo que n<> era ti pcrscgukjos, y ya con bastante or<len, siguieron a
nüal iiianlcnitlo allí por la (oaíz l\0)a.
En Mayagüez. — Ihjranlc los tres primeros días de la ocupaciiín de Alayagüe/,
V cada mañana, aparecieron, detrás de la iglesia, un regular núriiero úc fusiles, i;art:u-
chos y correajes; era el armamento y equipo de los X'oluntarios del sexto batídlóti,
que no habían «jucrido seguir al coronc;l Soto en su retirada.
Dos soldad(ís, rezagados, íueron recogidos dentro de un cañaveral por el hacen-
dado Juan Bianchi, quien los llevó al eanipamento die la fuerza americana, y allí re-
<:ib¡cron excelente trato.
l^Jds bajas españolas, en el condiate de I b^trniiguercís, íueron un muerto y siete
heridos, todos de tropa, v además el teniente Vera, de Alfonso XÍIl, y otro de Vo-
kmlarios, también herido. Total, 10 bajas.
Tuvo la l)rigada Schwan un nuuu-to y 1(5 heridos, entre ellos un oficial, como
sigue;
Muerto; Frcd. b^nneberg, soldado de la compañía /) del 1 I." de infantería. He-
ridos: teniente J. C. Byroo, (h?l 8." de caballería; john Brunning, cal)o de la batería
ligera, /) del 5," regimiento; (¡c^orge Curtís y .Samuel (b I'ryre, del mísrno Cuerpo y
batería; Wollard II. \\\heler. sargento de la compañía /'i;Joseph P. Ryan, cabo de la
misma; Arthnr .Sparks, compafiía C; John L. Johnson, cabo úc. la />; J. A. .Sanders.
soldado de la rnisma; llarrv K. Arrick, I lenrv (¡errick, Paul F. Miezkev, todos de la
336 A . R I V E R O
compañía E] William Rositer, de la C; Lemuel P. Cobb, de la /; D. J. Graves y Amos
Wilkie, los dos de la M, cabo el último y todos del IT.° regimiento, regulares de
infantería.
También resultaron contusos P>ank Muller, de la E, y Augustus H. Ryan, de la F.
Cuando Mateo Fajardo y el capitán Macomb, con sus jinetes, reconocieron el
campo en la noche del día lO, encontraron muerto un soldado de Alfonso XIII; es-
taba entre unas breñas, con el fusil sostenido por ambas manos y el capacete un
poco más allá; dicho soldado había fallecido de un terrible balazo que le había atra-
vesado el pecho.
Por la noche.— El doctor N. Jiménez Nussa, presidente de la Cruz Roja, Font y
Guillot y otros médicos, fueron aquella noche hasta muy cerca del campamento
americano, con la idea de ofrecer sus servicios; pero como olvidasen los brazales de
la Institución a que todos pertenecían, no fueron admitidos en las avanzadas, te-
niendo que regresar a Mayagüez.
El cuartel, hospital militar y demás edificios a cargo del Ejército, mostraban en
el desorden de sus muebles y numerosos objetos abandonados, la precipitación de
la marcha en los encargados de su custodia.
Después del combate. — El sargento Stephen relata la última parte de las opera-
ciones del comando Schwan, en su pintoresco lenguaje:
En la mañana del 1 4 toda la brigada estaba tan desorganizada que, entre cabeza
y cola, había sus buenas nueve millas. Cuando llegó la hora de comer alguna cosa
fué preciso ponernos a media ración para poder ahmentar a nuestros prisioneros,
quienes eran los soldados de mejor apetito que he visto en mi vida; siendo menos
de 60 devoraron las raciones de T.200. Sin embargo, comieron, y el haberles dado
tal ayuda fué nuestra mejor recompensa. Por la tarde todo estuvo en orden, y aún
no he cesado de maravillarme cómo mis jefes se las arreglaron para poner fin al caos
de la noche antes.
Este fué el último combate entre nuestras fuerzas y las españolas en aquella gue-
rra, y tal vez el conocimiento de esta circunstancia nos consoló al vernos obligados
a suspender el fuego, cuando tan lindamente íbamos aprendiendo a practicarlo.
El general Schwan, con su brigada, recorrió, "durante ocho días, 92 millas y cap-
turó, después de dos combates, nueve pueblos, 362 prisioneros, incluyendo volun-
tarios libertados, bajo palabra] al coronel'comandante de toda la fuerza, a un teniente
coronel, cuatro oficiales, 462 fusiles, 145.OOO cartuchos' y lO.OOO pesos en moneda
acuñada. Nuestras bajas fueron un muerto y 16 heridos.
Refiriéndose a ciertas latas de carne embalsamada (como la llamara el general
Miles, ante una comisión del Congreso), dice nuestro artillero:
Desembarcamos en Guánica el 25 de julio, lo cual significa que habíamos estado
semihambrientos durante veintidós días; nadie se acordaba del Maine y hubiéramos
dado la bienvenida al mismo general Weyler, con nuestra más dulce y alegre son-
CRÓNICAS
337
risa, si éste se hubiese presentado de improviso, llevando entre sus manos una buena
cantidad de comida apropiada para un ser humano.
Una vez más^ al desembarcar, perdimos de vista el roastbeaf qw lata...
Después de cesar las hostilidades comenzamos a recibir nuevamente carne ame-
ricana en vez de la del país ; olía mal antes de cocerla y además era rígida e
insubstancial; tenía un olor fétido que no recordaba otro olor de la tierra; nuestra lista
de enfermos se duplicó.
No terminaré esta narración sin traer al texto algunas reflexiones de Karl
Stephens, verdaderamente notables, toda vez que fueron impresiones recibidas en
los primeros días por un soldado que tomó parte activa en la guerra:
Todos los americanos comenzamos a estudiar español y todos los portorriqueños
el inglés. Medidas muy estrictas se tomaron por el brigadier comandante para pre-
venir intentos de conducta desordenada entre los soldados, porque estos héroes, co-
ronados de laureles, bajo la influencia de un ron barato y medianejo que se elabo-
raba en el país, sentían, muchas veces, ardientes deseos de reanudar la guerra, pero
no hubo mucha dificultad en mantener cierto grado de decoro que pareció bastante
aceptable.
Las mujeres, en Puerto Rico, o son muy lindas o son muy feas; no hay término
medio. Los hombres ni se embriagan ni maltratan a sus esposas; no se ocupan de
negocios a la hora de comer ni a la de dormir; no profieren juramentos y otras pa-
labras profanas y demuestran, en resumen, más interés por un soneto que por el
precio de un barril de tocino.
Para hombres y mujeres, en Puerto Rico, la vida es una rosa, un cigarrillo, un
-cantar, una risa, un beso y un mariaiia *
MEMORÁNDUM Día. (iKNKRAL SCílWAN
Pitts Field, Mass., julio 25, 1921.
Capitán Ángel Rivero.
San Juan, P. Rico.
Mi querido señor: Recibí ayer su atenta carta, julio 12, en este sitio veraniego,
el cual está a considerable distancia de mi casa en Washington, de m:s libros,
mapas, etc. Por esta razón, y debido a los muchos años transcurridos desde que
ocurrieron los acontecimientos que usted va a narrar, me encuentro imposibilitado,
en estos momentos, de facilitar a usted una fotografía mía o de darle cualquier in-
formación obtenida por otros medios, excepto los incidentes que a continuación le
contaré. De todos modos, tendré mucho gusto en enviarle el retrato al regresar a
mi casa, a principios de septiembre, y también, de ser posible, aclararle cualquier
punto sobre el cual usted tenga dudas o ignore, siempre que esto no retarde la publi-
cación de su obra.
liste sargento Karl Stephens es, actualmente, un opulento banquero, habitante en Boston. — A", del A.
22
338 A . RI VERO
Mientras tanto, me permito llamar su atención sobre el *Weport'* oficial de aque-
lla parte de la Brigada que tomó parte en las operaciones, conocida por el nombre-
de la columna Mayagüez o columna Oeste de la campaña de Pkierto Rico, y más-
adelante, y en particular, al pasaje en el "reporf anual de J898 del teniente ge-
neral Nelson A. Miles, el cual era, entonces, comandante del Ejército de los Es-^
tados Unidos, con el mando de las tropas que tomaron parte en dichas operacio-
nes. Estos dos documentos y otra correspondencia que se cruzó entre la Brigada
y el Cuartel General de Mjles están impresos en forma de libro y son fáciles de
adquirir por cualquier persona que los desee consaltar.
No siéndome posible ampliar , estos "reports*\ no está de más narrar, tal vez
para que los cite en su historia, algunos incidentes que recuerdo, los cuales se rela^
donan con estos sucesos en cuestión.
El último combate de la Brigada con las tropas españolas tuvo lugar no lejos
de Las Marías, y cerca de las orillas de un río que estaba crecido, y fué también
el último encuentro entre los españoles y las fuerzas americanas en el campo de la
guerra; una guerra trascendental en sus resultados, porque le abrió el camino a
América para participar de los sucesos del mundo, de los cuales, hasta entonces, se
había mantenido ella misma más o menos apartada.
La avanzada de mi tropa llegó al río ya citado, después de fatigosa marcha,,
en la tarde (el 8 de agosto, 1898, me parece), y calí vivaqueó. Poco después, un
mensaje me fué traído, por un sargento español, el cual me enviaba el coronel del
Regimiento Alfonso XIII, ^ en que me manifestaba hallarse enfermo en la casa de
un campesino, la cual estaba cerca, y manifestando su deseo de tener una confe^
renda personalmente conmigo. Acompañado del capitán Hutchinson, el ayudante
de la Brigada, fui a verle. El estaba cojo, debido, quizá, a un balazo o a un acci-
dente de cualquier clase, y me pidió que le enviara un médico y también, si posible,
que le proveyese de una ambulancia que lo llevase a¡ Mayagüez, donde había que-
dado su familia. Afortunadamente, yo estaba en condiciones de satisfacer inmedia-
tamente sus deseos.
Temprano en la tarde, un convoy pudo verse a lo lejos, separado, por lo que pa"
reda ser un matorral impenetrable, aparentemente escoltado por la retaguardia Je/j
enemigo que se retiraba; sin duda, había sido detenido por el río ya citado. Una
compañía que voluntariamente se ofreció para ello, salió con órdenes de capturar
aquella fuerza. Tarde, en la noche, regresó la compañía con los soldados regulares
mencionados en su carta, como prisioneros, incluyendo el teniente coronel del regi-
miento, a quien había sido dado el comando cuando el coronel quedó atrás al cui-
dado de dos sargentos» o cabos. El teniente coronel me dio su espada, la que segui-
damente le fué devuelta.
Réstame contar la triste suerte que le esperaba al coronel al regresar a su país.
Pocos meses después recibí una patética carta de este oficial, la cual, según él decía,
la enviaba subrepticiamente por estar incomunicado y prisionero en un fuerte español
Estaba acusado — decía — de haber ignominiosamente rendido su fuerza por un so
borno de diez mil dólares recibidos del comandante de las^ tropas americanas. El m
suplicaba que sometiera a las autoridades militares españolas una declaración jura
da de los hechos verdaderos en cuestión: que al acercarse mi Brigada había tomo
» Soto era el comandante militar de Mayagüez. — X.delA.
CRÓNICAS
339
do posiciones cerca de Hormigueros, como a diez millas de distancia de Maya-*
güez, y se había retirado, después de valiente aunque estéril pelea.
Me sentí muy feliz al poder desmentir los cargos de que se le acusaba.
Estando aún España y América sin directa representación diplomática, pert"
dientes de la paz definitiva, la correspondencia fué transmitida por las oficinas ex-
tranjeras de estos dos países con Londres como intermediarias, y un acuse de recibo
de mi *' affidavit'* me fué oportunamente enviado por el mismo conducto.
Por otros medios supe, más tarde, que el coronel se había retirado del Ejér-
cito español y había cambiado su residencia a Cuba, de donde era oriunda su
esposa.
De usted sinceramente,
PÁRRAFOS DE UNA CARTA DEL TENíENlT. DE CABALLERÍA, HOY CORONEL,
W. S. VALlLVriNE
ESCUELA DE CABALLERÍA
Fort Riley, Kansas, agosto 2, 1921.
5r. Ángel Rivero.
San Juan, P. R.
Querido señor: Contestando sj carta de 12 de julio último, le diré que yo era
segundo teniente de la Compañía A del 3.° de Caballería, al mando del capitán
Macomb, en el verano del año ¡898.
Mi compañía, con un batallón del regimiento de infantería núm. II, siguieran
en persecución de los españoles, pasando por Las Marías. A unas tres millas de este
pueblo, recuerdo que el camino descendía a un valle profundo; mi fuerza divisó la
retaguardia española, subiendo la vereda, al otro lado del valle. ;
Ambas fuerzas, caballería y la avanzada de infantería, rompieron el fuego a
larga distancia, durando la escaramuza unos quince minutos. La caballería siguió
en persecución, pero al llegar al río se hizo de noche y fué preciso vivaquear. Du-
rante la noche y mañana siguiente recibimos noticias de haberse firmado el armis-
ticio. La compañía A retrocedió a Las Marías, permaneciendo allí hasta que la
paz fué firmada.
A . K I \ E R r>
Memorándum del coronel Bailey K. Ashford.— Bl día 28 de julio del año iHoH
clesemhareó t«n el jiiierto de ííiiánt'ca, d(;l traiiHporte Mohawky el I I." regimiento de
iiifatiicrta. parle de una l)rig-a<la de tropas, todas regulares, <]iie, al mando <lel gv-
iiera! Scdiwan, tenían la inisión de atacar el flanco d{>recho del ejército español.
en Puerto Rico, avanzando hacia \Iaya-
, V ta
VX II." r(>»;in,iiento de iníajitería estuvo
acampado por algún ti(Mn¡;)o en ¡Mohile
(Alábanla), donde se coiitagi(3 con riel)re
lifoidea, enfermedad rcinanít; <>n la ma)^cn-
parto de las tuerzas del rjército de los lis-
tados ruidos en el ContincMittr, ¡lor cu\-a
causa, ruando llegamos a Cjuáuica, me vi
<>l)ligad(j a conducir a Ponce cerca de cien
Iicmhres atacados de dicha enfcrmed.ad,
acjuelh. dudad.
Xhicsíra entrada en. J'^->nt:e ku5 un espcc-
(M)tre dos líneas d(^ transiiorles, eni])avesa^
dos 1:011 banderas y sus músit:;is locando
aires nacionales; Ponce f)arecía una colnu--
na irritaíl-u y en el cammo de la ciudad a
la phn-a una csjiesa nul>e de prdvo cul-)ría la
internuual>le procesión de infant.'s, artille-
cuíTpo y v^viwxxáo allí de la agrradal)le traic-
(luilidad' de r'sla delieiosa y pecpicna isla
<|ue habíamos invadido. Me reurn" a las hier-
pues la noche anterior hal.ía conuuizado la
nuircha hacia San (¡eriiián. Ai siguiente^
...„P.-i.cs.,>,....M..iiiu,r '^'''' '!"'■' '"*' ^-•" ^^í'^'^renu» caluroso y polvo-
Iiora de la 'tarde,
riginal pol)lación estaba en elervescencia. Id hospital de la, Cruz
bien preparado \^ provisto, estaba dispuesto para recibir nuestr(is
a los di' los espafiohís. Acjuí supimos (]uo, pro1>a!»1emente, ten-
se había ¡itrincherach.i, cia-rando con sus fuerzas nuestro j^aso
hiado donde acpjcl ^
hacia Mayai^llcz.
Kl genca-al Sch\va,n, comandante «le la (^xpeflici.nc ordenó rpic v\ escuadn»
■del 5." d(í caballería, buscara el contacto con el enemigo, desplegando sus avanz
d'res o cuatro ndlhis a vanguardia en hnmia de abanico. Poco desj,)ii('s comen
(■■ R O K I (■ A :
34 f
preparafión para el combate, siendo las tropas en extremo molestadas por el calor y
el polvo. Jíti el preciso instanlcí en que cruzábamos un cañaveral, oímos hacia van-
guardia algunos disparos. \\\ cuerpo principal de la columna hizo alto, v, seguida-
nient(\ comenzó a desplegar en orden de cond)ate a cada la,do del ca.nnno y por
entre las ciéna|ras y cañaverales; estábanu^is cerca de una, factoría de azúcar, v al lado
opuesto había ini puente. Por delante seguía algún terreuo llano, y más arriba, v
dc^sde unas colinas ciil)iertas de ¡irbolado, recibíamos el fuego, aunrpie sin ])ercibiral
enenni^o.
Al principio las balas pasaban sobre nuestras cabi^zas; pero de |ironto y cerca, de
mí, un artillero, soltando las riendas de su caliallo, llcvtjse ambas rnanos a la cara;
una !)ala le había atravesado las mandíbulas, vertiendo nn,icha sangre. Va\ la confu-
los tirantes (p,ie sujetal-»an nn"s );)antalones, me sí,'rvr de él jxira comprimir l;i arteria y
enenngo, el cirujano jefe rcs<,)lvi('') establecer uu hosfMt:il de c,am].iaña en la tac:ti,.)ría de
azúcar; yo seguí a nn" reginnento en su marcha hacia (;1 írtrnte. Nuestra brigada con-
sistía en un escuadrón de ca!)alUíría. dos baterías di": artillería de campaña, uu regi-
nnento de infanterí;u algunos ht»nil,)res tlel CiH";r[)0 án S(n"iales, ¡2 ambulancias v un
fantería, y un cuarto ;i las órtkmes del cirujarn» jete.
ponerse en acción, íuera del camino, a causa, de lo baio del ternMKu \íl combate dm-{),
^m
342 A . R I V E R g
según yo creo, cerca de dos horas, y consistió principalmente en un considerable
tiroteo a distancia de 600 a 1. 000 yardas; pero después que nuestras tropas habían
llegado a tiro de sus fusiles de las trincheras ocupadas por los españoles, éstos se
batieron en retirada.
Uno de los más curiosos incidentes, relacionados con esta retirada, fué el intento
de una parte de nuestra fuerza montada de capturar a un tren que se suponía lleno
de tropas españolas; los jinetes, que espolearon sus caballos obligándolos a correr
desesperadamente, no pudieron competir con la velocidad de la máquina, y tampoco
tuvo éxito nuestra artillería, que disparó al mismo tren algunos cañonazos desde una
altura que había ocupado poco antes y que le permitía hacer fuego directo. Nada de
esto pudo impedir que el enemigo se retirase, en buen orden, dejando tras de sí un
pequeño número de sus heridos. Uno de estos desgraciados fué encontrado por mi
ayudante, el teniente Me Andrews, y me lo trajo, manifestándome haberlo encon-
trado en un campo de caña, al cuidado de dos sanitarios españoles ^. El herido era
un oficial, el teniente Vera, a quien una bala le había atravesado el muslo derecho,
hiriéndolo gravemente; con toda rapidez fué trasladado a nuestro hospital de cam-
paña, donde fué curado.
A la caída de la tarde estábamos al cuidado de nuestros heridos, 16 de los cuales
eran americanos; en conjunto, entre heridos y enfermos, teníamos 50 a quien cuidar.
El Cuerpo principal de la brigada avanzó hacia Mayagüez.
La tarde siguiente recibí órdenes de transportar todos mis heridos a dicha ciu-
dad, llevándolos al hospital de la Cruz Roja; el viaje y entrada en Mayagüez la hici-
mos sin novedad, y como ya era de noche, entregamos nuestros pacientes al oficial
médico encargado de dicho hospital de la Cruz Roja, que ocupaba el edificio
del teatro.
No puedo dispensarme de aplaudir, aun después de veinte años, lo completo y
limpio de este hospital de la Cruz Roja, así como la gran benevolencia, mostrada por
igual a españoles y americanos, por su bravo director doctor Jiménez Nussa, de Ma-
yagüez, quien el día anterior, y bajo el fuego del combate, cruzó las líneas america-
nas en su misión humanitaria, para ofrecer sus servicios en el hospital de sangre que
teníamos en la factoría de azúcar.
Uno de los más curiosos incidentes que he presenciado en toda mi vida fué la
aparente indiferencia de los jíbaros portorriqueños hacia los peligros del combate;
durante el mismo, se les veía ir y venir por el camino, muchas veces entre ambas
líneas de fuego, con la mayor tranquilidad, siguiendo los hábitos de su vida pacífica,
y en la completa confianza de que, como ellos no hacían daño a nadie, tampoco de-
bían recibirlo.
Y por eso aconteció que un pobre negro fué herido en el vientre, y cuando lo
trajeron a mi presencia, había entrado en la agonía; era un valiente, y murió mani-
festando que estaba satisfecho de terminar su vida como si fuese un soldado, aunque
realmente no lo era.
Es sumamente difícil describir lo que sufrieron nuestros hombres a causa del
* Más tarde, el doctor Ashford manifestó al teniente V'^era su admiración hacia aquellos sanitarios, por su
valerosa conducta, y aquél replicó: «Sí, eso hicieron; pero yo también, revólver en mano, les amenacé de
muerte si me abandonaban.» — A^. de/ A.
CRÓNICAS
343
calor y de la sed en su marcha forzada hacia Mayagüez. El incidente que relato a con-
tinuación demuestra cómo en todas ocasiones, aun en los momentos de combate, es
'cl estómago del soldado el órgano de su cuerpo al que se pide los mayores sacrifi-
cios; todos los soldados habían recibido aviso, una y otra vez, de que no comiesen
frutas, y especialmente mangoes. En un descanso, durante la marcha, uno de ellos,
.aparentemente rendido por el calor, se tendió al lado del camino; nuestro sargento
de sanidad se acercó, y entonces aquél le dijo:
— Tenga la bondad de llevarme un rato en esa ambulancia.
En este momento dichas ambulancias estaban repletas de enfermos, muchos de
•ellos padeciendo de fiebre tifoidea. El sargento le preguntó:
— ^'Qué le ocurre a usted que no puede caminar?
— Tengo un fuerte dolor de estómago.
— ^'Qué ha comido usted?
— Nada; solamente algunos mangoes.
—^'Cuántos mangoes ha comido usted?
- — ¡Oh, muy pocos!; solamente una docena, más o menos.
— Muy bien, joven; no hay sitio en esta ambulancia para usted, porque está llena
de hombres realmente enfermos; pero mi consejo es que si usted come otra docena
más de aquellos mangoes, tal vez usted conozca la causa de su enfermedad.
Y entonces la columna siguió su marcha.
Después de haber entregado mis heridos en el hospital de la Cruz Roja, me uní
a mi regimiento, que dormía en sus tiendas de campaña, en una altura cercana a la
población; solamente velaban los centinelas, muchos de los cuales, que eran reclutas,
aparecían muy excitados. Como deseaba cruzar las líneas, llamé varias veces para in-
dicar mi presencia, pero nadie me contestó. Sintiéndome muy cansado y muerto de
;sueño, resolví entrar de cualquier manera, y cuando lo verificaba, recibí un disparo
de uno de aquellos centinelas. Tan pronto como oyó mi voz apareció muy confuso,
y como realmente yo había cometido una locura, le pregunté qué demonios le
habían impulsado para hacerme fuego, y su respuesta no fué muy lisonjera:
— Señor, yo no sabía que era usted; pensé que era una vaca y nosotros tenía-
mos órdenes de no permitir que nadie, durante la noche, traspasara las líneas.
A la mañana siguiente la brigada continuó en persecución de las fuerzas españo-
las, que se retiraban en dirección a Las Marías. Fué éste también día de gran calor y
mucho polvo cuando trepamos por montañas tan difíciles que nos fué imposible
llegar más allá de la mitad de la jornada; desgraciadamente tuvimos necesidad de
hacer alto en un barranco, entre dos alturas; entonces comenzó a diluviar, y fueron
tal vez las lluvias más torrenciales de que tengo noticias; los caminos se pusieron tan
resbaladizos, que ni aun los hombres podían mantenerse en pie con gran trabajo.
Vivaqueamos en dicha posición aquella noche, y al amanecer, un batallón marchó
a vanguardia, con alguna artillería, para restablecer el contacto con el enemigo; pero
Jos caballos, a pesar de sus esfuerzos, no pudieron arrastrar las piezas hacia las mon-
tañas, y compañías enteras de infantería tuvieron que tirar de los cañones para poder
sacarlos de aquel mal paso. El teniente coronel Burke iba al mando de este batallón
de vanguardia y alcanzando por ^n la retaguardia española, pudo hacerle considera-
ble daño con sus fuegos desde lo alto, toda vez que aquella fuerza enemiga estaba
344 A . R I V E R O
abajo, al lado de un río. Este pequeño combate duró muy poco, y nos proporcionó
un número considerable de prisioneros, entre los cuales estaba un coronel, un te-
niente coronel y otro oficial. El teniente coronel estaba enfermo, pero no pareció
deseoso de aceptar mis ofrecimientos facultativos. Tal vez se ignore que nuestros
soldados mostraron la mayor alegría por haber capturado los instrumentos de mú-
sica de la banda española, y tan pronto como los tuvieron en su poder, rompieron a
tocar There is a hot time in the oíd town to-nigkt, canto que fué nuestro himno
nacional durante la campaña de 1 898, en medio del ruido de la fusilería, y a pesar
del hambre, sed y calor que sufrimos.
Después del último combate, yo tuve la suerte de encontrar en el campo la caja
de instrumentos de cirugía de los médicos militares españoles; pero no hallé oportu-
nidad de usarla por falta de tiempo y de pacientes.
En la tarde de aquel mismo día, el doctor Jiménez Nussa, quien presenció el com-
bate, condujo a través de nuestras líneas al comandante de las fuerzas españolas, el
coronel Julio Soto, el cual estaba malamente herido por una caída, y fué capturado
en una casa con algunos de sus soldados. Este jefe sufría grandes dolores, y estaba
totalmente imposibilitado de moverse, y tampoco podía ser transportado ni a caballo
ni en ambulancia. Tenía una rodilla completamente hinchada, y su pulso era débil,
pero todos admirábamos su gran valor, y, al verlo prisionero, mostramos hacia él
el más profundo respeto y sincera piedad, por la desgracia de que no hubiera tenido
la oportunidad de seguir a su tropa. Este coronel ganó muchas amistades entre nos-
otros, simplemente, por ser el tipo del perfecto soldado, y nuestro propio general
fué expresamente a San Juan, para explicar allí, a las autoridades militares españo-
las, la imposibilidad física que impidió a dicho jefe ofrecer resistencia personal a las
tropas americanas.
La estancia en nuestro último campamento siempre será recordada por todos los
soldados que esperaron en él a que el Protocolo de paz se firmase. Aquel campo
era un mar de fango, y durante la noche se sentía gran humedad; faltaba todo el
confort a que nuestras tropas estaban acostumbradas; pero siempre, éstas, aparecie-
ron sumamente alegres. En aquel campo de lodo, como cariñosamente le llamaban los
soldados, un gran número de éstos contrajeron enfermedades, que no podíamos evi-
tar, porque las órdenes del Armisticio eran de permanecer cada fuerza donde estaba.
Así terminó esta breve campaña, que nos hizo conocer a los españoles en los
campos de batalla. Según vimos, en periódicos de Mayagüez, ambas fuerzas eran casi
iguales; entre la guarnición española, de tropas regulares y los voluntarios, había un
total de 1.382. De aquel número yo deduzco que ellos pudieron haber puesto algu-
nas fuerzas más en las trincheras de Hormigueros.
España fué un noble enemigo. A pesar de la imposibilidad en que estaban nues-
tros soldados de mantener conversaciones con sus prisioneros, no hubo las señales de
odio, y ambos adversarios parecían satisfechos de que todos habían llenado su deber
de soldados, y que había llegado el momento de enterrar toda animosidad originada
por la guerra desde el instante en que había cesado el estampido de los cañones.
CRÓNICAS 345
El doctor Baíley K. Ashford, en la actualidad coronel del Cuerpo Médico de Ios-
Estados Unidos, a quien debe el autor el interesante memorándum que precede, es
un sabio médico, de fama mundial, autor de muchas obras profesionales, y quien,
por más de un concepto, ha merecido el unánime aprecio de todos los portorrique-
ños. A él se debe el descubrimiento de la uncinaria, parásito que es causa de la en-
fermedad conocida con el nombre de anemia, y también el tratamiento déla misma. -
Es un experto en enfermedades tropicales, y sus opiniones son de gran peso en los
Estados Unidos y en el extranjero. Durante la gran guerra, voluntariamente, marchó
a los campos de Francia, y allí desempeñó las funciones importantísimas de cirujano
jefe de un Cuerpo de sanidad divisionario, por estos servicios acaba de ser recom-
pensado con la medalla de Servicios Distinguidos, condecoración la más apreciada en
el Ejército americano; he aquí copia de la orden referente al caso:
DISTINGUIDO
Bailey K. Ashford, coronel del Cuerpo Médico del ejército de los Estados Uni-
dos: Por servicios extraordinariamente distinguidos y meritorios, como director de
la Escuela de Sanidad del ejército; por su energía personal, su habilidad y previsión,,
el coronel Ashford puso a disposición de las fuerzas expedicionarias americanas la
experiencia y las facilidades de educación de los Cuerpos médicos de los ejércitos,
franceses y de las fuerzas expedicionarias británicas en Francia. El organizó un sis-
tema de preparación para oficiales del servicio médico del ejército de los Estados
Unidos en el frente de batalla, que contribuyó poderosamente al buen éxito alcan-
zado en el tratamiento y evacuación de bajas de las fuerzas expedicionarias ame-
ricanas.
Dicha medalla ha llegado, y por encargo del presidente será presentada al coronel
Ashford, en una revista especial del regimiento 65 de Infantería en el Campo del
Morro, a las cuatro en punto de la tarde del jueves 14 de septiembre de 1922.
Esta es la primera revista militar de su clase que tiene lugar en Puerto Rico, y es
de esperar que los amigos del coronel Ashford asistan a ella.
P()kti:r P. Wiggins,
Captain bj th Infantty.
El acto de imponer la medalla al doctor Ashford fué de gran solemnidad y des-
crito por El Jmpai'ciaU de San Juan, en esta forma:
«Ayer tarde, 1 4 de septiembre, en el Campo del Morro tuvo efecto un acto de
gran solemnidad, con objeto de imponer al ilustre doctor B. K. Ashford, coronel
del Cuerpo Médico del ejército americano, que puso glorioso término a la guerra
mundial, la medalla de Servicio Distinguido, por su benemérita actuación en los
hospitales y Consejos facultativos de Sanidad militar en la mencionada guerra.
Fué una de las manifestaciones más brillantes y merecidas que se recuerdan erb
el país, Iributadas atan eminente y meritoria personalidad, generalmente estimada
346 A . R I V E R Q
^qüí, por su ilustración, su noble carácter y su intenso amor a Puerto Rico, con una
<ie cuyas damas está casado.
A las cuatro ya el Campo del Morro se hallaba materialmente atestado de un pú-
blico selecto, entre el que pudimos ver destacarse las siguientes altas personalidades
de nuestro mundo elegante:
A la hora señalada para el imponente acto militar se encontraban en el Morro las
siguientes personalidades: La familia del doctor Ashford, D. Arturo Noble y fami-
lia, D. Juan Torruellas y familia, el obispo monseñor Caruana, doctor Gutiérrez Iga-
ravidez, doctor De la Rosa, doctor Muñoz Díaz, D. Martín Travieso, alcalde de San
Juan; el cónsul de Francia, la familia Moreno Calderón, el licenciado Rodríguez
Serra, Mr. E. S. Steele, auditor de la «Porto Rican American Tobacco Co.»; el coro-
nel de la Guardia Nacional, Sr. Jaime Nadal; el jefe de la Detective, Sr. Harding; el
coronel de la Policía, Mr. Bennett; el doctor Lugo Viñas, el licenciado Rivera Zayas,
•el licenciado Sifre, Sr. Ricardo Pesquera, varios representantes de la «Photoplay», los
redactores de los periódicos de San Juan y otras personas de nuestra sociedad, que
sentimos no recordar.
El gobernador Reily llegó acompañado de su distinguida familia y de su ayu-
dante, Sr. López Antongiorgi, y ya estaban formados en correcto desfile dos batallo-
nes del regimiento 65 de Infantería, con su oficialidad.
El coronel del mismo regimiento, Mr. Tenny Ross, el coronel Ashford, el capitán
Coppeland, capitán Buttler, Wíggins, Kotzebue y los tenientes Keeraus, Jones y
Casserly y el capellán padre Vassallo, formaban un grupo en la parte alta del camino
"del Morro, donde un fotógrafo de El Imparcial sorprendió con su cámara al doctor
Ashford, para publicar su fotografía en la página gráfica de la edición de mañana
-sábado.
A los acordes marciales de la banda del regimiento, que comenzó el acto ejecu-
tando el himno nacional, la multitud allí congregada se puso en pie, en señal de res-
peto y como homenaje al doctor Ashford.
El homenajeado entonces se colocó con aire marcial frente al Estado Mayor del
regimiento, dando lectura el capitán Wiggins a la citación del Departamento de la
Guerra en que este organismo hacía mención de los méritos contraídos para con su
patria por el ilustre doctor Ashford, por lo que se le concedía la condecoración de
-Servicios Distinguidos.
El público, emocionado, rompió en atronadores aplausos al finalizar la lectura
del bello documento, siguiendo a este acto el coronel Ross, quien se adelantó hacia
-el alto hombre de ciencias y bizarro militar para saludarle con el saludo de orde-
nanza. La medalla que le fué prendida del pecho consiste en un águila encerrada en
un círculo, teniendo éste una delicada franja en su parte exterior, color azul, en que
están grabadas varias frases simbólicas con el significado de la condecoración.
El ejército le rindió los honores de ordenanza al doctor Ashford, desfilando por
:su frente en correcta formación y presentando armas.
El ilustre doctor fué muy felicitado al terminar la imponente ceremonia, reci-
biendo innumerables parabienes de las autoridades y amigos y de los Masones, que
ie entregaron un pliego laudatorio y encomiástico.
Al felicitar al doctor Ashford por el justísimo acto de ayer, El Imparcial se une
CRÓNICAS 347
a la satisfacción de toda la sociedad portorriqueña, de la que es el culto galeno una
de sus personalidades de mayor relieve, que le rindió, por medio de la muchedum-
bre de militares y paisanos congregada en el amplio Campo del Morro, una demos-
tración del afecto que aquí ha sabido granjearse y de los méritos indiscutibles que en
todos los órdenes de su vida supo imprimir a su personalidad valiosísima.»
INFORMES OFICIALES
Agosto II, 1898. Ponce, vía Bermuda.
Secretario de la Guerra, Washington.
El siguiente mensaje ha sido recibido del general Schwan, desde su campo, cerca
»de Hormigueros:
«Avanzadas, incluyendo caballería de este comando, mientras reconocían el Nor-
oeste del río Rosario, cerca de Hormigueros, descubrieron fuerzas importantes espa-
ñolas, ocultas en las alturas, al Norte del camino de MayagUez.
En el combate que siguió el teniente Byron, 8.° de caballería, mi ayudante de
campo fué herido en un pie, y el soldado Fermenger, compañía lo del II.° de in-
fantería, y otro soldado más, fueron muertos, y 14 soldados heridos.
Llegan noticias de que la mayor parte, si no la completa guarnición de Mayagüez
y pueblos cercanos, compuesta de I.OOO regulares y 200 voluntarios, tomaron parte
en el combate. Nosotros hicimos retirar al enemigo de sus posiciones y creemos re-
cibiera mucho daño. Un teniente español, herido, fué recogido en el campo y traído
a nuestras líneas. Conducta de soldados y oficiales, más allá de toda alabanza. Me
propongo seguir a Mayagüez mañana temprano. — [Firmado) Schwan.»
Miles.
Agosto II, 1898. Ponce, vía Bermuda.
Secretario de la Guerra, Washington.
Lo siguiente es transmitido por Schwan:
«Inmediatamente de haber derrotado ayer a los españoles, éstos, unidos a los que
liabían quedado en Mayagüez, siguieron camino de Lares. He enviado escuchas en
esa dirección. Mi columna entró en Mayagüez a las nueve de esta mañana. — Schwan.»
Miles.
El Estado Mayor, en San Juan, entregó a la Prensa los siguientes comunicados:
Agosto 21, 1898. — Un Cuerpo de tropas americanas desembarcó en el Puerto
Real de Cabo Rojo, entrando en dicho pueblo, donde no había guarnición, avan-
zando en dirección hacia Flormigueros 1.
* No hubo tal desembarco. El comunicado se refiere a la brigada Schwan, que vino a Hormigueros des-
ude Yauco.— A^, del A.
348 A. RIVERO
Al saberse en Mayagüez esta noticia, han salido tropas mandadas por el coman-
dante militar, coronel don Julio Soto, el cual, a su vez, destacó avanzadas por la
parte en que se suponía vendría el enemigo. Durante la tarde se oyó, desde los al-
rededores de Mayagüez, lejano fuego de cañón en la dirección antes citada.
Al obscurecer se supieron las bajas ocurridas en esta acción, que fueron tres
muertos y siete heridos. Estos últimos fueron llevados al hospital militar de Maya-
güez, y pertenecen casi todos a la guerrilla montada, la cual perdió también ocho
caballos.
En las fuerzas enemigas predomina la artillería y caballería.
Por frente al puerto de Mayagüez, cruzaron en la mañana de ayer algunos barcos
de guerra americanos sin detenerse.
En Guamaní y Coamo no ha ocurrido más novedad en las últimas veinticuatro
horas, conservando nuestras fuerzas y las contrarias las posiciones que respectiva-
mente ocupaban. — El Coronel i efe de E. /!/., Juan Camó.
Agosto 14, 1898.— La columna, formada por la guarnición de Mayagüez, salió
anteanoche de Las Marías, con dirección a Lares. Al llegar al río Guasio no pudo
pasarlo por venir crecido, teniendo que acampar en la hacienda de don Cirilo
Blandín.
Avisados de que fuerza americana avanzaba sobre Las Marías, emprendieron la
marcha para atravesar el río y tomar posiciones en la otra margen; en este momento
comenzaron a recibir fuego de cañón y fusilería, que no pudieron contestar por la
situación en que se encontraban. Vadeado que fué el río, tomaron los nuestros posi-
ciones, desde donde continuó el fuego. En este combate hemos tenido, según noti-
cias hasta ahora recibidas, un artillero muerto y cinco de tropa heridos.
Una numerosa partida sediciosa, compuesta de 500 a 600 hombres, levantada en
Ciales y que se había posesionado de aquel pueblo, ha sido atacada por fuerza
del 4.'' batallón provisional, causándoles bastantes muertos y siete u ocho heridos;
además se le han cogido fusiles ]3erdan y Remington. Nuestras fuerzas se han pose-
sionado del pueblo, donde quedaron acuartelados también nuestros soldados heridos.
Tres fuertes columnas enemigas avanzaron ayer por la mañana en dirección a las
posiciones de Guamani, llegando a 2.000 metros de ellas.
A la una de la tarde suspendieron el movimiento de avance y retrocedieron a
Guayama sin haber disparado un tiro. — El Coronel jefe de E. M., Juan Camó.
CAi^niJu:) xxj
oPRRAriONRS DEL (IHNKRAI. IIHARV
)K l'OXCI-: A rTi:,\I)C). ^SKIS días hK CAMI'A.XA SIX DISI'ARAR r\ TIRO
A mariiuia del día () de agosto, uSoS, el gencralLsimo Miles or-
denc:» al hricpdicr g(>neral fujy \'. Ilcnry que, con los rcgi^
mienios voluntarios de infantería, ()." de .Massaeliiisc^tts v 6." de
Imois y el completo de la brigada r.arretson, marchase desden
Fonee, por Adjuntas y ütiiado. sol)re Arecilxy dond(í osla
a flebcría í/,ii\<f ¡as iiiaiios con Ja brigada Schw^an, )- ani^
'as unidas, seguir por ferrocarril hacia .San Juan, después de haber lirni)¡ado de ene-
uigos lodo el Oeste de la Isla.
La brigada (larrelson salií) de íLince el 8 de agosto, aeam¡:)ando en l:i hacienda
•lorida, a nueve millas, sobre el camino de Adjuntas.
Ia3s hombrea escribe el mismo general J íenry — llegaron nruy mal, sofocados y
íinsados, especialmente los del (>." de Illinois, cuyos últimos soldados entrar«^>n en
1 campamento ya de noche; el calor del día y el llevar calzado nuevo, lueron las
íuisas alegadas por aquella tardanza.
R 1 V E R O
Dieron las nueve de la noclie antes de que los carros del 6." de Massacliusett&
entrasen en eJ campamento, y esto fué posible usando dobles parejas de tiros. Los
del 6." de Illinois no llegaron hasta el siguiente día; estos carros llevaban, solamente,,
las municiones de reserva y las raciones, porque toda la impedimenta se había redu.
cido al menor límite posible. Las tiendas de campaña fueron suprimidas y la tropa
sólo llevaba tiendas abrigos.
El día 9 el general lienry marchó hacia Adjuntas con su Estado Mayor, dejando^
ordenes concretas a (larretson para que avanzase con su brigiula a la mayor veloci-
da,d posible. El 10 llegc5 esta fuerza al pueblo de Adjuntas, sin el tren de bagajes
que, con grandes trabajos, pudo incorporarse en Ja tarde del íJ, por el pésimo
estado del camino; y por la misma causa fué necesario abandonar los carros, trans-
[)ortand(> las cargas a lomo de muías. Todo el 12 fué empleado en arreglar el tren de
imfxxliuKmta, revistar los hombres e inspeccionar su equi|;)0 y armamento. Ese mismo
día un batallón del regimiento infantería número IQ, de fuerza regular, que venía
detrás, pasó por .Adjuntas y siguió a tatuado, donde se acantonó.
El 13 el general lienry, su l':stado Mayor y dos batallones del 6." de Illinois, lle-
garon a esta ciudad y a<jiu recibieron la orden de suspender las hostilidades por
haberse firmado el Armisticio. El 14 se incorfioró el escuadrón de caballería, caf)itán
ifoppin; y hasta el día 16, no llegaron Garretson y el resto de su brigada.
CRÓNICAS
___ _ ^51
El general Henry falló completamente en la ejecución de las órdenes recibidas^,
aun cuando la feliz noticia del Armisticio hizo menos conspicuo su fracaso, que él
explica del siguiente modo:
El fracaso fué debido a la inhabilidad e inexperiencia de las bisoñas tropas de la
brigada Garretson para realizar el trabajo que yo esperaba de ellas, así como el tener
que valerme de carros de bueyes para transportes sobre caminos que sólo permitían
el paso de animales de carga. Desde el día 9 las tropas estuvieron expuestas a lluvias
constantes. Este paraje (Utuado) es el único^ en toda la ruta desde Ponce, donde
pudo hallarse terreno bastante llano para levantar un campamento, aunque dicho
terreno es tan blando que, a las pocas horas, se convierte en un barrizal. En tales-
condiciones, los mejores sombrajos de tela impermeable no ofrecían al soldado ade-
cuada protección, no habiendo podido traerse las tiendas porque todo el tren de
carga estaba ocupado en el transporte de raciones, y en aquella operación continua-
ría por varios días.
Yo había acuartelado el batallón de regulares, el 19.° de infantería (tres compa-
ñías del mismo tuvieron 43 casos de disentería) y la caballería, en algunos edificios
del pueblo, porque la lista de enfermos se había duplicado en tres días, debido a la
exposición de la tropa al aire libre.
Como Lares había sido evacuado por el comandante de las fuerzas españolas, al
saber la aproximación de las nuestras, yo consideré que su ocupación era justifica-
ble, y en ningún sentido una violación de la paz, porque parecía necesaria la acción
déla tropa para mantener la armonía entre los habitantes. El camino construido por
el general Stone, desde aquí hasta Adjuntas, nunca será practicable para carros, en
esta estación, porque aun cuando abierto un día, al siguiente desaparece.
El acto del general Henry, ocupando a Lares, fué considerado por las autorida-
des españolas como una violación del Armisticio, por lo cual se estableció inmediata
protesta. El general Miles así lo estimó y dispuso que toda la fuerza americana eva-
cuase dicha población y retrocediera a Utuado. Una columna española, al mando del
teniente coronel Pamies, desde Arecibo, marchó a la primera población, permane-
ciendo allí, parte de ella, hasta el día de la entrega oficial.
Seis días duraron estas operaciones de la brigada Garretson, al mando del general
Llenry, y durante dicha semana de guerra, no se disparó un solo tiro ni se vio un
uniforme español, luchando los invasores, solamente, contra la lluvia y el fango^.
Cuando la brigada llegó a la ciudad de Utuado toda la fuerza presentaba un aspecto»
lastimoso.
A . ¡< I Y li \i O
CAPITULO XXIJ
SÜCESílS 1)1' FAJARDO
CAITffRA DF-L FARO DE LAS rAI^U«:/.AS DF SAN JUAN
í) l-SEM r. A R( '< ) h .\ I- A I ARI H )
/ ilí^S
^T, declararse la giierru, I''ajartlc), l)ella ciudad de 8./94 hahilan-
tes, situada al extremo (oriental de la Isla y perteneciente al dis^^
trito militar de I lumacad, estaba guarnecida por dos <:on>p;e
nías de itda!it(M-ía, una de \"'oIuntarios (-un su guerrilla montada
y algunas tuerzas de la Cniardia civil, lira capitán de Puerto
el alférez de XaA'í'o José l.anuza; juez nuuiicipal, Antonií) 1\. Bar-
~' lagggg^ V^ ^cló; alcalde, (Vistdl>a.l Andrcu, y jcle de la oficina telegráfica,
lariano (léige!, quien tenía a sus órdenes a los oficiales del Cuerpo, joa(|uín L<')pcz
'ruz y Francisco Turull. Los doctores Santiago Vcve y lísteljan López organizaron
I Cruz Roja local.
Xo halua. fortificaciones permanentes: ¡lero s(M:onstruyeron varias trincheras. (?n
is alturas al Norte de la pohlacis>ii y cerca del faro. Itra este calífieio, que aun existe,
na estructura de ladrillos, de una sola phuita. con su torre y irnua^s de dos pies <le
s|)esor, ocuj)ando una su|ierficie de eicaí pies de largo |)or 40 de ancho, listaba
tlifjcado sobre una altura, y su cota, sol>re el nivel del mar, es de 2í)5 pies, dorni-
ando todo d terreno adyacente, A J50 yardas del edificio el campo esiid>a cubier-
.' de chaparrales y m;deza liaja,. Componían la guardia de este taro dos torreros:
'cn-ero ( limo y Francisco (íarcía, uno de U)S cuales estaba a cargo del teléfono, (pie
omunicaba directamente con la oficina cc-rntral de la población.
Al saberse el desembarco y captura de (niánica por las fuerzas americanas, la
A, RIVEMO
0 54
mayor parte de las tropas regulares españolas se retiraron sobre Carolina, disolvién-
dose la cornf)ailía de Voluntarios y su guerrilla, como lial)ía ocurrido en casi todas las
poblaciones de la isla, quedando solamente una sección de infantería, con un tenien-
te, algunos Guardias civiles y la í'olicía municij3al.
Desde mediados de julio era corriente {|ue buques de guerra, transportes y car-
boneros, fondeasen frente al faro, al otro lado de los islotes, o que navegasen muy
cc^rca ác la costa. No debe perderse de vista (|ue Fajardo fué el punto seleccionado
|)or el Estado Mayor del general Miles, de acuerdo con el almirante Sampson, para
efpcluar el (lesenil)arco de las tropas invasoras.
VA día ]." de agosto del año l8o8, a las cuatro y media de la tarde, dos botes
armados, pertenecientes al nionilor PmitíW, anclado frente al íaro, atracaron a la
playa, y tomando tierra sus tripulantes, al mando del teniente li. G. Dresset, siguie-
ron como media milla hacia el pueblo; y como notaran algún movimiento de fuerza
armada reembarcaron, capturando a su paso dos goletas: una de ellas la kncar na-
ción^ propiedad de Luis María Cintrón, y la otra perteneciente a justo Pcreira; ambas
en^ibarcaciones fueron más tarde entrega<las a sus dueños por gestiones que practi-
cara el doctor Santiago Veve.
VA día 2 de agosto había frente al faro los buques siguientes: Amphitrite^ Puntan,
Ij-vdt'ii y el carboner(j 1 laiiirüíal. Por la noche tomó tic\rra un destacamento de nui-
rinos, V entrando de improviso al faro se apoderaron de él, manifestando a los torre-
ros (¡ue debían continuar en sus servicios. Acpiella misma noche, y ya cerca de la
ma.drugada, [oaquín López Cruz, que estaba de guardia, llamó al faro pidiendo el
C R O N I C: A S 355
parte acostumbrado, y como percibiera una conversación en la cual ono de los inter-
locutores, que parecía muy irritado, hablaba en idioma inglés, creyó al principio que
se trataba de una broma de sus compañeros, l)romas (¡ne eran muy frecuentes; pero
■siguió escuchando, y \'a no le cupo la menor dutia de cjue fuerzas americanas se
habían apoderado del iaro y que aJguien trataba de destruir el aparato tt^lefonico.
Inmediatamente se puso en conmnicación con la oficina üdegráfica <lc Santa Cata-
Hna, establecida en el nu'smo despacho del general Macías, a quien dirigió el siguien-
te telcgr;una:
«'telegrafista de Fajardo al Capitán general:
l".n este momento, cuatro de la madrugada, ha sido ocupado el faro de (^'al^c/as
-de San Juan por tropas americanas, h^-stuy conujuicándome con las autoridades
locales...)
himediatamente reciliió (\sta resouesta:
«Capitán general al Alcakie de Fajardo:
Avise destacamento se retire sobre bAu]uillo o Río (draiide con toda su ímf)cdi-
menta, dejando enfermos al cuiílado de la Cruz Roja. Telegrafistas también deben
retirarse, trayendo consigo aparatos \' destruyendo l>atcrías.^>
Tan pronto como recibiera la orden anterior, el telegrafista, López Ciruz i'actuab
mente secretario dd l'ribunal Supremo de Puerto l'>Jico), se puso al habla con Cris-
t'.'ibal Andréu, avisando a su jefe (léigel, y al otro compañero Turull. Por la mañana,
)^ muy tem|>rano, el teniente y sus 25 hondires, enfermos casi todos, única fuer/a
3 50
.\ . R I \'' V. K (>
<|ue, como he dicho, cieíendía la pt>blación, emprendieron la retirada, y también los
(iviardias civiles }' algunos otros rezagados pertenecientes al I^icrcito. l.a Policía inii-
nicipal (|Lied6 encargada de mantener el orden vn la población, fd jefe de la estación,
(jéígel, después de destruir todas las baterías y conexiones de la línea telegráfica,
cargó los aparatos en un eal>allo y siguió al destacamento <|ue se retiraba,, a pesar de^
que tíulos sus familiares qucniaron en Fajardo, y no obstante las instancias del doc^
tor V^eve y oíros amig^os, (pie 1<^ aconsejal)an í)ermaneciese eti la población. Ló¡:)e/
("ruz, (pie estaba enfermo, cpiedó en
su casa.
El alcakle, Andréu, parecía vaci-
lante; y tanto él, como los vccinos^
más prominentes, notaron cierta ex-
citación en las masas ¡íopularcs y la
entrada y salida de individuos sospe-
chosos, pudiendo llegar a la conclu-
sión de que se fraguaba algo mn\'
grave contra los españoles, dueños
de la mavor ¡)arte del comercio de la
ciudad.
Id tlía 3i y mu}' de mañana, el doc-
tor Santiago Veve (.Jilzada, horalire
de gran corazón v generosos senti-
mientos, pero de ideas francamente
(|ue se pre[)arafia, evitando a su f)uc-
blo un día de sangre y luto. Intentó
convmiicarse con el teniente coronc^l
h'rancisco Sánchez Apellániz, conian-
ilante militar de llumai-ao, pero no
■■''■"'"'" a.V'i'vii.niu.i snp^etu.r.il i-ii'.-nü Ki<;."..' ' " ' ¡Q fué posiblc |ior cstar ¡ n tcrru uipi chi s
todas las lineas telegráfu:as, )■ enton-
ces, llevando como intérprete a un tortoleño de nond)r(yIolm, nuuxlió al faro y a.llí se
pu.so al habla con un teniente ríe marina, jefe del destacamento que ocupaba el edi^^
fíelo, a cpiien le hizo un relato de toilo lo <K:urrido, añadiendo (pie la población es-
taba sin amfiaro y que era inndnente un ataspu! sangriento por |:>arle de gente revol-
tosa Y mal aconsejada; cpie él, no pudiendo obtener auxilio de las tropas españolas,
porque todas se halȒan retirado, estalla resut^lto a emplear tocios los medios posi-
bles para contener aquel movimiento. ¡i\ ttmiente le contestó (pie nada podía hacer.
r)orque sus órdenes se limitaban a la captura y custodia del faro, pero ipae le acon-
-ejafia fuese a bordo del /\¡)ipbilr¡íf y hablase con su comandante.
€ R O N 1 C A S
Cerca, del faro existe una pequeña ensenada, y, desde ella, en un bote, Veve y
^su intérprete se dirigieron al costado del crucero americano, avistándose con su ca-
|)itán Cliarles J. Barclay, fjuien, al enterarse de todo, hablcj así:
^ -Yo soy Barclay; .jquién es usted y qué desear
líl doctor, algo desorientado por la pregunta, contestó;
— Soy el jefe de! partido popular de la ciudad de l'^ajardo y vengo a proponer a
.usted Ja toma de la plaza por
las fuerzas de los listados Uni-
dos, como medida necesaria
para garantizar el orden y evi-
tar a sus habitantes un día de
luto.
- Siéntese y espere aquí al
capitán Rodger, quien es el co-
mandante de las fuerzas navales
,a la vista,.
Poco después vino el capi-
tán kodger, un marino alto, ru-
bio, como de cincuenta años
de edad y con cara de tener
muy pocos amigos; le acomj)a-
ñaban Pcu-clay y un interprete.
Xuevamentc el doctor \'eve ex-
plicé) su misión; aquél escu-
chóle con atención, entablán-
dose el siguiente diálogo:
— ;Uué garantía me ofrece
usted para que yo pueda tomar
en consideración su ofertar
Mi vida; respondió \'cve.
I )esdc este momento soy su n »<^Mc lilántrni... >• h.in,.rnl.le|..)rtr,rri(|iicn.) Ur. Sa.iliagu Vc\ ^- (,'al/.ida.
prisionero.
^ — ¿Cuántos hombres necesita usted para capturar la ciudad de b'ajanlor
— Con un centenar tengo bastante, pues cuento con el au,xilio de una parte del
pueblo.
Kntonces el capitán Ivodger, volviéndose a barclay le <lijo:
All righl; ordene usted l(,i necesario y baje a tierra con este señor.
Con señales de banderas se llamó al Lerdea, este atracó al costado del Amphi-
Jrite y Veve, con su intérprete, Ikrclay y algunos marinos, transbordaron. El capitán
"^V . S. C'rosJey preguntó al doctor:
358
Ítj^^SlS:|^¿¡SiL €tí ^^ '^
ÁAmoce usted la entrada del puerto?
Santiago Veve era novicio en asuntos navales y la pregunta le Humió en un niar
(ie conlusiones; felizmente vino a sacarle tle a¡)uros un bote pescador (pie paso a ia
vista, y a cuyo patrón, P>enito Suárez, le orden(3 cpie marchara rurnbo al canal, indi-
cando al capitán del L.eydiii cpie siguiese al citado bote. \ a dentro de! inierto, y
londeado el aviHO de guerra en el sitio <pie indic»') el botero Suárez, se arrió una lan-
cha y en ella los expedicionarios llegaron a la playa. línionccs el doctor contó la
fuer/a de desembarco; eran solamente 14 marinos armados de
^•"^ fusiles, y se le ocurri») pensar cpje si los \'oluntarios, o tal vez alguna
fuerza de l;i íjuardia civil, los recibía en la playa, el trance iba a ser
muy a¡')uratlo; tal vez recordaba en acjuellos mon,ient()S la guerrilla
nu)nlada (pie, meses antes, había organizado el notario Pizarro y
rpie podía aparecer de un momento a otro.
Todos los invasores, a cuya cabeza marchaban Ikirclay, \"'eve y
un aUerez de marina llamado Albcrt Campbell, se dirigieron a la
Aduana y en ella izaron la bandera de los lisiados I 'nidos. Los fun-
cionarios españoles Ángel Ciarcía Veve, cpie era administrador, y
los empleados losé Ruiz, iXntonio Vizcarrondo, fulio 'Forres y algún
otro, fueron ccmfirmados en sus puestos; el capitán de puerto no^
apareció.
Siguieron hacia el pueblo, rodeados de una turl>a de curiosos,
chi<pnllos en su mayor parte, v' a mitad del camino llegó, a ca-
ballo, el joven Enricpie Hird .Arias, quien, como hablaba inglés, íné
C R O K ! C A S
nombrado intérprete del capitán Barclay. Marinos y pueblo, todos revueltos, entra-
ron en la ciudad de Fajardo sin que sonase un tiro, y ;i su paso fueron desaniiando
por las calles a los asombrados guardias numicipaJes que encontraban. Así Mecharon
hasta la casa-Alcaldía, donde se eiiarbokj la bandera an;iericana, subiendo todos al
edificio y enviando, seguidamente, un aviso a las autoridades y vec¡n,os rn;is sitrnifi-
cados de la población.
Acudieron algunos, incluso el alcalde, Cristóbal Andréu, (pjien fu<« ix-nfirniado
'•II su autoridad y funciones, lo mismo que el secretariu, José \la,ría Gfímez. ¥Á capi-
tán ílarclay, interpretado por Bird, pronunció un, discurso, saludando a los habitan-
tes de Fajardo, y añadió (,uc el doctor Santiago Veve era nondjrado y debía ser re-
conocido como gf>bernador militar de la reg¡t3n oriental de Puerto Rico, 3' que asu-
mía! el mando a,bsoluto de la ciudad y sus campos, con encargo de defender la ban-
'Jera americana y mantener el orden. Como tardase en llegar el juez Marcelo, se le
''"'''° ™'-^^" a^^'so, y poco despu<-s y ya anochecidc», ap'arecié) este hmcionirio, a
quien \'"eve hizo presente que, como representante vn la ciudad, del Gobierno ameri-
que continuaran en el
nueva bandera.
cano, cistaha autorizado para rogar a todas las autoridaí
desempeño de sus cargos, previo juramento de fidelidad a
En la calle, un grupo de gente revoltosa dal3a finieras a lispaña, con, otras expre-
siones ofensivas para la bandera de arjuella nación, lintonces e! juez, Antonio R. Bar-
celó, tomó la palabra fiacJendo
las siguientes manift;stactones
que, aquel mismo día, se consig-
naron en un acta '*. He aquí su
contenido:
\Cr.\ DI". I. A IJJ'iiADA ni-. LAS
FrKK/AS AMI-.KICANAS A FAJARDO
i'()R 1'rimi<;ha \'KZ
Fin el pueblo de Fajardo, isla
de Puerto Rico, a las ocho de
la noche del día 5 de agosto
de ]H9<S, reunidos en la Casa-
;\ yuntannento los señores que
componen el rm'smo y autorida-
des de esta localidad, l;>ajo la
presidencia del doctor Santiago
Veve, este, tomando h» palabra,
manifestó;
'•Ouc h;d)iendo sido ocupada
la población por tropas ameri-
canas en la tarde de hoy, fué
nombrado gobernador del ¡de-
partamento, con amplia facu!t:ui
para la dirección del mismo; que
n^ A.üoiiit» IC de B:.re.-I.',, ¡.i,r^ .1.. ^l-au.ra.., hoy |.rrsi.lci.i.- .lO Srna.io |yg aCOntecimicntOS qUC SC \vA^
bían desarrollado y las causas
que a ello contribuyeron eran
bien conocidas de todos los presentes; que él, interpretando los deseos <le} jefe de las
fiun'zas americanas, rogaba a todos que continuasen en el desempeño de sus cargos,
para evitar entorpecimientos en el desempeño de las funciones administrativas; pero
(pie, no obstante, dejaba a su libre elección el que las autoridades y concejales siguie-
ran o no en sus puestos. •>
L'só de la palabra el juez municipal, don Antonio R. Ilarceló, y dijo:
«Creo que no tenemos medios, dentro de la medida de nuestras fuerzas, para evitar
ni impedir los hechos consumados; la invasión ha sido efectuada y estamos someti-
dos a las decisiones del Gobierno americano; y puesto que su representante aquí nos
f:i
cjeriii
en mi podci
€ R i) N 1 C A !
brinda la oportunidad de continuar en nuestros puestos, debemos aceptar tales indi-
caciones, porque entiendo que, al hacerlo así, llenaremos un deber ineludible f)ara
con el pueblo portorriqueño.
Its necesario, sin emliargo, hacer la salvedad de que ejerciendo nuestros carg-os
en ¥irtuii de la carta aulonómica que ha otorgado llspaña a nuestro país, continua-
remos en ellos mientras nuestra misión sea, solamente, la de* acatar y oLiedecer las
disposiciones justas de la nación americana; pero nunca como dominadora de nuestro
j)aís, sino como amparadora de nues-
tros derechos autonómicos, derechos
rpie, en lo futuro, deseamos ver am-
pliados en el sentido de obtener la más
conq3leta independencia í;n nuestro
régimen interior; deseamos el absoluto
respeto a nuestro idioma, a nuestras
costumbres y a todo lo que aquí cons-
tituye nuestros carísimos afectos.
Al tener hoy el dolor de ver arria-
da (>n este edificio la bandera española
que representa la patria de nuestros
padres, la nación que nos dio sus cos-
tumbres, sus tradiciones y su idioma
y donde aun viven nuestras maís caras
afecciones, no puedo menos de enviar
en estos momentos aciagos un frater-
nal saludo a mis hermanos de ayer,
para cumplir hoy con otro deber sa-
grado, cual es el de servir con todas
mis fuerzas a Puerto Rico, mi única
í)atria de at|uí en adelante, y la cual,
hoy más que en ninguna otra ocisión,
necesita los servicios de todos sus
hijos.» '"'' l'risco \ i/c:.rri>i).kK
lil doctor Veve manifestó estar
conforme, en un todo, con las indicaciones del señor juez nnudcijial I). Antonio
R. liarceló, poríjue ellas concuerdan con las instrucciones recibidas del dobierno
americano y al cual él representa en este acto.
\ no habiendo otros asuntos de que tratar se dio [)or ternn'nada la sesión, dán-
ilose lectura a la presente acta, que firman de conformidad todos los presentes. —
ijúberriador, Santiago \''E\v..—^Áyimtamieiilo: Cristóbal Axurku, M. Bahalt, j. L\-
xxcv.i, Cayetano Rívkka. — Fiscal, José (takcía. — Juez muniápaU Antonio R. Bar-
CKLú. — Adnúiüstrador de ¡a Aduana, Ángel CakcIa Vmi-;. (Fi-niiados.)
hd gobernador Veve, en uso de sus poderes, nombró sargento mayor de las
luerzas portorriqueñas al cirujano dentista Prisco Vizcarrondo, comisionándolo para
organizar una fuerza que se llamaría Milicia ciudadana, y cuyo segundo jefe fué
362
A .
R I \^ ¡i R O
Hilario López! Cruz, <lebiendo armarla con los fusiles que les entregara el capitán
Barclay y con otros que habían sido abandonados por 1(3S Voluntarios al disolverse.
Vizcarrondo, ya en el ejercicio de sus funciones militares, situó parejas armadas
sobre todos los caminos que conducían a la población, y tomó otras medidas condu-
centes a mantener el orden y garantizar vidas y proj)iedades. Mientras tenía lugar en
el Municipio la sesión que he reseñado, ocurrió un incidente verdaderamente impor-
tante. 1*31 ca¡)itán del puerto, Lauuza, vestido de uniforme y llevando todas sus armas,
entró de improviso en el salón de actos, causando profunda sorpresa; entonces el ca-
pitán Barclay, adelantándose, le ordenó que rindiese y entregase su espada; intervino
Vcve, y el capitán Lanuza pudo conservar sus armas y retirarse a su casa. Como cir-
cimstancia digna de mención debo añadir que siguió (lesenq;)eriando sus funciones de
capitán de Puerto sin ser tnolestado en lo más mínimo, y después del armisticio fué
el último oficial español que abandonó la c¡uda,d de Fajardo al ocuparla las fuerzas
americanas.
El sargento mayor, Vizcarrondo, estableció en el teatro su cuartel general, y allí
continuó la organización de la milicia ciudadana. Todo lo cpie llevo narrado ocurría
durante el dia y la noche del 5 de agosto. Esta noclie hubo gran alarma, a causa de
ciertas noticias recibidas de Efumacao, afirmando que el teniente coronel Francisco
Sánchez Apellániz, comandante ndlitar de aquel distrito (al cual pertenecía Fajardo"'!,,
veuí;i sol')ro éste, a, marcha forzada, con fuerzas, a caballo, de guerrillas y Guardias
civiles. Algunos soldados de la militáa, sin esperar la confirmación de este aviso»
abanilonaron las armas, buscando refugio entre los montes cercanos; otros, al deser-
tar, llevaron consigo su armamento, y alguno hubo tan precavido que envió su lusil
a Vizcarrondo, acompañado de un papelito en el que le decía: «Allí le envío mi fu-
sil, porque mamá me impide cumplir con mis deberes militares.»
€ R i) N 1 C A S 3()3
Realmente, Veíve, Prisco y demás caudillos dfil movimiento, ignoraban entonces
y tai! vez ignoran todavía, el peligro en que estuvieron sus vidas en la noche del 5 de
ag'osto. Apelláníz, jefe enérgico y de brillante historia, nacido en Puerto Rico, al sa-
ber lo ocurrido en ^''ajarclo, reuni(3 todas sus fuerzas montadas, y, a pesar de su an-
tigua amistad con el doctor Veve, resolvió ca,pturar a este y a todos sus auxiliares.
A punto estaba de emprender la marcha, a la cabeza de su columna, cuando recitñó
un telegrama del coronel Camó, en el que le ordenaba desistir del movimiento, de-
jándolo para ni(íjor oportunidad.
Esta noche transcurrió entre alarmas y sobresaltos, y, seguramente, muchos ha-
líilantes de Fajardo no habrán olvidado todavía aquellas horas «le dudas y temores.
Al siguiente día, (3 de agosto, llegó un propio, Frasí.|uitc> 'i'rinidad, quien entregó a
Manuel Camuñas, secretario de las Ccámaras insulares, y quien hasta entonces había
permanecido a la expectativa, un papel conteniendo lo siguienle; «Mucho cuidado y
estén alerta; numerosas fuerzas de infantería y caballería y yo creo que hasta con
cañones, se están organizando para caer sobre esa población; avisa a Santiago \'eve
y a Prisco Vizcarrondo que escapen si no tienen bastante firotección de ios arueri-
<:anos, por(|ue sus cabezas corren |>eligro. — Tuyo, /í'/í".» '
Camuñas avisó a \''eve, \'eve a \'izcarronilo, este a los pocos que quedaban de su
niilicia ciudadan;i y así, a poco tiempo, la noticia fué del dominio público. Ac|uello fué
tui sdhrse quiiii pueda. Todos los habitantes se echaron a la calle; los que tenían
coches o caballos los utilizaron para huir a la Ceiba y a otros pueblos y barrios; al^^
gunos se refugiaron en fincas cercanas, y los más pobres, más de un im'IIar, se diri-
t:i íosé (.. del Valle. X. fl,-í ,
364 A. R I VER O
gieron al faro, coronando los cerros inmediatos, donde pasaron toda la noche a la
intemperie, noche que fué para ellos una noche toledana.
El resto de los miHcianos, sin una sola excepción, abandonaron sus fusiles y ma-
chetes, uniéndose a los fugitivos. La señora del doctor Veve, su hija de crianza, su
sobrina, la esposa de Camuñas, toda la familia Bird y hasta 40 más entre señoras y
niños, buscaron refugio en el faro, donde fueron bien recibidos, aunque el teniente
Atwater negó la entrada de los sirvientes por no tener órdenes acerca de ellos.
Veve y sus oficiales, viendo que no disponían de medios de resistencia para
oponerse a los que venían, ocuparon un bote, abordando el Amphitrite ^ donde se les
dispensó buena acogida. Los que embarcaron fueron los siguientes: doctor Santiago
Veve Calzada, Prisco Vizcarrondo, Modesto Bird, Enrique Bird Arias, Luis Acosta,
Miguel Veve y además un mulato de Luquillo que les acompañaba. Los trece fusiles
de los marinos americanos fueron recogidos por Vizcarrondo, quien hizo entrega
■de ellos al comandante del buque.
El comercio, español en su mayoría, cerró sus puertas, y Fajardo apareció como
un pueblo abandonado por todos sus moradores.
Dejemos ahora a los refugiados en el faro y en el Amphitrite para volver a San
Juan.
El autor en campaña.^ — El mismo día 5 de agosto, el general Ortega, llamán-
dome a un paraje solitario del castillo, me preguntó si yo conocía los caminos a Fa-
jardo por Carolina y por la costa, y como le contestase que los conocía desde mu-
chacho, que en dichos campos me crié y que más tarde recorrí todos aquellos
montes y veredas, persiguiendo a las palomas y a las cotorras, me ordenó:
— Entonces, prepárese para ir al campo; tome, de orden mía, el mejor caballo
de la guerrilla montada de voluntarios y a toda prisa siga hasta Fajardo o hasta
donde lo deje llegar el enemigo; averigüe todo lo que pasa en el faro y en el pueblo y
tráigame su informe; adopte precauciones, porque las noticias de Macías son que las
avanzadas americanas están ya en Mameyes, y algunas parejas montadas, muy cerca
de la Carolina. Tenga el santo y seña^ concluyó, alargándome un papelito doblado
en forma triangular, papelito donde estaban escritas estas tres palabras: San Pedro ^
Falencia^ Pistola 1.
Calcé botas y espuelas y después de examinar mi revólver Smith Watson y vis-
tiendo el uniforme de campaña, bajé del castillo y seguí hasta la cuadra de la gue-
rrilla montada de Voluntarios, situada muy cerca de donde estuvo la antigua estación
del ferrocarril y me avisté allí con el teniente Pedro Bolívar, a quien le pedí un buen
caballo, de orden del gobernador de la plaza, para desempeñar una misión secreta.
— Toma el mío — me contestó Bolívar; y sobre aquel potro de muchos bríos, y a
paso largo, salí de San Juan, llegando sin novedad hasta Río Piedras.
1 Estas palabras se llaman, en lenguaje militar, santo, seña y contraseña. — N. del A.
CRÓNICAS 365
Aquí encontré pueblo y tropa en gran excitación; las cornetas habían tocada
generala y todas las fuerzas estaban preparadas para ocupar posiciones, porque se
decía que avanzadas enemigas estaban cercanas. Seguí adelante, por los barrios de
Sabanallana y San Antón, y al llegar muy cerca de la Carolina, detuve mi caballo
frente a la hacienda Progreso (hoy llamada la Victoria), edificio en donde aparecían
enarboladas banderas de distintas naciones, y que era uno de los sitios neutrales-
designados, para esto, por el Alto Mando español. Al verme, bajaron hasta la carre-
tera muchos amigos míos, entre ellos Jorge Finlay, quienes al verme de uniforme,,
me aconsejaron que retrocediese o tomase precauciones, porque la caballería ene-
miga estaba muy próxima.
Seguí y entré en la Carolina, donde presencié cierto lamentable espectáculo, que
me causó profunda pena. Un capitán de infantería, que con sus fuerzas guarnecía el
pueblo, había hecho cavar algunas zanjas en la plaza, y él y su tropa estaban res^
guardados en aquellas trincheras provisionales.
Como yo conocía a dicho capitán, lo llamé aparte, advirtiéndole que no era sitia
a propósito el que había escogido para defender el pueblo, y que si era cierto que
el enemigo estaba cercano, muy pronto se vería enfilado por el fuego que aquél le
haría desde una altura cercana, la cual dominaba, perfectamente, toda la plaza y
trincheras. Sin esperar su respuesta piqué espuelas, vadeé el río que hay más allá del
pueblo, crucé sin detenerme por el poblado de Canóvanas y el pueblo de Río
Grande, llegando sin novedad al poblado de Mameyes. Allí había gran revuelo; todos-
Ios habitantes del caserío y gran número que habían llegado de Fajardo, ocupaban
la única calle que, entonces, existía. Llamé a dos o tres personas, a las que conocíar
para interrogarles, y en eso se me acercó un viejo amigo, llamado Frasquito Trinidad,,
quien me dio noticias exactas de todo lo ocurrido en Fajardo, contándome que en la
población no había fuerza alguna enemiga, ni más acá tampoco, y, solamente, un
destacamento de marinos en el faro y algunos buques, fondeados, más allá de los
arrecifes; añadió que Veve, Prisco Vizcarrondo y otros más se habían adueñado de
la población e izado la bandera americana y que disponían de un grupo de machete-
ros, armados también con algunos fusiles, y terminó con estas palabras: «Si entras
allí con cuatro Guardias civiles y un cabo, te apoderas de todos los revoltosos.»
Después supe que este mismo bondadoso confidente, o tal vez otro, referían, una
hora más tarde, al doctor Veve, mi presencia y reconocimiento en Mameyes.
Celebré otras entrevistas, y todos los informes corroboraron la información re-
cibida, por lo cual di por terminada mi misión, y después de dar un buen pienso de
maíz al caballo, y sin prisa, toda vez que no había señales de enemigo, emprendí el
regreso a San Juan. El caballo se resentía de la jornada, y así pasé por Carolina, ya
de noche, sin que nadie notase mi presencia, llegando hasta un paraje del camino,
en el sitio llamado Piedra Blaiira^ donde me ocurrió algo que no he podido olvidar.
En aquel lugar, y a ambos lados del camino, había, y hay aún, dos elevados talu-
A . R 1 Y I-; R O
des en una cxtc^-nsiiHi de más de 200 metros. Cuando iba a la ndtad sentí, muy cer-
cano, rumor de caballería, y casi en el acto divisé fuerza montada c|iie avanzaba a
galo])e.
Aquel hornlirc nw^ engañó — fué mi pensamiento — ; estas son las avanzadas
americanas y estoy cogido. Y como nada podía hacer para escapar, a causa de los
taluil(,;s que he descrito, eché pie a tierra sin soltar las riendas del caballo, preparé
el revólver, y anticipándome a los sucesos di el ¡quién vive! a los que llegaban.
— líspaña^^ me contestaron.
— Avance el jeíe de esa fuerza para rendir el santo y seña— añadí, ya bastante
más tranquilo, Y entonces se acercó el teniente Sergio Vicéns, quien, al frente de
una guerrilla montada, día hacia Carolina, donde, según las instrucciones que le
dieron, debía contener el avance de las vanguardias americanas. Saquete de su error,
mandó que sus fuerzas envainasen los sables, y después de algunos momentos de
conversación, empleados en criticar a nuestros su|)eriores, cada cual siguió su cami-
no. Xo necesito insistir, f)ara que mis lectores lo crean, en que aquella noche yo
pasé un gran susto.
J'oco más allá del puente de San i\ntón, mi caballo íel de Pedro l>olívari se acostó
en el camino y no (piiso seguir adelante; allí lo dejé y llegué a Río Piedras, paso tras
j>aso, encargando a, un cal;io de guerrilla que enviase una panya que cuidase mí
montura y la condujese a San Juan.
Cuando al siguiente día conté lo ocurrido al teniente Polívar y le dije que proba-
blemente su caballo moriría, me contestó:
■ Bien hecho; si te dan otra comisión procuraré ofrecerte un caballo de más re-
si ^iteiicia.
CRÓNICAS 367
En Río Piedras tomé el tranvía, y ya en San Juan, subí a San Cristóbal, dando
cuenta detallada de mi comisión al general Ortega, quien me oyó con interés; y^
después de decirme algo que he olvidado, tomó el camino hacia el palacio de Santa
Catalina. Era ya de madrugada, cuando regresó malhumorado y triste; el capitán
general, después de oír el relato de mi aventura y los planes de Ortega para salir
aquella noche con 200 infantes, cien artilleros de mi compañía, la batería de monta-
ña, al mando del capitán Arboleda, algunos Guardias civiles y la guerrilla montada
de Bolívar, había rechazado de plano tales proposiciones.
— Casi me ha insultado cuando le hablé de pulverizar el faro a cañonazos y traer
amarrados a San Juan al doctor Veve y a Prisco Vizcarrondo — dijo el valiente
D. Ricardo, y añadió: — Parece que en el Estado Mayor me acusan de entrome-
tido. Ellos creen que solamente debo inmiscuirme en los asuntos de la plaza
Y como resultado de aquella entrevista entre generales, no fui a Fajardo en busca
de Veve y de Prisco.
El general Macías, la misma noche, ordenó a su ayudante de campo, coronel
Pedro del Pino, que, con fuerzas del batallón Patria y 3,'' Provisional, y 20 Guardias
civiles a caballo, total 200 hombres, marchase sobre Fajardo, en cuya población reci-
biría las últimas instrucciones. La columna se formó en el campamento de Hato-Rey
y siguió en ferrocarril hasta Carolina el día 6 de agosto, pasando el río que hay más
allá de aquel pueblo, por un puente de carretas construido bajo la dirección del
capitán de ingenieros Barco, llegando todos, algunas horas después, a Río Grande.
Poco antes se incorporó la guerrilla montada del 3.° Provisional, a cuyo frente, y
desde Río Piedras, iba el teniente de Voluntarios, Rafael Colorado. En dicho pueblo
descansó la tropa dentro de la iglesia, que fué cedida para ello por el párroco, padre
Bonet, y allí permanecieron todos hasta la caída de la tarde.
A esa hora se reanudó la marcha, yendo en vanguardia Colorado con algunas
parejas montadas; vadearon el río Espíritu Santo, acampando algún tiempo en la finca
del rico hacendado y ganadero Eduardo González, quien generosamente facilitó
carne y todo lo necesario para la comida de la tropa. Muy de mañana se levantó el
campamento y siguieron hacia Luquillo, en cuyo poblado se dio el primer rancho a
la fuerza, y después de un corto descanso continuaron a l'ajardo.
A las cuatro de la tarde, 7 de agosto, se avistó la población y toda la columna
hizo alto sobre el camino, ordenando su jefe que el teniente Colorado avanzase con
algunos jinetes voluntarios para reconocer la ciudad, playa y faro, volviendo con las
noticias adquiridas lo antes posible. Este oficial, con cuatro Guardias civiles monta-
dos, penetró en Fajardo, encontrando desiertas y cerradas todas sus casas, salió en
dirección de la playa, y escalando una loma, a la izquierda del camino, pudo divisar
los buques americanos fondeados frente al faro, y también la bandera americana
flotando sobre este edificio y el de la Aduana. Aunque su misión había terminado,
bajó a galope con su gente, y haciendo alto junto a la Aduana dio órdenes a un
368
A . K J \' !•: R O
Guardia civil para que arriase la bandera, lin este momento uno de los l)ut|ucs ene^
migos rompió fuego contra el grupo con sus cañones de tiro rápido; llovían proyec-
tiles V era preciso acabar cuanto antes; las puertas estaban cerradas, y entonces el
(luardia civil trep('» por los hierros d(;l balcón, y aferrándose al asta, estay la bande-
ra vinieron a tierra, y ('clorado, colocándolas solire su silla, picó espuelas, y seguido
<le sus cuatro hombres, y siempre liajo el fuego encuiiigo, atravesó el pueblo en busca
de la columna.
^^^^-^d'\)r (¡ué ha hecho usted esor^^-dijo a Colorado, de mal talante, el coronel Pino
cuando acpiél le hacía cntrega^ de hi bandera aniericaaia. Todavía, después de veinti-
trés años, ]\afael ('olorado no lia ¡)odido desentrañar el verdadero significado de
a(|U(41as palabras de protesta.
Id cornetín de órdenes locó niarcJia y toda la fuerza entró en h^ajardo, detiMiién-
(lose frente a la ('asa-Ayundarniento, cuya puerta fué preciso violentar, por no haber
|)ersona alguna dentro ni a la vista.
h'ntonces el sargento de Voluntarios, laiis C)rdóñ(v, arrió otra bandera, de los
listados Unidos (|ue flotaba sotire el edificio y la entregó a su jefe.
listas dos banderas que he citado, no hace nuicho tiempo pudo verlas en cierto
< ; R ( ) K 1 (,: A s
museo de Madrid el sargento (Jrdóñez, hoy farmacéutico en Fajardo. Aqufdlas insig-
nias, colocadas en una vitrina, ostentan el siguiente letrero: -< Banderas tomadas al
enemigo durante la campaña de í^ierto Kico.-^
Como no aparecieran el ;dcalde Andréu ni tampoco algunos de los concejales, el
coronel Pino nomliró alcalde interino de la población a Carlos M. Pepín, cabo de la
l^'olicía municipal, y única autoridad afecta a España cpie allí concurrió en aquellos,
momentos. También hizo su presenta,ción el doctor I.ópez Cruz, prcísidentc de la
< riiz Roja local, quien ofreció sus servicios, (|ue fueron aceptados cortésmente, re-
cibiendo órdenes de preparar todo su material sanitario en el hospitalillo de la po-
blación, por si fuesen precisos tales servicios.
'' telegrafiísta López Ouz, que, como recordarán mis lector(-?s, permaneció en la
I)oblacién al retirarse las fuerzas defensoras por encontrarse enfermo, según se dijo
<?ntonces, o tal vez por otras razones d(! índole personalísinia, fué llevado prisionero,
<;ntre dos (kiardias civiles, a presencia del coronel Pino, el cual, después de interro-
garle con dureza, le onienó que, inmediatamente, reinstalara Ja estación telegráfica;
pero como no habían quedado aparatos ni baterías en dicha oficina, Pópez Cruz se
370 A . R T VF R O
ofreció a ir por ellos a Ceiba, no sin que antes alguien hablase al oído del coronel^
en dialecto catalán, advirtiéndole que todos los familiares del telegrafista estaban
refugiados en el faro, al amparo de las fuerzas americanas y, que por tanto, aquél no
era de fiar. Pino entonces, poniéndole la mano sobre el hombro, le dijo estas pala-
bras o algunas muy parecidas:
—Joven: no tengo motivos fundados para dudar de su lealtad; pero como sé que
sus familiares están dentro del faro, le prevengo, ahora, que su cabeza me responde
de su discreción.
Dos horas después la estación de Fajardo estaba en comunicación con el resto
de la Isla, por ambas bandas de la línea, y el corone), poniéndose al habla con el ca-
pitán general, le dio cuenta de todo, recibiendo este telegrama que copio textual-
mente;
Oficina de la Fortaleza. Capitán General a coronel Pino. — Restablezca autorida-
des, y si puede haga un ataque al faro; limítese a un achuchón.
Seguidamente todos los soldados fueron alojados en diferentes casas, muchas de
las cuales fué preciso abrir a la fuerza por no encontrarse en ellas sus habitantes.
Así pasaron, sin mayores incidentes, aquella noche y el siguiente día, y a eso de las
doce de la del 8, cuando la mayor parte de los soldados dormían, fueron llamados a
sus alojamientos, y toda la columna formó en la plaza y desfiló silenciosamente
camino del faro. Al llegar cerca de éste y a cubierto de unas malezas que allí había,
toda la infantería rompió fuego por descargas, apuntando a la luz del faro. Los de-
fensores contestaron con fusiles y ametralladoras y poco después se extinguió la luz,
y entonces los buques americanos, dirigiendo hacia tierra la luz de sus proyectores,
rompieron fuego de cañón, arrojando granada tras granada en todas direcciones.
Brilló de nuevo el faro y seguidamente cesó el fuego por ambas partes, y toda la
fuerza del coronel Pino, siempre a cubierto por los accidentes del terreno, regresó
al pueblo, descansó algún tiempo y por la tarde emprendió su regreso camino de
San Juan,
No hubo bajas de clase alguna, aunque la tropa dejó muchos sombreros y otras
prendas de su uniforme entre los zarzales y malezas.
Había terminado aquella farsa que se llamó, pomposamente, en los partes oficia-
les, captura de Fajardo v ataque al faro. Realmente el único objeto de la expedición,
y por eso no llevó artillería con que batir al faro, era la captura de Santiago Veve
y Prisco Vizcarrondo. Los dos viven, y tal vez, si se toman la pena de leer este rela-
to, recordarán con satisfacción cuan fácilmente escaparon de aquella peligrosa aven-
tura en que su sangre joven y la fuerza de las circunstancias los enredaron.
Alguna fuerza de la Guardia civil quedó en Fajardo, la Milicia ciudadana de
Prisco se ocultó donde pudo, y 1^ bandera española siguió flotando sobre la Aduana
CRÓNICAS 371
y Casa municipal hasta el día 30 de septiembre, en que fué ocupada la población por
fuerzas al mando del capitán L. H. Palmer, del ejército americano.
Al abandonarla, algunos soldados de la columna Pino asaltaron un estableci-
miento comercial, propiedad del juez Barceló, causando en él grandes destrozos y
substrayendo un buen número de efectos; cerca de Río Grande, el coronel, quien tuvo
noticias del suceso, resolvió hacer una investigación, y como se traslucieran sus in-
tenciones, los soldados arrojaron al campo y a las cunetas todos los efectos subs-
traídos.
Cuando la columna llegó a San Juan y el general Macías tuvo noticias de la des-
dichada ocurrencia, ordenó al capitán Cecilio Martínez Porcada que instruyese un
expediente, de cuyo resultado no tuve noticias, como tampoco de la recompensa
que pudo alcanzar el coronel del Pino por su arriesgada operación de guerra.
Y como tal vez el curioso lector arda en deseos de saber algo de lo que ocurrió
dentro del faro de Fajardo, durante la noche del tiroteo y día anterior, voy a com-
placerle, insertando, a continuación, copia fiel de un informe oficial que sobre aque-
llos sucesos escribió el teniente Atwater:
U. S. S. Ampkitrite,, segunda clase.
Afueras del cabo de San Juan, Puerto Rico, agosto 10, 1898.
Señor: Tengo el honor de hacerle la siguiente narración de lo que ocurrió,
durante mi ausencia de este buque, mientras estuve encargado del faro de las Cabe-
zas de San Juan, en los días del 6 al 9.
El alférez K. M. Bennett, con el segundo ingeniero D. J. Henkins y los cadetes
de marina W. H. Boardman, Paul Foley y el pagador O. F. Cate y I4 subalternos
y marinos, dejaron este buque a las siete de la tarde de dicho día para recuperar
el faro.
A las siete y cuarto recibí órdenes para seguir aquella fuerza, en un segundo
bote, y tomar el mando de ella. A las siete y tres cuartos marché con el segundo
cirujano' A. PI. Pleppner y 14 hombres armados. Cuando estaba en marcha encontré
al bote del alférez Bennett, el cual estaba buscando la entrada a través de los arre-
cifes, y le ordené que siguiese el mío. Estaba muy obscuro, y cuando habíamos llegado
a mitad del canal, vararon ambos botes; pero, gracias al esfuerzo de los hombres que
se echaron al agua, las embarcaciones llegaron a la playa a las nueve de la noche.
Envié al alférez Bennett, con su partida, para que ocupase el faro y encendiese la
lámpara, permaneciendo yo con él otro destacamento para inspeccionar que los botes
saliesen sin dificultad de los arrecifes, y a pesar de todo eso, volvieron a encallar al
regreso; pero gracias a la luz de la luna, que alumbró en aquellos momentos, pudie-
ron seguir adelante y entonces subí a la loma donde está el faro. No había enemigo
^ la vista. Al entrar en el faro tuve noticias de que el cadete Boardman se había
lerido, con su propio revólver, en un accidente imprevisto. El doctor manifestó que
<i herida no era seria, aunque estaba cerca de la arteria femoral, pero que él creía no
'abía sido tocada. El cadete Boardman estaba acostado en un colchón, en el suelo,
n el mismo sitio donde había caído, y ordené que fuese llevado al cuarto principal
3/2 A. RIVERO
y además hice cuanto pude para llenar los deseos del médico y no se perdió tiempo
para que el paciente fuese enviado, con toda rapidez, a bordo; pero a causa de la
distancia y al imperfecto servicio que prestaron las linternas de señales, fué imposi-
ble comunicarme con ese buque al principio, pero más tarde tuve éxito merced al
empleo de unas antorchas de estopa empapadas en petróleo ^.
Entretanto, había enviado al artillero F. C. Stickney, con el marino C. W. Me Fi-
llip, quien sabía español, para llevar noticias a bordo de la ocurrencia, comisión
que desempeñaron con notable eficiencia, y cuando llegaron al buque tuvieron opor-
tunidad de acompañar al doctor H. G. Beyer, que vino en un bote a buscar al heri-
do. Ambos doctores atendieron perfectamente al paciente, y como había luna clara,,
fué fácil enviarlo a bordo acompañado de una escolta.
Lo ocurrido fué que, al entrar en el edificio, que estaba muy obscuro, quiso ase-
gurarse de que no había dentro enemigos y ordenó, después de tener esta seguri-
dad, que sus hombres dejasen las armas para subir a la torre del faro por una esca-
lera en espiral que a ella conducía. En cumplimiento de esta orden, todos los co-
rreajes fueron dejados aparte; un revólver se palió de su funda (después se averiguó
que el mecanismo de seguridad no estaba en orden) y cayendo en el piso (que era
de losas de mármol) se disparó, hiriendo la bala al cadete Boardman.
Para poner el edificio a cubierto de un ataque de frente, hice abrir en las puer-
tas de aquel lado algunas aspilleras y situé en ellas tres hombres con instrucciones,
concretas. Como el pórtico podía ofrecer alguna protección a los atacantes, fueron
arrancados dos ladrillos del mismo y frente a cada agujero puse un marino, revól-
ver en mano, proveyéndolos de pequeñas bolas de estopa impregnadas en petróleo,,
para poder tener luz en caso de necesidad.
Una gran cantidad de petróleo, en cajas, que allí había, fué almacenado en la
base de la torre, y como teníamos bastantes víveres y agua, cada día se hizo una dis-
tribución muy liberal de ellos, así como de municiones. Se colocaron centinelas en
la torre y también en la azotea y en la puerta de entrada. Había dos marinos que
sabían hablar español y los nombré intérpretes, y toda la fuerza fué dividida en cua-
tro secciones de seis hombres cada una, mandadas por un sargento; cada dos de
ellas tenían un oficial, un cocinero, escuchas, intérprete y todo lo necesario. Toda
la fuerza se comportó con admirable entereza y nunca oí murmuraciones de clase
alguna ni recibí otra petición que la de permisos para salir a reconocer el terreno.
Los habitantes del país parecían bien dispuestos en nuestro favor y mostraron
deseos de ayudarnos en todo aquello que no envolviese riesgo personal; estaban ar-
mados con machetes, pero carecían de armas de fuego en absoluto. El día 7, dicha
gente llegó propalando toda clase de rumores, algunos muy exagerados, acerca de
la aproximación de tropa española y de la cual temían el peor trato, y a causa de
esto yo le dije al intérprete Brown, que marchase en busca de información; para ob-
tenerla con menos riesgo, éste vistió un traje de los que usaban los nativos, y ar
mado de un revólver, marchó hacia abajo, montado en un caballo de la peor clase;
yo estuve observándolo desde la altura hasta que lo vi desaparecer dos millar
^ Este cadete, William H. Boardman, falleció a bordo del Amphiiriie el día 10 de agosto; fué entenacU
€11 la costa, cerca del faro, y su tumba rodeada de rosales; más tarde sus restos fueron trasladados a lo
Estados Unidos. - N. del A.
i: R o N I C A s
ilúdante y con cierta
aprensión por lo que
pudiera succderle. Pe-
ro, cinco lloras más tar-
de, volvió a galope ten-
dido y montado en un
hermoso ca!)allo, anun-
ciando (]ue había visto
y contado fuerzas de a
pie y mont.'idas, alrede-
<lor de i)0 a. lOO honi-
l)res y (]ue venían hacia
I^'ajardo desde laujuillo.
Más tíirde supe que es-
tas fuerzas llegaban al
número de I20. ('onio
e-ta noticia era exacta
\^ el encongo estalla ya
a cuatro millas, me v¡
en la nec<-sídad de to-
mar toda clase de prc-
i:auciones.
I'ln estos momentos,
uno de mis escuchas
lk«góal taro guiando un
gr;m número tle muje-
res y niños que venían
desde lsajar<lo; entre
ellos estaban las espo-
sas del doctor \''eve y
de un señor Fiird, a
quienes, y seg'ún orden
<le usted^ yo^iebía^ ad-
mitir en el íaro; pero
conu3 venían acompa-
unas 200 personas y un
]ioco más allá seguían
otras 5''^0, fué imposi-
l>k: ¡)ara nu' admitirlos
a todos, V solanuuitc
olal d.
liños.
entrada a un
o nuijeres y
374 A . R I V ERO
mal trato por los españoles, a causa de ciertas actuaciones de los cabezas de familia-
No quise admitir ningún criado de los que les acompañaban, ni tampoco a la gente
restante, a quienes avisé que estaban en un sitio peligroso y que debían retirarse tan
pronto como pudiesen, añadiendo que no podía prestarles ninguna ayuda en caso
de un ataque. A pesar de todo esto, 500 ú 800 de ellos escalaron las alturas de la
península y permanecieron allí, a campo raso, desde el día 7 hasta la tarde del 9,
cuando los españoles, después de su ataque, se habían retirado, abandonando el dis-
trito a las tres de la tarde del mismo día.
Toda esa gente pasó la noche esccmdida en las montañas, y yo advertí a los que
parecían jefes, que tuviesen cuidado, porque los buques probablemente harían fun-
cionar sus cañones en caso de combate. Durante dos días permanecieron allí sin
abrigo, alimentándose solamente de algunas frutas que pudieron conseguir, porque
su miedo a los soldados españoles era más fuerte que cualquier otra consideración..
Esta gente, durante toda la noche del 7, fué causa de muchas alarmas, por lo que al
siguiente día les envié un aviso, advirtiéndoles que haría fuego contra cualquiera de
ellos que se pusiese a la vista después de obscurecer. Esta actitud mía produjo exce-
lente resultado, porque en la noche del ataque no hubo falsas alarmas.
Después que llegó esta gente de Fajardo pedí por señales instrucciones refe-
rentes a ellos, y entonces vino usted al faro y aprobó mi acción respecto a los refu-
giados y a los que rñe negué a admitir. Yo alojé a mis huéspedes lo mejor que pude
en las habitaciones que tenía destinadas para los marinos, separando los hombres de
las mujeres y marcando un cuarto de aseo para cada grupo.
Las mujeres soportaron aquella situación, verdaderamente difícil, con admirable
valor. Eran las esposas de cinco caballeros de apellido Veve y Bird, y por esto las
puse en una habitación separada.
También vino un inglés plantador de café, de nombre Hansard, viejo soldado
inglés de la frontera de la India que funcionó como mi ayudante, y también hizo de
centinela durante toda la noche en la azotea; éste fué el único refugiado queme ofre-
ció sus servicios, que realmente fueron de gran valor. Prohibí a mis hombres que en-
trasen en las habitaciones designadas a las señoras, excepto para la inspección diaria
o para la vigilancia de noche, y ejercité mi mayor celo para convencerá dichas seño-
ras de que estaban completamente al abrigo de cualquier ataque del enemigo; y en
la noche del combate no me causaron la menor contrariedad ni parecieron nerviosas.
Todas eran muy corteses y cariñosas, no produjeron la menor queja, y por todas
estas cosas ganaron mi más alta estimación; eran damas, casi todas, acostumbradas
a que sus criados cuidasen de ellas, y en esta ocasión prescindieron de tales servi-
cios y personalmente atendieron al cuidado de sus niños, confeccionaron sus propios
alimentos y atendieron a todas sus necesidades. Su único temor era que pudiesen
caer en manos de los españoles; pero yo les aseguré que eso jamás acontecería, des-
de el momento que ya estaban bajo la protección de la bandera de los Estados
Unidos.
La llegada del Cincinnati^ del carbonero Hannihal y del Ley den el día 8, fué
motivo de gran alegría para ellas, especialmente cuando supieron que el carbonero
era un transporte lleno de soldados. Yo le dije a mi intérprete, para que así lo ma-
nifestase a la gente de afuera, que nosotros teníamos 100 soldados, aunque sólo
CR ó N I CAS 375
había 28. Durante el día 7^ los señores Henkins y Foley volvieron al buque, y al si-
guiente día retornaron.
Los días 7 y 8 algunos campesinos a caballo me dieron noticias de que habían
visto 500 soldados españoles, número que otros hacían ascender a 800; la mejor
información que pude obtener me aseguró que 200 ó 350 era un número bastante
razonable, y que estaban divididos en partidas de lOO ó 1 20 cada una. Yo procuré
hacer uso del grupo de 200 hombres armados con machetes, que estaban escondi-
dos hacia el Oeste de la montaña, con objeto de formar una línea que nos pusiese a
cubierto de un ataque del enemigo durante la noche desde aquella parte; todos pro-
metieron hacerlo así, pero cuando vino el ataque dependimos únicamente de nuestra
propia vigilancia.
A las once de la noche, y aunque estaba muy obscuro, me pareció ver hombres
vestidos de blanco al pie de las malezas, 250 yardas al Sudoeste; pero, como mi gente
estaba muy cansada, resolví no despertarlos sin urgente necesidad; también me avi-
saron de que se veían señales de luces, aunque yo no pude verlas. A eso de las once y
tres cuartos la luna, saliendo de detrás de unas nubes, dio alguna claridad, y con mis
gemelos de noche vi algo que me pareció ser un oficial en un ángulo de los montes ya
referidos; estaba en un espacio descubierto, y poco después vi el bulto de otros hom-
bres vestidos de blanco a un lado, y tres o cuatro más al otro. Sin producir alarma,
avisé a los centinelas que vigilasen cuidadosamente, y llamando a Mr. Hansard, salía
con él por la puerta principal, cuando llegaron a la carrera un cabo y un centinela avi-
sando que habían visto gente en el camino; y cuando me decían esto, sonó una des-
carga de fusilería. Inmediatamente nos retiramos al faro, cerrando las puertas, y subí
a la azotea, donde encontré a mi gente en sus posiciones de combate y a cubierto.
Di orden de hacer fuego disparando lO tiros, con cada rifle de seis milímetros, y poco
después otros lO con los Lee, calibre 45.
Dos fusiles de cada clase fallaron, aunque en la inspección que había pasado por
la tarde parecieron estar en buen estado; entonces di un revólver a cada hombre y
provisión bastante de cartuchos, de los cuales llenaron sus sombreros; todos estaban
tranquilos, a pesar de que las balas zumbaban sobre nuestras cabezas.
Como yo había ordenado apagar la luz, señal convenida con los buques, avisán-
doles de que el enemigo me atacaba, empezaron a funcionar sus baterías a una dis-
tancia de 1.800 yardas. Yo pensaba que como dichos buques estaban usando sus
proyectores, con los cuales iluminaban el campo, no había peligro alguno; sin em-
bargo, muchos proyectiles pasaron cerca de nosotros, y uno cayó sobre una loma en
nuestra misma dirección, una milla más allá, y, por último, un shrapnel! explotó sobre
nosotros.
A las doce y media un nuevo proyectil chocó contra el parapeto, entre dos
hombres, destruyendo parte del muro en una extensión de dos pies y abriendo un agu-
jero no hizo explosión; al recogerlo vi que no se había deformado, pero la base de la
espoleta se había desenroscado, y por eso no funcionó. Gran cantidad de ladrillos
volaron en todas direcciones, y, como había una fuerte brisa, el polvo nos cegó;
aunque el proyectil atravesó por entre seis hombres, ninguno fué herido.
En el acto ordené que se encendiese la luz. A las doce y media el silbido de las ba-
las cesó, aunque algunos disparos más se nos hicieron y a los cuales contesté. Poco
376 A . R I V E R O
después di orden de ¡alto el fuego!, y después sólo uno de mis hombres disparó dos
veces contra las malezas; estos fueron los dos últimos tiros.
Avisé por señales a los buques de que ya no tenía necesidad de auxilio ni tampo-
co había heridos. A las dos de la madrugada vimos dos soldados españoles cruzando
un espacio descubierto; pero no permití que mis hombres les disparasen, porque
como aquella gente iba en retirada, me pareció innecesario molestar a los buques
nuevamente; además, la luna alumbraba tanto, que no había oportunidad para una
sorpresa. Las puertas del faro permanecieron cerradas hasta el amanecer y los hom-
bres listos para cualquier ocurrencia. No me cabe duda que si los españoles intenta-
ron un ataque serio, desistieron de él al ver que estábamos preparados y al verse
descubiertos por los proyectores de los buques. Cuando vino el día no observamos
tropa enemiga en los alrededores, y los nativos tampoco trajeron noticias de impor-
tancia, y sí sólo algunos cartuchos vacíos de Máuser y varias prendas de equipo.
Durante el ataque mi artillero vio hombres en las rocas y en las malezas, enfrente de
la puerta que defendía, y contra ellos disparó su fusil.
Los hombres del doctor Veve me dijeron que las tropas enemigas habían tenido
tres muertos y dos heridos, siendo uno de los primeros un teniente, y también dije-
ron que habíamos sido atacados por caballería, la cual yo nunca vi. Mr. Campbell
estimó que el número de los atacantes era de 150; pero yo estoy convencido que
eran alrededor de 200.
La partida de socorro desembarcó en la mañana del 9, y las señoras y niños, en
número de 60, fueron llevados a bordo del Leyden^ sin accidente alguno; cerramos
la casa del faro, marchándonos todos, y, siguiendo las órdenes de usted, dejamos
enarbolada la bandera.
Mi gente se portó con inteligencia y energía, y creo ciertamente que ellos habrían
muerto, si hubiera sido preciso, en defensa del faro y de las mujeres y niños a nues-
tro cargo.
Soy respetuosamente,
(Firmado) Charles U. Atwatek,
Teniente.
Al capitán Chas J. Barclay, comandante del Amphitrite.
Informes oficíales. — Con relación a los sucesos ocurridos en Fajardo, se facilitó
a la Prensa y al público los siguientes informes por la jefatura de Estado Mayor en
San Juan:
Agosto 5, 1898.
En Fajardo no ha ocurrido más novedad que haberse posesionado los america-
nos del islote «Palominos», que está frente al puerto. Ayer comenzaron desembar-
cos por Cabezas de San Juan, apoderándose del faro, sin tenerse noticias hasta hoy
a las diez de que iniciasen movimientos de 2iy]2iV\ce. — El Coronel jefe de Estado
Mayor., Juan Camú.
CRÓNICAS 377
Agosto 7, 1898.
Desde el amanecer, hasta las diez de la mañana, con pequeños intervalos, varios
barcos americanos han hecho disparos sobre la playa de Fajardo, buscando, sin
<iuda, la situación de nuestras tropas. Solamente en la aduana causaron algunos des-
perfectos, pues la mayor parte de los proyectiles se quedaron cortos; no habiendo,
por tanto, novedad ni en el pueblo ni en nuestras fuerzas.
Se sabe que los refugiados en los buques yankees hicieron propalar la falsa es-
pecie de que nuestras fuerzas iban a cometer toda clase de atropellos al llegar a Fa-
jardo, noticias que, según referencias, circularon el doctor Veve y un señor Vizca-
rrondo.
Las inmediaciones del faro de las Cabezas de San Juan, las tienen iluminadas
constantemente de noche con sus proyectores los barcos americanos, encargados de
proteger a los desembarcados en dicho faro, a fin de evitar cualquier sorpresa. — El
Coronel jefe de Estado Mayor ^ Juan Camó.
Agosto 8, 1898.
Las tropas americanas que se habían posesionado de Fajardo y la mayoría de
los habitantes de aquel pueblo, abandonaron la población tan luego como tuvieron
noticias de que se aproximaba una columna nuestra al mando del coronel de infan-
tería don Pedro Pino, ayudante de campo de S. E. el capitán general. Muchas per-
sonas quedaron en las alturas inmediatas al pueblo y otras se embarcaron con las
tropas americanas en los buques surtos en el puerto. Al llegar nuestras tropas a la
población, arriaron la bandera americana que flotaba en la Casa- Ayuntamiento y en
la torre de la iglesia, sustituyéndolas con la nuestra nacional. No se encontró en el
pueblo a ninguna autoridad, ni a la nuestra, ni al nombrado por los americanos,
doctor Santiago Veve, diciéndose que éste se ha refugiado en un buque americano.
Estas noticias se han recibido vía de la Ceiba.
Ayer noche se ha recibido aquí correspondencia oficial y pública de Vieques, de
fecha 6, sabiéndose por ella que no ha ocurrido ninguna novedad por aquella isla.
El Coronel jefe de Estado Mayor, Juan Camó.
MEMORÁNDUM DEL DOCTOR SANTIAGO VEVE CALZADA
Sardinero, 4 de febrero, 1921.
Sr. Ángel Rivero ,
San Juan, P. R.
Mi estimado amigo: En mi poder su carta, fecha 29 del pasado, y en
la cual solicita de mi una breve reseña o MEMORÁNDUM referente a los
llamados "Sucesos de Fajardo", ocurridos en los primeros dias del mes
de agosto del año 1898.
Aquellos hechos fueron del dominio público y hasta la Prensa, aun-
que desvirtuándolos en parte, se ocupó de ellos. Usted los conoce per-
fectamente y en varias ocasiones, y al hablar de los mismos, he podi-
^do confirmar esta creencia.
378
A . RI VER O
Como también solicita usted algo que fije mi juicio actual sobre
aquellos remotos sucesos, le complaceré, aunque en forma breve.
Creo y pienso hoy, exactamente, como pensaba y creia en el mes de
agosto de 1898. Puerto Rico es y será siempre, para dicha suya, un
territorio americano. No fué culpa nuestra, porque en ello no tuvimos
intervención, el cambio de soberanía, desp.ués de cuatrocientos años de
dominación española. No creo ni lo deseo que jamás se arríe, en nues-
tra Isla, la bandera de la Unión. Y aunque mis actuaciones, durante
aquella guerra, me hicieron blanco de acerbas censuras, y a pesar de
que hoy mismo no todos los fajardeños comparten mis opiniones, me
siento satisfecho de cuanto hice, nada en provecho propio y sí para
evitar a mi ciudad nativa un día de luto y sangre.
Yo regué en los campos de Fajardo las semillas que encerraban los
deberes y derechos que informan la Constitución del gran pueblo ame-
ricano .
Esto creí y esto creo. Si estoy equivocado, las futuras generacio-
nes darán razón a quien la tenga.
Soy cordialmente suyo, amigo afectísimo,
CAPITULO XXIII
FIN DE LA GUERRA
CÓMO VINO LA PAZ. EL PROTOCOLO.- KL ARMISTICIO
MEDIADOS de julio era evidente el resultado de la guerra,,
en un todo funesto a las armas españolas. El día primero de
mayo de 1898 y frente al arsenal de Cavite (Manila), el Como-
doro Dewey con su escuadra, destruyó todas las fuerzas nava-
les que tenía España en el extremo Oriente al mando del almi-
rante Patricio Montojo. No se salvó un solo buque, y las bajas
españolas en dicho combate alcanzaron a lOl muertos y 250 heridos. La flota de
Dewey tuvo solamente ocho heridos a bordo del Baltimore ^.
El 3 de julio por la mañana, salió de Santiago de Cuba la escuadra del almirante
Cervera, y ese mismo día fué aniquilada por la de Sampson, teniendo 223 muertos,
151 heridos y 1. 740 prisioneros, siendo éstos un almirante, 78 jefes y oficiales
y 1.661 marineros y soldados de Marina ^.
Las bajas de la escuadra americana fueron solamente un muerto y un herido, a
bordo del Brooklyn 2. El 16 de julio firmó el general Toral, por encontrarse herido
el de igual empleo Linares, la capitulación de Santiago de Cuba, incluyendo no so-
lamente la plaza y sus I2.000 defensores, sino también otras tropas que guarnecían
la provincia, algunas de ellas acantonadas a más de TOO millas de aquella ciudad.
Las tropas capituladas fueron: 18 batallones de infantería, cuatro escuadrones de ca-
ballería, una batería de montaña, cuatro compañías de artillería de plaza, cinco com-
pañías de ingenieros y una de administración militar, formando todas la división.
Linares. El número de bajas durante el sitio de la plaza y combates que tuvieron.
^ Acciones Navales Modernas, Javier de Salas, 1903.
2 Navy Department, Washington, 1X98.
^ Acciones Navales Modernas, Javier de Salas, 1903.
38o
A . RI VER O
lugar fué de 593. Las de las fuerzas de desembarco, al mando del general Shafter,
fueron 260 muertos y 1.43 1 heridos.
En julio 25 y 26 tuvo lugar la captura y combate de Guánica por la brigada Ga-
rretson, perteneciente a la expedición del general Miles, y en días sucesivos ocuparon
los invasores a Yauco, Peñuelas, Ponce, Sabana Grande, San Germán, Mayagüez,
Arroyo, Guayama, Las Marías, Adjuntas, Utuado, Juana Díaz
y Coamo.
El Gobierno español, que había fracasado en sus gestiones
de buscar una paz honrosa por mediación del Vaticano y de
otras Cortes de Europa, encontró, por fin, apoyo en el Gabinete
de París, y el 26 del mismo mes M. Jules Camben, embajador
de Francia en Washington, entregó a Mr. William R. Day, se-
cretario de Estado, el documento que figura al número 13 del
Apéndice, y en el cual el duque de Almodóvar del Río, ministro
de Estado español, soHcitaba condiciones para terminar la gue-
rra. La respuesta del secretario Day se encuentra en el nú-
mero 14 del mismo Apéndice,
La firma del Protocolo. — Después de algunas negociacio-
nes preliminares, el día 12 de agosto de 1 898, William R. Day,
secretario de Estado de los Estados Unidos, y Jules Camben,
embajador extraordinario de Francia en Washington, con autorización este último
clel Gobierno de España, firmaron el Protocolo de la paz, que puso termino a la gue-
rra. Este importante documento figura en el Apéndice número 20.
La noticia del Armisticio fué comunicada al general Miles en el siguiente cable:
OFICINA DFX AYUDANTE GENERAL
Washington, agosto 12, 1898. 4,23 P. M.
Mayor general Miles, Ponce, P. R.
P^l Presidente dispone que sean suspendidas todas las operaciones militares contra
el enemigo.
Negociaciones de paz están a punto de cerrarse, y un Protocolo ha sido firmado
por representantes de ambos países. Usted informará al comandante de las fuerzas
españolas en Puerto Rico de estas instrucciones. Más ordenes seguirán. Acuse recibo.
Por orden del secretario de la Guerra, LL C. ( okbin, ayudante general.
A las cinco de la misma tarde se telegrafió nuevamante a los generales Miles, en
Puerto Rico; Merrit, en Manila, y vShafter, en Santiago de Cuba, incluyendo a todos
la proclama del Presidente Mac-Kinley, dando cuenta de la firma del Protocolo y or-
denando la suspensión de hostilidades.
Este cable se recibió de noche en Ponce, y seguidamente el generalísimo lo tras-
CRÓNICAS 381
lado a los generales Brooke, Wilson, Schwan y Henry, y en todos los campos se-
suspendieron las operaciones de guerra.
Un mensaje. — El general Miles envió al capitán general Macías un mensaje escrito-
conteniendo las cláusulas del Protocolo y proclama del Presidente. Este documento
lo recibió en su Campo de Coamo el mayor general Wilson, entregando una copia,
de él, en la noche del día 13 de agosto de 1898, al capitán de artillería Ricardo Fler-
náiz, quien lo llevó a las posiciones españolas del Asomante, y desde allí, con toda,
urgencia, fué dirigido a San Juan.
Parlamentarios en San Juan. — El día 14 de agosto, y a la una y media de su
tarde, cuatro buques de guerra fueron divisados desde las murallas de San Juan; elu
mayor de ellos navegó al Oeste, y los otros tres se aproximaron muy lentamente.
Eran los cruceros de guerra Cincinnatti y New Orleans, acompañados del yate Anita,,
de la Prensa americana.
El primero, por medio de su telégrafo de banderas, se puso en comunicación con
el semáforo del Morro, pidiendo parlamento, con objeto de comunicar órdenes. El
general Macías dispuso que aquel castillo izase bandera blanca, y como el caso no
estaba previsto, el artillero Juan González Perujo prestó una sábana de su propiedad,
que fué utilizada como bandera de parlamento. El pabellón nacional fué arriado, y la.
sábana, bastante limpia, subió al tope, anunciando al mundo que había terminado el
dominio español en el Continente americano.
El Cincinnatti largó una lancha que fué remolcada dentro del puerto por la del
Arsenal, donde venía, además del práctico, el capitán de puerto Eduardo Fer-
nández.
Llegaron a los muelles, tomando tierra el segundo comandante del crucero y un
guardia marina, quienes acompañados del citado capitán Fernández, ocupando un co-
che, se dirigieron al palacio de Santa Catalina, y entregaron allí al general Macías otra
copia de la proclama del presidente Mac-Kinley y del Protocolo. La entrevista fué-
breve y cortés, y asistió a ella el intérprete oficial Manuel Panlagua.
Terminada su comisión, fueron a las oficinas del cable los marinos del Cincinnatti^
y después de expedir un despacho para el secretario de Marina de los Estados Uni-
dos, entraron en el Hotel Inglaterra, donde celebraron una larga conferencia con el
cónsul inglés, quien también era encargado de los asuntos de los Estados Unidos.
A las tres y media de la tarde reembarcaron los del Cincinnatti^ siempre acom-
pañados de la lancha del Arsenal, regresando a bordo de su crucero. Los tres buques-
permanecieron a la vista del Morro, entre este castillo y el de San Cristóbal, toda la.
noche, y durante ella el New Orleans barría la costa con sus proyectores. San Cris-
tóbal, como señal de cortesía, no encendió aquella noche su potente proyector
Mangin.
Al siguiente día el New Orleans comunicó nuevamente con el semáforo, y poco-
después otro bote del crucero condujo a tierra al capitán Folger, comandante dek
382 A . R I V E R O
mismo, quien celebró nueva conferencia con el general Macías, solicitando autoriza-
ción para que entrasen en puerto algunos buques, y pidiendo que el canal fuese lim-
piado de minas. Terminada la entrevista, regresó a bordo de su buque.
El telegrama del Sun. — El día 13, por la mañana, se recibió en las oficinas del
cable inglés este despacho:
(¡aceta, o cualquier otro periódico,
San Juan, P. R.
Nueva York, agosto 13, 1898.
El Protocolo de paz ha sido firmado. Se han suspendido las hostilidades. Los co-
misionados se reunirán en San Juan dentro de treinta días para arreglar la evacuación.
iTiene usted la bondad de telegrafiar inmediatamente, en 200 palabras, cómo ha
sido recibida la noticia, cuál es el espíritu del pueblo, etc..?^
Pagaremos liberalmente.
Sun.
Este telegrama fué retenido en el Estado Mayor hasta el día 15 de agosto, en que
se dio a la Prensa. El mismo día 13, que se recibió, fué contestado por la Gaceta de
Puerto Rico en esta forma:
Sun.
New York.
San Juan, P. R., agosto 13, 1898.
Pueblo recibió noticia paz con absoluta tranquilidad, esperando Estados Unidos
establecerán justas y honrosas condiciones. Agradecemos cortesía.
Gacfíta.
Tal fué la minuta que redactó el doctor Francia, secretario del Gobierno general
de Puerto Rico, como respuesta al cable del periódico neoyorquino; lo que no he po-
dido averiguar es si el texto anterior fué transmitido íntegramente o mutilado.
Una proclama. — El día 14 del mismo mes, y por la tarde, circuló la siguiente
Gaceta Extraordhiaria:
CAPITANÍA GENERAL DE LA ISLA DI-. PUERTO RICO
Orden general para el día 14 de agosto, iSgS.
«Ministro de la Guerra a Capitán general de Puerto Rico.
Madrid, 14 agosto.
Firmado el Protocolo preliminar de negociaciones paz entre Gobierno de España
y los' Estados Unidos, a consecuencia del cual ha sido acordada suspensión de hos-
tilidades por fuerzas de mar y tierra; y, transmitidas ya órdenes, en tal concepto, a
los Estados Unidos, dicte V. E. inmediatamente las disposiciones necesarias para
C R O N I (■ A S .S^^
que se observe (lidia suspensión jior las fuerzas del P^jército y ^Marina a sus órdeties.
La suspensión de hostilidades acordada, por el momento, entre el Gobierno de Es-
paña y los Instados Unidos, signifura hasta ahora el síúí/í {/no, conservando los con-
ten(h*entes sus respectivas posiciones.-/
Juan CamCk
h.l 20 tomó puerto, en San Juan, el primer buque de guerra aiuerieano, despue's
de firmado el Armisticio; fue el A4Te Oríoius, capitán ludger, y al siguiente día lo
hizo el ll'ns/), teniente W'ard. 1l1 capitán l'olger saltó a tierra, y aconipa,ña(io del de
Urden f)úhlico, Soto, se dirigió a las oficinas del cable; otro oficial del ndsmo cru-
cero visitó, en sus oficinas del /Yrsenal, al comandante general de Marina, Va-
llarino.
Idabía terminado la guerra. En sus filtinios momentos, tropas esp;uloIas, desrnu's
del conilxite del río Guasio, se retiraban sobre Lares; en el Asom:mte v en el (jua-
inati! ondeaba aún la bandera española y sus defensores resjíondían tiro a tiro al
biego enemigo, h:s cierto que, contra ambas jiosieiones, columnas nanrpjeadoras es-
taban avanzando para proteger y auxiliar el ata<jue frontal; pero como esos tlanqueos
no locaron a su fin, nada puedo decir de unas Ofieracíoncs de guerra susfxaididas a
[hh:o de iniciadas.
Puestos al habla, por telégrafo, desde Louce a Santa Catalina los generales Miles
>• Maeías, cambiaron los cumplidos naturales en dos comandantes de b'jército (lue
desde el día anterior habían cesado de considerarse enemigos. L)c común acuerdo
<^ada fuerza se mantuvo en sus posiciones y altos |)i{pjet:es con lianderas lilancas m:u--
carí)n las líneas 0]:»ucstas.
Seguidamente comenzó la entrega de heridos y prisioneros españoles, excepto
384 A . R I V E R a
algunos que lo rehusaron. El general Macías no devolvió prisionero alguno porque en
los diez y nueve días que duró la campaña ni un solo soldado de los Estados Unidos
pudo ser capturado por fuerzas españolas. William Freeman Halstead, corresponsal
del Neiv York Herald^ el cual sufría sentencia de un Consejo de Guerra en el Presi-
dio provincial, fué indultado.
Entrega de las poblaciones. — Por espacio de sesenta y cinco días tuvo lugar,,
paulatinamente, la entrega de todas las poblaciones de la Isla que no habían
sido ocupadas durante la guerra por el ejército americano, así como los cuarte-
les, aduanas, capitanías de puerto, hospitales y comandancias militares y otras
dependencias y oficinas militares y civiles del Gobierno español. En el Apéndice
encontrarán los lectores un estado en que consta la fecha que se fijó por la Comisión
mixta de entrega, para la toma de posesión de cada pueblo por las fuerzas ameri-
canas.
Un telegrama. — El general Miles envió, con fecha 21 de agosto, el siguiente des-
pacho:
Ponce, P. R., 21 de agosto, 1898.
vSecretario de la Guerra. — Washington.
Todo cumplido como se deseaba; sólo faltan detalles que deben ser arreglados
por los comisionados de la evacuación. Algunas fuerzas españolas están marchando
hacia vSan Juan, como preparación para su embarque a España.
Tengo 106 cañones, morteros y obuses, de campaña y sitio, los cuales pensaba
emplear contra San Juan en caso de que las fuerzas españolas no hubiesen podido-
ser capturadas en el resto de la Isla. Puede usted servirse de esta artillería si la cree
necesaria en otro sitio. Entre ella hay diez poderosos cañones dinamiteros de cam-
paña. Si son precisos puedo enviarlos en seguida con sus hombres y municiones con
destino a Manila, vía New Orleans y San Francisco.
Espero salir pronto para Washington. — Miles.
Los corresponsales. — Los pueblos más importantes de la Isla, y principalmente
San Juan, fueron muy visitados por gran numero de corresponsales de la Prensa
americana, alojándose un buen número de ellos en el Hotel Inglaterra, de Anacleto-
Agudo.
Luis Muñoz I^ivera y otros hombres de alta posición en la política del país, cele-
braron conferencias con aquellos periodistas, y en estos días el cable inglés guardo-
en sus cajas mucho oro americano transmitiendo despachos a la Prensa asociada, no-
pocas veces sin valor ni importancia. San Juan había recuperado su aspecto normal;
todas las casas abrieron sus balcones, y los paseos y plazas veíanse m.uy concurridos.
En pública subasta. — No era posible enviar a España todo el inmenso material
existente en cuarteles, dependencias, pabellones, oficinas, almacenes, hospitales y
parques. Los periódicos de la ciudad publicaron repetidos anuncios de subastas
públicas y se vendieron al mejor postor, y más tarde a cualquier precio, muchas
c R (,) N I c: A s
385
toneladas de víveres y un número inmenso de muebles y efectos de construcción v
maquinaria.
Parejas de excelentes bueyes de trabajo fueron adquiridas por unos cuantos
pesos, y en los almacenes y depósitos de la Administración Militar casi se regalaron
grandes cantidades de arroz, liacalao, jíatatas, garbanzos, ron, aguardiente, galletas y
harina, que desde Cádiz, y a pesar del bloqueo, fueron enviados aquí y otros adqui-
ridos con los fondos de la suscripción popular.
J£l dinero obtenido ingresó (!n las cajas respectivas, y no tengo noticias de graves
filtraciones o irregularidades. Solamente rccuerilo que al examinar algunos comer-
ciantes las estibas de arroz valenciano que pregonaba el almúmjicro púlilico, vieron
i|ue aquel cereal, tal vez por intluencias del clima o por otras razones <lesconociilas,
se había transformado (ni arroz hamburfi'in's de ínfima calidad, b-1 bacalao de Esco^^
cía, qae nos llegó en pe(.|ueñri5 cajas, también suírii3 parecida iiictaniarfosis.....
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'^•^■t-ii^SIT^iS*"^^
CAPITULO XXIV
r)i-:siT.';s I)I<:í, armisticio ^^^^i,a comisión co\jr.\i'A.^^^^K\TRi-:cA pü^
DE l.\ ISI.A. Rlil'ATRIAClt'íX' I)]-; I. AS 1'ROl'AS líSPAXnCAS.
\H de agosto circult'), en San Itiait, la síí>ijícüIc
.Ad-.TA l-:\l1C\f »KI)IN'ARI.\
SrnrfanVi. l-:i fíxcmo. Sr. Capitán u-(<nrral úe Cuba, con
t>sta fcclia, manifiesta al I^xcnio. Sr. <: Í()l>crna(U.r genera! de
esta Isui k) (jiie sigue:
':Vá Itxcnio. Sr'.\\linisiro de la (íuerr.'K cu cahlegranuí ur-
genlco-(M;il)idobu\.', me dice lo siguiente: I.(;vantado pnr el (io^
iniUendo enlracia en puertos limpies, todas nacioní^s, |>uefie V. Ic aulori/arla lanv
bien en los de vxi Isla, inchisu a los nmerieanos, ret-tableciendo, «lesdc hi<>gu, rela-
ciones comerciales y pc^slales. 1 a:) (|ue traslado a \" . ¡i. ¡lara su deíjído conocinuen-
to y efectos consiguientes.. >
Lo cpie de orden de S. K. se hace púldico en (Itutld J:x!i\io-ííiii¡<ina para ga:'ne-
erto Rico, 1 8 de ic^t^slo de ¡SpH.
lito l'HAXcau
Lfi Comisión conjunta. — I.a Keina reg(!nle de b'.spaña y el Presidente; .Macdvinlcy,
según lo consignado en el broloeoh:), nombraron (.'omisiones para entender vi\ la
cA.'acuacíón de las tropas y entrega formal de la. Isla al (iobierno de los ltsta,dos
Cnidos, recayendo los nombramientos como sigue:
38S
'VERO
Comisii)ii española: í'reneral Ricardo (irtega, gobernador militar de San Juan,
presidente; capitán de Navio de primera clase, Eugenio V^allarino, comandante prin-
cipal de Marina de la Isla, y el auditor de División, José Sáncliez del Águila; con
fecha i: i de septiembre, el g(^neral Macías nombró para el cargo de secretario de
dicha Comisión al comandante de ingenieros Rafael Rávena.
('oiinsionados de los lisiados Unidos: Mayor general John \i. Brooke, presidente;
;«
contraalmirante, W. S. Scheley; l)rigadier general W'ni. \\\ (j.Mrdun, y secretario, el
teniente coronel luiward llunter, tp-iien era abogado general v Juez del Ejército.
l'd d(»ctx)r Manu'd del X'alle Atiles tomó parle en las conferencias como intérprete
traductor, nondiramienlo (¡ue recibió en W^áshington, desempeñando sus funciones
a las órdenes del gctneral P)rooke. Matnud í^a,niagua, interprete de lenguas del ("iobic^^
no de la Isla, auxiliíiba, en iguales funciones, a la Comisión española. Ma,xinuno Luzu-
naris asistió también como intóriirete, pero solamente a la, primera sesión, por no
estar aún en San Juan el doctor del Va,lle, <|uien había desemliarcado en í'once para
esta fecha; después de las ¡>rimeras conferencias, y como el coronel 1 lunter se viese
agobiado de trabajo, reclamó y obtuvo los servicios de l'rancisco Amy, quien hacía
su trabajo en las oficinas de diclio secretario. Juan 1\\ Ráez era intérprete extraoficial,
y desempeñó sus funciones privadamente cerca de dicho teniente coroncíl Uuuter.
CRÓNICAS
389
El primer "meeting".— -Tuvo lugar el día 10 de septiembre, a las nueve y media
de la mañana, en el Palacio de ÍSanta Catalina y en el salón del Trono. Asistie-
ron al acto dos taquígrafos americanos, redactándose en inglés las minutas, que más
tarde fueron traducidas por Francisco Amy. Reunidos k)dos los miembros de ambas
Comisiones, y después de cambiar recíprocos saludos y nombres, comenzó el acto,
que se redujo al examen y aprobación de todas las credenciales, dándose lectura por
el general Ortega a un cable recibido por el general Macías, en el cual el ministro de
la Guerra comunicaba de Real orden el nombramiento de los comisionados; a conti-
nuación se acordó la forma de conducir los procedimientos, y fijándose para las sesio-
nes, en los días en que tuviesen lugar, las horas de nueve a once y media de la mañana.
Fué acuerdo unánime que las minutas de cada sesión, redactadas en inglés, fuesen
traducidas al español antes de vaciarlas en las actas correspondientes, que serían
leídas y aprobadas en la siguiente conferencia.
Seguidamente se levantó la sesión, señalándose para la próxima el día 12 del
mismo mes.
Segundo "meeting". — Esta reunión fué tal vez la más importante de todas las
celebradas, porque en ella se fijó el criterio de ambas Comisiones; y como en aquel
acto se pronunciaron palabras que tal vez convenga no olvidar, copio a continuación
una parte del acta correspondiente, acta en idioma español, que, como todas las
referentes a las otras reuniones, guardo en mi archivo particular.
General Brooke. — Caballeros: de acuerdo con los términos del Protocolo, se
sobrentiende que España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico, y además
otras islas, pertenecientes al grupo de las Indias Occidentales, actualmente bajo su
soberanía. Por el artículo 4.'' de dicho Protocolo esta Comisión ha sido nombrada
para entender en todos los detalles de la evacuación de Puerto Rico y de aquellas
otras islas. Para llevar a cabo lo que ordenan estas instrucciones, tenemos que con-
venir con ustedes, caballeros, todos los detalles necesarios. Sólo me resta pregun-
tarles ahora si están preparados para comenzar los trabajos sobre los detalles de la
evacuación.
General Ortega. — Manifiesto, en nombre del Gobierno español, exactamente lo
mismo que acaba de decir el General Brooke, toda vez que nosotros hemos recibido
iguales instrucciones, y, de acuerdo con ellas, estamos preparados para empezar los
trabajos. Esta es, simplemente, una Comisión militar que ha de entenderse en todo
lo referente a la evacuación del Poder Militar, y tal vez más tarde deban ser tratados
otros asuntos que se refieren a política general respecto a la Isla.
General Brooke. — Los asuntos referentes a la ocupación militar de Puerto Rico
e islas adyacentes por nosotros, y su evacuación por las fuerzas españolas y la en-
trega por los representantes de España de todas las propiedades de dicha Nación, son
los límites únicos hasta donde alcanzan nuestras instrucciones.
Almirante Scheley. — (Al intérprete del Valle.) ¿Cómo interpreta usted lo que
acaba de decir el General Brooke?
Del Valle. — Que los deberes de esta Comisión se limitan exclusivamente a la
390 A . RI VERO
supervisión de cuanto se refiera a la evacuación del ejército español y entrega a los
Estados Unidos de todas las propiedades públicas pertenecientes a España.
General Ortega, — Una cosa es la evacuación del Ejército, y otra la entrega de la
Isla; yo creo que es mejor esperar, para lo segundo, los procedimientos que siga la
Comisión que ha de reunirse en París.
General Brooke. — Yo deseo manifestar, como respuesta al General Ortega, que,
en virtud de los términos del Protocolo, Puerto Rico debe ser cedido por España a
los Estados Unidos, y por cesión de esta Isla, toda su propiedad inmueble, pertene-
ciente al Gobierno de España, será en lo sucesivo una propiedad de los Estados
Unidos. En razón de lo expuesto, nosotros estamos aquí para tomar posesión en
nombre del pueblo de los Estados Unidos, de todos los edificios públicos y sus terre-
nos, fuertes, fortificaciones, arsenales, depósitos, muelles y edificios adjuntos y cual-
quiera otra propiedad inmueble perteneciente a España; y también estamos aquí
para el cuidado y conservación de todas ellas, como tales propiedades de los Estados
Unidos. Lo anterior incluye todos los papeles, documentos públicos y otros que sean
necesarios o convenientes para el mejor gobierno de la Isla; y, sobre todo, los refe-
rentes a la Historia de la misma, los cuales deben ser entregados a esta Comisión
para su custodia y preservación, como una propiedad de dichos Estados Unidos.
También debemos proveer para que todos los documentos judiciales y los títulos de
propiedad sean conservados y preservados. Al tomar posesión de tales propiedades
solicitaremos una ligera descripción de las mismas y un inventario completo, el cual
será examinado cuidadosamente.
Tales son nuestras instrucciones, y bajo tales líneas estamos dispuestos a conti-
nuar los trabajos.
General Ortega, — Para la Comisión que yo represento hay dos cuestiones: una^
la primera, es la que se refiere a la ocupación de la Isla por el Ejército de los Estados
Unidos; y la segunda es la que se refiere a cómiO debe entenderse tal ocupación; en
ambas hay puntos que no pueden decidirse en este momento, sino en el futuro, por
la Comisión de París. Y como yo entiendo que el primer punto a tratar es el refe-
rente a la evacuación, quiero decir que tan pronto como lleguen a puerto los trans-
portes de que tengo noticia, en un plazo de uno o dos días, tal vez mañana, empe-
zaremos la evacuación por la isla de Vieques, siguiendo la de aquellas poblaciones
más lejanas a la ciudad desde el Este al Oeste; cuando yo tenga aquí los transportes
daré órdenes a las tropas más lejanas, para que unidas, se reconcentren sobre San
Juan, con objeto de ser embarcadas, y sería conveniente que al mismo tiempo que
es abandonada una localidad, se posesionen de ella las fuerzas americanas. Deseo
que esto se tenga en cuenta, a causa de existir en la Isla una gran excitación políti-
ca, y además, con la idea de prevenir incendios y otros actos, fuera de la Ley, que
pudieran ser realizados por criminales.
Las tropas llevarán consigo, al retirarse, todas sus pertenencias militares y priva-
das, y como en algunos pueblos de los ocupados por el Ejército de los Estados Uni-
dos tal vez haya documentos pertenecientes a los diferentes batallonec, y como tales
papeles no son de utilidad general, yo ruego que sean devueltos a sus dueños.
Después de que comience la evacuación, poco a poco, de Este a Oeste, y las tror
pas más lejanas hayan embarcado para España, todos los archivos, los expedien-
CRÓNICAS 3gj
tes, todos los documentos, edificios y sus terrenos adyacentes, las fortificaciones y
edificios militares, yo creo que deben ser entregados al Gobierno Insular de Puerto
Rico, hasta que s^ firme el definitivo Tratado de Paz *.
Respecto a las propiedades que no pertenecen al Gobierno de España, nada te-
nemos que hacer; y en cuanto a la artillería, tanto los cañones de campaña como los
de mayor calibre, emplazados en las baterías, deben permanecer de la propiedad de
España. Esto es solamente una indicación. Ruego a ustedes tengan en cuenta que
después de una ocupación de cuatrocientos años, es tarea muy difícil hacer cambio
tan radical en muy pocos días; además, hay muchos asuntos que no deben ser tra-
tados aquí, sino en París.
General ^r(9í?>^¿'.— Respecto a cuanto ha dicho el General Ortega, contestaré
leyéndole lo que ordenan estas instrucciones: «Las armas portátiles, pertrechos de
guerra, baterías de campaña, carruajes para el transporte de municiones y bagajes y
ambulancias del Ejército español, en Puerto Rico, usted permitirá que sean llevadas,
si así \o desean los representantes de España, siempre que el transporte de lo indi-
cado se efectúe en un espacio de tiempo razonable.»
Lo leído es la respuesta a las indicaciones anteriores, y debo añadir que también
pueden ser retiradas todas las propiedades, tanto de equipo como particulares, de los
oficiales y soldados.
General Or^^^^z.— Nuestra intención es llevarnos toda la artillería, incluso los ca-
ñones de gran calibre; pero si el Gobierno americano los desea, no creo haya obje-
ción para vendérselos
General Brooke. — Permítame leer algo más: «El armamento de los castillos, for-
tificaciones y baterías fijas, siendo de tal naturaleza, que sus emplazamientos no per-
miten removerlos fácilmente, y, por tanto, deben ser considerados como inmuebles,
usted no permitirá que sean transportados; y tales castillos, fortificaciones y bate-
rías, deben ser entregados a los Estados Unidos.»
General Ortega. — Nada tendría que objetar si se tratase de Mayagüez, Ponce y
otros lugares, que han sido conquistados; pero San Juan es una plaza que no ha sido
tomada por la fuerza de las armas, sino por las de un Tratado, y por esta razón no
puedo ceder en mis resoluciones.
General Brooke. — (Mostrando a los comisionados españoles el artículo 4.° del
Protocolo.) Solamente tengo que añadir que esto demuestra, por sus términos, que
España debe evacuar, inmediatamente, a Puerto Rico.
General Ortega. —Para hacerlo inmediatamente estamos preparados, en cuanto se
refiere a la evacuación de las tropas; pero respecto a lo que piensa el General Brooke
sobre la artillería y otras propiedades de España, es cuestión que debe ser decidida
más tarde.
^//;^//'¿z;^/(í' 5<:/;<í'/<?j/. — (Dirigiéndose al Presidente.) Pídales que formulen, por es-
crito, las bases sobre las cuales estén dispuestos a llevar a cabo los términos del Pro-
tocolo; si hay entonces alguna diferencia entre sus instrucciones y las nuestras, opino
que debe de consultarse a ambos Gobiernos.
General Ortega. — Está bien; lo haremos inmediatamente.
^ Este fué un noble rasgo del general Ortega, quien así luchó para que fuese reconocida la personalidad
del País.~A'. í/í-/ yí.
392 A. RI VE RO
Almirante Scheiey. — (Dirigiéndose al General Brooke.) Pídales que me envíen
esas proposiciones mañana, a las tres de la tarde, al Hotel Inglaterra.
General Ortega. — Estamos conformes en hacer lo que se desea.
La Comisión conjunta levantó la sesión, hasta el 14 de septiembre, a las nueve y
treinta minutos de la mañana.
Como el general Ortega fué una figura de gran realce, en Puerto Rico, durante la
guerra, copio del acta correspondiente a la tercera sesión, celebrada el día 14 de sep-
tiembre, lo siguiente:
General Ortega. — Con respecto a la artillería fija, deseo ahora expresar mi opi-
nión. Yo quisiera saber hablar inglés, para manifestar a ustedes mis pensamientos,
mis ideas y cuanto siento en estos instantes. Yo ruego que, por un momento, uste-
des, señores comisionados, se pongan en nuestro lugar, y, entonces, estarán en con-
diciones de interpretar lo que voy a decir.
Yo tengo que sostener aquí que San Juan no es una plaza tomada por la fuerza
de las armas: soy el Gobernador de esta plaza, y hablo más bien como Gobernador
que como Comisionado. Es una costumbre de la guerra que, cuando una plaza es
tomada por asalto, todo cuanto existe en ella pertenece al conquistador; no aconte-
ce así en las poblaciones que son cedidas por un Tratado, o que capitulan, des-
pués de haber sido atacadas, pero no tomadas. En estos casos las tropas salen de
la ciudad con sus armas, equipos y pertenencias. Si una plaza es asaltada, la artille-
ría queda a merced del vencedor; pero cuando no ha sido asaltada ni tomada, sino
cedida, la artillería y todo el armamento pertenece a los soldados que demostraron
valor bastante para mantener y preservar el honor de sus armas.
Todo esto, quizá, no tenga importancia material; pero ello es para mí una cues-
tión moral y de honor, a la que doy importancia suprema. Yo quisiera que mis pa-
labras fueran bien interpretadas; pero fehzmente el almirante Scheiey entiende el
español, y a él ruego que explique mis conceptos, y tal vez lo haga mejor que yo,
para que conste que tal cosa no puede hacerse porque es contraria a las costum-
bres, a los derechos y leyes de la guerra.
Deseo que ustedes mediten sobre lo que acabo de decir, y que piensen en ello
con calma; que se pongan en mi lugar, y verán entonces que tengo razón en todo lo
que he dicho. Lo dejo todo al buen criterio de ustedes, añadiendo únicamente que
esto no es un asunto material, sino puramente moral.
Almirante Scheiey. — (Explica a sus compañeros de Comisión el verdadero senti-
do de las manifestaciones del general Ortega.)
* * *
CRÓNICAS 393
Por la tarde, el general Ricardo Ortega, al subir como de costumbre al castillo,
me contó todo lo ocurrido, añadiendo:
«Mañana le traeré a usted copia de mi discursito; me parece que he estado bien,
y que aquella gente se conmovió comprendiendo la razón de mis argumentos.»
Efectivamente; el general Ortega obtuvo un triunfo el día citado, porque gracias
a sus manifestaciones y a la intervención del almirante Scheley, quien durante
todas las sesiones apoyó moral y materialmente todas las proposiciones y la mayor
parte de las protestas que hiciera el Presidente de la Comisión española, el punto
referente a la artillería de costa se dejó a la resolución de los comisionados de París,
quienes fallaron en favor del Gobierno Español. ^
Con la mayor armonía continuó la discusión en las sesiones sucesivas, que fueron
hasta trece, y en todas el general Ortega trató de conseguir, aunque sin éxito, el que
por los comisionados americanos se retoñeciese la personalidad del País, represen-
tada por su Gobierno autonómico, dejando a este organismo el encargo de resolver
todos los asuntos ajenos a la evacuación puramente miHtar de la Isla.
El general Brooke se opuso a tales propósitos, alegando que sus instrucciones
eran limitadas, y que de ellas no podía apartarse.
El teniente coronel de artillería James Rockwell, y el comandante de ingenie-
ros Eduardo González, intervinieron en todo lo referente a la entrega de las obras y
edificios militares y del Gobierno, así como a la del material de guerra emplazado en
los castillos y baterías, extendiéndose triplicadas relaciones en que la exactitud en la
valoración se llevó al último extremo, según podrá verse en el Apéndice núm. 28.
La última sesión. — El día 16 de octubre, a las nueve y media de la mañana, se
reunieron ambas Comisiones, por última vez, y después de leer y aprobar el acta de
la sesión anterior, entregó el general Ortega al general Brooke relaciones de todo lo
que pasaba a ser posesión de los Estados Unidos, y del material de guerra que que-
daba en depósito y bajo la custodia del Gobierno Militar de Puerto Rico, hasta que
sobre este asunto recayese una resolución en las conferencias de París.
La Comisión conjunta había dado fin a sus tareas, y así lo manifestó el Presiden-
te, levantóse la sesión entre manifestaciones de mutua cortesía, y todos los comi-
sionados pasaron al despacho del general Macías, con el cual celebraron una corta
conferencia de despedida, porque él se disponía en aquellos momentos a dirigirse
a los muelles, con objeto de embarcar, con rumbo a España, en el vapor Covaaovga.
^ En el mes de febrero de 1904 llegó a San Juan, procedente de Cádiz, una Comisión encargada de lle-
var a España todo el material de guerra mencionado, compuesta del teniente coronel Servando D'Ozouville,
comandante Ramón Acha y capitán Paulino García Franco, todos del Cuerpo de artillería; y, además, el ofi-
cial primero de la administración militar, Menandro Amores; el maestro de fábrica, Aquilino Campa; el arti-
ficiero Hernández y dos obreros auxiliares. Ya en Puerto Rico, y en el cumplimiento de su misión, recibieron
toda clase de auxilios de las autoridades americanas, y el armamento emplazado en las baterías fué removido
y llevado a los muelles, así como también el balerío y demás efectos que quedaron en depósito al evacuar la
Isla las tropas españolas. Todo se transportó a Cádiz a bordo del vapor Catalina^ durando esta Comisión des-
de febrero hasta agosto de aquel año, habiéndose gastado en dichos trabajos, y otras atenciones, alrededor
de 40.000 duros.— A', del A.
39 í A . R I V E R O
Entrega progresiva de la Isla. — Al cesar las hostilidades el día 13 de agosto,
las fuerzas americanas estaban en posesión de las siguientes poblaciones:
Ponce, Juana Díaz, Coamo, Arroyo, Guayama, Yauco, Peñuelas, Guayanilla, Sa-
bana Grande, San Germán, Mayagüez, Cabo Rojo, Las Marías, Hormigueros, Adjun-
tas, Utuado, Maricao, Lajas, Santa Isabel, Salinas, Añasco, Aguada y Moca. Total,
23 poblaciones.
En las 48 restantes flotaba aún la bandera española. Desde las primeras sesiones
que celebró la Comisión conjunta de entrega, se trazó un cuadro, en el cual y
teniendo a la vista el mapa de la Isla, fué señalada la fecha en que cada población
debía ser ocupada por fuerzas de los Estados Unidos, y aunque muchas de ellas no
tenían otra guarnición que algunos números de la Guardia civil, en todas se hizo la
entrega con las más estrictas formalidades, evacuando seguidamente la población las
fuerzas españolas.
En ciudades de importancia, tales como Arecibo, la ceremonia revistió mayor
esplendor.
El comandante del 6.° de Massachusetts, Charles K. Darling, recibió órdenes de
venir desde Utuado, donde se hallaba con las compañías I, H^ K y L; envió la // a
Manatí y la /í' a Barceloneta, y con las dos restantes llegó a la finca del doctor
Watlington, distante dos millas de Arecibo y allí pasaron la noche del 13 de octubre.
Al siguiente día, martes, a las tres de la tarde, tuvo lugar la ceremonia de la evacua-
ción y antes del acto se colocaron centinelas americanos desde la estación del ferro-
carril hasta la población, con instrucciones de que las fuerzas españolas, al salir, no
fuesen molestadas.
A la hora mencionada, todas las fuerzas de la guarnición, al mando del teniente
coronel Augusto Pamies, fuerzas que eran de Alfonso XIII, Guardia civil y Orden
público, formaron a la izquierda de la casa Ayuntamiento. Frente a este edificio se
colocaron el comandante Darling y su tropa, y este jefe recibió en el salón de actos
de la casa Municipal toda la correspondiente documentación, sirviendo de intérprete
el joven Bonocio Llensa, nombrado para este cargo por el general Henry.
La esposa del teniente coronel Pamies pasó en aquellos momentos en coche
hacia la estación, cubriéndose la cara con su pañuelo y fué despedida por los fami-
liares del cónsul inglés.
Seguidamente Pamies hizo desfilar su fuerza en columna de a cuatro hacia el
tren, y siguiendo luego a San Juan sin que ocurriese el menor incidente. El coman-
dante Darling, por un impulso de militar caballerosidad, había ofrecido al jefe es-
pañol, y así lo cumplió, no izar la bandera americana hasta que el tren hubiese par-
tido; pero sucedió un incidente que debo mencionar. Aún no había terminado el
acto de la entrega, cuando apareció una bandera americana, saludada por ¡vivas!, en
un balcón cercano; acto seguido fué retirada, de orden del comandante americano, y
la ceremonia siguió su curso.
CRÓNICAS 395
Al partir el tren, la bandera de las franjas y estrellas fué elevada al tope sobre la
casa Alcaldía, y la multitud rompió en aplausos clamorosos, que duraron largo es-
pacio de tiempo.
«Un negro, muy excitado, montado en un caballejo, apareció ada cabeza de una
multitud del populacho agitando una bandera de la Unión. Aquella parada, com-
puesta de gentes de la peor clase, recorrió las calles, demostrando poseer el espíritu
de las turbas anarquistas» ^.
Por lo demás, no ocurrió hecho alguno de importancia; tiendas y cafés abrían
sus puertas, y los nobles arecibeños volvieron a su vida culta y laboriosa.
Noches más tarde, desde la población se veían, a lo lejos, quince incendios en
otras tantas fincas, y a la siguiente el número de los siniestros llegó a veintiuno, y
no se detuvieron los criminales en este número. Entre las casas reducidas a ceni-
zas figuró la del párroco de Arecibo, sacerdote virtuoso y muy querido de todas
las clases sociales.
Los primeros pueblos de que se posesionaron las fuerzas americanas fueron
Aguadilla y Vieques, los días 19 y 27 de septiembre, y el último fué la capital,
San Juan, el 1 8 de octubre. En el Apéndice número 33 figura la fecha exacta en que
cambiaron de soberanía cada una de las poblaciones de la Isla, suceso histórico que
no debe ser ignorado por sus habitantes.
La repatriación. — El día 14 de septiembre, por la mañana, se hicieron a la mar,
con rumbo a Canarias, los buques de guerra españoles Isabel 11^ General Concha^
Terror y Ponce de León. Un numeroso grupo de todas las clases sociales los despi-
dió cariñosamente desde la dársena del puerto, siguiendo después hasta el campo
del Morro agitando banderas españolas y pañuelos. El acto fué emocionante, por ser
las primeras fuerzas que, en cumplimiento de las estipulaciones del Protocolo, eva-
cuaban la Isla.
Representante de España. — Al cesar la soberanía española en la Isla, D. Rafael
Pérez García, subsecretario que había sido del Gobierno General, fué nombrado por
cable encargado de negocios de aquella Nación, en Puerto Rico, y por bastante
tiempo desempeñó sus funciones con inteligente celo.
A medida que se hacía la entrega de las diversas municipalidades, todas las
fuerzas veteranas se reconcentraban sobre San Juan, acantonándose en esta ciudad,
Santurce, Martín Peña, Hato Rey, Río Piedras y Caguas.
El 2 de octubre, a la una y media de su tarde, salió del cuartel de San Francisco,
^ Teniente Edwards, en su libro ya citado. — A^. del A.
1 o
en San Juan, el batallón de infantería, Provincial inlinero 3, con bandera desplegada
y al compás del pasodoble (^ídicj ejecutado por la banda, bajó hasta los muelles,
embarcando en el trasatlántico ¡s/a de ¡'andj', vapor que zar¡)ó al siguiente día por
la mañana. Id mismo buque condujo a España la batería de montaña, capitán Arbo-
leda, y dos subalternos v además algunos (luardias civiles.
El general Ortega se desesperalia porque los vapores ofrecidos por el (lobierno
de Madrid tío arribaban a tiempo ni en número bastante para cmnplimentar el texto
del Protocolo, que exigía una evacuación iiiiiieiHata de todas las tuerzas militares en
Puerto Rico. Algunos vapores que venían, procedentes de Cuba, poco o ningún ser-
vicio prestaron por llegar atestados de tropa, y muchos ele (;llos con graves epide-
mias a bordo, Pcntamentc continuó el embarque, y el día 18 de octubre sólo que-
daba por hacerlo el dozavo batallón de artillería de |:)laza, una parte de Cazadores de
Alfonso XIIl, algunos (luardias civiles y otros de Orden púl)l¡co y el General y sus
ayudantes.
Por sugestiones del almirante Scheley, la Comisión americana accedió a cpie el
Arsenal y to<ios sus edificios y terrenos futísen considerados como tierra espailoia,
izándose a la entrada esta bandera, y allí permanecieron las fuerzas indicadas hasta
el 23 de octubre en (pie embarcaron cu el vapor Moiitcv'uJeo.
Como el capitán de este buque se negara a recibir el completo de los repatria-
C R O N IC A S .^^.
dos, alegando no tener espacio disponible, el general Ortega envió a bordo un
piquete armado que ocupó militarmente el vapor, y sin dificultad alguna pudo aco-
modar toda la tropa a sus órdenes, y liasta algunos funcionarios civiles que le acom-
pañaban, liste fué el último rasgo de entereza que demostró en l\ierto Rico dicho
general.
El general Macías y su Estado :í\íayor habían al)andonado la ciudad el día l() de
octubre a bordo del vapor CoradOJ/gn. t'on la antic¡pai:ión necesaria, todas las fuer-
zas <}ue guarnecían la plaza se tendieron en doble línea desde el í'alacio a los muelles:
a su paso las músicas y l>andas batían la Charcha Real, acompañándole, ackmiás de
sus ayudantes, el secretario de (iobierno doctor Ikuu'to bVancia, el Presidente y
los miend>ros del (robierno insular, los c<')nsules extranjeros y todos los jefes
V oficiales francos <le servicio y comisiones de los organismos insulares, y ade-
más el alcalde de San Juan y concejales. San Cristóbal despidió al último capitán
general de Puerto Rico con una, salva de 2 1 cañonazos. Ras formalidades (¡ue acom-
liaron la marcha del gobernador fueron idénticas a las que tuvieron lugar el día de
S" desembarco en la ciiuiad. Ros habitantes de la misma le tributaron una cariñosa
}' entusiasta despedida.
398
A .■ K I \' \i K ( )
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CAPITULO XXV
i;i;riAi(.s momextos ljk la soiu-cranía iíspañola i^n püiírto ri.í:o
18 DI-; ; :<;ii:i5Ri': i)i{ i.s<,s. ^^^^4)(.:rr'A(;i!')x de la c-ipital
J'OR LAS I'LI'.R/AS MILII'ARKS I)]:, LOS lí.^TADOS LXIDOS. LA XI'LVA BAKI)I';RA
/• / .^ ¿ \ \ I- 1''^' df- octul>r<', tuvo lugar la última sesión conjunL'i de los Co-
' '^I^^X:'~^ I niisi(>íi'ií^l<>í^ cB¡)añolcs y norteamericanos que (nitendían en la
lli-^^ftp^" evacuacaln y entrega de la Isla, en cuinijUmiento de una de las
*!'■ _-" cláusulas del Protocolo. I )e licelio, aciuel <lía a-s.'- en Puerto Rico
la soberanía («spauola; l.oras después se v<a-ificú la entrega y
firma d(í k)S inventarios, ccuiteniendo una relación minucaosa de tfuhi c1 material de
guerra, cuarteles, castiHus v otras dependencias del (lohierno Militar. F.stos do-
cuincMitos, de gran vaJor histórico, liguran en el Ajh'ucI'ícv núm. 2.S.
Los miembros <le ansbas comisiones que durante treinta y seis días haliían lal)0-
raajo dentro de la mayor corrección )' cortesía, defendiendo cada, [larte sus propios
intereses, y and)as, ;))or (paé no dtaárlo.-, los de P'uerto Rico, dicaajn por terminadas
sus tareas entre nmtuos saludos y naturales oírecirnient{>s.
Los Comisionadi>s de los Lstadfís l/nidos se reun enm nuevamente en sesiones
privadas los tlías 16, 1 7 v' 18, durante los cuales sc: exiaidieron y cruzaron los si-
cuiicntes telet-ramas:
400 A . R I V E R O
San Juan, Puerto Rico, octubre i6, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington.
Capitán general Macías embarcó para España esta mañana con la mayor parte
de su Estado Mayor. — Brooke.
San Juan, Puerto Rico, octubre 17, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington.
El trabajo de esta Comisión terminará mañana; el general Gordon saldrá el 20
para Boston en el Mississippi^ siguiendo después a Washington, donde reportará.
Brooke.
San Juan, Puerto Rico, octubre 18, 1898.
Secretario de la Guerra, Washington.
Las banderas de los Estados Unidos han sido izadas en todos los fuertes y edi-
ficios públicos, habiéndoseles hecho el saludo nacional.
La ocupación de la Isla, actualmente, es completa. — Brooke.
Washington, octubre 19, 189S.
Mayor general Brooke, San Juan.
El Presidente me ordena transmitirle lo que sigue:
«Envío mis sinceras congratulaciones al general Brooke y a sus compañeros de
Comisión. — [Firmado) William Mac-Ktnley.»
Y al comunicárselo a usted, acompaño mis mejores deseos y feÜcitaciones.
R. A. Alger,
Secretario de la Guerra.
El 18 de octubre de 1898, fecha señalada para la toma de posesión de San Juan,
y muy de mañana, desembarcaron las compañías A^ B^ E, C, y, K^ L y M del
1 1.° regimiento de infantería y además su Plana Mayor y banda, todos al mando del
coronel J. D. De Russy, quien después asumió las funciones de comandante militar
de la plaza; esta fuerza, sin entrar en la población, siguió a Puerta de Tierra, aloján-
dose en los cuartelillos conocidos con el nombre de Barracones.
Las compañías anotadas y además dos baterías de campaña habían llegado la
tarde anterior, procedentes de Mayagüez, a bordo de los transportes Stihvater,
Gypsiuvi-Kirig y Rita.
La población aparecía tranquila; su único sentimiento era de curiosidad, unida a
cierta angustia producida por el grave suceso histórico que se avecinaba. Solamente
<: R o N 1 C A s
el comercio clemostru algún recdo, dejando C(;rr;id.-is sus tiendas a(|uclla niañana; la
noche anterior se había propalado táerto rumor qiu! justificaba tal previs¡(3n.
Yií comandante Ceísar de l'rohoran, jefe de los Cuerpos semimilítarcs, de Orden
público y Seguridad, había resignado sus íuncioiies en el inspector portorriqueño
l'^rancisco Kivera^, quien comisionó al subinspector Neponuiceno Flores para que se
encargast! de mantener el orden en la ciudad y sus barrios. Aquel jefe, con sus ofi-
ciales y subordinados, se retiró al Arsenal, lugar que, como he dicho en otra parte,
fué declarado por el general Mrooke lierra española. Flores y su gente (los del Cuer-
po de Seguridad) velaron toda la noche del 1 7 y la siguiente mañana, evitando que
tomasen cuerpo algunos intentos desordenados que se iniciaron.
Ar^
turo Méndez y José González Darder fueron nombrados celadores, y también se re^
lorzó la policía con 14 hombres más.
A las ocho llegaron desde Fuerta de Tierra 140 soldados de infantería, quienes,
por parejas, y con bayoneta armada, ocuparon todas las esquinas de la población.
I lora y media después abandonaron su transporte dos compañías de artillería,
ambas del 5.° regimiento; la (",, capitán Flenry A. Keed, y la B a cargo del de igual
erapleo Thomas K. Adanjs; éste, con sus hombres, se dirigió al Morro, castillo que,
con todas sus dependencias y material de guerra, le fué entregado por su goberna-
' CfHísln en el librt) <.ir atlas del Mxrnw
lo «If sil (^m¡)lc(» rlr (oficial de t.onibrro.s. f
ibití.xlrl 12 (le m.ivo. ^. drl A.
4''^ A . R I V E R o
dor, el capitán de artillería José Antonio Triarte y Travieso. El capitán Reed subió
hasta mi castillo de San Cristóbal, y mucho de lo que entonces allí aconteciera
puede encontrarlo el lector en la carta que inserto a continuación:
225 W, óQth Si., New York City,
Marzo 28, igzi.
Señor Ángel Rivero,
San Juan, Puerto Rico,
Mi querido amigo:
Con mucho gusto recibí su carta del 7 del corriente, 1; de memoria
le do^ los datos de mi participación en la guerra hispanoamericana,
en Puerto Rico, que fué como sigue:
En el verano de 1898 era po capitán de artillería de los Estados
Unidos, en el campamento de la reserva de artillería, cerca de Jam-
pa (Florida), donde tenía el mando de la hatería G, artillería de
campaña del 5/ regimiento; una agregación excepcional, porque con^
sistía de ocho piezas de tres pulgadas i? media de calibre, con sus fur-
gones y fraguas, y ocho caballos por cada carruaje, con el número
correspondiente de oficiales 3; soldados: unos 150 en todo; ^ figúrese
que con tan espléndido aparato ¡no había tenido oportunidad de pul-
verizar al enemigo f
Afortunadamente, más tarde, seleccionados para ir a la guerra,
embarcamos el 4 de agosto en el transporte Aransas, 3? después de
ocho días de tortuosa navegación (evitando la flota de Cervera,
como dijo el capitán del transporte), llegamos a Ponce el 12 de
agosto, donde recibí órdenes del general Miles para ''desembarcar
inmediatamente, con objeto de asistir a un ataque preparado contra,
los españoles''. Vivaqueando por la noche al lado del río Portugués,
la próxima mañana nos encontró saliendo apresuradamente al en-
cuentro del enemigo en la vecindad de Aibonito. Pero antes de llegar
vino la noticia de haberse firmado el armisticio, i? volvimos al río,
donde quedamos en campamento hasta el 17 de octubre. En esta
fecha, dejando nuestro material en Ponce, embarcamos en un trans-
porte para San Juan, a cuyo puerto llegamos a la mañana siguiente,
con objeto de participar de las ceremonias de la ''ocupación de la
plaza'\
Nosotros, los destinados al castillo de San Cristóbal, subiendo
del muelle nos cruzamos con tropas españolas que bajaban en buen
orden 1; en toda regla en busca de los transportes que debían llevarlos
a España.
Al entrar en San Cristóbal encontré allí al capitán Ángel Rivero,
de la artillería española, quien me entregó la llave del castillo (acto
C R ó NICAS
403
simbólico de rendición), p llave que conservo bien guardada, como
precioso recuerdo de la guerra. Entonces, cumpliendo con órdenes de
nuestro general en jefe, mandé cargar todos los cañones de gran ca-
libre que allí había, \? a las doce en punto, con la bandera de los
Estados Unidos desplegada sobre el castillo, hicimos, con 45 disparos,
el '* saludo a la Unión'; y poco después, otro saludo de 17 cañonazos,
como honor al general Ricardo Ortega (según su rango), jefe de las
tropas españolas. Así terminó la última ceremonia perteneciente a la
guerra hispanoamericana en Puerto Rico.
Le mando por este mismo correo una buena fotografía de la llave
y un retrato mío, en ''full dress'\ de general de brigada en 1906; no
tengo otro, ni tampoco de mi batería.
Do^ a usted los datos que me pide, de los cuales puede seleccio-
nar los que quiera; \j ahora, con muchos deseos de que salga bien en
esta empresa, so}^ su afectuoso amigo.
y/2
cs^ ^ yyj^^</--
El 16 de agosto fui presentado al general Brooke, manifestándole el general Or"
tega que él delegaba en mí ciertas funciones suyas por tener gran trabajo y poco
tiempo disponible para preparar su embarque y el de las últimas fuerzas que debían
ser repatriadas. La circunstancia de haberme concedido el general Macías autoriza-
ción, por escrito, para que permaneciese en Puerto Rico en situación de supernume-
rario sin sueldo hasta que obtuviese mi licencia absoluta, que tenía pedida, influyó,
sin duda, en mi nombramiento para tales comisiones. Allí mismo me puse al habla
con el teniente coronel, comandante principal de artillería James Rockwell, y llega-
mos a un acuerdo respecto a nuestros ulteriores trabajos.
Desde aquel momento el general Ricardo Ortega se retiró al edificio del Arsenal
y allí permaneció, excepto en dos ocasiones: una, cuando juntos visitamos, en des-
pedida suya, las redacciones de todos los periódicos de San Juan; y otra, el mismo
día 18 por la noche, cuando vestido de paisano tuvo la bondad de permitirme que
lo recibiera en mi casa.
El teniente coronel Rockwell y yo empleamos el día 17, todo él, cotejando los
inventarios y el material de guerra emplazado en castillos y baterías. Después de
repatriadas las últimas tropas españolas, y durante mes y medio, continué, oficial-
mente, en tales faenas. 1 al vez no fui, en rigor de verdad, el último gobernador de
Puerto Rico bajo la soberanía española; pero sí el último oficial del ejército español
<iue desempeñó funciones oficiales en dicha isla.
* * *
A . R] V E R O
Después qutí hube entregado, el iH por la mañana, el castillo de San Cristóbal
y lodo el material de guerra en baterías, repuestos y almacenes al capitán Rt«ed,,
formé los rirtiUprf^s a mi rnando. la tercera compañía del dozavo l)atallón de artille-
ría de plaza, y los conduje hasta
el Arsenal; luego, y siempre en
cum|)limiento de órdenes su^
encontré al teniente coronel
Rocku-cll.
Faltaría un cuarto de hora
para í'l medio día, cuatuií.) aquel
jefe me invitó a seijuirle, y ani^
boí^, (le uniforme, bajamos hasta
situarnos frente al edificio de la
Intendencia. Multitud de gentes
de toda,s las clases sociales, prc^
dominando las más huniihles,
llenaba la plaza de Alfonso XII.
y bocacalles inmediatas; la ex-
pectación era grande y el silencio
im[)onente.
I' na compañía, la ñl del re-
ginu'ento número 1 1, formada en
línea, da,ba frente al citado edi-
ficio, y en la azotea algunos ofi-
ciales V soldados sostenían una
gran bandera de la Unión.
Fá martillo del reloj munici-
pal golpeó doce veces la vieja campana, y era tan grande el recogimiento de los
espectadores, que lí)dos pudieron oír, claramente, los vibrantes tañidos cpie me
hicieron recordar los toques funerarios con (}ue la iglesia despide a sus muertos.
De improviso retumbó el cañón en el Morro y .San fíristóhal, no con tanta víve/a y
fervor como el día 12 de mayo; otros cañmies, de los buques de guerra, respondie-
1 desde la bahía y la gran bandera estrellada de los h'.stados U;
Anu
suliió, primero lentamente, luego más rápida, y al llegar al tope desplegó a los aires
sus vivos colores.
Un atjuel uu^niento lustórico (todos los que esta,ban entonces en San Juan, y aún
viven, lo recuerdan) el sol se eclipsó, y una luz anaranjada, pálida, indecisa, ilunn'nó
la ciudad de San Jiuui Ilautista de Puerto K*ico, eu el último segundo y en el que
aun ejercía sus derechos de Meln'ipoli la nación descufiridora. No liubo \'ims\ ni
€ ¡i i) K I C A S
¡///.¡■¡r/s, ni aplausos cuando una l)anda roiripi»') con los ac(n-dcs del Ilimno de
W'ásliinglon. 'ratiipoco noté en las inullitudf!S señales de hostilidad hacia los nuevos
domiiKulores; era (|ue la gravedad del rnouicnto y Jo cxeepcional del espectáculo se
reflejaba en todos los semillantes.
Halda tocado a su fin la ceremcMiia y t^ada cual volvió a sus faenas ordinarias,
koeku-ell, íoi el inslantc» en r|ue morían los nltinios acordes del Himno i(,|ue am-
bos oímos con res])eio, ¡^ojardajulo v] prinuT tiempo del saludo niilitari, me miró
yaisLias de a(|uclla liora suj)rema de mi vid;o dijo, micmtj-as a ¡-iridia ba mis manos fuer-
nente, algí:) (pie no entinidí bien, pero c]
Nos despedimos liasla la mañana venii
Además de
civil y muincip;
cimial(^s; llié mi
(ley. úe la Snnu-
la úUiina lué ¡^¡:
nis hahmie
Idi el palacio de Santa
Catalina tuvo lug-ar, a la
misma liora, el acto oficial
<lela toma de poscsit'm por
las fuerzas ndlitarea de los
I'"stadosUniilos, no sólo de
la ciudad de Saipjnan, sino
de toda la Isla. La tarckí
anterior y el I 8 por la ma-
ñana, se tiabía enviado un
gran número de invitaciones |)ara acpuíl acto a t<u;los los organismos y altos fun-
cionarios oficiales. Id, Consejo de secretarios la r(a:!bió por (Nserito, y además, su
JM-esidente, Muñoz Kdvera, fué visitado ¡lor un ayudante del general lirooke, cpiien le
A . R I V K R O
rogó no faltase; a la ceremonia ninguno de los iiiicnibros del (Gobierno autonón)ici),
(xTca ya de la hora prefijada, el sal<}n del trono del palacio apareció ocupado,
totalmente, por elevadas personaiidades. Allí estaban, rodeando al mayor general
Ikooke, y todos en f¡//7 //nss, los de igual categoría (¡rant, Sherida^n, ( iordon y el
comodoro Scheley; ¡os coroneles Hunter y De Russy, y todos los ayudantes de
aipiellas autoridades militares. A la derecha del lugar que ocupara taaitos años el re^^^^
tr.ito de los reyes de Mspaña, se situaron los cónsules extranjeros, algunos ratru'stros
prot(;stantes y hasta una v(íintena de corresponsales de periódicos americanos.
Al otro lado, aientos y graves, representa,ndo al (¡ohienu) autoniunico del país,
estaban Luis Muñoz Rivera, Juan Hernández L(>pez, Salva^dor Carbonell y Julián
ló lUancoy Sosa: el primero, presidente del Consejo y secretario del tlespacho de t io-
l^ernacióu, y los restantes, de (iraca'a y Justicia, 1-omento y 'Hacienda.; J'crmín Mar-
tínez \lllamil, alcalde de la ciu<lad, por suhstitucicHc tand)ien cotu:urrió, por los re-
(|ner¡mientos (¡uq le hiciera el general R.rof)ke, quien le regó no ai)an<lonara su puesto
hasta «pu» se eligiese un sucesor. .Asistieron como intérpretes Maximino I.uzunaris y
Han de agradí-
ite punto de la na
uitimie y complete con un <lo(ajmtmto, verdaderamente adnurable (rpie debo ah
,iena amistad rjue me jircdesa v a la cortesía que le distingue"), del últiuu;) secretarit
<: \i o X 1 C, A :
y justida del ( lohíci
en palacio e] i8 de c
1 el si ominen te ñ/í'n/ífrñ
insular de l\ierto
kico diir;
iHij Líelas,
San Juan, P. R., mayo !r¡ de 1921.
Señor D. Ángel Rivero,
Ingeniero,
San Juat'h P. R.
Mi querido amigo:
Complaciendo sm deseos, expresados en carta de abril tíílfwio,
a la que tengo el gusto de contestar, paso a hacerle una breve reseña,
hasta donde alcanza mi memoria, de la toma de posesión de la plaza
de San Juan por el Ejército americano el día 18 de octubre de 1 898,
con la salvedad de referir sólo aquellos detalles que recuerdo con
íodci claridad.
La guerra hispanoamericana había terminado prácticamente por
el armisticio celebrado entre las partes beligerantes el día 12 de
agosto de Í898, entre cavas estipulaciones estaba ¡a de que la isla de
f^uerto Rico sería ocupada inmediatamente por el Ejército de los Res-
tados Unidos, previa evacuación ij entrega de dicha isla por el Eljér-
cílo i) Gobierno de F^spaña, en la forma acordada; habiéndose seña-
lado el día 18 de dicho mes de octubre para la entrega oficial i) toma
4o8 A . R I V E R O
de posesión de la capital por el Gobierno militar de los Estados
Unidos.
Después de celebrado el armisticio, p hasta el día 1 8 de octubre
de 1898, las autoridades ^ el Ejército de España fueron gradual-
mente evcuando la Isla y su capital, en el orden p en los iérminct
convenidos.
El gobernador j; capitán general de la Isla lo era entonces el ge-
neral Macías, y debo aclarar que este alto funcionario embarcó para
España, con la mayor parte de la guarnición española, antes del día
18 de octubre de 1898, después de entregar el mando supremo al
general Ortega, segundo cabo y gobernador militar de San Juan;
y debo aclarar, también, que esto y todo lo demás que le siguió fué
hecho de acuerdo con las cláusulas del antes indicado armisticio que
puso fin a las hostilidades de la guerra; armisticio que comprendía y
obligaba por igual a todos los organismos oficiales, autoridades y
habitantes de esta isla.
Al llegar el día 18 de octubre de 1898, Puerto Rico tenía un
régimen autonómico y un Gobierno constituido, de una parte, por el
gobernador general, representante de la Metrópoli y de su auto-
ridad suprema, con un Gabinete efectivo y responsable, formado por
cuatro secretarios del despacho, en los diversos ramos de Gracia
y Justicia, Gobernación, Hacienda, Instrucción pública. Obras pú-
blicas y Comunicaciones y Agricultura, Industria y Comercio, ac-
tuando uno de ellos como presidente y, de otra parte, un Parlamento
insular, dividido en dos Cámaras, llamadas Consejo de Administra-
ción y Cámara de Representantes, iguales en facultades.
El Gabinete autonómico estaba constituido por hombres públicos,
procedentes del partido llamado liberal autonomista. El Sr. Mu-
ñoz Rivera desempeñaba la Presidencia y a la vez la secretaría de
Gobernación. El que esto escribe desempeñaba la secretaría de Gra-
cia y Justicia; Salvador Carbonell la de Fomento, y Hacienda,
Julián Blanco.
El día 17 de octubre de 1898 estaban ya cumplidas las princi-
pales estipulaciones del armisticio.
Faltaba sólo la entrega formal y oficial de la capital de la
isla, que debía de tener lugar el día señalado: 1 8 de octubre de 1898.
El presidente y secretarios del despacho del Gabinete autonó-
mico fueron previamente avisados y citados para la dicha ceremo-
nia, que debía de tener lugar el día señalado: 1 8 de octubre de 1898,
a las doce de la mañana, en el palacio del gobernador general, o sea
el llamado palacio de ''Santa Catalina'\
Puntuales estuvimos todos los miembros del Gabinete autonómico
en el sitio, día y hora fijados. Allí, en el Palacio de la Fortaleza,
CRÓNICAS 409
1? en su salón principaU encontramos al may^or general Brooke, co-
mandante en jefe del Ejército americano, con todo su estado ma]^or
^ gran número de oficiales. Cuerpo Consular y otras personas más
que no recuerdo.
Los secretarios del Gabinete autonómico fueron recibidos por el
comandante en jefe americano, con especial ^ predilecta atención y
distinción, A mí me pareció que el caudillo militar americano miraba
en nosotros la oficial y genuina representación del pueblo de Puerto
Rico.
El momento p la escena se hicieron, desde luego, graves y solem-
nes; todos guardábamos silencio, militar y absoluto, casi religioso.
Los hombres de sentimiento y de pensamiento portorriqueños que allí
estábamos, luchadores probados y entusiastas por las libertades patrias,
nos mirábamos unos a otros con fija e interrogante mirada, mudos los
labios, pero palpitantes los corazones. Nuestra mente volaba rápida,
con vertiginosa rapidez, hacia atrás unos cuantos años, en la corta
historia de nuestras vidas individuales y de nuestras luchas políticas;
y cuatrocientos años en la historia de la vida colectiva de nuestro pue-
blo, y, luego, desandando lo andado, volvía a la realidad y contem-
plaba, atónita, el momento presente, de aquel día memorable, trágico,
grandioso, decisivo, tratando, en vano, de penetrar con diáfana mirada
las nebulosidades del porvenir, que se alzaba ante nuestros ojos.
Pero, sobre lo solemne y grave de aquel inesperado p trascenden-
tal momento, en nuestra historia, había algo que se hacía oír, impe-
rioso y más fuerte que el estruendo de las baterías, y era la voz del
deber, que nos había llamado, en aquella ocasión, a ocupar nuestros
puestos, firmes y serenos, en la misión que nos tocaba en suerte, de
ostentar la representación del pueblo de Puerto Rico.
Inmediatamente después de los saludos y presentaciones de rigor,
por órdenes superiores se organizó un cortejo y desfile, en la siguiente
forma: en primer término, el comandante en jefe americano, llevado
del brazo por el Sr. Muñoz Rivera, presidente del Gabinete autonó-
mico; en segundo lugar, el almirante Scheley, llevado del brazo por
el que esto escribe, secretario de Gracia y Justicia. Después, los otros
dos secretarios del despacho, llevando del brazo, Carbonell, al gene-
ral Gordon, y Blanco, al teniente coronel Hunter, abogado de la Co-
misión. Y en seguida, el Cuerpo Consular, oficiales y funcionarios.
Partimos de los salones de la Fortaleza, bajamos su escalera prin-
cipal y toda la comitiva fué a colocarse en la plazoleta que está de-
lante de la puerta de entrada al edificio, guardando el orden de pre-
ferencia apuntado y situados el general en jefe y Gabinete autonómico
a la derecha (saliendo).
Serían las doce, más o menos, de una mañana clara y espléndida.
4IO A. R I VER O
En la calle de la Fortaleza, dando frente a ésta \; delante de su pla-
zoleta, había tendido, en correcta formación, parte de un regimiento
de infantería americana, con sus banderas, banda de música j? algu-
nos jinetes.
El resto de la caballería, en corto número, había sido distribuida
por diversos puntos de la ciudad, vigilando y guardando el orden
público.
Sobre lo alio del edificio de la Fortaleza, en su fachada principal,
se ostentaba el asta de la bandera completamente desnuda, es decir,
sin bandera alguna, ni española ni americana; pero sí, pendiendo de
su tope, un largo j; doble cordón corredizo que caía y llegaba hasta
el pavimento de la calle.
Y así las cosas, llegó el momento crítico; podía oírse el vuelo de
una mosca, como vulgarmente se dice. Tendí la vista ^ abarqué, de
lleno, la brillante y emocionante escena.
El comandante en jefe, el general Brooke, estaba militarmente
cuadrado, fnmóvil su semblante, de noble i? valeroso soldado, tenía
la rigidez del bronce. A su lado estaba Muñoz Rivera, sombrío e im-
penetrable. Yo ocupaba el sitio inmediato, y sobre mi brazo se apo-
yaba, fuertemente, el almirante Scheley, lesionado como estaba en
una pierna a consecuencia de un fuerte golpe recibido. No sé cómo
parecería yo a los demás exteriormenie, pero en mi fuero interno, mi
total pensamiento estaba concentrado en la extraordinaria trascen-
dencia del acontecimiento que presenciaba y en la meditación de lo
que pudieran ser sus necesarias e ineludibles consecuencias.
Todos los generales, oficiales y soldados americanos ofrecían la
más severa, disciplinada y respetuosa actitud y continente.
De pronto, en aquel cuadro, de luz y de color, una figura saliente
y vigorosa llamó poderosamente mi atención, produciéndome emoción
profundísima de admiración y simpatía. En sitio visible y preferente,
en la más dolorosa de las pruebas, ocupando su puesto, pálido, frío,
impávido y estoico, estaba allí, como la propia estatua del deber, el
alcalde español de San Juan, el íntegro y noble asturiano D. Fermín
Martínez Villamil.
Allí no estaba, allí no estuvo el general Ortega, comandante mili-
tar de la plaza de San Juan, que no figuró en la ceremonia, ni tomó
parte en ella, bajo ningún concepto.
Un alto oficial americano, llevando en sus manos una gran bande-
ra de las franjas y las estrellas, se destacó del grupo militar y, asistí-^
do de otros oficiales americanos, la amarró, en forma adecuada, a
los dos extremos del doble cordón corredizo que pendía del asta de
bandera enclavada en lo alto del edificio de la Fortaleza, y una vez
que esto fué hecho y terminado, en tal instante, una orden fué dada.
CRÓNICAS 411
sonó el clarín militar de órdenes, seguido de imperiosas voces de man-
do, 3; todos los jefes, oficiales ^ soldados presentaron armas, los fun--
cionarios civiles quitamos los sombreros de nuestras cabezas, la banda
de música de la fuerza americana tocó el ''Himno de Washington',
los cañones de San Cristóbal, del Morro \j de los buques de guerra
americanos surtos en la bahía sonaron, a la vez, con el fragoroso es-
tampido de sus repetidas descargas, algo así como un clamor de voces,
alegres y dolorosas, vibró en los aires, ]) al mismo tiempo, majestuosa,
estrellada, teñida con sus vivos colores, blanco, rojo y azul, orgullosa,
alegre y triunfadora, besada por los rayos del sol tropical, acariciada
por las brisas del A tlántico, izada por sus propios soldados, comenzó
a subir y a subir, camino de lo alto, la bandera de los Estados Unidos
de América, hasta llegar al tope, al extremo superior del asta que se
ostentaba, enclavada, en lo alto del Palacio de Santa Catalina,
Simultáneamente fué izada también la bandera americana en los
castillos de San Cristóbal i; el Morro, casa de Ayuntamiento y en
todos los demás edificios públicos de la ciudad de San Juan.
Y de esta manera tuvo lugar la ceremonia simbólica del cambio
de soberanía y quedó abierto el nuevo libro de su historia para el
buen pueblo de Puerto Rico, mero espectador y testigo en el gran
drama que terminó aquel día y que decidió de su suerte futura.
Había terminado, en su epílogo final, el imperio político de la
madre España en las tierras de América por ella descubiertas, colo-
nizadas y civilizadas; aquel grandioso imperio cuyos confines em-
pezaban en las llanuras de California, Texas y Florida, para llegar
y extenderse hasta las playas del ''Estrecho de Magallanes'', tocan-
do, por uno y otro lado, con los dos grandes Océanos del planeta.
La bandera de oro y grana, la bandera de la nación descubrido-
ra, no fué arriada en la descrita ceremonia. El ejército de América^
vencedor, no le impuso semejante humillación. Ella estuvo en lo alto
del Palacio de Santa Catalina y en lo alto de los castillos y edificios
públicos de la ciudad de San Juan, hasta la puesta del sol del día 17
de octubre de 1898; y, en cumplimiento del Armisticio que puso tér-
mino a la guerra hispanoamericana, de esas alturas fué retirada en
la tarde de aquel día por la mano filial y amorosa de sus propios sol-
dados, de los soldados valerosos que la defendieron y glorificaron con
su sangre y entre el humo de la pólvora en los campos de batalla.
La bandera de España, repito, no fué arriada por la mano de los
soldados de América. Ellos no lo hicieron, y no creo yo lo hubieran
hecho nunca, siendo, como son, americanos, y sabiendo, como saben,
que ella flotó gloriosa al viento el día feliz e inmortal en que el gran
Almirante descubrió, para el mundo y para la Libertad, la sagrada tie-
rra de América.
412 A . RI VER o
Y no más, amigo mío; perdone esta desalmada descripción que
hago, al correr de la pluma, i? en medio de las fatigosas tareas de
mis actuales deberes públicos.
Seguramente que he olvidado mucho en nombres i? detalles, aun-
que no en lo fundamental; pero han pasado veintidós años i; mi mente
ij mi memoria están /loj; día embargadas por ideas, preocupaciones 3;
responsabilidades diferentes ^ distantes esos veintidós años de las
que llenaban mi pensamiento en los días a que he hecho referencia,
Y seguramente, también, que no vivimos ^a aquellos días. Son re-
cuerdos de un pasado que, en su ocasión, fué el término de toda una
época, de una dominación política, pero que en la vida p en la his-
toria de nuestro pueblo debemos considerar i? lo consideramos, a la
hora presente ^ con la vista en el mañana, como un alto, sí, pero a
la vez como un punto de partida.
Estamos viviendo veintidós años después y, sin dejar de rendir
culto a la Historia y de aprender y meditar en sus páginas de oro,
para recoger la legítima herencia del pasado 3; aprovechar sus ense-
ñanzas, es, sin embargo, nuestro patriótico deber, ahora, afrontar el
presente p continuar, sin descanso j; sin interrupción, nuestra constan-
te marcha hacia un porvenir más venturoso cada día, en cumplimien-
to de la ineludible /ep del progreso, que es le^ de Dios.
De usted con toda amistad j? con la más alta consideración, su muy
afectísimo amigo.
Los periódicos de aquel día y siguientes, sin una sola excepción, publicaron es-
critos sensatos y caballerosos; en algunos, esmaltados de bellas frases, dábase el
adiós postrero a la bandera de la Madre Patria, y sabios consejos de unión y con-
cordia al país portorriqueño. Para que la inteligente juventud que se levanta, y en
cuyos hombros ha de gravitar, muy pronto, la pesadumbre de grandes responsabili-
dades, reciba una visión exacta de aquellos sucesos, transcribo algunos párrafos de
cierto artículo de colaboración, insertado en un diario de San Juan:
C'" R O N 1 C A S
413
«Por eso podemos con la fronte levantada, aunque con el cora/ón lleno de angus-
tia, exclamar en este día: ¡adiós patria de nti idioma, de mi religión y de mis tradi-
ciones veneradas; te aJejas para sieni[)re de esta, tierra en cpie me tocó nacer, pero
reinarás por siempre también
en mis sentimientos y en rnis
cultos!
!£ n tu ver 1) o d i v i n o m e
liicicn'on las ¡primeras caricias
i|ue dc^spertaron mi ser a uno
de los más sanios v nol)les
afectos del alma; en él juré
amor eterno ;? la mujer idola-
trada que me arrebató en hora
tempnma el deslino, pc^ro ipie
vive con culto vivísimo en mi
recuerdo; en ('1 mi madre;,
también idolatrada, me enseñé)
a balbucear las primeras ora-
ciones ante el trono riel Inter-
no; y en él, seguramente, ele-
varemos la última plegaria, ¡lara
que acoja nuestra alrna en los
senos eternos <le su infinita nñ-
scrtcordia.
V volviendo ahora a nuestra
tierra querida, a la que con fé-
rreos lazos quedamos atados, v
al resolvernos a ingresar en el
nuevo estado d<^ dereclio que en •■' >>:-^>"" ¡'•■^'■••<i'i «it^i r.-iüiucí! vspniu,}^
ella se crea, venimos dispuestos
a prestarle todo el concurso tle nuestra pobre inteligencia, pero con gigante volun^
tad ejercida, para dar solución a los problemas que más interesan a su porvenir.
Uue si en todo tiempo las necesidades de la lucha por la ex¡stend;i la apnmnal)an
para acelerar sus progresos, hoy (pie el destino la, Ikíva al seno de la nación más ac-
tiva, la de mayor empuje y amlacia para sus empresas, <le todas las que constituycm
la moderna civilización, esos apremios suben de punto si no queremos ser elimina-
dos y ver desliedla para siempre la base de imestro liienestar.
Lucas Amaoiío.»
El l<S de octubre circuló la (¡arf/a de /'ncrtu Ríen, órgano dtd Cobierno, oste
tando en cabeza el águila americana, en sutistiindón del escuoo español. I''ueron lior
lires previsores los que editaban aquel ¡icriódico.
A . K I \' ¡i R ( )
Gaceta de Puerto-Rico.
■ SE PU BLICA
Todos los días neiios los Inne:
S-E SUSCRIBE
Eu la liiprenia ds Sucesióa J. J. Acostá-Forialea 21
MAITES IS DE OCTlJBIiK
GOBIEENO ÍNSULAFl
BB PÜEEIO-BIOO
SMbsewetarfa
.M, dct Ktoo. ar. Secíetatlo del
Loqnew Iisoo nútiliao p
fmiúk ¡mmáá do Puerto-Eico
comÜmscia
!{1 general Drooke, quien desde este día asumió las funciones de goliernador ge
al de Puerto Rico, publicó su ¡primera orden, (jue lucia siguiente:
:ks c.kkv.ka
Xúin. 1.
.TARTEf. r.KXKRAI, DKl, 1 ílil'AR FAMKXTo DE PUKRTO RKA)
San Juan, nctuhrc |S <lc iSoS.
f. — C'unipliendo las instrucciones del [)residcnte de los lístrulcs Unidos, el que
suscribe asume desde hoy <d mando del Departamento d<^ Puerto Rico.
Ib ^d'ara (X)nveniencia de la administración m¡Iit;u' y lavil, el Departamento de
Puerto Rico se divide en dos (2) distritos geográficos, a, saber:
II b — tJ f/isínto iie 'FúiiCi\ i:uyos líndles c(hti prenden las jnrisch'cciones de Agua-
dilla, Alayagiiez, Ponce y (iuayama. (Jueda flesignado para este mando, <:()n cuartel
general cm ¡a ciudad <le Ponce, el brigadier general (my V. llcnry, del Cuerpo de \ó>
iimtarios de los b:stadus Unidos.
W .— ^^m dist> iio líe Súii y'iidii^ cuyos línu'tes comprenden las jin-isdiccioncs ile
CRÓNICAS 415
Arecibo, Bayamón, Humacao e islas adyacentes. Queda encargado de este mando,
con cuartel general en San Juan, el brigadier general F. D. Grant, del Cuerpo de Vo-
luntarios de los Estados Unidos.
V. — Los jefes de distrito son responsables del suministro, salud, eficacia y dis-
ciplina de sus respectivos mandos, según disponen los Reglamentos y Ordenes del
Ejército, y quedan facultados para hacer, o disponer se hagan, cuantas inspecciones
sean necesarias al efecto.
VI. — En ningún caso podrán los Tribunales de Puerto Rico ejercer jurisdicción
sobre crímenes o delitos cometidos por oficiales o soldados pertenecientes al Ejército
de los Estados Unidos, o por personas que dependan o se hallen al servicio de dicho
Ejército, como tampoco sobre ningún crimen o delito cometido contra cualquiera de
éstos, por vecinos o transeúntes del territorio. En tales casos la jurisdicción compete
a los consejos de guerra o comisiones militares.
VIL — Los jefes de distritos quedan asimismo encargados de mantener la paz y el
buen orden entre los vecinos, dentro de los límites de sus respectivos distritos; pero
no han menester circunscribirse a dichos límites en cuanto a la persecución y arresto
de delincuentes, si así lo exigiesen las circunstancias. La protección de vidas y ha-
ciendas será objeto de su particular cuidado, y exigirán a sus subordinados el más
estricto y eficaz cumplimiento de todos los deberes relacionados con la administra-
ción civil, de igual modo que con la militar.
VIII. — Con la cesión de Puerto Rico e islas adyacentes a los Estados Unidos,
quedan rotos los lazos políticos que unían sus habitantes a la Monarquía española, e
ínterin resuelva definitivamente el Congreso, el presidente ae los Estados Unidos, en
su calidad de general en jefe, ha puesto al recién adquirido territorio bajo un Go-
bierno militar, el cual es absoluto y supremo. Pero allí donde los habitantes rindan
obediencia a los representantes civiles de la ley y del orden, no es su propósito que
intervengan las autoridades militares. En los casos en que se dejase de rendir tal aca-
tamiento a la ley y al orden, la autoridad militar auxiliará a la civil, con fuerza armada,
para facilitar la captura y castigo de malhechores.
IX. — ^Las leyes provinciales y municipales hasta donde afecten la determinación
de derechos privados, correspondientes a individuos o propiedades, serán mantenidas
en todo su vigor, a menos que no resulten incompatibles con el cambio de condicio-
nes realizado en Puerto Rico, en el cual caso podrán ser suspendidas por el jefe del
Departamento. Dichas leyes serán administradas materialmente, tales como existían
antes de la cesión de los Estados Unidos. A este ñn^ los jueces y demás funcionarios
relacionados con la administración de justicia que juren fidelidad a los Estados Uni-
dos, administrarán las leyes del país en lo relativo a asuntos entre particulares; pero
en los casos en que se negasen a prestar dicho juramento de fidelidad, o que delin-
quiesen en sus funciones o cualquiera otra causa, el jefe del Departamento ejercerá
su derecho a destituirlos y nombrar a otro en su lugar. Para cooperar a la ejecución
de las leyes provinciales y municipales se conservarán los actuales organismos de
Orden público y Policía, hasta donde sea practicable y necesario, siempre que la leal-
tad de éstos a los Estados Unidos quede asegurada.
X. — La libertad del pueblo para dedicarse a sus habituales ocupaciones no sufri-
rá menoscabo alguno. Las propiedades particulares pertenecientes a individuos o
4i6 A . R I V E R O
Corporaciones; todos los bienes y edificios públicos pertenecientes a los Estados
Unidos, al Gobierno provincial o a los Municipios, y todas las casas-escuelas, igle-
sias y edificios consagrados aí culto serán debidamente protegidos.
John R. Bkooke,
Mayor general Jefe del Departamento de Puerto Rico.
Todos los funcionarios civiles de la Administración, desde el presidente Muñoz
Rivera al más humilde portero, fueron invitados a suscribir el siguiente documento:
«Yo juro solemnemente renunciar, para siempre, a sumisión y fidelidad alguna
a todo príncipe, potentado, estado o soberanía extranjeros, y particularmente al es-
tado y soberanía de España.
Y juro, además, que mantendré y defenderé la Constitución de los Estados Uni-
dos contra todos los enemigos exteriores o interiores; que la acataré con lealtad y
sumisión, y que contraigo este compromiso libremente, sin reserva o propósito de
evadirlo.
(Firma del interesado.)
Suscrito y jurado ante mí, hoy de año de N. S. l
Por virtud del acto realizado del cambio de soberanía quedó de hecho sanciona-
da, en Puerto Rico, la separación de la Iglesia y del Estado. Tan grave problema que
había costado en otros países ríos de sangre y tempestades de odios, se resolvió
aquí con un simple trazo de la pluma del general Brooke.
Por la tarde, y en las primeras horas de la noche, algunos soldados españoles y
americanos pasearon juntos, y como buenos camaradas entraron en los cafés y reco-
rrieron las calles altas de la población, sin que ocurriese incidente alguno. El 19 de
octubre, y en el parte oficial que recibiera el jefe de la Policía, no se consignó un
solo desorden, robo ni pendencia.
San Juan, con su conducta discreta, rebosante en dignidad y cautela, escribió
una bella página en sus anales demostrando que, en los momentos más críticos de
la vida de los pueblos, entusiasmos y protestas deben ser reservados para la propia
ocasión.
t; R o N r c A s
4i7
l'Á Poder judicial quedcS restablecido en la siguiente forma, constituyendo los ele-
gidos el más alto Tribunal de Justicia de Puerto Rico: íVesidente, José i'onrado Her-
nández; magistrados, Francisco de P;ni1a Acuña, ;\ríst¡des í\laragliano y José Severo
Quiñones; fiscal, Rafael Nieto Abolles; secretario de íiohierno, Julio 'María Padilla, y
secretarios de Sala, los escribanos Falcón y Menéndez. P"l ¡)residente juró ante el
juez 1 lunter, y ante aquél lo hicieron, después, todos los magistrados.
F-1 mismo día, Ricardo íjicosta v lesús 'Sí. Ross)' fueron designados para ¡urces
<le [)riniera instancia de los distritos de San P'rancJsco y Catedral, rcspectivaniente.
Pa nueva Adin¡nistracié>n, al iniciar sus funciones, se encontró desprovista de re-
cursos pecuniarios. P-l l8 de octubre, cuando el tesorero de Puerto Kicr) abriéi la
caja de caudales, sólo eni:ontró en ella una moneda de oro ecuatoriana, de escaso
valor. Las últimas nóminas y las li(]iiídaciones de pluses y haberes a los oficiales v
tropa habían consumido totalmente el efectivo de Tesorería.
('omen/.aba para todos una vida nueva; urgía reorganizar toilos los servicios,
crear nuevas fuentes de ingresos y defender los legados de nuestra i\ladi-e Patria:
idioma, religión, costumbres y tradiciones.
Plabía terminado la guerra; los canotiés rodaron hacia sus parques, y los fusih^s
volvieron a sus arniercis, y muchos de los soldadc>s de la l;ni(Hi retornaron a sus
h'ígares. h'ero en aquel mismo día, y en aquella misrna hora, una legiém de portorri-
queños levantó banderas de guerra y se lanzi'» al i;am[)o de las ideas para demostrar
la capacidad del pu<d")lo en el manejo de sus propios asiintiJs, y el indiscutible dere-
nhü que les asistía para recabar del ílobiern(^í metropolítieo el cumplimiento de las
solemnes protnesas de liliertades y venturas v¡sluml)radas en la generosa prochuiui
'le general Nelson Appleton \files.
4i8
A . R 1 V E R O
CAPITULO XXVI
ADIÓS A LA BANDERA
EL 22 DE OCTUBRE. - EL 23 DE OCTrJBRE.--VtJELTA A LA VIDA CIVIL
L 22 de octubre, a las cuatro de la tarde, el 12.'' batallón á§
artilleiía (mi batallón) salió del Arsenal, con bandera desplegada,
mientras la banda de cornetas batía la Marcha Real. Vibró el clarín
de órdenes, y Ja tropa hizo alto en la explanada cerca del muelle.
El general Ortega, rodeado de sus ayudantes y de un buen
número de amigos personales, habló así, con voz temblorosa y
húmedos los ojos:
— ¡Adiós!, nos vamos; amo a Puerto Rico y a sus nobles hijos; deseóles hoy
un dichoso porvenir. ¡Adiós a San Juan!, plaza de la que fui el último gobernador
poi la Corona de España. No la rendí, ¡no! Usted sabe (dirigiéndose a mí) que antes
de arriar la bandera frente al enemigo, hubiéramos volado la Santa Bárbara de San
Cristóbal. Cedí la plaza, porque soy un soldado y debo obediencia a los Poderes
constituidos. lAdiós 1
Lágrimas ahogaron su voz, y no fué sólo el general Ortega quien llorara aquella
tarde. Atracaron lanchas y falúas, y en poco tiempo, el General, sus ayudantes y todo
el batallón abordaron el Montevideo] al siguiente día, por la tarde, debía zarpar la
expedición. No subí a bordo; en un bote de vela me mantuve al costado del buque,
enviando al general una caja de cedro que contenía todas las banderas de los cas-
íiLLos, baterías y EDIFICIOS DEL GoBiEKNo. Estas banderas no fueron arriadas ^\ 18 de
42C) A . U ¡ V !•: R ( >
octubre, como se Ita escrito, por<|ue desde la víspera estaban en mi poder. Aquellas-
banderas pude verlas, algunos años más tarde, en un museo de -Madrid ', y no sin
cierta einoeiún posé mis labios sol)re una de ellas, la que aferré al toj)e en mi casti-
llo el día 12 de mayo de l8()8; hi que vio correr la sangre de mis artilleros; la que
cubrió el torso mutilado del obrero Martín t'epeda. Aun olía a la pólvora quemada
de 200 cañonazos.
Id 23 de octubre, a las seis de la tarde, la hélice del Monteruko batió las aguas de
la lialiía,, rugii'» la sirena y el hernioso trasatlántico enfiló el canal de salida.
\' entonces ocurrió alg'o grande, algo épico, que recuerda hazañas y Ijízarrías de
.K'ocroy y 'ÍVafalgar, las baterías de San Cristóbal, ;¡os mismos cañones de mi viejo
castillo! hablaron con sus negras bocas de fuego, dando el postrimer adiós a los arti-
lleros que por años habitaron su recinto; -a su haiiihjra^ i\\w durante ¡a guerra llameó
{gallarda a los vientos de la mar en lo alto de sus almenas; 2 1 cañonazos fueron dis-
parados f)or orden del capitán Rcícd, y a tan caballeroso alarde rf'sp(nidió la, nave
con saliuJos de banderas.
/\ bordo se dal)an r/iv.ifx; los muchachos de mi balería, mis loo com[)añeros, me
sa!udal)an con sus gorras y pañuelos. El C.ieneral me gritó desde la borda: -qllasta la
vista! '>; el Afontevhtfo pasó frente al arsenal, a la I'uerta de .San Juan, }' emljocó la
salida; buen golpe de gente le seguía desde tierra en cariñfisas maidfcstaciones de
rlespeclida. Varios t>otes- -eiitre ellos el que nos conducía a mi esposa y a mí -mar-
chaban detrás; y ya, mar afuera se cambiaron los últimos saludos; viraron los botes,
y a mi regreso, cuando navegaba bajo el cañón del M,orro, aun pude divisar las palo-
mas blancas de nul pañuelos que revoloteaban en cariñoso saludo.
Volvi a .San luán; ellos regresa.l)an a su patria v vo a la mía.
CAPITULO XXA'll
PARTIDAS DE BAKDOLERr)S OUI^ INFRSl'AROK LA ISEA
()i\I(3 algunos pueblos, al ser evacuados, en la fecha acordada, por
las fuerzas españolas, <|ücdasen sin guarnición ajguna ni policía,
bastante (|uc los custodiase, surgieron en gran parte de la Isla nu-
merosas partidas de ladrones y de incendiarios. Ko guiaba a estos
hombres, excepto en contados casos, el deseo de represalias, ven-
ganzas políticas ni otro fin de auxilio a la invasión americana, ni
razones algunas )ustificables en el período de postguerra; fué un acto de vergonzoso
bandidaje, en cpie isleños, peninsulares y portorriqueños, fueron nuierios, ro!)ados v
vejados, y también sus esposas y sus familiares, bai el ¡ hay'io dv la (¡nerra podrán
encontrarse detalles de estos sucesos, qne, en parte, fueron atajados por ambos gene-
rales, ^1a<:ías y ^Oles.
Meses después murieron en garrote vil, en l'once, ctiatro forajidos, que así paga-
ron sus erínienes; otros han fallecido de nuierte natural, y algunos viven aún seuala-
<los por la opinión pública y fiscalizados por sus propias conciencias.
Ftllos y otros, si realmente hubiesen sido separatistas, pudieron levantar el país
en armas, cuando lo pedía el doctor bletances, y acorralar las tropas españolas antes
y después de la invasión, auxili;ulos por el 1)1í){]U(H3 de la Isla; pero les hié más fácil
tarea teñirse las caras con negro humo (los /ñwr?//e.v fué el nombre que les dio el
pueblo,), y cayendo sobre gentes y caseríos in<lelensos, realizar sus fechorías; y como
'•ste es un libro escrito por un homlire que no tiene mtede» a la verdad, es por lo
'lile aquí se condenan, y nunca con suficiente dureza, los actos vergonzosos realiza-
422 A . R I V E R o
dos por aquellas turbas desenfrenadas, a fin de que el horror al pasado sirva de sa-
ludable lección en el porvenir.
No fué Puerto Rico quien tales desmanes cometiera; fueron unos pocos hombres,
varios centenares tal vez, y sobre ellos, únicamente, debe recaer la condenación de
los historiadores.
Cuando las tropas españolas evacuaban la Isla, reconcentrándose en San Juan,
todos los pueblos, y hasta los habitantes de los campos, las despidieron entre víto-
res y flores; cada vez que un transatlántico, abarrotado de soldados, zarpaba del
puerto, las multitudes, agitando pañuelos y banderas, lo seguían por el Campo del
Morro, hasta perderlo de vista. Pasada la guerra, y calmadas las pasiones, sólo se
vio en aquellos soldados valerosos y sufridos la representación genuina de los com-
pañeros de Ponce de León, que rescataron esta isla de manos de indios primitivos,,
plantando en ella la Cruz del Salvador, y extendiendo por lomas y valles las bendi-
ciones del Cristianismo, y los esplendores de refinada cultura y civilización, que
aún conservamos, aumentados, y de que nos sentimos justamente orgullosos.
El general Maclas, al tener noticias de tan criminales sucesos, dirigió al general
Brooke dos comunicaciones, que se estampan a continuación:
GOBIERNO GENERAL
DE LA
ISLA DE PUERTO RICO
Excelentísimo señor:
La perturbación consiguiente al estado de guerra que hemos atra-
vesado ha traído consigo la natural excitación de pasiones contra es-
pañoles establecidos en la Isla hace muchos años, donde poseen inte-
reses, hacienda p comercio dignos de respeto "^ protección.
En Barceloneta, Lares, Ponce, Ma^agüez ]; otros pueblos han
sido los comerciantes j; propietarios españoles objeto de serias amena-
zas \; aun de saqueos, que han puesto en gran riesgo sus vidas \j han
destruido en parte sus intereses, indudablemente sin conocimiento de
las autoridades regulares americanas, porque de otro modo esto]) se-
guro de que habrían evitado, como evitarán seguramente en lo porve-
nir, nuevos desmanes en perjuicio de los aludidos intereses.
Mi Gobierno me ha ordenado velar por los americanos, p así lo
efectúo, no permitiendo el más pequeño desmán contra ellos.
En justa reciprocidad, ^o espero de V. E. que se servirá dictar sus
órdenes para que las personas y bienes españoles en territorio ocupado
por las tropas de su digno mando se hallen protegidos cual correspon-
de, toda vez que ya han sido objeto de abusos y tropelías en algunos
pueblos.
CRÓNICAS 423
Representando el Gobierno de los Estados Unidos el orden, 3? dis-
puesto, como se halla, a sostener el respeto a las personas 1? propieda-
des, confío que V, E. se servirá prestar su leal \^ decidida cooperación
a la obra humanitaria ^ beneficiosa a que hago referencia.
Besa la mano de V. E, con todo respeto. Dios guarde a V. E. mu-
chos años.
Puerto Rico, 7 de septiembre 1898.
Manuel MAGIAS
Excmo. Sr. }. R. Brooke, ma^or general, comandante de las fuerzas
Norteamericanas.
GOBIERNO GENERAL
DE LA
LSLA DE PUERTO RICO
Excelentísimo señor:
Tengo noticia de que los voluntarios que han permanecido leales
a la causa de España, ^ que pa han entregado las armas, al retornar a
sus casas para ponerse al frente de sus intereses, son objeto por parte
del populacho exaltado de insultos j? de vejaciones, como ha sucedido
ya en Mayagüez y otras localidades.
Claro es que de estos hechos no tienen conocimiento las autorida-
des militares, pues de otro modo habrían dictado bandos para im-
pedirlo, p siendo esos voluntarios elementos respetuosos p gente de
trabajo, que estoy seguro no han de dar motivo para perturbar el or-
den, me permito recomendar a V. E. se sirva dictar sus disposiciones
para evitar los aludidos abusos.
B. L. M. de V. E. muy respetuosamente.
Dios guarde a V. E. muchos años. Puerto Rico, 8 de septiembre
de 1 898.
Manuel MAGIAS
Excmo. Sr. J. R. Brool^e, mayor ^general, comandante del Ejército
de los Estados Unidos.
Estas cartas oficiales obtuvieron la mejor acogida por parte del general Brooke
y órdenes severas fueron transmitidas a todos los jefes del ejército de ocupación de
la Isla para reprimir, con mano fuerte, aquellas lamentables ocurrencias.
En septiembre 1 9, 1898, y durante el sexto meeting de los comisionados para la
evacuación de la Isla y como resultado de cierto requerimiento de Ortega, el mayor
general Brooke hizo las siguientes manifestaciones:
424 A. RIVERO
Respecto a la disposición de nuestra tropa, el general Ortega puede fiar en nos-
otros; nos proponemos, en cada caso, asumir la responsabilidad de nuestros actos, y
en conexión con esto yo deseo leer un memorándum que he escrito.
General Brooke, (Leyendo un documento.) — He recibido una queja de dos es-
pañoles residentes cerca de Gales, Jenaro Seguí y Antonio Márquez, afirmando que
una partida sediciosa de nativos había robado y quemado sus propiedades. Hay una
fuerza de la Guardia civil que, de acuerdo con el mapa que aquí tenemos, está más
cerca de aquéllos que las tropas de los Estados Unidos. Dichos caballeros me han
dicho ayer tarde, cuando hablaron conmigo, que la Guardia civil de Gales había de-
clinado toda acción referente a los actos que se denuncian. Por eso yo les di una
carta, dirigida al comandante de mis tropas en Utuado, ordenándole que arrestase y
pusiera en prisión a todos los que habían cometido tales ultrajes, y yo estaré al cui-
dado de que las autoridades civiles de aquella población castiguen tales actos; si ellas
no lo hacen, yo intervendré.
Pero no puedo entender por qué la Guardia civil de Ciales no intervino, cuando
estaba más cerca que nuestras tropas. Puede que haya alguna línea jurisdiccional
que limite las funciones de cada puesto, aunque creo que en estos tiempos deben
desaparecer tales barreras. El general Miles me dijo que el terreno neutral, entre las
avanzadas de ambos ejércitos, debía ser vigilado de común acuerdo, y, por tanto,
cuando él dejó el mando y yo lo tomé a mi cargo, siempre tuve presente aquella
advertencia y siempre pensé que la Guardia civil española tomaría acción sobre
cualquier ofensa que llegase a su noticia, aun cuando para ello necesitase atravesar
nuestras líneas, toda vez que ellos podían tener conocimiento de los sucesos antes
que nosotros.
Por tanto, ejerceré, como lo he hecho en este caso, jurisdicción sobre todo el
país y sobre sucesos que pudieran ocurrir en el mismo pueblo de Ciales, haciendo
indagaciones y aprehendiendo a los instigadores de hechos contrarios a la ley y
también a toda la banda, poniéndolos bajo el rigor de los Tribunales. Si la Guardia
civil de ustedes hace arrestos en lugares que estén próximos a ser evacuados y me
entrega sus prisioneros, acompañando un atestado de sus delitos, ustedes pueden
estar completamente seguros de que yo haré justicia.
Deseo manifestar a estos caballeros de la Comisión española, para que lo entien-
dan bien, que esta Comisión que yo presido no ha venido aquí para tolerar ofen-
sas o faltas de humanidad en forma alguna. Todo bandido, todo asesino, todo
ladrón o cualquier persona que desobedezca la ley, recibirá su pronto castigo, a ma-
nos nuestras, en la misma forma que lo hubiera recibido del Gobierno español.
El Capitán general de Puerto Rico, pocos días después de suspenderse las hosti-
lidades, en virtud del armisticio, había publicado la siguiente proclama:
CRÓNICAS 425
DON MANUEL HACÍAS Y CASADO,
TENIENTE GENERAL, DE I.OS EJÉRCITOS NACIONALES, GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAIv
DE ESTA IST^A, ETC., ETC.
Hago saber:
Que habiéndose levantado algunas agrupaciones o partidas, que sin bandera co-
nocida unas, y titulándose otras auxiliares de las tropas invasoras, merodean por los
■campos y pueblos desguarnecidos, sembrando la alarma y el desasosiego entre los
habitantes pacíficos, y decidido como estoy a ser inflexible con los que en las pre-
:sentes circunstancias atenten o puedan atentar a la seguridad de cosas y personas,
Ordeno y mando:
Artículo l.^ Todo el que tenga en su poder armas de mego, municiones y ar-
mas blancas, que por su forma y condiciones no deban considerarse como de tra-
bajo y no pertenezca al Ejército o a sus batallones o compañías de voluntarios que
conservan aún su organización, las entregarán en el término de tres días, a contar
desde la publicación de este BANDO, en cada pueblo, a la autoridad militar del
punto de su residencia, y de no haberla, al alcalde de la jurisdicción, en la inteligen-
cia de que el que no lo haga, será tratado como reo de delito contra el orden pú-
blico y juzgado con todo el rigor de la ley.
Artículo 2.° Las partidas o grupos armados que sin la competente autorización
se levanten en el distrito, serán disueltas con las armas por la fuerza pública, y los
que las formen serán juzgados en procedimiento sumarísimo y considerados como
reos de los delitos de traición, rebelión, contra el derecho de gentes, devastación o
saqueo, según los casos, aplicándoles el Código de Justicia militar, cualquiera que
sea su condición, sin que les sirva de disculpa ni pretexto el haber sido obligados a
formar parte de dichos grupos y sin perjuicio de las responsabilidades en que pue-
dan incurrir por los demás delitos de carácter común o militar que cometan.
Artículo 3.° Los que aisladamente violen tregua, armisticio, capitulación y otro
convenio celebrado con el enemigo; los que maltraten a los prisioneros, los que ata-
quen hospitales, los que destruyan templos, bibliotecas, archivos, acueductos y vías
de comunicación; los que ofendan a un parlamentario; los que destruyan, inutilicen
o substraigan libros, registros y otros documentos de interés que pertenezcan a las
Autoridades, Cuerpos o dependencias del Estado y los que despojen a los heridos o
prisioneros de sus efectos, serán también juzgados por el mismo procedimiento su*
marísimo, aplicándoles el Código militar aunque no pertenezcan al Ejército.
Puerto Rico, 15 de agosto de 1898.
Macías.
Después del 18 de octubre, patrullas de caballería americana persiguieron sin
tregua a los revoltosos, y últimamente, creado ya el cuerpo de Policía insular, am-
'bas fuerzas, en combinación, restablecieron el orden en todas las jurisdicciones.
426
A . 'R 1 V E R O-
Cuando los ríos desbordan de sus cauces, flotan sobre las aguas turbulentas to-
dos los troncos podridos, todas las ramas desgajadas, todos los detritos; en su curso
alocado, destruyen sus corrientes, puentes y canu'nos y asuelan las pingües cosechas
que brlndabíin las fértiles llanuras. Después, al restablecerse el niv(!l, manos de hom-
bres honrados y la!)oriosos recogen tal(\s basuras que el íucgo se encarga de consu-
mir y purificar.
lín todas las grandes crisis por (|uc atraviesan los pueblos, siempre ilota \' se
agita y rebulle lo hueco, lo rpie menos pesi-i, lo más inútil, las ramas estériles y sin
savia (|uc arrancaron los vientos y transportaron las corrientc^s desencadenadas.
CAPITULO XXVIII
ALGUNOS l'ORTORRTOURÑOS QUR AUXiUARÜN, DURANTE
LA UURRRA, AL lífÉRCflX) AAJIÍRICANO
L!Sl)E e] mismo día en (¡iie luerzas americanas deseml);ircaron-
por (jiiánica, una sacudida política conmovió todo el Sur y
Oeste (le Puerto Rico, y sus chispazos llegaron hasta otras
jurisdicciones. \''auco, Sabana ('írande, Fonce, Juana Díaz,
Cabo Rojo y algún pucbh> más, habían sido, durante los últi-
mos años, refugio y cuartel general de la mayor parte de los
separatistas portorri(,|ueños. LVacasada la intentona de inva-
sión, preparada en Nueva York por el doctor ífenna, Rf)berto Todd, Mateo 1^'ajardo,
Antonio Mattei Lluveras y otros, con ayuda del Cjoljierno revolucionario dv. Cuba y
(le ciertos políticos de W^áshington, parecieron aíRirmecerse las impaciencias inde-
f:>endentistas; la declaración de guerra avivó la llama de tales i<leales, llama que pro-
pagó el fuego a gran parte de la Isla.
Rduardo Lugo Viña, Mateo Fajardo, Ricardo Nadal, Matos Bernier, Celedonio
Carbonell, Roíhjifo y Rafael del Viúle, Antonio Mattei Lluveras y otros hombres d(^
acción, que siempre soñaron con ver flotar la bandera de la esircíla soíilaria en los
castillos de San Juan, aprovechando la oportunidad, se lanzaron a los campos al
frente de partidas de carácter políticomilitar, algunos, y otros se unieron a los cuar-
teles generales del ejército invasor, ofreciendo y |)restan(lo sus servicios corno intér-
pretes, guías y consejeros.
428 A . R I V E R O
Entre todos descuella Eduardo Lugo Viña, quien desde los primeros momentos
se puso en relaciones con los generales Miles, Garretson y Schwan, y recibiendo ar-
mas que éstos le facilitaron, y apoderándose de otras abandonadas por los Volunta-
rios y Policías municipales, y también por algunos Guardias civiles que desertaron,
organizó una sección montada, cuyos hombres recibieron la designación de Porto
Rican Scouts, precediendo a la brigada del general Schwan en todas sus operacio-
nes, desde que saliera de Yauco hasta que recibiera, a orillas del río Guasio, la or-
den de suspender las hostilidades.
En el capítulo en que se relatan estas operaciones encontrará el lector algunas
noticias referentes al carácter y actuaciones de aquel portorriqueño, quien, aun
cuando rebelde a la soberanía española, y sin hábitos militares, procedió durante
la guerra dentro de la más estricta observancia de sus leyes y costumbres, sin reali-
zar, ni él ni sus hombres, actos reprobables, y exponiendo el pecho, en toda ocasión,
a las balas españolas.
Es mi deseo, y con ello cumplo deberes de historiador, trazar la línea que du-
rante aquellos días de guerra separó a las partidas latrofacciosas de aquellas otras
que, enarbolando una bandera, usaron de sus armas en defensa de un ideal político.
Examinando los muchos e importantes documentos que atesora mi archivo par-
ticular, he seleccionado una carta, escrita en lenguaje fácil y pintoresco y sumamen-
te espontáneo, en que su autor describe, con mano de maestro, los sucesos ocurri-
dos en la ciudad de San Germán durante la guerra; he aquí la carta:
San Germán, abril 15, 1920,
Sr. Don Ángel Rivero,
San Juan, P, R.
Estimado señor:
Contesto su carta de reciente fecha en que solicita de mí algunos
datos sobre los sucesos ocurridos en esta ciudad durante el mes de
julio y primeros días de agosto del año 1898, y gustoso complazco sus
deseos en todo aquello a que alcance mi memoria p al conocimiento
personal que tuve de tales ocurrencias.
Era el 25 de julio de 1898.
La comunidad disfrutaba vida apacible, gozando de relativo bien-
estar.
En el día indicado, como a las dos de su tarde llegó el ciudadano
don Quintín Santana, capitán de Voluntarios, procedente de una
finca que tenía en el pueblo de Lajas, a todo correr de su caballo
bajó por la **cuesta del viento'', entró en esta ciudad, y, desmontando
frente al cuartel que ocupaba la fuerza de infantería, al mando del
-comandante Espiñeira, dio cuenta a éste que acababa de ver, muy
CRÓNICAS ^,^
cerca de la costa, y en dirección al puerto de Cuánica, varios buques
de guerra con bandera americana y cargados de tropa.
Instantáneamente toda la fuerza armada de Voluntarios y Policía
se puso sobre las armas, y desde este momento toda la población per-
dió su tranquilidad. No recuerdo si fué aquella misma tarde o al si-
guiente día cuando un pelotón de soldados, a tambor batiente, reco-
rrió las calles proclamando la Ley Marcial, y momentos después la
Guardia civil detenía y conducía a su cuartelillo a varios portorrique-
ños, incluso al que esto escribe, y allí fuimos encerrados por sospecho-
sos; todo como resultado de denuncias que hicieran algunos cobardes
que creían ''curarse en salud'' delatando a sus paisanos como desafec-
tos a la bandera española. Esto ocurrió entonces, ocurre hoy y tal
Vez seguirá ocurriendo en los años venideros; es el servilismo puesto en
acción por los que fingen de patriotas para conservar siempre vivo el
fuego que calienta sus pucheros.
El comandante Espiñeira asumió el mando de todas las fuerzas
locales, incluso las de Orden Público, Guardia civil y Voluntarios, y
a la cabeza de ellas salió camino de Sabana Grande y con ruta a
Guánica, resuelto a cortarle el paso a los invasores; llegaron los expe-
dicionarios hasta la ''Cuesta de la Pica\ y allí acamparon, y en
aquel sitio permanecieron dos días con sus noches, hasta que, tal vez
por motivos y órdenes que ignoro, regresaron a esta población. Aque-
llas fuerzas sumaban unos 400 hombres, poco más a menos, y a su
llegada a San Germán dieron comienzo a una requisa forzosa de
todo el ganado caballar de la jurisdicción y de la de Sabana Grande,
recogiendo en las fincas, de buen grado o por fuerza, todos los caba-
llos útiles que encontraron, y seguidamente se retiraron hacia Ma-
yagüez.
Quedó San Germán sin guarnición y casi sin policías. Debo ano-
tar que el comandante Espiñeira era un hombre que, en determina-
das ocasiones, perdía el dominio de sus nervios y tal vez el de su
razón, permitiendo que sus subordinados realizasen actos verdade-
ramente censurables, que tenían atemorizada a la comunidad ; y por
esto, y como se dijese que aquella misma noche retornaría dicho Jefe,
aumentando sus fuerzas con nuevos contingentes, cundió la alarma,
muchos vecinos huyeron a los campos y otros llegamos hasta Sabana
Grande, donde tuvimos información de que las tropas invasoras no
se habían movido aún de Guánica, En el primer pueblo encontramos
a don Eduardo Lugo Viña, quien tenía ya organizado un grupo de
nativos para la defensa local, habiendo tomado posesión de aquel
municipio, en nombre de las fuerzas americanas, y con intenciones, se-
gún me dijo, de caer sobre San Germán, capturando la Municipali-
dad; nos informó detalladamente de sus propósitos, y siguiendo la co-
-43P A. RIVERO
rriente de los sucesos, jj por nuestra propia voluntad, nos agrupamos
bajo su mando, \p todos reunidos llegamos a esta ciudad de San Ger-
mán, limitándonos únicamente a tomar ciertas medidas de precau-
ción, de cuy^o cumplimiento quedé encargado, mientras Lugo Viña
retornó a Sabana Grande, regresando al amanecer al frente de uñ
numeroso contingente. Seguidamente se procedió a ocupar la Casa-
alcaldía, cárcel, juzgado, telégrafo y cuarteles, destitwyendo p nom-
brando nuevo alcalde, abriendo las puertas de sus prisiones a todos
los detenidos políticos j; realizando otros actos semejantes. Poco des-
pués llegaron noticias de que el comandante Espiñeira y su columna^
reforzada con guerrilleros y Voluntarios de Mayagüez, habían salido
de dicha ciudad y acampado cerca de Hormigueros, con la intención
manifiesta de caer, de noche y por sorpresa, sobre San Germán,
Unidos los sangermeños y los patriotas de Sabana Grande resol-
vimos hacer frente a la tropa española, para lo cual establecimos avan-
zadas y escuchas en todas las entradas, tomándose varias precauciones
más y siendo necesario dar aliento a muchos irresolutos y levantar el
espíritu de casi todos los defensores.
He de consignar que nuestra gente no estuvo antes ni estaba en
esta ocasión iniciada ni dispuesta a semejantes tareas; que todo se
hizo de prisa y sin concierto; que teníamos muchos jefes y muy pocos
soldados, y que éstos, al amanecer, estaban extenuados, y que todo
el día y la noche la pasamos entre bregas y alarmas. Ya de madru-
gada recibimos aviso de que las tropas españolas habían acampado en
la hacienda Acacia y que allí esperarían a que las fuerzas america-
nas llegasen a San Germán; así lo creyó Lugo Viña y así lo creímos
todos, y después de revisar el servicio avanzado, nos retiramos para
buscar en el sueño descanso a tales fatigas y emociones. Una de las
avanzadas que estaba oculta en la casa y finca de Don Federico Guz-
mán, en una altura a la derecha, saliendo del camino, y también en
unos tendales de ladrillos que allí había, sostuvo vivo tiroteo con otra
avanzada española que había ocupado posiciones al abrigo de los edi-
J icios de la hacienda Sambolín, avanzada a la cual se hizo prisionero
uno de sus guerrilleros; esta gente nuestra que ocupaba la citada casa
de Guzmán se mantuvo en sus posiciones, siempre haciendo fuego,
hasta el amanecer, en cuyo momento pudo darse cuenta del avance
rápido de las tropas de Espiñeira, que, siguiendo a la derecha y por
los cañaverales de la hacienda Imisa, barrio de Sabana Eneas, y por
detrás de la Sambolin, estaban ya casi encima y a punto de coparlos,
por lo cual, y bajo una lluvia de balas, aunque dando cara al enemi-
go y disparando sus armas, se vieron precisadas a batirse en retirada
Macia la ciudad, y por ellos tuvimos noticias de todo lo ocurrido.
En el acto despertamos a todos los que dormían, no para organi-
CRÓNICAS
431
zar una defensa que era imposible, dado el número 3; calidad de los
atacantes, sino para retirarnos en el mejor orden posible; esto no pudo
llevarse a cabo, p aquello fué un ''sálvese el que pueda'\ en que cada
cual buscó su salvación en la velocidad de sus caballos o en la agili-
dad de sus propias piernas.
Los pocos que se retiraron en orden, camino de Sabana Grande,
hicieron alto sobre la carretera ^ como a dos kilómetros de esta ciudad,
j; allí, locamente, intentaron hacer frente a los jinetes españoles que
los perseguían; pero después de un corto tiroteo, se dispersaron, ha-
biendo caído prisioneros dos de la partida: Aurelio Córdoba j; Luz
Mangual, i; no recuerdo si alguno más, a quienes se condujo a Ma-
y^agüez 1? más tarde a Arecibo, donde después del armisticio fueron
libertados. i
Fué tan inopinada la entrada de los españoles, aquella mañana,
en San Germán, ^ tan rápido el despliegue de sus guerrillas que ro-
deaban la población, que muchos no tuvimos tiempo para huir. Yo
estaba a caballo, llamando a la puerta de mi casa para despertar a
mis familiares, y como viera casi encima a los enemigos, eché pie a
tierra y entrando di llave a la puerta, permaneciendo en silencio en
tanto un pelotón de caballería cruzaba mi calle (la de la Esperanza) ;
y como vieran mi caballo se lo llevaron, quedando yo a pie y prisio-
nero, en mi propia casa, y sin probabilidades de evasión, pues, como
una cuadra cercana, la de don Pepe A costa, había sido ocupada por
la caballería española, sus centinelas estaban apostados al lado de
mi morada.
Durante dos días con sus noches siguió la ocupación de las fuerzas
españolas, que se limitaron a recorrer las calles \? cercanías con pa-
trullas montadas y Guardias civiles, y la última de dichas noches sen-
timos un tiroteo y galope de caballos, y todo quedó en silencio.
Como presumimos que Espiñeira p su gente habían evacuado la
población, todos los que forzosamente permanecíamos en ella y aga-
chados, nos echamos a las calles, p sin averiguar más, nos ''embrisca-
mos'' ^ camino de Guánica, ante el temor de nuevas invasiones de
las fuerzas de Mayagüez. Debo advertirle que en la mañana del tiro-
teo Lugo Viña estaba enfermo con fiebre en casa de Gregorio Porra--
ta, en el campo, y que en el momento de la retirada fué llevado en una
hamaca y conducido a la casa de don Joaquín Servera Silva, donde fué
atendido y cuidado.
En Guánica nos agrupamos muchos sangermeños y sabaneños y
allí pasamos, como se pudo, cinco o seis días; algunos por las noches,
^ Embriscar fué verbo que se conjugó mucho durante la guerra; era corruprión de emboscar, y tam-
bién se llamó embriscados a los que abandonaron sus puestos y residencias, buscando refugios en las monta-
ñas.— JV, del A.
432
e
A . R I V E R Q
l; furtivamente, veníamos a la ciudad para saber de nuestras familias,
1? supimos que algunas patrullas españolas andaban por los alrededor-
res practicando reconocimientos. Una tarde de agosto, las tropas ame-
ricanas levantaron su campamento de Guánica y se dirigieron a Yau-
co, 1? todos las seguimos. El día 9 de dicho mes, i? ya reunido un fuer-
te contingente de las tres armas, al mando del general Schrvan, em-
prendimos la marcha por Sabana Grande hacia San Germán, adonde
llegamos al siguiente día. Nuestra población, como todas las demás^
por donde pasaban los invasores, los recibió con el mayor entusiasmo
entre "'vivas'" y ''hurras\ arrojando flores a su paso; era el confiado
pueblo de siempre, que desde el primer momento creyó en las prome-
sas del generalísimo Miles, quien anunciaba una invasión pacífica y
humana, proponiéndose derramar en nuestra isla las bendiciones de
vida y progreso del pueblo americano...
La brigada del general Schrvan, al llegar a San Germán, hizo alto
a lo largo de la calle de la Luna; el Jefe, su Estado Mayor y la alta
oficialidad almorzaron en la elegante morada del prominente nativo
don Joaquín Servera, donde fueron espléndidamente obsequiados y
atendidos, y allí mismo se efectuó la recepción de todas las autorida-
des y de distintas comisiones del pueblo, tomándose el acuerdo de
ocupar y tomat posesión de la Municipalidad.
Parece que existía el propósito de acampar por algún tiempo en
San Germán; pero como a eso de la una de la tarde llegara la noticia
de que el grueso de las fuerzas españolas se había atrincherado sobre
la carretera de Mayagüez y en paraje inmediato al desvío a Cabo
Rojo, el General resolvió seguir la marcha y trabar combate.
Toda la brigada se puso en camino, seguida de un gran convoy;
eran más de 1 .400 hombres, con bastantes cañones, y un escuadrón
de caballería; J^ugo Viña, con un grupo de nativos, iba a la descu-
bierta; otros reconocíamos los flancos, trepando a todas las alturas
inmediatas, y no pocos venían a retaguardia; éstos eran los más pre-
cavidos. La tarde era lluviosa, y los ríos desbordaron por una fuerte
avenida; y como el convoy ocupaba todo el ancho de la carretera,
teníamos necesidad, para acompañar a la columna, de caminar poi
entre las cunetas del camino, y con el agua hasta la cintura en muchos
casos; así llegamos hasta la hacienda Acacia, donde se hizo alto, se
emplazaron los cañones y comenzó un combate que duró algunas
horas, siempre bajo la molestia de frecuentes aguaceros. Después he
sabido que todas las tropas españolas que nos hacían frente no pasa-
ban de 1 50 hombres, que desde Mayagüez habían llegado hasta Hor-
migueros, corriéndose una parte hasta la hacienda San RomuaWb. Al
principio el combate consistió en un duelo entablado de hacienda a
■.uiJBj^^^^^^^^^^
CRÓNICAS 433
hacienda; los españoles, desde San Romualdo, y los americanos,
desde la Acacia, i; entre ambos corría el río Grande, desbordando sus
aguas por la crecida ij conVirtiendo los campos cercanos en lodazales.
Si no me es infiel la memoria, recuerdo que en la hacienda Acacia vr
a mis compueblanos Jorge Quiñones, José Antonio Vivoni, Celedo-
nio Carbonell, Salvador Lugo, Lolo Pradera, Felipe Medina j; al-
gunos más.
Al obscurecer se suspendió el fuego, ^ los paisanos regresamos a
nuestra ciudad, \^ a la mañana siguiente, las fuerzas americanas, si-
guiendo hasta Ma^agüez, tomaron posesión de dicha ciudad.
Es cuanto ocurrió, ^ que ^o recuerde, en San Germán, en los días
de la invasión.
Después... quedó aquí una guarnición de pocos hombres, con
muchos caballos ^ numerosas muías, grandes, muy grandes...; se
consumían cantidades estupendas de latas de carne y de salchicha,
muchas de avena... i; también mucho ron; se dispararon muchos tiros
al aire, i? por vez primera en los anales de esta noble ciudad, vióse por
sus calles grupos de hombres borrachos i; desordenados.
Más tarde las aguas desbordadas volvieron lentamente a su cauce
y pudimos ver a un Mr. Siebert que dejaba de ser carrero para ceñir
la toga de juez municipal, }) que un Mr. Miller soltaba el chopo p et
látigo de cuadrero para ser inspector de escuelas...
Mis recuerdos no llegan a más.
Cordialmente suyo.
Al saberse en Mayagüez los sucesos ocurridos en San Germán, el coronel D.Julio
Soto, comandante militar del distrito, dirigió al general Macías el siguiente tele-
grama, cambiándose, después, algunas comunicaciones más que también pueden
leerse a continuación:
Mayagüez, i.** de agosto, 1898.
Comandante militar al Capitán general.
Partidas de más de I.OOO hombres (?), levantadas por San Germán, han entrado
en dicha ciudad hoy, desarmando municipales y quitando letrero del Cuartel. Me
dicen que han salido en dirección a ésta, y como notase interrupción en las comuni-
caciones telegráficas, envié, como exploradores, dos parejas de guerrilleros y poco
después varias más de la Guardia civil hacia San Germán.
28
434 A . R I V E R Q
Hace un momento han regresado maniíestando habérseles hecho siete descargas
cerradas desde más acá de aquella ciudad, perdiendo nuestras fuerzas un hombre con
su armamento y montura. He mandado a comandante Espiñeira a combatirlos, auxi-
liado por guerrilla volante, y estoy preparado con el resto de la fuerza para salir, en
caso necesario, pues tengo noticias de que son mucha gente.
Soto.
A este telegrama contestó el capitán general con el siguiente:
San Juan, i."" de agosto de 1898.
Capitán general a Comandante militar de Mayagüez.
No conviene que salga usted con las fuerzas por el mal efecto que esto había de
causar en la población. Comandante Espiñeira debe informarle si la partida tiene
importancia; ordénele usted que no ande con suavidades y que los trate con todo
rigor.
Téngame al corriente de lo que ocurra, conservando su fuerza dispuesta para
salir cuando yo lo disponga, a no ser que el enemigo se aproxime a las inmediacio-
nes de esa población, en cuyo caso usted obrará con arreglo a su buen criterio.
Mayagüez, 2 de agosto 1898.
Comandante militar de Mayagüez a Capitán general.
Recibo parte detallado del comandante Espiñeira: Cumpliendo mis órdenes y
plan de ataque alcanzó al enemigo en la hacienda Sambolin, y por medio de un mo-
vimiento envolvente hizo que éste, después de nutrido fuego, se declarase en preci-
pitada fuga hacia Sabana (irande.
Tomado el pueblo de San Germán se restituyeron las autoridades que habían
sido destituidas, procediendo al arreglo de la línea telegráfica. En la huida se hicieron
fuertes en una casa, cerca del monte, unos 40 hombres montados; la guerrilla los
cercó y tomó la posición, causándoles un muerto, dos heridos, y cogiéndoles 8 fusi-
les Remington, l Berdan, 3 cuchillos, 5 bayonetas, 7 machetes, un uniforme ameri-
cano, 5 cananas con municiones, recuperando, además, al guerrillero herido y pri-
sionero en el día de ayer, con su caballo y montura, y todos los prisioneros que los
insurrectos tenían en su poder. Por nuestra parte, sin novedad, habiendo cumplido
todos con su deber y en entera satisfacción.
He ordenado al comandante Espiñeira que continúe en San Germán hasta reci-
bir nuevas órdenes, a no ser que el grueso del ejército americano avance sobre aque-
lla plaza.
V. E. ordenará lo que estime conveniente, y si los prisioneros se traen aquí o
son juzgados en San Germán. Al efecto he enviado al comandante Espiñeira 20 hom-
bres montados.
CRÓNICAS 435
3 de agosto 1898.
De la Fortaleza.
Capitán general a Comandante militar de Mayagüez.
Recibido parte y haga presente a comandante Espiñeira que estoy satisfecho de
todos, esperando que este comportamiento continúe, no dejando de hostilizar al
enemigo.
A los prisioneros que los lleven a Mayagüez.
A pesar de lo que afirma en su parte el comandante Espiñeira, no he podido
identificar, ni entonces ni después, el muerto y dos heridos que, según él, tuvieron
las fiaerzas partidarias; y estoy casi seguro de que tal afirmación fué inexacta. Las
fuerzas levantadas en armas se habían formado, principalmente, con gente de los ba-
rrios Minillas y Retiro, y formaban también parte de ellas algunos Voluntarios porto-
rriqueños que, como Eduardo Marchani, se habían unido a Lugo Viña con arma-
mento y municiones.
Parece que el general Macías había advertido al coronel Soto que, tratándose de
partidas insurrectas, las considerase fuera de ley, atacándolas con todo rigor, y sin
darles cuartel. Esta opinión la encuentro confirmada en el siguiente párrafo de una
carta que con fecha 5 de agosto dirigió dicho general Macías a wSoto:
Veo — -decía — que con las partidas insurrectas de hijos del país se tiene demasia-
da benevolencia, y es preciso emplear con ellos el mayor rigor, castigándolos por
sus ingratitudes y desafección a la Madre Patria, no confundiéndolos con el Ejército
Americano, pues éste, como Ejército regular de un país civilizado, debe ser conside-
rado conforme a las leyes de las guerras regulares.
Nada más por hoy
Con fecha 6 del mismo mes contestó el coronel vSoto con una carta de letra muy
menuda, y que ocupaba las cuatro carillas de un pliego, lamentándose de que «Es-
pinera, a pesar de las órdenes recibidas, hubiese hecho prisioneros; pero que esto
no tenía ya remedio».
El general Macías tomó tan a pecho la epístola del comandante militar de Maya-
güez, que rompiendo todos los lazos de amistad personal que a él le unían, con
fecha 8 replicó en esta forma:
Sr. D. Julio Soto Villanueva, Mayagüez, P. R.
Estimado coronel: Sin duda usted no ha leído su carta para expresarse en la for-
iTia que lo hace, poco correcta e irrespetuosa, cuya carta se la devuelvo, esperando
que en lo sucesivo se mirará más en lo que escriba.
De usted afectísimo, que besa sus manos,
{Firmado) Manuel Macías.
Agosto, 8, 1898.
436 A . R I V E R Q
Sólo añadiré a lo anterior algunas notas que conservo. La partida que entró en
San Germán estaba capitaneada por Eduardo Lugo Viña, y le acompañaban, entre
otros, Nito Guzmán; un tal Comas, de Cabo Rojo; Acevedo, de Sabana Grande;
Antonio Biaggi, Celedonio Carbonell y Eugenio Taforó; eran alrededor de 70, casi
todos montados, y su armamento consistía en fusiles Remington, de los abandona-
dos por los Voluntarios de Sabana Grande; otros que llevaban machetes se dirigie-
ron al cuartelillo de la Guardia civil, y allí tomaron algunos fusiles. Los que subie-
ron al Municipio, destituyeron al alcalde Ramón Quiñones, nombrando en su lugar
a Félix Acosta, y confirmaron en sus puestos a todos los demás empleados munici-
pales, disponiendo que se quitasen del salón de actos el dosel y retratos de los reyes
de España.
Además de los dos prisioneros indicados, las fuerzas de la Guardia civil aprehen-
dió, por sospechas de que hubiesen formado parte de los revoltosos, a José Ller-
nández, Juan de la Cruz, Luis García, vSinforoso González, Juan Martínez y Nicolás
Cadilla.
La primera noticia que tuvo el coronel Soto de los sucesos de San Germán la re-
cibió, personalmente, del juez Freytas, de aquella población, que había sido detenido
al principio, y conseguido después evadirse, llegando a Mayagüez. Las fuerzas del
comandante Espiñeira consistieron en dos compañías de Alfonso XIII y dos gue-
rrillas, una montada y otra a pie; total 400 hombres.
Mateo Fajardo. — Rico hacendado de caña y político batallador, era muy vigilado-
por las autoridades españolas en los días que precedieron a la declaración de gue-
rra, por lo cual y el mismo de la ruptura de hostilidades, embarcó en Ponce, con
rumbo a St. Thomas, en un vapor francés. Pasó luego a Nueva York y Washington,,
donde, unido a Mattei Lluveras. otro hombre de acción, caráder de hierro y separa-
tista furibundo, visitaron a políticos influyentes, y hasta algunos hombres del Go-
bierno, en solicitud de ciertos auxilios para promover en Puerto Rico un movimienta
separatista. Muchos cables fuer n enviados, por ambos leaders^ a portorriqueños de
sus mismas ideas políticas, residentes en Santo Domingo, Honduras, Venezuela, Cuba,
y otros país^^s hispanoamericanos, y todos respondieron al llamamiento. Mattei, aL
gún tiempo antes, había podido introducir, y tenía oculto en los alrededores de
Yauco, un gran número de machetes de guerra; Matos Bernier, Celedonio Carbonell,.
Rodulfo del Valle, Eduardo Lugo Viña (que era subsecretario del Presidente del Con-
sejo insular), y algunos más de la Isla, habían ofrecido su cooperación financiera y
esfuerzo personal. Fidel Vélez, de Yauco, tenía reclutados más de lOO voluntarios,
proponiéndose utilizar, en esta intentona, la experiencia de sus fracasos anteriores.
El mismo general Miles alentaba la revuelta, y todo parecía propicio a los planes
de P'ajardo, cuando llegó a Washington el famoso telegrama del general Shafter, so-
licitando autorización para levantar el cerco de Santiago de Cuba. Miles corrió al tea
tro de la guerra, y toda acción revolucionaria en Puerto Rico quedó en suspenso.
CRÓNICAS 437
Rendida aquella plaza, y mientias el Generalísimo organizaba en Guantánamo su
expedición, otra, a cargo del general Brooke, estaba a punto de salir de New Port
News; Fajardo, utilizando todas sus influencias, pudo conseguir que él y un grupo de
portorriqueños, de los que formaba parte el subdito americano Warren Sutton, fue-
sen admitidos, como auxiliares del Ejército americano, con el nombre de Porto Ri-
tan Commission^ embarcando todos en el Saint Louis^ avistando a Guánica el 30 de
julio y desembarcando en Ponce el 31; aquel mismo día cumplió Mateo Fajardo
treinta y cinco años.
En esta ciudad conferenció con el general Miles, conviniendo con él en la orga-
nización de un cuerpo militar de tropas nativas, bajo el nombre de Porto Rican
Guarda y con la misión de mantener el orden en toda la Isla, y siendo Fajardo el
coronel, primer jefe de dicha fuerza, grado con que era conocido de todos los expe-
dicionarios. Como el Generalísimo, algunos días después, resolviese enviar la bri-
gada Schwan sobre Mayagüez, se suspendió lo anterior, solicitando los servicios de
Fajardo, por ser éste propietario y hombre de conocimientos profundos en esta ju-
risdicción y entre todos sus habitantes.
Tomado Mayagüez, Schwan, para premiar sus servicios, quiso nombrarlo alcalde
de dicha ciudad, en substitución de Font y Guillot, que había renunciado. Esta me-
dida levantó fuertes protestas entre sus enemigos personales y adversarios políticos,
y después de una información pública que llevara a cabo dicho general, y para aho-
rrarse disgustos, entregó el caso a los mayagüezanos, y éstos eligieron, por aclama-
ción, al abogado Riera Palmer, que fué el primer mayor de la ciudad.
Y entonces, Mateo Fajardo, pensando tal vez que otros saboreaban las castañas
que él sacara del fuego, exponiendo su cabeza, se fué a la hacienda Eureka, se metió
en su concha^ y colgando fuera del alcance de sus manos el uniforme y estr( lias de
coronel, renunció a las pompas y vanidades de la vida militar, y, más tarde, dedicó
todas sus actividades a la política de su distrito, donde siempre fué un leader formi-
dable, según opinión general.
438
A . R 1 \' K K (.>
m í^ Cá
tí' X.
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i
CAPITULO XXIX
S lux' \'' re ir.) S ESP1-" C I AI/I'IS
sA \i I >.\ 1 ).-^- 1 X( ; i':.x 1 E R( ts. a dmw is'TR ac:i( ).\. -^-^^i'1':i . i^r ír a fos
ipC//||S^r5^^ — ''"'' í it)l)ierno español sosti^níii en Puerto K'ico un (\icrpo
ÍcMk^^^J, Jlí|i (le Sanidad militar I)astante numeroso y eficiente, siendo jiífe del
■!wSíS|'!?<¿ mismo el subinspector de primera í). losé liíatlle v Prals, (luien
'^^LS^,{M\ tenía a sus órdenes dos sul)inspectores de segunda y í'I })er^
sonal suficiente de niédicos, y además luia sección de sanilarios
(enfermeros). Itste servicio tenía consignado en el presupuesto de la Isla la suma ile
in. I 50 pesos para personal y 63.4(11,75 |'»ara material de hospital, raciones, cteé^
tera, etc.
lin cada caliecera. de distrito había un hosj)ital, en edificio apropiado, y todos los
batallones tenían sus niédicos, practicantes y caniilleros, provistos de bolicpiines de
emergencia y regular número de camillas; no hubo hospitales ni ambuhmcias de
campaña cuando las trofias realizaron operaciones en camf)0 ;d)ierto, habiéndose,
por tanto, circunscrito todo el servicio sanitario a las fuerzas acantonadas en las di-
versas poblaciones <le la isla.
,/\I declararst; la guerra se establecieron hosj)itales y salas de emergeticia en todas
las municipalidades, sin una sola excepción, a cargo de la ("ruz Roja, (}ue adquirió
con sus fondos, recaudados [)or suscripciones populares, todo el material necesario,
la mayor parte del cual fué traído de Barcelona.
440 A . R I V E R O
Al ejército americano acompañó, en todas sus operaciones, un excelente perso-
nal y material de sanidad, llamando la atención los hospitales de sus campamentos y
sus lujosos trenes de ambulancias. Las nurses que vinieron a bordo del transporte
Lampasas fueron, después de los marinos del Gloucester^ las primeras en tomar
tierra en Guánica. Además de los hospitales de campaña establecieron otros semi-
permanentes en las distintas poblaciones que ocuparon las fuerzas invasoras durante
el progreso de la campaña, y sus facultativos lucharon heroicamente para extirpar
los brotes de fiebre tifoidea desarrollados entre las fuerzas del general Miles, gérme-
nes que, indudablemente, fueron transportados desde Santiago de Cuba. También
aumentó en proporción alarmante el número de enfermos, la gran cantidad de
frutas fuera de sazón, y hasta algunas verdaderamente nocivas, que consumían los
voluntarios americanos.
Fueron tantas las enfermedades registradas, que en Utuado y en la segunda
quincena del mes de agosto, fué preciso establecer tres hospitales: uno exclusiva-
mente para enfermos de fiebre tifoidea que llegó a contener 6o, el segundo con 65
camas y el tercero con 20, todos para atender a los enfermos de una parte de la
brigada Garretson, que estaba acantonada en dicha población. Según nota oficial que
tengo a la vista, el día 16 de agosto de 1 898 la mitad del 6.^ regimiento de Mas-
sachussetts no podía prestar servicio (unfit for duty) a causa de la epidemia
reinante.
En el mes de septiembre llegó a Ponce el buque hospital Bay State, adquirido a
un costo de 200.OOO dólares, por una asociación creada en el Estado de Massachus-
setts y que se llamó «Volunteer Aid Association», y en el cual fueron enviadas a
las tropas americanas gran cantidad de camas de campaña, vendajes, pajamas, sá-
banas, artículos de toilet y cirugía, drogas y frutas. Este buque hospital hizo más de
un viaje y siempre condujo grandes cargamentos de artículos que fueron de suma
utilidad al ejército de los Estados Unidos en Puerto Rico. Otros dos buques hospi-
tales, el 7?^&/para el servicio del ejército, y el Solace para el de la Marina, también
prestaron buenos servicios. El Relíef en una ocasión tuvo alojados 500 enfermos.
Ingenieros. — El Cuerpo de Ingenieros Militares, en Puerto Rico, tenía por sub-
inspector al coronel D. José Laguna Saint Just, y regular número de jefes y oficiales
y, como única fuerza auxiliar, una sección de ingenieros telegrafistas que fueron los
encargados de manejarlos heliógrafos durante toda la guerra. Debido a las pasividades
del Alto Mando, contadas oportunidades tuvo este Cuerpo para prestar sus servicios,
limitándolos a la construcción de algunas baterías de campaña, en el vSeboruco de
vSanturce y varias trincheras en Hato Rey, cerca de Bayamón y en otros sitios; tam-
bién construyó los resguardos necesarios para emplazar las piezas que trajo el vapor
Aiitonio López; y, por último, dio principio a Jas obras del cuartel defensivo de San
Ramón, sabiamente ideado, pero que no llegó a terminarse. La mayor parte de estas
comisiones y obras estuvieron a cargo del capitán del Cuerpo Eduardo González y
CRÓNICAS 44r
del personal subalterno del mismo, entre el cual sobresalieron Armando Morales y
los hermanos Llobet.
En el presupuesto de Puerto Rico había consignados 16,126 pesos para gastos
del personal de Ingenieros Militares.
El 25 de julio de 1898 y formando parte de la expedición Miles, tomó tierra en
Guánica un batallón provisional de ingenieros, cuya fuerza, inmediatamente, dió
principio a la construcción de un puente de pontones, el cual quedó terminado a las
dos horas y por él desembarcó toda la brigada Garretson. El 29 de julio la compa-
ñía A^ capitán Brown, fué transferida a Ponce y la //, capitán Looker, quedó en
Guánica, comenzando la construcción del camino que conducía a una altura cercana
al puerto, donde se levantó un pequeño fuerte, hoy abandonado. En este trabajo
que fué de difícil construcción, por ser de roca todo el terreno, se dió ocupación a un
gran número de hombres del país, a quienes se abonaba un dólar por cada ocho
horas de labor.
La compañía A realizó en Ponce varios trabajos, reconstruyendo, además, un
puente volado por las tropas españolas cerca de Coamo y otras alcantarillas en la
Carretera Central.
El brigadier general Roy Stone, de este mismo Cuerpo, y con un destacamento
a sus órdenes, auxiliado por más de 800 trabajadores nativos, construyó un camino
desde Adjuntas a Utuado, camino que, debido a lo deficiente de su firme, resultó de
escasa utilidad porque, según dijo el general Plenry, desaparecía después de cada
aguacero.
Administración militar.—- Estaba al frente de este servicio, durante el régimen es-
pañol, un subinspector de primera clase, auxiliado por varios comisarios y oficiales y
muy pocos individuos de tropa; su consignación, en los presupuestos, era de 16.025
pesos para personal y 60.590 para material y transportes militares. Este Cuerpo man-
tuvo en operaciones una batería de hornos militares en San Juan, en ios cuales se fabri-
caba pan y galletas para la tropa en grandts cantidades, pero de pésima calidad.
Más tarde, y a principios de la guerra, se organizó, también en San Juan, un gran
depósito de víveres y otros efectos necesarios al ejército; este depósito siempre tuvo
almacenados muchos comestibles, la mayor parte de ellos de primera calidad, en-
viados desde España y consignados al Comisario Regio, general Ortega, pero se hizo
tan mal uso de estas reservas, que las fuerzas que vivaquearon en Giiamani^ Aso-
mante y otros puntos de la Isla estuvieron pobremente alimentadas, y en ocasiones
carecieron de lo más necesario para su subsistencia.
Este Cuerpo de Administración siempre tuvo a su cargo todo el material de acuar-
telamiento y transporte; y últimamente, en las semanas que precedieron a la evacua-
ción de la Isla, vendió, en pública subasta, cantidades asombrosas de provisiones,
materiales de acuartelamiento, ganado de transporte e infinidad de objetos más, todo
a cualquier precio, y aceptándose todas las ofertas; y es justo mencionar que, a pesar
442 A . RI VER O
de las dificultades del momento y de la falta de formalidades reglamentarias con que
muchas veces se realizaron estas operaciones, el Cuerpo administrativo probó en esta
ocasión una honorabilidad no superada por ningún otro Cuerpo similar de ningún
otro Ejército.
Con las fuerzas invasoras americanas llegaron muchas secciones del Comisariato
conduciendo diversos cargamentos de víveres, material de hospitales y campamen-
tos, forraje y pienso para el ganado. El primer depósito de importancia fué estable-
cido en Ponce, y más tarde, hubo otros subalternos.
Desde julio 25 a 15 de septiembre, desembarcaron en Puerto Rico 17.460 hom-
bres, 3.667 mulos y caballos, centenares de carros, y, además, ambulancias, cañones,
municiones, etc., etc. El depósito de Ponce estuvo a cargo del teniente coronel
J. W. Pullman, Cuartel maestre general, con numeroso personal a sus órdenes. Aun
cuando hubo bastantes quejas respecto a la calidad de los alimentos, sobre todo re-
ferentes a las carnes preservadas, no fué responsable de ello el Cuartel maestre gene-
ral, del general Miles, quien recibía y entregaba lo que le era enviado de los Estados
Unidos.
Telégrafos. — En 1 898 había en Puerto Rico un Cuerpo semimilitar de Comunica-
ciones a cargo de los ramos de Correo y Telégrafo, cuyos oficiales y subalternos,
además del servicio de correspondencia, operaban una extensa red de telégrafos con
oficinas en casi todos los pueblos de la Isla. Durante la campaña se reforzó el telé-
grafo, estableciéndose nuevas estaciones militares en Martín Peña, Río Piedras, Aibo-
nito. Dorado, Toa Baja y Santurce, declarándose servicio permanente, y organizando,
además, en el mismo palacio de vSanta Catalina, una oficina central, en la cual ama-
rraban los alambres de todas las líneas, ejerciéndose así una estricta censura militar
sobre todos los despachos que circulaban.
Itra jefe de esta estación Urbano Pérez y telegrafistas Rafael Pérez Guindulaín,
Ramón Rodríguez González, Juan Prieto y Manuel Lanuza. Los oficiales de guardia se
comunicaban cada media hora con los diferentes faros de la Isla, recibiendo todas las
noticias referentes al paso de buques enemigos por las costas.
En la noche del día 1 1 de mayo de 1 898 se encontraban prestando guardia en
esta oficina los telegrafistas Rodríguez y Lanuza, cuando cerca de las doce se recibió
un despacho del faro de Arecibo anunciando que un gran convoy de buques, a juz-
gar por sus focos eléctricos, se movía en dirección a San Juan y que no contestaba a
las señales de luces, convenidas con la escuadra de Cervera, cuya llegada se esperaba
por momentos. El secretario de Gobierno, Benito Francia, quien se encontraba en
esta oficina al recibirse la anterior noticia manifestó gran alegría, porque, según dijo,
«¡aquella era la escuadra española!».
Ploras después, un proyectil de la escuadra americana cortó los alambres que
unían la estación del Semáforo con la de Santa Catalina, y entonces el telegrafista
Ramón Rodríguez fué enviado al castillo del Morro, y allí, en un receso del bombar-
(■ K {) NIC A S ,,.^3
tJeo, pudo arreglar la avería, rctornandd a la fortaleza aconipauailo del torrero de
guardia.
Durante acjuella mañana no circuló por la estación de Santa Caialina ni una orden
ni un aviso; pero el secretario de (¡obierno no aI)andonó en toda ella el local ni la
f/¿a¡'sr-¡í>//_í;-e en cpje dr)rmital)a,....
E\ servicio de comunicaciones estuvo a cargo, por parte del iMercito de los lista-
dos l'nidos, del coronel james Alien y personal a sus órdenes: y un destacamcntíj de
telegrafistas de campaña, a! mando del mayor Rcbert, fué el encargailo de seguir a
las cuatro columnas invasoras, manteniéndolas constantemente en coiuunicaiaón
t(degr;iíica y telefónica con el CuarUrl general del gerue-alísimo Miles, por líneas aéreas,
utilizando en muchos casos las del (lohierno español.
liste mismo Cuerpo puso en ofieración las oficinas cahiegrafícas de Ponce y .Ma-
}'agüez.
Después del íS de oelul)re, el Ciu^rpo tle Conuuu'eaciones de Puerto Kico fué
disnelto, separados los servicios de ir.orreo y 'lelégraío, y ambos f|ue(iaron a cargo
del (uicrjio de Señales del líjército anu^'ricano.
CAPITULO XXX
RESIGNA íirS'I'ORICA ¡)¡U. SERVICIO ^IILITAk EK PUI^RTO RIO)
-AS MILICIAS DISCIPrjXADAS. LAS LLKRZAS DK URBANOS.
LOS MORUNOS DL CAX(,RLILLS '
N l" de abril del año i /(>''>, y a virtud de propuesta del conde
(O'K'cllv, se dispuso la organización en Puerto Rico de iH com-
pañías de ^'lilicias Disciplinadas de infantería, de hombres blan-
cos, una de morenos y cinct) de caliallería, también de blancos.
En 2(j de octubre de I /OH, y a petición del general Kanión de
("'astro, todas las milicias fueron organizadas en tres batallones de ocho compañías,
y un regimiento de caballería, com¡)uesto de tres escuadroneas y cachi uno con tres
compañías.
E.n lSK), y a f)et¡ci<')n del general Meléfidez, se aumentó dicha fuer/a de infante-
ría, liasta formar dos r<'ginuentos de dos batallones. Un 5 de febrero de 1826, y de
Real orden, las fuerzas milicianas de infant»'ría se organizaron en siete batallones, y
en 30 de abril de 1H30 se aprobó el reglamento por el cual debían regirse estas
tropas.
446 A . R I V E R O
En diciembre del año 1827, y en ¡una visita de inspección del capitán general
Miguel de Latorre, pasaron revista de presente 6.943 milicianos de infantería, distri-
buidos en la forma siguiente:
i.*^i" batallón, en Bayamón 1.005
2^ — Arecibo i-059
3,<^»' — Aguada 993
4.^ — San Germán Q13
5.^ — Ponce 989
6.^ — Humacao 1.014
7'" ~ Caguas 970
Al número anterior debe añadirse los que se alistaron voluntariamente en los días
que duró la inspección, lo que hizo subir el total de las milicias de infantería en Puerto
Rico, y en dicha fecha, a 7.22 1 hombres. El general Latorre ordenó que se entregara
a cada batallón 800 fusiles nuevos.
La caballería miliciana se organizó más tarde en un regimiento distribuido por
toda la Isla, y con un efectivo de 606 plazas, y el año 1836 había en Puerto Rico las
siguientes fuerzas militares, integradas totalmente por hijos del país:
Siete batallones de Milicias Disciplinadas, con un efectivo de 6.991 fusiles, distri-
buidos en los siete distritos militares en que estaba dividida la Isla. Un regimiento,
también de Milicias, de caballería, con 672 plazas montadas en 14 escuadrones, dos
en cada distrito.
Desde 1813 formaban parte de las guarniciones de Mayagüez y Aguadilla dos
compañías de artilleros urbanos, y más tarde, en 1821, nuevas unidades fueron crea-
das para servir las baterías de Cabo Rojo, Patillas, Ponce, Fajardo y Arecibo, con
41 cañones, sin contar los de San Juan; las baterías de las costas estaban servidas por
artilleros urbanos, llamados artilleros segundos; en San Juan había también una sec-
ción agregada a la Brigada Veterana, sumando estos urbanos de artillería 438.
Los urbanos, en igual fecha, llegaban a 371 compañías, con 1. 240 oficiales y
38.070 soldados y clases. Además, había en San Juan un batallón de voluntarios dis-
tinguidos, cuyo mayor número era de portorriqueños, alcanzando 560 plazas.
Como resumen, en el año 1836, y con un censo de 400.OOO habitantes. Puerto
Rico mantenía sobre las armas un contingente militar instruido y uniformado,
de 47.411 hombres; debiendo tenerse en cuenta que en dicho año había en la Isla
31.874 esclavos y 1 7. 470 hombres de color, exentos los primeros, en su totalidad, y
con muy escasa representación en las milicias de urbanos los segundos.
Milicias Disciplinadas y Cuerpo de Urbanos eran organizaciones distintas, pero
reclutadas ambas sobre la base de un servicio militar obligatorio, que comprendía a
todos los hombres blancos desde diez y seis a sesenta años, con muy contadas exclu-
siones. Todos los varones blancos, dentro de las edades indicadas, y salvo los casos-
de inutilidad física, forzosamente, eran inscriptos en las compañías de Urbanos, por
el Sargento mayor, el cual era en cada pueblo el encargado del reclutamiento.
CRÓNICAS 447
Las Milicias Disciplinadas se nutrían del contingente anterior por sorteo, desde
diez y seis a treinta y cinco años, exceptuando casados, hijos únicos de viudas y
cabezas de familia.
Los portorriqueños de color entraban como voluntarios en el servicio militar, y
su comportamiento fué siempre excelente, como hace constar un documento que he
tenido a la vista, y donde se elogia muy especialmente a la compañía de artilleros
morenos de Cangrejos^ quienes manejaban un trozo (una batería) con ocho cañones
violentos (ligeros) de campaña, material que, no teniendo ganado de arrastre, era
siempre transportado a brazos por los mismos sirvientes.
Los milicianos estaban reconcentrados, por regla general, en las cabeceras de los
siete departamentos, y disfrutaban de haberes y de ciertas gratificaciones para gas-
tos de uniforme y remonta, y los caballos eran propiedad particular de los milicia-
nos montados. Un batallón de estas milicias tomó parte, al lado de las fuerzas vetera-
nas españolas, en la última guerra de Santo Domingo.
Recuerdo, allá por el año 1 868, x^xx-a gran parada que tuvo lugar en el Campo del
Morro, y a la cual asistieron la mayor parte de las milicias de a pie y montadas de la
Isla; se les conocía a los milicianos con el remoquete de chenches^ y estaban sujetos,
desde que juraban las banderas y estandartes, al Código militar, protegiéndoles el
fuero de guerra. Estos hombres siempre tuvieron como un gran honor el vestir el
uniforme militar, y de padres a hijos conservaban, como objetos de gran estima, los
despachos, nombramientos y condecoraciones que obtenían.
Desde los tiempos de la conquista apareció en Puerto Rico la Milicia Urbana; el
reglamento por que se regía esta institución fué aprobado en 14 de marzo de 18 17
por el general Meléndez, y ocho años más tarde se autorizó a los oficiales urbanos a
usar las mismas divisas que el ejército. Por Real orden de 13 de febrero de 1786 se
les había concedido el derecho de fuero militar, cuando estuviesen en servicio activo,
y en 22 de agosto de I791, y también por Real orden, se marcaron las diferencias
entre urbanos y milicianos.
Esta milicia urbana era pagada por los propietarios con un recargo sobre el va-
lor de sus tierras.
Los urbanos mantenían guardias en cada pueblo y en las costas, y eran los en-
cargados de la custodia y conducción de presos, así como de llevar la corresponden-
cia de un pueblo a otro.
En años sucesivos fueron desapareciendo, quedando únicamente como auxiliares
del Ejército las Milicias Disciplinadas de infantería y caballería, distribuidas por toda
la Isla, y cuyos oficiales y soldados gozaban de sueldo, fuero militar, y eran acredi-
tados los primeros, en sus empleos, por Reales despachos, teniendo iguales preemi-
nencias que el Ejército.
En 1868, al ocurrir la insurrección de Lares, y como estuviesen complicados en
la intentona el teniente Cebollero y el alférez Ibarra de dichas Milicias, y algunos
448 A . R I V E R Q
soldados y clases de las mismas ^, comenzó a mirarse dicho instituto con creciente
prevención por las autoridades de la Isla, y año tras año fué mermando su efectivo
hasta que, por fin, fueron declaradas a extinguir, disueltas sus secciones como tales
unidades, licenciadas las clases e individuos de tropa, y concediéndoles a los oficia-
les el uso de uniforme y percibo de haberes que les era abonado, cada mes, por el
Tesoro de Puerto Rico.
En abril del año 1898, al suspenderse las garantías constitucionales en la Isla, el
cuadro de Milicias a extinguir estaba compuesto como sigue:
Teniente coronel comandante, Juan Tinajero Fernández.
Capitanes de infantería, Manuel Muñoz Barrios y José Mislán Capella.
Capitanes de caballería, Casiano Matos Canales, Rodulfo Toro y Zapata, Buena-
ventura Quiñones, Nicanor Fernández Cuadra y José Muxó Espinet.
Primeros tenientes de infantería, José Muñoz Barrios, Tomás Mora Roux, Salus-
tiano Sierra David, Félix Reyes Tricoche, Regino Ortiz Colón, Luis Mislán Capella y
Tomás Morales Acosta.
Primeros tenientes de caballería, José Maymí Torrens, Francisco Izquierdo Re-
bel, Vicente Alvarez Dávila, Federico Armas Suárez, Antonio Izquierdo Costa, Sil-
vio Pujáis Lleonart, Antonio Consilada Morales, José Acosta Ramírez, José Dávila
Cordovez, Gonzalo Ruiz Cáceres, Eduardo Cardona Villafañe y Francisco Vargas
Santiago.
Todos contribuyeron, con una parte de sus sueldos, a engrosar la suscripción
para gastos de guerra, y sin una sola excepción brindaron sus servicios para volver
a las filas, servicios que no hubo oportunidad de utilizar.
Estos oficiales que relacionamos, y tal vez alguno que hayamos omitido, fueron
el remanente de aquellas heroicas milicias que tuvieron a raya a todos los invasores
y, principalmente, a los ingleses en el año 1797.
1 El teniente retirado de Milicias, Pedro San Antonio Guerra, al frente de 17 milicianos, hizo frente a los
sublevados, cuando éstos invadieron el Pepino, obligán«lolos a huíi, y terminando, virtualmente, con este
acto, la sublevación. Le acompañó, aquel día, el teniente de caballería Pablo Charri, y durante todas las ope-
raciones militares que siguieron, cooperaron con las tropas fuerzas milicianas de a pie y montadas. — N. del A.
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CAPlTtn.O XXXI
EL INSTITUTO DE VOLUNTARIOS
ORt iAXlZACIÓN.^^^^^MiSlÚN.^^COXDIJCl'A DURANTE f.A (il IERRA,
N el mes de mayo de l8<j8, el Instituto de Voluntarios ele
l*iierto kico estaba constituido en la siguiente forma: Una
Plana Mayor (jeneral, cuyas fundones nunca estuvieron Lien
definidas, formada de un comandante, tres capitanes, dos pri-
meros tenientes, cuatro segundos, un médico y un larma-
céulico.
Fd núcleo de la fuerza activa lo constituían 14 batallones de
infantería y además la compañía de Viequcs, con 49 tenientes
coroneles (entre efectivos y excedentes), 45 comandantes, 12 1
capitanes, l(>5 primeros tenientes, lól segundos, 12 capella-
's, seis músicos mayores, y^)6 sargentos, 63t) cabos, 255 músicos y cornetas y
525 soldados, haciendo un total de 551 jefes y oficiales con mando de tropa y
7/2 soldados, clases y músicos, y entre todos 7.331 relacionados en é escalaf(')n
450 A . RI VERO
Declarado el estado de guerra, cada batallón organizó una sección montada de
25 a 40 hombres, con sus correspondientes oficiales. Esta fuerza montada tenía ex-
celente aspecto y usaba caballos verdaderamente de lujo.
En San Juan se formó, además, en los primeros días del conflicto, el batallón «Ti.
radores de Puerto Rico», con un teniente coronel, tres comandantes, ocho capitanes,,
13 primeros tenientes, 12 segundos, un capellán, un músico mayor, 24 sargentos,.
48 cabos y 488 soldados.
En números redondos, la fuerza reunida de todo el Instituto alcanzó, por esta
fecha, a 7.930 jefes, oficiales, soldados y músicos, desempeñando estos últimos Ios-
servicios de sanitarios y camilleros.
El parque de San Juan proveíales de fusiles sistema Remington, reformado, cons-
truidos en Oviedo (España), y de un regular número de cartuchos con bala de en-
vuelta niquelada; equipo y vestuario eran de cuenta de los voluntarios. Como único-
auxilio a la institución de voluntarios, cada año se consignaba en los presupuestos-
insulares la suma de 4.565 pesos y "J^ centavos para gratificación a los furrieles y
bandas de cornetas.
El porte militar de estos batallones era bueno; su disciplina estricta, igual, cuan-
do menos, a la de las tropas de línea; pero su instrucción nunca fué completa, sobre
todo en ejercicios de orden abierto y de fuego. El batallón número I de San Juan,.
6.^, 9.^ y Tiradores de la Altura, y las secciones de Guayama, eran los mejores.
El ingreso en filas fué siempre voluntario; pero, una vez juradas las banderas,,
quedaban sujetos al mismo régimen y Código militar del Ejército, legislación muy
rígida y tan pródiga en artículos en que se fijaba la pena de muerte que, al ser pre-
guntado cierto soldado, recién llegado a filas, sobre la penalidad que correspondía a.
determinado delito, contestó al oficial que le interrogaba:
— Pena de muerte y... otras mayores.
Los mozos españoles que eran llamados a filas como soldados activos, tenían eli
privilegio de obtener sus licencias absolutas después de servir cuatro años en las de
voluntarios.
Era el Instituto, además de un Cuerpo militar, un partido político en armas; hasta
mediados de mayo de 1 898, sólo nutrieron sus filas hombres pertenecientes al lla-
mado partido Incondicionalmente Español de Puerto Rico. Los jefes eran siempre
hombres prominentes en sus pueblos y gozaban de muchas preeminencias, siendo
para ellos fácil tarea obtener favores del Gobierno; una credencial de voluntario era
en aquellos tiempos excelente recomendación para alcanzar destinos públicos.
Durante la preparación de la guerra y cediendo a las repetidas exhortaciones de
Luis Muñoz Rivera, jefe del Gobierno Insular y del partido liberal de la Isla, muchos
portorriqueños de ideas avanzadas y también no pocos peninsulares que hasta en-
tonces habían mirado con recelo a los voluntarios, ingresaron en sus filas.
La misión de esta fuerza, claramente definida en su reglamento, era mantener el
CRÓNICAS 451
orden en sus respectivas localidades y cooperar, dentro de ellas, con la fuerza vete-
rana, en toda función de guerra. El Capitán general fué siempre jefe honorario del
Instituto, y yo tuve el honor, inmerecido, dos años antes de la guerra y a propuesta
del teniente coronel Jenaro Cautiño, de ser nombrado abanderado de honor de los
14 batallones.
La guerra de independencia de Cuba tenía muy excitados a los radicales porto-
rriqueños y, como se barruntase intentos de desembarcos filibusteros para levantar
el país en armas contra España, un contingente de voluntarios fué movilizado, pres-
tando un penoso servicio en las costas, cuyo litoral era vigilado noche y día por un
cordón de centinelas. Esta fuerza no recibía haberes, ni pluses, ni raciones de boca;
todo era costeado de su peculio privado. Voluntarios fueron, además del Ejército y
empleados públicos, los que hicieron subir a cerca de 200.000 duros la suscripción
popular para gastos de guerra. Ellos proveyeron, en unión de otros vecinos, para
adquirir todo el material necesario a las ambulancias de la Cruz Roja en cada pue-
blo, dando además dinero para las atenciones de la campaña y también para otros
gastos no tan justificados; y de los bolsillos de aquella milicia salió mucho oro al
conjuro del sagrado nombre de la Patria, señuelo en cuyo manejo eran expertos los
altos funcionarios de la colonia.
Llegó la invasión y hasta ese día el Instituto fué un bloque, unido y dispuesto
a todos los sacrificios y contingencias del momento; pero una medida arbitraria del
coronel Camó, jefe de Estado Mayor, causó grandes trastornos, relajando la disci-
plina y cohesión entre las filas. Sin razón alguna que lo justificara, se ordenó que
todos los voluntarios, unos 500, que estaban sujetos al servicio militar activo, aban-
donasen sus secciones y se incorporaran a los cuerpos de tropa regulares. Vióse, en-
tonces, hombres adinerados, prominentes en sus localidades, comerciantes, estancie-
ros, hacendados de caña y de café, abandonar sus familias y sus negocios para in-
gresar, sirviendo de estorbo, en cuarteles y acantonamientos que escasamente po-
dían contener a la tropa veterana, de la cual nunca supo hacerse el debido uso. vSin
embargo, no hubo desertores; todos se unieron a sus banderas, pero llevando con-
sigo el natural disgusto y el germen de una indisciplina que no siempre supieron
acallar.
El 26 de julio fué circulada una nueva orden del Estado Mayor, disponiendo que
todas las secciones de voluntarios se reconcentrasen en la cabecera de los depar-
tamentos.
Esta disposición (escribe el coronel Julio Soto, comandante militar de Mayagüez)
dio el funesto resultado que yo presagiaba y había avisado; y, efectivamente, por
más que se les acuarteló lo mejor posible, dándoseles ración y socorro diario y tam-
bién a las familias de los más pobres (con cargo a la suscripción voluntaria para gas-
tos de guerra), no pude contenerlos, y muchos de ellos abandonaron las armas, vol-
viendo a sus hogares a defender sus pueblos, en donde vivían sus familias y radica-
452 A. R I VERO
ban sus intereses, alegando que aquella medida era un atropello a los fines de la
Institución.
Llegó lo sucedido, en casi toda la Isla, a conocimiento de las autoridades milita-
res de San Juan, y en vez de dictar medidas conducentes a restablecer la disciplina e
interior satisfacción entre aquellos 9.000 soldados, se les trató con marcado despre-
cio; se olvidaron sus servicios y sacrificios anteriores, y su actual rebeldía fué vista
en el Estado Mayor casi con alegría, enviándose, entonces, telegramas como el que
sigue:
San Juan, 4 de agosto 1898.
Capitán general a Comandante militar de Mayagüez.
Ordene usted que se destruya con fuego de hoguera cuanto armamento y muni-
ciones desee entregar el 7-° Batallón de Voluntarios.
Macías.
Y en muchos pueblos, y en plazas públicas, a la vista del populacho, para mayo-
res ofensa y escarnio, se quemaron fusiles y correajes; y grandes carretas, llenas de
los mismos, llegaban cada día al Parque de San Juan, que no pudiendo contenerlos
en sus almacenes, tuvo que habilitarlos, más amplios, en el cuartel de Ballajá.
La tropa veterana, y hasta la Guardia civil, día tras día, abandonaban las pobla-
ciones de la isla en virtud de órdenes recibidas, quedando, como única fuerza para
defenderlas, los voluntarios, hombres de arraigo en dichas localidades, casados la
mayor parte y con mujeres e hijos portorriqueños, dueños de fincas y de comer-
cios, y amenazados por partidas sediciosas y de bandoleros que surgían de todas
partes. Y sucedió lo inevitable; lo que ocurrió en España cuando la invasión napo-
leónica; lo que pasó en las provincias catalanas cuando el archiduque de Austria
holló con sus tropas las tierras del condado de Cataluña; lo que aconteció en el nor-
te de Francia, en 1 870, cuando los territoriales arrinconaban sus fusiles tan pronto
divisaban las vanguardias de las tropas alemanas.
Eran los voluntarios milicia ciudadana y auxiHar del Ejército; nunca el nervio en
que debía apoyarse la defensa de una isla, dos veces bloqueada, por los buques
americanos en sus costas y por fuerzas enemigas en el interior, y, además, por par-
tidas de nativos que cruzaban en todas direcciones.
Al cerrarse el doloroso período de la evacuación de la Isla, se escribió en Espa-
ña, por jefes y oficiales que en ella sirvieron, y que aun sentían las nostalgias de sus
jugosas nóminas, libros, folletos y artículos en la Prensa, y en los cuales se medía
con igual rasero a hijos del país y a los voluntarios; todos traidores, todos cobardes.
Ninguno de los que manejaron la pluma en la Madre Patria, con mayor gentileza que
sus espadas én la ínsula, habló de las torpezas y arbitrariedades de «los de arriba»,
CRÓNICAS 453
causantes, si no de la totalidad, de la mayor parte del desastre. Se escribió mucho;
se calumnió libremente, injustamente.
Yo puedo afirmar, apoyado en documentos y en testimonios de personas que
aun viven, que si el 25 de julio de 1898, cuando el general Ricardo Ortega subió las
escaleras del Palacio del gobernador general (quien en aquellos momentos recibía
los consejos de su jefe de Estado Mayor) para ofrecerse a marchar sobre Guánica, a
toda velocidad, cayendo allí con 5-000 cazadores, 12 cañones y 500 caballos, y res-
guardada su columna con el apoyo de 4.000 voluntarios, si tal oferta de aquel va-
liente caudillo hubiese sido aceptada, repito, que ni un solo voluntario de los esco-
gidos hubiese faltado a sus deberes, sino que todos hubieran cumplido como hom-
bres leales a sus juramentos. No eran carne y almas distintas de los que pelearon
con asombro del general Shafter en el Caney y en las lomas de San Juan, ni de
aquellos que en las de Silva y en los picachos de Asomante y Guamaní se batieron
con notable despreocupación. Eran hombres de la misma raza, de la misma condi-
ción, con iguales vergüenza y corazones.
«Santiago de Cuba no es Gerona...», dijo el general Linares en telegrama de 12
de julio de 1 898 al capitán general de Cuba Ramón Blanco. Tampoco eran Gerona,
ni menos Zaragoza, los caseríos indeiensos de Arroyo, Guayama, Yauco, Las Ma-
rías y Maricao, para exigir inútiles sacrificios de sus vidas a los voluntarios que los
guarnecían, mientras los batallones de línea los evacuaban marchando con rumbo a
San Juan.
Se cometieron, entonces, grandes errores y grandes injusticias; el que un jefe, o
dos, o cuatro y algunos voluntarios desertasen al extranjero o se refugiasen en las
montañas, entre 7.930, no prueba nada; fueron éstos la excepción que afirmaba
la regla.
Por referirse al asunto de que trato, copio algunos párrafos escritos por el se-
gundo jefe de Estado Mayor de la capitanía general de Puerto Rico, teniente coro-
nel Francisco I^arrea, en su libro varias veces ya citado:
Formando contraste que lleva algún consuelo al ánimo, puede citarse la conduc-
ta de parte de los batallones ó."" y 9."" de Voluntarios, no obstante ser de los que por
su estado de organización no inspiraban gran confianza. Pocos individuos de ellos
faltaron a sus puestos, cuando el enemigo se presentó delante de MayagUez y Ponce,
poblaciones a que, respectivamente, correspondían; y si bastantes no supieron luego
ser superiores al sentimiento natural de abandonar sus familias e intereses, hubo
muchos resueltos a cumplir su deber hasta el fin, aunque una parte de éstos desapa-
reciera en la retirada por efecto del cansancio e influidos por el desaHento de la de-
rrota. Pero estos cuerpos tuvieron por guía el digno comportamiento de sus jefes. El
teniente coronel del 9.° batallón, Excmo. Sr. D. Dimás de Ramery, quien por sii
edad podía haberse excusado de sahr a campaña, se presentó, no obstante, en Aibo-
nito con sus cuatro hijos, criollos patriotas y dignos de su padre, llevando consigo al
454 A. RIVERO
comandante segundo jefe D. Ricardo Montes de Oca, persona asimismo poco apta
físicamente para las fatigas de la guerra, y más de la mitad de la oficialidad y como
una tercera parte de la tropa a su mando. Casi esta misma relación de oficiales y
tropa, con el total del batallón, alcanzó la fuerza del ó."", que llegó a Arecibo con la
columna procedente de Mayagüez, siguiendo a sus jefes el teniente coronel excelen-
tísimo Sr. D. Salvador Suau y los comandantes Sres. Fernández y Salazar. Y en otros
puntos también, aunque en número más escaso, hubo voluntarios e individuos que
no lo eran, quienes demostraron ser hombres de honor y conocedores de los debe-
res del patriotismo, mereciendo particular mención, en contraposición a aquel alcal-
de español incondicional antes aludido ^, la conducta del de vSan Sebastián, don
Manuel Rodríguez Cabrero, hijo de Puerto Rico y afiliado al partido liberal, quien
además de dar constante ejemplo al vecindario en el cumplimiento de sus deberes,
se apresuró a enviar recursos sanitarios al campo de la acción del río Guasio, e insta-
do después por los americanos para que continuase al frente de la Alcaldía, contestó
que sólo lo haría conservando enarbolada la bandera española.
Un joven español residente en Bolivia, o Colombia, donde ocupaba un buen
puesto en el servicio telegráfico oficial de la República, se presentó espontánea-
mente en Puerto Rico, donde ingresó en la compañía de Telégrafos como simple
soldado por todo el tiempo de la guerra, sintiendo el autor muy de veras no haber
podido averiguar su nombre para hacerlo aquí público.
Algunos soldados licenciados se presentaron también en sus antiguos cuerpos al
estallar la guerra, o entraron a formar parte de las guerrillas de nueva creación;
siendo de mencionar particularmente el sargento procedente de artillería, D. Arturo
Fontbona, quien se distinguió en la defensa de la capital y resultó herido, por lo que
fué ascendido a oficial. Y asimismo es digna de elogio la conducta de varios jefes y
oficiales retirados, que voluntariamente volvieron al servicio activo durante la guerra.
El capitán del 7.° batallón de Voluntarios, D. Quintín Santana, hijo del país, fué
el único individuo de su Cuerpo que se unió a las fuerzas del Ejército, ingresando
como simple guerrillero, sin hacer valer siquiera su categoría en aquel Instituto hasta
que ésta fué conocida. El segundo teniente, D. Carlos López de Tord, fué también el
único individuo de los voluntarios montados de Ponce que se mantuvo fiel a su
deber, y luego prestó buenos servicios en operaciones. Don Juan Bascarán, valiente
portorriqueño y capitán del 6.° batallón, los prestó asimismo, organizando y man-
dando una guerrilla a última hora. El primer teniente del 9."^ de Voluntarios, don
Nicomedes Fernández, aunque enlazado a una familia norteamericana, se distinguió
en el servicio de ingenieros, del que estuvo encargado en la columna de Aibonito en
su calidad de ayudante de Obras Públicas, y a falta de oficiales del Ejército pertene-
cientes a aquel Cuerpo. Y, por último, entre los casos honrosos de que tiene noticia
quien esto escribe, es digno de nota el del sargento D. Enrique Grito, del mismo
batallón acabado de citar, quien hallándose en las montañas del interior de la Isla,
al saber la presencia de la escuadra americana en Ponce, corrió a ocupar su puesto;
mas habiendo encontrado ya la población en poder del enemigo y en plena eferves-
cencia antiespañola, no pudiendo sacar el armamento, penetró ocultamente en su
^ Florencio Santiago.
<: R o N i, C: A S 45 5
casa, se llenó de cartuchos los bolsillos ji volviendo a montar a caballo, regresó a la
finca de donde procedía para recoger allí otras arnias, nuirchando después solo,
por sendas extraviadas, a Aibonito, donde se presentó, al cabo de tres días de ince-
sante caminar, y se distinguió por su buen espíritu.
Aunque ninguno de estos individuos realizase actos heroicos, el haberse señalado
•en el cumplimiento de los deberes del patriotismo o de su Instituto, allí donde la
mayoría fueron infieles a ellos, bien merece que se consignen arpií sus nombres y
:su conducta, para conocimiento y estímulo de los españoles amantes de su patria.
Años después, y al conocerse las vergüenzas de ?ilanila y de Santiago de Cuba,
aquellos apasionados escritores, que tan mal trataron antes a los Voluntarios de
Puerto Rico, amainaron en sus críticas y rectificaron sus juicios. Y hasta alguno de
■■ellos que, a raíz de Ja firma del Tratado de paz, escribiera un desatentado artículo
proponiendo que se retirase a dtcJios volmi! arios la condición de espaiiaies, anduvo,
más tarde, por tierras de ylmérica, y tal vez por esta isla, meneando suavemente las
■cuerdas de su lira para que los — jsiemprc candidos! — vohmtarios del J898 y sus hi-
los y sus amigos engordasen, con relucientes dólares, su escuálida bolsa.
45^^
A . R I V !•: R O-
CAPITULO XXXII
ILXAMIiK CRÍTICO DE 1.0S DIVERSOS I^f.ANKS DE (ÍUIvRRA RlíCATIVOS.
y\ PUKRTO RICO
l'LAX PRIMril\'0.^^^^^^1'l.;\\ DE WI llTNl^Y. ^^PI.AX J)K Í)AYJS.
^^OCO después de comenzar la guerra hispanoamericana se ])ro-
pnsícron tres planes para realizar la invasión y campaña de
íHierto Rico.
!íl primero fue ideado por cl general Miles, con la anuencia
y concurso del almirante Sampson, y mereció la aprohación
del secretario de la Giu-;rra, Alger, y de todo el Cabinete del
IVesiileriie ?\lacd\inlev. Después de zarpar de Oiiantánamo las fuerzas invasoras tal
|)roycH;to fue radicalmente modificado, obedeciendo a los consejos y advertencias del
ya capitán W'liitney, quien, durante la última quiticcna del mes de mayo de 1898,
exploró la Isla, disfrazado, escapando después de su peligrosa aventura, que f)udo c(»s-
tarlc la viila, de acuerdo con las prácticas internacionales sobre tratannento de espías.
Vué adoptado, por tanto, un segundo plan, que, en justicia, debi<n-a llamarse })lan
Whitney.
El tercero y último, ideado por cl capitán Da,vis, comandante del crucero Di.iie,
no fué tomado en consielcración.
Primer plan. — Era el primitivo, que llamaré Miles^Sampson, y descansaba en
una formal invasión de la Isla por paripés cercanos a Fajardo. Además de las fuerzas
que acompañaran al generalísimo, otras, las capitaneadas por Ikooke, Wilson y
Sehwan, concurrirían al mismo |)unto; toda la ofieración sería apoyada por la escua-
dra, que protegería, no sólo el desembarco, sino tandjién la marcha del EjércitO'
^nva,sor sobre .San Juan.
b^ijardo era una excelente base naval y terrestre, a cubierto de cualquier ata(iue
458 A . R I V E R O
por la efectiva protección que podían prestarle desde la rada los cruceros de Samp-
:son; desde esta ciudad partían hacia San Juan dos caminos: uno afirmado, que con-
duce por Luquillo, Río Grande y Carolina a Río Piedras, y otro que bordea las pla-
yas, paralelo al anterior y bien dispuesto para ser utilizado por una columna flan-
queadora del Cuerpo principal.
Si los invasores, siempre al amparo del cañón de sus buques de guerra, llegaban
hasta Río Piedras (y esto tendría que ser después de algún combate favorable para
ellos), indudablemente establecerían aquí su campo, lanzando avanzadas hasta Mar-
tín Peña y sus contornos, lo que haría de San Juan una plaza sitiada por tierra y
bloqueada por mar.
Indudablemente, las numerosas fuerzas que el general Macías había concentrado
en lugares próximos a San Juan, presentarían batalla al enemigo en algún punto es-
cogido de antemano. Eran estas fuerzas de excelente calidad por su espíritu, valor y
disciplina; estaban al mando de oficiales prácticos e inteligentes y su armamento
consistía en fusiles Máuser, modelo español, de repetición. La batalla hubiese sido
muy reñida y tengo razones sobradas en que apoyar esta creencia mía. Si el Ejército
invasor, o cuando menos las vanguardias, eran batidas, siempre podrían retirarse al
abrigo de su base. Fajardo, sin mayores preocupaciones.
No tenían iguales ventajas las tropas españolas, en el caso de un combate adver-
so, después del cual érales imposible buscar refugio en San Juan, bombardeado día
y noche por la escuadra enemiga. No les quedaba otro amparo qué acogerse a las
montañas, viéndose cortadas de su base, sin poder obtener repuestos de boca y
guerra, huérfanas de los principales servicios y sin el apoyo del país, que, de día en
en día, demostraba mayores aficiones hacia los norteamericanos.
En cualquiera de estos dos casos, nuevos refuerzos llegarían al general Miles,
y, tarde o temprano, por muerte de sus artilleros, inutilidad de las piezas, o por
falta de municiones, la captura de San Juan, y después la de toda la Isla, sería inevi-
table.
Este primer plan era lógico, bien concebido y planeado; el general Miles, además
del formidable auxilio de su escuadra, tendría todas sus fuerzas reunidas, recorriendo
un terreno llano, no pantanoso, y abundante en ganado y vegetales, donde no exis-
ten desfiladeros ni otras posiciones desde las cuales pudiera cerrársele el paso con
ventaja. Todo plan de invasión, por regla general, tiene por objetivo la capitalidad
del país invadido. En I797> ^1 invadir la isla de Puerto Rico el ejército inglés avanzó
sobre San Juan desde el primer momento, tomando tierra por las playas de Cangre-
jos, bajo el fuego protector de sus navios de guerra, y aunque tal ataque se estrelló
contra el valor y diligencia de los defensores, justo es declarar que fué bien pensado
y conducido. Realmente, el general Miles no tuvo necesidad de ir tan lejos en busca
de un puerto de desembarco; mucho más cerca, en la costa del Dorado, pudo reali-
zar aquella operación con toda comodidad, avanzando después sobre San Juan y to-
CRÓNICAS
459
mando tales posiciones al lado Sur de la bahía, que le permitirían cooperar a la ac-
ción de la escuadra.
Segundo plan. — El Generalísimo adoptó el plan que llevara a cabo, bajo su ex-
clusiva responsabilidad, y haciendo uso de los poderes discrecionales de que estaba
investido. Como el puerto de Guánica, punto ideal para una invasión, había sido re-
conocido y sondeado por el inteligente capitán Whitney, en él tomaron tierra las
fuerzas expedicionarias, siguiendo a su captura la de Ponce, base elegida para la mar-
cha sobre San Juan, siguiendo la gran carretera que atraviesa de Sur a Norte toda la
Isla. Tal cambio produjo gran estupor y fundada alarma en Washington, y hasta la
Prensa levantó voces de protesta. R. A. Alger, el cual era secretario de la guerra, en
su libro The Spanish- American War^ página 30, estampa las siguientes reflexiones:
Como el General Miles había insistido, sabiamente, en que su expedición fuese
protegida por un fuerte convoy de guerra, bajo la creencia de que era necesario im-
pedir que los cañoneros españoles, saliendo del puerto de San Juan, atacasen a los
transportes durante el viaje, la noticia de que él, de improviso, había cambiado el
punto de su destino, causó mucha ansiedad, toda vez que dos expediciones, for-
mando parte del mismo ejército invasor de Puerto Rico, estaban en el mar, en ca-
mino para Fajardo y sin protección de ninguna clase.
El Mayor General, James Wilson, había salido de Charleston con su expedición,
3.571 oficiales y soldados, el 20 de julio; y el Brigadier, General Schwan, había par-
tido de Tampa el 24, con 2.896 hombres, entre oficiales y tropa. vSurgió, entonces,
el temor de que estos transportes, sin protección, fuesen atacados por los buques de
guerra españoles, mientras iban en camino abarrotados de tropas
Por dos días, con sus noches, las fuerzas de invasión desembarcadas sólo alcan-
zaron a 3.300 combatientes, mientras las defensoras sumaban 18.OOO, y de ellas
8.000 soldados regulares, de primera clase, valientes, sobrios y disciplinados.
Tomado Ponce, las fuerzas enemigas se fraccionaron en cuatro débiles columnas,
al mando de los generales Wilson, Brooke, Schwan y Henry, siguiendo rutas inde-
pendientes, sin posible enlace entre ellas, por parajes intransitables, en pleno ho-
rror del verano y bajo lluvias frecuentes, que convertían caminos y campamentos en
verdaderos lodazales.
Cada una de estas columnas pudo ser batida por fuerzas españolas muy superio-
res, cuando menos dobles en número. El que no se hiciese, no prueba nada dentro
de una sana crítica militar; pudo y debió hacerse.
No son admisibles las razones en que algunos escritores han fundado la defensa
del plan que se estudia, alegando que con él se economizó el Ejército americano
muchas bajas de sangre. Y las causadas por el calor, las lluvias y enfermedades, ^a
cuánto ascendieron?
No existe un solo precepto de táctica o estrategia que ampare y preconice aque-
lla operación de guerra, y solamente podemos admitirla, suponiendo que el Genera-
46o A. RIVERO
lísimo estaba instruido, desde Washington, de que la paz estaba cercana, y de que
en virtud de un Protocolo, ya en preparación, sus fuerzas capturarían toda la Isla,,
como resultado de un éxito diplomático, al cual, indudablemente, contribuyó él con
el apoyo moral que aportara su peligrosa maniobra.
Pian de Davis. — Este marino ideó un plan, verdaderamente diabólico, y clara-
mente expuesto en el informe que sigue:
«Yo mantengo firmemente la opinión de que la plaza de San Juan de Puerto Rico
puede ser capturada por la escuadra a sus órdenes, y por un golpe de mano, sin ne-
cesidad de que el Ejército preste su ayuda; y una vez realizada aquella captura, se-
guiría la completa conquista de toda la Isla.
Mi plan es como sigue: Enviar a la plaza, con la antelación necesaria, y bajo ban-
dera de parlamento, noticia oficial del bombardeo. Los monitores ocuparían el extremo
Oeste de la línea, empeñando combate con las baterías de este mismo lado del Mo-
rro. Los acorazados y cruceros continuarían la línea de combate, desde el punto ocu-
pado por los monitores hacia el Este y hasta la punta del Escambrón; bombardeando,
no solamente las defensas de la plaza, sino también la ciudad misma y los suburbios,
dominando con sus cañones, además, el camino, que es la única salida de la po-
blación.
Dos o tres buques de poco calado, montando cañones de cinco pulgadas, se es-^
tacionarían cerca del Boquerón, barriendo todo el terreno del frente, destruyendo el
puente de San Antonio y sus aproches, y batiendo de esta manera el canal del mis-
mo nombre y la Isla Grande.
Una fuerza de desembarco, exclusivamente de marinos, escoltada por cañoneros,
tomaría tierra una milla al Oeste de Palo Seco y ocupando la costa al mismo lado
del puerto, tendría desde allí a la ciudad al alcance de cañones de campaña que po-
drían emplearse, y también sería posible el uso de fusiles y cañones automáticos.
Estos marinos formarían una reserva para ocupar la plaza en caso de que ésta se rin-
diese por el fuego de la escuadra; este fuego, que sería de gran volumen, no me cabe
duda obligaría a tal rendición en poco tiempo; y una vez capturada la ciudad y bajo
la amenaza de reducir a cenizas defensas y caseríos, indudablemente capitularía toda
la Isla.»
El anterior proyecto, que formaba parte de un informe oficial dirigido por el co-
mandante del crucero Dixie al almirante Sampson, es realmente merecedor de cui-
dadoso estudio. Demuestra su autor tales conocimientos de la plaza de San Juan, de
sus defensas, de sus puntos débiles y de sus flanqueos, que parece conviviera algún
tiempo entre nosotros.
Era un excelente plan; rápido, ejecutivo y de éxito indudable. No vale tildarlo de
cruel, porque la guerra, aun en sus períodos de mayores suavidades, es la sublima-
ción de toda crueldad.
CRÓNICAS 461
^•Qué razones pudieron influir en el general Miles para no tomar en cuenta las su-
gestiones del capitán Davis?
Tal vez una sola, pero en extremo poderosa. El comandante general del Ejército
americano proclamó y llevó a cabo una guerra culta, nada intensa, y durante la cual
evitó, en lo posible, toda innecesaria efusión de sangre, obedeciendo a su criterio
firme de que no hubo justa causa para que los Estados Unidos declarasen la guerra
a España.
Lo que sigue está copiado literalmente de la página 268 del libro Servmg the
Republic^ escrito por dicho generalísimo Nelson A. Miles ^:
Respecto a la necesidad de la guerra con España hoy se cree que, por medio de
un arbitraje, pudo haberse solucionado aquella controversia internacional. Sabemos
por el testimonio de nuestro propio ministro en Madrid, general Steward L. Wood-
ford, que el ministro de Estado y la Reina Regente de España procedieron con entera
lealtad y de buena fe al prometer a Cuba tal clase de Autonomía que, seguramente,
hubiese afirmado la paz y el orden en dicha Isla. Yo tuve una buena oportunidad
para conocer las intenciones de muchos hombres prominentes de nuestro país, y,
sobre todos, la del presidente Mac-Kinley y la de los secretarios de su Gabinete, y
puedo afirmar que solamente uno de estos últimos estaba en favor de la guerra.
Me consta que el secretario de Estado, John Sherman, uno de los pocos estadis-
tas eminentes en nuestro país, era decididamente opuesto al conflicto, y lo conside-
raba en absoluto innecesario; además, oí cierta conversación entre un miembro del
Gabinete y un subsecretario, conversación que fué como sigue:
El subsecretario: — ¿*Qué está haciendo usted para llevarnos a una guerra con Es-
paña?
El miembro del Gabinete replicó:
— Estoy, prácticamente, solo en la administración; pero haré cuanto pueda para
que esto se realice.
— ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! — fué la respuesta.
Tal era el sentir de muchas otras personas que estaban bien enteradas de los
sucesos; pero la campaña de algunos periódicos, y también el clamor de una parte
de nuestro pueblo crecieron tanto, que su criterio prevaleció.
El envío del acorazado Maine a un puerto español fué entonces una resolución
muy desgraciada. Su destrucción en el puerto de la Habana precipitó la guerra.
Nunca he creído que aquel desastre fuese obra del Gobierno español, ni tampoco de
sus oficiales ni agentes. Ciertamente ellos no tenían motivo para realizar tal crimen,
y sí sobradas razones para evitarlo.
Terribles explosiones han ocurrido desde aquella fecha en The Naval Proving
Grounds^ Indian Head, Maryland; en The Dtipont Power Works, y en Mare Island
Pozver Arsenal, California, y también en otros sitios. Yo creo que el desastre provino
de causa interna, más bien que de una externa.
^ De esta obra conserva el autor un ejemplar que, con cariñosa dedicatoria, le entregó el anciano gene-
ralísimo.-—iV. del A.
462 A. RI VERO
Yo consideré siempre como el más alto honor, obtener el mando de un ejército-
para llevar a cabo la invasión de un país extranjero, cuando existiese una causa justa;
ahora, el sentimiento del deber, no sólo para mi país, sino también para los valien-
tes soldados que formaban el ejército, me decidieron a sacrificar toda consideración
personal.
* * *
Plan de defensa. — A poco tiempo de proclamarse el estado de guerra, el servicio-
secreto que el Gobierno español mantenía y pagaba en Washington, Montreal (Ca-
nadá) y otros lugares, pudo, a través de ciertas indiscreciones, traslucir en su casi
totalidad el plan de invasión a Puerto Rico, y así se lo comunicó al general Macías.
Se supo exactamente el total de las fuerzas invasoras, sus caudillos, los puertos
de embarque y hasta el nombre de los transportes empleados. El Estado Mayor
obtuvo la certeza de que Fajardo y las ensenadas inmediatas eran los puntos selec-
cionados para tomar tierra los invasores, y de esa creencia se originó el grave error
de reconcentrar cerca de San Juan la mayor parte de las fuerzas veteranas, inclusa
la artillería de campaña, dejando todo el litoral desguarnecido.
El teniente coronel Francisco Larrea, segundo jefe del Estado Mayor del genera.
Macías, en su libro ya citado, dice lo siguiente:
Si como generalmente se creía, y como parece pensaba el Gobierno de Washing-
ton, era atacada desde luego la capital por mar y tierra, desembarcando en sus cer-
canías el grueso de la expedición, resultaba obligado el concentrar en aquélla la re-
sistencia; mientras que si el desembarco se hacía en puntos lejanos, no cabía duda
de la conveniencia de defender el terreno intermedio con el grueso de las fuerzas;
esto último correspondía al proyecto de ataque del general en jefe americano Miles,
proyecto que, al fin, prevaleció, y permitía al enemigo realizar aquella operación en
las aguas más tranquilas del litoral del Sur, donde se le ofrecieron buenos puertos,
desguarnecidos, en los que su escuadra pudiera mantenerse como base de las ope-
raciones terrestres, sin temor al núcleo de nuestras fuerzas.
Indudablemente el ataque por Guánica trastornó, totalmente, el único plan de
defensa que habían adoptado el general Macías y su jefe de Estado Mayor, coronel
Camó. Durante muchos días se siguió en espera del anunciado desembarco por Fa-
jardo, creyendo que la operación realizada por el general Miles era una simple diver-
sión para llevar hacia la costa Sur las fuerzas defensoras de la Isla, evitando un serio-
combate cuando efectuase su verdadero ataque por Oriente. De estas vacilaciones se
originó el desconcierto que, desde aquí en adelante, imperó en las disposiciones del
Alto Mando. Las compañías iban y venían sin plan ni concierto; y a veces, fuerzas
que guarnecían las posiciones de Guamani, fueron enviadas al Asomante en jornadas
y por caminos que agotaban al soldado, y al mismo tiempo, otras de igual calidad y
número, recibieron órdenes de abandonar las últimas posiciones con destino a las
€ K O N J i: A S
463
primeras. Más tarde renació la calmaj hubo mejor sentido de la realidad y todo es-
taba preparado para librar reñidos combates, cuando los rumores y seguridades de-
que estaba a punto de firmarse el Armisticio puso fin a las actividades del ejército
defensor.
íln cuanto a San Juan, puedo y deseo hacer afiniiacioncs concretas, absolutas.
La plaza jamás se luibiese rendido mientras quedase en ella un solo cañón em-
plazado y un último artillero para dispararlo. Tal era la firme y única resohicíón ele-
su gobernador, general Ricardo Ortega, resolución de cjue me hizo partícipe en di-
versas ocasiones, ¡untos vivimos durante cuatro meses y medio en el castillo de San
Oistóbal, y estoy en condiciones de llevar a esta C'róiíifit los pensamientos de aquel
valeroso soldado, quien se manifestó dispuesto y resuelto a no aceptar, en ningún
tiempo y de ninguna autoridad, otra orden que no fuese encanunada a sostener y
proseguir una lucha sin cuartel. Las piezas modernas y la gran cantidad de municio-
nes que la imprevisión del crucero auxiliar Yosemitc permiiió desembarcar del /í;/-
túnio Lopes, reforzaron de un modo extraordinario las defensas por el frente de tierra
de la plaza de San Juan.
El capitán DavJs afirmaba en su plan que para tomarla bastaban las fuerzas de
Marina y los buques de guerra, y yo me permito escribir en estas páginas que, para^
delender la plaza de .San Juan de Puerto Rico, durante aquellos días de la guerra,
siempre nos creímos suficientes los artilleros del 12." liatallón de artillería; nunca se
nos ocurrió contar los acorazados y cruceros de Sampson ni medir el alcance y
calibre de sus cañones. No digo, porque no es ¡cosible decirlo, que San Juan no se
hul)iese rendido; seguramente, sí. Pero al entrar en su recinto, Davis y sus compa-
ñeros, sólo hubiesen pisado cadáveres y ruinas.
Porque, como decía el general Ortega a cada momento, recordando cierto ar-
tículo de las Ordenes Generales para oficiales del ejército español «El oficial que-
tuviere orden absoluta de defender su puesto a toda costa, lo hará.y
Y al parecer, tal orden se la había comunicado a sí propio el gobernador de San
Juan, general Ricardo Ortega.
U I Y !■: R (J
A k T I ¡. f. R :r i a a. N 'I^ i G V A
Í.MIW Ria.lS. Procede de Puerto Rico. M
CAPITULO XXXIII
IIJICIO CRÍTICO DI-: I.A CAMfAÑA DI^ FCI^ICFO RICO
ri\AN1'E diez y nueve días, o sea desde ei 25 de julio al 13 u.-
ai^osto, el ejército de los instados Cánidos, bajo el mando di ^
recio del (í-eueralísiiiici AJiles, realizó una t:ampaña rápida, íen;i7
e ini.eligeiite, aunque, a nuestro entender, errónoa (ui su aBpeet<^
estratégico. Las reglas de Cogística fueron cuidatlosanicritc-
ohsca-vadas en todo lo referente a marchas, itinerarios, eam¡>a^
nientos, flanqueos, servicios de avanzadas, uuuiici<jnan)ienlo,etc.
La estación era muy calurosa, ]>leno verano tropical, 3 C* ('. a
a sond)ra, con frecuentes eluiparrones que inundaban los cam-
pos V ponían intransitaldes lf>s caminos; tales obstáculos fueron venciólos por los
Ls de admirar la ciega confianza con í¡uc las tres peciueñas cohuimas de BrooO;.
Sclnvan y WÓlson penetraron en una región moniañosa, por caminos que casi sicno^
pre eran verdaderos desfila-leros y desde los caíales uti solo batallón ¡lodía cerrar el
paso a todo un (jifr|H'i de f^.jercito. Los cañónos rcn^orridos por fjs Iros cornafKÍo.s
resultaban sin enlace ni prt)tección lateral; cada uno tenía <¡ue ólc])(uider de su pn*-
|óa tuerza y esiuerzo.
Desde las posiciones espan(»las en las altas mesetas del ./Iay; ///<?///<•; y (iiaintaitl sf
contemida hacia abajo, y a nieílio tiro tle Máuser, varias millas de (-arn^era f;l:u^:5^
mente visibles. Sin ausilio de anteojos pueden distinguirse hond)res. aninudesi casas»
árboles y todos los d<ítailes. Tales canu'nos eran les cpie debían recorrerlos \'olun1a^-
nos del general Miles.
466 A . R I V E R O
En la ruta de Adjuntas a Utuado hay posiciones de extraordinario valor militar;
y sobre la de Mayagüez a Las Marías, los Consumos, la hacienda «Nieva» y el cemen-
terio de la última población, son tres posiciones que, defendidas con inteligencia y
tesón por una retaguardia de las tres armas, son bastantes a cubrir, con éxito seguro,
la retirada, por escalones, del grueso de una columna.
El autor ha pasado muchas horas en las alturas de Pablo Vázquez sobre el Gua-
maní^ desde las cuales se divisa la casilla del peón caminero, donde adquirió alguna
experiencia en agosto 9 el capitán Jas J. VValsh, del 4.'' de Ohío. También contem-
pló, desde lo alto del Asomante^ el paraje donde el capitán Potts y el mayor Lan-
caster emplazaron sus cañones el día 12 de agosto de 1 898; y aun no se explica
cómo aquel día un solo artillero pudo quedar con vida; un blanco para fuegos de
fusil o cañón en el campo de tiro no se destaca con tanta precisión como el sitio a
que nos referimos.
Si el capitán Ricardo Ilernáiz, en vez de dos cañones Plasencia hubiese dispuesto
de los otros seis de montaña, trasportables a lomo de mulo, aparcados en Martín Peña,
seguramente el mayor Lancaster, el capitán Potts y los tenientes O'Hern y líaines
hubieran recibido aquel día una verdadera lluvia de shrapnels, haciendo sus posicio-
nes insostenibles.
Eo mismo pudo ocurrir en Hormigueros, frente al puente de Silva, si los dos
cañones Plasencia colocados en el cerro de Las Mesas lo hubiesen sido junto a la casa
de Peregrinos sobre aquel pueblo.
Las posiciones de Guamaní y Asomante^ fáciles de defender y sumamente difíci-
les de atacar, acreditan como técnico experto y juicioso al comandante de Ingenieros
españoles Julio Cervera, que las eligió y dispuso además las obras de campaña allí
ejecutadas.
Contra ninguna de estas posiciones tenía probabilidades de buen éxito un ataque
frontal; así lo comprendieron los generales Brooke y Wilson al disponer hábiles
flanqueos queiestaban en ejecución cuando se recibió la noticia del Armisticio. Ambos
generales, al llevar a la práctica planes que les fueron impuestos, procedieron con
valor, inteligencia y estricta observancia de los preceptos del Arte Militar. El flanqueo
de Coamo, que produjo el semicopo de la columna Illescas, fué una habilísima
operación de guerra realizada por el 16. ° regimiento de Pennsylvania, al mando del
coronel Hulings, quien caminó toda la noche, con sus fuerzas, por sendas de cabras
y a campo traviesa.
Si la caballería americana, que este día hizo nada o muy poco, en vez de can-
sar sus caballos visitando los Baños de Coamo, hubiese subido, cosa fácil, hacia el
camino de Palmarejo, ni el convoy Illescas ni la mitad de la columna hubieran esca-
pado. En esta jornada se hizo muy mal uso de los cañones; el capitán Anderson, con
sus cuatro piezas, se entretuvo en cañonear a 1.200 metros y durante cuarenta minu-
tos una endeble y pequeña casa de madera, techada de cinc, situada en una altura
CRÓNICAS
467
llamada Loma del Viento, desde la cual una pareja de guerrilleros montados había
disparado sus tercerolas antes de escapar loma abajo. No era posible, ni aun care-
ciendo de gemelos de campaña, confundir aquella construcción campesina con un
hlock-hoiLse, como la llamó el citado artillero; 38 granadas ordinarias necesitó para
formar la horquilla, disparando después 28 shrapnels; ^^ disparos en total que le
fueron necesarios al capitán Anderson para destruir, incendiándola, la citada casa. La
única utilidad de su cañoneo fué llevar la alarma hasta Coamo, dando lugar a que
todo el convoy y la impedimenta se escapasen camino de Aibonito.
Si la batería Anderson, que perdió una hora tirando al blanco, hubiese desen-
ganchado sus cañones en la citada Loma del Viento, mal lo hubieran pasado las
tropas españolas que, por las colinas del frente, a medio tiro, seguían el camino de
Palmarejo.
Es preciso convenir que todo el buen éxito de la jornada, que costó la vida a dos
valientes oficiales del ejército español, pertenece por completo a los soldados del 1 6.°
regimiento de Pennsylvania, mandado por el coronel Flulings. Ellos y sólo ellos reali-
zaron todo el trabajo del día y fueron los únicos que pagaron con su sangre los laure-
les de la victoria, mientras el resto de la columna asistía, de lejos, al espectáculo.
Los campamentos establecidos por el general Wiison a la salida de Ponce, cami-
no de Juana Díaz y los dos que levantara en Coamo el general Ernst, pueden servir
ele modelo en todo tiempo. vSu flanqueo del Asomante fué bueno en cuanto a la pre-
paración y ruta escogida; pero el cañoneo del día i2, a cuerpo geuiil, fué una inexpe-
riencia o una temeridad o ambas cosas a la vez. Frente a la casilla número lo del
peón caminero, existía, y aun existe, una planicie, resguardada por arbolado, desde
donde se podía cañonear, sin grave riesgo, las alturas del Asomante; a retaguardia y
sobre la senda que conduce a esta posición, un repliegue del terreno era excelente
abrigo para el ganado de tiro y conductores.
Reconozco, como antiguo oficial de artillería, la dificultad de hacer un buen tiro
contra Asomante desde la carretera, toda vez que dicha altura estaba cubierta de ma-
lezas y chaparrales, y por campos de plátano en sus vertientes, que impedían la ob-
servación de los disparos; así no debe extrañarse que, a pesar de haber vaciado sus ar-
mones y carros de municiones, sólo una granada del capitán Potts cayó dentro de las
posiciones españolas, granada que no estalló por faltarle el percutor a su espoleta.
No es preciso puntuaHzar la bizarría con que los artilleros americanos emplaza-
ron sus cañones bajo una lluvia de balas Máuser, perfectamente dirigida, porque de
arriba sabían muy bien cuántos metros habla desde Asomante a la casilla núm. 10.
Aquí terminaron los generales Wiison y Ernst su misión de guerra, y es justo
consignar que sus actos, tanto en los combates como en los campamentos, fueron
propios de buenos comandantes.
El comando Brooke operó con inteligencia y acierto hasta la toma de Guayama,
<ín la mañana del día 5 de agosto; pero es inexplicable su pasividad desde ese día
468 A . R I V E R O
hasta el 1 3 en que la brigada Haines se dirigió a flanquear las posiciones del Guama-
ní^ mientras que el mismo general Brooke emplazaba sus cañones a la salida de la
ciudad para batir de frente las posiciones españolas.
Esta operación, tan festinada, parece un alarde á^ postguerra^ toda vez que ese
día 13 para nadie era un secreto en Puerto Rico que el Protocolo de Paz se había
firmado. Era este general Brooke un hombre enérgico, tal vez demasiado rígido, que
pie a tierra, y armado con solo un bastón, marchaba confundido con los sirvientes
de las piezas de artillería.
El reconocimiento ofensivo efectuado el 8 de agosto sobre el camino de Guayama,
dominado por las posiciones españolas de Pablo Vázquez (Guamani), es una mancha
de tinta caída sobre el croquis de las operaciones del general Brooke; en aquel día
la disciplina y hasta el sentido común quedaron muy malparados. Aún después de
veintitrés años se ríen las guayamesas recordando los gritos y nervosidades de los
fugitivos soldados del capitán Walsh, cuando en su hábil retirada buscaron refugió
en la ciudad, alarmando a todo el Cuartel General.
El general Henry y el general Garretson, durante el desembarco y captura de
Guánica y combate subsiguiente de la Desideria, probaron poseer condiciones de
mando y golpe de vis:a. La ocupación de la altura, donde estaba y está la casa de
Quiñones, decidió la victoria. Fué un error del teniente coronel Puig presentar com-
bate en las planicies de la hacienda Desideria, dominadas a tiro de fusil por la loma
de Quiñones.
En cuanto a las operaciones del mismo general Henry, hasta Utuado por Ad-
juntas, debe anotarse que la lentitud de su marcha, aunque justificada en parte por
el mal estado del camino, impidió que sus fuerzas estuvieran en Lares en la mañana
del 13 de agosto para cerrar los vados del río Guasio a la columna de Oses.
Y, por último, nos resta analizar, bajo su aspecto de guerra, la labor del general
Schwan. Ante todo, recuerde el lector que esta brigada estaba constituida, total-
mente, por tr( pas regulares de las tres Armas, y que a su frente marchaban los ex-
ploradores portorriqueños mandados por Mateo P^ajardo, Lugo-Viña y Celedonio
Carbonell.
Hasta San Germán todo marchó perfectamente; la columna cubría sus etapas con
todas las precauciones del caso; pero desde San ( jermán al río Guasio, la buena suerte
de dicho general y las torpezas de Soto y Oses, convirtieron en ruidoso triunfo lo
que debió ser, primero una gran derrota, y después un copo.
Frente al Asomante y al Guamani^ al sonar los clarines de parlamento, dos pu-
ñados de españoles mantenían a raya a dos columnas mandadas por expertos gene-
rales; pero en el río Guasio, aquel mismo día y a la misma hora, la retaguardia des-
moralizada de la columna de Oses, se rendía a discreción, sembrando el campo de
fusiles, mochilas y r*estos de su equipo. Los soldados que casi a nado pasaron el
vado de Zapata, junto con los que se rindieron, eran muchos más que sus perseguí-
CRÓNICAS 469
•dores, quienes con sus dos cañones ligeros les hacían fuego desde las Lomas de la
Maravilla.
Y de esta suerte cosechó los más frescos laureles un caudillo caballeroso y bue-
no, pero que no tuvo un solo destello que pudiera acreditarle como hombre de gue-
rra. Aquella ligera confusión del ir.° de infantería, al desplegar detrás del puente de
Silva, debajo de las Lomas de Silva, en el combate de Hormigueros, mereció todos
los honores de una Corte Marcial. El punto llave de todo el campo de batalla de
Hormigueros era la altura donde están edificadas la Iglesia y Casa de Peregrinos; ni
Soto ni wSchwan repararon en dicha altura, a pesar de que fué reconocida por la ca-
ballería del capitán Macomb. El vivaquear por la noche entre el puente de Silva y la
vía férrea fué un error gravísimo. Si el coronel Soto con sus mil y tantos infantes,
sus dos cañones y sus dos guerrillas, desciende aquella noche desde el cerro de Las
Mesas, de un lado por Hormigueros y del otro por las lomas de Silva, la brigada
Schwan irremisiblemente hubiera sido copada por no tener terreno donde desplegar
y por estar su vivac completamente dominado. Si Schwan, en vez de vivaquear, divi-
de sus fuerzas aquella misma tarde, y las dirige hacia las faldas del cerro de Las Me-
sas, una parte subiendo por Hormigueros y la otra por la carretera de la ciudad,
Soto y su fuerza hubieran sido copados.
Este coronel Soto se retira tranquilamente por los Consumos hasta la hacienda
«Nieva», y desde aquí a Las Marías; su enemigo no lo persigue. La caballería del sim-
pático capitán Macomb pierde su tiempo y el contacto con los fugitivos, mientras
galopa al compás de sus trompetas por las calles de Mayagüez. Toda la brigada en-
tra en la ciudad, acampa a su salida para Maricao, y en vez de lanzar puntas que aco-
sen a la retaguardia española, el general Schwan dedica muchas horas a los asuntos
civiles y a resolver chismes de pueblo.
Soto, de otra parte, en vez de detenerse y hacer frente al enemigo en la formida-
ble posición de los Consumos, a caballo en el ángulo donde se cruzan dos caminos,
sigue a la hacienda «Nieva», abandonando algo de su parque en la finca «Naranjales»,
y, ya en dicha hacienda, tiene la desgracia de caer a un foso, recibiendo tan graves
heridas, que, desde allí y en adelante, fué transportado en camilla. Sigue hasta Las
Marías, y entonces aquel jefe, mal herido y mal curado, casi abandonado de sus
médicos, y postrado en su lecho de campaña, vislumbra la realidad de los hechos, y
ocupando las excelentes posiciones del cementerio, que dominaban todo el campo
hacia abajo, hace alto, da frente, quiere emplazar sus cañones, y esta vez se dispone
^ jugar su iiltima carta. Y, seguramente, la hubiese ganado.
Al llegar a este punto se deja sentir la maléfica influencia del Palacio de Santa
Catalina, desde donde llegaban telegramas tras telegramas ordenando una rápida
retirada hacia Lares, retirada que culminó en la rota del Guasio.
Acampada la brigada Schw^an sobre el camino de Maricao, envía caballería y arti-
llería ligera, con algunos infantes, a buscar el enemigo, que se retiraba con tanta len-
4/0 A . R I V E R O
titud, que sobre el propio camino guisaba sus ranchos y los comía. Aquella fuerza, ^l
llegar a los Consumos, toma el camino de Maricao, y, después de recorrer algunas
millas, tiene que volver grupas para seguir el de Las Marías, adonde entra después
de haberse retirado la columna Soto; una vez allí, y en vez de bajar por el camino-
que directamente conduce al vado de Zapata, donde hubiera llegado antes que la
guarnición de MayagUez, se sitúa en las lomas de La Maravilla, y desde ellas, arras-
trando a brazo los dos cañones, dispara algunas granadas sobre los que en aquellos
momentos cruzaban el vado.
Sólo parte de una compañía pudo ser cortada, y esto por la falta de resolución
de sus jefes, pues ella pudo escapar por donde escaparon las demás.
El autor se encuentra aquí perplejo, y apunta un hecho sin deducir consecuen-
cias, dejándolas al técnico que leyere estos capítulos. Las columnas Brooke y Wilson
tenían por núcleo voluntarios bisónos, que nunca habían oído silbar una bala; la co-
lumna Schwan estaba integrada por fuerzas regulares^ por profesionales de la milicia^
muchos de ellos ostentando en sus mangas los galones de dos y tres períodos de
reenganche.
El paralelo entre el comportamiento y eficiencia de Voluntarios y Regulares,,
como enseñanza para lo futuro, es lo que dejamos a juicio del lector.
Examinemos, ahora, las actuaciones del Alto Mando español. El general Macías,.
prisionero vohintario de su jefe de Estado Mayor, nada o muy poco realizó, durante
la guerra, que pueda considerarse digno de mención. El embarcar a su esposa y fa-
miliares para España, por Ponce, y ocultamente fué un acto poco meditado, y que
causó pésimo efecto en las tropas, deprimiendo el espíritu público; también fué
objeto de acres censuras su tenacidad en no permitir que el general Ortega saliese a
campaña, como solicitara repetidas veces, al frente de una división de tropas regula-
res de las tres Armas, para ofrecer batalla al enemigo en campo abierto.
Muchas personas en Puerto Rico y en el exterior han mantenido la creencia de
que el general Macías recibió de Madrid instrucciones concretas^ y que a ellas ajusto
su conducta, tan extraña como pasiva. Su buena suerte ha permitido al autor de este
libro el tener a la vista casi toda la correspondencia cambiada entre los Gobiernos
de España y de Puerto Rico, y está, por tanto, en condiciones de afirmar, de un modo
rotundo^ que en ningún tiempo se impuso desde Madrid, al general Macías, aquel
criterio suyo que dio al traste con el entusiasmo patriótico de militares y paisanos.
El Ministro de Ultramar, al romperse las hostilidades, autorizó al Sr. Fernández
Juncos, secretario de Hacienda de Puerto Rico, para que girase por un millón de pe-
sos, moneda española, con destino a gastos de guerra, y más de esa suma se vendió
en giros y se gastó en atenciones de la campaña. La suscripción popular iniciada
por dicho general Macías, ascendió a 163.315,69 pesos y todo este dinero, como eí
de los giros, vino a aumentar la partida Gastos de guerra del presupuesto insular.
También debemos consignar que, en cada uno de los siete distritos militares.
CRÓNICAS 471
se iniciaron por sus comandantes suscripciones voluntarias que alcanzaron a eleva-
das sumas. El país entero, al primer anuncio de guerra, vibró de entusiasmo, ofre-
ciendo al gobernador, representante de España, sus vidas y sus fortunas. Si por sus-
picacias inveteradas no se utilizaron tan grandes esfuerzos, culpa fué de los hombres
que gobernaban desde el Palacio de Santa Catalina.
A pesar de lo que ciertos cables hicieron creer en Madrid, la Isla nunca estuvo
bloqueada, y sí sólo San Juan, con frecuentes y largas interrupciones; en todos los
puertos del litoral y a menudo en el de San Juan, fondeaban, cada semana, buques
de vapor abarrotados de subsistencias; no hubo, como se ha escrito, temores de
hambre, y dos meses después del Armisticio, se vendieron en pública subasta, por
la Administración militar, cantidades crecidísimas de provisiones sobrantes. De Es-
pana vino el Antonio López cargado de cañones y otros pertrechos de guerra, y si
más no vino antes y después de la guerra, cúlpese, en primer término, a los que
conociendo la legendaria apatía española, no pidieron a tiempo lo que el Ejército
necesitaba para batirse en condiciones ventajosas.
Hasta el momento de la invasión cada cable de Madrid era una arenga de gue-
rra; después del 25 de julio, los Ministros de Guerra y Ultramar y hasta el mismo
Presidente del Gobierno español bajaron el tono, aconsejando ecoríomizar la vida de
los soldados, pero dejando eyi. todo caso a salvo el honor de las armas; si hemos de re-
tirarnos deesa Isla, y eso sucederá, dejemos recuerdos honrosos de valor y nobleza
que no empanen los timbres de Juan Ponce de León, de IHzarro y de Cortés. Podre-
mos ser vencidos por el número o por la penuria de recursos, pero jamás por desidia o
cobardía. Así dijo, telegrafiando en clave, el Ministro de la Guerra ^.
Pero el gobernador general, abstraído en sus funciones civiles, dedicaba a ellas
todo su tiempo, dejando hacer al coronel Camó, quien poniendo sus ojos en Fajar-
do como único punto de desembarco para el Ejército americano, desatendió todo
el litoral. Dos meses antes de la invasión, el teniente coronel de Estado Mayor, La-
rrea, el capitán del mismo Cuerpo Emilio Barrera y el coronel Pino, de infantería,
estaban en el poblado de Guánica una tarde en cierta inspección militar, cuando el
segundo de dichos jefes, señalando hacia la entrada de aquel puerto, pronunció estas
palabras proféticas: Si el Ejército americano nos invade, seguramente entrará por allí.
Aun vive en Puerto Rico algún caballero que oyó la profecía del capitán Ba-
rrera, y a pesar de ella y a pesar de que como Barrera pensaban todos los jefes mi-
litares, cuando los primeros marinos del Gloucester izaron la bandera de la Unión
en la casa del cabo de Mar, en la playa de Guánica, un teniente y 1 1 guerrilleros
fueron las únicas fuerzas encargadas de defender punto tan vulnerable ^.
Desde San Juan a Martín Peña se aglomeraba una gran cantidad de soldados, y
^ Véase las propias manifestaciones del general Macías. Apéndice núm. 2. — .'V. del A.
2 El capitán D. Emilio Barrera, el hoy general de división y subsecretario de Guerra, al leerle el día 7
de septiembre de 1898 el párrafo que antecede, me dijo: — Esas fueron mis palabras. — A^. del A.
472 A . R I V E R O
a nadie se le ocurrió trasladar ese Ejército a una posición central, como Cayey, para,
desde allí, en golpes sucesivos, caer sobre Guayama o Aibonito, batiendo en detall
las brigadas del general Miles; no se pensó que desde Río Piedras, por ferrocarril, po-
dían transportarse hacia Arecibo, en pocas horas, 'tropas capaces de caer sobre Utuado
o de auxiliar desde Lares a las que bajaban buscando los vados del río Guasio.
Ese mismo jefe, Barrera, propuso utiHzar trenes blindados, en los que se monta-
rían cañones de tiro rápido sacados de los buques surtos en Ja bahía; nadie aten-
dió esta indicación. En cambio se practicaban a diario, y como sistema, requi-
sas^ arrebatando a infelices campesinos sus míseros caballos y muías para remontar
las guerrillas y transportar las cargas, dando esto lugar a que aquellos campesinos,
para defender sus intereses, huyeran por los montes buscando amparo en los pue-
blos invadidos. Dentro de las prácticas de una guerra civilizada y más en país pro-
pio, no debiera utilizarse tan vejaminoso procedimiento.
Como todo este libro sería corto para consignar las torpezas, debilidades e injus-
ticias que en forma de órdenes se cometieran en el Palacio de Santa Catalina, hace-
mos punto, ya que con lo expuesto sobran datos bastantes para poder juzgar la
conducta de las más elevadas autoridades.
Y como tal vez alguien creyera injustos o apasionados estos juicios, copio los si-
guientes párrafos de un libro publicado en Madrid poco después del Tratado de París:
«Respecto al estado de preparación de las tropas para entraren campaña y a los
recursos de que dispusieron, ha de advertirse que los soldados no tenían más zapa-
tos que los puestos, los cuales estaban expuestos a perder desde los primeros pasos
en los barrizales de los caminos, por lo que era imposible ordenar movimiento al-
guno que no fuera indispensable, si no se quería inutilizarlos por completo para
moverse. Las acémilas eran también insuficientes y se hallaban en un estado lasti-
moso como consecuencia de las primeras marchas, lo cual impedía servirse de ellas
fuera de los casos de absoluta necesidad; las secciones de montaña que sólo tenían el
•efectivo de paz, no disponían sino de dos cajas de municiones por pieza; y en cuanto
a las carretas y demás recursos de transportes del país, eran ocultados por los pro-
pietarios en lo más recóndito de las montañas. De las deficiencias del equipo del
fíoldado nada hay que decir, porque se sienten siempre y son las mismas, en todos
Jos casos, en el ejército español, pero, además, faltaban allí útiles de trabajo, explo-
sivos para las destrucciones que retardasen el avance del enemigo, recursos sanitarios
y otras muchas cosas absolutamente indispensables. La galleta y otros artículos que
transportaban los convoyes desde la capital, se mojaban indefectiblemente en el
camino y era siempre preciso tirar aquella que, confeccionada con harinas de muy
mala calidad, se averiaba por completo con la humedad.
Todas estas deficiencias y necesidades habían sido previstas y señaladas oportu-
namente; pero unas no eran de fácil remedio por falta de elementos suficientes en
<el país, y a otros no se las concedió a tiempo la atención necesaria.» '
El desastre nacional v los vicios de nuestras institíiciones. — Francisco Larrea.
CRÓNICAS 473
Este señor Larrea fué antes y durante toda la guerra, el segundo del coronel
Camó. Este mismo jefe, más alelante, como para desvirtuar los supuestos telegramas
en que desde Madrid se daban órdenes a Puerto Rico para eludir el combate, dice
en su citado libro, página 112, lo que sigue:
Pero aquél — el enemigo — no había logrado, al suspenderse las operaciones,
hacerse dueño de la línea principal de defensa, y la bandera española ondeaba to-
davía sobre la mayor parte del país, cuya conquista habría, probablemente, costado^
de allí en adelante, abundante sangre.
El teniente coronel de Estado Mayor, Larrea, tenía perfecto conocimiento del
estado de las cosas y de las opiniones del (lobierno de Madrid y, sin embargo, creía,
en momentos del Armisticio, que de allí en adelante correría abundante sangre.
No es mi deber ni mi deseo emitir fallos en tan grave asunto, pero sí lo es corre-
gir errores y rectificar hechos que han sido falseados por gente interesada; queda el
lector en libertad de juzgar con su propio criterio y aun de creer, si así le place, que
el general Macías fué una víctima y el coronel Camó un Genio de la guerra.
Durante los diez y nueve días que duraron las operaciones por tierra, el ejérci-
to americano tuvo tres muertos y 40 heridos, de estos últimos tres fueron oficiales;
añadiendo los dos muertos y siete heridos durante el ataque avSan Juan, el día 12
de mayo, resulta un total de 52 bajas, délas cuales cinco fueron por muerte.
Las fuerzas españolas regulares y auxiliares que defendían la Isla, tuvieron 1 7
muertos y '^'^ heridos, que hacen un total de 105 bajas, y además les fueron hechos
324 prisioneros por las tropas americanas, siendo de estos últimos nueve oficiales.
Fuerzas de mar. — Durante toda laguerra se hizo mal uso de las no escasas
fuerzas navales que, casi siempre, estuvieron fondeadas en el puerto de San Juan.
No es admisible la efectividad de un bloqueo, por un crucero auxiliar como el
Yosemite, anteriormente un vapor de carga, buque que cerró la entrada al puerto
desde el día 25 de junio de 1898 hasta el 15 del siguiente mes, en que fué relevado
por el crucero de guerra New Orleans. Aquel buque no tenía protección alguna ni
montaba cañones de calibre superiores a los del Isabel II y del Concha, y excep-
tuando a su comandante, al Deán Cooley de la Universidad de Michigan (Colegio de
Ingenieros) y a tres oficiales más, el resto de su tripulación eran reservistas sin expe-
riencia ni prácticas navales.
Sólo la pasividad de que dio muestras el general Vallarino, comandante principal
de Marina en Puerto Rico, pudo colocar en situación, tan poco airosa, a los buques
de guerra españoles.
474 A . R I V E R O
El 28 de junio, el Isabel II y el Cr;;/<://<2, aunque demostrando demasiado apego a
las 1)aterías del Morro, cañonearon con inteligencia y precisión al Yoseniite^ que, mila-
grosamente, no fué hundido aquel día. El Ponce de León, cañonero de ínfima clase,
se portó bravamente durante todo el combate, el cual duró cerca de tres horas, y en
algunas ocasiones se lanzó recto, como una flecha, muchas millas mar afuera, hacia
el buque enemigo, el que llegó a creerlo un formidable torpedero. De todas suertes,
los tres buques de guerra cumplieron su deber, aunque con demasiada prudencia
los dos mayores, en el combate mencionado, y a ellos se debe el que pudiese ser
alijada la valiosa carga de material de guerra que conducía el Ajitonio López. El
teniente Cristelly y todos los oficiales y tripulantes del Ponce se hicieron acreedores,
aquel día, 28 de junio de 1898, a una alta recompensa.
E.n cuanto a la censurable inacción del destróyer Terroi'^ no tuvo en ella culpa
alguna su valeroso comandante, el teniente La Rocha, quien, en más de una ocasión,
solicitó, sin conseguirlo, permiso para hacerse a la mar en noches obscuras y atacar
al crucero bloqueador. Y, sin embargo, más tarde, en pleno día, fué obligado a
realizar un loco ataque contra el St. Paul, crucero auxiliar armado con muchos caño-
nes de seis pulgadas y numerosos de tiro rápido, y mandado, nada menos, que por
el capitán Sigsbee, último comandante del crucero Maine.
El Alfonso XIII, muy bien artillado y con una eficiente tripulación de marinos
de guerra, hizo también un desairado papel. Este crucero auxiliar pudo batirse de
igual a igual con el St. Paul y con grandes ventajas sobre el Vale.
He leído en alguna parte que su comandante, Pidal, se vio precisado a observar
una conducta pasiva, en virtud de órdenes del Ministro de Marina; y como insistiese
en hacerse a la mar para amenazar las comunicaciones entre Europa y los Estados
Unidos, se le ordenó regresase, inmediatamente, a Cádiz, donde fué desarmado su
buque.
El capitán C. D. vSigsbee, comandante del St. Paul, con fecha 27 de julio de 1898,
escribió al secretario de Marina de los Estados Unidos, entre otras cosas, lo que
sigue:
«Yo aconsejo tener constantemente en el pensamiento al Terror como una fuerza
activa existente; pero aun prescindiendo de dicho destróyer, el servicio que debe
realizar el Yosemite, bloqueando un puerto bien fortificado y donde se encuentra un
número de buques enemigos cuya fuerza agregada es más grande que la suya, es
realmente un servicio muy difícil.»
Durante el período álgido de la guerra, los cruceros en puerto limitaron su acción
a montar guardias nocturnas en el canal, fondeando, siempre, a la sombra del cas-
tillo del Morro y bien retirados hacia el interior. Esto fué excesivamente ridículo y
c 1^ ( ) N I c: A s
47
además inútil. Más tarde se sacaron de a bordo dos piezas de tiro rápido fjue iueroii
montadas en hi hatería de San Fernando, duniinando el canal y bajo el mando de
oficiak^s de Marina.
La instalación de torpedos o minas para cerrar el puerto fué en extremo defi-
ciente. Sólo como hecho par;i salir del paso se ])uede admitir la colocación de minas
conectadas a tierra con larg^os cables, <pie eran ;dand>rcs corrientcís de transmisión
elc(d:rica, cruzando aj^uas turliuie tas y batidas, fr(»cuentcniente, por furiosas mare-
jadas. Aj levantarse dichas minas, des[)iiés del .Arun'sticio, todos nos convencimcis
de <|ne a.quellas defensas ln.il>ieran sido com|detanu;nte inofensivas en el momenltv
oportuno.
Los dos va¡)ares lujudidos en la l>oca del Alorro, fueron desviados de su posición
iriiia";d por las corrientes, a causa de no hatx'rselos histrado sufiiatnitcnnente.
Id £(eneral X'^allarino, comandante principal de Marina, fue el único responsablt^^
de todas las deficiencias anotadas. Marinos y tripulaciones estuvieron siempre dis-
puerto, ideó y solicitó salir dc^ noche en la lancha de va|)or <le la Lornandancia, para
atacar al Inujiie enenn'go con un torpedo de contacto sujeto a una larna pc'rliga colo-
cada en la Droa de dicha lancha. Kh;cuerdo que lo trataron de loco.
47^
A . Rl VER O
BORINQUEN
Periódico Quincenal, Órgano de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano.
Año L
riitcfíd al t/l« A'cui Vnrk Poit Office cu tecond cUi*»
BORINQUEN.
Se publicará tos (%s 1° y 15 de cada mes.
Toda la Correspondencia deber& iilrlgirse al
«eñor Roberto H. Todd; Administrador y Secre-
tario de Redacción.
3:í6 West Utli Street, New York.
PRECIOS DE SOSCRIPCrOJ!.
En los Estados Unido», Mé.xico y Canadá.
" por nn año, oro am . . .
por un semestre, oro «tr
En los demis paises, por ^D año ' .
" " por un semestre
Niimero suelto
Numero atrasado ^ 10
Las suscripciones se servirán desde la feclia en
<ine se oraeneo, remitiendo sn importe anticipado,
.f en ningún ca^o tt partir de números atrasados.
Los pagos liabr&n de ser at'.elantad^s y hacerle
jior tbeques, ietr»», órdenes postales y en cartas
«ertlftcadas dirigidas i,
R.H. TODD,
386 West 14th Street, New York.
Los precios de abánelos se bario saber á los
Sres. anuDChiDtes por el Administrador í su»
atientes aatorlsados.
New York, 1 ° de Agosto de 1898.
sn derecho S. ser libre é indepencliente
por las resoluciones del Congreso, la
sanción del Ejecutivo americano, y por
el consenso del mundo entero. ,
Puerto Eico, aún llegando á ser libre,
pasará á ser posesión americana por
cesión del vencido al vencedor, y bu
condición es distinta. La forma de
gobierno que baya de dársele depeuderíif
de la magnanimidad del conquistador);
Sin dnda alg^pna qu« por ser.pst* pueblo
republicano y americano — el pueblo'mo-
delo por sus instituciones y su espíritu
de justicia y de progresb — la libertad
presidirá en todas ntiestras futnras ins-
tituciones y en lo puramente local é in-
terno no habrán de sufrir limitació'rt'
nuestros derechos 6 iniciativas ; pero
carecemos en lo fundamental de la per-
sonalidad é ingerencia propia, resultado
de nuestra exclusiva y esforzada cou-
quísta, ya que á diferencia del cubano,
si hemos alentado la aspiración de
derrocar la soberanía española y cons-
tituir nuestra Repíiblica, no hemos- abo-.
nado nuestro suelo con sangro fecunda
en quince años de tenaz rebelión y he-
roica contienda.
Con tales precedentes, tal parece que
loa portorriqueiles debiéramos aceptar
Los jefee dé nuestro Directorio han
creído y«*han creído bien, qoe «ú-'sua
manos'debiaqnedar íntegro, sin abdica-
óiones dQ ningún genero, el ideal de
Independencia do «u pueblo por el cual
; ftieron llamados iire^esentar y á Indhar,
4)or el «nal rei^<e8entan y luchan to-
davía, y, »¿n coñvencidoá, individual y
.cOlectisamente, d»-qne Puerto Rio) como
posesión americana será libre, prospera
j venturosa, no han querido poner al
servicio del redentor su espada, su ha-
cienda y sus vidas, sino bajo la premisa
aceptada de que el pueblo- de Puerto
•Jlico redimido, habrá de ser también ár-
, bitro de su propia constitución y sus
destinos.
Historia
Desde principios del mes de Marzo da
este afüo, cuando no todos creían en
jiosibilidad do' la guerra, empezaron lÓs
trabajos del Directorio de Puerto Rico
eon las autoridades de Washington, eón
fi\ fin de que «o acepíason los servicios de
nuestra colonia en ios Estados Unidos,
en el p^iso do que, rotas las hostilidades,
se acordase la invasión á nuestra Isla.
Grandes y útiles /icbicron ser dichos
No. 1.3
Directorio y ios corñpromisos qKe con eL
niistno existían, ha escogido á ocho poi^f'
torriquefiorf pa>-a q.ue'UvacoBapaaei- (_iu>
sabemos en'caíiíTad (le qué ) sIq tomarso
la pena de averiguar si dichos señores
eran ó nó dignos representantes de un
pueblo, que como -el nuestro, es culto, é
ilustrado. Fácil hubiera sido, sin étu-
bargo, al señor Sutton averiguari"'^r
hubiera querido, las condiciones mqítüié^
y el óonceptd''*qu(^'' merecen en Pueict»
Ki£!f>, ajgunos' de los boiábres qnií "'
aoompiifían. En Nueva Yofk recidif^
varios Cónsules y Agentes Consuliy ñ
nmericanos, que han ejercido en Puerto-
Rico por algún tiempo y que, juntoa con
varios comerciantes respetables, salieron
del' país cuando _ empezó eJ-iA^nflicto
actual ; y seguramen te .que esíos señónos
hubieran cumplido con gn deber d|tfd(>
los informes que se les h«B8ieíi.en' pedida.
Estos son 'los hephós!"
El Directorio tiene hi tranqíl»rtlad ^o.
conciencia de" haber cumplido su deb*,.
dentj<>,.4<í lo qno cstiin&digno y deceso
para el ]pueblo portorriquefio. Elc-que
no se haya,n aceptado bus servioieeí-por
más que s<5 hayan utilizado en la invasión
todos los d&tos facilitados (^escfeítan prii
cipio, no' és óbice para*^ <íl|í .fiDfénta ;
Facsi'mile del periódico separatista Borinquen^ editado en New York, y del cual fué redactor y administrador
ü. Koberto H. Todd.
CAPITULO XXXIV
HOMI^klíS OÜK DIRKiIliROX Í.A (iÜpJ^RA V.K PUBRl'.) klCO
í'.KNKRAI. M ACIAS
eniente i,reneral I). Manuc;! M.u;:í;is y Casado nació en Te-rue! (|-,s-
añaiclaiu) 1H45, ¡ns^rcsaiuk) a los caldixe en el C(ilc'<ru, de inlaníe^
a (ic l'oledo, oliteniendo, tres años después, <d eniple..^ de allV-re/.
n la, campana de Santo Domingx), y d,e allí pasó a (djha y pcieu'
lespués volvió a España con el empleo tle teniente coronel v sol'>rcgTado de coronel.
Sus méritos y servicios durante la guerra civil carlista le valieron el ser ascen-
dida a coronel. Llamado por el general Martínez Cam|ios, volvió a la isla de Cuba v
allí fué promovido a brigadier por méritos de guerra. Nuevamente en la Península,
fué (xuidecorado con la gran cruz cid Mérito Militar v ílesignado pnni el mando <le
la plaza africana de Meltlla, mando cpie tuvo por un período de tres añ(*s, v desjuu's
de residir algún tiempo en F.spaña, volvió a desempeñarlo.
Llegó a b\ierto Rico en 3 tle fel)rero del año 1808 y ya con la alta catej^oría ik-
Teniente general, para substituir (ui vi mando de la Isla al de sii propio eraplet>
I). Andrés (ionzález Muñoz, (pjien había sucumlndo, repiMilinamente, el misrno <lía
de su llegada a San Juan y d<^'S|>ué:s de haber jurado su cargo de Ciobernador general-
La misión principal del gcn(>ral Macías en (!sta Isla fué la de inijilantar el régi-
el desempeño de funciones tan delicadas tlemostr.'» sagacidad y habilidades de gran
fiolítico, (pie le val!<»ron el cariño, estinmcif'm \' rcs|iero de los liond^res (pie dirigían'
la política portorriqueña.
(iasi al comenzar su labor y cuando, celebradas las primeras elecc¡on(;s por su^^
fragio popular, estibase a punto de constituir el ( iobiernu autonóndco, sobrevino la
guerra his|)aíioa!iiericana. .Sus acluaciones durante los cuatro mesífs aproximados-
478
A . K I \- r-: !< o
<:|ue diirú cl conflicto, fueron y anu son muy cli.'rcuiiílas y censuradas. Desde <;I ins-
tanU^ en que pisó los sakuies de su Palacio de Sania Catalina y celcdirara el prinicr
bi'Sdmanas ác su (lOhierno, fué, casi exclusivamente, uu hombre civil. Entre su doble
<;ai-go ('inconí^ruencia monstruosa ) de gol^^emailor <-ivil \' eapiláu general, optt') por tH
CRÓNICAS 479
primero, delegando todas las funciones militares en su jefe de Estado Mayor, coro-
nel Juan Camó, quien desde entonces fué el verdadero capitán general.
Además del general Macías, otras dos autoridades compartían con él las respon-
sabilidades del mando; eran éstos el general Vallarino, comandante principal de Ma-
rina, y D. Ricardo Ortega, general de división y gobernador militar de la plaza de
San Juan. Los tres vivieron en completo desacuerdo y en lucha constante, y contra
los tres juntos operaba el coronel Camó desde su confortable despacho, anexo al Pa_
lacio del gobernador.
Tales delegaciones y tan lamentables desavenencias dieron fatales resultados en
la preparación de la guerra y conducción de la misma. Nunca hubo previsión, pla-
nes ni concierto alguno.
En los primeros días del conflicto, el general Macías, militar de valor probado en
los campos de batalla, demostró resolución y coraje, recorriendo a diario castillos,
cuarteles y baterías, arengando a las tropas y publicando proclamas que levantaron
al más alto grado el espíritu patriótico y belicoso del país. Tales arrestos y gallar-
días fueron contenidos por los consejos y advertencias de su jefe de Estado Mayor,
hombre viejo y que decía conocer al país, al que jamás quiso bien, no desperdi-
ciando ocasión de tachar a los portorriqueños de traidores, desleales y pusilánimes.
De aquí tomaron origen las desconfianzas y temores que hicieron rechazar numero-
sas ofertas espontáneas de millares de hombres que pedían armas para defender la
causa de la soberanía nacional.
Los mismos voluntarios, españoles peninsulares casi todos, merecieron la hosti-
lidad del coronel Camó y de sus allegados, hasta el punto de que el segundo de este
jefe, el teniente coronel Larrea, ha escrito lo siguiente en la página 72 de su libro
líl Desastre Nacional.
«Pero la mayoría (los Cuerpos de Voluntarios) se hallaban en estado tal que no se
podía contar con ellos sino para inspirar algún respeto a los enemigos del orden
público dentro de sus propias localidades y aun no era seguro que todos sus indivi-
duos respondieran en el momento preciso al llamamiento para tal fin. »
Los desaciertos y falta de resolución del Estado Mayor fueron tan evidentes, que
un gran descontento surgió y tomó cuerpo entre todos los jefes y oficiales del Ejér-
cito y Voluntarios, llegando hasta los soldados; hubo principios de conspiración; se
habló de «embarcar a la fuerza al coronel Camó y hasta alguno más a bordo del
vapor auxiliar Alfonso XIII, obligándole a salir Morro afuera, con rumbo a España.»
vSi tal rebeldía, en extremo censurable, aunque la impulsaron móviles de patriotismo,
no cristalizó, debióse, únicamente, al general Ortega, quien una noche en San Cris-
tóbal y en presencia mía dijo a cierto jefe estas palabras:
— Yo no sé nada, ni deseo saber nada, porque si llego a enterarme de tales pro-
pósitos, trataré a sus autores como desleales y haré que sean fusilados en los fosos
A . R I V p: R O
de este castillo; jamás toleraré tales actos de indisciplina y rebeldía dentro de una
plaza a mi mando, casi sitiada y bajo bloqueo del enemigo.
La conducción de la campaña fué un verdadero desastre; un cúmulo de errores,,
torpezas y equivocaciones, y en ningún momento se supo utilizar los valiosos me-
dios de defensa con que contaba el estado militar del país. La frase «estamos aban-
donados» corría de boca en boca, y así, muchos, al arrinconar sus fusiles, decían:
« — ¿A qué pelear si los de Madrid no quieren. ^>
La aureola de gloria que al abandonar esta Isla, después del Armisticio, rodeara
al general Miles, es una deuda que él tiene contraída con el Estado Mayor del gene-
fal Macías. No a las altísimas clarividencias de aquel generalísimo (condiciones de-
mostradas por él en otras guerras a que asistiera), sino a los errores cometidos por
los directores de la campaña en Puerto Rico debió las nubes de incienso y mirra
que en su honor quemaran sus más exaltados y entusiastas admiradores.
No fué el general Macías un militar pusilánime ni en momento alguno de la gue-
rra demostró haber perdido el dominio de sus nervios. Era, simplemente, un jefe que
dejó hacer a los demás, en asuntos militares, consagrándose por completo a sus tareas
civiles.
Al abandonar la ciudad de San Juan, con rumbo a España, el 1 6 de octubre
de 1898, la opinión pública, exteriorizada por todos los periódicos del país, fué
unánime: «El general Macías había sido un correcto caballero, nada lerdo, honrado
y pundonoroso.»
Antes de embarcarse para España tuvo varios rasgos en extremo delicados; fue-
ron: su orden para que todos los efectos de mobiliario y menaje de cocina exis*
tentes en el cuartel de Ballajá se donasen al Asilo de locos y niños de Beneficencia,
y también los del Hospital Militar al Civil; había en cajas una regular cantidad de di-
nero, resto de una suscripción iniciada por el general Ortega para conmemorar el
centenario del ataque a la plaza por los ingleses én el año 1797, y el general Macías
dispuso que todo este dinero entrase en las arcas municipales, con destino a una
obra benéfica; también cedió un amplio solar al Asilo de Ancianos Desamparados
de Puerta de Tierra. Realizó además otros actos de menor relieve, todos los cuales
merecieron justas alabanzas.
EL TENIENTE GENERAL NELSON APPLETON MILES
Nació en Westminster, Estado de Massachusetts, el día 8 de agosto de 1839. Al'
estallaren 186 1 la guerra civil desempeñaba un modesto empleo en una casa de
comercio de Boston, destino que abandonó para formar parte del regimiento de
Massachusetts, número 22, como teniente del mismo, dirigiéndose a Washington
primero y después al teatro de la guerra. En 1862 fué promovido al grado de coro-
nel, obteniendo el mando del regimiento de Nueva York, número 61.
C R O N I C A S
481
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482 A . RI VER O
Asistió a las batallas que se libraron en la península frente a Richmond y a todas
las demás en que tomó parte el ejército del Potomac, hasta la rendición del general
Lee en Appomattox Court House. Por su conducta inteligente y valerosa fué men-
cionado en el Orden del día después de gran número de combates, y a la edad de
veinticinco años estaba al frente y con el mando del segundo cuerpo de Ejército,
compuesto de 25.OOO. Fué herido tres veces, y muy grave en la batalla de Chance-
llorsville. En mayo de 1864 fué ascendido a brigadier general y a mayor general de
Voluntarios el año siguiente.
Al terminar la guerra ingresó en el ejército regular con el grado de coronel y
mando del regimiento de infantería numero 40, llegando a brigadier en el 1 880 y a
mayor general diez años después.
Tuvo éxito feliz en gran número de combates contra los indios Sioux, Cheyennes,
Kiwas y Comanches, arrojando al jefe Sitting Bull al otro lado de las fronteras de
Montana.
En diciembre de 1 877 y después de una marcha forzada de cien millas capturó
al famoso jefe indio José y a toda su tribu, después de un desesperado combate que
duró tres días; en 1878 capturó también al jefe indio Elk Horn y a toda su banda,
cerca del parque Yellowstone.
En 1886 rindió a los guerreros indios Jerónimo y Natches, y a todas las tribus
de apaches, que eran el terror de los habitantes de Arizona y Nuevo Méjico. Por
estas acciones de guerra recibió las gracias de las legislaturas de Kansas, Nuevo Mé-
jico, Montana y Arizona.
En 1894 tuvo el mando de las fuerzas americanas en Chicago, cuando la gran
huelga de empleados de ferrocarriles.
En 1895 fué elegido general en jefe del Ejército americano.
Al estallar lá guerra hispanoamericana tomó sobre sus horhbros la organiza-
ción de todas las fuerzas de los Estados Unidos, reahzando una labor de mérito ex-
traordinario. En julio de 1898, y en los últimos días del sitio de Santiago de Cuba,
como notara ciertas vacilaciones tanto en el general Shafter como en los jefes de bri-
gada, se dirigió rápidamente a dicha población, y diez minutos después de tomar tie-
rra en la playa del Siboney, hacía desalojar el gran campamento de las fuerzas des-
embarcadas, ordenando darle fuego, medida radical que puso término a la epidemia
de fiebre amarilla que se había desarrollado entre las tropas.
Su sueño dorado fué siempre la invasión de Puerto Rico, y por esto ideó atacar
esta isla antes que la de Cuba. Sus planes se condensan en el siguiente párrafo de su
libro, Serving the República páginas 273 y 274:
«Bajo tales condiciones, el mejor partido a seguir era, indudablemente, el de cortar
en dos las fuerzas del enemigo, destruyendo su poder en la parte más débil. Puertc
Rico y la mitad oriental de la isla de Cuba eran, a mi juicio, los verdaderos objeti
vos para las operaciones de nuestro Ejército. Mientras yo estaba defendiendo estaí
CRÓNICAS 483
ideas recibí un cablegrama de Europa, firmado por Mr. Andrew Carnegie, diciendo
^ue los oficiales españoles estaban ansiosos de que atacásemos la plaza de la Habana,
porque ellos sabían cuan bien fortificada se hallaba y las facilidades que tenía para
•defenderse. En el mismo despacho, aquel patriótico filántropo, sugería que se tomase
.a Puerto Rico primero, porque eso causaría gran efecto en Europa. Yo puse todo
■este asunto en manos del presidente Mac-Kinley y de su Gabinete.»
Rendido Santiago de Cuba, y sin más dilación, reunió las fuerzas que había lle-
vado de Charleston para reforzar el Ejército de operaciones en Cuba, y que no hubo
necesidad de desembarcar, y con ellas hizo rumbo a las Cabezas de San Juan, pri-
mero, y a Guánica dos días más tarde.
Su plan de invasión y de campaña, así como sus operaciones en esta isla, me he
permitido discutirlos libremente y en un plano de absoluta imparcialidad. Yo he sen-
tido, desde hace mucho tiempo, honda admiración y simpatía por este caudillo va-
liente, noble, sagaz, y tan amante de la verdad, que siempre la dijo frente a todas las
conveniencias y de las más elevadas personalidades.
Su manera de conducir la guerra en Puerto Rico debe servir de modelo a los
futuros generales.
Más tarde, cuando regresó a Washington, no se dejó seducir por las alabanzas
•que le tributaron sus conciudadanos y toda la Prensa de su país, sino que alzó su voz,
haciendo públicas todas las faltas, torpezas y deficiencias experimentadas durante la
guerra hispanoamericana.
En 1902 fué a Filipinas en el desempeño de una comisión oficial, y a su regreso,
•sus revelaciones referentes a los abusos cometidos en aquellas islas por el Gobierno
militar, hicieron surgir gran controversia, que duró mucho tiempo.
En 1900 había obtenido el empleo de teniente general, y al siguiente año fué pú-
blicamente reprendido por el secretario de la Guerra con motivo de haber hecho
manifestaciones públicas, aprobando el report de Davis en el caso del almirante
Scheley.
Ha publicado varios libros y desempeñado diversas comisiones científicas, y ac-
tualmente, ya retirado de servicio, desde 1903, por todos querido y por todos res-
petado, vive en la ciudad de Washington.
TENIENTE GENERAL D. RICARDO 0RTE(;A Y DIEZ
Nació en Madrid el día 10 de agosto de 1838, y en 1 8 de noviembre de 1 85 3
ingresó como cadete en el Colegio de infantería, siendo promovido a subteniente
el 15 de diciembre de 1856, con destino al batallón Cazadores de Segorbe, acanto-
nado en El Pardo. En abril de l8S9> y formando parte de Cazadores de Chiclana,
y en el segundo Cuerpo de Ejército, embarcó para África con el Ejército expedi-
cionario.
4^4
i\ . R 1 V
. R O
A las órdenes del teniente general Zaléala asistió a las acciones de guerra de Sie-
rra Bullones, los días 30 de noviembre y <), 15 y 20 de diciembre, líl i ." de 'enerO'
del siguiente año se halló en la batalla de los Castillejos, en la que resultó contuso;,
el 4, en las alturas de la Condesa; el O, en la de Monienegrón, y los días H, 10 y í 2..
en los combates librados en las cerc;inías del río Azmir; el 14, en el de Cabo Negro,
a las órdenes del general Prini, obteniendo mención honorífica por su comporta ^
miento en la !)atalla de los Castillejos.
b'l 4 de febrero de iSóo asistió a la batalla de Tetuán, en la cual fué herido d»
bala, obteniendo sobre el mismo campo de batalla el grado de ca|:»itán. Regresó a l;
Península, y una vez curado de su herida se incorporó a su destino, asistiendo a la
acciones de Samsa y W ad-Kas, y terminada la guerra con el imperio de Marruecor
quedó de guarnición, primero en Algeciras y más tarde en Sevilla y Málaga. Por ;■
CRÓNICAS 485
imérito que contrajera escribiendo una Memoria sobre aplicaciones de un aparato de
•cargar cartuchos metálicos, inventado por el capitán de artillería Canterac, obtuvo
'una recompensa; y a las órdenes del mariscal de campo Andía, tomó parte en las
•operaciones contra los carlistas, y por su valor, en diferentes combates, fué ascen-
dido a comandante.
Durante la República, en 24 de mayo de 1873, se le concedió el empleo de te-
niente coronel por servicios importantes prestados a las nuevas instituciones. El 6 de
octubre del mismo año, y perteneciendo al regimiento de Sevilla, fué herido en la
acción de la Ermita de Santa Bárbara, siendo premiado con el grado de coronel,
y por su comportamiento en los combates de los días 25, 26, 27 y 28 de junio
anterior, se le confirmó en el empleo de aquel grado. En 1875, y ya al frente de
una brigada, continuó sus operaciones en el Norte de España hasta el año 1 876,
•en que, pacificado el país, regresó a Madrid, en donde desempeñó diversas comi-
siones técnicas, examinando reglamentos y obras de texto para las Academias mili-
tares.
El año l88r y por los anteriores servicios y por los prestados como director de
ia Escuela Central de Tiro, establecida en Toledo, fué promovido a general de bri-
gada, con fecha 27 de enero, quedando en Madrid en situación de cuartel. Desde
el 15 de mayo de 1 882 hasta el 6 de abril de 1 888 estuvo mandando diversas bri-
gadas de infantería.
En el año 1 889 inventó, y fué declarado reglamentario, un cargador rápido de
fusil; y en 1892 fué promovido a general de división, mandando, más tarde, la oc-
tava división orgánica de infantería.
En 29 de octubre y con motivo de la insurrección de las tribus cercanas a Me-
ililla, se trasladó con su división a Málaga primero, y después a aquella población, al
¡mando de la primera división del primer Cuerpo de ejército de operaciones, cargo
•que desempeñó hasta fin de marzo de 1 894.
Desde el lO de julio hasta el primero de noviembre de 1895 fué gobernador
militar de Madrid.
El 19 de febrero de 1896 fué nombrado segundo cabo de la Capitanía General de
Puerto Rico y gobernador militar de la capital; desempeñando, interinamente, en
dos ocasiones, el cargo de gobernador general y capitán general de la Isla, hasta el
cese en la misma de la soberanía española, en cuyos últimos días desempeñó las
funciones de Comisionado regio para la evacuación de la Isla. Desembarcó en
Cádiz el 5 de noviembre, fijando su residencia en Madrid.
En 10 de abril de 1901, tres años después de la guerra, fué ascendido a teniente
general, en consideración a sus servicios durante la guerra, y especialmente al ocu-
rrir el bombardeo de San Juan.
En 3 de enero de 1 903 fué nombrado capitán general de las islas Baleares, cargo
que desempeñó hasta el 25 de agosto de 1910, en que pasó a la sección de reserva
4^6 A . R I V E R O
del Estado Mayor General, por haber cumplido la edad reglamentaria, y fijó su resi-
dencia en Madrid, en donde falleció el 3 de diciembre de 1917.
Desde su ingreso en el ejército hasta su fallecimiento contó sesenta y cuatra^
años y diez días de servicios activos, sin abonos de ninguna clase, y obtuvo las si-
guientes condecoraciones militares y civiles:
Mención honorífica, por la batalla de los Castillejos, en 1860.
Cruz de primera clase de San Fernando, por el combate en Cabo Negro, en 1860..
Cruz de Isabel la Católica, por la batalla de Wad-Ras, en 1 860.
Benemérito de la Patria, en 1 860.
Medallas de la Campaña de África, de la Guerra Civil, de Alfonso XII, de Bilbao,,
de la Diputuación de Madrid, de Alfonso XIII.
Cruz de Carlos III, por trabajos de la Junta de armamento, en 1 87 1.
Cruz de primera clase del Mérito Militar, por servicios contra los sublevados de
Cataluña, en 1866.
Cruz de segunda clase del Mérito Militar roja, por los combates de San Pedro^
Abanto, en 1 874.
Dos cruces de tercera clase del Mérito Militar, en 1 878, designadas para premiar
servicios de guerra.
Cruz roja del Mérito Naval, por los servicios prestados en la Guerra Civil, man-
dando fuerzas de infantería de Marina.
Encomienda de Carlos III, en 1894, por sus distinguidos servicios.
Cruz, Placa y Gran Cruz de San Hermenegildo.
Gran Cruz del Mérito Militar en 1889, designada para premiar servicios espe-
ciales.
Gran Cruz del Mérito Naval.
Gran Cruz roja del Mérito Militar, por sus servicios con motivo del bombardeo
de San Juan de Puerto Rico, en 1898, declarada, después, pensionada.
Gran Cruz del Águila Roja de Prusia, 1 905.
MAYOR GENERAL JOHN RUTTER BROOKE
Nació este general en el Estado de Pennsylvania el año 1838; entró en el ejército»
en el l8ól, como capitán de Voluntarios, y tomó parte en la Guerra Civil hasta que
finalizó, retirándose con el empleo de Mayor general.
En 1879 volvió al ejército activo con el empleo de coronel, llegando a brigadier
en 1888, y a Mayor general en 1897. Durante la guerra hispanoamericana tuvo el
mando del primer Cuerpo de ejército, y coa la brigada Plaines desembarcó en
Arroyo, siguió hasta Guayama, y al firmarse el Armisticio, y cuando el general
Miles regresó a los Estados Unidos, quedó a cargo de toda la Isla y del ejército de
ocupación.
C RON IC AS 487
Fué designado por el presidente Mac-Kinley para presidir la Comisión que debía
entender en la entrega de la isla de Puerto Rico al Gobierno americano, y en este
cargo probó su inteligencia, entereza y discreción.
Encabezó la lista de gobernadores de Puerto Rico, bajo el nuevo régimen, y
desde el primer día de su mando enderezó todos sus esfuerzos a conseguir una com-
pleta pacificación del país, entonces infestado de partidas de gente colocada fuera
de la ley.
En 18 de octubre de 1 898, al tomar las riendas del Gobierno, dictó unas sabias
instrucciones dirigidas a los comandantes de puertos militares de la Isla, en las cuales
les ordenaba perseguir, sin tregua, a todos los ladrones, incendiarios y asesinos, así
como también a los que intimidasen a los propietarios de los campos para hacerles
abandonar sus fincas.
«Ha sido política de los Gobiernos anteriores de esta Isla proveer de guardias y
destacamentos, para su defensa, a las pequeñas poblaciones y haciendas de caña y
café. Esto ha sido causa de que los propietarios de fincas y habitantes de las peque-
ñas comunidades hayan perdido la propia confianza y necesario valor para ejecutar,
por sí mismos, el derecho de la propia defensa.
Deseo que todos recobren cualidad tan esencial, y-paraeílo negaré toda petición
de tropa que se me haga, a no ser en casos justificados y de absoluta necesidad.»
{Párrafos de sus instrucciones mencionadas.) "'^^^r
El 6 de diciembre entregó el mando de la Isla y departamento militar al Mayor
general Guy V, Henry, y el 1 3 del mismo mes fué nombrado para igual cargo en la
isla de Cuba, cargo que desempeñó hasta el año 1900, sucediéndole el general Leo-
nardo Wood.
CARTA DEL MAYOR GENERAL, JAMlíS H. VILSON
Wilmington, Delaware.
Sr« Ángel Rivero , ingeniero.
San Juan, P. R.
Querido señor: Contestando su carta 12 de julio actual, tengo 'el
gusto de incluirle mi fotografía hecha en el Japón, poco después de
mi estancia en Puerto Rico, y también un extracto de mis servicios.
Tendré mucho gusto de recibir y leer un ejemplar de su **Historia
de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico**.
4B8
A . R 1 V E .R ( )
MAYOR GliXKRAL JAMES IIARRISOX WII.SOX
Nació en Illinois el año J837, graduándose en la Academia Militar de W'cst
Poinl en 1 H60; era teniente, al siguiente año, cuando fué nombrado jefe de una sec-
ción topográfica; más tarde tomó parle activa en la (uierra Civil, y principalmente
en las opcracioncF r-oü'rn la pla'a de Richmnnd: as<M^ndi<'» a Ma-^/nr «Tpneral de Vo-
'■■^
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luntari(»s en l8()3, y por su valor temerario en la batalla de Wiklerness se le reco-
noció (ú grado de coronel del líjcrcito RcguLir.
En el año I<H(54 fué nüml)rado jefe de la l)rigada de caballería del Mississippi, \-
a! frente de sus tropas dio varias cargas en las batallas de Franklin y Nashville.
Kn 1865 realizó un famoso /"íZ/V/ dentro de Alabama y (Jeorgia, y en veniiocho días
ílc nuirclia y continuos combáteos, capturó cuatro poblaciones importantes y 6,820 pri-
sioneros, entre ellos a jefferson Davis.
bai 1898 fué nombrado Mayor general de Voluntarios, y con este grado tonu'*
parte en la campaña» de b*uerto Rico, haliiéndose retirado en lOOI con el empleo de
brigadier general. Recibió, durante sus canij)añas, varias heri<las, una de ellas dc^
mucha gravedad, y de la cual siempre se resintió.
A mediarlos de agosto de 1 808 fue entrevistado en su ca,mpamento de Coame
por 1), Ramón B. López, periodista, y por sus manifestaciones supo el país portorri^^
CRÓNICAS 489
queño los futuros propósitos que, respecto al mismo, abrigaba el Gobierno de los
Estados Unidos.
Durante esta campaña fué justo y humano no tolerando el menor desorden ni
abuso entre sus subordinados. En ía jurisdicción ocupada por sus tropas desde que
comenzó la campaña hasta después de la evacuación, no pudieron prosperar las
partidas de gente maleante que por aquel entonces infestaban la parte Occidental
y Noroeste de la Isla.
MAYOR GENERAL FREDERICK D. GRANT
Nació en San Luis de Missouri, el 30 de mayo de 1 850, y era hijo de aquel
famoso general Grant que fué Presidente de los Estados Unidos.
Al estallar la Guerra Civil americana, contaba once años, y a pesar de su juventud
se alistó desde primer momento. Tomó parte en diferentes batallas y en el sitio de
Richmond, siendo herido, en el muslo derecho, en la batalla de Puerto Gibson, y re-
cibiendo otro balazo en la de Black River. Cuando las tropas de la Unión entraron en
la ciudad de Jacksonville, Grant, que no tenía más que trece años de edad, iba al
frente de ellas y fué él quien enarboló la bandera del Norte en la Casa- Ayuntamiento
entre vítores de los soldados.
En el año 1 866 fué destinado al Colegio Militar de West Point, y a su salida prestó
diversos servicios; y, más tarde, tomó parte en la campaña contra Méjico. Nombrado
coronel, fué ayudante del general Sheridan, y en 188 1 se retiró del servicio activo
en compañía de su padre.
En el año 1 889 mé nombrado, por el Presidente Harrison, embajador extraordi-
nario cerca del Gobierno austríaco.
En 1895 estuvo al frente de la policía de Nueva York, cuyo Cuerpo reorganizó
bajo sólidas bases.
Al declararse la guerra entre los Estados Unidos y España fué electo, por unani-
midad, coronel del regimiento de infantería, núm. 14, de Nueva York, que organizó,
conservando su mando hasta el 2"] de mayo de dicho año, en que a cargo de la pri-
mera brigada y más tarde, de la primera división del primer Cuerpo de Ejército, reci-
bió órdenes de venir a Puerto Rico, embarcando en New-Port News, en 30 del mismo
mes, aunque no zarpó su expedición hasta el lO, llegando directamente a Ponce el 16
de agosto. Allí permaneció hasta el 26, en cuyo día recibió órdenes de dirigirse
a Guayama, donde se hizo cargo de la segunda brigada de la primera división cuando
ya se había firmado el Armisticio. Este general ha publicado muchos trabajos de
índole científica y asistido a diversas conferencias, disfrutando de un merecido pres-
tigio dentro del Ejército americano.
El 18 de octubre de 1898, al dividir el Mayor general Brooke la Isla en dos dis-
tritos, asignó al general Grant el que tenía su cabecera en San Juan. Desempeñó este
•cargo hasta el 13 de abril del siguiente año, en que se suprimió dicho distrito.
490 A . R I V E R O
MAYOR GENERAL GUY VERNON HENRY
Nació en Fort Smith, territorio indio, en 1 839, haciendo sus estudios militares
en la Academia de West Point, y fué graduado en 1861, tomando participación,,
seguidamente, en la Guerra Civil del lado de la Unión, y en la cual combatió en los
más terribles combates, desde la batalla sangrienta de BuU Run a la de Cold
Harbor.
A los veinte años era coronel del regimiento Voluntarios de Massachusetts, nu-
meró 40.
Terminada aquella guerra fué destinado al arma de caballería, y en 1894 marchó
al Arizona, donde libró una serie de no interrumpidos combates contra las belicosas-
tribus de indios, y en uno de ellos fué gravemente herido, con pérdida de un ojo,,
viéndose en la precisión de pasar al Cuerpo de inválidos.
El año 1890 y al estallar la insurrección de los indios Sioux^ volvió al servicio
activo, tomando parte en aquellas operaciones; y más tarde, en 1 898, acompañó-
desde Guantánamo al general Miles, desembarcando en Guánica, al frente de la bri-
gada Garretson, el 25 de julio.
Desde Ponce, por Adjuntas, siguió en la primera quincena de agosto hasta
Utuado, donde fué sorprendido con la noticia de haberse firmado el Armisticio que
puso fin a la guerra.
E^l 18 de octubre fué designado por el general Brooke para el mando del segundo
distrito, de los dos en que se dividió la Isla, distrito que tenía su capital en Ponce;
y allí siguió hasta el 6 de diciembre, en que por orden del Presidente Mac-Kinley,-
asumió el mando supremo de la Isla y del Ejército de ocupación, por haber sido
trasladado a Cuba el Mayor general John R. Brooke.
Su gobierno se significó por una completa transformación de todos los servicios
y organismos. El 18 de diciembre declaró libres de toda traba y contribución las
industrias de pan y carne, con objeto de abaratar estos artículos.
En febrero 16, del siguiente año, reorganizó los departamentos del Gobierno
insular, y su orden en tal sentido contenía tales apreciaciones que el presidente y
todos los miembros de aquel organismo presentaron sus renuncias, las que les fueron
aceptadas y substituidos por los siguientes:
Francisco de Paula Acuña, secretario de Estado; Cayetano Coll y Tosté, Hacien-
da; Herminio Díaz Navarro, Gracia y Justicia; Federico Degetau, Interior. A cada
jefe de estos departamentos se le nombró un assisstant^ subordinado, siendo el del
doctor Coll y Tosté el primer teniente Frank Mac-Intyre, hoy Mayor general y jefe
del Burean de Asuntos insulares.
En mayo 2 ordenó que ocho horas constituirían, en lo sucesivo, y en toda la Isla,
un día de trabajo regular, y que todo salario quedaba exento de contribución o
CRÓNICAS 491
recargo. A él se debieron la reorganización de la Junta de sanidad y de otros muchos-
servicios, así como la final organización del Cuerpo de la Policía insular, que quedó-
a cargo de Frank Testher.
Fué exigente en grado sumo con concejales y alcaldes, a quienes trató con rudeza
militar; distinguiéndose de otra parte, en la gran cortesía con que siempre favorecía
a cuantos sirvieron, militares o paisanos, al gobierno español ^.
El día 9 de mayo resignó su cargo en manos del brigadier general George
W. Davis, y desde abril había publicado una Orden del día despidiéndose del Ejér-
cito, Policía insular y de los habitantes de la Isla, a quienes daba oportunos y sabios
consejos para que, adaptándose al nuevo orden de cosas, tuviesen fe inquebrantable
en las futuras decisiones del Gobierno americano.
MAYOR GENERAL OSWALD HERBERT ERNST
Nació el 27 de junio de 1842, en Ohío, cerca de Cinncinnatti. En 1858 entró en
el Colegio de Plarvard y terminados sus estudios ingresó en el militar de West Point,.,
siendo su graduación en 1 864, con el grado de primer teniente del Cuerpo de inge-
nieros, prestando sus servicios en el Ejército de Tennessee, al final de la Guerra
Civil, en la campaña de Atlanta. En 1 870 formó parte de una 'Comisión enviada a
España para observar un eclipse solar.
Sirvió después, siempre como ingeniero, en varias comisiones y en diferentes
Estados de la Unión y también en Méjico.
Desde 1893 a 1898 fué superintendente de la Academia militar de West
Point.
En julio 21 de 1898 embarcó en Charleston, Virginia, en el transporte Grande
Duchesse al mando de una brigada y formando parte de la expedición del general
Wilson, que operó en Puerto Rico. El éxito parcial del ataque que realizara el 16. "^ de
Pennsylvania, en Coamo, fué debido a los planes de este general. Poco después del
combate, el coronel de dicho regimiento entregó a Ernst un sable y una espada, ase-
gurándole que eran las pertenecientes al comandante Illescas y capitán Frutos Ló-
pez, armas que conserva dicho general como valioso trofeo de la guerra.
Hace muy poco tiempo, este general fué visitado en su residencia de Washington
por Roberto H. Todd, quien lo hiciera a instancias mías, recibiendo algunas impre-
siones de aquel caudillo acerca de su campaña en Puerto Rico, y principalmente so-
bre el combate de Coamo.
i Las huérfanas de un coronel español, que, a causa de la guerra, no recibían su pensión, fueron de-
mandadas en desahucio por el dueño de la casa que habitaban; súpolo el general Henry, y llamando al ca-
sero le dijo:
— «Si usted lanza a la calle a esas señoritas lo encerraré en el castillo del Morro; por ahora dése por bien
pagado con el honor que recibe alojando en casa suya a las hijas de un noble jefe español.»
Poco después dio órdenes para que en el mismo edificio que ocupaba el Instituto Provincial, se habili-
tase un departamento, que habitaron las huérfanas por mucho tiempo.— A', del A.
492 A . U i Y K ¡i O
«!\!e dijo el general Ernst que Ulescas se había portado como un valiente soldado
{¡ike a bravt solditr); pero que durante toda la acci(5n parecía (jiie le guiaba la idea
del suicidio, pues nuientras sus soldados CvStaban a cubierto por las trincheras, él se
exponía, constantemente, recorriendo a caballo toda la línea, sin ocultarse, y como
si invitara, en vez de rehuirlas, a las balas enemigas.» '
]*or esta acción, y a propuesta de los generales 3ti¡les y W'ilson, el ('ongreso, y
ya retirado el brigadier lírnst, lo ascenditj a mayor general «por servicios prestados
■en la batalla de Coaniox..
De enero i .", a mayo 6 del año l8c)y, fué inspector general de la división de
tropas americanas en C'uba, \\x\ I Hcjq fué nombrado miembro tle la Comisión pai
determinar la mejor rula de un canal a través del istmo de Panamá, comisión qi
duró desde junio () de acjuel año al 3 de marzo de l(X)4. Jui el niisnuí año 18;,)'
Párrafo «Ir-
íral Osivald I
ert t:rnst. ^.\'. de! A.
(■ R o N 1 c; A s
desde julio a octiil)re, estuvo en Europa estudiando todo lo referente a grandes-
canales y tüiubién los planos del ingeniero I.esseps para el de ['anamá.
Fué retirado por edad en junio 27 de lOOG, y a<:tiialmente vive en WYishington,
en una opulenta mansión, tan ágil y vigoroso corno aparecía en 1808.
^lAVcm (¡KXKkAI. TEODORO Sí.llWAN
Xació en ilanover, Alemania, julio o d(? 1 841, y vino a los I'.sladus Lóiidos-
en 1H57, sentando ¡ilaza y obteniendo la mayor parte de sos ascensos por méritos
de guerra. Durante la campaña de Puerto Rico mandó la brigada de tropas regula-
res que, partiendo de Yauco, llegó hasta Las Marías.
Actualmente esta retirado, después de cuarenta y tres años de servicios, durante
los cuales fué condecorado varias veces por su valor distinguido y heroico.
Ha desempeñado el cargo de agregado a la límbajada Americana un Berlín,
Por su caballerosidad y corrección durante aquella corta campaña de Puerto-
í\'ico, mereció las simpatías y el respeto de toda la región occidental de Ja Isla.
494 A . R I V E R O
ALMIRANTE WILLIAM THOMAS SAMPSON
Nació en Palmyra, estado de Nueva York, el 9 de febrero del año 1840, mu-
riendo en Washington el 6 de diciembre de 1902.
Hizo sus estudios profesionales en la Academia Naval, tomando después parte
muy activa en la Guerra Civil, y el 15 de enero de 1862 estaba de servicio en la torre
del blindado Patapsco, cuando este buque fué volado por
un torpedo sudista en la bahía de Charleston; a su sangre
fría debió la vida en aquella catástrofe.
En 1897 fué nombrado comandante del acorazado lowa,
y el 17 de febrero del mismo año presidió el board que
debía inquirir sobre las causas que ocasionaron la destruc-
ción del crucero Maine, rindiendo su informe en 22 de
marzo. Poco después fué promovido al empleo de acting
real almirante, sucediendo al almirante Sicard en el mando
de la escuadra del Norte Atlántico, y entonces enarboló
Almirante w. T. Sampson. SU insiguia a bordo dcl crucero acorazado New York.
El 12 de mayo, a bordo del lowa, dirigió el bombardeo
de San Juan, acción de guerra que llevó a cabo sin la necesaria autorización, valién-
dole por esto fuertes censuras en los Estados Unidos y en Europa, donde muchos
marinos prominentes, y no pocos estadistas, juzgaron aquel bombardeo como una
flagrante violación de las leyes y prácticas de la guerra.
En dicha mañana, y según informes de los corresponsales de la Prensa america-
na, que presenciaron el combate a bordo del yate Anita ^, el almirante Sampson, y lo
mismo el capitán Evans, del loiva, estuvieron en grave peligro de morir o ser heri-
dos, cuando un proyectil de 6 pulgadas, dirigido, según opinión de ambos, desde el
castillo de San Cristóbal, estalló sobre sus cabezas.
Al decretarse el embotellamiento de la escuadra Cervera en el puerto de Santiago
de Cuba, tomó el mando de toda la escuadra de los Estados Unidos, incluso la
escuadra volante del comodoro Scheley. El día 3 de julio estaba camino de Siboney
para conferenciar con el general Shafter, cuando los buques españoles salieron de
aquel puerto. Su insignia, el Neiv York, a toda velocidad, se reunió al resto de su
escuadra, tomando escasa participación en el combate, que estuvo a cargo del co-
modoro.
Al finalizar la guerra, surgió en la Prensa americana una controversia, respecto a
cuál de estos dos marinos correspondían los honores del triunfo; y aunque un board,
que fué nombrado tres años más tarde, a petición de Scheley, falló el pleito a favor
1 Guardo en mi archivo las ediciones del World y del New York Herald, donde consta este incidente. — ■
N-delA.
CRÓNICAS 495
•del almirante Sampson, ya fué tarde para que el Congreso tomase acción recono-
ciendo sus servicios, y por ello no tuvo recompensa alguna.
El año 1910, acompañado de Roberto H. Todd, visitaba yo, precisamente en la
fecha «Decoration Day», el cementerio nacional de Arlington Heights (Virginia),
cuando nos detuvimos frente a la tumba del almirante Sampson, muy cercana a la
del general Guy V. Henry.
Al recordar la sorpresa y sustos del 12 de mayo de 1 898, no pude menos que
perdonar al muerto y elevar una oración por el eterno descanso de su alma.
EL CORONKL D. JUAN CAMÓ V SOLER
Fué, durante la guerra y mucho tiempo antes de su declaración, jefe de Estado
Mayor de la Capitanía general de Puerto Rico. El general Macías, quien había sido
destinado a esta Isla, en substitución del de igual empleo D. Andrés González Muñoz,
para implantar en ella el régimen autonómico decretado en 25 de noviembre
de 1897, dedicó todo su tiempo y todas sus actividades al buen desempeño de la
difícil tarea que le había sido encomendada por el Gobierno de España, permane-
ciendo inactivo, y en ocasiones hasta aparecer ignorando sus funciones de capitán
general, por haberlas declinado, en su jefe de Estado Mayor.
Este, hombre maduro, de no vulgar ilustración, pequeño de cuerpo, pero grande
de voluntad y carácter; hosco, reservado, despótico en grado sumo, no admitía ré-
plicas ni observaciones de persona alguna. Jamás enmendó su criterio. Fué siempre
señor y dueño de las fuerzas militares que guarnecían la Isla, y hacía y deshacía a su
antojo, procurando, en todos los casos, contrariar a sus subordinados, y aun a los de
su misma o superior categoría.
Ordenancista exagerado, nunca permitió que se le apease el Usia^ ni concedió esos
favores que, tan usuales son, en las oficinas del Estado Mayor; nunca supo decir que
sí, y ni los propios jefes de batallón se vieron libres de sus durezas y humillantes
fiscalizaciones, casi siempre nimias y sin fundamento. Fué una losa de plomo, un
martillo pilón, que gravitó y batió, por muchos anos, sobre todos los que tuvieron la
desgracia de caer dentro de su amplia jurisdicción. Por esto era mal querido en cuar-
teles y cuartos de banderas, no gozando entre el elemento civil de mejor reputación
ni de mayores simpatías; y así, cuando se embarcó para Cádiz, después de firmarse
•el Armisticio, fué el único jefe español a quien nadie acompañara a bordo; y no hubo
entre las suyas una sola mano amiga que las apretara en despedida, y los periódicos,
con sorprendente unanimidad, le dedicaron sueltos y artículos, que eran verdaderas
diatribas.
Derrochaba sus horas, de laboriosa actividad, pues trabajaba de sol a sol, y aun
de noche, en minucias de guarnición para impugnar los gastos menores de los Cuer-
pos armados, haciendo reparos al precio de una botella de tinta o de una olla para
496 A . R I V E R Q
ranchos, adquiridas a precios del mercado, por jefes honorables; y en tales trabajos
le sorprendió la guerra sin planes y sin previsión de clase alguna.
La artillería de campaña era escasa, y escasa su dotación de municiones; las pie-
zas emplazadas en San Juan, único puerto fortificado en toda la Isla, eran de calibre
medio, ninguna de tiro rápido o carga simultánea; no había pólvora adecuada para
las de mayores alcances y poder; no hubo telémetros ni torpedos, ni minas ni ex-
plosivos para volar puentes, ni almacenes con provisiones de boca y guerra. Sánchez
de Castilla, subinspector del Cuerpo de artillería, y Laguna, del de ingenieros, cla-
maron, repetidas veces, sin resultado, exponiendo tales deficiencias y señalando el
oportuno remedio, y siempre sus peticiones se estrellaron contra el non posstimus del
coronel Camó *.
No hubo, antes de la declaración de guerra, ni después, escuelas prácticas de ar-
tillería, y, cuando tuvo lugar el combate del 12 de mayo, ni uno solo de los sirvien-
tes de las piezas había tenido oportunidad de escuchar el estampido de los caño-
nes. Larrea y otros jefes trataron de encauzar aquel desbarajuste, pero sus indicacio-
nes, así como las del general Ortega, fueron siempre mal recibidas. Para que el lector
tenga visión exacta de aquellos hechos, es bueno que sepa que San Juan nunca fué
bloqueado regular y efectivamente, y sí sólo en ciertos períodos, y siempre por fuer-
zas navales, muy inferiores a las ancladas en la bahía. Ponce, Mayagüez y Arecibo,
conectado este último puerto por ferrocarril con San Juan, siempre estuvieron
francos, y en ellos entraban y salían, libremente, vapores ingleses, alemanes, fran-
ceses y hasta veleros españoles. Pudo pedirse y traerse de España mucho material
de guerra necesario, solicitado por los artilleros, con sobrada antelación, peticio-
nes que dormían el sueño de los justos en las oficinas del Estado Mayor; y así, en
Madrid, pocas veces supieron la verdad en cuanto a nuestras necesidades durante la
guerra.
Cuando se proclamó el estado de guerra y el general Macías hizo un llamamiento
al país, éste respondió con sin igual entusiasmo, secundando al Ejército y Volunta-
rios; ni un solo pueblo faltó a su deber; las compañías de Voluntarios se vieron nu-
tridas con hombres que siempre recelaron del Instituto; secciones de macheteros, au-
xiliares y de transporte, surgieron por todas partes.
Camó, siempre adusto, siempre receloso, veía en cada portorriqueño que pedía
armas un traidor, y en cada Voluntario un mal soldado, en el cual no podía tenerse
confianza. Sánchez Apellániz, comandante militar del departamento de Humacao, re-
cluta e instruye 200 voluntarios, para los cuales pide fusiles y equipos. El jefe de Es-
tado Mayor, tal vez sin consultarlo con el general Macías, rechaza la petición y es-
cribe: «Esas peticiones, exageradas, de armamento, sobre no haber Parque que las
resista, acusan falta de valor en el jefe que las produce.» vSánchez Apellániz tenía
1 El autor fué secretario, mucho tiempo, de la Subinspección de artillería, siendo subinspectores los co-^
róñeles de artillería León y Sánchez de Castilla.
CRÓNICAS
497
-el pecho cubierto de cruces, ganadas, no en las poltronas de una oficina, sino en
campo abierto, frente al enemigo.
Rafael Ubeda Delgado, teniente coronel, comandante militar de otro departa-
mento, pide también armas para sus reclutas voluntarios: «No, dice Camó; esas ar-
mas, que saldrían hoy del Parque, irán a parar, más tarde, a manos del enemigo.»
Y todavía, a última hora, cuando las fuerzas españolas se batían en retirada desde
Guayama a las posiciones de Guamani^ escribe el capitán Acha, cuya guerrilla, inte-
grada por nativos, en su mayor parte, tuvo 1 7 bajas en un efectivo de 40 hombres,
lo siguiente: «Proponga usted, para ser recompensados, ocho individuos de su gue-
rrilla, procurando que la designación recaiga, precisamente, Qn peninsulares.» No ol-
vide el lector que el capitán Salvador Acha era portorriqueño.
El capitán de Estado Mayor D. Emilio Barrera le propuso utilizar trenes blinda-
dos y artillados, con las piezas de tiro rápido de los buques de guerra, para que
operasen a lo largo de la vía férrea, y tal oferta fué declinada.
Yo afirmo que, en muchas ocasiones, vi llorar de rabia y vergüenza al general Ri-
cardo Ortega, después de sus entrevistas con el coronel Camó, en que éste, excusán-
dose con instrucciones recibidas de Macías, se oponía a que el primero saliese a cam-
paña al frente de las fuerzas acantonadas dentro y fuera de San Juan.
No fué el coronel Camó un cobarde, un traidor ni un torpe; fué, solamente, un
jefe obcecado, retrógrado, miope e incapaz de torcer sus opiniones ni sus juicios. Sus
resoluciones, que influyeron en el procesamiento de los coroneles Soto y San Martín,
fueron otras dos grandes injusticias, porque aquellos jefes procedieron, siempre, den-
tro de las instrucciones superiores que tenían recibidas. El suicidio de Francisco
Puig, teniente coronel del batallón Cazadores de la Patria, fué debido, exclusivamen-
te, a la dureza de lenguaje y trato injusto que recibiera aquel jefe del coronel Camó.
El desastre del río Guasio, único incidente lamentable en toda la guerra, fué re-
sultado de su imprevisión, porque nunca se enviaron tropas de socorro, habiéndolas
en Arecibo, en Utuado, en Lares y en Pepino, todas a una jornada de aquel sitio y
con tiempo sobrado durante los días que transcurrieron del lO al 1 3 de agosto.
Las actuaciones de este jefe, en quien deben recaer todas las responsabilidades
de la campaña en Puerto Rico, pueden condensarse en pocas frases: «Nada hizo; nada
dejó hacer; desconfió de todos, y de todos fué malquisto.»
CONTRAALMIRANTE RICHARD WAINWRICxHT
Este marino, de histórico renombre, nació en Washington, en IJ de diciembre
de 1849, y fué, después de aprobar los cursos reglamentarios, graduado como ofi-
cial de la Armada en la Academia Naval de los Estados Unidos en 1 868.
El 1 5 de febrero de 1898 era segundo comandante del crucero Mahíe^ cuando
este buque voló en el puerto de la Habana. Al estallar la guerra hispanoamericana
32
49B
A . R 1 V E R O
obtuvo el mando del cañonero ('hüucestci\ buque que era el yate Corsair, propiedad
del millonario J, P. Morgan.
Rl día 3 de julio, y al salir del puerto de Santiago de ÍAiba la escuadra del almi-
rante Oírvera, el (noiiccsicr avanzó, a todo vapor, hacia la entrada^ de dicho puerto
wr^/^^-f'^-^^^^m/^
y, con el fuego vivo de sus cañones de tire
los destroyers españoles Fnror y ¡'litltín.
El mismo cañonero, siempre al mando
paño la expedición del general Miles conlr
cm el puerto de ("mánica en la mañana del
rápido, destruyó, en muy poco tieni|)("'-
del entonces teniente Wainwright, acom
b*uerto Rico, y fue el primero que entff
?5 de julio, y, poco <lesf)ucs, un piqueta
CRÓNICAS
499
de sus marineros izó, en dicho poblado, por vez primera, el pabellón de los Esta-
dos Unidos.
Este mismo Wainwright, con su buque Gloucester, asistió a la toma de Ponce, y
obtuvo, pocos días después, la capitulación del puerto y pueblo de Arroyo,
Es Wainwright, por tanto, figura de gran realce en cuanto se refiere a la guerra
hipanoamericana y, principalmente, a la campaña de Puerto Rico.
El día 24 de junio del año 192 1, Roberto H. Todd, por encargo del autor de
esta Crónica, visitó al contraalmirante Richard Wainwright, quien actualmente vive
en Washington, su ciudad natal.
Lo que sigue es tomado de una carta de Roberto H. Todd, relativa a dicha en-
trevista:
«Visité al contraalmirante Wainwright en su preciosa casa de la Avenida New
Hampshire, a la hora convenida, por teléfono, con su anciana esposa.
Tiene setenta y dos años, pelo y bigote canos; alto y delgado. Le dije quién era
y el objeto de mi visita, y, por toda respuesta, se levantó, fué a su biblioteca, y sa-
cando de ella un libro encuadernado en piel negra, buscó la fecha de 25 de juho
de 1898, y me la dio a leer.
El libro era Log of the Gloucester (diario de a bordo del CAoucester), impreso por
el Instituto Naval de los Estados Unidos, en Annapolis, Maryland, con permiso del
Departamento de Marina. La edición fué de 25 ejemplares y la copia en poder de
Wainwright tiene el número 14.
Fué tan bondadoso, que me permitió llevarme aquel libro, con promesa de de-
volvérselo en seguida, y así lo hice, después de copiar para tu obra, en duplicado^
todo lo referente a las expediciones de Guánica y Arroyo.
Le pregunté si quería escribir alguna cosa sobre Puerto Rico y me contestó que
cuanto él pudiera decirme estaba consignado en el libro del Gloucester.
Este marino se conserva muy arrogante, y recuerda todos los detalles de la cam-
paña de Puerto Rico; me encargó decirte que desea el mejor éxito para tu libro y
que puedes pedirle cualquier dato que necesites.»
Una copia del Diario del Gloucester^ referente a la captura de Arroyo, de gram
valor histórico, figura en el Apéndice.
A . K í \'' E R O
CAPITULO XXXV
M tSCIi 1. .\X KA
UX I'.SI'ÍA KX' PUERTO RICO. KXr»LOSlí}X EX KE J'OEVORÍX im MlRAM'JJRl-S
EA Esc:()i;rA dke (íexiírae magias. rivae. ke saxiijare;? ee iioraik.i-i-^^
ROS. — PROMESA CUMI'EIDA. --- EL IIEIJ(')S,RAF('). ^- MARH'X CICPEDA. ^ RAMi';N
H. IJ')PEZ.
ÜRAK"!!-! el breve período que duró la guerra, muchos cspíiií
y confidentes, algunos con grave riesgo de sus vidas, [)restaroi
valioso concurso desde Puerto Rico al liiireait de lnrormaci''M'
Militar de los listados Unidos, pero ninguno demostró tanl;
sagacidad, intrepidez <> inteligencia^ como el teniente d(! arlillo
ría lí. [-1. W'hitney, quien logró, utilizando ingeniosos disfraces
recorrer una gran parte de la Isla, ohtc»niendo una iníornuicióti
tan importante, que en ella se apoxmron, más t;u-de, todos lo;
planes de campaña del general Miles.
l',ste joven oficial salió) de Cayo Mueso el día 5 de mayo de 1H9S, a bordo úe
at:ora/atlo ludiaaa, buque (|ue formaba parte de la escuadra del almirante Sanipson
con rumbo a San Juan, y, durante la travesía, aparentondo ser un repórter, consi
guió ser admitido entre los corresponsales que venían a bordo del yate Ajnla, pcn-
leneciente a la Prensa. Desde este buque presenció el día 12 el boniliardeo de 1¡
502
A ,
. 1 A^ E 1
plaza de San Juan, y terminado éste, siguió a tjordo de dicho buque hasta el puerto
de St. Thomas, adonde llegó el mismo día por la tarde, desembarcando allí como uno
de tantos corresponsales que por aquellos días llenaban la ciudad de Carlota Amalia.
Como hal)ía recibido órdenes oficiales para deseml)arcar en Puerto Rico por
cualquier medio, a fin de estudiar las condiciones del país, embarcó, disfrazado, en el
vapf)r de carga inglés Amiarose, buque que fondeó en Ponce el día 15 del mismo
nu^s de mayo, y allí y en Arroyo permaneció muchos días, los cuales utilkó Whit-
ney para llevar a cabo su arriesgada exploración; recorrió todos los barrios de Ponce
y las jurisdicciones de Arroyo, Vauco, Salinas y Guánica; en este poblado, donde se
luzo pasar por inglés, se dedicó a la venta andmlantc de petróleo, y montado en un
mal caballejo, hizo frecuentes excursiones por aquellos campos, recibiendo valiosos
informes y llevando a su cartera muchos croquis y notas que le facilitaban los nu-
CRÓNICAS 503
merosos individuos desafectos a España, que por allí habitaban y sosteniendo constan-
tes relaciones con el leader separatista Mattei Lluveras. Muchas tardes, aparentando
dedicarse a la pesca, pudo reconocer todo el puerto de Guánica y sus canales prac-
ticando cuidadosos sondeos, y cerciorarse de que ni en dicha bahía, ni en sus alrede-
dores, había minas ni otras defensas que un pequeño fortín, reforzado con troncos de
árboles y construido muy a la ligera.
El general Macías había recibido una información cablegráfica del cónsul espa-
ñol de St. Thomas, advirtiéndole que un americano, quien se hacía pasar por pe-
riodista, pero que indudablemente debía ser, como se desprendía de su lenguaje y
aspecto, un oficial del Ejército americano, había desaparecido de aquella isla el
mismo día de haber zarpado con rumbo a Ponce el vapor de carga Andarose. Dicho
cónsul fué más allá en su información, añadiendo que el supuesto periodista era un
teniente de apellido Whitney, quien había recibido del Gobierno americano una mi-
sión secreta para desembarcar en Puerto Rico y ponerse en relaciones con sus habi-
tantes; el mismo funcionario daba en su telegrama las señas exactas y minuciosas de
aquel oficial.
Al recibo de tan importante información, toda la policía de Orden público, la
Guardia civil y los detectives al servicio del general Macías^ se pusieron en movi-
miento. Witney fué localizado en Arroyo por un sargento de la Guardia civil; pero
el temor que existió durante toda la guerra de provocar un conflicto con Inglaterra,
impidió toda acción de las autoridades, ya que el espía no se ocultaba, y aparentando
ser un ciudadano inglés, mantenía estrechas relaciones con su cónsul en aquella po-
blación; y de esta manera, y merced a su osadía y a la torpeza de los polizontes,
pudo llenar la misión que se le confiara, escapando libremente el día 2 de junio con
rumbo a Nueva York, adonde llegó el 7, y a la tarde siguiente dio cuenta de su
aventura al presidente Mac-Kinley, quien para escucharle había reunido todo su Ga-
binete.
Según las notas que conservo, el día 2] de mayo el vapor Andarose fué despa-
chado por la Aduana de Ponce después de cargar para Ilalifax 605 bocoyes, II9 ba-
rriles y 9.904 sacos de azúcar, pesando todo 1. 344. 822 kilos, y además 350 bocoyes
<le miel, con un peso de 165.900 kilos, abonando por derechos de carga 1. 250 pesos
SO centavos; de Ponce siguió el Andarose al puerto de Arroyo, donde con fecha 2 de
junio zarpó para Nueva York, habiendo cargado en aquel último puerto 481.542 kilos
de azúcar y 3.150 de ron, por los cuales abonó como derechos de Aduana 397 pesos
2y centavos, y como tributo de exportación, 3 pesos 15 centavos.
La información y sugestiones del teniente H. H. Whitney, ascendido entonces a
-capitán, hicieron tal impresión en el generalísimo Miles, que ya cerca de San Juan,
al frente de las fuerzas invasoras, varió de objetivo, haciendo rumbo hacia Guánica, en
vez de desembarcar, según el plan acordado, en las playas de I^ajardo.
Cualquiera que sea el juicio que a los técnicos militares pudiera merecerle este
504 A . R I V E R Q
cambio de planes de guerra, no cabe duda que la ciudad de San Juan y sus vecinos-
son deudores de inmensa gratitud al teniente Whitney, hoy mayor general retirado ^
residente en el Hawaii, y que pasa los calores del verano en el lujoso hotel Norman-
día de San Francisco de California. Según el plan primitivo, mientras la expedición-
Miles tomaba tierras por Oriente, avanzando después sobre la capital de la Isla, la flota
americana daría principio a un bombardeo, no interrumpido, contra las defensas y
ciudad de San Juan. Aquí no hubiera quedado piedra sobre piedra, y las pérdidas de
vidas y de propiedades hubieran sido incalculables; todo este horror de la guerra fué
evitado por la inteligente intervención del valeroso artillero, a cuyas bondades debo-
el poder ofrecer a mis lectores un resumen de su viaje por nuestros campos, docu-
mento que, acompañado de una expresiva carta, recibí el día 26 de abril de 1 921.
Con el ínemordndum y carta venía también un retrato que representa al mayor ge-
neral Whitney cuando al frente de una brigada de artillería de campaña, número 63,.
el año 191 8, se batía en los campos de Francia contra los ejércitos alemanes. El me-
morándum de referencia es como sigue:
«Bajo órdenes secretas del secretario de la Guerra (Alger), el ahora brigadier ge-
neral H. H. Whitney (entonces segundo teniente del 4.° Cuerpo de artillería de
los Estados Unidos), embarcó en mayo 5, 1 898, en Cayo Hueso a bordo del aco-
razado Indiana (al mando del capitán Harry Taylor, de la Armada de los Estados
Unidos), con rumbo al Este y en ruta para San Juan, Puerto Rico. Cuando el teniente
Whitney sospechó el objetivo de la flota de Sampson, persuadió al capitán Taylor
de que lo permutase con un periodista del yate Anita, uno de los dos barcos de la
Prensa que consiguieron seguir a la escuadra, siendo el otro el de la Prensa Asociada,,
nombrado Dauntless. El Anita^ después de presenciar el fútil bombardeo de San
Juan, salió para Carlota Amalia, Indias Danesas, la estación más próxima de cables^
desde donde podían enviar sus despachos.
El teniente Whitney, pasando como corresponsal, supo en Saint Thomas que el
barco de carga inglés Andarose estaba a punto de salir para Puerto Rico con objeto
de tomar un cargamento de azúcar y mieles, que los comerciantes españoles estaban
ansiosos de vender antes de la esperada \r\^2i?ÁóvL yankee de la Isla. Con la ayuda del
cónsul americano Flanna consiguió que el pinche de cocina (un negro) desertara des-
pués que el barco hubo obtenido del cónsul español sus papeles de despacho. A me-
dia noche, y antes de la salida, Whitney se apoderó de una yola y remó hasta
el Andarose; buscó allí al negro, le dio algún dinero y una carta para el cónsul Hanna
y, enviándolo a tierra en la embarcación robada, se escondió a bordo sin ser notado.
A la mañana siguiente (después que el Andarose hubo levado anclas y estaba ya en
mar abierta) Whitney compareció ante el capitán del barco (un escocés llamado Smith)
y le manifestó que se quería matricular en lugar del desertor, añadiendo que, de no
hacerse la substitución, los documentos del barco no corresponderían con el número
de sus tripulantes. Whitney firmó los papeles de matrícula, con una paga de tres
libras esterlinas por gies, y con el nombre de «H. H. Elias» (el de uno de sus bisabue-
los, que fué soldado en la revolución), lugar de nacimiento: Brístol, Inglaterra.
CRÓNICAS 505
La fecha del enganche se anotó con dos semanas de anterioridad para evitar
sospechas en los puertos de entrada en Puerto Rico.
Whitney desembarcó primeramente en Ponce. En esta rada el Andarose emba-
rrancó en un banco de rocas coralinas. El barco fué inspeccionado minuciosamente
por los oficiales del Puerto de Ponce y la policía en busca de un espía americano.
Cuando el inteligente cónsul español en Carlota Amalia hizo el recuento de los co-
rresponsales americanos y encontró que faltaba uno, dedujo que debía haberse mar-
chado en el Andarose^ y así lo cablegrafió a San Juan.
Los empleados españoles, al hacer la inspección de todos los hombres a bordo,
encontraron al espía en la cubierta inferior del barco, sobre sus manos y rodillas, fre-
gando el piso de un lavadero, y pasó como miembro regular de la tripulación.
Whitney le dio al capitán del Andarose 60 dólares, prácticamente, todo el dinero
que tenía (y el cual no era suyo, pues pertenecía a su esposa) por el privilegio de ir a
tierra en cada puerto que el barco tocase. Pasando como uno de los subalternos del
buque, hizo varios viajes a caballo dentro del país y recogió la información que bus-
caba: carácter de los habitantes, fuerza de las guarniciones, si los puertos estaban o
no minados, el número de faros y de puertos buenos para hacer un desembarco, et-
cétera, etc. Fué recibido en todas partes con la más cordial hospitalidad por los na-
turales, quienes eran muy generosos en sus obsequios del exquisito ron que se des-
tila en el país.
Whitney visitó al cónsul inglés Armstrong en Arroyo, el cual se mostró muy
bondadoso y comunicativo.
En Maunabo, los Rieckehoff lo festejaron espléndidamente y le dieron muy va-
liosa información. A caballo y con numerosa compañía, dio un agradable paseo por
las montañas y pudo ver a Humacao, una ciudad importante, guarnecida por la
Guardia civil. Fué durante este paseo que María Valí Spinosa, una de las señoritas
que habían visitado el Andarose cuando se encontraba encallado en el puerto de
Ponce, advirtió a Whitney del carácter feroz y suspicaz del alcalde local, a quien
encontraron al retorno, por la tarde, en la hacienda Rieckehoff. Cuando esta linda mu-
chacha, la cual fué educada en los Estados Unidos, vino a bordo del Andarose^ en
Ponce, acompañada de su primo, el comandante de las tropas españolas, se dirigió a
un marino (Whitney) preguntándole la causa de haberse encallado el barco. La con-
testación del marinero, Damfino (contracción de damn if I know) ^, le hizo sospechar
que no era inglés sino americano; sintiendo simpatías por éstos, ella se mostró
deseosa de salvar a este intrépido joven, evitando fuese descubierto. (La señorita
Spinosa, más tarde, casó con un abogado de Baltimore, Maryland, Estados Unidos,
de nombre Douglas.)
Después de otras aventuras de menos importancia, Whitney logró salir de la
Isla sin ser capturado; llegó a Washington, Distrito de Columbia, en junio 8, 1898, e
informó, personalmente, al presidente Mac-Kinley, durante una sesión del Gabi-
nete, describiéndole las bellezas que vio en aquel maravilloso, fértil y pequeño
jardín; se unió luego a las fuerzas del general Miles, en Tampa, embarcando en el
Yale^ en Charleston, Carolina del Sur, en julio 8, 1 898, para Santiago de Cuba y
* «Yo, qué diablos sé.» — A^. del A.
5o6
A. RI VERO
desde allí siguió, más tarde, para Puerto Rico, persuadiendo durante el viaje a
Miles para que tomase tierra en Guánica, y de esta manera el anunciado desembarco
en Fajardo resultó, solamente, un ardid para engañar a los españoles. El coronel
Wagner, quien estaba a cargo del Burean de Inteligencia Militar en el departamento
de la Guerra, dijo: «Yo estoy en condiciones de saber que los planes de la feliz cam-
paña del general Miles en Puerto Rico estuvieron basados en la información reco-
gida por el capitán Whitney durante su peligroso reconocimiento de la Isla, en
mayo de 1898.»
UNA CARTA DE HENRY H. WHITNEY
Hotel Normandie, 1499 Sutter St.
San Francisco de California, abril 20-2).
Mi querido capitán Rivero:
Le incluyo mi retrato tomado durante la guerra (1 91 8) cuando yo estaba al
mando de la brigada número 63 de artillería de campaña. No tengo a mano ninguna
fotografía tomada en 1898.
Le envío un memorándum de mis experiencias en Puerto Rico, sintiendo mucho
no tener a mano mis papeles en este momento.
Con los mejores deseos, para el éxito de su Historia, quedo, lealmente suyo,
P. S. — Aunque por aquel tiempo se habló mucho de mi heroísmo^ no debió con-
siderarse mi expedición a Puerto Rico de mayor importancia que lo corriente; puesto
que el departamento de la Guerra me otorgó la Barra de Servicio Distinguido, que
también se llama Cruz de Servicio Distinguido, condecoración que recientes órdenes
conceden a los que realizaron servicios distinguidos durante la guerra hispanoameri-
cana. Por ejemplo: al actual jefe del Estado Mayor se le ha concedido dicha Cruz
por servicios prestados, con la batería Astol, en Filipinas, durante el año 1899. —
H. PI. W 1.
II
EXPLOSIÓN EN EL POLVORÍN DE MIRAFLORES
14 de julio de 1898.
El polvorín de Miraflores, situado en la isleta de su nombre, contenía una gran
cantidad de pólvora, envasada en cajas de cedro; esta pólvora vino de Méjico y Ve-
^ Recientemente se ha concedido al general Whitney una alta recompensa por sus servicios en Puerto
Rico— ("iV. del A.)
C R (),,N I C A S 50;
neziiela al evacuar España aquellos países, a principios del pasado siglo; era de grano
fino, fabricado en Murcia, y de tan excelente calidad que, después de un siglo, estaba
en perfecto estado. Como cstt; e.\|)losivo no era utilizable en los callones modernos,
se dispuso arrojarlo al mar, quitando riesgos en caso de nuevo bond)ardeo.
Cada mañana acudían a Miraflores un capitán, veinte artilleros v un auxiliar,
obrero de confianza del Farquc!. Este |)olvorín, como los demás, tenía tres cerraduras
con sus llaves, que eran guardadas, respectivamente, por (^1 gobernador de la jilaza,
conuiudante ¡)rincipal de artillería y el oficial de administración militar encargado de
efectos, (jeneralniente cuando se sacaba pólvora, todos los claveros depositaban sus
llavfís en poder del capitán <le artill<;ría.
I-d día 14 de julio fui nombrado para dicho servicio en Miraílores; pero, cuando
salía del castillo, recibí nueva orden para cpie |)restase el mismo servicio en otro
polvorín, en Puerta de Tierra, yendo, el capitán Aniceto C González, en mi lugar; ter-
miné muy pronto y regresé, A la una y treinta de la tarde se sintieron dos terribles
explosiones sólo comparables al disparo simultáneo de cien piezas de artillería.
Temblaron los edificios; se pararon los relojes y muchas vidrieras saltaron en
¡)edazos; gente presa de pavor corría en todas direcciones. Desde San Cristóbal
divisamos una nul)e de humo que cul>ría toda la Jsleta donde está el polvorín.
Poco después el capitán (jonzález avisaba que una explosión había volado el
niuelle, causando muchas víctimas. Todas las camillas de las 'l)aterías fueron cnvia-
A . R 1 V E R O
das hacia aquel sitio, y además médicos, }:)nicticaiiies, eiifernieros y botiquines; e!
general Ortega, el coronel de artillería y otras autoridades se dirigieron, por mar, a
;Mirallores, adonde más tarde fué también el capitán general Macías. í.a Cruz Roja
del distrito de la Marina, ocupando un bote, acudió con tocio su personal y material.
La primera embarcación que llegó al paraje de la catástrofe fué la draga líspaña, al
mando de su capitán José Tnientes Pérez.
(Yiniú oatrriú la úifdsírofc.—A la hora indica(hi había en el muelle; de la ¡sleta
alrededor de trescientas cajas de f)ólvora, pesando, a|>roximadaniente, un quintal
cada una. Id bote de vela /:lo¡7J/f/¡/ef/<! estaba a medio cargar; la pólvora era llevada
p.)
goleta Ci)i/(yfH:i(>¡¿, anclada a cien metros del :
La i.t)leta
era la encargada de arrojar, cada dí:i, el cargamento fuera de la Boca del Morro. Uno
de los boteros había encendido su cigarro, lo que estaba vedado, y como viera que
el capitán Gomjxíe/. salía del polvorín, para ocultar su falta lo arrojó dentro del bote.
Aunque la pólvora estaba envasada, siempre se tamizó algún polvorín, y sobre él
cayó el cii^arro, <:ausando la explosión de la pólvora que contenía la ernbarcacióji.
Sr-guidamente se inllanu') la que estaba en el muelle, el cual quedó destruido, vo-
lando sus sillares a gran distancia; el bote desapareció.
Las víctimas fueron diez y (jcho: catorce artilleros, todos de mi batería; el peón
tle confianza del parque, de apellido Santín, y los boteros Félix Rivera Carrillo, Lus-
taquio Olivo y Doroteo I3enítcz; tres artilleros más que estaban a distancia, JJno
Ramírez, 'Miguel Fournier y Francisco Lanas, resultaron con heridas; grave Fournier
v los demás leves.
C K^ O N I C A S 509
Sólo fué recobrado un cadávcír, el del artillero José Irimias, natural de Galicia.
ÍJ3S artilleros muertos, y cuyos cadáveres no aparecieron, fueron Antonio Juan,
Félix IJomínguez, Simón Domínguez, Antonio IVieto, José Vives, Jaime lastradas,
losé Prado, Antonio López, FVancisco Romero, Emilio Márquez, Miguel Soto, 'I'omás
í'^ernández y C'ristóbal Iiatalla.
Cerca de la draga apareció, más tarde, un cuerpo sin brazos, piernas, ni cabeza;
d(.ts días des|)ués encontráronse un brazo )■ una calveza que ru> pudieron ser identi-
ficados.
Recuerdo que una señorita, de familia nuiv distinguida, de un pueblo do la Isla
•:crco üu'' de I -ares'), nK> (fscribit'» rogándonae que si había encontrado en el cadáver iic
un artillero, cuyo nombre me indicaba, una sortija de promesa de boda, se la enviase;
Mo piuie conqdac.^rla. I-Iste artillero era un joven es|iañol, de r)osición desídicgada,
'^vú'^nc^ íhA gi:ncnú Mací;is luibia in^uYtsado i-ou cpiinientos más en los Cuerix.s aiiá-
A . R J Y E R O
KSCOI.l'A llKI, GIÍNF.KAL MACí;
Días antes de que se proclamase en San Juan el estado de sitio, im centenar de
¡(ívenes, perteneci<?nies a las más distinguidas familias portorriqueñas, visitaron al
Capitán general ^.lacias, en el Palacio de Santa Catalina, y allí kí ofrecieron sus ser-
vicios para toda hinción de guerra. El general, apreciando en su justo valor tales
ofrecimientos, los aceptó y dispuso que 40 de aquellos jóvenes formasen una sec^^
ción montada que debía acompañarle, como su escolta, en todos los actos oficiales,
y que también le seguiría al campo si las operaciones militares le exigían tal me^
dida. Se nombró instructor de los nuevos reclutas voluntarios al comandante f'e in-
genieros fulio Cervera, ayudante de Su Excelencia, y después de amaestrarlos en el
manejo del arma y evoluciones pie a tierra, practicaron ejercicios a caballo, pues di^^
cha escolta era montada, y en la primer revista que pasó el gobernador de Puerto
Rico a todas las tropas y voluntarios de la guarnición de San Juan, aquellos 40 jóve^^
CRÓNICAS 511
nes, confundidos con sus ayudantes, llamaron la atención por su gallarda apostura y
eficiencia militar.
Este rasgo del general Macías de entregar la custodia de su persona a un grupo
de portorriqueños, fué una demostración evidente de que él nunca compartió los in-
justificados recelos de su jefe de Estado Mayor,
La escolta, por votación unánime entre sus miembros, eligió a sus oficiales y cla-
ses, quedando constituida en la forma siguiente:
Capitán: Ramón Falcón Elias.
Primeros tenientes: Manuel Rodríguez Serra y Ramón H. Patrón.
Segundos tenientes: Pedro de Aldrey y Francisco J. Marxuach.
Sargentos: Juan Acuña Aybar, Mario Brau y Fortunato Vizcarrondo.
Cabos: Guillermo Escudero, P>ancisco Cabrera y Pedro de Elzaburu.
Jinetes de la escolta: Mamerto Quiñones, Emigdio S. (jinorio, Manuel M. Gino-
rio, José de Elzaburu, Mariano Acosta, Tomás Acosta, Luis Padial, Gabriel Padial,
José Soiiveras, Marcos Blanco, Adolfo Mercado, Ramón Fernández Náter, José
D. Moreno Santí, Manuel Palacios Salazar, Alvaro Palacios Salazar, Gustavo L. de Lu-
que, Ricardo Abella Blanco, Enrique Camuñas Craux, P2milio Fernández Mascaró,
Manuel Moraza, Rafael Ramírez, Ramón Ferrán, José Blanco Pérez, Arturo Andréu,
Ramón Balasquide, José Guillermety, Antonio Castro González, Pedro Chandri y
José J. Ramos.
Durante el bombardeo, el día I2 de mayo, todo el personal de esta escolta concu-
rrió al paraje que se le había designado para casos de alarma, haciendo lo mismo cuan-
tas veces se escuchó en San Juan el toque de generala. Después del desembarco del
Ejército americano, y como no fuesen necesarios los servicios de aquélla, toda vez que
el general Macías había resuelto no salir a campaña, y estando además cercano el final
de la guerra, fué disuelta dicha escolta del general Macías, quien, hasta los últimos
momentos y aprovechando todas las ocasiones, colmó de elogios a los valientes mu-
chachos, que voluntariamente se ofrecieron a correr con él los peligros de la guerra»
IV
I R I V A I J
UÉ un noble perro, de gran tamaño, recio, muy reñidor y
de raza mallorquína. Tenía cortadas las orejas, tieso el rabo y
el cuerpo a manchas blancas y negras; pertenecía a la firma
comercial Sucesores de Vicente y Compañía, con almacenes
en la Marina, San Juan, y era amigo fiel y cariñoso de princi-
pales y empleados. En aquella casa todos eran Voluntarios y
todos cargaban el chopo, hacían guardias y patrullas, trabajaban a ratos y descan-
saban cuando había tiempo para ello.
512. A . RI VER O
Cada madrugada, al toque de diana^ el sereno del Comercio golpeaba las puertas
de la casa en que habitaban los dueños de Rival^ casa que fué derribada más tarde,
para construir el edificio que hoy ocupa el American Colonial Bank. — ¡Arriba los de
servicio! — voceaba el vigilante, y los muchachos, abandonando sus camas, requerían
el Remington, marchando todos hacia la plaza de Alfonso XII, donde eran revista-
das todas las guardias de la plaza.
Rival^ siempre en cabeza, acompañaba a sus amos hasta el Cuerpo de guardia,,
donde permanecía como uno de tantos soldados, hasta el día siguiente; si por la no-
che salían patrullas, él las precedía, siendo un verdadero escucha, que al divisar un
bulto sospechoso se paraba en firme, gruñendo fieramente, como si pidiera al intruso
el santo y seña del día. Este noble can era tan popular como querido entre todos
los oficiales y Voluntarios del primer batallón. Muchas noches el general Ortega, go-
bernador militar de la Plaza, al ser recibido por las guardias del recinto con las for-
malidades de Ronda Mayor ^ tuvo que ponerse a distancia para rehuir los colmillos de
RivaU que no admitía otros amigos que los Voluntarios de su batallón.
Vino la paz; cesaron las faenas militares, y el perro no salió, en adelante, de guar-
dia, de ronda ni de avanzada; permanecía a diario en el almacén, dormitando por los
rincones, y nunca muy lejos del armero^ donde ya aparecían oxidados los fusiles Re-
mington.
El 1 8 de octubre de 1 898, y muy de mañana, se echó a la calle, recorriendo uno
por uno todos los Cuerpos de guardia, todas las baterías y caminos de ronda; ya can-
sado, y a su regreso, se detuvo en la plaza principal, en los precisos momentos en
que tenía lugar la ceremonia de izar la bandera de los Estados Unidos en el edificio
de la Intendencia, en señal de haber tomado posesión del último baluarte de la Isla
el Ejército americano. Cuando las bandas militares rompieron con el Himno de Was-
hington^ Rival lo coreó con sus mejores ladridos; siguió después hacia su casa, tris-
tón y con el rabo entre las piernas; subió los primeros escalones... y en la misma
puerta de entrada quedó muerto.
^•Fué esto simple casualidad?
^Murió aquel buen perro de dolor al ver que otra bandera, para él desconocida,
flotaba en las baterías y Cuerpos de Guardia, donde él prestara excelentes servicios
durante la guerra?
Misterio es este de imposible solución. Lo anterior no es una ficción; es un episo-
dio de la guerra, y aun existe Mariano de Mier y otros que, por aquellos días, formaban
parte de la casa donde vivió y murió el perro Rival^ y que aun recuerdan su vida de
ejemplar fidelidad y de patriotismo y su trágico fin.
La muerte de este mastín de guerra debió servir de ejemplo aquella mañana a
muchos hombres que
Jí^"
C K (J K 1 C A :
Ilot
¥.n la cumbre de un ern|iinado cerro y cloniiiiatido las ubérrimas sabíinas r[ue el
río (írande riega y fecunda cini sus aguas, se al/a el |;)uético Santuario en (jue desde
remotos años S(? venera a una imagen de I;i Mnnserrale, patr
alegre y linda villa, cuyas menudas casas se aci
modan y cuelgan en .las vertii'utes ávl cerro corn
otros tantos nidos de> golonilrinas.
í'^jerce el curato )- rige aquella gre\' el padr
Amonio Rodríguez, galle^^o de Müiuloiledo, (¡u
llegó a Puerto Rico después de navegar cuarent
días a bordo del velero 7f>i/íLs\ el año 1804. y <ju
tUísde el siguiente tonu'» p(>ses{<)n de su leligresí;
hasta hoy, en ([uc, ra\'ano en los noventa, continú
uu>zo, candido como un niño y creyente a sem<
janza. de a(|uellos cristianos de las (ialacmubaí
1 íabita, en lo más empinado del lugar, espa- i';..ir.^ a-, tor,:., k...!. i--,i. ■,,,•..:,;;:,;;,,. .rr,
ciosa y ventilada casona, techada de tejas de
barro v con amplia balconada en que él re])asa, su hreviarit). duerme sus sies-
tas y vigila, conu') pastor solícito, el redil que protege a su cpicrido rebaño. Xt) llegan
a lo alto ni turban la paz de su refugio, (d rudo batallar vn la /iírra /m/u, en duude
un millar de eam¡)esiuos v la complicada uunjuinaria <le varias ceritralí^-s, cultivan los
iumens(5s eam|)os de verdes cañas y convierten su dulce ingu en blancos rristales de
riquísimos azúcares.
Padre Antonio es un prtkjigo; mi sacerflote a síuneianza de atr.iel /'nr Polinar de
Pereda, capaz de (¡uitarse los calzones para cubrir con elhis desnudeces del prinu.^r
pobre que llame a su [)uerta. De earáctc^rr trauco y ¡''"¡vial, y al>ierto. conuo bw venta^
nales de su casona, piensa en voz alta, y siempre dice lo (pie piensa; y por esto sus
flichos y 0(n¡rrencias, a veces de rsunzante saber realista, son pojinlares en I lormigui*-
ros, en ^layagtiez y en toda la Isla.
Cada año, el 8 de septieudire. celebra, con (aauaente jiouq^a, la festividad de su
¡matrona, organizando aiPuiuís la ¡copular romería (pie |)recede y cierra el nov(-:nario
V cercmcniias religiosas. .Meses antes comienza su Labor preparatoria; pidrc siejupre
una poquedad, a sus feligreses, y escribe dosjiués centem^res de r;artas a sus amigos
514 A. KIVERO
de toda la Isla; añade a lo así recaudado todos sus ahorros, empeña luego su firma,
con iguales fines, y al mágico conjuro de su voluntad, un enjambre de romeros y
peregrinos invade y ocupa todo el caserío y sus alrededores, llegando de todos los
pueblos y en todos los vehículos imaginables, y hasta tomando por asalto, casi siem-
pre, la propia casa, el comedor y la reducida despensa del padre Antonio.
Junto al Packard principesco rumia su pienso de hierba el escuálido chiringo, en
que una garrida moza bajara desde la altura para ofrecf ríe a su virgen predilecta las
primicias de amores que le juraron bajo las frondas del cafetal, en la cogida de los
primeros granos. Ciegos que acompañan sus villancicos con guitarras y acordeones;
músicos y cantores ambulantes recitando décimas glosadas de amor, por lo divino,
por lo humano, o de los siete pares de FVancia, al compás del alegre puntear de cuatros
y bordonúas; vendedores de dulces, pasteles, frutas y baratijas establecen sus puestos
en cada esquina y en todos los rincones, y una multitud regocijada, vistiendo sus
mejores galas, rebulle en ansiosa espera de los fuegos de artificio. Y al llegar la hora
^ del espectáculo, aquí de los gritos, los vivas y los frenéticos aplausos cuando los
cohetes Aqí lágrimas, de estrellas y de culebrillas hienden el aire y estallan en lo alto.
«{Cuidado con las varillas!» gritan los jibaritos guasones; «¡tápense las cabezas!»
previenen las viejas, y entre risas y sabrosas picardías, recuerdan el caso de Jovita,
la linda morena del guayabal, que el año último regresó a su casa triste y llorosa
porque la varilla de un cohete le vació de cueva el ojo derecho, por estar embelesada
oyendo las gorduras de Juancito.
— «Y eso que aun derrite los corazones con súnico ojo» afirma Carpió, el caja ^ de
San Germán.
En la iglesia, entre nubes de incienso, y siempre asistido por otros sacerdotes, y
a veces, bajo la mirada paternal del Mitrado de la Diócesis, oficia padre Antonio;
llora el órgano, y voces juveniles elevan al Señor cánticos de gracia y alegres saluta-
ciones a la Virgen. Son niñas y señoritas de MayagUez, de vSan (xermán, de Hormi-
güeros y también de San Juan, que acuden cada año al llamamiento del viejo sacer-
dote, y muchas desposadas cuelgan a los pies de la Monserrate las coronas de azaha-
les con que se adornaron en sus noches de bodas.
Cuando se quema e úl rtimocohete y el globo final se pierde trasmontando las
lejanas serranías, todos besan la mano al Pastor y se despiden hasta el próximo año.
— ¡Cuidado, y que nadie falte!
Aun resonaban los últimos cañonazos disparados por los artilleros del general
Schwan, en la tarde del lO de agosto de 1898, al finalizar el combate de Hormigue-
ros, cuando el capitán Macomb, al frente de sesenta jinetes, escaló la loma del Santua-
^ Guapo (le pueblo. — A", dec A.
<: K o N I C .'\ s
Ti(3 y deteniéndose frenie a la. Casa de Feregriinjs, ordenú al sacristán (jiie le fiu^seii
(mtrcgadas las llaves del templo para colocar un centinela en su torre y <iiie además
■se repicasen todas las campanas. Súpolo el párroco, tiuien acudi(3 presuroso, negán-
dose a tal demanda, y como se impacientase el capitán, entonces y quitándose el
J>onete, pronunció estas palabras, (-¡uc él mismo escribió más tarde en' una hoja de
,su breviario:
'(Caballero oficial: soy ministro de un Dios de paz que está en los cielos y que
es Padre de todos, lo inisnuj ác anuu-icanos que de españoles, y micmtras uufNstros
i ^^^^^^^^^^^■BI^^SH
lü^
^^^pl^E^^' '^"lii!^^MB^^HI¡^^
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hermanos se ma(an a un kilómetro de distancia, mal puedo yo, ;f)obre cura!, dar ór-
■d(Mies par:i que rejiiquen las canq)anas del templo.»
d'alcs cosas dijo i-l jxujre Antonio, y después de cubrir sus canas, sacó del bolsi-
llo de su vieja sotana un manojo de llaves que alargó al capitán Macomb, añadi<;ndo:
v^Señor capitán, tome usted las llaves de la <\isa de Dios..^
Macoud), tpie sabía bastante español para entender las palabras del sacerdote,
rehusó las llaves con un noble ¡ulemán y llevando su mano derecha al chambergo
militar, saludó grave y serio, dio una voz de mando y desfiló, seguidamente, loma
:il)ajo, al frente de su tropa. Aquellos soldados, al llegara la altauM del veneraljle sa-
e!"rdote, tand,)icn le saludaron nnlitarnu.aite uno tras otro.
3í6 A. R I VER O
Cuatro días después de firmarse el Armisticio, y una mañana de ardiente sol delí
meS' de agosto, nutrido pelotón de soldados de la brigada Schwan invadió la Casa
de Peregrinos, y mostrando al párroco sus rosarios y libros de rezos, pedíanle, por
señas, que leS dijera una misa. Accedió el buen cura, y todos juntos bajaron al tem-
plo, qué, por lo inopinado del suceso, se llenó de una multitud de curiosos. La tropa
asistió al Santo Sacrificio con gran compostura, y después que el oficiante echara su
bendición, se adelantó al presbiterio y pronunció esta plática enderezada a ciertos,
feligreses suyos allí presentes:
«Aquí los tenéis, de rodillas y en la casa del Señor; son los mismos que turba-
ron, no ha muchos días, la paz de nuestros valles con el estampido de sus armas;
algunos de vosotros tal vez pensasteis que estos soldados serían azotes de la RAi-
gión y cuchillo del padre Antonio, pues ¡esto para vosotros!»
Y apoyando en la barba el pulgar de su mano derecha, hizo girar rápidamente,
varias veces, los dedos restantes.
Se acusó al padre Antonio, por aquellos días, de ser un antiamericano furibundo;
no fué así. Al hablar de la guerra y como buen gallego español que nunca renegó de
su sangre ni de su bandera, lloró las desdichas de su Patria, rememorando los pasa-
dos tiempos; eso fué todo.
El día 12 de marzo de 1921, Rafael Colorado y el que esto escribe, muy de ma-
ñana, subieron a la casona, enfrentándose allí con el padre Antonio; ambos vestía-
mos de kaki^ con polainas militares, y él alvernos y tomándonos, tal vez, por oficia-
les americanos, se adelantó y muy cortés pronunció estas palabras en el más puro-
inglés de que es capaz un gallego de Mondoñedo:
— Good mornwg, gentlemen; please sit down. ^
Y al mismo tiempo nos señalaba dos viejos sillones conventuales con sus asien-
tos de cuero claveteados de doradas tachuelas.
Habían transcurrido veintitrés años desde el combate de Hormigueros.
VI
KL GENERAL ORTEGA, EL FARMACÉUTICO GUILLERMETY Y EL DOCTOR GOENAGA
PROMESA CUMPLIDA
Una mañana, allá por las primeras del mes de mayo de 1898, estaba yo en la
llamada Botica Grande platicando amigablemente con su dueño, el inolvidable
patricio 13. Fidel Guillermety. El viejo y buen amigo, grandemente excitado, me
contaba algo muy grave que le había sucedido.
Buenos días, caballeros; tengan la bondad de sentarse.
CRÓNICAS
517
I). I'^idel (luillermety.
— Figúrese usted que esta mañaaa entró por esa puerta el general Ortega, y, sin
•cambiar un saludo, me dijo: «Oiga, señor Guillermety; necesito ahora mismo
ese ymikee que tiene usted ahí», y señalaba al hombre del bacalao; al noruego
con un pescado al hombro que todo el mundo conoce,
como el anuncio más común de la Emulsión de Scott, anun-
cio que figura en la mayor parte de las farmacias y dro-
guerías.
Tragué saliva, me acordé del Morro y sus calabozos, y
le contesté, aunque sin disimular mi disgusto: «Mi general,
■ése no es \\v^ yaíikee; es un marinero noruego con un gran ba-
calao a cuestas.»
— Bueno — replicó éh^; usted dirá lo que guste; pero ése es
\xx\yankee y lo necesito para que sirva de blanco a los solda-
dos en los ejercicios de tiro; hay que conocer bien a esa gente
y urge afinar la puntería.
Y don Fidel, rojo como una cereza, casi llorando de rabia,
no pudo acabar la narración de su lance porque en aquellos momentos el doctor
Francisco R. de Goenaga llegó de improviso diciendo en alta voz:
— Capitán Rivero, dame un pase para entrar en tu castillo.
— ¿Qué te ocurre en mi castillo.^
— Deseo atenderte y curarte por si, en caso de fuego, tienes la desgracia de ser
herido.
— Gracias, Pancho; pero yo creo que si truena el cañón no serás tú quien suba
^as rampas de San Cristóbal en los momentos de combate.
— Dame el pase y veremos.
Arranqué una hoja de mi cartera, extendí y firmé un pase en
toda regla, se lo di, y después que el doctor lo guardó en su bol-
sillo, alegre y jovial, como siempre, contó a todos los concurrentes
algo curioso que le pasara en Santiago de Galicia con la hija de su
patrona durante su vida estudiantil en aquella Universidad.
Pasaron algunos días, y el 12 de mayo, a la media hora de tro-
nar los cañones de Sampson y cuando San Cristóbal hacía retem-
blar en sus cimientos las casas de San Juan con el isócrono rugir
de sus baterías, atrajo mi atención un galope de caballo, coreado
por desaforados gritos de los soldados de guardia.
Acerquéme al muro de entrada y pude ver, no sin asombro, al
doctor Goenaga, vistiendo todos los arreos de médico militar,
mientras clavaba las espuelas a un soberbio jaco, rucio moro, que con sus herraduras
-arrancaba chispas del hormigón.
Llegó a la Plaza de Armas, echó pie a tierra, mostrando su pase al cabo de cuarto^
El hombre de' bacalac
i\ . \i I \' !•: !< ( >
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¿M
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í liabía intcntadí') detenerle, y ágil coiiid un mucha
todo correr
^-Capitán Ivivcro, at|uí estoy- ^^^nie dijo.
Le pedí perdones |K)r haber dudado, no de su valor, sino de su seriedad, ya quc'^
para este «-aleño es cosa corrif?nl(; tomarlo torio a broma. Díle las gracias, rogándole'
abandonase sitio tan expuesto porque, como le tliie, a nu' no me (altaban médicos v
;i el le sol)rahan Idjos por cpiienes velar.
( ioenaga me coiitc^stó algo niu\' feo, algo cje cuartel, v ti-anípiilaniente se situó-
junto a. un Drdóñez de 15 centímetros que yo había estado apuntando al monitor
Aniphitriti'. Pero (mi acpicllos momentos los artilleros del acoraza.do linJiand tuvieron
la hmnorada, de saludar al terco doctor con una granada
terreros v haciendo trizas un buen golpe de ellos, aunipie siiv
/"■•'■' estallar, enterró a mi amigo de!>ajo de un montó)n de sacos y
^'■' arena.
Acudimos varios de los presentes, eutr<! ellos el general
Ortc^ga, y tirándole de pies y mancss, lo sacamos a lióte algo
ajado el uniforme, pero ilesa su persona. Después de esta ex^
pericncia,^ í¡oenag%'i rehust) nuevamente a.bandonar la, batiuaa»
"'' y allí permaneció hasta tpie el comenta d(^ órdenes dejó oír el
vibrante totpie de úIIí) li fiteí^o.
1.a escuadra enemiga se retiró al horizonte^ y el dotrltn-
< 'loenaga baj^ al [latio, cabalgó (>n el rucio moro y rampa abajo,
¡>as(í entre paso, se perdió) caudno de CanlavitllDS.
lo que lu/o en aqui'lla ocasión mi compadre de lioy. un niifíuti;
sistente, lusto lvs(¡uivies, fué convertido en un montón de ceni-
bsto íu.
•^puós (k;
i grana
€ R ó N I C A,S
519
VIÍ
EL HELIÓGRAFO
Ui^'. el 12 de julio, y muy cerca de media noche, cuando el sar-
gento de la sección de ingenieros telegrafistas bajó, casi ro-
dando, la rampa que conducía al Macho de San Cristóbal, y
cuadrándose militarmente me dijo:
— Mi capitán, ocurre algo grave.
— ;Üué es ello?
— Tenemos un espía dentro de la plaza, en la Marina, y en estos momentos se
comunica, por heliógrafo, con un buque que debe estar mar afuera.
El caso era serio y rápidamente subí al Alacho^ donde estaba la estación heliográfíca.
— Mire eso mi capitán — dijo el sargento señalando una luz que a intervalos apa-
recía y se ocultaba sobre el caserío de la Marina — . ¡Oiga, oiga! — continuaba, tradu-
ciendo los destellos — : raya, punto, raya, raya...; ¡no puedo entender! Esa gente debe
hablar en inglés.
Trasladé el parte al teniente coronel Aznar, quien, abandonando su poltrona,
avisó al coronel vSánchez de Castilla, y ambos, murmurando como siempre que se
turbaba su tranquilidad, subieron al Macho^ miraron por el anteojo y dispusieron
se avisara de la ocurrencia al general Ortega.
Sobrevino el bravo gobernador de la plaza, fiero el entrecejo y con la mano de-
recha en el puño de su sable prusiano; cada cual daba su opinión sin llegar a un
acuerdo, cuando acertó a subir el capitán encargado de la sección, quien después de
oír el relato y observar por el anteojo, falló de plano:
¡Estábamos sobre un volcán! Aquello era un heliógrafo manejado por persona
experta y comunicándose con alguien.
— ¡Lo fusilo!— dijo Ortega; y vuelto hacia el sargento le ordenó:
— Vea si "^w^A^ pescar algo.
h^ste, cosido al anteojo, deletreaba: A 13-H-Z
«¡Hablan en clave!» — pensamos todos.
— ¡Ya! — gritó el sargento, y añadió como si descifrase un jeroglífico: — Eistos
para
— -Listos para ser fusilados -concluyó el general; y fijando sus ojos en un joven
ciclista que allí estaba, de nombre Rafael Balmes, le ordenó:
—Monte en su bicicleta, corra allá^ — señalando la luz, la cual seguía pun-
tuando y rayando todo el alfabeto — -, busque la casa y tráigame muerto o vivo a ese
traidor.
— Lo traeré— contestó el chiquillo, y se perdió por la rampa.
520 A . R I V E R o
Todos permanecimos en silencio, menos el general (3rtega, que a media noz mur-
muraba:
— Esa — apuntando a la luz — o es Crosas o Mr. Scott, el del Gas.
Y con el puño cerrado amenazaba al cielo y a la tierra, mientras el anteojo fué
cuidadosamente apuntando a la casa del crimen, para fijar su posición cuando lle-
gase el día.
Balmes regresó contrariado y sudoroso.
— ^"Qué hay.r* — le interpeló el general.
— Pues casi nada; mejor dicho, como haber, hay un farol colgado de un andamio
en cierta casa que está en reparaciones; a ese farol le falta un cristal que ha sido
substituido por un papel obscuro; el viento manipula, y así, cuando vemos el vidrio
es raya y cuando el papel op3.co, pií7tto.
— A-íí-K-J — deletreaba el sargento que, abstraído, no se había fijado en la lle-
gada del ciclista.
Todos reíamos del Janee, todos menos el general Ortega, que, acariciando siem-
pre el sable prusiano, murmuraba con voz sorda:
— -Será un farol; pero ese Crosas...
Aquella noche el bravo mariscal la pasó serio y poco comunicativo; pero al si-
guiente día, al toque de diana y después de la descubierta me interpeló:
— Supongo que usted no se habrá tragado lo del farolito.
— [Cómo! ¿-Usted cree }
— -Yo no creo nada; pero le advierto que algún día me daré el gustazo de fusi-
lar xxn farolito.
Y no dijo más, en toda la mañana, el bonazo de don Ricardo Ortega.
VIII
EL HÉROE MÁXIMO DEL 12 DE MAYO
Casi negro, esbelto, limpio y alegre, Martín Cepeda, obrero bocafragua de los
talleres de fundición de los vSres. Abarca, se presentó una mañana en San Cristóbal.
— ^Qué ocurre, Martín.^
— Aquí vengo, mi capitán, para que me apunte en la brigada de auxiliares de
artillería^
— Piensa, Martín, que el asunto es serio; si el enemigo nos ataca por mar o tie-
rra, habrá que pelear duro y entre grandes peligros.
— Bueno; pues apúnteme.
Y así Martín Cepeda, muchacho de veintidós años, buen herrero, parrandista de
■t: RON i (,; A s
ló el proyectil,
>ii en le:
es, levrintantlf) una iiul)e tle |it)lv(i y humo
v<-r a (>'!f)eda de |)!e, soiiriiíníe, y arrojanUo la sang
fK un easco le había t:ronc"i;idü el brazo a raíz <iel ho
)sileni(
Corrí ÍKicia él, y entonces aijuel hombre, hcroicanienti' hennoso
"e por los ojos, sujelú con su maní) i/ijuiercla el brazo !ieri<io, \' me
522 A . RI V ER O
Así fué como se comportó Martín Cepeda, a las siete de la mañana del día 12 de
mayo de 1898, en la batería de los Caballeros de San Cristóbal, que tenía a su frente
la escuadra americana mandada por el almirante Sampson.
^•Quién hizo más o mejor aquel día en que muchos cumplieron su deber, y
otros fueron más allá de ese límite? El soldado que cae muerto o herido, cumple su
obligación y su juramento; la ley lo hizo soldado; o pelea o lo fusilan.
Martín vino al combate por su gusto; sabía el riesgo de aquella función de gue-
rra, y, generosamente, ofrendó toda su vida de obrero laborioso y listo, y sus no-
ches de alegres parrandas, a cambio de nada.
Para el que muere junto al cañón todo ha terminado. Para el obrero que perdió
en sus mocedades el brazo derecho, el brazo que manejaba la herramienta, queda
toda una larga vida en que ganar el pan de sus hijos como un inválido, o pedir una
limosna.
Lo envié a la enfermería; acudió el médico, y de un tajo acabó de separar el bra-
zo; fué curado de momento, y camino del Hospital Militar vi más tarde una camilla
conducida por dos hombres. Allí dentro, y dentro de aquel pecho ensangrentado,,
latía un corazón grande y valeroso.
Curó Cepeda; pasó la guerra, y como le hubiera propuesto para una recompen-
sa, la Reina, como caso especial, le concedió una Cruz Rom^ pensionada con 7 pese-
tas y 50 céntimos cada mes.
Más tarde, un jefe americano, cerrando los ojos ante el inválido, permitió que el
«Board of Health de Puerto Rico», con fecha 18 de diciembre de 1901, le otorgara
el diploma de maestro plomero, diploma que firman los doctores R. M. Plernández,
como presidente, y W. Fawell Smith, como secretario. Y así gana su vida; él dirige,
hace lo que puede con su mano izquierda; otros le ayudan, y con ellos comparte la
ganancia.
Cada año, el 12 de mayo, muy de mañana, Martín Cepeda, pulcramente acicala-
do, con sus mejores ropas y llevando en el pecho la cruz de guerra, sube las escale-
ras de mi oficina.
— Buenos días, capitán.
— ¡Hola, Martín! ^'Cómo estás.^
Bien, capitán; a saludarlo como de costumbre, pidiendo a Dios que pueda
hacer lo mismo el próximo año.
Y yo me levanto, aprieto su mano y le deslizo en ella algo para festejar el día. Y
Martín, siempre alegre, siempre majo, baja las escaleras y vuelve a sus plomerías.
Yo no sé cómo él seias arregla; pero una noche en que paseaba yo por cierta
calle alta de San Juan, hallé a mi hombre, con otros amigos, frente a una ventana,
metido en jolgorio; me acerqué, y vi con asombro que Martín Cepeda ¡estaba tocan-
do la guitarra!
¡Había aprendido a tocarla con la mano izquierda!
C R (> X 1 C A :
Alto, aveiliHi;id<), ¡úirn rendido p<»r la pcsadumhn! de un;i hdior ronstanle >• di:
los años; niiix' sordo, muy desf>ierto y siempre risuoño \' hrnniisla, íué H.aninn II I .<)-
pe/, fundador y director deJ f)eriód¡co /m Corrcspomicncia de /'iinin AV/v/. Diiranie
la. guerra l)ispanf)air<ericana se destacó, en graneles relieve's, la figura de este hombre^
verdadera me n te exeepcio na 1 .
l'ue agrieultor, industrial ^fundó en l>ayanióti ima íá!)rii;a de liielij ^^^^-omerta'ante
y sobre todo periotlista moderno, fpie s*: adelanli'» vrHnle años a su ti<ain)o. Auxi-
liado por el escritor dominicano l'Vaneisix) Hrtea, hombre rulto y lal.orioso, fundó
en San Juan su peri.uÜco, <pue vio la luz pública el día i8 de dicií-mbrc de iXoo,
siendo el primer diario en Puerto Jxdco.
Rompiendo con moldes anticuados, d(?stía-r«') de su hoja aipiellos editoriales kilo-
métricos <;pje empe/aJian, /^n) (¡i/iiio .^iia, ¡:ii la (¡rct'ha^ Aníiciis l^ladis, etc.. y tcrnd-
tial>an despuí-s de un fárrago de literatura ampulosa, con los mismos . ¡ii/iai.s l^lalns,
etcétera, /:'// la ¡>rr,¡/a y /'ro donni sn.t.
La noticia escueta, precisa, corta, ha' la nota dominante en su diario. Lo decía
''"'/(O aun lo que por cntoni:es no podía deía'rse.
Se esperalaa en puerto v\ cí>rreo español, donde volvía a San Juan un alto funcío-
524 A. R I VER O
nario de Hacienda, de apellido Vega-Verdugo, autor de unas tarifas sobre ingresos,
que habían soliviantado al país, produciendo extraordinaria efervescencia; la pobla-
ción en masa organizaba una silba monstruosa para recibir al vapor. El Gobierno, y
con él la Policía y Guardia civil, estaban alerta, dispuestos a reprimir aquel acto,
metiendo en cintura a sus promovedores.
Don Ramón escribió entonces en su periódico: «Parece que los pitos y otros
aparatos de hacer ruido alcanzan una gran demanda; pronto se agotarán las existen-
cias en quincallas y ferreterías. '>
Y al siguiente día: «Una persona, que parece saberlo, nos aseguraba hoy que si
se sopla con bríos un buen pito desde el tinglado del muelle, se oirá perfectamente
el sonido a bordo de cualquier vapor correo anclado en el puerto. Estos son asuntos
de acústica en que no somos peritos.»
Sus célebres semblanzas estuvieron en boga durante mucho tiempo, dando gran
impulso a La Correspondencia, que se vendía a chavo ^ moneda de cobre en circula-
ción y cuyo valor era poco más de un centavo.
Ramón B. López, hombre de ideas avanzadas, largo de pluma y suelto de lengua,
no fué nunca bienquisto en el Palacio de Santa Catalina; Camó lo miraba de reojo y
Miquelini, jefe de la Guardia civil, lo tenía anotado en su libro verde de sospechosos.
Al estallar el conflicto hispanoamericano es cuando se agiganta la figura de este
noble portorriqueño. Su hoja diaria fué un clarín vibrante de lealtad y patriotismo,
dando a España lo que a España correspondía; pero manteniendo siempre, a veces
con gran riesgo de su libertad, los fueros del terruño, que tanto amaba.
En aquellos días, cuando muchos valientes buscaron refugio en las montañas o
en el extranjero, López se traslada a su oficina; allí establece su Cuartel General^ y,
en ocasiones, él solo, y otras con ayuda de algún reportero, llenaba las planas de La
Correspondencia de interesante lectura, que era fiel reflejo de cuanto acontecía du-
rante aquel período de nuestra Historia.
ll\ 12 de mayo es herido en su propia casa por los cascos de un proyectil, y tan
pronto lo curan en la ambulancia, de primera intención, corre a su pupitre y redacta
una información del bombardeo, que aun sorprende por lo extensa, exacta y nutrida.
Cuando el espíritu público declinaba y muchos hombres sentían vacilaciones,
rayanas en debilidades, Ramón B. López los llamaba al deber a latigazos, unas ve-
ces, y otras con finísimas ironías. Son muestras de peregrino ingenio estas noticias
de su diario:
«Un amigo nuestro nos ha pedido precio por la impresión de dos mil folletos que
piensa publicar para venderlos a 50 centavos ejemplar, titulado Los embriscados. El
aludido libro se dividirá en cuatro capítulos. ¥A primero dedicado a los embriscados
pudorosos^ que se marchan a escondidas por las noches; el segundo a los intermiten-
tes^ que vienen por las mañanas y se ausentan por las tardes; el tercero a los even-
tuales., que desaparecen en cuanto circulan rumores de peligro, y el cuarto a \o% fijos,
CRÓNICAS 525
que no volverán sino después de firmada la paz. Será un libro curioso, porque con-
tendrá los nombres, edades, profesiones, cargos que desempeñaban, fechas de sa-
lida, sueldos que gozan y sitios de residencia.»
— «Se dice que no falta algún habitante temporero de las sierras del Guaraguao
que encuentre deliciosa la vida de las montañas y que ya coma con gusto el arroz
con perico, f un che, majarete, inundo nuevo y hasta los caimitos, tcacos y jobos, pon-
derando la riqueza de manjares y frutos montaraces que desconocía hace tres me-
ses. No hay nada tan eficaz como los anuncios de bombardeos, para desarrollar el
gusto, por estudios prácticos, de las costumbres campesinas.»
Había una estricta censura en las oficinas del Estado Mayor; el lápiz rojo del cen-
sor mutilaba las hojas de planas de La Correspondencia', era preciso nadar y guardar
la ropa, como decía D. Ramón.
En 26 de julio de 1 898 escribe: «Se dice que una brigada americana, numerosa,,
con gran cantidad de cañones, ha tomado tierra en Guánica, capturando la pobla-
ción, y trabando después combate hacia el camino de Yauco, con las fuerzas espa-
ñolas de Patria, al mando del teniente coronel Puig, cuyas fuerzas han tenido que
retirarse ante la superioridad del enemigo.
Pero, señor, ^-de dónde diablos saldrán estas noticias.?^ ^Quién las inventa.?' ^-Quién.
las propaga.f^
Protestamos enérgicamente contra esos bolegramas.»
A ratos aparece travieso y burlón como un estudiante; al siguiente día del bom-
bardeo de San Juan, publicó esta noticia:
«Dícese que el día del bombardeo volaron de a bordo de los buques de guerra
«yankees» dos loros africanos blancos. Fueron a parar al Morro, donde los recogieron
y conservan los soldados.»
Por la tarde, y a la siguiente mañana, el capitán Triarte vio con asombro su casti-
llo rebosando de curiosos que le hacían mil preguntas sobre los ¿oros blancos.
En la próxima edición continuó la broma:
«No fueron dos loros, sino dos mirlos blancos africanos, los que el día del bom-
bardeo se escaparon de los acorazados enemigos y fueron recogidos, no en el Morro,,
sino en el Castillo de San Cristóbal.»
Y entonces le tocó al autor de este libro explicar a muchos candidos que no exis-
ten mirlos blancos, y que todo era una tomadura de pelo de D. Ramón. Muchos no
me creían, y hasta algunos, muy amigos, se pusieron furiosos, murmurando «de que
se le ocultase al pueblo todas las noticias de la guerra, incluso la presencia de aque-
llos interesantes pajaritos».
Un día, el censor, dejó en cuadro su periódico; López hizo componer y publicó
en aquella edición el Padre Nuestro, la Salve y el Yo Pecador.
Hacia principios de julio escribe: «Nadie creyera, hace dos meses, que San Juan
fuese un criadero de gallinas marruecas; ^-qué se hicieron de aquellos valientes gallos-
526 A. RIVERO
-de antes? ^Q\xé de aquellos bravos que paseaban por las aceras sus terribles coco-
macacos? »
La censura aprieta] Ramón López es llamado al Estado Mayor, donde Camó lo
amonesta con su dureza acostumbrada. El se hace el sordo^ y el mismo día se dis-
-culpa con sus lectores:
«No extrañen nuestros lectores que en los cortísimos días que le quedan de vida
■a este periódico dediquemos preferente atención a publicar el estado de la tempera-
tura, los chubascos que caen o dejan de caer, del agua que tengan los aljibes, de la
marcha de las estrellas que pueblan el firmamento, de los cometas que se descubran,
•de los tallotes que llegan del mercado, de la cosecha áit jobos, de los colores del arco
iris y de otros muchos asuntos de palpitante interés, como los relatados. vSerá la ma-
nera de evitarnos disgustos y de aguantar desahogos, a los cuales no estamos habi-
tuados ni nos habituaremos minea.»
Tan pronto como se publicó la noticia del Armisticio, corre a la Isla en busca de
noticias de palpitante actualidad, provisto de un pase, que se proporcionara sabe
Dios de qué manera; su hijo, Adrián López Nussa, educado en los Estados Unidos,
le acompañó en su viaje al extranjero, como llamara López a su expedición.
Salió de vSan Juan el 20 de agosto; llegó a Coamo; se detuvo algunas horas en el
campamento americano; habló con el general Wilson, y le tomó aquella famosa
interviezv; primera noticia que tuvieron los portorriqueños de los propósitos, para el
futuro, del Gobierno americano.
Siguió a Ponce; bloqueó en su Cuartel General de la Aduana al general Miles, y
Juego marchó, por Yauco y Guánica, a Mayagüez, donde acosó a preguntas al bon-
dadoso general Schwan.
La Correspondencia, diario de la tarde, corría de mano en mano; el público se
arrebataba los números para saborear aquellas crónicas, llenas de detalles, todos
nuevos y todos de gran valor. Sus epígrafes eran: «Viaje al extranjero»; «Primera
jornada»; «De la capital a Coamo»; «En el campamento americano»; «Interview con
el general Wilson»; «De Coamo a Ponce»; «De Ponce a Mayagüez»; «Interíñezv
con el general Schwan.»
Llegó a Ponce el 25 de agosto, y allí se unió a Mr. R. H. Hasken, reportero del
Nezv York Herald, desde cuya ciudad continuó enviando jugosa información.
Tal fué el hombre cultísimo, educado, honorable, laborioso, con aspecto de gen-
■tleman inglés, cuyo recuerdo perdurará en Puerto Rico, y, sobre todo, entre los
hombres del periodismo, que le consideran como un maestro y un precursor.
EPILOGO
L día lO de diciembre de 1 898, sábado, a las diez de su noche, se
firmó en París el IVatado de Paz, que puso fin a la guerra hispa-
noamericana. P^l mismo día, El Liberal^ uno de los periódicos
más importantes de Madrid, al dar cuenta de tan notable suceso,
publicó lo que sigue:
«Hoy se cerrará para siempre la leyenda de oro, abierta por
Cristóbal Colón en 1492, y por Fernando de Magallanes en 1 52 1.
Los tres meses y medio, invertidos en estériles negociaciones diplomáticas, ha-
bían embotado la sensibilidad del pueblo español, y héchole perder, en parte, la no-
ción de su inmensa desdicha.
Al cabo de cuatrocientos años, volvemos de las Indias Occidentales, por nosotros
descubiertas, y del extremo Oriente, por nosotros civiHzado, como inquüinos, a quie-
nes se desahucia; como pródigos, a quienes se incapacita; como intrusos, a quienes
se echa; como perturbadores, a quienes se recluye.
Día de expiación es el 10 de diciembre de 1 898; pero lo será también de suprema
y última despedida a nuestra personalidad, a nuestra independencia y a nuestras
•esperanzas, si no lo tomamos como punto de partida para emprender vías nuevas, y
para enterrar, definitivamente, los vicios pasados y los sistemas caducos.
Para modificar la función no hay otro recurso que modificar el órgano; para sal-
var el tronco, que aun vive, no hay otra solución que podar las ramas muertas.»
528 A. RIVERO'
El diario madrileño, al estampar sus nobles sinceridades, y en el calor de las-
amarguras del momento, fué bastante más allá de lo justo. No era el caso de España
el del inquilino a quien se desahucia; ni el del pródigo a quien se incapacita; ni me-
nos el del intruso a quien se echa. Fué el del enfermo operadp de cataratas, a quien
se quita la venda para que con nuevos ojos pueda percibir las realidades de la vida.
Ea leyenda de oro, iniciada por Colón y sus compañeros, no se cerró para siem-
pre. El libro que la sustenta permanece abierto, y otros hombres escriben en sus
páginas.
Este libro es conservado, con amor y con respeto, por cubanos, portorriqueños
y uruguayos; por los que viven a orillas del canal que une los mares surcados por
Colón con las inmensidades del Pacífico avistadas por Vasco Núñez de Balboa desde
las montañas de Darién; por los que alientan en Méjico y Perú, descubiertos y con-
quistados por Cortés, Pizarro, Valdivia y Almagro; por los que navegan en el por-
tentoso Amazonas donde refrescaron sus cuerpos, al bajar de los Andes, Orellana y
sus guerreros; por los que avaloran las riberas del Plata, donde plantaron sus tiendas,
después de incomparables hazañas, los arcabuceros de Juan de Solís y Diego García,
y, también, por los que pueblan los remotos confines del mundo americano, donde
aun perdura el recuerdo de aquellas naves, guiadas por Fernando de Magallanes, que,,,
a través de inexplorados estrechos, llevaron hasta Oriente, y allí plantaron los estan-
dartes de España trazando con sus quillas en todos los mares del globo el primer de-
rrotero que lo circundara.
Son continuadores de aquella leyenda inmortal 20 pueblos, soberanos casi todos,,
que habitan las inmensas tierras descubiertas y civilizadas por los hijos de España.
Estamos orgullosos de nuestra progenie, y hoy, ya extinguidos los dolores que
acompañan a todo alumbramiento, sólo amor y respeto sentimos hacia la madre, que
aun se resiente de su admirable fecundidad.
No fué arrojada de América la Nación descubridora por causas de afrenta. Fué
ley fatal e ineludible.
Llegó el instante en que la simiente, hasta entonces dormida, estalló, y sus bro-
tes taladraron la tierra, buscando, en el sol y en los gases de la atmósfera, calor y
alimento, que los convirtiera en árboles robustos y fructíferos.
No se plegó aquella bandera de sangre con reflejos de oro — ^más sangre que oro
fué su divisa — ; es que ya dejó de ser el guión que llevaba a los guerreros al com-
bate, para convertirse en el manto de amor con que la madre cubre a sus hijos.
Mater admirabilis y heroica, aún más heroica en sus infortunios, sólo debe espe-
rar gratitud y respeto de sus hijos de América.
Y por esto, cuando el Alfonso X/// trajo a Puerto Rico su pabellón de guerra,
pero como símbolo de paz, las manos pulidas de nuestras bellas mujeres lo cubrie-
ron de rosas, azahares y azucenas, flores trasplantadas a nuestros jardines desde los^
cármenes de Granada y de Valencia.
CRÓNICAS 520
1{I sol de ñu^go, ({ue arde aquí iodo el año. viviíic<3 aciuellos cf»lores (}U(\ durante
cuatro siglos, llíinicaron a las brisas del lai(|iiilIo, y. i:omo ofrerula^ de amor, hicimos
mislar a los marinos ele l'.spaña las dulzuras de nuestras pinas v las concentradas
mieles (¡ue elalujran nuestros cañaverales. Idlos reposaron de las fatii^iis de su viaje
bajo los pabuares jiorlorriqíieños, y al marcharse, cuando el jI/Jüi/so XIII pasalia,
t>aj(í el catión, del Morro, tandiién las palomas blancas de mil pañuelos n-volotí^aron
desde la orilla en i:ar¡ñoso saludo.
Nti terminó atjucUa leyenda... continúa.
A . K I Y I-: R O
^jM'*..€,^~€^'t^p* -^4^
-<^ y. .^^/^^
f,e,,££.A€^^
4/M^ ' JzV^^^-^e.^^
APÉNDICES
APÉNDICE NUMERO i
J3i/\kií) j)i<: LA (;ii<:rK;\
otas de mi cartera.— I )<-s(;ie el
en que suhí la raruj)a del castillo de San
Ijj Cristóbal, para tcnnar el nianrlo de s
baterías, conieneé este Diario. How
verán mis lectores, son notas d'
mentó, sin ilacicui, a veces ineoiieKas j
[íueriles. .\1 revisar este documento no É-oM"
he <|uerido poner ni r|U!tai - '' ''""^'^'''
sola pahibra; mi deseo es que conserve s'
venJadcro saboi' ile atjuella :
C'oiitiene tniichas noticias que entonces parecían ciertas y q
lalsas. El buen juicio del lector sa!)rá apreciarlas en su justo valor.
Makzo, i, í8o8. — Ceso en rai situación de supernumerario y ocupo una plaza de
capitán en el 12." batallón de artillería tle plaza, con el mando de la 3;'' compañía,
siendo al mismo tiiMnpo g-obernador del castillo de San Cristóbal, jefe de sus bate-
rías )' de las exteriores de San Carlos y Santa '1 eresa. Jd teniente Andrés Valdivia
rne hace entrega de la compañía y baterías. Recibo órdenes de cargar diez proyecti-
les por cada pieya.
Marzo, 2. ^Ayer, a última hora, pasó frente a esta capital el acorazado español
Oifiteíido; después de comunicar con el semáforo, siguió viaje al Oeste.
Marzo, 3. — El general Maeías, acompañado de sus ayudantes, giró una visita a mi
castillo. Todo lo encontró bien.
j\ÍAKZ0, 5. — Ciega a mis manos un número de La (jírrespondeucia Militar de
Madrid, C|ue dice lo siguiente:
«I:ía.s/Yi ¡os gakrs quieren rsapalos.—Vxxftxto Rico, que ya tiene su < lobierno insular,
eon sus ndnistros autónomos y sus diputados, etc., etc., quiere, ahora, debutar como
isla insurrecta, y ya se prepara, en Florida, una expedición fdibustera para desembar-
car en aquella isla, l^'ero no hay que asustarse; aun en el caso de que dicha exj)edi-
eión llegara a desembarcar en las costas de la pequeña Antilla, ya se encargaría de
evitarlo el digno general Maeías. El asunto no tiene importancia. Cuatro soldados y
un cabo bastan para sofocar allí cualquier intentona.;-.
Makzo, 6. — Recibí nuevas f)rdenes para cargar 10 proyectiles más por cada pieza.
Marzo, 10.- lioy por la mañana salieron hacia Santurce y Río l'iedras en pasco
534 A. R I VERO
militar algunas fuerzas de infantería de la guarnición, además una batería de montaña.
Como tales paseos son poco frecuentes, el hecho ha causado bastante alarma.
— Pasé revista de material y encontré que todas las espoletas de tiempo están de-
terioradas. Se pone un cable a Madrid pidiendo otras de repuesto. Contestan: «Re-
mitan fondos.»
Marzo, 1 4. — William Freeman Halstead, corresponsal del New York Herald, fué
hoy reducido a prisión por la guardia de la batería de San Antonio y conducido al
Morro. Este sujeto, con una cámara, sacaba fotografías de las defensas de la plaza.
— «A este fotógrafo le huele la cabeza a pólvora», ha dicho el general Ortega.
Marzo, 1 5. — Doy principio al emplazamiento de tres cañones Ordóñez, de 15 cen-
tímetros, en la batería de San Carlos. Esta batería domina la bahía y todo el frente de
tierra. No tengo aparatos de fuerza ni nada para montar estos cañones, y subirlos,
pesando cada uno varias toneladas, desde el fondo del foso hasta la batería, cien pies
de altura. Me estoy arreglando con unos palos de buque que he conseguido en la
Marina y algunos trozos de madera. Valdivia está al frente de la operación. Mis arti-
lleros trabajan muchas horas.
Marzo, 21. —Nada nuevo ha ocurrido hasta hoy. Practicamos ejercicios diarios.
Los ayudantes del general Macías y algunos de sus favoritos juegan todas las noches
al tresillo hasta las dos de la madrugada.
Marzo, 27.— Se celebra la primera elección general, después de implantado en
Puerto Rico el régimen autonómico.
Marzo, 30. — Diariamente se sigue practicando ejercicios simulados; ni un solo
artillero de los que guarnecen las baterías ha oído en su vida el disparo de un cañón;
como tenemos pocas municiones, las reservamos para el enemigo, si es que se declara
la guerra.
Abril, 2. — El capitán de Ingenieros, Montesoro, con una sección de telegrafistas
militares, está montando en Fajardo una estación heliográfica.
Abril, 5- — Nada nuevo hasta hoy. Esta mañana, a las diez y treinta minutos, fon-
dearon en el puerto los buques españoles de guerra Vizcaya y Almirante Oquendo;
vienen de la Habana y fué a recibirlos, a la entrada, el cañonero Ponce de León.
Manda el Vizcaya el capitán Antonio Eulate, y es segundo comandante el capitán
de fragata Manuel Roldan.
Cada buque está tripulado por 497 hombres y su desplazamiento es de 7.000 to-
neladas. Son exactamente iguales; están armados cada uno con dos cañones Honto-
ria, de 28 centímetros, 10 de 14, 20 de tiro rápido y 8 tubos lanzatorpedos. El
capitán de navio, Juan Lazaga y Garay, manda el Almirante Oquendo.
Abril, 6.— Con motivo de la llegada de los acorazados españoles, muchas casas
han adornado sus fachadas con banderas y colgaduras nacionales; anoche se quema-
ron fuegos de artificio en la bahía.
Abril, 7-- — Los giros sobre Nueva York están a 91 por 100.
— Hoy, Jueves Santo, se ha utilizado por primera vez las dos fuentes públicas
provisionales del acueducto de esta capital. Una está colocada en la plazuela de Colón,
esquina a wSan Francisco y Norzagaray, y la otra en Puerta de Tierra, cerca de la
plaza de la Lealtad. Dieron principio las obras del acueducto, siendo alcalde Matías
Ledesma, y se continuaron, ejerciendo el mismo cargo Antonio Ahumada; y estas
fuentes han sido colocadas desempeñando la alcaldía el doctor Francisco del Valle
Atiles.
— A petición del gobernador general, los periódicos y partidos políticos acuer-
dan una tregua en la candente lucha que están sosteniendo; Aquilino Fernández,
Mascaró y otros periodistas, que estaban presos, han sido puestos en libertad.
— Se establece la censura previa para la Prensa.
^r-^ Anoche tuvo lugar en el teatro un banquete con que la oficialidad de tierra
CRÓNICAS . 535
obsequió a la de los acorazados en puerto; hubo discursos y todos presagiaron una
victoria sobre la escuadra americana. Solamente un alférez de navio dio la nota contra-
ria; he anotado sus últimas palabras: «No hablen ustedes más de coronas de laurel,
porque, seguramente, cuando llegue el momento del combate, nos coronaremos de
agua de mar, dados el poder del enemigo y nuestra escasa potencia.» Tal discurso
fué fríamente recibido y el orador amonestado; y no lo pasó muy mal porque era un
nieto del almirante Méndez Núñez, según me dijeron.
— Se publica un interesante documento que suscriben todos los compromisa-
rios que han de elegir senadores y consejeros del Parlamento insular; protestan de
la campaña política que contra el partido triunfante — el partido liberal — se viene rea-
lizando, y terminan haciendo un llamamiento al país «contra todo enemigo exterior,
porque estamos dispuestos a todo sacrificio por el honor de nuestra raza y por la
gloria de nuestra bandera». Lo firman i55 portorriqueños, todos hombres prominen-
tes; entre ellos Manuel Camuñas, Masferrer, Toro Ríos, Antonio R. Barceló, Elíseo
Font y Guillot, José G. Torres, Octavio García Salgado, Manuel Mendía, Diego Bece-
rra, José Muñoz Rivera y Juan Vicentí.
Abril, 9. — Salen, con rumbo a Cabo Verde, los acorazados Vizcaya y Almirante
Oquendo. Se ha prohibido a la Prensa que publique esta noticia.
— Ha causado gran alarma el que ayer, en el vapor VirgÍ7iia^ que zarpó con
rumbo a Saint Thomas, embarcase Hanna, cónsul general de los Estados Unidos,
y además Waymouth, prominente ciudadano americano. Es motivo de muchos comen-
tarios el hecho de que en el consulado americano está izada la bandera inglesa en
vez de la americana.
Abril, 10. — En el vapor Virginia embarcaron también, según he sabido, Manuel
del Valle Atiles, corresponsal del Nezv York H^Tald, y Paul Van Sikler, encargado
de la refinería de petróleo, establecida en Cataño.
Abril, 13. — -Ayer, a las cinco de la tarde, salió hacia Ponce, una sección de arti-
llería de montaña, con dos piezas sistema Plasencia.
— Los periódicos de hoy publican la noticia, tomada de la Prensa española, de
que el Gobierno italiano ha vendido a España los acorazados de 6. 840 toneladas
Venus- y Garibaldi. Veremos si se confirma la compra.
Abril, 1 4. — El doctor Francisco del Valle Atiles, alcalde de la ciudad, ha publi-
cado un bando en que fija los siguientes precios a las subsistencias: Arroz valen-
ciano, siete centavos libra; habichuelas blancas, ocho centavos libra; ídem colora-
das, 10 centavos libra; jamón, 30 centavos libra; manteca corriente, 20 centavos
libra; tocineta, 20 centavos libra; bacalao, I O centavos libra; papas, cinco centavos
libra; carne de res vacuna, 28 centavos kilo; carne de cerdo, 40 centavos kilo, y
pan, ocho centavos hbra.
Abril, 15. — Luis Muñoz Rivera, secretario de Gracia y Justicia y también de
Gobernación, ha publicado una circujar reglamentando a la Prensa; se castigará con
arresto y multa a los que publiquen falsos rumores tendentes a subir el precio de
las subsistencias.
— Se asegura, en secreto, que Jas relaciones entre España y los Estados Unidos
son en extremo tirantes.
— Ha llegado un cable de Madrid ordenando que se preparen cien mil raciones
de boca para nuestra escuadra, que debe llegar de un momento a otro.
Abril, 17. — La Gaceta Oficial inicia hoy una suscripción, de carácter nacional,
para cubrir los gastos de guerra; el documento está autorizado por el general Macías
y encabezado por el Municipio de la ciudad con una cuota de 25.OOO pesos.
Abril, 18.— Presidida por Manuel Fernández Juncos, tiene lugar, en el Ateneo,
una reunión para reoganizar la Asociación de la Cruz Roja. Se nombran inspectores
y oficiales, organizándose ambulancias y hospitales de sangre.
536 A . R J V E R O
í\bril, l9.--Anoche se reunió la juventud de San Juan, capitaneada por Fran-
cisco Marxuach, Alvaro y Manuel Palacios y Tomás Acosta, llegando a un centenar;
visitaron al gobernador general, manifestándole que estaban ansiosos de pelear por
la causa de España. El general Macías los felicitó efusivamente, y a su salida aquel
centenar de jóvenes fué vitoreado por el pueblo.
Abril, 20. — Hoy hemos terminado de montar dos de los tres cañones de la batería
de San Carlos. Mis artilleros han trabajado duramente, y más que todos el teniente
Valdivia.
Abril, 21. — La Gaceta de hoy publica un decreto suspendiendo las garantías
constitucionales.
— Anoche tuvo lugar en el teatro, bajo la presidencia del doctor Francia, secre-
tario de Gobierno, la reunión provisional para formar un nuevo batallón de Volun-
tarios. Una Comisión fué nombrada, bajo la presidencia de Vicente Balbás, para
llevar a cabo tal idea. .
— Se ha organizado la escolta del general Macías; la componen 40 jóvenes de las
mejores familias de San Juan; por unanimidad ha sido proclamado capitán el joven
Ramón Falcón y Elias, y como instructor el comandante de ingenieros Julio Cer-
vera, ayudante del capitán general.
— El catedrático del Instituto, Rafael Janer y Soler, está organizando en Puerta de
Tierra una compañía de Voluntarios. Janer ha sido siempre un ferviente defensor de la
causa de España, y sus artículos, en la Prensa diaria, son leídos con mucho interés.
— Ha circulado de mano en mano un telegrama de Saint Thomas, recibido por
una casa de comercio que oculta su nombre; el telegrama dice así: «Guerra pro-
bable.»
— - Esta tarde ha circulado una Gaceta extraordinaria conteniendo el siguiente te-
legrama del ministro de Ultramar:
«Nuestro embajador en Washington ha pedido sus pasaportes; mañana saldrá de
esta corte el de los Estados Unidos; hoy tuvo lugar la apertura del Parlamento, acla-
mándose, con frenesí, a Sus Majestades. Partidos se han unido al Gobierno para re-
peler toda agresión extranjera. Muy levantado el espíritu público. Madrid, 1 9 de
abril de lí
— -La Prensa publica un extracto del Convenio de París, de i(S56, según el cual
PZspaña y los Estados Unidos fueron las dos únicas naciones que se reservaron el
derecho de, en caso de guerra, hacer uso de buques mercantes armándolos en corso.
— Hasta el poblado de Cataño organiza su guerrilla de voluntarios; la manda
José G. Pastor.
— Se hace grandes elogios de las señoritas Amparo Fernández Náter, Goyco,
Larrínaga, Larroca, Cottes y Soler, por su valioso concurso en favor de la Cruz Roja.
Abril, 22. — Hoy se ha proclamado en esta ciudad, con el aparato de rigor, la
ley Marcial o Estado de Guerra.
— Los secretarios del Gabinete autonómico han publicado un manifiesto dirigido
al país.
Abril, 23. — Fia circulado una Gaceta extraordinaria conteniendo una proclama
dirigida a los habitantes de Puerto Rico, firmada por el general Macías. Es un docu-
mento muy bien escrito que ha llamado mucho la atención.
Todo esto representa que estamos en guerra. El entusiasmo general, en San Juar
y en toda la Isla, no puede ser descrito; una fiebre de guerra lo invade todo.
Frente al cuartel de artillería se ha colocado hoy cuatro cañones, modelo Krupp
de bronce.
Abhil, 24. — Un cablegrama recibido hoy en San Juan, desde la Habana, anun
CRÓNICAS 537
cia, confidencialmente, que todas las fuerzas insurrectas en aquella provincia, y a su
frente Máximo Gómez, han depuesto su actitud rebelde, entrando en dicha ciudad al
grito de ¡viva Españal Esta noticia es comentada con gran calor y gran regocijo ^.
— En Comerlo hay gran entusiasmo patriótico; anoche se reunió la juventud de
dicho pueblo en los salones del Municipio, dándose principio a la recluta para for-
mar una guerrilla, y fueron pronunciados varios discursos, siendo muy celebrados los
del doctor Gómez Brioso y el licenciado Jiménez, quienes pusieron de relieve la jus-
ticia de nuestra causa y la sinrazón del Gobierno americano. El Municipio contribuyó
con mil pesos para la organización de dicha fuerza, cuyos uniformes serán cosidos
por las señoritas de la población.
— Una Comisión recorre San Juan pidiendo donativos, con objeto de obsequiar
a la escuadra nacional, que se espera en puerto de un momento a otro, con 50 no-
villos, 50 cuarterolas de vino, 25.OOO cajetillas de cigarrillos, 20.OOO tabacos y 50 ca-
jas de vino Jerez.
— Un periódico de los más radicales, de esta ciudad, escribió hoy este suelto:
«¡Viva Españal En todos los pueblos de la Isla se alistan entusiastas voluntarios
de todas las clases sociales para prestar su concurso al Gobierno y defender el ho-
nor nacional. Puerto Rico responde a su acrisolada historia de lealtad y sabrá de-
mostrar ostensiblemente que no hay españoles de otras provincias que les supedi-
ten en amor a la patria. Antes que extranjeros, en nuestra propia tierra, mil veces la
muerte. ¡Viva España! ¡Viva Puerto Rico!»
— Se dispone la organización de guerrillas, dando preferencia a los licenciados
del Ejército y paisanos de buena conducta, comprendidos entre veinte y cuarenta
años. El sueldo es de diez y ocho pesos a los guerrilleros; veinte a los cornetas; vein-
tidós a los cabos, y treinta a los sargentos. Es nombrado como organizador general el
coronel Obregón, y realiza todos los trabajos el capitán Salvador Acha.
— Empieza el éxodo; solamente en el día de hoy han salido de San Juan, para el
campo, más de trescientas familias; conseguir un carro o un coche cuesta mucho
tiempo y dinero.
— Ésta tarde, a las tres, subió al Palacio de Santa Catalina una nutrida comisión
de obreros, ofreciendo formar un Cuerpo de macheteros,
— Las esposas de los generales ]\ [acias y Ortega se han afiliado a la Cruz Roja.
— Jóvenes de muy pocos años acuden a sentar plaza en el batallón «Tiradores
de Puerto Rico»; un hijo de Francisco Gatell, de trece años de edad, se inscribió esta
mañana.
— Los víveres no escasean; los huevos se venden a seis por doce centavos, y las
gallinas a sesenta centavos una.
— Hoy salieron en un tren especial para la finca de San Patricio, cedida gene-
rosamente por los hermanos Cerecedo, todos los niños y niñas del Asilo de Benefi-
cencia.
— Esta mañana se entregó el armamento al batallón «Tiradores de Puerto Rico».
vSe advierte gran entusiasmo en toda la Isla; Mayagüez, Arecibo, Maricao y Carolina
van en cabeza.
Abril, 25. — La Plana Mayor del batallón «Tiradores de Puerto Rico», es como
sigue:
Subinspector, coronel Obregón; primer jefe, Leopoldo P'ajardo; comandantes,
Francisco Bastón y Vicente Balbás; abanderado, Andrés Ovejero; médico, Francisco
R. de Goenaga; practicante, José Salgado; capellán, Manuel López; músico, Francis-
^ Esa fué una de tantas noticias falsas circuladas para levantar el espíritu público. — N. del A.
538 A , IR T V F R Ó
co Verar; capitanes, Tulio Larrínaga, Juan Bautista Rodríguez, Reinaldo Paniagua y
Manuel Román; primeros tenientes y segundos, Jorge G. Gómez, Antonio Geigel,
Rafael Palacios Salazar, Jaime Sifre, Arturo Guerra, Damián Monserrat, Alberto
González, José G. del Valle, Casimiro de las Heras, Juan Pulgar, Miguel Cañellas
Vergara, Avelino Elizalde, Ramón María Meléndez, Antonio Alvarez Nava, Juan
B. Mirabal, Miguel Aguayo y José Bazán; sargentos, Lupercio 011er, Lorenzo Barrei-
ro, Arturo Contreras, Juan Iglesias, José Cazuela Geigel, José Porrata, Juan Roselló,
José Fernández Callejo, Luis Coy, Antonio Bazán, José Muñoz, José Sanjurjo, Enri-
que Decoro, Jaime Mirabal y Rafael Castro.
— Esta tarde se le escapó un tiro de revólver, en el cuartelillo, al teniente del
batallón «Tiradores» José Bazán, hiriéndose en la mano derecha; también resultó
herido por el proyectil Tulio Larrínaga, capitán del mismo Cuerpo. Esta fué la pri-
mera sangre derramada durante la guerra.
Abril, 26. — Lloy fondeó el buque de guerra francés Almiralt Rigault de Genual-
ly^ al mando del capitán M. Neny.
— En todos los pueblos de la Isla continúa la organización de guerrillas, y se
siguen practicando ejercicios.
— Los giros sobre España están al veintiséis por ciento; no los hay sobre el ex-
tranjero.
— El ministro de Ultramar ha telegrafiado al Secretario de Llacienda de esta
Isla, Manuel Fernández Juncos, autorizándole a girar por un millón de pesos, con
destino a los gastos de la guerra.
Abril, 27. — Manuel Egozcue, vicepresidente de la Diputación provincial, ha esta-
blecido, desde hace algunos días, un servicio de cables diarios desde la Habana. Un
periodista catalán de aquella ciudad, de apellido Torra, envía lOO palabras cada día.
Accedo a los deseos de E^gozcue para interpretar estos cables, los cuales se entregan
gratis a toda la Prensa.
— - Queda prohibida la circulación por cable de despachos cifrados.
— vSe publica un decreto prohibiendo la exportación de ganado vacuno.
— - La señora Dolores A. de Acuña es confirmada como presidenta de la sec-
ción de señoras de la Cruz Roja local.
— Bajo el mando del teniente de Voluntarios, Francisco Álamo, se forma una
sección de ciclistas, correos de órdenes, afectos al Gobierno de la plaza.
Abril, 28. — Ayer visitó al general Macías, en su despacho, un grupo numeroso
de mujeres del pueblo, quienes le ofrecieron sus servicios. A su salida de Palacio to-
das llevaban al brazo la insignia de la Cruz Roja.
— El cuartelillo de la escolta del Capitán general se ha instalado en los bajos del
Ateneo, donde se mantiene una guardia. La cuadra para los caballos de esta escolta,
ha sido construida en la Marina, en un solar cedido gratuitamente por Ramón H. Pa-
trón. Algunos de los caballos son propiedad de los jinetes y otros han sido presta-
dos por personas acomodadas de la Isla.
El uniforme de este Cuerpo es de tela azul, de la llamada mezclilla, con franjas
blancas en el pantalón y bocamangas también blancas, modelo de caballería; usan
las mismas divisas que el Ejército, gorras blancas o sombreros reglamentarios; los
oficiales portan sables y revólveres y los jinetes machetes de media cinta, Co-
llings.
— Se publican noticias muy agradables sobre la escuadra yankee, remitidas ofi-
cialmente de la Habana por el general Blanco. «Los hombres están acobardados; el
Texas no puede navegar; el Neiv Yo7'k no es más que un pontón y los demás buques
corren parejas con los anteriores. Los han pintado de gris, según se asegura, /¿?/'^?
que no se les vean las deficiencias.»
— Llega otro cable de la Habana: «La escuadra americana ha bombardeado el
CRÓNICAS
5iS
puerto de Matanzas; /(9r nuestra parte sin novedad. Sólo un mulo muerto.» Con este
motivo, José Mercado (Momo), poeta festivo, ha publicado los siguientes versos, que
son muy celebrados:
EL BURRO DE MATANZAS
En Chicago la inmortal,
emporio de ilustración,
Roma invicta del jamón,
Salamanca de la sal;
aquella de que la historia
canta el origen divino
que es la Atenas del tocino
y del cerdo en pepitoria;
la ciudad santa, la Meca,
do reciben oraciones
el lomo, los chicharrones,
las patas y la manteca.
Gades jamás humillada,
la que conserva sin mengua
la pureza de la lengua...
la lengua de cerdo ahumada;
ciudad que gloriosa brilla
y en que el genio ha florecido,
entre aureolas de embutido
y entre nimbos de morcilla;
nueva Numancia, en la cual
no es posible que se extinga,
ni el valor, ni la gandinga,
ni las pezuñas en sal.
Allí en Chicago la bella,
entre los cerdos salados,
e hijo de padres honrados,
aunque con pésima estrella,
nació el burro garañón,
al que arrebató la vida
la metralla fratricida
de americano cañón.
Era un burro de ocho pies
de alzada, rubio, elegante,
bien educado y galante,
¡como que hablaba en inglésl
Ni guerreras aficiones
ni alardes de valor vanos,
ni el afán de alzar los planos
de las fortificaciones,
llevaron al burro aquel
a Matanzas la gentil;
llegó allá con un barril,
dos cajones y un papel,
y, entre grave y zalamero
a su negocio atendía,
dando mala mercancía
por el español dinero.
¡Pum! La metralla le hirió.
Agitó las rudas crines,
dijo a \o's> yanquis: ¡caínes!
alzó el rabo y ¡se murió!
— ■ Entra el vapor Arkadia con carga de provisiones.
Abril, 29. — El capitán de ingenieros Barrera, jefe de la sección de heliógrafos,
ha establecido una estación cerca de Aibonito que comunica con San Juan.
Abril, 30. — El Banco Español se suscribe con 20.000 pesos para el fondo de la
guerra; Sucesores de L. Villamil, con lO.OOO; Silva, Ochoa y Santisteban, con 5.000
cada uno.
— Entra, procedente de Palma de Mallorca, el bergantín Vírgenes con carga de
provisiones.
— Los zapadores auxiliarps se organizan en dos compañías; son éstos los bom-
beros de la ciudad.
— Entra el vapor alemán Abydos con carga general, procedente de Mayagüez.
Mayo, 2. — Tocan a su término los trabajos para obstruir la entrada del puerto.
Ha sido habilitado el r^mo\z2.á(dx Borínquen, al mando del oficial de Marina D.José
Manterola, y este buque siempre tendrá colgados un regular número de torpedos de
contacto, que fondeará en la Boca del Morro en el momento oportuno.
Otras minas han sido ancladas en el canal de entrada, dejando entre ellas un es-
trecho paso, bien conocido. Estas minas son boyas llenas de pólvora, a cuyo explo-
sivo se ha añadido una pequeña caja de cinc con algodón pólvora y sus cebos eléc-
tricos; alambres aislados van a parar a los arrecifes, debajo de la batería de San Fer-
nando, donde se ha levantado una caseta. Aquí habrá guardia permanente de un
oficial de Marina, a cargo del explosor Breguet, para volar estas defensas caso de
que el enemigo intente forzar el puerto.
540 A . R I V £ R O
En dicha batería de San Fernando se ha montado dos cañones de tiro rápido y
un proyector eléctrico para iluminar de noche el canal de entrada, sacados del cru-
cero Isabel II. En todos estos trabajos, que fueron hechos bajo la dirección del co-
mandante del crucero Concha^ cooperó el electricista de la Sociedad Anónima Luz
Eléctrica, Manuel A. Ruiz, quien para dar luz al reflector, y como la corriente local
sólo alcanzase lio voltios, acopló en serie varios pequeños dínamos, levantando el
voltaje todo lo necesario.
— La Gaceta publica este cable recibido de. Cuba:
«Escuadra española batió en Cavite a la escuadra yanqui, compuesta de buques
blindados y protegidos, haciendo su retirada con grandes averías. Nuestros buques
eran uno de hierro y dos protegidos.»
La noticia produce entusiasmo delirante; banderas, colgaduras y músicas por las
calles. Hoy es, además, día de gran fiesta nacional.
— Entró el vapor inglés Specialist^ con víveres.
Mayo, 3. — Hoy estrenó su uniforme la sección Macheteros de Puerto Rico. La
instruye el capitán Cámara.
— La Prensa de hoy publica el siguiente anuncio:
«Las personas que deseen obtener una fotografía del bizarro general Montojo,
héroe de Cavite y vencedor de los yanquis en aguas Filipinas, puede conseguirla en
el taller fotográfico de Feliciano Alonso, calle de San Francisco, número 42.»
— En Vieques se ha organizado la Cruz Roja, al igual que en todos los demás
pueblos de la Isla. Es presidente el doctor Jaspard; Carlos Le Brum e Ildefonso Le-
guillou, vicepresidentes; tesorero, Adolfo Riekehoff, y secretario, Antonio Sarriera
Egozcue, profesor normal; siendo vocales S. Paz y F. Álvarez.
— Ayer, durante la jura de bandera del batallón de Voluntarios, núm. 2, en Ba-
yaqión, hubo grandes fiestas y misa de campaña. La señorita Rosa Martínez Jiménez
se presentó vestida de cantinera al frente de la fuerza.
-^ Se asegura que los yanquis tienen un miedo horrible al arma blanca. Guillermo
Atiles García acaba de publicar un artículo lleno de datos y de incidentes por él
presenciados, probando cómo corren los norteamericanos delante de los machetes.
Por lo que pueda ocurrir, mandaré afilar mi sable.
— Hoy le tocó a los barberos contribuir para los gastos de guerra; todos dan,
poco o mucho. Juan Apellániz encabeza la suscripción con 10 pesos, y la termina
con 40 centavos Francisco Furnis.
— Corre de boca en boca la noticia de que una escuadra española ha bombar-
deado ayer la ciudad de Nueva York, causando en ella terribles destrozos.
— Acabo de recibir una carta de Utuado, en que me dicen que aquella pobla-
ción se desbordó al llegar la noticia de nuestro triunfo naval en Manila; hombres, mu-
jeres y niños se lanzaron a las calles dando vivas a España y a nuestros marinos; el
abogado Santoni y Osvaldo Alfonso, arengaron a las masas, en verso el primero y en
prosa el segundo.
— Hoy se ha celebrado en la cárcel el Consejo de guerra para ver y fallar la
causa instruida por espionaje contra William Freeman Halstead, repórter del New
York Herald.
Formo parte y soy el capitán más antiguo de los seis del Consejo; el procesado
dijo que nó deseaba hacer declaración alguna. Aun cuando la opinión militar pedía
la pena de ríiuerte, nosotros lo hemos condenado a nueve años de presidio y acce-
sorias.
C R ó N I C A S 54I
— Sigue el entusiasmo en la Isla; Guayanilia y Naguabo baten el record\ Juan
Garzot ha regalado los uniformes para los macheteros de este último pueblo.
Mayo, 4. — Fondea el correo español Alfonso XIII armado con modernos caño-
nes. Ha traído para el Ejército 900 cajas de bacalao, 199 barriles de tocino, 3.615
sacos de harina^ 200 de garbanzos, 16 cajas de cartuchos Máuser y 14 de medica-
mentos. Conduce alguna tropa de refuerzo. Este buque queda agregado a los de gue-
rra fondeados en el puerto.
— Entra el bergantín Buenaventura, argentino, con 233.300 kilos de tasajo.
— El secretario de Hacienda, Fernández Juncos, ha subastado 200. COO pesos en
giros, con cargo al millón donado por España.
Mayo, 5- — Se impone un recargo de dos centavos a cada carta y de cinco a cada
telegrama; también se ordena un descuento de 5 por lOO sobre todos los sueldos in-
sulares y municipales.
Mayo, 6. — Las últimas fuerzas de mi batallón abandonan el viejo cuartel de la
plazuela de San Francisco; cada sección se acuartelará en lo sucesivo en la batería
que guarnezca.
— Desde temprano está frente a la plaza un gran vapor con tres chimeneas, sin
bandera alguna.
Mayo, 7. — El doctor Manuel Fernández Náter ha sido nombrado médico del ba-
tallón Provisional núm. 4, alojado en el cuartel de Ballajá; ha renunciado su sueldo.
— La Gaceta ordena que el tipo de prima del oro americano sea de 100 por lOO.
Mayo, 8. — Acabamos de recibir dolorosas noticias acerca del combate de Cavite;
fué todo lo contrario de lo que publicó la Gaceta. La escuadra de Montojo ha sido
destruida totalmente por la que mandaba el comodoro Dewey. La noticia causa un
efecto aplastante.
Mayo, 9. — Aparece, viniendo del Oeste, el vapor Tres Chimeneas M dicen que es
un crucero auxiliar llamado Yale.
~— Ha salido hacia el Oeste el crucero auxiliar Alfonso XIII; al divisarlo el Tres
Chimeneas^ huyó. El Alfonso XIII siguió su rumbo.
— Entra un vapor inglés abarrotado de carbón y víveres.
— Ha visitado mi castillo y baterías exteriores el general Ortega. No fué muy
exigente; me preguntó si no estarían más elegantes los cañones pintados de color
rojo; le contesté que el color actual de las piezas era el reglamentario.
— Esta mañana fondeó el buque de guerra alemán Geier^ teniente Jacobsen, de
1.640 toneladas; hace salvas y le contesto como encargado que soy de esta opera-
ción. El teniente Jacobsen visitó la plaza y mi castillo, almorzó conmigo y tomó mu-
chas notas, ofreciendo enviarme lo que publique acerca de la guerra y de Puerto
Rico.
— El doctor Pedro del Valle, inspector general, ha pasado hoy una revista
a todas las ambulancias, hospitales de sangre y material de transporte y curación a
cargo y costeado por la Cruz Roja. Según me dice, está satisfecho y hace. elogios del
hospital de sangre del Instituto y de otro establecido en el Arsenal a cargo del doc-
tor Puig. Del Valle no descansa un momento, yendo y viniendo de Santurce a San
Juan; pero el general Ortega me dijo hoy que este doctor cito olia a yankee y que él no
lo perdería de vista.
— ■ El general Ortega inspecciona todas las ambulancias y hospitales de la Cruz
Roja acompañado del jefe de sanidad militar Batlle.
— Los colonos de la isla de la Culebra se reunieron el 24 del mes pasado, y a
iniciativa del vecino Leopoldo Padrón, acordaron formar entre todos una guerrilla
para «oponerse a los intentos de cualquier corsario o cualquier enemigo del exterior,
^ Nombre que dio el pueblo al crucero escucha Yale. — N. del A.
542 A . R í V E R O
dando así a nuestra querida España una prueba de nuestra lealtad y de lo que son
capaces un puñado de portorriqueños orgullosos de su raza». Firman el acta, levan-
tada con fecha 26 de aquel mes, L. Padrón, P. Mulero, J. Pérez Moran, Félix Ayala,
Ricardo Romero, José A. Lebrón, Justino Quiñones y Guillermo R. Scamaroni.
Hasta los de Culebra se arman [lagarto!
Mayo, 10. — Hoy muy temprano reapareció frente a mi castillo el buque fantasma
o Tres Chimeneas; está a tiro y pedí permiso para hacerle fuego, permiso que no
llegó hasta las doce, hora en que el buque estaba fuera del alcance de mis cañones.
Para que muestre los colores de su bandera, a las doce y diez minutos le disparo un
cañonazo. El primero de la guerra.
Mayo, i i. — El teniente coronel Augusto Pamies ha sido nombrado comandante
militar de Bayamón.
— El teniente coronel Aznar, jefe del batallón de artillería, se cayó hoy de su
caballo, fracturándose una costilla.
Mayo, 12 (por la tarde). — ¡Ya vinieron! Estoy rendido; desde las cinco hasta las
ocho de la mañana hemos contestado al fuego de la escuadra americana. Mis baterías
han disparado 185 cañonazos; las bajas son muy pocas.
Mayo, 13. — ¡Qué noche la última! La escuadra americana permaneció toda la
tarde de ayer a la vista y creíamos seguro un bombardeo nocturno. Nadie ha dor-
mido. Hoy, al salir el sol, vimos que el enemigo había desaparecido; se fueron
[feliz viaje!
— [Cuánto valiente! Asombra hablar con tanta gente que asegura presenció el
bombardeo desde las murallas.
— Muchas personas recogen proyectiles enteros y cascos de los mismos. Pedro
^Giusti exhibe en sus vidrieras la punta de un enorme proyectil; este pedazo pesa
131 libras; Giusti compra proyectiles enteros y fragmentos de los mismos. En el
Parque de artillería hemos reunido gran cantidad de granadas de cabeza perforante;
muchas no tienen carga interior, y la mayor parte de las espoletas están inútiles.
Creo que muchos cañones de la escuadra enemiga han quedado inservibles, por-
que las bandas de cobre de algunos proyectiles han desaparecido y el rayado del
ánima ha mordido en el acero de las granadas.
— Recibo una carta del pueblo de Carolina, en la cual me avisan que alguien
anunció allí, el día 12, mi muerte; aquel buen párroco y muchos amigos me rezaron
un rosario en la iglesia. ¡Agradecido!
— Esta mañana la lancha del Arsenal recogió, fuera de la Boca del Morro y al Este
de la isla de .Cabras, un bote que dejó abandonado la escuadra enemiga; está pintado
de color de chocolate y enarbola una bandera blanca. No tiene nombre ni número.
— Ayer, poco después de cesar el bombardeo, se hizo a la mar el crucero de
guerra francés Ahniral Rigault que sufrió el fuego fondeado en puerto; cuando este
buque pasó frente a las baterías de San Fernando y Santa Elena, su marinería, subida
a las vergas y correctamente alineada, saludaba con ¡vivas a España! a los artilleros
de aquellas baterías y éstos contestaban con ¡vivas a Francia! La música de a bordo
tocaba la Marsellesa. El crucero, más allá del Morro, cambió saludos de banderas
con la escuadra enemiga y siguió su rumbo sin obstáculo alguno.
— El mismo día, y a la vista de la escuadra enemiga, entró en puerto el vapor
inglés Roath con 3.000 toneladas de carbón Cardiff.
— Las Monjas Carmelitas fueron conducidas hoy, en el tranvía, al palacio de la
Convalecencia de Río Piedras. Algunas, que llevaban más de cuarenta años de clau-
sura, mostraban gran asombro.
— La Gaceta publicó hoy una Orden general dando cuenta del ataque de ayer.
— Se concede a los Voluntarios moviHzados, como gratificación, el abono de
medio plus de campaña.
CRÓNICA á 54^
— El oro americano se cotiza a 125 por 1 00 de prima.
— Toda la Prensa publica artículos vibrantes de patriotismo; recorto algunos que
en su día serán muy útiles.
— Ha circulado una Caceta Extraordinaria con un despacho del Ministro de la
Guerra, felicitando, en nombre de S. M., a los defensores de San Juan.
— Anoche recibió un cable de su Gobierno el cónsul de Inglaterra, preguntán-
dole si era cierto que San Juan y sus defensas habían sido arrasadas por la Escuadra
del almirante Sampson.
El cónsul, Mr. George W. Grawford, contestó, en el acto, negando tan ridicula
información, y añadió que, en aquellos momentos, diez de la noche, dos bandas mi-
litares estaban tocando en la plaza principal, la cual se hallaba tan concurrida como
en los días de grandes fiestas.
Mayo, 14. — Frente al cuartelillo de artillería de montaña se encontró enterrado
un gran proyectil, de 33 centímetros de calibre; estaba intacto.
— El Municipio de esta ciudad acordó dar las gracias al abogado Bosch, por
haber trasladado en sus ómnibus, gratis, a Santurce, a los enfermos del hospitalillo
de Santa Rosa.
— Entre los oficiales que mandaban, o estaban en las baterías el día 12, son por-
torriqueños los capitanes Ramón Acha, José Triarte, Fernando Sárraga, Ángel Rivero
y el teniente Policarpo Echevarría; también servían las piezas, como artilleros, Leo-
poldo Vázquez Prada, Enrique García, Samuel Fonfrías, Juan Soto, R. Loira, Andrés
Rodríguez Barril y otros más.
— Armando Morales, ingeniero militar auxiliar, pasó todo el tiempo del com-
bate en mi castillo, prestando excelentes servicios en el manejo de los aparatos pro-
visionales para apreciar las distancias.
— En la casa número 7 de la calle del Cristo, donde habita el capitán retirado
Francisco Gómez Villarino, cayeron tres proyectiles, de los cuales dos hicieron ex-
plosión, reduciendo a escombros tres habitaciones amuebladas y la despensa, donde
tenía sus provisiones del mes para unos veinte jefes, oficiales y empleados, que co-
mían en dicha casa.
— Al siguiente día del bombardeo, D. Ramón Valdés, propietario del tranvía de
Bayamón y Cataño, obsequió con un rancho a todas las familias pobres del primer
pueblo; hoy puso a disposición de los pobres de San Juan y Cataño varios trenes,
para que, gratuitamente, pudiesen regresar a sus domicilios, siendo utilizados por
más de 300 personas; el día del bombardeo solamente se cobró pasaje a los que qui-
sieran pagarlo; pero los pobres fueron gratis.
— Falsa alarma; el crucero auxiliar, al que le disparé el día 10, ha vuelto a pre-
sentarse, aproximándose a las Bocas de Cangrejos, donde arrió un bote; se toca ge-
nerala, y sale un buen golpe de tropa, incluso una batería de montaña, para aquel
sitio; regresan, poco después, por haberse alejado el vapor enemigo ^.
Mayo, 1 5. — El temor se inicia entre los habitantes de San Juan. La vista de los
grandes proyectiles enemigos, que se encuentran por todas partes, ha sobrecogido
a los más esforzados. Desde mi castillo diviso, hacia Santurce, una larga fila de ca-
rros, coches y gente a pie: son los que se marchan. En la bahía navega un gran nú-
mero de botes de vela; todos llevan sus proas hacia Cataño. Ser, en estos días, dueño
de un coche o de un bote de vela, es una gran cosa.
— A la una y media de la mañana de hoy, Gregorio Cruz, cabo de mi batería y
^ Terminada la guerra, y en una entrevista que celebré con un oficial del Yale^ al preguntarle por qué en-
vió aquel bote ala playa, me contestó: «Porque vimos, desde a bordo, una arena muy blanca, que nos venía
muy bien para la limpieza de los pisos, y mandamos el bote, que nos trajo mucha de ella, de excelente cali-
da d.»— A. ¿/^/^.
544 A . R I V K R O
de la guardia establecida en la batería de San Carlos, por distracción, cayó al foso
desde una altura de IGO pies.
La primera noticia de la desgracia la tuve por el practicante José Rosario y los
camilleros Juan Vizcarrondo, Roberto Vizcarrondo, Severo González, José de Jesús
Tizol y Antonio Trujillo, que se presentaron en mi castillo conduciendo al herido.
El cabo Cruz fué curado por el doctor Queipo, auxiliado por Rosario y Tizolito. Esto
es una prueba más del celo con que trabaja la Cruz Roja.
— El auxiliar de zapadores, Nicanor González Cintren, falleció en la madrugada
de ayer, en el Hospital militar, a consecuencia de las graves heridas que recibió du-
rante el bombardeo. Nació en San Juan y contaba sesenta y dos años de edad; era
ebanista, vendía bastones y dio pruebas de gran valor y espíritu patriótico.
— Tan pronto terminó el bombardeo, se presentó en el Morro un paisano y, sin
dar su nombre, dejó 20 pesos para los heridos.
— Muchas familias se refugiaron la mañana del día 1 2 en la casa de José Patino,
jefe del resguardo de la Aduana, tomando allí café y otras cosas. Este mismo Patino
auxilió al joven Alvaro Palacios, de la escolta del general, quien a causa de resbalar
su caballo vino al suelo, estropeándose gravemente una pierna, siendo curado por el
médico de Marina Pedro Arnau.
— Anteayer un joven, guardia de Orden público, el cual iba subido a la plata-
forma de un coche del tranvía, donde se aglomeraba mucha gente, tuvo la desgracia
de caer a la vía, recibiendo heridas mortales. En el acto, las damas de la Cruz Roja,
Belén Miranda, viuda de Orbeta, y Obdulita de Cottes, ayudadas por el secretario ge-
neral Gordils, le prestaron auxilios eficaces, conduciéndole, primero, al colegio de las
madres y luego a la clínica del doctor Ordóñez, donde, después de ser curado, falleció.
. El teniente Zamorano, de Voluntarios, y Wenceslao Escobar, de la Cruz Roja,
también prestaron ayuda.
— Los ingenieros Abarca y Portilla, dueños de las fundiciones a sus nombres,
el día del bombardeo y al frente de las brigadas de auxiliares, concurrieron a los
castillos del Morro y San Cristóbal. Antonio Acha es el segundo de Abarca, y en
dicho día prestó sus servicios en el Morro.
— En Río Piedras no cabe la gente; hay casas muy pequeñas donde cada noche
duermen cincuenta personas. El alcalde, Enrique Acosta, se desvive para auxiliar y
complacer a la invasión de turistas que llenan su pueblo. Como no hay casas para
todos, por las noches, los alrededores del pueblo tienen aspecto de romería. Cente-
nares de personas duermen debajo de los árboles.
— En el Hotel Inglaterra, el día 12 y en la habitación de su dueño, Anacleto
Agudo, cayó una granada que dobló en dos la cama. Agudo, a quien conocí como
cadete de artillería en Segovia, no estaba, felizmente, a dicha hora, en su lecho, y a
esto debe la vida.
— El día 12, al terminar el bombardeo, Luis Muñoz Rivera, jefe del Gobierno
insular, dirigió a los alcaldes de la Isla el siguiente telegrama:
«Desde el amanecer once barcos enemigos atacan esta ciudad. La plaza responde
vigorosamente. Espíritu tropas y paisanos levantadísimo. Proyectiles causan poco
daño. Hay algunos heridos y contusos. Créese nuestras piezas producen averías es-
cuadra yankee que se retira alejándose fuego y suspendiendo cañoneo. Mantenga
tranquilidad redoblando vigilancia exterior y estimulando valor, patriotismo pue-
blo.— Luis Muñoz Rivera.»
— El vapor alemán Valencia arriba con 2.000 toneladas de carga, entre ella
1.000 sacos de arroz y mucho bacalao, queso y mantequilla.
— También toma puerto él vapor RestormeU procedente de Cardiff, abarrotado
de carbón.
C R o N 1 C A S
545
— El vapor francés Olinde Rodríguez entra a medio día
— Recorto del periódico El País:
«La botica del señor Guillermety, tesorero general de la Cruz Roja, y en donde
se despachan la medicinas para todas las secciones de esta benéfica Institución,
estuvo el día 12 de mayo, desde que empezó el bombardeo, abierta y con su jefe
Guillermety al frente de todos sus empleados, los cuales se multiplicaban para servir
las recetas que llegaban; don Fidel atendió con esmero y prontitud, tanto en su esta-
blecimiento, como fuera de él, a todo y a todas las personas. Vimos allí a muchos
solicitando amparo, el que hallaron acto continuo y de buen agrado; en esta farmacia
se despachó gratis todo lo que fué pedido durante el día.»
— Lo primero que hacen los pasajeros que, por la mañana, vienen de Santurce,
es averiguar si está o no señalado el vapor de las tres chimeneas. Ya como que hace
falta.
Mayo, 17. — Hoy, como santo del Rey de España, hemos vestido de gala y al
salir el sol, hago las salvas de Ordenanza. Como hubiese olvidado dar aviso a la pobla-
ción, al tercer cañonazo centenares de personas llenaban la carretera de Santurce y
una escuadrilla de botes de vela ponía sus proas a Cataño, llenos de fugitivos. Llubo
personas que averiguaron la verdad al llegar rendidas a Río Piedras. A petición del
alcalde se me advierte, por el capitán general, que cada vez que vaya a hacer salvas,
lo avise a los periódicos para conocimiento de la población.
— Las compañías de Santurce, 5-^ y ^-^ ^^ Voluntarios, y su sección montada,
prestan servicios de patrulla, por la noche, hasta Martín Peña.
— Ha sido nombrado comandante militar de Santurce el teniente coronel Eus-
tasio González y ayudante el teniente Valdivia. Gumersindo Suárez y Manuel Cañáis
se han suscrito, cada uno, con 25 pesos para sufragar los gastos de las compañías de
voluntarios que prestan servicio en dicho poblado. José Trueba, primer teniente de
la 5.^ compañía, ha regalado a la misma un lujoso banderín. P^l segundo teniente,
Evaristo Huertas, ha construido, por su cuenta, un cuarteHUo.
Mayo, 18. — -La Gaceta publica el siguiente cablegrama:
«Ministro de Ultramar a Capitán general de Puerto Rico.
S. M. agradece el leal saludo que vuecencia le envía en nombre de ese Gobierno
autonómico. Corporaciones, Ejército, Armada, Voluntarios y habitantes Isla, con
quienes comparte las amarguras que atraviesan, esperando su pronto y valioso
término.»
Y de orden de S. E. se publica en este periódico oficial para conocimiento y
satisfacción de los habitantes de esta Isla.
Puerto Rico, 18 de mayo de 1 898. — El Secretario de Gobierno general^ Benito
Francia.»
— Comienzo la construcción de fuertes traveses de tierra, de seis metros de es-
pesor, entre cada dos piezas de mis baterías, para cubrirlas del fuego de enfilada. To-
dos los artilleros y más de un centenar de auxiliares voluntarios suben del foso sa-
cos de tierra que vacian y vuelven a llenar; los taludes los revisto con barriles llenos
de cemento.
— En la línea más avanzada de fortificaciones y frente a la ensenada del Con-
dado se está construyendo por los ingenieros militares un gran cuartel defensivo
que barrerá con sus fuegos todos aquellos parajes.
— . Un alto y espeso muro de tierra, construido por los confinados del Presidio,
se está levantando al Norte del polvorín de San Jerónimo, para cubrir a éste de los
fu ^go£ por mar.
546
RI VERO
— Hoy he sabido que el día 12, más de un centenar de jefes y oficiales del Ejér-
cito y de Voluntarios, y hasta algunos paisanos, invadieron la casa del comerciante
Anselmo González Padín y allí almorzaron todos. ¡Quién lo hubiese sabido!
— La Prensa de San Juan, aún la que estaba calificada de antiespañola, publica
artículos patrióticos que resultan verdaderas arengas al país. La Correspondencia in-
serta unas décimas, firmadas Guarocuya^ que, aun cuando bajo su aspecto literario,
dejan algo que desear, las llevo, como nota del día, a este diario:
DOCE DE MAYO
Como silba una serpiente
que por el alud resbala,
silba del yanqui la bala
al amanecer luciente;
el artillero valiente
a la batería se aferra,
anima el clarín de guerra
a los nobles corazones,
y al tronar nuestros cañones
ruge el mar, tiembla la tierra.
Mujeres, niños y ancianos
dejan desierto su hogar;
su puesto van a ocupar
los sufridos veteranos;
los barcos americanos
disparan con fiera saña
y mientras el día se baña
de luciente tornasol,
en cada pecho español
hay un baluarte de España!
«Macheteros», «Tiradores»,
«Voluntariosa, «Militares»,
de la guerra los azares
no les inspiran temores;
rivalizan sus ardores
al fuego de la metralla;
mirad: la cólera estalla
en todos nuestros hermanos,
y acuden, cual espartanos,
a situarse en la muralla.
Las mujeres borincanas
llevan agua a los soldados,
mientras que caen a sus lados
las balas americanas,
y así se muestran ufanas
de su ingénito valor;
y aumenta más nuestro ardor
al arreciar el combate:
que el español no se abate
cuando lucha por su honor!
La bala enemiga arroja
los hombres al pavimento,
y alíí acuden al momento
los miembros de la «Cruz Roja»;
el fuego sigue, no afloja,
vomita el cañón el rayo
y los hijos de Peí ayo
a los que su historia abona,
repiten en esta zona
proezas de un DOS DE MAYO!
De la escuadra yanqui ignara
el loma avanza con furias,
y un pelotón del Asturias
desde el Morro le dispara;
se oye a lo lejos algazara
grande, que cienuncia duelo;
el mar se cubre de un velo
cual si fuera de la muerte,
y en San Cristóbal, el fuerte,
dispara el rayo del cielo!
El enemigo se aterra,
pues ve a sus pies un abismo:
¡No creyó tanto heroísmo
en esta española tierra!
Callóse el clarín de guerra;
cesa el combate y la saña;
el mar nuestros fuertes baña,
y del yanqui en la derrota,
formando una sola nota
grita el pueblo: ¡VIVA ESPAÑA!
GUAROCUYA.
— Sigue la desbandada; casi todas las casas de la población están cerradas; los
caseros han rebajado en un 50 por 100 los precios de los alquileres.
— El cable anuncia que no admite telegramas cifrados, de clase alguna, según
aviso que ha recibido del Gobierno.
Mayo, 19. — A 106.473,01 pesos asciende lo recaudado para el fondo de guerra.
— El tesorero central, Narciso Soler, avisa que vende giros sobre España al
22 por 100 y por no menos de 500 pesos, moneda del país.
— Se verifica la subasta de carne, aprobándose el precio de 26 centavos el kilO'
gramo.
CRÓNICAS
547
Mayo, 20. — Son muchos los elogios, que llegan a mi noticia, del hospital que la
Cruz Roja ha instalado en Yauco, y de varios trabajos más, en el mismo sentido,
realizados en dicha población.
La señora Juana J. Mejía de Gatell es la presidenta de la sección de señoras, y
el doctor Manuel Passarell desempeña igual cargo en la sección de hombres.
— Un crucero enemigo a la vista.
— A un centinela del polvorín de Miraflores se le escapó un tiro, hiriéndole la
mano derecha; fué conducido a la quinta de salud del doctor Ordóñez, en el Olimpo,
donde fué curado.
Mayo, 21. — Pasa muy lejos un crucero; lo reconozco por su silueta, es el Minnea-
polis; lleva a remolque una gran barca de cuatro palos que, sin duda, habrá apresado.
Según me dice Jarque, de la casa de Ezquiaga, esa barca venía consignada a ellos,
cargada de carbón.
— Se encuentra enfermo, en Bayamón, a consecuencia del abrumador trabajo
que realizó el día del bombardeo, el doctor Gabriel Ferrer y Hernández. Las autori-
dades civiles y militares se hacen lenguas de la conducta observada por este facul-
tativo.
— El Municipio de esta ciudad acuerda fundar cocinas económicas en cuanto lo
exijan las necesidades públicas.
— La Correspondencia de Puerto Rico publica hoy el siguiente suelto:
«Sigue haciéndose en esta Capital grandes elogios de nuestro respetable amigo el
General Ortega, Segundo Cabo de esta Capitanía General. Su valor y serenidad du-
rante el bombardeo fueron admirables, y corresponden a la fama de valiente que le
precedió a su llegada a Puerto Rico. Recorrió todas las baterías de San Cristóbal y
el Abanico durante el fuego, permaneciendo, después, en la de los Caballeros^ de
San Cristóbal, con el capitán Ángel Rivero, y, en ocasiones, apuntó, él mismo, las
piezas que hacían fuego. Desde aquel día el general Ortega vive y duerme en el cas-
tillo de San Cristóbal.»
— - El día del combate con la escuadra americana hubo tres incendios, que fue-
ron extinguidos por los bomberos; ocurrieron en la Audiencia, en el Asilo de Bene-
ficencia y frente al Arsenal.
— Como continúo siendo catedrático del Instituto de segunda enseñanza, dejo
hoy mi castillo y voy a examinar las clases de los Padres Escolapios en su Colegio de
vSanturce. Me sitúo al lado de un balcón, desde donde diviso la cruceta del vigía de
San Cristóbal, con quien he convenido algunas señales para caso de que mi presen-
cia sea allí necesaria, teniendo, además, un coche a la puerta del Colegio.
— Ayer fué conducido de la cárcel al presidio William Freeman Halstead, co-
rresponsal del New York Herald, quien había sido condenado a nueve años de pre-
sidio por el Consejo de guerra.
Mayo, 22. — Pedro Arzuaga, primer jefe del batallón de Voluntarios que guarnece
esta ciudad, ha costeado todo el equipo de la sección montada del Instituto, organi-
zada en Santurce.
Mayo, 25. — Avisan de Ponce que, el día 22 por la mañana, un gran vapor, que
parecía ser el Saint Loiiis^ estuvo por mucho tiempo tratando de pescar el cable
francés a la vista de tierra; se retiró sin tener éxito, al parecer, porque aquel cable
sigue funcionando.
— Entra el vapor que se ocupa en las reparaciones del cable inglés; se llama
Grappler, El intérprete oficial del Gobierno, Manuel Panlagua, me da una copia de
cierta orden recibida por aquel buque, y que le fué comunicada en St. Thomas por
el St. Louisy uno de los tres chimeneas que están vigilando la plaza. Dice así;
548 A . R I V E R O
«U. S. SS. St. Louis, St. Thomas. Danish West índies.
Ma)^o, 23, 1898.
Señor: Es mi deber recordar a usted que existe un estado de guerra entre Esta-
dos Unidos de América y el reino de España, y por tanto, le comunico que todo
intento de parte del Grappler o de otro buque similar para reparar cualquier avería
que exista o pueda ocurrir durante la guerra en los cables de la Compañía que ama-
rran en las posesiones españolas de las Antillas, será visto, por mi Gobierno, como
un acto de hostilidad, y advierto a usted que la más pequeña violación de este
injunction expondrá a su buque a ser capturado como presa de guerra en cualquier
punto del mar donde se encuentre; de otra parte, mi Gobierno está sumamente an-
sioso de que no sufran los intereses neutrales, sin necesidad, a causa de esta guerra.
Yo puedo asegurarle que The W. I. P. T. Co., en su línea de St. Thomas, Jamai-
ca, Ponce, Puerto Rico, no será cortada por buques de los Estados Unidos, con la
sola condición de que los cables que actualmente amarran en Ponce sean soltados
inmediatamente, y abandonada aquella estación y Ponce aislado de toda comunica-
ción con el mundo, hasta que venga la paz. También puedo ofrecerle iguales seguri-
dades respecto a la otra línea de vSt. Thomas-Jamaica-San Juan. Pero debe entenderse
que será bajo las mismas condiciones, y que Puerto Rico ha de ser cortado de toda
comunicación exterior, telegráficamente hablando.
Le ruego respuesta a esta carta tan pronto como usted pueda, y si yo hubiese
salido antes de que usted reciba instrucciones de su Oficina central, sírvase telegra-
fiar esta carta completa y cualquier proposición de su Compañía, directamente al
secretario de Marina, Washington, D. C.
A menos que yo reciba respuesta favorable antes de ponerse el sol el día 25 de
mayo de 1 898, me consideraré libre para actuar. — C. F. Goodrich, capitán. — U.S. N.,
comandante.
Señor comandante del buque reparador del cable Grappler, »
Mayo, 26. — Todos los batallones de infantería anuncian en los periódicos la com-
pra de 16 muías para cada uno, destinadas al transporte de la impedimenta. Esto
parece anuncio de operaciones por tierra.
— San Juan está desierto; sólo llegan por la mañana los empleados provinciales y
municipales que pernoctan en Bayamón, Cataño y Río Piedras. Lo primero que hacen
es mirar hacia San Cristóbal, no precisamente porque mis baterías ni yo les intere-
semos, lo que les importa es saber qué vapores señala el vigía.
— Terminan los exámenes en la Academia Preparatoria Militar, y obtienen plaza
17 alumnos; ya veremos cómo se incorporan a sus Academias en España. La única
plaza para el Cuerpo de ingenieros la obtuvo, después de reñida oposición, Inocencio
Serrano. Las obras del acueducto se encuentran paralizadas por falta de obreros, por-
que todos están refugiados en las montañas.
— El joven Antonio Prieto, en los últimos exámenes, alcanzó el número uno
como alumno de artillería.
— Al corresponsal del Herald, que está cumpliendo condena en presidio, se le
sirve la comida del Hotel Inglaterra.
— Se anotan muchos robos de ganado en la Isla; campesinos hambrientos hieren
las reses para que después les regalen la carne.
— J. J. Potous, jefe retirado de artillería, escribe, a diario, artículos muy juicio-
sos, para excitar el espíritu público y encauzar la acción del Gobierno.
— La Gaceta publica un estado de nuestras exportaciones a los Estados Unidos
en el año 1 896. Se exportaron 2.644.739 pesos y 97 centavos, y se importaron
4. 1 17.984 pesos y 90 centavos, resultando de esto un gran saldo en contra de la Isla,
CRÓNICAS 549
— Rafael Ubeda Delgado, teniente coronel de infantería, portorriqueño, ha sido
nombrado comandante militar de Arecibo. Francisco Sánchez Apellániz, de igual
empleo y también portorriqueño, ocupa el mismo cargo en Humacao.
— Pérez Aviles, alcalde de Arecibo, y Font y Guillot, de Mayagüez, prohiben
la reventa de aves de corral y legumbres, permitiendo que solamente sean vendidas
por los mismos jíbaros en las plazas públicas. Se aplaude esta medida.
— ■ Algunos embriscaaos^ como los llama La Correspondencia, comienzan a re-
gresar. San Juan se anima y las retretas están algo más concurridas.
— Vapores fondeados en puerto: Paulina, Roath^ Manuela^ Miguec M. PiniUos^
Gran Antilla, Grappler y Vírgenes,
— Entra el Ferdinand Lesseps de St. Thomas y sigue para Mayagüez.
— Hoy, a las siete de la mañana, ha fondeado el destróyer Terror^ propedente
de la Martinica, y que antes había recalado en Fajardo. Su comandante dice que fué
perseguido por un crucero americano y más tarde por un auxiliar de gran tonelaje.
Los oficiales y marinos son muy festejados, y la llegada de este buque, que se con-
sidera de gran poder ofensivo, reanima el espíritu público. Todos creemos que muy
pronto serán echados a pique todos esos buques que bloquean el puerto.
Mayo, 28. — Sufrimos calor horrible; 31° centígrados a la sombra.
Mayo, 29. — Hace muchos días que el buque Fantasma no nos visita. Si este
puerto está bloqueado, no se conoce.
— Todos los pueblos de la Isla, sin excepción, han lormado guerrillas montadas
de Voluntarios y algunas de macheteros, a los cuales les ha negado las armas el Es-
tado Mayor de San Juan.
— El azúcar crudo se ha vendido hoy a tres pesos 50 centavos el quintal, que
con el cambio actual resulta a menos de dos pesos.
— Los ingenieros miHtares han dado comienzo a la reparación de los desper-
fectos sufridos a causa del bombardeo por el Palacio de Santa Catalina, plaza del
Mercado, cuartel de Ballajá, San Cristóbal, Morro y otros edificios.
— Entra el vapor inglés Fyryan.
Mayo, 31. — Se reúne el Consejo de secretarios y acuerda prorrogar para el
año 1898-99 el presupuesto anterior.
Junio, i. — Anoche salió el vapor Miguel M. Pinilios, con las luces apagadas y
con rumbo a España. En este buque han embarcado la mayor parte de los alumnos
militares aprobados en los últimos exámenes.
— El crucero auxiliar Alfonso XIII, capitán Pidal, hace viajes frecuentes a Ma-
yagüez y Ponce, conduciendo provisiones y efectos de guerra para la tropa.
— La casa Palacios y Compañía vendió ayer azúcar a tres pesos quintal.
— El vapor inglés Darlington cargó en Mayagüez, para New York, l.lól sacos
de azúcar. Los americanos nos bloquean, pero nos compran el azúcar; ¡menos mal!
— Por Las Marías, Pepino y Lares siguen los campesinos, que ya tienen ham-
bre, robando y matando el ganado.
— Procedentes de Fajardo han entrado las goletas de cabotaje Mayagüezana y
Elena, cargadas de sal y consignadas aj. Ochoa y Hermano, de esta ciudad. Desde
que avistaron la plaza se metieron bajo el cañón de San Cristóbal primero, y des-
pués, muy pegadas al Morro, burlaron el bloqueo felizmente. El crucero enemigo
las siguió a distancia, pero sin acercarse a tiro.
Junio, 3. — El batallón «Principado de Asturias», de reciente organización, y que
forma parte de la guarnición de esta plaza, está acuartelado en Ballajá.
— Entró en puerto el vapor francés Saint Simón.
— Comienzan a funcionar, en Mayagüez, las cocinas económicas establecidas por
el alcalde, doctor Font y Guillot.
— En muchas poblaciones se está dando gran importancia a la siembra de fru-
35
550
A . R 1 V E R O
tos menores para prevenir los efectos de un bloqueo. El alcalde del Pepino, Manuel
Rodríguez Cabrero, ha realizado prodigios en este sentido; toda su jurisdicción está
sembrada de aquellos frutos. vSi los demás alcaldes le imitasen, nos reiríamos del
bloqueo.
— El cable que llega de la Habana siempre dice lo mismo: «bombardeo de los
fuertes de Santiago de Cuba» . Supongo que allí no quedará ya piedra sobre piedra.
— En esta ciudad se ha registrado algunos casos de viruela.
— En Sabana Grande grupos de campesinos hambrientos recorren la población
pidiendo auxilio. Son atendidos por el alcalde.
— Hoy pude examinar el proyectil que cayó en la casa del director de La Co-
rrespondencia, Ramón B. López, el día del bombardeo; mide 64 centímetros de alto
por 20 de diámetro, y pesa 247 libras. Como dato muy importante anoto que este
proyectil no tiene espoleta ni carga interior. Lo mismo ha ocurrido con cerca de un
centenar que llevo examinados. ^'En qué pensaban esos artilleros de la escuadra ene-
miga? Por lo demás, yo encuentro admirable su descuido, y casi les rogaría que
hiciesen lo mismo en lo futuro.
— Me escriben de Humacao que aquel hospital de sangre, a cargo de la Cruz
Roja, es el mejor de toda la Isla; sus botiquines de campaña, sus camillas y todo su
material es lujoso y traído de Barcelona. El comandante militar, Francisco Sánchez
Apellániz es allí muy querido y todos le prestan su cooperación. Cuando se bendijo
dicho hospital, lo apadrinaron, entre otras damas, la señora Simonet, Toro, La
Madrid, Carreras, Font, Garriga, Pujáis, Gras de Soto Nusa, Soler, Rocafort, Pérez
de Buxó, Cuadra de Estébanez, Guzmán de Roig, Guzmán de López y algunas más;
y entre los padrinos me citan a los señores Eduardo Acuña, Toro Ríos, Masferrer,
Soler, Nido, Buxó, Cabrera, Ramírez y otros.
Junio, 4. — Tengo a la vista El Liberal, de Madrid, de fecha 17 de mayo. PubHca
dicho periódico una interpelación, que hiciera, en el Congreso, con fecha 1 3, el dipu-
tado por Puerto Rico D. Francisco García Molina, el cual preguntó al Gobierno si
era cierto que la escuadra americana había bombardeado a San Juan sin previo aviso,
y si, realmente, fué rechazada. Le contestó el ministro de la Guerra, general Correa,
con estas palabras:
«Efectivamente, siguen los Estados Unidos su actitud vandálica, sin ejemplo en
la historia de las naciones (¡muy bien!, en las tribunas), y faltando al derecho de gen-
tes, han procedido al bombardeo sin previo aviso. Tengo la seguridad de que el Go-
bierno procederá en este caso como es debido.»
García Molina propuso a la Cámara, y fué aprobado, por unanimidad, enviar un
mensaje de felicitación a los defensores de San Juan.
Junio, 5. — Ayer tuvo lugar la jura de bandera de las compañías 5.^ y 6.^ del pri-
mer batallón de Voluntarios, que guarnecen el poblado de Santurce. Todo el bata-
llón formó en la plaza principal, y luego desfiló, llevando en cabeza la sección de
ciclistas, con su jefe, Francisco Álamo, y detrás la guerrilla montada, teniente Perico
Bolívar. Fué un acto muy concurrido. Estas dos compañías están al mando del co-
mandante Gestera.
— Periódicos de esta ciudad publican los detalles del combate de Cavite, Ma-
nila. ¡Aquello fué horrible!
— Acabo de recibir una carta de Adjuntas; me dicen que este pueblo rebosa de
turistas, que acuden de San Juan, sin duda, temiendo al calor; aquí tenemos 31° a la
sombra, y en Adjuntas marca el termómetro 1 8°; hasta retretas tienen lugar en la
bonita plaza de aquella población.
— José T, Silva h^ reniitido periódicos, desde París, fechados 13 de mayo, los
CRÓNICAS 551
cuales publican telegramas de Nueva York, relatando el bombardeo, incendio y ca-
pitulación de San Juan de Puerto Rico. La alarma y ansiedad fueron inmensas entre
la colonia portorriqueña de París; pero Silva, que tenía en su poder cables directos,
con todos los detalles, celebró una entrevista con redactores del diario Le Soir^ y
expuso la verdad de lo ocurrido aquel día.
— El ministro de Ultramar envía un cable, que publica La Gaceta^ concediendo
entrada franca en todos los puertos de la Península, Canarias y Baleares, a los pro-
ductos de Puerto Rico (menos al tabaco), conducidos bajo cualquier bandera. Es bien
triste que el deseado cabotaje^ por el cual se ha luchado tantos años, lo vengamos a
obtener ahora, gracias al cañón enemigo.
— Esta tarde bajé al cementerio; los nichos números I, de las filas I.^ 2.^, 3.^
y 4."" de la galería, permanecen al descubierto; allí chocó un proyectil el día 12, y
aun se ven huesos. (¿Pero estos muertos no tienen parientes?
Junio, 7. —¿Qué pasa? Anoche, los pocos habitantes que quedaban en San Juan
no se acostaron. Yo no sé qué supieron ellos ni qué noticias pudieran tener que les
causaran tales sobresaltos.
— Llega a Ponce un vapor cargado de bacalao; conduce ^12 terzones para Mo-
rales y Compañía.
— En Bayamón hay varios casos de viruelas bravas. Esto nada más nos faltaba.
— Escriben de Guayama que ayer hubo allí una gran revista militar, a la que
concurrieron, además de los Voluntarios y tropa de línea de aquella ciudad, todas
las que guarnecen el pueblo de Arroyo; también formó la guerrilla montada de Vo-
luntarios, jurando la bandera los nuevos reclutas. En la quinta Rovira se repartió un
soberbio rancho, licores y tabacos. El teniente coronel Jenaro Cautiño fué el alma de
toda la fiesta, y pronunciaron discursos él y además Cobas y Virella, jefes de Vo-
luntarios.
— ^ Algunos soldados del batallón de «Tiradores» que se habían ausentado sin
permiso están sufriendo arresto.
— Todos los batallones están comprando caballos para sus guerrillas montadas;
el precio máximo es de 90 pesos cada uno.
— Cada día se facilita a la Prensa, en el Estado Mayor, copia de los cables que
se reciben de Cuba. Continúa el bombardeo de Santiago.
— El doctor del Valle, alcalde de esta ciudad, ha recibido hoy el siguiente cable
del general Polavieja, Presidente de la Cruz Roja española:
«Felicitámosle brillante comportamiento Sociedad. Envíenos detalles. — Pola-
vieja.»
— Llegan periódicos de St. Thomas con muchas noticias de la Prensa ameri-
cana. Parece que el secretario de Marina, Long, está muy disgustado por el bom-
bardeo de San Juan. Los corresponsales de la Prensa asociada americana le pidieron
una conferencia, en la cual manifestó lo que sigue:
«El ataque a Puerto Rico era innecesario y no entraba en los planes del Go-
bierno. Iba allí nuestra escuadra con objeto de vigilar la Isla, por si se dirigía a ella
la escuadra española. Sampson no tenía orden para bombardear a San Juan.
Si lo hizo fué porque al aproximarse el remolcador Wompatuck, que llevaba ban-
dera blanca, los cañones del Morro de San Juan dispararon sobre nuestros barcos,
^stos tuvieron que contestar.»
Esto no es exacto; la escuadra americana fué la primera en romper el fuego; es
bien sabido que nosotros lia confundimos con la de Cervera.
552 A. RIVERO
— Por el Estado Mayor se anuncia un nuevo reclutamiento voluntario para
aumentar el efectivo de las guerrillas volantes.
— Dicen los periódicos llegados de St. Thomas, que los millonarios americanos
se han alistado como voluntarios para la guerra. En cambio, en Puerto Rico, se alis-
tan los más pobres, los desheredados de la fortuna. Los ricos, con algunas excepcio-
nes, procuran ponerse a cubierto de los proyectiles enemigos. Además de los mue-
bles, están saliendo de San Juan carros cargados de aparadores y mostradores; son
tiendas que se mudan al campo; no me extraña, el buen comerciante debe marchar
destrás de su cliente.
Junio, 9. — He tenido oportunidad de ver la preciosa bandera que la señora del
doctor Benito Francia, secretario de Gobierno, regala al batallón «Tiradores de Puer-
to Rico».
Ha sido bordada a mano por la prolesora señorita Elena Henríquez, y cosió las
telas la señora María Borras de Aguayo.
^- El Buscapié de hoy anuncia que la escuadra española de Cervera se ha esca-
pado de Santiago de Cuba y que actualmente está enfrente a Nueva York, donde se
espera tendrá lugar un sangriento combate, pues los acorazados americanos, aunque
muy retrasados, siguen su derrotero.
— Se ordena por la Capitanía General que todos los Voluntarios sujetos al servi-
cio militar obligatorio ingresen en los Cuerpos activos. Esta orden causa un efecto
desastroso en los Voluntarios, que consideran barrenados sus legítimos derechos.
— Esta noche se cantará en el teatro la zarzuela <?: Marina».
— Aumentan, de día en día, los robos de reses y frutos en toda la Isla. Tam-
bién muchos novios están robando a sus prometidas; el número de raptores es alar-
mante. Momn^ mi amigo, el festivo poeta, me dice: «Desengáñate; sólo de carne y
plátanos no vive el hombre.»
— Hoy he formado parte del tribunal de exámenes en el Instituto Provincial.
Entre otros, ha tomado el grado de bachiller, con notas sobresalientes, un jovencito
de Mayagüez, llamado Martín Travieso ^
TuNio, 12. — Hoy se cumple un mes del bombardeo.
— En Punta Salinas se ha instalado un telégrafo de señales para comunicar con
el Morro.
Junio, i 3. — Se rompe la monotonía; a las doce se acerca a la plaza un vapor con
bandera inglesa; sale el Isabel 11 di reconocerlo, y lo entra en puerto. Es el yate in-
glés Kethailes^ que navega por estas aguas.
Junio, 14. — Toma el mando de las fuerzas que guarnecen el Oriente, desde CaroHnaa
Fajardo, y que estaban a cargo del comandante Arrando, el de igual empleo Figueredo.
— El doctor Goenaga, a petición propia, es destinado a mi castillo.
— Sale el yate Kethailes.
— Hoy formé parte del tribunal que graduó de bachiller al joven Augusto Rei-
chard del Valle.
Junio, 16. — El pueblo ha dado en llamar acorazados y destróyer s a los empleados
y particulares que se ausentan, rápidamente, de San Juan, en cuanto se avistan bu-
ques sospechosos. La Correspondencia de hoy dice que estos buques «siempre tie-
nen las calderas encendidas».
— Más de mil casas de la ciudad están desocupadas y con rótulos de «se alquila».
— En todos los puertos de la Isla siguen entrando vapores y buques de vela con
provisiones; en Mayagüez fondeó ayer el vapor New Foundland^ abarrotado de baca-
lao, papas y otras provisiones.
* Actualmente político de talla, abogado de alto renombre y comisionado de Servicio Público de San
Tuan, — N. del A,
CRÓNICAS
5!3
Junio, iy,—La Gaceta de hoy fija los gastos para el año económico 1898-99
en 4.782.500 pesos; Manuel Fernández Juncos, secretario *de Hacienda, autoriza el
decreto.
Junio, 18. — Vicente Balbás, periodista y comandante de Voluntarios, anuncia que
ha construido un aparato que, llevando en su interior un torpedo, puede dirigirse a
voluntad, desde la costa, contra cualquier buque bloqueador. Una comisión de ma-
rinos de guerra se ocupa en el examen de este aparato.
Junio, 19. — Sale el vapor francés Saint Simon^ con muchos pasajeros.
— Llega de Coamo, Salinas y Guayama una comisión del 6.^ Provisional, al
mando del capitán Rafael Navajas, la cual ha comprado muchos caballos y muías
para el Ejército.
JuNiOj 21. — Los giros sobre oro americano están al 128 por 100 de prima.
Junio, 22. — Ha tenido lugar, frente a mi castillo, un combate entre el crucero
auxiliar que nos bloquea, el Isabel II y el destróyer Terror. Día de emociones. Las
murallas y todo el recinto Norte y este Castillo estuvieron llenos de curiosos. Es
de noche y tomo muchas notas en mi cartera con los detalles de este combate, que
ha causado profundo malestar. Todas las esperanzas depositadas en el Terror se han
desvanecido.
Junio, 23. — Se verifica la conducción de los cadáveres de las dos víctimas del
combate de ayer; fué un acto solemne y muy concurrido, en el que tomó parte prin-
cipal la gran masa del pueblo.
Junio, 24.— Ayer, después de medio día, salió de este puerto la goleta inglesa Hat-
tic May^ despachada con azúcar para Halifax. Apenas estuvo fuera del alcance de las
baterías del Morro, el crucero americano que tenemos de centinela comenzó a darle
caza, la que cesó cuando la goleta izó bandera inglesa, pero se pusieron al habla.
Indudablemente estos buques que entran y salen son otros tantos espías.
Junio, 26. — Mariano Abril, brillante escritor, en su crónica de hoy, en La Corres-
i)ondencia^ hablando del combate entre el Terror y el crucero enemigo, dice;
«Fué un acto de heroísmo, de esos que a cada paso realiza el soldado español,
sin darle la menor importancia, sin ver en ello otra cosa que el cumplimiento de un
deber; pero también fué un acto temerario.»
Junio, 27. — Ha tenido lugar, con gran solemnidad, la jura de bandera del batallón
«Tiradores de Puerto Rico». El acto se realizó en la plaza de Alfonso XII, y antes
la bandera fué bendecida en Catedral, siendo madrinas las esposas de los generales
Macías y Ortega, y la del secretario de Gobierno, doctor Francia. Era abanderado el
teniente Ovejero, y bendijo el estandarte el Provisor, padre Bea, quien pronunció
una brillante oración patrióticorreligiosa. En la puerta de San Juan se hicieron las sal-
vas de Ordenanza, y luego todos los oficiales y las autoridades, y algunos invitados,
tomaron un lunch en el edificio donde está el Instituto. No asistió el general Macías
a este acto, delegando en el segundo cabo Ortega.
— La goleta costanera Borinquen, que venía de Aguadilla para este puerto, re-
cibió un cañonazo de aviso, disparado por el vapor que nos bloquea, y como aqué-
lla siguiera rumbo al puerto, el crucero hizo un segundo disparo. Dicha goleta se
acercó a éste, y puestos al habla, preguntó el capitán del buque enemigo al del cos-
tanero si era español o portorriqueño, y como le respondiera que era natural de
Puerto Rico, lo dejó en libertad y a su buque también.
— Se promueve y^^za¿? contradictorio para otorgar la cruz laureada de San Fer-
nando al teniente La Rocha. Como testigo presencial, fui citado para prestar decla-
ración a bordo del crucero Isabel II. Mi información es favorable en un todo al
comandante del Terror. Ohsetv o que sus compañeros, por sus preguntas, tratan d^
554 A. R I VER O
rebajar al último límite el acto de valor realizado por aquel marino. Realmente no
hay peor cuña que la del mismo palo.
La Correspondencia^ escribiendo acerca de este asunto, dice lo que sigue:
«Si en el expediente fuera bastante la opinión pública, se contarían por millares
las firmas de los que pidieran esa cruz laureada para nuestro heroico marino, por-
que la tiene bien ganada.»
— Salió para Nueva York el vapor Ravendale con muchos pasajeros; entre ellos
figura toda la familia Korber.
Junio, 28. — El crucero auxiliar que bloquea el puerto hace embarrancar al vapor
Antonio López^ que viene de España. Todos los buques de guerra, en puerto, salen
de éste y cañonean al enemigo. Se está desembarcando la carga. Como se realizan
actos de gran valor, estoy tomando notas con detalles minuciosos para mi libro.
— El capitán Acha es el hombre del día y a su valor y actividad se deberá el
que la carga del Antonio López sea salvada.
Junio, 29. —El crucero que nos bloquea desde hace varios días y que no es tan
grande como el anterior, cañoneó a la goleta Joven Maria, que venía de Cabo Rojo
cargada de sal y consignada a Troncoso Hermanos, de San Juan. Le hizo cinco dis-
paros y el capitán Antonio Llorca puso proa al enemigo, amarró el timón y echando
un bote al agua él y todos los tripulantes (eran éstos el sobrecargo Ramón Rodrí-
guez, Francisco Casa, Narciso Piñeiro, Félix Oquendo, Antonio Rivera y Manuel
Fuertes) llegaron en él a la playa de Cerro Gordo, en Vega Baja. La goleta siguió
al garete y más tarde se vio que un bote del buque bloqueador la abordaba.
Junio, 30. — Continúa la descarga del Antonio López. Hoy me trajeron al castillo
el reflector Mangin, que aquel buque conducía para esta plaza; pesa cinco toneladas,
con su dínamo y motor y tiene un alcance de 15 millas.
Julio, i. — Hoy han pasado revista de Comisario los Cuerpos de la guarnición y
hemos cobrado nuestras pagas.
Julio, 3. — Ha regresado de Punta Salinas la batería de montaña que permane-
cía allí desde el día en que varó el vapor Antonio López. También ha regresado el
capitán Salvador Acha, quien, con su guerrilla, estuvo, desde las primeras horas del
suceso, protegiendo el desembarco de la tripulación y carga de dicho buque.
— • El día primero tomó posesión de su cargo de juez municipal del distrito de
San Francisco, el abogado Ricardo Lacosta Izquierdo, con quien debo entenderme
en todos los casos penables en que intervengan militares y paisanos.
— La gente guasona ha dado en llamar las Termopilas al brazo de mar entre
San Juan y Cataño. Hasta ahora no se ha presentado ningún Leónidas, ni mucho
menos sus trescientos espartanos.
— Esta mañana el crucero auxiliar que bloquea el puerto ha dado caza a un
vapor que apareció viniendo del Norte; le disparó tres cañonazos y entonces éste se
paró, izando bandera inglesa. Una lancha del crucero abordó a dicho vapor, que
después siguió rumbo al Oeste.
Por la tarde abordó a otro vapor, también inglés, después de dispararle un cañonazo.
Julio, 4. — Los Voluntarios del batallón «Tiradores de Puerto Rico» que sufrieron
arresto en mi castillo por faltas cometidas, se han ido a El Liberal con la queja de
que yo les obligué a dormir sobre unas tablas. ¡iQué deseaban los «Tiradores».?' Yo no
podía ofrecerles camas de hierro, ni colchones de plumas. Si la guerra sigue y ellos
no abandonan las armas tal vez duerman sobre camas peores.
— Cerca de la hacienda de Miguel López, Bayamón, y en un cerro de ella, se
está haciendo obras de campaña por los ingenieros militares.
— Entre los diputados de Puerto Rico en las Cortes españolas figuran, actual-
CRÓNICAS 555
mente, Méndez Cardona, Gascón, Francos Rodríguez, Cervantes, Cortón, Colón, Pe-
reyó. García Molina, Cintrón y Moya, de El Liberal. Al saberse en Madrid el bom-
bardeo de San Juan, ellos se han ocupado mucho de Puerto Rico y de sus defensores.
— Solamente San Juan está bloqueado; en Ponce y Mayagüez los buques entran
y salen libremente.
— Ha circulado un cable de la Capitanía General de Cuba, participando que
ayer salió de aquel puerto la escuadra de Cervera, rompiendo el bloqueo y aleján-
dose, combatiendo, hacia el Oeste. La noticia es celebrada con gran regocijo.
— Entra el vapor francés Olinde y al pasar cerca del Morro fué vitoreado por
los artilleros, y todo el día de hoy el capitán y su tripulación han sido muy obse-
quiados. Está cargando café.
— El crucero enemigo ha disparado esta tarde gran número de cañonazos; lo
observo con el anteojo de batería y veo que está empavesado con banderas. Hoy es
gran día de fiesta nacional americana.
Julio, 5. — Salió el Olinde Rodríguez con rumbo al Oeste ^ y el crucero ameri-
cano lo detuvo y abordó, dejándolo seguir después.
Julio, 6. — Hoy hubo en Catedral honras fúnebres por las víctimas del bombardeo.
Julio 8. — Mariano Abril, periodista de primera fila, considerado como desafecto
a España, está pubHcando crónicas diarias en La Democracia de Ponce que des-
piertan mucha atención. Suyos son estos párrafos:
«Puerto Rico ha sido la colonia más española de todo el vasto imperio colonial de
España. En sus luchas políticas siempre puso el interés de la madre patria sobre sus
propios intereses. Entre sus amores, propios todos, sobresaHó, siempre, el gran
amor a su raza. Pidió derechos; pidió libertades; pero las pidió con la voz cariñosa
del hijo proscrito y abandonado, no con la soberbia del rebelde, que ante una injus-
ticia se yergue amenazador y sangriento.
Los buenos hijos no amenazan jamás a sus madres, y Puerto Rico no creó nunca
conflictos a España. Podrá ésta perder su dominación y su influjo en el mundo que
descubrió y colonizó; pero cuando llegue la hora tremenda de tal naufragio, Puerto
Rico podrá decir con orgullo que fué el único pueblo que no contribuyó a la gran
catástrofe de una raza y de una civilización. En la historia colonial de este país, por
dos veces, ha resonado el grito de ¡guerra!, pero de guerra contra el extranjero; de
guerra por España.
En los actuales momentos, en que se halla en pleito la dominación española en
América; en que España defiende, como defiende la leona a sus cachorros, los dos
únicos pedazos de tierra que aun le quedan en los mares del Nuevo Mundo, Cuba y
Puerto Rico, dase el caso de que la primera, rebelde contumaz, se pone al lado del
extranjero para destruir más fácilmente el poderío de España, mientras la segunda,
fiel a las tradiciones de su raza, corre a empuñar las armas para combatir al invasor
audaz que quiere arrancar de nuestros fuertes la bandera de Castilla.»
Julio, 9. — También en San Juan se registran muchos robos; ayer hubo seis. A los
Sucesores de Vicente y Compañía les robaron I.200 pesos.
— Miguel Villa Lozada, artillero herido el día del bombardeo, recibió hoy 10
pesos, regalados por un soldado del batallón Patria, de guarnición en Ponce, suma
que aquél había depositado, hace algunos días, en beneficios del primer herido en
^ A este buque, cuando navegaba desde Puerto Plata para St. Thomas, el día 17 de julio, lo abordó
el New Orleans, y como ofreciese alguna confusión en sus papeles, fué capturado y con una tripulación
de presa enviado a Charleston. Después de firmado el Armisticio, Sergio Noa, oficial del Cuerpo de telégrafos?
fué conducido a New York, en el yate Mayflower, para que declarase, como telegrafista del semáforo de San
Juan, sobre las maniobras del Olinde. Este vapor fué, finalmente, declarado mala presa. — N. del At
556 A. RIVERQ
esta guerra. Villa fué el primero en caer en dicho día, a las cinco y treinta minu-
tos de la mañana.
^ — Rafael Janer, Geigel, Pulgar y Mirabal, oficiales del batallón de «Tiradores de
Puerto Rico», han sido agraciados con la cruz roja por su conducta el día 12 de mayo.
TuLio, II. — Hoy se ha autorizado la publicación de la noticia relatando la destruc-
ción de la escuadra española de Cervera, a su salida de Santiago de Cuba, el día 3 de
julio. Esto ha causado un efecto abrumador; vamos perdiendo toda esperanza, no ya
de victoria, sino de una paz ventajosa.
Julio, 12. — Periódicos de Madrid que acaban de llegar, por vía de St. Thomas,
traen los detalles del fusilamiento en el campo del Morro de San Juan, del doctor
Tose C. Barbosa, por el delito de traición.
Esta mañana me encontré con el doctor, quien aparecía más alegre y animoso que
nuíica, y se rió del caso mientras saboreaba su imprescindible tabaco ^.
— Los ánimos están muy excitados; acorazados y destroyers están siempre pre-
parados para batirse en retirada. Hoy, a las ocho y treinta de la mañana, estalló un
barreno de los que se utilizan para las obras del derribo de las murallas. Muchos, que
ya no se acordaban de aquellas obras, echaron a correr hacia Santurce y otros toma-
ron botes con rumbo a Cataño. Fué un verdadero sálvese ei que pueda.
Julio, i 3. — Esta tarde salió para St. Thomas la goleta de tres palos Bravo\ muchas
personas se han embarcado en ella pagando, a muy alto precio, sus pasajes. Desde
una hora antes de desatracar de los muelles del tinglado, una gran multitud, allí
reunida, silbó estrepitosamente a los que se ausentaban, colmándoles de improperios.
Fué un verdadero escándalo que duró más de una hora. Entre los viajeros figuraban
algunos patriotas de los que habían jurado tomar a machete franco el Capitolio de
Washington.
. Ya fuera del Morro, el buque bloqueador le hizo dos disparos, y la goleta, des-
pués de detenerse algún tiempo, siguió su rumbo.
— La señora JuHa Sanjurjo, esposa del capitán Enlate, que mandaba el cru-
cero Vizcaya, perdido en el combate de Santiago de Cuba, recibió hoy un cable de
su esposo, fechado en Washington, manifestándole no tener novedad.
— La Gaceta Oficial anuncia para el día 17 de este mes la apertura del primer
Parlamento insular.
Julio, 14. — Una explosión en el polvorín de Miraflores ha causado la muerte
de 14 artilleros de mi batería, un obrero de confianza del parque, llamado Santín, y
además tres boteros. Tomo nota detallada de este desgraciado suceso.
— Recorto del periódico La Union de ayer:
«En la calle de la Luna, esquina a San Tusto, tuvo lugar un incidente que pudo
acarrear graves consecuencias.
Un soldado de la guerrilla de Asturias, en estado de embriaguez, acometió, ma-
chete en mano, a los transeúntes, hiriendo a los paisanos Luis Canino Mendizábal y
Tose Sánchez, el primero de gravedad; fué detenido y desarmado por el señor Rive-
r o, capitán de artillería, conduciéndolo al cuartel de San Francisco.»
Julio, 15.— Circula impreso el siguiente telegrama recibido de St. Thomas:
«Muñoz Rivera, San Juan.
Escuadra Cervera al salir Santiago, batió escuadrón americano, echando a pique
^ José C. Barbosa, doctor en Medicina y Cirugía, graduado en la Universidad de Michigan, fué, durante el
régimen español, un ferviente autonomista, pero jamás conspiró contra España. Después de la invasión fue
leader del partido Republicano; y por su patriotismo, su inmaculada honradez y sus condiciones personales
ha dejado, con su muerte, en 1921, huellas de imborrables recuerdos. — N. del A.
C R ó N IC AS 557
acorazado New York (buque almirante), Massachusetts^ Minneapolis^ y otros más
cuyos nombres ignoramos. Hubo otras averías. Último ataque contra Santiago de
Cuba, grandes pérdidas enemigas. — Villarasa, Rucabado, Salva.»
Villarasa es un médico de Ponce; Salva, Vista de esta aduana, y Rucabado un rico
cosechero de tabaco de Cayey; todos están refugiados en St. Thomas, Nadie cree la
noticia anterior.
Julio, i 6. — -Ayer apareció el crucero New Orleans, y después de ponerse al habla
con el que nos bloquea, avanzó hacia el Oeste, reconociendo al Antonio López.
— El Nezv Or/^^z/^i" ha cañoneado hoy, a gran distancia, al Antonio López^ dispa-
rándole 40 proyectiles; desde el tercer disparo comenzó a arder el trasatlántico.
Julio, 17. — Sigue ardiendo el Antonio López. Hoy a las doce y treinta aparece
envuelto en llamas de proa a popa; media hora más tarde rindió su palo mayor.
— ■ Hoy ha tenido lugar la apertura de las Cámaras insulares a las diez y treinta
de la mañana. Concurrieron a este acto, al cual se ha dado gran solemnidad, todo el
cuerpo diplomático, el gobernador general, el segundo cabo, general de Marina y
todas las autoridades.
El general Macías declaró constituido el primer Parlamento autonómico, en nom-
bre del Rey de España, leyendo después su mensaje.
Asisten los consejeros Julián Blanco, Luis de Ealo, Francisco de Paula Acuña,
losé de Guzmán Benítez, Ramón Quiñones, Jorge Bird y Manuel Román; y como re-
presentantes, Luis Muñoz Rivera, José de Diego, Juan Hernández López, Cayetano
Coll y Tosté, Luis Porrata Doria, Modesto Bird, Luis Muñoz Morales, José Toro Ríos,
Manuel Camuñas, Modesto Sola, Laurentino Estrella, Santiago R. Palmer, Ricardo
Martínez, Vicente Viñas, Rafael Arrillaga, Felipe Casalduc, Herminio Díaz, Rafael
Vera y José V. Cintrón. Hubo muchos vivas a España y al Rey, los que fueron con-
testados con delirante entusiasmo.
- — Hoy se ha disuelto la escolta del general Macías por no poder, los jóvenes que
la constituyen, sufragar los gastos que tal servicio les acarrea.
— ■ Varios alumnos aprobados, para seguir sus estudios en las academias milita-
res de la Península, salen para su destino, desde Ponce, en el vapor italiano Sud-
Aniérica\ entre ellos van los jóvenes Alonso, Puig, Pérez Andreu, Bolívar, Manuel
Ordaz Sampayo, Martínez Leal, León y Gómez Iglesias ^ El mismo vapor conduce a
la señora Concepción Ramírez, esposa del general Macías, y muchos pasajeros más.
— El buque que nos vigila ha impedido hoy la entrada en puerto de una goleta
y un vapor.
Julio, t8. — Copio de La Correspondencia de hoy:
«Nos dicen que están trinando, pero no como ruiseñores, en verde enramada, a
orillas de límpido arroyo, los pulperos, lecheros, carniceros, carreros, verduleros,
fruteros y todos los acabados en eros, como barberos, zapateros y logreros, con el
fenomenal embriscamiento de las familias de Santurce, pues con la falta de consumi-
dores se les han estropeado los negocios. En cambio, bailan en la cuerda floja y
aumentan sus negocios, Carolina, Caguas, Guaynabo, los Trujillos, etc., etc. En este
picaro mundo lo que a unos añoja a otros aprieta.»
— Ayer perecieron ahogados en el río de Trujillo Alto el doctor Juan Hernández
Salgado y su hijo Enrique. La noticia ha causado profundo dolor porque Hernández
era un sabio médico y un acabado modelo de caballeros; es una víctima de la guerra,
^ De estos alumnos son, actualmente, capitanes de infantería Gómez Iglesias, Ordaz y León; Pérez
Andreu y Martínez Leal, en igual empleo son, además, el primero notable escritor, y el segundo profesor de
la Academia de Toledo; Puig es capitán de carabineros. — N. del A.
558 A. RIVERO
porque ella lo llevó a Trujillo para proteger a su familia, y de donde regresaba cada
día a cumplir con sus deberes en la Cruz Roja.
— Herminio Díaz Navarro es nombrado presidente de la Cámara Insular.
— El Consejo de Administración celebra hoy su primera sesión; es su presidente
el notable jurisconsulto Francisco de Paula Acuña.
— De orden del general Ortega envío mis auxiliares, armados de machetes y
hachas, para despejar el campo entre ambos puentes; a las palmas de cocos se les cortan
casi todas las pencas. Pablo Ubarri, comandante de Voluntarios, se queja al general
Ortega por los daños sufridos, y éste lo trata duramente, ordenándole se retire de su
presencia si no quiere ser arrestado.
— Hoy he almorzado en «La Catalana» con el abogado de Guayama, Jacinto
Texidor. Este me asegura que en aquella ciudad, que parece un campamento, reina
el mayor entusiasmo para repeler cualquier ataque del enemigo; y añade que Jenaro
Cautiño tiene abierta de par en par las puertas de su caja de caudales.
— Se anuncia un nuevo reclutamiento voluntario para enganchar en cada bata-
llón 122 hombres como camilleros y acemileros.
— A pesar de la guerra y del bloqueo del puerto, elBanco Español ha repartido a
sus accionistas un dividendo activo semestral de dos pesos por acción, y en suúltimo
balance figura que tiene en caja más de dos millones y medio de pesos en efectivo.
— El premio gordo de la lotería, sorteada hoy, cayó en Mayagüez.
— Ha entrado el vapor Alemania^ con 5-000 sacos de arroz.
Julio, 24. — La Gaceta de hoy pubHca un decreto admitiendo las dimisiones del
presidente y secretarios del Gobierno Insular y anunciando los siguientes nom-
bramientos:
Presidente del Consejo y secretario de Gobernación, Luis Muñoz Rivera; de
Hacienda, Julián E. Blanco; Gracia y Justicia, Juan Hernández López; Fomento, el
doctor Salvador Carbonell.
— Ploy hemos sabido que el día 1 7 se rindió la plaza de Santiago de Cuba, y que
muy pronto tendremos al enemigo en Puerto Rico. Se nota mucha actividad en el
Estado Mayor; numerosas tropas salen hacia Caguas y otras se acantonan muy cerca
de Río Piedras, en Hato Rey.
— Una Comisión de ingenieros mihtares, presidida por el capitán Eduardo Gon-
zález, ha reconocido una finca de Lorenzo Noa, cerca de Río Piedras, para situar allí
algunos cañones que defenderán las obras del acueducto.
— En Cataño, cerca del varadero de Valdés, se encontró el día 22 el brazo de
una de las víctimas de la explosión de Miraflores.
— El Boletín de hoy pubhca este anuncio:
«Si entre los restos humanos de los que perecieron en la catástrofe de Miraflores
alguien encontró una mano, con dos sortijas de oro, y una de éstas con las iniciales
J. E., se suplica a la persona que tenga los anillos en cuestión se sirva hacer entrega
de los mismos en esta redacción, donde será gratificado. Son recuerdos que desearía
guardar la familia del finado. Se suplica a los demás periódicos la reproducción de
este anuncio.»
— Aviso a los periódicos que mañana, día 25, haré salvas con motivo de ser el
día de Santiago Apóstol, patrón de España.
— - La Gaceta publica este telegrama del ministro de Ultramar:
«Gobierno se felicita apertura de las Cámaras Insulares que afirman legalidad y
prestarán a V. E., inspirados por su patriotismo, cuanto apoyo necesite en las
presentes circunstancias, procurando todos la mayor concordia y unión.»
— Los ranchos de mis artilleros son compartidos, cada día, con mucha gente
CRÓNICAS
559
necesitada. A diario recibo peticiones de auxilio, y reparto de 40 a 50 raciones a
viudas, ancianos y cesantes. He aquí el menú:
Por la madrugada, café negro con un cuarto de libra de pan; a las diez y treinta mi-
nutos, primer rancho, compuesto de un gran plato, bien condimentado, de carne (media
libra por plaza), garbanzos, papas, tocino y chorizos, y media botella de vino Angu-
ciana para cada uno. A las dos de la tarde, gazpacho frío, y a las cinco el segundo
rancho, de la misma clase del primero. La ración diaria de pan es de libra y media.
Cada artillero tiene un haber mensual de 1 3 pesos españoles; de ellos deja doce y
medio centavos para rancho y pan, percibiendo solamente cinco cada día; el resto
queda en fondo, con cargo al cual recibe ropas, zapatos y todo su vestuario, y ade-
más el de su catre. Con el vellón diario debe atender a todos sus gastos, recibiendo,
a cuenta de sus ahorros, un peso cada mes para pagar su lavandera.
Generalmente ningún soldado abona nada a su lavandera, y se las arregla en
forma tal, que siempre tiene lo bastante para concurrir a los cafés, fumar y hacer
otros gastos menudos. A pesar de recibir tan poco dinero, mis hombres están con-
tentos, gruesos y animosos; como rondo todas las noches, algunas, oculto tras los
cañones, percibo lo que hablan; todos creen, como artículo de fe, en nuestra victo-
ria, sintiendo un gran desprecio por el enemigo.
Julio, 25. — El general Ortega está de buen humor y acaba de comunicarme sus
deseos, que son dos: primero, capturar un yanqui, de uniforme, para verle la cara] y
segundo, capturar también un buque enemigo, anclarlo en la bahía y dormir en él
la siesta todas las tardes.
— Anoche muchas personas salieron hacia Santurce; de la ciudad subía un ru-
mor de fuga que me ha causado tristeza. Yo creo que hacen bien; si la ciudad es
bombardeada de nuevo, como se dice, ninguna utilidad reportaría a su defensa el
que los no combatientes sean muertos y heridos.
No solamente los paisanos demuestran temor, que yo justifico; hombres que
llevan uniforme, aunque escasos en número, tampoco saben disimular el desequilibrio
de sus nervios.
— Momo, el poeta festivo, ha pasado todo este día a mi lado.
<^ Quiero comer el rancho de tu batería y oler la pólvora de tus cañones, me dice.
Siempre me han tenido por un cobarde y yo creo que lo soy; pero ahora no
siento temor alguno; yo estoy en San Juan y aquí me quedaré; no haré lo que tantos
pendejos, que en tiempo de paz se comían a los niños crudos y ahora están echando
a perder su ropa interior. Yo conozco muchas lavanderas que han tenido que dejar
su oficio; una de ellas, negra, vieja, me dijo ayer:
— Yo lavo ciertas miserias cuando provienen de los niños, ¡se comprendel; pero
no me da la gana de lavar inmundicias de tanto mandulete.y>
Así dijo Momo, y a petición mía estampó con su propia mano y lápiz tales refle-
xiones en este diario.
— Por conducto desconocido, hasta ahora, llegan alarmantes noticias; parece
que se avecina un formidable ataque a la plaza. Ayer, por la noche, todos los veci-
nos que permanecían en la ciudad se han marchado. San Juan parece un cementerio;
recorro sus calles y la plaza principal y no encuentra a nadie.
Julio, 2^, — Se aclara el misterio. Ayer desembarcó por Guánica una parte del
ejército americano; se habla, con gran secreto, de sangrientos combates; la alarma
cunde entre todos. Avisan de Fajardo que, frente a aquel faro, hay cuatro buques
enemigos. El general Ortega está intratable y le cuesta mucho trabajo disimular la
opinión que tiene del coronel Camó.
Comienza la guerra en Puerto Rico. ^Qué pasará.^*
• — Todos los cónsules extranjeros han visitado hoy al capitán general.
56o A . RIVEE O
— Las niñas de Beneficiencia y las del colegio de San Ildefonso han sido lleva-
das a Toa Alta; las madres del Corazón de Jesús salen para Arecibo. Nos dejan solos
a los soldados ¡Buen viajel
Julio, 2"] . — ^Esta mañana, desde San Cristóbal, hemos divisado frente a la boca
del Morro una fila de objetos de color blanco; algunos creyeron que se trataba de
torpedos echados por el buque bloqueador, con la intención de cerrar la entrada del
puerto. Ha salido una lancha del Arsenal y a su vuelta manifiestan los tripulantes
que dichos objetos blancos son las puertas de los camarotes del vapor Manuela^ que
fué echado a pique hace algún tiempo en el canal; el fuerte oleaje de estos días
arrancó dichas puertas.
— La Gaceta de hoy publica una proclama dando cuenta del desembarco de los
enemigos por el puerto de Guánica.
Julio, 28. — Anoche, al tocarse llamada y formar en el paseo de la Princesa el
batallón «Tiradores de Puerto Rico», solamente acudieron a las filas el teniente co-
ronel, los comandantes, dos capitanes, siete primeros tenientes, cinco segundos, dos
sargentos, diez cabos y ¡once! soldados.
— Se ordena que los fondos de todas las aduanas de la Isla se remitan, inme-
diatamente, a San Juan.
Julio, 29. — Yauco ha sido capturado.
— En la hacienda Josefina, de Río Piedras (sitio declarado neutral, oficial-
mente), se ha reunido un gfan número de extranjeros con sus familias.
— Los enfermos del hospital de Santa Rosa, campo del Morro, han sido llevados
a Río Piedras, a la casa y finca de Landrau.
Julio, 30. — Un periódico local publica esta noticia:
«Ayer se disolvió, por disposición del jefe, la música del batallón de Voluntarios
número I, de esta capital. El músico mayor se dice que anda i í?^(2;/¿/£? por los montes.»
— Alarma general; se avisa que el enemigo está desembarcando por las Bocas
de Cangrejos; con toda velocidad marchan hacia aquel sitio el 3.° Provisional, una
batería de montaña y todo el tren de acémilas y camillas. Regresan, poco después,
porque todo fué una falsa alarma.
— Desde ayer hay dos buques enemigos frente al puerto manteniendo el bloqueo.
Julio, 31. — Ayer salieron para Caguas los coches de la empresa funeraria de
Adrián López. Este industrial, como los demás, sigue el rastro a sus clientes.
— Una estrella de gran brillo. Venus, aparece todas las noches por encima de
Punta Salinas; la gente ha dado en decir que se trata de un globo cautivo, armado
de un potente foco eléctrico, y desde el cual el enemigo practica reconocimientos.
Parece mentira tanta simpleza; si el enemigo empleara globos cautivos los usaría de
día y nunca de noche.
— Ayer, a las tres de la tarde, uno de los dos cruceros que nos bloquean hizo
dos disparos de cañón, sin proyectiles, contra un buque que se aproximaba, y que
después de ponerse al habla siguió de largo 1.
— En Martín Peña se ha formadj) un verdadero campo atrincherado, construido
barracones y montado tiendas de campaña, llevando allí mucha fuerza de infantería,
una batería de montaña y además los cuatro cañones Krupp a cargo del capitán
Sárraga. También se ha construido una batería de campaña.
— La noche pasada fué emocionante. No sé de qué origen vienen las noticias; lo
^ Era este buque un transporte cargado de tropas americanas y desarmado; su capitán recibió órdenes
para dirigirse a «Cabo San Juan», Fajardo; y él entendió San Juan, creyendo rendida esta plaza. Los disparos
del crucero bloqueador impidieron la entrada, de aquel buque, en puerto, donde hubiera quedado prisio-
ero. — N. del A.
CRÓNICAS 561
cierto es que los pocos vecinos que quedaban en San Juan huyeron hacia las afueras.
— Anoche bajé de mi castillo y me detuve algún tiempo en el quiosco de refres-
cos que tiene un tal Domingo en la plaza de Colón. Allí, y sentados en un banco,
encontré a Luis Muñoz Rivera y a José de Diego.
Hablamos, amigablemente, comentando largo rato los sucesos y la gran alarma
que demostraban todos los vecinos, quienes, en grupos, pasaban frente a nosotros
camino de Santurce. Al despedirme les dije: «Tal vez no nos veamos más, porque si
la escuadra enemiga ataca de nuevo, como se dice, en un momento u otro perderé
la vida, por ser mis baterías las más expuestas de la plaza y sin protección alguna.
Como ustedes están autorizados por el Gobernador para residir fuera de la pobla-
ción, les aconsejo que se marchen cuanto antes a reunirse con sus familias.»
Entonces, Luis Muñoz Rivera, poniéndose en pie y estrechando mi mano, me
contestó: «Es cierto que se nos ha concedido tal permiso, pero no lo usaremos; como
oficiales del Gobierno insular, tenemos parecidos deberes a los de usted, que espera
la muerte al pie de sus cañones; y si llega nuestra hora, también nos cogerá en
nuestros puestos.»
Declaraciones a las que asintió de Diego, y abrazándonos los tres, volví a mi cas-
tillo y ellos tomaron por la calle de San Francisco hacia la plaza de Alfonso XIL
Agosto, i. — Han llegado 1 5 carretas de Aibonito conduciendo todo el convoy
de «Cazadores de la Patria» salvado en el combate de Coamo. Son descargadas en el
cuartel de Ballajá y todas vinieron custodiadas por Guardias civiles.
— En estos días en que los gallos más famosos se han convertido en gallinas
debe señalarse con piedra blanca los pocos empleados que continúan en sus puestos
Por esto se elogia la conducta observada por los empleados del Banco Español, Ar
mando de las Alas, Manuel Sánchez Morales, Juan Deschoudens, Manuel Vicente,
Rafael Diez de Andino, Eulalio Vigo, Everardo Virkeb, Enrique Adsuar, Juan Soto
Antonio Pérez y Antonio Rodríguez, quienes se han mantenido en sus puestos cum^
pliendo sus deberes.
Agosto, 2. — -Como algunas farmacias de esta ciudad amaneciesen cerradas, el
general Ortega ha traído con la policía a sus dueños, exigiendo que tales estableci-
mientos permanezcan abiertos.
— Acaba de ingresar en este castillo de San Cristóbal el coronel Leopoldo San
Martín, que capituló en Ponce a la llegada de las fuerzas navales de los Estados
Unidos. Como se le instruye sumaria por aquel hecho, recibo órdenes de tenerlo
preso, lo que hago, poniéndole centinelas de vista.
— Se destruye la parte central de los puentes de San Antonio y Martín Peña,
pero se colocan unos tablones para que continúe el tránsito.
— Llegan noticias de que los americanos han capturado el puerto de Arroyo.
— Hoy han pasado por San Juan) camino de Río Piedras, donde se acantonarán,
las fuerzas del batallón Patria, que desde Yauco, atravesando toda la cordillera cen-
tral, se retiraron sobre Arecibo. Las manda el teniente coronel Ernesto Rodrigo,
porque su jefe anterior, de igual empleo, se suicidó en aquella ciudad.
— Se dice que San Germán ha sido atacado por una partida de revoltosos.
Fuerza de Alfonso XIII, desde Mayagüez, salió para dicha ciudad y se habla de
muertos y heridos.
— • Hoy me han dicho que el capitán Salvador Acha, al trente de su guerrilla
volante, atacó anoche a las fuerzas americanas que desembarcaron en Arroyo y las
obligó a reembarcarse.
Agosto, 3. — El remolcador Guipúzcoa, que encayó en Punta Salinas el día que
el crucero New Orleans cañoneó el Antonio López, se ha ido a pique.
— Ayer llegaron, en el ferrocarril, 90 caballos requisados por las autoridades
5^^2 A. RIVERQ
militares en Arecibo, Bayamón y otros pueblos. Actos como éste producen gran
descontento entre los campesinos, porque contrastan con la conducta de la tropa
americana que paga en buen oro todo lo que necesita.
— ' Hay cuatro buques frente a nuestro puerto, todos con bandera americana.
Paso las noches en claro, con el anteojo en las manos, escrutando el horizonte, para
reportar al Capitán general todas las luces que se divisan y el rumbo que siguen.
— - Un enjambre de empleados, que andaban por los montes, ha regresado hoy.
Es día de pago y llegan a firmar sus nóminas; compran en los colmados, y de nuevo a
la montaña.
Agosto, 4. — ^El foco eléctrico que trajo el Antonio López ha sido montado en el
macho de mi castillo y soy el encargado de su manejo. El capitán de artillería Ramón
Acha hizo todas las operaciones de montaje y conecciones. El poder luminoso de
este aparato es sorprendente; me dicen que algunas personas en Carolina y Trujillo
Alto, en noches obscuras, pueden leer cartas a la luz del foco.
— Los batallones Voluntarios de casi toda la Isla, menos los de San Juan, Maya-
güez y los del batallón llamado «Tiradores de la Altura», empiezan a disolverse. Estas
milicias necesitan el calor de la tropa veterana, tropa que por orden del general
Macías, se está reconcentrando desde San Juan hasta Río Piedras.
— • Continúan cuatro buques enemigos frente a los castillos.
— Del millón de pesos, moneda española, destinados por el Tesoro español para
los gastos de guerra en Puerto Rico, se ha vendido en giros 1. 1 79. 945 pesos 94 cen-
tavos, que al cambio corriente hacen 1.000.003 pesos españoles; por tanto, se ha
gastado tres pesos más de lo convenido.
~ Damián Monserrat, secretario de la Diputación Provincial, anuncia que se
suspenden, indefinidamente, los sorteos de la Lotería provincial.
— Ingresa detenido en el cuartel de San Francisco el teniente de la Guardia
civil, Ulpiano de la Hoz, que estaba en Utuado al mando de diez parejas y se retiró
precipitadamente cuando entró allí una partida de revoltosos.
— Hoy ha regresado a San Juan, Luis Muñoz Rivera, quien fué a Barranquitas a
ver a su familia, y como regresara por Aibonito, fué detenido por la Guardia civil,
porque se sospechaba tenía intenciones de cruzar la línea hacia el campo americano.
Como Muñoz es el jefe del Gobierno, y jefe además de la Guardia civil, el incidente
ha tomado gran revuelo y amenaza con serias complicaciones.
— El capitán de la brigada de auxiliares de artillería, ingeniero José Portilla, ha
ingresado como preso en este castillo de San Cristóbal. Parece que el capitán andaba
de paseo por la Isla sin permiso, y el general Ortega lo ha hecho traer por la Guardia
civil. Como dicho general, en el primer momento, dijese a Portilla que su intención
era fusilarlo en los fosos del castillo, éste, muy acongojado, me contó su desgracia;
lo tranquilicé diciéndole que la cosa no era para tanto, y, efectivamente, pagó su
falta con cuatro días de prisión. Ortega acusaba a Portilla de ser ciudadano
americano *.
— La noche pasada un artillero de mi batería, en un momento de locura, se
arrojó al mar desde lo alto de la muralla. Pudimos sacarlo vivo conduciéndolo al
castillo, y se le instruye la correspondiente sumaria. El día 2, otro artillero de servi-
cio en el castillo de San Jerónimo intentó también suicidarse, colgándose con una
soga, lo que pudo ser evitado. La continua tensión nerviosa en que vivimos es causa
de estos sucesos.
-— Partidas sin bandera conocida se alzan en muchos puntos de la Isla.
— El capitán Ramón Acha, que durante tres días y tres noches trabajó heroica-
mente para desembarcar los cañones y pertrechos de guerra que trajo el vapor
1 Ortega tenía razón. ~N. del A.
CRÓNICAS 563
Antonio López^ está gravemente enfermo; se teme por su vida, aunque se encuentra
bien atendido en la casa particular de Pedro Giusti.
Agosto, 5- — Las partidas facciosas menudean por los campos de Utuado; se
asegura que una de ellas ha depuesto al alcalde Lorenzo Casadulc.
— Hoy, a las diez de la mañana, han llegado unas carretas conduciendo el arma-
mento de los Voluntarios de Fajardo.
— ■ La fuerza americana que había capturado el faro de Fajardo se ha corrido a
la población, y circulan muchos rumores sobre actos realizados allí por el doctor
Santiago Veve, Prisco Vizcarrondo y otras personas de mucho prestigio en dicha
ciudad.
— - Del periódico La Unión^ que se publica en esta ciudad, copio lo que sigue:
«Se hace un gran elogio de la conducta observada por el Sr. Colorado, primer
teniente de la guerrilla montada de Yauco. Este amigo nuestro se encuentra en Río
Piedras, y parece que ha sido propuesto para una alta recompensa.» ^
Agosto, 6. — Una columna al mando del coronel Pedro Pino, ayudante del gene-
ral Macías, se está preparando para atacar a los revoltosos de Fajardo.
— Ayer he desempeñado una comisión reservada, a la que el general Ortega da
mucha importancia. Como se trata de algo secreto, no lo consigno en este diario;
pero tomo notas detalladas que guardaré para mi libro.
— Sale para Fajardo la columna Pino y se afirma que lleva órdenes de traer,
vivos o muertos, al doctor Veve y a Prisco Vizcarrondo.
— El Estado Mayor publica un comunicado diciendo que en el combate soste-
nido en Guayama contra los invasores, la fuerza que mandaba el capitán Acha tuvo
17 bajas entre muertos y heridos, lo cual representa un veinte por ciento de pérdida.
— - El comandante de ingenieros, Julio Cervera Baviera, ayudante del capitán ge-
neral, es el encargado de las posiciones de Guamani^ donde se ha localizado toda la
defensa para detener a los invasores que desembarcaron en Arroyo. Este Cervera es
hombre de muchos alcances y de gran corazón.
Agosto, 7. — Francisco Bastón, primer jefe accidental del batallón «Tiradores de
Puerto Rico», señala un plazo de tres días para que devuelvan los fusiles todos los tira-
dores que no han concurrido a las filas en las dos últimas llamadas de generala. Me
parece que el flamante batallón va a quedarse en cuadro,
— Llegó a Lares una Comisión de paisanos para tratar con el alcalde de la ren-
dición del pueblo. Se afirma que aquella autoridad los metió en la cárcel.
— La fuerza de la Guardia civil se está concentrando hacia San Juan. Con tal
motivo muchos embriscados regresan por temor a las partidas sediciosas, que ahora
quedarán dueñas del campo.
Agosto, 8. — Ayer no estuvimos bloqueados. Hoy ha vuelto el buque de cos-
tumbre.
— La retreta de anoche estuvo sumamente concurrida; parecía tiempo de paz.
Agosto, 9. — El coronel San Martín, que había pasado al Hospital Militar, ha sido
dado de alta.
— Ayer visitó a Muñoz Rivera el general Macías; se asegura que fué visita de
desagravio.
— Es insufrible esta vida de guarnición. Nos pasamos horas y horas en el cuarto
de banderas, hablando tonterías y haciendo cálculos para el porvenir; también se
juega al tresillo.
^ Fué propuesto; pero el coronel Camó, como siempre, anuló los buenos deseos del general Macías. —
.V, del A,
564 A. R I VER O
— Desde hace algunos días recibí órdenes para despedir a todos los Auxiliares
de artillería.
Agosto, 10. — Pedro Bolívar, teniente de Voluntarios, que manda la guerrilla
montada del primer batallón, se ha caído hoy de su caballo, recibiendo golpes de
poca importancia.
— Guaynabo está repleto de embriscados', en la finca «Pájaros», de Bayamón, se
trata tan bien a los veraneantes, que su número crece de día en día. Parece que allí
celebra sesiones la Audiencia con casi todos sus magistrados, quienes han abando-
nado sus puestos.
— Rumores de paz llenan la población; no se habla de otra cosa.
— La suscripción nacional asciende hoya 189.992 pesos y 78 centavos.
— El Estado Mayor da cuenta de un combate en Coamo, pero sin añadir deta-
lles. He sabido que allí murieron el comandante lUescas y el capitán Frutos López;
y en los Cuartos de Bandera se trata muy mal a un capitán que obligó a su tropa, sin
necesidad, a levantar las culatas de los fusiles, e hizo señales con su pañuelo para
rendirse.
— ■ A las tres y minutos de la tarde de ayer se detuvo frente a la Boca del Morro
el crucero de guerra inglés Talbot, que saludó a la plaza con las salvas reglamenta-
rias; contesté su saludo, y estos cañonazos, de los cuales el vecindario no tenía cono-
cimiento, produjeron alarma inusitada, porque creían que aquel buque estaba
haciendo fuego contra mi castillo y que éste contestaba. Salió un remolcador, el Ivo
Bosch, y trajo a la ciudad al nuevo cónsul inglés Mr. Leonel E. G. Garden. El ante-
rior era Mr. G. W. Grawford.
— Esta noche habrá retreta en la plaza principal.
Agosto, i i. — El general Ortega ha prohibido que se saquen víveres de la ciudad;
licores de todas clases pueden ser llevados por los vecinos. Parece que Ortega trata
de sitiar por hambre a los embriscados^ que cuando notan un período de tranquili-
dad vienen a San Juan, hacen apresuradamente sus compras y regresan a su refugio.
— Hoy he sabido que 17 Guardias civiles, al mando del teniente Redondo y del
sargento Fernández, rehusaron rendirse al final del combate de Coamo, como les
ordenaba el capitán Llita, y tomando el camino de Pelmarejo llegaron sin novedad
hasta Aibonito.
Agosto, 13. — La Gaceta de hoy publica el comunicado oficial sobre el combate
de Hormigueros.
— Ayer regresó la columna Pino que fué a Fajardo.
— • Ha entrado en Mayagüez el crucero Montgomery y un transporte, condu-
ciendo mil hombres de tropa, que se alojan en el tinglado del muelle. Lo he sabido
en el Estado Mayor.
— Creo que la paz está muy próxima, porque la censura suaviza sus procedi-
mientos. La Prensa de hoy publica algunos artículos en los cuales se ensalza la ban-
dera americana, «Oíd Glory», Señales de los tiempos.
— Hoy muchas casas de la ciudad aparecen habitadas; y es que los embriscados,
que siempre son los primeros en saber las noticias, comienzan a regresar. ^jQué pasa.^
Los que en San Cristóbal velamos noche y día nada sabemos; pero algo muy grave
debe ocurrir, porque el general Ortega está triste y taciturno.
— A la una y media de la madrugada el capitán de artillería, Aureliano Esteban,
que acaba de llegar al castillo; dice que estaba en una reunión con el Capitán de puerto,
Eduardo Fernández, y que éste le aseguró haber visto un cable recibido por el bri-
gadier de Marina, en que se notificaba, a esta autoridad, que el Protocolo de paz ha
sido firmado. El general Ortega se pone furioso y dispone que Esteban y yo mar-
chemos, inmediatamente, a conferenciar con dicho capitán Fernández. Llegamos al
pabellón donde aquél habita, en la Marina, y después de despertarlo nos dice que,
CRÓNICAS 555
efectivamente, se ha recibido el cable mencionado, añadiendo que entre las condi-
ciones convenidas para terminar la guerra, España renuncia a su soberanía en Cuba
y cede, además, a los Estados Unidos, la isla de Puerto Rico. Regresamos al castillo,
dando cuenta de todo al general Ricardo Ortega. Este se encierra en la reserva más
absoluta, sin pronunciar una palabra; pero me ordena detenga los trabajos que, en
aquellos momentos se ejecutaban, preparando grandes tablones erizados de puntas
de acero que a la mañana siguiente debían ser colocados en los caños de San Antonio
y Martín Peña.
¡Noche triste! La paso, toda ella, sentado sobre un cañón; al salir el sol me afirmo
en mi resolución, tomada antes de la guerra, de pedir mi licencia absoluta; tan pronto
se firme la paz y cesen mis compromisos con el Ejército español volveré a la vida
civil para participar de la suerte que corra mi país.
— Una partida sediciosa ataca el pueblo de Gales. En el Estado Mayor afirman
que el jefe es Virgiho Ramos Casellas, y que le acompaña, como segundo, Ramón Mon-
tes. El teniente Ledesma, de la Guardia civil, combatió a los revoltosos dispersándo-
los. Se habla de muertos y heridos, encontrándose entre estos últimos, paisanos y
mujeres.
Agosto, 14. — Estoy triste. Me parece como si algún ser muy querido hubiese
muerto; y, sin embargo, muchos oficiales de la guarnición no hacen nada para ocul-
tar su alegría.
«Por fin ha terminado la guerra — dicen — y nos marcharemos a nuestras casas;
nada nos importa Puerto Rico, y en lo sucesivo ya no soñaremos más con el vómito
y otras enfermedades tropicales.»
La conducta de estos hombres contrasta con la de mis artilleros, que se muestran
pesarosos y profundamente tristes, por no haber tenido una oportunidad de batirse
contra el ejército que avanzaba para sitiar la plaza. Desde que montamos, en el frente
de tierra, los cañones, obuses y morteros que el capitán Acha salvó cuando el nau-
fragio del Antonio López ^ estábamos seguros de que si nos atacaban, el castillo y sus
baterías, admirablemente dispuestas en aquella dirección, causarían enormes destro-
zos al enemigo.
— A última hora ha llegado un cable de St. Thomas, y dice que el Protocolo de
paz ha sido firmado en Washington.
• — • Hoy ingresa preso, en mi castillo, el guerrillero de la sección montada, Pau-
lino Pumarada.
Agosto, 15. — ^La Gaceta publica un bando del capitán general para reprimir los
actos que están cometiendo las partidas levantadas en armas en muchos pueblos de
la Isla. La misma Gaceta da cuenta del Armisticio.
— Un buque americano, de los cuatro que están frente al Morro, ha izado ayer
bandera blanca, y después de ciertas formalidades, desembarcaron, por el muelle del
arsenal, algunos oficiales americanos.
— Llegan desde Mayagüez el teniente coronel Oses, un teniente y 45 soldados
que estaban prisioneros desde el combate del río Guasio. Todos son alojados en el
cuartel de Ballajá.
Agosto, 16. — El teniente coronel de Voluntarios, Dimas de Ramerí, que se retiró
de Ponce hacia Aibonito, con las tropas españolas y acompañado de sus cuatro hijos,
está hospedado, actualmente, en el Hotel Inglaterra. Todos los jefes y oficiales y
autoridades de la plaza le han remitido sus tarjetas como prueba del alto aprecio en
que se tiene a este anciano por su conducta en aquellos días.
— Al joven Luís Gorbea le ocurrió ayer noche un accidente cerca de la Cai*olina,
adonde él se encaminaba; la noche estaba obscura, y al recibir el ¡quién vivel-áe un
centinela español, y como no contestara rápidamente, sonó un disparo de fusil y
Juego otro, y momentos después sintió apoyarse en su pecho el cuchillo de un fusil
36
566 A . R I V E R O
Máuser. No tengo detalles de las impresiones que experimentara Gorbea; pero sé
que todo terminó felizmente con la llegada de un oficial, quien lo acompañó hasta el
pueblo.
Cuando el oficial pidió explicaciones al centinela, éste contestó, sumamente
indignado: — -«Este hombre me enfocó con una luz, como si tratara de encandilarme^
y al mismo tiempo reconocer la manigua.» La luz fué la de un fósforo que Gorbea
encendió porque tenía ganas de fumar.
Agosto, 17. — Desde el día 15 todos los jefes y oficiales de la guarnición hemos
dejado de usar el uniforme de campaña, de dril crudo^ y vuelto al antiguo de raya-
dillo.
Agosto, 18. — Llegan ala ciudad de Arecibo, procedentes de Lares, 38 soldados,
entre heridos y enfermos, del batallón Alfonso XIH. Ingresan en el hospital de la
Monserrate, a cargo de la Cruz Roja.
— Se publica una Gaceta extraordinaria insertando el cable del Ministro de la
Guerra, dando noticia de que el Gobierno americano ha levantado el bloqueo de
Cuba, Puerto Rico y Filipinas, restableciéndose las comunicaciones comerciales y
postales.
Agosto, 19. — Se ordena por la Capitanía general la devolución de todo el ganado
caballar y mular que había sido requisado durante la guerra. Da pena ver el estado
de postración en que se encuentran estos animales.
— El vigía de mi castillo recibe orden para que de nuevo señale todos los buques
que se^ avisten; desde que, por torpeza suya, ocurrió el desastre del Antonio López^
no fueron señalados otros buques que los enemigos que se presentaban.
— Hoy ha sido señalado el monitor Amphitrite, que pasó navegando hacia el
Oeste y muy cerca de tierra.
— Se ha ordenado el cierre de las estaciones telegráficas de campaña que se
habían instalado en Martín Peña, Bayamón, Toa Baja y Dorado, a cargo de los tele-
grafistas Francisco Baixet, Enrique Cajas, Juan Palacios, José Sanjurjo y Modesto
Escudero. Además de su sueldo, estos telegrafistas disfrutaban una gratificación de
10 pesos mensuales cada uno.
Agosto, 21. — Llegó en coche, desde Aibonito, un capitán de artillería del Ejér-
cito noruego, que viene a estudiar las condiciones de esta plaza. Es ún hombre muy
alto, mucho más que Manuel del Valle, y sumamente delgado. Se aloja en el Hotel
Inglaterra, y Agudo, el dueño, me ha dicho que se ha visto precisado a unir dos
catres, por las cabeceras, para preparar cama confortable al capitán.
Agosto, 22. — Dicen los periódicos que el general Miles ha salido de Ponce para
los Estados Unidos.
— Hoy, al levantarse la red de torpedos que creíamos cerraba la entrada del
puerto, se notó que los dos alambres que los comunicaban con la estación de tierra
estaban cortados. El corte era limpio y parecía hecho con algún instrumento. Se co-
menta con calor este incidente.
— El vapor Manuela^ que fué echado a pique a la entrada d^l canal el día 6 de
mayo, ha sido arrastrado por la corriente 50 metros, dejando libre yn paso de 80 de
ancho. No estaba, por tanto, cerrado nuestro puerto, ni por torpedos ni por buques.
[Si lo llega a saber Sapipson!
— Eugenio Deschamps ha comenzado a editar en Ponce el primer periódicq
escrito en idioma inglés. Se llama The Porto Rico Mail,
Agosto, 24. — Hoy ha maniobrado en el campo del Morro, y hecho fuego con
tiro de guerra, la batería de montaña al mando del capitán Arboleda y a presencia
del capitán de artillería noruego, Benoz.
/Vgosto, 25. — L^ Garceta publica una |-elación de lo recaudado en las aduanas d^
CRÓNICAS 567
la Isla durante el pasado mes de julio, que asciende a 73-49'2 pesos y ll centavos.
¡Vaya un bloqueo!
Agosto, 27. — Entra en San Juan la guerrilla volante que manda el capitán Salva-
dor Acha, que tanto se distinguió en los combates de Guayama.
— Me dicen que en muchos comercios pertenecientes a españoles, en la ciudad
de Mayagüez, han sido colocados unos cartelones que dicen: Dont enter you in here
htcause it is a worst Spaniard. Tal vez aquellos españoles no sean buenos; pero el
inglés de los cartelones es mucho peor.
— Salió por la tarde el crucero de guerra alemán Geier^ que estaba en puerto
desde dos días antes.
Agosto, 28. — La Gaceta de hoy publica un decreto indultando a todos los con-
finados que sufren penas en el presidio provincial y en la cárcel, y a los cuales falta
un año o menos para cumplir su pena, y rebajando a los demás igual tiempo en
su condena.
— Se ha despertado gran interés para aprender inglés; hombres, mujeres y niños
andan por las calles con un vocabulario que se acaba de poner a la venta y que se
titula: Idioma inglés en siete lecciones.
Agosto, 29. — Hoy entró el crucero de guerra norteamericano New Orleans. Dos
oficiales desembarcan, y uno de ellos, acompañado del capitán de Orden público,
Soto, estuvo en el Arsenal.
Agosto, 30.- — Hoy se ha hecho público el nombre de los comisionados para la
entrega de la Isla al Gobierno de los Estados Unidos por cuenta de España. Son
éstos el general Ricardo Ortega, gobernador militar de la plaza; el general Vallarino,
comandante principal de Marina, y el auditor de guerra, Sánchez del Águila.
— . Ha entrado en puerto el buque de guerra americano Wasp,
— William Freeman Halstead, corresponsal del New York Herald^ que estaba
en presidio cumpliendo condena impuesta por un consejo de guerra, fué indultado,
y hoy ha ingresado como enfermo en la clínica Ordóñez; primero estuvo en la casa
particular de L. A. Scott, dueño de la planta de gas del alumbrado.
— Ayer llegaron a San Juan los siguientes corresponsales de periódicos ameri-
canos: Thomas F. Millard, del New York Herald] W. Root, del Sun] R. D. Gilí, del New
York Tribiine; T. White, del Chicago Record, y H. Thompson, de la Prensa Asociada,
— He sabido que Muñoz Rivera, acompañado de W. Borda, ha celebrado una
larga entrevista con el corresponsal del New York Tribune ^.
Septiembre, 4. — Aun está ardiendo el casco del vapor Antonio López.
Septiembre, 5.— Hoy llegaron a Caguas, procedentes de Cayey y Guayana, el
general Brooke, su escolta y Estado Mayor.
— Ayer se remitieron, por orden del general Macías, al Municipio de San Juan
3.140 pesos 40 centavos, sobrantes de la suscripción iniciada hace algún tiempo
para conmemorar el primer centenario de la defensa de Puerto Rico, el año 1797? Y
con la indicación de que ese dinero sea destinado a fines benéficos.
— Hoy ha llegado Alfred Anderson, corresponsal de la liga periodística «Scripp's
Me Rae», que representa 180 periódicos de los Estados Unidos. Vino con él el dibu-
jante W. L. Bloomer.
— Esta mañana, alas siete, fondeó el transporte Séneca^ que conduce al comodoro
Scheley y al general Gordon, quienes en unión del Mayor general Brooke, coman-
dante del primer Cuerpo de Ejército americano, forman la Comisión para recibir la
pntrega de la Isla.
1 En esta conferencia que publicó el Chicago Tribune, el Sr. Muñoz Rivera aboga, sin reservas y enfáti-
camente, por que Puerto Rico sea reconocido como Estado de la yni(5n; «único medio de que, decoros^-
piente, podamos formar parte de esta N ación ».-r-iV. del /-
568 A , RI VERO
— - Ayer, a la una de la tarde, llegó a Río Piedras, procedente de Caguas, el
general Brooke; le acompaña un numeroso séquito y además su Estado Mayor y
algunas tropas que levantan su campamento en la finca de Juan Caloca, barrio de
Sabanallana. El general Brooke se aloja en la calle del Comercio en una casa pro-
piedad de la sucesión Saldaña.
— Hoy, en el viaje de las cuatro de la tarde del tranvía de Ubarri, dicho gene-
ral y parte de su Estado Mayor han venido a San Juan. La empresa del tranvía les
facilitó el lujoso carro construido con maderas finas del país y que fué premiado en
la última exposición de Puerto Rico. A su llegada fueron todos en coches a saludar
al general Macías, quien los esperaba en Palacio acompañado del general Ortega y
los coroneles de artillería, ingenieros, sanidad y Guardia civil.
La visita fué muy corta, de pura cortesía, y seguidamente el general Brooke y
sus acompañantes se dirigieron al Hotel Inglaterra, donde conferenciaron con el co-
modoro Scheley y el general Gordon, allí alojados, regresando poco después a Río
Piedras. El Hotel de Inglaterra estaba atestado de viajeros, en su mayor parte
corresponsales de periódicos de los Estados Unidos. Esta visita ha causado gran
expectación y curiosidad.
Septiembre, 7. — El cañonero Criollo \\di sido vendido a la casa Ezquiaga.
— El teniente coronel Edwards Hunter, juez y abogado, es el secretario de la
Comisión americana.
Septiembre, 8. — El general Macías y sus ayudantes han ido hoy a Río Piedras a
devolver la visita de cortesía que les hiciera el general Brooke.
Septiembre, 9. — Sale de Humacao para San Juan la compañía que estaba allí de
guarnición. Según leo en El Criterio, periódico de aquella ciudad, la despedida fué
muy cariñosa, y la sección local de Macheteros, con su banda de música a la cabeza,
acompañó a la fuerza española hasta las afueras.
— En Aguadilla hay aduana internacional, y en ella se cobran derechos de ex-
tranjería a todo lo que se introduce de Mayagüez o Aguada, que están ocupadas por
las fuerzas americanas.
Septiembre, II. — Están fondeados en el puerto los cruceros New Orleans y Cin^
ncinnati. Casi todos los habitantes de San Juan, que se habían ausentado, han vuelto
a sus casas.
— El general Wilson, en Ponce, y en la quinta Pierluici, hizo públicamente estas
declaraciones:
«Puerto Rico será al principio gobernado por un régimen militar; luego será de-
clarado territorio americano, y más tarde alcanzará la categoría de Estado soberano
dentro de la Unión. La mayor o menor duración de dichos períodos corresponderá
a la mayor o menor suma de merecimientos del país,»
— Hoy, con motivo de ser día del santo de la Princesa de Asturias, hago las saU
vas de ordenanza. Mis cañones ya no producen alarma.
Septiembre, 12. — Hoy han dado principio en el salón del trono del Palacio de
Santa Catalina las conferencias para la entrega de la plaza; asistió a ellas, como intérr
prete oficial, Manuel Panlagua, que desde hace mucho tiempo desempeña este cargo,
y además de Maximino Luznaris, auxilió también a los americanos Francisco Amy,
ambos intérpretes. Se espera mañana al doctor Manuel del Valle, que será el intér-
prete y traductor oficial de la Comisión americana.
— Hoy se le añiputó el brazo derecho en el Hospital Militar a Pedro López, sol-
dado de la 6.^ compañía del batallón Patria, que fué herido en el combate de Coamo.
— En Río Piedras conviven fraternalmente soldados españoles y americanos;
andan del brazo por las calles, y juntos frecuentan cafés y sitios púbHcps, sin que se
fi^ya lamentado el nienor incidente.
CRÓNICAS 569
— Federico Aguayo abre hoy el primer «boarding house» en San Juan, calle de
la Fortaleza, número 16; se llama «The Sun», y anuncia que dicho establecimiento
está montado «in the New York style».
SEPTIEMBRE, 14. — Hoy ha comenzado la evacuación de la Isla por las fuerzas es-
pañolas. A las once de la mañana zarparon, rumbo a España, los buques Isabel Ily
Concha^ Terror y Ponce de León, Gran muchedumbre les siguió por toda la Marina
y el campo del Morro, haciéndoles una cariñosa despedida. Los periódicos de hoy
publican sueltos dando cuenta del acto.
La Correspondencia de Puerto Rico escribe lo que sigue:
«Nosotros enviamos nuestro saludo respetuoso a los dignos representantes de la
Armada nacional en estas regiones de las cuales se ausentan, tal vez para siempre, y
en las que contrajeron muchos de sus hombres hondos afectos y estrechos vínculos.
¡Que vientos amigos los lleven con toda feHcidad al seno de la Patria!»
— Poco tengo que anotar en este diario; el trabajo de ahora es empacarlo todo
y vender, a cualquier precio, lo que no se pueda llevar a España.
Septiembre, 15. — En el vapor Yucatán ha llegado el doctor Manuel del Valle
Atiles, antiguo corresponsal del Herald^ que abandonó esta Isla acompañando al
cónsul Hanna, de los Estados Unidos.
— Por orden del general Macías, el capitán de mi batallón, Enrique Barbaza, y
yo, hemos visitado hoy, en Río Piedras, al general Brooke. Este nos recibió en su
residencia oficial establecida en un chalet, propiedad de la señora doña Estéfana
Casenave, viuda de Saldaña. Es un hombre de sesenta años, alto, recio, hosco, poco
.comunicativo y de aspecto estrictamente militar. Le damos cuenta de nuestra misión
(sirviéndonos de intérprete el doctor Lorenzo Noa), misión reducida a manifestarle
que estábamos comisionados para entendernos con el oficial que él designase en
todo lo referente a la entrega del material de artillería de San Juan. Allí mismo nos
presentó al teniente coronel Rockwell, de artillería, con quien hablamos largamente.
El general Brooke nos obsequió con tabacos y cerveza, y uno de sus ayudantes,
de apellido Me Kenna, subalterno de infantería, nos hizo reír mucho contándonos sus
experiencias durante las operaciones en Arroyo y Guayama. Le pareció increíble
cuando le aseguramos que el capitán Salvador Acha y su guerrilla volante, de gente
reclutada a última hora y de cualquier clase, fué la única fuerza española que les
hizo frente en aquellas jornadas. Estábamos en estas pláticas cuando se acercó un
joven, vistiendo elegante uniforme de segundo teniente de Voluntarios, quien, muy
sonreído, nos mostró una cartilla- vocabulario en inglés y español, señalándonos estas
palabras: «Surrender Spanish» (ríndete, español).
Aquella bromita, de no muy buen gusto en semejante ocasión, pareció disgustar a
nuestro acompañante, quien, hablando entonces en español bastante inteligible, nos dijo:
— Este oficialito tan gallardo, cierto día, más allá de Guayama y durante un reco-
nocimiento que se hiciera sobre Guamaní, al recibir la primer descarga de los solda-
dos de ustedes, se batió en retirada, velozmente, y fué uno de los que alarmó toda la
guarnición de la ciudad con sus exagerados informes; es un hombre de suerte
— añadió — , porque a la mañana siguiente pudo encontrar su sable, que perdiera
entre la maleza la tarde del reconocimiento.
Barbaza y yo reímos de buena gana, aceptando cortésmente los cumplidos de
aquel caballeroso oficial. Pedí a éste una nota del Estado Mayor del general Brooke,
y me dio una hoja escrita en maquinilla, que copio a continuación:
Mayor general, John R. Brooke, general en jefe del primer Cuerpo de Ejército.
Brigadier general Michael V. Sheridan, jefe del Estado Mayor.
55^0 A. RíVERO
Primer teniente Frank B. Me Kenna; primer teniente Charles W. Castle, y pri-
mer teniente Ervin Wardman, ayudantes de campo.
Teniente coronel William V. Richards, assistant ayudante general.
Teniente coronel George W. Goethals, ingeniero jefe.
Teniente coronel Peter D. Vroom, inspector general.
Mayor John M. Carson y teniente coronel Henry G. Sharpe, jefes de Adminis-
tración Militar.
Teniente coronel Edwards Hunter, abogado y juez del Ejército.
Teniente coronel James Rockwell, comandante principal de artillería.
Teniente coronel William A. Glassford, jefe del Cuerpo de Señales.
Mayor Charles T. Masón, jefe del Cuerpo Médico, y además algunos subalternos
de los jefes anteriores.
Septiembre, 1 6. — Zarpó con rumbo a España el vapor correo Ciudad de Cádiz^
llevando a bordo 150 soldados enfermos repatriados.
Septiembre, 1 7. — Ayer por la tarde embarcó en el vapor francés Washington, con
rumbo a Cádiz, el coronel de Estado Mayor, Juan Camó. Ni un solo amigo le acom-
pañó a los muelles para despedirlo, y toda la Prensa de hoy publica severos juicios
juzgando sus actuaciones en la guerra como jefe de Estado Mayor del general
Macías.
— Hoy he sabido que el instrumental de música del batallón Patria, capturado
por las fuerzas americanas en el combate de Coamo, fué regalado por el general
Wilson al Cuerpo de bomberos de Ponce.
Septiembre, 1 9. — El teniente coronel Hunter, acompañado del doctor Carbonell,
secretario de Fomento, visitó hoy el Asilo de Beneficencia, donde fué recibido por
el director, Ramón Marín; la banda del Asilo tocó en obsequio a los visitantes, los
que fueron muy atendidos por las Hermanas de Caridad.
— El batallón de Voluntarios número I ha sido disuelto por orden del Capitán
general y su armamento entregado en el Parque.
— Todos los periódicos publican anuncios con respecto a la venta de todo el
material, excepto el de guerra, existente en los edificios militares; hay orden de ven-
der a cualquier precio.
Septiembre, 20. — Por primera vez un grupo de señoritas de San Juan visita un
buque americano, y fué éste el New Urleans, fondeado en la bahía. Los botes del
crucero las llevaron a bordo y las trajeron a tierra, después de terminada la fiesta,
donde se bailó, siendo muy obsequiadas por la oficialidad.
— Por Morovis y Aguadilla merodean partidas sediciosas.
Septiembre, 21. — El batallón Principado de Asturias embarcó hoy en el vapor
San Francisco y también una batería de montaña al mando del capitán Arboleda y
la sección de ingenieros telegrafistas.
El general Ortega bajó al muelle a despedirlos; más de 5.000 personas ocupaban
los muelles de la dársena, tributando a los soldados repatriados una entusiasta y
cariñosa despedida.
— En el vapor Chateau Lafjite ha marchado a España la señora Eugenia Bugallo,
viuda del comandante Rafael Martínez lUescas, muerto al frente de sus tropas en el
combate de Coamo; la acompañan sus tres hijos. El mismo vapor conduce seis
oficiales y 231 individuos de tropa repatriados, y además 250 cajas de fusiles Máuser
y un millar de cajas con cartuchos para los mismos.
— Procedente de Aibonito ha llegado a San Juan el comandante, profesor vete-
rinario, Carlos Ortiz; el capitán del batallón Patria, Hita; segundo teniente Galera, y
algunos soldados más; todos éstos cayeron prisioneros en el combate de Coamo.
— Ha comenzado la entrega, pueblo por pueblo, de toda la Isla.
CRÓNICAS 57í
Septiembre, 22. — Hoy he recibido órdenes, como director que soy del Parque
de artillería, para vender 2.000 fusiles Remington, 200.000 cartuchos metálicos, y
gran cantidad de piezas sueltas para dicho armamento, a Conrado Palau, cónsul de
Santo Domingo en esta ciudad.
Este armamento ha sido adquirido por el presidente de aquella isla al precio de
un peso moneda española cada fusil con 100 cartuchos.
— Una partida sediciosa de 40 hombres entró anoche en Fajardo, saqueando
las tiendas de dos peninsulares y la de un portorriqueño. Manuel Camuñas, secreta-
rio de la Cámara insular, ha enviado un telegrama a San Juan protestando de estos
hechos vandálicos.
Septiembre, 23. — Llegaron hoy a Arecibo, desde Mayagüez, el teniente coronel
Antonio Oses y 160 soldados españoles, todos prisioneros de guerra.
— En Garrochales, Factor y Hato Arriba, barrios de Arecibo, y por Camuy,
merodean partidas de incendiarios. Desde Quebradillas se divisaban anoche las lla-
mas de muchos incendios causados por los sediciosos, que incendian, roban y atacan
a las personas.
Octubre, 2. — Hoy he tenido oportunidad de hablar con el teniente Artigas, de
la Guardia civil, quien estaba con algunas parejas de su cuerpo a cargo de la ciudad
de Fajardo, el día 30 de septiembre, cuando el capitán del Ejército americano
L. H. Palmer, a las dos de la tarde del citado día, se hizo cargo de la municipalidad.
Después del acto, que fué muy sencillo, dicho capitán se trasladó a la casa
del secretario de la Cámara insular, Manuel Camuñas, en donde estaba alojado el
teniente Artigas, a quien saludó cordialmente, departiendo bastante tiempo con él.
Poco después toda la fuerza de la Guardia civil abandonó la ciudad, siendo despe-
dido el oficial y los guardias hasta las afueras por todos los vecinos de la mejor clase
social y también por el capitán Palmer y su gente. Me dijo Artigas que, aquel mismo
día, había regresado a Fajardo el doctor Veve, a quien la población le hizo un gran
recibimiento, y también a Cristóbal Andréu, el cual fué confirmado por el capitán
Palmer en su destino de alcalde. Eduardo Alonso y Manuel Guzmán fueron desig-
nados como administrador y contador, respectivamente, de la Aduana. También me
manifestó que él y sus guardias están sumamente agradecidos al doctor Esteban
López Jiménez por los muchos obsequios que a todos les hiciera, demostrando ver-
dadero afecto por la Guardia civil, de la cual fué médico por espacio de veinte años.
— Esta tarde, a la una y treinta, el batallón de infantería Provisional número 3,
que se alojaba en el cuartel de San Francisco, embarcó con rumbo a España en el
Isla de Panay. Salió con banderas desplegadas y a los sones de su charanga, y un
gran gentío le acompañó hasta los muelles.
Octubre, 3. — Charles W. Russel ha sido autorizado por el general Ortega para
que, bajo el historiador Salvador Brau, examine todos los archivos del Gobierno.
Octubre, 4. — Hoy, a medio día, embarcaron en el vapor P. de Satrústegui los
batallones de infantería Patria y 4.° Provisional.
La despedida que le hizo la población fué sin precedente, y los muelles no podían
contener a la multitud, que con sus vivas y aplausos atronaba el espacio.
— Hoy ha sido puesto en libertad, después de una larga prisión, Santiago Igle-
sias, leader obrero, quien estaba en la cárcel por asuntos políticos.
Octubre, 5. — Hoy fué herido, por arma blanca, el capitán de la Guardia civil,
Miguel Arlegui, en el pueblo de Bayamón ^. Llay varios presos, entre ellos, el doctor
Stall y Antonio Salgado.
Octubre, 6. — Hoy ha embarcado, para Nueva York, Pablo Ubarri, segundo
conde de San José de Santurce y comandante de Voluntarios. Pía vendido su tranvía
^ Actualmente general de brigada. — N.delA,
S7á A . R I V E R O
de vapor, que funciona entre San Juan y Río Piedras, a una compañía americana.
Octubre, 9. — Partidas de bandoleros siembran el terror por los barrios de Ad-
juntas.
— Las tropas se embarcan según van llegando los transportes de la Trasatlán-
tica. Se pueden adquirir muebles y efectos de cocina a cualquier precio.
Octubre, II. — Una Comisión de oficiales norteamericanos ha visitado el colegio
que tiene establecido en Arroyo el profesor superior Enrique Huyke, y salieron
altamente satisfechos del examen de idioma inglés que hicieron a los discípulos.
Octubre, 12. — Anoche contrajeron matrimonio en el obispado de está diócesis
(oficiando en la ceremonia el Provisor), Regino Muñoz, capitán de artillería de mi
batallón, y la señorita Margarita Guerra. Hemos asistido al acto muchos compañeros
del novio.
Octubre, 15. — Hoy ha zarpado el vapor Reina María Cristina^ conduciendo al-
guna fuerza de la Guardia civil.
Octubre, 16. — En el Covadonga marcharon a España todos los individuos de
tropa licenciados absolutos que han solicitado embarque.
— Ayer, al salir el vapor Reina María Cristina^ la tropa española que iba a
bordo prorrumpió en estruendosos vivas a España al pasar cerca del transporte
americano Mississipi^ fondeado en la bahía. Estos vivas fueron contestados con gran
entusiasmo por los soldados americanos a bordo de dicho transporte.
— - Las partidas de Lares han cometido actos reprobables; lo mismo sucede por
Quebradillas, Platillo y Camuy.
— El general Macías al embarcar en el día de hoy vestía uniforme de gran gala,
y le acompañaban sus ayudantes, el secretario doctor Francia, Muñoz Rivera y demás
secretarios del Consejo insular; los cónsules extranjeros y todos los jefes y oficiales
francos de servicio. Las tropas cubrieron la carrera, y el general Ortega me ordena
despedirlo con las salvas de ordenanza. Los buques americanos, en puerto, también
le saludaron.
— Una hija del doctor Arrastia ha izado en Cataño la primera bandera ameri-
cana; no hubo objeción alguna por parte de la Policía.
— Hoy, de madrugada, embarcó con rumbo a España el batallón Provisional
número 6; también los comandantes Larrea, Nouvilas y el teniente coronel Mique-
íini, de la Guardia civil.
-— En el transporte Mississipi^ anclado en puerto, está el regimiento de Volun-
tarios de Kentucky; entre los soldados hay algunos armados de macanas, que pres-
tarán, rhás tarde, servicio de policías.
— Esta tarde se reunió el Gobierno Insular y acordó, «por razones de decoro»,
presentar la renuncia de sus cargos el día 18, que es el señalado para la entrega ofi-
cial de la plaza.
— La Cruz Roja aún da señales de vida. La presidenta de la sección de señoras,
D.^ Dolores Aybar de Acuña, es incansable; a todas las tropas repatriadas se les re-
parte ropa blanca y además muchos obsequios; a los soldados enfermos se les auxi-
lia con medicinas y con material de curación a los heridos.
Octubre, 17.— Algunos soldados del regimiento de Kentucky han desembarcado,
sin autorización, y su presencia es causa de algún desorden. Muy pronto viene a tie-
rra una patrulla y los obliga a reembarcarse.
— Procedente de Río Piedras, donde está el campamento militar americano en
la finca de Juan Caloca, ha llegado un gran convoy conteniendo impedimenta del
Ejército y la cual es almacenada en los edificios de Casa Blanca, Aduana y Comisa-
ría de guerra.
' — Fondean los transportes de guerra Manitoba^ Rita y Egiptian Queen. Un ofi-
CRÓNICAS 5^3
cial americano, con un pelotón, recorre las calles en busca de los soldados de Ken-
tucky.
— En el vapor Reina María Cristina^ que zarpó para España en la tarde del 15,
embarcaron los coroneles Soto y San Martín, y el teniente coronel Oses, primer jefe
del batallón Alfonso XIII. Van presos a bordo y bajo la vigilancia del comandante
jefe de Orden .público.
— Cesó desde hoy la censura a que ha estado sometida la Prensa.
— El general Ortega me ha pedido la bandera de guerra del castillo de San Cris-
tóbal, que yo había reservado para mí. No puedo negarme, y se la entrego con gran
disgusto. Este mismo general Ortega me ha rogado que le acompañe a las redaccio-
nes de todos los periódicos de esta ciudad para hacerles una visita de despedida. En
todas partes recibió, dicho general, muestras del gran aprecio que merece ^
Octubre, 18. — Hoy es el día señalado para la entrega oficial de la plaza de San
Juan. No hay una sola bandera española en la población, porque desde ayer habían
sido guardadas en una caja de cedro, construida expresamente con este fin. Muy tem-
prano saltan a tierra, desde el transporte fondeado en el puerto, tropas regulares
americanas del regimiento de infantería número II, las cuales, sin entrar en la pobla-
ción, se acuartelan en los barracones de Puerta de Tierra y Asilo de Pobres. Parejas
de soldados con bayoneta calada se han apostado algo más tarde en cada esquina y
en las plazas de la población. Muchos individuos de tropa, uniformados, pero con
macanas de policía, prestan servicio de vigilancia.
Todo el comercio ha cerrado sus puertas temeroso de lo que pueda ocurrir. En
los últimos días, y por orden del general Ortega, he vendido cientos de tercerolas y
fusiles Máuser que quedaban en el Parque de artillería, a todas aquellas personas
que me presentaban una orden escrita del Estado Mayor, para que se les facilitase
dicho armamento mediante el pago de cinco pesos por cada arma. Todo el comercio
español amaneció perfectamente armado, presumiendo alguna agresión.
— Hoy es un día triste; sin embargo, tomo notas que llevaré a mi «Crónica de
la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico», nombre con que he resuelto bautizar
mi libro, acerca de la guerra hispanoamericana en esta Isla, por sugestión que me
hiciera el general Ortega.
— Esta misma tarde tomaron las fuerzas americanas posesión de la Aduana, con-
firmando en sus puestos a todos los empleados.
— La Gaceta de Puerto Rico se ha publicado hoy ostentando en su primera plana
él águila americana en vez del escudo español.
— Ayer cesó en sus funciones el Cuerpo de Orden público, haciendo entrega de
todo al inspector Nepomuceno Flores, y todos los oficiales se retiraron al Arsenal
con su jefe el comandante Prohorán.
~ Desde ayer está fondeado en puerto el buque hospital Solace.
— El general Brooke ha pasado cartas a todos los secretarios del Gobierno
insular y a los cónsules extranjeros, invitándolos para la entrega oficial de la ciudad,
acto que tuvo lugar hoy al medio día en el Palacio de Santa Catalina.
— ■ P"l vapor Covadonga cargó 1. 08 1 cajas de material de guerra portátil que se
envía a España.
— La Gaceta de hoy publica la primer Orden general, firmada por el mayor John
R. Brooke.
— Por la noche hubo serios desórdenes en el café La Mallorquína, promovidos
por soldados americanos.
— - Todas las líneas telegráficas están ocupadas por el Ejército, y no se permite
la circulación de telegramas particulares ni de la Prensa.
1 Esta bandera figura entre las valiosas colecciones del Museo de Artillería de Madrid. — A^. del A,
5^4 A. R I VER O
Octubre, 19. — Entra el transporte Panamá^ y además están en puerto el caño-
nero Maunic^ carbonero César, y los transportes Mississipi^ Rita^ Still Water, buques
hospitales Bay State y Unifred; mercantes españoles, Manuel L, Villaverde, Beren-
guer el Grande , Gran Antilla y los costeros Vasco y Criollo,
Por la noche, dos soldados americanos celebraron en la calle de San Justo un
combate de «boxeo» en toda regla, presenciando gran número de curiosos el espec-
táculo, y a última hora intervino la policía.
Octubre, 21. — Llega en el vapor Montevideo el joven Cayetano Coll y Cuchí ^,
acompañado de su hermano José 2, ambos procedentes de España, donde estudiaban
su carrera de abogado.
— Rafael Pérez García, subsecretario que fué de la secretaría de Gobierno en
Puerto Rico, ha sido nombrado por Real orden, encargado provisional de los asuntos
de España en Puerto Rico.
— El general Brooke preside el Consejo de secretarios del Gobierno insular, y
los confirma en sus puestos; asisten al acto Sheridan, jefe de Estado Mayor; el coro-
nel Hunter, y como intérprete, J. R. Baiz.
~- Hoy ha llegado a San Juan, procedente de los Estados Unidos, una comisión
oficial presidida por Henry K. Carroll, y como secretario Charles E. Buell, e intér-
prete A. Solomon. Han sido nombrados por el presidente Mac-Kinley, para estudiar
nuestras leyes, costumbres, comercio, agricultura y finanzas, a fin de proponer la
forma de Gobierno más conveniente para el país.
Octubre, 22. — Hoy han embarcado, en el Montevideo^ el general Ortega, mi bata-
llón y alguna fuerza más: toda la que restaba por repatriarse.
Octubre, 23. — Esta tarde ha salido el Montevideo, ¡Feliz viaje!
1 Este joven, Cayetano Coll y Cuchí, que terminó sus estudios de abogacía en los Estados Unidos, es,
actualmente, un jurisconsulto de renombre y figura política de alto relieve en Puerto Rico, que le ha confe-
rido el alto sitial de presidente de la Cámara.
2 Como cierto diario de Barcelona acogiese en sus columnas, poco después de haberse firmado el Armis-
ticio, una información en extremo ofensiva para los portorriqueños, el joven José Coll y Cuchí, a nombre de
todos sus paisanos residentes en aquella ciudad, y en el suyo propio, se avistó con el director de aquel perió-
dico, quien noblemente rectificó los juicios emitidos, los cuales no eran de redacción. Este incidente no tuvo
otra consecuencia que demostrar, a un tiempo mismo, la caballerosidad del periodista español y el acendrado
amor a su país del joven Coll y Cuchí. — N, del A.
APÉNDICE NUMERO 2
Conferencia celebrada por el autor, el día 6 de octubre de 1922, en Valladolid,
con el Teniente General D. Manuel Macías y Casado, último Gobernador
y Capitán General de Puerto Rico durante la soberanía española.
—Mi general: antes de estallar la guerra, y cerciorado usted de los escasos recur-
sos de defensa existentes en Puerto Rico, ^'reciamó el correspondiente remedio del
. ministro de la Guerra?
— Tan pronto como me hice cargo del mando de aquella Isla, y sabiendo que la
guerra era inevitable, reclamé con urgencia un aumento de dos batallones de infan-
tería, un escuadrón de caballería y dos baterías de campaña. Sólo me enviaron desde
Cuba una batería de montaña, de tiro rápido, con escasa dotación de municiones, y
alguna fuerza de infantería, que, unida a la que desembarcó el vapor Alfonso XIII^
que no pudo seguir viaje a Cuba, formó un grupo que se llamó Batallón Principado
de Asturias.
Una parte mínima del material de artillería pedido por mí, una vez y otra vez,
llegó en el vapor Antonio López^ y también un potente reflector Mangin. Pero nunca
llegaron los cañones de 24 centímetros, ni los torpedos y otro material pedido por
mí insistentemente. Con estos elementos y sin auxilio alguno de la Madre Patria, por
ser el enemigo dueño del mar, tuve que hacer frente a la invasión de las cuatro expe-
diciones que, al mando del generalísimo Miles, tomaron tierra en Guánica, Ponce,
Arroyo y Mayagüez.
—i ?
— Sí; el ministro me avisó oportunamente de la llegada del vapor Antonio López^
aviso que puse en manos del comandante general de Marina, vSr. Vallarino. Por una
corruptela inexplicable, este general prescindía de mi autoridad suprema de gober-
nador general y capitán general de una isla en estado de guerra y bloqueada por el
enemigo; constantemente se entendía, sin darme cuenta, con el ministro de Marina o
con el comandante general de la Plabana. Después de la varadura del Antonio López
y del combate desgraciado del Terror^ reclamé del Gobierno que cesase situación
tan anómala, y el mismo día que puse mi telegrama sobre este asunto recibí res-
puesta completamente satisfactoria para que se reconociese, por el general Vallarino
y por todas las autoridades de Puerto Rico, la mía como suprema y absoluta.
—i^ ?
— Sí, señor; también fui avisado el mismo día en que la escuadra del almirante
Cervera zarpó de Cabo Verde, y el 12 de mayo de 1 898, y al regresar yo a Palacio,
después de haber recorrido, bajo un fuego horroroso que hacía la escuadra america-
na, todas las baterías y castillos de la plaza, recibí un telegrama de nuestro cónsul
S76 A. RIVERQ
en Fort-de-France (Martinica), noticiándome que la escuadra española estaba a la vis-
ta de dicho puerto; este telegrama se lo notifiqué al general Vallarino.
— ^-Tuvo usted noticias de dos telegramas que el ministro de Marina, Sr. Berme-
jo, el primero con fecha 12 de mayo, y el segundo con fecha 15 del mismo mes,
dirigiera al general Vallarino para que con toda urgencia les hiciera llegar a manos
del almirante Cervera, aquel día frente a Martinica, y los dos subsiguientes navegan-
do desde dicha isla a la de Curagao?
— En absoluto; no tuve la menor noticia de esos telegramas. Si ellos hubieran
sido enviados a mí los hubiera hecho llegar a manos del almirante Cervera; el cable
que desde Puerto Rico amarra en Saint Thomas y desde allí a Martinica y Curagao
— aunque en poder de ingleses, parciales a los americanos — siempre estuvo expe-
dito. Además, en Ponce había fondeado un carbonero y algún otro vapor que pudo
ser despachado con orden telegráfica para que, haciendo rumbo hacia el Sur, llevase
el telegrama y carbón al almirante Cervera. Ponce nunca estuvo bloqueado y re-
cuerdo que de este puerto, y en un vapor que se dirigía a Genova, embarcó mi fa-
milia sin inconveniente alguno. En tales condiciones creo que si el almirante Cer-
vera hubiera recibido la orden a que usted se refiere, autorizándole para regresar a
España, y con esa orden algún carbón para llegar a Cabo Verde, no cabe duda que
se hubiese evitado el gran desastre de Santiago de Cuba.
Sobre este asunto solamente recibí un telegrama del general Blanco, expedido
desde la Habana, rogándome uniese mi protesta a la suya para evitar que la escuadra
española regresase a las costas de España sin haber recalado antes en alguna de las
Antillas; ignorando los telegramas del almirante Bermejo y por complacer al gene-
ral Blanco, telegrafié al Ministro de la Guerra en la forma que se me pedía.
■ — ^La salida del Terror en pleno día, para presentar combate a un buque que,
aunque auxiliar, montaba numerosa artillería de tiro rápido y gran alcance, fué una
locura que jamás apadriné; el general Vallarino, sin consultarme, ordenó la salida
del destróyer. En cuanto a su comandante, La Rocha, mereció y me merece aún el
más alto concepto por su valor y por su obediencia ciega a las órdenes recibidas, a
pesar de que no existían probabilidades de éxito.
— ^En alguna ocasión estuvo usted en comunicación telegráfica o por escrito con
el generalísimo de las tropas invasoras?
— Muchas veces; al desembarcar en Ponce dicho generalísimo me envió un tele-
grama, utilizando el cable que amarra en Ponce, con un cortés saludo y la seguridad
de que en su campaña se ajustaría a todas las reglas conocidas por los Ejércitos mo-
dernos y por tropas cristianas. Contesté en igual forma, y tan pronto como se reci-
bió la noticia de haberse firmado el Protocolo, reanudamos nuestras relaciones por
telégrafo y por mensajeros, relaciones que dentro de la natural circunspección fue-
ron en extremo corteses. Cuando me embarqué en San Juan para España, dos días
antes de la entrega de la plaza, los castillos hicieron las salvas reglamentarias, y tam-
bién un crucero americano anclado en la bahía.
- — ^-Recibió usted, antes o durante la guerra, alguna orden o sugestión del Go-
bierno de la Nación para llevar a cabo una campaña débil, evitando toda efusión de
sangre?
— En ningún tiempo recibí esas órdenes ni sugestiones; por el contrario, y hasta
días antes de firmarse el Protocolo, el Ministro de la Guerra, general Correa, me
instaba a que desarrollase contra el invasor cuantos medios ofensivos tuviese a mi
alcance, porque -según él creía - «todo esto nos llevaría a obtener condiciones más
favorables en la terminación de la guerra».
— Mi general, ¿desea usted hacer, a través de mi libro, alguna otra manifes-
tación?
CRÓNICAS 577
— Solamente para dar las gracias a mi antiguo amigo el honorable D. Juan Her-
nández López, por las frases de elogios cariñosos, para mí, que usted, en su carta,
ha puesto en boca de aquél, y también deseo manifestar a los portorriqueños que
no olvido el gran afecto que me dispensaron todas las clases sociales durante los
críticos días de mi mando, ni tampoco la entusiasta despedida que me hicieron el
día de mi embarque para España.
^^//¿. ^v We- e^/ <9^z^ •^rf-e^a-^ tí
t-JTO?' '^ ev^— Cif.^^ ivW» '^<^^{^7<Po^_,^¡^^
■"^;^^fc^--'''%»^ ^
APÉNDICE NUMERO 3
Memorándum del Doctor Julio J. Henna.
Sr. D. Ángel Rivero.
Madrid.
Mi estimado amigo y compatriota: Con sumo placer paso a contestar la siguiente
pregunta que me dirige usted por conducto de mi antiguo secretario D. Roberto
II. Todd:
«Doctor, ^-tiene usted la bondad de aclararme la dualidad que resulta entre sus
actuaciones en Washington, en 1898, en unión de Roberto H. Todd, claramente de
finalidades anexionistas, y su vida anterior, francamente separatista?»
Cuando una comisión de patriotas, por indicación del presidente del Partido Repu-
blicano Cubano, D. Tomás Estrada Palma, se presentó en mi casa a ofrecerme la
Presidencia del Directorio Revolucionario de Puerto Rico, creí un deber informarles
«que yo era anexionista por convicción, pero que para realizar ese ideal sería indis-
pensable obtener antes la independencia de Puerto Rico de España». Prometí abste-
nerme de propaganda anexionista durante el término de mi Presidencia y dejar a la
voluntad de los portorriqueños la decisión final sobre la forma de Gobierno que ellos
escogieran una vez la Isla libre del Gobierno de España.
La voladura del Maine en el puerto de la Habana presagiaba una guerra entre
España y los Estados Unidos, y motivó un viaje que hice a Washington con el objeto
de investigar y averiguar los proyectos de esta nación. En mi primera entrevista con
el presidente Mac-Kinley, después de explicarle mi posición de presidente del partido
revolucionario de Puerto Rico, y de estar seguro que la guerra se efectuaría, indiquéle
que el Directorio me había autorizado para ofrecerle al departamento de la Guerra
todos sus planes de invasión, siempre y cuando se nos prometiera que, una vez la
Isla en posesión de las tropas americanas, los portorriqueños, por medio de un ple-
biscito, determinarían su estado político. — «No habrá el menor inconveniente en
que esto se lleve a cabo tal como usted lo ha explicado», me contestó Mac-Kinley. Me
suplicó también pasase a entrevistarme con Roosevelt, entonces • subsecretario de
Marina, a quien en presencia de los jefes del Ejército y de la Marina entregué y
expliqué detalladamente nuestros planes; ofrecí mis servicios y los de los miembros
del Directorio, hombres, guías, etc., etc., y pedí me nombraran comisionado
civil — sin sueldo — y acompañar las tropas de desembarque. Esto lo hice con el objeto
de asegurar a mis paisanos, por proclama y de viva voz, que no era la intención del
Gobierno americano conquistar el país, sino libertarlo, y que ellos decidirían luego,
en un plebiscito, la forma de Gobierno que debería regirlos en lo futuro.
Mis repetidos viajes a Washington, en una primavera fría, me causaron una seve-
ra pulmonía, de la que escapé milagrosamente, Cuando en julio regresé a Wáshing-
CRÓNICAS 579
ton, en solicitud de mi nombramiento de comisionado civil, el secretario de la Guerra
rehusó ponerlo por escrito e insistió en que me embarcase sin documentos, asegu-
rándome que el Gobierno americano siempre cumplía con sus compromisos. Rehusé,
terminantemente, embarcarme sin credenciales. El general Miles quiso e insistió en
que lo acompañase como miembro de su Estado Mayor, a lo que le contesté: «que
yo no podía formar parte de la invasión militar, porque implicaba obediencia ciega a
jefes que tenían el derecho de obligarme, en caso de que algunos de mis paisanos se
opusiesen a los ataques de las tropas, a hacer fuego contra aquellos compatriotas^^ ,
Desistí de mi proyecto, regresé a Nueva York muy descorazonado, y tan pronto
como los americanos se apoderaron de la Isla, convoqué el Directorio y pedí su inme-
diata disolución; su objeto había terminado.
Dos años más tarde fui nombrado por la Cámara de Comercio, agricultores y
clubs obreros de Puerto Rico, delegado para representarlos en los comités del Sena-
do y Cámara de los Representantes, y tratar de obtener el mejor Gobierno civil posi-
ble para la Isla, y pedí, como pidieron los otros delegados, el cumpHmiento de la
proclama del general Miles cuando desembarcó en la Isla, pero sin resultado favora-
ble. No satisfecho con la forma de Gobierno civil concedida por la ley Foraker, que
usted conoce, lancé un manifiesto de protesta al pueblo de Puerto Rico, documento
que fué pubHcado en muchos periódicos de la Isla y en el que aconsejaba a mis pai-
sanos que no aceptaran esa ley y no fuesen a recibir al gobernador nombrado por
este Gobierno. Mi manifiesto fué leído a tiempo por los jefes de los partidos políti-
cos y el pueblo entero (conservo sus cartas); pero, en lugar de seguir mis consejos,
hicieron todo lo contrario: fueron a recibir al gobernador, organizaron sus colegios
electorales, votaron el personal de su legislatura, y por esos actos se anexaron nues-
tros compatriotas a los Estados Unidos, probablemente sin darse cuenta de lo que
estaban haciendo.
Ya ve usted, mi buen amigo, que yo cumplí al pie de la letra mi promesa de
abstención completa de propaganda de anexión, y que fueron nuestros compatriotas
los que la trajeron, a pesar de mi protesta. Mi proyecto original de anexión era por
medio de un plebiscito, en el que se contaran los votos en favor y en contra. Ya ter-
minada mi misión política, me retiré a mi casa a buscar consuelo en el bisturí y en el
termómetro; esto no quiere decir que, si en el futuro y en algo pudiese servir a mis
compatriotas, no estaría, sino que estoy siempre a su disposición, porque esa Islita
es para mí como una novia a quien su novio le escribía (recuerdos de cuando iba a
la escuela en Ponce):
Es mí amor por ti
como tu sombra,
que mientras más te alejas,
más cuerpo toma.
Yo no sé si el verso está correcto, pero estos son mis sentimientos. Muy de veras
su amigo y compatriota.
^-\^ ^.^^<^tM^ <7^ ^e^tA^íA^a^
APÉNDICE NUMERO 4
Reflexiones del Honorable Roberto H. Todd, a raíz de la invasión de Puerto
Rico por el Ejército norteamericano.
«La bandera americana tremola ya en las costas portorriqueñas. Los anillos de la
cadena que ataron nuestra Isla al dominio español durante cuatro siglos, han que-
dado rotos desde el instante en que el ejército invasor de los Estados Unidos pisó
la orilla de Guánica y levantó sus tiendas.
Pero estas alegrías no impiden que estudiemos el problema de Puerto Rico en
todas sus fases, y no consideremos con tristeza que el Destino, los sucesos y aun la
misma inercia de nuestros compatriotas, nos hayan traído a la condición de no ser
arbitros o partícipes directos de la constitución de nuestro Gobierno independiente.
Cuba, por la virtualidad de su revolución, tiene ya consagrado y reconocido su
derecho de ser libre e independiente, por las resoluciones del Congreso, la sanción
del ejército americano y por el consenso del mundo entero.
Puerto Rico, aun llegando a ser libre, pasará a ser posesión americana por cesión
del vencido al vencedor, y su condición es distinta. La forma de gobierno que haya
de dársele dependerá de la magnanimidad del conquistador. Sin duda alguna que por
ser éste pueblo republicano y americano — -el pueblo modelo por sus instituciones y
su espíritu de justicia y de progreso — , la libertad presidirá en todas nuestras futu-
ras instituciones, y en lo puramente local e interno no habrán de sufrir limitación
nuestros derechos e iniciativas; pero carecemos en lo fundamental de la personali-
dad e ingerencia propia, resultado de nuestra exclusiva y esforzada conquista, ya
que a diferencia del cubano, si hemos alentado la inspiración de derrocar la sobera-
nía española y constituir nuestra República, no hemos abonado nuestro suelo con
sangre fecunda en quince años de tenaz rebelión y heroica contienda.
Con tales precedentes parece que los portorriqueños debiéramos aceptar, sin dis-
tingos, lo inevitable y darnos por satisfechos, con la certidumbre de que no hemos
de ser por más tiempo españoles.
No lo ha entendido así nuestro Directorio. Cada uno de los miembros del Comité
directivo del partido Revolucionario de Puerto Rico, que tuvo por programa y por
bandera la independencia de la pequeña Antilla, y ia constitución en ella de una Re-
pública, por derecho propio, y que trabajaron sin descanso para llevar sus aspira-
ciones al terreno de los hechos, ha creído de su deber mantener y defender la inte-
gridad de sus ideales y no abandonarlos hasta el momento en que ineludiblemente
resulten estériles sus esfuerzos.
Desde que se vio próxima la ruptura de hostilidades entre los Estados Unidos y
España, nuestro partido, por medio de su presidente y secretario, ofreció sus servi-
cios al Gobierno americano, para acompañar, personal y colectivamente, al ejército
de invasión y facilitar su obra, haciendo que los habitantes de la pequeña Antilla
.acogiesen a los invasores como redentores.
CRÓNICAS
581
El Gobierno americano ha aceptado los servicios personales de determinado
número de portorriqueños, agregándolos a las filas del ejército como voluntarios,
guías o intérpretes; pero en ninguna forma ha aceptado, expresamente, los servicios
y la representación del partido Revolucionario en términos que hiciesen presumir el
más ligero compromiso en el mismo, respecto a los futuros destinos de la Isla.
^Debían los jefes caracterizados de nuestra agrupación política agregarse al ejér-
cito invasor como meros soldados, sin llevar a sus compatriotas prenda segura de la
realización del ideal que a su nombre defendieron?
^Podían esos mismos jefes plegar su bandera, abdicar de su programa, abando-
nar para siempre la suprema aspiración de ser independientes y libres y someter
incondicionalmente los destinos de su pueblo a la voluntad del invasor que, aunque
redentor amado y providencial, no por eso deja de ser un extraño, cuyas resolucio-
nes, en cierto modo, pudieran no acomodarse al bienestar general?
Los jefes de nuestro Directorio han creído, y han creído bien, que en sus manos
debía quedar íntegro, sin abdicaciones de ningún género, el ideal de independencia
de su pueblo, por el cual fueron llamados a representar y a luchar, por el cual repre-
sentan y luchan todavía, y aun convencidos, individual y colectivamente, de que
Puerto Rico como posesión americana será libre, próspera y venturosa, no han que-
rido poner al servicio del redentor su espada, su hacienda y sus vidas, sino bajo la
promesa, aceptada, de que el pueblo de Puerto Rico, redimido, habrá de ser también
arbitro de su propia constitución y sus destinos. >>
Cr^'
Nota.— El Hon. Roberto H. Todd, en el transcurso de los años, ha modificado totalmente
su credo político, hasta el punto de ser factor, tal vez el de mayor influencia, en la americani-
zación de su país. En repetidas ocasiones ha reclamado del Gobierno de Washington el que
Puerto Rico sea declarado, en su día, un estado más de la Unión Americana, y es miembro influ-
yente del Comité Nacional Republicano.
En carta suya, de reciente fecha, escribía: «Aré en el mar, y ahora me doy cuenta de cuan
equivocado fui; no estuvo ni está Puerto Rico preparado para una vida de independencia abso-
luta y no están autorizados para pedirla hoy aquellos mismos que en 1898 nos volvieron las es-
paldas a Henna y a mí; los mismos que trataron de loco peligroso a Forest cuando recorrió la
Isla en propaganda separatista. Solamente podrá encontrar este país - al que amo como el que
más crea amarlo — en una absoluta y honrada compenetración con el pueblo americano »
37
APÉNDICE NUMERO 5
Informes oficiales de los Comandantes de los buques de guerra
que bombardearon la plaza y ciudad de San Juan el día 12 de mayo de 1898,
A bordo del acorazado de primera clase lotva. En el mar,
latitud 19^8' Norte, longitud 67^ 53' Oeste, Mayo 13, 1898.
Señor:
Tengo el honor de someterle el informe siguiente, acerca del combate frente a
San Juan, Puerto Rico, el día 12 de mayo, en lo que concierne a los movimientos
del buque bajo mi mando:
Siguiendo las instrucciones contenidas en la orden de combate del comandante
en jefe, el lozva entró en la línea de fuego a las cinco y quince. Las dotaciones de la
batería secundaria de babor bajaron a sus puestos dentro de la casamata.
A las cinco y diecisiete se hicieron dos disparos por el cañón de seis libras de
la batería de estribor del puente de proa, y uno por la torre de ocho pulgadas, tam-
bién de estribor. Después de esto, todas las baterías de esta banda entraron en fuego.
El fuego iba dirigido contra las baterías del Morro, La velocidad, que fué mantenida
al recorrer la línea de fuego, fué de cuatro a cinco nudos, y el fuego continuó, por
espacio de ocho minutos, hasta las cinco y veinticinco. Las distancias variaron
de 1. 100 a 2.300 yardas.
Habiendo el comandante en jefe dado la orden de que cesara el fuego de las ba-
terías ligeras, todas las dotaciones de las baterías de estribor recibieron orden de
bajar entonces, a las cinco y treinta, a la casamata. El buque, entonces, se separó de
la costa, de acuerdo con las instrucciones, e hizo rumbo, despacio, hacia el Noroeste,
y virando nuevamente hacia el Este, entró de nuevo en la línea de fuego, y, seguido
por el escuadrón, hizo dos recorridos más, o sea tres, en conjunto, sobre la línea de
fuego, disparando, principalmente, contra el Morro; pero durante la última recorrida
se hicieron algunos disparos contra la batería del Este, San Cristóbal.
En. el curso de retorno, haciendo rumbo Noroeste, después de la segunda reco-
rrida, un proyectil de seis u ocho pulgadas (calculado por la base y los fragmentos
encontrados) explotó en la cuaderna de deslizamiento de popa, del lado de estribor,
debajo de los botes. Los fragmentos de este proyectil hirieron a tres hombres, ha-
ciendo averías en la ballenera, en la lancha de velas y en la estructura del puente, cau-
sando otros desperfectos menores. Este proyectil, probablemente, fué disparado de
la batería del Este — San Cristóbal — -{la más importante de todas las baterías de San
Juan).
Pudo observarse que todos los disparos que hicieron blanco, o cayeron en la
proximidad de los buques, fueron hechos cuando éstos estaban en el curso de afuera
o de regreso, y la mayoría de los disparos procedían de la batería de San Cristóbal,
del Este. A las siete y veinticinco este buque completó la tercera recorrida, y des-
pués de dirigirse hacia el Noroeste, aferró, de acuerdo con las órdenes del coman-
dante en jefe, y se suspendió el fuego.
CRÓNICAS 583
Considero que este encuentro ha demostrado la eficiente condición de las bate-
rías del buque, bajo condiciones de combate, y el admirable espíritu de los oficiales
y la dotación.
El humo,, que cubría el buque y las baterías durante el encuentro, obstaculizó a
estas últimas, hasta el extremo de que el fuego de los cañones del puente se hizo muy
lento. La brisa era en extremo suave. Había un oleaje largo y ondulante hacia el Sur.
Las baterías de este barco están actualmente, en todos sentidos, listas para ser-
vicio inmediato.
Bajas. — Los siguientes hombres, de la dotación del buque, resultaron heridos:
G. Merkle, soldado de infantería de Marina, fractura, compuesta, del codo dere-
cho, serio; J. Mitchell, marinero, herida en la espalda, en el sexto espacio intercostal,
tres pulgadas largo, relativamente leve, y R. C. Hill, aprendiz de segunda clase,
herida contusa, leve, en la espalda.
Daños al buque. — -Ningún proyectil dio en el casco del buque. Un proyectil de
seis u ocho pulgadas explotó en la cuaderna de resbalamiento del lado de babor,
frente a la torre de ocho pulgadas. Los fragmentos del proyectil hirieron tres hom-
bres, traspasaron la lancha de vela y perforaron los puntales de cubierta, los ventila-
dores, las chimeneas de la cocina y otros aparejos de cubierta. Uno de los fragmen-
tos dio en la base del cañón, de seis Hbras, de popa; en la parte delantera del lado
de estribor, en el puente de proa, rompiendo y obstaculizando el perno de puntería
y aferramiento, y también el pivote del cañón. La avería ha sido reparada. Los
fragmentos de este proyectil causaron considerables daños en la estructura del
puente.
Otro proyectil de metralla estalló sobre la cuaderna de resbalamiento, en el lado
de estribor, e hizo pequeñas perforaciones en los tubos de escape y chimeneas, etcé-
tera, etc.
Los daños arriba indicados se encuentran detallados en el pliego que se acom-
paña, marcado con la letra A.
Al hacerse los últimos disparos de la torre de 12 pulgadas, estando como a 15"*
en la cuarta de estribor, la concusión de un disparo causó los daños siguientes al
casco del buque:
La tablazón de cubierta, en la cuarta de estribor, fué agujereada, en muchos si-
tios, por prismas de pólvora; algunos de estos hoyos tienen dos pulgadas de profun-
didad. Esto indica que el cañón no consume debidamente la carga de pólvora 1. La
plancha de boca de escotilla, que fué instalada en New York, en diciembre último,
se salió de sus pernos, y fué a caer cerca del cañón. Dos de los pernos se perdieron,
y muchos de los tarugos de la plancha se cuartearon. La plancha está algo doblada.
Los baos de cubierta, en los cuadros 82 y 83, en la puerta del tragaluz de la cámara
del capitán, al lado de estribor, se han salido y están fuera de línea en sentido trans-
versal; el mamparo, alrededor de las puertas de la cámara, entre las divisiones 79
y 83, lado de estribor, se ha brotado hacia fuera, por haberse sahdo los ribetes.
La cubierta sobre el departamento de torpedos de popa no es bastante fuerte y
los fogonazos del cañón de 1 2 pulgadas, cuando dispara hacia adelante, la hacen
mover, al extremo de romper los soportes de que está suspendido el arco de punte-
ría del tubo de torpedo de estribor. Esta es la segunda vez que ocurre este acci-
dente.
Otro fogonazo del mismo cañón rompió la pared entre el cuarto del capitán y la
casilla del piloto. Esta pared debe hacerse más sólida.
1 Lo que esto demuestra es que el cartucho tiene más carga de la reglamentaria, o que la pólvora es má§
lenta de la asignada a esta pieza. — N. del A.
584 A . R 1 V E R o
MUNICIONES GASTADAS
batería
RECORRIDOS
Disparos
1
2
3
4
total.
4
3
II
2
2
4
8
3
3
4
10
3
3
2
8
1 1
»
»
1 1
1 1
»
»
1 1
24
»
»
24
48
»
»
48
7
»
»
7
113
1 1
14
138
Torre 12 pulgadas de proa
Torre 12 pulgadas de proa . ,
Torre de proa ocho pulgadas de estribor . , .
Torre de popa ocho pulgadas de estribor , , .
Batería cuatro pulgadas en el puente
Batería cuatro pulgadas sobre cubierta, proa .
Batería cuatro pulgadas del medio de cubierta.
Batería seis libras
Batería una libra
Total
Todos los proyectiles de 12 pulgadas eran de tipo semiperforante de corazas 1.
Todos los de ocho y de cuatro pulgadas y de seis libras eran tipo corriente. Las car-
gas usadas fueron todas completas. La dilación en el fuego fué debida al humo.
Deficiencias en las municiones, — Muchos de los cartuchos de ocho pulgadas se
encontraron mal amarrados. Esto retardó el proceso de cargar los cañones; los sa-
quetes no eran suficientemente rígidos y se rompían con facilidad.
Accidentes o dificultades en las baterías, — El bonete de la parte anterior de
la caja del atacador izquierdo se zafó mientras se estaba cargando para el tercer dis-
paro. Este bonete ha sido reemplazado y el atacador está en condiciones de servi-
cio; pero se llama la atención, muy especialmente, al hecho de que esta es la tercera
vez (septiembre 12, 1897; octubre 23, 1897, Y i^^yo 12, 1898) que ha ocurrido este
accidente. Se recibió un atacador nuevo en octubre 25, 1 897. Se sugiere se pidan
piezas de repuesto, por telégrafo, y que en lo sucesivo se hagan estas piezas más
fuertes y de acero fundido.
El mecanismo de elevación de la torre de ocho pulgadas está dañado, debido a
haberse doblado el eje vertical, por ser defectuoso el modelo. Se está haciendo la
reparación necesaria, que quedará terminada hoy, pero el defecto puede reaparecer.
Muy respetuosamente,
(Firmado) R. D. Evans,
capitán de navio, comandante.
Al Comandante en jefe de las fuerzas navales de los Estados Unidor,— Estación
del Norte Atlántico.
PARTE OFICIAL DEL COMANDANTE DEL ^INDIANA^^
A bordo del Indiana, primera clase. — En la mar, mayo 14, 1898.
Señor:
Tengo el honor de comunicarle la parte tomada por el Indiana^ durante el com-
bate con las baterías de San Juan, Puerto Rico, el día 12 de mayo, 1898.
Durante la noche del día anterior se llevaron a cabo los últimos preparativos
para el combate, y al amanecer, siguiendo los movinaientos del lowa^ que llevaba
1 El uso de esta clase de proyectiles fué un gran error. Si los artilleros de Sampson: hubieran usado
granadas ordinarias y de nietralla, qtro hubiese sido el resultado d^l cañoneo. — N, del A.
¿ife ó N ICAS 585
vuestra insignia, nos aproximamos a la entrada del puerto, abriendo fuego contra él
castillo del Morro, a 4.500 yardas y continuando, gradualmente, aproximándonos
desde el Este hacia el Sud, hasta llegar a 1.500 yardas, en cuyo punto el Indiana^
siguiendo la estela del lotva^ navegó hasta el punto inicial.
El mismo circuito fué hecho por segunda y tercera vez, bajo iguales condicio-
nes, excepto que en el segundo y tercero, el Indiana se detuvo bastante tiempo en
su camino, con objeto de mantener un mayor alcance en sus baterías de estribor.
Fué necesario que el fuego cesase frecuentemente, a causa de que el humo de la es-
cuadra y de las baterías de costa cubrían las posiciones del enemigo.
El número total de proyectiles disparados fué de 1 87.
Este buque no fué alcanzado, ni tampoco hay novedades de que dar cuenta. Las
torres, cañones y montaje están en excelentes condiciones y no han sido afectadas
por el fuego.
Deseo recomendar al oficial ejecutivo, teniente comandante J. A. Rodgers, y a
todos los oficiales y marineros por el buen orden y ninguna confusión que entre
ellos prevaleció.
Muy respetuosamente,
H. C. Taylor,
capitán, comandante.
Al Comandante en jefe de las fuerzas navales de los Estados Unidos, en la Esta-
ción del Norte Atlántico.
PARTE OFICIAL DEL COMANDANTE DEL «AMPHITRITE»
A bordo, 2.^ clase. En la mar, mayo 13, 1898.
Señor:
Obedeciendo la orden que usted me señaló esta mañana, envío informe referente
al combate fuera de San Juan, Puerto Rico, el jueves, mayo 12, 1898.
Este buque no sufrió averías durante el combate ni fué alcanzado por los pro-
yectiles del enemigo. La mayor parte de las averías sufridas provinieron del fuego
de los cañones de nuestras propias torres. La concusión de los disparos destruyó
varios remaches de la superestructura, aunque nada inñuyó sobre la eficiencia de
este buque.
Un hecho importante (y hacia el cual deseo llamar su atención) es la falta abso-
luta de un sistema de ventilación bajo el puente, lo que causa durante el combate,
y cuando todas las aberturas están cerradas, un calor tan intenso que le es imposible
resistirlo a los hombres que allí están. Tal es, particularmente, el caso en la torre de
popa; el calor, ayer, causó la muerte de un artillero que estaba allí de servicio.
Esta muerte fué la única baja entre toda la dotación del buque.
Este buque ha estado en comisión alrededor de tres años, y casi constantemente
realizando cruceros, servicio para el cual es, enteramente, inadecuado.
Durante el último invierno, y como buque de instrucción para los artilleros en
Port Royal, sus torres y maquinarias estuvieron en uso constantemente, y aunque
después se han hecho varias reparaciones en dicho buque, actualmente necesita otras
de mayor importancia en un arsenal; en los momentos actuales yo considero que la
maquinaria de la torre no está en buenas condiciones, y, probablemente, nos
dará un mal rato en los momentos críticos en que se espere de ella el mejor ser-
vicio.
Rl VERO
Las siguientes municiones fueron gastadas durante el combate:
Granadas ordinarias de lo pulgadas 14
— perforantes de lo — 3
— ordinarias de 4 — 30
— — de 3 libras 30
— — , de 6 — 22
Total 99
La conducta de todo el personal de a bordo durante la acción fué excelente, y
cada oficial y cada hombre cumplió su deber.
Muy respetuosamente,
Chas. J. Barclay,
capitán^ comandantei
Al Comandante en jefe*
PARTE OFICIAL DEL COMANDANTE DEL «TERR0R>>
A bordo del monitor el Terror, 2.^ clase; mayo Í3, 1898.
En el marj latitud 19^08' Norte, longitud 67° 54' Oeste*
Señor:
Tengo el honor de someterle el informe siguiente, en obediencia al mensaje reci-
bido a las nueve y treinta de hoy, y en cumplimiento con el artículo 275 ^^ los Re-
glamentos de Marina de los Estados Unidos, 1896:
A las cuatro de la mañana del 12 de mayo, con tiempo claro y sereno, brisa
ligera del Este y mar tranquilo, este buque tomó puesto en la columna, a la distan-
cia señalada en el plan de combate número dos. Las luces de la ciudad de San Juan
de Puerto Rico eran visibles por la proa y a babor, siendo el curso Sursudeste cuarto
al Este magnético. Al despuntar el día se divisó tierra alta por la proa hacia estribor.
Se tocó diana, se hizo zafarrancho y cada cual fué a su puesto de combate.
A las' cuatro y cincuenta el insignia loiva^ que encabezaba la columna, abrió
fuego contra las baterías, con rumbo Este cuarto al Sudeste. Los otros buques, en
columna, abrieron fuego tan pronto estuvieron a tiro, disparando el Montgomery y
el Detroit^ el primero desde una posición-fuera del fuerte del Cañuelo, y el último
debajo del Morro. Los fuertes y baterías contestaron vivamente el fuego de la es-
cuadra. El Terror abrió fuego a las cinco y trece con el cañón de seis libras, de es-
tribor, seguido inmediatamente por los cañones de la torre de proa, y después por
los de popa, tan pronto como estuvimos en línea»
El humo era tan denso debajo del Morro y en el puerto, que suspendí el fuego
por algunos minutos y paré el buque para aguardar a que aclarase. Sin embargo, me
vi obligado a seguir el combate, y por eso di orden de reanudar la marcha.
Nuestros primeros disparos fueron dirigidos hacia el interior de la bahía, con el
intento de alcanzar cualquier buque que hubiera allí anclado; pero con la densidad
del. humo no pude distinguir nada. Cuando aclaró, pude ver que no había buques en
la bahía, y ya no hice más disparos en aquella dirección.
El Tírror hizo el circuito tres veces, aproximándose cada vez más a las baterías,
CRÓNICAS 5§7
y en el curso de la tercera recorrida se detuvo, con ambas torres vueltas a estribor,
rompió fuego contra una batería que parecía ser la situada a más corta distancia,
hacia el Este del Morro. Pude ver que uno de los proyectiles del cañón de la derecha
de la torre de proa estalló en esta batería.
El buque insignia hizo señal a las cinco y cuarenta y cinco de que se usaran so-
lamente las grandes piezas. Las baterías secundarias suspendieron entonces el fuego,
y se ordenó a la dotación que se pusiera a cubierto, dentro de las torres o bajo el
blindaje del buque*
No tengo idea de los daños que se hicieron a las baterías; pero como a eso de las
seis y treinta observé una notable disminución en su fuego. Cuando el "Terror** se
retiró de la linea de fuego, las baterías de la plaza dispararon proyectil tras proyec-
til, con gran rapidez» hasta una distancia de 6.000 yardas. Nuestra velocidad enton*
ees fué de cuatro nudos, según órdenes recibidas del buque insignia. El barco no fué
alcanzado en ningún momento, aunque una espoleta y algunos fragmentos de proyec-
tiles fueron recogidos en cubierta.
Me es sumamente grato informar que la conducta de todos los oficiales y hom^
bres de la dotación, bajo mi mando, fué como podía esperarse. La dotación de la
torre de proa, a cargo del teniente Cauffmann, estuvo más especialmente bajo mi con-
tinua observación, y todos se ínarituvieron serenos, alerta y llenos de entusiasmo;
El teniente comandante Garst asumió especial cargo en la torre de popa con el
teniente Dunn. El alférez Terhune, a cargo de la batería secundaria, ayudó al teniente
Qualtrough en el semáforo, después que cesó el fuego de la batería secundaria. El
teniente Hubbard (J. G.) estuvo a cargo de la división del entrepuente.
Las máquinas respondieron prontamente a toda señal que se hizo, y todo lo quei
con ellas se relaciona funcionó perfectamente.
Las torres trabajaron bien. El cañón derecho de proa se retardó algunos minutos^
debido a la inutilidad del manómetro del ciHndro de rebote, pero se usó después el
ajustador. Hubo que dedicar algunas horas a reparar el atacador en la torre de popa.
Por lo demás, tanto las baterías principales, como las secundarias, están en tan bue-
rtas condiciones ahora como antes del combate, y listas en cualquier momento para
entrar en servicio.
Los estopines eléctricos no han sido satisfactorios, y los de fricción están prácti-
camente inservibles.
Ambos cañones de la torre se obstruyeron a un tiempo por haberse tapado los
fogones, siendo necesario taladrarlos de nuevo.
El fuego del enemigo no causó absolutamente daño alguno al buque, con excep*
ción de la pérdida de una parte de la cortina del sondeador en el costado de babor,
la cual se la llevó un proyectil. Los cañones de proa fueron disparados con algunos
grados de desviación del rumbo recto, y los de la torre trasera lo fueron en línea
recta, por popa; a excepción de alguna trepitación abajo, el buque no sufrió daño.
La ballenera y el bote del capitán se resintieron algo por los fogonazos de los caño-
nes, cuando se disparaban directamente a popa o proa, pero las averías pueden repa-
rarse por nuestros propios hombres cuando tengan la oportunidad de hacerlo.
Todas estas cosas y otras, desde luego, no son más que improvisadas, pero han
surtido el efecto deseado y se ha podido traer un monitor de dos torres y de escasa
obra muerta, sin barbetas, en un viaje de cerca de l.OOO millas desde su puerto más
cercano en el Continente y ponerlo en la línea de combate.
5§S A.. felVÉfed
Consumo de municiones. — -Las municiones gastadas fueron las siguientes:
Cañones de las torres: proyectiles de lopulgados. . ....... 31
Baterías secundarias: proyectiles de seis pulgadas 33
ídem id.: proyectiles de tres libras. . 6
ídem de tres libras, pero con cabeza de acero. . 16
ídem de una libra, de acero. 29
Granadas ordinarias de 57 milímetros 40
Total. 155
Muy respetuosamente,
Nicoll LUDLOW,
capitán,
Al Comandante en jefe de las fuerzas navales de los Estados Unidos.
Sección del Atlántico del Norte, buque insignia, Nezv York,
PARTE OFICIAL DEL COMANDANTE DEL «DETROIT»
A bordo del crucero Detroit, de tercera clase; mayo 13,
1898. En el mar, latitud 19^07' Norte, longitud 67° 57' Oeste.
Señor:
Tengo el honor de someterle el informe que sigue acerca de la participación del
crucero Detroit en el combate contra las fortificaciones de San Juan, Puerto Rico, en
la mañana del 12 de mayo, 1 898:
Después de recibir la orden del torpedero Porter de preceder al buque insignia,
tomando sondas, el Detroit viró por avante, hasta que, a mi juicio, se encontraba
como a media milla de los arrecifes; entonces hizo rumbo al Este hasta que el fuerte
del Cañuelo y la punta Oeste de la isla de Cabras estaban a tiro^ poniendo en segui-
da proa hacia el Este, cuarto a Sudeste. Momentos después encontraba una pro-
fundidad de 10,5 brazas, y, por la apariencia del oleaje^ juzgué que estábamos dema-
siado adentro y ordené virar hacia el Este, cuarto al Nordeste, hasta encontrarnos
frente a la punta Este de la isla de Cabras, y entonces hicimos nuevamente rumbo
hacia el Este, cuarto al Sudeste.
Cuando enfrentamos las baterías del Oeste del Morro, viramos en redondo e hici-
mos rumbo hacia la entrada del puerto. Por el estadímetro se comprobó que la dis-
tancia que nos separaba del Morro era de 1. 100 yardas. En esta posición quedamos
en espera de los acontecimientos, con la dotación en sus puestos y los cañones car-
gados, pero con las recámaras abiertas.
En tierra se observaba muy poco movimiento. Se hacían señales en la estación
del semáforo, y podíamos ver a unos cuantos hombres corriendo a toda prisa por
el Morro, conduciendo aparentemente los juegos de armas de la artillería.
Con la luz que había era muy ditícil determinar con certeza la posición de los
cañones. Habiendo el lowa comenzado el fuego, el Detroit hizo lo propio a las cinco
y quince, con la batería de babor, disparando contra el Morro; se hicieron frecuentes
pausas para permitir que el humo (muy denso) se disipara. Cuando el lowa se acer-
có a nuestro costado, se dio la orden de suspender el fuego, a fin de no quitar la
visualidad a dicho buque. En estos momentos se vió que los cañones del fuerte del
CRÓNICA S ság
Este, San Cristóbal, hacían fuego, cayendo los proyectiles a corta distancia de
nosotros.
Cuando el lowa hubo pasado reasumimos el fuego, dirigiéndolo contra el fuerte
del Este ^. Así continuamos hasta que la escuadra hubo pasado, suspendiendo el
fuego cada vez que se juzgó que el humo podía entorpecer el de los buques.
Después que hubo pasado el Terror^ viramos y seguimos detrás de él. Por este
tiempo caían ya proyectiles a ambos lados de nosotros, pero a largos intervalos. Pare-
cían ser el resultado del azar, y no de una buena puntería. Ningún proyectil dio en
el buque, y no hubo bajas que lamentar. Durante el resto del encuentro permaneci-
mos fuera del alcance de las baterías de tierra, en obediencia a una señal de que no
siguiéramos al buque insignia.
El comportamiento de los de a bordo fué excelente. La única falta que encontré
fué una tendencia a disparar con mayor rapidez de lo que exigían las circunstancias.
Debido a esto y al oleaje, se perdían muchos de los proyectiles. Como no había
Guardia marina a bordo, el contador se hizo cargo, voluntariamente, del almacén de
pólvora de popa, y el ayudante del pagador, Iglehart, actuó como mi ayudante en
el puente.
Las baterías están prácticamente en la misma condición que antes del combate.
La única dificultad que hubo fué con el mecanismo del ascensor, de los dos cañones
de cinco pulgadas, en la popa y castillo de proa. En ambos, el arco de elevación y el
tornillo sin fin se cuartearon, y algunos pedazos saltaron con la fuerza del golpe del
retroceso. Por lo demás, el nuevo cañón de popa soportó bastante bien el fuego; pero
al final del combate funcionaba con alguna dificultad.
Un cartucho corriente de cinco pulgadas marró fuego y otro de los proyectiles
se salió del cartucho al cargar. No hubo ninguna dificultad o entorpecimiento con
las municiones.
Los únicos daños sufridos en el buque o en su equipo fueron debidos al fuego
de sus propios cañones, como sigue:
El bote del capitán se abrió y se destrozó, en parte, debido a los fogonazos de
los cañones que le quedaban debajo. (Mi intención era bajar este bote y echarlo al
garete, en caso de una acción con otros buques.) Daños de pequeña monta fueron
sufridos por el maderaje y el alumbrado eléctrico de la cámara, debido a los fogona-
zos del cañón de cinco pulgadas de la popa.
Uno de los puntales en la cámara (a 1 8 pies del centro de la batería) se dobló
algo por los fogonazos del mismo cañón; dos puntales debajo del castillo, a cuatro
pies del centro del cañón de arriba, se doblaron también.
Se gastaron las siguientes municiones:
Proyectiles corrientes de cinco pulgadas 175
Proyectiles corrientes de seis libras 123
Proyectiles corrientes de una libra 20
Total 318
Soy de usted, señor, muy respetuosamente,
J. H. Dayton,
comandante.
Al Comandante en jefe de las fuerzas navales de los Estados Unidos. — Estación
del Atlántico del Norte.
1 Éste fué fuego que tomó de enfilada la batería de Los Caballeros, de mi castillo.— A", del A,
APÉNDICE NUMERO 6
Cartas que el Almirante C. D. Sigsbee dirigió al autor de este libro.
Mi querido capitán Rivero:
Su muy atenta visita de ayer me agradó rríuciio, río sólo por haberle conocido
personalmente, sino también por haber sabido por usted que mi informe oficial refe-
rente a la acción del San Pablo y el Terror fué correcto.
Quizá no supe hacerme entender claramente respecto a mi decisión dé mante-^
nerme, después del combate, a la expectativa, en vez de perseguir al Terror hacia el
puerto. No supe, hasta el siguiente día de la acción, la importancia de las averías su-
fridas por este destróyer, y como la información vino de parte del patrón de una go-
leta que se hacía a la mar, naturalmente, yo no sabía si él decía toda la verdad o si
trataba de engañarme.
Cuando el Terror puso proa al puerto, yo creí que él había sido tocado, por lo
menos una vez; pero como navegaba a gran velocidad, que a sotavento era mayor
que la del San Pablo ^ y además éste había permanecido inactivo mucho tiempo^ no
pudieron sus máquinas desarrollar más grande velocidad hasta después de unos
quince minutos; por lo menos, y solamente entonces pude haberle perseguido a 17
nudos de andar.
Como mi buque estaba a seis millas de la orilla, no pude, en los momentos en
que vi que el destróyer se dirigía al puerto, atacarlo nuevamente sin ponerme bajo
el fuego de las baterías.
Solamente cuando el Terror cayó hacia sotavento y se dirigió hacia la bahía es
que pudimos ver, desde el San Pablo^ que él estaba, al parecer, muy averiado por la
parte de popa.
Le repito que con las órdenes que yo tenía de mantener solamente el bloqueo,
hubiese sido una mala resolución someter el San Pablo al fuego de las baterías de
costa.
El negativo fotográfico tomado desde sus baterías, y que usted me dio, es muy
valioso para mí, porque demuestra, mirando hacia el mar, la escena del combate entre
el San Pablo y el Terror.
Me interesaría saber qué le aconteció al capitán La Rocha después de ser juzgado
por una Corte Marcial^ ^ y mucho le agradecería el que usted me enviase una nota con
las pruebas que contra él se presentaron en dicha Corte^ y también qué castigo se le
impuso; es decir, si fué degradado o destituido. El capitán La Rocha tiene todas mis
simpatías, y ahora le repito lo que le dije ayer: que la opinión a bordo del San Pablo
era que el ataque del Terror fué hecho con gran valor; pero se cometió un grave
error realizando dicho acto de día en lugar de hacerlo por la noche. Para mí fué una
gran satisfacción el que dicho ataque se ejecutase durante el día.
^ Yo le dije al contraalmirante Sigsbee que se había formado Juicio Coníradidorio p^vdiX^soXY^r sil.^
Rocha era acreedor a la cruz de San Ferniíndo; y él entendió que este oficial fué juzgado por un Consejo de
guerra. — -A', del A.
CRÓNICAS ^Oi
Dándole las gracias por su visita y por sus informes, así como también por los
negativos que bondadosamente me dio, quedo de usted sinceramente.
{Firmado) Charles D. Sigsbee,
contraalmirante , Marina de E. U.
Capitán Ángel Rivero, calle de Tetuán. San Juan P. R.
OFICINA DEL COMANDANTE DEL SEGUNDO ESCUADRÓN DESTACADO;
ESCUADRA DEL NORTE ATLÁNTICO
U. S. F. Brooklyn^ Tompkinsville, N. Y*
Julio 31, 1905.
Sr. D. Ángel Rivero, calle de Tetuán* San Juan P. R.
Mi querido capitán Rivero: Place poco tiempo, y a petición de la señora La Ro-
cha, de Cádiz (España), viuda del comandante La Rocha, le dirigí una larga carta, de
la cual envío a ustad copia.
La señora de La Rocha me manifestaba que toda Vez que mi carta era escrita a la
viuda del comandante La Rocha, mis manifestaciones podían ser tomadas en España^
por aquellos a quienes concernía, como una simple cortesía a una señora, y, por lo
tanto, tales argumentos perderían todo su valor en caso de que ella los presentase
para hacer presente su derecho a obtener una pensión.
Tal interpretación de mi carta, como usted indudablemente sabe, no sería exacta
en los Estados Unidos; pero en España, donde las expresiones de cortesía llegan
siempre a un grado más alto que en Norteamérica, mi carta tendría escaso valor si
yo la envío dirigida a la señora La Rocha.
Por eso esta señora me sugiere que yo le escriba a usted, y accediendo a sus de-
seos, tengo el honor de enviarle aquella carta ^ a usted y a su dirección, rogándole
que si usted lo cree oportuno, se la envíe a Madame La Rocha. Además, yo enviaré
una copia directamente a esta señora.
Con mis mejores saludos y deseos para usted, y en la esperanza de que la señora
La Rocha tenga éxito en conseguir su pensión, quedo sinceramente suyo.
Charles D. Sigsbee,
Kear-AJmiral^ II. S. Navy^
Conitnander Detached Second Sqnadron* •
1 La carta a cine hace referencia el almirante Sigsbee, antiguo capitán del .SV. Paul y del crucero Mainé
Contenía un extenso elogio de la conducta valerosa del comandante La Rocha y de toda la tripulación del
destróyer Terror, calificando el acto temerario realizado por este buque, en pleno día, de heroico y desespe-
rado, y añadía que tal hecho en cualquier Marina hubiera sido recompensado con el más alto galardón. El
hecho de haber remitido la citada carta por conducto del presidente del Casino Español de San Juan de Puerto
kico, Antonio Alvarez Nava, a la viuda del comandante La Rocha, sin haber tenido la precaución de copiarla,
me priva de ofrecer a mis lectores tan notable documento. — N. del A.
APÉNDICE NUMERO 7
Sobre el bloqueo de San Juan
U. S. S. St, Paul.
Mola de St. Nicolás, Haití, junio 27, 1898.
Señor:
En vez de abandonar el bloqueo de San Juan esta noche, y seguir directamente
a New York, por carbón, de acuerdo con sus órdenes, decidí ayer venir aquí con
objeto de recomendar a usted el pronto aumento de la fuerza naval que bloquea el
puerto de San Juan, donde el Yosemite^ actualmente, está solo, como estuvo St, Paul
hasta la llegada del Yosemite
Tan pronto como este buque llegó frente a San Juan le fué demostrado que no
podía aproximarse, sin peligro, a las baterías. En efecto, los buques de guerra espa-
ñoles han resuelto mantenerse al amparo de las baterías, las cuales, como a usted le
consta, son muy fuertes y bien servidas.
Deseo, respetuosamente, sugerirle que existe mayor dificultad en bloquear este
puerto que el de la Habana, donde no hay buques de guerra enemigos, ni destroyers,
y donde el puerto puede ser bloqueado, al mismo tiempo, por el Este y Oeste, te-
niendo así asegurado el flanqueo.
Los buques que intenten burlar el bloqueo de San Juan pueden, a causa de la
poca extensión de la Isla de Este a Oeste, recibir noticias telegráficas en cualquier
otro puerto del litoral, sobre la situación del bloqueo, y en pocas horas entrar en San
Juan. Esto también pueden hacerlo tocando antes en los puertos del Este y Oeste de
St. Thomas.
Cuando un solo buque constituye la fuerza del bloqueo, éste se ve, a menudo,
obligado a pasar visitas a buques que se aproximan mucho a la costa, y esto es dema-
siado expuesto a un ataque durante la operación.
Mi salida de San Juan, un día antes de lo que era mi intención, fué debido a la
creencia, basada en noticias que recibí de la ciudad, de que el Terror no podía, en
un solo día, reparar todo el daño que le hizo el St. Paul^ sobre lo cual llamo su
atención en otra carta de esta misma fecha. Es juicioso tener constantemente en el
pensamiento al Terror como posible fuerza activa; pero aun no ocupándonos de
él, los servicios que deben ser realizados por el Yosemite^ de bloquear un puerto bien
fortificado, donde existe una fuerza de buques enemigos que, unidos, es mayor que
la de él, es asunto muy difícil. Si permite que lo echen fuera de la costa, aún tempo-
ralmente, podría establecerse la reclamación de que tal bloqueo no era efectivo. Esto
aun era más fácil cuando el St, Paul estaba solo en el bloqueo, a causa de que su
velocidad se había reducido considerablemente por un accidente de la máquina de
estribor
Me aventuro a sugerir que, para hacer efectivo el bloqueo de San Juan, hace falta
c; R o K 1 C A s
593
una considerable fuerza de buques fuera del puerto, permitiendo hacer algún crucero
ocasional alrededor de la isla.
Al Oeste de San Juan la costa es peligrosa y permite, fácilmente, a los buques
forzadores del bloqueo, usando pilotos locales, navegar tan aterrados que les sería
fácil entrar en puerto durante la noche.
Muy respetuosamente,
C. 1). Sjgsbee,
Al Secretario de la Guerra.
APÉNDICE NUMERO 8
El Almirante D. Pascual Cervera.
Don Ángel, hijo y ayudante del heroico general Cervera, en nuestra larga entre-
vista celebrada el día 4 de septiembre de 1922, en Madrid, tuvo la bondad de darme
detalles preciosos sobre la preparación, salida y destrucción de la escuadra española,
así como del cautiverio de los supervivientes. He creído oportuno enriquecer esta
crónica con dicho relato, uno de los más emocionantes de todo el libro:
— «El día 2 de julio de 1898 el general Blanco, capitán general de la isla de Cuba,
envió un cablegrama al ministro de Marina, Sr. Auñón, en el cual decía: He ordena-
do que salga escuadra inmediatamente ^ pues si se apodera enemigo boca puerto está
perdida.
La misma autoridad, con fecha l.^, había dirigido (a mi padre) tres telegramas
urgentísimos^ y con intervalo sólo de media hora, ordenando que la escuadra saliese
cuanto antes. Disponíase el almirante a prestar ciega obediencia a orden tan desca-
bellada, cuando el día 2, y apenas amanecido, Blanco vuelve a urgir, dando orden
definitiva para la salida, que fué sentencia de muerte para más de 300 hombres. El
parte está fechado en 2 de julio a las cinco y diez minutos de la mañana, y se lee:
« Urgentisimo. En vista estado apurado y grave de esa plaza, que me participa general
Toral, embarque V. E., con la mayor premura, tropas desembarcadas de la escua-
dra, y salga con ésta inmediatamente.»
La Junta fué citada, pues, ante aquella orden, holgaba toda discusión. Mi padre
dio instrucciones para el combate, y señaló las cuatro del mismo día para hacerse a
la mar; abrazó, conmovido, a cada uno de los comandantes, y ordenó a D. Víctor
Concas, jefe de Estado Mayor accidental, por enfermedad de Bustamante, que pu-
siese tal resolución en conocimiento del general Toral, quien había substituido a Li-
nares en el mando de la plaza. Después me llamó, y ambos formamos un abultado
legajo con todos los documentos oficiales, cartas y telegramas cruzados con el Go-
bierno de España; el legajo fué cerrado y lacrado, y seguidamente lo deposité en po-
der del arzobispo de Santiago, quien, requerido, dio palabra de honor de no entre-
gar tal depósito sino a mi padre, o a sus deudos, si aquél perecía en el combate.
Después el almirante confesó y comulgó con fervor cristiano, siempre consciente del
grave trance que iba a afrontar.
No fué posible salir aquel mismo día por haberse retrasado la fuerza de desem-
barco, que estaba cooperando a la defensa de la plaza.
Por la noche regresó al Teresa^ su buque insignia; encerróse en la cámara, y
pasó toda la noche en vela, entregado a sus pensamientos. Al clarear aquel día del
cruento sacrificio, y al toque de diana^ salió al aire libre, y le oí decir con voz
tenue:
«¡Vamos allál; al sacrificio, al desastre; ó mejor dicho, vamos 2\ cumplimiento del
deber, »
CRÓNICAS
595
Rompió el día muy cerrado; los buques estaban a presión; los cañones cargados.
El orden de salida fué como sigue: Infanta María Teresa^ buque insignia; Vizcaya,
Colón, Oquendo, y detrás los dos destroyers.
Sus instrucciones ordenaban al comandante del Teresa entablar combate con el
enemigo, tan pronto saliese del puerto, dando lugar a que el resto de la escuadra es-
capase a toda marcha, y con rumbo al Oeste, tomando el Vizcaya la cabeza. Los des-
troyers, al amparo de las grandes unidades, aprovecharían cualquier momento opor-
tuno para lanzar sus torpedos.
Los buques enemigos aquella mañana eran: Indiana, New York, OregáUy lowa,
TexaSj Brooklyn y Massachusets, y además los cruceros auxiliares, cañoneros, car-
boneros, etc., etc.
A las nueve de la mañana de aquel día, 3 de julio de 1 898, se dio la orden de
¡avante!, y un grito inmenso de ¡viva España! fué lanzado por la marinería, viva que
contestaron las tropas de tierra que coronaban todas las alturas del puerto.
La comparación de armamento entre ambas escuadras era desconsoladora: 27.840
toneladas españolas contra 73-555 americanas; 14 cañones de 30 centímetros, 38
de 20 y 191 de 15 centímetros, todos de tiro rápido, contra 1 14 en nuestros barcos,
y ninguno superior al calibre de 28, de los cuales sólo teníamos 6.
Las dotaciones habían consumido, bien temprano, un rancho extraordinario.
Leváronse anclas, y el Teresa, con su gran bandera de combate azotada por la
brisa, cruzó por delante de los demás buques que le rindieron, por vez postrera, los
honores reglamentarios; y a las nueve y treinta minutos de la mañana, envuelto en el
humo de sus chimeneas y levantando montañas de espuma, asomó la proa Morro
afuera; el práctico de Santiago dijo después que «Cervera se mostraba tranquilo
como si se hallase en su cámara y fondeado » .
Añado a lo anterior que rni padre aparecía risueño, y hablaba con los más cerca-
nos en el puente, mientras comía lentamente una galleta.
La corneta de órdenes dio la señal de pelea, y sus agudos toques fueron repeti-
dos de batería en batería; entonces el Teresa, a todo su andar, se lanzó contra el bu-
que enemigo más cercano y rompió fuego contra él, con todas las piezas de a bordo;
este buque era el Brooklyn, insignia del comodoro Scheley, quien maniobró para enfi-
lar al Teresa con sus gruesos cañones; pero esquivando la acometida, se refugió en-
tre el lowa y el Texas; seguidamente estos tres buques nos tomaron por blanco, dis-
parando, en salvas, toda su artillería, sin acercarse, y resguardados los sirvientes y ma-
rinería tras sus potentes corazas, verdaderas murallas de la China, comparadas con
las débiles protecciones de nuestros cruceros, a quienes para halagar el espíritu pú-
blico se había designado con el pomposo nombre de acorazados.
Según un relato de Concas, él vio chocar hasta 7 proyectiles, de gran calibre,
sobre su torre de mando; uno de ellos mató, convirtiéndolo en un montón de piltra-
fas, a su ordenanza; y un casco de granada, rebotando, hirió al mismo Concas en un
brazo y una pierna, dejándolo maltrecho.
Mi padre, entonces, en vez de llamar al segundo que estaba en una torre, tomó el
mando del Teresa, a tiempo mismo que un proyectil de 30 centímetros reventaba
sobre la popa, cortando en varios parajes la tubería y haciendo gran destrozo. El bu-
que tomó fuego que fué aumentando a pesar de los heroicos esfuerzos realizados para
extinguirlo; todo el maderamen ardía; el vapor se escapaba a chorros por los tubos
rotos y ya las piezas de pequeño caHbre, huérfanas de sus sirvientes, muertos junto
a ellas, comenzaban, al ser caldeadas por las llamas, a dispararse automática-
mente.
Ordenó mi padre que fuesen inundados los pañoles, mas no fué posible cumpli-
mentar esta orden porque las llamas lamían los corredores y el humo asfixiaba a la
gente. En derredor de las baterías sólo había muertos y heridos; casi todos los caño-
S96 A . RI VERO
nes estaban estropeados y las llamas, avanzando hacia los repuestos de municiones,
amenazaban con una explosión, y por eso el almirante ordenó proa a la costa, frente
a punta Cabrera, y aunque antes de llegar a la playa se pararon las máquinas, el im-
pulso inicial llevó el buque hasta un paraje cercano ^. No hubo necesidad de afrontar
el trance doloroso de arriar la gran bandera de combate; ella, tal vez por algo
inexplicado, tocó las llamas que consumían un mástil, y a poco tiempo, destruida
por el fuego, sus pavesas, aventadas por la brisa, se disolvieron en las aguas de
la mar.
El honor quedaba salvo y también cumplimentadas las Ordenanzas de la Armada
que prescriben tal medida, en caso de un combate desgraciado, para evitar ser presa
del enemigo.
La mayor parte de los botes eran un conjunto de astillas y por eso el salvamento
fué muy difícil, dándose permiso al personal que sabía nadar para que ganasen a
nado la costa. Mi padre se arrojó al agua en los últimos momentos, asistido por los
cabos de mar Juan Llorca y Andrés Sequeiro. Iba asido a un cuartel que tomaron a
remolque los citados cabos de mar, y yo le empujaba por detrás; pero a poco solta-
ron el remolque los cabos y yo continué empujándolo hacia la playa, habiendo tenido
la dicha de lograr mi objeto con la ayuda de Dios.
Tres cuartos de hora más tarde comenzaron a llegar botes americanos que ve-
nían por sus prisioneros.»
— jiEs cierto, señor Cervera, el dicho de algunos periodistas y autores de que los
cubanos hicieron fuego sobre los supervivientes de la catástrofe.f^
— «A la tripulación del Teresa no le hicieron fuego los insurrectos; pero sí envió el
cabecilla que andaba por allí un emisario al almirante diciéndole que si se entregaba
a ellos, los trataría muy bien. A lo que le contestó que él se había rendido a los
americanos, pero no a los insurrectos.»
Don Ángel continuó su felato: — «En cuanto a los demás buques, usted sobrada-
mente conoce lo ocurrido. El Vizcaya, mandado por el bravo Enlate, se lanzó también
contra el Brooklyn, el buque enemigo de más andar, y con la intención de abor-
darlo; pero el Brooklyn le enseñó la popa y, describiendo un 8, se echó fuera, enfi-
lando, después de la maniobra, sus gruesos cañones contra el Vizcaya] a las once
y media, cuando ya no había a bordo de este crucero ni un solo sirviente ileso, ni
una sola batería que no estuviese inutilizada, con su comandante herido, pero sin
entregar el mando, y después de oír el consejo de sus oficiales, maniobró con toda la
velocidad remanente, lanzándose contra los arrecifes del Aserradero y embarran-
cándolo.
El Colón, comandante Díaz Moreu, el buque mejor protegido de la escuadra,
aunque falto de sus gruesos cañones, solamente tuvo un muerto y unos pocos heri-
dos; todos los demás perdieron, a lo menos, un tercio de sus dotaciones. Este bu-
que, que había ganado gran trecho a sus perseguidores, fué perdiéndolo por decaer
la velocidad a causa de la baja de presión en sus calderas al consumir el poquísimo
carbón bueno que tenía, y empezar a quemar el que hizo en Santiago, y entonces
comenzaron a caer a su alrededor los gruesos proyectiles del Oregón y otros acora-
zados enemigos que venían a su alcance. Poco más de la una de la tarde sería cuando
embarrancó en una playa, donde desemboca el río Tarquino, aunque sin recibir gra-
ve daño 2.
El Oquendo, desde el instante de su salida, recibió los fuegos combinados del In-
1 Más tarde este crucero se fué a pique cuando se trató de remolcarlo a los Estados Unidos. — N. del A.
2 La Prensa americana, y hasta el senador H. Cabot Lodge en su libro, acusaron públicamente al coman-
dante del Colón de haber abierto traicioneramente las válvulas, echando a pique el buque después de ren-
dido.—iV. del A,
CRÓNICAS 59;
diana, lowa y Oregon, y en pocos minutos quedó fuera de combate. Su coman-
dante Lazaga, maniobrando hábilmente, pasó cerca del Teresa, perseguido por lo^:
enemigos, como jauría frenética persigue su presa; poco después las llamas se apo-
deraban de las torres y sin cañones útiles, sin sirvientes y con el casco hecho una
criba, y viendo cercana su captura, puso proa a la costa y embarrancó una milla
más allá del Teresa, El valiente y noble Lazaga, en el último momento, y cuando ya
había embarrancado su buque, súbitamente cayó muerto víctima de un colapso. Su
cadáver fué piadosamente cubierto con la bandera de la Patria.
Los destroyers, casi en la misma boca del puerto, fueron hundidos por el fuego
enemigo, y principalmente por los del GloMscester, capitán Wainwright. El Furor y
el Plutón pudren sus cascos, frente al puerto, y en el fondo del mar.
Los que dieron la orden para que saliese la escuadra a todo trance, podían dor-
mir tranquilos; su orden había sido cumplimentada. Es verdad que por tal orden, y
por no desobedecerla, murieron 223 hombres, 15I más resultaron heridos; es decir,
el 25 por 100 del total de las dotaciones, y el resto, con su almirante, eran recibidos
a bordo de los buques enemigos, con los más grandes honores y frases congratula-
torias que registra la historia de los combates navales.
El comportamiento de los vencedores, no me cansaré de repetirlo, fué superior a
toda ponderación; el almirante, en su parte oficial escribió: «Réstame decir a Vuecen-
cia para ampliar los rasgos característicos de esta lúgubre jornada, que nuestro ene-
migo se ha conducido y conduce actualmente con nosotros con una hidalguía y de-
licadeza que no cabe más; no sólo nos han vestido como pudieron, desprendiéndose
de efectos, no sólo del Estado, sino también de propiedad particular; además han
suprimido la mayor parte de los hurras por respeto a nuestra amargura; hemos sido
y somos objeto de entusiastas manifestaciones por nuestra acción, y todos, a porfía,
se han esmerado en hacer nuestro cautiverio lo más llevadero posible.»
Mi padre, yo y el grupo del Teresa fuimos conducidos a bordo del Gloucester,
primero, y luego al lowa 1. Evans, su comandante, pronunció estas palabras al es^
trechar la mano de mi padre:
1 Dice el capitán Evans, comandante del lowa^ en un libro suyo publicado poco después de la guerra, y
en su página 360, lo que sigue: «En cada bote había 3 ó 4 pulgadas desangre, y en muchos de los viajes lle-
garon algunos cadáveres sumergidos en aquel rojizo y espeluznante líquido. Estos bravos luchadores, muer-
tos por su amada Patria, íueron después sepultados con honores militares rendidos por la tripulación del
lowa. Tales ejemplos de heroísmo, o por mejor decir, de fanatismo por la disciplina militar, jamás habían sido
llevados al terreno de la práctica tal y como acababan de realizarlo los marinos españoles; uno de éstos, con
el brazo izquierdo completamente arrancado de su sitio, y el brazo descarnado sujeto solamente por peque-
ños trozos de piel, subió la escala de mi buque con estoica serenidad, y al pisar la cubierta se cuadró, salu-
dando militarmente. Todos nos sentimos conmovidos en el más alto grado; otro llegó sumergido en una charca
de sangre, con solo la pierna derecha; fué atado con un cabo en el bote, y cuando se le izó a bordo no pro-
firió ni una queja.
Para terminar la faena, llegó el último bote conduciendo al comandante del Vizcaya, Sr. Eulate, para
quien se trajo una silla, porque estaba malherido. Todos sus oficiales y marineros, al verle llegar, se apresu-
raron a darle la bienvenida tan pronto se desenganchó la silla del aparejo. Eulate, poco a poco, se incorpo-
ró, y saludándome con grave dignidad, desprendió su espada del cinto, llevó su guarnición a la altura de los
labios, la besó reverentemente, y con ojos llenos de lágrimas me la entregó. Tan hermoso acto jamás se bo-
rrará de mi memoria; apreté la mano de aquel valiente español, y no acepté su espada. Entonces, un sonoro y
prolongado hurra salió de toda la tripulación del lowa.
En seguida, varios de mis oficiales tomaron en la silla de manos al capitán Eulate, con objeto de conducirle
a un camarote dispuesto para él, donde el médico reconociese sus heridas. En el momento en que los ofi-
ciales se disponían abajarle, una formidable explosión, que hizo vibrar las capas de aire a varias millas ende-
rredor, anunció el fin del Vizcaya. Euleite volvió el rostro, y extendiendo los brazos hacia la playa, exclamó:
«¡Adiós, Vizcaya!; ¡adiós, ya...» y los sollozos ahogaron sus palabras.
Como viera yo que las tripulaciones de los dos primeros buques echados a pique no habían sido visitadas
3tún por Iqs nuestros, puse hacia ellos la proa del lowa, A poco an4ar encontré d\ Gloucester que regresaba,
38
598 A . R I V E R O
«Caballero, sois un héroe; habéis reaÜzado la hazaña más sublime de todas cuantas
guarda la historia de la Marina.» ^
El almirante y su grupo fuimos instalados últimamente en el crucero auxiliar
St. Lotiis^ donde recibimos un trato esmerado, y navegamos hasta llegar a Port-
Mouth, donde fondeamos el lO de julio. En este punto recibió- mi padre pruebas
inequívocas de la alta estimación que a marinos y paisanos merecía, y, muy especial-
mente, del obispo de Portland y del cura párroco de la población, quienes hicieron
cuanto pudieron en obsequio nuestro.
El l6 de julio fuimos trasladados a Annápolis, y llegamos en medio de una
estruendosa recepción, en que el pueblo nos aclamaba, rindiéndosenos, además, los
honores correspondientes a cada giado. Se nos alojó confortablemente en el edificio
de la Academia Naval, y el secretario de Marina, en un rasgo de delicadeza, nombró
superintendente de dicho Centro de enseñanza al contraalmirante Mac-Nair, para que
mi padre no apareciese bajo la custodia de un jefe de grado inferior.
En el libro de Concas se lee: «Mac-Nair era un cumplido caballero, que, obede-
ciendo órdenes de su Gobierno, y dando él mismo el ejemplo, impuso una conducta
correcta y dignísima para nosotros, de lo cual se hicieron lenguas desde el almirante
hasta el último guardia marina.»
El almirante solicitó y obtuvo permiso para visitar a los heridos de la escuadra,
viajando así libremente.
Durante su cautiverio recibió afectuosos telegramas de España y del extranjero,
y por este tiempo pude leer en el Neiv York Herald^ diario el más importante de
los Estados Unidos, y en su edición del 12 de julio, lo que sigue: «La figura más
heroica de esta guerra, en lo que a los españoles respecta, es, sin duda, la del almi-
rante Cervera; es él un buen marino, valiente y caballeroso.»
El 1 8 de agosto mi padre dirigió una carta a mi hermano Juan, carta en la cual
hay este párrafo: «He olvidado decirte que aquí me ha tratado (el pueblo americano)
con una consideración y afectos extraordinarios por lo del teniente Hobson; hubo
día que he tenido que dar la mano como 2.000 veces.» Sus habitaciones, en la Es-
cuela Naval, siempre estuvieron llenas de frescas flores, que las señoritas de Anná-
polis le enviaban cada día.
El 12 de septiembre, y en medio de una entusiasta despedida que nos tributa-
ron los habitantes y autoridades de la ciudad de New York, embarcamos todos los
cautivos en el gran vapor inglés City of Rome, el cual llevaba con rumbo a España
dos generales (mi padre y Paredes Chacón), ocho jefes, 70 oficiales y guardias mari-
nas y 1.524 clases y marineros.»
trayendo al almirante Cervera, a varios de sus oficiales y a un gran número de heridos. El Ilarward había re-
cogido la tripulación del Oqiiendo y del Teresa, y a media noche tenía a bordo 966 prisioneros, casi todos
heridos.
Con respecto al valor y energía, nada hay registrado en las páginas de la Historia que pueda asemejarse
a lo realizado por el almirante Cervera. El espectáculo que ofrecieron a mis ojos los dos torpederos, meras
cascaras de papel, marchando a todo vapor bajo la granizada de bombas enemigas, y en pleno día, sólo se pue-
de definir de este modo: fi/e un acto espaíiol.
El almirante Cervera fué trasladado desde el Gloucester a mi buque; al pisar la cubierta fué recibido con
los honores militares debido a su categoría, y por el Estíido Mayor en pleno, el comandante del barco y los
mismos soldados y artilleros que, con las caras ennegrecidas por la pólvora, salieron, casi desnudos, a saludar
al valiente marino, quien con la cabeza descul)ierta pisaba con gravedad la cubierta del vencedor.
La numerosa tripulación del lo^va, unida a la del Gloucester , prorrumpieron unánimemente en un ¡hurra!
atronador cuando el almirante español saludó a los marineros americanos. Aunque el héroe ponía sus pies sm
insignia alguna sobre la cubierta del lozva, todos reconocieron que cada molécula del cuerpo de Cervera
constituía por sí sola un almirante.»
^ The destruction ofthe spanishjieet. — Cap. Mahan. — N'. del A,
APÉNDICE NUMERO 9
El Almirante Cervera, su liberación y regreso a España-
El almirante Cervera y sus compañeros de cautiverio fueron transportados a Es-
paña en el vapor inglés City of Rome, procedentes de New York; este vapor fondeó
en Santander el 19 de septiembre, ya por la tarde. Vinieron a bordo a saludar al
almirante, además de sus hijos D. Juan y D. Luis, numerosas Comisiones departa-
mentales compuestas de oficiales de Marina; la de Cádiz estaba presidida por el ge-
neral Warleta, el cual dio lectura a un sentido mensaje.
S. M. la Reina le envió este telegrama: «La Reina al almirante Cervera. A su
llegada a España le saludo cariñosamente, así como a todos los jefes, oficiales y ma-
rineros que le acompañan. Le ruego me dé noticias del estado de los heridos y en-
fermos.— María Cristina.»
En un coche de salón del tren expreso llegó a Madrid el almirante Cervera,
siendo recibido en la estación por el ministro de Marina vSr. Auñón, quien, tanto él
como sus ayudantes, vestían de paisano. Este general Auñón, verdadero responsable
de la descabellada salida de la escuadra desde Cabo Verde, saludó cortésmente al
almirante, y entre ambos se cruzaron estas palabras:
— Siento mucho lo ocurrido, mi general; supongo que habrá usted perdido todo
lo suyo en el naufragio.
— Así es — contestó don Pascual — , todo, menos el honor.
— ¡Es lástima! — replicó Auñón, cambiando el giro de la conversación L
Desde la estación hasta la rambla de San Vicente, todo el trayecto estaba acor-
donado por la Guardia civil y vigilado por numerosos policías, como si el (jobierno
temiese que alguien pudiese realizar algún acto hostil contra Cervera. Nada ocurrió,
aunque el pueblo permaneció indiferente, mirando con simple curiosidad al héroe,
a quien sus propios enemigos alzaron sobre el pavés de la gloria.
El Tribunal Supremo había iniciado el proceso reglamentario para depurar res-
ponsabilidades por la pérdida de la escuadra. La Prensa periódica, casi unánime-
mente, publicaba artículos incendiarios pidiendo los castigos más severos para el
responsable o responsables del desastre. Los representantes en las Cortes de la na-
ción abundaban en la misma idea. Cervera era espiado de orden del Gobierno, y a
todas partes era seguido por agentes secretos de la Policía; ofendido por tales pro-
cedimientos resolvió hablar, y para ello solicitó del ministro de Marina que, cuanto
antes, su causa fuese vista y fallada.
Aquel famoso proceso fué incoado, por una declaración del* Consejo Supremo
de Guerra y Marina, constituido en Sala, «contra el comandante general Cervera,
contra el segundo jefe D. José Paredes y contra todos los demás comandantes de
los cruceros destruidos en el combate naval de Santiago de Cuba», Fué presidente
el Sr. Castro, e instructor el Sr. Fernández.
1 Apuntes 4el almirante, que me han facilitado sus hijos.— A', del A,
6oo A . R I V E R O
La campaña de la Prensa había llegado a su mayor intensidad, y la opinión pú-
blica aparecía lamentablemente descarriada. vSe llegó a decir «que en el combate de
Santiago se había perdido, además de la escuadra, el honor». Se llegó a vejar al
almirante y a sus nobles compañeros; se pedía a voz en grito el castigo de todos.
A tamaño ultraje respondieron los marinos supervivientes del combate de San-
tiago de Cuba, regalando a su almirante un valioso bastón de mando, con el puño
de oro, y una nutrida Comisión, presidida por Díaz Moreu y Aznar, le visitó en su
hogar de la calle del Barco, y al hacerle entrega del presente, tributáronle frases de
cariño y admiración, tratando así de desagraviar al caballero y al marino, torpe-
mente ofendido por un puñado de hombres, estrategas de café, muy valientes en sus
acusaciones, pero que no contribuyeron al torrente de sangre española, que enroje-
ció las aguas de Cuba el 3 de julio de 1898, con una sola gota de la suya, anémica y
rica en glóbulos blancos.
En todo tiempo y en todos los pueblos, los que más gritan, los que más exigen,
resultan después los mgs cautos, los más pusilánimes que esconden hábilmente sus
debilidades de corazón con la envuelta de sus exageraciones.
Aquel día, y durante la recepción, el general Blanco, último gobernador general
de la isla de Cuba, y el mismo que, siguiendo las instrucciones del Ministro Auñón,
forzó la salida de la escuadra del puerto de Santiago, subió las escaleras de la casa
de Cervera y unió sus felicitaciones a las de los marinos.
El 20 de febrero de 1899, en el Senado, el conde de las Almenas pronunció un
célebre y terrible discurso, calificando de enfermo y loco al almirante Cervera, «cuya
salida, en pleno día, acusaba notoria incapacidad, y sólo tenía explicación favorable,
suponiendo que el almirante se hallaba entonces en estado de demencia; así ha sido
calificado este suicidio de la escuadra por los marinos de todo el mundo, revelando,
al mismo tiempo, la decadencia del espíritu marítimo español».
El senador, almirante Arias Salgado, pidió entonces la palabra /^r^? defender a un
ausente., y dijo:
— Siento, señores senadores, tener que leer una de las censuras de un periódico
extranjero, el Engineering, de 21 de julio de 1 898, que dice como sigue: «Si España
estuviese servida por sus hombres de Estado y por los empleados públicos como lo
ha sido por sus marinos, todavía podría ser una gran nación.» ^
Hacia finales de abril cayó el Gobierno del Sr. Sagasta, hostil a Cervera, y subió
al Poder el Sr. Silvela, desempeñando la cartera de Marina el general Gómez Imaz,
uno de los pocos que, en el célebre Consejo de generales reunido por Auñón, votó
en contra de la salida de la escuadra de Cabo Verde. El 20 de noviembre de 1898
publicó el Nezv York Journal «los despachos oficiales, cifrados, de Blanco, del almi-
rante Cervera, del presidente Sagasta, del gobierno de Madrid y de los espías espa-
ñoles», publicación que causó, no sólo en España, sino que también en el extranjero,
una sensación de estupor. La Prensa española atenuó sus ataques, y la opinión sen-
sata tomó nuevos cauces^ mostrándose ahora favorable al heroico marino y a sus com-
pañeros, aunque arreciando en sus ataques contra los verdaderos culpables.
El sabio jesuíta Padre Alberto Risco, historiador de alta mentalidad, fácil vena
y admirablemente documentado, en su bello libro Biografía de Cervera^ ^ escribe lo
que sigue: «En una de las sesiones en que se vio la caus^ del general Toral, para
quien se pedía la»pena de muerte, el de igual empleo, March, ponente, pidió la ab-
solución del procesado.
— -«De modo que ha habido guerra; en ella hemos perdido las colonias, hemos per-
^ Diarlo de las Sesiones de (\7r/es, año 1899, tomo I, pág. 2.022.
2 Don Ángel Cervera regaló al autor de este libro un ejemplar de aquella obra, con elegante dedi
patori£^,
C 1^ o N i^QA S 6oi
dido la escuadra, hemos perdido todo, y ahora, señores, aquí no ha pasado nada;
ninguno es responsable de esta hecatombe.» Así habló uno de los consejeros.
— «(¿Que no hay responsables? — interrumpió el general March ^ — . ^-Quieren que
se los cite? [Allá vanl»
Y comenzó a citar novihres de ministros.
— «Señor Consejero — dijo el general Azcárraga, Presidente del Supremo — limí-
tese al asunto de la ponencia.»
— ^«Estoy dentro del asunto — respondió, imperturbable, el general March.»
Pocas sesiones después se dictó sentencia absolutoria a favor del almirante don
Pascual Cervera y Topete, y esta sentencia se publicó con fecha 6 de julio de 1 899.
El 13 del mismo mes el almirante solicitó de la Reina su pase a la situación de re-
serva; en carta a su amigo D. Francisco Diez, escribió: «Hoy o mañana voy a pedir
mi pase a la reserva porque me encuentro viejo cansado, cansado y muy pesimista,
y creo no deben ser así las autoridades de los departamentos.»
El 8 de agosto apareció en la Gaceta Oficial un Real decreto concediendo a Cer-
vera, no su pase a la reserva como tenía solicitado, sino una licencia ilimitada, «en
atención a que sus relevantes cualidades hacen esperar, fundadamente, podrá, en lo
sucesivo, prestar buenos e importantes servicios.»
Como en el extranjero se conociera la colección de documentos referentes a la es-
cuadra de operaciones en las Antillas, publicada por el almirante, después de la ab-
solución y con anuencia de la Reina, se operó una reacción intensa. El secretario de
Marina délos Estados Unidos hizo traducir y editar 15.000 ejemplares de dicha
obra, y el Mavy Department envió a Cervera uno de ellos por conducto del emba-
jador americano en Madrid.
Meses antes, un redactor del Century Magazine se había presentado a Cervera
manifestándole:
— Señor almirante, vengo de New York con el solo objeto de obtener de usted
un artículo de crítica de la pasada guerra, para insertarlo en nuestro periódico 2.
Excusóse el almirante aduciendo el estado del proceso, aun sin fallar, y cuando
recayó sentencia, el mismo periodista se presentó en Puerto Real y abordando nue-
vamente a Cervera le dijo:
«Vengo decidido a no volver a mi país sin unas cuartillas con su firma;
mire, señor almirante, estoy resuelto a pagarle cinco mil pesos por un artículo
que no baje de lOO palabras.» Esta vez tampoco logró su objeto el tesonero perio-
dista.
Míster Charles Me Guffey vino desde los Estados Unidos a España <:í?;í ^/ í-í?/í?
objeto de estrechar la mano de Cervera, y este mismo norteamericano, al regreso a
Chattanooga, condado de Hamilton, su hogar, fundó de su peculio personal una
clase especial del castellano en la Escuela Superior Central, y el aula donde se expli-
caba fué llamada atda española; en ella se comentaba el Qiiijote, y, además, se de- .
claró de texto la Colección de documentos del Almirante Cervera, quien fué nombrado
socio de honor de la Academia de castellano; colocóse en el salón un retrato suyo, y
a su lado una carta que éste había escrito a los estudiantes, fechada en 19 de abril
de 1905. Debajo del retrato hay un artístico cuadro donde figuran estas frases de
Cervera: «La sociedad en que cada cual cumpla con su deber sería feliz.»
Más tarde, el almirante Cervera envió a sus jóvenes amigos de América algunas
semillas de flores españolas, entre ellas una de claveles de color amarillo brillante.
Mr. Me Guffey cruzó estos claveles con otros rojos, y obtuvo una variedad del color
1 Este gencríil y por los años 1893 estuvo de gobernador militar de la plaza de San Juan de Puerto
Rico.
- Biografía de Ccn'cra, ya citada. — Acotas del A,
6o2 A . R I V E R O
de la bandera española, que se llamó, y con ese nombre figura aún en los catálogos
de los floristas, Cerveras pink^ o Admiral pink.
Por pública suscripción, y al saberse en los Estados Unidos los males que aque-
jaban a Cervera, se adquirió y se le ofreció, aunque él declinó el obsequio, una her-
mosa finca en Florida.
El mismo Mr. Me Guffey escribió en la revista The Central Digestí de los Estados
Unidos, lo que sigue:
<?:Su benévolo rostro (el del almirante) era reflejo fiel de su hermoso corazón; su
tipo, más que español, parecía alemán. Por los retratos que yo había visto de él en
los periódicos, debía ser más bajo de estatura de lo que ahora pude ver. Por la apa-
riencia podía tener cinco pies y lO pulgadas de alto, algo inclinado hacia delante y
grueso. Hablaba llanamente^ y no puedo decir si conocía o no el inglés, pues yo
me encontraba ansioso de practicar el español.
Le recordé, elogiándole, su cortesía con Flobson; pero cuando quise expresar el
alto aprecio que los americanos habíamos hecho de su trato para con él, vi en el
semblante claras muestras de confusión; evidentemente le contrariaba que se hablase
en su elogio, y me contestó que no merecía alabanza, y, con breve respuesta, puso
fin a la conversación, diciendo: «Esas cosas son corrientes entre militares.» h.sta fué
la primer muestra de lo que vi, y tanto debía después estimar; es decir, la extrema-
da y verdadera modestia que posee este hombre singular y extraordinario.»
Por su mucha extensión no sigo traduciendo el trabajo de este literato, quien
terminó su conferencia ofreciendo a Cervera 20.000 dólares, si accedía a realizar con
él una tournée por los Estados Unidos y con el objeto de dar conferencias públicas.
Míster Arthur Bird propuso, en el diario The Sydney Record^ que se recaudasen
fondos para fabricar y ofrecer al almirante Cervera una copa de honor.
Asesinado Mac-Kinley el 14 de septiembre de IQOI, la Prensa americana pidió
por cable al almirante una carta o un telegrama de pésame para publicarlo. Cervera
contestó abominando del crimen y condenando la acción villana del asesino; pero al
mismo tiempo aprovechó la oportunidad, aunque guardando todos los respetos al
muerto, para protestar, una vez más, contra su acción injusta de declarar la guerra a
España por causas infamantes, cuyo falso origen se negó siempre a investigar. A
pesar de este cable, que fué un jarro de agua helada que cayera sobre los entusias-
mos del pueblo americano hacia el almirante, aquél reaccionó prontamente y siguió
adelante la suscripción para adquirir la copa de referencia. Poco tiempo después
Mr. Bird llegó a Puerto Real y entregó al general Cervera una copa, maravillosa-
mente cincelada, acompañada de un mensaje, en cartulina negra, con el siguiente
título: «Memorial a Pascual Cervera, almirante de la escuadra española.»
Este documento, del cual me han permitido sacar copia los hijos del llorado al-
mirante, lleva las firmas de numerosos norteamericanos prominentes en todos los
Círculos de los Estados Unidos.
Desde algún tiempo antes de esta ocurrencia, y como he dicho, había comenzado
una reacción favorable a Cervera en la opinión pública española, y es que a todo
un pueblo no puede engañársele para siempre. El 26 de marzo de 1895, ^^ periódico
A B Cabrio un concurso para que el pueblo designase a sus hombres más compe-
tentes, y con objeto de presentarlos al Monarca como ministros verdad de un Go-
bierno nacional. La votación, después del escrutinio, fué como sigue:
Cervera 35-968 votos.
Sánchez de Toca "^á^.w^ ídem.
Maura 21.218 ídem.
Otros varios.. ; 21.612 ídem.
CRÓNICAS 60^
A fines del año 1902 cayó el Gobierno liberal y subió al Poder el conservador,
siendo ministro de Marina D. Joaquín Sánchez de Toca, quien después de conferen-
ciar con Cervera, y por Real decreto de 24 de diciembre del mismo año, lo nombró
jefe del Estado Mayor Central de la Armada, cargo de nueva creación.
El almirante y sus actuaciones habían obtenido, al fin, cumpHda justicia de sus
compatriotas. Pero los sinsabores, las injusticias, los más terribles y cruentos dolo-
res por él sufridos y por él soportados con grandeza de alma y fortaleza de corazón,
jamás superada, habían minado su organismo; y aquel robusto cuerpo se inclinaba
ya a la madre tierra como el árbol secular que, roído por insectos destructores, per-
dió su savia y su lozanía e inclina su mustio ramaje y cubre el suelo con sus hojas
desprendidas por los fríos otoñales. Cumplidos sus anhelos sólo pensó aquel mártir
del Deber en preparar su alma y sus asuntos, bien dispuesto a emprender sti último
viaje. El 4 de marzo de 1909, con unción conmovedora, recibió a su Divina Majestad
de manos del arcipreste padre Antonio Macías, rodeando su lecho sus hijos Anita,
Juan y Pascual, otros deudos y un reducido número de amigos íntimos. El sacerdote,
con voz pausada y solemne, pidióle que perdonase, en nombre de Jesús, a sus ene-
migos. I>a respuesta, que su hijo Ángel transcribió exactamente en su. cartera, fué
como sigue:
«Antes de recibir a su Divina Majestad, aquí presente, tengo que decir que he
vivido en la fe católica, apostólica y romana, procurando ajustar mis actos a lo que
manda la ley de Dios y dispone la Santa Madre Iglesia. Pido perdón al Señor por
mis pecados y me entrego en los brazos de su divina misericordia; doy gracias a to-
dos los presentes por su caridad en asistir a este acto y a mis criados se las doy,
también, por el afecto con que me han asistido. A mis enemigos o personas que no
me quieran bien, hace tiempo que los tengo perdonados; pero aquí, nuevamente, lo
declaro en esta solemne ocasión, y a mis amigos les doy las gracias por el interés que
me demostraron y les pido que me encomienden a Dios. Tengo también que decla-
rar que no ha habido una sola vez en que haya hecho yo un llamamiento al honor y
al deber de mis marinos, en que éstos no hayan respondido, plenamente, a mi ape-
lación; y que si alguna falta pudo haber, nunca fué de ellos, sino mía.»
Al siguiente día llegó a Puerto Real su otro hijo I). Ángel; los restantes, doña
Rosa y D. Luis, llegaron el 8 de marzo.
«¡Ya estaban tocios^ escribe el sabio jesuíta P. Risco, porque también, junto al le-
cho, estaban sus hermanos María y Vicente.»
Eran las dos y cincuenta minutos del día 3 de abril de 1909 cuando aquel vale*
roso marino, aquel noble español, genuino heredero de los navegantes españoles que
pasearon su bandera por toda la redondez de la tierra, cerraba sus ojos a la luz, su
alma blanca ascendía a las serenas regiones donde la maldad y la injusticia no osa-
ron llegar jamás, y su cuerpo quedó convertido en fríos despojos; manos piadosas de
sus hijos cerraron aquellos ojos que durante tanto tiempo vislumbraron, con visiones
de profeta, la realidad de la catástrofe, mientras el sacerdote, rociando el cadáver con
el agua bendecida, musitaba: Beati mo7'tui qui in Domino moriuntur .
El mundo entero se conmovió al saber la noticia, y los periódicos nacionales y
extranjeros llenaron sus columnas de retratos y biografías del fenecido; se derrochó
el incienso y la mirra por aquellos mismos que en años antes regatearon al héroe di-
funto un jirón de gloria. La escuela americana de Chattanooga cubrió con fúnebres
crespones el retrato del almirante y sus hijos recibieron fajos de telegramas y cables,
todos de condolencia.
El día 4 de abril, Domingo de Ramos, tuvo lugar el acto del entierro, que fué so-
lemne e imponente, asistiendo comisiones de todos los departamentos de Marina y
6o4 ±: '< i V K l< o
algunas tripulaciones de buques de guerra. Sus restos mortales reposaron en el ce-
menterio de Puerto Real, hasta que, con fecha 6 de noviembre de K/X)» se publicó
un Real decreto ordenando que dichos restos fuesen trasladados al pante(r)n de Ma-
rinos Ilustres, de San Fernando, por cuenta del listado. Don Segismundo Moret,
Presidente del (lobierno, él, en persona, puso a la firma del Rey este decreto.
Un severo mausoleo se levante') sobre la tumba, ostentando esta inscripción:
Ai.
MOUKLO DE
\LMJi
: Cf
•Ai A,
rVAU, ENTEXni
a) FIEL OK SU J>Er!KK,
.•AIi.\LfJ';i<OSID.\I) Y VI
:rA uoNK.\ sr ^iiímoke
■lAKl
1851)^.
Al refrescar la niemoria de estos sucesos en n^'
rinos f). Ángel y 1). Luis (''ervera, he sentido c
¡Cuánto hubiese yo dado po
frente de héroe y de justo!
rga pláticí
estallar la
;strechar la mano d{^J aimirante C
ccjn los bizarros ma-
fibras de mí alma. -
•rvera y por besar su
Madrid, 12 septic^mbre de i<;
APÉNDICE NUMERO lo
El Teniente Hobson y el "Mernmac'
Con objeto de cerrar la salida a la escuadra del almirante Cervera, y embotellarla
dentro del puerto de Santiago de Cuba, el almirante Sampson aceptó la oferta de un
valeroso oficial de Marina, llamado l^ichmond R. Hobson, constructor naval, quien
se propuso bloquear el canal de salida, hundiendo en él al Merriviac, barco mercante
de 4.1 17 toneladas, bien lastrado con carbón, y rodeado de un cinturón de pequeños
torpedos, que debían explotar por una corriente eléctrica en el momento oportuno.
A Hobson acompañaron siete hombres voluntarios '. En la madrugada del 2 de
junio de 1 898 forzó el paso, navegando a toda máquina hacia el interior; pero des-
cubierto por los proyectores de la plaza, cayó sobre el Merrimac una lluvia de pro-
yectiles, siendo voladas, además, algunas minas sumergidas. Tal vez un proyectil
cortó los alambres, y cuando Hobson hizo funcionar el explosor, no se inflamaron los
pequeños torpedos mencionados; por lo cual se limitó a echar anclas, y mandando
abrir todas las válvulas, hundió su buque, refugiándose él y sus compañeros en una
balsa, que marchó al garete llevada por la corriente.
Media hora antes de amanecer, el almirante Cervera ordeno que se preparase la
lancha de vapor, y en ella, acompañado de sus ayudantes, se dirigió al lugar de la
ocurrencia, para enterarse de lo sucedido. Poco después pudo oírse, distintamente,
en mal español, este grito: ¡Prisionero de guerra!
Quien así gritaba era el teniente Hobson, quien con sus siete compañeros, se ren-
día al almirante de la escuadra española. Cervera acercó su lancha, y dando la mano
al oficial, le dijo estas palabras en inglés:
«¡Bien, muy bien; son ustedes unos valientes!»
Y seguidamente invitó a los náufragos a ocupar asientos en su lancha, siendo
conducidos a bordo del Reina Mercedes, al siguiente día, al castillo del Morro, y más
tarde, al cuartel Reina Mercedes, para que estuviesen mejor alojados y asistidos. Bus-
tamante, jefe de listado Mayor, bajo bandera de parlamento, visitó al almirante
Sampson a bordo de su buque insignia, y allí le entregó una carta de Cervera, en la
cital se le manifestaba que todos los prisioneros estaban a salvo, ilesos y bien aten-
didos.
El contraalmirante norteamericano F. E. Chandwick, en su obra The Spaíiish
American War, pág. 343, dice: «Esta carta ha desaparecido, desgraciadamente; pero
conservo en mi memoria bastante claros mis recuerdos para decir que el almirante
Sampson se conmovió profundamente al leerla. El capitán de navio Bustamante per-
1 Uno de los siete compañeros del teniente Hobson es actualmente empleado de la oficina de la Prohibi-
<;i<)n en Puerto Rico. — A', del A,
R I V E R O
matiecíó a bordo un buen rato, contestando a nuestras preguntas sobre sus prisio-
neros y esperando se le entregase alguna ropa para ellos; sonriendo, dijo: «Ustedes
nos han embarazado bastante la salida.» Jira un liond3re de Iniena presencia y noble
porte, cpie siempre gozi') de general estimación; así, cuando murió, como resultado
de heridas (|ue recil:>iera en un condjate terrestre el día 2 (ki julio, íuf' su muertf-í tan
sentida por españoles como por americanos.» '
APÉNDICE NUMERO ir
Memorándum del Comandante del "Vizcaya", D. Antonio Enlate.
Barcelona, i8-IX-i()22.
Muy señor mío: Honrado con su atenta carta, en que me pide datos para su nota-
ble libro Crónica de la guerra hispanoamericana, cv Puerto Rico, en lo que se
refiere a detalles de la escuadra del almirante Cervera, puedo manifestarle lo si-
guiente:
El almirante Cervera no tuvo conocimiento, ni en alta mar, ni en Santiago de
Cuba, del cable a que usted se refiere, recibido por el general Vallarino el 12 de
mayo de 1898.
Creo firmemente que el general Vallarino hubiese cumplido con su deber mos-
trando el citado cable al gobernador general de Puerto Rico, superior autoridad de
la Isla.
Si el almirante Cervera, frente a Fort de France o frente a Curasao, hubiese reci-
bido este cable, no sé si hubiera regresado a Canarias; lo que sí puedo asegurar es
que en la obediencia ciega que todos los capitanes le profesábamos hubiéramos cum-
plido sus órdenes.
Conocía la opinión del capitán Mahan, y nunca la he compartido, referente a que
la guerra, por el regreso de la escuadra, hubiera variado de resultado.
Acepto gustoso su ofrecimiento, y me consideraré muy honrado en conservar un
ejemplar dedicado de su obra, que es una, entre otras muchas, en las que ya se les
empieza a hacer justicia a Cervera y a los marinos de su escuadra, entre los que se
cuenta el Comandante del Vizcaya, su más atento y seguro servidor, q. b. s. m.,
APÉNDICE NUMERO 12
Parte oficial del bombardeo de San Juan de Puerto Rico, por la escuadra
norteamericana, el día 12 de mayo de 1898.
capitanía general
de la isla de puerto rico
ESTAD ü MAYOR
Excmo. Sr.: Por mis telegramas del 12 tiene ya V. E. conocimiento del ataque
a esta plaza por la escuadra norteamericana, en la mañana de dicho día del mes actual,
así como de algunas de sus principales circunstancias y consecuencias, que ampliaré
ahora en lo necesario para permitir formarse cabal idea déla importancia y desarrollo
de tal hecho de armas.
Precisamente la noche anterior, con noticia de la presencia de barcos al Sur de
V^ieques, se tenía la impresión de que al día siguiente aparecería la escuadra espa-
ñola, y esto hizo que al despuntar la aurora y señalar el vigía los primeros buques
avistados entre las brumas, se creyera así, hasta que al avanzar el enemigo rápida-
mente y largar su pabellón, ' ya muy próximo al puerto, rompiendo a la vez el fuego
sobre la plaza con toda su artillería, desapareció la confianza de los espectadores,
entre los que se encontraba una parte de la guarnición, ocurriendo esto a las cinco
y cuarto, próximamente.
Ni esta circunstancia, ni el gran número de proyectiles de pequeños calibres que
los americanos lanzaban sobre las baterías, impidió que éstas fueran rápidamente
guarnecidas por las fuerzas del 12.'' batallón de plaza, entre las que, de antemano, se
hallaban distribuidas para su servicio; contestando acto seguido al fuego enemigo,
siendo la primera en romper el suyo la batería de San Antonio 2, y acudiendo tam-
bién inmediatamente a sus puestos las tropas de la guarnición y Voluntarios, compa-
ñía auxiliar, organizada pocos días antes para el servicio de la artillería, y las de zapa-
dores-bomberos, creadas también recientemente, en virtud de las presentes circuns-
tancias, soijre la base de los bomberos municipales de la ciudad. Por mi parte, acudí
desde los primeros momentos a las baterías del canal de entrada, como las de mayor
importancia en tal ocasión, y cuando me hube cerciorado de que se hallaban bien
defendidas y se sostenían con vigor, marché a recorrer las demás de la plaza, encon-
1 Esta afirmación del general Macías destruye el error propalado en periódicos y libros de que la escua-
dra norteamericana realizó el ataque sin izar su bandera de guerra.
2 Primer error: La batería que primero contestó el fuego fué la de los Caballeros de San Cristóbal, la
tmica que tenía cargados sus cañones, porque así quedaron desde el día 10, en que su capitán, con su propia
mano, disparó contra el Yak el primer tiro de la guerra. — Notas del A,
CRÓNICAS 609
trándolas a todas ya en fuego y a sus defensores poseídos del mejor espíritu.
Las compañías del batallón del Principado de Asturias, que ocupaban el cuartel
de Ballajá, hubieron de desalojarlo presurosas, no solamente para ocupar los puntos
que les estaban encomendados, sino además, porque desde el primer momento pene-
traron en el edificio gran número de granadas de grueso y mediano calibre, arroja-
das probablemente con el conocimiento del destino del mismo, que, por otra parte,
atraía naturalmente el fuego por su masa y situación.
Una de las compañías citadas se situó, según las órdenes que al efecto tenía, en
punto conveniente para estar a la mano en el caso de que fuera necesario auxiliar la
defensa con fuego de fusilería, habiendo llegado esta fuerza a dirigir algunas descar-
gas a uno de los acorazados enemigos, en el momento en que se aproximaron más
para darle una embestida a la fortaleza del Morro ^. Otra compañía se colocó, con
igual objeto, en el campo del Morro, cubierta con las desigualdades del terreno y en
la proximidad de la batería de Santa Elena, por si los americanos llegaban a forzar la
entrada del puerto. La fuerza disponible del tercer batallón Provisional fué estable-
cida también convenientemente para acudir con más facilidad, si el curso del com-
bate exigía guarnecer la costa al Este de la plaza, a excepción de una compañía de
dicho cuerpo, que quedó ocupando el frente Norte. Otra compañía del Principado de
Asturias vigilaba las avenidas al barrio de Santurce; y dentro de la población forma-
ron el batallón de Voluntarios número I, en la plaza de Armas; el de Tiradores de
Puerto Rico, en el barrio de la Marina; la batería de Montaña, en la plaza de San
Francisco, y las dos guerrillas volantes (l.^ y ó.""), desmontadas, que se encontraban
en la plaza, en distintos puntos interiores, así como los zapadores-bomberos que te-
nían distribuida la ciudad y sus barrios para sofocar prontamente los incendios que
se produjeran.
Los barcos enemigos, cuyo número total era 1 1, se habían establecido, entretanto,
en dos líneas imperfectamente formadas que envolvían al Morro, su objetivo princi-
pal y aun casi único durante todo el combate ^, constituyendo la primera sus más
fuertes acorazados, de los que siempre se mantuvo el más próximo el lozva, evolu-
cionando a corta distancia de la embocadura del puerto, para descargar sucesiva-
mente todas las piezas de sus torres y costados sobre las grandes escarpas de aquel
fuerte, que visiblemente trataban de arruinar. La segunda línea, formada por cruceros
en su mayor parte, por lo menos protegidos, se mantuvo constantemente más ale-
jada, y prolongándose más hacia el Norte que la anterior, venía a formar a la vez el
ala izquierda de su escuadra, con la que ésta batía, simultáneamente, al castillo de
San Cristóbal y baterías de Santa Teresa y la Princesa, aunque con mucha menor
intensidad que al Morro -^
En tal situación, el comandante principal de artillería que dirigía el fuego desde
la estación central, situada en el caballero de San Cristóbal, ordenó que las del Mo-
rro y batería de San Antonio se concentrasen sobre un solo barco de los de primera
línea, en cuanto fuese posible, y que las piezas que no estuvieran en situación de ha-
cerlo, así como las baterías del grupo de San Cristóbal, tratasen de batir en detall a
los que más ofendieran a la plaza; modificándose después estas disposiciones, según
las diversas fases del combate, pero tendiendo siempre al mismo fin de evitar con la
concentración de fuegos sobre los buques más avanzados, que éstos llegasen a forzar
la entrada del puerto. También recibieron la orden las baterías de San Cristóbal, que
^ Esto es una fábula; véase el texto en el capítulo que trata del bombardeo.
2 Las baterías de San Cristóbal fueron las únicas donde hubo muertos al pie del cañón, y las únicas en
que el enemigo desmontó e inutilizó un obús.
3 No fué así el orden de combate de la escuadra; todos los buques, sin excepción, navegaban en simple
fila, de Oeste a Este, y al rebasar, cada uno, a San Cristóbal, ponía proa afuera y luego al Oeste, describiendo
una gran elipse, y solamente hacían fuego los que recorrían el lado más cercano a los castillos. — Notas d4 A,
6io A . R I V E R O
se encontraban a distancia conveniente, para batir en general, con sus obuses, a los
acorazados, empleando los cañones contra los cruceros enemigos.
Las baterías de Santa Elena y San Agustín, que defienden la entrada del puerto
y baten a la vez el sector Noroeste de la plaza, donde se hallaban concentradas las
fuerzas enemigas, entraron también en acción, contribuyendo a alejar los barcos que
se habían situado frente a dicha entrada en los dos avances sobre el Morro. La última
de dichas baterías hacía sólo pocos días que había sido armada, resistiendo, sin em-
bargo, perfectamente las explanadas.
Contestando así vigorosamente el enemigo, su fuego fué perdiendo en intensidad
y precisión, retirándose poco después los acorazados hasta la posición de segunda
línea para volver avanzar de nuevo como a las siete de la mañana, hora en que la vio-
lencia del combate llegó a ser tal que, sin caer en la hipérbole, puede decirse que
una verdadera tempestad de hierro descargaba sobre esta plaza. Hubo un momento
en que la batería alta del Morro, la más combatida, sólo contestaba al fuego enemigo
con una de sus piezas, por aforamiento y desperfectos ocurridos en las demás; pero
reparadas éstas prontamente en medio del peligro, por el personal obrero, que se
condujo con notable arrojo, y no consiguiendo el enemigo quebrantar ni la resisten-
cia de las obras ni la firmeza de sus defensores, volvió a replegarse a su segunda línea
para alejarse algo después con todas sus fuerzas, perseguido por los disparos de la
plaza hasta que estuvo fuera del alcance de sus piezas.
En este período de combate adopté algunas disposiciones para evitar que el
fuego de las cofas de los buques pudiera en ningún caso imposibilitar el servicio de
las baterías de Santa Elena y San Agustín, principalmente de esta última, que es la
de menor cota. La infantería situada en esos puntos fué reforzada con parte del
3.^ Provisional para batir a aquéllos, y varias piezas de nueve centímetros, arrastra-
das a brazo, se establecieron en batería con objeto de barrer las cubiertas; mas afor-
tunadamente no fué necesario que ninguna de estas fuerzas entrasen en acción, y
tampoco hubo de llegarse a la evacuación total del Hospital Militar, ordenada asi-
mismo en dicho período, por haber penetrado alguna granada en su parte alta y
en vista de los estragos que el fuego enemigo hacía en el cuartel de Ballajá, situado
a su inmediación. También, durante este mismo tiempo, se iniciaron tres incendios
dentro de la población, que pudieron ser sofocados prontamente.
No creo. Excelentísimo Señor, exponerme a cometer ningún error al afirmar que
jamás se ha reñido con éxito tal un combate empeñado con tanta desigualdad de
elementos, debido a no haber podido utilizarse todos los de que dispone la plaza por
la situación de algunas baterías: la de San Carlos no pudo coadyuvar a la defensa por
no haberse hallado nunca el enemigo dentro de su campo de tiro; la del Escambrón
tampoco llegó a disparar, y la de Santa Elena y San Agustín tuvieron reducidos al
silencio algunos de sus cañones, aparte de los obuses de la última, por razón de la si-
tuación de sus emplazamientos relativamente a la del enemigo. Además, al cargar para
el primer disparo uno de los obuses de la plaza de armas de San CristJbal, una granada
enemiga le inutilizó el cierre, matando al artillero que lo maniobraba ^; de manera
que, en definitiva, se ha sostenido la lucha con ventaja contra más de cien piezas de
grandes y medianos calibres, auxiliadas por otro número todavía mayor de cañones
de tiro rápido, aparte de las ametralladoras, y montados en su gran mayoría sobre
barcos acorazados o protegidos; siendo necesario, para salir airosos en tal empeño, un
desarrollo de energía, de celo y de buena voluntad en todas las clases, que, por for-
tuna, han rayado en esta ocasión a tanta altura como en otras muchas se había ele-
vado ya en el ejército español; pudiendo asegurarse que si la superioridad material
^ V. hiriendo a todo el resto de la dotación. Esta batería estaba al mando del autor de este libro, y a la
inmediata orden del valiente cubano teniente Andrés Valdivia Sisay. — N, del A.
C: R o N I C: A S 6ii
pertenecía forzosamente al enemigo, Ja moral fué nuestra constante, a pesar de que
el personal se sometía por primera vez a la dura prueba de sufrir el fuego de la es-
cuadra enemiga.
Aunque estoy satisfecho por igual del comportamiento de todos los Cuerpos y
clases, el mérito principal recae, naturalmente, por la índole del combate, en el
12.'' Batallón de artillería de plaza. Tanto los jefes y oficiales, cuanto la tropa de
dicho Cuerpo, se han excedido constantemente y de una manera general en el cum-
plimiento de sus deberes, dentro del puesto que a cada uno le estaba confiado; mas
como el peligro era distinto según la situación de las baterías y, en consecuencia,
distintas las pruebas a que tuvieron que someterse la energía y serenidad de los
comandantes, oficiales y sirvientes de las mismas, me creo en el deber de mencionar
especialmente al capitán don Ramón Acha, con destino en el Parque, quien a pesar
de que su misión en el Morro se reducía a la apreciación de distancias, al ver dura-
mente combatida la batería del Macho, en la que sólo se encontraba un oficial, tomó
el mando de ella, permaneciendo todo el combate en aquel puesto preferente; al ya
aludido oficial de dicha batería, segundo teniente, don Fernando Morales Hanega,
que cooperó con el capitán Acha a la firmeza con que aquélla se sostuvo; al primer
teniente don Faustino González Iglesias, que mandaba la batería de obuses del mismo
Macho, y que ha sido muy recomendado por sus jefes; al segundo teniente don José
Barba, comandante de la batería del Carmen, la más comprometida de todas por su
situación adosada al caballero del Morro, en la cual estuvo sosteniendo el fuego con
gran arrojo hasta caer herido; al capitán don José Triarte, que estuvo al frente de la
batería de San Antonio, la primera en romper el fuego y la última en suspenderlo,
así como una de las más batidas y de las que más eficazmente ofendieron a la es-
cuadra americana, y al segundo teniente don Nicanor Criado, que dirigía la batería
de obuses de San Fernando, otra de las que también jugaron más en la acción. Debo
hacer mención también del teniente coronel de artillería don Benigno Aznar, quien
a pesar de haber sufrido pocos días antes la fractura de una clavícula, por una caída
de caballo, se puso al frente del grupo de baterías de San Cristóbal que le estaba
encomendado, y del comandante jefe del detall del Parque, don Luis de Alvarado,
que después de dejar asegurado el servicio de municionamiento y reparaciones del
material que tenía a su cargo, se presentó voluntariamente en el Morro en los mo-
mentos de mayor peligro, poniéndose al frente de su batería de obuses.
De individuos de tropa se han hecho dignos de mención especial: el sargento
Arturo Fontbona, que, estando licenciado, había solicitado pocos días antes volver a
ingresar como supernumerario mientras durasen las presentes circunstancias, y heri-
do en el combate, no consintió en retirarse de su puesto hasta terminar aquél; el cabo
Rafael Aller, que obró del mismo modo que el anterior durante el fuego; el de igual
clase, Manuel Estrada García, que demostró constantemente el deseo de ocupar los
puestos de mayor peligro; sargento Blas Rodríguez Navarrete y artillero Fázaro
Gallardo, de la batería del Macho de San Cristóbal, que se distinguieron, el primero
como jefe de un obús situado al descubierto, y el segundo conduciendo a mano las
granadas de 24 centímetros, y, por último, el armero de la Guardia civil, José Simón
Díaz, y obrero aventajado del Parque, José Fernández Díaz, que prestaron importan-
tes servicios en la reparación del material bajo el fuego enemigo. Además, es merece-
dora de todo encomio la conducta de los individuos de la Compañía auxiliar de
obreros de artillería, formada de obreros civiles y faeneros del muelle, la cual estaba
destinada al servicio de municionamiento, que estuvo perfectamente atendido, a pesar
de tener que hacerlo completamente al descubierto en algunos espacios, y los de la
Sección de ciclistas del primer batallón de Voluntarios que, haciéndose superiores
al peligro y a la fatiga, comunicaron constantemente mis órdenes a todos los puntos,
así como las del general gobernador de la plaza, quien desde los primeros momen-
)i2 A. RIVERO
tos se situó en San Cristóbal, punto céntrico del frente Norte, donde se mantuvo
durante todo el combate.
El número de disparos hechos por la plaza fué de 441, de todos calibres. El de
los del enemigo, por el número de sus piezas, por el de los impactos conocidos en las
fortificaciones y edificios y por la comparación de su intensidad con el de nuestras
baterías, puede apreciarse en más de dos mil de grandes y medianos calibres, sin
contar con la gran cantidad de proyectiles pequeños lanzados sobre las obras de
defensa. Si a pesar de la violencia de su fuego sólo consiguió causar efectos relativa-
mente escasos en aquéllas y en el caserío, débese, en primer término, a la solidez
del Morro y demás obras de fortificación, aunque antiguas en general, y si bien se
aproximaron bastante a aquél en dos ocasiones, nunca se sostuvieron largo tiempo a
corta distancia, retirándose cuando las baterías de la plaza empezaban a rectificar su
tiro, y ha de tenerse en cuenta que los barcos que así obraban se hallan protegidos
por corazas de 40 o más centímetros. Además, la dirección de sus fuegos, la clase de
proyectiles lanzados, en su mayor parte perforantes, la naturaleza muy variada de sus
cargas, así como la circunstancia de venir muchos descargados o sin espoleta, indi-
can claramente que a bordo de la escuadra americana no debió reinar el mayor orden
ni existir sólida instrucción en sus dotaciones.
El número de bajas de todas clases sufridas por la guarnición y Cuerpos auxilia-
res se eleva a dos muertos y 34 heridos. Las desgracias conocidas en el vecindario
ascienden a tres muertos y 16 heridos. Del enemigo, aunque no sea posible cono-
cerlas con certeza, algunas noticias traídas de Santo Domingo por pasajeros de va-
pores extranjeros, las hacen subir a un número considerable, y si bien no sería cuerdo
darles completo crédito, parece tener ciertos visos de certeza la de que al llegar a
puerto en dicha isla fueron enterrados, dos días después del bombardeo , cuatro ofi-
ciales y 13 marineros, debiendo ser uno de los primeros de elevada categoría, a juz-
gar por los honores que se le tributaron. También parece comprobado que al día si-
guiente del combate se oyeron, hacia alta mar, disparos, que se supone fueran de
honor a los muertos durante aquéh
Por último, manifestaré a V. E. que fueron de poca entidad los desperfectos
sufridos por las fortificaciones y edificios militares de la plaza. Conviene agregar que
los barcos de guerra y mercantes surtos en la bahía tuvieron también algunas ave-
rías, habiéndolas sufrido asimismo en las chimeneas y en un palo del vapor de guerra
francés Amiral Rigault de Genouilly, que poco después del bombardeo se hizo a la
mar. Del enemigo puede asegurarse que debió tenerlas de gravedad uno de los ma-
yores cruceros, que se retiró remolcado, y noticias posteriores afirman que un mo-
nitor sacó la proa destrozada por una granada, circunstancia que se comprueba, en
cierto modo, por haberse encontrado en la costa una caja de herramientas con el
nombre Amphitrite.
Finalmente, para terminar ya la reseña de todos los particulares de alguna im-
portancia en el suceso que motiva esta comunicación, he de manifestar a V. E. que
ia escuadra enemiga se retiró después del fuego hasta frente al puerto Manatí, desta-
cando uno de sus barcos, a Saint Thomas, sin duda, para comunicar con el Gobierno
de Washington, y evolucionando de nuevo por la tarde frente a la plaza, pero a gran
distancia, no volvió ya a ser vista en el siguiente día, teniendo noticia más tarde de
su llegada a vSamaná.
He procurado, excelentísimo señor, dar a esta narración la mayor exactitud posi-
ble, para que V. E. pueda juzgar por sí mismo de los hechos, huyendo de propósito
de todo encomio exagerado que pudiera obscurecerlos o alterarlos, y que, me com-
plazco en creerlo así, no es necesario en este caso para que resalte la conducta obser-
vada por los defensores de esta plaza, cuya mejor recompensa consiste en la concien-
cia del deber cumplido y en el servicio que puedan haber prestado a su patria en las
C K O N I C A S 013
difíciles circunstancias por que atraviesa, siéndoles de suma satisfacción el aprecio
de tal conducta hedió por aquélla, y en su representación por el Congrc^so de los
Diputados, así como por S. \¡. la Reina y por su (jobierno, al dirigirles Tos mensajes
de felicitación, que todos y cada uno agradece conmigo profundaiucntc.
Dios guarde a V. E. muchos aüos.^ Puerto Rico, a 27 <le mayo de uHyS. -- Exce-
lentísimo señor. — Maní'kl Matías.- -h^xcelentísimo señor Ministro de la (iucrra.
(Es copia del IHarío Oficial, núm. 133, d(^ 18 de jiuiío de i8y8.)
APÉNDICE NUMERO 13
Telegramas cruzados entre el Ministro de Guerra español, General Correa,
y el Capitán General de Puerto Rico, D. Manuel Macías.
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
7 marzo^ iSgS. — -Ruego a V. E. urgente envío de artificios (espoletas y estopines)
expresados oficio 1 5 septiembre, por carecer existencia especialmente de portacebos,
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
g marzo, i8cj8. — -Pedido artificios, no fué satisfecho por no haber recibido once
mil novecientas cincuenta pesetas, valor de los mismos. En cuanto se reciba se re-
mitirán. Contesto telegrama del día 8. (Descifrado.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
II marzo, i8g8, — Remitiré a V. E. por el primer correo importe artificios. Ruego
a V. E. urgente envío de aquéllos. (Descifrado.)
— ij marzo, i8g8. — -Visto temores guerra, remita V. E. por primer correo dos
millones cartuchos Máuser español, artificios pedidos telegrama 7 y II, especialmen-
te portacebos y diez tejas portaproyectiles obús hierro sunchado 24 cargar culata.
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
18 marzo, í8g8. — Vapor que salió treinta conducirá dos millones cartuchos
Máuser y artificios pedidos. Gire inmediatamente su importe de trescientas veinte
mil pesetas, por ser urgente su reposición por escasez existencias. (En clave.)
— 27 marzo, i8g8, — En primeros días próximo abril estarán terminados cuatro
cañones 24 centímetros para ésa; pero imposible enviarlos hasta tener la seguridad de
su inmediato desembarco alllegarbuque conductor. Baterías tiro rápido y «Nordenfelt»
y máquinas de cargar cartuchos se encargarán extranjero cuando asegure Ultramar
pago de su importe; pedido con urgencia; pero no podrán remitirse antes dos meses,
según fabricantes. (En clave.)
— 4. abril, i8g8. — Digo Capitán general Cuba que si puede enviar esa Isla dos
batallones pedidos, lo haga con toda urgencia. Comprenderá V. E. inconvenientes
enviarle tropas desde aquí, por temor caigan poder enemigo si conflicto fuere inme-
diato; pero si le son absolutamente precisos otro batallón, dos escuadrones y bateríc^
montaña, dígamelo. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
^ abril, i8g8. — En comunicación de hoy pido a V. E., como mínimum, 3 batallo-
nes, 2 escuadrones y una batería de montaña; pero, como por recientes noticias, pa-
rece inminente guerra con Estados Unidos, ruego a V. E. urgente envío de ellos y
una compañía de zapadores. (Descifrado.)
— 5 abril, i8g8. — Caso guerra, absoluta necesidad otro batallón, y sobre todo
4os escuadrone^ de caballería^ con^o también batería montaña. (Descifrado.)
C R (í) N I C A S 615
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL CUBA
6 abril^ rSgS. — Si no considera V. E. imprescindibles para defensa esa Isla dos
escuadrones y una batería montaña, envíelos, con toda urgencia, a Puerto Rico, que
los pide con apremiante necesidad, y no es conveniente enviarlos de aquí. No he
recibido contestación referente envío dos batallones aquella Isla. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL CUBA A MINISTRO GUERRA
6 abril^ i8g8. — Tres escuadras americanas, una de diez barcos, otra de nueve y
otra volante de cinco, están en Tortugas y Cayo-Hueso listas zarpar, preparadas com-
batir; proponiéndose interceptar unión flotilla con nuestros cruceros. Sigo prepa-
rando defensa; traigo fuerzas a la Habana, en previsión repentina declaración guerra.
Insurrectos retirados montes esquivan combates, sin duda, expectación sucesos. Ca-
pitán General Puerto Rico me pide dos batallones; ruego V. E. me diga con toda ur-
gencia si puedo enviarlos. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
6 ahril^ i8g8, — ^Capitán General Cuba dice «que, con gran trabajo, solamente
puede enviar un batallón, contando con seguridad absoluta». Por tanto, ruego a V. E.
urgente envío de total fuerza pedida; además 500 carabinas modelo español y 600
millares raciones etapa, variedad; arroz, judías, tocino, patatas, con igual número ha-
rina buena calidad. (Descifrado.)
— 6 abril^ i8g8. — Necesario proyector locomóvil «Mangin» 90 cm. Sírvase V. E.
decirme importe y número plazos pago y tiempo construcción. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
7 abril, i8g8. — -Por el momento no pueden remitírsele raciones que pide; queda
autorizado para adquirirlas donde sea posible y a cualquier precio, lo que no creo
ofrezca dificultad mientras no se declare la guerra. (En clave.)
— 7 abril^ i8g8, — Vapor para Canarias debe llevar correajes Remington; zarpará
de Cádiz el 10. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
7 abril^ i8g8. — Reunidos anoche banquete íntimo Ejército, Marina, Voluntarios,
aclamaron delirantes Patria, Reyes, Integridad; acto grandioso. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
8 abril^ i8g8, — Vapor Montevideo conduce 7 jefes y oficiales, 14 tropa, dos
millones cartuchos Máuser, 24 cajas espoletas y estopines, 14 bultos piezas arma-
mento. (En clave.)
— i¿f abril^ i8g8, — Vapor correo día 20 van seiscientas mil raciones etapa. Difi-
cultad enviar más; le indico que Cónsul Montreal (Canadá) ha escrito ministro Estado,
importantes comerciantes han expresado que en caso ruptura hostilidades, se ofrecen
por su cuenta y riesgo suplir de artículos alimenticios que hoy envían Estados Uni-
dos: harina, féculas, aceites, animales para consumo y trabajo a menor precio que el
hoy se paga en Estados Unidos, siempre que se le hagan pedidos y cuenten con su
colocación a la llegada de las mercancías. Debe V. E. enterarse con dicho Cónsul po;*
^¡ hubiera medio de utilizar ahí esos recursos? Contésteme. (En d^ve.) *
6i6 A . RI VERO
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO. — (Reiseryado).
14. nbriU i8g8. — En previsión ruptura Estados Unidos se ha ofrecido con
interés y absoluta reserva para transmitir despachos Gobierno a Cuba y Puerto
Rico, empleando para ello dirección supuesta en trayecto , sólo conocida de re-
presentantes en dichos puntos.
Realizado ya convenio para Cuba se gestiona para esa, y una vez acordado, em-
pezaremos emplear dicha línea; V. E. no tendrá que hacer variación alguna en sus
despachos ^. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
75 abril, zá'^á'.— Hay disponible proyector «Mangin» 90 c/m, con maniobra
eléctrica a distancia; por consiguiente de estación fija, necesitando motor de setenta
voltios y 100 amperes; pero, para proporcionar motor petróleo se tardará siete a ocho
semanas. Construcción proyector locomóvil exige seis o siete meses. Podría en-
viarse desde luego proyector locomóvil, 90 c/m alemán; o sea de reflector parabóli-
co. Telegrafíe lo que le convenga. (En clave.)
CAPITÁN GENERAF. PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
75 abril, i8g8. — Seis torpedos fijos para defensa boca del puerto son necesarios
por deficiencias artillado. Ruego provisión de ellos. Reitero pronta remisión de pól-
vora y demás material pedido por cable día ocho. Urge destino cañonero pedido
para vigilancia costa.
— 77 abril, i8g8. — -Si proyector locomóvil alemán se aproxima al «Mangin» en
potencia y movilidad, remítalo V. E. por primer correo. (Descifrado.)
— 77 abril, i8g8. — Llegaron, procedentes Cuba, batallón Principado Asturias y
5.^ batería montaña. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO. — (Reservado,)
ig abril, i8g8. — Rectificando telegrama día 14, referente según ésta acón-
seja, empleará V. E., por toda dirección para comunicar conmigo, «Brewer Cap-
Haitien» en vez de Ministro Guerra, para que sin sospecha. Aquella dirección
bastará para que llegue a donde será reemplazada por verdadera. Sírvase acusar
recibo de este telegrama y repita dirección convenida para asegurarnos de errores,
(En clave.)
— 21 abril, i8g8, — ^Considero muy inmediata ruptura hostilidades con Estados
Unidos. Utilice V. E. elementos de que dispone para defensa integridad territorio y
honor nacional, no contando con inmediato auxilio. Marina, forzando bloqueo, auxi-
liará V. E. hasta donde sea posible, con víveres y municiones, pero no con material
ni personal para no exponerlos a caer poder enemigo. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
22 abril, i8g8, — -Comercio asegura, caso ruptura hostilidades Estados Unidos»
compraría provisiones remitidas de Canadá. (Descifrado.)
— 22 abril, i8g8. —Con fuerza cualquiera mantendré honor armas; pero esto es
ineficaz y, caso insurrección, con auxilio ostensible de Estados Unidos, para no re-
ducirse muy pronto la defensa a puntos principales, es imprescindible tropa pedida
\ La natural discreción obliga al autor a omitir ciertas palabras de este despacho. — N. del 4-s
CRÓNICAS 617
que puede venir con primeras fuerzas navales, trayendo armamento, material, provi-
siones pedidas, pues no las hay aquí ni medio adquirirlas fuera. Considere V. E. Isla
cuenta cerca de un millón de habitantes, mayoría generalmente sin trabajo y escasí-
sima población peninsular. (Descifrado.)
— 2j abril, i8g8. — Recibidos dos telegramas cifrados, fecha ayer, repito frase
convenida «Brewer Cap-Haitien».
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
2/1. abril, i8g8. — Sale escuadra, llevando por objeto contribuir, hasta donde pueda,
a la defensa de esa isla de Puerto Rico. Por razones que no se ocultarán a V. E., debe
guardarse absoluta reserva sobre esta medida, bastando hacer saber, para calmar
ánimos y mantener levantado espíritu patriótico, que nuestra Marina cumplirá con
su deber igual que Ejército, coadyuvando con éste a defender honor e integridad Pa-
tria. (En clave.) ^
— 26 abril, i8g8. — -Vapor ^^¿??woX/// conduce Cuba 24 jefes oficiales, 161 tropa,
1.470.000 cartuchos. 71-89; elementos cartuchos 71; proyectiles, espoletas, vainas y
pólvora para cañón tiro rápido 7 con 5; 460 tercerolas Remington, mil sacos harina
y 14 bultos medicamentos para esa Isla. Un oficial, 349 tropa, con correaje fusil
Máuser y 150 cartuchos por plaza; 400 carabinas Máuser, 3.0 1 5 sacos harina y
600.000 raciones de etapa pedidas. Si vapor no puede continuar Cuba, puede V. E.
emplear personal y material para la defensa ahí.
Capitán buque, desde puerto neutral, por conducto representante Compañía
Trasatlántica, se pondrá relación con V. E. para que dé las debidas instrucciones
que crea convenientes y le diga punto de la Isla conveniente desembarcar. Como di-
ficultades forzar bloqueo han de ser grandes, si necesita víveres tómelos del Canadá,
cualquiera que sea su precio. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
26 abril, i8g8. — -Escandalosos precios giros dificultan abastecimientos del Ca*
nada. Es necesario para suministro Ejército remitan víveres desde esa. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
2g abril, i8g8, — Vapor Alfonso XIII recalará islas Barbadas para dirigirse a
Humacao o Arroyo. Disponga V. E. que en ambos puertos haya prácticos costa para
conducirlo por Levante a esa capital, si conveniente hacerlo así.
Desde la costa al avistar vapor, si es de día, le harán señales los prácticos con
tres banderas, y si es de noche, con tres luces blancas, lo que indicará al Capitán que
le esperan, (En clave.)
— JO abril, i8g8. — Tren iluminación adquirido cuesta treinta y dos mil tres-
cientos seis francos, diga fondos que debe cargarse. (En clave.)
— 5 mayo, i8g8. — Tengo noticias que escuadra enemiga propónese atacar esa
capital; disponga no salga para Cuba vapor Alfonso XIII, que puede coadyuvar de-
fensa esa plaza. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
12 mayo, i8g8. — -Bordean esta isla tres vapores, al parecer armados en guerra, sin
enarbolar bandera americana, y sí, alguna vez, inglesa mercante y de guerra, y otras
^ Este telegrama comprueba la tesis que siempre defendió el autor de este libro, de que el Gobierno
español no abandonó^ a su suerte, a Puerto Rico^ conforme es general creencia.— iV. del A.
6iñ A. k I V ii fe Q
veces danesa; de día alejándose, pero de noche se aproximan como en reconocimiento
o intentos desembarco; huyendo siempre de buque de guerra de ésta. (Descifrado.)
■ — ij maj/o, i8g8\ — Al amanecer se ha presentado escuadra americana, com-
puesta de once buques, rompiendo, sin previo aviso, fuego contra la Plaza, que es
contestado con vigor, el cual continúa aún a esta hora, nueve mañana, sin ocasionar
grandes daños materiales y pocas desgracias personales.
— • Después de las nueve de la mañana retiróse el enemigo, que sostuvo más de
tres horas el fuego, en ocasiones muy vivo y cercano, empleando mucho los calibres
medios y la artillería de tiro rápido. Las baterías de la plaza contestaron siempre con
vigor, debiendo causarles bastante daño y averías graves en uno de los mayores bar-
cos que retiraron remolcado. Causaron ligeros desperfectos en baterías y edificios
militares; varios heridos paisanos; 2 muertos y 3 heridos de la guarnición y Volun-
tarios.
Mucho entusiasmo; población civil actitud serena. Estoy muy satisfecho de todos.
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
/j» mayo^ i8g8. — Recibido su telegrama, gran entusiasmo aquí por valerosa con-
ducta defensores, a los que Reina, Gobierno y País feHcitan. (En clave.)
— ij mayo^ i8g8. — El Congreso de Diputados, al enterarse en sesión hoy del
valeroso comportamiento guarnición. Voluntarios y Marina esa plaza, levantado
espíritu población civil en ocasión alevoso ataque de escuadra Estados Unidos, vic-
toriosamente rechazada, ha acordado por aclamación, y a propuesta Diputados, se
haga constar satisfacción con que se ha enterado de tan fausto suceso y se les feli-
cite en nombre de la Cámara. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
14 mayo^ i8g8, — Tan pronto se rompió el fuego marché baterías que creí de
mayor necesidad, dejando redactado cable en espera se abriese la estación para
transmitirlo. Algunos buques enemigos costean alejados plaza. (Descifrado.)
— 75 mayo^ i8g8. — Defensores plaza agradecidos felicitación Reina y Gobierno;
pido autorización propuesta recompensa para heridos y distinguidos. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
T§ niayo^ i8g8. — Formule propuestas que estime justas. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
ig mayo, i8g8. — Ruego a V. E. urgente envío l.OOO proyectiles ordinarios, 700
endurecidos, 1. 000 acero para cañón 15 centímetros Ordóñez; 50 ordinarios, 50 en-
durecidos para obús 24 centímetros; 284 ordinarios, 224 metralla cañón bronce 9
centímetros; 60 ordinarios, 180 metralla cañón Plasencia 8 centímetros; 40.000 kilo-
gramos pólvora, una canal; lO.OOO carga explosiva; l.ooo de 7 canales; i.ooo de 6 a
10 milímetros; 3.000 de dos y medio milímetros; 1.500 espoletas modelo 82-90; 400,
13 segundos; 300 de percusión caHbres mayores; 2. OOO estopines obturadores.
Correo francés asignaciones pedidas. Sin novedad. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
20 mayo, i8g8. — Imposible inmediato envío todo pedido hecho. Diga municiones
necesarias para completo de doscientos disparos piezas costa; cañones Ordóñez de
C R ó NIC AS ñíO
1 5 centímetros y obuses de 24, usan ambos pólvora negra, una canal, Murcia o simi-
lares, y cañones Plasencia de seis a diez; diga si la de dos y medio que pide es para
piezas Withvvort, (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
22 mayo^ i8g8. — -Ruego a V. E. urgente envío de 2. 050 kilogramos pólvora fusil
Remington y 1. 000 correajes Máuser. Sin novedad. (Descifrado.)
— J junio ^ i8g8. — Ruego a V. E. urgente envío de dos aparatos cierre para cañón
hierro entubado, 1 5 Ordóñez y dos para obús hierro sunchado de 24. (Descifrado.)
COMANDANTE PRINCIPAL DE MARINA PUERTO RICO A MINISTRO
DE MARINA
10 junio, i8g8. — -Esta madrugada salió crucero auxiliar Alfonso XIII para su
destino. (Descifrado.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
(Sin fecha.) — Cazatorpederos Terror se encuentra en este puerto sin novedad.
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
16 junio, i8g8. — Prevenga San Juan, Ponce, Mayagüez y Aguadilla, que vapores
destinados, intencionalmente, romper bloqueo, de noche tocarán tres pitadas y pre-
sentarán tres luces: dos blancas y una roja, la de en medio, colocadas distintamente;
para que de este modo les dejen libre paso torpedos. (En clave.)
-— 1 1 junio, i8g8. — Salió en vapor Antonio López para esa capital, Ponce, Maya-
güez, Aguadilla, 6 cañones de doce; 2 obuses quince; 3 morteros quince; 100 granadas
veinticuatro; 885 Ordóñez de quince, 1.200 de doce, 1. 000 de quince para obús, 606
de nueve, 240 Plasencia, 4.400 espoletas, 4.500 estopines, 13.000 kilogramos pól-
vora una canal; 6.320 de siete canales, 2.100 de seis a diez, 2.000 de fusil, 1.800 para
carga explosiva, 2 cierres para cañón de quince y 2 para obús de veinticuatro y un
reflector eléctrico. Lleva además víveres que deberán continuar para isla de Cuba
en el mismo buque. (En clave.) ^
— 21 junio, i8g8. — Noticias de San Thomas aseguran como próxima una expe-
dición americana 20.000 hombres contra esa Isla. Plan será desembarcar cerca de
Ponce, bombardeando San Juan para distraer nuestras tropas lugar desembarco. (En
clave.)
— 22 junio, i8g8, — Enterada S. M. con satisfacción de brillante defensa esa
plaza, aun cuando no se ha recibido propuesta, ha concedido empleo superior: tenien-
te Barba, sargento Fontbona, cabo Aller; cruces pensionadas a todos los jefes, ofi-
ciales y tropa citados en el parte, y heridos; sargento Rodríguez Navarrete, 25 pese-
tas; otra a Fernández Díaz; Armero, José Simón, 7,50; artillero Gallardo, 2,50, todas
vitalicias; cabo Manuel Estrada, 2,50. A heridos graves y sargentos, 7,50, y leves,
2,50 vitalicias. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 j junio y i8g8. — Presentado hoy frente a esta plaza crucero enemigo, salieron a
su encuentro Isabel II y Terror, trabando combate; un muerto y tres heridos, avería
máquina de Terror, que ha regresado al puerto. Enemigo se alejó. (Descifrado.)
^ Todo este material de guerra, excepto un obús, fué desembarcado y emplazado convenientemente,
a pesar de los esfuerzos, para impedirlo, del crucero auxiliar Yosemite. — A', del A,
620 A. RiV£RQ
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
2^ junio ^ i8g8. — Vuelto activo capitán artillería Ángel Rivero, y ascendido
teniente Regino Muñoz, dígame si está completa plantilla. (En clave.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GliNERAL PUERTO RICO . (ReServado).
2 § junio ^ l8g8, — Avisa ayer desde Montreal primer secretario que fué de nues-
tra Legación en Washington, que Gobierno americano ha recibido amplios detalles
respecto defensa esa Isla y se activan preparativos invasión.
Gobierno conoce situación y medios defensa esa Isla; pero abriga completa con-
fianza en adhesión entusiasta país, bravura y disciplina Ejército, altas dotes, inteli-
gencia, pericia, energía de general que, en difícil situación presente, una vez más
en su larga, brillante historia militar, dejará probado que sabe inspirarse bien en es-
píritu y letra de nuestras Ordenanzas^ como demostrado quedó en reciente ataque
a esa plaza, tan gloriosamente rechazado. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 y junio, i8g8. — Recibido telegrama, agradezco frases laudatorias; país tranquilo,
pero convencido ya no puede contar con auxilio escuadra nuestra en que confiaba,
ha decaído mucho su ánimo. De esta ciudad auséntase mayoría vecindario. Dos bu-
ques enemigos frente plaza. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
28 junio ^ i8g8, — Vapor Antonio Lape" conduce 1. 961 kilogramos medicamentos,
diez tejas. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 Q junio ^ i8g8. — ^Al amanecer, vapor Antonio López llegó por el Oeste hasta
12 millas este puerto; pero interpuesto buque enemigo, rompió sobre él vivo fuego,
y hubo de retroceder, encallando en playa Socorro.
Salidos auxiliarle cruceros Isabel II y Concha^ sostuvieron fuego con barco ene-
migo, alejándole. Procederé salvar carga.
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
20 junio ^ i8g8, — Procure con urgencia salvar cargamento vapor Antonio López^
incluso lo consignado a Cuba, y en primer término material artillería, dándome cuen-
ta. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
JO junio ^ l8g8. -VdiVdi el mes de agosto necesito 600.000 raciones de harina y
600.000 raciones etapa, todas con tocino, siendo preferible que 200.000 de ellas sean
de galletas. (Descifrado.)
— 30 junio ^ i8g8. — Continúa descarga Antonio López^ dirigida capitán artillería
Ramón Acha y de puerto Eduardo Fernández.
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
JO junio ^ i8g8. — Gobierno ha puesto en acción toda fuerza naval disponible y
carece de elementos marítimos para acudir a la vez a tantos puntos como se pide;
efe ó Ñ IC Ag ^21
verificándolo solamente cuando probabilidades de no provocar desastre o agravar
situación, como sucede Santiago Cuba con presencia allí nuestros buques guerra.
Considere V. E. lo que habría ocurrido ya si dichos buques se hubieran refugiado
en San Juan. Abrigue seguridad que Gobierno es primero en lamentar carencia me-
dios auxiliar defensa Isla con escuadra bastante poderosa que prestara eficaz protec-
ción, sin dar lugar a otro conflicto. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 julio^ i8g8, — Descarga Antonio López i^rm.méir\áo^Q\ enemigo enfrente. (Des-
cifrado.)
— 3 julio y i8g8, — Terminó descarga, zozobrando lancha con dos cañones y un
obús. Enemigo enfrente. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
j julio, i8g8. — Material de guerra conducido por vapor Antonio López no estaba
asegurado. (En clave.)
West India and Panamá Telegraph Company Limited.
Puerto Rico, Station, 9-7, I^
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
4 julio, /f?í^(?.— Salvados dos cañones. Buque enemigo enfrente. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
Capitán general Cuba, telegrama ayer dice: Escuadra española salió puerto San-
tiago Cuba a las nueve y tres cuartos mañana, sosteniendo vivísimo combate y rom-
piendo por su centro línea enemiga, a las once y media navegaba a todo vapor
rumbo Oeste.
— Telegrama hoy núm. 29, particípanme total destrucción escuadra Cervera por
la enemiga frente a Santiago.
Madrid, 8 julio 1898. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
II julio, 18 g8. — -Restablecida comunicación con Habana. Sigue crucero enemigo
enfrente. (Descifrado.)
— 16 julio, i8g8, — ^Ayer en remoción pólvora estallaron cien cajas, pereciendo
14 artilleros y tres herirlos. Ausentado un barco enemigo, queda otro, clase crucero,
frente puerto. (Descifrado.)
— 16 julio, i8g8. — Para mejor defensa plaza y costa necesito imprescindible au-
torización explícita del Gobierno para disponer de los buques de guerra en esta Isla,
según lo estime conveniente. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
I j julio, i8g8. — -Gobierno confirma V. E. facultad indiscutible de que se halla
investido como autoridad suprema, única responsable defensa Isla para disponer de
buques de guerra estacionados ahí, según estime conveniente. (En clave.)
— 77 julio, i8g8. — Cónsul Montreal avisa Sampson no anticipará operación
alguna contra esa Isla hasta tener planos de todas sus fortificaciones. (En clave.)
62i A. kíVÉRÓ
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2j julio ^ i8g8. — A propuesta Comandante principal y opinión unánime jefes Ma-
rina carecen confianza en torpedos, he autorizado cerrar totalmente puerto en caso
aproximarse escuadra enemiga, hundiendo dos barcos además del que ya hay. Como
ttiedida producirá perjuicios y reclamaciones comunicólo V. E. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
^3 julio^ i8g8. — Llegado caso puede V. E. adoptar disposiciones que indica para
cerrar puerto y las que juzgue convenientes defensa Isla, de que V. E. es único res*
ponsable, dando sus órdenes al comandante Marina, quien deberá cumplirlas sin
consultar a su ministro como ha hecho en este caso, toda vez que ejerce V. E. sobre
fuerzas navales que operan en esa Isla, facultades que terminantemente le atribuyen
Ordenanzas Ejército y Armada, confirmadas por Real orden 29 octubre 1872 y
ley 15 marzo 1 895. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 ¿^ julio ^ i8g8. — Noticias particulares, por distintos conductos, aseguran navega
para isla Puerto Rico escuadra americana con expedición. (Descifrado.)
— 2 ¡ julio y i8g8 (^^^J tarde), — Desde amanecer hoy hay once buques enemigos
frente costa, entre Ponce y Guánica. (Descifrado.)
— 25 julio ^ i8g8 (atoche), — Enemigo desembarcó ocho mañana Guánica, con
fuerzas considerables y artillería, ocupando población y playa; la escasa nuestra hizo
fuego, teniendo un oficial, tres tropa heridos y apostándose para impedir avance.
(Descifrado.)
— 2 y julio, j8g8. — Enemigo ayer tarde avanzando dirección Yauco, sosteniendo
combates parciales contra setecientos hombres de Ejército y Voluntarios, los cua-
les, puesta la luna, lo han tiroteado durante noche, trabándose combate al amanecer
que ha durado más de una hora; enemigo retrocedió a sus posiciones de ayer
tarde. Estoy muy satisfecho del proceder del jefe de las fuerzas, teniente coronel
Puig. (Descifrado.)
— 28 julio, i8g8 (j tarde). — Enemigo, en anteriores posiciones de Guánica. Al-
rededor costa, varios buques de guerra y transportes. (Descifrado.)
— 2 g julio, i8g8. — Sumergido buque cerrando entrada puerto; tropas enemigas
procedente Guánica ocuparon ayer tarde pueblo Yauco. Fondeado puerto Ponce
expedición americana, la guarnición de aquella ciudad retírase por Juana Díaz. (Des-
cifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
2 g julio, i8g8. — Ministro de España en México me avisa que el 24 salieron de
Tampa para esa Isla seis compañías, 1.500 caballos y ocho baterías de sitio. (En
clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
ji julio, i8g8. — Enemigo posesionado de Ponce; frente, tres transportes con
tropa. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
^T julio, i8g8, — Será conveniente dé V. E. más extensión a sus telegramas, entran-
do en pormenores para evitar se extravíe opinión. No he de ocultarle que la satisfac-
Cróñ í C As 62^
ción y buen efecto que produjo noticia de ventajas conseguidas en Yauco por fuerza
Ejército, a pesar del silencio que respecto a bajas propias y enemigas guarda V. E., en
su telegrama "]"] ^ han quedado desvanecidas al saberse por los 8o y 82 que a aquel
primer acto de valerosa resistencia, justamente elogiado por V. E., ha seguido una dé-
presión de energía y decaimiento de espíritu en nuestras tropas, evidenciados por la
retirada de Yauco sin nueva resistencia, por la pasividad con que se efectuó el des-
embarco del enemigo en Ponce, limitándose la guarnición a retirarse a Juana Díaz,
sin intento de oponerse a la operación que tan a mansalva pudo efectuar el contrario;
Todo esto parece deducirse de los términos de sus lacónicos telegramas, dando
lugar al disgusto y alarma que despiertan, haciendo nacer temores por la suerte de
esa Isla, cuya posesión es preciso disputar a todo trarfce a los americanos en estos
momentos, con tanto más empeño y decisión cuando una obstinada resistencia
podrá contribuir a que nos sean favorables las negociaciones de paz ya entabladas.
(En clave.) *
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
2 agosto, i8g8 — Guarnición Ponce, cuando se presentó enemigo, componíase dos
compañías batallón Patria y alguna fuerza Guardia civil; comandante militar, coronel
San Martín, por intervención Cuerpo Consular, sin mi autorización, convino salida
guarnición sin hostilizar; lo destituí y está sumariado. Enemigo entró allí día 30, siendo
muy bien recibido por población civil. Respecto medios resistir, lucho con enemigo
muy superior en número y elementos, dueño además del mar, que le permite invadir
la costa por todos lados. Sólo cuento con la fuerza de Ejército que V. E. conoce; pues
Voluntarios, en general, sólo piensan en ponerse a salvo y entregar las armas. El espí-
ritu del país, hostil generalmente, a nuestra causa; el resto, abatido. Por lo demás, no
omito medios para resistir. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
2 agosto, i8g8, — Recibido su telegrama 84 sin fecha. Apruebo lo dispuesto por
V. E. respecto a coronel San Martín, recomendando en este caso, como en cual-
quiera otro análogo, se emplee el mayor rigor, y corrija pronta y severamente para
que ejemplaridad contenga debilidades de espíritu y conducta censurable, que man-
cha honra ejército y condena opinión de propios y extraños.
Siguen rápido camino negociaciones de paz, y enemigo, creyendo fácil apode-
rarse prontamente de esa Isla, apresura invasión para dar mayor fundamento a sus
exigencias; siendo por lo mismo preciso resistir a todo trance, a fin de contrarres-
tarlas y salvar honor de nuestras armas. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
J agosto, i8g8. — Teniente coronel Puig, que con quinientos hombres hizo reti-
rada por Adjuntas, llegó ayer a Arecibo, y al exigírsele parte detallado, se ha sui-
cidado.
Contra enemigo en Arroyo he reconcentrado en Gueyama guerrillas, mando ex-
perto, valiente, capitán Salvador Acha, quien anoche sorprendió avanzadas enemi-
gas, consiguiendo penetrar en el pueblo. (Descifrado.)
— ^ agosto, i8g8. — Caballería americana con partidas del país ha entrado en los
pueblos de Adjuntas y Utuado.
1 Este telegrama, del Ministro de la Guerra, General Correa, destruye, de una vez para siempre, el error
sostenido y propalado de que «la toma de Puerto Rico era cosa convenida entre españoles y america-
nos».— N'. del A.
624 A . R I V É R o
En Añasco se ha levantado otra partida.
Ayer tiroteos entre nuestras avanzadas de Coamo y las americanas sobre río
Descalabrado, sin consecuencias.
Desembarcado enemigo y apoderádose faro de Cabezas de San Juan. (Descifrado.)
— Dispersada por tropas partida San Germán, con bajas; cogido fusiles y mu-
niciones. Desembarcadas más tropas americanas en Arroyo. (Descifrado.)
— 5 (agosto, i8g8. — Ni con autonomía quiere mayoría este país llamarse español,
prefiriendo dominación americana. Esto lo sabía el enemigo, y lo comprueba hoy
por recibimientos y adhesiones en pueblos que va ocupando; conoce además disolu-
ción Voluntarios, y sabe no me queda otro elemento de resistencia que las tropas.
Sólo en algunos puntos de la íosta quedan escasas fuerzas, que alo más pueden hacer
una retirada honrosa. Dueño enemigo del mar y con cuantos buques necesita, puede
mover sus fuerzas con facilidad y rapidez, presentando superioridad en todas partes.
La posesión por él de todo el litoral, con excepción de esta plaza, es operación fácil
y breve. V. E. sabe que cañones de quince centímetros y obuses de veinticuatro son
el artillado de esta plaza por la costa; y en el frente de tierra hay quince piezas de
bronce comprimido, todo lo cual el enemigo conoce y que yo no comento porque
mi situación personal me lo veda.
Ahora V. E. y el Gobierno apreciarán si la resistencia que a la invasión de esta
Isla puede realmente oponerse es en cantidad bastante, que de un modo decisivo
obligue a la nación americana a ser menos exigente, recabándose para España con-
diciones ventajosas para la paz. (Descifrado.)
— 6 agosto, i8g8. — -Enemigo se posesionó ayer aduana de Fajardo y después
pueblo, en el cual no había guarnición. Columna enemiga, más de dos mil hombres
con artillería, avanzó sobre Guayama; capitán Acha al frente guerrillas defendió po-
siciones, retirándose después ordenadamente a las alturas. Bajas por ambas partes.
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
6 agosto, i8g8. — Recibo su cable ochenta y ocho cuyo contenido es verdadera-
mente desconsolador, y el Gobierno lo tendrá en cuenta. Cónsul en Montreal dice,
entre otras cosas, a ministro Estado, que en esa Isla, donde solo reúne el enemigo
nueve mil hombres, ha habido graves disgustos en la oficialidad, y que para dar ener-
gía a la empresa envían al general Grant con refuerzos. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
7 agosto, i8g8. — Nuestras bajas en el combate de la honrosa retirada de Guaya-
ma fueron diez y siete; pido autorización para formar propuesta. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
7 agosto, l8g8. — Recibidos sus telegramas noventa y uno y noventa y dos, dando
cuenta del honroso comportamiento de nuestras guerrillas en Guayama, que con-
trasta con el lamentable observado en Ponce y Yauco y las creo acreedoras a recom-
pensa, para cuya propuesta queda V. E. autorizado. (En clave.)
A pesar de aquella petición del general Macías y de la satisfactoria respuesta del
Ministro, el capitán Acha, acreedor a la laureada y al empleo inmediato, no fué
CRÓNICAS 625
propuesto; una vez más su mala suerte cerró paso a sus nobles ambiciones. En com-
bate franco, al frente de su guerrilla «Peral», dio muerte al general cubano Maceo , y
el comandante Cirujeda, que no oyó, porque no pudo oírlos, los ecos del combate,
obtuvo dos empleos y otras mercedes.
A fines del año 1913, y en la campaña de África, este mismo Acha recibió un
cruel balazo que le atravesó ambas mejillas; estuvo moribundo, salvó de milagro..., y
no obtuvo recompensa. Salvador Acha, uno de los más bravos oficiales de la gloriosa
infantería española, es, actualmente, por rigurosa antigüedad, teniente coronel.
Siempre es hora propicia para enmendar una omisión; y, seguramente, no faltará
el apoyo valioso de algún señor diputado que promueva una información parlamen-
taria sobre los hechos que refiero y, una vez comprobados, descienda desde las altu-
ras augustas de la Soberanía Nacional el justo galardón que merece este servidor
abnegado de su Patria.
El noble general Weyler y el caballeroso general Macías, ambos pueden coadyu-
var al acto de justicia que humildemente solicita el autor de esta Ci'ónica^ escrita,
principalmente, para deshacer errores y reivindicar hechos gloriosos de sus antiguos
compañeros en el Ejército Español.
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
g agosto^ i8g8, — ^Ayer, columna mandada por coronel Pino y guerrilla teniente
Colorado, entraron en Fajardo, arriando este último bandera americana. No había
tropas enemigas. Una partida trató sorprender avanzadas nuestras cerca Arecibo, sien-
do perseguida, haciéndole tres prisioneros. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
g agosto^ i8g8. — Diga a Esquiaga, representante Transatlántica, necesario esta-
blecer servicios prácticos permanentes entre Culebra y Vieques, por si alguna expe-
dición recalara costa oriental. Prácticos deben saber si enemigo domina costa oriental
y si tiene buques en ella. Conviene preparar elementos en Fajardo por si expedición
fondeara Sur islote Ramos.
Familia de V. E. llegó hoy a Burgos; están buenos. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
10 agosto^ i8g8. — Fuerzas americanas, procedentes Guayama, atacaron alturas
Guamani\ nuestras guerrillas, mandadas por comandante Cervera, sostuvieron dos
horas fuego, conservando sus posiciones, y enemigo no consiguió su propósito de
apoderarse de ellas; no hemos tenido bajas, ignorándose contrarias.
Rudamente atacado esta mañana por fuerzas muy superiores, el pueblo de Coamo,
tuvo que abandonarse, batiéndose ahora los nuestros en retirada a Aibonito. Carezco
aún de detalles.
— II agosto^ i8g8, — Imposible hacer lo que me dice en telegrama número cua-
renta y cinco; precisamente en costa citada no hay siempre guarnición porque no
puedo sostenerla. Debo recordar que costa toda está plagada de buques enemigos,
(Descifrado,)
626 A . R I V E R O
— II agosto.^ i8g8. — Defensores Coamo eran dos compañías Patria y alguna Guar-
dia civil; cañoneados y envueltos con abrumadora superioridad numérica, la retirada
fué en malas condiciones, sin recoger heridos ni dispersos. Anoche faltaban coman-
dante Martínez Illescas, capitanes López e Hita, variqs oficiales y cerca un centenar de
tropa. Después enemigo siguió avanzando por carretera, siendo detenido por fuego
batería capitán Hernaiz, quien con dos cañones de montaña estaba atrincherado en
altura Asomante.
Desembarcados ayer en Guánica mil hombres más; tropas enemigas continúan
extendiéndose, dominando todos los pueblos Sur Isla, desde cabo Mala Pascua a
cabo Rojo.
Siguen alzándose partidas. (Descifrado.)
— 12 agosto^ i8g8. — -Ayer columna enemiga avanzó sobre Mayagüez por Hormi-
gueros. Guarnición compuesta batallón Alfonso XIII, una guerrilla y dos piezas de
montaña, mandada por coronel Soto, saHó al encuentro, trabándose combate. Nues-
tras bajas, tres muertos y nueve heridos. Guarnición pernoctó en el campo.
Hoy enemigo desembarcó tropas en el puerto, ocupando a Mayagüez. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
12 agosto, i8g8, —Firmado el protocolo preliminar de negociaciones paz entre
Gobiernos de España y Estados Unidos, a consecuencia del cual ha sido acordada sus-
pensión hostilidades por fuerzas mar y tierra; y transmitidas ya órdenes en tal con-
cepto a las de los Estados Unidos, dicte V. E., inmediatamente, disposiciones nece-
sarias para observancia dicha suspensión por fuerzas de Ejército y Marina; y en
previsión de que insurrectos no respetasen la suspensión, atempere su conducta de
común acuerdo a la de las fuerzas americanas, sin perjuicio de rechazar toda agresión
inesperada que no diese espera al acuerdo antes citado. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
ij agosto^ i8g8. — Enemigo estaba cañoneando esta mañana posiciones avanzadas
de Aibonito con seis piezas rodadas. Hay deserciones, incluso en Guardia civil,
sumando en total setenta y cinco. (Descifrado.)
14 agosto^ i8g8. — Ayer tarde cesado fuego enemigo sobre posiciones Asomante,
que sólo nos causó un herido leve y a ellos bastantes bajas, se presentó como parla-
mentario el jefe de Estado Mayor del general Wilson, participando acababan de re-
cibir cablegrama de Washington dando cuenta están convenidos términos paz, pro-
poniendo ellos, en consecuencia, para evitar efusión sangre, la entrega posiciones
Asomante^ puesto que la Isla les estaba cedida. Mi contestación fué que si desea-
ban evitar toda colisión se abstuvieran continuar atacando; las posiciones no serían
entregadas, sino al contrario, defendidas enérgicamente y hasta el último extremo.
(Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
14 agosto^ i8g8. — Recibido su telegrama ciento uno aplaudo enérgica y digní-
sima contestación dada por V. E. a inadmisibles e insidiosas proposiciones del Ma-
yor general Wilson. La suspensión de hostilidades acordada, por el momento, entre
Gobierno España y Estados Unidos significa, hasta ahora, el statu quo^ conservando
combatientes sus respectivas posiciones. (En clave.)
CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO A MINISTRO GUERRA
14 agosto, i8g8, — Cónsul general Francia en ésta, se me ha presentado con tele-
grama recibido 4^1 embajador Cambón^ en Washington, participándole haber firmacÍQ
CRÓNICA S 627
«ayer cuatro tarde, en representación España, preliminares paz y suspensión hostili-
dades. Cónsul nuestro San Thomas me da igual noticia. (Descifrado.)
— 14 agosto^ i8g8. — Ayer tarde general Miles, jefe del Ejército americano, me
telegrafió por cable, desde Ponce, por orden de su Gobierno, firma Protocolo y
suspensión hostilidades, añadiendo que un coronel, su ayudante de campo, traía carta
con instrucciones; éste se cruzó con un telegrama mío, vía terrestre, invitándole sus-
pensión interina hostilidades, a fin de evitar ineficaz, dolorosa efusión sangre hasta
recibir instrucciones ambos Gobiernos. Puestos de acuerdo, desde esta mañana que-
daron suspendidas operaciones, después de recibir cables V. E. cuarenta y seis y
cuarenta y siete.
Guarnición Mayagüez, marchando a Lares, al vadear ayer río Guasio fué atacada
por fuerzas americanas, causándole algunas bajas.
Prisionero coronel Soto, el jefe batallón Alfonso XIII, un oficial y varios de tropa.
Al coronel Soto lo he encartado por no haber defendido población Mayagüez y
desastrosa retirada, llevando a su mando columna compuesta de más de 1.200 hom-
bres y dos piezas de montaña. (Descifrado.)
MINISTRO GUERRA A CAPITÁN GENERAL PUERTO RICO
15 agosto^ i8g8. — Recibido su telegrama ciento tres apruebo temperamento, ener-
gía y rigor adoptados muy justamente por V. E., contra los que como el coronel
Soto han comprometido honor y prestigios de nuestras armas, observando una con-
ducta que merece se depure para penarla duramente si no halla cumplida y satisfac-
toria justificación. (En clave.)
— 77 agosto^ i8g8. — Levantado por el Gobierno americano bloqueo Puerto
Rico, Cuba, Filipinas, y permitiendo entrada en puertos buques todas naciones,
puede V. E. autorizarlo también en los de esa Isla, incluso a los americanos, esta-
bleciendo, desde luego, relaciones comerciales y comunicaciones postales. (En clave.)
— • j septiembre, i8g8. — ^ Vapor Juan Porgas salió Cádiz treinta y uno de agosto,
conduce esa Isla cuatrocientas treinta y una cajas tocino, novecientas sesenta y ocho
galletas, mil seiscientos setenta y cinco sacos harina, seiscientos arroz, setecientos
cincuenta habichuelas y cuarenta y ocho sal, adquiridos virtud su pedido veintiséis
junio. (En clave.)
GENERAL SEGUNDO CABO A MINISTRO GUERRA, MADRID
San Juan Puerto Rico, 16 octubre, i8g8, — Zarpado Covadonga con general
Macías y fuerzas que tiene V, E. conocimiento, quedo encargado mando. También
zarpó Cristina con 350 cumplidos y con jefes presos Soto, San Martín y Oses, que
serán entregados a Gobernador militar Cádiz.
El 1 8 — en que por falta de buques general Brooke ha accedido a que acuartele en
el Arsenal la fuerza remanente — ^será entregada plaza a americanos, habiendo delegado
yo, de acuerdo con dicho general, en capitán artillería Ángel Rivero. Compren-
derá V. E. lo crítico de mi situación y la urgencia que tengo de embarcar a todo
trance los 1. 700 hombres y las familias de militares que quedan.
GENERAL SEGUNDO CABO A MINISTRO GUERRA, MADRID
San Juan Puerto Rico^ 21 octubre, i8g8. — General Brooke acaba indicarme
necesidad embarque en Montevideo, que está en puerto. En vista este caso imprevisto
embarco Montevideo con resto oficiales y tropa, a pesar negativa capitán buque, A
A . R I \^ E Ji O
ca|3itán general Cuba le digo puede dis}3oner Sau fynado, que no llegará hasta 24.
Con mi embarque en esta forma realizo deseos de V. E. de evacuación militar, me-
nbarq-
dio más rápido, salvando compromiso en que me encuentro.
Noia deJ A?aor.—lj)A anteriores telcgr.-imas y cuantos (lociinienloH figuran en esta obra sor
copia fiel de los originales archivados en el Archivo (icncral Militar de Segovia, en cinco k-ga^
nteniílos en
j-peta nún
, numerados del i al 5, siendo los más intcresariteí:
legajo 3."
" Por' Real orden fui autorizado, por S. M. el Rey de I-:spañ;
dicho archivo cuantos d<icumentos rucranme necesarios, siendo
un permiso tan amplio v sin censura.
Cúnii)lemc. por tanto, dar las gracias a S. M., el noble Rey I ). Alfonso Xíll, siempre protec-
tor de las Letras; al Subsecretario de Guerra, «^trneral D. Emilio Barrera, al (pie debo inconta-
bles atenciones; a los hermanos D. Ángel y f'.Lnis Cervera, liijos del heroico almirante I). Pas-
cual, quienes han llevado su bondad hasta el punto de fiarme el archivo personal de su fcnccid(.»
padre, y también a mí entrañable amigo y compafuM-o de academias y trabajos liter
nicnte coronel de Estado Mayor, con destino en el Ministerio de la duerra, D. je
ves Coso.
Para todos mi eterna g!-atitud.
Madrid, 15 de octubre de 1922.^ ^^^Ancki. Rivkko,
• y copiar (
lie se concei
.s, el te-
APÉNDICE NUMERO 14
Carta del Ministro de Estado de España dirigida al Secretario, también de
Estado, de los Estados Unidos, solicitando condiciones para llegar a la
paz, y respuesta del último.
Madrid, julio 22, 1898.
Al honorable Wiliam R. Day, secretario de Estado de los Estados Unidos de
América.
Señor Secretario:
Ruego a V. E. se sirva dar cuenta al señor presidente de la República del ad-
junto mensaje:
Señor Presidente: Tres meses ha que la República de los Estados Unidos declaró
la guerra a España porque ésta no consentía la independencia de Cuba, ni se alla-
naba a que sus tropas evacuaran la Isla. Resignada aceptó la nación española tan
desigual contienda, limitándose a defender sus posiciones, sin otra esperanza que la
de dificultar la empresa acometida por la República americana y el mantenimiento
de su honor. Ni las duras pruebas a que nos ha sometido la adversidad, ni el cálculo
de las probabilidades con que pudiera sentirse abrumada nuestra esperanza, nos im-
pedirán luchar hasta el agotamiento del último de nuestros medios ofensivos y de-
fensivos. Pero esta firme resolución no cierra nuestros ojos ni obscurece nuestro
entendimiento para ver y juzgar las responsabilidades en que incurrirían las dos na-
ciones contendientes ante el mundo civilizado por la continuación de la campaña.
Sobre los efectos inevitables de toda lucha armada, para los países que la mantienen,
se ha de sentir en esta guerra con mayor intensidad el padecimiento inútil e injusti-
ficado de los habitantes de todo un territorio, por el cual siente España los afectos
del antiguo lazo que con él la unen; padecimiento al cual no ha de ser indiferente
ningún pueblo del viejo o del nuevo mundo que respete los principios de humani-
dad. A remediar tales daños, ya bien intensos, y a evitar los futuros, aún más gra-
ves, pueden acudir ambas naciones si por acaso hay bases de inteligencia para diri-
mir la contienda pendiente por medios distintos del empleo de las armas. Juzga
España posible hallar estas bases; juzga también su Gobierno que así lo reconocerá
el pueblo americano.
Motivos existen para entenderlo de tal suerte por amigos de entrambos países.
Ganosa la nación española de probar una vez más que en la presente guerra no ha
sido guiada por otro móvil sino guardar el prestigio de su honrado nombre, así como
en la que mantuvo con los insurrectos cubanos sólo se inspiraba en el deseo de salvar
la Gran Antilla de los peligros de la prematura independencia, en la hora actual
mira más por los sentimientos engendrados por el vínculo de la sangre que por los
deberes y derechos de la Metrópoli.
Dispuesta se halla España de salvar a Cuba de los estragos de la guerra, devol-
viendo a sus habitantes la paz si los Est^idos Unidos están prontos a concurrir en
4Q
6;o A . R 1 V E R O
esta obra. El Presidente de la República y el pueblo americano conocerán por este
escrito el pensamiento, deseos y propósitos de esta nación. Réstanos ahora escuchar
del Presidente las bases sobre las cuales pueda asentarse un estado político definitivo
para la isla de Cuba y la terminación de una lucha que no tendría objeto legítimo,
una vez acordados los procedimientos de pacificación para el territorio cubano. En
nombre del Gobierno de S. M. la Reina Regente tiene el honor de dirigirse a vue-
cencia con la más alta consideración. — El Duque de Almodóvar del Río, Ministro
de Estado.
Aprovecho, señor secretario de Estado, para ofrecer a V. E. las seguridades de
mi alta consideración.
El Duque de Almodóvar del Río.
RESPUESTA DEL SECRETARIO DAY A LA CARTA ANTERIOR DEL DUQUE
DE ALMODÓVAR DEL RÍO
Al Excmo. Sr. Duque de Almodóvar del Río, Ministro de Estado. — España. ,
Excmo. Señor:
El Presidente ha recibido en la tarde del martes 26 de julio, de manos de S. E. el
Embajador de Francia, que para este efecto representa al Gobierno de S. M., el Men-
saje firmado por V. E., como Ministro de Estado, en nombre del Gobierno de S. M. la
Reina Regente de España, fecha 22 del mismo mes, relativo a la posibilidad de ter-
minar la guerra que actualmente existe entre España y los Estados Unidos. El Pre-
sidente ha recibido con satisfacción, por una parte, la insinuación de que los dos
países podrían esforzarse en buscar, de común acuerdo, las condiciones en que pu-
diera quedar terminada la presente lucha, y, por otra parte, la seguridad de que Es-
paña cree posible una inteHgencia sobre este punto. Durante las laboriosas negocia-
ciones que precedieron a la apertura de las hostilidades, el Presidente trabajó con
todas sus fuerzas para evitar un conflicto, abrigando la esperanza de que España, en
consideración a sus propios intereses y a los de las Antillas españolas, y a los de los
Estados Unidos, hallaría medio de acabar con el estado de cosas que ha perturbado
constantemente la paz del hemisferio occidental, y que en ocasiones diversas había
puesto a ambas naciones a dos pasos de la guerra. El Presidente hace constar, con
profundo disgusto, que sus esfuerzos, encaminados a mantener la paz, se vieron frus-
trados por acontecimientos que impusieron al pueblo de los Estados Unidos la con-
vicción inalterable de que sólo la renuncia por parte de España de su soberanía en
Cuba, soberanía que ya no se encontraba en estado de hacer respetar, podría poner
término a una situación que había llegado a hacerse intolerable. Por espacio de años
enteros, y en consideración a las susceptibilidades de España, el Gobierno ameri-
cano respetó, mediante el ejercicio de sus poderes y a costa de grandes sacrificios
para su Tesoro, las obligaciones que le imponía la neutralidad. Pero llegó, por fin, el
momento en que, según se le había advertido a menudo a España, se hacía imposi-
ble mantener más tiempo esta actitud. El espectáculo a nuestras puertas de un terri-
torio fértil, arrasado por el hierro y el fuego, entregado a la desolación y al hambre,
era de los que nuestro pueblo no podía considerar con indiferencia. Cediendo, en
consecuencia, a lo que exigía la humanidad, el pueblo americano resolvió suprimir
las causas cuyos efectos le afectaban profundamente. Con este fin, el Presidente, au-
torizado por el Congreso, pidió a España que retirara sus fuerzas de mar y tierra de
Cuba, para poner al pueblo de la Isla en situación de darse a sí mismo un gobierno.
A esta petición contestó Espaga rompiendo sus relaciones diplprnáticas con los Es-
CRÓNICAS 631
tados Unidos, y declarando que consideraba la acción del Gobierno americano como
origen de un estado de guerra entre ambos países.
El Presidente de la República no ha podido menos de sentir pesar, viendo que la
cuestión, puramente local, de la reforma de gobierno de Cuba tuvo, de este modo,
que transformarse y adquirir proporciones de un conflicto armado entre dos gran-
des pueblos. Sin embargo, habiéndose aceptado esta eventualidad con todos los
riesgos que envolvía, ha proseguido las hostilidades por tierra y mar en el ejercicio
de sus deberes y de los derechos que confiere el estado de guerra, con objeto de
obtener lo más pronto posible una paz honrosa. Al hacerlo así se ha visto obligado
a servirse, sin economizarlas, de las existencias y fortunas puestas a su disposición
por sus conciudadanos, a los cuales se han impuesto cargas y sacrificios indecibles,
superiores, con mucho, a toda estimación material. Si, gracias a los esfuerzos patrió-
ticos del pueblo de los Estados Unidos, ha sido desigual la lucha, según puede
ver V. E., el Presidente de la República está dispuesto a ofrecer a un adversario va-
leroso generosas condiciones de paz. En consecuencia, pues, contestando a la pre-
gunta de V. E., va a formular las condiciones de paz que aceptará en estos momen-
tos con la reserva de la aprobación ulterior del Senado de los Estados Unidos Al
discutir la cuestión de Cuba, V. E. da a entender que España había deseado ahorrar
a Cuba los peligros de una independencia prematura. El Gobierno de los Estados
Unidos no ha compartido las aprensiones de España sobre este punto; pero piensa
que en las condiciones de perturbación y abatimiento en que está la Isla, ésta nece-
sita ayuda y dirección, que el Gobierno americano se halla dispuesto a otorgarle. Los
Estados Unidos pedirán: primero, la renuncia por España de toda pretensión a su
soberanía, o a sus derechos sobre Cuba, y la inmediata evacuación de la Isla; se-
gundo, el Presidente de la Repúbhca, deseoso de dar pruebas de una señalada gene-
rosidad, no presentará ahora una petición de indemnización pecuniaria; sin embargo,
no puede permanecer insensible a las pérdidas y a los gastos ocasionados por la
guerra a los Estados Unidos, ni a las reclamaciones de nuestros conciudadanos, con
motivo de los daños y perjuicios que han sufrido en sus personas y bienes durante
la última insurrección de Cuba; en consecuencia, está obligado a pedir la cesión a
los Estados Unidos, y la evacuación inmediata por España, de Puerto Rico y de las
demás islas que se hallan actualmente bajo la soberanía de España en las Indias Oc-
cidentales, así como la cesión, en Las Ladrones, de una isla, que será designada por
los Estados Unidos; tercero, por las mismas razones, los Estados Unidos tienen tí-
tulos para ocupar, y ocuparán, la ciudad, la bahía y el puerto de Manila, esperando
la conclusión de un tratado de paz, que deberá determinar la intervención (en fran-
cés controle), la disposición y el Gobierno de las Filipinas.
Si las condiciones ofrecidas aquí son aceptadas en su integridad, los Estados
Unidos nombrarán comisarios que se encontrarán con los igualmente autorizados
por España, con objeto de arreglar los detalles del Tratado de paz y de firmarlo en
las condiciones arriba indicadas. Aprovecho esta ocasión para ofrecer a V. E. las se-
p^uridades de mi más alta consideración.
..,.^00 William R. Day.
Washington, 30 de julio de 1898.
CONSIDERACIONES
Al examinar estas dos notables comunicaciones que pusieron fin a la guerra his-
panoamericana, salta a la vista que ni el ministro español ni el secretario norteame-
ricang hacen la más ligera referencia a la catástrofe del Maine; únicamente se afirma,
por ambos, que el motivo único de la declaración de guerra fué la negativa de Espa-
ña a retirar sus banderas y sus tropas de la isla de Cuba, renunciando en ella, y par^
siempre, su§ derephos de conquistadora y de Metrópoli,
032
A . RI VER O
No cabe dudar que el cebo que inflamó la mina de las grandes diferencias que
alcanzaron (merced a los esfuerzos de la Prensa de ambos países) los linderos del
odio más virulento, acumulado entre España y los Estados Unidos, fué el desgra-
ciado accidente del Maine,
La ignorancia, la mala fe, o tal vez causas ocultas que en ocasiones nublan la
mente de los hombres, llevaron al board presidido por el capitán W. T. Sampson a
opinar que el Maine «voló por la explosión de una mina colocada debajo de su
casco», y aunque dicho board ^^ abstuvo prudentemente de asignar ni a España ni a
su Gobierno la terrible responsabilidad que aparejaba acto tan odioso y desleal, el
pueblo americano tomó la catástrofe como bandera de guerra, y el grito repetido por
millones de bocas de Reme^nber the Maine — recordad el Maine — repercutió por todos
los ámbitos de la Unión Americana, desde las costas del Atlántico hasta los confines
del Pacífico. Y el pueblo americano que simpatizaba profundamente con la causa de
la independencia cubana, por convicción generosa que arraigaron las ardientes pré-
dicas de Martí, de Estrada Palma y de cien cubanos más que constantemente habla-
ban a los norteamericanos de sus sufrimientos y de los horrores de aquella guerra
de devastación que culminó durante el mando del general Weyler, obligó, contra su
voluntad, al presidente Mac-Kinley a dirigir un mensaje al Congreso, como resultado
del cual se adoptó, por aquel cuerpo legislador, su famosa Resolución Conjunta, base
del tiltimátum que no llegó a recibir el señor Sagasta, porque se anticipó media hora,
declarando rotas las relaciones diplomáticas entre ambas naciones y poniendo los
pasaportes en manos del Ministro americano.
Ni el presidente Mac-Kinley en su Mensaje, ni el Congreso americano en su
Resolución Conjunta, afirmaron nunca que España fuera la causante o instigadora de
la voladura del Maine.
Pero como una gran parte del pueblo español alentó y alienta aún la errónea
creencia de que el Gobierno americano arrojó sobre el Gobierno español la afrenta
de suponerlo autor de aquel desastre, no está de más que pongamos en esta Crónica
las cosas en su lugar.
No cabe pedir reivindicaciones de ofensas no inferidas, limitando la petición en
una medida justa y conveniente. Lo que se pidió por el Gobierno español, en tres
ocasiones, aunque sin éxito, y lo que se debe pedir cada día, cada mes y cada año
que transcurra, es que el Gobierno americano ordene una revisión oficial de aquel
veredicto, maliciosamente erróneo, suscrito por el fenecido almirante W. T. Sampson;
tarea no difícil hoy, cuando después de ventitrés años el mejor conocimiento de los
hechos y la extinción de los odios que acompaña a todo conflicto armado, coloca al
Gobierno americano en condiciones de realizar este acto de justicia, que si resultara
favorable a España, no honrará menos al pueblo de los Estados Unidos.
A esa revisión, que anule y arranque de los archivos el informe de aquel board,
ha tendido y tiende mi labor; esa idea ha sido la estrella polar que durante veinte
años guió mis pasos por archivos, bibliotecas y centros oficiales; yo he consagrado
los últimos años de mi vida a conseguir esa reivindicación, porque así me lo piden
voces internas, en clamor constante, y también para pagar a España una parte de los
favores por mí recibidos, cuando me otorgó por dos veces el honor de cubrir mi
cuerpo con el uniforme de sus Ejércitos.
Y de igual manera que la noble Francia rectificó un tremendo error, y abriendo
al capitán Dreyfus las puertas de su prisión en la isla del Diablo lo retornó a la
patria y al hogar, permitiéndole vestir de imevo aquel mismo uniforme y aquellas
mismas divisas que le arrancaron, en horrible afrenta, en pública degradación, así el
Gobierno de los Estados Unidos se honrará a sí propio, honrando las siempre rectas
intenciones del pueblo y del Gobierno español.
No ha de faltarme en Washington, donde cimento con nobles amigos, algún sen^-
CRÓNICAS 6$3
dor, algún representante, y tal vez algún miembro del actual Gabinete, que presente
un bilí solicitando del Congreso de los Estados Unidos una resolución conjunta que
anule el documento tantas veces mencionado.
Para llegar a este fin he de luchar por que esta Crónica de la gükrka hispanoame-
ricana sea traducida al idioma inglés y circule profusamente por todo el territorio
de sus Estados; la entregaré personalmente a cada senador, a cada representante,
a cada editor de los más importantes diarios norteamericanos, y pondré mi fortuna
y el resto de todas mis energías al servicio de estos ideales de reivindicación.
No menos puede hacer quien hasta después de terminada la guerra llevó con
honor los uniformes de infante y de artillero español; y hoy, después de cumplidos
sus compromisos con la nación descubridora, y atado por los que al nacer contrajo
con su país, ostenta el título de ciudadano americano, ciudadanía que no desea
demostrar amores a una bandera que acoge bajo sus pliegues infamantes imputacio-
nes que la historia y las conciencias de los hombres rechazan de consuno.
Y quiera el Señor que al cerrarse mis ojos, y al entregar mi cuerpo a la madre
tierra, lleve el consuelo de haber contribuido, aunque humildemente, a la realización
de esta obra de verdadera justicia
Ángel RivERO.
Madrid. 17 de octubre de 1922,
APÉNDICE NUMERO 15
Jefes y oficiales de Artillería que defendieron la plaza de San Juan de Puerto
Rico, al frente de sus baterías, el día 12 de mayo de 1898.
Coronel subinspector del Cuerpo, José Sánchez de Castilla.
Secretaj'io del mismo ^ capitán Enrique Barbaza.
Director del Parque, comandante Luis Alvarado González.
Jefe de detall del mismo, capitán Ramón Acha Caamaño.
Teniente coronel, primer jefe del \2^ batallón de artillería, Benigno Aznar
Carbajo.
Comandante, José Brandaris y Rato.
Capellán, Antonio Sola y Sola.
Capitanes: Aniceto González Fernández, Fernando Sárraga Rengel, Ricardo Her-
naiz Palacios, José Iriarte Travieso, Aureliano Esteban Abella, Ángel Rivero Méndez,
Juan Aleñar Guinart y Juan Arboleda Larrañaga.
Médico, Francisco Baixauli Perelló; Veterinario, Francisco Ginovart Ganáis.
Primeros tenientes: Regino Muñoz García, Lucas Massot Matamoros, Andrés Val-
divia Sisay, Antonio Vanrell Tudury, Luis López de Velazco, Enrique Botella Jover,
Faustino González Iglesias, Policarpo Echevarría Alvarado, Rodolfo de Olea Mora,
Juan Miró Camacho y Manuel Muñoz López.
Segundos tenientes de la escala práctica: Salustiano Rodríguez González, José
Barba Báez, Fernando Morales Hanega, Dionisio Belmonte Formoso, Rafael Alonso
Rodríguez, Celestino Villar Fernández, José González Aranda, Nicanor Criado López
y Juan Bartomese Roura.
APÉNDICE NUMERO i6
Dos auxiliares, entre los muchos que, durante la guerra hispanoamericana,
tuvo en Puerto Rico el ejército invasor.
CARLOS PATTERNE Y RAFAEL LARROCA
El mismo día, 28 de julio, en que el general Wilson entró en la ciudad de Ponce,
y en la casa donde se alojaba, calle Mayor, número 6, le fué presentado por D. Lucas
Valdivieso el joven Carlos Patterne, como hombre de acción, deseoso de prestar sus
servicios al ejército americano. Wilson le dio instrucciones para que se dirigiese
inmediatamente a San Juan, procurando obtener en dicha capital toda la información
que le fuera posible, y sondeando la opinión de los portorriqueños más prominentes
respecto al desembarco por Guánica.
Patterne se puso en camino hacia Guayama, y desde allí pudo llegar, sin contra-
tiempo alguno, al barrio de Hato Rey, San Juan, donde pasó la noche oculto en la
casa de un mulato llamado Manuel Pastrana; al siguiente día, muy temprano, entró
en San Juan, y en el edificio que ocupaba el Ateneo conferenció con Ramón Ruiz,
el cual le puso en contacto con diversas personalidades, de quienes obtuvo
cuantas noticias necesitaba, y aquella misma noche recibió de manos de José G. del
Valle un memorándum secreto, y firmado por éste, para el general Wilson, docu-
mento que contenía valiosa información acerca del espíritu de las tropas, obras de
defensa de la plaza, campamentos de Martín Peña y Hato Rey, y otros detalles de
igual naturaleza.
Carlos Patterne se dirigió en coche a Caguas, y en esta ciudad se unió al joven
Rafael Larroca, quien por entonces sustentaba ideales separatistas; se repartieron los
papeles, y como un grupo de oficiales de infantería española entrase en el restaurante
donde aquéllos almorzaban ^, y temiendo algún contratiempo, abandonaron la pobla-
ción, y a través del campo y por el barrio Cercadillo y otros más, llegaron hasta
Salinas, donde Luis Caballer les prestó toda clase de auxilio cuando supo la misión
que desempeñaban. Los documentos los ocultaron en las alpargatas que calzaban.
Desde Salinas, ambos jóvenes siguieron a Ponce, y allí se separaron. Patterne
evacuó su comisión cerca del general Wilson, quedando éste tan satisfecho que le
rogó saliese en el acto para Coamo, a fin de obtener nuevos informes. Dicho joven
pudo entrar en aquella villa sin inspirar sospechas, y adquirió noticia exacta de la
guarnición y medios de defensa con que contaba el comandante Illescas allí destaca-
do. Auxiliado por un maestro de escuela rural, de apellido Huertas, recorrió todos
los caminos vecinales por los cuales se podía flanquear a Coamo, y después de tra-
zar un ligero croquis, escapó, llegando otra vez a Ponce. Acompañó más tarde al
general Wilson y a toda la brigada Ernst en sus operaciones, desde que salieron de
su campamento, a orillas del río Descalabrado, hasta cesar las hostilidades frente a
las posiciones del Asomante.
1 Notas sacadas del archivo particular del autor, en el que constan cuantas comisiones a favor del ejér-
cito invasor realizaron muchos portorriqueños, y algunos de los cuales ocupan hoy elevadas posiciones en
^a Isla.
APÉNDICE NUMERO 17
Instrucciones dadas por el General Miles a todos los jefes de las fuerzas
de ocupación de Puerto Rico.
Cuartel general del Ejército, Puerto
de Ponce, Puerto Rico, julio 29, 1898.
Señor:
Tengo el honor de informarle que el Mayor general comandante del Ejército de
los Estados Unidos me ordena comunicarle las siguientes instrucciones por las cua-
les se regirán, tanto usted como todos los subalternos bajo su mando, en el cumpli-
miento de sus deberes y con referencia al Gobierno del territorio actualmente ocu-
pado o que puedan ocupar las fuerzas a su mando.
El primer efecto que surtirá la ocupación militar de este país es la ruptura de las
relaciones políticas de sus habitantes con España, lo cual obliga a éstos a prestar
obediencia a la autoridad de los Estados Unidos, siendo el poder militar del Ejérci-
to de ocupación absoluto y supremo. Pero tan pronto los habitantes de Puerto Rico
demuestren obediencia a las nuevas condiciones, tanto sus derechos privados como
sus propiedades serán respetadas.
Las leyes municipales, en todo lo que se refiera a sostener los derechos de las
propiedades privadas y al castigo de crímenes o faltas, serán mantenidas en todo
vigor hasta donde sea compatible con el nuevo orden de cosas, y tales leyes no se-
rán suspendidas sino en casos absolutamente necesarios, y cuando así lo exija la ocu-
pación militar.
Estas leyes serán administradas por los Tribunales ordinarios en la misma íorma
que se venía haciendo antes de la ocupación. Para este propósito, los jueces y otros
oficiales conectados con la Administración de Justicia, si ellos aceptan la autoridad
de los Estados Unidos, continuarán administrando las leyes ordinarias del país, bajo
la supervisión del comandante de las fuerzas militares de los Estados Unidos.
En todo lo referente al mantenimiento del orden y observancia de las leyes, us-
ted tendrá autoridad bastante para reemplazar y destituir a los presentes oficiales de
Justicia, no solamente algunos, sino todos ellos, sustituyéndolos por otros; y tam-
bién tendrá autoridad para crear nuevos Tribunales suplementarios allí donde sea
preciso, debiendo, en todo caso, tener por guía su propio criterio y un alto sentido
de justicia.
Deberá entenderse que, en caso alguno, y bajo ninguna circunstancia, las Cortes
de Justicia del país tendrán jurisdicción para entender en delitos o faltas cometidas
por cualquier persona perteneciente al Ejército de los Estados Unidos, relacionada
con él, a su servicio, o empleada en los transportes de efectos pertenecientes al
Ejército, ni tampoco sobre cualquier delito o falta cometida por éstos contra algún
habitante del país o residente temporal del mismo. Tales casos, excepto los que per-
tenezcan a la jurisdicción de las Cortes Marciales, serán juzgados por Comisiones mi-
litares y por otras Cortes que usted juzgue oportuno establecer.
CRÓNICAS ¿37
Las fuerzas de Policía nativa serán mantenidas hasta donde sea practicable. La
libertad del pueblo para seguir en sus ocupaciones corrientes no será obstaculizada,
excepto en caso de imprescindible necesidad.
Todos los fondos públicos pertenecientes al Gobierno español por su propio dere-
cho, y toda la propiedad mueble, armas, provisiones, etc., de dicho Gobierno, serán
embargadas y retenidas para darles el empleo que señale la autoridad competente;
y cualquier otra propiedad del Gobierno español será también embargada y puesta a
cargo de un administrador. Los productos o rentas que de tales propiedades o dere-
chos se obtengan, serán colectados y administrados en la forma que se ordenará por
este Cuartel general.
Se tomará posesión de todos los servicios públicos o medios de transporte, tales
como líneas telegráficas, cables, ferrocarriles, teléfonos y embarcaciones pertene-
cientes al Gobierno español, y de ellos se hará uso apropiado.
Todas las iglesias y edificios dedicados al culto religioso, así como todas las ca-
sas-escuelas, deberán ser respetadas y protegidas. También serán respetadas todas
las propiedades privadas pertenecientes a particulares o Corporaciones, y las cuales
sólo podrán confiscarse cuando tal procedimiento se ordene, y sólo en determina-
dos casos.
Los medios de transportes y comunicaciones, tales como telégrafos, cables, fe-
rrocarriles y buques, podrán ser confiscados, aunque sean propiedad privada de in-
dividuos o de Corporaciones, y a menos que fuesen destruidos por exigencias mili-
tares, serán, después, devueltos a sus dueños.
Como resultado de la ocupación militar de este país, las contribuciones y otras
cargas que pagan sus habitantes al Gobierno de España, serán pagadas a este Go-
bierno militar, y el dinero así obtenido será destinado a pagar los gastos naturales
de dicha ocupación.
No podrá hacerse uso de la propiedad privada, a menos de que preceda una or-
den del jefe de la brigada o de la división, y sólo en caso de absoluta necesidad, y
cuanto se tome para uso del Ejército será pagado, en dinero contante, a un precio
justo.
Todos los puertos y poblaciones actualmente en posesión de nuestras fuerzas,
serán abiertos al comercio de las naciones neutrales, y también al de la nuestra, para
todos los artículos que no sean contrabando de guerra, y previo pago de los dere-
chos de aduana que rijan en la fecha de la importación. Es incluso un memorándum
referente a la jurisdicción militar. Comisiones y Cortes de Justicia.
Muy respetuosamente,
I. C. GiLMORE,
Bj'igadier general, U.S. V.
Mayor general,}. M. Wilson, comandante de la primera división del primer Cuerpo
de Ejército, Ponce, Puerto Rico.
APÉNDICE NUMERO i^
Captura del puerto de Arroyo por el cañonero "Gloucester".
U. S. S. Gloucester,
Frente a Arroyo, Puerto Rico, agosto 3, i8g8.
Señor:
Tengo el gusto de hacer el siguiente informe sobre la captura y ocupación de
Arroyo, Puerto Rico, por una fuerza de este buque el lunes, agosto I."", 1898:
A las nueve y treinta de la mañana, y estando anclado este buque en la rada
abierta, tres cuarto de una milla de la costa, y frente al pueblo, usted me ordenó
ir a tierra en la ballenera, bajo bandera de parlamento, reunir a los oficiales de la
población y pedir su rendición a los Estados Unidos, a nombre del capitán Goodrich.
También recibí instrucciones para que 'se encendiese la luz del faro de Punta Figue-
roa, y, asimismo, tomar posesión de todas las lanchas en puerto para emplearlas en
el desembarco de tropas e impedimenta, tan pronto llegasen los transportes que se
esperaban. Para el desempeño de esta comisión, y con el permiso de usted, me acom-
pañó, como intérprete, el segundo cirujano John F. Bransford.
Al aproximarnos a la costa, y como no hubiese muelle alguno, varamos el bote.
En la playa se reunió un numeroso grupo de nativos, acompañados de algunos poli-
cías, aunque éstos no llevaban armas, y al preguntar por el jefe y oficiales de la po-
blación, nos condujeron a la aduana que está situada frente al mar, y a poco tiempo
llegaron allí el capitán de puerto, el alcalde, el colector y su segundo, el juez de paz,
el cura párroco y algunos ciudadanos de los de mayor importancia; utilizando los
servicios del doctor Bransford, informé a dichos caballeros de la presencia del Glou-
cester y les pedí su inmediata rendición, la del pueblo y la de toda propiedad es-
pañola.
A esto siguió una acalorada discusión que me vi obligado a cortar perentoria-
mente, manifestándoles que a menos de obtener una pronta respuesta afirmativa el
pueblo sería bombardeado. Uno tras otro, todos aquellos caballeros accedieron a
rendirse, dando palabra de hacerlo, excepto el capitán del puerto, un oficial de la
Marina española, retirado, quien rehusó hacer lo uno o lo otro. A este caballero lo
envié a bordo del Gloucester^ a cargo del doctor Blansford, a quien pedí dijese a
usted el estado de los asuntos. Permanecí en tierra con el cuartel maestre Bechtold,
a quien ordené izar la bandera de los Estados Unidos en el edificio de la aduana, lo
que tuvo lugar, y nuestra bandera fué saludada con vivas por muchos de los nativos
presentes y por los negros que allí estaban.
A las diez y treinta minutos una partida de desembarco del Gloucester, de 35
hombres, con un Colt de tiro rápido, vino a tierra al mando del teniente Norman y
del segundo pagador Brown, los cuales se pusieron a mis órdenes para ocupar la
población. Inmediatamente, utilizando estas fuerzas, coloqué piquetes de ellas en las
principales calles, encargándose el teniente Norman de la parte derecha de la pobla-
ción; el pagador Brovt^n, con el Colt^ a la izquierda, lo que incluía el camino a Guaya-
C k ó N í C A < S^g
ma (tres millas distantes), mientras situé el centro en la aduana como cuartel general.
Di órdenes para que todas las personas pacíficas y sin armas pudieran transitar
libremente dentro de la población, y que fuesen arrestados todos los que portasen
armas o apareciesen sospechosos, impidiendo, además, que nadie saliese de los lími-
tes del caserío. Algunas excepciones fueron hechas a esta última regularización, en
el caso de ingleses y franceses, cuyas casas estaban más allá del pueblo, y tales per-
sonas fueron provistas de pases.
Nuestros hombres fueron instruidos para que respetasen estrictamente todos los
ciudadanos y sus propiedades; y éstos recibieron aviso de que todo acto de traición
o de oposición sería severamente castigado en el acto. El teniente Norman, proce-
diendo con excelente discreción, se apoderó de la oficina telegráfica y de sus apara-
tos, cortando las líneas para impedir que cualquier información llegase al enemigo.
Por varios conductos se nos informó de que algunas guerrillas españolas y varios
Guardias civiles operaban por los alrededores del pueblo y que una fuerza regular,
estimada en 6o hombres, estaba acampada más allá del camino de Guayama, mien-
tras que algunos centenares defendían la ciudad. Sin embargo, ningún ataque serio
fué hecho sobre Arroyo durante nuestra ocupación.
A la una y treinta minutos de la tarde el doctor Bransford volvió a tierra, tra-
yendo al prisionero que yo había enviado a bordo, a causa de que dicho capitán de
puerto se había decidido últimamente, y como caso de fuerza mayor, a dar su pala-
bra de honor bajo amenazas; palabra que recibí dejándolo en libertad y con el privi-
legio de retener su espada.
Durante el día hice algunos arreglos con el alcalde para encender el faro de Punta
F'igueroa, y a la puesta del sol dicho faro estaba en operación, y desde entonces
continúa prestando servicio. Respecto a las lanchas, había ocho o diez varadas en la
playa; la mayor parte de ellas eran propiedad de Mr. Mac-Cormick, anterior cónsul
de los Estados Unidos, quien en el acto ofreció dichas lanchas, ordenando fuesen
puestas a flote y ancladas cerca del Gloucester.
Durante la noche, desde a bordo, y por medio de señales, recibí órdenes de re-
embarcar toda la fuerza al anochecer. A los residentes amigos, así como a Mr. Mac-
Cormick, se les notificó que podían refugiarse a bordo del Gloucester^ en caso de que
las guerrillas atacasen sus casas; y ellos trajeron sus familias y la de sus hermanos
dentro del pueblo y al amparo de los cañones de nuestro buque; tales precauciones
fueron juiciosas, porque durante la noche una partida enemiga se introdujo en el
pueblo, haciendo algunos disparos al buque y retirándose, a pesar de que el proyec-
tor de a bordo iluminaba la costa i.
Al amanecer del siguiente día (día 2) la misma fuerza, y al mando de los mismos
oficiales, volvió al pueblo para recuperarlo, y el día pasó sin novedad. Noté, sin em-
bargo, que la actitud del pueblo era más bien hostil, a causa de que ellos dudaban
del poder de nuestra fuerza y de nuestras intenciones. El St. Lotus había fondeado
al amanecer, pero como la información acerca de nuestra debilidad había llegado al
enemigo, gente del pueblo nos avisó que una fuerza montada de aquél venía en son
de ataque. Fué entonces cuando yo pedí a usted que el Gloucester disparase algu-
nos proyectiles y usted me preguntó, por señales, la dirección en que debían ser
apuntados los cañones. VX cañoneo que siguió y los proyectiles que usted arroj.ó so-
bre nuestro flanco izquierdo impidieron el ataque anunciado.
Por la tarde vimos, con gran alegría, que tropas del St, Louis venían a relevarnos,
y a eso de las cinco de la tarde 200 ó 300 hombres habían desembarcado, y de
acuerdo con sus instrucciones, entregué el mando al oficial de más graduación que
vino a tierra, el coronel Bennett, del tercer Regimiento Voluntarios de Illinois, a
1 Eran el capitán Salvador Acha y sus guerrilleros. — N. del A.
640
A . R I V E R Ó
quien puse en detalles <ie la situación/ presentándolo a los oficiales del pueblo. FJ co-
ronel Bennett dispuso que el teniente Hayes y algunos 60 hombres relevasen mis
piquetes, y todos volvimos a bordo a eso de las 5-30 minutos de la tarde. Jintretanto,
yo había ordenado ai teniente Norman que liiciese un inventario de todo el dinero
y valores existentes en la caja de la Aduana, lo cual fué hecho por este oficial co-
rrectamente, dándoseles recibo al colector español; y cuando el coronel liennett
tonu') el mando, él, a su vez, dio nuevos recibos al teniente Norman '^.
Respetuosamente,
Tilomas C. Wood,
Teniente comandante Richard Wainwright, U. S. N.; comandante U. S, S. (jIou-
cesfer.
« Este (locunipnto está totna.do del í.„;^ (Dinrio de a ttonl
•derior coiniindante, Iim^ Real Almirante, Richanl \\^ainwri<,dit
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CRÓNICAS
641
DON JOSÉ MASGARENAS )C GARCÍA, TENIENTE CORONEL
DE artillería Y JEFE DEL DETALL DEL MUSEO DEL
CUERPO, DEL QUE ES DIRECTOR EL SEÑOR CORONEL
DON LUIS MASSATS Y TOMAS.
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CERTIFICO: Que por este Museo y a petición de Don Ángel
Rivero Méndez, le han sido entregadas pruebas fotográfi-
cas de las banderas que con los números 4.972, 3.466,
3.472 y 3.471 figuran en su catálogo y pertenecieron,
respectivamente: al Batallón de Voluntarios de Maya-
güez; al batallón fijo, de Artillería, de Puerto Rico,
y posteriormente al 12.^ batallón de plaza; al castillo
del Morro de Puerto Rico, en el que ondeó al ser ata-
cado el 12 de mayo de 1898 por la escuadra norteameri-
cana, y al castillo de San Cristóbal , de la misma plaza,
en el que ondeó en igual fecha y circunstancias.
Y para atestiguar la legitimidad de las mencionadas
pruebas fotográficas, expido este certificado en Madrid,
a veintiséis de septiembre de mil novecientos vein-
tidós .
El Coronel Director,
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APÉNDICE NUMERO 20
Protocolo.
William R. Day, secretario de Estado de los Estados Unidos, y su excelencia
monsieur Cambon, embajador extraordinario y plenipotenciario de la República
francesa en Washington, habiendo recibido respectivamente, al efecto, plenos pode-
res del Gobierno de los Estados Unidos y del Gobierno de España, han formulado
y firmado los artículos siguientes, que precisan los términos en que ambos Gobiernos
se han puesto de acuerdo, relativamente a las cuestiones abajo designadas, que tie-
nen por objeto el restablecimiento de la paz entre los dos países, a saber:
Artículo l.° España renunciará a toda pretensión a su soberanía y a todos sus
derechos sobre Cuba.
Art. ; .° España cederá a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las
demás islas que actualmente se encuentran bajo la soberanía de España en las Indias
Occidentales^ así como una isla en las Ladrones, que será escogida por los Estados
Unidos.
Art. 3.^ Los Estados Unidos ocuparán y conservarán la ciudad, la bahía y el
puerto de Manila en espera de la conclusión de un Tratado de paz, que deberá deter-
minar la intervención [controle)^ la disposición y el gobierno de las FiHpinas.
, Art. 4.^ Itspaña evacuará inmediatamente la isla de Cuba, Puerto Rico y las
demás islas que se encuentran actualmente bajo la soberanía española en las Indias
Occidentales; con este objeto, cada uno de los dos Gobiernos noajbrará comisarios
en los diez días que seguirán a la firma de este Protocolo, y los comisarios así nom-
brados deberán, en los treinta días que seguirán a la firma de este Protocolo, encon-
trarse en la Habana, a fin de convenir y ejecutar los detalles de la evacuación ya men-
cionada de Cuba y de las islas españolas adyacentes; y cada uno de los dos Gobier-
nos nombrará igualmente, en los diez días siguientes al de la firma de este Protocolo,
otros comisarios que deberán, en los treinta días que seguirán a la firma de este Pro-
tocolo, encontrarse en San Juan de Puerto Rico, a fin de convenir y ejecutar los de-
talles de la evacuación, antes mencionada, de Puerto Rico y de las demás islas que se
encuentran actualmente bajo la soberanía de España en las Indias Occidentales.
Art. 5-^^ Los Estados Unidos y España nombrarán para tratar de la paz cinco
comisarios a lo más, por cada país; los comisarios así nombrados deberán encon-
trarse en París el primero de octubre de mil ochocientos noventa y ocho, lo más
tarde, y proceder a la negociación y a la conclusión de un Tratado de paz; este Tra-
tado quedará sujeto a la ratificación con arreglo a las formas constitucionales de cada
uno de ambos países.
Art. ó.'' Una vez terminado y firmado este Protocolo, deberán suspenderse las
hostilidades en los dos países, y a este efecto se deberán dar órdenes por cada uno
de los dos Gobiernos a los jefes de sus fuerzas de mar y tierra tan pronto como sea
posible.
Hecho en Washington, por duplicado, en francés e inglés, por los infrascritos
que ponen al pie su firma y sello^ el |2 de agosto de 1898. — ^Jules Cambon. — William
R. Day, ^ '
APÉNDICE NUMERO 21
Confrencia, por telégrafo, entre el capitán general Macías y el teniente
coronel Francisco Larrea, comandante de las líneas defensivas de Aibonito.
— Presente teniente coronel Larrea; sin novedad, líace media hora me ha llamado
al aparato el comandante Nouvilas, desde estación Asomante^ y me comunica desde
allí lo siguiente:
«Una vez terminado el fuego, se vio que subían por la carretera seis jinetes, que yo
creí eran de la Cruz Roja, y resultó ser de parlamento; dejé aproximarlos a distancia
prudente, llamando a los tenientes Relmonte, de artillería, y Luis Ramery, del 9.° de
Voluntarios, ordenándoles que fueran a avistarse con los parlamentarios, acompañán-
doles un voluntario, un soldado y un corneta del 6.° provisional. La Conferencia
duró más de tres cuartos de hora, y el resultado de ella, que me han comunicado
por escrito^ es como sigue:
«El teniente coronel Bliss, jefe de Estado Mayor del general Wilson, jefe de las
tropas de los Estados Unidos, frente a Aibonito, presenta sus respetos al comandante
de las fuerzas españolas en Aibonito, y le manifiesta, qué por un despacho acabado
de recibir de Washington se hace saber que ya se han convenido los términos de
paz entre España y los Estados Unidos, y que según los términos convenidos, la isla
de Puerto Rico es cedida a los Estados Unidos, y se reconoce la independencia de
Cuba y de Filipinas. Siendo éste el caso, el jefe americano desea evitar todo innece-
sario derramamiento de sangre; añade que tiene en la Isla 14.OOO hombres de tropa,
y que dentro de tres días tendrá 35.OOO más ^; que la captura de Aibonito es inevi-
table, y, por consiguiente, y para evitar mayor sacrificio de vidas, y en vista del
aviso acabado de recibir respecto a la paz, él pide la rendición de esta plaza y la ren-
dición de todas las tropas de la guarnición. — ^El oficial, Fragler, comandante de
Estado Mayoi\y>
Añade el comandante Nouvilas, que acto seguido se dirigió al puesto donde se
encontraban los parlamentarios, quienes le recibieron con mucha cortesía, y a quienes
comunicó que no era jefe de las fuerzas, pero que en nombre de éste y en el suyo
propio, rechazaba toda intimación de rendimiento, y que no estaba dispuesto a ren-
dir ni el campamento ni las fuerzas.
El teniente coronel Bliss le suplicó entonces que me transmitiera el contenido de
su papel para que a mi vez lo hiciera a V. E., esperando respuesta para esta misma
noche. Nouvilas objetó que no era posible tener respuesta a esa hora por los per-
cances que pudieran ocurrir, y entonces el parlamentario accedió a volver por dicha
respuesta mañana a las seis de la misma. Añadió el jefe enemigo que «como caba-
llero y militar afirmaba lo que decía el papel»; pero que si V. E. no puede comuni-
carse por cable con el Gobierno de Su Majestad, le Facilitarán la estación de Ponce
\ El general Wilson sabía que esto era una falsedad. — N\ del A.
648 A . R I V E R o
para que V. E. pueda mandar un telegrama^ o también enviar a Ponce un oficial con
un cable para el Gobierno.
También dice Nouvilas que hablando con el parlamentario éste le confesó que
en el combate de esta tarde habían sufrido muchas bajas; esto debe ser cierto, y no
dije a V. E. por temor a equivocarme, que en las descargas de fusiles Máuser se vie-
ron caer algunos enemigos, y todos ellos correr a la desbandada.»
CONTESTACIÓN DEL GENERAL MACIAS
— Bien; que las fuerzas estén siempre preparadas para hacer fuego tan pronto como
vean avanzar al enemigo, aunque éste se cubra con bandera de parlamento; que si
*se presentan otra vez los parlamentarios, contesten que tienen orden mía de no reci-
birlos ni admitir parlamento de clase alguna. Que no contesto al general Wilson
porque visto el honroso uniforme del ejército español, que me veda responder a
proposición tan ofensiva a mi honor; pero si él quiere evitar el derramamiento de
sangre, que no se mueva de las posiciones que actualmente ocupa.
Macías.
COMENTARIOS DEL AUTOR
Caluroso aplauso merece la enérgica respuesta del general Macías, aunque la
juzgo demasiado suave para responder al dolo y a la impudicia empleados por el ge-
neral Wilson en esta ocasión. El sabía o debía saber, si había saludado, cuando
menos, algún texto de Derecho internacional, que una suspensión de hostilidades
como resultado de un armisticio, obliga a los beligerantes a mantener las posiciones
que ocupan en el instante de la firma de dicho armisticio. El conocía además por el
telegrama que había recibido del noble general Miles — quien seguramente nunca ha
sabido este acto bochornoso de Wilson — los términos exactos del telegrama del
Presidente de los Estados Unidos, ordenando la suspensión inmediata de toda opera-
ción de guerra y la observancia absoluta del statu quo^ lo cual le prohibía dirigirse al
jefe de las fuerzas españolas en la forma improcedente en que lo hizo.
Mejor hubieran sentado tales arrestos, aquel mismo día, cuando sus artilleros,
abandonando los seis cañones que había emplazado frente a los dos Plasencias, de
montaña, del capitán Hernaiz, entraron a todo correr en Coamo, alarmando a la po-
blación con sus relatos de un gran desastre.
Y como el autor se honra con la amistad del teniente general Nelson A, Miles,
quien actualmente reside en Washington, y como también sostiene correspondencia
con el citado general Wilson, ruega al primero y también al Alto Mando del ejército
de los Estados Unidos, que por su propio prestigio y para que no perdure este hecho
bochornoso en la historia de la noble campaña llevada a cabo en Puerto Rico por las
tropas de la Unión, que se ordene una investigación para acreditar si el general
Wilson obró por su propia cuenta, o en virtud de qué instrucciones recibidas, ^1
intentar tan burda violación de los términos del Armisticio,
APÉNDICE NUMERO 22
Correspondencia oficial cruzada entre los generales D. Manuel Macías,
Mr. Nelson A. Miles y John R. Brooke.
Telegrama: San Juan, agosto 13, 1898.
Al Jefe de operaciones, Aibonito.
Un oficial con seis hombres montados, y bajo bandera de parlamento, que se
dirijan a la línea enemiga de Coamo y pidan entregar al jefe que la mande el tele-
grama que sigue, dirigido al general Miles, Comandante en jefe del Ejército de los
Estados Unidos en Puerto Rico, Ponce.
«Saludo V. H. muy atentamente, y le participo que el cónsul general de Francia
en esta Isla me ha entregado esta tarde una copia de telegrama recibido de M. Cam-
bon. Embajador de su nación en Washington, telegrama que dice así:
«Los prehminares de la paz y una suspensión de hostilidades han sido firmados
ayer, a las cuatro de la tarde.»
Por mi Gobierno, y sin duda debido a la mayor distancia, no he recibido aún
instrucción alguna sobre este asunto; pero como el general Wilson, por conducto de
su jefe de Estado Mayor, hizo saber al jefe de mis tropas en Aibonito que se había
recibido de Washington un telegrama en parecidos conceptos, y con el laudable
objeto de evitar toda colisión entre fuerzas beligerantes y consiguiente efusión de
sangre, invito a V. H, a una suspensión temporal de hostilidades hasta recibir las
correspondientes instrucciones de nuestros respectivos Gobiernos, y que durante
ella continúen las fuerzas beligerantes ocupando cada una el mismo terreno que
ocupan hoy. Termino rogando a V. H. se sirva comunicarme su opinión.
Con este motivo el general Macías presenta sus cumplimientos al honorable
general Miles.»
Telegrama de Cayey: Agosto 14, 1898.
«El Comandante Cervera al Capitán general:
Acaba de presentarse a dos kilómetros de nuestras avanzadas, bajo bandera de
parlamento, el coronel Richard, ayudante del general Brooke, Jefe del primer Cuerpo
del ejército americano. He salido a su encuentro, y me ha entregado dos pliegos: uno
del general Miles para V. E., y otro del general Brooke para mí, suplicando reciba
el segundo y envíe a V. E. el primero. Le he dicho que yo no tenía instrucciones
para atender sus manifestaciones, y que permanecería en mi puesto esperando órde-
nes de V. E.; pero que cumpliría sus deseos.
El pliego del general Miles lo envío a V. E. rápidamente. El dirigido a mí dice lo
siguiente:
650 A . R 1 V E R o
«Al Comandante oficial de las tropas españolas en el camino de Cayey.
Señor: En concordancia con las instrucciones del Comandante Mayor general
del Ejército de los Estados Unidos, cumplo con el deber de acompañarle la siguiente
comunicación que ruego a V. S. se sirva dirigir con la brevedad posible.»
«Playa de Ponce, Puerto Rico, agosto 13, 1898.
Al Capitán general Macías, gobernador general de la isla de Puerto Rico.
Señor: Tengo el honor de informar a V. E. que he recibido instrucciones del Pre-
sidente de los Estados Unidos, notificándome que las negociaciones de paz están pró-
ximas a terminarse, y que el Protocolo acaba de ser firmado por los representantes
de ambas naciones, y ordenándome que todas las operaciones militares sean suspen-
didas. Y tengo instrucciones de dar cuenta a V. Ji. de todo lo anterior como jefe que
es de las tropas españolas en la isla de Puerto Rico, y como encargo del Presidente
de los Estados Unidos.
Very respeetfully^
Melson A^MileSf
Maj o r General Commanding,
United States Arogr^"
Nota. — «Todos nuestros puestos han enarbolado bandera de parlamento y ruego
a usted se sirva dictar iguales órdenes a los suyos. Toda comunicación que usted
desee presentar será recibida entre líneas.»
I am, Sir,
Very respecifullyj Your obedient servant,
Maj or General, Commanding,
Ist Aritiy Coi^ps^
Y en vista de esta comunicación, espero que V. K. se sirva darme Instrucciones
respecto a la conducta que debo seguir con el enemigo. — Cekveka.»
San Juan, agosto 14, 1898.
Honorable Sr. General Nelson A. Miles, Comandante general del ejército americano.
Ponce.
Atentamente le saludo y tengo el honor de acusar recibo de su telegrama que
me ha dirigido en el día de hoy sobre suspensión de hostilidades, y como resultado
de instrucciones que ha recibido del Presidente de los Estados Unidos, y las cuales
me comunica en carta que, bajo bandera de parlamento, fué entregada por su ayu-
dante de campo, coronel Richard, y también por carta entregada por su también
ayudante de campo el coronel Miller.
t R ó N IC A S 5^^
Por parte mía he dado órdenes convenientes al jefe de la línea de Aibonito para
que esta última carta, que será entregada allí, sea recibida y remitida a mí con toda
rapidez. Debo participarle que habiendo visto un despacho que recibió el cónsul de
Francia, de su embajador en Washington, dando cuenta de la firma del Protocolo,
dirigí a y. H. un telegrama, vía Aibonito, el cual ha sido entregado al jefe de mis
fuerzas en Coamo para que lo envíe a V. H., y en cuyo telegrama le invitaba a una
suspensión de hostilidades.
Muy respetuosamente,— Manuel Magias, Capitán general de Puerto Rico.
Telegrama:
«14 de agosto, 189S.
Al Comandante Cervera, Guamaní, Cayey.
Disponga que un oficial, montado, con escolta de cuatro individvos, lleve a las
líneas enemigas, bajo bandera de parlamento, la siguiente carta:
El sobre que lleve esta dirección:
«Al Excmo. Sr. General John R. Brooke, general jefe del primer Cuerpo de ejér*
cito de los Estados Unidos en su cuartel general en Guayama.»
El contenido de la carta será el siguiente, copiado al pie de la letra:
«Al General John R. Brooke, Mayor general del primer Cuerpo de ejército de los
Estados Unidos.
Señor: Por el jefe de mis tropas avanzadas en el camino de Cayey, he tenido el
honor de recibir la carta que por conducto de V. E. me remite su excelencia el ge^
neral Nelson A. Miles, Comandante Mayor general del ejército de los Estados Uni-
dos, participándome haberse firmado el Protocolo de las negociaciones de paz y sus-
pensión de hostilidades.
Ya su excelencia el Mayor general Wilson me había enviado otra carta igual a la
que he contestado y que ya está en poder de su excelencia el general Miles.
Por mi parte, tengo el honor de participarle a V. E. que mis tropas tienen orden
de colocar banderas blancas en sus avanzadas conforme lo han hecho las de ese
ejército.
Respetuosamente B. L. M. de V. E.,— Manuel Macías, Capitán general de Puerto
Rico.»
Para el Comandante Cervera.
«Como ya le he dicho en otros telegramas que habrá recibido, siempre que se pre-
senten parlamentarios recíbanlos cortésmente; pongan banderas blancas en nuestras
avanzadas.
Si tratan de atravesar nuestras líneas gentes que procedan del campo enemigo,
no se le permitirá, previniéndoles, en buena forma, que no está permitida la comu-
nicación entre ambos campos.»
Telegrama por cable:
«San Juan, 14 agosto, 1898.
Al General Miles, Mayor general en jefe del Ejército de los Estados Unidos.
Ponce.
Excmo. Sr.: En estos últimos días, en algunos puntos del territorio de mi mando,
se han presentado algunas partidas de gente del país sin organización y armadas des-
igualmente que, titulándose «Auxiliares de las tropas americanas», han invadido
652 A. RIVERO
algunos caseríos cometiendo desmanes. Yo no he creído del caso considerarlas con
aquel carácter, sino como bandidos con un disfraz político, y como a tales he orde-
nado a mis tropas que las persigan y castiguen.
En estos momentos no tengo noticia de la existencia de ninguna; pero como
pudiera suceder que durante la suspensión de hostilidades actual reapareciera alguna,
bajo ningún concepto estimo que cabe considerar a las tales partidas como fuerzas
beligerantes, y solamente como facciosas, y por lo tanto, castigarlas con rigor en el
acto de cometer sus desmanes. De todos modos, creo pertinente que V. E. me comu-
nique su parecer, a fin de que procedamos de acuerdo, adoptando ambos igual con-
ducta en este asunto.
B. L. M. de V. E., — Manuel Macías, Capitán general de Puerto Rico.»
Telegrama por cable:
«16 agosto, 1898.
Al General Miles*— Ponce.
Excmo. Sr.: El día 13 del corriente en que quedaron interrumpidas las hostilida"
des, el pueblo de Lares, de esta Isla, estaba bajo la soberanía de España, pues en é^
funcionaban las autoridades, y además había tropas del Ejército guarneciéndolo, y
continuando allí todo el día 14, hasta que ayer por la mañana, y por efecto de una
orden mal interpretada, salió de allí la guarnición, lo cual al serme comunicado dispu-
se que dicha guarnición volviera hoy a su puesto; pero al propio tiempo se me dio
conocimiento de que ayer tarde, día 15, fué ocupado Lares por una fuerza regular
del P2jército americano, al mando de V. E., ena,rbolando en dicha población la ban-
dera de los Estados Unidos.
Indudablemente que este hecho, contrario al principio de que ambos ejércitos
beligerantes deban mantener durante la suspensión de hostiHdades las respectivas
posiciones que ocupaban en día 13 por la mañana, no será conocida de V. E.;
porque no tan sólo no lo hubiera aprobado, sino por lo contrario, ordenado el cum-
plimiento en este caso de lo que previenen los principios del Derecho internacional
en casos de guerra; como así creo hará al recibir este despacho, conociendo la razón
que me asiste y rogándole una respuesta, quedo muy respetuosamente, — Manuel
Magias, Capitán General de Puerto Rico.»
«Cuartel General del primer Cuerpo de Ejército.
Guayamá, P. R., agosto 30, 1898.
Capitán general Manuel Macías. — San Juan, P. R.
Excmo. Sr.:
Tengo el honor de informar a usted que mi Gobierno me ha nombrado uno de
los comisionados para entender en los detalles de la evacuación de Puerto Rico por
las fuerzas españolas, e informarle al mismo tiempo que los otros miembros de la
Comisión saldrán de los Estados Unidos para San Juan mañana 31 del corriente.
En vista de estos hechos manifestaré a V. E, que es mi propósito marchar con
mi Estado Mayor a San Juan, vía terrestre, y llevando una escolta apropiada de ca-
ballería e infantería. Me permito sugerir a su excelencia que todas las avanzadas
entre este punto y San Juan sean avisadas de mis propósitos, a fin de que mi jor-
nada no pueda ser interrumpida.
Yo tengo el honor de ser, muy respetuosamente, su obediente servidor,
James R. Brooke,
Mayor general. »
APÉNDICE NUMERO 23
Sobre artilleri
gruesa de Puerto Rico,
Con fecha primero de diciembre de 1 898, el duque de Almodóvar del Río, mi-
nistro de Estado de España, telegrafió, entre otras cosas, al presidente de la Comi-
sión española de la Paz en París:
«Resulta de estos documentos, que remito a V. E. por correo de hoy, que en
Puerto Rico no hubo conformidad entre Comisarios españoles y americanos sobre
entrega artillería de posición.
Comisarios americanos sólo accedieron a que España conservase artillería de
montaña y la de 9 centímetros, reclamando toda la de costa, incluso la enviada úl-
timamente en vapor Antonio Lopes. Se convino que quedaran estas piezas en depó-
sito hasta resolución de ambos Gobiernos, a pesar de lo cual los americanos se sir-
vieron de ellas, en 1 8 de octubre, para hacer las salvas de Ordenanza al izarse el pa-
bellón de los Estados Unidos.»
El 6 de diciembre, del mismo año, el señor Montero Ríos, presidente de dicha
Comisión española, telegrafió, desde París, al ministro de Estado español:
«Como adición al artículo 4.°, quedó acordado que todo el material de guerra
de tierra y mar, incluso toda la artillería gruesa de la posición, será de España; si
bien ésta no retirará tal artillería gruesa hasta que transcurran seis meses después de
la ratificación Tratado.»
APÉNDICE NUMERÓ 24
Documentos referentes a la entrega de material de guerra, obras públicas
y fortificaciones.
Relación de la entrega y recibo de los edificios militares existentes en la plaza de
San Juan, Puerto Rico.
Comisionado por España: don Eduardo González^ comandante de ingenieros.
Comisionado por los Estados Unidos: Geo. W. Goethals 1, teniente coronel, co-
mandante principal de ingenieros; James Rockwell Jr., teniente coronel, comandante
principal de artillería; J. M. Carson Jr., comandante jefe de administración militar.
Los comisionados por España y los Estados Unidos de Norteamérica, respecti-
vamente, se reunieron en las fortificaciones de la ciudad de San Juan a las ocho de
la mañana del 1 5 de octubre, 1898, y los primeros hicieron entrega formal a los
segundos de los siguientes edificios que a continuación se especifican:
Cuartel de Ballajá, Cuartel de San Francisco, Cuartel de Santo Domingo, Polvo-
rín de vSan Sebastián, Polvorín de Santa Elena, Polvorín de San Jerónimo, Polvorín
de Miraflores, Cuerpo de Guardia de San Sebastián, Cuerpo de Guardia de Santa
Elena, Cuerpo de Guardia de San Jerónimo, Cuerpo de Guardia de Miraflores, Pala-
cio Real de la Fortaleza, Edificio del Gobierno Militar, Hospital Militar, Hospital de
Fiebre Amarilla, Edificio de «Casa Blanca», Pabellones de Estado Mayor, Pabellones
de Norzagaray, la vieja Plerrería y Taller de Ingenieros, Cuerpo de Guardia de Canta
Gallo, el Picadero, Cuerpo de Guardia de Santo Tomás, Cuartelillo de Santo Do-
mingo, Cuerpo de Guardia de San Agustín, Cuerpo de Guardia de San Juan, Tin-
glado de la Concepción, Tinglado del Cristo, Almacén de Ingenieros de la Marina,
Cuerpo de Guardia de San Francisco de Paula, Cuerpo de Guardia de La Palma,
Cuerpo de Guardia de Santo Toribio, Galería de Tiro al blanco. Barracones de
Puerta de Tierra.
Castillo del Morro, recinto Nordeste de la plaza, Castillo de San Cristóbal, Batería
de la Princesa, Batería de San Carlos, Batería de Santa Teresa, Batería el Escambrón,
Castillo de San Jerónimo, primera línea de Defensas, segunda línea de Defensas,
Batería de San Ramón y Cuartel Defensivo y además el frente vSur de la plaza.
lí\ importe total de todas las obras especificadas, de acuerdo con la apreciación
hecha por el Departamento de ingenieros de San Juan, alcanza a la suma de cuatro
millones ciento setenta y ocho mil cuatrocientos ochenta pesos.
Recibidos los edificios públicos y obras de defensa de la plaza de vSan Juan,
Puerto Rico, del representante del Gobierno de España y por órdenes del Departa-
mento de la Guerra de dicho Gobierno, y nosotros a nombre del Departamento de la
Guerra del Gobierno de los Estados Unidos, en San Juan, Puerto Rico, este día, 16 de
octubre de 1898. Los expresados edificios y obras de fortificación son recibidos sin
valoración por parte de los comisionados del Gobierno de los Estados Unidos,
Entregué:
7í/ comandante íJ¿ ingenieros,
Eduardo (jonzílez (Firmado,)
Recibimos:
(jreo. W. Goethals, James Rockwell Jr., J. M. Carson Jr. [Firmados.)
1 Este mismo ingeniero Geo. W. Goethals fué el ingeniero director de las obras del Canúl de Panamá.—-
N.delA.
CR Ó NI CAS
^55
Estado número 1.
DEPARTAMENTO DE INGENIEROS
DE
PUERTO RICO
-XOj-
PtAZA DE SAN JUAN
Valoración de las fortificaciones de la Plaza de San Juan.
Castillo del Morro,
5.000 metros cuadrados de bóvedas, a pesos 40 200.000
68.500 metros cúbicos de mampostería, a » 2 137.000
Aljibe, valorado en 2.000
20 000 metros cuadrados de terreno, a pesos 2 40.000
Baterías del Macho, valoradas en 5.000
Trabajos exteriores y terrenos, incluyendo las baterías
de San Fernando y San Antonio, con sus repuestos de
campaña, valorada en 116.000
Recinto Norte de la Plaza {ciudad).
Muro de escarpa, 3.000 metros de largo, 7,5 metros de
alto y 4 de espesor, a pesos 2 60.000
Faja de terreno a lo largo de este frente, 10 metros de
ancho, a pesos 2 40.000
500 000
Castillo de San Cristóbal.
12.500 metros cuadrados de terreno, ocupados por el cas-
tillo, a pesos 2
3.000 metros cuadrados de bóvedas, a t> 40
800 metros cuadrados de techo plano, a » 16
34. ;00 metros cúbicos de murallas, a » 2
Aljibes, valorados en
Nuevas baterías, valoradas en
25.000
1 20.000
12.800
68.200
5.000
44.000
275.000
Obras exteriores.
metros cúbicos de obras, desde San Cristóbal al Abanico,
incluyendo los terrenos de San Carlos, Trinidad, Santa
Teresa, Princesa, Abanico, a pesos 2,50 175.000
Valoración de San Carlos, Trinidad y Abanico * . 30.000
Batería de la Princesa, valorada en 45.800
Batería de Santa Teresa, valorada en 17.800
Suma y sigue
268.600
143.600
656
A . R IV ERO
Suma anterior 1. 143. 600
Frente Sud,
Batería del Escambrón, valorada en ... 12.900
Castillo de San Jerónimo, valorado en 25.000
Primera línea de fortificaciones 2.500
Segunda línea de fortificaciones 2.500
Batería de San Ramón y tinglados. , 28.000
Carros de transporte y nuevos trabajos en San Agustín 12.000
Carros de transporte y nuevos trabajos en Santa Elena S.ooo
Carros de transporte y nuevos trabajos en Santa Catalina 2.000
Nuevos trabajos en la Concepción 3.000
Muro de escarpa, i.ooo metros de largo, 7,5 metros de alto y 4 me-
tros de ancho, a o 75 pesos el metro cúbico « 22.500
Faja de terreno de 10 metros de ancho, a 1,50 pesos el metro cua-
drado 15 000
133.400
Total 1.27 .000
Todo lo arriba relacionado suma un millón doscientos setenta y siete mil pesos.
Puerto Rico, 21 de septiembre 1898. — Rafael Rávena. (Firmado j/ rubricado.)
Hay un sello que dice: «Isla de Puerto Rico, Comandancia de Ingenieros.» — Visto
bueno, Laguna. (Firmado y rubricado.)
Estado número 2.
DISTRITO DE PUERTO RICO
ART*[LLERÍA
Relación valorada de todo el material de artillería de costa y sitio existente
en la plaza de San Juan.
Material de costa. ^"^^^' ^^^^°^-
22 cañones (hierro entubado) 15 centímetros, marco, cure-
ñas y mecanismos, a. . .' 6.827,05 150.195,10
22 juegos de armas para los cañones de hierro entubado, de
15 centímetros 305,32 6,717,04
10 obuses (hierro sunchado) 24 centímetros, cureñas, marcos,
etcétera 10.363,60 103.636
10 juegos de armas y accesorioss para los obuses anteriores. . '^'^5.87 ^4.^58,70
6 obuses (hierro rayado sunchado) 21 centímetros, marcos,
cureñas, etc 935,80 5-734.8o
6 juegos de armas y accesorios para los mismos. ....... 247,56 i 485,36
3 cañones (hierro sunchado) 11, centímetros, marcos, cure-
ñas, etc 2.362,45 7-087,35
3 juegos de armas y accesorios para los anteriores 188,05 564.15
10 aparatos montacargas, a, . . i%¿ 1.800
2.348 granadas ordinarias para cañones (hierro entubado) 15
centímetros . . . , 4,50 10.800,80
Suma y sigue 291.349,30
CRÓNICAS 657
Pesos. Pesos.
Suma anterior 291.349.30
2.066 proyectiles perforantes para los cañones anteriores, a . , . 1340 27.684,40
522 shrapnels para los mismos cañones, a 7 3-654
753 granadas ordinarias para obuses (hierro sunchado) 24 cen-
tímetros, a , 20,40 15.361,20
763 proyectiles perforantes para los mismos obuses, a .... . 20 15.260
324 shrapnels para los mismos obuses, a 20 6.480
1 . 172 granadas ordinarias para obuses (hierro rayado sunchado)
21 centímetros 5,40 6.328,80
831 granadas ordinarias para cañones (hierro sunchado) 15
centímetros, a 6 4-986
1. 172 espoletas de percusión, modelo 1882-90, a 0,48 562,56
513 espoletas de 13 tiempos, modelo 1891, a 1,50 769,50
3.166 estopines de carrizo, modelo 1857, a. 0,03 94,98
786 espoletas de percusión para proyectiles de gran calibre. . 0,68 53448
535 saquetes, cada uno con 10 kilogramos pólvora prismática,
de una canal, para obuses (hierro sunchado), 24 centí-
metros, a 4,21 2.252,35
457 saquetes vacíos, de igual clase, a 0,45 ^05*65
1.494 saquetes, cada uno con 15 kilogramos pólvora prismática,
de una canal, para cañones (hierro entubado) de 1 5 cen-
tímetros, a. . • 6,16 9.203.04
813 saquetes vacíos páralos mismos, a 0,52 422,76
1 30 saquetes, cada uno con cinco kilogramos pólvora prismá-
tica, de siete canales, para cañones de hierro sunchado,
15 centímetros, a 2,84 426
147 saquetes vacíos para los mismos, a 040 58.80
237 saquetes, cada uno con cinco kilogramos pólvora prismá-
tica, de siete canales, para obuses (hierro rayado sun- "
chado) de 21 centímetros, a • 2,38 564,06
Material de costa en almacenes 2.072,66
2.841 estopines modelo de 1885 0,40 1.136,40
5 cañones bronce, 12 centímetros, cureñas, armones y es-
planada
5 juegos de armas y accesorios, a
2 obuses bronce, 1 5 centímetros, cureñas y armones, a. . . .
2 juegos de armas y accesorios para los anteriores, a
4 morteros de bronce, 15 centímetros, afustes y esplana-
das a
4 juegos de armas y accesorios, a
607 granadas ordinarias para cañones de bronce, de 1 5 cen-
tímetros, a
591 shrapnels para los mismos, a
613 granadas ordinarias para obuses y morteros de 15 centí-
metros, a " . . .
400 shrapnels para los mismos, a
1 .432 espoletas de tiempo, a
1.6 J 3 espoletas de percusión, modelo 1882-90, a
979 estopines de fricción, modelo 1857, a
680 estopines de fricción, modelo 1885, a •. * • •
500 saquetes, cada uno con siete kilogramos pólvora prismá-
tica, de siete canales, para cañones de bronce de 15 cen-
tímetros, a
39 saquetes, cada uno con un kilogramo 200 gramos de pól-
vora, de seis a 10 milímetros, para morteros bronce, 15
centímetros, a
Suma y sigue ^ ..,.,..,
Material de sitio. 389.406,94
3.287,36
241,07
2.^79,66
27843
16.436,80
1.205,35
5.759'32
556,86
1.978,87
271,15
7.915,48
1.084,60
2,80
4
1.699,60
2.364
5
1,98
048
0,03
0,40
3.06S
2.800
2.835,36
774»24
29.37
272
3
1.500
0,82
31,98
4.8.2QQ.96
658 A . R I V E R o
Pesos.
Suma anterior 4^.299,96
82 saquetes, cada uno con un kilogramo de pólvora, de seis a
10 milímetros, para morteros de bronce, 15 centíme-
tros, a 0,75 61,50
94 saquetes vacíos para obuses de bronce, de 15 centíme-
tros, a . • . . • 0,20 18,80
Material de sitio en almacenes 2.822,45
155 saquetes, 800 gramos, pólvora seis a 10 milímetros 0,67 103,85
Total : 51.306,56
Relación valorada de la pólvora del material de costa y sitio.
Existencias en almacenes. pesos.
55.850 kilogramos de pólv^ora prismática, una canal, a 0,38 21.223
1.117 cajas de empaque para la misma, a 6 6.702
10.600 kilogramos de pólvora prismática, 7 canales, a. . . . ... 0,38 4028
212 cajas de empaque para la misma, a. 6 r.272
3.750 kilogramos de pólvora, 6 a 10 milímetros, a, . 0,38 1425
75 cajas de empaque para ia misma, a 4,62 346,50
4.386 kilogramos de pólvora, 5 milímetros, a 0,38 1.666,68
88 cajas de empaque para la misma, a. • . . . ^ . 4,62 406,56
4.790 kilogramos de pólvora, de un milímetro, a 0,38 1.820,20
96 cajas de empaque para la misma, a 5 4S0
10.914 kilogramos de pólvora para cañones antiguoS; a 0,30 3.274,20
218 cajas de empaque para la misma, a 1,50 327
Total importe de la pólvora 43.731,14
Resumen de la valoración.
Importe del material de costa 389.406,94
ídem del ídem de sitio 51.306,56
ídem de la pólvora 43.731,14
Suma total 484.444,64
La relación anterior importa la suma de^cuatrocientos ochenta y cuatro mil cuatro-
cientos cuarenta y cuatro pesos y sesenta y cuatro centavos.
Puerto Rico, octubre 10, de \%o¡%,— El coronel^ comandante principal de artillería
de la Plaza^ José Sánchez de Castilla (Firmado.) — Hay un sello que dice: «Artille-
ría.— Comandancia de la Plaza de Puerto Rico.»
CRÓNICAS
659
Estado número 3.
Relación valorada de los caminos, puentes y faros de la isla de Puerto Rico.
Caminos terminados.
De la capital a Caguas, 36 kilómetros, a pesos
De Caguas a Cayey, 24 ídem, a ))
De Cayey a Aibonito, 20 ídem, a . »
De Aibonito a Coamo, 17 ídem, a , y>
De Coamo a Juana Díaz, 21 ídem, a d
De Juana Díaz a Ponce, 16 ídem, a •
De Cataño a Reyes Católicos, 21 ídem, a . »
De Mayagüez a Añasco (río), 9 ídem, a »
De Mayagüez a Pezuela, 14 ídem, a ))
De Cayey a Guayama, 27 ídem, a »
De Ponce al kilómetro 8, 7 ídem, a ))
Del kilómetro 8 al 15, 8 ídem, a ))
De Utuado a Arecibo, 5 ídem, a i>
De Río Piedras a Río Grande, 26 ídem, a ... i>
De San Sebastián a la Moca, 3 ídem, a d
De Reyes Católicos a Toa Alta, 3 ídem, a »
Suma totai
19.000
684.000
2 1 .400
513.600
35.500
710.000
3o.( 00
520.200
22.500
472 500
14.600
233.600
18.100
3>^o.ioo
13.000
117.000
15.700
219.800
38.000
1,026.000
12.600
88.200
20.500
164.000
33.000
165.000
17.000
442.000
17.400
52.200
6.504
19.512
5.808.512
Faros.
Cabezas de San Juan. ........
Culebrita
Punta Muías (Vieques)
Punta Ferro (Vieques)
Punta Tuna
Punta Figueras
Caja de Muertos
Cardona
Guánica. . ,
Morrillos de Cabo Rojo
Punta Borinquen
Punta Higueros
Morrillos (Arecibo)
Suma total.
16.300
39.000
14.500
20.000
26.500
18.300
39.412
11. 760
14.900
31.500
30.870
12.361
27.219
302.622
66o
A. RIVERO
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Ponce
Adjuntas
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43
APÉNDICE NUMERO 26
Repatriación de las fuerzas defensoras, de mar y tierra, de Puerto Rico, con
expresión de la fecha de salida de cada una y nombre del buque que las
condujo.
Septiembre 14^ i8g8. — Hoy se hicieron a la mar, con rumbo a Cádiz, vía Cana-
rias, los barcos de guerra Concha, Isabel II, Terror y Ponce de León.
21 de septiembre, i8g8. — Zarpó el vapor San Francisco, conduciendo a Coruña,
España, el batallón Principado de Asturias.
JO de septiembre, i8g8. — Zarpó el vapor Lafitie, conduciendo a Santander 4 ofi-
ciales, 165 soldados y clases de la compañía de ingenieros y 73 de tropa de diver-
sos cuerpos.
j de octubre, i8g8. — Zarpó el vsipor Isla de Panay; conduce a España el 3.° ba-
tallón Provisional, la 2.^ batería de montaña y una compañía de la Guardia civil.
6 de octubre, i8g8, — Zarpó el vapor Alicante, conduciendo para Coruña y San-
tander I jefe, 4 oficiales, l alumno y 258 individuos de tropa, de éstos 240 enfermos.
6 de octubre, i8g8, — Zarpó el vapor P. de Satrüstegui, conduciendo a Cádiz el
batallón Patria y el batallón 4.*^ Provisional, una compañía de la Guardia civil y ade-
más 156 artilleros cumplidos.
Octubre, i8g8. — Zarpó el vapor Reina María Cristina, conduciendo 3 jefes y
350 soldados cumplidos.
77 de octubre, i8g8,- — -Zarpó el vapor Covadonga, conduciendo a Cádiz al capitán
general D. Manuel Macías y todo su Estado Mayor, 6.° batallón Provisional de Puerto
Rico, 3 compañías de la Guardia civil. En conjunto, I.QOO repatriados.
20 de octubre, i8g8. — Zarpó el vapor Gran Antilla, conduciendo a Cádiz 8 jefes
y todos los oficiales y tropa del batalló Alfonso XIII y una compañía de la Guardia
civil.
2j de octubre, i8g8. — Zarpó el vapor Montevideo, conduciendo al general de di-
visión D. Ricardo Ortega, sus ayudantes, jefes, oficiales e individuos de tropa del
1 2.° batallón artillería de plaza. También embarcaron en este vapor, que condujo los
últimos repatriados, todas la fuerzas restantes del Cuerpo de Orden público.
Como la evacuación, según lo convenido entre los Gobiernos de España y
Washington, debió terminar el día 18 de octubre de 1898, y como pasaban los días y
no llegaban suficientes vapores, el general Brooke urgió al gobernador Ortega que
utilizara el Montevideo, que había llegado, procedente de Cuba, para embarcar en
dicho buque todo el resto de las fuerzas españolas.
Negóse el capitán del trasatlántico alegando no tener espacio disponible, y en-
tonces el general Ortega envió a bordo un piquete de artilleros, que a viva fuerza
se apoderaron del buque, y horas después, y sin mayores dificultades, y por los
muelles del Arsenal, en que desde el día 16 estaban acuartelados los remanentes de
las fuerzas españolas, embarcaron todas, salvando así, el general Ortega, el gravQ
conflicto que preocupaba a las autoridades de Madrid,
APÉNDICE NUMERO 27
Lo que escribieron, el 18 de octubre de 1898, los oficiales de artillería de San
Juan al general de división D. Ricardo Ortega.
«Puerto Rico, i8 de octubre de 1898.
Excelentísimo señor general de división D. Ricardo Ortega y Diez:
Excelentísimo señor: Los oficiales de artillería de guarnición en esa plaza hasta
el día de la fecha, y que por azares de la guerra y previo convenio de paz han tenido
la desgracia de presenciar la toma de posesión de la capital de esta Isla, nunca ven-
cida por nadie, en estos momentos solemnes en que el amor a la Patria se siente
más vivo en los corazones españoles, se reúnen particular y fraternalmente para hacer
conocer a V. E., con el mayor respeto y la más cumplida atención, el dolor que a
todos y a cada uno les ha producido el acto de ver izar el pabellón americano en una
plaza cuatrocientos años española, que si débilmente artillada, ha sabido rechazar
con arrogancia y energía, el 12 de mayo último, la potente y formidable escuadra
del invasor. Los únicos defensores de la plaza en esa fecha memorable, que a las ór-
denes de V. E., desde sus puestos respectivos, lograron la suerte de vencer en des-
igual combate a la gran república americana, acatan, cumplen y respetan, sin condi-
ciones de ninguna clase, los acuerdos de los altos poderes de la Nación, sin que sus
fervientes respetos a las instituciones contengan las lágrimas que provocan en todos
ellos las grandes desventuras nacionales, aún de mayor relieve cuanto más cerca se
ven, y cuando la carencia de los barcos necesarios para la evacuación acordada ha
dado lugar al triste contraste de que los defensores de San Juan de Puerto Rico sean
los que tuvieron que presenciar, desde un rincón de extramuros, las salvas en honor
de la bandera, antes enemiga, y el regocijo de su ejército; salvas efectuadas con los
mismos obuses y cañones con que fueron vencidos, y aunque hoy en su poder, ni
por ellos ni por nadie han sido nunca conquistados.
En medio de tamaña desdicha para la salud de la Patria, y de inmensa tristeza
para todos los que con orgullo nos llamamos españoles, los abajo suscritos admiran
en V. E. la entereza de carácter que ha sabido desplegar en todos sus actos para sos-
tener nuestros últimos derechos en este rico territorio, admirando al propio tiempo
el valor cívico de V. E., posponiendo todo, hasta su manera de ser y sentir, al cum-
plimiento exacto de un valor difícil, el más triste para un español cualquiera e inmen-
samente doloroso para un general de las virtudes de V. E.
Si de algún lenitivo pueden servirle estas espontáneas manifestaciones al último
representante de nuestra querida España en esta Isla, recíbalo V. E. con agrado de
sus más respetuosos y fieles subordinados.»
(Siguen las firmas de todos los jefes y oficiales de artillería de San Juan.) ^
Este documento no necesita comentarios. Se reembarcó a todas las tropas y a
todos los empleados civiles y hasta el último portero de la última oficina. No hubo
* El acta anterior fué redactada por el capitán de artillería, secretario de la Subinspección, D. Enrique
Parbaza, hoy general de brigada de la Escala de Reserva.
664
A . R I V E K O
lugar en las naves para los valientes artilleros, únicos y líxcr.usivos dkfiíksori-s i»: i.a
PLAZA DK vSan Juax, El. 12 DK MAYO HK 1898. Sc obligó E soportar c! más triste dolor
y la más injusta de las humillaciones a los que supieron ganar con su valor y con su
esfuerzo la énica victoria obtenida por las armas cspailolas en la guerra hispano-
amcrlcana.
fuiste epílogo es una demostración obietíva del desfjarajiiste que hasta últi-
ma hora reinó entre los hooibres que constituían el Alto Mando en Puerto Kico,
N. fifi A:
ÁPENDÍCE NUMERO 2É
El folleto del comandante de ingenieros D. Julio Cervera Bavíera.
Pocos días antes de embarcarse para España el general Macías y su Estado Ma-
yor, el ayudante de campo de dicho capitán general, comandante de ingenieros don
Julio Cervera Baviera, hizo publicar secretamente en la imprenta de la Capitanía gene-
ral un folleto de 35 páginas, titulado La defensa inilitar de Puerto Rico.
Tal folleto, cuya publicación se mantuvo en el más estricto secreto, fué escrito y
editado con objeto de distribuirlo en España, a la llegada del general Macías, influen-
ciando en favor de éste la opinión del pueblo español.
Este trabajo es un conjunto de inexactitudes, desde el principio al final. No tiene
un solo dato cierto ni una sola apreciación bien fundada, siendo una loa entonada en
honor al último capitán general de Puerto Rico, y una diatriba, sin precedentes, con-
tra el país portorriqueño y contra los Voluntarios.
La clara inteligencia y sereno juicio que el autor se complace en reconocer en el
entonces comandante Cervera, se eclipsaron, momentáneamente, para dar paso a
lisonjas envueltas en ofensas innecesarias e injustas.
Trascendió al público dicho folleto ^ y el día 14 de octubre de 1898 se redactó y
suscribió el siguiente documento:
«ACTA
Reunida la juventud de la capital de San Juan de Puerto Rico en el día y año de
la fecha, para conocer de los particulares que contiene el folleto escrito en estos
últimos días por el comandante Sr. Cervera, ayudante del general Sr. Macías, y
encontrando en dicho folleto, los señores abajo suscritos, frases altamente injuriosas
para la dignidad de los portorriqueños, acordaron, por unanimidad lo siguiente:
I ." Que se procediese a un sorteo entre los congregados para que aquel a quien
designase la suerte exigiera al autor de las injurias que contiene el referido folleto
una completa retractación.
2.° Que en el caso de no dar el Sr. Cervera explicaciones absolutamente satis-
factorias, se le exija una reparación por medio de las armas.
Y habiendo designado la suerte para tan honroso cometido al Sr. D. José Janer
y Soler, así se hace constar para conocimiento de éste, y a los fines que procedan.
San Juan de Puerto Rico, a 14 de octubre de mil ochocientos noventa y ocho.
Roberto Vizcarrondo. — M. Padial Goenaga. — ^Juan B. Mirabal. - M. Brau. — ^José
PI. Tizol. — M. Rodríguez Zeno. — Manuel Palacios Salazar. — ^Julio Palacios Salazar. —
Arturo de la Cruz. — Reinaldo Panlagua. — Ramón L. Daubón. — Julio Rexach. — Fer-
nando M. Cestero. — Ulises Cestero. — Alvaro Palacios Salazar. — P'rancisco Palacios
1 Un ejemplar fué entregado al doctor D. Cayetano Coll y Torte, por el general D. Ricardo Ortega. —
A^. del A.
666 Á . R I V E R<0
Salazar. — Ramón F. Náter. — Fernando Cortés González. — Ricardo Abella. — Luis
Gorbea. — Pedro de Elzaburu. — Francisco Gorbea. — Alvaro Padial Quiñones. — Godo-
fredo Pacheco y Padial. — Fernando Montilla. - -Nicolás Daubón. — R. Valle.»
Los representantes de Janer fueron: el doctor C. Cayetano Coll y Tosté y el pro-
fesor de Lenguas D. Leónides Villalón. Los del comandante Cervera fueron: el coro-
nel de infantería D. Pedro del Pino y el capitán de Estado Mayor D. Emilio Ba-
rrera
1
Esta cuestión de honor quedó zanjada mediante la siguiente
.ACTA
En San Juan de Puerto Rico, a las once de la noche del día 14 de octubre
de 1898, reunidos los Sres. D. Pedro Pino y D. Emilio Barrera, en representación
de D. Julio Cervera ^, y D. Leónides Villalón y D. Cayetano Coll y Tosté ^, en re-
presentación de D. José Janer ^, para tratar de un asunto de honor; hecho presente el
punto en cuestión de los cuatro párrafos primeros del artículo intitulado «El país»,
y que aparece en el folleto denominado La defensa militar de Puerto Rico^ manifes-
taron los representantes del Sr. Cervera, en nombre de él, que jamás ha tenido en la
mente la idea de insultar al pueblo de Puerto Rico, supuesto que a su lado se han ba-
tido hijos del país en las alturas de Guayama y Guamani; que su artículo se refiere
solamente a los que insultaron a los prisioneros españoles y fuerzas del Ejército, como
a los que auxiliaron, directa o indirectamente al enemigo, sirviéndole de guías y
espías, como igualmente a todos los que abandonaron las armas en el momento de
la defensa; y que en idea se refería a esos sujetos y no al país portorriqueño en
general.
Satisfechos los representantes del Sr. Janer con las manifestaciones de los repre-
sentantes del Sr. Cervera, dieron por terminada su misión, levantando la presente
acta por duplicado.
Leónides Villalón. --Pedro Pino. — Cayetano Coll y Tosté. — Emilio Barrera.»
1 Hoy subsecretario del Ministerio de la Guerra en Madrid.
2 Coronel retirado y director hoy de la famosa «Institución Cervera, Escuelas internacionales libres de
estudios superiores», en Valencia.
* Historiador oficial de Puerto Rico, miembro correspondiente de varias Academias; goza de excelente
salud entregado a sus tareas literarias y profesionales en su apacible residencia «Villalos Pinos», Santurce,
Puerto Rico.
* Este talentoso portorriqueño, deseando ampliar sus ya vastos y sólidos conocimientos, aprobó varios
cursos de Química orgánica y Análisis biológico en la Universidad de Columbia, y en su nueva profesión
practicó algún tiempo. Reside actualmente en Barcelona. — N. del A.
APÉNDICE NUMERO ¿9
Sobre el Tratado de París.
El Protocolo firmado en Washington el 12 de agosto de 1 898, y que puso fin a
las hostilidades, disponía en su artículo S."" que España y los Estados Unidos debe-
rían nombrar, cada nación, cinco comisionados, por lo menos, que reunidos en Pa-
rís, no más tarde del primero de octubre, habían de proceder a las negociaciones y
conclusiones del Tratado definitivo de Paz.
La Reina de España nombró a D. Eugenio Montero Ríos, duque de Almodóvar
del Río y presidente del Senado; D. Buenaventura Abarzuza, ministro de la Corona;
D. José Garnica y Díaz, magistrado del Tribunal Supremo; D. Wenceslao Ramírez
de Villa Urrutia, ministro en Bélgica, y a D. Rafael Cerero Sáenz, general de divi-
sión del Cuerpo de Ingenieros, siendo presidente el primero de éstos.
El Presidente Mac-Kinley eligió, a su vez, los siguientes comisionados: presidente,
William R. Day, secretario de Estado, quien para esto había renunciado su cargo;
Cushman K. Davis, William P. Freyre y George Gray, los tres senadores de la Re-
pública, y a Whitelaw Reid, ministro que fué de los Estados Unidos en París.
Las negociaciones, que dieron principio el primero de octubre, duraron hasta
el 10 de diciembre, en que tuvo lugar la firma del Tratado.
«Los españoles lucharon heroicamente y resistieron con tesón; toda Europa les
demostraba sus simpatías, especialmente Francia y Alemania. Los comisionados
americanos realizaban su trabajo dentro de una atmósfera hostil, con todas las na-
ciones en contra, excepto Inglaterra; pero llegaron al final de su tarea en tan feliz
éxito, que pudieron añadir un nuevo triunfo en los anales de la diplomacia ame-
ricana
Debíamos seguir en posesión de Manila, y la única victoria que podíamos aña-
dir sería obtener la isla de Luzón. Esto era a todo lo que el Presidente y la inmensa
mayoría del pueblo aspiraban en los momentos de salir los comisionados hacia Pa-
rís. Algunos miembros de dicha comisión eran opuestos a que los Estados Unidos
adquiriesen las Filipinas, ni en conjunto ni aún algunas de dichas islas; pero cuando
comenzaron su trabajo, cayó sobre ellos la inñexible demanda de una gran parte del
país, para que se exigiese dicho archipiélago, y ya no les fué posible sustentar su
primitivo criterio sin asumir graves responsabilidades que, seguramente, les exigi-
rían sus compatriotas , y pronto se convencieron de que sólo había un camino a
seguir e hicieron de la petición un ultimátttm. Los españoles lucharon tesoneramen-
te, y hasta amenazaron con romper las negociaciones, y, por fin, cedieron, porque
no otra cosa podían hacer. Obtenido esto, pronto se dio fin al Tratado, cuyo docu-
mento fué una obra maestra bajo todos sus apectos» ^.
1 71u 7(iar 70íth Spam, por ITenry Cabot T.odge, senador por Massachusetts.
668 A . K í V ií k d
El Congreso espaiiol aprobó el Tratado sin serias discusiones. En los Estados
Unidos dicho convenio había levantado una formidable oposicí(5n; el partido Demó-
crata y, entre todos sus miembros, los senadores, se dispusieron a dar la batalla; la
retención de las islas Filipinas se juzgaba por ellos como una violación de la Consti-
tución americana y tamlnén de los derechos del puceblo filipino; los kaders lo muro n
a su cargo el asunto, y tal niaíia se dieron, (¡ue el lunes 6 de febrero de J<^90, a las
tres de la tarde, una votación en el Senado de 6i contra 29 ratificó el Tratado; hubo
solanaente un voto más de lo necesario para dicha aprobación. El II de abril tuvo
lugar en c^l Senado el catníiio de ralificaciones, y ese día, verdaderamente, terminó
la (juerra LHspanoamericana.
Como el Tratado de París es un documento del cual arranca el nuevo Estado
civil de Puerto Rico, no me he creído dispensado de tr<ierlo íntegro a estas páginas.
APÉNDICE NUMERO 30
Tratado de París.
Su Majestad la Reina Regente de España, en nombre de su Augusto hijo Don Al-
fonso XIII, y los Estados Unidos de América, deseando poner término al estado de
guerra hoy existente entre ambas naciones, han nombrado con este objeto, por sus
Plenipotenciarios, a saber:
Su Majestad la Reina Regente de España, a D. Eugenio Montero Ríos, Presidente
del Senado; D. Buenaventura de Abarzuza, Senador del Reino, Ministro que ha sido
de la Corona; D. José de Garnica, Diputado a Cortes y Magistrado del Tribunal
Supremo; D. Wenceslao Ramírez de Villa-Urrutia, Enviado Extraordinario y Minis-
tro Plenipotenciario en Bruselas; D. Rafael Cerero, (General de división.
Y el Presidente de los Estados Unidos de América, a William R. Day, Cushman
K. Davis, William P. Freyre, Geoge Gray, y Whitelaw Reid, ciudadanos de los Es-
tados Unidos.
Los cuales, reunidos en París, después de haberse comunicado sus plenos pode-
res, que fueron hallados en buena y debida forma, y previa la discusión de las mate-
rias pendientes, han convenido en los siguientes artículos:
Artículo I."" España renuncia todo derecho de soberanía y propiedad so-
bre Cuba.
í %i En atención a que dicha Isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada
por los Estados Unidos, los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán
sobre sí y cumplirán las obhgaciones que por el hecho de ocuparla les impone el
Derecho internacional, para la protección de vidas y haciendas.
Art. 2."" España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás
que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam, en
el archipiélago de las Marianas o Ladrones.
Art. 3.^ España cede a los Pastados Unidos el archipiélago conocido por las
Islas Eilipinas, que comprende las islas situadas dentro de las líneas siguientes:
Una línea que corre de Oeste a Este, cerca del 20" paralelo de latitud Norte, a
través de la mitad del canal navegable de Bachi, desde el (ll8° al 127'') grados de
longitud Este de Greenwich; de aquí, a lo largo del ciento veintisiete (127'') grados
meridiano de longitud P^ste de Greenwich, al paralelo, cuatro grados, cuarenta y cinco
minutos (4'' 45') de latitud Norte; de aquí, siguiendo el paralelo de cuatro grados,
cuarenta y cinco minutos de latitud Norte (4° 45'), hasta su intersección con el me-
ridiano de longitud ciento diez y nueve grados y treinta y cinco minutos (119° 35')
liste de Greenwich; de aquí, siguiendo el meridiano de longitud ciento diez y nueve
grados y treinta y cinco minutos (119° 35') Este de Greenwich, al paralelo de latitud
siete grados cuarenta minutos (7'' 40') Norte; de aquí, siguiendo el paralelo de
latitud siete grados cuarenta minutos {'/^ 40') Norte, a su intersección con el ciento
diez y seis (l [ó"") grados meridiano de longitud Este de Greenwich; de aquí, por una
línea recta, a la intersección del décimo grado paralelo de latitud Norte, con el ciento
éyo A , k I V É fe Ó
diez y ocho (118'') grados meridiano de longitud Este de Greenwich, y de aquí, si-
guiendo el ciento diez y ocho grados (l 18°) meridiano de longitud Este de Greenwich,
al punto en que comienza esta demarcación.
Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares
(20.000.000), dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del pre-
sente Tratado.
Art. 4° Los Estados Unidos, durante el término de diez años, a contar desde
el canje de la ratificación del presente Tratado, admitirán en los puertos de las islas
Filipinas los buques y las mercancías españolas, bajo las mismas condiciones que los
buques y las mercancías de los Estados Unidos.
Art. 5.° Los Estados Unidos, al ser firmado el presente Tratado, transportarán
a España, a su costa, los soldados españoles que hicieron prisioneros de guerra las
fuerzas americanas al ser capturada Manila. Las armas de estos soldados les serán de-
vueltas.
España, al canjearse las ratificaciones del presente Tratado, procederá a evacuar
las islas Flipinas, así como la de Guam, en condiciones semejantes a las acordadas
por las comisiones nombradas para concertar la evacuación de Puerto Rico y otras
islas en las Antillas Occidentales, según el Protocolo de 12 de agosto de 1898, que
continuará en vigor hasta que sean cumplidas en sus disposiciones completamente.
El término dentro del cual será completada la evacuación de las islas Filipinas y
la de Guam, será fijado por ambos Gobiernos. Serán propiedad de España banderas
y estandartes, buques de guerra no apresados, armas portátiles, cañones de todos ca-
libres con sus montajes y accesorios, pólvoras, municiones, ganado, material y efec-
tos de toda clase, pertenecientes a los ejércitos de mar y tierra de España, en las
Filipinas y Guam. Las piezas de grueso calibre, que no sean artillería de campaña,
colocadas en las fortificaciones y en las costas, quedarán en su emplazamiento por el
plazo de seis meses, a partir del canje de ratificaciones del presente Tratado; y los
Estados Unidos podrán, durante ese tiempo, comprar a España dicho material, si am-
bos Gobiernos llegan a un acuerdo satisfactorio sobre el particular.
Art. ó."" España, al ser firmado el presente Tratado, pondrá en libertad a todos
los prisioneros de guerra y a todos los detenidos o presos por delitos políticos a
consecuencia de las insurrecciones en Cuba y en Filipinas y de la guerra con los
Estados Unidos.
Recíprocamente los Estados Unidos pondrán en libertad a todos los prisioneros
de guerra hechos por las fuerzas americanas, y gestionará la libertad de todos los
prisioneros españoles en poder de los insurrectos de Cuba y Filipinas.
líl Gobierno de los listados Unidos transportará, por su cuenta, a España, y el
Gobierno de España transportará, por su cuenta, a los Estados Unidos, Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, con arreglo a la situación de sus respectivos hogares, a los prisio-
neros que pongan, o que hagan poner en libertad, respectivamente, en virtud de este
artículo.
Art. 7.^ España y los Estados Unidos de América renuncian mutuamente, por
el presente Tratado, a toda reclamación de indemnización nacional o privada de
cualquier género de un Gobierno contra el otro, o de sus subditos o ciudadanos con-
tra el otro Gobierno, que pueda haber surgido desde el comienzo de la última insu-
rrección en Cuba y sea anterior al canje de ratificaciones del presente Tratado, así
como a toda indemnización en concepto de gastos ocasionados por la guerra.
Los Estados Unidos juzgarán y resolverán las reclamaciones de sus ciudadanos
contra España, a que renuncia en este artículo.
Art. 8.° En cumplimiento de lo convenido en los artículos l.°, 2.^ y 3.° de este
Tratado, España renuncia en Cuba y cede en Puerto Rico y en las otras islas de las
Indias Occidentales, en la isla Guam y en el Archipiélago de las I'ilipinas, todos los
CRÓNICAS én
edificios, muelles, cuarteles, fortalezas, establecimientos, vías públicas y demás
bienes inmuebles que con arreglo a derecho son del dominio público, y como tal
corresponden a la Corona de España.
Queda, por lo tanto, declarado que esta renuncia o cesión, según el caso, a que
se refiere el párrafo anterior, en nada puede mermar la propiedad, o los derechos
que correspondan con arreglo a las leyes, al poseedor pacífico de los bienes de
todas clases de las provincias, municipios, establecimientos públicos o privados, cor-
poraciones civiles o eclesiásticas, o de cualesquiera otras colectividades que tienen
personalidad jurídica para adquirir y poseer bienes en los mencionados territorios
renunciados o cedidos y los de los individuos particulares, cualquiera que sea su
nacionalidad.
Dicha renuncia o cesión, según el caso, incluye todos los documentos que se
refieren exclusivamente a dicha soberanía renunciada o cedida, que existan en los
archivos de la Península.
Cuando estos documentos existentes en dichos archivos, sólo en parle correspon-
dan a dicha soberanía, se facilitarán copias de dicha parte, siempre que sean soli-
citadas.
Reglas análogas habrán recíprocamente de observarse en favor de España, res-
pecto de los documentos existentes en los archivos de las islas antes mencio-
nadas.
En las antecitadas renuncia o cesión, según el caso, se hallan comprendidos
aquellos derechos de la Corona de España y de sus autoridades sobre los archivos y
registros oficiales, así administrativos como judiciales de dichas islas, que se refieran
a ellas y a los derechos y propiedades de sus habitantes. Dichos archivos y registros
deberán ser cuidadosamente conservados, y los particulares, sin excepción, tendrán
derecho a sacar, con arreglo a las leyes, las copias autorizadas de los contratos, tes-
tamentos y demás documentos que forman parte de los protocolos notariales o que
se custodien en los archivos administrativos o judiciales, bien éstos se hallen en Es-
paña, o bien en las islas de que se hace mención anteriormente.
Art. Q."" Los subditos españoles naturales de la Península, residentes en el te-
rritorio cuya soberanía España renuncia o cede por el presente Tratado, podrán
permanecer en dicho territorio o marcharse de él, conservando en uno u otro caso
todos sus derechos de propiedad, con inclusión del derecho de vender o disponer de
tal propiedad o de sus productos, y además tendrán el derecho de ejercer su indus-
tria, comercio o profesión, sujetándose, a este respecto, a las leyes que sean apli-
cables a los demás extranjeros. En el caso de que permanezcan en el territorio, po-
drán conservar su nacionalidad española, haciendo ante una oficina de registro, den-
tro de un año después del cambio de ratificaciones de este Tratado, una declaración
de su propósito de conservar dicha nacionalidad; a falta de esta declaración, se con-
siderará que han renunciado dicha nacionalidad y adoptado la del territorio, en el
cual pueden residir.
Los derechos civiles y la condición política de los habitantes naturales de los
territorios aquí cedidos a los Estados Unidos, se determinarán por el Congreso.
Art. i o. Los habitantes de los territorios cuya soberanía España renuncia o
cede, tendrán asegurado el libre ejercicio de su religión.
Art. II. Los españoles residentes en los territorios cuya soberanía cede o re-
nuncia España por este Tratado, estarán sometidos en lo civil y en lo criminal a los
Tribunales del país en que residan, con arreglo a las leyes comunes que regulen su
competencia, pudiendo comparecer ante aquéllos en la misma forma, y empleando
los mismos procedimientos que deban observar los ciudadanos del país a que perte-
nezca el Tribunal.
Akt. i2. Los procedimientos judiciales pendientes al canjearse las ratificado-
én Á. felVERd
nes de este Tratado, en los territorios sobre los cuales España renuncia o cede su
soberanía, se determinarán con arreglo a las reglas siguientes:
I. Las sentencias dictadas en causas civiles entre particulares o en materia cri-
minal, antes de la fecha mencionada, y contra las cuales no haya apelación o casa-
ción con arreglo a las leyes españolas, se considerarán como firmes, y serán ejecuta-
das en debida forma por la autoridad competente en el territorio dentro del cual
dichas sentencias deban cumplirse.
II. Los pleitos civiles entre particulares que en la fecha mencionada no hayan
sido juzgados, continuarán su tramitación ante el Tribunal en que se halle el proce-
so, o ante aquel que lo sustituya.
III. Las acciones en materia criminal pendientes en la fecha mencionada ante el
Tribunal Supremo de España, contra ciudadanos del territorio que, según este Tra-
tado, deja de ser español, continuarán bajo su jurisdicción hasta que recaiga la sen-
tencia definitiva; pero una vez dictada esa sentencia, su ejecución será encomendada
a la autoridad competente del lugar en que la acción se suscitó.
Art. 13. Continuarán respetándose los derechos de propiedad literaria, artísti-
ca e industrial, adquiridos por españoles en la isla de Cuba y en las de Puerto Rico,
Filipinas y demás territorios cedidos al hacerse el canje de las ratificaciones de este
Tratado. Las obras españolas científicas, literarias y artísticas que no sean peligrosas
para el orden público en dichos territorios, continuarán entrando en los mismos
con franquicia de todo derecho de aduana por un plazo de diez años, a contar desde
el canje de ratificaciones de este Tratado.
Art. 14. España podrá establecer agentes consulares en los puertos y plazas
de los territorios cuya renuncia y cesión es objeto de este Tratado.
Art. 15. El Gobierno de cada país concederá, por el término de diez años, a
los buques mercantes del otro, el mismo trato en cuanto a todos los derechos de
puerto, incluyendo los de entrada y salida, de faro y tonelaje que concede a sus
propios buques mercantes no empleados en el comercio de cabotaje.
Este artículo puede ser denunciado en cualquier tiempo, dando noticia previa
de ello, cualquiera de los dos Gobiernos al otro, con seis meses de anticipación.
Art. 16. Queda entendido que cualquiera obligación aceptada en este Tratado
por los Estados Unidos con respecto a Cuba, está limitada al tiempo que dure su
ocupación en esta Isla; pero al terminar dicha ocupación, aconsejarán al Gobierno
que se establezca en la Isla que acepte las mismas obligaciones.
Art. 17. El presente Tratado será ratificado por Su Majestad la Reina Regente
de España y por el Presidente de los Estados Unidos, de acuerdo con la aprobación
del Senado; y las ratificaciones se canjearán en Washington, dentro del plazo de seis
meses desde esta fecha, o antes si posible fuese.
En fe de lo cual, los respectivos plenipontenciarios firman y sellan este Tratado.
Hecho por duplicado en París, a diez de diciembre del año mil ochocientos no-
venta y ocho.
(Firmados.) Eugenio Montero Ríos. — B. de Abarzuza. — ^J. de Cárnica. — W. R. de
Vn.LA-URRUTiA. — Rafael Cerero. — William R. Day. — Cushman K. Davis. — W. P.
Fryre. — Geo Gray. — Whitelaw Reíd.
APÉNDICE NUMERO 31
Certificaciones oficiales referentes al coronel D. Julio Soto Villanueva.
Cuartel general, distrito del Oeste de Puerto Rico.
Mayagüez, 27 de agosto, , 898.
CERTIFICO: Que en la tarde del 13 de agosto de 1 898, fui enviado por el general
comandante de las fuerzas americanas a Las Marías, para asistir al coronel Julio
de Soto.
Yo lo encontré en una casa, cerca del río, con la pierna derecha rota debajo de
la rodilla, con fractura de una costilla y con varias contusiones en la pierna
izquierda, todo causado por la caída de un puente angosto, sobre un río, entre
Mayagüez y Las Marías, el día antes.
En mi opinión estaba del todo imposibilitado para seguir la marcha, y el haberlo
dejado en el lugar en el cual yo le encontré, debe haber obedecido a todas aquellas
causas. — (Firmado.) Dr. B. Savage, cirujano ayudante, de infantería, ejército de E. U.
Cuartel general, distrito del Oeste de Puerto Rico.
Mayagüez, P. R., agosto 31, 1898.
CERTIFICO: Que el 13 de agosto, después de la batalla de Las Marías, por orden
del general en jefe salí con un cirujano y una ambulancia del hospital en busca del
coronel D. Julio Soto, del ejército español, a quien había capturado una de nuestras
avanzadas, dando cuenta de que se hallaba gravemente lastimado y contuso.
Efectivamente; encontré al coronel Soto acostado en una pequeña casa, cer-
cana al campo de batalla, sufriendo terriblemente por tener una pierna y una o más
costillas rotas.
Las órdenes del General eran que llevase al coronel Soto a la retaguardia del ejér-
cito; pero el cirujano que me acompañaba, que volvió a su lugar el hueso dislocado
de la pierna y entablilló la fractura de la costilla, declaró que era peligroso trasladar
al señor Soto, dado el terrible estado en que se hallaba, y que por lo mismo había
que aguardar al próximo día.
Así hubo que hacerlo, y en 1 4 de agosto fué trasladado a Las Marías.
Cuando encontré al coronel Soto estaba en estado tan lastimoso, que le incapa-
citaba para todo servicio en absoluto, toda vez que tan sólo no se podía tener en
pie, sino que ni aun siquiera podía revolverse en la cama. Y para que conste, firmo
el presente en Mayagüez, a 31 de agosto de 1898. — Mayor H. H, Benham,
APÉNDICE NUMERO 32
Actas referentes a las poblaciones de Puerto Rico que fueron capturadas
por las fuerzas militares de los Estados Unidos, y, además, la correspon=
diente a la ciudad de San Juan.
YAUCO
GOBIERNO MUNICIPAL DE YAUCO
OFICINA DEL SECRETARIO MUNICIPAL
Yo, Epifanio Gutiérrez Vélez, secretario municipal de Yauco (Puerto Rico),
CERTIFICO: Que en el libro de actas de este Municipio, correspondiente al año
mil ochocientos noventa y ocho, a los folios uno y dos inclusive, existe una que, fiel-
mente transcrita, dice:
CERTIFICO: Que en el archivo de esta Alcaldía se encuentra el original de un acta
levantada en este pueblo el día veintinueve de julio actual, con motivo de la posesión
de esta Isla en nombre del Gobierno de los Estados Unidos de América, ocupación
de este pueblo y designación de alcalde y Ayuntamiento, por el Mayor D. E. Clar-
ke, siendo, como sigue, la copia literal de dicha acta:
«En el pueblo de Yauco, de la isla de Puerto Rico, y a los veintinueve días del
mes de julio del año de mil ochocientos noventa y ocho, siendo las tres de la tarde,
el Mayor del ó."" Regimiento de infantería. Voluntarios de Illinois, de los Estados
Unidos de América, Mr. D. E. Clarke, dijo que desde el día 25 de este mes, el gene-
ral Miles había tomado posesión de esta Isla, en nombre del Gobierno de los Esta-
dos Unidos de América, y, en su consecuencia, ayer por la tarde había ocupado esta
población; que en esta Casa del Pueblo había establecido su residencia, y que para
el gobierno y administración de los intereses de la jurisdicción de este distrito tenía
por conveniente nombrar al honrado propietario D. Francisco Mejía y Rodríguez, de
quien tenía los mejores informes de su patriotismo y amor a América, para que
desempeñe el cargo de alcalde; que aceptada la designación hecha, por el señor
Mejía, el Mayor D. E. Clarke le invitó para que significase personas de su confianza
con quienes constituir Ayuntamiento, ínterin se disponía otra cosa; y hallándose
presentes los Sres. Francisco Pieraldi, Juan Vargas, Francisco Negroni, Manuel Mejía,
Luis Morales Pabón y Francisco Ortiz, los cuales dijeron que aceptaban y ofrecían
cumplir el cometido que el Mayor D. E. Clarke les confiriera, quedó desde luego
constituido el Ayuntamiento, y sin otro acuerdo manifestó el Mayor D. E. Clarke
que quedaba desde luego el señor alcalde autorizado para disponer los días en que
debiera reunirse el Ayuntamiento; que le autorizaba para el nombramiento de los
empleados necesarios al buen régimen administrativo en todas sus manifestaciones
CRÓNICAS 675
de economía, fomento y cuanto pudiera tender, dentro de la autonomía, al mejora-
miento de toda la jurisdicción; que recomendaba, especialmente, la sanidad pública,
el ornato y orden público, que debe mantenerse inalterable; que los presupuestos
quedaban a su personal reglamentación, recomendándoles justicia, igualdad y fra-
ternidad.
Se procedió a la lectura de esta acta, que todos firmaron, y dióse por terminado
el acto. — D. E. Clarke, Mayor of the Infantry^ U. S. V, — Francisco Mejia. — ^Juan Var-
gas.— Luis Morales. — Francisco Pieraldi. — Manuel Mejía. — F. Negroni Lucca. — -
Francisco Ortiz.
Es copia conforme con el original de su contenido; y para la debida constancia
en este libro de actas, libro la presente en Yauco, a treinta y uno de julio de mil
ochocientos noventa y ocho. — Francisco Negroni. — V.^ B.°: El alcalde, Francisco
Mejía. {Firmado. )y>
Y a solicitud de D, Ángel Rivero Méndez, expido ésta en Yauco, Puerto Rico, a
los diez días del mes de marzo del año mil novecientos veintiuno.
E. Gutiérrez Vélez,
secretario municipal.
(Rubricado.)
Hay un sello que dice: «Secretaría municipal. — Yauco, P. R.»
P O N C E
GOT3IERNO MUNICIPAL DE PONCE, PUERTO RICO
OFICINA DEL SECRETARIO MUNICIPAL
TOMA DE POSESIÓN DE LA PLAZA DE PONCE POR LAS TROPAS AMERICANAS
«En la ciudad de Ponce, el día primero de agosto de mil ochocientos noventa y
ocho, previa convocatoria, se reunió en el salón de la Casa Consistorial el excelentí-
simo Ayuntamiento, representado por los señores concejales D. Rafael Sánchez Mon-
talvo, D. Carlos P\ Chardón, D. Pedro líedilla, D. Jaime Rullán, D. José Serra, don
Juan Cabrer, D. Félix Jorge, D. Luis Gautier y D. Ulises García, bajo la presidencia
del señor alcalde D. R. Ulpiano Colón, quien declarando legalmente constituida la
citada Corporación con los señores expresados, por ser este acto en segunda citación,
abrió la sesión a nombre de la Unión Americana, manifestando que como consta a
dichos señores, por consecuencia de la guerra que sostiene con España la citada na-
ción, ha tomado ésta posesión de la ciudad el día 28 de julio próximo pasado, y desde
dicha fecha viene flotando en ella el pabellón de la nueva nacionalidad, por lo que
el pueblo se encuentra en un período de una gran transformación.
La Presidencia continuó en el uso de la palabra y expuso que, como consta a los
señqres concejales presentes y lo testimonia por modo elocuente y espléndido el sen-
timiento popular, condensado en grandes y nutridas manifestaciones de júbilo y
entusiasmo, Ponce se siente altamente satisfecho de que la esplendorosa bandera de
la Unión Americana flote gloriosa en todos los ámbitos de esta hermosa Isla; porque
ella es, sin duda alguna, nuncio bendito de una nueva era de paz, bienestar y prospe-
ridad, y fuerte garantía del derecho de todos los ciudadanos y extranjeros que le
tributen el respeto que merece,
6J6 A . R I V E R O
Que, en tal virtud, invita a los señores presentes, como representantes de esta
ciudad, para que aceptando gustosos las precedentes manifestaciones, lo declaren
aquí solemnemente, pudiendo todos con entera libertad de conciencia expresar libre-
mente sus sentimientos patrióticos, que le serán plenamente respetados y garantidos.
Los concejales, hijos de esta Antilla, señores D. Luis Gautier, D. Rafael Sánchez
Montalvo, D. Carlos Félix Chardón, D. Ulises García, D. JoséSerra y D. Félix Jorge,
mostraron su absoluta conformidad con lo expuesto por la Presidencia, haciendo
suyas, con entusiasmo, sus manifestaciones.
Los concejales D. Pedro Hedilla, D. Juan Cabrer y D. Jaime Rullán, que son espa-
ñoles, manifestaron que era su voluntad conservar su nacionalidad, pero que aceptan,
con todo respeto, el cambio de nacionalidad de esta Isla, ofreciendo su concurso
leal y sincero para el desarrollo de la política de paz, tranquilidad y bienestar que
ha de implantar el nuevo Gobierno, a cuyas leyes quedan, desde luego, sometidos
como ciudadanos pacíficos y amantes de todo lo que redunde en honor de la pros-
peridad y ventura de esta tierra para ellos tan querida.
También expuso la Presidencia que a los sentimientos de generosidad del ejér-
cito americano, a cuyo frente se hallan generales tan ilustres y respetables como los
señores Miles y Wilson, se debe que nuestro querido Ponce haya realizado el acto
transcendentalísimo de su cambio de nacionalidad, sin que se haya derramado una
gota de sangre, ni sufrido perjuicio los intereses materiales de sus habitantes; y, por
tanto, ruega se haga constar aquí, en este acto solemne, la inmensa gratitud de Ponce
en favor del Ejército y especialmente hacia los citados ilustres generales a quienes
se testimoniará así por medio de una Comisión de este Excmo. Ayuntamiento, que
pondrá en sus respetables manos una copia fehaciente de esta acta; y, conmemorán-
dose el gran día del 28 de julio, llevando esa fecha unida al nombre de la Plaza de la
Abolición, que radica a la salida de esta ciudad, hacia la playa, y por frente a la cual
desfilaron gloriosos los beneméritos hijos de la Unión Americana; así como que por
la Comisión de Ornato, y con vista del expediente sobre rotulación de calles, se pro-
ponga dos de las más importantes de éstas para ostentar los nombres de dichos ilus-
tres generales Miles y Wilson.
Así fué acordado por unanimidad y con verdaderas muestras de los sentimientos
de gratitud que experimentan todos los señores concejales presentes.
También expuso el Sr. Alcalde-Presidente, D. R. Ulpiano Colón, que desde el
momento en que desembarcó en nuestra playa el parlamentario del Ejército de la
Unión Americana, portador de las condiciones que imponía para la rendición de la
Plaza, los miembros del cuerpo consular, D. Fernando Toro, vicecónsul de Inglate-
rra; D. Pedro Juan Rosaly, agente consular de los Países Bajos; D. Enrique Carlos
Fritze, vicecónsul de Alemania, y el ciudadano inglés D. Roberto Graham, todos
prestigiosos vecinos de esta ciudad, no se dieron punto de reposo interponiendo su
valiosa influencia y decidido concurso hasta conseguir que se realizara, de la manera
más espléndida y honrosa, la rendición de esta plaza, al noble Ejército de la Unión
Americana, y la evacuación de aquélla por las tropas españolas, sin que a éstas se les
molestase ni persiguiese en su salida con sus armas e impedimenta.
Que el generoso proceder de esos respetables caballeros les hace acreedores a la
mayor suma de gratitud de este pueblo; y, por tanto, propone se les signifique así,
entregándoseles, oportunamente, a cada uno, una medalla de oro, en cuyo anverso
se inscriba el lema Ponce agradecido^ y en el reverso, la fecha memorable del 28
de julio.
Los señores del Concejo, abundando en los sentimientos de la Presidencia, acep-
taron por unanimidad su proposición.»
CRÓNICAS
El Secretario del Municipio de Ponce, Puerto Rico, Sandalio E. Alonso,
(377
CERTIFICA: Que el precedente documento es una copia fiel y original extraída
del tomo segundo del libro de actas del Ayuntamiento de Ponce, correspondiente al
año 1898, cuya acta aparece firmada por los señores Ulpiano Colón, Carlos F. Char-
dón, Félix Sauri, Félix Jorge, José Serra, Manuel Busquet, Luis Gautier, Ulises (lar-
cía y Joaquín M. Dapena, respectivamente.
Y a solicitud de D. Ángel Rivero Méndez, expido y firmo la presente en
Ponce, P. R., a los diez días del mes de marzo de 1 921.
Sandalio I^. Alonso,
secretario m unicipal.
(Rubricado.)
Hay un sello que dice: «Secretaría Municipal. — Ponce, P. R.»
C O A M O
GOlilERNO MUNICIPAI. DE COAxMO, PUERl O RICO
SECRETARÍA
El que suscribe, secretario del Municipio de Coamo, Puerto Rico,
CERTIFICA: Que en el libro de actas a mi cargo, que tiene el número l, corres-
pondiente a las fechas de 28 de noviembre de 1 897, a 29 de enero de 1 899, y en el
folio 83 vuelto de dicho libro, aparece el acuerdo que se copia, tomado en sesión
que celebró el Ayuntamiento el día cinco de septiembre del año mil ochocientos
noventa y ocho, y que lo componían: D. Florencio vSantiago, presidente; concejales:
D. J. Santiago, D. Ramón Zayas, D. A. Noriega, D. M. M. Santiago, I). V. Quintero,
D. Jesús Rivera, D. Julio Lefebre, D. José D. Rivera y D. P'rancisco A. Fernández.
«Seguidamente expuso la Presidencia que, como constaba a todos los señores
concejales, desde el 9 de agosto último había tomado posesión de esta villa el Ejér-
cito de los Estados Unidos del Norte, después de un ligero, pero reñido combate con
las tropas españolas atrincheradas en la población, terminado el cual se enarboló el
pabellón americano en la casa de la Alcaldía, continuando en sus puestos las autori-
dades civiles, judiciales y eclesiásticas, por disposición del Mayor general James
FI. Wilson. La Corporación, enterada, acordó consignar en acta su más leal y sincero
respeto y reconocimiento hacia el Gobierno americano, ofreciéndole todo su con-
curso para el desenvolvimiento del régimen y aplicación de las leyes que en su día
decrete el Congreso de los Estados Unidos.»
Y a petición del Sr. D. Ángel Rivero, libro la presente en Coamo, a diez y seis
de marzo de mil novecientos veintiuno.
Heriberto A. Fontanes,
secretcwio del Municipio de Coamo, Jhierto Rico.
(Rubricado.).
Hay un sello que dice: «Secretaría Municipah — Coamo, Puerto Rico.»
43
6^8 A . R I V E R O
G U A Y A M A
GOBIERNO MUNICIPAL DE GUAYAMA, PUERTO RICO
SECRETARIO MUNICIPAL
Ricardo Narváez Rivera, secretario de Ja Asamblea Municipal y del Consejo de Ad-
ministración de Guayama, Puerto Rico.
CERTIFICO: Que en el libro de Actas del extinguido Ayuntamiento de Guayama,
correspondiendo al año de mil ochocientos noventa y ocho, folios ciento veinte y
cinco (vuelto) y ciento veinte y seis, hay dos párrafos de un acta que, copiados a la
letra, dicen así:
«En la villa de Guayama, el día doce de agosto de mil ochocientos noventa y ocho,
en la Casa Consistorial, bajo la presidencia del señor alcalde, D. Celestino Domín-
guez Gómez, se reunieron los señores del Ayuntamiento cuyos nombres constan al
margen, con objeto de celebrar la sesión ordinaria .que no tuvo lugar el miércoles
diez, y dio principio con la lectura del acta anterior que fué aprobada.
POSESIÓN DE ESTA VILLA POR LAS FUERZAS DEL EJERCITO DE LA UNION AMERICANA
El presidente dio cuenta a la Corporación de que el día cinco del actual se po-
sesionaron de esta población fuerzas del ejército de la Unión Americana, después de
librar combate con las tropas españolas que la guarnecían, y las cuales se retiraron.
Que el representante de la Unión Americana en esta villa, le había confirmado en el
cargo de alcalde que venía ejerciendo, y que le había manifestado que en la parte
civil y administrativa no se introduciría, por ahora, modificación alguna, continuando
en sus funciones los organismos y autoridades que venían desempañándolas en este
pueblo. La Corporación quedó enterada.
Los señores relacionados al margen son los siguientes: presidente, D. Celestino
Domínguez; concejales: Sres. Jenaro Cautiño, Casiano Matos, Juan Ignacio Capó,
Nicolás Colón, José Gual y Fabriciano Cuevas.»
Los párrafos preinsertos forman parte de un acta extendida en la susodicha
fecha, la que firman los señores Juan Ignacio Capó, G. Cautiño, F. Cuevas Sotillo,
Casiano Matos, José Gual, Nicolás Colón y J. M. Castillo.
Y a solicitud de D. Ángel Rivero expido la presente, que firmo y sello en la Casa
Municipal de Guayama, Puerto Rico, a los veintinueve días del mes de marzo de mil
novecientos veintiuno.
R. Narváez Rivera,
secretario municipal de Guayama, P. R.
(Rubricado.)
Llay un sello que dice: «Secretaría Municipal. — Guayama, P. R.»
SAN GERMÁN
GOBIERNO MUNICIPAL DE SAN GERMÁN
«En la ciudad de San Germán, P. R., Estados Unidos de América, a los doce
días del mes de agosto de mil ochocientos noventa y ocho, se reunieron en el salón
de sesiones de este Consistorio los señores de este Ayuntamiento: presidente, Fran-
cisco Pagan; primer teniente alcalde, Félix Acosta; tercer teniente de alcalde, Agapito
CRÓNICAS 679
E. Montalvo; quinto teniente alcalde, José María Graciany; regidor, José Cristian,
bajo la presidencia del señor alcalde, Francisco Pagan Acosta, siendo las nueve y
media de la mañana, al objeto de celebrar sesión ordinaria con arreglo al artículo
109 de la ley Municipal vigente.
El señor presidente declaró abierta la sesión.
Acto seguido el propio señor alcalde, presidente, manifestó: < Que el día diez del
presente mes, siendo las diez de la mañana próximamente, se presentaron en esta
ciudad las fuerzas militares de los Estados Unidos de América a tomar posesión de
ella en nombre de su Gobierno. Que el jefe de dicha fuerza, el general Schwan, se
constituyó en la casa-habitación del señor Joaquín Servera Nazario, donde fué reci-
bido por las clases de la sociedad sangermeña, debidamente representadas. Que al
breve rato fué llamado el que habla en nombre de dicho jefe, y en presencia de los
concurrentes se le confirió el cargo de alcalde-presidente de este Ayuntamiento, al
cual tiene el honor de pertenecer. Que al verificar su entrada el Ejército americano lo
hizo en términos pacíficos, tomando posesión en la misma forma, puesto que no
hubo resistencia de ningún género por parte de fuerza alguna, desde el momento en
que no había guarnición en esta ciudad ni otra fuerza española.
Una vez desarrollado este acontecimiento, las tropas americanas, ya referidas,
continuaron su marcha hacia la ciudad de Mayagüez, y por lo tanto, colocadas las
cosas en esa situación, se consideró que la nación americana había tomado posesión,
formalmente, de esta ciudad, desde el momento que no ha existido poder ninguno
que obrara en contrario.
Siendo éste un hecho consumado, que pasa a formar parte de la historia, en el
cual el pueblo sangermeño no ha tomado participación alguna, y al que nadie pudo
oponerse, por requerirlo así las circunstancias, todos nos vemos en el caso de aceptar
la situación actual, por resultar procedente.
Que en vista de que el nuevo estado de cosas ofrece a nuestro país una perspec-
tiva halagüeña, no podemos prescindir de manifestar nuestra satisfacción, porque,
indudablemente, el porvenir de nuestra tierra será más lisonjero.
Expresemos nuestro sentimiento hacia la que es nuestra Madre Patria, por haber-
se visto obligada a aceptar sucesos que estaban decretados por el destino.»
lodos los presentes manifestaron que se hallaban enteramente identificados con
el sentir de su presidente, aceptando, por completo, la situación actual y haciendo
suya la hoja suelta publicada en su nombre, como alcalde.
Que estaban dispuestos, con toda su voluntad, a secundar a la medida de sus
facultades, en cuanto se relacione con la administración de este pueblo, a fin de
alcanzar el bien del mismo y por consiguiente del país.
Que dado todos estos pormenores, es justo y natural considerar que desde esa
fecha la ciudad de San Germán entraba a formar parte de la gran nación americana
de los Estados Unidos de la América del Norte, y por tanto, que en adelante
procede obrar en consecuencia con la situación apuntada y establecida de hecho
para todos los actos de la administración.
Y no habiendo otro asunto de que tratar, se dio por terminado el acto, de que
certifico. — (Firmado.) P>ancisco Pagan. — P'élix Acosta. — Agapito E. Montalvo. — ^José
María Graciany. — J. Tulio Quiñones. — ^J. Antonio Sanabria. — José Cristian. — Andrés
Quiñones.»
Y a petición del Sr. Ángel Rivero, libro la presente en San Germán, Puerto Rico,
a cuatro de abril de mil novecientos veintiuno.
Francisco Azúar,
secretario municipal.
Hay un sello que dice; «Municipalidad de San Germán. >;>
68c) A . R 1 V E R O
M AYAGUEZ
(K)IVlKkNOMrMClPAL DE MAYACiÜK/. rrEJ^rO KJCO
S K( :RET A R 1 o MUNK^ir A L
«Yin la ciudad de MayagUez, a los diez y siete días del mes de agosto de mil
ochocientos noventa y ocho; habiendo ocurrido el miércoles diez del corriente, en
las inmediaciones de esta ciudad y de Hormigueros, un combate entre las fuerzas
americanas y las españolas, y posesionadas las primeras de este Municipio (ya sin
tropas) el día once, entre nueve y diez de la mañana, y por consecuencia de lo cual
quedó enarbolado en el Consistorio el pabellón de los Estados Unidos de América,
precediéndose por el señor brigadier general de las fuerzas americanas victoriosas,
Teodoro Schwan, a designar el día doce (previa reunión de vecinos celebrada el día
anterior) a D. Santiago R. Palmer para desempeñar el cargo de alcalde, cargo que de-
clinó espontáneamente D. Eliseo Font y Guillot, concurrieron a la Casa Consistorial,
a las ocho de la noche, los diez señores expresados al margen: Presidente, el alcal-
de D. Santiago Palmer; tenientes de alcalde: l."", D. Diego García Saint-Laurent;
2/\ Jenaro Cartagena; 4.'', Pedro P2. Ramírez; 5.°, Federico Gatell; concejales: don
Lorenzo Martínez, Leandro R. Gauthier, Juan Torruellas, D. Carlos Monagas Pesante,
doctor Eliseo P^ont y (juillot, que con D. Martín Travieso y D. P^derico Basora
constituirán en adelante el Ayuntamiento de Mayagüez, de conformidad con el
Decreto dictado sobre el asunto, el día trece, por el señor alcalde, delegado del
Gobierno americano.
Abrió el acto el señor Presidente, exponiendo que iba a celebrarse sesión extra-
ordinaria para tratar sobre los particulares expresados en la convocatoria, y así se
hizo en la forma que sigue:
I." I'^ué dada lectura al ya aludido Decreto, dictado el día trece del actual por
el señor alcalde-presidente, delegado del (lobierno americano, D. Santiago R. Palmer,
declarando que debiendo ser reconstituido el Ayuntamiento, con el fin de que en lo
municipal, como en los otros órdenes, continúen siguiendo las leyes y prácticas esta-
blecidas, hasta donde sea posible, mientras otra cosa no se disponga, y resultando
que de los 23 concejales, que según la Ley y el Censo de población que rigen
debieran formar el Concejo, venían funcionando solamente diez y seis, y de ellos
son incompatibles con el (jobierno americano, por su pública incondicionalidad
para servir a España, D. Juan Rocafort Ramos, D. Salvador Suau, D. Tomás Oramas,
I). José Antonio Fernández y D. Rafael Planes, procede confirmar y confirma, a los
once señores restantes, en sus cargos de concejales, para que funcione el Ayunta-
miento bajo su presidencia, conservando la autoridad los que ya la tienen. La Cor-
poración quedó enterada.
2.° Invitado el Ayuntamiento a designar el día que ha de dejar establecido para
celebrar, en adelante, cada semana, su sesión ordinaria, acordó, por unanimidad, que
sea el lunes, a las ocho de la noche, como hasta aquí, y que se haga convocatoria
para dos días después, como previene la ley Municipal, si llegare el caso, que no es
de esperarse, de que no concurran siete miembros el día señalado.
3.° Por ser indispensable sustituir con dos actuales miembros del Concejo los
cargos de tercer Teniente de Alcalde y de Síndico, que han desempeñado, respecti-
vamente, D. Juan Rocafort y D. I^afael Planes, manifestó el señor Presidente que
debía procederse a una votación por medio de papeletas. Obtuvieron, para el último
de dichos cargos, un voto: D. Federico Basora, D. Juan Torrellas, D. Rafael Gauthier
y D. Lorenzo Martínez; y seis, D. Eliseo Font y Guillot; y, para Teniente de Alcalde,
tres los Sres. Monagas y Gauthier y cuatro el Sr, Font; y resultando la mayoría,
CRÓNICAS 681
para ambos cargos, a favor de D. Elíseo Font y Guillot, optó éste por ser Síndico,
y habiendo empate entre los otros señores candidatos para la Tenencia de Alcalde,
se repitió la votación, y obtuvieron entonces: el Sr. Font, un voto, el Sr. Gauthier,
tres, y el Sr. Monagas, seis; quedando, por consecuencia, proclamados, por mayoría,
tercer Teniente de Alcalde, D. Carlos Monagas Pesante, y Síndico, D. Eliseo Font y
Guillot.
4.^ Se leyó íntegramente la última acta de la Administración Municipal anterior,
acta que corresponde a la sesión celebrada el día lO de este mes, y, de conformidad
con lo que determina la Ley, quedó suscrita por los señores concurrentes.
Terminó la sesión extendiéndose la presente acta, de que el infrascrito secreta-
rio certifica.
(Firmado.) Santiago R. Palmer. — D. García vSt. Laurent. — Federico Gatell. — Car-
los Monagas Pesante. — Juan Torruellas. — -Jenaro Cartagena. — Pedro E. Ramírez. —
Manuel Balsac.»
Yo, Antonio Olivencia, secretario municipal de Mayagüez, W R., certifico: que la
que antecede es una copia fiel y exacta de la sesión celebrada por el Concejo muni-
cipal de Mayagüez el día 17 de agosto de 1 898.
Y para remitir al Sr. Ángel Rivero, libro la presente, hoy 15 de marzo de 192 I,
bajo mi firma y sello oficial.
A. Olivencia,
secretario de la Asamblea iiiunicipaL
(Rubricado.)
Hay un sello que dice: «Secretaría Municipal.- Mayagüez, P. R
\.»
SAN JUAN
GOBIERNO MUNICIPAL \^Y. SAN JUAN
Yo, Natalio Bayonet Díaz, secretario municipal de la ciudad de San Juan, Puerto
Rico,
CFRTIFICO: Que al folio 319, vuelto, y concluyendo en el 320, del libro de Ac-
tas del Ayuntamiento de vSan Juan, P. R., correspondiente al año 1898, aparece
transcrita la siguiente acta:
«Acta del 18 de octubre de 1898. Alcalde-presidente, Sr. Martínez Villamil; te-
nientes de alcalde; 2."", Sr. Font; 5.", ^Sr. Cortines; regidores, Sr. Delgado; síndicos,
Sr, Alonso.
En la ciudad de San Juan Bautista, de Puerto Rico, siendo las doce del día diez
y ocho de octubre de 1 898, reunidos en el salón del excelentísimo Ayuntamiento de
esta ciudad y bajo la presidencia del señor alcalde, los señores concejales que se ex-
presan al margen, enterados de que en el mismo acto e instante se ha enarbolado
sobre la azotea de la Casa Consistorial el pabellón de la I^epública norteamericana, evi-
denciándose con esto que ha terminado la soberanía de P^spaña en la capital de esta
Isla, y en su consecuencia, que ha terminado su misión de concejales, en su calidad
de subditos españoles, acordaron unánimemente retirarse del salón de sesiones y a
la vez declinar sus respectivos cargos en el concepto de administradores de los inte-
reses procomunales, rogando al señor presidente que, puesto que asume el carácter
de autoridad local y en este respecto habrá de esperar su relevo, se entendiese que
delegaban en él las facultades para la entrega definitiva de la administración.
El señor alcalde expuso que, como en efecto, debía esperar su relevo en el doble
682
A . R I V É R O
carácter de presidente de la excelentísima corporación y autoridad local, cuyos car-
gos acababa de dimitir ante la nueva autoridad superior de esta Isla, aceptaba lo pro-
puesto por sus dignos compañeros, entendiéndose igualmente que, como concejal y
terminando la soberanía de España en esta capital, cesaba en las funciones administra-
tivas, del mismo modo que sus compañeros, y sólo en el concepto de autoridad local
cumplía con el cometido que se le confiaba.»
Con lo que terminó el acto, extendiéndose la presente, que firman los señores
del margen conmigo, el secretario, que certifico. ^ — Enmendado, alcalde vale (firma-
do), Fermín Martínez Villamil. — Jaime Font.— R. Alonso. — Enrique Delgado. — ^Juan
Cortines. — ^Juan Miranda Costa, secretario.
Y a petición de D. Ángel Rivero, expido la presente copia, que firmo y sello en
la ciudad de San Juan de Puerto Rico, a los siete días del mes de junio del año mil
novecientos veintiuno.
(Firma do .) Nata lio B a y o n et ,
APÉNDICE NUMERO 33
El comandante de infantería D. Rafael Martínez Illescas. — El héroe máximo
de la guerra hispanoamericana.
El 26 de enero de 1915, un cartagenero ilustre, D.Juan Moneada Moreno, publicó
en El Porvenir , diario de Cartagena, un luminoso trabajo excitando el celo de todos
para restituir a la Patria las gloriosas cenizas del heroico comandante D. Rafael Mar-
tínez Illescas.
El resultado de esta gestión honra por igual al iniciador del proyecto y a todos
aquellos que a su realización contribuyeron; S. A. Real, el Serenísimo Infante D. Fer-
nando María, consiguió del marqués de Comillas el transporte gratuito de los restos
de Illescas, er;i uno de los vapores de la Trasatlántica, el Montevideo, el mismo vapor
que condujo al fenecido comandante a Puerto Rico, y el mismo que repatrió al gene-
ral Ortega y a los últimos remanentes del Ejército español en dicha Isla.
La Casa de España de San Juan y la de Ponce, representadas por el ilustre abo-
gado D. Antonio Sarmiento, por D. Eélix Saurí, y auxiliados por el noble español
D. Luis Rubert, costearon todos los gastos de la exhumación, regalando, además, una
lujosa caja de plomo, encerrada en otra de cedro con acabados de plata.
El día 20 de mayo de 191 5, y a las cinco de su tarde, tuvo lugar el acto de
exhumación, que fué rodeado de toda clase de seguridades y con asistencia del juez
de la Corte, de distrito, I). Domingo Sepúlveda; del fiscal D. Libertad Torres Grau;
de D. P>lipe Salazar, vicepresidente del Ayuntamiento, en representación del alcalde
D. Rafael Rivera Esbri; de D.Juan Seix, primer jefe de bomberos; de D. Ramón Cor-
dero Matos, secretario del alcalde; y asistiendo también el presidente del Centro
Español D. Félix Saurí, D. Damián Morrell, D. Pedro J. Bonnin, D. Antonio Ar-
bona, D. José González, D. Bartolomé Arbona, D. Manuel Meiriño y D. Martín
Aparicio, todos los cuales firmaron el acta correspondiente.
Los restos llegaron a Cádiz, y allí fueron transbordados al vapor Claudio López,
que siguió viaje al puerto de Cartagena, donde fondeó en la mañana del 22 de junio,
llevando su bandera y grimpolas a media asta. Fueron a bordo, además de las
autoridades, un hermano del finado, D. Francisco, guardaalmacén mayor de la
Armada, y otros miembros de la fan:ilia.
Venía la caja mortuoria en un camarote de primera clase, envuelta en la bandera
española, y toda ella cubierta de coronas ofrecidas en Puerto Rico, dándole guardia
de honor los marineros de la Trasatlántica, en traje de gala, y custodiándola D. Fran-
cisco Martínez Illescas, hermano del difunto y abogado de renombre.
íil féretro fué conducido en solemne procesión hasta el palacio municipal, en cuyo
salón de actos fué colocado en capilla ardiente, en una cama imperial, cubierta con
la bandera nacional y con el manto de la Cofradía de N. P. Jesús. Al pie del túmulo
se colocaron hasta 18 coronas con sentidas dedicatorias, todas ofrecidas en Puerto
Rico, por la familia ]3allester-Moret, Unión de Puerto Rico, Ayuntamiento de Ponce,
Miguel Roselló y señora. Encarnación Díaz de Casas Novas, Mario Armstrong de
684 A . R I V E R O
Bonnin, Miguel de Porrata Doria y lamilia, familia Puventud, Emilio A. Suau, Rafael
Rivera Esbri, Pedro Fuliana, José González Ossorio, Mariano Plebilla y algunas más.
Dieron guardia de honor los soldados del Regimiento de España y camilleros de
la Cruz Roja, y miliares de personas desfilaron ante los gloriosos restos del ilustre
muerto.
A la caída de la tarde del siguiente día tuvo lugar el solemne entierro de los
restos, acto que fué una nueva manifestación de duelo, y al cual no faltó nadie en
Cartagena. jNoble pueblo!: Pueblo generoso que así honra a su hijo heroico, muerto
por la Patria, es pueblo merecedor de los más altos destinos. Y por esto, y desde
estas páginas, yo envío a los habitantes todos de la nobilísima ciudad de Cartagena
el testimonio de mi respeto y mis alabanzas por aquellos actos hermosos realizados
en honor del que en vida fué mi compañero y excelente amigo el comandante don
Rafael Martínez lilescas, héroe no superado por otro alguno en aquella desgraciada
campaña del año 1 898.
Y si algún día mi buena suerte me permitiera llegar hasta Cartagena, iría yo a su
cementerio a doblar mis rodillas junto a la tumba de lilescas, y a colocar sobre ella
las siemprevivas y las azucenas de mi cariño de compañero y como tributo de justi-
cia a su valor, a su heroicidad rayana en delirio, que le obligó a buscar la muerte de
manera que causó profunda admiración a sus mismos enemigos, y para que no se
dijese que un jefe de tropas españolas, 200 hombres o poco más, casi copados por
toda una brigada, se habían rendido sin combatir, retirándose por un camino de he-
rradura que a espaldas suyas había.
No figura el nombre de lilescas entre los que decoran el grandioso monumento
que se levanta en el Parque del Oeste, en Madrid, y como tributo a los héroes de
aquella guerra; mas no importa: algún día será reparada esta omisión, y un nuevo
nombre en letras de oro mostrará a las generaciones venideras cómo el soldado es-
pañol, en todas partes, encuentra muerte gloriosa por defender el honor de su
bandera.
COMENTARIOS SOBRE UN ACTO
(Tomado de EL Día, diario de Ponce,
Puerto Rico, de 25 de mayo de 1915)
La fiesta patriótica celebrada con motivo del traslado de los restos del militar
español Rafael Martínez lilescas, desde Puerto Rico a España, se presta a muy opor-
tunos comentarios.
P"ué un acto espléndido, en el que palpitó el patriotismo como agente moral de
los elementos españoles, y la justicia como factor moral de los elementos portorri-
queños.
Al acto concurrieron muchos americanos que no escatiman su ferviente admira-
ción por los hombres que saben defender su honor y su patria.
La ciudad de Ponce ha estado a la altura de su deber. El municipio de la ciudad;
las corporaciones sociales, políticas y financieras; extranjeros y nativos; el pueblo
con todas sus representaciones, han contribuido al esplendor de esta fiesta, que hace
honor a los patrocinadores y a los que la han secundado con su personal entu-
siasmo.
La figura del hombre que cayó mártir en Coamo, frente a frente del enemigo en
lucha, cumpliendo con su deber militar y su conciencia, surgió del momento histórico
con su propia luz y su propio contorno caballeresco y gallardo.
Más de cien automóviles llenaban la carretera y un pueblo en masa seguía los
fúnebres restos con sagrado recogimiento. La multitud guardó un respeto profundo
ante la ceremonia, como si se verificaran los funerales del héroe en aquel mismo día.
CRÓNICAS 685
La ciudad comercial no se sentía y sólo palpitaba la muchedumbre con un solo cora-
zón, lleno de esa infinita gravedad que inspiran los grandes pensamientos.
Ponce ha cumplido una vez más con su deber.
No se trataba de honores efímeros, que son como flores de un día, cuyo perfume
dura lo que el día dura, sino de honores postumos, de carácter histórico y glorioso.
El heroísmo, la belleza y el talento forman el alma compleja de la historia humana.
Ella lo llena todo con sus llamaradas y con su dolor. Porque esta alma es la fuente
maravillosa de la naturaleza, y en ella abrevan el carácter, el arte, la ciencia, con una
armonía admirable y para una finalidad suprema de progreso moral y material. En
el heroísmo respetamos los principios natos del carácter; en la belleza, la diviniza-
ción del arte, y en el talento, todas las manifestaciones del pensamiento que crea la
eterna ciencia de la vida.
Es digno, pues, de aplausos y de alabanza el acto que se ha celebrado, porque,
además de su patriotismo, nos habla de justicia. ^'Qué menos puede hacerse en me-
moria de los que mueren como aquel honrado militar, fuera de su patria, honrán-
dola y defendiéndola.?* Cada vez que un hombre de esos cae, vencedor o vencido, en
las cimas de la representación o en la planicie del combate, cubierto de laureles o
cubierto de sangre, la Humanidad está obligada a levantar sus cenizas y su nombre,
como el sacerdote alza en sus ceremonias rituales la hostia que consagra el divino
misterio y las extrañas íórmulas religiosas.
La leyenda de Cristo es la leyenda del deber humano. Cuando se honra aquel
sacrificio; cuando se tributan a aquel visionario de la fraternidad y la libertad los
honores de un dios; cuando su efigie se venera en templos y hogares, es porque su
personalidad sugestiva atrae todos los respetos y todas las admiraciones. Hombre,
tuvo el heroísmo, la belleza física y moral, y el pensamiento creador. Su heroísmo
tenía la majestad ancestral del tipo elegido de la especie que domina desde los días
brumosos de su concepción, y sigue fecundando en distintas formas la enorme y sen-
sible matriz de la vida. Y como él, y siguiendo sus huellas y aceptando su ejemplo
de abnegación, pasan por esa vida, con sus nobles energías y sus eminentes virtudes,
los que luchan en la tierra por sus hermanos y siembran a su paso las semillas de su
amor y su justicia. Cristo de su deber, de su eterno deber, el hombre bueno y fuerte,
sabio o guerrero, artista o industrial, marcha a su destino sirviendo a sus semejantes
y cumple su misión como puede, sin pensar dónde ha de caer para morir o dónde
ha de morir para inmortalizarse. Y lo mismo en el seno ignorado de la selva explo-
rada en beneficio de la ciencia, que en el campo fragoroso de la lucha por su dere-
cho, las cenizas del sabio, del héroe, del artista, del filántropo, son como el polvo de
oro que revela un sacrificio glorioso que la Humanidad no puede ni debe olvidar
¡Infame Líumanidad, si ella violara su propia grandeza con el ingrato olvido o con el
desdén inmisericordioso !
Debemos estar satisfechos, en este día, de poder agregar a la historia de Ponce la
fecha 21 de mayo de 1915, efemérides importante para España y Puerto Rico, que
después de diez y siete años de silencio se dan un abrazo de amor sobre las yertas
cenizas del patriota y del valiente.
Félix Matos Bernier.
686
A . RiVeRÓ
CARTA DEL CORONEL DEL REGIMEENTO DE PENNSYLVANIA, NÚM. i6, MR. W. H. HULLNGS
Señor Editor de El Dia^ Ponce, P. R.
Señor:
Cierto amigo me ha enviado un ejemplar de su estimable periódico, en que apa-
rece una l>ermosa necrología de D. Rafael Martínez lUescas, escrita por el señor
Matos Bernier.
Después de una marcha de toda una noche por sendas escabrosas, cubiertas de
malezas, los dos batallones del regimiento núm. l6, Voluntarios de Pennsylvania,que
se componía de 650 hombres entre oficiales y tropa, encontraron sobre la carretera
central, como a una milla al Nordeste de Goamo, la retaguardia de las fuerzas espa-
ñolas, compuesta de unos 300 hombres de infantería y 40 de caballería.
Después de un combate que duró cerca de una hora (la caballería se había reti-
rado al comienzo del combate), los españoles se rindieron con pérdida de seis a ocho
hombres, entre muertos y heridos, y 212 prisioneros.
Yo había observado que, durante la acción, un oficial español no había cesado de
recorrer a caballo y a paso lento toda la línea de combate, bajo el nutridísimo fuego
de mi fuerza, viendo caer hombres muertos y heridos a sus inmediaciones. A pesar
de todo, el gallardo e intrépido oficial continuó pasando tranquilo y sereno entre sus
hombres, a través de aquel huracán devorador, hasta que una bala le derribó.
Quise conocer el nombre de aquel héroe, para de su bizarría dar testimonio des-
pués a sus compañeros; el caballero, singularmente hermoso, tendido allí, victorioso
aún en la derrota, jera el jefe de las fuerzas españolas!
Sinceramente vuestro,
Willis J. FIULINGS.
New York, junio 26, 1915.
APÉNDICE NUMERO 34
Suscripción nacional con destino a los gastos de la guerra. — Comisión
de Puerto Rico.
RESUMEN PUBLICADO EN LA «GACETA» DEL 29 DE SEPTIEMBRE DE 1898
Terminacióti. y siLiiación de fondos hoy 2Q de scpiiembre de iSqS.
D. Enrique Acosta, por suscripción del Ayuntamiento de
Ríopiedras 300,00
Gobierno General, por el Ayuntamiento de Maunabo .... 200,00
Gobierno General, por el Ayuntamiento de Quebradillas. . 30,00
Gobierno General, por el Ayuntamiento de Yabucoa 4900
D. Antero Tarazona, por el Ayuntamiento de Toabaja. . . . 72,66
JUNTA DE OBRAS DEL PUER lO
DIRECCIÓN FACULTATIVA
Ingeniero-Director, Jefe de Administración de segunda. . . 50 00
Ayudante, Oficial segundo 20,00
Sobrestante, Oficial quinto 8,00
Guardaalmacén, Oficial quinto 8,00
Pagador, Oficial quinto , 8,00
Escribiente primero 5,00
Escribiente segundo 2,00
SECRETARÍA
Secretario-Contador 12,00
Tesorero 8,00
Oficial auxiliar 7,00
Portero . 2,00
6c,i.ó6
101,00
29,00
Total 281,66
Suma de la Gacela anterior 192.413,26
Stítna iolal 193.194,92
Que ingresó en la siguiente forma:
Entregado por la Cámara de Comercio de San Juan 103.710,15
Entregado por Corporaciones y suscripción general 89.484,77
Igual ly^ 194,92
688 A . R I V E R O
La Junta Central da por terminada su misión, quedando los fondos recaudados
por la misma en la situación siguiente:
Gastado en impresos, libros de contabilidad y sueldos al auxiliar, según los
«cheks» números 8, 9, 12, 19 y 3'- 3^303
Depositado en la caja del Batallón de Artillería de Plaza, según el «chekí>
número 16 50.000,00
Invertido en gastos de guerra, según comprobantes y «cheks» inclusives hasta
el número 34 131,324,43
Queda hoy en el Banco Español, según balance de libreta 11.506,96
Suma igical % 193.194,^
2
Resultando todo conforme con los libros Diario, Caja y libreta del Banco Español
balanceada hoy, y con los talonarios y comprobantes de ingreso y egreso que que-
dan depositados en este Gobierno militar a disposición de S. E. el gobernador
general.
Conocedora esta junta de las difíciles circunstancias en que se llevó a efecto la
suscripción nacional, no puede menos que consignar su profundo agradecimiento a
las Corporaciones y personas que con tanta lealtad acudieron al socorro de la Madre
Patria, en la dolorosa situación que atraviesa.
Puerto Rico, 29 de septiembre de 1898. — El General-Presidente, Ricardo Orte-
ga.— El Interventor, Cándido García. — El Vocal, Francisco Pérez. — El Vocal, Fer-
mín Martínez y Villamil. — El Secretario, Mames Redondo Franco.
De los 193.194,92 pesos recaudados, S'^lo se emplearon en atenciones de guerra
11.506,96; 363,53 correspondió a impresos y gastos necesarios, y el resto, 181.324,43
pesos, fué remesado a España.
APÉNDICE NUMERO 35
Relación de todas las poblaciones de la isla de Puerto Rico en 1898, con
expresión de la fecha en que tomaron posesión de cada una de ellas las
fuerzas militares de los Estados Unidos.
(Datos tomados de los libros de actas de dichas poblaciones; copias certificadas
de dichas actas figuran en el archivo particular del autor de este libro.)
NOMBRE
Bayamón ,
Corozal
Dorado
Loiza ,
Naranjito
Río Piedras
Río Grande
Carolina
Toa Alta
Toa Baja ,
Trujillo Alto
Vega Baja
Vega Alia ,
Arecibo
Camuy
Cíales
Hatillo
Barceloneta
Manatí
Morovis
Ouebradillas
Utuado
Aguadilla
Aguada .
Isabela
Lares
Moca ,
San Sebastián ,
Rincón
Mayagüez
Añasco
Cabo Rojo
Sabana Grande ....
San Germán
Las Marías ,
Hormigueros
F echa
de la
toma de posesión
en 1898.
Octubre 15.
Octubre 4.
Octubre 1 1 .
Octubre 10.
Octubre 4.
Octubre 12.
Octubre 21.
Octubre 6.
Octubre 27.
Octubre 1 1 .
Octubre 16.
Octubre 15.
Octubre 12.
Agosto II.
Septiembre 29.
Septiembre 2
Septiembre 29.
Octubre 12.
Octubre 12.
Octubre 5.
Septiembre 30.
Agosto 3.
Septiembre 19.
Agosto 18.
Septiembre 27.
Septiembre 21.
Agosto 1 1.
Septiembre 19,
Agosto II.
Agosto 1 1 .
Octubre 18.
Agosto 13.
Julio 30.
Agosto 10.
Agosto 13.
Agosto I ó.
N O M B R E
I Maricao
' Lajas
I Ponce
I Adjuntas
! Aibonito
I Barranquitas
I Barros
Coamo
Guayanilla
Juana Díaz
Peñuelas
Santa Isabel
Yauco
Guayama
Arroyo
x\guas Buenas
Caguas . . ,
Cayey ,
Cidra ,
Gurabo ,
Juncos
Hato Grande (San Lorenzo) . ,
Salinas ,
Sabana del Palmar (Comercio).
Humacao
Ceiba ,
Fajardo ,
Luquillo ,
Maunabo
Naguabo
Patillas
Piedras
Yabucoa
Isla de Vieques
San Juan
Fecha
de la
toma de posesión
en 1898.
Agosto 17.
Agosto 13.
Julio 28.
Agosto 9.
Septiembre 24
Septiembre 74
Septiembre 13
Agosto 9.
Agosto I |,
Julio 28.
Agosto 5.
Agosto 10.
Julio 29.
Agosto 12.
Agosto I.
Octubre 1 1.
Octubre 5.
Septiembre
Septiembre 25
Octubre 13.
Septiembre 30,
Octubre 5.
Septiembre 30,
Septiembre 29,
Septiembre 22,
Septiembre 30
Septiembre 30,
Septiembre 30
Septiembre 17
Septiembre 28
Agosto 3.
Septiembre 12
Octubre i.
Septiembre 19
Octubre 18.
5-
I N DI C E
PásTS.
Prólogo del Excmo. Sr. D. Antonio Maura i
Dedicatoria • iii
Prólogo del autor v
Capítulo primero. — Donde el autor relata su
intervención en la guerra hispanoamericana
y explica su vuelta a la vida civil i
Cap. II. — Origen de la guerra 9
Cap. IlL— Cómo surgió la idea de traer la
guerra a Puerto Rico 17
Cap. IV.— «The New York Herald» en Puer-
to Rico 21
Cap. V.— Preparación de la guerra en Puerto
Rico , 37
Cap. vi. — Estado militar de Puerto Rico al
declararse la guerra 43
Cap. VIL— Plaza de San Juan y sus defensas.. 53
Cap. VIII. — Comienza la guena en Puerto
Rico ; 65
Cap. IX,— La Cruz Roja en Puerto Rico 109
Cap. X. — La guerra por el mar 117
Cap. XI. Viaje de la Escmdra española al
mando del almirante Cervera 125
Cap. XII. — El bloqueo de San Juan 145
Cap. XIIL— Continúa el bloqueo 157
Cap. XtV.— Planes generales de guerra contra
Puerto Rico 175
Cap. XV. — Expedición del general Miles. . . . 181
Cap. XVI. — Expedición del general Wilson. . 223
Cap. XVII— La marcha hacia la cordillera. . . 235
Cap. XVIII. — Sigue el avance del general
Wilson 251
Cap. XIX. — Expedición del Mayor general
Brooke 269
Cap. XX. — Operaciones de la brigada Schwan. 29S
Cap. XXI. - Operaciones del general Henry. 349
Cap. XXII. — Sucesos de Fajardo 353
Cap. XXIII. — Fin de la guerra 379
Cap. XXIV. — Después del arnjisticio. — La co-
misión conjunta. — Entrega progresiva de la
Isla. — Repatriación de las tropas españolas. 387
Cap. XXV. — Últimos momentos de la sobera-
nía española en Puerto Rico 399
Cap. XXVI. — Adiós ala bandera 419
Cap. XXVII. — Partidas de bandoleros que in-
fectaron la Isla 421
Cap. XXVIII. — Algunos portorriqueños que
auxliaron , durante la guerra , al ejército
americano. . 427
Cap. XXIX. — Servicios especiales , . 439
Págs
Cap.. XXX. — Reseña histórica del servicio mi-
litar xcn Puerto Rico. 445
Cap. XXXL— El Insttuto de Voluntarios. . . 449
Cap. XXXII. — Examen crítico de los diversos
planes de guerra relativos a Puerto Rico. . 457
Cap. XXXIII. — ^Juicio crítico de la campaña
de Puerto Rico 465
Cap. XXXIV.— Hombres que dirigieron la
guerra en Puerto Rico 477
Cap. XXXV. — Miscelánea 501
APÉNDICES
Apéndice núm. i , . . . . 533
^ 2 575
» 3 578
>* 4 580
» 5 . 582
» c^ 590
» » 7 592
» 8 594
» 9 599
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SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN MADRID
EN LA IMPRENTA DE LOS SUCESORES DE
RIVADENEYRA (s. A.) EL DÍA Vil
DE DICIEMBRE DE MCMXXTI
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THE UNIVERSITY OF MICHIGAN
DATE DUE
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JAN 17 1950
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