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Full text of "Historia crítica de la literatura española"

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HISTORIA  CRITICA 


I>E   LA 


UTERATURA  ESPAÑOLA 


\ 


fflSTORIA  CRITICA 


DE  LA 


LITERATURA  ESPAÑOLA, 


POR 


DON  JOSÉ  AMADOR  DE  LOS  RÍOS, 


IUDIVIDUO    DE    irdMERO    DE    LAS    REALES   ACADEMIAS    DE   LA    HISTORIA   T   ROBLES 
ARTES  DE  fAS   rERHAHDO,    DECARO    DE    LA    FACULTAD    DE    HLOSOFIA   T  LETRAS 

DE   LA   URIVERSIDAD   CERTRAL^    ETC. 


TOMO  VIL 


MADRID: 
IVPRKRTA  X    CARGO  DK    JOAQUÍN    MUÍfOZ. 

Calle  del  Fomento,  IS,  principal. 
1866. 


Es  propiedad  del  aotor,  qalen  m  reserfa 
el  deit^o  do  Iradncclon  y  do  extracto. 


ADVERTENCIA. 


Ponemos  fin  con  el  presento  volumen  á  la  11/  Parte  de  la  Histo- 
ria critica  de  la  Literatura  Española.  Como  indicamos  en  nues- 
tra Introducción  y  alcanza  la  misma  hasta  el  reinado  de  Carlos  I, 
cerrando  el  cuadro  general  de  los  tiempos  medios,  y  terminando 
el  sexto  período  en  que  dividimos  su  historia.  «Presenta  esto 
•(decíamos)  el  lastimoso  estado  á  que  vino  la  nación,  y  con  ella 
•todo  linaje  de  disciplinas,  durante  el  calamitoso  reinado  de  fin- 
arique  lY,  y  su  restauración  prodigiosa  en  manos  de  la  Reina 
•Católica,  trasmitiéndose  hasta  el  imperio  de  C&rlos  Y,  en  que 
•granados  ya  los  esfuerzos  de  Juan  II,  Alfonso  Y  é  Isabel  I."", 
•es  dado  á  Garcilaso  dar  cima  á  la  trasformacion  artística,  in- 
•tentada  de  antiguo  en  el  parnaso  castellano»  ^ 

Y,  en  efecto,  tal  ha  sido  el  objeto  de  nuestros  estudios  en  el 
tomo  que  hoy  sacamos  á  pública  luz,  no  sin  fijar  al  propio  tiem- 
po nuestras  miradas  en  las  regiones  orientales  y  occidentales  de 
la  Península,  para  comprender  debidamente  y  explicar  con  exac- 
titud y  claridad  históricas  la  recíproca  influencia  de  los  elemen- 
tos de  cultura  de  largo  tiempo  atesorados,  y  que  iban  cada  dia 
acaudalando  la  española  en  la  esfera  de  las  letras.  Dobia  resultar 
naturalmente  de  estas  investigaciones  plenamente  comprobada  la 
observación  crítica,  ya  antes  expuesta,  sobre  la  forma  en  que, 
liaciendo  suyas  todas  las  conquistas  realizadas  á  uno  y  otro  ex- 
tremo de  Iberia,  se  sobrepone  la  España  Central  en  sus  mani- 
festaciones literarias  á  las  referidas  comarcas,  llamándolas  al 
cultivo  de  un  solo  lenguaje  poético;  hecho  que  trascendiendo  vi- 

I     P%.  Clll. 


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m 


VII 

ctásica,  cuya  grandeza  habia  sido  presentida  en  siglos  anteriores, 
y  cayos  tesoros  fueron  removidos,  no  sin  fortuna,  durante  el 
reinado  de  don  Juan  II,  comienza  á  ser  formalmente  conocida 
bajo  los  auspicios  de  Isabel,  liallando  en  su  corte  las  artísticas 
lenguas  de  Virgilio  y  de  Homero,  tan  doctos  intérpretes  y  esti- 
mados maestros  como  ios  Nebrijas  y  Barbosas.  El  examen  de 
esta  edad  afortunada  debia  pues  llamar  y  ha  llamado  muy  seria- 
mente nuestra  atención  bajo  estos  dos  principales  conceptos,  no 
olvidando  que  el  desarrollo  total  de  las  escuelas  poéticas,  en  que 
aparecian  filiados  los  ingenios  españoles,  y  el  progreso  y  grana- 
zón de  los  estudios  clásicos,  tales  como  aparecen  al  terminar  el 
siglo  XV,  eran  los  verdaderos  fundamentos  de  la  centuria  litera- 
ria que,  por  su  gran  riqueza  y  por  el  culto  que  tributa  á  las  for- 
mas, ha  merecido  nombre  de  Siglo  de  Oro. 

Ni  era  posible  tampoco,  al  contemplar  el  grandioso  cuadro 
que  presentaba  tan  feliz  reinado,  el  apartar  la  vista  de  los  histo- 
riadores que  lo  ilustran,' ya  ejercitándose  en  los  estudios  gene- 
rales, que  tendían  á  enlazar  la  historia  de  España  con  la  del  an- 
tiguo mundo,  ya  fijándose  en  los  acontecimientos  coetáneos  y 
propios  del  reinado  y  trazando  de  mano  maestra  los  retratos  de 
sus  Claros  Varones;  ya,  en  fin,  consagrándose  á  los  estudios 
auxiliares  de  la  historia  ó  ensayándose  en  la  particular  de  las 
familias,  bien  que  no  siempre  con  el  juicio  y  provecho  que  fue- 
ran de  esperar  de  tan  improbas  vigilias.  La  historia  pues,  abar- 
cando más  amplios  horizontes,  y  buscando  ya  inmediatos  mode- 
los en  la  antigüedad  clásica,  era  merecedora,  durante  la  edad  á 
que  nos  referimos,  de  muy  singular  atención,  á  lo  cual  contri- 
buia  no  poco,  asi  el  crecido  número  de  sus  cultivadores,  como 
lo  peregrino  é  importante  de  algunas  de  sus  obras. 

La  elocuencia  sagrada  y  profana,  la  filosofla  moral  y  la  no- 
vela recibian  también  extraordinario  incremento  en  aquel  ven- 
turoso periodo,  obedeciendo  cada  cual  las  leyes  de  su  natural 
desarrollo  y  reflejando  las  diferentes  influencias,  que  en  el  seno 
de  la  cultura  española  se  acumulaban.  Determinar  sus  diferen- 
tes caracteres,  señalar  el  camino  que  siguen,  advirtiendo  al  par 
los  peligros  que  las  amenazan,  y  fijar  los  elementos  de  vida  que 
ea  cada  una  de  estas  manifestaciones  resplandecen,  asunto  era 


VIII 

que  al  poner  los  ojos  en  los  postreros  dias  del  siglo  XV  y  pri- 
meros del  XYI,  debia  despertar  la  consideración  de  la  critica,  y 
que  por  su  novedad  nos  convidaba  á.  consagrarle  muy  detenido 
trabajo.  Por  fortuna,  nos  era  posible  ilustrar  esta  parte  con  pre- 
ciosos monumentos  del  todo  desconocidos  hasta  ahora;  y  con- 
vencidos de  la  utilidad  del  estudio  y  de  la  importancia  de  los  ex- 
presados documentos,  no  hemos  vacilado  en  dar  al  primero  la 
extensión,  que  por  su  naturaleza  pedia,  incluyendo  en  las  7/us- 
tracíones  los  que  más  notables  y  propios  de  esta  obra  nos  han 
parecido  entre  los  segundos. 

Cerramos,  por  último,  el  cuadro  literario  de  nuestra  Edad-me- 
dia con  el  bosquejo  del  estado  de  la  poesía  popular,  desde  me- 
diados del  siglo  XIV  hasta  el  reinado  de  Carlos  I.  Sus  relacio- 
nes con  los  sentimientos,  las  creencias  y  las  costumbres,  en  to- 
das las  esferas  sociales,  y  las  variadas  formas  de  que  en  tan 
multiplicados  conceptos  se  reviste,  ofrecian  por  cierto  abundante 
materia  de  estudio,  si  el  trabajo  que  acometiamos  habia  de  cor- 
responder al  ya  realizado  con  el  mismo  propósito*,  y  si  habia 
de  servir  de  verdadero  fundamento  á  las  investigaciones,  que 
deben  dar  por  resultado  el  conocimiento  de  las  leyes  generales, 
á  que  se  somete  el  arte  español  en  la  más  gloriosa  edad  de  su 
historia. 

Tales  son  pues  los  fines  á  que  hemos  aspirado  al  dar  cima  ii 
las  tareas  literarias  comprendidas  en  el  presente  volumen.  Aho- 
ra, como  siempre,  hemos  ambicionado  el  acierto;  ahora,  como 
siempre,  dudamos  haberlo  conseguido;  si  bien  descansando  en  la 
indulgencia  de  los  hombres  doctos,  esperamos  su  fallo,  con  la 
tranquilidad  de  quien  todo  lo  ha  puesto  de  su  parte  para  mere- 
cer su  benevolencia. 

1     Tomo  IV,  cap.  XXIII. 


HISTORIA  CRÍTICA 


DI  LA 


UTERATURA  ESPAÑOLA 


n."  PARTE.-SÜBCICLO  II.' 


TWO  TU.  i 


CAPITULO  XV. 


ESCRITORES  NAVARROS  Y  ARAGONESES   DURANTE  EL 

REINADO    BE    DON    JUAN  II. 


Ciricter  de  los  estudios  bajo  don  Juan  de  Navarra. — Hereda  el  trono 
de  Aragón. — Sus  hijos.— El  Príncipe  de  Vías  a. — Su  educación  litera- 
ria.— Sus  viciáitudes    y   desdichas. — Su    destierro. — Su  muerte. — Sus 
obras. — Sus  cartas  y  reqüestas  poéticas.Sus  traducciones. — Las  Éthi- 
cas  de  Aristóteles. — Examen  de  esta  versión — Su  Epístola  á  los  Sabios 
de  España. — Pensamiento  transcendental  de  la  misma.— Su  LamentoQion 
á  la  muerte  de  don  Alfonso. — Su  Crónica  de  Navarra. — Juicio  de  don 
Garlos  como  poeta,  filósofo,  orador  é  historiador. — Ingenios  que  se  le  aso- 
dan. — TiuDL'CTOREs.  — Vidal  de  Noya,  Hugo  de  ürries. — Historiadores 
QTALAKES:    Perc  Tomich  y   Gabriel  Turell. — Aragoneses:  Pedro  X, 
de  ürrea;  Luis  Panzan;  Pablo  de  Casanate  y  otros. — Filósofos  t  bscri- 
TotES  DIDÁCTICOS. — El  Castellano  Alfonso  de  la  Torre. — Algunas  noti- 
das  de  su  vida. — La  Vision  Delectable. — Su  objeto. — Su  materia. — Su 
forma  literaria. — Exposición  y  juicio  de  esta  obra. — Escritores  ascéti- 
cos.— Noticia  de  los  más  celebrados. — Oradores:  don  Femando  de  Bo- 
lea y  otros  caballeros  de  la  corte. — Oraciones  y  Epístolas  de  Bolea  á 
la  muerte  de  don  Carlos  de  Viana. — Carácter  de  estas  produociones. — 

Observaciones  generales. 


Mientras  al  calor  del  trono  de  Alfonso  V  florecían  en  la  corte  de 
Ñapóles  preclaros  ingenios  españoles,  extremándose  tanto  en  el 
cultivo  de  las  letras  latinas  como  en  el  de  la  poesía  castellana  y 
dando  en  una  y  otra  esfera  insigne  testimonio  de  aquella  riqueza 
y  leíanla,  que  babian  resplandecido  en  los  poetas  y  oradores  de 


4  HiSTOtu  ctrncí  de  la  uteb atura  bspa5ola. 

Iberia  desde  la  más  lejana  antigüedad  ^,  no  enmudecían  por  cier- 
to en  la  corte  de  don  Joan  II  de  Navarra  otros  no  menos  dignos 
ingenios,  que  asociados  sinceramente  al  movimiento  general  de 
los  estudios,  revelaban  en  sus  obras  el  que  en  vario  concepto  se- 
guia  la  civilización  española.  Habíase  mostrado  el  hijo  del  infante 
de  Antequera  desde  su  primera  juventud  celoso  protector  de  las 
letras,  excitando,  cual  saben  ya  los  lectores,  á  tan  esclarecidos 
ingenios,  como  el  celebrado  marqués  de  Yillena,  para  que  enri- 
queciesen el  habla  de  Castilla  con  las  sublimes  creaciones  de 
Virgilio  y  del  Dante:  asentado  en  el  trono  de  Navarra  y  llamado 
á  gobernar  por  voto  y  disposición  de  don  Alfonso  la  monarquía 
aragonesa,  mientras,  saldada  la  quiebra  de  Ponza,  realizaba 
aquel  la  conquista  de  Ñapóles  [1436],  favorecía  don  Juan  al  pro- 


1  Aunque  hemos  ya  adiwrtido,  al  tratar  del  caballero  Carvajal  en  el 
capítalo  precedente,  qae  no  esquivaron  nuestros  ing^enios  el  cultivo  de  Im 
lengua  italiana,  de  lo  cual  había  dado  en  Castilla  notabilísima  prueba  el 
docto  marqués  de  Sanlillana  (Comedieta  de  Ponza  y  copls.  XIX  y  XX), 
parécenos  conveniente  añadir  aquí  que  bajo  los  auspicios  de  Alfonso  V  se 
distinguieron  entre  los  sucesores  de  Petrarca  insignes  españoles,  que  com- 
parten la  gloria  de  aquel  parnaso.  Tal  sucedió  por  ejemplo  al  barcelonés 
Canden,  apellidado  en  italiano  Charüeo,  á  quien  Tiraboschi  y  otros  ponen 
en  la  cuenta  de  los  ingenios  de  Ñapóles,  sin  recordar  que  él  mismo  declaró 
to  patria,  coando  en  uno  de  sus  mejores  sonetos,  que  empieza: 

5e  fona,  ne  ragioo  paca  coosolirml, 
eiclama: 

Piaaga  Barcino,  antiqaa  patria  mía. 

Sos  poesías,  que  se  dieron  por  vez  primera  á  luz  bajo  el  título  de:  Opere 
del  Charüeoen  1506,  por  Giovane  Antonio  Canelo  Paviense,yse  reimprimie- 
ron en  la  misma  Ñapóles  en  1M)S,  dan  claro  testimonio  de  la  personalidad  de 
Carideu,  presentándole  estrechamente  ligado  con  Alfonso  V  y  su  hijo  don 
Fernando,  á  quien  acompañó  á  Roma,  como  secretario.  Entre  todas  sus  can- 
ciones, merece  especial  alabanza,  por  el  espíritu  que  revela,  la  que  lleva  por 
título:  Aragonia,  y  comienza: 

Alza  la  testa  al  polo,  etc. 

Carideu  es  pues  con  sus  obras,  inequívoco  testimonio  de  que  el  ingenio 
español  se  hallaba  ya  dotado  de  fuerzas,  no  sólo  para  enriquecer  el  patrio 
parnaso,  sino  también  el  de  la  nación,  que  no  sin  justos  títulos  pasaba  por 
maestra  da  todas  las  occidenCales  en  la  obra  y  el  arte  del  Renacimiento. 


n/  P.,  GAP.  XV.  ESC.  NAT.  Y  ARAG.  DUR.  BL  R.  DE  D.  JUAN  II.    5 

pk)  tiempo  á  los  ingenios  aragoneses  y  navarros,  que  se  dedica- 
ban al  caltivo  de  las  letras,  no  desdeñados  por  cierto  los  castella- 
nos qae  seguían  sus  pendones,  según  arriba  comprobamos  ^.  Su 
cdrte  no  podía  sin  embargo  competir  con  la  del  rey  de  Castilla  en 
el  número  y  la  calidad  de  los  poetas  que  la  exornaban,  quienes 
llamados  también  de  la  liberalidad  de  don  Alfonso,  atravesaban 
el  Mediterráneo  para  buscar  en  Ñapóles  mayor  empleo  á  su  ac- 
tividad  7  más  colmada  recompensa  á  su  musa  ^. 

Hay  en  la  república  de  las  letras  en  todas  las  edades  cierto 
linaje  de  ciudadanos  más  pacíficos,  bien  que  no  menos  necesita- 
dos de  la  protección  de  los  poderosos,  los  cuales  dedicándose  á 
más  graves  vigilias,  contribuyen  activamente  y  en  más  alta  esfe- 
ras al  desarrollo  de  la  cultura  de  los  pueblos.  Daba  la  corte  de 
Castilla  notabilísimos  ejemplos  de  este  género  de  cultivadores  de 
las  letras,  conforme  han  tenido  ya  ocasión  de  advertir  los  lecto- 
res, y  no  escaseaban  ^n  la  de  Ñapóles  respecto  de  los  ingenios 
italianos,  llamados  de  la  magnificencia  de  don  Alfonso,  y  de  los 
que  iniciándose  en  la  literatura  clásica,  habían  abandonado  su 


1  Véase  lo  qae  dejamos  advertido  en  los  capítulos  precedentes,  págs. 
m,  etc.,  del  t.  VI. 

£1  poder  que  did  don  Alfonso  á  su  hermano  don  Juan  era  de  su  lu^rte- 
BÍente  y  vicario  ^neral,  con  facultad  de  celebrar  cortes  en  los  reinos  de 
Arafon,  Mallorca  y  Valencia,  revocando  el  que  tenia  la  Reina  doña  María, 
eon  sa  presidencia  y  gobernación:  respecto  de  Cataluña  quedó  el  gobierno 
i  eargt)  de  la  Reina,  si  bien  en  su  ausencia  debia  recaer  asimismo  en  don 
Joan  (Zurita,  Anales,  lib.  XIV,  cap.  35).  Por  estas  singulares  circunstan- 
cias anduvo  la  corte  de  don  Juan  de  uno  en  otro  reino,  si  bien  las  revuel- 
tas que  adelante  mencionaremos  le  alejaron  á  menudo  de  Navarra. 

2  Lícito  conceptuamos  observar  que  no  ofreciendo  los  poetas,  que  per- 
manecen en  la  corte  de  don  Juan  II  de  Navarra^  especiales  caracteres  que 
los  distingan  de  los  que  en  Ñapóles  florecen^  ora  pertenezcan  al  grupo  de 
los  trovadores  castellanos,  ora  al  de  los  navarros  y  aragoneses,  ora  al  de  los 
catalanes,  y  ya  los  consideremos  sustancial,  ya  formalmente  y  respecto  de 
las  escuelas  en  que  se  filian^  los  hemos  comprendido  en  el  estudio  realizado 
en  el  capítulo  anterior,  no  sin  reservar  para  este  el  examinar,  bajo  el  con- 
eepto  que  vamos  indicando,  los  que  mientras  cultivan  las  musas,  se  consa- 
gran á  otros  trabajos  de  mayor  bulto^  objeto  principal  del  presente  ca- 
pitulo. 


6  HISTORIA  CRÍTICA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÜOLA. 

lengua  nativa,  para  ensayarse  en  la  de  Cicerón  y  de  Horacio. 
Empeñados  en  las  vias  del  Renacimiento ,  apenas  se  dignaron  los 
eruditos  discípulos  del  Panormita  y  de  Valla  de  emplear  los  ro- 
mances hablados  en  la  Península  Ibérica;  y  cuando  vueltos  al  pa- 
trio hogar,  tras  el  Tallecimiento  de  Alfonso  Y,  traian  á  la  España 
oriental  el  gusto  de  las  formas  clásicas  y  de  la  lengua  latina  ^, 
no  producian  por  cierto  insignificante  perturbación  entre  los  que 
seguian  cultivando  los  romances  vulgares.  Lejanos  de  aquel 
movimiento,  en  cuya  corriente  se  dejaban  arrastrar,  ái  despecho 
de  su  patriotismo,  los  más  ilustres  varones,  llevaban  á  cabo  du- 
rante el  reinado  de  don  Juan  II  de  Navarra  [1425  á  1479]  la  obra 
de  la  cultura  española,  que  se  manifestaba  por  medio  de  las  le- 
tras y  con  el  instrumento  de  la  lengua  castellana,  muy  distingui- 
dos escritores,  entre  quienes  lograba  principalísimo  lugar  el  mis- 
mo heredero  de  la  corona. 

Y  en  este  punto  consistia  la  principal  diferencia  que  adverti- 
mos entre  las  cortes  de  aquellos  dos  príncipes,  á  quienes  á  pe- 
sar de  los  desmanes  una  y  otra  vez  cometidos  contra  Castilla, 
su  primera  patria,  había  escogido  la  Providencia  para  llevar  la 
gloria  del  nombre  castellano  al  centro  de  Europa,  hermanando 
á  ios  reinos  orientales,  un  dia  adversarios  ó  rivales  al  menos, 
con  la  España  central,  cuya  poderosa  civilización  iba  á  ser  en 
breve  la  civilización  española.  En  la  corte  del  rey  don  Alfonso 
brillan  los  poetas  aragoneses  y  castellanos,  que  hacen  aceptable 
á  los  trovadores  catalanes  el  habla  de  Alfonso  el  Sabio  y  de 
Fernando  de  Antequera:  durante  la  lugartenencia  y  el  reinado 
de  don  Juan  II,  florecen  historiadores,  filósofos  y  moralistas  va- 
lencianos y  catalanes,  navarros,  aragoneses  y  castellanos,  que  se- 
gundando eficazmente  los  esfuerzos  de  don  Juan  II  de  Castilla  y 
de  los  esclarecidos  escritores  que  constituyen  la  más  alta  gloria 
d^  su  reinado,  iban  á  proseguir  la  obra  de  los  Muntaner  y  los 
Heredia,  de  los  Eugui  y  los  Lunas,  haciendo  del  todo  española 
aquella  literatura,  que  habia  fluctuado  largo  tiempo  entre  Fran- 
cia y  Castilla. 


1     Recuérdese  todo  lo  expuesto  en  el  cap.  XIII,  pág.  406  y  siguientes  del 
anterior  volumen. 


n/  P.,  CAP.  XT.  ESC.  KAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.    7 

Pero  el  hijo  segundo  de  Fernando  el  Honesto ,  no  protege 
sólo  á  los  ingenios  castellanos,  aragoneses  y  navarros  como  he- 
redero del  rey  Carlos,  el  Noble,  y  lugarteniente  de  Alfonso  Y: 
llamado  &  sucederle  en  el  trono  de  los  Jaimes  y  de  los  Pedros 
en  1458,  concedíales,  á  pesar  de  las  revueltas  que  le  molestan, 
igual  protección  desde  el  trono  aragonés,  no  olvidadas  las  afício*- 
nes  de  la  juventud,  que  trasmite  á  sus  hijos,  célebres  por  muy 
distintos  conceptos  en  la  historia  de  la  civilización  española.  Lu- 
gar distinguido  alcanzaba  en  la  de  las  letras  el  primogénito  don 
C&rlos,  príncipe  de  Yiana,  no  menos  digno  del  aplauso  de  la 
posteridad  por  sus  obras  que  merecedor  en  vida  de  la  compasión 
de  los  pueblos,  merced  á  las  persecuciones  en  él  ejecutadas  por 
su  propio  padre.  Convídanos  tanto  su  mérito  como  la  calidad 
de  su  persona  y  la  influenGia  que  su  ejemplo  ejerce,  siendo  al 
par  cultivador  y  promovedor  de  los  estudios,  &  ponerle  en  pri- 
mer lugar  entre  los  ingenios  de  aquella  corte,  que  respetándole 
durante  sus  azarosos  dias,  le  colmaban  de  alabanzas  en  su  pre- 
matura muerte  ^ 

Nacido  en  1421  de  doña  Blanca  de  Navarra  y  del  infante 
don  Juan  ^,  pusieron  desde  la  cuna  las  esperanzas  en  él  su  abue- 
lo don  Carlos  y  la  nación  entera,  merced  á  las  claras  dotes  que 
ya  en  la  infancia  descubría,  grandemente  elogiadas  por  los  poe- 
tas castellanos  que  siguieron  el  partido  del  Infante,  no  menos 
que  su  extremada  hermosura  '.  Muerto  su  abuelo  en  1425,  no 


1  Véase  el  bello  epitafio  latino  de  Gerónimo  Pau,  inserto  en  la  página 
4t3  del  precedente  volumen,  y  más  adelante  la  notable  elegía,  que  escribe 
con  i^ual  propósito  Guillermo  Gibert  de  Barcelona. 

2  En  Peñafiel  el  29  de  mayo,  no  siendo  bautizado  hasta  el  1.°  de  octu- 
bre del  mismo  año,  que  recibió  en  Olmedo  las  aguas  sacramentales,  siendo 
sus  padrinos  el  rey  don  Juan  de  Castilla  y  don  Alvaro  de  Luna,  que  se  ha- 
llaba á  la  sazón  en  la  flor  de  su  privanza.  En  junio  de  1422  fué  trasladado 
á  Navarra  por  su  madre  doña  Blanca  (Archivo  de  Comptos,  caj.  121,  nú- 
mero 17);  circunstancia  en  que  fijamos  nuestra  consideración,  para  que  se 
tenga  presente  dónde  y  cómo  se  educa  el  Principe,  al  tratar  de  la  lengua 
osada  en  sus  obras. 

3  Hemos  citado  antes  de  ahora,  estudiando  las  poesías  de  Juan  de  Due- 
ñas, el  deMr  que  este  dirige  al  Infante  don  Enrique,  dándole  parte  de  lo 


8  HISTÓRU  crítica  DB  LA  LITERATURA  BSPAÜOLA. 

sin  que  fuese  jurado  tres  años  antes,  con  beneplácito  universal, 
por  principe  de  Yiana,  título  que  á  imitación  de  Castilla  habia 
creado  el  mismo  don  C&rlos,  recibíanle  en  1428  por  heredero  del 
reino  los  Estados  de  Navarra.  Su  aflcion  &  los  estudios  crecía 
entre  tanto  con  la  edad,  ganándole  la  estimación  de  los  discre- 
tos; y  adoctrinado  en  la  lengua  latina  y  en  las  artes  liberales, 
merced  &  los  doctos  esfuerzos  del  castellano  Alfonso  de  la  Tor- 
re,  de  quien  luego  trataremos,  empezó  desde  la  juventud  &  en- 
sayar sus  fuerzas  en  el  cultivo  de  las  letras.  Llegado  apenas  & 
los  diez  y  nueve  años,  enlazábanle  sus  padres  con  Ana  de  Cíe- 
ves,  sobrina  de  Felipe  el  Bueno,  duque  de  Borgoña,  afligién- 
dole &  poco  andar  la  desdicha  de  perder  i,  su  madre,  causa  do- 
lorosa  de  todas  sus  desventuras  (1442). 


que  pitaba  en  Navarra  y  noticia  de  don  Garlos,  su  sobrino.  Escrito  sin  dn*- 
da  el  referido  dezir  por  los  años  de  1426,  cuando  todavía  no  usaba  aquel 
título  de  Principe,  ponderaba  Dueñas  su  hermosura  sobre  la  de  Narciso,  y 

anadia: 

Pues  despaes  de  ser  fermoso, 
lindo  sjD  compara^loD, 
guarece  al  que  do  es  gra^loio 
de  geatU  con? ersaclon. 
Ed  Terdad,  seftor  Infante^ 
que  DO  hay  persooa  bastante 
á  loar  so  coadl^lOD. 

Que  sus  Tlrtades  sod  tantas, 
syn  DlDguDa  mafia  fea, 
sya  duda  pensamos  qaantas 
DO  bay  persona  que  las  crea. 
NlD  creemos  en  ? erdad, 
Nlfio  de  taa  poca  edad« 
qae  en  el  mondo  so  par  sea. 


Poniendo  fin  á  tus  versos,  anadia  Dueñas: 

El  Sefior  Dios  lo  pro? ea 
de  corona  ymperlal. 

(Candfmero,  que  fué  de  Gallardo,  fól.  428).  La  optación  del  poeta  no  te 
realiza  por  desgracia,  como  queda  también  en  ñor  su  esperanza  respecto  de 
la  reina  doña  Blanca,  cuando  le  decia: 

Quien  de  fijos  taa  dlKretos 
TOS  flflo  merescedora, 
TOS  faga  presto  señora 
da  más  cimientes  nietos. 

{CancUmero,  qoe  tf^é  de  GaUardo,  (ÓL  id.) 


n.*  P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  Y  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  11.    9 

Por  testamento  otorgado  en  Pamplona  en  1439  habia  doña 
Blanca  instituido  al  Príncipe  heredero  del  reino  de  Navarra  y 
del  condado  de  Nemours,  bien  que  con  expresa  cl&usula  de  que 
DO  tomase  titulo  de  rey,  sin  la  benevolencia  et  bendición  de  su 
padre,  ó  después  de  su  fallecimiento.  Obediente  á  su  madre, 
oontentá^base  don  Carlos  con  la  lugartenencia  del  reino  ^;  y 
dando  moestras  de  aquel  ingenio  que  resplandecía  en  las  lides 
poéticas  y  discusiones  morales  por  él  sostenidas,  anadia  al  es- 
codo de  sos  armas  la  singular  empresa  de  dos  lebreles,  que 
pugnaban  por  roer  un  hueso,  con  el  mote  de  ütrimque  rodilur; 
Tiva  alegoría  de  los  reyes  de  Castilla  y  de  Francia,  que  aspira- 
ban, cada  cual  por  su  parte,  ái  cercenar  el  reino  de  Navarra  ^. 
Mezclado  don  Juan,  su  padre,  más  que  nunca  en  las  revueltas  de 
Castilla,  aliábase  entre  tanto  con  el  almirante  don  Alonso  Enri- 
quez,  tomando  por  esposa  á  doña  Juana,  su  hija,  joven  tan  sa- 
gaz y  ambiciosa  como  bella,  y  que  trayendo  al  matrimonio  pro- 
yectos de  propio  engrandecimiento,  iba  á  lanzar  la  tea  de  la  dis- 
cordia entre  padre  é  hijo.  Y  no  tardó  mucho  la  ocasión  en  que 
se  hiciera  pública  la  ojeriza  de  doña  Juana  respecto  de  don  Car- 
los: rotas  las  hostilidades  con  el  castellano,  penetraban  las 
haestes  de  don  Juan  II,  capitaneadas  por  don  Alvaro  de  Luna, 
hasta  la  misma  Estella,  poniéndole  estrecho  cerco:  el  Príncipe 
de  Yiana  dirigíase  al  real,  fiado  con  justicia  en  la  benevolencia 


1    Consta  sin  embargo  por  documento  público,  inserto  por  Yanguas  en 
tos  Noticieu  biográficas  de  don  Carlos,  principe  de  Viana  (pág.  XV  y 
urentes),  que  al  terminar  el  expresado  año  de  1442,  se  vio  ya  el  Príncipe 
forzado  á  protestar  contra  la  usurpación  de  sus  derechos  en  cortes    genera- 
les, celebradas  por  él  en  Olite.  En  este  documento,  preludio  de  mayores  que* 
jas,  se  lamenta  don  Carlos  de  que  su  padre  se  habia  entrado  en  Navarra,  y 
decía:  c Somos  ad visados  que  el  dicto  rey,  mi  senyor,  quiere  usar  de  los 
arto*  reaUSf  am  en  convocar  cortes  como  en  otros:  lo  qual  ser  perjudi- 
cable á  Nos  et  nuestro  dreito,  ninguno  ay  que  ignore».  £1  Príncipe  deman- 
daba consejo  á  las  cortes,  que  le  persuadían  al  disimulo^  bien  que  no  de- 
jando cde  fa9er  protestación,  para  empues,de  non  consentir  al  dicto  senyor 
>reyiu  padre  en  ningunos  actos...,  en  quanto  fueren  perjudicables  á  su 
•«ennyoria  el  ai  dreito  suyo»  (Arch.  de  Pau,  liaza  437,  núm.  11). 

2   Yanguas,  Antigiiedades  de  Navarra;  QuinUna,   Vida  del  Principe 
*>n  Carlos. 


10         nsTOUA  auncA  m  la  utkratüiia  española. 

del  rey,  sa  tío,  y  entabladas  pláiticas  de  paz,  retirábase  laego  el 
ejército  de  Castilla,  asentado  entre  ambos  amistoso  concierto. 
No  satisficieron  al  lugarteniente  de  Aragón  las  condiciones;  y 
desaprobándolas  públicamente,  enviaba  á  NaTarra  la  reina  doña 
Juana  Enríquez,  para  que  enmendase  los  pretendidos  desacier- 
tos del  Príncipe,  reduciéndole  á  singular  tutela. 

Produjo  la  presencia  de  doña  Juana  en  la  nación  entera  los 
más  funestos  frutos:  dividida  de  antiguo  la  nobleza  en  dos  ban- 
dos irreconciliables,  que  con  nombre  de  agramonieses  y  bea- 
mon/^se;  ensangrentaban  de  continuo  las  más  populosas  Tillas  *, 
causaron  hondo  disgusto  el  menosprecio  y  la  altanería,  con  que 
la  reina  trataba  á  don  Carlos,  disponiéndose  los  ánimos  á  &- 
Torecer  al  Príncipe,  cuya  humillación  los  indignaba.  Tocó  á  la 
parcialidad  de  los  beamonleses  el  tomar  la  iniciativa,  hecho  que 
excitando  los  celos  de  sus  rivales,  bastaba  á  empeñarlos  contra 
el  hijo  de  doña  Blanca,  desconociendo  la  justicia  y  candóse  al 
punto  de  hundir  la  patria  común  en  lastimosa  anarquía.  En- 
vuelto en  el  torbellino  de  los  antiguos  odios  que  despedazaban  á 
sus  naturales,  mientras  lloraba  don  3árlos  la  muerte  de  su  es- 
posa, de  quien  no  le  coocedia  el  cielo  sucesión  (1438),  hallába- 
se forzado  á  llevar  armas  contra  su  padre,  asediando  en  el  cas- 
tillo de  Estella  á  doña  Juana  Enriquez,  madre  desde  los  prime- 
ros meses  de  1432  del  infante  don  Fernando,  y  como  tal,  más 
que  nunca  decidida  á  labrar  la  ruioa  del  Principe  heredero. 
Desde  Aragón  voló  don  Joan  en  socorro  de  la  reina;  y  tras  di- 
versas vicisitudes,  lograba  al  cabo  apoderarse  en  Aibar  de  su 


I  Tratan  estos  poderosos  Imhmíos,  qoe  nos  recoercUn  otras  machas  par- 
cialidades de  Araron  y  CastiUa,  su  oríg«D  de  la  enemistad  qae  de  anticuo 
extftia  eatre  los  s^óc^res  de  Losa  y  Aeramoote  en  la  baja  Navarra,  enemis- 
tad qoe  Labia  proii..eido  en  143S  obstinada  lucha,  mal  reprimida  por  el  rey 
don  Joan,  mya  atención  seguían  embar^ndo  los  disturbios  de  Castilla.  Los 
partkiaríos  de  Lais  de  Beaumont  ó  Biamonte  tomaron  el  titulo  de  beamom^ 
tese$  ó  biawMmUfy  del  nombre  de  so  caudillo,  y  los  de  la  parcialidad  opues- 
U  aceptaron  el  Ue  agramomUseSj  del  lu^ar  del  señorío.  EsUs  banderíis 
iban  á  t'.T  fatales  para  Navarra  y  muy  perjudiciales  al  Principe  don 
Carlos. 


D.*  P.y  GAP.  XT.  ESC.  NAV.  Y  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.    11 

hijo,  encerráDdolo  primero  en  el  castillo  de  Tafalla  y  llevándo- 
lo después  con  buena  guarda  al  de  Monroy. 

Con  general  desabrimiento  cundieron  en  los  reinos  de  Aragón 
y  Navarra  las  nuevas  de  la  prisión  del  Principe;  y  tan  vivo  fué 
el  interés  que  inspiraba  su  desgracia,  asi  en  Pamplona  como 
en  Zaragoza,  que  vencido  al  fin  de  los  ruegos,  accedió  el  lugar- 
teniente de  Alfonso  Y  ái  que  fuese  don  Carlos  trasladado  &  la 
última  ciudad,  donde  á  la  sazón  celebraba  cortes  del  reino,  fian- 
do á  las  mismas  la  composición  de  las  diferencias,  que  traian  es- 
candalizadas y  divididas  á  entrambas  naciones.  Pensaron  las 
cortes  aragonesas  poner  remedio  á  tantos  desórdenes,  lograda 
la  libertad  del  Príncipe  de  Yiana  y  ajustada  entre  este  y  su  pa- 
dre cierta  manera  de  concordia,  en  que  se  respetaban  mutua- 
mente los  derechos  por  ambas  partes  alegados;  pero  no  transcur- 
rieron dos  años,  cuando  en  el  de  1455  se  habian  menester  nue- 
vos tratos  y  avenencias,  llegándose  por  último  al  trance  de  las 
armas,  que  no  siendo  ahora  más  favorables  al  Príncipe,  es- 
trechado en  Estella  por  las  triples  huestes  de  su  padre,  de  su 
madrastra  y  de  su  cuñado,  el  conde  de  Foix,  le  forzaban  á  salir 
de  Navarra,  buscando  asilo  y  protección  en  tierras  extranjeras, 
y  confiando  á  don  Juan  de  Beamonte  la  guarda  de  sus  derechos. 

A  Ñapóles  dirigía  don  Carlos  sus  miradas  y  sus  pasos,  pen- 
sando hallar  en  Alfonso  V  el  calor  y  cariñosa  protección,  que  su 
mismo  padre  le  negaba:  el  vencedor  de  Aversa  y  de  Lassano  re- 
cibia  en  efecto  benévolamente  al  desvalido  Príncipe,  intercedien- 
do una  y  otra  vez  con  su  hermano,  don  Juan,  para  que,  olvidadas 
las  pasadas  ofensas,  se  reconciliase  con  su  hijo.  [Vano  propósi- 
to!... Don  Juan  habia  desheredado  en  las  cortes  de  Estella,  don- 
de sólo  concurrieron  los  agramonteses,  á  don  Carlos  y  á  su  her- 
mana doña  Blanca,  que  mostraba  dolerse  de  sus  desventuras,  de- 
clarando herederos  del  reino  á  su  hija  doña  Leonor  y  al  conde 
de  Foix,  su  marido,  mientras  congregados  en  Pamplona,  procla- 
maban los  beamonteses  al  Príncipe  de  Viana  como  único  señor  y 
rey  de  Navarra  *[1457].  En  balde  el  generoso  don  Carlos  des- 
aprobó la  conducta  de  sus  parciales,  á  cuya  cabeza  aparecía  el 
egregio  cuanto  ilustrado  don  Juan  de  Beamonte,  y  sumiso  como 
siempre  á  la  última  voluntad  de  su  madre  doña  Blanca,  rechaza- 


12  HISTORU   CRITICA   DB   LA   LITERATURA  BSPAflpLA. 

ba  el  título  de  rey:  exasperados  los  ánimos  y  creados  &  la  som- 
bra de  aquellos  disturbios  nuevos  intereses,  reputóse  debilidad 
lo  que  era  magnánima  nobleza,  y  tiraron  todos  sus  enemigos  á 
perderle,  malquistándole  con  don  Enrique  de  Castilla,  que  basta 
aquel  momento  le  habia  permanecido  devoto.  Enojó  á  don  Alfon- 
so este  encarnizamiento;  y  resuelto  á  ser  oido  y  respetado,  envió 
á  su  lugarteniente  nueva  embajada  con  el  maestre  de  Montesa, 
Luis  Despuch  y  el  celebrado  Juan  Fernandez  de  Hijar,  cuya  au- 
toridad era  tanta  que  forzado  don  Juan  á  escucharlos,  ponia  al 
cabo  en  manos  de  don  Alfonso  la  resolución  de  aquel  escandalo- 
so litigio.  El  fallecimiento  del  rey  de  Ñapóles,  acaecido  en  mayo 
de  1458,  hundia  de  nuevo  al  desdichado  Principe  en  lastimoso 
abandono,  inspirándole  triste  Lamentación,  que  á  dicha  ha  lle- 
gado á  nuestros  dias,  para  revelar  boy  al  mismo  tiempo  sus  do- 
lores y  su  elocuencia. 

Pensaron  los  nobles  napolitanos  templar  la  amargura  de  don 
Carlos,  ofreciéndole  aquella  corona,  que  don  Alonso  habia  puesto 
al  morir  en  las  sienes  de  su  hijo  bastardo,  don  Fernando:  mag- 
nánimo y  prudente  resistía  el  de  Yiana  la  tentación,  pasándose  á 
Sicilia,  y  buscando  en  el  monasterio  benedictino  de  San  Plácido, 
junto  á  Mesina,  la  paz  que  huia  de  él  en  el  mundo.  Pero  tampo- 
co le  respetaron  allí  sus  enemigos:  ganados  por  sus  prendas  per- 
sonales y  afición  á  los  estudios,  primero  el  respeto  de  los  mon- 
jes, y  después  el  aura  popular  de  los  sicilianos,  á  lo  cual  contri- 
buían también  sus  aventuras  amorosas  <,  despertaba  el  común 


1  Don  Carlos  se  enamoró  en  Sicilia  de  una  hermosa  joven,  llamada  Cap- 
pa, en  la  cual  tuvo  un  hijo,  á  quien  dio  los  nombres  de  Juan  Alfonso  de 
Navarra,  en  memoria  de  su  padre,  de  su  tio  y  de  su  patria.  Siendo  la  be- 
lla siciliana  de  humilde  cuna,  y  mostrándose  el  Príncipe  ardientemente 
apasionado  de  ella,  no  pudo  menos  de  excitar  la  curiosidad,  y  tras  ella  esa 
singular  adhesión  que  alcanzan  siempre  las  aventuras  extraordinarias.  El 
hijo  de  Cappa,  consagrado  á  la  Iglesia,  vino  á  ser  con  el  tiempo  abad  de 
San  Juan  de  la  Peña  y  obispo  de  Huesca.  Pero  no  fueron  estos  los  úni- 
cos amores  de  don  Carlos:  durante  su  permanencia  en  Navarra  habia  obse- 
quiado á  doña  Brianda  de  Vaca  (Gonzalo  García  de  Santa  María,  De  Rebus 
lohannis  I!  Áragoniae,  Bibl.  Nacional,  Dd.  184,  f.X  r.),  y  á  doña  María  de 
Armendariz,  quienes  le  dieron,  la  primera  un  hijo,  que  alcanzó  el  condado 


n/  P.y  CAP.  XT.  ESC.  NAT.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  13 

aplauso  la  mal  reprimida  ojeriza  de  la  corte  aragonesa;  y  rece- 
loso don  Joan  de  la  fidelidad  de  los  isleños,  accedía  &  los  ruegos 
del  Príncipe,  que  instaba  por  venir  á  la  Península,  no  sin  hacerle 
concebir  la  esperanza  de  aquella  reconciliación  que  tan  ardiente- 
mente anhelaba  (1459). 

Al  tocar  las  costas  catalanas,  recibía  el  desdichado  Principe 
expreso  mandato  de  su  padre,  que  le  obligaba  á  trasladarse  & 
Mallorca,  viendo  asi  desvanecidos  los  sueños  de  felicidad  que  ha- 
bla concebido,  al  abandonar  el  monasterio  de  Mesina;  y  desde 
el  nuevo  destierro  dirigía  á.  don  Juan  en  todo  el  año  de  1459  re-> 
petidas  súplicas  y  demandas,  que  daban  por  ultimo  resultado  la 
concordia  de  26  de  enero  de  1460.  Por  ella  se  adjudicaban  &  don 
Carlos  las  rentas  del  principado  de  Yiana,  y  restituidos  á  la  liber- 
tad los  rehenes  de  Zaragoza,  se  concedía  perdón  general,  con 
olvido  de  las  pasadas  culpas  ^. 

Alentado  por  la  santidad  del  pacto  y  fiado  en  la  benevolencia, 
que  parecía  mostrarle  su  padre,  faltaba  al  generoso  Principe  el 
tiempo  para«volar  &  Cataluña,  ignorando  que  el  amor  de  aquellos 
naturales  iba  á  precipitar  su  ruina. — En  el  monasterio  de  Yaldon- 
zellas,  famoso  ya  en  la  historia  de  las  letras  españolas,  por  ha- 
berse celebrado  en  él  repetidos  consistorios  de  la  Gaya  sfiencia*^ 
hallaba  hospedaje  el  primogénito  de  Navarra  y  de  Aragón,  cun- 
diendo luego  &  la  próxima  ciudad  de  Barcelona  la  nueva  de  su 
arribo.  Nobles  y^ciudadanos,  clero  y  milicia  aprestáronse  &  reci- 
birle con  aparato  semejante  al  empleado  en  Ñapóles  en  el  triun- 
fo del  rey  don  Alfonso  ^:  don  C&rlos  se  negaba  &  aceptar  aquella 

de  Beaufort  y  el  maestrazgo  de  la  caballería  de  Montesa  y  murió  en  la  guerra 
de  Granada,  y  la  segunda  una  hija  (Yanguas,  Noticias  biográficas  citadas, 
pág.  XXX). 

1  Al  mismo  tiempo  que  esto  se  acordaba^  dejóse  engañar  don  Carlos 
hasta  el  punto  de  mandar  que  su  hermana,  la  princesa  doña  Blanca,  y  don 
Felipe  y  doña  Ana,  sus  hijos  naturales,  fuesen  llevados  al  rey  don  Juan, 
como  se  ejecutó,  á  pesar  de  que  todos,  menos  el  Príncipe,  conocían  que 
esto  era  entregarlos  en  rehenes,  para  la  perdición  del  mismo  Príncipe  y  de 
la  Princesa  (Yanguas,  loe.  cit.,  pág.  XXXIII). 

2  Véase  lo  que  en  el  particular  apuntamos  en  el  cap.  VII,  pág.  19  del 
anterior  volumen. 

3  No  es  para  desdeñada  la  declaración  que  hacen  los  escritores  coetá- 


14  HISTORIA    CRITICA   DK   LA    LITERATURA   ESPAÑOLA. 

unánime  demostración,  temeroso  sin  duda  de  provocar  el  enojo 
de  su  padre;  pero  ni  acertó  su  prudencia  á  prevenir  la  ira  del  rey, 
ni  alcanzó  su  modestia  á  evitar  que  se  le  atribuyeran  en  la  corte 
siniestras  ambiciones.  Don  Juan  partió  precipitadamente  á  Bar- 
celona, acompañado  siempre  de  la  reina:  á  su  encuentro  salia 
el  Príncipe  de  Viana,  hallándolos  en  Igualada;  y  como  se  presen- 
tara á  los  reyes  en  actitud  de  hijo,  besándoles  la  mano  y  pidién- 
doles perdón  de  lo  pasado,  pareció  desarmarle  la  cólera  del  pa- 
dre, encaminándose  lodos  juntos  á  Barcelona,  donde  eran  reci- 
bidos con  espontáneo  regocijo,  juzgándolos  reconciliados. 

Nada  más  distante  sin  embargo  del  endurecido  ánimo  de  don 
*  Juan  y  de  las  exclusivas  pretensiones  de  la  reina:  en  las  cortes 
de  Fraga,  cuando  esperaban  todos  jurar  como  príncipe  de  Gero- 
na al  de  Viana,  negábase  el  rey  á  declararle  su  heredero;  y  dado 
el  primer  paso,  no  reparaba  en  encerrarle  en  un  castillo,  al  cele- 
brar las  de  Lérida,  só  pretexto  de  haber  aspirado  sin  su  consen- 
timiento á  la  mano  de  Isabel  de  Castilla  ^  La  nueva  de  esta  ines- 
perada violencia  producía  en  toda  £spaña  hondo  dj^gusto;  é  ir- 
ritados los  catalanes,  al  contemplar  las  maquinaciones  de  que  don 
Carlos  era  víctima,  gastado  todo  comedimiento  y  apuradas  las 
súplicas,  apelaron  á  las  armas.  La  irritación  popular  que  habia 
estallado  en  Barcelona,  no  respetaba  en  Lérida  el  palacio  real;  y 


neos  sobre  este  punto,  manifestando  que  se  preparaba  al  Príncipe  una  en- 
trada trianfal,  como  las  de  los  antiguos  emperadores  romanos.  Consideran- 
do el  Triunfo  de  don  Alfonso  V  y  conocido  el  de  los  Reyes  Católicos,  que 
en  su  lugar  mencionaremos  (cap.  XVUI  de  este  11.®  Subciclo),  es  fácil  com- 
prender lo  que  en  las  esferas  intelectuales  significaba  el  preparado  á  don 
Carlos  de  Viana,  manifestando  todos  estos  hechos  el  camino,  que  llevaban 
las  ideas  en  las  vías  del  Renacimientq,  lo  cual  es  de  suma  importancia 
para  nuestros  estudios. 

1  £1  mayor  pecado  de  don  Carlos  era  en  efecto  el  proyectado  matrimo- 
nio con  la  infanta  doña  Isabel,  hermana  de  Enrique  IV  de  Castilla:  el  rey 
don  Juan,  y  más  que  el  rey  la  reina  dona  Juana  Enriquez,  preferían  ver  al 
Príncipe  antes  muerto  que  casado,  desde  el  nacimiento  del  infante  don  Fer- 
nando; y  á  este  pensamiento  nada  habia  que  no  sacrificaran,  siendo  peque- 
ños obstáculos  á  su  logro  la  felicidad  del  hijo  y  la  prosperidad  de  Aragón 
y  de  Navarra. 


n/  P. ,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  n.  15 

el  rey  de  Aragón,  huyendo  de  sas  propios  vasallos,  tenía  apenas 
tiempo  para  poner  en  salvo  i,  doña  Juana  Enriquez,  blanco  de 
todos  los  odios,  llevando  consigo  al  desdichado  Príncipe,  que 
guardado  primero  en  el  castillo  de  la  Aljaferia,  era  trasladado  al 
comenzar  el  año  1461  al  m&s  enriscado  de  Morella. 

Aragón,  Valencia  y  Navarra  hablan  respondido  entre  tanto  al 
grito  de  Cataluña,  enviando  al  par  sus  ejércitos  el  rey  de  Castilla 
para  rescatar  al  oprimido  Príncipe  deViana;  y  amenazado  de  tantos 
peligros,  daba  don  Juan  libertad  á  su  hijo,  ordenando  para  des- 
enojar á  los  catalanes  que  le  acompañase  á  Barcelona  la  misma 
reina,  á  quien  el  voto  universal  señalaba  como  fuente  de  tantos 
males.  No  veia  el  rey  de  Aragón  que  el  inmediato  cotejo  del  opri- 
mido y  de  la  opresora  debía  exasperar  la  popular  indignación;  y 
desconcertado  en  sus  proyectos,  olvidaba  que  libre  don  C&rlos  y 
defendido  por  un  pueblo  entusiasta  y  justamente  irritado,  se  ponía 
en  el  trance  de  aceptar  las  condiciones  que  osaran  imponerle.  La 
concordia  de  Yillafranca  fué  una  verdadera  humillación  para 
aquellos  reyes:  el  Príncipe  de  Yiana  era  proclamado  y  jurado  so- 
lemnemente el  24  de  junio  como  primogénito  y  heredero  del  rei- 
no de  Aragón;  don  Carlos  reclamaba  la  herencia  de  su  madre,  y 
á  todo  parecía  allanarse  don  Juan,  comenzando  para  el  perseguido 
hijo  de  doña  Blanca  una  era  de  paz,  restablecido  en  los  derechos 
que  le  había  concedido  el  cielo.  Tres  meses  después  veíase  aco- 
metido de  inesperada  dolencia,  que  le  llevaba  al  sepulcro,  cuando 
apenas  contaba  los  cuarenta  y  un  años  de  su  vida:  el  pueblo  mur- 
muró que  había  muerto  envenenado,  acusación  que  ha  penetra-» 
do  también  en  la  historia  ^. 


t  Para  este  breve  bosquejo  hemos  consultado  los  historiadores  coetá- 
neos, Gonzalo  García  de  Santa  Alaría,  fray  Gaalberto  Fabricio,  Diego  Enri- 
que! del  Castillo  y  Marineo  Sícolo,  y  los  escritores  de  los  siguientes  siglos, 
Beuter,  Zurita,  Blancas,  Yepes,  Garibay,  Aleson,  Abarca,  Moret,  Lanuza, 
Amian,  Mariana,  Nicolás  Antonio,  Perreras,  Yangoas  y  Quintana,  no  per- 
diendo de  vista  los  dietarios  de  Barcelona,  ni  los  documentos  que  bajo  el 
título  de  Levantamiento  y  guerra  de  Cataluña  en  tiempo  de  don  Juan  II, 
•e  han  dado  nuevamente  á  luz  en  la  Colección  de  los  inédüot  del  Archivo 
general  de  la  corona  de  Aragón  por  sus  eruditos  conservadores.  Casi  todos 
aqosUos  escritores  cargan  U  mano  al  rey  áon  Juan,  como  lo  hace  también 


16  HISTORIA   CRÍTICA  DE  LA  LITERATURA   ESPAÑOLA. 

En  medio  de  tantos  contratiempos,  aquejado  de  aquella  inquie- 
tud y  zozobra  que  nacian  indefectiblemente  de  las  persecuciones , 
parecía  imposible  que  el  Príncipe  de  Yiana  pudiera  consagrar  un 
sólo  momento  al  cultivo  de  las  letras;  y  sin  embargo,  según  su 
propia  declaración,  pasaba  la  vida  entera  «siempre  leyendo  y  es- 
criviendo»,  con  lo  cual  hallaba  alivio  &  sus  quebrantos,  siendo  el 
comercio  de  las  musas  y  el  trato  de  los  poetas  y  moralistas,  que  á 
la  sazón  florecian  en  los  reinos  de  Aragón  y  de  Navarra,  el  úni- 
co bálsamo  á  sus  dolores.  « Alégranse  (deci^  el  Principe)  los  que 
han  desseo  de  SQienQía  quando  topan  con  tal  que  al  su  apetito 
satisfaga»;  y  dominado  de  esta  idea,  no  solamente  excitaba  &  los 
trovadores  castellanos,  acogidos  en  Navarra,  &  entrar  en  lid 
poética,  sino  que  dirigia  también  sus  cartas  y  reqüestas  &  los  va- 
lencianos y  catalanes,  que  más  renombre  alcanzaban,  proponién- 
doles difíciles  cuestiones.  Ni  era  ost&culo  para  don  Carlos  la  hu- 
milde condición  de  los  poetas,  autorizada  ya  felizmente  la  máxima 
de  que  sólo  ennoblecía  el  propio  merecimiento,  y  dado  el  ejemplo 
por  los  reyes  de  Aragón  y  de  Castilla,  quienes  con  igual  mano 
honraban  á  los  trovadores  ricos  y  de  elevada  alcurnia  que  favore- 
cían á  los  menesterosos  y  plebeyos.  De  esta  manera,  mientras 
honraba  con  su  amistad  á  un  Alonso  de  la  Torre,  á  quien  no  sin 
razón  dieron  sus  coetáneos,  según  en  breve  probaremos,  el  tí- 
tulo de  filósofo^  á  un  Mossen  Ansias  March,  príncipe  de  los  poe- 
tas valencianos  ^,  á  un  Mossen  Juan  Roiz  de  CoreUa,  cultivador 


en  nuestros  días  el  académico  Lafoente:  los  docnmentos,  inflexibles  siempre 
é  imparciales,  descubren  sin  embargo  alguna  culpa  en  el  Príncipe,  que  hi- 
cieron sin  duda  perdonar  sus  desventuras.  Lo  que  resulta  probado  es,  según 
queda  advertido,  que  era  don  Carlos  un  estorbo  á  la  política  de  la  reina 
doña  Juana;  y  de  aquí  hubo  de  tomar  cuerpo  la  acusación  del  veneno,  vi- 
vamente apoyada  por  el  odio  de  la  muchedumbre,  respecto  de  la  segunda 
esposa  del  rey  don  Juan.  Don  Carlos  fué  enterrado  en  el  monasterio  de  Po- 
blet,  panteón  de  los  reyes  aragoneses. 

1  De  la  amistad,  ó  mejor  diciendo,  del  respeto  con  que  don  Carlos  de 
Viana  trataba  á  Ansias  March,  en  quien  edad  ¿  ingenio  establecían  cierta 
especie  de  magisterio  literario,  nos  da  cierta  razón  el  veracísimo  Zorita, 
cuando  en  el  t.  IV  de  sus  Anales  (lib.  XVII,  cap.  24)  escribe  que  era  el 
Príncipe  cmuy  aficionado  á  la  poesía  é  hizo  mucha  honra  á  los  hombres  da 


Il/  P.,  CAP.  XV.  BSC.  NAV.  Y  ARAG.  DÜR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  17 

afortunado  de  la  lengua  catalana  y  á  otros  no  menos  renombrados 
ingenios,  no  se  dedignaba  de  proponer  gallardas  reqüestas  él  diqael 
Juan  Poeta,  hijo  del  pregonero  de  Valladolid,  que  perseguido  de 
la  fortuna,  como  antes  de  ahora  manifestamos,  habia  recorrido 
todas  las  cortes  españolas.  El  Príncipe  aspiraba  á  infundirle  con- 
fianza, diciéndole  con  hidalga  franqueza: 

Anssi  como  al  fierro  |  aguasa  la  muela, 
é  faze  por  Dios  |  que  presto  é  byen  taja, 
anssi  nn  silente  |  á  otro  consuela 
é  assaz  le  procura  |  sin  dubda  uentaja  i. 


letru.i  Ximeno,  repitiendo  estas  palabras,  observaba  que  fué  don  Carlos 
«muy  hoorador  principalmente  de  nuestro  Ausias  March,  el  cual  (añade) 
>se^un  afirma  Zurita,  fué  el  más  estimado  y  preferido  en  su  amistad  y  pri- 
vanza (t.  I^  pág.  42  de  los  Escritores  del  Reino  de  Valencia).  Lo  mismo  han 
escrito  después  otros  varios  literatos;  y  antes  que  todos  hahia  indicado 
Gonzalo  García  de  Santa  María  cuanto  notamos  en  el  texto,  observando  que 
el  Príncipe  t^udebat  litteratorum  consortio»  (Bibl.  Nac.,Cód.  Dd.  184,  fo- 
lio IX  V.).  Y  una  prueba  irrecusable  de  esta  verdad  la  tenemos  en  la  so- 
lemnidad con  que  celebró  la  colación  del  grado  de  doctor  en  teología  al 
conresor  de  la  princesa,  su  esposa:  cEstedia  (dice  un  documento  auténtico) 
fué  dado  el  nombre  et  la  honor  et  dignidat  de  doctor  al  confesor  de  la  sei- 
oora  Princesa,  presentes  los...  doctores  et  maestros  en  teología,  que  vinie- 
ron de  Aragón  por  la  dicta  causa»  (Árch.íde  Comptos,  cajón  148,  núm.  25). 
<^1  Príncipe  obsequió  al  nuevo  doctor  con  una  magnífica  sala  (fiesta  de  corte 
y  cena). 

1    Por  desdicha  no  se  han  trasmitido  á  nuestros  dias  las  composiciones 
Poéticas  del  Príncipe  de  Viana,  lo  cual  ha  sido  causa  de  que  se  asiente  una 
y  oxn,  vez  tque  su  musa  le  inspiraba  en  el  lenguaje   de  los  trovadores» 
'Janguas,  Noticias  biográficas  c'iiaáas,  pág.  XLI),  suponiéndole  sin  duda 
^^Itivador  de  la  lengua  catalana.  La  hipótesi  no  carecería  de  algún  funda- 
^^nto, sobre  todo  refiriéndonos  á  los  últimos  años  de  su  vida;  pero  teniendo 
^'"^sente  la  educación  literaria  del  Príncipe  por  una  parte,  y  considerando 
r  otra  que  todas  las  obras  de  su  pluma  que  han  llegado  a  la  posteridad, 
in  escritas  en  el  romance  navarro-castellano,  que  distinguía  repetida- 
'^^nte  con  título  de  materno  lenguaje,  no  falta  razón  para  creer  que  pudo 
^^n  Carlos,  siguiendo  el  ejemplo  de  Villena,  Mena  y  Santillana,  ensayarse 
^^'^bien  en  el  arte  alegórico,  usando  siempre  el  referido  romance.  Y  no  es 
^^gumento  baladí  respecto  de  este  punto  el  verle  contender  con  los  más  se- 
llados escritores  y  poetas  catalanes  y  valentinos,  empleando,  mientras  ellos 
expresan  en  tu  idioma  propio,  la  lengua  adoptada  para  sus  versiones  del 

Tomo  yii.  2 


18  HinOllfA    CniliCA    de   la  literatura    ESPAftOLA. 

Proclucian  con  frecuencia  estas  invitaciones  ingeniosas  dispu- 
tas^ en  (|ne  brillaba  más  la  agudeza  que  la  ciencia,  siendo  en- 
tro todas  digna  de  ser  conocida  la  entablada  con  Juan  Ruíz  de 
Corolla,  extraña  lid  en  que  el  Príncipe  de  Viana  usaba  su  nati- 
vo romance  navarro  y  empleaba  Corella  el  catalán,  que  era  tal 
voz  su  lengua  adoptiva  ^  La  disputagion  giraba  sobre  la  propo- 
sjí'iun  siguionlo:  «Fazen  (escribía  don  Carlos)  una  tal  pregunta 
•  las  uoicQUolas  do  natura  que  si  hombre  se  fallara  en  un  bar- 
•clio  on  modio  do  un  rrio,  passando  dos  damas  é  que  la  nesge- 
» sitiad  lo  forgasse  ochar  la  una  en  el  agua,  de  las  quales  damas 
«fuosso  la  una  mucho  amada,  lii  (sic)  él  non  della  amado,  é  la 
«otra  que  &  él  amasse  é  él  non  á  ella  ¿á  quál  destas  daría  la  uí- 
>nla?...  lí  i>arociónos  (proseguía  el  Principe)  dificultosa  la  deter- 
«minagion:  ca  por  la  una  parte  la  passion  é  por  la  otra  la  ra¿on^ 
•cogaron  sin  dubda  la  vista  do  nuestros  oios,  en  tal  guisa  que 
»la  elocíion  é  jubígio  turbado,  determinamos  la  presente  epísto- 
»la  vos  escrívir».  Corella  contestaba,  atreviéndose  apenas  á  dar 
la  solución,  si  bien  se  decidía  al  cabo  por  que  debia  el  caballe- 
ro arrojar  al  agua  la  dama  amante  y  desamada.  Desechando 


Utfn,  Kti«  Orofifmes  y  su  Crónico,  ptreciéndonos  por  último  de  no 
f«er7A  ol  cj<»mplo  qnc  <mi  ol  texto  exponemos,  único  vestigio  de  Ims 
del  pnncipo  de  VianA,  hasta  ahora  doscubiexto.  Don  Carlos^  siguieDdo  Im 
antifrua  coslumhre  de  los  poetas  artíslieos  ó  eruditos,  asonaba  sos  caocio- 
Yies  y  la«  eantaha  él  mismo,  acompañado  del  laúd  ó  de  la  vihaela  (Yan- 
ftias,  loco  citato^.  Gonzalo  de  Santa  María,  mencionado  arriba,  había  dicho 
en 90  tiempo:  «Musicae  plarimum  dclectabator»  (Bibl.  Kac.,  oód.  Dd.  1S4, 
folio  IX  V,). 

1     Á  juzcar  por  el  «efundo  apellido  pudiera  sospecharse  qoe  este  tro- 
vador fué  navarro,  sin  que  nos  maravillara  esta  circunstancia  en  U  ¿poca 
que  historiamos,  pues  que  siendo  tan  frecuentes  las  relaciones  y  um  mpt^ 
feeiendo  bajo  un  cetro  Araron,  Kavarra  y  Cataluña  desde  Im  mitad  dd 
KÍirl<^t  flot*eeen  en  la  triple  e/irte  de  don  Juan  diversos  ingenios  que  se  en> 
naynn  ni  ptir  en  el  romance  castellano  y  el  lemosin,  segnn  antes  mortmmos. 
^$in  •♦mbnriro,  el  apellido  Ruiz  de  Corella  existió  en  Valencia  desde  la  é|io- 
en  do  In  ronqni«la.  ó  poeo  d(»spnps.  como  demuestran  documentos  locales, 
lo  rnnl  itidiijo  *in  duda  á  Torres  Amat  á  que  fué  C>oroUa  valoncimno  y    no 
eniAlnn,  romo  otros  pretenden,  aunque  lo  incluye  on 80  IMcoioMirio  «NÜco 
(pñfr.  199),  dtndo  al^na  ratón  de  sos  obras. 


n.*  P.,  CAP.  XY.  ESC.  NAY.  Y  ARA6.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  11.    19 

modestamente  los  elogios,  que  le  había  prodigado,  replic&bale 
doD  Carlos,  calificando  su  parecer  y  sentencia,  como  infundada, 
poco  generosa  y  contraria  «á  las  leyes  de  natura»,  pues  que  era 
en  sn  concepto  más  digna  de  la  vida  la  que  amaba,  siendo  des- 
amada, que  la  que  desdeñaba,  siendo  querida.  Insistia  Corella, 
apelando  á  la  pasión,  cuando  al  pronunciar  su  primer  fallo,  só- 
lo en  la  razón  había  pretendido  fundarse;  y  aunque  se  extendía 
largamente  en  ingeniosas  reflexiones,  no  lograba  vencer  el  áni- 
mo del  Principe,  quien  apoderándose  en  su  tercera  epístola  de 
la  contradicción  en  que  había  caído,  hacíale  por  ultimo  confe- 
sarse vencido  ^. 


1  Existen  estas  notables  Epístolas  en  un  precioso  códice  de  la  famo- 
tt  bliblioteca  roayanciana,  hoy  propiedad  de  los  condes  de  Trígona,  en 
Valencia,  á  cuya  especial  fineza  debemos  su  examen.  Es  el  indicado  MS.  un 
tomo  folio  menor,  y  fué  ya  dado  á  conocer  por  Ximeno  {Biblioteca  de 
Escritores  del  reino  de  Valencia,  tomo  i,  pág.  63).  Sin  embargo,  contri- 
buyendo este  precioso  MS.  á  caracterizar  el  movimiento,  que  llevaban  los 
estadios  clásicos,  á  que  aparece  grandemente  asociado  Juan  Ruiz  de  Core- 
lla, no  será  impertinente  manifestar  que  los  tratados  referidos  son:  1.^  Lo 
Rahonament  de  Telamó,  é  de  Ulises  sobre  les  armes  de  Achiles. — II.  Lo 
Plant  dolores  de  la  reyna  Ecuba  sobre  la  mort  de  Priam. — III.  La  /»- 
toria  de  Josef. — IV.  La  Jstoria  de  Leander. — V.  La  suplica^ió  de  natura 
humana. — VI.  Les  lizons  de  morts. — VH.  La  letra  que  Honestat  escriu  á 
les  dones. ^yiM,  La  Tragedia  de  Caldesa. — IX.  La  Letra  que  Veritates^ 
criu  á  les  dones. — ^.  La  demanda  que  el  Senyor  Principe  don  Carlos  díc' 
maná. — XI. ¿a  lamentado  de  Mirra,  fiUa  de  Cinaras. — XII.  ¿a  Faula  de 
narciso. — XIII.  La  Poesía  de  Piramus  é  Tisbe. — XIV.  La  lamentado  de 
Bilies,  germana  de  Caccio. — XV.  La  Poesía  é  Faula  de  Jason  é  Medea.'^ 
XVI.  Lo  Parlament  ó  Collado,  qué  en  casa  de  Berenguer  Mercader  es- 
devench.^XVn.  La  Faula  de  Or/cii.— XVlll.  La  Faula  de  SUla,  filia  del 
rey  Niso. — XIX.  La  Faula  dePasife,  filia  del  rey  Minos. ~-^XX.  La  Faula 
ó  Poetia  de  Prognes  é  Filomena,  germanes  del  rey  Tereu. — XXI.  La  Letra 
fengida  que  Achiles  escriu  á  PoUcena^  en  lo  setge  de  Troya,  et  la  respoi- 
(a.— XXII.  Lo  Johi  de  Páris  ab  la  aUegoria.-^XXUl.La  Istoria  delaglo- 
nosa  santa  Magdalena. — XIV.  La  sepolturade  Mossen  Franfi  Aguilar.'-^ 
XXV.  La  Vida  de  la  gloriosa  santa  Ana. — XXVI.  La  Vida  de  la  Sacra-' 
tissima  Verge  María,  Mare  de  Deu,  Senyora  nostra,  en  rims.  £s  pues 
indudable  que  Ruiz  de  Corella,  aunque  no  renunció  al  título  de  poeta  cris- 
tianOy  como  lo  prueba  sobre  todo  la  última  de  las  obras  citadas,  hizo  gala 
de  cultivar  los  estudios  mitológicos,  y  con  ellos  los  poetas  clásicos.  Anut 


20  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÜOLA. 

Mas  QO  eran  estos  los  únicos  solaces  literarios  del  primogéni- 
to de  Navarra,  si  bien  puede  asegurarse  que  debió  á  la  ingenui- 
dad y  llaneza,  con  que  trató  en  ellos  á  los  poetas  y  escritores,  & 
quienes  se  dírigia  <,  no  menor  popularidad  que  á  las  persecu- 
ciones de  que  fué  víctima,  condolidas  sus  desdichas  y  llorado 
tiernamente  en  su  muerte  por  los  trovadores  y  oradores,  mien- 
tras el  pueblo  catalán  le  daba  en  medio  de  su  entusiasmo  titulo 
y  virtudes  de  santo  ^.  Llamado  por  su  educación  literaria  á  m&s 


da  razón  de  un  Psalteri  trosladat  de  lati  en  romana  (catalán)  por  el 
mismo  Corella  y  dado  á  luz  en  Venecia  el  año  de  1490  (Diccionario  críti- 
co, página  18S  citada). 

1  Sobre  lo  que  dejamos  ya  indicado  en  orden  á  las  aficiones  de  don 
Carlos,  conviene  añadir  que  formaban  parte  de  la  servidumbre  de  su  casa, 
demás  de  los  donceles  y  escuderos,  maestros  de  esg^rima  y  de  danza,  un 
sonador  de  arpa  ó  yuglar,  pagándose  también  el  principe  de  extremado 
danzador.  £n  1440  obsequiaba  á  su  padre  y  á  la  reina  doña  Blanca,  su 
madre,  con  una  danza  de  doce  hachas  (torchas),  que  llevaban  con  él  otros 
once  caballeros  {Archivo  de  Comptos,  caj.  144,  núm.  2). 

2  Á  tal  punto  llegó  el  entusiasmo  de  los  catalanes  respecto  del  Prínci- 
pe de  Viana,  que  según  acreditan  los  Dietarios  de  Barcelona,  le  reputaron 
en  efecto  como  santo,  testificando  de  los  milagros  que  obraba.  Á  su  muer- 
te se  extremaron  las  alabanzas,  formando  aragoneses,  navarros  y  catalanes 
cierta  especie  de  corona  fúnebre,  en  prosa  y  verso,  que  daba  claro  testi- 
monio del  grande  amor  en  que  le  tenían.  £1  aragonés  don  Fernando  Bolea 
y  Güllóz,  mayordomo  de  don  Carlos  y  de  su  consejo,  tomando  la  iniciativa 
en  los  elogios  postumos,  escribía  al  rey  de  Castilla,  respecto  de  las  virtudes 
sobrenaturales  que  Dios  habla  concedido  al  Príncipe:  «El  premio  de  su  loa- 
>ble  vida  fué  tal  que  la  divinal  Essen^ia  le  ha  de  tal  manera  colocado  en 
»la  durable  felicidat  que  todos  los  dolientes  incurables,  arribando  á  donde 
>su  cuerpo  está,  quedan  sanos;  é  tanto  número  dellos  ay,  que  un  millar  de 
•sanctos  con  sus  miraglos  justamente  podrían  ser  canonizados»  (Bib.  Nac., 
cód.  D.  170,  fól.  5).  Los  poetas  y  escritores  que  más  se  distinguieron,  de- 
más del  expresado  Bolea  y  Galléz,  fueron  don  Francés  de  Pinos,  fray  Pedro 
Martines,  camarlengo  el  primero  y  bibliotecario  el  segundo  del  mismo  Prín- 
cipe, Juan  Fernandez  de  Hijar,  mayordomo  del  rey  don  Juan  y  camarlengo 
de  don  Carlos,  Mossen  Juan  Fogassot,  escribano  de  Barcelona,  que  habia 
cantado  pocos  meses  antes  la  libertad  del  Príncipe,  y  Mossen  Guillermo  Gi- 
bcrt,  vecino  de  Barcelona.  Las  expresadas  composiciones  son:  1.®  c Cartas  que 
don  Fernando  de  Bolea  y  Gallóz  dirigió  á  los  reyes  de  Aragón,  CastiUa  y 
Portugal  y  á  todos  los  letrados  de  España  en  29  de  octubre  de  1461. — 2.*^ 
Obra  feüa  á  la  buena  memoria  del  muy  alto  é   muy  glorioso  Príncipe 


n/  P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAY.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  21 

granados  estudios,  aspiraba  el  Príncipe  de  Yiana  &  tomar  parte 
en  la  grande  obra,  tan  noblemente  impulsada  por  don  Juan  II  de 
Castilla  y  Alfonso  Y  de  Aragón,  sus  tios;  y  haciendo  gala  de 


don  Garlos,  primogénito  de  Aragón,  por  fray  N.  Fort. — 3.^  Complaynta 
por  la  muerte  del  muy  alto  é  muy  esclarecido  Príncipe  don  Carlos,  primo- 
génito de  Aragón,  et  lugarteniente  general  irreuocable  en  el  Principado  de 
Cathalania,  por  Fray  Pedro  Martinez,  librero  de  su  Alteza. — 4.^  Com-^ 
playnta  que  d<m  Francés  de  Pinos  ha  fecho  por  la  muerte  del  glorioso 
Príncipe  don  Carlos,  primogénito  de  Aragón,  camarlengo  de  su  sennoria, 
demandando  consolación  del  dolor  que  sostenía  por  la  dicha  muerte,  á  to- 
dos los  prudentes  é  sabios  onbres. — 5.^  Respuesta  de  Fray  Pedro  Martí- 
nez, librero  del  muy  esclarecido  Príncipe  don  Carlos,  de  gloriosa  memoria, 
á  la  Complaynta  de  don  Francés  de  Pinos,  camarlengo  de  su  Alteza.— G.^ 
Respuesta  del  muy  noble  senyor  don  Johan  Dixar,  mayordomo  mayor  del 
lenyor  rey  d' Aragón,  é  camarlengo  del  muy  illustre  senyor  Príncipe  don 
Carlos,  de  gloriosa  memoria,  primogénito  d'Aragoñ,  á  la  Complaynta  que 
don  Francés  de  Pinos,  asimesmo  camarlengo  suyo,  ha  feito  por  la  muerte 
del  glorioso  primogénito  d'Aragon. — 7.^  Complant  fet  por  Guillen  Gibert 
de  Barcelona  sobre  la  mort  del  primogenit  Daragó  don  Caries,  obra  en- 
cadenada solta».  Las  poesías  de  Fogassot  llevan  estos  títulos:  1.^  c/2o- 
manc  fet  per  Joan  Fogassot,  notari,  sobre  la  presó  ó  detenció  del  illustrís- 
sim  senyor  don  Karles,  prin^ep  de  Viaua  é  primogenit  d'Aragó,  etc.,  lo 
qual  foa  fet  en  la  vila  de  Bruselles  del  ducat  de  Brabant  en  lo  mes  de  fa- 
brer,  any  mil  cccci.x  hu>. — 2.*  cObra  feta  per  lo  dit  Johan  Fogassot  sobre 
la  liberació  del  dit  senyor  primogenit». — A  estas  poesías  y  Lamentaciones, 
primeros  ensayos  de  la  oratoria  fúnebre,  como  lo  hablan  sido  en  Castilla 
las  Lamentaciones  por  la  destruygion  de  España,  se  unen  otras  oraciones 
panegíricas  sin  duda  de  igual  carácter  é  importancia,  mencionadas  por  La- 
tasa  en  su  Biblioteca  Antigua  de  Aragón  (t.  II,  pág.  228),  todo  lo  cual 
confirma  plenamente  cuanto  en  el  texto  observamos.  De  las  poesías  catala- 
nas podrán  juzgar  los  lectores  por  los  siguientes  versos:  el  Complant  de  Gi- 
bert empieza: 

Ab  dolor  grant  ( é  fora  do  mesura 

Yall  lo  dlr  part  j  de  noa  trlsta  mort; 

Ab  dolor  grant,  |  abuodós  eo  tristura, 

Vos  denuDclQ  j  aquesta  mala  sort. 

Ab  dolor  grao  j  passá  aquesta  uida 

Lo  ex^ellent  |  prin^ep  Daragó; 

Ab  dolor  grant  j  lo  poblé  tots  jorns  crida 

Molt  fort  plorant,  j  dlent:  Dea  II  perdó. 

Fogassot  no  se  habia  mostrado  menos  dolorido  en  la  prisión  del  Príncipe: 

Ab  gemechs  grans,  |  plors  é  sosplrs  mortals 
Sentí  las  gents  |  dolres  per  les  carrers. 


22  RISTORU   CRITICA   DC  LA   LITERATURA  ESPAl^OLA. 

SUS  estudios  clásicos,  mientras  traía  al  romance  vulgar  las  Éthi" 
cas  de  Arütóleles  y  otros  peregrinos  tratados  ^,  trazaba  la 
historia  de  Navarra,  obedeciendo  al  generoso  impulso  del  pa- 
triotismo, que  había  movido  dos  siglos  antes  la  pluma  de  Alfon- 
so el  Sabio.  El  hijo  de  doña  Blanca,  acreditado  de  trovador  in- 
genioso y  de  esmerado  dialéctico,  ambicionaba  por  tanto  más 
alta  gloria;  bastando  sólo  el  empeño  en  que  se  ponia,  para  que 
dadas  las  azarosas  circunstancias  de  su  vida,  merezca  el  aplauso 
de  la  posteridad,  reconocidos  el  meritorio  fin  de  sus  vigilias  y  la 
enérgica  actividad  de  su  espíritu.  Pero  no  vacilemos  en  añadir 
que  tras  el  mérito  de  la  empresa,  aparece  el  galardón  del 
posible  acierto. 

Traducia  las  ÉtMcas  por  mandato  expreso  del  conquistador 
de  Ñapóles  ',  quien  ganoso  de  que  fuesen  conocidas  de  los  es- 
pañoles,  ni  se  contentaba  con  la  versión  latina  de  Averroes,  en 


Plasses,  cantona  |  en  dlTerses  maneres, 

Los  uylU  prostraU  |  están  com  besUals. 

Dones  d'estat  |  viu  estar  desfressades, 

Lagremeiant  |  é  bateóse  los  pits; 

Los  infanls  poclis  i  criden  á  cruels  crits, 

Vehents  estar  |  lurs  mares  alterades: 

O  trlst  de  mi! )  quln  fet  pot  ser  aquest 

De  quanten^a  I  staxl  Barselona?...  etc. 
El  buen  nombre  y  la  reputación  de  santidad,  en  que  fué  tenido  don  Car- 
I084  cundieron  al  siglo  XVI,  en  que  se  promovió  el  expediente  de  su  canoni- 
zación, dando  la  Sede  Apostólica  el  encargo  de  recibir  las  oportunas  infor- 
maciones, respecto  de  la  vida  y  los  milagros  del  Príncipe,  al  arzobispo  de 
Tarragona  don  Pedro  de  Cardona,  que  subió  á  aquella  silla  en  1515. 

1  Menos  importante  que  las  Éthicas,  pero  no  indiferente  para  nuestro 
estudio,  es  entre  otros  libros  que  se  atribuyen  al  Príncipe  de  Viana,  el  tra- 
tado de  la  Condición  de  la  Nobleza^  debido  á  Angelo  de  Milán,  conserva- 
do felizmente  en  la  biblioteca  Colombina  de  Sevilla,  con  otros  opúsculos, 
que  como  este  atribuyó  don  Nicolás  Antonio  á  Mossen  Pedro  de  la  Panda, 
de  quien  después  hablaremos  (Bibl.  VetuBf  lib.  X,  cap.  XVi  ad  fíncm). 
Este  libro  era  en  cierto  modo  complemento  del  de  la  CavaUeria  de  Bruno  de 
Arezzo,  por  lo  cual  fuó  tenido  en  mucha  estima  y  asociado  á  las  traduccio- 
•es  del  mismo,  dando  motivo  al  error  indicado. 

2  El  mismo  Príncipe,  refiriéndose  á  esta  obra  de  cs^ien^ia  moral»,  de- 
claraba en  la  notable  LamentaQÍon  á  la  muerte  de  don  Alfonso,  á  que 
hemos  ya  aludido  y  después  examinaremos,  que  «por  mandado  suyo  (escri- 
be) deliberamos  tradacin  (Bibl.  Nac,  cód.  S.  253,  ad  finem). 


If/  P.,  GAP.  X¥.  ESC.  NAY.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  11.23 

qae  aparecía  grandemente  pervertida  la  doctrina  del  Estagiri- 
ta  ^,  ni  le  satisfacia  la  llevada  á  cabo  bajo  los  auspicios  de  Ni- 
colao Y,  ni  tenia  por  último  en  precio  las  traducciones  italianas 
que  á  la  sazón  cundían  y  hablan  penetrado  ya  basta  Castilla, 
enriqueciendo  la  preciosa  biblioteca  del  docto  marqués  de  San- 
tillana  ^.  Reputado  no  sin  razoQ  como  entendido  helenista  y 
docto  en  la  lengua  del  Lacio,  habia  traducido  Leonardo  Bru- 
no de  Arezzo,  cuyas  relaciones  con  los  ingenios  de  España  van 
ya  indicadas,  las  Económicas,  las  Políticas  y  las  Éticas,  pre- 
ciándose de  haber  seguido  literalmente  el  texto  griego:  don  Al- 
fonso señalaba  pues  al  Príncipe  de  Yiana  la  versión  de  Arezzo; 
y  movido  don  Carlos  «más  por  la  deuida  obediencia  que  á  to- 
ados los  mandamientos  [del  rey  de.  Ñapóles]  deuia,  que  ignoran- 
»do  la  flaqueza  de  su  entendimiento»,  resolvíase  á  traer  «á  nues- 
»tro  romance  aquellos  libros  de  la  Éthica  de  Aristóteles  que 
•Leonardo  de  Arezzo  de  griego  en  latin  trasladó,  tomando  (aña- 


1  Los  lectores  han  podido  apreciar  antes  de  ahora  el  juicio,  que  tenemos 
formado  de  la  versión  de  Aristóteles,  deducida  de  los  libros  de  Averroes: 
DO  será  sin  embargo  fuera  de  propósito  repetir  que  neg^ando  el  Aristóteles 
explicado  por  el  filósofo  mahometano  la  creación,  la  Providencia,  las  penas 
y  las  recompensas  de  la  otra  vida,  habia  cundido  ya  en  tiempo  de  Petrarca, 
entre  los  que  en  Italia  se  preciaban  de  aristotélicos,  la  doctrina  de  que  el 
mundo  era  infinito  y  coelernal  á  Dios  (Guinguené,  Histoire  lüteraire  dflta^ 
lie,  t.  II,  pág.  465);  error  grosero  que  combatido  por  el  autor  del  libro  De 
Ignorantia  sui  ipsius  et  multorum,  habia  recibido  el  golpe  de  gracia  de  la 
versión  de  Aristóteles,  debida  á  Bruno  de  Arezzo,  donde  apareció  por  vez 
primera  el  texto  del  Estagirita  limpio  y  puro.  Don  Alfonso  V,  como  á  con- 
tinuación advertimos^  procedía  con  todo  acierto,  al  desechar  el  Aristóteles 
nuJiometano, 

2  El  mismo  Príncipe  de  Viana  notaba  en  el  prólogo  dirigido  al  rey  don 
Alfonso^  que  clos  libros  de  la  Éthica  de  Aristóteles»  fueron  interpretados 
fpor  el  frayle  que  la  primera  traducción  fizicra,  mal  é  perversamente».  La 
versión,  á  que  alude,  es  sin  duda  la  de  Juan  deRicio,  hecha  por  los  años 
de  1436.  Entre  los  libros  que  fueron  de  don  Iñigo  López  de  Mendoza  y  di- 
mos á  conocer  en  sus  ObraSt  (pág.  593  y  siguientes),  se  halla  un  códice 
italiano,  escrito  en  vitela  á  dos  columnas,  y  exornado  de  letras  mayúsculas 
y  miniaturas,  con  notas  marginales,  que  pueden  ser  del  mismo  marqués  de 
Santillana.  Contiene  las  Ethicas  de  Aristóteles  y  llevaba  en  la  primitiva 
librería  la  marca  P.  V.  L.  n°  32. 


24  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÜOLA. 

»dia  el  Príncipe)  por  enxeinplo  el  exercigio  de  vuestro  real  in- 
•genio  en  las  Epístolas  de  Séneca»  ^  Mas  el  erudito  don  Cá.r- 
los  no  se  limitaba  al  simple  oñcio  de  traductor,  al  dirigir  á  su 
tio  la  obra  que  le  habia  encomendado:  «Leonardo  (le  decia)  fizo 
•de  cada  libro  [de  las  Éthicas]  un  capítulo.  Pero  yo  quise  cada 
»libro  en  deuidos  capítulos  partir,  segunt  que  la  diversidat  de  la 
•materia  subgecta  requiere,  é  aquellos  capítulos  en  tantas  é  dis- 
•tínctas  conclusiones  quoantas  el  philósofo  determinó  sobre  las 
•opiniones  de  los  otros  philósophos.  E  por  que  nuestra  sennoria 
•meior  pueda  notar  é  fallar  la  materia,  que  más  le  pluguier,  é 
•porque  todos  los  morales  se  studiaron  en  aclaresQer  sus  senna- 
•ladas  doctrinas,  por  el  común  prouecho  que  dellas  se  sigue, 
•aquellas  palabras  que  claras  son,  en  otras  tantas  del  nuestro 


1  Prólogo  citado.  Dig^no  es  de  advertirse  que  Leonardo  de  Arezzo  hizo 
al  propio  tiempo  la  versión  de  las  Económicas  y  lis  Políticas  de  Aristóte- 
les, ocupándose  en  estos  trabajos  de  1440  á  1444.  £1  Príncipe  de  Viana, 
que  pasaba  en  1457  á  Ñapóles,  según  oportunamente  indicamos,  recibia  allí 
el  encargo  del  rey  don  Alfonso,  su  tio,  consagrándose  de  lleno  al  referido 
trabajo,  que  terminaba  antes  de  morir  el  rey  (mayo  de  145S).  Las  Éthicas 
del  primogénito  de  Aragón  fueron  impresas  en  Zaragoza  el  año  de  1509, 
seguidas  de  otra  versión  anónima  de  las  Políticas  y  las  Económicas  por 
Jorge  Cocí,  alemán,  en  folio.  (Véanse  don  Nicolás  Antonio,  Bibl,  Vet.,  to- 
mo I,  pág.  282;  Taraayo,  Junta  de  Libros;  Floranes,  Vida  literaria  de  Pero 
López  de  Ayala;  Yanguas,  Noticias  biográficas  de  don  Carlos,  Principe  de 
Viana,  pág.  XLI;  Méndez,  Tipografía  española ,  pág.  193).  Algunos  de  es- 
tos escritores,  supusieron  sin  embargo  que  era  todo  lo  impreso  por  Cocí  obra 
de  don  Carlos;  pero  con  error,  pues  sólo  tradujo  las  Ethicas,  y  el  anónimo 
á  quien  aludimos,  declaraba  terminantemente  que  seguía  el  ejemplo  del 
Príncipe.  Constantes  en  nuestro  sistema,  hemos  preferido  para  las  citas  que 
aquí  hacemos,  el  códice  S.  253  de  la  Bibl.  Nac,  sin  duda  uno  de  los 
ejemplares  mas  correctos  y  bien  conservados  de  la  época.  Es  un  tomo  abul- 
tado, en  folio  menor,  escrito  en  papel  á  dos  columnas,  con  mayúsculas  y 
epígrafes  de  encarnado,  y  en  letra  aragonesa.  Al  final  ofrece  la  notable 
Lamentación,  de  que  después  hablaremos:  el  prólogo  tiene  este  epígrafe: 
f  Prólogo  del  muy  illustre  don  Kárlos,  Príncipe  de  Viana,  primogénito  de 
«Navarra,  duque  de  Nemós  é  de  Gandía,  drenado  al  muy  alto  é  expeliente 
«príncipe  é  muy  poderoso  rey  é  scnnor  don  Alfonso  tercio  (sic),  rey  de  Ara- 
»gon  é  de  las  dos  Secílies  é  Córcega,  su  muy  reduptable  sennor  é  thio, 
ode  la  tra8la9ion  de  las  Éthicas  de  Aristóteles  de  latin  en  romance 
«fecha». 


Jl/  P.y  CAP.  nr.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JOAN  11.  25 

•vulgar  é  propias  convertí.  Mas  donde  la  sentengia  ui  ser  com- 
•plidera,  por  cierto,  Sennor,  daquella  usé,  uista  la  verdadera 
•seutenQía  de  sancto  Thomáis,  claro  é  catbólico  doctor  é  rayo 
•resplandeciente  en  la  Iglesia  de  Dios,  esforgándome  dar  &  al- 
•gunas  uirtudes  é  uigios  más  propios  nombres,  como  por  las 
•margines  del  libro  verá  Vuestra  Alteza,  con  declaraciones  no- 
•lado»  *. 

Dado  este  plan,  que  se  encaminaba  á  bacer  más  sensible  la 
doctrina  de  Aristóteles,  bailaba  el  Príncipe  de  Yiana  frecuentes 
ocasiones  para  ejercitar  su  erudición  y  su  talento,  ya  explican- 
do, cual  moralista,  los  pasajes  que  en  su  sentir  lo  necesitaban, 
ya  atesorando  curiosas  noticias  sobre  los  filósofos,  poetas  é  bis- 
toríadores  de  la  antigüedad  clásica  ^,  ya  en  fin  justificando,  co- 
mo latinista,  la  inteligencia  que  daba  á  determinadas  voces,  pa- 
ra conformarse  más  estrecbameute  con  el  genio  de  la  lengua 
castellana.  Oigamos  alguno  de  estos  pasajes,  donde  no  sólo  des- 
cubriremos la  índole  especial  de  los  estudios  de  don  Carlos  de 
Navarra ,  sino  que  podremos  también  reconocer  su  estilo  y  la 
forma  en  que  alcanzó  á  cultivar  el  romance  nativo.  Tratando  del 
«esfuerzo  de  corazón»,  escribia: 

•Esfuerfo  de  coroQon  quise  yo,  Sennor  muy  expeliente,  dezir  á  la 
»airtud,  que  el  philósoíb  intitula  fortütido;  ca  bien  recolegidos  los 
•términos  é  propriedades,  aquesta  uirtud  acata  á  gerca  el  acomoda- 
•miento  é  tolerancia  de  todas  aquellas  cosas,  en  que  hay  osadia  é  medio. 


1  Prólogo  cit.,  fól.  4  r.  y  V. 

2  £s  de  notarse  en  verdad,  teniendo  en  cuenta  la  época  en  que  el  Prín- 
cipe florece,  la  exactitud,  ya  que  no  la  abundancia,  de  las  noticias  que  á 
los  autores  clásicos  de  la  antigüedad  helénica,  citados  por  Aristóteles,  se 
refieren.  Hesiodo,  Homero,  Eudoxio,  Heráclito,  Esquilo,  Eurípides^  Simóni- 
des  y  otros  tienen  en  el  comento  de  las  Éthicas  señalado  lugar  (lib.  I,  ca- 
pítulos 6,  14,  18;  lib.  II,  cap.  3;  lib.  IIÍ,  cap.  2  y  7;  lib.  IV,  cap.  2.°),  dán- 
dose al  par  curiosos  datos  sobre  otros  personajes  históricos,  lo  cual  prueba 
la  extraordinaria  erudición  de  don  Garlos.  A  fin  de  que  los  lectores  formen 
cabal  juicio  de  la  forma,  en  que  ofrece  estas  nociones  biográficas,  traslada- 
remos aquí  lo  que  escribe  de  Eurípides:  «Eurípides  fué  un  poeta,  que  fizo 
«ciertos  metros,  en  los  quoales  narra  cómmo  Almeon  mató  á  su  madre,  por 
acomendado  de  su  padre,  diziéndo  que  ella  le  aconseió  que  fucsse  en  la 
•guerra  tebana,  en  la  qual  morió»  (lib.  III,  cap.  I). 


26  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

»E  son  los  extremos  daquella  virtud,  segunt  determina  el  philósofo,  la 
•feroQÍdat  é  temor.  £t  dize  que  la  fero^idat  excede  en  el  acometer,  pero 
udesfaliege  en  el  acometimiento,  ca  fuje  de  todo  peligro.  E  por  que  el 
•esfuerzo  de  coragon  fage  al  ome  acometer  é  más  sofrir,  puede  ser  dicho 
•que  el  esfuerzo  es  más.pasiuo  que  activo,  quoanto  quier  que  las  dos 
•partes  possea.  E  por  que  Vuestra  Sennoría  vea  la  ragon,  que  me  mo- 
»uió  á  scriuir  esfuer^  é  non  fortaleza,  como  otros  han  scripto,  es  por 
»que  la  uirtud  que  más  há  en  esta  parte,  pertenesge  solamente  al  oora- 
•gon,  e  segund  nuestra  Icngoa,  es  el  esfuerzo  é  non  la  fortaleza,  la  quoal 
•quoanto  quier  que  al  ánimo  pueda  ser  atribuyda,  más  es  del  cuerpo 
»que  del  coraron.  E  si  fuerza  se  dixiesse,  seria  totalmente  del  cuerpo  é 
•más  de  los  foranos  miembros  que  del  interior.  E  á  otra  parte,  me  pa- 
•resge  la  fortaleza  é  fuerga  ser  más  actiuas  que  pasiuas;  e  assi  por  los 
•efectos  suyos  quoanto  por  el  uso  común  del  nuestro  romance,  á  este  uo- 
•cabio  me  determiné»  i. 

Con  tan  escrupuloso  anhelo  daba  cima  el  Príncipe  de  Yiana  á 
la  traducción  de  las  Éthicas  de  Aristóteles^  dotando  el  primero  á 
la  patria  literatura  de  esta  celebrada  obra  de  la  filosofía  griega, 
que  un  siglo  más  tarde  traían  de  nuevo  al  habla  castellana  muy 
aplaudidos  humanistas  ^.  Pero  si  hacia  gala  de  fiel  intérprete,  no 


1  Lib.  I,  cap.  11.  Es  digna  de  advertirse  la  coincidencia  que  existe  en- 
tre esta  doctrina  del  Príncipe  y  lo  que  al  mismo  propósito  habia  escrito  el 
poeta  Juan  de  Mena  (Labyrinlho,  cop.  CCXI): 

Faer(;a  se  llama,  |  mas  noD  fortaleza 
La  que  á  los  miembros  |  da  valentía: 
La  gran  fortaleza  |  en  el  alma  se  cria, 
Que  Ytsle  los  cuerpos  |  de  rica  nobleza. 

De  creer  es  que  don  Carlos  conociera  al  poeta  de  Córdoba;  pero  no  por 
esto  su  lenguaje  es  menos  filosófico  y  exacto. 

2  Aludimos  á  Pedro  Simón  de  Abril,  uno  de  los  más  áocios helenistas  que 
poseyó  España  en  el  siglo  XVI:  su  versión  de  Los  diez  libros  de  las  Ethicas 
de  Aristóteles,  traídos  directamente  del  griego  al  castellano,  no  ha  llegado 
á  ver  la  luz  pública  (PcUicer,  Ensayo  de  una  Bibl.  detraduct.,  pág.  I5*i). 
Antes  que  Simón  de  Abril  y  después  de  la  traducción  de  las  Económicas  y 
las  Politicas,  que  siguen  á  las  Éthicas  del  Príncipe  de  Viana,  se  habian 
traducido  las  £conómica5 á  lengua  valcnciana:cn  laBibl.Escur.  (d.  III.  2). 
hemos  registrado  en  efecto  un  notable  códice^  que  bajo  la  inscripción  de 
Compend,  Moral,  phüos,,  puesta  en  el  corte  dorado  de  las  fojas  (como  en 
todos  los  libros  de  aquella  biblioteca),  tras  otros  tratados,  que  no  son  por  cier- 
to de  filosofía  ni  de  moral,  al  fól.  92  v.  encierra  las   Económicas  de  Aris- 


IJ.^P.y  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  11.27 

renoocíaba  al  empeño  de  mostrarse  entendido  filósofo;  y  repa- 
rando 60  que  el  discfpalo  de  Platón  había  caido  «en  algunos 
•errores,  et  non  solamente  errores  de  philósofo,  mas  olvidanza 
>de  lo  más  nesgessario  á  la  felicidat  humana,  por  ser  privado 
«d'aqoella  lumbre  de  fé  que  &  nosotros  la  sacra  religión  cristiana 
ttclaramen te  muestra  et  ensenia,»  resolvíase  á  escribir  una  obra 
de  moral  universal,  empeño  de  que  le  apartaba  «el  cansancio  de 
su  espíritu  é  persona,  en  la  traducción  de  las  Éíhicas^*  llevada 
á  cabo  en  lo  más  arduo  de  sus  persecuciones  y  desdichas  ^.  Pero 
yaque  no  pudo  realizar  «un  tan  excesivo  nuevo  trabajo»,  delibe-* 
raba  dirigir  notabilísima  Epístola  á  todos  los  valientes  letrados 
de  España,  exhortándolos  y  requiriéndolos  para  que  acometie- 
sen y  dieran  cabo  &  tan  útil  empresa  ^.  Muy  semejante  el  plan 


tételes,  traducidas  de  la  versión  de  Arezzo  por  Moscn  Martin  de  Vicinia- 
na,  gobernador  del  reino  de  Valencia  :  esta  versión  está  precedida  de  una 
epístola  (letra),  dirigida  por  Ylciniana  á  su  mujer,  la  noble  dona  Damia^ 
ta  (fól.  91);  y  terminada,  hay  en  el  mismo  códice  un  tratado  de  Eclip^ 
sy  (fól.  115),  que  contiene  las  observaciones  hechas  por  el  autor  de  1448 
á  1478,  siguiendo  otra  versión  lemosina  de  los  Morales  de  Séneca  (Libre 
de  virtuosas  costumps),  escrita  por  Antonio  Blay  (fól.  116  ni  121).  £1  cele- 
brado don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  que  como  veremos  en  su  lugar,  se 
preciaba  de  gran  latinista  y  no  estaba  ayuno  en  los  estudios  helénicos,  trajo 
también  al  castellano  la  Mecánica  de  Aristóteles  del  original  griego,  según 
declara  el  mismo  en  la  dedicatoria.  Guárdase  esta  traducción  con  la  ñrma  de 
don  Diego  y  muchas  correcciones  de  su  puño  y  letra,  en  la  Bibl.Escur.^  con 
la  marca  f.  iij.  15;  habiendo  también  una  copia  en  el  mismo  plúteo,  con  el 
número  27,  que  parece  de  fines  del  siglo  XVI. 

1  Recuérdese  que  el  Príncipe  partió  de  Navarra  despojado  de  la  lugar- 
tenencia  de  aquel  reino  por  su  mismo  padre,  y  que  cuando  mayores  espe- 
ranzas fundaba  en  don  Alfonso  V,  vino  la  muerte  á  desbaratarlas.  Lo  nota- 
l>Ie  es  que  en  medio  de  tantos  sinsabores  pudiera  volver  sus  miradas  al  cul- 
tivo de  las  letras.  Esta  epístola  fué  pues  escrita  después  de  1458,  acaso  en 
el  retiro  de  San  Plácido  de  Mcsina. 

2  El  título  de  esta  peregrina  carta  es:  n Epístola  del  Serenissimo  é  tnr- 
»tuoso  Principe  don  Kárlos,  primogénito  d^ Aragón  ^  de  inmortal  memoria, 
^endre^ada  á  todos  los  ualientes  letrados  de  la  Spanya,  exhortando  é  re- 
wquiriéndoks  que  den  obra  é  fin  á  lo  que  por  ella  podrán  ser  informa^ 
9dos.»  Publicóla  el  laborioso  cuanto  entendido  Yanguascn  su  Diccionario 
de  antigüedades  de  Navarra  (t.  i,  pág.  187),  y  existe  á  dicha  en  la  Biblio- 


28  HiSTORU  crítica  db  la  literatura  española. 

propuesto  por  el  Principe  de  Yiana  al  seguido  por  don  Joan 
Manuel  en  su  Libro  de  los  Estados  ^ ,  debia  comprender  su  obra« 
tanto  respecto  del  orden  intelectual  y  religioso  como  del  moral 
y  político,  la  sociedad  entera:  empezando  por  la  noción  de  las 
virtudes  teologales  (fé,  esperanza  y  caridad)  ^  que  m&s  directa- 
mente se  refieren  á  Dios  y  al  hombre ^  á  Dios  «por  le  render  el 
deuido  conoscimiento, >  al  hombre  «por  la  conservación  é  ameio- 
ramiento  de  nuestro  ser,  •  pasaba  á  considerar  las  cardinales, 
«para  bien  judgar  é  conocer  el  valor  de  las  humanas  operaQio- 
nes,»  proponiéndose  mostrar  «en  qué  consiste  la  humana  felici- 
dat  é  la  divinal  gragia,  con  la  visión  de  Dios,  donde  todos  los 
bienes  terminan  é  fuelgan.» — Tras  estas  consideraciones,  debia 
entrar,  siguiendo  las  Económicas  y  Políticas  del  filósofo,  en  el 
estudio  de  las  costumbres,  hasta  llegar  «por  orden  al  universal 
regimiento  de  la  cosa  pública,»  considerando  las  diversas  condi- 
ciones de  gentes,  que  constituyen  la  sociedad  y  dando  idea  de  las 
formas  de  gobierno  &  la  sazón  conocidas  (real,  preminencial,  po- 
pular),  no  sin  fijar  las  esferas  de  cada  estado,  declarando  por  úl- 
timo que  era  su  único  objeto  la  buena  disposición  y  bienandanza 
de  los  hombres  *. 
En  la  traducción  de  las  Éthicas^  lo  mismo  que  en  esta  EpiS'- 


teca  Nacional  en  el  cód.  marcado  D.  190,  fól.  10  r.,  bcUo  MS.  en  vitela,  qae 
encierra  asimismo  las  cartas  dirigidas  por  don  Fernando  de  Bolea  i  los  re- 
yes de  Aragón  (fól.  1),  Castilla  (fól.  4)  y  Portugal  (fól.  6),  y  ¿  los  vatíenUt 
letra/dos  de  quienes  el  Príncipe  trataba  en  la  suya  fól.  8  v.). 

1  Véase  el  cap.  XVIH  de  esta  II.''  Parte,  1  .er  Subciclo,  donde  dejamos 
hecho  el  estudio  de  esta  importante  obra  (pág.  258  y  siguientes). 

2  Don  Carlos,  expuesto  el  plan  que  extractamos,  concluía  diciendo: 
cPor  ende  é  por  que  nuestra  imaginación  que  buena  nos  páreselo,  non  se 
»del  todo  pcrdiesse,  deliberamos  fazer  la  presente  Epístola^  con  la  quoal  á 
•todos  los  valientes  letrados  de  nuestra  Spania,  cxortamos  é  requerimos 
>que  á  la  obra  del  presente  tractado,  con  sus  claras  inteligencias  é  sabidu- 
»rías,  den  obra  en  la  execucion  daquel.  Lo  quoal  por  uuestro  relievo,  Nos 
»á  todos  los  otros,  por  su  doctrina,  mui  mucho  agrades^emos»  (ut  supra). 
Los  deseos  de  don  Carlos  no  tuvieron  (que  sepamos)  ejecutores.  Sólo  des- 
pués de  su  muerte  dirigió  de  nuevo  don  Femando  de  Bolea  y  Gallóz  la  ex- 
presada Epístola,  con  otras  soyas,  á  los  reyes  de  Aragón,  (}asUUa  y  Portu- 
gal con  el  indicado  propósito;  pero  sin  fruto. 


n.*  P.,  GAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARA6.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  29 

iola  7  las  ya  mencionadas,  mientras  se  esmeraba  don  Carlos  por 
ganar  lauro  de  filósofo  y  de  erudito,  aspiraba  á  ser  tenido  por 
escritor  elegante,  siguiendo  el  ejemplo  del  marqués  de  Yillena  y 
de  los  que  se  pagaban  de  latinistas,  y  comunicando  también  &  su 
lenguaje  aquella  artificiosa  disposición  hiperbá.tica^  que  tanto 
acercaba  el  romance  castellano  á  la  lengua  del  Lacio.  Don  Carlos 
de  Navarra,  menos  osado  que  don  Enrique  de  Araron  y  que  Juan 
de  Mena,  ó  más  flexible  y  transigente  con  el  habla  popular,  no 
imprimía  sin  embargo  á  sus  giros  aquella  extraordinaria  tirantez 
qae  se  trocaba  á  menudo  en  oscuridad  impenetrable;  y  descu- 
briendo ya  la  senda  que  iban  &  frecuentar  los  escritores  eruditos 
del  siglo  XYI,  manifestábase  tan  entendido  conocedor  de  la  dic- 
ción como  esmerado  cultivador  de  la  frase.  Prueba  inequívoca  es 
dé  esta  observación,  demás  de  las  carias  arriba  citadas  y  de  la 
tradaccion  de  las  Éthicas,  la  peregrina  Lamentación  á  la  muerte 
del  rey  don  Alfonso,  digna  de  ser  comparada  con  la  que  el 
docto  marqués  de  Santillana  babia  dirigido  Á  la  segunda  des- 
truyfion  de  España  ^  Sorprendido  el  Príncipe  de  Yiana  por 
aquella  desdicha,  que  habia  cortado  en  flor  sus  legítimas  espe- 
ranzas, lleno  de  angustias  y  temores  respecto  de  lo  porvenir, 
acertaba  apenas  á  expresar  su  dolor,  exclamando: 

«Si  la  mucha  tristura  nos  procura  turbación,  distrajdo  el  ánimo  de  ma- 
Bterias  plazibles,  llena  la  memoria  de  casos  lamentables,  turbado  el  en- 
•tendimiento  de  sobeja  tristigia,  la  voluntad  inclinada  á  todo  dolor,  ce- 
Dgados  los  oíos  de  fluentes  lágrimas^  ¿quoál  será  la  mano  que  á  la  péndola 
»oonduzga  á  poder  scriuir  cosa  que  delectable  nin  plasgible  pueda  ser?... 
9pues  llorando  é  con  ^emecosos  sospiros^  las  palabras  enternesgidas  de 
Dtan  razonable  congoja^  deliberamos  scriuir,  non  la  milésima  parte  del 
nqoebranto  que  sentimos  en  el  centro  de  nuestro  coragon,  planniendo  la 
nmuerte  daquel  Alfonso,  que  rey  poderoso  é  digna  persona  siendo,  por 
DStLS  innumerables  uirtudes  á  todos  los  mortales  ciertamente  sobre- 
upujauai). 

Ponderadas  las  altas  dotes  del  animoso  conquistador  de  Ñá- 
peles, cuyo  invencible  corazón  habia  domado  á  sus  enemigos,  y 
cuya  generosa  benevolencia  era  lazo  de  amor  para  sus  parciales, 
y  declarado  que  no  podía  ser  llorado  al  morir  quien  «viviendo, 

1    Véase  el  cap.  XII  de  este  Il.<*  Subciclo  (págr.  333). 


50  HISTORIA    CRITICA   DE   LA   LITERATURA    ESPAffOLA. 

non  fué  digno  de  amor,»  volvíase  el  Principe,  no  sin  movimiento 
poético,  á  la  muerte,  apostrofándola  de  este  modo: 

((Non  te  maravilles,  ó  iniusta  é  desatentada  Muerte,  si  (x>n  el  desór- 
Dden  de  tus  acostumbrados  rigores  los  hombres  se  quexan  de  tus  peruer- 
))sas  sentencias.  Ca  bien  pedieras  á  este  sennor  é  caro  tio  nuestro  la 
«temporal  uida  con  razonable  acatamiento  sofrir  fasta  el  periodo  postrero 
})de  su  término  natural:  al  qual  por  uirtuosos  meresQimientos  el  univer- 
))sal  Creador  la  perpetua  é  durable  le  tuuo  siempre  otorgada.  £  mira 
»bien  é  conosge  quoanto  danno  es  fecho:  que  álos  studiosos  el  enxemplo 
»é  luzero  de  sus  uidas,  é  á  los  otros  la  doctrina  é  enderezamiento  de  sus 
«costumbres  les  ha  encegado  é  quitado  del  todo...  Diremos  pues  las 
«razones  que  nos  á  tristeza  é  plannimiento  conduzen:  ca  (sonsiderada  la 
«speranga  sernos  en  régelo  conuertida,  el  amor  en  odio,  la  s^urídad  en 
«peligro,  el  delejte  en  ansia,  la  folganga  en  trabajo,  la  gala  en  luto,  la  paz 
«en  guerra  ¿quoál  seria  el  hombre  que  deste  destroqué  non  congoxado 
«se  sintiesse?...  Ca  tuuimos  en  él  speranga  de  ver  nuestros  fechos  repa- 
«rados;  fuémos  del  amorosamente  tractado;  éramos  seguro  só  el  infalible 
«amparo  SUJO,  hauiendo  deleites  sin  cuento  nin  numero;  galas  quecnen- 
«dian  en  las  salas  é  campos;  paz  en  el  nuestro  jujzio;  paz  en  nuestra 
«tierra...  Ni  quién  á  nos  el  razonable  dolor  non  otorgue  é  consienta?..» 
«Por  ende,  ó  cruel  Muerte,  quexámonos  de  ti,  que  adestrada  daquella 
«que  sin  uista  á  todos  suele  jgualmente  tractar,  "sin  consideración  é  dife- 
«rengia,  un  tan  abhorregible  caso  delibrastes  fager«  j. 

En  tal  manera  cultivaba  el  Príncipe  de  Yiana  la  elocuencia, 
declarando  una  y  otra  vez  que  era  el  romance  castellano  la  len- 
gua nativa,  y  mostrando  la  fndole  de  sus  estudios  que  le  asocia- 
ban estrechamente,  así  al  movimiento  literario  de  Castilla  como 
al  más  formal  de  los  ingenios  catalanes  y  aragoneses.  Pero  no 
olvidaba  el  hijo  de  doña  Blanca  cuánto  debia  al  nombre  navarro; 
y  en  medio  de  sus  tribulaciones  acudia  también,  según  arriba 
advertimos,  á  trazar  la  historia  de  aquella  patria,  tan  costosa 
como  amada  ^.  Intitulándose  desde  las  primeras  lineas  de  la  Co- 


1  Códice  5.253  de  la  Bibl.  Nación.,  donde  ocupa  las  cuatro  últimas 
fojas. 

2  La  Coránica  de  los  Reyes  de  Navarra  no  se  imprimió  hasta  1843, 
en  que  la  sacó  á  luz  el  muy  diligente  don  José  de  Yanguas  y  Miranda, 
«corregida  en  vista  de  varios  códices  é  ilustrada  con  notas»,  muy  eruditas 
(Pamplona,  por  Teodoro  Ochoa).  Como  observó  ya  Garibay,- andaba  cgran- 


n.'  P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  Y  ARAG.  DÜR.  EL  R.  DE  D.  JüAN  II.  51 

fónica  de  los  reyes  de  Navarra^  «propietario  et  natural  sen^ 

Doro  de  aquel  reino,  advertía  don  Carlos  que  era  su  intento  tra- 

ur  la  historia  de  sus  «antecesores»,  cuyas  hazañas  y  virtudes 

elogiaba  por  extremo;  y  dando  especial  razón  de  su  libro,  es- 

cribia:  «Por  ende  nos  más  deleytándonos  en  commemorar  los  tan 

•ex^Uentes  fechos  que  aquellos  sennores  con  su  ynmensa  vir- 

>tQd  obraron,  siempre  leiendo  et  escriuiendo,  dimos  comiengo  é 

•fin  en  la  obra:  en  la  quoal  nos  paresge  ser  nesgessario  intro- 

•duzir  nuestro  progesso  por  ciertos  fundamentos,  é  principio; 

•poner  en  deuida  orden  é  ynquirir  meior,  según  las  ystorias  de 

*qne  deliberamos  tractar,  nos  ha  convenido  escudriñar  los  an- 

*tiguos  libros  historiales,  por  más  á  la  uerdat  daquellas  allegar 

•nuestra  presente  escriptura;  la  quoal,  á  nuestro  ver,  deue  co- 

•mengar  dende  las  poblagiones  d*España,  por  discurrir  los  vie- 

•ios  fundamentos  deste  regno  de  Navarra». 

Apoyado  en  la  autoridad  de  Eusebio  y  de  Orosio,  de  Leandro, 
de  Isidoro  de  Sevilla,  y  de  Ildefonso  * ,  de  Isidoro  Pacense  y  Sulpi- 
cio  de  Compostela  ^,  del  arzobispo  don  Rodrigo  de  Rada,  Lúeas 


demente  desordenada  por  los  copiadores»  desde  el  siglo  XVI  (Compendio 
Historial,  t.  Ill,  lib.  XXVII,  cap.  I,  fól.  2),  lo  cual  fué  creciendo  oxtraocdl- 
nariamente  en  los  siguientes,  hasta  hacer  muy  difícil  una  edición  depurada. 
Yaaguas  triunfó  por  fortuna  de  innumerables  obstáculos:  sin  embargo,  de- 
más de  los  MSS.  de  la  Bibl.  Nación.  (T  115  y  G  139),  de  la  Academia  de 
U  Historia,  y  de  la  de  los  duques  de  Osuna,  hemos  juzgado  oportuno  con- 
sultar los  códices  &.  ij.  12  y  X.  ¡j  18  de  la  Bibl.  Escur.,  dando  la  pre- 
ferencia al  último  por  más  antiguo  y  completo.  De  él  y  de  la  citada  edición 
DOS  valemos  principalmente  en  estos  estudios,  no  sin  haber  tomado  razón 
<ie  otros  MSS.,  tales  como  el  de  la  Biblioteca  Imperial  de  París,  núm.  9993. 

1  £1  Príncipe  de  Viana  se  refiere,  al  citar  á  San  Ildefonso  (Sant  Alphon- 
(0,  arzobispo  de  Toledo)  á  la  famosa  Continuación  de  San  Isidoro  que 
desde  los  tiempos  de  Lúeas  Tudense  se  le  atribula,  y  que  hemos  declara- 
dlo apócrifa  con  la  autoridad  de  los  colectores  de  los  PP.  Toledanos  (tomo  í, 
P^^na  311).  £1  nombre  de  Ildefonso  autorizaba  desdichadamente  tejido 
tftl  de  patrañas,  que  todavía  no  han  podido  desvanecerse  por  completo,  no 
'O^ravillándonos  que  al  mediar  del  siglo  XV  lograsen  autoridad  bajo  tal 
Patrocinio. 

2  £1  San  Sulpicio,  arzobispo  de  Compostela,  de  que  habla  don  Carlos,  es 
Severo  Siüpiclo,  obispo  Bituricense,  cuyo  Cronicón  (Epühome  Chronicarum 


32  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

Tudense,  Vicente  Bauvais  *,  no  desdeñaba  don  Carlos  las  más  re- 
cientes crónicas,  consultando  la  escrita  por  don  Fray  Garcia  de 
Euguí,  obispo  de  Bayona,  en  otro  lugar  ya  examinada  ^.  Mas  no 
contento  con  las  narraciones  de  estos  celebrados  cronistas,  y  ani- 
mado del  celo  de  la  verdad,  juzgaba  conveniente  el  hijo  de  Juan  11, 
no  sólo  consultar  las  crónicas  de  Castilla,  de  Aragón  y  de  Fran- 
cia, sino  penetrar  también  en  los  archivos,  hallando  en  el  de 
Comptos  abundantes  escrituras  y  documentos,  para  rectificar  ó 
ó  ampliar  las  noticias  históricas,  que  á  Navarra  se  referían  ^.  Era 
esta  la  vez  primera  que,  obeciendo  tal  propósito,  reconocían 
los  cronistas  de  la  edad-media  la  imperiosa  necesidad  de  refres- 
car las  adulteradas  relaciones  de  otros  días  en  las  verdaderas 


Severif  cognomen  Sulpicii)  insertó  el  P.  Florez  en  el  t.  IV  de  la  España 
Sagrada  (pág.  431.  y  siguientes).  De  este  ilustre  prelado,  de  quien  hicimos 
ya  mención  en  el  t.  I,  pág.  283,  es  también  un  cronicón  ó  historia  sagrada 
de  la  cual  extracta  el  indicado  Flores  la  parte  relativa  á  Prisciliano,  en  el 
t.  XIV  de  la  España  Sagrada,  p.  371,  etc. 

t  Anotando  esta  parte  del  prólogo,  que  puso  don  Carlos  á  su  Corónica, 
decia  el  diligente  Yanguas:  t Parece  que  Vicente  se  refiere  á  que  la  primera 
edición  de  la  obra  de  Orosio,  se  hizo  en  Vicencia  ó  Vicenza,  y  que  aquella 
palabra  se  añadió  por  algún  copiante»  (pág.  3).  La  noticia  bibliográfica  es 
por  extremo  erudita;  pero  el  Príncipe  de  Viana  se  refiere  visiblemente  á 
Vicente  Belovocense,  ó  de  Bauvais,  de  quien  hemos  hecho  mención  antes  de 
ahora,  y  cuyo  Speculum  majxis  (naturale,  doctrínale,  historíale)  era  ya 
muy  conocido  en  España  desde  el  reinado  de  Alfonso  X  (Véase  el  cap.  XI 
del  l.er  Subciclo  de  esta  II.'^  Parte).  La  Reina  Católica  poseia  dos  cjempla'» 
rcs,  que  son  los  números  1 13  y  114  de  su  Biblioteca  (l.or  Invent,,  Mem.  de 
la  Real  Academia  de  la  Historia,  t.  VI,  p.  453. 

2  Cap.  V  de  este  II.®  Subciclo.  Las  palabras  del  Príncipe  son:  «Eso  mes- 
mopor  don  fray  García  de  Eugui,  obispo  de  Bayona,  confesor  de  nuestro 
agüelo  el  rey  don  Carlos  (que  Dios  aya)  en  una  su  copílacion  que  ñso» 
(prólogo). 

3  «E  aunque  para  tractar  de  los  reyes  de  Navarra  (cuyo  heredero  soy 
ict  espero  de  regnar)  et  quoáles  et  quoántos,  a  vemos  fallado  en  este  regno 
«assaz  pocas  scripturas  que  non  nos  ha  seydo  poca  confusión,  pero  recurri- 
»mos  á  las  crónicas  de  (bastilla  et  á  las  de  Aragón  et  Francia  et  buscamos 
»lo8  antiguos  archivos  deste  nuestro  rcyno  et  de  nuestra  Cambra  de  (}omp- 
itus,  en  todas  las  quoales  crónicas  et  scripturas  Nos  fallamos  esto  que  se 
«sigue  quoanto  nuestro  muy  flaco  ingenio  ha  sabido  escoger  et  notar» 
prólogo  citado). 


n.*  P.y  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DB  D.  JüAIf  Tí.   33 

fortes  de  la  historia;  declaracioa  importante,  que  mostraba  la 
nneva  senda,  qne  iba  &  seguir  en  breve  aquel  linaje  de  estudios, 
avalorando  al  par  los  realizados  en  su  Coránica  por  el  ilustre 
Príncipe  de  Yiana. 

Dividíala  este  pues  en  tres  diferentes  libros:  era  el  primero 
exposición  brevísima  de  los  orígenes  de  Navarra,  compuesta  de 
qoince  capítulos,  en  que  reconocidas,  conforme  al  sentir  de  los 
escritores  que  le  babian  precedido,  las  diversas  gentes  que  vi- 
nieron &  España  antes  de  los  romanos  S  entraba  muy  de  cor- 
rida en  la  edad  visigoda;  y  enumerados  los  PontíQces,  empera- 
dores y  reyes  que  preceden  á  don  Rodrigo,  y  los  que  en  Francia 
heredan  la  corona  de  Clodoveo  hasta  el  imperio  de  Carlo-Magno, 
recordaba  la  perdición  de  España  en  los  campos  de  Guadalete, 
trazando  con  igual  rapidez  el  doloroso  cuadro,  que  presentaba  la 
Península  desde  la  invasión  mahometana  hasta  la  elección  de  Iñi- 
go Arista,  primer  rey  de  Navarra  ^.  Desde  aquel  momento  pa- 
recía don  Carlos  tomar  cierto  respiro,  deteniéndose  algún  tanto 
á  considerar  la  proclamación  de  Iñigo  y  las  prodigiosas  victorias 
que  el  cielo  le  concede  contra  ios  moros,  y  tocando  después  los 
reinados  de  don  García  Iñiguez,  don  Sancho  Abarca,  don  García 
el  Tembloroso  y  don  Sancho  el  Mayor,  no  sin  mencionar  sus  vic- 
torias y  conquistas,  principalmente  respecto  del  último,  cuya 
sapremacía  en  toda  España  y  cuyo  desacierto  en  la  partición  de 


1  En  esta  parte  es  dig^o  de  advertirse  que  don  Carlos  de  Navarra,  an- 
dando á  ciegas,  como  todos  los  cronistas  de  la  edad-media,  se  dejó  dominar 
del  influjo  que  alcanzaban  entre  los  doctos  los  escritores  de  Italia.  Ricobal- 
do  de  Ferrara,  Alfieri  y  CafTaro  en  sus  crónicas  latinas  de  Ferrara,  Astl  y 
Genova,  y  Spinelo  y  Malespini  en  sus  historias  vul^res  de  Florencia,  ba- 
bian atribuido  la  fundación  de  dichas  ciudades  á  los  troyanos,  siguiendo 
la  tradición  poética  de  Virgilio:  su  ejemplo  cundió  á  la  mayor  parte  de  los 
historiadores  de  los  siglos  XIV  y  XV;  y  cuando  don  Carlos  de  Viana  escri- 
bió su  crónica,  apenas  se  contaba  ciudad  italiana,  que  no  se  gloriase  de  ser 
troyana  ó  gríegaí  ¿qué  mucho  pues  que  en  la  oscuridad  de  los  primeros 
tiempos  no  olvidara  el  hijo  de  doña  Blanca  á  los  tebanos  j  á  los  troyanos, 
tPmo  gentes  muy  principales,  de  que  procedía  el  reino  de  Navarra?...  t)on 
Cárloc  no  olvida  que  Tubal,  «quinto  fijo  de  Jafett,  vino  á  España  después 
del  diluvio,  pablando  á  Tudela,  Tafalla  y  Huesca  (Osea). 

2  Cap.  VI. 

Tomo  m.  5 


54  HISTORIA   CRITICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

los  Estados,  reunidos  ea  su  corona,  oportunamente  señala  ^  Con 
la  noticia  de  los  hijos  de  don  Sancho  II,  don  Garcia  de  Nájera  y 
don  Sancho  III  pone  fin  el  Principe  de  Yiana  al  primer  libro  de 
su  Coránica^  manifestando  que  la  muerte  del  postrer  monarca 
dejaba  el  reino  sin  sucesor,  dando  entrada  en  Navarra  &  nueva 
dinastía. 

Abraza  el  segundo  libro,  en  diez  y  ocho  capítulos,  la  historia 
»de  ios  reyes  de  Navarra,  que  pueden  ser  dichos  naturalmente 
aragoneses».  Es  el  primero  de  estos  príncipes  don  Sancho  Ra- 
mírez, segundo  rey  de  Aragón  y  octavo  de  Navarra,  y  sígnenle, 
no  sin  que  don  Carlos  logre  recoger  peregrinas  noticias  sobre 
sus  reinados,  don  Pedro,  conquistador  de  Huesca,  y  amigo  del 
Cid  Ruy  Díaz,  don  Alfonso,  el  Batallador,  debelador  de  Zarago- 
za y  repoblador  del  Burgo  de  Pamplona,  y  don  Garcia  Ramirez^ 
en  cuyo  tiempo  se  separan  los  reinos  de  Aragón,  Castilla  y  Na- 
varra ^.  Los  dos  Sanchos,  el  Sabio  y  el  Fuerte,  con  sus  triunfos 
y  desastres,  con  sus  alianzas  y  activa  participación  en  las  em- 
presas bélicas  de  los  reyes  de  Castilla,  y  muy  especialmente  en 
las  de  Alfonso  YII,  el  emperador,  llenan  y  terminan  este  segun- 
do libro,  donde  más  reposado  y  con  mayor  esmero  en  la  nar- 
ración, logra  el  Príncipe  de  Viana  dar  á  la  narración  no  escaso 
interés,  mostrando  que  no  hablan  sido  estériles  sus  investigacio- 
nes en  la  Cámara  de  Comptos. 

Tiene  el  tercero  y  último  libro  de  la  Coránica  por  objeto  la 
dinastía  franco-navarra,  que  empezando  con  don  .Teobaldo  (Ti- 
balt),  alcanza  hasta  el  reinado  de  Carlos  el  Noble,  abuelo  del 
Príncipe. Tras  don  Teobaldo  I,  sus  empresas  y  sus  viajes,  apare- 
cen sucesivamente  Teobaldo  II,  enemigo  declarado  de  Castilla  y 
compañero  de  San  Luis  «n  su  expedición  al  África,  don  Enri- 
que, su  hermano,  don  Felipe,  el  Hermoso,  la  reina  doña  Juana, 
cuyos  gobernadores  no  aciertan  á«conjurar  las  guerras  civiles 
entre  los  parciales  de  don  García  Almoravit  y  don  Pedro  Sán- 
chez de  Cascante,  que  envolvían  al  cabo  el  reino  entero  en  la 


1  Cap.  XII. 

2  Cap. IX. 


n/  P.y  CAP.  XV.  ESC.  IfAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DB  D.  lUAN  11.  55 

mis  desoladora  anarquía  ^  La  exposición  de  los  hechos  que  traen 
al  trono  de  Iñigo  Arista  á  don  Luis  Hutin,  así  como  la  tiranía 
de  don  Felipe  «el  Luengo»,  cuya  coronación  se  celebra  en  Pa* 
riSy  7  la  de  doña  «Johana,  reyna  natural  de  Navarra»  y  de  Phi- 
lipo,  conde  de  Ebreux,  su  esposo,  que  despojado  del  señorío  de 
«]ampaña  y  de  Bria,  concurre  al  asedio  de  Algeciras,  donde 
muere,— ocupan  la  mayor  parte  del  indicado  libro,  manifestan- 
do que  no  faltaban  al  Hijo  de  doña  Blanca  verdaderas  dotes  de 
narrador  '.  Comprende  finalmente  la  Coránica  el  reinado  de 
Garlos  I,  tan  calamitoso  y  revuelto,  como  el  de  don  Pedro  de 
Castilla,  &  quien  ayuda  el  navarro,  sirviéndole  en  Francia  de 
mediador;    y  es  en  verdad  muy  digna  de  aprecio  toda  esta 
ultima  parte  de  la  historia  de  Navarra,  por  la  fidelidad  y  copia 
de  datos  con  que  el  Príncipe  de  Yiana  la  ilustra,  si  bien  se 
muestra  un  tanto  apasionado  de  las  desdichas  de  don  Carlos, 
harto  semejantes  &,  las  suyas;  cerrando  con  sus  alabanzas  toda 
la  obra  '. 


1  Caps,  vil,  VIII,  IX  y  X. 

2  Cap.  XV. 

3  £1  Príncipe  terminaba  la  Crónica  en  1454,  según  testifican  estas  pa- 
Itbrat,  con  que  encabeza  el  prólogo:  «En  el  añyo  del  nas9imiento  de  Núes- 
itro  Senyor,  de  MCCCCLIIII  anyos,  Nos  el  Príncipe  don  Carlos  IIII,  pro- 
•píetarío  et  natural  senyor  del  reyno  de  Navarra,  compusimos  la  presente 
•Corónica  de  los  reyes  de  Navarra,  nuestros  ante9esores,  cuyas  ánimas  en 
>Ii  etemal  paz  del  universal  Creador  reposen».  La  voz  compusimos  equi- 
vale á  pusimos  fin,  pues  que  al  terminar  el  prólogo  leemos:  c£t  avemos  yn- 
•titulado  el  anyo  en  que  nuestra  scriptura  cicabamos,  porque  sea  fallada  la 
•verdad,  segunt  la  antigüedat  de  los  otros  tiempos».  Alguno  después 
pensó  don  Carlos  añadir  á  su  historia  la  de  sus  propios  acaecimientos;  y 
empezó  á  realizarlo,  escribiendo  un  notable  exordio,  que  existe  sólo  en  los 
eódiees,  copiados  del  que  enmendó  tras  dicha  fecha :  en  él  exponía  su  in- 
tento, disculpándose  de  que  siendo  parte  cen  los  fechos  tocantes  al  se- 
nyor rey  su  padre,  cuya  honra  deuia  et  era  tenido  de  acatar»,  le  forzaban 
^  «Justicia  et  verdat  á  la  defensión  é  sostenimiento»  propios,  movido  al 
V^f  de  los  ruegos  de  sus  servidores  y  allegados,  cea  digna  é  Justa  cosa  es 
(iDtdia)  que  los  buenos  la  loor,  ansy  como  los  malos  vituperio,  de  sus  obras 
^^Dcen».  El  Príncipe  recordaba  por  último  el  ejemplo  de  César,  deseoso 
^^  evitar  la  lisonja  ó  la  envidia;  y  considerando  á  su  abuelo,  el  rey  don 
^lot  III  ttdel  cuento  de  los  reyes»  de  la  dinastía  francesa,  resol viása  ^ 


36  HISTORIA  CRITICA  DÉLA  LITERATURA  ESPACIÓLA. 

F&cilmente  comprenderán  los  lectores  por  esta  brevísima  ex- 
posición que  la  Coránica^  debida  al  desventurado  don  C&rlos, 
aunque  sumaria,  era  por  la  división  lógica  y  conveniente  de  la 
materia  ^,  aoomodada  &,  los  tres  grandes  períodos  de  la  historia 
de  Navarra,  por  el  método  y  claridad  con  que  generalmente  apa- 
recen los  hechos,  y  sobre  todo  por  la  solicitud  que  el  Principe 
había  desplegado  para  comprobarlos,  con  el  examen  de  antiguos 
documentos,  muy  superior  á  cuanto  se  habia  escrito  respecto 
de  la  nación  de  Iñigo  Arista  hasta  mediar  del  siglo  XY,  en 
que  la  termina  ^.  Y  merece  asimismo  repararse  que,  aun  do- 
minado siempre  de  la  influencia  clásica,  que  caracteriza  todas 
sus  producciones,  fué  en  la  Coránica  el  primogénito  de  Navar- 
ra más  sobrio  en  el  uso  del  hipérbaton,  lo  cual  dio  mayor  sen- 


eompletar  el  libro  Hf.^  con  su  historia,  dejando  para  el  IV,  nuevamente 
proyectado,  todo  lo  coetáneo,  si  bien  anudándolo  con  la  narración  de  la  vida 
de  su  abuelo.  Por  desgracia  no  ha  llegado  á  nuestros  días  este  libro  IV,  si 
llegó  á  escribirse,  y  sólo  se  conservan  dos  capítulos,  que  forman  el  XXII  y 
XXIII  del  libro  111,  incluidos  con  excelente  acuerdo  por  Yanguas  en  iu  edi- 
ción referida. 

1  Aunque  siguiendo  la  distribución  de  los  tres  libros  indicados,  al  dar- 
la á  luz,  apunta  el  diligente  Yanguas  la  sospecha  de  que  don  Carlos  pudo 
escribir  su  Coránica  bajo  dos  diferentes  planes,  ya  dividiéndola  en  dos 
partes,  ya  en  las  tres  conocidas.  El  buen  sentido  de  Yanguas  triunfó  de 
esta  sospecha,  que  sólo  tenia  por  fundamento  uno  de  los  códices  más  im- 
perfectos de  la  Coránica,  siendo  de  advertirse  que  la  división  dada  por  don 
Carlos  á  la  materia  que  historiaba,  es  la  natural,  y  por  tanto  inmejorable, 
aun  para  todo  el  que  hoy  aspirase  á  trazar  la  historia  del  reino  de  Navarra 
hasta  principios  del  siglo  XV. 

2  Algunos  escritores  han  supuesto  que  la  Coránica  del  Príncipe  de  Via- 
na  fué  proseguida  por  Mossen  Diego  Ramírez  Davales  de  la  Piscina  (Ta- 
ma yo  de  Vargas,  Junta  de  libros),  mientras  otros  observan  que  sólo  la 
tuvo  presente  co  su  Historia  de  Navarra  (Floranes,  Vida  literaria  de 
Pero  López  de  Ayala),  Examinada  la  historia  de  Ávalos,  de  que  se  con- 
servan diferentes  MSS.  del  siglo  XVI,  puede  en  efecto  asegurarse  que  se 
aprovechó  no  poco  de  las  vigiUas  del  Príncipe,  si  bien  dista  mucho  de  me- 
recer el  galardón  que  á  este  concedemos.  Ramírez  Davales  dedicó  su  obra 
al  emperador  Carlos  V  por  los  años  de  1534:  sus  obligaciones  de  hisleria- 
dor  le  imponían  pues  mayor  responsabilidad ,  siendo  mayores  loa  medios 

^de  acierto. 


n«*  P.y  CAP.  ZT.  ESC.  IfAT.  T  ARAG.  DUll.  EL  II.  DE  D.  JUAN  II.  37 

dllex  &  su  estilo  y  mayor  soltura  &  su  lenguaje,  apartándole 
más  de  los  eruditos,  que  pugnaban  por  latinizar  la  sintaxis  cas- 
tellana. Prueba  de  esta  observación  y  muestra  del  romance  em- 
pleado por  el  Príncipe  de  Yiana  en  la  referida  Coránica^  será 
paes  el  siguiente  pasaje,  tomado  al  acaso  de  la  misma:  refirien- 
do la  venida  del  conde  de  Ebreux,  escribia: 

cLnego  que  fué  muerto  el  rey  don  Charles,  el  Caluo,  comenzó  dráni- 
Mámente  de  reynar  en  -  Francia  don  Philip,  conde  de  Valúes,  despose- 
lyendo  ef  desheredando  á  doña  Johana,  única  fija  heredera  del  rey  don 
iLois  Hutín,  la  quoal  cassó  con  don  Philip,  conde  de  Ebreux,  nieto  de 
idon  Fhilip,  el  Puirsibant,  fijo  de  sant  Luis;  et  dexó  á  la  dicha  doña 
ijohana  el  regno  de  Navarra.  £t  doña  Johana,  fija  del  dicho  don  Luis 
vet  la  fija  de  don  Philip,  su  hermano,  et  la  fija  de  la  hermana  de  los  di- 
ichoe  don  Luis,  don  Philip  et  don  Chárlos,  ayuntados  los  perlados,  rri- 
neos-onbres,  caualleros,  infanzones  et  onbres  de  las  buenas  villas  et  de 
oíos  villeros  en  corte  general  en  el  prado  de  la  pro^ession  de  los  frayles 
ipredicadores  de  Pamplona,  en  el  mes  de  mayo,  año  de  1330,  fué  de- 
Bclarado  et  pronunciado  que  el  derecho  del  subgesor  al  regno  era  de  do- 
iña  Johana,  fija  del  dicho  don  Luis  Hutin.  Et  por  esto  especialmente 
Bque  el  dicho  don  Luis  fué  levantado,  segund  fuero  et  jurado  por  rey, 
»et  él  juró  la  observancia  del  fuero;  et  ninguno  de  los  otros  dos  herma- 
naos fué  leuantado  nin  jurado  por  rey.  Et  fecha  la  dicha  renunciación, 
»los  del  reyno  ynbiaron  con  aquella  por  la  dicha  doña  Johana,  et  por 
»don  Philip,  conde  de  Ebreux,  su  marido,  que  ueniessen  á  regnar  en  el 
>dicbo  r^no  et  jurasen  de  mantener  los  dichos  fueros,  usos,  costimibres 
Dé  priuilegiosu,  etc.  i 

Como  poeta,  como  filósofo,  como  orador  é  historiador  ',  logra 


1  Cap.  XV  del  libro  III  de  la  edición  de  Yanguas,  XIII  del  cód.  X  ij.  18 
de  li  Bibl.  Escur.,  que  seguimos. 

2  Garibay  eo  el  ya  citado  Compendio  Historial  (lib.  XXVIII^  cap.  16 
7  29),  Floranes  en  la  Vida  literaria  de  López  de  Ayala,  y  Latasa  en  su 
BibUoteca  antigua  de  Aragón  (t.  1,  pág.  226)  meiicionnn  un  tratado  histó- 
rieo  sobre  los  Milagros  del  famoso  santuario  de  San  Miguel  de  Eoo^lsiSf 
debido  al  Príncipe  de  Viana,  como  testimonio  de  su  piedad  y  de  sus  ereen- 
(iis;  pero  ha  tenido  la  mala  suerte  que  sus  poesías,  de  que  hablan  también 
lot  cronistas  aragoneses  (Zurita,  lib.  XVII,  cap.  24,  y  Abarca,  t.  11^  pági- 
na 2S6).  El  expresado  libro  de  los  Milagros  manifiesta  no  obstante  con  la 
C(Hnica  que  si  el  Príncipe  pertenecía  por  su  inteligencia  al  movimiento 
funeral  de  los  estudios,  era  fiel  por  su  sentimiento  á  la  civilización  de  sus 
ayeres.  Cuando  en  esta  doble  consideración  aspiramos  á  reconocerel  efee* 


.* 


38  msTORiA  crítica  de  la  literatura  española. 

pues  el  Príncipe  de  Víana  mención  especial  en  la  historia  de  la 
literatura  patria,  siguiendo  sus  pasos,  ó  ministrándole  digno 
ejemplo  otros  aplaudidos  ingenios  valencianos,  catalanes  y  ára- 


lo que  van  en  nuestra  España  produciendo  las  nuevas  ideas  del  RenaH^ 
miento,  no  parece  desacertado  fijar  nuestras  miradas  en  las  diversas  fuen- 
tes literarias,  á  que  acude  don  Carlos  de  Navarra;  y  para  ello,  aunque  es- 
tamos persuadidos  de  que  conoció  j  poseyó  muchos  más  libros  de  los  que^ 
al  morir,  formaban  su  librería,  juzg^amos  oportuno  trasladar  aquí  la  nota 
que  se  guarda  en  el  Archivo  de  la  corona  de  Aragón  (Reg.  3494).  bien  que 
ha  sido  ya  publicada  (D.  E.  Volger. — Milá,  Trovad):  el.®  De  divino  amo- 
re. — 2.  Lactantius. — 3.  Ultima  Beati  Thomae. — 4.  Secunda  secundae. — 5. 
Prima  secundae. — 6.  Prima  Pars  Beati  Thomae. — 7.  Dos  oracionetes. — S. 
Super  primum  sententiarum. — 9.0rat¡onesDemosthenis. — 10.  Gesta  Rcginae 
Blancae. — 11.  Magister  sententiarum. — 12.£xameron  Beati  Ambrosü. — 13. 
Glosa  Salterii  cum  alus  tractatibus  secundum  sactum  Thomam. — 14.  Psal- 
terium. — 15.  Rebanus,  de  naturia  rerum. — 16.  Secunda  pars  Bibliac. — 17. 
Tullius,  de  Oñciis. — 18.  Finibus  bonorum  et  malorum. — 19.  lustinus. 
— 20.  Epistolae  Phalaridis  et  Gratis. — 21.  Commentarium  Gaesaris. — 22. 
Elius  Lampridius. — 23.  Nonnius  Marcellus. — 24.  Vitae  Alexandri,  Syliac 
et  Annibalis. — 25.  Commentarium  rerum  graecarum. — 26.  Les  Ethiques 
per  lo  Princep  trasladades  (son  las  ya  examinadas). — 27.  Epistolae  fami- 
liares Tullii. — 28.  Epistolae  Senecae,  en  francés. — 29. — Alfonseydes  (?). 
— 30.  De  bello  gothorum. — 31.  Epithome  Titi  Livii. — 32.  De  secreto  con- 
flictu  Francisci  Pctrarchae. — 33.  Corónica  regis  Fran9iac. — 34.  Analogía 
Navarrae  abs  histories (sic) de  Spanya. — 35.  Del  San  Greal,  en  francés. — 36. 
Hum  libre  de  Greon,  en  francés. — 37.  Tristany  de  Leonis. — 38.  Libro  des 
pedrés  precioses,  en  francés.~39.  Un  libro  de  caualleria.— 40.  Un  libro 
de  Sermons. — 41.  Libre  de  Boeci,  en  francés. — 42.  Un  altre  intitulat  Gi- 
rón, en  francés. — 43.  Les  moráis  deis  phílosophs,  en  francés. —  44.  Los 
evangelis,  en  grecb.— 45.  Les  epistolets  de  Séneca.— 46.  Década  de  Se- 
cundo bello  púnico. — 47.  Deca  de  bello  macedónico.— -48.  Cornelius  Táci- 
tus.— 49.  Guido  Didonis  super  Éthicam. — 50.  La  Tripartita  Istoria,  en  fran- 
cés.— 51.  De  propietatí bus  rerum,  en  francés. — 52.  Orationes  Tulíi. — 53. 
Tragediae  Senecae. — 54.  Istoria  tebanae  et  troyanae. — 55.  Isop  (Esopo), 
en  francés. — 56.  La  Papaliste  ó  Corónica  Summorum  Pontificum. — 57. 
Prima  secundae  (7). — 58.  Sumari  de  leys. — 59.  Josephos,  De  bello  judai- 
co*— 60.  De  vita  et  moribus  Alexandri,  cum  Quinto  Curcio. — 61.  Laertlus 
Diógenes. — 62.  De  viris  illustribus  (7). — 63.  (Juintilíanus. — 64.  Eusebias, 
De  temporibus. — 65.  Plutarchus. — 66.  Dante. — 67.  Valerius  Máximas. 
— 68.  Lo  Testament  vell. — 69.  Lo  Testameot  novell. — 70.  Los  cinc  libres 
de  Moyses^  en  francés. — 71.  Un  libro  en  francés,  nominat  de  regimine 
príncipviiv — 72.  Altre  Ubre  que  trmcta  de  vicia  et  virtuts. — 73.  Altre  libr« 


n/  P.,  CAP.  XT.ESC.  NÁV.  T  ARAG.  DÜR.  EL  R.  DB  D.  IVAN  II.    39 

goDeses.  Imit&banle,  trayendo  al  romance  vnlgar  insignes  obras 
de  la  antigüedad  cl&sica,  un  Francisco  Vidal  de  Noya,  maestro 
de  su  hermano  el  príncipe  don  Fernando,  y  un  Mt)ssen  Hugo  de 


eo  ínncés,  intitulat:  Lo  libre  du  Tresor, — 74.  Un  libre  que  comienza:  Lo 
roauns  de  Vernius. — 75.  Un  altre  libre,  intitulat  Del  amor  de  Deu.— 76. 
Un  Lapidan,  en  francés. — 77.  Las  cent  ballades. — 78.  Les  treballs  de  Hér- 
cules (los  de  Villena?). — 79.  Un  libre  de  diverses  materies  de  philosophic. 
>-80.  La  Coróniea  vella. — 8t.  Un  libre  de  copies  (acaso  sus  poesías). — 82. 
UCorónica  veUa  (sería  la  de  don  Alfonso  el  Sabio?)... — 83. — Lo  Román 
déla  Rosa. — 84.  Leonardi  Aretini,  De  vita  tirannica. — 85.  Un  alfabet  en 
greeh. — 86.  Un  libre  de  phílosophia  de  Aristótel,  en  metres. — 87.   Libre 
de  O^icr  le  Danois,  en  francés. — 88.  Un  libre  de  cobles. — 89.  Tres  libres 
del  Compte  Dieg^o  Dorig. — 90.  Un  libre  intitulat  ¡mago  mundi,  enfrancés. 
—91.  Libre  intitulat  Tractatus  legum. — 92.  Molts  coerns,  etc.  (de  qué?). 
^93.Las  genealogías,  en  un  rotuldc  pergamí  usque  ad  Karolum  rcgem  Na- 
varrae. — 94.Matheus  Palmerii. — 95.  Lo  pressiá  Majot  (?). — Como  se  vé,  fal  • 
tañen  esta  nota  de  libros,  que  no  puede  llevar  título  de  Biblioteca,  muchos 
de  los  citados  en  sus  propias  obras  porel  Príncipe  de  Viana(así  en  sus  trata- 
dos de  filosofía,  como  en  sus  historias),  por  lo  cual  tenemos  por  seguro  que 
la  expresada  nota  sólo  comprende  los  volúmenes,  que  poseyó  en  los  últimos 
años  de  su  vida,  no  dando  en  consecuencia  entera  idea  de  los  estudios  de 
don  Carlos.  De  advertir  es  sin  embargo  que  predominan  en  esta  nota  los 
libros  clásicos  (greco-latinos),  señalando  así  la  pendiente  á  que  el  Príncipe 
se  inclinaba,  si  bien  no  menosprecia  las  producciones  de  los  escritores  ita- 
lítnos,  que  más  fama  gozaban  en  su  tiempo,  y  como  cristiano  y  caballero 
pagó  largo  tributo  á  las  sagradas  letras,  y  no  escasea  su  at^^ncion  á  las  fic- 
ciones caballerescas,  mientras  descubre  sus  aficiones  históricas  y  atiende, 
como  príncipe,  al  conocimiento  de  las  leyes.  Ni  se  olvida  tampoco  de  que 
era  cultivador  de  las  musas,  pudiendo  asegurarse  en  consecuencia  que  co- 
mo poeta,  como  filósofo,  como  orador  y  cronista,  atendió  á  nutrir  su  espiri- 
ta con  las  enseñanzas  de  otros  tiempos  y  otras  literaturas.  Notable  es  por 
último  que  ya  porque  desconociera  que  se  hablan  traducido  al  castellano, 
ya  porque.no  pudiese  adquirirlos^  contara  en  su  librería  muchos  autores 
latinos  en  lengua  francesa:  tales  son  entre  otros:  las  Epístolas  de  Séneca, 
el  Boecio,  la  historia  Tripartita  (de  Casiodoro  ó  Tolomeo,  que  no  se  expre- 
sa), las  fábulas  de  Esopo,  el  Ensebio  De  Temporibtis,  el  libro  de  Regimine 
Principum  de  Guido  de  Colona,    el    Tesoro   de  Bruneto  Latino,   debiendo 
sñsdirse  que  entre  los  latinos  é  italianos  traídos  al  habla  de  Castilla,  se 
contaban  también  el  Tito  Livio,  tal  como  á  la  sazón  existia,  los  Oficios  de 
Cicerón,  las  Tragedias  de  Séneca,  que  en    lugar  propio  examinamos,  el 
Valerío  Máximo,  los  Morales  de  los  filósofos,  y  hasta  la  Divina  Comme" 
día,  según  fácilmente  habrán  recordado  los  lectores. 


40  HISTORIA   crítica  W  LA  LITERATURA  BSPAÍlOLA* 

Urries,  embajador  de  su  padre  don  Juan^  &  quien  hemos  visto 
ya  figurar  entre  los  poetas  aragoneses:  traducía  el  primero  de 
lengua  latina  las  obras  de  Salustio,  que  según  queda  en  su  lu- 
gar notado  se  gozaban  ya  en  la  castellana  ^  y  ponia  el  segundo 
«en  el  romance  de  nuestra  Hyspaña»  las  historias  de  Valerio 
Máximo^  que  habia  traducido  al  francés  Simón  de  Hedin,  igno- 
rando sin  duda  que  desde  los  últimos  dias  del  siglo  anterior  an- 
daban en  los  idiomas  de  don  Jaime  y  del  Rey  Sabio  '.  Habian 
tal  vez  excitado  su  amor  patrio,  según  consignaba  el  mismo 
Príncipe  respecto  de  don  Fray  García  de  Enguí,  las  crónicas  de 
Hossen  Pere  Tomich,  que  abarcando  las  conquistas  de  los  re- 
yes de  Axagon,  condes  de  Barcelona^  eran  dirigidas  en  1438  al 


1  Véase  el  cap.  VII  del  t.  VI.  El  MS.  de  Vidal  de  Noya  existía,  cuan- 
do Uztarroz  trazaba  su  Bibl,  Arag,,  en  la  librería  de  los  duques  de  Villa- 
hermosa,  descendientes  de  Fernando  V  (pág^.  472):  es  un  tomo  folio  menor, 
escrito  en  rica  vitela,  con  vistosas  iluminaciones,  que  le  dan  extraordinario 
precio.  Imprimióse  en  Valladolid,  Logroño  y  Antuerpia — 1503,  1529  y 
1554, — con  este  título:  Salustio,  traducido  por  Maestro  Francisco  Vi- 
dal de  Noia  de  estilo  asaz  alto  y  muy  elegante,  citándose  demás  de  estas, 
otras  dos  ediciones  (Medina  del  Campo,  1548; — Amberes,  1554,  por  Pe- 
dro de  Castro  y  Martin  Ñuño). 

2  1395.  Véase  su  lugar  correspondiente.  HugodeUrries  cfizo  [esta  tra- 
vduccion]  en  la  ciudad  de  Burges  del  condado  de  Flanders,  en  el  año  de 
imill  CCCCLXVU,  etando  embaxador  en  Anglatierra  é  Borgoña  de  su  ma- 
igestad  [don  Juan  II  de  Aragón]»:  imprimióse  en  Zaragoza  por  Paulo  Hu- 
ras, alemán  de  Constancia,  en  1495,  en  folio,  y  se  reprodujo  en  Sevi- 
lla, 1514,  por  Juan  Várela  de  Salamanca  (Pellicer,  Ens,  de  una  Biblioteca 
de  trad,,  pág.  87).  Gozó  de  poca  autoridad  entre  los  eruditos  desde  el  si- 
glo XVI:  Boscan  decia,  por  ejemplo,  en  el  prólogo  de  su  traducción  del 
Cortesano:  «Ya  no  hay  cosa  más  lejos  de  lo  que  se  traduce  que  lo  que  es 
traducido;  é  asi  tocó  muy  bien  uno  que  hallando  á  Valerio  Máximo  en  Ro- 
mance é  andándole  revolviendo,  preguntado  por  otro  qué  hacia,  respondió 
que  buscar  á  Valerio  Máximo».  £1  epigrama  no  puede  ser  más  sangriento. 
Urries  dedicó  el  Valerio  al  Príncipe  don  Fernando,  como  Noya  le  habia  di- 
rigido el  Salustio:  en  su  proemio  manifiesta  que  sirvió  á  don  Juan  II  de 
Aragón  cincuenta  y  siete  años^  siendo  su  copero  mayor  y  de  su  con- 
sejo, j  para  dar  razón  de  su  larga  edad,  dice  que  habia  conocido 
diez  y  siete  reyes,  veinte  y  cuatro  reinas  y  cuatro  Soberanos  Pon<* 
tíflces. 


n/  P.,  CAP.  XV.  BSC.  IfAV.  T  ARAG.  DUR.  BL  R.  DE  D.  JüAN  11.  41 

anobispo  de  Zaragoza  don  Dalmao  de  Mur  S  y  no  debieron  ser- 
le descx>nooidos  los  trabajos  históricos  de  Mossen  Gabriel  Tu- 
rell,  quien  recogiendo  «algunas  antiquitats  de  Catalunya,  Es- 
panya  y  Franza,  dignas  de  eterna  memoria»,  habia  trazado  la 
historia  de  los  últimos  tiempos  hasta  la  muerte  de  Fernan- 
do I  (1416),  no  sin  añadir  algunas  pinceladas  dignas  de  un 
wdadero  historiador  respecto  de  don  Alfonso  Y  '. 


1  La  obra  de  Tomich,  á  que  aludimos,  lleva  por  título:  clstories  é  con- 
«qoestes  del  reyalme  d'Aragó  é  principal  de  Cathalunya,  compiladas  per  lo 
ihonorable  Mossen  Pere  Tomich,  cavaller,  les  quales  trasmés  al  rcverent 
•archabisbe  de  Zaragoza». — Al  final  de  esta  compilación  se  lee:  cE  fou  fet 
>lo  dil  memorial  en  la  vila  de  Bagá  á  X  dies  del  mes  de  novembre  del  any 
•mil  CCCCXXXVIIJ».  La  narración  abraza  desde  la  creación  del  mundo 
buta  el  reinado  de  Alfonso  V  de  Aragón,  según  era  á  la  sazón  costumbre 
de  los  cronistas,  tanto  en  España  como  en  Italia  y  Francia.  Impresa  la  obra 
deTomich  en  Barcelona  por  Juan  de  Rossembach  (1495),  fué  traducida  al 
castellano  por  Juan  Pedro  Pellicer  en  el  siglo  XVII  con  este  título:  Suma 
de  la  Coránica  de  Aragón  y  principado  de  Cataluña ,  traducida  del  le- 
tnonn,  etc.  Se  conserva  esta  versión  en  la  Bibl.  Nac,  cód.  G.  151,  ya  an- 
tes citado,  al  tratar  de  las  Edades  del  mundo  de  Pablo  de  Santa  María.  To- 
mích  parece  ser  natural  de  la  misma  Bagá,  donde  fecha  su  Crónica  (Amat, 
página  622). 

2  El  BIS.  de  Turell  aparece  con  este  título:  tRecort  historial  de  algu- 
•nas  antiquitats  de  Catalunya,  Espanya  é  Franza,  dignas  d'eterna  memo- 
iría;  obra  composta  per  Gabriel  Turell,  ciutadá  de  Barcelona  en  lo  any  de 
»!a  natividat  de  nostre  Senyor  lesu-Crist  MCCXXLXXVl».  Como  notamos  en 
el  texto,  alcanza  también  al  reinado  de  Alfonso  V,  de  quien  hace  el  si- 
guiente elogio:  tDir  d'aquest  quanta  vírtut,  maiestat  é  ex9cllen9ia  en  son 
ilemps  se  monstrá,  tot  scriurc  seria  poch.  En  cll  se  conegué  magn¡fi9en9ia 
len  lo  viore,  magnanimitat  en  lo  dcseíg,  liberalitat  en  lo  dar^  graciosidat 
len  lo  maneig:  es  stat  un  tro  en  la  Italia,  ha  squivat  los  ambiciosos,  ha 
idomat  los  tirans:  en  lo  mar  corregit  los  corsaris:  ha  fet  veure  de  si  gran 
«saviesa:  los  conquistats  ha  tornat  en  libertat,  monstrant  á  aquoUs  amor  é 
«▼olantat.  ¿Quál  es  stat  en  la  casa  deAragó  é  Barcelona,  qui  tant  aia  mon- 
itat  é  aumentat  lo  honor  é  stima  de  vida  pomposa?...  Serimonies  é  totes  co- 
«ses  á  la  dígnitat  real  pertanyens  ha  servat;  conquestes  et  actes  de  cava- 
vlleria  en  éll  son  stats  mirats...  Callaré  donchs  lo  que  non  porie  scriure  de 
«aqoest  tan  alt  rey,  del  qual  recitar  les  obres  la  má  seria  cansada  é  non 
(Cabría  en  paper,  sis'habria  scriure  la  sua  proesa^  eto. — Este  elogio  ha  si- 
do comparado  por  un  autor  moderno  á  clcs  meilleurs  morccaux  de  Comi- 
nesi  (Etsai  sar  rhistoire  de  la  litteraturc  catalane,  pág.  86,  por  F.  R.  Cam- 


42  mSTORlA   CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA  BSPAfiOLA. 

Mas  no  era  tampoco  solo  el  primogénito  de  Navarra  y  de  Ara- 
gón en  el  cultivo  de  la  historia  nacional,  escrita  en  el  romance 
aragonés-castellano,  durante  el  reinado  de  don  Juan  II.  Aplau- 
so repetido  de  los  historiadores  del  siglo  XVI  merecieron  por  su 
fidelidad  y  solicitud  en  ilustrar  los  fastos  de  Aragón  un  don  Pe- 
dro de  Urrea,  que  señalado  al  par  por  la  espada  y  por  la  plu- 
ma, tenia  parte  muy  activa  en  la  guerra  del  Principado  ^;  un 
Luis  Panzan,  que  buscaba  en  los  reinados  de  esclarecidos  mo- 
narcas modelos  para  lo  presente;  un  Fray  Lorenzo  de  Ayer- 
be,  que  anhelando  resucitar  la  memoria  de  los  antiguos  hé- 
roes, volvía  también  los  ojos  á  otras  edades  para  demandarles 
ejemplos  dignos  de  ser  imitados;  y  entre  otros  muchos  que  em- 
pezaban á  fijar  sus  miradas  en  los  preclaros  timbres  de  las  ciu- 
dades aragonesas,  un  Diego  Pablo  de  Casanate,  cuyas  memorias 
le  ganaban  la  consideración  y  el  respeto  de  sus  compatricios.  Es- 
cribía Urrea  interesante  Relación  de  las  inquietudes  de  Calalú- 
Aa,  ocasionadas  por  las  desdichas  del  Pj'íDcipe  de  Yiana  -: 
recogía  Panzan ,  ya  teniendo  presente  la  Historia  Ferdinandi  1 
de  Lorenzo  Valla,  ya  la  Crónica  de  don  Joan  11  de  Castilla,  los 
principales  hechos  que  se  referían  á  la  vida  y  breve  reinado  del 
electo  de  Caspe  ^ ;  trazaba  Ayerbe  la  vida  de  don  Sancho  Mar^ 


bouliu).  Los  lectores  que  desearen  más  detalles  sobre  TureU,  podrán  con- 
sultar el  Diccionario  de  Amat,  pág.  633  y  siguientes. 

1  Es  dudoso  si  este  Pedro  de  Urrea,  de  quien  tratamos,  es  el  arzobispo 
de  Zaragoza,  que  sucede  al  cardenal  don  Domingo  Ram  en  aquella  si- 
lla (1445),  ó  el  consejero  de  Alfonso  V,  á  quien  en  1455  concedió  el  señorío 
de  Benillova,  en  recompensa  de  sus  servicios  militares.  De  ambos  habla 
Zurita  con  elogio  (Anales,  lib.  XVll,  caps.  41  y  56):  Uztarroz  en  su  ^t- 
blioteca  aragonesa  declara  que  sirvió  al  rey  don  Juan  con  la  espada  y 
con  la  pluma  (MS.  Bibl.  Nac.  CC  77),  y  parece  inclinarse  á  que  es  el  con- 
sejero de  Alfonso  V:  Lastanosa  no  vacila  en  creer  que  es  el  arzobispo, 
muerto  en  1489:  el  consejero  que  se  apellidó  Ximenez  de  Urrea,  fué  padre 
de  don  Pedro  Manuel,  distinguido  poeta, de  quien  en  breve  trataremos,  y  se 
pngó  también  de  trovador,  talento  que  aparece  vinculado  en  aquella  fa- 
milia. Véase  el  Catálogo  inserto  en  las  Ilustraciones  del  tomo  precedente. 

2  Zurita,  loco  citato;  Uztarroz,  id.  Latasa,  ^t6¿.  antigua  de  Aragón, 
página  289. 

3  Cita  esta  Crónica  con  título  de  HiUoria  del  rey  don  Fernando  I  de 


II.*  P.y  CAP.  XY.  ESO.  NAT.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JüAN  11.43 

tm%  de  Leyva ,  tronco  de  esclarecida  estirpe ,  que  conquis- 
tando el  titulo  de  Brmo  de  hierro,  habla  peleado  valerosamente 
en  defensa  de  Eduardo  III  de  Inglaterra,  y  cuyas  gallardas  em- 
presas podian  compararse  con  las  fazañas  del  celebrado  conde  de 
Baelna,  conocido  ya  de  los  lectores  ^ ;  y  tejia  por  último  Ca- 
sanate  la  Crónica  de  la  cibdat  é  Sánela  iglesia  de  Tarazona, 
mostrando,  por  entre  fabulosos  relatos  y  vagas  tradiciones,  nuevo 
sendero  &  los  estudios  históricos  ^. 


Aragón  y  le  concede  gr&nde  autoridad,  el  maestro  Gil  González  Dávila, 
quien  la  poseyó  y  utilizó  en  su  Teatro  eclesiástico  (Iglesia  de  Salamanca, 
etp.  13)  y  en  su  Historia  de  Enrique  III  (cap.  48).  De  sus  manos  pasó  á  la 
famosa  librería  del   conde-duque,  según  declara  Uztarroz  en  su  indicada 
Biblioteca  (p.  113).  Don  Nicolás  Antonio,  citando  á  Mariana,  en  su  Histo^ 
riaáe  España  (lib.  XX,  cap.  14),  apunta  que  fué  Panzan  autor  de  un  libro, 
relativo  á  Benedicto  XIII  {De  rebus  Benedicti)^  si  bien  se  inclina  á  creer  que 
las  palabras  trascritas  por  Mariana  sobre  la  muerte  del  Antipapa,  pertenecen 
á  la  referida  Historia  de  Femando  I.  Don  Nicolás  termina  diciendo:  «Dcquo 
aoctore  non  aliud  scimus  nisi  quod  Panzan  a  familia  non  ignota  est  in  Ara- 
foniae  regno»  (lib.  X,  cap.  IIJ  de  IsiBibL  Fe(.).Latasa,  apoyadoen  el  cro- 
nista Andrés,  no  tuvo  en  ello  duda  alguna  (Bíbl.  ant.  de  Arag.  t.  II,  pá- 
gina 113).  Entre  los  libros  de  la  reina  Católica,  ocupa  el  número  107  la 
siguiente  nota:  cOtro  libro  de  pliego  oracado,  que  es  la  Crónica  del  rei  don 
Ferriando^  padre  del  rei  don  Juan  de  Aragón :  unas  coberturas  de  per- 
gamino oracadas»    (Mem.  de  la  Real  Acad.  t.  VI,  p.  452).  Clemencin  sos- 
pecha, como  en  otro  lugar  vá  notado,  que  pudo  ser  esta  Crónica  la  prime- 
t\  parte  de  la  de  don  Juan  II  de  Castilla  (V.  cap.  X);  pero  la  circunstancia 
de  citarse  en  la  nota  al  rey  don  Juan  de  Aragón,  que  sólo  empezó  á  reinar 
allí  en  1458,  nos  aleja  de  esta  indicación,  pareciéndonos ,  que  pues  hablan 
ya  muerto  don  Juan  de  Qistilla  y  su  primer  cronista,  debió  ser  la  Corónica 
de  Femando  /,  que  poseía  la  reina  Católica,  debida  al  aragonés  Panzan, 
de  quien  aquí  tratamos.  Fácilmente  se  deduce  de  nuestras  palabras  que  no 
hemos  logrado  la  fortuna  de  consultar  la  indicada  Corónica. 

1  Ayerbe  florecía  por  lósanos  de  1450  á  1460.  Cítanle  con  elogio,  y  su 
Vida  de  don  SanchOj  que  dedicó  á  don  Pedro  de  Zúñiga  y  Leiva,  conde  de 
Plasencia,  segundo  nieto  del  héroe,  don  Nicolás  Antonio  {Bibl.  Nov,  t.  II, 
pág.  1);  don  Juan  Lúeas  Cortés  (Bibl,  Hisp.  Herald,  p.  274);  López 
de  Otero  (NMl,  de  España,  lib.  X,  cap.  25);  Pellicer  (Apología  de  los  con- 
des  de  Miranda,  pág.  27),  y  Latasa  (Bibl.  ant.  de  Aragón ,  p.  193).  £1  li- 
bro de  fray  Lorenzo,  maestro  de  la  congregación  de  San  Benito,  permanece 
inédito. 

2  ?ué  Dief^o  Pablo  de  Casanate,  natural  de  Tarazona.  Dividió  su  Cr^ 


44  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA   ESPACIÓLA. 

Pero  si  no  es  licito  negar  á  estos  cultivadores  honrosa  meiH 
cion  en  la  historia  de  las  letras  patrias,  y  basta  sólo  la  enuncia- 
ción de  sus  tareas,  para  manifestar  cómo  correspondían  en  vario 
sentido  al  desarrollo  de  los  estudios,  de  que  era  centro  principal 
la  corte  de  don  Juan  II  de  Castilla,  conveniente  juzgamos  adver- 
tir que  ninguno  reunia  las  claras  dotes  de  don  Carlos  de  Viana  y 
que,  aun  considerados  como  historiadores,  distaban  mucho  del 
hijo  de  doña  Blanca,  así  por  la  claridad  de  la  narración,  como  por 
el  método  empleado  en  su  Coránica  y  por  el.  noble  anhelo  de  ilus- 
trar la  historia  de  otras  edades  con  los  documentos  guardados 
en  los  archivos.  Soló  un  escritor  aragonés,  de  raza  hebrea  y 
oriundo  de  Castilla,  podía  disputarle ,  como  historiador,  el  lauro 
que  sus  coetáneos  le  adjudicaban;  pero  Gonzalo  García  de  Santa 
María,  ciudadano  de  Zaragoza  y  lugarteniente  del  justicia  de 
Aragón,  florecía  más  principalmente  bajo  el  reinado  de  los  Reyes 
Católicos ,  para  donde  será  bien  dejar  el  estudio  de  sus  aprecia- 
bles  obras. 

Mientras  en  esta  forma  era  cultivada  la  historia,  habían  flore- 
cido, ora  bajo  los  auspicios  del  príncipe  de  Yiana,  ora  bajo  los 


nica  6  historia  en  ocho  libros,  abarcando  sus  memorias  hasta  el  afio 
de  1470  á  1472.  Toda  la  parte  cercana  á  sus  tiempos  es  digna  de  crédito 
y  estima,  por  la  fidelidad  de  las  noticias  que  atesora  (Nejla,  Hist.  del  Real 
convento  de  San  Lázaro  de  Zaragoza,  p.  158,  ed.  de  1698):  respecto  di 
los  orígenes  se  dejó  llevar  de  la  corriente,  de  que  según  hemos  notado  no  se 
libertó  el  Príncipe  de  Viana.  Elogíale  Latasa  {Bibl,  ant.  de  Aragón,  pá- 
gina 241). — A  la  diligencia  de  este  investigador  debemos  la  noticia  de  otros 
historiadores  aragoneses  de  esta  edad,  que  ya  escribieron  en  latin,  ya  cul- 
tivaron el  vulgar  romance ,  como  los  citados:  entre  los  primeros  merece  re- 
cordarse fray  Juan  García,  autor  de  un  libro  De  Rebus  Alphonsi  V,  y  de 
diversos  tratados,  tales  como  el  De  Expugnatione  Insulae  Maioricenis  á 
¡acabo  rege  Primo  Aragoniae  facta  (págs.  2 1  5  y  2 16):  entre  los  segundos 
figuran  un  Juan  Aragonés,  elogiado  y  seguido  por  Lorenzo  de  Padilla,  co- 
mo autor  de  una  Crónica  de  Aragón  (p.  221),  on  Mi9er  Jaime  Arenes, 
que  alcanzó  los  tiempos  de  Fernando  V  y  puso  ciertas  Advertencias  á  la 
Crónica  del  Monge  Marfilo  (p.  237),  y  un  fray  Pedro  de  Lobera,  que  es- 
cribió  unos  Anales  de  Aragón ,  comprensivos  desde  el  reinado  de  Witíia 
hasta  el  de  Alfonso  V,  en  tres  libros,  que  se  guardan  en  la  Bibl.  Nac,  P. 
222.  De  otros  cronistas  dá  Umbieu  alguna  noticia  el  citado  LaUsa. 


n/  P.,  CAP.  XT«  ESC.  NAY.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  45 

de  don  JuaD,  su  padre,  celosos  escritores  y  maestros,  entre  quie- 
nes ocupa  sin  duda  el  primer  lugar  el  ya  conmemorado  Alfonso 
de  la  Torre,  designado  por  sus  coetáneos  con  título  de  gran  filó- 
tofo  ^  Natural  del  obispado  de  Burgos,  dedicábase  al  estudio 
de  las  disciplinas  liberales  y  de  la  sagrada  teología  en  la  univer- 
sidad de  Salamanca;  y  ya  investido  con  el  título  de  Bachiller,  «era 
recibido  en  el  colegio  mayor  de  San  Bartolomé  en  1437,»  no 
sin  someterse  á  las  pruebas  que  exigia  aquel  instituto,  á  la  sa- 
lon  muy  ^floreciente  ^.  En  Salamanca  proseguia  sus  estudios, 
caando  las  revueltas  de  Castilla^  ya  conocidas  de  los  lectores,  le 
llevaban  á  tomar  partido  bajo  las  banderas  de  don  Juan  de  Na- 
varra, forz&ndole  á  abandonar  su  patria,  para  esquivar  las  per- 
secuciones del  condestable  don  Alvaro  de  Luna.  La  fama  de  sus 
estudios  primero ,  y  después  la  claridad  de  su  talento ,  le  hacían 


1  Esta  denominación  lleva  en  varios  Céancioneros  coetáneos,  y  entre 

ellos  en  el  señalado  en  la  Bibl.  Imp.  de  París  con  el  número  7826,  á  cuyo 

frente  leemos:  El  gran  philósofo  Alfonso  de  la  Torre  á  su  dama  {Manus' 

critos  españoles  por  Ochoa,  p.  499).  Don  Nicolás  Antonio  manifestó  en  su 

Bibl.  Vet,  (lib.  X,   cap.  XIV),  Ucvado  de  este  título,  que  las  poesías  del 

gran  filósofo  Alonso  de  la  Torre   existían»  tin  bibliotheca  regís  Galliarum 

eddice  293»,  lo  cual  dio  motivo  á  que  Pérez  Bayer  buscase  cfrustrahoc  opus 

in  bibliothecae  regís  Galliarum  catalogáis»  (Notas  á  la  Biblioteca   Vetus, 

1. 11,  p.  329).  La  afirmación  de  Ochoa  no  es  menos  cierta:  La  Torre  tiene  en 

el  códice  expresado  algunas  poesías;  pero  no  todas,  que  fué  lo  que  entendió 

lin  duda  Bayer,  y  le  extravió  en  sus  investigaciones.  Ya  hemos  dicho  que 

poseemos  estos  y  todos  los  versos  inéditos,  que  encierran  los  Cancioneros 

castellanos  de  la  Biblioteca  de  París. 

2  £1  marqués  de  A I  ventos.  Historia  del  colegio  viejo  de  San  Bartolo- 
mé de  Salamanca  (I.*  Parte,  pág.  126);  Pérez  Bayer,  Notas  á  la  Bibl.  Vet. 
(pág.  326  del  t.  11);  Rezabal  y  Ugarte,  Biblioteca  de  los  escritoresque  han 
sido  individuos  de  los  seis  colegios  mayores  (pág.  339).  Fundó  el  colegio 
de  San  Bartolomé,  á  imitación  del  español  de  Bolonia,  debido  á  don  Gil  de 
Albornoz,  el  arzobispo  de  Sevilla  don  Diego  de  Anaya,  á  quien  conocen  ya 
los  lectores  como  trovador,  en  1418,  según  afirma  el  citado  marqués  do 
Alventos,  ó  según  quieren  otros,  en  1417  (Rezabal,  Vida  de  Anaya,  p.  6). 
Caando  Alfonso  de  la  Torre  entró  en  el  colegio ,  contaba  este  solos  diez  y 
naeve  ó  veinte  años  de  existencia  y  acababa  de  ser  instituido  heredero 
universal  del  arzobispo,  muerto  aquel  mismo  año.  £1  más  precioso  legado 
que  le  hizo,  fué  su  biblioteca,  de  que  en  el  pasado  siglo  fueron  traídos  á  la 


46  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAftOLA. 

distinguirse  entre  los  trovadores  castellanos  que  hemos  visto  ya 
florecer  en  la  corte  navarra  y  aragonesa  ^ ,  siendo  en  breve 
considerado  como  principal  ornamento  de  la  primera.  Educaba- 


Patrimonial  de  S.  M.  selectos  códices  poéticos,  ya  examinados  en  diferentes 
pasajes  de  nuestra  historia. 

1  Demás  de  las  canciones  y  dezires  que  encierran  los  Cancioneros  gene- 
rales, dados  á  luz  en  1511  (Valencia),  1540  (Sevilla)  y  1573  (Amberes),  exis- 
ten en  varios  códices  de  la  Biblioteca  Escurialense  y  de  la  Imperial  de  París, 
sin  el  ja  citado  en  nota  precedente ,  ciertas  poesías  del  Bachiller  La  Torre, 
todavía  inéditas,  algunas  de  las  cuales  tienen  no  poco  interés  en  el  sentido 
en  que  ahora  lo  consideramos.  La  mayor  parte  de  sus  versos  son  no  obs- 
tante eróticos  y  le  presentan  ausente  de  su  dama,  lo  cual  aparece  muy 
conforme  con  la  situación  especial,  en  que  se  hallaba:  las  del  Cancionero 
de  1511,  reproducidas  en  los  sig:uientes,  son  cinco  composiciones;  unas  eo~ 
pías,  una  esparza  y  otras  tres  coplas  ó  canciones;  y  empiezan  (al  fo- 
lio Lxxxxi^  r.): 

1.*  El  triste  qne  más  morir. 

s.*  Con  dos  extremos  guerreo. 

3.*  CoDosce,  desconocida. 

4.*  O  si  pudlesse  oluldaros. 

5.*  Todo  mi  mal  s'acresQienta. 

En  el  códice  7822,  fól.  CXXXVIIÍ  de  la  Biblioteca  Imperial,  hallamos  un 
largo  dezir,  en  que  pinta  los  dolores  de  la  ausencia  y  los  tormentos  del 
amor^  el  cual  comienza: 

NoD  pueden  más  encelarse,  etc. 

En  el  Cancionero  de  Gallardo  (al  fol.  385  v.)  leemos  otro  decir  que 
principia: 

Non  como  quien  se  destela,  etc. 

Y  en  la  Bibl.  Escur.,  en  un  Cód.  misceláneo ,  existe  por  último  una  Pre^ 
gunta  de  Mossen  Juan  de  Villalpando  sobre  la  inconstancia  é  industria  de 
la  Fortuna,  donde  manifiesta  al  Bachiller  que 

81  non  vos«  non  sé  ninguna 
persona  que  razón  buena 
me  diga  cómo  se  faze. 

Alfonso  de  la  Torre,  desata  sus  dudas,  como  filósofo  y  como  cristiano, 
en  una  discreta  respuesta,  que  sentimos  no  poder  trasladar  íntegra  i  mani- 
festándole que  la  verdadera  desventura  proviene  del  olvido  de  la  razón, 
cuya  centella  desvanece  el  error,  que  de  continuo  nos  guerrea.  Dicha  res- 
puesta principia  así: 

Á  terrible  pensamiento 


n/  P.y  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARA6.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  47 

86  á  ia  sazón  el  príncipe  de  Yiana^  bajo  los  cuidados  de  don  Juan 
deBeamonte,  procer  ilustrado,  en  quien  con  el  priorato  de  San 
Juan  de  Jerusalem,  juntábase  el  señorío  de  que  tomaba  nombre, 
brillando  en  el  consejo  del  rey  por  su  discreción ,  no  menos  que 
por  SQ  esfuerzo  en  el  campo  de  batalla,  todo  lo  cual  le  había  ga- 
nado la  estimación  de  la  reina  doña  Blanca  y  el  aura  de  ciuda- 
danos y  caballeros.  Ansiaba  el  ayo  que  la  educación  del  prínci- 
pe colmara  las  esperanzas  del  rey  don  Carlos,  su  abuelo;  y  Ajan- 
do sus  miradas  en  el  Bachiller  Alfonso  de  la  Torre,  suplicábale 
que  recopilara  para  la  enseñanza  de  don  Carlos,  cuanto  más  im- 
portaba &  las  disciplinas  liberales ,  no  sin  curar  de  los  deberes 
morales  del  hombre ,  así  en  lo  que  al  mundo  se  referia  como  en 
loquea  Dios  tocaba  ^. 

Era  esta  sin  duda  la  honra  mayor  que  podia  caber  &  quien , 
por  servicio  del  rey  don  Juan  de  Navarra,  tenia  renunciada  la 
quietud  de  sus  hogares:  aceptóla  Alfonso  de  la  Torre,  bien  que 


TOS  mDe?e  súpitamente 
el  injusto  prosperado,  etc. 

£1  Bachiller  no  renancial>a  pues  á  su  fama  de  filósofo ,  al  escribir  como 
pwta. 

t  Desde  don  Nicolás  Antonio^  quien  apuntó  al  citar  cierto  códice  de  la 
^iiion  delectable,  existente  en  la  biblioteca  del  marqués  del  Carpió,  que  cin 
ora[eias]  notatur  ad  rectum  Caroli  Navarrae  principis  hunc  librum  formatum 
ib  aatore  fuisseí  (Lib.  X,  cap.  XIV),  se  ha  recibido  este  hecho  como  co- 
^  corriente,  sin  aleg^ar  mayor  prueba.  Sin  embargo,  entre  los  cuatro  có- 
dices de  la  Vision  que  posee  la  Biblioteca  del  Escorial  (signados  h.  iij.  5; 
U*  ij.  20;  Mij  4,y  L  iij.  29)  existe  por  fortuna  uno  coetáneo  del^autor  (el  U. 
ij'20)^  escrito  en  finísimo  y  hermoso  papel,  alternando  con  rica  vítela^  y 
compuesto  de  150  fóls.  útiles,  en  cuyas  primeras  líneas  leemos:  cAquí  co- 
•mienza  el  libro,  por  nombre  llamado  Vision  delectable*  £1  qual  fué  com- 
'puesto  é  acopilado  por  un  notable  é  muy  claro  é  non  menos  famoso  va- 
>ron,  llamado  el  Bachiller  Alonso  de  la  Torre,  £1  qual  lo  aderezó  al  muy 
**erenf8simo  é  aun  diremos  bienaventurado  señor  don  Carlos  de  Guíana 
*(t¡c),  duque  de  Gandía,  fijo  del  muy  illustrissimo  señor  don  Johan,  rey 
*<le  Aragón.  E  fué  fecho  é  acopilado  por  el  dicho  Bachiller  á  ruego  del 
*^Qy  noble  don  Juan  de  Beamonte,  ayo  del  dicho  señor  don  Carlos  é  del 
'^  Consejo.»  Este  códice  fué  copiado  del  original ,  que  se  guardaba  en  la 
^tra  del  rey  de  Aragón,  siendo  por  tanto  auténtica  la  declaración  refe- 
''^i  i  que  en  el  texto  nos  atenemos. 


tu  tantD  «ÜBftcaiüiadn  lei  «ata,  «mmo  hombre  qns  sabia  qnilator 
laff  'HSciiitaites  i&  :a  'empresa,  ;  iL  quien  ímgortimabm  «amr- 
(fi3fíDrss  ^mndiosiiF  la  iiirtiiii{uuite5',  znaa  agartadoff  de  tod» 
bíefl)»  ^:  ?  ^Benita  ion  -bisoL  'ts  Beannmts  la  gersona  qn»  más 
amaba  ^  Batihiiier  '««iespiie!^  <tei  muy  iliietre  solar  don  Cários^ 
onwt  ¡jrrwnwrcíad  «ibm  tuáasF  los  vivientesF»  anbeiab&  *  cons»- 
^pr^Sm  ^vm  w^sriattem  aunar  .1  (uunplir  7  ^atísrfhcer  los  deseos* 
dei  nya,  para  uiiidad  del  Prla^ipe.  El  pensami^ita  de  la  abra, 
ennomendada  i  líifbnsa  ie  (a  Ttirr^^,  naita  tenia  m  embargo  de 
$xa*aardinana:  mas  ;/.te  jiié  fbrma  literaria  debia  revestúrio  para 
darte  nowyiad,  haciendo  .icepia  la  doctrina  á.  los  ajo»  del  regio 
pnpiia?...  Paiiaiío  ie  poeta  v  acreditado  de  tai  en  la  corte  na- 
viarrsu  acogió  La  Tarm»^ta  «icasioa  para  mostrarse,  eoal  Sena  j 
Santiilfflia,  iniciado  en  la  escneia  &U§órk€r,  j  ya  recon&iido, 
como  tan  f^nidito,  el  libra  de  Boecio^  qoe  desde  los  tiempos  del 
Canciiler  Ayala  ^m  ^zaba  en  el  romance  de  Castilla  ^^  ya  fipudo 
3115  miradaf;  en  la  Divina  Commedia,  imitada  á  la  »zon  por  los 
más  iliisti*es  vatef;  ie  toda  España,  imaginaba  ana  de  aijacUas 
viKÍones,  en  que  "poéticamente  é  por  ff^^nras  se  declaraban»  los 
más  altos  7  arcaros  pensamientos,  presentándose  la  doctrina  «só 
ieso  morai  é  alegí^rico».  Meditando  en  el  Libro  qne  se  le  había 
pedido,  «los  sentidos  corporales  (dice)  faeron  Tencidos  de  on  moj 
pesado  y  muy  ftierte  sueño»,  donde  le  parecía  cLaramente  coa- 
templar  cuanto  formaba  la  acción  poética  de  la  Tisiom  delec^ 
tMe. 

Llegaba  pues  la  obra,  que  Alfonso  de  la  Torre  íntitolaba  onn 
tal  nombre  y  diridia  en  dos  distintas  partes,  á  ser  ana  creación 
artística,  cuyo  objeto  final  eran  la  «filosofía  é  las  otras  sQien- 
Qías».  Dormido  profundamente,  reia  abrirse  á  desbora  las  caTer- 
ñas  de  Eolo,  derramándose  sobre  la  tierra  nebulosos  Tientos,  que 
osGureoian  la  luz  del  sol  y  eoTolTiéndola  abrasadoras  llamas,  que 
la  reducían  á  esterilidad  lastimosa:  la  Verdad  aparecía  á  sn  rista 


1     Prohrmlo  á  don  Juan  de  Beamonte,  fól.  lí. 
a    Cap.  XVII  y  último  do  la  II  Parte  de  la  Visiim. 
3    VéaM  al  e*p.  III  da  esU  Parte  y  Subdclo. 


n.*  P.    GAP.   XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JüAN  H.  49 

fugitiva;  triunfante  la  Discordia;  la  Sabiduría  en  servidumbre  y 
SQ  cetro  de  oro  convertido  en  vil  plomo;  la  Poesía  bajo  el  yugo 
de  la  barbarie,  y  el  sagrado  laurel  de  Apolo  hollado  y  vendida  & 
iflÜBüme  precio  el  agua  de  la  fuente  Castalia.  Todo  se  le  mostraba 
desquiciado  en  el  mundo^  alteradas  las  eternas  leyes  de  la  natu- 
raleza, cuando  sintióse  trasportado  al  pié  de  altísimo  monte, 
coya  cabeza  tocaba  en  ios  cielos  ^  Salíale  allí  al  encuentro  una 
doncella,  de  compuesto  y  grave  continente,  á  la  cual  se  acogía 
presuroso  un  niño,  perdido  en  la  montaña  y  fugitivo  del  mundo: 
representaba  la  primera  la  Gramática ^  de  cuyo  pecho  brotaba 
dolclsima  y  nutritiva  leche,  y  figuraba  el  segundo  al  Entendi- 
miento, en  cuya  mente  germinaba  el  anhelo  de  la  ciencia.  Criado 
por  la  solícita  doncella,  crecía  allí  el  Entendimiento  hasta  ini- 
ciarse en  cuanto  k  las  artes  gramaticales  se  referia,  no  sin  co- 
Qocer  los  inventores  de  las  mismas  ^  y  llamar  su  atención  los 
misterios,  que  ofrecían  tan  dudosas  materias  como  el  origen  de  las 
leogoas  y  las  causas  de  su  diversidad,  problemas  una  y  otra  vez 


1  Conviene  observar  que  desde  esta  primera  pintura,  base  de  la  Vision 
ádectaUe,  se  ostenta  el  Bachiller  de  la  Torre  grandemente  instruido  en  la 
mitología  greco-latina,  lo  cual  nos  persuade  por  un  lado  de  sus  estudios 
clásicos,  y  nos  revela  por  otro  que  no  sólo  pedia  al  Dante  la  forma  literaria, 
lino  también  la  materia  poética.  Eolo,  Apolo,  Vulcano,  Minerva,  Faetón, 
Us  Sibilas  y  los  vates,  el  monte  Olimpo  y  la  Fuente  Castalia,  Alcides  y 
los  monstruos  vencidos  por  su  diestra  inmortal,  Neptuno  y  Juno  forman 
desde  luego  el  aparato  de  la  ficción,  y  ponen  de  manifiesto  la  escuela  en 
que  el  Bachiller  se  filia,  al  trazar  su  Ft^ion^  considerad  a  como  obra  de  arte. 

2  Es  curioso  notar  aquí:  l.^Que  el  Bachiller  La  Torre  adoptaba,  al  tratar 

del  origen  de  las  letras,  la  tradición  isidoriana,  ya  comprobada  en  diferentes 

pasajes  de  nuestra  Historia  Critica  (I.^  Parte,  1. 1,  pág.   394).  cLas  letras 

(escribe)...  Abraham  falló  primero:  es  á  saber  las  caldcas,  é  Moysen  falló 

primero  las  hebraicas.  Aunque  ante  ya  havian  uso  de  letras  en  Fenicia,  y 

después  un  fijo  de  Agenor  truxo  el  uso  primero  daquellas  á  Grecia;  é  la 

reina  Isis,  fija  de  Inachio,  dio  uso  de  letras  á  los   egipcianos.  Nicostrata 

Carmentes,  musa,  falló  las  letras  latinas»  (cap.  I,  f.  III  v.).  2.®  Que  sin 

apartarse  de  la  indicada  tradición  respecto  los  inventores  de  la  gramáticat 

emprendía  aun  entre  las  partes  de  que  esta  se  componía,  la  fábula  (mitolo- 

(pa)y  la  historia  con  la  prosa  (id.,  id.),  conservando  la  primitiva  índole 

de  los  esludios  gramaticales. 

Tomo  vn.  4 


50  HISTORIA   CRITICA  DE   LA   LITERATURA   ESPAflOLA. 

abordados,  bíeaque  no  resueltos,  por  los  más  doctos  filólogos.  De 
la  morada  de  la  Gramática  pasaba  el  Entendimiento  y  ya  prepa- 
rado con  sus  doctrinas,  á  la  de  la  Lógica^  puesta  en  un  valle, 
habitado  por  gente  astuta,  perspicaz  y  dada  k  todo  linaje  de  en-, 
ganos  y  litigios:  ocupaba  el  palacio  la  parte  central,  y  en  él  te- 
nia su  dominio  una  doncella,  cuya  faz  pálida  y  descarnada  amen- 
guaba algún  tanto  su  hermosura,  mostrando  que  habia  consu- 
mido en  la  meditación  largas  y  penosas  vigilias:  ostentaba  en  su 
diestra  un  manojo  de  flores  y  en  la  siniestra  un  escorpión,  leyén- 
dose en  una  tarja  estas  palabras:  Verum  et  falsum.  A  distin- 
guirlo aprendia  de  sus  labios  el  Entendimiento,  ejercitándose  en 
toda  suerte  de  silogismos  y  argumentaciones ;  y  conocidos  los 
padres  y  maestros  de  la  dialéctica  ^,  dirigíase  luego  á  una  ciudad 
maravillosamente  obrada,  y  en  ella  á  un  palacio,  donde  tenia  su 
imperio  la  Retórica,  doncella  cuyos  «cabellos  paresgian  oro,  dis- 
tintos en  orden  muy  conveniente  é  dispuestos»,  mostrando  «un 
color  en  toda  la  cara,  el  qual  non  se  distinguía  de  léxos  si  fuesse 
rosa  ó  algún  color  peregrino,  pero  bien  mirada  de  Qerca,  lo  más 
del  color  era  sofistico  é  simulado»  *.  Por  timbre  llevaba  escrito 
en  sus  vestiduras:  Ornatus,  Persuasio,  ennobleciendo  su  morada 
vistosas  pinturas,  que  representaban  los  más  celebrados  orado- 
res de  la  antigüedad  griega  y  latina,  en  cuya  descripción  no  so- 
lamente hacía  Alfonso  de  la  Torre  gala  de  sazonados  estudios, 
mas  también  de  no  vulgar  elocuencia: 

«El  Entendimiento  (escribe)  uoluió  los  ojos  de  directo  en  la  primera 
»faz  de  la  sala,  é  vio  pintados  los  edifídadores  de  aquella  villa  é  progeni- 
ntores  de  aquella  donzella:  primero  á  Grorgia?  é  Hermágoras  é  Demósthe- 
>nes  griegos,  primeros  abuelos  é  habitadores  de  aquella  tierra;  7  en  la 
))Otra  haz  estauan  allí  los  latinos:  primero  Marco  Tulio,  al  qual  páresela 
»la  doncella  más  que  á  ninguno:  allí  el  Quintiliano,  debajo  una  jmágen 


1  Debe  advertirse  que  La  Torre  prefiere  entre  todos  los  fundadores  y 
padres  de  la  lógica  á  Aristóteles  y  á  Porfirio,  conforme  también  en  esto  con 
San  Isidoro,  añadiendo  después  á  Severino  Boecio,  tan  aplaudido  desde  la 
antigüedad  por  nuestros  eruditos^  y  tan  leido  en  España  desde  la  versión  de 
Ayala  (cap.  II,  fól.  VII  v.). 

2  Cap.  Ill,  fól.  VIH  r. 


n/  P.y  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARA6.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  H.  51 

sde  verdat,  que  encabria  las  umbras  de  las  causas  é  sin  entender^  qnería 
«venir  en  contienda;  allí  Simaco  é  el  Plinio,  avaros  en  las  palabras,  mas 
smaj  abundosos  en  las  sentencias;  allí  los  cantares  de  Sidonio  tanto 
atenían  de  dulzura  que  páresela  otro  rujseñor  entre  las  aves  pequeñas; 
sallf  el  muy  floresciente  eloquio  de  Virgilio  tanto  excedía  en  ornato  é  apos- 
>tara  á  los  otros  cantares,  que  pares^ia  otro  papagayo  en  la  excellen^  de 
>la  pintara  é  otro  cisne  en  la  modulación  entre  las  aves:  allí  el  Tito  Livio, 
ide  tanta  admiración  en  el  mundo  que  eclipsasse  en  sus  tiempos  la  muy 
•ilustre  fama  romana:  allí  el  Lactancio,  que  como  tractasse  la  generación 
ide  los  pasados  dioses,  por  los  errores  gentiles,  entre  ellos  páresela  otro 
t)Dio6,  excediendo  en  el  fablar  non  solo  el  común,  mas  aun  á  la  huma- 
«na  natura.  E  aunque  alli  fuessen  otros  intitulados,  estos  pares^ian  los 
sde  más  ilustre  fama»,  etc.  i. 

Con  las  nociones  de  los  géneros  de  oratoria  cultivados  por  la 
antigüedad  y  de  la  diversa  índole  y  partes  del  discurso  *,  aléjase 
muy  gozoso  el  Entendimiento,  acompañado  del  Ingenio  natural^ 
de  aquella  deleitosa  morada,  comenzando  luego  á  subir  el  monte» 
y  bailando  al  principio  del  camino  una  ciudad,  compuesta  de 
casas  y  palacios  muy  singulares,  y  á  la  puerta  hermosa  donce- 
lla, que  bajo  rostro  femenil  escondía  la  entereza  «de  muy  pene- 
•trame  é  muy  ingenioso  varón».  Era  la  Arithmética,  Recibida 
sa  enseñanza,  y  visitada  con  igual  fin  la  morada  de  la  Geome^ 
tría,  levantada  en  un  hermoso  prado  y  tan  bien  hecha  y  «pro- 
porcionada que  non  se  pudiera  mejor  figurar  en  cera» ,  ascen- 
dían Entendimiento  é  Ingenio  k  la  cima  del  monte  sagrado,  sor- 
prendiéndoles dulcemente  los  suaves  concentos  de  armoniosa 
música,  y  tras  ellos  la  bella  y  seductora  deidad  que  la  represen- 
taba. Advertidos  de  su  inmenso  poderío  ^  y  maravillados  de  los 


1  Id.,  id.,  fól.  IX  r. 

2  La  Torre  adopta  estrictamente  la  división  de  Quintiliano  en  uno  y 
otro  panto,  lo  cual  nos  persuade  del  grande  efecto  producido  en  las  escue- 
la por  el  libro  De  Institutione  oratoria,  recientemente  descubierto,  según 
^vertimos  aportunaroente  (cap.  VII  de  esta  II.*  Parte  y  Subciclo). 

3  Debe  consignarse  que  también  aquí  se  atuvo  el  Bachiller  á  la  doctrina 
iíidoriana,  estudiada  en  el  cap.  VIII  de  nuestra  I.*  Parte,t.í,pág.  360.  Tra- 
duciendo casi  al  pié  de  la  letra,  pone  La  Torre  en  boca  de  la  Música  estas 
palabras:  «Tanta  es  la  nescesidat  mia,  que  sin  mí  non  se  sabría  alguna 
«s^ien^ia  6  disciplina  perfectamente.  Aun  la  esphera  voluble  de  todo  el 
>tuüveno  por  una  armenia  de  sones  ct  trayda;  é  yo  soy  refe^ion  é  nutri- 


52  HISTORIA   CRITICA    DE   LA   LITERATURA  ESPAÍ^OLA. 

misterios  de  su  dulce  artificio  y  de  la  fama  de  sus  inventores, 
encaminábanse  k  la  séptima  mansión,  postrera  del  monte,  donde 
tenia  su  imperio  la  Astrología  * .  Moraban  con  ella  la  Verdad^  la 
Razon^  la  Naturalaza,  y  la  Sabiduría;  y  resueltas  á  no  consen- 
tir que  penetraran  el  Entendimiento  y  el  Ingenio  en  aquel  re- 
cinto, sin  despojarse  «de  las  vestiduras  sórdidas,  diformes  é  an- 
tig^uas  de  opiniones  vanas»,  que  traían,  resuélvese  la  Razan  á 
llevarles  aquel  mensaje;  y  obtenido  el  consentimiento,  sale  luego 
á  recibirlos  la  Verdad,  conduciéndolos  al  palacio  de  la  Sabida-^ 
ría,  magníficamente  obrado  y  revestidos  sus  muros  y  techum- 
bres de  piedras  preciosas. 

Arduas  y  difíciles  cuestiones  de  filosofía  natural,  tratadas  na 
sin  profundidad  de  doctrina,  y  sobre  todo  con  el  lleno  de  conoci- 
mientos que  á  la  sazón  poseían  las  escuelas,  se  agitan  por  la 
Eazon  y  la  Verdad,  para  satisfacer  las  dudas  del  Entendimiento. 
La  existencia  de  Dios,  uno,  espiritual,  poderoso,  bueno,  próvido 


«luieiiw  bturu:c.7  '*r.  i.'.mz,  del  corazón  é  de  los  sentidos;  é  por  mí 
>e&<;iuii.  i  o*r«^t*r^.-w.?  ^'/%  Corazones  en  las  batallas  é  se  animan  é  prouocan 
mí  *:iiuvku  i'.'-t^jiA  K  ' \0*^.hs'.  por  mí  son  librados  é  relevados  los  corazones 
B)¡^\\hj>*»jik  i-*,  .i  ',f>**fsi.  K  %e  oluidan  de  las  cong^oxas  acostumbradas»  ,  etc. 

1     Para  completar  el  fbtudio  de  esta  parte  de  la  l^\sion  Ddectcible,  en 
orden  á  la  doctrina  que  á  lab  artes  liberales  se  refiere,  conviene  observar 
que  La  Torre  no  se  apartó  un  ápice  de  la  ya  indicada  tradición  de  las  Eti- 
inologias,  sostenida  desde  el  si^lo  Xlll  por  la  autoridad  del  Rey  Sabio:  de- 
más de  la  clasificación  hecha  en  el  Setenario,  ya  en  su  lu^ar  examinado, 
liabia  dicho  don  Alfonso,  después  de  mostrar   que  las  artes  liberales  eran 
la  gramática,  la  dialéctica,  la  rethórica,  la  aritmética,  la  geometría,  b 
música  y  la  astrología:  t£t  las  tres   primeras  dcstas  tres  uias  ó  carreras 
muestran  al  ome   una  cosa:  et  esta  es  saberse  razonar  complidamente.  £l 
las  otras  quatro  postrimeras  son   el  cuadriuio,  que  quiere  decir  tanto  como 
quatro  carreras,   que  ensennan  conocer  complidamente  y  saber  una  cosa 
cierta;  et  esta  es  las  quantias  de  las  cosas»  (La  Grande  et    General  EsUh 
ria,  lib.  Vil,  cap.  XXXV).  Es  pues  evidente  que  en  la  escuela  de  Salaman- 
ca no  hablan  penetrado  los  errores  arábigos,  de  que  tienen  ya  conocimiento 
los  lectores  (cap.  IX  de  la  11.*  Parte);  y  no  parece  ilícito  añadir,  respecto  de 
la  astmlofíia,  <\\\('  lanío  al  ir.it.ír  -K*  l..s  artea  liberales  romo  de  la  filosofía 
natural,  m^'uc  •  1  li.i.  hil...'i  la>  Iiiií'1!..s  ,i,.  ¡>..!Mro.  uiíon-nciand»»  la  ablrolot;ja 
natural  {astronomía)  déla  supersticiosa  (astrología  judiciaria). 


Il/  P.^  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DÜR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  53 

y  perfecto;  la  creacioa  del  mundo  y  su  causa  final,  los  principios 
constitutivos  del  ser,  unidad  y  armónica  variedad  de  la  natura- 
leza; el  conocimiento  de  Dios  y  la  inmortalidad  del  alma...  pun- 
tos son  todos,  en  cuya  ilustración  desplega  Alfonso  de  la  Torre 
cuanta  ciencia  habia  atesorado  en  la  antigua  Atenas  de  Castilla, 
refutados  y  desvanecidos  al  propio  tiempo  los  errores  y  preocu- 
paciones del  caso  y  fortuna,  tantas  veces  combatidos  por  los 
más  ilustres  pensadores  de  la  Península  ^,  y  condenadas  las  artes 
mágicas  y  adivinatorias,  que  tan  rudos  estragos  proseguian  ha- 
ciendo en  las  costumbres.  Ya  atribuya  sus  ideas  &  la  Razón,  ya 
ponga  sus  palabras  en  boca  de  la  Verdad,  ya  de  la  Naturaleza, 
ó  de  la  Sabiduría,  La  Torre  ilustra  su  doctrina  con  breves,  sazo- 
nados y  graciosos  apólogos  y  ejemplos,  mostrando  una  vez  más 
ios  efectos  que  el  arte  didáctico-simbólico  habia  producido  en  la 
patria  literatura  *,  ó  autoriza  sus  conclusiones  con  los  nombres 
de  los  más  aplaudidos  poetas  y  filósofos  griegos,  latinos,  árabes 
y  cristianos,  dando  á  conocer  en  tal  manera  su  erudición  y  con 
ella  el  movimiento  general  de  los  estudios,  que  por  todas  partes 
se  encaminaban  al  Renacimiento  ^. 

Acaudalado  el  Entendimiento  con  tan  sana  doctrina,  pasaba 
guiado  por  la  Razan,  después  de  tomar  «folgura  delectable»  en 
los  sagrados  huertos  que  en  la  cima  del  monte  existian,  al  pala- 
cio en  que  aquella  deidad  imperaba,  comenzando  así  la  segunda 
parte  de  la  Vision,  destinada  á  presentar  las  enseñanzas  de  la 
moral,  con  los  avisos  de  la  política.  Construido  el  palacio  de  ma- 


1  Véase  el  cap.  XIV  del  l.er  Subcíclo,  y  el  XI  del  II.®  de  esta  II.*  Parte. 

2  Caps.  XVI  y  XIX.  Es  notable  el  ejemplo  del  hombre,  que  hizo  un  glo- 
^de  vidrio  para  probar  la  idea  de  la  creación. 

3  Aristóteles,  Platón,  Empedocles,  Parmcnion,  Anaxágoras,  Pitágoras, 
I^emócrito,  Anaximandro,  Alejandro  peripatético,  con  Homero,  Hesiodo, 
Orfeo  y  otros  diferentes  ingenios,  forman  en  efecto  el  coro  de  autoridades^  á 
lüe  el  Bachiller  apela  con  frecuencia,  haciendo  en  toda  esta  primera  parte 
^*íu  Vision  extremado  uso  de  los  conocimientos  mitológicos,  recientemente 
ilesorados  ó  ilustrados  por  los  eruditos  españoles.  Justo  es  advertir  que  no 
^  dedigna  de  traer  al  lado  de  estos  ingenios  clásicos  otros  muchos  de  los 
*>empo8  medios,  semejante  en  esto  al  poeta  florentino,  á  quien  imita  en  la 
forma  literaria,  adoptada  para  su  libro. 


54  HISTORIA   CRITICA   OB   LA   LITERATURA   BSPAÜOLA. 

deras  incorruptibles  y  odoríferas ,  pintadas  de  azul  y  oro  sus  ri- 
cas techumbres  ^,  custodiado  por  las  Virtudes  Cardinales  y  ser- 
vido por  doncellas  de  celestial  hermosura,  causaba  su  maravillo- 
so aspecto  honda  admiración  en  el  Entendimiento,  la  cual  subia 
de  punto  al  contemplar  &  la  Razón  en  magnifico  solio  y  senta- 
dos k  sus  pies  Sócrates  y  Séneca.  Excitado  por  semejante  es- 
pectáculo y  dominado  por  la  idea  de  la  religión  y  de  la  justicia, 
exponía  el  Entendimiento  sus  dudas  sobre  los  deberes  morales 
de  los  hombres,  trazando  en  verdad  muy  doloroso  cuadro  de  las 
costumbres  del  siglo,  bien  que  no  menos  exacto,  ora  respecto 
de  la  casa  de  la  religión,  ora  de  la  casa  de  la  justicia. 

((Cierto  es  (decia  el  Entendimiento ,  hablando  de  los  clérigos  y  religio- 
»8oe)  que  ellos  auian  de  alumbrar  el  mundo  en  aquestas  dos  maneras: 
ocon  el  entendimiento,  enseñando  é  mostrando;  é  con  las  obras,  exem- 
nplifícando.  Pues  si  demandays  del  entendimiento  suyo,  dubdo  si  falla- 
nreys  en  el  mundo  gente  más  apartada  de  saber:  antes  paresge  que  ac^r- 
•dadamente  han  escogido  los  más  ydiotas  é  más  juorantes  para  aque- 
)>llo;  ca  si  entre  ellos  se  falla  un  ombre,  que  aya  un  poco  de  s^iengia  que 
nnon  es  lucrativa  de  pecunia,  es  assi  como  si  fuesse  supérflua  ó  inátil,  é 
}>el  saber  de  aquello  fuesse  demasiado.  Pues  si  preguntaos  de  las  obras 
)>é  de  las  dissoi uniones  por  orden,  todos  son  Henos  de  abominación  desde 
»el  pequeño,  fasta  el  grande.  Si  non  yo  vos  pregunto:  ¿A  dó  hay  más 
nintemperangia,  é  más  sueltos  los  frenos  de  la  gruía?  ¿A  dó  los  adul- 
»teríos  non  corregidos  nin  reprendidos?...  Á  dó  las  ylicitas  ganancias 


1  Constantes  en  el  propósito  de  apuntar,  cuando  conviene,  el  desarrollo 
que  ofrecen  las  artes  comparativamente  con  las  letras,  observaremos  aquí 
que  el  Bachiller  La  Torre  se  referia,  al  describir  el  palacio  de  la  Razona  á 
los  suntuosos  alcázares  de  los  reyes  y  magpnates,  en  que  ostentaba  el  esti" 
lo  mudejar  las  riquezas  atesoradas  á  la  vez  por  el  arte  cristiano  (ojival)  y 
el  arle  mahometano  (granadino).  Este  singular  maridaje^  que  en  lugar  opor- 
tuno explicamos,  daba  á  la  arquitectura  española  extraordinaria  magnifi- 
cencia de  pormenores  (detalles),  mostrando  al  mediar  del  siglo  XV,  que  ol- 
vidados los  principios  fundamentales  del  arte,  se  acercaba  la  época  de  una 
transformación  completa;  enseñanza  que  nos  ministran  al  par  los  monumen- 
tos del  estilo  ojival,  donde  sólo  iba  quedando  la  ejecución,  carácter  inequí- 
voco de  inevitable  decadencia.  Esto  mismo  sucede  en  las  letras,  según  han 
podido  notar  los  lectores  y  más  latamente  probaremos  en  los  capítulos  si- 
guientes. £1  Bachiller  ideaba  los  palacios  de  la  Razón»  la  NaturcUe- 
Ma,  etc.,  conforme  al  tipo  que  ci  arte  le  ofrccia. 


U/  P.y  CAP.  XV.  BSG.  NAV.  T  ARA6.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  55 

nde  la  simonia?...  ¿A  dó  los  sacrilegios?....  A  dó  las  excomuniones?  Á 
váó  las  cosas  que  nos  amonestan?...  ¿quién  las  quebranta. si  non  ellos?  Á 
»dó  anda  la  fala^a  y  enganjo  de  la  jpocresia?  Á  dó  es  perdida  la  de- 
nuogion  más  que  en  ellos?  A  dó  el  poco  temor  de  Dios?  Cierto  non  es  en 
«gente  ninguna  más  que  en  esta  nin  tanto»  i . 

Y  volviéndose  á  los  jueces,  exclamaba:. 

«VI  [en  la  casa  de  la  justicia]  que  dauan  maleficios  por  beneficios.... 
nYi  allí  el  engaño  é  la  malquerencia  ascendida  é  la  amistanza  simulada; 
nía  inuidia  desventurada  é  triste.  Allí  las  lisonjas  que  quasi  todo  era 
»)leDo:  alli  las  mentiras,  quasi  en  número  infinito;  allí  las  falacias  en- 
ncubiertas;  allí  los  miedos  é  temores  tremulentos;  alli  las  esperanzas  ua- 
»nas  é  locas  fantasías  é  ymaginagiones;  allí  las  persecuciones  maliciosas; 
»allí  los  disfauores  é  burlas  excesivas  é  muy  deshonestas,  é  desgajres  c 
«correduras  fuera  de  toda  mesura;  allí  la  cobdicia  del  dinero  non  limi- 
vtada;  allí  la  uanagloria  é  jactancia  presunptuosa;  allí  el  contender  de 
»jgaaldad  con  los  mayores:  allí  la  escalera  de  la  onra,  infinita;  allí  to- 
»dos  los  escesos  é  desordenancas  del  mundo;  allí  el  sustentar  de  los  la- 
udrones  é  malfechores;  allí  de  todo  la  punición  de  los  jnorantes:  allí  el 
•aponer  de  las  lejes  y  el  primer  quebrantar  de  aquellas:  allí  el  lugar  de 
Jila  justicia  vazio  é  lleno  de  robo;  allí  todo  lo  que  contradice  á  bien  ui- 
»vir...  E  cierto  vi  entre  ellos  que  todo  el  derecho  era  tener  mayor  pode- 
nrío  é  toda  la  iusticia  era  poder  más;  é  pensé  que  las  lejes  eran  como 
n\aa  telarañas,  en  las  quales  caen  las  moscas,  é  las  otras  aves  é  bestias 
vrÓDipenlas  é  quiébranlas»  2. 

A  semejante  espectáculo  dudaba  pues  el  Entendimiento  de  la 
finalidad  del  ser  humano  y  de  sus  ulteriores  deslinos  en  otra 
vida;  dudas  que  la  Razón  procura  desvanecer,  recordándole  las 
doctrinas  antes  expuestas  sobre  Dios  y  la  creación,  y  poniéndo- 
le al  par  delante  las  verdaderas  fuentes  de  la  corrupción  hu- 
mana en  la  soberbia,  la  envidia,  el  orgullo  y  la  vanagloria.  La 
RazoUf  sentados  estos  precedentes,  establece  tres  diferentes  gé- 
neros de  vida  (intelectual  ó  contemplativa,  animal  ú  orgánica  y 
social),  y  derivando  de  cada  una  pasiones  naturales  ó  accidenta' 
le$f  elévase  á  la  contemplación  del  libre  alvedrio^  que  destruye 
toda  idea  de  fatalismo  ó  de  acaso,  y  de  alli  á  la  más  alta  con- 
sideración de  las  Virtudes  cardinales,  que  llamadas  á  tiempo. 


1  II.*  Parte,  cap.  II,  fól.  XLíij  v. 

2  Id.^  id.,  fól.  XL.  iiij  r. 


56  HISTORIA   GRfTIGA   DE  LA   LITERATURA   ESPAÍtOLA. 

muestran  al  Entendimiento  sus  principales  atributos  y  sus  m&s 
transcendentales  fines.  Aleccionado  en  tal  forma  por  h Prudencia 
y  la  Justicia^  la  Fortaleza  y  la  Templanza  sobre  los  deberes 
del  hombre  para  consigo  mismo^  iníciale  la  Razón  en  cuanto  se 
ha  menester  para  regir  y  gobernar  la  casa  y  el  Estado,  apun- 
tando los  distintos  linajes  de  gobierno  (democracia,  aristocra- 
cia, oligarquía,  monarquía)  y  determinando  las  diversas  clases  y 
categorías  de  la  sociedad  en  principado,  sacerdocio,  milicia,  ma- 
gisterio, medicina,  artes  mecánicas  y  agricultura,  no  sin  ame- 
nizar también  toda  esta  parte  con  útiles  ejemplos  y  sencillos  apó- 
logos ^  La  idea  de  la  unidad  del  Estado  induce  á  Alfonso  de  la 
Torre  k  poner  en  boca  de  la  Razón  la  doctrina,  que  á  fines  del 
mismo  siglo  XV  y  principios  del  XVI  llegaba  k  vías  de  reali- 
zarse, de  que  no  «hubiera  nin  se  consintiese  en  la  ciudad  di- 
versidad de  leyes  nin  de  creencias»,  dando  entre  todas  la  pre- 
ferencia á  la  fé  católica,  por  más  santa  y  divina  y  por  ser  cami- 
no más  perfecto  para  alcanzar  la  visión  de  Dios,  término  de 
la  suprema  bienandanza. 

Hé  aquí  pues  la  idea  generadora,  la  materia  y  la  forma  li- 
teraria de  la  Vision  delectadle,  recibida  con  grande  aplauso  en 
la  corte  de  Navarra,  codiciada  «con  assaz  trabajo»  por  «muy 
notables  ó  claros  varones»  *,  y  trasladada  en  breve,  así  á  los  ro- 


1  ídem,  caps.  VI  y  X.  Para  que  los  lectores  formen  concepto  de  la  sen- 
cillez y  oportunidad  de  estos  apólogos  y  ejemplos,  trasladaremos  aquí  el  de 
El  Corsario  é  Alexandre,  narrado  á  propósito  de  los  modos  de  allegar  ri- 
quezas. La  Justicia  dice  al  Entendimiento:  «Bien  dixo  aquel  cossario  que 
«fué  llevado  ante  Alexandre,  al  qual  Alexandre  preguntó  que  por  qué  atri- 
«bulaua  é  infestaua  todo  el  mar.  Al  qual  el  cossario  respondió: — £  tú  ¿por 
•qué  atribulas  toda  la  tierra?...  A  mí,  porque  robo  con  una  fusta,  Uáman- 
»me  ladrón,  é  á  tf,  porque  tienes  muchas,  llamante  emperador»  (fól.  Lvij). 

2  En  el  hermoso cód.V.  ij.20de  laBibl.  del  Escorial,  que  fué  escrito  sin 
duda  por  los  años  de  1462,  muerto  ya  el  Príncipe  de  Viana,  leemos  al  pro- 
pósito: cEl  original  [de  la  Vision  delectable],  ha  seydo  é  es  por  ellos  (el 
•rey  don  Juan,  don  Carlos  y  don  Juan  de  Beamonte)  ávido  en  muy  grand 
«estima,  é  por  tal  mucho  guardado  dentro  en  la  cámara  del  dicho  rey  de 
> Aragón:  los  trasuntos  del  qual  con  assaz  trabaio  algunos  muy  notables 
i>é  claros  varones  han  alcanzado,  é  non  en  menos  estima  ó  reputación  teni- 
>do»,  etc. 


n/  P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  57 

manees  hablados  en  la  Península  ^  como  á  las  lenguas  extran- 
jeras *.  Docto  como  el  primero  en  el  conocimiento  de  las  artes 
liberales  y  de  la  filosofía,  y  apasionado  como  el  que  más  de  la 
escuela  alegórica^  sublimada  por  el  Dante,  había  en  efecto  lo- 
grado Alfonso  de  la  Torre  imprimir  extraordinario  sello  á  su 
ficción,  hermanando  por  medio  de  ella  la  ciencia  y  el  arte,  y 


1  Nos  referimos  á  la  traducción  catalana,  dada  á  luz  eu  1484,  á  ex- 
pensas de  Mateo  Vendrell,  mercader  de  libros,  bajo  este  epígrafe:  Comenta 
lo  libre  appellat  Visto  delecttiblet  compost  á  instancia  del  molt  noble  se- 
>nyor  don  Johan  de  Beaumunt,  canceller  y  cambrer  maior  del  Illustríssi- 
f  mo  senyor  don  Carlos,  Prin9ep  é  primogénil  de  Aragó  y  de  Navarra:  com- 
>pi]at  per  Alfonso  de  ]a  Torra,  Bachaller  del  dit  senyor  Prin9ep».  Al  final 
se  lee:  aMigenant  la  diuina  gra9ia,  uinguda  es  á  la  fí  de  esser  impressa  la 
»Visio  delectable  de  Alfonso  de  la  Torra,  Bachaller.  Impressa  en  la  ciutat 
>de  Barcelona  á  despesses  de  Mathcu  Vendrell,  mercader,  ciutadá  de  la  dita 
kciutat,  lo  disabte  sanct  de  Pascua,  á  XVII  del  mes  de  abril  lainy  de  nostra 
»salut  mil  é  CCCGLXXXiiiji.  Citan  esta  edición  Bayer  (Notas  á  la  BibliO'- 
theca  Vetus,  pág.  329  del  t.  II);  Villanucva  (Viage  literario,  t.  XX,  pági- 
na 129),  y  Méndez  {Typogr.  Española^  pág.  100). 

2     Los  escritores  nacionales  que  han  tratado  de  Alfonso  de  la  Torre,  se 
indignan  con  justicia  de  que  el  veneciano  Domingo  Delphini  vendiese  como 
obra  original  la  traducción  que  hizo  de  la  Vision  delectadle  á  lengua  italia- 
na (Capmany,  Teatro  histérico-critico  de  la  elocuencia  española  y  Xomo  \, 
pág.  79;  Rezabal  y  Ugarte,  Bíbl,  de  los  Escrit.  de  los  Colegios  Mayores, 
pág.  359);  y  es  tanto  más  justa  esta  queja  cuanto  que  al  mediar  el  si- 
glo XVII^  era  traida  de  nuevo  al  habla  nativa  la  obra  de  La  Torre  por  el 
judio  Francisco  de  Cácercs  (Amsterdam^  1663),  ignorando  tal  vez  que  era 
original  española  (Estudios  hist.,  polit,  y  liter.  sobre  losjudios  de  España, 
Ensayo  III,  cap.  IX  de  la  ed.  francesa).  Cuando  Delphini  tradujo  la  Visionde- 
lectable  se  habian  hecho  ya  en  la  Península  Ibérica  varias  ediciones  de  ella, 
siendo  las  más  notables  la  de  Tolosa  (14S9),  y  la  de  Sevilla  (153S),  que  es 
la  que  principalmente  consultamos,  con  los  códices  del  Escorial:  la  primera 
de  estas  impresiones  fué  hecha  «por  los  muy  discretos  maestros  Juan  Parix 
é  Estovan  Clebat»;  la  segunda  por  Juan  Cromberger.  Demás  de  estas,  citan 
Méndez  y  Rezabal  otra  de  1526  (Typ.   esp.,  Ap.  III,  pág.  400;— ^iW.  cíf., 
pág.  359),  y  tiénese  por  la  más  antigua  la  de  Zamora,  por  Centenera,  que 
se  juzga  ser  la  primitiva  (1490);  pero  ni  don  Nicolás  Antonio,  ni  Castro, 
■i  Capmany,  ni  Méndez,  ni  Ticknor  tuvieron  noticia  de  la  edición  de  Zara- 
goza (1496),  que  poseyó  nuestro  sabio  amigo  don  Jacobo  María  de  Parga, 
La  versión  de  Cáceres  se  incluyó  en  el  Espurgatario  de  1750,  pág.  39. 


58  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÍtOLA. 

haciendo  aceptables,  merced  á  las  galas  del  segundo,  las  díflci- 
les  doctrinas  de  la  metafísica  y  de  la  teodicea.  Y  era  por  cierto 
fenómeno  digno  de  madura  contemplación  el  verle  ostentar  en 
Navarra  la  ciencia  atesorada  en  las  cátedras  de  Salamanca,  es- 
merándose al  par  en  el  cultivo  de  la  lengua  y  de  la  elocuencia, 
que  enaltecían  á  la  sazón  Mena  y  Santillana,  Luna  y  Martínez 
de  Talavera,  Guzman  y  Cartagena.  Rico,  abundante,  vario  y 
pintoresco,  tanto  en  las  descripciones  que  matizan  la  Vision  de- 
lectable  como  en  la  frase  y  la  dicción  que  avaloran  su  estilo, 
echábase  de  ver  desde  luego  que  el  gran  filósofo  no  se  olvidaba 
del  poeia^  si  bien  el  erudito^  ya  porque  atendiese  á  la  exactitud 
de  la  expresión  filosófica,  tal  como  existia  en  las  escuelas,  ya 
porque  no  pudiera  resistir  la  tentación  de  mostrarse  docto  lati- 
m'sta,  salpicaba  el  lenguaje  de  voces  tomadas  inmediatamente 
de  la  lengua  de  Cicerón,  no  desdeñado  el  uso  del  hipérbaton, 
que  habia  desnaturalizado  en  parte  la  frase  del  Rey  Sabio  y  de 
sus  doctos  sucesores  *. 

Notable  era  en  verdad  bajo  este  punto  de  vista  la  diferencia 
que  separaba  al  Bachiller  de  su  egregio  discípulo,  poniendo  de 
relieve  los  accidentes  y  matices  que  distinguían  al  romance  de 
Castilla  del  romance  de  Navarra  y  de  Aragón ,  por  más  activa  y 
enérgica  que  se  mostrara  la  influencia  ejercida  por  la  España 
Central  en  las  extremidades  de  la  Península.  En  don  Carlos  se 
reflejaban  al  par  inequívocos  elementos  de  la  lengua  francesa  y 
del  romance  catalán ,  como  se  habían  reflejado  de  antiguo  en  las 
obras  de  don  frey  Juan  Ferrandez  de  Heredia  y  de  don  fray  Gar- 


1  Véase  cuanto  sobre  este  punto  dejamos  dicho:  La  Torre  emplea  en 
efecto  las  siguientes  palabras,  que  conservan  el  sello  de  la  lengua  latina: 
nocumento  por  daño;  delusivo  por  falaz;  deceptorio  por  engañoso;  heredi- 
table  por  cosa  que  se  hereda;  instructo  por  instruido;  habitudine  por  hábi. 
to  ó  habitud;  emprenta  por  impresión, en  el  sentido  moral;  tremulento  por 
tembloroso;  consurgir  por  levantarse  al  par;  mansuetudo  por  mansedum- 
bre; ilécebra  por  atractivo;  umbra  por  sombra;  exilio  por  destierro;  super^ 
bo  por  soberbio,  y  otras  muchas  voces, que  manifiestan  el  empeño  de  latini- 
zar la  dicción*  castellana,  peligro  que  corría  la  lengua  en  cambio  del  fausto 
y  pompa  que  iba  recibiendo. 


0.*  V.y  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  BL  R.  Iffi  D.  JüAN  II.    59 

Cía  de  Enguí,  sus  predecesores  en  Aragón  y  Navarra  *:  en  Al- 
fonso de  la  Torre  brillaba  por  el  contrario,  no  sin  pureza  y  ma- 
jestady  el  genio  del  romance  de  Castilla,  lo  cual  le  ha  conquista- 
do el  aprecio  de  los  discretos  de  ^todas  edades,  mereciendo  ser 
colocado  entre  los  modelos  de  la  elocuencia  española  ^.  Pero  es- 


1  Aun  cuando  acosados  siempre  por  el  temor  de  ser  difusos ,  parécenos 
conveniente  advertir  que  las  variaciones  ó  modificaciones  más  notables  quo 
ofrece  la  dicción  en  las  obras  del  Príncipe  de  Yiana,  tales  como  nos  es  dado 
estudiarlas  en  los  códices,  consisten:  1.^  En  la  introducción  de  vocales  en 
medio  de  la  dicción:  2.^  en  la  supresión  de  las  mismas  al  final,  y  3.®  en  el 
cambio  de  vocales  ó  consonantes  que  desfiguran  las  voces.  Así  leemos: 
cabaülerOf  seincUado,  aqueilla,  quoalf  faillado,  eilloSf  bataüla,  apeülido, 
eüla,  quoanto,  argent,  cort,  part,  puent,  muü,  seguient ,  sacramentt 
habiUament,  adelant,  eill  (él),  angleSy  fezo,  rahenes,  mogery  senyor,  ca- 
da qtieilt  sobergo,  siptio,  cambra,  etc.  Y  es  de  notar  que  estas  mismas  di- 
ferencias existen  respecto  de  los  nombres  propios:  el  Príncipe,  descando  ser 
fiel  al  origen  de  los  personajes,  de  quienes  trata,  escribe:  Ricart,  Charles, 
KarleSy  y  Cbarlos,  Remir,  Arnalt,  Arnault  y  Arnao,  Agramont,  Philip, 
Beamont,  Cabainas,  etc.;  todo  lo  cual  pone  fuera  de  duda  nuestras  observa- 
ciones, determinando  perfectamente  la  doble  influencia  que  en  el  romance 
navarro  se  reflejaba,  como  natural  efecto  de  más  altas  influencias  sociales 
y  políticas.  De  observar  es  que  la  forma  de  la  dicción  se  asemeja,  por  las 
expresadas  causas,  á  la  primitiva  del  romance  castellano^  como  pueden  com- 
probar por  sí  los  lectores.  Esto  nos  persuade  de  la  comunidad  de  orígenes 
délos  romances  españoles  y  de  su  consanguinidad  con  los  hablados  del  lado 
allá  de  los  Pirineos. 

2  Caproany,  Teatro  histórico  critico  de  la  Elociíentia  española ,  t.  I, 
pág.  79  y  siguientes;  Colección  de  Autores  selectos  castellanos,  t.  V, 
Sin  embargo  el  americano  Ticknor ,  revocando  este  juicio,  escribe:  cHá- 
•  liase  en  toda  ella  [la  Vision]  mucha  erudición  y  aun  más  de  la  suti- 
»leza  escolástica  del  tiempo,  si  bien  se  observa  cierto  desaliño  y  falta 
f  de  interés  en  todo  lo  relativo  á  la  extructura  de  la  fábula;  y  además  el 
«estilo  es  pobre  y  las  ilustraciones  de  poco  méritoi  (Prim.  época,  capítu- 
lo XXII).  En  cuanto  á  la  fábula  (creación  artística)^  pueden  dar  ya  su 
fallo  los  lectores:  en  cuanto  al  estilo  y  lenguaje,  reproduciremos  el  acer- 
tado juicio  de  Capmany:  cEl  lenguaje  de  esta  obra  es  bastante  fluido  y  ele- 
logante,  porque  la  facundia  del  autor,  que  en  aquella  época  no  cedia  ven- 
vtaja  á  ninguno ,  lo  pulió  y  adornó  con  cultas  y  nobles  expresiones»  (t.  I, 
pág.  75  de  la  ed.  de  Barcelona,  1848).  Después  de  notado  el  abuso  de  los 
latinismos,  añade:  cPero  no  se  podrá  negar  que  en  lo  general  su  estilo  es  flo- 
>rido,  mas  sin  afeminación;  es  conciso  sin  oscuridad  y  aliñado  sin  langui- 


60  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

ta  diferencia  característica  do  se  limitaba  al  Principe  de  Yiana: 
siendo  genial,  se  extendia  á  todos  los  cultivadores  de  las  letras, 
que  no  se  desdeñaron  de  escribir  en  lengua  vulgar ,  mereciendo 
repararse  que  aun  dado  el  empeño  de  cultivar  la  elocuencia  y 
arte  orataria,  siguiendo  el  ejemplo  de  los  latinistas  *,  se  distin- 
guian  notablemente  de  los  castellanos  los  escritores  y  oradores 
aragoneses ,  conservando  en  sus  obras  el  sello  especial  que  de 
antiguo  babian  ostentado. 

No  se  han  trasmitido  por  desgracia  á,  la  posteridad  todas  las 
obras,  de  que  alcanzamos  noticia,  ya  relativas  á  los  oradores  sa- 
grados y  profanos,  ya  á  los  moralistas.  Reputación  grande  goza- 
ron durante  el  reinado  de  don  Juan  II ,  como  predicadores ,  fray 
Juan  Valero  Aragón,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  *;  fray  Pe- 
dro de  Cixar,  que  obtenía  en  la  de  la  Merced  el  honroso  cargo  de 
Definidor  general  ^;  Fernando  de  Heredia ,  de  la  ilustre  familia 


>dcz,  7  casi  siempre  en  las  pinturas  y  descripciones  es  pomposo,  sin  ser  fan- 
•tástico.  Y  de  cualquier  modo  que  se  considere,  el  mérito  de  su  locución 
•(concluye)  siempre  se  podrá  citar  como  uno  de  los  monumentos  de  la  cul- 
>ta  prosa  castellana  del  siglo  XV.  >  De  la  verdad  de  este  juicio  deponen  los 
pasajes  trasladados  en  el  texto. 

1  Cuantos  lectores  tengan  conocimiento  de  la  literatura  italiana  y  re- 
cuerden lo  expuesto^  al  estudiar  la  influencia  que  ejercen  los  Poggios, 
Arezzos,  Aurispas  y  Panormitas  en  la  corte  de  Alfonso  V,  comprenderán 
fácilmente  cómo  esta  influencia  cunde  y  se  derrama  al  Aragón,  venidos  á 
España  los  imitadores  de  aquellos  doctos  varones.  El  anhelo  de  pronunciar 
oraciones  retóricas  y  la  práctica  de  esta  arte  dan  título  de  oradores  á  mu- 
chos ingenios  aragoneses:  llevólo  el  mismo  don  Alfonso  (Yalera,  DoctrincU 
de  PrincipeSf  Bibl.  Nac,  cód.  F.  103,  fól.  125  v.)  y  honráronse  con  él  muy 
distinguidos  magnates,  como  Ixar,  Urrea,  y  otros,  de  quienes  luego  habla- 
remos, preciándose  todos  de  hablar  y  escribir  retoricado ,  calificación  que 
basta  para  caracterizar  sus  esfuerzos  y  sus  estudios. 

2  Elogíale  Latassa  (Bibl.  ant,  de  Aragón ,  t.  II,  pág.  236),  y  cítanle 
Diago  {Hist.  déla  Prov.  de  Aragón  déla  Orden  de  Predicadores,  fól.  278) 
y  Quetif.  (BibLScrip,  Ordin.Praedic,  t.  I,  pág.  305),  asegurando  que  fue 
excelente  predicador,  y  dejó  escrito  un  volumen  de  sermones. 

3  Tiénenle  algunos  autores  por  mallorquín;  pero  Latassa  prueba  que 
fué  aragonés,  y  acaso  de  Zaragoza,  donde  existieron  sus  parientes  (Bibl,  ci- 
tada, pág.  243  y  siguientes).  Demás  de  una  Historia  de  lafirden  de  Nues- 
tra Señora  de  la  Merced,  de  que  habla  don  Nicolás  Antonio,  escribió,  y 


U/P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  11.61 

que  había  ya  vinculado  su  nombre  en  la  historia  de  las  letras  pa- 
trias^; y  no  la  ganaron  menor  en  el  cultivo  de  las  sagradas,  don 
Joan  Cabrían  de  Teruel  * ,  fray  Gerónimo  de  Santa  Fó  ',  y  fray 
Bernardo  de  Fontava,  confesor  de  la  reina  doña  María  *.  Racio- 
nal era,  según  notamos  ya,  tratando  de  San  Vicente  Ferrer,  que 
empleasen  los  primeros  el  habla  nativa,  al  dirigir  su  palabra  k  la 
muchedumbre,  si  habia  de  producir  algún  efecto  la  doctrina 
evangélica,  y  no  es  repugnante  el  admitir  que  escribieran  los 
segundos  en  el  romance  vulgar,  cuando  tantos  ejemplos  les  mi- 
nistran en  sus  obras  los  moralistas  y  escritores  ascéticos  de  Cas- 
tíiia.  Pero  ya  que  ha  sido  hasta  ahora  estéril  toda  diligencia, 
para  allegar  estas  producciones  que  confírmarian  sin  duda  cuanto 
hemos  observado,  respecto  al  desarrollo  que  logra  la  oratoria  sa- 


se  ¡mift'imieroii  en  Barcelona  durante  el  siglo  XV,  un  tomo  de  Sermones 
dominicales  é  de  Sánelos.  Fray  Luis  Jacob  (BibU  Pontif, ),  Vargas  (iTú- 
torta  de  la  Merced,  año  1459,  cap.  XVi  de  la  I.*  Parte),  Fray  Alonso  Ra- 
món (Historia  Mercenaria,  lib.II),y  otros  escritores  respetables  le  celebran 
por  extremo,  señalándole  como  uño  de  los  más  doctos  filósofos  y  teólogos 
de  su  tiempo. 

1  Cítase  de  este  caballero  un  libro  intitulado:  La  RefecQion  del  alma,  es- 
crito para  don  Fernando  I  de  Ñapóles,  que  sucedió  á  don  Alfonso  en  1458 
(Andrés,  Borrad,  de  Escrit,  arag.f  pág.  178;  Latassa,  Bibl,  cit.,  pág.  283 
del  t.  II). 

2  Véase  Latassa,  id.  id.,  pág.  265;  Hebrera,  Vida  de  don  Martin  Gar» 
da,  folio  148. 

3  Acaso  hijo,  como  Pedro,  del  famoso  Gerónimo  de  Santa  Fé:  fué  con- 
sejero de  Alfonso  V  y  obispo  de  Siracusa:  murió  en  Roma  el  año  de  1460. 
Escribió  pastorales  y  epístolas  muy  aplaudidas  en  su  tiempo  (Phirro ,  Si- 
cilia Sacra,  t.  II,  pág.  177;  Latassa,  Bibl.  arag.,  t.  .II,  pág.  220). 

4  Don  Nicolás  Antonio  cita  de  este  escritor :  1.^  Tratado  espiritual: 
2.^  Menosprecio  de  las  cosas  visibles:  3.^  Escuela  de  la  divina  sabiduria. 
(Bibl,  Vetus,  U  II|  pág.  246).  Los  mismos  tratados  le  atribuyó  Ximeno, 
manifestando  que  habia  nacido  en  Valencia,  1390;  que  fué  monje  cartujo, 
y  murió  en  el  claustro  el  año  de  1460  (Escrit,  del  reino  de  Valencia,  t.  I, 
págs.  45  y  46).  No  puede  asegurarse  en  qué  romance  escribió  dichos  libros; 
pero  considerando  que  la  reina  doña  María,  á  cuyo  lado  vivió  ocho  años, 
como  su  confesor  (Tronchoni,  Sumar ium  fundationis  Cartusiae  Vallis- 
Chr\sti)j  era  de  Castilla,  parece  racional,  pues  que  para  ella  escribía,  que 
lo  hiciese  en  castellano. 


62  HISTORIA   crítica   DE   LA  LITERATURA   ESPAÑOLA. 

grada  á  principios  y  mediados  del  siglo  XV  *,  lícito  juzgamos  fijar 
por  un  momento  nuestras  miradas  en  las  oraciones  y  epístolas, 
escritas  á  la  muerte  del  Príncipe  de  Viana,  y  muy  principalmente 
en  las  debidas  al  magníQco  don  Fernando  de  Bolea  y  Gallóz ,  su 
mayordomo  y  consejero. 

Compañero  inseparable  de  don  Carlos  en  sus  persecuciones  y 
adversidades,  amábale  Bolea  tan  apasionadamente,  que  repután- 
dole modelo  de  caballeros  y  de  sabios,  no  vacilaba  en  preconizar- 
le santo.  Al  pasar  de  esta  vida,  dejábale  el  Príncipe,  según  va 
ya  advertido,  depositario  del  gran  proyecto  filosófico  arriba  exa- 
minado: don  Fernando,  animado  de  aquel  singular  amor  y  res- 
peto, no  vacilaba  en  dar  solemne  muestra  de.su  dolor,  excitan- 
do al  propio  tiempo  á  todos  los  reyes  de  España,  para  que  tuvie- 
sen cumplimiento  los  deseos  filosóficos  de  don  Carlos  de  Viana. 
Dirigiéndose  á  don  Juan,  padre  del  Príncipe  y  causa,  según  el 
voto  popular  de  su  temprano  fallecimiento,  exclamaba,  pintando 
el  efecto  de  aquel  triste  suceso: 

((De  innumerables  passiones  é  tristezas,  quoales  fasta  agora  iamas  sen- 
))ti,  nin  creo  en  lo  esdeuenir  tal  asiento  en  mi  tomarán,  por  la  muerte 
))de  aquel  sereníssimo  Principe  don  Kárlos,  primogénito  d'Aragon,  dé 
»gloríosa  memoria,  é  mi  senjor,  tan  atormentada  mi  vida  queda,  que  de 
»ella  quasi  privado  ciertamente  me  podria  dezir.  E  por  esso  non  será  de 
»admirar  que  con  la  dicha  passion,á  mezcla  de  la  ignorancia,  de  que  na- 
»tura  me  fizo  heredero,  lexe  en  la  presente  preterir...  E  ueniendo  á  reno- 
))uar  el  nefando  dolor  que  los  seruidores  é  criados  del  ja  nombrado  se- 
nnjOT  é  Príncipe  por  su  separación  adquieren,  del  número  de  los  quoales, 
«aunque  indigno  mayordomo  é  conseiero  sujo,  non  me  aparto:  ante  la 
«estima  que  de  mí  fago,  es  por  le  auer  con  todas  mis  fuerzas  servido  é 
vobedesgido,  iuzta  la  posibilidat  que  mi  persona,  ánima  é  fazienda  han 
»abastado;  entrare  en  la  pelea  doloroea^  aunque  mi  ánimo  en  recor- 
)>darse  orres^e  quánta  es  la  calamidat  que  los  dichos  seruidores  é  oria- 
»dos  poseen,  despoiados  de  tal  senjor,  las  personas  guastas  de  guerras  é 
»lueng08  peregrinajes;  los  bienes  depredados  é  casas  dirrujdas;  los  con- 
«sanguineos  ó  muertos  ó  tiranizados;  las  mujeres  é  fijas  en  suplicio  tal 
»que  la  necesidat  á  las  buenas  acostumbra  romper  la  castidat^  que  abi- 
DÜament  de  sus  personas  é  famas  les  da;  el  exilio  que  á  cada  uno  de  su 

1  Véase  el  cap.  XII  de  este  Subciclo:  tan  importante  estudio  lo  reanu- 
daremos en  Itt^^  oportuno. 


n.'  P,,  CAP.   XV.  ESC.  NAV.  Y  ARAG.  DüR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  II.  63 

«patria  ooDoida;  la  disfonne  pobreza  é  fambre,  que  por  quedar  sin  am- 
nparoy  se  representa  la  príuacion  del  espeio,qae  con  su  presencia  á  los 
nsayos  de  pregeptos  amonestaba;  con  la  humildad  á  los  superbos  vencer, 
>oon  la  mansuetut  á  los  jrados  reducir;  con  la  benignidat  á  los  indómi- 
»to8  atraher,  é  con  la  pasgiengia  á  todos  subiugar.  Pues  el  menor  mal 
»que  nos  resta  es  que  todas  las  aduersidades  que  el  mundo  con  su  fallare 
>Garm  nos  puede  mostrar,  serán  fáciles  de  dar  comport  á  los  que  tan 
«grande  como  la  ja  dicha  han  esperimentado»  etc.  i . 

De  esta  ó  muy  análoga  suerte  eosalzabaa  don  Francés  Pinos, 
fray  Pedro  Martínez,  don  Juan  Fernandez  de  Heredia  y  otros  al 
malogrado  Príncipe  de  Yiana ,  llorando  con  la  nación  entera  su 
temprana  y  no  esperada  pérdida.  Al  imitar  al  mismo  don  Carlos, 
que  les  había  dado  el  ejemplo  en  su  Lamentación  á  la  muerte 
de  Alfonso  F,  manifestaban  aquellos  caballeros,  en  quienes  no 
podía  menos  de  reflejarse  la  influencia  general  de  los  estudios  ya 
reconocida ,  que  no  sólo  atendian  á  dar  prueba  de  su  lealtad  y 
cariño,  sino  que  aspiraban  también  á  ser  tenidos  por  cultivado- 
res del  arte  oratoria^  no  ayunos  en  el  conocimiento  de  las  letras 
clásicas,  ya  que  no  les  fuera  dado  apartarse,  ó  por  modestia  ó 
por  patriotismo,  de  las  esferas  del  idioma  nativo.  Bolea,  como 
Pinos,  Martínez,  Heredia,  Ixar  y  todos  los  escritores  navar- 
ros ó  aragoneses  que  ya  en  uno ,  ya  en  otro  sentido  hallamos 
asociados  al  Príncipe  de  Viana,  ofrecían  los  mismos  carac- 
teres así  respecto  del  arte  como  de  la  lengua ,  haciendo  por  ex- 
tremo sensibles  los  cambiantes  y  matices,  que  distinguían  su  es- 
pecial romance  del  romance  castellano  ^. 


1    Sentimos  no  poder  extendernos  más  en  el  estudio  de  estos  notables 
monumentos:  las  Epístolas  de  Bolea,  escritas  en  aquel  estilo  retoricado,  que 
tan  singular  carácter  iba  imprimiendo  á  las  letras  españolas,  y  en  especial  á 
la  elocuencia  castellana,  se  guardan  por  ventura  en  la  Bibl.  Nac,  cód.  D. 
190, antes  citado, y  comeen  otro  lugar  va  advertido» son  cuatro: la  primera, 
de  que  hemos  tomado  el  pasaje  del  texto,  dirigida  al  rey  don  Juan  de  Ara- 
gón, la  segunda  á  don  Enrique  IV  de  Castilla,  la  tercera  á  don  Alfonso  V  de 
Portugal,  y  la  cuarta  á  los  sabios  de  España  (fól.  1,  4,  6  y  8  v.).  Al  fól.  10 
cttá  la  ya  analizada  epístola  de  don  Carlos ,  cuyo  retrato  prolijamente  mi- 
niado aparece  al  frente  del  códice:  tiene  este  ricas  iluminaciones  y  está  en 
nitela,  escrito  á  una  columna. 
1    Hemos  visto  ya  en  el  Príncipe  estas  diferencias:  dominado  del  mismo 


X»j(tafaie  era  >jr  eíerto  '^  i:i5:H&:!á  -tk  de<iie  i»  {VÍBeros 

Joan  Mü^rí  rn  :>5  rrio:?  fe  Ang'jíi  y  Xi^irra.  b&staaio  pa- 
ra eocfrc-óarLi  !¿  sri:;^'?  e>x:i;^ra4>xi  caire  ki»?  escritores  ya 
tvírr'^Vjs  y  i:6  qn&í  á  £>es  dei  r^o  XIV  fijreeai  *:  nw- 
cel  ¿  L±5  -aiias  -pe  he3>ji5  drtcrrn'naiio  ea  lagares  cpsitii- 
Bút?,  Lihviur  :i>  brnsiSLiij,  ioa  ea  m-etü)  de  pap;¿ües  lu- 
chan, jjs  gr^^iir?  in  Jireles  rDinles  de  aa»:<?  y  otrvjs  pciebíos,  y 
g«^w""aa¿>5  ptjí'  cci::*:Ipe5  ie  oii  niísna  sangre  y  de  osas  mis- 
1315  iS^Xrr^,  pAre»rL¿n  ;rel^iAr  el  rnocento  ea  qne  aosadas 
bajo  m  EiisnKr  ee:-o.  íeirin  oi-cstftair  ii  ¿ran  naeiooalJiad  es- 
paáúLi.  T  sin  ezitiíirfj,  oi-tiTeiieiiíe  es  repeúrlo:  aaifepe  lie- 
Ti¿ys  lúiios  >jf5  iü^ea>j6  ¿e  Ia  Peníasiila  al  eultiiro  de  unas 
mi^rra.^  esnjeíis  Literar-is ,  é  ízipclsados  tc-icts  en  las  Tías  del 
Mnadmitmio  ¡.^jT  el  anhelo  del  pr^jgreso  ia*ele»:íual ,  i»  podían 
D3íiíi:>ilr5e  >>?  castcLlin-is  oxi  Ivs  ara^oeses ,  naTarras  y  cata- 
ianes,  ya  >i5  .x>crl iereo:-.-?  ea  so?  coaliJaiJes  iateraas,  ya  bajo 
las  fonnas  ar.íst>!a5  t  de  leorsaje.  brUIaado  eo  eJos  lis  núsmas 
diferencias  fpe  hab^  re?p!aiiíc¿lo  ea  los  poetas  y  escritores 
de  la  aaúgáedad  cL.L5>!a  y  «lae  iban  á  distinguir  á  los  grandes 
[wetas  é  bi5t6r-iJ ores  deí  slpj  de  «^o  ^. 

La  £a.?i*:aalli¿.j  '::asjrlá:ja  hab^  realiíado  entre  tanto  aq[iiel 
ni'jTi^iíes tij  de  expAz^v-c.  iiJ*?¿i:io  des*3e  los  tiempos  de  Feman- 
do de  Aüte»TT:era:  sos  f»:^:^?,  caiiriios  ora  bajo  techos  dorados, 
ora  ea  ho^Llde  cí:aa .  Labiaa  oottíaistado  el  aplauso  de  los  dis- 
cretí>s  ea  ias  ojT'Jcs  de  Paaip.ona,  Zaragoza  y  Xápoles,  moTíen- 
do  á  ¡'>s  troTaJores  calalaaes,  taa  apasionados  de  so  romance 
materno,  á  emplear  en  sos  camdowes  y  dezirfs  la  lengua  de 

iafl-zjo.  «9«rlkÍA  Bú!-*a:  ffrd€0C^  per  ^¿t^i'Ak :  quoales  por  qu!«$:  «¿flieno 
for  a^ÍAilj^v;  esgwart  pc-r  exr^ard*»:  meritar  por  mer«ciír;  /inlo  per  (echo: 
f«af<6  pcT  nsU<ic- :  o^iüasKiit  per  criLUDitnto:  faUofe  por  dUz:  fro¿ar 
por  íüJkr:  fntUo  ^'a  frueto  ó  fnlo:  asenyaiado  por  seLiUdo:  eoaipoff 
por  ecrC«^«Io.  kIu:  (Uc¿  p*>r  tíralo:  drñto  por  d^r&cho.  etc.  I>oiidc  w>  sólo 
te  j*t*]\  Ia  ¿:':r>  is¿3«c-:ÍA  fnn<e«p-caU:iiu.  sino  Umhsen  la  iUliAna^  qae 
Uní'i  pr*«ic<t:n>>  l-.in  «tire  I:*  pr.aírc»  ^*CT:lore<  del  siir'.o  de  oiv^. 

1  V4i.*e  *I  €Ap.  Y.  de  este  Si-^r'ílo. 

2  Véafte  el  op .  QI,  del  imdú  I. 


n.*  P.,  CAP.  XV.  ESC.  NAV.  T  ARAG.  DüR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  H.  65 

Berceo  y  del  Archipreste  de  Hita :  sus  historiadores ,  sus  filóso-f 
fes  y  sus  moralistas,  ganando  la  admiración  de  príncipes  y  mag- 
Bates,  eran  imitados  por  los  que  se  preciaban  de  entendidos,  y 
llamados  á  dirigir  la  enseñanza  de  los  más  doctos  varones,  de  que 
daba  insigne  ejemplo  la  educación  literaria  del  esclarecido  Prín- 
cipe de  Yiana:  sus  eruditos  traian  al  romance  de  Castilla  y  ha- 
cían vulgares  en  Aragón  y  Navarra  los  más  esclarecidos  inge- 
nios de  la  antigüedad  clásica  y  de  los  tiempos  medios,  tarea  en 
que  eran  segundados  por  muy  señalados  latinistas  ^ .  Grandes  y 


1     Con  placer  pondríamos  aquí  larga  nota  de  versiones  hechas  del  latin 
al  romance  arag'onés-castellano,  si  no  temiésemos  dar  excesivo  bulto  al  pre- 
sente capítulo.  Los  lectores  conocen  además  los  esfuerzos  de  Noya,  Urrics, 
y  otros  esclarecidos  caballeros,  entre  los  cuales  no  parece  bien  olvidar  sin 
embar^  al  entendido  Mosscn  Pero  de  la  Panda,  quicnhabicndo  vivido  al- 
gún tiempo  en  Italia,  trajo  de  Florencia  muy  curiosos  libros,  y  entre  ellos 
el  de  la  Caballeria  de  Leonardo  de  Arezzo,  corador  muy  grande  (dice)  é 
príncipe  de  los  de  nuestra  edat»,  poniéndolo  en  castellano  y  dirigiéndolo 
á  don  Rodrigo  Manrique,  conde  de  Paredes.»  La  Panda  habia  pensado  pri- 
mero dedicar  su  traducción  al  rey  don  Alfonso,  «que  por  arte  militar  é  glo- 
>ría  de  grandes  fechos  meres^ió  asentar  su  bastón  sobre  el  imperio  é  cabeza 
»del  mundo,  al  qual  (prosigue)  la  muy  poderosa  Italia  inclinada,  besa  los 
ipies»  (Letra  dedic);  pero   por  no  merecer  plaza  de  lisonjero,  se  dirigió  al 
conde  de  Paredes,  que  visitaba  á  la  sazón  las  tierras  aragonesas ,  y  habia 
«fecho  ja  su  nombre  claro  por  exercicio  militar  é  gloria  de  grandes  fechos.» 
El  tratado  comienza:  «Quiero  que  sepaes,  muy  claro  varón ,  que  á  mi  mes- 
mo  é  á  largas  vegadas  vino  en  dubda  esta  cauallería  de  nuestro   tiem- 
po», etc.  Y  acaba:  «Mas  assaz,  como  cuido  avemos  dicho,  é  todo  es  ya  ex- 
plicado aquello  que  desposimos  á  fablar  en  el  prin9Ípio;  é  pues  que  assí  es, 
fagamos  fin  de  de^ir.  Deo  gratias.»  Existe   el  MS.   en  la  Bibl.  Colombina 
y  de  allí  se  sacó  una  copia  (Bibl.  Nac,  Q.  36)  en  el  pasado  siglo,  con  otros 
dos  tratados  que  don  Nicolás  Antonio  atribuyó  erradamente  al  mismo  Pe- 
dro de  la  Panda  (Bibl.  Vet.,  i.  I,  lib.  X,  cap.  XVI),  á  saber:  Las  quatro 
virtudes  ó  doctrinas  que  compu^^o  Séneca  (traducción  tal  vez  de  don  Alen- 
tó de  Cartagena)  y  la  Condición  de  la  Nobleza  y  original  de  Ángel  de  Mi- 
lán y  traducción  del  Príncipe  de  Viana,  como  arriba  notamos. — Panda  ig- 
noraba que  el  libro  de  la  Caualleria  de  Arezzo,  habia  sido  traducido  al  cas- 
tellano por  el  citado  Alfonso  de  Cartagena  (Véase  el  cap.  Vil  de  esta  Parte 
y  Subciclo). — Es  de  notar  por  último  que  este  empeño  do  traer  al  romance 
*fagronés  los  libros  latinos,  ya  de  la  antigüedad,  ya  del  renacini'cnto  italia- 
no, cunde  también  respecto  de  los  libros  catalanes:  entre  otros  notables,  que 

Tono  vu.  5 


66  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

dignos  por  tanto  de  maduro  estudio ,  eran  ios  progresos  que  ha- 
bia  hecho  desde  principios  de  aquel  siglo  en  las  esferas  intelec* 
tuales  la  obra  de  la  unidad  nacional ,  á  que  se  inclinaba  desde 
sus  primeros  dias  la  civilización  española,  que  se  levanta  sobre  el 
despedazado  imperio  visigodo;  pero  al  reflejarse  en  todas  las  ex- 
tremidades de  la  Península  el  genio  de  la  civilización  castellana , 
lejos  de  anular  los  elementos  de  vida  que  en  ellas  germinaban, 
tienden  naturalmente  á  hacerlos  suyos ,  armonizándolos  con  los 
que  abrigaba  en  su  seno ,  y  preparando  sin  violencia  la  colosal 
empresa,  á  que  daban  en  breve  cumplida  cima  los  Reyes  Ca- 
tólicos. 

No  vacilemos  en  asegurarlo:  la  idea  de  la  unidad  nacional,  que 
tanta  sangre  y  tan  inmensos  sacrificios  debia  costar  y  cuesta  to- 
davía á  otras  naciones  meridionales,  habia  germinado  espontá- 
neamente en  las  Españas;  y  llegaba  á  granazón  en  las  regiones 
del  arte ,  antes  de  que  pudiera  ser  realizada  en  el  terreno  de  la 
política.  De  ello  es  insigne  y  no  equívoca  muestra  el  armónico  y 
grandioso  concierto,  que  donde  quiera  ofrecían  los  cultivadores  de 
las  letras  patrias:  inscritos  todos,  cual  va  probado,  bajo  unas  mis- 
mas escuelas ,  apasionados  de  unas  mismas  formas  Uterarias  y 
artísticas,  caminaban  todos  á  un  mismo  fin,  empleando  una  mis- 
ma lengua,  por  más  que  descubramos  en  sus  obras  aquella  di- 
versidad de  matices,  hijos  de  cada  localidad,  que  en  vano  han 
intentado  borrar  las  siguientes  centurias.  É  inútil  fuera  esperar 
tan  grande  resultado  del  simple  querer  de  un  sólo  príncipe,  cual- 
quiera que  fuese  la  alteza  de  sus  miras  y  la  perspicuidad  de  su  go- 


pudiéramos  citar^  para  ver  cómo  se  inicia  y  propaga  este  empeño,  es  de  te- 
nerse presente  el  Libro  de  MeneschcUia  de  Mossen  Manuel  Díaz,  escrito  para 
el  rey  don  Alfonso  V,  y  puesto  hasta  dos  veces  en  castellano ,  dándose  á 
luz  en  Zaragoza  por  los  años  de  1495  y  1499  (Bibl.  Vet.,  lib.  X ,  cap.  IX; 
BibL  Valent.,  t.  J,  pág.  35).  En  este  tratado  es  muy  notable  la  beUa  des- 
cripción que  Díaz  hace  del  caballo;  y  su  importancia  crece,  al  considerar  el 
precio  en  que  los  caballos  eran  tenidos,  durante  la  edad  media.  La  segunda 
versión  citada  fué  hecha  por  don  Martin  Dampiés,  y  se  reimprimió  en  1523, 
Barcelona,  y  1545,  en  Zaragoza,  por  Dimás  BaUester  y  Diego  Hernandes 
(Latassa,  t.  II,  pág.  343). 


n.*  P.,  GAP.  XV.  BSG.  NAV.  T  ARAG.  DUR.  EL  R.  DE  D.  JUAN  H.  67 

bierno:  España  llegaba  al  instante  supremo  de  cosechar  el  fruto 
de  los  costosos  sacrificios  de  tantos  siglos  de  lucha  y  de  trabajo, 
en  que  tan  varios  elementos  se  habian  congregado  en  su  suelo, 
para  someterse  al  gran  principio  de  unidad,  que  desde  las  m&s 
remotas  edades  caracterizaba  su  cultura;  y  la  Providencia  conce- 
día la  dicha  de  coronar  por  su  cima  tan  magnifico  edificio  &  Isa- 
bel I  y  Fernando  V. 

Pero  antes  de  que  nos  sea  dado  contemplar  bajo  sus  multi- 
plicadas fases  tan  grato  espectáculo,  necesario  es  llevar  nues- 
tras miradas  al  centro  de  Castilla,  para  recoger  los  relieves  de 
la  Era  literaria  de  don  Juan  II,  no  sin  que  las  fijemos  también 
por  breves  instantes  en  las  comarcas  más  occidentales  de  la  Pe^ 
ninsula,  para  determinar  á  qué  punto  llegaba  en  ellas  la  influen- 
cia de  la  España  Central,  ya  antes  insinuada. 


CAPITULO  XVI. 

POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV. 


Relaciones  literarias  entre  Castilla  j  Portugal. — Ingenios  portugueses, 
que  cultivan  la  lengua  y  poesía  castellana. — El  infante  don  Pedro.— Sus 
poesías. — Sus  Coplas  del  Contemplo  del  mundo, — Juicio  de  este  poema. — 
Su  influencia  en  los  ingenios  portugueses. — Don  Pedro,  el  Condestable 
de  Portugal. — Sus  relaciones  con  los  poetas  castellanos.— Sus  obras. — 
Su  Sátira  de  felice  ¿  infelice  vida. — Sus  poesías. — Su  influencia  en  la 
corte  portuguesa. — Triunfo  de  las  escuelas  poéticas  dominantes  en  Cas- 
tilla.—Prosecución  de  las  mismas  en  la  España  Central Discípulos  de 

Mena  y  Santillana. — Pero  Guillen  de  Segovia. — Sus  obras  poéticas. — 
U  Gaya  sciencia. — Diego  de  Burgos. — Sus  poesías. — Análisis  y  juicio 
del  Triunfo  del  Marques. — Significación  de  este  poema  en  el  desarrollo 
de  la  escuela  dantesca. — Don  Gómez  Manrique. — Sus  poesías. — Exposi- 
ción y  juicio  de  los  Fictos  y  virtudes^  los  Consejos  á  Diego  AriaSy  las 
Coplas  al  mal  gobierno  y  el  Regimiento  de  Principes,^  Anélisia  del  poe- 
ma i4ía  muerte  del  Marqués, — Jorge  Manrique. — Carácter  general  de 
sus  poesías. — Las  Coplas  á  la  muerte  de  su  padre. — Representación  de 
esta  elegia  en  la  esfera  del  sentimiento. — Su  popularidad. — Juan  Alva- 
rez  Gato. — Sus  poesías  amorosas. — Sus  versos  religiosos.— Sus  compo- 
siciones morales. — Dotes  características  que  en  ellas  resaltan. — Con- 
formidad de  los  ingenios  castellanos,  al  juzgar  la  corte  de  Enrique  IV. — 
Las  Coplas  del  Provincial  y  de  Mingo  Revulgo. — Examen  de  las  últi- 
mas.—Sentido  político  y  moral  que  revelan. — Su  carácter  literario. — 
Ministerio  de  la  poesía  durante  el  reinado  de  don  Enrique. — Sentido  in- 
terno que  la  avalora,  etc. 


El  extraordinario  movimiento  que  las  letras  castellanas  reci- 
bieron en  la  España  Central ,  durante  el  largo  reinado  de  don 
^uanll,  no  solamente  cundia,  cual  vá  apuntado,  á  las  regiones 
orientales  de  la  Península,  propagándose  al  suelo  italiano,  sino 


70  HISTORIA  dÜTICA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÜtOliA. 

que  extendiéndose  también  á  las  partes  de  Occidente,  en  que 
bailaba  la  poesía  de  los  Menas  y  Santillanas  muy  ilustres  culti- 
vadores, estaba  llamado  á  ejercer  en  los  siguientes  reinados 
grande  y  decisivo  influjo.  Todos  los  terrenos  del  arte  y  de  la 
ciencia  se  babian  removido  con  igual  anbelo  y  energía;  y  si  no 
era  posible  asegurar  que  el  fruto  habia  correspondido  en  todos 
al  esfuerzo  de  los  doctos ,  tampoco  podia  desconocerse  que  esta- 
ban aquellos  gérmenes  llamados  á  fructificar  en  no  lejanos  dias, 
íl  pesar  de  las  violentas  y  aun  escandalosas  contradicciones  de  la 
política,  desatados ,  tras  el  suplicio  de  don  Alvaro  de  Luna  y  lá 
muerte  del  rey  don  Juan,  los  mal  refrenados  vientos  de  la  anar- 
quía señorial,  que  de  antiguo  trabajaba  á  España.  La  teología  y 
la  filosofía,  la  historia  y  la  novela,  la  poesía  y  la  elocuencia ,  en 
la  variadas  manifestaciones  á  la  sazón  posibles ,  hablan  logrado 
entre  los  ingenios  de  Castilla,  amplio  cultivo,  al  mismo  tiempo 
que  abiertas  í  su  contemplación  las  fuentes  de  la  antigüedad 
clásica,  aspiraron  según  la  afortunada  expresión  del  marqués 
de  Santillana,  í  poseer  «las  materias,  ya  que  carecían  de  las 
formas»  *. 

Su  ejemplo,  segundado  al  par  en  Ñapóles,  Aragón  y  Navarra, 
hallaba  en  el  suelo  de  Portugal  esmerados  imitadores ;  y  la  len- 
gua del  Rey  Sabio  y  de  don  Juan  Manuel  resonaba  en  las  pos- 
treras márgenes  del  Guadiana  y  del  Tajo ,  mostrando  el  predo- 
minio que  alcanzaba  ya  entre  todos  los  romances  hablados  en  la 
Península  Ibérica ,  como  estaba  sucediendo  en  los  opuestos  con* 
fines,  según  han  visto  los  lectores.  Ni  podían  ser  más  insignes  y 
honrosos  para  Castilla  aquellos  mismos  ejemplos:  si  en  la  corte 
de  don  Juan  11  se  preciaban  de  trovadores  los  más  altos  perso- 
najes, ejercicio  en  que  tomaba  también  parte  el  mismo  rey,  hon- 
rábanse en  la  de  Alfonso  V  de  Portugal,  con  el  título  de  discre- 
tos metriflcadores,  los  príncipes  de  la  sangre,  ganando  entre  to- 
dos alta  nombradla  el  Infante  don  Pedro ,  hijo  del  vencedor  de 


1  Carta  á  su  fijo  don  Pero  Gonz<üez  de  Mendoza ,  pidiéndole  que 
tradujese  la  ¡liada  (Obras  del  Marqués,  pág.  482  de  nuestra  edición. — Má« 
drid,  1852). 


II.*  PARTBy  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  71 

Aljobarrota ,  y  el  celebrado  Condestable  del  mismo  nombre ,  á 
quien  el  marqués  de  Santillana  dirigió  su  famosa  Carta  sobre 
la  poesía. 

Era  el  Infante  de  Portugal ,  duque  de  Coimbra ,  uno  de  los 
hombres  más  ilustrados  de  su  tiempo :  su  incesante  anhelo  de 
cultora  le  habia  sacado  en  la  juventud  de  su  patria,  llevándole  á 
visitar  las  cortes  más  celebradas  de  Europa,  donde  trabó  amis- 
tad con  muy  doctos  varones.  Sus  viajes  se  extendieron  también 
á  alguna  parte  del  África  y  del  Asia,  dando  origen  á  la  vulgar 
creencia  de  que  habia  andado  las  siete  partidas  del  mundo,  y  á 
que  se  le  designara  por  tanto  con  el  nombre  de  don  PedrOy  el  de 
las  siete  Partidas  ^  Restituido  á  su  patria,  ganóle  la  universal 
estimación  el  conocimiento  de  sus  estudios,  no  menos  que  su 
acreditada  prudencia;  y  muerto  su  hermano,  el  rey  don  Duarte, 
en  la  pestilencia  que  afligía  á  Portugal,  por  los  años  de  1440, 
nombráronle  los  grandes  del  reino  tutor  del  niño  Alfonso,  que  no 
pasaba  á  la  sazón  de  un  lustro ,  con  menosprecio  de  la  reina 
viada,  doña  Leonor,  á  quien  habia  señalado  él  rey  para  ejercer 
el  expresado  cargo,  con  la  gobernación  del  Estado ,  que  igual- 
mente era  conflada  al  duque   de  Coimbra.  Largos   años  diri- 
gió don  Pedro  las  riendas  del  gobierno,    mostrándose  gran- 
demente aficionado  á  las  letras  y  dispensando,  como  su  herma- 


1  Sarmiento,  Memorias  para  la  Historia  de  la  poesía,  núm.  834.  La 
popularidad  del  Infante ,  en  este  sentido,  llega  á  los  tiempos  modernos,  y 
es  tal  que  los  poetas  del  siglo  XVII,  aluden  á  sus  viajes,  con  la  frase  ya 
convenida  de  las  Siete  partidas^  aun  hablando  en  tono  burlesco.  Góngora, 
por  ejemplo,  decía  en  uno  da  sus  más  bellos  romances  de  este  género: 

Recibí  Tuestro  billete, 
dama  de  los  ojos  negros, 
coa  mil  donaires  cerrado 
y  con  mil  ansias  abierto; 
y  en  fé  de  los  treinta  escudos, 
que  en  aquel  renglón  tercero 
vienen  en  un  alma  mia 
enmarañados  y  envueltos, 
os  enyio  ese  infentario 
de  las  partidas  que  os  debo: 
que  es  como  si  os  enriara 
lat  del  Infante  don  Pedro, 


72  HISTORIA   crítica   DE   LA   LITERATURA  ESPAÍ^OLA. 

no  ^,  honrosa  protección  á  los  que  se  consagraban  á  su  estudio, 
no  ya  sólo  en  Portugal  sino  también  fuera  de  aquel  reino.  Lle- 
vado de  esta  natural  inclinación  y  pagándose  de  poeta,  dirigía  á 
los  más  celebrados  ingenios  de  Castilla  delicados  dezires  y  loo- 
res, solicitando  su  amistad  literaria:  digno  es  de  recordarse  el 
que  intitulaba  con  este  proposito  al  celebrado  Juan  de  Mena, 
reconociendo  en  él  aquella  misma  superioridad,  que  le  confesa- 
ban sus  compatricios  ^. 

1  Don  Duarte  de  Portug^al ,  padre  de  Alfonso  V,  logara ,  como  otros  re- 
yes que  dejamos  ya  mencionados,  distinguido  lug^ar  en  la  historia  de  las 
letras  portuguesas,  pues  no  solamente  se  mostró ,  en  el  breve  plazo  de  su 
reinado,  protector  de  los  que  se  consagraban  á  su  cultivo,  sino  que  consa- 
gró también  sus  ocios  á  escribir  un  tratado  sobre  la  forma  cómo  se  debe 
gobernar  un  reino  (Mariana,  Uist.  general  de  España^  lib.  XXI,  capítu- 
lo XIII).  Los  escritores  portugueses,  si  bien  reconocen  que  no  hizo  teosas 
muy  notables»,  mientras  ciñó  la  corona^  le  tributan  como  escritor  mereci- 
dos elogios. 

2  Las  coplas  dirigidas  á  Juan  de  Mena,  y  antes  de  ahora  tenidas  en 
cuenta  (Sarmiento,  Memorias^  núm.  820),  empiezan  del  siguiente  modo: 

Neo  TOS  será  gram  louaor 
por  serdes  de  mym  louuado: 
que  oam  som  tan  sabido  r 
em  trouar  que  vos  dey  grado. 

En  ollas  le  da  el  Infante  gobernador  títulos  de  ^sabedor  é  bem  f alante» , 
lidamor  truuador  sentidos,  ^cronista  abastante»  ,  etc.,  lo  cual  es  prueba 
irrecusable  de  que  obtuvo  Mena  este  honroso  encargo  del  rey  dop  Juan, 
siendo  un  hecho  público  y  conocido,  no  sólo  en  Castilla  sino  fuera  de  ella. 
£1  Infante  se  muestra  muy  conocedor  de  las  obras  del  poeta  de  (}órdoba, 
manifestándole  que  no  tenia  igual  en  el  arte  de  la  poetria,  y  pidiéndole  las 
poesías,  que  no  le  eran  familiares. — Juan  de  Mena  le  contesta  elogiando 
sus  dotes,  servicios  y  virtudes,  y  recordando  sus  viajes  ya  famosos  le  dice: 

Nunca  fué,  después  ni  ante, 
quien  viesse  los  atavíos 
é  secretos  de  Levante, 
sus  montes,  Islas  é  ríos, 
sus  calores  é  sus  Irlos, 
como  vos,  señor  IníSinte,  etc. 

Don  Pedro  le  replica  al  fin,  dándole  cumplidas  gracias.  Vieron  la  luz  es- 
tas composiciones  en  el  Cancionero  de  Resende,  fól.  LXXIÍ  v. — La  primera 
lleva  este  epígrafe:  tDo  Infante  dom  Pedro,  fylho  del  rrey  dom  Joam,  em 
loQUor  de  Joam  de  Mena.» 


n/  PARTE,  CAP.  XYI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  EimiQÜE  IV.  73 

Compartía  en  tal  forma  los  ocios  literarios  y  los  graves  cuida- 
dos de  la  república;  y  atento  asimismo  í  los  medros  de  su  fami- 
lia, desposaba  desde  muy  temprano  al  rey  pupilo  con  su  bija  do- 
ña Isabel,  llevando  á  cabo  siete  años  adelante  este  ambicionado 
matrimonio  (1448).  Mas  allí  donde  juzgaba  hallar  más  firme 
apoyo  é,  su  poder,  estaba  la  causa  de  su  ruina:  declarada  la  ma- 
yoridad de  don  Alfonso,  comenzaron  los  grandes  del  reino  á  vol- 
?er  la  espalda  al  duque  de  Coimbra,  y  creciendo  el  desabrimiento, 
que  fomentaba  su  propio  hermano  don  Alonso,  conde  de  Barce- 
los,  á  quien  antes  colmara  de  mercedes,  dándole  título  de  duque 
de  Braganza ,  le  descomponian  al  fin  con  el  rey,  só  pretexto  de 
que  intentaba  envenenarle;  acusación  absurda  y  malévola,  que 
sólo  podia  hallar  calor  en  un  príncipe  mozo  y  de  poca  experien- 
cia. Avisado  á  tiempo  del  peligro,  recogíase  en  Coimbra,  resuel- 
lo á  hacer  desde  allí  rostro  á  la  fortuna ;  y  concertado  con  los 
ciudadanos  de  Lisboa,  que  le  conservaban  la  antigua  afición ,  se 
dirigía  al  poco  tiempo  á  la  expresada  ciudad,  con  ánimo  de  se- 
ñorearla. Pero  las  cosas  estaban  dispuestas  de  otro  modo:  noti- 
ciosos de  su  proyecto,  le  armaban  sus  enemigos  junto  á  la  Alfar- 
robera  diestra  celada,  cayendo  á  deshora  sobre  él  y  los  ginetes 
que  le  seguían.  Don  Pedro  era  valiente,  y  no  fué  el  triunfo  tan 
fácil  como. sus  émulos  sospechaban.  Cargado  de  heridas  y  aco- 
sado de  numerosos  enemigos,  caía  al  postre  en  la  refriega, 
perdidas  á  un  tiempo  la  vida  y  la  esperanza  de  nuevo  engrande- 
cimiento, apenas  cumplidos  los  57  años  (1449).  La  saña  del  jo- 
ven don  Alfonso  se  manifestaba  públicamente,  negando  la  sepul- 
tura á  su  tutor,  su  tío  y  su  suegro;  pero  pasado  el  primer  enojo 
ó  convencido  de  la  calumnia,  mandaba  que  su  cadáver  fuese  tras- 
ladado á  Aljubarrota,  donde  tenían  los  reyes  de  Portugal  su  en- 
terramiento, haciéndole  solemnes  exequias  *. 

El  desastrado  fin  del  Infante  don  Pedro  era  en  verdad  elo- 
cuente aviso  de  privados ,  bien  que  no  de  esperar,  conocidos  los 
^lecedentes  de  su  vida,  la  rectitud  de  su  gobierno ,  no  contra- 
dicha en  largos  años,  y  sobre  todo  la  severa  moral,  de  que  había 


Mariana,  Hist.  gen.  de  Españüt  lib.  XXII,  cap.  VII, 


74  HISTORTA  CRITICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAHOU. 

hecho  noble  alarde  en  sus  escritos.  Tienen  entre  todos  lugar 
preferente  las  Coplas  compuestas  en  lengua  castellana,  con  titu- 
lo de  Contemplo  del  Mundo  ^^  las  cuales  le  asocian  por  extrenao 
&  los  ingenios  de  la  España  Central,  dando  al  propio  tiempo  le- 
vantada idea  de  su  carácter  y  del  esmero  con  que  en  medio  de 
más  serias  atenciones  cultivaba  la  poesía.  Dejándose  llevar  de  la 
común  corriente ,  habia  don  Pedro  cantado  el  amor  de  la  misma 
suerte  que  la  gran  mayoría  de  los  poetas  castellanos,  aragone- 
^s,  navarros  y  catalanes ,  examinados  basta  ahora ,  y  tal  como 
lo  verificaban  generalmente  sus  compatriotas,  filiados,  cual 
aquellos,  en  la  escuela  provenzal  ^:  aspirando  á  más  alto  galar- 
dón, procuraba  en  sus  famosas  Coplas  seguir  las  huellas  de  los 
antiguos  cultivadores  del  arte  didáctico,  imitando  á  los  Ayalas 
y  Santa  Marías  y  hermanándose  con  los  Guzmanés  y  los  Mendo- 
zas.  Su  poema  del  Menosprefio  del  mundo,  que  bien  pudo  inti- 
tularse también,  siguiendo  la  inclinación  del  tiempo.  Doctrinal 
de  virtudes ,  revelaba ,  con  aquel  generoso  anhelo ,  un  espíritu 
superior  y  libre  de  las  preocupaciones  vulgares ,  mereciendo  en 


1  PubUcóse  este  poema  en  el  citado  Cancionero  de  Resende,  fo- 
lio LXXIII  r.  y  siguientes  con  este  título:  cDo  Infante  dom  Pedro,  fylho 
del  rrey  dom  Joam  da  gloriosa  memoria  sobre  ó  meno8prc9Ío  das  cosas  do 
mundo  em  lengoaje  casthellano,  as  quales  tem  glosa». — Imprimióse  también 
aparte,  con  el  siguiente  epígrafe:  Coplas  fechas  por  el  muy  illustre  don  Pe- 
dro de  Portugal:  en  las  quales  hay  mil  versos  con  sus  glosas,  contenientes 
del  menosprecio  é  contemplo  de  las  cosas  fermosas  del  mundo  é  demostran- 
do la  su  vana  é  feble  beldad.»  Al  final  se  lee:  «Acábanse  las  coplas  fechas 
por  el  muy  illustre  señor  Infante  don  Pedro  de  Portugal.  Deo  gra9ias.» 

2  Tal  es  el  carácter  que  ofrecen  las  contadas  poesías  amorosas  que  han 
llegado  á  nuestras  manos.  Á  fin  de  que  los  lectores  formen  concepto  por  sí, 
trasladaremos  la  canción  que  al  fól.  78  del  cód.  VU.  A.  3  de  la  Biblioteca 
Patrimonial  de  S.  M.,  antes  repetidamente  citado,  existe:  Dice  así  exacta- 
mente: 

Bien  diré  d*amor,  sin  afer  gaardon 

pues  que  me  le  fes  de  mlnya  señor, 
quedar  esta  Tes  Ho  amor  me  desla 

por  seu  seruidor.  un  día  faiando^ 

Bu  tem  Yountade  si  me  platería 

d'amor  me  partir,  amar  de  seu  bando 

et  tal  CD  yerdade  gentil  graciosa 

nunca  ó  serair,  de  flna  color. 


n/  pARTBy  CAP.  rn.  poetas  del  reinado  db  EimiQCJE  IV.  75 

este  transcendental  sentido  la  estimación  y  el  respeto  de  la  crí- 
tica del  siglo  XIX. 

Escrito  en  versos  de  arte  mayor ,  como  los  de  Mena  y  Santi- 
llana,  formaba  un  cuerpo  de  ciento  veinte  y  cinco  octavas  ^  en 
que  no  sólo  recogia  la  doctrina  más  autorizada  de  los  moralistas^ 
respecto  de  todas  las  situaciones  y  vicisitudes  de  la  vida ,  sino 
que  procuraba  también  consignar  el  fruto  de  su  propia  expe- 
riencia. Tras  una  dedicatoria  en  prosa,  dirigida  al  rey  don  Al- 
fonso ^,  empieza  el  poema  con  una  invocación,  en  que  revelan- 
do el  superior  intento  &  que  aspira ,  muestra  desde  luego  don 
Pedro  su  condición  de  erudito,  haciendo  gala  de  conocer  la  an- 
tigüedad clásica  á  la  manera  que  la  conocían  los  ingenios  caste- 
llanos: levantadas  á  Dios  sus  miradas,  cual  fuente  de  todo  bien 
durable,  pide  á  Minerva  su  protección  y  escudo ,  para  dar  cabo 
&  su  empresa,  del  siguiente  modo: 

Miremos  al  ^elso  |  é  muy  grande  Dios; 
dexemos  las  cosas  j  caducas  é  vanas: 
retener  deuemos  |  las  firmes  con  nos, 
las  útiles,  santas,  j  muy  buenas  é  sanas. 
O  tú,  grand  Minerva,  |  que  siempre  emanas 
muy  veros  preceptos  j  en  grand  abastanza , 
imploro  me  muestres  j  tus  leyes  sobranas 
é  fíere  mi  pecho  |  con  tu  luenga  lanza. 

Dame  tu  escudo,  |  claro  cristalino, 
é  ármame  todo  |  con  armas  seguras, 
para  que  contraste  |  al  mortal  venino 
y  ravias  caninas,  |  feroces,  muy  duras. 
Tú  sabia  maestra,  |  tú  que  nos  procuras 
SQicnQias  santas,  |  humanas  divinas, 
arriedra  mi  sesso  |  de  mundanas  curas; 
distila  en  mi  [mente]  tus  dulces  doctrinas. 


1  No  consta  esta  dedicatoria  en  los  impresos  antes  mencionados;  pero  sí 
en  algunos  códices  del  mismo  siglo  XV,  como  notó  ya  el  laborioso  Méndez 
en  su  Typografia  española  (pág.  138).  La  expresada  dedicatoria,  en  que  se 
intitula  al  rey  don  Alfonso  «señor  de  la  insigne  é  muy  guerrera  africana 
9ibdat,v  empieza:  «No  se  me  olvida,  invcctíssimo  señor  et  muy  glorioso  rey, 
averleydo  en  la  introducción  de  Boe9Íoi,  etc.  Según  advertimos  en  el  texto, 
el  Infante  no  renunciaba  desde  la  primera  línea  de  su  poesía  al  galardonee 
docto. 


76  HISTOnU   CRÍTICA  DE  LA  LITERATURA  BSPAltOUU 

Tras  esta  doble  invocacioii,  se  abre  el  poema,  pintando  ia  i 
labilidad  de  la  fortuna ,  así  en  la  prosperidad  como  en  la 
gracia ;  y  reparando  en  lo  frágil  y  caduco  de  la  «mundana 
queza»,  en  lo  engañoso  de  la  vanagloria,  en  lo  pueril  de 
honras  y  dignidades  terrenas ,  fija  el  poeta  sus  miradas  en  la 
dignidad  do  los  reyes,  ofreciendo  intencional  bosquejo  de  los 
buenos  y  de  los  malos,  y  se  detiene  algún  tanto  ¿  considerar  la 
suerte  de  los  que  gozaban  de  la  privanza ,  llamando  en  verdad  la 
atención  que  el  docto  repúblico,  de  quien  tan  perfectamente  eran 
conocidos  sus  peligros  y  estragos ,  se  dejase  arrebatar  tan  sin 
consejo  en  su  corriente,  hasta  perecer  en  sus  engañosas  sir- 
tes *.  Ni  es  menos  digna  de  notarse  la  singular  manera,  con  qne 
un  iníante  de  Portugal ,  hijo  de  reyes  y  gobernador  del  reino, 
tenida  en  cuenta  la  falaz  ])onzoña  de  los  deleites  corporales,  me- 
nospreciato  «la  clara  prosapia» ,  á  que  no  servia  de  engaste 
y  rorona  h  virtud ,  exclamando ,  animado  de  este  generoso  con- 
vencimiento: 

Todos  somos  fijos  1  del  primero  padre; 
todos  trovemos  :  vcrual  nascnniento; 
todos  auemos    &  Eva  por  madre: 
todos  f aremos  |  ud  acsbamiento. 
Todos  tenemos    bies  fíaco  cimiento; 
todos  seremos    en  breve  se  tierra: 
el  propric:  nobiesre  ;  meresrimiento, 
t'  qnieL  il  k  pienasa.    ye  pienso  que  yerra  i. 


1  Es  en  verdad  dícmr  dr  f?er  ronocid(  el  pas.nip  en  qne  el  Infante  pinta 
l<v  efectív  terribles  dí  ií.  jrn^'atiza   Apostrofándolíi.  dice: 

Tt  ma  fti  e'  biei.  !  mayo:  qu(  poseyes: 
irazr  i   salur  '  úv  tL  stvlv  terida: 
to>  proDio^  dailo^  '  noi  niir&f  nin  vcyci, 
nnoi.  Si  iKlanii  ,  veyeí^  tu  caidb. 
bstüii'.  dt  l<h-  tuvor  ;  erfr  mnoñ^ula, 
iot  nua(er :  Imiüo.'^    sor  biei  compandos: 
puer  guand*  su  ponip:     dclio:'  e^  lujúSL 
Tf  tornai  ei  £i  •  coi  meiioh  cuidados. 

Conte^<  i  nienudf    i&r-  rr«y>  í^d^  pnuados 
:  nui  snülimarni..    iK  io>  ar^axar 
COI  muertft.  um»ento>    ítuí1o>.  uta 
fiemajuH  pQtalte^    as.  a  mostrar.  flt¿. 

2  lILeiirinDamof^  yL  esto^  versoi>  ei.  e.  tomi  II.  pa£    22 


n.*  PARTE,  GAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  77 

Colocado  en  tal  altura,  contempla  don  Pedro  cuan  pasajeros 
son  en  la  vida  los  dones  de  la  hermosura  y  cu&n  amargo  el  fru- 
to de  la  incontinencia,  no  olvidada  la  «angustia  que  causan  los 
malos  fijos,»  principalmente  á  los  reyes,  en  quienes  el  poeta 
parece  tener  puestas  sus  miras.  A  este  mismQ  blanco  se  dirije, 
melando  después  la  vanidad  del  amor  popular,  ciego  siempre  y 
desatentado:  al  fin  prorumpe: 

Al  caos  profundo  |  á  horas  abaxa, 
á  horas  soblima  |  al  gielo,  loando; 
en  él  piedad  |  jamas  non  s'encaza; 
los  sus  beneficies  |  siempre  van  errando. 
Es  todo  ingrato,  |  crudo  é  nefando; 
los  malos  ensal^^  |  los  buenos  opprime; 
á  la  falsa  fama  |  jamás  vá  mirando; 
nin  siento  virtud  |  que  á  él  se  arrime. 

La  floreciente  juventud  y  la  fuerza  corporal,  dañosas  para  el 
hombre  sin  la  guia  del  buen  consejo,  y  el  inmoderado  anhelo  de 
larga  vida,  fuente  inevitable  de  cuitas  y  desengaños,  le  llevan  & 
detener  un  punto  sus  miradas  en  las  relaciones  sociales,  trope- 
zando en  la  amistad,  ardiente,  estrecha  en  los  tiempos  de  la 
'dnlce  fortuna»,  fría,  tornadiza  y  abiertamente  desleal  en  los 
<lias  adversos.  Después  añade: 

Quando  los  gemidos  |  son  más  auivados, 
el  leal  amigo  |  allí  permanes^e: 
de  tales  amigos  |  son  pocos  fallados, 
porque  nuestro  siglo  |  de  virtud  cares^e. 
La  maldad  abunda,  |  caridad  falles^e: 
siguen  como  moscas  |  aquellos  la  miel: 
ya  vera  amistad  |  nin  es  nin  pares^e; 
entre  mil  apenas  |  se  muestra  uno  fiel  l . 

^Uien  de  esta  manera  consideraba  á  su  siglo,  levantaba  en  me- 
^*cj  del  presente  dolor  su  corazón  y  su  esperanza  á  la  contem- 
^*^cion  del  Bien  Soberano,  invocando  de  nuevo  el  auxilio  divino 
ra  ofrecer  á  los  hombres  el  remedio  de  tantos  males,  y  exci- 


1    Cancionero  de  Resende,  folha  LXX  VI  r. 


78  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

lando  al  propio  tiempo  á  su  musa,  para  que  prevenga  la  desea- 
peracion,  &  que  puede  llevar  el  triunfo  de  los  vicios: 

Canta,  santa  musa,  |  en  coplas  y  versos; 
resuenen  tus  vozes,  |  fíeran  los  oydos 
de  todos  los  ombres  |  buenos  é  perversos: 
busca  armonía  |  de  dulces  sonidos. 
E  sean  remedios  |  aquí  prevenidos, 
porque  non  pervenga  |  desesperación: 
demuestra  los  bienes  |  que  son  infinidos; 
faz  tu  patente  |  nuestra  salvación  l. 

Estriba  esta  únicamente  en  el  ejercicio  de  las  virtudes:  la 
santa  pobreza;  la  pacífica  y  contemplativa  soledad;  la  humildad 
inocente  é  ingenua;  la  esforzada  continencia]  la  generosa  mi- 
sericordia^  «madre  é  nutriz  de  todos  los  bienes»;  la  obediencia, 
dote  sólo  del  prudente;  la  paciencia,  fuente  de  perfección  y  an- 
tídoto eficaz  contra  la  tristeza,  el  odio  y  la  ira;  la  constancia,  la 
clemencia  y  la  honestidad,  íntimamente  asociadas  &  la  liberali'- 
dad  y  al  loable  silencio,  muestran  el  camino  de  la  fulgen^ 
te  verdad  y  de  la  uerdadera  é  firme  libertad,  de  donde  se  ele- 
va el  poeta  k  la  idea  del  temor  y  del  amor  divino,  exclamando 
en  este  momento: 

Oyan  los  gielos  |  lo  que  fablaré, 
é  oya  la  tierra  |  é  oya  la  mar: 
inclinen  oydos  |  á  lo  que  diré; 
oyan  atentos  |  el  mi  razonar. 
Oyan  animales  |  mi  breve  fablar, 
asi  quadrupedos  |  como  racionales; 
oyan  las  aues  |  señoras  del  volar; 
oyan  los  mis  versos  |  todos  los  mortales  2. 

Dios,  para  quien  todo  está  presente,  rey  de  reyes  y  señor 
de  señores,  de  cuyas  manos  brota  todo  bien  perpetuo,  galardo- 
nando todos  los  merecimientos  y  castigando  con  pena  inmortal 
todos  los  vicios,  es  pues  el  Soberano  Bien,  que  muestra  el  poe- 
ta &  la  contemplación  de  los  hombres,  exhortándoles  vivamente 


1  Id.,  id.,  ad.  finem. 

2  Id.,  id.,  íólha  LXXIX. 


Q/  parte,   cap.   XVI.   POETAS   DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  79 

^  seguir  la  senda  que  á  su  posesión  conduce,  no  ya  mirando  & 
^  pequenez  de  las  cosas  terrenas  y  mundanales,  sino  volviendo 
b  vista  á  lo  alto  en  alas  de  la  virtud,  para  ser  conducidos  á  la 
presencia  del  Omnipotente,  Uno  y  Trino.  Al  poner  fin  á  su  poe- 
^i^,  recordaba  don  Pedro  el  estado  de  su  siglo,  temiendo  que  el 
ensalzamiento  de  los  malos,  y  la  aflicción  de  los  buenos,  extra- 
viasen &  los  más,  perdido  asi  el  fruto  de  toda  salvadora  doc- 
trina í. 

Bé  aquí  lo  que  son  las  famosas  Coplas  del  Infante  don 
f^^rOy  tan  celebradas  en  su  edad  por  castellanos  y  portu* 
S^eses,  bien  que  no  consideradas  todavía  cual  monumento  que 
i*6TeIa  en  la  historia  de  las  letras  patrias  aquella  influencia  que 
íImi  dando  en  toda  la  Península  claras  señales  del  predominio 
político  é  intelectual,  alcanzado  por  la  España  Central  sobre  to- 
das  las  extremidades  de  la  misma.  Don  Pedro,  anhelando  la 
gloria  de  los  preclaros  ingenios  de  Castilla,  les  pide  su  lengua 
y  ensaya  generoso  el  arte  por  ellos  cultivado;  mas  si  no  puede 
KQenos  de  sorprendernos  la  propiedad  y  aun  la  corrección  que 
ostenta,  al  manejar  la  lengua  de  Yillena  y  Santillana;  si  halla- 
mos  en  sus  Coplas  muy  á  menudo  verdadera  riqueza  de  dicción 
y  no  escaso  color  poético,  lícito  es  también  observar  que  encon- 
tramos repetidos  rasgos  de  inexperiencia  respecto  del  lenguaje, 
abundando  las  maneras  de  decir  propiamente  portuguesas,  mien- 
tras descubrimos  en  la  extructura  de  los  versos  hartas  incorrec- 
ciones, que  nos  revelan  en  el  poeta  no  poca  fatiga  y  más  que 
mediano  esfuerzo  para  lograr  las  armonías  de  Mena,  que  tanto 
aplauso  hablan  merecido  al  ilustrado  Infante.  Compuesto  sin  du- 
da por  los  años  de  1440  á  1446  ^,  nos  advierte  pues  el  Con- 


^     Hé  aqní  la  estrofa,  con  que  termina  el  poema: 

Si  Teys  á  106  malos  |  ser  muy  ensalzados» 
é  Teys  á  los  buenos  |  Teñir  aflicciones, 
^         non  por  aqueso  |  sed  tos  apartados 
de  guiar  al  bien  |  Tuestros  corazones. 
Porque  los  penrersos  |  con  sus  falsos  dones 
al  fin  in  eterno  |  sosternán  tormentos: 
los  buenos,  cobrando  j  Teros  galardones, 
serán  íecbos  dioses  1  de  bienes  contentos. 

IVos  inclinamos  á  indicar  esta  fecha,  conocidos  los  si^^oientet  venos, 


80  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   UTBR ATURA   ESPAÑOLA. 

tempto  del  mundo  que  ni  por  su  concepción,  ni  por  su  forma 
literaria,  ni  por  la  lengua  en  que  aparece  escrito,  ni  por  los 
elementos  artísticos  de  que  se  reviste,  puede  ser  reputado  por 
la  crítica  como  una  producción  aislada  y  desasida  del  gran  mo- 
vimiento, que  habian  tomado  letras  y  ciencias  en  el  suelo  caste- 
llano; ley  á  que  se  sujetan  no  menos  claramente,  aunque  en  di- 
verso sentido,  otros  ingenios  de  Portugal,  entre  los  cualesbrüla 
don  Pedro,  el  Condestable,  tan  celebrado  de  los  ingenios  de  don 
Juan  n. 

Era  el  Condestable  hijo  del  Infante  don  Pedro,  y  como  él,  dado 
desde  sus  primeros  años  al  ejercicio  de  las  letras,  habiendo  te- 
nido, como  él,  un  fin  desventurado  por  no  saber  refrenar  sus 
ambiciones.  Nacido  en  1429,  contaba  apenas  diez  y  seis  años, 
cuando  interesado  su  padre  en  favor  de  don  Alvaro  de  Luna, 
enviábale  en  su  ayuda  á  la  cabeza  de  dos  mil  peones  y  seiscien- 
tos caballos,  investido  ya  del  cargo  de  Condestable  por  muerte 
de  su  tio,  el  Infante  don  Juan.  En  la  batalla  de  Olmedo  ganaba 


en  que  pintando  la  instabilidad  de  los  favores  cortesanos,  aludía  don  Pedro 
á  la  privanza  de  don  Alvaro  de  Luna: 

Ta  pues  veyamos  (Aman  qué  razona 
de  tí,  ó  qué  sicote  |  de  bien  ó  de  mal: 
fable  el  ITaeslre,  |  señor  d^Escalona, 
diga  si  le  faeste  |  fiel  é  Idal. 

Recordando  que  el  Infante  mucre  en  1449,  y  que  en  esta  época  se  habia 
restituido  don  Alvaro  á  la  privanza  con  más  poder  que  nunca,  es  evidente 
que  se  alude  aquí  al  destierro  anterior,  fruto  del  Seguro  de  Torde&illcu: 
duró  este,  aunque  la  sentencia  dada  por  los  nobles  fijaba  seis  años,  sólo 
de  1439  á  1441,  en  que,  preso  el  rey  don  Juan  por  los  infantes  de  Araron, 
abandonó  don  Alvaro  su  villa  de  Escalona,  donde  vivía  retirado,  para  sa- 
car al  rey,  como  lo  hizo,  del  poder  de  los  revoltosos.  Estas  circunstancias 
podrían  inducirnos  á  sentar  que  las  Coplas  del  Contemplo  del  mundo  se 
escribieron  en  1440,  término  medio  entre  las  dos  fechas  citadas;  poro  repa- 
rando en  que  dá  el  Infante  título  de  Maestre  á  don  Alvaro,  dignidad  que 
sólo  obtiene  después  de  la  muerte  del  Infante  don  Enrique,  acaecida  en  1445, 
por  efecto  de  las  heridas  que  recibió  en  la  batalla  de  Olmedo,  es  innegable 
que  sólo  pudo  escribirse  este  poema  hecha  ya  elección  en  el  privado  de  don 
Juan  11,  y  recibido  generalmente  como  tal  Maestre  de  Santiago.  Parece  por 
tanto  evidente  que  el  gobernador  de  Portugal  puso  fin  á  su  libro  por  los 
años  de  1446. 


n.*  PARTE,  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  81 

don  Pedro  prez  y  reputación  de  esforzado,  tornando  á  poco,  no 
sin  muestra  de  las  mercedes  que  siguieron  á  tan  grande  escán- 
dalo, al  suelo  portugués,  donde  prosiguió  sus  estudios.  Habia 
conocido  personalmente  en  el  ejército  real  á  don  íñigo  López  de 
Mendoza ,  que  recibía  también ,  como  gaje  de  su  lealtad,  en  la  . 
expresada  batalla  título  de  Marqués  de  Santillana;  y  deseoso  de 
poseer  todas  las  poesías  que  le  daban  renombre  de  consumado 
trovador,  suplicábale  en  1449,  por  medio  de  Alvar  González  de 
Alcántara,  familiar  y  servidor  de  la  casa  del  Infante,  su  padre, 
que  le  remitiese  sus  Canciones  y  dezires.  A  los  deseos  del  Con- 
destable accedió  don  íñigo,  dirigiéndole,  cual  saben  ya  los  lec- 
tores, con  el  Cancionero  de  sus  obras,  la  famosa  carta  que  sirve 
i  las  mismas  de  Prohemio,  trabajo  ya  antes  juzgado,  como  uno 
de  los  más  preciosos  documentos  de  nuestra  historia  literaria  K 
La  desgracia  que  puso  fin  á  los  dias  del  ilustre  duque  de 
Coimbra,  alcanzaba  también  á  su  hijo  don  Pedro:  el  joven  rey 
don  Alfonso  le  despojaba  en  el  mismo  año  de  1449  del  título 
de  Condestable,  arrojándole  de  la  corte,  adonde  pasado  algún 
tiempo,  le  llamaba  el  amor  de  su  hermana,  la  reina  Isabel,  bor- 
rado en  el  ánimo  del  monarca  el  injusto  enojo  que  se  habia  en- 
sañado en  su  familia.  Repuesto  en  el  supremo  oficio  de  la  mili- 
cia, procuraba  el  Condestable  ensanchar  el  imperio  portugués  en 
el  África,  repitiendo,  ya  sólo,  ya  acompañando  á  su  primo  y  rey, 
las  expediciones,  contra  aquella  parte  de  la  morisma.  En  Ceuta 
se  hallaba  en  1463,  cuando  muerto  el  Príncipe  don  Carlos  de 


i  Véase  nuestra  Introducción  general,  tomo  I,  pág.  LV. — Don  Iñigo 
López  de  Mendoza  encabezaba  la  dicha  Carta-prohemio,  diciendo:  «En 
estos  dias  passados  Alvar  González  de  Alcántara,  familiar,  é  servidor  de 
b  casa  del  señor  Infante  don  Pedro,  muy  ínclito  duque  de  Caimbra,  vues- 
tro padre,  de  parte  vuestra,  Señor,  me  rogó  que  los  deQires  é  cancio- 
nes mias  enviase  á  la  vuestra  manifi9en9ia>,  etc.  {Obras  del  Marqués^ 
p.  1.*  de  nuestra  edición).  De  estas  palabras  y  del  epígrafe  de  la  carta 
se  deduce,  sin  género  de  duda,  que  se  escribió  antes  de  la  caida  del  In- 
fante gobernador  y  de  la  Batalla  de  Alfarrobcra,  en  que  muere,  y  por 
tanto  antes  de  1449  y  cuando  más  en  los  primeros  meses  de  aquel  año, 
eomprobándosc  así  cuanto  sobre  este  punto  expusimos  en  la  Vida  del  Mar- 
qués  de  SarUillana  (Obras,  pág.  LXXXIX). 

Tomo  vii.  6 


82  HISTORIA   GRtTÍGA    DE   LA  LITERATURA   ESPAÑOLA* 

Yiaaa,  llegábale  una  diputación  de  catalanes  para  ofrecerle  la 
corona  del  Principado  y  aun  de  todo  Aragón;  tentación  tan 
fuerte  que  le  llevaba  luego  á  Barcelona,  donde  tomaba  título  de 
conde  y  de  rey  en  los  primeros  días  de  1464,  empeñándose  en 
una  lucha  temeraria,  con  seguro  riesgo  de  su  honra  y  de  su  vida. 
Vencido  en  los  Prados  del  Rey  por  el  príncipe  don  Fernando, 
que  frisaba  apenas  con  los  trece  años,  salía  el  Condestable  de  la 
batalla ,  merced  á  la  no  gloriosa  industria  de  arrojar  la  so- 
breveste, mezclándose  entre  los  vencedores;  y  á  salvo  ya  de 
aquel  peligro,  moría  dos  años  adelante,  tras  infructuosos  esfuer- 
zos, al  dirigirse  desde  Manresa  á  Barcelona,  no  sin  fama  de  en- 
venenado. Don  Pedro  trasmitía  por  su  testamento  al  Príncipe 
don  Juan,  su  sobrino,  el  derecho  no  legitimado  por  las  armas  al 
trono  de  Aragón,  pagando  así  las  deudas  de  cariño,  que  había 
contraído  con  la  reina  doña  Isabel,  su  hermana.  Cuando  aceptó 
la  oferta  de  los  catalanes,  tomó  por  divisa  personal,  que  traía  en 
su  escudo,  un  alcotán  con  su  capirote,  escribiendo  debajo  este 
lema:  Modestia  por  alegría  ^ . 

Tal  fin  tuvieron  las  esperanzas  de  don  Pedro  de  Portugal,  pa- 
sando de  este  siglo  á  los  treinta  y  cinco  años  de  una  vida,  que 
prometía  abundantes  laureles  para  la  milicia  y  para  las  letras. 
Su  juventud  consagrada  al  estudio,  no  había  sido  en  verdad  es- 
téril en  el  cultivo  de  las  últimas;  y  ya  siguiendo  el  ejemplo  de 
su  padre,  ya  dominado  del  general  anhelo  que  hacia  volver  to- 
das las  miradas  á  la  corte  de  don  Juan  II,  inscribióse  también  el 
Condestable  entre  los  ingenios  que  tomaron  por  instrumento  el 
habla  de  Castilla,  asociándose  al  ya  quilatado  desarrollo  de  las 
escuelas  poéticas,  representadas  por  Juan  de  Mena  y  Santillana. 
Insigne  testimonio  daba  de  ellos,  escribiendo  la  muy  peregrina 
Sátira  de  felige  ¿  infeli¿e  vida,  obra  por  la  cual  parecía  filiarse 
en  la  escuela  dantesca,  sin  olvidar  no  obstante  el  grande  influjo 
que  alcanzaba  la  provenzal  en  la  regiones  eruditas. 

La  Sátira  de  felice  é  infelice  vida,  no  conocida  aun  en  la  his- 
toria de  la  literatura  española,  es  en  efecto  una  visión  amorosa, 


1     Mariana,  Hist,  gen.  de  España,  lib.  XXII,  cap.  IV,  y  lib.  XXIII,  ca- 
pítulos VI,  VIH  y  X. 


n/  PARTE,  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  83 

trazada  sobre  la  pauta  de  la  Comedieta  de  Ponza,  el  Labyriního 
y  tantas  otras  producciones,  cual  dejamos  examinadas:  aparece 
escrita  en  lengua  castellana,  y  como  en  el  Siervo  libre  de  Amor^ 
lafltfrcf/  de  Amor  y  otras,  alternan  en  ella  la  prosa  y  los  me- 
tros ^  Supone  el  Condestable  que  joven  todavía,  se  halla  durante 
ona  noche  de  julio  (el  mes  de  Céssar)  solo,  triste  y  acongojado 
en  medio  de  un  campo,  cuando  se  le  aparece  la  Discreción;  y  re- 
prendiéndole la  amorosa  pasión  que  le  domina,  le  pone  delante 
para  disuadirle  de  si^  locura,  el  vario  ejemplo  de  los  desastres  y 
nuserable  Qn  de  los  enamorados  de  la  antigüedad,  no  sin  añadir 
los  casos  lastimosos  de  los  tiempos  modernos,  entre  los  cuales 
tiene  señalado  lugar  la  desdicha  de  Macías,  llorada  una  y  otra 
▼ez  por  los  vates  castellanos  *.  El  silencio  es  la  respuesta  del 
poeta,  sumido  en  dolorasa  amargura;  pero  de  pronto  se  siente 
transportado  &  un  «arboledo  bien  poblado  de  fermosos  é  fructuo- 
sos árboles»,  donde  recostándose  «en  las  verdes  yernas»,  crece 
sa  desconsuelo  con  el  alegre  canto  de  las  aves,  viéndose  al  cabo 
rodeado  de  «grand  compañía» . 

1  Custodiase  en  la  Biblioteca  Nacional  bajo  la  marca  P.  61,  en  un  to- 
mo 4.^,  escrito  por  un  Cristofol  Bosch  en  1468,  siendo  por  tanto  coetáneo 
del  Condestable,  pues  aparece  hecha  la  copia  dos  años  después  de  su  muer- 
te. El  nombre  del  trasladador  y  la  circunstancia  de  haber  pasado  en  Cata- 
luña don  Pedro  los  últimos  dias  de  su  vida,  gozando  del  amor  de  aquellos 
naturales,  nos  inducen  á  creer  que  fué  este  códice  escrito  en  el  Principado, 
donde  como  sabemos  era  ya  muy  familiar  la  lengua  de  Castilla.  Y  no  que- 
da, por  último,  duda  en  el  particular,  leida  la  nota  final,  á  que  aludimos,  la 
eoal  dice  así:  cFfou  acabad  lo  present  libre  á  X  de  may  any  146S  de  ma  den 
Cristofol  Boscb,  librater. — Deo  gracias». — La  Sátira  lleva  por  epígrafe:  «Sí- 
gnese la  epístola  á  la  muy  famosa,  muy  excelente  princesa,  muy  devota,  muy 
virtuosa  é  perfecta  señora,  doña  Isabel,  por  la  deifica  mano  reyna  de  Portu- 
gal, gran  señora  en  las  libianas  (líbicas,  africanas)  partes,  cmbiada  por  el 
«a  menor  hermano  é  en  deseo  perpetuo  mayor  servidor». — Explicando  las 
razones  por  qué  da  el  título  de  sátira  á  esta  visión,  dice:  «La  intitulé  sá* 
tira..,  que  quiere  Uczir  reprehensión,  con  ánimo  amigable  corregir;  é  aun 
este  nombre  sátira  viene  de  satura f  ques  loor».  (Dedicatoria  á  la  Reina). 
£sta  misma  etimología  adoptaron  notables  comentadores  del  siglo  XVI. 

2  Véase  lo  que  en  el  cap.  VIH  del  tomo  precedente  dejamos  apunta- 
do respecto  de  la  versión,  que  da  el  (Condestable  en  orden  á  la  desgracia  do 
Macías. 


84  HISTORIA   CRITICA    DE   L4   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

Era  esta  el  colegio  de  las  siete  virtudes:  la  Prudencia  le  ex- 
horta á  que  tenga  fé  eo  su  dama,  cuyo  más  cumplido  elogio  ha- 
cen las  restantes,  comparándola  con  las  heroinas  de  la  antigüe- 
dad y  anteponiéndola  en  hermosura  y  discreción  á  las  mismas 
diosas  Venus  j  Minerva:  su  sabiduría  deslustra  la  de  los  más 
celebrados  oradores  y  filósofos.  Declarando  que  posee  las  tres 
caras  de  Prudencia  (memoria,  seso  y  providencia),  enaltece 
asimismo  su  piedad  cristiana  y  su  honestidad,  haciendo  de  ella 
acabado  retrato;  todo  lo  cual  exaspera  más  vivamente  el  dolor 
del  poeta,  para  quien  es  imposible  concebir  cómo  la  que  le  mata 
á  desdenes,  merece  tan  altas  alabanzas.  Acusando  á  su  dama  de 
tirana  y  cruel,  mueve  á  la  Piedad  á  mitigar  su  excesiva  tristu- 
ra, culpando  al  «fado  ó  constelagion»,  en  que  su  hermosa  ha 
nacido,  de  que  «Amor  non  faga  en  ella  morada».  Á  esta  decla- 
ración nada  cristiana,  replica  el  poeta  que  vive  para  que  la  ad- 
versa fortuna  ejecute  en  Si  mayores  rigores;  pero  que  si  vive  pa- 
ra los  que  le  ven  vivir,  él  para  sí  está  muerto,  por  lo  cual  am- 
biciona el  último  dia.  Las  virtudes  le  dejan  esclavo  de  los  «fados 
crueles»,  situación  que  procura  pintar  en  apasionados  versos, 
apareciendo  después  la  claridad  del  sol  naciente,  que  desvanece 
las  tinieblas  y  disipa  aquella  visión,  tan  desconsoladora  como 
grata  al  amoroso  desvelo  del  poeta. 

Muestra  esta  sumaria  exposición  que  el  Condestable  de  Portu- 
gal seguía  en  todo  el  arte  alegórico^  hermanándose  así  con  los 
ingenios  más  aplaudidos  de  Castilla:  como  su  padre,  se  preciaba 
de  erudito  y  entendido  en  la  historia  antigua,  haciendo  excesivo 
alarde  de  nombres  propios,  que  entorpecen  á  menudo  la  narra- 
ción, y  dando  cabal  idea  de  aquel  afán  despertado  en  los  pueblos 
neo-latinos  por  apoderarse  de  los  tesoros  clásicos:  como  su  pa- 
dre, que  se  dejaba  llevar  de  la  corriente  en  que  hemos  visto  ya 
&  Juan  de  Mena  y  otros  ingenios  de  la  España  Central,  daba  al 
hado  y  fortuna  una  intervención  directa,  negada  y  vigorosamen- 
te contradicha  por  los  escritores  ascéticos  *;  y  como  su  padre 
cultivaba  por  último  la  escuela  lírico-provenzal,  ofreciendo  en  la 

1    Véanse  los  capítulos  XIV  y  XIX  del  I.er  Subciclo  de  esta   11.*  Parte 
y  el  XII  del  segundo,  ts.  IV  y  VI. 


n.*  PARTE,  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  85 

misDia  Sátira  de  felice  é  infeli^e  vida  señalado  testimonio  de  su 
esmero  y  atildamiento,  como  cultivador  de  la  poesía  castellana, 
aventajando  no  solamente  á  sus  compatriotas,  sino  también  á 
otros  muchos  trovadores  de  la  corte  de  don  Juan  II.  Veamos  en 
prueba  cómo  empieza  el  lamento  final  de  la  Sátira,  «á  la  más 
perfecta  del  uniuerso  dirijido» :  # 

Discreta,  linda,  fermosa^ 
templo  de  mortal  virtud, 
honestad  mnj  graciosa, 
lucero  de  juventud 
7  de  beldad: 
á  mis  preges  acatad, 
ojd  las  picarías  mías; 
non  fenezcan  los  mis  días 
con  spbra  de  lealtad. 

Píon  fenezca  vuestra  fama 
que  vuela  por  toda  parte; 
non  fenezca  quien  vos  ama: 
desechad,  echad  aparte 
la  crueldad: 
s^uid  virtud  é  bondad, 
é  non  lieve  la  victoria 
la  dañada  voluntad  i. 

Con  igual  entonación  prosigue,  dando  quejas  á  su  amada;  y 
aunque  su  lenguaje  es  por  extremo  artificial,  como  son  exagera- 
dos los  sentimientos  que  revela  y  rebuscados  los  pensamientos 
que  expresa,  siempre  es  digno  de  considerarse  que  sobre  ser 


1  Consta  esta  notable  composición  de  quince  estrofas,  como  las  pre- 
sentes, entre  las  cuales  se  hallan  algunas  de  arte  mayor,  en  que  declara 
<)iié  cosa  sea  piedad.  Hállase  al  Tul.  65  del  citado  códice,  y  para  que  los 
lectores  formen  cabal  idea  del  mérito  del  Condestable  de  Portugal,  como 
versificador  castellano,  trasladaremos  aquí  alguna  de  dichas  estrofas: 

• 

¿Qué  es  otra  cosa  |  asar  piedad^ 
Saluo  ser  sancta  |  é  ser  religiosa. 
Pía  é  humilde,  |  misericordiosa. 
Liberal,  dadora  |  cod  graciosidad?... 
Mirad  pues  los  titules  j  de  gran  dlnldat, 
que  ganan  aquellas  |  que  son  piadosas: 
ganaldos  uos,  lumbre  |  é  luz  de  fermosas; 
ganad  é  quered  1  tal  fcll<^ldat,  etc. 


86  HISTORU   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA    ESPAÑOLA. 

el  Condestable  un  poeta  cortesano,  está  empleando  una  lengua 
que  no  es  la  nativa,  siendo  en  verdad  mucho  más  castizo  y  cor- 
recto en  los  metros  que  en  la  prosa  }.  Para  justificar  en  algún 
modo  la  predilección  concedida  á  la  lengua  de  Castilla,  manifes- 
taba don  Pedro  que  «visitado  por  la  rodante  fortuna»,  habia  vi- 
vido entre  losiingenios  castellanos,  añadiendo  que  «todas  las  co- 
sas nuevas  aplacian»,  con  lo  cual  mostraba  claramente  la  incli- 
nación de  los  trovadores  portugueses  al  cultivo  de  la  poesía, 
acreditada  por  los  Guzmanes  y  Mendozas.  El  Condestable  asegu- 
ba  por  último  que  deseaba  ser  grato  á  su  hermana,  doña  Isabel 
de  Portugal,  para  quien  no  era  peregrino  ni  nuevo  el  romance 
de  Castilla  ^. 
Dado  el  ejemplo  en  tal  manera  y  por  tan  altos  personajes  5,  re- 


1  Esta  observación  puede  aplicarse  también  á  cuantos  ingenios  ensayan 
en  esta  época  en  sus  escritos  la  lengua  de  CastiUa,  y  tiene  entera  explica- 
ción en  la  misma  índole  y  naturaleza  de  los  estudios  eruditos.  La  imitación, 
que  no  solamente  se  reftere  á  las  formas  artísticas,  sino  que  pasa  también 
á  la  lengua,  empieza  siempre  en  las  esferas  de  la  poesía,  y  sólo  cuando  se 
ha  realizado  en  ellas^  se  transfiere  á  las  de  la  prosa.  Por  esto,  es  un  hecho 
muy  digno  de  tenerse  en  cuenta  el  ver  al  Condestable  de  Portugal  cultivan" 
do  la  prosa  castellana;  lo  cual  muestra  el  predominio  que  alcanza  la  litera- 
tura de  la  España  Central  y  explica  por  qué  don  Pedro  es  inferior  á  sí  mis- 
mo como  prosista. 

2  Así  expone  en  efecto  las  razones,  que  le  movieron  describir  enroman- 
ce  castellano  la  Sátira  de  felice  é  in felice  vida:  «Si  la  muy  insigne  mag- 
•nifi^encia  vuestra  demandare  quál  fué  la  causa,  que  á  mí  movió  dexar  el 
•materno  vulgar  é  la  siguiente  obra  en  este  romance  proseguir,  yo  respon- 
>deré  que  como  la  rodante  fortuna  con  su  tenebrosa  rueda  me  visitase,  ve- 
mido  en  estas  partes,  me  di  á  esta  lengua ,  más  constreñido  de  la  necesidad 
>que  de  la  voluntad.  Que  traydo  el  texto  á  la  dcsscada  fin  é  parte  de  las 
•glosas  en  lengua  portuguesa  acabadas,  quise  todo  Irasformar  c  lo  que  rcs- 
»taba  acabar  en  este  castellano  ydioma,  porque  segund  antiguamente  es  di- 
»cho  é  la  experiencia  lo  demuestra,  todas  las  cosas  nuevas  aplacen,  c  aun 
>que  esta  non  sea  muy  nueva  delante  la  vuestra  real  é  muy  virtuosa  ma- 
igestad^  á  lo  menos  será  non  tan  usada  que  la  que  continuamente  fierc 
>  los  oydos». 

3  Conveniente  juzgamos  añadir  sobre  este  punto  que  no  sólo  el  Regen- 
te y  el  Condestable  de  Portugal,  sino  también  el  mismo  rey  don  Alfon- 
so V,  de  quien  habia  dicho  el  marques  de  Santillana  que  era  de  perfetta 


II.'  PARTE,  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  87 

cibida  en  el  palacio  y  en  la  corte  de  Portugal,  como  lengua  poé- 
tica y  literaria,  el  habla  de  Castilla,  no  podia  maravillar  que  obe- 
deciendo este  impulso,  se  esmerasen  en  su  cultivo  otros  inge- 
nios portugueses,  propagándose  aquella  afición  á  los  siguientes 
reinados,  durante  todo  el  siglo  XV.  Notables  eran  entre'todos  es- 
tos trovadores  luso-castellanos  el  conde  de  Vimioso,  el  conde 
Moor,  don  Juan  de  Meneses,  Alvaro  y  Duarte  Brito,  don  Juan 
Manuel,  el  doctor  Francisco  de  Saa,  Pedro  Secutor,  Ferreira  y 
otros  \  pudiendo  asegurarse  al  leer  sus  cantigas,  glosas,  tro- 


discreción,  de  buen  sesso  é  grant  sentidOy  se  preció  de  cultívar  la  lengua 
castellana.  Al  despedirse  de  su  hija,  doña  Juana,  cuando  pasó  esta  á  Casti- 
lla para  desposarse  con  don  Enrique  IV,  le  dirigió  un  RazonamientOf  lleno 
(le  máximas  y  amonestaciones  cristianas,  el  cual  empieza:  c  Venido  es  el 
«tiempo,  ó  dulce  fija  mia,  en  que  yo  casarte  devo:  llegada  es  tu  edat,  como 
>yo  pienso,  á  los  conuenibles  años  de  los  maritales  talamos,  etc.  Esta  obra, 
nuy  semejante  en  el  estilo  á  la  Sátira  de  felice  é  in felice  vidu^  fué  escri- 
>ta  en  1455,  y  al  parecer  terminada  el  domingo  de  Resurrección»,  co- 
menzado (dice  el  rey)  el  diez  de  Delio,  cuya  tfestividat  á  honor  de  la  rresu- 
rcccion  del  Todopoderoso  é  misericordioso  lesu  celebramos  (Méndez,  Ty^ 
pografid  esp.,  págs.  138  y  139)  . 

1  Las  poesías  castellanas  de  todos  estos  trovadores  fueron  en  parte  re- 
cogidas por  Resende  en  su  ya  citado  Cancionero  entre  las  portuguesas  es- 
critas por  los  mismos.  Hállanse  en  efecto  las  del  conde  de  Vimioso  desde 
la  foja  LXXIX  vuelta  en  adelante;  las  del  Condel  Moor  (Fernando  da  Silveira) 
desde  el  fól.  XIX  v.  al  XXllIj  r.;  las  de  don  Juan  Meneses  desde  el  XV  r.  al 
XVlll  V.;  las  de  Alvaro  y  Duarte  Brito  desde  el  XXIlll  r.  al  XXXll  v.  lasdel 
primero,  y  del  XXXVll  r.  al  XLVII  r.  lasdel  segundo;  las  de  don  Juan  Ma- 
nuel desde  la  foja  XLVlll  v.á  la  LVlIr.;  las  del  doctor  Saa,  desde  el  fól.ClX 
al  ex  r.;  las  de  Pedro  Secutor,  fól.  LXXXIII;  las  de  Ferreira,  fóls.  CIX  ,  etc., 
ele. — Demás  de  los  lugares  citados,  encuéntransc  también  en  otros  sitios 
del  Cancionero  cantigas ^  loores^  reqüestas,  etc.,  de  estos  y  otros  poetas 
portugueses,  en  lengua  castellana,  perteneciendo  á  los  reinados  de  don  Al- 
fonso V  y  don  Juan  1!,  según  ellos  mismos  nos  advierten  por  las  fechas  y  los 
acontecimientos  que  mencionan.  Algunos  de  estos  poetas,  no  sólo  usan  la 
lengua  de  Castilla,  sino  que  tratan  también  asuntos  puramente  castellanos: 
así  por  ejemplo  Alvaro  Brito  elogia  en  dos  composiciones,  la  primera  por- 
toguesa  y  la  segunda  castellana,  á  los  reyes  don  Fernando  y  doña  ísabel, 
llevando  su  extremada  cortesanía  al  punto  de  hacer  una  y  otra  obra  multi- 
plicadamente  acrósticas.  La  que  dirige  á  la  Reina  Isabel  empieza: 

Bsclares^es  ensalmada 
en  Europa  enlegida 


88  HISTORIA    CRÍTICA    DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

vas,  reqüestas  y  dezires,  que  fuera  de  algunos  modismos  por- 
tugueses, nada  hay  en  sus  metros  que  desdiga  del  parnaso  cas- 
tellano. Verdad  es  por  otra  parte  que  lo  mismo  sucede  respecto 
de  los  trovadores,  para  quienes,  ó  era  peregrina  la  lengua  de 
don  Juan  II,  ó  tenia  mayor  estima  la  que  iba  á  ser  inmortaliza- 
da en  la  siguiente  centuria  por  el  genio  de  Camoens:  las  escue- 
las poéticas  que  habían  luchado  en  Castilla,  dominaban  del  lodo 
en  Portugal;  observación  que  halla  entera  comprobación  en  el 
examen  de  unos  y  otros  Cancioneros  *,  poniendo  una  vez  más 
de  relieve  el  predominio  que  alcanzaba  la  España  Central  en  las 
esferas  intelectuales,  merced  á  los  nobles  esfuerzos  de  tantos  va- 
rones como  en  vario  sentido  ilustraron  la  primera  mitad  del  si- 
glo XV. 

Aquellos  meritorios  esfuerzos  producían  también  en  Castilla 
sus  legítimos  frutos,  á despecho  de  las  vergonzosas  contradiccio- 
nes, que  trajo  consigo  el  turbulento  y  escandaloso  reinado  dd 
Enrique  IV.  Á  la  debilidad  de  su  apocado  carácter,  heredada 
de  un  padre  á  quien  habia  desobedecido,  se  unían  en  este  prín- 
cipe la  inconstancia  en  el  bien,  la  perplejidad  en  el  consejo  y  el 
hastío  respecto  de  ta  gobernación  del  Estado,  abriendo  las  puer- 


esperante  esperada 
estrella  esclarecida,  etc. 

La  influencia  literaria,  que  toma  cuerpo  en  los  bersos  del  Infante  y  del  Con- 
destable de  Portugal,  triunfa  pues  de  las  prevenciones  nacionales,  nueva- 
mente exasperadas  con  la  itivasion  y  derrota  de  Alfonso  V  (1475),  y  se  tras- 
mite con  fuerza  irresisliMe  á  los  sifjuicnles  reinados,  según  en  lugar  propio 
iremos  notando. 

1  Esta  observación  se  comprueba  fácilmente  con  la  simple  comparación 
de  los  referidos  Cancioneros,  ya  MSS.  ya  impresas.  Sin  salir  del  de  Garcia 
de  Resende,  que  tenemos  á  la  vista,  es  lícito  advertir  que  no  hay  en  él  com- 
posición alguna  que  no  pueda  clasificarse  en  una  de  las  escuelas  artísticas, 
cuyo  estudio  llevamos  hecho;  y  como  las  obras  que  encierra,  alcanzan  has- 
ta principios  del  siglo  XVi,  no  es  repugnante  deducir  que  acudiendo  los 
proceres  y  trovadores  portugueses  á  los  castellanos  (como  lo  hicieron  el  In- 
fante don  Pedro  y  su  hijo,  elCondeslable,  respecto  de  Juan  de  Mena  y  del 
marqués  de  Santillana)  para  pedirles  sus  obras,  imitándolas,  siguió  en  toda 
la  XV  centuria  el  parnaso  portugués  el  movimiento  que  habia  recibido  de 
la  imitación  del  castellano. 


Il/   PARTE,    GAP.    XVI.    POETAS   DEL   REINADO   DE   ENRIQUE  IV.  89 

tas  á  los  insolentes  y  ambiciosos,  para  escalar  las  honras,  el  po- 
der y  las  dignidades,  y  poniendo  en  manos  de  una  privanza  ciega 
y  torpemente  interesada  la  quietud  del  reino,  la  honra  de  las  fa- 
milias y  su  propia  honra  ^.  Los  veinte  años  que  abraza  aquel 
reinado,  pueden  señalarse  en  la  historia  de  Castilla  como  la  edad 
más  calamitosa  y  triste  de  cuantas  habian  aflijido  al  pueblo  de 
Pelayo  desde  la  ruina  del  Guadalete :  el  trono  aparecía  cubierto 
de  mengua  y  vilipendio ;  la  nobleza  entregada  á  feroz  anarquía, 
sin  más  norte  que  su  desapoderada  ambición^  ni  más  freno  que 
su  orgullo;  el  clero  mezclado  torpemente  en  los  disturbios  corte- 
sanos, aguijado  por  insaciable  codicia  y  presa  de  vituperable  in- 
continencia; las  honras  y  dignidades  vendidas  en  pública  almo- 
neda; la  justicia  hollada  y  escarnecida;  las  villas  y  ciudades  del 
reino  abiertas  á  la  dilapidación  y  al  cohecho;  los  caminos  cuaja- 
dos de  malhechores;  los  campos  se  veian  por  último  convertidos 
en  teatro  de  infan\gs  rapiñas,  ó  eran  con  frecuencia  pasto  de  las 
llamas  ^. 

En  medio  de  este  cuadro  se  mostraba  la  figura  de  Enrique  IV 
sombría ,  macilenta  y  animada  de  indecisas  ó  contradictorias  tin- 
tas: «Era  (dicen  sus  coetáneos)  temeroso  á  natura;  sospechoso 
•de  continuo;  el  tono  de  su  voz  muy  dulge  é  bien  proporcionado. 
•Todo  canto  triste  le  daba  deleyte.  Presgiáuase  de  cantores  y  con 
•ellos  cantar  á  menudo:  estaua  siempre  retraydo:  tañía  dulge- 
•mente  el  laúd;  sentia  bien  la  música;  los  instrumentos  della 
•mucho  le  plasQÍan...  De  sí  mismo  facía  poca  estima:  las  insig- 
•nias  é  gerimonias  reales  todas  cesaron  en  sus  dias:  fiestas  é 
•aparatos  jamás  le  plasQian...  Los  deleytes  de  la  carne  mucho 
•le  señoreaban»  ^.  Con  tales  rasgos  y  dotes  no  era  en  verdad 
posible  que  prosiguieran  bajo  los  auspicios  de  Enrique  IV,  ofre- 
ciendo las  letras  el  espectáculo,  altamente  consolador,  que  habían 


1  Véase  el  estudio  de  los  historiadores  que  hacemos  en  el  siguiente  ca- 
pítulo. 

2  Lucio  Marineo  Sículo,  De  rebus  memorabilibuSy  trad.  cast.  fól.  160. 

3  Filosomia  del  Rey  don  Enrique  IV,  Bibl.  Escurial.,  Cód.  IV.  a.  23, 
fóls.  89  V.  y  90  r. — Después  veremos  conftrmada  esta  pintura  por  la  que 
hacen  del  mismo  rey  los  cronistas  coetáneos. 


90  HISTORIA   CRITICA   DE  LA    LITERATURA    ESPA5(0LA. 

presentado  ea  la  corte  de  don  Juan  II,  si  bien  dado  el  impulso 
no  fueron  bastantes  tantas  aberraciones  y  escándalos  á  extra- 
viar el  nM)vimíento  que  habían  aquellas  recibido.  La  poesía ,  la 
historia  y  la  elocuencia,  auxiliadas  por  la  filosofía  y  la  teología, 
tuvieron  durante  aquel  ominoso  reinado  notables  cultivadores, 
quienes  si  no  pueden  ser  considerados  sino  como  discípulos  de 
los  ilustres  ingenios  que  en  la  primera  mitad  del  siglo  XY  flo- 
recen ,  revelaron  en  sus  obras  la  angustia  y  el  vilipendio  de 
aquellos  veinte  anos,  mereciendo  en  tal  concepto  señalado  lugar 
en  la  historia  de  las  letras  patrias  ^ 

Discípulos  de  Mena  y  de  Santillana  fueron  en  efecto,  entre  los 
trovadores  de  Castilla,  Peix)  Guillen  de  Segovia,  Diego  de  Bur- 
gos, don  Gómez  Manrique,  á  quien  se  asocia  su  sobrino  don  Jor- 
je,  Alvarez  Gato  y  otros  ingenios  no  de  menor  bulto ,  los  cuales 
se  vieron  forxados  &  no  inscribir  sus  nombres  en  sus  más  impor- 
tantes poesías,  por  el  especial  carácter  de  las  mismas.  Hemos 
mencionado  antes  de  ahora  á  Pero  Guillen  entre  los  cantores 
enwlito-populares,  que  dieron  en  sus  versos  cumplida  razón  del 
efecto  producido  en  Castilla  por  el  suplicio  de  don  Alvaro  de 
Luna:  hay  motivo  para  dudar  de  la  patria  de  este  trovador ,  por 
la  ra^aedaJ,  con  que  es  mencionado  en  documentos  coetáneos  -: 


l  EL  íigclo  hrstortadv^r  american\>  Williana  Prescolt .  bo^qoejando  el  es- 
íiaKi  «ie  C4:íCilU .  duiunte  el  cdkUmitocío  reiikivio  de  doa  Enrique ,  j  dado  á 
OHiucer  el  efecto  que  pcodujeivo  en  lo$  estudio*  las  discorüas,  de  que  fue 
bflttrv  Ji  cvrte.  ob«erv:i  que  teda  la  nacioa  cayo,  como  cocsecuencia ,  en 
pruciindo  letarv^j  mental .  auaU iendo:  *^n  cau  dep-oraMe  estad >  de  cosas 
las  pocas  dortfs  que  habían  comeoiado  a  br.'Cir  en  el  campo  de  la  litera* 
tura  bajo  la  b«*ai^a  itidueocia  deí  prvoedeote  reinado»  fueron  bien  proii— 
tu  marchitadas  x  bobadas  por  ittmuudas  puntas,  desapareciendo  rápida- 
mente  leí  pa:»  todos  los  vet^i^^n»  de  anterior  cultura  i  Hiit.  dti  rexModo  d€ 
lüs  Aí^í»  Catifitciis.  Parte  L*.  cap.  XÍX^.  IVfscvtt  revmr^a  en  denusia  el 
cuioñdu  ic  íste  iuiofvifo  cuiídrv^  haciendo  roadm;s:bIe  su  ultima  aserera- 
ciun.  íl  aov'ioieato  de  "as  eCns  :aau<urAdo  en  ríiaados  lateriicre».  se  pa- 
raliza alif^xn  tancu  en  la  corte  de  don  parque,  pero  ai  se  esterilixa  para  lo 
aorvenir.  ai  menu«  ¿»apare\^í  todo  ^ret^ti^io  de  cuiíura.  ie^un  detaaes- 
•na  A>n  «itera  iviiii.acia  los  presentes  estudios. 

i  £a  üectü»  es  "recueaíe  en  los  ilS6.  del  si^o  XV  et  leer,  cuando  bkil- 
:*u0aa  i  ?':rti  JaiHen.  Ií:»  iihtameates  Át  S^vtOa  y   iiT  C^^pWts»  Itf  c«il 


n/  PARTE,    CAP.  XVI.    POETAS   DEL  REINADO   DE   ENRIQUE   IV.  91 

sábese  no  obstante  por  declaración  propia  qae  gozó  en  su  juven- 
tad  de  bienes  temporales,  bastantes  á  conservar  su  honra  y  sus* 
tentar  su  vida  ^;  tiempo  feliz  en  que  hubo  de  alcanzar  en  la  cor- 
te de  don  Juan  II  los  triunfos  poéticos  de  Juan  de  Mena  y  de 
don  Iñigo  López  de  Mendoza,  á  quienes  esdóge  por  maestros  y 
modelos^.  La  desgracia  le  aflijió  en  breve,  viéndose  reducido  & 
la  mayor  pobreza  y  necesitado  de  escribir  obras  ajenas,  para  sos- 
tener su  vida  y  la  de  sus  hijos  ^.  Al  cabo  buscaba  en  Toledo  la 


contríbaye  naturalmente  á  oscurecer  esta  investigación:  en  el  Cancione- 
ro VII.  D.  4  de  la  Bibl.  Patrim.  de  S.  M.,  antes  de  ahora  citado,  leemos 
también  al  propósito  en  el  fól.  79:  «Este  dezir^  que  sfgpue  compuso  é  orde- 
nó Pero  GaiUen  de  Sevilla,  vezino  de  Segovia»,  etc.  ¿Dónde  nació  pues 
este  ingenio?..  Alguna  luz  nos  dá  él  mismo  en  el  particular,  cuando  en  un 
detir,  que  dirije  á  don  Alfonso  Carrillo,  arzobispo  de  Toledo,  según  abajo 
advertimos,  decia  (copL  XXI II): 

Sy  vuestra  praden<^la  |  querrá  saber  quién 
es  este  que  yase  |  de  palmas  en  tierra, 
mandad  preguntar  |  por  Pero  Guillen, 
allende  Pedraza,  \  bien  ^erca  la  Sierra,  etc. 

Hay  en  Castilla  hasta  cuatro  Pedrazas:  Pedraza  de  Alva  (Salamanca), 
Pedraza  de  Campos  (Palencia),  Pedraza  de  Soria  y  Pedraza  de  Segovia. 
Llevando  Pero  Guillen  á  menudo  el  sobrenombre  de  Segovia,  y  aludiendo 
sin  duda  en  estos  versos  á  su  familia  y  aun  á  su  patria,  racional  parece  en 
consecuencia  el  suponer  que  sea  esta  la  Pedraza  de  Segovia,  en  cuyo  caso 
DO  habría  ya  duda  en  determinar  dónde  nació  este  poeta. 

1  En  la  dedicatoria  que  puso  al  ya  indicado  Dezir »  dirijido  al  arzo- 
bispo de  Toledo,  declara  en  efecto  que  gozó  en  su  juventud  de  bienes  tem- 
porales. «Yo...  en  mi  joventud  (dice)  ove  ávido  los  temporales  bienes 
tantos  conque,  segund  mi  estado  pudiera  sin  pedir,  conservar  mi  onrra  et 
lostentar  la  mísera  vida»  (Canc.  Vil,  D.  4  de  la  BihI.  Patr.  de  S.  M.,  fo- 
lio 79  V.). 

2  £n  el  mencionado  Dezir,  hablando  de  sus  desdichas ,  contaba  entro 
cllu  la  muerte  de  estos  dos  ingenios ,  añadiendo  que  su  malvada  fortu- 
na (eopl.  XVI) 

Quitó  al  marqués,  |  llevó  á  Juan  de  Mena, 
maestros  fundados,  j  de  quien  aprendía* 

Mena  falleció  en  1456  y  el  marqués  en  1458,  según  saben  ya  los  lec- 
tores. 

3  La  fortuna  (dice  en  la  dedicatoria  arriba  mencionada),  ausando  de  su 
oficio,  troxo  los  tiempos  en  tal  término  que  destruidos  los  bienes  que  pres- 
tado me  avia,  me  puso  en  tal  baxeza   d'estado  que  dexando  la  diferen9ia 


92  HISTORIA    CRITICA    DE   LA   LITERATURA    ESPAÑOLA. 

prolocciüíi  do  doa  Alfonso  Carrillo  de  Acuña,  doliente  de  la  vis- 
ta, y  «de  guisa  (escribe)  que  ya  por  defecto  daquella,  non  fago 
mi  obra  como  devia;  así  que ,  aun  aquello  que  del  tal  trabaxo 
avia,  [la  malvada  fortuna]  me  quitó»  ^  Aconsejado  de  un  santo 
religioso,  que  lo  recomendaba  al  arzobispo,  hallaba  en  el  palacio 
de  este  opulento  magnate  benévola  acogida,  viviendo  largos  años 
en  su  servicio ,  donde  hubo  ac^so  de  acabar  sus  dias  *. 

En  medio  de  estas  vicisitudes,  no  abandonó  Pero  Guillen  el 
cultivo  de  la  poesía,  ya  poniendo  término  á  ciertas  obras  de  sus 
maestros  5,  ya  sosteniendo  ingeniosas  lides  con  otros  trovadores, 
entre  los  cuales  se  contaban  los  esclarecidos  Lope  de  Estúñiga 
y  don  Gómez  Manrique  ^,  ya  en  ñn  escribiendo  no  insignificante 


de  los  fmdos,  quasi  me  quiso  matar  en  la  cayda...  ca  yo ,  sin  tener  péño- 
la, nin  discrysMon,  por  me  sostener  si  pudiera,  ha  diez  años  que  cscriuo  es- 
cripturas  aceñas 9. 

I     Loco  oitato. 

^  A5:  se  desluce  de  la  dedicatoria  que  puso  á  la  Golfa  SfUncia ,  de  que 
!'i*¿ro  hAb'xrí!nT>s:  en  ella  leemos,  después  de  elog-iar  la  protección  que 
r^."!  >:i  del  arit^bispo  CarriUo.  estas  palabras:  «lE  asi  por  esto  como  por  que 
y?  íoy  v-*nido  en  tal  bedat  que  por  curso  natural  me  fallo  cercano  á  my 
^"  rr:r-::-on.  quise  faser  é  orvienar  este  tractado,  etc.  (Bibl.  Toletana, 
C.  !«^->.  núm.  25 1 . 

5  Til  <ice-iió  por  ejempV  i\>n  el  tratado  de  Los  fifte  pectidos  mortales 
•'•  Jii-a  •**  Mí'na.  obra  tan  aplaudida  de  los  doctos  que  no  sólo  Pero  Gui- 
!'-f3.  *:-o  tanib'-»n  don  Frey  Gen>nimo  de  OÜvan^s.  caballero  de  Alcántara, 
y  hsi  Gcacj  Mjiañque.  se  preciaron  de  darle  cat>o.  Adelante  tendremos 
•K'3tfi«:i  ce  examinar  ía  obra  do  Manrique. 

4  El  e!  vnx».  VU.  D.  4  de  !a  Fibl.  Vxir.  de  S.  M.  existen  desde  el  fó- 
lo  •?  T.  il  T*J  íiftA  dtíi  Y  vííe  cbra?  iie  Ferv»  Guiron:  cocirerian  eon  unas 
Ccoúí*  cm  •'^riHfífj  »iV  <((>wikcV  Kt^:*i  ccii^ií/ofra.»  jk>esia  de  Gómez 
Kiirí'^i»?  ■:/«  lieliníeVxamfranrmos,  y  s!fu:ecdo  la  i(«^^«mía  911^  fiso 
ff^  G«4*>n  j  fc*j  ■.•ttr;a  o  midnss  q^  tío"«^3  Manriq^f  twihió  á  Diego 
J->w,  roití*c?**  ^hixyyr  iei  rey.  se  baUa  al  foí.  66  otra  Resprnetía  á  un 
Ljna  [kssuíitjz  ícé^Y  rf  .4«cr.  yvr  ^%<  se  Ux"  de  «•k"Ac  ««*w¿er.  GuiUen, 
vmoofio  .A  i*^nsa.  *n  -a  peragra  «NBtposicwa  del  artcV.sfo  Carrillo ,  á 
:  i  »*i.  'k'm»?:  Kiar-iiT-f  iluoia.  pvr  íír-rr  urta  partx'^  es  la  sü.a  eobema* 
r.'íi  T  ít»  lVí'i  Ar.i*.  ?i=  "xva  ¿e!  cxil  ees-»  !a  refenda  ¡íesf%esta,  era 
■n»i7  T*fr»ir  a  ina  '.^rdim.  cuyv*  swto  reccaccirrecBo*  despees  ea  aflil»as 
jon:»:  -SL  niaaAi  a  Li^  ir*  Estaa;^  pvcile  UaiWm  asiíc^jane  que  faé  mis 


n.'  PARTE,  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  93 

número  de  obras  amorosas,  morales  y  aun  religiosas,  que  le 
grangearon  entonces  el  titulo  de  gran  trovador  y  le  hacen  hoy 
digno  del  puesto  que  le  concedemos  en  la  historia  de  la  litera- 
tara  española.  Las  composiciones  que  mayor  estima  merecen, 
son  indudablemente  las  religiosas  y  morales;  y  entre  todas  paré- 
cennos  preferibles  los  Salmos  penitenciales ^  el  Discurso  á  los 
que  siguen  su  voluntad  en  qualquiera  de  los  doce  estados  del 
mundo,  los  Dezires  al  Dia  del  Juicio  y  á  la  Pobreza,  no  de- 
biendo olvidarse  el  dirijido  al  arzobispo    de  Toledo  sobre  la 
caida  de  su  estado,  ni  el  que  intituló  al  rey  don  Enrique  cuan- 
do asentado  este  en  el  trono,  ^fizo  paces  con  Aragón  ¿  Navar- 
ra», lisonjeando  en  la  nación  castellana  aquella  generosa  espe- 
ranza de  ver  lograda  en  su  reinado  nueva  Era  de  felicidad,  que 
se  trocaba  luego  en  triste  desengaño.  Pero  Guillen  de  Segovia, 
hacia  en  todas  estas  producciones  gala  de  estar  iniciado,  como  el 
marqués  de  Santillana,  en  las  diversas  escuelas  poéticas,  en  que 
se  habian  dividido  los  ingenios  de  la  corte  de  don  Juan  II,  os- 
tentando aquella  especial  erudición  que  los  caracterizaba  K  Su 
musa  es  sin  embargo  más  enérgica  y  verdadera  en  los  Salmos 
peniiengiales,  notables  ensayos  de  poesía  sagrada ,  en  que  con 
extraordinaria  sencillez  se  revelaba  aquel  alto  sentimiento,  que 
iba  &  resplandecer  un  siglo  adelante  en  León  y  en  Herrera. — 


afortunado  que  Guillen,  cantando  amores  (Véase  el  cap.  XIV  del  anterior 
volumen). 

1  Es  digno  de  notarse,  para  fijar  debidamente  el  carácter  literario  de 
los  discípulos  de  Mena  y  Santillana,  que  se  extremaron,  como  ellos,  en  el 
anhelo  de  ostentar  la  erudición  clásica  tan  laboriosamente  alleg-ada.  Gui- 
llen hace  gula  de  estos  conocimientos  con  poca  sobriedad  en  muchas  de 
8U8  obras;  pero  más  principalmente  en  el  Dezir  que  hizo  al  rey  don  Enri- 
que en  Im  pazes  con  Aragón  y  Navarra,  en  el  Dezir  sobre  Amor,  fecho 
en  el  Valí  de  Parayso  (Xücnza) ,  composición  dantesca,  donde  invoca  á 
Júpiter  para  narrar  la  Vision,  en  que  la  Fortuna  le  lleva  por  los  Piri- 
neos, Apeninos  y  Rifcos  á  un  valle  delicioso,  en  que  halla  á  Salomón^  que 
le  disuade  de  sus  locuras  amorosas,  y  en  el  Dezir  que  dirige  al  arzobispo 
de  Toledo;  siendo  notable  que  en  un  asunto  tan  propio  para  mover  la  ca- 
ridad cristiana,  porque  narra  sus  desdichas  y  da  á  conocer  el  consuelo  que 
halló  en  la  religión,  haga  alarde  excesivo  de  nombres  y  alusiones  mitoló- 
gicas. Estas  indicaciones  caracterizan  la  erudición  de  la  época. 


94  HISTOIUA   CRtTtCA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA* 

Precedidos  los  Salmos  de  una  epístola  dedicatoria  en  prosa  ^, 
dirijia  Pero  Guillen  ardiente  plegaria  al  Sumo  Hacedor,  excla* 
mando  al  postre: 

Tú  nos  diste  ley  bendita 

de  la  cruz; 

tú  eres  luz  de  la  luz 

infinita. 

Tú,  que  das  la  que  es  escrita 

saluagion, 

do  tu  sancta  correc9Íon 

me  remita: 

Asi  como  padre  á  fijo, 

me  perdona; 

pues  mi  alma  se  adona, 

hoy  corrijo 

la  mi  vida  é  me  rijo 

por  tu  via: 

faz  que  cobre  el  alegría, 

que  yo  elijo. 

Penetrando  ya  en  los  Salmos  y  lograba  &  menudo  expresar  los 
elevados  pensamientos,  que  les  dan  tan  subidos  quilates,  del  si- 
guiente modo: 

Maldades  que  soberuiaron 

al  que  yerra, 

mi  cabeza  fasta  tierra 

enclinaron, 

é  sobre  mi  se  apesgaron 

con  grand  peso: 

á  locura  mi  mal  seso 


1  Fól.  44  del  cód.  VII,  D.  4  citado:  tSíguense  los  Salmos  penitenciales 
que  ordenó  Pero  Guillen,  é  comienza  un  prólogo  en  prosa ,  fingiendo  que 
fabla  con  un  amigo.»  El  prólogo  empieza:  «Muy  caro  dilecto  mió,  cuya 
amistad  se  me  representa  en  aquel  grado,  etc.»  Después  leemos:  cSíguese 
otro  prólogo  en  metro,»  y  este  comienza  (fól.  id.  v): 

Sefior,  oye  mts  gemidos 

é  rogarlas, 

de  lágrlmss  é  plegarlas 

bastecidos. 


II.'  PARTE,    CAP.    XVI.   POETAS   DEL   REINADO   DE  ENRIQUE    IV.  95 

sojuzgaron. 

Ante  ti  es  el  mi  desseo 

esperanza: 

en  tus  obras  de  alaban^ 

me  reoreo: 

ante  ti  es  mi  arreo 

el  gemido: 

que  te  non  es  escondido 

^ierto  creo. 

Ni  carece  Guillen  de  igual  energía,  cuando  olvidado  de  su  pre- 
sente miseria,  aspira  á  levantar  la  vista  sobre  las  pequeneces, 
ambiciones  y  tiranías  del  mundo.  Dirigiéndose  á  los  reyes  en  el 
Dezir  de  los  doce  estados  que  olvidan  el  servicio  de  Dios  y 
prorumpia  de  este  modo: 

Si  principe  eres,  |  que  has  de  regir 
gentes  é  pueblos  |  en  grant  monarquía, 
perdonas  el  malo  |  que  debes  punir, 
soltando  las  riendas  |  de  tu  tiranía. 
Secutas  en  todo  |  malvada  cudigia, 
pelando  su  nombre  |  aver  más  pujanza, 
seyendo  temido  j  penar  la  malicia; 
tener  aquel  peso  |  igual  de  juátigia 
con  gran  fortaleza  |  é  perseverancia. 

Y  respecto  de  los  prelados  añade,  no  sin  verdadera  sorpresa 
de  quien  conozca  los  dotes  especiales  del  arzobispo  Carrillo,  bajo 
cuyos  auspicios  vivía: 

Si  eres  perlado,  j  enciendes  el  fuego 
oon  muchas  é  orríbles  |  bestiales  costumbres, 
dexando  tu  pueblo  |  andar  casi  giego, 
á  quien  tú  de  fuerza  |  conviene  que  alumbres. 
Si  tú  fueras  bueno,  |  con  tus  oraciones 
podrías  á  muchos  |  librar  de  tormento; 
redrar  de  tu  pueblo  |  las  persecuciones, 
seyendo  constante  j  en  las  moniciones, 
et  muy  piadoso  |  en  el  rumíente  i . 

1    Fól.  79  del  cód.  Vil,  D.  4. — ^Esta  notable  composición  empieza: 
A  tí,  qae  prosigaes  por  ta  Tolantad,  etc. 

^Dsta  de  cincuenta  y  cinco  coplas  de  arte  mayor  y  es  por  tanto  una  de  las 


96  HISTORIA    CRÍTICA    DE    LA   LITERATURA  ESPAÍÍOLA. 

Las  desdichas  de  su  vida  le  forzaban  sin  duda  á  contradecirse, 
ensalzando  particularmente  al  metropolitano  de  Toledo,  cuya 
casa  era,  según  la  expresión  de  sus  coetáneos,  «receptáculo  de 
caballeros  airados  é  descontentos,  inventora  de  ligas  é  conjura- 
giones  contra  el  Qeptro  real,  favorescedora  de  desobedientes  é  de 
escándalos  del  reino»  *.  Pero  Guillen  no  solamente  solicitaba  el 
favor  del  arzobispo  en  el  Dezir  que  le  lleva  á  su  palacio,  sino 
que  lisonjeaba  largos  años  después  su  inmoderado  orgullo,  his- 
toriando los  hechos  que  le  hicieron  tristemente  célebre  en  los 
anales  de  Castilla,  y  colocando  esta  singular  relación,  muy  digna 
por  otra  parte  de  ser  conocida  de  los  cultivadores  de  la  historia 
patria,  al  frente  y  como  dedicatoria  de  \a,Gaya  Ciencta, que  lleva 
su  nombre.  Lástima  es  por  cierto  que  una  obra  precedida  de  tal 
dedicatoria,  quedase  reducida  á  una  mera  colección  de  conso- 
nantes,  si  bien  aspiraba  Guillen  á  servir  de  guia  en  el  ejercicio 
de  la  gaya  doctrina  á  los  que  desearan  la  «plática  de  esta  gien- 
Qia»,  y  que  les  fuese  «asi  ñimiliar  que  non  se  les  pudiera  escon- 
der entre  los  puntos  y  pausas  de  la  retóryca».  Como  quiera,  no 
es  justo  negar  al  panegirista  del  arzobispo  Carrillo,  ni  el  amor  al 
arte  que  desde  su  juventud  cultiva,  ni  el  conocimiento  de  las  es- 
cuelas, á  la  sazón  dominantes  en  el  parnaso  castellano,  ni  la  eru- 
dición propia  de  su  tiempo:  sus  poesías,  aunque  entre  sí  contra- 
dictorias respecto  del  sentido  moral  que  revelan,  sobre  mostrar 
la  angustia  personal  del  autor,  dan  también  á  conocer  la  lucha 


más  importantes  de  Pero  Guillen,  pues  que  pasando  sucesivamente  por  to- 
dos los  estados  de  la  sociedad,  amonesta  con  igual  brio  al  ciudadano  y  al 
mercader,  al  labrador,  y  al  menestral,  al  maestro  y  al  discípulo,  al  solita- 
rio y  al  monje,  á  la  dueña  y  á  la  doncella,  tras  la  sig-nificaliva  apostrofe 
que  dirije  á  reyes  y  prelados,  caballeros  y  magnates,  á  quienes  es  dado 
gobernar  á  los  débiles  y  menesterosos.  El  poeta  ofrece  luego  el  cuadro  de 
la  pequenez  é  instabilidad  de  las  grandezas  humanas,  recurriendo  á  la  his- 
toria y  á  las  Santas  Escrituras  para  demostrar  la  verdad  de  sus  asertos^  no 
pareciendo  sino  que  tiene  delante  el  celebrado  Diálogo  de  Bias  contra 
Fortuna  de  su  maestro  el  marqués  de  Santillana.  Al  fin,  pone  los  manda- 
mientos y  ofrece  ejemplo  de  los  pecados  mortales,  lo  cual  ha  dado  motivo  á 
que  algún  bibliófilo  tenga  esta  parte  de  la  composición  por  obra  distinta. 
1     Letras  de  Fernando  del  Pulgar,  letra  III.* 


Il/  PARTE,   CAP.    XVI.    POETAS   DEL  REINADO  DE  ENRIQUE   IV.  97 

que  agitaba  profundamente  á  la  sociedad  bajo  el  débil  cetro  de 
Enrique  lY:  su  Gaya  Ciengia^  tal  como  ha  llegado  &  nuestras 
manos,  no  pasa  de  ser  un  prontuario  de  rimas^  útil  en  el  si- 
glo XY  para  los  trovadores,  y  curioso  en  la  actualidad  para  el 
estudio  de  las  vicisitudes  de  la  lengua  castellana  ^ 

No  tan  general  como  Pero  Guillen  de  Segovia,  cultivó  Diego 
de  Burgos  la  poesía  bajo  los  auspicios  de  don  Iñigo  López  de 
Mendoza,  cuyo  secretario  fué  en  vida  de  tan  docto  magnate,  se- 
iálándose  después  de  su  muerte  como  uno  de  sus  m&s  apasiona- 
dos encomiadores.  Habia  Diego  de  Burgos  heredado  de  su  pa- 
dre, Fernán  Martínez  de  Burgos,  émulo  de  Juan  Alfonso  de 
Bamia  en  el  compilar  de  los  antiguos  poetas  castellanos,  aquella 
extremada  afición  que  tan  útil  es  hoy  á  los  que  estudian  la  histo- 
ria literaria  del  siglo  XY  ^.  La  protección  del  marqués  de  Santi- 
Uaoa  le  traia  muy  joven  á  la  corte,  haciéndole  familiar  á  los  más 
granados  ingenios  que  en  ella  florecían;  y  ya  tomando  parte  en 
ias  lides  amorosas,  ya  rindiendo  el  tributo  de  su  respeto  al 
rey  don  Juan,  como  protector  de  los  estudiosos  ^,  hacíase  digno 


1  Gn&rdase  el  MS.  de  la  Gaya  Cienc^  en  la  Bibl.Tolefana,C.  103,  n.  25. 
tm  volámen  harto  abaltado,  de  letra  del  mismo  siglo  XV,  pareciéndonos 

muy  poáble  qae  sea  el  códice  presentado  al  Arzobispo  Carrillo^  por  las 
muchas  señales  de  originaUdad  que  ofrece.  Consta  todo  de  330  folios, 
comprendiendo  en  los  44  primeros,  cual  indicamos  en  el  texto,  un  epítome 
de  la  Tída  del  arzobispo,  y  comenzando  en  el  45  la  Gaya  Ciengia  con  este 
encabezamiento:  Principios  del  libro  de  los  consonantes.  «En  el  fól.  56  se 
leei:  Sigúese  la  obra  de  los  consonantes  scuMdos  de  los  primeros  é  si- 
ff^'iendo  las  especies  de  cada  uno.  Pénense  en  todo  el  MS.las  series  de  con- 
*^iUnte8,  sin  contener  versos  ni  composición  alguna,  lo  cual  suponen  los 
^^ditos  traductores  de  Ticknor  (t.  I,  pág.  567),  según  observamos  antes 
^«  %bora  (Obras  del  Marqués  de  SantiUana,  pág.  CXIX). 

2  Fernán  Martínez  de  Burgos  formó  en  efecto  el  Cancionero  que  lleva 
'^  Hombre,  en  vida  de  don  Juan  II,  como  Juan  Alfonso  de  Baena:  puede 
^^>^  su  análisis  al  final  de  las  Memorias  de  Alfonso  VIH,  debidas  á 
^^n  Rafael  Floranes,  tantas  veces  citado,  y  lo  que  decimos  en  las  Ilustra^ 
^nes  n.'  y  III.*  del  precedente  volumen. 

^  Entre  otras  composiciones,  que  hallamos  en  varios  Cancioneros,  co- 
''^  obras  de  Diego  de  Burgos,  conviene  recordarla  que  dirije  á  don  Juan  II 
y  ^mpiesa: 

Digno  rey  para  la  tierra; 

ToiiOTn.  7 


98  HISTORIA    CRITICA   DE   LA    LITERATURA  BSPAfiOLA. 

de  la  predilección  de  su  Mecenas,  preparándose  á  cantar  su 
final  partida,  con  gloría  suya  y  aplauso  de  sus  contemporji- 
neos. 

Es,  en  efecto,  el  Triunfo  del  Marcos  la  obra  poética  de 
Diego  de  BCu*gos  que  más  interés  ofrece  entre  cuantas  salieron 
de  su  pluma.  Declarando  bajo  juramento,  en  la  dedicatoria  á  don 
Diego  Hurtado  de  Mendoza,  primogénito  de  don  Iñigo,  que  habia 
tenido  la  visión  que  en  el  Triunfo  cantaba  ^,  escríbia  en  realidad 
un  poema  alegórico  á  la  manera  dantesca ,  empleando  en  él  los 
mismos  medios  artísticos  ensayados  por  el  marqués  en  la  Come- 
dieta  de  Ponza.  Burgos  se  finge  en  efecto  dominado  del  sueño 
al  amanecer  de  un  día  de  primavera,  momento  en  que  se  le  apa- 
rece la  imagen  de  don  íñigo,  cubierta  de  largo  y  negro  manto 
mortuorio:  llorando  su  pérdida,  mira  el  poeta  desvanecerse  la 
visión,  que  «asi  como  ave  se  alga  volando»,  y  juzga  hallar  con- 
suelo en  su  propio  dolor,  dando  rienda  suelta  á  los  gemidos. 
Mas  no  estaba  solo:  el  Dante,  aquella  noble  figura  que  m&s  de 
Una  vez  habia  animado  las  inspiraciones  de  la  musa  castellana 
desde  los  tiempos  de  Miger  Francisco  Imperial,  y  cuyo  inmortal 
poema  era  considerado  cual  perfecto  modelo,  se  levanta  de  en- 
tre las  sombras,  manifestándole  que  pagado  del  amor  que  siem- 


poesfa,  en  que  le  prodiga  los  mayores  elogios  en  el  concepto  indicado.  Há- 
llase esta  producción  en  el  Cancionero  que  fué  de  Gallardo,  tantas  veces 
mencionado,  al  fól.  384.  Diego  de  Burgos  comenzó  con  título  de  Querella  de 
la  Fé  un  interesante  poema,  á  que  puso  fin  en  los  últimos  dias  del  siglo  el 
famoso  traductor  del  Dante,  doctor  Pedro  Fernandez  de  Villegas. 

1  Dice  así  en  el  prólogo  en  prosa,  nunca  impreso,  y  que  sólo  hemos 
hallado  en  el  MS.  Vil.  D.  4.  de  la  Bibl.  Patrimonial  de  S.  M.:  cEstaudo 
yo  en  Burgos  al  tiempo  de  su  pasamiento,  una  noche  antes  ó  después  ó  por 
ventura  á  la  mesma  daquel  dia,  en  que  el  señor  de  bienaventurada  memo- 
ria ovo  el  primero  sentimiento  de  la  enfermedad  suya,  á  mí  paresfia  en 
sueños  ver  á  Vra.  Mer9ed  cubierto  de  paños  de  luto  fasta  los  pies,  en  la 
cabeza  un  grand  capirote  de  la  mesma  manera,  firmando  vuestra  mano  en 
unas  cartas  é  el  preheminente  é  ynsine  título  suyo,  del  cual  hoy  vuestra 
manífica  persona  es  decorada  é  noblos^ida,  la  cual  visión  claramente  daba 
á  entender  á  quien  á  los  sueños  alguna  fée  diera,  su  gloriosa  partida»  {Obrcu 
del  Marqués  de  Santillana,  pág.  CLIV). 


n/  PARTE,   GAP.   XVI.   POETAS'  DEL  REINADO  DE  ETOIIQUE  IV.   99 

pro  le  habia  tenido  don  Iñigo  ^,  venia  por  divina  permisión  de 
la  miama  parte 

do  el  ánima  sancta  |  está  del  Marqués, 

pm  traerie  el  apetecido  consuelo  y  mostrarle,  sí  osaba  seguir 
sos  huellas,  alguna  parte  de  su  gloria.  Lleno  de  alegría  é  incli- 
nado ante  el  gran  Maestro,  replica  así  el  poeta: 

O  luz  del  saber, 

ó  fbente  manante  |  melifluos  licores, 

de  quien  los  más  fartos  |  más  quieren  tener, 

é  muy  más  aprenden  j  los  muy  sabidores: 

tú  has  consolado  |  assi  mis  dolores 

con  tu  nueva  fabla  |  que  poco  los  siento; 

pues  vé,  si  te  plaze:  |  que  más  de  contento 

yré  donde  fueres,  |  dexados  temores. 

El  Dante  diríje  sus  pasos  &  elevadisima  montaña,  y  atravesan- 
do después  una  playa  desierta  y  oscura,  llega  seguido  de  Burgos, 
i  an  espeso  bosque,  que  oculta  los  rayos  del  sol ;  y  tras  largas 
btigas  7  amenazados  de  horribles  fieras,  descubren  por  último 
en  la  cima  de  un  monte  una  gran  boca,  abierta  en  la  piedra 
viva,  por  la  cual  penetran  en  las  regiones  infernales.  La  voz 
del  ilustre  cantor  florentino  fortalece,  dándole  el  dulce  nombre 
de  hijo,  al  desfallecido  poeta;  y  señalándole  los  varios  cír- 
culos, donde  penan  los  condenados,  recuerdo    vivo   de    su 


1  Ef  DoUble,  7  de  macha  importancia  para  los  estudios  que  realizamos, 
^  declaración  que  pone  Diego  de  Burgos  en  boca  del  Dante  respecto  del 
lUrqnés  de  Santillana.  Refiriéndose  á  su  Divina  Commedia,  dice: 

Leyó  el  marqués  |  con  gran  atención   * 
aquellas  tres  partes,  l  en  que  yo  fablé 
quál  es  el  estado  |  é  la  condlQlon, 
qutl  ánima  bnmana )  espera  por  fé. 
Allí  do  los  malos  |  penando  fallé 
en  gran  punición  |  sin  fin  de  tormentos, 
é  los  penitentes )  en  fuego  contentos, 
la  gloria  esperando,  |  que  al  fin  non  callé. 

Por  esta  afectlon  f  assl  sin  medida 
que  ouo  &  mis  obras,  1  mo?i  por  fablarte,  etc. 

Véase  lo  que  respecto  de  este  punto  dejamos  en  lugar  propio  consignado 
0.  VI,  cap.  VIII). 


100  HISTOIUA   CRITICA   DB  LA   LITERATURA  ESPAÜOLA. 

Infierno^  le  asegura  de  qae  el  Marqués  está  libre  de  todo  dolor, 
guiándole  luego  á  un  gran  seto,  tejido  de  palmas  y  rodeado  de 
apacible  rio,  término  de  su  viaje.  Allí  se  descubre  á  su  Tísta 
sorprendente  espectáculo:  rodeado  de  las  Virtudes  y  de  las  JTif- 
sa$  y  acompañado  de  innumerables  varones,  que  tienen  asiento  en 
ricas  sillas,  osténtase  en  maravilloso  alcázar  el  noble  marqués  de 
Santillana,  llenando  de  gozo  al  poeta,  cuya  vista  y  sentidos  em- 
bargaba tanta  gloria.  El  tiempo  corria  en  tanto,  y  el  Maestro 
adivinando  la  «sed  del  saber»  que  á  Burgos  aquejaba,  explícale 
cuánto  tiene  delante,  dándole  á  conocer  aquellos  ínclitos  varo- 
nes. Desde  Héctor  hasta  César,  desde  Octaviano  hasta  Carlo- 
Magno  y  desde  Fernán  González  á  Pero  González  de  Mendoza 
entre  los  guerreros  más  famosos;  desde  Platón  á  Séneca  entre 
los  filósofos  más  celebrados;  desde  Homero  hasta  Petrarca  y 
Juan  de  Mena  entre  los  poetas  *;  y  desde  Tulio  y  Demóstenes 
hasta  Boccacio  y  Alfonso  de  Santa  María  entre  los  oradores,  to- 
dos los  personajes  más  ilustres  de  la  antigüedad  y  de  los  tiem- 
pos medios  habian  acudido  á  solemnizar  el  Triunfo  del  Marqués, 
cabiendo  á  Platón,  por  mandamiento  de  las  Virtudes ^  el  dar  co- 
mienzo á  sus  loores.  Como  filósofo,  como  orador  y  como  poeta 
alcanzaba  don  íñigo  altas  alabanzas;  y  á  tal  punto  subian  sas 
merecimientos,  que  llegado  al  mismo  Dante  el  momento  de  hablar 
exclamaba: 

Á  mi  non  conviene  |  fablar  del  Marqués, 
nin  menos  sos  fechos  |  muy  altos  contar: 
que  tanto  le  deuo,  |  s^rond  lo  sabes, 
que  non  se  podría  j  por  lengua  pagar. 
Sólo  este  mote  |  non  quiero  callar 


1  Digno  es  de  notarse  aquí  el  respeto,  con  que  Diego  de  Burgos  habla 
de  Joan  de  Mena,  oá  quien  tove  (dice)  tanto  de  amoro,  evocando  su  sombra 
y  dándole  por  excelencia  d  título  de  poeta,  que  habia  llevado  en  la  corte 
de  don  Juan  11.  Burgos  le  juzga  solo  digno  de  cantar  las  glorias  del  Blar- 
qués,  cuya  Coroiuiaon  habia  escrito,  diciendo: 

si  Dios  en  el  muado,  |  amigo  muy  caro, 
por  Utmpos  may  lueogos  |  ?ef  ir  te  dexara, 
¡d  qaé  poema  |  tan  noblt  é  taa  claro 
del  claro  Marqués  |  te  pluma  platarai... 


n/  PARTE,   CAP.  XVI.   POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.   101 

por  noQ  pares^r  |  desagrades^do: 
que  8i  tengo  fama,  |  si  soy  conos^ido, 
68  porque  él  quiso  |  mis  obras  loar. 

Al  elogio  que  tributan  al  Marqués  los  filósofos  oradores  y  poetas 
sigas  el  de  los  guerreros,  con  el  orden  mismo  en  que  Dante  los 
había  mostrado  al  poeta;  y  declarando  las  Virtudes  que  el  verda- 
dero premio  del  Marqués  estaba  en  el  cielo,  no  alcanzando  todos 
aquellos  loores  &  ensalzar  su  gloria,  mueven  luego  b&cia  el  tem- 
plo de  la  Eterna  Beatitud,  no  sin  que  el  poeta  impetre  del  Dante 
el  permiso  de  hablar  al  Marqués,  &  quien  rodeaban  en  aquella 
marcha  triunfal  las  Musas,  las  Virtudes  y  las  Artes.  Burgos, 
obtenida  la  licencia,  manifiesta  &  don  íñigo  el  dolor  que  su  per*- 
dida  habia  producido  en  Castilla;  pero  el  Marqués  reprendién- 
dole aquella  humana  flaqueza,  le  declara  que  goza  del  eterno 
bien,  merced  &  la  piedad  del  Hijo  de  Dios  y  á  la  protectora  in- 
tercesión de  su  Madre.  En  tanto  llega  el  triunfal  cortejo  al  tem- 
plo divino,  y  en  él  contempla  el  poeta  una  suntuosa  cadira^ 
donde  aparecían  esculpidas  las  proezas  del  Marqués,  d&ndole  en 
ella  asiento  las  Virtudes,  las  Artes  y  las  Musas.  Don  íñigo  eleva 
al  Eterno  ardiente  acción  de  gracias;  y  resonando  en  los  espacios 
celestiales  cantos  de  infinito  placer,  asciende  &  la  beatifica  mo- 
rada, instante  en  que  desvanecido  el  sueño  del  poeta,  vé  disipa- 
da la  visión,  poniendo  término  á  su  obra. 

Hé  aquí  pues  el  Triunfo  del  Marqués  de  Santillana^  debido 
i  so  discípulo  y  secretario  Diego  de  Burgos.  Era,  bajo  el  doble 
concepto  del  arte  y  de  la  erudición,  este  singular  poema  una  de 
las  producciones  m&s  notables  de  la  musa  castellana  en  la  se- 
gunda mitad  del  siglo  XV,  y  sin  duda  una  de  las  pruebas  más 
iosignes  de  la  eficaz  influencia  que  estaba  ejerciendo  en  nuestro 
parnaso  la  Dwina  Commedia.  Diego  de  Burgos  no  se  contenta, 
como  sus  maestros,  con  recordar  el  ejemplo  del  vate  florentino, 
únitando  alguno  de  sus  cantos  ó  pidiéndole  alguno  de  sus  pen- 
samientos: el  Dante  hace  en  el  Triunfo  del  Marqués  y  el  mismo 
oficio  que  Virgilio  en  la  Divina  Commedia;  y  así  como  el  vate 
de  Mantua  desata  las  dudas  y  previene  los  deseos  de  Aligbieri, 
^i  también  el  Dante  adivina  una  y  otra  vez  los  pensamientos  de 
Burgos  y  le  explica  cuantas  visiones  les  salen  al  encuentro  en  su 


102       nsTOUA  adncA  de  la  LimuTinu  bspaHola. 

alegdríca  peregrinacioQ,  no  sin  qne  qiarezcan  sembrados  los 
Tersos,  que  pone  el  poeta  castellano  en  boca  del  gran  maestro,  de 
ideas  y  reminiscencias  tomadas  directamente  de  la  inmortal  epo- 
peya florentina.  Dante  habia  rivaliíado  con  Homero  en  las  com- 
paracioneSy  qne  constitnyen  tal  vez  la  mayor  belleza  de  la  Dmna 
Commedia:  Diego  de  Burgos,  delarando  que  no  alcanza  la  mde- 
za  de  sns  palabras  á  expresar  los  conceptos  de  sn  mente,  pro- 
cura imitarle  con  frecuencia,  logrando  á  veces  la  fortuna  de 
acercársele.  Al  rerse  por  ejemplo  llevado  al  templo  de  la  Eternal 
Beatitud,  deda: 

Quedé  ooDio  fa^  |  el  niño  yoorsiite» 

que  por  su  terneza  j  non  tiene  experien^a 

de  ooaa  que  Tea  j  nin  tenga  delante: 

que  mizm,  e^Mntado,  j  su  gesto  7  sembUnte, 

é  oocre  á  la  madre  |  de  quien  más  se  ña; 

aasi  tqítí  yo  |  á  nú  sabia  guia, 

pidiendo  el  misterio  j  que  fuesse  causante.  ' 

Las  citas  pudieran  multiplicarse  en  este  sentido  con  éxito  ana- 
logo,  probando  que  Diego  de  Burgos  no  fué  inferior  ¿  su  Mece* 
ñas  y  maestro  en  la  imitación  del  amante  de  Beatriz,  aun  res- 
pecto de  las  formas  del  lenguaje.  El  Triunfo  del  Marqués ,  da- 
das las  condiciones  especiales  de  aquella  forma  literaria,  cuyos 
incouTenientes  se  bacian  tanto  más  notables  cnanto  era  mayor  el 
alan  de  los  doctos  por  ostentar  la  erudición  cláskai,  merece 
lugar  distinguido  en  la  historia  de  la  poesía  española ;  pues  que 
olvidado  su  estudio,  como  hasta  ahora  ha  sucedido,  es  de  todo 
ponto  imposible  señalar  el  progreso  de  la  escuela  dantesca  en 
nuestro  suelo,  cerrando  asi  el  camino  al  conocuniento  de  ulterio- 
res transformaciones  ^. 

Ni  tuTO  en  el  desarrollo  de  aquella  escuela,  menor  parte  el  ya 


1  Consta  el  TYimmfo  dd  Jíorfuéf  de  ciento  cuarenta  7  tres  octavas:  tvté 
impreso  eo  el  Camciomero  de  1511,  del  fól.  Lij  r.  al  LXig  v.  con  este  epí- 
grafe: cComiec^  el  tractado  intitulado  Triunfo  dd  Marqués,  á  loor  c  re- 
Terescia  del  jllustre  y  maraTÍlloso  señor  doo  Iñigo  Lopes  de  Mendoza,  pri- 
mero marqués  de  Santillana,  conde  del  Real,  compuesto  por  Diego  de  Bur- 
gos^ s«  secretario. 


n/  PARTB,   CAP.    XYI.  POETAS   DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.    105 

nmcíoDado  don  Gómez  Manrique,  sobrino  y  discípulo  del  ilustre 
marqués  de  Santillana,  si  bien,  como  don  íñigo,  dio  repetidas 
maestras  de  cultivar  las  demás  formas  poéticas,  &  la  sazón  tan 
estimadas  de  los  eruditos. — Gómez  Manrique  era  quinto  hijo  de 
don  Pedro,  octavo  señor  de  Amusco,  y  por  tanto  hermano  menor 
del  celebrado  don  Rodrigo,  maestre  de  Santiago,  &  quien  hemos 
encontrado  ya  entre  los  trovadores  de  la  corte  de  don  Juan  II. 
Admirando  en  ella  á  los  principales  ingenios  y  &  los  más  doctos 
farones  ya  memorados,  ambicionó  la  gloria  de  los  primeros, 
ajeno  por  las  ocupaciones  de  su  clase  á  las  aspiraciones  de  los 
segundos.  Las  obligaciones  de  su  familia  le  empeñaban  en  efecto 
desde  muy  temprano,  así  en  la  guerra  contra  los  sarracenos , 
como  en  las  revueltas  interiores  de  Castilla;  y  ya  desde  1434  fi- 
guró en  la  conquista  de  Huesear,  á  donde  le  llevó  su  hermano, 
don  Rodrigo,  tomando  después  partido  por  el  Infante  don  Enri- 
que contra  don  Alvaro  de  Luna.  Al  verificarse  en  1439  el  fa- 
moso Seguro  de  Tordestllas^  formaba  don  Gómez  parte  del  tri^ 
banal  de  los  quince  fieles  de  aquel  escandaloso  congreso,  cual 
representante  de  los  malcontentos:  dos  años  después  era  herido 
en  Haqueda  por  los  soldados  de  don  Alvaro;  y  vencido  en  Olmedo 
en  1445,  aparecia  en  1448  nuevamente  entre  los  revoltosos,  to- 
mando desde  entonces  parte  muy  activa  en  cuantos  sucesos  se 
refieren  al  reinado  de  don  Juan  II.       if^ 

Ni  fué  menor  su  intervención  en  los  negocios  públicos  en 
tiempo  de  Enrique  lY:  ya  apareciendo  como  juez  en  las  diferen- 
cias entre  las  coronas  de  Aragón  y  Castilla  en  1461;  ya  contri- 
buyendo en  1465  al  atentado  de  Avila,  cuya  ciudad  sostuvo  por 
el  intruso  don  Alonso;  ora  asaltando  en  Tudela  de  Duero  el  real 
de  don  Enrique  en  1467;  ora  apareciendo  entre  los  magnates 
que,  muerto  don  Alfonso,  obligan  al  rey  á  aceptar  en  1470  la 
célebre  concordia  de  las  Toros  de  Guisando,  en  que  se  reconocia 
^  la  princesa  Isabel  cual  herederadel  trono  castellano,  siempre  le 
sernos  mostrarse  en  primer  término,  y  mereciendo  la  confianza 
de  los  magnates  y  de  los  reyes  ^  Partidario  decidido  de  Isabel, 


1    Aunque  el  diligente  Mr.  Geor^e  Ticknor  manifiesta,  al  hablar  de  este 


104  HISTORIA   CRtTIGA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

mezclábase  en  las  negociaciones  que  dieron  por  resultado  su 
matrimonio  con  el  principe  don  Femando  de  Aragón;  y  cuando 
muerto  don  Enrique  en  1474,  estallaba  la  guerra  de  sucesión 
que  tenia  desenlace  en  la  batalla  de  Toro,  seguia  con  sus  pa- 
rientes los  estandartes  de  don  Fernando,  siendo  elegido  por  este 
Principe  para  retar  al  rey  de  Portugal,  y  teniendo  después  parte 
muy  activa  en  el  triunfo  que  aseguró  en  las  sienes  de  Isabel  I  la 
corona  de  Castilla  ^  Nombrado  luego  corregidor  de  Toledo  y 
alcaide  de  su  alcázar,  logró,  desbaratar,  así  con  su  elocuencia 
como  con  su  actividad  y  celo,  las  maquinaciones  del  arzobispo 
don  Alonso  Carrillo,  y  distinguido  por  los  Reyes  Católicos,  que 
le  dieron  asiento  en  su  Consejo,  llegó  á  edad  harto  avanzada,  fa- 
lleciendo en  1491  *. 

Como  queda  observado  respecto  de  los  magnates  de  don 
Juan  II,  llama  grandemente  la  atención,  al  fijar  la  vista  en  las 
vicisitudes  que  experimenta  Gómez  Manrique,  el  verle  entregado 
al  cultivo  de  la  poesía  y  de  la  elocuencia,  distinguiéndose  princi- 
pabnente,  en  ambos  conceptos,  por  la  intención  moral  que  reve- 
lan la  mayor  parte  de  sus  obras.  Gómez  Manrique  no  dejó  sin 
embargo  de  trovar  amores  á  la  usanza  de  los  poetas  cortesa- 


ingenio,que  se  tenían  pocas  noticias  de  su  vida  y  hechos  (Prim.  época,  ca- 
pítulo XXI),  pueden  consultar  nuestros  lectores  respecto  de  las  que  aquí  ofre- 
cemos el  cap.  I  del  lib.  XII  del  t.  II  de  la  Historia  genealógica  de  la  casa 
de  Lara,  por  don  Luis  de  Salazar,  donde  recogió  este  diligentísimo  investi- 
gador cuanto  pudiera  desearse  y  habian  dicho  ya  los  más  notables  histo- 
riadores respecto  de  Gómez  Manrique,  ampliando  sus  noticias  en  las  prue- 
bas diplomáticas  y  escrituras,  que  dio  á  luz  con  este  propósito. 

1  Gómez  Manrique  fué  nombrado  por  don  Fernando  el  Católico  en  1475 
para  retar  á  don  Alfonso  de  Portugal  en  su  nombre.  Las  cartas  que  en  este 
caballeresco  asunto  mediaron,  las  hemos  publicado  en  la  Historia  de  la  Fi~ 
Ua  y  Corte  de  Madrid,  i.-  II,  pág.  146,  cap.  XV,  tomadas  de  un  códice 
coetáneo  de  la  Bibl.  del  Escorial,  signado  f.  ij.  19. 

2  Gómez  Manrique,  que  era  señor  de  Villazopeque,  Benvibre,  Cordovi* 
lia,  Matanza  y  Cambrillos,  otorgó  su  testamento  á  31  de  marzo  de  1490 
(Salazar,  Hist,  geneaL  de  la  casa  de  Lara,  t.  IV,  pág.  496),  mandándose 
enterrar  en  el  monasterio  de  Santaclara  de  Calabazanos  con  su  mujer  doña 
Juana  de  Mendoza,  en  sepulcros  de  alabastro,  que  debían  colocarse  junto  al 
coro. 


n/  PARTBy  CAP.  XVI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  lY.  105 

DOS,  ni  se  negó  tampoco  &  cantar  las  alabanzas  de  los  proceres 
y  de  los  reyes:  inscrito  entre  los  admiradores  de  Juan  de  Mena 
y  de  Santillana,  mientras  deseoso  de  poseer  todas  las  obras  de 
su  ilustre  deudo,  le  demandaba  en  elegantes  versos  copia  de  su 
Cancionero  *,  aplicábase  á  poner  término,  compitiendo  con  otros 
celebrados  ingenios,  al  aplaudido  tratado  de  los  Pecados  morta-- 
leSf  que  dejó  sin  concluir  el  renombrado  poeta  de  Córdoba  ^;  y 
no  olvidándose  de  lo  presente,  ora  lisonjeaba  en  su  juventud  al 
al  rey  don  Juan  II,  celebrando  el  nacimiento  del  Infante  don 
Alonso,  ora  brindaba  á  Enrique  lY  felicidades  sin  fin,  cantan- 
do la  hermosura  y  la  virtud  de  su  esposa,  doña  Juana  (1457), 
ora  por  último  ponderaba  en  más  ligeras  canciones  los  favores  ó 
desdenes  de  sus  amigas. 

De  esta  variedad  de  objetos,  á  que  se  mezclaron  también 
las  inspiraciones  de  la  religión ,  personificadas  asi  respecto  de 
Gómez  Blanrique  como  de  casi  todos  los  poetas  castellanos,  en  el 
amor  á  la  Virgen  ',  nació  sin  duda  el  inclinarse  el  distinguido 
sobrino  del  marqués  de  Santillana  al  cultivo  de  las  diversas  es- 
cuelas poéticas  á  la  sazón  en  boga,  aspirando ,  como  aquel 
magnate,  á  los  laureles  que  todas  ofrecían.  Lleváronle  no  obs- 
tante las  circunstancias  de  su  propia  vida,  según  arriba  insinua- 
mos, al  terreno  de  la  filosofía  moral  y  aun  de  la  política,  en  que 
no  esquivó  tampoco  las  armas  de  la  sátira.  Son  en  este  vario 
concepto  dignas  de  mayor  estima,  entre  todas  sus  producciones, 


1  Las  Coplas  á  que  dos  referimos,  publicadas  repetidas  veces  (Cando^ 
ñero  general  de  Sevilla  (fól.  39  v.;  id.  de  Toledo,  fól.  41;  id.  deAmberes, 
fól.  75  V.)  y  recogidas  por  nosokos  entre  las  Obras  del  Marqués^  pág.  326^ 
empiezan: 

O  fuente  manante  |  de  sabiduría, 

por  quien  s'enoblecen  1  los  reynos  d'Bspafia,  etc. 

2  Es  el  mismo  tratado,  á  que  puso  término  Pero  Guillen,  como  indica- 
mos arriba. 

3  Gómez  Manrique  llevaba  su  devoción  á  la  Virgen  hasta  el  punto  de 
suplicar  en  su  testamento  á  las  monjas  de  Calabazanos,  donde  se  mandaba 
enterrar,  que  dijesen  f  cada  noche  antes  de  maitines,  todas  y  cada  una  do 
ellas  una  vez,  el  salmo  (himno)  de:  O  gloriosa  domina  todo  entero,  por  él, 
por  doña  Juana,  su  mujer,  y  por  su  ipadre»  ($ala;(ar,  loe.  cit.,  p.  496). 


SL  sLJQáuiif  Kzciáic:-:  ¿  G:cd9 


ix  bínela  snerif  ú  jübh:  .  :rx*:cjiL  *L  TsmxA  síbctl  jk 
11  «ffinák  ¿f  a  nmiñ.  TssñsL  ianziL  óf  jüct&t  íl  nsn^xu 


armitgi  wscAhí  .^msí:  '±ck  :crL5  á*  rrm.  iiñhf  rtizrBi2S¿«je; 


r>sr  t'im»'. 


n/  PAETB,    GAP.    XTI.   POETAS   DEL  RBINADO  DE  ENRIQUE  IV.  107 

pero  ni  ie  falta  en  general  energía  y  sencillez,  ni  carece  tam- 
poco de  cierta  originalidad;  prendas  que  hubieron  de  legitimar 
el  empeño  de  poner  cabo  &  la  obra  del  primer  poeta  de  U  corte 
do  don  Juan  II  ^ . 

Iguales  dotes  descubrimos  en  los  Consejos  á  Diego  Arias. 
Era  éste  Contador  mayor  de  Enrique  IV;  y  ya  porque  el  estado 
de  las  cosas  se  lo  consentía,  ya  porque  su  inclinación  le  llev&ra 
¿1  abuso  de  autoridad ,  tan  frecuente  en  toda  época  calamitosa, 
Jieg&base  Arias  &  obrar  en  justicia ,  alcanzando  al  mismo  don 
^mez  los  efectos  de  su  arbitraria  conducta.  Manrique  le  diri- 
Jíó  en  esta  situación  los  expresados  Consejos-,  obra  en  que  se 
proponía  sobre  todo  con  vencer  al  desvanecido  Contador  de  la  ins* 
labilidad  de  la  fortuna,  formulando  su  pensamiento  en  estos  be- 
llos versos: 

£1  tiempo  de  tu  vevir 
non  lo  despiendas  en  vano: 
que  vigios,  bienes^  honores, 
que  procuras, 
pásanse,  como  frescuras 
de  las  flores. 

£n  esta  mar  alterada, 
por  do  todos  nauegamos, 
los  deportes  que  passamos, 
si  bien  los  consideramos 
duran,  como  rociada! 

Ampliando  el  mismo  tema,  le  trae  á.  la  memoria  el  ejemplo  de 
antiguos  y  modernos  favoritos,  míseramente  abandonados  en  su 
caida;  y  recordándole  el  muy  reciente  fracaso  de  don  Alvaro  de 
Luna,  le  amonesta  &,  usar  de  toda  templanza  y  moderación  en 
medio  de  su  poder,  ora  tratando  á  caballeros  y  ciudadanos  sin 


i  La  Prosecución  del  tratado  de  los  Siete  Pecados  mortales  existe  en 
un  códice  del  siglo  XV,  con  otras  obras  poéticas,  en  la  Biblioteca  de  Sevi- 
lla, formada, cual  saben  ya  los  lectores,  por  don  Fernando  de  Colon.  De  este 
IfS.  se  sacó  en  el  siglo  pasado  esmerada  copia,  que  se  conservaren  la  Na- 
cional, cód.  Dd.  61,  fól.  141  y  siguientes.  Ambos  han  sido  examinados  por 
nosotros,  así  como  el  traslado  que  existe  en  el  códice  apellidado  Cancione- 
ro de  losar,  fól.  CXXYII  y  simientes. 


108  HISTORIA   CRÍTICA   DB   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

ira  ni  menosprecio,  ora  castigando  las  insolencias  de  sus  oficía- 
les que  le  deshonraban  ^  ora  en  fin  persiguiendo  los  cohechos  y 
robos  ejecutados  en  los  labradores;  único  medio  de  conquistar 
la  benevolencia  de  los  hombres  y  la  piedad  divina.  Las  vanida* 
des  del  mundo,  las  honras  y  magnificas  vestiduras,  las  tierras  y 
señoríos,  las  mitras  y  las  púrpuras,  los  «febridos  arneses»  no 
libertan  á  sus  posesores  del  dolor  interno  que  los  devora,  envi- 
diando la  quietud  de  menestrales  y  mendigos,  ó  ya  suspirando 
por  ella  bajo  sábanas  de  holanda  y  comiendo  el  blanco  pan  con 
hondas  angustias,  de  que  era  el  mismo  Arias  buen  testigo.  Gó- 
mez Manrique  le  dice: 

• 

....Fartos  te  Tienen  dias 
de  coDgoxas  tan  sobradas 
que  las  tus  ricas  inoradas 
por  las  chozas  ó  ramadas 
de  los  pobres  trocarías: 
Que  só  los  techos  polidos 
é  dorados 

se  dan  los  vuelcos  mezclados 
con  gemidos. 

Difícil,  si  no  imposible,  es  hallar  en  el  mundo  la  paz  del  es- 
píritu, no  eximido  ningún  mortal  de  aquella  interna  zozobra, 
por  lo  cual  deseando  el  poeta  el  bien  del  Contador,  termina  su 
amonestación  con  estos  versos: 

Pues  tú  non  pongas  amor 
con  las  personas  mortales, 
nin  con  bienes  temporales: 
que  más  presto  que  rosales 
pierden  la  fresca  verdor. 
£  non  son  sus  cresgimientos 
si  non  ju^o; 
menos  turables  que  fuego 
de  sarmientos,  etc.  i. 


1  Esta  composición  se  incluyó  en  el  Cancionero  de  1511,  al  fól.  45  v. 
Adelante  notaremos  las  analogías  que  ofrecen  algunos  de  sus  pensamientos 
con  otros  muy  celebrados  de  su  sobrino  Jorge  Manrique. 


n/  PARTE,   CAP.   XTI.   POBTAS  IHBL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  109 

Las  Coplas  al  mal  gqbierno  de  Toledo^  que  por  la  intención 
que  en  ellas  domina  pueden  ser  consideradas  como  una  sátira 
sobre  ei  reinado  de  Enrique  IV,  y  que  algún  respetable  biblió- 
grafo ha  confundido  con  el  Regimiento  de  Principes  ^ ,  abundan 
también  en  pensamientos  morales  y  políticos  de  grande  trascen- 
dencia y  ponen  de  relieve  el  miserable  estado  de  Castilla  en  aque- 
llos dias.  Gómez  Manrique,  dando  á.  conocer  el  desorden,  ex- 
dama: 

La  fracta  por  el  sabor, 
86  conos^e  su  natío; 
é  por  el  gobernador 
el  gobernado  navio. 
Los  cuerdos  fair  devrían 
do  los  locos  mandan  más: 
que  quando  los  qí^os  guian, 
¡guaj  de  los  que  van  detrás!.. 

Los  rasgos  enérgicos,  vibrados  y  aun  profundos,  resaltan  en 
'oda  la  composición,  que  fué  sin  duda  una  de  las  más  celebra- 
^  de  Manrique:  fijando  sus  miradas  en  la  triste  situación  del 
''6ÍII0,  decia  por  ejemplo: 

Sin  secutores  las  leyes 
maldita  la  pro  que  traen: 
los  r^nos  sin  buenos  reyes, 
sin  adversarios  se  caen. 


^       Bayer,  Anotaciones  á  la  Bihl.  Vetus  de  don  Nicolás  Antonio,  lib.  X, 

^^  «  XV.  Citados  los  primeros  versos  de  las  Coplas  al  mal  gobierno,  obser- 

^^  ^     «Faerit  ne  autem  hoc  poema  quod  a  Thoma  Tamayo  inscribitur  Re» 

^^^^-ünto  de  Principes?  (p.  843).  Esta  pregunta  prueba  que  Bayer  no  ha- 

'^    «xaminadoel  Cancionero  de  1511,  donde  ambas  poesías  se  incluyeron 

Jl^^.  43  V.  y  49  v.),  ni  los  de  Sevilla  1535  y  1540,  como  tampoco  lo  habia 

^to  sin  duda  el  docto  y  laborioso  don  Eugenio  de  Ochoa,  cuando  en  su 

^^éhgo  de  MSS,  españoles  de  la  Biblioteca  Real  de  Paris  juzgó  que 

^''^ti  inéditas  dichas  Coplas,  insertándolas  como  tales.    Tampoco  llegó  á 

^^^Icia  de  estos  eruditos  que  el  doctor  Pero  Diaz  de  Toledo,  secretario,  ca- 

^^lan  y  comentador  del  Marqués  de  Santillana,  puso  á  este  poema  una 

^^table  introducción,  que  intituló  Querella  de  la  Gobernación,  tal  vez  de 

^B3  á  1487,  en  que  vivia  en  Toledo  y  era  Gómez  Manrique  corregidor  de 

fuella  ciudad.  Lo  notable  es  que  Pero  Diaz  dedicó  esta  introducción  al  ar- 

^Vspo  Carrillo.  Á  la  Querella  de  la  Gobernación  contestó,  demás  de  Pero 

^^^en,  el  converso  Antón  de  Montoro,  ya  conocido  de  nuestros  lectores. 


lio  HISTORIA  CRITICA  DE  LA   LITERATURA   ESPAfiOLA. 

Aludiendo  después  al  abandono  de  la  corte,  donde  don  Enri- 
que habia  pretendido  sustituir  la  antigua  nobleza  con  adYenodi- 
zos,  de  pronto  enriquecidos  &,  costa  de  los  pueblos,  anadia: 

Las  viñas  sin  Yiñaderos, 
lógranlas  los  caminantes: 
las  cortes  sin  caballeros, 
son  como  manos  sin  guantes. 

Y  notando  finalmente  el  divorcio,  que  existia  entre  la  nobleta 
y  el  trono,  exclamaba: 

Que  bien  como  dan  las  flores 
perfección  á  los  frótales, 
assi  los  grandes  señores 
á  los  palacios  reales. 
E  los  principes  derechos 
lozen  sobre  ellos  sin  falla, 
bien  como  los  ricos  techos 
sobre  fermosa  muralla. 

Ni  brillaban  menos  estas  claras  dotes  en  el  Regimiento  de 
Príncipes,  poema  dirigido  &,  los  Reyes  Católicos  en  los  prime- 
ros instantes  de  su  reinado  y  donde  se  proponia  Gómez  Manri- 
que, «como  hombre  despojado  de  esperanza  y  de  temor»,  con- 
signar «algunos  consejos  más  saludables  y  provechosos  que 
dulces  ni  lisonjeros»,  escribiéndolos  en  metros,  «porque  se  asen- 
taban mejor  y  duraban  m&s  en  la  memoria  que  las  prosas  ^.  No 


1  Prólogo  de  la  edición  de  1482  (Bibl.  Escar.  y.  X.  17).  En  el  Canoio^ 
ñero  de  1511  apareció  ya  sin  prólogo,  y  así  se  ha  reproducido  en  los  de- 
más. En  cuanto  al  momento  en  que  el  Regimiento  de  Principes  se  escri- 
be, puede  afirmarse  que  fué  antes  de  1478,  en  que  pasó  de  esta  vida  don 
Juan  II  de  Aragón,  cuando  leemos  en  el  mismo  poema  que  era  Isabel  I.*  á 

la  saxon 

Alta  reina  de  Ce^Uli« 
en  Aragón  snccesora. 
Princesa  gorernadort 
de  loi  reynos  de  Castilla. 

Habiendo  pnes  eomenxado  á  reinar  en  Castilla  en  1474  y  en  Aragón  en 
1478,  es  evidente  que  se  compuso  el  Regimiento  de  Principes  en  este  in- 
termedio. 


n/  PARTEy   CAP.    XVI.   POETAS   DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  111 

pudo  dar  sio  embargo  á  esta  obra  la  extensión  que  al  idearla 
se  propaso,  aquejado  sin  duda  de  más  urgentes  ocupaciones  en 
el  servicio  de  aquellos  principes:  como  quiera,  recogió  en  ella 
copia  abundante  de  m&ximas  y  advertencias,  útiles  por  extre- 
mo para  la  buena  gobernación  de  la  república,  exponiéndolas 
coa  tal  brío  é  ingenuidad  que  no  pueden  menos  de  llamar  hoy 
nuestra  atención,  honrando  al  poeta  y  enalteciendo  al  par  el  no- 
ble carácter  de  los  Reyes  Católicos.  Adoptando  la  antigua  es- 
cuela didáctica,  en  que  habian  florecido  un  Pérez  de  Guzman  y  un 
Marqués  de  Santillana,-  pero  excediendo  á  entrambos  en  la 
energía,  si  no  en  la  hidalga  franqueza,  mostraba  Manrique  á 
don  Femando,  tras  una  invocación  en  que  solicita,  como  en  to- 
dos sus  poemas,  el  favor  divino  ^,  las  únicas  sendas  que  podian 
llevarle  á  conquistar  el  amor  y  el  respeto  de  sus  pueblos  y  con 
ellos  la  gloria  á  que  aspiraba.  Consistia  todo  el  misterio  en  el 
ejercicio  y  práctica  de  las  virtudes,  que  si  deben  ser  norte  de  la 
vida  para  los  hombres,  en  nadie  resplandecen  mejor  que  en  los 
reyes  ^,  venciendo  y  disipando  todo  linaje  de  vicios,  y  allanan- 


1  Es  dig^a  de  notarse  esta  circunstancia.  Mientras  casi  todos  los  poetas 
de  aqnel  tiempo  invocaban,  para  mostrarse  doctos,  el  auxilio  de  las  musas 
gentílicas,  Gómez  Manrique  exclama  de  continuo  en  esta  ó  análoga  forma: 

NoD  ídtoco  los  poetas 

que  me  fagan  elocuente; 

non  las  Glrras  macho  netas, 

nln  las  hermanas  discretas, 

que  moran  cabe  la  fueate. 

Nln  quiero  ser  socorrido 

de  la  madre  de  Cupido, 

nin  de  la  Tesaliana; 

mas  del  nieto  de  Santa  Ana 

con  su  saber  infinido. 
U  la  muerte  del  Marqués  de  SasitiUanai^BefíimieiUo  de  Pri$icipa;r'Coñtinuacion  de  loe 
f^  pecados  mortales,  etc. ) 

2  £1  muy  erudito  Tlcknor  dice,  al  mencionar  este  poema,  que  Gómez 
Enrique  c  recurre  otra  vez  al  pobre  artificio  de  las  Siete  Virtudes,  que 
ttta  vez  vienen  á  ofrecer  á  los  Reyes  Católicos  buenos  consejos»  etc.  (Fri- 
olera época,  cap.  XXI).  Esto  supone  que  el  Regimiento  de  Principes  es  una 
obra  alegórica,  como  la  consagrada  por  Manrique  A  la  muerte  del  marqués 
^  SatUiUana,  que  antes  habla  mencionado.  Pero  hay  error:  el  poeta  no 
pcrtonifiea  aquí  las  Virtudes ^  sino  que  recomienda  simplemente  la  ejerci- 


112  HISTORIA    CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

do  RM^ilmente  los  más  arduos  obstáculos. — Dirigiéndose  después 
&  la  reina  Isabel,  cuya  belleza  elogiaba  por  extremo,  usaba  no 
menor  franqueza  y  energía,  poniéndole  delante  sus  deberes  y 
manifestándole  cuan  grande  era  su  responsabilidad,  pues  que  sa 
ejemplo  debia  ser  norma  y  dechado  de  grandes  y  pequeños. 
Gómez  Blanrique  aparecía  tan  afortunado,  al  concebir  las  ideas 
que  esmaltan  el  Regimiento  de  Príncipes^  como  al  expresarlas; 
y  para  que  puedan  holgadamente  los  lectores  juzgar  del  mérito 
de  este  poema,  trasladaremos  aqui  alguna  de  sus  estrofas.  La 
corona  más  alta  del  príncipe  estriba  en  vencerse  á  sí  mismo:  el 
poeta  decia  á  don  Fernando: 

Pues,  vos  rey  y  oaballero, 
muy  expíente  señor; 
8i  quereys  ser  ventor, 
yen^ereys  á  vos  primero. 

Que  non  sé  mayor  yictoría 
de  todas  cuantas  leí, 
nin  digna  de  mayor  gloria, 
para  perpetua  memoria, 
que  vencer  el  onbre  á  sí. 

Invitándole  después  al  ejercicio  de  la  justicia,  le  añade  con 
notable  alusión  á  Enrique  lY: 

Que  los  reyes  temerosos 
non  son  buenos  jostifieros; 
porque  siguen  los  corderos 
é  fuyen  de  los  raposos. 

La  primera  obligación  del  rey  está  cifrada  en  la  recta  goberna- 
ción de  sus  pueblos:  Manrique  mostraba  á  doña  Isabel  que  no 
senriria  á  Dios,  como  reina, 

saliendo  de  los  colchones 
4  donnir  en  las  espinas. 
Non  que  Tistades  cili^ 
nin  fagades  abstinencia; 
mas  que  la  Tuestra  excellen^ia 
ose  bien  daqod  ofi^ 
de  regir  é  gobernar: 


ci».  b  f»iflouM  de  arte  no  es  posible  dejar  sin  concctiTo  estas  in- 

atdi 


n.*  PAETSy   CAP.    XVI.   POETAS   DEL  REINADO  DE  EVRIQüE   IV.  113 

oa,  señora,  este  reynar 
no  se  dá  para  folgar 
al  Terdadero  creyente... 
Ga  non  vos  demandarán 
cuenta  de  lo  que  rezays; 
nin  si  TOS  disgiplinajs, 
non  vos  lo  preguntarán. 
De  justi^  si  fezistes, 
despojada  de  pasión; 
si  los  culpados  punistes, 
ó  los  malos  consentistes... 
desto  será  la  quistion  i. 

Grande  reputación  dieron  á.  Gómez  Manrique  todas  estas  com- 
posiciones, y  no  había  sido  menor  el  aplauso  que  le  conquistó 
el  poema  Á  la  muerte  del  Marqués  de  Santíllana,  escrito  sin 
duda  én  1458.  Declarándose  en  él  partidario  de  la  escuela  dan- 
tesca, flnjíase,  como  Diego  de  Burgos,  transportado  á  un  valle 
tenebroso,  de  donde  intentaba  huir  en  vano,  viéndose  en  él  sor- 
prendido por  las  tinieblas  de  la  ñocha.  AI  amanecer  del  nuevo 
día,  se  levanta  y  empieza  otra  vez  su  camino,  descubriendo  una 
fortaleza,  &  la  cual  dirijo  sus  pasos,  penetrando  resueltamente  en 
ella.  Siete  doncellas,  cubiertas  de  luto,  aparecen  &,  su  vista  en 
funeraria  estancia,  teniendo  las  tres  primeras  en  sus  diestras  sen- 
das cruces  de  Jerusaiem  y  ostentando  las  otras  cuatro  relevadas 
tarjas  con  nobilísimos  blasones.  Deseoso  de  saber  qué  represen- 
taban las  doncellas,  dirígeles  luego  la  palabra,  sabiendo  de  boca 
de  la  Féf,  que  eran  las  Virtudes,  las  cuales  lloraban  sin  consuelo 
la  muerte  «del  más  bueno  de  los  hombres»,  acrecentando  su  do- 
lor la  reciente  pérdida  de  los  obispos  de  Ávila  y  de  Burgos,  de- 
chados de  probidad  y  de  ciencia.  Tras  la  Fé  prosiguen  la 
esperanza  y  la  Caridad  el  sentido  elogio  del  Marqués^  lamen- 
tando asimismo  la  Prudencia  y  sus  tres  hermanas  la  desventu- 


t  El  poema  A  la  Muerte  del  Marqués^  reproducido  en  casi  todos  los 
^dncioneros  MSS.  de  la  segunda  mitad  del  siglo  XV,  se  incluyó  en  el 
^  1511  (fól.'XXVIj  y  siguientes),  y  de  él  lo  tomaron  los  demás  colectores 
l^atta  aparecer  en  la  edición  de  Amberes  (pág.  57  y  siguientes).  Así  se 
^^praeba  la  celebridad  que  gozó  en  el  Parnaso  castellano. 

Tomo  vii.  8 


114  UISTOJllA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAflOLA. 

ra  que  lloraba  Castilla.  Agobiado  al  peso  de  tanto  dolor,  aban- 
dona el  poeta  aquella  estancia,  apareciendo  á  su  vista  otra  don- 
cella, ricamente  ataviada,  cubiertos  los  hombros  de  suntuoso 
manto  azul  y  blanco  y  trayendo  en  su  diestra  un  libro  cerrado. 
Era  la  Poesía^  quien  noticiosa  del  fallecimiento  del  Marqués,  y 
aquejada  aún  por  la  pérdida  del  castellano  Juan  de  Mena  y  del 
aragonés  Juan  Fernandez  de  Ixar,  venia  &  exhortar  á  Manri- 
que, no  sin  extremarse  en  su  alabanza,  &,  cantar  las  glorias  del 
ilustre  señor  de  la  Vega;  empresa  muy  superior  á  las  fuerzas 
del  poeta,  quien  no  pudiendo  dominar  su  amargura,  maniflesta  & 
la  Poesía,  que  sólo  era  digno  de  llevarla  á  cabo  Fernán  Pérez 
de  Guzman,  retraído  largo  tiempo  hacía  en  su  castillo  de  Ba- 
tres.  Al  escucharle,  alza  la  Poesía  su  vuelo  en  busca  de  aquel 
noble  viejo,  oye  Manrique  nuevo  lamento  de  las  Virtudes,  y  se 
vé  restituido  al  sitio  de  donde  partió  primero,  quedando  asi  des- 
vanecida la  visión  y  terminado  el  poema. 

Era  pues  evidente  que  exornadas  todas  estas  obras  con  el 
aparato  de  erudición,  de  que  tan  singular  alarde  hacían  los  más 
doctos,  y  recorriendo  al  par  todas  las  esferas  del  arte  erudito, 
debían  legitimar  en  su  tiempo  la  reputación  de  Gómez  Manri- 
que ^,  asegurándole  para  lo  porvenir  no  despreciable  lugar  en 
k  historia  de  la  poesía  española.  Pero  es  conveniente  repetirlo: 
si  ensaya,  como  Diego  de  Burgos,  Pero  Guillen  de  Segovia  y  el 
Condestable  de  Portugal,  la  forma  alegórica.  Ajando  así  el  iti- 
nerario de  la  escuela  dantesca;  si  no  desdeña  el  ejemplo  de  los 
trovadores  que  se  ejercitaban  en  la  manera  provenzal,  y  en  este 
panto  no  se  mostró  inferior  á  los  más  atildados  ^;  su  mérito 


1  El  ya  mencionado  Pero  Guillen  de  Seg'ovia,  después  de  confesarse^ 
como  hemos  dicho,  discípulo  de  Mena  y  Santillana,  y  de  llorar  su  muerte, 
añade  que  suplica  á  la  Virgen  con  garandes  gpemidos 

Que  guarde  la  Tlda  |  del  sabto  Manrique» 
pues  desta  s^ leadla  1  sostiene  la  cumbre. 

En  efecto,  Gómez  Manrique  sostenía  y  representaba  diurnamente  la  gloria 
de  sus  maestros. 

2  Con  sentimiento  dejamos  de  trasladar  aquí  alg'unas  de  estas  poesías, 
especialmente  las  que  tienen  valor  histórico,  tales  como  las  coplas  y  dezi- 
ros  Al  naf(!Ímiento  dá  Infante  don  Alonso  y  en  Uxir  de  la  reina  doAa 


n/  PARTB,  GAP.    XVI.  POETAS  HEL  REINADO  DE  BimiOüE  IV.  Il5 

principal  estriba  en  los  poemas  puramente  didácticos,  donde  si- 
guiendo las  huellas  de  los  antiguos  ingenios  de  Castilla,  apare- 
cía realmente  merecedor  de  la  gloria  alcanzada  por  un  Pérez  de 
GazmaDy  un  don  Iñigo  López  de  Mendoza  y  un  Pero  López  de 
Ayala.— Gómez  Manrique  enérgicOy  rudo  é  incisivo  contra  los 
vicios,  que  plagaban  la  corte  de  Enrique  lY,  deseoso  del  bien  y 
penetrado  de  que  sólo  podia  este  realizarse  diciendo  y  obrando 
la  verdad,  procura  hablar  en  estos  poemas  su  exclusivo  lengua- 
je, llegando  &  las  lindes  de  la  sátira.  Mas  al  hacerlo  asf,  no  se 
olvida  de  que  es  poeta,  sembrando,  como  demuestran  los  ejem- 
plos alegados,  de  graciosos  símiles  y  pintorescas  pinceladas  sus 
lecciones  morales  y  sus  advertencias  políticas,  si  bien  seria  en 
vano  buscar  en  él  la  ternura  del  sentimiento,  harto  escasa  por 
cierto  entre  los  trovadores  del  siglo  XY  ^. 


Juana^  majer  de  Enrique  iV,  todavía  inéditas.  En  la  imposibilidad  de  ha- 
cerlo con  todas,  citaremos  algpuna  estrofa  del  de%ir  á  doña  Juana,  cuyo  ad- 
Tenimiento  al  trono  fué  de  tan  buen  agiíero  como  de  tan  doloroso  vilipen- 
dio para  Castilla: 

O  reina  de  las  mayores, 
Bio  contienda  la  mayor; 
de  las  más  bellas  la  flor, 
é  sin  dada  la  mejor 
de  las  buenas  é  mejores: 
Vuestras  virtudes  querría 
que  recontase  mt  pluma; 
pero  fallo  tan  grand  suma, 
que  turba  la  mano  mía. 

Y  acaba  así: 

Soys  de  vicios  enemiga, 
secares  de  Juventud; 
de  bondad  é  de  virtud, 
asy  Dios  me  dé  salud, 
ninguna  fué  tan  amiga 
como  vos,  en  quien  es  tanta 
perfección  de  gentllexa, 
que  non  sola  mi  rudeza, 
mas  los  más  sabios  espanta. 

£1  procer,  ofendido  por  la  conducta  ulterior  de  la  reina,  hubiera  sin  duda 
querido  borrar  las  alabanzas  del  poeta.  Estas  poesías  se  contienen  en 
el  Cancionero  que  fué  de  Gallardo,  cuyo  índice  incluimos  en  las  Ilustra* 
dones  del  tomo  precedente. 

1     Gomes  Manrique,  fué  también  muy  aplaudido  en  su  tiempo  como  ora- 


116  HISTORIA  CRÍTICA   bR  LA   LITERATURA   BSPAfiOLA. 

Ua  nombre  hemos  pronunciado  sin  embargo  que  puede  y  de- 
be presentarse  cual  vivo  ejemplo  de  que  no  dejó  de  vibrar  esta 
cuerda  en  el  corazón  de  los  ingenios  castellanos.  Tal  es  el  de 
Jorge  Manrique,  cuarto  hijo  del  Gran  Maestre  don  Rodrigo  y 
sobrino  muy  predilecto  de  don  Gómez.  Nacido  por  los  años  de 
1440  de  doña  Mencía  de  Figueroa,  primera  mujer  del  Maes- 
tre,  educóse  en  la  casa  de  su  padre^  que  era  como  la  de  otros 
proceres  un  verdadero  ginmasio,  mostrándose  desde  la  m&s 
tierna  juventud  digno  heredero  de  los  Manriques,  asi  en  el  va- 
lor y  ánimo  heroico  que  habia  distinguido  de  antiguo  &  tan  ilus- 
tre pros&pia,  como  en  la  claridad  del  entendimiento  y  la  discre- 
ción, de  que  hizo  gala  durante  su  vida.  Mezclado  desde  muy 
temprano  en  las  revueltas,  que  escandalizaron  &  Castilla  duran- 
te el  nebuloso  reinado  de  Enrique  IV,  siguió  la  suerte  de  su  pa- 
dre y  familia,  aclamando  rey  al  intruso  don  Alonso,  de  quien 
recibió  entre  otras  mercedes  las  tercias  de  Yillafruela  con  va- 
ríos  lugares,  acostamiento  de  siete  lanzas  y  la  encomienda  do 
Mootizoo  de  la  orden  de  Santiago.  Aliado  de  los  Estúñigas,  & 
quienes  le  unia  muy  estrecho  deudo,  hizo  la  guerra  en  el  prio- 
rato de  San  Juan  á^  don  Juan  de  Yalenzuela,  favorecido  del  rey 
don  Enrique,  derrotándole  en  Ajofrín  y  restituyendo  el  indicado 


dor.  Juan  Alvarez  Gato,  de  qaieo  hablamos  después,  le  decía  en  una  de  las 
reqüestoi,  que  con  él  sostiene: 

...Vos,  el  grao  ;orador, 

•ote  quleo  todos  son  grillos^  etc. 

Fernán  Pérez  del  Pulgar,  su  coetáneo  y  ami^,  insertó  en  la  Crónica  de  las 
Reyes  Católicos,  que  en  su  lugar  examinamos,  una  elegante  oración,  hecha 
por  don  Gómez  á  los  toledanos  en  1479,  para  apartarlos  deí  partido  de  la 
Beltraneja  (1(1.*  Parte,  cap.  XCVU).  Y  que  esta  oración  es  de  Gómez  Man- 
rique, .se  comprueba  comparando  con  ella  la  letra  XIV  de  la  colección  del 
mismo  Pulgar,  quien  declara  que  era  de  un  su  amigo  de  Toledo:  la  oración 
y  la  expresada  letra  no  pueden  estar  más  conformes  en  el  espíritu  y  la  le- 
tra: por  manera  que  ambas  acusan  un  mismo  autor,  siendo  este  el  orador 
don  Gómez  Manrique.  Á  esta  persuasión  nuestra  contribuye  la  circunstao- 
cia  de  formar  la  expresada  oración  parte  de  una  preciosa  colección  de  Ra» 
%onamient08,  pronunciados  todos  durante  el  reinado  de  Isabel  la  Católica, 
como  en  su  lugar  manifestaremos  (Véase  el  cap.  XXI). 


n/PAITK,  CAP.    XVI.   POETAS  DBL  REINADO  DE  BlfRIOeB  IV.  417 

iriontoi  don  Alvaro  de  Estúñiga,  su  t)rimo. — En  1474  era 
elegido  Trece  de  la  Orden  de  Santiago,  dignidad  que  le  ganaban 
Aun  tiempo  su  esfuerzo  y  su  militar  penda;  y  cuando,  muerto 
dOD  Enrique,  penetraba  en  los  dominios  castellanos  don  Alfon- 
so de  PcH*tugai,  defendía  en  1475  contra  el  Marqués  dé  Yíllena 
el  campo  de  Calatrava,  trayéndolo  &  la  devoción  de  la  Reina  Isa- 
bel, y  salvaba  en  el  siguiente  año  el  castillo  de  Uclés  del  cerco, 
que  sobre  el  mismo  hablan  puesto  don  Juan  Pacheco  y  el  arzo- 
bispo Carrillo.  Dos  años  adelante,  insistiendo  el  Marqués  de  Vi- 
ilena  en  la  rebelión,  y  molestando  desde  los  castillos  de  Bel- 
ooDte,  Chinchilla  y  Garcl  Muñoz  las  tierras  y  villas  leales,  con- 
ñaiMm  los  Reyes  Católicos  &  Jorge  Manrique  y  &  Pedro  Ruiz 
de  Alarcon  la  reducción  de  aquellas  fortalezas;  y  con  tanto  em- 
peío  y  constancia  fatigaban  al  Marqués,  que  sobre  tenerle  de 
continuo  encerrado,  le  combatian  diariamente,  poniéndole  en  el 
último  extremo.  A  las  mismas  puertas  de  Garcf  Muñoz  se  tra- 
baba en  1479  uno  de  aquellos  reñidos  combates:  Manrique  «se 
metió  con  tanta  osadia  entre  los  enemigos,  que  por  no  ser  visto 
de  los  suyos,  para  que  fuera  socorrido ,  le  flrieron  de  muchos 
golpes,  y  murió  peleando»,  como  bueno,  en  defensa  de  aquella 
grao  reina,  que  tantos  días  de  gloria  iba  &  dar  &  Castilla.  Su  ca- 
dáver fué  conducido  &  la  villa  de  Uclés  y  sepultado  en  la  igle- 
sia vieja  de  Santiago:  al  revestirlo  de  paños  mortuorios,  «le  ha- 
llaron en  el  seno  unas  coplas,  que  comenzaba  &  hacer  contra  el 
inando»,  manifestando  asi  que  ni  aun  las  fatigas  de  la  guerra  le 
apartaban  del  culto  de  las  musas  ^ 

T  en  efecto,  Jorge  Manrique  era  uno  de  sus  m&s  predilectos 
discípulos,  siguiendo  como  su  tio  don  Gómez  las  huellas  de  los 


t  Para  estos  apuntes  biográficos  hemos  consaltado  á  los  escritores  Pa- 
^i^«ia,  Pul^r,  Garibay,  Zurita,  Mariana,  Ximena,  Rades  de  Andrada,  Al- 
>0ii9Q  de  Fuentes  y  Salazar  y  Castro,  viéndonos  foiudos  á  reducir  las  no- 
rias que  estos  diligentes  investigadores  recogieron,  por  la  extensión,  que 
^  pesar  nuestro  vá  tomando  el  presente  capítulo.  Jorge  Manrique,  merced 
•  «Q  dolorosa  muerte,  fué  objeto  de  la  musa  popular,  como  prueba  el  ro- 
^^'^nee  incluido  en  sus  Cuarenta  cantos  por  el  citado  Alfonso  de  Fuentes 
ÍW/  Parte,  canto  V,  fól.  CCXV  y  VI). 


118  HISTORIA  CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   BSPAÜOLA. 

Menas  y  Santillanas.  Enamorado  vivamente  de  doña  Guiomar 
de  Meneses,  su  esposa,  dedicóle  en  la  javentod  numerosas  can- 
ciones y  dexires^  &  la  manera  provenzal  ^;  mezclado  en  las  re- 
qüestas  y  disputaciones  de  los  poetas  de  corte,  hizo  entre  ellos 
alarde  de  perspicuidad  é  ingenio,  y  deseando  probarlo  en  el 
campo  de  la  poesía  alegórica,  escribia  h  Profesión  ^  la  Escala  y 
el  Castillo  de  Amor^  obras  todas  en  que  d&  cuerpo  y  represen- 
tación &  los  sentimientos  morales,  pintando  como  en  el  Memo- 
rial á  su  corazón,  las  penas  amorosas  que  le  aOijen.  Jorgo 
Manrique  aparecía  en  estas  composiciones  como  un  poeta  corte- 
sano, cortado  por  el  patrón  general  de  los  ingenios  de  la  corte  de 
don  Juan  11,  cuyos  pasos  segundaba:  diestro  versificador,  daba 
sin  embargo  la  preferencia  á  los  metros  de  maestría  real,  con- 
sagrados ya  á  las  canciones  breves  y  ligeras:  conocedor  de  aquel 
dialecto  poético,  que  babian  enriquecido  Mena  y  sus  discípulos, 
salpicaba  sus  poesías  de  conceptos  metaflsicos,  en  que  pareóla 
hacer  gala  del  mote,  que  habia  tomado  por  empresa  caballeres- 
ca ^.  Su  talla,  como  poeta,  no  excedió  sin  embargo  de  la  de  otros 
muchos  proceres  castellanos,  cuando  un  suceso,  harto  descon- 
solador para  él,  vino  &,  levantarle  sobre  todos  los  trovadores  de 
su  tiempo. 

Tres  años  antes  de  su  desastrada  muerte,  pasaba  en  efecto  de 
esta  vida  su  esclarecido  padre  don  Rodrigo,  Maestre  de  Sanüa- 


1  Alcanas  de  estas  poesías  se  hallan  en  los  Caneionerosi  en  el  de  1511 
(fóls.  LXXXVKI  V.  y  C  r.)  se  incluyeron  dos  composiciones,  en  que  usando 
de  sencillo  acróstico,  consigna  primero  el  nombre  de  Guiomar  con  iniciales 
repetidas  hasta  ocho  veces,  y  pone  después  el  mismo  nombre  con  los  cuatro 
apellidos  Castañedat  Ayala,  Silva  y  Meneses,  dispuestos  tan  artificiosa* 
mente,  que  sólo  después  de  dar  con  la  clave,  es  ya  fácil  descifrarlos.  Jorg'e 
Manrique,  al  escribir  estas  poesías,  no  revelaba  que  era  superior  á  los  de- 
más trovadores  de  su  tiempo,  aunque  mostrase  que  ora  un  atildado  amante. 

2  £1  mote  referido^:  Ni  miento  ni  me  arrepiento  (Cañe,  de  1511 ,  fo- 
lio Lxzxxix).  De  notar  es  que  Jorg'e  Manrique  se  ejercitó  también  en  obras 
de  burlas  (poesía  jocosa),  siendo  digno  de  citarse  el  Combite  que  fipo  á  su 
madrastra  (Cancionero  cit.,  fól.  (X^XXI),  no  menos  que  las  Coplas  á  una 
mujer, que  tenia  empeñado  en  la  tavema  su  briol  (Ídem,  ídem,  fo- 
lio (XXXXuj). 


n.*  PARTE,  CAP.  XVI.  POSTAS  DEL  REINADO  DE  BHRIQUE  IV.  119 

go;  7  respondiendo  &  un  sentimiento,  profundamente  arraigado 
en  el  oorazon,  lloraba  Jorge  Manrique  tan  doloroso  golpe,  que 
le  arrehataba  al  par  la  más  noble  prenda  de  su  respeto  y  su 
mis  firme  escudo,  en  tristes  y  sencillas  endechas.  La  situación 
poeta  no  era  en  aquel  momento  la  misma,  en  que  antes  se 
lia  mostrado,  en  medio  de  los  ingenios  cortesanos:  el  espec- 
táculo que  tenia  delante,  era  elocuente  ejemplo  de  cuan  delezna- 
bles, perecederas  y  transitorias  son  las  grandezas  del  mundo, 
aofl  allegadas  con  los  justos  títulos  del  valor  y  de  la  virtud,  que 
eo  el  Maestre  resplandecian;  y  sorprendido  tan  de  cerca  por 
aquella  terrible  lección,  no  única  en  su  tiempo,  arrancaba  de  su 
pecho  acentos  verdaderamente  patéticos,  como  que  los  inspiraba 
el  amor  fllial,  sentimiento  santo  y  generoso,  independiente  en 
todos  los  siglos  de  las  escuelas  literarias. 

No  otra  es  la  fuente  de  aquella  singular  elegía,  que  ha  llegado 
ala  edad  presente,  en  medio  del  universal  aplauso,  con  el  tf- 
Inlo  no  menos  singular,  pero  altamente  significativo,  de  las  Co- 
jki  de  Jorge  Manrique,  £1  poeta  no  renuncia  en  ellas  &  las  lec- 
cioQes  de  aquella  filosofía  moral,  que  habia  animado  la  musa  de 
Pérez  de  Gazman  y  López  de  Mendoza  en  sus  celebrados  poe- 
mas de  los  Vigios  y  Virtudes  y  de  Bias  contra  Fortuna:  su  vis- 
ta se  levanta  á  contemplar  lo  que  es  la  nada  de  la  vanidad  y  de 
Id  soberbia  humanas  no  desdeñados  los  ejemplos  de  la  historia; 
poro  más  sobrio  que  todos  sus  coetáneos  en  hacer  gala  de  eru- 
dición inoportuna,  vuelve  sus  miradas  al  siglo  en  que  vive,  y 
recordando  los  ejemplos  de  su  juventud  y  las  tristes  enseñan- 
^  recibidas  en  edad  más  granada,  llega  al  doloroso  suceso  que 
'^  'aspira,  derramando  en  su  paso  dulce  y  consoladora  melaoco- 
''^'  que  penetra  fácilmente  hasta  el  fondo  del  alma.  Jorge  Manri- 
^^^>  que  como  su  tio  don  Gómez,  invoca  sólo  el  auxilio  divino  al 
escribir  estas  Coplas  *,  lograba  contraponer  cuerdamente  las 


£t  digna  de  consignarse  aquí  la  semejanza  que  en  este,  como  en  otros 
^  '^Vw,  se  advierte  entre  tio  y  sobrino.  Jorge  escribe: 

Dexo  las  InToca^lones 
de  los  famosos  poetas, 
é  oradores: 


120  HISTORIA  CRÍTICA   DE   LA  LITERATURA   BSPAftOLA* 

escenas  que  describia  con  vivo  colorido,  y  las  m&ximas  filosófi- 
cas y  los  avisos  morales  y  políticos  que  surgían  de  las  mismas, 
dando  en  tal  manera  subidos  quilates  y  noble  autoridad  á  sus  fe- 
lices pensamientos. 

La  bulliciosa  corte  de  don  Juan  II,  de  que  sólo  alcanza 
los  postreros  años;  la  sombría  y  escandalosa  de  Enrique  lY, 
que  pudo  juzgar  por  entero;  la  allegadiza,  aunque  deslumbra- 
dora, del  intruso  don  Alonso,  cuyo  fin  precoz  y  desastrado 
le  llena,  como  tan  su  parcial,  de  amargo  desconsuelo;  la  ines- 
perada catástrofe  de  don  Alvaro  de  Luna,  cuyos  tesoros  ha- 
blan aumentado  el  fracaso  y  dolor  de  su  caida;  la  muerte  pre- 
matura de  los  dos  Pachecos,  «tan  prosperados  como  reyes»,  du- 
rante el  reinado  de  don  Enrique;  y  finalmente,  el  fallecimiento 
de  tantos  duques,  marqueses  y  condes  como  habían  llenado  de 
ruido,  con  su  poderío  y  su  orgullo,  el  suelo  de  Castilla,  así  en 
paz  como  en  guerra,— -objetos  eran  todos  que  le  movían  &  tris- 
te contemplación,  llevándole  al  cabo  á  reparar  en  la^pérdida  de 
su  padre.  Jorge,  después  de  encomiar  las  virtudes  morales  del 
Maestre,  comparándole  ampliamente  con  los  más  celebrados  hé- 
roes de  la  antigüedad  clásica,  recordaba  las  hazañas  á  que  ha- 
bla dado  cima,  ya  en  su  juventud,  ya  en  su  edad  madura;  y  no 
olvidándose  del  arte  alegórico,  hacia  comparecer  ante  don  Ro- 
drigo la  Muerte,  esforzándole  por  su  medio  á  dejar  los  halagos 
del  mundo  engañoso  y  á  mostrar  «su  corazón  de  acero»  en  tan 
duro  trance.  La  exhortación  de  la  Muerte  y  la  respuesta  de  don 
Rodrigo,  aparecen  bañadas  de  apacible  tinta  religiosa,  en  que 
resplandece  por  una  parte  la  esperanza  y  por  la  otra  la  dulce  y 


ooD  caro  de  eos  flcf  Iones, 
que  traen  yerba  secreta 
sus  sabores. 

A  aquel  sólo  me  encomiendo, 
á  aquel  sólo  Invoco  70 
de  verdad, 

que  en  este  mondo  TlYlendo, 
•I  mondo  no  conos^ló 
BU  deidad. 
Ambos  se  preciaban   no  obstante  de  eruditos,  como   los  más  de   sa 

tiempo. 


II.*  PARTB,   GAP.  XVI.   POETAS  DEL  REINADO   DE  ENRIQUE  IV.   121 

tranquila  resignación  de  quien  espera  la  salud  eterna,  muriendo 
en  el  seno  de  su  familia. 

Tal  es  la  elegfa  que  ha  inmortalizado  el  nombre  de  Jorge  Man- 
rique: si  el  sentimiento  que  la  inspira,  halla  eco  en  todos  los  co- 
razones, siendo  grato  y  popular  en  todas  edades;  si  los  pensa- 
mientos fliosóflcos,  morales  y  religiosos  en  que  abunda,  se  ha- 
llan expresados  con  tanta  sencillez  y  naturalidad  como  gracia  y 
ternura,  no  brilla  menos  por  las  bellezas  de  lenguaje  y  por  la 
tersura  y  fluidez  de  la  versificación,  prendas  que  han  bastado  & 
designar  en  el  parnaso  castellano  con  el  nombre  de  su  autor  la 
combinación  métrica,  en  que  se  halla  escrita.  El  aplauso  que 
desde  su  publicación  ha  merecido,  ya  de  los  ingenios  eruditos 
que  durante  el  siglo  XVI  se  extremaron  en  glosarla  de  mil  ma- 
neras, llegando  al  punto  de  transferirla  á  lengua  latina,  honra 
desacostumbrada  respecto  de  las  poesías  vulgares  ^,  ya  de  los 
colectores  y  preceptistas,  asi  de  las  últimas  centurias  como  del 
presente, — ha  contribuido  á  vincular  en  el  aprecio  de  la  ju- 
ventud esta  peregrina  elegía,  joya  inextimable  del  sentimiento, 
pareciéndonos  hacer  ofensa  á  los  lectores  con  transcribir  aquí 
algunas  de  sus  estrofas  ^.  Bástenos  pues  señalar  el  alto  asiento 


1  Las  glosas  castellanas  más  notables  de  las  coplas  de  Jorge  Manrique 
son:  I.*  la  de  Lnis  de  Aranda,  comentador  de  Juan  de  Mena  y  del  Marqués 
de  Santillana»  dada  á  luz  en  1552  (prosa):  II.*  la  de  Luis  Pérez,  publicada 
en  1561  (verso):  III.*  la  de  fray  Rodrigo  de  Valdepeñas,  impresa  en  1588 
(verso)  y  la  de  Gregorio  Silvestre  (que  es  sin  duda  la  de  mayor  mérito),  es- 
tampada en  1589.  La  traducción  latina,  Inédita  y  no  mencionada  todavía, 
existe  en  la  Biblioteca  Escurialense,  cód.  d.  iiij.  5,  y  fué  escrita  y  dedica- 
da al  Príncipe  don  Felipe,  en  1540.  Al  frente  de  cada  una  de  las  coplas  cas- 
tellanas aparece  la  versión  que  á  la  misma  corresponde,  manifestándose  en 
el  esmero  de  la  traducción  y  de  la  escritura  que  fué  este  peregrino  libro 
muy  estimado  presente  para  el  Príncipe. 

2  Son  numerosas  las  ediciones  que  desde  1492  se  hicieron  de  estas 
Copias:  Méndez,  citando  á  Bayer  en  sus  Notas  á  don  Niccdás  Antonio, 
menciona  las  de  1494  (Sevilla)  y  1501  (Lisboa):  por  manera  que  teniendo 
en  cuenta  que  fueron  naturalmente  incluidas  en  las  glosas  ya  citadas,  y 
que  se  reprodujeron  en  1614  y  1632^  siendo  imitadas  de  poetas  tan  eminen- 
tes como  (]amoens  y  muy  elogiadas  por  tan  altos  ingenios  como  Lope  de 
Vega,  quien  decía  de  ellas  que  debían  escribirse  con  letras  de  orOf  no  ca- 


122  HISTORÍA    CRITICA   OB   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

que  por  ella  conquista  Jorge  Manrique  en  la  historia  de  la  poe- 
sía española,  elevándose,  merced  á  la  verdad  del  afecto  qae  le 
ánima,  sobre  todos  sus  coetáneos,  sí  bien  no  rompa  ni  por  sa 
espíritu  filosófico,  ni  por  su  erudición,  con  las  escuelas  militan- 
tes, hermanándose  en  la  manera  de  expresar  les  pensamientos 
con  algunos  de  sus  predecesores,  y  muy  principalmente  con  so 
tio  don  Gómez  ^ 

Con  menor  reputación  que  Jorge  Manrique,  aunqu9  no  faé 
menos  aplaudido  en  su  tiempo,  ha  llegado  á  la  posteridad  ei 


be  dudar  que  las  Coplas  de  Jorge  Manrique  merecieron  siempre  la  estima- 
ción de  los  doctos  como  la  merecen  en  nuestros  dias.  Reimpresas  una  y  otra 
vez  en  el  pasado  siglo,  é  incluidas  ó  mencionadas  durante  el  presente  en  las 
Colecciones  de  poesías  selectas  y  manuales  de  literatura  j  de  poética,  no  hay 
quien  desconozca  por  ellas  el  nombre  de  Jorge  Manrique:  traducidas  final— 
mente  á  lenguas  extrañas,  y  reimpresas  con  frecuencia,  como  observa  el  di- 
ligente Ticknor  (Prim.  ép.,  cap.  XXI),  gozan  de  universal  reputación,  al-> 
canzada  rara  vez  por  obras  de  este  genero.  De  notar  es  sin  embargo  que  no 
se  incluyeron  estas  Coplas  en  el  Cancionero  de  1511,  que  es  uno  de  loa 
más  ricos  que  poseemos.  A  fines  del  último  siglo  se  recogieron  con  todas 
las  poesías,  conocidas  por  de  Jorge  Manrique,  en  un  pequeño  volumen,  que 
se  ha  hecho  ya  raro  entre  los  bibliófilos, 

1  Véanse  los  versos  citados  en  el  texto,  donde  dice  don  Gómez  que  los 
bienes  y  honores  mundanales  pasan  como  frescuras  de  las  flores,  añadien- 
do que  los  placeres  de  la  vida  duran  como  rociada^  perdiéndose  las  pom- 
pas temporales  más  presto  que  los  rosales  pierden  la  fresca  color,  y  sien- 
do su  prosperidad  menos  durable  que  fuego  de  sarmientos. — Jorge  decía 
al  mismo  propósito,  recordando  la  fastuosa  grandeza  de  la  corte  de  don 
Juan  II: 

Las  justas  é  los  torneos, 
paramentos,  bordadoras, 
é  <;imera8 

¿fueron  sioo  dCTaneos?... 
¿qué  fueron  sino  Terdoras 
de  las  eras?... 


Los  jae<^  é  caballos 
tan  sobrados, 

¿dónde  iremos  á  buscallos?..: 
¿Qué  fueron  sino  rocíos 
de  los  prados? 


La  semejanza  no  puede  ser  mayor:  en  Jorge  hay  sin  embargo  más  melan* 
eolia  y  frescura. 


n/  PAKTBy   CAP.   XVI.  POETAS   DEL  REINADO  OB  BNRIODE  IV.    125 

nombre  de  Juan  Alvarez  Gato,  caballero  de  ilustre  cuna,  según 
unos',  hijo  según  otros  de  un  humilde  recuero  de  Madrid,  y  ele- 
vado á  la  nobleza  por  sus  propios  merecimientos.  Declaran  los 
primeros  que  fué  hijo  de  Luis  Alvarez  Gato,  cabeza  de  este  no- 
ble linaje  en  la  futura  corte  española,  habiendo  merecido  la 
honra  de  que  don  Juan  11  le  armase  caballero  un  año  aotes  de 
sn  muerte,  cíñéndole  su  propia  espada  K  Refieren  los  segundos 
qae  «por  ser  hombre  de  criar  é  tratar  caballos  é  muías,  vino  á 
privar  tanto  que  le  dio  el  rrey  [don  Enrique  lY]  renta  y  estado 
cerca  de  si».  «No  hizo  jamás  (añaden)  bien  &  su  padre;  y  yendo 
con  el  rey  camino,  toparon  &  su  padre  que  venia  con  dos  jumen- 
tos cargados.  El  padre  se  quitó  el  bonete  y  el  hijo  non  le  mi- 
ró. Súpolo  el  rey,  y  mandóle  echar  de  la  corte,  diciendo  «que 
quien  non  era  para  facer  bien  &  su  padre,  non  se  pedia  su  señor 
fiar  de  él»  '.  Sea  como  quiera  de  estas  dos  versiones,  es  lo 
cierto  que  Juan  Alvarez  Gato  gozó  en  la  corte  de  don  Enrique 
de  singular  estimación,  como  poeta,  bien  que  no  siempre  se 
mantuvo  adicto  á  su  persona  en  medio  de  los  escándalos,  á  que 
dio  lugar  la  poquedad  de  aquel  principe.  Conservó  no  obstante 
respecto  de  la  reina  Isabel  el  puesto  en  que  se  había  colocado  ^, 
y  supo  en  los  últimos  dias  de  su  vida  aumentar  la  reputación 
labrada  en  su  juventud,  con  la  consideración  y  respeto  de  los  in- 
genios, que  como  él,  trasmitían  al  de  los  Reyes  Católicos  las  tra- 
dicicoes  poéticas  de  los  anteriores  reinados. 

Las  obras  de  Juan  Alvarez  Gato  señalan  en  su  vida  un  cam- 
bio radical,  y  pueden  dividirse  fácilmente  en  dos  distintos  libros. 
Abraza  el  primero  las  poesías  amorosas,  escritas  durante  su  ju- 
ventud, las  preguntas  y  repuestas  á  varios  ingenios,  entre  quie- 
nes distinguía  con  su  afecto  y  su  respeto  al  capitán  Fernán  Me- 
^la,  uno  de  los  trovadoras  que  más  fama  lograron  en  la  cor- 
^  de  don  Juan  II,  y  á  los  dos  Manriques,  don  Gómez  y 
^^^^:  comprende  el  segundo  las  obras  de  devoción,  compuestas 
^^  los  últimos  años  de  su  vida,  cuando  desvanecidas  á  su  vista 

^ena.  Hijos  ilustres  de  Madrid^  artículo  Juan  Alimrez  Gato. 
Ckrcía  Resende,  Bíbl.  Escur.,  cód.  ij.  V.  t2,  fól.  59. 
^aeiia,  ut  sapra. 


124  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAflOLA*. 

hs  vanidades  del. mundo,  se  recogió  al  asilo  de  la  religkm,  Uo* 
fando  sus  pasadas  locuras  ^ — Y  en  verdad  no  sin  razón,  si  hade 
juzgarse  de  su  vida  juvenil  por  las  hipérboles  que  siembra  em 
sus  poesfas  amorosas:  aquel  atrevimiento  y  falta  de  piedad,  que 
hemos  tildado  antes  de  ahora  en  los  poetas  qortesanos,  aqael  no 
justiQcado  Trenes!  que  levantaba  á  sus  damas  y  amigas  sotim 
todo  lo  más  sagrado  de  la  tierra  y  del  cielo,  dotes  fueron  carao* 
teristicas  en  Alvarez  Gato,  despojando  á  sus  poesías  de  la  sínoe* 
ridad  del  sentimiento.  Dirigiéndose  por  ejemplo  á  un  romero^ 
que  pedia  limosna  á  su  dama,  le  dice: 

Tú,  pobrecíco  romero, 
que  vas  á  ver  á  mi  Dios... 

87  á  ti  toca  su  manto, 

aunque  agora  vas  toUido, 
tornarás  sano,  guarido, 
bien  como  si  ovieses  jdo 
acullá  al  Sepulcro  Santo  t. 

Defendiéndose  de  la  falsa  acusación  que  le  dirijían,  de  haber 
dicho  mal  de  las  mujeres,  exclamaba,  insistiendo  en  sus  de- 
vaneos: 

Por  vos,  señoras,  por  vos 
me  fi^e  erege  con  Dios, 
adorándoos  más  que  á  él  3. 


1  En  los  Cancioneros  impresos  sólo  se  han  incluido  las  obras  de  amo- 
res, por  lo  cual  no  es  posible  formar  con  su  estudio  entero  juicio  de  Al- 
varez Gato  (Cancionero  de  1511,  fól.  CVJII  v.  al  CXH  r.).  Para  completar 
pues  este  estudio,  nos  valemos  del  MS.  que  posee  la  Real  Academia  de  la 
Historia  (Est.  25,  grada  6.^,  C.  n.®  114),  el  cual,  según  han  podido  ver  los 
lectores  en  las  Ilustraciones  del  precedente  volumen,  aunque  ofrece  varias 
lagunas  j  es  copia  del  siglo  XVI,  no  muy  fiel,  encierra  la  mayor  parte  de 
sus  obras  poéticas  y  algunas  en  prosa.  Del  folio  1  al  65  r.  se  contienen  las 
poesías  profanas:  del  65  v.  al  79  v.  las  sagradas,  y  del  80  r.  al  149  v.  las 
epístolas  morales  y  otros  tratados  en  prosa. 

2  Cód.  de  la  Academia,  fól.  1  v. — En  los  Cancioneros  se  lee  el  último 
verso: 

Al  sepulcro  mucho  santo. 

3  fd.,  id.^  fól.  61  r.  En  otra  composición  á  una  dama,  que  tndoenfer- 


ll/  PARTE,  CAP.    XYI.   POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  125 

Mas  no  foltaban  al  celebrado  hijo  de  Madrid  verdaderas  dotes 
poéticas:  fácil  y  elegante  en  la  frase,  sencillo  con  frecuencia  en 
k  expresión  y  dueño  de  las  formas  métricas,  lograba  que  sus 
eoetáneos  le  reputasen  por  tan  bien  enseñado  en  la  gaya  ciencia 
qoe  el  mismo  don  Gómez  Manrique  no  vacilara  en  declarar  que 
fMaba  perlas  y  plata  ^,  ya  cuando  decía  amores,  ya  cuando 
respondia  á  las  difíciles  reqUesías  que  le  hacian  sus  amigos.  Su 
tuna  pareció  acrisolarse,  al  pedir  la  inspiración  al  sentimiento 
religioso;  pero  por  más  que  mostrase  sinceridad  de  su  arrepen- 
timiento y  pretendiera  borrar  con  sus  piadosos  versos  la  memo- 
ria de  sus  juveniles  extravíos,  pasada  ya  la  edad  del  entusiasmo, 
qaedó  Alvarez  Gato  en  las  poesías  religiosas  muy  inferior  á  sí 
mismo,  descubriendo  al  propio  tiempo  en  ellas  los  resabios  del 
poeta  profano,  que  se  apegaba  en  demasía  á  las  influencias  de  la 
tierra.  Notable  es  el  considerar  bajo  este  punto  de  vista  que  to- 
das 6  casi  todas  las  poesías  sagradas  debidas  á  su  pluma,  son 
glosa  ó  tienen  por  fundamento  alguna  canción  amorosa  ó  algún 
estribillo  popular  de  igual  índole,  hecho  harto  significativo  y  que 
basta,  en  nuestro  sentir,  á  justificar  la  observación  indicada, 
explicando  al  propio  tiempo  la  falta  de  elevación  y  de  inspiración 
verdadera  que  en  estas  poesías  advertimos  ^. 


,  habU  dieho:  que  no  podia  vivir  sin  ella^ 

Di  dexir  gue  ay  otro  Dio6 
en  la  tierra  ni  en  el  cielo. 

1  Cód.  de  la  Real  Acad.,  fól.  47. 

2  Es  por  extremo  curioso,  y  no  indiferente  para  la  historia  de  la  poesía 
popular,  el  hecho  que  indicamos.  Recuérdese  que,  según  advierte  el  índice 
de  su  Cancionero,  expuesto  en  las  Ilustraciones  del  tomo  anterior,  Alvarez 
^to  ponía  en  contribución,  entre  otros  muchos,  los  siguientes  cantares: 

,  1/— Quita  allá  que  no  quiero, 

falso  enemigo, 

quita  allá,  que  no  quiero 

que  huelgues  comlgo. 
S.*—Sollade8  venir,  amor« 

agora  non  venides,  non. 
3.*-^Afflor,  non  me  dexes: 


i  26  HISTORIA  CRtTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAÍtOLA. 

Pero  si  como  trovador  erótico  y  como  vate  sagrado ,  escasea- 
ron en  Alvarez  Gato  la  sinceridad  del  sentimiento  y  la  verdad  de 
la  inspiración,  llamado  por  la  solicitud  de  sus  amigos  &  fijar  sus 
miradas  en  la  realidad  de  la  vida  presente,  supo  animar  sus  ver- 
sos del  colorido,  que  babian  menester  para  reflejar  la  triste  si- 
tuación, en  que  se  aniquilaba  Castilla.  Cierto  es  que  su  musa  se 
presta  en  un  momento  dado  &  celebrar  la  privanza  de  don  Bel- 
tran  de  la  Cueva,  en  quien  supone  altos  merecimientos  ^;  pero 
escandalizado  sin  duda  de  si  mismo,  ó  advertido  por  la  ingrati- 
tud, con  que  pagaba  don  Enrique  en  Pedrarias,  mandando  darle 
muerte,  los  servicios  que  &  sus  parciales  debia,  «siendo  bravo 
con  los  suyos  y  manso  con  los  ágenos»,  despedíase,  lleno  de  in- 
dignación, de  la  corte,  dirigiendo  al  rey  notabilísimas  coplaSf 
preludio  de  más  graves  censuras.  En  ellas  le  decía: 

Píasete  de  dar  castigos, 

syn  por  qué; 

non  te  terna  nadie  fé 

de  tus  amigos. 

Y  essos  que  contigo  están, 

9Íerto  só 


que  me  moriré. 
4.*— Nuevas  te  traigo,  Carillo,  etc. 


Sin  embargo,  justo  es  consig^iar  que  no  carecen  de  gracia  estas  poesüu^ 
habiendo  entre  ellas  algunos  villancicos  dignos  de  estima:  tal  es  por  ejeni-^ 
pío  el  que  tiene  por  estribillo  (fól.  71): 


Venida  es,  Yenlda 
al  muodo  la  vida. 

Ni  merece  menor  aprecio  la  plegaria  que  dirije  á  Nuestra  Señora  en  éí 
tiempo  del  rey  don  Enrique,  la  cual  empieza: 

Reina  del  mayor  emperlo, 
sagrarlo  de  Santidad,  etc. 

1  Cód.  cit.  de  la  Academia,  fól.  54  r.  El  epígrafe  de  la  composición  ¿ 
que  aludimos  es:  cG)ntra  los  que  les  pcsaua  de  la  medran9a  del  conde  dt 
Ledesma,  que  después  fué  duque  de  Alburquerque,  seyendo  gran  prt- 
uado  del  rey  don  Enrique t.  Sólo  se  han  conservado  dos  -coplas  de 
poesía. 


U/  FAIlBy  CAP.    XVI.    POETAS   DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.  127 

q'uno  á  uno  se  t'iran 

descontentos,  como  70. 

Lo  que  siembras  fallarás 

non  lo  dades: 

JO  te  mego  que  te  esoades, 

si  podrás: 

qa'en  la  roano  está  el  granizo, 

pues  te  plaze 

desfazer  á  quien  te  faze, 

por  fazer  quien  te  desfízo  i. 

Antes  tal  vez  de  este  rompimiento,  reprobando  las  dilapidaciones 
de  doo  Goríqae,  que  contrastaban  sígularmente  con  la  sordidez 
de  sos  instintos,  habia  osado  dirigirle  estos  versos: 

Mira,  mira,  rey  muy  ciego, 
é  miren  tus  aparceros 
que  las  prendas  é  dineros, 
qnando  mocho  dura  el  jueigo, 
qoédanse  en  los  tablajeroa. 
Acallanta  tantos  llorón, 
é  zegnaida,  rey  muy  saje, 
cómo  en  este  tal  TÍaje 
tos  reynoa  é  tos  tesoros 
non  m  vajan  en  tabUje*. 

^  cabo,  cundo  aparecía  ya  resuelto  á  eoineiidar  las  fiütas  y 
deraneos  de  ia  joveotod,  interrogado  desde  Jaén  por  ei  anñaoo 
capitán  Fernán  Heiia  sobre  tas  tiranias  y  discordias  que  de^pe- 
<M>an  el  reino  de  Castii^  replicábale  ooo  extremada  energía 
qoe  perdida  eo  el  rey  ta  cooSanza  de  sos  natorales,  había  eftjo* 
^0  toda  iealud,  nacteodo  áe  aqoí  cuantas  iesdxkks  L'^^ibaa 
^  boeoos,  para  q^iíeü^  m  habca  siKño  seforo.  Lea  itl^isrjns 
^  la  ley,  los  núa^Sr»  de  la  Í^Jbsh^  (tiriskwskfu. 


I 


128  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÜOLA. 

olvidan  quál  es  su  rey; 

aquesa  tienen  por  ley 

la  ley,  qu'el  tiempo  les  dá. 

De  la  limpia  castidad 
los  que  sostienen  la  cumbre, 
essos  niegan  su  bondad, 
matando  su  claridad, 
segund  el  agua  á  la  lumbre. 
¡ O  muertas  enfermedades ! . . . 
¡Qué  mayores  escondrijos! 
¡Qué  más  falta  de  bondades, 
que  convidar  los  abades, 
á  las  bodas  de  sus  fijos/... 
•    ••••••     ••••*•     •     •••••••••• 

Syn  amor,  sin  amigigia, 
todos  llenan  los  tenores 
con  jactancia  é  avaricia; 
todos  van  tras  la  codigia, 
como  lobos  robadores; 
atestando  en  nuestro  seno 
muchas  usuras,  vilesas 
que  jamás  se  falla  lleno; 
creyendo  que  es  el  más  bueno 
el  que  tiene  más  riquesas  i. 

El  cuadro,  que  Alvarez  Gato  sigue  trazando,  no  carece  en  verdad 
de  menos  vivas  pinceladas.  La  deslealtad,  la  codicia,  la  soltara 
escandalosa  de  las  costumbres,  hallaban  digna  corona  en  la  hi- 
pocresía, vicio  general  de  toda  sociedad  corrompida,  sin  que 
«sembradas  tales  rosas»,  hubiese  esperanza  de  m^  fragantes 
flores,  ni  de  más  limpias  virtudes, 

si  los  niños  ternesuelos 
non  les  dan  vida  de  nuevo. 

Hé  aquí  cómo  el  ilustre  hijo  de  Madrid,  asociándose  por  el  sen* 
timiento  patriótico  á  aquella  generosa  protesta,  que  habia  tomado 
cuerpo  en  los  versos  de  Pero  Guillen  de  Segovia  y  don  Gomex 
Manrique ,  reflejándose  en  la  sentida  elegía  del  ilustre  comeada- 


1     Cód.  de  la  Real  Academia,  fólt.  45  v.  y  siguientes. 


n.*  PARTE,  cap:  XVI.  POSTAS  DEL  REINAIK)  DE  EffRIOüE  IV.    12d 

dor  de  Montizon ,  se  hacia  digno  de  la  posteridad,  aun  á  despe- 
cho de  sus  trovas  de  amores.  Cantando  los  vanos  deleites  de  la 
j aventad,  impetrando  después  la  intercesión  de  la  Virgen,  se 
mostraba  filiado  en  la  escuela  provenzal,  hermanándose  con  tan- 
tos otros  como  seguían  en  toda  España  la  mismas  huellas:  al  llo- 
rar las  tiranías  y  discordias  de  Castilla,  sentíase  animado  del 
mismo  espíritu  qu^  habia  resplandecido  en  López  de  Ájala,  Pé- 
rez de'Guzman,  López  de  Mendoza  y  Mena,  empleando  ta  forma 
directa  y  haciendo  gala  de  un  valor  cívico,  harto  peligroso  en  to- 
dtos  tiempos,  y  mis  en  aquellos  dias. 

No  lo  tuvieron  sin  duda  otros  poetas,  para  quienes  no  era  me- 
nos sensible  la  triste  situación  de  Castilla ,  impulsándolos  más 
vivamente  al  terreno  de  la  sátira.  Motejaba  el  mismo  Al  varez  Ga- 
to, porque  ofendian  escandalosamente  la  decencia,  á  los  autores 
de  las  Coplas  del  Provincial^  echándoles  en  cara  las  menguas  de 
que  hacian  alarde  ^;  pero  aplaudian,  no  sin  verdadero  dolor,  to- 


1  El  título  de  esta  obra  de  Ál varez  Gato  es:  Ci4  los  nuUdisientes  quefi" 
nerón  las  Copliu  dd  Provincial,  aporque  disiendo  mal,  crecen  en  su  me- 
resffmiento  (fól.  53  v.).  Las  Coplas  referidas  han  sido  atribuidas  general- 
mente á  Alfonso  de  Falencia,  uno  de  los  ingenios  que  más  agriamente 
eeosuraron  la  disipación  de  la  corte  de  Enrique  IV  (Salazar,  Advertencias 
hittóricaSf  fól.  159).  Á  la  verdad  las  Coplas  del  Provincial,  por  la  sal 
y  chiste  en  que  abundan  y  por  la  tersura  de  sus  formas  artísticas,  no  se- 
rian indignas  de  Falencia,  ni  de  otro  de  los  primeros  ingenios  de  aquella 
edad;  pero  la  soltura  y  obscenidad  de  que  se  hace  en  ellas  fastuoso  alarde, 
tí  podían  coavenir  á  la  comipeion  casi  fabulosa  de  aquella  corte,  nos  re- 
traen de  adjudicarlas  al  discípulo  de  don  Alfonso  de  Cartagena,  por  más 
que  su  severidad  histórica,  y  aun  su  sevicia  respecto  de  la  relajación  de  las 
eottombres,  presente  en  sus  Décadas  latinas  cuadros,  que  se  hermanan 
atrechamente  con  los  epigramas  y  diatribas  del  Frovincial. — Álvarez  Gato 
indica  que  eran  varios  los  autores  y  que  les  alcanzaban  las  maldiciones  (me'^ 
fnu)  que  sobre  los  demás  lanzaban:  cyto  no  hubiera  podido  nunca  decirse 
de  Alfonso  de  Falencia,  conocidas  las  Coplas.  £1  artificio  de  dicha  compo- 
sición está  reducido  á  que  un  F.  Frovincial  se  presenta  en  la  corte,  ^ue  se 
•opone  un  gran  convento,  y  llama  á  comparecencia  ante  sí  desde  el  rey  al 
óltimo  palaciego,  no  perdonadas  las  damas  principales,  sacando  á  plaza  sus 
flaquezas,  liviandades  y  deslices.  Comienza  así: 

Bl  ProvlO(;lal  es  llegado 
&  aquesta  corte  Real 

Tono  vil.  9 


130       «aroRiA  critica  de  la  literatura  íspaüola. 

dos  los  hombres  hoarados  las  Coplas  de  Mingo  Revulso ,  ingé*. 
niosa  y  amarga  censura  de  la  depravada  corte  de  *  Enrique  lY  y 
acusación  enérgica  de  la  nación  que  sufria  tanto  vilipendio.  Am- 
mado.el  poeta,  cuyo  nombre  es  todavía  un  misterio  en  naesirt 
historia  literaria  ^^  del  noble  celo  del  bien  y  profundamente  oom^ 
padecido  del  pueblo,  cuyos  tesoros  y  cuya  sangre  eran  vil  jagueta 
de  ambiciosos  proceres  y  de  advenedizos  cortesanos,  arm&base  de 
la  alegoría  para  esgrimir  el  azote  de  la  sátira  contra  aquella  so* 
ciedad  corrompida,  precisamente  en  el  momento  en  que  iban  & 
ser  mayores  los  escándalos  ^;.  y  bajo  la  forma  bucólica,  qae  empe- 


de  ooe?08  motes  cargado, 
gaaoeo  de  dee^  mal. 

Bn  esU»  dlcboa  se  atreve; 
é  si  oon,  cúlpenle  á  éU 
si  de  diez  re^es  las  BueTe 
Doo  diera  en  mitad  del  fiel. 

El  Provincial  cumplió  con  usura  su  palabra;  pero  no  es  decente  el  manifes- 
tar aquí  los  términos  en  que  lo  hizo. 

1  Juan  de  Mena,  Rodrigo  Cota  y  Hernando  del  .Pulgar  han  sido  seña- 
lados repetidamente  como  autores  do  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo  (don 
Nicolás  Antonio,  Bibliotheca  Nova,  t.  I,  pág.  3S7;  Gil  y  Zarate,  Manual  de 
Literatura t  pág*.  229;  Sarmiento^  Memorias ^  núm.  397;  Mariana,  HisUh- 
ria  gen.  de  Esp,,  lib.  XXI lí,  cap.  17).  Respecto  de  Juan  de  Mena,  consta 
como  luego  veremos,  que  las  Coplas  se  escribieron  por  lo  menos  ocho  años 
después  de  su  muerte:  en  orden  d  Rodrigo  Cota  no  se  ha  alegado  razón  nin* 
guna  convincente,  debiendo  notar  nosotros  que  siendo  converso,  y  tildado 
de  relapso,  según  adelante  probaremos^  no  es  verosímil  que  se  ensangren- 
tara contra  los  judios,  coúio  lo  hace  el  autor  de  las  expresadas  Coplas:  en 
cuanto  á  Pulgar,  la  seguridad  con  que  habla  Mariana,  diciendo  que  c trovó 
anas  coplas  muy  artificiosas  que  llaman  de  Mingo  Revulgo,  en  que  calU 
su  nombre  por  el  peligro  que  le  corriera,  en  persona  de  dos  pasto- 
res!, etc.,  y  la  circunstancia  de  ser  el  cronista  de  los  Reyes  Católicos  el 
primero  y  más  acertado  de  los  comentadores  de  esta  peregrina  poesía^  nos 
mueven  á  inclinarnos  á  la  opinión  de  Sarmiento,  quien  indica  que  csólo 
el  poeta  se  pudo  comentar  á  sí  mismo  con  tanta  claridad  y  no  otro  alguno, 
y  que  sólo  el  comentador  pudo  haber  compuesto  aquellas  coplas •  (loco  ct- 
tato;  núm.  872).  Sin  embargo  hasta  que  algún  inesperado  descubrimiento 
nos  ilustre,  podremos  repetir  que  el  nombre  del  autor  de  las  Coplas  de 
Mingo  Revulgo  es  un  misterio  en  nuestra  historia  literaria. 

2     Comentando  Pulgar  la  copla  XXUl,  dice:  «Anuncia  que  ha  de  venir 
grau  tempestad  en  el  [regno]  y  ciertamente  aosi  te  cumplió^  porque  lueg^ 


n/  ^Atn,   CAP.    XVt.   POfiTAS   DEL  REINADO  DÉ  ENRIQUE   IV.  13l 

aba  &  ser  apreciada  de  los  eruditos,  merced  á  los  estudios  de  las 
letras  dásicas  que  dejamos  ya  reconocidos ,  figuraba  al  pueblo 
cutellano  y  &  un  profeta  ó  adivino,  que  al  verle  hundido  en  mi- 
aera  abyección,  le  predecía  mayores  males.  £1  pueblo  estaba  per- 
aonifleado  en  Mingo  Revulgo;  el  adivino  en  Gil  Arríbalo]  pasto- 
res ambos  que,  tratando  del  abandonado  rebaño,  presa  de  ham- 
brientos lobos,  trazaban  el  más  picante  y  sombrío  cuadro,  bien 
que  por  desgracia  harto  verdadero,  del  estado  de  la  nación  entera. 
6ü  Arríbalo  pregunta  &  Mingo  Remlgo  la  causa  de  su  abati- 
mieoto,  obteniendo  la  respuesta  de  «que  padecía  infortunio,  por* 
que  el  mayoral  del  hato,  dejada  la  guarda  del  ganado,  se  iba 
irás  sos  deleites  y  apetitos, »  enflaquecidas  y  postradas  de  ham- 
bre las  cuatro  perras,  que  custodiaban  el  rebaño,  representación 
de  las  Yirludes  cardinales,  de  todo  punto  escarnecidas  á  la  sa- 
txm  en  Castilla  ^  Lobos  sangrientos  y  feroces  invadían  por  tanto 
el  redil  y  destruían  el  ganado,  para  el  cual  no  habia  esperanza  al- 
gona  de  salud,  prosiguiendo  el  pastor  en  sus  extravíos  é  indo- 
lente abandono.  Oidas  las  quejas  de  Revulgo,  replícale  Arríbalo, 
cebándole  en  cara  su  poquedad,  y  mostrándole  que  no  provenía 
toda  su  desdicha  de  la  negligencia  del  pastor,  siendo  causa  muy 
priacipal  de  ella  sus  propios  pecados,  habiendo  desterrado  de  su 
pechóla  Fé,  la  Esperanza  y  la  Caridad,  antídotos  seguros  de  sus 
males.  Arríbalo,  animado  de  espíritu  profetice,  anunciaba  tRe- 
fntlgo  que  debian  estos  crecer  en  breve,  aquejando  al  rebaño  la 


otro  ano  que  estas  coplas  se  ficieron  ovo  la  división  en  el  regno,  de 
que  procedieron  muchos  daños  y  males».  Recordando  que  el  vergonzoso 
cooyenio  de  entre  Cabezón  y  Cigales  se  firmó  én  diciembre  de  1464,  siendo 
preludio  del  rompimiento  que  dio  por  fruto  el  atentado  de  Avila,  y  que  fué 
proclamado  rey  de  Castilla  en  5  de  junio  de  1465  el  príncipe  don  Alonso, 
Bo  cabe  dudar  que  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo  fueron  escritas  en  el  ci- 
tado ano  de  1464,  en  que  podia  ya  decirse  con  razón  que  «ondeaba  la  la- 
S^uia,  sin  ventisqueros»,  revelando  los  trastornos  y  escándalos  de  1465.  No 
tt  iaiignificante  la  seguridad,  con  que  Pulgar  señala  el  año  en  que  las  Co- 
r^  fueron  compuestas,  respecto  de  las  sospechas  que  sobre  él  recaen^  co- 
''^  autor  de  las  mismas.  Sarmiento  y  Ticknor  que  le  sigue,  las  ponen 
^  1472;  pero  sin  prueba  alguna. 

1    Apellídalas  en  el  lenguaje  alegórico  que  emplea,  Jugtilla  (Josticia), 
^^^riUa  (Fortaleza),  Ventora  (Prudencia)  y  Tempera  (Templanza). 


132  HISTORIA   CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA   ESPAfíOLA. 

guerra,  el  hambre  y  la  peste,  y  ponia  término  á  su  razonamiento 
y  á  esta  singular  manera  de  égloga,  amonestando  á  Gil  para 
que  hiciera  penitencia,  &  fin  de  conjurar  las  nuevas  calamidades 
que  le  amenazan. 

Tal  es  la  notable  composición  que  lleva  el  titulo  de  las  Coplas 
de  Mingo  Revulgo^  una  y  otra  vez  glosadas  por  distinguidos  in- 
genios y  citadas  con  repetición,  al  estudiar  los  orígenes  del  tea- 
tro castellano,  como  pudieran  serlo  tantos  otros  diálogos  del  si- 
glo XV  *.Más  incisivo  y  enérgico  de  loque  hubiera  sido,  á  reve- 
lar su  nombre;  menos  considerado  con  los  prelados  y  magnates 
que  revolvian  el  reino,  de  lo  ;que  el  temor  natural  consentía;  é 
irritado  sin  duda  al  espectáculo  de  aquella  corte,  de  donde  pare- 
cían haber  huido  todo  pudor  y  decoro,  hacia  el  poeta  cierta  os- 
tentación de  sevicia  y  aun  mordacidad  respecto  de  los  personajes 
que  en  ella  figuraban ,  flagelando  sin  piedad  al  desatentado  don 
Enrique.  Siguiendo  siempre  la  alegoría  del  rebaño,  decia  en  boca 
de  Mingo  Re  vulgo: 

Sabes?...  sabes?...  El  modorro 
allá,  donde  se  anda  á  grillos, 
burlan  de  él  los  mozalvillos, 
que  andan  con  él  en  el  corro. 
Armanle  mil  guadramañas: 
uno  Tpela  las  pestañas; 
otro  Tpela  los  cabellos... 
asi  se  pierde  tras  ellos, 
metido  por  las  cabanas!... 

Uno  le  quiebra  el  cayado; 
otro  le  toma  el  zorrón; 
otro  Fqaita  el  zamarron... 
y  él  tras  ellos  desbabado!!... 
E  aun  él...  ¡torpe  majadero!... 


8  En  su  lu^ar  estudiaremos  el  sucesivo  desarrollo  que  la  forma  dramá- 
tica ofrece  en  medio  del  gran  movimiento  de  las  letras  y  de  la  poesía 
erudita,  probando  que  sin  esta  indispensable  preparación  y  concurrencia, 
no  hubiera  llegado  aquella  á  granazón,  dando  el  precioso  fruto  del  teatro. 
Pero  ni  el  diálogo  de  Mingo  Revulgo,  ni  los  que  llevamos  mencionados  y 
adelante  citaremos,  pueden  desasirse  del  común  desenvolvimiento  que  lle- 
vaban en  general  las  letras  españolas. 


n/  PARTBy  GAP.    XTI.  POETAS  DEL  REINADO  DE  ENRIQUE  IV.    133 

que  se  precia  de  oertero, 
fasta  Bquella  zagaleja, 
la  de  Nava  Lusiteja 
lo  ha  tnddo  al  retortero. 

La  soldada  que  le  damos 
é  aun  el  pan  de  los  mastines 
cómeselo  con  mines; 
¡gnay  de  nos,  que  lo  pagamos!... 

La  sátira  no  podía  en  verdad  ser  más  despiadada,  si  bien 
aparecía  revestida  de  formas  indirectas;  pero  tampoco  era  posi- 
ble trazar  en  tan  breves  lineas  cuadro  más  verídico.  La  pintura 
de  los  magnates,  cuya  ambición  y  codicia  no  bastaban  á  hartar 
los  tesoros  de  Castilla,  no  es  menos  sangrienta: 

Vienen  los  lobos  finchados 
é  las  bocas  relamiendo: 
los  lomos  traen  ardiendo, 
los  ojos  encarnizados: 
Los  pechos  tienen  sumidos; 
los  fijares  regordidos, 
que  non  se  pueden  mover; 
mas  quando  oyen  los  balidos, 
ligeros  saben  correr. 

Abren  la  boca,  rabiando 
de  la  sangre  que  han  bebido: 
los  colmillos  regañando, 
pares^e  que  no  han  comido. 
Por  lo  que  queda  en  el  hato 
cada  hora  en  grand  rebato 
nos  ponen  con  sus  bramidos: 
desque  fartos,  más  transidos 
los  veo,  quando  non  cato. 

Asi  el  autor  de  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo,  adoptando  una 
forma  literaria  enteramente  derivada  y  erudita,  ponía  de  relieve 
los  males  que  llenaban  de  luto  y  escándalo  á  la  nación,  conde- 
nando al  par  en  esta  la  punible  inercia  que  la  llevaba  á  ser  mera 
espectadora  de  atentados  vergonzosos  como  los  de  Madrid  y 
Avila,  y  de  confesiones  tan  repugnantes  como  las  de  Guisando 
y  Lozoya.  Afectando  el  lenguaje  popular  ^  y  vistiendo  el  pellico, 

t   El  diligente  Sarmiento  observa  que  el  estilo  de  estas  Coplas  ees  el 


134  HISTORIA   crítica  DE  LA   LITERATURA  ESPAÜOLA* 

para  hacer  menos  ofensivo  su  intento,  erigíase  en  verdadero  in- 
térprete del  buen  sentido;  y  convencido  de  que  la  responsabili- 
dad moral  de  lo  que  estaba  sucediendo  en  Castilla^  alcanzaba 
igualmente  al  trono  y  á  la  nobleza,  al  clero  y  al  pueblo ,  los 
comprendia  bajo  el  mismo  anatema^  elevándose  en  tal  suerte  & 
las  verdaderas  legiones  de  la  moral  y  dando  á  sus  Coplas  entera 
finalidad  artística.  La  poesía,  lo  mismo  que  en  la  musa  de  los 
Manriques,  de  Pero  Guillen  y  de  Alvaroz  Gato,  llenaba  en  la  fic- 
ción de  Mingo  Revulgo ^  que  debia  servir  de  ejemplo  á  otros  inge- 
nios del  siglo  XYI,  el  noble  ministerio  de  revelar  el  estado  moral  y 
político  del  suelo,  en  donde  era  cultivada.  Triste  por  cierto  y 
desconsolador  fué  su  oficio  respecto  de  un  reinado,  donde  sólo 
descubre  el  historiador  indolencia  y  vituperio:  mas  si  no  fué  dado 
&  los  ingenios  que  atraviesan  aquella  infeliz  época,  proseguir  de 
lleno  la  obra  que  tan  gran  impulso  habia  recibido  de  manos  de 
don  Juan  II  y  de  sus  magnates,  no  por  esto  conviene  admitir, 
como  axioma  literario,  la  general  creencia  de  que  se  apaga  y 
muere  toda  luz  durante  el  reinado  de  don  Enrique,  quedando 
por  tanto  anulado  el  prodigioso  y  fecundo  movimiento,  que  ofre- 
ce á  la  contemplación  de  la  critica  en  las  regiones  centrales  de  la 
Península,  la  primera  mitad  del  siglo  XY. 

A  desvanecer  este  error,  harto  arraigado  entre  los  doctos,  he- 
mos dirijido  nuestras  fuerzas  en  el  presente  capítulo.  El  estu- 
dio en  él  realizado,  nos  muestra  por  una  parte  con  toda  claridad 
y  certeza  el  predominio  que  la  lengua  y  la  literatura  de  la  Espa- 
ña Central  hablan  alcanzado  en  las  comarcas  de  Occidente,  armo- 
nizando el  movimiento  de  expansión  logrado  en  las  orientales, 
y  nos  persuade  por  otra  de  que  los  discípulos  de  Juan  de  Mena 
y  del  Marqués  de  Santillana,  iniciados  en  las  escuelas  seguidas 


que  á  la  mitad  del  siglo  XV  usaban  y  aun  usan  hoy  (dice)  los  pastores  (lo- 
co cit.,  núm.^  869).  Con  veniente  juzgamos  advertir  no  obstante  que  al  tra- 
vés de  la  rudeza  del  lenguaje,  y  dado  el  noble  propósito  de  vindicar  los 
fueros  de  la  virtud,  se  descubren,  así  en  las  ideas  como  en  las  formas, 
aquella  sutileza  y  afectada  discreción  que  caracterizaban  en  común  á  los 
poetas  cortesanos,  revelando  también  por  este  camino  el  origen  erudito  de 
osta  peregrina  obra. 


W      por  aquellos  ilustres  ingenios,  supieron  transmitir  á  la  venturosa 

f      ^aé  de  los  Reyes  Católicos  los  tesoros  allegados  hasta  mediar 

del  siglo,  mientras,  por  el  mismo  efecto  de  las  circunstancias 

políticas  de  Castilla,  infundían  mayor  virilidad  á  los  acentos  de 

s  ci  masa. 

Observación  es  por  cierto  digna  de  consignarse:  llamados  los 
pM)6tas  del  reinado  de  Enrique  IV  &  condenar ,  en  nombre  de 
Inmoral  ofendida,  cuanto  á  su  vista  estaba  sucediendo,  vuelven 
'ft^os  sus  miradas  á  la  antigua  escuela  española,  y  comunican  & 
^  08  versos  cierta  energía,  desacostumbrada  entre  sus  predece- 
^^es,  que  forma  sin  duda  el  rasgo  principal  y  más  caracterlsti- 

de  las  poesías,  que  han  llegado  á  nuestras  manos.  Pero  naci- 

esta  singular  condición  del  mismo  estado  de  los  espíritus,  no 
jpcdia  en  verdad  limitarse  &  las  esferas  de  la  poesía,  debiendo  re- 
flejarse al  propio  tiempo  en  las  de  la  historia  y  la  elocuencia. 

Veamos  pues  en  el  siguiente  capítulo  hasta  qué  punto  se  rea- 
liza este  fenómeno  literario,  cuyo  conocimiento  es  de  suma  im- 
portancia para  quilatar  dignamente  el  desarrollo  de  las  letras 
patrias  bajo  el  cetro  de  Isabel  I.' 


CAPITULO  xvn. 

LA  HKrOMA,  U  FILOSOFÍA  MORAL  Y  LA  ELOCUENCIA 

8A6KA0A  DDBANTE  EL  REINADO  DE  ERBIQDE  lY. 


I. 


(Mtísr  general  de  los  estudios  históricos. — Cronistas  de  Enrique  IV. — 

Di^  Enríqaez  del  Castillo  y  Alfonso  de  Falencia. — ^Noticias  biográficas 

.  de  Castillo. — Su  Crónica. — Juicio  de  la  misma. — Carácter  de  su  estilo  7 

Ifiogoaje. — ^Falencia:  su  educación  literaria  j  su  posición  en  la  corte. — 

Noticia  de  sus  obras. — ^La  Crónica  en  romance  y  las  Décadas  latinas. — 

^osa  autenticidad  de  la  Crónica. — Juicio  comparativo  de  ambos  mo- 

onmentos. — Carácter  histórico  de  Alfonso  de  Falencia. — Algunas  mués- 

^  de  la  Crónica. — ^E^tilo  de  las  Décadas. — Nuevos  historiadores. — ^Al- 

foiiso  de  Toledo:  su  Espejo  de  Istorias. — Fedro  de  Escávias  .*  su  Reperto- 

'^  de  Principes. — La  Crónica  del  Condestable  Iranzo. — índole  especial 

^  este  libro. — Cultivadores  de  la  filosofía  moral. — Fray  Juan  López; — 

^^S  Sánchez; — el  Bachiller  Toledo.— Noticia  de  sus  obras, —Doña  Tere- 

^  <)eCartagena:  su  Arboleda  de  los  Enfermos. — Examen  del  /nvenetona- 

*^  y  de  la  Arboleda, — ^La  elocuencia  sagrada. — Fredicadores  célebres. 

"^^reve  estudio  de  algunas  obras  ascéticas. — La  Flor  de  Virtudes. — 

^^x^deraciones  sobre  el  carácter  de  las  letras  durante  el  reinado  de 

Enrique  IV. 


£1  calamitoso  reinado  de  Enrique  lY,  cuya  memoria  causa 
^olor  profundo  en  el  ánimo  de  todo  hombre  virtuoso,  daba  en  las 
esferas  de  la  inteligencia  claro  testimonio  de  las  contradicciones 
y  escándalos  que  perturbaban  á  Castilla  en  el  terreno  de  la  polí- 
nica. Espejo  fiel  de  aquellos  vergonzosos  disturbios  cortesanos 
l^^flJos  hallado  en  la  poesía,  tal  como  la  cultivaroa  los  trovadores 


138  0l8Ti>RfA   CRÍTICA   DE   LA   LITEBATURA  ESPAÜOLA. 

quo  adoctrinados  en  la  corte  de  don  Juan  II  de  Castilla,  estaban 
destinados  &  transmitir  á  la  de  los  Reyes  Católicos  la  tradición  del 
arto  do  los  Menas,  Guzmanes  y  Santillanas,  lanzando  al  par  el 
fallo  do  su  reprobación  sobre  los  desórdenes,  que  descendiendo 
del  trono,  inflcionaban  &  la  nación  entera.  Pero  si  la  poesía  de 
a(iuollos  angustiosos  veinte  años,  aun  desdeñada  de  los  doctos, 
es  bastante  &  caracterizarlos,  no  lo  hacen  por  cierto  con  menor 
ofloaoia  las  demás  producciones  de  la  literatura,  especialmente  las 
históricas.  Siempre  habían  dado  las  crónicas  en  la  España  de  la 
odad-media  claros  indicios  de  los  cambios,  operados  en  la  esfera 
do  la  política,  revelando,  ya  los  triunfos  de  las  armas  cristianas, 
ya  el  sucesivo  desarrollo  de  los  elementos  de  cultura,  atesorados 
en  ol  suelo  de  la  Península:  inspirada  ahora  por  discordóse  irre* 
oonoiliablos  intereses,  mostrábase  la  historia  no  solamente  cual 
interpreto,  sino  como  representante  activo  é  inmediato  de  aque- 
llas enconadas  banderías,  que  pusieron  más  de  una  vez  el  inde- 
fenso Kstmlo  al  bordo  del  despeñadero. 

No  podían  consignar,  llenos  de  entusiasmo  patriótico,  los  cro- 
nistas do  miuellos  veinte  años  la  relación  afortunada  de  altas  em- 
pros^is,  aoométidas  un  nombre  de  la  religión,  y  llevadas  &  cabo 
oon  provjooho  dn  Ion  pueblos  y  gloría  de  la  nobleza  castellana. 
Olvidando  ni  monarca  el  principal  deber,  que  le  imponia  la  corona 
do  los  Alfonsos  y  Fernandos,  si  pareció  al  asentarse  en  el  trono, 
quo  ya  autos  había  desautorizado,  volver  sus  miradas  al  reino 
);:rauadíno,  \vxvi\  consumar  su  destrucción,  dejóse  muy  loego  do- 
minar do  liKsaviosos  instintos  que  desde  la  primera  juventud  le  ava- 
luaban, imiHUonio  al  propio  tiempo  para  refrenar  las  ambicicmes 
do  K\s  UKi^^atos,  quo  habia  tan  sin  consejo  fomentado  y  &Tore- 
oido  i\>utra  su  mismo  padre,  don  Juan  11.  Y  no  contento  con  ati- 
ur  on  tal  manora  ol  (bogo  de  la  anarquía,  que  amenaiaba  devo- 
rar ol  Estado^  lovantaba  don  Enrique  mayores  escollos  en  medio 
do  aquoi  do^onftronado  pi^lagx^  que  agitaba  cida  dk  méis  des- 
atontado ^  indi.^TiMo:  para  anular  el  intXMatrastable  poderlo  de  b 
aai^mk  MMeía^  imaginaba  la  cft^icion  do  c4ra  nnen,  sacada  de 
k^  mi$  bnaiikkts  o^r&s  s^vialos:  y  lovaatando  dd  estieitol,  se- 
g«ft  k  jTa&n  oipi>et$M!i  do  sus  cootáOMs^  bcoibres  ayunos  de 
U>da  ^in»i,  4  qmmiie^  aquojaba  sin  tregua  el  ax^üeate  anhelo  de 


n/  P.,  GAP.  XVII.  HIST.,  PILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DE  BlIR.  IV.  139 

esoalar  honras,  dignidades  y  riquezas,  abria  profundo  abismo  & 
las  mismas  gradas  del  trono,  haciendo  imposible  toda  reconcih'a* 
don  y  futura  avenencia. 

La  corte  de  Enrique  IV,  conturbada  en  tal  manera  por  las 
ambiciones  bastardas,  que  engendra  aquella  desdichada  política, 
se  manchaba  también  con  torpes  liviandades,  que  apenas  osa  re- 
producir la  pluma  de  los  historiadores  modernos:  en  ellas  se 
veía  envuelto  por  desgracia  el  mismo  trono;  á  ellas  era  debido  el 
medro  y  casi  fabuloso  engrandecimiento  de  pobres  hidalgos  y  de 
hombres  oscuros,  cuya  fastuosa  soberbia,  ya  halagada  por  la 
reina,  que  venia  &  ser  por  este  camino  fábula  de  las  gentes,  ya 
oohnada  por  el  mismo  don  Enrique,  para  humillar  á  los  proceres 
descontentos,  irritaba  á  estos  y  á  sus  allegados  y  parciales  &  tal 
punto  que  llegaron  &  pensar  en  destronar  al  monarca  legitimo, 
poniéndolo  por  obra  con  el  memorable  atentado  de  Avila  (1465), 
que  daba  á  la  nación  el  vergonzoso  espectáculo  de  un  rey,  sen- 
teociado  y  lanzado  del  trono  por  sus  vasallos  naturales,  y  de  un 
príncipe,  levantado  al  solio  de  San  Fernando  en  hombros  de  la 
rebelión  y  de  la  anarquía. 

Castilla  se  vio  entonces  gobernada,  ó  mejor  diciendo,  des- 
pedazada por  dos  reyes:  Enrique  IV,  á  quien  no  sacaron  de 
la  torcida  senda,  en  que  se  habia  empeñado,  tantos  y  tan  vilipen- 
<fíosos  desacatos,  cometidos  contra  su  persona,  y  Alonso,  el  in- 
truso, que  juguete  de  sus  ensalzadores ,  tenia  apenas  tiempo 
para  acallar  sus  demandas  y  hartar  su  codicia.  La  inesperada 
muerte  del  intruso  desvaneció  aquella  «corte  excelente» ,  según  la 
apellidaron  sus  parciales  ^ .  Mas  no  por  esto  renació  la  calma  am- 
bicionada  por  los  castellanos:  la  mal  regida  nobleza  contrapo- 


1  £1  celebrado  don  Jorge  Manrique  calificaba  al  intraso  y  sa  corte  del 
*^9úeDte  modo  en  las  Coplas  á  la  muerte  de  su  padre.  Mencionado  don 
Ki:irique,  añade: 

Pues  su  hermano,  el  inocente, 
que  en  su  ?ida  sucesor 
se  llamó, 

{qué  corte  tan  excelente 
tufo  é  qaánto  grand  señor 
que  le  siguió,  etc. 


140  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

nia  (y  esta  vez  con  mejor  sentido)  á  los  esc&ndalos  de  la  ote- 
te  de  don  Enrique  el  nombre  y  las  virtudes  de  la  Prince- 
sa doña  Isabel,  á  quien  tenia  reservada  la  Providencia  la  res- 
tauración de  Castilla  y  el  glorioso  engrandecimiento  de  la  nadra 
española. 

En  medio  de  estos  afrentosos  disturbios ,  que  abarcan  el  reina- 
do entero  de  Enrique  lY,  personificándose  en  dos  grandes  par- 
cialidades^ acudieron  estas  &  consignar  los  hechos  del  modo  m&s 
favorable  &  sus  intereses,  para  prevenir  sin  duda  el  juicio  de  la 
posteridad;  y  la  historia,  que  aun  dada  la  intervención  inmediata 
de  los  reyes  en  su  cultivo,  habia  reflejado  principalmente  los  de- 
seos y  las  esperanzas  de  la  nación  entera,  se  veía  forzada  en  con- 
secuencia á  revelar  los  odios  y  enemistades,  que  llenaron  de  an- 
gustias y  zozobras  la  corte  de  Castilla.  Haciéndose  cortesana, 
como  se  habia  hecho  ya  la  poesía,  tomaba  el  color  de  cada  una 
de  aquellas  banderías,  si  no  para  denostar  abiertamente  y  echar 
todo  el  peso  de  la  responsabilidad  moral  sobre  la  contraria,  para 
disculpar  al  menos  con  las  ajenas  debilidades  las  propias  ilaque- 
zas;  pero  como  ninguno  pedia  exclamar  con  Tácito:  Procul  cau- 
sas habeo,  ni  los  que  salieron  en  defensa  de  don  Enrique  y  de 
sus  cortesanos,  se  juzgaron  bastante  autorizados  para  ser  creí- 
dos por  su  palabra,  viéndose  forzados  en  cada  momento  á  reco- 
nocer y  consignar  los  desaciertos  del  príncipe  y  los  escándalos 
de  su  corte,  ni  los  que  se  le  declararon  adversarios  pudieron  re- 
frenar su  indignación  en  los  justos  límites,  recogiendo  en  sus 
crónicas  y  transmitiendo  á  la  posteridad,  con  el  anhelo  de  no  apa- 
recer como  impostores,  la  relación  de  numerosos  hechos,  que  re- 
cargan tristemente  el  ya  repugnante  cuadro  de  aquellos  desdi- 
chados veinte  años. 

No  otra  era  la  situación  de  los  cronistas  del  reinado  de  Enri- 
que lY,  descubriéndose  en  ella  desde  luego  el  racional  origen 
de  la  desconfianza,  con  que  los  hombres  doctos  é  imparciales 
han  recibido  aquellas  historias.  Señaláronse  entre  todos  los  ex- 
presados cronistas,  así  por  la  importancia  de  sus  obras,  como 
por  el  carácter  que  los  distingue,  dos  escritores  nacidos  duran- 
te el  reinado  de  don  Juan  II  y  educados  bajo  los  auspicios  de  aque- 
llos ilustres  varones,  que  dieron  nombre  á  la  expresada  edad  li- 


O/P.y  CAP.  XVII.  HIST.  FILOS.  Y  ORAD.  DEL  R.  DE  ENR.  JV.   141 

teruia^:  tales  son  Diego  Enriquez  del  Castillo  y  Alfonso  de  Pa- 
tencia, criado  el  primero  y  capellán  del  rey  don  Enrique ,  parti- 
dario el  segundo  del  intruso  don  Alonso  y  uno  de  los  más  en- 
carnizados enemigos,  ya  que  no  de  los  más  austeros  y  terribles 
acosadores,  que  tuvo  aquella  corte,  dolorosamente  retratada  en 
bs  Coplas  del  Provincial  y  de  Mingo  Revulgo. 

No  ha  sido  grande  en  verdad  la  diligencia  de  nuestros  biblió- 
grafos en  allegar  noticias  relativas  al  primero  de  los  expresados 
historiadores,  ni  puede  tampoco  aceptarse  sin  correctivo  el  jui- 
ciode  !a  moderna  critica  respecto  de  su  mérito,  como  barrador 
de  los  sucesos  que  &  su  vista  acaecian.  Que  era  Diego  Enriquez 
dol  Castillo  capellán  y  del  Consejo  del  rey  don  Enrique,  alcan- 
zando la  consideración  literaria  que  daba  entonces  el  titulo  de 
licenciado  en  teología,  es  cuanto  nos  han  revelado  hasta  ahora 
ios  escritores  que  le  toman  en  cuenta,  ateniéndose  estrictamen- 
te á  lo  que  el  mismo  Castillo  habia  manifestado  en  el  prólogo  de 
^  Cránica  ^.  Alguno  le  ha  confundido  con  otro  Diego  del  Casti- 


1  Véase  el  tomo  precedente,  dedicado  á  este  importante  estudio  bajo 
'^  multiplicadas  fases. 

2  Ni  Boutterwecky  que  expuso  con  notable  confusión  muy  breves  noti- 

^  de  los  cronistas  del  siglo  XV,  pasando  de  la  historia  de  Don  Alvaro 

^Luna  á  los  Ciaros  Varones  de  Pulgar  (Trad.  cast.,  pág.  52  y  53),  ni 

^'smoodi,  que  le  copia  en  todo  cuanto  se  refiere  á  la  literatura  de  la  edad- 

^"^h  (Trad.  cast,,  t.  I,  págs.  112  y  113),  ni  Puibusque,  que  sólo  mencio- 

^  &I  final  del  cap.  II  de  su  Hisioire  comparée  las  crónicas  de  don  Álva-' 

^^  <fe  Luna  y  del  Conde  de  Buelna,  ni  otros  muchos  críticos  extranjeros, 

^^  los  cuales  no  puede  ser  olvidado  Villemain,  quien  dicho  sea  dé  pa« 

^^f  desconoció  las  mismas  crónicas  que  en  su  sentir  habia  mal  leido  Bout** 

*^eck  {TaUeau  de  lalitterature  du  moyen  age,  t.  II, pág.  337,  ed.  1852), 

^'«ron  presente  al  cronista  de  Enrique  IV.  Ni  le  han  estudiado  tampoco 

.    '^  i>^yor  esmero  los  escritores  nacionales,  siendo  olvidado  del   todo  por 

.    3^^  ^  alguna  manera  han  discurrido  sobre  la  historia  literaria.  Al  eabo 

^i'Udito  Ticknor,  siguiendo  las  huellas  del  docto  Prescott,  le  dio  cabida 

,  .    •^  Historia  de  la  literatura  española  (cap.  IX  de  la  I.*  Parte);  pero  lo 

^  Con  tal  brevedad  que  no  es  posible  formar  concepto  de  su  mérito  lite- 

'^»  7  en  orden  á  las  noticias  biográficas,  sólo  apuntó  que  era  Castillo 

^_^'^ísta  y  capellán  del  rey  legítimo»,  omitiendo  su  titulo  más  elevado  de 

'jcro.   cNoten  los  que  leyeren  (habia  dicho  el  mismo  autor),  que  del 

^*clareeido  quarto  rey  don  Enrique  de  Castilla  é  de  Leon^  sus  fechos  ó 


142  HISTORIA   CRtTICA  DE  LA   LlTfiR ATURA  ESfAftOLA. 

HOy  noble  escudero  que  filiado  en  las  parcialidades  de  Alfonso  Y 
de  Aragón,  siguióle  á  la  conquista  de  Ñapóles,  donde  permane- 
ció después  de  su  muerte,  adicto  al  nuevo  rey  don  Fernando, 
distinguiéndose  entre  los  trovadores  que  en  aquella  ilustrada  cor- 
te florecieron  ^ 

Nacido  en  Segovia  el  licenciado  Diego  Enriquez  del  Castillo  ^, 
y  consagrado  al  estudio  desde  su  primera  juventud,  pasó  desde  las 
aulas  &  la  capilla  del  Príncipe  don  Enrique,  abrazada  ya  la  carre- 
ra eclesiástica;  y  distinguido  con  la  predilección  del  nuevo  rey, 
recibió  desde  luego  el  encargo  de  escribir  su  Crónica.  En  es- 
tas literarias  tareas  se  ocupaba,  siguiendo  de  continuo  la  corte, 
cuando  levantada  la  nobleza  castellana  contra  el  monarca  legili* 
mo,  dados  los  criminosos  escándalos  de  Avila  y  de  Olmedo  y 
apoderado  el  intruso  don  Alonso  de  Segovia,  vióse  en  esta  ciu- 
dad duramente  maltratado  por  los  parciales  del  Infante,  quien 
llegaba  á  tal  punto  en  sta  enojo  que  le  mandó  degollar,  pena  de 
que  le  rescataba  «el  ser  hombre  de  iglesia».  Consistía  el  pecado 
de  Castillo  en  llevar  consigo  la  Crónica  de  don  Enrique^  donde 
reprobaba,  tal  vez  con  excesiva  agrura,  las  demasías  y  traiciones 
de  los  magnates,  no  siendo  en  verdad  más  lisonjero  para  don 
Alfonso,  sobre  todp  al  narrar  la  batalla  de  Olmedo,  librada  cua- 
renta dias  antes  entre  el  rey  y  los  rebeldes.  La  Crónica  fué  pre- 
sentada al  arzobispo  de  Toledo,  ante  el  cual  compareció  también 
Castillo;  y  leicla  la  relación  de  la  expresada  batalla,  subió  la  in- 
dignación de  los  proceres  á  punto  que,  dado  conocimiento  al 
Infante,  le  arrebataron  todo  lo  escrito,  depositándolo  en  ma- 
nos del  arzobispo,  á  fin  de  que  no  cundiesen  «aquellas  men- 
tiras» 5. 


vida  tractando...  yo  el  licenciado  Diego  Enriquez  del  Castillo,  capellán  é 
de  8U  Consejo,  como  fiel  coronista  suyo,  protesto  relatando  escribir  su  ce- 
rón lea  •  (Ed.  de  Flores,  pág.  3).  * 

1  Recuérdese  lo  dicho  en  el  cap.  XIV  de  esta  II.*  Parte  y  Subeiclo.— 
De  Diego  Enriquez  del  Castillo  puede  asegurarse,  como  lo  hacemos  en  el 
texto,  que  no  abandonó  la  corte  del  hijo  de  don  Juan  II.  Las  pruebas  sur- 
gen de  su  propia  crónica. 

2  Gil  González  Dávila,   TecUro  eclesiástico,  1. 1,  pág.  522. 

3  Diego  Enriquez  del  Casfíilo  alude  á  eiste  hecho  en  el  prólogo  de  la 


U/  P.y  CAP.  XYII.  HIST.y  PILOS.  T  ORAD,  DEL  R.  DE  ENR.  IV.  143 

Fiel  al  rey  don  Eoriquo,  y  lograda  la  libertad  por  la  interce- 
de algunos  grandes,  prosiguió  Diego  Enriquez  del  Castillo 

empezada  tarea,  y  en  el  Consejo  real,  adonde  sus  buenas 
disposiciones  le  habian  levantado,  los  servicios,  que  repetidas 
veces  le  presentan  como  actor  en  los  sucesos  que  narra.  Antes 
del  atentado  de  Segovia,  vérnosle  en  efecto,  ora  hacer  oficio  de 
Biedianero  entre  el  rey  y  los  magnates,  acompañando  &  don  Pe- 
ro González  de  Mendoza,  futuro  Cardenal  de  España  ^;  ora  des- 
empeñar el  cargo .  de  embajador  cerca  del  conde  de  Fox,  mos- 


Ctónica  y  lo  refiere  en  el  cap.  CIII  del  silente  modo:  tLleg^ado  (á  Segó- 

*^)i  fué  mayor  la  tardanza  de  poner  los  pies  en  mi  casa  que  de  ser  preso 

*y  quebrantado  el  seguro  de  sus  firmas  é  sellos,  que  me  avian  dado.  Y 

*iio  solamente  prendieron  á  mí  con  grand  deshonestidad,  mas  robáronme 

>todo  lo  qae  yo  tenia,  con  las  escrípturas  de  la  Coránica  del  Rey  que  has- 

*ta  entóneos  tenia  ordenada  y  escripta.  Y  tan  ignominiosamente  me  trata- 

*r«&  como  á  los  que  suelen  ser  traydores,  acusando  mi  lealtad  por  alevo- 

»sia  y  poniendo  sus  deslealtades  por  cosa  de  mucha  honra  hasta  las  nu- 

*tKt>.  Castillo  manifiesta  que  se  defendió  con  denuedo,  y  añade;  cÉ  porque 

^nii  verdad  los  concluía,  determinaron  de  matarme»,  etc.  En  la  Crónica 

^^¡MÜana,  atribuida  á  Alfonso  de  Falencia,  se  referia  el  mismo  suceso  de 

^■^  manera:  cEn  la  posada  de  una  mujer,  que  era  manceba  de  Diego  del 

^Castillo,  coronista  del  rey  don  Enrique,  estavan   en  guarda  dos  muías  é 

*^rtas  cosas  suyas:  entraron  en  la  casa  é  fallaron  dos  arcas^  Qn  una  de  las 

'<^<iale8  fallaron  ciertos  libros,  entre  los  quales  estava  la  Coránica  de  los 

•*6os  del  rey  don  Enrique,  ordenada  por  el  dicho  Diego  del  Galillo,  llena 

*^^  infinitas  mentiras,  el  qual  libro  llevaron  al  arzobispo  de  Toledo;    é 

^eode  á  poco  Diego  del  Castillo  fué  traydo  ante  él,  é  en  su  presencia  lie- 

*f^  ú  leer  la  batalla  de  Olmedo,  que'  avia  quarenta  dias  quera  passada,  en 

'^   <)aal  escrivió  muchas  é  muy  manifiestas  mentiras.  £  como  le  fucsse 

'prenotado  por  qué  tan  falsamente  avja  escrito,  ninguna  cosa  supo  res*» 

^I^v^der,  al  qual  el  rey  don  Alonso  mandó  matar:  é  fué  dexado,  por  ser 

*or&t>rede  la  Iglesia,  é  la  Coránica  fué  dada  á  Alfonso  de  Falencia,  coro'» 

*°'^^>  del  rey  don  Alonso,  para  que  aquellas  mentiras  fuesen  emenda- 

*  ^*^**.:   la  Coránica  fué  restituida  en   manos  del  arzobispo  de  Tole^* 

*ao»  (I.*  Farte,  cap.  LXXXVIJI).   La  simple  comparación  de  estos  pasajes 

^^^4  descubrir  la  verdad,  revelando  el  espíritu  que  animaba  auno  y  otro 

cronista.  Las  Décadas  ícUinas  guardan  no  obstante  mayor  sobriedad,  no 

^^presando  el  nombre  de  Castillo:  Falencia  decia  sólo  al  aludir  á  su  perso- 

'  *CiiiQ8ciam   historíographi  Henriciani»  (Lib.  X,  cap.  1). 

^     Cap.  LXIII  de  la  Cránica. 


144  HISTORIA  CRÍTICA   DE  LA  LITBRATtTRA   ESPAÑOLA. 

traado  extraordinaria  sagacidad  y  entereza  ^;  ora  escribir  por 
mandado  del  rey  á  las  Hermandades  de  Castilla,  exhortándolas 
&  continuar  en  el  buen  propósito  de  velar  por  la  paz  y  quietud 
del  reino  ^;  ya  arengar  á  los  aliados  de  las  referidades  Herman- 
dades, congregados  en  Madrid,  pai*a  que  estorbasen  el  cauti- 
verio en  que  don  Enrique  miserablemente  se  ponia,  sometién- 
dose á  los  revueltos  proceres,  demanda  que  expone  el  mismo 
Castillo  al  desaconsejado  monarca  ^;  ya  en  fin  comunicar  á  este, 
en  medio  del  desaliento  que  le  aquejaba,  la  victoria  de  Olmedo, 
no  sin  que  dejase  de  mostrar  en  sus  palabras  cierta  manera  de 
reprensión  respecto  de  la  conducta  del  mismo  soberano  *.  Ni 
ponia  después  menos  empeño  en  lo  que  entendía  que  era  bien 
de  la' república  y  servicio  del  rey,  á  quien  por  juramento  estaba 
obligado:  cuándo  aparece  en  consecuencia  cual  delegado  regio 
para  echar  de  Sigüenza  &  Diego  López  de  Madrid,  que  tenia 
usurpada  tiránicamente  aquella  iglesia  ^;  cuándo  obedeciendo 
los  mandatos  de  don  Enrique,  «como  cronista  á  quien  portones- 
Qia  loar  la  lealtad  é  vituperar  la  traygion»^,  se  dirigía  á  los  tole- 
danos para  darles  gracias  por  haber  arrojado  de  la  ciudad  á  los 
proceres  que  la  tiranizaban;  cuándo  se  mostraba  cual  media- 
nero entre  el  rey  y  la  reina,  cuya  deshonesta  vida  la  tenia  aje- 


1  Cap.  LXXXVII  de  id. 

2  Cap.  LXXXVII, 

3  Cap.  XCI. 

4  Son  di^as  de  tenerse  presentes  las  palabras  que  mediaron  entre  el 
rey  y  el  cronista  en  aquel  solemne  momento.  Castillo,  al  encontrar  á  don 
Enrique  apartado  de  los  suyos,  le  dijo: — «¿Cómo  los  reyes  que  son  ven^e- 
•dores  é  pelea  Dios  por  ellos,  ansi  se  han  de  arredrar  de  su  hueste  que  tan 
•varonilmente  ha  alcan9ado  la  gfloria  de  su  triunfo?  Andad  acá,  señor: 
•que  soys  vencedor  é  vuestros  enemigos  quedan  vencidos  é  destruydos.— 

# 

•E  quando  el  rey  oyó  lo  que  asy  le  decia  (prosigue  CastiUo),  con  alegre 
•rostro  me  dixo: — doronista,  si  con  tan  sanas  entrañas  me  aconsejara  el 
•Condestable  de  Navarra,  que  aquf  estaua  aconsejándome  é  faciéndome  creer 
•lo  quél  deseaua,  nin  yo  me  apartara  de  donde  estaua,  nin  vos  tomarades 
•el  trabajo  de  venirme  á  buscara  etc.,  (Cap.  XCVII). 

5  Cap.  CV. 

6  (3ap.  CXI. — Castillo  repite  en  otras  partes  de  su  Crónica  la  mitma 
sentencia,  á  que  se  Juzga  obligado  y  sometido,  como  historiador. 


n.^  P.,  CAP.  XYII.  HfST.,  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DE  BNR.  lY.  145 

íaáade  la  corle  *;  y  unas  veces  enviado,  cual  miembro  del  Con- 
9^,  i  ejecutar  los  acuerdos  del  mismo  ^^  diputado  otras  para 
peca?er  las  traiciones  de  los  magnates  ^,  daba  siempre  inéqul- 
ws  pfaebas  de  su  celo  y  discreción  *,  preciándose  de  no 
laber  fallado  &  los  deberes  para  con  su  rey  y  con  su  patria. 

De  esta  no  desmentida  lealtad,  prenda  harto  peregrina  duran- 
te los  veinte  años  que  historiaba,  ha  nacido  sin  duda  el  no  jus- 
tificado concepto  de  los  que  condenan  á  Eoriquez  del  Castillo  co- 
^Qo  cronista  interesado,  y  poco  digno  de  crédito  en  conse- 
caencia.  El  estadio  de  su  historia  dice  no  obstante  lo  contrario, 
tai  como  desvanece  también  el  juicio  de  los  que  aseguran  que 
no  excede  de  los  límites  de  una  relación  descarnada  ^.  Castillo, 
partidario  y  servidor  constante  de  don  Enrique,  enemigo  decla- 
1^0  de  los  magnates  y  prelados  turbulentos,  abominador  enér- 
gico de  las  traiciones,  torpezas  é  iniquidades  que  por  todas  par- 
tes le  rodean,  se  duele  desde  los  primeros  instantes,  en  que  apa- 
rece como  historiador,  de  que  aquellas  buenas  disposiciones 
mostradas  por  don  Enrique,  al  subir  al  trono,  fuesen  del  todo 
estériles  para  el  bien  de  la  república,  aquejado  el  rey  y  perse- 
guido sin  tregua  de  criminales  ambiciones.  Nunca  se  habia  visto 
otro  principe  de  Castilla  en  situación  más  próspera  y  nunca  se 
loalograron  más  desdichadamente  tan  felices  circunstancias.  Re- 
frenados los  moros  del  Andalucia  y  forzados  á  pagar  crecido  tri- 
'^to;  distinguido  entre  todos  los  reyes  cristianos  por  el  sobera- 
do Pontífice,  que  solicita  su  perpetua  amistad;  arbitro  de  la 
^erte  de  las  Señorías  de  Genova  y  de  Venecia,  que  piden  su  am- 

^     C*p.  cxxiv, 

^      Cap.  CXLV. 
^       Cap.  CLU. 

Oap.  CLIX. — CastiUo  preparaba  el  recibimiento  hecho  en  Madrid  al 


Y^^^*^al  don  Rodrigo  de  Borja,  legado  que  trajo  á  don  Enrique  la  nueva 
^^   ^   ^^uerte  de  Paulo  y  de  la  elección  del  Papa  Sixto.  £1  recibimiento  fué 
■^      ^^dinariojy  magnífico. 

^l  docto  Mr.  Jorge  Ticknor  en  las  breves  frases  que  le  dedica,  es- 
^ue  no  c sale  de  los  limites  de  una  descarnada  narración»  (I.*  Épo- 
^^      ^^.  IX).  El  juicio  que  exponemos,  responderá  á  esta  calificación,  no  tan 
«.w^^^da  como  desairamos. 


146  HISTORIA  CRtTICA   DB  LA   LITERATURA   ESPAflOU* 

paro  y  su  alianza;  elegido  por  los  catalanes  conde  de  Barcelona 
y  rey  de  Aragón,  faltaba  sólo  k  don  Enrique  confirmar  con  las 
obras-  el  alto  concepto  que  de  él  se  había  formado,— y  en  aquel 
momento  empieza  &  anublarse  el  que  antes  habia  sido  risue&o 
horizonte,  juguete  y  víctima  al  par  el  hijo  de  don  Juan  II  de 
la  ajena  deslealtad  y  de  la  propia  pusilanimidad  é  inooose- 
cuencja. 

La  anarquía,  de  que  era  presa  el  Estado,  llena  de  indignación 
á  Enriquez  del  Castillo:  en  su  calidad  de  criado  y  consejero  del 
rey,  se  inclina  alguna  vez  á  cargar  todas  las  culpas  &  los  coba-- 
lleras  íraydores,  que  no  contentos  de  humillar  la  corona,  acaban 
por  arrancarla  de  las  sienes  del  principe  legitimo,  para  transfe- 
rirla &  las  del  Infante,  su  hermano.  Pero  si  excita  su  enojo  la 
creciente  osadía  de  los  proceres,  condenando  con  no  disimulada 
ojeriza  sus  dobleces  y  rebeliones;  si  dirigiéndose  contra  ellos  en 
muy  frecuentes  apostrofes,  los  colma  de  injurias  y  dicterios,  lo 
cual  explica  perfectamente  la  aversión  con  que  personaUnente  le 
miraban,  no  disimula  tampoco  el  disgusto  que  en  su  ^imo  pro- 
duce la  contradictoria,  ciega  y  desastrosa  conducta  de  don  En- 
rique, á  quien  niega  una  y  otra  vez  el  esfuerzo  del  varón,  la 
noble  osadía  del  caballero  y  el  seso  del  príncipe,  acusándole  de 
remiso  y  tardo  para  el  bien,  de  fácil  y  movedizo  para  el  mal; 
causa  principalísima  del  abatimiento,  la  deshonra  y  el  vituperio 
en  que  propios  y  extraños  le  tenian.  ^  Usando  de  «la  licencia  de 
escribir»,  que  se  le  habia  otorgado,  y  «de  la  osadía  de  baUar, 
que  le  debia  ser  dada»,  calificaba  de  injustas,  deshonestas  y  feas 
las  acciones  del  indiscreto  monarca;  y  reparando  en  las  livianda- 
des, que  inficionaban  su  palacio,  no  vacilaba  en  denunciar  cual 
torpe,  liviano  y  disoluto  el  vivir  de  la  reina,  que  poniendo  «gran 
sospecha  en  los  corazones  de  las  gentes»,  dio  nacimiento  & 
las  novedades  de  la  sucesión  y  nuevo  pábulo  á  las  tiranías  de 
la  nobleza  ^. 

Fluctuando  entre  la  idea  del  deber,  que  le  obliga  para  ooq  su 


1  Caps.  VI,  XVÍI,  XXXUI,  XLVIH.  LVI,  LX,  LXV,  LXXJ^I,  LXXXIV, 
LXXXIX,  XCi,  CUI,  CIV,  CXLU.  CXLYllI,  CLVl,  ele. 

2  Caps.  LXIV,  CXX,  CXXIV,  CLVU,  CLXU,  qLXVI,  etc. 


Q.^  P.,  CAP.  Xm.  HIST.,  PILOS.  T  OftAD.  DEL  R.  DE  BIVR.  IV.  147 

^7)  T  el  noble  anhelo  de  la  justicia,  que  le  fuerza  &  ser  impar- 
cial,  si  reconoce  y  asienta  con  dolor  que  don  Enrique  ano  se 
bordaba  de  ser  rey,  ni  como  señor,  tenia  poder  para  mandar,  ni 
mo  won,  libertad  para  vivir»,  declara  que  andaban  en  boca 
del  roigo  muchas  cosas  que  no  podian  consignarse  sin  peligro;  y 
obedeciendo  las  leyes  del  recato  y  de  la  decencia,  prefiere  ase- 
mejarse al  autor  de  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo,  antes  de  man- 
efaar  su  narración  con  las  obscenidades  de  las  del  Provincial,  por 
oás  que  renunciara  á  excitar  la  curiosidad  de  los  siglos  futu- 
fps.  Castillo  ni  desconoce  la  vergonzosa  situación  de  la  corte  en 
que  vive,  ni  oculta,  interesado  ó  lisonjero,  el  triste  efecto  que 
prodacea  en  su  ¿nimo  tantas  debilidades  y  escándalos,  ni  deja 
de  mostrarse  «celoso  de  la  verdad,  ajeno  de  la  afición  y  quito 
de  amor  y  enemistad» ,  como  promete  en  descargo  de  su  con- 
ciencia»; pero  no  por  esto  se  juzga  necesitado  de  levantar  el  ve- 
lo 4  todsjs  las  miserias  del  periodo  que  su  Crónica  abraza,  ni  de 
penetrar  tampoco  en  el  hogar  doméstico,  para  sacar  á  la  plaza 
pública  las  torpes  escenas  que  lo  mancillaban,  bastándole  sólo 
oonsignar  con  indignada  nobleza  sus  desastrosos  efectos.  Teme- 
foso  de  ser  tenido  por  apasionado,  ya  en  pro  del  monarca,  ya 
en  contra  de  los  malcontentos,  limitábase  el  consejero  de  Enri- 
que lY  á  comprender  en  su  historia  los  hechos  de  más  bulto  y 
transcendencia,  naciendo  de  aquí  las  condiciones  literarias  que  la 
^caracterizan.  Enriquez  del  Castillo  no  es  ya  el  simple  cronista, 
que  se  contenta  ooa  exponer  los  hechos  menudamente  y  en  el 
<^i*den  fortuito,  en  que  acaecen:  presente  á  los  sucesos,  aspira  á 
juzgarlos  uno  por  uno,  deseoso  de  producir  con  su  fallo  deter- 
minada enseñanza;  y  como  ni  todos  podian  ministrársela,  ni  le 
^'"^  dado  contemplarlos  todos  sin  sonrojo,  se  vé  forzado  á 
^^©sechar  los  unos,  mientras  anhela  dar  á  los  otros  extraordina- 
^^^^  relieve  y  colorido. 

Motivo  han  sido  estas  circunstancias  de  que,  al  paso  que  se  le 

^  niotÉjado  de  faltar  á  la  cronología,  apuntando  muy  pocas  fe- 

*^^^3  y  de  ellas  las  más  equivocadas,  se  le  acuse  de  perpetuo 

^^^lamador,  apartándose  de  las  leyes  especiales  de  toda  crónica. 

^^o  sin  duda  influir  en  el  poco  eemero  y  aun  desconcierto  de 

^^ondogia  el  atentado  de  Segovia,  que  le  despojó  de  lo  escri- 


148  HISTORIA   CRtTICA  BK  LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

to  hasta  la  batalla  de  Olmedo  [1467],  y  en  este  caso  no  parece 
justo  exigirle  entera  responsabilidad,  con  tanta  mayor  razón 
cuanto  que  no  solamente  se  lamentó  ya  Castillo  de  aquella  doto- 
rosa  pérdida,  sino  que  nos  consta  de  una  manera  indubitable  que 
reconstruía  su  Crónica,  muerto  ya  don  Enrique  y  asentada  en 
el  trono  la  Reina  Católica  ^ 

No  asi  en  orden  al  tono  general  de  la  historia:  sembra- 
da esta  de  arengas,  discursos,  cartas  y  apostrofes,  medios  por 
los  cuales  se  propuso  sin  duda  el  autor  comunicarle  interés 
y  movimiento,  mostraba  desde  las  primeras  líneas  que  tenia 
delante  los  modelos  de  la  antigüedad  clásica;  y  pagado  de  sus 
formas,  aspiraba  m&s  bien  &  trazar  un  cuadro  general  de  la 
•época,  donde  apareciesen  animados  por  su  ingenio  ó  casti- 
gados por  su  doctrina  los  personajes  que  en  él  figuraban,  que 
&  relatar  los  hechos,  cual  simple  cronista.  Nacen  de  aquí  el 
empeño  de  que  todos  los  personajes  hablen  y  se  expresen  de 
una  manera  docta  y  atildada,  y  el  invencible  afán  de  mos- 
trarse el  historiador  en  cada  momento,  según  va  advertído, 
acusando  y  condenando  al  par  toda  acción  digna  de  vituperio, 
con  tan  extremado  calor  que  parece  él  mismo  participar  de  la 
ofensa.  Puesto  en  tal  situación,  no  es  maravilla  que  sus  frecuen- 
tes apostrofes,  tomando  forma  exclusivamente  oratoria,  parezcan 
afectadas  declamaciones,  bien  que  animados  de  inusitada  ener- 
gía y  enriquecidos  por  las  galas  de  un  lenguaje  gallardo  y  pin* 
toresco,  lo  cual  sucede  asimismo  con  los  discursos  pronunciados 
por  los  personajes  que  en  la  narración  intervienen.  Ejemplos  de 
uno  y  otro  se  ofrecen  en  toda  la  Crónica  al  acaso;  mas  porque 


1  Hablando  el  cronista  en  el  cap.  CXXVfl  del  pretendido  enlace  del 
rey  don  Alonso  de  Portugal  con  la  princesa  Isabel,  escribía:  cLa  divina, 
Providen9Ía  disponía  é  ordenaba  lo  contrario  para  que  ella  sub^ediese,  se- 
gund  86  mostró  por  la  obra,  quando  el  rey  pasó  de  esta  vida».  Y  más 
adelante,  tratando  de  la  entrevista  que  don  Dici^o  Hurtado  de  Mendoza 
tuvo  con  la  Princesa  en  San  Cristóbal,  cerca  de  Scgovia:  «É  de  allí  ade- 
lante el  Marqués  de  [Santillana]  quedó  secretamente  por  ellos  [los  prínci- 
pes] para  los  ayudar  á  reynar  después  de  la  vida  del  rcy>  (cap.  CLXV). 
Los  tsstimomos  su  el  mismo  sentido  pueden  aumentarse  fácilmente. 


II«^  P.yfCAP.  Xm.  mST.^  PILOS.  T  orad.  DKL  R.  de  ElfR.  IV.  149 

paedan  los  lectores  formar  desde  laego  cabal  idea  del  car&cter 
especial  de  la  misma,  respecto  de  sa  estilo  y  lenguaje,  bien  será 
traer  aquí  algunos.-;;  Deshaaciados  los  embajadores  de  Cataluña 
por  el  desdichado  don  Enrique  en  la  generosa  pretensión  de 
ofrecerle  la  corona  aragonesa,  pone  Castillo  en  boca  de  Mosen 
Copones  esta  resuelta  arenga: 

*^enaibanio8,  Serenissimo  Rey,  que  por  auemos  enoomendado  á  la  ca- 
^  w  Castilla  é  á  vuestra  real  Ez^elen^ia,  como  á  nuestro  rey  natural, 
^  arfamos  de  ser  amparados,  é  somos  destruyaos;  é  que  aviamos  de  ser 
^'^didos,  é  somos  maltratados.  Querría,  Señor,  que  mirase  Vuestra  Al- 
^^  (é  estos  señores  de  su  muy  Real  Consejo),  é  nos  dixese  á  qué  razón 
9^ere  que  nos  podamos  confiar  é  esperar  piedad  alguna,  de  quien  nun-r 
^  000  de  su  propia  carne  é  asi  tan  cradamente  consintió  matar  á  su 
^'^^^iofijo  [don  Carlos,  Príncipe  de  Viana].  Nosotros  nos  dimos  á  vues- 
_^^  i^esl  corona,  sabiendo  muy  bien  que  el  reyno  de  Aragón  con  el 
I  ^^cipado  de  Cataluña  et  su  señorío,  s^un  derecho  divino  é  humano, 
I^ertenesgia,  esperando  como  suyos  ser  libres  de  las  manos  de  núes- 
perseguidores  et  de  nuestro  capital  enemigo:  é  agora  somos  puestos 
^lichillo  por  quien  nos  deuiera  amparar  é  defender.  Pero  pues  asi  le 
,  é  quiso  antes  creer  á  sus  desleales  servidores  é  consejeros,  que 
lo  que  Dios  le  daba,  de  tanto  le  ^rtifíco,  é  téngalo  bien  en  su  me- 
ia,  que  nunca  á  Vuestra  Real  Magestad  faltará  daqui  adelante  sobra 
^Huchas  guerras  é  persecuciones,  ni  á  los  catalanes  quien  los  defien- 
da grand  menosprecio  dé  Vuestra  Real  Altefa  é  vituperio  de  su 

'^^sejoo  1. 

• 

afosen  Copones  parecia  animado  de  espíritu  profetice  en  ór- 
á  don  Enrique:  asi,  al  verle  sufrir  impunemente  los  insultos 
sus  propias  hechuras,  exclama  el  cronista: 

*iO  infinita  grandeza  de  Dios!  ¡O  alto  poder  soberano!  Quán  fondos 
tus  juicios,  quán  incomprensibles  tus  secretos  é  quán  escures  tus 
terios!...  Tú  fa^es  acobardar  los  reyes  é  afeminar  sus  corazones:  tú 
4igenas  del  seso  é  mudas  el  entendimiento;  tú  los  fa^es  andar  á  ^ie- 
fuera  de  todo  camino,  porque  vayan  desatinados,  sin  tener  tiento 
.  Este  rey  que  quando  príncipe,  en  los  dias  de  su  padre,  se  mos- 
tan  osado,  tan  esforzado  en  las  armas,  tan  denonado  en  las  bata- 
tan  temido  entre  las  gentes,  tan  sin  miedo  en  las  afrentas,  ¿quién 
ó  del  esfuerzo?  ¿quién  le  quitó  la  osadia?  ¿quién  le  fizo  tan  medro- 


Cap.  L. 


150  HISTORIA   CRniCA  DB  LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

80?  ¿quién  oaptivó  su  libertad?  ¿quién  le  sojuzgó  el  poder  é  le  poflo  -^  ^ 
tal  servidumbre?..  El  que  solía  mandar,  es  venido  á  ser  mandado:  al  ^ 
que  todos  se  sojuzgaban,  ja  ninguno  lo  obedece  é  él  obedece  á  todos,  fií 
tanto  grado  es  ageno  de  quien  era  que  no  se  acuerda  si  fué  réj  nin  á 
nasció  para  ello.  Así  que,  s^un  aquesto,  tú  sola^  Providencia  divina, 
eres  la  que  trasmutas  los  reyes,  la  que  les  quitas  el  sentido  é  pones  en 
seso,  reprobando  que  vengan  en  menosprecio  é  fagan  lo  que  non 
cumple»  i. 

Repitiendo  una  y  otra  vez  estas  mismas  lamentaciones,  qiie 
ponen  de  relieve  cómo  en  medio  de  su  lealtad  reprobaba  la  in« 
explicable  conducta  de  don  Enrique,  volvíase  con  no  disimulado 
enojo  &  la  nobleza,  para  condenar  su  deslealtad,  y  al  ver- 
la empeñada  en  la  traición,  que  despojaba  de  la  corona  &1 
rey  legitimo  ante  los  muros  de  Ávila,  prorumpia  en  esta 
forma: 

c¡0  crianza  desagradecida!...  ¡O  fechura  sin  bondad!...  que  después  de 
puestos  en  tanta  prosperidad,  subidos  en  tan  alta  cumbre  y  Estados,  con 
tanta  ingratitud  olvidásteys  los  beneficios  que  del  rey  recebísteys!..  ¡O 
servidores  perversos!  que  así  vos  conformásteys,  para  deshonrar  á  qiden 
vos  honró.  ¿Por  qué  tan  nueva  perversidad  aveys  devisado  é  demostra- 
do á  las  gentes?...  ¿Por  qué  tan  sin  miedo  abristeys  las  puertas  de  la  tray- 
(ion,  é  quitásteys  el  velo  de  la  vergüenza  á  la  deslealtad?...  ¿Por  qué 
aveys  querido  que  la  lealtad  sea  tray^ion  é  la  tray^ion  por  lealtad  coro- 
nada?... Oygan  agora  pues  las  gentes  de  las  Españas:  tomen  enxemplo 
las  naciones  del  mundo;  aprendan  los  leales  á  ser  agradecidos:  sepan  los 
fídalgos  mantener  la  lealtad,  c  los  principes  terrenales  noten  bien  é  con- 
templen la  nobleza  daquei^te  rey  é  la  vileza  de  sus  criados,  que  resgi- 
biendo  menosprecios  é  vituperios  é  baldones^  se  tornó  siempre  mejor,  é 
ellos*  rescibiendo  siempre  beneficios  é  honras  é  señoríos,  se  fícieron  muy 
peores!»  2. 

Los  apostrofes  se  multiplican,  en  uno  y  otro  sentido,  por  toda 
la  Crónica,  procurando  asi  Enriquez  del  Castillo  acreditar  su 
imparcialidad:  la  procacidad  y  pertinacia  de  los  proceres  rebel- 
des le  indigna  sin  embargo;  y  fijando  sus  miradas  en  don  Juan 
Pacheco,  principal  autor  de  tantos  escándalos,  le  dirigía,  al  nar- 
rar su  muerte,  estas  palabras: 

«¡O  maestre  de  Sanctiago,  que  tanta  gargantería  é  fambre  tuvistes  en 


1  Cap.  LXXXIX. 

2  Cap.  LXXIV. 


n.*  P.,  CAP.  Xni.  HIST.  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DE  ERR.  lY.   I5i 

Qite  mundo  ptra  abarcar  señorios!  tantas  oongosaa,  fatigas  é  astucias 

por  regir  é  mandar  en  Castilla!...  tantas  disolutas  ódesonestas  formas, 

pan  sabir  á  ser  maestre!...  Dime  agora,  enemigo  de  tu  alma^  disipador 

de  ta  £uDa,  perseguidor  de  tu  rey  que  te  fizo,  perseguidor  del  re3mo 

en  que  nascistes'  é  fuistes  criado,  la  pujanza  de  tu  poder,  la  grandeza 

de  tu  estado,  las  muchas  fortalezas  é  villas  que  usurpastes,  los  títulos 

de  nobleza  que  adqueristes  ¿qué  te  aprovecharon?...  Pues  qué  memo* 

ría  será  la  tuya?  ¿qué  renombre  dexas  á  tus  fijos?...  ¿Qué  fama  sonará  de 

tí  entre  las  gentes  del  mundo,  sinon  que  perdistes  la  vida,  usurpando  lo 

sgeno?...  Baste  pues  saber  de  ^ierto  que  dexas  feo  apellido  de  tu 

nombre  é   mayor  infamia  de  tus  obrasi  i. 

No  juzgamos  neoesarias  nuevas  citas:  una  crónica  asi  couoe- 
bida  y  ejecutada,  no  puede  ser  indiferente  para  estudiar  tanto 
el  desarrollo  interno  de  la  historia,  dando  á  conocer  las  aspira- 
ciones personales  del  escritor,  que  no  se  contenta  ya  con  la  nar- 
i'aoion  m&s  ó  menos  circunstanciada  de  los  hechos,  como  la 
progresiva  elaboración  de  las  formas  expositivas  y  del  lenguaje, 
que  según  oportunamente  insinuamos,  cobraba  extraordinario 
nervio  y  energía,  merced  á  las  circunstancias  especiales  de 
^u^aellos  tiempos.  Castillo  es  en  efecto  sobradamente  declama- 
dor, y  sus  declamaciones  revelan  por  demás  el  artificio  retórico; 
P^ro  estos  mismos  defectos,  nacidos  al  par  de  su  situación  per- 
sonal y  de  su  condición,  imprimen  singular  carácter  á  la  Cróni- 
de  Enrique  IV,  distinguiéndola  de  cuantas  crónicas  reales 
habian  escrito  hasta  entonces,  lo  cual  sucedía  también, 
Couque  en  diferente  sentido,  con  los  demás  cronistas  de  tan 
^^^^l^mitoso  reinado. 

Bemos  pronunciado  ya  el  nombre  de  Alfonso  de  Falencia. — 

lo  este  en  el  palacio  del  ilustre  don  Alfonso  de  Santa  María, 

^^>xide  se  inicia  desde  la  edad  de  diez  y  siete  años  [1440]  en  el 

^^tudio  de  las  ciencias  y  de  las  letras,  dirigíase  todavía  en  la 

'l^vcntud,  y  tal  vez  por  consejo  del  sabio  obispo,  al  suelo  de  Ita- 


1    Cap.  X.  Multiplicados  en  toda  la  Crónica  los  apostrofes  y  considera- 
ciones  morales,    no    es  posible    decir   con    el   erudito   Ticknor  que   só- 
lo se  haUan  calgonat  reflexiones,  sobre  todo  al  principio  y  al  finí  (I.*  Pan- 
U,  cap.  IX). 


152  HlSTCmiá   CRtTICA  DB  LA  LITERATURA  SaPAltOLAi 

lia,  siendo  allí  recibido  entre  los  familiares  del  cardenal  Bessa-* 
rion,  uno  los  m&s  doctos  varones  que  habia  traido  al  Ocddenta 
la  pérdida  de  Constantinopla  [1452].  Unido  por  los  lazos  de  la 
amistad  con  los  celebrados  griegos,  entre  quienes  tomó  en  Ro- 
ma por  maestro  al  afamado  Jorge  de  Trebisonda,  procuraba  Fa- 
lencia perfeccionarse  en  el  conocimiento  de  las  letras  clásicas, 
restituyéndose  por  último  k  Castilla,  donde  hablan  fallecido  ya 
sus  primeros  protectores  y  eran  motivo  de  escándalo  el  «diso- 
luto vivir  de  la  corte»  y  las  flaquezas  del  monarca.  Indignado  el 
discípulo  de  Jorge  de  Trebisonda  al  aspecto  de  tantas  livianda- 
des, llevábale  el  disgusto  al  campó  de  los  malcontentos,  ponien- 
do su  actividad  y  su  talento  al  servicio  del  Infante  don  AJcmso. 
En  Roma  le  vemos  segunda  vez  para  informar  al  Sumo  Pontífi- 
ce de  los  disturbios  de  Castilla  [1464],  en  provecho  de  aquel 
príncipe  intruso;  y  obtenido  el  efecto  de  su  embajada,  tomaba 
á  la  Península  Ibérica,  viendo  malogrados  sus  esfuerzos  con  la 
inesperada  muerte  de  don  Alonso,  que  hacia  fijac  todas  las  es- 
peranzas en  doña  Isabel,  su  hermana.  Intervino  activamente  en 
el  matrimonio  de  tan  esclarecida  Princesa  con  don  Fernando  de 
Aragón  *;  y  empleado  en  otras  importantes  embajadas  cerca  del 
rey  don  Juan  II,  coatribuia  ai  triunfo  de  la  Reina  Católica,  pa- 
gándose de  ser  uno  de  sus  más  leales  servidores  ^. 


t  Remitimos  á  nuestros  lectores  á  la  Rustracion  II ,*  del  Elogio  históri-' 
co  de  la  Reina  doña  Isabel,  debido  al  docto  académico  Clemencin  (Mem,  de 
la  Real  Acad.  de  la  Hist.,  t.  VI,  págs.  76  y  siguientes).  Falencia  ejecutó 
las  órdenes  de  la  Princesa  y  del  arzobispo  de  Toledo  con  tanto  acierto  que 
bien  puede  asegurarse  que  tuvo  parte  muy  principal  en  el  éxito  de  aquel 
contrato,  que  tan  felices  resultados  produjo  para  toda  España.  El  discípu- 
lo de  don  Alfonso  de  Cartagena  dio  cuenta  en  las  Décadas  latinaSt  de  que 
á  continuación  hablamos,  de  todos  estos  hechos,  ilustrados  por  Clemencin 
con  muy  preciosos  documentos  coetáneos  y  autorizados  con  el  testimonio 
de  doctos  historiadores.  Puede  también  consultarse  á  Prescott  en  su  Histo^ 
ria  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos. 

2  Falencia  hacia,  ya  en  su  vejez,  gala  de  esta  fidelidad,  manifestando 
en  el  prólogo  de  su  traducción  (1492)  á  la  misma  Reina  doña  Isabel,  que 
la  habia  servido,  no  sólo  en  historiar  sus  grandes  hechos,  mas  también  en 
otros  negocios  importantes,  propios  de  su  real  servicio  (Pellicer,  Ensayo 
de  una  Biblioteca  de  traductores,  página  9). 


n/P.y  GAP.  XVn.  HIST.y  FILOfi.  T  ORAD.  DEL  R.  DB  EUR.  IV.  153 

Como  tal  y  asistía  con  frecuenoia  &  la  corte,  no  sin  empeñarse 
eo  el  servicio  de  algunos  magnates,  entre  quienes  se  contaba  el 
poderoso  duque  de  Medinasidonia,  que  le  llevaba  consigo  &  Se- 
rilla, donde  tenia  su  )iabitual  morada  ^.  Allí  pasó  Alfonso, de 
hlencia  los  postreros  años  de  su  vida,  consagrado  al  estudio 
eoQ el  mismo  anhelo  mostrado  desde  la  juventud;  y  entrado  ya 
el  año  de  1480,  se  disponía  al  último  trance,  aquejado  tal  vez 
de  peoosa  dolencia.  Dominado  de  esta  idea,  solicitaba  del  cabil- 
do de  aquella  patriarcal  iglesia  que  le  concediera  lugar  oportuno 
P^  labrar  en  ella  su  sepultura,  donando  en  cambio  para  después 
de  SQs  dias  los  libros  allegados  por  su  diligencia:  accedieron 
el  deán  y  cabildo  &  los  deseos  del  cronista  ^;  mas  restablecido 


i  De  aquí  nació  sin  duda  el  que  don  Joséf  Pellicer,  al  referirse  en  su 
Cadena  historial  al  año  de  1454,  mencionara  á  Alfonso  de  Falencia  con 
lortítulos  de  f  Cavallero  de  la  casa  del  duque  de  Medinasidonia,  embajador 
en  Roma  y  en  Aragón»  (Dormer,  Progresos  de  la  Historia,  pág.  255)^  y  la 
indicación  hecha  por  el  autor  del  Ensayo  de  una  Bibl.  de  trad.  sobre  si  el 
referido  cronista  fué  andaluz  (pág.  9  cit.).  Más  fundamento  tendría  la  con- 
jetun,  conocidos  los  hechos  que  á  continuación  expoqemos;  pero  no  la 
juz^mos  sin  embargo  admisible. 

2  Estos  hechos  reciben  inequívoca  confirmación  de  los  Autos  capitula- 
^^dela  catedral  de  SeviUa,  referentes  al  indicado  año  de  14S0.  En  Auto 
de  15  de  setiembre  leemos:  cCometieron  los  dichos  señores  (deán  y  capi- 
^talares)  al  señor  arcediano  de  Écija  é  al  licenciado  Pedro  Ruiz  de  Porras^ 
*para  que  vean  en  qué  lulgar  se  podrá  fazer  una  sepultura  para  Alonso  de 
*Palenc¡a,  chronista  del  rey  nuestro  señor,  en  que  se  entierre,  é  se  pongan 
^ciertos  volúmenes  de  libros  que  quiere  dejar  á  esta  santa  Iglesia,  después 
de  tus  dias,  segund  que  lo  pidió  por  merced  á  dichos  señores».  Después  se 
^Ua  otro  Auto,  que  dice:  «En  9  de  octubre  de  dicho  año  los  señores 
•deán  é  cabildo  dieron  el  primer  arco  que  está  á  la  mano  izquierda,  en- 
•trtndo  por  la  puerta  de  la  Iglesia,  que  está  cerca  de  la  Torre  mayor  des- 
•**  Iglesia,  á  Alonso  de  Palencia,  chronista  del  rey  nuestro  señor,  para  su 
'•«pultura,  é  para  donde  se  ponga  su  librería,  segund  lo  ovo  fablado  á  los 
•dichos  señores;  é  con  esta  condición:  que  faga  algunas  limosnas  á  la  fá- 
•^nca  desta  Santa  Iglesia,  las  que  remitió  ásu  con^ien^ia».  Cuando  escri- 
*^J*mo8  la  Sevilla  Pintoresca,  hicimos  las  mayores  diligencias  para  averi- 
^'  el  paradero  del  sepulcro  del  referido  cronista,  conocidos  ya  estos  im- 
P^^Untes  documentos:  sólo  alcanzamos  á  poner  en  claro  que  deseando  los 
^pitalares  en  el  pasado  siglo  ponerse  á  cubierto  de  los  vientos  nortes  y  le- 
v^ntes,  ttmandaron  cerrar  hast{^  la  mitad  del  arco»^  elegido  por  Alfonso  de 


1S4       mdroiiiA  cmftiCA  m  la  LtTBitATtmA  bs^aüola. 

este  de  aquella  enfermedad,  prosiguió  en  Sevilla  sus  estudio^  y 
trabajos  hasta  1492,  en  que  se  pierde  ya  toda  noticia  de  su 
vida. 

En  1490  habia  dado  razón  en  peregrina  carta,  puesta  al 
frente  de  su  Vocabulario  en  latín  y  romance,  de  las  obras  has- 
ta entonces  escritas.  «Habiendo  contado  (dice)  en  diez  libros 
»Ia  antigüedad  de  la  gente  española,  con  propósito  de  explicar 
»en  otros  diez  el  imperio  de  los  romanos  en  España,  é  tiesde  la 
» ferocidad  de  los  ^odos  hasta  la  rabia  morisca  ^,  se  detuvo  la 
•pluma  en  otras  más  obrfllas,  ca  resumi  en  tres  libros  cuanto  m&s 
» con  atención  pude  las  Sinónimas  ^;  é  descrebi,  cobierta  de 
•una  moral,  la  guerra  de  los  lobos  con  los  perros  *;  é  entretexi 
»con  moralidad  la  perfección  del  triunfo  militar  ^;  é  aduxe  &  ma^ 


Falencia  para  su  sepultura,  desapareciendo  esta  en  consecuencia  con  los 
huesos  del  cronista, sin  que  al  hacerse  el  nuevo  solado  de  la  iglesia,  se  ha- 
llara vestigio  alguno»  (Don  Alexandro  Calvez,  Papeleé  inéditoi  sobre  la 
Iglesia  de  Sevilla), 

1  Don  Nicolás  Antonio  manifestó  que  poseia  la  primera  parte  de  estas 
historias  (quod  poenorum  et  romanorum  res  apud  nos  gestas  proseqnilory 
libro  X,  cap.  XIV)  el  diligente  literato  don  Juan  Lúeas  Cortés,  si  bien  no 
dice  que  llegaran  á  imprimirse.  Se  distinguieron  con  el  título  de  Antiqui- 
tates  Hispaniae  geniis,  lihri  X. 

2  Aparecieron  el  año  de  149t  en  castellano,  merced  á  los  esfuerzos  de 
Menardo  Ungut  y  Estanislao  Polono,  y  existen  en  lengua  latina  en  varías 
de  nuestras  primeras  bibliotecas.  Son  obra  digna  de  ser  consultada  para  el 
estudio  de  la  lengua. 

3  El  título  original  de  esta  singular  alegoría,  digna  de  ser  conocida  por 
todo  el  que  aspire  á  estudiar  la  historia  del  siglo  XV,  es:  Beüum  Luporum 
cum  canibus,  sive  ATJxoxDvópá/iav ,  allegoria.  No  sabemos  que  se  haya 
impreso. 

4  Es  el  libro  De  perfectione  militaris  triumphi,  que  hemos  examina- 
do en  la  Bibl.  Escur.,  cód.  S.  iij.  14,  el  cual  encierra  también  la  Estrategia 
de  Onosandro  por  Nicolao  Segundino;  MSS.  ambos  ricamente  escritos  y 
exornados.  Dedicólo  Falencia  al  arzobispo  don  Alfonso  Carrillo,  quien  habo 
de  regalar  el  original  á  la  Bibl.  Tolet.,  donde  se  conserva  (Mem,  de  los 
libros  de  la  catedral  de  Toledo^  Bib.  Escur.  J.  L.  13,  fól.  125).  Es  libro 
alegórico:  el  autor  introduce  como  personajes  alEccercicto  y  á  la  Experien- 
cta,  y  tratando  de  las  excelencias  de  la  milicia,  ¡lustra  la  materia  con  ejem- 
plos históricos,  encaminados  á  probar  que  España,  si  se  ejercita  convenien- 
temente, es  excelente  provincia  para  el  arte  de  la  guerra. 


n/  P.y   CAP.   Xm.  HIST.  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DE  E!m.  IV.  155 

«niflesta  notigia,  para  exemplo  más  acurado^  la  yida  del  bien* 
•aTSütnrado  Sant  Alfonso,  arzobispo  de  Toledo  ^ .  Otrosy  con 
•alterna  safigiengia  conté  las  costumbres  é  falsas  religiones,  por 
•^erto  maravillosas,  de  los  canarios  que  moran  en  las  Islas  For- 
•tonadas  *;  et  fice  mención  breve  de  la  verdadera  sufigiengia  de 
•los  cabdillos  et  de  los  embaladores,  é  de  los  nombres,  ya  olvi- 
•dados  ó  mudados  de  las  provincias  é .  rios  de  España  ';  é  asi 
•mesmo  declaré  lo  que  siento  de  las  lisonjeras  salutagiones  epis- 
«tolares  et  de  los  adiectivos  de  las  loanzas  usadas  por  opinión  é 
*noD  por  razón»  ^.  Y  refiriéndose  á  las  obras, en  que  actualmen- 
te se  ocupaba,  anadia:  «Et  de  nuevo  non  poco  se  solicita  mi 
•ánimo,  otros  tiempos  muy  empleado  en  estos  tales  estudios,  no 
I'  «solamente  &  la  continuagion  de  los  Anales  de  la  guerra  de 
•Granada,  que  he  aceptado  escribir,  después  de  Tres  décas  de 
•nmtro  liempo,  mas  aun  de  resumir  todas  las  fazañas  de  los  an- 
•ligaos  príncipes,  que  señaladamente  pre val esgieron, recobrando 
•la  mayor  parte  de  la  España  que  los  moros  habían  ocupado;  é 
•sacar  de  la  oscuridad  vulgar  todas  aquestas  cosas,  reduciéndo- 
•lasá  la  luz  de  latinidad,  si  los  contrastes  de  mi  vejez  no  lo  es- 
*toruasen:  ca  la  flaquega  de  la  angianídad  retiene  la  mano  que 
•non  siga  tan  grand  empresa.» 

Tan  laboriosamente  gastaba  Alfonso  de  Falencia  los  últimos 
*fiosde  su  vida,  acrecentando  así  la  reputación  que  desde  la  juven- 
^^í  le  hablan  granjeado  sus  estudios  *.  Pero  las  más  importantes 


^  ^^      Vita  Beatissimi  íldefonsi  archiepiscopi  (episcopi)  Toletanu  No  llegó 
'  "íiiprimirsc  (Biblioth,    Vetus,  Anot.  de  Bayer,  pág.  234). 
^     Mores  et  rUw  idolatrici  incolarum  Fortunatarum,  quas  Canarias 

^  ^     De  vera  suf/ieientia  ducum  atque  legatorum  y  De  Ohliteratis  muta- 
***5Ptje  namifíibus  provinciarwn  fluminumque  Hispaniae, 

^    De  adtUatoriis  salutcUionibuSt  laudationumque  epithetisex  Itióúíi- 

^  poHus  quatn  ex  eansilio  in  epislolari  praesertim  offido  usitatis.  Como 

<i^ce  el  mismo  Falencia,  habla  escrito  todas  ó  casi  todas  estas  obras  en  el 

^^^  romanee,  proponiéndose  trasladarlas  al  latin,  según  hubo  de  veri- 

"^^lo  eoD  las  más.  Esto  indica  la  tendencia  que  llevaban  los  estudios. 

^    £1  afán  de  latinizarlo  todo,  no  quita  á  Alfonso  de  Falencia  el  ser  con- 
^^  ^tre  lo0  traductores  españoles.   £n  1486  habia  traido  en  efecto  á  la 


1 56  HISTORIA  CRÍTICA   DB  LA  LITERATURA  BSPAltOLA, 

producciones  que  poseemos^de  su  pluma,  las  que  le  han  coloca^ 
do  en  primer  lugar  entre  los  cronistas  del  siglo  XY,  son  sin 
duda  las  obras  que  se  refieren  al  reinado  de  Enrique  IV;  consi* 
deracion  que  nos  mueve  &  colocarle  en  este  lugar  de  la  historia 
literaria. — Dos  son  en  efecto  las  relativas  á.  tan  famoso  período, 
que  llevan  su  nombre:  el  libro  titulado  Alphonsi  Palentini  Hü^ 
toríographi  gesta  hispaniensia  ex  annalibus  suorum  dierum;  y 
la  Crónica^  vulgarmente  llamada  de  Alfonso  de  Falencia.  El 
primero  est¿  escrito,  como  su  título  denota,  en  lengua  latina:  la 
segunda  en  romance  castellano.  Pero  ¿son  ambas  producciones 
igualmente  legítimas? 

Ninguno  de  los  escritores  que,  ya  de  propósito  ya  ¡acidental- 
mente,  mencionan  la  Crónica  de  Alfonso  de  Palencia^  apanta 
siquiera  la  sospecha  de  que  pueda  ser  esta  considerada  como  obra 
de  distinta  mano,  asegurando  algunos  que  fué  compuesta  por  él 
para  la  muchedumbre,  mientras  las  Décadas  latinas  iban  dirigi- 
das á  la  gente  docta,  lo  cual  basta,  en  su  concepto,  á  explicar  las 
diferencias  que  las  separan  ^ .  Juzgan  todos  terminada  la  Crónica 


materna  de  lengua  toscana  El  Espejo  de  la  Cru$  (SeviUa,  Antón  Martinei 
de  la  Talla):  en  1491  ponía  en  castellano  las  Vidas  de  Plutarco,  tomán- 
dolas con  poco  criterio  (que  dio  lugar  á  las  censuras  del  helenista  Diego  de 
Gradan),  de  la  versión  latina  impresa  en  Venecia  en  1478,  donde  se  habían 
introducido  varias  biografías  apócrifas  (Sevilla,  Pablo  de  Colonia  y  socios); 
y  en  1492  imprimió  la  Guerra  judaica  de  Josefo,  con  los  dos  libros  Con^ 
ira  Apion,  valiéndose  de  la  versión  latina  de  Ruffino  (Sevilla,  Menardo 
Ungut  y  Estanislao  Polono).  Según  notó  ya  Pellicer,  no  dio  Falencia 
grandes  pruebas  de  haber  aprovechado,  como  helenista,  la  enseñanza  de 
Bessarion  y  los  demás  literatos  griegos,  que  trató  en  Roma  {Ensayo  cita- 
do, páginas  10  y  siguientes; — Bibl.   Vetus,  lib.  X,  cap.  XIX). 

1  Pueden  consultarse  en  el  particular  cuantos  críticos,  historiadores  y 
bibliólogos  han  tocado  este  punto,  desde  Zurita  y  Garibay  hasta  nuestros 
dias,  no  olvidados  entre  los  extranjeros  los  muy  entendidos  Prescott,  Tick- 
ñor,  Graisse  y  Holland,  quien  se  proponía  en  1850,  cuando  realizábamos 
estos  estudios,  hacer  una  edición  de  la  Crónica  castellana,  adelantando 
algunas  muestras  en  muy  apreciablcj  folleto  dado  á  luz  en  Tubinga  (por 
Luis  Federico  Fues).  El  renombrado  Prescott  manifestaba  en  efecto  que  las 
Décadas  latinas  se  compusieron  con  más  cuidado,  como  que  iban  dirigi- 
das á  la  clase  ilustrada  de  los  lectores  {Hist,  del  Reinado  de  los  Reyes  Ca^ 
tólicos,  i.  I,  cap.  IV);   pero  sin  sospechar,  como  no  lo  sospecharon  Blarlna, 


n.*  P.,  CAP.  XVII.  HIST.  PILOS.  Y  ORAD.  DEL  R.   DE  ENR.  IV.  157 

iDtesdeqoe  trazase  Alfonso  de  Falencia  las  Décadas ,  en  que 
sopooen  comprenderse  una  parte  no  pequeña  del  reinado  de  los 
Beyes  Católicos  ^,  fundándose  en  el  hecho  de  abrazar  el  libro 
ostellano  los  veinte  años  que  median  desde  la  muerte  de  don 
loan  üá  la  de  Enrique  IV.  Pudieran  tal  vez  dar  consistencia  á. 
esta  opinión  general  las  mismas  palabras  del  cronista,  cuando 
eflhya  citada  carta,  que  sirvejde  prohemio  ¿  su  Vocabula- 
f»,  declara  que  se  proponia  sacar  de  la  oscuridad  vulgar, 
itradaciéndolas  al  latín  » ,   cuantas  obras  habia  escrito  has- 
ta 1490;  pero  sobre  no  mencionar  en  dicha  carta  la  expresada 
Mma^  hablando  sólo  de  las  *Tre$  décas»  de  su  tiempo,  que  á. 
la  sazón  tenia  terminadas,  y  que  encerraban  sin  duda  los  hechos 
eomprendidos  de  1440  á  1470,  abundan  las  razones  para  resol- 
ver esta  importante  cuestión  'en  sentido  contrario. 

No  es  ya  insignificante  la  del  plan  distinto  de  ambas  produccio- 
nes; pues  aunque  pudiera  decirse  que  los  veinte  años  del  reina- 
do de  Enrique  IV  son  objeto  muy  suficiente  de  la  historia  de 
^uel  rey,  y  así  lo  vemos  en  la  de  Enriquez  del  Castillo  arriba 
examinada,  no  es  para  pasarse  por  alto  que  las  Décadas  latinas 
empiezan,  como  va  insinuado,  catorce  años  antes  que  la  Crónica 
^  romance^  comprendiendo  otros  tres  más,  hasta  dejar  en 
^eta  posesión  de  la  corona  de  Castilla  á  la  reina  Isabel,  vuelto 
4  Portugal  don  Alfonso,  protector  y  marido  de  la  Beltrane- 
ja  (1440  á  1477).  Las  Décadas  revelan  pues  un  historiador 
que  atiende  á  consignar  los  antecedentes,  sin  los  [cuales  carece- 
ría la  naracion  de  fundamento^  y  los  efectos  que  produce ,  sin 


ni  Clemencin,  de  la  autenticidad  de  la  Crónica  en  romance.  En  1833  pre- 
■entósin  embargo  á  la  Real  Academia  de  la  Historia  el  diligente  don  Pe- 
<l*'o  Sainz  de  Baranda  erudito  Informe  sobre  ambas  obras,  en  que  se  pro- 
*^ba  qae  la  castellana  diferia  en  puntos  esenciales  de  la  latina,  no  pudien- 
do  aquella  ser  considerada  como  original  de  Falencia.  Tendremos  presen- 
*^*  lot  principales  argumentos. 
^  *      cLas  obras  más  conocidas  de  Falencia  (escribe  Prcscott)  son  su  Cró- 
'^  de  Enrique  IV  y  sus  Décadas  latinas,  en  que  escribió  la  historia  del 
'^aclo  de  Isabel  basta  la  toma  de  Baza,  en  1489»  (loco  cilato).    Frescott 
^eei¿  error,  como  los  demás  que  le  siguen,  en  orden  á  la  extensión  de  lai 
^^^dat,  conforme  se  verá  en  el  texto. 


158  HISTORIil   CRÍTICA  DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

los  cuales  carecería  de  enseñanza:  la  Crónica  se  encierra  en  un 
periodo  fortuito  y  fatal,  dejando  sin  base  y  sin  consecuencia  los 
hechos  que  refiere.  En  las  primeras  no  es  diñcil  descubrir  ya  al 
escritor  aleccionado  en  el  estudio  de  los  clásicos:  en  la  segunda 
vemos  sólo  al  cronista,  que  sigue  la  tradición  formal  de  la  edad 
media. 

Pero  los  hechos,  se  nos  dirá,  aparecen  concertados  en  ambas 
obras  y  referidos  muy  á  menudo  de  igual  suerte:  por  manera 
que  una  y  otra  producción  reconocen  el  mismo  origen.  La  ob- 
servación es  muy  fundada,  y  sin  embargo  no  de  tanto  efecto  que 
desvanezca  las  dudas   indicadas,  las  cuales  reciben  gran  fuer- 
za de  otras  consideraciones.  Los  hechos  guardan  en  verdad  el 
mismo  orden  expositivo :  ambas  obras  parecen  revelar  idén-* 
tica  fuente;  pero  la  Crónica  lleva  en  si  misma  testimonios  irre- 
cusables de  que  es  sólo  traducción,  un  tanto  parafrástica  y  no 
siempre  fiel,  de  las  Décadas  latinas,  circunstancia  que  la  ajena 
de  Alfonso  de  Falencia.  ¿Cómo  es  posible  suponer  si  no  que 
adoptado  con  frecuencia  por  este  erudito  escritor  el  método  lati- 
no, al  fijar  las  fechas  en  las  Décadas,  usando  de  las  calendas , 
idus  y  nonas,  se  olvidase  en  la  Crónica  de  las  reglas  relativas  á 
esta  manera  de  contar,  ya  omitiendo  los  dias  en  que  los  sucesos 
acaecen,  ya  aludiendo  á  ellos  vagamente,  ya  en  fin  cometiendo 
groseros  errores,  al  determinarlos?...  Ni  ¿cómo  será  licito  admi- 
tir, dado  que  la  Crónica  se  hubiese  escrito  antes  que  IsLsDécadas^ 
que  un  latinista,  criado  en  el  palacio  del  sabio  obispo  de  Burgos, 
y  discípulo  después  en  Roma  de  los  más  doctos  varones  qu^  di- 
rectamente influyeron  en  el  renacimiento  de  las  letras,  volviese  &   . 
España  desprovisto  de  aquellas  nociones  rudimentales,  adqui — 
riéndolas  hasta  la  perfección  en  el  tiempo  que  mediara  entre  la  ^ 
composición  de  una  y  otra  obra?...  La  suposición  seria  en  am — 
bos  casos  absurda,  mientras  la  prueba  que  de  estas  observaciones^ 
se  desprende,  tiene  tanta  fuerza  que  á  falta  de  otras,  bastarlas 
para  convencernos  ^ .  Notable  es  sin  embargo  que  abundan  en  bitf 


1  £1  erudito  académico  Sainz  de  Baranda,  observando  esta  dislocacioi 
de  fechas  entre  las  Décadas  y  la  Crónicaf  y  reparando  en  que  toda  la  di< 
Acuitad  consistía  en  no  haber  comprendido  el  traductor  el  método 


n/  P.y  CáP,    XVII.  HIST.  FILOS  T  ORAD.  DEL  R.  DB  ENR.  IV.    159 

Crimea  los  pasajes  ó  mal  traducidos  por  impericia,  ó  mal  inter- 
,  pretidos,  por  hacerse  la  versión  sobre  una  copia  poco  fiel,  lo  cual 
tt  también  causa  de  que  alguna  vez  se  altere  el  orden  de  los  su- 
mos, con  manifiesto  error  cronológico  ^ 

De  todo  cuanto  sumariamente  exponemos,  resulta  que  se  ha 
itriboido  sin  verdadero  fundamento  la  Crónica  en  romance,  tal 
como  aparece  escrita,  &  Alfonso  de  Falencia,  historiador  que 
lilo  debe  ser  juzgado  en  lo  relativo  &  sus  tiempos,  por  las  Dé- 
Míbt  latinas.  Pero  si  pierde  aquel  libro  alguna  parte  de  su  esti- 
malón  en  el  concepto  indicado,  no  por  esto  es  indigno  de  figurar 
eo  la  historia  de  las  letras  patrias,  ya  por  la  autoridad  que  ha  go- 
ado  constantemente,  ya  por  la  antigüedad  que  representa,  pues 
qoe  hubo  sin  duda  de  escribirse  en  vida  del  mismo  autor  de  las 


ieUf  noBAJ,  idus  y  kalendas,  segan  comprueba  con  abundantes  ejemplos, 
oelaiBa:  cY  será  posible  que  tamaña  ignorancia  cupiese  en  Alonso  de  Pa- 
ikoeia?.,.  eo  el  humanista  Falencia,  autor  de  un  Vocabulario  universal  en 
lUtio  y  romance  y  de  otras  varias  obras  de  singular  erudición?..  Alfonso 
>de  Falencia,  que  en  castellano  hablaba  y  del  castellano  sabia  reducir  al 
lUlm  en  sus  Décadas  las  fechas  de  los  sucesos  ¿podría  ignorar  el  arte 
>^  deshaeer  lo  hecho  y  de  volverlas  en  la  Crónica  del  latin  al  cas- 
•teUanoTí 

1  Entre  otros  ejemplos  que  pueden  señalarse,  citaremos  los  capítulos 
IV  y  IX  de  la  11/  Parte:  en  el  primero  se  narra  la  declaración  hecha  por 
^  Enrique  en  los  Toros  de  Guíssando,  instituyendo  sucesora  de  sus  reinos 
^  la  princesa  Isabel  (18  de  setiembre  de  1468);  el  segundo  trata  de  la  en- 
^^  que  hizo  en  Sevilla  el  mismo  don  Enrique  á  19  de  agosto  de  aquel 
too.  De  qué  provenia  esta  contradicción^  que  se  repite  en  la  Crónica  y  nun- 
tten  las  Décadasl..,  Como  no  es  posible  suponer  que  Falencia  pensara  or- 
tlenadamente  en  latin  y  desvariase  en  castellano  hasta  caer  en  tan  grose- 
'^  errores,  hay  que  buscar  la  explicación  en  otro  terreno.  Ni  es  menos  re- 
podóte el  hallar  frases  tan  mal  interpretadas  ó  comprendidas  como  la 
^  forma  el  epígrafe  del  cap.  XLI  de  la  expresada  11.^  Farte,  donde  lee- 
^^*  De  la  corrupción  de  los  romanos  Pontífices,  mucho  dañosa  á  la 
^*^da<2  de  SetMa.  Falencia  habia  escrito  en  las  Décadas:  De  corruptione 
^^ificum  Romanorum,  nocentissima  rei  hispaniensi  (Libro  XIV,  capí- 
^X).  Fuera  infidelidad  de  la  copia,  fuera  ligereza  del  traductor,  es  in- 
^Qdtbls  que  este  confundió  la  voz  hispaniensi  con  la  dicción  hispalensi, 
*o  cuil  no  pudiera  Jamás  atribuirse  á  Falencia,  sin  ofensa  del  buen 
Hfttido. 


160  HfSTORIA  CRITICA  DB  LA  LITERATURA   ESPAÑOLA. 

Décadas  ^,  ya  en  fin  por  reconocer  sustancialmeDte  idéntico  ori- 
gen, 7  lo  que  es  todavía  más  importante,  por  exponer  y  quilatar 
los  hechos  generalmente  hablando,  de  igual  forma. 

Alfonso  de  Falencia,  enemigo  declarado  de  la  corte  de  Castilla 
y  del  mismo  don  Enrique,  no  se  duele,  como  Enriquez  del  Casti- 
llo, de  la  debilidad  y  perpetua  vacilación  del  soberano,  anhelando 
que  se  reponga  y  despierte  del  sueño,  en  que  míseramente  se  ani- 
quila: tampoco  echa  en  cara  y  carga  á.  los  malcontentos  todas  las 
culpas  de  los  escándalos,  que  presencia  Castilla  ,  apellidándoles 
traidores,  como  lo  hace  una  y  otra  vez  el  capellán  de  don  Enri- 
que. Fijando  sus  miradas  en  la  torcida  conducta,  que  este  observa 
para  con  su  padre,  al  fomentar  indiscreto  y  tornadizo  la  rebelión 
de  los  magnates  castellanos,  que  solemniza  su  triunfo  en  el  cadal- 
so de  don  Alvaro  de  Luna,  descubre  Alfonso  de  Falencia  y  da  & 
conocer  desde  las  primeras  páginas  de  las  Décadas  el  verdadero 
origen  de  los  males,  que  aflijían  á  la  nación,  siendo  portante  fruto 
legítimo  de  tan  desventurada  semilla  las  liviandades  y  desafueros, 
que  mancillaban  la  corte.  Colocado  en  este  punto  de  vista  no 
hay  en  Falencia  ningun|  género,  de  contemplación  para  con  el 
rey,  ni  para  con  sus  cortesanos:  en  sus  Décadas  aparecen  traza- 
das de  mano  maestra  aquellas  poco  simpáticas  figuras,  abun«- 
dando  el  color  en  tal  manera  que  no  puede  dudarse  de  la  exacti* 


1  De  notar  es  que  ninguno  de  los  códices  de  la  Crónica,  escritos  en  el 
siglo  XV  y  parte  del  XVI,  aparece  con  nombre  de  Falencia,  y  que  hasta  el 
tiempo  en  que  don  Diego  Ortiz  de  Zúñiga,  dio  á  luz  sus  Anales  de  Sevilla, 
todos  los  historiadores,  que  tratan  del  reinado  de  Enrique  IV,  se  refieren  á 
las  Décadas.  Sin  embargo,  tanto  el  MS.  de  la  Bibl.  Escur.  como  los  de  U 
Imperial  de  París,  descritos  por  el  laborioso  Ochoa  {Catal.  rax,  de  JíSS. 
españoles,  páginas  94  y  132),  y  examinados  por  HoUand  para  su  proyecta- 
da edición  de  la  Crónica,  nos  convencen  de  que  antes  de  morir  Falencia^ 
estaba  ya  esta  en  castellano.  El  códice  del  Escorial,  demás  del  carácter  de 
la  letra,  ofrece  una  circunstancia  irrecusable  en  el  escudo  de  armas  que  lo 
exorna  en  su  primera  foja:  carece  este  en  efecto  de  la  granada,  timbre  que 
los  Reyes  Católicos  añadieron  á  sus  blasones,  destruido  el  último  baluarte  de 
la  morisma  (1492):  por  manera  que  faltando  ya  las  memorias  biográficas  de 
Falencia  en  dicho  año,  si  el  MS.,  como  es  verosímil,  precedió  á  la  toma  de 
Granada,  et  anterior  á  la  muerte  del  cronista. 


n/  P.,  C\P.  XTir.  HIST.  FILOS.  T  ORAD.  DBL  R.  DE  ENR.  lY.  161 

tnddelos  retratos  ^;pero  al  reconocer  la  veracidad,  tan  elogia- 
liadelos  escritores  que  le  siguen, es  imposible  dejar  de  advertir 
<ai  aquellas  pinturas  cierta  sevicia  y  particular  deleite,  que  na- 
cidos de  la  misma  aversión,  con  que  veía  Falencia  el  desatentado 
vifirde  los  palaciegos,  quebrantan  á  menudo  su  imparcialidad , 
iofiíndiendo  á  las  Décadas  muy  singular  carácter. 

Gaasa  ha  sido  inevitable  esta  inclinación  de  su  espíritu  de  que, 

^mbrando  la  historia  de  Enrique  IV  de  hechos  ó  anécdotas,  que 

oopoeden  hoy  leerse  sin  verdadero  sonrojo,  hayan  ido  algunos 

escritores  tan  adelante  que  no  han  vacilado  en  adjudicar  &  Alfon- 

^  de  Falencia  las  Coplas  del  Provincial,  con  menoscabo  de  su 

J^Kombre  ^.  Ni  han  contribuido  poco  &  la  calificación  de  mordaci- 


1  Entre  los  de  otros  personajes,  fatalmente  célebres,  del  reinado  de  don 
Enrique,  no  son  para  olvidados  los  retratos  del  ya  citado  Alarcon  (t.  III,  pá- 
^oas  519  y  679),  cabeza  de  los  embaidores,  que  hicieron  caer  á  don  Alfon- 
^  Carrillo  en  el  extravio  de  los  alquimistas,  y  que  usando  de  torcidos  me- 
dios, le  apartaron  de  la  princesa  doña  Isabel  hasta  declarársele  tenaz  enc- 
oiifro,  y  del  no  menos  famoso  fray  Alonso  de  Búrg^os,  rival  de  Alarcon  y 
tan  fecundo  en  recursos  y  diestro  en  las  artes  de  la  intriga,  que  llegaba  á 
»er  umversalmente  temido,  bien  que  mereciendo  el  grotesco  apodo  de  Fray 
yorkrOf  á  pesar  de  las  dignidades  eclesiásticas  y  de  la  presidencia  del  Con- 
tejo  de  la  Hermandad,  por  él  escaladas.  Lo  mismo  pudiéramos  decir  de 
otros  muchos  magnates  é  improvisados  señores. 

2  Ya  hemos  indicado  nuestra  opinión  sobre  este  punto  (pág.  130).  Sin 

embargo,  escritores  que  se  precian  de  entendidos,  y  entre  ellos  el  renom- 

''''ado  Gallardo  (Criticón,  núm.  4,  pág.  24),  insisten  en  atribuir  á  Falencia 

^'^ds  obscenísimas  Coplas;  opinión  que  es  tomada  en  cuenta  por  muy  dig- 

í»os  críticos  extranjeros  (Wolf,  Estudios  para  la  historia  de  la  literatura 

'*^*^»Ofia/  española  y  portuguesa,  pág.  587).  Pero  un  historiador  que  tiene 

^'^«nlo  bastante  para  sacar  á  plaza  tantas  debilidades  y  flaquezas,  sin  con- 

*^naplacion  alguna  á  clases,  categorías  ni  situaciones,  y  que  reputa  obliga- 

^*on  indeclinable  el  comprender  en  sus  Décadas  sucesos  tan  escandalosos 

^onio  la  impúdica  anécdota  del  obispo  de  Mondoñedo  y  el  obispo  de  Coria, 

'barrada  en  el  libro  IV,  cap.  VI,  no  habia  menester  de  coplas  anónimas  pa- 

'^  condenar  lo  que  estaba  pasando  á  su  vista,  siendo  ofensa  de  su  genero- 

•»aad  é  h'idalguía  el  suponerle  capaz  de  aquel  medio  cobarde  y  alevoso.  S* 

^y  por  desgracia  alguna  analogía  entre  la  relación  de  las  Décadas  y  las 
^^«aciones  de  las  Coplas  del  Provincial,  culpa  será  de  los  tiempos  y  de 
•  ooi^ljfQg.  pgro  no  del  cronista,  para  quien  pareció  ser  la  verdad  norte 
''^'P^l,  aunque  cargara  algún  tanto  el  colorido  de  sus  cuadros. 


162  HISTOIUA  CRITICA  DB  LA   LITERATDBA   BSPAftOLA. 

dad,  una  y  otra  vez  formulada  contra  el  discípulo  de  Alfonso  de 
Cartagena,  designado  al  propio  tiempo  como  historiador  de  par- 
tido por  crecido  número  de  escritores.  Oscuro  y  desconsolador 
era  en  verdad  el  cuadro  que  por  todas  partes  se  ofrecía  &  su 
vista,  y  capaz,  como  ya.hemos  repetido,  de  encender  la  indigna- 
ción en  todo  pecha  generoso.  Inficionado  el  palacio  real;  desen- 
cadenadas la  ambibion  y  la  codicifk  en  proceres  y  prelados;  per- 
dida la  fé  y  la  religión  de  la  palabra ,  hasta  el  punto  de  apelar 
con  frecuencia  á  las  más  sacrilegas  confederaciones ;  turbada  la 
paz  de  las  ciudades  por  desapoderadas  facciones,  para  quienes 
nada  significaban  la  humanidad  ni  la  justicia;  despedazada  final- 
mente la  nación  por  despiadadas  banderías,  que  no  respetaban 
las  leyes  humanas,  escarneciendo  las  divinas,  ¿qué  mucho  si  no 
pudiendo  refrenar  su  indignación  respecto  de  un  príncipe,  que 
tan  fácilmente  hacia  como  quebrantaba  los  más  sagrados  jura- 
mentos, le  consideraba  el  historiador  cual  origen  y  fuente 
principal  de  tantas  calamidades?  ^  Diñcil  era  por  cierto  el  encer- 


1  En  esta  parte  conciertan  Falencia  y  Castillo,  á  pesar  de  las  salveda- 
des empleadas  por  este,  siendo  vano  el  empeño  de  algunos  escritores  mo- 
dernos, que  por  ir  contra  la  corriente,  se  ofrecen  cual  paladines  de  la  mo— 
ralidad  de  la  corte  de  Enrique  iV.  Pero  que  este  empeño  ha  de  ser  estérU 
c  ineficaz  para  anular  el  crédito  que  Falencia  y  Castillo  merecen,  al  pin- 
tar las  perplejidades,  contradicciones  y  pusilanimidades  de  Enrique  iV,  tan 
dañosas  para  su  reputación  como  fatales  á  la  república,  lo  persuade  no  só- 
lo el  testimonio  de  los  hechos  y  de  los  documentos,  sino  la  autorizada  de- 
claración de  los  historiadores.  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo,  que  se  cría 
en  la  corte  de  los  Reyes  Católicos,  decia  de  Enrique  del  Castillo:  cSu  eró- 
vnica  se  tiene  por  la  más  cierta  de  todas  las  que  de  este  rey  (Enrique  IV) 
»se  escribieron;  y  habla  tan  libremente  que  en  sus  palabras  se  conoce  que 
«escribía  como  hombre  limpio  y  apartado  de  fábulas  y  lagoterías,  sino 
«conforme  á  verdad»  (Quinqtíagenas,  EstanzaXII,cód.  F.  105  de  la  Biblio- 
teca Nacional).  El  dilingentfsimo  Zurita,  extirpador  constante  de  errores 
históricos,  observaba  al  hablar  de  Falencia  que  «ornatiorem  historiagra- 
phum  potuit  aliquando  habere  Hispania,  sed  verationem  neminem  (Dormer, 
Progresas  de  la  historia  en  Aragón,  pág.  255).  Dado  pues  el  diferente  pun- 
to de  vista  en  que  se  colocan  Falencia  y  Castillo,  no  es  posible  negar  que  sus 
juicios  confluyen  en  lo  principal,  apoyándose  mutuamente,  lo  cual  presta 
grande  autoridad  á  sus  obras,  sin  que  por  esto  pierda  cada  cual  su  especial 
fisonomía,  que  hemos  procurado  poner  de  relieve. 


Il/  P.,  CAP.  XVII.  HIST.  FILOS.  T  OBAD.  DEL  R.  DB  ENft.  lY.   163 

rarse,  con  tal  espectáculo,  en  los  justos  límites  de  aquella  pru- 
dente sobriedad,  que  sin  disculpar  los  extravies  ni  cohonestar  las 
msildades^  sabe  prescindir  de  repugnantes  pormenores;  defecto 
de  que  no  pudo  librarse  Alfonso  de  Falencia,  á  pesar  de  su  eru- 
dioioa  y  de  su  ambicionado  clasicismo. 

ero  sí  no  es  posible  proceder  con  rectitud,  cuando  estudia- 
las  Décadas,  sin  confesar  que  cede  su  autor,  al  narrar  los 
b^cshos  ó  al  pintar  los  personajes,  al  interés  que  le  había  llevado 
^L     <»mpo  del  intruso  don  Alfonso,  licito  es  advertir  que  aun 
o  en  la  Crónica  este  pecado  original,  aparecen  en  ella  no 
exagerados  los  rasgos  y  pormenores,  que  hacen  sospe- 
la  imparcialidad  de  Patencia,  naciendo  sin  duda  de  esta 
■:*cunstanc¡a  el  juicio  formado  en  general  sobre  el  carácter  del 
i  storíador  de  Enrique  IV. — El  indicado  aserto  necesitaría  en  ver- 
d  ser  ilustrado  con  el  examen  comparativo  de  ambas  obras:  mas 
iodo  ambas  todavía  inéditas,  nos  forzaría  á  entrar  en  excesivos 
menores  *.  Bástenos  sin  embargo  advertir  que  si  esta  exage- 
ion  ha  sido  poco  favorable  al  buen  nombre  del  erudito  disci- 
de  Alfonso  de  Cartagena,  imprime  á  la  Crónica  cierta  orí- 
realidad,  que  aun  realizado  el  estudio  ya  expuesto,  aumenta  ño- 
^  «^  lelemente  su  precio,  y  que  aun  sin  prescindir,  bajo  el  aspecto 
ramente  histórico,  de  la  existencia  de  las  Décadas,  no  es  du- 
0  que  la  expresada  Crónica  ocupa  no  indigno  lugar  entre  los 
numentos  literarios  del  siglo  XV.  Porque  esta  observación 
e  prácticamente  comprobada  y  porque  formen  los  lectores 
1  concepto  de  la  misma  Crónica,  constantemente  designada 
nombre  de  Alfonso  de  Palencia,  bien  será  traer  aquf  algu- 
pasajes  de  ella.  Narrada  la  rebelión  de  los  prelados  y  mag- 
ias, que  produce  el  atentado  de  Ávila  (1465),  y  dado  á  cono- 
cí singular  juicio  que  lo  prepara,  dice: 


«^Por  consejo  de  loe  grandes  é  letrados  famoeos  fué  determinado  que 


I.    Este  trabajo  ha  sido  encomendado  por  la  Real  Academia  de  la  His- 
la  al  muy  docto  don  Antonio  Benavides,  cuya  perspicuidad  y  buen  jui- 
ie  han  mostrado  ya  en  las  Ilustraciones  de  la  Crónica  de  Fernán- 
IV,  publicada  por  la  misma  Academia.  Abrigamos  el  convencimiento  de 
^^«  llenará  ampliamente  el  fin  apetecido. 


104  BISTORIA  CRITICA  DB  LA  LITERATURA  BSPAÜOLA. 

al  rey  don  Enrique  fuese  tirada  la  corona  del  rejno,  para  lo  qual  en  un 
llano  que  está  geroa  del  muro  de  la  gibdad  de  Avila  se  fizo  un  gruid 
cadahalso  abierto  de  todas  partes,  porque  todas  las  presentes  gentes, 
ansi  de  la  ^ibdad  como  de  otras  partes,  que  allí  eran  venidas  por  ver  ea- 
te  aucto,  pediesen  ver  todo  lo  que  engima  se  fagia.  £  allí  se  puso  una 
silla  real  con  todo  el  aparato  acostumbrado  de  se  poner  á  los  rejes,  é 
en  la  silla  una  estatua  á  la  forma  del  rey  don  Enrique,  con  corona  en  la 
cabeza  é  geptro  real  eo  la  tnano;  é  eo  su  presencia  se  leyeron  muchas 
querellas,  que  antes  fueron  dadas,  de  muy  grandes  excesos,  crímenes  é 
delictos  ante  él  muchas  ve9es  presentadas,  sin  los  querellantes  aver  ávido 
cumplimiento  de  justicia;  é  allí  se  leyeron  todos  los  agravios  por  él  fe* 
chos  en  el  regao  é  las  causas  de  su  deposición  é  la  extrema  nes^essidad 
de  todo  el  regno  para  fazerla,  maguer  con  grand  pesar  é  mucho  contra 
su  voluntad.  Lo  qual  leydo,  el  argobispo  de  Toledo,  don  Alonso  Carrillo» 
subió  en  el  cadahalso  é  quitóle  la  corona  de  la  cabeza;  é  el  marqués  de 
Villena,  don  Johan  Pacheco,  le  tiró  el  yeptro  real  de  la  mano;  é  el  conde 
de  Plasencia,  don  Alvaro  de  Estúñiga,  le  quitó  el  espada;  el  maestro  de 
Alcántara  é  condes  de  Benavente  é  Paredes  quitáronle  todos  los  otros 
ornamentos  reales,  é  con  los  pies  derribáronle  del  cadahalso  en  tierra,  con 
muy  grand  gemido  é  lloro  de  los  que  le  veian.  £  luego  el  príncipe  don 
Alonso  subió  en  el  mismo  lugar,  donde  por  todos  los  grandes  que  alli 
estaban,  le  fué  besada  la  mano  por  rey  é  señor  natural  destos  regnos,  é 
luego  sonaron  las  trompetas  é  atabales  é  se  fizo  muy  grand  alegría.... 
Oída  la  privación  fecha  por  toda  España,  maravilláronse  mucho,  dando 
gracias  á*Dioe,  cómo  les  paresgiesse  ser  cosa  que  por  manos  de  hombres 
non  pudiera  ser  fecha»  i. 

Veamos  cómo  refiere  la  muerte  del  intruso: 

«Llegó  en  Cardeñosa  (escribe),  que  es  dos  leguas  de  Ávila,  é  con  él  la 
señora  princesa  doña  Isabel,  su  hermana;  é  cómo  se  asentase  á  comer, 
entre  los  otros  manjares  le  fué  dada  una  trucha  en  pan,  quél  de  buena 
voluntad  comia,  é  comió  della^  aunque  poco;  é  luego  al  punto  le  tomó 
un  sueño  pesado  contra  su  costumbre,  é  fuesse  á  acostar  en  su  cama  é  sin 
fablar  palabra  á  ninguno.  E  durmió  fasta  otro  dia  á  hora  de  tercia,  lo 
qual  non  solia  aver  costumbrado,  et  llegaron  á  él  los  de  su  cámara  é 
tentando  sus  manos,  non  le  fallaron  calentura  é  comentaron  de  darle 
vo^es  é  él  non  fablaba,  é  al  clamor  de  los  que  allí  estauan,  el  arzobispo 
de  Toledo  ó  el  maestre  de  Sanctiago  é  el  obispo  de  Coria  con  la  señora 
princesa  se  vinieron  á  grand  priesa,  á  los  cuales  ninguna  cosa  fabló.  Ca- 
taron todos  sus  miembros  é  ninguna  landre  fué  fallada:  venido  el  físico, 


I     £1  epígrafe  de  este  capítulo  dice:  «Como  fué  quitado  el  feptro  real  é 
la  corona  al  rey  don  Enrique  en  la  9ibdad  de  Ávila». 


n/  P.y   CAP.   XYII*  HIST.  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DEENR.  lY.  165 

mraTíUóee  mucho  é  mandóle  lu^o  sangrar  é  ninguna  sangre  le  salió,  ca 
/a  la  tenia  congelada  é  la  lengua  finchada  é  la  boca  negra;  é  ninguna  se- 
ómI  de  pestilencia  en  él  paresgia.  E  asi  desesperados  de  la  vida  del  rey, 
goemiicho  le  amaban,  menguados  de  consejo,  davan  vozes,  suplicando  á 
N'iicstro  Señor  por  la  vida  del  rey:  unos  fagian  votos  de  entrar  en  reli- 
gión y  otros  de  ir  muy  largas  romerías,  otros  fallan  diversas  promesas; 
é  sin  ningún  remedio  el  inocente  rey  dio  el  espíritu  al  quinto  dia  del  di- 

duomes  (de  Junio)  año  de  mili  é  quatrogientos  é  sesenta  é  ocho Tan 

grsuide  fué  el  dolor  que  todos  de  su  muerte  ovieron  que  sobró  á  todos  los 
doJ.<ffe8^  que  por  muerte  de  príncipes  se  suelen  fazer»  etc.  i. 

lificil  era  en  verdad  para  un  cronista,  que  sin  escrúpulo  daba 
tf  ^mijode  rey  al  Infante  don  Alonso,  y  que  le  tenia  por  legítimo, 
obtener  el  lauro  de  la  imparcialidad;  inconveniente  que  resal- 
tsLwido  por  dem&s  en  la  Crónicüy  alcanzaba  también  á  las  Déca^- 
^t^M^^  de  donde  aquella  sustancialmente  procedía.  De  aquí  prove- 
ía i'S^  en  uno  y  otro  libro  el   particular  colorido  de  su   estilo  y 
lenguaje:  el  escritor  latino,  inclinado  á  seguir  el  ejemplo  de  los 
£r>"iegos  acogidos  en  Italia,  con  olvido  tal  vez  de  las  máximas 
^e<3ibidás  en  el  palacio  de  Alfonso  de  Cartagena,  mientras  pro- 
oi:x  raba  dar  &  su  frase  cierta  elevación  que  la  hace  con  frecuen- 
^»í*»  aparecer  afectada  y  aun  oscura,  imprimíale  no  poca  energía, 
Q^^e  contrastaba  singularmente  con  sus  resabios  y  aspiraciones 
^^    erudito:  el  cronista  castellano,  despojado  ya  en  parte  de  es- 
^^^    pretensiones,  si  como  hemos  indicado  arriba  interpreta  á 
veces  desacertadamente  los  períodos  un  tanto  revesados  y  zaha- 
^^ños  de  las  Décadas,  logra  comunicar  á  su  lenguaje  y  á  su 
^^tilo    notable  viveza,  apareciendo  más  de  una  vez  rico  en  la 
^*pQioii  y  pintoresco  en  la  frase;  virtudes  literarias  que  han  con- 
'"'bui^o  á  sostener  el  crédito  del  libro  castellano,  y  que  legiti- 
^^    d  lugar  que  le  concedemos  entre  las  obras  históricas. 
'^^^  deben  pasarse  en  silencio,  al  tratar  del  reinado  de  Enri- 
^^    IT,  otros  escritores  que  ya  aspiran  á  abarcar  en  sus  nar- 
^^^^1368  la  historia  universal,  ya  se  limitan  á  los  tiempos  en 
^    florecen,  ya  fijan  sus  miradas  en  los  hechos  parciales  que 
^^ituyen  la  vida  de  alguno  de  los  personajes  de  la  expresada 

^^  El  título  de  este  capítulo  es:    cDe  la  dolorosa  muerte  del  rey  don 

^0  en  la  villa  de  Cardeñosa». 


166  HISTORIA  CRÍTICA  DB  LA  LITERATURA  ESPAÜOLA. 

época.  Notables  son  entre  los  primeros  el  bachiller  Alfonso  de 
Toledo^  de  quien  hablaremos  adelante  en  otro  concepto,  y  el 
alcalde  mayor  de  Andújar,  Pedro  de  Esc&vias,  conocido  también 
entre  los  trovadores  cortesanos  ^:  distfnguense  entre  los  segun- 
dos Mosen  Diego  de  Yaiera  y  don  Juan  Arias  Dávila,  obispo  de 
Segovia;  y  merece  citarse  entre  los  últimps  el  incierto  autor  de 
la  Crónica  del  Condestable  don  Miguel  Lúeas  de  Iranzo.  Distan 
todos,  á  excepción  de  Yaiera,  cuyo  estudio  hacemos  adelante  ^, 
del  mérito  que  hemos  reconocido  en  Castillo  y  Falencia;  y  sin 
embargo  fuera  censurable  su  olvido  en  una  historia  literaria. 

Escribió  Alfonso  de  Toledo,  vecino  que  era  de  Cuenca,  un 
compendio  con  titulo  de  Espejo  de  las  Istorias:  trazó  Pedro  de 
Escávias,  guarda  mayor  y  del  consejo  de  don  Enrique, una  com- 
pilación relativa  á  los  reyes  de  la  Península,  bajo  el  nombre  de 
Repertorio  de  Principes  de  España.  Comprendió  el  primero  en  su 
libro  cuantos  varones  ilustres  y  famosos  habian  florecido  desde 
la  más  remota  antigüedad  hasta  el  pontificado  de  Juan  XXII: 
j^cazó  asimismo  el  segundo  todos  los  hechos  memorables  desde 
la  creación  del  mundo  hasta  el  reinado  de  Enrique  lY,  cuya 
muerte  pone  fin  á  su  libro.  Toledo  se  valió  para  dar  cabo  á  su 
pensamiento  de  las  ystorias  escolásticas  y  eclesiásticas^  que  pu- 
do haber  á  las  manos  h  Escávias  consultó  las  estorias  de  los  co- 


1  Véase  la  Ilustración  III.^  del  tomo  precedente. 

2  Cap.  XX  del  presente  volumen.  Conveniente  es  notar  aquí  sin  em- 
bargo que  el  respetable  Zurita  reputó  el  Memorial  de  diversas  fazañas, 
título  dado  por  Valera  á  su  Crónica  de  Enrique  IV,  como  una  especie 
de  compendio  de  la  de  Falencia,  diciendo  «que  iba  tan  conforme  con  él  ' 
que  parecia  ser  su  intérprete»  (Dormer,  Progresos,  etc.,  pág^.  255).  En  or- 
den á  la  Crónica  de  don  Juan  Arias  Dávila,  citada  repetidamente  por  res- 
petables historiadores,  debemos  declarar  que  no  hemos  sido  más  afortuna- 
dos que  la  Real  Academia  de  la  Historia,  que  en  1S33  hacía  los  mayores 
esfuerzos  para  descubrir  su  paradero  {Informe  del  Sr.  Baranda,  citado 
arriba). 

3  Esta  singular  compilación  fué  terminada  antes  que  el  bachiller  Al- 
fonso de  Toledo  escribiese  el  Invencionario,  libro  que  le  dio  mayor  repu- 
tación, según  veremos.  Dedicóla  al  obispo  de  Cuenca  don  Lope  Barrientos, 
ya  muy  anciano,  y  dice  el  mismo  bachiller  que  trata  en  ella  de  «quasi  to- 
»do8  los  varones  illustres  e  famosos,  ansí  en  santidad  como  en  poten9Íay 


f 


n/  P.,  GAP.  XTII.  HIST.,  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.  DE  ERR.  IV.  167 

ranisías  i  ystariadores  abtintico$,  dinos  de  fé,  tomando  de  ellas 
/a  /lor  i  cosas  más  señaladas,  hasta  llegar  á  su  tiempo,  en  que 
e^c^be  ya  doiño  testigo  de  vista,  usando  de  propia  autoridad,  al 
M'^ferir  los  hechos  ^  Su  Repertorio  ofrece  por  tanto  mayor  inte- 
qne  el  Espejo  de  las  htoriaSy  principalmente  en  todo  lo 
tivo  á  don  Juan  II  y  Enrique  lY,  en  cuyas  cortes  vive  Escá- 
.  Al  llegar  &  estos  reinados,  cobran  también  su  estilo  y  lengua- 
verdadera  estimación  literaria,  mostrándose  animado  de  cierta 
"^«a,  que  fuera  vano  buscar  en  todo  lo  precedente  ',  asi  ccmio 


^  fortaleza,  é  en  s^íen^ia  que  desde  Adam  fasta  Juan  XXII  fueron  en  el 

^«Lindo,  de  que  por  todas  las  ystorías  escolásticas  é  eclesiásticas  colegir 

do»;  y  añade  que  cescrivió  ansi  de  sus  fechos  famosos  como  de  la  con- 

rren^ia  de  sus  tiempos  por  un  brevísimo  estilo»  {InvencionariOt  III.*  Par- 

<ap.  final).  Entre  todas  las  historias  escolásticas  dio  la  preferencia  á  las 

Tholomeo  de  Luca,  que  formaban  dos  copiosos  catálogos,  uno  eclesiástico 

^tro  profano,  muy  aplaudidos  en  aquel  tiempo,  dentro  y  fuera,de  Es- 


I.    Guárdase  el  fíepertorio  de  Principes  de  España  en  la  Bibl.  Eseur. , 

nado  X  ij.  1.  En  su  primera  foja  (fól.  mayor)  leemos:  cAquí  comien9a 

n  tractado  llamado  Repertorio  de  Prin^pes  d'España,  el  qual  fl^o  et 

»piló  Pero  IVEscávias,  criado  del  muy  alto  et  e9elente  príncipe,  el  muy 

»dero80  rey  é  señor  nuestro  el  rrey  don  Enrique,  el  quarto  de  Castilla  y 

«  León,  é  su  alcayde  é  alcalde  mayor  en  la  muy  noble  é  muy  leal  ^ib- 

«d  de  Andújar^  del  su  Consejo  é  su  guarda  mayor».  Exponiendo  en  el 

^^"^logo  su  pensamiento,  observa:  c Pensé  este  breve  tractado  acopílar,  en 

^  ^1  qual  pren^ipalmente,  pla9Íendo  al  ynmenso  Dios  eterno,  trino  é  uno, 

^  entiendo  brevemente  tractar  de  qué  gente  primeramente  fué  España  po- 

^^lada,  é  después  quién  é  quáles  prín9ipes  é  señores  la  sojuzgaron,  et 

^  Knandaron  uno  en  pos  de  otro,  ansy  como  pro9edieron,  segund  que  por 

^taachos  libros  é  estorias  de  los  coronistas  é  ystoriadores  abténticos,  dinos 

^de  fé  lo  fallé  escripto:  de  los  quales  solamente  tomando  é  recolegiendo  la 

^flor  é  cosas  más  señaladas,  porque  qualquier  lector  más  libre  de  ofusca- 

*9Íon  de  entendimiento,  ligeramente  pueda  saber  et  dar  ra9on  de  los  pren- 

*  jípales  fechos  de  España  et  de  los  pren9ipales  della». 

2    Demás  de  lo  que  puede  ya  deducirse  del  encabezamiento  del  /Reper- 
torio, debe  añadirse  que  Pedro  de  Escávias  figura,  durante  el  reinado  de 
don  Enrique,  más  principalmente  en  todo  lo  relativo  á  la  frontera  mahome- 
tana. Así  le  vemos  con  frecuencia  mencionado  en  la  Crónica  del  Condes^ 
UMe  Miguel  Lúeas  de  Jranzo,  dando  pruebas  de  su  pericia  y  valor  contra 
.  los  moros;  y  que  narrando  Palencia  las  cosas  de  Andalucía,  cuando  el  rey 


I 


168  HISTORIA   CRÍTICA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÜOLA. 

en  el  Espejo  de  las  Istorías  del  bachiller  Toledo.  Para  que 
puedan  los  lectores  apreciar  por  si  las  dotes  de  este  historiador, 
hasjta  hoy  desconocido,  trasladaremos  aquí  el  retrato  que  hace 
del  rey  don  Enrique,  donde  hallarán  sin  duda  abundantes  pin* 
celadas  de  mano  amiga: 

cFué  el  rrej  don  Enrique  (dice)  asaz  de  buen  cuerpo,  aunque  non  tan 
grande  como  el  rrej  don  Johan,  su  padre;  blanco  é  rubio  é  de  real  pre- 
sencia; muy  grande  músico  é  tañia  é  cantaua  gra(;iosamente:  non  se  ves- 
tía rico,  mas  bien  é  medianamente.  Fué  tan  umano  que  muy  duramen- 
te se  consintia  besar  la  mano;  nin  curaua  de  las  gerimonias  reales,  nin  á 
persona  jamás  nin  á  los  niños  dixo  tú  si  non  vos\  mas  por  umildad^  re- 
putando ser  onbre  de  tierra,  como  los  otros,  non  por  mengua  de  saber: 
que  muy  discreto  era.  Fué  muy  grand  trabaxador  en  guerras  y  en  mon- 
tes, en  el  exerci^io  de  los  quales  auia  tan  grand  recreación  é  deporte 
que  fí^o  en  dos  bosques  dos  casas  fuertes  é  de  suntuosas  maneras;  el  una 
en  Valsain,  cerca  de  S^ovia,  é  la  otra  en  el  Pardo  gerca  de  Madrid. 
Otrosi  fué  muy  franco ^  á  ios  señores  c  caballeros  de  sus  regnos  engran- 
desgió  é  á  muchos  dellos  de  títulos  é  renombres  de  duques,  é  condes  é 
marqueses  honoró.  Fué  muy  dul^e  é  benigno  á  sus  criados  é  á  aquellos 
que  cerca  del  pardcipaban.  A  muchos  de  pequeños  fízo  é  puso  en  gran- 
des Estados,  asi  en  lo  seglar  como  en  lo  eclesiástico,  aunque  con  algunos 
non  tovo  buena  dicha:  casi  todos  ios  que  fízo  grandes  de  pequeños,  le  sa- 
lieron gratos  é  conocidos;  aunque  todo  el  rrestante  se  levantaran  contra 
él,  non  lo  pudieran  empecer.  Nunca  á  ninguno  quitó  cosa  que  le  .diesse; 
nin  jamás  la  repitió  nin  caherió.  Franqueó  é  privillegió  muchas  cibda- 
des  de  sus  regnos,  quitándoles  y  relaxándoles  sus  pechos  é  tributos, 
porque  le  sirvicssen  bien  é  lealraente  en  sus  trabajos  é  nescesidades. 
Non  era  vindicativo:  antes  perdonava  de  buena  voluntad  los  yerros  é 
deservicios  que  le  fazian  muchos  caualleros  et  escuderos  de  sus  reg- 
nos: sus  guardas  de  pobres  se  tlzieron  ricas  con  los  grandes  sueldos  é 
acostamientos  que  les  daua  en  muy  grand  manera.  Era  piadoso  é 
limosnero  é  mucho  miis  en  oculto  que  en  público:  fué  muy  devoto 
á  yglesias  é  monesterios^  é  fízo  muchos  templos  de  muy  maravillo- 
sa obra»  etc.  i. 


don  Enrique  desatentado,  cual  siempre,  quiere  entreg'ar  la  ciudad  y 
tiUo  de  Andújar  á  los  proceres  que  le  oprimían  y  deshonraban,  exclama: 
«Vítuperatores  tuos  rerum  tuarum  dóminos  esse  cupis.  ct  si  non  cupis,  effi— 
»cis,confirmasque  veras  fuissc  in  te  ab  ipsis  indicias  contumelias,  ubi  roons- 
»trum  te  non  homincm,  bclluam  esse,  non  re^em  cacremonioso  praeconio 
•litlerisqae  per  orbem  missis  publicarunt»  (Lib.  XVI,  cap.  I). 

1     Escávias  termina  su  Repertorio  después  de  1474,  narrada  la  muerte 


n/  P.y  GAP.    XYU.  HIST.  FILOS  T  ORAD.  DEL  R.  DE  EHR.  IV.    I6tf 

Preferible  &  las  dem&s  oróDÍcas  personales  del  reinado  de  En- 
rique lY  es  sin  dada  la  ya  citada  del  condestable  Iranzo,  inédita^ 
como  la  escrita  por  Pedro  de  Escávias,  cuando  realizábamos  estos 
estadios  ^.  Dudase,  ó  mejor  diciendo,  desconócese  todavia  entre 
los  eruditos  el  nombre  de  su  verdadero  autor,  atribuyéndola  unos 
á  Joan  de  OUd,  criado  del  Condestable,  y  adjudicándola  otros  á  un 
Diego  de  Gamez,  cirujano  real  y  muy  devoto  del  mismo  Iran- 
xo  ^.  Gomo  qm'era,  sobre  no  ser  dudoso  que  fué  trazada  por 
persona  muy  adicta  y  familiar  al  referido  magnate,  ofrece  esta 
Crómica  el  más  vivo  interés  respecto  de  la  vida  interior  y  de  las 


de  áoB  Enrique,  acaecida  en  11  de  diciembre  del  mismo  año.  Consta  dicha 
eompilacioD  de  ciento  cuarenta  y  siete  capítulos:  en  los  diez  y  ocho  prime- 
ros comprende  todo  lo  que  precede  á  la  historia  romana;  hasta  el  XXX Vil 
llefpm  la  del  imperio;  alcanza  la  de  los  godos,  con  los  amores  de  don  Rodrigo 
j  la  Cara,  al  LXXX;  y  se  expone  la  de  la  reconquista  en  los  sesenta  y  siete 
restantes.  A  excepción  de  Argote  de  Molina,  que  citó  este  peregrino  libro 
eatie  loa  MSS.  que  le  sirvieron  para  su  Nobleza  de  ÁndíUucia,  no  le  ha- 
llamos meocíoDado  en  escritor  de  nota,  siendo  desconocido  de  los  moder- 
nos entjcos. 

1  £q  1S55  se  dio  á  luz  en  el  tomo  Vil!  del  Memorial  histórico  espa^ 
«o¿«  que  pubUca  la  Real  Academia  de  la  Historia,  consultando  algunos  có- 
dices coetáneos  de  la  Biblioteca  Nacional  y  varias  copias  de  los  siguientes 
tif^lof,  que  andan  en  poder  de  algunos  doctos.  La  edición  no  es  sin  embar- 
co tan  completa  como  fuera  de  apetecer,  según  abajo  advertimos. 

2  Fúndanse  los  primeros  en  una  nota  anónima  y  moderna,  que  se  halla 
en  algunos  3iSS.,  al  mencionarse  en  e\  año  de  1467  al   referido   cJuan  de 
Olid,  como  criado  y  secretario  de  dicho  señor  Condestable»  (pág.  362  de 
la  ed.  del  Mem.  higi.  esp.),  donde  se  le  atribuye,  aunque  sin  pruebas,  el 
haber  historiado  la  vida  de  su  amo:  apóyanse  los  segundos  en  cierto  pasa- 
ge  d*l  eód.  T.  i35  de  la  Bibliot.  Nac,    debido  á  Juan  de  Arquellada,  na- 
tanl  y  vedno  de  Jaén,  y  que  lleva  por   titulo:    Sumario  de  prohezas 
y  coiot  de  §werra^  acontecidos  en  Jaén  y  reinos  de  España  y  de  Ita^ 
^^fPlamdes,  y  grandesa  ddlos  desde  d  año  de  1353  hasta  d  de  1590. 
^  referido  pasaje  está    concebido  en  estos  términos:  «Diego   de  Gamez, 
drajano  y  criado  del   Condestable,  escrivió   todos  estos  casos  (los  rela- 
^▼M  i  Miguel  Lúeas)  y  de  ellos  dio  enteramente  fe»  (fól.  73).  Aunque 
>o  comUo  en  ninguno  de  los  MSS.  de  la  Crónica  ni  este  ni  el  nombre  del 
"^^laño.  como  de  tales  autores,  parécenos  de  más  efecto  la  cláusula   de 
^^QelUda  qoe  la  nota  anónima,  citada  arriba.  Sin  eml»rgo  no  produce 
^  BQMMros  entero  eoavencimiento. 


1 70  HISTORrA  CRITICA  DB  LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

eostumbres,  que  al  siglo  XY  caracterizaron, dándonos  cabal  idea 
del  singular  desvanecimiento,  á  que  en  medio  de  su  prosperidad 
vinieron  las  hechuras  de  Enrique  lY,  y  contribuyendo  en  conse^ 
cuencia  á  completar  el  cuadro  de  dicho  reinado. 

La  Crónica  del  Condestable  Miguel  Lúeas  Iranio  no  presen* 
ta  sin  embargo  el  doloroso  y  siniestro  colorido,  que  se  refleja  á 
pesar  suyo  en  las  de  Castillo  y  Falencia:  el  Condestable  es  uno 
de  aquellos  improvisados  proceres,  que  «levantados  del  estiér- 
col», llegaron  en  un  dia  al  colmo  de  la  riqueza  y  del  poder,  con 
envidia  de  sus  iguales  y  en  odio  de  la  antigua  nobleza  castella- 
na. Alcaide  de  las  ciudades  de  Alcalá  (de  Benzayde)  y  de  Jaén, 
y  nombrado  ya  Canciller  mayor,  era  elevado  en  los  primeros  me- 
ses de  1458  de  un  solo  golpe  á  las  dignidades  de  barón,  conde 
y  condestable,  «presidente,  ductor  é  gobernador  de  todas  las 
huestes  é  legiones  reales  de  Castilla»;  momento  en  que  empieza 
la  narración  de  la  Crónica.  Retirado  poco  después  á  la  ciudad 
de  Jaén,  hacía  en  ella  fastuoso  alarde  de  las  riquezas  fácilmen- 
te allegadas  en  la  corte,  dando  asunto  al  cronista  para  relatar 
con  interesada  admiración  las  fiestas,  nunca  interrumpidas,  en 
que  gasta  el  Condestable  largos  trece  años,  pues  que  termina  la 
narración  en  el  de  1471,  dos  antes  de  su  muerte. 

Pasos  honrosos,  justas,  torneos,  cañas,  sortijas,  salas,  saraos, 
momos,  entremeses,  representaciones  y  misterios,  cuantos  ejerci- 
cios demandaban  la  profesión  de  la  caballería  y  de  la  milicia,  cuan- 
tos pasatiempos  preparaba  y  realizaba  el  ingenio,  todo  contribuye 
á  halagar  el  desvanecido  poder  de  Miguel  Lúeas  de  Iranzo,  reve- 
lando al  par  en  aquel  insaciable  anhelo  de  precipitados  goces 
el  interno  malestar,  que  le  aquejaba.  El  Condestable  parecía  po- 
ner todo  su  empeño  en  conquistar  el  aplauso  de  la  nobleza  y  el 
aura  popular,  deslumhrando  á  la  primera  con  la  magnificencia 
de  sus  arreos  y  de  sus  trajes,  y  cautivando  el  amor  de  la  mu- 
chedumbre con  su  extraordinaria  largueza:  á  la  primera  ofrecia 
en  su  palacio,  labrado  de  su  mano  con  maravillosa  arquitectu- 
ra, espléndidos  banquetes:  á  la  segunda  hartaba  en  las  plazas 
públicas  y  en  los  patios  de  su  alcázar;  escenas  que  asf  como 
sus  paseos  triunfales  por  la  ciudad,  describe  menudamente  el 
autor  de  la  Crónica^  cual  testigo  de  vista,  apurando  cuantos 


n.*  P.,   CAP.  XVII.  HIST.  FILOS.  T  ORAD.  BEL  R.  DE  ElfR.  IV.  171 

J3onnenores  y  circunstancias  podian  hacer  su  libro  interesante 
3X3  la  posteridad,  bajo  el  aspecto  de  las  costumbres. 

Ni  olvida  la  solicitud  del  cronista  de  Miguel  Lúeas  de  Iranzo,  en 
edio  de  aquellos  artificiales  regocijos,  el  consignar  con  extrema- 
aplauso  los  hechos,  á  que  d¿  cima,  como  Condestable  y  capitán 
la  frontera.  La  organización  de  los  caballeros,  ballesteros  y 
b.ombres  de  armas  de  Jaén,  exhibida  en  repetidos  alai^des;  la 
velación  de  las  entradas  y  empresas,  llevadas  á  cabo  contra  los 
S-ranadinos  con  varia  fortuna;  los  combates  y  escaramuzas,  en 
que  mostraba  el  nuevo  conde  su  valor  y  su  pericia,  alternando 
con  la  pintura  de  las  fastuosas  fiestas  ya  indicadas,  completa- 
ban el  cuadro  singular,  que  ofrecía  aquella  manera  de  corte, 
donde,  bajo  el  aparato  de  la  felicidad  y  de  la  grandeza,  germi- 
naban ocultos  odios, que  ponían  término  á  la  vida  del  Condestable. 
La  Crónica,  según  va  advertido,  no  abraza  estos  últimos  suce- 
sos, dejando  suspensa  la  narración  de  los  hechos,  cuando  más 
ardía  la  guerra  civil  de  Castilla  y  dando  motivo  á  creer  que  no 
se  ha  trasmitido  íntegra  á  nuestros  dias  ^  Pero  no  por  eso  es 
meDos  interesante  en  todas  las  relaciones  que  dejamos  estable- 
cidas, alcanzando  este  interés  á  sus  condiciones  literarias.  £1 
autor  expone  los  hechos  con  extremada  ingenuidad,  que  tras- 
ciende fácilmente  á  su  estilo  y  lenguaje,  haciendo  al  primero 
mámente  pintoresco  y  prestando  al  segundo  no  poca  flexibili- 
dad y  abundancia.  Apasionado  del  asunto  en  la  forma  indicada, 
siembra  no  obstante  su  narración  de  frecuentes  digresiones  lau- 
datorias y  de  acalorados  apostrofes,  donde  tomando  el  tono  de- 
clamatorio que  hemos  hallado  en  las  obras  de  Castillo  y  de  Fa- 
lencia, parecía  hermanarse  en  este  sentido,  transcendental  en 


1  En  efecto,  la  narración  no  ofrece  indicio  ninguno  de  terminar  con  la 
pHsion  de  Fernando  de  Acuña,  á  quien  retiene  el  Condestable  en  Jaén  has- 
^qne  los  próceros,  que  se  habían  «deslealmente  Icuantado contra  el  rey», 
le  restituyeran  la  encomienda  de  Montizon,  usurpada  á  su  hermano.  Este 
l^ceho,  meramente  accidental,  no  podia  servir  de  complemento  á  una  obra, 
V^t  tenia  por  fin  principal  y  único  la  vida  de  Miguel  Lucas  de  Iranzo.  Así, 
loemos  por  muy  fundada  la  observación  expuesta,  concluyendo  que  ó  no 
K  acabó  la  Crónica,  6  se  extraviaron  los  cuadernos  relativos  á  Ids  últimos 
i^s,  si  llegó  á  abrazar  la  vida  entera  del  Condestable, 


172  HISTORIA  CRtTICi  DE  LA  LITERATURA  ESPAftOLA. 

nuestra  historia  literaria,  con  los  demás  escritores  del  reinado 
del  último  Enrique  ^ 

No  son  numerosos  los  que  se  consagran  á  otros  ramos  de  las 
letras  en  aquel  período;  y  sin  embargo  no  es  lícito  pasar  en  si- 
lencio ciertos  nombres  que  nos  persuaden  de  que  no  carecieron 
de  cultivadores  la  fllosona  moral  y  la  elocuencia  sagrada.  Dignos 
parecen  en  efecto  de  mencionarse  en  el  primer  concepto  un  fray 
Juan  López,  un  Ruy  Sánchez,  arcediano  deTreviño  en  1470, 
un  Alfonso  de  Toledo,  citado  arriba,  y  sobre  todos  una  doña  Te- 
resa de  Cartagena,  vastago  de  aquella  ilustre  familia  que  ftm 
doctos  y  virtuosos  varones  había  dado  á  la  Iglesia,  la  milicia  y 
las  letras.  Distinguido  fray  Juan  López  desde  1462  por  la  ^^- 
puesta  6  refutación,  que  había  dado  á  luz  de  la  Suma  de  las 
principales  mandamientos  é  devedamientos  de  la  ley  é  (^üita,  es- 
crita por  el  alfaquí  mayor  de  la  aljama  de  Segovia,  Iqc  Gebir  ó 
Iza  Guidili,  como  los  cristianos  le  apellidaban  ^,  acrecentó  su 


1  El  cronista,  entusiasmado  por  los  hechos  y  virtades  de  su  héroe,  se 
dirija  unas  veces  á  Dios,  para  admirar  su  omnipotencia,  vuélvese  otras  á 
los  hombres,  como  para  darles  ejemplo,  é  invoca  otras  á  la  ciudad  de 
Jaén,  cual  testiguo  de  tanta  grandeza.  Así  le  vemos  exclamar:  «{O  glorioso 
Dios!  ¿Qué  se  dirá  de  tus  maravillas»?  etc.  c¡Oh  tú,  noble  ^ibdad  de  Jaén!... 
¿por  qué  no  dasvo^es?...  ¿por  qué  no  pregonas  las  virtudes  daqueste  Se- 
ñor»? etc. — Y  al  mismo  tenor  en  otras  ocasiones.  Para  que  fuese  mayor  la 
analogía,  el  cronista  recogió  algunas  canciones  y  romances,  entre  los  cuales 
sólo  se  ha  conservado  uno  en  alabanza  del  Condestable,  que  tiene  este  es- 
tribillo: 

Lealtad^  lealtad^  diroe  dó  estás?... 
Vete,  Rey,  al  Condestable, 
y  eo  él  la  fallarás. 

(A&o  MCGGCI'XVI). 

2  El  libro  de  l^e  Gebir  fué  escrito  en  el  mismo  año  de  1462,  según 
consta  de  la  nota  final,  con  que  ha  sido  publicado  por  la  Real  Academia  de 
la  Historia  {Mem.  hist,  esp.,  t.  Y,  pág.  417).  La  respuesta  de  fray  Joao 
López,  que  en  1656  vio  y  consultó  Gil  González  Dávila  en  el  convento  de 
Agustinos  de  Salamanca  (Teatro  eclesiástico,  t.  1,  pág.  524), logró  en  efecto 
cierta  estimación,  haciéndose  de  ella  numerosos  traslados.  Entre  los  libros, 
que  en  146S  formaban  la  librería  de  don  Alvaro  de  Zúñiga,  duque  do  Pla- 
sencia,  se  encuentra  citada  con  otras  obras  del  referido  fray  Juan  Lo-> 
pez  y  aliado  del  Calila  é  Digna  (Saez,  Monedas  de  Enrique  /F,  Apéndi- 
ces, pág.  543). 


n.*  p.,  CAP.  xvn.  HfST.  pilos,  t'orad.  del  r.  de  enr.  iy.  173 

jrcpntacion  con  el  Clarísimo  sol  de  Justigia,  obra  que  dividida  en 
des  partes,  aparecia  animada  de  un  pensamiento  filosófico  y 
cs^ristiano,  y  con  el  Libro  de  la  Casta  Niña,  tratado  moral,  en- 
<:^^iminado  ¿  encarecer  la  pr^tíca  de  la  virtud  con  útilísimo  ejem- 
0  ^  Renombrado  ya  por  sus  estudios  y  aplaudido  tal  vez  por 
historia  latina,  antes  de  ahora  mencionada,  aspiraba  Ruy 
^nchez  á  ganar  fama  de  entendido  en  las  ciencias  filosóficas 
la  Suma  de  la  política,  libro  »que  fabla  de  cómo  deven  ser 
fKJUidadas  é  hedificadas  las  gibdades  é  villas»,  tratando  asimis- 
idel  buen  regimiento  é  recta  poligia  que  deue  auer  todo  reg- 
3  é  Qibdad,  asy  en  tiempo  de  paz  como  de  guerra»  ^.  Aplau- 
do por  su  Espejo  de  las  Isíorías,  compoaia  el  bachiller  Tole- 
y  dedicaba  en  1474  al  arzibispo  don  Alfonso  Carrillo  su  7n- 
t^^^ndonario,  peregrino  tratado,  cuyo  simple  título  está  muy  le- 
j<:>a  de  revelar  el  objeto,  á  cuyo  logro  aspiraba  '.  Ejercitada  do- 


1  Del  aprecio  que  estos  libros  alcanzaron,  nos  dá  razón  el  Inventario 
citado  de  los  libros  del  duque  de  Plasencia.  Así  se  menciona  el  Clarisa 
sol  de  Justicia:  «Un  libro,  de  coberturas  de  cuero  morado,  escrito  eo 
rgamino,  que  fizo  el  maestro  frey  Juan  López  del  Clarísimo  sol  de 

^mitíQia,  estoriado  é  iluminado  con  letras  de  oro  é  figuras,  con  las  armas 
^  duque  y  duquesa. — Otro  libro  de  coberturas  moradas,  que  fizo   el 
ro  frey  Juan  López,  el  qual  es  segundo  libro  del  Clarísimo  sol  de 
'^utifia».  De  la  Ceuta  Niña  se  dice:  «Otro  libro  de  coberturas  de  cuero 
orado,  que  fi90  dicho  maestro  frey  Juan  Lopes,  estoriado,  con  las  armas 
el  duque  é  duquesa  é  su  guarnición  de  plata,  ques  el  Libro  de  la  Casta 
-^Hña»,  También  se  incluye  en  el  mismo  Inventario  otro  libro  del  mismo 
tor  con  título  de:  Los  Evangelios  moralizados,  para  los  domingos  de  to- 
el  año  (Saez,  Monedas,  loco  citato). 

2  Escribióse  este  Sumario  á  ruegos  de  don  Pedro  de  Acuña,  señor  de 
%eñas  y  Buendia,  «guarda  mayor  é  del  Consejo  del  Rey  don  Enrique  IY», 
tiárdase  entre  los  MSS.  de  la  Bibliot.  Nacional  y  citólo  Pérez  Bayer   en 

^^8  notas  á  la  Biblioth.  Vetus  de  don  Nicolás  Antonio  Oib.  X,  capítulo  XII, 
^4g8.  304  y  305). 

3  Las  copias  del  Jnvencionario  se  multiplicaron  en  tal  manera  que  son 
^^rto  comunes  entre  los  eruditos.  Hemos  consultado  algunas  del  mismo  si- 

^loXVy  pareciéndonos  preferible  la  terminada  en  1485  por  un  Antonio  de 

^rdova,  que  es  la  que  lleva  en  la  Biblioteca  del  Escorial  la  signatura 

^•ij.  24.  En  la  Imperial  de  París  existe,,  con  el  num.  2980  áe\  Suplemen-- 

to  de  MSS.,  un  estimable  códice  del  siglo  XV  bajo  el  título  de  Invenoiona^ 


174  HISTORIA  CRÍTICA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

ña  Teresa  de  Cartagena  en  los  estudios,  de  que  babia  sido  áigoo 
gimnasio  la  casa  de  sus  mayores,  y  retirada,  todavía  en  la  ju- 
ventud, &  la  vida  del  claustro,  donde  la  aquejan  graves  dolencias 
corporales,  trazaba  por  último  con  título  de  Arboleda  de  los  En*» 
fermos,  ingeniosa  ficción,  para  alivio  de  las  penas  del  ánímo^ 
ganando,  con  la  incrédula  adn)iracion  de  sus  coetáneos,  extra- 
ordinaria nombradla. 

No  cumple  á  nuestro  propósito*  el  examinar  detenidamente  to- 
das estas  obras;  mas  porque  no  pudiera  comprenderse  su  verw 
dadero  valor  en  el  desarrollo  de  las  letras  patrias,  sin  exponer 
algunos  de  sus  caracteres,  bi^n  será  que  fijemos  un  instante 
nuestras  miradas  en  algunas  de  ellas,  dando  la  preferencia  al 
Invencionario  del  bachiller  Alfon^  de  Toledo  y  á  la  Arboleda 
de  los  Enfermos  de  doña  Teresa  de  Cartagena.  Júzgase  gene- 
ralmente que  es  el  Invencionario  un  catálogo  de  los  descubri- 
mientos más  notables  debidos  á  las  artes  y  á  las  ciencias;  error 
tanto  más  digno  de  repararse  cuanto  que  basta  á  desvanecerlo 
la  simple  lectura  de  la  dedicatoria  y  del  primer  título  de  la  ex- 
presada obra.  Dividida  esta  en  dos  partes  principales,  tenia  «la 
una»  por  objeto  «declarar  los  inventores  de  las  cosas,  que  los 
hombres  inventaron  para  substeutacion  de  la  vida  temporal,  é 
la  otra  los  inventores  de  las  cosas  que  los  hombres  inventaron 
para  adquirir  la  vida  eternal»:  por  manera  que,  abrazando  en 
diez  títulos,  que  subdivide  en  varios  capítulos,  toda  la  materia 
relativa  á  la  vida  temporal,  trataba  en  la  primera  parte  de  los 
inventores  de  las  letras,  de  los  reinos  y  reyes,  de  las  leyes  ca- 
nónicas y  civiles,  de  los  fundadores  y  pobladores  de  ciudades 
y  fortalezas,  palacios  y  moradas,  del  matrimonio,  del^on,  del 
vino  y  de  la  carne,  del  trage  y  maneras  del  vestir,  de  las  ar-- 
mas  y  de  los  caballeros,  de  los  pendones  é  insignias^  de  las 
batallas  y  las  guerras,  blsí  como  de  otras  artes,  «que  los  hom- 
bres inventaron  para  aver  deleytes  é  aliviar  sus  trabajos» ,  po- 


rio  de  Gargia  Pardo  Toletano,  que  es  sin  duda  otro  de  los  trasladadoret. 
Poseemos  esmerada  reproducción  del  siglo  XVI,  á  cuyo  final  leemos:  «Deo 
gracias.  Die  vigessima  prima  aprilis,  anno  Domini  1474».  Lleva  e&  casi  to- 
dos los  códices  el  título  de  Invencionario  de  todas  las  cosas  del  mundOm 


n.*  p.y  CAP.  xvn.  HisT.  piídos,  t  orad,  del  r.  de  enr.  IV.  175 

niendo  fln  ¿  este  libro  con  la  iavestigaoloa  de  los  primeros  ins- 
titaidores  de  la  medicina  y  de  la  asírologia,  de  la  astranomia 
j  demás  saberes  filosóficos.  Dispuesta  la  segunda  parte  en  otros 
diez  títulos,  subdivididos  asimismo  en  diversos  capítulos,  trata- 
ba en  ella  del  pecado  original  y  de  la  fé^  de  la  oración  y  de  la 
limosna^  de  las  oblaciones  y  los  ayunos,  de»  los  sacrificios  y  de 
las  fiestas,  de  los  mártires  y  los  religiosos,  de  las  dedicaciones 
de  los  templos  y  de  la  penitencia.  Tal  era  pues  la  materia  del 
¡wendonario,  difícil  por  cierto  de  adivinar  con  el  simple  título 
de  esta  producción  peregrinla. 

Mostrábase  en  ella  Alfonso  de  Toledo  erudito  en  todo  extre- 
mo, como  quien  mucho  se  pagaba  de  los  títulos  académicos 
que  decoraban  su  nombre  ^,  y  á  tal  punto  llevaba  esta  predilec- 
cioQ  á  los  estudios  eruditos  que  parecía  en  cierto  modo  avergon- 
zarse de  haber  escrito  el  Invencionario  en  el  romance  materno, 
circQQstancia  no  para  olvidada,  al  seguir  el  movimiento  general 
de  las  letras  durante  el  siglo  que  historiamos  ^.  Con  el  aparato 
de  los  agrados  libros  y  de  las  historias,  á  la  sazón  apellidadas 
escolásticas  y  eclesiásticas;  con  el  auxilio  de  los  Padres,  de  los 
decretistas.y  decretalistas  y  de  otros  muchos  sabios,  tejia  el 
bachiller  su  Invencionario,  constituyendo  curioso  repertorio  de 
cosas  peregrinas,  muy  del  gusto  de  su  época  y  hoy  en  general 
harto  insignificantes  y  triviales.  Proviene  de  aquí  el  poco  interés 


1  Blanifestando  al  arzobispo  de  Toledo  las  fuentes^  á  que  había  acudido 
pan  tomar  sus  noticias,  observaba:  «Tomé  de  las  istorias  de  los  Testamen- 
>tOf  Viejo  é  Nuevo  é  textos  db  decretos  é  decretales,  é  leyes,  é  de  las  ys- 
•lorias  escolásticas  ó  eclesiásticas,  é  de  los  dichos  de  los  sanctos  doctores 
»de  la  Iglesia  é  de  otros  muchos  sabios,  lo  qual  todo  está  en  latín  é  sin 
»dubda  muy  bien  dictado»  (Prólogo). 

2  £1  bachiller  decía  al  arzobispo  que  sin  duda  le  culparía  de  no  haber 
dictado  su  obra  «en  lengua  latina,  usando  del  pomposo  retórico  estilo»,  y 
en  ftt  descargo,  añade:  «Si  yo  esta  obra  en  lengua  latina  é  de  estilo  retó  • 
»ríco  ordenara,  puesto  que  para  ello  s^ienfia  touiera,  non  se  pudiera  della 
•aprovechar,  salvo  vuestra  señoría  y  los  otros  letrados  de  vuestra  casa,  é 
vansi  no  tan  largamente  vuestra  benignfssíma  condifion  ouíera  ni  alcan- 
Dzara  vuestro  optado  deseo;  é  por  esta  razón  que  todos,  ansí  letrados  co-, 
»mo  non  letrados  ouiesen  parte,  por  mano  de  vuestra  señoría,  coucluy  de 
» verla  ordenar  en  plano  estillo  é  ditar  en  lengua  maternal  (id). 


176  HISTORIA   CRÍTICA   DB   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

que  excita  en  nosotros  la  lectura  de  libro  tan  aplaudido  en  su 
tiempo;  y  del  afán  con  que  Alfonso  de  Toledo  atiende  á  lo  raro 
7  recóndito  de  las  noticias  por  él  allegadas,  el  desmayo,  poca 
fluidez  y  menor  gala  del  estilo  y  lenguaje,  si  ya  no  es  que  á.  to^ 
dos  estos  defectos  contribuia  más  eficazmente  el  menospre- 
cio, con  que  empezaban  á  ver  los  latinistas  la  hermosa  lengua 
del  Rey  Sabio*. 

Confírmanos  algún  tanto  en  esta  idea  el  estudio  de  la  Arbo-- 
leda  de  los  Enfermos  de  doña  Teresa  de  Cartagena.  Dotada  es 
ta  esclarecida  religiosa  de  la  general  erudición  de  su  tiempo,' 
aquejada  en  el  claustro  del  dolor  que  le  habia  privado  del  oido 
buscaba  el  consuelo  espiritual,  «levantando  su  deseo  en  Dios» ,  o 
mo  á  fuente  de  salud  verdadera  ^.  Para  lograrla,  suponíase  ar 
rejada  por  recio  torbellino  á  una  isla  desierta:  era  el  indicad 
torbellino  el  viento  de  las  pasiones,  é  intitulábase  la  isla  Opn 


1  Esta  observación  lo^a  aplicación  más  completa  en  el  reinado  de  "B-s-^ 
inmortal  Isabel,  según  demostraremos  en  breve;  pero  no  sin  dejar  aq 
apuntado  que  el  empeño  de  los  latinos  es  impotente  para  detener  ó  anuí 
el  desarrollo  de  la  lengua  española,  que  enriquecida  aun  por  sus  misia. 
detractores,  llegaba  al  colmo  de  su  grandeza.  Esta  importante  verdad  v 
remos  confirmada  por  boca  de  los  mismos  padres  de  la  escuela  propiamec 
latina. 

2  Semejante  pensamiento  aparece  ya  anunciado  en  el  epígrafe  del  libi 
donde  leemos:  «Este  tractado  se  Mama  Arboleda  délos  enfermos,c\q\iA\c9 
•puso  Teresa  de  Cartagena,  seyendo  apasyonda  de  graves  dolen9Ías,  es|>< 
>9ialmente  aviendo  el  sentido  del  oyr  perdido  del  todo:  et  fizo  aquesta  o%>: 
>á  loor  de  Dios  é  espiritual  consolación  suya  é  de  todos  aquellos  que   < 
ifermedades  padecen,  porque  despedidos  de  la  salud  corporal,  levanten 
•deseo  en  Dios,  ques  verdadera  salut». — £1  códice  que  encierra  este  p 
cioso  tratado,  lleva  en  la  Bibliot.  Escurial.  las  marcas  ii¡.  h.  24:  es  un  "^ 
lumen  folio  menor,  escrito  en  papel  y  letra  del  siglo  XV;  consta  de  91 


Jas,  y  terminadas  las  obras  de  doña  Teresa,  que  en  el  texto  mencionamos  *> 
se  halla  al  folio  67  un  tratado,  que  lleva  por  título:  Ven^miento  del  mtA^^'^' 
do,  enviado  desde  Elche  en  el  reyno  de  Valencia,  á  la  señora  doña  Leoí*-  ^^ 
de  Ayala  por  Alonso  Nuñez  de  Toledo^;  y  al  84  una  breve  colección  ^* 
Sentencias  de  philósophos  é  sabios,  anónimo.  Nuñcz  de  Toledo  acabó  stx  ^'' 
bro  el  postrimero  dia  de  MCCCCLXXXl  y  trató  en  él  de  las  causas  de  "•^  *' 

g. ^ .„     ^ *-^ 

ron  copiados  por  un  Pero  López  de  Trigo,  que  los  suscribe. 


II.' P.,   CAP.  XVII.   HIST.  FILOS.  T  ORAD.   DEL  R.  DE  ENR.  IV.    177 

bio  de  los  hombres  y  abyección  de  la  plebe  ' .  Ea  ella  vivía  do^ 
ña  Teresa  acogida  á  la  sombra  de  Tructíferos  árboles,  que  defea- 
diéndola  de  los  ardorosos  rayos  del  sol,  le  brindaban  al  par  sa- 
ladable  refrigerio,  reponiendo  sus  fuerzas  cansadas  ó  abatidas. 
Representaban  aquellos  árboles  los  libros  piadosos,  nutridos  de 
para  y  vivificante  doctrina,  y  muy  principalmente  las  sagradas 
escrituras,  entre  las  cuales  florecían  con  inmortal  fragancia  y 
sabrosa  dulzura  los  Salmos  de  David,  á  que  daba  doña  Teresa, 
siguiendo  el  lenguaje  poético  de  su  época,  nombre  de  Cancione- 
'V-  Formábase  de  esta  suerte  la  prodigiosa  Arboleda  de  los  En- 
fermos^ que  padecían  angustiosas  dolencias  del  ánimo;  y  en 
alas  de  esta  ficción,  elevábase  la  ilustrada  religiosa  á  las  regio- 
nes de  la  vida  contemplativa,  buscando  el  consuelo  á  su  mal  en 
aquella  salvadora  filosofía,  que  manando  de  las  fuentes  evangé- 
licas, ofrece  puerto  seguro,  tras  las  amargas  tribulaciones  de  es- 
te Valle  ele  lágrimas. 

Doña  Teresa  de  Cartagena,  adhiriéndose  respecto  de  la  forma  á 
'^  triunfante  escuela  alegórica,  y  mostrándose,  en  orden  á  lá 
doctrina,  filiada  entre  los  eruditos  por  la  copiosa  lectura,  que  su 
^hvQ  revela,  desenvolvía  pues  en  la  Arboleda  de  los  enfermos 
^^  pensamiento  hasta  cierto  punto  original,  y  que  recibía  nuevos 
^^ilates  de  las  virtudes  literarias  que  la  ennoblecían.  Dotada 
^^  lozana  imaginación,  imprimía  en  efecto  á  sus  descripciones 
pintoresco  y  agradable  colorido:  llevada  por  su  talento  reflexivo 
^  la  contemplación  interna  de  los  sentimientos,  comunicaba  á  su 
^^se  extraordinaria  viveza:  su  estilo  y  su  lenguaje  eran  por  tan- 
^^  tan  enérgicos  como  espontáneos;  y  más  naturales ,  menos 
Pi^etenciosos  que  el  lenguaje  y  estilo  de  los  escritores  de  aquella 
^ad,  aparecía  el  primero  mucho  más  armonioso,  mientras  re- 
^^Itaban  en  el  segundo  mayor  gracia  y  soltura. — Cualidades  fue- 
ron estas  que,  unidas  á  la  significación  moral  de  la  Arboleda  de 
*o«  enfermos^  dieron  motivo  á  que  los  doctos  no  la  creyeran 
^tra  de  doña  Teresa:  noticiosa  esta  de  aquella  ofensiva  incredu- 
lidad, juzgóse  obligada  á  dirigir  cierta  manera  de  vindicación 

1     OproSium  hominum  et  (ibiectio  plebis,  dice  doña  Teresa,  haciendo 
de  sus  estudios  latinos. 

Tomo  vu.  12 


178  HISTORIA   GRtTIGA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

á  doña  Juana  de  Mendoza,  mujer  del  esclarecido  poeta  don  Gó- 
mez Manrique.  Designaba  aquel  nuevo  tratado  con  titulo  de  Ad-- 
miración  de  las  obras  de  Dios  ^;  y  para  justificarlo,  manifestaba 
que  si  habia  podido  causar  alguna  maravilla  su  Arboleda^  había 
sido  su  flaco  entendimiento  iluminado  por  la  divina  gracia,  no 
siendo  de  maravillar  si  no  su  omnipotencia.  Quien  dio  aliento  k 
Judit  para  matar  á  Olofernes,  bien  habia  podido  inspirarla  y 
alentar  su  pequenez  é  ignorancia  *.  Doña  Teresa  en  este,  como 
en  el  anterior  escrito,  hacia  sin  embargo  notable  gala  de  erudi- 
ción; y  no  sólo  invocaba  los  sagrados  libros  y  los  Padres,  sino 
que  citaba  también  los  filósofos  y  escritores  profanos,  entre  los 
cuales  no  olvidada  el  nombre  de  Boccacio  ^. 


1  El  epígnrafe  dice:  c  Aquí  comienza  un  breve  tratado,  el  qual  con  vi- 
•nientemente  se  puede  llamar  Admiratio  operum  Dei,  Compúsole  Teresa 
de  Cartagena,  religiosa  de  la  hórden  de...  á  petición  é  ruego  de  la  señora 
doña  Juana  de  Mendoza,  mujer  del  señor  Gomes  Manrique* . 

2  En  la  dedicatoria  excusa  la  tardanza  en  re^ditir  su  libro  con  las  áor 
lencias  que  padece,  y  llegada  á  la  introducción ,  escribe:  «Muchas  veseí 
»me  es  fecho  entender,  virtuosa  señora,  que  algunos  de  los  prudentes  va- 
»rones^  é  asy  mesmo  fembras  discretas  se  maravillan  ó  han  maravillado  de 
»un  tratado  que,  la  gracia  divina  administrando  mi  flaco  mugeril  enten- 
»dimiento,  mi  mano  escribió.  £  cómo  sea  una  obra  pequeña,  de  poca  sus- 
•tancia^  estoy  maravillada;  é  non  sé  creer  que  los  prudentes  varones  se  yn- 
iclinasen  á  quererse  maravillar  de  tan  poca  cosa;  pero  si  su  maravillar  et 
»clerto,  bien  pares9e  que  mi  denuesto  non  es  dubdoso,»  etc.  (fól.  51)« 

3  La  erudición  de  doña  Teresa,  tan  peregrina  entre  las  fembras  discrC' 
tas  de  Castilla,  nos  induce,  como  ya  hemos  apuntado,  á  recibirla  entre  loi 
descendientes  del  celebrado  don  Pablo  de  Santa  María,  (A>ispo  de  Cartage- 
na, de  cuya  dignidad  tomó  apellido  su  ilustre  familia.  Pero  ¿de  quién  en 
hija  doña  Teresa?...  De  los  cuatro  hijos  que  tuvo  don  Pablo,  dos  abraza- 
ron la  carrera  eclesiástica  (don  Gonzalo  y  don  Alfonso),  los  otros  dos  (Pe- 
dro y  Alvar  Sánchez)  se  distinguieron  el  primero  en  la  milicia  y  el  segun- 
do en  la  toga:  ambos  se  honraron  <^n  el  nombre  de  Cartagena  y  amboi 
tuvieron  larga  prole,  que  figurando  en  toda  la  segunda  mitad  del  siglo  XY, 
se  enlazó  con  muy  ilustres  familias  de  (bastilla  y  aun  de  Aragón,  según  ade- 
lante veremos.  Doña  Teresa  aparece,  ya  al  escribir  sus  libros,  si  no  en  edad 
madura,  al  menos  distante  de  la  primera  juventud,  á  cuya  persuasión  con- 
tribuye también  la  consideración  que  merece  á  doña  Juana  de  Mendoza, 
esposa  de  Gómez  Manrique.  Constando  por  otra  parte  que  este  procer  tuvo 
amistad  con  Pedro  de  Cartagena^  á  quien  por  los  años  de  1460  compró  en 


11.*  P.,  CAP.  XVJI.  HIST.,  PILOS.  T  ORAD.  DEL  H.  DE  EJKK.  IV.  179 

£n  tanto  que  esta  primera  Teresa  parecía  preludiar  desde  el 
claustro  los  triunfos  literarios  que  un  siglo  adelante  debia  alcan- 
zar la  estrella  de  Ávila,  cultivaban  la  elocuencia  sagrada  otros 
iflg-enios  dignos  de  ser  aquí  conmemorados.  Nombradla  y  aplau- 
so ganaban  en  el  pulpito,  con  otros  estimados  predicadores,  el  ya 
famoso  fray  Alonso  de  Espina,  perseguidor  de  la  grey  judaica, 
cay  a  religión  habia  abjurado  durante  el  reinado  de  don  Juan  II  ^; 
el  obispo  de  Coria,  don  Francisco  de  Toledo  *;  el  general  de  la 
orden  geroniraitana,  fray  Alonso  de  Oropesa  ',  y  el  celebrado  Juan 
González  del  Castillo,  cuya  palabra  gozaba  de  singular  prestigio 
ea  las  esferas  populares  ^.  Desdicha  es  que  no  se  hayan  trasmi^ 
tido  &  nuestros  dias  las  oraciones  pronunciadas  por  estos  predi- 
cadores en  la  corte  de  Enrique  lY,  siéndonos  por  tanto  imposi- 
ble discernir  si  el  mérito  real  de  su  palabra  correspondía  á  la 
estimación  general  que  alcanzaron.  Pero  que  los  oradores  sagra- 
dos de  aquella  edad  ponian  extremado  esmero  en  el  atildamiento 
de  las  formas  de  estilo  y  de  lenguaje,  procurando  tal  vez  disi- 
mular en  tal  manera  la  inevitable  dureza  de  sus  avisos  y  amones- 
taciones, es  para  nosotros  evidente,  cuando  asi  lo  testifican  mo- 
numentos ooetáneos.  «El  predicador...  segund  la  doctrina  del 
•Ecclesiástico  (leemos  en  un  curioso  libro  de  aquella  edad)  non 
•esconda  la  verdat  del  su  enseñamiento  só  fermosurade  palabras 
«parando  más  mientes  á  la  apostura  de  la  fabla  que  al  sesso:  ca 
•non  conviene  al  predicador  de  la  uerdat  de  las  scripturas  divina- 


cl  lugar  de  Cordobilla  algunas  posesiones,  de  que  se  hace  mención  en  su 
testamento,  no  seria  descabellado  el  admitir  que  doña  Teresa  fué  hija  del 
referido  Pedro,  cuyo  nombre  figura  adelante  en  la  historia  de  la  poesía 
castellana  (Hist,  de  la  Casa  de  Lara,  t.  II,  lib.  X(I;  Estudios  sobre  los 
Judíos,  £ns.  II,  cap.  VIH;  España  Sagrada,  t.  XXVI,  cap.  4). 

1  Véase  el  cap.  XII  del  anterior  volumen. 

2  González  Dávila,  Teatro  Eclesiástico,  t,  //,  pág.  450. 

3  Historia  de  la  Orden  de  San  Gerónimo  por  fray  Josef  de  Siguen- 
za,  !!.•  Parte,  lib.  III. 

4  Mencionando  el  P.  Mariana  á  este  predicador,  le  califica  de 
excelente,  y  afirma  que  murió  en  Salamanca  á  los  49  años  de  su 
edad  [1479]  envenenado,  csegun  se  cree,  por  una  hostia  que  le  envió  una 
dama  viuda,  cuyo  amante  aconsejado  por  CasliUo,  la  habia  abandona- 
do (Hist.  Gen.  de  España,  lib.  XXIV). 


180  HISTORIA  crítica   DE  LA   LITERATURA   ESPAfi(OLA. 

•les  fahlar  rimado  etpor  consonantes  ^»  Este  significativo  pa- 
saje parece  pues  no  dejar  duda  de  que  la  elocuencia  sagrada,  lia- 
mada,  como  la  poesía,  á  cierto  grado  de  perfeccionamiento  res- 
pecto délas  formas,  se  excedía  de  los  justos  límites,  cayendo  en 
el  lamentable  extravío,  reproducido  dos  siglos  adelante,  de  sem- 
brar los  períodos  de  metros  y  rimas,  lo  cual  era  contrario  ¿  su 
propia  naturaleza. 

Pero  si  respecto  de  las  oraciones  sagradas,  debidas  á  estos  y 
otros  predicadores  del  reinado  de  Enrique  lY,  no  podemos  ex» 
poner  un  juicio  exacto,  no  faltan  en  verdad  algunos  tratados 
ascéticos,  que  unidos  á  los  ya  mencionados  de  fliosoña  moral, 
completan  en  cierto  modo  el  que  debemos  formar  del  estado  de 
la  referida  elocuencia  á  mediados  del  siglo  XY.  Mención  singa- 
lar  merecen  en  efecto,  entre  otros  libros  más  ó  menos  impor- 
tantes, las  Preparaciones  para  bien  vivir  é  santamente  morir , 
debidas  á  un  monge  geronimitano  de  Talavera  *,  el  Libro  de  avi- 
sos é  sentencias,  preciosa  colección  de  máximas  morales  y  reli- 
giosas, que  parecen  inspiradas  por  análogo  pensamiento  al  que 
movió  al  marqués  de  Santillana  á  escribir  sus  Proverbios  *,  y 
sobre  todos  la  Flor  de  Virtudes,  que  constituye  cierta  manera  de 
catecismo  moral  y  religioso,  dictado  por  el  sentido  práctico  de  la 
vida.  De  todos  estos  escritos,  hasta  ahora  no  tomados  en  consi- 
deración por  la  critica,  pudiéramos  traer  aquí  no  despreciables 


1  Enseñamiento  del  coragon,  cap.  I,  fól.  1  del  cód.  Bb.  96  de  la  Bi- 
blioteca Nacional.  Ampliando  esta  observación,  añadía:  «Algunos  ay  que 
nmás  studian  de  fablar...  cosas  altas  ct  fermosas  que  convenibles  é  prove- 
•chosas;  é  han  vergüenza  de  fablar  cosas  llanas  é  homildes,  porque  non 

0 

))sean  tenidos  que  non  saben  más  de  aquello.  E  sin  dubda  non  fablan  al 
•coraron,  mas  á  las  orejas  los  que  fablan  d'aquesta  manera»  (ídem,  idcm, 
fól.  1  V.). 

2  Poseemos  este  singular  MS.,  que  con  las  Preporo^one^  encierra  otros 
tratados  ascéticos,  ya  latinos,  ya  castellanos.  Es  un  volumen  8.°,  papel  y 
pergamino,  de  letra  de  la  segunda  mitad  del  siglo  XY. 

3  Existe  este  curioso  tratado  en  el  códice  que  lleva  por  título  en  la  Bi- 
blioteca Nacional,  Cancionero  de  Jooar,  fól.  171;  pero  sin  título.  Es  libro 
breve,  mas  animado  de  excelente  espíritu  y  útil  para  la  vida  práctica:  aca- 
so sea  parto  del  mismo  ingenio,  que  trazó  la  Flor  de  Virtudes,  que  á  con- 
tinuación examinamos. 


ir/  P.y  GAP.  XVII.  HrST.  PILOS.  T  ORAD.  DEL  Ü.   DE  ENR.  IV.  181 

pasajes,  suficientes  á  comprobar  el  expresado  aserto:  el  anhelo 
ie  la  brevedad  nos  obliga  á  contraernos  á  la  Flor  de  ViríudeSf 
libro  terminado  en  los  primeros  meses  de  de  1470  ^ 

«  To  hé  fecho  (escribe  el  autor)  assy  como  aquel  que  es  en  un 
jgT'aQd  prado  de  flores  é  ha  cogido  la  gima  é  belleza  daquellas, 
•por  fager  una  guirlanda  ó  chapirete  muy  noble.»  Con  estas  flo^ 
res  morales  y  religiosas  teje  en  efecto  hasta  cuarenta  y  un  capí- 
IbIos,  enipezando  por  la  idea  del  Amor,  en  que  sigue  la  doctrina 
de  Santo  Tomás,  y  terminando  con  la  del  buen  fablar,  no  olvi- 
dados cuantos  avisos  y  amonestaciones  pueden  contribuir  al  logro 
de  la  felicidad  terrenal  y  á  la  posesión  de  la  eterna  bienandanza. 
Apoyándose  de  continuo  en  las  Santas  Escrituras,  consultados  los 
Padres  de  la  Iglesia,  y  no  desechados   los  ingenios  de  la  edad 
media,  es  de  notar  cómo  acude  el  autor  de  la  Flor  de  Virtudes  á 
invocar  con  no  menos  frecuencia  el  testimonio  de  los  filósofos  y 
poetas  de  la  antigüedad  clásica  ^;  demostrando  en  la  oportuni- 
dad y  seguridad  de  las  citas   que  aquel  anhelo  de  los  eruditos, 
jamás  extinguido  ni  aun  en  los  tiempos  de  mayores  tinieblas, 
íortalecido  grandemente,  en  la  primera  mitad  del  siglo,  llegaba 
¿determinarse  de  un  modo  claro  y  distinto,  augurando  la  pró- 
xima transformación  que  iba  á  fijar  la  venidera  suerte  de  las  le- 
tras españolas.  La  doctrina  de  la  Flor  de  Virtudes  descansa  por 
tanto,  ya  en  la  autoridad  de  los  libros  sagrados,  ya  en  la  de  los 
escritores  gentílicos;    pero  no  carece  de  cierta  frescura  y  aun 
originalidad  en  la  manera  de  expresarla,  y  aunque  abunda  ya 
en  italianismos,  prueba  incontestable  de  la  influencia  que  iba 
predominando  en  las  letras  vulgares  ^,  muestra  cierta  riqueza  de 


1  Hállase  la  Flor  de  Virtudes  en  el  citado  códice  al  fól.  299  y.— Al  fl- 
"ilie  lee:  «A  viiij  días  de  mar90  de  M.^ccccLxx». 

2  Los  más  notables  que  cita  son:  Homero,  Sócrates,  Platón,  Aristóteles, 
Tolomeo,  Marco  Tulio,  Terencio,  Catón,  Persio,  Ovidio,  Marciano;  y  entre 
los  PP.  San  Pablo,  San  Ag^ustin,  San  Gregorio,  San  Isidoro,  San  Bernar- 
do, etc.,  no  olvidados  con  otros  escritores  Galeno,  Avicena,  Averroes,  etc. 

3  Es  en  efecto  digno  de  repararse,  tanto  respecto  de  la  Flor  de  VirtU' 
^  como  del  libro  de  los  Avisos  é  Sentencias,  que  se  hallan  con  frecuencia 
▼otes  italianat ,  lo  cual,  caracterizando  la  poesía,  dá  ya  inequívoco  testimonio 
de  la  influencia  que  al  finar  el  siglo^  y  más  principalmente  en  todo  el  XVI, 


182  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAflOLA. 

dicción  y  no  poca  gracia  en  la  extructura  de  la  frase,  cuya  ener- 
gía merece  llamar  la  atención,  pues  contribuye  á  confirmar  la 
observación  general  relativa  al  carácter  de  los  escritores,  que  flo- 
recen durante  el  reinado  de  Enrique  lY.  Comprobación  de  todo 
lo  dicho  hallarán  sin  duda  los  lectores  en  el  siguiente  pasaje, 
donde  pinta  la  Envidia: 

aEnoidia,  ques  contrario  vicio  de  la  virtud  de  amar,  se  forma  segax|d 
virtud  en  dos  maneras:  la  primera  si  es  que  onbre  enbidioso  ha  dolor 
del  bien  de  otro:  la  otra  es  si  ha  grand  plazer  del  mal  de  otro.  Cada  uno 
de  aquestos  dos  vicios,  empero,  puede  ser  por  bien  asy  como  por  mal; 
ca  alegrarse  del  mal  de  otri  á  tal  que  aquel  se  castigue  de  su  malicia,  é 
esto  por  la  grand  adversidad  del  mal,  é  aun  por  aver  dolor  del  bien  de 
otro,  é  esto  por  tanto  que  aquel  seria  malvado  é  por  aquella  aumentación 
que  avria  de  los  bienes  tornaría  en  mayor  sobervia  é  malicia.  Salomón 
dice  asi: — Virtud  de  amar  es  buena,  cuando  es  bien  construyda  é  bien 
formada  é  es  disposición  de  natural  grandeza  de  voluntad,  é  á  quien  yé 
que  voluntariamente  razona,  el  onbre  toma  y  grand  pluzer  de  la  obra 
piadosa  é  acostumbrada  que  faze  el  amor  de  Dios.  E  puédese  comparar 
la  envidia  al  milano ,  el  qual  es  tanto  envidioso  de  si  mismo,  que  él  vé 
los  fijos  que  estando  en  el  nido  engrasan  é  por  gran  envidia  que  há  él» 
los  pica  en  el  costado,  por  tal  que  la  carne  les  podresca,  á  tal  que  enma- 
grescan.  Séneca  dice  que  más  conveniente  cosa  le  paresge  pasar  el  onbre 
el  desplacer  déla  pobredat,  que  non  la  envidia  de  la  riqueza.  £1  vigió  de 
la  envidia  es  mayor  que  los  otros  vicios  todos:  asy  como  la  carcoma  con- 
sume el  leño  todo,  asy  la  envidia  consume  los  cuerpos  de  los  hom- 
bres,» etc. 

Hemos  copiado  al  acaso,  y  no  juzgamos  necesarias  nuevas  ci- 
tas: la  Fbr  de  Virtudes,  asi  como  todos  los  libros  ascéticos  y 
morales,  que  han  llegado  á  nuestros  dias  del  reinado  de  Enri- 
que IV,  al  propio  tiempo  que  descubre  las  influencias  literarias 
que  dabaq  impulso  á  la  cultura  española,  como  feliz  consecuencia 
del  extraordinario  movimiento  intelectual  operado  en  las  cortes  de 
don  Juan  II  y  de  Alfonso  Y,  ponía  de  relieve  que  en  medio  de  la 
corrupción  que  trabajaba  á  los  castellanos ,  volvían  los  hombres 
sensatos  sus  miradas  á  la  moral  y  á  la  religión,  buscando  antído- 
to á  la  mortal  ponzoña  que  los  devoraba.  Nacia  de  esta  situación 

iba  á  reflejarse  en  la  literatura  española.  Tales  son  por  ejemplo  las  pala- 
bras: qualquef  natácher  ó  naocher,  esgucírdCf  lisunga,  etc.,  etc. 


1^»^  P.,  CIP.  Xm.  HIST.y  FILOS.  T  ORAD.  DEL  R.'dB  ElfR.  IV.  Í8S 

espetíal  de  los  ¿nimos  aquel  desacostumbrado  vigor  y  aquel  vivo 
cotorido,  que  hemos  visto  animar  las  producciones  de  la  poesía  y 
qve  respiandecian  igualmente  en  las  obras  históricas,  no  sin  que 
Ikgaseo  estas  &  adolecer  de  cierta  afectación  declamatoria,  que 
<Uie  por  otra  parte  llamar  la  atención  de  la  critica,  inclinándola 
á  más  transcendentales  observaciones.  Digno  es  por  cierto  de 
coosignarse  en  este  sitio,  para  nueva  comprobación  de  las  leyes 
pnerales  que  parecen  presidir  la  manifestación  del  ingenio  es- 
paiol  en  todos  los  tie^npos:  los  discursos,  apostrofes  y  arengas 
9oe  tan  &  menudo  hallamos  así  en  las  crónicas  de  .Castillo  y  de 
ftíencia,  como  en  la  del  Condestable  Miguel  Lúeas  de  Iranzo,  y 
fQe  esmaltan  igualmente  los  libros  ascéticos  y  morales  desde  la 
Pnmera  mitad  del  siglo  XY,  estableciendo  cierta  relación  interna 
^  la  historia  de  la  elocuencia  española,  nos  traen  á  la  memoria 
^'(laiitos  caracteres  hemos  visto  brillar  en  las  producciones  de  los 
Oidores,  que  envía  España  á  la  Roma  del  Imperio,  y  en  las 
obras  de  los  Leandros  é  Ildefonsos,  de  los  Valerios  y  Beatos. 
A<|uel  levantado  espíritu  que  en  tan  lejanas  edades  caracteriza 
^  ingenio  español,  aquel  excesivo  anhelo  de  la  grandilocuencia, 
Qtte  le  subyuga  y  á  veces  le  extravía,  rasgos  son  que  resplande- 
ciendo á  la  contíua  en  los  poetas  y  oradores  de  nuestra  Penínsu- 
l^>   no  pueden  desconocerse  en  los  escritores  del  reinado  de  En- 
rique lY,  en  quienes  se  consociaban  á  esas  dotes  propias  de  nues- 
tro  genio  literario,  demás  de  las  circunstancias  políticas  y  mo- 
ra.les  ya  reconocidas,  el  creciente  predomio  de  la  antigüedad  clá- 
^'^^^,  entre  cuyos  grandes  hombres  alcanzaban  decidida  predilec- 
ción los  celebrados  hijos  de  Córdoba. 

I'al  es  la  enseñanza  que  debemos  al  estudio  de  los  cronistas  y 
escritores  de  este  calamitoso  reinado;  estudio  que  enlazado  con 
^*  ya  expuesto  de  los  poetas,  sobre  mostrar  con  evidencia  cuáa 
®^**ada  es  la  doctrina  de  los  que  suponen  del  todo  anulado  elmo- 
^^iento  que  reciben  en  la  primera  mitad  del  siglo  las  letras  pá- 
^''las ,  nos  abre  el  camino  para  penetrar  con  planta  segura  en  el 
Siorioso  reinado  de  los  Reyes  Católicos. — Los  disturbios  y  es- 
^^flalos  que  llora  Castilla,  detienen  en  cierto  modo  aquella  mar- 
^ha  triunfal,  en  que  la  civilización  de  nuestros  padres  aspiraba 
Y^  directamente  á  la  posesión  de  los  tesoros  literarios  del  mundo 


184  HISTORIA  CRITICA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÜOLA. 

antiguo;  pero  fortalecido  el  ingenio  español  en  mitad  de  las  con- 
tradicciones, cobra  en  aquella  lucha  mayores  bríos,  y  espera 
sólo  que  llegue  dia  más  bonancible  para  desplegar  sus  alas  con 
mayor  fuerza,  recorriendo  al  par  todas  las  esferas  donde  había 
ensayado  ya  sus  conquistas. — El  Renacimiento  de  las  letras  se 
habia  iniciado  felizmente  en  la  esfera  de  las  ideas,  produciendo 
abundantes  frutos:  restábale  realizarse  en  el  terreno  de  las  for- 
mas, y  esta  nueva  transformación  estaba  reservada  á  la  dichosa 
edad  de  Isabel  la  Católica. 


CAPITULO  xvni. 

TENDENCIA  GENERAL  DE  LAS  LETRAS  DURANTE  EL 

REINADO  DE  LOS  RETES  CATÓLICOS. 


Situación  de  Castilla  en  1474.— Entrada  ti!4anfal  de  Isabel  y  Fernando 
en  Toledo.-— Carácter  de  este  triunfo. — Política  de  los  Reyes  Católicos. — 
So.  influencia  en  el  desarrollo  intelectual  de  España.— ^Educación  litera- 
ria de  Isabel: — de  los  Infantes  y  de  los  magnates. — Su  carácter  clásico. 
— ^Ilostres  cultivadores  de  las  letras  griegas  y  latinas. — Antonio  de  Ne- 
brija  y  Arias  Barbosa. — Sus  libros  didácticos. — Sus  discípulos. — Efectos 
inmediatos  de  su  doctrina. — Traductores  de  obras  clásicas.— índole  de 
las  nuevas  versiones. — Cultivadores  de  la  antigüedad. — Lápidas ,  me- 
dallas y  monumentos. — Desdeñan  los  doctos  el  habla  y  la  literatura  vul- 
g^ar. — Consecuencias  de  estos  hechos  en  las  esferas  del  arte. — Nuevos 
sucesos  que  las  determinan. — Aplicaciones  de  la  brújula  y  la  pólvora. — 
I>e8cabrímientoe  de  la  imprenta  y  del  Nuevo  Mundo. — Establecimiento 
del  Santo  Oficio. — Expulsión  de  los  judíos. — Influencia  de  todos  estos 
acaecimientos  en  las  regiones  eruditas. — Sus  efectos  en  las  populares. — 

Consideraciones  generales. 


Llegamos  felizmente  al  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  como 
llega  el  marino  tras  peligrosa  borrasca  á  puerto  de  bonanza. 
Al  fijar  la  vista  en  los  dilatados  horizontes,  que  merced  á  los 
nobles  esfuerzos  de  Isabel  y  de  Fernando,  se  abren  donde  quie- 
ra á.  Castilla,  reposa  el  fatigado  corazón,  serénase  la  mente  y 
mirando  una  tras  otra  realizadas  las  grandes  ideas,  que  habían 
alentado  al  pueblo  de  los  Alfonsos  y  de  los  Jaimes,  se  alza  ante 
nosotros  poderosa  é  ilustrada  aquella  monarquía,  que  vencedora 


186  HISTORIA  CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA  BSPAÜOLA. 

del  Islam  y  temida  de  la  Europa,  llevaba  m&s  allá  del  Atlántico 
su  religión  y  su  imperio.  Mas  esta  obra  inmortal  de  los  Reyes 
Católicos  no  podia  ser  realizada  sin  grandes  sacrificios ,  ora  la 
contemplemos  bajo  el  aspecto  de  la  moral  y  de  la  política^  ora  la 
consideremos  bajo  la  relación  de  las  letras  y  de  las  artes.  La 
poquedad  y  vacilación  de  aquel  principe,  de  quien  dijeron  con 
razón  sus  coetáneos  que  habia  tenido  vacante  el  oficio  de  rey  ^, 
sobre  dejar  relajados  todos  los  vínculos  sociales,  hicieron  á  Cas- 
tilla el  fatal  legado  de  una  guerra  de  sucesión,  cuyo  desenlace 
era  por  demás  dudoso,  patrocinadas  las  pretensiones  de  la  Bel- 
traneja  por  Alfonso  Y  de  Portugal,  quien  se  entraba  con  podero- 
so ejército  en  los  dominios  castellanos.  Ponia  término  á  seme- 
jante lucha  la  batalla  de  Toro;  y  mientras  aseguraba  en  las 
sienes  de  Isabel  la  corona  de  San  Fernando,  abriéndole  camino 
para  dar  cima  á  las  grandes  empresas  que  meditaba,  ofrecíase 
la  solemnidad  con  que  era  celebrada  aquella  gran  victoria,  cual 
digna  inauguración  de  tan  feliz  reinado. 

Ningún  hecho  podia  revelar,  en  efecto,  con  tanta  fidelidad  el 
carácter  de  la  Era  que  empezaba  para  España,  como  la  entrada 
triunfal  de  Isabel  y  de  Fernando  en  la  antigua  ciudad  de  los 
concilios,  «alcázar  de  Emperadores,»  según  la  apellidaban  los 
coetáneos  *.  Corria  el  año  de  1476:  agitada  Toledo  por  la  fausta 
nueva  de  la  expulsión  de  los  portugueses,  preparábase  á  recibir 
con  pompa  inusitada  al  afortunado  príncipe,  que  en  los  campos  de 
Toro  habia  lavado  el  afrentoso  borrón  de  AIjubarrota.  Movida 
del  amor  que  la  inspiraba  Isabel,  precipitábase  la  muchedumbre 
en  los  llanos  de  Bisagra  para  saludar  á  los  vencedores,  mientras 
«dexado  el  luto  de  las  vestiduras,  de  que  el  noble  rey  don  Johan 
»é  los  del  su  regno  se  vistieran,»  mostrábanse  en  público  jurados 
y  regidores  cubiertos  de  vistosos  y  ricos  brocados^.  Era  el  postrer 


t  Carta  de  Fernando  del  Pulgar  al  obispo  de  Coria,  1473  (Memorias 
de  la  Real  Academia,  t.  VI,  pág^.  124). 

2'   Id.,  id.,  id. 

3  Debemos  estas  peregrinas  noticias,  no  conocidas  aun  en  la  república 
literaria,  al  precioso  códice  de  la  Biblioteca  del  Escorial,  marcado  Y.  III.  f, 
0  intitulado:  Divina  Retribugion  sobre  la  caida  de  España  en  tiempo  dH 


n/  P.y  GAP.  XVIII.  TEND.  G.  DB  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.    187 

dia  de  enero:  el  cielo,  cargado  hasta  entonces  de  negras  nubes, 
aparecía  limpio  y  transparente,  brillando  el  sol  «muy  m&s  ale- 
gre que  antes»:  podia  decirse  que  se  habia  comunicado  &  la  na- 
turaleza el  júbilo  de  los  toledanos  ^.  Al  acercarse  á  la  ciudad» 
rodeados  de  capitanes  y  magnates,  un  solo  grito  advertia  á  los 
reyes  cu&n  grande  era  el  alborozo  de  la  ciudad  del  Tajo.  Junto 
&  la  ermita  de  San  Eugenio,  puesta  &  la  entrada  del  arrabal , 
habíase  colocado  «para  festivarlos»,  numerosa  cohorte  de  tañe- 
dores, tromperos  y  juglares,  entre  quienes  lucían  también  su 
habilidad  y  destreza  hermosas  danzadoras,  ricamente  ataviadas, 
y  no  menos  vistosas  cuadrillas  de  cantaderas,  que  al  ver  ya  en 
sn  presencia  &  Isabel  y  Fernando,  comenzaron  &  hacer  su  oficio, 
poblando  el  aire  el  concertado  estruendo  de  instrumentos  y  de 
voces.  Viejos,  mujeres,  mancebos  y  niños  prorumpian,  al  termi- 
narse cada  una  de  las  estrofas  de  aquel  peregrino  canto  de  vic- 
toria, en  prolongadas  aclamaciones,  repitiendo  el  popular  bor- 
doncillo, con  que  habia  sido  saludado  el  principe  aragonés,  al  pi- 
por  vez  primera  el  suelo  de  Castilla: 

Flores  de  Aragón 
dentro  en  Castilla  son: 
¡pendón  de  Aragón! 
¡pendón  de  Arag^on!  2- 


^o&20  Rey  den  Johan  el  primero,  que  fué  restaurada  por  manos  de  los 
uy  excelentes  Reyes  don  Fernando  y  doña  Isabel,  sus  bisnietos,  nues^ 
*os  señores,  que  Dios  mantenga.  Este  libro,  citado  por  Fernán  Mexia  en 
2  Noviliario  Vero  (lib.  IIÍ,  cap.  6),  fué  considerado  por  el  erudito  don 
afael  Floranes  como  un  tratado  de  teologría  ( Vida  literaria  del  Canciller 
yola,  pág.  281);  pero  como  indica  su  título,  és  una  crónica  que  abraza 
la  batalla  de  Aljubarrota  hasta  la  de  Toro,  añadiendo  el  nacimiento 
«1  malog^rado  Príncipe  don  Juan.  Fué  escrito,   como  repetiremos  adelante 
n  mayor  amplitud,  por  el  Rachüler  Palma,  criado  de  los  reyes. 

1  £1  MS.  arriba  descrito  dice:  «Era  aquel  dia  viernes  en  la  tarde:  fi^ie- 
»  ra  el  dia  claro,  el  sol  muy  más  alegre  que  antes  é  después  en  aquella  sa- 
^  zon  non  fi9iera.  Mostró  Dios  é  naturaleza  el  alegría,  como  sean  cosa  de- 
^lectable  el  sol  é  la  luz,  é  naturalmente  con  los  nublados  somos  luego  fe- 
úchos tristes»  (Cap.  XY). 

2  Andreas  Bernaldez  (el  Cura  de  los  Palacios),  Crónica  de  los  Reye^ 
Caíó/tccw,  cap.  VIL 


188  HISTORIA  CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAÜOL A é 

Entraron  los  Reyes  en  esta  forma  por  la  puerta  de  Bisagra: 
cabalgaba  don  Fernando  un  brioso  corcel;  iba  la  reina  en  una 
gallarda  y  poderosa  muía,  suntuosamente  enjaezada,  cuyas  bri- 
das llevaban  dos  pajes  de  la  primera  nobleza.  Precedidos  de  ma- 
ceros  y  seguidos  de  regidores  y  jurados,  encaminábanse  los  Re- 
yes á  la  Santa  Iglesia  Primada  por  la  famosa  plaza  de  Zocodover, 
la  calle  Real  y  las  Cuatro  Calles:  el  arzobispo,  dignidades,  canó- 
nigos y  clerizontes,  revestidos  de  pontifical  y  precedidos  de  la 
Cruz  metropolitana,  sallan  á  recibirlos  por  la  puerta  del  Perdón, 
«como  eran  tenidos  de  derecho.»  «Eran  (dice  un  testigo  ocular) 
»&  la  puerta  de  la  dicha  Santa  Iglesia  de  amas  las  partes^  en  lo 
»alto  dos  ángeles,  é  en  lo  más  alto  de  en  medio  de  la  puerta  una 
«doncella  ricamente  vestida,  con  una  corona  de  oro  en  la  cabeza, 
»á  semejanza  de  la  bendita  Madre  de  Dios,  Nuestra  Señora.  Des- 
eque llegaron  el  rrey  é  la  rreyna,  nuestros  señores,  á  la  puerta 
»de  la  dicha  Iglesia,  los  ángeles  cantando  degian:  Tua  esí  po- 
•teníia-,  tuum  est  regnum,  Domine:  tu  es  super  omnes  gentes: 
•da  pacem^  Domine^  in  diehus  nostris  ^.» 

Con  tal  solemnidad  entraron  Isabel  y  Fernando  en  la  Iglesia 
Primada:  conducidos  al  altar  mayor  por  la  clerecía,  que  al  re- 
correr las  naves  del  anchuroso  templo,  iba  entonando  el  himno: 
Benedictus  qui  venit  in  nomine  Dominio  subieron  con  hondo  re- 
cogimiento los  gradas  del  presbiterio,  y  postrados  ante  el  Altísi- 
mo, hicieron  devota  oración,  elevando  al  cielo  fervorosas  gracias 
por  los  triunfos  que  Dios  les  habia  concedido.  Al  verlos  levantar- 
se con  la  serena  tranquilidad  del  justo  y  con  la  no  afectada  ma- 
jestad de.  los  grandes  príncipes,  juzgó  sin  duda  la  innumerable 
muchedumbre  que  inundaba  el  templo  toledano,  ver  en  sus  no- 
bles semblantes  todo  un  porvenir  de  gloria,  colmándolos  de  ben- 
diciones. Acompañados  por  la  clerecía  hasta  las  puertas  de  la 
Catedral,  subian  Isabel  y  Fernando,  en  medio  de  universales 
vítores,  al  regio  Alcázar,  donde  tenian  preparada  sobria  y  par- 
ca mesa,  «porque  ayunaban  aquel  dia.»  Fué  el  siguiente  de 
gran  júbilo  para  la  nobleza  y  de  no  pequeño  consuelo  para  los 


1    Divina  RetrÜbuQion^  cap.  XV  cit. 


Il/P.y  CAP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    189 

pobres,  huérfanos  y  viudas;  pues  que  mientras  ponían  los  caba- 
lleros toledanos  en  Zocodover  el  campo  de  sus  bizarrías  y  de  su 
destreza,  cosechaban  los  desvalidos  la  piedad  de  sus  Reyes,  reci- 
biendo de  sus  generosas  manos  crecidas  limosnas  y  donaciones  ^ 
Pero  si  grato  fué  &  la  ciudad  de  Toledo  el  espectáculo  que 
habia  presenciado  el  31  de  enero,  mayor  debía  ser  dos  días  ade- 
lante el  público  alborozo,  como  era  también  más  nueva  y  pere- 
grina la  festividad  en  que  iba  &  tomar  parte.  Viva  en  el  pecho  de 
los  Reyes  Católicos  la  afrenta  de  Aljubarrota,  tenían  resuelto 
ofrecer  &  Dios  y  depositar  sobre  la  tumba  de  don  Juan  I  los  béli- 
cos trofeos  de  Toro  y  de  Zamora:  inflamada  su  mente  con  el  re- 
caerdo  de  los  celebrados  triunfos  de  los  Césares,  deseaban  dar 
extraordinaria  magniflcencia  á  tan  desusada  ceremonia. 

Al  sonar  las  nueve  del  dia  2  de  febrero,  precedidos  de  los 
proceres  y  ricos-homes  de  su  corte,  rodeados  de  los  hidalgos,  ca- 
balleros y  oficiales  de  la  ciudad,  y  saludados  donde  quiera  por  un 
pueblo  leal,  que  llenaba  calles,  plazas,  avenidas  y  balcones,  salie- 
J"owk  Isabel  y  Fernando  del  regio  Alcázar,  llevados  del  referido  in- 
tojQto.  Vestían  ambos  magníficos  trajes:  ostentaba,  en  especial  la 
A-Giína,  un  suntuoso  brial  de  brocado  blanco,  salpicado  de  casti- 
líos  y  leones  de  oro,  y  pendía  de  su  cuello  un  rico  aderezo  de 
xmosas  piedras  balajes,  brillando  la  del  centro  por  su  extre- 
magnitud,  á  que  añadía  no  poca  estima  la  creencia  de  ha- 
^^^T  pertenecido  al  rey  Salomón,  según   parecía  revelar  una 
'^  prenda  en  ella  grabada  ^.  Una  corona  de  oro  sembrada  de  pie- 
^^ic-'íis  preciosas,  ceñía  su  frente,  cayendo   sobre  sus  hombros 
^i^tosomanto  de  armiño,  que  recogían  tras  ella  dos  gallardos 
I^^^es,  en  cuyo  pecho  lucían  las  armas  de  Castilla.  «Asi  vinieron 
^  ^^flrma  el  escritor  citado  arriba)  á  la  Santa  Iglesia  con  grand 
"*  trionfo  é  sonido  de  trompetas.  Trayan  delante  de  si  las  bande- 


1  Hernando  del  Pulgar,  Crón,  de  los  Reyes  Católicos,  II.*  Parte,  capí- 
oLXV. 

2  En  la  Divina  Retribución  leemos:  «La  rreyna,  nuestra  señora,  traya 
Vin  collar  de  piedras  preciosas  de  balaxes;  señaladamente  uno  que  dis  aver 
*^eydo  del  rrey  Salomón  en  las  letras  que  ay  en  él,  non  ay  quien  pueda 
^  apreciar  su  valor t  (loco  citato). 


190  HISTORIA   CRITICA   DS   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

))ras  reales  é  las  de  los  grandes  del  rregno,  con  que  venciera  et 
»rrey  la  batalla  [de  Toro],  llevadas  en  alto:  en  pos  yba  el  arnés 
«del  alférez  del  Adversario,  que  ovo  cativado  en  la  dicha  bata- 
»lla,  en  un  trozo  de  langa;  é  aprés  las  banderas  de  dicho  Ad ver- 
osario  é  de  los  suyos  de  Portogal,  abatidas  al  suelo  ^»  En  este 
orden  hicieron  los  Reyes  su  entrada  triunfal  en  la  Iglesia  Prima-* 
da,  donde  exornados  de  ricas  y  anchurosas  cortinas  de  brocado 
habíanse  erigido  á  uno  y  otro  extremo  del  altar  dos  cadalsos,  en 
que  resplandecían  los  escudos  reales.  Ocupó  don  Fernando  el  de 
la  derecha,  subió  la  reina  al  de  la  izquierda ,  y  colocáüronse  en 
ambos  lados  magnates  y  caballeros  alrededor  de  las  gradas, 
acomodándose  jurados  y  regidores  á  los  pies  del  presbiterio. 
Dicha  la  misa  mayor  con  desacostumbrado  aparato,  &  que  siguió 
breve  y  oportuno  sermón,  dirigíanse  los  Reyes  con  la  misma 
solemnidad  á  la  capilla,  donde  descansaban  sus  progenitores , 
deteniéndose  ante  el  sepulcro  de  don  Juan  I,  vencido  en  Alja- 
barreta. 

Hecha  allí  oración  y  cantado  un  responso  por  la  eterna  paz 
de  su.  alma,  ofrecíanle  «el  arnés  de  armas  é  las  banderas  del 
ttsu  Adversario  de  Portogal,  que  prendiera  el  rrey  en  la  de  To- 
»ro,  fagiéndolas  colgar  en  somo  de  la  sepoltura  del  dicho  don 
«Johan,  donde  boy  están  puestas.  Assi  (prosigue  el  narrador) 
»fué  vengada  la  desonrra  é  decaymiento,  que  el  rrey  don  Joban 
•resgibiera  ea  la  pelea  de  Aljubarrota,  por  los  venturosos  rrey  é 
•rreyna,  nuestros  señores  *•» 

No  tan  magníflco  como  el  obtenido  en  Ñapóles  por  Alfonso 
el  Magno  ^  era  pues  el  triunfo  de  los  Reyes  Católicos  feliz  y 


t  Debemos  notar  aquí  que  Antonio  de  Nebrija  sólo  dijo  sobre  este 
panto:  cCaptum  est  Lusitani  vexiUum,  cuius  erat  insigne  vultur,  sed  Pe» 
tri  Veraoi  ct  Petri  Yaccae  ig:navia,  quibus  traditum  cst,  ut  asseveratur,  ab 
hostibus  postea  est  receptum»  {Decad,  Prim,,  lib.  Y,  cap.  Yll).  Sin  duda 
el  Bachiller  Palma  no  hablaba  del  pendón  real  propiamente  dicho,  sino  de 
las  banderas  dadas  por  el  rey  de  Portugal  á  las  huestes,  de  que  se  compo- 
nía su  ejército.  El  Bachiller,  que  dá  siempre  titulo  de  Adversario  á  don  Al- 
fonso, escribe  no  obstante  como  testigo  de  vista. 

2  Divina  RetribuQion,  cap.  YIÍ. 

3  Yéase  su  descripción  en  el  cap.  XIII  del  anterior  volumen. 


U/  P.,  CAP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.  191 

cierto  augurio  del  próspero  reinado  que  empezaba,  ya  con  re- 
lación &  las  esferas  de  la  religión  y  de  la  política^  ya  de  las  ar- 
tes y  de  las  letras.  Castilla,  restaurada  la  honra  nacional,  veia 
congregada  en  el  templo  alrededor  de  sus  nuevos  soberanos 
aquella  nobleza,  avezada  antes  á  la  anarquía;  y  llena  de  espe- 
ranzas, mientras  elevaba  á  Dios  en  todas  partes  himnos  de  ar- 
diente gratitud,  se  adhería  irrevocablemente  &  Isabel  y  Fernan- 
do, para  dar  cima,  en  nombre  de  la  religión  y  de  la  patria,  á  la 
obra  acometida  en  Covadonga:  los  vencedores  de  Toro  y  de  Za- 
mora, trayendo  &  la  memoria  ios  celebrados  triunfos  de  los  hé- 
roes romanos,  sobre  señalar  claramente  la  meta  á  que  dirigían 
sos  esfuerzos,  haciendo  ostentación  de  su  elevado  espíritu,  da- 
ban &  conocer  desde  luego,  en  la  formal  disposición  del  triunfo 
de  Toledo,  el  influjo  que  estaba  ejerciendo  en  los  ánimos  el  es- 
tudio ya  deliberado  de  la  antigüedad  clásica;  carácter  principal 
de  las  letras  y  aun  de  las  artes  españolas  durante  aquel  glorio- 
sísimo reinado. 

Ia  transformación  política  y  literaria  que  iba  á  dar  por  resul- 
tado la  constitución  de  una  sola  monarquía,  á  que  sirviera  de 
principal  fundamento  el  imperio  castellano,  como  iba  á  servir  dQ 
Qi:ii  versal  intérprete  de  los  ingenios  españoles  la  lengua  del  Rey 
Sa.]Dio  y  de  Juan  de  Mena,  no  era  sin  embargo  obra  tan  fácil  que 
Jmbiese  de  llevarse  á  cabo  sin  costosos  sacriflcios.  Isabel  y  Fer- 
D^-Ddo  se  veian  forzados  á  luchar  primero  con  adversarios  do- 
ni^ésticos  fuertes,  consentidos  y  tenaces,  para  pelear  después 
<^c>ntra  los  enemigos  de  su  Dios,  derrocando  en  la  Península  Ibérica 
6l  tíltimo  baluarte  del  Islam,  y  levantar  la  gloria  del  nombre  espa- 
ñol sobre  todos  los  pueblos  de  la  tierra. — Unidas,  con  la  muerte 
tel  rey  don  Juan  [1478]  ambas  coronas  en  sus  sienes,  érales  por 
demás  urgente,  apagadas  las  centellas  de  la  anarquía  queamena- 
tó  los  primeros  dias  de  su  reinado ,  abrir  las  zanjas  á  las  gran- 
des reformas  que  el  estado  de  la  civilización  en  general  exigian 
y  reclamaban  imperiosamente  aquellas  infelices  circunstancias. 
Había  dotado  á  Isabel  la  Providencia  de  un  corazón  magnánimo  y 
generoso ,  que  se  inflamaba  sin  cesar  á  la  idea  de  las  grandes 
empresas:  poseía  Fernando  extremada  energía;  era  constante  en 
la  realización  de  sus  proyectos,  y  habia  heredado  de  sus  padres 


192  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERAl'URA   ESPAÑOLA. 

cierta  sagacidad,  que  rayaba  de  continuo  en  astucia. 

Amaestrados  en  la  escuela  de  la  experiencia,  merced  &  los  dis- 
turbios enriqueños,  fuéles  hacedero  comprender  las  más  apre- 
miantes necesidades  de  la  república.  Yacía  la  administración  civil 
en  caos  espantoso;  carecia  la  hacienda  de  todo  sistema ;  claudi- 
caba de  continuo  la  justicia;  faltaba  al  Consejo  real  la  indepen- 
dencia, despojado  de  todo  influjo  en  los  negocios  públicos;  y  des- 
autorizada, si  no  envilecida,  la  corona,  imperaba  sólo  aquella  in- 
quieta nobleza,  que  habia  batido  palmas  en  el  cadalso  de  don 
Alvaro  de  Luna,  justiciando  ante  los  muros  de  Avila  la  estatua 
de  Enrique  lY.  Organizar  la  casi  desquiciada  monarqufa^  some- 
tiendo á  la  autoridad  suprema  del  trono  todos  los  poderes  que 
hablan  existido  antes  en  completo  divorcio;  libertar  &  la  nación 
de  toda  suerte  de  tutelas  y  tirantas,  impulsándola  sin  tregua  en  las 
vias  de  la  ihistracion  y  de  la  cultura;  constituir  un  gran  pueblo, 
fundando  sobre  anchas  y  seguras  bases  la  unidad  nacional ,  as- 
piración constante  de  cuantos  grandes  príncipes  habia  logrado 
España...,  tal  fué  el  anhelo  y  bello  ideal  de  los  Reyes  Católicos, 
á  quienes  iba  á  conceder  el  cielo  la  gloria  de  verlo  realizado. 

A  la  creación  de  los  Consejos  supremos  de  Castilla  y  de  Ara- 
gón, de  Hacienda  y  de  Estado,  que  sujetaban  á  pauta  segura  la 
administración  civil  y  política,  libertando  las  rentas  públicas  de  la 
polilla  de  los  almojarifes,  recogedores  y  cobradores  judíos,  cuya 
codicia  habia  dado  origen  á  sangrientos  disturbios  y  persecucio- 
nes *;  á  la  institución  de  los  tribunales  de  Justicia,  entre  los  cua- 
les tomaba  plaza  el  Supremo  del  Santo  Oficio,  que  ponia  en  ma- 
nos de  los  reyes  la  jurisdicción  y  conocimiento  de  las  causas  de 
fé,  antes  exclusivamente  sometidas  al  vario  arbitrio  de  los  obis- 
pos \  á  la  erección  de  la  Santa  Hermandad,  terrible  ariete  ases- 

1  Pueden  consaltar  nuestros  lectores  el  Ensayo  I  de  nuestros  Estudios 
históricos,  políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  España,  donde  ex- 
ponemos el  doloroso  y  sangriento  cuadro  de  las  persecuciones  que  padecie- 
ron estos  en  la  Península  Ibérica,  durante  la  edad  media. 

2  Estudios  históricos t  políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  Espa^ 
ña,  Ensayo  I,  cap.  IX.  Tratada  allí  bajo  todos  conceptos  la  tan  debatida 
cuestión  del  establecimiento  del  Santo  Oficio,  remitimos  al  expresado  libro 
á  nuestros  lectores. 


Il/  P.y  CAP.  XYIir.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.  i93 

tado  contra  el  anárquico  poderlo  de  los  magnates  y  tiranuelos 
que  infestaban  á  Castilla,  é  inexpugnable  baluarte  de  la  seguri- 
dad antes  no  gozada  de  los  ciudadanos  <, — siguió  muy  luego  la 
noble  empresa  de  Granada,  pensamiento  altamente  popular  y 
patriótico. 

Aquella  conquista,  que  hacia  más  grande  y  apetecible  la  fe- 
racidad y  riqueza  del  reino  de  los  Beni-Nasares ,  atrayendo 
todas  las  fuerzas  de  Aragón  y  de  Castilla  y  fijando  irrevoca- 
blemente todos  los  deseos  y  esperanzas,  iba  á  desenvolver  con 
extraordinaria  energía  los  nobles  gérmenes  del  carácter  nacio- 
nal, favoreciendo  por  extremo  los  altos  fines  políticos,  á  que  as- 
piraban los  Reyes  Católicos.  Mas  no  era  obra  de  un  sólo  dia;  y 
exigiendo  así  en  los  príncipes  como  en  los  magnates,  en  los  pre- 
lados como  en  las  villas  y  ciudades,  verdadera  perseverancia  y 
acendrado  esfuerzo,  debía  someter  á  la  potestad  real  todos  aque- 
llos elementos,  un  tiempo  desacordados  y  contrapuestos,  robus- 
teciéndola á  tal  puDto,  que  no  fueron  ya  de  temer  los  desacatos 
de  Olmedo,  ni  las  humillaciones  de  Avila. 

Organizada  pues  la  monarquía,  sometida  la  nobleza  á  la  auto- 
ridad del  trono,  restablecida  en  todas  partes  la  paz  y  devueltas 
con  ella  la  prosperidad  y  la  abundancia  á  los  pueblos  ^,  no  era 


1  Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  doña  ísabelt  Ilustración  IV,  pági- 
nm  134  del  tomo  VI  de  las  Memorias  de  la  Real  Academia  de  la  His- 
toria. 

2  Es  notable  sobre  este  punto  cuanto  observa  el  diligente  Lucio  Mari- 
neo Sículo,  testigo  ocular  de  los  hechos.  Trazado  el  vergonzoso  cuadro 
qae  ofrecen  los  últimos  días  de  Enrique  IV  (De  rebus  memorabilibus  ^t5- 
paniae),  exclama  al  volver  la  vista  al  reinado  de  Isabel:  cCesaron  én  todas 
vpartes  los  hurtos,  sacrilegios,  corrompimientos  de  vírgenes,  opresiones, 
tacometimientos,  presiones,  injurias,  blasfemias,  bandos,  robos  públicos  y 
»muehas  muertes  de  hombres  y  todos  otros  géneros  de  maleficios,  que  sin 
»ríenda  ni  temor  de  justicia  habian  discurrido  por  España  mucho  tiempo... 
sTmnta  era  la  autoridad  de  los  Católicos  Príncipes,  tanto  el  temor  de  la 
Djosticia,  que  no  solamente  ninguno  hacía  fuerza  á  otro,  mas  aun  no  le 
«osaba  ofender  con  palabras  deshonestas,  porque  la  igualdad  de  la  justicia, 
sqae  los  bienaventurados  Príncipes  hacia n,  era  tal  que  los  superiores  obe- 
ndeciaii  á  los  mayores  en  todas  las  cosas  lícitas   é  honestas  á  que  están 
«obligados;  y  asimismo  era  causa  que  todos  los  hombres  de  qualquier  con- 

ToMO  vil.  Í5 


194  HISTORIA    GRtTICA    DE   LA    LITERATURA  ESPAf90LA. 

dudable  que  Isabel  y  Fernando,  recordando  el  alto  ejemplo  del 
Rey  Sabio,  cuyo  inmortal  código  les  servia  de  norte,  fijasen  sus 
miradas  en  la  educación  intelectual  de  sus  proceres,  empezando 
esta  meritoria  reforma  por  su  propia  casa,  como  lo  había  verifi- 
cado Alfonso  X  ^.  Ni  faltaban  tampoco  &  la  Reina  Isabel  inme- 
diatos estímulos,  trayendo  á.  la  memoria  lo  que  respecto  de  este 
punto  había  sido  la  corte  de  su  padre,  así  como  no  carecía  Fer- 
nando de  muy  dignos  modelos  en  el  egregio  conquistador  de 
Ñapóles  y  en  sus  ilustres  predecesores.  La  conveniencia  políti- 
tica,  la  tradición  del  trono  aragonés  y  del  trono  castellano,  el  es- 
tado general  de  la  ilustración...,  todo  solicitaba  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos que  pusieran  mano,  con  aquella  noble  decisión  que  los  ca- 
racteriza, en  obra  de  tal  importancia  y  transcendencia ,  favore- 
cida por  su  especial  educación  y  personales  inclinaciones. 

Ambos  príncipes  habian  sido  iniciados  desde  la  primera  juven- 
tud en  el  cultivo  de  las  letras,  siendo  entrambos  inclinados  al  es- 
tudio de  la  antigüedad  clásica:  discípulo  don  Fernando  del  cele- 
brado Maestro  Francisco  Vidal  de  Noya,  docto  en  el  conocimien- 
to de  la  lengua  latina  y  competidor  afortunado  de  los  ingenios 
que  como  Valencia,  Colomer,  Llobet  y  Pau,  habian  iniciado  en 
las  regiones  orientales  de  la  Península  el  conocimiento  de  las 
formas  clásicas,  mostrábase  inclinado  á  favorecer  á  cuantos  se 
consagraban  á  tan  eruditas  vigilias  ^:  dada  Isabel  por  naturaleza 


idicíon  que  fuesen,  ahora  nobles  é  caballeros,  ahora  plebeyos  é  labrado- 
ires,  ricos  ó  pobres,  flacos  ó  fuertes,  señores  ó  siervos,  en  lo  que  á  la  jus- 
ffticía  tocaba,  todos  fuesen  iguales».  (Id.,  id.,  Trad,  Cast,^  lib.  XIX).  Pue- 
de verse  también  entro  otros  documentos,  la  Letra  XI  de  Fernán  Pérez 
de  Pulgar  A  la  Reyna. 

t  Véanse  en  el  tomo  III  los  capítulos  relativos  á  este  insigne  príncipe  y 
más  principalmente  el  XIII  de  la  misma  II.*  Parte,M.  IV. 

2  Tengase  presente  cuanto  expusimos  en  el  cap.  XIII  del  anterior  vo- 
lumen. Escritores  coetáneos  de  respetable  autoridad  suponen  la  educación 
del  Rey  don  Fernando  por  extremo  descuidada  y  muy  distante  de  la  esfera 
de  las  letras.  Los  que  esto  escriben,  desconocieron  la  corte  de  don  Juan  II 
de  Aragón,  su  padre,  y  no  tuvieron  noticia  de  sus  maestros.  Notable  es 
que  al  traducir  la  Historia  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  donde  el 
docto  Prescott  sigue  este  vulgar  error,  no  ocurriera  al  distinguido  acadé- 
mico que  la  puso  en  castellano,  el  rectificarlo.  Don  Fernando  no  solamente 


»•*  P.,  CAP.  XYIll.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    195 

ÉL  las  artes  de  la  paz,  criada  en  el  retiro^  donde  libre  de  los  sin- 
sabores y  escándalos  de  la  corte,  había  podido  fortalecer  su  espi- 
rita con  la  reflexiva  lectura  de  los  libros  clásicos,  traidos  al  ha- 
bla castellana  en  tiempo  de  don  Juan  II,  su  padre,  ambicionaba 
conocerlos  en  su  propia  lengua*. — ^La  protección  indirecta  de 
Fernando  y  la  ínás  directa  é  inmediata  de  Isabel ,  conspirando  & 
un  solo  Qq,  fructificaban  en  breve:  anhelando  la  Reina  ofrecerse, 
cual  modelo,  empezaba  por  traer  á  su  lado  á  doña  Beatriz  Ga- 
lindo,  dama  de  ilustre  alcurnia,  á  quien  era  familiar  el  idioma  del 
Lacio  ^:  venciendo  las  dificultades  que  á  la  sazón  ofrecia  la  en- 
señanza del  latin,  lograba,  en  medio  de  los  graves  asuntos  de  la 
república,  señorear  su  gramática,  como  lo  habia  hecho  con  otros 
lenguajes  ',  y  en  breve  tiempo  podia  gozar  por  sí  en  los  origi- 
nales las  obras  del  siglo  de  Augusto. 


siguió  en  su  amor  á  las  letras  las  huellas  de  su  padre  y  de  su  lio  don  Al- 
fonso V,  sino  que  procuró,  según  veremos  luego,  que  aun  sus  hijos  bas- 
tardos los  imitasen. 

1  Los  testimonios  que  acreditan  estas  verdades  son  abundantes:  para 
nuestro  intento  bastará  recordar  las  ya  tantas  veces  citada  Biblioteca  de 
la  Reina  Católica ,  cuyo  catálogo  insertó  Clemencin  en  su  Elogio  (Memo- 
rias de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  t.  VI,  págs.  435  y  siguientes). 
En  el  primer  Inventario  de  la  misma  hallamos  las  obras  de  Xenofonte  (nú- 
mero 116);  Plutarco  (117);  Cicerón  (De  Oficiis,  118);  Livio  (Historia  ro- 
mana, 120);  Virgilio  (Eneida,  122);  Séneca  (Epístolas,  oficios  y  trage- 
dios,  123,  124,  125  y  126);  Vegecio  (De  Re  militariy  128  y  129):  en  el 
segundo  encontramos  las  de  Terencio  (núm.  1);  Quinto  Curcio  (núm.  2); 
Plinio  (núm.  3);  Aristóteles  (núm.  15),  etc.  La  mayor  parte  de  estas  obras 
están  en  sus  nativas  lenguas. 

2  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo,  testigo  ocular  de  cuanto  á  la  corte  de 
los  Reyes  Católicos  se  reñere,  decia  en  sus  Oficios  de  la  Casa  Real:  «(^só 
la  reyna  á  Beatriz  Galindo  (que  vino  doncella  á  enseñar  gramática  á  la 
Reina  (^tólica  y  le  enseñó  las  letras  latinas,  y  le  fué  tan  acepta  como  ten- 
go dicho)  con  el  secretario  Francisco  Ramírez  de  Madrid»,  etc.  (Biblioteca 
Nacional,  cód.  T.  88).  £1  mismo  testimonio  ofrecen  casi  todos  los  escritores 
coetáneos,  mereciendo  doña  Beatriz  por  excelencia  el  título  de  La  Latina, 
con  que  todavía  se  distingue  en  Madrid  el  Hospital  que  su  piedad  fundó  en 
el  último  tercio  de  su  vida  (Historia  déla  Villa  y  Corte  de  Madrid,  I.^Par- 
ic,  t.  II). 

3  Aunque  muy  conocido  ya  de  los  doctos,  no  es  para  olvidado  el  tes- 


196  HISTORIA   CRtTICA   DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

Dueña  de  estos  tesoros,  quiso  también  hacer  participes  de 
ellos  á  sus  hijos;  y  para  ahorrarles  la  fatiga,  al  lado  de  los  más 
autorizados  maestros  españoles  hacía  venir  los  m^  celebrados 
de  Italia,  donde  llegaban  á  su  colmo  las  artes  del  Renacimiento. 
Los  dos  hermanos,  Alejandro  y  Antonio  Geraldino,  señalados  en 
la  erudición  clásica,  recibían  el  honroso  encargo  de  adoctrinar  á 
la  primogénita  doña  Isabel  y  á  las  demás  infantas  de  Castilla  ': 
don  fray  Diego  Deza,  catedrático  de  Salamanca,  era  designado 
para  dirigir  la  educación  del  príncipe  don  Juan,  meritoria  em- 
presa en  que  le  ayudaban  otros  muy  doctos  varones.  Así  aleccio- 
nadas, alcanzaban  las  hijas  de  los  Reyes  Católicos,  cultura  muy 
superior  á  lo  que  pedia  su  sexo,  llegando  á  excitar  la  admira- 
ción de  los  doctos  ^,  mientras  el  principe  don  Juan,  cuya  memo- 

• 

timonio  de  Hernán  Pérez  del  Pulg^ar  respecto  de  este  punto.  Dírig^iéndose  á 
la  Reina  Católica  en  1482,  no  empezada  aun  la  gruerra  de  Granada,  después 
de  darle  cuenta  de  sus  trabajos  históricos,  le  decia:  «Mucho  deseo  saber 
»cóaio  vá  á  Vuestra  Alteza  con  el  latin  que  aprendeys:  dígolo,  señora,  por- 
»que  hay  algún  latin  tan  zahareño  que  no  se  dexa  tomar  de  los  que  tie- 
»nen  muchos  negocios;  aunque  yo  confio  tanto  en  el  ingenio  de  V.  A.  que, 
»si  lo  tomáis  entre  manos,  por  sobervio  que  sea  lo  amansareis,  como  habéis 
»fecho  otros  lenguajes»  (Letra  XI,  al  final). 

1  Debemos  estas  noticias  al  docto  Pedro  Mártir  de  Angleria,  á  quien 
debió  también  la  cultura  de  España  en  la  edad  que  historiamos,  señalados 
servicios,  según  notaremos  en  breve.  Su  Opus  Epistolarunit  colección  pre- 
ciosa de  las  cartas  que  dirige  á  prelados,  magnates  y  literatos,  así  españo- 
les como  extranjeros,  nos  advierte  de  que  no  sólo  tuvieron  los  Geraldinos 
á  su  cargo  la  educación  de  las' Infantas,  sino  que  alcanzó  la  muerte  á  An« 
Ionio,  cuando  no  habla  terminado  la  enseñanza  de  la  primogénita  doña  Isa* 
bel,  en  1488  (Epístola  LXXVI). 

2  Aun  pasado  ya  el  primer  efecto  que  hubo  de  producir  entre  los  eru- 
ditos la  erudición  de  las  hijas  de  los  Reyes  Católicos,  vemos  á  los  hombres 
más  doctos  del  siglo  XVI  recordar  con  placer  sus  ilustres  nombres.  £1  sa- 
pientísimo Luis  Vives  decia  al  propósito  en  su  libro  Be  christiana  foemi^ 
tha:  «Actas  nostra  quator  illas  Isabellae  reginae  filias,  quas  paulo  ante  me- 
>moravi,  eruditas  vidit.  Non  sine  laudibuset  admiralione  refertur  mihi  pas- 
»8im  in  hac  térra  (Flandria)  loannam,  Philipi  conjugem,  Caroli  huius  ma- 
>trem,  ex  tempore  latinis  orationibus  quae  de  mure  apud  novos  príncipes 
»oppidatum  habentur,  latine  respondisse.  ídem  de  regina  sua,  loannae  so- 
>rore  britanni  praedicant:  ídem  omnes  de  duabus  alus,  quae  in  Lusitaoia 
yfato  concessere». 


II*^  ^•y  €AP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.    197 

ria  recuerdan  con  lágrimas  los  historiadores  españoles,  «salía 
tan  baen  latino»  que  no  se  recataba  de  mantener  corresponden- 
cia epistolar  en  dicha  lengua  con  sus  más  afamados  cultiva- 
dores *. 

Trascendiendo  de  la  real  familia  á  la  nobleza  y  á  todas  las 
clases  ilustradas  del  Estado,  generalizábanse  con  la  prosperidad 
de  los    Reyes  Católicos  los  efectos  de  aquel  saludable  impulso, 
pudiendo  asegurarse  que  jamás  habia  fructificado  ejemplo  algu- 
no coa  mayores  creces.  «O  ingenio  del  cielo,  armado  en  la  tier- 
»ral.;^  (exclama  al  fijar  sus  miradas  en  Isabel  un  escritor  coetá- 
»neo,  ^Q  testimonio  todavía  desconocido).   ¡O  esfuerzo  real  as- 
•sentado  en  flaqueza!   ¡O  corazón  de  varón,  vestido  de  hembra, 
•exetnplo  de  todas  las  reinas,  de  todas  las  mujeres  dechado  y 
•^®  lodos  los  hombres  materia  de  letrasl...   La  muy  clara 
"^''ípha  Carmenta  letras  latinas  nos  dio:  perdidas  en  nuestra 
■Castilla,  esta  Diana  serena  las  anda  buscando:  si  al  su  res- 
•plaocJor  miramos  todos,  por  ella  non  puede  ser  que  non  las  fá- 
•''^iHos,  si  las  manda  su  Grandeza  pregonar: — Quien  sepa  de 
**^s  letras  latinas  que  perdió  Castilla,  véngalo  á  desir  á  su 
•^Ueño,  é  avrá  buen  hallazgo.  Por  cobdigia  del  premio  más  pres- 
•^Q  Se  fallarán  que  se  perdieron:  honor  para  las  artes,  é  á  todos 
'^^ciende  al  estudio  la  gloria.  Non  vedes  quántos  comiengan 
'aprehender,  admirando  su  realeza?...  Lo  que  los  reyes  fasen 
•*>Ueno  ó  malo,  todos  ensayamos  de  lo  facer:  si  es  bueno,  por 
*^Plager  á  nos  mesmos:  si  es  malo,  por  aplager  á  ellos.  Jugaba 
**^'   í^ey,  éramos  todos  tahúres:  estudia  la  Reyna,  somos  agora 
*^^tii(jiantes.  É  si  vos  me  confesays  lo  Qierto,  su  estudio  es  causa 
*    ^I    vuestro;  ó  sea  por  agradarla,  ó  sea  porque  os  agrada,  ó 


Justifícalo  repetidamente  el  ya  citado  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo 

p     ^^  libro  de  la   Cámara  del  principe  don  Juan,  y  confírmalo  en  su 

**^iiocton  de  la  Bucólica  de  Virgilio^  que  adelante  mencionaremos,  el 

^  *^rado  Juan  del  Enzina:  Marineo  Sículo  recogrió  entre  sus  Epistokis  al- 

7^^9del  mismo  príncipe,  las  cuales  hacen  más  sensible  su  pérdida,  tanto 

Ij.  ^   ^olorosa  cuanto  más  temprana.  Véase  sobre  el  particular  á  Clemencin, 

^r^io  de  la  Reina  Isabel,  pág.  398  del  t.  VI  de  las  Memorias  de  la  Acá- 

^^ia  de  la  Historia. 


198  HISTOUIA   CRÍTICA    DB   LA   LI1£UATURA  ESPAflOLA. 

»por  envidia  de  los  que  han  comengado  á  seguirla.  Ello  sea;  é 
»sea  por  lo  que  se  sea:  buena  es  la  emulagion  que  suele  aguí- 
»jar  á  los  ingenios,  que  non  les  pase  otro  delante,  como  quando 
«cauallos  corren  á.  la  pareja»  ^  La  emulación  cundia  en  efecto  & 
todas  partes,  cabiendo  á  la  Reina  Católica  la  gjoria  de  regulari- 
zar sus  efectos,  asi  como  era  suya  la  bonra'de  la  iniciativa. 

Triunfante  ya  del  imperio  granadino,  llamaba  á  su  corte,  para 
dar  cabo  á  la  acometida  empresa,  á  los  muy  celebrados  huma- 
nistas Pedro  Mártyr  de  Angleria  y  Lucio  Marineo  Slculo,  traídos 
años  antes  al  suelo  español  por  don  íñigo  López  de  Meiidoza, 
conde  de  Tendilla  y  el  almirante  de  Castilla,  don  Fadrique  Enri- 
quez  *.  Primero  en  Valladolid  y  después  en  Zaragoza  establecía 
Pedro  Mártyr  escuela  de  letras  humanas,  logrando  que  la  juven- 
tud dorada  de  Castilla  y  de  Aragón,  siguiendo  el  noble  ejemplo 


1  Epistola  exortatoria  á  las  letras  de  Juan  de  Lucena,  Consérvase  en 
la  Biblioteca  Colombina  en  on  tomo  MS.,  que  lleva  el  título  de  Tractatus 
Diversorum.  Dirigióla  á  Fernand  Alvarez  2apata,  notario  rég^io  secreto;  y 
para  dar  idea  de  la  aftcion  y  aun  del  excesivo  entusiasmo  producido  por  el 
ejemplo  de  doña  Isabel,  respecto  del  estudio  de  la  Icng^ua  latina,  recuerda 
el  cuervo  que  saludó  á  César  en  dicho  idioma,  y  añade:  «Yo  por  cierto 
«crié  un  cuervo,  que  entre  muchas  latinas  oraciones,  que  fablaua,  sintién- 
>dome  entrar  por  casa,  en  altas  voces  decia:  «Magister  meus  vcnit;  cccc 
>iam  yenit».  Non  lo  dixcra  nadie  más  elegante...  £1  que  latín  non  sabe, 
«asno  se  debe  llamar  de  dos  pies».  De  la  referida  epístola  existe  asimismo 
copia  en  la  Bibliot.  Nac,  cód.  D.  61,  fól.  171. 

2  Pedro  Mártir  vino  á  España  en  14S7,  acompañando  en  efecto  á  don 
Iñigo  López  de  Mendoza^  que  tornaba  de  su  embajada  en  Roma.  Amante 
de  las  letras,  cual  su  padre,  el  celebrado  marques  de  Santillana,  invitó  ai 
renombrado  milanés  a  que  se  presentase  en  la  corle  de  los  Reyes  Católi- 
cos, seguro  de  que  hallaría  en  ella  digna  acogida.  Pedro  Mártir  militó  en 
el  ejército  cristiano,  durante  la  guerra  de  Granada,  y  en  1492,  rendido  aquel 
reino,  se  consagraba  á  la  enseñanza  de  las  letras  clásicas  en  la  forma  que 
en  el  texto  indicamos. — Desde  1484  había  pasado  de  Sicilia  á  la  Penín. 
sula  Ibérica  Lucio  Marineo,  cediendo  á  las  ilustradas  instancias  de  don  Fa- 
drique Enriquez;  y  admitido  entre  los  profesores  de  Salamanca,  conforme 
en  el  texto  consignamos,  era  en  1496  llamado  á  la  corle,  donde  obtuvo  pla- 
za de  número  en  la  capilla  Real,  acompañando  á  don  Fernando  en  su  viajo 
á  Ñapóles  en  1507.  Alcanzó  parte  del  reinado  de  Carlos  V,  y  pasó  de  esta 
vida  por  los  años  de  1530.  Podro  Mártir    murió  el  de  1526,  en  Granada. 


n/  l^«,  CAP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    f  09 

de  sus     padres,  acudiera  llena  de  entusiasmo  á  inicipjse  en  el 
cooooíctiiento  de  los  clásicos  griegos  y  latinos.  Lucio  Marineo, 
acogido  en  la  universidad  salmantina,  donde  explica  largos  años 
retórica  y  poética,  compartia  con  Pedro  Mártyr  la  honra  y  el 
trabajo  de  difundir  entre  los  proceres  españoles  el  gusto  de  la 
erodicion  clásica;  y  si  bien  ambos  extranjeros  se  muestran  por 
demis  pagados,  y  aun  jactanciosos,  del  fruto  producido  por  su 
ense&anza,  no  es  posible  negarles  la  participación  é  influencia 
que  tuvieron  en  la  nueva  transformación  de  los  estudios  ^.  Dis- 
cípulos de  ambos  eran  don  Alfonso  de  Aragón,  hijo  bastardo  del 
'■^y  don  Fernando  *,  don  Juan  de  Portugal,  duque  de  Braganza 
y  de  Guimaraens,  el  joven  duque  de  Villahermosa,  sobrino  del 
''^y,  y  con  ellos  los  primogénitos  de  los  condes  de  Cifuentes  y 
Ureüa  y  de  los  marqueses  de  Mondójar  y  los  Yelez,  don  Alvaro 
^©  Silva,  don  Pedro  Girón,  don  íñigo  de  Mendoza  y  don  Pe- 
^^o  Fajardo  5.  Fuéronlo  también,  ambicionando  el  galardón  de 
1^  enseñanza  publica,  hecho  altamente  significativo  y  de  no 
^^uívoca  trascendencia,  don  Gutierre  de  Toledo,  hijo  del  duque 
^®  Alba,  don  Pedro  Fernandez  de  Velasco,  nieto  del  buen  con- 
^^  de  Haro,  y  don  Alfonso  Manrique,  que  lo  era  del  famoso 
^^ude  de  Paredes,  don  Rodrigo.  Salamanca  y  Alcalá  prestaron 


1  Principalmente  Pedro  Mártir,  llega  á  olvidar  la  participación,  que  en 
^^^e  movimiento  de  los  estudios  lograron  los  doctos  españoles  que  en  bre- 
^^  nn  endonaremos.  £n  la  carta  DCLXIl  de  sus  Opus  epütolarum  escribía 
^^  efecto  estas  notables  palabras:  tSuxcrunt  mea  littcraria  ubera  Caste- 
/*®  principes  fere  orones».  El  hecho  es  cierto;  pero  no  fué  Pedro  Mártir  el 
^>)ico  ni  el  primer  maestro  de  la  juventud  dorada  de  Castilla,  jurante  el 
•"cia^^jo  <je  los  Reyes  Católicos. 

^        Dando  á  conocer  el  erudito  Latasa  á  este  ilustrado  procer  y  arzobis- 

^^»    <lecia,  reconocida  su  magnificencia:  «Tuvo  nobilísima  casa  de  varones 

"^^c^s  de  diversas  facultades;  grande  número  de  caballeros  y  de  otros  cria- 

^^  »    capilla  de  extremados   músicos  y  copiosa  cetrería  y  montería»  (t.  II, 

^  ^^na  374).  Don  Alfonso  fué  uno  de  los  primeros  discípulos  que  tuvo  en 

*"^'goza*Pedro  Mártir. 

^      Cita  el  mismo  Pedro  Mártir  en  una  de  sus  más  conocidas  epístolas 
^^^    CXV)  la  mayor  parte  de  estos  magnates^  y  reproduce  la  cita  oportuna- 
^^*^te  el  entendido  Clemcncin  (Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  399),  de 
^^^Qn  la  han  tomado  después  cuantos  historiadores  tocan  este  punto. 


200  HISTORIA  CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   BSPAflOLA. 

las  cátedras  de  sus  aramadas  escuelas  á  tan  esclarecidos  Hiag- 
nales;  y  si  al  mediar  de  aquella  centuria,  se  contentaban  sas  pa- 
dres con  poseer  las  ma/^naí,. careciendo  de  las  formas,  dueños 
ya  de  las  bellezas  de  estilo  y  de  lenguaje,  que  atesoraban  las 
obras  de  la  antigüedad  griega  y  latina,  ufanábanse  de  ostentar 
aquella  conquista,  haciéndola  común  á  la  juventud  estudiosa  ^ 
Mas  como  si  no  fuera  ya  bastante  á  despertar  la  atención  de 
la  crítica  aquel  movimiento  literario,  cuyos  caracteres  aparecían 
tan  de  relieve,  tomaban  también  parte  en  él,  demás  de  los  pro- 
ceres indicados,  muy  distinguidas  damas,  que  aspirando  á  se- 
guir las  huellas  de  doña  Isabel  y  de  su  virtuosa  maestra,  apelli- 
dada por  antonomasia  la  Latina,  parecian  emular  las  glorias  que 
alcanzaban  á  la  sazón  en  el  suelo  de  Italia,  cultivando  la  elo- 
cuencia y  la  poesía  otras  esclarecidas  matronas  ^.  Reputación  de 
muy  docta  en  la  literatura  latina  lograba  doña  Lucía  de  Medra- 
no,  á  quien  la  sabia  escuela  salmantina  abría  sus  puertas  para 
explicar  los  clásicos  del  siglo  de  Augusto  h  no  se  desdeñaba  Lu- 
cio Marineo  de  seguir  correspondencia  literaria  en  la  lengua  de 


1  Véase  cuanto  notamos  respecto  de  esta  materia  oportunamente  (to- 
mo VI,  cap.  Vil). 

2  Para  que  puedan  los  lectores  apreciar,  como  es  justo,  la  singular  cor- 
respondencia, que  generalmente  hablando,  existía  en  los  pueblos  meridiona- 
les respecto  de  los  estudios  clásicos,  y  muy  principalmente  entre  Italia  y 
España,  será  bien  recordar  que  mientras  bajo  la  protección  de  Isabel,  bri- 
llaban en  el  palenque  literario  las  ilustres  damas,  de  que  hacemos  aquí  men- 
ción, florecían  en  el  suelo  inmortalizado  por  Dante  y  Petrarca  otras  no  me- 
nos aplaudidas,  que  imprimen  determinado  sello  á  la  obra  del  ñenacimien' 
to.  Dignas  son  en  efecto  de  mencionarse  entre  todas  Vittoria  Colonna,  Ve- 
rónica Cámbara,  y  Gaspara  Stampa,las  cuales  no  solamente  se  distingtiie— 
ron  como  inspiradas  poetisas,  sino  que  merced  á  la  posición  social  que  al- 
canzaban, congregaron  con  frecuencia  en  sus  respectivos  palacios  á  los 
más  doctos  varones  de  la  primera  mitad  del  siglo  XVI,  constituyendo  otras 
tantas  academias,  en  que  lograban  culto  la  erudición  clásica  y  las  musas 
del  Renacimiento.  Vittoria  Colonna,  que  tuvo  la  gloria  de  unir  su  nom- 
bre y  su  sangre  al  celebrado  marques  de  Pescara,  vencedor  de  Pavía, 
alcanza  además  lugar  muy  señalado,  por  sus  virtudes  y  su  patriotismo,  en 
la  historia  de  Italia. 

3  Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  411. 


n/  P.,  CKP.  XVJII.  TEND.  6.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.  201 

Mároo  Tolío  con  doña  Juana  de  Contreras,  insigne  segoviana^  & 
quien  yeian  sus  compatricios  como  un  oráculo  de  elocuencia  ^: 
eran  las  hijas  del  egregio  conde  de  Tendilla,  doña  María  de  Pa- 
checo y  la  condesa  de  Monteagudo,  dechado  de  erudición  clásica, 
'■^^^ando  asi  los  nobles  deseos  de  su  ilustre  abuelo  el  preclaro 
''^''QUés  de  Santillana:  recogia  el  mismo  lauro  en  el  cultivo  de 
^®8rc8  y  latinos  doña  Isabel  de  Vergara,  noble  doncella  de  To- 
ledo,   cuyos  doctos  hermanos  estaban  llamados  á  ilustrar  la  pri- 
mera,   mitad  del  siglo  XVI;  y  resplandecía  por  ultimo  entre  los 
maestros  de  la  Universidad  complutense,  doña  Francisca  de  Ne- 
^n/^  »  á  quien  más  de  una  vez  conQó  su  sapientísimo  padre  la  cá- 
tedra.  de  retórica,  que  en  la  expresada  escuela  obtenía  *. 

B^^mos  pronunciado  el  nombre  de  Nebrija,  y  no  es  posible  pa- 
sar ^.delante  en  el  estudio  de  la  edad  literaria  que  historiamos, 
siaOjar  en  él  nuestras  miradas.  Á  doña  Beatriz  Galindo,  á  los  dos 
Gersi^ldinos,  á  Pedro  Mártyr  y  á  Lucio  Marineo,  habia  cabido  la 
gloria  de  iniciar  en  los  estudios  clásicos  á  la  Reina  Isabel  y  á 
sus  Yxijos,  con  la  florecida  juventud  de  Aragón  y  de  Castilla. 
Antonio  de  Nebrija  venia  á  recabar  para  sí  la  más  elevada  de 
fijar  el  carácter  de  todas  aquellas  enseñanzas,  transmitiendo  á  la 
posteridad,  como  feraz  semilla,  la  doctrina  en  que  estribaban. 
Nacido  en  Lebrija,  villa  del  antiguo  reino  sevillano,  por  los  años 
"®  1444  *,  iniciábase  en  Salamanca  en  el  conocimiento  de  las 
^tes  liberales  *,  llevándole  á  Italia  apenas  entrado  en  los  diez  y 
^oeve  años,  el  anhelo  de  perfeccionar  sus  estudios.  Dióle  alber- 
gue en  Bolonia  el  celebrado  Colegio  español,  fundado  un  siglo 


.  ^tieden  consultarse  las  Epístolas  de  este  ilustre  siciliano  y  entre  ellas 

^}*^  la  misma  doña  Juana  le  dirige, 
^lemencin,  loco  citato,  pág.  id. 
.  ^ueron  sus  padres  Juan  Martínez  de  Cala  é  Hinojosa  y  Catalina  de 

^  ^7  Loxo,  y  como  se  vé,  tomó  el  apellido  de  su  patria,  latinizándolo. 

^^^^ táñeos  le  llamaron  también  Lebrija f  según  se  lee  en  sus  obras  cas- 
*  ^'^^^  (Nicolás  Antonio,  Bibliotheca  Nova,  t.  I,  pág.  132). 

.  estudió  la  gramática  latina  y  aun  la  lógica  en  su  misma  patria  (in 
*^  ^  *P<a);  y  tuvo  en  Salamanca  por  maestros,  en  ética  á  Pedro  de  Os- 
.,  .*  ^'^  física  á  Pascual  de  Aranda^  y  en  matemáticas  al  célebre  Apolonio 


202  HISTORIA   GRtTlCA   DE   U    LITERATURA  ESPAfSOLA.. 

antes  por  el  ilustre  don  Gil  de  Albornoz,  gloria  de  nuestro  epis- 
copado; y  visitando  después  otras  capitales  y  escuelas,  donde 
tenia  culto  la  literatura  clásica,  restituyóse  á  España  en  1473» 
enriquecida  su  mente  con  aquellos  tesoros  y  depurado  su  gasto 
por  la  apreciación  de  las  bellezas  que  encerraba.  Llamábale  en 
breve  cual  maestro,  para  cohflarlo  las  cátedras  de  gramática  y 
de  retórica,  honra  no  alcanzada  basta  entonces  por  otro  algu- 
no ',  la  misma  Universidad  que  le  habla  contado  entre  sus  esco- 
lares: compartía  allí  con  Lucio  Marineo  Siculo  la  meritoria  ta- 
rea de  hacer  familiares  entre  la  juventud  los  más  celebrados  es- 
crilores  de  la  Era  de  Augusto;  y  mientras  conservaba  cariñosa 
y  docta  correspondencia  con  sus  amigos  y  maestros  de  Italia, 
entre  quienes  distinguía  á  Jorge  Mérula,  Galeote  Marcio,  Fílel- 
fo,  el  mozo,  Pico  de  la  Mirándula  y  Angelo  Policiano,  disponíase 
á  emprender  formalmente  la  reforma  de  las  letras,  ya  bajo  los 
auspicios  del  arzobispo  don  Alfonso  de  Fonseca,  ya  bajo  la  pro- 
tección del  maestre  de  Alcántara,  don  Juan  de  Estúñiga,  ya  en 
fin,  invocando  el  patrocinio  de  la  Reina  Isabel,  que  no  podia  en 
verdad  serle  más  propicio. 

Honrado  por  esta  ínclita  princesa  con  singulares  distinciones, 
y  convencido  profundamente  de  que  serian  estériles  cuantos  es- 
fuerzos se  hicieran  para  asegurar  el  triunfo  de  las  artes  del  Re- 
nacimiento, sin  fijar  los  principios  literarios,  que  desterrasen  los 
doctrinales  de  la  Edad  media,  acometió  pues  Antonio  de  Nebrija 
obra  tan  ardua  como  loable,  abarcando  al  mismo  tiempo  cuanto 
se  referia  á  la  lengua  de  Virgilio  y  al  romance  del  Rey  Sabio. 
Andaba  este  hasta  la  edad  en  que  Nebrija  escribe,  «suelto  y  fuera 
de  regla,»  por  lo  cual  habia  «recibido  en  pocos  siglos  muchas 
mudanzas»;  y  para  que  lo  que  en  adelante  en  él  se  escribiese, 
pudiera  quedar  en  un  tenor  y  «extenderse  en  toda  la  duración 
»de  los  tiempos  que  estaban  por  venir,  acordó  reducir  en  artifi- 
»cio  el  lenguaje  castellano.»  Movíale  también  el  convencimiento 


1  Don  Nicolás  Antonio  dice  al  propósito:  cHonorifice  [salmantino  gim- 
nasio Antonius]  exccptus  fiiit;  statimquc  duabus  catbrcdas  ac  duplici  sala- 
rio ornatus,  gramroaticae  altera,  poeticac  altera,  quod  neminc  ante  eum  con- 
tigerat»  (loco  citato^  pág.  133). 


H/  P.y  CAP.  XYIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.  205 

(prosigue  el  mismo  Nebrija)  de  que  «los  que*  hubieran  de  estudiar 
»el  latín,  deberían  hacerlo  después  de  sentir  bien  el  arte  del 
•[lenguaje]  castellano,  lo  cual  no  sería  muy  diñcil,  porque  era  so- 
mbre la  lengua  que  ellos  sentían»,  y  «no  habría  cosa  tan  oscura 
■que  no  se  les  hiciese  ligera  *».  Con  este  fecundo  pensamiento, 
olvidado  dolorosamente  en  nuestros  días,  y  por  mandato  expreso 
de  la  Reina  Isabel,  osaba  Antonio  de  Nebrija  «sacar  la  novedad 
•de  Sus  obras  didácticas  de  la  sombra  é  tinieblas  escolásticas  á 
»lalU2  de  la  corté»,  donde  brillaban  los  ya  citados  humanistas  de 
Italia;  V  dando  á  luz  tras  las  instituciones  latinas  el  Aríe  de  la 
9^^niAticay  en  que  aparecía  «contrapuesto  linea  por  línea  el  ro- 
ííiacice  al  latín  *»,  el  Arte  de  la  lengua  castellana ^  obra  de  la 


*       Arte  de  la  Lengua  castellana,  prólog:o. — Dióse  á  luz  en  Salamanca 

^  ^4:^2,  y  apareció  intitulado  de  esta  forma:  tÁ  la  muy  alta  é  assi  escla- 

^^'^a.  princesa  doña  Isabel,  tercera  de  este  nombre,  Reina  i  señora  natural 

®  España  é  las  islas  de  nuestro  mar.  Comien9a  la  gramática,  que  iiueva- 

^nto  hizo  el  maestro  Antonio  de  Lebrija  sobre  la  lengua  castellana  é  po- 

'  Pí'imero  el  prólogo.  Léelo  en  buen  ora». 

^        El  Arte  de  gramática  se  imprimió  sin  año  ni  lugar  antes  que  el  de 

^"^ngua  castellana,  en  cuyo  prólogo  lo  menciona  ya  Antonio  de  Nebrija 

"^^   publicado  (f.  a.  lili).  Estaba  pues  dado  á  luz  antes  de   1492,  fecha 

^   1«  han  asignado  algunos  bibliógrafos,   y  que  contradijo  con  fundamen- 

^V  P.  Méndez.  Las  Introducciones  latinas,  esto  es,  el  Arte  de  gramáti" 


.       *^*<tna,  escrito  en  latin,  acompañado  de  un  breve  vocabulario  para  uso 

~    *^>s  escolares,  precedió  en  mucho  á  los  dos  Arles  citados,   pues  que   se- 

.  *^^     demostró  el  referido  bibliógrafo  en  su  Typografia  Española  (siglo  XV, 

%»►    ^'-    233), se  comenzó  á  imprimir  en  14S0  y  se  terminó  en  el  siguiente  año. 

^      ^^  vie  el  Arte  de  Gramática  vio  la  luz  después  de  las  Instituciones,  lo 

j  j     ^^^  ha  el  prólogo  de  la  primera  obra,  donde  Nebrija  dccia  á  la  Reina  Cató- 

^       '^  ^    «Vengo  agora,  muy  esclareciria  reyna  é  señora,  á  lo  que  Vuestra  Al- 

^^       ^51  por  sus  letras  me  mandó,  para  algún  remedio  de  tanta  falta  que  aquc- 

^       ^^  ^  Introducciones  de  la  lengua  latina,  que  yo  avia  publicado  y  se  leyan 

^       ^^    por  todos  vuestros  regnos,  las  volviese  en  lengua  castellana,  contra- 

^     ,^^  ^sto  el  latin  al  romance.  Quiero  agora  confesar  mi  error:  que  luego  en 

^  comienzo  no  me  pareció  materia,  en  que  yo  pudiese  ganar  mucha  hon- 


^  por  ser  nuestra  lengua  tan  pobre  de  palabras  que  por  ventura  no  po- 
^         ^  la  representar  todo  lo  que  contiene  el  artificio  de  latin.  Mas  después 


ci 


^^^  comen9é  a  poner  en  hilo  el  mandamiento  de  Vuestra  Alteza,  conten- 

^ne  tanto  aquel  discurso  que  ya  me  pesaba  aver  publicado  por  dos  ve- 

s  una  mesma  obra  en  diverso  estilo,  é  no  aver  acertado  desdel  comien* 


204        HiSTOBU  crítica  de  la  literatura  BSPAÍIOLA* 

mayor  ímportaocia  por  encerrar  estimables  nociones  sobre  la 
elocaencia  y  la  poesía  S  y  el  Vocabulario  latino^hispano,  destina- 
do á  facilitar  el  manejo  de  los  clásicos  ^,  abria  amplia  senda  k 
nlteriores  trabajos,  qne  teniendo  siempre  por  principal  objeto  la 
enseñanza  y  la  propagación  del  buen  gusto,  llegaban  á  darle  la 
supremacía  entre  los  maestros  y  preceptistas. 

Apenas  hubo  en  efecto  punto  importante  en  materia  de  letras 
latinas,  que  no  fuese  tratado  magístralmente  por  Nebrija  ^.  Ex- 
tendiendo  este  sus  investigaciones  á  la  literatura  helénica  y  aun 
á  la  hebraica,  mostrábase  también  como  respetable  instituidor, 
abriendo  respecto  de  la  primera  el  camino  qiie  frecuentaban  con 
fortuna  los  Correas  y  Brocences,  y  restaurando  respecto  de  la 
segunda  la  ya  olvidada  doctrina  de  los  Quinjis  y  Maimonides  ^. 


>zo  en  esta  forma  de  enseñanza,  mayormente  para  los  ombres  de  nuestra 
nlengua».  Nebrija,  que  se  pagaba  de  ser  restaurador  de  las  letras,  atribuía 
en  este  pasaje  la  gloria  que  el  Arte  de  gramática  pudiera  conquistarle,  i 
los  preceptos  de  la  Reina  doña  Isabel:  las  dos  ediciones  de  las  Institución 
nes,  á  que  se  reñere,  son  la  de  14S1  y  la  de  14S2,  examinadas  ambas  por 
el  erudito  P.  Méndez. 

t  Pueden  consultar  nuestros  lectores  principalmente  los  capítulos  V,  Vt, 
VIIÍ,  IX  y  X  del  lib.  II,  los  cuales  tratan:  tDe  los  pies  que  miden  los  ver^ 
sos\ — de  los  consonantes  é  quál  é  qué  cosa  es  consonante  enla  copia;— cíe 
la  sinalepha  é  apretamiento  de  las  vocales) — de  los  géneros  de  los  versos 
que  están  en  el  uso  de  la  lengua  castellana,  é primero  de  los  versos  jám- 
bicos;— de  los  versos  adónicost  y  finalmente  de  las  coplas  del  castellano  é 
cómo  se  componen  de  los  versos». 

2  El  Vocabularip  fué  dedicado  por  Nebrija  á  don  Juan  de  Estúñiga, 
maestre  de  la  cabalfería  de  Alcántara.  Se  imprimió  en  Salamanca  en  1492, 
según  consta  al  final  de  la  primera  parte,  comprensiva  del  diccionario  lati- 
no'hispano,  mientras  encierra  la  segunda  el  hispano-latino.  La  Reina  Ca- 
tólica poseyó  en  su  Biblioteca  varios  ejemplares  de  esta  obra,  así  como  de 
las  dos  Artes  de  gramática  (Inventario  If,  núms.  5,  6,  8  y  9). 

3  Don  Nicolás  Antonio  insertó  en  la  Bibliotheca  Nova  (t.  I,  pág.  136  y 
siguientes)  nota  de  las  obras  gramaticales  debidas  á  Nebrija,  por  la  cual  es 
fácil  confirmar  nuestro  aserto.  Remitimos  á  ella  á  los  lectores  que  descaren 
mayores  pruebas,  si  bien  no  olvidaremos  que  la  nota  indicada  abraza  tam- 
bién las  producciones  del  maestro  de  la  Reina  Isabel,  ya  como  filósofo  y 
anticuario,  ya  como  jurista  é  historiador,  ya  como  crítico  y  filósofo. 

4  Nebrija  probó  su  pericia  como  helenista  y  hebraista  en  sus  libros  De 


11.^  P.,  CAP.  XYIII.  TEND.  G.  DE  LASL.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.    205 

Ni  9Q  limitaba  tampoco  el  sabio  maestro  de  Salamanca  y  de  Al- 
calá ¿L  las  esferas  gramaticales,  dado  que  en  ellas  radicaban  los 
estudios  literarios,  principalmente  en  cuanto  se  referían  á  la  re- 
tórica y  la  poética:  tratados  por  su  erudición  multiplicados  asun- 
tos relativos  á;  las  antigüedades  greco-latinas,  y  tocadas  al  par 
no  pocas  materias  científicas,  que  le  ganaban  la  estimación  de 
los  que  se  consagraban  á  su  especial  cultivo,  aspiraba  Nebrija  á. 
Qiiir  id  ejemplo  á  la  teoría,  como  escritor,  poniendo  en  la  lengua 
del  Lacio  las  historias  de  su  tiempo  *. 

£l  éxito  de  todos  sus  trabajos  no  podia  ser  más  satisfacto- 
^'o  y  colmado,  autorizándole  á  reclamar  para  sí  y  aun  á  adju- 
dicarse (con  tal  franqueza,  que  sería  hoy  reputada  por  intole- 
rable arrogancia)  la  palma  de  restaurador  de  las  letras,  y 
™^y    en  particular  de  las   latinas.  «Fué   aquella  mi  doctrina 
■(decia)  tan  noble,  que  aun  por  testimonio  de   los  envidio- 
»sos    y  confesión  de  mis  enemigos,  todo  aquesto  se  me  otor- 
**&a:  que  yo  fuy  el  primero  que  abrí  tienda  de  la  lengua  la- 
*>ticia.  y  osé  poner  pendón,  para  nuevos  preceptos,  como  di- 
»ce  a.quel  hpraciano  Casio.  Y  que  ya  casi  de  todo  punto  des- 


•**<e»-^  eí  declinatione  graeca  y  De  litteris  hebraicis,  y  en  sus  InstitutiO'' 

'^^^  STP^aecae  linguae  (Bibliotheca  Nova,  loco  citato). 

.  ^  Como  dejó  ya  consignado  Lucio  Marineo  Sículo  (De  rehus  memora" 

*^^^^j,  lib.  XX)  y  repitieron  Alfonso  García  Matamoros  (Apolo ffeticum), 

^,     ^»*fS8  Escolo  y  otros  no   menos  notables  escritores,  se  limitó  Antonio  de 

^K'ija  á  poner  en  lengua  latina  la  obra  de  Hernando  del  Pulgar,  que  en 

^^^'^  examinaremos,  bien  que  sometiéndola  á  formas  más  clásicas.  Apare- 


^   ^^«ta  obra  en  Granada  en  1545,  dada  á   luz  por  Xanto  de  Nebrija,  hijo 
Yitonio,  con  este  título:  Decades  duae  rerum  d  Ferdinando  et  Elisa* 


Hispaniarum  regibus  gestarum,  y  traducida  al  castellano,  fué  dada 

^2  por  otro  Antonio  de  Nebrija,  quien  la  halló  acaso  ya  trasladada  de 

'^^  ^B  otra  lengua,  ó  la  trajo  él  mismo  á  la  vulgar;  pero  dando  á  entender 

^^^    ta  escribió  su  abuelo  en  la  forma  en  que  la  presentaba  á  Felipe  II.    El 

^^^o  de  esta  versión  dice:  ^Chronica  de  los  muy  altos  y  esclarecidos  Re- 

^^«  Cathólicos  don  Fernando  y  doña  Isabel,  de  gloriosa  memoria,  dirigida 

*^  *^  Cathólica  Real  Mageslad  del  rey  don  Felipe,  nro.  Señor,  compuesta 

^^  elMro.  Antonio  de  Nebrija,  chronista  que  fué  de  los  dichos  Reyes  Ca- 

^^^icot.  Impresa  en  Valladolid  en  casa  de  Sebastian  Martínez,   año  de 

•*I>I.XY.  Con  privilegio» I  etc. 


206  HISTORIA    CUiTinA    ÜE   LA    LITERATUKA    ESPAflOLA. 

«arraigué  de  toda  li!spaña  los  doctrinales,  los  Peros  Elias  y  otros 
«nombres  aun  más  duros,  como  los  Gaiteros,  los  Ebrardos, 
•Pastranas  y  otros  no  sé  qué  apostizos  y  contrahechos  gramáti- 
»cos,  no  merecedores  de  ser  nombrados.  Y  que  si  cerca  de  los 
•hombres  de  nuestra  nación  alguna  cosa  se  habla  de  latin,  todo 
«aquello  se  ha  de  referir  á  mí.  Es  por  Qierto  tan  grande  el  ga- 
«lardón  deste  mi  trabajo,  que  en  este  género  de  letras  otro  ma- 
»yor  no  se  puede  pensar»  *. 

No  debia  sin  embargo  desconocer  Antonio  do  Nebrija  los  tra- 
bajos que,  llevado  de  igual  propósito,  había  realizado  Alfonso  de 
Patencia,  manifestando  sin  duda  la  excesiva  seguridad  de  sus 
palabras  que  no  le  consideraba  digno  competidor  ^;  juicio  acep- 
tado generalmente  en  su  tiempo  y  confirmado  por  los  doctos,  en 


l  Prefación  ó  prólogo  del  Vocabulario.  No  era  en  verdad  la  vez  pri- 
mera que  Antonio  de  Nebrija  hablaba  de  sus  trabajos  con  cierta  confianza, 
que  en  nuestros  dias  parecería  intolerable,  aun  tratándose  de  hombre  tan 
docto.  Al  dirigir  á  ia  reina  Isabel  el  prólogo  del  Arle  de  gramática,  arrlhtí 
citado,  exclamaba  en  efecto:  tTodos  los  libros  en  que  están  cscriptás  las  ar- 
ates dignas  de  todo  hombre  libre,  yazcn  en  tinieblas  sepultados;  y  porque 
»en  breve  tengo  de  publicar  una  obra  de  Vocablos  en  latín  é  romance,  en 
»que  provoco  é  desafio  á  todos  los  maestros  que  tienen  hábito  é  profesión 
)}dc  letras^  no  digo  más  en  esta  parte,  sino  que  desde  agora  les  denuncio 
•guerra  á  sangre  y  fuego,  porque  entre  tanto  se  aperciban  de  razones  éar- 
)}gumentos  contra  mí».  Nebrija  cumplió  en  efecto  su  palabra. 

2  Debemos  notar  aquí  que  si  bien  Alfonso  de  Falencia  precedió  á  Ne- 
brija en  la  publicación  de  su  Universal  vocabulario ^  dado  á  luz  en  Sevilla, 
el  año  de  1490,  se  ocupaba  ya  el  maestro  de  la  Reina  Isabel  en  la  composi- 
ción y  redacción  del  suyo,  anunciándolo  en  la  forma  y  con  la  arrogante  con- 
fianza que  dejamos  observado;  y  como  sabemos  además  que  muchos  años 
antes  habia  acometido  la  empresa  de  la  restauración  de  las  letras,  no  pare- 
cerá aventurado  el  suponer  que  fiando  en  su  método  el  éxito,  á  que  aspiraba, 
comprendió  á  Falencia  entre  los  maestros,  á  quienes  declara  guerra  en  el 
prólogo  del  Arte  de  gramática.  Ni  deja  de  llamarnos  la  atención  cómo  An- 
tonio de  Nebrija  se  desentiende  del  todo  de  Pedro  Mártir,  los  Geraldinos  y 
Marineo  Sículo,  pareciendo  pagar  de  este  modo  aquella  jactancia,  con  que 
se  proclamaron,  principalmente  el  primero,  únicos  propagadores  de  las  le- 
tras clásicas.  Nebrija  habia  empezado  á  realizar  su  obra  con  sus  ¡ntro- 
ducciones  desde  1480:  Pedro  Mártir  no  comenzó  su  enseñanza  hasta  1492, 
terminada  la  conquista  de  Granada;  y  Marineo  Sículo  vino  á  España,  cual 
va  notado,  en  1484. 


kP.  XVni.  TEND.  G.  DÉLAS  L.D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    207 

ires.  El  autor  de  los  nuevos  Artes  echaba  pues  sóli- 
leros  cimientos  al  estudio  de  la  literatura  clásica,  te- 
sísimo ayudador  respecto  de  la  lengua  inmortali- 
[omero  y  Demóstenes  en  el  no  menos  erudito  Arias 
quien  han  apellidado  algunos  escritores  el  Nebríja 

lo  &  los  estudios  en  la  universidad  de  Salamanca,  sin- 
lustre  portugués  ^  aguijado  por  el  mismo  deseo,  que 
ido  á  Italia  á  otros  ingenios  españoles;  y  dirigiéndo- 
^ncia,  amistóse  estrechamente  con  Angelo   Policía- 
cultivadores  de  las   letras  clásicas,  que  bajo  los 
los  Médicís  florecian.  Vuelto  á  la  Península  Ibérica, 
\,  cual  Nebrija,  á  la  Escuela,  donde  habia  recibido  los 
de  las  letras,  y  como  Nebrija,  obtuvo  allí  la  honra  de 
&  la  cátedra  de  griego,  con  abundante  fruto  para  la 
aplauso  de  los  eruditos.  Su  doctrina,  largos  años  sos- 
cátedra,  hallaba  en  su  pluma  eficaz  apoyo  y  no  du- 
lacion,  duplicando  de  tal  suerte  los  felices  resulta- 
)ual  se  hermanaba  también  con  el  cele]3rado  extirpa- 
dores Ellas,  Gaiteros  y  Pastranas  *.  Barbosa,  por  su 
íT  sus  libros,  llevaba  pues  su  influencia  á  todos  los 
la  Península  Pirenaica,  perpetuándose  dignamente 
íípulos,  gloria  alcanzada  igualmente  por  Nebrija.  Así, 
facundia  y  las  musas  del  antiguo  Lacio  revivían  (va- 


Anas  Barbosa  en  Aveiro,  de  Fernando  Barbosa  y  Catalina  Fi- 
irante  el  primer  tercio  del  siglo  XV. 

ín  verse  en  la  Bibliotheca  Nova,  t.  I,  págs.  170  y  171  las  obras 
ramaticales  que  se  conocen  de  Arias  Barbosa/  Su  nombre,  muy 
^n  todo  el  siglo  XVI  y  XVII,  figura  más  principalmente  como 
la  juventud,  y  así  lo  consideró  Resende  en  su  Encomium  Eras- 
dijo: 

Hlspaniqae  sacer  meritls  honor  orbis  Areius, 
Magnls  cul  debet  quantum  nunc  Pallados  lllic 
Cnltior  U8US  habet,  docuit  nam  primas  iberos 
Hippocrenaeo  Graias  componere  voces 
Ore;  etenim  quidquld  frugls  nunc  Uala  regna» 
Graecla  quondam  habult,  quidquld  patriaeque  sulsque 
Importavlt  et  á  Galli  strlbllglne  tándem 
Aflserult,  flerique  dedit  sermone  quintes. 


208  HISTORIA    CRITICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAftOLA. 

liéndoQOs  de  la  expresión  de  un  escritor  de  nuestros  días),  en  la 
boca. y  escritos  de  Alvar  Gómez  de  Ciudad-Real,  de  Diego  Gra- 
dan, de  Diego  Segura,  de  Juan  Maldonado,  de  Antonio  Honcala 
y  de  Juan  Pérez,  de  cuya  pulcritud  y  elegancia  pudo  temer  Ci- 
cerón ^,  renacían  las  letras  helénicas  y  se  vinculaban  en  un  Pe- 
dro Mola,  un  Andrés,  el  Griego,  un  Diego  López  de  Zóñiga,  un 
Lorenzo  Balbo  de  Lillo,  un  Juan  Ginés  de  Sepúlveda,  y  sobre 
todos,  en  un  doctor  Pinciano,  honra,  como  Nebrija  y  Barbosa, 
de  la  escuela  salmantina,  y  como  ellos  afortunado  maestro  de 
muy  esclarecidos  ingenios  *. 

La  trasformacion  artística  de  las  letras  llegaba  pues  &  realizar- 
se en  la  más  alta  esfera  de  la  erudición,  bajo  el  reinado  de  Isabel 
la  Católica.  Habíanla  presentido  y  ambicionado  su  padre  don 
Juan  II  de  Castilla,  don  Alfonso  Y  de  Aragón  y  cuantos  varones 
de  ánimo  levantado  obedecieron  en  una  y  otra  corte  el  noble  im- 
pulso, impreso  á  la  cultura  española  por  ambos  soberanos:  más 
próximo  á  las  fuentes  del  Renacimiento ,  se  adelantó  sin  duda 
el  conquistador  de  Ñapóles  en  aquella  via,  infundiendo  en  sus 
cortesanos  el  generoso  anhelo  de  poseer  directamente  las  belle- 
zas clásicas  ^.  La  hora  no  habia  sonado  sin  embargo;  y  á  excep- 
ción de  esfuerzos  individuales,  que  sólo  podian  ser  considerados 
como  preludios  de  más  concertado  movimiento ,  prosiguióse  no 
sin  tesón  la  obra  empezada  por  los  Villenas  y  Cartagenas,  y 
alentada  por  los  Guzmanes  y  Mendozas,  ñi^mes  los  ingenios  de 


1  Alfonso  García  Matamoros,  De  Ácademiis  et  doctis  viris  Hispaniae; 
Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  410. 

2  £1  docto  Fernán  Nuñez,  distinguido  con  el  nombre  de  Comendador 
Griego,  fué  uno  de  los  más  ilustres  discípulos  de  Barbosa  y  de  Nebrija,  como 
cultivador  del  griego  y  del  latin;  y  honrado  en  Salamanca  con  la  enseñan- 
za de  la  primera  lengua,  supo  transmitirla,  con  el  buen  gusto  de  los  estu- 
dios clásicos,  á  la  brillante  pléyada  de  ingenios,  que  ilustraron  el  reinado 
de  Carlos  V.  Digno  es  de  consignarse  que  á  pesar  de  esta  ñliacion  litera- 
ria, el  Comendador  Griego  se  mostró  grandemente  adicto  á  la  nacionalidad 
española,  comentando  las  Obras  de  JiMn  de  Mena,  y  formando  copiosa  Co- 
lección de  refranes  ccísteUanos,  en  que  incluyó  también  algunos  formula- 
dos en  los  demás  romances  de  la  Península. 

3  Véase  el  cap.  XIU  del  anterior  volumen. 


O.^  P.,CAP.  XTIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   209 

Aragron  y  Castilla  en  el  propósito  de  poseer  las  materias^  ya 
gae  todavía  no  les  era  dado  alcanzar  las  formas.  La  empresa  de 
traei*  ^  romance  castellano  las  obras  de  la  antigüedad  clásica, 
que  ta.n  plausibles  resultados  habia  producido  en  la  corte  de  don 
Juaa  B 1^  recibida  como  natural  herencia  por  los  escritores  que 
aspiír^ui  á  segundar  los  deseos  de  Isabel,  hallaba  bajo  sus  aus- 
picios y  en  todo  su  reinado  denodados  propagadores. 

Y^^  desde  la  juventud  del  Rey  Católico  habían  «sido  traducidas 
por  3  li  maestro,  Francisco  Vidal  de  Noya,  las  Historias  de  Sor- 
IttsfCo ,  que  se  gozaban  asimismo  en  el  romance  vulgar  por  los 
castellanos  *;  y  este  anhelo  de  poseer  los  antiguos  historiadores 
S^^^os  y  latinos  cundía  en  aquella  memorable  época,  no  sin  que 
^íH5as^  la  honra  de  la  iniciativa,  ó  al  menos  de  la  protección  que 
tós  letras  solicitaban,  á  los  mismos  proceres,  iniciados  ya  en  su 
cslucjío.  Al  Príncipe  don  Juan,  cuya  educación  era  cuidado  pre- 
ferente de  la  Reina  Isabel,  dedicaba  los  Comentarios  de  Julio 
C^*ar  Diego  López  de  Toledo,  comendador  de  Alcántara;  reci- 
^^  análogo  homenage  el  Condestable  de  Castilla  de  manos  de 
^o^g-e  de  Bustamante  con  los  libros  de  Justino;  Diego  Guillen  de 
-^vii^  ofrecía  el  tributo  de  los  Estratagemas  de  Frontino  y  algu- 


^        £1  docto  Clemencin  observa  que  da  época  de  las  traducciones  es  una 

^  ^^8  que  caracterizan  la  infancia  literaria  de  los  pueblos  civilizados»,  y 

"^^la  el  reinado  de  Isabel  I.^  como  edad,  en  que  se  inicia  este  movimiento 

^^  ^^.  literatura  española  (Elogio  de  la  Reina  Isabel ,  pág.  407).  La  obser- 

n  de  tan  sabio  académico  no  puede  sin  embargo  aceptarse  bajo  el  as- 

hietórico,  ni  bajo  el  aspecto  filosóftco...  De  una  y  otra  verdad  depo- 

^^    evidentemente  los  estudios  hasta  aquí  verificados;  y  sin  ellos,  bastarla 

t^var,  para  comprobarlas,  que  ninguna  civilización,  aun  siendo  deriva- 

I^uede  aspirar  á  extrañas  conquistas,  sin  haber  antes  realizado  en  su 

^^^l^ia  esfera  el  sucesivo  natural  desenvolvimiento  de  los  medios  que  la 

^^^titoyen,  y  preparan  á  nuevas  trasformaciones.  Así,  en  lugar  de  ver  con 

^Qnombrado  Clemencin  el  comienzo  de  una  era  literaria,  hallamos  en  los 

^^\ictpres  de  la  que  honra  el  nombre  de  Isabel,  la  prosecución  de  la  obra 

^^P^zada  en  reinados  anteriores,  presentando  no  obstante  nueva  faz  en  los 

^^Udios,  según  determinamos  en  el  texto. 

^     Véase  el  capítulo  VII,  pág.  37  del  tomo  anterior.  La  versión  de  Vi- 
^^  toé  dada  á  luz  en  1500  por  Juan  de  Burgos,  impresor  de  ValladoUd 
VH^ndex,  Typografia,  pág.  332). 

temo  vn.  14 


dí^ 


210  HISTORIA   CRITICA   DE   LA  LITERATURA  ESPAPÍOLA. 

ñas  obras  de  Mercurio  Trimegistro  al  conde  de  Harb  y  á  don 
Cromez  Manrique  ^;  Diego  de  Salazar  y  Juan  de  Molina  ponian 
bajo  la  protección  de  ios  marqueses  de  Berlanga  y  del  Cénete  las 
Historias  de  Apiano;  los  marqueses  de  Tarifa  y  de  Cádiz  admi- 
tian  benévolos  las  dedicatorias,  que  de  las  producciones  de  He^ 
rodiano  y  de  Plutarco  les  dirigian  Hernando  de  Florez  y  el  ya 
memorado  Alfonso  de  Falencia,*  cuya  infatigable  actividad  era 
eQcacísimo  ejemplo  á  los  estudiosos;  y  el  duque  del  Infantado,  el 
conde  de  Ureña  y  el  primogénito  del  de  Osorno  acogían  también, 
al  declinar  del  siglo  XV  y  principiar  del  XVI,  con  igual  predilec- 
ción las  versiones  que  de  Heliodoro,  Boecio  y  Plauto  les  consa- 
graban Francisco  de  Vergara,  fray  Alberto  Aguayo  y  Francisco 
López  Villalobos;  Diego  de  Cartagena,  vastago  sin  duda  de  la 
honrada  estirpe  de  don  Pablo  de  Santa  María,  hacia  castellano 
el  famoso  Asno  de  oro  de  Apuleyo  *. 

Ni  dejaban  de  aparecer  como  protectoras  de  las  letras  las 
mÁs  ilustres  damas  de  Castilla,  compitiendo  así  con  las  que  se 
preciaban  de  ser  sus  cultivadoras.  Honradas  eran  las  Bucólicas 
de  Virgilio  con  el  patrocinio  de  la  Reina  Isabel  y  de  su  hijo,  don 
Juan,  y  galardonado  por  semejante  trabajo  poético  el  diligente 
Juan  del  Enzina  ^;  á  doña  Juana  de  Aragón,  hija  bastarda  del 


1  Esta  versión  está  calcada  sobre  la  que  hizo  del  griego  Marsilio  Fieino 
en  1463.  Diego  Guillen  la  dirigió  á  Manrique  en  1487  desde  Roma,  donde 
era  familiar  del  cardenal  Ursino,  como  adelanto  recordaremos.  Terminó  el 
trabajo  en  febrero  de  dicho  año,  y  sacó  la  copia  enviada  al  procer  castella- 
no, Juan  de  Segura,  en  noviembre.  Se  custodia  MS.  en  la  Biblioteca  del 
Escorial  con  la  signatura  b.  iiij.  29. 

2  Dábase  á  luz  esta  versión,  que  forma  un  volumen  folio  gótico,  en  Se- 
villa el  año  de  1513. 

3  Las  Églogas  de  Virgilio,  traducidas  por  Juan  del  Enzina,  fueron  en 
efecto  «dirigidas  y  aplicadas  á  los  muy  poderosos  y  cristianísimos  reyes 
don  Hernando  y  doña  Isabel,  príncipes  de  las  Españasi,  siendo  «eso  mes- 
mo  algunas  dellas  dedicadas  al  nuestro  muy  esclarecido  y  bienaventurado 
príncipe  don  Juan,  su  hijo«.  Pero  á  imitación  sin  duda  de  las  Coplas  de 
Mingo  RevtdffOf  procuró  el  traductor  atribuirles  un  sentido  de  actualidad, 
que  las  despojó  de  la  exactitud,  que  á  tales  versiones  correspondía.  Mayor- 
mente la  primera  fué  acomodada  del  todo  á  las  turbulencias  de  Castilla: 
Melibeo  c habla  en  persona  de  los  cavalleroSi  qua  fueron  despojadot  de  ius 


n.*  P.y  CAP.  Xmi.  TEND.  G.  DE  US  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   211 

rey  don  Fernando  y  duquesa  de  Frías,  consagraba  Pedro  Fer- 
nandez de  Villegas  la  traducción  de  algunas  Sátiras  de  Juvenal^ 
por  vez  primera  traídas  en  verso  al  habla  castellana  *;  ponia 
también  bajo  sus  auspicios,  y  m&s  adelante  bajo  los  de  doña  Ju- 
liana, hija  de  la  misma  duquesa,  la  versión  de  la  Divina  Ctm- 
^nediOy  obra  maestra,  que  compartía  con  las  más  celebradas  de 
la  antigüedad  cl&sica  la  estimación  de  los  discretos  ^;  y  amplia- 
bas en  uno  y  otro  concepto  las  esferas  del  trabajo  y  de  la  pro- 
tección, cundia  &  todas  partes  el  fruto  ambicionado,  no  limit&n- 


^liaziendas,  por  ser  rebeldes,  conspirando  con  el  rey  de  Portugal  que  de 
*  Castilla  fué  alanzado»..  •  Títiro  habla  cen  nombre  de  los  que  en  arrepen- 
^timiento  vinieron  y  fueron  restituidos  en  su  primero  estaco.  Y  va  io- 
«CAndo  (prosigue  el  mismo  Juan  del  Enzina)  el  tiempo  que  reynó  el  señor 
»rey  don  Enrique  quarto^  etc.  Y  agora  Títiro,  por  más  lastimar  á  Melibeo, 
*^tie  era  del  bando  contrario,  muestra  quánta  mejoría  y  exfelen^ia  lleva 
*l3.  realeza  y  corte  deste  muy  victorioso  rey  á  la  de  todos  los  otros»,  etc. 
CG^Mncionero  de  Juan  del  Enzina,  Zaragoza,  1516).  Es  pues  digno  déte- 
iGx-se  en  cuenta  el  que  á  pesar  del  respeto  que  en  todas  partes  inspiraban 
y^^»  bajo  la  relación  de  las  formas,  las  obras  de  la  antigüedad  clásica,  res- 
consignado,  en  orden  á  las  Bucólicas  de  Virgilio,  en  la' versión  que 
el  mismo  tiempo  hacia  á  lengua  italiana  Bernardo  Pulci  (1484  á  1494), 
^^-^    creyese  Juan  del  Enzina  adaptables  á  la  situación  de  su  patria,  lo  cual 
3r¡me,  especialmente  á  la  primera,  cierto  sello  de  originalidad,  dándole 
escaso  interés  histórico.  En  el  siguiente  capitulo  volveremos  á  tocar  es- 
3)unto. 

1  Del  doctor  Villegas,  distinguido  como  poeta,  existe  en  verso  de  arte 
yor  y  en  sesenta  y  cinco  octavas  la  Sátira  X  de  Ju venal,  que  fué  muy 
andida  de  los  doctos,  y  hay  motivos  para  creer  que  puso  asimismo  en 

Rellano  algunas  otras.  Sus  principales  obras  poéticas  son:  el  TracXaáo 

^   \a  aversión  del  mundo,  en  40  octavas  de  maestría  real,  y  la  Querría 

la  Fe  (que  habia  comenzado  Diego  de  Burgos,  secretario  del  marqués  de 

ntillana),  en  cien  octavas.  Escribió  en  latín  una  instrucción  de  sacerdo- 

I,  titulada  Flosculus  sacramentorum,  y  en  romance  una  obra  histórica, 

^nominada  Reyes  de  Ñapóles  y  dedicada  á  la  Reina  Isabel  {Comentarios 

la  Divina  Commedia,  canto  X,  estancia  19). 

2  Los  primeros  veinticuatro  cantos  ó  capítulos  de  la  Divina  Commedia 

^^n  sus  oportunos  comentarios,  fueron  en  efecto  dedicados  á  doña  Juana 

^«  Aragón:  los  restantes  de  la  parte  traducida,  muerta  la  duquesa,  lo  fue- 

'*^n  á  su  hija:  Villegas  acabó  su  versión  antes  del  2  de  abril  de  1515, 

^n  que  la  dio  ya  impresa  en  Burgos  Fadrique  Alemán,  ó  de  Baailea. 


i 


212  HISTORIA   crítica  DB  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

dose  ya  los  traductores,  á  ejemplo  de  lo  sucedido  en  la  corte  de 
don  Juaa  II,  ni  á  las  obras  meramente  literarias  ni  á  las  de  la 
antigüedad  griega  y  latina. 

Los  ingenios  aragoneses  Martin  Garcia  Payazueio  y  Ge- 
rónimo Grillo  hacian  populares  los  famosos  Dísticos  de  Can- 
tón y  la  doctrina  no  menos  celebrada  de  Galeno  ^;  los  cas- 
tellanos Alvar  Gómez  de  Cibdad-Real,  Antonio  de  Obregon  y 
Francisco  de  Madrid  se  extremaban  por  hacer  hablar  á  Petrar- 
ca en  la  lengua  del  Rey  Sabio  y  del  marqués  de  Santíilana, 
solicitando  U  muniflcencia  del  Almirante  de  Castilla  y  del  Gran 
Capitán ,  Gonzalo  Fernandez  de  Córdoba;  Rodrigo  Fernandez 
Santaella  traia  por  segunda  vez  al  idioma  vulgar  las  maravi- 
llosas relaciones  del  veneciano  Marco  Polo  ^;  é  ingenios,  cuya 
modestia  es  hoy  mortiflcacion  de  los  bibliófilos,  lo  acaudalaban 
con  las  narraciones  de  Quinto  Curdo  ^  las  ¡lustres  mujeres  y 
el  Decameron  de  Boceado  ^  y  otros  aplaudidos  monumentos. 


1  Dá  curiosas  noticias  de  ambos  el  diligente  Latasa  (t.  II  de  su  Biblio^ 
teca  de  escritores  aragoneses),  Payazueio,  que  vive  de  1441  á  1521,  subió 
á  la  silla  episcopal  de  Barcelona  en  1512,  después  de  luchar  largamente 
con  las  vicisitudes  de  su  vida:  la  versión  de  los  dísticos  catonianos  fué  he- 
cha en  1467,  según  se  expresa  al  final  de  la  misma,  y  lleva  e^e  título  en 
el  único  impreso,  que  cita  Latasa:  «i La  traslación  del  muy  expíente  doctor 
Chatón  llamado,  fecha  por  un  egregio  maestro,  Martin  Garcia  nombra- 
do: el  prohemio  compuesto  por  eminente  estilo  de  alto  tractado*.  Citá- 
ronla con  elogio,  así  como  las  demás  obras  del  obispo,  entré  las  cuales  se 
mencionan  unos  Áncdes  de  los  Reyes  de  Aragón  y  Varias  poesías,  Lanuza 
{Historia,  t.  1^  fól.  555);  Zurita  (lib.  I,  cap.  44  de  sus  Anales),  y  otros  no 
menos  ilustres  escritores. — De  Grillo,  que  sacó  á  luz  los  Libros  de  método 
de  Galeno  por  los  años  de  1490,  hizo  muy  especial  mención  el  doc- 
tor Montemayor,  médico  de  Felipe  II  {De  Vulnerióus  capüis,  pro- 
hemio). 

2  Véase  cuanto  manifestamos  en  el  t.  V,  cap.  V,  é  Ilustración  III. %  so- 
bre la  primera  y  hasta  ahora  no  conocida  versión  del  viaje  de  Marco  Polo, 
hecha  bajo  los  auspicios  del  gran  Maestre  de  San  Juan,  don  frey  Juan  Fer- 
nandez de  Heredia.  La  versión  de  Santaella  fué  dedicada  al  conde  de  Ci- 
fuentes  (Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  406). 

3  Dio  á  la  estampa  las  Mugeres  ilustres  en  Zaragoza  de  1494  á  1495 
el  celebrado  impresor  alemán  Paulo  Hurus,  á  quien  se  debieron  otras 
muy  apredableí  impreaionet,  hechas  en  la  expresada  ciudad  en  todo  el 


n/  P.,  CAP.  XVin.  TENB.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.  2i5 

En  tanto^  escritor  tan  docto  como  fray  Ambrosio  Montesinos 
romanxaba  la  Vida  de  Cristo  de  Lodolfo  de  Sajonia,  por  man- 

« 

dato  de  los  Reyes  Católicos,  y  el  rector  de  Yillanueva  de  Gfierba, 
Miguel  de  Monterde,  trasladaba  del  catalán  al  castellano  la  cele- 
brada Crónica  de  Ramón  Muntaner ,  ya  conocida  de  nuestros 
lectores  i. 

En  todos  sentidos  era  proseguida,  durante  el  reinado  de  Fer- 
nando y  de  Isabel,  la  meritoria  tarea  de  enriquecer  el  habla  cas- 
tellana con  las  producciones  que  tenian  por  instrumento,  ya  las 
lenguas  de  la  antigüedad  clásica,  ya  los  idiomas  nacidos  en  el 
seno  de  la  Edad  media.  Pero  si  en  siglos  anteriores,  y  principal- 
mente en  el  largo  período,  á  que  da  nombre  don  Juan  II  de  Cas- 
tílla,  sólo  anhelaron  los  discretos  poseer  las  materias^  saborea- 
dlas ahora  las  bellezas  de  la  forma,  al  paso  que  se  hacia  más  di- 
fícil la  obra  de  los  traductores,  eran  también  más  dignas  de  apre- 
cio sus  tareas,  reflejando  con  mayor  exactitud  el  espíritu  de  los 
tiempos  antiguos,  que  en  todas  partes  iba  imprimiendo  su  no 
cíudoso  sello.  Porque  tal  era  en  verdad  la  ley  general,  á  que  pa- 
''ecia  sujetarse  el  genio  de  los  pueblos  meridionales  én  aquella 
criosa  edad,  y  no  otra  podia  ser  la  senda  en  que  se  empeñaba 
1  español,  al  brillar  para  él  en  el  horizonte  de  las  artes  y  de  las 
ras  el  astro  del  Renacimiento.  Habia  contribuido  á  tenerle 
^^spierto  y  á  confortarle  durante  la  Edad  media,  á  pesar  de  las 
^^^ngrientas  luchas  que  la  conturban  y  despedazan,  el  comercio 
las  obras  de  la  antigüedad  clásica,  si  bien  no  habia  podi- 
ser  este  abierto  y  constante:  estudiadas  ahora  con  decidi- 
empeño  las  producciones  de  aquel  arte^  que  inmortalizaron 


X  timo  tercio  del  siglo  XV.  Se  imprimió  íl  Decamerone,  con  el  título  de  Las 
-men  novdas  de  Juan  Boceado,  en  Sevilla  por  Meynardo  Ungut  et  So- 
^  US,  en  1496  (fól.  gót.  á  dos  cois.),  edición  muy  rara  en  verdad  y  desco- 
nocida de  los  bibliógrafos  (Laserna,  t.  ÍI,  pág.  33). 

1     Se  tacó  á  luz  la  versión  de  la  Vita  Christi  por  Jacobo  Cromberger  en 
ovilla,  durante  los  años  de  1530  (t.  I),  1543  (t.ll),  1555  (ts.  111  ylV).~La 
"^^aduccion  de  Muntaner  se  conserva  MS.,  aunque  incompleta,  pues  sólo  exis- 
n  112  capítulos,  en  el  archivo  del  Pilar  de  Zaragoza,  de  cuya  Seo  fué 
•^íbnterdc  racionero. 


214  nSTORU  CRÍTICA   DB  LA  UmUTUtA  BSFAÜOLA. 

al  par  Homero  y  Tacydides,  Virgilio  y  Tito  Lirio,  oobraba  des- 
usada energía;  y  fortalecido  su  espirita  coa  las  enseñanzas  de  la 
moral  y  de  la  historia,  llegaba  al  periodo  de  su  madorez,  augu- 
rando brillantes  y  duraderos  triunfos. 

Mas,  como  sucede  á  la  continua,  mientras  fijando  sos  miradas 
en  los  modelos  del  arte  greco-latino,  y  percibiendo  ya  distinta- 
mente sus  bellezas  extemas,  se  aprestan  los  ingenios  españoles 
&  imitarlas;  mientras  robusteciéndose  con  el  conocimiento  de  los 
filósofos  y  con  el  deliberado  estudio  de  los  historiadores,  inten- 
tan ensanchar  las  esferas  de  su  acción  y  de  su  vida,  se  aparta- 
ban notablemente  del  terreno  en  que  antes  habian  florecido;  y 
embargada  su  atención  con  el  vario  espectáculo  que  les  ofrecian 
donde  quiera  las  ambicionadas  reliquias  del  antiguo  mundo,  lle- 
gaban los  más  doctos  á  olvidarse  de  lo  presente,  para  Qjar  todos 
los  esfuerzos  de  su  inteligencia  en  la  investigación  de  lo  pasado. 

Daba  impulso  á  esta  inevitable  tendencia  de  los  espíritus  el 
ejemplo  de  los  maestros,  traídos  por  la  Reina  Isabel  al  suelo  de 
Castilla.  Siguiendo  las  huellas  de  Petrarca  y  de  sus  discípulos, 
concebia  Alejandro  Geraldino  el  laudable  proyecto  de  formar  nu- 
merosa colección  de  inscripciones  romanas,  recogiendo  al  propó- 
sito cuantas  lápidas  llegaban  á  su  noticia  ^ :  ayudábale  en  el  in- 
tento Antonio  de  Nebrija,  que  sorprendido  por  la  grandeza  de  los 
monumentos,  que  atesoraba  todavía  Emérita  Augusta  (Mérida), 
consagraba  también  muy  eruditas  vigilias  al  estudio  de  su  circo 
y  de  su  naumaquia,  deduciendo,  con  aquella  perspicuidad  que 
alentaba  todas  sus  tareas,  leyes  generales  de  crítica,  que  debían 
utilizar  sus  discípulos  é  imitadores  ^.  Piedras  miliarias  é  inscrip- 


1  Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  423. 

2  Son  dignos  de  recordarse,  aunque  no  andan  en  manos  de  los  eruditos 
con  la  frecuencia  debida,  los  tratados  siguientes,  que  fueron  muy  aplaudi- 
dos al  ver  la  luz  pública:  1.®  De  Mensuris;  2.^  De  ponderibus;  3.^  De  nu- 
meris,  dados  al  cabo  á  la  estampa  en  Alcalá  por  Miguel  de  Eguía  el  ano 
de  1529.  Ni  merecieron  menor  elogio:  el  libro  De  Ásse,  escrito  en  latin  y 
castellano  é  intitulado  á  la  Reina  Isabel;  las  CoUationes  ArUiquitatum, 
dedicadas  á  su  primer  protector,  el  obispo  don  Alfonso  de  Fonseca;  y  el 
tratado  De  digitorum  mpputatione,  que  se  imprimió  en  Granada  el  año 
de  1535.  En  todos  estos  tratados,  mostró  Nebrga  grandes  conocimientos 


Il/  P.y  CAP.  XVni,  TEIID.  6.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  9E  LOS  R.  C.  215 

ciones^  monedas  y  medallas^  circos  y  anfiteatros,  teatros  y  nau- 
maquias,  termas  y  palacios,  arcos  de  triunfo  y  acueductos,  vías 
militares  y  magníficos  puentes...  cuantos  monumentos  hablan  lo- 
grado salvar  las  iras  de  la  barbarie  y  la  ignorancia  de  los  tiempos 
medios^  comenzaron  á  despertar  en  el  suelo  de  Iberia  aquella  ad- 
miración, que  sojuzgaba  las  más  claras  inteligencias  de  Italia, 
y  que  se  personificaba  á  poco  andar  en  la  brillante  pléyada  de 
^queólogos,  ilustrada  con  los  nombres  de  un  Franco  y  un  Se- 
pUveda,  un  Esquivel  y  un  Mendoza,  un  don  Antonio  Agustín  y 
un  Ambrosio  de  Morales  *. 

La  antigüedad  clásica,  levantado  ya  el  velo  que  la  cubría  á  la3 

Viciosas  miradas  de  los  eruditos,  venia  á  ser  objeto  preferente 

^^    sus  investigaciones,  engendrando  en  sus  pechos  injusto, 

Weix  que  invencible  desden,  respecto  de  los  siglos  precedentes. 

^*^^fios  de  la  lengua  de  Atenas  y  de  Roma;  pagados  de  la  sen- 

cii|^2  y  energía,  de  la  noble  concisión  y  majestad,  que  brillaban 

^^   ^us  filósofos  ó  historiadores,  en  sus  oradores  y  poetas,  carac- 

^'^iaando  al  p£^r  sus  monumentos  epigráficos,  empezaron  á  tener 

^^    ^enos  la  lengua  nativa,  no  recatándose  de  manifestarlo  asi, 

^'^^^  en  las  más  altas  ocasiones.  De  pobre  de  palabras,  «que  por 

''^^ütura  no  podrían  representar  todo  lo  que  contiene  el  artificio 

**^illatin»,  la  calificaba  el  respetado  Antonio  de  Nebrija,  ha- 

^{^-^do  con  la  Reina  Católica  *;  y  esta  declaración,  nacida  en  la- 

.^^^s  tan  autorizados  y  dirigida  á  la  ínclita  princesa  que  tan  apa- 

^'^^^^^aada  se  mostraba  de  las  letras  greco-latinas ,  bastaba  para 


^'^^^^^meológicos  y  que  le  eran  familiares  los  trabajos  de  los  doctos  itaUanos 
^^  ^^,  como  Blondo,  Ruccellai  y  otros,  proseguian  en  mayor  escala  los  ensa- 
^*^^^  de  los  discípulos  de  Petrarca,  Boccacio  y  Juan  de  Módena. 

*&     Tendremos  ocasión  de  mencionar  adelante  algunos  de  .estos  ilustres 

^^^^«ñoles,  muy  principalmente  á  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  poeta  ex- 

^  ^^nte  y  clásico  historiador,  y   á  Ambrosio   de   Morales,  docto  cordobés, 

^^^''^«n  tuvo  no  pequeña  parte  en  los  progresos  que  en  el  siglo  XVI  alcanza- 

^^  ^^  loi  estudios  históricos.    Bástenos  indi  car  ahora  que  todos  debieron  su 

^^  ^^cacion  á  los  nobles  esfuerzos  de  los   Nebrijas  y  Barbosas,  enlazándose 

^^^^*  tanto,  como  auxiliares  de  aquel  desarrollo  intelectual  que  buscaba  sus 

^^^^ies  en  la  antigüedad  clásica,  con  el  reinado  de  Isabel  y  Femando. 

^     Arte  de  gramática ,  citado  arriba,  prohemio. 


216  HISTORIA  CRÍTIGA   DE  LA  LITERATURA  ESPAllOLA. 

excitar  el  menosprecio  de  los  doctos,  cundiendo  este  hasta  la 
esfera  de  los  escritores  ascéticos,  quienes  m&s  distantes  debie- 
ran hallarse  de  la  influencia  clásica.  Poniendo  bajo  la  protec- 
ción de  Isabel  y  Fernando  el  Lucero  de  la  vida  cristiana^  escri- 
bía en  efecto  uno  de  los  más  estimados  moralistas  del  siglo  XY, 
al  quilatar  las  dificultades  de  su  empresa:  «Ocurrió  otro  gran- 
«dissimo  impedimento:  que  es  el  defecto  de  nuestra  lengua  cas- 
«tellana,  en  la  qual  por  su  imperfección  no  podemos  bien  decla- 
»rar  las  cosas  altas  é  sotiles,  nin  sus  propriedades,  assy  como 
» en  la  lengua  latina,  que  es  perfectisima»  ^  Mientras  el  ha- 
bla española,  se  acaudalaba  con  los  tesoros  clásicos;  mientras, 
merced  á  la  preponderancia  de  nuestras  armas  y  de  nuestra  po- 
lítica, se  hacia  familiar  á  las  demás  naciones  meridionales,  lle- 
gando al  siglo  XYI  tan  estimada  que  «pasaba  por  gentileza  y  ga- 
lanía hablar  castellano»  en  las  más  nobles  ciudades  de  Italia  ^, 
retraíanse  pues  los  más  atildados  escritores  de  su  cultivo,  y  para 
mayor  contradicción,  cifraban  toda  su  gloria  en  imitar  en  lengua 
latina  las  obras  clásicas,  preludiando  ya  claramente  el  singu- 
lar divorcio,  que  iba  á  existir  entre  el  arte  erudito  de  la  edad- 
media  y  el  arte  del  Renacimiento  ^. 

T^  cosa  en  verdad  muy  digna  de  consignarse  en  la  historia  de 
las  letras  españolasl . . .  si  respondiendo  hidalgamente  al  grito  del 
patriotismo,  habia  interpretado  una  y  otra  vez  la  musa  de  Casti- 
lla el  sentimiento  nacional,  aun  convertida  en  erudita,  ahora 


1  El  LíAcero  de  la  Vida  cristiana  se  imprimió  en  Burgos  en  1495:  fué 
debido  al  maestro  Pero  Ximenez  de  Préxamo,  quien  sobre  ser  tenido  por  ex- 
celente predicador,  gozaba  también  en  la  corte  alta  reputación  de  erudito. 
Escribió  la  expresada  obra,  y  otras  no  menos  aplaudidas,  de  orden  de  los 
Reyes  Católicos. 

2  Juan  de  Valdcs,  Diálogo  de  las  lenguas ^  citado  por  Clemencin  sin 
nombre  de  autor.  En  este  hecho,  que  preparó  grandemente,  según  saben  ya 
los  lectores,  Alfonso  V  de  Aragón,  con  su  corte  poética  (Véase  el  cap.  XIII 
del  anterior  volumen),  tuvo  también  no  escasa  parte  un  acontecimiento  de* 
la  mayor  trascendencia  que  mencionaremos  en  breve.  Tal  fue  la  expulsión 
de  los  judíos,  hecho  que  llevó  la  lengua  española  á  las  más  apartadas  re- 
giones de  Europa. 

3  Véase  la  introducción  general,  pág.  Vil  y  siguientes  del  t.  I. 


n/  P.,  CAP.  XVm.  TBND.  6.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.  2i7 

^e  llevaban  á  cabo  las  más  altas  empresas,  coron&ndose  la 
obra  de  Pelayo,  al  volar  en  las  torres  de  la  Alhambra  los  estan- 
dartes de  la  Cruz;  ahora  que  el  nombre  español  resonaba'  victo- 
rioso en  el  centro  de  Europa  y  salvando  la  inmensidad  del 
Océano,  se  mostraba  triunfante  y  glorioso  en  las  desconocidas 
Higienes  del  Nuevo  Mundo,  carecia  el  parnaso  castellano  de  uno 
^'o  aquellos  privilegiados  cantores  que  inspirándose  en  la  historia 
^6  su  siglo,  consagran  su  heroicidad  y  trasmiten  á  las  edades 
/ataras  su  grandeza.  La  inmortal  empresa  de  Granada,  en  que 
"^gan  &  su  colmo  las  esperanzas  de  aquellos  dos  pueblos,  que  se 
¿abian  fundido  ya  en  una  sola  nación,  á  pesar  de  sus  multiplica- 
dos y  heroicos  episodios,  sólo  producía  en  las  regiones  eruditas 
a'gviria  relación  severamente  cronológica,  bien  que  escrita  en 
flieti-os,  insuficiente  para  despertar  el  entusiasmo  de  la  muche- 
düocibre,  y  más  todavía  para  reflejar  el  prodigioso  esfuerzo  de  la 
cm  iÍ2acion  española,  al  sobreponerse  para  siempre  en  la  Penín- 
sala   Ibérica  á  la  mahometana  *.  Pero  ni  aquel  hecho,  compendio 
y  resumen  de  la  historia  de  ocho  siglos,  que  excitaba  la  admi- 
'^ion  de  los  latinistas  extranjeros,  inspirando  á  Paulo  Pompilio 
^^  floema  De  Triumpho  Granatensi  *;  ni  el  descubrimiento  de 


^  Al  citar  Galindez  Carvajal  en  el  prohemio  de  su  Memorial  y  re- 

^'*~o  de  los  lugares  donde  el  Rey  y  Reina  Católicos.,,  estuvieron,  los 
""^^^^^  y  documentos  que,  demás  de  las  relaciones  orales  tuvo  presentes, 
nier^ci.¡ona  un  poema^  titulado  Guerra  del  reino  de  Granada,  de  que  daré- 
moa.  Mnayores  noticias  en  el  capítulo  sig^uientc.  Baste  indicar  en  este  sitio 
^°^      ^u  autor,  Hernando  de  Rivera,  se  preciaba  de  ser  en  él  exactísimo  nar- 

^^^^  de  los  hechos  (Documentos  inéditos,  t.  XVllI,  págr.  242). 

Fué  el  poema  De  triumpho  Granatensi  dedicado  á  don  Bemardino 

*"  '^«jal,  obispo  de  Badajoz  y  embajador  del  Rey  Católico  en  Roma,  donde 

^^  ió  á  la  estampa  en  1510;  Pompilio  aspiró  á  imprimir  á  su  libro  el  sello 

^^  imitación  clásica:  el    Triunfo  de  Granada  carece  sin  embargo  de 

las 

^^andes  bellezas,  que  hacen  inmortal  un   poema. — Antes  de  la  publi- 

'  ^^n  del  de  Pompilio  habían  aparecido  entre  las  obras  poéticas  de  Maree- 

.   ^^     Verardi  algunas  composiciones  líricas  al  mismo  objeto,  tales  como  la 

*  "otilada:  Exhortatio  ad  poetas  ut  triumphum  de  hoste  mauro*  ab  His- 

^^^^rum  principibus  subacto  litteris,  mandent,  y  la  Elegia,  quae  Pides 

fiando  et  Helisabet  g  rafias  agit,  quod  eorum  opera  Maurorum  cate- 

Juerit  literata.  Después  de  la  suscripción  se  halla  también  una  canción 


218  HISTORIA  CRITICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAHOLA. 

América,  que  daba  al  nombre  de  Colon  carta  de  naturaleza  entre 
los  grandes  hombres  de  España,  fijaban  profundamente  las  mi- 
radas de  los  que  aspiraron  á  conquistar  la  ciencia  y  á  poseer 
las  bellezas  del  antiguo  mundo,  no  pareciendo  sino  que  el  vario 
y  maravilloso  espectáculo,  que  ante  ellos  aparecía,  era  indigno 
de  su  ilustración  y  de  su  patriotismo. 

Ni  deja  de  llamar  la  atención,  volviendo  la  vista  á  otras  esferas, 
el  extraordinario  movimiento  que  en  las  clases  menos  ilustradas 
comenzaba  á  operarse,  efecto  en  parte  de  esta  singular  tendencia 
de  los  doctos.  Acogidas  en  siglos  anteriores,  tanto  en  el  suelo  de 
Aragón  como  en  el  de  Castilla,  las  ficciones  caballerescas,  hablan 
sólo  echado  raices  entre  las  clases  privilegiadas,  cuyos  instintos 
halagaban,  trascendiendo  apenas  á  las  demás  órbitas  sociales, 
como  prueba  palmariamente  el  escaso  cultivo  que  habian  tenido 
desde  fines  del  siglo  XIY.  Deslumhrados  ahora  por  las  galas  de 
la  literatura  clásica;  empeñados  en  su  propagación  y  enseñanza, 
en  el  doble  concepto  que  dejamos  notado,  alcanzaba  también  el 
desdeñoso  apartamiento  de  los  doctos  y  privilegiados  á  los  libros 
de  caballerías,  cuyas  historias  parecían  buscar  asilo  en  las  clases 
medias,  compartiendo  el  aplauso  que  lograban  las  antiguas  cró- 
nicas y  presentando  ya  sus  héroes  á  la  admiración  de  los  popu- 
lares. 

De  esta  manera  no  sólo  influia  directamente  aquella  decidi- 
da admiración  de  la  antigüedad  en  el  desarrollo  de  las  ideas, 
consumando  al  par  la  revolución  formalista;  no  sólo  lanzaba  los 
tiros  del  desden  sobre  la  lengua  del  Rey  Sabio,  que  habian  in- 
tentado latinizar  los  más  granados  ingenios  de  la  corte  de  don 
Juan  II,  sino  que  produciendo  respecto  de  la  musa  nacional  es- 
terilidad dolorosa  en  medio  de  la  inmensa  riqueza  de  los  hechos. 


italiana,  alusiva  al  mismo  asunto^  bien  que  de  muy  poco  valor  literario. 

Empieza: 

Vita  el  gran  re  don  Fernando 
con  la  regina  Isabella... 

Estribillo: 

Vita  Spagna  é  la  Castellaa 
plena  de  gloria  trlumpliando^  eic. 

Marcelini  Verardi  Elegía  et  carmina  nonnii^/a,— Roma,  1493. 


n/  P.,  GAP.  ZYin.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.    219 

que  sublímabaii  la  monarquía  española,  impulsaba  una  buena 
parte  de  los  ingenios  semidoctos  en  el  peligroso  sendero  de  las 
creaciones  andantescas.  Fenómeno  era  este  que  iniciado  de  la 
suerte  indicaba,  tenia  en  breve  no  insignificante  apoyo  en  las  re- 
giones de  la  política,  según  explicaremos  en  lugar  oportuno,  y 
qae  arraigando  en  la  fantasía  popular,  acaudalaba  grandemente 
la  patria  literatura  con  aquel  linaje  de  héroes  y  ficciones ,  que 
hallan  á*un  tiempo  condenación  y  corona  en  la  inmortal  creación 
de  Cervantes. 

Era  pues  indubitable  que,  al  ensancharse  ante  los  ingenios 
eruditos  los  horizontes  literarios,  perdían  aquellos  de  su  primi^ 
ti  va  originalidad  cuanto  ganaban  en  la  universalidad  de  sus  mi- 
ras, y  que  el  más  frecuentado  comercio  de  la  antigüedad  cl¿- 
sioa,  excitando  al  cabo  excesivo  entusiasmo,  los  conducía  al  ter- 
reno del  exclusivismo,  que  daba  muy  luego  por  fruto  el  olvido 
Y  ^un  la  proscripción  del  arte  de  la  Edad-media  * .  Á  este  resul- 
tado contribuían  principalmente  en  cuanto  respecta  á  la  comu- 
niclacl  de  fines  con  los  demás  pueblos  meridionales,  grandes  apli- 
caciones científicas  y  prodigiosos  descubrimientos,  que  en  muy 
alto  sentido  caracterizan  la  segunda  mitad  del  siglo  XV.  Cono- 
cida de  antiguo  en  los  fastos  de  la  navegación,  abría  la  brújula 
®^    aquella  edad  nuevos  caminos  al  comercio,  y  descubriendo 
desconocidos  veneros  de  riqueza,  derramábala  entre  todas  las 
clases  de  la  sociedad,  arrebatando  así  á  las  manos  feudales  el 
^^anlmodo  predominio,  que  les  daban  antes  sus  no  igualados  te- 
soros *.  Había  en  siglos  precedentes  estallado  en  los  campa- 

^  Remitimos  de  nuevo  á  nuestros  lectores  á  la  Introducción  g^eneral  de 
^  presente  Historia,  i.  I,  pág.  Vil  y  siguientes. 

^     La  invención  y  aplicación  de  la  brújula  ha  sido  objeto  de  muy  doctas 

^^cstigaciones  científicas,  que  han  recibido  en  nuestros  dias  cierta  mane- 

^  <íe  consagración  en  los  trabajos  de  Azuni  (Dissertation  sur  l*inventiof^ 

^  ^  boussolCp  1805);  Klaproth  (Leííre  á  Mr.  deHumboldt  sur  l*invention 

^  fe  boussole,  1854),  y  Sedillot  (Histoire  des  árabes,  1854,  pág.  438,  pár- 

^'^  9).  Sedillot,  teniendo  presente  cuanto  en  el  particular  merece  mayor 

^<lito,  observa:  t Pour  la  boussole,  rien  prouve  que  les  chinois  l'aient  em- 

\^y^e  pour  la  navegation,  tandis  que  nous  la  trouvons  des  le  XI.'    siecle 

^^x  les  árabes,  qui  s'en  servaicnt  non  seulement  dans  les  traversées  ma- 


220  HISTORU  CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAllOLA. 

meatos  y  rivalizado  con  trabucos  y  fundíbulos  en  la  expugnación 
de  castillos  y  fortalezas,  el  maravilloso  invento  de  la  pólvora: 
generalizado  ya  en  los  ejércitos,  donde  sustituía  con  menos  es- 
trago que  terror  el  uso,  por  demás  sangrieoto,  de  las  armas  blan* 
cas,  ponia  fin  á  la  influencia  antes  incontrastable  de  la  cal)alle- 
ria,  representante  del  valor  personal,  y  nivelaba  al  hombre  atlé- 
tíco  con  el  débil  ^  La  riqueza  y  el  valor,  como  consecuencia 


ritimes,  mais  dans  les  voyages  de  cara  vanes  au  miUeu  des  deserte,  et  ponr 
determincr  Vazimut  de  la  kéblah  (la  quibláh)^  c'est  á  diré,  la  direction  des 
oratoires  musulmans,  vers  la  Mccque».  Según  acreditan  los  libros  científi- 
cos del  Rey  Sabio,  dados  en  la  actualidad  á  luz  por  la  Real  Academia  de 
Ciencias,  y  persuade  el  códig^o  inmortal  de  las  Partidas,  era  entre  los  cris- 
tianos muy  conocida  la  brújula  y  sus  principales  aplicaciones,  durante  el 
siglo  Xlll.  Mas  no  se  obtuvo  todo  el  fruto  que  semejante  invento  prometía, 
liasta  que  á  fines  del  XV  se  llevaron  á  cabo  las  grandes  empresas  de  na- 
vegación que  inmortalizan  el  nombre  español,  y  que  desde  la  centuria  pre- 
cedente hablan  dado  no  escasa  gloria  al  portugués.  £1  comercio  pues  no  pu- 
do recibir  el  benéfico  y  poderoso  influjo  á  que  nos  referimos,  hasta  que  fue- 
ron llevadas  á  feliz  término  las  referidas  empresas. 

1  La  invención  de  la  pólvora  es  mucho  más  antigua  de  lo  que  vulgar- 
mente se  sospecha,  y  no  menos  su  aplicación  á  la  tormentaria.  Hacen  fre- 
cuente mención  de  ella  notables  historiadores,  suponiéndola  ya  conocida 
desde  690,  si  bien  no  comprueban  sus  afirmaciones  con  irrecusables  testi- 
monios (Sedillot,  Histoire  des  árabes,  pág.  437).  De  notar  es  sin  embargo 
que  antes  de  expirar  el  siglo  XI,  la  hallamos  mencionada  en  la  Crónica 
de  Alfonso  VI,  según  advirtieron  ya  muy  doctos  escritores  (Herrera,  Anota^ 
dones  de  GarcHaso,  pag.  150).  Ni  dejaron  nuestras  crónicas  de  hablar,  en- 
tre  los  fundíbulos  y  trabucos  de  la  edad  media,  de  ciertas  máquinas  de 
guerra,  en  las  cuales  era  principal  agente  la  pólvora:  narrando  la  historia 
de  Alfonso  XI  el  cerco  de  Algeciras,  escribía:  «Los  moros  de  la  fibdat 
lalan^auan  truenos  contra  la  hueste ,  en  que  alan^auan  pellas  de  fierro 
•grandes  atamañas,  como  manganas  muy  grandes:  et  lan^áuanlas  atan 
»lexos  de  la  ^ibdat  que  pasauan  allende  de  la  hueste  algunas  dellas 
»et  algunas  dellas  ferian  la  hueste»  (Ano  1344).  Es  pues  evidente  que 
mucho  antes  de  que  Bertoldo  Schuar,  ó  Escuar,  como  le  dijeron  nues- 
tros españoles,  c  hallase  aquel  cruelísimo  linage  de  máquina  militar 
>quc  llamaron  bombarda  del  estruendo  y  ardor,  y  nosotros  lombarda 
>con  más  blando  sonido»  (Herrera,  id.,  pág.  149),  pues  que  tan  fortuito 
invento  se  refiere  al  año  de  1371,  había  tenido  ya  aplicación  la  pólvora  á 
la  tormentaria  en  la  Península  Ibérica,  como  la  tuvo  durante  la  segunda 
mitad  del  siglo  XIV  en  toda  Europa,  y  al  mediar  el  anterior  la  había  te- 


n.'  P.y  GAP.  XVm.  TBND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.  221 

oatoral  del  progresivo  desenvolvimiento  de  la  cultura,  experi- 
mentaban pues  al  declinar  del  siglo  XY  una  modificación,  trans- 
oeodental  &  las  diferentes  esferas  sociales,  la  cual  no  podia  dejar 
de  reflejarse  en  la  Península  Ibérica,  produciendo  sus  legítimos 
frutos. 

No  menos  abundantes,  si  bien  más  directos  y  de  efectos  más 
inmediatos  en  el  mundo  de  la  inteligencia,  se  obtenían  también 
del  maravilloso  cuanto  disputado  invento  de  Gutemberg  ^,  cuyo 
cÍTílizador  influjo  debía  trasmitirse  con  abundantes  creces  á  los 
siglos  futuros.  Como  hemos  tenido  ocasión  de  notar  repetida- 
mente, á  la  imperfección  de  los  conocimientos  científicos  y  litera- 
ríos,  &  la  escasez  y  difícil  adquisición  délos  manuscritos,  que  exi- 
gían la  fortuna  de  un  príncipe  para  ser  allegados  en  no  crecido 
numero,  añadíase  la  ignorancia  habitual  de  los  pendolistas  y 
trasladadores,  quienes  olvidada  la  fidelidad,  principal  virtud  de  su 
oficio,  adulteraban  las  obras  del  ingenio  á  tal  punto  que  de  copia 
&  copia  solia  mediar  un  verdadero  abismo.  A  evitar  este  reconoci- 


endo en  Ing^laterra,  segaa  el  testimonio  del  erudito  Juan  Vilani,  coetáneo 

^^  Petrarca.  Contando  el  historiador  florentino  la  batalla  de  Crecí  (año  1246) 

<í^a:  (E  ordinó  il  re  d'fngplitterra  (Eduardo  III)  i  son  i  arcieri,  che  n'havea 

*8^nt  quantitá,  super  la  carra  é  tali  di  sotto,  é  con  bombarde,  che  saetía- 

■t>ano  'pallotole  di  ferro  con  fuoco  per  impaurire  é  disertare  i  cavalli  di 

^''^ncesi»  (lib.  XII).  El  uso  de  las  lombardas,  ribadogpuines,  arcabuces  y 

pistoletes  se  generalizó  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XV,  transformando 

l'^*  todo  la  táctica  de  los  ejércitos  y  el  aparato  bélico  personal  de  la  caba- 

^^;  cambio  que  se  opera  en  vida  de  los  Reyes  Católicos. 

*     Confundiendo  el  invento  con  la  perfección  que  adquiere  en  breve,  han 

^  ^^Qdido  algunos  escritores  despojar  á  Juan  de  Gutemberg  de  la  gloria 

^^  ^n  realidad  le  corresponde.  La  sana  crítica  no  puede  menos  de  recono- 

7^^  U  verdad  de  los  hechos:  Gutemberg  imaginó  desde  1440  un  nuevo  ar- 

*  por  medio  del  cual  debian  reproducirse  los  códices,  que  de  tan  difícil 

^^icion  habían  sido  hasta  aquella  época;  á  Juan  Fausto  ocurre  la  ne- 


>dad  de  variar  la  aplicación  de  los  caracteres  ó  tipos  destinados  al  ex- 

^^^do  fin;  Pedro  Schoiffer  logra  atinar  con  los  medios  deseados,  realizan- 
do # 
•      >^Q  importante  mejora.  Gutemberg,  Fausto  y  Schoiffer  aparecen  pues 

^ almamente  asociados,  en  la  historia  de  la  imprenta,  como  lo  estuvieron  en 

^^%:  á  Gutemberg  pertenece  no  obstante  el  más  alto  galardón,  que 

^^u  en  a4Ío<^Mrle  muy  señalados  escritores. 


no  va- 


222  HISTORIA   CRITICA   DE   tA   LITERATURA  KSPAÜOLA» 

do  peligro,  habian  aspirado  constantemente  en  España  ingenios 
tan  celebrados,  como  don  Juan  Manuel,  Pero  López  de  Ayala, 
don  Enrique  de  Aragón  y  don  Iñigo  López  de  Mendoza;  pero  en 
vano.  La  misma  importancia  y  celebridad  de  sus  producciones, 
excitando  la  curiosidad  de  los  discretos,  imponia  la  necesidad  de 
los  traslados;  y  no  mejorada  la  condición  general  de  los  pendo- 
listas, tomaba  cada  dia  mayores  creces  la  cornjpcion  de  los  ori- 
ginales, siendo  hoy  por  extremo  difícil  el  determinar  los  códices, 
que  merecen  realmente  aquel  nombre  ^. 

Venia  el  descubrimiento  de  la  imprenta  á  poner  término  & 
esta  manera  de  anarquía  literaria  y  científica,  produciendo 
entre  otros  muchos  bienes,  los  inapreciables  de  fijar  los  tex- 
tos y  de  propagarlos  fácilmente,  poniéndolos  al  alcance  de  to- 
das las  fortunas.  De  Alemania  partían  á  las  regiones  occiden- 
tales consumados  maestros  de  aquel  maravilloso  arte-,  que 
iba  á  suprimir  las  distancias  en  el  mundo  de  la  inteligencia, 
estrechando  grandemente  el  comercio  de  ciencias  y  letras;  y 
llamados  á  la  Península  Ibérica  por  la  creciente  prosperidad 

•  _ 

de  su  imperio  y  por  la  ilustrada  munificencia  de  los  Reyes 
Católicos,  comenzaron  á  sacar  á  luz  los  tesoros,  á  tanta  costa 
allegados  durante  la  Edad  media,  al  propio  tiempo  que  traían  & 
nuestro  suelo  los  ya  difundidos  en  otras  regiones,  entre  los  cua- 
les lograban  singular  preferencia  las  obras  de  la  antigüedad  clá- 
sica. Desde  1468  entraban  en  España  las  prensas  alemanas;  y 
primero  en  Barcelona  y  Valencia,  y  más  tarde  en  Zaragoza,  Sa- 
lamanca, Toledo,  Zamora,  Sevilla  y  otras  cien  ciudades  y  villas 
de  menor  riqueza,  se  ejercitaba  aquel  nobilísimo  invento,  cau- 
sándonos ahora  verdadera  admiración  el  crecido  número  de  pro- 


1  Esta  observación  tiene  valor  extraordinario  para  cuantos  conozemn 
la  historia  del  arte  paleográfica,  así  dentro  como  fuera  de  España;  y  nues- 
tros lectores  pueden  juzgar  de  su  exactitud  por  los  estudios  que  llevamos 
hasta  aquí  realizados.  Códices  hay  en  efecto  tanto  históricos  como  poéticos, 
donde  aparecen  desfiguradas  las  obras  más  celebradas  á  tal  punto  que 
puede  con  razón  repetirse  de  ellas  lo  que  dicen  algunos  críticos  de  los  MSS. 
italianos,  afirmando  que  apenas  seria  posible  el  que  reconociesen  por  sayas 
las  obras  que  encierran,  sus  propios  autores  (Ginguené,  Histoire  LiUeraire 
d'Itaiie,  t.  II,  cap.  XI,  pág.  282). 


n.*P.,  GAP.  XVm.  TEND.  6.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   223 

daocioneSy  que  se  dieron  á  la  estampa  en  los  dominios  de  Isabel 
y  de  Fernando,  al  declinar  del  siglo  XV  *.  Todas  las  edades  li- 
terarias que  hemos  procurado  estudiar  en  los  volümenes  prece- 
dentes; todas  las  manifestaciones  del  arte  y  todas  las  conquistas 
de  las  ciencias  solicitaban  y  obtenian  al  par  cumplida  represen- 
tación en  tan  admirable  exposición  de  la  inteligencia  humana;  y 
eoodensados  los  tiempos,  parecía  levantarse  en  los  nuevos  hori- 
zonteSy  en  medio  de  los  astros  menores,  que  personificaban  aque^ 
ílas  diversas  épocas,  el  astro  ya  esplendoroso  del  Renacimiento. 
La  imprenta,  dilatando  las  esferas  de  las  letras,  contribuía  efi- 
cacf  simamente  al  progreso  de  la  cultura  nacional,  inclinad^  por 


1  Discordes  andan  los  bibliógrafos  sobre  el  año  y  el  punto  en  que  se  in- 
trodujo en  la  Península  Ibérica  el  arte  de  la  imprenta,  tan  generalizado  ya 
alioorir  los  Reyes  Católicos.  El  erudito  P.  Méndez  señaló  el  año  de  1474  y 
laeii:idad  de  Valencia  con  el  Certamen  poetich  fOhraL  de  que  hemos  hecho  ya 
n^ttoion  oportuna:  don  Jaime  Ripoll  y  Villamayor,  en  una  curiosa  diserta- 
^OTk^  impresa  en  Vich  el  año  de  1833  por  Ignacio  Yalls,  sosteniendo  la  opi- 
nioi^  de  Capmany  (t.  I,  Trat.  II  de  sus  Memorias,  pág.  256),  afirmó  que 
foé  ««ta  honra  debida  á  Barcelona  el  año  de  1468,  con  un  compendio  gra- 
^^ical,  debido  á  Bartolomé  Mates  é  impreso  por  Juan  Cherling,  alemán,  á 
^  te  octubre. — Ripoll  demostró^  con  el  examen  de  este  raro  monumento  bi- 
""^^táfico,  que  no  fué  España,  como  indicaron  los  PP,  Román  y  Méndez, 
^^  ^e  las  naciones  adonde  llegó  más  tarde  la  imprenta,  sino  que  por  el 
^Dt^^^xio,  refiriéndose  sólo  á  Maguncia  y  Roma  los  más  diligentes  biblió- 
^'^^<>sal  señalar  las  ciudades  en  que  se  estableció  imprenta  antes  de  1468,  y 
^iL9'(^n3o  que  en  dicho  año  la  habia  ya  en  Barcelona,  es  lícito  asegurar  que 
^^  ^^paña  una  de  las  primeras  naciones  del  continente,  adonde  el  celebrado 
"^^^^ito  se  transfiere.  Y  que  debieron  ser  Barcelona  ó  Valencia  los  puntos 
pref^^jp^}^  por  los  maestros  alemanes,  se  concibe  fácilmente,  al  considerar 
^^^   ^ran  estas  las  dos  ciudades  más  populosas  é  ilustradas  de  nuestras 

*^»  orientales,  como  la  gran  prosperidad  y  el  incontrastable  poderío  de 

]t^^>&  nos  persuaden  de  que  debió  atraer  desde  luego  á  los  maestros  de  arte 

^(^regrina.  La  imprenta  cundió  sin  embargo  en  tal  manera  y  penetró 

adentro,  buscando  los  centros  literarios  y  aun  comerciales,  que  al  ensa- 

^^"^^en  nuestros  dias  ciertos  trabajos  bibliográficos,  entre  los  cuales  juz- 

o*^^^jt  conveniente  citar  la  Historia  de  la  imprenta  en  Zaragoza,  opúsculo 

*^o  al  erudito  don  Gerónimo  Borao,  y  el  más  granado  ensayo  de  don 

''^^«isco  Escudero  y  Peroso  sobre  el  Arte  tipográfico  en  la  provincia  de 

^^^^ila,  parece  verdaderamente  fabuloso  el  movimiento  que  en  aquella  épo« 

^  ^freeU  aquel  en  la  Península  Ibérica. 


224  HISTORIA   CRÍTICA  DE   LA  LITERATURA   ESPAÜOLA. 

las  causas  ya  reconocidas  en  el  terreno  de  la  erudición,  á  repro- 
ducir  las  bellezas  del  antiguo  mundo.  Mas  no  sin  que  buscara 
levantado  empleo  en  obras  tan  colosales  como  la  Biblia  Poli- 
gloía  ^,  que  inmortaliza  el  nombre  de  Cisneros,  con  gloria  impe- 
recedera para  la  Escuela  Complutense,  y  sin  que  hallase  al  lado 
mismo  de  su  cuna  dolorosas  contradicciones,  que  debian  crecer 
fatalmente  en  siglos  posteriores.  Erigido  por  Isabel  y  Fernando 
el  Tribunal  del  Santo  Oficio  con  el  objeto  y  en  la  forma  que  de- 
jamos advertido,  no  sólo  aspiraba  desde  luego  íl  la  dominación 
religiosa,  exterminando  á  los  que  eran  acusados  de  judaizantes  ó 
de  herejes,  sino  que  llevando  su  incontrastable  influjo  al  terreno 
de  las  ideas,  se  aprestaba  á  imponer  á  los  ingenios  españoles  la 
más  cruel  tiranía,  contra  la  cual  protestaban  bajo  el  mismo  ce- 
tro de  los  Reyes  Católicos  los  más  esclarecidos  varones.  «¿Qué 
»es  esto?  ¿Dónde  estamos?  ¿Qué  tiránica  dominación  es  esta  que 
•tanto  oprime  los  ingenios?...»  exclamaba  el  sapientísimo  Anto- 
nio de  Nebrija.  «No  basta,  no  (anadia  lleno  de  indignación),  que 
»yo  cautive  mi  entendimiento,  en  obsequio  de  la  fé,  sino  que  en 
•materias  en  que  se  puede  hablar  sin  ofensa  de  la  piedad  cris- 
•tiana,  no  se  me  permite  publicar  lo  que  estoy  viendo?  ¿Qué  di- 
»go  yo  publicar?...  Pero  ni  aun  pensarlo,  quanto  menos  escribirlo 
»á  puerta  cerrada  y  para  mi  solo.  No  puede  llegar  á  más  la  es- 
«clavitudU  ^.  Mostraban  estas  elocuentes  palabras  del  restaura- 


1  La  empresa,  acometida  y  llevada  á  cabo  bajo  los  auspicios  del  Carde- 
nal  Cisneros  de  1512  á  1517,  solicitó  j  obtuvo  el  concurso  no  solamente  de 
los  más  doctos  latinistas  y  helenistas,  sino  de  los  más  celebrados  arabistas 
y  hebraístas,  que  florecieron  en  España  durante  el  reinado  de  los  Reyes 
Católicos.  Al  lado  de  Antonio  de  Nebrija,  Juan  de  Vergara,  Fernán  Nuñez 
de  Guzman^  Diego  López  de  Zúniga  y  otros  ilustres  profesores  de  letras 
griegas  y  latinas  brillaron  Alfonso  de  Alcalá,  Paulo  Coronel  y  Alfonso  de 
Zamora,  peritísimos  en  las  orientales,  según  antes  de  ahora  expusimos  (£$" 
ludios  histáricos,  políticos  y  literarios  sobre  los  judios  de  España,  ensa- 
yo II,  cap.  Xil).  La  Biblia  poliglota  complutense  fué  el  primer  ejemplo 
que  se  dio,  al  comenzar  el  siglo  XVI,  de  este  linaje  de  trabajos,  olvidados, 
como  observa  un  docto  académico,  desde  los  tiempos  de  Orígenes  y  Sao 
Gerónimo  (Clemencin,  Elogio  de  la  Reina  Isabel,  pág.  427).  Volveremos  á 
tomarla  en  cuenta  más  adelante. 

2  Estas  notabilísimas  palabras  de  Antonio  de  Nebri¡jay  faeron  ya  alegm- 


Il/  P.f  CAP.  XVIII.  TEÑO.  6.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   225 

dor  de  las  letras  latinas,  á  quien  distinguia  con  su  ilustrada 
predilección  la  reina  de  Castilla,  toda  la  dureza  de  la  opresión 
que  habia  caído  sobre  las  letras  españolas  en  el  momento  mismo 
en  que  parecían  cobrar  mayor  lustre  y  riqueza;  pero  ni  la  acri- 
monia del  maestro  de  Isabel,  ni  las  quejas  de  otros  no  menos 
dig^DOS  cultivadores  del  arte  y  de  la  ciencia,  fueron  bastantes  & 
dulcificar  el  rigor  del  Santo  Oficio,  que  aumentando  cada  dia, 
venia  por  último  á  descargar  sobre  todas  las  manifestaciones  li- 
terarias, personificándose  en  los  índices  expurgatorios  *. 

Producia  no  obstante  el  invento  de  Gutemberg  los  más  felices 
resultados,  llamado  á  difundir  la  luz  de  la  civilización  en  el  suelo 
de  dos  mundos,  al  arrancar  al  Océano  la  ciencia  y  la  fortuna  de 
Colon  el  conocimiento  de  las  Américas  [1495].  España  llevaba  á 
tan  desconocidas  regiones  la  religión  y  la  lengua  del  Rey  Sabio 
y  de  Juan  de  Mena,  cual  habia  traido  Roma  á  la  Península  Pi- 
renaica la  lengua  de  Livio  y  de  Virgilio;  y  asi  como  las  colonias 
d®  Iberia  enviaron  á  la  metrópoli  del  antiguo  mundo  esclareci- 
dos ingenios  que  emularon  la  gloria  de  los  latinos,  así  también 
estaban  destinadas  las  colonias  de  América  á  enviar  á  la  madre 
Patria  esclarecidos  cultivadores  del  arte,  que  disputaran  sus  lau- 
'^^les  á  los  sucesores  de  los  Manriques  y  Mendozas. 

Pero  mientras  tanta  gloria  alcanzaba  el  reinado  de  Isabel  y  de 
mandó;  mientras  en  todas  vías  adelantaba,  con  el  imperio,  la 
^^Itura  intelectual  de  los  españoles,  brillando  en  sus  más  altas 
fcras  los  resplandores  del  Renacimiento, — excitado  el  entu- 


K  por  el  malogrado  escritor  seviUano  don  Juan  Colom  y  Colom  en  an  ca- 
''**>^o  trabajo  sobre  la  Influencia  de  la  inquisición  en  el  teatro  antiguo  es- 
P^^-^olátíáo  á  luz   en  la   7?eüísta  anda/ujsa  (Sevilla,  1840— 1841). 

1  El  examen  de  los  índices  expurgatorios,  publicados  de  1559  á  1790, 
^^*"«ce  el  más  claro  testimonio  de  estos  lamentables  efectos.  Su  estudio 
*****  ha  inspirado  más  de  una  vez  la  idea  de  trazar  un  libro  que  bajo  el  tí- 
tii-lode  La  Inquisición  y  las  letraSy  presentase  el  triste  cuadro  de  tan  do- 
'•■"^•as  persecuciones,  en  que  figuran  al  par  los  nombres  de  un  fray  Luis 
°^  I'Con  y  un  Brócense,  un  Pablo  de  Céspedes  y  un  fray  Bartolomé  Carran- 
*^-  No  perdemos  la  esperanza  de  dar  cabo  á  esta  obra,  la  cual  ofrecerla 
^^  de  las  más  interesantes  fases  de  la  historia  nacional  desde  fines  del  si- 
^  ^  Xy  hasta  nuestros  dias. 

Tomo  vn.  15 


226  IIISTOniA    CRÍTICA    DB    \,i  LITERATURA    KSPANOLA. 

siasmo  religioso  por  el  triunfo  de  Granada  y  arraigada  en  la 
mente  de  ios  Reyes  Católicos  la  idea  de  la  unidad  nacional,  se- 
ñalaban el  mismo  ano  en  que  derrocan  el  poderlo  del  Islam^  con 
el  destierro  de  una  raza,  de  largos  siglos  asentada  en  el  suelo 
ibérico,  persuadidos  sin  duda  de  que  no  podia  aquella  lograrse, 
sin  alcanzar  antes  la  unidad  religiosa  t.  Bien  se  advertirá  que 
tratamos  de  la  expulsión  de  los  judíos,  grey  desafortunada  y 
perseguida,  siempre  tributaria  en  nuestro  suelo  de  la  civilización 
española,  y  siempre  sospechosa  á  los  instintos  populares.  Sus 
ciencias  y  sus  letras  hablan  enriquecido  más  de  una  vez  las  le- 
tras y  las  ciencias  de  nuestros  mayores:  sus  Qlósofos,  sus  teó- 
logos y  sus  moralistas  hablan  pasado  con  frecuencia  á  las  cáte- 
dras de  nuestras  Universidades,  tomando  asiento  en  las  sillas  de 
nuestros  obispos  y  en  el  consejo  de  nuestros  reyes;  sus  oradores 
habian  subido  á  los  pulpitos  de  nuestros  templos,  para  difundir 
con  nuevo  ardor  la  verdad  evangélica;  sus  poetas,  bebiendo  la 
inspiración  en  las  fuentes  orientales,  ó  ya  pidiendo  sus  lecciones 
á  la  historia,  habian  acaudalado  el  parnaso  castellano  con  pere- 
grinas creaciones;  y  mientras  letras  y  ciencias  les  eran  deudoras 
de  tan  preciosos  presentes,  habian  también  recibido  de  sus  ma- 
nos las  artes  y  el  comercio  constante  impulso,  contribuyendo  ac- 
tivamente al  desarrollo  de  la  riqueza  pública  * .  Y  sin  embargo 
de  tantos  beneficios,  odiada  la  raza  hebrea  por  el  pueblo  cris- 
tiano, que  fortificaba  cada  día  con  el  triunfo  de  sus  armas  sus 
creencias,  y  aun  sus  preocupaciones,  era  presa  del  furor  de  la 
muchedumbre,  reproduciéndose  con  ofensa  y  escándalo  de  la 
humanidad,  las  matanzas  que  manchan  á  cada  paso  los  anales  de 
las  más  nobles  ciudades  de  Aragón,  Navarra  y  Castilla.  Los  Re- 


1  Remitimos  á  nuestros  lectores  al  cap.*  IX  del  Ensayo  I  de  nuestros 
Estudios  históricos,  políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  España,  don- 
de examinamos  el  edicto  de  3t  de  marzo  de  1492,  á  que  nos  referimos, 
bajo  todas  sus  principales  relaciones. 

2  Sobre  este  punto  recomendamos  la  lectura  en  general  de  los  expresa- 
dos Estudios  y  los  capítulos  que  en  esta  II. '^  Parte  de  la  Historia  critica 
(l.^y  2.®  Subciclo)  hemos  dedicado  á  los  famosos  conversos  de  los  siglos 

XIII,  XIV  y  xy. 


n/  P.y  CAP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   227 

yes  Católicos,  cediendo  al  impulso  de  las  ideas  y  de  los  hechos, 
y  reputando  acertada  disposición  de  su  política  la  expulsión  del 
pueblo  hebreo,  decretábanla,  decididos  á  llevarla  á  cabo,  en  el 
instante  mismo  de  triunfar  de  la  raza  mahometana,  condenada 
ya  virtualmente  desde  aquel  dia  á  sufrir  igual  destino. 

No  conviene  aliora  &  nuestro  propósito  el  juzgar  este  trascen*- 
dental  suceso  bajo  sus  variadas  relaciones:  considerándolo  res- 
pecto de  las  letras,  no  es  sin  embargo  dudoso  que  si  despojaba 
^  las  españolas  de  una  de  las  fuentes  que  durante  la  edad-media 
las  habian  acaudalado,  no  era  ya  tan  sensible  aquella  pérdida, 
cromo  lo  hubiera  sido  en  siglos  precedentes,  favoreciendo  por  el 
cTontrario  hasta  cierto  punto  y  en  cierto  sentido  el  destierro  de 
raza  hebrea  el  triunfo  de  la  escuela  clásica.  Antes  de  ahora 
liemos  observado  <:  el  decreto  de  los  Reyes  Católicos,  aplau- 
elido  y  vituperado  con  exceso,  tanto  en  el  momento  de  publicar- 
se^ <5omo  en  siglos  posteriores,  rompía  todo  comercio  entre  la 
ion  española  y  la  grey  proscrita,  arrojando  de  la  antigua  pa- 
innumerables  ingenios,  que  en  distantes  regiones  lloraban, 
la  lengua  aprendida  en  el  regazo  materno,  sus  dolores  y 
venturas  ^;  pero  si  al  derramarse  por  Asia,  África  y  Europa, 
servándolo  y  trasmitiéndolo  de  generación  en  generación 
ta  los  tiempos  modernos,  parecia  preludiar  en  todas  partes  la 
judaica  el  predominio  que  en  breve  conquistan  al  idioma 
tellano  las  armas  y  la  fortuna  de  la  nación  española,— empe- 
os  ya  los  doctos  en  las  vías  del  Renacimiento  y  y  abiertos,  se- 
queda  ampliamente  demostrado,  nuevos  veneros,  que  los 


•^  "^Taban  á  las  primeras  fuentes  de  la  cultura  española,  no  pudo 
el  doloroso  rompimiento  producir  en  el  campo  de  las  letras 


Estudios  sobre  los  judíos  de  España^  loco  citato. 

Id.,  id.,  Ensayo  III.  En  la  Ilf.*  Parte  de  esta  Historia  mencionaremos 

más  notables  poetas,   historiadores  y  moralistas  que  cultivan  fuera  de 

ña  la  literatura  y  la  lengrua,  que  inmortalizaban  al  par  Herrera  y  Fray 

s  de  León,  Mariana  y  Cervantes.  No  dejaremos  aquí  la  pluma,  sin  con- 

^^  ^"^ar  que  el  pueblo  hebreo  llevó  la  lengua  española  á  las  más  apartadas 

^^^iones,  donde  todavia  es  hablada  por  los  descendientes  de  aquella  grey 

^^^valida.  Sobre  este  punto  volvemos  por  último  á  recordar  cuanto  dijimos 

^^*^  el  citado  Ensayo  III  de  nuestros  Estudios. 


228  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA   BSPAflOLA. 

eraditas  verdadera  pertarbacion,  siendo  consignado  con  jfibilc 
en  los  cantos  populares,  patrimonio  de  la  muchedumbre  i. 

Cuantos  descubrimientos  aplaudían  los  pueblos  merídionales^K  * 
cuantos  sucesos  engrandecían  la  monarquía  de  los  Reyes  Cat6— - 
lieos,  ó  provenían  de  su  política,  parecían  pues  favorecer  el 
vimiento  literario  que  había  tenido  en  el  mismo  trono  sus 
eficaces  ayudadores.  Dirigíase  por  todas  sendas  el  ingenio  espa — 
ñol  á  la  posesión  formal  de  los  tesoros  del  arte  antiguo,  que  iba^ 
á  ser  durante  el  siglo  XVI  visto  con  excesiva  adoración,  realiza-  - 
da  ya  la  transformación  de  la  poesía  vulgar ,  á  despecho  de  los   ^ 
que  fieles  á  las  escuelas  de  los  tiempos  medios ,  pugnaban  por 
sustentar  su  predominio  en  el  parnaso  castellano.  Pero  si  cede 
á  la  irresistible  fuerza  de  tantos  y  tan  poderosos  elementos  el 
arte  cultivado  por  los  discípulos  de  Juan  de  Mena  y  el  marqués 
de  Santíllana,  no  logran  igual  victoria  sobre  la  espontánea  poe- 
sía de  la  muchedumbre,  que  acaudalada  de  día  en  día  con  nue- 
vas galas  y  preseas,  llegaba  al  expresado  siglo  XYI  dotada  de 
tanta  vitalidad  que  infundiendo  su  espirílu  al  naciente  teatro  es- 
pañol, le  instituye  depositario  de  los  sentimientos,  las  creencias 
y  las  costumbres,  que  reflejaba  en  su  seno;  prendas  que  basta- 
ron á  labrar  la  gloria  más  alta  de  las  letras  patrias,  inmortali- 
zando el  genio  de  Lope  y  Calderón,  de  Tirso  y  de  Morete. 

La  trasformacion  de  la  poesía  vulgar-erudita,  así  como  la  de 
lapopuluar,  no  era  sin  embargo  obra  de  un  solo  día,  por  más 
que  en  las  esferas  más  elevadas,  en  las  escuelas  públicas,  mer- 
ced á  la  iniciativa  de  los  Reyes  Católicos  y  á  la  autoridad  de  los 
Nebrijas  y  Barbosas,  pudiera  considerarse  como  realizada  aquella 
revolución  formal,  á  cuyo  logro  habian  aspirado,  con  más  anhelo 
que  fortuna,  los  ingenios  de  la  corte  de  don  Juan  II.  No  es  en 
efecto  ley  de  la  naturaleza  que  fruciiíique  la  más  vividora  semilla 
en  el  momento  de  brotar,  ni  es  tampoco  lícito  exigir  á  un  pueblo, 
que  tiene  ya  en  lo  pasado  hartos  títulos  de  gloria,  el  que  los  olvi- 
do en  un  solo  instante,  para  ostentar  irreflexivo  sus  nuevas  con- 
quistas. Aquel  arte,  que  en  vario  concepto  ilustraban  respetados 


1     Véaso  el  cap.  XXII  de  este  volumen. 


*!•*  P.,  CAP.  XVIII.  TEND.  G.  DE  LAS  L.  D.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   229 

™^Gstros  y  esclarecidos  cultivadores,  prosiguió  pues  siendo  du- 
raj^te  el  reinado  de  Isabel  y  de  Fernando,  deleite  de  la  corte 
©spafiola,  hermanados  ya  del  todo  los  ingenios  de  Aragón  y  de 
Castilla;  pero  si  reflejaba  vivamente  el  espíritu  y  especial  carácter 
de  las  escuelas,  que  se  habian  desarrollado  en  toda  la  extensión 
del  territorio  espaflol,  durante  la  primera  mitad  del  siglo,  no  po- 
día, en  modo  alguno  hurtarse  á  las  nuevas  influencias,  ni  aun  en 
los    momentos  en  que  trabada  la   inevitable  lucha,  procuran 
mantenerle  incólume,  más  generosos  que  discretos,  sus  apasio- 
nados defensores. 

No  hay  para  qué  advertir  que  esta  lucha  se  entabla  y  sos- 
tieno  principalmente  en  las  regiones  de  la  amena  literatura, 
doode   logran  absoluto  predominio  la  imaginación  y  el  senti- 
mieinto.   Menos  expuesta  la  historia  á  las  mudables  influen- 
cias  del  gusto,  y  más  apegada  á  los  antiguos  hábitos  la  filoso- 
fía     moral,   cultivada  principalmente  por  los  que  se  preciaban 
de  "teólogos,  si  volvia  la  primera  la  vista  á  la  antigüedad,  para 
perfeccionar  sus  formas  expositivas;  si  aspiraba  la  segunda  á 
liaeerse  dueña  de  las  máximas  y  sentencias  atesoradas  por  los 
sabios  del  gentilismo,  y  tenian  ambas  por  insuficiente  y  grosera 
la  lengua  vulgar,  según  queda  advertido,  forzábanlas  su  misma 
naturaleza  y  su  inmediato  objeto  á  permanecer  fieles  á  la  tradi- 
^'°o,  constituyendo  esta  necesidad  uno  de  los  principales  cara«- 
'^''es  de  la  época  literaria  que  estamos  contemplando. 
«^ero  estos  hechos,  cuyas  leyes  generales  quedan  expuestas, 
P^dGix  particular  demostración;  tarea  á  que  nos  consagraremos 


^  **^'*  capítulos  siguientes. 


CAPITULO  XIX. 

ESTADO  Y  CARÁCTER  DE  LA  POESÍA  BAJO  EL  REfflADO 

DE    LOS    REYES    CATÓLICOS, 


»sicion  de  las  tradiciones  artísticas  á  las  innovaciones  clásicas. — Ra- 

filosófíca  de  este  hecho. — Influencia  personal  de  la  lieina  Isabel. — 

castellanos,  aragoneses  y  catalanes  de  su  corte.— Escuelas  por 

ello^  cultivadas. —Florencia  Pinar.— Examen  de  algunos  poetas. — Fray 

Ifii^cD  López  de  Mendoza. — Su  Cancionero. — Análisis  de  la  Vita  Chri$t% 

y    d^l  Dictado  en  vituperio  de  las  malas  mug eres. —Idea  del  Dechado  de 

'^»    '^^^ina  doña  Isabel.— Juslu  del  Enzina. — Su  Cancionero, — Examen  del 

^^^¿-^M^nfo  de  la  Fama, — Sus  caracteres  literarios. — Las  canciones  7  vi- 

^^í*i^<:iico8. — Don  Pedro  Manuel  de  Urrea. — Su  Cancionero, — Mérito  li- 

^'^^^■^"io  de  este  procer  aragonés. — Especial  índole  de  su  ingenio.— Don 

Fernandez  de  Heredia. — Sus  poesías. — El  cartujano  don  Juan  de 

:iJlla. — Sus  poemas. — Juicio  de  Los  doce  triunfos  de  los  Apóstoles, — 

***   -^^^tablo  de  la  Vida  de  Cristo,— -Diego  Guillen  de  Ávila.— Su  Pane- 

9  «^-Cc^o  de  la  Reina  Isabel, — Idea  del  Loor  á  don  Alonso  Carrillo, — ^Her- 

,^^^^0  de  Rivera. — Su  poema  histórico. — Pedro  de  Cartagena;  Moesen 

'^^l^as;  Crespi  de  Valdaura. — Elogios  de  Ja  Reina  Isabel. — Condiciones 

^   ^  «t  poesía  histórica. — Inclinación  de  los  eruditos  al  cultivo  de  las  for- 

populares. — Importancia  y  significación  futura  de  este  hecho. 


al 


n  medio  del  movimiento  literario,  que  hemos  contemplado, 
jar  nuestras  miradas  en  el  reinado  de  Isabel  I.*  y  de  Fernán- 
^  ^  [1474  á  1517],  y  cuando  por  todas  partes  descubrimos  el 
^*lo  de  la  erudición  clásica,  llámanos  seriamente  la  atención  el 
^^^siderar  cómo  la  poesía,  que  es  siempre  la  manifestación  más 


232  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

libre  y  espontánea  del  arte,  aspira  á  conservar  sus  antiguos  ca- 
racteres, oponiendo  así  no  insignificante  resistencia  á  los  es- 
fuerzos de  los  doctos.  Mas  esta  oposición,  que  parecia  en  cierto 
modo  detener  el  curso  de  los  progresos  literarios,  realizados  ba- 
jo el  glorioso  cetro  de  los  Reyes  Católicos,  no  carecia  en  verdad 
de  profundas  raices,  logrando  por  tanto  explicación  cumplida  en 
la  historia  de  las  letras  patrias.  Sobre  ser  el  sentimiento  poético 
en  todos  los  pueblos  don  el  más  preciado  y  sello  el  más  profun- 
do é  indeleble  de  su  cultura,  no  era  fácil  empresa  para  los  cla- 
sicistas  el  anular  de  un  golpe  todas  las  glorias  obtenidas  desde 
siglos  anteriores  por  las  escuelas,  que  compartian  entre  sí  el  do- 
minio de  nuestro  parnaso,  ni  aun  dado  el  múltiple  desarrollo  de 
las  formas  artísticas,  adoptadas  por  los  eruditos,  podían  ser  es- 
tas sustituidas  al  simple  amago  de  una  revolución  literaria,  que 
tenia  por  norma  y  fin  capital  la  rehabilitación  del  arte  antiguo. 
Ni  podia  ser  por  otra  parte  más  legítima  la  resistencia  de  he- 
cho, que  oponían  los  ingenios  españoles  á  toda  innovación,  que 
los  despojara  de  los  medios  artísticos,  atesorados  por  sus  mayo- 
res. Educados  cuantos  poetas  florecen  durante  el  reinado  de 
Fernando  y  de  Isabel,  bajo  la  pauta  de  aquellos  maestros  que, 
como  Juan  de  Mena,  el  Marqués  de  Santillana,  Fernán  Pérez  de 
Guzman  y  tantos  otros,  habían  enriquecido  el  parnaso  castellano 
con  los  despojos  y  vistosas  preseas  de  extrañas  literaturas;  vi- 
viendo entre  ellos  los  primeros  y  más  autorizados  discípulos  de 
tan  aplaudidos  varones,  tales  como  don  Gómez  Manrique  y  Mos- 
sen  Diego  de  Valera,  Juan  Alvarez  Gato  y  Diego  de  San  Pedro, 
que  alcanzaron  buena  parto  do  aquel  reinado  ',  imposible  era 
que  abandonasen  sin  manifiesta  ingratitud,  y  sobre  todo  sin  ries- 


1  Véanse  los  respectivos  csUidios  sobre  estos  ingenios.  Mossen  Diego  de 
Valera  volverá  í^  llamar  nuestra  atención  como  historiador  y  escritor  mo- 
ralista, pues  habiendo  alcanzado  larga  edad,  fue  infatigable  en  el  trabajo 
y  mereció  la  estimación  de  los  Reyes  Católicos  en  la  forma  que  en  breve 
notaremos.  Diego  de  San  Pedro,  educado  en  la  corte  de  don  Juan  II, 
goza  también  cierta  autoridad  en  la  época  que  historiamos,  si  bien  no  fal- 
taron escritores  moralistas  que  condenaran  los  extravíos  amorosos  de  su 
juventud,  de  que  no  pareció  convalecer  del  todo  en  edad  madura.  Ade- 
lante volveremos  á  mencionarle. 


n.*  P.y  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   253 

g€>  de  ser  menospreciados ,  el  ejemplo  de  los  que  vivian  con  sus 
en  el  universal  aplauso. 

hay  más :  hermanadas  en  cierto  modo  las  antiguas  es* 
eruditas  y  que  habian  compartido  entre  si  el  dominio  del 
español,  sostenian  mutuamente  los  títulos  de  su  iegiti- 
midad,  y  ostentaban,  como  timbres  de  buena  ley,  sus  respecti- 
vais  conquistas,  aspirando  á  ennoblecerlas  con  nuevos  y  muy 
pi*eoiados  blasones.  Lejos  de  suponer  agotados  los  veneros  de  la 
iosrfciracion,  acudian  con  nuevo  empeño  ios  poetas  del  reinado  de 
á  cultivar  el  arte,  tal  como  lo  habian  recibido  de  sus  ma- 
s,  si  bien  ambicionando  su  último  desarrollo.  Asi,  no  era 
verdad  llegado  para  la  poesía  española  el  momento  de  recibir 
'^  innovación  artística  que  en  las  esferas  de  la  erudición  clásica 
estaba  preparando,  como  no  se  juzgaron  los  ingenios  de  Ibe- 
^n  la  obligación  de  contradecirla,  conforme  acontecía  más 
^^^l^mte,  apunto  ya  de  realizarse  la  transformación  en  manos 
"^  t^s  petrarquisias.  Como  natural  consecuencia  de  los  grandes 
®^*"^i€rzos  hechos  en  los  reinados  precedentes;  como  inevitable 
^{'^Cilo  de  los  elementos  literarios  atesorados  en  el  parnaso  eru- 
^*^o,  los  poetas  de  la  corte  de  los  Reyes  Católicos  prosiguieron 
*^  obra  acometida  por  los  trovadores  de  don  Juan  II,  apartando 
'v^ista,  no  sin  alta  complacencia,  de  las  flaquezas  y  aberracio- 
9  que  habian  infundido  especial  carácter  á  los  de  la  corte  de 
^ni-ique  rV. 

Correspondió  en  este  sentido  la  poesía  española  al  estado  que 

le  los  primeros  instantes  habia  ofrecido  el  reinado  de  Isabel 

y  de  Fernando;  y  aquella  musa  que,  al  asentarse  en  el  trono  de 

Castilla  les  augura,  por  boca  de  don  Gómez  Manrique,  prosperi- 

^ades  sin  cuento,  se  ufanaba  una  y  otra  vez,  al  pintar  con  bello 

dolorido  las  sencillas  escenas  del  regio  alcázar,  ó  ya  bosquejaba 

^s    Virtudes  de  Isabel,  como  en  precioso  dechado,  ya  augura- 

^  I03  preclaros  triunfos  de  las  armas  cristianas,  ya  en  fin  aspi- 

^^  4  solemnizarlos,  si  bien  careciendo  en  tan  alta  ocasión,  se- 

^^    ^ntes  observamos  *,  de  aquella  levantada  entonación  que 

"Véa«c  el  capítulo  anterior,  págs.  216,  etc.,  y  lo  que  decimos  en  el 
*^^le  con  el  mismo  propósito. 


234  HISTORIA  CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAlXOLA. 

había  menester  para  revelar  el  heroísmo  del  pueblo  español  y  ]a 
grandeza  de  las  hazañas  que  tienen  noble  corona  en  la  conqoista 
del  reino  granadino.  Pero  era  también  digno  de  notarse  que,  si 
no  se  alzaba  entre  los  poetas  de  aquel  memorable  reinado  ningún 
cantor  que  lograra  reflejar  por  entero  la  gloria  del  nombre  es- 
pañol, se  hermanaban  todos  los  ingenios  que  florecen  en  la  Pe- 
nínsula en  el  cultivo  del  arte,  aspirando  todos  &  representar 
una  sola  nacionalidad  literaria,  con  el  uso  común  de  una  sola 
lengua. 

Si  al  mediar  del  siglo  XY,  hemos  contemplado  ya  divididos  en 
grandes  grupos,  &  los  más  renombrados  trovadores  de  Castilla  y 
Axagon,  de  Cataluña  y  Navarra,  consagrados  al  cultivo  de  la 
lengua  que  inmortalizan  el  Rey  Sabio  y  sus  esclarecidos  suceso- 
res-, si  propagándose  aquel  anhelo  á  las  regiones  occidentales  de 
la  Península  Ibérica,  los  hemos  visto  también  florecer  en  el  sue-^ 
lo  de  Italia,  con  la  gloriosa  conquista  de  Ñapóles,— congregados 
ahora  bajo  una  sola  enseña,  desde  el  punto  en  que  se  funden  en 
una  las  coronas  de  Aragón,  Castilla  y  Navarra,  aparecen  á  nues- 
tra vista  formando  verdadero  concierto  en  la  corte  de  los  Reyes 
Católicos,  y  mostrando  al  par  que  era  empresa  realizable  la  uni- 
dad política  de  la  Península,  hasta  entonces  dividida  por  dese- 
mejantes, ya  que  no  contrarios  intereses.  Numerosa  era  por 
cierto  la  cohorte  de  trovadores,  que  acuden  á  hacer  gala  de  su 
ingenio  bajo  los  auspicios  de  Isabel  y  de  Fernando,  distinguién- 
dose entre  ellos  los  más  granados  próceras  y  los  más  ilustres 
prelados,  y  afanándose  por  merecer  titulo  de  poetisas,  como  otras 
aspiraban  á  la  gloria  de  la  erudición  clásica,  muy  esclarecidas 
damas  de  Aragón  y  de  Castilla. 

Difícil  ó  impertinente  por  extremo  seria  mencionar  aquí  per- 
sonalmente cuantos  cultivadores  de  la  poesía  lograron  aplauso 
en  la  corte  de  los  Reyes  Católicos.  Señaláronse  no  obstante  en- 
tre los  magnates  castellanos,  demás  del  Maestre  de  Calatrava,  el 
Almirante  de  Castilla,  y  el  Adelantado  de  Murcia,  los  duques  de 
Alba,  de  Medínasidonia,  del  Infantado  y  de  Alburquerque,  los 
condes  do  Haro,  Coruña,  Ribadeo,  Feria,  y  Ribagorza,  los  mar- 
queses de  Astorga  y  Villafranca,  el  vizconde  de  Altamíra,  el  ma- 
riscal Sayavcdra,  y  los  ricos-omes  don  Juan  Manuel,  don  Alva- 


n/  P.y  GAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO   EL  R.  DE  LOS   R.  G.   235 

de  Bazan  y  don  Gonzalo  Chacón,  brillando  entre  los  caballe- 
ros Joan  tie  Padilla,  Pedro  de  Cartagena  y  don  Fernando  de 
Colon,  y  contándose  entre  los  prelados  el  ilustre  hijo  del  Mar- 
qués de  Santillana,  Gran  Cardenal  de  España  ^  Ni  eran  menos 
distingoidos  los  trovadores  aragoneses,  cuando  aparecian  entre 
ellos  don  Joan  Fernandez  de  Heredia,  don  Francés  Garroz  yPar- 


1     Todos  estos  trovadores  tienen  repetidas  obras,  ya  en  el  Cancionero, 
lo  á  luz  en  Valencia  por  Cristóbal  Hofman  en  1511,  y  citado  por  nos- 
repetidas  veces,  ya  en  los  MSS.  coetáneos,  que  hemos  mencionado 
t3.nc^l)ien  antes  de  ahora.  £n  la  imposibilidad  de  dar  individual  razón  de  di- 
cbas  poesías,  nos  limitaremos  á  notar  que  todos  estos  trovadores  cortesanos 
a^pA.x^ecett  filiados  en  la  escuela  provenzal  y  se  precian  de  atildados  amado- 
res.  No  exceptuaremos  por  cierto  á  don  Hernando  de  Colon,  hijo  del  descu- 
^riíicrdel  Nuevo  Mundo,  ni  al  Gran  Cardenal  de  España:  este  ilustre  perso- 
^*j«,  que  tanta  influencia  alcanzó  por  su  autoridad  y  su  elocuente  pala- 
^'^y  como  adelante  veremos,  en  los  destinos  de  Castilla,  pasaba  á  me- 
jor  Tjda  en  11  de  enero  de  1495,  á  los  sesenta  y  siete  años  de  su  edad;  y 
*^  babia  traído  al  habla  vulg:ar  algunas  obras  de  la  antigüedad  clásica,  por 
'^^'^ndato  de  su  padre,  no  se  desdeñó,  consagrado  desde  muy  temprano  á  la 
^lesia,  de  decir  amores,  como  pagó  también  tributo  á  las  flaquezas  de  la 
^^^e.   En  el  códice  de  la  Biblioteca  Imperial  de  París,  signado  7820,  al 
^^'   1  19  V.,  se  hallan  con  el  epígrafe  Del  Cardenal  de  Mendoza  y  Del 
^^^9imo  Cardinal,  dos  canciones,  que  empiezan: 

1/   Dama,  mi  grande  querer. 
S.*   MI  Tida  se  desespera. 

'"'^^die  diría  al  leerlas,  sin  el  epígrafe,  que  eran  fruto  de  un  arzobispo  de 

^^«,  levantado  á  la  silla  de  Calahorra  desde  1454  y  recibido  años  antes 

f,  '^o    capellán  real  en  la  corte  de  Castilla.  Nada  más  cierto  sin  embargo. — 

. .  .     ^^^^nto  á  don  Hernando  Colon,  hallamos  en  el  cód.  Vil.  D.  4.  de  la  Bi- 

^^*«*íca  Patrimonial  de  S.  M.,  desde  el  fól.  88  v.  al  114  r.,  varias  cancio- 


ij^«        ^  inscritas  bajo  su  nombre,  todas  amorosas,  algunas  de  las  cuales  co- 


1.*  O  triste  yo  desdichado. 

S.*  En  peligro  está  la  ?lda. 

3.*  SI  tu  gesto  glorifica. 

4.*  Si  sintiese  que  non  peno,  etc.,  etc* 

^^^  ^   doeto'fundador  de  la  famosa  Biblioteca,  á  que  dio  en  Sevilla  su  nom- 
se  mostró  en  estas  obras  atinado  cultivador  de  la  lengua  castellana, 
Ritiendo  en  lo  atildado  de  la  frase,  como  en  lo  artificioso  de  los  con- 
1^^       ^^^»  con  los  galanes  y  caballeros,  entre  quienes  se  educa  en  la  corte  de 
^cycs  Católicos, 


236  HISTORIA  CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

do,  don  Gerónimo  de  Artes,  don  Lope,  don  Miguel  y  don  Pedro 
de  Urrea,  don  Juan  de  Lezcano,  Mossen  Aguiiar,  el  diputado  del 
reino  Martín  Martínez  Dampiés,  y  el  virtuoso  obispo  de  Huesca, 
don  Hernando  de  Basurto  K  Daba  por  último  señalado  lugar  su 
preclaro  ingenio  entré  los  poetas  catalanes  y  valencianos,  que 
toman  por  instrumento  la  lengua  de  Castilla,  á  los  renombrados 
don  Alonso  y  don  Juan  de  Cardona,  don  Luis  de  Castelvi,  don 
Francisco  de*Mompalao,  Mossen  Crespí  de  Valdaura,  y  don  Luis 
su  hijo,  don  Francisco  Fenollet,  Mossen  Jaime  Gazul  y  con  ellos 
á  Mossen  Narciso  Vínoles,  Mossen  Tallante,  Mossen  Rull,  y 
otros  no  menos  dignos  de  la  distinción,  que  en  la  corte  de  Isabel 
y  de  Fernando  alcanzaban  ^. 

Cultivan  todos  estos  ingenios  la  poesía  española,  siguiendo, 
según  dejamos  advertido,  las  huellas  de  los  antiguos  trovadores  é 
inscribiéndose  en  las  escuelas,  que  se  hablan  alzado  con  el  impe- 
rio del  parnaso:  dezireSy  resqUestas,  esparzas,  canciones^  rnth- 
tes,  glosas  y  villancicos,  cuantos  géneros  literarios  y  cuantas 
formas  artísticas  llegaron  á  aquel  reinado  ^,  fueron  objeto  de 
singular  esmero  para  los  poetas  de  Aragón  y  de  Castilla,  no  oí- 


1  Hacemos  adelante  el  merecido  estudio  de  los  más  celebrados  trovado- 
res aragoneses;  pero  como  no  es  posible  hablar  individualmente  de  todos, 
no  será  inoportuno  advertir  desde  luego  que  pueden  consultarse  las  poesías 
de  los  más  en  el  citado  Cancionero  de  1511,  de  donde  toman  después  al- 
gunas los  sucesivos  colectores  de  Cancioneros  generales.  Sólo  nos  cumple 
advertir  aquí  que  animados  de  más  elevado  propósito,  tanto  Martinez  Dam- 
piés como  Bassurto^  escribieron  el  primero  el  Triumpho  de  Maria,  en  ver- 
so mayor  y  prosas,  con  moralidades  (Bibliotheca  Nova,  i.  II; — Biblioteca 
antigua  de  Aragón,  t.  II,  pág.  344),  y  el  segundo,  que  gobernó  la  silla 
de  Huesca  de  1483  á  1526,  asistiendo  á  la  guerra  de  Granada,  la  Vida  de 
Santa  Orosia,  dedicada  á  don  Pedro  Vaguer,  obispo  de  Álger  (Ustarroz, 
Biblioteca  Aragonesa,  cód.  CC.  77  de  la  Biblioteca  Nacional).  Compuso  tam- 
bién don  Hernando  Bassurto  un  curioso  Diálogo  entre  un  caballero  cazador 
y  otro  pescador,  obra  impresa  en  Zaragoza  por  Maestro  Gajecosi,  1539. 

2  Tienen  todos  estos  trovadores  notables  poesías  en  el  ya  referido  Can- 
cionero,  siendo  para  nosotros  sensible  el  no  poder  dar  aquí  muestras  de  las 
mismas.  De  alguno  haremos  especial  mención  adelante. 

3  Véanse  los  capítulos  correspondientes  al  estudio  de  los  poetas  en  los 
tomos  anteriores,  y  en  especial  el  VI  de  este  11.^  Subciclo. 


II.*  P.,  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   237 

nidadas  por  cierto  las  enseñanzas  de  las  escuelas  pravenxal  y 
dantesca,^  ni  desdeñados  tampoco  los  frutos  de  la  didáctica  y 
ana  de  la  simbólica.  El  movimiento  de  los  ingenios  que  florecen 
en  nna  y  otra  comarca  de  la  gran  monarquía,  cuya  unidad  ambi* 
Clonaban  los  Reyes  Católicos,  no  podia  ser,  generalmente  ha- 
blandOy  m&s  regular  y  conforme  con  sus  precedentes.  Pero  se 
halla  no  obstante  muy  lejos  de  ser  descolorido  y  monótono,  y 
l^r  m&s  que  sea  hacedero  trazar  los  limites  en  que  se  encierra, 
ofrece  &  nuestra  contemplación  crecido  número  de  entidades,  y 
dUQ  notabilísimos  accidentes,  dignos  de  madura  consideración  y 
estudio. 

I^lama  ante  todo  la  atención  el  considerar  cómo  al  mismo  tiem- 
po que  se  ejercita  la  Reina  Católica  en  el  estudio  de  la  lengua 
íatiíaa,  alentando  con  su  ejemplo  &  los  cultivadores  de  las  letras 
^IS^icas,  recibe  benévola  y  premia  generosa  las  ofrendas  de  los 
'^g^enios  españoles,  albergando  al  par  en  su  palacio  distinguidas 
^^rnas  que  asi  como  doña  Beatriz  Galindo,  se  mostraba  docta  en 
^^  lengua  del  Lacio^  hacian  gala  de  su  imaginación,  siguiendo 
^^^   huellas  de  los  más  celebrados  trovadores.  Ganaba  en  efecto 
^   estimación  de  los  entendidos  doña  Florencia  Pinar,  dama  que 
asistía  &  la  corte  de  Isabel,  y  que  estimulada  por  otros  ingenios 
^G  su  familia  *,  tomaba  á  veces  parte  en  las  lides  del  ingenio, 
^'osando  otras  las  más  aplaudidas  canciones,  tarea  por  cierto  muy 
'^íiiiliar  á  los  que  se  preciaban  á  la  sazón  de  más  atildados  mo- 
''"'Qcadores.  Florencia  Pinar,  abrigando  realmente  ó  fingiendo, 
^'    pulsar  la  lira,  amorosa  pasión,  pondera  sus  dolores,  exage- 


^        Entre  las  de  los  trovadores  de  la  corte  de  los  Reyes  Católicos  halla- 
^  ^n  efecto  las  obras  de  Plnar^  que  empiezan  al  fól.  CLxxxiij   del   Can- 


j  ^^^0  de  1511,  La  primera  es  un  Juego  trobado,  que  hizo  á  la  reyna 
¿,  ^•^^  Isabel  f  con  el  qual  se  puede  jugar  como  con  dados  ó  naipes,  y  con 
^^  ^  ^mede  ganar  ó. perder  y  echar  encuentro  ó  azar  y  hacer  par:  las 
d^\  ^^^^  (añade)  son  los  naipes,  y  las  cuatro  cosas  que  van  en  cada  una 


^  -  han  de  ser  suertes.  Tras  esta  ingeniosa  composición,  exornada  de 

»       ^  ^ones  y  refranes,  lo  cual  le  da  cierto  valor  histórico,   se  hallan  varias  • 


^1  ~  de  obras  antiguas  y  modernas,  con  algunas  canciones  originales  á 

^j^^   *^^  damas  de  la  corte.  Tiene  también  algunos  motes  y  canciones  entre 
^^\)ra8  menudas  del  mismo  Cancionero. 


238  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

rando  sus  efectos  de  la  misma  suerte  que  lo  bacian  cuantos  aspi- 
raban al  nombre  de  poetas,  y  como  ellos  se  pinta  ipipíamente 
desdeñada.  Era  la  primera  danla,  cuyo  nombre  figuraba  en  el 
parnaso  español;  y  dadas  la  época  en  que  florece  y  la  corte  don- 
de brilla,  parecía  justo  esperar  que  tomase  su  ingenio  m&s  le- 
vantado rumbo. — Florencia  Pinar  dejóse  ir  no  obstante  en  la  co- 
mún corriente;  y  si  al  trazar  ahora  la  historia  de  las  letras  pa- 
trias, fuera  censurable  olvido  el  omitir  su  nombre,  no  merecería 
mayor  disculpa  el  detenernos  á  examinar  menudamente  sus  obras 
poéticas,  cuando  sobre  no  exceder  estas  de  la  esfera  general  de 
los  trovadores  eróticos  *,  reclaman  ya  nuestras  miradas,  bajo 
diversos  aspectos,  más  granados  ingenios. 

Merecen  en  verdad  particular  examen,  porque  más  directa- 
mente personifican  aquella  época,  asi  en  Aragón  como  en  Casti- 
lla, reflejando  poderosamente  las  tradiciones  literarias  y  el  nue- 
vo estado  de  los  estudios,  un  fray  Iñigo  López  de  Mendoza,  un 
Juan  del  Enzina,  un  don  Pedro  Manuel  de  Urrea,  un  Juan  de 
Padilla,  monje  cartujo,  y  un  Diego  Guillen  de  Avila,  canónigo 
de  Patencia. 

No  es  fácil  ahora  averiguar  el  origen  de  fray  Iñigo  López  de 
Mendoza,  ni  determinar  tampoco  si  perteneció  á  la  nobleza  cas- 
tellana, según  pudieran  persuadirlo  sus  apellidos,  ilustrados  ya 
por  el  Marqués  de  Santillana  en  la  corte  de  don  Juan  II,  y  perpe- 
tuados en  la  de  Isabel  por  el  denodado  caudillo  que  clavaba  en  la 
Alhambra  el  estandarte  de  Castilla.  Sábese  no  obstante  que  en- 
tró en  religión  de  mozo,  abrazando  la  regla  franciscana,  y  que  á 
pesar  de  su  voto  de  pobreza,  vivió  en  la  corte  distinguido  y  aun 
acariciado  de  ilustres  damas,  lo  cual  desató  al  cabo  contra  él 


1     Para  que  el  lector  juzg^ue  de  la  exactitud  de  este  aserto,  citaremos  la 
canción,  que  empieza  (Cancionero,  fól.  CXXV  v.): 

Ayl  que  bay  quien  más  no  vive, 

ó  ya  la  que  tiene  este  bordón: 

El  amor  bá  tales  mafias 

que  quien  no  se  guarda  dellas« 

si  se  le  entra  en  las  entrañas, 

non  puede  salir  sin  ellas  (Id.  id.,  fól.  CLxxx?  y,). 


í 


If/p.yCAP.  XIX.  EST.  DÉLA   P.  BAJO  EL  R.  DB  LOS  R.  C.   259 

la  maledíGancia  de  los  palaciegos  y  la  sátira  de  otros  trovadores. 
Acosáronle  estos  de  vivir  metido  en  vanos  placeres,  como  lobo 
cabierto  de  pardo  manio)  motejáronle  de  hipócrita  seductor; 
presentáronle  lleno  de  afeites  en  bailes  y  saraos  ^,  y  reprendié- 
ronle en  fin  de  frecuentar  el  palacio  más  de  lo  justo,  y  de  tener 
olvidados  sos  deberes,  como  religioso,  mientras  gastaba  su  vi- 
^  en  galanteos  de  damas  y  de  monjas  ^.  En  cambio  otros  poe- 


1      £ntre  las  composiciones  destinadas  á  zaherir,  ya  que  no  á  difamar, 

a  fray  iSí^  López  de  Mendoza,  son  muy  notables  las  Coplas  de  Vázquez 

^  ^^encia  sobre  las  coplas  de  Vita  Xpu,  enderezadas  á  su  amiga,  por^ 

^^  fe  embió  á  pedir  la  obra  de  Vita  Xpi.,  y  no  estando  él  en  casa  ge 

^  ^i<>  tin  mo^.  Entre  otras  cosas,  leemos  en  esta  singular  poesía  (Can-» 

«••onef- o  de  1511,  fól.  CLxxj  v.): 

Este  religioso  santo, 
metido  en  vanos  plazeres^ 
es  un  lobo  en  pardo  manto, 
como  entiende  y  sabe  t^nto 
del  tracto  de  las  mujeres. 
Tiene  los  ojos  por  suelo 
con  muy  falsa  ypocresia, 
y  con  esto  baze  vuelo 
que  todo  viene  al  señuelo 
de  su  gentil  fantasía. 


Que  no  penseys  por  las  ramas, 
mas  ante  dentro  en  el  bayle 
Ti  de  sus  perversas  ramas 
en  afeytes  de  las  damas 
quái  el  diablo  puso  al  frayle. 


acusaciones  no  pueden  ser  más  directas  é  intencionadas. 
Otro  galán,  que  sin  duda  habia  recibido  algún  agravio  de  fray  Iñigo, 
*^     ^^  de  denostarle  en  vario  modo,  anadia  que   era  pecado  ^n  el  fraile 


(/d.* 


así 


►  fól.  CLxx  r.  y  V.): 

con  risueño  mirar, 

viendo  gracia  en  la  muger^ 
desealla  festejar 
y  dalle  bien  á  entender 
que  cartas  la  yrán  á  ver; 

o  debia  ser  su  obligación  consolar  á  los  afligidos,  y 

non  las  monjas  requerir, 
mucbas  veces  á  menudo, 
nin  á  quien  sabe  servir 
con  obras  y  con  dezlr 
non  le  motejar  de  mudo. 


240  HISTORIA   crítica  DE   LA   LITERATURA  BSPAftOLA. 

tas  le  colmaban  de  alabanzas,  y  distinguido  por  los  Reyes,  se  ex- 
tremaban los  magnates  en  agasajarle.  Fray  ínigo  López  de 
Mendoza,  era  pues  objeto  de  las  iras  y  de  las  consideraciones 
cortesanas.  ¿De  qué  parte  se  hallábala  justicia?....  Sin  duda  los 
que,  al  verle  bullir  en  la  corte,  reparaban  en  que  era  un  fraile 
menor  y  le  hallaban  por  demás  atildado,  no  carecian,  al  aco- 
sarle, de  cierto  fundamento;  mas  los  que  mirando  sólo  su  inge- 
*nio,  perdonaban  benévolos  sus  flaquezas,  usaban  de  mayor  gene- 
rosidad, probando  al  recibirle  en  sus  aristocráticos  salones,  que 
si  no  gozaba  por  la  cuna  levantados  timbres,  le  hacian  acreedor 
á  ellos  su  talento.  Esta  enseñanza  recibían  los  cortesanos  de  la 
Reina  Isabel,  y  no  era  por  tanto  maravilla  que  la  practicasen  con 
fray  Iñigo  López  de  Mendoza. 

Pero  es  lo  notable  que  atildado  en  demasía,  motejado  de  hi- 
pócrita, y  lejano  por  tanto  de  ser  un  modelo  de  austeridad  y 
de  seráfica  sencillez,  osó  fray  Iñigo  arrostrar  con  no  escaso  de- 
nuedo los  vicios  de  su  tiempo;  y  ora  se  dirija  á  la  Reina  Isabel, 
ora  á  don  Fernando,  ora  en  fin  á  las  damas  y  magnates  de  la 
corte,  procura  siempre  la  corrección  de  las  costumbres,  dando 
por  tanto  á  sus  poesías  cierto  interés  social,  que  á  menudo  co- 
bra también  notable  colorido  político.  Las  principales  produc- 
ciones, debidas  á  su  pluma  son:  La  Vida  de  Nuestro  Señor  Jhe- 
su-Xpo.,  escrita  á  instancias  de  doña  Juana  de  Cartagena;  el 
Sermón  trotado  sobre  las  armas  del  rey  don  Fernando;  el  Dic- 
tado en  vituperio  de  las  malas  mujeres  y  alabanza  de  las  bue- 
nas; las  Coplas  en  loor  de  los  Reyes  Católicos;  la  Cena  que 
Nuestro  Señor  fizo  á  sus  discípulos^  y  el  Dechado  de  la  Reina 
doña  Isabel  *. 


1  Tenemos  á  la  vista  el  Cancionero  de  fray  íñigo  López  de  Mendoza, 
impreso  en  Toledo  en  casa  de  Juan  Vázquez,  scg-un  se  expresa  al  final  del 
mismo,  aunque  sin  ñjar  el  año  de  la  edición.  Encierra  ps(c  raro  libro,  de- 
más de  las  obras  citadas,  que  ocupan  el  1.®,  2.°,  3.®,  4.**,  5.®  y  8.**  lugar, 
las  siguientes:  6.°  Justa  de  la  Razón  contra  la  sensualidad;  1 ,°  Los  go^ 
zos  de  Nuestra  Señora;  9.°  La  Pasión  del  Redentor;  10.°  Coplas  al  Es-- 
piritu  Santo;  11.^  Lamentación  á  la  quinta  angustia,  guando  Nuestra 
Señora  tenia  á  Nuestro  Señor  en  sus  braxos.  Tras  estas  producciones  de 


n.*  P.y  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.   BAJO  EL  R.   DB  LOS  R.  C.  241 

Alcanzó  la  Vida  de  Xpo.,  asunto  que  excita  durante  el  mismo 
reijQado  la  inspiración  de  la  musa  castellana,  según  adelante  ve- 
remos, extraojrdinario  aplauso:  pidieron  y  obtuvieron  de  fray 
laígo  López. las  más  ilustres  damas  repetidas  copias,  é  impresa 
en  breve  con  el  Regimiento  de  Príncipes  de  don  Gómez  Manrí-^ 
pte^^  fué  grandemente  conocida  asi  en  Castilla  como  en  Ara- 
gón, donde  eran  también  reproducidos  por  la  estampa  otros  tra- 
tados del  mismo  religioso  ^.  La  Vida  de  Xpo.  no  pasa  sin  em- 


y  Iñigo,  que  dan  nombre  al  Cancionero,  hallamos  algunas  poesías  de 
xicho  de  Rojas  y  Jorge  Manrique^  y  terminadas,  La  Pasión  de  Cristo 
d^l  comendador  Román,  obra  escrita  antes  de  1492,  según  muestra  en  eS' 
t€»^   versos  de  la  dedicatoria,  dirigida  á  los  Reyes  Católicos: 

Que  quleo  ganare  á  Granada, 
porque  más  honra  le  den, 
ba  de  ganar  el  espada, 
con  la  qual  Jerasalen 
será  también  libertada. 

Eia  la  Biblioteca  del  Escorial  existe  con  la  marca  iii.  K.  7.  un  códice 
^■^  "*  -*^,  compuesto  de  231  foj^s  útiles  y  escrito  á  fines  del  siglo  XV  ó  prin- 
*^'I>io»  del  XVf,  que  lleva  también  el  nombre  de  fray  Iñigo  López  de  Men- 
^^^a. «  Contiene  las  seis  obras  impresas  en  el  Cancionero,  en  el  orden  indi- 
<^s^<]o  c:n  el  texto,  si  bien  abundan  las  variantes;  y  acabadas  dichas  produc- 
^****^^s,  se  hallan  Los  Pecados  mortales  de  Juan  de  Mena,  con  la  proseen- 
^*^^**  de.don  Gómez  Manrique  y  las  Coplas  de  don  Jorge  Á  la  muerte  de 
dre,   Al  final  hay  algunas  poesías  y  otras  obras  impresas  (fól.  232 


^*     ^2-^2^  etc.)»  que  no  constituyen  realmente  el  códice. 

^  Guarda  la  Biblioteca   Escurialense  entre  sus  selectas  ediciones  un 

'""^^^^loso  libro  (ij.  X.  17),  sin  año  ni   sitio  de  impresión,  pero  debido  sin 

^  *^  ^  al  siglo  XV,  el  cual  encierra,  demás  de  la    Vita  Xpi,   y  el  Sermón 

^'^^^^M.do,  las  famosas  coplas  ó  dezir  de  Jorge  Manrique  Á  la  muerte  de  su 

j  ^^*^^^^^  y  el  Regimiento  de  Principes  de  don  Gómez  Manrique,  con  el  pró- 

^^^:>     ó  dedicatoria  en  prosa  del  mismo,  que  no  aparece  en  los  Cancioneros. 

^     **  ^mbemos  si  precedió  esta  edición  á  la  ya  citada  del  Cancionero  de  fray 


A  xxvij  dias  de  noviembre  de  1492  se  terminaba  en  Zaragoza  por 

^^  ^  ^man  Paulo  Hurus  la  edición  de  su  Cancionero^  que  encerraba  la  ma- 

^^^"     X^arte  de  las  obras  de  fray  Iñigo,  con  otras  de  Pero  Ximenez,  Diego  de 

5^  ^"^      Pedro,  Medina,  Juan  de  Mena,   fray  Juan  de  Ciudad  Rodrigo,  Jorge 

^^''*^'»ique  y  Fernán  Pérez  de  Gnzman  (Typografia  española,  págs.  134  y 

^^^'^^  lentes).  Tres  años  antes  se  habla  impreso  ya  (aunque  no  constaren  la 

"TCoMO  vn.  16 


242        niSTORU  critica  db  la  literatura  espaíIola. 

bargo  de  la  degollacioa  de  los  íaocentes,  tal  como  se  ha  trans- 
mitido &  nuestros  días  en  los  códices  más  autorizados^  pro- 
bando esta  observación  que  no  llegó  fray  Iñigo  &  terminar  la 
obra^  que  m&s  recomendó  su  nombre  &  sus  coetáneos  ^  Elogia- 
das las  virtudes  de  la  Virgen,  de  donde  toma  ocasión  para  re- 
prender las  flaquezas  de  las  mujeres  de  su  tiempo ,  describe  la 
bajada  del  ángel  que  anuncia  á  María  la  voluntad  del  Eterno, 
y  explicado  el  misterio  de  la  Encarnación ,  entra  luego  en  la 
historia  de  la  Natividad  del  ^eñor,  cuyo  nacimiento  en  hu- 
milde pesebre  le  ofrece  también  motivo  para  condenar  las  pom- 
pas y  excesivo  regalo  de  los  grandes  del  reino,  por  contrastai 
on  demasía  su  boato  y  codicia  con  la  pobredad  y  humildanza 
(leí  Salvador.  La  aparición  del  ángel  á  los  pastores,  punto  en  que 
fray  íñigo  pone  en  boca  de  Mínguillo  el  lenguaje  del  vulgo,  pro- 
vocante á  riso  ^;  la  circuncisión  de  Jesús,  que  le  ofrece  materia 


edición  la  fecha)  el  Cancionero  que  lleva  el  nombre  de  Ramón  de  LlmTÍa, 
por  industria  de  Juan  de  Hurus,  y  en  él  se  contienen  también  el  Dechado  3 
Regimiento  de  Principes  y  las  Coplas  6  Dictado  en  vituperio  de  las  wut- 
tas  mugcres  y  loor  de  tas  buenas,  ocupando  el  6.^  y  S.^  lugar  entre  1» 
poesías  de  Pérez  de  Guzman,  Juan  de  Mena,  Jor§^e  Manrique,  Juan  Alwei 
[Gato],  don  Gómez  Manrique,  Gonzalo  Martínez  de  Medina,  Sánchez  Tala- 
vera  y  fray  Gaubcrle.  En  uno  y  otro  Cancionero  domina  el  espirita  reli- 
gioso. La  Vita  Api.  se  reprodujo  en  otros  Cancioneros  y  ediciones:  entre 
las  últimas  conviene  citar  la  de  Sevilla  de  1506,  á  que  acompañaron  las  ¿tf*- 
tecientas  de  Fernán  IVrez  de  Guzman. 

1  £n  las  notas  precedentes  queda  advertido  que  fray  Iñi^  escribió,  de- 
más de  la  Cena  que  Suestro  Señor  fizo,  citada  en  el  texto.  La  Pasiom  dei 
Redentor  y  la  Lament^icion  á  la  quinta  angustia,  quando  la  Virgen  temia 
á  Jesús  muerto  en  sus  brazos.  Estas  composiciones  debieron  tal  vez  for- 
mar parte  de  la  Tila  Xpi..  naciendo  del  mismo  pensamiento  que  U  íbs{>¿- 
ra:  pero  se  imprimieron  siempre  aparte  y  como  obras  distintas. 

:l     Fray  luifro  se  disculpa  de  esta  libertad,  usada  primero  por  el  akLm 
de  las  Coplas  de  Mingo  Revulgo^  y  después,  ó  al  mismo  tiempo,  pee 
lina  y  otros,  del  sifruiente  modo: 

Porf  «e  io«  pvedcft  estar 
es  «■  rlfor  toda  via 
las  arcos  para  tlfir, 
siiéleft!«s  defeapalfar 
alfiia  píen  del  41a. 
ttMéc 


U/  P.,  CAP.  XlX.  EST.  DE   LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    243 

para  desplegar  no  escasa  eradicion  bíblica,  y  aun  para  volver  & 
la  reprensión  de  las  costumbres  con  notable  intención  política; 
Ja  venida  y  adoración  de  los  reyes  magos,  cuyas  profecías  exci- 
tan el  llanto  de  la  Virgen;  la  presentación  del  niño  Dios  en  el 
templOy  y  por  último  la  degollación  de  los  inocentes,  constituyen 
cnateria  histórica  de  la  Vida  de  Xpo,,  no  sin  que  procure  co- 
BÍcarle  de  continuo  el  interés  de  la  actualidad,  al  fijar  sus 
adas  en  las  dolencias  morales  de  sus  compatriotas,  tras  los 
dragos  producidos  en  Castilla  por  la  corte  de  Enrique  lY. 
y  Iñigo  pretendía  dar  notable  variedad  &  este  singular  poe- 
enriqueciéndolo  de  himnos,  romances  y  villancicos,  casi 
si^moafre  dignos  de  aprecio  ^ 

ntre  las  obras  restantes  de  este  cultivador  de  la  poesía,  lo 
ecen  más  particularmente  el  Dictado  en  vituperio  de  las  ma-^ 
mujeres  y  alabanza  de  las  buenas  y  el  Dechado  de  la  Reina 
a  Isabel.  Es  la  primera  composición  una  sátira,  compuesta 
<1  ^  ^doscientos  ochenta  y  ocho  versos,  la  cual  no  carece  de  gra- 
oi^t.  -y  donaire,  brillando  en. ella  sobre  todo  el  anhelo  de  protestar 
Xtbl  la  licencia  de  las  cortesanas  y  de  buscar  entre  sus  con- 
jporáneos  el  modelo  de  la  mujer  perfecta.  Al  pintar  las  malas 
«res,  exclamaba,  dados  &  conocer  sus  afeites: 


estas  chufas  de  pastores 

para  poder  recrear, 

despertar  y  renovar 

la  gana  de  los  lectores. 
Entre  los  himnos  parécenos  oportuno  citar  aquí  el  que  pone  en  boca 
Madre  de  Dios,  que  empieza: 

Adoro  tu  magestad 

en  la  tierra  y  en  el  cielo,  etc. 

los  romances  recordaremos  el  que  canta  «la  Novena  Orden,  que  son 
^Seraphinest,  el  cual  comienza: 

Gozo  muestran  en  la  tlem 
y  en  el  limbo  alegría; 
fiestas  fagan  en  el  ^lelo       » 
por  el  parto  de  Haría,  etc. 

^<M  Tillancieos  logró  gran  popularidad  el  que  lleva  este  estribillo,  por 

Eres  nl&o  y  has  amor 
¿qué  farás  qaando  mayor?... 


244  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÜOLA.  1 

Son  aquestos  el  mochuelo 
que  con  los  ojos  convida 
á  los  tordos  que  los  tomen: 
Son  el  ^ebo  del  anzuelo 
que  fa^e  costar  la  vida 
á  los  pe9es  que  lo  comen: 
Son  secreta  saetera, 
dó  nos  tira  Lucifer 
con  yerba^  por  nos  matar: 
Son  carne  puesta  en  bujtrera, 
que  quien  la  viene  á  comer, 
escota  bien  el  yantar. 

Volviéndose  después  á  las  mujeres  virtuosas,  dice: 

Son  un  lucido  brocado, 
que  pocas  personas  visten^ 
sino  grosero  sayal; 
son  alcázar  defensado/ 
dó  pocas  armas  resisten 
á  los  combates  del  mal. 
Son  erizos  por  defuera 
de  púas  muy  espinosos 
al  hombre,  cuando  las  toca; 
mas  de  dentro  son  lumbreras, 
son  finas  piedras  preciosas; 
son  castillo  puesto  en  roca; 


Son  áúgeles  y  mujeres 
en  la  vida  y  fermosura; 
en  los  cuerpos  y  en  las  almas 
son  santas  en  los  aferes; 
*  laureles  en  la  verdura; 
mas  en  el  fruto  son  palmas,  etc. 

Dirigido  el  Dechado  á  la  virtuosa  princesa,  que  Dios  habia  •^^  ^j 
elegido  para  restaurar  las  glorias  de  Castilla,  parece  herma- 
narse fray  íñigo  en  el  espíritu  que  le  mueve,  con  don  Gomei 
Manrique,  dando  á  doña  Isabel  sanos  y  provechosos  consejos. 
Reconocida  la  decadencia,  en  que  habia  caido  la  monarquía  por 
la  mala  gobernación  de  los  precedentes  reinados,  prorumpia  de 
este  modo: 

Pues  si  no  quereys  perder 
y  ver  caer, 


^•^    P.,  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.  245 

Olas  de  quanto  es  oajdo, 

vuestro  reyno  dolorido, 

tan  perdido 

qnes  grand  dolor  de  lo  ver; 

emplead  vuestro  poder 

enfa^ 

justicias  mucho  oomplidas: 

que  matando  pocas  vidas 

corrompidas, 

todo  el  rejmo  á  mi  creer 

salvarejs  de  perezer. 

Y  proseguía  en  el  mismo  tono: 

En  el  real  corazón 

nunca  pasión 

debe  turbar  esperanza, 

mas  su  lanza  é  su  balanza 

sin  mudan^ 

se  muestre  siempre  en  visión. 

Que  segund  la  presun^on 

desta  nagion, 

si  le  nenten  cobardía, 

vos  Yeteys  la  tiranía 

cadadia 

sembrar  más  en  la  tray^on 

en  toda  vuestra  región  i. 

Con  el  noble  deseo  del  acierto  presenta  fray  íñigo  &  la  con- 

^^placion  de  doña  Isabel  el  dechado  de  virtudes^  &  que  debía 

^JUatar  sus  acciones,  como  Reina;  y  fijando  la  vista  en  las  ense- 

^^^^zas  de  los  tiempos  pasados,  descubría,  no  sin  verdadero  ins- 

^5^to  político,  las  fuentes  de  los  males  que  aOijían  &  Castilla  y  te- 

^^^  deshonrado  el  trono.  La  privanza,  horrible  pesadilla  y  ver- 


1^  XI  espirita  general  de  esta  singular  composición,  tan  celebrada  en  to- 
la última  parte  del  siglo  XV,  y  el  material  sentido  de  sus  versos,  prae- 
^  que  fray  Iñigo  López  la  escribe  en  ios  primeros  años  del  reinado,  no 
^^^nadas  del  todo  las  turbulencias,  de  que  salió  triunfante  y  poderosa  la 
^^«ridad  real^  tantas  veces  contradicha  y  humillada;  y  en  este  concepto 
^v^mana  al  fraile  franciscano  con  don  Gómez  Manrique,  dando  mayor  es- 
"^^n  i  su  carácter  personal  y  más  clara  explicación  á  la  ojeriza  de  los  cor- 
aos, mu  murmuradores. 


246        HISTORIA  crítica  db  la  literatura  ESPAÍIOLA. 

gonzosa  tutela  de  los  sucesores  de  Enrique  11;  la  yenalidad,  plaga 
corruptora  de  la  corte,  que  inficionaba  todo  el  Estado;  la  intem- 
perancia, móvil  de  violencias,  crueldades  y  tiranías,  peligros 
eran  que  amenazaban  sin  cesar  al  trono,  con  escándalo  de  la  na- 
ción y  daño  de  sus  pacíficos  moradores.  Dona  Isabel,  si  aspiraba 
á  labrar  la  felicidad  de  sus  vasallos,  debía  pues  alejar  de  si  los 
privados,  castigando  con  mano  fuerte  toda  venalidad  y  repri- 
miendo toda  intemperancia.  Para  lograr  tan  altos  fines,  nece- 
sario era  que  empezase  imponiendo  silencio  á  los  alaridos  de  los 
grandes  alanos  (los  proceres),  y  prestando  clemente  oido  &  los 
ladridos  de  los  perrillos  pequeños  (el  pueblo).  En  la  hija  de  don 
Juan  II  resplandecian  las  virtudes,  que  se  hablan  menester  para 
dar  cima  á  tan  noble  empresa;  y  el  fraile  menor,  á  quiea  sus 
coetáneos  tildaron  de  lisonjero,  no  vaciló  um  instante  en  reco- 
mendarle el  ejercicio  de  la  prudencia  y  de  la  justicia,  para  que 
brillase  con  mayor  esplendidez  su  fortaleza.  Tal  vez  estos  nobles 
consejos  aseguraron  á  fray  Iñigo  la  estimación  de  la  Reina  Ca- 
tólica, abriéndole  las  puertas  del  regio  alcázar,  y  contribuyeron 
también  á  ganarle  el  afecto  del  Rey  don  Fernando  más  que  las 
Coplas  en  que  declaraba  cómo  por  el  adtfenimiento  deslos  muy 
allosseñoros  era  reparada  nuestra  Castilla.  Como  quiera,  no 
sólo  en  el  Dechado,  sino  también  en  todas  sus  producciones, 
mostró  López  de  Mendoza  que  no  era  moralmente  digno  del  me- 
nosprecio de  los  palaciegos,  que  le  querían  tal  vez  más  hu- 
milde, y  que  si  procuró  granjearse  la  benevolencia  de  sus  re- 
yes, no  les  ocultó  la  verdad,  diciéndola  casi  siempre  en  gracio- 
sos y  fáciles  versos,  con  notable  ostentación  de  metros  y  rimas, 
en  que  hacia  alarde  de  sus  no  vulgares  conocimientos  artísticos. 
Mencionamos  ya  á  Juan  del  Enzina  entro  los  ingenios  que, 
siguiendo  el  movimiento  de  las  letras  clásicas,  procuran  ensa- 
yar el  romance  castellano  en  la  traducción  de  las  obras  poéti- 
cas de  la  antigüedad  latina.  Pero  si  no  es  posible  olvidar  su 
nombre,  al  trazar  la  historia  del  Renacimiento,  tampoco  mere- 
cería disculpa  el  despojarle  del  lauro  que  alcanzó  entre  los  in- 
genios cortesanos,  así  conjo  fuera  injusticia  arrebatarle  el  ga- 
lardón de  escritor  didáctico,  á  que  aspiró  en  su  Arte  de  poesía 
castellana^  y  notable  agravio  el  desconocer  la  parte  que  alcanza 


II.*  P.,  CAP.  XIX.  EST.  DB  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    247 

en  el  desarrollo  de  la  poesía  meramente  popular,  que  tiene  su 
oatoral  complemento  en  el  teatro.  Mientras  llega  el  momento  de 
considerarle  en  esta  relación  importantísima,  ser&  bien  juzgarle 
ooox)  poeta  erudito,  asignándole  en  tal  concepto. el  lugar  que  le 
ocmquistaron  sus  obras  y  aun  su  citado  Arte  en  la  corte  de  Isa- 
bella  Católica  ^ 

Nació  Juan  del  Enzina  por  los  años  de  1468  en  Salamanca  ^, 
de  padres  honrados,  aunque  pobres;  y  dedicado  &  los  estudios 
literarios  en  la  famosa  escuela  que  habian  ilustrado  mil  esclare- 
cidos yarones,  supo  captarse  allí  la  distinción  de  sus  maestros, 
entrando  luego  al  servicio  del  duque  de  Alba,don  Fadrique  de 
Toledo,  quien  como  saben  ya  nuestros  lectores,  heredó  de  su 
padre  el  amor  &  las  letras  y  á  sus  cultivadores.  La  protección 
de  aquel  magnate  hacíale  en  la  corte  acepto  á  los  Reyes  y  estr- 
iado de  los  demás  ingenios,  predilección  que  pagaba  Juan  del 
Kazina,  dedicando  los  frutos  del  suyo,  ya  á  don  Fernando  y  á 
doña  Isabel,  ya  al  duque  y  á  su  esposa,  ya  en  fin  al  principe  don 
Juan  y  &  don  García  de  Toledo,  primogénito  de  don  Fadrique. 

\    Juan  del  Enzina  dedicó  su  Arle  de  poesía  c<isteüana,  en  otras  ocasio- 
'^^s  mencionado  por  nosotros,  al  príncipe  don  Juan,  escribiéndolo  de  1494 
^    1-497,  en  que  lloró  Castilla  la  muerte' de  aquel.  Su  propósito  fué  chazer 
'  ^vi  Arte  de  poeeia  castellana,  por  donde  se  pudiera  mejor  sentir  lo  bien  ó 
**^al  trobado  é  para  enseñar  á  trobar  en  nuestra  leng:ua,  si  enseñarse  pue- 
^^«>  (fól.  III).  Enzina  manirestó  tener  noticia  délo  escrito  en  el  particular 
'^^^i'  Nebrija,  reputándolo  sobradamente  escaso:  su  libro  no  pasó  sin  em- 
^>Tgo  de  nueve  breves  capítulos;  y  aunque  mostró  en  alg'unos  cierta  ma- 
^^rez  de  juicio,  cayó  en  otros  en  notables  errores,  principalmente  al  tocar 
^^^ntos  de  historia  literaria.  Como  documento  histórico,  relativo   al  arte 
^^^^idito  i  fines  del  siglo  XV,  merece  no  obstante  ser  consultado,  pues  que 
^^  á  conocer  teóricamente  las  galas  ó  maneras  del  trobar,  explicando  lo 
^^e  eran  los  primores  del  encadenado,  el  retrocado,  el  redoblado,  el  mul^ 
^^icado  y  el  reyterado,  y  no  olvidando  el  preceptuar  cómo  deben  escri- 
^rse  los  pies  y  las  coplas,  con  lo  cual  termina  todo  el  Arte. 
2    Así  lo  afirmó  Gil  González  Dávila  en  su  HisU>ria  de  las  antigüeda-^ 
de  Salamanca  (lib.  III,  cap.  XXII),  y  lo  repitió  después  don  Nicolás  Án- 
^^>nioeola  Bibliotheca  Nova  (pág.  684,  ed.  de  1783).  Ticknordice  no  obs- 
^^nte  que  cfué  probablemente  natural  de  la  aldea  de  su  nombre,  cerca  de 
^9  capital  expresada»  (t.  I,  época  I.',  cap.  XIY);  pero  sin  alegar  mayor  tes- 
timonio. 


248  HISTORIA   CnÍTlGA   DE   LA   LITERATURA  ESPAftOLA. 

Llamado  del  mismo  anhelo  que  había  llevado  á  Roma  &  Joan  de 
Mena,  entre  cuyos  admiradores  se  contaba,  ó  deseoso  de  bus- 
car m&s  amplio  teatro  &  sus  estudios,  dirigióse  á  la  capital  del 
mundo  católico  al  expirar  ya  el  siglo,  mereciendo  á  poco,  mer- 
ced á  su  extraordinaria  inteligencia  en  la-  música,  arte  que  te- 
nia en  las  universidades  españolas  excelentes  profesores ,  que  el 
Soberano  Pontífice  le  instituyese  maestro  de  la  Sacra  Capilla. 
Contento  y  por  demás  halagado,  vivió  en  Roma  hasta  que 
en  1519,  determinado  don  Fadrique  Afán  de  Rivera  á  visitar  la 
Tierra  Santa,  movióle  &  emprender  en  su  compañía  aquella  pe- 
regrinación, en  que  gastaba  dos  anos.  En  1521  se  restituía  k 
Roma,  dando  razón  de  su  viaje  en  una  relación  poética  de  más 
fidelidad  que  mérito  literario  ^;  y  obtenido  el  priorato  de  León, 
volvía  al  fin  &  su  patria,  donde  pasaba  de  esta  vida  al  frisar  con 
los  sesenta  y  seis  años  (1534)  ^. 

1  Híciéronse  de  esto  viaje  diferentes  ediciones,  siendo  la  primera  de 
Roma  (1521)  con  título  de  Tribagia  ó  via  sagrada  de  Hierusalem  (Biblio- 
theca  Nova,  ut  supra):  en  el  pasado  siglo  se  dio  á  luz  el  ano  de  17SS,  S° 
Al  mismo  tiempo  que  Enzina  ponia  en  versos  de  arte  mayor  sus  observa- 
ciones, cerrando  toda  la  obra  con  un  sumario,  escrito  al  modo  de  los  ro- 
mances populares,  hacía  don  Fadrique,  su  amigo  y  Mecenas,  una  relación 
de  aquella  peregrinación  singular,  á  la  cual  puso  el  siguiente  epígrafe: 
cEste  libro  es  del  viaje  que  hize  á  Jerusalem,  de  todas  las  cosas  que  en  él 
>me  pasaron  desde  que  salí  de  mi  casa  de  Bornos,  miércoles  24  de  noviem- 
»brede  151S  hasta  20  de  octubre  de  1520  que  entré  en  Sevilla,  yo  don  Fa- 
•drique  Enriquez  de  Rivera,  marqués  de  Tarifa».  Imprimióse  en  Sevilla  en 
1606  por  Francisco  Pérez,  en  las  casas  del  duque  de  Alcalá,  y  con  él  la 
relación  de  Juan  del  Enzina,  quien  se  le  incorporó  en  Yenecia. — £1  libro 
del  marqués  no  merece  más  estima  literaria  que  el  viaje  de  Enzina:  su  es- 
tilo es  bajo,  descuidado  y  aparece  lleno  de  solecismos;  y  su  crítica  carece 
de  todo  espíritu  de  investigación,  dominado  más  de  lo  justo  de  la  creduli- 
dad, excitada  por  las  maravillas  que  halla  su  piedad  en  todas  partes.  Es 
sin  embargo  obra  útil,  por  encerrar  larga  noticia  de  la  Orden  de  San  Juan 
de  Jerusalem,  con  sus  estatutos  y  prácticas.  La  Biblioteca  Nacional  posee 
un  códice  apreciablc  del  viaje  de  don  Fadrique,  con  la  marca  CC.  129. 

2  Fué  enterrado  en  la  iglesia  catedral  de  Salamanca^  en  lo  cual  mostró 
el  Cabildo  la  estimación  en  que  lo  tenia.  Sobre  las  noticias  que  ofrecemos, 
puede  consultarse  la  biografía  de  Juan  del  Enzina,  debida  á  nuestro  docto 
amigo  don  Fernando  José  de  Wolf  y  dada  i  luz  en  la  Enciclopedia  fifíi- 
verscU  de  ciencias  y  artes  (Leipzig,  t.  XXXIV,  púg.  IS7). 


n/  P.,  GAP.  XIX.  EST.  DE  LA   P.  BAJO  EL  R.  DB  LOS  R.  C.   249 

Como  naturalmeote  se  desprende  de  este  brevísimo  sumario, 
esoribió  Joan  del  Enzioa  casi  todas  sus  poesías  durante  su  pri- 
mera permanencia  en  España,  lo  cual  aparece  plenamente  con- 
firxnadOy  al  observar  que  la  primera  edición  de  sus  obras  fué 
en  Salamanca  el  año  de  1496,  bajo  el  titulo  de  Cando- 
I,  tan  en  boga  en  este  y  el  siguiente  siglo  ^  Distinguióse 
Knzina,  como  poeta  erudito,  entre  los  partidarios  de  la  escuela 
éMiegórica;  y  como  tal  dio  á  luz,  demás  del  Triunfo  de  Amor^  El 
f  estamento  de  Amores^  la  Confesión  de  amores  y  la  Justa  de 
Aunares  ^,  el  Triunfo  de  la  Pama  y  Glorias  de  Castilla,  que  es 


^      Hízose  en  efecto  la  primera  edición  en  Salamanca  en  el  expresado 

^■^o;   nueve  adelante  la  de  Búrg^os  (Biblioteca  Toletana,  cajón  4,  81,  8)  y  > 

"Veinte  después  la  de  Zaragoza  (1516).  Todas  tres  son  harto  raras.  La  pri- 

naera   tiene  este  epígrafe:  Cancionero  de  todas  las  obras  de  Juan  del  Enzi- 

**^9  con  oirás  añcuiidas.  Al  final  dice:  cFué  impreso  en  Salamanca  á  veinte 

^ias  del  mes  de  junio  de  M(XCC  é  XCVI  años».  La  de  Zaragoza  que  teñe- 

***<>•  á  la  vista,  lleva  análogo  título  y  al  fól.  91  v.  se  lee:  cFué  imprimido 

^>  presente  libro,  llamado  Cancionero  por  Jorge  Coci  en  Zaragoza.  Acabó- 

^  Á  XV  días  del  mes  de  dlziembre  año  de  MDXVI  años».  £n  los  Cancione- 

^generales,  principiando  por  el  de  1511,  se  recogieron  algunas  poesías  ho 

incluidas  en  este  especial  de  Enzina. 

*    Sentimos  no  poder  dar  aquí  el  análisis  de  todas  estas  composiciones, 

pftra  demostrar  la  exactitud  de  nuestros  asertos.  Á  fin  de  completar  en  lo 

pí>*ible  el  estudio  de  Juan  del  Enzina,   observaremos  que  el  Triunfo  de 

^or  ofrece  el  siguiente  artificio: — Al  anochecer  de  un  dia  de  mayo,  ab- 

1^0  en  contemplaciones  amorosas,  se  duerme  el  poeta:  despertado  por  el 

^^^  Cupido,  para  gozar  de  unas  fiestas  que  en  sus  palacios  se  celebraban, 

inducido  en  un  carro  hasta  la  casa  de  la  Libertad,  y  caminando  desde 

.      ^  pié  por  una  floresta,  esquivan  la  morada  de  la  Razón,  dirigiénjpse 

'^  alta  sierra,  rodeada  de  bien  labrado  muro.  Estaba  allí  la  Sensualú- 

/^  por  portera;  y  obtenido  su  favor,  comenzaron  á  subir  á  la  cumbre,  no 

.        dallar  antes  en  él  un  puente,  junto  al  cual  se  alzaba  el  palacio  de 

^^tura.  Saliendo  de  él,  oyeron  tristes  lamentos  en  un  bosque  vecino, 

^<ion  de  los  desdichados  amadores:  de  allí,  no  sin  el  auxilio  de  la 

*^^Ura,  subieron  á  la  cima  del  monte,  donde  vieron  un  castillo  de  cua- 

^^nres,  con  un  omenage  en  medio,  alcázar  de  Venus  y  de  su  hijo.  Ad- 

^  '^«io  el  poeta,  describe  los  musicales  festejos  con  que  era  obsequiada  la 

U^      ^^  de  Amor,  cuya  belleza  y  gala  pinta,  presentándola  en  trono  de 

**1;  y  mencionando  multitud  de  personajes  de  la  antigüedad,  que  enu- 

^  sin  arte  alguno,  pone  fin  á  la  obra  con  un  soberbio  banquete  (cena), 


250  UISTORIA    CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

sin  duda  la  producción  m&s  importante  de  cuantas  escribe  en 
aquel  concepto. — «Dirigido  y  aplicado  &  los  muy  esclarecidos  y 
•siempre  victoriosos  reyes  don  Fernando  y  doña  Isabel,  princi- 
»pes  de  las  Españas,»  proponíase  celebrar  en  el  Triunfo  «algu- 
»nas  de  sus  hazañas  dignas  de  perdurable  memoria,  contando 
«desde  que  comenzaron  &  reinar  fasta  la  toma  de  Granada.» 

Juan  del  Enzina,  que  en  los  meses  siguientes  á  tan  glorioso 
suceso,  habia  «vuelto  de  latin  en  nuestra  lengua  castellana,  tro- 
Dvándolas  por  el  estilo  pastoril,  las  diez  églogas  de  la  bucólica  de 
)) Virgilio,  deseoso  de  escribir  algo  de  los  muy  loables  fechos  [de 
•los  Reyes  Católicos]  en  otro  estilo  más  alto, «suponíase  traspor- 
tado á  la  Fuente  Castalia,  «donde  vio  beber  &  muchos  poetas  por 
•cobrar  aliento  de  gran  estilo»  *.  Entre  aquellos  ilustres  varo- 
nes descubre  Enzina  muy  preclaros  ingenios  castellanos ,  di- 
ciendo: 

Allí  vi  también  |  de  nuestra  nación 
muy  claros  varones,  |  personas  discretas, 
acá  en  nuestra  lengua  j  muy  grandes  poetas, 
prudentes,  muy  doctos,  |  de' gran  perfegion. 
Los  nombres  de  algunos  |  me  acuerdo  que  sotf: 
aquel  excelente  |  varón  Juan  de  Mena, 
y  el  lindo  Guevara,  j  también  Cartagena, 
y  el  buen  Juan  Rodríguez,  |  que  fué  del  Padrón. 

Don  Iñigo  López  j  Mendoza  llamado, 
muy  noble  marqués  |  que  fué  en  Santillana, 
aquel  que  dejó  |  doctrina  muy  sana, 
también  con  los  otros  |  alli  fué  llegado: 
el  sabio  Hernán  Pérez,  |  de  Guzman  nombrado, 
y  Gómez  Manrique  |  también  allí  vino 


á  que  asisten  la  Fortaleza,  la  Liberalidad,  la  Hermosura  y  la  Prtulencia, 
quienes  disputan  el  honor  de  sentarse  junto  á  Cupido.  Consta  esta  visión 
de  1350  versos  y  empieza: 

Justa  cosa  me  parece 
quien  recibe  beDefl<;to8,  etc. 

En  ella  hace  Enzina  una  enumeración  de   los  instrumentos  músicos  más 
apreciados  en  su  tiempo.  Dedicóla  á  don  García  de  Toledo,  hijo  de  don  Fa- 
drique  y  doña  Isabel  Pimcntel,  duques  de  Alba. 
t     Dedicatoria^  dirígida  á  los  Reyes  Católicos. 


Il/  P.,  CAP.  XIX.  E8T.  DE  LA  P.  BAJO   EL  R.  DE  LOS  R.  G.   251 

j  el  claro  don  Jorge,  |  su  noble  sobrino, 
é  más  otros  muchos  |  que  tengo  olvidado. 

^  retirarse  los  poetas,  se  hace  Edzína  presente  &  Juan  de 
tna,  quien  recoaociéndole  como  compatriota,  y  sabedor  del 
intento  que  le  ha  llevado  á  la  fuente,  le  induce  k  beber  del  agua 
sagrada,  para  que  se  inspire,  excitándole  á  cantar  las  glorias  de 
Isa.bel  y  de  Fernando,  y  mostrando  hondo  sentimiento  por  no 
vi^rír  en  el  mundo  para  celebrarlas.  Ya  que  no  es  dado  á  Mena 
3a.€.isfacer  este  noble  anhelo  de  su  patriotismo ,  ofrécese  k  ser- 
le de  guia  h&cia  el  templo  ó  palacio  de  la  Fama^  cuyo  poder, 
;un  recordarán  los  lectores,  habia  pintado  el  poeta  de  Cor- 
en su  Labyrinlho ;  y  aceptado  tan  alto  favor,  emprende 
Jt.x.amdel  Enzina  la  peregrinación,  que  le  vá  á  poner  en  sitúa- 
ci<_>ii  de  narrar  las  preclaras  hazañas  de  los  Reyes  Católicos. 
Tal  es  el  artificio  del  Triunfo  de  la  Fama,  no  habiendo  me- 
ster  gran  meditación  para  reconocer  que  hace  en  él  Juan  de 
Da  el  mismo  oficio  que  Virgilio  en  la  Divina  Commediay  y 
I^a^nte  en  el  Dezirde  las  Virtudes  de  Micer  Francisco  Imperial  y 
^  Q  el  Triuüfo  del  Marqués  de  Santillana,  debido  &  Diego  de  Bur- 
Sos  í .  El  cantor  de  Isabel  y  de  Fernando,  aleccionado  por  Mena, 
^Qcamínasepues  al  palacio  de  la  Fama,  cuya  presencia  le  llena 
**^  Pi'imera  vista  de  espanto:  recobrado,  se  atreve  á  fijar  en  ella 
^^s  miradas,  describiéndola  armada  de  cien  ojos,  cien  lenguas  y 
^leii  orejas;  pintura  en  que  manifiesta  cuan  familiar  le  era  el  can- 
^^  de  Beatriz,  y  aun  el  mismo  Virgilio.  Entrado  en  el  palacio 
^scubre  en  bellos  relieves  las  historias  de  griegos  y  romanos, 
5^^itecidas  con  el  lauro  de  la  inmortalidad  sus  guerras  y  victo- 
ía^.  y  penetrando  después  en  otras  estancias ,  contempla  de 
&Uai  suerte  las  grandes  proezas  de  los  reyes  de  España,  fiján- 
^^e    principalmente  en  la  época  de  la  reconquista.  Ensalzados 
^  gloriosos  triunfos  y  lamentadas  con  noble  espíritu  las  re- 
^^Itas  é  intestinas  discordias,  que  en  siglos  pasados  los  des- 
^^ traban,  llega  al  de  los  Reyes  Católicos,  confesándose  insufi- 


Véanse  los  capítulos  IV  y  XYi  de  este  l\.°  Subciclo. 


252  HISTORIA   CRITICA   DB   LA   LITERATURA   BSPAÍH>LA. 

cieote  para  proseguir  el  oomenzado  canto  é  invocando  de  nuevo 
&  su  musa  ^. 

Con  tal  auxilio,  logra  contemplar  las  sillas  reales  y  esculpidas 
en  ellas  las  armas  de  España,  brillando  &  su  vista  en  bellos  re- 
lieves las  proezas  y  victorias  de  Isabel  y  de  Fernando.  Ai  lado 
de '  las  batallas  de  Toro,  Cantalapiedra  y  Zamora,  que  aseguran 
en  las  sienes  de  aquella  princesa  la  corona  de  Castilla,  aparecen 
representados  los  actos  de  justicia  contra  todo  linaje  de  malhe- 
chores; la  quema  de  los  herejes;  la  santa  cruzada  contra  los  mo- 
ros; la  expulsión  de  los  judies  y  la  conquista  de  Granada,  enri- 
quecida de  muy  importantes  y  principales  episodios.  Vencidos 
todos  sus  enemigos,  dominados  todos  los  obstáculos,  celébranse 
los  triunfos  de  los  Reyes  con  justas  y  torneos,  cañas  y  toros,  úl- 
timas representaciones  que  se  ofrecen  &  la  contemplación  del 
poeta. 

En  cabo  de  todo  |  vi  grandes  torneos 

é  justas  reales  j  é  cañas  é  toros; 

ganada  Granada,  |  llorando  los  moros 

que  vian  cumplidos  |  ya  nuestros  deseos. 

E  al  rey  é  á  la  reina  |  con  rostros  febeos        «ür 

r^gir  Occidente  |  con  buenas  fortunas 

desde  las  viejas  [  hercúleas  columnas 

hasta  ios  altos  |  montes  Pireneos. 

Juan  del  Encina,  expresaba  al  terminar,  los  votos  y  las  espe- 
ranzas de  Castilla,  manifestando  que  en  el  palacio  de  la  Fama 
vio  también  &  los  más  celebrados  estatuarios  de  Grecia,  que  afa- 
nosos 

labraban  el  trono  |  del  claro  don  Juan, 
gran  principe  nuestro^  f  de  príncipes  flor. 

Es  pues  evidente  que  á  pesar  de  la  pedantesca  ostentación,  que 


1     La  musa  invocada  por  Enzina  es  Erato,  Dirigiéndose  á  los  Reyes, 
decia  no  obstante,  pintando  el  temor  que  le  aqueja: 

Mas  yo  por  serviros,  ( con  esto  que  sé, 
si  caliNi  merezco,  |  culpado  no  sea: 
mi  pobre  serYlQlo  |  serviros  dessea; 
si  falta  el  estilo  |  no  falla  la  fé. 

Lo  mismo  podían  decir  todos  los  poetas  de  aquel  reinado. 


It/  F*.  CAP.  XIX.  BST.  DB  LA  P.   BAJO  BLR.  DB  LOS  R.  G.   2S3 

en  todo  el  Triunfo  de  la  Fama  hace  Juan  del  •  Eozina,  sobre 
aparecer  inscrito  en  la  escuela  alegórica,  aspira  &  dar  razón  del 
movimiento  cl&sico  que  se  estaba  realizando,  lo  cual  sucede  tam- 
bién con  las  dem&s  obras  poéticas  de  iguales  condiciones,  y  muy 
IMrincipalmente  con  el  Triunfo  del  Amar^  en  que  le  sirve  de 
gnia  el  dios  Cupido  ^.  Era  esta  condición  inevitable  de  las  pro- 
dnodones  eruditas,  por  m&s  que  el  sentimiento  general  repug- 
nase,  según  queda  advertido,  la  exclusiva  influencia  del  arte  an- 
tígtifv,  hecho  que  tiene  por  otra  parte  singular  confirmación  en 
Juan  del  Enzina.  Nadie  comunicó  en  efecto  &  las  canciones  y  t^ 
Monoicos f  que  tanto  se  acercaban  &  la  poesía  popular,  m&s  gra- 
^^  y  firescura,  de  lo  cual  ofrecen  abundantes  pruebas  los  Can- 
^^n^roi;  y  para  que  los  lectores  adquieran  entera  convicción, 
'^^^   fcastartí  citar  aquel  villancico  ó  letrilla,  que  tiene  el  siguien- 
te estribiUo: 

Más  vale  trocar 

placer  por  dolores 

que  estar  sin  amores,  etc.  9. 

'^sí,  el  prior  de  León,  antes  de  que  pudiera  admirar  en  la  ca- 
P^^i  del  mundo  católico  las  obras  inmortales  del  Renacimiento^ 
^^^ntras  se  esforzaba  como  erudito  en  dotar  sus  producciones 
^^  las  formas  tradicioDales  en  el  parnaso  español,  respondiendo 
^  ^  influencia,  poderosa  todavía,  de  las  antiguas  escuelas,  no 


1  Véase  la  nota  2  de  la  pág.  249. 

2  Joan  del  Enzina,  siguiendo  la  general  inclinación  de  los  eruditos  i 

^^^netrar  en  las  esferas  populares,  hizo  también  algunos  villancicos  mcra- 

^^^nte  históricos.  Entre  ellos  contiene  citar  el  que  consagró  Á  la  toma  de 

^^ranada,  que  tiene  este  bordoncillo: 

LeTsnts,  Pasqual,  letants; 

sballemos  á  GrsDida: 

que  se  sueaa  que  es  tomada: 

el  que  dedicó  Á  la  guerra  del  RoselUm^  que  ofrece  el  siguiente: 

Eoguemos  á  Dios  por  paz, 
pues  que  del  aólo  ae  espera; 
que  él  ea  la  paz  Terdadera. 


poesfas  son  esencialmente  populares,  revelándonos  al  autor  de  los 
omatieeS;  que  después  mencionaremos,  y  de  las  églogas  dramálieas* 


254  HISTORIA   CntTICA   I>B  LA   LITERATURA  ESPAÍlOLA. 

podía  sustraerse  k  la  imperiosa  ley  que  iba  avasallando  todos  los 
espíritus;  fenómeno  tanto  xúks  digno  de  notarse  en  él  cuanto  era 
mayor  la  fuerza  que  le  impulsaba  hacia  las  esferas  populares, 
aun  en  la  corte  misma  de  los  Reyes  Católicos. 

Ni  carecen  estas  observaciones  de  elocuente  comprobación  en 
los  ingenios  aragoneses,  para  quienes  era  la  poesfa  algo  m&s 
que  entretenimiento  de  galanes,  cifrado  «en  una  copla  ó  mote, 
un  villancico  ó  una  canción  y  cuando  m&s  en  un  romance»  ^. 
Hemos  consignado  arriba  los  nombres  de  dos  esclarecidas  fami- 
lias, en  quienes  la  ilustración  competia  de  antiguo  con  la  no- 
bleza: los  Fernandez  de  Heredia  y  los  Urreas.  Cierto  es  que  no 
eran  solos,  al  apartarse  de  la  común  práctica  de  los  caballeros  y 
dar  al  arte  mayor  importancia,  consagrándose  &  su  cultivo.  En- 
tre los  trovadores  de  Aragón  que  dejamos  mencionados^  figuran 
en  efecto  como  partidarios  del  arte  alegórico  don  Francés  Car- 
roz  y  Pardo,  y  Gerónimo  de  Artes,  quienes  en  sus  obras  intitu- 
ladas Consuelo  de  Amor  y  Gracia  Dei,  sobre  mostrarse  conoce- 
dores de  la  lengua  y  hábiles  metriflcadores ,  daban  á  conocer 
también  que  no  eran  pergrinos  á  las  enseñanzas  de  las  escuelas 
doctas,  dominantes  á  la  sazón  en  el  parnaso  español  ^.  Pero  si 


1  Cancionero  de  Uis  Obras  de  don  Pedro  Manuel  de  Urrea,  de  quien  á 
continuación  hablaremos,  Dedicatoria. 

2  Las  obras  de  don  Francés  Carroz  y  Pardo,  reproducidas  en  los  Can^ 
cioneroSf  impresos  durante  el  siglo  XVI,  empiezan  en  el  de  1511,  al  fo- 
lio clxxxiv  vuelto.  Es  la  primera  el  Gonsitelo  de  Amor:  caminando  el  poe- 
ta por  escabrosa  montaña,  pasada  ya  la  mitad  de  su  vida  (la  edad  media 
ya  passada),  halla  dolorida  turba  de  amadores,  quienes  buscaban  al  dios 
de  Amor  que  los  desdeña.  Al  verle,  pregúntanle  si  padece  como  cUot;  y 
herido  de  sus  heridas,  les  manifiesta  que  es  también  prisionero  de  Amor, 
contándoles  al  par  sus  querellas.  Al  oirías,  replican  los  amadores  que  no 
hay  consuelo  para  ellos  en  el  dolor  ajeno,  declarándose  los  más  desventu- 
rados de  cuantos  vivieron  bajo  el  imperio  de  la  Voluntad^  muerta  por  ella 
la  Razón.  Procura  el  poeta  templar  su  desventura,  mostrándoles  que  sólo 
es  guia  derecha  la  Virtud;  y  que  el  verdadero  amor  debe  ponerse  eu  la 
virgen  hija  y  madre  que  nos  vela  desde  la  cumbre  celestial.  Vencidos  de 
su  persuasión,  siguen  los  amadores  el  consejo  del  poeta;  y  despedidos  del 
dios  Anu>r,  dirijen  sus  plegarias  á  la  Virgen  María ,  estrella  del  mar  peli- 
groso de  la  vída^  cuya  gracia  invoca  finalmente  el  poeta.  Tal  es  el  Comue^ 


If/  P.,  CAP.  XIX.  E3T.  DE  LA   P.   BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   255 

DO  es  justo  olvidar  aquí  sus  loables  esfuerzos,  licito  creemos  con- 
signar que  merecen  más  especial  mención ,  asi  por  los  antece- 
dentes de  sus  casas,  como  por  su  mérito  personal,  don  Juan  Fer- 
nandez de  Heredia  y  don  Pedro  Manuel  de  Urrea,  llevándose  el 
último  la  palma  entre  todos  los  ingenios  aragoneses  de  la  edad 
que  historiamos  .^ 

Nacido  en  1486  de  don  Lope  y  de  doña  Catalina  de  íxar, 
quien  con  su  hermano  don  Luis,  señor  de  Belchite,  compartia  la 
antigua  gloria  de  tan  ilustre  familia,  dedicóse  desde  la  más  tier- 
na joYentud  al  estudio  de  las  artes  gramaticales,  y  más  especial- 
mente al  de  la  poesía,  en  que  su  padre  y  su  hermano  mayor, 
don  Miguel,  hablan  ganado  reputación  de  trovadores.  Retirado  á 
la  muerte  de  su  padre,  edad  en  que  no  pasaba  de  cuatro  años  ^^ 
éL  la  villa  de  lUueca  (1490),  vivió  allí  largo  tiempo,  buscando 

lo  ^  Amor  del  aragronés  Carroz  y  Pardo.  La  Gracia  Dei,  obra  debida  á 

(v^rónimo  de  Artes,  presenta  al  poeta  en  hondo  valle,  cuya  salida  ig^nora; 

T    pugnando  por  lograrla,  trepa  á  la  cima  del  monte,  donde  halla  siete 

aziiiiiales,  que  por  todas  partes  le  rodean.  Son  estos  los  Siete  pecados 

^^OTUúes,  que  arrojando  ardientes  centellas,  le  llenan  de  terror,  mientras 

^^^  mancehOf  vestido  en  hábito  blanco,  se  interpone,  infundiéndole  nuevo 

^f>^rítu  y  guiándole  para  hallar  la  deseada  salida.  Pasados  ciertos  oteros, 

''^S^  con  el  ángel  á  vista  de  un  varón  respetable,  quien  dándole  la  bendi- 

^'^^Oy   le  esfuerza  á  proseguir  su  camino.  Fuera  del  valle,  sabe  por  cuál 

^''^ud  ha  logrado  esquivar  la  furia  de  los  siete  animales,  seguro  ya  de  to- 

"^   'HaI,  si  no  vuelve  al  monte  sus  miradas.  La  alegoría  dantesca  no  pudo 

*^*'   oixltivada  con  mayor  devoción  por  los  poetas  aragoneses.  Carroz  escribió 

^^    na^tro  real  el  Consuelo  de  Amor:  Arles  en  metros  de  maestría  mayor, 

sievsdcs  muy  de  notarse  la  forma  en  que  solicita,  como  poeta,  la  protección 

O  Sumo  Jove  |  ó  musas  sagradas, 

O  clara  MiDenra,  |  favor  en  tal  caso 

me  dad,  porque  puedan  |  las  cosas  passadas 

por  mi  flaca  lengua  f  ser  l>ien  recitadas; 

lazedme  que  beua  |  nel  monte  Parnaso. 

^»  c>^bras  de  Artes  empiezan  al  fól.  CCiiij.  del  Cancionero  de  15tt. 

^  Xn  una  composición  dirigida  á  doña  María  de  Sessé,  su  esposa,  finge 

a  ^l»^^ lición  de  su  padre  don  Lope,  quien  le  dice  (CanciofierOf  fól.  14,  co- 
lunatm^  2): 

por  non  pasar  de  quatro  aAos 
non  te  pude  conocer. 


2S6  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAftOLA. 

en  el  estudio  y  en  el  comercio  de  las  musas  consuelo  &  los  sin- 
sabores, que  le  causaban  los  ruidosos  pleitos,  empeñados  entre 
su  madre  y  su  hermano,  en  quien  habia  recaído  el  condado  de 
Aralida,  titulo  que  desde  1488  ennoblecia  en  la  persona  de  don 
Lope  los  timbres  de  los  Urreas  ^ . 

Está  guerra  doméstica,  que  repugnaba  por  extremo  &  su  na* 
tural  tierno  y  generoso,  fué  el  incentivo  que  despertando  su  in- 
genio, le  grangeó  el  justo  renombre  que  le  dieron  sus  obras.  Ya 
dirigiéndose  &  su  tio,  don  Luis  de  íxar,  para  lamentarse  de  su 
soledad  y  manifestarle  que  sólo  con  la  dulzura  de  la  poesía  ali- 
viaba los  amargos  pensamientos,  que  le  inspiraba  aquella  invero- 
símil contienda  entre  madre  é  hijo;  ya  consagrando  sus  recuer- 
dos á  doña  Aldonza,.  su  cuñada,  para  que  contribuyese  &  labrar 
la  paz  de  la  familia ;  ya  buscando  en  don  Jaime  de  Luna  un  me- 
diador autorizado  é  imparcial;  ora  consagrando  á  doña  Beatriz  de 
Urrea,  su  hermana,  que  era  condesa  de  Fuentes,  alguna  parte  de 
sus  primicias  literarias;  ora  depositando  en  doña  María  de  Sessé, 
con  quien  se  enlaza  apenas  cumplidos  los  diez  y  nueve  años 
(1505),  la  dulce  esperanza  de  más  tranquilo  porvenir;  ora  en  fin 
volviendo  sus  miradas  á  la  religión  de  sus  padres ,  para  buscar 
en  ella  más  seguro  consuelo, — don  Pedro  de  Urrea,  al  cumplir  la 
edad  de  veinte  y  cinco  años,  forma  con  sus  poesías  uno  de  los 
más  preciosos  Cancioneros  del  siglo  XV. — Su  solícita  madre, 
que  no  habia  perdonado  desvelos  para  conservarle  el  estado  de 


1  Tenemos  á  la  vista  el  privilegio  del  título  expresado,  que  lleva  la 
fecha  de  19  de  enero  de  1488^  y  se  halla  escrito  en  latín,  lengua  no  aban- 
donada del  todo  por  la  chancillería  aragonesa.  De  notar  es  que  al  nombre 
de  don  Fernando,  que  se  intitula  rey  de  Castilla,  de  Aragón,  etc.,  no  apa- 
rezca unido  el  de  la  reina  doña  Isabel,  la  cual  no  escatimó  á  su  esposo 
esta  honra  en  los  asuntos  de  sus  propios  Estados.  $1  título  de  conde  de 
A  randa  fué  expedido  en  Zaragoza,  figurando  no  obstante  como  testigos  in- 
distintamente los  proceres  de  Aragón  y  de  Castilla,  á  cuyo  frente  aparece  el 
Cardenal  de  España  don  Pedro  González  de  Mendoza.  Deber  nuestro  es  ma- 
nifestar aquí  que  no  hubiéramos  podido  hacer  el  reconocimiento  de  este  y 
otros  documentos  relativos  á  los  ilustres  poetas  de  las  casas  de  Urrea  é 
Ixar,  si  la  benevolencia  y  cortesía  del  actual  posesor  de  ambos  Estados,  don 
Agustín  de  Silva,  no  se  hubieran  extremado  en  nuestro  obsequio. 


n/  P.y  CAP.  XIX.  BST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   257 

TrauDoz,  heredado  de  don  Lope,  y  aun  para  aumentarle  sus 
bienes,  es  elegida  por  el  procer  poeta  para  patrocinar  todas  la 
produGciomes,  que  hasta  aquella  edad  habia  escrito  ^. 

k  ella  dirige  pues  en  1511  su  Cancionero ,  colección  de  poe- 
sías abundante  y  digna  de  estudio,  que  sobre  revelarnos  en  la 
forma  indicada  los  sinsabores  de  su  juventud,  nos  dá  cumplida 
razón  de  su  talento  poético  ^.  Don  Pedro ,  como  individuo  de 
aquella  aristocracia,  en  quien  habian  tenido  tanto  imperio  las 
csostumbres  guerreras,  se'  disculpa  en  la  dedicatoria  de  haberse 
cx)nsagrado  tan  de  lleno  al  culto  de  las  musas  ,  trasmitiéndonos 
2U  par  curiosos  rasgos  sobre  la  época  en  que  vive ,  y  cuya  im- 
jportancia  nos  mueve  á.  transferir  aquí  sus  palabras.   «Yo  siem- 
«■pre,  de  muy  pequeño  (decia  á.  su  madre)  hé  sido  muy  codicio- 
s^so  de  la  lengua  latina,  y  aunque  carezca  della  que  no  aya  al- 
s^canzado  tanto  como  quisiera,  y  para  esto  me  era  necesario,  con 


1  Debemos  todas  estas  noticias  al  examen  del  ya  citado  Cancionero 
las  Obras  de  don  Pedro  Manuel  de  Urrea,  donde  se  refleja  vivamente 
situación  de  su  familia.  Evocando  la  sombra  de  su  padre  en  las  Coplas, 

ue  dirige  á  doña  María  de  Sessé,  pone  en  su  boca  al  mencionar  su  muerie 
stas  palabras  (Cancionero,  fdl.  14  vuelto): 

En  aquella  despedida 

á  Trasmoz  solo  y  dq  más 

te  quedó. 

Dedicatoria  g^cneral,  que  consagra  á  su  madre,  es  un  documento  verda- 
"^cramente  literario^  si  bien  qo  el  único  notable  del  Cancionero,  como  dea- 
nes veremos. 

2  El  estudio  del  Cancionero  de  Urrea  nos  revela,  según  vá  indicado, 
ue  sólo  contaba  25  años,  al  remitirlo  á  su  madre.  Ahora  bien:  consideran- 

"^Jo:  1.^  Que  al  fallecer  su  padre,  primer  conde  de  Aranda,  contaba  don  Pe- 
^íro  solos  cuatro  años:  2.^  Que  el  referido  primer  conde  otorgó  su  testamen- 
Mo  en  la  villa  de  Epila  (en  cuya  iglesia  mayor,  que  lo  era  la  de  Santa  Ma- 
^^ía,  se  mandó  enterrar),  hallándose  gravemente  enfermo,  á  22  de  marzo 
^e  1490;  y  S.**  Que  en  todo  el  resto  del  año  aparece  ya  don  Miguel  con  el 
título  y  dignidad  de  conde  de  Aranda,  deducimos  con  toda  razón  histórica 
^ue  nacido  don  Pedro  Manuel,  segundo  hijo  varón  de  don  Lope,  en  1486» 
-^o  puede  ser  otro  el  año  en  que  envió  á  su  madre  el  Cancionero  que  el  se* 
Salado  por  nosotros  en  el  texto.— Don  Pedro  Manuel  tuvo,  demás  de  don 
JiUguel  y  doña  Beatriz,  á  quienes  dejamos  mencionados,  tres  hermanos  me- 
nores, que  lo  fueron  don  Juan,  doña  Catalhia  y  doña  Timbor,  memorada 
también  en  sus  poesías. 

Tono  Vil,  17 


258         HISTORIA    CRITICA    DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

•lo  poco  que  della  he  oydo,  la  doblada  afición  ha  consentido  una 
«poca  obra  al  mucho  desseo:  no  que  sea  cosa  merecedora  de 
«alabanza.  Y  cierto,  Señora^  oy  vá  tan  abaldonado  el  dezir  y  m&s 
»el  metro ^  que  ninguna  cosa  s' estima,  considerando  se  halla  en 
«poder  de  hombres  soezes.  Yo  devria  callar,  lo  uno  por  mi  dexir 
•no  ser  bien  dicho:  lo  otro,  porque  el  conde  mi  señor,  que  santa 
«gloria  posea,  ha  dicho  tan  bien  que  ha  dexado  tanta  memoria 
»de  si  por  aquello,  para  entre  trovadores,  como  por  lo  otro,  pa- 
»ra  entre  cavalleros.  Pues  si  digo  del  señor  conde,  mi  herma- 
»no,  no  menos  decirse  puede.  Lo  que  yo  hasta  aqui  hé  fecho,  no 
»ha  sido  otra  cosa  sino  una  esperanza  de  ser  algo;  y  por  que  en 
»las  tales  cosas  se  suele  dedicar  una  persona,  k  quien  se  ende- 
» rezan,  yo  no  faltando  cosa  tan  justa  k  mis  obras  pobres,  de 
» saber  carecederas,  hé  querido  ponerlas  debajo  del  nombre  de 
•Vuestra  Señoría,  para  que  saliendo  de  allí  corregidas,  puedan 
»yr  por  donde  quieran  sin  temor  de  detractores...  Y  por  que  to- 
ados vemos  y  conocemos  antes  los  yerros  y  defecto^  ágenos  que 
•los  propios...,  suplico  k  Vuestra  Señoría  no  lo  dé  este  mi  Can- 
•donero  de  manera  que  anduvierde  tanto  que  fuese  &  dar  en 
•poder  de  algunos  maldicientes  que  muerden  con  dientes  lagar- 

•  tinos,  que  nunca  sueltan... 

•Estas  mis  baxas  obras  están  ya  tan  miradas  (añadía)  y  por 
•mi  tan  reconocidas,  que  me  parece  cosa  contra  el  arte  ba- 
cilar no  se  puede:  bien  conozco  yo  á  mi  manera  no  ser  con- 
iforme el  trovar,  tanto  en  cantidad  como  en  calidad,  porque 

•  yo  nescessidad  no  tengo  de  hacerme  nombrar  por  muchas  co- 
•pías;  por  que  no  es  cosa  que  se  allegue  á  las  cosas  de  galán 
•sino  una  copla  ó  un  mole^  un  villancico  ó  una  canción  para 
•entre  cavalleros,  ó  quando  hombre  mucho  se  alarga  un  roman- 
ice, y  esto  que  sea  bien  dicho  que  ande  entre  cavalleros,  per- 
eque los  cavalleros  han  do  hacer  un  mote  ó  una  cosa  breve,  que 
»se  diga  no  hay  más  que  ser.  Y  gierto  la  otra  prolixidad  no  con- 

•  viene:  que  yo  más  devria  usar  de  la  gala  del  palacio  que  del 
•arte  de  la  poesía ,  pues  de  todo  junto  muy  poco  vsárse  pue- 
»de...  Á  mi,  pues  el  deseo  me  hace  hablar  mucho  y  la  edad  me 
•niega  el  ser  bueno,  tom.e  Yra.  Señoría  agora  esto  poco  con 
•aquel  amor  de  madre  deste  que  lo  dá  con  obedienQia  de  hijo; 


^^•^   P.,  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  BE  LOS  R.   C.    259 

•^  tespnes,  quando  el  tiempo  me  consienta  abrir  los  ojos  para 
•náa  Ter,  extenderse  ha  mi  flaco  y  poco  sentido  á.  cosas  más  lar- 
•g&s  6  mejores,  para  que  pueda  mostrar  el  deseo  y  obligaQion, 
»q!i6  de  servir  á  Vra.  Señoría  tengo» . 

U  situación  del  poeta,  sus  relaciones  con  los  trovadores  de 
biiH)bleia  y  su  propio  juicio,  respecto  de  sus  obras,  asi  como  el 
^ox)r  de  que  cayesen  estas  bajo  el  dominio  de  los  maldicientes, 
fruta  podrida  de  todos  tiempjs  y  sociedades  *,  no  podían  reve- 
'arse  con  mayor  fidelidad,   ni  más  adecuado  colorido.  Pasados 
^J*^  siglos  y  medio,  la  critica,  elogiando  la  modestia  del  señor 
^d  Trasmoz ,  no  puede  menos  de  reconocer  que  su  Cancionero, 
'^^ela  mucho  más  que  una  esperanza  de  ser  algo^  y  que  en  vez 
dd  colocar  su  nombre  entre  los  de  aquellos  trovadores,  que  por 
^AQidad,  moda  ó  capricho  escribían  canciones,  coplas  6  villanci'- 
co9^  vaciados  en  una  misma  turquesa,  le  concede  distinguido  lu- 
gar al  lado  de  Fernán  Pérez  de  Guzman,  y  del  Biarqués  de  San- 
^^Uana,  &  quien  parecía  tener  presente  en  sus  producciones  ^. 


1     1>on  Pedro  obraba  como  escarmentado:  habiendo  remitido  á  su  her- 

i^ana  doña  Catalina  El  Credo  Glosado,  lo  publicó  esta  dama,  deseosa  del 

l¡^uro  del  j<Sven  poeta,  con  lo  cual  dio  pábulo  á  las  murmuraciones  corte- 

*^Qft8.  Sabedor  de  ello,  al  formar  el  Cancionero,  robaba  en  la  dedicatoria 

^^l  mismo  Credo  á  su  madre,  quien  se  disponía  á  imprimirlo  con  todas  las 

P^^^^ías,  que  tuviese  guardado  dicho  Cancionero.  cSuplico  (dice)  á  Vuestra 

^^Goría  que  siga  las  pisadas  de  los  otros  en  lo  que  hiciere  que  quede  guar- 

^^acio^  para  que  después  de  yo  muerto,  puedan  ver  que  hé  vivido,  mos- 

^^i^n^o  entonces  estas  mis  obras  el  que  las  quisiere  mostrar,  y  no  agora  yo 

*coix   mis  propias  manos...  ¿Cómo  pensaré  yo  que  mi  trabajo  está  bien  em- 

'P'e^clo^  viendo  que  por  la  emprenta  ande  yo  en  bodegones  y  cocinas  y  en 

de  rapaces,  ^ue  me  juzguen  maldicientes,  y  quantos  lo  quisieren  sa- 


^^^    lo  sepan,  y  que  venga  yo  á  ser  vendido? •  Igual  temor  revela  en  otros 

es  de  sus  obras. 

£1  Marqués  de  Santillana  habia  dicho  en  los  Proverbios,  escritos 

educación  de  Enrique  IV  (pág.  45  de  nuestra  edición): 

Gran  corona  del  varón 
es  la  muger,  etc. 

^    Pedro  escribía  en  las  Coplas  á  doña  Blaría^  su  esposa: 

Que  8l  dicen  que  es  corona 
la  moger  de  su  varón,  etc. 

^"«cuerdo  no  puede  ser  más  eficaz  ni  inmediato  (fól.  14  v.  col.  1). 


260  HISTORIA  crítica   DE  LA   LITERATURA   ESPA^tOLA. 

DoQ  Pedro  se  inscribe  al  par,  como  este  docto  procer  de  Gas- 
tilla,  en  todas  las  escuelas  poéticas:  aspirando  al  galardón  de  los 
trovadores  que  «seguían  la  manera  provenzal,»  compone  cancio- 
nes, coplas  y  dezires:  anhelando  el  lauro  de  la  alegoría,  trans- 
flere  á.  sus  versos  las  visiones,  que  flnje  su  fantasía  poética:  am- 
bicionando recoger  algunos  documentos  útiles  en  sus  obras,  me- 
dita sobre  la  pequenez  de  las  grandezas  mundanales  y  señala  sos 
peligros:  no  siéndole  indiferente  la  nueva  gloria  que  alboreaba 
en  el  parnaso  castellano,  vuelve  sus  miradas  &  la  antigüedad,  y 
halla  incentivo  &  su  ingenio  en  la  fábula:  deseando  por  último 
dar  inequívoca  muestra  de  su  piedad  cristiana,  ensaya  su  masa 
en  la  poesía  religiosa,  que  hallaba  á  la  sazón  numerosos  cultiva- 
dores ^.  Contrastan  pues  en  su  Cancionero  todas  estas  aspira- 
ciones, que  le  llevan  &  recorrer  diferentes  esferas',  y  al  lado  de 
las  coplas  6  canciones  fáciles  y  sencillas,  al  lado  de  los  vülan^ 
cieos  y  de  los  motes,  hallamos  ya  las  Fiestas  de  Amor,  la  Sepol-- 
tura  de  Amor  y  el  Testamento  de  Amor,  ya  los  Peligros  del 
Mundo  6  la  Égloga  de  Calixto  é  Melibea  (notable  ensayo  que 


L  Observando  que  esta  manifestación  responde  naturalmente  á  la  exal- 
tación universal  que  en  el  sentimiento  religioso  producen  los  triunfos  de  las 
armas  cristianas,  cúmplenos  añadir  que  no  solamente  se  realizaba  por  me- 
dio de  poesías  alegóricas  y  narrativas,  como  las  que  en  este  capítulo  princi- 
palmente examinamos^ sino  que  comienza  á  revestirse  de  formas  propiamente 
líricas,  excediendo  en  esto  á  las  cantigas  de  siglos  precedentes.  Pruébanlo 
así  las  poesías  de  Mosscn  Tallante,  del  conde  de  Oliva,  de  Soria,  de  Losada, 
de  Nicolás  Nuñez  (Véanse  en  el  Cancionero  de  1511,  fól.  1  al  XXII),  y  sobre 
todas  las  de  fray  Ambrosio  Montesinos,  fraile  franciscano  de  San  Juan  de 
los  Reyes  en  Toledo,  quien  no  sólo  trajo  á  la  materna  lengua  la  Vita 
Christi,  escrita  en  latin  por  Landulfo  de  Sajonia  (Afcalá,  por  Estanislao 
Polono— 1502),  sino  que  dio  á  luz  un  Cancionero  saéro  en  1505,  el  cual 
mereció  durante  el  siglo  XVI  la  estimación  de  los  poetas,  que  cultivaron  la 
musa  sagrada,  como  lo  persuaden  las  alabanzas  de  Juan  López  de  Ubeda 
en  el  prólogo  de  su  Vergel  de  Flores  divinas,  dado  á  luz  en  Alcalá  al  de- 
clinar del  siglo  (15SS).  Debemos  consignar  no  obstante  que  si  parece  exal- 
tarse el  sentimiento  religioso,  comunicando  á  la  poesía  por  él  inspirada 
mayor  movimiento  lírico,  no  llegó  á  brillar  aquella  con  el  decoro  y  majes- 
tad, que  ostenta  en  manos  de  fray  Luis  de  León,  Montano,  San  Juan  de  la 
Cruz  y  tantos  otros,  consideración  que  tendremos  muy  presente  en  instante 
oportuno. 


H/  P.y  CAP.  XIX.  BST.  Bff  LA   P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   26i 

le  liermaBaba  también  con  Juan  del  Ensina  en  el  propósito  dra« 
niá.ti€30y  así  como  sus  romances  le  acercaban  &  los  cantores  po- 
pulares ^)^  ó  ya  en  fin  descubrimos  las  composiciones  que  dirijo 
A  un  Crucifijo^  Á  la  Cru%  y  á  la  Virgen  en  el  Calvario^  glosan- 
do devotamente  el  Credo  *. 

No  podemos  ofrecer  aquí,  cual  deseáramos,  abundantes  mues- 
tras de  todas  estas  poesías,,  porque  nos  llama  el  estudio  de  otn)s 
ingenios.  De  las  meramente  eruditas,  salvo  el  artificio  de  la  flo- 
eion,  no  es  diñcil  á.  nuestros  lectores  formar  concepto,  conocidos 
ya  perfectamente  el  espíritu  y  los  medios  empleados  per  suspre- 
decesores:  de  las  que  nos  revelan  en  algún  modo  los  sinsabores 


^       Tomaremos  en  cuenta  una  y  otra  circunstancia  en  lugar  más  propio. 

Respecto  de  las  poesías  alegóricas  de  Urrea,  nos  bastará  indicar  que  se 

ajustan  grandemente  á  la  pauta  ya  conocida  por  los  lectores.  En  las  Fies- 

^<is   cié  Amor,  por  ejemplo,  finje  que  se  le  aparece  la  Muerte  y  le  condaco 

^1  i  Ka  ¿erno^  lugar  donde  penan  les  enamorados:  allí  contempla  á  los  más 

^^1^ arados  amadores  de  la  antigüedad,  no  olvidadas  las   deidades  gentíli- 

^^^  »    apareciendo  sentados  en  sillas  de  fuego  los  sabios  ó  poetas,  tales  como 

^"^r-ocj,  Persio,  Ovidio,  Catón,  etc. — En  la  Sepoltwa  dé  Amor,  título  em- 

I^^^^.^opara  análogas  composiciones  por  otros  trovadores,  se  finje  apasiona- 

^   ^n  tal  manera  que  no  puede  S\eguir  ásu  amada;  y  doliéndose  al  lado  de 

'^^^    fuente,  que  halla  en  espesa  arboleda,  de  sus  tormentos,  se  le  aparece 

'^  ^^   belleza  y  tras  ella  un  túmulo  cubierto  de  paños  mortuorios.  Dos  hom- 

.'^^^  le  ponen  un  manto  negro  y  blanco,  símbolo  de  la  tristeza  y  de  la  cas- 

'^^d,  colocándole  en  el  túmulo.  Sacándole  luego  de  alli^  le  abandonan  en 

^^  montaña,  donde  le  salen  al  encuentro  otros  tres  hombres,  queentonan- 

^    tristes  endechas  le  sepultan  al  cabo.  La  primera  obra  fué  dedicada  á  don 

^^Kue  de  Luna;  la  segunda  á  don  Miguel  de  Urrea,  conde  de  Aranda,  her- 

**^^iio  de  don  Pedro. 

2    Demás  de  estas  composiciones  religiosas,  tradujo  don  Pedro  Manuel 
^1  Stabat  mater,  que  empieza: 

Estava  muy  dolorosa 

cabe  la  cruz  lagrimosa,  etc. 

escribió  unas  coplas  Á  las  cinco  letras  de  Nuestra  Señora  '(NLama),  que 
comienzan: 

Reyna,  virgen,  madre,  sposa. 


tú  más  linda  que  la  rosa, 
más  casta  que  la  azacena^  etc. 


Ocupan  estas  composiciones  del  fól.  5.^  al  6.®  v.  del  Cancionero. 


262  HISTORIA   CRITICA   DE   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

de  SU  javentad^  bien  ser&  no  obstante  dar  algunas  maestr 
entre  todas  nos  parece  preferible  la  composición,  en  que  pin 
soledad  en  el  retiro  de  la  aldea.  Para  don  Pedro  no  es  la 
del  campo  el  desquite,  ó*el  solaz  de  la  fatigosa  vida  de.  la 
te:  forzado  &  consumir  los  días  más  bellos  de  su  juventud 
del  teatro,  á  que  le  llamaban  las  obligaciones  de  su  sangre, 
tíale  cnanto  le  rodea,  y  cansado  de  aquella  monótona  existe 
exclama: 

Nunca  medrejs  vos,  Aldea, 
7  también  quien  os  fundó; 
¿por  qué  tengo  de  estar  yo 
donde  nadi  estar  desea? 
Que  cualquiera  que  me  vea,  . 
dirá  estoy  más  retraydo 
que  ninguno  nunca  ha  sido 
en  mi  linage  de  ürrea. 

Ir  de  collado  en  collado, 
siempre  en  monte  como  zorro, 
juzgadlo  vos,  Aldeorro, 
si  estaré  yo  descansado. 
S^und  me  aveys  enojado 
en  ver  esta  cuesta  arriba, 
si  fuérades  oosa  viva 
ya  os  hubiera  d^ollado. 

Pues  andar  siempre  á  la  huerta 
tras  zarzales  con  el  arco, 
bien  veys  que  tan  poco  abarco 
ques  cosa  poco  despierta. 
Pues  tal  vida  desconcierta 
el  deleyte  más  altivo, 
¿cómo  puedo  estar  yo  vivo, 
estando  en  la  cosa  muerta? 

¡Y  que  por  tiempo  de  un  año 
me  tengays  vos  aqui  preso! 
¿quién  dirá  que  tengo  sesso, 
faciendo  yerro  tamaño? 
Donde  ni  .seda  ni  paño 
non  vestiré,  sinon  cuero, 
pues  que  non  soy  ca vallero 
con  la  vida  de  hermitaño. 


Aidea^  ved  mi  desseo, 


il/  P.,  CAP.  XIX.  BST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  II.  C   263 

que  del  vuestro  se  destierra, 
pues  que  vos  soys  buena  tierra..: 
para  tapias ,  8^;und  veo. 
Mas  segund  lo  que  jo  cr^, 
tanto  tiempo  aquí  se  muere, 
que  quando  de  aquí  saliere 
en  vos  haré  jubileo. 

esta  como  en  otras  produccioDeSy  escritas  con  igual  natu- 
ralidad y  desenfado,  se  revela  vivamente  la  personalidad  del 
poeta,  virtud  rara  á  la  verdad  en  los  trovadores  cortesanos  y  ba- 
se en  que  iba  á  descansar  en  breve  el  edíBcio  de  las  letras  pa- 
trias .  Don  Pedro  no  siempre  expresa  el  dolor  y  el  hastío,  que  le 
inspiran  los  disgustos  de  su  estado  y  familia.  Al  verse  felii  en 
ios  brazos  de  Doña  María  de  Sessé,  su  esposa,  mostraba  asi  su 
intento: 

Lo  que  agradezco  á  Ventura 
es  que  me  dio  por  muger 
la  hermosura  y  el  valer»   - 
la  riqueza  7  la  cordura. 

Y  el  que  con  esto  se  halla 
puede  decir  se  libró 
de  la  guerra 

deste  mundo,  ques  batalla; 
7  que  Dios  más  bien  le  dio 
que  ha7  en  U  tierra. 

No  alcanza  el  galardón  de  don  Pedro  de  Urrea,  don  Juan  Fer- 
nandez de  Heredia,  como  no  lo  alcanzaron  tampoco  los  demás 
trovadores  aragoneses  de  la  edad  que  historiamos.  Don  Juan,  in- 
clinado á  la  escuela  de  los  pro  vénzales,  escribe  canciones^  glcH 
^08^  esparzas  y  otras  composiciones  análogas,  sin  que  logre  im- 
))rimir  en  ellas  el  sello  de  su  especial  carácter)  lo  cual  las  des- 
poja grandemente  de  su  importancia.  En  la  corte  y  en  el  reino 
de  Aragón  lograba  sin  duda  más  autoridad  que  don  Pedro  de 
Urrea;  y  los  caballeros,  con  quienes  se  hermanaba  en  el  cultivo 
del  arte,   aplaudían  sin  duda,  en  cambio  de  iguales  obsequios, 
sus  hipérboles  amorosas;  suerte  que  cupo  á  una  de  sus  más  no- 
tables poesías,  intitulada:  Maldifton  que  fage  á  ssí  mesmo.  He- 
redia, desafortunado  en  su  pasión,  maldice  el  punto,  hora  y  dia 
en  que  vio  la  causa  de  su  tormento,  y  exclama: 


264  HISTORIA  CRITICA   DE   LA  LITERATURA   SSPAÜOLA. 

Maldigo  mi  pensamiento 
y  también  mi  voluntad, 
pues  ha  sido 
cau^  de  m^  perdimiento, 
causa  de  la  libertad, 
que  hé  perdido. 

Maldigo  más  mi  memoria, 
que  ningún  punto  s^olvida 
d'acordarme 

quál  vos  vi;  porque  esta  gloría 
deviera  darme  la  vida, 
jes  matarme  i. 

Las  maldiciones  prosiguen  contra  la  razon^  la  condición,  la 
vida  y  la  suerte  del  poeta,  quien  imita  en  esto  á  los  condenados 
del  infierno,  quedando  al  cabo  contento,  ya  que  no  pueda  ser 
bendito.  No  carece  en  verdad  de  cierta  discreción  en  esta,  como 
en  las  demás  poesías  que  han  llegado  á  la  edad  presente;  pero 
sobre  ser  de  antiguo  dote  común  de  los  trovadores  eruditos,  no 
bastaba  aquella  virtud  á  distinguirle  entre  los  de  la  corte  de  Fer- 
nando V. — Al  tener  sin  embargo  presente  que  era  aragonés,  nos 
pone  su  estudio  de  relieve  la  semejanza  y  aun  la  identidad  que  á 
la  sazón  caracterizaba  á  los  poetas  cortesanos  de  toda  España. 
Reconocida  esta  verdad  histórica,  cuya  importancia  no  ha  menes- 
ter de  corolarios,  licito  nos  será  fijar  nuestras  miradas  en  otros 
ingenios  de  mayor  estatura,  dirigiéndonos  desde  las  márgenes 
del  Ebro  alas  orillas  del  Guadalquivir,  donde  vimos  ya  arraigar 
el  arte  inmortalizado  por  el  cantor  de  Beatriz,  propagándose  de^t- 
pues  al  centro  de  Castilla  ^. 

En  el  retiro  del  claustro,  bien  que  ocupando  este  una  de  las 
más  bellas  y  pintorescas  situaciones  que  puede  finjir  el  deseo, 
contemplamos  en  efecto  á  don  Juan  de  Padilla,  cuyas  obras  he- 
mos procurado  estudiar  antes  de  ahora  ^.  Nacido  en  la  capital  de 


1  Cancionero  de  1511,  fól.  ccij.  vuelto. 

2  Véanse  los  capítulos  IV  y  VI  de  este  Subciclo. 

3  Primero  en  la  Floresta  andálusa,  revista  que  publicamos  en  Sevilla 
(1841  á  1842),  y  después  en  el  Tiempo,  periódico  de  Madrid  (19  do  abril 
1844),  y  por  último  en  la  Revista  literaria  del  Español  (núms.  21  y22  oe- 


U/P.,  CAP.  XIX.  EST.  DÉLA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.   C.   2Q5 

..ndalucia  en  1468,  recibió  allí  esmerada  educación  liters^ria, 
cJ  ándose  &  conocer  por  su  erudición,  al  componer  durante  su 
J  maventud  varias  fábulas  relativas  &  la  antigüedad  clásica,  con  lo 
«3  «oal  se  mostraba  adicto  al  movimiento  general  de  las  letras  en 
\SL^  vias  del  Renacimiento  ^  La  gloria  de  las  armas  cristianas, 
^xi  gran  manera  personificada  en  don  Rodrigo  Ponce  de  León, 
rErarqués  de  Cádiz,  le  movia,  antes  de  cumplir  los  veinte  y 
oi^co  años,  &  celebrar  las  proezas  de  aquel  ínclito  caudillo,  de 
q  uien  puede  decirse  que  daba  la  primera  y  la  última  lanzada  en 
IsL  inmortal  epopeya  que  termina,  clavando  en  la  Alhambra  los 
estandartes  de  Castilla.  Frisando  con  los  treinta,  abrazaba  la  re- 
gala,   de  San  Bruno,    tomando  el  sayal  en  Santa  María  de  las 
Cuecas,  y  dos  años  después  daba  testimonio  de  la  insigne  trans*^ 
fo]:*macion  operada  en  su  espíritu,  sacando  á  luz  un  poema  reli- 
grioso,  con  título  de  Retablo  de  la  vida  de.  Cristo  *. 

Ig^nórase  abisolu lamente,  ó  al  menoá  no  se  deduce  de  las 
ol3r*a.s  que  conocemos,  si  escribió  el  cartujano  Padilla,  desde  1500 
^  4.  518,  algunas  producciones  poéticas:  con  la  última  fecha  daba 
i^o     obstante  &  conocer  otro  poema  igualmente  religioso,  en  el 


^^^i~^  de  1845)  sacamos  á  luz  varios  trabajos  críticos,  encaminados  á  dar  á 
conc>oer  este  poeta.  Su  nombre  figura  al  cabo  en  la  historia  de  las  letrais 
P^'^v'isis,  mencionado  por  los  escritores  nacionales  y  extranjeros,  que  han 
l^^^^^^^otrado  ilustrarla  (Gil  y  Zarate,  iíanual  de  Literatura,  última  edición; 
*^^«ior,  Historia  de  la  literatura  española,  t.  I,  cap.  XXI). 
^  £n  el  Retablo  de  la  Vida  de  Cristo  (cántico  I)  decia  aludiendo  á  la 
*^*>S"üedad: 

Sus  fábalas  falsas  y  sas  opiniones 
pintamos  en  tiempo  de  la  javentud. 

^         Don  Juan  de  Padilla  daba  testimonio  de  su  nuevo  estado  y  de  su 
^^^^^re  en  la  última  estrofa  de  tan  singular  poema,  diciendo: 

Don  religioso  |  la  regla  me  poso, 
Jcrado  con  voto  |  canónico  poro: 
Ante  80  vista  |  me  hallo  segoro 
De  la  tormenta  j  del  mondo  confoso. 
pArece  por  ende  |  mi  nombre  recloso. 
Digno  lector»  |  si  lo  Tas  Inquiriendo: 
LL4ma  si  qoleres,  |  mi  nombre  diciendo: 
MonJE  Cartujo  j  la  obra  composo. 

^  Retablo  de  la  Vida  de  Cristo  fué  terminado  en  24  de  diciembre  de  1500. 
^^^ióáluzen  1505. 


260  HISTORIA   GIÜTIGÁ   DE   A    ITBRATURA  ESPAÜOA. 

coal  parecía  fundar  toda  su  gloria  literaria,  design&ndolo  con  él 
nombre  de  Lo$  doce  Triunfos  de  los  Apóstoles  ^/  Obligación  es 
de  la  critica  estudiar  en  estos  poemas  si  correspondió  el  mcM^e 
de  Santa  Biaria  de  las  Cuevas,  al  desenvolvimiento  del  arte  em- 
dito,  tal  como  era  cultivado  por  los  más  doctos,  y  si  aparece  cual 
fiel  intérprete  de  aquel  genio,  que  habia  comenzado  á  dar  fruto 
en  el  suelo  de  Sevilla,  desde  finés  del  siglo  precedente. 

£1  monumento  más  propio  para  realizar  este  estudio,  es  sin 
duda  el  poema  de  Los  doce  Triunfos  de  los  Apóstoles.  Don  Joan 
de  Padilla  aparece  en  él  como  poeta  esencialmente  dantesco: 
ninguno  de  los  ingenios  ^ue  le  precedieron  en  la  imitadon  de  la 
Divina  Commedia,  incluso  Juan  de  Mena,  habia  seguido  en 
efecto,  más  inmediatamente  las  huellas  del  cantor  de  Beatriz,  al 
trazar  el  cuadro  general  de  su  obra;  nadie  le  aventajó  tampoco 
en  la  reproducción  de  los  pensamientos,  llegando  á  veces  á  tra- 
ducir, trozos  enteros.  Verdad  es  que  nadie  se  habia  colocado  en 
situación  más  análoga^  ni  adoptado  materia  poética  más  seme- 
jante y  aun  idéntica.  Dante  visitaba  sucesivamente  el  Infierno^  el 
Purgatorio  y  el  Paraiso^  conducido  por  Virgilio  y  Beatriz:  don 
Juan  de  Padilla,  guiado  por  San  Pablo,  recorre  apartadas  regio- 
nes, ora  en  el  cielo,  ora  en  lá  tierra;  y  penetrando  en  las  bocas 
infernales,  revela,  como  el  vate  de  Florencia,  los  dolores  y  tor- 
mentos, á  que  están  sujetos  los  que  vivieron  en  el  mundo  entre- 
gados al  crimen  ^.  £1  autor  de  h'Divina  Commedia^  habia  pre- 


1  Puso  fin  don  Juan  de  Padilla  á  Los  doce  triunfos  en  14  de  febrero 
de  1518,  y  diéronse  á  la  estampa  en  1521.  De  este  poema  hizo  don  Miguel 
del  Riego  esmerada  edición  (Londres — 1841),  apellidando  al  autor  Dante  y 
Homero  español,  calificación  por  extremo  exagerada  y  que  ha  podido  com- 
prometer respecto  de  los  críticos  el  buen  nombre  del  poeta.  Un  año  después 
aparecieron  de  nuevo  Los  doce  triunfos  con  la  mayor  parte  del  RetMo  d^ 
la  Vida  de  Cristo,  pues  que  sólo  suprimió  el  señor  Riego  los  cánticos 
VII,  VIH,  IX  y  X,  con  esta  nota:  cPublicada  esta  pequeña  parte  en  Lon- 
dres, año  de  1842,  por  don  Miguel  del  Riego,  canónigo  de  Oviedo,  en  la 
imprenta  de  don  Carlos  Wood>.  De  cualquier  modo,  hízosc  este  ilustrado 
español  digno  de  la  gratitud  de  los  estudiosos. 

2  El  intento  de  don  Juan  de  Padilla  fué,  dice  él  mismo,  c componer 
ndoce  triunfos,  en  que  describe  lo»  hechos  maravillosos  de  los  apóstoles, 


II.*  f.f  CAP.  XIX.  BSt.  DB  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   267 

ferkfo  entre  todos  los  poetas  de  la  antigüedad  ql&sica  &  Virgilio: 
el  Cartajano,  que  desde  su  juventud  se  habia  inclinado  ai  estu* 
dk)  del  arte*  clasico,  si  no  podia  al  cantar  los  triunfos  de  los 
apastóles,  tomarle  por  guia  para  explicar  los  misterios  del  cris- 
liaoismo,  escogíale  por  modelo  para  bosquejar  los  cuadros,  que 
enrigoeoian  con  frecuencia  su  narración  alegórica.  -Asi  pues, 
mientras  d&  &,  San  Pablo  los  nombres  de  maestro  y  vaso  de 
eUccion,  oyendo  de  su  boca  la  revelación  de  los  ní&s  profundos 
dogmas  del  catolicismo,  llegaba  hasta  el  punto  de  imitar  la  invo- 
cación de  la  Eneida f  escribiendo: 

To  canto  las  armas  |  de  los  palestinos, 
principes  do^e  |  del  Omnipotente,  etc. 

Todo  revela  en  Los  doce  triunfos  esa  doble  influencia,  que  tan 
poderosamente  obraba  en  los  espíritus,  reflejándose  en  las  esfe- 
ras del  arte.  La  aparición  de  San  Pablo,  que  excita  al  poeta  á  la 
contemplación  de  las  cosas  divinas,  invitándole  á  cantar  los  doce- 
*^  (apóstoles)  con  quebrantamiento  del  voto  que  habia  hecho , 
al  declarar  en  el  Retablo  de  la  vida  de  Cristo  que  sólo  diría  de 
lo  vida  del  Rey  Soberano  ^ ;  la  peregrinación  que  maestro  y  dis- 
cípulo emprenden  por  los  paises,  adonde  llevaron  la  buena 
^Qeva  los  elegidos  del  Salvador,  ensalzando  las  virtudes  de  cada 
^0,  y  los  milagros  que  obraron  en  la  tierrra;  la  pintura  de  los 
'ogares,  donde  purgan  sus  pecados  los  idólatras,  los  nigroman- 

^  cuales  van  divididos  por  los  doce  signóos  del  zodiaco,  que  ciñe  toda  la 

^■era:  donde  debéis  primerainente  considerar  que  el  autor^  para  que  fuese 

^  obra  más  altamente  fundada,  toma  la  semejanza  del  firmamento,  ques 

<^lelo  estreUado,  el  cual  divide  en  doce  partes  iguales,  que  son  los  doce 

8^o«  del  zodiaco,  por  los  cuales  el  sol  y  los  planetas  hacen  su  curso. 

^^  ^l  sol  se  entiende  Cristo...  y  todos  los  otros  planetas  y  señales  del, 

^^Ode  del  texto  literal  é  historial,  los  trae  sutilmente  al  seso  moral  ale- 

^^oi.  Ni  en  la  forma  ni  en  el  fin  artístico  don  Juan  de  Padilla,  podia 

^^  extremado  en  la  Imitación  del  Dante. 

.  .        Á\sL  excitación  de  San  Pablo,  replica  en  efecto  el  Cartujano  (capí- 

No  sabes.  Señor,  lo  |  que  tengo  ofrecido 
á  Cristo,  de  quien  la  j  so  Tlda  preciosa 
canté  eco  mi  lengua  |  mortal  7  penosa 
en  una  gran  GueTa  |  feroi  escondido, 
aunque  de  fuera  |  se  muestra  graciosa? 


268  UdTORU  CRITIGÜ  DE   LA   LITEHATORA   BSPAllOLA. 

tes,  los  hechiceros,  los  perjuros,  los  lujuriosos,  los  homi 
los  envidiosos  y  los  adúlteros;  y  floalmeate  la  descripción 
Santa  Jerusalem,  mansión  de  los  bienaventurados,  donde 
plido  ya  el  intento  del  poeta,  abandona  San  Pablo  al  autor 
restituirse  &  su  etemal  morada...,  cuanto  se  refiere  al  artifi 
terario  y  &  la  exposición  y  aun  á  la  materia  poética,  nos  m 
claramente  al  entusiasta  imitador  de  la  JDivina  Cammedü 
descripciones*particulares,  las  comparaciones  y  ornatos,  d 
procura  embellecer  su  narración,  los  recuerdos  cínicos  y 
lógicos  que  la  animan,  nos  advierten  en  cambio  de  que  no  < 
naba  las  enseñanzas  del  arte  antiguo,  de  lo  cual  nos  dá  h 
voco  testimonio,  cuando  al  emprender  su  misteriosa  pere¡ 
cion,  le  vemos  pintar  asi  la  tempestad,  que  le  asalta: 

Con  próspero  viento  |  del  Áfrico  moto, 
tomóse  de  Creta  |  la  propia  derrota: 
el  aura  crecia  |  por  alto  conmota, 
mezclando  su  flato  |  con  Eoríco  Noto# 
Así  navegando  |  con  nuestro  piloto 
pasamos  de  Sapho  |  á  Ciotipolea, 
do  Júpiter  tuvo  |  la  cuna  de  Rea; 
el  indico  monte  |  no  mucho  remoto, 
de  donde  el  Colodo  |  las  naves  otea. 

Así  navegando  |  ios  golfos  tirrenos, 
Neptuno  se  leva  |  con  ínvido  dolo, 
rogando  que  suelte  |  sus  vient  os  Eolo, 
los  temporales  |  faciendo  non  buenos. 
E  luego  se  alteran  |  los  aires  serenos, 
con  ímpetu  grave  |  del  aire  movido: 
ocurre  tonando'  |  Vulturno  salido; 
túrbanse  en  tanto  |  los  mares  y  senos 
que  puesto  no  queda  |  sin  ser  combatido. 

En  partes  diversas  |  las  ondas  infladas 
se  quiebran,  luchando  |  ios  rígidos  vientos: 
oonmoven  las  aguas  |  loe  hondos  pimientos 
y  con  las  arenas  |  se  muestran  mezcladas; 
rotas  las  velas  |  j  más  desplegadas 
del  coz  7  boneta  |  con  sobra  de  viento, 
corría  la  nave  |  por  el  sota- vento; 
las*  flacas  entenas  |  del  todo  quebradas 
y  más  el  timón  |  por  mayor  detrimento  i . 

1     Triunfo  IV,  cap.  III. 


Il/P.,  CAP.  XIX.  BST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  G.   269 

BllÍQtento  de  imitar  el  sublime,  pasaje  del  libro  I  de  la  Eneida 
fin  que  describe  Virgilio  el  naufragio  de  los  troyanos,  causado 
P^t  la  ira  de  Juno,  no  puede  estar  más  patente,  si  bien  queda 
el  iiQjtador  &  inmensa  distancia  del  modelo  ^  £1  monje  de  Santa 
ufarla  de  las  Cuevas,  obedeciendo  la  ley  general  que  dominaba 
OH  las  esferas  de  la  inteligencia,  parecía  por  una  parte  hacer  el 
AUimo  y  más  enéi^ico  esfuerzo  para  merecer  el  lauro,  á  que  ha- 
bían aspirado  por  el  espacio  de  un  largo  siglo  los  más  ilustres 
Cogemos  de  España,  mientras  preludiaba  por  otro  el  cercano 
^lionfo  de  las  influencias  del  Renacimiento.  Bajo   este  doble 
punto  de  vista,  y  teniendo  presente  que  en  todo  el  poema  hace 
^l>andante  ostentación  de  vastos  y  profundos  estudios,  ya  reía- 
^ÍTos  á  la  hidtpria  sagrada  y  profana,  ya  á  la  teología,  ya  á  la 
geografía  y  cosmografía  universal,  razón  hay  para  resolver  aflr- 
ivamente  la  primera  de  las  cuestiones  arriba  propuestas,  con- 
u^rendo  que  don  Juan  de  Padilla  era  en  las  regiones  andaluzas 
fines  del  siglo  XV  y  en  los  primeros  dias  del  XVI,  legítimo  re- 
sentante  de  la  escuela  docta,  que  habia  señoreado  tan  largo 
tiempo  el  parnaso  castellano. 

Hi  es  menos  digno  de  la  consideración  de  la  crítica,  al  estu- 
diarle como  sucesor  de  Imperial  y  de  Medina,  de  Ribera  y  de 
1-ta.iido,  en  lo  que  respecta  á  la  dicción  y  á  la  locución  poéticas, 
t-ltulós  principalísimos  de  la  escuela  sevillana.  Deseoso  de  enri- 
quecer el  dialecto  poético,  y  dominado  por  las  innumerables  belle- 
de  la  Divina  Commedia,  no  reparó  don  Juan  de  Padilla  (como 
reparan  en  el  mismo  siglo  XVI  Arguijo  ni  Herrera)  en  pedir 
tesoros  á  la  lengua  italiana,  no  olvidadas  tampoco  las  ense- 


^    Este  mismo  propósito  manifestaron  al  propio  tiempo  otros  machos 

poetas,  si  bien  todos  con  ignal  6  más  infeliz  fortuna  que  el  Cartujano.  Entre 

tos  que  en  este  momento  recordamos,  paréccnos  bien  citar  á  Alfonso  Fernan- 

^^9  AQtor  de  la  Ilistoria  Parthenopeat  poema  meramente  histórico,  según 

^^PUes  advertiremos,  donde  Eolo  y  Neptuno,  deseosos  de  estorbar  que  arri- 

^  las  costas  de  Ñapóles  la  armada  española,  sueltan  vientos  y  olas,  pro- 

^^iendo  horrible  borrasca.  La  intención  del  autor  es  patente:   su  musa 

^.  ^^%  no  obstante  vencida  en  la  empresa,  no  pareciendo  sino  que  ni  los  me- 

^*  del  arte,  ni  el  in^^enio  de  los  trovadores  inscritos  en  las  antig^uas  es- 

^^^^«»  alcanzaban  a  transferir  el  colorido  de  la  descripción  virg^iana. 


270  HISTORIA   CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAÜOLA.  ' 

ñanzas  de  la  latina.  Lograba  asi  el  Cartujano  comunicar  extraor- 
dinario brillo  á  su  lenguaje^  sembrando  sus  producciones  de 
giros  altamente  poéticos  y  matizándolo  de  palabras  gr&ficas  de 
buena  ley  y  grato  sonido,  que  levantaban  notablemente  su  dic- 
ción, haciendo  en  uno  y  otro  concepto  su  empresa  en  extremo 
meritoria  i.  Mas  no  llegada  la  imitación  formal  á  verdadera  sa- 
zón, y  falto  de  aquella  experiencia  que  sólo  puede  alcanzarse  en 
la  madurez  del  arte,  abusó  sin  duda  don  Juan  de  Padilla  de  los 
medios  que  ponia  &  sus  alcances  el  conocimiento  de  los  poetas 
latinos  y  de  los  italianos ;  y  plagando  sus  obras  de  voces  debidas 
t  la  lengua  del  Lacio  y  de  giros  y  modismos,  temados  del  idio- 
ma de  Dante  y  de  Petrarca,  mostró  ya  que  desde  sus  primeros 
dias  estaba  amenazada  la  escuela  sevillana,  como  lo  estaba  tam- 
bién I^  cordobesa,  del  peligro  de  la  innovación,  cuyos  males  de- 
bían ser  tanto  mayores  cuanto  fuesen  más  brillantes  y  valede- 
ras las  dotes  personales  de  los  poetas,  que  siguieran  aquel  diftcil 
camino  ^.  Este  anhelo  de  autorizar  entre  los  doctos  su  lenguaje, 
si  contribuye  en  no  pequeña  parte  á  hacer  un  tanto  diñcii  la  ieo- 
tura  de  Los  Doce  Triunfos  de  los^  Apóstoles,  avalora  no  obstante 
la  obra  del  Cartujano,  siendo  en  verdad  sensible  que  hayan  caido 
en  desuso  aquellas  maneras  de  decir  y  aquellas  voces,  en  que 
resplandece  cierto  vigor  y  lozanía  y  que  constituían  no  pequeña 
parte  de  la  riqueza  del  creciente  dialecto  poético  ^. 


1  Como  fundamento  de  estas  observaciones,  oigamos  las  siguientes: 
elucidas  lumbres;  piélago  rubente;  lira  dulcísona;  clarífico  fuego;  ínvido 
dolo;  scrénico  cielo;  semblante  nitente;  selva  manante;  acentos  cónsonos, 
aurora  lumbrosa;  estrella  luminante»,  etc.  Respecto  de  las  voces  nitente, 
dulcísono,  manante,  consono,  clarifico  y  otras  muchas  de  igual  fonna- 
cion  y  estirpe^  parécenos  digno  de  elogio  el  instinto  poético  de  don  Juan 
de  Padilla. 

2  No  debemos  ocultar  que  en  nuestros  dias  no  seria  tolerable  por  ejem- 
plo el  llamar  á  los  ojos  lúcidas  lumbres,  lo  cual  muestra  ya  cierta  exube- 
rancia de  colorido,  ocasionada  á  lamentables  extravíos.  Becuérdese  lo  di- 
cho en  el  particular  respecto  de  Juan  de  Mena  y  téngase  en  cuenta  lo  que 
añadimos,  al  tratar  de  Herrera  y  Góngora  en  sus  propios  lugares. 

3  Es  digno  de  advertirse  aquí  que  todos  estos  caracteres  poéticos  de  Pa- 
dilla contrastan  notablemente  con  los  que  á  la  sazón  ofrecían  otros  inge- 
nios castellanos  y  aragoneses,  cultivadores  de  la  poesía  sagrada.  Entre  lot 


11.*  P.,  CAP.  XIX.  EST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  BE  LOS  R.  C.   271 

EnQl  silencio  del  claustro,  cumplidos  ya  los  cincuenta  años  de 
^  Yida,  7  cultivando  la  poesía  religiosa  en  sus  más  altas  regio- 
nes^ mostraba  pues  don  Juan  de  Padilla  que  lejos  de  haberse  de- 
bilitado las  c|ptes  carasteristicas  de  los  poetas  sevillanos,  tales 
oomo  aparecen  ¿  fines  del  siglo  XIY,  iban  tomando  notables  cre- 
ces, preludiando  la  gloria  de  Herrera  y  de  Rioja.  Pero  estas  vir-' 
todes  poéticas  no  son  privativas  de  la  última  obra  del  Cartuja- 
no, si  bien  sea  esta  la  más  importante  de  sus  producciones.  Aun 
cuando  al  trazar  El  Retablo  de  la  vida  de  Cristo^  declaraba  que 
debía  escribirse  esta,  únlas  galas  de  los  oradores  y  vanos poe^ 
Au,  reprobando  el  uso  de  la  mitología,  pecado  en  que  incurrió 
grandemente  en  Los  doce  Triunfos  ^,  no  pudo  olvidar  su  calidad 


ttl timos  especiftlmente,  pues  ya  conocen  los  lectores  los  más  aprecíables  de 

^tre  los  castellanos,  no  podemos  dejar  de  citar  aquí  al  celebrado  Juan  de 

ÍAZoD,  que  dio  á  luz  en  metros  de  arte  mayor  La  Suma  de  las  Virtudes, 

'^iloga^ion  de  la  moral  philosophia  contra  los  pecados  mortales»,  con  otros 

diferentes  poemas  sobre  la  Contempla^n  de  San  Bernardo,  e^  Psalmo 

•Aíiwserere,  el  DeProfundisif,eic.  (Zaragoza,  por  George  Cocí,  1508,4.**). — 

^^^Hiiparando  el  lenguaje  de  estas  poesías  con  el  empleado  por  don  Juan  de 

^Mlilla  se  revela  claramente,  así  como  en  los  demás  ingenios  aragoneses,  no 

^H€8ano8,  la  misma  diferencia  que  en  la  antigüedad  existió  entre  Marcial 

7  los  Sénecas,  diferencia  que  debia  en  el  siglo  XVI  caracterizar  también  á 

^  Herreras  y  los  Argensolas.  Esta  consideración  nos  muestra^  sobre  con- 

^nsur  nuestros  fundamentales  estudios  bajo  la  relación  histórico -crítica, 

^oán  digna  de  consideración  era  al  final  de  la  XV.*  centuria  la  rica  varíe- 

^<1  del  ingenio  español,  que  se  resolvía  no  obstante  en  la   unidad,  que  en 

^os  tiempos  lo  sujeta  á  unas  mismas  leyes  generales.  Tocaremos  adelante, 

Con  mayor  extensión,  este  punto. 

^  Es  digna  de  notarse,  porque  explica  la  situación  del  poeta  erudito  y 
^'  ^(ado  del  arte  en  la  edad  que  estudiamos,  la  contradicción  entre  la  idea 
^  ^^  becho  respecto  al  uso  de  la  fábula.  En  la  invocación  que  pone  al 
^*<>6ío  de  la  Vida  de  Cristo,  decia  al  epropósito: 

Hoyan  por  ende  |  las  musas  daftalías 
á  las  Bstlgias,  |  do  reina  Pluton, 
en  nuestro  dlYino  |  moy  alto  sermón 
las  tienen  los  santos  |  por  muy  reprobadas. 

^<^  los  Doce  triunfos  abundan  en  tal  manera  las  alusiones,  citas  y  nom- 
^*  mitológicos  que  lejos  de  producir  buen  efecto,  dan  á  la  narración  un 
^>^iido  enteramente  falso,  llegando  á  veces  basta  lo  ridículo.  Tal  sucede 
^^  afecto,  al  equiparar  la  bajada  de  Cristo  al  infierno  con  la  fábula  de  Ce- 


272  HISTORIA   GRtTIGA  DE  LA  LITERATURA  ESPAflOLA. 

de  poeta,  ni  renunciar  &  las  galas  de  su  imaginación^  nimenis  al 
fruto  de  sus  estudios,  en  que  tanta  parte  alcanzaban  las  inihien- 
cias  del  Renacimiento.  Es  el  poema  del  Retablo  de  la  Vida  de 
Cristo  una  producción,  encaminada  &  bosquejar  ep  cuatro  tablas 
la  historia  de  Jesús  ^:  abraza  la  primera  desde  los  profetas  al 
bautismo  del  Salvador;  alcanza  la  segunda  al  domingo  de  Ra- 
mos; encierra  la  tercera  la  pasión,  y  ofrece  la  cuarta  la  resurrec- 
ción, la  ascensión  y  la  venida  del  Espíritu  Santo.  Como  es  fácil 
*  comprender,  se  prestaba  esta  materia  poética  h  la  imaginación, 
del  Cartujano  para  trazar  abundantes  cuadros,  en  que  brillasen. 
las  dotes  literarias  que  le  caracterizan ;  y  no  escaseó  por  ciarte^ 
los  colores,  ya  pintase  la  visitación  de  Santa  Isabel  (Elizabeth)^ 
ya  la  conversión  de  la  Magdalena,  ora  la  resurrección  de  L&zaro^. 
ora  en  fin  la  sentencia,  pasión  y  muerte  del  Salvador  en  las  as — 
perezas  del  Calvario  ^. 
No  era  pues  don  Juan  de  Padilla,  bajo  la  relaciob  erudita  ^ 


res,  Platón  y  Proserpioa  (TWufi^.  V,  estr.  16),  etc.  £1  cartqjano  cedia  e 
esta  parte  á  la  imitación  del  Dante  y  á  la  imperiosa  y  creciente  inflaenci 
del  Renacimiento. 

1  Don  Juan  de  Padilla  decía,  explicando  el  pensamiento  de  este 
ma:  «Las  quatro  tablas  corresponden  á  los  quatro  Evangelios.    Y  así 
orden  poniendo  las  historias  no  apócrifas  ni  falsas,  salvo  como   la  san 
madre  Iglesia  y  los  santos  profetas  y  doctores...,  van  divididas  las  tabU 
no  por  capítulos,  salvo  por  cánticos^  por  cumplir  el  dicho  del  profeta  D 
vid:  Cántate  Dominio  canticum  novum,,,^  es  á  saber,  la  vida  de  Cri 
lo»,  etc.  (pról.) 

2  El  poema  termina  el  último  cántico,  diciendo: 

Pues  tiene  pintado  mi  mano  mortal 
este  tiBlablo  con  simple  color, 
lo  que  failes^e  perdona,  Señor, 
pues  que  no  basta  saber  natural. 

El  cántico  concluye^  como  todos  los  precedentes,  con  una  oración,  e 

la  en  versos  de  arte  real,  la  cual  termina  en  estas  palabras^  que  ^e  refiei 

á  la  Vida  de  Cristo: 

Haz,  Señor,  que  yo  la  cante 
en  el  ^ielo. 

Sentimos  no  poder  citar  largos  pasajes,  en  comprobación  de  los  expresa^ 
asertos,  lo  jcual  hicimos  ya  al  realizar  los  estudios  especiales  del  Gart 
que  dejamos  mencionados  arriba. 


Il/  P,y  CAP.  XIX.  E3T.  DE  LA   P.   BAJO  EL  R.  BE  LOS  R.  C.   273 

jmta  indigno  de  su  época,  pareciéndonos  en  verdad  sensible  que 
Jio  haya  llegado  &  nuestras  manos  el  Laherynto  del  Marqués  de 
€ádi%^  poema  histórico,  donde  pudo  hacer  gala  de  sus  dotes  na- 
lurales,  inspirado  por  el  entusiasmo  que  excitaban  las  heroicas 
empresas,  en  que  alcanzó  tan  noble  parte  el  conquistador  de 
^Ihama.  £1  titulo  con  que  lo  señala,  tomado  de  Juan  de  Mena, 
jparece  persuadir  no  obstante  de  que,  aun  reflriéndose-el  Cartu- 
jano &  la  historia  de  su  tiempo,  no  abandonó  la  ficción  dantesca^ 
<x>mo  no  la  abandonaban  otros  poetas,  al  consagrar  sus  cantos  & 
3.a  gloriosa  edad  en  que  viven.  Testimonio  inequívoco  de  esta 
--verdad,  y  altamente  significativo  en  la  historia  del  arte,  ofrecía 
^g  efecto,  poco  después  de  dar  á  luz  don  Juan  de  Padilla  su  La-* 
^rynto,  uno  de  los  más  eruditos  ingenios  del  siglo  YI.  Nos  re- 
ferimos &  Diego  Guillen  de  Ávila,  poeta  del  todo  desconocido 
basta  ahora  en  la  historia  de  las  letras  españolas  ^ 

Era  Diego  Guillen  hijo  de  Pero,  autor  de  la  Gaya  Sfiencia,  en 
X  ngar  propio  examinada,  y  uno  de  los  trovadores  más  favoreci- 
os  por  don  Alonso  Carrillo,  arzobispo  de  Toledo,  según  antes  de 
hora  demostramos  ^.  Criado  en  el  palacio  de  aquel  procer,  es- 
c^uela  al  par  de  letras,  ciencias  y  armas,  consagróse  á  la  Iglesia 
cSesde  su  juventud,  temeroso  tal  vez  de  seguir  la  triste  suerte  de 
^u  padre.  A  la  magnificencia  de  don  Alfonso,  no  menos  que  á  su 
^  alentó  y  buen  deseo ,  debió  Diego  Guillen  las  primeras  distin- 


1  Caando  realizábamos  este  esttvlio,  no  había  salido  á  laz  el  tomo  IH 
^e  la  versión  castellana  de  Ticknor.  En  las  Adiciones  y  notas,  con  que  los 
"traductores  lo  enriquecen,  hallamos  (pág^.  460)  alguna  noticia  de  Diego 
Ciuillen  y  una  exposición  bibliográfica  de  los  poemas,  que  en  el  texto  exa- 
^ninamos.  Nos  Juzgamos  obligados  á  consignar  aquí  estos  hechos,  á  ley  de 
historiadores,  si  bien  no  podemos  excusar  la  advertencia  de  que  las  curiosas 
ficticias  dadas  por  los  referidos  traductores,  carecen  de  todo  espíritu  crítico, 
quedando  en  consecuencia  intacto  el  estudio  literario  de  Diego  Guillen  y 
9iii  determinar  debidamente  su  significación  en  la  historia  de  las  letras 
"patrias. 

2  Véase  el  cap.  IX  de  este  11.^  Subciclo  y  el  precedente,  donde  damos 
noticia  de  los  traductores  del  glorioso  reinado,  que  historiamos  (pág.  211). 
Diego  Guillen,  que  se  distingue  con  el  aditamento  de  Ávila,  nació  sin  da- 
€la  en  esta  ciudad. 

Tomo  vu.  18 


274  HISTORIA   CRITICA  DE  LA  LITERATURA   ESPAÜOLA. 

cíones  en  su  carrera^  y  acompañando  sin  duda  &  don  Alonso  Car- 
rillo, sobrino  del  arzobispo  y  obispo  de  Pamplona ,  dirigióse  & 
la  capital  del  mundo  católico,  con  la  esperanza  de  mayores  me- 
dros. Vivió  allí  mucho  tiempo,  «siguiendo  voluntades  ajenas;» 
y  obtenida  la  protección  del  Cardenal  Ursino,  de  quien  fué  fami- 
liar, mereció  un  canonicato  en  Falencia,  no  constando  sí  llegó  & 
trasladarse  &  esta  ciudad,  pues  que  al  entrar  del  siglo  XYI,  pro- 
seguía en  Roma  al  servicio  de  aquel  príncipe  de  la  Iglesia  ^. 

Habíase  distinguido  Diego  Guillen  «con  lindo  saber  en  dulce 
poesía»  desde  su  permanencia  en  Toledo,  escribiendo  «con  plu- 
ma polida  y  discreta»  muy  aplaudidas  obras.  Ya  porque  laa  vir- 
tudes de  la  reina  doña  Isabel  inflamasen  su  espíritu,  ya  porque 
fuese  en  Roma  testigo  del  aplauso  y  veneración,  que  infundía  su 
nombre  y  del  entusiasmo  que  produjo  la  conqu  ista  de  Granada, 
juzgóse  obligado  &  rendirle  el  tributó  de  su  ingenio,  componien- 
do en  alabanza  suya,  con  título  de  Panegírico  ,  muy  singular 
poema  ^.  No  pudo  Guillen  terminarlo  tan  pronto  como  anhelaba. 


1  Debemos  estas  breves  noticias  al  obispo  de  Pamplona  y  al  mismo  Die- 
go GaiUen.  Invitándole  en  14S3  á  que  hiciera  los  Loores  del  arzobispo  su 
tío,  le  decia  don  Alonso: 

Paes  TOS  como  hijo  {de  tan  buen  criado» 
oorado  y  querido  |  daqael  mi  señor, 
qaeo  y  ida  lo  fué  |  contador  mayor. 


virtud  y  crianza,  |  razón  os  nquexa, 
que  pongáis  las  manos  I  en  esta  labor. 


Diego,  respondiendo  á  esta  invitación,  observa:  cY  paes  me  meii  en  este 
Laberinto,  movido  por  le  servir  é  incitado  del  amor  que  al  dicho  señor 
siempre  tuve,  asi  por  el  tiempo  que  mi  padre,  que  Dios  haya,  fué  en  sa  ca- 
sa, como  porque  sus  magnificencias  fueron  tales  que  no  sólo  á  los  que  lu 
sentimos, mas  á  quantos  las  oyeron, aficionaron», etc.  (fóls.  ciu  v.  yciiii  r.). 
2     Lleva  por  epígrafe  en  la  única  edición  que  de  él  conocemos:  ^Panegi' 

• 

9rico  compuesto  por  Diego  Guillen  de  Avila,  en  alabanza  de  la  más  cathóUca 
•princesa  y  más  gloriosa  reyna  de  todas  las  reynas,  la  Reyna  doña  Isabel 
•nuestra  Señora,  que  santa  gloria  aya  é  á  su  alteza  dirigida».  Al  final  de* 
cia:  cFencscióse  esta  obra  en  Roma  por  Diego  Guillen  de  Avila  á  XXIIj  días 
de  julio  año  de  nouenta  é  nueve:  intitulóla  Panegírico,  que  quiere  dezir 
toda  gloria  é  alabanza:  es  vocablo  griego,  impuesto  por  algonos  latinos 
á  sus  obras,  donde  han  loado  emperadores,  reyes  y  grandes  príncipes»  • 


n/  P*,  CAP.  XIX.  BST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.  27S 

intemimpido  una  y  otra  vez  por  el  poco  reposo  que  las  tareas 
de  sa  oficio  le  consentían  ^;  y  fué  para  él  doloroso  en  extremo 
el  quB  tampoco  permitieran  á  la  Reina  Católica  examinarlo  «sus 
ocupaciones  y  dolencias».  Guillen,  que  legraba  darle  cima  en  23 
de  Julio  de  1499 ,  remitia  sin  embargo  el  Panegirico  &  doña 
Isabel  con  muy  devota  letra,  fechada  en  Roma  el  27  de  abril 
de  1500. 

Al  explicar  el  pensamiento,  que  animaba  su  obra,  escri- 
bía: «Finjo  que  caminando  por  una  selva,  hallo  una  casa  fa- 
*tídica,  donde  están  figuradas  todas  las  estorias  passadas,  presen- 
iles y  futuras,  é  que  aquí  hallé  las  tres  hadas,  cada  una  de  las 
"Qtiales  me  guia  en  una  destas  partes;  pues  en  la  primera  parte 
•tomo  por  guiadora  Átropos,  la  qual   dirigiéndome  algo  de 
•sos  propiedades  y  la  causa  de  mi  camino,  me  marca  quién  fué 
>el  primero  que  pobló  en  Cithia,  y  nombrándome  los  godos,  me 
'dice  algo  de  sus  hechos  y  todos  los  reyes  que  dellos  han  su- 
•Qedido...,  tocando  brevemente  algunas  cosas  de  cada  uno  dellos 
•haata  la  gloriosa  memoria  del  rey  don  Alonso,  vuestro  herma- 
*^o.  Aquí  dexada  Átropos ,  me  guia  Cloto  en  la  segunda  parte 
•del  presente,  y  narrándome  las  cosas  de  Vuestra  Alteza,  por  su 
*?ovemac¡on  se  muestra  su  prudencia:  en  esta  parte  primera- 
■naente  se  tracta  su  nascimiento  y  casamiento  y  venida  al  rey- 
*&o;  escriuo  la  guerra  que  Vuestras  Altezas  tuvieron  con  el  rey 


^^  vé  que  la  impresión  se  hizo  algunos  años  después  de  terminado  el  poe- 
^^9  niuerta  ya  la  Reina  Isabel;  y  en  efecto  la  primera  edición  es  de  1507 
^^iamanca),  y  la  segrunda  de  1509  (Valladolid). 

^  Dirigiéndose  á  la  Reina,  escribía  en  1500:  cMucbos  dias,  excelentísl- 
''^^  señora,  ha  que  comencé  esta  jornada;  pero  intercisa  algunas  veces  por 
*^  i  Incomodidad  y  poco  reposo  que  el  tiempo  me  ha  causado,  el  mismo 
*^^^%eo  que  para  dalle  fin  he  tenido,  enxirió  en  mí  con8tan9Ía  que  quan- 
*^^  ^ezes  he  sido  impedido  tantas  ha  solicitado  el  ánimo  mió  en  la  prose- 
^^^lon  della;  pero  tardándome  en  su  conclusión,  me  fué  necessario  esten- 

^*"la  más  de  lo  que  al  principio  pensé,  por  memorar  algunas  cosas,  que  en 

^^^  medio  tiempo  han  sucedido».  En  efecto,  narrada  en  la  segunda  parte 

^     Panegírico  la  conquista  de  Alhama,  decía:   cEl  autor  prosigue  esta 

^^^m  mucho  tiempo  después  que  la  comenfó;  muda  la  consonancia  de  los 

^^^^tro  versos  primeros,  é  finje  aver  dormido  el  tiempo  que  no  trabajó  en 


276   .       HISTORIA  CRÍTICA  Dl$  LA  LITERATURA  BSPAHOLA. 

»de  Portogal,  do  hecha  la  paz  y  loados  en  la  gouernacioD,  passo 
»&  la  tierra  de  Granada ,  donde  sigo  la  información  que  he  po- 
>dido  aver  hasta  su  conclusión.  Aqui  dexando  á  Cloto,  sigo  & 
•Laohisis  y  en  la  tercera  parte  de  lo  venidero,  la  qual  me  narra 
«algunas  cosas  passadas  por  futuras...;  é  assi  profetizando  que 
•Vuestras  Altezas  <  ganarán  por  África  hasta  Jerusalem,  dó  fin 
•&  la  obra.» 

Abrevia  grandemente  esta  exposición  el  estudio  del  Panegi-^ 
rico  y  poniendo  de  manifiesto  que  si  bien  la  materia  era  históri-- 
cQy  la  forma  literaria  seguia  siendo  dantesca  j  como  lo  era  en  Los 
doce  triunfos  del  Cartujano.  Dividido  en  tres  partes,  vemos  en 
todas  luchar  al  poeta  con  el  anhelo  de  la  fidelidad  en  la  exposi* 
cion  de  los  hechos,  lo  cual  suscita  &  su  musa  frecuentes  dificul* 
tades  y  obstáculos.  En  medio  de  estos  inconvenientes ,  extremá- 
base Diego  Guillen  por  derramar  en  sus  versos  la  erudición  clási- 
ca que  acaudala  en  Roma,  y  daba  inequívocas  pruebas  de  que  no 
eran  infundados  los  elogios  de  sus  coetáneos.  Vivas  y  brillantes 
pinceladas,  que  bastan  á  revelar  el  carácter  de  los  personajes 
por  él  conmemorados;  descripciones  llenas  de  movimiento  y  en- 
riquecidas de  bellas  circunstancias;  comparaciones  fáciles,  nata- 
rales  y  sencillas,  que  prestan  notable  realce  y  verdad  á  sus  pin- 
turas... hé  aqui  las  virtudes  poéticas,  que  dan  al  hijo  de  Pero 
Guillen  lugar  señalado  entre  los  poetas  de  su  tiempo,  y  que  nos 
mueven  á  consignar  su  nombre  en  la  historia  de  las  letras  pa- 
trias. No  podemos  comprobarlas  todas  con  ejemplos  tomados  del 
Panegírico:  para  que  sea  dado  á  los  lectores  juzgar  de  la  exac- 
titud de  nuestros  asertos,  parécenos  bien  fijar,  sin  embargo, 
nuestras  miradas  en  el  pasaje,  destinado  á  narrar  el  nacimiento 
de  la  Reina  Isabel.  Átropos  dice: 

...Qoando  los  aires  gostó  de  la  vida, 
la  clara  Lucina  estava  presente: 
hilava  yo  alegre,  de  blanco  vestida 
el  candido  hilo,  muy  resplandeciente. 


1  Obsérvese  aquí  la  semejanza  de  aspiraciones  en  todos  los  poetas  cas- 
tellanos, respecto  del  imperio  español:  lo  mismo  habia  dicho  Juan  del 
Enzina,  y  repitieron  adelante  notables  poetas  é  historiadores. 


n.*  P.^  CAP.  XIX.  EST.  DB  LA  P.    BAJO  EL  R.  DE  fiOS  R.  C.   277 

En  mi  blando  genio  la  puse  plaziente; 
por  suerte  infalible  le  hé  prometido 
memoria  perpetua,  gran  yida  j  marido, 
riquezas  7  rejnos,  progenie  excelente. 

Estava  conmigo  la  Naturaleza; 
su  gesto  con  mano  sotil  adohiava 
de  tan  radiante  7  clara  belleza, 
que  todos  los  gestos  humanos  sobraua. 
Sus  miembros  ebúrneos  assi  conformaua 
en  tal  proporción,  grandeza  7  m&nsura 
ique  quien  las  contempla^  verá  en  su  figura 
beldades,  que  Ter  jamás  no  peñsaua. 

Las  Gracias  le  dieron  preciosa  guirnalda 
de  ramos  fragantes,  mezclados  con  flores; 
de  lirios,  de  rosas  hinchieron  mi  halda, 
de  timbra,  que  daua  suayes  olores. 
Espíranle,  envueltos  en  dulces  liquores, 
sus  nombres,  sus  fuergas,  assi  verdaderas, 
que  se  le  infundieron  tan  grandes  7  enteras, 
que  consigo  mismas  no  quedan  ma7ores. 

Volauan  en  tomo  alegres,  ornados, 
los  dulces  amores  que  á  verla  venian; 
las  viras  sabrosas,  los  arcos  dorados 
tendidos,  lentados  7  floxos  traian. 
Después  que  la  vieron,  consigo  dezian: 
cPues  questa  princesa  por  fuerza  nos  pisa, 
l^s  flechas  le  demos  que  sean  su  divisa; 
podrían  más  con  ella  que  con  nos  podían». 

La  Virgen  Astrea  descendió  del  gielo, 
de  sus  compañeras  en  tomo  groada; 
perdido  del  todo  el  viejo  rebelo, 
nasgida  esta  re7na,  do  hagan  morada. 
Después  que  le  dieron  corona  almenada, 
obraron  consigo  sotil  vestidura, 
con  que  la  vistieron  de  tal  hermosura 
que  siempre  le  tiene  el  alma  adornada  i. 

^adie  habrá  que  no  reconozca  en  este  pasaje  las  dotes  poéticas, 


Los  pasajes  descriptivos  análogos  al  presente,  abundan  en  todo  el 
ma:  merece  entre  todos  citarse  la  pintura  del  alcázar,  habitado  por  la 
ina  Isabel, 

.   .    .   palacio  de  tantos  labores 
qae  apenas  lo  siente  hamano  sentido. 


278  BISTORIA  CRITICA  OB  LA  UTERATÜRA  ISPAltOLA. 

que  hemos  atribuido  &  Diego  Goillen ;  dotes  que  brillan  igoal- 
mente  en  otro  poema  suyo,  asimismo  alegórico^  escrito  en  Roma& 
ruego  del  obispo  de  Pamplona,  don  Alooso  Carrillo  ^.  Tenia  esta 
obra  por  objeto  las  alabanzas  del  arzobispo  de  Toledo,  en  cnya 
casa  había  recibido  educación  el  hijo  de  Pero  Goillen  de  Sego- 
yia;  y  asi  como  este  no  escaseó  los  elogios  del  Mecenas  al  escrí^ 
bir  su  Yida,  mostróse  Diego  por  dem&s  pródigo  en  loores,  cir- 
cunstancia que  rebaja  no  poco  el  mérito  de  sus  versos.  Las  for- 
mas de  este  poema,  que  remitía  en  20  de  diciembre  de  1483  & 
manos  del  obispo  de  Pamplona,  nos  mueven  sin  embargo  &  de- 
tenemos un  instante  en  su  ex&men.  Diego  Guillen,  trasportán- 
dose al  tiempo,  en  que  fallece  don  Alonso  Carrillo,  «finje  des- 
«cender  al  Infierno^  donde  toma  por  guiador  al  Dante,  por  auer 
» escrito  desta  materia...  De  alli  pasa  brevemente  por  el  Purga- 
y^tario,  y  salido  de  los  infernales  limites,  halla  al  arzobispo  & 
»vista  de  los  Elüeoi^  .donde  finje  auer  hallado  la  fama.  Narradas 
«algunas  cosas  especiales  que  [el  arzobispo],  assi  en  las  cosas  de 
•la  guerra  como  en  magnifiQenQías  obró,  pone  algunas  estorias 
•de  romanos  y  de  otras  gentes,  que  le  nombra  allí  el  Dante;  y 
•dexando  &  este...,  invoca  la  gragia  divina,  con  la  cual  sube 
•hasta  el  gielo  Empíreo ,  viendo  4  la  par  subir  al  arzobispo  al 
•verdadero  honor,  ques  Dios. •—Ninguno  de  los  lectores  há 
menester  que  le  digamos  hasta  qué  punto  imita  aquí  Diego  Gui- 
llen la  Divina  Cammedia:  tampoco  juzgamos  necesario  notar  que 
no  era  esta  la  primera  vez,  en  que  fué  tomado  el  mismo  Dante 
por  guia  y  maestro  en  el  parnaso  castellano  ^. 


1  El  obispo  dirigia  á  Diego  Guillen  notable  poesía,  ganando  con  ella 
títalo  de  trovador. — Compónese  de  diez  octavas  de  arte  mayor,  que  em- 
piezan: 

Aquel  que  la  gracia  os  dio  tan  perfecta 
con  llDdo  saber  eo  dul^e  poesía,  etc. 

2  Nuestros  lectores  recordarán  en  efecto  el  Dezyr  de  las  Siete  Virtth- 
des  y  tí  Triunfo  del  Marqués  de  SaniiUana,  en  que  directamente  es  el 
Dante  maestro  y  guia,  Diego  Guillen,  al  penetrar  en  el  Inflernoi  vio  á  su 
lado  la  sombra  del  cantor  de  Beatriz,  el  cual  le  dice: 

MoTióme  contigo  1  aquella  piedad, 
que  en  el  Mantaano  |  yo  mismo  sentí. 


n/P.yCAP.  XIX.  EST.  DELi^  P.  BAJO  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   279* 

Qneda  pues  comprobado  que  aun  al  tratar  los  asuntos  histó- 
I,  ejerció  la  imitaciou  dantesca  notabilísima  influencia  res- 
t^^^Mto  de  los  más  doctos  poetas  que  ilustran  el  reinado  de  Isabel 
Católica.  Al  anhelo  de  no  alterar  la  verdad  de  los  hechos  sa- 
íflcaban,  sin  embargo,  la  belleza  de  la  ñccion,  como  sacrifica- 
iHualas  galas  de  estilo  y  de  lenguaje  al  invencible  empeño  de 
mostrar  sus  conocimientos  en  la  historia,  la  mitología  y  las  len- 
guas de  la  antigüedad  clásica  ^ — Daba  testimonio  de  lo  primero, 
tal  vez  sobre  todos  los  ingenios  coetáneos,  Hernando  de  Rivera, 
que  florece  también  bajo  los  Reyes  Católicos,  y  que  al  paso  que 
CQ  tal  manera  renunciaba  al  verdadero  galardón  del  poeta,  gaáa- 
bsL  la  estimación  de  fiel  narrador  y  de  verdadero  cronista.  «^Her- 
•Dando  de  Rivera,  vecino  de  Baza  (decía  un  autor  del  tiempo), 
•escribió  la  guerra  del  reino  de  Granada  en  metro;  y  en  la  ver- 
*<lacl,  según  muchas  veces  oí  al  Rey  Católico,  aquello  decia  él 
*que  era  lo  cierto,  porque  en  pasando  algún  hecho  ó  acto  digno 
•de  se  escrebir,  lo  ponia  en  coplas  y  se  leia  á  la  mesa  de  su  Al^- 
*^eza,  donde  estaban  los  que  en  lo  hacer  se  habían  hallado,  é  lo 
*  aprobaban  ó  corregían,  según  en  la  verdad  había  pasado»  ^. 


qnando  me  galo  |  por  la  escnrldad 
d'aqaestos  abismos,  |  do  en  Tlda  me  ti. 

p^n  esta  declaración,  no  puede  maravillarnos  que,  al  pintar  por  ejemplo  los 
'<l6l^tras,  los  herejes,  los  hipócritas,  etc.,  Guillen  aspire  á  poner  en  boca 
^^1   Dante  sus  propias  descripciones. 

^      Este  constante  anhelo  de  los  eruditos,  durante  la  edad  media,  los  ca- 

'^^t^riza  grandemente  en  la  edad  que  historiamos.  Pero  logrados  ya  mayo- 

f^^  ^Conocimientos,  justo  nos  parece  advertir  que  vá  siendo  cada  dia  menor  la 

'^^^cperiencia  clásica.  Guillen,  como  Padilla^  si  no  alcanza  aun  aquella  dig- 

^    Sobriedad,  que  iba  en  breve  á  brillar  en  los  poetas  castellanos,  muestra 

^    ^^n  modo  evidente  que  al  emplear  la  historia,  y  sobre  todo  la  mitología, 

.     *^^ba  ya  con  mayor  conocimiento  de  causa.  Lo  mismo  sucede  respecto  de 

*  ^ngua:  procura,  como  Padilla,  enriquecer  el  dialecto  poéUco;  como  él 

.  ^^^e  al  latin  y  aun  al  griego,  no  desdeñado  el  italiano;  pero  si  no  es  po- 

.  ^^  <  aceptar  hoy  todas  las  voces  por  él  empleadas,  no  por  esta  es  menos 

^'^le  su  empeño,  ni  menos  palpable  su  erudición  filológica,  mostrando 

.'^^^^'amente  la  situación  en  que  se  hallaban  los  poetas  eruditos;  observa- 

^^H  de  grande  importancia,  al  trazar  la   historia  del  arte  en  nuestro 

'esslo. 

^    No  sabemos  si  llegó  á  imprimirse  este  singular  poema.  Galindcz  Car- 


280  HISTORIA   CRtTICA  DE   LA   LITERATURA  SSPAÜOLA, 

Cierto  es  que  la  guerra  de  Granada  ofrece  muchos  sucesos, 
donde  realmente  resplandece  el  interés  de  la  epopeya;  mas  ni  to- 
dos los  actos  participaban  de  igual  carácter,  ni  podian,  tales  co- 
mo acaecieron,  presentar  aquel  conjunto  ajrmónico  que  consti- 
tuye la  unidad  de  toda  creación  artística.  Asi-,  la  fidelidad  de 
Hernando  de  Rivera,  dando  &  sus  narraciones  el  aspecto  de  una 
crónica,  si  le  hermanaba  en  cierto  modo  con  los  antiguos  can- 
tores castellanos  ^,  poníale  en  desacuerdo  con  las  no  dudosas  as- 
piraciones que  debia  realizar  el  arte  en  cercano  porvenir,  siendo 
por  cierto  de  lamentarse  que  este  errado  concepto  de  la  poesi^  y 
de  la  historia  privara  &  la  España  del  siglo  XY,  como  notamos  en 
otro  lugar,  de  un  poeta  épico,  digno  de  la  gloria  de  los  Reyes 
Católicos  ^. 


vajal  en  su  Rdacion  y  registro  de  los  lugares f  donde  el  Rey  y  Reina  Ca- 
tólicos estuvieron  (de  1468  hasta  su  muerte),  manifiesta  que  fué  en  par- 
te cercenado  por  la  vanidad  del  Almirante  don  Enrique  £nriquez,  tío  del 
rey;  porque  Ribera  se  negó  á  poner,  como  una  grande  hazaña,  el  hecho 
fortuito  de  haber  herido  á  don  £nrique  una  bala,  de  rebote  (Introducción). 
Galind^z  no  vacila  en  designar  el  poema  con  nombre  de  Crónica, 

1  Véase  el  cap.  XXI  del  II  Subciclo,  t.  IV,  pág.  411  y  siguientes, 

2  Entre  los  poemas  ó  narraciones  históricas  en  metros,  que  se  escribie- 
ron en  los  últimos  años  de  los  Reyes  Católicos,  puede  citarse  la  que  lleva 
por  nombre  La  Arlantina,  debida  á  fray  Gonzalo  Arredondo,  quien  alcan- 
zando buena  parte  del  reinado  de  Carlos  V,  aspiró  al  lauro  de  historiador, 
dedicando  al  César  la  Historia  de  Fernán  González,  Volveremos  á  men- 
cionarle en  este  concepto  opof tunamente.  Por  lo  que  toca  á  la  Arlantina^ 
conviene  consignar  quí^  está  escrito  este  poema  en  versos  de  arte  mayor,  y 
carece  de  todo  mérito  poético  (Biblioteca  de  la  Real  Academia  de  la  Histp- 
ria,  estante  26,  grada  2.  D,  núm.  42).  En  el  mismo  concepto  pueden  citar- 
se la  Historia  Parthenopea  de  Alfonso  Fernandez,  obra  escrita  asimismo 
en  metros  de  cuatro  cadencias,  bien  que  ajena  de  verdadero  mérito  artísti- 
co (Roma,  1516,  fól.  m.);  la  Obra  fecha  por  Hernán  Vázquez  de  Tapia^ 
escribiendo  en  summa  algo  de  las  fiestas  é  recibimientos,  que  se  hicieron 
á  doña  Margarita  de  Flandes,  esposa  del  malogrado  príncipe  don  Juan 
(Sevilla,  1497,  fól.,  cdic.  de  Ungut  y  Polono),  y  aun  el  Libro  de  las  Va- 
lencianas lamentaciones,  de  Juan  de  Narvacz,en  que  se  elogia  por  extremo 
al  Gran  Capitán,  si  bien  con  poca  fortuna  poética.  Conveniente  juzgamos 
repetirlo:  todas  estas  y  otras  obras  análogas  hacen  más  sensible  en  la  edad 
que  estudiamos,  la  falta  de  un  verdadero  poeta,  digno  y  capaz  de  personifi- 


n/  P.y  CAP.  XIX.  BST.  DB  LA  P.   BAJO  BL  R.  PB  LOS  R.  G.  281 

La  poesía  puramente  lírica ,  aspiraba  en  tanto  &  reflejar  algu- 
na parte  de  aquella  gloria.  Entre  todos  los  poetas  (jue  ya  predi- 
ca los  altos  triunfos  de  Isabel,  ya  ensalzan  sus  virtudes,  no  eá 
.vara  olvidado  el  converso  Pedro  de  Cartagena,  miembro  de  una 
^JUmliíL  de  distinguidos  escritores,  de  quienes  hemos  tratado  eñ 
xsomentos  oportunos  K  Último  hijo  de  Pablo  de  Santa  María,  ha- 
sido  en  su  juventud  guarda  del  cuerpo  de  don  Juan  Ü,  dis- 
fuiéndose  después  en  muchos  encuentros  y  batallas  f  mere- 
plaza  en'  el  Consejo  de  Enrique  lY  y  de  los  Reyes  Cató- 
^.  Admirador,  como  todos  sus  contemporáneos,  de  las  raras 
ndas  de  Isabel,  quiso  Pedro  de  Cartagena  rendirle  el  tributo 
3u  respeto,  si  bien  confesándose  impotente  para  celebrar  sus 
.udes: 

Quando  más  se  ensoberbece, 
el  rio  en  la  mar  non  mella: 
que  echen  agua  non  la  acres^e; 
nin  tampoco  la  descres^, 
el  que  saquen  agua  de  ella. 

si  era,  en  concepto  del  poeta  y  caballero  converso,  la  gran- 
de Isabel  la  Católica:  su  singular  virtud  no  tenia  par  en  la 
a  y  era  segunda  en  el  cielo,  deparándole  Dios  la  inmarcesi- 
gloria  de  poner  término  á  la  «comenzada  empresa  de  Grana- 
y  de  reducir  á  su  imperio  el  mundo  entero ;  generosa  aspi- 
ion  á  la  monarquía  universal  generalmente  abrigada  y  dorado 
2o  de  los  siguientes  reinados.  El  hijo  del  Gran  Canciller  de 
tilla  animaba  sus  versos  de  brillantes  pinceladas  y  de  concep- 
ele vados;  pero  la  obra  á  que  nos  referimos,  mostraba  en  me- 
del  enérgico  entusiasmo  que  la  inspira ,  ciertos  resabios  de 
gusto,  comunes  en  verdad  á  los  trovadores  de  su  tiempo  ^. 


^^«>  lo  cual  revela  claramente  el  estado  de  transición,  en  que  el  arte  se 
^^l^^ba,  por  las  razones  una  y  otra  vez  expuestas  y  quilatadas. 

^       Véanse  los  capítulos  VI,  VIÍ,  VIII,  X,  XII  y  XVII  de  este  II.*>  Subcíclo. 

^  Remitimos  á  los  lectores  al  capítulo  XI  del  Ensayo  II  de  nuestros 
**^'^4<íio«  sobre  los  judíos  de  España. 

^  Aludimos  especialmente  al  Juego  de  las  letras,  que  componen  el  nom- 
'^    ^e  Granada  en  estos  versos: 

Dios  qaerrá,  sio  qae  se  yerre, 


L 


282  RISTOaiÁ  GUITICA  OBLA  LITBRATDIIA  BSPÁfIOLA. 

Entre  las  producciones  qae  fijan  los  sucesos  de  aquella  época 
y  que  prueban  esta  observación,  parécenos  conveniente  recordar 
la  Elegía  consagrada  á  plañir  la  muerte  dé  la  reyna  daña  Isa-- 
hely  reyna  d^ España  y  de  las  dos  Cecilias.  Escribiéronla  Mossen 
Crespl  de  Yaldaura  y  Hossen  Trillas,  trovadores  ambos  nacidos 
en  el  suelo  de  Cataluña  y  ambos  cultivadores  de  la  lengua  caste- 
llana. La  reina  Isabel  era  á  sus  ojos  fénix  de  todas  las  reinas  y 
firme  columna  del  mundo,  que  sólo  halla  superior  en  la  Madre 
de  Dios:  el  triunfo  de  su  muerte ,  no  menos  grande  que  las  vic- 
torias de  su  vida,  es  celebrado  por  los  ángeles,  mientras  amargo 
llanto  riega  el  sepulcro  de  la  que  habia  sido  columna  inmortal 
de  gloria^  volviendo  entrambos  poetas  sus  miradas  á  la  Virgen^ 
para  demandarles  la  corona  de  la  fé,  en  cuya  defensa  no  habia 
tenido  Isabel  companera.  Lástima  es  que  cediendo  Yaldaura  y 
Trillas  al  imperio  de  la  imitación,  si  emplearon  en  esta  singular 
elegía  el  metro  de  arte  mayor,  intentaran  someterlo  á  la  estre- 
cha ley  de  la  sextinas,  combinación  que  hallaba  en  el  parnaso 
italiano  escaso  cultivo  y  que  no  logró  echar  profundas  raices  en  el 
castellano,  ni  aun  en  la  época  más  feliz  de  la  escuela  latino- tos- 
cana,  designada  primero  con  título  de  petrarquista  ^. 


qae  rematéis  yos  la  R 
en  el  nombre  de  Granada, 

Otros  muchos  poetas  se  extremaron  en  este  singular  y  puerU  artificio,  bas- 
tándonos citar  ahora  á  Luis  de  Tovar,  quien  en  una  sola  copla  logró  me- 
ter hasta  nueve  nombres  (Cancionero  de  1511,  fól.  167  y.),  á  Pinar  que 
hizo  análogo  uso  en  su  JtAego  trovado,  y  el  mismo  Cartagena,  elogiando  á 
una  dama,  llamada  doña  Mencia  (id.,  id.,  fól.  86). 

1  Esta  poesía,  en  que  no  han  reparado  hasta  ahora  los  críticos,  consta 
de  siete  estrofas,  en  que  van  alternativamente  Trillas  y  Mossen  Crespí  de 
Yaldaura  elogiando  las  virtudes  de  la  reina.  Empieza  así,  hablando 
Trillas: 

La  muerte,  que  Ura )  con  tiros  de  piedra, 
matando  de  todas  |  las  reynas  el  fénix; 
ennoblecer  quiso  |  en  baxo  sepulcro 
daqaella  tan  alta  |  después  de  la  Virgen 
y  santas  benditas;  |  ganó  tal  triunfo 
que  fué  deste  mundo  j  la  firme  columpna. 

Todo  el  artificio  artístico  consiste  en  repetirse  en  cada  estrofa  de  una  ma- 


o/  P»y  CAP.  XIX.  B8T.  DB  LA  P.  BAJO  EL  R.  DB  LOS  R.  C.   283 

Como  quiera,  tanto  esta  elegía  oomo  todas  las  obras  que  lle- 
examinadas  en  las  esferas  eruditas,  nos  advierten  de  que 
nc^Ientras  la  lengua  de'Castilla  se  erigia  en  lengua  universal  li* 
Ves-aria  en  toda  la  Península  ^,  iba  granando  el  fruto  de  la  imita- 


inv^sa  y  artifldosaamente   encadenados,  los  mismos  consonanteSt 

'  á  qae  los  petrarquistas  y  sus  discípulos  se  ajustaron,  al  adoptar  los 

tros  toseanos.  En  cuanto  á  la  indicación  que  hacemos  respecto  de  las 

laudatorias  de  la  reina  Isabel,  parécenos  bien  añadir  aquí   que 

tre  las  mis  notables,  merece  citarse,  por  lo  hiperbólica,  la  Cuncion  que 

atoa  de  Ifontord,  viejo  ya,  le  consagra.  Empieza  así:  > 

Alta  reyna  soberana, 
si  faérades  aotes  tos 
que  la  bija  do  Santa  Ana, 
de  ues  el  QJo  de  Dios 
resflbtera  carne  bumana. 

CaneUm  tuvo  no  pocas  contradicciones:  principalmente  Francisco  Va- 
no menos  apasionado  de  la  reina  Isabel  que  todos  sus  coetáneos,  mos- 
^^óie  escandalizado,  escribiendo  un  largo  dezir,  en  que  se  proponía  probar 
^Uc  li  doña  Isabel  aparecía  dotada  de  toda  virtud,  ai  fin  era  tanUfien  tier' 
(Cancionero  de  1511,  fól.  Ixxv.  v).  No  se  olvide  que  Antón  de  Montero 
converso,  y  sobre  todo  que  la  Reina  Católica  rescató  á  los  de  Andaln- 
de  cruel  matanza,  al  sentarse  en  el  trono.  La  Canción  de  Montero  se 
'^fiere  sin  duda  á  esta  ¿poca. 

t    Entre  los  más  insignes  testimonios  de  esta  importantísima  verdad  his- 

^■*iea^  no  podemos  dejar  de  mencionar  aquí  al  poeta  Moner,  cuyo  Cancio^ 

^^^^  citamos  en  lugar  oportuno  (tomo  VI,  Ilustración,  pág.  535).^  Nacido 

^^  ^«rpiñan,  plaza  que  defendió  su  padre  contra  los  franceses,  como  vasa- 

^  de  don  Juan  II,  entró  en  la  juventud  al  servicio  del  príncipe  don  Fer- 

^^<lo  en  calidad  de  paje;  y  sentado  ya  en  el  trono,  envióle  eftte  rey  de 

'^ bajador  al  de  Francia,  en  cuya  corte  vivió  por  espacio  de  dos  años.  Vuel- 

^   ^  ^paña,  tomó  parle,  como  caballero,  en  la  guerra  de  Granada,  y  ren- 

'^^    esta  en  1492,  retiróse  á  Barcelona,  donde  abrazó  la  vida  de  religión^ 

.    T^^ndo  el  hábito  de  los  frailes  menores^  Murió  en  aquella  ciudad  y  dejó 

^^  i  tas  sos  obras,   que  recogió ,  como  pudo  ,  aunque  sin  completarlas, 

^«imo  suyo,  llamado  Miguel  Berenguer  de  Barutel,  á  quien  debemos 

^  ^^  noticias.  Dedicó  este  los  versos  de  Moner  á  don  Fernando  Folch 

^^«irdona  y  diólos  á  luz  en  1528,  con  este  epígrafe:    cObras  nuevamen* 

^^       -imprimidas,  así  en  prosa  como  en  metro,  de  Moner,  las  más  dellas  en 

^^ua  casteUana  y  algunas   en  su  lengua  natural  catalana»  ,  etc.  Al 

j  repitiendo  la  misma  indicación,  hizo  esta  declaración  importante: 

^^  acaban  las  obras  que  se  han  podido  hallar  de  Moner,  en  prosa  y  en 


284  AISTORIÁ  GRtTIGÁ  DB  LA  LITERATURA  BSPAltOLA* 

oion  lírico-italiana,  acercándose  el  instante  en  que  llegado  ft  en- 
tera sazón,  produjese  respecto  de  la  poesía  vulgar  el  mismo  efeo- 
to,  que  habia  dado  ya  en  orden  á  los  latinistas. 

Pero  esta  transformación  no  era  sola  en  la  historia  del  arte.  Si 
desde  los  primeros  dias  de  su  existencia  hemos  tenido  ocasión 
de  señalar  el  doble  y  sucesivo  desarrollo  que  &  nuestra  vista 
ofrece  en  las  regiones,  ya  eruditas,  ya  populares;  si  hemos  pro- 
curado una  y  otra  vez  fijar  las  mutuas  relaciones,  que  entre  am- 
bos parnasos  existen,  importante  sobremanera  nos  parece  aho- 
ra el  observar  que  mientras  en  la  primera  mitad  del  siglo  XV 
eran  só]p  patrimonio  de  gente  haxa  é  de  servil  condición^  segon 
habia  afirmado  el  Marqués  de  Santillana ,  al  declinar  de  la  mis- 
ma centuria,  apenas  existia  un  procer  trovador,  ni  un  erudito 
que  no  cultivase  las  formas  más  genuinamente  populares, .  ora 
glosando  los  romances  viejos,  ora  escribiendo  otros  nuevos  y 


«metro,  así  en  lengua  castellana  como  en  su  natural  catalana:  enmendadas 
»con  harto  trabajo,  por  ser  en  los  traslados  que  se  han  haUado  de  ellas, 
«corruptas  y  muy  mal  escritas.  Imprimidas  en  la  insigne  ^ibdad  de  Baree- 
•lona  por  Carlos  Amorós  á  gastos  de  quien  hoy  más  ama  y  deve  al  autor  de- 
pilas. Any  de  la  Nativitat  de  Nostre  Redemptor  MDXXVIII». — Se  vé  pues 
que  Moner  fué  uno  de  aquellos  ingenios  que,  sin  renunciar  al  materno  ro<- 
manee  catalán,  cultivaron  repetidamente  la  lengua  propiamente  española, 
no  careciendo  en  este  empeño  de  fortuna.  Las  obras  castellanas  más  nota- 
bles, entfc  las  recogidas  por  Berenguer  de  Barutel,  son  las  siguientes:  F¿- 
da  humana,  apellidada  también  Noche  de  Moner  (prosa  y  verso),  dedica- 
da á  doña  Juana  de  Cardona; — La  Paciencia,  á  la  marquesa  de  Cotro; — 
Sobxe  la  ciega  voluntad  de  los  enamorados; — La  Muerte  de  Amor;-^ 
Contención  entre  el  Cuerpo  y  el  Alma,  glosa  de  siete  metros  antiguos; — 
Canciones,  motes,  glosas  y  respuestas; — Coplas  á  la  Virgen,  hechas  á 
ruego  de  su  madre; — Coplas  á  la  Virgen  de  Monserrat; —  A  Cartagena, 
canción; — Canciones  y  lohores  á  varios  señores.— Knire  las  obras  catala- 
nas, merece  sin  duda  el  primer  lugar  la  que  lleva  por  título:  L* Anima 
de  Oliver,  diálogo  en  que  se  disputa  sobre  el  libre  albedno,  deduciéndose 
que  nadie,  sin  perder  la  razón,  es  esclavo  de  las  pasiones.  £1  libro  de  Mo- 
ner es  tan  peregrino  que  no  ha  llegado  á  conocimiento  ni  aun  de  los  más 
doctos.  La  Biblioteca  provincial  de  Toledo  posee  un  ejemplar  de  estas 
obras,  aunque  algo  maltratado:  de  él  nos  hemos  servido  para  nuestro  estu- 
dio. Amat  cita  otro  ejemplar  existente  en  la  Episcopal  de  Barcelona  (Dic- 
ci9nario,  pág.  426). 


n/P.y  GAP.  XIX.  BST.  DBLA  P.  BAJO  EL  R.  DB  LOS  R.  G.   285 

ly&ndose  aUernatiramente  en  todo  linaje  de  asuntos.— His* 
TíooSy  religiosos  I  eaballerescos,  amorosos,  y  aun  de  clásica  ern«* 
dmcícm  son  en  efecto  los  numerosos  romances  debidos  &  los  poetas 
cc^rtesanos,  que  florecen  bajo  el  cetro  de  los  Reyes  Católicos;  y 
clI  lado  de  los  nombres  de  Fray  íñigo  López  de  Mendoza,  Juan 
d^  Enzina  y  Pedro  de  Urrea,  quienes  no  desdeñaron  contarse 
oi3tre  los  poetas  ínfimos^  según  los  apellidaban  los  doctos  de  la 
CMSrte  de  don  Juan  II  ^ ,  hallamos  á  los  magnates  castellanos, 
&x*agoneses  y  catalanes  don  Juan  Manuel,  don  Pedro  de  Acuña, 
don  Alonso  de  Cardona,  don  Luis  de  Castelvl,  don  Juan  de  Lei- 
^21,  y  oon  ellos  los  comendadores  Ávila  y  Soria,  y  los  caballeros 
LK3pe  de  Sosa,  Luis  de  Vivero,  Diego  de  Zamora,  Quirós,  Du-^ 
rsango,  Tapia ,  Pinar,  y  Tallante  *.  Ni  esquivan  el  seguir  la  mis- 
ma senda  trovadores  tan  autorizados,  como  un  Garcí  Sánchez  de 
^^ajoz,  que  gozaba  reputación  de  entendido  entre  los  cortesa- 
i^os  3  y  un  Diego  de  San  Pedro,  cuya  respetable  edad,  no  menos 


1  Véase  la  Ilustraoion  IV.*  del  tomo  II  y  el  capítulo  VUI  de  esU  U/ 
^arte,  Subciclo  II. 

2  Auii.que  hablaremos  después  de  la  poesía  popular,  manifestando  cuál 
f'ué  8u  desarrollo  hasta  lle^r  al  siglo  XVI,  hemos  juzgado  conveniente 
Consignar  aquí  este  hecho,  porque  es  su  importancia  tanto  más  digna  de 
''^pararse  cnanto  que  muy  doctos  escritores  de  nuestros  dias  se  obstinan  en 
'^gar  que  antes  de  la  referida  centuria  escribiesen  romanas  los  poetas 
eruditos.  No  ya  los  eruditos  simplemente,  sino  los  trovadores  cortesanos, 
^  cabaüeroB,  como  nos  declara  con  toda  seguridad  el  aragonés  don  Pedro 
^nuel  de  Urrea,  componían  romances  de  todos  géneros,  y  lo  que  es  más  de 
notar  y  glosaban  los  llamados  ya  entonces  viejos,  ó  los  refundian  dedicán- 
dolos á  distintos  asuntos.  Sentado  el  hecho,  obtendremos  sus  legítimas 
cons^Qencias  con  la  oportunidad  conveniente. 

^     Garcí  Sánchez   de  Badajoz  alcanzó  mayor  celebridad  por  sus  hiper* 

Plicas  exageraciones  amorosas,  que  por  .su  verdadero  mérito  poético.  Si- 

Riendo  la  arriesgada  senda  de  los  que  mezclaban  las  cosas  divinas  en  sos 

^^¿rios  eróticos,  escribió  las  Lipíones  de  Job  apropiadas  á  sus  passiones  de 

^'"'^OTf  cuyas  impiedades  obligaron  al  Santo  Oficio  á  prohibirlas,  mandan- 

j^^^«  borrar  en  todos  los  Cancioneros  (fol.  CXIX  del  de  1511).  Su  Infierno 

^^or,  ficción  dantesca,  en  que  menciona  á  los  galanes,  que  vido  presos 

•o  casa  d^amor,  ya  vivos,  ya  pasados,  gozó  no  obstante  del  aplauso  de 

^o«tos  y  es  hoy  un  documento  verdaderamente  histórico,  pues  que  to* 

*^«  penados  eran  trovadores  de  los  últimos  reinados,  ó  coetáneos  su-* 


286  HISTORU  CRÍTICA  DB  LA  LlTSRATimA  BSPAftOLA* 

que  su  ingenio,  le  conservaba  la  consideración  de  los  mis  discre- 
tos ^,  figurando  por  último  entre  los  que  se  pagaban  de  glosar  y 
componer  romances  Francisco  de  León  y  Nicolás  Nuñez,  favore- 
cidos ambos  en  la  corte  y  palacio  de  los  Reyes  Católicos  K  ' 


yo8.  Los  galanes  son:  Macfas,  Rodrigrnez  del  Padrón,  el  Marqués  de  8mn- 
tillana,  Monsalves,  Guevara,  don  Rodrigo  de  Mendoza,  Joan  de  Mena,  don 
Diego  López  de  Haro,  don  Jorge  Manrique,  Diego  de  San  Pedro»  Juan  de 
Hinestosa,  Cartagena,  el  Vizconde  de  Altamira,  don  Luis,  su  hermano,  don 
Diego  de  Mendoza,  Luis  de  Torres,  don  Manrique  de  Lara,  don  Bernardino 
de  Yelasco,  don  Hernando  de  Ayala,  don  Estevan  de  Gozman^  el  Comen- 
dador Hinestosa,  don  Bernardino  Manrique,  don  Iñigo  Blanrique,  don  Diego 
de  Castilla,  don  Antonio  y  don  Sancho  de  Velasco,  A  riño,  don  Alvar  Pérez, 
don  Alfonso,  su  hermano,  y  don  Manuel  de  León. — Garci  Sánchez  de  Bada- 
joz escribió  también  reqüestas,  canciones,  villancicos  y  dezires,  y  como  vá 
notado,  algunos  romances:  en  el  Cancionero  de  1511  al  fól.  136  v.  halla- 
mos el  que  empieza: 

Caminando  por  mis  males, 

alongado  d'e8peraD9a. 

Conviene  advertir  que  no  debe  confundirse  Garci  Sánchez  con  otro  tro- 
vador, llamado  también  Badajoz,  el  cual  era  músico  de  la  corte.  Tiene  este 
canciones,  respttestas  y  villancicos  en  los  Cancioneros. 

1  V^ase  el  capítulo  XII  del  tomo  anterior  ,  donde  estudiamos  su  famosa 
Cárcel  de  Amor, — Como  Gómez  Manrique,  Juan  Alvarez  Gato,  Mossen  Die- 
go de  Valera  y  otros,  alcanza  gran  parte  del  reinado  que  ahora  historiamos, 
con  gran  reputación  entre  los  trovadores.  Entre  los  romances  que  escribe, 
existen  el  que  compuso,  contrahaciendo  el  viejo  que  dise:  Yo  m* estova  en 
BarbadiUo,,.,  y  el  trocado  por  el  que  dize:  Reniego  de  ti,  iíoAoma.  Empie- 
zan: 

1.*   To  me  eslava  en  pensamiento. 
2.*   Reniego  de  ti.  Amor. 

2  Tienen  romances  y  glosas  en  el  citado  Cancionero  de  151 1.  Y  á  pro- 
pósito de  las  glosas,  aditamentos  y  transformaciones  que  ensayan  los  poetas 
de  fines  del  siglo  XV,  mostrando  así  que  á  pesar  de  la  influencia  clásica, 
no  perdían  de  vista  los  tesoros  de  la  poesía  nacional,  parécenos  oportuno 
citar  aquí,  entre  otras  obras,  la  Danta  de  la  Muerte,  que  iba  á  experimen- 
tar notable  transformación  en  la  siguiente  centuria.  Tenemos  en  efecto  á  la 
vista  la  edición  que  se  hizo  en  Sevilla  por  Juan  Várela  de  Salamanca  y  se 
acabó  á  20  de  Enero  de  MCCCCCXX:  en  ella  mientras  Carbonel  tradueia  al 
catalán  la  danza  francesa  y  escribia  otra  nueva,  se  introdujo  número  creci- 
do de  personajes  sobre  los  que  figuraban  ya  en  el  poema  del  siglo  XIV;  y 
las  estrofas  en  que  aparecen,  aunque  sometidas  al  mismo  metro  y  orden 


Il/  P.,  GAP«  JLIX.  BST.  DE  LA  P.  BAJO  EL  R.  DB  LOS  R.  C.   287 

Este  anhelo  de  los  eruditos  por  apoderarse  de  las  formas  con- 
ss^Sradas  de  antiguo  en  los  cantos  populares,  aunque  contrapues- 
to fc  la  general  tendencia  de  los  clasioistas,  lejos  de  ser  un  capri- 
cho pueril  é  infecundo,  revela  claramente  que  habia  llegado  el 
arte  &  uno  de  aquellos  momentos  supremos,  en  que  ejercitadas 
ya  y  llevadas  &  cierto  punto  de  perfección  todas  las  formas  eru- 
ditas de  antiguo  conquistadas,  se  prepara  &  realizar  una  de  sus 
más  importantes  evoluciones.  £1  estudio  que  dejamos  realizado 
basta  aquí,  nos  manifiesta  en  efecto  que  se  habian  hecho  gene- 
i    rales  en  toda  la  Península  las  varias  escuelas  poéticas,  que  recibe 
nuestro  parnaso,  llegando  todas  á  su  postrer  desarrollo:  debe- 
rlos al  mismo  el  conocimiento  de  que  la  lengua,  ennoblecida  por 
oí  Rey  Sabio  y  hablada  constantemente  en  las  regiones  centra- 
'^,  alcanza  universal  cultivo  entre  todos  los  tiiovadores  de  Es- 
pina: sabemos  de  igual  suerte  que,  abrigado  en  las  más  eleva- 
da esferas  de  la  erudición  el  deseo  de  poseer  las  formas  clási- 
^^^9  comenzaba  este  deseo  á  trascender  á  las  obras  vulgares, 
fecundando  en  tal  sentido  los  repetidos  esfuerzos  de  los  que  se- 
sean imitando  la  Divina  Commedia.  Y  como  todos  estos  hechos 
^spondian  no  sólo  al  desarrollo  interior  de  la  cultura  española, 
^úio  almas  general  movimiento  de  la  civilización,  tal  como  se  mues- 
tra 4  nuestros  ojos  en  las  naciones  occidentales,  al  declinar  delsi- 
?'o  XY;  como  no  es  posible  condenarlos  á  esterilidad  desdeñosa, 
^^  deponer  todo  espíritu  crítico  y  filosófico,  fuerza  seria  recono- 
^^  que  en  ley  de  los  acontecimientos  y  de  las  ideas,  aquella  in- 
^'^o^usion  de  los  eruditos  á  inscribirse  entre  los  populares  y  ha- 
^^     suyo  un  instrumento,  antes  menospreciado  por  ineficaz  y 
^^^^^ero,  anunciaba  ya  la  más  fecunda,  la  más  transcendental  de 


^"&aa8,  se  distingaen  en  tal  manera  de  las  primitivas,  que  basta  ana  sim- 

lectura  para  establecer  la  diferencia.  Al  tratar  del  desenvolvimiento  del 

^^^)  en  el  citado  siglo  XVI,  volveremos  á  tocar  este  asunto,  no  sin  ad- 

,^ir  desde  luego  que  por  la  importancia  que  tienen  estos  monumentos  en 

.   '^^  Istoria  del  ingenio  español  les  consagramos  lugar  señalado  en  las  Uus^ 

'"ie$  del  presente  volumen. 


o  pondremos  fin  á  la  presente  nota,  sin  añadir  que  sentimos  no  haber 
^^^Ido  dar  mayor  extensión  á  estos  estudios. 


288  HISTORIA  CRtTIGA  DE  LA  LITERATURA  ESPAfk)IcA. 

cuantas  transformaciones  se  habían  operado  en  el  parns 
pañol,  preparada  al  mismo  tiempo  en  varias  esferas. 

Tan  importante,  tan  memorable  transformación  no  se 
sin  contradicciones  en  medio  del  conflicto  de  las  ideas,  qn 
putan  entre  sí  el  dominio  de  las  inteligencias  durante  la  pi 
mitad  del  siglo  XYI;  y  el  estudio  de  estas  mismas  contrae 
nes  merece  llamar  detenidamente  la  atención  de  la  crítica 
tes  de  que  nos  consagremos  &  tan  difíciles  tareas^  indis] 
ble  es  completar  el  cuadro  de  la  historia  literaria  bajo  el  r 
de  los  Reyes  Católicos. 


CAPITULO  XX. 

ESTUDIOS  HISTÓRICOS  DURANTE  EL  REINADO 

DE   LOS   REYES   CATÓLICOS. 


listado  de  estos  estudios  al  inaugurarse  el  reinado. — Influencia  clásica. — 

Extepsion  de  las  investigaciones  históricas. — Crónicas  y  estudios  gehe- 

BALES. — Mossen  Diego  de  Valera. — Su  educación:  su  autoridad  entre  las 

l)andería8  cortesanas. — Sus  libros  históricos. — La  Coránica  Abreviada 

^e  España. — Exposición  y  juicio  de  ella. — Noticia  de  otros  trabajos  his- 

'Soríales. — Diego  Rodríguez  de  Almela. — Su  educación  literaria. — Su 

^srudicion. — Sus  obras  de  historia. — El  Valerio  y  las  Batallas  Campales. 

^Examen  del  Valerio  de  las  Historias. — Su  estilo  y  lenguaje. — Juicio 

^e  las  Batallas. — El  Compendio  htorial  de  la  coránica  de  España. — 

llonso  de  Arila. — La  Suma  Universal  de  las  ystorias  romanas, — Ca- 

"»^cter  y  significación  de  este  libro. — CnósicAs  coetáneas  y  del  reinado. — 
alicer  Gonzalo  de  Santa  María. — La  Vida  de  don  Juan  II  de  Aragón, — 
Su  examen  y  juicio. — El  Bachiller  Palma. — La  Divina  Retribución  de 
JEspaña. — Exposición  é  importancia  de  este  libro. — El  Cura  de  Los  Pa- 
lacios.— Su  Cránica  de  los  Reyes  Catálicos.—  Extensión,  índole  y  carác- 
"•er  de  esta  crónica. — Su  estilo  y  lenguaje. — Hernando  del  Pulgar. — Su 
^^ucacion  literaria. — Sus  Claros  Varones  y  su  Cránica  de  los  Reyes  Ca- 
Mhólicos, — Juicio  de  una  y  otra  producción. — Muestras  de  su  estilo  des- 
^7¡ptÍT0  y  de  sus  arengas. — Representación  de  Pulgar  en  el  desarrollo  de 
los  estudios  históricos. --Otros  cultivadores  de  la  historia:  Ramirez  de 
l^illaescusa;  Galindez  Carvajal;  Ayora;  Santa-Cruz ;  Correa,  etc. — Es- 
tudios auxiliares  de  la  historia:  estudios  derivados  de  la  misma. — Ensa- 
JTOS  genealógicos. — Osorio,  Mexia,  Salazar  y  otros  genealogistas  de  fsta 
^poca. — Observaciones  generales  sobre  los  estudios  históricos,  al  terminar 

el  siglo  XV. 


Hemos  advertido  más  de  una  vez  y  comprobado  con  el  exa- 
men de  los  hechos,  que  fué  debido  durante  la  edad-media  ü,  los 
estudios  históricos  el  conocimiento  de  la  antigüedad,  contribu- 

ToMO  vil.  19 


290  HISTORIA  CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAftOLA. 

yendo  la  imitación  de  los  escritores  del  siglo  de  Augusto^  aun- 
que vaga  y  no  bien  definida ,  á  modificar  las  formas  de  la  expo- 
sición, pasando  esta  desde  la  descarnada  rudeza  de  los  anales  y 
cronicones  k  las  pintorescas  y  sabrosas  narraciones,  que  enri- 
quece el  Rey  Sabio  con  las  varias  preseas  de  extrañas  literatu- 
ras, y  ejercitándose  en  el  cultivo  de  los  fastos  nacionales^o  sin 
recibir  el  pernicioso  influjo  de  las  fantásticas  creaciones  del  mun- 
do caballeresco  ^ .  Merced  á  la  importancia  personal  de  los  cro- 
nistas castellanos,  si  no  logró  la  historia  despojarse  de  toda 
ficción,  empresa  reservada  á  una  época  de  verdadero  espíritu 
critico,  pudo  al  menos  recobrar  su  primitiva  importancia,  al 
mediar  del  siglo  XV;  y  fortalecida  de  nuevo  con  el  ejemplo,  ya 
que  no  con  la  artística  imitación  de  los  clásicos,  llegaba  al  rei- 
nado de  los  Reyes  Católicos  enriquecida  con  no  pocos  ensayos, 
hechos  en  la  lengua  de  Tito  Livio,  bastantes  á  demostrar  la  de- 
cidida inclinación  de  los  estudios  literarios.  En  latin  habían  es- 
crito sus  obras  históricas  el  arzobispo  don  Rodrigo  y  don  Lúeas 
de  Tuy:  latinas  fueron,  como  saben  ya  los  lectores,  las  debidas 
á  Alfonso  de  Cartagena,  don  Rodrigo  Sánchez  de  Aróvalo  y  don 
Juan  de  Margarit,  quienes  habían  aspirado  á  segundar,  con  va- 
ría fortuna,  la  meritoria  empresa  de  Ximenez  de  Rada:  al  latin 
confió  Alfonso  de  Palencia  las  dolorosas  decadas,  que  revelaban 
los  escándalos  de  Enrique  IV,  y  en  latin  coinponian  sus  narra- 
ciones Antonio  de  Nebrija  y  Micer  Gonzalo  de  Santa  María,  li- 
mitándose como  Palencia  á  los  memorables  sucesos  de  la  edad, 
en  que  Dorecen  2. 

Pero  si  los  escritores  de  siglos  precedentes  obedecieron  sólo 
al  anhelo  de  la  erudición,  que  impulsaba  los  espíritus  hacia  el 
estudio  del  mundo  antiguo  de  una  manera  vaga  é  indetermina- 


1  Véase  el  cap.  I,  pág.  27  de  este  \l°  Subcíclo,  y  más  principalmente 
el  cap.  V,  pág.  264  y  siguientes  del  mismo  tomo  Y. 

2  Téngase  presente  cuanto  expusimos  en  el  cap.  X  de  este  II.°  Subci- 
do  sobre  este  punto,  así  como  el  estudio  que  hicimos  de  las  Decadas  de 
Alfonso  de  Falencia  en  el  cap.  XVII.  De  la  Historia  de  Mitjer  Gonzalo  de 
Santa  María  hablaremos  después,  probando  que  fué  traducida  por  el  mismo 
al  romance  castellano. 


II.'  P.,  CAP.  XX.   EST.  mST.    DUR.    El.  R.  DE  LOS  R.  C.       291 

da, alentados  ahora  los  escritores  de  Aragón  y  de  Castilla  por 

los  descubrimientos  que  habla  realizado  el  infatigable  celo  de  los 
Pog-gríos,  los  Fidelfos  y  los  Aurispas;  aleccionados  con  el  ejem- 
plo de  los  Vallas,  los  Fazzios  y  los  Panormitas,  que  habian  ilus- 
tra.clo  la  historia  del  grande  Alfonso  y  de  su  padre  don  Fernan- 
do *  ,  y  estimulados  finalmente  por  la  dt^ctrina  y  el  ejemplo  de 
Pedm3  Mártir  de  Anglería  y  de  Lucio  Marineo  Sículo,  quienes 
tan  viva  parte  habian  tomado  en  la  educación  literaria  de  la  no- 
blez3»  de  Castilla,  consignando  al  par  lo  que  sintieron  y  juzgaron 
de  lats  cosas  y  de  los  sucesos  de  su  tiempo  *, — procuraban  im- 
primir en  sus  producciones  el  sello  del  clasicismo,  amoldando, 
n(>  Y^x  únicamente  las  formas  expositivas,  sino  también  las  gra- 
matioales,  á  los  modelos,  ya  perfectamente  conocidos,  de  la  Era 
da   A^uguslo. 

Q116  este  anhelo  de  clasicismo,  llevado  hasta  el  punto  de  me- 
nospreciar la  lengua  materna,  debia  reflejarse  durante  el  reina- 
do <Je  Isabel  en  las  historias  y  crónicas  vulgares,  persuádelo  la 
^^oaple  consideración  de  reconocerse  ya  esta  influencia  en  los 
^^^nistas  de  épocas  precedentes,  lo  cual  advertía  sin  linaje  algu- 
^^  <ie  dudas  que  todo  progreso  en  las  vias  del  Renacimiento 
ia  naturalmente  refluir  en  beneficio  de  los  estudios  históri- 
,  ora  formal,  ora  sustancialmenle  considerados.  Los  cultiva- 
^oi-^g  de  la  historia,  más  numerosos  de  lo  que  generalmente  se 
ere  ido,  no  podian  dejar  de  participar  en  la  corte  de  los  Reyes 
ólicos  del  movimiento  general  de  las  letras,  como  no  les  fué 
ipoco  posible  renunciar  á  la  actuahdad  en  que  vivian,  cuya 


Se 


Lorenzo  (Laurencio)  VaUa  escribió  la  HistotHa  Regis  Ferdinandi^ 
n  saben  ya  los  lectores;  Bartolomé  Fazzio  los  diez  libros  Adefonsi  Ae- 
^f"^     Aragoniae  et  Neapoli,  rerum  gestarum;  el   Panormila  el  libro  De 
*^^  ^%8  et  f aclis.  Recuérdese  sobre  todos  estos  trabajos  lo  dicbo  en  el  capíta- 
^     "^^ni  del  presente  Subciclo. 


Pedro  Mártir  dejó,  sobre  todo  en  la  preciosa  colección  de  sus  Epista^ 
notables  y  muy  curiosos  datos  sobre  la  historia  coetánea^  en  que  apa- 
como  actor,  según  advertimos  oportunamente  (cap.  XVilI):  Lucio  Ma- 
'^"^  ^ao  Sículo  compuso  y  dio  á  luz  un  peregrino  libro    con  título  De  rcbíís 
^^'^^aniae  memorabilibus,  el  cual  fué  en  breve  puesto  en  lengua  vulgar, 
^^^^  mocho  aplauso  de  los  que  no  poseíanla  lengua  latina. 


292  HISTORIA   CRITICA   DE   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

gloria  excitaba  el  general  entusiasmo,  augurando  mayores  triun- 
fos para  lo  futuro.  Aspirando  á  la  reputación  de  eruditos,  ó  ya 
anhelando  proseguir  las  loables  tareas  de  otros  ingenios  gran- 
demente aplaudidos,  daban  algunos  claro  testimonio  de  no  haber 
olvidado  el  cultivo  de  la  historia  general,  ya  en  orden  t  Espa- 
ña, ya  respecto  de  otros  pueblos,  entre  quienes  tenia  señalado 
lugar  el  romano,  mientras  se  consagraban  los  más  &  la  ilustra- 
ción del  gloriosísimo  reinado  de  Isabel,  cuyos  preclaros  hechos 
y  heroicas  empresas  debian  también  fatigar  en  siglos  posterio- 
res á  muy  granados  ingenios,  propios  y  extraños.  Distinguíanse 
entre  los  primeros  Mossen  Diego  de  Yalera,  Diego  Rodríguez  de 
Almela  y  Alonso  de  Ávila:  ganaban  la  universal  estima  entre 
los  segundos  Micer  Gonzalo  García  de  Santa  María,  el  Bachiller* 
Palma,  el  Bachiller  Andrés  Bernaldez,  Hernando  del  Pulgar  y 
con  ellos  el  obispo  don  Diego  Ramírez  de  Yillaescusa,  el  doctor 
Lorenzo  Galindez  Carvajal,  Alfonso  de  Santa  Cruz,  Gonzalo  de 
Ayora,  Luis  de  Correa  y  otros  muchos,  que  en  vario  sentido  y 
obedeciendo  más  particulares  intereses,  realizaban  á  la  sazón 
otro  linaje  de  estudios,  logrando  crecido  número  de  imitadores 
en  las  siguientes  centurias  ^ 

Llama  entre  todos  los  historiadores  mencionados  la  atención 
en  primer  lugar  Mossen  Diego  de  Valera.  Espíritu  recto  é  inge- 
nuo, para  quien  ofrecen  al  par  escándalo  y  enseñanza  las  re- 
vueltas Y  afrentosos  desacatos  de  su  tiempo,  abraza  tres  largos 
reinados,  sobre  los  cuales  pretende  ejercer  no  disimulada  in- 
fluencia, ora  dirigiendo  é,  reyes  y  magnates  cuerdos  avisos  y 
saludables  amonestaciones,  ora  escribiendo  notables  tratados, 
animados  de  sana  y  fructuosa  doctrina.  Poeta  en  su  primera  ju- 
ventud, pertenece  como  tal  á  la  brillante  pléyada  de  ingenios 
que  ilustran  el  parnaso  castellano,  bajo  los  auspicios  de  don 
Juan  If:  moralista  é  historiador  en  su  edad  viril  y  en  los  postre- 


1  Aludimos  principalmente  á  los  gcncalogistas,  de  quienes  no  es  posi- 
ble desentendernos,  al  trazar  el  cuadro  general  de  los  estudios  históricos 
en  la  edad  que  historiamos.  Adelante  explanaremos  algún  tanto  las  ideas 
que  á  ellos  se  rcfí  'ren,  conforme  á  lo  apuntado  en  la  Introducción  g'cneral, 
al  tratar  del  desenvolvimiento  de  los  estudios  críticos  (pág.  XVI  y  sigs.). 


ll/  P.,  CAP.  XX.  EST.   HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      293 

ros  dias  de  su  vida,  intenta  generoso  cauterizar  el  cáncer,  que 
devora  la  corte  de  Enrique  IV,  y  lleno  de  entusiasmo,  al  contem* 
piar  las  nobles  prendas  de  Isabel  y  de  Fernando,  les  prodiga  com- 
placido advertencias  y  consejos,  consagrándoles  las  postrimerías 
de  su  infatigable  laboriosidad  y  de  su  talento.  Mosen  Diego  de 
Valora,  por  la  autoridad  que  le  daban  su<;expBriencia  y  sus  años, 
y  por  el  legitimo  ascendiente  que  le  ganaban  su  no  vulgar  eru- 
dición y  su  claro  ingenio,  representando  en  la  corte  de  Isabel 
la  gloria  literaria  de  los  precedentes  reinados,  ocupaba  lugar 
preferente  entre  los  cultivadores  de  la  historia,  cuyas  útiles  lec- 
ciones invocaba  con  harta  frecuencia  para  moderar  la  intempe- 
rancia ó  refrenar  la  desapoderada  ambición  de  sus  coetáneos  ^. 
Nacido  en  Cuenca  el  año  de  1412  ^,  crióse  en  la  corte  de  Cas- 
tilla, donde  logró  la  amistad  de  la  poderosa  fauHlia  de  los  Es- 
túñigas,  y  la  protección  del  rey  don  Juan. — ^Distinguido  entre 
los  ingenios  cortesanos,  según  conocen  ya  los  lectores,  cumplia 
apenas  los  veinte  y  tres  años  de  edad,  cuando  recibió  la  orden 
de  caballería  de  manos  de  Fernán  Alvarez  de  Toledo  ante  los 
muros  de^Huelma  ^.  Animábale  aquel  espíritu  que  habia  inspi- 


1  Véase  cnanto  dejamos  observado  respecto  de  la  juvenind  de  Mossen 
Diego  de  Valera,  al  considerarle  como  poeta  dentro  de  la  corte  de  don 
Juan  II  (t.  VI,  pág.  179  y  sigs.).  Al  presente  nos  cumple  considerarle  co- 
mo historiador,  no  sin  apuntar  desde  luego  que  tiene  asimismo  señalado 
lugar  entre  los  moralistas,  por  lo  cual  volveremos  á  tomarle  en  cuenta  en 
el  siguiente  capítulo,  donde  estudiaremos  los  que  florecen  en  la  corte  do 
los  Reyes  Católicos. 

2  Yalera  dice  al  final  de  su  Crónica^  de  que  hablaremos  luego:  cFué 
acabada  esta  copilacjon  en  la  villa  del  Puerto  de  Santa  María,  víspera  de 
San  Juan  de  junio  del  año  del  Señor  de  mil  quatrocientos  ochenta  6  un 
años,  seyendo  el  abreviador  de  ella  en  edad  de  sesenta  é  nueve  añoso. 
Deducidos  los  sesenta  j  nueve  años,  resulta  sin  género  de  dudas  la  fe- 
cha de  1412,  que  hemos  asignado  al  nacimiento  de  Yalera,  contra  lo  que 
generalmente  se  habia  dicho;  pues  que  Florancs  en  sus  Historias  más 
principales  de  España,  aseguró  que  tenia  al  escribir  la  referida  crónica  76 
años,  mientras  le  dio  el  docto  Capmany  en  su  Teatro  de  la  Elocuencia  la 
de  79,  resultando  su  nacimiento  en  1402.  Yalera  no  pasó  de  los  setenta  y 
cuatro  años,  conforme  adelante  indicamos. 

3  Hermán áronsele  en  esta  honra  los  hidalgos  Pedro  de  Cárdenas  y  Die- 


294  HISTORIA  CRtTICA   DE   LA  LITERATURA    ESPAÜOLA. 

rado  &  Saero  de  Quiñones  la  peregrina  empresa  del  OrbigOy  / 
deseando  tentar  fortuna  fuera  de  España,  obteoia  de  doa  ímmmm 
muy  honrosas  cartas  para  algunos  príncipes  cristianos,  despi- 
diéndose de  la  corte  en  Roa  el  17  de  abril  de  1437,  á  la  saixoo 
que  se  ajustaba  el  casamiento  de  don  Enrique  y  doña  Blanca  de 
Navarra  ^ .  De  Francia,  donde  asiste  con  el  rey  Carlos  al  sitio  y 
toma  de  Montreo,  pasó  el  doncel  del  rey  don  Juan  á  Alemania, 
hallando  en  Praga  al  rey  Alberto  de  Bohemia:  sirvióle  como  «uno 
de  los  continuos  de  su  casa»,  obteniendo  singulares  regalos  *;  Y 
contradiciendo  gallardamente  al  conde  de  Ciiique  sobre  el  hecbo 
de  la  bandera  real  de  Castilla  en  Aljubarrota,  logró  cual  premia) 
de  su  gallardía  que  le  nombrase  el  rey  Alberto  de  su  Consejo  ^* 
En  noviembre  de  1438  pedíale  Yaiera  licencia  para  restituirse    ^ 
España,  mereciendo  ser  condecorado  con  el  dragón  ^  el  tusinM- 
que  y  el  collar  de  las  disciplinas,  con  el  águila  blanca,  trip  1  ® 
insignia  que  denotaba  las  soberanías  de  Hungría,  Bohemia     ]f 
Austria.  Al  llegar  á  Castilla,  dábale  don  Juan  {^  divisa  del  c^^' 
llar  de  las  escamas  y  el  yelmo  de  torneo ^  concediéndole  titula 
de  Mossen,  distinciones  todas  á  la  sazón  harto  peregrinas  ^. 

Enviábale  en  1440  con  especiales  mensajes  á  la  reina  de  D^" 
cia,  su  tia,  al  rey  de  Inglaterra  y  al  duque  de  Borgoña,  dándola 
su  real  venia  para  llevar  cierta  empresa  caballeresca  contrn  ftli^ 
cer  Fierres  de  Breraonte,  señor  de  Charni  (Chernoy),  y  conc^^ 
diéndole  la  singular  distinción  de  que  llevase  uno  de  los  faraut^^ 
reales,  como  mariscal  de  sus  armas.  Con  gloria  suya  y  hori^^ 
de  Castilla  salió  Valera  de  este  empeño  y  de  sus  embajadas,  hí^^ 
que  teniendo  la  desdicha  de  hallar  muerta  en  Lubic  &  la  reí 


go  de  Villegas,  y  acompañóle  desde  Madrid  el  estrenuo  caballero  y  deli 
do  poeta  don  Lope  de  Estúñiga,  cuyas  obras  conocen  ya  los  lectores  (C 
nica  de  don  Juan  II,  año  WCCCCXXXV,  cap.  I). 

1  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo,  Catálogo  imperial,  real  y  pontific 
Edad  sexta  (Códice  Escurialense,  ful.  321,  col.  I.°). 

2  cDos  días  antes  que  partiese  (dice  el  citado  Oviedo)  le  regaló  el  rm 
funa  tienda,  un  charriote  toldado  y  un  caballo  que  lo  tirase  y  dos  criad 
>y  escuderos»  (M.,  id.,  id.). 

3  Id.,  id.,  id.,  \:rónica  de  don  Juan  II,  año  MCCCCXXXVIll,  cap. 

4  Oviedo,  Catálogo  imperial,  real  y  pontifical,  Edad  sexta,  fól,  321 


-olí 


Il/   P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DÜR.  EL  R.  DE  LOS  R.   C.      295 

de  Dftcia,  lo  cual  precipitó  so  vuelta  á  la  Península  ^ .  Agitada 
j[X)r  las  intestinas  revueltas,  que  deshonran  el  reinado  de  don 
Juan  II,  encontró  á  su  patria;  y  juzgándose  obligado  á  tomar 
])arte  en  su  pacificación,  si  bien  sólo  poseia  «un  arnés  y  un  ca- 
Jballo»,  dirigió  al  rey  una  «carta  de  consejos,  asaz  bien  escrita  é 
<3on  gentil  elegancia»  ^.  Ineficaz  para  el  bien  de  la  república,  es- 
^recbó  no  obstante  tan  singular  documento  los  lazos  que  le  unian 
I  rey,  quien  le  confiaba  en  1441  nuevas  embajadas  secretas 
el  de  Francia,  enderezadas  ya  á  destruir  la  privanza  de  don 
varo  de  Luna  ^\  y  cumplidos  los  mandatos  de  don  Juan.,  tor- 
&  Castilla  en  1443,  permaneciendo  al  servicio  del  rey.  Su 
a^^stresala  era  en  1445,  y  servíale  el  plato  en  el  real,  cuando 
senció  España  en  Olmedo  el  «más  criminoso  atentado»  del 
sigilo  XY:  tres  años  después  veíase  investido  con  la  dignidad  de 
curador  á  Cortes  por  su  ciudad  nativa;  y  protestando  en  Va- 
olid  contra  los  desacatos  de  los  proceres,  á  quienes  irrita  su 
queza,  escribía  al  rey,  trasladado  ya  este  á  Tordesillas, 
rgica  y  sesuda  carta,  en  que  le  repetía  muy  saludables  con- 
*.  La  actitud  en  que  se  había  colocado  en  las  Cortes,  le 


'^        Aeompftñó  i  Valera  en  esta  expedición,  en  calidad  de  faraute  y  ma- 
*^^^áe  armas,  el  que  lo  era  del  rey  don  Juan,  llamado  Asturias:  á  esta 
■^^^^ra  de  consideración  añadió  el  rey  el  regalo  de  una  «ropa  de  velludo 
^ imitado  azul  de  su  persona  de  cebellinas  y  un  buen  caballo».  Sostuvo  su 
resa  contra  Tibaldo  de  Rogemont,  señor  de  Ruffi,  6  hizo  armas  contra 
^«:aes  de  Xanlau,  señor  de  Amavila.  El  duque  de  Borgoña  le  regaló  60 
^«08  de  plata  en  doce  tazas  y  dos  servillas  (Catálogo  imperial ,  retü  y 
T^o^^  tifical,  fól.  330  v.  de  la  sexta  Edad). 

Crónica  de  don  Juan  II,  año  MCCCCXLI,  cap.  IV. 

Valera  dice  en  su  propia  Crónica:  «Desde  Falencia  me  enbió  Su  Al- 

'  ^"^  ^ a  llamar  á  Cuenca;  é  venido  determinó  que  secretamente  yo  fuese  al 

**^^^^^  de  Francia  é  tuviesse  manera  cómo  de  allá  se  moviesse  casamiento  su- 

*^^^    con  madama   Regnnda,  fija  suya  (del  rey  de  Francia).  E  teniendo  ya 

*  ^-^  letras  del  rey  que  menester  avia,  é  mandamiento  secreto  para  Pero  Fer- 

*'^*^  videz  de  Lora,  que  me  dicsse  lo  necesario  para  el  viaje,  él  lo  reveló  al 

*^^^^^  widestable,  el  qual  tenia  secretamente  tratado  casamiento  del  rey  con  la 

^'^  ^Sora  doña  Isabel,  vuestra  madre^  pensando  allí  asegurar  su  estado,  é 

**"**- :xo  el  cuchillo,  con  que  se  cortó  la  cabeza»  (fól.  Xlll), 

"^^      Es  la  que  empieza  con  estas  palabras:  «Quántos  y  quán  grandes  ma- 


296  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAl^OLA. 

llevaba  no  obstante  al  partido  de  los  malcontentos;  y  ligado  do 
antiguo  con  la  casa  de  Estúñiga,  dejó  el  palacio  para  seguir  al 
conde  de  Plasencia,  don  Pedro,  á  quien  representó  una  y  otra  vez 
en  las  confederaciones ,  que  derribaron  á  don  Alvaro  ^.  Hallaba-» 
se  también  en  la  prisión  de  este  procer,  viéndose  á  punto  de 
perecer  en  la  demanda  ^;  y  tal  confianza  inspiraba  su  nobleza, 
que  el  derribado  valido  le  encomendaba  la  guarda  y  protección 
de  sus  propios  servidores  ^. 

Tras  el  suplicio  de  Yalladolid,  acompañaba  á  Sevilla  al  conde 
de  Plasencia,  alcanzándole  allí  la  muerte  del  rey  don  Juan,  acon- 
tecimiento que  le  traia  de  nuevo  á  Castilla.  Bien  pronto  los  des- 
aciertos de  don  Enrique  y  las  liviandades  de  su  corte  le  forzaban 
á  retirarse  á  Patencia,  desde  donde  procuraba  dar  inequívoco 
testimonio  de  la  generosa  indignación  que  le  inspiraba  aquel  es- 
pectáculo: á  20  de  julio  de  1462  dirigió  en  efecto  al  desatentado 
monarca  notabilísima  letra,  en  que  ponieudo  de  relieve  los  es- 
cándalos y  concusiones  de  su  casa  y  estado,  le  predecía  el  mis- 
mo fin  que  alcanzó  al  rey  don  Pedro,  si  no  atajaba  la  creciente 
de  tantos  males  ^.  Los  atentados  de  Cabezales  y  de  Olmedo  pro- 


les de  la  guerra» y  etc.,  y  constituye  uno  de  los  documentos  más  dignos  y 
notables  del  reinado  de  don  Juan  II.  Oviedo  la  elogia  por  extremo. 

1  Refiriéndose  á  144S,  dccia  el  mismo  Valcra  sobre  la  conjuración,  tra- 
mada en  dicho  año:  cPara  lo  qual  poner  en  obra,  enbió  [don  Pedro  de  Es- 
»túnigaj  á  mí,  que  entonce  era  en  su  casa,  al  Príncipe  é  al  conde  de  Haro  c 
]»al  marqués  de  Saniillana  é  al  conde  de  Bcna vente  con  las  creencias^  etc.» 
(Cód.  F.  108  de  la  Biblioteca  Nacional,  fól.  120  v.). 

2  Narrando  la  prisión  de  don  Alvaro,  cuya  casa  cercaron  al  grito  de: 

0 

¡Castilla t  Caslüla!,..  ¡Libertad  del  Réy!...f  dice:  «E  á  mí  pasaron  un  guar- 
dabrazo  izquierdo  de  amas  partes,  sin  me  tocar  cosa  alguna»  (Id.,  Id.^  fo- 
lio 324). 

3  Valera,  aceptada  la  guarda  de  los  criados  del  Condestable,  dijo  á  este 
para  disuadirle  de  la  fuga:  «Señor,  non  salga  vuestra  señoría:  si  non  sed 
»9Íerto  que  quatro  pasos  non  ireys  con  vida».  Valera  sacó  la  gente  del 
Maestre  sin  daño  ni  vejación  alguna  (Id.,  id.,  Id.j. 

4  Si  las  cartas,  dirigidas  á  don  Juan  II,  merecieron  ser  calificadas  de 
cassaz  bien  escritas  é  muy  dinas  de  ser  aceptas,  porque  todo  lo  que  dezian 
»era  santo  é  bien  dicho  é  con  gentil  elegancia  é  de  leal  c  celoso  vasallo» 
(Oviedo,  Catáloffo,  fól.  332,  col.  2),  esta  intitulada  á  don  Enrique  dá  la 


Il/  P.,  CAP.  XX.  EST.  HTST.    DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      297 

barón  que  Yalera  do  exageraba:  don  Enrique,  si  no  moría  al 
hierro  fratricida, . era  ajusticiado  en  estatua  ante  los  muros  de 
Ávila  y  fallecía  al  cabo,  llevando  tras  si  el  menosprecio  de  gran- 
des y  pequeños. 

Hosen  Diego  de  Yalera  saludaba,  lleno  de  fundada  esperanza, 
el  advenimiento  de  Isabel,  y  como  todos  los  hombres  de  verda- 
dero patriotismo,  se  consagró  á  su  servicio,  desempeñando  el 
corregimiento  de  Segovia  después  de  la  batalla  de  Toro,  en  que 
acompañaba  al  rey  don  Fernando,  como  su  maestresala  ^.  De 
Segovia  pasó  &  la  casa  del  duque  de  Medinaceli,  donde  perma*- 
neció  por  el  espacio  de  seis  meses;  y  ya  en  agosto  de  1476  se 
dirigia  al  rey  don  Fernando  desde  el  Puerto  de  Santa  María, 
cuya  tenencia,  con  el  cargo  de  la  armada  en  que  utilizaba  el  va- 
lor y  la  pericia  de  su  hijo,  Carlos,  poniaa  los  Reyes  á  su  cuida- 
do ^.  La  experiencia  y  lealtad  de  Yalera  se  ejercitaban  desde 
entonces,  ora  en  dar  á  don  Fernando  oportunos  avisos  sobre  la 
gobernación  de  la  república;  ora  en  excitarle  á  realizar  la  desea- 
da conquista  de  Granada,  empresa  en  que  cifraba  toda  la  gloria 
del  reinado;  ya  en  dolerse  de  los  errores,  que  produccían  la  rota 
de  la  Axarquía  y  el  desastre  de  Loja;  ya  finalmente  en  prevenir 
con  muy  sesudas  advertencias  los  peligros  de  la  impremedita- 
ción ó  de  la  arrogancia  ^.  Así  llegaba  Diego  de  Yalera  al  !•**  de 


inás  alta  idea  de  su  elevación  c  independencia  de  carácter.  Nuestros  lecto- 
''es  formarán  por  sí  exacto  juicio  de  este  notabilísimo  documento,  que  ex-> 
^■'actaroos  en  el  capítulo  siguiente,  al  tratar  del  género  epistolar,  en  cuyo 
^  altivo  se  distingue  también,  como  vá  indicado,  Diego  de  Yalera. 

1  Carta  dirigida  á  la  Reina  Católica  (fól.  356  del  códice  citado).   La 
Mna  le  mandó  dar  después  de  la  batalla  treinta  mil  maravedís  como  tal 

'^^«lestresala. 

2  Id.,  id.  Yalera  participa  á  la  Reina  en  la  expresada  Carta  la  victo- 
'^ssi  alcanzada  por  su  hijo  contra  la  armada  portuguesa  junto  á  Alcazarza- 
^  ^il,  en  que  se  apoderó  y  puso  fuego  á  la  capitana,  que  se  distinguía  con  el 
^^ombre  de  Borralla.  Los  Reyes  hicieron  en  premio  de  esta  y  otras  hazañas 
^  Carlos  de  Yalera  capitán  de  la  Guinea,  donde  se  apoderó  basta  de  trece 
i^las. 

3  Cartas  Y,  Yl,  Ylll,  XIII,  XYIII,  XIX,  XX,  XXY  y  XXVI.  Son  lam- 
■^ien  notabilísimos  los  Memoriales,  quo  escribió  para  gobierno  de  los  Re- 

»,  sobre  la  forma  en  que  debia  llevarse  á  cabo  la  conquista  de  Granada 


298  HISTORIA   CRÍTICA   DE    LA    LITERATURA  ESPAÍ^OLA. 

marzo  de  1486,  última  fecha  de  sus  curiosísimas  cartas,  no  sin 
que  en  medio  de  las  ocupaciones  de  su  oficio  cultivase  las  letras, 
mostrando  siempre  la  particular  afición  que  desde  la  primera  ju- 
ventud le  habia  distinguido  ^ 

La  índole  especial  de  su  talento,  sus  largos  viajes  y  su  gra- 
nada experiencia  le  inclinaban  principalmente  al  estudio  de  la 
historia,  y  hasta  los  mismos  tratados,  escritos  con  un  propósito 
didáctico,  revelaron  desde  su  juventud  esta  natural  inclinación 
do  su  ingenio.  No  otra  cosa  advertimos  en  los  libros,  que  intitu- 
ló Defensa  de  virtuosas  mujeres  y  Espejo  de  verdadera  noble^ 
za,  pertenecientes  al  reinado  de  don  Juan  II  ^,  en  los  que  dio  & 
luz  durante  el  de  don  Enrique  bajo  los  epígrafes  de  Ceremonial 
de  Principes  y  Tratado  de' las  Armas  ^,  y  en  los  que  trazó  bajo 


1  La  última  carta,  que  lleva  la  indicada  fecha,  tenia  por  objeto  partid* 
par  á  los  Reyes  Católicos  ciertas  novedades  relativas  á  Inglaterra,  las  caa- 
les  habia  sabido  por  medio  de  unos  mercaderes,  sus  amigos.  £1  rey  don  Fer- 
nando se  halla  á  la  sazón  sobre  Vclez  Málaga»  cuya  rendición,  y  la  de  Má- 
laga, tenia  Valera  por  segura  y  próxima,  así  como  la  conquista  de  todo  el 
reino,  si  los  Reyes  se  ajustaban  á  sus  planes. — Es  más  que  probable,  cono- 
cido el  próspero  éxito  de  aquella  empresa,  que  Valera  hubiese  felicitado  al 
rey^  como  lo  hizo  en  análogas  ocasiones;  y  no  constando  entre  sus  cartas 
felicitación  alguna  en  aquel  concepto,  ni  otra  alguna  después,  parccenos 
verosímil  que  Mossen  Diego  pasara  de  esta  vida  en  el  expresado  año  de  1486 
y  no  mucho  después  de  escrita  la  referida  carta  de  1.^  de  marzo. 

2  Ocupan  ambos  tratados  el  primero  y  segundo  lugar  entre  los  que  en- 
cierra el  cód.  F.  108  déla  Biblioteca  Nacional,  citado  arriba,  y  tienen  estos 
epígrafes:  1.°  Tractado  llamado  Defensa  de  Virtuosas  mugeres,  com^ 
puesto  por  Mossen  Diego  de  Valera  á  la  muy  excelente  é  muy  iUustre 
princesa  doña  María,  reyna  de  Castilla  y  de  León  (fól.  1.°  al  16  v.):  2.** 
Tractado  llamado  Espejo  de  Verdadera  nobleza ,  compuesto  por  Mossen 
Diego  de  Valera,  dirigido  al  muy  alto  é  muy  expeliente  principe  don 
Juan,  el  lí  rey  deste  nombre  en  Castilla  y  León  (fól.  17  al  46).  El  primer 
tratado  fué  compuesto  antes  de  1445;  el  segando  antes  de  1454. 

3  Se  hallan  uno  y  otro  tratado  á  los  folios  66  y  76  del  mencionado  có- 
dice F.  108,  bajo  los  epígrafes  siguientes:  1.®  Ceremonial  de  Prin^pest 
compfiesto  por  Mossen  Diego  de  Valera,  dirigido  al  muy  magnifico  señor 
don  Juan  Pacheco,  marqués  de  Villena:  2.°  Tractado  de  las  arm<is,  com- 
puesto por  Mossen  Diego  de  Valera,  dirigido  al  muy  alto  é  muy  excelen^ 
te  principe  don  Alfonso,  V  rey  deste  nombre  en  Portogal,  ¡feñor  del  Al- 
garbe  é  de  la  cibdat  de  Cebtn, 


ll/  P.,  CAP.  XX.  BST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.   C.       209 

los  auspicios  de  los  Reyes  Católicos  con  los  títulos  de  Genealogía 
de  los  Beyes  de  Francia  y  otros  análogos,  de  que  hablaremos  en 
breve  ^.  Hizo  Diego  de  Yalera  ea  todas  estas  producciones  larga 
muestra  de  su  erudición,  asi  respecto  de  la  tradición  cl&sica, 
acaudalada  en  su  tiempo,  como  de  la  que  conservaba  todavía  el 
nombre  de  escolástica;  y  si  no  hubiéramos  ya  realizado  el  estu- 
dio de  los  diversos  desarrollos  que  la  literatura  ofrece  en  todo  el 
siglo  XY,  bastaría  sin  duda  el  examen  de  las  citadas  obras  para 
trazar  el  camino  que  sigue  aquella  en  nuestro  suelo. — Yalera 
acude,  como  Cartagena  á  quien  mucho  respeta  ^,  á  robustecer  y 
rectificar  el  sentido  moral  de  los  cortesanos,  durante  los  reina- 
dos de  don  Juan  y  don  £nrique:  ya  en  el  trono  Isabel  y  Fernan- 
do, se  hermana  con  los  demás  cultivadores  de  las  letras  y  con- 
sagra los  frutos  de  su  maduro  ingenio  á  enaltecer  la  gloria  de 
tan  esclarecidos  principes.  £ste  anhelo  le  movia  durante  el  cor- 
regimiento de  Segovia  á  emprender  la  compilación  histórica,  que 
con  el  titulo  de  Coránica  abreviada  de  España  presentaba  á  do- 
ña Isabel  en  1481  ^. 


1  £1  Tratado  de  la  Genealogía  de  los  Reyes  de  Fran^,  dirigido  al 
noble  é  virtuoso  caballero  Johan  Terrin,  se  encuentra  al  fól.  328  del  códice 
memorado.  Es  en  suma  un  compendio  de  la  crónica  Martiniana,  nombre 
que  tomó  del  cardenal  Martino,  su  autor,  y  alcanza  sólo  hasta  el  año  1320. 
De  otros  tratados  de  Yalera ,  escritos  durante  el  reinado  de  los  Reyes  Cató-> 
lieos  y  relativos  á  la  filosofra  moral,  hablaremos  en  el  siguiente  capítulo. 

2  Menciónalo  siempre  con  elogio  y  acepta  á  menudo  su  doctrina,  lo 
cual  prueba  una  vez  más,,  sobre  demostrar  que  don  Alfonso  de  Santa  María 
gozó  autoridad  de  maestro,  que  procuraron  los  más  doctos  ingenios  del  si- 
glo XV  unificarse  en  el  espíritu  de  los  estudios,  que  con  tanta  gloria  de  la 
civilización  española  realizan.  Puede  al  propósito  consultarse  el  Cerenuh 
nial  de  Pringipes,  donde  sigue  la  doctrina  del  Libro  de  las  SesioneSt  opor- 
tunamente examinado  (t.  Yl,  cap.  XII). 

3  £n  carta  dirigida  á  la  Reina  Católica  desde  el  Puerto  de  Santa  María 
leemos,  hablando  del  corregimiento  de  Segovia:  cComen9é  allí  lacopilacion 
>de  las  corónicas  que  á  Yuestra  Alteza  presenté,  en  lo  qual  non  pienso 
•averie  poco  servido,  como  por  aquella  queda  siempre  perpetuada  la  clara 
«fama  de  la  ex9clen9ia  de  vuestra  virtud»  (Cód.  de  la  Biblioteca  Nacional, 
fól.  357).  La  fecha  de  la  presentación  de  la  Coránica  queda  arriba  fi- 
jada. 


300  HISTORIA   CRITICA  DE   LA   LITERATURA   ESPAfiOLA. 

No  es  esta  obra  de  Yalera  el  libro  que  mayor  celebridad  le 
ganó  entre  sus  coetáneos;  y  sin  embargo,  escribiéndola  «con  vo- 
luntad muy  deseosa  del  servicio  de  la  reina»,  venia  &  reanudar 
los  estudios  iniciados  por  el  arzobispo  don  Rodrigo  y  el  Rey  Sa- 
bio, y  una  y  otra  vez.  interrumpidos  durante  los  siglos  XTV  y  XY. 
Mas  no  era  dado  &  Mossen  Diego  imprimir  á  la  historia  general 
de  España  el  sello  y  especial  movimiento,  que  iba  en  breve  &  re- 
cibir de  los  Garibays,  Morales  y  Zuritas:  dividida  la  Coránica 
en  cuatro  partes,  consagraba  la  primera  &  la  cosmografía  y  par- 
timiento del  antiguo  mundo,  describiendo  sucesivamente  el  Asia, 
el  África  y  la  Europa;  dedicaba  la  segunda  á  tratar  de  la  pobla- 
ción de  España,  exponiendo  brevemente  los  más  notables  Bucea- 
ses hasta  la  caida  del  Imperio  romano;  abrazaba  en  la  tercera  la 
historia  de  los  visigodos  hasta  la  batalla  de  Guadalete,  y  com- 
prendía finalmente  en  la  cuarta  desde  don  Pelayo  hasta  el  reina* 
do  de  Enrique  IV  ^ . 


1  £1  último  suceso  que  narra  es  el  suplicio  de  don  Alvaro,  lo  cual  se 
aviene  mal  con  la  declaración  de  la  nota  precedente,  pues  que  no  podía 
cpcrpetuar  la  clara  fama  de  la  virtud»  de  Isabel  quien  no  historiaba  su  rei- 
nado. La  Coránica  se  imprimió  en  Sevilla,  tal  como  vá  examinada,  en  1482, 
según  consta  de  la  siguiente  advertencia  final,  dirigida  á  la  reina  y  notable 
por  más  de  un  concepto:  c Agora  de  nucvo^  Sereníssima  Princcssa,  de  sin- 
ygular  ingenio  adornada,  de  todadottrina  alumbrada,  de  claro  entendimien- 
»to  manual,  así  como  en  socorro  puestos,  ocurren  con  tan  maravilloso  arle 
»dc  escrevir,  do  tornamos  en  las  edades  áureas,  restituyéndonos  por  multi- 
»plicados  códices  en  conos9Ímicnto  de  lo  passado,  presente  c  futuro  tanto 
»quanto  ingenio  humano  conseguir  puede,  por  nascion  alimanos  muy  ex- 
»pcrto8  et  continuo  inventores  en  esta  arte  de  imprimir  que  sin  error  divina 
xlecirse  puede.  De  los  quales  alemanos  es  uno  Michael  Dacliaver,  de  ma«- 
•ravilloso  ingenio  é  dotrina  muy  experto,  de  copiosa  memoria,  familiar  de 
«Vuestra  Alteza,  á  espensa  del  qual  é  de  García  del  Castillo,  vei^ino  de 
•Medina  del  Campo,  tesorero  de  la  Hermandad  de  Sevilla,  la  presente  £9- 
Tttoria  general  en  multiplicada  copia^  por  mandado  de  Vuestra  Alteza,  á 
»honra  del  soberano  é  inmenso  Dios,  Uno  en  esencia  é  Trino  en  personas,  é 
»á  honra  de  Vro.  Real  Estado  é  instrucción  é  aviso  de  vuestros  reynos  é 
«comarcanos,  en  vuestra  muy  noble  é  muy  leal  cibdad  de  Sevilla  fué  impre- 
>sa  por  Alonso  del  Puerto  en  el  año  del  nas^imicnto  de  Nuestro  Salvador 
tJhu.  Xpo.  de  mili  CCCC  é  ochenta  y  dos  años». 


Il/  P.,  CAP.  XX.  EST.    mST.   DUR.   EL  R.    DE  LOS  R.  C.      301 

Ni  su  plan  general,  ni  su  manera  de  exposición,  orrecian  la 
novedad  que  se  habia  menester  para  sacar  la  historia  general  de 
España  del  circulo,  en  que  los  estudios  escolásticos  la  hablan  en- 
cerrado, mientras  los  cronistas  particulares  proseguían  comuni- 
cando á  sus  narraciones  el  interés  de  actualidad,  que  les  daba 
subido  precio.  Mossen  Diego  de  Yaiera  recogía  y  aceptaba,  prin- 
cipalmente en  las  dos  primeras  partes  de  su  Coránica  Abretña- 
da^  cuantas  narraciones  fabulosas  plagaban  todavía  la  historia 
de  la  antigüedad,  sin  que  lograra  hacer  la  tercera  más  aceptable 
á  los  ojos  de  la  crítica,  pof  más  que  introdujera  en  la  narra- 
ción de  los  cronicones  latinos  que  le  sirven  de  guia,  notables 
variantes,  que  les  comunican  cierto  sabor  y  aspecto  roman- 
cesco ^. 

La  cuarta,  más  enlazada  con  la  vida  real,  en  que  Yaiera  toma 
parte  activa,  ofrece  en  verdad  interés  más  inmediato.  Apóyase 
el  narrador  en  los  cronicones  de  la  reconquista,  tal  como  lo  ha- 
bían hecho  el  arzobispo  don  Rodrigo  y  el  Rey  Sabio  *;  pero  al 
llegar  á  la  época  de  Fernán  González,  admite  sin  dificultad  al- 
guna las  tradiciones  populares,  apartándose  ya  de  aquellas  fuen- 
tes históricas,  y  pinta  al  héroe  castellano  con  el  colorido  que  le 
atribuyen  la  Estoria  de  Espanna^  el  Poema  y  los  romances. 
Igual  procedimiento  emplea  Yaiera  respecto  de  Ruy  Díaz  de  Yi- 
var,  dando  á  conocer  de  un  modo  inequívoco  que  no  le  eran  pe- 
regrinas la  Crónica  de  Castilla  ni  las  particulares  del  Cid,  $in 


1  Entre  otras  variantes  que  participan  de  este  carácter,  apartándose  de 
las  narraciones  de  siglos  anteriores,  bastarános  indicar  que  sobre  introdu- 
cir después  de  Witiza  el  reinado  de  un  Acosta,  que  gobierna  el  imperio  vi- 
sigodo por  espacio  de  tres  años  (cap.  XXXVI),  hace  que  Leovigildodé  muer- 
te á  Hermenegildo,  su  hijo,  con  sus  propias  manos,  cuando  por  los  docu- 
mentos y  cronicones  coetáneos  consta  que  fué  Sisberto  el  verdugo.  Ni  son 
menos  peregrinas  las  variantes  que  añade  á  las  fábulas  de  la  Cueva  de  Hér- 
eoles  de  Toledo^  enlazadas  con  los  amores  de  la  Cava  y  la  venganza  del 
conde  don  Julián.  Valora  se  deja  dominar  en  esta  parte  del  mismo  espí- 
ritu, que  habia  inspirado  la  Crónica  Sarracina  (lomo  V,  cap.  V,  pági- 
na 264). 

2  Véanse  los  correspondientes  estudios  (tomo  HI,  cap.  Vllf,  pág.  411, 
etc.,  y  cap.  XI,  pág.  574). 


302  HISTORIA   crítica   DE   LA   LITERATURA  ESPAl<}OLA. 

duda  muy  aplaudidas  durante  todo  el  siglo  XV  ^.  Ambos  héroes 
de  Castilla  son  en  la  pluma  de  Mossen  Diego  los  héroes  predi- 
lectos del  pueblo:  el  historiador  no  duda  de  la  poesía  popular 
que  los  eleva  &  una  verdadera  apoteosis,  deleitándose  por  el  con- 
trario en  contribuir  á  sublimarlos  sobre  los  mismos  reyes,  asi 
por  la  importancia  personal  que  les  atribuye,  como  por  la  ex- 
tensión que  al  relato  de  sus  proezas  concede. 

Muy  de  pasada  toca  Yaiera  los  reinados  que  median  entre 
Fernando,  el  Mayor,  y  Fernando,  el  Santo:  á  este  consagra  on 
largo  capitulo,  insuficiente  para  abarcar  la  gloria  de  sus  grandes 
hechos  y  conquistas,  haciendo  otro  tanto  con  el  Rey  Sabio,  cuya 
grandeza  no  alcanza  á  comprender,  y  fijando  apenas  sus  miradas 
en  Sancho  IV  y  Fernando,  su  hijo.  La  nebulosa  minoridad  de 
Alfonso  XI  y  su  feliz  reinado  le  llaman  un  tanto  la  atención, 
viendo  después  con  desdeñosa  rapidez  á  los  demás  principes  de 
Castilla  hasta  llegar  á  la  época  de  don  Juan  II.  Testigo  y  actor 
de  los  hechos,  dá  Mossen  Diego  á  esta  última  parte  de  la  Coró- 
nica  mayor  importancia,  doliéndose  de  los  desafueros  y  debilida- 
des de  la  nobleza  y  del  trono,  que  reprende  en  muy  dignas  epís- 
tolas, dirigidas  al  mismo  rey  ^;  y  pone  remate  á  la  narracioiv 


1  Es  notable  que  al  mencionar  al  Cid,  teja  su  genealogía  de  igual  suerte 
que  lo  hace  la  Leyenda  de  las  Mocedades  de  Rodrigo^  abarcando  todas  las 
tradiciones  populares,  consignadas  en  los  romanceSf  desde  la  primera  aven- 
tura del  conde  don  Gómez  (el  conde  Lozano)  hasta  la  del  judio  Gil,  que  no 
osó  tocar  la  barba  del  héroe  diez  años  después  de  su  muerte.  Debe  obser- 
varse que  tanto  entre  los  eruditos  como  entre  los  populares,  van  tomando 
bulto  la  fama  y  las  proezas  del  Cid,  á  medida  que  crece  la  distancia:  así 
los  mismos  hechos  aparecen  abultados,  aun  cuando  reconozcan  idénticas 
fuentes  históricas. 

2  Inserta  en  efecto  las  dos  notables  epístolas,  que  hubieron  de  tomar 
plaza  en  la  Crónica  de  don  Juan  II,  ya  examinada,  y  que  empiezan:  i.* 
La  devida  lealtad  de  subdito^  etc.,  y  2.^  Q^ántos  é  quán  grandes  males 
déla  guerra  se  siguen,  eic,  antes  mencionada.  La  inserción  de  esta« 
cartas,  como  instrumentos  históricos,  nos  sugiere  una  observación  de  im- 
portancia, recordando  que  su  presencia  dio  motivo  á  suponer  que  Valera  fué 
el  compilador  de  la  expresada  Crónica  de  don  Juan  II,  ¿Seria  posible  que 
el  verdadero  compilador  las  tomase  de  la  Corónica  Abreviada,  donde  sólo 
les  daba  lugar  la  vanidad  literaria,  ó  el  sentimiento  patriótico  de  Valera?... 


II.*  P.y  CAP.  XX.  EST.  HIST.   DÜR.  EL  R.  DE  LOS  R.    C.      303 

ooQel  tr&gico  fin  de  don  Alvaro  de  Luna. — ¿Por  qué  suspendía 
Mossen  Diego  de  Valera  en  este  punto  su  narración,  dirigiéndo- 
se á  doña  Isabel  la  Católica?...  ¿Le  indignaba  tal  vez  ó  temía 
que  indignase  á  tan  gran  princesa  el  espectáculo  de  la  corte  de 
Enrique  lY,  que  recordaba  &  la  sazón  con  tan  vivo  colorido  y 
tanta  dureza  Alfonso  de  Falencia?...  Yalera  decía  á  la  Reina, 
narrada  la  muerte  de  don  Alvaro:  «Aquí  pongamos  silencio  &  la 
•ploma,  lUustrissima  Princesa,  humildemente  suplicando  á  Yra. 
•Real  Majestad  que  si  en  lo  por  mi  escripto  algunos  defectos 
•fallare,  como  non  dubdo,  los  mande  corregir  y  emendar,  atri- 
•bu  yendo  la  culpa  daquellos  á  mi  poco  saber  é  non  á  falta  de  mi 
•noluntad,  muy  deseosa  de  vro.  servicio».  ¿No  era  por  ventura 
^riFício  de  doña  Isabel  para  el  buen  Yalera  el  dar  plaza  en  la 
historia  general  de  Castilla  á  los  acaecimientos,  que  la  elevan  al 
trono?...  Respetemos  no  obstante  las  causas  que  le  redujeron  al 
siiencío,  mientras  daba  en  sus  muy  curiosas  epístolas  útiles  ad- 
^di"tencias  y  consejos  á  la  reina  Isabel  y  al  mismo  don  Fernando. 


^^  liecho  no  carece  de  verosimilitud,  probado  como  en  otro  lug^r  lo  hici- 
^^s,  que  la  Crónica  de  Alvar  García  habia  sido  adulterada  durante  el  rci- 
^^cio  de  los  Reyes  Católicos. — Cierto  es  que  el  compilador  referido  pudo  to- 
'^^r  copia  de  dichas  cartas  de  las  originales,  conservadas  acaso  en  la  real 
^(^ara;  pero  no  es  seg^nro  que  aun  existiendo  allí  los  indicados  originales, 
^   le  facilitaran,  como  no  se  facilitó  á  Diego  de  Valera  la  Crónica  de  don 
,^l^<^n  II,  que  se  guardaba  en  la  cámara  de  la  reina  Isabel.  Al  propósito  decia 
j  ^lera,  disculpando  su  brevedad  respecto  de  los  sucesos  del  reinado  de  don 
^^n  11:  cSobre  lo  qual  ovo  tantas  discordias  é  guerras  é  ayuntamientos  de 
^^ntes  é  prisiones  de  grandes  que  á  m(  seria  imposible  poderlo  escrevir 
^^Vdenadamente,  como  cada  cosa  pasó,  sin  ver  su  Corónica,  la  qual  mu" 
^tias  vezes  á  Vuestra  Alteza  demandé,  y  aunque  me  dixo  que  me  la  man- 
caría dar,  jamás  se  me  dio:  así,  muy  poderosa  princesa,  escriviré  como  á 
^lento  aquello  de  que  me  acordare,  c  sé  que  pasó  en  verdad  desde  que  fui 
^^D  edad  de  quince  años,  en  que  á  su  servicio  vine  fasta  su  falles^imiento» 
^^•61.  xij)*  Valera  no  pasó  sin  embargo  de  la  muerte  de  don  Alvaro  de  Luna: 
^  declaración,  que  tuvimos  ya  en  cuenta  (tomo  VI,  pág.  216),  nos  mueve 
iHsea  á  creer  qne  al  insertar  las  cartas  en  su  Corónica  Abreviada,  no  fign- 
t^ban  todavia  en  la  de  don  Juan  ¡I;  y  dado  este  supuesto,  es  para  nosotros 
^misible  y  muy  probable  que  la  obra  de  Alvar  García  de  Santa  María,  juz- 
^da  en  lugar  oportuno  (ib.,  etc.),  sólo  fué  reducida  al  estado  en  que  Ga- 
Uodes  Carvajal  la  sacó  á  luz,  despaes  de  t48t. 


504  HISTORIA   crítica   DE  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

La  Coránica  Abreviada  de  Mossen  Diego  de  Yalera,  si  de. 
considerarse  como  un  esfuerzo  m&s  en  la  obra  de  trazar  la  bi 
toria  general  de  España,  que  tantos  cultivadores  había  lograd 
ni  por  su  extensión,  pues  que  se  limitaba  4  los  reinos  de  CaJsl 
lia,  ni  por  su  plan^  ni  por  los  medios  literarios  en  ella  emplea 
dos,  señalaba  un  verdadero  progreso,  ni  constituía  un  oae* 
titulo  de  gloría  para  el  antiguo  maestresala  de  Fernando  Y. — 1 
primero  estaba  reservado  k  los  cultivadores  de  la  historia  ea 
gran  siglo,  que  se  iba  ya  preparando:  lo  segundo  lo  confirma 
examen  de  los  demás  libros,  debidos  á  la  erudición  del  misn 
Yalera.  Mas  para  que  nuestros  lectores  decidan  por  si  sobre  es 
punto,  copiaremos  aquí  algún  pasaje  de  estilo  narrativo,  decl 
rando  desde  luego  que  no  lo  hacemos  sin  elección.  Asi  refiero 
conquista  de  Córdoba: 

«Dos  años  pasados  quel  rey  don  Fernando  ovo  el  reyno  de  L^^ 
»acaes^ió  asi  que  ciertos  almogávares  se  juntaron  para  llevar  alguna  ^' 
»sa  de  Córdova,  é  algunos  moros  de  la  cibdad,  que  estavan  mal  oontí^ 
Dtos  de  la  gobernación  della,  avian  conocimiento  con  algunos  destoe  ^ 
»mogavares  et  dixéronles  que  si  querían,  ellos  les  darían  el  Axarquí^ 
»algunas  torres  en  la  gibdad  é  asi  la  podrían  tomar:  que  más  queri 
»ser  subiectos  á  los  xpianos.  que  pasar  la  vida  que  tenían.  E  como  qiv- 
»ra  que  los  almogávares  non  los  creyeron,  non  dexaron  por  eso  de  te'- 
»tar  si  era  verdat  é  aderezaron  sus  escalas  é  vinieron  á  Córdova,  é  fall^ 
))ron  verdat  todo  lo  que  los  moros  les  avian  dicho  é  pusieron  sus  esci 
))las:  é  los  que  primero  subieron  en  ellas,  eran  llamados,  el  uno  Domini 
»Colodro  y  el  otro  Benito  de  Vanos.  Et  tomaron  luego  ciertas  torres 
«mataron  ios  veladores  que  en  ellas  estavan,  é  tomaron  el  Axarqoia, 
»así  mesmo  mataron  á  todos  los  que  en  ella  moravan,  y  enviaron  lueg 
))á  gran  príessa  sus  mensajeros  á  todos  los  logares  de  la  frontera^  enlnái 
})doles  dezir  el  estado  en  que  estavan.  Et  en  tanto  los  moros  peleare 
»con  ellos;  é  los  almogávares  defendíanles  valientemente  lo  que  avia 
»ganado.  £  un  cavallero  llamado  Ordeño  Alvarez,  cómo  lo  supo,  vino 
»gran  priessa  con  todos  los  xpianos.  que  pudo  é  metióse  en  Córdova  oo 
»los  almogávares  y  enbió  dezir  al  rey  el  estado  en  que  Córdova  estam 
nsuplicándole  que  viniese  luego.  Et  don  Alvar  Pérez  de  Guzman,  qt 
i>era  muy  buen  cavallero,  vino  con  muy  grant  gente  é  lanzóse  en  la  di 
))dad;  é  assi  cada  dia  cres9ia  el  ayuda  de  los  xpianos.  Et  como  esto  sop 
»el  rey  don  Femando,  questava  en  el  reyno  de  León,  mandó  apellida 
Dtoda  la  tierra,  y  él  non  se  detovo:  antes  se  fué  para  Córdova  á  masan 
»dar  con  fasta  cient  cavalleros  que  pudo  lu^o  aver;  et  yban  en  pos  d^ 
Dtodas  las  gentes  de  Castilla  ét  de  León.  Et  assi  el  rey  llegó  á  Córdova 


Il/ P.y  CAP.   XX.   E3T.    HIST.  DUR.    EL  R.   DE  LOS  R.  C.      305 

«tiempo  que  faé  bien  menester,  é  afincó  tanto  á  los  moros  que  se  ovieron 

j»de  dar,  á  pleytesia  que  dexassen  la  ^ibdad  al  rey  con  todo  lo  que  en 

nella  estava  et  saliessen  con  solos  sus  cuerpos.  £t  ganóla  este  noble  rey 

vóoa  Femando  en  dia  de  Sant  Pedro  é  Sant  Pablo  á  29  de  Junio  en  el 

ñaño  del  Señor  de  núll  é  doscientos  é  treynta  é  ^co  años»  l. 

Aanque  el  lenguaje  es  suelto,  y  no  carece  de  algunas  virtudes 
narrativas,  puede  sin  grave  compromiso  asegurarse  que  está  muy 
lejos  de  conservar  esta  relación  la  gracia  y  frescura,  que  supo 
dar  á  la  narración  de  la  sorpresa  de  Córdoba  el  Rey  Sabio  en  la 
estaría  de  Espanna,  Sidoñde  visiblemente  acudió  Yaiera  para  ins- 
pirarse. Ni  oabe  tampoco  limitarnos  &  la  Crónica  Abreviada  pa- 
quilatar  su  mérito  de  prosista:  elocuente  y  docto  por  extremo 
había  mostrado  en  la  corte  de  don  Juan  II,  al  combatir  en  su 
^T^actado  en  defensa  de  las  virtuosas  mugeres  el  libro,  célebre 
^fm  demasía,  de  Juan  Boccacio,  destinado  &  poner  de  relieve  bajo 
o  1     titulo  de  11  Corbacho  sus  malas  artes  y  flaquezas:  con  igual 
>:mocimiento  de  la  historia  había  trazado  el  Espejo  de  verda^ 
'^a  nobleza^  anhelando  «que  los  nobles,  seguiendo  virtudes, 
M  9«gassenal  fin  de  la  soberana...  et  los  que  menos  son  nobles 
ninguna  cosa,  nuevamente  serlo  pudíessen».  Ni  había  mere- 
0  menor  aplauso  el  Ceremonial  de  Príncipes,  en  que  daba  al 
mer  favorito  de  Enrique  lY  abundante  enseñanza  histórica 
)Te  las  dignidades  seglares,  hallando  en  ello  «deleitoso  traba- 
j^^  ^    afán  sin  tristeza  y  cuydado  sin  enojo»  *.  En  d  Tracíado  de 
^^^^^^ArmaSy  que  deflnia  é  ilustraba  en  tres  partes,  las  necesarias^ 
voluntarias  y  las  personales,  habla  desplegado  exquisita 
^  ^Jdicíon  respecto  de  los  usos,  costumbres  y  ceremonias  de  Fran- 
,  Inglaterra  y  España:  en  la  Genealogía  de  los  'Reyes  de 
anda,  si  bien  se  ceñía  á  la  Crónica  martiniana,  acabando, 
10  esta,  en  1320,  daba  no  despreciables  pruebas  de  haber 
Itivado  la  historia  de  aquella  nación,  adonde  le  llevaron  sus 
presas  y  embajadas;  y  finalmente,  en  el  Doctrinal  de  Prin- 
eSy  escrito  antes  de  1478  ^  habia  reunido  con  paternal  soli- 

1    Biblioteca  Nacional,  F.  108,  fól.  289. 

^    Id.  id.,  al  final  de  la  Coránica, 

^    Dedúcese  esta  afirmación  del  epígrafe,  que  lleva  este  tratado  en  el  cd- 

Toüo  vil.  20 


oi 


k 


506  HISTORIA   CRtTICA    DB   LA  LITERATURA    ESPAfiOLA. 

cítud  cuantas  enseñanzas  atesoraron  los  filósofos  de  la  antígOe- 
dad  con  igual  propósito,  augurando  á  Fernando  V,  si  practi- 
caba aquellas  virtudes,  la  dominación  de  toda  la  Península  ^ — 
En  todos  estos  libros,  que  tenían  por  fundamento  el  estudio  de 
la  historia,  se  habia  manifestado  Mossen  Diego  de  Valera  supe- 
rior al  compilador  de  la  Coránica  Abreviada,  como  sucedia  tam- 
bién en  otros  tratados  á  que  sirven  de  corona  sus  Cartas  fami- 
liares, tan  útiles  para  bosquejar  la  vida  de  este  hombre  extraor- 
dinario como  para  el  estudio  histórico  de  sus  tiempos,  según 
adelante  comprobamos  *. 

Reputación  análoga  ú.  la  de  Mossen  Diego  de  Yalei^a  «alcanzaba 
Diego  Rodríguez  de  Almela,  discípulo  y  admirador  de  don  Al- 
fonso de  Santa  María,  á  quien  debió  primero  la  educación  y  car- 
rera eclesiástica  y  después  las  dignidades,  que  obtuvo  y  gozó  en 
la  Iglesia  de  Cartagena.  Hay  fundamentos  para'  asentar  qué  fué 
Almela  oriundo  de  Galicia,  si  bien  nació  en  Murcia,  donde  exis- 
tia de  antiguo  su  familia,  por  los  anos  de  1426  ^.  Conocióle  allí 


dice  F.  IOS  de  la  Dibliotcea  Nacional,  donde  leemos:  ((Doctrinal  de  PWnpi- 
*pe8  al  muy  alto  c  muy  excelente  jirinQipe  nuestro  Señor,  don  Femando 
9por  la  divina  Providencia  rey  de  Castilla  é  de  León  é  de  CeQÜya,  pri- 
tmogéniio  heredero  de  los  reynos  de  Aragón ^  compuesto  por  Mossen  Die^ 
vgo  de  Valera,  su  maestresala  é  de  su  Consejo».  Mucrlo  don  Juan  11  de 
Arag^on  en  I47S)  año  en  que  hereda  don  Fernando  aquella  corona,  es  evi- 
dente que  al  intitularle  Valera  prímoí^entío  de  Aragón,  no  habia  fallecido 
todavia  el  rey,  su  padre. 

1  Son  por  extremo  notables  las  palabras  de  Valera  al  propósito:  cEs 
»profclÍ9ado  (diccj  de  muchos  sigilos  acá  que  non  solamente  sereys  señor 
>»destos  reynos  de  Castilla  y  Araron,  que  por  todo  derecho  vos  pertcncs9en, 
•mas  avreys  la  monarchía  de  todas  las  Españas,  é  reformareys  la  sylla  im- 
«perial  de  la  ynclita  sangre  de  los  godos,  donde  venys,  que  de  tantos  tiem- 
«pos  acá  está  esparcida  é  derramada».  Esta  fué  universal  aspiración  y 
creencia  de  los  españoles  á  fínes  del  siglo  XV:  durante  el  XVI  no  hubo  mi- 
lite que  no  abrigara  la  de  la  monarquía  universal,  según  oportunamente 
observaremos. 

2  Véase  el  capítulo  siguiente. 

3  Así  lo  afírma  don  Juan  Antonio  Moreno,  último  editor  del  Valerio 
de  las  Historias,  fundándose  en  la  autoridad  de  Francisco  de  Cáscales  (Dis^ 
cursos  históricos  déla  ciudad  de  Murcia,  apellido  Almela).  c Nació  Diego 


II.*  P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.    DüR.   EL  R.  DE  LOS  R.  C.      307 

desde  su  iDÍancia  don  Aironso  de  Santa  María;  y  viéndole  desde 
luego  con  singular  predilección,  merced  á  su  buen  natural  y  á, 
su  no  vulgar  talento,  trájole  consigo  de  paje  y  familiar  á  Casti- 
llsL»  en  cuya  corte  le  hizo  conocer  y  estimar,  colmándole  al  par 
de  distinciones  ^.  Entre  las  que  más  apreció,  fué  sin  duda  la 
amistad  de  su  protector  y  maestro,  que  le  abrió  todas  las  puer- 
cas para  comunicar  con  los  hombres  doctos  de  su  tiempo,  gran- 
SfeAudole  con  la  protección  de  don  fray  Jujín  Ortega  de  Maluen- 
da,    un  canonicato  en  la  iglesia  cartaginense,  y  más  adelante  la 
P'aza  de  capellán  de  la  Reina  Católica  ^.  Criado  con  Alfonso  de 


>Hoc]r¡guez  de  Almela  (dice)  en  la  ciudad  de  Murcia  hacia  los  años  de  1426, 
•^^     ])adres  nobles:  su  familia   estaba  establecida  allí  desde  tiempos  anti- 
»?^*08,  gozando  las  preeminencias  que  pueden    ilustrar  á  un  linaje.  Ya  en 
•^^^9  era  regidor  de  Murcia  Berenguer  de  Almcla,  tal  vez  padre  ó  abuelo 
*^^^    nuestro  Diego;  y  muchos  individuos  del  mismo  apellido  ejercieron  los 
»ni i laisierios  republicanos  de  alcalde,  regidor,  alguacil  mayor  y  otros»  (Va- 
l«^<o  de  las  Historias ^  pról.  del  editor).  Sin  embargo,  el  estudioso  autor 
^^^  Diccionario  de  escritores  gallegos,  obra  dada  á  luz  después  de  la  ter- 
"^'v^acion  de  estos  estudios,  pretende  probar  que  Rodriguez  de  Almela  era 
^Uogo  (Art.  biog.  del  mismo).  Considerando  con  el  citado  Moreno  los  an- 
tecedentes de  la  familia  d3  Almela^  establecida  de  antiguo  en  Murcia,  y 
''ecordando  que  don  Alfonso  de  Santa  María  permaneció  en  el    Concilla  de 
'^silea  de  1434  á  1440,  época  en  que  vino  á  residir  en  su  obispado  de  Car- 
^^ena,  no  puede  ponerse  el  conocimiento  ó  amistad  del  obispo  y  de  la  re- 
'^'^'cta  familia,  durante   su   residencia  en  Galicia,  como  deán  de   Santiago, 
^^<^s  que  sólo  contarla  en  esta  ocasión  Rodriguez  de  Almela  de  seísá  ocho 
'*^^s.  Y  esto  es  tanto  más  atendible  cuanto  que  consta  que  le  recibió  en  su 


icio  de  catorce   años  (Valerio  de  las  Historias,  dedicatoria),  edad  que 


^  '^id  Almela  al  volver  á  España  don  Alfonso;  sin  que  la  circunstancia  de 

.  ^  ^^^r  nacido  en  Murcia  (apellido  que  alguna  vez  le  dan  sus  amigos)  quite 

^^ malicia  la  gloria  de  haber  sido  madre  de  los  ascendientes  de  Almela,  como 

-  ^"«!ce  persuadir  este  apellido.  Para  nosotros  son  de  mucho  peso  las  asevc- 

*^  Iones  de  Cáscales,  Florez  y  el  muy  diligente  don  Juan  Antonio  Moreno, 

^   más  que  apreciemos  en  mucho  las  conjeturas  del  señor  Murguía,  autor 

^icbo  Diccionario, 

^     Don  Alfonso  de  Cartagena  le  instituyó  por  los  años  de   1451,  apenas 
estido  con  la  orden  sacerdotal,  archipreste  de  Santibañez:  más  adelante 
%onró  nombrándole  su  camarero,  cargo  que  sirvió  hasta  la  muerte  del 
^tspo[l456]. 

^    Teniendo  presentes  los  documentos  consultados  por  Moreno  y  las  mis- 


308  HISTORIA    CRtTICA   DB    LA    LITERATURA  CSPAÍ^OLA. 

Falencia,'  amóle  toda  su  vida  coa  verdadera  frateraidad,  compi- 
tiendo con  él  en  el  entusiasmo ,  con  que  se  consagraron  uno  y 
otro  al  cultivo  de  las  letras:  conociendo  el  mérito  de  Mossen 
Diego  de  Yaiera,  que  hacia  mayor  &  sus  ojos  el  respeto,  tributa- 
do por  este  &  don  Alfonso,  guardábale  aquella  singular  estima- 
ción, que  supo  el  ilustre  converso  engendrar  en  todos  sus  discí- 
pulos, dando  público  testimonio  de  ella,  al  mencionar  y  anunciar 
en  sus  obras,  no  sólo  las  ya  publicadas  por  Mossen  Diego,  sino 
también  las  que  &  la  sazón  escribia  ^ .  Su  amistad  y  trato  con  to- 
dos los  hombres  más  distinguidos  de  Castilla  se  significaban  en 
las  dedicatorias  de  sus  escritos,  y  el  mérito  de  estos  en  la  es- 
timación, con  que  eran  recibidos,  principalmente  por  la  grande 
erudición  que  encerraban. 

Fué  en  efecto  Diego  Rodríguez  de  Almela  uno  de  los  hombres 
m&s  eruditos  de  su  tiempo,  acreditándelo  así  todas  las  obras  que 
han  llegado  &  nuestros  dias,  debidas  &  su  pluma.  Son  las  más 


mas  obras  de  Almela,  se  deduce  que  debió  alcanzar  este  canonicato,  que 
sirvió  hasta  su  muerte,  conquistando  el  respetuoso  cariño  de  sus  compatri- 
cios, por  los  años  de  14S7  á  1491,  en  que  le  vemos  en  Murcia,  desde 
donde  dirige  sus  obras  y  comunicaciones  d  los  hombres  más  doctos  de  la 
corte  y  de  la  Iglesia  española.  £n  1490  era  ya  capellán  de  la  Reina  Católi- 
ca, y  un  año  después  asistía  á  la  guerra  de  Granada  con  dos  lanzas  y  seis 
peones^  acompañado  de  su  hermano  Alonso  Rodríguez^  que  servia  a  los 
Reyes  con  dos  caballos  y  un  cscuilcro  (Cáscales,  Discursos  históricos,  d¡- 
sert.  XIÍÍ,  cap.  2; — ^Baycr,  Notas  á  ta  Bibliotheca  Vetus,  lib.  X,  capí- 
tulo XIV). 

1  Almela,  que  trazaba  su  Compendio  historial  de  las  crónicas  de  Es^ 
paña  por  los  años  de  1476  á  14S0,  parceló  en  efecto  saber  que  Mossen 
Diego  de  Valera  se  consagraba  tiempo  hacia  al  mismo  propósito:  Valera 
hubo  no  obstante  de  presentar  su  libro  antes  á  la  Reina  Isabel,  pues  como 
ya  sabemos  lo  imprimió  en  14S1:  Almela,  á  juzgar  por  el  testimonio  respe- 
table de  Cáscales,  sólo  llegó  á  ofrecer  á  los  pies  del  trono  su  trabajo  en  1491: 
el  MS.  que  presentó  á  la  ilustre  princesa  que  regia  el  cetro  de  Castilla,  es- 
taba exornado  magníficamente  de  iniciales  historiadas,  de  oro. — Las  fra- 
ternales relaciones  de  Almela  y  Falencia  están  justificadas  en  muchos  pa- 
sajes de  las  obras,  que  en  breve  examinaremos,  fuera  de  los  datos  histó- 
ricos antes  de  ahora  alegados  (Cap.  Vil  de  este  Subciclo,  t.  VI,  pági- 


^^  <>ii\ 


ll/  P.y  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  G.      309 

notables,  y  fueron  en  su  tiempo  las  más  aplaudidas.  El  Valerio 
de  las  Historias  y  las  Batallas  Campales,  el  Tractado  de  la 
¿fuerra  y  los  Victoriosos  milagros  del  glorioso  apóstol  Santiago^ 
si  bien  escribió  otros  tratados  de  importancia  y  de  interés  poli- 
tico  de  actualidad,  entre  los  cuales  merecen  ser  mencionados  los 
que  tienen  por  objeto  demostrar  los  derechos  que  t  los  Reyes 
Católicos  asistían  sobre  el  reino  de  Navarra,  no  menos  que  los 
encaminados  &  probar  que  no  se  debian  partír,  dividir  ni  enaje- 
nar los  reinos  de  España,  con  otras  varias  producciones  bisló- 
laicas,  á  que  intentó  poner  digna  corona  con  la  Copilacion  de  las 
Coránicas  et  Estorias  de  España,  obra  en  que  se  ocupaba  ya 
desde  1478  ^  Desdicha  ha  sido  de  Rodríguez  de  Almela  que  la 


1     Las  obras  de  Diego  Rodrigues  de  Almela,  que  han  llegado  á  nues- 
tros días,  se  guardan  MSS.  en  dos  rouy  estimables  códices,  que  hemos  con- 
sultado con  el  debido  detenimiento.  Custódianse  ambos  en  la  Biblioteca  Es- 
c^uríalcnscy  signados  h.  iij.  15  y  X.  ij.25.  El  primero  encierra:  1.°  Tractado 
<%  copilagion  de  los  victoriosos  milagros  del  glorioso  bienaventurado  após^ 
^ol  Santiago,  dirigido  á   Fernando  de  Pineda,  caballero  de  dicha  Orden; 
2  .^  Escritura  ó  Memoria  sobre  quántas  vezes  y  en  qué  tiempos  vgnieron 
^€D8  moras  por  mar  á  tierra  de  Italia,  etc.,  dirijida  al  obispo  de  G)ria 
C  14S1);  3.^  Letra  dirigida  al  deán  é  cabildo  de  Cartagena  sobre  la  ida 
^"uel  muy  reverendo  señor  arzobispo  de  Toledo  se  dice  quiere  fazer  á  la 
guerra  contra  los  turcos  (1481);  4.®  Letra  mensajera  del  obispo  de  Coria 
Maestre  de  Santiago,  don  Alfonso  de  Cárdenas,  enviándole  el  libro 
e  tos  Milagros  (1481);  5.^  Otra  letra  de  Almela  al  Maestre  sobre  dicho  li- 
^ro;  6.**  RcspuesUi  del  Maestre;  7.®  Árbol  de  los  reyes  de  Portugal,  que 
X>recede  al  tratado  sobre  el  derecho  de  los  (Católicos  á  dicho   reino  (1478); 
S  .^  Sobre  algunas  reinas  é  grandes  señoras  que  non  fueron  buenas  é  de 
otras  que  fueron  muy  buenas,  tratado  dirijido  á  Diego  de  Carvajal,  cor* 
x^«gidor  y  justicia  mayor  de  Murcia.  En  el  segundo  códice  hallamos:    t.^ 
Graciado  que  se  llama  0>pilacioii  de  las  batallas  campales  que  son  eonte^ 
"^^idas  en  las  estorias  escolásticas  é  de  España,  dirigido  al  muy  reveren-- 
tM^  é  virtuosísimo  señor  don  fray  Johan  Ortega  de  Maluenda,  obispo  de 
<yoria,  del  Consejo  del  rey  éreyna,  nros.  Señores;  2.°  Copia  de  una  Es^ 
^-riptura,  dirigida  al  venerable  é  discreto  señor  Pero  González  del  Casti" 
tío,  criado  de  la  muy  ülustrisima  nuestra  Señora  la  Reina  doña  Isabel, 
9t}bre  el  derecho  y  acción  que  su  Alteza  é  el  muy  lUmo.  señor  el  rey  don 
Fernando,  su  marido,  reyes  de  los  regnos  é  Señoríos  de  Castilla  é  de 
ILeon,  de  Aragón  é  de  Cecilia,  nros.  Señores,  tienen  á  Gascuña  é  al  du^ 
Ctfdo  de  Guiana  é  á  Navarra;  3.^  Letra  dirigida  al  venerable  é  virtuoso 


\ 


310  HISTOItlA   CRITICA   OB   LA   LITERATURA   ESPAflOLA. 

m&8  iroportanle  de  todas,  escrita  á  instancia  de  don  Alfonso  á^ 
Cartagena  y  dedicada  al  protonotario  don  Juan  Manrique,  haf^ 
llegado  á  nuestros  dias  atribuida  á  tan  ilustre  ingenio,  com^ 
Fernán  Pérez  de  Guzman,  merced  al  peso  que  daba  al  erpresadC^ 
error,  combatido  ya  en  siglos  anteriores,  la  autoridad  de  nm 
Cuerpo  literario,  llamado  por  su  naturaleza  &  ejercer  grande  as- 
cendiente en  materias  de  crítica:  tal  ha  sucedido  con  £l  Yalerío 
de  las  Historias,  compuesto  en  1472,  dos  años  antes  de  subir 
doña  Isabel  al  trono  de  Castilla  ' . 


señor t  el  licenciado  Antón  Martínez  de  Cáscales,  alcalde  en  la  cibdad 
Toledo j  sobre  los  matrimonios  é  casamientos  entre  los  reyes  de 
é  de  León  de  España  con  los  reyes  é  casa  de  Francia  fechos  (1479);  4. 
Escriptura  dirigida  al  honrado  señor  Johan  de  Córdova,  jurado,  olí 
recabdador  de  las  rentas  reales  del  regno  de  Murcia,  de  (^mo  é  por  qu 
rosón  non  se  deven  dividir,  partyr  nin  enagenar  los  regnos  é  sen 
de  España,  salvo  que  el  señorío  sea  siempre  uno  é  de  un  rey  é  señor 
manar  chía  de  España  (14S2);  5.^  Copilacion  que  se  llama  Tractaoo  j>i 
LA  Gu£RRA,  dirijido  al  reverendo  ¿  virtuoso  señor  don  Martin  de  Silva 
deán  é  provisor  de  la  Iglesia  i  obispado  de  Cartagena.  6.^  Tractado 
cómo  las  mugeres  heredan  syempre  en  España  los  regnos,  ducados,  con" 
dados,  señoríos  é  mayorazgos,  después  de  la  muerte  de  sus  padres,  noi 
dexando  varones  lygitimos  que  los  heredasen,  dirijido  al  muy  mai 
señor  don  Johan  Chacón,  adelantado  é  capitán  mayor  del  regno  de  Mur 
cia  (1483).  Demás  de  estos  tratados,  en  que  se  aduna  el  interés  político 
de  actualidad  á  la  noción  histórica,  que  les  sirve  de  fundamento,  han  lle- 
gado á  nuestros  dias  las  obras  de  que  á  continuación  tratamos  más 
cialmcnte.  Almcla,  como  Valcra,  consagró  su  ciencia  y  su  inteligencia  ^=sm\ 
servicio  de  los  Reyes  Católicos,  contribuyendo  así  á  realizar  la  grande  ob  ^a 
de  la  unidad  nacional,  pensamiento  dominante  en  todos  sus  opúsculos. 

1  Nos  referimos  á  la  Real  Academia  de  la  Lengua  en  su  Catálogo  ^^ 
autoridades,  dado  á  luz  en  el  tomo  primero  de  su  gran  Diccionario.  L^^^ 
tres  primeras  ediciones  del  Valerio  de  las  Uistorias  aparecieron  sin  cm*»^*-*"' 


go  con  el  legítimo  y  verdadero  nombre  del  autor  Diego  Rodríguez  de    ^^^^' 
mela  (Murcia,  1487,  por  Juan  de  la  Roca,  fól.; — Medina  del  Campo^  1&*     ' 
por  Maestre  Nicolás  de  Piemonlc,  fól.; — Sevilla,  1536,  fól.),  siendo  en  "**^ 
dad  notable  que  una  O>rporacion  tan  docta  las  desconociese  del  t<Mlo.  £5*"^ 
desde  la  cuarta  edición,  que  lleva  la  fecha  de  1542,  y  fué  hecha  en  SeV^ 
por  Dominico  de  Roberti,  fól.,  se  despojó  á  Rodríguez  de  Almcla  de  la  ^^^ 
recida  gloria  que  le  daba  el  Valerio,  adjudicándolo  á  Fernán  Pereí  de  (^  *^ 
man,  según  indicamos  en  el  texto.  Tres  ediciones,  todas  del  siglo  XVI  ('^'^ 


II.*  P.,  CAP.  XX.  EST.    HIST.    DUR.    EL   R,    DE  LOS  R.  G.      311 

Compilación  abundante,  compuesta  de  nueve  libros  y  for- 

iQAdá  sobre  el  modelo  que  orrecia  &  los  eruditos  El  Valerio 

Másmo  *,  que  habia  pagado  largo  tributo,  con  sus  anécdo- 

^  históricas,  &  los  narradores  de  la  edad-media,  abrazaba  el 

/Aro  de  Almela  los  tiempos  antiguos  y  modernos,  refiriéndose, 


dri^^  1568,  8.**;— Medina  del  Campo,  1584,  8.®;— Salamanca,   1587),  per- 
P<^tuaron  y  trasmitieron  el  error,  que  acogido  por  escritores  tan  eruditos 
cooüio  Gil  González  Dávila  {Teatro  de  las  Iglesias  de  España,  obispado  de 
Burgos),  no  fueron  bastantes  á  eradicar  los  esfuerzos  de  don  Nicolás  Anto- 
nio (Bibliotheca  Vetus,   lib.  X,  cap.   VIH);  Tamayo  de  Vargas  (Junta  de 
í'ibTOS  y  Defensa  de  lasHistoriade  España,  fól.  2S5)  y  otros,  pues  que  la 
ysk,    citada  Real  Academia  volvió  á  autorizarlo  en  la  forma  indicada,  sin  que 
lo    kaya  rectificado  después,  como  parcelan  aconsejarle  el  interés  de  la  ver- 
dci.cl  y  su  propia  reputación.  Pero  lo  más  notable  en  este  punto  es  que  aun 
iic^das  las  Investigaciones  del  incansable  Pérez  Bayer  (Notas  á  la  BibliO" 
ffe^^ca  VetuSt  llb.  X,  cap.  8.°,  núm.  3  al  440),  tenidas  en  cuenta  por  el  úl- 
lirrmo  editor  del  Valerio  (Madrid,  MDCCXCIII,  pról.),  prosiga  alguno  de  los 
aca.démico8  de  la  Lengua  en  la  impenitencia,  lo  cual  nos  ha  forzado  á  dar 
A^S'vna  extensión  ala  presente  nota. 

I    Declarólo  así  el  mismo  Almela  en  la  Dedicatoria  de  tan  peregrino  li- 
bro, dirijida  al  protonotario  don  Juan  Manrique,  cuando  refiriéndose  al  obis- 
po <jo|,  Alfonso  de  Santa  María,  dice:  «En  su  vida  conos9Í  ser  su  desseo  que, 
•conjQ  Valerio  Máximo,  de  los  fechos  de  los  romanos  y  de  otros  fizo  una  co- 
*P*lac¡onen  nueve  libros,  poniendo  por  títulos  todos  los  fechos,  adaptante 
^  <^da  título  lo  que  era  siguiente  á  la  materia,  sacado  de  Tito  Livio  y  de 
'^'■"o^  poetas  y  coronistas,que  así  su  merced  entcndia  fazer  otra  copilacion 
^    los  fechos  de  la  Sacra  Escriptura  y  de  los  reyes  de  Espafta...,Io  qual  él 
^*ora  en  latin^  escripto  en  palabras  scientíficas  y  de  grande  eloquencia, 
Viviera.  Yo  porque  mi  S9iei?9ia  es  poca,  propusse  su  desseo  de  escrebir 
^    viuestra  lengua  castellana.»  hFí^c  esta  copilacion  (añade)  assimismo  en 
^^eve  libros  y  cada  libro  dividido  por  títulos  y  cada  título  por  capítulos», 
^^^ptando  cada  cosa  á  su  título.  La   imitación  en  la  forma  expositiva  no 
^^0  ser  más  ajustada  al  libro  latino:  la  materia,  como  tomada  de  las  Sa- 
^^adas  Escrituras,  de  las  historias  escolásticas  y  de  las  Crónicas  de  España 
^  estaba  de  él  en  gran  manera,  constituyendo  una  obra  original  y  tan  nueva 
^  t¡ue  en  España  fasta  aquel  tiempo  non  avia  sido  vista^^  (Carta  á  don 
^van  Manrique).  Esle  ilustre  protonotario  rogó  á  Diego  de  Almela  que  es- 
cribiese el  Valerio  de  las  Historias  en  una  composición  poética  que  apare- 
ció, con  varias  cartas  de  Almela,  al  frente  del  mismo,  lo  cual  hace  más 
notable  el  error  de  los  que  le  despojaron  de  esta  obra  para  darla  á  Fernán 
^erez  de  Guzman,  muerto  sobre  doce  años  antes  de  escribirse  el  Valerio, 


312  HISTORIA   CRITICA   DE   LA    LITERATURA  KSPAl^OLA. 

por  lo  que  &  los  últimos  tocaba,  más  principalmente  &  los  suce- 
sos acaecidos  en  la  Península  Ibérica  y  en  el  suelo  de  Castilla. 
Animado  de  un  pensamiento  esencialmente  didáctico,  encaminá- 
base cada  historia  á  producir  una  enseñanza  religiosa,  moral  ó 
política,  á  la  manera  que  lo  habían  hecho  los  apólogos  en  el  de- 
sarrollo del  arte  didáctico-simbólico^  naciendo  de  aquí  cierta 
agradable  variedad,  que  buscaba  su  más  propio  colorido  ya  en 
las  Sagradas  Escrituras,  ya  en  los  escritores  de  la  antigüedad 
clásica,  ya  en  las  compilaciones  eruditas  de  los  tiempos  medios, 
designadas  con  el  titulo  de  Historias  Escolásticas,  ya  princi- 
palmente en  las  Crónicas  nacionales  y  aun  en  las  tradiciones 
orales  de  los  populares  y  de  los  doctos.  Contra  lo  que  era  de  es- 
perar, dada  la  índole  del  libro.  El  Valerio  de  las  Historias  apa- 
reció dotado  de  un  estilo  menos  artiGcioso,  más  natural  y  sen- 
cillo que  el  usado  á  la  sazón  por  los  eruditos,  y  que  no  carecien- 
do de  la  gravedad  que  pedía  su  propia  naturaleza,  mostrábase 
como  esmaltado  de  dichos  memorables,  proloquios,  máximas  y 
refranes,  que  comunicaban  al  lenguaje  extraordinaria  viveza.  A 
estas  dotes  ha  debido  sin  duda  la  estimación,  que  conserva  en  la 
república  de  las  letras,  y  el  obtener  la  honra  singular  de  ser  de- 
signado como  autoridad  en  materias  de  dicción  y  de  propiedad 
fllológica  ^  No  parecerá  mal  á  nuestros  lectores  el  que  ilustre- 
mos estas  observaciones  con  algún  ejemplo,  que  sirva  de  confir- 
mación á  las  mismas.  Oigamos  el  capitulo  IX  del  titulo  II  del 
libro  III,  en  que  ensalzando  la  moral  fortaleza,  dá  á  conocer  uno 
de  los  más  gallardos  hechos,  que  ennoblecen  á  las  heroínas  de 
Castilla.  Helo  aquí: 

«Después  que  el  rej  don  Fernando  III  de  Castilla  ovo  tomado  la  Peña 
»de  Martos,  dióla  en  tenencia  al  conde  don  Alvar  Pérez  de  Castro,  d 
»qual  en  tanto  que  fué  á  Castilla  al  rey,  para  que  embiase  bastimentos 
»á  la  frontera,  dexó  en  Mar  tos  la  condesa,  su  mujer,  é  á  don  Tello,  su 
))8obr¡no,  que  con  <;incuenta  é  cinco  caballeros  entró  á  fa^r  cabalgada 
»en  tierra  de  moros.  En  esto  vino  el  rey  de  Granada  con  grant  poder  de 
»moro8  sobre  Martes,  é  combatió  la  Peña  muy  rcsgio,  que  por  poco  la 
»oviera  entrado,  ca  en  la  Peña  non  esta  va  varón  alguno,  salvo  la  con- 

1  Catálogo  de  Autoridulm  de  la  Real  Academia  de  la  Lcng%M,  pági- 
na LXXXIV  ^el  tomo  I  de  su  gran  Diccionario. 


]l/  P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.    Dl)R.   EL  R.  DE  LOS  R.   C.      313 

odessa  oon  sus  dueñas  é  donzellas:  é  dexaron  las  tocas  é  vistiéronse  en 

nannas  é  tomaron  lanzas  en  las  manos  ó  andovieron  por  los  andamios, 

«tirando  esquinas* é  piedras.  £  como  los  moros  estoviessen  combatiendo 

»la  Peña,  llegó  don  Telio,  'que  venia  con  los  caballeros  que  avian  ido  á 

ofacer  cavalgada;  é  cómo  vieron  tan  grand  poder  de  moros  al  derredor 

nde  la  Peña,  combatiéndola,  fueron  en  grand  cuyta,  lo  uno  porque  era 

lUave  de  toda  aquella  tierra,  donde  el  rey  don  Fernando  tenia  esperan-  . 

oza  que  por  ella  avia  de  cobrar  gran  parte  de  la  tierra  de  los  moros,  lo 

DOtro  que  seria  captiva  la  condesa  con  todas  sus  dueñas.  £  cómo  estovie- 

osen  en  esto,  Diego  Pérez  de  Vargas,  que  ganó  por  sobrenombre  Machu- 

»ca  en  la  batalla  de  Xerez...,  dixo: — Caballeros,  ¿qué  estajs  aquí  pen- 

Dsando?  Fagamos  de  nos  un  tropel  é  métamenos  por  medio  de  los  moros, 

né  probemos  sí  podremos  acorrer  la  Peña,  é  bien  fío  en  Dios  que  lo  acá- 

obaremos.  £  si  lo  comenzáremos,  non  puede  ser  que  alguno  de  nos  non 

»passe  á  la  otra  parte,  é  si  la  Peña  pueden  subir,   defenderla  han  á  los 

«moros;  é  los  que  non  pudiéremos  passar  é  muriéremos,  salvaremos  núes- 

otras  ánimas  é  faremos  nuestro  deber  é  aquello  que  todo  fídalgo  debe 

Dcomplir. — £  como  esto  ovo  dicho,  fíciéronse  todos  un  tropel  é  entraron 

»por  medio  de  la  hueste  de  los  moros  de  guissa  que  passaron  por  ellos  é 

validaron  á  la  puerta  del  castillo,  que  nunca  los  moros  pudieron  matar 

»3Ínon  algunos  que  se  apartaron  de  los  otros.  £  desque  allí  Ufaron, 

«abriéronles  las  puertas  é  subieron  por  la  Peña  é  entraron  en  el  castillo. 

»£  los  moros,  quando  vieron  que  aquellos  cavalleros  se  pusieron  á  tal 

«peligro  por  guardar  aquel  castillo,  entendieron  que  eran  tan  buenos 

«que  lo  defenderían,  é  luego  dexaron  de  combatir  é  se  fueron. 

«De  las  Komanas  se  lee  a  ver  defendido  en  hábito  de  ornes  la  gibdad  de 
«Koma,  por  lo  qual  son  é  fueron  dignas  de  ser  loadas:  non  menos  esta 
«condessa  é  sus  dueñas,  que  tan  gran  muchedumbre  de  gentes  vieron 
«sobre  si  é  se  defendieron  dellos.  Assí  que  podemos  decir  que  fueran 
«dignas  de  ser  loadas  de  fortaleza.  £  quánto  es  de  loar  Diego  Pérez  de 
«Vargas  del  buen  jBonsejo  y  esfuerzo  é  fortaleza  que  aquí  demostró,  non 
«deve  ser  callado:  antes  es  digno  de  memoria,  la  qual  non  cesará  fasta 
«la  fin  del  mundo». 

Esta  anécdota  no  es  de  aquellas  (]ue  andan  estrechamente  li- 
gadas al  nombre  de  Machuca,  y  hubiera  sin  duda  caído  en  olvi- 
do, sin  el  aplauso  que  alcanzó  desde  luego  el  Valerio  de  las  IliS' 
tortas. — No  lo  merecieron  tan  cumplido  Las  Batallas  Campea 
les,  y  sin  embargo  lograron,  al  salir  á  luz,  singular  estima,  si 
bien  se  han  visto  expuestas  en  nuestros  dias  á  sufrir  la  misma 
suerte  que  el  Valerio  de  las  Historias  ^  Dividense  en  dos  par- 

1     Advertimos,  al  tratar  del  ilustre  autor  de  las  GeneroQiones  y  Sem- 


i 


.1  I 
314  HISTORIA   GRtTIGA   DE   LA   LITERATURA  ESPAÍtOLA*  " 

tes:  comprende  la  primera  «las  batallas  que  acaes^eroa  deti^ 
»el  comienzo  del  mundo  fasta  el  advenimiento  de  Naestro  Sat*  W^ 
•vador»:  abraza  la  segunda  «las  que  acontecieron  en  Espdi^  V'-^ 
•desde  el  tiempo  que  fué  poblada  fasta  el  año  de  mili  et  qnatro-  ^'-^ 
»g¡entos  et  ochenta  et  uno»^  componiendo  entre  todas  el  nüiDB- 
mero  de  trescientas  cuarenta  y  cinco  .^  Un  libro,  destinado  i 
recopilar  los  hechos  más  celebrados  en  armas,  tanto  faera  como 
dentro  de  la  Península,  debía  alcanzar  extraordinaria  aceptacioa 
en  un  reinado  en  que  parecía  despertar,  para  subir  &  su  colmo, 
el  antiguo  heroísmo  de  castellanos  y  aragoneses.  Iniciado  e\ 
pensamiento  por  el  virtuosísimo  «é  sabio  perlado  don  Alonso  Ae 
Cartagena»  veinte  y  seis  años  antes  ^,  realizábase  al  acometecs^ 


blansas  que  el  muy  docto  académico  don  Eugenio  de  Ochoa  le  adjudiea'L'^ 
en  su  Catálogo  de  JtíSS.  de  la  Biblioteca  de  Paris  (pág.  450)  las  BaM^^* 
Campales  (tomo  VI,  cap.  X  de  este  Subciclo).  La  autoridad  que  alcanza  ^^ 
señor  Ochoa,  como  investigador,  en  la  república  de  las  letras,  nos  ha  m 
vido  á  reconocer  los  fundamentos  de  este  aserto,  no  habiendo  tenido 
fortuna  de  tropezar  con  su  origen.  Cuantos  bibliólogos  han  tocado  este  pai 
to,  tienen  por  autor  de  las  Batallas  Campales  á  Diego  Rodríguez  ( 
Almcla;  pero  sin  grandes  esfuerzos:  porque  no  sólo  se  dieron  á  luz  con 
Valerio  de  las  Historias  en  1487  (Murcia,  por  Lope  de  la  Rosa,  fól.)»  >i>^ 
que  leída  la  dedicatoria,  dirigida  á  don  fray  Juan  Ortega  de  Ifalueodi»-  * 
obispo  de  Coria,  no  cabe  abrigar  duda  alguna  sobre  el  autor  y  las  circans — — ^ 
tancias  especiales,  que  le  inducen  á  escribir  las  Bat4illas.  La  afirmado 
del  erudito  Ochoa,  por  ser  hecha  en  un  libro  de  pura  erudición  y  por  el 
ligro  que  lleva  consigo  de  extraviar  á  los  menos  doctos,  pedia  pues  el 
rectivo,  que  resulta  de  las  observaciones  que  vamos  estableciendo. 

1  Esta  segunda  parte,  y  por  tanto  toda  la  obra,  fué  terminada  en  20 
diciembre  de  1491,  veintiún  años  después  del   fallecimiento  de  Fernán  P< 
rcz  de  Guzman.  Pruébalo  así  el  mismo  epígrafe,  que  le  sirve  de  encabei 
miento,  de  donde  hemos  transferido  las  palabras  entrecomadas.  La  priiD^ 
batalla  citada  entre  las  de  España  es  la  que  dio  Hércules  á  Gcrion:  la  ú\  ^i' 
ma  la  sostenida  por  don  Alfonso  de  Cárdenas  contra  el  obispo  de  Evo*"^» 
delante  de  Mérida,  con  derrota  de  los  portugueses  y  victoria  de  los  cab»^^^* 
ros  de  Santiago  (1475). 

2  Almela  dice:  c  Acuérdaseme  puede  a  ver  vcynte  y  seis  años  antes 
»su  señoría  [el  obispo  don  Alonso]  particsse  á  visitar  los  límites  é  Igl^^ 
»del  glorioso  bi(uiaven turado  apóstol  Santiago  de  Gallizia,  nuestro  pat^ 
»de  España,  donde  él  fálleselo  é  murió  de  esta  presente  vida,  me  ovo  d¡^^ 
ié  mandado  é  dado  cargo  fízicsse  é  sacasse  en  una  copila9Íon  todas  las  *'"' 


Il/    P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUK.  EL  R.  DE  LOS  R.   C.      315 

la  cooqaísta  de  Granada,  empresa  en  que  tomaba  parte  el  mis- 
mo Rodríguez  de  Almela,  siendo  el  libro  dedicado  á  don  fray 
Juan  Ortega  de  Maluenda,  sobrino  de  aquel  esclarecido  conver-» 
so  ^  El  interés  históríco  de  las  Batallas  Campales  se  ha  tras^ 
mitido  &  los  tiempos  modernos:  el  libro  no  logra,  literariamente 
considerado,  la  misma  estimación;  suerte  que  ba  alcanzado  tam- 
bién &  los  dem&s  escritos  de  Almela,  si  bien  no  pueden  negár- 
sele en  ninguno  las  dotes  de  erudito  y  de  discreto,  que  tanto 
precio  dan  al  Valerio  de  las  Historias.  Sin  duda  su  Compendio 
Istorial  de  las  coránicas  de  España,  que  le  ganó  el  titulo  de 
cronista  real,  abrazando,  como  la  Abreviada  de  Yalera,  desde 
el  diluvio  universal  hasta  el  reinado  de  Enrique  IV,  hubo  de 
inspirarle  extremada  coufianza  para  lo  porvenir,  dedicándola, 
cual  digno  presente,  á  los  Reyes  Católicos  *.  Sin  el  Valerio 
y  sin  las  Batallas  el  nombre  del  predilecto  discípulo  de  don 
Alonso  de  Cartagena  no  gozaría  del  aplauso  literario,  que  le  ase- 


«tallas  campales,  qae  fueron  é  son  acaes^idas  desde  el  comienzo  del  mundo 
«fasta  el  advenimiento  de  Nro.  Señor  Jbu.  Xpo.,  contenidas  en  la  Sagrada 
«Scriptura  de  la  Biblia  é  segund  como  las  escribe  el  Mro.  de  las  Estorias 
*  Escolásticas t  é  por  consiguiente  las  que  están  escripias  en  las  corónicasy 
tcstorias  de  España  desde  el  comien9o  de  su  población  fasta  en  nuestros 
>dias.  Por  ende  llamando  el  ayuda  divinal,  fizc  esta  copilacion  de  las  dichas 
«batallas,  segund  quel  dicho  muy  reverendo  obispo  de  Burgos,  don  Alfon- 
>so,  mi  señor,  que  aya  sancta  gloria,  vro.  tio,  me  mandó,  devisó  é  dio  car- 
igo  fiziese»  (Cód.  Escur.  X.  ij.  25). — Cual  se  vé,  ninguna  de  estas  circuns- 
tancias podia  convenir  al  señor  de  Batres,  maravillándonos  cada  vez  más 
cómo  se  ha  caido  en  el  error  de  atribuirle  las  Batallas. 

1  Véase  el  epígrafe  que  lleva  el  códice  del  Escorial,  tantas  veces  cita- 
do, en  la  pág.  309  de  este  capítulo. 

2  Véase  la  nota  1.^  de  la  pág.  308.  Como  apuntamos  arriba,  la(7opt¿a« 
cton  de  las  crónicas  é  historias  de  Elspaña,  citada  por  Almela  en  varias  pro- 
ducciones con  diversa  título  (Letra  sobre  los  matrimonios  y  casamientos  de 
los  Reyes  de  Castilla, eic;  Letra  sobre  algunas  reinas  é  grandes  señoras, 
ele,,  1479^1484),  se  guarda  en  la  Biblioteca  del  Escorial  en  dos  volúme- 
nes, que  examinó  ya  el  docto  Pérez  Baycr  en  sus  Notas  á  la  Bibliotheca 
Veíus,  tantas  veces  mencionadas. — Don  Nicolás  Antonio,  siguiendo  tal  vez 
á  Francisco  de  Cáscales  en  sus  Discursos  históricos,  afirmó  que  los  Reyes 
Católicos  concedieron  á  Almela  título  de  cronista  por  1»  expresada  compi- 
lación ó  compendio  (Bibliotheca  Vetus,  lib.  X,  cap.  XIV). 


316  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA   ESPAfSOLA. 

gura  lugar  distinguido  en  la  historia  de  las  letras  patrias.. 
Gomo  Yalera  y  Rodríguez  de  Almelá,  aspiró,  durante  el  reinado 
de  Isabel,  &  cultivar  los  estudios  generales  de  la  historia  un  hijo 
de  Alfonso  de  Falencia,  cuyo  nombre  no  ha  Qgurado  hasta  ahora 
entre  los  ingenios  del  siglo  XY.  Llamábase  Alonso  de  Avila,  acaso 
por  haber  nacido  en  aquella  ciudad;  y  dado  á  los  estudios  cl&sicos 
desde  su  infancia,  inclinábase  al  conocimiento  de  la  antigüedad, 
como  se  inclinaban  entonces  todos  los  espíritus  elevados,  na- 
ciendo sin  duda  de  este  general  anhelo  el  propósito  de  dar  &  co- 
nocer en  breve  compendio  los  hechos  más  notables  que  &  la  ci- 
vilización romana  se  referían,  y  el  patriótico  objeto  de  enlatar- 
los &  la  historia  de  España.  A  este  pensamiento  era  sin  duda  de- 
bido el  Compendio  Universal  de  las  ystorias  romanas  *,  libro  que 


1  Guárdase  este  singular  monumento  literario  en  la  Biblioteca  del  du- 
que de  Osuna^  á  cuya  benevolencia  y  amistad  debemos  su  exámeo,  eoin< 
le  debemos  también  el  estudio  de  otras  muchas  preciosidades  ya  menciona 


das.  Es  un  volumen  de  278  folios,  que  lleva  al  frente,  de  letra  de  fines  de 
siglo  pasado  ó  principios  de  cste^  la   siguiente  portada:  c Compendio  tiní 
versal  de  Uís  Historias  Romanas  y  de  otros  autores  que  aqui  van 
nidos:  en  el  qual  se  tratan  los  hechos  notables  de  los  principes  romanos, 
asi  ponti/ices  como  emperadores  y  otros  illustres  varones.   Hay  ianUrietm:^ 
un  compendio  de  las  Crónicas  de  Castilla:  por  Alonso  d¡e  Ávila  (según 
cree),  hijo  del  cronista  Hernando  (sic)  de  Patencia»*  Alfonso  debió  decir» 
si  en  efecto  era  el  autor  del  Compendio  ó  Suma  Universal  hijo  del 
nista  Falencia,  lo  cual  no  hemos  tenido  la  fortuna  de  comprobar  con  doca 
mentos  históricos. — Comprende  el  códice  indicado  dos  diferentes  obras:  c 
Compendio  Universal,  que  alcanza  al  fól.  232,  en  letra  al  parecer  de  fines 
del  siglo  XV [,  y  la  Suma  de  las  crónicas  de  España,  MS.  más  antiguo» 
que  ocupa  el  resto  del  volumen,  siendo  de  notar  que  la  narración  no  pasa. 
del  suplicio  de  don  Alvaro  de  Luna.  La  primera  obra,  que  es  la  qne  ahora 
nos  llama  principalmente  la  atención,  lleva  este  epígrafe:  «Sigúese  elCom- 
«pendio  Universal,  sacado  de  las  ystorias  rromanas  é  de  otros  libros  y  at<- 
>tores,  que  aquí  van  contenidos,  en  el  qual  se  tratan  los  echos  notables  que 
»los  príncipes   romanos,  así  pontífices  como  emperadores  y  otros  ilustres 
•varones  hizieron,  así  en  lo  que  pertenes9e  en  las  costitu9Íones  de  la  Igle- 
»sia  como  en  el  acres9entamiento  del  Imperio  rromano,   hecho  por  Alonso 

m 

9de  Avila».  En  el  Ensayo  de  una  Biblioteca  española  de  libros  raro$  y 
curiosos,  formado  con  los  apuntamientos  de  don  Bartolomé  José  Gallardo, 
y  coordinados  y  aumentados  por  don  M.  R.  Zarco  del  Valle  y  don  J.  San- 
cho Rayón,  obra  premiada  há  poco  por  la  Biblioteca  Nacional,  se  dá  algu- 


/ 


n/  P.,  CAP.  XX.  EST.  HíáT.   DUR.    EL  R.  DE  LOS  R.  G.      317 

se  dividia  en  cuatro  partes,  conforme  á  los  sucesivos  estados  por 
que  habia  ido  pasando  la  ciudad. eterna.  Real,  consular,  impe- 
rial 7  pontifical  eran  las  denominaciones  que  respectivamente 
recibia  la  historia,  y  no  otros  los  títulos  que  cada  una  de  las 
partes  del  Compendio  Universal  tomaba.  Alfonso  de  Ávila  acudia 
para  realizar  su  obra  k  los  historiadores  del  mundo  antiguo,  pe- 
dia ¿  los  Padres  sus  advertencias  y  lecciones,  y  ponía  en  contri* 
bucion  numerosos  y  acreditados  cuerpos  historiales  de  la  edad- 
media,  no  sin  recurrir  alguna  vez  á  los  filósofos  y  á  los  poetas 
griegos  y  latinos,  para  dar  mayor  autoridad  á  sus  asertos  *.  El 
Compendio  Universal  délas  Ystorias  romanas  reflejaba  en  conse- 
cuencia cuanto  á  la  sazón  alcanzaban  los  estudios  históricos,  apo- 
yados en  el  principio  de  autoridad;  y  no  careciendo  de  cierto  or- 
den y  claridad  en  la  exposición,  hacíase  digno  del  aprecio  de  los 


na  razón  de  este  MS.;  pero  sólo  bajo  su  relación  bibliográfica,  y  eqúivo- 
i^ando  la  fecha  en  que  el  Compendio  Universal  fué  escrito,  pues  que  no  se 
-sacabó  en  1497,  como  se  supone,  sino  en  1499,  como  se  expresa  en  el  texto 
y  veremos  en  otra  nota. 
1     £1  mismo  Alfonso  de  Ávila,  bajo  el  epig^rafe  de:  Los  autores  é  coro- 
istas,  de  cuyos  libros  é  dichos  se  sacó  este  Compendio  contenido,  son  los 
iguientes,  nos  dá  razón  de  sus  estudios.  Entre  los  clásicos  g^riegos  y  latinos 
valióse  de  Platón,  Aristóteles,  Estrabon,   Plinio,  Livio,   Salustio,  Valerio, 
Topisco,  Macrobio,  Josefo,  Orosio,  Tácito,  Eusebio,Suetonio,  Polibio,  Var- 
Ton,  Curcio,  Lampridio,  Rufino,  TrebeÜo,  no  olvidados  los  poetas  Virgrilio, 
Javcnal,  Lucano,  ni  los  tan  populares  durante  los  tiempos  medios.  Séneca 
y  Boecio.  Entre  los  escritores  eclesiásticos  puso  en  contribución  á  San  Ag^us- 
tÍQ,  San  Ambrosio,  San  Gerónimo,  San  Basilio,  San  Isidoro,  San  Juan  Cri- 
sóstomo,  San  Anselmo,  San  Bernardo,  San  Benito,  San  Hilario,  Santo  To- 
más, consultadas  muy  especialmente  las  Sagradas  Escrituras,  las  Actas  de 
hs  Apóstoles  y  las  Epístolas  de  San  Pablo.  Entre  las  historias  de  la  edad- 
media  tiene  por  último  présenles:  Crónica  Marciana,  Crónica  Justiniana, 
Crónica  Romana,  Crónica  Patriata,Estoria  eclesiástica,  SpeciUumhistO' 
ríale,  Suplementum  Chronicarum,  Estoria  de  Ultramar,  Corónicas  de  Es^ 
paña,  De  proprietatibus  rerum  y  alguna  otra  menos  importante.  ¿Conoció 
Alfonso  de  Ávila  todos  estos  libros,  ó  se  valió  de  ellos  por  referencia?   La 
seguridad  de  las  citas  y  la  ingenuidad  de  encabezar  su  compendio  con  el 
catálogo  (poco  ordenado)  de  todos  estos  libros  y  escritores,  parecen  persua- 
dir que  le  fueron  familiares;  y  en  este  caso  no  es  posible  negar  al  autor  de 
las  historias  romanas  una  erudición,  digna  de  aplauso  en  todos  tiempos,  y 
may  significativa  á  fines  del  siglo  XV. 


318  HISTORIA  crítica   DB  LA   LITfiRATURA   BSPAl(OLA. 

doctos:  su  estilo,  un  tanto  desmayado,  y  su  lenguaje,  poco  es* 
cogido,  le  quitaban,  al  comenzar  la  grande  Era  literaria  qnají 
alboreaba,  la  estimación  que  habia  ganado  en  los  postferos  diis 
del  siglo  XY,  pues  que  era  terminada  en  1499  ^  Veamos,  m 
comprobación  de  todas  estas  observaciones,  cómo  se  refiere  alas 
populares  empresas  del  Cid,  al  narrar  el  reinado  de  Fernando  I 
de  Castilla: 

«En  tiempo  de  este  rey  el  Emperador  Enrique  se  querelló  al  Fápi 
»oómo  no  le  quería  dar  el  tributo  el  rey  don  Hernando  que  los  otroe  re- 
»yes  le  daban.  Y  el  Papa  le  enbió  4  dezir  con  sus  embaxadores  que  ge 
»lo  diesse,  si  no  que  daría  cruzada  contra  él;  y  el  rej,  sabido  ta     |% 
»acuerdo,  quería  gelo  dar,  salvo  que  después  vino  el   Cid  j  no  fué  de 
)>tal  consejo.  Y  acordóse  que  allá  en  su  tierra  le  fuessen  á  presentar  ba- 
Mtalla:  y  tal  respuesta  se  dio  á  los  embaxadores,  y  allende  de  Tolosa  fo¿ 
npreso  el  conde  de  Saboya  y  otros  mucbos  franceses:  que  se  les  hizo  tai^ 
»gran  guerra  que  hovieron  por  bien  de  jurar  y  prometer  que  jamBS 
))avrian  tal  tríbuto  que  demandauan.  Sobre  lo  qual  el  Santo  Padre  hi20 
»deqreto  (sic).  Y  así  se  volvió  el  rey  con  mucha  honra  por  el  consejo  dd 
))Cid  y  por  muchas  buenas  obras  que  hizo  en  esta  jomada. — E  en  ^ 
»tiempo  deste  rey  don  Hernando,  el  Cid  vengió  QÍnco  reyes  moros,  y  io^ 
«prendió  y  soltó,  porque  se  hicieron  sus  vasallos  é  se  les  atributaron,  J 
»ganó  por  armas  á  Calahorra  para  Castilla,  matando  á  un  cavallero 
»gonés.  E  soltó  al  conde  de  Saboya,  porque  le  dio  si^  fija  en  rehenes, 
»la  qual  ovo  el  rey  á  don  Hernando,  su  fijo,  que  fué  Cardenal  de  £9^ 
»paña.)> 

El  historiador  se  deja  llevar  en  demasía  de  la  corriente  de  lo^ 
cantos  populares,  recordando  en  este  punto  la  Leyenda  de 
Mocedades  del  Cid,  reproducida  al  comenzar  del  siglo  por  otro: 
narradores  castellanos.  Lo  mismo  hacia  respecto  de  oirás  tradi 
cioneS)  de  igual  modo  populares,  si  bien  reparando  sólo  en  I 
que  ofrecían  mayor  bulto  en  la  historia  general  de  Castilla, 
cualquier  manera  apai^ecia  Alfonso  Dávila  asociado  al  mQvimiea 
to  de  los  estudios  históricos,  en  el  sentido  que  vamos  determi 
nando,  y  en  esta  importante  relación  no  pudiéramos  negarle  si 


1     Al- terminar  la  II.*  Parte  de  la  época  consular,  observaba  en  efeci 
Alonso  de  Avila:   cLa  gobernación  de  los  cónsules  fasta  Julio  Céssar  to 
tllll  cientos  LX  años.  Roma  ha  qucs  fundada   II3  et  XLV  años:  esto  es,  t 
»el  año  en  que  esta  copilacion  se  acabó  IqccccXCIX  años»  (fól.  S9). 


Il/  P.y  GAP.  XX.  ESr.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.   G.       319 

grave  injusticia  el  lugar  que  le  correspoade  de  derecho  en. la 
historia  de  las  letras  patrias . 

Mientras  en  tal  manera  contribuian  estos  ingenios  al  desarro- 
llo de  la  historia  general  en  la  lengua  que  tenia  ya  ganado  título 
de  española,  proseguian  otros  la  honrosa  tarea  de  escribir  la 
nacional  contemporánea,  conforme  arriba  indicamos.  Testigo  de 
los  hechos  que  hablan  alterado  la  paz  de  Cataluña  y  Navarra  du- 
rante el  reinado  de  don  Juan  el  Grande,  era  Micer  Gonzalo  de 
Santa  María  respetado  por  su  ciencia  jurídica  y  su  erudición  clá- 
sica en  la  ciudad  de  Zaragoza,  adonde  le  llevó  sin  duda  muy 
_/()ven  alguno  de  sus  tios,  durante  el  reinado  del  mismo  don 
^uan  ^  Muerto  aquel  rey,  distinguíale  con  su  aprecio  don  Fer- 
MiSLudo,  su  hijo,  y  ya  al  empezar  del  siglo  XYI  mandábale  escri- 
bir, á  imitación  de  Fazzio,  la  historia  de  su  padre,  en  lengua 
f^.t.  ina  ^.  Mereció  esta  la  aprobación  de  los  eruditos,  como  la  ha- 


:S  Las  noticias  biográficas  de  Micer  Gonzalo  de  Santa  María ,  Qibdadano 
taragoza,  son  por  extremo  peregrinas,  habiendo  sido  confundido  fre- 
^  ntemente  con  el  renombrado  obispo  de  Sigüenza,  del  mismo  nombre, 
i  «n,  como  hemos  visto,  representó  ádon  Alfonso  de  Aragón  en  el  Conci- 
<^  de  Constanza.  Muerto  este  ilustre  prelado,  que  desde  el  arcedianato  de 
^^M-  "^iesca  había  subido  sucesivamente  á  las  sillas  episcopales  de  Astorga  y 
^  ^^>  sencia,  por  los  años  de  1448,  como  acredita  el  epitafio  puesto  en  su  sc- 
^^  X.«ro,  erigido  en  San  Pablo  de  Burgos,  es  evidente  que  no  sólo  no  alcanzó 
^  x^einado  de  los  Reyes  Católicos,  pero  ni  aun  los  de  don  £nrique  IV  y  don 
^^^^n  lí  de  Aragón,  y  en  consecuencia  que  no  pudo  ser  el  historiador,  de 


i€D  tratamos.  Constándonos  que  tanto  Alvar  García,  hermano  del  famoso 

^^^Yi  Pablo,  como  su  hijo  Gonzalo  de  Santa  María,  abrazaron  el  partido  de 

^^^  infantes-reyes,  siguiéndolos  fuera  de  Castilla  y  logrando  en  todas  par- 

^^%  su  estimación,  no  tenemos  por  aventurada  la  indicación  que  hacemos  en 

^v  texto.  Al  calor  de  Alvar  García  ó  de  Gonzalo  de  Santa  María  pudo  esta* 

Mecerse  en  Zaragoza  aquel  descendiente  del  Gran  Canciller  de  Castilla, 

prosiguiendo  hasta  su  muerte  en  dicha  capital,  donde  ejerció  la  profesión 

de  jurisconsulto. 

2  Don  Fernando  dirigía  á  Mossen  Felipe  Climent,  su  protonotario,  no- 
table carta,  en  la  cual  entre  otras  cosas  leemos:  c  A  lo  que  nos  escrevís  so- 
mbre la  corónica  del  rey,  mi  Señor,  que  sancta  gloria  aya,  nos  pares^e  será 
«mejor  se  faga  en  latirif  pues  tanta  habilidad  tiene  para  ello  Mi^er  Gonzalo 
«[García  de  Santa  María]:  que  más  fácil  será  después  de  tornarla  en  ro^ 
»mance  que  de  romance  en  latín;  é  así  gelo  escrevimos.  Darle  hedes  núes- 


320  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

bian  merecido  otras  obras  históricas,  inspiradas  por  las  circnc 
tancias  políticas  ^;  y  tanto  so  pagó  de  ella  don  Fernando,  () 
deseoso  de  que  fuera  universalmente  conocida,  mandaba  &  Mi( 
Gonzalo  ponerla  en  el  idioma  materno  ^. — Santa  María,  qae  I 
bia  ya  sacado  á  luz  la  versión  de  la  Crónica  de  fray  Gualbe 
Fabricio  de  Y^gad  ^,  acometió  la  empresa  de  tan  buen  gnu 
que  logró  á.  poco  verla  realizada,  suspendidas  las  tareas  ju 
ciales,  en  que  se  ejercitaba,  y  que  alguna  vez  pusieron  en  gn 
peligro  su  propia  vida  *. 


>tra  letra,  que  será  con  la  presente,  y  cntrcvcmeis  en  todo  de  la  man 
»que  de  vos  bien  confiamos»  (Dormer,  Progresos  de  la  Historia  en  elU 
no  de  Aragón,  págr.  265}.  Esta  carta  lleva  la  fecha  de  16  de  enero  de  \l 
y  la  data  de  Granada. 

1  En  carta  autógrafa  del  mismo  Gonzalo  García  de  Santa  María,  dírí 
da  al  rey  don  Fernando  en  149S,  se  dá  en  efecto  racon  de  un  trabajo  bis 
rico,  en  que  el  nieto  del  Gran  Canciller  probaba  que  las  mujeres  eran  11 
madas  á  suceder  en  el  trono  de  Aragón,  con  motivo  sin  duda  de  la  muei 
del  príncipe  don  Juan  y  proclamación  y  jura  de  la  infanta  doña  Isabel.  F 
cordando  al  rey  sus  servicios,  decia:  cNon  quiero  dexar  de  recordar  á  Vu( 
«tra  Alteza  que  el  primer  letrado,  que  escribió  algo  é  embió  árbol  de  la  s 
»cesion  de  los  reyes  de  Aragón  et  mostró  que  muger  podia  suceder  en  e 
•tos  reinos,  fuf  yo»  (Biblioteca  Nacional,  cód.  Dd.  184). 

2  El  códice,  que  encierra  la  versión  vulgar,  existe  en  la  Biblioteca  N: 
cional  con  la  marca  G.  157.  Es  un  volumen  en  folio,  pasta,  de  hermosa  I 
tra  de  principios  del  siglo  XVI,  compuesto  de  sesenta  y  nueve  fojas  y  fal 
al  principio  y  al  fin.  La  primera  foja  empieza  con  estas  palabras:  «Por  en 
«bajadores  á  par  conducido,  rendida  Navarra  á  la  obediencia  del  padre,  1* 
»piés  é  manos  de  aquel  besó».  Tras  estos  renglones,  leemos:  •  Libro  pr\ 
»mero  de  la  presión  de  Carlos,  prinQtpe  de  Viana,  omisión  é  guerra  t 
•los  catalanes.*  Al  fól.  69  concluye  [en  el  libro  IV]  la  parte  existente,  i 
este  modo:  «La  fortuna  usando  de  su  imperio,  movió  todo  lo  que  firme  a 
»tava,  nuestras  riquezas  en  pobrcdades,  los  honras  en  oprobios,  las  liberta 
»des  en  impertinencias,  nuestras  piensas  ofuscadas».  Comparada  esta  ver 
sion  con  la  redacción  latina,  que  se  custodia  igualmente  en  la  Biblioteca  Nt 
cional,  signada  Dd.  184,  se  advierte  que  la  más  considerable  laguna  esl 
del  principio. 

3  Se  habia  impreso  con  el  título  de  Noblezas  y  grandezas  de  Espeá^ 
de  los  reyes  de  Sobrarve  y  Áragony  en  1499,  fól.,  por  Paulo  Hurus,  en ' 
cibdad  de  Zaragoza, 

4  En  julio  de  1498,  defendiendo  Gonzalo  de  Santa  María  á  doña  B^ 
Iriz  de  Heredia,  contra  el  vizconde  de  Evoli  (Dévol),  irritado  este  por 


II.*  P.,  GAP.  XX.  EST.   HIST.   DUR.    EL  R.    DE  LO^  R.  C.      321 

«Las  producciones  históricas  de  Gonzalo  García  de  Santa  Ma- 
*ria  (decíamos  hace  algunos  años)  manifiestan  que  este  erudito 
«escritor  se  habja  dedicado,  m^  que  sus  ilustres  predecesores, 
•¿  los  estudios  clásicos  de  la  antigüedad  latina.  La  Vida  de  dan 
•Juan  11  de  Aragón,  cuyo  códice  original,  de  letra  del  siglo  XVI, 
«existe  en  la  Biblioteca  Nacional  de  esta  corte,  es  una  prueba 
•palmaria  de  esta  observación,  que  caracteriza  principalmente 
•las  obras  de  don  Gonzalo...  Era  Tito  Livio  (proseguíamos)  uno 
•de  los  historiadores  latinos  más  generalmente  conocidos  y  es- 
•tudiados  por  los  que  se  pagaban  de  entendidos,  desde  la  época 
•del  Gran  Canciller  Pero  López  de  Ayala,  que  le  traduce  y  le 
•imita  en  sus  memorables  crónicas.  Siguió  pues  Gonzalo  de 
•Santa  María  las  huellas  de  aquel  escritor  romano;  y  si  bien  dio 
>&  entender  que  le  era  también  familiar  la  lectura  de  Tácito, 
•tanto  en  sus  narraciones  como  en  los  discursos  que  puso  en 
•boca  de  los  personajes  históricos,  dejó  ver  á  menudo  que  no  se 
•apartaba  de  aquel  modelo»  i.  Micer  Gonzalo  de  Santa  María, 
tomando  efectivamente  por  guia  y  maestro  á  Tito  Livio,  exponía 
los  hechos  relativos  al  reinado  de  don  Juan  de  Aragón  con  no- 
table claridad,  valiéndose  de  las  formas  dramáticas,  que  aquel 
autoriza,  para  pintar  los  caracteres  y  revelar  las  situaciones:  su 
lenguaje,  ya  porque  anhelara  moldearlo  sobre  el  latino,  ya  por- 
que no  pudiera  desprenderse  de  la  influencia  que  ejercía  el  he- 
dió de  haber  escrito  primero  la  historia  en  aquel  sabio  idioma, 
aparece  cargado  de  giros  excesivamente  hiperbáticos  y  un  tanto 


c^lor  de  la  defensa,  mandó  á  sus  criados  que  matasen  á  palos  públicamente 
i  Santa  liaría;  y  tan  al  pié  de  la  letra  ejecutaron  este  bárbaro  precepto, 
9QS  si  no  fuera  oportunamente  socorrido,  quedara  en  el  acto:  t con  todo 
*(^ce  él  mismo),  me  descalabraron  en  la  cabeza  á  ^rand  efusión  de  san- 
•Sre  é  víme  poco  menos  que  á  la  muerte»  (Biblioteca  Nacional,  cód.  Dd. 
^^f  carta  original).  Los  criados  del  vizconde  fueron  presos;  pero  con  el  fa- 
^or  de  aquel  magnate  recobraron  luego  la  libertad  y  aun  obtuvieron  pre- 
sos, siendo  uno  de  ellos  ordenado  sacerdote  por  el  arzobispo  de  Zaragoza. 
■Iteer  Gonzalo  pedia  justicia  al  rey  en  1499,  no  sin  nuevo  peligro  de  su 
P«nona  (Carta  original  citada). 

^   Edudias  históricos f  políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  Espa^ 
^f  ínsayo  II,  cap.  VIII,  págs.  381  y  383. 

Tomo  vil.  21 


322  HISTORIA   CRtTIGA    nB   LA    LITERATURA  ESPAÜOLA. 

revesados,  lo  cual  cootribuye  en  no  pequeña  parte  &  hacer  po 
agradable  su  lectura.  Ejemplo  dimos  ya  del  mismo,  al  estudiar 
Vida  de  don  Juan  II,  en  nuestro  libro  de  los  Jt$dios  de  Espaá 
no  desagradará  sin  embargo  k  los  lectores,  que  anhelan  codoo 
en  los  origínales  la  índole  especial  de  cada  escritor,  el  hallar  aq 
nuevas  muestras.  Del  siguiente  modo  pinta  á  doña  Isabel  de  ü 
rea,  madre  de  don  Pedro,  cuya  ilustración  y  mérito  poético  h 
mos  ya  consignado:  doña  Isabel  vá,  en  nombre  de- doña  Joa] 
Enriquez,  á  buscar  socorro  contra  los  sublevados  catalanes: 

«Donya  Isabel  dTJrrea,  que  por  sooorro  á  Perpinyan  jda  era,  mii| 
»en  virtudes  scogida  entre  pocas,  de  la  reyna  muy  amada,  muerto  Be 
nnat  Sansó  imaravillosa  cosa  ea  tal  estado  del  ánimo  de  la  su  ex^elenc 
))n¡n  la  rejna  Tamaris  contra  el  rey  de  Persia,  nin  Dido  en  la  deíle 
))SÍon  de  la  ceniza  de  Siqueo  imitar  á  ella  se  pudieran.  Nin  los  llantos 
)>sus  tristes  mugeres,  nin  los  turbados  rostros  de  los  antiguos  criada 
»nin  la  piedat  del  fíjo  ensemble  con  la  poca  esperanza  del  socorro  fai 
))non  pudo  los  sus  caballeros  non  demandasse.  A  los  quales  semejaot 
apalabras  dizen  averies  dicho: — ^Aquellos  dignamente  viven  que  por 
«virtud  sus  vidas  é  la  muerte  offregen:  por  el  contrario  vergonzoso  r 
» nombre  su  sangre  derrama.  Quánto  la  fortuna  mudable  sea,  non  é¿ 
))los  baxos,  mas  en  los  prósperos  stados  la  speriengia  nuestra  lo  maoific 
))ta.  Bien  es  dolorosa  cosa  traher  en  enxemplo  sus  propios  infortunio^: 
«mayormente  donde  la  feligidat  fué  primera.  Regradecemos  á  Dios  < 
»los  nuestros  trabajos,  no  menores  de  Ercules,  ser  de  vosotros  acoa 
))panyada.  En  esperanza  de  los  quales  ninguna  cosa  es  de  temer:  un 
«criados  de  aquel  padre  rey  Alonso,  <jue  los  regnos  é  provincias  de  Ital 
Msoiugó:  otros  del  rey  mi  señor,  que  los  montes  en  España  resuenan  < 
«sus  maravillosas  obras.  ¡Qué  non  sea  de  planyr  nuestra  ventura,  cier 
«si  la  perdigion  de  los  regnos  manifiestamente  vehemos!...  Los  templ 
«desabatidos,  las  mugeres  en  aborrecimiento  é  sin  abtorídat  alguna.  C 
«los  príncipes,  mayormente  de  Spmya,  mutaciones  en  sus  Bastados  Hi 
>>zen:  todas  las  cosas  por  natura  sobidas.  La  fortuna  trabtiia  en  des 
ngender,  ca  el  ser  suyo  nasge  en  las  mutaciones  de  las  cosas  inde: 
»tas...  Las  culpas  ó  yerros  nuestros  ¿quales  son?...  El  pares^er  nuetf 
«tro  ha  seydo  siempre  del  vuestro  segundo.  Osemos  pues  los  peÜgr" 
nreconoscer:  victorias  falles^er  non  pueden:  aquello  que  por  josti^ 
«é  buen  seso  ganar  non  se  pudo,  con  las  armas  alcancemos.  Las  conm^ 
aciones  de  ios  pueblos  siempre  fueron  mudables,  en  especial  d'aqot^ 
«líos  á  quien  la  ragon  é  causa  fallesge.  Contesce  á  ellos  muchas  ve^ 
noomo  á  los  ríos  de  aguas  cresgidas,  que  súbitamente  descresten...  ^ 
«vuestro  príncipe  vos  encomiendo:  tiempo  es  de  oy  más  aparejéis  1* 


II.*  P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.    DIIR.    EL   H.  DE  LOS   R,    C.       323 

Mfmas.'.las  ora^oaea  é  lágrimas  tristes  dexat  á  dos  ea  quanto  viva^ 
'moto  f. 

Tal  es  el  corte  del  lenguaje  y  estilo  narrativo  de  Micer  Goa- 
zalode  Santa  María. — La  Vida  de  don  Juan  11  de  Aragón,  á 
pesar  del  peligro  que  llevaba  consigo  el  ser  escrita  por  mandado 
de  don  Fernando,  hijo  de  aquel  rey,  ha  sido  no  obstante  estima- 
da de  los  más  doctos  historiadores  cual  libro  imparcial  y  digno 
de  fé,  si  bien  niegue  alguna  vez  al  príncipe  de  Viana  la  justicia 
yia  razón,  que  otros  narradores  coetáneos  le  conceden  *:  bajo 
el   aspecto  literario  es  también  uno  de  aquellos  preciosos  monu- 
mentos que  determinan  en  los  postreros  dias  del  siglo  XV  y 
principios  del  XVI  el  no  dudoso  progreso  que  iba  realizando  la 
pattria  literatura  en  las  vias  del  Renacimiento,  y  fijan,  á  pesar 
del  empeño  erudito  que  revela,  las  diferencias  y  matices  que 
separan  todavía  el  romance  hablado  en  Aragón  del  romance  de 
Castilla. 

fin  tanto  que  así  contribuían  á  aquel  fln  general  de  los  estu- 
dios, aun  los  mismos  ingenios,  que  reconocían  su  origen  en  la 
i*d,za  hebraica,  daban  razón  del  influjo  universalmente  ejercido 
otros  cultivadores  de  la  historia  particular,  bien  que  de  una  ma- 
'^^ra  indirecta.  Como  hecho  notabilísimcí,  que  basta  á  caracteri- 
al* el  reinado  de  Isabel  y  de  Fernando,  presentamos  ya  la  en- 
^'"sicJa  triunfal  de  estos  monarcas  en  Toledo,  tras  la  batalla  de 
'Oro,  que  asegura  en  las  sienes  de  la  Reina  Católica  la  corona 
^^    Castilla  ':  este  plausible  suceso,  con  lodos  los  que  lo  prepa- 
''^^,  era  pues  asunto  de  una  de  las  más  ímporlanles  monografías 
'^l^tivas  á  la  gloriosa  edad,  que  vamos  historiando.  Con  título 
Divina  Retribución,  que  dio  lugar  á  muy  entendidos  bibliófi- 
á  que  la  tuvieran  por  obra  mística  y  aun  toolugica,  escribió 
Bachiller  Palma,  uno  de  los  más  leales  servidoies  de  la  Reina 


el 


1  FóUos  12  y  13  del  có<l.  G.  157,  del  r.  al  v. 

2  Entre  los  historiadores  que  más  eslimaron  la    Vida  de  don  Juan  lí 
^^^bida  á  Micer  Gonzalo  de  Santa    María,  cuéntase  el  docto  Gerónimo   de 

tirita,  á  quien  fué  debida  la  conservación   del   cód.  Dd.  de  la  Biblioteca 
acional,  citado  arriba,  y  la  preciosa  carta  au lograra  que  le  acompaña. 

3  Véase  ol  cap.  XVIll,  pág.  l^G  ilcl  presente  voIúiivmi. 


324  HISTORIA    CRÍTICA    DE   LA   LITERATURA  BSPA!90U. 

Isabel,  la  historia  de  Castilla  desde  la  «caida  de  España  en tkm 
»po  del  noble  rrey  don  Johan  el  primero»  hasta  «que  fuéns 
»taurada  por  manos  de  los  muy  exgelentes  reyes  don  Femase 
» y  doña  Isabel,  sus  bisnietos»  ^. 

Evidente  aparece  que  el  pensamiento  de  este  libro,  no  mo 
cionado  siquiera  por  los  modernos  historiadores  literarios, 
encaminaba  á  celebrar  el  triunfo  de  Toro,  como  vindicacioa  (i 
agravio  de  Aljubarrota.  Para  lograr  este  intento,  empieta 
Divina  Retribución  describiendo  aquella  desastrosa  jornada,  a 
los  efectos  que  en  Castilla  produjo  ^;  y  narrada  la  muerte  i 
don  Juan  y  memorados  los  reinados  de  Enrique  III,  Juan  U 
Enrique  lY  ^,  llega  á.  los  tiempos  de  doña  Isabel,  con  su  ali 
miento  y  coronación,  á  que  sigue  la  guerra  de  Portugal,  aliaoi 
das  las  fronteras  castellanas  por  el  rey  don  Alonso,  esposo 
protector  de  la  Beltraneja  ^.  La  marcha  del  rey  don  Fernai» 
contra  el  Adversario,  que  tal  nombre  dá  el  Bachiller  Pali 
constantemente  á.  don  Alonso;  el  desafio  de  este  por  el  rey 
Castilla,  asi  á  batalla  campal  como  k  lid  soltera;  los  preparati^ 
de  la  famosa  jornada  de  Toro  y  la  misma  batalla,  forman  lapa 
principal  y  más  interesante  de  la  Divina  Retrümfion,  no 
comprenderse  en  ella  la  entrada  triunfal  de  Toledo  ^.  Como  co 
plemento,  narraba  el  Bachiller  el  nacimiento  del  Príncipe  ( 
Tuan,  y  tras  él  presentaba  la  alegoría  de  un  coloso  de  oro,  pía 
^obre,  hierro  y  barro,  simbolizando  así  las  esperanzas,  qu€ 


1  £1  epíg^rafe  del  cód.  Y.  iij.  1.  de  la  Biblioteca  Escurialense  dice 
«Aquí  comienza  el  libro  llamado  Divina  Retribugion  sobre  la  caida  de  , 
>jMifta.en  tiempo  del  noble  rrey  don  Johan,  el  primero,  que  fué  restaur 
«por  manos  de  los  muy  ex9elcntes  reyes  don  Fernando  y  doña  Isabel, 
«bisnietos,  nuestros  Señores,  que  Dios  mantcng^a».  £1  códice  está  escritc 
rica  vitela,  fól.  menor:  tiene  veinte  folios  á  una  sola  columna  y  apai 
exornado  con  iniciales  iluminadas,  ostentando  en  la  portada  los  escudos 
Castilla  y  Aragón,  ya  unidos.  Todo  hace  creer  que  fué  este  el  ejemp 
presentado  á  los  Reyes  Católicos. 

2  Capítulos  I,  li  y  III. 

3  Del  capítulo  IV  al  VII,  ambos  inclusive. 

4  Capítulos  VIII,  IX  y  X. 

5  Del  Xí  al  XIV,  ambos  capítulos  inclusive. 


II.*   P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DDR.  EL  R.  DE  LOS  R.   G.      325 

paeblo  castellano  había  coacebido  al  nacer  don  Juan,  &  quien 
personificaba  en  la  cabeza  de  oro  del  coloso  ^.  Las  últimas  pági- 
nas de  la  Divina  Retribución  eran  consagradas  á  reproducir  la 
carta  dirigida  por  don  Juan  de  Aragón  &  su  hijo  don  Fernando, 
en  los  postreros  instantes  de  su  vida,  y  el  «memorial  de  la  su 
muerte  para  los  vivientes»  ^. 

Abarcaba  pues  la  Divina  Retríbugion  un  periodo  no  insignifi- 
cante en  la  historia  de  Castilla  [1385  á  1478];  y  halagando  vi- 
vamente el  sentimiento  patriótico,  atesoraba  muchos  y  muy  es- 
quisitosr  pormenores,  que  si  entonces  hicieron  el  libro  del  Ba- 
4}hiiler  Palma  estimable,  le  dan  hoy  subido  precio,  asi  por  lo 
peregrino  como  por  referirse  á  sucesos  y  personajes  de  tan  alta 
vznportancia  en  la  historia  de  la  Península  rbérica.  Aun  cuando 
erudito  y  conocedor  de  las  antiguas  crónicas,  atendió  sin  duda 
/  Xachilter  á  que  su  monografía  mereciese,  no  sólo  la  aproba- 
do los  discretos,  sino  la  estima  de  los  más:  su  manera  de 
^jic posición  es  por  consecuencia  natural,  sencilla  y  un  tanto  inge- 
rí ui^;  su  lenguaje,  si  bien  ya  algo  arcaico,  suelto,  corriente  y 
pintoresco,  como  el  de  los  escritores  populares,  que  permanecian 
aLj^nos  &  la  inmediata  influencia  de  los  estudios  clásicos:  todo  lo 
1,  unido  al  singular  interés  que  los  hechos  inspiran,  al  espí- 
nacional  que  revela  ^  y  á  la  total  ignorancia  de  lo  que  es  la 
D£myina  Retríbufion,  hacen  más  sensible  el  que  no  se  haya  dado 
^  1  uz  todavía  este  monumento  histórico. 

A  fin  de  que  sea  más  completa  la  idea,  que  del  mismo  ofrece- 
mos,  añadiremos  aquí  algún  espécimen  de  su  estilo  y  lenguaje. 


1  Capítulos  XV,  XVI  y  XVII. 

2  Capftolo  XVm. 

3  Curioso  es  en  verdad  el  advertir  que  al  hablar  de  don  Alonso,  sobro 
llttnarle  siempre  el  AdversariOt  cual  notamos  arriba,  se  le  niegue  el  título 
de  rey  de  Portugal,  declarándose  que  pertenecia  este  reino  á  los  Reyes  Ca- 
tólicos (cap.  X).  Ni  es  menos  notable  la  ojeriza  que  el  Bachiller  Palma 
atribuye  á  los  castellanos  contra  los  portugueses:  al  tocar  este  punto,  afirma 
que  cantes  se  dexarian  sojuzgar  de  moros  ynfíeles,  dcxándoles  guardar  su 
9Íé  católica,  que  de  gentes  de  Portugal».  Esta  enemistad,  excitada  por  guer- 
ras posteriores,  fué  recíproca  y  produce  todavía  dolorosos  frutos. 


326  HISTOKIA    CIÚTICA    UE   LA    LITBUATHKA    ESPAÑOLA. 

En  tal  manera  narra  la  salida  de  don  Fernando  de  Yalladoltd; 

«A  doce  dias  de  Jullio  del  dicho  año  [1475]  salió  de  su  pabuño  piatt 
})partir  á  la  guerra  contra  el  Adversario,  Iva  en  un  trotón  rricameato 
«adornado  é  un  bohordo  de  oro  en  su  mano  é  sus  pajes  en  derredor,  ar- 
nmados,  coa  diversos  colores  de  paño  de  oro  con  letras  bordadas  quede- 
ncian:  Dominus  michi  adjutor:  é  acompañado  de  sus  cavalleros  et esco- 
nderos é  gentes,  se  vino  á  Santa  María  la  Mayor  de  la  dicha  Tilla.  EiiU 
))lo  salieron  rresgebir  en  procesión  las  cruces  et  el  preste  revestido,  coa 
wel  Corpus  Xrpti.  en  las  manoseen  grandes  clamores  toda  la  villa, da- 
»calzos  en  procesión  é  los  niños  dando  vozes  que  Dios  diesse  victorii  al 
nrrey,  pues  por  el  bien  deste  rregno  é  de  la  república  se  disponía  á  todo 
«arrisco  de  su  persona  por  aplacer  á  todos,  non  buscando  lo  que  á  si  e» 
»útile,  roas  lo  que  es  á  muchos,  para  los  librar,  segunt  dixo  el  apóstol.. 
»As7  entró  en  la  Iglesia,  do  eslava  una  cama  como  estrado,  é  allise 
))de  hinojos;  et  ende  le  dixieron  giertas  oraciones  que  duraron  fasta 
))dia  hora.  E  fecha  oración,  se  levantó  é  fué  en  procesión  con  las  craoeJi 
))é  los  clérigos,  todos  revestidos:  todos  mirando  al  Trejf  oon  gracnde  amor*^ 
«llegaron  fasta  ^erca  de  San  Francisco,  et  de  alli  se  despidió  é  mandó 
«volver  la  clerezía  con  las  cruces.  £t  en  aquella  plaza  se  fincó  de  finojos 
«en  el  suelo,  é  toda  la  gente  que  esta  va  mirando,  que  era  tanta  que  non 
«avia  número,  dieron  todos  grandes  bozes  al  gielo  que  Dios  lo  ajndtfss 
«é  la  su  bendita  Madre  é  le  diesse  victoria  contra  sus  enemigos,  é  que 
«maldito  fuesse  el  onbre  de  armas  tomar  que  non  fuesse  con  surrey  é  se- 
«ñor  á  lo  ayudar.  E  asy  sallió  el  rrey  fasta  las  eras  de  Valladolid,  don- 
«de  puso  su  estandarte:  é  luego  sallieron  tras  él  toda  la  gente,  pondos  é 
«grandes,  onbres  de  armas  é  quarenta  é  syete  mili  peones;  los  veynte  é 
«dos  mili  ballesteros  é  los  veynte  mili  lanceros,  con  sus  escudos,  é  los 
«ginco  mili  espingarderos:  é  con  todas  estas  gentes  fué  á  sentar  real  baso 
»de  Tordesillas,  cerca  de  un  monasterio,  doestiv  un  80to«  *. 

Con  igual  copia  de  pormenores,  no  recogidos  en  otra  alguna 
de  las  relaciones  ni  memorias  coetáneas,  reQere  el  Bachiller  Pal- 
ma todos  los  sucesos  que  forman  la  materia  histórica  de  la  Di- 
vina Retribución^  siendo  para  nosotros  verdaderamente  seosible 
el  no  poder  trasladar  aquí  otros  pasajes,  deseosos  de  dar  ácoDO- 
cer  en  el  presente  capitulo  otros  no  menos  estimables  calliw- 
dores  de  la  historia. 

Muy  apreciado  de  los  escritores  de  nuestros  dias,  quienes 
acuden  á  su  historia  como  á  fuente  segura  y  no  enturbiada  por 

1     Capítulo  XI. 


Il/  P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.    DUR.   EL  R.  DE  LOS  R.  C.      327 

uilereses  cortesanos^  es  el  Bachiller  Andreas  Bernaldez,  vulgarr 
VMDte  conocido  con  el  nombre  de  Cura  de  los  PalacioSy  que  lle- 
nt&mbien  la  Crónica  debida  &  su  ingenio.  Dedicado  Bernaldez 
desde  sn  edad  temprana  al  estudio  de  las  sagradas  letras,  abrazó 
ea  su  juventud  la  carrera  eclesiástica,  entrando  al  servicio  de 
doD  Diego  Deza,  arzobispo  de  Sevilla,  á  quien  siguió,  como  su 
capellán,  á  la  corte  de  los  Reyes  Católicos,  y  mereciendo  bajo 
la  salvaguardia  y  protección  de  tan  ilustre  prelado,  á  quien  con- 
fió Is^l  la  educación  del  Príncipe  don  Juan,  muy  señaladas 
distinciones.  En  1488  se  retiraba  el  Bachiller,  deseoso  sin  duda 
i'  de  mayor  quietud,  al  pueblo  de  Los  Palacios,  cuyo  curato  habia 
ya  obtenido,  sirviéndolo  sin  intermisión  hasta  1513  ^;  é  inspira- 
do sin  duda  en  este  retiro  por  la  grandeza  de  los  sucesos,  que 
enaltecian  á  los  Reyes  Católicos,  con  gloria  del  pueblo  español, 
concibió  la  idea  de  trazar  la  historia  de  aquel  felicísimo  reinado. 
La  Crónica  de  los  Reyes  Católicos,  escrita  por  Andreas  Ber- 
naldez, se  enlazaba  en  el  tiempo  con  la  Divina  Retribución,  no 
empezando  en  1478,  como  algún  historiador  de  nuestros  dias 
asegura  ^,  sino  abarcando  los  preliminares  del  reinado^  con  el 


1  El  docto  Rodrigo  Caro,  que  fué  uno  de  los  más  afortunados  arqueó- 
logos del  siglo  XVI,  declara  que  habiendo  registrado  los  libros  parroquiales 
de  la  Yilla  de  Los  Palacios,  halló  el  nombre  de  ^^na/dejs,  quien  alguna  vez 
firmó  Bemol,  desde  el  año  de  1488  al  de  1513,  autorizando  los  documen- 
tos eclesiásticos.  Caro  observó  también  que  en  los  mismos  libros  sacramen- 
tales apuntó  el  Bachiller  algunos  sucesos  y  cosas  notables  acaecidas  en  su 
tiempo  (Prohemio  á  la  Crónica  de  los  Reyes  Católicos,  Biblioteca  Nacio- 
nal, cód.  F.  96). 

2  Ticknor,  Historia  de  la  Literatura  Española,  Primera  época,  capí- 
talo  IX. — De  la  Crónica  de  los  Reyes  Católicos  hemos  examinado  varios 
MSS.:  los  principales  existen  en  la  Biblioteca  Nacional  y  en  la  de  la  Real 
Academia  de  la  Historia.  Signado  el  primero  con  la  marca  F.  96,  lleva  este 
epígrafe:  Historia  de  los  Reyes  Católicos  don  Fernando  y  doña  Isabel,  es^ 
crita  por  el  Bachiller  Andreas  Bernaldez,  cura  que  fué  de  la  villa  de  Los 
palacios  y  capellán  de  don  Diego  Deza,  arzobispo  de  Sevilla.  Consta  de 
421  folios,  y  es  copia  sacada  por  el  diligente  Rodrigo  Caro,  por  lo  cual 
merece  todo  aprecio.  No  es  menos  esmerada  la  de  la  Real  Academia, 
cuya  publicación  tiene  á  su  cargo  el  ilustrado  académico  don  Serafín  Es- 
té vancz  Calderón.    En  los  últimos  anos  se  ha  dado  á  luz  siu  embargo  por 


328  HISTORIA  CRÍTICA    DE  U    LITERATURA   BSPAÍ^OLA. 

matrimonio  de  los  príncipes,  objeto  en  Castilla  del  aplauso  popu- 
lar, significado  en  muy  espontáneos  cantares.  ^.  Comprendiendo 
la  mayor  y  más  gloriosa  parte  del  reinado,  como  que  se  adelan- 
taba hasta  nueye  años  ^obre  la  muerte  de  doña  Isabel  [1513], 
tenia  lugar  el  buen  Cura  de  Los  Palacios  de  trazar  todos  los  he- 
chos memorables  que  en  su  edad  se  habían  realizado,  desde  las 
turbulencias  promovidas  en  Sevilla  por  los  Guzmanes  y  los  Pon- 
ees  de  León  hasta  las  treguas  celebradas  entre  Francia  y  Espa- 
ña, incorporada  ya  Navarra  á  la  corona  de  Castilla.  Ninguno  de 
los  acaecimientos  notables,  ninguno  de  los  fenómenos  naturales 
que  tienen  realidad  en  aquel  largo  período,  pasa  inapercibido 
para  el  Bachiller,  quien  como  testigo  de  vista  de  los  principales 
hechos  y  amigo  de  los  personajes  que  en  ellos  intervienen,  logra 
referirlos  con  exactitud  extremada.  Acaso  la  misma  ingenuidad 
do  su  carácter,  como  hombre  incapaz  de  abrigar  la  mentira,  le 
hace  á  menudo  ser  demasiado  crédulo,  como  la  exaltación  del 
sentimiento  religioso  le  lleva  también  con  frecuencia  al  fanatis- 
mo y  á  la  intolerancia  ^.  Pero  dadas  estas  condicione^  de  carác- 
ter, en  cuyo  desarrollo  no  puede  desconocerse  una  influencia  ac- 


alg^unos  literatos  gpranadinos  la  historia  del  Cura  de  Los  Palacios;  pero  en 
las  cubiertas  de  un  periódico,  y  no  tan  limpia  de  errores  que  no  haga  de 
cada  día  más  de  apetecer  la  edición  ofrecida  por  la  Academia.  Toda  la 
Crónica  ó  historia  consta  de  doscientos  cuarenta  y  seis  capítulos  en  el  có- 
dice de  la  Biblioteca  Nacional:  Ticknor  observa  que  el  MS.,  de  que  se  va- 
lió, facilitado  por  el  docto  Prescott,  tenia  sólo  ciento  cuarenta  y  cuatro:  la 
diferencia  es  notable. 

t  £1  Cura  de  Los  Palacios,  después  de  consignar  la  profecía  relativa  al 
rey  don  Fernando,  que  habia  recogido  Valera  en  el  Doctrinal  de  Principes 
(pág.  306  del  presente  capítulo)^  aseguraba,  como  hemos  notado  en  otro 
lugar  (cap.  XVIH,  pág.  187),  que  tíos  niños  chiquitos  tomavan  pcndonci- 
tos,  é  cavalgando  en  cañas  gineteando,  dezían: 

Flores  de  Aragón 

dentro  en  Castilla  son,  etc.» 

Este  cantar  es  anterior  á  las  bodas  de  los  Reyes  Católicos  (cap.  Vil). 

2  Tal  sucede  por  «'jemplo  al  tratar  de  la  expulsión  de  los  judíos,  narra- 
da desde  ol  capíluloCX  al  CXIV, ambos  inclusive.  Biirnaldez  rctlcja  en  estos 
y  análogos  pasajes  el  estado  general  de  las  creencias  populares.  Adelante 
veremos  cómo  este  sentimiento  se  insinúa  en  los  cantos  de  la  muchedumbre. 


ll/  P.,  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.   C.       329 

Civa,  debida  á  la  educación  y  al  espíritu  geaeral  de  aquella  épo- 
43a,  es  imposible  negar  al  Cura  do  Los  Palacios  las  principales 
dotes  de  narrador,  que  han  ganado  á  su  Crónica  universal  es- 
ft^inia.  Diligencia  infatigable  en  la  inquisición  de  los  hechos,  per- 
severancia en  la  averiguación  de  las  circunstancias  que  los  carac- 
t, «rizan,  amor  sincero  de  la  verdad...,  tales  son  las  virtudes  que 
^  obre  todas  otras  resplandecen  en  su  Jlistoria  de  los  Reyes  Ca- 
£éilicos^  ora  se  refiera  á  los  sucesos  interiores  de  la  monarquía, 
ra  investigue  y  exponga  los  exteriores;  ya  trate  de  personajes 
jLtraños,  ya  dé  á  conocer  los  que. más  ilustraron  aquella  afor- 
t;  manada  edad,  entre  quienes  distingue  con  su  respeto  y  su  ad- 
liracion  al  renombrado  marqués  de  Cádiz  y  al  inmortal  Colon, 
loriándose  de  haberlos  hospedado  en  su  casa  de  Los  Palacios  ^ 
.  Crónica  de  Andreas  Bernaldez  es  por  tanto  uno  de  los  libros 
iis  interesantes,  relativos  al  glorioso  reinado  de  Isabel  la  Cató*- 
1  í  ^i^a;  y  la  misma  naturalidad  y  llaneza  de  su  estilo  y  lenguaje, 
f-g  «jae  contrasta  en  verdad  con  el  empeño  mostrado  alguna  vez' por 
%>^^  tentarse  erudito,  principalmente  en  la  geografía  é  histo)*ia  an- 
ís ^^ua,  le  ganan  desde  luego  la  simpatía  del  lector,  si  bien  le  des- 
p^^ijan  del  brillante  galardón  literario,  que  anhelaron  y  obtuvie- 
ran^ ü  otros  narradores  coetáneos. 

Para  que  sea  cumplida  la  idea  que  se  forme  de  tan  estimado 
c^^onisla,  parécenos  conveniente  insertar  aquí  una  parte  del  capí- 
^^^lo,en  que  refiere  el  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo.  Dice  así: 

«En  el  nombre  de  Dios  todo  poderoso:  Ovo  un  hombre  de  tierra  de 


1    Capítulo  CXXXÍ.  £1  ilustrado  Bachiller  no  solamente  se  ufana  con  ha- 
^cr  tratado  familiarmente  en  1496  á  Cristóbal  Colon,  cuyo  hábito  y  /"opto- 
Ties  dá  á  conocer  con  el  mayor  esmero,  sino  que  tiene  en  mucho  que  el  in- 
mortal descubridor  del  Nuevo  Mundo  le  comunicara  algunos  MSS.,  con  los 
cuales  enriquece  la  narración  de  los  memorables  sucesos,  que  al  descubri- 
miento se  refieren  (caps.  CXVIlí  al  CXXXI  citado).  No  se  olvide  que  An- 
dreas Bernaldez  era  capellán  de  don  Diego  Dcza,  quien  siendo  catedrático 
eo  la  Universidad  de  Salamanca,  aprobó  y  tuvo  por  buena  la  demostración 
que  ofreció  Cristóbal  Colon  de  la  existencia  de  nuevos  continentes  del  lado 
allá  del  Atlántico  (Pulgar,  Crónica  de  los  Reyes  Católicos,  lib.  III,  capí- 
tulo XÍX;  Argensola,  Anales  de  Aragón,  lib.  1,  cap.  10;  Pizarro,  Varones 
Ilustres  de  América ^  etc.). 


r 


330 


MISTOIUA   GKÍTICA    DE    LA    LITEKATUKA    ESPAÑOLA. 


«GrénoTa,  meroader  de  libros  de  estampa,  qae  trataba  en  esta  tíemí  qp» 
«llamanan  Xpval.  Colon,  hombre  de  muy  alto  ingenio,  sin  saber  mnobas 
»letras,  muy  diestro  en  el  arte  de  la  cosmographfa,  é  del  repartir  del 
nmundo;  el  qual  sintió  por  lo  que  en  Ptolom'eo  leyó  é  por  otros  libros  y 
))8u  delgadez  cómo  y  en  qué  manera  el  mundo  este  en  que  naa^emot  é 
«andamos,  esté  fijo  entre  la  esphera  de  los  ^ielos,  etc.,  é  fizo  por  sa  inge- 
»nio  un  mapa  mundi  de  esto  y  estudió  mucho  en  ello;  y  sintió  qoe  por 
))qualquier  parte  del  mar  Ogéano  andando  é  travesando,  no  se  podía  er- 
))rar  tierra;  y  sintió  por  qué  via  se  fallaría  tierra  de  mucho  oro.  Y  le- 
nto de  su  imaginagion,  saviendo  que  al  rrey  don  Juan  de  Portugal 
napla^ia  mucho  el  descubrir,  él  se  le  fué  conbidar,  y  recontado  el  fecho 
)>de  su  imaginación,  no  le  fué  dado  crédito,  porque  el  rrey  de  Portugal 
Dtenia  muy  altos  y  fundados  marineros  que  no  lo  estimaron  y  presomian 
Don  el  mundo  no  aver  otros  mayores  descubridores  quellos.  Ansi  que 
)}Xpval.  Colon  se  vino  á  la  corte  del  rey  don  Fernando  y  de  la  rey  na  do- 
uña  Isabel,  é  les  fizo  relagion  de  su  imaginación:  al  qual  tampoco  dauan 
Dmuoho  crédito;  y  él  les  platicó  muy  de  gierto  lo  que  lea  de^ia  y  les 
«mostró  el  mapa  mundit  de  manera  que  les  puso  en  deseo  de  saver  de 
«aquellas  tierras.  Y  dexado  á  él,  llamaron  ombres  sabios  astrólogos  y  es- 
«tronemos  y  onbres  del  arte  de  la  cosmographía,  de  quien  se  informa* 
«ron;  y  la  opinión  de  los  más  dellos,  oyda  la  plática  de  Xpval.  Colon, 
«fué  qxk  decia  verdad.  De  manera  quel  rey  é  la  Keyna  se  aficionaron  á 
«él  y  le  mandaron  tres  navios  en  Sevilla,  bastecidos  para  el  tiempo  qoél 
«pidió,  de  gente  é-vituallas;  é  lo  enbiaron  en  el  nombre  de  Dios  é  de  Nra. 
«Sra.  á  descubrir.  El  qual  partió  de  Palos  en  el  mes  de  Setiembre  del 
»añodel492«i. 

Lástima  fué  que  quien  se  honraba  con  la  amistad  de  Colon  y 
gozó  de  sus  propios  apuntamientos,  que  supo  aprovechar  para 
la  exposición  del  descubrimiento,  do  hubiera  dado  mayor  exten- 
sión á  sus  antecedentes,  recabando  para  sí  el  aplauso  que  obtu- 
vieron después  otros  historiadores. 

Alcanzábalo  en  efecto  más  cumplido  Hernando  del  Pulgai*, 
quien  antes  de  consagrarse,  por  mandado  de  los  Reyes  Católi- 
cos, á  escribir  su  Crónica,  se  habia  distinguido  en  vario  con- 
cepto como  cultivador  de  las  letras  patrias.  Nacido  en  Madrid  - 


*  t 


1  Cap.  ex  VIH. 

2  La  mayor  parle  de  los  escritores,  incluso  el  último  editor  de  los  Cía-- 
ros  Varones  [Madrid,  1775],  hacen  á  Pulgar  natural  del  reino  de  Toledo. 
— Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo,  que  le  conoció  y  trató  en  la  corte  de  los 
Reyes  Católicos,  fijó  en  sus  Batallas  y  Quinquagenas  esta  cuestión,  mani«- 


Il/  P.,  CAP.  \X.   EST.  UIST.    ÜUR.    EL  U.  1)E  LOS  R.  C.       331 

dorante  el  último  tercio  del  reinado  de  don  Juan  U,  educóse 
en  su  corte,  donde  cobró  extremada  afición  á  los  estudios,  dis- 
tiogoiéndose  ya  desde  su  juventud  con  excelentes  produccio- 
nes, que  por  desgracia  no  han  llegado  i,  nuestros  dias  ^.  Con 
dolor  vió  Hernando  del  Pulgar  los  calamitosos  dias  de  Enri- 
que IV;  y  tal  vez  huyendo  sus  escándalos,  tal  vez  para  desem- 
pefiar  alguna  comisión  de  aquel  príncipe,  á  quien  procuró  ser- 
rír  con  entera  lealtad,  pasó  á  la  corte  de  Francia,  dando  al- 
gnna  noticia  en  sus  cartas  de  este  viaje  ^.  Elevada  Isabel  al 
¿roño  de  Castilla,  llamóle  á  su  lado  y  revistióle  con  los  hon- 
rosos cargos  de  secretario,  canciller  de  su  puridad  y  su  cronis- 
ta^ siendo  muy  racional  que  desde  aquel  momento  siguiese  cons- 
(a.ntemente  la  corte,  á.  fin  de  cumplir  con  las  obligaciones  que 
h&lia  aceptado.  Ya  en  edad  avanzada,  asistia  en  efecto  al  asedio 
d  e  muchas  ciudades  y  castillos  en  el  proceso  de  la  guerra  con- 
irsí  los  mahometanos;  y  derribado  el  trono  de  los  Beni-Nazares, 


fcsUndo  que  fué  natural  de  Madrid  (Diálogo  de  don  Diego  Hurtado  de 
l^cndoxa,  duque  del  infantado).  Considerando  que  Oviedo  nació  y  vivió 
Iskrgo  tiempo  en  Madrid,  conociendo  su  puntualidad  y  exactitud  al  allegar 
Isis  noticias  que  dan  extremado  ínteres  á  todas  sus  obras  y  recordando  que 
Madrid  perteneció  al  antiguo  reino  de  Toledo,  como  hoy  pertenece  á  su 
arzobispado,  no  hemos  vacilado  en  seguirle.  La  época  del  nacimiento  de 
^^Igar  se  deduce  de  sus  propias  obras:  de  su  educación  y  de  la  represen- 
^^oion  que  alcanza  durante  el  reinado  de  Enrique  IV  nos  habla  en  la  dedi- 
catoria de  los  Claros  Varones  y  en  varias  de  sus  Letras  (Véase  el  prólogo 
^^  la  edición  de  1775). 

1  Marineo  Sículo,  De  Hispaniae  laudibus^  lib.  VII.   £1  mismo  Pulgar 
^^  noticia  de  una  glosa  ó  explicación  del  Padre  Nuestro^  que  dirigió  á  su 

'Ja,  para  que  se  ejercitase  en  el  retiro  del  monasterio   {Letra  XXIII  de 

^9  publicadas).  Don  Nicolás  Antonio  dice  haber  visto   en  la  biblioteca   del 

^^arqués  de  Agrípoli  una  Crónica  de  Enrique  IV  debida  á  Pulgar. —  Nin- 

^  \]o  escritor  coetáneo  la  menciona,  si  bien  nada  tiene  de  inverosímil  el  que 

^  H  hombre  dotado  de  la  ciencia  de  este,  dado  á  los  estudios  históricos  y  tan 

^^nocedor  de  la  corte  de  don  Enrique,  como  nos  enseña  la  glosa  á  las  (/O- 

^^Uu  de  Mingo  Revulgo,  trazase  el  cuadro  de  aquel  reinado.  Lástima  es,  si 

^^1  hizo,  que  la  expresada  Crónica  no  haya  llegado  á  nuestros  dias:  núes- 

^  •os  esfuerzos^  para  descubrir  su  paradero,  han  sido  por  lo  menos  infruc- 

^^osos. 

2  Letra  XXIII  citada;  dedicatoria  de  los  Claros  Varones^ 


332        HISTORIA  crítica  de  la  literatura  espaüola. 

parecia  poner  término  á  sus  tareas  literarias  con  una  Relaem 
de  los  Reyes  moros  de  Granada^  presentada  en  1492  á  la  üh 
mortal  Isabel,  siendo  esta  la  vez  postrera  que  le  hallamos  meih 
cionado  en  documentos  coetáneos  ^ 

Las  obras  de  Hernando  del  Pulgar  que  por  sernos  hoy  ooih>- 
cidas,  vinculan  su  nombre  en  la  historia  de  las  letras  españolas, 
son  indudablemente:  el  Comentario  á  las  Coplas  de  Mingo  Jle- 
vulgo,  antes  mencionado  ^;  los  Claros  Varones  de  Castilla^  de- 
dicados á  la  Reina  Isabel  ^;  la  Crónica  de  los  Reyes  Católicos^ 
escrita  por  su  mandato;  la  Relación  de  los  Reyes  moros  de  Gra-- 


1  Algunos  escritores  suponen  sin  embargo  que  Pulgar  habia  ya  muerto 
en  1486,  y  otros  le  hacen  vivir  hasta  1490  (Martínez  de  la  Rosa,  Vida  de 
Hernán  Pérez,  el  de  las  HazañaSf  pág.  229:  Madrid,  1834);  pero  con  tan 
poco  fundamento  los  primeros,  como  advirtió  ya  el  diligente  Clarús  (t.  II, 
págs.  443  y  444)^  pues  que  el  mismo  Antonio  de  Nebrija,  que  puso  en  latín 
la  Historia  de  los  Reyes  Católicos,  de  que  vamos  á  tratar,  declara  que  lo 
escrito  por  Pulgar  alcanzaba  á  la  conquista  de  Granada  (clUud  Chronicon 
bello  granatensi  terminatur»),  si  ya  no  es  que  supusieran  que  sólo  llegc 
aquel  hasta  el  principio  de  la  guerra,  deduciendo  de  aquí  su  fallecimientc 
antes  de  terminarla.  La  Relación  de  los  Reyes  moros  de  Granada,  mencio- 
nada ya  por  don  Nicolás  Antonio,  fué  incluida  por  el  diligente  Valladares 
en  el  Semanario  Erudito  (t.  XII,  pág.  57  y  sigs.),  constando  de  la  misma 
la  afirmación  que  hacemos  en  el  texto.  Así  lo  ha  reconocido  también  el 
erudito  Ticknor,  que  parece  haberla  examinado  (t.  I,  época  I.*,  cap.  IX), 
opinando  que  Pulgar  muere  después  de  1492  y  acaso  antes  de  1500. 

2  Véase  el  capítulo  XVI  de  este  volumen. 

3  Pulgar  no  sólo  habla  con  la  reina  Isabel  en  la  dedicatoria,  á  que  alu- 
dimos, sino  que  aprovecha  sus  propias  digresiones  para  manifestar  al  lec- 
tor que  habla  siempre  con  la  Reina  Católica  de  Castilla.  Así  vemos  por  ejem- 
plo que  le  consagra  el  título  XIV  y  que  en  el  XVII,  después  de  mencionai 
algunos  héroes  de  la  antigüedad,  cuyo  estudio  y  conocimiento  le  interesar 
por  extremo,  se  dirige  á  la  reina  para  ponderar  las  virtudes  de  sus  natura- 
les, cerrando  toda  la  obra  con  otro  breve  razonamiento  fecho  á  la  Reync 
Ntra,  Sra,  Los  Claros  Varones,  que  encierran  hasta  veinticuatro  biogra- 
fias  (demás  de  los  dos  títulos  citados),  empezando  por  Enrique  IV  y  termi- 
nando con  don  Tello,  obispo  de  Córdoba,  se  imprimieron  por  vez  primen 
en  1500  (Sevilla)  con  las  treinta  y  dos  Letras,  de  que  hablaremos  adelan- 
te, y  se  reimprimieron  en  1528  (Alcalá),  1543  (Zamora),  1545  (Vallado- 
lid),  1632  (Amberes),  16T0  (Amsterdara),  1747  y  1775  (Madrid).  Véase  c 
prólogo  de  la  última  edición  sobro  este  punto. 


Il/  ?.f  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      333 

nada  ya  referida,  y  sus  curiosísimas  Letras;  no  pudiendo  adju- 
cjícársele  con  igual  certidumbre  la  Historia  del  Gran  Capitán  y 
de  las  dos  conquistas  del  reino  de  Ñapóles^  una  y  otra  vez  atri- 
l)aida  á  su  nombre  ^  Si  Pulgar  no  hubiera  escrito  más  que  los 
Claros  Varones  de  Castilla  y  las  mencionadas  Letras^  basta- 
ríanle  estas  obras  para  merecer  los  elogios,  que  dignamente  le 
tributan  críticos  nacionales  y  extranjeros.  Siguiendo  el  notable 
ejemplo  de  Fernán  Pérez  de  Guzman,  cuyos  Claros  Varones^ 
escritos  en  metro,  menciona  en  la  dedicatoria,  con  las  Genera^ 
dones  y  Semblanzas  ^;  6  ya  aspirando  á  la  gloria  má^  reciente 
de  Bartolomé  Fazzio,  grandemente  estimado  en  la  erudita  cor- 
te, que  ilustraban  los  Martyres  y  Geraldinos  ^,  movíase  Hernan- 


1  El  docto  Clarús,  al  declarar  en  su  Cuadro  de  la  literatura  española 
de  la  edad-tnediaf  tantas  veces  citado  por  nosotros,  que  se  atribuye  á  Pul- 
gar una  Historia  del  Gran  Capitán^  que  él  no  habia  visto,  escribe:  «Debo 
observar  que  el  Gran  Capitán  sobrevivió  en  veinte  años  á  su  supuesto  bi6« 
grafo»  (t.  II,  pág.  443)^  Esta  sencilla  observación  basta  en  efecto  para  com- 
prender que  los  editores  de  la  expresada  historia  se  apoderaron  del  nombre 
del  cronista  de  los  Reyes  Católicos  para  autorizarla,  lo  cual  sucedió  también 
con  otros  muchos  libros,  durante  los  siglos  XVI  y  XVII.  Con  sólo  conside- 
rar que  se  trata  de  las  dos  conquistas  del  reino  de  Ñapóles^  debió  com- 
prenderse que  la  Historia  del  Gran  Capitán  no  podía  atribuirse  á  Hernan- 
do del  Pulgar,  muerto  dentro  del  siglo  XV.  La  edición  de  la  expresada  hiS' 
torta  lleva  la  data  de  Alcalá  y  la  fecha  de  15S4,  y  fué  debida  á  Hernán 
Ramírez,  mercader  de  libros. 

2  cVerdad  es  (dice)  que  el  noble  caballero  Fernán  Pérez  de  Guzman  es- 
•cribió  en  metro  algunos  Claros  Varones,  que  fueron  de  España:  asimis- 
»mo  escribió  brevemente  en  prosa  las  condiciones  del  muy  alto  y  ex9e-* 
»lente  rey  don  Juan,  de  esclarecida  memoria,  vuestro  padre  [de  la  Reina 
»Isabel],  é  de  algunos  caballeros  é  perlados,  sus  subditos,  que  fueron 
»ensu  tiempo». 

3  Véase  el  cap.  XVIII  de  este  Subciclo  y  volumen.  En  cuanto  al  libro 
de  Fazzio,  que  lleva  por  título:  De  Viris  ülustribus  suae  tempestatis,  que 
no  cita  Pulgar,  conviene  advertir  aquí  que  si  bien  alcanzaba  en  España 
grande  estimación,  hasta  ser  imitado  en  lengua  latina,  por  la  misma  natu- 
raleza de  la  civilización  italiana  y  por  el  desarrollo  que  habían  logrado  en 
aquel  afortunado  suelo  letras,  artes  y  ciencias,  giraba  en  más  amplía  esfe- 
ra qu9  los  libros  castellanos.  Así  vemos  que  se  consagra  con  igual  esmero 
¿  consignar  la  gloria  de  los  poetas  y  los  oradores,  los  jurisconsultos  y  los 
médicos,  los  pintores  y  los  estatuarios,  figurando  al  lado  de  los  Panormi- 


334  HISTORIA    CRITICA    DK    LA    LITERATUKA  ESPAJ^CLA. 

do  del  Pulgar  á  trazar  en  breves,  pero  pintorescos  y  á  veces  ^/- 

gorosos  cuadros,  las  vidas  de  los  más  ilustres  personajes,  á^m  su 
tiempo,  no  pareciendo  exagerado  juicio  el  asentar  que  supo  ew:^~nu' 
lar  siempre  y  oscurecer  en  algunos  momentos  á  sus  proifz^ios 
modelos.  Cierto  es' que  no  todos  los  personajes  se  ofrecen.  ai 
pincel  de  Pulgar  con  igual  severidad  y  grandeza  de  líneas,  conao 
que  no  todos  alcanzaban  la  misma  estatura,  ni  habian  ejerc?ic3o 
en  la  república  análogo  ministerio;  pero  por  la  misma  razoni  <s 
más  digno  de  elogio  cuando  con  estilo  firme,  conciso,  sentent3Í^- 

• 

so,  grave  y  siempre  levantado,  con  lenguaje  escogido  y  o^si 
siempre  elegante,  le  vemos  animar  aquella  selecta  galería  de    r^  ^- 
tratos,  en  que  leemos  los  nombres  y  vemos  brillar  la  fisonarK:^^^^ 
de  magnates  tan  insignes  como  el  Almirante  don  Fadrique  ,       ^^ 
Conde  de  Haro,  el  Marqués  de  Santillana,  don  Rodrigo  Villo-  ^■^^ 
drando  y  don  Rodrigo  Manrique,  y  de  prelados  tan  esclarecí <^-  ^^ 


tas,  Philelphos,  Strozas  y  Pontanos,  los  Crlsóloras,  Nicolis,  Áurispas  y 
netos;  al  lado  de  los  Tmolas,  ZabareUas  y  Sículos,  los  Gentiles,  GáliC4 
Písanos;  al  lado  en  fin  de  los  Bcssarioncs,  Trebisondas  y  Grecos,  los 
rcntinos,  Donatellos  y  Rcnli'os.  Los  estudios  biográficos  no   habian  podl> 
tomar  en  España  este  carácter  general,  limitados   todavía  á  las  más  sb. '^ 
clases  sociales,  que  constituían  el  clero  y  la  nobleza.  De  observar  e^ 
este  particular  que  aun  dada  esta  situación,  llevó  la  última  la  ventaja, 
que  sólo  obtuvo  el  episcopado  ocho  títulos  de  los  veinticuatro,  en  que 
gar  nos  ofrece  sus  retratos.  Esta  observación  se  confirma  aun  en  los 
mos  imitadores  de  Pulgar:  pagóse  de  continuar  los  Claros  Varones  el 
tendido  Florian   de  Ocampo,   quien  escribiendo  en  3  de  Mayo  de  154' 
doctor  Juan  de  Vergara,   hijo  del  insigne  estatuario  de  este  nombre,  le 
cia:  «Yo  había  comenzado  á  hacer  una  Adición   á  los  Claros  Varom 
Hernando  del  Pulgar ^  poniendo  las  personas  notables  de  nuestros  tit 
pos  y  ajuntúndolos  todos  con  los  de  Fernán  Pérez  de  Guzman...  I^  mii 
de  las  personas  envió  á  Vmd.  para  que  me  escriba  su  parecer  sí  son  di( 
ó  no;  porque  lo  tendré  yo  por  gloria  y  precepto  de  lo  que  haya  de  hi 
adelante,  si  tuviese  tiempo».  En  la  minuta  se  incluían  los  nombres  de 
Hernando  de  Talavera,  arzobispo  de  Granada,  don  fray  Pasqual,  obisj 
Bargos,  don  fray  Francisco  Ximenez  de  Cisneros,  arzobispo  de  Toledo,  e 
no  figurando  ningún  artista,  poeta   ni  científico. — Ocampo  escribió  las 
primeras  biografías  y  con  la  segunda  llegó  hasta  la  reformación  de  las 
denes,  llevada  á  cabo  por  el  confesor  de  la  Reina  Isabel;  pero  no  sabei 
su  paradero. 


Il/  P.,  CAP.    XX.   BST.    HIST.  DUR.    EL  R.    DE   LOS  R.  C.      335 

como  Alfonso  de  Santa  Marfa,  Alfonso  de  Avila,  don  Tello'  de 
Córdoba  y  el  mismo  don  Alfonso  Carrillo,  cuyas  turbulencias  re- 
jprendia  y  condenaba  Pulgar,  aun  en  las  Letras  que  le  dirige  ^ 
Xícito  juzgamos,  para  que  nuestros  lectores  formen  entero  con- 
^>epto  del  estilo  de  Hernando  del  Pulgar,  como  biógrafo,  tras- 
ladar aquí  algunos  rasgos  de  sus  retratos;  y  al  propósito  daré- 
:nos  la  preferencia  al  Título  del  Marqués  de  Saníillana,  cuya 
fisonomía  literaria  y  moral  hemos  procurado  dar  &  conocer  en 
I  ligar  oportuno  *: 

aDon  Iñigo  López  de  Mendoza,  marqués  de  Santillana  é  conde  del  Real 

!>cle  Manzanares^  é  señor  de  la  casa  de  la  Vega,  fijo  del  almirante  don 

»  X>iego  Hartado  de  Mendoza,  é  nieto  de  Pero  Gronzalez  de  Mendoza,  se- 

'^fior  de  Álava,  fué  hombre  de  mediana  estatura^  bien  proporcionado  en 

X¿&  compostara  de  sus  miembros  é  fermoso  en  las  facciones  de  su  rostro; 

^^<Xe   linaje  noble  castellano  é  muy  antiguo.  Era  hombre  agudo  é  discreto, 

'^^   de  tan  gran  corazón  que  ni  las  grandes  cosas  le  alteraban,  nin  en  las 

*>  F^ec^neñas  le  placia  entender.  En  la  continencia  de  su  persona  é  en  el 

» Y*si^x>nar  de  su  fabla  mostraba  ser  onbre  generoso  é  magnánimo.  Fabl&- 

^^^>^  muy  bien  é  nunca  le  oian  decir  palabra  que  non  fuesse  de  notar, 

**C|ixier  para  doctrina,  quier  para  placer.  Era  corles  é  honrador  de  todos 

"^Aoe  que  á  él  venian,  especialmente  de  los  onbres  de  giengia...  Fué  muy 

^>templado  en  su  comer  é  beber,  é  en  esto  tenia  una  singular  continen- 

'^Msia.  Tovo  en  su  vida  dos  notables  exergigios :  el  uno  en  la  disciplina 

))Qiilitar;  el  otro  en  el  estudio  de  la  gien^ia;  é  ni  las  armas  le  ocupaban 

»el  estudio,  nin  el  estudio  le  impedia  el  tiempo  para  platicar  con  los  ca- 

nvalleros  é  escuderos  de  su  casa  en  la  forma  de  las  armas  necesarias  pa- 

»ra  se  defender,  é  quáles  avian  de  ser  para  ofender,  é  cómo  se  avia  de  fe- 

orir  al  enemigo  é  en  qué  manera  avian  de  ser  ordenadas  las  batallas,  é  la 

«disposición  de  los  reales,  cómo  se  avian  de  combatir  é  defender  las  for- 

otalezas  é  las  otras  cosas  que  requiere  el  exercicio  de  la  cavalleria.  E  en 

»esta  plática  se  deleytaba,  por  la  gran  habituación  que  en  ella  tovo  en  su 

jtmo^dad.  E  por  que  los  suyos  supiessen  por  experiencia  lo  que  le  oian 

»dezir  por  dottrina,  mandaba  continuar  en  su  casa  justas,  é  ordenaba 

)»qae  se  fígiessen  otros  exergiQios  de  guerra,  porque  á  sus  gentes,  estando 

nhabi toadas  en  el  uso  de  las  armas,  les  fuessen  menores  los  trabajos  de 

»la  guerra.  Era  cavallero  esforzado;  é  ante  de  la  fazienda  cuerdo  é  tem- 

x>plado,  é  puesto  en  ella  ardid  é  osado;  é  nin  su  osadía  era  sin  tiento,  nin 


1  Letras  HI.*  y  IV.' — Volveremos  á  mencionar  estas  epístolas  en  lugar 
oportuno. 

2  Véase  el  cap.  \IU  de  este  Subciclo,  t.  Vi,  págs,  108  y  siguientes. 


336  HISTORIA   crítica    DB   la  literatura   BSPAflOLA. 

Den  su  oordara  se  mezcló  jamás  punto  de  cobardía.. .  Era  hembra  OMg- 
Doánimo,  é  esta  su  magnanimidad  le  era  ornamento  é  compostara  de  to- 
ndas las  otras  virtudes...:  tenia  una  tal  piedad  que  qualquier  atribulado 
»ó  perseguido  que  venia  á  él,  fallaba  muy  buena  defensa  é  consolación 
»en  su  casa,  pospuesto  qualquier  inconveniente  que  por  le  defender  se  le 
«pudiese  seguir...  Este  ca vallero  ordenó  en  metro  los  proverbios  que  co- 
nmienzao:  Fijo  miOt  mucho  amado,  etc.,  en  los  quales ¿e  contienen  qua- 
ssi  todos  los  preceptos  de  filosofía  moral,  que  son  nesgarlos  para  rá*- 
»tuosamente  vivir.  Tenia  grande  copia  de  libros  é  dábase  al  estudio  espe- 
Mcialmente  de  la  moral  filosofía  é  de  cosas  peregrinas  é  antiguas,  é  tenia 
))siempre  en  su  casa  doctores  é  maestros,  con  quienes  platicaba  las  s^ién- 
»9ias  é  lecturas  que  estudiaba.  Fizo  asimismo  otros  tractados  en  metro  é 
»en  prosa  muy  doctrinales,  para  provocar  á  virtudes  é  refrenar  vi^ioa;  y 
»en  estas  oosas  pasó  él  lo  más  del  tiempo  de  su  retraimiento^  etc.  l. 

Eir  esta,  como  en  las  restantes  biografías^  brillan  las  virtudes 
literarias  que  la  critica  moderna  se  complace  en  reconocer,  al 
examinar  los  Claros  Varones:  en  ellos  resalta,  siendo  en  verdad 
uno  de  sus  principales  caracteres,  con  el  hidalgo  anhelo  de  en- 
salzar los  merecimientos  de  los  personajes  que  retrata,  el  no 
menos  meritorio  de  acaudalar  sus  pinturas  con  excelentes  má- 
ximas de  filosofía  moral  é  interesantes  anécdotas,  que  dan  razón 
de  los  estudios  clásicos  que  Hernando  del  Pulgar  habia  reali- 
zado. 

Iguales  caracteres  han  descubierto  algunos  escritores  moder- 
nos en  la  Crónica  de  los  Reyes  Católicos,  si  bien  acusándole  de 
cierto  exagerado  atildamiento  y  excesivo  anhelo  de  mostrarse 
erudito  en  el  indicado  sentido;  pero  al  motejarle  alguna  vez  de 
pedantería,  no  se  ha  procedido  con  el  fundamento  y  la  justicia  que 
se  han  menester,  habida  consideración  al  progreso  natural  de  los 
estudios  históricos.  Siendo  asunto  de  la  obra  de  Pulgar  tan  me- 
morable reinado,  fué  su  principal  cuidado  presentar  la  materia 
histórica,  cuya  abundancia  le  fatigaba  *,  de  una  manera  clara  y 
perceptible;   y  aspirando  ya  al  oficio  de  verdadero  historiador. 


1  Titulo  IV. 

2  En  la  Letra  XI  de  las  publicadas,  dirigida  á  la  Reina  Católica,  se 
quejaba  en  efecto  de  la  exuberancia  de  material  histórico,  que  ofrecía  tan 
hazañero  y  floreciente  reinado,  llamado  á  realizar  las  aspiraciones  del  pue- 
blo español,  abrigadas  en  siglos  precedentes  (Ed.  de  1775,  pág.  14S). 


fl/  P.y  CAP.  XX.  BST.  HIST.  DUR.    EL  R.  DE  LOS  R.  C.      337 

^'▼idiota  en  tres  partes,  acomodando  en  la  primera  todos  los 
precedentes  del  reinado,  consagrando  la  segunda  &  los  ocho  pri- 
meros años^  en  que  parecia  constituirse  realmente  la  gran  mo- 
narquía española,  saliendo  del  c&os  de  tiempos  anteriores,  y  des- 
^inando  finalmente  la  tercera  á  las  grandes  empresas  militares, 
due  postran  á  los  pies  de  Isabel  el  imperio  de  Granada  ^  Á  esta 
cM  isposicion,  verdaderamente  histórica  y  critica,  que  revela  des- 
e  luego  en  Pulgar  la  influencia  activa  é  inmediata  de  los  estu- 
ios  cl&sicos,  ya  á  la  sazón  realizados,  uníase  su  recto  y  sano 
icio,  fortalecido  á  menudo  por  reflexiones  y  máximas  filosófl- 
,  cuándo  relativas  &  la  moral,  cuándo  á  la  política;  y  lo  que 
todavía  más  importante,  aquella  facilidad  y  fuerza  de  pincel 
el  bosquejo  de  los  personajes,  que  tan  señalado  precio  había 
doá  los  Claros  Varones  *. — Muy  celebradas  han  sido  las  aren- 
s  y  discursos,  que  á  imitación  de  Tito  Livio,  puso  Hernando 
i  Pulgar  en  boca  de  los  magistrados,  magnates  y  demás  va- 
es  que  toman  parte  en  los  sucesos  históricos,  expuestos  en 
secuencia  de  una  manera  dramática;  y  mientras  unos  críticos 


"S      El  erudito  Garús,  uno  de  los  más  discretos  historiadores  de  las  letras 

e0.K^  «ñolas,  declara  que  no  le  fué  posible  consultar  la  Crónica  de  Fernando 

é    '^'^mabd,  al  trazar  el  Cuadro  de  la  literatura  castellana  de  la  edad  me^ 

d*^'~^    (t.  H,  ut  supra).  Ticknor,  que  sólo  menciona  dos  crónicas,  relativas  al 

t^^  ^K:iado  de  estos  príncipes,  manifiesta  que  Pulgar   tiene ,  como  cronista, 

f^^^^o  mérito,  si  bien  le  concede  dignidad  y  decoro  en  el  estilo,  considerán- 

^^^^3  propio  en  realidad  de  la  verdadera  historia,  y  juzga  acertada  la  d¡- 

<^ hiende  la  materia,  observando  que  es  acomodada  al  objeto  de  la  obra 

C*^-   I,  Primera  época,  cap.  IX).  Este  juicio  nos  parece  algún  tanto  contradic* 

2    De  buen  grado  trasladaríamos  aquí  alguno  de  estos  retratos,  para  que 
^^dieran  los  lectores  compararlo  con  los  ya  conocidos  de  los  Claros  Varo~ 
f^i.  £1  deseo  de  no  dar  excesivo  bulto  á  estos  estudios,  nos  mueve  á  omitir- 
lo, no  sin  apuntar  que  entre  todos  merece  la  preferencia  la  pintura  que  hace 
del  rey  don  Fernando,  trazada  en  verdad  de  mano  maestra.  Empieza:  tEra 
»este  rey  de  mediana  estatura:  tenia   todas  las  partes  de  su  persona  bien 
«proporcionadas  y  sacadas:  el  color  blanco,  con  muy  gracioso  lustre:  el 
Mgesto  alegre  y  claroi,  etc.  Termina:  «Sobre  todo  dio  muy  clara  muestra  y 
jexémpio  de  gran  saber  y  seso  en  sufrir  y  templar  las  adversidades  y  tra- 
«bujos,  las  muertes  de  fijos,  yernos  é  nietos»,  etc. 

Tono  vii.  22 


I 


338  HISTORIA  CRITICA   DB   LA   LITERATURA    BSPAHOLA. 

han  ponderado  su  elocuencia,  por  la  virilidad  romana  que  en  alia 
&  veces  resalta,  tfldanle  otros  de  impropiedad,  por  no  jaigirla 
conveniente  á  una  crónica  ^  Pero  sobre  no  ser  este  cargo  acep- 
table, sin  condenar  los  estudios  históricos  &  un  estacionamiento 
incomprensible,  justo  es  tener  muy  en  cuenta  que  no  otro  debía 
ser  el  efecto  de  la  influencia  clásica,  respecto  de  la  historia,  como 
k)  demostraba  en  el  suelo  de  Aragón  por  el  mismo  tiempo  el  ya 
conocido  Micer  Gonzalo  de  Santa  María.  Así,  tampoco  podrft  ser 
cargo  para  Pulgar  la  dignidad,  el  decoro,  la  elegancia  y  com- 
postura de  su  estilo  y  lenguaje,  virtudes  todas  que  revelando  el 
triunfo  de  la  revolución  formal  en  las  más  altas  esferas  del  arte, 
preludiaba  el  próximo  reinado  de  la  verdadera  historia.  Oigá- 
mosle para  comprobación  de  todo  lo  expuesto  en  la  aplaudida 
arenga,  que  pone  en  boca  de  don  Gómez  Manrique,  alcaide  y 
alguacil  mayor  de  Toledo,  cuando  intentaban  algunos  morado- 
res  de  aquella  ciudad  abrir  sus  puertas  á  don  Alfonso  de  Portu- 
gal, si  bien  no  falta  motivo  para  creer  que  Pulgar  trasladó  inte- 
gro &  la  narración  histórica  y  tal  como  don  Gómez,  elocuente 
orador,  lo  pronuncia,  este  notabilísimo  discurso  ^.  Empieza  asi: 


((Si  yo,  cibdadaaos^  non  conosgiera  que  los  buenos  é  didoretos  de 
«otros  desseajd  guardar  la  lealtad  que  deveys  á  nuestro  rej  7  el  estado 
»pacíñ(X)  de  vuestra  gibdad,  mi  tabla  por  cierto  é  mis  amonestaciones  sc- 
»rían  supérñuas;  porque  vana  es  la  amonestación  á  los  ma(;ho6,  qtuuido 
))todos  obstinados  siguen  el  consejo  peor.  Pero  porque  veo  entre  Tosotros 
«algunos  que  dessean  binir  pacifícamente,  veo  assi  mesmo  otros  macn^e- 
))bos  engañados  con  promessas  y  esperanzas  inciertas,  otros  vencidos  del 
))peoadode  la  cobdicia.  creyendo  enrújuecer  en  cibdad  turbada  con  ro- 
»bos  é  fueras, — acordé  en  este  ayuntamiento  de  amonestar  lo  que  á  to- 
»dos  conviene;  porque  conoscidala  verdad,  non  padezcan  muchos  poren- 
»gaño  de  pocos.  Non  se  turbe  ninguno,  nin  se  altere,  si  por  ventura  no 
noyere  lo  que  le  plaze;  porque  yo  en  verdad  bien  os  querría  complazer; 
nperomásos  dcsseo  salvar.  Toda  honra  ganada...  y  toda  franqueza  a^- 
))da,  se  conserva^  continuando  los  leales  é  virtuosos  trabajos  oon  que  al 
»príncipiose  adquirió,  y  se  pierde,  usando  lo  contrarío...» 


1  Ticknor  (loco  citato). 

2  Véase  el  estudio  que  respecto  de  la  elocuencia  nacemos  ea  el  siguien- 
le  capítulo  y  sobre  todo  las  Ilustraciones 


!(/  P.y  CAP.  XX.   EST.  UIST.   DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      339 

Xxpuestos  los  gloriosos  títulos  de  los  antiguos  toledano3  y  el 
estado  de  las  cosas^  prosigue: 

«¿Non  svria  alguna  ooasiderüQioii  al  temor  de  Dios^  nin  vos  pungerfa 

>Ia  irerguenza  de  las  gentes,  ó  siquiera  os  moveriades  á  compassion  á  la 

«tiena  que  morades?  ¿Podríamos  saber  qué  es  lo  aue  querejs?  ¿ó  quán- 

i^do  avrán  fin  vuestras  rebeliones  é  variedades?  ¿O  podría  ser  que  esta 

»cit)dad  sea  una  é  dentro  de  una  perca,  é  non  8e§  tantas  nin  mandada  por 

^tantos?  ¿No  sabeys  que  en  el  pueblo  do  muchos  quieren  mandar,  nin- 

^gT'XBo  quiere  obedesger?...  Yo  siempre  oy  dezir  que  proprio  es  á  los  re- 

^X^s  el  mando  é  á  los  subditos  la  obediencia;  é  quando  esta  orden  se 

^pervierte,  ni  ay  gibdad  que  dure,  nin  rey  no  que  permanezca.  E  vos- 

*^*^*^)«  non  soes  superiores  é  quereys  mandar:  soes  inferiores  é  non  sabeys 

^^^^^cs^cr.  Do  se  sigue  rebelión  á  los  reyes,  males  á  vuestros  vezinos, 

»t>A^^^^  á  vosotros  é  deátruy^ion  común  á  los  unos  é  á  los  otros». 


botando  las  causas  de  este  desasosiego  y  frecuentes  altera- 
ciones, añadía: 

**-*^ienso  yo  que  vosotros  non  podéis  buenamente  sufTrir  que  algunos 

"^^^^  Juzgays  non  ser  de  linaje,  tengan  honras  é  offigios  de  gobernación 

"^^^   esta  cibdad,  porque  entendeys  que  el  deffecto  de  la  sangre  les  qui- 

'*J^^«t  la  habilidad  del  goveruar.  Assí  mesmo  vos  pesa  ver  riqucgaa  en 

^    ^^bres  que,  según  vuestro  pensamiento,  non  las  merecen,  en  especial 

«J^jt^^Uog  qyg  nuevamente  las  ganaron.  E  destas  cosas  que  sentís  ser  in- 

^  ^**t>ortables,  se  engendra  un  mordimiento  de  invídia,  y  de  invídia  nasge 

^   ^^io  tal  que  vos  mueve  ligeramente  á  tomar  armas  é  fager  insultas 

^   X^  cibdad;  é  non  sé  yo  qué  se  puede  collegir  desto,  salvo  que  quer- 

^^^^s  enmendar  el  mundo,  porque  vos  paresge  que  vá  errado  é  los  bie- 

^^  del  non  bien  repartidos.  ;0  cibdadanos  de  Toledo!  pleyto  viejo  to- 

^^^s  por  cierto  é  querella  muy  antigua  usada  é  non  aun  por  nuestros 

^^^^^os  fenes^ida;  cuyas  raices  son  hondas,  nas^idas  con  los  primeros 

^^^bres,  y  sus  ramas  de  confusión,  .que  giegan  los  entendimientos,  y 

^^a  flores  secas  y  amarillas  que  afligen  el  pensamiento,  y  su  fruto  tan 

^^^fiado  y  tan  mortal  que  crió  y  cría  toda  la  mayor  parte  de  los  males^ 

^ue  en  el  mundo  passan  y  han  passado,  los  que  aveys  oído  y  los  que 

^veys  de  oyr.  Mirad  agora  quánto  yerra  el  apassionado  de  este  error, 

^  ^Xirque  dexando  de  dezir  cómo  yerra  contra  ley  de  natura,  pues  todos 

hornos  nascidos  de  una  massa  é  o'vimos  un  principio  noble,  y  especial- 

^^nte  aquella  clara  virtud  de  U  charidad,  que  nos  alumbra  el  camino 

'^tle  la  felicidad  verdadera»,  etc.  i. 


t     Fól.  75  y  siguientes  de  la  edición  de  Zaragoza,  1567. — En  orden  á  las 
^  mpresíones  que  se  han  hecho  de  la  Crónica  de  los  Reyes  Cathólicos,  con- 


540  HISTORIA   CRtTICA    DB   LA    ITBRATURA  ESPAfiOLA. 

Con  verdadero  sentimiento  dejamos  de  copiar  lo  restante  de 
esta  notabilísima  arenga,  que  de  buen  grado  hubiéramos  trasla- 
dado integra.  Por  ella,  así  como  por  los  demás  discursos  y  re- 
tratos, de  que  siembra  Pulgar  su  Crónica^  podemos  ya  descu- 
brir y  aun  fijar  el  camino  que  con  mayor  amplitud  debían  en 
breve  seguir  los  cultivadores  de  la  nacional  historia.  Con  estos 
de  la  particular  de  C&stilla  y  de  Aragón  se  hermanaban  eu  el 
propósito,  cual  v&  arriba  insinuado,  el  obispo,  don  Diego  Ra- 


viene  advertir  que  apareció  ea  1565  con  esta  portada:  c  Crónica  de  ¡os  muy 
altos  y  esclarecidos  Reyes  Cathólicos  don  Fernando  y  doña  Isabel,  de 
gloriosa  memoria,  dirigida  á  la  Cathólica  Real  Magestad  del  rey  don 
Phüipe,  nuestro  señor,  compuesta  por  .el  Maestro  Antonio  de  Nebrixa, 
chronista  que  fué  de  los  dichos  Reyes  Cathólicos.  Impresa  en  VaUadolid, 
en  casa  de  Sebastian  Martinez;  año  de  MDLXV,  Con  privilegio.  Está 
tasado  á  tres  maravedís  el  pliego».  ¿De  dónde  pro  venia  el  error  de  hacer  á 
Nebrija  autor  de  una  obra,  que  no  escribe?...  Reparando  en  que  era  el  edi- 
tor nieto  de  aquel  celebrado  latinista,  considerando  que  al  presentar  la 
Chrónica  á  Felipe  II,  afirmó  de  un  modo  positivo  que  su  abuelo  la  habla 
compuesto  tal  como  el  la  ofrecía  al  rey  (Dedicatoria);  y  no  siendo  posible 
atribuir  á  punible  superchería  esta  afirmación,  parécenos  muy  probable  la 
suposición  de  que  Antonio  de  Nebrija,  el  nieto,  hubo  de  recibir  entre  los 
papeles  y  MSS.  que  fueron  de  Antonio  de  Nebrija,  el  abuelo,  la  referida 
Chrónica,  y  que  teniéndola  por  obra  suya  y  desean<lo  recabar  para  su  ilus- 
tre nombre  aquella  gloria,  no  vaciló  en  presentarla  en  tal  concepto  á  Feli- 
pe II,  así  como  Xanto  de  Nebrija,  hijo  del  maestro  de  la  Reina  Isabel,  ha- 
bla sacado  á  luz  veinte  y  cuatro  años  antos  sus  Decadas  latinas.  Dos  des- 
pués se  daba  á  la  estampa  bajo  este  iUulo  y  portada:  Chrónica  de  los  muy 
altos  y  esclarecidos  Reyes  Cathólicos  don  Hernando  y  doña  Isabel,  de  glo- 
riosa memoria,  dirigida  á  la  Cathólica  Real  Magestad  del  rey  don  Phi» 
Upe  nuestro  Señor:  compuesta  en  romance  por  Hernando  del  Pulgar, 
chronista  de  los  dichos  Reyes  Cathólicos:  vista  por  el  expellentissimo  y 
reverendissimo  señor  don  Hernando  de  Aragón,  arzobispo  de  Zaragoza  y 
visorey  de  Aragón,  Con  una  sumaria  de  las  otras  conquistas  y  con  su  li- 
cenQia  impreso  en  Zaragoza  en  casa  de  Juan  Millan,  año  MDLXVIl, 
Véndese  en  casa  de  Miguel  de  Suelves,  alias  Capilla,  infanzón,  mercader 
de  libros  y  vezino  de  la  dicha  ciudad.  Desde  entonces  ha  seguido  Pulgar 
en  posesión  de  su  crónica,  siendo  digno  de  consignarse  aquí  que  el  diligen- 
te Tamayo  de  Vargas  en  su  Gran  Junta  de  Libros  menciona  dos  ediciones 
anteriores  á  las  citadas:  la  primera  hecha  en  Sevilla  por  Juan  Picardo  (1543, 
4.®),  y  la  segunda  en  Valladolid  por  Francisco  Fernandez  (1545,  4**.). 
No  conocemos  estas  impresiones. 


Il/  P.y  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      341 

mirez  de  YiUaescusa,  autor  de  una  Historia  de  la  vida  y  muerte 
de  la  Reina  doña  Isabel  y  de  unos  Diálogos  sobre  la  muerte 
del  Príncipe  don  Juan  ^;  el  doctor  Lorenzo  Galindez  de  Carva- 
jal, que  lo  fué  de  un  Registro  ó  Memorial  de  los  lugares  mita- 
dos  por  los  Reyes  Católicos  ^;  el  muy  experimentado  varón  en 
letras  y  armas  Gonzalo  de  Ayora,  cronista  del  Rey  Católico, 
9ue  consagró  sus  vigilias  á  ilustrar  la  vida  de  doña  Isabel  '; 


1      Cita  estos  preciosos  tratados,  desconocidos  hasta  ahora,  el  entendido 

investigador  Gil  González  Dávila  en  su  Teatro  Eclesiástico,  tomo  I,  pági- 

"^  478.  La  importancia  de  los  asuntos  hace  por  extremo  sensible  el  que  do 

^^  oleran  oportunamente  á  luz,  habiendo  sido  infructuosas  nuestras  diligen- 

^'^^«  para  descubrir  su  paradero. 

^2       Se  ha  publicado  en  la  Colección  de  documentos  inéditos,  que  dan  al 
P^^lico  con  aplauso  y  provecho  de  los  doctos,  los  Sres.  Pidal  y  Salva. 

^    ^       El  mencionado  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo  en  su  libro  De  los  Ofi' 

^^09  efe  la  Casa  Real,  hablando  de  la  guarda  de  los  Reyes,  dice:  «Muerta  la 

^^*  •^«fc,  acordó  el  Rey  Católico,  que  quedó  por  gobernador,  tomar  guarda  de 

^^^t>^rdero8  para  su  persona;  éhizo  su  capitán  de  ella  á  Gonzalo  de  Ayo- 

ti  coronista,  hombre  diestro  en  armas  é  perfecto  soldado,  é  de  buenas 

ílidades  é  partes;  hombre  hijodalgo  é  natural  de  Córdoba,  docto  é  buen 

3  e  orador,  el  qual  en 'Italia  habia  mucho  tiempo  cursado  en  servicio 

^^  -^vdovico  Esforza,  duque  de  Milán»,  etc.    (Cód.  £.  203  de  la  Biblioteca 

^^i^nal,  fól.  266  v.).  Áyora  gozó  en  efecto  de  clara  reputación  en  su  tiem- 

.^^  »     '^  alcanza  lugar  señalado  en  la  historia  de  la  milicia  española,  cuya  tác- 

^^^^    cometió  á  nuevos  principios,  regularizando  su  organización  y  sus  movi- 

^^  v^tos. — Hijo  de  Córdoba,  como  dice  Oviedo,  pasó  en  Italia  los  primeros  años 

^    ^«juventud;  y  mientras  en  la  escuela  del  Gran  Capitán  y  en  el  ejemplo 

^    ^^tras  naciones  granaba  su  inteligencia,  como  soldado,  nutria  su  espíritu 

1  estudio  de  las  letras  clásicas,  oyendo  en  la  Universidad  de  Pavía  á  los 

t  excelentes  doctores.  Dueño  de  los  tesoros  de  la  lengua  latina,  tradujo  á 

_       .  del  materno  romance  varios  tratados,  y  entre  ellos  los  que  llevan  por 

^^vxlo:  De  Concepcione  Immaculata  y  De  natura  hominis,  debidos  á  Pedro 

^^1  Monte,  que  florece  en  la  corte  de  don  Juan  lí   (Milán,  1492 — 1493);  y 

^Mituido  á  España  á  tiempo  en  que  los  Reyes  Católicos  triunfaban  en  Gra- 

^9ida,  con  recomendación  eficacísima  de  Galcazo  Sforzia,  duque  de  Milán, 

Mereció  ser  distinguido  por  ellos,  hasta  llegar  á  ser  instituido  cronista  y  des. 

^aes  Capitán  de  la  guardia  de  alabarderoSt  que  él  mismo  organizó  (Ovie* 

^o,ut  supra).  Escribió  primero  uiisl  Historia  de  la  Reina  Católica  doñaísa» 

Idt  y  más  adelante  la  Relación  de  la  toma  de  Masalquivir  y  un  Epilogo 

de  algunas  coscas  dignas  de  memoria,  pertenecientes  á  la  ciudad  de  ÁvHa 

(Salamanca^  1519).  Establecido  en  Falencia^  le  hallaron  allí  los  disturbios 


542  HISTORIA    CRITICA    DE   LA   LITBRÜTÜRA   BSPAÍ^OLA. 

el  cosmógrafo  Alonso  de  Santa  Cruz,  que  trazó  asimismo  dife- 
rentes Crónicas  ^,  Luis  de  Correa,  que  escribió  como  testigo 
ocular,  la  Conquista  de  Navarra,  llevada  á  cabo  en  i512  *,  y 
con  ellos  Juan  de  Carrion,  muy  elogiado  de  Gonzalo  de  Ovie- 
do ';  el  Maestro  Estovan  de  Rivadavia,  á  quien  fué  debido  el 
curioso  Libro  de  la  imagen  del  mundo  ^;  Martin  Fernandez  de 
Enciso,  copilador  de  la  Suma  de  Geographía  ',  y  otros  mo- 
chos ingenios,  que  dedicados  &  los  estudios  auxiliares  de  la 
ciencia  histórica,  mostraban  ya,  como  sus  cultivadores,  que  se 
acercaba  la  época  de  su  mayor  desenvolvimiento. 

Al  calor  de  todos  estos  ingenios,  crecían  también  otros  escri- 
tores, que  si  no  aspiraban  á  la  reputación  literaria  de  los  Vale- 
ras,  Santa  Marías  y  Pulgares,  no  pueden  pasarse  en  silencio  sin 
grave  falta,  no  sólo  por  lo  que  vienen  á  representar  en  el  esta- 
dio de  las  ideas  políticas,  sino  también  por  el  efecto  pernicioso 
que  su  ejemplo  llega  al  cabo  á  producir  en  las  esferas  de  la  hís- 


de  las  Comunidades,  siendo  incluido  en  la  lista  de  proscripción  publicada  por 
el  Emperador  en  28  de  octubre  de  1522. — Adelante  volveremos  á  mencionar 
este  ilustre  hijo  de  Córdoba,  que  logra  por  sus  Cartas,  más  afortunadas  que 
sus  historias  y  sus  poesías,  distinguido  lugar  en  la  de  las  letras  españolas. 

1  Biblioteca  del  Escorial  III.  &.  29,  fól.  1. — Alonso  de  Santa  Cruz  ma- 
nifestaba que,  al  venir  á  la  corle,  presentó  muchas  cartas  de  geografía  «en 
•diversas  formas  hechas  y  muchos  libros  de  historias  é  crónicas  de  los 
» Reyes  Católicos,  don  Hernando  é  doña  Isabel,  con  otros  libros  de  filoso- 
•  fía»,  etc.  Gozó  la  estimación  de  la  Reina  Católica,  y  después  la  de  su  nieto 
don  Carlos,  contribuyendo  con  sus  trabajosa  la  educación  de  Felipe  II. 

2  La  Conquista  de  Navarra  fue  dedicada  por  Luis  Correa  al  comen- 
dador mayor  de  la  Orden  de  Calntrava,  y  se  imprimió  en  Salamanca  por 
Juan  de  Várela,  terminándose  á  primero  de  noviembre  de  MDXIII  años. 
Es  libro  raro,  y  sólo  hemos  podido  consultarlo  en  la  Biblioteca  Escurialcnse. 

3  Quinquagenas ,  1.'  Quinq.,  Eslanza  IX.* 

4  El  diligentísimo  Tamayo  de  Vargas,  en  su  ya  mencionada  Junta  de 
Libros,  dice:  «El  Maestro  Estovan  de  Rivadavia  sacó  el  Lt&t*o  de  la  tmd- 
gen  del  mundo  en  romance,  «maguer  que  non  sabia  fablar  castellano, 
•como  él  dice»  (fól.  157).  Tamayo  asegura  que  se  conservaba  MS.  este 
peregrino  libro,  que  nosotros  hemos  buscado  en  balde. 

5  Méndez  describe  en  su  Typografia  española,  pág.  170,  la  edición  que 
en  14S2  se  hizo  en  Sevilla  de  la  Suma  de  Geographía,  libro  que  es  ya  muy 
peregrino  entre  los  bibliólogos. 


Il/  P.y  CAP.  XX.  EST.  HIST.  DUR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      343 

tona.— Hablamos  de  ios  genealogistas.  Movidos  primero  por  un 
sentimiento  de  orgullo  ó  dignidad  personal,  llevados  después  por 
el  interés  político  de  exhibir  los  títulos  de  una  grandeza  y  de  un 
poder  que  se  iba  de  entre  las  manos,  acudían  unos  k  buscar  en 
SQs  propios  archivos  la  claridad  de  su  pr.ogénie,  mientras  se 
Ganaban  otros  por  halagar  y  lisonjear  la  vanidad  de  los  podero- 
sos, no  reparando  oq  fantasear  orígenes  y  crear  maravillosas  his- 
torias para  sublimarlos.  Así,  mientras  Rodrigo  Gil  de  Osorio,  imi- 
^^^cio  á  Fernán  Pérez  de  Ayala,  escribía  un  Tratado  sobre  su 
apellido;  mientras  Fernán  Mexia,  con  recto  juicio  é  integridad 
'^^^t>le,  trazaba  su  Nobiliario  Vero  * ,  y  Lope  García  de  Salazar 
ponía  su  Libro  de  Familias  ilustres  ^,  lanzábanse  á  escribir 
iarios^  con  más  ó  menos  fortuna,  el  capitán  Francisco  de 
^jnan,  Juan  Pérez  de  Vargas,  los  reyes  de  armas  García  Alón- 
de  Torres  y  el  famoso  Pedro  de  Gracia  Dei,  con  otros  ciento 
^  ya  poniendo  en  prensa  su  fantasía,  ya  abusando  de  la  credu- 
^'^•^  "  ajena,  y  aun  de  la  propia,  mostraron  el  camino,  por  donde 


rarop  de  tropel  los  osados  genealogistas  de  los  siglos  XVI 

^YII,  poniendo  así  de  relieve  que  aun  los  más  concertados 

^^^ovimientos  de  la  inteligencia  y  de  la  actividad  humana  llevan 

Siempre  consigo  el  peligro  de  dolorosas  y  aun  trascendentales 

^aberraciones. 

Tal  era  en  verdad  el  cuadro  que  á  la  contemplación  de  la  crí- 
tica ofrecían  los  estudios  historiales  bajo  el  reinado  de  los  Reyes 
<2atólicos,  tras  la  dificíl  elaboración  por  que  habían  pasado  desde 
la  gloriosa  Era  del  Rey  Sabio.  Salvando  épocas,  verdaderamente 
calamitosas,  en  que  habían  caído  en  doloroso  abandono,  como  vi- 
mos ya  al  trazar  la  historia  de  los  últimos  años  del  siglo  XIII  y  la 


1  Hemos  citado  con  frecuencia  este  importante  libro,  coyas  noticias  en 
todo  lo  que  se  reftere  al  siglo  XV  son  altamente  fidedignas.  Mexia  empezó 
á  eseríbirlo,  según  él  mismo  testifica,  en  1477  y  le  terminó  en  1485,  dán- 
dole á  la  estampa  en  Sevilla,  dorante  el  año  1492. 

2  Averiguaciones  de  las  antigüedades  de  Cantabria  del  P.  Hcnao,  to- 
mo I,  pág.  288.  García  de  Salazar  escribió  otro  libro  de  filosofía  moral,  que 
lleva  por  título:  Bienandanza  (Floranes,  Vida  del  Canciller  don  Pero  Lo- 
pe%  de  Ayala). 


344  HISTORIA   CIÚTICA   OS   LA  LITERATURA  E$PAÍ<iOLA. 

primera  parte  del  XIV;  adulterados  por  el  interés  ó  la  pasión,  y 
extraviados  por  la  excesiva  credulidad  ó  la  ignoraocia,  según 
nos  advirtió  de  un  modo  inequívoco  la  Crónica  Sarracina^  vivo 
reflejo  de  la  dominación  que  habían  logrado  en  las  esferas  inte- 
lectuales  las  ficciones  caballerescas;  restituidos  á  su  antiguo  cau- 
ce, merced  á  los  esfuerzos  de  los  claros  varones,  que  ilustran  en 
vario  concepto  la  corte  de  don  Juan  II;  fortalecidos  por  el  senti- 
miento nacional,  que  ofenden  y  exasperan  las  debilidades  y  pu- 
nibles desaciertos  de  Enrique  lY  y  sus  cortesanos,  llegan  pues 
los  estudios  históricos  á  la  última  parte  del  siglo  XY,  pajra  re- 
flejar de  un  modo  positivo  las  conquistas,  á  que  la  erudición  ha- 
bía- dado  cumplida  cima,  mostrando  asi  en  su  espíritu  como  en 
sus  formas  literarias  y  artísticas,  que  había  pasado  ya  en  la  his- 
toria del  arte  la  época  de  las  simples  narraciones,  designadas 
con  el  modesto  y  tradicional  dictado  de  crónicas. 

Pero  aquel  movimiento,  en  que  visiblemente  descubrimos  la 
ley  del  progreso,  interior  y  exteriormente  considerado,  no  se 
limitaba,  como  han  supuesto  ciertos  escritores,  á  la  historia  coe- 
tánea ^,  ni  se  encerraba  tampoco  en  los  dominios  de  Castilla. 
Confirmación  de  ambos  asertos  hemos  ofrecido  &  los  lectores  en 
el  presente  capítulo,  no  sin  que  pudieran  aumentarse  los  ejem- 
plos, fijando  nuestras  miradas  en  los  desafortunados  esfuerzos, 
que  hacían  algunos  ingenios  para  sostener  la  gloria  literaria  de 
los  antiguos  romances  hablados  en  el  suelo  español,  los  cuales 
iban  á  quedar  reducidos,  por  el  doble  efecto  de  la  política  y  del 
progreso  de  la  cultura  ibérica,  al  oficio  y  denominación  de  dia- 
lectos  ^.  Los  estudios  que  se  refieren  á  la  historia  general  y  á  la 


t  En  el  siguiente  capítulo  tendremos  ocasión  de  establecer,  bajo  nuevo 
punto  de  vista,  las  relaciones  de  los  estudios  históricos  con  las  obras  de 
recreación,  y  especialmente  con  los  libros  de  CabcUlerias,  Á  nuestro  pro- 
pósito basta  ahora  advertir  que  el  sentimiento  nacional,  aun  dado  el  movi- 
miento realmente  histórico  que  dejamos  reconocido,  responde  no  sin  ener- 
gía á  aquella  manera  de  reto,  á  que  le  llama  la  creciente  exaltación  de  lot 
héroes  romancescos. 

2  Claramente  se  comprenderá  que  nos  referinios  aquí  á  Pedro  Miguel 
Carbonell  [Pere  Miquel],  quien  demás  de  las  obras  poéticas  qu^  hicieron  su 
nombre  estimable,  según  ya  indicamos  en  el  capítulo  anterior,  escribió  en 


n.*  P.,  CAP.  XX.  EST.   HIST.  DtJR.  EL  R.  DE  LOS  R.  C.      345 

¿is loria  antigaa,  más  sobrios  que  en  tiempos  anteriores,  líiás 
enlaxados  GOQ  los  ()ue  directamente  se  referian  al  conocimiento 
de  la  antigfiedad  clásica,  probaban  también  por  su  parte  que  se 
acercaba  el  día  en  que  los  modelos  que  aquella  babia  trasmitido 
por  entre  las  nieblas  de  los  tiempos  medios,  debían  producir 
ciunplida  enseñanza,  no  desdeñado  por  cierto  el  ejemplo  que  en 
la  investigación  verdaderamente  arqueológica  habían  ofrecido  y 
seguid  ofreciendo  en  Italia  los  discípulos  é  imitadores  de  Pe- 
trarca. La  cosmografía,  la  cronología  y  las  antigüedades  empe- 
zaban á  tener  digna  estimación  entre  los  cultivadores  de  la  his- 
toria, ejerciendo  en  ella  saludable  influjo.  Un  paso  más  en  su 
estudio  y  aplicación  podía  realizar  su  transformación  completa. 
£ls  fuerzo  era  este  sin  embargo  que  no  prometía  sazonados  frutos 
deoiro  del  siglo  XV;  pero  que  llegaba  á  ser  cumplidero  durante 
®'   XVI,  dados  los  precedentes  que  dejamos  indicados. 

I^a  forma  en  que  se  armonizan  y  conspiran  á  un  sólo  fin  los 
^•*5tüdios  auxiliares  de  la  ciencia  histórica;  el  camiijo  que  en  va- 
^^^  sentido  emprenden  sus  cultivadores,  así  como  el  galardón  que 
^^    pago  de  largas  y  maduras  vigilias  obtienen,  objeto  son  ya  y 
^^teriade  nuevos  estudios,  á  los  cuales  consagraremos  nuestra 
^^^ncion,  al  trazar  la  historia  de  la  gran  centuria,  que  ha  mere- 
cido  la  gloriosa  denominación  de  Siglo  de  Oro.  Antes  de  ace- 


sia 


^^n^a  materna  una  Crónica,  en  que  compiló  las  más  interesantes  nar- 
^^^»e8  relativas  ai  reino  de  Aracron,  insertando  casi  textualmente  las  his- 
^^  debidas  á  don  Pedro  IV.  Empezó  dicho  trabajo  en  1495  y  le  puso  fin 
..       *  ^13;  pero  sin  comprender  el    reinado  de  don  Fernando,   porque  como 
^^    ^emia  no  ser  remunerado   (forte  no  seré  remunerat).   Sin  embargo» 
j  ^^  rchivero  de  la  corona  de  Aragón.  Carbonell  murió  en  1517,  á  la  edad 

g  ^*0  años;  por  manera  que  nació  en  1437,  bajo  el  reinado  de  Alfonso  V. 
fl  ^^^ra  histórica  lleva  el  título  de:  Tronique  de  £«panya,  lo  cual  mani- 
lla. ^^  el  dominio  que  en  todos  los  espíritus  lograba  la  idea  de  la  unidad 
^^.  I>emás  de  la  Crónica  y  las  Danzas  de  la  Muerte,  escribió  algunas 
^las  latinas,  y  cediendo  al  general  influjo,  metrificó  también  en  ro- 
•  1^**^^  castellano.  Los  dialectos  que  habían  logrado  en  siglos  anteriores  es- 
A  ^  '^^ion  de  lengua  literaria,  cedian  pues  en  tal  concepto  ante  la  grande  in- 
^^  ^•^cia  de  la  España  Central,  anunciando  así  que  reunidos  en  un  sólo  fin 
^^^  los  esfuerzos  intelectuales,  era  llegado  el  instante  de  recoger  los  ya 
^ados  frutos  de  la  civilización  española. 


346  HISTORIA  CBfTICA   DB  LA  LITBRAURA   ESPAl^OLA. 

meter  tan  difíciles  tareas,  conveniente  es  y  necesario  fijar  ni 
tras  miradas  en  las  obras  de  recreación,  que  caen  bajo  el  reÍKsado 
de  ios  Reyes  Católicos,  no  olvidadas  tampoco  las  producciones  de 
la  filosofía  moral,  ni  los  varios  ensayos  de  la  oratqría. 
Pasemos  pues  &  este  estudio. 


CAPITULO  XXI. 


lA    ELOCUENCIA,  LA  FILOSOFÍA  MORAL,    LA  NOVELA 

T  EL  GÉNERO  EPISTOLAR  EN  EL  REINADO  DE  LOS  RETES  CATÓLICOS. 


Oradores  7  escritores  ascéticos:  castellanos;  valencianos;  catalanes. — Ca- 
s^ter  de  la  elocuencia  sagrada. — Influencia  clásica. — Menosprecio  de  la 
Xengoa  española. — Cultivadores  de  la  palabra  evangélica. — Hernando  de 
TTalavera:  su  vida:  sus  sermones:  sus  obras  relativas  á  las  costumbres: 
^u  Tratado  del  vestir ^  dd  calcar  g  del  comer:  su  estilo  7  lenguaje. — ^La 
^LosoFÍA  MORAL. — Mosscu  Diego  de  Valera:  su  Exhortación  á  la  paz. 

LsL  oratoria  profana. — Noticia  de  sus  cultivadores. — Muestras  de  va- 

x-ios  discursos:  del  Cardenal  Mendoza;  de  Alfonso  deQuintanilla;  de  don 
Kiuis  Portocarrero,  etc. — Otras  producciones  políticas  7  de  moral  filoso- 
fía.— La  ^0VFaA. — Los  libros  de  Caballerías. — Transformación  de  I08 
Yintsmos  en  el  sentido  popular. — Sus  efectos. — Libros  caballerescos  á  fí- 
^368  del  siglo  XV. — ^El  Infante  Adramon  7  El  Caballero  Marsindo, — Ti- 
'9^ante  él  Blanco. — Examen  7  exposición  de  estos  libros. — Los  Palmeri" 
-»ie*. — El  Palmerin  de  Oliva  y  el  de  Inglaterra. — Idea  é  influencia  de  loe 
uníamos. — Otro  género  de  novelas. — La  Celestina. — Análisis  7  juicio  de 
la  misma.— Su  estilo  7  lenguaje.— Su  transcendencia  á  las  siguientes 
^^ades  literarias. — El  género  epistolar. — Cartas  de  la  Reina  Isabel;  de 
^Aioasen  Diego  de  Valera;  de  Hernando  del  Pulgar;  de  Gonzalo  de  A70- 

ra. — Su  estudio. — Consideraciones  generales. 


Demostramos,  al  bosquejar  la  edad  literaria,  que  loma  el  nom- 
fcre  de  Juan  II  de  Castilla,  cuan  infundada  ha  sido  la  erudita 
^^reencia  de  suponer  á  los  cultivadores  de  la  elocuencia  sagrada 
«n  el  siglo  XVI,  sin  antecedentes  históricos;  y  reanudando  aque^ 


348  HISTORIA   GRtTlCA   DE  LA    LITERATURA    ESPAÍ^OLA. 

líos  estudios,  ya  enlazados  á  los  de  precedentes  centurias,  tóca- 
nos ahora  comprobar  qne  no  enmiidecen  aquellos  durante  el 
feliz  reinado  de  Isabel  y  de  Fernando,  ni  se  interrumpe  un  sólo 
dia  la  respetable  tradición,  que  asocia  los  preclaros  nombres  de 
fray  Pedro  Pasqual,  fray  Jacobo  de  Benavente  y  don  Pedro  Gó- 
mez de  Albornoz  k  los  de  fray  Luis  de  Granada,  fray  Luis  de 
León  y  el  P.  Pedro  de  Rivadeneyra.  Ni  dejaban  de  producir  los 
ya  expresados  frutos  los  estudios  de  filosofía  moral,  que  tan  es- 
trechamente se  hermanaban  con  los  de  la  oratoria  sagrada,  asi 
como  tampoco  faltaban  los  estudios  recreativos,  ora  alimentan — 
dose  de  los  históricos,  cuya  extensión  y  carácter  quedan  reco- 
nocidos, ora  encaminándose  á  las  más  libres  esferas  de  la  fanta — 
sia,  en  que,  aun  excitando  ahora  cierta  oposición  en  el  espiritic. 
de  los  doctos,  alcanzaban  notable  predilección  las  ficciones  ca — 
ballerescas. 

A  la  ilustre  cohorte  de  oradores  y  escritores  ascéticos,  á  cuyc^ 
frente  hemos  visto  resplandecer  santos  de  tan  arrebatadora  pa— 
labra  como  un  fray  Yic{¡nte  Ferrer,  varones  de  tan  acendradas 
doctrina  como  un  Alfonso  de  Santa  María  y  un  Alfonso  de  Ávíla^ 
damas  de  tan  sencilla  virtud  y  amor  á  la  ciencia  divina,  cornea 
doña  Teresa  de  Cartagena;  á  la  pléyada  de  oradores  profanos 
que  capitaneaban  un  don  Enrique  de  Aragón  y  un  Marqués  d 
Santillana;  á  los  cultivadores  en  fin  de  la  novela  alegórico-ro 
mancesca,  fantaseada  por  un  Juan  Rodríguez  del  Padrón  y  u 
Diego  de  San  Pedro  ^,  vemos  suceder,  prosiguiendo  así  la  ob 
comenzada,  muchos  y  muy  respetables  ingenios,  que   en 
vario  concepto  honran  el  ya  glorioso  reinado  de  los  Reyes  Cat 
lieos.  Mención  especial  merecen  sin  duda  bajo  el  primer  aspee 
y  como  cultivadores  de  las  sagradas  letras,  un  fray  Pascual  i 
Fuensanta,  obispo  de  Burgos,  cuya  mansedumbre  y  clara  d 
trina  le  conquistaron  el  respeto  de  los  Reyes  y  la  veneración 
los  pueblos  2;  un  Maestro  Pedro  de  Préxamo,  insigne  teólogo 


1  Véase  el  capítulo  XIÍ  de  este  Subciclo  en  el  tomo  precedente. 

2  Gobernó  aquella  Ig:lps¡a  de  1497   á  1512. — Puede  consultarse  so 
su  vida  y  escritos  la  España  Sagrada,  t.  XXV,  cap.  IV.,  pág^s.  412  y  4U- 


Il/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS. y  NOY.  EN  EL  R.  DB  LOS  R.  C.   349 

canonista;  un  fray  Andrés  de  Miranda;  un  fray  Juan  de  Dueñas 
y  tantos  otros  como  adelante  mencionaremos:  al  aplauso  de  sus 
coetáneos  aspiraron,  con  la  reformación  de  las  costumbres,  un 
Hernando  de  Talayera,  en  quien  vemos  unidas  en  dulce  marida- 
je la  virtud  y  la  ciencia;  un  Mossen  Diego  de  Yalera,  que  no  sin 
legitimo  merecimiento  anhela  ser  tenido  cual  dechado  de  hidal- 
gos y  consejero  de  reyes,  y  un  Alonso  Ortiz,  digno  ornamento 
del  cabildo  primado,  etc.:  reputación  de  elocuentes  ganan,  con 
^I  mencionado  Yalera,  diversos  ingenios^  que  hacen  gala  de  ora- 
dores, y  no  la  adquieren  menor  los  que,  ya  se  consagran  al  cul- 
^'Vo  de  la  novela  caballeresca,  ya  echan  los  fundamentos  á  la 
ííovela  de  costumbres,  que  vinculando  en  la  historia  de  las  letras 
Patrias  los  nombres  de  Rodrigo  Cota  y  Fernando  de  Rojas,  halla 
í'gaa  corona  en  Hurtado  de  Mendoza  y  en  Cervantes. 

No  es  en  verdad  posible,  aun  considerada  la  extensión,  que  con- 
-edemos  á  la  materia  histórica,  el  detenernos  aquí  á  dar  menu- 
'^  cuenta  de  todos  los  ingenios  y  de  las  obras,  á.  que  aludimos, 
^ooabres  hay  sin  embargo  que  inspiran  el  mayor  respeto,  y  pro- 
'  lociones  que  solicitan,  por  su  naturaleza  y  significación,  parti- 
^I^r  estudio,  ora  fijemos  nuestras  miradas  en  la  España  Cen- 
^^I 5  ora  las  volvamos  á  las  regiones  orientales,  cuyos  esclare- 
'^os  ingenios,  al  propio  tiempo  que  rendian  el  tributo  de  su 
^'^nto  á  la  obra,  ya  en  gran  parte  realizada,  de  la  unidad  lite- 
^^"ia,  que  tan  firme  apoyo  encontraba  ahora  en  la  unidad  de  la 
'^^íaarquía,  parecían  dar  el  último  vale  á  la  lengua,  que  en  si- 
'^^^s  anteriores  habían  ilustrado  regios  historiadores  y  poetas  y 
^^,  al  mediar  la  XV.*  centuria,  ennoblecieron  con  sus  cantos  un 
^Visías  March  y  un  N'Andreu  Fabrer,  un  Jordi  de  Sant  Jordi  y 
^n  Juan  Ruíz  de  Corella. 

Ni  fuera  licito  pasar  en  silencio,  al  reconocer  los  frutos  de  la 
elocuencia  sagrada  en  los  últimos  días  del  siglo  XV,  los  suce- 
sores de  aquel  varón  inspirado  que  tan  copiosa  cosecha  hizo  en 
toda  España,  al  comenzar  los  reinados  de  Juan  II  de  Castilla  y 
del  elegido  de  Caspe:  los  esfuerzos  de  un  Mossen  Antonio  Bou, 

—Fray  Pascual  es  uno  de  los  claros  varones,  que  Ocampo  pensó  añadir  á 
los  de  Pulgar,  como  saben  ya  los  lectores. 


350  HISTORIA  crítica  OB   la   literatura  BSPAllOLA. 

canóDÍgo  de  la  Santa  Iglesia  valentina^  de  ud  doa  fray 
Pérez,  docto  agustiniaao,  elevado  por  su  ciencia  y  sa  virtud  &  l       ¿ 
silla  de  la  Sea  en  la  indicada  metrópoli;  de  un  fray  Clement^  _/^ 
Ferrer,  dominicano,  insigne  por  su  facundia  y  su  celo  evang^e^ 
lico,  y  de  un  fray  Juan  Márquez,  en  quien  vieron  sus  coetáneciDs 
renacer  las  raras  virtudes  del  Ángel  del  Apocalipsi  ^ ,  se  eol^^. 
zaban  grandemente  con  las   místicas  vigilias  de  Fernaado  Di^sr, 
ilustrado  sacerdote  que  halla  dignos  protectores  entre  los  ma^^- 
nates  de  la  corte;  de  Miguel  Pérez,  ciudadano  de  Valencia,  parirá 
quien  son  familiares  las  letras  sagradas;  y  como  corona  de  to- 
dos aquellos  preclaros  varones,  de  la  egregia  doña  Leonor  Mantmel 
de  Yillena,  único  vastago  del  celebrado  traductor  de  Virgilio     y 
del  Dante  ^.  Y  seria  también  digno  de  censura,  cuando  mencio- 
namos estos  ingenios  valentinos,  el  olvidar  los  merecimientos  cíe 
los  oradores  y  esbritores  sagrados,  que  á  la  sazón  honrabaa    el 
nombre  catalán:  alabanza  grande  alcanzaron,  durante  el  reinsLclc) 
de  Fernando  V,  un  fray  Baltasar  de  Balaguer,  distinguido 
el  pulpito  por  lo  fogoso  de  su  palabra;  un  Francisco  Centelk 
defensor  constante  de  la  integridad  evangélica,  combatida  por    1^ 
codicia  de  la  simonía,  gangrena  de  aquellos  tiempos;  un 
Nicolás  Bonet,  ensalzador  de  la  Concepción  de  la  Yírgea  Marft< 
meritoria  tarea  en  que  se  le  hermana,  con  otros  muchos,  el  ni 
Uorquin  Arnaldo  Deseos,  y  un  Jaime  Ferrcr,  que  admirando      •^ 


1  Ximeno,  Escritores  del  Reino  de  Valencia,  1. 1,  págs.  49,  56,  6L  ^ 
62.  Dejaron  memoria  estos  insignes  religiosos  en  Sermones  Sanctoral^^^^' 
Exposiciones  de  los  Salmos  y  Sermones  dominicales,  mereciendo  el  úl  *'' 
mo  que  sus  oraciones  sagradas  fueran  designadas  con  tílulo  de  Sermot^^^^ 
Sanctissimos. 

2  Id.  id.,  págs.  52,  54  y  56.  Consagraron  estos  respetables  ingvni 
sus  piadosas  vigilias  al  ensalzamiento  de  la  Sacratissima  Concepgion^ 
cribicndo  en  el  romance  valenciano.  Doña  Leonor  Manuel  de  Villena  coi 
puso  con  algunos  Sermones  una  Vida  de  Cristo,  que  vio  la  luz  en  Valeoc 
en  1497  (por  López  de  la  Roca,  alemán).  Abrazó  la  vida  de  religión  en 
fué  abadesa  de  las  Trinitarias  de  la  misma  ciudad  desde  1463  hasta  1490^ 
en  que  falleció;  y  se  crió  en   la  corle  de  doña  María,  mujer  de  Alfonso  \    < 
tu  primo.  La  existencia  de  esta  ¡lustre  dama  prueba  la  injusticia  de  los  de— 
tractores  de  don  Enrique  de  Aragón,  respecto  de  sus  calidades  físicas. 


Il/P.y  CAP.  XXr.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   S51 

oieiicia  teológica  del  inspirado  cantor  de  Beatriz^  recogía  en 
precioso  ramillete  las  sentencias  católicas  de  la  Dtpma  Com* 

Ni  en  las  regiones  orientales  ni  en  la  España  Central  podía 
pues  permanecer  silenciosa  la  palabra  evangélica  en  medio  de 
los  grandes  acontecimientos,  de  que  era  teatro  la  Península,  y 
operada  ya  la  singular  transformación  de  las  costumbres,  mer- 
ced &  la  loable  y  eficaz  iniciativa  de  la  Reina  Católica. — ^Lástima 
era  en  verdad  que  portefecto  mismo  de  los  estudios  clásicos, 
gnuidemente  alentados  por  aquella  fnmortal  princesa,  desdeñan- 
do el  materno  lenguaje,  en  que  dirigían  &  los  fieles  sus  correc- 
ciones y  enseñanzas,  aspirasen  ahora  con  mayor  empeño  que  au- 
tos los  dispensadores  de  la  palabra  sagrada  &  consignar  sus  ora- 
ciones en  el  idioma  del  Lacio,  anteponiendo  la  estimación  de 
^^uditos  al  provecho  de  sus  discípulos,  y  renunciando  en  conse- 
^^oencia  &  los  verdaderos  fines  de  su  ministerio  y  al  aplauso  de 
'^  venideras  edades.  El  error  llegaba  á  tal  extremo  que  hom- 
t>res  tan  doctos  como  el  Maestro  Pero  Ximenez  de  Préxamo  y 
^^rt>Sy  no  solamente  consideraban  la  lengua  castellana  indigna 
^^  interpretar  en  el  escrito  lo  que  expresaba  en  la  palabra,  sino 
^^^  la  conceptuaron  también  imperfecta  para  declarar  las  cosas 
^l^^s  y  sutiles;  y  esto  sucedía,  no  ya  cuando  luchaba  como  en 
^^S^los  pasados  con  la  rudeza  y  tosquedad  de  la  infancia,  sino 
^^^ndo  llegada  con  el  imperio  á  su  virilidad,  comenzaba  &  mos- 
^^r  en  todas  las  esferas  intelectuales  su  mayor  lustre  y  riqueza. 
^  sin  embargo  el  Maestro  Ximenez  de  Préxamo,  aun  diri- 
giéndose k  la  Reina  Isabel,  cuyos  estudios  clásicos  dejamos 
^a  reconocidos,  se  vela  forzado  á  escribir  en  el  romance  ma- 
terno, para  no  renunciar  del  todo  al  niismo  galardón  que  des- 
fJeñaba. — Su  Lucero  de  la  Vida  Chrisliana^  obra  trazada  por 
mandato  de  ios  Reyes  Católicos,  &  quienes  la  dedica,  aspirando 
á  servir  de  pauta  y  guia  de  los  fieles  en  medio  de  las  tribula- 
ciones del  mundo,  no  era  por  cierto  obra  indigna  de  la  edad,  & 


1  Torres  Anut,  Diccionario  critico  de  Escritores  catalanes,  págt.  83, 
177,  118,  208,  241.  El  Ubro  de  Jaime  Ferrer  ostentaba  el  título  de:  Sen^ 
tendías  cathólicas  del  divi  poeta  Dante. 


552  HISTORIA  CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

qne  pertenece,  y  es  ahora  el  mayor  titulo  que  puede  alegar  al 
respeto  de  sus  compatriotas  el  Maestro  Ximenez,  que  tan  en  po- 
to la  apreciaba, por  estar  en  lengua  castellana  ^  Pero  éralo  no- 
table que  en  medio  de  semejante  extravío  (que  por  tal  puede  y 
debe  reputarse  bajo  multiplicados  conceptos),  aquellos  mismos 
varones,  que  juzgaban  la  lengua  del  Rey  Sabio  incapaz  de  la 
elocuencia  sagrada,  volvíanse  con  singular  enojo  á  condenar  en 
sus  mismas  producciones  vulgares  las  más  estimadas  del  ingenio 
español,  moviendo  contra  ellas  la  autoridad  del  episcopado.  De- 
seosos de  llamar  á  la  contemplación  de  las  cosas  santas  el  ánimo 
de  los  cristianos,  negábanse  á  compartir  con  los  cultivadores  de 
la  amena  literatura  el  dominio  de  la  inteligencia;  y  mientras  ma- 
yor era  el  aplauso  de  las  obras  de  recreación,  ora  girasen  en  las 
esferas  dé  la  fantasía,  ora  se  apoyasen  en  la  realidad  de  la  his- 
toria, más  enérgicos  y  acerados  eran  sus  tiros,  temerosos  tal  vez 
del  efecto,  que  desconfiaban  producir  en  la  muchedumbre  con 
sus  austeras  y  piadosas  exhortaciones. — Grande  era  desde  años 
atrás  la  estimación  alcanzada  por  la  Cárcel  de  Amor,  ficción  de- 
bida á  la  juventud  de  Diego  de  San  Pedro,  conforme  saben  ya 
los  lectores  ^:  al  llegar  á  la  edad  provecta  este  distinguido  in- 
genio, veia  condenado  su  libro  en  tan  duros  términos  que  no 
hubiera  sido  para  él  maravilla  el  mirarle  figurar  á  poco  en  los 
índices  del  Santo  Oficio  ^.  Fray  Juan  de  Dueñas,  á  quien  daban 
no  escasa  autoridad  su  virtud  y  su  ciencia,. acreditado  ya  con  su 
Espejo  de  Consolación  de  Tristels,  libro  en  que  ofrecía  saluda- 
ble bálsamo  á  los  dolores  del  mundo,  proponíase  en  otra  obra  la 


1  Véase  lo  observado  sobre  el  particular  en  la  pág.  216  de  este  volu- 
men (texto  y  nota  1). 

2  Nos  remitimos  de  nuevo  al  cap.  XII  del  presente  Subciclo. 

3  Tenemos  á  la  vista  el  índice  (jltimo  de  los  libros  prohibidos  y  man' 
dados  expurgar,  dado  á  luz  en  1790,  y  en  la  pág.  208  hallamos  reprodu- 
cida la  prohibición  absoluta  de  la  Cárcel  de  Amor  de  Diego  de  San  Pedro. 
En  los  primeros  dias  del  Santo  Ofício  se  concibe  esta  proscripción,  por  el  ex- 
cesivo aplauso  que  aquel  libro  alcanzaba  y  aun  el  efecto  que  podia  produ- 
cir entre  la  juventud  cortesana:  al  terminar  el  siglo  XVllI^sólo  tenia  ya  el 
recuerdo  un  valor  meramente  histórico,  pues  que  los  ejemplares  de  la  Car* 
cel  de  Amor  eran,  y  son,  muy  contados. 


Il/P.,  GAP.  XXr.  ELOC,  FfLO.S.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  G.    353 

reformación  de  las  costumbres;  y  anhelando  apartar  de  todo  pe- 
ligro á  sus  lectores,  mostrábase  harto  indignado,  no  sólo  coútra 
les  qne  hallaban  deleite  en  la  Cárcel  de  Amor^  sino  contra  los 
(toe  consentían  su  lectura.  Tan  significativo  pasaje  nos  servirá 
también  de  muestra  para  conocer  su  estilo: 

«¡Oh!  qué  se  podría  aquí  decir  (escríbe)  de  los  que  fazen  coplas  mal- 
svadas,  et  libros  perversos,  llenos  de  suciedades,  como  Cároel  de  Amorl 
*íQné  de  los  que  los  imprimen  é  los  que  loa  venden  é  los  que  loe  com- 
«pran!...  ¡Cómo  todos  pecáis  mortalmente!...  ¿Qué  sacáis  de  la  doctrina 
^e  la  Carpen  de  Amor  é  de  semejantes  libros,  sino  muchos  pecados  mor- 
letales,  que  comete  el  que  los  lee?... — £  de  esto  los  señores  obispos  ó  los 
'H>tros  perlados  tienen  mucha  culpa,  en  los  consentir  vender  en  sus  obis- 
*pado8.  Pues  tampoco  ellos  por  esta  negligencia  se  yrán  sin  la  paga  eñ 
"'a  otra  vida,  salvo  si  non  confiessan  lo  passado  é  en  lo  porvenir  pro- 
'▼een  en  que  lo  tal  non  se  venda,  nin  lea.  E  si  esto  non  fí^ieren,  serán 
''OCHisentidores  de  pecados  é  maldades.» 

El  Espejo  de  la  Con^'eneia,  que  no  otro  título  daba  fray  Juan 

^®  Dueñas  al  libro,  en  que  así  se  expresa  *,  estaba  muy  lejos  de 

seguir  el  camino  que,  al  mediar  el  siglo,  había  tomado  el  Ar- 

chipreste  de  Talavera  en  su  Reprobación  del  amor  mundano. 

^^To  si  no  careció  entonces,  ni  después,  de  imitadores  que  exa- 

ff^faron  su  doctrina  en  vario  concepto,  aun  desdeñada  la  orato- 

1*'^  del  pulpito  por  sus  mismos  propagadores,  en  la  forma  que  vá 

''^dícada,  tuvo  la  sagrada  elocuencia  más  pacíficos  cultivadores, 

^'  bien  no  menos  apasionados  de  la  verdad  evangélica.  Movido 

P^'*  servicio  de  la  «elegida  de  Dios,  la  reina  Isabel»,  escribía 

"^y  Andrés  de  Miranda,  celoso  dominicano,  su   Traclado  de  la' 

^^^gia^  obra  que  dividida  en  tres  partes,  tenia  por  objeto  áe- 

f  ^niinar  lo  que  debia  entenderse  por  error  herético,  resolviendo 

^^ crecían  ser  tolerados  los  que  le  profesaban  y  señalando  los 

^'^s,  que  aflijian  en  consecuencia  á  la  república  '.  Para  ilus- 


El  libro  del  Espejo  de  la  Conciencia  fué  impreso  en  Logroño  en  ca- 
^^  Arnao  Brócar,  en  1507,  y  se  reimprimió  en  SeviHa  hasta  dos  veces 

^   -J acebo  Cromberger  (1543  y  154S).  El  Espejo  de  Consolación  de  tristes 
^^^  visto  la  pública  luz  en  Sevilla  desde  1500. 
^      Consérvase  este  peregrino  tratado,  que  no  sabemos  se  haya  impreso, 

^  ^%  Biblioteca  del  Escorial,  bajo  la   marca  a.  iiij.  15.  Es  un  volumen 

Tono  VII.  23    . 


354  HISTORIA   CRÍTICA   DB  LA   LITERATURA   BSPAflOLA. 

tracion  de  doña  Leonor  de  Ayala,  escribía  Alonso  Nnñei  de  To- 
ledo,  bajo  el  título  de  Vencimiento  del  Mundo^  estimable  cate- 
cismo,  que  lo  seria  aun  más,  si  no  apareciese  tan  cargado  de 
citas  y  autoridades,  mezcladas  en  desapacible  consorcio  la  eru- 
dición bíblica,  la  histórica  y  la  mitológica  ^  Anhelando  imitar 
al  docto  obispo  de  Hípona,  trazaba  el  agustiniano  fray  Alonso 
de  Orozco  su  Libro  de  las  Confesiones,  donde,  adoptada  la  for- 
ma oratoria,  dirijia  á  Dios  frecuentes  súplicas,  revelando  las  va- 
cilaciones  de  su  espirita  y  las  místicas  visiones  que  lo  conturban 
y  fortalecen,  no  sin  lograr  en  sus  calurosos  apostrofes  el  tono 
de  la  verdadera  elocuencia  ^.  Recogiendo  en  fin  la  dootrína  del 
renombrado  Maestro  fray  Juan  de  Yillagarcía,  formaba  al  comen- 
zar del  siglo  XYI,  el  bachiller  Gaspar  de  Cisneros,  su  Cadena  de 
OrOf  donde  con  fácil  lenguaje  y  bien  compuesto  estilo,  aspiraba 
&  poner  de  relieve  las  excelencias  de  la  doctrina  evangélica,  pro- 
bando asi  que  no  habían  sido  estériles  las  enseñanzas  del  afa- 
mado catedrático  de  San  Gregorio  ^. 


brevísimo,  pues  que  no  pasa  de  diez  y  ocho  folios;  y  parece  ser  este  eédiee 
el  presentado  á  la  Reina  Isabel,  porque  sobre  estar  en  letra  del  ai^lo  XV 
declinante,  se  halla  escrito  con  cierto  lujo  y  esmero. 

1  Guárdase  también  el  Vencimiento  del  mundo  en  la  BibUoteca  Escu- 
rialense,  con  la  sig^natura  h.  iij.  24.  Tiene  este  epígrafe:  cTractado  llamado 
^Vencimiento  del  mundo ,  enbíado  desde  Elche,  en  el  reyno  de  Valencia, 
»á  la  señora  doña  Leonor  de  Ayala  por  Alonso  Nuñez  de  Toledo.»  Empieza 
al  fól.  67  del  códice,  que  encierra  primero  las  producciones  de  doña  Teresa 
de  Cartagena,  en  su  lugar  examinadas. 

2  Biblioteca  Escurialense,  cód.  b.  IV,  11. —  Fray  Alonso  de  Orozco  fué 
natural  de  Oropesa^  hijo  de  Hernando  y  de  María  de  Mena;  estudió  en  Ta- 
layera, Toledo  y  Salamanca,  donde  con  un  hermano  suyo  tomó  el  hábito 
de  San  Agustín,  y  pasó  en  Madrid  la  mayor  parte  de  su  vida,  como  noe 
advierte  en  el  libro,  que  nos  mueve  á  consignar  su  nombro  en  la  historia 
de  las  letras  españolas. 

3  Cód.  d.  iij.  28  de  la  Biblioteca  del  Escorial.  £s  el  tercer  tratado  de 
este  MS.  la  Cadena  de  Oro  y  tiene  este  encabezamiento:  «Diálogo  entre 
»dos  cristianos  que  enseñan  la  doctrina  cristiana,  conviene  á  saber,  entre 
»Johany  Antonio...»  A  estos  libros  ascéticos  podríamos  añadir  otros  ran- 
chos, que  como  los  titulados  Enseñamiento  de  religiosos  (t^amplona,  por 
Aroaldo  Guillen  de  Moran,  1499),  Carro  de  dos  vidas  (Sevilla,  por  Joanes 


If/  P.,iCAP.  tXI.  ELOC.,  PILOS. y  NOY.  BN  BL  R.  DE  L09R.  C.   SS5 

Pero  si  es  necesario  fijar  la  tista  en  estos  y  otros  mnchos  tra- 
tados de  igual  Índole  y  car&cter,  para  señalar  el  que  ofreóe  la 
elocaencia  sagrada,  durante  el  largo  reinado  de  Isahel,  el  estu^ 
dio  de  un  varón  respetable  y  santo,  que  en  aquella  afortunada 
edad  floreoe,  bastará  sin  duda  para  quilatar  el  imperio  que  la 
palabra  evangélica  alcanzaba,  realizando  maravillosas  conquis- 
tas. F&cilmente  comprender&n  nuestros  lectores  que  hablamos 
del  virtuoso  y  docto  varón  don  fray  Hernando  de*  Tala  vera.  Na- 
cido en  esta  villa  de  padres  humildes,  aunque  honrados,  por  los 
años  de  1428,  mostró  desde  la  primera  infancia  grande  afición  & 
los  estudios  y  no  menor  inclinación  á  las  cosas  sagradas:  alec- 
cionado en  la  gramática  latina  hasta  el  punto  de  ejercitarse  en 
su  enseñanza;  iniciado  en  el  arte  de  la  música,  llamó  la  aten- 
ción de  su  deudo  Fernán  Alvarez  de  Toledo,  ^ñor  de  Oropesa, 
quien  le  dotó  de  una  módica  pensión,  para  que  prosiguiera  en 
Salamanca  sus  estudios.  Cursó  allí  las  artes  liberales,  en  que  re- 
cibió el  grado  de  bachiller;  y  para  ser  menos  gravoso  &  sa  pro- 
tector, dedicóse  &  la  reproducción  de  códices  científicos  y  litera- 
rios, arte  en  que  ganó  no  escasa  reputación,  por  ser  muy  esme- 
rado en  la  escritura  de  la  letra  escolástica,  no  descubierta  aun 
la  imprenta.  Con  estos  ejercicios  y  el  de  la  enseñanza  parti- 
cular, llegó  á  los  veinticinco  años,  edad  en  que  tomó  el  grado 
de  bachiller  en  teología;  y  resuelto  á  seguir  su  vocación,  orde- 
nábase de  subdiácono,  recibiendo  en  1458,  con  la  investidura 
de  licenciado  en  aquella  sagrada  ciencia,  la  orden  sacerdotal, 
término  de  sus  juveniles  aspiraciones.  La  fama  de  su  talento, 
acrecentada  en  el  pulpito,  asentábale  á  los  treinta  y  cinco  años 
{1463]  en  la  cátedra  de  filosofía  moral  de  aquella  Universidad, 
que  era  á  la  sazón  la  primera  de  España;  y  mientras  su  rectitud 
y  entereza  le  llamaban  á  ser  medianero  en  las  frecuentes  disen- 
siones que  alteraban  la  paz  de  Castilla,  el  mismo  espectáculo  de 
las  discordias  civiles,  no  refrenadas  por  la  inhábil  mano  de  don 
Enrique  lY,  engendraba  en  su  pecho  el  deseo  de  retirarse  del 
mundo.  Apenas  mediado  el  año  de  1465,  presentóse  en  el  mo- 

• 

Tegnieer  y  Magno  Hebst,  1500),  vieron  la  pública  luz  dentro  del  reinado 
^e  los  Reyes  Católicos. 


356  OISTORIA   CRITICA    DE  LA  LITERAURA   ESPAÑOLA. 

nasterío  de  Saa  Leonardo  de  Alba  de  Torines,  que  lo  era  deSaa 
Gerónimo,  y  demandado  el  báJ)ito,  lo  obtenía  el  día  ^e  la  Asun— 
oion,  no  sin  que  en  tan  solemne  festividad  dejara  de  ejercitar  su 
elocuencia  ^. 

Ta  en  la  vida  monástica,  era  á  poco  elegido  prior  de  Santa 
María  del  Prado  en  Yaiiadolid,  cundiendo  en  tal  manera  la  re- 
putación de  au  justicia,  de  su  mansedumbre  y  de  su  elocuencia, 
que  la  Reina  kabel  le  instituyó  su  confesor,  no  sin  que  en  el 
primer  acto  de  aquel  santo  ministerio  viese  tan  ilustre  princesa 
confirmadas  las  raras  virtudes  del  prior  de  Santa  Maria  ^.  £1 
oficio  de  visitador,  á  que  Je  habia  elevado  su  Orden,  sacábale  de 
la  corte  con  más  frecuencia  de  lo  que  habia  menester  la  Reina 
Católica,  para  quien  eran  sus  consejos  por  extremo  fructuosos, 
empeñada  en  la  reorganización  del  Estado  y  en  la  reformación 
de  las  costumbres:  fray  Hernando  de  Talavera  la  habia  movido 
á  la  anulación  de  las  mercedes  enriqueñas,  é  inclinádola  al  par 
ala  (eforma  de  las  Comunidades  religiosas,  «porque  Dios  era 
dellas  más  deservido  que  servido»,  procurando  que  las  mitras  y 
dignidades  eclesiásticas  se  diesen  á^  hombres  de  virtud  y  cien- 

1  Debemos  todos  estos  y  los  sigruientes  datos  á  la  Breve  Suma  de  la 
santa  vida  del  reverendissimo  y  hienaveniurado  don  fray  Fernando  de 
Talavera,  citada  ya  en  el  anterior  volumen  (pág-.  566)  y  escrita  por  uno 
de  sus  doctos  discípulos  y  criados,  testigo  de  vista  de  la  mayor  parte  de  los 
hechos;  biografía  que  tuvieron  presente  fray  Pedro  de  Vega,  fray  Román 
de  la  Higuera,  y  sobre  todos  fray  Josef  de  Sigüenza  en  su  monumental 
Historia  de  la  Orden  de  San  Gerónimo  (III.*  Parle,  lib.  II,  cap.  XXIX  y 
siguientes).  El  Sermón  que  predicó,  al  tomar  el  hábito,  tuvo  por  objeto  los 
loores  de  la  Virgen:  asistió  á  esta  solemnidad  la  duquesa  de  Alba,  igno- 
rando el  desenlace,  que  iba  á  tener,  separándose  Hernando  de  Talavera  del 
siglo: 

2  Cuenta  Sigiíenza  que  acostumbrando  la  Reina  Isabel  á  confesar,  es- 
tando ella  y  el  confesor  de  rodillas,  «arrimados  á  un  sitial  ó  banquillo, 
•llegó  fray  Hernando  y  sentóse  en  el  banquillo  para  oiría  de  confesión,  y 
»díjolti  la  Reina: — Entrambos  hemos  de  estar  de  rodillctí.  Respondió  el 
•confesor: — No,  señora:  yo  he  de  estar  sentado  y  V.  A.  de  rodillas;  por^ 
•que  este  es  el  tribunal  de  Dios^  y  hago  aquí  sus  veces.»  Calló  la  Reina  y 
pasó  por  ello  como  santa;  y  dicen  que  dijo  después: — tEstc  es  el  confesor, 
que  yo  buscaba*  (loco  citato^  cap.  XXXI).  Esto  sucedía  en  1478  (Pulgar» 
II.*  Parle,  cap.  7S). 


11.*  P.y  OAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  El.  R.  DE  LOS  R.  C.    3^7 

•  ■  ■ 

cía,  «proveyendo  &  la  prelacia  é  no  á  la  persona».  Isabel^  que 
alimentaba  al  propio  tiempo  el  anhelo  de  dar  cima  &  la  con(]aist& 
de  Granada,  deseo  poderosamente  excitado  en  su  ánimo  por  las 
exhortaciones  de  su  confesor,  resolvióse  á  fijarlo  en  la  corte, 
«lev&ndolo  á  la  dignidad  del  episcopado.  Resistió  Talavera  tan 
^Ita  honra,  al  serle  ofrecida  la  silla  de  Salamanca;  mas  llegado 
^1  año  de  1483  cedió  al  cabo  á  los  mandatos  de  los  Reyes,  acep- 
tando la  mitra  de  Avila.  Adelantando  de  dia  en  dia  la  empresa 
^e  Granada,  vino  por  fin  el  momento  de  poner  cerco  á  tan  pode- 
rosa metrópoli;  y  al  lado  de  la  Reina  Isabel,  predicando  k  la 
X^ueste  los  más  dias,  para  fortalecer  su  espíritu,  y  tomando  par- 
*  muy  principal  en  los  consejos  de  la  corona,  arrostró  don  fray 
émando  los  trabajos  y  peligros  de  tan  memorable  asedio,  has- 
ver  en  la  torre  de  la  Alhambra  la  Cruz  de  Castilla.  Derriba- 
o  el  último  baluarte  del  Islam,  era  el  obispo  de  Avila  creado 
M'iKner  arzobispo  de  Granada  ^. 
O^ÍDce  años  gobernó  aquella  nueva  Iglesia  [1494  á  1507],  can- 
ciónos  en  verdad  profunda  maravilla  los  tesoros  de'amor  y  car 
^' d^d  evangélicos  que  supo  derramar  entre  sus  ovejas,  como  nos 
1 1  ^  MTM  an  de  admiración  los  milagros  que  realizó  en  aquel  tiempo  su 
®  ío^i^uencia. — Granada,  en  virtud  de  las  capitulaciones  otorgadas 
los  Reyes  Católicos,  era, asi  como  su  extenso  territorio,  habl- 
en su  mayor  parte  por  judies  y  moriscos:  Isabel  y  Fernando 
abian  rescatado  del  Islam:  á  fray  Hernando  de  Talavera  to- 
la más  diñcil  empresa  de  conquistar  sus  almas  para  la  fé 
lica;  y  con  tan  puro  celo,  con  tan  acendrada  piedad,  con  tan 
diligencia  la  acomete,  que  al  fijar  nuestras  miradas  en  obra 
santa  y  meritoria,  parécenos  contemplar  el  consolador  és- 
"Káculo  de  los  tiempos  apostólicos*  Para  el  generoso  arzobis- 


^-  £1  autor  de  la  Breve  Suma,  que  nos  sirve  de  guia,  observa  al  pintar 
^^^>c^ -grande- fué  la  resistencia  de  fray  Hernando  á  recibir  la  dignidad  de 
^^^  ^-^^y  que  sospechando  este  más  distante  y  difícil  la  conquista  de  Grána- 


A 


snanifestó  á  la  Reina  Isabel  que  sólo  ejercerift  aquel  pontificado  en  la 
de  los  Beni-Nazares.  Rendida  esta  en  1492,  no  pudo  excusar  tan  so- 
e  eomproroiso:  sin  embargo  llevó  en  todo  el  año  1493  el  título  de 
9po  de  Ávila, 


358  HISTORIA  CRITICA   DE   LA   LITERATURA    ESPAflOLA. 

po  sólo  habia^  sólo  debía  emplearse  un  medio,  údígo  eflcas,  de 
efecto  duradero  y  digoo  del  alto  Ad,  &  que  aspiraba:  la  predicar 
cion.  Á  ella  debía  exclusivamente  flarse  el  éxito  de  tan  irdua 
empresa,  porque  ella  sola  podía  producir  saludable  y  no  pasaje- 
ra enseñanza.  Convencido  de  esta  verdad,  cuya  raíz  y  fanda- 
mentó  reconocía  en  el  Evangelio,  mientras  atendía  con  paternal 
solicitud  &  la  educación  moral  y  literaria  del  clero,  llamado  &  se- 
gundar sus  santos  propósitos,  empleaba  para  realizarlos  cuantos 
medios  le  sugerían  su  amor  y  su  caridad  inagotables.  Creando 
escuelas  de  lengua  &rabe  para  sus  sacerdotes,  y  de  lengua  es- 
pañola para  los  moriscos  y  judíos,  en  las  cuales  ora  aparecía  co- 
mo discípulo,  ora  se  mostraba  cual  maestro  ^;  mandando  escri- 
bir gramáticas  y  diccionarios  con  el  doble  intento  indicado  '; 
atrayendo  &  la  Iglesia  por  medio  de  nuevos  cantos  y  aun  repre- 

1  £t  por  extremo  áigno  de  alabanza  cuanto  en  el  particular  hizo  el 
santo  arzobispo.  £1  autor  de  \íl  Breve  Suma  de  su  vida  dice:  «Hko  buscar 
»de  diversas  partes  sacerdotes,  así  religiosos  como  clérig^os,  que  supiesen  la 
«lengua  arábiga,  é  así  fizo  en  su  casa  pública  escuela  de  aráuigo,  en  que 
»la  enseñasen,  y  él  con  toda  su  santa  hedad  y  experiencia  y  dignidad  se 
labaxava  á  oyr  y  aprender  los  primeros  nominativos;  y  asy  aprendió  al- 
»ganos  vocablos;  pero  con  otras  muchas  ocupaciones  no  tanto  quanto  para 
•predicar  oviera  menester;  pero  lo  que  aprendió  no  fué  tan  poco  que  no 
•supiese  decir  y  entender  muchos  vocablos,  que  hazian  para  lo  sustancial 
>que  queria  que  creyesen.»  Y  más  adelante:  cHizo  excrci^ios  de  humildad, 
»abaxándose  á  enseñar  públicamente  á  los  niños  á  leer  é  á  cscrevir  y  ver 
»cómo  enseñaban  gramática  los  preceptores  dclla,  dándoles  forma  cómo  la 
lenseñasen,  y  leer  él  en  el  general  muchas  liciones,  para  que  los  maestros 
•  lomasen  la  manera  que  él  queria  que  touiesen  en  la  enseñar»  (fóls.  162 
y  163), 

2  En  la  referida  Breve  Suma  leemos:  «Para  que  todos  los  sacerdotes  y 
•sacristanes,  que  residen  en  los  dichos  [pueblos],  nuevamente  convertidos, 
•aprendiesen  é  supiesen  de  dicha  lengua  [arábiga],  hizo  hazcr  arte  para  la 
•aprender  y  vocabulista  arábigo,  é  fecho  mandólo  ynprimir  c  mandólos  dar 
•á  todos  los  dichos  eclesiásticos.  Dezia  que  daría  de  buena  voluntad  un  ojo 
•por  saber  la  dicha  lengua  para  la  enseñar  á  la  dicha  gente,  é  que  también 
•darla  una  mano  si  non  por  non  dexar  de  celebrara  (fól.  162  v.).  Don  fray 
Hernando  eligió  en  1501  para  aquellos  trabajos  al  docto  fray  Pedro  de  Al- 
calá, quien  dos  años  antes  de  la  muerte  del  prelado  sacó  á  luz  su  Arte  para 
saber  ligeramente  la  lengua  arábiga  y  su  Vocabulista  arábigo  en  letra 
castellana  fáeáicináolos  al  mismo  prelado  (Granada,  1505,  por  Juan  Várela). 


Ir/P.,  CAP.  XXI.  ELOG.,  PILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LQS  R.  C.    359 

Memtadanei^  compuestas  en  lengua  vulgar,  la  inmensa  muche- 
dumbre de  los  convertidos  ^;  bonr&ndolos  y  favoreciéndolos  has- 
ta partir  con  ellos  sus  propias  vestiduras  ^;  defendiéndolos  de 
injustas  ó  tir&nicas  agresiones,  como  pastor  y  como  padre;  y  fi- 
nalmente derramando  sobre  ellos,  sin  tregua  ni  descanso,  la  pa- 
labra de  salvación,  ya  en  parroquias  y  monasterios,  donde  su 
piedad  los  congregaba,  ya  de  aldea  en  aldea,  donde  iba  con  fre- 
cuencia &  buscarlos,  el  nuevo  apóstol  de  Granada  llegaba  &  eclip- 
^r  ios  memorables  dias  de  fray  Vicente  Ferrer,  grange&ndose 
^^  tal  manera  el  respeto  y  el  cariño  de  sus  neófitos  y  aun  la  ve- 
^^racion  de  los  doctores  del  islamismo,  que  ni.  una  sola  queja  se 
^^^antó  contra  él  y  nadie  le  acusó  de  seducción  ni  de  violencia, 
^'^&ndole  todos  como  santo  ^. 


'  cEn  lugar  de  responsos  hazla   cantar  algunas  coplas  devotíssimas» 

^^^"^^"espondientes  á  las  lÍ9¡one8.  De  esta  manera  atraia  el  santo  varón  á 
*^^     ^^entc  á  los  maytincs  como  á  la  misa.   Otras  vezes  faziá  hazer  algunas 
^"^"^^«tas  representaciones,  tan  devotas  que  eran  más  duros  que  piedras  los 
**^*^^  no  echauan  lágrimas  de  devofion»  (Breve  Suma,  fól.  160  v,).  Fray 
"^*"^^ando  presenciaba  siempre  estas  representaciones,  que  estaban,  escritas 
^^  ^^ngua  vulgar,  lo  cual  dio  motivo  á  muy  agrias  murmuraciones,  djcien- 
^que  no  era  bien  mudar  la  universal  costumbre  de  la  Iglesia,  y  que  era 
*^^^^a  nueva  dezirse  en  la  iglesia  cosa  en  lengua  castellana;  y  murmura- 
*^^ii  dello  fasta  dezir  que  era  cosa  superstÍ9Íosa»  (Id.  id.).  cTalavera  tuvo 
^^^tos  ladridos  por  picaduras  de  moscas   y  por  saetas  echadas  por  manos 
'^^Q  niños»,  atento  al  fin  principal,  que  era  la  conversión  de  judios  y  mo- 
*^i«cot  y  con  ella  el  servicio  do  Dios.  De  los  cantares,  á  que  se  refiere  el  au- 
^r  de  la  Breve  Suma,  hablaremos  en  el  siguiente  capítulo,  donde  recorda- 
remos también  las  representaciones  citadas. 

2  Narrando  el  autor  de  la  Breve  Suma  las  relaciones  de  fray  Hernando 
coo  los  moriscos  y  convertidos,  dice  en  efecto:  «Muchas  vezes  le  aconteció, 
»por  no  tener  que  les  dar  en  limosna,  dalles  el  anillo  que  en  la  mano  te- 
cnia; y  no  les  daba  mucho,  que  nunca  le  tuvo  de  oro.  Otras  vezes  les  daba 
»la  sobrepelliz,  que  tenía  vestida,  y  dezíalesque  hasta  que  les  diese  saya 
tó  manto,  no  la  diesen,  aunque  los  suyos  se  le  pidiesen.  Vino  á  tanto,  que 
tDop  teniendo  que  dar  á  una  muger  muy  desnuda  en  las  Alpuxarras,  so 
•desnudó  públicamente  la  túnica  que  traia  vestida,  aunque  no  muy  rica, 
»qae  de  frisa  era,  é  se  la  dio»  (fól.  162  v.). 

3  Consignan  con  verdadera  admiración  estos  hechos,  no  solamente  los 
eteritores  nacionales,  sino  los  modernos  extranjeros.  Puede  verse  en  el 
piriieular  el  tomo  II,  cap.  II,  pág.  27  de  la  notable  Historia  de  los  mo^ 


360  HISTORIA    CRÍTICA   DB  lA    LITERATURA  ESPAfiOLA. 

Tal  fué  el  efecto  de  la  palabra  sagrada  en  boca  de  fray  Her- 
nando de  Talayera.  Quien  lograba,  más  de  una  yejí,  bautizar  en 
un  dia  tres  mil  moriscos  y  judies,  sin  que  ni  uno  solo  se  man-* 
chase  después  con  la  infamia  del  apóstata;  quien  tenia  la  fortu- 
na de  conservar,  aun  desnaturalizada  su  obra  por  la  imperiosa 
impaciencia  del  Cardenal  Cisneros^  que  abre  profunda  sima  en- 
tre moriscos  y  cristianos,  el  amor  de  los  primeros  al  punto  que 
revelan  y  testifican  la  rebelión  del  Albaicin  y  su  llorada  muer- 
te ^9  digno  uso  debió  hacer  del  ministerio  de  la  predicación,  me- 
reciendo por  tanto  insigne  lugar  en  la  historia  de  la  oratoria  sa- 
grada.— Su  palabra  era  sencilla,  clara,  llana;  pero  insinuante, 
decisiva  y  dulcemente  imperiosa.  «Sus  sermones  (escribe  un 
•testigo  presencial)  eran  diferentes  de  los  que  hazen  oomun- 
» mente  otros:  que  muchos  son  ad  pompara.  Pedricaua  él  de 
«manera  que  aunque  dezia  cosas  arduas  é  muy  sotiles  y  de  gran- 
»des  misterios,  la  más  symple  vejezita  del  auditorio  las  enten- 
•deria  tan  bien  como  el  que  más  sabia;  porque  todo  su  yntento 
»era  la  salud  de  las  ánimas;  y  por  eso  siempre  trataua  de  los 
»vÍQÍos  y  enseñaua  las  virtudes;  y  por  eso  sus  sermones  pares- 
»QÍan  tan  llanos  que  algunos  dezian  que  departía  y  no  pedrica- 
»ua.  Pero  nunca  le  oyó  letrado  que  no  llevase  alguna  doctrina 
«de  las  consejas,  que  los  negios  ó  malÍQÍosos  dezian  que  pedri- 
•caua»  *.  Ni  ¿cómo  sin  esa  sencillez,  cuyo  encanto  sojuzga  y  ar- 


2< 


árabes^   nuidejares  y   moriscos^   debida  al  docto  conde   de   Circourt. 

1  Sobre  el  primer  panto  nos  remitimos  á  la  referida  Historia  de  los 
mozárabes,  etc.,  por  no  poder  recusarse  como  sospechoso  el  testimonio  del 
conde  Circourt:  en  orden  al  segundo  habriamos  de  copiar  íntegra  la  última 
parte  de  la  Breve  Suma,  tantas  veces  citada.  Bástenos  decir  que  hubo  ne- 
cesidad de  enterrar  al  santo  arzobispo  de  noche,  para  que  fuese  posible 
cumplir  este  precepto  de  la  caridad  cristiana. 

2  Breve  suma,  fól.  160. — Más  adelante  anadia:  «Compuso  sermones  cd 
>roman9e  para  las  fiestas  prin9ipales,  en  algunas  volviendo  las  liciones  de 
•latin  en  lengua  castellana  y  en  otras,  componiendo  él  sermones  de  grand 
«edificación  y  de  mucha  claridad  y  llaneza»  (fól.  id.  v.).  Y  después:  cFuc 
>muy  esmerado  teólogo;  compuso  muchos  libros  de  mucha  scienpia  é  per- 
»fi9Íon;  hizo  muchos  sermones,  ansy  en  latin  como  en  romance,  y  escribie- 
»ra  mucho  más,  si  no  le  ocupara  el  regimiento  de  sus  ovejas»  (fól.  166). 
Lástima  es  que  no  se  hayan  transmitido 'á  nuestros  dias  tan  preciosos  mo-> 


II.*  P.,  CAP.  XXI.  ELOC.^  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R,  DE  LOS  R.  C.   361 

rebata^  hubiera  logrado  hacer  suyos  el  corazón  y  la  mente  de 
liazas  criadas  en  distinta  ley  y  cuyos  oídos  no  eran  dóciles  á  la 
voz  de  otros  predicadores? — Fray  Hernando  de  Talavera,  apar- 
tándose del  común  parecer  de  los  doctos,  escribia  bn  lengua  vul- 
gar sus  oraciones  sagradas,  para  cjue  los  que  no  podian  oir  su 
palabra,  gozasen  de  su  doctrina  en  la  escritura;  ejemplo  que  te- 
nía ea  breve  insignes  imitadores  en  el  mismo  suelo,  donde  ba- 
bia  arrojado  á  manos  llenas  tan  vividora  semilla  ^ 

Y  Qo  otra  cosa  había  hecho  aquel  venerable  varón,  al  repren- 
der los  públicos  excesos  de  su  tiempo,  ó  al  penetrar  en  el  ho- 
gar doméstico,  para  señalar  sus  deberes  á  las  madres  de  fami- 
lia. Dirigiendo  su  voz  á  doña  María  de  Pacheco,  condesa  de  Be- 
lavente,  usaba  del  materno  lenguaje  para  mostrarle  en  breve, 
pero  sustancial  tratado,  el  modo  cómo  se  ha  de  ocupar  una  se-- 
^^f^o  coda  dia^  para  pasarle  con  provecho,  preludiando  asi  la 
^^s  acabada  obra  de  fray  Luis  de  León,  que  recibe  el  significa- 
^^^^  título  de  La  Perfecta  Casada  ^.  La  intemperancia  en  el 
vestir^  el  calzar  y  el  comer  había  llegado  k  su  colmo,  durante  el 
último  reinado,  forzando  á  los  Reyes  Católicos  ya  desde  1477  á 
P^^^^r  enmienda  en  tan  perniciosos  abusos  con  la  prohibición  de 
las  Caderas  y  verdugos^  t  que  debían  seguir  otras  reformas.  No 
fué  esta  bien  recibida  de  las  damas  castellanas,  entonces  como 
ahora  más  amigas  de  novedades  que  atentas  k  su  personal  con- 
veaiencia  y  decoro:  fray  Hernando  de  Talavera,  prior  á  la  sazón 


"^'^^ntos  de  la  elocuencia  sagrada.  Sólo  poseemos  algunos  de  los  predica- 

^ntes  de  subir  á  la  silla  episcopal,  ajenos  por  -tanto  de  la  maravillosa 

,  ''^  realizada  en  Granada  por  su  virtud  y  santo  celo.  Su  importancia,  mé<- 

^  ^  rareza  nos  obligan  á  consagrarles  especial  Ilustración  entre  las  del 

®*^nte  volumen,  donde  completaremos  este  estudio. 

Nos  referimos  principalmente  á  fray  Luis  de   Granada^  criado  en  el 

.    ^cio  de  don  Iñigo  López  de  Mendoza  y  amamantado  con  aqudla  prodi- 

^^^  doctrina,  que  dio  á  la  Iglesia  de  España  tantos  y  tan  ilustres  prelados 

^^*CJ8  discípulos  y  criados  de  don  Fray  Hernando  de  Talavera  {Breve  Su^ 

Z^   *^  finem). 
j-.^      Existe  este  peregrino  tratado  en  la  Biblioteca  del  Escorial,  cód.  b.  IV. 
.    *    «1  fól.  1 .®,  ocupando  los  treinta  y  cuatro  siguientes  del  MS.  que  ofrece 
^     ^^Dtinuacion  los  tratados,  de  que  damos  cuenta  en  el  texto.  El  MS.  es  de 
*^*>«  del  siglo  XV  ó  principios  del  XVI. 


362  HISTORIA   crítica    de   la    literatura  ESPAftOLA. 

de  Santa  María  de  Prado,  sobre  clamar  en  el  pulpito  contra  la 
incontinencia  de  las  damas,  escribia  en  lengua  vulgar  bajo  el  ti- 
tulo de  Tratado  del  vestir  y  del  calcar  y  del  córner^  enérgica 
invectiva,  para  refrenar  aquella  licencia;  libro  por  extremo  apre- 
ciable,  no  ya  porque  revela  al  par  el  estado  de  las  costumbres  y 
el  car&cter  especial  de  la  elocuencia  del  futuro  apóstol  de  Gra- 
nada, sino  porque  constituye  hoy  uno  de  los  más  preciosos  mo- 
numentos de  nuestra  historia  indumentaria  en  el  siglo  XY  ^. 
Comprobación  de  todas  estas  indicaciones  ofrece  el  siguiente  pa- 
saje, en  que  pone  de  relieve  las  vanas  artes  femeniles,  do  sin 
haber  perseguido  antes  la  frivolidad  de  los  hombres: 

((Agora,  demandando  perdón  á  las  honestas,  y  cargando  la  (mlpa  á  la 
»dÍ8olu9Íon  de  las  otras  [dueñas],  (M>mencemo8  de  las  cabezas.  Casadas  y 
)>por  casar  se  dissuelven  primeramente  en  criar  y  azufrar  los  cabellos, 
»comen^ando  á  representar  el  adufre  de  los  infiernos  y  las  vivas  llamas 
)}de  aquel  terrible  fuego  humoso,  obscuro  y  negro,  en  que  han  de  arder 
»con  ellos.  Ya  descubren  toda  la  cabeza,  por  que  parezcan  más  los  oa- 
»bellos,  ya  la  cubren  con  crespina  de  oro,  ó  con  alvanegas  de  seda  muy 
»sotilmente  texidas  y  obradas  ó  con  filetes  levantados  ó  solamente  lia- 
unos.  Ya  echan  la  crencha  de  fuera  y  fazen  grand  partidura,  torciendo 
»los  cabellos  y  componiéndolos  fasta  cobrir  las  orejas  é  aun  dejando  al- 
agunas mechuelas  fuera.  Ya  fazen  dellos  diaciema;  ya  los  cogen  en  tran- 
»zados  costosos  é  muy  delgados  con  cintas  de  oro  é  de  seda  liados:  ya  se 
» tocan  cobriendo  la  cabega  toda  y  atrás  partidura  y  descobriendo  la  me- 
»dia.  Otras  algunas  que  piensan  tener  el  medio^  descubren  sólo  la  eren- 
))cha. — Las  tocas  pocas  vegcs  son  luengas  que  desciendan  fasta  los  pe- 
wchos:  muchas  ve^es  son  cortas  que  apenas  cubren  las  orejas;  ya  son 
»cambrays  de  lino,  ya  son  de  seda,  ya  son  implas  romanas,  ya  encres- 
»padas,  ya  espumillas,  ya  len^arejas,  ya  llanas,  ya  trepadas;  ya  las  pe- 
onen con  vueltas,  ya  las  fazen  tambas,  sin  moños  ó  con  moños,  y  lo  que 
»es  peor  y  más  defendido,  que  algunas  ponen  bonetes,  sin  vergüenza,  en 


1  En  el  XVII  dio  á  luz  el  Maestro  Bartolomé  Ximcncz  Patón,  con  título 
de:  Reforma  de  ir  ages,  doctrina  de  fray  Hernando  de  Talavera  (Baeza, 
por  Juan  de  Cuesta,  1638),  alguna  parte  de  este  precioso  libro;  pero  como 
su  principal  intento  era  lucir  sus  glosas  y  moralidades,  ahogó  en  ellas  el 
texto  original,  que  presentó  sólo  en  extracto,  siendo  por  tanto  imposible  for- 
mar concepto, con  esta  publicación,  de  la  obra  de  fray  Hernando.  £1  mérito 
principal  de  la  misma,  fuera  de  los  aciertos  del  lenguaje,  es  ya  hoy  mera- 
mente arqueológico;  y  eu  este  concepto  debe  considerarse  como  uno  de  los 
documentos  más  preciosos  de  la  historia  indumentaria  en  nuestro  suelo. 


»1 


U.'P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  ELR.  DE  LOSR.  C.    363 

*iQi  Garas.. •  Callo  de  los  fírmalles  y  joyeles  de  las  ¿rentes,  de  los  ^eroi- 

»Uo8  y  arracadas,  de  los  collares,  sartales  y  almanacas;  vengo  á  las  al- 

vcsodoras  labradas  y  cintadas  é  de  machas  maneras  plegadas,  ¿  los 

^^^^^l^etea,  de  oro  broslad'os,  ó  de  mucha  seda  labrados,  que  ponen  ante 

*lo8  pechos...  Solían  usar  [antes]  gorgneras  que  cubrían  las  espaldas  y 

*lo8  pechos...,  aunque  eran  tan  delgadas,  labradas  é  randadas,  que  se 

^podia  hien  traslucir  la  blancura  dellos;  p^o  más  honesto  era  que  traer- 

*Iq6  descubiertos.  Ya  ¿quién  podrá  dezir  las  mudanzas  de  las  faldetas?... 

*^¿<]uiéQ  de  la  diversidad  de  los  briales  de  fustán,  de  paño,  de  seda  y  á 

"**•  vezes  de  brocado;  de  las  cortapisas,  de  las  alboreas,  ja  chamorras, 

-^^^ncesas;  de  las  faldas,  quándo  muy  luengas,  quándo  muy  cortas, 

^  ^t^n  quándo  redondas?  ¿De  las  aljubas,  cotas,  balandranes,  marlotas 

y  ^Vardos  de  paño,  de  peña,  de  lino  y  de  seda;  de  las  fintas  y  texillos 

e  diversas  maneras  labrados  y  guamesgidos,  y  de  los  redondeles  y  por- 

^^^^^ses,  y  mantos  y  gonelas,  y  de  los  mantos  lombardos  y  sevillanos, 

^^^^•^do  pintados,  quándo  cay  dos?...  ¿Y  de  los  chapines  de  diversas  ma- 

^**^^  obrados  y  labrados?  Castellanos  y  valencianos,  y  tan  altos  y  de 

.  ^     grand  quantidad  que  apenas  hay  ya  corchos  que  lo  puedan  bastar, 

.^^^and  costa  del  paño;  porque  tanto  ha  de  cres^er  la  vestidura  quanto 

^^liapin  fínje  la  altura,  aunque  ha  de  faltar  y  no  llegar  al  suelo,  para 

^     ^^  parezca  lo  pintado  del  chapín  ó  del  gueco»  t . 

^^on  el  mismo  color  y  vivacidad  de  estilo  sacaba  á  la  vergüen- 
^1  futuro  arzobispo  de  Granada  las  flaquezas  de  los  hombres, 
"^^^trándose  tan  hábil  pintor  de  las  costumbres  como,  al  mediar 
^l  siglo,  lo  había  sido  su  compatricio  Alfonso  Martínez,  en  el 
í^  examinado  libro  de  la  Reprobación  del  amor  mundano.  Su 
^^lo  no  reconocía  limites  respecto  de  la  sobriedad  y  limpieza  de 
^^  costumbres,  como  no  hallaba  después  competidores  respecto 
^1e  la  propagación  de  la  fé  cristiana;  empresa  digna  y  meritoria, 
^D  que  resplandecían  al  propio  tiempo  su  caridad  y  su  elo- 
cuencia. 

Fué  pues  Hernando  de  Talavcra,  durante  la  segunda  mitad 
del  siglo  XY,  la  más  alta  gloria  de  la  elocuencia  sagrada,  como 
era  uno  de  los  más  ilustres  prelados  de  la  Iglesia  española,  en 
aquella  afortunada  edad  que  se  ufana  con  los  nombres  de  un  don 
Pedro  González  de  Mendoza  y  un  fray  Francisco  Ximenez  de 
Císneros  *.  La  historia  nos  enseña  que  no  fué  sólo  en  la  re- 


1  Cap.  V. 

2  Ya  hemos  tenido  ocasión  de  consignar  tan  ilustres  nombres  con  la  es- 


364  HISTORIA   crítica  de  la   literatura  BSPAfiOLA. 

prensión  de  las  costumbres,  conforme  qu6da  ya  comprobado. 
Pero  no  solamente  bajo  el  aspecto  religioso,  sino  también  bajo 
el  de  la  moral  y  aun  el  de  la  política,  debia  dar  durante  el  rei- 
nado de  Isabel  sazonados  frutos  la  elocuencia,  prosiguiendo  el 
empezado  camino  y  aun  ejerciendo  más  activa  influencia  en  la 
vida  pública  de  la  monarquía  española. — Rígido  moralista  se  ha- 
bla mostrado  constantemente  el  ya  memorado  Mossen  Diego  ^de 
Valora;  y  en  su  Exhortación  de  la  Paz,  en  su  Providenfia 
contra  Fort  una ,  en  su  Breviloquio  de  Virtudes  y  en  su  Dac- 
trinal  de  Príncipes,  hacia  gala  de  aquella  filosoña,  que  inspi- 
rándose ya  en  los  verdaderos  libros  de  Séneca,  ya  en  los  que  la 
erudición  de  la  edad-media  le  atribuía,  se  apoyaba  igualmente 
en  la  doctrina  estoica  y  en  las  enseñanzas  evangélicas.  Mas  si  en 
su  empeño  de  lograr  el  ñn  que  ambicionaba,  adopta  á  la  conti- 
nua la  forma  didáctica,  y  cede  más  de  lo  conveniente  al  anhelo 
de  parecer  docto,  no  por  eso  renuncia  á  ganar  reputación  de 
elocuente,  esforzándose  en  seguir  las  huellas  de  Yillena,  Santa 


timacion  que  merecen.  El  hijo  del  insigne  Marqués  de  SantiUana  ha  figu- 
rado dignamente  desde  su  primera  juventud,  acaudalándola  literatura  pa- 
tria con  los  tesoros  de  Grecia  y  Roma^  y  cultivando  la  -poesía  castellana, 
como  trovador:  pronto  veremos  brillar  su  elocuencia  en  los  consejos  de  loe 
Reyes  CatóUcos.  £1  esclarecido  Cisneros,  que  engrandece  la  escuela  com- 
plutense con  la  creación  del  colegio  Ildefonsino  y  que  estaba  llamado  á  in- 
mortalizar su  nombre  al  comenzar  del  siglo  XVI,  como  regente  de  Castilla, 
ha  sido  objeto  de  duras  y  no  infundadas  acusaciones,  por  la  sevicia  que  en 
1499  desplegó  con  los  moriscos,  poniendo  en  grave  conflicto  la  ciudad  y 
en  mayor  riesgo  la  obra  meritísima  de  fray  Hernando  de  Talavera.  Sobre 
todo  ha  sido  acusado  severamente  por  haber  entregado  á  las  llamas,  sin  es- 
crúpulo ni  examen,  innumerable  copia  de  códices  arábigos,  bajo  el  pre- 
texto de  que  eran  contrarios  á  la  fé,  aniquilando  así  inapreciables  tesoros 
científicos  y  literarios  de  aquella  civilización  que  aun  bajo  el  tetro  de  los 
Alhamares  era  digna  de  todo  respeto  y  estudio.  La  historia  de  la  domina- 
ción mahometana  en  nuestro  suelo  sufrió  en  consecuencia  irreparables  pér- 
didas, que  en  vano  pareció  querer  reparar  el  mismo  Cisneros,  al  acometer 
la  memorable  empresa  de  la  Biblia  Polyglota,  en  que  menos  irritado  con- 
tra los  moriscos,  solicitó  y  obtuvo  su  concurso  para  darle  cima,  como  soli- 
citó y  obtuvo  el  de  la  raza  hebrea. — El  ejemplo  de  varón  tan  respetado  fué 
no  obstante  de  fatal  efecto,  dada  la  situación  de  las  ideas  religiosas  y  polí- 
ticas en  toda  Europa,  y  muy  especialmente  en  la  Península  Ibérica, 


Il/  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DBLOSR.  C.   365 

María  y  Santillana,  que  le  sirvieroa  de  modelos  ea  la  corle  de 
don  Juan  II.  Veamos  cómo,  al  dirigirse  al  mismo  rey,  procura 
poner  de  resalto  los  bienes  de  la  paz,  de  todos  invocada  y  de 
ning^o  realmente  pretendida: 

oNoestro  Señor  ésta  [la  paz]  por  postrimero  é  soberano  bien  entre  las 
Dcosas  humanas  á  sos  apóstoles  dexó,  dioíendo:  Pacem  meam  do  vobts; 
)}paoem  meam  relinquo  vobis.  Syn  la  qual  ninguna  cosa  cresge;  syn  la 
Dqnal  ninguna  cosa  dura;  syn  la  qual  ninguna  deve  bevir.  Esta  la  von 
»lnntad  de  vicios  alynpia;  esta  las  cosas  en  su  orden  conserva;  esta  faze 
»los  pobres  rrícos;  esta  en  todo  lo^  es  contenta.  Syn  ella  todo  reyno  se 
ndestruye;  syn  ella  toda  provingia  se  gasta;  syn  ella  toda  cosa  se  consu- 
nme...  Pues  ¿quién  tanto  de  sy  es  enemigo  que  esta  non  procure  con  to- 
ndas las  fuer^,  oomo soberano  bien  en  la  tierra?...  E  como  quiera,  Prin* 
ocipe  muy  exgelente,  que  todos  prediquen  cobdigiar  la  concordia,  no  to- 
ndos  la  desean,  nin  procuran,  nin  van  por  la  vía  de  la  aver  nin  alcan- 
nzar:  ca  unos  la  enpesgible  cobdigia  perturba;  otros  la  rabiosa  envidia 
atormenta;  otros  el  dolor  é  venganza  constriñe;  otros  el  temor  inútil  apre- 
nmia;  otros  la  vanagloria  é  ambición  empacha.  Asy  que,  pocos  fuera  de 
»la  pasión  se  fallan:  que  bien  como  bive  la  salamandra  en  el  fuego^  asy 
j)en  la  discordia  biven  algunos,  los  quales  de  sus  proprias  pasiones  teni- 
»dos,  de  diversas  maneras  son  tormentados^  syn  conosger  su  dolor  nin 
3)tormento»  i. 

Tal  es  el  carácter  de  la  elocuencia  de  Valera. — Su  palabra  es- 
crita, aunque  autorizada,  asi  en  los  reinados  precedentes  como 
en  el  de  los  Reyes  Católicos,  no  estaba  llamada  á  ejercer  inme- 
diato efecto  en  las  deliberaciones  políticas,  como  lo  producia  él 
la  sazón  la  elocuencia  de  otros  respetados  varones.  Fortuna  ha 
sido  de  las  letras  patrias  el  que  se  hayan  trasmitido  á  la  poste- 
ridad algunas  de  estas  peregrinas  oraciones,  y  el  que  hayamos 
nosotros  alcanzado  la  buena  suerte  desposeerlas  ^.  A  ella  és  en 


1  Cód,  F.  108.  de  la  Biblioteca  Nacional.  £1  título  de  este  tratado  es: 
J^ocartacUm  de  la  faz  y  compuesta  por  Mossen  Diego  de  Valera,  dirigido 
di  mvy  alto  é  muy  expíente  principe  don  Juan  U,  rey  deste  nombre  en 
4^a»tüla»  Empieza  al  fól.  47  r.  y  alcanza  al  59  v.  del  mismo  MS.,  ya  antes 
citado. 

2  Débese  este  singular  servicio  á  la  ilustrada  solicitud  del  diligente 
académico  de  la  Real  de  la  Historia,  don  Manuel  de  Abella,  quien  en  su 
r^reciosa  colección  de  MSS.,  á  que  dio  título  de:  Escritores  coetáneos  de  la 


366  HISTOIUA    CHlTICA    DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

efecto  debido  el  que  nos  sea  dado  inscribir  entre  los  cultivadores 
de  la  palabra,  demás  del  tantas  veces  citado  don  Gómez  Manri- 
que, los  nombres,  ya  ilustren  en  la  historia  de  Castilla,  de  un  doo 
Gutierre  de  Cárdenas  y  un  don  Luis  Portocarrero,  insigne  trova- 
dor <,  un  Andrés  de  Cabrera  y  un  Alonso  de  Quintanilla,  un 
conde  de  Haro  y  un  conde  de  Alba  de  Liste,  un  ddctor  Rodri^^o 
de  Maldonado  y  sobre  todos  un  don  Pedro  González  de  Mendoza, 
gran  Cardenal  de  España,  á  quien  hemos  visto  asociado  des- 
de su  primera  juventud  á  la  obra  del  Renacimiento  literario  y 
cuya  grande  autoridad  en  el  Estado  no  reconocía  rivales. 

La  oratoria  se  dirijo,  en  boca  de  estos  respetables  varones,  á 
llenar  diferentes  Qnes:  cuándo  tiene  por  objeto  persuadir  &  la 
princesa  Isabel,  para  que  reciba  por  esposo  al  príncipe  de  Ara- 
gón; cuándo  reanimar  el  esfuerzo  de  los  heroicos  defensores  de 
Alhama;  cuándo  disuadir  á  don  Juan  Pacheco,  marqués  de  Ville- 
na,  y  á  don  Alonso  Carrillo,  arzobispo  de  Toledo,  de  la  enemistad 
con  que  veian  á  Isabel  y  Fernando;  ya  mover  el  ánimo  de  los 
procuradores  del  reino  para  que  opusieran  las  villas  y  ciudades 
sil  poder  y  su  influjo  contra  la  anarquía  que  devoraba  el  Estado; 
ya  en  fin  fortificar  el  espíritu  del  rey  para  que  llevase  á  cabo  con 
varonil  entereza  las  empresas  por  él  acometidas.  Conforme  á  la 
nobleza  de  los  fines,  aparecen  á  nuestras  miradas  estos  orado- 
res dignos,  graves  y  respetuosos,  bien  que  no  menos  poseídos 
del  objeto,  á  cuyo  logro  aspiran,  mostrando  asi  que  no  el  empe- 


historia  de  España,  recogió  hasta  cincuenta  y  tres  fojas  de  un  códice  del 
siglo  XV  declinante,  compuesto  de  los  razonamientos,  discursos  y  arengas, 
pronunciados  durante  el  reinado  de  los  Reyes  Católicos  por  los  más  distin- 
guidos personajes  de  aquel  tiempo.  Como  se  deja  fácilmente  colegir,  este 
monumento,  aunque  muy  lejano  de  su  integridad,  es  de  suma  importancia 
en  la  historia  de  las  letras  españolas;  por  lo  cual  y  por  ser  del  todo  desco- 
nocido hasta  hoy,  demás  de  las  muestras  que  á  continuación  ofrecemos,  dos 
juzgamos  obligados  á  consagrarle  una  Ilustración  entre  las  del  presente 
volumen.  A  ella  remitimos  pues  las  observaciones  particulares,  que  la  ex- 
presada colección  de  razonamientos  nos  ha  sugerido. 

t  Tiene  notables  poesías  en  el  Cancionero  de  1511,  y  entre  ellas  un 
diálogo,  que  recordaremos  con  oportunidad.  Se  distingue  entre  los  partida- 
rios de  la  escuela  provenzal  cortesana. 


» 


II/  P.y  CAP.  XXÚ  BLOC,  PILOS. ,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   567 

ño  de  hacer  vano  alarde  de  retóricos,  sino  el  anhelo  de  ser  úti- 
les &  su  patria,  los  mueve  á  hacer  uso  de  la  palabra,  cuyo  impe- 
rio iba  en.  verdad  destruyendo  de  dia  en  dia  el  yugo  del  hierro. 
Mas  no  por  ello  se  abandonaban  hasta  el  punto  de  aparecer  des- 
aliñados,  exponiéndose  á  no  ser  oidos,  y  olvidando  sobre  todo 
cuanto  exigía  de  los  que  ambicionaban  título  de  oradores,  la  edad 
en  que  viven.  Estas  observaciones  piden,  en  nuestro  sentir,  es- 
pecial probanza;  y  ninguna  más  eQcaz  que  la  exposición  de  al- 
anos pasajes  de  las  referidas  oraciones.  Procurando  el  Gran 
Cardenal  disuadir  al  rey  don  Fernando  de  que  concediese  & 
don  Alfonso  de  Portugal  las  treguas  que  en  Zamora  solicitaba, 
aíz&base  en  su  Consejo  y  le  decia: 

«Señor:  por  la  reconciliación  é  paz  del  amano  linaje,  Dios  nuestro  Ke- 
entor  machas  ynjurías  sufrió,  é  vos  por  la  paz  de  Tuestxos  regnos  de- 
sofrír  ia  ynjnria  que  paresge  a  veros  fecho  el  rey  de  Portogal  en 
tar  con  sa  gente  ally  donde  asentó.  Pero  que  la  sufrays  vos  por 
de  quince  días,  no  me  pares^e  qae  es  servigio  vuestro  nin  honr- 
de  vuestra  corona  real;  porque  venir  él  alli  oon  ánimo  de  os  ynjv- 
,  é  procurar  agora  tregua  de  quince  dias  para  poder  algar  sa  real 
salvo  ¿qué  otra  cosa  seria  sjno  aver  cumplido  todo  su  propósito  de 
r  verdadera  la  fama  de  que  su  ynteucion  fué  de  divulgar  en  cómo 
oia  puesto  sitio  sobre  la  gibdad,  do  vos  estays,  é  que  lo  puso  qaando 
entendió  poner  é  lo  algo  quando  lo  quiso  algar,  é  todo  á  su  saino,  sjn 
istengia  ninguna?...  Yo,  Señor,  fablaré  en  esta  materia  no  como  fijo 
la  religión  é  abito  que  resgebi,  mas  como  fijo  del  marqués  de  Santi- 
na,  mi  padre,  que  por  el  grand  exercicio  de  las  armas  suyo  é  de  sus 
=^vogenitore8,  fué  experimentado  en  esta  militar  disciplina.  No  es  de  su- 
ir,  diria  yo,  Señor,  á  ningUn  cauallero,  mayormente  á  un  rey  tan  po- 
roso como  vos  soys,  que  otro  rey  extranjero  venga  á  ponervos  sitio 
ntro  de  vuestros  regnos^  quando  quisiere,  é  lo  levante  syn  daño, 
^^ando  entendiere  que  le  cumple.  Salvo  nesgesidad  constriñente;  é  si 
>ta  tregua  se  fí9ie8e,  estando  el  rey  de  Portogal  en  otro  qualquier  lo- 
de  vuestros  rey  nos,  flaqueza  mostrar  iamos  é  ventaja  daríamos  á  los 
^ortogaeses  que  entraron  é  están  en  ellos  con  tanto  escándalo  é  ynjuria 
"oestra  é  de  todos  vuestros  subditos.  Pues  mucho  mayor  flaqueza  núes- 
a  parecería,  sy  se  otorgase,  avyendo  venido  é  estando  alli  donde  está, 
qoal  estada,  no  á  la  grandeza  de  su  hueste,  no  á  la  fuerza  de  sa  vir- 
,  nin  menos  á  la  flaqueza  de  vuestro  poderío  se  deve  jrmputar;  mas 
la  disposición  que  fallaren,  para  ynpedir  la  salida  de  vuestros  cana- 
neros, caso  que  muchos  más  fuesen  que  los  portogueses.  Este  ynpedl- 
qnitado  ¿quién  ynpidiria  la  venganza  de  la  injuria?...» 


368  HISTORIA    CRITICA    DB   LA  LITERATURA    ESPAÑOLA. 

Don  Pedro  González  de  Mendoza  pone  delante  del  rey  ooim.  la 
misma  energía  los  males  que  hablan  de  seguirse,  perdida  la 
reputación  militar,  y  termina  su  oración,  ofreciendo.su  pro;B^]a 
vida  para  la  empresa  aconsejada  por  su  elocuencia  y  patriot:^  ^- 
mo. — Dirigiendo  su  voz  á  los  procuradores  del  reino,  inoTialos 
Alonso  de  Quintanilla  á  votar  la  institución  de  las  Hermaiut^i- 
des  y  empezando  del  siguiente  modo  su  memorable  razonamíen  "Co: 

«Non  sé  yo,  Señores,  se  pueda  morar  tierrji,  que  su  destruy^ion  p 
))pia  non  siente;  á  donde  los  moradores  della  son  venidos  4  tan  extre: 
Dynfortunio  que  han  perdido  la  defensa,  que  aun  á  los  animales  bm 
Des  otorgada.  Non  nos  deuemos  quezar  por  gierto,  Señores,  de  los  ti 
})no8;  mas  quexémonos  de  nuestra  covardía:  nin  nos  quexemos  de  los  : 
«badores;  mas  quexémonos  de  nuestro  gran  sufrimiento,  de  nuestra  i 
ngligengia^  de  nuestra  discordia  é  de  nuestro  malo  é  poco  consejo,  < 
»los  ha  criado  é  de  pequeño  número  ha  fecho  grande  é  poderoso.  Ca  i 
»dubda,  si  buen  consejo  toviésemos,  ni  oviera  tantos  malos^  nin  sufrí 
»ramos  tantos  males.  £  lo  más  grave  que  yo  siento,  es  que  aquella   3 
»bertad,  que  la  natura  nos  dio  é  nuestros  progenitores  ganaron  con  bia. 
«esfuerzo,  nosotros  la  avemos  perdido,  é  cada  dia  perdemos,  con  ooví 
»dia  é  caymiento  sometiéndonos  á  aquellos  que,  si  razón  é  consejo 
» viésemos,  poca  honrra  se  ganava  en  los  tener  por  siervos  é  mer^nari* 
))De  lo  qual,  sy  non  nos  libertamos  podiendo,  ¿quién  podria  excusar  q^ 
))non  cresca  más  su  tiranía  é  nuestra  subjegion,  [seyendo]  sojebtos  á  m 
»lo8  é  perversos  honbres,  que  ayer  eran  servidores  é  oy  los  vemos  se& 
»res,  porque  tomaron  ofígio  de  robar?...  Non  heresdastes  por  cierto, 
Ȗores,  esta  subjegion  que  padeces,  de  vuestros  antegesores:  los  qual 
Dcomo  quiera  que  fuesen  pequeño  número,  en  aquella  tierra  de  las  A 
ntúrias,  do  yo  soy  jiatural,  pero  con  deseo  de  libertad,  como  varo! 
»ganaron  toda  la  mayor  parte  de  las  Españas,  que  ocupa  van  los  mo: 
«enemigos  de  nuestra  santa  fé.  E  sacudieron  de  sy  el  yugo  de  serví 
)>bre  que  tenian.  Ni  menos  tomamos  dotrina  de  aquellos  buenos  oasi 
Milanos  que  fízieron  el  estatua  del  conde  Fernand  Gronzalez,  su  señor, 
))8Íguiéndola,  ganaron  libertad  para  él  é  para  ellos:  ni  menos  la  tom 
»de  otros  notables  varones,  cuya  memoria  es  inmortal  en  las  tierras, 
»que  ganaron  libertad  para  si  é  para  sus  regnos  é  provincias:  los  qua\a^    "^ 
wovieron  gloria  en  ser  libres,  é  nosotros  avemos  pena  por  ser  su 
»Muchas  vezes  veo.  Señores,  que  algunos  sufren  con  poca  pagiengia 
»yugo  suave,  que  por  ley  é  razón  de  vemos  al  getro  real,  é  nos 
nmos  é  gastamos  é  aun  trabajando  buscamos  forma  para  nos  libertar  d 
)>él;  é  desta  otra  subjegion  que  pecamos  en  sufrir,   por  ser  contra 
»ley  divina  é  humana,  ¿no  trabajaremos  é  gastaremos  por  ser  exentos?..^-^ 
»No  puedo  yo  por  gierto,  Señores,  entender  cómo  pueda  ser  que  la 


■^1 


11/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    369 

*?ÍQQ  castellana,  que  nunca  buenamente  sufrió  jnperio  de  gente  extra- 
>fi&«  agora  por  falta  de  buen  oonsejo,  sufra  cruel  señorío  de  la  suya  é  de 
»lo8  malos  é  perversos  della»,  etc. 

Eq  el  mismo  tono  y  con  la  misma  energía  prosigue  Alonso  de 

Qointanilla  excitando  el  patriotismo  de  los  procuradores  del  rei- 

00,  proponiéndoles  los  medios  de  llevar  á  cabo  la  constitución 

de  las  Hermandades,  de  cuyo  establecimiento  pendían  la  paz  y 

seguridad  interior  de  Castilla, — Amenazado  en  Alharaa  por  las 

'íoestes  del  rey  granadino,  excitaba  don  Luis  Portocarrero  el 

^4/or  de  sus  defensores  en  notable  arenga  (razonamiento),  que 

^aipieza  de  este  modo: 

.  ^<Bien  sabéis^  caballeros,  que  fuystes  escogidos  en  la  hueste  del  rey  y 
^e  la  reyna,  nuestros  señores,  por  varones  esforzados  para  sofrir  los  pe- 
"''St'os  é  pasar  los  trabajos,  que  en  la  guarda  de  esta  ^ibdad  se  requieren, 
^e  vuestra  voluntad  of resistes  á  ello  vuestras  personas,  por  a  ver  honr- 
^  ^n  esta  vida  é  gloria  en  la  otra.  Asy  mismo  aveys  mostrado  fasta  aquí 
^Vo^on  de  buenos  xripstianos  y  esfuerzo  de  notables  varones  en  la 
^  ^^Usa  destos  muros,  é  ofensa  de  los  moros,  de  quien  esperfunos  ser 
^^'^^i^os  é  combatidos.  Agora  estos  capitanes  é  yo  a  vemos  sabido  que 
^^piies  quel  rey  al^ó  el  real,  que  tenía  sobre  la  ^ibdad  de  Loxa,  aves 
^^^^trado  ñaqueza  en  algunas  fablas,  diziendo  unos  á  otros  que  esta 
^^*^^ad  se  deve  desamparar  por  el  peligro  sin  remedio  que  en  ella  se 
^^X^^t«.  Y  si  ello  es  asy,  bien  damos  á  entender  que  mostramos  esfuer- 
^^    ^engído  quando  no  era  menester,  pues  que  del  verdadero  fallcs^e- 
X^^^>  quando  es  nesgessario.  Verdad  es,  cavalleros,  (jue  el  rey,  no  por 
^^Vwirato  que  fiziesen  los  moros,  mas  por  desconcierto  que  fizieron  los 
^pstianos,  al^ó  el  real  que  tenía  puesto  sobre  la  gilxiad  de  Loxa,  é 
^>ie  es  vuelto  con  toda  su  hueste  á  la  ^ibdad  de  Córdoba;  y  aun  quiero 
^Xie  sepays  que  por  esta  cabsa  nosotros  quedamos  aquí  sin  aquella  es- 
^^«ranza  del  próspero  socorro  que  primero  teníamos;  pero  sy  vencidos 
^a  de  flaqueza,  acordássemos  desamparar  esta  ^ibdad,  que  fué  de  nos- 
otros confiada^  ¿por  qué  logar  os  paresge  salvar  la  vida  de  todos,  pues 
^Veemos  que  uno  sólo  que  enbiamos,  á  grand  ventura  se  puede  salvar 
^qne  no  sea  preso  ó  muerto?...  Mucho  querría  yo,  caualleros,  quesy 
^provais  el  peligro  que  receláis,  esperando,  remediásedes  á  la  muerte  que 
»8e  espera,  fuyendo;  é  si  en  lo  unoé  en  lo  otro  áy  peligro,  escogiésemos 
)>el  menor  daño  é  mayor  honrra,  segund  que  omes  esforzados  lo  deuen 
nfazer,é  por  que  esperando  es  QÍerta  la  gloria,  é  fuyendo  non  es  cierta  la 
nvida.  A  mí  pares^e  que  deuemos  gracias  á  Dios,  á  quien  plugo  que  á 
nnosotros  más  que  á  otros  se  ofresgiesse  este  caso,  en  el  qual  dando  buena 
iKmenta  á  Dios  de  nuestras  ánimas,  al  rey  de  su  QÍbdad,  al  mundo  de 

Tomo  yii.  24 


370  IIISTORÍA    CRÍTICA    I)B   LA    ITERATURA  ESPAÑOLA. 

«nuestra  yirtud,  fagamos  larga  por  fama  esta  vida  brevt  de  dias,  ma- 
njormente  qae  no  nos  vienen  de  nuevo  los  trabajos,  las  vigilias,  los  ^pe- 
»ligros,  é  las  otras  nesQessidades  que  en  la  defensa  desta  ^ibdad  se  re- 
Dquerían,  quando  nos  ofres^imos  á  la  guardar,  todo  tíos  fué  presente. 
«Agora,  sy  por  solo  miedo,  sjn  ninguna  fuerza  desamparissemos  estos 
«muros,  que  nos  fueron  encomendados^  de  razón  seriamos  reputados  oo- 
»mo  los  ornes  liuianos  que  se  ofresgen  á  toda  cosa  sin  deliberación,  é  se 
«retraen  della  con  vergüenza»  i. 

£1  esforzado  cuanto  elocuente  caudillo,  á  cuya  nobleza  tenían 
coQÜada  los  Reyes  Católicos  la  ciudad,  arrancada  al  poderío  del 
Islam  por  ol  heroísmo  de  don  Rodrigo  Ponce  de  León,  lograba 
encender  con  sus  generosas  palabras  el  ánimo  de  sus  capitanes 
y  soldados,  disponiéndolos  á  larga  y  decidida  defensa. — ^La  elo- 
cuencia llenaba  pues  bajo  multiplicados  aspectos  los  altos  fines 
de  su  natural  instituto,  siendo  por  cierto  muy  sensible  para  nos- 
otros el  no  poder  presentar  aquí  nuevos  extraotos  de  ios  Razo- 
namientos arriba  mencionados,  por  la  necesidad  de  completar  el 
cuadro  general  de  los  estudios,  durante  el  reinado  de  Isabel  I.*  "^  -  II 
No  creemos  licito  sin  embargo  olvidar  que  sobre  mostrarnos  las  ^xsJ 
oraciones  que  ü  dicha  han  llegado  á  nuestros  dias,  la  justicia  .^i^:: 
con  que  fueron  designados  con  titulo  de  oradores  aquellos  res-  — ^-í 
petables  ingenios;  sobre  señalarnos  el  camino  que  iba  siguiendo  otxi 
el  arte  de  la  oratoria  y  el  predominio  que  ya  alcanzaba  la  pala-  — ^^^ 
bra,  nos  revelan  con  las  dotes  y  condiciones  personales  de  sus  s^  *-^ 
autores,  los  progresos  que  en  (al  concepto  realizábala  lengua  -^^*^* 
castellana,  acreditando,  á  pesar  de  íos  escritores  ascéticos,  la  -^^*  '^ 
docta  declaración  de  Antonio  de  Nebrija. 

Ni  dejó  de  tener  la  elocuencia  profana,  si  es  lícito  llamarla 
así,  otros  cultivadores,  que  ya  se  inclinaron  al  terreno  de  la  po- 
lítica, ya  se  limitaron  al  campo  de  la  ñlosofia  moral,  que  tan 
abundante  cosecha  había  dado  en  edades  precedentes.  Notable 
es  entre  otros  muchos  tratados,  bajo  el  primer  aspecto,  el  diri- 
gido á  la  Reina  Católica  por  uno  de  sus  criados,  con  el  propósi- 
to altamente  político  do  protestar,  á  nombre  de  los  labradores 
y  aldeanos,  de  las  vejaciones  y  tiranías  que  recibían  aquellos  de 


l    Véosc  la  Ilustración  III^  de  este  tomo. 


II.*  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   371 

la  nobleza.  £1  autor,  que  conflesa  ser  «un  pobre  castellano  con 
algo  de  portugués»  ^,  adoptando  en  parte  la  forma  alegórica, 

* 

supónese  conducido,  en  medio  de  contradictorias  meditaciones, 
á  una  fresca  fuente,  adonde  vé  llegar  un  respetable  varón,  con 
apariencias  de  gran  principe,  y  que  frisaba  apenas  con  los  cua- 
renta años  *.  Mostrábase  este  personaje  como  dominado  de  afa- 
nosos pensamientos;  y  saltando  del  caballo,  recostábase  junto  á 
la  fuente,  para  buscar  en  la  soledad  algún  sosiego.  Pero  no  bien 
habia  descendido,  cuando  vio  acercarse  un  rústico,  que  sin  cu- 
rarse de  él,  se  entregaba  también  al  descanso  en  aquel  lugar 


1  Guárdase  tan  estimable  tratado  en  la  Biblioteca  Nacional  bajo  la  mar- 
ca S.  219.  £s  un  códice  en  4.*^,  encuadernado  en  tafilete,  sobre  labores  de 
relieve,  y  escrito  con  grande  esmero  en  los  postreros  días  del  siglo.  En  la 
cubierta  se  lee:  De  cómo  son  los  pensamientos  variables,  lo  cual  ha  dado 
motivo  á  suponer  en  los  índices  que  este  es  el  título  del  tratado,  cuando  só- 
lo se  refiere  á  las  primeras  palabras  del  mismo.  Preceden  al  texto  en  dos 
folios  ocho  estrofas  de  diez  versos  de  arte  real;  y  terminado  aquel,  siguen 
otras  tres  de  igual  combinación  y  metro.  Las  del  principio  forman  la  dedi- 
catoria á  la  Reina  Isabel,  y  empiezan: 

Rpyna  de  muy  gran  grandeza, 
y  en  todas  cosas  gran  reyna,  etc. 

En  las  últimas  se  excusa  de  la  pequenez  de  su  ingenio,  y  después  de 
mostrar  que  no  es  Salomón,  Tulio  ni  Virgilio,  etc.,  añade: 

NI  soy  Crallpo  átenles, 
ni  soy  Anfión  thebano, 
ni  Homero,  ni  Lucano; 
mas  un  pobre  castellano» 
con  algo  de  portugués. 

Esta  es  la  única  referencia,  que  en  tan  interesante  tratado  hallamos  á  su 
autor.  En  la  parte  interior  de  la  cubierta  precede  no  obstante  á  la  signatura 
la  palabra  Plasencia.  ¿Podrá  tener  alguna  relación  con  el  mismo? 

2  Esta  circunstancia  nos  lleva  á  considerar  la  fecha  en  que  el  libro  de 
que  hablamos,  fué  presentado  á  la  Reina.  Si,  como  pensamos,  el  autor  quie- 
re pintar  en  este  príncipe  al  rey  don  Fernando,  ya  en  la  edad  de  cuarenti 
aiíos,  es  evidente  que  no  pudo  hacerlo  antes  de  1492.  Don  Fernando  habia 
nacido  en  1452.  Así  pues,  al  ser  presentado  este  peregrino  libro  á  la  reina 
doña  Isabel,  se  habia  realizado  la  conquista  de  Granada,  empresa  á  que  pa- 
rece aludir  el  autor,  cuando  afirma  que  no  sabria  decir  su  lengua  la  suma 
de  proezas  llevadas  á  cabo  en  tan  feliz  reinado.  De  cualquier  modo  no  juz- 
^mos  impertinente  la  observación  indicada. 


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372        HISTORIA  crítica  de  la  literatura  española.  i     *** 

deleitoso.  AI  lia  el  caballero,  atribuyendo  &  la  antigua  ojeriza,  l*^^^' 
con  que  los  labradores  miraban  á  los  nobles,  el  proceder  sida  l^^^^^ 
respetuoso  del  campesino,  rompía  el  silencio,  no  sin  manifestar-  l-^^^ 
le  la  calidad  de  su  persona.  Alentado  el  labriego,  al  saber  que  W»^^ 
era  el  rey,  hacíale  presente  con  ingenua  franqueza  que  toáoslos  l^*^ 
hombres  habian  nacido  igualmente  dueños  y  señores  de  cuaato  1^^^^^ 
en  el  mundo  existe,  por  lo  cual  debian  los  pequeños  reputar  co- 
mo usurpadores  á.  los  grandes  señores  y  magnates,  pues  que  su 
derecho  en  fuerza  había  comenzado  y  por  fuerza  debería  acabiE*, 
mayormente  cuando  el  descomedimiento  era  tan  continuo  y  Los 
rustióos  apenas  abrigaban  ya  paciencia  para  sufrirlo.  Era  en  ^^ 
sociedad  necesario  el  rey,  como  la  cabeza  en  el  cuerpo;  mas  p^' 
ra  llevar  título  de  bueno  se  había  menester  que  sólo  por  virtao^ 
merecimiento  señorease.  Replicaba  el  rey  al  labrador  que  la  <^^" 
munidad  de  bienes,  al  principio  del  mundo  procedió  de  la  fal>^ 
de  cultura  y  de  las  escasas  necesidades  de  los  hombres;  p^^ 
que  ya  no  podía  consentirse,  sin  grave  injusticia  y  daño  de  ^^^ 
que  no  tenian  en  el  trabajo  descanso.  No  premio  del  trabajo,  03i^ 
tiranía  cruel  hallaba  el  rustico  en  la  hereditaria  posesión  de  las  ^^' 
quezas,  cuya  constitución  llenaba  de  amargura  á  los  pobres,  qiií 
nes  trabajaban  para  que  otros  holgadamente  gozasen, 
•otros  (anadia)  llenos  de  miserias,  somos  por  muchas  mane 
•despechados.  Nosotros  llenos  del  cregido  trabajo,  los  reye^  ' 
•grandes  señores  os  Uevays  todo  el  provecho.  Pues  según  e^*  ^^ 
•obras,  pequeña  enemiga  os  tenemos  é  no  con  razón  ningún  fl^ 
•dalgo,  ni  dende  arriba,  de  nos  quexarse  puede.  Antes  nos 
•vosotros  sí,  é  mayormente  de  aquellos  que  nuestros  se  son^ 
•que  usurpando  el  hábito  militar,  vulgarmente  escuderos  se  If 
•man.  Mas  verdad  digiendo,  magnánimo  rey,  todo  seria  en 
•bueno  de  comportar,  si  las  nuestras  cosas  con  robo  coñtin 
•  destruir  no  viéssemos». 

Esquivando  el  rey  la  respuesta,  insiste  el  labrador  en  rep 
sentar  los  males  que  aquejan  á  los  aldeanos,  porque  de  su  tr 
bajo  y  sudor  se  mantienen  los  gastos  reales,  la  pompa  de  I 
magnates,  el  desatentado  lujo  de  los  palaciegos  y  la  insul 
te  riqueza  de  los  contadores.  Estrechado  asi  el  rey,  objétal 
que  sus  trabajos  y  los  de  los  grandes  tienen  mayor  mereci 


Il/p.y  CAP.  XXf.  BLOC.,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOSE.  C.   373 

miento,  por  ser  de  espíritu;  á  lo  cual  responde  el  rústico  ma- 
nifestaiido  que  los  trabajos  de  los  labradores  lo  son  de  espíritu 
y  de  cuerpo.  Acusado  por  el  principe  de  consejero  interesado, 
repónele  en  fin  que  á  los  reyes,  que  aman  la  verdad,  cumple 
siempre  el  oiría,  y  á  los  vasallos  que  anhelan  el  bien,  el  decirles 
las  cosas  grandes  y  pequeñas,  con  la  verdad  en  todo.  Deber  es 
del  rey  acudir  al  daño,  que  pide  reparación  más  urgente,  como 
la  sangre  acude  en  el  cuerpo  allí  donde  más  falta  hace. — ^La  lle- 
gada de  los  caballeros  y  cortesanos,  que  vienen  en  busca  del  rey, 
ioterrumpe  el  diálogo,  no  sin  que  el  principe  muestre  al  rústico 
que  tendría  placer  en  oirle  de  nuevo,  y  sin  que  le  añada  el  la- 
l>riego  la  ^conveniencia  de  conservar  en  la  memoria  cuanto  le 
Xzabia  manifestado,  para  bien  suyo  y  de  su  reino. 

Aeputando  el  autor  aquellas  cosas  merecedoras  de  ser  con- 
xzz^moradas,  escribíalas  como  mejor  supo,  formando  breve  tra- 
0,  no  indigno,  en  su  sentir,  de  ser  dedicado,  como  lo  hizo,  á 
Heina  Católica.  La  importancia  de  un  libro  asi  concebido  y 
rito  con  señalada  ingenuidad  y  desembarazo,  puede  fácilmen- 
comprenderse,  al  recordar  el  nebuloso  reinado  de  Enrique  lY 
os  desmanes  de  todo  género,  cometidos  por  la  nobleza,  con 
xgua  de  la  justicia  y  vilipendio  del  trono.  £1  autor  es  sin  du- 
intérprete  del  sentimiento  popular  de  Castilla,  reflejado  en  las 
^las  de  Mingo  Bevulgo,  y  en  los  más  formales  tratados  de 
^<^^Kn  Gómez  Manrique  y  Juan  Alvarez  Gato:  su  lenguaje,  que  en 
^^^^*  presentes  tiempos  pareceria  á  algunos  por  extremo  osado  y 
1.  jgroso,  era  irrecusable  prueba  de  acendrada  lealtad  para  una 
m  na  como  Isabel  I.^,  que  vio  sin  duda  en  la  llaneza  y  sencillez 
1  rústico,  si  no  las  legitimas  aspiraciones  de  los  aldeanos,  la 
licia  al  menos  de  las  quejas,  que  se  elevaban  aun  contra  la 
•  Lástima  es  por  cierto  que  al  trazar  el  cuadro,  en  que  ve- 
animarse  la  Qgura  del  rey  de  Castilla  y  la  personificación 
su  pueblo,  no  se  hubiera  olvidado  el  autor  por  completo  de 
anhelos  eruditos,  para  haber  dado  á  todo  el  libro  el  tono  y  co- 
^^**ido,  que  resplandecen  principalmente  en  el  diálogo  ^ 


^      Lo  peregrino  de  este  tratado  nos  mueve  á  incluirlo  en  las  IlustraciO' 
*•  £n  él  verán  los  lectores  confirmadas  estas  observaciones  críticas,  como 


374         .HISTORIA   crítica   OE   la    literatura  ESPAfÜOLA. 

Y  la  misma  observación  critica  nos  sugieren  las  obras  del  ca- 
nónigo toledano,  Alonso  Ortiz,  á  quien  arriba  hemos  aludido,  en 
lo  que  más  inmediatamente  se  refiere  á  sus  tratados  de  fllosoha 
moral,  donde  aspira  á  ganar  estimación  de  elocuente.  Son  estos 
la  Consolatoria^  dirijida  á  la  princesa  de  Portugal  por  la  muerte 
de  su  esposo^  y  la  Gratulatoria,  dedicada  á  los  Reyes  Católioos, 
por  la  final  conquista  del  imperio  mahometano,  con  la  rendición 
de  Granada.  Ortiz,  que  escoge  por  intermediaria  á  la  reina  Isa- 
bel, para  llevar  el  consuelo  al  ánimo  angustiado  de  su  desafor- 
tunada  hija,  dominado  por  el  afán  de  aparecer  docto,  tiuita  al 
lenguaje  en  el  primer  tratado  toda  espontaneidad  y  soltura,  sin 
que  acierte  en  consecuencia  á  tocar  la  verdadera  cuerda  del  sen- 
timiento, por  hablar  siempre  retoricado  y  elocuente.  Más  es- 
pontáneo, al  mostrar  su  regocijo  por  el  gran  triunfo  del  cristia- 
nismo en  Granada,  cede  no  obstante  el  canónigo  de  Toledo  con 
excesiva  frecuencia  al  afán  erudito,  lo  cual  hacen  todavia  más 
sensible  los  verdaderos  arranques  de  elocuencia,  que  le  inspira 
la  idea  de  la  total  libertad  de  la  Península  Ibérica  y  de  su  futura 
felicidad,  arrojado  ya  de  sus  últimos  baluartes  el  enemigo  de  su 
Dios,  que  la  habia  esclavizado  por  el  espacio  de  ocho  siglos.  En 
estos  momentos,  en  que  hablaban  al  par  en  los  labios  de  Alonso 
Ortiz  el  sentimiento  religioso  y  el  sentimiento  patriótico,  que  una 
y  otra  vez  habían  resplandecido  tan  enérgicamente  en  los  escri- 
tores castellanos,  alcanzaba  el  ambicionado  galardón,  que  busca- 
ba en  balde  por  el  camino  de  la  afectación  imitadora.  Sus  obras, 
más  afortunadas  que  los /{ajSíon(7m2>n/o^  juzgados  arriba  y  que 
el  libro  contra  las  tiranías  de  la  nobleza,  vieron  la  pública  luz  en 
Sevilla  el  año  de  1493,  comprendiendo  otros  tratados  no  insig- 
nificantes, si  bien  no  ofrecen  el  carácter  literario  de  los  refe- 
ridos ^ 


notarán  cuan  infundado  es  el  título  que  se  ha  intentado  poner   al   códi- 
ce. £1  autor  decia  en  efecto  sobre  el  particular  en  los  versos  preliminares: 

Y  porque  no  me  derrame 

en  este  estilo  y  dulzura, 

Vuestra  Ex^elen^la  muy  pura 

so  sirva  desta  escritura, 

que  no  sé  cómo  la  llame. 

1     Méndez,  Paleografía  españokit  pág:.  194;  don  Nicolás  Antonio,  i^'- 


Il/  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    375 

Aparecía  pues  la  elocuencia,  ya  en  el  pulpito  y  en  los  libros 
sisoé ticos, «ya  en  las  deliberaciones  de  los  Consejos  reales  y  délas 
asambleas  nacionales,  ya  en  las  producciones  de  la  filosofía  mo- 
mly  fluctuando  entre  las  esferas  eruditas  y  las  populares;  fenóme* 
X30  digno  de  madura  contemplación,  porque  revelaba  bajo  nuevo 
;paato  de  vista  el  estado  general  de  los  espíritus,  mostrando  por 
«jina  parte  el  imperio  que  ejercían  las  artes  del  Renacimiento  y  y 
^dlescubriendo  por  otra  la  fuerza  y  vigor  que  los  elementos,  pro- 
;píos  de  la  cultura  ibérica,  tenían  en  la  vulgar  literatura.  Mas  si 
^KDOStan  las  indicaciones  y  los  modelos  que  dejamos  expuestos, 
ara  confirmación  de  hecho  tan  importante  como  fecundo,  du- 
dante el  siglo  XYI,  no  juzgamos  menos  eficaces  las  pruebas  que 
os  ofrecen  otros  géneros  literarios,  entre  los  cuales  llama  des- 
e  luego  nuestra  atención  la  novela,  y  más  principalmente  la  que 
a  merecido  título  de  caballeresca. 
Fijamos  ya  en  lugar  oportuno,  asi  el  momento  en  que  este 
1  :SnaJe  de  ficciones  toman  plaza  en  la  literatura  española,  co- 
o  el  camino  que  habían  traído  y  los  esfuerzos  que  se  bu- 
ieron  menester  para  que  aquel  fenómeno  literario  llegara  ái 
realizarse,  produciendo  legítimos  frutos  ^  Contemplamos  des- 
ues  cómo  bajando  de  las  altas  esferas  de  la  sociedad,  don- 
e   habían  echado  sus  primeras  raices,  cundían  de  tal  mane- 
a  entre  los  eruditos  y  alcanzaban  tanto  influjo,  que  lograron 
xtraviar   la  historia,  adulterando  las  autorizadas  narraciones 
e  los  primitivos  cronistas  ^.  Yimoslas  también  produciendo 
íngular  y  saludable  reacción  en  las  regiones  del  sentimien- 
to   patriótico,  que  acudió  generoso  á  contraponer  á  los   hé- 
:Y^oes  fantásticos  del  mundo  de  la  caballería  los  héroes  reales*  de 
1  sl  reconquista  ^;  y  hallárnoslas  en  fin  revistiendo  las  formas  del 
rte  alegórico,  para  conservar  entre  los  eruditos  del  siglo  XV  su 


^Miotheca  Nova,  t.  I,  pág.  39;  Ticknor,  Historia  de  la  Literatura  e$paño^ 
^<^,  t.  I.  Primera  época,  cap.  XXII. 

1  Véase  el  cap.  i  de  este  11  Subciclo,  t.  V. 

2  Tomo  V,  cap.  V  de  este  II  Subciclo. 

3  Id.  id.  ad  finem. 


\ 


376  HISTORIA   CRITICA    DE  LA  LITERAURA   ESPAÍfOLA. 

estimación  é  influencia  ^  Asi  acariciadas  y  cultivadas,  iban  ex- 
tendiendo las  ficciones  caballerescas  el  círculo  de  su  acciczDQ, 
cuando  tres  hechos  de  diversa  naturaleza,  bien  que  coexisteift  tes 
y  no  contrarios  entre  sí,  conspirando  virtualmente  &  ios  misncnos 
fines,  vinieron  á  darles  extraordinario  incremento  entre  los 
pulares,  grangeándoles  por  último  el  señorío  de  la  amena  lite, 
.tura.  Tales  son:  la  introducción  de  la  imprenta  en  los  domioi^fos 
españoles;  el  renacimiento  clásico  de  los  estudios  de  la  suertes  7 
con  las  tendencias  formales  que  dejamos  reconocidas,  y  la  sin- 
gular situación,  en  que  aparecían  pueblo  y  nobleza,  consunia- 
da  la  obra  acometida  ocho  siglos  antes  en  Covadonga. 

Habian  logrado  al  par  la  estimación  de  los  doctos  las  fanta- 
sías del  ciclo  bretón  y  del  ciclo  carlowingio.  Las  historias  áe 
don  Enrique  fi  de  Oliva,  de  don  Tristan  de  Leonis,  de  ícf" 
fre  y  Brunesinda  (Tablante  de  Ricamente),  de  Lanzarote  c/^' 
Lago  y  de  Flores  y  Blanca  Flor  y  otras  de  igual  arte,  tra-i-" 
das  al  romance  de  la  £spaña  Central  en  la  primera  mitad  d^l 
siglo  ^,  salían  de  nuevo  á  pública  luz,  impresas  en  losdl" 
timos  dias  del  mismo  y  en  los  primeros  del  siguiente,  d^ 
sin  que  algunas  de  estas  ficciones  excitaran  la  musa  populai*^ 
que  les  consagra  desde  luego  muy  estimables  cantares  ^.  Ca^ 


1  Tomo  VI,  cap.  XII  de  este  Subciclo. 

2  Tomo  VI,  pág.  33S,  cap.  XII. 

3  La  Historia  de  Enrique  fi  de  Olivas  rey  de  ¡herusalem,  emperador 
de  Constantinoplat  fué  impresa  en  Sevilla  por  tres  alemanes,  rcproducién  — 
dola  en  la  misma  ciudad  en  1533  y  1545:  el  Libro  del  esforzado  caballerea 
don  Tristan  de  Leonis  é  de  sus  grandes  fechos  de  armas,  vio  la  luz  pú-^ 
blíca  en  Valladolid,  1501,  y  se  reimprimió  en  Sevilla  el  año  de  1533  y  153#^ 
por  Juan  Crombcrg^er  y  Dominico  Robcrlis: — la  Crónica  de   los  nobles  ca — 
ualleros  Tablante  de  Ricamonte  y  Jofre  (Gofreáo),  hijo  de  Donasen,  se  di<^ 
á  la  estampa  en  Toledo  el  año  1513,  apareciendo  de  nuevo  en  la  misma  ciu- 
dad  el  año  de  1526  y  en  Sevilla  el  de   1599: — la  Historia  de  Lanzarote  se 
imprimió  en  Toledo  por  Juan  de  Villaquiran  bajo  el  título  de:  La  demanda 
del  Soneto  Grial  con  los  maravillosos  fechos  de  ¡JinQarote  y  de  Gaíaz,  su 
fijo,  en  1515,  y  veinte  años  adelante  en  Sevilla: — la  Historia  de  Flores  y 
Blanca  Flor,  rey  y  rey  na  de  España  y  Emperadores  de  Roma,  se  estam- 
pó finalmente  en  1512  por  Arnao   Guillen  de  Brócar  (Lo^oño?),  y  se  re- 
produjo varias  veces  sin  lugar  ni  año  bastad  de  1691,  que  la   reimprimió 


Il/  P.,  GAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    377 

ellas  venian  á  compartir  las  aficiones  de  la  muchedumbre  las  no 
róenos  aplaudidas  historias  de  Oliveros  de  Castilla  y  Aríús  de 

Igarve^  de  la  linda  Melosina,  del  Baladro  de  Merlina  del 
'e  Partinuples,  del  Caballero  Ploriseo,  del  Caballero  Cifar 

de  otros  cien  paladines  de  igual  estofa  ^,  entre  los  cuales  lo- 


Sevilla  Lúeas  Martin  Hcrmosilla.— De  todos  estos  libros  de  caballerías  se 

n  hecho  después  repetidos  extractos,  que  andan  en  poder  de  la  muche- 

xnbre  y  en  nuestros  dias  no  escasean^  recorriendo  en  manos  de  los  ciegos 

villas  y  aldeas  con  no  poca  fortuna,  merced  á  las  prensas  de  Mares, 

tor  eti  Bladrld  de  todo  género  de  poesías,  cuentos  y  relaciones  populares 

un  vulgares.  La  historia  del  Conde  Flores  produjo  en  el  suelo  asturiano, 

so  en  el  mismo  siglo  XV  de  que  tratamos,  bellísimos  romances,  que  he- 

s  recogido  de  boca  de  las  aldeanas  y  que  forman  parte  de  la  colecciqp, 

tenemos  preparada  para  darla  á  luz  en  ocasión  oportuna.  Son  dos  ver- 

:aies  que  empiezan: 

I.*   Era  Sara  reina  mora, 

reina  de  la  morería,  etc. 
II.*   Sai  á  cazar,  el  rey  moro, 
á  cazar  como  solías. 

Dióse  á  luz  la  Historia  de  los  nobles  caualleros  Oliueros  de  Castilla 

rtús  d'Algarve  en  Burgos  el  año  de  1499,  y  después  en  Yalladolid,  1501; 

«ncia,  1505;  Sevilla,  1510,  y  Alcalá  de  Henares,  1604,  habiéndose  im- 

después  muchas  veces  en  extracto:^ la   Historia  de  la  linda  Meh^ 

en  Tholosa,  por  Juan  de  París  y  Estovan  Clebati,  el   año  de  1489; 

<ncia,    1512,  y  Sevilla,  1526: — el  Baladro  del  sabio  Merlin  con  sus 

re9Ía8,  en  Burgos^   por  Juan  de  Burgos,  el  año  de  149S,  y  con  la  Z>e- 

^ida  del  Santo  Grial  en  Sevilla,  1500: — el  Libro  del  esforzado  catio- 

o  Conde  Partinuphest  que  fué  emperador  de  Constantinopla,  en  Alcalá 

Kenares,  por  Arnao  Guillen  de  Brócar,  en  1513;  Toledo,  por  Miguel  de 

^Sa,  1526;  Burgos,  por  Juan  de  Junta,  1547,  y  en  otras  ciudades  durante 

*^^^^*«1  siglo  y  los  siguientes: — el  Libro  del  cattallero  Floriseo  en  Valencia, 

^^^■"    Diego  Gumiel,  1516: — la  Coránica  del  muy  esfor^do  y  esclarecido 

\^^^^^lero  C*/or,  por  Jacobo  Cromberger,  Sevilla,  1512  (dícese  nuevamente 

^"*I*'"e8a).  Considerando  el  universal  influjo  que  alcanzan  estas  nociones,  no 

I*08¡blc  olvidar  la  peregrina  Crónica  llamada  el  Triunfo  de  los  nueve 

^  Fama,  donde  se  hallan  consociados  Josué,  David,  Judas  Macabeo^ 

^^^^ndre,  Héctor  y  Julio  César  con  el  rey  Artús,  Cario  Magno  y  Go- 

^cfo  (Godufroy)  de  Bullón,  apareciendo  así  en  extraña  mezcla  la  historia 

la,  la  gentílica  y  la  caballeresca,  ya  real,  ya  ficticia.    Esta  singular 

^icüf  que  fué  dedicada  en  su  origen  á  Carlos  Vill  de  Francia,  apareció 

España  bajo  los  auspicios  de  don  Juan  lll  de  Portugal,  «con  la  Vida  del 


378  HlSTOniA   CRtTICA    OB   LA  LlTfiHATURA    KSPAAOLA. 

mabaa  también  plaza  célebres  personajes  históricos,  que  ]a  se 
referian  al  antiguo  mundo,  como  nos  indica,  entre  otras,  la  JK^ 
tona  del  rey  Vespasiano,  ya  á  la  edad  media,  de  que  es  eficat 
comprobante  la  Historia  de  Roberto  el  Diablo^  que  halla  al  flü 
en  el  teatro  nacional  notable  acogida  ^ .  Generalizados  en  tal 
manera  los  libros  de  caballerías  por  medio  de  la  imprenta  y  re- 
petidos una  y  otra  vez  los  ensayos  para  darles  carta  de  natura- 
leza en  nuestro  suelo,  halagaron  por  extremo  aquel  espíritu 
aventurero,  que  se  habia  despertado  en  las  clases  populares,  a.\ 
verse  ya  triunfantes  de  la  morisma;  y  dominando  su  fantasís^ » 
llegaban  á  formar  la  principal  fuente  de  sus  solaces  y  recrece" 
cienes. 

Consignado  dejamos,  al  trazar  el  cuadro  general  del  reini 
de  Isabel  I/,  cómo  se  insinúa  enlre  los  doctos  aquella  mane; 
de  desden,  que  naciendo  del  respeto  y  la  admiración  de  las  obi 
de  la  antigüedad  clásica,  se  reflejaba  inmediatamente  en  cuan 
no  reconocía  el  mismo  origen;  manera  de  proscripción  que 
canzando  á  los  libros  de  caballerías,  despojaba  &  la  literata 
andantesca  del  predominio,  que  habia  ejercido  hasta  entonces  ^ 
las  regiones  eruditas.  Lo  que  menospreciaban  los  doctos  por  r^  — 
ferirse  á.  los  tiempos  medios,  que  empezaban  ya  &  ser  designa^  ^ 
dos  con  título  de  bárbaros,  fué  acariciado  por  los  populares,  pci» -^ 
la  misma  razón  de  recordarles  hazañas  y  empresas  de  otros  dia^ , 
que  no  podían  ya  repetirse  en  el  mundo  de  la  realidad  polítics-  • 
Mientras  los  cantores  de  la  muchedumbre  se  afícionaban  &  losb^" 
roes  caballerescos,  que  se  suponía  haber  peleado  contra  la  moris- 
ma, hermanábase  con  ellos  en  los  sentimientos  religiosos  y  p^" 


9?  del 


muy  famoso  cauallero  Beltran  de  Guesclin,  etc.,  nuevamente  traslad^* 
por  Antonio  Rodríguez  Portugal,  primer  rey  de  armas»  del  expresado  p^^' 
cipe.  £1  prólogo  cslá  escrito  en  portugués:  el  texto  en  castellano,  lo 
prueba  una  vez  más  la  influencia  de  la  España  Central  en  las  esferas  1 
rarias,  no  menos  que  la  actividad  intelectual,  desarrollada  á  la  sazón  en 
dos  los  ángulos  de  la  Península  Ibérica. 

1     La  Historia  del  rey  Vespasiano  se  imprimió  en  SeviUa  por 
Brun  el  año  de  149S;  la  Vida  de  Roberto  (admirable  y  espantosa)  en 
gos,  el  de  1509,  reproduciéndose  en  1530  (Alcalá  de  Henares,  por  Mig  ^ 
deEguia),  y  en  1532  (Sevilla,  por  Fernando  Maldonado). 


lo- 


ro 


II.*  P.,  CAP.  XXr.  ELOG.,  FILOS. ,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C'  379 

trióticos,  en  el  amor  y  ai  respeto  &  la  justicia  y  ea  el  odio  &  todo 
linaje  de  tiranías  el  pueblo  de  los  Cides  y  Fernán  González ,  no 
sin  que  esta  singular  manera  de  consorcio,  nacido  de  accidentes 
externos,  aunque  de  eficaces  efectos  en  las  esferas  de  la  actua- 
lidad, dejara  de  atraer  una  y  otra  vez  las  censuras  de  aquellos 
que  más  lo  estrechaban  con  su  exclusivismo;  censuras  que  to- 
maron cuerpo  en  todo  el  siglo  XYI,  apareciendo  en  diversos  ter- 
renos y  bajo  diferentes  formas,  hasta  inspirar  el  genio  inmortal 
de  Cervantes. 

Pero  que  esta  condenación,  ya  formulada  por  escrito,  no  po- 
día producir  el  fruto  que  anhelaban  los  doctos  y  alguna  vez  de- 
searon los  legisladores,  lo  persuade  la  consideración  del  estado 
político,  en  que  aparece  España  tras  el  triunfo  decisivo  de  Grana- 
da, detenidas  de  pronto  las  espontáneas  corrientes  de  su  desar- 
rollo social  y  político,  é  iniciado  en  consecuencia  el  fatal  divor- 
cio que  iba  á  operarse  entre  el  pueblo  y  la  nobleza,  de  que  die- 
ron en  breve  sangriento  testimonio  los  campos  de  Villalar,  cual- 
quiera que  fuese  la  causa  primordial  de  las  Comunidades.  No 
volvió  ya  el  pueblo  ibérico  á  pelear /^ro  arís  et  fo'cis,  al  lado  de 
sus  magnates,  recibiendo  en  el  campo  de  batalla  el  bautismo  de 
la  nobleza  y  obteniendo,  como  en  siglos  precedentes,  el  premio 
de  su  valor  en  los  repartimientos  de  las  ciudades  y  provincias 
conquistadas.  Excitada  la  actividad  de  sus  hijos  por  la  popular 
conquista  del  Nuevo  Mundo,  donde  veian  en  cierto  modo  repro- 
ducirse las  maravillas  del  mundo  andantesco,  ya  derribando  im- 
perios  como  los  de  los  Incas,  ya  dando  cima  á  empresas  tan  co- 
losales como  la  de  Méjico,  no  tuvieron  á  gala,  cual  en  otros  dias, 
ol   combatir  bajo  las  banderas  de  sus  señores,  relajándose  en 
ooDsecuencia  él  misterioso  lazo  que  los  habia  unido  en  un  sólo 
fin  durante  muchos  siglos  y  quebrantándose  aquel  espíritu  de 
t  ntíma  unidad  histórica,  que  había  resplandecido  tan  enérgica- 
^:xiente  en  los  cantos  de  la  muchedumbre. 

Ni  fué  tampoco  dado  á  la  nobleza  española  tender,  como  an- 
t.eSy  su  mano  amiga  á  las  bélicas  virtudes  de  los  populares  en 
Kina,  guerra  tan  santa  como  la  que  habia  merecido  el  nombre  de 
Sfuerra  de  Dios,  prosiguiendo  así  la  alianza,  que  tiene  funda- 
amento  y  principio  en  las  asperezas  de  Asturias.  Llamada  al  cen- 


380  HISTORIA    crítica   DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

tro  de  Europa,  para  someter,  al  frente  ya  de  mílites.de  oficio, 
al  imperio  de  los  Reyes  de  España  nuevos  reinos  y  se&ori<^> 
que  gozaron  antes  de  integridad  é  independencia,  ni  la  anima,  el 
puro  entusiasmo,  que  engendra  la  idea  de  llenar  altos  debev^ 
para  con  la  madre  patria,  ni  le  era  «posible  responder  &  los  ge- 
nerosos afectos  de  la  muchedumbre,  haciéndolos  suyos  y  cojeiS' 
tituyéndose  en  su  legitimo  representante. — Separados  pues     ía- 
talmente  pueblo  y  nobleza^  y  careciendo  el  primero  en  el  m«.^- 
dode  la  realidad  de  héroes  distintos  de  los  que  ambos  hal^ian 
levantado  unidos  sobre  sus  hombros,  no  puede  maravillar  :bos 
que  acudiese  á  las  esferas  ideales,  para  buscar  en  ellas  n  -^^ 
vos  objetos  de  admiración,  ya  que  no  de  cariño,  hall&ndc^avlos 
en  tan  doloroso  extravio  precisamente  en  el  mundo  de  la  ca  '3)a- 
Hería  andantesca. 

.  No  faltó  en  verdad  el  patriotismo  al  respeto  de  los  antig*  ^^^ 
héroes  de  Castilla,  reproduciéndose  el  generoso  empeño  que  HÜTha- 
bia  un  siglo  antes  contrapuesto  los  grandes  nombres  de  la  ^V^is- 
toria  nacional  á.  los  nombres  consagrados  en  la  literatura  ca^C^" 

• 

Ueresca.  De  las  grandes  crónicas  generales,  debidas  &  los  si- 
glos XIII  y  XIV,  volvieron  á  sacarse,  no  sin  que  el  sentimie:: — ^^^ 
de  actualidad  imprimiese  en  ellas  su  sello,  las  narraciones  pop^^^"" 
lares  de  la  vida  del  Cid,  do  Fernán  González  y  de  los  Siete  ^^" 
fantes  de  Lara,  hermanándose  con  estas  y  otras  historias  aná^^^ 
gas  la  del  Rey  S^nto,  cuyo  nombre  era  de  cada  dia  más  resp^^®" 
tado  y  querido  del  pueblo  ibérico  *.  Pero  semejante  protesta^-    ^ 


;i 


l  Ya  antes  de  ahora  hemos  hablado  de  las  varias  versiones  de  la  hist 
ria  del  Cid,  que  se  dieron  á  luz  á  fines  del  siglo  XV  y  pri«icipio8  del  X' 
con  título  de  Crónicas  (tomo  líl,  cap.  II;  tomo  IV,  cap.  XX):  al  sentimier^  " 
to  que  procuramos  caracterizar  en  el  texto,  fué  sin  duda  debida  la  repet  ^' 
cion  de  las  ediciones  en  S«viUa,  Toledo,  Alcalá  de  Henares,  Bruselas,  et^^  * 
(1526,— 1541,— 1566,— 1568,— 1589,— 1604).  LaCróntca  de  Fernán  GofT  ^ 
zalez,  extractada  de  \aiEstoria  de  Espanna  del  Rey  Sabio,  apareció  iinprcr  ^^ 
sa  en  1509,  en  Sevilla,  por  Jacobo  Cromberger,  y  se  reprodujo  en  Burgos?  ^ 
1516,  por  Fadrique  Alemán  de  Basilea  y  por  Juan  de  Junta,  1530,  1537 
1546;  Sevilla,  por  Doménico  de  Robertis,  1542;  Salamanca  en  1547  pore 
citado  Junta;  Alcalá  de  Henares,  por  Sebastian  Martínez,  1562;  Toledo, 
Miguel  Fcrrer,    1566;  Bruselas,  por  Juan  de  Montmaerte,  1588,  etc.,  etc 


II.*  ?.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  Elf  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   381 

que  pareció  responder  poco  adelante  la  musa  erudito-popular, 
acudiendo  á  las  mismas  crónicas  para  hallar  materia  á  sus  can- 
tos, lejos  de  refrenar  la  ya  indicada  corriente  de  los  instintos  de 
la  muchedumbre,  era  la  más  fehaciente  prueba  del  predominio, 
que  alcanzaban  los  libros  de  caballerías,  predominio  considera- 
do ai  cabo  por  los  hombres  doctos  como  ofensivo  á  la  moral  y 
peligroso  al  sentimiento  patriótico.  Á  los  esfuerzos  repetidos  pa- 
ra enriquecer  la  literatura  española  con  las  creaciones  de  ambos 
ciclos  caballerescos;  al  decidido  empeño,  mostrado  desde  el  siglo 
prelsedente  para  dotarla  de  obras  originales,  &  cuya  cabeza  con- 
templamos ya  el  Amadis  de  Gaula^  acaudalado  antes  de  mediar 
«1  siglo  XY  con  la  historia  de  don  Florestan^  su  hermano,  se 
nieron  pues  al  declinar  la  misma  centuria,  en  toda  la  Peninsu- 
a  Ibérica,  nuevos  y  no  desafortunados  ensayos,  precursores  de 
quel  extraordinario  movimiento  que  es  al  fin  calificado  de  dolo- 
oso  delirio  por  el  inmortal  manco  de  Lepan to.  Entre  otras  pro- 
ucciones  menores;  que  caen  dentro  del  reinado  de  Isabel  y  de 
érnando,  licito  nos  será  recordar  aquí  las  historias  del  rey  Ca- 
amor  é  del  Infante  Turrian^  su  fijo  *,  del  Infante  Adra- 
,  del  Caballero  Marsindo^  fijo  de  Serpio  Lucelio,  prínpipe 
e  Constanlinopla^  y  las  más  aplaudidas  de  Tirante  el  Blanco  y 
e  don  Palmerin  de  Oliva^  padre  este,  como  el  Amadis  de  Gau- 
a,  de  numerosa  prole  de  caballeros  andantes,  que  viven  en  el 
plauso  popular  durante  el  siglo  XVI. 
No  es  posible,  dada  la  excesiva  extensión  de  estas  historias, 
^I  hacer  aquí  detenido  análisis  de  todas  ellas.  Algunas  no  han 
logrado  hasta  ahora  ser  mencionadas  por  los  críticos,  ni  alcan- 


%n  todas  estas  ediciones  termina  la  Crónica  con  la  patética  historia  de  los 
^iete  Infantes  de  Lar  a. — La  Crónica  dd  Santo  rey  don  Fernando  ÍII, 
aunque  desgajada  ya  de  la  Estoria  general  escrita  por  su  hijo,  desde  la 
^poca  á  que  nos  referimos  y  tal  vez  antes,  no  se  imprimió,  que  sepamos, 
^asta  1566  (Medina  del  Campo,  por  Francisco  del  Canto). 

1  De  este  peregrino  libro  examinamos  en  la  Biblioteca  del  Escorial  un 
precioso  ejemplar,  bajo  la  marca  4.  s/s.  a.  28,  de  1845  á  1846.  Figuraba 
^i^ntre  las  más  estimables  ediciones  que  posee  la  referida  Biblioteca.  En  años 
;^osteriores  no  le  hemos  ya  encontrado,  lo  cual  nos  ha  sucedido  también 
^on  otros  impresos  y  MSS. 


382  HISTORIA   CRITICA.   QB   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

zaron  tampoco  ia  fortuna  de  ver  la  pública  luz,  al  salir  de  ma- 
nos de  sus  autores;  circunstancias  ambas  que  sobre  favorecer 
muy  poco  su  popularidad,  parecen  disuadirnos  de  fijar  en  ellas 
muy  particularmente  nuestras  miradas.  La  Historia  del  Infante 
Adramon,  llamado  asimismo  el  Príncipe  Venlurin^  y  el  CabaUe- 
ro  de  las  Damas,  afectando  el  tono  y  disposición  general  de  una 
antigua  crónica,  se  divide  no  obstante  en  seis  libros,  y  estos  ea 
crecido  número  de  capítulos,  desarrollándose  la  acción  en  Polo- 
nia, Inglaterra  (Bretaña)  é  Italia,  y  siendo  al  fin  coronado  en 
Roma  como  rey  aquel  valeroso  principe,  que  habia  obtenido,  por 
su  valor  y  sus  virtudes,  la  honra  de  ser  nombrado  gonfalonier 
de  la  Iglesia  ^  Más  voluminosa  y  cargada  de  aventuras ,  en  que 
dá  el  autor  rienda  suelta  á  la  fantasía,  hacinando  los  desafios,  la 
pasos  honrosos  y  los  combates  con  gigantes  y  endriagos,  las  pe- 
ripecias y  los  encantamientos,  los  viajes  maravillosos  y  las  guer- 
ras portentosas  que  levantan  y  destruyen  á  placer  tronos  é  im 
pcrios,  es  la  Historia  del  caballero  Marsindo,  á  la  cual  se 
también  la  no  menos  sabrosa  de  sa  hijo,  el  infante  Paünicio.  Y 
sin  embargo  este  peregrino  •  libro,  todavía  no  conocido  de  1 
doctos,  es  sólo  una  parte  de  otra  más  larga  historia,  que  tiene 
raiz  y  fundamento  en  las  aventuras  de  Serpio,  padre  de  Cárlo- 
Lucelio,  príncipe  de  Constantinopla,  y  de  la  hermosa  reina  Gra- 
cisa,  su  mujer,  historia  que  es  mencionada  en  las  primeras  líneas 
del  mismo  libro,  cual  monumento  principal,  haciéndose  en  las  úl- 
timas páginas  mención  de  otro  tratado,  donde  se  narran  las  aven- 
turas de  tan  renombrada  familia  y  del  principe  Paünicio  más 
conplidamenle  2. 

1  Custodiase  este  singular  monumento  en  la  Biblioteca  Imperial  de  Pt- 
rís,  bajo  el  núm.  10.204.  Es  un  volumen  de  letra  del  siglo  XV  declinante: 
compónese  de  seis  libros:  el  primero  consta  de  treinta  y  tres  capítulos;  tie- 
ne el  segundo  treinta  y  nueve;  quince  el  tercero;  cuarenta  el  cuarto;  el 
quinto  treinta  y  cinco,  y  veinticuatro  el  sexto  y  último.  Poseemos  copiosos 
extractos  del  mismo,  sintiendo  el  no  poder  exponerlos  en  este  sitio:  ofrece- 
mos no  obstante  esmerado  facsímile. 

2  Perteneció  el  único  MS.  que  conocemos  de  la  Historia  del  cavaUer(^ 
Marsindo  á  la  biblioteca  del  cronista  don  Luis  de  Salazar,  últimamente  ío— 
corporada  á  la  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, donde  se  custodia  bajo)^ 


If.*  P.y  CAP.  XXr.  ELOC,  PILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    383 

GoQStantÍQopla  y  Roma,  aquellas  dos  famosísimas  rivales  de 
la  edad-media,  que  tan  vivamente  heria^  con  su  grandeza  la 
imaginación  dé  los  pueblos  de  Occidente,  ofrecen  en  sus  res- 
pectivos imperios  el  principal  teatro,  donde  se  realizan  los  he- 
chos qué  constituyen    la  maravillosa   Historia  del  cavallero 
Marsindo,  terminando  la  de  su  hijo  Paunicio  en  las  regiones  de 
A.nrica.  Nacido  en  el  mar,  circunstancia  de  que  recibe  Marsindo 
su  nombre,  se  halla  predestinado  para  romper  toda  suerte  de 
encantamientos,  sacando  del  yugo  de  sus  tiranos  doncellas,  prin- 
cesas y  reinas,  y  destruyendo  imperios  poderosos  al  sólo  esfuer- 
zo de  su  brazo;  virtudes  que  trasmite  á  su  hijo,  quien  logra  con- 
quistar también  para  si  y  sus  descendientes  antiguos  y  muy  te- 
midos reinos,  que  arranca  en  África  con  invencible  esfuerzo  de 
las  garras  de  la  morisma,  destruyendo  el  poderío  del  Miramamo- 
lin,  hasta  entonces  no  contrastado.  Esta  acción  general,  á  que 
se  enlazan  extraordinario  número  de  aventuras,  ahogando  bajo 
su  peso  y  balumba  el  principal  interés  de  la  fábula,  al  propio 
tiempo  que  nos  trae  á  la  memoria,  por  la  materia  poética,  las  ma- 
ravillosas empresas  de  los  Doce  Pares,  con  los  principales  poe- 
inas  narrativos  del  parnaso  provenzal,  nos  dá  á  conocer  el  mo- 
hiento histórico,  en  que  el  libro  del  Caballero  Marsindo  se  es- 
cribe y  el  sentimiento  que  lo  inspira,  siendo  para  nosotros  indu- 
dable que  es  posterior  á  la  conquista  de  Granada  ^  Para  que 


trca  L.  75.  En  su  primsra  foja  leemos:  ,..El  libro  del  virtuoso  y  esfor^ 
cavaUero  Marsindo,  hijo  de  Serpio  LuQelio,  principe  de  Constanti^ 
^^op/o»  y  empieza  el  texto:  «Ya  vos  avernos  contado  cómo  después  de  ser 
^9alida  de  la  prisión  y  escapada  de  la  gran  tormenta  de  la  mar  Gra^isa, 
^litja  del  emperador  de  Constantinopla  y  mujer  de  Serpio  Lu^elio»,  etc. — 

final  dice,  refiriéndose  al  príncipe  Paunicio:    «E  mientra  él  bivio  toda- 


tuvo  guerra  con  los  moróse  siempre  alcanzó  Vitoria  dellos:  de  mana, 
fué  señor  de  gran  tierra,  é  fizo  tan  extrañas  cosaa  en  armas  que  ygua- 
^1.0  á  la  bondad  de  su  padre;  y  aquí  non  vos  lo  contamos  cómo  él  las  pas- 
^^6»  porque  en  la  su  grande  ystoria  lo  qüenta  muy  conplidamente.  Amen: 
^Deo  gra9Ías».El  MS.  parece  pertenecer,  aunque  de  diversas  y  no  buenas 
^^iras,  á  los  primeros  años  del  siglo  XVI:  está  encuadernado  desdichada- 
y  es  de  harto  difícil  inteligencia. 
1     Sugiéremos  csla  observación  el  considerar  que  arrancado  del  poderío 


384  HISTORIA    CRITICA    DE   LA   LITERATURA   BSPAÜOLA. 

• 

puedan  juzgar  nuestros  lectores,  bajo  el  aspecto  litenirío^  de  es- 
ta observación,  y  porque  así  formarán  más  cabal  idea  de  pro- 
ducción tan  peregrina,  trasladaremos  á  este  lugar  algún  pasaje 
de  la  misma.  He  aquí  cómo,  recordando  el  celebrado  paso  hon- 
roso de  Suero  de  Quiñones,  se  narra  la  batalla  que  Garfir,  rey 
de  Tesalia,  y  Pirio,  rey  de  Argos,  tuvieron  con  el  Caballero  d 
la  Espina,  que  defendía  en  honra  de  la  princesa  Lecidora  el  pa 
so  de  un  puente,  cercano  á  Constantinopla,  contra  todos  los  ca — 
balleros  de  Grecia,  que  á  él  llegasen: 

«El  cauallero  de  la  Espina  pasó  la  puente  7  traía  ya  su  lan^  en  L^  ^^^  U 
»mano,  y  dixo: — Señores  caualleros:  bien  soy  cierto  que  qnereys  jnstár,^^^:^taT, 
npues  me  aveys  esperado. — A  eso  somos  venidos,  dijo  Pirio;  y  bajó 
nlan^a.  £1  cavallcro  del  Espina,  aunque  muy  bien  le  paresQÍeron^ 
))lo8  dudó;  mas  fuese  á  encontrar  con  Pirio  al  más  correr  de  sus  cal 
»Ilos.  Los  encuentros  fueron  con  grand  fuerza,  tanto  quel  rey  de 
))fué  sacado  de  la  silla,  y  cayó  grande  cayda;  mas  herió  al  cauallero < 
i)Espina  con  la  langa  é  levantóse  ntordido  y  sacó  su  espada  y  fué 
»onbrc  fuera  de  seso  con  la  vergüenza  que  ovo  de  su  hermano  é  dio 
Dcauallo  del  cauallero  del  Espina  tan  fuerte  golpe  que  la  cabera  le 
)>tó.  El  ca  vallo  cayó  luego  muerto,  y  cl  cavallero  de  la  puente  saltó  m 
nligero  del  y  enbragó  su  escudo  y  dio  al  rey  tan  fuerte  golpe  por  en» 
»ma  de  la  cabega  que  se  la  fígo  encllnar;  mas  no  pasó  mucho  que  no  1  . 
Mvaseel  gjilardon:  cjue  Pirio  le  dio  tan  fuerte  golpe  por  encima  del  y 
»mo  que  le  ñzo  ni  cauallero  del  Espina  hincar  una  rodilla  en  el  su^^^uueio. 
))Mas  cresrióle  grande  ardimiento  de  enojo,  y  algo  la  espada  y  dio  á  ^u  P¡, 
wrio  tal  golpe  en  el  brago  del  escudo  que  ge  lo  hizo  soltar,  é  como  la  \M.  lia- 
»ga  fué  grande,  no  pudo  tornar  á  embra(;nrlo.  El  cauallero  del  Espin  m. — 5}aJe 
wferia  á  voluntad.  Pirio  (¡uiso  poner  su  fecho  en  ventura,  y  juntóse  con 

))cl  cavallero  del  Espina  para  derrocarlo  en  el  suelo,  atreviéndose  en^K:  a  sü 


de  la  morisma  el  último  baluarte  de  Granada,  se  volvieron  todas  las  mr" 
das  al  suelo  africano,  dando  en  breve  razón  las  empresas  de  Oran  y  de 
zalquivir  de  aquella  aspiración  nacional  al  dominio  de  las  regiones^  d 

# 

se  habian  acogido  las  despedazadas  reliquias  del  Islamismo.  A  existir 
nada  en  poder  de  los  mahometanos,  es  más  que  probable- que  cl  auto: 
la  Historia  del  Caballero  Marsindo  hubiese  escogido,  por  teatro  de  cst 
tima  parte  de  la  acción,  las  regiones  meridionales  de  iberia,  como  lo  h 
ron  tantos  otros,  cuando  pintaron  el  poderío  de  la  morisma  y  cl  predi 
esfuerzo  de  los  héroes  de  sus  libros.  Al  imaginar  pues  estas  expedici 
y  portentosos  triunfos^  obcdecia  cl  autor  del  de  Marsindo  al  scntimi 
universal  de  su  tiempo. 


n.^  P.,  CAP.  XXI.  ELOC.y  PILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   385 

^  .  H  ^K'vide  fuerza;-  mas  el  otro  muy  más  quél  la  tenia,  que  era  más  mozo, 
.^  ^H  *J  bm^lo  tan  fuerte  que  dio  con  él  en  tierra  7  él  eugima.  Mas  presta- 
'aneóte  se  leuantó  é  tomóle  el  escudo  del  cuello^  y  dixole: — Agrade^* 
''Oe»  cauallero,  que  non  vos  mato :  que  bien  lo  fíziefa,  si  quisiera. — 
^'Quién  vos  podrá  dezir  la  saña  y  la  ira  que  Grarfír  tenia?...  El  ca vallero 
*^  la  Espina  cavalgó  en  otro  ca  vallo,  que  sus  escuderos  aparejado  le 
^tenían;  Grarfír  dixo  en  alta  voz :~  a  Maldita  sea  la  donzella  que  acá  vos 
'^l^ió:  que  por  vos  res^iben  desonrra  los  mejores  caualleros  del  mundo, 
«r»  JO  non  querria  vevir,  pues  Dios  lo  consiente».  Desiendo  esto,  aba- 
*jó  su  lanza,  y  vino  contra  el  cavailero  del  Espina,  el  qual  lo  res^ibió 
*oox^  grande  ardimiento:  Garfir  faltó  de  su  golpe  con  la  grande  yra  que 
*tra»3^,  y  ©1  cauallero  del  Espina- le  encontró  en  el  escudo  tan  fuerte  que 
^Sí'^Xo  falso  é  fizóle  una  llaga.  Garfír  echó  la  lan^a  en  el  sucio  y  sacó  su 
'^•í^íida  y  comengó  de  ferir  al  cauallero  del  Espina  de  muy  esquivos  y 
'^^í^^^SfTtes  golpes,  tanto  que  nunca  jamás  él  tales  los  avia  res^ibido.  Mas 
<>no»:j  mostraba  punto  de  cobardía,  mas  antes  fazia  sentir  á  Garfir  su 
»*>m:^jena  esf>ada,  que  muchas  vezes  le  llegava  á  la  carne  que  la  fuerte  lo- 
*^*^^a  non  le  podia  defender.  Yansy  anduvieron  una  gran  pieza,  hazien- 
'^^^  salir  de  sus  yelmos  llamas  de  fuego;  mas  á  la  fin  el  rey  de  Tesalia 
'^y^^^sA  enflaqueciendo  que  non  podia  sofrir  la  ligereza  del  cauallero  del 
'''"^^'jpiña:  cada  vez  le  paresQÍa  que  cres^ian  sus  fuerzas,  de  manera  que 
^^•"i  ^^lejó  tanto  á  Garfir  que  non  podiendo  sofrirse  más,  cayó  del  ca  vallo 
*^^^^3acordado.  El  cavailero  del  Espina  se  apeó  y  le  tomó  el  escudo  y 
**^  ^Slo  á  Dalvides,  que  lo  llevase  á  lasdonzeUaS»,  etc.  1. 


[¿,3  renombrada,  aunque  menos  rica  en  ficciones,  en  lides 
"señales  y  aventuras  andantescas,  fué  sin  dúdala  Historia  de 
*anle  el  Blanco^  escrita,  según  unos,  originariamente  en  por- 
^^ués,  debida  según  otros  al  romance  hablado  en  las  regiones 
dentales  de  la  Península,  y,  lo  que  es  indudable,  dada  á  luz  en 
'"^90  en  lenguaje  valenciano  y  vertida  al  idioma  de  la  España 
^ Cutral  y  &  lengua  italiana  en  la  primera  mitad  del  siglo  XVI  *. 


1  Fól.  Lxiij  y  siguientes. 

2  Apanta  la  primera  opinión  Ticknor  (Primera  época,  cap.  XI  de  su  Fw- 
*oria  de  la  literatura  española) ^  si  bien  no  entra  en  el  estudio  de  Tirante 
t\  Blanco,  como  era  He  esperar,  tratando  de  los  libros  de  caballerías,  al  fi- 
nal del  siglo  XV:  corrigiéronla  sus  traductores  (1.  I,  pág.  537),  manifes- 
tando el  poco  fundamento  de  los  que  por  dejarse  llevar  de  vanas  aparien- 
cias é  hipótesis,  la  han  adoptado,  como  adoptaron  ig^ual  suposición  respecto 
del  Ámadis  de  Gaula.  Don  Nicolás  Antonio,  Ximeno,  Fuster  y  cuantos  es- 
critores españoles  de  alg^un  peso  han  tocado  este  punto,  tienen  por  origpinal 

Tomo  vii.  25 


386  HISTORIA  CRtTfCA   DE  LA   LITERATURA   BSPAflOLA. 

Publicóse  siempre  bajo  los  nombres  de  Móssea  Joban  MartoreUy 
Mossen  Marti  Joban  de  Galba,  y  apareció  en  efecto  dedicada 
el  primero  al  príncipe  don  Fernando  de  Portugal ,  manifestándc 
se  en  alguna  de  sus  primeras  ediciones  que  fué  traducida  d< 
inglés  en  lengua  portuguesa,  y  después  en  el  vulgar  romanc^^ 

valenciano,  lo  cual  debió  dar  origen  á.  la  opinión  indicada^.  Con 

siderando  no  obstante  que  este  linaje  de  declaraciones  no  mere 

cen  fé  alguna,  en  orden  al.orígen  y  á  los  autores  de  los  libro: 
de  caballerías,  atribuidos  de  continuo  á.  personajes  fabulosos,  pa- 
ra darles  mayor  autoridad  entre  la  muchedumbre,  .práctica  d 
que  se  burló  tan  cuerdamente  Cervantes  ^,  y  reparando  en  1 


de  las  regiones  orientales  de  nuestra  Península  el  Tirante  el  Blanco,  coi 
viniendo  todos  en  que  fué  escrito  en  el  romance  valentino.    Don  Nicoli 
Antonio  y  Fuster  citan  una  edición  de  1480,  anterior  por  tanto  en  diezáfi( 
á  la  que  se  reputa  como  primitiva:  la  versión  castellana  lleva  la  fecha 
1511  y  fué  impresa  por  Diego  Gumiel  en  Valladolid   (Ensayo  de  unaBi 
blioteca  española^  pág.  1194):  la  italiana,  debida  á  Lelio  Manfredi,  apare — 
ció  en  1533.  Antes  de  expirar  el  siglo  XV,  se  dio  de  nuevo  á  la  estampa  U 
redaccion  original,  por  mestre  Pere  Miguel  f  el  citado  Diego  Gumiel  (Eai 
celona,  1497).  £1  Tirante  fue  al  cabo  traducido  al   francés^  aunque  mu] 
desnaturalizado,  por  el  famoso  conde  de  Caylus  (La  Harpe,  t.  I  de  la  edi- 
ción de  1S51,  Apéndice  F.,  por  Mr.  Chenier,  pág.  896). 

1  En  la  edición  de  Barcelona  (1497),  se  dice  en  efecto,  después  de  ex-  ■^' 
poner  el  título  y  aun  el  objeto  de  la  Historia  de  Tirante  el  Blanco,  que  tíC:^^  ^ 
«traduit  de  anglés  en  lengua  portoguesa,  é  apres  en  vulgar  lenguaje  va- 
»lenciano  por  lo  magnifích  c  virtuos  cavallcr  Mossen  lohannoth  MarU 
*reü.  Lo  qual  per  mort  sua  no  pogue  acabar  de  traduir  sino  les  tres  parts. 
»La  quarta  part,  que  es  la  fí  del  libro  (se  añade),  es  stada  traduida,  á  pf 
»graries  de  la  noble  scnyora  dona  Isabel  de  Lori^,  per  lo  magnifich  cavatleí 
»Mos8en  Martí  lohan  de  Galba»,  etc.  La  versión  castellana  apareció  ya  coi 
cinco  libros  (1511). 

2  Bastaríanos,  para  justificar  este  aserio,  poner  aquí  nota  de  los  aotore 
fabulosamente  peregrinos,  áque  se  atribuyen  los  más  celebrados  libros  d^ 
caballerías.  Sin  salir  del  período,  que  historiamos,  cúmplenos  observar  q^" 
aun  respecto  de  las  historias  que  tenian  su  raiz  en  la  antigüedad  clásicaí 
hizo  alarde  de  tan  singular  progenie.  La  ya  citada  del  rey  Vespasiano  f^ 
ordenada,  según  sus  editores,  por  tlacob  é  Joscp  Abarimatia,  que  á  to^^* 
sus  acontecimientos  fueron  presentes»,  y  escrita  por  Jafet  (1498).   Gons^^^ 
Fernandez  de  Oviedo  suponía  traer  de  extraños  lenguajes  por  el  mismo  i\e^^^ 
poal  romance  de  Castilla  el  libro  de  don  Claribalte,  que  escribe  en  su  p^'' 


_-a 


II.*  P.,  CAP.  XXI.  BLOC,  PILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    387 

materia  literaria  que  sirve  de  fundamento  á  la  Historia  de  lib- 
rante el  Blanco^  bien  que  no  ajena  del  todo  á  las  ficciones  que 
reconocen  por  fuente  y  raiz  las  crónicas  bretonas,  no  es  posible 
tomar  en  serio  lo  de  la  versión  del  inglés,  perdiendo  por  tanto 
toda  su  fuerza  lo  relativo  &  la  portuguesa,  y  más  aun  lo  tocante 
i  la  originalidad  de  la  obra. 

Aparece  en  esta  Tirante  el  Blanco  levantado  por  su  alta  ca-- 
Silería  á  la  dignidad  de  principe  y  César  del  Imperio  griego; 
beobo  no  tan  peregrino  en  verdad  para  catalanes  y  aragoneses 
9^  e  no  hallase  modelo  en  Roger  de  Flor,  cuyas  hazañas  habia 
^^  K:K]ortalizado  la  pluma  de  Ramón  Muntaner  en  el  siglo  prece- 
^^.Hite  ^  Y  tan  exacta  y  oportuna  es  esta  observación,  tan  pal- 
P^-  fcles  son  las  analogías  entre  la  historia  verdadera  de  aquel 
^^  ^^ortal  caudillo  y  la  fantástica  de  Tirante  el  Blanco,  que  basta 
'^      simple  exposición  del  argumento  de  tan  estimado  libro  para 
"ajarla  críticamente  confirmada. — Tirante,  hijo  del  Señor  de  las 
^^rcas  de  Tirannia  y  nieto  del  duque  de  Bretaña,  se  dirijo  á  la 
^^rte  de  Inglaterra,  cuyo  rey  celebraba  fastuosamente  sus  bo- 
^^s,  seguido  de  crecido  número  de  caballeros  y  donceles.  Se- 
parado fortuitamente  de  estos,  duérmese  sobre  su  caballo,  el 
^ual  le  conduce  á  una  ermita,  donde  Guillermo,  conde  de  War- 
Vrjck  y  uno  de  los  más  famosos  caballeros  de  su  tiempo,  cansado 
de  las  humanas  vanidades,  hacia  vida  solitaria.  Leia  Guillermo 
en  el  momento  de  llegar  Tirante  el  Árbol  de  las  Batallas,  libro 
muy  preciado  de  la  caballería;  y  advertido  por  el  doncel,  que  des- 
pierta al  detenerse  su  caballo  ante  la  ermita,  de  sus  calidades 
personales  y  de  sus  proyectos  caballerescos,  alecciónale  el  conde 


iUcra  javentud;  y  á  tanlo  llega  cl  abuso  en  semejantes  ficciones,  ya  acudien- 
do para  autorizarlas  al  hebreo, al  árabe  y  al  griego, ya  al  latín,  al  inglés  y 
^1  francés,  que  cl  inmortal  autor  del  Ingenioso  Hidalgo,  burlando  de  tal 
manía,  hizo  autor  de  tan  sabrosa  y  aplaudida  historia  al  sarraceno  Cidi 
Carnet  Bencngcli,  cuyos  manuscritos  felizmente  habían  caído  en  sus  ma- 
tios.  Esta  costumbre  tiene  sin  embargo  legítima  explicación,  considerando 
^l  orígen  de  los  libros  caballerescos  y  el  crecido  número,  que  de  extrañas 
literaturas  hablan  pasado  á  la  nuestra,  según  queda  advertido. 
1     TomolV,  cap.  XV. 


388  HISTORIA   CRÍTICA    DB   LA  LITERATURA  fiSPAfiOLA* 

con  la  doctrina,  que  el  citado  libro  de  las  Batallas  encerraba; ) 
advirtiéndole  del  peligro  que  corria  en  aquellos  bosques,  apar- 
tado de  sus  compañeros,  excítale  á  seguirlos,  no  sin  regalarle, 
cual  docto  y  útil  catecismo,  el  referido  Árbol  de  las  Batallas 
y  de  suplicarle  que  volviese  por  la  ermita,  acabadas  la?  fiestas  de 
la  corte  de  Inglaterra. 

Triunfante  del  caballero  Yillermes  en  singular  batalla,  donde 
ostentan  .ambos  combatientes  un  escudo  de  papel  y  un  casco  de 
flores;  vencedor  en  un  sólo  dia  de  los  duques  de  Borgoña  y  de 
Baviera  y  de  los  reyes  de  Polonia  y  de  Frizia,  quienes  son  ex- 
terminados por  su  diestra;  muerto  de  dolor  don  Kyrie  Eleison 
de  Montalban  y  rendido  su  hermano  Thomás,  tras  temerosa  y 
terrible  batalla,  vuelve  Tirante  el  Blanco  á.  la  ermita  del  conde 
de  Warwick  con.  treinta  y  ocho  caballeros,  informando  al  anciano 
procer  el  valiente  Diofebo  de  las  grandes  proezas  del  primogé- 
nito de  la  Tirannia.  Restituido  este  á  Bretaña,  sabe  que  los  ca- 
balleros* de  Rodas  se  hallan  asediados  en  esta  isla  y  ciudad  por 
el  sultán  del  Cairo;  vuela  en  su  ayuda,  acompañado  de  Felipe,  hi- 
jo menor  del  rey  de  Francia,  y  obsequiado  grandemente  por  el 
de  Sicilia,  llega  á.  la  isla,  haciendo  levantar  el  cerco  con  estrago 
de  los  infieles. — Vuelto  á  Sicilia,  gozaba  allí  Tirante  el  galardón 
del  triunfo,  cuando  un  mensajero  del  Emperador  de  Constanti- 
nopla  le  advierte  de  que  el  Gran  Turco  habia  invadido  y  amena- 
zaba destruir  el  Imperio.  Tirante  no  dá  tregua  á.  su  valor: 
corre  -en  auxilio  de  los  griegos;  é  investido  en  la  antigua  Bizan- 
cio  con  el  mando  y  autoridad  suprema  de  las  armas,  pelea  una 
y  otra  vez  con  los  turcos;  y  siempre  vencedor,  con  muerte  de 
los  reyes  de  Egipto  y  de  Capadocia  y  destrucción  del  rey  de.Afri- 
ca,  salva  de  la  opresión  aquel  decadente  Imperio,  asentando  uoa 
larga  tregua  con  el  Gran  Turco,  herido  gravemente,  como  su 
hijo,  en  la  última  batalla. 

Con  fiestas  y  torneos,  en  que  brillan  de  nuevo  el  esfuerzo  y  la 
gallardía  de  Tirante  y  de  sus  caballeros,  celebra  el  Emperador 
griego  las  victorias  de  sus  libertadores,  derramando  sobre  ellos 
honras  y  dignidades.  Tirante  se  enamora  entre  tanto  deCarme-^ 
sina,  hija  del  Emperador,  y  gon  la  mediación  de  Placerdemi^^ 
vida,  dama  de  la  princesa,  logra  verla  de  noche.  Á  la  felicidac^ 


Il/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   389 

de  los  amantes^  turbada  en  parte  por  la  malevolencia  de  la  viu- 
da Reposada,  pone  fin  la  terminación  de  la  tregua,  partiendo 
luego  Tirante  el  Blanco  en  busca  del  turco,  sin  despedirse  de 
Carmesina.  Para  saber  la  causa  de  esta  inesperada  conducta, 
envia  la  princesa  tras  él  íl  Placerdemivida;  y  mientras  Tiran- 
te es  arrojado  al  África  por  una  terrible  borrasca,  alcanza  &  la 
mensajera  igual  suerte,  sin  lograr  hallarle.  Errando  á  la  ventu- 
ra, tropieza  el  héroe  con  un  embajador  del  rey  de  Tremecen; 
sigúele  á  la  corte,  y  entrando  allí  al  servicio  de  aquel  monarca, 
sácale  victorioso  de  sus  enemigos.  Cercada  por  él  la  ciudad  de 
Montagata,  preséntase  Placerdemivida  en  su  campo,  para  implo- 
rar su  misericordia  en  favor  de  los  moradores:  reconócela  Ti- 
rante, y  haciéndola  proclamar  reina  de  dilatado  Imperio,  allega 
numerosos  ejércitos  y  dirijese  en  socorro  de  Constantinopla. 
Ante  esta  ciudad,  pone  fuego  á  la  armada  turca,  corta  la  re- 
tirada á  las  huestes  del  Gran  Sultán,  y  reduciéndole  al  último 
extremo,  oblígale  á  capitular,  obteniendo  para  los  griegos  una 
paz  honrosa.  El  Emperador  concede  entonces  á  Tirante  el  Blan- 
co la  mano  de  Carmesina;  y  ya  se  preparaban  las  más  pomposas 
fiestas  para  festivar  las  bodas,  cuando  acometido  el  héroe  de 
mortal  dolencia,  pasó  de  esta  vida,  llevándose  tras  si  al  César  y 
k  su  hija,  quienes  no  pudieron  resistir  el  dolor  de  tan  irrepara- 
ble pérdida. 

Tal  es  en  sustancia  el  argumento  de  Tirante  el  Blanco:  cuan- 
tos lectores  hayan  admirado  en  Muntaner  ó  en  Moneada  las  por- 
tentosas hazañas  de  Roger  de  Flor,  llamado  desde  Sicilia  en  de- 
fensa del  Imperio  bizantino;  levantado  á  la  dignidad  suprema  de 
las  armas;  triunfante  una  y  otra  vez  de  los  turcos,  que  amena- 
zaban á  Grecia  con  horrible  coyunda;  desposado  con  la  hija  de 
los  Césares,  y  muerto  cuando  eran  más  brillantes  los  resplando- 
res de  su  gloria,  reconocerán  fácilmente  con  cuánta  razón  he- 
mos atribuido  á  Juan  de  Martorell  el  intento  de  dar  plaza  en  el 
mundo  de  la  caballería  á  la  memoria  de  aquellas  ínclitas  proe- 
zas; intento  que  decide  y  determina  el  carácter  de  toda  la  obra. 
Porque  no  es  la  Historia  de  Tirante  el  Blanco^  como  la  de  tan- 
tos  otros  caballeros  andantes,  un  tejido  de  aventuras  monstruo- 
sas y  absurdas,  que  ahogan  toda  acción  hasta  hacer  imposible 


390  HISTORU    CRITICA    DE   LA  LITERATCBA  ESPAÑOLA. 

SU  lectura;  siuo  la  exposición  de  una  l&bala  ordenada,  oonf{7ii>e 
á  las  leyes  fundamentales  del  arte,  donde  jamás  se  pierde  ¿l« 
vista  al  héroe,  y  donde  más  bien  qne  uncabadiero  prede§i£Qa¿> , 
es  Tirante  el  Blanco  un  capitán  exf»erto  y  feneroso,  que  trianfa 
de  sus  enemigo?,  no  por  el  influjo  de  hada?  y  encanl&mií-nlC'S , 
mas  j»or  su  pericia  en  ei  arte  de  la  guerra,  hermanada  o-js  ?ii 
noble  esfuerzo.  Los  ¿riganle?,  los  encantos,  la?  batallas  M(//^a^, 
de  qu?  lan  ex'>?siva  osteniacion  se  ha-je  en  las  cemá5  ficdr-aes 
cilaüeres-.ü?.  apenas  íieiien  entrada  en  Id  obra  de  MartCírel-:  y 
fuera  de  iis  uesla?  de  In¿r;a:erra.  en  que  inten-ienea  ea  segun- 
do trrniLo  !:i?  a^igranij^os  ique  no  gifanierj  donKyrirEleys-i'ü 
V  suhrn^in.'  T:«3i?  de  Moniaiban:  íuera  de  \a.  iasturia  encín- 

« 

laii  ie  E?:»rr:ij  «Espertiusí,  que  en  ¡a  íLtima  i«an«  se  iagier-fr, 
n¿ia  hív  rn  e?:e  V.IT'j  ¿e  soi-reDatura!,  Lada  qiie  no  pu^óa  s^^ 

•        -  •  •  *  ^ 

El        m  ■  . 

í.-  -.-.ii'.::' ... . uní^íii-íÉa- o-j»!!  :a  ^ra*^«^  — 

LaL  íi  .-  -i:.'-...:,  y  if.  rsil.j.  l:-  zitio?  cüe  con  ]:•  sgraJai.-  -  "^ 

-»  fL?.ii.-    .-1  ::ij;:ic.5l  p-i:    .:i::u.s:ira  ii  Eisioria  t/^'^ 

■'wfc.i..   .jvj  Vfr  Tir<2!,:f  í/ £i'i3fiL';' t.  ap^usc' ¿¿  Cervantes     *"' 


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:  ■  :.....:        -. .  - :     .>.  • .   :  l  ■ :  ;  y  i-:  l  =-ij.   i-i  raatiemp--^  '' 

_     •;  i.isf.'i.  r:r   -i  :alL.Li  qae       ^' 

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..•  :  ':"»  :.s;s     : ;  ; lí    i:t!:*  ios  Jíüií** 

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—  •   *■  -■* 


n/p.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   391 

ia  dado  en  los  tiempos  modernos  motivo  á  que  muy  respetables 

críticos  le  declaren  exento  de  todo  espíritu  caballeresco  ^  Co- 

¿Do  quiera,  revelaba  el  libro  de  Martorell  un  sentimiento,  que  no 

pedia  dejar  de  tener  raices  en  el  suelo  de  Aragón,  bastando  pa- 

Ta,  dominar  y  dar  carácter  á  toda  su  obra;  consideración  su- 

ücíente  en  nuestro  juicio  á  legitimarla,  alejando  más  y  m&s  la 

Jiípótesí,  que  le  á&  nacimiento  en  las  regiones,  occidentales  de  la 

Península  Ibérica  *. 

Igual  origen  «e  ha  atribuido  &  los  dos  famosos  libros  de  los 
Primeros  Palmerines,  el  de  Oliva  y  el  de  Inglaterra,  dado  &  la 
'st^impa  el  primero  cuatro  años  antes  de  la  muerte  del  Rey  Ca- 
duco, é  impreso  el  segundo  algunos  después  ^.  Pero  no  con 


V.  Southey,  Omniana,  t.  lí,  pág.  219  (Londres,  1812). 
2  El  erudito  Chenier  en  sus  Estudios  sobre  la  literatura  de  la  Edad- 
^dia, ^que  ilustran  las  Obras  de  la  Harpe  (tomo  I  de  la  edición  de  1851), 
::^ica,  al  mencionar  entre  los  libros  caballerescos  el  Tirante  el  Blanco, 
^  pudo  este  escribirse  próximamente  por  los  años  de  1400,  si  bien  no  ad- 
íe la  originalidad  inglesa,  ni  toma  en  cuenta  la  portuguesa. — Conside- 
K~ido  no  obstante  que  Mossen  Juan  Martorell  dedica  al  infante  don  Fernán- 
de  Portugal  las  tres  primeras  partes  que  él  escribe,  y  recordando  que 
.  ucl  príncipe,  hijo  de  don  Duarte  y  de  doña  Leonor  de  Aragón,  pasó  de 
^a  vida  en  1470,  de  edad  no  avanzada  (dicessit  scptcm  et  triginta  natus 
^  nos,  Mariana,  De  rebus  Hispaniae,  lib.  XXflI,  cap.  XII),  no  es  posible 
^r  la  obra  de  Martorell  de  la  segunda  mitad  del  siglo  XV. — Si,  como 
indicado,  fué  escrita  la  cuarta  parte  del  Tirante  el  Blanco  por  Martin 
lan  de  Galba,  después  de  la  muerte  del  primer  autor,  no  faltaría  razón 
^  ^ra  deducir  que  hubo  esta  de  componerse  después  del  año  indicado  de  1470, 
^  Xies  que  no  se  mencionó  en  la  primera  dedicatoria.  De  todos  modos  no  es 
^«siblc  admitir  la  conjetura  del  erudito  Chenier,  siendo  por  el  contrario 
^Viuy  probable  que  discurriese  poco  tiempo  entre  la  redacción  y  la  impre- 
sión de  tan  celebrado  libro  caballeresco. 

3  La  primera  edición,  que  conocemos  del  Palmerin  de  Oliva,  es  del 
^ño  de  1511:  fue  hecha  en  Salamanca,  según  consta  en  su  colofón,  y  de- 
clicófe  ádon  Luis  de  Córdoba,  hijo  del  famoso  conde  de  Cabra,  don  Diego 
Hernández.  La  segunda  apareció  en  la  misma  ciudad,  en  1516,  con  este 
lítalo:  «La  Historia  de  Palmerin  de  Oliva,  traducida  de  griego  en  español 
por  Francisco  Vázquez».  Reprodújose  hasta  1580  en  ocho  ediciones,  debi- 
das á  las  prensas  de  Sevilla  (1525— .1540— -1547),  Venecia  (1526^1534), 
Medina  del  Campo  (1562)  y  Toledo  (1555—1580).  £1  Palmerin  de  Ingla- 
terra salió  á  luz  eq  1547,  en  Toledo,  en  lengua  castcUana;  se  reimprimió 


392  HISTORIA   crítica   OE  la   literatura  ESPAftOLA. 

mayor  fundamento.  Imitaciones  ambos,  é  imitaciones  felicea^  del 
Amadís  de  Gaula,  diáseles,  con  anhelo  de  mayor  aatoridad^  la 
misma  cuna,  sin  razón  atribuida  á  las  tres  primeras  partes  de 
aquel  celebrado  libro,  llegándose  al  extremo  de  adjudicar  el  Pal- 
merin  de  Oliva  á  una  dama  de  la  corte  de  Portugal,  mientras 
se  tenia  por  autor  del  de  Inglaterra  k  uno  de  sus  reyes.  Las 
pruebas  alegadas  en  orden  al  primor  libro  son  en  verdad  tan 
contradictorias  é  iosuñcientes  como  las  que  se  exponían  respecto 
de  la  originalidad  portuguesa  del  Amadís^  mostrando  los  estudios 
hechos  sobre  el  segundo  que  no  ofrecía  mayor  seguridad  y  con- 
sistencia la  opinión,  que  le  llevaba  á  las  regiones  occidentales 
de  la  Península,  por  más  que  sus  ingenios  hayan  aparecido  á, 
nuestra  vista  unidos,  en  el  cultivo  de  las  escuelas  literarias,  con 
los  ingenios  de  la  España  Central,  cuyo  movimiento  seguían. 

Notable  es  por  cierto  el  observar  que  mientras  semejantes  con- 
troversias se  sostienen,  no  ha  sido  posible  á  los  eruditos  portu- 
gueses presentar  todavía  la  primitiva  redacción  del  Palmérin  de 
Oliva ^  como  no  han  logrado  presentar  la  del  Amadís  de  Gaula^ 
y  que  descubierta  há  poco  una  edición  castellana,  anterior  por  el 
espacio  de  veinte  años  á  la  portuguesa,  no  les  es  tampoco  dado 
sostener  ya  ni  aun  la  prioridad  on  la  publicación  áe\  Palmérin  di 
Inglaterra.  Examinadas  ambas  ediciones  con  el  detenimiento, 
que  la  importancia  del  libro  solicita,  nace  en  nuestro  ánimo  1 
persuasión  do  que  ni  el  roy  de  Portugal  A  quien  se  alude,  nL 
Francisco  do  Moraes,  á  quien  so  atribuyó  después,  ni  MigueL 
Ferrer,  que  dedicó  el  libro  primero  de  la  castellana  á  don  Alon- 


en la  misma  ciudad  el  siguiente  año  de  154S,  y  sólo  hasta  1567  no  apare- 

m 

ció  en  Evora,  transferido  d  leng-ua  portuguesa.  La  primera  de  las  indicadas> 
ediciones  ofrece,  después  de  la  dedicatoria,  enderezada  al  muy  magnifico 
señor  don  Alonso  Carrillo  por  Miguel  Ferrer,  su  criado,  unos  versos  acrós- 
ticos, bajo  el  epígrafe:  El  Auctor  al  leclor^  de  los  cuales  resulta  ser  aquel 
Luis  Hurlado^  poeta  toledano,  de  quien  adelante  hablaremos.  Reconocidos 
estos  hechos,  no  seria  ya  posible  insistir  en  la  opinión  de  los  eruditos,  que 
adjudicaron  á  Francisco  de  Muraes,  editor  ó  compilador  portugués  del  Pal- 
mérin de  Inglaterra  en  1567,  la  gloria  de  la  originalidad  respecto  de  tan 
peregrino  libro:  su  detenido  examen  nos  mueve  sin  embargo  á  sustentarla 
opinión,  que  en  el  texto  expresamos. 


Il/  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  PJLOS.,  IfOV.  EN  EL  R.  OE  LOS  R.  C.   395 

80  Carrillo,  dí  Luis  Hurtado  de  Tribaldos,  cuyo  nombro  aparece 
ea  QD  acróstico  dado  á  luz  tras  la  dedicatoria  de  la  misma,  soq 
los  primitivos  y  verdaderos  autores  del  Palmerin  de  Inglaterra^ 
advirtiéndose  claramente  que  la  redacción  de  Moraes  es  recom- 
posición de  otra  más  antigua,  y  descubriéndose  en  la  de  Ferrer 
Y  Burtado  inequívocos  vestigios  de  un  trabajo  muy  semejante 
Al  realizado  por  Garci  Ordoñez  de  Montalvo  con  el  Amadís  de 
Cfaula  <. 

Como  quiera,  pues  este  género  de  controversias  es  de '  muy 
díncil  resolución,  conveniente  es  observar  que  los  autores  de  los 
dos  falmerines  no  respetaron  ya  las  genealogías  de  los  héroes 
^^ballerescos,  tales  como  habían  aparecido  siempre,  divididos  en 
dos  grandes  ciclos  6  raraíis,  mezclando  ahora  la  sangre  y  unien- 
^^  los  destinos  de  los  príncipes  de  Constan t inopia,  que  habían 
sido    asociados  al  ciclo  carlowingio,  con  la  sangre  y  los  destinos 
"P   los  sucesores  del  rey  Artús,  pertenecientes  al  ciclo,  que  ra- 
dica,  en  lag  Crónicas  bretonas.  Palmerin  de  Oliva  es  nielo  de  un 
^'^r^^rador  de  Constantinopla,  viéndose  expuesto,  como  otro  Edi- 
I^^»    «n  mitad  de  un  monte  y  colgado  en  cesto  de  mimbres  entre 
P^^^Xieras  y  olivas,  de  que  toma  su  peregrino  nombre:  Palmerin 
^^  Inglaterra  es  hijo  del  rey  don  Duardos,  que  señoreaba  aquel 
'^^^O.o,  y  de  Flérida,  hija  de  Palmerin  de  Oliva.  El  primero  tiene 
^^^    teatro  de  sus  hazañas  las  regiones  de  Alemania  é  Inglater- 
^  >    tornando  al  cabo  á  las  orientales,  y  cobrando  grande  reputa- 
^^t^  en  Constantinopla,  donde  es  reconocido  por  su  madre,  al- 


1  Largo  tiempo  después  de  realizado  el  presente  estudio,  llega  á  nues- 
^i'^s  manos  un  notable,  aunque  breve,  trabajo,  debido  al  muy  diligente  y 
Perspicuo  investigador,  don  Nicolás  de  Benjumca,  en  que  proponiéndose 
ilustrar  los  orígenes  dnX  Palmerin  de  Inglaterra,  viene,  Irás  una  serie  *ác 
raciocinios  tan  eruditos  como  respetables,  á  sentar  análoga  opinión  á  la 
que  en  este  Ulgar  indicamos.  Para  el  Sr.  3enjumea,  no  siendo  redacción 
primitiva  la  que  lleva  el  nombre  de  Luis  Hurtado,  lo  es  mucho  menos  la 
debida  al  portugués  Francisco  de  Moraes:  como  nosotros  juzga  que  el  Pal- 
merin  de  Inglaterra  alcanzó  suerte  parecida  á  la  del  Amadis,  obteniendo 
en  último  resultado  que  Cervantes  viene  á  ser  en  punto  tan  debatido  auto- 
ridad irrefragable,  debiendo  por  tanto  la  crítica  adoptar  su  opinión,  tan 
respetable  en  orden  á  la  literatura  caballeresca. 


394        HISTORIA  crítica  ob  la  lítbratdra  española. 

canzando  en  consecuencia  la  mano  de  la  bija  del  Emperador  de 
Alemania  y  coronándose  al  fin/ como  tal,  en  la  antigua  Bizancio. 

M&s  conforme  con  su  modelo,  es  por  extremo  difícil  *  seguir  el 
itinerario  del  segundo,  como  es  imposible  el  desenvolver  en  bre- 
ve análisis  la  cargada  y  enmarañadisima  urdimbre  de  las  aventu- 
ras, &  que  dá  cumplida  cima. — Duelos,  innumerables  combates 
personales,  estupendos  encantamientos,  en  que  interviene  de 
continuo  su  enemigo  Deliante,  ínsulas  desconocidas,  en  que  se 
realizan  temerosas 'empresa^,  nunca  antes  acometidas  por  otros 
caballeros...,  cuanto  contribuia  á  exaltar  la  imaginación  de  la 
muchedumbre^  cuanto  formaba  el  axuar  y  aparato  de  las  ficciones 
andantescas,  todo  se  halla  reunido  en  el  Palmerín  de  Inglater-' 
ra,  bien  que  no  siempre  expuesto  y  ordenado  con  igual  fortuna. 
Su  estilo  y  lenguaje,  más  fresco  y  corriente  que  el  del  Palme^ 
rin  de  Oliva ^  conservando  oferto  sabor  de  antigüedad,  brilla  má» 
principalmente  en  las  descripciones  y  en  los  diálogos  por  su  na — 
turalidad  y  soltura;  virtudes  que  llegando  á  faltar  del  todo  en  IdL. 
turbamulta  de  los  libros  de  caballerías  que  le  suceden ,  arran — 
carón  de  la  pluma  de  Cervantes  extraordinario  elogio,  juzg&n — 
dolé  digno  de  ser  guardado  en  una  caja  semejante  á  la  destina — 
da  por  Alejandro  para  custodiar  las  obras  de  Homero  ^. 

Como  el  Amadís  de  Gaula,  tuvieron  los  Palmerínes  larga  su — 
cesión  durante  el  siglo  XYI;  movimiento  y  fecundidad,  que  eim 
diferentes  esferas  ofrecieron  también  otros  géneros  de  novela,  y 
muy  especialmente  la  que  vino  á  contraponerse  á  la  caballeros — 
ca,  teniendo  sus  raices  y  primeros  ensayos  en  el  siglo  XV.  Mien — 
tras  se  proseguía  en  efecto  la  historia  del  caballero  Beltenebro3 
en  las  Sergas  de  Esplandian  y  se  interponían  entre  el  primerea 
y  segundo  Palraerin  las  aventuras  de  Primaleon  y  Polendos,  coib- 
sus  sucesores  2,  traíanse  al  habla  de  Castilla,  con  otras  muchas 


1  £1  juicio  de  Cervantes  aparece  formulado  en  estas  notables  palabra 
del  famoso  escrutinio  de  los  libros  de  don  Quijote:  t£sa  palma  de  Inglaterra 
•dijo  el  cura«  se  guarde  y  se  conserve  como  cosa  única,  y  se  haga  pa 
»ella  otra  caja,  como  la  que  halló  Alejandro  en  los  despojos  de  Darío,  qu 
>Ia  diputó  para  guardar  en  ella  las  obras  del  poeta  Homero». 

2  La  Historia  de  Primaleon  y  Polendos,  hijos  de  Palmerín  dé  OUv 


Il/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DBLOSR.  C.    395 

obras  análogas,  historias  tan  sabrosas  y  patéticas  como  la  de 
£urialo  y  Lucrecia^  debida  alcelebrado  Eneas  Silvio  (Pió  II), 
ó  imprimíanse  producciones  tan  aplaudidas  como  la  Piúmeía  de 
/dan  de  Boccacio,  ya  antes  conocida  en  nuestro  suelo  ^  Autori- 
zando las  formas  descriptiva  y  narrativa,  dominadas  en  el  Siervo 
libre  de  Amor  y  en  la  Cárcel  de  Amor  por  la  alegoría,  exoita- 
beLM\  estas  y  otras  novelas,  sus  semejantes,  el  anhelo  de  la  imita- 
ción; y  en  tanto  que  la  obra  de  Boccacio  producía,  en  la  misma 
^^«•te  de  Ñapóles,  donde  su  acción  tenia  desarrollo,  ensayos  tan 
^P^^K^eciables  como  la  QUestion  de  Amor  ^,  abríase  á  la  literatura 


ió  el  segundo  libro  de  la  de  este  héroe,  se  imprimió  con  las  aventuras 
^OD  Duardos^  príncipe  de  Inglaterra^  en  1516,  y  se  reimprimió  en   1524 
▼iUa),  1528  (Toledo),  1534  (Venecia),   1563  (Medina -del  Campo),  etc. 
libro  tercero  del  Palmerin  lleva  el  título  de:  Historia  del  invencible  ca- 
zo Polindo,  hijo  del  rey  Paciano;e\  cuarto  aparece  bajo  el  nombre  de: 
^  '^^ónica  dd  muy  valiente  y  esforzado  cauallero  Platir,  hijo  del  invenci- 
^^e  emperador  Primaleont  etc.;  el  quinto  bajo  el  epígrafe  de:  Historia  del 
^^^ballero  Fíotir,  hijo  del  emperador  Platir,  etc.  El  Palmerin  de  Ingla^ 
^^Tra  ha  sido  considerado  como  el  libro  sexto  del  de  Oliva\  pero,  cual  se 
deduce  de  lo  expuesto,  se  ha  atendido  más  á  una  ordenación  exterior  que  á 
Una  clasiflcacion  rigorosamente  crítica  y  literaria. 

1  La  Historia  de  dos  amantes  Enríalo  Franco  y  Lucrecia  Senesa^ 
hecha  por  Eneas  Silvio^  vio  la  luz  en  Salamanca  en  1496.  Es  versión  har- 
to libre  de  la  que  bajo  el  título:  De  duobus  amantibus  Enríalo  et  Lucre^ 
/úi,babia  escrito  en  latín  aquel  insigne  cultivador  de  las  artes  del  Renací" 
miento.  Se  reimprimió  en  Sevilla  (1512, 1515  y  1533,  por  Jacobo  y  Juan 
Crombergcr).  La  Fiameia  de  Juan  Voca^io  se  dio  á  la  estampa  en  Sala- 
manca (1497),  Sevilla  (1523),  Lisboa  (1541),  etc. 

2  La  Qiiestíon  de  Amor  tiene  por  teatro,  como  la  Fíamela  de  Bocca- 
cio, la  corte  de  Ñapóles,  y  fué  escrita  de  150S  á  1512,  como  se  deduce  de 
estas  palabras:  «Es  de  saber  que  las  cosas  en  este  tratado  escripias  fueron 
ó  86  siguieron  ó  escribieron  en  la  nobilísima  ^ibdad  ó  regno  de  Ñapóles  en 
el  año  de  508,  509  é  diez  é  once,  que  fué  la  mayor  parte,  é  512,  que  fue 
la  fin  de  todo  ello»  (fól.  32  v.).  El  argumento  está  reducido  á  referir  los 
amores  malogrados  de  Vasquiran,  que  pierde  á  su  amada  Violina,  y  á  pon- 
derar los  desdenes  que  sufre  Flamiano,  desamado  de  Belisena:  sólo  se  jus- 
tifica el  título  por  la  disputa  que  sostienen  Vasquiran  y  Flamiano  sobre  cuál 
padece  más,  en  la  situación  en  que  se  hallan.  El  artificio  literario  consiste, 
al  paso  que  oculta  el  autor  bajo  nombres  supuestos  los  de  pueblos  y  per- 
sonajes, conservando  las  iniciales,  en  el  uso  de  cartas,  si  bien  mezcla  con 


396        HISTORIA  crítica  db  la  literatura  espaüola. 

española  nuevo  horizonte,  en  cuya  lontananza,  tr&s  las  peregri-* 
ñas  historias  del  Rey  de  Hungría  y  del  Caballero  de  Tútgkí  ', 
de  Gríseiy  Mirabella,  de  Aurelio  é  Isabela,  de  Clareo  y  Ploñ 

sea  ^  y  otras  muchas  de  igual  índole,  contemplamos  la  muy  sen 
tímental  de  PersÜes  y  Sigismunda,  considerada  por  Corvante 
como  uno  de  los  más  preclaros  títulos  de  su  gloria;  cual  novela 
dor  castellano.  Pero  si  este  linaje  de  producciones  lograba  al 
carta,  de  naturaleza  en  nuestro  suelo,  aspirando  sus  autores 
emular  y  aun  contradecir  las  vanidades  de  los  libros  de  caball 
rías  5, — con  más  legítimos  títulos,  y  por  tanto  con  mayor  origi 


eUas  descripciones  de  juegos,  cazas»  momos,  poesías  y  narraciones  amor 
sas.  La  verdadera  acción  se  limita  á  los  desdichados  amores  de  Flamian 
expuestos  sin  arte  y  sin  interés:  el  mérito  principal  de  la  Qiietíion  deÁ 
estriba  en  los  accidentes  literarios.  Se  hicieron  de  ella  varias  ediciones  de 
tro  y  fuera  de  España,  siendo  las  principales  la  de  Valencia  (1513,  por  Di< 
.  go  Gumicl),  la  de  Salamanca  (1519,  por  Lorenzo  de  Lion  de  Dei),  Zamoi 
(1539,  por  Pedro  Tovans)  y  la  de  Medina  del  Campo  (1545,  por  Pedro  < 
Castro).  Puede  consultarse  sobre  las  demás  ediciones  conocidas  el  tomo 
del  Ensayo  de  una  Biblioteca  española,  pág.  1106.  Volveremos  á  menei 
nar  la  Qüestion  de  Amor  bajo  otro  concepto. 

1     Véase  en  el  tomo  f lí  de  los  Autores  españoles  •  el  discurso  sobre 
novela  españokiy  debido  al  erudito  y  juicioso  investigador  don  Eustaqop  "^ 
Fernandez    Navarrete  (pág.  XI).    Las  noticias  relativas  á  estas  raras  hi^'^' 
torias  las  debió  á  nuestro  diligente  amigo  don  Manuel  Bofarull,   archivera' 
de  la  corona  de  Aragón,  en  Barcelona,  quien  las  descubrió   en  un  eódice^ 
que  fué  de  San  Cugat  del  VaUés  y  llevaba  el  título  de  Miscelánea  asoé^ 
ticat  como  aparece  con  el  de  Flos  Sanctoruin  el  que  en  la  BibUoteca  del 
Escorial  encierra  las  de  don  Ottas  y  de  la  Reina  Sevüla,  en  lugar  oportu- 
no estudiadas  (tomo  V,  cap.  II  é  Ilustraciones), 

•2  Las  dos  primeras  fueron  debidas  á  Juan  Flores,  habiendo  obtenido  la 
honra  de  que  la  Historia  de  Aurelio  é  Isabela  fuese  traducida  al  italiano 
por  Lclio  Alitifcro  (1521)  y  al  francés  (1532)  antes  de  que  se  imprimiera  el 
texto  español  (1556,  Amberes).  La  Historia  de  Clareo  y  Florisea,  escrita 
por  Alonso  Nuñez  de  Rcinoso,  se  imprimió  en  Venccia  el  año  de  1552. 

3  En  carta  dirijida  por  el  citado  Nuñez  de  Reinoso  á  un  Juan  Micas,  su 
amigo,  sobre  la  indicada  Historia  de  Clareo  y  Florisea,  declara  que  quien 
diere  á  su  obra  c  nombre  de  vanidades  de  que  tratan  los  libros  de  eabaüe- 
riaS9,  le  causaria  notable  ofensa,  diciendo  lo  que  él  no  quiso  decir  (Ht- 
blioteca  de  Autores  españoles,  tomo  III,  pág.  431).  A  lo  misnao  aspira- 
ron otros  novelistas  coetáneos. 


ll/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   397 

oalidad,  se  ofrecieron  desde  luego  los  ensayos,  hechos  por  los 
ingenios  españoles  para  buscar  en  la  vida  real  la  antitesis  de  las 
ficciones  andantescas,  no  sin  que  pidieran  á  la  literatura  clásica 
ejemplos  ó  modelos,  pagando  asi  el  universal  tributo  á  la  in- 
contrastable ley  que  impulsaba  todas  las  inteligencias  en  las  vias 
del  Renacimiento.  Y  fueron  tanto  más  dignos  de  alabanza  aque- 
llos ensayos,  cuanto  que  saliendo  á  luz  en  el  penúltimo  año  del 
siglo  la  Historia  de  Calixto  y  Melibea  bajo  el  titulo  de  la  Celes-- 
tina,  y  la  clasificación  de  tragicomedia  ^,  apareció  ya  como  una 


1  Leemos  en  el  prólogo,  puesto  por  Fernando  de  Rojas,  de  quien  después 
hablaremos:  cHan  litigado  [algunos]  sobre  el  nombre,  diciendo  que  no  se 
•debiallamar  conu;dtai pues  acaba  en  tristeza,  sino  que  se  llamase  tragedia, 
»El  primer  autor  quiso  dar  denominación  del  principio,  que  fué  placer,  é  lla- 
»móla  comedia:  JO  viendo  estas  discordias  entre  estos  extremos,  partí  agora 
>por  medio  la  porfía  c  líamela  tragicomedia» ,  Esta  declaración  reconocía 
por  fundamento  la  doctrina  generalmente  recibida  entre  los  doctos,  desde 
que  la  autorizó  el  Dante  en  su  libro  De  vulgari  eloquentia,  y  más  prácti- 
camente en  su  Divina  Commedia.  El  diligente  Marqués  de  Santillana  la 
había  connaturalizado  en  España,  diciendo  en  la  dedicatoria  de  su  Come- 
dieta  de  Ponza:  «Intitúlela  deste  nombre,  por  quanto  los  poetas  fallaron 
•tres  maneras  de  nombre  á  aquellas  cosas  de  que  fablaron,  esa  saber:  tra- 
•gedia,  sátira,  comedia.  Tragedia  es  aquella  que  contiene  en  sy  caídas  de 
•reyes  é  príncipes...  Sátira  es  aquella  manera  de  fablar,  que  tovo  un  poeta 
•que  se  llamó  Sályro,  el  qual  reprendió  muy  mucho  los  vifios  é  loó  las 
•virtudes...  Comedia  es  dicha  aquella,  cuyos  comienzos  son  trabajosos  c 
•después  el  medio  c  fin  de  sus  días  alegre,  gozoso  é  bienaventurado» 
(Obr(U  del  Marqués,  pág.  94).  Esta  doctrina,  que  no  se  refería  en  modo 
alguno  á  las  formas  artísticas  ni  aun  á  las  literarias,  sino  á  la  esencia  de 
las  obras  de  ingenio,  habia  sido  practicada^  respecto  de  la  tragedia,  por  el 
afamado  Juan  Rmz  de  Corella,  en  su  Tragedia  de  Caldesa  (pág.  19  del 
presente  volumen);  respecto  de  la  sátira,  por  el  condestable  don  Pedro  de 
Portugal  en  su  Sastra  de  felice  é  inf elige  vida  (pág.  82  de  id.);  respecto  de 
\2LComedia,  por  el  docto  Marqués  de  Santillana  en  su  citada  Comedíela,  y 
por  En  Dalmau  de  Rocabcrli,  autor  de  las  dos  comedias,  intituladas  Gloria 
de  Amoryáe  que  tienen  también  conocimiento  los  lectores  (lomo  VI,  pág.  19). 
£1  primer  autor  de  la  Celestina  no  se  violentaba  pues  al  aceptar  la  clasiíl- 
eacion  literaria,  aceptada  por  las  escuelas;  no  maravillándonos,  como  ha  su- 
cedido á  algunos  escritores,  y  antes  bien  reputándolo  muy  natural  y  corrien- 
te, el  que,  dadas  aquellas  nociones  y  deseando  concertar  los  extremos,  con- 
forme al  triste  fin  de  la  Historia  de  Calixto  y  Melibea,  adoptase  después 


398  HISTORIA   CRÍTICA   DB    LA   LITERATURA  BSPAlVOLA. 

obra  maestra  en  su  género,  siendo  en  verdad  muy  superior  ¿to- 
das sus  imitaciones. 

Háse  dudado  de  quién  fué  el  autor  de  esta  singular  produc- 
ción^ atribuyéndose  sin  consejo  la  primitiva  idea  y  el  primer  ac- 
to al  renombrado  Juan  de  Mena,  como  se  le  adjudicaron  también 
las  Coplas  de  Mingo  Revulgo,  en  su  lugar  examiBadas  ^  Los 
más  autorizados  críticos  de  la  presente  y  de  las  anteriores  cen- 
turias convienen  sin  embargo  en  que  dio  principio  &  la  Celestina 
Rodrigo  Cota,  el  Viejo,  vecino  de  Toledo,  prosiguiéndola  hasta 
el  fin  el  bachiller  Fernando  de  Rojas,  quien  reveló  su  nombre, 
su  patria  y  su  condición  académica  en  unas  octavas  acrósticas, 
puestas  al  frente  de  la  obra,  cuya  conclusión  se  atribuye  *.  Es 


Fernando  de  Rojas  el  nombre  de  tragicomedia,  que  siglo  y  medio  adelan- 
te impusieron  á  verdaderas  obras  dramáticas  los  padres  del  teatro  español. 

1  Pág^.  130  del  presente  volumen.  La  primera  indicación  nace  en  la 
epístola  que  dirije  Fernando  de  Rojas  á  un  su  amigo,  donde  leemos:  cVí 
»quc  no  tenfa  ni  firma  del  autor,  el  qnal  según  algunos  dicen  fué  Juan  de 
vMena,  y  según  otros  Rodrigo  Cota».  'A  pesar  de>la  duda,  con  que  Rojas 
se  expresa  y  de  haberse  en  la  edición  del  Diálogo  del  Amor  y  d  Viejo  de 
Rodrigo  Cota,  hecha  en  Salamanca  el  año  de  1569,  declarado  que  tí  pri- 
mer acto  de  la  Celestina  era  falsamente  atribuido  á  Juan  de  Mena^  se 
arraigó  aquel  error  entre  los  eruditos,  habiendo  dado  lugar  en  nuestros 
días  á  contradictorias  afirmaciones  sobre  las  verdaderas  obras  de  Juan  de 
Mena  {Biblioteca  de  Autores  españoles,  tomo  lU,  pág.  XfU).  Leídas  las  pri- 
meras líneas  de  la  Celestina  y  conocida  la  prosa  del  poeta  de  Córdoba,  no 
puede  tomarse  en  serio  aquella  suposición,  que  niegan  y  destruyen  otras 
muchas  consideraciones  históricas. 

2  Háse  dudado  por  algún  escritor  moderno  de  la  época  en  que  florece 
Rodrigo  Cota,  suponiendo  sólo  que  es  posterior  á  Juan  de  Mena  (BMioteea 
de  Autores  españoles,  tomo  III,  pág.  XIV).  En  el  reinado  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos existen  dos  Rodrigos  de  Cota,  tio  y  sobrino,  designados  con  los  adi- 
tamentos de  el  Viejo  y  el  Mozo,  para  ser  distinguidos.  Ambos  fueron  na- 
turales de  Toledo,  donde  vivieron;  ambos  eran  de  raza  hebrea,  y  ambos  se 
vieron  perseguidos  por  la  Inquisición,  figurando  sus  nombres  en  la  famosa 
lista  de  reconciliados,  hijos  y  nietos  de  judíos,  condenados  en  dicha  ciudad, 
lista  que  en  1497  se  publicó  con  la  autorización  de  los  Reyes  Católicos.  A 
juzgarpor  los  asientos  de  la  expresada  nómina  de  premias  é  penas,  debía  ya 
haber  pasado  de  esta  vida  Cota,  el  Viejo,  designado  con  título  de  doctor,  pues 
que  leemos  en  el  artículo  de  Hijos  é  nietos  de  cotidenados  de  la  collación 
de  San  Vicente  en  Toledo:  t  Leonor  de  Arrozal,  muger  que  fué  del  doctor 


Il/  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    399 

en  efecto  indudable  que  este  afortunado  bachiller,  que  dice  ha- 
ber habido  &  las  manos  en  Salamanca  el  principio  de  la  historia 
de  Calixto  y  Melibea^  y  se  jacta  de  no  haber  empleado  en  ter- 
minarla m&s  de  quince  dias  de  vacaciones,  si  no  puede  reputar- 
se como  único  autor  de  ella  en  virtud  de  sus  propias  palabras, 
merece  el  mayor  y  más  granado. galardón  de  esta  insigne  nove- 
la, tan  aplaudida  al  ver  la  luz  pública  como  apreciada  dentro  y 
fuera  de  la  Península  Ibérica  en  las  siguientes  edades  ^ 

Hemos  dado  nombre  de  novela  á  la  Celestina,  á  pesar  del  tí- 
tolo  con  que  la  exornó  Fernando  de  Rojas  y  de  la  forma  dra- 
mática empleada  en  su  desarrollo,  porque  ni,  atendida  su  esen- 
cia, es  posible  sacarla  de  aquella  esfera,  ni  considerada  su  ex- 
tructura,  es  dable  suponer  que  su  autor  ó  autores  imaginaron 
siquiera  que  pudiera  ser  representada.  Compónese  en  efecto  la 
Historia  de  Calixto  y  Melibea  de  veintiún  actos;  son  muchos  de 
ellos  de  no  escasa  extensión,  y  cámbianse  con  frecuencia  de  es- 
cena ÉL  escena  el  lugar  y  aparato  de  las  mismas,  manifestando 
todo  que  sobre  no  ser  aceptable  su  representación  para  un  pú- 
blico, no  acostumbrado  todavía  fuera  de  la  Iglesia  á  semejan- 
tes espectáculos,  no  habia  á  la  sazón  medios  industriales,  cor- 
respondientes á  la  importancia  de  la  Celestina,  para  que  saliera 
esta  á  la  luz  del  teatro.  Sólo  ha  podido  servir  de  motivo  y  legí- 


Cota,  III^  mrs.9  La  familia  de  los  Cotas,  demás  del  doctor  y  de  Rodrigo 
Cota,  joyero,  que  pagó  VI®  mrs.,  contaba  en  la  referida  lista  á  Tristan, 
Diego,  Martin,  Catalina  y  María,  cargados  todos  con  notables  penas  pecu- 
niarias.— De  Fernando  de  Rojas  sólo  alcanzamos  las  noticias,  que  él  mismo 
nos  ofrece  en  la  carta  dedicatoria  y  prólogo  de  la  Celestina. 

1     El  más  respetable  de  los  escritores  nacionales  es  Cervantes,  quien  de- 
eia  de  la  Celestina  en  los  versos  que  preceden  á  la  I.'  Parte  del  Ingenioso 

Hidalgo  que  era 

libro,  en  su  opinión,  divi-, 
si  ocultara  más  lo  huma*. 

Horatin  en  sus  Orígenes  del  Teatro  español,  nota  33^  encarece  á  (al  punto 
el  mérito  de  la  Historia  de  Calixto  y  Melibea,  que  llega  á  manifestar  que 
con  hombre  inteligente  baria  desaparecer  los  defectos  de  la  Celestina,  sin 
añadir  por  su  parte  una  sílaba  al  texto».  Lista  en  fin  en  sus  Lecciones  so- 
bre la  litercUura  dramática  le  prodiga  los  mayores  elogios,  reproducidos 
por  otros  muchos  escritores  de  nuestros  dias.  Entre  los  extranjeros  no  pue- 


400  HISTORIA   CRÍTICA    DE    LA    ITERATURA  ESPAÑOLA. 

tima  disculpa  á  los  que  al  tocar  en  algún  modo  la  historia  del 
arte  dramático  en  nuestro  suelo,  la  han  comenzado  por  tan  sin- 
gular novela,  la  circunstancia  de  estar  escrita  en  bello,  suelto; 
sabrosísimo  diálogo;  pero  si  hubo  sin  duda  de  contribuir  á  l& 
perfección  de  tan  difícil  forma  expositiva,  siendo  el  más  impor- 
tante monumento  que  produce,  al  expirar  el  siglo  XV,  saben  ya 
los  lectores  que  no  fué  el  único  escrito  en  prosa  durante  aque- 
lla centuria  ^,  siendo  muy  de  notarse,  como  en  breve  mostrare^ 
mos,  que  buscaba  ya  el  diálogo  en  las  esferas  de  la  poesía  sn 
más  completo  desarrollo.  Presentíase  desde  la  mitad  del  siglo  ^ 
cual  muy  cercano,  el  instante  en  que,  no  ya  siguiendo  una  creeix- 
cia  erudita,  autorizada  por  el  Dante  y  recibida  por  nuestros  do<Sr 
tos,  sino  en  virtud  do  ley  más  alta  y  con  mayor  exactitud,  ibs 
á  lograr  la  expresada  forma  natural,  propio  y  entero  desenvol- 
vimiento; mas  ni  en  medio  de  este  general  anhelo,  que  respon— 
dia  perfectamente  al  floreciente  estado  de  la  cultura  española.  ^ 
abrigaron  los  autores  de  la  Celestina  el  deliberado  intento  d^ 
ponerla  en  el  teatro,  ni  la  edad  en  que  este  se  encontraba,  con— 
sentia  bajo  ningún  concepto  semejante  propósito.  La  Celestina 
no  es  pues  otra  cosa  sino  la  historia  dialogada  de  Calixto  y  Me- 


(le  olvidarse  el  renombrado  Gaspar  Barthio,  citado  ya  por  Lampillas  (to- 
mo V,  pág.  155  del  Saggio  Storico)  y  recordado  oportunamente  por  Fer- 
nandez Navarrete  (Autores  Españoles,  tomo  III,  pág.  XVl).  Los  elogios  se 
reproducen  en  las  traducciones  francesa  é  italiana,  reimpresas  una  y  otra 
vez  en  los  siglos  XVI  y  XVII. 

1  Prescindiendo  de  los  litxros  producidos  por  la  manifestación  didáctico- 
simbólica,  en  que,  como  sucede  en  los  Castigos  et  Consejos  del  rey  don 
Sancho,  en  el  Conde  Lucanor  y  en  casi  todas  las  producciones  de  ¡goal 
naturaleza,  recibe  notable  incremento  la  forma  dramática,  parécenos  opor- 
tuno citar  aquí  el  memorable  tratado  de  Vita  Beata  de  Juan  de  Lucena,  el 
Diálogo  é  Razonamiento  sobre  la  muerte  del  Marqués  de  Santiüana,  de- 
bido al  doctor  Pero  Diaz  de  Toledo  (tomo  VI,  cap.  XI),  los  Castigóse  do- 
cumentos  que  dá  un  padre  á  sus  fijas  (id.  id.),  el  Diálogo  entre  un  ca- 
ballero cazador  é  otro  pescador,  escrito  por  Fernando  de  Basurto  (pági- 
na 236  del  presente  volumen)  y  otros  diálogos  ascéticos  y  morales,  en  qoe 
se  contiende  y  disputa  entre  judíos,  moros  y  cristianos.  La  Celestina  leuit 
sobre  estos  tratados  la  única  ventaja  de  denominarse  autos  los  capítulos,  en 
que  se  (livide  la  historia. 


Il/p.y  CAP.  XXr.  ELOC,  FILOS.,  NOV.  EN  EL  R.  DE  LOS  B.  C.   401 

líbea^  según  el  mismo  Rojas  nos  advierte,  y  en  este  concepto 
tiene  muy  señalado  lugar  en  la  de  la  novela  española  ^ 

Su  argumento  está  reducido  &  los  términos  siguientes,  pro- 
bando con  la  simple  exposición  la  exactitud  de  nuestras  indica- 
ciones. Calixto,  joven  hermoso  y  rico,  enamorado  de  Melibea, 
doncella  de  extremada  belleza,  hija  de  honrados  padres,  interpo- 
ne los  oficios  de  Sempronio,  su  criado,  y  de  Celestina,  heredera 
del  arle  délas  Trotaconventos,  para  lograr  sus  amores. Movida 
por  el  cebo  de  la  ganancia,  introdúcese  la  vieja  en  casa  de  Ple- 
berio,  padre  de  Melibea,  logrando  exponer  á  esta  la  deman- 
da de  Calixto.  Enojada  primero  y  vacilante  después,  desecha  al 
cabo  la  doncella  las  importunaciones  de  Celestina,  la  cual  torna 
t  dar  cuenta  al  enamorado  del  poco  fruto  de  su  tentativa;  mas 
dominada  del  amor  que  la  inquieta,  solicita  Melibea  entre  tanto 
ver  de  nuevo  á  la  astuta  vieja;  la  llama,  le  manifiesta  su  pasión 
y  concede  á  Calixto  una  entrevista  á  la  media  noche.  Alegre  por 
demás  acude  el  garzón  á  la  cita,  seguido  de  sus  criados;  y  con- 
certada con  Melibea  la  forma  en  que  han  de  verse  en  lo  sucesi- 
vo, retirase  gozoso  á  su  casa.  Sempronio  y  Parmeno,  sus  cria- 
dos, se  dirigen  á  Celestina,  exigiéndole  parte  de  la  ganancia, 
según  lo  concertado:  opónese  cautelosamente  la  vieja;  contradi- 
cenia,  riñen  y  mátanla,  con  escándalo  en  que  interviene  la  jus- 
ticia, prendiéndolos  y  mandándolos  degollar  en  la  plaza  pública. 

Calixto  gozaba  entre  sueños  la  esperanza  de  su  amor,  cuando 
Sosia,  otro  de  sus  familiares,  le  anuncia  la  muerte  de  Parme- 
no y  de  Sempronio,  que  le  produce  honda  amargura.  Recordan- 
do las  gracias  de  Melibea,  corre  á  la  cita,  acompañado  de  Sosia  y 
de  Tristan,  y  cumple  su  voluntad  con  la  incauta  joven,  mientras 
Areusa  y  Elicia,  amigas  de  los  degollados,  excitan  á  Centurio, 
maestro  de  Chiquiznaques  y  Manuferros,  á  vengar  la  muerte  de 
Celestina  y  de  sus  amigos  en  Melibea  y  Calixto.  Pleberio  dis- 


1  Biblioteca  de  Autores  españoles f  iomolW,  pág:.  1. — Este  volumen 
lleva  por  título  especial:  Novelistas  anteriores  á  Cervantes ,  y  su  ilus- 
trado colector,  el  ya  citado  Fernandez  Navarrete,  no  vacila  en  considerar 
la  Celestina  como  una  novela  dialog^ada  (pág.  XV  del  Discurso  preli- 
minar). 

Tono  vn.  26 


402  HISTORIA    crítica    DB   la   literatura  ESPAflOLA. 

curre  coa  Alisa,  su  mujer,  sobre  lo  porvenir  de  su  sedamda 
hija,  á  quien  juzgan  inocente,  tratando  de  su  casamiento:  óyelo 
Melibea  y  empieza  ái  dolerse  de  su  fragilidad  y  deshonra,  en 
tanto  que  Elicia,  apoderada  cautelosamente  del  secreto  de  Icis 
amantes,  mueve  á  Centurio  á  llevar  á  cabo  la  proyectada  vea^ 
ganza.  En  el  huerto  de  Pleberio  gozaba  Calixto  de  los  favores 
de  Melibea,  &  punto  que  Traso  y  otros  malhechores  vienen  ^ 
consumar  la  venganza  de  Elicia,  por  mandado  de  Centurio:  Ca- 
lixto oye  el  ruido,  y  saliendo  en  defensa  de  Sosia,  cae  de  la  es- 
cala, al  saltar  el  muro  del  huerto,  quedando  muerto  en  el  acto . 
Desolada  Melibea,  súbese  á  su  cámara,  donde  acude  su  padre , 
deseoso  de  saber  su  p6na:  Qnjiendo  aquella  padecer  del  corazoi:^ . 
ruega  á  Pleberio  que  le  traiga  algunos  instrumentos  músicos;  ^ 
en  tanto  que  el  cariñoso  padre  vá  en  busca  de  ellos,  enciérrarisc 
en  una  torre,  desde  la  cual  revela  su  deshonra,  arrojándose  des- 
pués, con  espanto  y  dolor  de  Pleberio,  quien  muestra  á  Alisa  el 
cuerpo  despedazado  de  su  hija. 

Hé  aquí  pues  la  trágica  historia  de  Calixto  y  Melibea,  es- 
crita indubitadamente  antes  de  1492,  á  juzgar  por  las  ya  in- 
dicadas declaraciones  do  Hernando  de  Rojas  ^.  Si  despertó, 
al  salir  á  luz,  la  admiración  de  los  discretos,  fué  desde  luego 
objeto  de  los  anatemas  de  los  escritores  ascéticos  y  moralis- 
tas, figurando  al  postre  en  los  Expurgatorios  del  Sanio  O/i'' 


1  Efectivamente,  si  cual  vá  notado  en  el  texto,  el  docto  Bachiller  es- 
cribió en  el  breve  espacio  de  quince  dias  los  veinte  actos,  que  sigtien  al  pri- 
mero, no  hay  razón  para  sacar  la  Celestina  del  período  que  indicamos,  al 
leer  en  el  acto  III,  obra  indudable  de  Rojas,  estas  palabras:— >cQué  tanto  te 
»maravillarias,  si  dixcsseu  la  tierra  tembló,  ú  otra  semejante  cosa,  que  no 
»la  olvidasses  lueg^o?...  Así  como  helado  está  el  rio,  el  ciego  vé  ya,  muer- 
»to  es  tu  padre,  un  rayo  cayó,  ganada  es  Granada,  etc.  <itc.»  Parece  pues 
declararse  aquí  que  no  habia  caido  aun  la  corte  de  los  Bcni-Nazares  en  po- 
der de  los  Reyes  Católicos,  prosiguiéndose  por  el  contrario  la  alta  empresa 
de  la  conquista  del  reino  granadino,  acometida  desde  14S2;  y  siendo  esto 
así,  no  cabe  vacilar  en  que  la  Celestina  fué  por  lo  menos  terminada  en  el 
intermedio  de  aquellos  diez  años,  si  ya  no  es  que  refiriéndose  mis  inme- 
diatamente las  preinsertas  palabras  del  Bachiller  al  asedio  de  la  ciudad  de 
Granada,  pudieran  movernos  á  poner  la  composición  de  los  veinte  actos  de 
Rojas  en  los  postreros  anos  de  aquella  felicísima  guerra  (1489  á  1492). 


ll/  P.y  CAP.  XXf.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    403 

do  *.  Y  por  cierto  con  mayor  razón  que  la  Cárcel  de  Amor  de 
Diego  de  San  Pedro,  pues  que  las  dotes  literarias  que  en  la  Ce- 
lestina resplandecen  y  la  misma  forma  dramática  en  ella  adopta- 
da hacían  más  amable  el  veneno,  como  daban  mayor  bulto  y 
realce  á  la  Acción,  siendo  en  consecuencia  más  temible  su  efec- 
to en  las  costumbres.  Mas  justo  es  sin  embargo  reconocer  la 
lealtad  de  la  intención  en  los  autores  *,  como  la  hemos  recono- 
cido en  los  Archiprestes  de  Hita  y  de  Talavera,  con  quienes 
aquellos  se  conforman,  y  á  quienes  tienen  muy  presentes  en  los 
cuadros  picarescos  por  ellos  trazados;  no  siendo  posible  desco- 
nocer, dado  este  oportuno  presupuesto,  que  la  Celestina  tenia 
muy  profundas  raices  en  la  literatura  castellana.  Pero  si  Rodri- 
go Cota  y  Fernando  de  Rojas  no  olvidaron,  puestos  á  pintar  las 
costumbres  bajo  aquella  singular  relación,  el  ejemplo  de  Juan 
Raiz  ni  de  Alfonso  Martínez  de  Toledo,  lícito  es  también  con- 
signar que  no  desdeñaron  las  enseñanzas  de  la  literatura  clási- 
ca, viéndose  en  la  Historia  de  Calixto  y  Melibea  claras  huellas 
del  estudio  de  Panfilo  y  de  Petronio,  como  por  todas  partes  se  re- 
Tela  el  anhelo  de  la  erudición  histórica  y  mitológfica,  hasta  ha- 


)  Figura  en  efecto  la  Tragicomedia  de  Calixto  y  Melibea,  desde  los 
primeros  que  se  publicaron,  en  los  expresados  índices,  y  fué  en  el  siglo  XV( 
condenada  como  nequitiarum  parens,  carcer  amorum  (Luis  Vives,  De 
Jnstiíutione  christianae  foeminae,  lib.  I,  cap.  5),  y  apellidada  Sceíesh'na 
^ Alejo  de  Venegas,  Tratado  de  Ortografía,  II.* Parle,  cap.  3),  califleacio- 
WC8  repetidas  por  escritores  de  las  siguientes  centurias.  De  notar  es  que, 
'merced  al  mérito  reconocido  en  la  Celestina,  se  toleró  ya  su  circulación  por 
^\  índice  expurgatorio  de  1747,  sometiéndola  á  ciertas  correcciones  que 
«n  el  mismo  se  expresan  (pág.  1052);  licencia  con  que  figuró  al  fin  en  el 
Índice  de  1790,  antes  citado. 

2  El  elegante  Hernando  de  Rojas  daba  razón  de  su  propósito  por  muy 
ingeniosa  manera,  manifestando  «la  necesidad  que  nuestra  común  patria 
«tenia  de  la  Celestina  por  la  muchedumbre  de  galanes  y  enamorados  man- 
icebos  que  poseia,  cuya  juventud  de  amor  ser  presa  (dice)  se  me  represen- 
»ta  haber  visto  y  del  cruelmente  lastimada,  á  causa  de  le  faltar  defensivas 
»armas  para  resistir  sus  fuegos:  las  cuales  (prosigue)  hallé  esculpidas  en 
»esto8  papeles  (el  primer  acto  de  la  Celestina),  no  fabricadas  en  las  gran- 
tdes  ferrerías  de  Milán,  mas  en  los  claros  ingenios  de  dotos  varones  caste- 
»lIanos  formadas»  (Dedicatoria). 


404  HISTORIA   CRtTIGA    DE   LA    ITER ATURA  ESPACIÓLA. 

cerse  alguna  vez  enfadosa,  por  lo  excesiva  é  impertinente  ^ 
El  mayor  mérito  de  la  Celestina,  lo  que  en  nuestro  sentir  le 
ha  ganado  y  ganará,  mientras  viva  la  lengua  de  Cervantes,  la 
estimación  de  ios  doctos,  es  sin  embargo  lo  que  tiene  de  origi- 
nal y  sujetivo.  El  noble  y  levantado  instinto  del  arte,  que  desde 
las  primeras  frases  revela;  la  perspicuidad  y  riqueza  del  senti- 
miento; la  ingenuidad  y  viveza  de  las  pinturas  y  descripciones; 
la  brillantez,  la  delicadeza  y  gracia  del  colorido;  el  seductor  en- 
canto del  lenguaje,  madurado  y  robustecido  por  el  deliberado  es- 
tudio de  los  monumentos  de  la  antigüedad;  cuanto  constituye  fi- 
nalmente las  dotes  internas  del  escritor,  cuanto  se  refiere  4  la  eje- 
cución artística,  se  revela  en  la  Celestina  con  desusado  encanto  y 
esplendor,  legitimando  por  una  parte  el  aplauso  que  há.  cerca  de 
cuatro  siglos  alcanza,  y  justificando  por  otra  el  racional  recelo  de 
los  que  se  han  negado  á  suponerla  obra  de  dos  ingenios  y  de  dos 
diferentes  edades  literarias  ^.  Obligados  nos  conceptuariamos, 


1  La  prueba  es  por  extremo  fácil.  Véanse  no  obstante  el  acto  líl,  en  qac 
Celestina  evoca,  con  terrible  conjuro,  los  espíritus  infernales,  y  el  acto  XX 
en  los  momentos  en  que  Melibea  se  arroja  de  la  torre:  principalmente  en  el 
segundo  pasaje  no  pueden  ser  más  impertinentes  las  citas  y  el  hacinamieu- 
lo  de  nombres  históricos  y  mitológ^icos. 

2  £1  detenido  estudio  de  la  Celestina  producirá  siempre  el  mismo  re- 
sultado; y  aunque  Fernando  de  Hojas  diga  á  un  su  amigo  que  el  estilo  del 
primer  acto,  que  adjudica  á  autor  desconocido,  era  «de  tal  primor,  de  tan 
sutil  artificio  y  tan  elegíante  que  jamás  en  nuestra  lengona  castellana  había 
sido  visto  ni  oido»;  aunque  fije  perfectamente  lo  que  pertenecía  al  antiguo 
autor,  asegurando  que  lo  puso  en  un  acto,  para  que  fuese  conocido  dónde 
empezaban  sus  «maldoladas  razones»,  confesando  en  el  prólogo  que  habia 
sido  la  Celestina  cinstrumcnto  de  lid  y  contienda  á  sus  lectores»,  quienes 
«querian  que  se  alargase  en  el  proceso  del  deleite  de  estos  amantes»,  por 
lo  cual  cacordó,  aunque  contra  su  voluntad,  meter  segunda  vez  la  pluma 
en  tan  extraña  labor»,  no  parece  desacertado,  antes  bien  muy  natural  y 
consecuente,  el  que  procurase  poner  en  consonancia,  así  ca  lo  sustancial 
como  en  lo  formal,  el  expresado  primer  acto  con  los  veinte  restantes,  á  fin 
de  dar  la  unidad  conveniente  á  toda  la  obra.  La  observación  nos  parece  tan 
obvia  y  convincente  que  no  ha  menester  mayor  explanación:  ni  por  el  es- 
tilo, ni  por  el  lenguaje,  ni  por  otro  accidente  alguno  sería  posible  señalar 
esta  doble  paternidad  de  la  Celestina^  sin  la  noble  declaración  de  Fernando 
de  Rojas,  cuya  probidad  no  puede  por  otra  parle  ponerse  en  tela  de  juicio. 


n/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DB  LOS  R.  C.    405 

txT^atándose  de  otra  producción  menos  conocida,  á  comprobar  con 
(^  exposición  de  multiplicados  pasajes,  la  exactitud  de  estas  obr 
Tvaciones.  Refiriéndonos  á  la  Historia  deCalixio  y  Melibea  ^ 
«putariamos  ofensa  de  nuestros  lectores  el  hacinar  aquí  las  ci- 
i;  y  sólo  con  el  propósito  de  que  pueda  apreciarse  el  grado  de 
^rfeccion  ¿  que  en  los  últimos  dias  del  siglo  XY  llega  la  lengua 
^  apañóla,  autorizando  asi  las  notabilísimas  palabras  de  Antonio 
^^  Nebrija,  relativas  á  este  punto,  nos  será  permitido  transferir 
^-1  ganas  líneas.  Veamos  la  descripción  que  hace  de  Celestina, 
^^^^cordando  visiblemente  á  los  Archiprestes  de  Hita  y  Talavera. 
diabla  Parmeno,  criado  de  Calixto: 

«Ella  tenia  seis  ofígios,  conviene  á  saber:   labrandera,  perfumera, 

*>inaestra  de  hacer  afeites  y  de  hacer  v ,  alcahueta  y  un  poquito  de 

»bechicera.  Era  el  primer  ofígio  cobertura  de  los  otros,  só  color  del  qual 
s»inuchas  mozas  destas  sirvientes  entraban  en  su  casa  á  labrarse  é  á  la- 
»brar  camisas,  gorgneras  y  otras  muchas  cosas.  Ninguna  venia  sin  tor- 
»rezno,  trigo,  harina  ó  jarro  de  vino  y  de  las  otras  provisiones  que  pe- 
Adían  á  sus  amas  hurtar,  y  aun  otros  hurtillos  de  más  calidad  allí  se 
Y>eacubrian.  Asaz  era  amiga  de  estudiantes  é  despenseros  y  mozos  de 
»abades:  á  estos  vendia  ella  aquella  sangre  inocente  de  las  cuitadillas, 
»la  qual  lijeramente  aventuraban  en   esfuerzo  de  la  restitución  quella 
»les  prometía.  Subió  su  hecho  á  más:  que  por  medio  de  aquellas  comu- 
DDÍcaba  con  las  más  encerradas  hasta  traer  á  ejecución  su  propósito.  T 
«aquestas  en  tiempo  honesto,  como  de  estaciones,  procesiones  de  noche, 
Dmisas  del  gallo,  misas  del  alba  y  otras  secretas  devociones,  muchas 
nencubiertas  vi  entrar  en  su  casa:  tras  ellas  hombres  descalzos,  contri- 
DtOB,  rebozados  y  desatacados,  que  entraban  allí  á  llorar  sus  pecados. 
i>¡Qaé  tráfagos, si  piensas,  traia!.. Hacíase  física  de  niños; tomaba  estam- 
i>bre  de  unas  casas  y  dábalo  á  hilar  en  otras,  por  achaque  de  entrar  en 
» todas.  Las  unas,  madre  acá;  las  otras,  madre  acullá:   cata  la  vieja;  ya 
» viene  el  ama  de  todas  muy  conosgida.  Con  todos  estos  afanes,  nunca 
npasaba  sin  misa,  ni  vísperas,  ni  dexaba  monasterio  de  fray  les,  ni  de 
Dmonjas:  esto  porque  allí  hagia  sus  aleluyas  y  conciertos.  T  en  su  casa 
Dba^ia  perfumes,  falseaba  estoraques,  menjuí,  animes,  ámbar,  algalia, 
Dpolvillos,  almizques,  mosquetes.  Tenia  una  cámara  llena  de  alambi- 
iiqaes,  de  redomillas,  de  barrilejos  de  barro,  de  vidrio,  de  alambre  é  de 
nestaño,  hechos  de  mil  fallones:  ha^ia  solimán,  afeites  cocidos,  argenta- 
odas,  bujeladas,  gerillas,  lanillas,  mesturillas,  lustres,  lu^ntores,  clari- 
ementes,  albarinos  y  otras  aguas  de  rostro:  de  saturas,  de  gamones,  de 
Doorteza  de  espantalobos,  de  taragontía,  de  hieles,  de  agraz,  de  mosto, 
ndestilados  y  azucarados.  Adelgazaba  los  cueros  con  zumo  de  limones, 


406  HISTORIA    ClttTIGA    DE  LA  LITERAURA    fiSPAÍlOLA. 

DCOQ  turbino,  con  tuétano  de  oorzo  y  de  garza  y  otras  oonfeo^^iooet.  Sa- 
»oaba  agua  para  oler,  de  rosas,  de  azahar,  de  jazmín,  de  trébol,  de  m»- 
))dreselva  y  clavellinas  mosquetadas  y  almizoadas,  polvorizadas  con  vi- 
i>no.'  Ha^ia  lejía  para  enrubiar  de  sarmientos,  de  carrasca,  de  centeno, 
i>de  marrubios,con  salitre,  con  alumbre  y  millefolia  y  otras  diversas  co- 
Dsas.  Y  los  untos  y  mantecas  y  sebos  que  tenia,  es  hastío  de  dezir:  de 
»vaca,  de  oso,  de  caballo,  de  camello,  de  culebra  y  de  conejo;  de  bu- 
nllena,  de  garza  y  de  alcaraván,  de  gamo,  de  gato  montes,  y  de  tejón; 
ode  harda,  de  erizo,  de  nutria»,  etc.,  etc.  i. 

La  misma  abundaücia  de  pinceladas  realmente  gráficas,  la  miS' 
ma  gracia,  soltura  y  desenfado  hallamos  en  todas  las  descrípcíooes 
y  pinturas  de  tan  precioso  libro,  que,  según  indicamos,  tuvo  en 
su  esfera  igual  suerte  que  cupo  en  las  suyas  respectivas  al  Ama-' 
dü  de  Gaula  y  al  Palmerin  de  Oliva  ^.  Esta  identidad  de  dotes 


1  Acto  I.— Hemos  copiado  de  propósito  esta  animada  pintara,  porque 
justifica  lo  observado  en  nota  precedente;  y  nadie  mejor  que  nuestros  lee* 
tores  puede  discernir  si  antes  de  la  edad,  en  que  se  dá  á  luz  la  Celestina 
(obra  en  que  hasta  los  impresores  habian  dado  sus  punturas  antes  de  es- 
cribir Fernando  de  Rojas  el  prólog:o  que  apareció  en  la  edición  de  Medina 
del  Campo — 1499),  pudo  escribirse  descripción  semejante,  aun  tenidas  en 
cuenta  las  del  archipreste  de  Talavera. — En  cuanto  á  las  ediciones  de  la 
Cdeslina,  si  bien  no  puede  dudarse  por  las  palabras  de  Rojas  que,  pues  los 
impresores  habian  puesto  rúbricas  y  sumarios  al  principio  de  cada  acto, 
se  había  dado  á  la  estampa  con  prioridad  al  año  1499,  no  se  halla  noticia 
cierta  de  semejante  impresión  en  nuestros  bibliógrafos,  quienes  por  el  con- 
trario han  dudado,  como  sucedió  á  Moralin  y  á  Proaza,  si  eran  ó  no  pri- 
mitivas las  ediciones  de  1500  y  1502.  Puede  sobre  este  punto  consultarse 
el  ya  mcoiorado  Discurso  sobre  la  novela  española^  que  precede  en  el  to- 
mo III  de  la  Biblioteca  de  Autores  españoles  á.  la  última  edición  de  la  Zíis- 
toria  de  Calixto  y  Melibea,  debido  al  señor  Fernandez  Navarrete,  quien 
anotó  hasta  treinta  y  tres  impresiones  del  siglo  XVI,  seis  del  XVII  y  áo* 
del  presente,  llegando  á  doce  las  de  las  traducciones  á  lenguas  extrañas. 

2  Prescindiendo  ahora  del  trabajo  poético,  que  con  el  título  de:  Égloga 
de  la  tragicomedia  de  Calixto  y  Melibea,  hizo  sobre  el  primer  acto  de  la 
Celestina  don  Pedro  Manuel  de  Urrca(V.  cap.  XIX,pág.260),y  del  que  lle- 
vó á  cabo,  poniendo  en  verso  la  misma,  Juan  de  Sedeño  (Salamanca  1540), 
cúmplenos  consignar  aquí  que  entre  las  imitaciones  más  directas  de  la  obra 
de  Fernando  de  Rojas  merecen  recordarse  dentro  del  siglo  XVI:  \,^  Jja  se^ 
gunda  Celestina,  por  Feliciano  de  Silva  (Venecia,  1536);  2.^  La  tercera 
parte  de  la  tragicomedia  de  Celestina  ó  Félides,  por  Gaspar  Gómez  (To- 


II.*  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.   407 

ioternas  y  externas  entre  el  primero  y  los  restantes  actos  de  la 
Celestina^  notada  ya  por  muy  respetables  escritores,  si  bien  no  es 
bastante  &  hacernos  contradecir  la  historia,  que  expone  respecto 
del  origen  de  tan  estimable  ñccion  el  Bachiller  Hernando  de  Ro- 
jas, dá  razón  de  las  vicisitudes  por  el  mismo  indicadas  en  el  pro- 
logOy  determina  perfectamente  las  virtudes  nada  vulgares  de 
su  estilo  y  lenguaje,  y  aumentando  por  extremo  la  gloria  del 
mismo  Bachiller,  la  asigna  uno  de  los  primeros  puestos  entre  los 
cultivadores  de  la  lengua  del  Rey  Sabio. 

Mas  no  se  ejercitaba  esta  solamente  en  las  esferas  que  lleva- 
mos recorridas.  Disputando  á  la  latina  el  dominio  de  la  inteli- 
gencia, y  contradiciendo  el  exagerado  y  ya  conocido  juicio  de  los 
clasicistas  y  aun  de  los  escritores  ascéticos,  interpretaba  du- 
rante la  edad  que  historiamos  los  sentimientos  íntimos  y  fami- 
liares de  los  más  doctos  varones,  ora  derramando  el  consuelo  en 
el  corazón  de  los  doloridos,  ora  ministrando  útiles  y  fructuosos 
consejos  á  reyes,  prelados  y  magnates,  ora  en  fin  estrechando 
los  lazos  de  la  amistad,  del  respeto  y  del  amor,  con  celo  del  bien 
y  provecho  de  la  república.  Los  nombres  de  Mossen  Diego  do 
Valora,  Hernando  del  Pulgar  y  Gonzalo  de  Ayora,  á  los  cuales 
se  une  una  vez  más  el  preclaro  y  gloriosísimo  de  la  Reina  Cató- 
lica, personifican  en  esta  edad  los  aciertos  de  la  elocuencia  es- 
pañola, en  orden  al  género  epistolar,  mostrando  en  sus  letras  y 


ledo,  1539);  3.®  La  tragedia  PoltQiana,  en  la  qual  se  tractan  los  muy 
desgroQiados  amores  de  Policiano  é  Phüomena,  executados  por  tndti5- 
tria  de  la  diabólica  vieja  Claudina,  madre  de  Parmeno  y  maestra  de  Ce- 
lestina, por  el  bachiller  Sebastian  Fernandez  (Toledo,  1547);  4.^  La  tragi^ 
comedia  de  Lisandro  y  ñoselia,  llamada  Elisia ^  y  por  otro  nombre  cuar- 
ta obra  y  tercera  Celestina  (Madrid?,  1542);  y  5.®  Comedia  llamada  Sel- 
vagia,  en  que  se  introducen  los  amores  de  un  caballero  llamado  Selvago 
con  una  dama  dicha  Isabela,  por  Alonso  Villegas  de  Selvagro  (Toledo, 
1554).  Otras  muchas  producciones  aparecieron  en  la  misma  edad  literaria, 
qoe  prosiguieron  el  cultivo  de  la  novela,  tal  como  la  habia  desarrollado 
Hernando  de  Rojas;  pero  bastan  ahora  las  indicadas  para  demostración  de 
nuestro  aserto,  pareciéndonos  oportuno  repetir  que  desde  la  Segunda  Ce^ 
lestina  hasta  la  Picara  Justina,  ninguna  de  estas  imitaciones  se  acercó  ni 
en  la  pintura  de  los  caracteres,  ni  en  los  encantos  del  estilo  y  lenguaje  á 
la  obra  del  bachiller  Rojas. 


408  HISTORIA    CRÍTICA    DB    LA    LITERATURA  BSPAltOLA. 

cartas  ^I  grado  de  perfección,  á  que  llega  aun  en  sus  mis  ex- 
quisitos y  menudos  perfiles  el  habla  castellana. 

No  poseemos  por  desgracia  todas  las  cartas,  que  hubo  de  es- 
cribir la  Reina  de  Castilla  á  sus  prelados  y  magnates,  como  no 
han  llegado  k  nuestros  dias  6  ño  se  han  reunido  al  menos  las 
respuestas.  Sólo  ha  cabido  aquella  suerte  á  algunas  dirigidas  á 
don  Fray  Hernando  de  Talavera  "^^  cuya  nobilísima  figura  deja- 
mos ya  bosquejada.  Isabel  le  consulta  en  ellas,  como  á  su  m&s 
íntimo  y  leal  consejero,  arduos  asuntos  de  Estado;  y  partioíp&n- 
dole  sus  dolores  y  sus  alegrías,  revela  la  pureza  é  ingenuidad 
de  sus  sentimientos,  haciendo  así  todavía  más  sensible  la  pérdi- 
da de  las  cartas  por  ella  dictadas,  que  debían  constituir  un  ver- 
dadero tesoro  histórico. — La  Reina,  aunque  tan  docta  como  de- 
jamos ya  notado,  escribe  á  Talavera  con  entera  sencillez,  sin 
curarse  de  ornatos  retóricos.  Sin  embargo,  sus  cartas  no  care- 
cen de  viveza  de  estilo  y  de  lenguaje,  como  juzgarán  sin  duda 
los  lectores  por  el  siguiente  pasaje,  tomado  de  la  en  que  parti- 
cipa al  santo  arzobispo  los  efectos  del  atentado  de  Juan  de  Caña- 
mares, en  Barcelona: 

((Después,  al  salir  del  seteno  dia,  vino  tal  accidente  de  calentura  y  de 
»tal  manera,  que  esta  fué  la  mayor  afrenta  de  todas  las  que  pasamos;  j 
»esto  duró  unidla  y  una  noche,  de  que  yo  digo  lo  que  dixo  Sant  Grego- 
»río  en  el  oíIQqío  del  sábado  sancto,  mas  que  fué  noche  del  infierno:  que 
»crecd,  Padre,  que  nunca  tal  fué  visto  en  toda  la  gente  ni  en  todos  estos 
wdias:  que  ni  lo3  offigiales  hazian  sus  ofli^ios,  ni  persona  hablava  unaoon 
))0tra;  todos  en  romorías  y  procesiones  y  limosnas  y  con  más  priesa  de 
Mconfesar  que  nunca  fué  en  semana  sancta;  y  todo  esto  sin  amonestación 
»de  nadye.  Las  jglesias  y  monasterios  de  contino,  sin  cessar  de  noche  y 
»de  dia  diez  y  do^e  clérigos  y  frayles  rezando...:  no  se  puede  dezir  loque 


1  Clcmencin,  Elogio  de  la  Reina  Católica,  Ilustración  Xll,  pá^.  356 
y  357 ,  Primero  Sigücnza  en  su  Historia  de  la  Orden  de  San  Gerónimo,  y 
después  Bermudez  de  Pedraza  en  su  Historia  de  Granada,  dieron  á  luz  es- 
tas preciosas  cartas  de  la  Reina  Isabel;  pero  adulteradas  y  llenas  de  erro- 
res, principalmente  en  la  Historia  del  último.  Poseemos  copia  esmerada  de 
las  mismas,  sacada  por  nosotros  del  cód.  I.  L.  12  de  la  Biblioteca  del  Es- 
corial, donde  pareció  no  hallarlas  Clemencin,  y  hemos  examinado  el  BIS. 
G.  77  de  la  Nacional,  que  sirvi()  á  este  docto  académico  para  su  edición 
en  el  citado  Elogio. 


II.*  P.,  GAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  B.  DE  LOS  R.  C.    409 

npasava.  Quiso  Dios  por  su  bondad  aver  misericordia  de  todos,  de  ma- 
nnera  que  quando  Herrera  partió,  que  llevava  otra  carta  mia,  ya  Su 
)>Señoria  estava  muy  bueno,  como  él  avrá  dicho;  7  después  acá  lo  está 
«siempre  (¡muchas  gragias  y  loores  á  Nuestro  Señor!):  de  manera  que 
«ya  él  se  leuanta  y  anda  acá  fuera,  y  mañana,  placiendo  á  Dios,  cabal- 
»gará  por  la  ciudad  á  otra  casa,  donde  nos  mudamos.  Ha  sido  tanto  el 
Dpla^  de  verle  levantado  quanta  fué  la  tristeza;  de  manera  que  á  todos 
onos  ha  resusgitado.  No  sé  cómo  sirvamos  á  Dios  esta  grand  merged;que 
»no  bastarían  otros  de  mucha  virtud  á  servir  esto,  ¿qué  haré  yo  que  no 
»tengo  ninguna?...  Y  esta  era  una  de  las  penas  que  yo  sentia:  ver  al  rey 
Mpades^r  lo  que  yo  meresgia,  no  meresgiéndolo  él,  que  pagaba  por  mi. 
nEsto  me  matava  del  todo». 

De  esta  suerte  se  revela  en  las  cartas  de  ía  Reina  Católica  que 
han  llegado  á  nosotros,  aquella  alma  grande,  generosa  y  sen- 
sible, que  la  elevó  sobre  los  reyes  sus  predecesores,  y  que  (de- 
más del  alto  lugar  que  le  ganó  como  promovedora  de  los  estu- 
dios clásicos)  le  conquista  en  la  historia  de  las  letras  patrias 
señalado  galardón,  haciendo  más  sensible  la  pérdida  de  las  epís- 
tolas que  dirigió  á  otros  muy  distinguidos  varones. 

Entre  los  que  más  ilustraron  su  glorioso  reinado  y  merecie- 
ron tan  alta  honra,  no  es  posible  olvidar  á  Mossen  Diego  de  Va- 
lora. Con  aquella  noble  ingenuidad,  que  habia  mostrado  al  ad- 
vertir á  don  Juan  II  los  peligros,  que  le  rodeaban;  con  aque- 
lla generosa  libertad  y  energía,  desplegadas  al  poner  delante  de 
Enrique  IV  los  errores,  á  que  le  arrastraban  su  inexperiencia  y 
su  poquedad,  habla  en  preciosas  epístolas  el  honrado  Valora  á 
los  Reyes  Católicos  desde  el  momento  en  que  los  vé  asentados 
en  el  trono  de  Castilla,  instituyéndose  en  su  más  leal  y  celoso 
consejero.  Tienen  por  esta  razón  las  cartas  de  Mossen  Diego  de 
Ko/era,  todavía  no  juzgadas  por   los  ci'íticos  *,  extraordina- 

1  Las  cartas  de  Diego  de  Valera,  que  como  la  mayor  parte  de  sus 
obras,  están  reclamando  una  edición  ¡lustrada,  se  hallan  al  folio  339  del 
cód.  F.  108  de  la  Biblioteca  Naccional,  bajo  este  epíg^rafe:  Tratado  de  las 
epístolas  embiadas  por  Mossen  Diego  de  Valera  en  diversos  tiempos  á  di- 
versas personas.  Son  en  número  de  veintiséis  con  los  Memoriales  á  los 
Reyes  Católicos,  y  abrazan  el  período  que  media  desde  1441  á  1486,  últi- 
ma fecha  que  en  ellas  hallamos.  £1  señor  Ochoa,  al  formar  el  Epistolario 
español  (Autores  Españoles,  t.  XIII),  no  tuvo  noticia  de  tan  precioso  mo- 
numento del  género  que  colecoionaba. 


410  HISTORIA    CRITICA    OR   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

río  valor  histórico,  que  realzan  sobre  manera  las  galas  de  su 
estilo  y  lenguaje,  ya  conocidas  de  nuestros  lectores;  y  de  bnen 
grado  nos  detendriamos  aquí  en  su  menudo  examen,  si  la  ex- 
tensión del  presente  capítulo  lo  consintiera.  Obligados  nos  con- 
ceptuamos no  obstante  á  consignar  que,  no  aventajándole  nin- 
guno de  sus  coetáneos  en  la  hidalga  franqueza,  con  que  expone 
sus  advertencias  y  aun  sus  censuras,  nadie  le  venció  tampoco  en 
la  soltura  y  naturalidad  de  la  frase,  que  es  en  consecuencia  osa- 
da, rica  y  pintoresca,  ya  se  dirija  á  los  reyes,  ya  á  los  magna- 
tes. Oigamos  por  ejemplo  cómo  reprende  y  amonesta  al  rey  don 
Enrique  respecto  de  la  mala  administración,  con  que  tenia  es- 
candalizada á  Castilla: 

oDays  [Señor,  las  dignidades  eclesiásticas  é  seglares]  á  ombres  indig- 
nóos, non  mirando  servicios,  virtudes,  linajes,  ^iengias  ni  otra  cosa  al- 
Dguna,  salvo  por  sola  voluntad:  é  lo  que  peor  es  que  muchos  afuman  que 
»se  dan  por  dineros^  lo  qual  quánta  infamia  sea  á  Vta.  persona  real  é  á 
» vuestro  claro  juisio  asaz  debe  ser  manifiesto...  Por  el  gran  apartamien- 
»to  vuestro,  non  dando  lugar  de  fablar  á  los  que  con  gran  neSQesidad 
))ante  Vra.  Señoría  tienen  qüenta...,  todos  los  pueblos  á  vos  sujetos  re- 
»claman  á  Dios^  demandando  justigia^  como  non  la  fallen  en  la  tierra 
))vuestra.  Et  disen  que  cómo  los  corregidores  sean  ordenados  para  faser 
»justigia  é  dar  á  cada  uno  lo  que  sujo  es,  que  los  más  de  los  que  oy  ta- 
»les  of  finios  exornen  son  ombres  yn prudentes^  escandalosos,  robadores  c 
))Coheohadores,  é  tales  que  vuestra  justicia  venden  públicamente  por  di- 
»nero,  syn  amor  de  Dios,  ny  vuestro;  é  aun  de  lo  que  más  blasfeman  es 
))quc  en  algunas  gibdades  é  villas  de  vuestros  reynos  vos,  Señor,  man- 
udays  poner  corregidores,  non  los  aviendo  menester,  ni  seyendo  por  ellas 
«demandados,  lo  que  es  contra  las  leyes  de  vuestros  reynos. — Pues  con 
«ánimo  atanto  oya  agora  Vra.  Señoría  mi  paresger:  que  aunque  en  poder, 
«discreción  é  saber  sea  el  menor  de  los  menores  de  vuestros  subditos,  en 
«lealtad,  amor  é  deseo  de  servicio  de  Dios  é  vro.  é  bien  común  de  la  natu- 
«ral  tierra,  syn  dubda,  Señor,  egual  [soy]  del  mayor  de  los  mayores:  que, 
«Señor,  todo  onbre  es  de  oyr,  porque  el  espíritu  de  Dios  donde  entra  es- 
«pira;  é  muchas  cosas  se...  callaron  por  algunos  grandes  varones^  que  se 
«dixeron  por  otros  menores.  £  como  dige  el  filósofo  que  las  cosas  contra- 
«rias  con  los  contrarios  se  han  de  curar,  conviene  curarse  la  viejaenfer- 
«medad  destos  reynos  con  todo  lo  contrario  que  fasta  aquí  se  ha  fecho.  £ 
»sy  quereys,  Señor,  saber  quánto  vos  cumple  á  aquesta  remedio  poner, 
«({uered.  Señor,  en  los  tiempos  de  ogio  las  antiguas  é  modemaS  estorias 
«leer^  é  fallareys,  Señor,  que  por  muy  menores  cabsas  de  las  ya  dichas 
«se  perdieron  muy  grandes  imperios,  reyes  é  príncipes...  Non  deveys. 


Il/p.,  CAP.  XXI.  ELOC,  FILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  OE  LOS  R.  C.   411 

üSeñor,  olvidar  al  rey  don  Pedro,  que  fué  quarto  abuelo  vuestro,  el  qual 
»por  su  dura  é  mala  governa^ion  perdió  la  vida  y  el  Tejno  con  ella»  l. 

La  hidalga  franqueza  de  Yalera  llevaría  consigo  grandes  pe- 
ligros en  los  tiempos  modernos,  reputada  sin  duda  cual  irreve- 
rencia ó  desacato;  pero  es  tanto  más  de  estimar  cuanto  que  de 
i^ual  manera  la  ejercita  con  la  Reina  Católica  y  con  el  rey  don 
Fernando.  A  la  I.*  Isabel  dice,  por  ejemplo,  recordándole  las 
mercedes  que  Dios  le  llevaba  hechas  y  con  ellas  sus  deberes  de 
reina: 

«Mire  bien  Vra.  (^rand  Exgellen^ia  quántas  gracias  á  Dios  deve  dar  y 
))cn  quán  cargo  le  es.  Y  esto  coDosgiendo,  Vra.  Alteza  deve  con  mano 
»lijera  é  muy  liberal  fazer  mercedes  é  galardonar  á  los  que  Vos  han 
olealmente  servido:  que  non  vá  menos  contra  la  justicia  quien  non  faze 
))bien  á  los  buenos  que  quien  los  malos  dexa  sin  pena;  é  donde  non  se 
»faze  diferengia  entre  los  malos  é  buenos,  grand  confusión  se  sigue;  é 
»non  solamente  esto  se  deve  á  personas  syugulares,  mas  generalmente  á 
9todas  las  gibdadcs  é  villas,  de  quien  señalados  servicios  resgebistes»  %. 

Dirigiéndose  al  rey  don  Fernando,  tras  la  dolorosa  rota  de  la 
Axarquía,  en  los  montes  de  Málaga,  le  dice,  condenando  la  so- 
berbia: 

«Bien  podemos  [clamar]  con  Job:  (iDomintís  vulnerat  et  medetur; 
y^percutit  et  manus  ejus  sanabunti).  No  pienso,  lilustrissimo  principe,  se- 
»niejante  caso  ser  acaesgido  de  grandes  tiempos  acá,  como  en  esta  de- 
j>saatrada  entrada  acaesgió,  donde  tanta  é  tan  noble  gente  de  tal  manera 
»se  perdiesse.  Lo  qual  creo  permitió  Nuestro  Señor,  porque  conozcamos 
))(|uúnto  daño  trae  la  soberbia  é  quánto  conviene  á  todo  cubre  discreto 
ndella  apartarse:  que  por  esta  el  ángel  del  gielo  cayó,  el  onbre  del  pa- 
nray.so  fué  echado^  la  torre  de  Babel  derribada,  las  lenguas  divisas,  el 
»rey  Faraón  con  todo  su  exército  en  la  mar  sumergido,  Golfas  muerto. 
))N¡n  la  soberbia  del  sanio  David  quiso  Nro.  Señor  sin  pena  dexar»«etc.  •■> 

Más  cortesano,  aunque  no  menos  leal  para  con  la  Reina  Cató- 
lica é  ingenuo  para  con  los  magnates,  aparece  Hernando  del 
Pulgar  en  sus  ya  famosas  Letras.  Juzgadas  de  un  modo  con- 


t     Es  la  carta  III.*  de  la  colección  citada,  y  lleva  la  data  de  Palcncin  ú 
20  de  Julio  de  1462.  Se  halla  al  folio  344  del  cod.  citado. 

2  Epístola  XIV.»,  ful.  356  del  MS.  mencionado. 

3  Epístola  XVllI.»,  fecha  en  1.^  de  Abril  de  14S2. 


412  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA    ESPACIÓLA. 

veniente  y  digno  por  la  critica  extranjera  ^;  aplaudidas  con  fre- 
cuencia por  los  escritores  nacionales,  no  se  ha  menester  un  de- 
tenido análisis  para  que  le  concedamos  por  ellas  lugar  muy  dis- 
tinguido en  la  historia  de  la  literatura  patria.  Ora  pida  á  su  mé- 
dico consuelos  para  la  vejez  que  le  amenaza,  ó  los  prodigue  á 
sus  amigos  en  el  destierro  ó  en  las  dolencias  y  aflicciones  de  la 
vida  ^;  ora  reprenda  en  el  arzobispo  de  Toledo  la  inquietud  é  in- 
temperancia de  prelados  y  magnates  ^;  ya  procure  tranquilizar 
con  filosóñca  doctrina  el  ánimo  de  los  proceres,  que  so  confesa- 
ban quejosos  ó  descontentos  *;  ya  consigne  su  voto  y  parecer 
sóbrelos  hechos  más  notables  de  su  tiempo,  entre  los  cuales 
no  es  para  olvidado  el  establecimiento  del  Santo  Oficio  ^;  ya  en 
fin  dirija  su  voz  á  la  Reina  Isabel  para  darle  cuenta  de  sus  ta- 
reas históricas  ^,  ó  abra  su  corazón  á  su  hija,  apartada  del  mun- 
do por  voto  de  religión  ", — siempre  hallamos  en  las  Letras  de 
Pulgar  al  discreto  autor  de  los  Claros  Varones^  docto  en  el  es- 
tudio de  los  antiguos,  sobrio  y  circunspecto  en  el  uso  de  las 
reflexiones  filosóficas,  perspicuo,  atinado  y  nada  somero  en  el 
conocimiento  del  corazón  humano.  Su  estilo  natural  y  elegante,  ^  ^ 
su  lenguaje  correcto  y  gracioso,  digno  por  cierto  de  ser  imitado  ^i^* 
en  nuestros  dias,  le  conquistaron  en  la  edad  floreciente,  en  que 
vive,  el  aprecio  de  los  eruditos,  mereciendo  sus  Letras  bajo  es- 
tas relaciones,  no  menos  que  bajo  la  importantísima  de  las  cos- 
tumbres, ser  colocadas  al  lado  del  Centón  epistolario  de  Cibda- 
real,  ya  conocido  de  nuestros  lectores.  El  lenguaje  de  Pulgar,  si 
no  más  expresivo  y  pintoresco  que  el  de  Fernán  Gómez,  mues- 
tra no  obstante  de  un  modo  inequívoco  que  el  habla  de  Mena  y 
Santillana  había  hecho  en  la  segunda  mitad  del  siglo  notabilísi- 
mos progresos. 


1  Clarús,  t.  II,  pá^.  450  y  siguientes  de  su  aplaudido  Cttadro  delali" 
teralura  española  en  la  edad  mediaf  tantas  veces  citado  por  nosotros. 

2  Letras  I,  11,  IV,  VIII,  XII,  XV  y  XIX. 

3  Letras  III,  VI,  VIII. 

4  Letras  XIII,  XVII,  XIX  y  XXXII. 

5  Letras  XXI  y  XXVI. 

6  Letra  XI. 

7  Letra  XXIII. 


I 


y 


Il/  P.y  CAP.  XXI.  ELOC,  PILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DE  LOS  R.  C.    415 

Igual  demostración  ofrecen  las  Cartas  de  Gonzalo  de  Ayora. 
«Yaron  muy  leido  y  asaz  experimentado  en  letras  y  armas», 
cronista  celebrado  en  la  corte,  según  indicamos  en  lugar  opor- 
tuno, dio  aquel  ilustre  hijo  de  Córdoba  insigne  prueba  en  sus 
Cartas  de  que  no  en  balde  gozaba  singular  reputación  en  ambos 
conceptos.  Escritas  en  1503  por  su  mayor  parte  ^,  llevan  la 
data  de  Perpiñan  y  de  Leocata,  y  se  refieren  al  sitio,  que  los 
franceses  pusieron  sobre  Salsas  durante  los  meses  de  setiem- 
bre, octubre  y  noviembre  del  expresado  año.  Su  mayor  interés 
es  en  consecuencia  histórico,  encerrando  la  narración  de  los  su- 
cesos, que  iban  acaeciendo  cada  dia,  á  vueltas  de  cuerdos  y  úti- 
lísimos consejos,  ya  dirigidos  al  secretario  Miguel  Pérez  de  Al- 
mazan,  ya  al  mismo  Rey  Católico.  Ayora  se  muestra  por  demás 
entendido  en  el  arte  de  la  guerra,  como  aparece  afortunado  cul- 
tivador del  habla  castellana,  aunque  manifiesta  sentir  «que  hom- 
bre que  tenia  en  casa  de  S.  A.  el  ofigio»  de  cronista,  escribie- 
se aquellas  cartas  «tan  descuidadamente»  ^.  Mas  á  este  descuido, 
que  Ayora  reprende  y  excusa,  son  debidos  sin  duda  el  desenfa- 
do, la  naturalidad  y  viveza  de  la  frase,  más  suelta  y  espontánea, 
más  sencilla  y  pintoresca  de  lo  que  se  hubiera  acaso  ostentado, 
á  ser  escritas  las  Cartas  con  mayor  espacio  y  mayores  preten- 
siones eruditas.  Prendas  muy  principales  son  de  las  mismas  la 
veracidad  y  la  franqueza,  virtudes  en  que  se  hermanaba  Ayora 
con  Valera  y  Pulgar,  mostrando  todos,  con  aplauso  de  la  poste- 
ridad, que  no  era  posible  decir  de  ellos  lo  que  el  generoso  Moé- 
sen  Diego  habia  dicho  de  los  prelados  españoles: — «¡Guay  de 
los  pastores,  que  apagíentan  asi  mesmos,  buscando  sus  propios 
provechos!»  '. 


1  Sólo  las  dos  últimas  llevan  las  fechas  dcl512yl513  (Burgos — Pa- 
lencia),  y  ambas  van  dirigidas  al  secretario  Miguel  Pérez  de  Almazan,  co- 
mo la  mayor  parte  de  las  precedentes.  Se  publicaron  todas  en  1794,  confor- 
me al  códice  original  que  posee  la  Real  Academia  de  la  Historia,  y  las  ha 
reimpreso  en  el  Epistolario  español  el  señor  Ochoa  (Autores  españoles, 
t,  XIIÍ,  pág.  61).  Véanse  las  noticias  de  Ayora  en  el  capítulo  precedente. 

2  Carta  VIII.*,  dirigida  al  Secretario  Pérez  de  Almazan  (Autores  es-- 
pañoles,  t.  XIIÍ,  pág.  70,  col.  1.*). 

3  Regimiento  de  Principes,  cap.  I.  No  dejaremos  la  pluma  sin  consig- 


414  HISTORIA    GRtTICA    DE   LA    LITERATURA  ESPAfiOLA. 

Hemos  contemplado,  al  trazar  el  variado  cuadro  que  ofrecen  4 
nuestra  vista  la  elocuencia,  la  filosofía  moral,  la  novela  y  el  gé- 
nero epistolar,  durante  el  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  los 
meritorios  y  multiplicados  esfuerzos  hechos  en  tan  diversas  es- 
feras por  cuantos  ingenios  contribuyen  al  mayor  lustre  de  la 
cultura  española,  por  medio  de  las  letras.  Sin  duda  la  impor- 
tancia de  estos  diferentes  desarrollos  pedia  mayor  detenimiento, 
y  á  ello  nos  brindaban  los  estudios  parciales  que  teníamos  reali — 
zados.  Pero  esta  vez  hemos  cedido,  como  siempre,  al  anhelo  d€5 
no  dar  excesivo  bulto  á  nuestras  reflexiones,  creyendo  sin  ers^^ 
bargo  que  basta  lo  expuesto  para  apreciar,  cual  cumple  á  los  ^^ 
nes  de  nuestra  historia,  los  genuinos  caracteres  del  ingenio  6& 
pañol  en  los  postreros  dias  del  siglo  XV  y  principios  del  XVl 
Hijas  del  vario,  y  al  parecer  contradictorio,  impulso,  que  part-' 
á  la  vez  de  las  esferas  eruditas,  donde  se  opera  la  obra  del  H^ 
nacimiento,  y  de  las  populares,  donde  arraigan  y  se  acaudala- ^ 
las  tradiciones  del  arte  de  la  edad-media,  nos  enseñan  todas  e^ 


nar  (le  nuevo,  respecto  del  cultivo  histórico  del  género  epistolar^  que  ^'^ 
clama  este  de  los  eruditos  mayor  celo  del  que  hasta  ahora  se  ha  mostn».*^ 
en  la  formación  de  semejantes  colecciones.  Sabido  es  de  cuantos  estudian 


historia  nacional,  en  vario  concepto,  que  ya  bajo  el  aspecto  político^  ya  bí 
ol  literario,  ya  bajo  la  mera,  aunque  varia,  consideración  social  se  escribía 
á  fines  del  siglo  XV  y  principios  del  XVI,  muchas  y  muy  útiles  y  sabros-í^ 
epístolas,  no  siendo  en  el  particular  para  olvidados  los  nombres  del  Prí*^^ 
cipe  don  Juan,  que  aun  las  traza  en  lengua  latina;  del  prolonotario  Jua^ 
de  Lucena^  de  quien  conocemos  ya  algunas  muestras  (cap.  XVHl  de   est^ 
volumen),  del  arzobispo  Hernando  de  Talavcra,  de  quien  llegó  á  recoger  lí 
Academia  de  la   Historia  preciosa  colección,  que  ha  desaparecido   en  los 
lillimos  tiempos;  del  Cardenal  Cisncros,  del  cual   y  de    sus  más    allegados 
familiares,  se   guarda  en  la  Biblioteca  de  la  Universidad  Central  colección 
autógrafa,  mencionada  ya  por  nosotros  y  que  según  tenemos  entendido  ve- 
rá en  breve  la  luz  pública.  De  estos  y  de  otros  muchos  personajes  del  rei- 
nado, podrían  allegarse  numerosas   epístolas  de    todos  géneros,  que  deben 
ser  consideradas  como  otros  tantos   monumentos  del  estado  floreciente,  á 
que  llega  la  cultura  de  Castilla  en  los  últimos  dias  del   siglo  XV. — Lástima 
fué  en  consecuencia  que  el  señor  Ochoa  se  contentara  con  lo  hecho  sobre 
el  particular,  al  recoger  en  el  citado  Epistolario  español  tan  precioso    te- 
soro de  las  letras  patrias. 


II,*  P.,  CAP.  XXI.  ELOC,  PILOS.,  NOY.  EN  EL  R.  DELOSR.  C.   415 

tas  producciones  que  iba  acercándose  momento  de  mayor  gloría 
para  la  literatura  patria;  consideración  que  cobra  en  nuestro  áni* 
mo  méíS  bulto  é  importancia,  al  volver  nuestras  miradas  á  las 
enseñanzas  que  nos  ministran  en  el  mismo  periodo  la  poesía  y 
la  historia.  La  edad  literaria  de  los  Reyes  Católicos  es  en  ver- 
dad una  época  de  florecimiento  y  de  granazón  para  los  ingenios 
españoles:  sin  el  maduro  estudio  de  ella  no  seria  posible  en  modo 
alguno  comprender  el  siglo  XVI,  que  recibió  el  título  de  Siglo 
de  Oro,  con  que  justamente  se  engalana. 

Pero  no  era  posible,  por  la  misma  razón,  demandar  á  sus 
poetas,  á  sus  historiadores,  á  sus  oradores,  á  sus  moralistas 
;y  á.  sus  noveladores  mayor  perfección  artística  de  la  que  hu- 
manamente podian  ofrecernos,  por  más  que  algunas  de   sus 
obras  no  hayan  tenido  después  dignos  imitadores.  Notables 
^ran  bajo  más  de  un  concepto  los  progresos  que  en  tan  mul- 
tiplicadas vias  babia  hecho  la  lengua  de  la  España  Central,  ge- 
:iieralizada,  ya  no  sólo  cual  lengua  literaria,  sino  recibida  tam- 
l)íen  cual  lengua  nacional  en  la  mayor  extensión  de  la  Península. 
mica,  flexible,  abundante,  pintoresca  y  sonora,  como  nunca  se 
liabia  ostentado,  recibe  nueva  fuerza  y  más  brillante  luz  de  sus 
xnismos  detractores;  y  al  mismo  tiempo  que  acaudala  el  dialecto 
ir>oético  con  no  gozados  tesoros,  préstase  generosa,  cual  fácil  y 
^ulecuado  instrumento,  ya  á  la  grave  narración  de  la  historia, 
"ya  á  los  arrebatos  y  noble  majestad  de  la  elocuencia  (sagrada  y 
profana),  ora  á  la  varia  entonación  de  la  novela  caballeresca  y 
cJe  costumbres  populares,  ora  en  fln  al  familiar,  ingenuo  y  repo- 
sado acento  del  género  epistolar,  mostrando  en  tan  multiplicado 
<3oncepto  que  habia  entrado  en  la  edad  de  su  virilidad,  que  es 
siempre  época  de  verdadera  fecundid^id  y  engrandecimiento  en 
la  historia  de  las  naciones. 

Tal  es  realmente  el  carácter  literario  del  siglo  XVI,  así  en  las 
esferas  eruditas  como  en  las  populares.  Antes  de  que  fijemos  del 
t.odo  en  él  nuestras  miradas,  necesario  es  detenernos  á.  contem- 
plar, según  ya  queda  indicado,  el  desarrollo  que  ofrece  hasta 
este  solemne  y  grandioso  momento  la  poesía  que  hemos  dis- 
tinguido antes  de  ahora  con  título  de  popular  en  la  acepción  fl- 
losóBca  de  la  palabra,  porque  de  ella  iba  á  recibir  los  más  bri- 


416  HISTORIA   CRtTiGA    DE  LA    LITERATORA    ESPAl^OLA. 

liantes  títulos  de  gloria  la  literatura  nacional  en  tan  memorable 
centuria.  Con  tan  importante  y  nuevo  estudio  cerraremos  pues 
el  de  las  letras  patrias  durante  la  edad-media  y  á  él  consagra.- 
remos  el  capitulo  siguiente. 


CAPITULO  XXII. 


)IA  POPULAR  HASTA  EL  REINADO  DE  CARLOS  1. 


impo  de  la  misma. — Su  vitalidad  coiüo  reflejo  de  la  cultura  de 
io. — Perfeccionamiento  de  las  formas  populares. — üniversali- 
influencia. — La  poesía  popular  con  relación  á  las  creencias 
ostumbres. — Cantares  funerarios;— de  juegos; — de  la  infan- 
imor; — satíricos; — de  bodas. — Romances. — Creciente  imper- 
ios miamos. — Romances  novelescos  y  caballerescos; — histó- 
)riscos. — El  teatro. — Influencia  de  la  antigüedad  y  del  es- 
illeresco  en  el  desarrollo  de  las  costumbres  y  en  el  perfec- 
to de  las  artes  escénicas. — Juegos; — danza8;^-compar8ad  ale- 
momos; — funciones  en  honor  del  Santísimo  Sacramento. — 
dispensada  por  los  magnates,  los  prinoipe9  y  la  Iglesia  al 
iatro. — Fiestas  dramáticas  en  coronaciones  de  reyes  y  otras 
Jes. — Secularización  de  los  misterios. — Farsas  de  moros  v 
— Elementos  literarios  que  se  asocian  á  este  múltiple  desar- 
aduccioncs  é  imitaciones  de  los  clásicos. — Elaboración  de  la 
stica  desde  mitad  del  siglo  XIV. — Diálogos  en  verso  y  prosa.— 
acterísticas  de  los  mismos. — Momento  que  determinan  en  la 
íl  arte. — Juan  del  Encina.— Sus  ensayos  dramáticos. — Clasifi- 
aicio  de  los  mismos. — Muestras  de  su  estilo  y  lenguaje. — Imi- 
Juan  del  Encina  en  Aragón,  en  Castilla  y  Portugal. — Gil 
•Representación  del  mismo  en  la  dramática  española. — Sus 
—Otros  imitadores  de  Encina. — Consideraciones  generales. 


)ciinüs,  al  trazar  el  cuadro  que  ofrece  á  la  contempla- 
i  critica  nuestra  poesía  popular  hasta  mediados  del  si- 

que  lejos  de  referirse  esla  á  un  orden  de  ideas  deler- 
encerrándose  en  una  forma  exclusiva,  como  parecían 

Yii.  27 


418  HISTORIA   CRITICA   DB   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

suponer  los  estudios  hechos  hasta  nuestros  tiempos,  se  relacio- 
naba directa  é  íntimamente  con  las  creencias  y  las  costumbres 
nacionales,  desenvolviéndose  en  multiplicadas  esferas  y  revis- 
tiendo la  mayor  variedad  respecto  de  sus  formas  expositivas. 
Desde  las  más  graves  y  dolorosas  manifestaciones  de  las  creen- 
cias, en  que  tan  decisivo  imperio  alcanzan  las  artes  mágicas, 
derivadas  de  la  más  remota  antigüedad,  hasta  las  más  sencillas 
é  inofensivas  costumbres,  en  que  se  piatan  y  revelan  los  juegos 
ó  inclinaciones  de  la  infancia;  desde  las  más  elevadas  flestas  pú- 
blicas, que  interpretan  y  solemnizan  el  júbilo  y  bienestar  de  los 
pueblos,  descubriendo  al  par  los  lazos  que  unen  en  un  sólo  des- 
tino y  porvenir  á  grandes  y  pequeños,  principes  y  magnates, 
hasta  las  más  espontáneas  demostraciones  del  entusiasmo  popu- 
lar, que  ya  levanta  á  gloriosa  apoteosis  la  memoria  de  los  pasa- 
dos héroes,  ya  ensalza  los  ilustres  nombres  de  los  que  renuevan 
tas  antiguas  proezas;  desde  las  venerandas  ceremonias  del  rito 
y  de  la  liturgia,  en  que  aspira  la  Iglesia  á  ministrar  fructuosa  y 
duradera  enseñanza  á  la  indocta  muchedumbre,  hasta  los  libres 
juegos  y  abigarrados  espectáculos  que  á  la  misma  divierten  y 
entretienen  en  mercados  y  plazas  públicas,— en  todos  estos  va-  — ^. 
riados  conceptos,  que  abrazan  y  compendian  la  cultura  española  osla 
y  responden  á  sus  más  íntimas  necesidades,  contemplamos  allí  á  .i&  á 
la  poesía  popular,  ejerciendo  su  eflcacisimo  ministerio,  y  oslen-  — ^- 
tando  ya  aquella  multitud  de  formas  que  nacian  de  los  Qnes  por  *mor 
ella  realizados  y  constituían  no  pequeña  parte  de  su  genial  ri-  —  Ji- 
queza. 

Ni  de  la  universalidad  de  estos  fines,  ni  del  activo  influjo  que  s^  «e 
en  tan  variadas  esferas  ejerce,  ni  de  los  propios  é  inequívocos  .^cds 
caracteres  que  la  distinguen  hasta  aquella  edad,  es  posible  du-  —  ■- 
dar,  en  nuestro  juicio,  llevado  á  cabo  el  mencionado  estudio  ^    *  ^' 


1  Cuando  revisábamos  el  presente  capítulo,  para  darlo  á  la  imprenta, 
llegó  á  nuestras  manos  un  largo  artículo,  debido  á  la  docta  pluma  de  don 
Fernando  José  de  Wolf,  y  dado  á  luz  en  la  Revista  de  las  literaturas  neíh' 
latinas,  sóbrelos  lomos  III  y  IV  de  esta  Historia  critica.  Las  últimas  con- 
sideraciones del  expresado  trabajo,  cuya  benevolencia  agradecemos  por 
extremo,  se  refieren  al  estudio  que  de  la  poesía  popular  hicimos  ea  el  eapí- 


Á 


II.*  P.y  CAP.  mi.  LA  POBS.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.  419 

Difícil  conceptuamos  también  que  pueda  desconocerse,  en  vista 
del  mismo,  la  gran  vitalidad  que  la  poesía  popular  abrigaba  en 
el  suelo  de  la  Peninsuia  Ibérica,  como  no  es  dudoso  que  esa  vi- 
talidad debia  trasmitirse  á  los  tiempos  venideros.  La  poesía  po- 
pular, presidiendo,  digámoslo  asi,  á  las  consultaciones  y  miste- 
riosos actos  de  las  artes  goéticas;  solemnizando  bodas  y  funera- 
les, triunfos  y  coronaciones;  interpretando  el  sentimiento  pa- 
triótico, ora  respecto  de  los  sucesos  de  la  paz,  ora  de  los  hechos 
de  la  guerra;  revelando  en  fin  el  común  anhelo  de  cultura  que 
se  personificaba  é  iba  tomando  bulto  y  consistencia  en  los  es- 
pectáculos públicos,  debia  reflejar,  y  reflejó  en  efecto,  durante 
la  segunda  mitad  del  siglo  XIY  y  en  todo  el  XY,  con  la  misma 
fuerza  é  ingenuidad  que  en  los  precedentes,  la  vida  entera  del 
pueblo  español,  cumpliendo  así  las  superiores  leyes  de  su  exis- 
tencia. Como  en  tiempos  anteriores,  asistió  á  todos  los  acaeci- 
mientos, que  en  alguna  manera  interesaron  lo  por  venir  de  la  pa- 
tria; como  en  tiempos  anteriores,  personificó  enérgicamente  el 
aplauso  ó  la  protesta  del  sentimiento  popular,  que  la  inspiraba; 
y  como  en  tiempos  anteriores  sirvió  de  clarísimo  espejo  &  la 
nniversal  cultura,  no  siendo  indiferente  á  los  multiplicados  ele- 
mentos que  la  impulsan  y  acaudalan.  Sus  espontáneos  y  natu- 
rales frutos,  sus  multiplicadas  y  preciosas  conquistas  llegaban 
el  cabo  á  merecer  la  estimación  de  los  eruditos,  quienes  deseo- 
sos de  participar  del  general  aplauso,  mientras  se  empeñaban 
ios  más  doctos  en  la  imitación  formal  de  la  literatura  clásica, 
tal  como  lo  dejamos  demostrado,  contribuían  poderosamente  al 
desarrollo  de  las  formas  populares  basta  levantarlas  á  una  esfera 
propiamente  artística. 

Preparábase  de  esta  suerte  la  más  importante,  la  más  tras- 
cendental de  cuantas  transformaciones  había  experimentado  la 


tulo  XXllI  del  l.erSubciclo  de  esta  II.*  Parte;  y  el  eminente  crítico  alemán 
acepta  y  tiene  por  legítimo  el  concepto  capital,  en  que  fué  considerado  por 
nosotros  el  pueblo,  siguiendo  la  docta  definición  del  Rey  Sabio  (tomo  VII 
de  la  Revista  ó  Anuario,  pág.  101).  La  misma  consideración  y  el  mismo 
punto  general  de  vista  hemos  adoptado,  al  trazar  el  presente  capítulo,  l|«- 
let  al  pian  establecido  y  al  pensamiento  que  en  él  domina. 


420  HISTOBU   CRÍTICA   OB  LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

poesía  nacional  desde  los  primeros  dias  de  su  existeneia.  Her 
man&ndose  en  un  sólo  fln  todos  los  elementos  atesorados  duranl 
la  edad  media  por  los  poetas  mediocres  y  los  poetas  Ínfimos.  ^ 
como  los  apellidaba  el  ilustre  Marqués  de  Santillana  ^;  encami —  j 
nados  á  una  sola  meta  los  esfuerzos  de  populares  y  semi-eradi —  J 
los,  de  quienes  se  apartaban  cada  dia  más  los  ingenios  subli-^^ 
mes,  abríase  aquel  gran  palenque,  donde  se  iba  á  disputar 
dominio  del  arte  en  los  siglos  venideros  y  donde  debían  al 
alcanzar  sus  más  brillantes  títulos  de  gloria  los  máis  granados 
cultivadores  de  la  poesía  española. 

Desarrollábase  pues  la  popular  desde  mediados  del  siglo  XIV, 
conforme  á  las  leyes  que  habia  reconocido  en  los  precedentes; 
pero  al  reflejar,  como  la  habia  reflejado  siempre,  la  actualidad 
de  la  civilización  ibérica,  reducida  á  un  centro  común  por  la  po- 
lítica de  los  Reyes  Católicos,  parecía  al  fin  llamada  á  dar  cuenta 
no  solamente  de  aquella  grande  evolución,  que  habia  tenido  eco, 
según  han  visto  ya  los  lectores,  en  el  parnaso  erudito  y  corte- 
sano, sino  también  del  movimiento  más  elevado  de  los  clasicis- 
las,  á  quienes  primero  contradice  y  cuyo  influjo  recibe  al  postre 
eu  medio  de  largas  y  tenaces  contradicciones. — Ejercía,  como 
on  edades  precedentes,  eficaz  ministerio  en  todos  los  actos  de 
la  vida;  y  ya  en  los  sagrados  templos,  ya  en  los  palacios  de  re- 
yes y  magnates,  ya  en  las  plazas  y  lonjas,  alegraba  las  ceremo- 
nias del  culto,  divertía  los  ocios  de  la  paz,  ó  enardecía  el  en- 
tusiasmo bélico,  no  habiendo  fiestas  ni  convites  donde  no  res- 
plandeciera con  sus  genuinos  caracteres,  porque  «sin  ella  asy 
como  sordos  y  en  silencio  se  fallaban»  ^. 


1  Carta  al  Condestable  de  Portugal,  núm.  IX,  p»^^.  7  de  la  edición  de 
las  Obras  del  Marqués  (iMadrid,  1952). 

2  El  expresado  Marqués  de  Santillana,  reftriéndose  d  la  universalidad 
de  fines  de  la  poesía,  escribe:  «Esta  en  los  deíficos  templos  se  canta,  é  en 
las  cortes  é  palacios  imperiales  y  reales  gra9Íosamentc  es  rcs9cbida.  Las 
plazas,  las  lonjas,  las  fiestas,  los  convites  opulentos,  sin  ella  asy  como  sor- 
dos é  en  6Ílcn9io  se  fallan»  (Núm.  V  de  la  Carta  al  Condestable  de  Por^ 
tugal).  El  docto  procer,  aunque  refiriéndose  en  este  pasaje  á  la  autoridad 
de  Casiodoro,  no  pierde  de  vista  por  una  parte  la  clasificación  que  hace  de 


Il/P.,  GAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.    421 

Ni  dejaba,  cual  vá  indicado,  de  penetrar  en  el  circulo  dé  las 
torcidas  creencias  y  supersticiones  de  la  mucbednmbre,  que  ba- 
bian  cobrado  por  desdicha  excesivas  creces  durante  los  débiles 
reinados  de  Enrique  II  y  sus  sucesores.  Las  artes  vedadas  de 
augures  y  adivinos,  de  pulsadores  y  sortílegos,  de  encantadores 
y  nigromantes,  lejos  de  ser  erradicadas  por  la  Iglesia  y  sus  mi- 
nistros, adquirieron  mayor  predominio  en  las  costumbres,  y 
avasallando  al  par  los  ánimos  de  grandes  y  pequeños,  mientras 
despertaban  la  atención  de  tan  ilustres  personajes  como  un  don 
Enrique  de  Aragón  y  un  don  fray  Lope  de  Barrientos  hasta  exi- 
girles muy  recónditas  especulaciones  ^,  inflcionaban  la  pureza 
de  la  religión  con  sus  menguadas  prácticas,  resistiéndonos  aho- 
ra á  creer  hasta  qué  punto  liega  en  la  corte  de  don  Juan  II  y  de 
Enrique  IV  su  mísero  estrago.  Mas  no  es  lícito  ponerlo  en  duda, 
como  no  es  dado  tampoco  desconocer  que  alcanzaba  y  manchaba 
al  par  á  todas  las  clases  sociales,  bajo  multiplicadas  formas  y 
maneras.  Ora  consultando  el  vuelo  de  las  aves,  dando  fé  á  los 
sueños  y  echando  suertes  por  medio  de  dados,  cartas  y  conju- 
ros, vituperable  pestilencia  que  ha  cundido  hasta  nuestros  dias  ^; 


la  poesía,  ni  olvida  por  otra  el  espectáculo  que  le  ofrecían    las  costumbres 
de  su  tiempo. 

1  Pueden  consultar  los  lectores  el  cap.  XI  de  este  lí.**  Subciclo,  donde 
dimos  á  conocer  el  peregrino  Libro  del  Aoj amiento  ó  fasQinologia,  debido 
á  don  Enrique,  y  el  Tractado  de  las  especies  de  adenVianfa,  á  don  fray 
Lope.  En  el  mismo  capítulo  tratamos  del  Libro  de  Casso  et  Fortuna  y  del 
Tractado  del  dormir  el  despertar  et  del  soñar,  no  indiferentes  bajo  la  re- 
lación de  las  costumbres  para  el  estudio  que  ahora  realizamos. 

2  Fácil  nos  seria  traer  aquí  numerosas  citas  de  los  escritores  ascéticos 
que,  teniendo  por  objeto  la  corrección  de  las  costumbres,  nos  revelan,  co- 
mo saben  ya  los  lectores,  sus  lamentables  extravíos.  Preferimos  no  obs- 
tante en  esta  ocasión  los  testimonios  poéticos;  y  ninguno  más  digno  de  te- 
nerse en  cuenta  que  el  que  nos  ofrece  Fernán  Pérez  de  Guzman  en  su  Con- 
fesión rimada.  Hablando  del  primer  Mandamiento,  decia: 

Aquel  á  Dlo$  ama  1  que  en  las  planetas, 
estrellas  nin  signos  )  non  ha  confianza, 
nin  teme  fortuna,  |  nln  de  los  cometas 
rebela  que  puede  |  venir  tribuíanla; 
Din  pone  en  las  aues  |  su  loca  esperanza, 
nln  dá  fé  á  tuefios,  |  nln  cuyda  por  suertes 


422  HISTORIA   CRÍTICA    DE   LA   LITERATURA  ESPAÜOLA. 

ora  impetrando  el  auxilio  de  encantadoras  y  hechiceras^  reci- 
biendo de  sus  manos  y  llevando  al  cuello  amuletos  y  misteriosos 
versos  (cartillas  ó  escripturas)  para  precaverse  de  contagiosas 
fiebres  y  dolencias  ^;  ya  invocando  los  espíritus  infernales  por 
boca  de  falsas  viejas^  que  interpretaban  de  igual  suerte  los  es- 
tornudos, hacían  mal  de  ojo  y  tornaban  el  cuajo;  ya  suponiendo 
contemplar  en  espejos  y  espadas  siniestras  visiones  y  cercos  fa- 
tidicoSy  donde  se  mostraban  los  ministros  de  Satan^»  revelando 
lo  por  venir  ^;  ya  finalmente  examinando  las  uñas  de  moco  ckico^ 


desalar  peligros,  |  trabajos  é  muertes, 

nlo  que  por  ventura  \  bleo  nln  mal  se  alcanxa. 

£1  curso  y  aparición  de  los  planetas,  estrellas,  síganos  y  cometas;  el  i^ 
mor,  la  esperanza  y  la  fé  en  la  fortuna,  el  vuelo  de  las  aves,  los  sueúo^  y 
la  ventura  proseg^ulan  pues  ejerciendo  activo  y  directo  influjo  cu  la  vida 
real  de  los  vasallos  de  don  Juan  II:  pasados  ya  cuatro  largos  siglos,  y  en 
medio  del  gran  movimiento  intelectual  de  la  edad  presente,  tienen  todas 
estas  vanidades  y  supersticiones  no  sólo  prosélitos,  sino  también  profesores 
y  maestros,  que  ya  en  las  villas  y  capitales  de  provincia,  ya  en  la  misma 
corte,  benefician  torpemente  la  credulidad  de  aquellos,  siendo  arbitros  con 
dolorosa  frecuencia  de  la  paz  y  aun  de  la  conservación  de  las  familias. 
Asunto  es  este  digno  de  llamar  hoy  la  atención  de  los  legisladores,  como 
la  despertaba  en  otros  días:  para  nosotros  cumple  sólo  añadir  que  todos  es- 
tos actos  se  ejercen,  recitando  misteriosos  motetes,  copliilas  y  relaciones  en 
metro,  vestigios   indubitables   del  singular  ministerio  que  alcanzó  de  anti- 
guo la  poesía  en  las  artes  goéticas. 

1     £1  mismo  Fernán  Pérez  de  Guzman  proseguía  en  la  Confesión  ri- 
mada: 

Aquel  á  Dios  ama  |  que  del  etcantar 
non  cura  de  viejas  |  nin  sus  necias  artes. 


Aquel  á  Dios  ama  |  que  de  las  cartillas^ 
que  ponen  al  cuello  |  por  las  calenturas, 
non  usa,  nin  cura  |  de  las  palabrillat 
de  los  monifrates  (?)  |  etc. 


Las  cartillaSf  de  que  habla  el  Sr.  de  Batrcs,  se  llamaban  también  car- 
fas  vírgenes,  metros  sanctos  y  escripturas  de  salud,  conforme  al  propósi- 
to, á  que  por  su  medio  se  aspiraba. 

2  Entre  otros  tratados,  que  nos  enseñan  alguna  parte  de  estas  punibles 
prácticas,  durante  el  siglo  XV,  mTirece  citarse  el  que  bajo  el  título  de  Fí— 
pios  y  Virtudes  dimos  á  conocer  en  el  tomo  precedente  (pág.  326).  £1  res. 


II«*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POBS.  POP.  HASTA  BL  R.  DE  CARLOS  I.    423 

píDt&ndose  el  rostro  de  extrañas  figuras  y  oolores  ó  oonsoltan- 
do  la  oolocacion  especial ,  el  tamafio  y  otros  aocidentes  del  om6* 
plato  (el  bueso  blanco  de  la  espalda)...  bajo  lodos  estos  vanos  y 
punibles  conceptos  se  reconocieron  y  acataron  durante  el  perio- 
clo  en  que  tenemos  fijada  la  vista,  las  artes  irrüarías^  asi  ape- 
llidadas por  muy  doctos  varones  coetáneos  S  y  en  todas  estas 
relaciones  se  valieron  de  la  poesía,  su  antigua  y  m&s  eficaz  au- 
3Üliar  y  compañera  ^. 


pctablc  Fernán  Pérez,  en  obra  poética,  designada  con  muy  análogo  título, 
reprendiendo  el  anhelo  de  saber  lo  por  venir,  observaba: 

De  aquí  es  la  astrología 
incierta  é  yarlable; 
de  aquí  la  abomloable 
é  cruel  nigromancia, 
é  puntos  é  Juroen^ía; 
de  aqui  las  invoca<;ione8 
de  espíritus  é  phitones; 
de  aquí  falsa  proferta,  etc.  ^ 

Tan  juiciosa  declaración,  hecha  en  la  primera  mitad  del  siglo  XV,  pu- 
diera tener  fácil  aplicación  en  nuestros  dias;  pues  que  abusando  desdicha- 
damente de  la  ciencia,  se  intenta  autorizar  con  su  nombre  el  mismo  linajo 
de  extravíos,  condenados  tan  cuerdamente  por  el  autor  de  las  Generocio- 
nes  y  Semblanzas,  Nos  referimos  principalmente  á  la  secta  de  los  e^trt- 
listas,  que  aunque  nacida  en  extrañas  regiones,  ha  logrado  en  nuestro  sue- 
lo no  pocos  prosélitos. 

1  Fernán  Pérez  de  Guzman,  en  el  ya  referido  poema  De  VÍ0OS  y  Vir^ 
ludes,  continuando  la  materia  indicada,  anadia: 

Estornudos  é  cornejas 
de  aqui,  é  suertes  consultorlas; 
de  aqui  abtes  treisoeiís 
é  escantos  de  falsas  Tiejas. 
De  aqui  frescas  é  afiejas 
diversas  supersticiones; 
de  aqui  sueños  é  visiones 
de  lobos  sé  piel  de  ouejas. 

Respecto  de  las  consultaciones,  eseribia  en  la  Confesión  rimada  que  no 
amaba  á  Dios  y  pecaba  mortalmente 

aquel  mal  xprlstlano  |  que  con  grandes  curas 
en  el  bueso  blanco  f  del  espalda  cata* 

2  Remitimos  á  nuestros  lectores  sobre  el  particular  al  capítulo  X  de  la 
!.•  Parte  y  al  XXIII  del  l.cr  Subciclo  de  esta  II.* 


424  HISTORIA   CRÍTICA   DB  LA   LITERATURA  U^AHOU. 

Soi^rendente  é  inexplioable  parecería  sin  dada^  antes  de  oo- 
nocer  este  general  y  nocivo  influjo  en  las  costamln^  dd  s- 
glo  XY,  cómo  los  más  ilustres  poetas  de  la  corte  de  don  JuanD, 
mientras  condenan  otros  los  pestilenciales  efectos  de  aquellas 
criminosas  artes,  acuden  á  enriquecer  sus  principales  prodac* 
cienes  con  los  peregrinos  cuadros,  que  las  mismas  les  ofreceo, 
aun  en  sus  relaciones  con  la  vida  pública.  Ninguno  de  los  inge- 
nios cortesanos  pintó  con  mayor  exactitud  y  brio  que  el  renom- 
brado Juan  de  Mena  la  lucha  sostenida  en  las  gradas  del  trono 
por  los  mal  regidos  proceres,  qua  disputaban  el  poder  al  priva- 
do del  rey  de  Castilla:  el  poeta  de  Córdoba,  cuyos  versos,  apla*^' 
didos  por  el  mismo  don  Juan  II,  hacian  que  se  «pellizcasea  ^^ 
el  corazón  los  magnates  que  al  oirlos  más  se  aplacian  en  la  o^' 
ra»  S  no  vaciló  en  sacar  á  la  vergüenza  en  su  aplaudido  Zd^^' 
ryntho  las  supersticiones  y  flaquezas  de  aquellos  orgullosos  X^^^ 
bles,  que  por  saciar  su  sed  de  venganza,  humillaban  su  dignid^*^ 
personal  y  la  claridad  de  sus  nombres  ante  una  de  aquellas  i^^^ 
pes  pitonisas,  que  hallaban  su  personificación  artística  en    ^ 
Trotaconventos  y  Celestinas  *.  Notabilísimo  es  en  verdad,  b-^^^ 
tan  interesante  aspecto,  el  cuadro  trazado  por  Mena  en  el  ór 
de  Saturno:  los  proceres  de  Castilla,  que  intentaban  iguala 
con  los  reyes,  comparecen  en  efecto  ante  hábil  y  famosísi 
encanladera,  para  saber  la  suerte  que  esperaba  á  don  Alvar 
De  pulmón  de  lince,  de  sierpe  formada-  de  espina  de  muer 
de  ojos  de  lobo  canOy  de  medula  de  ciervo,  de  piedra  de  águ^  ^ 
la,  de  sustancia  de  remora  (pez  echino)  y  de  fragmentos  í^ 
ara  consagrada  al  culto  divino  forma  la  hechicera  extraña  mix-^ 
tura  ó  ungüento;  y  aplicándolo  á  un  cadáver  insepulto,  colocado 
por  ella  en  misterioso  círculo,  pronuncia  terrible  conjuro,  cuya 
escena  traza  así  el  poeta. 

Ya  comenzaba  j  la  invocación 
con  triste  murmurio  |  su  díssono  canto» 
fínjiendo  las  vozes  |  con  aquel  espanto 

1  Centón  Epistolario,  F.píst.  XX. 

2  Véase  el  cap.  XVI  del  l.er  Subciclo  de  esta  íl.*  Parle,  y   consúltese 
también  el  precedente. 


e 


II.*  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  BL  R.  DB   CARLOS  1.   425 

que  meten  las  fieras  |  con  su  triste  son. 

Oras  silbando  |  bien  ocino  dragón, 

ó  como*  tigre  |  faziendo  estridores; 

oras  formando  |  aullidos  mayores, 

que  forman  los  canes,  |  que  sin  dueño  son. 


Con  ronca  garganta  |  ya  diz  el  conjuro: 
— A  ti,  Pluton  triste,  |  é  á  ti,  Proserpina, 
que  me  enviedes  |  entrambos  ayna 
un  tal  spiritu  |  sotft  é  muy  puro, 
que  en  é^te  mal  cuerpo  |  me  fable  seguro 
é  de  la  pregunta  |  que  le  fuere  puesta, 
á  mi  satisfaga  |  de  Qierta  respuesta 
segund  es  el  oasso  |  que  tanto  procuro. 

Terminada  tan  atroz  evocación,  muy  semejante  &  la  empleada 
después  por  el  autor  de  la  Celestina^  la  maga, 

Tornándose  contra  |  del  cuerpo  mezquino 
des  que  la  su  forma  |  vido  ser  inmota, 
con  viva  culebra  |  lo  fíere  y  azota 
por  que  el  espíritu  |  le  traiga  malino. 

^«pitiendo  la  encantadora  sus  satánicos  cantares, 

Los  miembros  ya  tiemblan  |  del  cuerpo  muy  frios, 
medrosos  de  oyr  |  el  canto  segundo: 
ya  forma  las  vozes  |  el  pecho  iracundo, 
temiendo  á  la  maga  |  é  sus  poderíos. 
La  qual  se  le  llega  |  con  sones  impíos 
é  fa^e  preguntas  |  por  modo  callado 
al  cuerpo  ya  vivo  |  después  de  fínado, 
por  que  los  sus  actos  |  non  salgan  vazios. 

Con  xma  manera  |  de  vozes  extrañas 
el  cuerpo  comienza  |  palabras  átales: 
— Ayrados,  é  mucho  |  son  los  infernales 
contra  los  grandes  |  del  regno  d'España,  etc. 

El  maléfico  espíritu,  moviendo  la  lengua  del  cadáver,  mien- 
tras afea  y  condena  el  proceder  de  los  magnates  de  Castilla, 
anuncia  la  calda  del  Condestable,  que  se  hallaba  á  la  sazón  en  la 
cumbre  de  su  poderío.  Mentira  parece  que  á  tal  punto  llegara 
la  supersticiosa  credulidad  de  aquellos  magnates,  para  quienes 
era  noble  ejercicio  el  culto  de  las  letras,  y  sin  embargo  recono- 


426  '        lUSTORIA  CRÍTICA   OE  LA  LITERATURA   BSPAHOLA* 

cemos  en  esta  sacrilega  consultación  &  los  mismos  hombres  ^  g^ 
establecían  ante  el  altar,  dividiendo  entre  sí  la  hostia  coi^^^. 
grada,  no  menos  sacrilegos  pactos.  De  .observar  es  princi^»^. 
mente  en  esta  abominable  escena  el  oficio  que  hace  lapoesá^ 
esclava  en  toda  la  edad  media  de  aquellas  vituperables  practi- 
cas, no  desechadas  del  todo  en  los  tiempos  modernos. 

Llegaban  de  tal  manera  al  reinado  de  Isabel  I.*  las  artes  goé- 
ticas,  en  cuya  extirpación  ponia  aquella  gran  reina  el  mayor 
empeño,  con  aplauso  de  los  hombres  ilustrados.  Los  documen- 
tos legales  de  la  época,  la  desinteresada  relación  de  los  escrito- 
res extranjeros  y  el  hidalgo  reconocimiento  de  los  nacionales, 
entre  quienes  no  es  posible  olvidar  á  los  poetas,  dieron  al  par 
inequívoco  testimonio  de  tan  meritorio  intento,  ponderando  e\ 
colmado  fruto,  en  tan  difícil  terreno  obtenido.  Fijando  el  autoi 
del  Panegírico  de  la  Reina  Isabel  sus  miradas  en  esta  parte  Ae 
las  costumbres,  exclamaba  al  ensalzar  las  virtudes  de  am  k>^^ 
reyes: 

Por  eso  han  quitado  |  las  artes,  los  juegos 
que  con  sus  engaños  |  hiríen  la  congien^ia; 
los  trajes  dañosos,  |  blasfemias,  reniegos, 
agüeros,  hechizos  |  j  su  falsa  ^ien^ia  l. 

Mas  que  el  plausible  anhelo  de  Isabel  y  de  Fernando,  eíL 
císimo  en  otros  muchos  conceptos,  no  llegó  á  erradicar  aquel  '^^ 
malas  arles,  como  desearon,  pruébalo,  demás  de  los  proce^^^ 
del  Santo  Oficio  en  los  postreros  dias  del  siglo  XV  y  en  los   ^'^ 
guíenles,  los  monumentos  literarios,  que  en  alguna  manera  ^^ 
relacionaban  con  las  costumbres  populares.  Ya  antes  de  ahat^ 
tuvimos  presentes  las  consultaciones  y  conjuros,  empleados  en 
la  Celestina  para  ligar  á  Melibea  al  amor  de  Calixto  *,  como  ci- 
tamos también  los  más  populares  canlarcillos,  consignados  por 
Lope  de  Rueda  en  sus  comedias  y  destinados  á  curar  ciertas  do- 
lencias 3.  Arraigadas  en  el  vulgo  y  abultadas  por  el  fanatismo, 
se  perpetuaban  aquellas  supersticiones,  á  pesar  de  los  gobier- 


1  II. *»  Parte  del  Panegírico  de  Diego  Guillen  de  Ávila,  fól.  VIH. 

2  Tomo  1,  cap.  X. 

3  Id.,  id.,  id. 


1l/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.     427 

Qoa  y  de  las  leyes,  transmitiéndose  &  los  futuros  siglos,  con  los 
misnios  caracteres  que  habian  ostentado  en  las  más  apartadas 
edades,  y  tal  vez  con  mayor  fuerza  que  las  dem&s  costumbres,  en 
que  alcanzaba  la  poesía  extraordinario  influjo. 

Ministriles,  tañedores,  tromperos  y  juglares  habian  recibido 
desde  mediados  del  siglo  XIV,  como  en  tiempos  anteriores,  se- 
ñaladas pruebas  de  distinción  de  reyes  y  magnates,  considera- 
do «como  bien  natural  del  ánima  el  sotil  ingenio»,  que  mostra- 
ban, ya  en  el  tañer  de  los  instrumentos,  ya  en  el  recitar  las  an- 
tiguas historias,  ya  en  el  cantar  y  el  trovar  alegres  y  graciosas 
canciones  ^.  Igualándolos  con  los  oficiales  de  su  cámara  y  pala- 
í^'o,  eximíalos  don  Juan  I  en  1398  de  pechos  y  derramas  para 
-Siempre  jamás  *,  prosiguiendo  acaso  con  mayor  estimación  bajo 
fes  auspicios  de  sus  sucesores,  en  cuyas  cortes  mostraban  con 
ff'^nde  aplauso  sus  apacibles  artes,  ora  amenizando  los  solaces 
^®  ios  proceres,  ora  aliviando  las  dolencias  de  los  mismos  piln- 
cipes  3.  Notable  es  por  extremo,  al  fijar  nuestras  miradas  en  la 


En  el  ya  citado  libro  De  Víqíos  é  Virtudes  leemos  al  propósito:  cBio- 
^^    naturales  del  ánima  son  buen  seso,  claro  entendimiento,  sotil  ingenio, 
^^fia  memoria  por  bien  trobar  é  bien  retener»  fol.  5.**  v.,  col.  1.*).  Y  en 
""^  lugar:  tAlgunos...  parleros  áy  que  buscan  palabras  nuevas  é  razo- 
^*  compuestas f  ora  sean  ciertas,  ora  non  ciertas,  é  cuéntanlas  de  grado 
^^^^    las  plazas,  é  fa^en  menlir  á  aquellos  que  las  escuchan  é  los  crehen. 
^fos  parleros  áy  que  se  deleitan  en  contar  c  cantar  las  estorias  de  los  an- 
^^^Uo6,  por  fazer  plazer  c   rreyr  á  los  otros  que  los  oyen,  é  por  ello  han 
^^^nagloria,  porque  lo  saben  bien  cantar»  (fól.  21,  col.  2.'  del  cód.  iij.  h. 
'^  de  la  Bibl.  Escur.).    Alfonso  de  la  Torre  decia  al  propósito  en  su  ccle- 
^^^da  Vision  Delectable:  cAnsí  como  unos  onbres  án  por  único  bien  ser 
*de  buen  linaje,  otros  se  gozan  que  son  muy-  gragiosos  de  palabras  é  otros 
»que  cantan,  é  asy  de  otras  gra9ias»  (11.*  Parte,  cap.  III).  Esta  manera  de 
apreciar  las  artes  del  canto  y  de  la  recitación  poética  tiene  pues  entera  y 
constante  afirmación  desde  la  plaza  de  la  aldea  hasta  el  palacio  de  los  re- 
yes. Recuérdese  el  retrato  de  Enrique  IV,  pág.  16S  de  este  volumen. 

2  Lleva  este  privilegio,  cuya  data  es  del  Monasterio  de  Pelayos,  la 
fecha  de  9  de  abril,  y  está  autorizado  por  el  secretario  Juan  López.  £1  rey 
impone  la  pena  de  diez  mil  maravedís  para  su  cámara  á  arrendadores  ó 
cogedores  que  lo  quebrantaren,  con  devolución  á  sus  juglares  de  lo  que 
hubiesen  pechado  (Biblioteca  Nacional,  cód.  G.  100,  fól.  10). 

3  Véase  á  la  pág.  390  del  anterior  volumen  la  carta  dirigida  por  Al* 


428        HISTORIA  crítica  db  la  literatura  kspaHola. 

segunda  mitad  del  siglo  XY,  conocidos  ya  los  nombres  de  MaT" 
lin,  Guillen,  Pero  López,  Mossen  Borra  y  otros  celebrados  ja— 
glares,  extremados  en  la  música  y  el  canto,  el  hallar  en  la 
y  cuarto  del  malogrado  Príncipe  don  Juan  crecido  número 
ministriles  y  gentiles  cantores,  entre  los  cuales  se  distinguía, 
como  improvisador  habilísimo,  un  Salazár,  mozo  de  espuelas  de/ 
mismo  príncipe,  compartiendo  sus  favores  con  nn  Corral,  ud 
Madriíl,  un  Gabriel  y  otros  esmerados  músicos  y  juglares  *.  Si 
perdían  estos  la  consideración  y  estima  que  en  siglos  preceden- 


0 

fonso  V  de  Aragón,  en  1429,  á  don  Yuzep  de  Eoija,  almojarife  del  rey  don 
Juan  de  Castilla,    pidiéndole  dos  juglares  del  mismo   rey,  porque  calora 
•destos  días  (dice  don  Alfonso)  nos  vino  un  accident  de  enfermedad...  é 
•por  que  queríamos  tomar  algún  pla9er  con  aquellos  juglares».   Deseando 
algunos  años  antes  consolar  á  Juan  Hurtado^  prestamcro  mayor  de  Vizca- 
ya, le  habia  dicho  Alfonso  Alvarez  de  Villasandino: 

Oyd  á  MartiD  |  quando  canta  ó  tañe 
Guillen,  Pero  López,  |  si  aquí  está  apartado, 
c  ved  á  las  ve^es  j  por  más  gasajado 
l)aylar  ú  graciosa  |  muger  del  trompeta... 
oyd  dulces  cantos  j  de  algún  buen  poeta, 
será  vuestro  pienso  |  al  quanto  aliviado. 

{Cancionero  de  Baena,  núm.  103.) 

1  Es  curioso  por  extremo  lo  que  sobre  el  particular  nos  dice  Gonzalo 
Fernandez  de  Oviedo  en  su  libro  de  los  OffÍQÍos  de  la  Casa  Real,  dedicado 
exclusivamente  á  dar  á  conocer  el  cuarto  del  príncipe  don  Juan,  á  quien 
servia.  tEra  (escribe)  el  Príncipe  don  Juan,  mi  señor,  naturalmente  indi- 
«nado  á  la  música  é  entendíala  muy  bien,  aunque  su  voz  no  era  tal  como 
»éi  era  porfiado  en  cantar:  é  para  eso  en  las  siestas^  en  especial  en  ven- 
>no,  iban  á  palacio  Joancs  de  Ancheta,  su  maestro  do  capilla,  é  cuatro  ó 
«cinco  mochachos  mo^os  de  capilla,  de  lindas  vo9es:  de  los  cuales  era  uao 
>Corral,  lindo  tiple;  y  el  Príncipe  cantaba  con  ellos  dos  horas,  ó  lo  que  \f 
«plas^ia  é  les  ha^ia  tenor,  c  era  bien  diestro  en  el  arte.  En  su  cámara  (tna- 
»de)  avia  un  claviórgano  é  órganos  é  clavicímbalos  é  clavicordio  é  víbne- 
»las  de  mano  é  vihuelas  de  arco  é  flautas;  é  en  todos  esos  instnimenlos 
•  sabia  poner  las  manos.  Tenía  músicos  de  tamborines  c  dulzainas,  é  de 
»harpa  c  un  rabelico  muy  precioso  qiie  tenía  un  Madrid,  natural  de  Cara- 
»banchel...  Tenía  el  Príncipe  muy  gentiles  menistriles  altos,  c  sacabuches, 
»c  cherimías,  é  cornetas,  é  trompetas  bastardas,  é  cinco  ó  seis  pares  de 
«atabales,  c  los  unos  é  los  otros  muy  hábiles  en  sus  ofí<;ios>,  ote.  (II.*  Par- 
te, ad  fínem). — Oviedo  menciona  entre  los  mozos  del  príncipe  á  Antonio  de 
Salazar,  elogiando  sus  dotes  de  improvisador  (I.^  Parte  de  id.). 


I].*  P.,  CAP.  XXII.  LA  P0B9.  POP.  HASTA  El  R.  DE  CARLOS  I.  429 

tea  habían  merecido  á  los  cabildos  de  villas  y  ciudades,  llegan- 
do al  XYI  agasajados  y  favorecidos  por  tan  populares  corpora- 
cíooes,  bien  que  exigiéndoles  estas  mayor  perfección  y  singu- 
te'^idad  en  el  arte  especial  que  profesaban.  Pruébanlo  asi  entre 
otrxis  documentos  que  tenemos  á  la  vista,   las  Ordenanzas  de 
S^t>iUla,  recogidas  en  1502  por  el  conde  de  Cifuentes,  donde  no 
sMo  se  exigieron  k  músicos  y  cantores  extremadas  dotes  perso- 
n^V<?s,  sino  que  se  impuso  á  los  ministriles,  sobre  saber  bien  su 
oOcio,  la  obligación  de  construir  con  perfección  todo  linaje  de 
instrumentos  K 

Guando  de  esta  manera  continuaron  juglares  y  tañedores  ob- 
teniendo la  superior  protección  de  reyes,  príncipes,  magnates  y 
cal)ildos,  natural  era  también  que  no  les  escaseasen  su  benevo- 
lencia las  demás  clases  de  la  sociedad,  cuyas  fiestas  y  convites 
alegraban.  Con  músicas  y  cantares,  á  que  habian  ya  comenzado 
á  dar  los  eruditos  el  nombre  clásico  de  epithalamias  *,  eran  fes- 
tejadas las  bodas  ^;  y  no  solamente  los  juglares  de  oficio,  ya 
cristianos,  ya  mudejares,  contribuian  á  honrarlas,  como  sucedió 
por  ejemplo  al  desposarse  el  principe  de  Viana  el  año  de  1439 
en  Olite  con  la  hija  del  duque  de  Cleves  *,  sino  que  los  mismos 
convidados,  cualquiera  que  fuese  su  categori£^  y  condición,  al 
tomar  ¡larte  en  las  danzas,  entonaban  unidos  (en  cossante)  ade- 


1  En  las  referidas  Ordenanzas  leemos  después  de  oíros  curiosos  datos 
sobre  los  músicos  y  juglares  de  la  ciudad:  cltem  que  el  orílyial  violero, 
•para  saber  bien  su  offi9Ío,  y  ser  singular  del,  ha  de  saber  fa^er  instru- 
vmentos  de  muchas  artes:  que  sepa  facer  un  claviórgano,  é  un  clavicímba- 
»lo,  é  un  monachordio,  é  un  l&ud,  é  una  vihuela  de  arco,  é  una  harpa,  é 
»una  vihuela  grande  de  piezas,  con  alaraceas,  é  otras  vihuelas  que  son 
•menos  que  todo  esto»  {Paleografía  española  de  Burriel,  publicada  por 
Terreros). 

2  El  Marques  de  Santillana  decía  en  su  Carta  al  Condestable:  cEn  me- 
»tro  las  epithalamias  que  son  cantares,  que  en  loor  de  los  novios  en  las 
wbodas  se  cantant  son  compuestos»,  etc.  (núm.  VI). 

3  El  docto  Alfonso  de  Madrigal,  refiriéndose  á  las  costumbres  de  su 
época,  como  á  cosa  de  todos  sabida,  escribia:  «Los  yoglares  é  tañedores 
»non  son  para  la  guerra,  mas  para  la  paz...  é  para  honrar  bodas»  (Ensebio 
de  los  tiempos f  cap.  502,  cd.  de  Salamanca,  1507). 

4  Crónica  de  Navarra,  Noticias  biográficas  por  Yanguas,  pág.  XV. 


430  HISTORIA   CRÍTICA   DE  LA   LITERATURA  ESPAROLA.  I»^ 

Guadas  canciones,  ó  ya  hacian  individual  gala  de  su  habilidad  loio 
en  esmerados  discantes  y  deshechas.  Recuerdos  ioeqúlvocos nos  l¿^ 
ofrecen  de  uno  y  otro  las  crónicas  del  tiempo,  y  entre  todas  la  l¡» 
Reiacion  de  los  fechos  del  muy  magnífico  condestable  Mifiel  |^ 
Lúeas  de  Iranzo,  que  según  indicamos  oportunamente,  en  la. 
de  las  repetidas  fiestas,  con  que  hace  aquel  en  Jaén  alarde  de  Iru 
su  poderío  y  grandeza,  presenta  muy  preciosos  testimonios  teA  |'i» 
constante  ministerio  que  alcanzaba  la  poesía,  al  mediar  del  si- 
glo XV,  en  las  costumbres  populares  *.  * 

Grande  y  directa  habia  sido  su  representación  en  los  fimcr^^' 
les  de  proceres  y  caballeros  en  tiempos  anteriores;  y  aunque    ^^ 
docto  Marqués  de  Santillana  deje  entrever  que  habia  algún  tai»-  '^ 
decaido  á  la  sazón  en  que  escribe  su  célebre  Carta  al  Cond^  -^' 
fable  de  Portugal  *,  razón  tenemos  para  creer  que  endechas       í 
endechaderas  prosiguen  figurando  en  entierros  y  exequi 


1  Entre  los  muchos  pasajes  que  de  la  expresada  Relación  pudiérai 
traer,  en  comprobación  de  estos  asertos,  citaremos  las  bodas  de  Fernán 
cas,  primo  del  Condestable,  y  la  hija  del  alcaide  y  alcalde  mayor  d* 
ciudad  de  Andújar,  Pedro  de  Escávias.    «Para  honrar  esta  fiesta  vinie** 
«muchos  ministriles  y  chirimias  y  un  sacabuche,  que  el  duque  de  Medí 
«Sidonia  habia  enviado  de  Sevilla,  y  otros  de  diversas  maneras  y  mucl 
«trompetas...  Después  que  ovieron  comido  el  primer  dia,  danzaron,  y  d 
»pues  de  danzar  catitaron  un  gran  rato  en  cósante...  Venida  la  tard< 
«mandó  el  Condestable  correr  cuatro  toros   bravos...  y  á  la  noche  dura 
»la  cena  sonaron  á  veces  las  chirimías  y  otras  el  clavicímbalo,  otras 
übuenos  cantores  que  allicstabanf  prosando  muy  buenas  canciones  y 
»sechas.  Al  otro  dia  fué  visitada  la  novia  por  el  Condestable  y  su  mug^ 
»y  mientras  con  ella  estuvieron,  los  ministriles  y  cantores  hicieron  su 
»cio,  lo  cual  se  repitió  después,  pasando  la  mayor  parte  del  dia  en 
»y  cantar.  Terminada  la  cena,  «la  madre  de  la  novia  y  todas  las  oti 
«dueñas  y  doncellas  se  travaron  en  corro  y  fueron  á  Palacio,  con  las  qi 
«les  el  dicho  Condestable  y  la  Sra.  Condesa  se  travaron  y  anduvieron  eaz^ 
•lando  por  el  patin  de  pala9Ío,  y  él  mismo,  por  mas  honrar  al  alcalde?^ 
»dro  de  Escávias...  dixo  un  cantar»^   etc.  (Año  1471,  tomo  VIII  del  ií^ 
morial  Histórico,  pags.   445  y  siguientes).   Las  indicadas  bodas  se  ccletf^^^^ 
braron  en  Andújar. 

2  Dice  el  Marqués:  «En  otros  tiempos  á  las  ^eni^as  é  defun9¡ones  delo*^^ 
«muertos  metros  elegiacos  se  cantaban;   é  aun  agora  en  algunas  parles^ 
iftura,  los  guales  son  llamados  endechas»  (núm.  VI). 


II.*  P.y  CAP.  XXIt.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.   431 

cuando  despiertan  al  fin  el  celo  del  Santo  Oficio  y  llaman  la  aten- 
ción de  los  doctos,  muy  entrado  ya  el  siglo  XYI  ^  Ni  abando- 
naron tampoco  danzaderas  y  contaderas  los  mercados  y  plazas 
públicas,  cohonestando  con  la  dulzura  del  canto  la  soltura  y  li- 
viandad de  sus  acciones,  en  bailes  y  danzas,  no  sin  que  desper- 
taran la  indignación  de  los  hombres  morigerados,  como  hablan 
atraído  sobre  sí  la  condenación  de  los  escritores  ascéticos  en 
siglos  precedentes.  Contemplando  Fernán  Pérez  de  Guzman  los 
estragos  que  producía  en  las  costumbres  aquel  pernicioso  y 
^^onstante  ejemplo,  exclamaba  contra  él  en  su  Confesión  rima- 
j^la^  hermanándose  en  el  Qn  moral  con  los  cultivadores  de  la  di- 
'^ina  palabra: 

Tocar  estrumentos  |  é  dezir  canciones 
é  por  las  plazas  |  baylar  é  cantar, 
de  que  grandes  daños  |  é  disoluciones 
ya  vimos  é  vemos  |  seguir  é  manar; 
yr  d  las  tabernas,  |  los  dados  jugar, 
blasfemar  de  Dios  |  é  volver  peleas, 
si  será  mejor,  |  Señor,  tú  lo  veas 
en  las  heredades  |  arar  é  cavar  2. 

Recogiendo  el  lauro  pasajero  de  las  plazas  y  mercados,  cuyo 
aplauso  ambicionaron  también,  por  medio  de  los  juglares,  los 
niás  ladinos  poetas  de  la  corte  ^,  descendía  la  poesía  popular  d 


1  Véase  el  cap.  X  de  la  I.*  Parte,  págp.  452. 

2  III. cr  Mandamiento,  cst.  XVIII  del  cód.  de  los  duques  de  Gor. 

3  Villasandino,  que  tanto  aplauso  alcanzó  en  la  corte  de  Castilla  en  la 

^^gunda  mitad  del  siglo  XIV  y  principios  del  XV,  escribía   al  propósito 

^Cancionero  de  Baena,  núra.  546): 

por  ventora,  |  para  los  Juglares 

yo  flz  cstrlbotes  j  trovando  ladino. 

Lo  mismo  había  dicho  y  hecho  el  archipreste  de  Hita,  y  es  de  creer  que 
^arci  Fernandez  de  Gerena,  trovador  muy  apreciado  en  la  corte  de  don 
J^an  I  y  Enrique  III,  compusiese  también  algunos  cantares  con  igual  fin; 
pues  que  le  vemos  caaarsecon  una  juglaresa  que  avia  sido  mora,  que  era 
^'^^ger  vistosa  {Obras  del  Marqués  de  Santillanat  su  Biblioteca,  pág.613); 
•>endo  muy  natural  que  pensando  que  ella  tenia  mucho  tesoro,  allegado 
Con  el  ejercicio  de  la  danza  y  del  canto,  procurase  contribuir  á  aumentar- 
*^»  en  gracia  de  la  juglaresa  su  mujer. 


432  HISTORIA   CRITICA   DE  LA   LITERATURA  BSPAftOLA. 

las  esferas  menores  de  la  vida  y  proseguía  interviniendo  en  los 
juegos  y  solaces  de  la  niñez,  según  lo  habia  verificado  en  tiem- 
pos anteriores.  Vimos  ya  la  forma,  en  que  se  han  trasmitido  á 
nuestros  días  algunos  de  estos  cantarcillos,  característicos  bajo 
la  ingenua  relación  de  las  costumbres  nacidas  al  borde  de  la 
cuna,  de  aquella  sociedad,  en  que  lograba  tan  decisivo  imperio 
el  sentimiento.  Á  la  edad,  en  que  tenemos  fijas  nuestras  mira- 
das, pertenecen  sin  duda  otros  no  menos  genuinos  cantares, 
salvados  á  dicha  del  olvido  por  los  escritores  de  música  del  si- 
glo XYI,  ó  conservados  por  la  tradición  en  los  llanos  de  Castilla 
y  en  las  montañas  de  León,  Santander  y  Asturias.  Entre  las 
antiguas  cantinelas  que,  llevado  de  patriótico  y  docto  celo,  reco- 
je  el  renombrado  Francisco  do  Salinas  en  sus  siete  libros  De 
Musicdf  llámanos  bajo  aquel  concepto  la  atención  la  concebida 
en  los  términos  siguientes,  que  se  refiere  sin  duda  al  territorio 
de  Castilla  la  Vieja: 

— Dónde  son  estas  serranas? 

— Del  Finar  de  Avila  son. 

— Envíelas  voagé  mañana: 

les  daremos  otra  lección. 

— Dónde  son  estos  módicos? 

— De  la  villa  de  Arévalo  son,  etc.  i. 

Entre  las  que  sirven  todavía  como  de  instrumento  ó  motivo  á 
los  juegos  de  la  infancia  en  las  montañas  de  Asturias,  juzgamos 
digna  de  ser  aquí  recordada  por  su  originalidad,  que  revela  an- 
tigüedad respetable,  la  ordenada  en  esta  forma: 

— Ensiella,  ensiella,  encalabaciella! 
— El  rey  don  Juan  casó  en  Castiella. 
— Todas  las  damas  convidó, 
si  non  una  que  y  dexó... 
— ^Aqui  fué  de  gran  pesar 
de  pasar  á  Portugal, 

1  Libro  VI,  púg^.  333.  Esta,  como  las  demás  canciones,  que  á  conti- 
nuación citamos,  tomadas  de  Salinas,  llevan  en  el  mismo  el  aire  musical, 
con  que  eran  entonadas,  lo  cual  les  dá  garande  estima  en  el  aprecio  de  los 
doctos.  También  hizo  lo  mismo  Valderrábano  en  su  Silva  de  Sirenas,  fo- 
lio 360. 


II.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POBS.  POP.  HASTA  EL  R.  DE' CARLOS  I.     435 

donde  comen  pan  y  miel 
.7  manteca  en  la  cuchar... 
— ^Zape,  gato!  y  vete  á  echar  i. 

Entre  las  que  se  recitan  y  cantan  en  tierras  de  León  y  de 
Campos,  no  debemos  por  último  olvidar  la  graciosa  cuanto  dra- 
mática cantilena,  que  dice  de  tal  modo: 

— Quién  face  ese  roido, 
que  anda  por  ahí, 
que  dia  nin  noche, 
nos  dexa  dormir? 
— Donceles  del  rey, 
que  vienen  buscar, 
la  reyna  Berenguela, 
por  la  coronar... 
— La  reyna  Berengueia 
está  en  su  verjel, 
cerrando  la  rosa 
é  abriendo  el  clavel  ^. 

Mientras  con  estos  y  análogos  romancillos  amenizaba  la  poe- 
sía los  inocentes  juegos  y  danzas  de  la  niñez,  confiando  su  me- 
moria á  las  futuras  edades,  merced  &  la  más  viva  y  espontánea 
tradición, — desarrollábase  con  igual  ingenuidad  en  no  menos 
libres  esferas,  respondiendo  en  multiplicados  conceptos  á  la  fe- 


1  Este  singular  cantarcillo,  en  que  se  revela  cierta  intención  histórica, 
fué  oido  y  fijado  por  nosotros  en  Villaviciosa^  cabeza  del  concejo  de  su 
nombre^  en  Asturias:  decíanlo  alternativamente  y  colocados  en  dos  bandos 
los  niños  y  niñas,  mezclándose  después  en  cierta  manera  de  danza  y  persi- 
guiendo por  último  á  uno  de  ellos,  que  hacia  sin  duda  vez  de  gato,  como 
te  indica  al  fin. 

2  Otras  veces  parecía  tener  este  final: 

—Doña  Berengueia 
noDSo  falla  aqní*. 
que  riega  las  flores 
que  hay  en  el  JarUiu,  etc. 

De  cualquier  modo  descubre  este  cantarcillo  estimable  sentido  poético, 
tiendo  acaso,  por  la  localidad  a  que  pertenece,  vivo  vestigio  de  otros  can- 
tares más  intencionalmentc  históricos.  El  nombre  de  doña  Berengueia  y  los 
donceles  ó  hijos  del  rey,  según  otra  variante,  que  la  buscan  para  coronar- 
la, no  dejan  de  llamar  uuestra  atención  en  este  sentido. 

Tomo  tu.  28 


434  HISTORIA  crítica   de  la   literatura  ESPAflíOLA. 

cunda  movilidad  del  sentimiento»  qae  se  inspiraba  y  nutría  cob 
ios  yariados  accidentes  de  la  vida  común  del  pueblo.  Ta  alegra 
y  fugaz,  como  el  instante  en  que  nacia;  ya  graciosa,  pintoresca 
y  riente,  como  el  suelo  en  que  brotaba;  ora  gravemente  senten- 
ciosa 6  ligeramente  epigramática;  ora  recatada,  y  profundamen- 
te melancólica,  mostrábase  la  inspiración  popular  formulada  orv 
breves,  sueltos  y  expresivos  cantares,  que  mientras  revelábanla 
enérgicamente  el  sentimiento  artístico  de  la  muchedumbre, 
como  depositarios  vivientes  de  sus  creencias  y  de  sus  aspiraci 
nés,  y  clarísimo  espejo  de  los  no  aprendidos  afectos,  que  en  a. 
mónica  sucesión  constituian  la  actualidad  de  la  cultura  español 
Copiosas  debian  ser  en  verdad  esle  linaje  de  canciones,  y  lo  fu 
ron  en  efecto. — Cuándo,  dirigiéndose  en  general  á  pintar    I 
goces,  desdenes  y  temores  del  amor,  ofrecian  delicados  pens 
mientes  é  interesantes  situaciones,  tales  oomo  las  que  se  reflej 
en  aquellos  cantares  de: 

» 

4 A  quién  oontaré  yo  mis  qa^as, 

mi  lindo  amor? 

» 

¿A  quién  contaré  yo  mis  qtiexas^ 
8i  á  vos  non? 

Dexaldos,  mi  madre,  mis  ojos  llorar, 
pues  fueron  á  amar. 

Aunque  soy  morenita  é  prieta 

á  mi  qué  se  me  dá?... 

Que  amor  tengo  que  me  servirá. 

Qué  avedes,  qué? 
Mal  de  amores  hé. 

Soliades  venir,  mi  amor, 
mas  agora  non  venides»  non  1 . 

Cuándo,  refiriéndose  á  las  escenas  particulares  de  la  vi 
campestre,  trazaban  en  ligeros  y  afortunados  rasgos  picantes 


1     Salinas,  De  Aíusicá,  páj^s.  326,  33S,  325,  305  y  344. 


P.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.  435 

cuadros,  como  en  aquellas  canciones,  cuyos  bordón- 

De  rosas  é  flores, 

que  cria  el  verano,  • 

faréte  guirlandas, 

perladas  con  llanto,  etc. 

Cata  el  lobo  dó  vá,  Jnanica; 
cata  el  lobo  dó  vá. 

Segador,  tírate  afuera: 
dexa  entrar  la  espigadera. 

Guárdame,  guarda  las  vacas, 
Carillo,  é  besarte  hé  i. 

volviéndose  al  conjunto  de  la  sociedad,  determinan, 
irosa  melancolía,  el  triste  divorcio  que  empezaba  á 
Qtre  nobles  y  pecheros  ó  la  diferencia  de  razas  que 
¡onstituyen,  como  en  aquellos  romancillos  y  cantares, 
zan: 

Casóme  mi  padre 
con  un  caballero: 
cada  hora  me  llama 
fíja  de  un  pechero; 
é  yo  non  lo  soy. 

Llamáisme  villana 
é  yo  non  lo  soy,  etc. 

Férricos  de  mi  señora, 

non  me  mordades  agora,  etc. 

¿Qué  me  quereys,  el  caballero?... 
Casada  me  soy;  marido  tengo. 

Mus  me  querría  un  jático  de  pan 
que  non  tu  saludar. 

Aquella  morisca  garrida 
.,págs.  337,344,  345  y  348. 


436  HISTORIA  CRITICA   DE  LA   LITERATURA   BSPAfiOLA. 

8U8  amores  dan  pena  á  mi  vida,  eto.  i . 

Cuándo,  aludiendo  &  la  vida  de  religión,  ó  á  los  sucesos  pre- 
sentes de  la  política,  maniQestan  por  último  el  varío  juicio  de  la 
muchedumbre  respecto  de  los  mismos,  como  en  aquellas  coplas: 

Monjica  en  religión  me  quiero  entrar, 
por  non  mal  maridar,  etc. 

Meteros  quiero  monja, 

hija  mia  de  mi  corazón. 

— Que  non  quiero  ser  monja,  non. 

Milagro  bien  seria 
si  vos,  señora  mia, 
tomásedes  monjía,  etc. 

Ea,  judies, 
á  enfardelar!... 
los  reyes  mandan 
pasar  la  mar. 

ó  en  aquellas  que  consignando  el  destronamiento  de  don  Fa- 
drique  de  Ñapóles  y  la  división  de  su  reino  entre  Luis  XII  y  el 
Rey  Católico,  empiezan: 

A  la  mia  gran  pena  forte    2. 


1  Id.,  id.,  pá^.  338,  356,  325,  320  y  327. 

2  Id.,  id.,  pjíí^s.  300,  302,  299  y  312.— Oviedo,  Catálogo  imperial, 
real  y  pontificaL  sexta  Edad,  fól.  377,  col.  2.  Nuestros  lectores  comprcD- 
derán  fácilmente  que  califícados  todos  estos  cantares  de  notissima  cantile- 
nOf  vulgaris  cantío,  notiíisimus  cantus  por  el  docto  Salinas,  quien  los  re- 
coge y  ílja  el  aire  musical,  con  que  eran  entonados  (cantitanlur,  pangun- 
tur)  en  la  primera  mitad  del  siglo  XVI,  se  refieren  indudablemente  á  los 
primeros  dias  dol  mismo  siglo  y  aun  á  la  segunda  miLid  del  anterior.  De  al- 
gunos, tales  como  en  el  que  se  habla  de  la  expulsión  de  los  judios  y  del  des- 
tronamiento de  don  Fadrique  de  Ñapóles,  tienen  fecha  conocida,  pues  que 
el  primero  hubo  de  componerse  en  el  plazo  concedido  por  los  Reyes  Caló- 
lieos  á  la  raza  hebrea  para  salir  de  sus  dominios  (1402),  y  del  segundo  sa- 
bemos por  declaración  del  citado  Oviedo,  que  ora  cantado  en  Madrid  por 
Ludovico  el  del  Harpa,  aun  en  la  cámara  del  Rey  Católico. — La  tradicíor^ 
oral  guarda  memoria  de  otros  cautos,  v:i  que  se  consigna  también,  aunque? 


Il/p.yCAP.  XXII.  LA   POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     437 

Ni  dejaba  tampoco  de  reflejarse  esta  creciente  autoridad  de  la 
popular  poesía  en  más  directas  esferas  de  la  vida  pública,  ejer- 
ciendo el  ministerio  de  la  sátira  ó  respondiendo  con  ardoroso  y 
leal  aplauso  á  los  prósperos  sucesos,  que  á  la  nación  interesa- 
ban. Obedecieodo  esta  ley,  vieron  ya  los  lectores  cómo  en  él 
mismo  periodo,  que  abrazamos  ahora,  castigó  Simancas  la  tira- 
nía del  arzobispo  Carrillo  en  aquella  canción  de: 

Esta  es  SimaDcas, 
don  Oppas  traydor,  etc. 

y  cómo  saca  más  adelante  el  sentimiento  popular  á  la  vergüen- 
za las  intrigas  cortesanas  en  el  cantarcillo,  que  lleva  el  mote- 
te de: 

Cárdenas,  é  el  CardeDal, 
é  ChacoD,  é  fray  Mortero 
traen  la  corte  al  retortero  i. 

Con  más  intencionada  y  punzante  sátira  habia  motejado  los 
escándalos  de  don  Fernando  de  Portugal  y  de  la  esposa  de  Juan 
Lorenzo  de  Acuña,  el  de  los  cuernos  de  oro,  en  la  canción  que 
empezaba: 

¡Ay,  donas!  ¿por  qué  tristura?...  % 

indirectamente,  la  fecha  en  que  fueron  compuestos  ó  nacieron  entre  el  vul- 
go: notable  es  en  este  concepto  aquella  canción  que  dice: 

La  reina  do&a  Isabel 
puso  sus  tiros  en  Baza; 
y  yo  los  he  puesto  en  ti, 
para  rendir  tu  arrogancia. 

En  cuanto  á  los  cantarcillos  amorosos,  satíricos  y  de  ot/os  géneros,  re- 
lativos á  la  edad  que  abrazamos  en  el  presente  capítulo,  conviene  advertir 
que  sólo  nos  referimos  á  los  más  característicos,  siendo  en  extremo  abun- 
dantes los  que  hemos  recogido  para  realizar  este  estudio.  Lícito  juzgamos 
añadir  que  muy  pocos  de  ellos  figuran  en  el  Cancionero  poputar,  colec^ 
cion  escocida  de  seguidillas  (vueltas  las  llama  Salinas)  y  coplaSt  recogi- 
das y  ordenadas  por  nuestro  singular  amigo  don  Emilio  de  la  Fuente;  co- 
lección dada  á  luz  cuando  imprimíamos  este  volumen. 

1  Véase  en  el  tomo  XV  el  cap.  XIII,  pág.  541. 

2  En  el  Compendio  historial,  que  publicó  Llaguno  v  Ámlrola  al  pié 
del  Sumario  de  los  Reyes  de  España  del  despensero  de  la  reina  doña  Leo- 
nor, probando  que  fué  escrito  durante  el  reinado  de  Enrique  IV  (1454  á 
1474),  leemos  refiriéndose  á  don  Juan  I:  «(^só  segunda  vez  con  doña  Bea- 
»triz,  fija  del  rey  don  Fernando  de  Portugal  é  de  la  rouger  de  Juan  Loren- 


438  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA  LITERATURA  ESPAflOLA. 

Y  dando  rienda  &  la  esperanza,  tras  las  amargas  oensnras  de 
la  corte  de  Enrique  IV,  exhalábase  en  halagüeños  cantares,  la— 
les  como  los  que  celebraban  el  casamiento  de  Isabel  1/  ^^  y  los 
triunfos  alcanzados  por  don  Fernando  en  Zamora  y  Toro^  repi- 
tiéndose al  visitar  las  villas  y  ciudades  del  reino,  el  grato  es — 
pectáculo,  que  habia  enaltecido  en  siglos  precedentes  el  mor 
del  pueblo  español  respecto  de  sus  reyes.  Grande  fué  el  rego- 
cijo de  los  toledanos  en  los  primeros  dias  de  1476,  al  recibir  A 
los  Católicos,  festivándolos  con  numerosa  cohorte  de  tañedores  , 
tromperos,  juglares,  danzadoras  y  contaderas  ^,  y  no  menor  ^l 
júbilo  de  los  moradores  de  Sevilla,  cuando  en  1478  salió  á  misA 
la  reina  Isabel,  acompañada  de  su  esposo.  «Ybanles  festivando 
(escribe  un  testigo  ocular)  muchos  ynstrumentos  de  trompetas, 
é  otras  muchas  é  muy  acordadas  músicas  que  yban  delante  d^' 
líos,  é  yban  allí  muchos  decidores  de  la  gibdad  á  pié,  de  l^^ 
mejores»,  etc.  ^.  Con  igual  espontaneidad,  y  compitiendo  ea  1^ 


»zo  de  Acuña,  que  este  rey  don  Fernando  le  tomó  por  amores  que  (ft.^ 
»ovo;  é  por  esta  se  levantó  la  canfion  que  dice: 

lAy,  donas!  ¿por  qué  tristura?... 
»y  por  esta  causa  el  dicho  Juan  Lorenzo   traia  unos  cuernos  de  oro  ei     '    ^    . 
«cabera  por  estos  reynos  de  Castilla;  y  el  rey  don  Fernando  de  Porlu      ^°]| 
>casó  con  ella  y  fué  llamada  la  rcyna  doña  Isabel^  que  la'  dct^ian  la  fT 
itde  altura*  (Sum,,  cap.  XLII,  pág.  79). 

1  Véanse  las  págs.  187  y  328  del  presente  volumen. 

2  Véase  la  pág.  187^  citada  en  la  nota  anterior. 

3  Andreas  Bernaldcz,  Cura  de  Los  Palacios^  Crónica  de  los  Reyes   Ct 
iólicos,  cap.  XXXllI. — Que  esta  popular  y  antiquísima  costumbre  no  llcf 
á  borrarse  en  medio  de  la  decadencia  y  vergonzoso  letargo,  que  caracterí  ^ 
za  los  reinados  de   los  sucesores  de  Enrique  lí,  pruébanlo  las    frecuente-^ 
alusiones   que  á  ella  hacen  los  escritores  que  en  los  mismos  florecen,  me* 
rcciendo  ser  tenido  en  cuenta,  bajo    tal  concepto,   el   autor  de  la  Crónica 
Sarracina,  Ponderando  Pedro  del  Corral  la  grandeza  de  las  fiestas  con  que 
obsequian  ios  toledanos  al  rey  don  Rodrigo,  escribía:  cEl  non  vos  podrie 
•ome  desir  quántas  eran  las  gentes  de  juglares  et  de  trasechadores  é  juga- 
»dores  de  esgrimas,  et  de  encantadores,  et  de  arte  de  nigromancia,  ct  de 
•sonadores  de  cslrumentos,  et  de  official^  de  todos  los  oficios  Ubcrales,  et 
»de  maestrías  que  á  esta  fiesta  fueron  venidos»  (cap.  LXXVIII).    Los   vist- 
I '  s  anacrcnism'^*!  que  rovclai  estas  líneas,  prueban  eficazmente  la  obser- 
v«»cion  por  nosotros  expuesta. 


Il/  P.y  CAP.  XXII.  LA  PO£S.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     439 

magniñcencia  y  el  aparato^  Yemoa  festejar  dorante  todo  aquel 
largo  reinado  i  estos  ilustres  principes  las  mis  populosas  ciuda* 
des  del  reino,  subiendo  de  punto  el  entusiasmo  popular  á  medida 
que  eran  mayores  los  triunfos  de  las  armas  cristianas;  conside- 
ración que  nos  lleva  naturalmente  &  fijar  la  vista  en  otro  linaje 
de  inspiraciones,  no  menos  espont&neas,  cuyo  carácter  general  y 
cuyas  principales  tendencias  dejamos  repetidamente  indicados  ^. 
Bien  se  advertirá  que  hablamos  de  los  cantares,  conocidas  oon 
el  nombre  de  rtmances.  Consagrados  estos  hasta  mediar  del  si- 
glo XIY  á  ensalzar  las  proezas  de  los  paladines  de  la  religión  y 
de  la  patria,  habian  ofrecido  un  interés  esencialmente  históri- 
co, según  ampliamente  demostramos  en  lugares  oportunos.  Se- 
parada á  deshora  de  su  cauce  natural  la  oorrienle  de  la  recon- 
quista, merced  á  los  disturbios  civilA  que  ensangrientan  la  Es- 
paña Central,  tras  la  inesperada  muerte  de  Alfonso  XI^  redu- 
cidos á  dolorosa  iuaocion  todos  los  elementos  de  vida  atesorados 
antes  por  Castilla,  como  inevitable  fruto  de  la  indolenoia  y  apo- 
camiento de  Enrique  II  y  de  sus  sucesores;  lanzadas  sobre  el 
suelo  ibérico  las  falanjes  de  aventureros  que  en  uno  y  otro  cam- 
po acaudillan  el  Principe  Negro  y  el  Condestable  de  iPranoia;  y 
dueños  por  último  loa  favorecedores  de  Enrique  del  poderlo  y 
las  riquezas,  insinuábase,  con  los  instintos  feudales  acariciados 
por  aquellos  nuevos  proceres,  el  gusto  de  la  liíer atura  andan- 
tesca;  y  mientras  producía  entre  los  que  se  pagaban  de  ilus- 
trados los  efectos  que  recordamos  en  el  capítulo  precedente  ^, 
propagábase  á  las  esreras  populares,  donde  hallaban  acogida, 
entre  los  héroes  reales  de  la  nación,  los  paladines  caballerescos. 
Prefiero  en  primer  lugar  el  sentimiento  de  la  muchedumbre, 
como  notamos  antes  de  ahora,  y  honra  en  sus  cantos  á  los  per- 
sonajes y  caudillos,  que  ejercitan  su  esfuerzo  y  llevan  á  cabo 
prodigiosas  hazañas  contra  la  morisma;  mas  asentada  ya  su 
planta  en  aquel  nuevo  terreno,  no  solamente  procura  ensanchar 
sus  horizontes,  tributando  admiración  y  aplauso  á  los  héroes 
creados  al  calor  de  la  inspiración  caballeresca  por  los  ingenios 

1  Tomo  II,  Ilustración  IV;  tomo  IV,  cap.  XXIII. 

2  Pág.  375. 


440  HISTORIA    crítica   DE   LA    LITERATURA  ESPAÜOLA. 

españoles,  sino  que  acoge  y  hace  suyas  multitud  de  leyendas, 
verdaderamente  fantásticas^  cuyo  origen  estaba  por.  cierto  muy 
distante  de  la  vida  actual,  y  congeniaba  difícilmente  con  las  tra- 
diciones heroicas  de  la  Península. 

Realizábase  lo  primero  más  principalmente  en  las  regiones 
centrales:  extendíanse  y  arraigaban  las  expresadas  leyendas  asi 
en  las  orientales  como  en  las  occidentales,  penetrando  al  par  en 
las  montañas  de  las  dos  Asturias;  y  hallando  asilo  en  la  tradi- 
ción oral,  se  vinculaban  en  el  amor  de  la  muchedumbre,  que 
los  trasmite  á  nuestros  dias. — La  lengua  hablada  por  el  Rey 
Sabio  y  el  romance  empleado  en  sus  celebradas  cantigas,  asi  co- 
mo el  idioma  portugués  y  los  romances  catalán,  mallorquin  y 
valentino,  se  prestaban,  cual  dócil  instrumento,  á  modular 
aquellos  cantares,  que  forftan  todavia  el  patrimonio  poético  de 
valles  y  montañas,  no  recogidos  ó  no  dados  á  la  estampa,  como 
vivamente  anhelan  cuantos  al  estudio  de  las  letras  se  consa- 
gran ^  De  esta  manera,  en  tanto  que  van  logrando  no  poca  po- 
pularidad y  estima  los  cantares  que  reconocen  su  primera  fuen- 
te en  las  historias  del  ciclo  carlov^ringio;  en  tanto  que  se  asocian 
y  hermanan  con  ellos,  para  abrir  el  camino  á  los  derivados  del 
Amadü  de  Gaula  y  de  sus  primeras  imitaciones,  los  que  se  ins- 
piran en  las  ficciones  de  Lanzarote,  don  Galaz  y  otros  héroes 
de  la  caballería  2,  vemos  formularse  al  par  en  las  expresadas 

1  Notamos  en  la  Ilustración  IV  del  tomo  II,  al  ¡nvesligar  los  orígenes 
de  los  metros  populares^  que  el  ilustrado  Almeida  Garret  en  Portugal  y  el 
docto  Milá  y  Fontanals  en  Cataluña  habían  recogido  numerosos  romances» 
dándolos  felizmente  á  luz;  y  añadimos  que  el  bibliotecario  don  Mariano 
Aguiló  tenia  asimismo  allegado  de  Cataluña  y  Mallorca  copioso  ó  intere- 
sante romancero.  Tres  largos  años  van  transcurridos,  y  los  amantes  de  las 
letras  patrias  siguen  anhelando  que  aquel  infatigable  colector  haga  del 
público  dominio  los  tesoros  por  él  acopiados,  siendo  para  nosotros  sensible 
al  disponer  el  presente  estudio  para  la  prensa^  el  no  poder  hacer  uso  de 
las  observaciones  I  que  algunos  de  los  romances  referidos  nos  han  ministra- 
do, pues  que  sólo  los  hemos  oido  en  poder  del  señor  Aguiló. 

2  El  erudito  Diego  de  Burgos  en  su  Triunfo  del  Marqués  de  SatUilla" 
na,  hablando  de  los  libros  de  caballerías  más  conocidos  y  populares,  cuan- 
do escribe  el  referido  Triunfo  (145S),  dice: 

Verás  £4  ^aroUt  |  que  tanto  fa9ia« 


I  II.*  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  1.     441 

I  lencas  y  dialectos  unas  mismas  leyendas,  sometiéndose  en  to- 
i  das  partes  á  los  accidentes  de  la  localidad;  condición  suprema 
^    que  las  legitimaba  en  todas,  dándolas  carta  de  naturaleza. 

Interesante,  y  de  gran  efecto  para  los  presentes  estudios,  se- 
ría sin  duda  el  exponer  aquí  el  resultado  de  la   comparación 
critica  de  todas  estas  singulares  tradiciones,  que  se  ingieren 
con  tanta  fuerza  en  las  nacionales,  y  que  han  vivido  hasta  nues- 
tros dias  fiadas  sólo  á  la  trasmisión  oral  en  tan  apartadas  regio-' 
^©s.  Mas  no  siendo  cumplidero  este  especial  trabajo,  sin  consa- 
fiT'^rle  numerosas  páginas,  lícito  nos  será  el  reducir  nuestras 
observaciones  á  las  más  aplaudidas  leyendas,  prefiriendo  desde 
luego,  por  menos  conocidas,  las  que  se  han  perpetuado  en  las 
p^o^incias  de  Portugal  y  en  las  montañas  de  Asturias,  donde 
sido  recogidas  por  nosotros  mismo's  de  boca  de  respetables 
lanos  y  modestas  jóvenes,  que  las  aprendieron  junto  á  la 
^^Oa  *.  Y  anteponemos  estos  romances  álos  derivados  inme- 


quando  con  muchos  |  Tino  á  los  trances, 
Galaz  con  los  otros,  |  de  quien  los  romatuQet 
fa^en  pro9eso  |  que  aquí  non  cabria. 

Ks  pues  evidente  que  al  morir  el  sabio  Marqués  de  Santillana,  que  había 
^^^lificado  de  Ínfimos  los  cantares  é  romances  de  que  la  gente  se  alegraba, 
^daban  ya  en  boca  de  los  vulgares  y  aun  de  los  semidoctos  los  romances 
LanQarote  y  don  Galaz,  como  se  cantaban  otros  muchos.  Diego  de  San 
'edro,  que  escribe  su  Cárcel  de  Amor  en  la  primera  juventud,  esto  es,  en 
^a  corte  de  don  Juan  U,  escribía  al  tratar  de  las  excelencias  de  las  mugó- 
les: cPor  las  rougeres  se  inventan  los  galanes  entretalles,  las  discretas  bor- 
idaduras,  las  nuevas  inven9Íones;  nos  conciertan  la  música  é  nos  fazen 
>gozar  de  las  dul9edumbrcs  de  ella.   ¿Por  quien  se  assuenan  las  dulces 
»can9íones?  ¿Por  quién  se  cantan  los  lindos  romances'í  ¿Por  quién  se  acuer- 
>dan  las  voces?  ¿Por  quién  se  adelgazan  y  sotilizan  todas  las  cosas,  que  en 
>el  canto  consisten?»  Los  testimonios  no  pueden  ser  más  fehacientes.  Nota- 
ble es  sin  embargo  que  solo  se  hayan  trasmitido  á  nuestros  dias  tres  ro- 
mances derivados  de  las  crónicas  ó  libros  del  ciclo  bretón,  según  manifes- 
tó ya  el  docto  Duran  (Romancero  General,  tomo  I,  pág.  197). 

1  Publicamos  ya  en  1860  en  el  Jahrbuch  für  romanische  und  enp/ts- 
ehe  Literatur,  que  se  dá  á  luz  en  Berlín  bajo  la  dirección  del  ¡lustre  don  Fer- 
nando de  Wolf,  algunos  de  estos  romances,  precedidos  de  una  carta  dirigi- 
da al  referido  crítico^  en  la  cual  le  deciamos  al  propósito:  c Helos  recogido 
>(los  romances)  no  sin  fatiga,  aprovechando  las  romerías,  fiestas  religiosas, 
»barto  frecuentes  en  Asturias  y  que   ejercen  notabilísima  influencia  en  el 


442  HISTORIA   CRITICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

diatamente  de  los  libros  oaballerescos,  anoque  es  por  extremo 
difícil  determinar  sus  orígenes  y  señalar  la  comarca  donde  ar- 
raigan primero,  en  medio  de  la  variedad  prodigiosa  de  las  le- 
yendas y  tradiciones,  que  atesoran,  porque  ofrecen  desde  luego 
mayor  interés,  revelan  mayor  espontaneidad  y  á  pesar  de  las 
inevitables  alteraciones,  nacidas  de  la  fragilidad  del  instrumen- 
to de  trasmisión,  conservan  en  su  conjunto  más  vigorosos  ras- 
gos de  antigüedad,  cobrando  en  consecuencia  el  más  subido 
precio. 

Llámannos  ante  todo  la  atención  los  romances  que  en  la  colec- 
oion  formada  por  nosotros,  van  clasificados  bajo  el  doble  epígrafe 
de  novelescos  y  caballerescos^  y  entre  ellos  los  que  hemos  de- 
signado con  los  títulos  de:  El  caballero  burlado;  La  hija  de  la 
Viudtna;  Delgadina\  Elúotior  vengado;  Doña  Ana;  La  espasa 
fiel;  Arbola;  La  Princesa  Alexandra;  Filomena;  La  Infantina 
y  Las  Hijas  del  Conde  Flores. 

Ofrece  el  primero  (El  caballero  burlado)  notables  analogías 
con  otros  dos  romances,  portugués  el  primero  y  castellaDo  el 
segundo,  intitulados  A  InfeUcada  y  La  Infantina  ^  Perdido  un 

«estado  moral  de  sus  habitantes.   Derramados  estos  en  valles  y  montañas, 
ȇ  tal  punto  que  viven  del  todo  incomunicados,  no  seria  hacedero   formar 
«concepto  de  la  población,  sin  aquellas  populares  reuniones,  en  que  al  re- 
veíanlo de  la  devoción  se  juntan  y  congregan  los  vecinos  de  dos  ó  más 
«concejos  para  festejar  al  santo  quo  la  Iglesia  celebra,  con  ramos,  danzas 
«y  cantares...  £n  las  romerías  asturianas  aparece  la  vida  que  se  vá  y  la 
•  vida  que  viene:  en  ellas  abren  las  ancianas  el  pecho  al  placer  de  inoccn- 
»les  goces  y  la  mente  al  recuerdo  de  las  narraciones  maravillosas,  que  for- 
«maron  la   devoción  más  acendrada  y  la   más  apasionada  admiración  cu 
«romances  y  cantares,  aprendidos  alrededor  de  la  cuna,    y  en  ellos  repiten 
«sus  niclezuelas  con  labio  inseguro  esos  cantares,  que  sirven  de  incentivo 
»á  la  piedad  y  de  encanto  á  la  infantil   fantasía...   Allí    pues,  reuniendo 
«despedazados  fragmentos,  cuyo  engaste  me  ha  sido  de  todo  punto  impo- 
Jisible,  ó  teniendo  la  fortuna  de  hallar  una  ó  más  versiones  de  un  mismo 
«romance,  lie  formado  el  pequeño,  bien  que  vario  y  no  descolorido,  rami— 
«lióte,  que  dedico  á  la  Revista  (el  Jahrbuch)^»,  etc.    Nueva  expedición    s^ 
las  montanas  asturianas  nos  ha  permitido  enriquecer  sobremanera  la  co^ — 
lección  indicada,  que    aguarda,  según  ya  notamos,  ocasión  oportuna  par^^ 
salir  á  luz. 

1     El  portugués  ha  sido  publicado  por  vez  primera  en  el  muy  aprecia  -^ 


ir/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POBS.  POP.  HASTA  Bl.  R.  DE  GARLOS  I.     443 

caballero  en  mitad  de  un  monte,  halla  acaso  una  princesa  de 
extremada  hermosura:  la  doncella,  que  se  le  confiesa  cristiana, 
prométele  sacarlo  del  peligro  y  juntos  caminando  por  medio  de  la 
espesura,  pagado  el  caballero  de  su  belleza,  la  requiere  de  amo- 
res. Fingiéndose  hija  de  un  leproso  (malato),  logra  evitar  la 
princesa  su  deshonra,  á  punto  que  saliendo  de  la  montaña  y 
oyendo  las  campanas  de  la  villa,  tórnase  al  caballero  con  la  su 
faz  alegrína,  para  manifestarle  que  ha  sido  por  ella  burlado. 
En  tal  momento  exclama: 

— Á  fijas  de  rey  en  monte 
creyestes  lo  que  dezian!... 
Fiz  puesta  con  mis  hermanos 
cien  vasos  de  plata  fina^ 
de  rondar  con  vos  el  monte, 
volver  con  honra  d  la  villa. 
— Atrás,  atrás»  la  señora; 
•  atrás,  atrás,  vida  mia: 

que  en  la  fuente,  dó  bebimos, 
quedo  mi  espada  perdida. 
— Miente,  miente  el  caballero; 
que  la  traedes  ceñida  l . 

Tiene  el  segundo  (La  hija  de  la  Viudina)  grandes  puntos  de 
contacto  con  el  señalado  bajo  el  título  de  El  honor  vengado,  y 
presenta  no  insignificante  correspondencia  con  otro  portugués, 
apellidado  Á  Rometra  ^,  desenvolviendo  análogo  pensamiento 


ble  RomanceirOf  recog:¡do  de  la  tradición  oral  por  el  docto  Álmcida  Garre  I 
(Lisboa,  1851):  cl  castellano  se  imprimió  dos  años  antes  por  el  dilig^ente 
Duran  en  el  tomo  I,  páj.  152  de  su  Romancero  General.  Ambos  críticos 
ignoraban  que  existiese  esta  versión  asturiana,  que  ofreciendo  notabilísi- 
mos vestigios  de  antigüedad,  muestra  en  todos  los  accidentes  locales,  no 
haber  sido  la  última  en  formularse.  Almeida  y  Duran  juzgan  esta  tradición 
originaría  de  Francia:  en  la  versión  de  Asturias  no  hay  rasgo  exterior,  que 
así  lo  persuada,  si  bien  no  tenemos  por  infundada  la  conjetura. 

1  Le  hemos  dado  el  número  XXI  en  nuestra  colección,  y  empiezai 

Allá  arriba,  anaquel  monte« 
allá,  en  aquella  monttña 
dó  cae  la  oleye  á  copos 
é  el  agua  muy  menudlna,  etc. 

2  Almeida  Garre t,  RomanQeiro^  tomo  Hí,  pág.  3. — Difiere  no  obstante 


444  HISTORIA  CRITICA   DE   LA   LITERATURA    BSPAl^OLA. 

moral  que  encierra  el  ya  referido  del  C(üpaUero  burlado.  Pa- 
seándose la  Yíudina  con  dos  hijas  suyas,  venias  dos  caballeros; 
y  mientras  disputan  sobre  cuál  es  más  hermosa,  dirijense  en- 
trada la  noche  á  su  casa,  donde  dormían  ya  las  doncellas.  D( 
seando  salvarlas,  responde  la  Yiudina  negativamente  á  la  d< 
manda  de  los  caballeros;  mas  no  aquietados  estos,  despierta 
más  joven  y  vistiéndose  á  toda  prisa,  despídese  de  su  madre 
de  su  hermana,  partiendo  con  los  desconocidos.  Llegados  ¿  unK:. 
fuente,  que  corria  por  medio  de  un  robledal,  es  la  hija  de  U^ 
Vitdina  requerida  de  amores,  sin  que  basten  á  escudarla  nie^^e- 
gos  ni  protestas.  Resuelta  á  defender  su  honra,  apodérase  d^^  de 
un  puñal  que  se  habia  caído  en  la  refriega  á  uno  de  los  cab^^^a- 
lleros,  y  asestándole  sañudo  golpe,  le  derriba  muerto,  no  s^^sin 
que  la  demande  al  caer  perdón,  diciendo: 

— Perdón  á  los  cielos  pido, 
é  á  vos  mi  perdón  pedia, 
porque  perdonarme  quiera 
la  Virgen  Santa  María. 
Con  el  agua  de  la  fuente 
diérale  perdón  la  niña: 
con  el  agua  de  la  fuente 
sus  pecados  lavaría. 

Prendado  el  otro  caballero  de  tal  entereza,  ofrece  su  mano^^  ^ 
la  hija  de  la  Viudina\  parten  del  robledal  alegres;  llegan  al  prr^S^" 
lacio  del  conde,  que  tal  dignidad  alcanzaba  el  desconocido,  y  c::::^^" 
lebran  sus  bodas  * . 


en  muy  notables  accidentes^  hermanándose  más  con  el  romancet  á  que 
mes  en  nuestra  colección  el  título  de:  El  honor  vengado ^  bajo  el  núm 
ro  XXVII.  Es  de  advertirse  que  todos  tres  cantares  insisten  en  una  misi 
asonancia,  y  que  mientras  en  la  versión  portuguesa  se  atribuye  desde  lu 
go  á  la  heroína  la  condición  de  romera,  diciendo: 

Por  aquellos  montes  verdes 
una  romeira  desalo,  etc., 

no  se  alude  siquiera,  ni  en  el  de  La  hija  de  la  Viudina  ni  en  el  del 
vengado,  á  semejante  condición.  Garret  no  sospechó  la  existencia  de  ei^ 
versiones  asturianas. 

1     Lleva  en  nuestra  colección  el  núm.  XXII. 


a 


or 
US 


n/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.     445 

Más  dramática  y  terrible  es  la  leyenda  de  Delgadina,  como 
es  también  más  conocida  en  toda  España,  merced  á  multiplica- 
das versiones,  formuladas  todas  por  la  musa  popular  ^.  Delga- 
dina  es  la  última  de  tres  hijas,  que  tenia  un  rey,  quien  enamo- 
rado de  ella,  intenta  gozar  su  amor.  Horrorizada  la  princesa, 
rechaza  tan  infame  demanda,  siendo  encerrada  por  mandato  de 
sa  padre  en  oscura  torre,  donde  la  mortifican  al  par  angustiosa 
sed  y  hambre  devoradora.  Ansiando  consuelo,  asómase  la  infe- 
liz á  una  ventana;  y  divisando  á  sus  hermanos,  pídeles  agua^ 
para  templar  las  ardorosas  fatigas  que  la  matan;  pero  en  vano. 
Irritados  aquellos,  la  cargan  de  insultos  y  aun  maldiciones,  que 
repiten  sucesivamente  sus  hermanas  y  su  madre,  hasta  verse 
aquella  forzada  á  dirigir  la  misma  súplica  al  incestuoso  padre, 
quien  juzgando  logrados  sus  deseos,  ofrece  un  reino  al  primero 
de  sus  pajes  que  suba  á  la  estancia  de  Delgadina  un  jarro  de 
agua.  AI  llegar  el  primero,  habia  dejado  de  existir  Delgadina: 
su  padre  moria  al  par;  y  mientras  el  lecho  de  la  mártir  se  veia 


1  Es  en  efecto  la  tradición  de  Delgadina  una  de  las  más  generalizadas 
en  el  suelo  español  por  medio  de  la  forma  popular  de  los  romances;  y  no 
sólo  en  Asturias,  sino  en  Navarra,  la  Rioja  y  Aragón,  hallamos  notabilísi- 
mas versiones,  habiendo  cundido  de  igual  suerte  á  las  comarcas  andaluzas, 
donde  se  cantan  todavía^  principalmente  en  la  Serranía  de  Ronda.  Las  va- 
riantes, que  al  comparar  todas  estas  versiones  encontramos,  son  de  tal  na- 
turaleza que  les  imprimen  sello  especial,  confirmando  plenamente  las  ob- 
servaciones que  hicimos  al  tratar  de  la  fijación  de  estos  cantos  populares 
(tomo  H,  Ilustración  IV),  Limitándonos  ahora  á  las  más  interesantes,  no 
olvidaremos  la  portuguesa,  recogida  por  el  ya  citado  Almeida  Garret  en  su 
ñomanQeiro  (tomo  11,  pág.  109)  bajo  el  título  de:  Sylvaninha.  Este  docto 
investigador  sostiene  que  sobre  ser  antiquísima  en  Portugal  aquella  tradi- 
ción, nada  tiene  de  castellana  (pág.  101),  ignorando  que  poseían  las  ha- 
blas de  la  España  Central,  y  aun  de  Navarra  y  de  Aragón,  tan  variadas 
versiones.  No  entraremos  aquí  en  la  cuestión  que  desde  luego  se  ofrece, 
respecto  de  la  prioridad  y  aun  originalidad  de  esta  leyenda:  sobre  concep- 
tuar estéril  semejante  disquisición,  bástanos  tener  presente  que  la  misma 
riqueza  de  las  versiones  castellanas  le  asegura  en  el  suelo  central  una  an- 
tigüedad respetable,  siendo  de  observar  que  no  son  las  asturianas  las  que 
menos  abundan  en  rasgos  primitivos,  por  lo  cual  no  pueden  ser  despojadas 
de  aquel  legítimo  galardón,  en  contrario  de  las  indicaciones  del  diligente 
Almeida. 


446      '     HISTORIA   CRÍTICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

rodeado  de  ingeles,  cercaban  el  del  rey  los  espíritus  del  ATemo 
(degorrios)  *. 

Melancólico  y  triste^  como  sencillo  y  original  por  extremo,  es 
el  romance  de  doña  Ana.  Salido  k  caza  don  Pedro,  esposo  de 
aquella  hermosa  niña,  vése  acometido  de  mortal  dolencia; 
&  su  casa  y  ruega  á  su  madre  que  oculte  su  iuevitable  fallecí 
miento  k  doña  Ana, 

que  como  es  ninja  pequeña 
de  muerte  se  morirla. 

Muerto  el  caballero,  oye  la  niña  tocar  las  campanas  sin 
char  su  desgracia;  y  llegada  la  hora  de  ir  á  misa,  para  cumplid  ^lir 
sus  devociones,  pregunta  á  la  anciana  qué  vestido  ha  de  poner'^K:  ^r- 
se.  La  discreta  madre  le  dice  que  asienta  á  su  blancura  el  ves^^  s- 
tir  de  negro;  pero  doña  Ana  se  resiste,  por  ser  aquel  tributo  qiK-^Kue 
sólo  debe  pagar  &  la  muerte  de  su  esposo;  y  mientras  todas 
doncellas  van  de  luto,  aparece  ella  de  pascua  florida.  Primei 
de  boca  de  un  pastor,  que  halla  en  el  camino  tocando  la  guac^er- 
na^  después  por  testimonio  de  las  gentes,  que  fijan  en  ella  su 
miradas,  y  finalmente  por  declaración  de  un  caballero,  que 
desamaba,  llega  á  entender  doña  Ana  su  desgracia,  tnostra 
do  públicamente  su  dolor  y  sucumbiendo  á  la.  pena  que  la  d 
vora  *. 

Tiene  el  romance  de  La  Esposa  fiel  sus  correspondientes  e^      ^ 
las  tradiciones  portuguesas  con  el  título  de:  A  bella  Infanta^ 
en  las  catalanas  con  el  de:  La  vuelta  del  peregrino  ^.  Labrai 


1  Números  XXIII,  XXIV  y  XXV  de  nuestra  Colección, 

2  Núm.  XXX  de  nuestra  Colección.  Decsla  singular  leyenda  no  halli»-  — 
mo8  equivalente,  ni  vestigio  en  el  ñomanfeiro  de  Almeida  Garrel. 

3  fíomanceiro  citado,  tomo  II,  pág.  7;  Poesía  popular,  RomancerilU 
Guarda  además  alguna  analogía  con  el  romance  incluido  en  las  antigui 
colecciones  castellanas,  que  empieza: 

Estaba  la  linda  Infanta 

h  la  sombra  de  una  olUa,  etc. 


Reconocida  la  analogía  del  asunto  en  todas  estas  formas,  conviene  at 
vertir  que  la  mayor  semejanza  existe  entre  la  versión  asturiana  y  la  por 


ir* 


,*  P.y  CAP.  XXn.  LA  P0E9.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.  447 

laños  de  seda  estaba  la  solitaria  esposa,  cuando  vio  venir  por 
Ito  de  la  sierra  un  caballero,  que  tornaba  de  la  guerra,  al 
pregunta  si  habia  visto  en  ella  á  su  esposo,  cuya  ausencia 
iba  bacía  ya  siete  años.  Por  las  señas,  que  el  caballero  le 
se,  sabe  la  infeliz  que  habia  muerto  aquel  en  la  pelea,  en- 
indose  á  la  amargura.  Prométele  entonces  el  desconocido 
irla  consigo  á  sus  tierras;  niégase  ella  con  mayor  dolor,  y 
itrado  el  caballero  de  su  fidelidad,  descíibrese  al  fin,  trocan- 
n  alegría  la  pena  de  su  amada  ^ . 
o  menos  sencillo  en  su  idea  generadora,  si  bien  de  más  vi- 
iterés  y  de  sabor  más  novelesco,  es  sin  duda  el  romance  de 
üa,  cuya  patética  historia  echó  también  raices  en  jel  suelo 
jgués,  hasta  el  punto  de  ser  tenida  por  original,  desceñó- 
lo los  más  autorizados  críticos  la  existencia  de  esta  redac- 
castellana  ^.  Arbola,  que  es  hija  de  rey,  espera  en  el  por- 

»a.  La  última  es  sin  embargo  más  completa,  debiendo  notarse  que 
en  todas  en  distintas  asonancias.  * 

Es^  núm.  XXVIII  de  nuestra  Colección. 

£1  ya  celebrado  Almcida  Garret  la  Juzga  en  efecto  portugtiesa  de 
ifa,  no  descubriendo  vestigio  alguno  de  ella  en  colecQOO  casielhana 
)  HI  del  Romanceiro,  pág.  39).  Cuando  dio  Almeida  á  luz  su  colee- 
no  existia  realmente  entre  los  cantares  castellanos  que  forman  los 
ificeros  la  bella  tradición  de  Arbola^  que  es  la  misma  publicada  por 
jo  el  nombre  de  Helena.  £1  contraste  que  en  ella  ofrecen  el  tipo  de  la 
a  envidiosa,  calumniadora  y  cruel  y  la  nuera  sencilla,  cariñosa  é  ino- 
,  es  sin  embargo  común  á  la  mayor  parle  de  las  poesías  populares  de 
id-media,  trascendiendo  á  las  literaturas  eruditas,  ora  por  medio  de  la 
1,  ora  por  medio  de  la  novela.  Sin  salir  de  la  Península,  vemos  am- 
&ractéres  bosquejados  por  la  musa  catalana,  tal  como  prueba  el  ro- 
e  titulado:  La  vuelta  de  don  Guillermo  (Milá,  Poesía  popular ,  pá- 
119),  y  no  otra  cosa  hallamos  en  los  Cantos  populares  de  Provenza, 
os  á  luz  por  Dámaso  Arbaud,  donde  con  el  título  de  Pourcheireto  se 
luce  la  misma  tradición  y  pintura  de  caracteres,  bien  que  más  semc- 
á  la  catalana  que  á  la  asturiana,  lo  cual  tiene  perfecta  explicación, 
lando  las  frecuentes  relaciones  de  ambas  comarcas.  £1  romance  de 
a  se  aproxima  en  cambio  extraordinariamente  al  portugués  de  JJeíe- 
i  bien  su  terminación  es  más  terrible  y  trágica.  Por  esto  es  más  sen- 
que  el  docto  Almeida  no  sospechase  siquiera  que  en  las  montañas  de 
¡as  formaba  tan  bello  canto  popular  la  tradición  por  el  recogida  en  las 
308  portuguesas  de  £ntrc  Miño  y  Duero. 


448   '     HISTORIA  crítica  de  la  literatura  espacióla. 

tal  de  su  palacio  la  vuelta  del  conde  Alforgo,  su  esposo,  que  an- 
daba á  caza,  cuando  sintiéndose  acometida  de  dolores  de  parto, 
muestra  á  la  madre  de  aquel  deseos  de  parir  en  los  palacios  de 
su  padre,  exclamando: 

— Oh  palacios,  los  palacios! 
palacios  del  Valledale! 
el  rey  mi  padre  vps  fizo! 
¿quién  fuera  parir  allae? 

Dominaba  de  torpe  ojeriza  y  movida  de  espíritu  de  venganza, 
facilita  la  suegra  el  intento  de  Arbola,  y  mientras  se  dirijo  esta 
al  Valledal,  con  la  esperanza  de  que  atenderá  aquella  al  servi- 
cio de  Alforgo,  torna  este  á  su  palacio,  ya  entrada  la  noche, 
rendido  de  las  fatigas  de  la  caza.  Con  solicitud  de  amante  pre- 
gunta por  su  esposa,  no  sin  ingeniosa  manera,  diciendo: 

— Dónde  está,  madre,  el  mi  espejo?... 
que  yo  me  quiero  espejare. 
— ¿Quál  espejo  quieres,  fijo, 
el  de  oro  ó  de  cristale?... 
Si  el  de  azabache  quisieres 
también  te  le  puedo  daré. 
— Non  quiero  el  espejo  de  oro, 
nin  tampoco  el  de  cristale, 
nin  de  azabache  tampoco^ 
maguer  me  lo  quieran  daré. 
¿Dónde  está  mi  esposa  Arbola, 
que  es  mi  espejo  naturale? 
—  La  tu  esposa  doña  Arbola 
en  fuego  deben  quemare. 

La  malevolencia  de  la  vieja  enciende  el  corazón  del  conde  con 
torpe  calumnia,  y  excitado  á  la  venganza,  parte  luego  Alforgo 
al  Valledal,  cuyo  palacio  rodea  siete  veces,  sin  hallar  quien  le 
abra  sus  puertas.  Al  cabo  vé  asomarse  una  doncella,  la  cual  le 
pide  albricias  por  haber  dado  á  luz  Arbola  un  hermoso  infante 
fun  fijuelo  muy  galanej.  Lleno  de  furor  replica  el  conde,  man- 
dando á  su  esposa  que  inmediatamente  le  siga: 

Arriba,  Arbolina,  arriba: 
que  es  tiempo  de  caminare; 


II.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.   449 

é  si  á  mandar  te  lo  vuelvo, 
ha  de  ser  con  mi  púnale. 

Respetando  los  derechos  de  esposo,  cede  el  rey  á,  la  cruel  in- 
timacioQ  de  Alforgo,  no  sin  hacerle  responsable  de  la  vida  de  su 
bija  Arbola,  quien  sumisa  á  la  voz  de  su  marido,  anda  tras  él 
en  silencio  por  el  espacio  de  siete  leguas,  llevando  en  sus  bra- 
zos al  reciennacido  infante.  £1  silencio  de  la  desdichada  madre 
llama  al  cabo  la  atención  del  conde,  quien  exclama: 

— ¿Cómo  non  fablas,  mi  esposa, 
qual  me  solías  fablare? 
— ¿Cómo  he  de  fablaros,  conde, 
si  non  puedo  respirare?... 
Los  campos  por  do  pasamos 
regados  con  sangre  vane. 

Invencible  se  muestra  Alforgo  al  dolor  de  4a  desdichada  es- 
posa, prosiguiendo  su  camino,  hasta  que  llegados  ¿I  una  ermita, 

— Alforgo,  clamaba  Arbola, 
daqui  non  puedo  passare: 
yo  mi  confesión  demando, 
que  me  quiero  confesare. 

Confesada  Arbola,  expira  luego,  no  sin  espanto  de  Alforgo, 
quo  oye  en  aquel  instante  la  triste  Voz  del  reciennacido  para 
bendecir  á  su  madre,  anunciándole  la  felicidad  eterna,  mientras 
dirigiéndose  á  él,  le  dice: 

Ay,  conde,  padre,  tu  dicha 
non  sabemos  quál  scrae; 
mas  yo...  jinfelice  de  mi!... 
que  voy  á  la  oscuridade!...  i 

Al  lado  de  esta  peregrina  y  trágica  leyenda,  que  ofreciéndo- 
nos tres  diferentes  tipos,  acariciados  en  casi  todas  las  poesías 

1  Poseemos  dos  versiones,  que  llevan  en  nuoslra  Coteccion  los  núme- 
ros XXXI  y  XXXII.  La  primera  empieza: 


La  seg^unda: 


Sentadila  estaba  Arbola 
en  su  barrido  pórtale. 


ArboUna  se  pasea 

de  Tentaos  al  ventanale. 

Tomo  vii.  29 


450  HISTORIA  CRÍTICA  DB   LA   LITERATURA   BSPAHOLA.  ^ 

populares  del  Medio-dia  ^,  forma  sin  duda  udo  de  los  m^  ^^^g(f 
líos  romances  asturianos,  puede  ponerse  el  que  lleva  por  tito>^^ 
La  Princesa  Alexendra.  No  menos  tr&gica  y  patética  baila  esl^ 
singular  tradición  notable  correspondencia  en  los  oantoe  popu-^ 
lares  de  Portugal,  cuyos  críticos  le  atribuyen  antigüedad  extra- 
ordinaria,  cayendo  en  el  error  de  suponer  que  en  el  resto  de  la 
Península  no  existen  vestigios  de  ella  ^.  Alexendra  es  una  prin- 
cesa, que  mora  en  Oviedo,  junto  á  cuya  fuente  (los  caños  del 
agua)  se  cria  una  misteriosa  yerba,  que  tiene  la  muy  extrema- 
da  virtud  de  fecundar  á  cuantas  doncellas  la  pisan.  Tocada  aca- 
so por  la  infanta,  sintióse  luego  en  cinta,  no  sin  que  advertido 
el  rey  de  la  inesperada  situación  de  Alexendra,  convocase  los 
más  sabios  doctores  de  toda  España,  para  conocer  la  dolencia 
que  la  aquejaba.  Siete  son  los  elegidos:  ninguno  de  los  seis 
primeros  había  acertado  con  el  padecimiento  de  la  princesa, 
cuando  llegada  su  vez  al  más  joven  (el  m&s  chequilo),  declara 


La  portuguesa  comienza: 

¡All  que  saudades  me  apretam 
pela  casa  de  mea  pae! 

Es  digno  de  notarse,  como  ven  los  lectores,  que  todas  tres  ofrecen  la 
misma  asonancia. 

1  Véase  lo  indicado  en  nota  precedente. 

2  Aludimos  al  tantas  veces  citado  Almeida  Garret.    Insertando  en  su 
Romangeiro  (tomo  lí,  pág.  172)  un  bello  romance,    intitulado  Doña  Áu-^ 
senday  que  encierra  virtualmeiite  la  tradición  que  sirve  de  fundamento   al 
de  la  Princesa  Alexendra  y  aquí  examinado,  observa  que  ce  no  resto  da 
«Península  nao  consta  que  baja  vestigios  d'ella»,  y  añade  que  es  una  de 
las  más  antiguas  tradiciones  por  él  allegadas,  añadiendo  que  tteem  um 
»sabor  musarabe  que  nao  ingana»   (págs.   170  y   171).  Nuestros  lectores 
comprenderán  hasta  qué  punto  se  equivocó  escritor  tan  insigne  en   el  pri- 
mer aserto,  al  saber  que  no  una,  sino  dos  versiones  completas,  hemos  re- 
cogido nosotros  de  esta   peregrina  tradición   en  las  montañas  asturianas, 
siendo  varios  los  fragmentos  que  dan  razón  de  la  existencia  de  otras.   En 
orden  á  la  antigüedad  que   revela,  no  seria  desacertado  suponerla  nacida 
en  el  centro  de  la  Península,  aplicando  las  palabras  del  mismo  Garret:  con- 
siderando la  representación  que  alcanzan  todos  estos  cantos  en  la  literatu- 
ra nacional;  nos  contentamos  con  tenerla  por  una  de  las  que  primeramente 
arraigan  y  florecen  en  las  regiones  populares,  tal  como  va'mos  estudiando 
el  desarrollo  de  la  poesía,  que  merece  este  nombre. 


'  •^P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.   451 

^  que  la  niña  estaba  embarazada.  Llena  de  dolor  y  supli- 
^  o  al  doctorcico  que  guarde  silencio,  se  retira  Alexendra  á 
-ornara,  donde  entregada  á  sus  antiguas  labores,  espera  el 
liento  doloroso  de  ser  madre.  Un  hermoso  infante  es  alca- 
f^k'Qto  de  tan  peregrina  influencia;  y  temerosa  la  princesa 
^nojo  de  su  padre,  lo  entrega  á  uno  de  sus  pajes,  diciéndole: 

— Toma,  toma,  pajecico, 
esos  pedazos  del  alma; 
toma,  toma,  pajecico; 
non  sepa  el  mi  padre  nada. 
Lleva  por  Dios  ese  niño, 
lleva  y  entrégalo  á  un  ama, 
que  tenga  los  pechos  finos 
é  la  leche  muy  delgada . 
Si  encuentras  al  rey,  mi  padre, 
dile  que  non  llevas  nada: 
non  sé  por  dónde  tá  bajes; 
non  sé  por  dónde  tú  salgas. 

El  paje  parte  en  efecto  con  el  reciennacido,  llevándole  en- 
lelto  en  su  capa;  mas  hallando  acaso  al  rey,  se  entabla  entre 
s  dos  el  siguiente  diálogo: 

—¿Qué  llevas  ahí,  pajecico, 
en  rebozo  de  tu  capa? 
— Llevo  rosas  y  claveles; 
antojos  son  de  una  dama. 
— De  esas  rosas  que  tú  llevas, 
dáyme  la  más  colorada, 
— La  más  colorada  dellas 
tiene  una  foja  quitada. 
— Que  la  tenga  ó  non  la  tenga, 
dáyme  la  más  colorada; 
•a  te  la  demanda  el  rey, 
é  al  rey  non  se  niega  nada. 

Despertando  en  estos  momentos  el  infante,  descubre  al  rey 
)n  su  lloro  la  desgracia  de  Alexendra  y  el  irritado  padre  ex- 
ama: 

— Lleva,  lleva,  pajecico, 
lleva  esa  flor  colorada; 


452  HISTORIA   CRÍTICA   DB  LA   LITERATURA  ESPAflOLA. 

mas  cuida  que  non  lo  sepa 
el  rebozo  de  tu  capa. 

Lleno  de  ira  é  indignación,  pues  que  supone  culpada  &  su 
inocente  hija,  resuelve  el  rey  darle  tremendo  castigo;  y  llegada 
la  inedia  noche,  cuando  todo  dormia  en  silencio,  pone  fln  k 
la  vida  de  aquella  rosa  temprana,  arrastrándola  por  los  cabe- 
llos, y  colgándola  de  una  de  las  ventanas  del  castillo  para  escar- 
miento de  las  gentes. — El  sentimiento,  que  domina  en  esta  ori- 
ginal leyenda,  no  puede  ser  más  terrible,  revelando  ya  en  el 
padre,  que  se  juzga  injuriado  en  su  honor,  aquel  mismo  anhelo 
de  vengíhza,  aquella  reconcentrada  indignación  y  aquella  reso- 
lución heroica,  que  reflejándose  en  el  carácter  nacional,  producia 
ai  cabo  obras  tan  memorables  como  el  Tetrarca  de  Jerusalen  y 
el  Médico  de  su  honra  * . 

No  menos  trágicos  son  en  verdad  los  asuntos  de  los  romances 
intitulados  Filomena,  la  Infantina  y  las  Hijas  del  Conde  Flo- 
res, Lejana  derivación  el  primero  de  la  conocida  fábula  mitoló- 
gica Progne  y  Filomena,  se  halla  revestido  de  formas  y  colores 
verdaderamente  caballerecos,  aspirando  á  tomar  carta  de  natu- 
raleza entre  las  leyendas  de  moros  y  cristianos. — Doña  Urraca, 
madre  de  Blanca  Flor  y  de  Filomena,  se  paseaba  á  orillas  del  rio, 
cnando  llega  un  rey  moro  á  demandarle  en  matrimonio  la  ma- 


1     Conviene  consíg^nar  aquí  que  la  tradición  portuguesa  difiere  grande- 
mente de  la  asturiana  en  su  desarrollo  artístico.  Doña  Ausenda  toca  la  yer- 
ba encantada^  y  reconocida  su  preñez  por  el  rey,  su  padre,  es  sentenciada 
ú  morir  en  la  hoguera.  Un  ermitaño  que  mora  junto  al  puente  de  AUiviü' 
da,  se  presenta  á  la  princesa,  le  hace  tocar  de  nuevo  la   yerba,  que  tiene 
también  la  virtud  de  hacer  parir  sin  dolor;  y  libre  de  la   deshonra,    corre 
en  busca  de  su  padre,  cuyo  enojo  desaparece  á  su  vista.  En  este  momento 
el  ermitaño,  á  quien  había  prometido  el  rey  la   mitad  de  su    reino  por  el 
bien  que  le  hiciera,  comparece  de  nuevo  en  la  corte,  y  aceptando  la  pala- 
bra del  rey^  incluye  á  doña  Ausenda  en  la  mitad  prometida.  Con  burlas  yg 
sarcasmos  reciben  los  cortesanos  la  pretensión  del  cenobita:  despojando^ 
este  del  sayal  y  del  capuz,  muéstrase  no  obstante  como  un  gentil  mancebc= 
dándose  luego  á  conocer  por  el  conde  Ramiro  y  obteniendo,  como   tal, 
mano  de  la  princesa.  No  es  posible  dudar  en  consecuencia  que  las  vcrsion^^  € 
arturianas  ofrecen  un  desarrollo  más  trágico  y   terrible,  y  más  confon 
con  el  carácter  nacional. 


U.^P.j  GAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  1.    453 

yor  de  las  doncellas.  Doña  Urraca  le  concede  sólo  la  más  pe- 
queña, y  celebradas  las  bodas,  torna  á  su  reino  con  Blanca  Flor, 
que  vive  asi  apartada  de  su  madre  y  hermana  por  espacio  de 
siete  años. — Al  cabo  de  ellos,  preséntase  el  Rey  moro  á  dona 
Urraca,  rogándole  que  pues  se  halla  Blanca  Flor  á  punto  de 
ser  madre,  le  envié  para  consuelo  suyo  á  su  hermana  Filomena. 
No  sin  repugnancia,  y  con  las  mayores  seguridades  por  parte 
del  Rey  moro,  consiente  doña  Urraca,  partiendo  luego  el  Rey 
y  Filomena  en  busca  de  Blanca  Flor.  Siete  leguas  habían  andado 
cuando  poseído  de  frenética  pasión,  se  resuelve  el  Rey  moro  á 
gozar  la  belleza  de  la  desamparada  doncella,  poniendo  por  obra 
tan  reprobado  intento;  y  para  que  no  revelase  su  menguada  ac- 
ción, sacábale  la  lengua,  colgándola  de  un  espino,  y  alejándose 
después,  seguro  de  no  ser  descubierto,  de  aquel  terrible  teatro. 
Llegado  acaso  un  pastor  al  indicado  espino,  suplícale  la  lengua 
que  le  escriba  una  carta,  para  su  hermana,  á  lo  cual  contesta 
el  pastor: 

— Non  tengo  papel  nin  pluma 
maguer  serviros  quisiera. 
— El  papel  será  mi  paño, 
la  tinta  será  mi  lengua, 
la  pluma  una  yerbecica 
que  de  este  campo  saliera. 

Blanca  Flor  recibe  esta  originalísima  carta  antes  de  que  lle- 
gara el  Rey  á  su  palacio;  y  aquejada  de  la  más  ardiente  sed  de 
venganza,  maldice  el  fruto  de  sus  entrañas,  que  había  dado  á  luz 
en  la  ausencia  de  su  esposo,  y  dándole  muerte,  lo  adoba  y  pre- 
para para  ofrecerlo  cual  digno  manjar  del  infiel  esposo  y  trai- 
dor caballero.  Después  de  haberlo  comido,  exclama  el  Rey: 

—Tú  qué  me  das,  mi  mujer, 
que  tan  dulce  me  supiera?... 
— Lo  que  yo  te  he  dado  agora 
de  tus  entrañas  saliera: 
has  comido  del  tu  fijo; 
gusto  de  tu  carne  mesma; 
pero  mejor  te  sabrían 
besos  de  mi  Filomena. 


454  HISTORIA   CRITICA   DE  LA '  LITERATURA  ESPACIÓLA. 

No  pueden  en  verdad  ser  m&s  terribles  la  venganza  y  ei  sar^ 
casmo  * . 

Encierra  el  romance  de  la  Infantina  la  misma  tradición  ge- 
neralizada en  Castilla  bajo  el  título  de  El  Conde  Alarcos  y  con- 
signada en  Portugal  bajo  el  titulo  de  £l  Conde  Yanno^  no  sin 
que  en  las  regiones  orientales  de  la  Península  haya  tomado  la 
denominación  de  El  Conde  Flores  ^.  Domina  en  esta  leyenda  un 

1  Digno  es  de  consignarse  que  no  es  este  el  único  romance  tradicional 
de  Asturias,  en  que  es  ofrecido  semejante  manjar  á  un  padre  desdichado: 
en  el  que  hemos  designado  en  nuestra  Colección  con  título  de:  La  Madre 
adúltera,  y  lleva  en  ella  el  núm.  XXXVU,  animada  aquella  por  torpe  es- 
píritu de  venganza,  dá  muerte  á  su  hijo,  y  poniendo  su  lengua  entre  dos 
platos,  le  dice: 

—Parla  agora,  fijo,  parla; 
agora  te  doy  licencia. 
—Tengo  de  parlar^  mi  madre, 
comosl  vivo,  estuviera. 

£1  injuriado  esposo  llega  entre  tanto,  y  sentado  á  la  mesa,  en  que  la 

madre  adúltera  le  presenta  la  cabeza  del  hijo,  diciéndole  que   es  la  de  un 

carnero, 

Cogió  un  puñal  el  su  padre 
para  partir  la  cabeza. 

La  lengua  del  niño  exclama: 

—Deténgase,  don  mi  Padre: 

non  parla  desa  cabeza: 

que  salió  de  sus  entrañáis; 

non  quiera  Dios  que  ú  ellas  vuelva. 

Ni  carece  de  ejemplos  históricos  esta  manera  de  fcstin  durante  la  edad- 
medía,  como  nos  persuaden  las  tragedias  del  trovador  Guillermo  de  Ca- 
veslany  y  Mdme.  de  Couey,  lloradas  ambas  por  la  musa  de  los  provcn- 
zales. 

2  La  leyenda  que  dio  nacimiento  al  romance  asturiano,  se  hizo  en 
efecto  muy  popular  en  el  centro  de  la  Península,  dando  al  cabo  vida,  en 
manos  de  Lope  de  Veg^a,  Guillen  de  Castro  y  Mirado  Amescua  á  diferentes 
dramas,  bajo  los  títulos  de:  La  fuerza  lastimosa  y  El  Conde  Alarcos.  En 
Cataluña,  según  el  Romancerillo  formado  por  el  erudito  Mi  la,  tomó  c\ 
nombre  del  Conde  Flores,  que  tan  popular  llega  á  hacerse  entre  la  mu- 
chedumbre, empezando  el  romance,  que  la  encierra: 

Rl  rey  ha  fet  un  convlt; 
tots  cls  comples  Iil  bavia,  etc. 

En  cuanto  á  la  versión  portuguesa,  que  Almcida  Garrel  tiene  por  má^s 


II.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE   CÁELOS  1.    455 

sentimiento  de  lealtad  llevado  hasta  el  martirio,  no  pudiendo 
ser  más  patético,  lo  cual  sucedo  también  en  el  romance  de  las 
Bijas  del  Conde  Flores^  cuya  tradición  logra  igualmente  corres- 
pondencia en  Portugal  y  Cataluña  ^  £1  Conde  Flores  venia  de 
cumplir  sus  devociones  en  San  Salvador  de  Oviedo  y  Santiago 
de  Galicia,  cuando  se  vio  asaltado  por  un  rey  moro,  que  deseoso 
de  cumplir  los  deseos  de  Sara,  su  mujer,  se  proponía  hacer  cau- 
tiva á  la  hija  del  conde,  cuya  belleza  se  ostentaba  entre  los  ro- 
meros. Muerto  aquel  desdichado  procer,  cuyo  cadáver  arrojan 
en  un  pozo,  cubriéndole  de  piedras,  es  llevada  su  hija,  que  se 
hallaba  á  la  sazón  en  cinta,  al  palacio  del  rey  moro,  donde  reci- 
bida por  Sara,  muy  adelantada  también  en  su  preñez,  pone  es- 
ta á  cargo  de  la  cautiva  el  cuidado  de  su  cámara.  Dieron  al 
mismo  tiempo  á  luz  reina  y  cautiva,  la  primera  una  niña  y  uo 
niño  la  segunda,  que  fueron  maliciosamente  trocados  por  la  par- 
tera para  ganar  las  albricias  del  rey  moro.  Pasado  algún 
tiempo,  preguntaba  la  reina  á  la  desventurada  hija  del  Conde 
Flores: 

— ¿Cómo  te  vá,  la  cristiana, 
cómo  te  vá  con  tu  niña?... 
— ^¿Cómo  quieres  que  me  vaya» 
lejos  de  la  patria  mia?... 
^Cómo  quieres  que  me  vaya 


antigua  que  la  casteÜana,  conviene  advertir  que  está  más  diluida,  y  que 
es  por  tanto  menos  enérgica  que  la  asturiana,  la  cual  abunda  en  rasgos 
originales  de  notabilísimo  efecto.  Le  damos  en  nuestra  Colección  el  núme- 
ro XXXVÍ. 

1  £1  romance  portugués,  incluido  por  Almeida  en  su  Romanoeiro,  tie- 
ne el  título  de  Rainha  é  captiva  (tomo  II,  pág.  183):  el  recogido  porMilá, 
que  está  formulado  en  castellano,  lleva  el  de  Las  dos  hermanas  {Poesía 
popular,  pág.  124).  El  docto  Garrct  atribuye  extremado  precio  á  la  versión 
indicada,  manifestando  que  cncm  os  roman^eiros  castclhanos,  nem  scrip- 
>tor  algún  faz  mcn9áo»  de  esta  bella  tradición,  cuyo  origen  pone  en  el  si- 
glo XII.  Sin  que  aspiremos  á  tanto,  eonviene  advertir  que  aquí,  como  en 
otras  ocasiones,  no  sospechó  Almeida  la  existencia  del  cantar  asturiano,  y 
que  este  encierra  rasgos  más  vigorosos  é  ingenuos  que  el  portugués,  como 
ofrece  im  final  más  trágico,  correspondiendo  al  carácter  general  que  pre- 
sentan todas  estas  leyendas  en  las  montañas  de  Oviedo. 


4S6  ni^Ti^RtA  O^ITHU    US  LA  LITERATURA  ESPAÜOLi. 

oiMi  U  iJlKirtftd  perdida?... 
— c^  cwuvjftTAí  en  tu  tierra, 

-  -  Oaü  IftCTinutít  do  mis  ojos 

y^«v>  ;4\^aí*>  ^a  jv>mias? 
^^  í\r,  w;  pfciJU"uo  ««ixivicra, 

;  'ií,''«ji  ^  AV:cmx)¿nA: 

I  ';iy»A  V»;  i.»i\c*'«¿  "^wmiX^  íA  rifüM,  al  oir  estas  palabras, 
ji  ."5.';  ,o,ü.vi  i  >5t  !1i^•*IníJiA;  ^  Hiííntras  sabedor  elrcj 
>u>.\'s,\  :3v-\)  i^  ,^4.í;;/^ül  ,vír.  m  ^;^rr^,s7K^  suyo,  suplícale  la  i 
:u  i-ií  ix  0.J  ^ «;  .,v^  i  :?i.  .*;»"-"jL.  :«LrA  eriUT  que  engañen 
'i;>\;a.:v.  ,\\::v  *'  i  i«^  :':<;^i«i  i.x\>fjiic-,  minliéndole,  al  pn 
ui  1:2;.  \^^*m:  ,u\-  ,\.:-Ji;..  C,^  'cr,-c  sLi«  el  re?  el  ea¡ 
.»  >;.  í:  .  ,  \  '--.v  :j  ,^^;:"i.  :vTf  &  las  hijas  dd  o 
•    .->    ,  :.-,■:  --  ...^  .\>  >iu.^  -:us.  :i«"^.¿:ar,  en  el  silenc 

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ll/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     457 

may  doctos  críticos  juzgaron  originariamente  anteriores  al  si- 
glo XrV,  y  los  cantares  de  Geríneldo^  no  extraños  en  verdad, 
aunque  con  peregrinas  variantes,  al  ^suelo  de  Asturias  ^ .  Senci- 
llos por  extremo  en  su  extructura,  abundan  en  rasgos  origina- 
les, que  dan  verdadero  realce  á  las  tradiciones  por  ellos  ateso- 
radas, sirviéndoles  de  esmalte  las  numerosas  galas  de  lenguaje, 
que  testifican  de  su  no  dudosa  antigüedad,  si  bien  no  es  en 
nuestro  concepto  posible  sacarlos  del  periodo  que  vamos  recor- 
riendo. 

Y  lo  mismo  observamos  respecto  de  los  romances  ya  deriva- 
dos directamente  de  los  libros  del  ciclo  carlowingio,  ya  nacidos 
lateralmente  de  las  historias  con  los  mismos  enlazadas.  Clasifi- 
cados de  viejos  al  comenzar  del  siglo  XVI  y  cantados  como  tales, 
hallamos  en  efecto  los  que  empiezan:  Mis  arreos  son  las  ar- 
mas;— En  los  campos  de  Alveníosa; — Conde  Claros  con  amo- 
res; — Sospirasíe,  Baldovi^os; — Deperdió  Carlos  la  honra; — 
Durandarte^  Burandarte; — Be  Mérida  vá  el  Palmero; — En 
aquellas  peñas  pardas,  y  otros  muchos  que  se  refieren  más  in- 
mediatamente á  la  famosísima  batalla  de  Koncesvalles,  á  las 
historias  del  Conde  Birlos  y  del  Marqués  de  Mantua^  ó  á  las 
no  menos  entretenidas  y  populares  de  Montesinos,  Calaynos  y 
don  Gayferos  ^.  Digno  de  consignarse  es  no  obstante  que  aun- 


1  Incluyó  todos  estos  romances  el  diligente  Duran  en  el  primer  tomo  de 
su  Romancero,  con  los  números  294,  284^  296,  298,  305,  324,  330,  ocu- 
pando la  leyenda  de  la  Infantina  desde  el  308  al  316,  y  el  320  y  321  la 
de  Gerineldo,  Como  notamos  en  el  texto,  logran  mucha  popularidad  en  las 
montañas  de  Asturias  estos  cantares  de  Gerineldo,  mezclándose  con  otras 
peregrinas  tradiciones,  tales  como  la  del  Conde  Birlos^  según  advertimos 
ya  al  sacar  á  luz  algunas  muestras  de  los  romances  asturianos,  insertando 
el  que  empieza: 

Grandes  guerras  se  publican 
de  España  con  Portugale, 
7  llaman  á  Gerineldo 
por  capitán  genéralo. 

2  Véanse  en  el  Romancero  del  docto  Duran  los  números  300,  395, 
362,  325,  33«,  292,  402  y  con  ellos  los  355,  356,  369,  382,  384,  400, 
234,  etc.,  etc.  Muchos  de  estos  romances  figuran  desde  principios  del  si- 


458  HISTORIA   CRITICA   OB   LA  LITERATURA  BSPAÍlOLA. 

que  hermanados  todos  estos  cantos  en  el  espirUn  general  ood 
los  mencionados  arriba,  se  diferencian  de  ellos  notablemente  en 
las  formas  de  exposición,  apareciendo  más  narrativos  y  noveles- 
cos, y  extendiéndose  en  consecuencia  en  mayor  número  de  ac-^ 
cidentes  y  pormenores.  Nacen  en  verdad  estas  caracterfsti 
circunstancias  de  la  misma  ley  que  les  dá  vida;  pues  que 
y&ndose  de  continuo  en  las  crónicas  caballerescas,  se  amplí 
el  círculo  de  la  inspiración  á  medida  que  descendían  aquell 
á  las  esferas  populares,  en  la  forma  y  por  el  sendero  que  deja 
mos  reconocidos  en  el  capitulo  precedente.  De  esta  manera  s 
concibe  cómo  llegan  á  ser  metrificadas,  aun  á  corta  distancia 
la  edad  que  recorremos,  las  historias  de  Carlomagno  y  sus  2>i 
ce  Pares,  no  olvidadas  las  aventuras  y  prodigiosas  hazañas 
Oliveros  y  Fierabrás  de  Alejandría  ' . 


glo  XVf ,  con  título  de  viejos,  en  los  libros  de  música  en  cifra,  dados  á  L  ai 

por  Milán,  Pisador,  Valderrábano,   Fuenllana,  Narvaez,  Mudarra  y  el  ^==^^=^i- 
li^entísimo  Salinas.  Luis  de  Milán,  que  dedica  su  Libro  de  Música  en  1^  "^^ 

á  don  Juan,  rey  de  Portug^al,  recogia  los  que  empiezan:  Mis  arreos  sonU^ ^ 

armas. — Sospirastes,  Baldovinos.  Enrique  de  Valdcrrábano  en  su  SiT^ 
de  Sirenas,  sacada  á  luz  en  1547, comprendió^ entre  otros:  Loshratos  ir 
go  cansados; — De  los  muertos  rodeare  y  Ya  cabalga  Calaynos*  Diego 
sador  en  su  Libro  de  Música  de  vihuela,  impreso  en  1552:  Conde  Cía 
sin  amores  y  Dexalde  al  caballero.    Francisco  de  Salinas  en  sus  cA 
brados  siete  libros  De  Música:  Conde   Claros  con  amores:  Los  bra^ 
traigo  cansados:  Retraida  está  la  Infanta,  etc.  (Lib.  VI,  págs.  342,  $• 
y  384).  Por  manera  que  la  misma  aura  popular  que  gozaban  todos  es'C 
romances,  obligando  á  los  expresados  maestros  á   ponerlos  como  ejeropX  ^^* 
para  los  antiguos  aires  nacionales  que  fijaron  por  medio  de  la  cifra  ó  de        ^^ 
música^  nos  persuade  de  que  todos  ellos  dcbian  existir  por  lo  menos  de^^^*^^' 
el  siglo  XV,  á  que,  en  nuestro  sentir,  pertenecen  en  su  totalidad.  El  deigi"  *^^ 
i\o.  no  ganar  plaza  de  prolijos  nos  aparta  de  exponer  más  individuales  ^ 

menudas  observaciones. 

I     Remitimos  á  nuestros  lectores  al  1.  II,  pág.  229  del  Romancero ger^^"^^ 
raly  formado  por  Duran,  donde  bajo  el  epígrafe  de  Romances  vulgares  r^  .-^^or 
hallerescos  comprendió  este  docto   investigador  todos  los  que  nacieron  ► 
las  esferas  menores  de  la  sociedad,  del  aplauso  que  en  ella  alcanzan  los 
hros  de  caballería,  pertenecientes  al  ciclo  carlowingio.  Entre  ellos  se  er 
oiienlran  en  efecto  los  romances  del  Desafio  de  Oliveros  y  Fierabrás^  • 
los  Amores  de  Floripes  y  Gui  de  Boryoña,  con  otras  muchas  aventurifl 


( 


"-^    P.,  GAP.  XXIt.  LA  POBS.  POP.  HASTA  BL  R.  DE  CARLOS  I.    4K9 

^i^ntras  en  tal  manera  eran  cantadas  en  las  más  distantes 
í^POTies  de  la  Península  las  fantásticas  y  maravillosas  tradicio- 
nes d  el  mundo  caballeresco,  proseguía  también  la  musa  popular 
respondiendo  al  sentimiento  patriótico,  que  le  dio  aliento  en  re- 
inota.^  edades;  y  ya  consignando  hechos  de  triste  recordación, 
resf^Q^^  de  la  historia  interior  de  Castilla;  ya  refiriéndose  suce- 
^^  ^^emorables,  relativos  á  las  expediciones  y  conquistas  Ueva- 
^^    &  cabo  fuera  de  España;  ya  en  fin  celebrando  los  hechos 
P^^'cii^^lgg  y  heroicos,  que  se  referían  á  la  grande  y  popular 
^^Pt^esa  de  Granada,  apareció  consecuente  con  sus  orígenes, 
^^nunciando  á  los  más  legítimos  títulos  de  su  gloria.  Cele- 
^^os  fueron  en  tan  vario  concepto  así  el  romance  que  conde- 
*  *^^  la  deslealtad  del  duque  don  Fadrique,  empezando:  De  vos^ 
-^nque  de  Arjona, — grandes  querellas  me  dan,  como  los  que 
^^n  más  adelante  la  muerte  de  don  Manrique  de  Lara  y  del 
^    ^>*qués  de  Cotron,  que  comienzan:  Á  veynte  y  siete  de  Marco 
"^    ^abe  la  ysla  de  Elba-,  el  que  lamenta  la  soledad  y  tristeza  de 
^^  Teina  doña  María  de  Aragón,  esposa  de  Alfonso,  el  Magno, 
^Me  dice:  Retrayda  estaba  la  Reina,  y  los  que  cantan  finalmen- 
te las  aventuras  de  Albayaldos,  Abindarraez  y  el  Alcayde  de 
Loja,  con  otros  no  menos  estimables  y  de  fecha  averiguada,  en- 
tre los  cuales  hallamos  algunos  que  celebran  el  glorioso  triunfo 
de  Granada  *. — Lícito  es  advertir  que  muchos  de  estos  romances 


amores  y  qaerellas,  no  olvidada  la  Batalla  de  Roncesvalles  y  1a  Muerte 
de  Roldan  y  de  otros  Pares  de  Francia^  que  habían  dado  asunto  á  más 
antiguos  cantos. 

1  El  ñomatvce  del  duque  de  Arjona,  don  Fadrique  de  Castro,  se  refiere 
á  la  prisión  sufrida  por  el  mismo  en  el  castillo  de  Penaficl,  donde  muere  en 
1 430:  suponiéndole  vivo,  ó  hubo  de  componerse  en  1439  ó  poco  después  de 
su  muerte;  pero  se  ignora  el  autor.  Los  que  se  refieren  al  Marqués  de  Cotron 
'  y  á  don  Manrique  de  Lara  son  obra  de  Juan  del  Enzina  y  Juan  de  Leí  va, 
siendo  fácil  fijar  sus  fechas.  Como  intermedios  aparecen  el  de  la  Reina  doña 
Marta,  escrito  en  1442,  y  los  anónimos  de  la  muerte  del  moro  Albayaldos, 
que  te^n  el  docto  Gudiel  en  su  Crónica  de  hs  Girones,  fueron  hechos  en 
1461.  El  romance  del  Alcaide  de  Loja,  que  empieza:  Moro  Alcaide,  Moro 
Alcaide,  y  otros  relativos  á  hechos  parciales  de  la  guerra  y  conquista  de  Gra- 
nada, se  pueden  tener  por  coetáneos  de  los  mismos,  así  como  el  que  dedicó  el 


460  HISTORIA    CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

tiene  también  autor  conocido,  siendo  merecedor  de  particular 
examen  el  que  atañe  á  la  Reina  doña  María  de  Aragón,  escrito 
en  1442  y  debido  al  caballero  Carvajal,  poeta  que  hemos  visto 
ya  figurar  en  la  corte  de  Alfonso  V. — Indicada  la  situación  do- 
lorosa  de  la  Reina,  á  quien  supone  el  poeta  retraída  en  el  tem- 
plo de  Diana,  ponderando  con  este  recuerdo  clásico  su  castidad, 
pintábala  del  siguiente  modo: 

Vestida  estaba  de  blanco, 
un  parche  de  oro  cenia, 
collar  de  jarras  al  cuello 
con  un  grifo  que  pendia; 
pater  noster  en  sus  manos, 
corona  de  palmería,  etc. 

En  la  soledad  que  la  aqueja  y  que  hace  más  angustioso  el 
abandono  del  i*ey  don  Alfonso,  largos  años  ocupado  en  la  con- 
quista de  Ñapóles,  dirije  á  Italia  y  á  la  reina  Juana  el  siguiente 
apostrofe: 

jOh!  maldita  sea  Italia, 
causa  de  la  pena  mia!... 
¿qué  te  fise,  reyna  luana,  ' 
que  robaste  mi  alegría, 
é  tomas  teme  por  fijo 
un  marido  que  tenia? 
Feciste  perder  el  fruto 
que  de  m¡  ílor  atendia!... 

El  último  rasgo  determina  un  sentimiento  verdaderamente 
popular,  pues  que  la  conquista  del  reino  de  Ñapóles  despojó 
íil  (le  Aragón  do  un  sucesor  directo  á  la  corona,  ausente  don 
Alfonso  por  el  espacio  de  veintidós  años,  cuando  se  supone  la 
lamentación  de  la  Reina.  Esta  prosigue  en  su  apostrofe: 

Dexü  sus  reynos  et  tierras, 
las  ajenas  conqucria! 


el  ya  aplaudido  Juan  del  Enzina  á  la  toma  de  Granada,  dirig-icndosc  al 
roy  Chico,  el  cual  empieza:  Qué  es  de  ti,  desconsolado'f  Que  es  de  ii,  rey  d* 
Granada?  y  fué  antes  de  ahora  tenido  en  cuenta  por  nosotros,  (t.  11,  Ilua- 
IracinneSy  pápr.  477).  El  fíomance  de  la  Reina  doña  María  es  inédito  y  se 
halla  en  el  Cancionero  M.  48  de  la  Biblioteca  Nacional,  al  fól.  133  v. 


ll/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.      461 

dexó  i  mí  desventurada 
annos  veynte  é  dos  avia, 
dando  lejs  en  Italia 
mandando  á  quien  más  podia . 
•    .••••••••• 

En  África  et  en  Italia 
dos  reyes  vencido  avia  i. 

Pero  en  este,  así  como  en  los  demás  romances,  escritos  por 
los  trovadores  de  la  corte,  mientras  proseguían  ostentando  los 
antiguos  cantares  históricos  el  sello  de  la  popularidad  *,  abun- 


'  t  Don  Alfonso  fué  llamado  á  Ñapóles  por  la  reina  Juana  en  1420:  aña- 
didos los  veintidós,  de  cuya  ausencia  se  lamenta  doüa  María,  resulta  el 
de  1442,  que  hemos  fijado  arriba. 

2  Es  sin  duda  copioso  el  número  de  romances  históricos,  compuestos  en 
el  período  que  recorremos,  algunos  de  los  cuales  se  hallan  terminantemen- 
te mencionados  en  las  crónicas  coetáneas.  El  Compendio  áe  la  general,  es- 
crito en  el  reinado  de  don  Enrique  IV,  al  tratar  por  ejemplo  del  cerco  de 
Zamora,  inserta  un  fragmento  de  aquel  que  empieza:  Rey  don  Sancho,  rey 
don  Sancho,  non  digas  que  no  te  aviso  (cd.  de  Llaguno,  pág.  25);  y  lo 
mismo  nos  advierten  los  Libros  de  Música,  sacados  á  luz  al  comenzar  del 
siglo  XV.  Con  título  de  Romances  viejos  insertaron  los  ya  mencionados  Luis 
de  Narvaez,  Diego  Pisador  y  Francisco  de  Salinas,  los  quedan  principio  di- 
ciendo: Ya  se  asienta  el  rey  Ramiro, — Guarte,guarte,el  Rey  don  Sancho, 
y  En  la  cibdad  de  Toledo,  etc.,  composiciones,  que  según  el  último  declara, 
se  cantaban  de  muy  antiguo  en  Castilla.  Así  pues,  ya  fuesen  debidos  al  pe- 
ríodo en  que  tenemos  fijas  nuestras  miradas,  ya  derivados  tradicionalmentc 
de  las  primeras  edades  de  la  poesía  popular,  no  es  posible  suponer  que  en- 
mudece un  sólo  momento  la  musa  histórica  de  los  españoles  antes  del  si- 
glo XVf .  Entre  otras  pruebas,  demás  de  las  ya  alegadas,  será  bien  recordar 
por  último,  la  referencia  que  hace  Álvarez  Gato  á  la  famosa  tradición  de 
don  Bueso,  conservada  en  los  cantos  populares,  diciendo,  al  dirigirse  á  una 
dama  que  le  habia  burlado  poniendo  en  su  lugar  una  vieja,  al  acercarse  á 
hablarla  de  noche  el  referido  trovador: 

Dléronme 

la  locura  por  el  seso; 
por  palacios  tristes  cuevas; 
por  lindas  canciones  nueyas 
los  romances  de  don  Bueso. 

En  la  colección  de  los  asturianos  recogidos  por  nosotros  hay  dos  versio- 
nes de  un  cantar  que  recuerdan  parte  de  la  expresada  tradición.  Empieza: 
Camina  don  Bueso,  etc. 


462  HISTORIA   crítica   DB   la   literatura  ESPAJfOLA. 

daban  los  rasgos  eruditos,  mostrando  así  el  general  aobelo  (p^ 
llamaba  las  inteligencias  al  estudio  y  contemplación  de  la  anü- 
l^üedad  clásica;  circunstancias  que  iban  á  caracterizar  en  br^^^ 
las  tareas  de  los  semi-doctos,  dispuestos  ya  á  recurrir  á  las  eré- 
nicas  nacionales,  á  las  historias  de  Grecia  y  Roma  y  aun  &  1^ 
Santas  Escrituras,  para  acaudalar  con  fecundidad  prodigiosa  los 
Romanceros  ^  Largo  seria  en  efecto  el  catálogo  de  los  trovado- 
res,  que,  durante  la  primera  mitad  del  siglo  XV  y  en  los  prinoe- 
ros  dias  del  XVI,  consagraban  su  musa  al  cultivo  de  las  fona^ 
de  la  poesía  popular,  designada  con  el  nombre  de  romances, 
ya  hablen  de  amores,  glosando  otros  cantos  más  viejos;  ya    sft 
refieran  á  las  leyendas  caballerescas;  ya  ensalcen  las  exceleí^' 
cias  de  famosas  ciudades;  ya  en  fin  aspiren  á  festejar  las  ra  ^ 
altas  solemnidades  del  culto  religioso,  ó  los  más  respetabl  ^ 
misterios  del  cristianismo  ^.  De  cualquier  modo,  siempre  se  ^ 


1  £1  ya  citado  Enrique  de  Valdcrrábano  en  su  Silva  de  Sirenas,  dac:^ 
á  la  estampa  en  1547,  incluyó  entre  los  romances,  cuya  músiea  recoge 
boca  del  vulgo,  varios  de  historias  sagradas,  relativos  á  la  de  Matatías, 
lías  y  Judit,  que  comienzan:  Ay  de  mi,  dize  el  buen  Padre, — Adormié^ 
se  ha  el  buen  viejo, — En  la  ciudad  de  Betulia,  etc.  Este  repertorio,  qv 
llega  á  hacerse  muy  popular^  se  enriquece  extraordinariamente  durant    ' 
el  mismo  siglo  XYI. 

2  Nos  referimos  principalmente  á  los  romances  incluidos  en  el  Cancifh^ 
ñero  de  1511,  comprendidos  todos  en  el  período  que  ilustramos; y  para  qn^" 
no  pueda  abrigarse  duda  y  quede  hasta  la  evidencia  demostrado  el  error  d^ 
los  que  asientan  que  no  se  incluye  en  los  primeros  cancioneros  romance  al — 
guno,  parécenos  bien  poner  aquí  nota  de  los  mismos,  con  glosas  y  sin  ellas, 
no  sin  advertir  que  empiezan  en  elfól.  CXXXI  de  la  indicada  colección.  1.^ 
Pésame  de  vos,  el  conde,  con  glosa  de  Francisco  de  León.  2.^  Más  envidié 
he  de  vos,  conde,  escrito  por  Lope  de  Sosa  y  glosado  por  Soria.  3.^  Rosa 
fresca,  rosa  fresca,  con  glosa  de  Pinar.  4.°  Fonte  frida,  fonte  frida,  glo- 
sado por  Tapia.  5.®  Contaros  hé  en  qué  me  vi,  con  glosa  de  Luis  de  Vivero. 
0.®  Maldita  seas,  Ventura,  con  glosa  de  Nicolás  Nuñcz.  7.°  Yo  me  estava 
en  pensamiento,  de  Diego  de  San  Pedro,  contrahaciendo  el  viejo  Yo  me 
estava  en  Barbadillo,  8.°  Reniego  de  ti,  amor,  del  mismo,  imitando  el  que 
dice  Reniego  de  ti,  Mahomad,  9.°  Estando  desesperado,  10.*^  Durmiendo 
estava  el  cuidado,  de  Nuñez.  11.°  Estávtue  mi  cuidado,  remedo  del  vie- 
jo Estóvase  el  rey  Remiro.   12.°  Decidme  esos  pensamientos,  13.°  Para 
el  mal  de  mi  tristeza,  14.°  TriHe  está  el  rey  Menelao,  de  Soria.  1 5.°  Er- 


Il/  P,j  CAP.  XXII.  LArPOES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CAIILOS  I.     463 

oportuno  reconocer,  como  indicamos  antes  de  ahora,  que  no 
desdeñando  ya  los  poetas  de  la  corte  de  los  Reyes  Católicos  el 
contarse  entre  los  poetas  ínfimos,  eran  los  cantares  de  que  la 
gente  baja  é  de  servil  condición  se  alegraban  muy  aceptos  á.  los 
jae  se  tenian  por  doctos,  y  solaz  propio  de  caballeros  el  cantar 
y  hacer  romances,  tarea  á  que  servia  de  estimulo  é  incentivo  el 
glorioso  éxito  de  la  memorable  empresa  de  Granada,  último  y 


peransa  me  despide,  16.°  Con  mucha  desesperanza,  de  don  Alonso  de 
Cardona.  17.®  Gritando  vá  el  cavallero,  de  don  Juan  Manuel.  18.®  Descú- 
hrase  el  pensamiento^  del  comendador  Avila.  19.®  A  veynte  $  siete  de 
mar^,  es  el  de  Juan  de  Leí  va  Á  la  muerte  de  don  Manrique  de  Lara,  co- 
mo hemos  notado  aitlba.  20.®  Triste  estava  el  cavallero,  acabado  por  don 
Alonso  de  Cardona.  21.®  Yo  me  era  mora,  JHorayma,  glosado  por  Pinar. 
22.®  Que  por  mayo  era,  por  mayo,  con  glosa  de  Nicolás  Nuñez.  23.®  Rosa 
fresca,  rosa  fresca,  mudado  por  otro  viejo,  con  glosa  de  Quirós.  24.®  Du- 
randarte,  Durandarte,  glosado  por  Soria.  25.®  Ya  desmayan  mis  servi- 
nos,  imitado  por  Diego  de  Zamora  del  que  empieza  Ya  desmayan  los  fran- 
ceses. 26b®  Caminando  por  mis  males,  de  Garci  Sánchez  de  Badajoz.  27.® 
Mudado  ^ha  el  pensamiento,  de  Durango.  2S.®  Por  un  camino  muy  solo, 
(le  Nañez.  29.®  Caminando  sin  placer,  por  don  Luis  de  Castelví.  30.®  Es- 
lando  en  contemplación,  31.®  Alterado  el  sentimiento,  de  don  Pedro  de 
Acuña.  32.®  Triste  estava  el  cavallero,  añadido  desde  el  octavo  verso.  33.® 
Amava  yo  á  una  señora,  acabado  por  Quirós.  34.®  Mi  desventura  cansa- 
rfa,  hecho  por  Quirós  sobre  los  amores  del  marqués  delZenete  con  la  señora 
Ponseca.  35.®  Valencia,  ciudad  antigua,  del  Bachiller  Alonso  de  Pivazo, 
en  loor  de  la  expresada  ciudad,  obra  descriptiva  de  no  escaso  mérito.  36.® 
Mi  libertad  en  concejo,  de  Juan  del  Enzina.  37.®  Tierra  y  cielos  se  que- 
xaban,  sobre  la  Pasión  de  J.  C.  3S.®  Cabe  la  ysla  de  Elba:  es  el  citado 
anteriormente,  hecho  por  Juan  del  Encina  A  la  muerte  del  marqués  d^ 
Cotron,  Tal  es  la  variedad  de  asuntos  que  ofrecen  los  romances,  debidos  á 
los  trovadores  cortesanos  del  reinado  de  Isabel  y  Fernando,  debiendo  añadir 
á  estos  nombres  los  dé  Fray  Iñigo  López  de  Mendoza  y  don  Pedro  Manuel 
de  Urrea,  citados  ya  por  nosotros  con  igual  propósito,  al  preparar  la  histo- 
ria de  esta  forma  poética  (tomo  II,  Ilustraciones,  págs.  476  y  477).  De 
Joan  del  Encina  insertó  el  señor  Duran  en  las  secciones  correspondientes 
de  sa  Romancero  gen&raly  algunos  romances,  no  olvidando  los  debidos  a 
Diego  de  San  Pedro,  don  Alonso  de  Cardona,  Soria,  etc.  De  repetir  es  por 
áltimo  que  entre  los  trovadores  castellanos  y  aragoneses,  que  se  precian 
íe  hacer  romances,  se  cuentan  algunos  catalanes  ó  valencianos,  como  don 
\lon8o  Cardona,  don  Luis  Castelví  y  Mossen  Tallante  (Véase  el  cap.  XIX, 
>ág.  285  del  presen (r^  volumen). 


464  HISTORIA   CRÍTICA  DE   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

afortunado  esfuerzo  de  la  civilización,  que  habia  comenzado  & 
tener  vida  en  las  asperezas  y  agruras  de  Covadonga. 

Reanimando  aquel  hecho  memorable  el  espíritu  del  pueblo 
castellano,  hemos  escrito  en  lugar  oportuno,  despertóse  con  ma- 
yor fuerza  el  entusiasmo  patriótico,  y  apelando  á  sus  antiguos 
recuerdos  y  comparando  las  hazañas  de  sus  mayores  con  las  lle- 
vadas gloriosamente  á  cabo  durante  el  largo  asedio  de  aque- 
lla poderosísima  metrópoli,  procuró  reanudar  el  hilo  de  su  his- 
toria poética,  dando  origen  de  este  modo  al  género  de  cantares 
ó  romances,  que  han  sido  después  designados  con  el  nombre  de 
moriscos.  Justamente  enorgullecidos  los  castellanos  por  haber 
dado  feliz  remate  á  la  grande  obra  de  la  reconquista,  y  libres  ya 
de  todo  recelo  respecto  de  la  independencia  de  España  y  de 
la  libertad  del  cristianismo,  hubieron  de  prorumpir  en  mil  him- 
nos de  victoria,  donde  quedara  para  siempre  consignado  el  uni- 
versal alborozo  que  habia  cundido  desde  el  Pirineo  á  las  colum- 
nas de  Hércules,  desde  Finis-Terrae  á  Barcelona.  Los  nombres 
de  Hernán  Pérez  del  Pulgar,  Garcilaso  de  la  Vega,  don^lfonso 
de  Aguilar,  don  Rodrigo  Ponce  de  León  y  otros  cien  capitanes, 
no  menos  valerosos,  resonaron  por  todas  partes,  emulando  la  glo- 
ria de  los  antiguos  héroes  y  formando  singular  contraste  con 
los  de  Tarfe,  Zaide,  Muza  y  otros  esforzados  campeones  de  la 
morisma  ^ 

Pero  mientras  de  esta  manera  se  ensanchaban  las  esferas  de 
los  cantos  populares,  habiendo  apenas  glorioso  episodio  en  la 


1     Tomo  II,  Ilustraciones f  pág^.  491. — El  docto  Duran  recogió  en  su 
apreciado  Romancero  casi  todos  los  romances  moriscos  que  tienen  alguna 
relación  con  esta  edad  (lomo  I,  Sección  de  Romances  moriscos),   y  com- 
prendió entre  los  históricos,  coetáneos  ó  relativos  á  la  guerra  y  conquista 
de  Granada,  cuantos  cantan  los  hechos,  en  que  se  mezclan  y  adunan  cris- 
tianos y  moros  granadinos,  presentando  en  bello  contraste  las  costumbres 
de  ambos  pueblos  (tomo  II,  Sección  de  romances  fronterizos,  pág.  79J. 
La  división  y  recta  clasificación  de  estos  romances  no  es  en  verdad  cosa  fá- 
cil; mas  atendiendo  al  sentido  histórico  que  entrañan  los  romances  moriS' 
eos,  bajo  el  punto  de  vista  en  que  nosotros  los  consideramos,  no  nos  paro- 
ce  imposible,  y  ha  debido  intentarse,  dando  mayor  claridad  al  estudio  del 
Romancero. 


11.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.    465 

• 

gaerra  de  Granada  que  no  despertase   el  entusiasmo  de  algua 
cantor  anóDimo^-^ejercitados  ya  los  poetas  doctos  en  el  cultivo  de 
tes  metros  heróico-popu lares,  entraron  como  á  saco  en  los  anti- 
gaos  dominios  de  la  musa  nacional,  y  no  solamente  redujeron  &, 
form^  de  romance  cuantos  hechos  se  relacionaban  ya  directa,  ya 
nnlirectamente  con  la  grande  obra  llevada  á  cabo  por  los  Reyes 
Católicos,  sino  que  volviendo  la  vista  &  las  antiguas  crónicas 
para  ensalzar  las  hazañas  de  los  verdaderos  héroes  de  Aragón  y 
Castilla,  fijáronse  también  en  las  historias  de  los  disturbios  y  re- 
^eltas  intestinas,  que  deshonraban  el  nombre  castellano,  con 
poca  gloria  del  Trono,  arrojándose  así  en  el  inmenso  mar  de  las 
^i^diciones,  cuentos  y  relatos  nacidos  en  cada  localidad  y  acari- 
ciados por  cada  familia,  y  que  constituían  copia  tal  de  materiales 
poéticos,  cual  nunca  los  habia  atesorado  nación  alguna. 

Este  prodigioso  movimiento,  realizado  en  los  postreros  años 
^Bl  siglo  XV  y  en  toda  la  primera  mitad  del  XVI,  sacando  del 
poder  de  la  indocta  muchedumbre  los  elementos  literarios  que 
b^bian  formado  en  edades  pasadas  su  patrimonio,  abanderábase 
®^  nombres  y  poetas  conocidos,  que  constituyendo  nueva  fami- 
"^  entre  los  que  cultivaban  las  artes  del  Renacimiento  y  los  que 
P'^Ciseguian  interpretando  los  sentimientos  del  vulgo,  preparaban 
^  1q  musa  de  Castilla  uno  de  sus 'más  gloriosos  triunfos  al  reali- 
tal  vez  la  más  importante  de  sus  transformaciones  ^ 


a.     Creemos  ocioso  y  aun  impertinente  el  formar  aquí  larga  lista  de  los 

EMas  eruditos,  que  al  comenzar  el  siglo  XVI  toman  sobre  sí  la  empresa 

^metida  por  los  trovadores  de  la  corte  de  los  Reyes  Católicos,  cuando  tan 

^^íl  es  hacerlo,  con  sólo  tener  á  la  vista  el  Romancero  general  del  dili- 

^^ altísimo  Duran,  compilación  abundantísima  de  todos  los  Romanceros,  da- 

^«  á  luz  en  siglos  precedentes,  y  aun  de  los  poetas  cuyos  romances  no  ñ- 

^^^raban  en  aquellos.  Cúmplenos  añadir  no  obstante,  para  ampliar  en  lo 

^^sible  nuestro  presente  estudio,  que  todos  estos  poetas,  si  4)ien  procuran 

acomodarse  al  tono  tradicional  de  los  romances  viejos,  no  pueden  hurtarse 

^  la  influencia  docta,  imprimiendo  á  los  que  escriben  cierto  sello  artístico, 

que  los  despoja  de  la  frescura,  energía,  gracia  y  sencillez,  características 

de  aquellos  primitivos  cantos  populares;  y  es  de  notarse  que  esta  inclina- 

eion  de  los  trovadores  eruditos  se  advierte,  como   vá  indicado,  desde  el 

instante  en  que  se  inicia  dicho  movimiento:  tal  descubrimos  por  ejemplo 

en  el  cabaUero  Carvajal,  quien  no  sólo  en  el  romance  de  la  Reina  doña 

Tomo  vn.  30 


466  HISTORIA   CRtTICA   DB  LA  LITERATURA   ESPAflOLA. 

.  Hablamos  de  la  creación  del  teatro  nacional,  que  es  sin  duda 
uno  de  los  más  diñciles  desenvolvimientos  en  todas  las  literatu- 
ras, y  que  constituye  uno  de  los  más  brillantes  y  gloriosos  títu- 
los de  la  española.  Mas  no  llega  este  importante  desarrollo  k 
tener  realidad,  sin  notabilísimos  esfuerzos. 

Ya  al  examinar  sus  primeros  orígenes  durante  la  edad-me- 
dia, le  vimos  llegar  á  la  segunda  mitad  del  siglo  XIY  en  inte- 
resante bifulcacion,  la  cual  daba  á  conocer  palmariamente  la 
índole  especial,  que  muestra  desde  luego  en  el  suelo  de  la  Pe- 
nínsula Ibérica,  revelando  el  profundo  sello,  que  iba  &  ostentar 
en  los  dias  de  su  mayor  gloria.  Ora  obedeciendo  las  prescripcio- 
nes del  rito  y  de  la  liturgia,  ora  sirviendo  de  instrumento  &  los 
juglares  en  las  plazas  públicas  y  mercados,  acrecentaba  el  arte 
dramática  de  dia  en  dia  sus  populares  tesoros,  ensanchando  el 
circulo  de  su  acción  á  todas  las  esferas  sociales,  y  recibiendo 
no  escaso  impulso  y  movimiento  de  las  costumbres.  En  este 
doble  sentido  nos  fué  dado  contemplar  cómo  se  iban  robuste- 
ciendo los  elementos,  que  constituían  desde  siglos  anteriores 
los  espectáculos  escénicos;  y  partiendo  de  este  punto,  seranos 
ahora  cumplidero  el  completar  aquel  estudio,  fijando  nnestras 
miradas  en  el  variado  cuadro,  que  ofrecían  las  costumbres,  al 


Marta  dá  ya  á  su  lenguaje  cicrlas  aspiraciones  clásicas,  diciendo  que  Al- 
fonso V  iba 

siguiendo  al  planeta  Mars, 

Diosde  la  caTalleria, 

sino  que  exagera  sus  propios  sentimientos  en  otro  romance,  destinado  á 
cantar  sus  amores,  del  siguiente  modo  (Cancionero  M.  4S,  de  la  Bibliote- 
ca Nacional,  fól.  149  v.): 

Et  lloren  mis  ojo§  tristes 
con  ravia  desordenada, 
lágrimas  fazlendo  tinta 
de  sangre  purificada, 
nasclda  del  coraron, 
por  mis  ojos  destilada, 
regando  mis  tristes  pechos, 
quemando  toda  mi  cara. 

Estas  hipérboles,  impropias  del  verdadero  sentimiento,  comienzan  á  sus- 
tituir á  la  sencillez  de  exposición,  que  tan  alto  precio  había  dado  á  los'"' 
génuos  cantos  populares.  No  se  olvide  que  Carvajal  florece  en  la  corte  <icl 
citado  Alfonso  V  y  que  escribe  el  romance  de  doña  Muría  en  1442. 


11*^  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.    469 

i^^  scxiiedad  aristocrática,  que  no  se  desdeñaba  por  cierto  de 
^fxnar  parte  en  semejantes  representaciones  ^ . 
Ni  dejaban  de  hermanarse  en  el  fln  ulterior  de  la  elabora- 


M4ttabtn  los  moros  á  combatir  la  villa.  Comunicábanla  los  pastores  i  los 
"aradores  de  ella,  preparábanse  para  la  defensa,  y  dado  el  asalto^  caian  los 
^i^oitM  deslombrados  por  el  poder  del  santo,  pidiendo  el  bautismo.  Termi- 
^<laesta  manera  de  acción,  daba  principio  un  baile  general,  que  se  dis- 
^^H^^  aun  con  el  nombre  de  paloteo,  y  acabado  este,  invitaban  los  pssto- 
^  á  los  danzantes  á  entonar  con  ellos  canciones  y  villancicos  en  loor  del 
Patrono,  y  ordenados  después  de  una  manera  artificiosa, llevando  en  su  cen- 
^  ¿  los  convertidos  moros,  salian  todos  de  la  plaza  al  son  de  dulzainas  y 
''''^boriles  y  con  aplauso  de  los  espectadores.  Tales  eran  los  dances;  res- 
i'^^da  su  tradición,  y  reducida  la  acción  á  forma  dialogada  y  representa- 
^'^»  tal  vez  en  los  postreros  dias  del  siglo  XV,  se  han  conservado  y  tras- 
''l'^ido  á  los  nuestros,  aunque  muy  adulteradas  estas  antiguas  farsas  reli- 
^'osaSy  de  que  tantos  ejemplos  dieron,  según  notaremos  después,  los  discí- 
pillos  de  Juan  del  Enzina.  De  advertir  es,  por  último,  que  en  todos  estos 
'^^^tf*  brilla  un  mismo  fondo,  habiendo  servido  sin  duda  de  fuente  común 
lina  antigua  representación,  adonde  todos  han  acudido,  ya  para  tomar  la 
^'^^^^uccion,  ya  la  aparición  del  diablo  ó  la  venida  del  ángel,  ya  otros  ac- 
'^^ntes,  no  menos  característicos  de  la  obra  primitiva. 
'^       La  costumbre  aristocrática  del  Rey  de  la  faba  fué  traida  sin  duda  á 
^^Ula  por  los  caballeros  de  Beltran  Duguesclin;  pues  que  Juan  Alvarez 
^illasandino,  trovador,  que,  como  saben  ya  los  lectores,  florece  princi' 
"    ^^ente  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XIV,  declara  en  una  de  sus  com- 
•^^iciones  haberlo  sido  dos  veces,  solicitándolo  la  tercera  (Véase  el  to- 
^  V,  cap.  IV,  pág.  1S4);   lo  cual  demuestra  que  habia  sido  aquella  sin 
^tradiccion  recibida  en  la  corte  de  los  sucesores  de  Enrique  II. — Respec- 
de  las  comparsas  alegóricas,  conviene  advertir  que  no  solamente  tuvie- 
^t)  creciente  estimación  en  la  corte  y  en  los  alcázares  de  los  magnates,  si- 
^o  que  lograron  notable  representación  en  los  monumentos  que  levantó  la 
^^quitectura  en  todo  el  siglo  XV  .Testífícanlo  así,  entre  otros  que  pudiéramos 
^^ordar,  el  palacio  de  los  Ayalas  en  Toledo  y  el  más  suntuoso  de  los  Men- 
dozas  en  Guadalajara;  y  era  insigne  muestra  sobre  todos  el  riquísimo  alcá- 
zar de  Segovia,  presa  desdichada  del  fuego  en  los  últimos  años.  £n  cuanto 
á  la  introducción  de  los  entremeses  y  los  momoSf  que  con  tanto  aplauso 
fueron  recibidos  en  toda  la  Península,  nos  bastará  recordar  las  notables 
palabras  de  don  Alfonso  de  Santa  María,    así  para   determinar  la   época 
en  que  unos  y  otros  se   generalizaron  en  Castilla,  como  para  denotar  la 
clase  social  por   quien  fueron   admitidos.    Respecto  de  los  primeros  de- 
cía en  el  prólogo  del  libro  111  del   Doctrinal  de  caballeros  lo  que  sigue: 
4l>08  cosas  son  en  que  sin  actos  de  guerra  al  tiempo  de  hoy  los  fljosdalgo 


470  HISTORIA   CRÍTICA   DE   LA    LITERATURA    ESPAÑOLA. 

cioQ  de  los  elementos  dramáticos  con  estas  costumbres  popula- 
res y  aristocráticas,  los  usos  y  prácticas,  que  cada  día  se  iban 
introduciendo  en  las  flestas  y  ceremonias  del  culto.  Desde  el 
reinado  de  don  Alfonso  el  Sabio  y  de  don  Jaime  de  Aragón,  ha- 
bía sido  recibida  en  la  Península,  según  notamos  antes  de  aho- 
ra, la  solemnidad  del  Corpus  Christi,  considerándola  como  una 
de  las  mayores  y  celebrándola  con  regocijos  y  procesiones  pu- 
blicas: en  todos  los  ángulos  de  España,  así  en  las  más  ricas  y 
suntuosas  catedrales  como  en  las  más  humildes  parroquias  cam- 
pestres, extremáronse  pueblo  y  clero  en  mostrar  la  devoción  y 
el  entusiasmo  que  aquella  festividad  les  inspiraba,  y  ya  exor- 
nando las  procesiones,  con  que  daban  á  Dios  fervientes  gracias, 
de  vistosas  danzas,  á  que  se  unian  los  variados  cantos  de  ju- 
glares y  juglaresas,  ya  haciéndolas  preceder  de  alegóricas  com- 
parsas de  gigantones,  enanos  y  salvajes,  en  medio  de  las  cuales 
se  ostentaban  los  peregrinos  personajes  del  Mascaron^  la  Ta- 
rasca y  la  Carantamaula^  comenzaron  á  sacar  del  templo  los 
elementos  escénicos,  de  antiguo  atesorados  en  los  misterios  j 
representaciones  litúrgicas,  ampliándose  este  ejemplo  á  otras 
muchas  festividades  del  año,  ya  locales,  ya  generales,  entre  las 
que  no  puede  olvidarse  la  muy  popular  de  los  Inocentes,  honra- 
da en  todas  partes  con  juegos,  danzas  grotescas,  mojigangas  y 
mascaradas  ^ . 


usan  las  armas...  la  una  es  en  contiendas  del  reino;  la  otra  es  en  juegos 
de  armas,  así  como  los  torneos  é  justas,  é  estos  autos,  que  agora  nuevd' 
mente  aprendimos,  que  llaman  entremeses^ .  En  orden  á  los  segundos  dice 
en  otra  parte:  tEl  juego  que  nuevamente  agora  se  usa  de  los  momos,  aunqoe 
de  dentro  del  esté  onestat  é  maduretat  c  gravedat  entera,  pero  escandali- 
zase quien  ve  íljosdalgo  de  estado  con  visajes  ágenos.  E  creo  que  non  1<> 
usarian  si  supiesen  de  qual  vocablo  latino  desciende  esta  palabra  tnoffiO». 
Glosa  al  cap.  13  del  lib.  lí  de  Providenlia  (Ed.  de  1510).  Poco  se  ha  me- 
nester meditar  para  descubrir  en  estos  juegos,  así  como  hallamos  en  lo* 
anteriores  el  sello  caballeresco,  la  influencia  que  empezaba  á  ejercer  en 
las  clases  más  ilustradas  de  la  sociedad  el  renacimiento  de  la  culturad*' 
sica:  los  momos,  tal  como  se  describen  en  las  breves  palabras  del  doctoCar- 
tagena  y  fueron  frecuentemente  ejecutados,  traen  fácilmente  á  la  memo- 
ria las  fábulas  Atelanas  y  los  Mimos. 

\     Entre  los  juegos  y  costumbres  escénicas,  que  ya  se  referían  aldiadc 


lU^  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.   471 

Cobrando  en  las  costumbres  públicas  tal  ascendieote  y  pre- 
ponderancia los  juegos  y  espectáculos  escénicos;  preciándose  ya 
de  tomar  parte,  en  su  invención  y  ejecución,  consideradas  an- 
^  como  ocupación  de  gente  vil  y  despreciable,  no  solamente 
^  magnates  y  los  más  altos  dignatarios  del  Estado,  sino  tam- 
bien  los  mismos  Reyes,  no  era  de  maravillar  que  arraigase  y 
<^reciese  entre  doctos  é  ignorantes  la  aflcion  á  las  representa- 
Cioaes   dramáticas,  dado  además  el   constante  incentivo  que 
ofrecía  la  Iglesia  con  las  ya  tenidas  en  cuenta  de  los  misterios, 
doade  olvidados  cada  dia  el  respeto  y  la  consideración  debidos 
*  í*    santidad  del  lugar,  por  los  actores  de  aquellas  conmemo- 
^tivas  fiestas  *,  concurrían  las  gentes  más  en  son  de  fiesta 


^  ^vxocentes,  universalmente  celebrado, ya  á  las  festividades  del  Carnaval, 

^  otras  varias  solemnidades  del  año,  lograron  de  antiguo  grande  celebri- 

^  ^n  las  regiones  orientales  los  del  obispillo  y  la  degoUa,  que  dio  también 

^  ^^^ion  á  repetidos  misterios,  que  aun  suelen  representarse  en  Valencia. 

^    *^     para  olvidados  en  otras  comarcas  el  entierro  de  la  »orra  ó  déla 


.    ^"^ina,  d  rey  de  gallos  y  la  muerte  de  la  vieja,  solaces  escénicos  los 
.       ^  últimos  propios  de  escolares,  con  los  cuales  formaban  contraste  singu- 
^  \as  representaciones  mudas  que  han  llegado  hasta  nuestros  dias  en  las 
^^vincias  andaluzas,  como  principal  ornamento  de  las  procesiones  de  Se- 
^^^na  Santa.  El  pecado  de  Adán,  El  Sacrificio  de  Isaac,  Los  Desposorios 
^^  la  Virg^en,  La  Huida  á  Egipto,  El  Prendimiento  de  Jesús,  El  Lava- 
^^rio  de  Püatos,  La  Calle  de  la  Amargura  y  La  Verónica,  El  Descendí- 
diento  de  la  Cruz  y  entierro  de  nuestro  Señor  Jesucristo  y  La  perse- 
cución de  los  Evangelistas,  asuntos  eran  todos  que  se  veian  anualmente 
Reproducidos  entre  los  dolorosos  ayes  y  lamentos  de  la  devota  muchedum- 
bre, extremándose  los  que  ejecutaban  tales  representaciones  en  el  lujo  y 
tnagnificencia  de  los  trajes,  en  la  belleza  de  las  caretas  con  que  en  público 
aparecían  y  en  la  riqueza  de  las  armas  con  que  se  ataviaban  los  soldados  y 
centuriones^  que  en  los  expresados  pasos  intervenían.  Cuando  trazamos 
estas  líneas  van  desapareciendo,  merced  á  la  intervención  de  algunos  obis- 
pos, estas  costumbres,  que  por  lo  tradicional  y  lo  piadoso  no  dejaban  de 
ser  respetables:   nosotros  recordamos  haber  contemplado  en  nuestra  ju« 
ventad,  no  sin  placer,  todos  estos  actos  de  la  devoción  de  nuestros  ma- 
yores. 

1  Esta  observación  se  halla  comprobada  en  todo  el  siglo  XV  con  muy 
notables  documentos,  siendo  de  observar  que  no  logran  el  celo  de  los  pre- 
lados ni  la  autoridad  de  los  concilios  limpiar  las  representaciones  que  se 
haciao  en  el  templo  do  vituperables  abusos,  ni  aun  durante  el  feliz  reina- 


472  HISTORIA   CRÍTICA    DE   LA   LITERATURA  ESPAUOIéA. 

profana  que  de  solemnidad  Feligiosa,  apareciendo  en  ellas  da- 
mas y  caballeros,  más  dispuestos  &  tratar  de  amores  y  Cortesa- 
nos devaneos  que  á  recordar  las  cosas  de  santa  contemplación 
y  devoto  recogimiento  * .  • 

No  por  otra  causa  en  las  más  altas  solemnidades  civiles  y  po- 
líticas, tales  como  las  coronaciones  de  los  reyes,  donde  sólo  ha* 
bian  intervenido  antes  la  danza  y  el  canto,  vemos  ya  desde  fines 
del  siglo  XIY  ensayarse  las  representaciones  escénicas.  Coro- 
nado rey  de  Aragón  en  4394  don  Martin  et  Honesto,  mandaba 
la  ciudad  de  Valencia  al  honrado  Mosen  Domingo  Maspous,  que 

do  de  Isabel  I.  Demuéstranlo  así  el  concilio  provincial,  celebrado  en  Aranda 
el  año  de  1473,  no  menos  que  el  tenido  en  Alcalá  de  Henares  en  14S0. 
En  el  capítulo  XIX  del  primero  prohíbense  los  ludi  theatrales,  larvíte, 
tnonstra,  gpectacula,  necnon  quam  plurima,  inhonesta  et  diversa  figmen' 
to,  tumultuationes  quoqtie,  et  turpia  carmina  et  derisorii  sermones,  por- 
que quitaban  la  devoción  al  pueblo,  turbando  los  oficios  divinos.  En  el 
canon  en  que  trata  el  segundo  de  las  representaciones  y  juegos  desho- 
nestos^ se  proscriben  igualmente  semejantes  representaciones,  disponién- 
dose como  constitución  de  la  Iglesia  primada  que  cuando  se  hubieren 
de  hacer  algunas  representaciones  para  atraher  á  la  memoria  las  cosos 
pasadas,  gue  non  se  digan  palabras,  nin  se  fagan  fechos  torpes,  que 
acerca  de  los  fieles  traen  escándalo  ó  resfriamiento  de  devoción,  mas 
que  se  digan  otras  cosas  honestas  y  devotas  que  al  pueblo  atraigan  á 
contemplación  (Aguirre,  tomo  III,  pág.  679.  Bibl.  Tol.,  Constituciones 
c<istellatM8  del  Concilio  (Jomplutense). — £1  arzobispo  Carrillo  no  se  oponía 
pues  á  la  piadosa  representación  de  los  misterios.  Sus  deseos  y  los  de  sus 
dignos  sucesores  se  vieron,  sin  embargo,  frustrados,  creciendo  cada  dia  los 
abusos  hasta  el  año  1559,  en  que  fueron  del  todo  prohibidos  aquellos  den- 
tro de  la  Iglesia,  no  sin  que  continuaran  solemnizando  la  natividad  del  Sal- 
vador y  otras  fiestas  memorables  del  año  danzas  y  cantos  de  pastores  con 
la  representación  de  la  Sibila,  etc. 

1  £1  arcipreste  de  Talavera,  festivo  y  elegante  pintor  de  las  costumbres 
á  mediados  del  siglo  XV,  refiriéndose  en  su  Reprobación  del  amor  mun'^ 
daño  cá  la  rcpresenta9Íon  que  fa9ian  de  la  Pasión  al  Carmen»  (Cap.  XLVIl, 
folio  52  del  Cód.  £sc.),  daba  á  conocer  el  lujo  con  que  damas  y  caballeros 
asistían  á  la  misma,  manifestando  que  demás  del  colorete  (concilla)^  el  so- 
liman  y  aguas  de  olores,  con  que  aquellas  se  componían  el  rostro,  lleva- 
ban en  la  boca  cinamomo,  clavo  de  giroflé  y  otras  yerbas  de  igual  fra- 
gancia (folio  52  V.),  con  lo  que  más  provocaban  los  sentidos  que  la  devo- 
ción de  sus  galanes.  £n  cambio  estos  apuraban  en  sus  atavíos  cuanto  ha- 
bía podido  inventar  el  refinamiento  de  una  época  por  demás  afeminada. 


II.*  P.,  CAP.  XXIh  LA  POBS.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.  473 

escribiese  en  el  materno  lenguaje  una  obra  propia  para  festivar 
el  advenimiento  al  trono  del  nuevo,  soberano,  y  es  fama  entre 
los  escritores  valentinos  que  aquel  aplaudido  ingenio  compuso 
una  representación  alegórica^  bajo  el  titulo  de  L^hom  enamorat 
é  la  fmbra  satis feta^  la  cual  fué  ejecutada  en  ocasión  tan  so- 
lemne con  universal  contentamiento  ^  Veinte  años  después 
[1414],  llamado  el  infante  de  Antequera  al  solio  aragonés  por 
el  compromiso  de  Caspe,  festejaban  los  ciudadanos  de  Zaragoza 
sa  entrada  pública  en  aquella  capital  con  un  espectáculo  alegó- 
.  rico,  en  que  intervenían  las  figuras  morales  de  la  Justicia^  la 
Verdad,  la  Paz  y  la  Misericordia,  obra  atribuida  con  insis- 
tencia al  docto  don  £nrique  de  Aragón,  quien  seguido  de  Vi- 
llasandino,  Manuel  de  Lando,  Alvar  García  de  Santa  María  y 
el  ilustre  marqués  de  Santillana,  representaba  en  aquella  corte 
la  cultura  de  los  castellanos  ^. 


t  Luis  Lamarca,  £2  teatro  dé  Valencia  desde  su  origen  hasta  nuestros 
cjios.  Von  Schack,  Historia  de  la  literatura  y  arte  dramáticos  en  Es^ 
fHMña  (texto  alemán),  segunda  edición,  tomo  I,  pág.  127. 

2    A  pesar  de  haberse  repetido  sin  contradicción  que  fué  don  Fernando 
festejado  en  ocasión  tan  solemne,  con  la  representación  de  un  drama  ale- 
g:órico«  y  de  haberse  este  atribuido  con  la  autoridad  de  Nasarre  y  de  Ve- 
lazquez  á  don  Enrique  de  Aragón,  creemos  lícito  observar  que,  ni  el  es- 
pectáculo alegórico  con  que  realmente  fué  obsequiado  el  infante  de  Ante^ 
qaera,  merece  nombre  de  drama,  ni  fué  por  tanto  compuesto  por  el  llama- 
do marqués  de  Villena.  Reconociendo  con  Blanca  en  sus  Coronaciones  de 
Aragón  el  texto  original  de  Alvar  García  de  Santa  María  (y  no  Gonzalo), 
testigo  ocular  de  los  hechos,  resulta  que,  si  bien  no  puede  negarse  al  frtun- 
fo  de  Fernando  I  cierta  significación  dramática,  ofrece  extrecha  analogía 
con  el  que  inmortalizó  la  entrada  de  Alfonso  V  en  Ñapóles  en  1443  y  el  no 
menos  memorable  de  los  Reyes  Católicos,  celebrado  en  Toledo  en  1476  (to- 
mos Vi,  pág.  380  y  Vil,  pág.  1S6).  De  las  palabras  de  Alvar  Garcia  se  de- 
duce además  que  las  coplas  cantadas  ó  recitadas  sucesivamente  por  la 
Justicia,  la  Verdad,  la  Paz  y  la  Misericordia,  fueron  compuestas,  no  en 
lengua  castellana^  como  parecieron  pretender  diversos  críticos  nacionales, 
ni  en  romance  catalán,   como  afirman  otros,  y  asegura  recientemente  el 
ilustrado  Von  Schack,  sino  en  el  habla  aragonesa,  que  si  bien  se  herma- 
naJÍMi  grandemente  con  la  de  la  España  Central^  según  repetidamente  deja- 
mos probado,  diferia  de  ella  en  algunos  accidentes  de  dicción  y  de  giro. 
Alvar  Garcia  dice,  descritas  las  referidas  figuras  alegóricas:  cCada  una  de 


i7 


474  HISTORIA  GRtTlCA  DB  LA  UTBRATURA  BSPAllOLA. 

Ni  dejaban  en  la  España  Central  de  oelebrarse  con  an&logis 
invenoiones  los  sucesos  que  m&s  interesaban  &  reyes  y  magna-         _^ 
tes.  Elevado  don  Alvaro  de  Luna  á  la  dignidad  de  Condestable        oy^/i 
en  1422,  daba  en  Tordesillas  extraordinaria  fiesta  al  rey  don 
Juan,  «é  ordenó  allí  (según  las  palabras  textuales  da  sm  Crám- 
ca)  mncbas  é  muy  ricas  justas  é  otros  entremeses,  de  los    ^c^ 
quales  el  rey  é  toda  la  corte  ovieron  mucho  plazer  é  alegría»  ^    .  Jv. 
Acordado  en  1440  el  matrimonio  del  principe  don  Enrique  con  ^=k«2 
doña  Blanca  de  Navarra,  fueron  diputados  para  recibirla  en  la  .^  Ja 

raya  de  aquel  reino,  el  egregio  Marqués  de  Santillana  y  el  re 0- 

nombrado  don  Alonso  de  Cartagena;  y  llegada  la  princesa  &  hu^Xa 


aquestas  iba  cantando  á  Dios  los  loores  del  Señor  Rey,  é  de  la  ecelenie  fles  ^  ^^ 
iSLf  é  cada  una  decía  una  copla  que  yo  torné  en  palabras  castdlanas^'jz  ^  '9*'- 
siendo  para  nosotros  evidente,  según  este  modo  especial  de  expresarse,  qacsi»  ^^  ^^ 
al  hacer  esta  manera  de  versión  se  atenía  más  á  la  enmienda  de  vocablos^  <^  -^^ 
no  castizos,  ni  elegantes,  como  tan  perito  que  era  en  el  cultivo  de  \am^  ^  ^^ 
lengua  castellana ,  que  á  la  traducción  total  de  los  conceptos.  Los  ejemplos^  «=»os 
no  escasean  por  cierto:  entre  otros  muchos  que  pudiéramos  citar,  referentes^ ^^^ 
á  la  primera  mitad  del  siglo  XV,  nos  bastará  por  ser  ya  conocida  de  los^^'^^'^ 

eruditos  la  traslación  que  mandó  hacer  del  lenguaje  aragonés  en  easteUa ^~ 

no  al  bachiller  Alfonso  Gómez  de  Zamora,  en  1439,  el  ilustre  marqués  de  ^^  ^^ 
Santillana  de  las  Historias  de  Orosio  (Librería  de  Osuna,  Plut.  U,  Ut.  M.,    «    ^' 
núm.  7),  y  que  estas  diferencias  accidentales  eran  tomadas  en  cuenta  por    "^  ^' 
los  eruditos  aun  entrado  el  siglo  XVI,  lo  prueba  también  entre  grsn  copia     -^^ 
de  testimonios,  la  declaración  que  hace  el  autor  de  la  Thesorina^  comedia      '^^ 
debida  á  Jaime  de  Huetc^  quien  decía  al  propósito:  csi  por  ser  su  (añ)  nt-        ^    , 
tural  lengua  aragonesa  no  fuese  por  muy  cendrados  términos  quaoto  á 
esto  meresce  perdón  •.  Opinamos  pues  que  el  trabajo  de  Alvar  Garda  se 
redujo  á  cendrar  los  términos  aragoneses  de  las  coplas  arriba  indicadas, 
tornándolas  en  palabras  castellanas,  pues  que  no  es  posible  admitir  que 
la  ciudad  de  Zaragoza,  entonces,  como  ahora,  pagada  de  su  dignidad  é 
independencia,  obsequiase  á  ningún  rey  con  cantos,  que  no  estuvictep 
compuestos  en  el  habla  nativa  de  sus  ciudadanos. — No  terminaremos  sin 
advertir  que,  mencionando  Zurita  estas  ñestas  públicas,  y  hablando  de  jue- 
gos y  entremeses,  debió  referirse  á  los  que  en  realidad  se  representaban  en  j 
los  palacios  de  los  magnates,  y  hubieron  sin  duda  de  tener  lugar  tras  el 
suntuoso  triunfo  de  Fernando  I. 

1  Título  XIV,  pág.  44.  Véase  también  el  tít.  LXVÜI,  pág.  123,  donde 
haciéndose  su  retrato,  se  dice  haber  sido  muy  dado  cá  fallar  invenciones  é 
sacar  entremeses  en  fiestas  ó  en  justas  ó  en  guerras*. 


^  *f 


U/  P.,  GAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     475 

^Ua  de  HarOy  faé  allí  sootaosamente  agasajada  y  servida  por 
don  Pedro  Fernandez  de  Yelasco,  señor  de  aqael  estado ,  donde 
permaneció  por  espacio  de  tres  dias,  y  en  ellos  (dice  la  Cit^iiH 
ea)  csiempre  ovo  danzas  de  los  caballeros  é  gentiles-homes  en 
palacio/ é  momos,  é  toros,  é  juegos  de  cañas»  ^ 

Igoal  costumbre  vemos  introducida  durante  la  primera  mitad 
del  siglo  XY  en  las  regiones  occidentales  de  la  Península. 
V^erific&ndose  en  Lisboa   el  matrimonio  de   la  infanta  doña 
^«oonor,  hermana  del  rey  don  Alonso  Y,  con  el  emperador  Fe-» 
bórico,  hiciéronse  extremadas  fiestas  y  regocijos,  donde  pro» 
^^res  y  caballeros  ostentaron  su  destreza,  ingenio  y  bizarría; 
^  ^nto  quisieron  honrar  el  mismo  rey  y  los  infantes,  sus  tios, 
^^tre  los  cuales  se  contaba  el  ilustre  poeta  don  Pedro  de  Por- 
^^ffal,  aquellas  bodas,  que  no  esquivaron  el  tomar  parte  en  la 
'^'^^ presentación  de  los  momos,  que  para  solemnizarlos  se  ejecu- 
^ron  *•  Poco  adelante  se  realizaba  en  Évora  el  casamiento  del 
^^sgpraciado  principe  don  Alfonso,  hijo  de  don  Juan  U;  y  en 
^^ta  solemnidad,  que  fué,  según  la  expresión  de  un  escritor  por- 
^^gués,  la  de  mayor  grandiosidad  que  hasta  entonces  se  había 
Vjsto  en  aquel  reino,  no  solamente  hubo  momos  y  muy  vistosos 
entremeses,  sino  que  figuró  en  ellos  el  citado  rey  don  Juan,  con 
las  más  ilustres  damas  y  caballeros  de  su  corte,  constando  ya 
fje  una  manera  indudable  que  estas  representaciones  no  habían 
^ído  mudas  y  que  en  ellas  habia  tenido  notable  influencia  el 
elemento  caballeresco.  Al  llegar  la  esposa  del  principe  don  Al- 
fonso &  las  puertas  de  la  ciudad,  recibíanla  hermosas  bar- 
das, cada  una  de  las  cuales  la  dotaba  de  extraordinaria  virlud, 
con  lo  cual  daban  principio  aquellas  singulares  y  ostentosas 
fiestas  3. 

Evidente  aparece  pues  que  el  influjo  de  las  costumbres  escé- 
nicas iba  cobrando  cada  dia  mayor  imperio,  llegando  á  su  col- 


1  Crónica  de  don  Juan  II,  cap.  XIV  de  dicho  año. 

2  Memorias  de  la  Real  Academia  de  Ciencias  de  Lisboa,  tomo  V.  Me- 
moria  sobre  o  theatro  portugués,  por  Francisco  Manocl  Frig^ü9o,  d'A  ra- 
ga 6  Morato. 

3  Jdemt  idem,  idem. 


476        aiSTOiuA  critica  db  la  literatura  bspaHola. 

mo  mediado  ya  el  siglo  XY,  según  testífican  las  historias 
t&neas;.y  ninguna  m&s  propia  para  confirmación  de  esta  vei 
que  la  Crónica  del  Condestable  Miguel  Lúeas  de  TranWy  ec  -i 
lugar  oportuno  examinada.  Desde  el  año  de  1459,  en  que 
establece  en  Jaén  dicho  Condestable^  hasta  el  de  1471, 
abraza  la  expresada  Crónica^  apenas  hay,  en  erecto,  festivida...i^ 
alguna  religiosa,  ni  acontecimiento  notable,  en  que  alternan 
con  los  juegos  de  cañas  y  sortijas,  los  torneos,  corridas  de  i 
ros  y  otros  simulacros  caballerescos,  no  se  haga  mención 
vistosas  danzas,  gallardas  comparsas  de  moros  y  cristiano 
momos  de  falsos  visajes^  farsas^  representaciones  y  misteriim.^, 
todo  profusamente  exornado  de  músicas  y  cantares  que  facicmn 
perder  el  seso  á  los  circunstantes,  según  la  ingenua  expresión 
del  cronista.  Y  es  lo  notable  en  todos  estos  espectáculos  y  ju 
gos  escénicos,  no  solamente  el  ver  ya  fuera  del  templo  la 
presentación  de  los  misterios^  que  se  transfiere  una  y  otra  v^z 
al  alcázar  del  Condestable,  sino  también  el  empeño  que  este     y 
sus  caballeros  ponen  al  tomar  parte  en  la  ejecución  de  dichcis 
misterios,  momos  y  farsas,  en  darles  verdadera  extructura  drsi-- 
mática,  lo  cual  manifiesta  claramente  el  estado  de  elaboración    y 
de  progreso  en  que  los  elementos  escénicos  se  encontraban. 

Sin  duda  habríamos  menester  extendernos  demasiado  á  in- 
tentar aquí  tomar  individualmente  en  cuenta  todos  los  momos 
y  juegos  de  albardanes  que  alegraron  asi  las  fiestas  de  la  mu- 
chedumbre como  los  saraos  y  salas  del  condestable  y  sus  pa- 
niaguados ^  A  nuestro  principal  propósito  bastará  sin  embargo 
recordar  alguna  de  las  farsas  y  misterios  de  los  que  más  se 
ajustan  á  las  observaciones  expuestas,  pareciéndonos  preferi- 
bles en  tal  concepto  los  que  se  ejecutaron  en  los  años  de  1462 
y  1465,  cuya  descripción  hace  con  más  particularidad  el  cronis- 
ta. Para  celebrar  la  fiesta  de  los  tres  reyes  magos,  hablase  ves- 
tido en  el  primer  año  el  Condestable  Miguel  Lúeas  con  dos  de 
sus  pajes,  muy  ricamente,  mostrando  todos  en  las  cabezas  co- 
ronas reales  muy  bien  labradas  y  cubriendo  el  rostro  de  falsot 

1     Tomo  VIH  del  Memorial  histórico  español,  págrs.  42,  51,  53,  77, 
117,  113,  169,  263,  266,  267  y  313. 


n/P.,CAP.  XXIT.  LA   POES.  POP.  HASTA  EL  It.  DE  CARLOS  I.     477 

Visajes:  asi  llegaron  á  su  palacio,  y  «desque  ovieron  cenado  y 
«levantaron  las  mesas,  entró  por  la  sala  una  dueña  cavallera 
»6n  un  asnito  sardesco,  con  un  niño  en  los  brazos,  que  repre- 
» sentaba  ser  nuestra  Señora  la  Virgen  Maria^  con  el  su  bendito 
»y  glorioso  fijo,  y  con  ella  Joseph.  Y  en  modo  de  gran  devoción, 
»el  dicho  señor  Condestable  la  rescibió  y  la  subió  arriba  ¿  el 
•asiento  do  estaba...  y  salió  de  la  c&mara  con  los  pajes  muy 
»bien  vestidos,  con  visajes  y  sus  coronas  en  las  cabezas,  á  la 
•manera  de  los  tres  reyes  magos,  y  sendas  copas  en  las  manos 
•con  sus  presentes.  Y  asimismo  vinieron  por  la  sala  adelante 
•muy  mucho  paso  y  con  muy  gentil  contenencia,  mirando  el  es- 
•  trolla  que  los  guiaba,  la  qual  iba  por  un  cordel,  que  en  la  di- 
•cha  sala  estaba,  y  asi  llegaron  ai  cabo  de  ella,  do  la  Virgen 
•con  su  fijo  (y  Joseph)  estaba,  y  ofrecieron  sus  presentes  con 
»muy  grandes  estruendos  de  trompetas  y  atabales  y  otros  es- 
•trumentos»,  etc«  ^ 

No  menos  notable  es  la  farsa  ejecutada  el  segundo  dia  de 
Pascua  del  siguiente  año;  la  cual,  aunque  en  sentido  burlesco, 
ofrece  cierto  interés  político.  Vestidos  en  hábito  morisco  y  con 
barbas  postizas  se  presentaron  en  efecto  buena  copia  de  caba- 
lleros, fingiendo  ser  mahometanos  y  venir  con  su  rey  de  Mar- 
ruecos: «traian  delante  á  su  profeta  de  la  casa  de  Meca  con  el 
•Alcorán  é  libros  de  su  ley,  con  gran  ceremonia,  en  una  muía 
•muy  bien  pasamentada  y  en  somo  un  paño  rico  en  cuatro  va- 
gras y  ¿  sus  espaldas  venian  el  dicho  rey  muy  ricamente  arrea- 
ndo con  todos  sus  caballeros,  bien  enjaezados,  y  con  muchas 
•trompetas  y  atabales  delante.  Dos  de  aquellos  caballeros  se 
•adelantaban  hasta  el  alcázar  del  Condestable  para  manifestarle 
•la  llegada  del  expresado  rey,  de  quien  le  traian  muy  amistosa 
•carta;  y  recibidos  con  extraordinaria  pompa  en  uno  de  los  más 
•ricos  salones  del  alcázar,  besábanle  las  manos  y  expuesto  el 
•intento  que  alli  los  traia,  leíanle  la  carta  del  rey  de  Marmó- 
reos, en  la  cuardesafiaba  con  sus  moros  á  los  cristianos,  decla- 
•rando  que  si  en  el  jugar  de  las  cañas  fuesen  vencidos  como 
•en  la  guerra,  renegarían  luego  de  su  profeta  y  de  su  ley,  re- 

1     Ideiñt  Ídem,  págs.  75  y  76. 


478  HISTORIA   CRITICA    DE   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

'OODOciendo  vasallaje  y  siendo  bautizados.  Aceptado  el  desaft< 
»por  el  Condestable  y  sus  caballeros,  jugáronse  las  cañas  con 
» mucha  destreza  y  bizarría  por  una  y  otra  parte;  y  terminad^ 
»aquel  juego  caballeresco,  reanudábase  la  representación,  com- 
» pareciendo  el  rey  de  Marruecos  ante  el  Condestable' y  decla- 


•rando  paladinamente  que  era  la  ley  de  los  cristianos  mejoi 
•que  la  mahometana,  y  que  siendo  asi,  él  y  sus  moros  renega- 
»ban  de  ella,  de  su  Alcorán  y  de  su  profeta.  Con  lo  cual  mu; 
•alegres  y  contentos  los  caballeros  que  vestian  hábito  de  moros, 
«daban  en  tierra  con  Mahoma  y  sus  libros,  lanzando  al  primei 
»en  una  fuente,  para  que  se  purificase  de  sus  mentiras,  y  der- 
•ramando  después  sobre  la  cabeza  del  rey  de  Marrnecos  ui 
» cántaro  de  agua  en  señal  de  bautismo.  Besaron  en  segui< 
•rey  y  caballeros  moros  la  mano  al  Condestable,  en  prueba  d( 
•vasallaje  y  sumisión»,  hecho  lo  cual  dio  fin  aquella  singularí- 
sima farsa,   acompañando  todos  al  magnífico  Miguel 
hasta  su  palacio,  no  sin  que  se  les  allegase  inmensa  muche- 
dumbre, que  recibia  en  los  patios  del  alcázar,  abundante  cola- 
ción de  frutas  y  vinos  i. 

Mientras  de  este  modo  contemplamos  el  efecto  que  producía 
en  las  costumbres  de  todas  las  clases  sociales  el  natural  des- 
arrollo de  los  elementos  dramáticos,  aparecen  dignos  de  toda 
consideración  y  estudio  los  plausibles  esfuerzos,  que  en  doble 
sentido  hacían  los  eruditos  para  dotar  á  la  patria  literatura  de 


1  ídem,  ídem,  págs.  t03  y  sigruientes.  Pueden  verse  además  las  pági- 
nas 42^  tos  y  160,  donde  se  hace  también  relación  de  otras  representacio- 
nes y  misterios,  ejecutados,  ya  en  la  iglesia  catedral  de  Jaén,  ya  en  el  al- 
cázar del  Condestable,  ya  en  la  plaza  pública,  Irayéndonos  este  accidente 
á  la  memoria  lo  qae  Gonzalo  Fernandez  de  Oviedo  (Hist.  gen.  y  nat,  de 
Indi€u,  t.  III,  cap.  29,  pág.  415),  nos  refiere  de  análogas  fiestas  y  repre- 
sentaciones celebradas  en  la  plaza  pública  de  la  ciudad  de  Méjico:  «En 
medio  de  la  plaza  del  mercado  de  Méjico  (catabulco  tiánguez),  dice  el  ci- 
tado historiador,  habia  un  edificio  quadrado,  hecho  de  cal  y  canto,  de  dos 
estados  y  medio  de  altura  y  de  30  pasos  de  esquina  á  esquina:  el  qual  te- 
nían los  indios  para  quando  algunas  fiestas  hacían  ó  juegos,  en  qoe  los  re- 
presentadores dellos  se  ponían,  porque  toda  la  gente  del  mundo,  é  los  que 
estaban  debaxo  ó  oiicima  do  ios  pórtalos  pudiesen  ver  lo  que  hacían». 


II.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.  479 

los  medios  artísticos  que  debiaa  preparar  el  nacimiento  del  ver- 
dadero teatro. — Notable  es  en  verdad  el  enoontrar  (sin  duda 
dentro  del  reinado  de  don  Juan  11)  puestas  en  el  habla  de  Cas- 
tilla las  Tragedias  de  Séneca,  cuyos  libros  filosóficos  y  cuyas 
Epístolas  lograban  en  aquel  mismo  período  el  m&s  alto  aplau- 
sOy  como  ejercieron  entonces  y  después  la  más  decisiva  influen- 
cia; fortuna  que  estaba  asimismo  deparada  &  las  Tragedias  ^. 
La  aparición  de  estas  obras  dramáticas,  en  el  lenguaje  vulgar, 
manifestando  por  una  parte  la  devoción  de  los  eruditos  res- 
pecto del  ingenio  de  Lucio  Anneo,  con  quien  se  hermanaban 
Msta  el  punto  que  habia  mostrado  Juan  de  Mena ,  descubría 
por  otra  el  anhelo,  ya  determinado  y  fijo,  de  apoderarse  de  las 
formas  dramáticas  elaboradas  por  la  antigüedad  clásica,  empe- 
ño ^en  que  iba  á  tener  el  diligente  traductor,  durante  el  mismo 
siglo  XV,  insignes,  ya  que  no  numerosos,  imitadores.  Aun  el 
mismo  Juan  del  Enz¡na,que  como  en  breve  advertiremos,  ha  sido 
con  razón  designado  cual  uno  de  los  verdaderos  padres  del  teatro, 
ensayaba  sus  fuerzas  en  la  traducción  y  perífrasis  dramática 
<le  las  Églogas  de  Virgilio,  y  el  docto  Francisco  de  Villalobos, 


1    Guárdase  el  precioso  códice  de  estas  tragedias  en  la  BibUoteca  del  £$- 
«erial,  bajo  la  marca  S.  II,   12,  y  con  el  siguiente  epígrafe:— Comienzan 
loa  prólogos  ó  prohemios  de  las  tragedias  de  Séneca;  é  son  dichas  tragedias, 
porque  contienen  dictados  llorosos  de  crueldades  de  reyes  é  de  prín9ipes. 
Son  diez  por  nombre:  cLa  primera  es  de  la  gran  furor  de  Hércules;  la  se- 
ronda es  de  Thiestes  et  de  Átreo. — La  tercera  de  Thebaris.— -La  qnarta 
es  de  Ypólito. — La  quinta  es  de  Edipo. — La  sexta  es  de  Troas. — La  sétima 
^e  Medea. — La  octava  de  Agamenón. — ^La  nona  de  Octavia. — La  décima  é 
postrimera  de  Hércules  Otheo,  é  es  así  nombrado  por  la  selva  Othea,  en  la 
^oal  él  murió».  Son  estos  prólogos  cierta  manera  de  análisis  de  cada  una 
^6  dichas  tragedias,  explicándose  en  ellos  las  fábulas  que  les  sirven  de 
Tandamento  y  dándose  razón  de  las  partes,  actos,  escenas  ó  diálogos  de 
cjae  constan.  La  importancia  de  esta  traducción  en  los  momentos  en  que 
aparece  y  sa  general  influencia,  las  comprenderán  fácilmente  nuestros 
Eeetores  con  recordar  el  extraordinario  aprecio,  que  alcanzó  el  nombre  de 
Séneca  en  la  Edad-media,  y  el  decidido  empeño  con  que  fueron  buscados 
^  Iraidos  al  babla  de  Castilla  por  los  hombres  más  notables  de  la  corte  de 
^on  Juan  II,  no  solamente  los  libros  debidos  á  su  ingenio,  sino  los  que 
^equivocadamente  se  le  atribulan  (Tomo  VI,  cap.  Vil  del  11.®  Subciclo). 


480  HISTORIA   CRtTICA   DB   LA   LITERATURA  BSPAÍVOLA. 

médico  del  Rey  Católico,  no  contento  con  la  fama  que  le  habían 
ganado  sus  poemas  did&cticos  i,  «y  deseoso  de  que  fuera  cono- 
cido en  Castilla  aquel  linaje  de  poesía»,  que  en  el  tiempo  de  la 
antigüedad  usaban  mucho  con  nombre  de  comedÍM,  traía  al 
habla  materna  el  Anphytríon  de  Plauto,  con  que  dada  la  se&al, 
hacíanse  en  toda  la  primera  mitad  del  siglo  XYI  los  mayores 
esfuerzos  para  enriquecer  las  letras  patrias  con  los  tesoros  del 
teatro  griego  y  latino,  ganando  entre  todos '  alta  reputación  los 
Boscanes,  Abriles  y  Pérez  de  Oliva  *. 

Pero  si  no  son  para  desdeñados  estos  esfuerzos,  que  tie- 
nen en  la  historia  del  teatro  notabilísima  significación,  durante 
la  XYI/  centuria,  merecen  todavía  mayor  estima  en  nuestro 
concepto  los  que  son  debidos  á  los  m^s  renombrados  poetas, 
desde  el  reinado  de  Enrique  III,  en  el  cultivo  del  diálogo,  co- 
mo instrumento  que  debia  prestarse  fácilmente  en  su  día  &  la 


1  Villalobos  g^ozaba  en  efecto  reputación  de  poeta,  demás  de  algunas 
composiciones  líricas,  por  los  tratados  siguientes:  1.®  Libro  intítalado  los 
Probletnas,  en  metros  de  arte  menor  con  glosas:  2.°  De  las  fidires  inter^ 
paladas,  id.,  id.:  3.®  De  las  malditas  bubas,  su  cura  é  mdezina,  en  me- 
tros de  arte  mayor.  Aunque  el  mérito  poético  de  estos  trabajos  no  iguale 
su  importancia  científica,  no  dejó  de  manifestar  Villalobos  que  le  era   un 
tanto  peculiar  el  lenguaje  de  las  musas.  Sus  obras  en  prosa,  que  no  alcan- 
zaron menor  estimación,  llevan  por  título:  1.^  Dos  Diálogos  de  Medicina: 
2,®  El  tratado  de  las  tres  grandes  (parlería,  porfía  y  risa).   La  edición 
completa  de  estas  obras,  alguna  de  las  cuales  había  sido  ya  impresa  des- 
de 1496 — 98,  es  del  año  1543,  habiéndose  repetido  la  impresión  en  el  año 
siguiente.  Zaragoza,  fól.    Villalobos  dedicó  sus  producciones  á  don  Luis, 
infante  de  Portugal. 

2  De  estos  tres  doctos  traductores  hablaremos  con  mayor  oportunidad 
en  nuestra  llí.^  Parte.  Respecto  de  Francisco  Villalobos  cúmplenos  observar 
que  después  de  una  primera  edición  de   la  versión  del  Anfitryon,  anterior 
al  año  de  1515^  la  enmendó,  glosó  y  corrigió  de  nuevo  en  este  mismo  año, 
según  expresa  en  carta  fecha  en  Calatayud  á  6  de  Octubre,  la  cual  fué 
impresa  en  ediciones  siguientes  al  final  de  las  Ilustraciones.  La  impresión 
más  celebrada  de  dicha  traducción,  está  hecha  en  Alcalá  de  Henares  por 
Arnao  Guillen  de  Brocar,  año  1517.  Villalobos,  según  el  mismo  declara, 
se  propuso  seguir  el  ejemplo  de  Hermolao  Bárbaro,  cardenal  de  Aquileya, 
Angelo  Policiano,  Filipo  Beroaldo  y  Mérula,  quienes  tanto  se  hablan  dis- 
tinguido en  el  estudio  y  versión  de  los  clásicos. 


ll/  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.      481 

maoifestacioQ  dramática.  Desda  el  comendador  Ferran  Sánchez 
Talayera,  qae  por  contemplación  de  su  linda  enamorada,  es- 
cribía, al  terminar  el  siglo  XIV,  el  fresco,  suelto  y  gracioso 
diálogo  que  dimos  á  conocer  oportunamente  ^,  hasta  don  Diego 
López  de  Haro,  que  al  comenzar  el  XVI  componía,  con  título 
de  Aviso  para  cuerdos,  el  más  complicado,  en  que  interviene 
crecido  número  de  personajes  históricos  y  alegóricos  2,  apenas 
existe  trovador  digno  de  aplauso,  que  no  dé  alguna  muestra  de 
su  ingenio  en  el  expresado  concepto.  El  Marqués  de  Santillana 
en  su  aplaudida  composición  de  Bias  contra  Fortuna)  Cartage- 
na en  el  Debate  de  su  corazón  y  su  cabeza;  Juan  Rodríguez 
de  la  Cámara  en  el  de  Alegría  y  del  Triste  amante;  Juan  de 
Dueñas  en  el  Pleito  que  ovo  con  su  amiga;  los  aragoneses  fray 
Guallberte  y  Pedro  de  Santa  Fé,  el  primero  en  su  Ragonamien^ 
to  del  Monge  con  el  Caballero  sobre  la  vida  venidera,  y  el  se- 
gundo en  su  Cornial  del  Rey  Alfonso  V  de  Aragón  y  de  la  rei^ 
na  doña  María;  Fernán  Mogica  en  las  ReqUestas  y  quejas  á 
su  dama;  don  Carlos  de  Guevara  en  la  Sepultura  de  amor;  Ro- 
drigo Cota  en  el  tan  conocido  Diálogo  del  Amor  y  un  Viejo;  el 
comendador  Escrivá  en  su  Querella  al  dios  de  amor  contra 
su  amiga;  Diego  de  San  Pedro  en  su  graciosa  composición  á  la 
Sepultura  de  Macias;  don  Luis  de  Portocarrero  en  los  Reque- 
rimientos de  amor  á  su  dama,  con  otros  muchos  ingenios  que 
aun  pudiéramos  citar,  entre  los  cuales  no  puede  olvidarse  el 
autor  de  las  renombradas  Coplas  de  Mingo  Revulgo,  pruebas 
ofrecen  más  que  suflcientes  de  que  las  formas  artísticas,  aptas 
para  la  creación  del  teatro,  lograban  ya  por  sí  mismas  en  todo 
el  siglo  XV  propio  y  notabilísimo  desarrollo  ^. 


1  Tomo  V,  cap.  VI,  pá^.  327. 

2  BibUoteca  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  Miscelánea  histórica^ 
MS.,  tomo  III.  Ticknor,  I.*  Parle,  cap.  XXIII. 

3  Pudiéramos  fácilmente  hacer  más  extensa  esta  enumeración,  com- 
prendiendo los  ingenios  catalanes  y  valentinos  que  se  ensayan  en  el  culti- 
vo del  diálog:o  en  su  lengua  materna.  Durante  el  período  indicado,  no  cree- 
mos, sin  embargo,  poder  omitir,  tratándose  del  desenvolvimiento  de  la 
forma  dramática,  los  nombres  ya  consignados  de  Franceseh  Farrer  y  Pere 
Torrellas,  quienes  en  su  Conort  y  en  su  Desconort  cultivaron  cada  cual  el 

Tomo  vii.  31 


482         .  HISrOBIA   CRÍTICA   OB   LA   LITERATURA  BSPAAOLA. 

Y  ea  (4nto  m^  digno  de  llamar  la  aleación  de  la  critica  este 
natural  desenvolvimiento  de  las  formas  artísticas,  cuanto  que 
en  los  diálogos  mencionados  resplandecen  ya  todas  las  virtudes 
geniales,  que  debian  adelante  caracterizar  al  teatro  español,  ¿ 
intervienen  en  algunas  de  estas  composiciones  hasta  cinco  per- 
sonajes, sin  que  aparezca  en  ellas  el  poeta.  La  perspicuidid  y 
discreción,  la  gracia  y  soltura,  la  frescura  y  gallardía,  que  tan 
alta  estima  dieron  en  los  dias  de  su  mayor  gloria  &  nuestros 
primeros  dramáticos,  avaloran  ya  en  efecto  estos  preciosos  en* 
sayos,  como  han  podido  comprobar  repetidamente  nuestros  lec- 
tores ^  no  sin  que  los  acaudalen  al  par  la  ingenua  sencillez  y 
la  naturalidad  envidiable,  que  tanto  han  aplaudido  en  ellos  cri' 
ticos  nacionales  y  extranjeros,  aun  desconocidos  en  su  majo^ 
parte.  El  Pleito  que  ovo  Juan  de  Dueñas  con  su  amiga^  inven- 
ción que  corresponde  &  los  últimos  meses  de  1438,  comprendiet^'' 
do  los  personajes  de  un  Portero^  una  Dama,  un  Relator,  u.t^ 
Alcalde  y  al  mismo  Poeta;  el  Diálogo  de  Bias  contra  Fortuna ^ 
debido,  cual  va  repetido,  al  ilustre  don  Iñigo  López  de  Mend^^'" 
za,  y  los  más  conocidos  de  Mingo  Revulgo  y  de  El  Amor  y  U^ 
Viejo,  bastarían  para  descubrir  en  estas  obras  el  sello  caract^"^ 
rístico  del  ingenio  español  en  la  representación  viva,  por  decir^^ 
lo  as(,  de  los  afectos  y  de  las  costumbres,  que  buscan  su  asien^" 
to  y  su  esfera  en  el  arte  dramática.  Y  tan  espontáneo  y  natu^^ 
ral  era  este  desenvolvimiento  literario,  que  no  sólo  se  reveL^ 
en  las  formas  artístico-poélicas,  sino  que,  como  hemos  te^^^ 


diálogo  de  una  manera  ins^eniosa,  y  eu  cierto  modo  histórica  (Tomo  VI  ^ 
pá^.  473  y  siguientes).  Ni  tampoco  será  lícito  olvidar  á  los  aplaudido^ 
Bernardo  FenoUar,  Jaume  GazuU  y  Juan  Moreno,  autores  del  famoso  Pro^ 
cés  de  les  olives  (Pleito  de  las  aceitunas)  y  de  otros  graciosos  diálogos.  To- 
do  w  confirma  en  la  observación  de  que  se  desenvolvían  naturalmente 
en  la  Península  los  medios  expositivos  del  arte  dramática;  y  elevándonos  á 
consideración  más  general,  nos  persuade  nuevamente  de  la  influencia  que 
la  España  Central,  cuyos  principales  poetas  aparecen  como  interlocutores 
en  algunos  de  estos  diálogos,  ejercía  en  el  desarrollo  intelectual  de  las  re- 
giones extremas. 

t    Tomo  VI,  cap.  VIII,  págs.   118  y  siguientes;  cap.   IX,  págs,  167  y 
siguientes;  cap.  XIV,  págs.  459  y  siguientes. 


Il/P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     483 

nido  ocasión  de  demostrar,  se  realiza  igualmente  en  las  obras 
escritas  en  prosa,  ya  didácticas,  ya  simplemente  imaginativas  ^: 
lo  cual -mostraba  sin  género  de  diida  que  las  tradiciones  erudi- 
tas y  las  costumbres  populares,  religiosas  y  profanas,  las  aflcio- 
nes  de  clase,  los  gustos  caiballerescos  y  literarios,  en  una  pa- 
labra, cuantas  causas  y  elementos  podian  contribuir  á  dar  vida 
al  arte  dramática,  estaban  ya  solicitando  el  que  apareciese  un 
poeta,  á  quien  fuera  dado  acometer,  con  deliberado  propósito, 
la  empresa  de  reducir  á,  forma  representable  todos  aquellos  es- 
pectáculos y  ensayos;  gloria  que  estaba  reservada  al  celebrado 
Juan  del  Enzina.  # 

Consideramos  ya  en  lugar  oportuno  á  este  ingenio  castellano 
como  poeta  lírico,  y  hemos  recordado  arriba  que  procuró  traer 
al  habla  vulgar  las  Églogas  de  Virgilio,  acomodándolas  inge- 
niosamente, en  especial  la  muy  dramática  de  Tytiro,  á  los  bulli- 
cios y  disturbios,  que  afligieron  el  reinado  de  Enrique  IV. 
— Especie  muy  repetida  ha  sido  la  de  que  halló  el  Rey  Católico 
en  el  palacio  del  conde  de  üreña,  cuando  vino  á  desposarse  con 
la  princesa  Isabel,  «entre  otras  diversiones  la  representación  de 
una  pieza  cómica  de  la  composición  de  Juan  del  Enzina»;  pero 
oi  las  circunstancias  de  aquel  matrimonio  autorizan  suposición 
semejante,  ni  pudo  Juan  del  Enzina  escribir  en  la  cuna  tal  re- 
presentación, pues  que  esta  se  refiere  af  año  de  1469  y  él  ha- 
bla visto  la  luz  primera  en  el  de  1468  *.  Lo  verosímil  es,  que 
ejercitado  en  el  cultivo  de  la  poesía  lírica,  con  el  aplauso  que  ya 
hemos  reconocido,  docto  y  celebrado  en  el  arte  de  la  música, 
que  le  habia  de  ganar  en  Roma  la  estimación  de  León  X,  y  ad-^ 
mirador  de  las  obras  clásicas,  pretendiese,  siguiendo  el  impulso 
ya  indicado  en  el  desarrollo  de  las  formas  dramáticas,  aunar 


1     Cap.  XXI,  pág.  400  del  présenle  volumen. 

2  Cayó  en  este  error  el  erudito  don  Blas  Nassarre  en  el  prólogo  á  la 
reimpresión  de  las  Comedias  de  Cervantes,  y  siguióle  Pcllicer  en  su  7ta- 
todo  hiatórico  de  la  comedia  y  del  histrionismo  en  España  (pág.  12); 
pero  ha  sido  oportunamente  rectificado  por  Ticknor  en  el  cap.  XIII  de  la 
primera  época  de  su  Historia  de  la  literatura  española,  complaciéndonos 
en  reconocer  los  aciertos  de  su  crítica. 


484  HISTORIA  CRITICA   DE   LA   LITERATURA    ESPAÑOLA. 

ea  un  solo  esfuerzo  todos  los  elementos  artísticos  que  teni 
su  alcance,  lo  cual  iba  á  decidir  de  una  manera  inequívoca 
carácter  de  sus  ensayos  escénicos. 

El  respeto  que  profesa  al  nombre  de  Virgilio,  le  hace  imp 
ner  el  titulo  de  Églogas  k  sus  obras  dramáticas,  que  desi^ 
asimismo  con  el  ya  popular  de  represenlaciones;  sus  aíicioae>^ 
artísticas  le  llevan  k  exornarlas  de  música,  canto  y  alguna  ve^ 
de  baile,  pareciendo  asi  preludiar  el  nacimiento  del  melodra- 
ma, que  en  aquellos  mismos  dias  empezaba  á  dar  señales  de 
vida  en  el  suelo  de  Italia,  bajo  los  auspicios  del  magnífico  Lo- 
renzo de  Médícis:  au  propia  devoción  y  la  de  los  magnates  y 
príncipes,  á  quienes  consagra  sus  producciones,  le  mueven  i 
rendir  tributo  y  admitir  como  herencia  legítima  la  materia  poé- 
tica de  los  misterios  religiosos,  celebrados  de  antiguo  dentro 
del  templo  y  que  debian  proseguir  excitando  la  devoción  de  los 
fieles  ^:  su  práctica  en  el  trovar  le  hace  dueño  de  todos  los 


1  Como  va  advertido,  lejos  de  interrumpirse  la  piadosa  costumbre  de 
las  representaciones  relig^iosas  dentro  del  templo,  contribuyeron  los  mismos 
cánones,  que  tendian  á  corregir  sus  abusos,  al  sucesivo  desarrollo  de  los 
mismos.  No  nos  maravilla  por  tanto  el  esmero  con  que  el  arzobispo  y  ca- 
bildo de  Zaragoza  procuraban  atender  en  14S7  al  lustre  de  la  representa- 
ción del  misterio  de  la  Natividad,  hecha  en  la  ig^lesia  de  San  Salvador 
por  servicio  y  contemplación  de  los  señores  Reyes  Católicos,  del  infanit 
don  Juan  y  de  la  infanta  doña  Isabel,  sus  hijos,  constando  los  gastos 
que  al  propósito  hicieron  de  muy  curioso  documento,  útil  también  para  co- 
nocer la  extruclura  de  estos  dramas  y  los  medios  empleados  en  su  ejecu- 
ción. Del  expresado  documento,  publicado  por  el  docto  Schack  (Obra 
citada,  tomo  111  de  la  segunda  edición,  apéndice  IV),  á  quien  lo  comuni« 
camos  durante  su  residencia  en  España,  se  deduce  que  figuraron  principal- 
mente en  este  drama  los  personajes  siguientes:  el  Padre  Eterno,  Siete  Ad- 
geles,  los  Profetas,  el  Niño  Jesús,  la  Virgen  María,  San  José  y  los  Pasto- 
res. Resulta  igualmente  que  el  aparato  escénico  constaba  de  un  pesebre, 
tornos,  ruedas  y  telones,  que  representaban  el  cielo  con  nubes  y  estrellas, 
formando  parte  del  vestuario  que  se  hubo  menester  aquel  año,  para  dar 
realce  á  la  fiesta,  guantes  para  los  ángeles  y  el  Padre  Eterno,  cabelleras  de 
mujer  para  los  primeros  y  de  cerda  para  los  profetas,  y  valiéndose  de  colon 
cardado  y  de  lana  cárdena  y  bermeja  para  componer  el  buey  y  la  muía,  cu- 
yas cabezas  fueron  hechas  de  nuevo.  Enseña^  por  último,  el  documento  ex- 
presado que  hubo  en  la  representación  música  y  canto,  siendo  de  suponer 


ll/  P.,  CAP.  XXII.  U  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     485 

metros  y  formas  de  la  poesía  vulgar,  que  habia  pretendido  so- 
meter á  reglas  determinadas  en  su  Arte  de  poesía  castellana. 
Asi  pues  el  estudio  de  las  Églogas  ó  Representaciones  de  Juan 
del  Eozina,  cuya  ejecución,  dirigida  y  aun  llevada  á  cabo  por 
él  mismo  en  los  alcázares  del  almirante  de  Castilla,  del  duque 
de  Alba  y  aun  dQ  los  mismos  Reyes  Católicos,  alegró  las  festi- 
vidades de  Natividad,  Carnaval  y  Pascua  florida,  nos  ministra 
la  más  perfecta  idea  del  estado  del  teatro  español,  al  declinar 
el  siglo  XV;  siendo  muy  de  notarse  que  la  ejecución  de  sus 
primeras  creaciones  sea  designada  con  la  misma  fecha  que 
ilustra  la  conquista  de  Granada  y  el  descubrimiento  del  Nue- 
vo Mundo  1. 

Consideradas,  en  efecto,  las  obras  dramáticas  de  Juan  del 
Enzina,  que  fueron  representadas  en  su  mayor  parte  de  1492 


que  no  faltase  la  danza  de  los  pastores.  Por  manera,  que  ya  obedeciendo  á 
su  propio  instinto  artístico,  ya  fijando  la  vista  en  estos  misterios,  pudo 
asociar  Juan  del  Enzina  estas  diferentes  artes  en  sus  ensayos,  mereciendo 
Maesse  Yust  por  el  magislerio  de  facer  toda  la  representación  y  Macsse* 
Piphan  por  los  quinternos  (quintillas)  que  fizo  notados  (con  la  música) 
para  cantar  á  los  profetas ,  á  la  María  y  Jesús,  que  sean  sus  nombres 
consignados  en  la  historia  del  teatro.  Regaló  el  cabildo  al  primero  cinco 
florines  de  oro  por  el  buen  éxito  de  su  obra;  recompensó  al  segundo  su 
trabajo  con  medio  florín  de  oro,  y  dio  de  guantes  á  los  ministriles  de  los 
señores  Reyes  por  el  sonar  que  fizieron,  dos  florines  de  oro  ó  treinta  y 
dos  sueldos.  En  cuanto  á  la  prosecución  de  los  misterios,  aunque  dejamos 
ya  notado  que  la  Iglesia  primada  la  sustituyó  con  unas  sencillas  fiestas,  si 
bien  todavía  dramáticas,  por  autos  de  6  de  Noviembre  de  1557,  de  7  de 
Noviembre  de  1859  y  de  23  de  Diciembre  de  1560,  todavía  continuaron  re- 
presentándose en  otras  catedrales:  en  la  de  Huesca,  por  ejemplo,  consta 
que  á  15  de  Enero  de  1582  se  satisficieron  por  mandado  del  cabildo  seten- 
ta y  ocho  sueldos  para  pago  de  trajes,  zapatos,  cohetes,  cordaje  de  dos  vi- 
huelas y  construcción  de  una  boca  de  infierno,  todo  hecho  para  suplir  el 
aparato  y  vestuario,  propios  de  la  representación  del  misterio  de  la  Nativi- 
dad (Archivo  de  la  santa  iglesia  de  Huesca,  Ceremonial,  lib.  H).  Lo  mis- 
mo podemos  decir  de  la  catedral  de  Sevilla,  donde,  muy  avanzado  ya  el  si- 
glo XVI,  se  representaba  entre  otras  obras  religiosas  la  comedia  intitulada 
El  Esclavo  de  Israel,  cuya  copia  debimos  á  la  ilustrada  solicitud  de  su 
docto  deán  don  Manuel  López  Cepero. 

1     Agustín  de  Hojas,  Viaje  entretcnidi),  pág.  12;  Méndez  Silva,  Catá- 
logo Real  de  España,  fól.  121, 


486  HISTORIA   CRITICA   OB  LA   LITERATURA   BSPAllOLA. 

&  1496,  constituyen  dos  diferentes  grupos:  en  el  primero 
den  colocarse  las  que  se  refieren  á  asuntos  sagrados,  tales 
mo  el  Nacimiento  de  Jesús,  su  Pasión  y  Muerte,  su  Resur\ 
cion,  etc.:  en  el  segundo  tienen  lugar  las  farsas  de  amor,  las  r^^ 
presentaciones  que  se  refieren  á  hechos  de  actualidad,  tales  <^^^ 
mo  la  Égloga  recitada  en  el  palacio  del  duque  de  Alba,  por^tf^ 
se  «sonaba  que  se  Babia  de  partir  á  la  guerra  de  Francia»,  y 
las  que  tratan  de  burlas  entre  escolares  y  labriegos,  como  su- 
cede en  el  Auto  del  Repelón,  donde  parecía  recordar  Juan  del 
Enzina  los  dias  de  su  juventud,  pasados  en  la  vida  estudianliaa 
de  Salamanca.  En  uno  y  otro  concepto,  aunque  el  interés  dra- 
mático sea  realmente  escaso,  merced  á  la  propia  inexperien- 
cia y  &  la  pobreza  de  medios  que  el  arte  á  la  sazón  ministra- 
ba; aunque  el  estilo  y  lenguaje  adolezcan  de  cierta  ruda  afecta- 
ción, en  que  pudo  influir  el  empeño  de  que  por  punto   general 
fuesen  pastores  y  gente  humilde  los  personajes  de  estos  dramas, 
bien  que  encerrando  á  veces  un  sentido  alegórico,  nos  es  dado 
descubrir  en  las  obras  de  Enzina  cierto  sello  característico,  que 
se  trasmite  á  la  edad  más  floreciente  del  teatro  español,  siendo 
en  verdad  sensible  que  dificulte  hoy  su  historia  el  anhelo  eru- 
dito que  intenta  borrar  este  primer  sello  durante  la  primera 
mitad  del  siglo  XVI. 

No  es  posible,  dada  la  extensión  que  hemos  concedido  á  es- 
tos estudios,  el  detenernos  menudamente  en  la  análisis  de  las  re- 
presentaciones debidas  á  este  claro  ingenio.  Lícito  juzgamos, 
sin  embargo,  para  dar  más  aproximada  idea  de  las  mismas,  asi 
respecto  del  artificio  dramático,  como  de  la  manera  en  que  se 
mueve  el  diálogo,  el  exponer  aquí  algunos  pasajes,  tomados  de 
los  dos  indicados  grupos.  En  la  representación  que  se  refiere  á 
la  Pasión  y  Muerte  de  Jesús,  donde  intervienen  dos  ermitaños 
(padre  é  hijo),  la  Verónica  y  un  ángel,  encaminados  aquellos  á 
visitar  el  Santo  Sepulcro,  por  iniciativa  del  más  anciano,  aparé- 
ceseles  al  llegar  la  Verónica,  y  se  entabla  en  tal  manera  el 
diálogo: 

¿Cómo  tan  tarde  venís 
áver,  hermanos  benditos, 
loe  tormentos  infinitos 


i/  P.,  cap.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  BL  R.  DE  CARLOS  I.    487. 

deste  Señor?  ¿qué  decís? 
Mal  oys... 

No  aver  oydo  los  gritos 
en  el  yermo  que  vivís! 

Qae  desde  muy  gran  mañana 
anda  van  ya  desvelados, 
estos  jadíos  malvados 
por  matarle  con  gran  gana. 
Padre.        ¡Ay,  hermana! 

maere  por  nuestros  pecados* 
nuestra  vida  soberana. 
Verór.        o  mis  benditos  hermanos, 
¡qué  gran  lástima  de  ver 
tan  gran  Señor  padecer 
por  dexar  sus  siervos  sanos! 
'  ¡Píes  y  manos 

clavado  sin  meresoer, 
por  salud  de  los  humanos, 

Su  cara  abofeteada, 
escupido  todo  el  gesto, 
y  de  espinas  por  denuesto 
su  cabeza  coronada! 

Mirad  cómo  le  tratava 
aquella  gente  cruel, 
que  á  bever  vinagre  é  hiél 
muy  crudamente  le  dnva, 
quando  estava 
puesto  por  balance  é  fiel, 
que  la  redención  pesava. 
Hijo.  Pues  que  por  salvar  la  gente 

padeció  tantas  pasiones, 
sientan  nuestros  corazones 
lo  que  por  nosotros  siente. 
Verór.        ¡Cruelmente 

en  medio  de  dos  ladrones 
pusieron  al  inocente! 

T  el  traidor  de  Judas  fué 
el  que  le  tracto  la  muerte: 
tratóle  pasión  tan  fuerte 
aquel  malvado  sin  fé. 
;,Qué  diré? 

Señor,  de  tan  alta  suerte 
padecer  así,  ¿por  qué?... 

A  su  maestro  vendió. 


488  rflSTORIA   CKtTIGA    DE    LA  LITERATURA  BSPAlQOLA. 

¿Hay  razón  qué  tal  sofriese 

que  ea  trejnta  dineros  diese 

al  maestro,  que  le  crió? 
Paz  le  dio, 

para  qne  le  conosciese 

la  gente  qne  le  prendió. 
Padre.  O  Judas^  Judas  maldito , 

malvado,  falso,  traydor, 

que  vendiste  á  tu  Señor, 

siendo  su  precio  infinito. 
Verón  .        Quán  aflito 

viérades  al  Redemptor, 

dar  su  espirifcu  bendito!!... 

En  la  Égloga  representada  ante  los  duques  de  Alba  el  dia 
postrero  de  Carnaval,  y  cuyo  objeto  era  lamentar  la  partMa  del 
duque  á  la  guerra  de  Francia,  toman  parte  los  pastores  Be- 
neyto,  Bras,  Pedruelo  y  Llórente;  y  lamentado  por  los  dos  pri- 
meros aquel  desagradable  suceso,  ven  llegar  al  tercero,  trabán- 
dose el  diálogo  en  esta  forma: 

Beretto.     ¡Oh,  Pedruelo!  ¿estás  acá? 
Pedruelo.  Acá  estoy,  asmo.  ¿Qué  há? 
Bras.  ¿Qués  de  tí? 

¿fuéstete,  que  no  te  vi? 


Beneyto.     Ven,  Pedruelo,  ven  acá. 
Pedruelo.    Ya  vo,  ya. 
Bereyto.     Assi  te  veas  liogrado, 

pues  que  vienes  del  mercado, 

tú  me  dá 

de  las  üuevas  que  ay  allá. 
Pedruelo.    Mia  fé,  dicen  que  estará, 

si  á  Dios  praz, 

ya  Castilla  y  Francia  en  paz, 

que  ninguna  guerra  avrá. 
Beneyto.     ¿No  avrá  guerra,  di,  moyuelo, 

di,  Pedruelo? 
Pedruelo.   No;  que  ya  Dios  anda  en  medio, 

y  él  quiere  embiar  remedio 

desde  el  cielo ; 

no  tengas  ningún  recelo: 

toma^  toma  gran  consuelo, 

que  te  prega. 


Il/  P.y  GAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     489 

BiNKYTo.     To  te  mando  una  borrega 

de  las  que  andan  al  majuelo. 

Pues  me  das  nueva  tan  buena, 

por  estrena 

te  la  mando,  si  no  mientes. 
Pedruelo.   Dícenlo  todas  las  geptes; 

ya  se  suena; 

toda  la  villa  está  llena. 
Beh EYTo.     Hasme  dado  buena  cena  i . 

Bastan  sin  duda  estos  pasajes  para  caracterizar  el  nacien- 
te teatro  español  en  manos  de  Juan  del  Enzina.  Trasladado 
este  á,  Roma,  y  reputado  alli  excelente  músico,  posible  es 
que  atendiese  á.  perfeccionar  sus  producciones,  hermanando 
en  mayor  escala   la  representación,  la  müsica  y  el  canto*. 


l  Pertenecen  los  dos  pasajes  que  acabamos  deleitar  á  la  III. *y  V.'^églo- 
gas  ó  representaciones  de  las  incluidas  en  el  Cancionero,  dado  á  luz,  como 
saben  ya  nuestros  lectores,  en  Salamanca,  1496;  y  con  algunos  aumentos  en 
Sevilla,  1501;  Burgos,  1505;  Salamanca,  1509;  Zaragoza,  1512  y  1516.— 
£1  orden  que  guardan  en  las  más  completas  es  el  siguiente:  1.^  Égloga  re- 
presentada  en  la  noche  de  la  Navidad  de  nuestro  Salvador:  2.^  £gloga  re- 
presentada en  la  misma  noche  de  Navidad:  3.^  Representación  de  la  muy 
bendita  pasión  y  muerte  de  nuestro  Redentor:  4.^  RepresenXacion  á  la  san- 
tísima  resurrección  de  Christo:  5.^  Égloga  representada  en  la  noche  postre- 
ra  de  Carnaval:  6.^  Égloga  representada  en  la  misma  noche  de  antruejo  ó 
carnestolendas:  7.^  Égloga  representada  en  recuesta  de  unos  amores:  8.° 
Égloga  representada  por  las  mismas  personas  que  en  la  de  arriba  van  in- 
troducidas: 9.°  Auto  del  Repelón:  10.  Representación  por  Juan  del  Enzina, 
ante  el  muy  esclarecido  príncipe  don  Juan:  11.  Égloga  trovada  por  Juan 
del  Enzina,  en  la  qual  se  introducen  tres  pastores,  Fileno,  Zambardo 
é  Cardenio:  12.  Égloga  trovada  por  Juan  del  Enzina,  representada  la  no- 
che de  Navidad.  En  algunas  ediciones  se  hallan  también  el  Diálogo  de 
Plácido  y  Victoriano,  que  el  docto  Juan  de  Valdés  cita  cual  modelo  en  el 
suyo  de  las  lenguas,  y  la  tragedia  Á  la  muerte  de  don  Fernando  V  y  de 
Isabel  ÍII  (la  Católica),  escrita  sin  duda  en  Roma,  donde  se  habla  refpre- 
sentado  desde  1493  una  comedia  compuesta  en  lengua  latina,  en  honra  de 
estos  mismos  príncipes  y  con  motivo  de  la  conquista  de  Granada  (Mar» 
cellini  Verardi  Opera,  Roma,  1493,  4.°  menor). 

2  Tenemos  entendido  que  el  ilustrado  maestro  español  Sr.  Asenjo  y 
Barbieri  posee  preciosos  documentos  originales  relativos  ú  la  historia  de  la 
música  teatral  en  España,  y  entro  ellos  algunas  piezas  debidas  á  Juan  del 
Enzina,  á  quien  conceptúa  como  cabeza  y  fundador  de  la  zarzuela,  gene- 


490  HISTORIA   CRÍTICA   OE   LA    LITERATURA  BSPAÍlOLA. 

Sólo  nos  es  dado,  sia  embargo,  juzgarle  por  las  indicadas 
églogas  ó  represeataoiones,  en  qae,  si  bien  se  descubre  desde 
luego  verdadera  inteacion  dramática,  y  en  sus  escenas  y  senci- 
llas situaciones  procura  hacer  gala  de  cierto  discreteo,  no  siem- 
pre tan  urbano  como  fuera  de  esperar,  aparece  de  manifiesto  la 
lucha  en  que  su  ingenio  se  encontraba,  deseoso  sin  duda  de  as- 
pirar á  una  perfección  imposible  en  aquellos  momentos.  Juan 
del  Enzína  no  careció  entretanto  de  imitadores;  y  mientras  el 
oaballero  Pedro  Manuel  de  Urrea  aspiraba  en  el  suelo  de  Ara- 
gón á  seguirle,  versificando  con  título  de  Égloga  el  primer  ac- 
to de  la  Celestina,  no  sin  que  acrecentara  con  este  singular  tra- 
bajo sus  títulos  de  trovador  ^;  mientras  que  en  el  centro  de 


ro  tan  aplaudido  en  nuestra  Península.  De  creer  es  que  estas  obras  musica- 
les se  refieran  á  las  representaciones  que  dejamos  mencionadas;  mas  con- 
siderando el  aplauso  que  Enzina  obtuvo  en  Roma  y  el  puesto  que  ocupó 
en  la  capiUa  de  pontífice  tan  amante  de  las  artes  como  León  X^  no  seria 
de  extrañar  que  ejercitase  allí  su  ingenio  como  tal  maestro,  lo  cual  hace 
desear  que  el  Sr.  Barbieri  saque  á  luz  tan  apreciables  producciones. 

1  Para  que  nuestros  lectores  formen  juicio  de  la  manera  con  que  este 
ilustre  procer  aragonés  supo  manejar  el  diálogo,  será  bien  trasladar  aquí 
algún  pasaje  de  la  referida  égloga,  que,  como  sabemos,  fue  incluida  por  el 
al  final  de  su  Cancionero.  Veamos  la  escena  en  que  lamenta  Calixto  el 
efecto  del  amor  que  le  ha  inspirado  Melibea: 

Cal.  Sempronio. 

SvAív.  Señor. 

Cal.  Mira: 

tráeme  el  laúd  acá. 
Skmp.        Helo  aquí,  señor,  dó  está. 
Cal.  (Canta.) 

«¿Cuál  dolor  puede  ser  tal 

«que  se  iguale  con  mi  inal?^ 
Si:mi'.       Destetnprado  eslá  el  laúd. 
Cal.  ¿Cómo  (emprarlo  podni 

el  que  destemprado  eslá, 

discorde  con  su  salud? 

La  música  es  melodía. 

¿Cómo  sentirá  armonía 

aquel  que  la  voluntad 

á  razoo  no  obedecía; 

aquel  que  tiene  en  el  pecUo 

paz,  tregua,  guerra,  aguijone*, 

amor,  injurias,  pasiones, 

sin  Jamás  ser  satisfecho'.' 

£a  una  cosa  pues  fundo 


II.*  P.,  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I*     491 

Castilla  un  Pedro  de  Vega  y  on  Juan  de  Torres  intentaban 
emular  su  fama,  ya  escribiendo  coloquios  pastorilefs,  que  fueron 
muy  celebrados  en  Medina  del  Campo,  donde  se  representaron; 
ya  componiendo  autos  ó  misterios,  que  recibieron  en  la  tráüinsL 
ciudad  grande  aplauso  ^  hallaba  en  la  corte  de  Portugal  aquel 
naciente  arte  notable  cultivador,  que  vinculaba  su  nombre  eú  la 
historia  de  los  poetas  españoles. 


todo  placer,  que  es  Jocundo; 

mi  mal  en  morir  consiste: 

tafie  y  canta  la  más  triste 

canción  que  es  becha  eo  el  mundo. 
Skmp.       (Cantando,) 

«Mira  Ñero  de  Tarpeya 

»á  Roma  cómo  se  ardía; 

«gritos  dan  Yiejos  y  niños 

>y  él  de  nada  se  doüa*. 
Cal.         Muy  mayor  es  el  mi  fuego, 

y  menor  la  piedad 

de  aquella,  que  con  verdad 

me  ba  quitado  de  sosiego. 
Semp.        No  me  engaño  en  lo  que  toco, 

digo  que  mi  amo  es  loco. 
Cal.  Dime,  ¿que  i^tás  murmurando? 

Semp.       No  digo  nada.  Callando 

estoy,  señor,  aqui  un  poco. 
C\L.  Diio:  no  temas  esquivo. 

Semp.       Digo:  ¿cdmo  puede  ser 

mayor  el  fuego,  á  mi  ver, 

que  quema  un  solo  bombre  yívo, 

que  el  que  tal  ciudad  quemó 

con  tanta  gente  que  bailó? 
CvL.  ¿Cómo?  Yo  te  lo  diré: 

escucba  bien  el  por  qué« 

que  muy  cierto  lo  sé  yo. 

Del  fuego  que  me  bas  bablado 
al  que  á  mí  tiene  quemado, 
según  está  muy  notorio, 
si  es  tal,  el  del  Purgatorio 
yo  querría  más  de  grado. 

SE.MP.       Algo  es  lo  que  yo  (Mgo 
de  aqueste  caso  enemigo: 
á  muy  más  vendrá  este  becbo; 
no  basta  loco  en  provecbo 
que  bá  uu  bereje  en  testigo. 

1     Historia  de  Sarabis  ó  Medina  del  CatnpOf  líb.  III^  cap.  10,  MS.  dp 
la  Real  Academia  dé  la  Historia. 


492  HISTORIA   GRtTIGA   DE   LA    LITERATURA  BSPAf^OLA. 

Tal  fué  el  celebrado  Gil  Vicente.  Ya  cediendo  eo  efecto  al  ac- 
tivo influjo  que  desde  la  época  de  Alfonso  Y  y  de  su  tio  el  infan- 
te don  Pedro  había  ejercido  en  las  regiones  occidentales  el  par- 
naso castellano,  ya  asociándose  espontáneamente  al  movimiento 
general  de  la  cultura  española,  en  que  predominaba,  según 
ampliamente  dejamos  demostrado,  el  espíritu  de  unidad  á  que 
hablan  encaminado  los  Reyes  Católicos  todas  las  fuerzas  naciona- 
les; ya,  en  fin,  porque  así  lo  exigieran  circunstancias  de  espe- 
cial actualidad,  nacidas  de  las  frecuentes  alianzas  matrimoniales, 
celebradas  entre  los  reyes  de  Portugal  y  de  Castilla,  este  ilustre 
ingenio,  que  se  habia  distinguido  por  la  sencillez,  la  gracia  y 
la  frescura  de  sus  canciones  entre  los  trovadores  portugueses, 
empleó  la  lengua  de  Mena  y  de  Santillana  en  el  cultivo  de  la 
naciente  arte  dramática,  ganando  al  par  la  estima  de  portugue- 
ses y  castellanos  ^  Intentó  con  estos  medios  proseguir  la  obra 
empezada  por  Juan  del  Enzina.  La  imitación  no  era,  sin  em- 
bargo, tan  servil  é.  inconscia,^que  no  aspirase  con  justos  títulos 


1  £1  diUgente  Ciarás,  á  quien  tanto  debe  en  Alemania  el  estudio  de  las 
letras  castellanas,  al  tratar  de  Gil  Vicente  en  su  Cuadro  de  la  literatura 
española  en  la  Edad-media,  asienta  el  peregrino  aserto  de  que  el  orgullo 
nacional  de  nuestros  escritores  les  ha  movido  á  guardar  absoluto  silencio 
sobre  los  servicios  prestados  por  aquel  poeta  al  teatro  español  (Tomo  lí,  pá- 
gina 344).  La  generalidad  de  la  acusación  parecia  eximir  á  los  españoles 
de  lodo  descargo:  por  nuestra  parte,  dado  el  plan  general  de  nuestra  j/is- 
toria  critica f  y  conocidos  el  flujo  y  reflujo  de  las  ¡deas  y  de  las  influen- 
cias que  se  cruzan,  hermanan  y  asimilan  en  la  Península  hasta  constituir 
la  gran  nacionalidad  española,  tendríamos  por  menguado  capricho  el 
ocultar  la  verdad,  despojando  á  ninguno  de  los  ingenios  que  en  la  Iberia 
florecen  de  la  gloria  legítima  por  ellos  conquistada.  Y  cuando  considera- 
mos además,  al  fijar  la  vista  en  el  desenvolvimiento  artístico  que  estudia- 
mos, que  el  ejemplo  nace  en  las  regiones  centrales  de  España,  y  que  la 
imitación  cunde  y  se  propaga  á  las  extremas;  cuando  sabemos  que  Gil 
Vicente  adopta  como  instrumento  literario  para  sus  primeras  produccio- 
nes la  lengua  de  la  España  Central,  copiando  á  las  veces  á  Juan  del  En- 
zina, según  demuestran  sus  novísimos  editores  (Hamburgo,  1834 — S),  no 
comprendemos  Q,ómo  el  orgullo  nacional  ha  podido  desechar  las  propias 
glorias,  pues  que  no  de  otro  modo  han  debido  considerarse,  y  en  tal 
concepto  los  consideramos,  los  lauros  granjeados  por  aquel  portugués 
insigne. 


Il/  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.     493 

á  la  originalidad  que  sa  ingenio  le  prometia.  Escaseaban  en  los 
ensayos  dé  Juan  del  Enzina  la  propiedad  de  los  caracteres,  la 
flexibilidad  y  soltura  en  los  movimientos  dramáticos,  el  calor  y 
colorido  en  el  lenguaje;  y  estas  dotes,  cuya  poquedad  no  era  de 
extrañar  en  quien  acometía  obra  tan  nueva  y  difícil,  brillaron  por 
ventura  en  las  producciones  de  Gil  Vicente,  constituyendo  acaso 
su  principal  mérito. 

No  es  posible  determinar  el  momento  en  que  dio  principio  á 
las  nobles  vigilias  dramáticas,  que  ilustran  su  nombre  ^  Mas 
no  cabe  duda  en  que  su  primer  ensayo,  escrito  en  castellano,  es 
el  Soliloquio  representado  en  1562  por  el  mismo  Gil  Vicente 
(circunstancia  en  que  se  hermana  desde  luego  con  Juan  del 
Enzina),  con  ocasión  del  nacimiento  del  príncipe  don  Juan,  en 
presencia  del  rey  don  Manuel,  de  la  Reina  madre,  doña  Bea- 
triz, princesa  castellana,  y  de  la  duquesa  de  Braganza,  su  hija.  £1 
éxito  de  esta  obra  movió  á  tan  ilustre  princesa  á  suplicarle  que 
escribiese  para  la  próxima  flesta  de  Navidad  un  auto  pastoril 
sobre  el  nacimiento  de  Jesús,  componiéndolo  asimismo  en  caste- 
llano; y  dado  este  impulso,  escribió  en  la  lengua  de  Juan  del  En- 
zina considerable  número  de  representaciones,  en  que  sin  apar- 
tarse de  la  pauta  que  respecto  de  los  medios  artísticos  le  babia 
ofrecido  aquel,  mostró  ya  las  principales  dotes,  que  debían  ava- 
lorar sus  producciones  durante  el  reinado  de  Carlos  I.  Las  obras 
que  pertenecen  al  período  que  ahora  historiamos,  ya  escritas  en 
castellano,  ya  en  portugués,  aventajan,  no  obstante,  á  cuantos 


1  Áan  cuando  al  tener  presente  el  prólogo  ó  prefacio  que  su  hijo  Luis 
puso  á  las  Obras  de  Derogao,  debidas  á  Gil  Vicente  (Lisboa,  1562,  folio), 
pudiera  fijarse  dicho  momento,  pues  que  expresa  que  el  Soliloquio  de  que 
á  continuación  hablamos  «fué  a  primcira  cousa  que  o  autor  fez,  é  que  em 
Portug^al  se  representou»,  todavía  creemos  que  no  se  aventurarla  aquel  in- 
genio á  ofrecer  á  sus  reyes  obra  de  tal  naturaleza,  sin  haber  antes  ensa- 
yado sus  fuerzas  en  análog^os  trabajos.  £1  docto  Francisco  Manuel  Freíg'O- 
zo,  asegura,  por  el  contrario,  en  su  Memoria  sobre  o  theatro  portu^uez, 
incluida  en  el  tomo  V  de  las  de  la  Real  Academia  de  Ciencias  de  Lisboa, 
que  no  hubo  teatro  portugués,  propiamente  dicho,  hasta  1516.  Freigozo 
prescinde  tal  vez  dr^  las  representaciones  castellanas^  de  que  á  continua- 
ción hacemos  mérito. 


494  HISTORIA   CRtTIGA   DE  LA   LITERATURA  ESPAÍ90LA. 

ensayos  s^  hicieron  &  la  sazón  con  el  propósito  de  dar  impolsociz 

al  naciente  teatro,  logrando  en  un  sentido  literario  la  seculari 

zaoion,  por  decirlo  así,  de  los  misterios  religiosos,  que  faemc 
visto  ya  «cual  mera  representación»  fuera  del  templo,  desdi 
mediados  del  siglo  XY,  en  el  alcázar  del  condestable  Iranzo; 
determinando  de  igual  suerte  las  formas  expositivas  del  drama^ 
con  cierta  independencia  de  la  antigüedad,  que  iba  &  ser  carac — 
teristica  entre  los  poetas  españoles. 

De  notar  es,  también,  sin  apartar  la  vista  de  esta  primera  épo- 
ca de  la  vida  literaria  de  Gil  Vicente,  que  desentendiéndose  del 
valor  que  durante  la  Edad-media  habian  tenido  en  los  parnasos 
meridionales,  y  principalmente  en  el  italiano  y  español,  las  vo* 
ees  comedia  y  tragedia,  y  sin  desechar  la  nueva  nomenclatura 
adoptada  en  general  por  Enzina,  emplease  aquel  ilustre  portu- 
gués en  un  sentido  y  con  un  espíritu  más  conformes  con  su  propia 
naturaleza  y  aun  con  la  doctrina  aristotélica,  las  indicadas  voces, 
exceptuando  la  de  tragicomedia,  que  liabia  tomado  ya  cierta  sig- 
nificación literaria  en  la  Historia  de  Calixto  y  Melibea  ^  Con- 
servando pues  las  denominaciones  de  égloga  y  de  «tito,  y  reci- 
biendo las  de  farsa,  comedia  y  tragicomedia,  parecía  Gil  Vi- 
cente mostrarse  por  una  parte  adicto  y  fiel  á  la  tradición, 
mientras  anunciaba  por  otra  una  nueva  vida  para  el  arte  dra- 
mática; indicación  que  tomando  creces  en  todo  el  siglo  XVI,  lle- 
gaba á  caracterizar  sobre  manera  las  producciones  más  estima- 
das del  gran  Lope.  Ni  debe  tampoco  olvidarse  al  fijar  la  conside- 
ración en  las  ideas  y  sentimientos  que  dan  vida  á  estos  preciosos 
ensayos,  que  germinan  en  ellos,  no  desprovistos  de  vitalidad  y 
fuerza,  los  mismos  caracteres  que  iban  á  brillar  intrínsecamente 
en  las  más  granadas  creaciones  del  teatro  nacional:  aquella 
energía  del  sentimiento  religioso,  aquella  vivacidad  de  la  pasión 
erótica,  aquella  movilidad  de  la  intriga  y  de  las  situaciones  dra- 
máticas, que  tanto  iban  á  resplandecer  en  las  comedias  y  tragi- 
comedias de  Lope  y  sus  discípulos,  muéstranse  ya  con  cierta 
determinación  y  viveza,  dando  segura  esperanza  de  que  no  po- 
dían ser  estériles  tan  meritorios  esfuerzos.  Tal  es  en  efecto  la 

1     Cap.  XXI  del  presente  volumen,  pág^.  397. 


II  /  P.y  CAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  GARLOS  I.     495 

ñaiusa  que  nos  miaistra  el  estudio  de  los  cinco  autos  relígio- 
^^^^-*pastoríIes,  escritos  después  del  Soliloquio  representado  en 
¡^^^2,  las  comedias  El  Viudo  y  Rubena  y  la  tragicomedia  La 

de  amores)  enseñanza  que  vemos  plenamente  confirmada  en 
obras  que  pertenecen  á  la  segunda  y  más  determinada  épo- 


^  de  este  ingenio,  no  sin  que  descubramos  en  estas  últimas 
^^odocoiones  la  influencia  del  mundo  caballeresco,  que  tan  de- 
cisiva y  general  se  babia  hecho  en  las  esferas  populares,  com* 
T^artiendo  la  dominación  del  espíritu  del  poeta  con  las  influencias 
Clásicas  * . 

Mientras  de  esta  manera  segundaba  Gil  Vicente  los  loables 
esfuerzos  de  Juan  del  Enzina,  preparando  mayores  triunfos  al 
arte  dramática,  no  dejaban  de  repetirse  las  imitaciones,  ora  en 
el  suelo  de  la  Península,  ora  en  los  estados,  que  las  armas  es- 
pañolas hablan  sometido  al  imperio  de  Castilla.  Con  el  nombre 
de  Égloga  de  Toríno,  en  que  se  manifestaba  deliberado  pro- 
pósito de  seguir  las  huellas  de  Enzina,  ejecutábase  por  los  años 
1508  á  1512  en  la  ciudad  de  Ñapóles  una  representación  alegó- 
rica, donde  bajo  la  figura  de  pastores,  se  reproducían  las  empre- 
sas amorosas  de  los  caballeros  Flamiano,  Guillardo  y  Carliner, 
que  habían  dado  ya  en  parte  motivo  á  la  Qüestion  de  Amor ^ohr^ 
antes  examinada  ^.  Casi  al  mismo  tiempo  salía  á  luz,  bajo  el  ti- 


1  Esta  doble  influencia  se  refleja  principalmente  en  el  Templo  d'Apoüo, 
las  Cortes  de  Júpiter  y  La  nao  de  Ámore$,  así  como  en  el  Ámadis  de 
Gaula  y  en  el  Don  Duardoi,  obras  todas  desig^nadas  en  el  catálogo  de  las 
de  Gil  Vicente  con  el  título  de  tragicomedias»  En  cuanto  al  orden  cronoló* 
gico  de  las  producciones  de  este  ing-enlo,  aun  cuando  existen  algunas  fe- 
chas determinadas  después  del  año  1516,  no  ha  sido  posible  establecerlo, 
viéndose  forzados  los  más  respetables  escritores  á  seguir  la  clasificación 
hecha  por  su  hijo  Luis  en  la  edición  de  sus  obras  arriba  citada.  A  ella  pues 
remitimos  á  nuestros  lectores. 

2  Véase  el  capítulo  anterior,  págs.  395  y  396.  La  Égloga  de  Torino 
fué  incluida  por  Moratin  en  los  documentos  literarios,  que  sirven  de  apén- 
dice á  sus  Orígenes  del  teatro  español,  y  tenida  en  cuenta  por  Lista  en  sus 
Lecciones  de  literatura  dramática.  La  Égloga  participa  de  las  virtudes  li- 
terarias, que  hemos  reconocido  en  la  Qüestion  de  Amor,  moviéndose  el 
diálogo  con  cierta  prracia  y  soltura,  á  pesar  de  hallarse  escrito  en  metro  de 
arte  mayor,  más  propio  y  ejercitado  en  la  poesía  narrativa. 


496  HISTORIA  CRITICA    DE   LA   LITERATURA  BSPAfiOLA. 

tulo  de  Farsas  y  Églogas  al  modo  y  estilo  pastoril  y  casteT^i^d 
no^  una  colección  de  obras  dramáitícás,  formada  de  seis  com  p€7" 
siciones,  más  especialmente  designadas  con  los  epígrafes  -  de 
égloga,  farsa,  auto  y  representación,  y  debida  al  salmant/i?^ 
Lúeas  Fernandez:  como  discípulo  de  Juan  del  Enzina,  &  quien 
sii^  duda  conoció  antes  de  su  partida  á  Roma,  siguió  sus  hue- 
llas, no  sólo  en  la  manera  de  dispuner  y  ejecutar  sus  dramas, 
sino  que  trató  en  ellos  el  itiismo  linaje  de  asuntos,  constitu- 
yendo dos  diferentes  grupos,  donde  brilla  por  una  parte  el 
sentimiento  religioso  y  domina  por  otra  el  espíritu  novelesco, 
animando  no  pocas  escenas  sazonados  chistes  y  descalcando  en 
otras  el  azote  de  la  sátira  contra  la  hipocresía  ^  Al  Gran  Capi- 
tán, que  habia  ilustrado  su  nombre,  no  sólo  con  la  gloria  de 
las  armas,  sino  también  con  el  galardón  de  protector  de  las  le- 
tras, dedicaba  Diego  de  Ávila  su  aplaudida  Égloga  ynterlocuto- 
ria,  graciosa,  nuevamente  trovada)  el  bachiller  de  la  Pradilla, 
Fernán  López  de  Yanguas,  catedrático  de  Santo  Domingo  de 
la  Calzada,  hacia  representar  en  Yaltadolid  durante  los  últimos 
dias  de  1517  la  Égloga  Real,  que  era  recibida  con  no  menor 
aplauso,  y  poco  adelante  sacaba  á  luz  y  dedicaba  á  doña  Juana 
de  Zúñiga,  condesa  de  Aguijar,  la  peregrina  Farsa  del  mun- 
do *;  y  ya  ciñéndose  á  los  asuntos  pastoriles,  directos  ó  alegó- 


1  La  colección  referida  fué] impresa  en  Salamanca,  año  de  1514,  por 
Lorenzo  de  Lion  Dedel,  folio  gótico.  El  entendido  Yon  Schack  atribuye  ala 
indicada  sátira  contra  los  hipócritas,  que  no  dcbian  escasear  en  tiempo  del 
bachiller  Lúeas  Fernandez,  el  anatema  que  lanzó  el  Santo  Oficio  contra  sus 
obras,  prohibiéndolas  é  inutilizando  la  mayor  parte  de  los  ejemplares,  por 
lo  cual  es  tan  rara  la  citada  edición  entre  los  eruditos.  El  famoso  bibliófilo 
don  Bartolomé  J.  Gallardo  dio  á  conocer  algunas  de  las  más  notables  de 
estas  farsas  ó  églogas,  siendo  sensible  para  los  eruditos  el  que  no   las  re- 

'  produjese  por  completo. 

2  La  Égloga  ynterlocutoriat  en  que  figuran  hasta  nueve  personajes 
(Hontoya,  Tenorio,  Alonso  Benito,  Alonso  Gaytero,  Torlbuelo,  Crego,  Sa- 
cristán, Teresa  Turpina  y  Gonzalo  Ramón),  fué  impresa  en  Alcalá  y  debió 
escribirse  con  anterioridad  al  año  de  1515,  en  que  falleció  el  Grao  Capitán. 
Respecto  de  la^  Égloga  Real,  compuesta  con  ocasión  de  la  venida  á  España 
de  Carlos  I,  aunque  no  se  determinan  en  la  edición  que  ha  llegado  á  nues- 
tros dias,  el  lugar  ni  el  año,  y  sólo  se  intitula  al  bachiller  de  la  PradilU, 


:il/  P.y  GAP.  XXII.  LA  POES.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.   497 

^ioos,  ya  refiriéndose  á  los  religiosos  y  morales^  ya  á  los  de 
^xxtriga  y  novelescos ,  aparecieron  en  la  república  literaria  duran- 
^  los  primeros  años  del  siglo  XYI  muchos  y  muy  estimables 
ensayos  dramáticos,  que  poniendo  de  manifiesto  la  actividad  del 
ingenio  español,  despertada  en  aquel  sentido,  descubrían  al  par 
los  diferentes  elementos  literarios,  que  pugnaban  por  levantarse 
con  el  imperio  del  naciente  teatro.  No  seria  difícil,  en  verdad, 
comparando  y  clasificando  todas  estas  producciones,  el  señalar 
el  lugar  que  cada  cual  ocupa  en  la  cronología  dramática,  siendo 
para  nosotros  más  que  probable  que  muchas  de  ellas  pertene- 
cen al  período  que  termina  con  el  reinado  de  los  Reyes  Católi- 
cos, en  cuyo  caso  pueden  suponerse  la  mayor  parte  de  las  que 
llevan  titulo  de  Églogas  por  equivalencia  ó  en  sustitución  del 
nombre  de  Farsa^  que  se  generalizaba  al  mismo  tiempo,  abra- 
zando al  par  las  representaciones  de  asuntos  religiosos  y  profa- 
nos, ora  apareciesen  bajo  formas  directas,  ora  bajo  formas  mo- 
rales alegóricas  ^. 


no  hemos  vacilado  en  adjudicarla  á  Hernán  López  de  Yanguas,  autor  de  los 
Dichos  ó  sentencias  de  los  siete  sabios  de  Grecia  y  otras  obras  no  menos 
aplaudidas;  porque  constándonos  que  era  bachiller  y  catedrático  de  latini- 
dad, hallamos  en  el  epígrafe  de  la  Farsa  del  mundo  y  moral ^  impresa 
en  1551,  la  declaración  de  que  era  esta  debida  al  autor  de  la  Beal,  que  es 
(dice)  Fernán  López  de  Yanguas.  Mencionando  el  docto  Wolf  la  Égloga 
del  mundo,  atribuye  también  con  cierta  verosimilitud  otra  égloga  ale- 
górica, guardada  en  la  Biblioteca  Imperial  de  Viena,  al  mismo  Yan- 
gaas  (Estudio  sobre  la  danza  de  la  muerte,  pág.  14,  núm.  Xi).  La  re- 
presentación á  que  Wolf  se  refiere,  lleva  por  título:  Égloga  nuevamen" 
te  trovada  por  Hernando  de  Yanguas  en  loor  de  ia  Natividad  de  Nues^ 
tro  Señor. 

1  En  corroboración  de  lo  expuesto,  citaremos  algunas  de  las  églo- 
gas ó  farsas,  impresas  en  la  primera  mitad  del  siglo  XVI,  las  cua- 
les por  sus  fundamentales  caracteres,  deben  en  nuestro  concepto  consi- 
derarse como  imitaciones  más  ó  menos  mediatas  de  Juan  del  Enzina  y 
Gil  Vicente:  1/  Égloga  (2,^  edición.  Farsa),  nuevamente  compuesta  por 
Juan  de  Paris,  en  la  cual  se  introducen  cinco  personas,  un  escudero  lla- 
mado Estasio,  y  un  hermilaño  y  una  moza  y  un  diablo  y  dos  pastores, 
el  uno  llamado  Vicente  y  el  otro  Crcmon.— 2.*  Farsa  á  honor  y  revé- 
renda  del  glorioso  nacimiento  de  nuestro redemptor  Jesu  Christo  y  déla 
Virgen  gloriosa  madre  suya,  por  Pero  Lopes  Rangel.  3.*  Égloga  pastoril. 

Tomo  vn.  32 


498  HISTORIA  CHUICA   ÍB   LA   LITERATORA   BSPAftOLA. 

Eoire  estas  prodaccioae»  no  debe  oiYidarsv  por  cierto  la  ^ae 
pareoía  destinada  &  rebabililar  la  patética  tradición  de  la  PíM' 
%a  de  la  Muerte^  taa  popular  durante  la  Edad^media^  tradicioa 
(|ae  se  refrescaba  al  mismo  tiempo  en  las  esferas  eruditas  ^. 

No  de  otra  suerte,  partiendo  de  variados  y  múltiples  orfg^ 
nes^  lograba  plaza  entre  las  costumbres  de  la  sociedad  española 
la  manifestación  ya  artística  del  teatro,  bien  que  no  fijadas  to- 
davía sus  leyes  fundamentales,  ni  bailado  tampoco,  aunque  en 
algún  modo  presentido,  el  tipo  y  modelo,  á  que  debieran  ajus- 
tarse, al  concebir  sus  creaciones,  los  numerosos  ingenios  que  en 
su  cultivo  se  ensayaban.  Contribuían  á  este  dudoso  efecto,  en 
que,  si  brillaba  el  anhelo  del  acierto,  no  resplandecía  aquel  es- 
pirita de  anidad,  que  debia  alentar  todos  los  esfuerzos  para  con- 
dooírlos  á  un  fin  común,  encontradas  influencias,  llamadas  á 
luobar  largo  tiempo  con  varia  fortuna,  sin  lograr  completo  y 
decisivo  triunfo.  La  literatura  nacional  se  había  desarrollado 
desde  los  primeros  dias  de  su  existencia  en  dos  diferentes  es- 
feras, dividiéndose  el  dominio  de  la  inteligencia  entre  populares 
y  eruditos:  dominados  estos  por  la  gloria  de  la  antigüedad 


nuevamente  eampuesta^  en  la  qual  ae  introducen  cinco  peutoret  (y  d  uno 
e»  encantador)  y  el  vicario  del  lugar. — 4/  Égloga  nueva,  ea  la  qual  se 
iotrodaceo:  una  paeíora,  un  santero,  un  mdcochero,  un  frayle,  y  dos 
fostores. — 5.^  Égloga  llamada  Salamantina,  nuevamente  compuesta  par 
Bartolomé  Palau,  estudiante  de  BurnagiUna. — 6.*  Farsa  que  iuMa 
en  loor  del  nacimiento  de  nuestro  señor  Jesu  Christo,  por  Fernando 
DioM,  ek.  Omitímos  la  relación  de  los  autos,  comedias,  tragedias  y  tragi" 
eomedias,  que  á  !a  referida  edad  pertenecen  y  determinan  el  miamo  movi- 
miento dramático,  porque  ni  hacemos  catalogó  de  estas  obras  ni  fuera  eate 
el  propio  lugar  de  realiiarlo.  No  creemos,  sin  embargo,  impertinente  ade- 
lanlftr  la  indicación  de  que  en  este  desarrollo  figuraú,  al  lado  de  los  ya  ci- 
ladot  ingenios,  un  Pedro  de  Altamira  {Auto  de  Emaus);  un  Esteban  Marti- 
■es  de  Castromocho  {Auto  de  San  Jtian);  un  Juan  Pastor  {Auto  del  iiaet- 
«liento  de  Jesucristo);  un  Miguel  de  Carvajal  {Tragedia  Josephina),  y  ub 
Ansias  Izquierdo  Zebrero  {Pasos  muy  devotos  y  contemplativas),  etc.,  oo 
faltando  composiciones  anónimas  de  igual  corte  y  carácter,  tales  eomo  la 
Tra(^oomedia  alegórica  del  paraíso  y  del  infierno  y  otras  que  recoerdae 
Ift  influencia  ejercida  en  la  literatura  española  por  la  Divina  Cümmediú 
i    Véase  U  ñustraoion  1  de  este  volumen. 


n/  P.y  CAP.  XXII.  LA  P0E3.  POP.  HASTA  EL  R.  DE  CARLOS  I.    499 

cl&sica,  habían  recibido,  cual  saben  ya  nuestros  lectores,  el  in- 
contrastable influjo  del  Renacimiento,  perdiendo  en  trueque  de 
bellezas  puramente  formales,  y  nacidas  al  calor  de  otras  civili- 
zaciones, el  sello  característico  de  su  originalidad:  enriquecidos 
los  populares  con  nuevos  tesoros,  en  que  brillaban  al  par  las 

tradiciones  heroicas  y  caballerescas,  acariciadas  por  la  muche- 

• 

dumbre,  y  donde  se  habian  refundido  todos  los  elementos  de 
vida  por  largos  siglos  elaborados  en  el  seno  de  la  sociedad  es- 
pañola, aspiraban  &  conservar  incólume  la  herencia  de  sus  ma- 
yores, más  apegados  &  lo  genial  y  propio  de  su  cultura,  que  in- 
dinados &  recibir  como  buenas  extrañas  conquistas,  cualesquie- 
ra que  fuesen  su  esplendor  y  riqueza.  ¿Á  cuál  de  estas  dos 
influencias  estaba  reservada  la  gloria  de  coronar  la  obra  acometi- 
da por  Juan  del  Enzina,  creando  el  verdadero  teatro  nacional? 
La  erudita  habia  apelado  principalmente  á  las  tradiciones  de  Sé- 
neca y  de  los  clásicos,  debiendo  insistir  en  sus  imitaciones  du- 
rante una  gran  parte  del  siglo  XVI;  la  popular  se  fortalecia  y 
arraigaba  en  las  creencias,  en  las  costumbres  y  en  las  tradicio- 
nes universales.  El  triunfo  parecia  pues  seguro.  El  anhelo 
de  los  eruditos,  autorizados  con  el  nombre  y  prestigio  de  la  an- 
tigüedad, lo  retardó,  sin  embargo,  habiéndose  menester  las 
fuerzas  superiores  de  un  genio  que,  infundiéndoles  su  aliento, 
redujese  á  un  centro  de  unidad  los  esparcidos  tesoros  de  la  vi- 
da poética  nacional,  levantando  el  colosal  é  imperecedero  edificio 
que  constituye  la  más  alta  gloria  de  las  letras  patrias.  Tal  fué 
la  obra  que  la  Providencia  reservaba  al  gran  Lope  de  Vega. 

Pero  este  importante  estudio  materia  es  propia  de  la  IIL^  Par- 
te de  esta  nuestra  Historia  critica,  siendo  ya  tiempo  de  poner 
término  á  los  estudios  que  abraza  esta  II. '^ 


ILUSTRACIONES. 


L 


SOBRE  LA  TRADICIÓN  POÉTICA  DE  LA  DANZA  DE  LA  MUERTE 

BASTA   PRUiaPIOS    DEL  SIGLO  XVI. 


Advertimos  ya  en  el  capitulo  XXII  del  primer  Subcido  de  es- 
ta 11/  Parte  la  peregrina  influencia,  que  ejerce  en  la  literatura 
de  Europa  durante  la  Edad-media  la  concepción  y  representa- 
ción de  la  Danza  de  la  Muerte^  uno  de  los  manantiales  más  pu- 
ros de  donde  mana  y  se  difunde  la  forma  alegórica  en  las  re- 
giones de  la  poesía  y  del  arte.  Generalizada  en  el  siglo  XIY,  y 
no  extraña  por  ventura  al  sentimiento  producido  en  las  naciones 
meridionales  por  el  espectáculo  de  aquellas  epidemias  desolado- 
ras, que  asi  arrebatan  la  vida  &  ilustres  reyes  y  caudillos,  como 
ofrecen  materia  de  interesantes  episodios  &  inspirados  poetas 
italianos,  su  asunto  fué  más  6  menos  popular  en  todas  ellas, 
merced  á  la  vivacidad  del  sentimiento  religioso,  siendo  de  las 
primeras  en  acogerla,  si  no  le  es  debida  la  primitiva  concep- 
ción original,  la  que  contaba  entre  sus  timbres  literarios  ma- 
nifestaciones tan  devotas  é  importantes  como  los  poemas  de 
los  Santos  Reyes  y  de  Santa  María  Egipciaca^  las  compo- 
siciones de  Berceo  y  las  Cantigas  del  Rey  Sabio.  Ni  pudiera 
imaginarse  por  tanto  que  semejante  tradición,  arraigada  vigoro- 


502  HISTORIA    CRITICA    DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

sámente  en  nuestro  suelo,  según  muestra  la  Danza,  estadíada 
en  su  lugar,  dejara  de  tener  imitaciones  felicísimas,  dado  el  ar* 
dor  con  que  el  pueblo  y  el  sentimiento  poético  se  apoderan  de 
ciertas  ideas,  fenómeno  que  fiemos  tenido  ocasión  de  comprobar 
repetidas  veces.  Reprodujese  en  efecto,  el  anhelo  de  glosarla  7 
ampliarla,  perdiendo  sin  duda  algún  tanto  de  la  frescura  y  fuer- 
za inventiva,  &  medida  que  se  apartaba  de  su  origen;  pero  no 
sin  cobrar  al  propio  tiempo  cierto  colorido  histórico,  seguro  tes- 
timonio de  la  transformación  que  se  iba  realizando  en  las  ideas 
y  en  las  formas  literarias. 

Llama  la  atención  con  justicia  en  este  linaje  de  reproducciones 
la  manera  de  ser  tratado  dicho  asunto  ya  á  flnes  del  siglo  XY  por 
los  escritores  de  la  España  Oriental,  más  de  cerca  accesible  á  la 
influencia  extranjera,  no  menos  que  la  modificación  gradual,  ope- 
rada al  propio  tiempo  en  las  regiones  centrales,  en  armonía  con  el 
desenvolvimiento  literario.  Refiriéndose  la  m&s  antigua  Danza 
de  la  Muerte  que  existe  en  lengua  catalana,  á  otra  francesa, 
compuesta  por  Juan  Climachus  ó  Climages,  á  pregaries  de  al- 
guns  devots  religioses  francesas  ',  de  la  cual  es  simple  versión, 
dio  lugar  al  traductor,  que  lo  fué  Pedro  Miguel  Carbonell,  para 
que  compusiera  una  obra  separada,  con  el  mismo  titulo  ^,  no  sin 


1  Comienza  la  expresada  danza,  asemejándose  en  esto  á  la  prímitiva 
española,  con  un  razonamiento,  dirigido  por  el  autor  (Lo  Mestrc)  á  los  mor- 
tales, del  siguiente  modo: 

O  creatura  rahonable, 
qoi  desiges  Yida  terrenal» 
tu  as  a^i  regla  notable 
per  beo  finir  vida  mortal,  etc. 

y  termina  con  cuatro  versos  latinos  en  esta  forma: 

Discite  yes  choream  cunctique  cernltts  istaro 
Quantum  prosint  honor,  gaudia,  dlfltiae. 
Tales  scltis  enim  matura  morte  finlrl, 
Quales  In  erfigie  matura  turba  vocat. 

¿Podrian  acaso  referirse  estos  versos  originariamente  á  la  representación 
de  esta  danza,  ó  los  añadió  Carbonell  al  hacer  la  traducción  catalana? 

2  En  el  manuscrito  que  tenemos  á  la  vista  hállase  este  consignado  en 
lengua  latina  con  las  siguientes  palabras:  aPetri  Michaelis  Carbonell  i  scribae, 
et  archievarii  Begii  Carmina  in  tetrae  mortis  horrendam  choream  diebua  fe*- 


Il/  PARTE,   ILUSIRAGIONBS.  503 

4X>lor  de  coatínuaoioni  de  la  misma;  pues  que  sólo  itttrodnce  en  la 
expoeick»  original  catalana  personajes  de  la  real  oasa,  cuyos  ofl*^ 
iáoB  fiíltabao  en  la  francesa  ^ .  Considerada  la  extensión  de  ambas 
Jfamms  de  la  Muerte^  que  es  de  setenta  y  cuatro  estrofas  en 
la  traducción  y  de  cuarenta  y  tres  en  la  adición  de  €arboneIl, 
aparece  muy  notable  la  diferencia  que  existe  ya  entre  estas  y 
la  primitiva,  cuyo  número  es  sólo  el  de  setenta  y  nueve:  aven- 
taja sin  embargo  á  las  tres  en  este  concepto,  denotando  el  pro- 
greso de  la  idea  que  le  da  vida,  una  Danza  de  la  Muerte^  im- 
presa en  Sevilla  &  20  de  Enero  de  1520  por  Juan  Yalera  de  Sa- 
lamanca, obra  de  gran  rareza  entre  los  eruditos  ^,  por  lo  cual 


tu  Jetu  Chrísti  maximi  natalitiis  anni  salutis  M.CCCCXCVII,  dum  vulgus 
incertum  ludis  taxillariis  vacaret  composita  feliciter  incipiunt».  Después  de 
la  estrofa  primera,  escrita  en  versos  de  arte  mayor,  se^n  vieron  ya  núes* 
Iros  lectores  (Tomo  IV,  pág.  497),  y  reducida  á  manifestar  las  causas  que 
le  mueven  á  emprender  su  obra,  comenzaba  Carbonell,  en  versos  iguales  á 
los  de  la  danza  francesa,  la  prosecución  ó  adición  de  la  misma,  llamando 
al  lugarteniente  ó  virey  en  la  siguiente  forma: 

Seoyor  general  Loctinent 
de  la  gran  Real  Maiestat, 
posan  t  a  part  lo  reglment 
é  daqaesl  mond  la  Tanitat,  etc« 

j  termina  después  de  la  respuesta  del  pendolista  Nadal,  amanuense  de  quien 
Carbonell  se  vale,  del  siguiente  modor 

Lo  que  lo  e  a^i  dictat 

DO  li  reí  sn  menys  preu  da  nea, 

ni  per  90  DO  enarrat 

estic  á  tot  lo  yoler  seu. 

1  Demás  de  la  Muerte  (la  Mort)  intervienen  en  el  mencionado  suple- 
mento: lo  Visrey  ó  Loctinent  general,  lo  (^nceller^  lo  VicicaRceller^  lo  Re- 
gent  de  la  (Cancillería,  lo  Mestre  rational  é  seu  Loctinent  lo  Thesorer,  Loc- 
tinent é  Regent  de  la  Thesorería,  Lescrivá  de  ratio  é  seu  Loctinent,  lo  Pro- 
tonotari  é  seu  Loctinent,  lo  Archiver,  los  Secretaris,  lo  (>oper,  los  Escrivans 
de  manaments  é  de  registre,  los  Curiáis,  lo  Porlant  pebrada  é  cabellera , 
los  Capellans  é  Scholans,  L'orbo  ó  Cegó,  lo  Apothecari,  lo  Mestre  de  seho- 
lans,  los  Juristes,  Advocats  é  Jutges,  lo  Cirial  legoter,  lo  Jove  é  lo  Vell, 
lo  Menestral,  lo  Mestre  chirurgiá,  lo  Bastaix,  y  finalmente  el  citado  (Gaspar 
Nadal,  aumentando  con  hasta  treinta  y  cuatro  personajes  el  número  de 
treinta  y  siete  de  que  constaba  la  francesa. 

2  Esta  obra  ha  sido  desconocida  por  cuantos  nos  han  precedido  en  «1 


50i  HISTORIA  CRÍTICA    DE   LA   LITERATURA  ESPAÜOLA. 

hemos  juzgado  oportuno  reproducirla  en  la  Ilustración  presente. 
Consta  de  ciento  treinta  y  seis  estrofas ,  y  en  las  ochenta  y  seis 
primeras  repite  con  escasas  variantes,  y  estas  las  más  en  la  for- 
ma de  la  dicción,  el  texto  de  la  antigua  danza,  si  bien  al  princi- 
pio se  rinde  homenage  al  arte  dantesco  en  una  introducción  ale- 
górica. Demás  de  estas  diferencias  omite  dos  estrofas  de  las  tres 
que  dice  el  Predicador  en  la  primitiva,  poniendo  la  ultima  en 
boca  de  la  Muerte,  mientras  en  la  presentación  de  las  Doncellas, 
reducida  en  aquella  á  tres  coplas,  añade  cinco,  describiendo  la 
variedad  de  los  afeites  y  atavíos  empleados  por  las  mujeres,  no 
sin  recordar  los  punzantes  rasgos  del  Libro  de  la  Reprobación 
del  amor  mundano^  debido  al  archipreste  Alonso  Martínez,  y  el 
acto  primero  de  la  tragicomedia  de  Calixto  y  Melibea.  Obra  más 
comprensiva  que  las  anteriores,  como  que  se  bosquejan  en  ella  los 
caracteres  de  nuevas  clases  sociales  i,  extrañas  todavía  (á  ex- 
cepción de  dos  tan  solamente)  á  la  danza  francesa  y  á  la  de  Car- 
bonell,  recibiendo  con  mayor  intención  el  elemento  cómico  de 
todas  las  profesiones  é  industrias,  acaudala  con  nuevos  porme- 
nores dramáticos  la  manifestación  primitiva  de  aquel  auto,  cuya 
representación,  andando  el  tiempo,  debia  ser  descrita  con  tanta 
puntualidad  por  el  festivo  ingenio  de  Cervantes.  Fija  el  mo- 

estudio  de  la  Danza  de  la  Muerte t  como  ya  se  advirtió  en  otro  lugar:  excitó 
nuestra  curiosidad  respecto  de  la  misma,  há  ya  algunos  años,  la  cita  de  dos 
versos  de  la  Muerte  al  ZurgianOj  hecha  por  don  Faustino  Aré  valo  en  su  re- 
nombrada obra  Hymnodia  Hispánica  {pi^,  321),  refiriéndose  á  una  obra  im- 
presa, que  existia  en  la  biblioteca  del  Vaticano.  Aunque  ajenos  de  concederle 
en  aquel  tiempo  la  importancia  que  después  le  reconocimos,  antes  bien  ima- 
ginando que  seria  simplemente  la  impresión  de  la  atribuida  al  rabí  don  Sem 
Tob,  dimos  sin  embargo  comisión  en  Roma  á  varios  de  nuestros  amigos, 
para  que  nos  proporcionasen  copia  fidedigna;  pero  todos  nuestros  esfuerzos 
hubieran  sido  ineficaces  sin  la  perseverancia  y  solicitud  del  ilustrado  pintor 
don  Isidoro  Lozano,  quien  tomando  sobre  sí  el  encargo  hallóla  al  cabo  en 
la  biblioteca  de  la  Sapienza,  sacando  de  su  propia  mano  la  exacta  copia 
que  nos  ha  sugerido  las  observaciones  expuestas. 

1     Tales  son  el  juez,  el  escribano,  el  procurador,  el  cambiador,  el  plate- 
ro, el  boticario,  el  sastre,  el  marinero,  el  tabernero,  el  mesonero,  el  zapa- 
tero, el  borceguinero,  el  tamborino,  el  atahonero,  el  ciego,  la  panadera,  le- 
rosquillera,  el  melcochcro,  el  bordonero,  el  corredor,  el  especiero,  el  car- 
nicero y  la  pescadera. 


II.*   PARTE,    ILUSTRACIONES.  505 

meato  que  ocupa  esta  Danza  de  la  Muerte  en  dicha  manera  de 
transicioD,  la  presencia  de  caracteres  cómicos,  ya  más  deter- 
minados en  un  auto  sacramental,  en  otro  lugar  mencionado  é 
impreso  en  1551  con  este  titulo:  Farsa  llamada  Dan¿a  de  la 
Muerte^  hecha  por  Juan  de  Pedrasa^  tundidor  y  vecino  de  Se- 
jfoe^ía.  Demás  de  ofrecer  en  ella  los  antiguos  personajes  de  la 
Muerte,  el  Papa,  el  Rey  y  la  Doncella  (Dama)  un  carácter  pró- 
ximo á  la  caricatura,  introdúcese  en  la  misma  una  ñgiira  emi- 
nentemente cómica,  así  por  la  verdad  de  su  colorido  como  por  la 
tradición  literaria,  en  el  Pastor  que  dice  el  villancico  del  introito 
y  se  apresta  á  luchar  cuerpo  á  cuerpo  con  la  Muerte;  sostenien- 
do el  interés  dramático  en  el  terreno  de  lo  serio  las  ñguras  ale- 
góricas de  la  Razón,  la  Ira  y  el  Entendimiento]  muestra  in- 
equívoca del  favor  que  lograba  en  este  linaje  de  composiciones 
la  escuela  dantesca  en  la  forma  y  manifestación  nacional,  á  que 
la  habiau  elevado  Santillana  y  Juan  de  Mena,  y  posteriormente 
Diego  Guillen  de  Ávila  y  el  cartujano  Juan  de  Padilla. 

En  la  imposibilidad  de  ofrecer  á  nuestros  lectores  el  texto  ín- 
tegro de  esta  última  obra,  que  por  otra  parte  pueden  examinar 
en  las  reimpresiones,  que  acompañan  al  estudio  de  don  Fernando 
de  Wolf  sobre  la  misma  y  á  la  traducción  castellana  de  este  tra- 
bajo ^;  como  quiera  que  no  la  conceptuamos  ajena  al  periodo  com- 
prendido en  este  volumen,  y  sus  formas  se  refieren  realmente  á 
la  escuela  poética  vencida  por  Garcilaso  y  sus  imitadores,  pon- 
dremos para  ejemplo  algunos  pasajes,  tomados  de  los  diálogos 
de  la  Muerte  con  la  Dama  y  con  el  Pastor,  quien  hace  veces  de 
gracioso. 

Dama.     De  gracias  dotada  ¿quién  tal  como  yo? 

En  toda  hermosura  ¿quién  tanto  perfeta? 
Dispuesta,  galana,  no  menos  discreta, 
¿en  quién  la  natura  así  se  revio? 
¿qué  fama  de  hermosa  tan  alto  bolo, 
según  que  contemplo,  por  más  que  bolasse, 
que  á  ser  de  la  mia  ygual  alcan^sse? 
¿ni  quién  tan  servida  de  grandes  se  vio? 

1  Colección  de  documentos  inéditos.  La  indicada  traducción  fue  hecha 
por  nuestro  ami^o  y  comprofesor  don  Julián  Sanz  del  Rio. 


306        HisTcmu  GUncA  k  u  unfeATOu  estaJIola^ 


herídot  de  nuuio  del  alto  Cii{»do, 
OOD  nn  dengnid  ddor  muy  erescido 
á  mf  muy  sugetos  por  eso»  de  amoreB! 
McnTE.  ;Eo  qaánU  jactancia  de  Taoos  dnl^ora 
jacet,  lieroMiea,  de  mi  traaoordada! 
que  Tengo  por  priesea  por  tí,  que  ciada 
estás  OOD  el  mundo,  oompaesto  de  herrores. 

Dama.     ¡Oh  válame  Dios!  ¡y  qué  sobieTÍenta 

que  siento  al  presente  y  qnán  gran  torbaeion! 
Pues  Teo  delante  tan  triste  visioD, 
en  nada  apazible»  segon  que  lampnta. 
Dolor  ezcesivo  me  a  dado,  qne  sienta, 
para  la  yida  privar  muy  bastante. 
Suplicóte,  Muerte,  que  passes  delante, 
no  cures  hacer  de  mi  tanta  cuenta. 

Usa  de  ser  muy  bien  comedida 
conmigo,  que  peno  en  ver  tu  crueza; 
mira  que  en  dama  de  tanta  belleza, 
razón  no  consiente  que  falte  la  vida. 
MccRTE.  Por  más  que  seáis  galana  y  polida, 
conmigo,  do  cuenta  dareys  sin  herrar, 
yreys  brevemente  sin  más  dilatar. 
¡Sus,  vamos!  pues  veys  que  estoy  de  partida. 

{Vánse.) 

Muerte.  iMirando  ai  Pastor  dormido,) 

Bien  piensa  el  villano,  que  tiene  algún  muro 
que  sea  bastante  á  mi  resistencia, 
T  ¡cómo  pone  en  dormir  gran  emencia 
el  bruto  salvaje,  villano  maduro! 

¡Recuerda  y  levanta  del  sueño.  Pastor, 
cata  que  el  mundo  te  tiene  vencido. 
Levanta  del  sueño,  y  torna  en  sentido, 
qu'estás  muy  tendido,  durmiendo  á  sabor! 
¡Maldita  la  cosa  le  aqueza  temor, 
ni  acuerdo  ninguno  que  tenga  de  mi! 
¡Levanta,  zagal!  que  vengo  por  ti, 
que  assi  me  es  mandado  de  alto  señor. 

Pastor.  ¿Quién  es  el  que  llama,  que  tanto  temor 


II.*  PARTE  y   ILUSTRAGI0NIS«  507 

me  ha  pueeto  eon  tos  tan  tríate,  espantosa? 
Muerte.  Hermano,  la  Muerte,  que  nunca  reposa, 

haciendo  al  más  grande  jgual  al  menor. 

Yo  hago  qu'el  papa,  el  rey,  el  señor 

vengan  á  ser  jguales  á  ti. 
Pastor.  ¡En  algo  entiendas!  Echaos  y  dormí 

debazo  esa  peña,  j  seraos  mejor. 

Muerte.  No  son  essas  cosas,  hermano,  á  mi  dadas, 

que  nunca  las  uve  jamás  menester, 

ni  hace  á  mi  caso  dormir  ni  comer, 

sino  andar  con  los  bivos  contino  á  porradas. 
Pastor.  Pues  ¿cómo  y  teniendo  tan  ruines  quizadas 

salís  de  contino,  dezf,  vitoríosa? 
Muerte.  Si,  porque  biva  en  el  mundo  no  hay  cosa, 

ni  cosas  que  á  mi  no  sean  sojuzgadas. 

Por  tanto  no  pienses.  Pastor,  escapar 
de  mi  general  7  fuerte  combate: 
mas  tien  por  muj  cierto,  que  te  he  de  dar  mate 
7  en  esta  mi  forma  7  manera  tomar. 
Pastor.  ¡Par  diobre!  que  tengo  con  vos  de  luchar. 
Saco,  no  valgan  ¡mira!  zancadillas, 
que  quiero  mu7  sanas  tener  las  costillas, 
7  gana  no  tengo  ¡par  Dios!  de  finar. 


El  texto  de  la  impresa  en  1520  es  como  sigue: 
LA  DANQA  DE  LA  MUERTE. 

I.      To  estando  triste  é  mu7  fatigado 
con  un  pensamiento,  que  siempre  tenia, 
el  cual  me  tra7a  tanto  atormentado 
que  nunca  jamás  de  mi  se  partía, 
07  una  boz  cruel  que  dezla: 
hombre  sin  temor^  deza  esse  pensar: 
si  quieres  bivir  comienza  emendar; 
é  dixo  esto  más  que  aquí  se  seguía. 
II.      Yo  la  muerte  encerco  á  las  criaturas, 
que  son  é  serán  en  el  mundo  durante: 
pregunto  é  digo  por  qué,  hombre,  procuras 
de  vida  tan  fuerte  en  punto  passante. 


SiKf        I119T0IIU  Guncá  ac  la  unumu 

qiK  de  mí  «tbd  k 

C0DTM9K  ^[1K 

ODom  élm 

lU.      CiestD  es  é  notorÍD  que  Jb 

tienraiuiM.&.  é  óxat  que  tado  Imbiüwi 

^nftaní  Is  xnuenE:.  iiiaguri  ■ 

qiK;  tnso  al  mundo  nc  nlr 

C¿ue  pspA  ^  rer,  ouíbik- 

cvdexuL  ^  duque  é  conde  esoeUnK.. 

%  QupeEWtor  coD  toda  m  ^ane 

docaroo  al  mundo  que  TedoF  ímmáL. 

!V.      Pu»  qué  iocun  axac 
tt  ena  que  ticafiF  qusl  tare 
en  fittcamE|for  aer  bnc 
b  te  GompkeÚDc.  é  que  dm 
No  tf  cierto  asa:  que  Ineet* 
quauQO  no  cu jdartf  otra 
de  janoxe  carbunco  i'  tai 
iiof  cue  te  vil  cnerpí»  m 

V.      o  píeDBM  xior  ac  bermoBD  v 
V  nifio  de  dia£.  uue  lueúe  aeré. 
t  bama  liwt  licruei  i 
que  et  m:  venida  roe 
^Tísate  biet.  ía  vt  liecare 
b  I.  adesuTfe.  ime  ux.  lat  cu^dadc 
aue  b*;ntf  maii'jebc .  ríeÍL  ni  cande. 
uua.  vt-  te  bauare.  tal  te  Lerarb. 

^  -.      Ls.  T^mcuíiai  muessra  ler  pirra 
aqueste  tjü%  dint  Bit  larr»  iaienciik. 
*  sancta  escruura  col  cerrenidac 
db  tfuyre  tüdo;  bu  trme  sentencia. 
lt¿zH?iiQv  t.  tiydof  n&zec  Tiemcsnoa 
ufc  xuonr  avedefe.  iit  BaiH^es  auandr.. 
iwr  enae  jc^v  tl  urnT^riasdr. 
teuneudr.  i.  L'jw  t  buexis  conciensúa. 

Ha'jK  ic  'jue  dirrt .  nc  "n»  decensraóea 
♦a»  rt  LanamenTe  ccimifflirr  ordenar 
uus  ekuu:r£  dau^.  df:  toe  nc  nodadsí 
yor  cosb  tme  b*%  neaninE  easrar 
jfe  ii>  yiuil  Tot  durt  oue  ouiert  üerar 
luóut  ii»  une  brvBi.  iauzandr  Tnw:  ^ydw 
atric  UM  ureíat.  -jue  oedc-  Dir»dí* 
di  lu.  cuarauír^eia  ul  tñstr  a 


vr 


n/  PARTE,   ILUSTRACIOlfES.  509 

o   QUE  nXtlk  LA  VütRn  0011    LAS  CBARAMBELAS  ¿  OOH    LA»  DOS    DOHZKLLAS 

QUE  TRAYA  DAKZAHDO. 

VIII.      A  la  dan^  mortal  ^nxáá  los  nacidos 

que  en  el  mondo  sojs  de  cualquier  estado; 

el  que  no  quinere  á  fuerga  ó  á  gemidos, 

le  haré  Teñir  muj  tosté  priado. 

Que  ya  assaz  veces  vos  han  predicado 

que  vos  avisedes  á  hazer  penitencia, 

é  pues  no  quisistes,  aved  pacienda, 

ninjguno  no  puede  ya  ser  perdonado. 
IX.      A  esta  mi  dan^a  traxe  de  presente 

essas  dos  donzellas  que  vedes  hermosas, 

essas  vinieron  muj  de  mala  mente 

á  oir  mis  canciones^  que  son  ddorosas. 

Ta  no  les  valdrán  flores  ni  rosas 

ni  las  o(Mnposturas  que  ellas  trajan; 

de  mi  si  pudiessen  partir  se  querían, 

mas  no  puede  ser,  que  son  mis  esposas. 
X.      £1  agua  suave  é  mucho  preciada 

de  solimán,  que  poner  solian, 

ni  la  de  azucena  sin  fuego  sacada, 

la  qual  p<nier  bien  muj  pocas  sdian, 

é  la  de  caracoles  que  ellas  más  querían 

quando  era  mezclada  con  flor  de  azafrán, 

agora  á  la  fin  no  les  valoran, 

la  pena  doblada  por  eUas  avrian. 
XI.      Otras  aguas  muchas,  que  ellas  sacaron 

de  flor  de  saúco  é  ^ar^  florída 

é  de  escaramujo,  que  con  ellas  mezolaron 

el  acucar  candi,  según  su  medida, 

aluayalde,  atincar  é  perla  molida, 

con  que  confacionan  sus  afeytes  vanos, 

el  agua  de  yedra,  que  es  para  las  manos, 

darán  testimonio  de  su  mala  vida. 
Xfl.      £1  emplastro  fuerte  é  confacionado 

con  pez  é  cera,  assf  como  ungüente, 

é  con  trementina  después  adobado, 

con  que  acostumbran  pelarse  la  frente, 

y  el  antefíque  que  es  más  aplaziente 

para  pelar  cejas  sin  ningún  dolor, 

espejo  de  azero,  que  es  el  mejor, 

no  ardn  con  ellos  ya  buen  continente. 


510  HISTORIA   CRITICA  IB  LA   LITMATORA  BSPAROLA, 

Xni.      Todos  los  perfumes  aquí  oéssarán 
é  aguas  olieDles  de  muobas  maneras, 
almizque,  algalia,  ya  no  traerán, 
mosquete  ni  mudas  ni  alooholeras, 
agua  de  hovtigas  é  de  oaftas  ^eras, 
de  malvas  é  uvas,  é  flor  de  sentíeoe» 
que  toma&  ks  dientes  mis  blaooos  que  nieve, 
quedaron  al  mondo  é  vienen  senetas. 

XiV.     Todasestas  cosas  les  traen  gran  dafto, 
oa  basen  los  dientes  lus^o  empodie^er, 
ai  quier  no  les  ponen  en  eLrostro  pafio 
é  antes  de  tiempo  mucho  envqesoer. 
Arrugan  la  carné  hacen  oler 
la  bocamuj  peor  que  oonfeoho; 
pues  del  mundo  ovieron  aqueste  pecmckm 
esto  quese  sigue  de  mi  han  de  aver. 
XV.     Á  ellas  é  á  las  otras  por  compostuias 
daré  lealtad  terrible  é  perdida, 
7  dar  les  he  por  las  vestiduras 
llama  de  fu^go  triste  é  dolorida; 
é  por  los  palacios  daré  por  mecUda 
sepuloros  osouros  d'dentro  hedientes^ 
é  por  los  dele3rtes  gusanos  loy  eafeeSr 
que  royan  é  coman  su  cama  podrida. 

XVI.  É  porque  el  padre  sanoto es  alte  sefiíov 
en  todo  el  mundo  é  no  tiene  par, 

de  aquesta  mi  dan^a  será  guiador, 
desnude  la  capa  é  comienoe  á  saltar. 
Ca  ya  no  es  tiempo  de  perdones  dar 
ni  de  celebrar  en  gran  aparate, 
yo  le  daré  en  breve  mal  rato: 
danzad,  padre  ssncte,  sin  más  dilatar. 

BL  PAMK  SAfiCTO  Á  LA  llUiaTB. 

XVII.  ¡  Ay  de  mi  triste!  qué  cosa  atan  ñierte, 
á  mi  que  tratava  tan  gran  perlaoia, 
aver  de  pasar  é  gustar  la  muerte, 

é  no  me  valer  lo  que  dar  solía. 
Benefídos,  honras^  ni  la  sefioria 
que  tuve  en  el  mundo  pensando  bivir; 
é  pues  á  la  muerte  no  puedo  fuyr, 
vállame  Jesu  Christe  é  la  Virgen  María. 


11/  PAKlEf   ILUSTEACIOirKd.  511 


Lá  mJERTB  AL  FAPA. 


XVIII.      No  vos  enojeda»,  señor  padre  sanoto, 

de  andar  en  nñ  danga,  que  tengo  ordenada, 
que  no  vot  saldrá  el  vermejo  manto; 
de  lo  que  hezis&es  auredes  soldada. 
No  TOS  aprovechará  dar  la  cruzada, 
proveer  obispados,  ni  dar  bendiciones; 
á  morir  avedes  en  fin  de  razones: 
danzad  emperante  con  cara  pagada. 

EL  EMPIMADOR  Á   LA  MUIRTE. 

X(X.      ¿Qué  cosa  es  aquesta  atan  sin  pavor, 
que  me  hace  danzar  á  fuerga  sin  grado? 
Sin  dubda  es  la  muerte,  que  no  ha  dolor 
de  hombre  que  sea  grande  ni  cujtado. 
No  hay  algún  rej  ó  duque  esforzado, 
que  me  agora  pueda  della  defender? 
Acaneáant  todos;  mas  no  puede  ser, 
ca  ja  tengo  el  seso  del  todo  turbado. 

LA  MVBETB  AL  EMPERADOR. 

XX.      Emperador  grande,  en  el  mundo  potente, 
no  vos  enqiedes,  oa  no  es  tiempo  tal 
que  vos  librar  pueda  emporio  ni  gente, 
oro,  ni  plata,  ni  otro  metal. 
Aquí  perderedes  el  vuestro  caudal, 
que  siempre  tovistes  con  gran  tiranía, 
haciendo  batalla  de  noche  é  de  día: 
morid  no  curedes:  venga  el  cardenal. 

EL  CAaOBNAL  Á  LA  MUERTE. 

XXr.      ¡Aj,  Madre  de  Uios]  nunca  pensé  ver 
dan^  tan  esquiva,  do  me  hazen  jr; 
querría  si  pudiesse  la  muerte  estonser: 
no  sé  dónde  vaja,  empiezo  á  fremir. 
Siempre  trabajé  notar  y  eserívir 
por  dar  beneficios  á  los  mis  criados; 
agora  mis  miembros  son  tales  tomados, 
que  perdí  la  vista  é  no  puedo  fnjr. 


512  HISTORIA   CRITICA  DE  LA   LITERATURA  ESPAÑOLA 


LA  MUERT£  AL  CARDENAL. 

XXII.  Beyerendo  padre,  bien  vos  avisé 
que  aquí  aviades  por  fuer^  á  llegar: 
venid  voe  conmigo,  que  70  vos  haré 
en  esta  mi  dan^  un  poco  sudar. 
Pensastes  ai  mundo  todo  trastornar 
por  llegar  á  papa,  y  ser  soberano; 
mas  no  lo  seredes  en  este  verano: 
vos,  rey  poderoso,  venid  á  danzar. 

EL  REY  Á  LA  MUERTE. 

XXIII.  Valia,  valia,  los  mis  oavalleros, 

yo  non  querría  yr  á  tan  baxa  dan^a; 
llegad  vos,  agora,  con  los  ballesteros, 
amparadme  todos  por  fuerza  de  langa. 
¿Mas  qué  es  aquesto,  que  veo  en  balanza 
estar  mi  vida,  perder  mis  sentidos? 
El  cor  se  me  queza  con  grandes  gemidos: 
adiós,  mis  vasallos,  que  muerte  me  tranca. 

LA  MUERTE  AL  REY. 

XXIV.  Rey  fuerte,  tirano,  que  siempre  robastes 
todo  vuestro  rejmo,  y  henchistes  el  arca; 
de  hazer  justicia  nunca  trabajastes, 
según  es  notorío,  en  vuestra  comarca: 
venid  para  mi,  que  yo  soy  monarca 

que  prenderé  á  vos  é  á  otro  más  alto; 
llegad  á  la  danza:  cortés  en  un  salto 
después  de  vos  venga  lu^o  el  patriarchk. 

EL  PATRIARCHA  Á  LA  MUERTE. 

XXV.  Yo  nunca  pensé  venir  á  tal  punto 
ni  de  estar  en  danga  tan  sin  piedad: 

ya  me  van  privando,  seguo  que  barrunto, 
de  honrras  y. bienes  y  de  dignidad. 
¡Ay!  hombre  mezquino,  con  gran  ceguedad 
anduve  en  el  mundo,  no  parando  mientes, 
en  como  la  muerte  con  sus  duros  dientes 
rebata  á  todo  hombre  de  qualquier  hedad. 


m/  parte,  ilustraciones.  513 

LA  MUERTE  AL  PATRIASCHA. 

XXVI.  Señor  patriarcha,  70  nunca  robé 
en  ninguna  parte  cosa  que  no  dera; 
de  matar  á  todos  cpstumbre  lo  he, 
escapar  alguno  de  mi  no  se  atreva. 
Esto  vos  ganó  vuestra  madre  Eva, 
por  querer  gustar  la  fructa  vedada: 
poned  en  recabdo  vuestra  ci:uz  doblada: 
sigamos  al  duque,  ante  que  más  venga. 

EL   DUQUE   Á   LA   MUERTE. 

XXVII.  ¡o  qué  malas  nuevas  son  estas  sin  falla, 
que  ora  me  traen,  que  vaya  á  tal  juego! 
Yo  tenia  talante  de  hazer  batalla: 
espérame,  muerte,  un  peco  te  ruego. 

Si  no  te  detienes,  miedo  he  que  luego 
me  prendas  é  mates,  é  avré  á  dexar 
todos  mis  deleytes,  é  no  puedo  excusar 
que  escape  mi  alma  de  aquel  duro  fu^o. 

LA   MUERTE   AL  DU(}UE. 

XXVIII.      Duque  poderoso,  ardid  é  valiente, 
no  es  ya  tiempo  de  dar  dilaciones; 
andad  en  la  danga  con  buen  continente, 
dexad  a  los  otros  vuestras  guarniciones. 
Jamás  no  podredes  cevar  los  falcones, 
ordenar  las  justas,  ni  hazer  torneos; 
aquí  avrán  fin  los  vuestros  desseos: 
venid,  arzobispo,  dexad  loe  sermones. 

EL  ARZOBISPO  Á   LA   MUERTE. 

XXIX.      ¡  Ay,  muerte  cruel!  ¿qué  te  meresd? 
¿por  qué  me  llevas  assi  arrebatado? 
bi viendo  en  deleytes  nunca  te  temí, 
fiando  en  la  vida  finqué  engañado. 
Si  yo  bien  rigiera  mi  arzobispado, 
de  ti  no  o  viera  tan  fuerte  temor; 
mas  fui  siempre  del  mundo  amador, 
bien  sé  que  el  infierno  tengo  aparejado. 

Tomo  vn.  33 


314  HISTORIA   crítica   ÚK   LA   LITERATURA  BSPAÑOLA. 


LA  HURRTE  AL  ARZOBISPO. 

XXX.      Señor  arzobispo,  pues  tan  mal  registes 
los  vuestros  subjetos  ó  la  olere^, 
gastad  amargura  por  lo  que  oóaaistes 
manjares  diversos  oon  gran  golosia. 
Estar  no  podedes  ja  en  Sancta  Maria 
Gon  palio  romano  en  pontifical; 
venid  á  midan^,  pues  que  sojs  mortal: 
passe  el  condestable  por  otra  tal  via. 

EL  CONDESTABLE  A  LA  MUERTE. 

XXXI.      Yo  vi  muchas  dantas  de  lindas  doniellas, 
de  dueñas  hermosas  de  alto  linaje; 
mas  según  parece  no  es  esta  dellas, 
el  tañedor  trae  muy  frió  visaje. 
Andad  vos,  sargente,  dezid  á  mi  paje 
que  traja  el  cavallo,  que  quiero  hujr: 
esta  es  la  que  dicen  dan^a  de  morir: 
si  della  escapo,  tener  me  he  por  sage. 

LA  MUERTE  AL  CONDESTABLE. 

XXXII.  Huir  no  conviene  á  quien  a  de  estar  quedo, 
estad,  condestable,  dexad  el  cavallo, 

andad  en  mi  dan^a  alegre,  muj  ledo, 
no  agades  ruido,  que  jo  bien  me- callo. 
Mas  JO  vos  prometo  que,  al  cantar  del  gallo, 
seredes  tornado  de  otra  figura; 
allí  perderedes  vuestra  hermosura: 
venid,  don  obispo,  á  ser  mi  vassallo. 

EL  OBISPO  A   LA   MUERTE. 

XXXIII.  Mis  manos  aprieto,  de  mis  ojos  lloro^ 
porque  soj  venido  en  tanta  tristura: 
JO  era  abastado  de  plata  é  de  oro, 

de  nobles  palacios  de  mucha  folgura. 
Agora  la  muerte  con  su  mano  dura 
traeme  á  su  danga,  medroso  sobejo: 
parientes,  amigos,  ponedme  consejo, 
(|ue  pueda  salir  de  tal  angostara. 


II. *  PARTE  y   ILUSTRACIONES.  515 

LA  MUERTE  AL  OBISPO. 

XXXIV.  Obispo  sagrado^  que  foistes  pastor 
de  ánimas  muchas,  por  vuestro  pecado 
á  juyzio  jredes  antel  Bedemptor; 

7  daredes  cuenta  de  vuestro  obispado. 
Ca  siempre  andovistes  de  gente  cargado 
en  corte  del  rey,  fuera  de  la  jglesia, 
yo  curtiré  agora  la  vuestra  pelleja: 
danzad,  cavallero,  que  estades  armado. 

EL  CA VALLERO   A   LA  MUERTE. 

XXXV.  A  mí  no  paresce  ser  cosa  guisada, 
que  mi  arnés  dexe  é  vaya  á  danzar, 
á  tu  danga  negra,  de  llanto  poblada, 
que  contra  los  bivos  quesiste  ordenar. 
S^un  estas  nuevas,  conviene  dezar 
mercedes  é  tierras  que  gané  del  rey: 
padesco  dolori  y  á  la  fín  no  sey 
quál  es  la  carrera,  que  he  de  llevar. 

LA   MUERTE  AL    CA VALLERO. 

XXXVI.      Ca vallero  noble,  ardid  é  ligero, 

haced  buen  semblante  en  vuestra  persona; 
no  es  aquí  tiempo  de  troear  dinero; 
oyd  mi  canción  por  qué  modo  entona. 
Aquí  vos  harán  correr  al  atahona 
y  después  veredes  cómo  ponen  freno 
á  los  de  la  Vanda,  que  roban  lo  ajeno: 
danzad,  abad  gordo,  con  vuestra  oorona. 

EL  ARAD   Á  LA   MUERTE. 

XXXVII.      Maguer  provechosa  á  los  religiosos 

de  tal  danza,  amigo,  yo  no  me  contento; 
en  mi  celda  avia  manjares  sabrosos, 
de  yr  no  curava  comer  á  convento. 
Darme  hedes  signado,  que  yo  no  consiento 
de  andar  en  ella,  ca  he  gran 'recelo, 
é  si  puede  ser  provoco,  é  apelo; 
mas  no  me  val  nada,  ca  ya  desatiento. 


5t6  HISTORIA   CRITICA   DB  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 


LA  MUETTB  AL  ABAD. 

XXXVIIl.      DoQ  abad  bendito,  foigado  é  tíoíoso, 
qae  poco  cnrastes  de  vestir  oelicio, 
ábranme  agora  y  seredes  mi  esposo, 
pnes  que  deseastes  el  plazer  é  vicio. 
Yo  soy  bien  presta  á  vuestro  servicio; 
avedme  por  vuestra,  quitadvos  de  saña, 
ca  mucho  me  plaze  de  vuestra  compaña: 
é  vos,  don  prior,  venid  al  of&cio. 

EL  PRIOR  A  LA  MUERTE. 

XXXIX.      Sabe  Dios  que  temo  asaz  mi  conciencia, 
por  lo  qual  querría  vivir  alcnn  dia, 
porque  yo  pudiesse  hazer  penitencia 
de  aquello  que  hize,  como  no  devia. 
Ca  si  yo  algo  di  de  mi  perlacía^ 
según  el  derecho  puedo  lo  hazer, 
é  aun  esso  mismo  para  mi  tener; 
pero  qué  se  turba  el  ánima  mia? 

LA  MUERTE   AL  PRIOR. 

XL.      Dezidme,  príor,  ¿quién  vos  dio  licencia 
para  que  toviéssedes  la  bolsa  serrada, 
pues  que  jurastes  de  estar  en  indigencia, 
de  bivir  sin  propio  é  no  tener  nada? 
Pero  la  perlaturia  no  vos  fué  tirada, 
ni  aun  por  rázon  de  administración; 
pues  que  quebrantastes  dangad  á  mi  son: 
venid,  escudero,  la  caiga  atacada. 

EL  ESCUDERO  A   LA  MUERTE. 

XLI.      Dueñas  é  donzellas,  aved  de  mí  duelo, 
hazed  de  mí  fuerga,  dexad  los  amores; 
echóme  la  muerte  su  sotil  anzuelo, 
é  fazme  dangar  danga  de  dolores. 
No  traen  por  cierto  fírmalles,  ni  flores, 
los  que  en  ellatf  dangan,  mas  gran  fealdad: 
¡ay  de  mí,  cuytado,  que  en  gran  vanidad 
anduve  en  el  mundo  sirviendo  á  señores! 


II  /   PARTE  9   ILUSTRACIONBS.  517 

LA  MfJKRTE  AL  ESCUDERO. 

XLII.     Eflcadero  polido,  del  amor  serviente, 
dexad  los  amores,  U^ad  é  veredes 
qué  tal  es  mi  dan^  é  qué  oootinente 
tien  los  que  danzan,  plazer  tomaredes. 
A  poca  de  ora  tal  tos  tomaredes, 
que  vaestras  amadas  no  vos  querrán  ver; 
aved  buen  conorte,  que  assi  ha  de  ser: 
llegad  vos,  deán,  ac¿,  é  dan^aredes. 

EL  DEAN  Á  LA  MUERTE. 

XLIII.      Ques  esto  que  óyo?  de  mi  seso  salgo; 
pienso  de  huir,  no  hallo  carrera: 
gran  renta  tenia  é  buen  deanadgo, 
c  muy  mucho  trigo  en  la  mi  panera. 
Allende  de  aquesto,  estava  en  espera 
de  ser  provejdo  de  algún  obispado: 
agora  la  muerte  me  embió  numdado; 
mala  señal  veo,  pues  hacen  la  cera. 

LA  MUERTE  AL  DEAN. 

XLIV.      Tkm  rico  avariento,  deán  muy  ufano, 
que  vuestros  dineros  trocastes  en  oro, 
á  pobr<s  é  viudas  cerrastes  la  mano, 
é  mal  despendistes  el  vuestro  tesoro; 
no  quiero  que  estedes  ya  más  en  el  coro: 
salid  luego  fuera  sin  otra  pereza;  - 
yo  vos  mostraré  bivir  en  pobreza: 
venid,  mercader,  á  danga  de  lloro. 

EL  MERCADER  A  LA  MUERTE. 

XLV.      ¿A  quién  dezaré  todas  mis  riquezas 
é  mercaderías  que  traze  por  mar? 
Con  muchos  tráfagos  é  más  sotílezas 
gané  lo  que  tengo  en  todo  lugar. 
Viéneme  la  muerte  agora  llamar. 
¿Qué  será  de  mí?  No  sé  qué  me  haga. 
¡Oh,  muerte!  tu  sierra  mucho  bien  estraga. 
¡Adiós,  mercaderes,  que  voyme  á  finar! 


518  HISTORIA   CRÍTrCA   DR   LA    LITEHATURA   ESPAÑOLA. 

LA  SUERTE  AL  MBRCADUl. 

XLVI.      De  07  más  no  onreys  de  posar  en  Flandes: 
estad  aqui  qaedo,  si  qtieredes  a^er 
la  tienda  que  trajo  de  bnvas  é  landres; 
de  gracia  las  dono,  no  curo  vender. 
Una  sola  dellas  vos  hará  caer 
de  palmas  en  tierra,  dentro  en  mi  botica: 
en  ella  yazerredes  aunque  sea  chica: 
Yos,  arcediano,  Teñid  al  tañer. 

EL  ARCEDIANO  A  LA  MUERTE. 

XLVII.      ¡Oh,  mundo  engañoso  é  fallecedero, 
cómo  me  engañaste  con  tu  promlssion! 
Prométesme  vida:  de  tí  no  la  espero; 
siempre  me  mentiste  en  toda  sazón. 
Haga  quien  quisiere  la  visitación 
de  mi  arcedianazgo,  por  que  trabajé. 
;Aj  de  mi,  cnjtado!  gran  cargo  tomé; 
agora  lo  siento,  que  hasta  aqui  no. 

LA    MUERTE   AL  ARCEDIANO. 

XLVIII.      Arcediano  átnigo,  quitad  el  birrete; 
venid  á  la  danza  suave,  honesto, 
ca  quien  en  el  mundo  sus  amores  mete 
él  mesmo  haze  venir  á  todo  esto. 
Vuestra  dignidad,  según  dice  el  texto, 
os  cura  de  ánimas  é  daredes  cuenta: 
si  mal  la  restes  avredes  afrenta: 
danzad,  abogado,  dexad  el  Digesto. 

KL    ABOGADO    A   LA  MUERTE. 

XLIX.      Ay,  mezquino,  ¿qué  fué  de  quanto  aprendí, 
de  mi  saber  todo  é  mi  libelar? 
Quando  estar  penses  entonces  cay; 
cegóme  la  muerte,  no  puedo  estudiar. 
Kecelo  he  grande  de  yr  á  lugar, 
do  no  me  valdrá  libelo,  ni  fuero: 
lo  peor  es,  amigos,  que  sin  lengua  muero; 
perdí  la  memoria,  é  no  puedo  hablar. 


II /  PAHTE,   ILUSTRACIONES.  0Í9 

U  MUERTE  AL  ABOGADO. 

L.      Don  falflo  abogado,  prevaricador, 
que  de  amas  las  partos  loYaste  salario, 
yéngayos  en  mente,  oómo  sin  temor 
boluiste  la  hoja  pOT  otro  oontrario. 
Ciño,  ni  Barthdo,  ni  el  Coiectario 
no  vos  librarán  de  mi  poderío: 
aquí  pagaredes  como  buen  romio: 
▼enid  vos,  canónigo,  dezad  el  brelnarío. 

EL  CAKÓNIGO   i  LA  MOIRTE. 

LI.      Vete  de  aquí,  muerte,  no  yré  contigo; 
dézame  jr  al  coro  ganar  la  ración; 
no  quiero  tu  dan^a  ni  ser  tu  amigo: 
en  holgura  bivo,  no  he  turbación. 
Aun  este  otro  dia,  ove  provisión 
dcsta  caiongia  que  me  di6  el  perlado: 
de  aquesta  que  tengo  asas  soy  pagado; 
vaya  quien  quisiere  á  tu  vocación. 

LA  MUERTI  AL  CAHÓRIGO. 

LII.      Canónigo  amigo,  no  es  el  camino 
esse  que  pensadas;  dad  acá  la  mano: 
la  sobrepelis  delgada  de  lino 
quitadla  de  vos,  yredes  liviano. 
Darvos  he  consejo  que  vos  será  sano: 
tomadvos  á  Dios,  hased  penitencia, 
ca  contra  vos  derto  es  dada  sentencia: 
en  posde  vos  véngalo^ el ^urugiano. 

EL  fUaOGIAMO  Á  LA  MUERTE. 

Lili.      Otk,  muerte  seilora,  haces  sin  rasco, 
si  assi  improviso  me  has  de  llevar, 
ca  soy  neoessarío  en  toda  saion; 
según  mi  oficio  yo  devo  quedar. 
Lo  que  haae  el  fisioo,  quasi  es  adevinar 
en  la  enfermedad  que  tiene  el  doliente; 
mas  lo  que  yo  hago  está  claramente: 
muerte,  yo  te  m^go  quiérame  dexar. 


520  HISTORIA    CRÍTICA   DE    LA    LITERATimA  ESPAÑOLA. 

LA  MUERTE  AL  QURUGIANO. 

LIV.      Maestro  muy  sabio,  oallad,  no  temades, 
que  este  camino  de  andar  lo  tenedes. 
Guido,  ni  Bernardo,  que  vos  estudiados, 
ganar  no  pudieron  esto  que  queredes. 
Travadvos  á  mi:  llegar,  no  temados, 
no  fallecerá  quien  oure  la  gente; 
yo  vos  mostraré  hazer  buen  ungüente: 
tísico,  llegad  á  mí  é  cantaredes. 

EL  FÍSICO  k  LA  MUERTE. 

LV.      Mintióme  sin  duda  el  fin  de  Avioena 
que  me  prometió  muy  luengo  vivir, 
rigéndome  bien  á  3rantar  y  cena, 
dejando  el  bever  después  del  dormir. 
Con  tal  esperanza  pensé  conquerir 
dineros,  é  plata,  enfermos  curando; 
mas  agora  veo  que  me  vá  levando 
la  muerte  consigo:  conviéneme  sofrir. 

LA  MUERTE   AL  FÍSICO. 

LVl.      Pensastes  vos,  físico,  que  por  Gralieno, 
¿  don  Ypocrás  con  sus  anforismos, 
seríades  librado  de  comer  del  feno, 
que  otros  comieron  de  más  silogismos. 
No  vos  tema  pro  hacer  gargarismos, 
componer  xaropes  ni  aun  poner  dieta; 
si  no  lo  oystes,  yo  soy  la  que  aprieta: 
venid  vos,  el  cura,  á  mis  exorzismos. 

EL  CURA  .4   LA  MUERTE. 

LVll .      No  quiero  exorzismos  ni  conjuraciones; 
con  mis  perochianos  quiero  yr  á  holgar; 
ellos  me  dan  pollos^  asaz  de  lechónos, 
c  muchas  obladas  con  el  pie  de  altar. 
Locura  seria  mis  diezmos  dexar, 
c  yr  á  tal  juego  de  que  no  se  parte; 
pero  á  la  fin  no  sé,  por  quál  arte 
desta  danga  horrible  pudíesse  escapar. 


II.*   PARTE,    ILUSTRACIONES.  521 

LA  BfCERTE  AL  CURA. 

LVIII.      No  es  ya  tiempo  de  yazer  al  sol, 
con  los  feligreses,  beviendo  del  vino: 
yo  vos  xnostxaré  un  re,  mi,  fa,  sol 
que  agora  compase  de  canto  may  fino. 
Tal  como  acaeze  á  vuestro  veziño 
ca  ánimas  muchas  tovistes  en  gremio ; 
segim  las  registes,  auredes  el  premio: 
dance  el  labrador,  que  viene  del  molino. 

EL  LABRADOR  A  LA   MUERTE. 

LIX.      ¡Oh,  cómo  conviene  danzar  al  villano, 
que  nunca  la  mano  quitó  de  la  reja! 
Busca  si  te  plaze  quien  dance  liviano, 
ca  yo  so  pesado;  con  otro  trebeja. 
Yo  cómo  tocino,  é  á  veces  oveja, 
y  es  mi  ofBcio  trabajo  é  afán, 
arando  las  tierras  para  sembrar  pan; 
c  aun  no  me  plaze  de  aquesta  conseja. 

LA  MUERTE  AL  LABRADOR. 

LX.      Si  vuestro  trabajo  fué  siempre  sin  arte, 
no  haziendo  surco  en  la  tierra  agena, 
en  la  gloría  eterna  auredes  parte, 
c  por  lo  contrarío  sofríredes  pena. 
Pero  con  todo  esto  poned  la  melena, 
Uegadvos  á  mí,  yo  la  uñiré; 
lo  que  á  otros  hago  á  vos  lo  haré: 
venid,  monje  negro,  tomar  buena  estrena. 

EL  MONJE    Á  LA    MUERTE. 

LXT.      Loor  é  alabanza  será  para  siempre 
al  alto  Señor,  que  con  piedad 
me  lieva  á  su  reyno,  adonde  contemple 
por  siempre  jamás  la  su  majestad. 
De  cároel  obscura  vengo  á  claridad, 
do  auré  alegría,  sin  otra  tristura: 
por  poco  trabajo  gané  gran  holgura: 
muerte,  no  me  espanto  de  tu  fealdad. 


$22  HISTORIA   CRITICA   n  tA   LITBRATURA  KSPAHOLA. 

LA  WJIRTB  AL.  MONIS. 

LXII.      Si  la  saacta  r^gla  del  monje  bendito 
goardastes  del  lodo  sin  otro  desjieo, 
sin  duda  tened,  qne  sojs  escrito 
en  el  libro  de  vida,  ^egon  que  yo  creo. 
Pero  sí  heaóstas  lo  que  á  otros  veo, 
que  andan  apostates  fuera  de  la  r^gla, 
otra  vida  auredes  que  sea  más  negra: 
dangadf  usurero,  dezad  el  correo. 

BL  USORSaO  Á  U  MUERTE. 

LXIII.      No  quiero  dan^a,  ni  tu  canto  nqgro; 
quiero,  protestando,  doblar  mi  moneda 
con  pocos  dineros  que  me  dio  mi  suegro; 
otras  obras  hago  que  no  hi^  Beda. 
Cada  año  los  doblo:  de  más  está  queda 
la  prenda  en  mi  oiya  que  yaze  i>or  todo: 
allego  riquezas,  yaziendo  de  codo; 
por  ende  tu  dan^  á  mí  non  es  leda. 

LA  MUERTE  AL  USURERO. 

LXiV.      Traydor  usurero,  de  mala  conciencia, 
agora  veredes  lo  que  hazer  suelo: 
en  fuego  infernal  sin  más  detenencia! 
porné  la  vuestra  ánima  cubierta  de  duelo. 
.\llá  moraredes  do  yaz  vuestro  abuelo, 
que  quiso  usar,  según  vos  usastes: 
por  mala  oobdicia  mal  siglo  ganastes: 
vos,  frayle  menor,  venid  al  señuelo. 

EL  FRAYLE  A  LA  MUERTE. 

LXV.      Danzar  no  conviene  á  maestro  famoso, 
s^un  que  yo  soy  en  la  religión, 
maguer  mendigante,  bivo  deleytoso, 
é  muchos  dessean  oyr  mi  sermón. 
Oizesme  agora  que  vaya  á  tu  son, 
do  andar  no  querría  si  me  das  vag^. 
¡Ay  de  mi,  cuytado,  que  he  á  dexar 
las  honrras  é  grados,  que  quiera  ó  que  no! 


11.'"  PARTE,   ILUSTUACIOIIBS.  523 

LA  MUBRTB  AL  FBATLE. 

LX VI.      Maestax)  exoellente,  Mtil  é  capti, 
que  en  txxlas  las  artes  fuiste  saludar, 
DO  vos  acaytedes,  limpiad  meetra  fiu, 
ca  passar  avedes  por  este  dolor. 
To  vos  llevaré  delante  un  doctor 
que  sabe  las  artes  sin  algon  defeto; 
sabredes  leer  por  otro  decreto: 
portero  de  ma^,  venid  al  tenor. 

EL  PORTSaO  Á  LA  MUKmTE. 

LXVII.      Ay  del  rej,  varones;  aoorredme  agora; 
liévame  sin  grado  esta  muerte  brava: 
no  me  gnardé  della»  tomóme  adesora 
á  puerta  del  rey,  que  guardando  estava. 
Oy  en  este  día  al  conde  esperava, 
que  me  diesse  algo  por  le  dar  la  puerta; 
guiurde  quien  quisiere,  ó  ñnquese  abierta, 
ca  ya  la  mi  guarda  no  vale  una  hava. 

LA   MUtRTE  AL  POtTElO. 

LXVIll.      Dezad  essas  botes,  Uegadvos  corriendo, 
uo  es  ya  tiempo  de  estar  en  la  vela; 
las  vuestras  baratas  muy  bien  las  entiendo, 
c  vuestra  cobdicia  por  qué  forma  buela. 
Cerrados  la  puerta  de  más  quando  yela 
al  hombre  mezquino,  que  tien  de  librar: 
lo  que  del  levastes  aveys  de  pagar: 
vos,  hermitaño,  salid  de  la  celda. 

EL  RBRVITAf^O  A  LA  MUEliTE . 

LXIX.      La  muerte  recelo,  maguer  que  soy  viejo: 
Scñor  Jesuduristo,  á  tí  me  encomiendo; 
de  los  que  te  sirven  tú  eras  e^jo, 
é  pues  te  serví  la  tu  gloria  atiendo. 
Sabes  que  sofri  laceria  biviendo 
en  este  desierto  en  contemplación, 
de  noche  y  de  dia  hasia  oración, 
por  más  abstinencia  las  yerbas  comiendo. 


^ 


524  HISTORIA  crítica  OE  la   literatura  ESPAflOLA. 


LA  MUIRTE  AL  HERUTAMO. 

LXX.     Hazeys  gran  oordura  llamRr  tal  sefior, 
que  con  diligencia  pognastes  servir: 
si  bien  lo  hezistes,  aoiedes  honor, 
en  el  sancto  reyno  do  aveys  á  bivir* 
Mas  con  todo  esso  avredes  de  yt 
en  esta  mi  dan^,  con  vuestra  banraga: 
á  buenos  7  malos  matar  es  mi  oa^: 
dan^,  contador,  después  de  dornlir. 

EL  CONTADOR   A  LA  MUERTE. 

LXX[.      ¿Quién  podría  pensar,  que  tan  sin  de  gasto, 
avia  de  dezar  mi  contadoría? 
Llegué  á  la  muerte  é  vi  el  desbarato 
que  haze  en  los  buenos  o6n  gran  osadía. 
Allí  perdí  lu^  toda  mi  valía, 
averes^  joyas,  é  mi  gran  poder: 
haga  libertades  de  hoy  más  quien  quisier, 
ca  cercan  dolores  el  ánima  mia. 

LA  MUERTE  AL  CORTADOR. 

LXXII.      Contador  amigo,  si  bien  vos  catados, 
como  por  favor,  é  á  vezes  por  don, 
librastes  las  cartas,  razón  es  que  ayades 
dolor,  y  quebranto  por  tal  ocasión. 
Cuento  de  alguarismo,  ni  su  división, 
no  vos  tema  pro^  y  redes  conmigo: 
andad  acá  luego,  assi  vos  lo  digo: 
é  vos,  el  diácono,  venid  á  lición. 

EL  DIÁCONO  A  LA  MUERTE. 

LXXIII.      No  veo  que  tienes  gesto  de  letor, 
tú  que  me  combidas  que  vaya  á  leer, 
ni  hay  en  Salaman^  maestro,  ni  doctor 
que  tal  forma  tenga,  ni  tal  parecer. 
Bien  sé  que  con  arte  me  quieres  hazer 
que  vaya  á  la  danza  para  me  matar. 
Si  esto  assi  es,  venga  ministrar 
Otro  en  m  nombre,  oa  voyme  á  perder. 


If/  PARTE,   ILUSTRACIONES.  525 

LA.MUBRTE  AL  BliCONO. 

LXXrV.      MaraTÜlome  mnoho  de  ios,  oleraoo^ 

pues  que  bien  sabedes  que  es  mi  dotrína 

á  todos  matar  por  justa  razón, 

é  TOS  esquivades  oir  mi  bozina. 

Yo  vestiré  almática  fina, 

labrada  de  paño,  en  que  ministredes; 

hasta  que  tos  llame  en  ella  jredes: 

el  recabdador  venga  á  dansur  ayna. 

EL  RECABDADOa  Á  LA  MUERTE. 

LXXV.      Asaz  he  que  haga,  en  recabdar 

lo  que  pOT  él  rey  me  fué  comendado; 
por  ende  no  puedo,  ni  quiero  danzar 
en  esa  tu  danga,  que  no  he  acostumbrado. 
Mas  quiero  ir  por  ver  si  hay  recabdo 
de  unos  dineros  que  me  han  prometido 
porque  esperase:  el  plazo  es  venido, 
mas  veo  el  camino  de  todo  cerrado." 

LA  MUERTE  AL  RECABDADOR. 

LXXVI.      Andad  acá  lu^osin  más  detardar, 
pagar  los  coechos  que  avedes  levado, 
pues  que  vuestra  vida  fué  siempre  tratar 
cómo  robaríades  al  hombre  ouytado. 
Darvos  he  un  pojo  en  que  estejs  asentado, 
cogiendo  las  rentas,  que  tenga  dos  passos, 
allá  daréis  cuenta  de  vuestros  trapassos: 
venid,  subdiácono,  alegre  é  holgado. 

EL  SUBDIÁCONO  A  LA  MUERTE. 

LXXVI!.      No  he  menester  de  ir  á  trotar, 

como  hacen  essos  que  traes  dañando: 
antes  de  evangelio  me  quiero  ordenar, 
estas  cuatro  témporas  que  se  van  llegando. 
En  lugar  de  canto  veo  que  llorando 
andan  todos  essos  que  traes  contigo: 
no  quiero  tu  danza,  asf  te  lo  digo, 
más  ({uiero  pasar  el  salterio  rezando. 


SStt  «STORfA  CRITICA' M  LA  LinRATOtU'KSPAflOLA. 

LA  mnMi  áL  iobmíqoho. 

LXXVlll.     Hnob»  M üipévftio  el  nMitio  ahsirii : 

DO  toméis  mtfift  dft  andar  &  biivkr» 
ni  ooner  oUidaa  oaraa  loa  liaanBa. 
NoyfedesmáacnlaapconaMoneif 
do  dátadéi  Tooéa  waj  alto  en  grila,    . 
ocxno  en  nomnbfe  Ittaa  el  cabrito: 
TQiúdy  eacgíitan»  denid-  laa  lawwrta.' 

B.  aAcanTAii  i  bA  mnaTB» 

IJCXIX.     Hnecte,  70'to  ra^go  que  a^  piedad   ' 
demf,  quéaogrmo^jdafoooB'diea;     • 
no  oonoat.4  Dios  eon  mi  mncadad» .      .  . 
m  quise  tamar,  ni  s^gnir  sos  vías. 
Fui  ¿e  ni  agoré  oomó  de  otros  fias: 
porqne  Satiafags  .del  mal  qoe  he  heíAio, 

i  ti  no  se  pierde  jamás  ta  deiesho; 
'    oontígo  yré  siempre  si  tú  per  mi  embias. 

.  LA  Homi  AL  sAcamum 

LXXX.      Don  saoristanejo  de  nuda  pícafia, 
no  es  ya  tiempo  de  saltar  psóedes, 
ni  de  andar  de  noche  oon  los  de  la  oafia» 
haciendo  las  obras  que  fos  bien  sabedes. 
Andar  é  mar  tos  ya  no  podedes 
ni  presentar  joyas  á  vuestra  señora: 
8i  bien  TOS  qneria,  Ifbievos  agora: 
venid  vos,  rabí,  acá  y  medraredes. 

EL  RABÍ  A  LA  ÜVEETE. 

LXXXI.      o  eloym  é  Dio  de  Abraam, 

que  me  ¡vometisto  de  aver  redención» 

no  sé  qné  me  haga  con  este^atan 

que  manda  que  dance  é  no  entiendo  su  son. 

No  hay  en  el  mundo  oy  hombre,  de  quantos  son, 

que  pueda  hujrrde  su  mandamiento; 

valedme,  dayaaes,  que  mi  entendimiento 

se  pierde  del  todo  con  gran  aflioion. 


II.*   PARtÉ^   ILlJSrtUGlOIfBS.  527 

1.A  MÜEATE  AL  HABÍ. 

LXXXII.      Vos,  rabi  barud,  que  siempre  estadiastes 
en  el  Talmud  7  en  los  sas  dootorés, 
7  de  la  Terdad  jamás  no  cnrastes, 
por  lo  qhal  avredee  penas  é  ddores; 
llegad  vos  acá  con  los  danzadores, 
dire7s  por  cantar  vuestro  barahá; 
dar  vos  han  posada  con  rabi  A^: 
venid,  alfaqoi,  dezad  los  olores. 

EL  ALFAQUÍ  A  LA  MUERTE. 

LXXXIlf.      Si  Aláh  me  vala,  es  mu7  fuerte  cosa 
esta  que  mandas  agora  hazer: 
70  tengo  muger  discreta,  é  graciosa, 
con  que  he  gasajado,  é  asaz  plazer. 
Todo  cuanto  tengo  quiero  lo  perder: 
desame  con  ella  solamente  estar: 
después  que  fuere  Viejo,  mándame  Uamar, 
7  á  ella  conmigo,  ti  á  tí  te  pluguier. 

LA  MUERVE  AL  ALFA^^UÍ. 

LXXXIV.      Venid  vos  conmigo,  dexad  el  bollar; 
en  ojo  me  he,  más  no  predicaredes, 
á  los  veinte  é  siete  vuestro  capellar, 
ni  vuestro  camis,  no  lo  vestiredes. 
A  co^  ni  la7la  no  estaredes, 
comiendo  buñuelos,  fadas,  ni  altaría: 
busque  otro  alfaquí  vuestra  morería: 
passad  vos,  santero,  é  veré  qué  diredes. 

EL  SANTtRO  A  LA   VüERTE 

LXXXY.      Por  derto  más  quiero  mi  hermita  servir 
que  no  jr  allá  donde  tú  me  dizes: 
tra7go  buena  vida,  aunque  ando  á  pedir, 
é  cómo  á  las  vezes  pollos  é  perdizes. 
Sé  tomar  al  tiempo  mu7  bien  codornices, 
7  tengo  en  mi  huerta  asaz  de  repollos: 
vete,  que  no  quiero  70  gato  con  pollos; 
á  Dios  me  enoomieñdo  é  á  señor  San  Hellzes. 


528  HISTORIA  CRITICA  ^K  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 

LA  MÚSETE  Al  SANTERO. 

LXXXVf .      No  VOS  vale  nada  vuestro  ronoear; 
andad  acá  In^go  vos,  don  talegpiep, 
pues  nunca  quesistes  la  hermita  adobar 
7  heaástes  alcuza  de  vuestro  garguero. 
No  vesitárades  la  boca  del  cuero, 
con  que  á  menudo  soliades  bever; 
^urron  ni  talega  no  podéis  traer, 
ni  pedir  gallofas  como  de  primero. 

.  EL  JUEZ  Á  LA  MUERTE. 

LXXXV1I.      Yo  no  temo  ni  devo  temerte, 
porque  so  justicia  y  so  soberano, 
ni  70  no  te  temo  para  conocerte; 
si  tú  eres  ufana,  70  so  el  ufano. 
T  todo  lo  tengo  debaxo  mi  mano, 
é  no  te  temo  más  que  á  una  p^ja, 
é  no  te  entiendo  dar  la  ventaja: 
bástete,  muerte,  que  esté  por  tu  hermano. 

LA  MUERTE  Al  J^^EZ. 

LXXXVIH.      Venid  vos,,  alcalde,  alguazil  é  teniente, 
dexaos  conmigo  de  platicar: 
vos,  corregidor,  é  vos,  asistente, 
entrad,  que  os  lo  mando,  venidla  datigar. 
No  os  cureys,  ladrones,  de  más  robar 
con  vuestras  mu7  claras  7  puras  malicias, 
pues  que  robastes  en  son  de  justicias; 
por  este  tal  daño  os  entiendo  matar. 

EL  ESCRIBANO  A  LA  MUERTE. 

LXXXIX.      Esto  70  cansado  contino  escriviendo, 
en  ple7tos  é  causas  tomando  testigos; 
70  no  mirando,  mi  mal  no  sintiendo; 
veo  que  me  llamas  con  otros  amigos. 
Eatb  70  mirando  á  estos  enemigcfs 
que  ante  ti  me  están  acusando; 
sufre  te,  muerte,  que  esto  esperando 
quanto  70  ooma  siquiera  dos  higos. 


II /   PAPTB,   ILUSTRACIONES.  529 

LA  MUBRTB  AL  ESCRIBANO. 

XC.      No  puedo  esperar  por  lo  que  heziste 
mentiras  é  causas  en  tos  escritoras, 
porque  en  lo  demás  de  qoanto  escríviste 
no  pones  verdades,  mas  todo  figuras. 
Por  esto  traerás  tú  é  tus  vestiduras 
borladas  de  cierto  non  dezir  verdades, 
en  quanto  hazias  todo  falsedades, 
robando,  adquiriendo  con  mentiras  puras. 

EL  PROCURADOR  A  LA  MUERTE. 

XCI.      Kstó  procurando,  quiero  procurar 
mis  pieytos,  libelos  é  abogaciones; 
yo  no  querría  ver  tu  danzar, 
ni  menos  mirarte  ni  ver  tus  razones. 
Déxame,  amiga,  de  tus  qüestiones 
andar  de  contino  aquí  procurando: 
para  yr  contigo  diráane  tú  el  quándo; 
vete,  cruel,  de  falsas  f aciones. 

LA  MUERTE  AL  PROCURADOR. 

XCII.      Harto  bas  bivido  aquí  baratando, 
contino  adquiriendo  dineros  que  tiras, 
á  unos  mintiendo,  á  otros  robando, 
tú  de  lo  cierto  haziendo  mentiras. 
Por  esso  agora  mis  flechas  é  viras 
quiero  tirarte,  que  es  mucha  razón: 
partiré  por  medio  el  tu  oora^on; 
allí  cessarán  todas  las  sus  yna. 

EL   CAMBIADOR  A  LA   MUBRTB. 

XCII  I .      ¡O  si  quisieses  dexarme  cambiar, 
estar  en  mis  tratoe  é  mercadurías 
é  de  una  blanca  enrrique  tomar, 
ó  no  me  Hevasse  tu  gran  señoría! 
Cierto  sé,  muerte,  que  mucho  querría 
holgar  en  mi  cambio  con  los  mis  dineros, 
ó  que  yo  no  viesse  tus  leyes  é  fueros, 
costassenme  agora  quanto  yo  tenia. 

Tomo  vii.  34 


550  HISTORIA   CRITICA    0B   LA   LITERATURA    ESPAÍ^OLA. 

LA  MUERTE  AL  CAMBIADOR. 

XCI V.      ;0  falso  enemigo,  crael  é  tnddor, 
ó  enemigo  tú  eres  de  Dios, 
no  sabes  qae  engañas  tu  baratador, 
haziendo  de  mi  grano  tú  quatro  é  no  dos! 
liobas  la  gente  claro  entre  nos 
en  dar  de  menos  cierto  en  la  cuenta; 
por  esso  tu  amigo  recibe  el  afrenta, 
pues  sabes  hazer  de  un  enrrique  dos. 

BL   PLATERO   Á.LA  BfUERTE. 

XCV.      ¡O  terrible  muerto,  cruel,  espantosa! 
¡o  hazedora  de  bienes  é  daños! 
bien  creo,  bien  siento  ser  poderosa; 
mirame  tú,  que  no  he  veynte  é  dos  años. 
E  tampoco  los  dias  no  son  tamaños, 
que  yo  no  merezco  tan  ajma  morir: 
déxame,  muerte,  siquiera  bivir 
donde  no  te  vea,  entre  los  extraños. 

LA   MUIRTE  AL  PLATERO. 

XCVi.      ¡o  buen  maestreé  mal  obrador 

de  joyas,  manillas,  é  algunas  cadenas! 
tú  que  abarcas  el  oro  en  valor, 
escucha,  rescibe  en  pago  las  penas. 
Bien  sé  que  tus  obras,  y  aun  las  agenas, 
qui  cierto  del  todo,  tales  falsaste; 
porque  de  su  ley  el  oro  abasaste, 
yo  te  desfaré  tu  cuerpo  é  tus  venas. 

EL  ROTICARIO  a  LA  MURRTE. 

XCVIÍ.      Vete^  amiga,  y  vete  en  buenora, 
que  soy  boticario  en  la  medicina, 
é  tú  no  me  pienses  llevar  á  desora, 
por  mucho  que  pienses  venir  muy  ayna. 
Tengo  el  saber  por  donde  encamina 
de  ti  defenderme,  é  no  llevarme: 
cierto  sé,  muerte,  que  no  has  de  matarme 
hasta  que  quiera  la  Persona  Trina. 


n/  PARTE,   ILUSTRACIONES.  551 

L4  MUERTE  AL  BOTICARIO. 

XCVIIf,      Aunque  ayas  lejdo  al  Ypocrás 
é  hagas  xarope  é  purga  malimí, 
é  Galieno  no  se  quede  atrás, 
por  esto  te  entiendo  llevar  oiás  ayna. 
Por  eso  también,  persona  mezquina, 
á  darme  la  cuenta  de  cuanto  robaste, 
é  como  xarope  purgas  ordenaste^ 
porque  tu  mal  á  esto  se  empina. 

EL  SASTRE   Á    LA  MUERTE. 

XCIX.      Déxame,  muerte,  que  á  todos  estados 
llevas  tú  cierto,  é  ninguno  dexas, 
cortar  yo  velarles,  menines,  brocados 
é  fína  marta  con  granas  y  seda. 
Pues  que  de  todo  no  se  devieda, 
quien  no  quisiere  conmigo  vestir, 
déxame,  muerte,  un  poco  bivir, 
siquiera  dos  oras  por  donde  no  hieda. 

LA  MUERTE  AL  ftASTRE. 

C.      Amigo  escogido  xastre,  offícial, 
si  tú  todos  esos  paños  cortaste, 
has  de  dar  cuenta  de  todo  lo  al, 
de  quanto  has  robado  é  cierto  hurtaste. 
Y  de  verdad  mentira  cierto  tomaste 
con  tu  plática  é  falsas  razones, 
hurtando  de  quinze  los  cinco  girones 
del  sayo  brocado,  que  cierto  tomaste. 

EL   MARINERO  Á  LA   MUERTE. 

Cl.     Yo  de  contino  ando  por  la  mar 
si  navegando  con  pura  tormenta, 
buscando  la  vida  sin  nadie  engañar, 
andando  mi  vida  en  sobre  vienta. 
No  tomo  alogueres,  ni  prados,  ni  renta, 
para  engañar  yo  mi  conciencia; 
por  esso  tú,  muerte,  dame  licencia, 
que  no  te  espero  de  darte  más  cuenta. 


532  HISTORIA   CRITICA   OB   LA   LITERATURA  BSPAffOLA. 

LA  MUBRTB  AL  MARINERO. 

CU.    Escacha,  escacha  con  tas  razones 
aquellos  reniegos,  que  cierto  desiste, 
quando  del  mástel  tú  talabordones 
hazias  con  tormenta,  á  Dios  offendiste. 
Por  esso,  enemigo,  por  lo  que  heziste 
te  quiero  oonmigo  cierto  llevar; 
quitarte  de  aqueste  triste  navegar, 
porque  tú  veas  lo  que  mereciste. 

EL  TAVERNERO  Á  LA  MUERTE. 

Cllí.      Déxame,  muerte,  pasando  mi  vicio, 
que  merco  é  revendo  é  soy  limosnero, 
pues  que  70  hago  limpio  mi  oíBcio, 
é  al  pobre  70  cierto  no  llevo  dinero. 
E  claro  se  vee,  cierto  por  entero, 
que  hago  mili  bienes  6  ningún  daño: 
por  esto  te  ruego  me  dexes  ogaño, 
pues  que  tú  sabes  que  so  verdadero. 

LA  MUERTE  AL  TAVERKERO. 

CIV.      Traydor,  lisonjero,  falso,  mezquino 
é  robador  de  bienes  ágenos, 
tú  que  tornastes  del  agua  vino, 
hinchendo  los  cueros  de  vazios  Henos, 
é  otros  potajes  esotros  rellenos, 
(|ue  tú  vendiste  al  doble  del  precio, 
anda,  don  villano,  acá  para  necio, 
anda  con  los  ruynes  é  no  con  los  buenos. 

EL  MESONERO  Á  LA   MUERTE. 

CV.      Yo  S07  en  esta  villa  é  S07  portazguero; 
este  derecho  tengo  por  oíBcio^ 
ú  so  70  cierto  también  mesonero, 
por  donde  70  hago  á  Dios  gran  servicio. 
Por  ende  no  tengo  ningún  maleficio 
por  donde  te  devo  cierto  temer: 
anda  acá,  muerte,  si  quieres  bever, 
que  á  muchos  70  hago  este  beneficio. 


11.^  PARTE,   ILUSTRACIONES.  533 

LA  MUERTE  AL  MESONERO. 

CVI.      Bien  sé  que  tienes  essos  dos  officios; 
dellos  no  hazes  porfía  reta; 
yo  sé  tus  obras  é  maleficios 
de  aquel  que  robaste  la  su  barjuleta. 
Por  eso  te  mando  te  pongas  en  dieta, 
porque  no  te  entiendo  más  esperar: 
comiénQate,  amigo,  de  oonfessar, 
porque  la  tu  obra  no  fué  perfeta. 

EL  ZAPATERO  A  LA  MUERTE. 

CVII.    De  tu  dan^,  señora,  cierto  me  excuso, 
70  claramente  me  puedo  excusar, 
é  tengo  razón,  por  donde  rehuso 
de  no  querer  verte  ni  tu  danzar. 
Uso  mi  officio:  sin  nada  enseñar, 
yo  no  usurpo,  ni  hago  baratos; 
antes  vendiendo  mis  pobres  gapatos, 
por  do  mi  pobreza  pueda  remediar. 

LA  MUERTE   AL  ZAPATERO. 

CVII  I.    Bien  siento,  bien  veo  é  te  quiero  ver 
á  ti  é  á  tu  obra,  la  cual  no  es  muy  sana; 
ó,  Qapatero,  no  me  hagas  creer 
que  tú  no  vendiste  cordovan  y  es  badana. 
Por  esso  tu  alma  no  será  sana, 
porque  tú  obraste  tal  obra  al  revés: 
dfgote  cierto  yrás  esta  vez 
adonde  bive  tu  prima  y  hermana. 

EL  BORCEGUINERO  A  LA  MUERTE. 

CIX.      Nunca  yo,  muerte,  tan  crudo  sentí. 
¡Oh,  cómo  vienes  cruel  con  tus  llamas! 
Dime,  tuerta,  si  llamas  á  mi, 
ó  dime,  traydora,  cierto  si  á  mí  llamas. 
Bien  se  paresce  que  tú  no  me  amas, 
porque  soy  bueno,  claro  por  en(ero, 
é  soy  en  mi  oficio  limpio  é  verdadero, 
sin  otras  cautelas,  ni  vicios,  ni  famas. 


53i  HISTORIA  CRITICA    DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

LA  MUERTE  AL  BORCEGUINERO. 

ex.      Estáte  s^uro  oon  tu  presatnpcion 
é  nesoia  porfía  é  más  desonesta; 
es  tu  oficio  de  tal  condición 
que  tú  tienes  (siempre)  la  mentira  presta. 
E  porque  te  mires  cómo  va  siniestra 
con  dientes  é  fuerza  es  tu  calcar, 
é  duran  sejs  dias  á  todo  durar: 
mira  tu  dezir  cómo  se  demuestra. 

EL  TAMBORINO  A  LA  MUERTE. 

CXI.      Tú  no  me  llames,  que  estoy  yo  tañiendo 
alta  joyasa^  también  Englatierra: 
no  pienses  tú,  muerte,  que  vivo  muriendo, 
ni  á  ti  no  te  temo,  ni  me  hazes  guerra; 
mas  digote  cierto  que  otro  me  aderra, 
que  no  el  pensamiento  de  á  ti  mirar; 
por  esso  te  digo  no  quieras  forjar 
ni  más  tú  llamarme,  que  cierto  se  yerra. 

LA  MUERT£  AL  TAMBORINO. 

CXI!.      Oh,  falso,  tú,  triste  y  loco  roncero, 
que  tú  vives  vida  é  no  con  afán, 
de  cuerdo  tú,  loco,  eres  chocarrero, 
de  sabio  discreto  te  heziste  truhán. 
Por  eso  te  llamo  aquí  sin  afán, 
que  muestres  agora  aquí  tu  saber, 
é  ante  todos  comienza  á  tañer: 
é  tras  vos  venga  el  atahonero. 

EL  ATAHONERO   Á  LA  MUERTE. 

CXI II.      La  muerte  me  lleva  consigo  priado 
y  en  triste  canción  dolorosa  se  entona; 
dexar  no  me  quiere  en  el  atahona^ 
moler  el  trigo  que  tengo  tomado. 
Do  las  panaderas  estava  ahuziado; 
véome  cercado  de  gente  maligna, 
pues  no  me  dexan  moler  la  harina: 
Dios  me  quite  de  tanto  cuydado. 


11.^   PARTE,   ILUSTRACIONES.  535 


LA    MUERTE  AL  ATIHOKERO. 


CXIV.      Atahonero,  si  sojs  avÍBado 
ya  no  podejs  más  moler  harina, 
pues  quebrantastes  la  sancta  doctrina, 
que  Jesuchristo  ovo  mandado. 
£1  día  del  domingo  avejs  quebrantado 
antes  quel  sol  se  fuesse  á  poner; 
venid  á  mi  danga  sin  vos  detener, 
é  tras  vos  venga  el  ciego  [lisiado]. 

EL  CIEGO    Á    LA  MUERTE. 

CXV.      Que  le  conviene  al  ciego  dan^ar^ 
pues  que  lo  tiene  bien  excusado, 
pues  Dios  de  la  vista  lo  hizo  privado 
en  tal  que  del  mundo  no  pudo  gozar. 
En  tu  esquiva  danga  me  quieres  levar 
deste  presente  siglo  mundano: 
adiós,  buena  gente,  que  Rey  Soberano 
me  dize  que  vaya  ante  él  cuenta  dar. 

LA    MUERTE  AL  CIEGO. 

ex VI.      Ciego,  si  fuystes  en  el  vuestro  estado 
homilde,  sufrido  é  de  buena  paciencia, 
é  requeristes  vuestra  consciencia 
de  hacer  aquello  que  soys  encargado; 
sereys  en  la  gloria  de  Dios  colocado, 
en  el  número  sancto  de  los  confessorcs, 
con  los  pregones,  (sic)  de  Dios  amadores: 
salid,  panadera,  con  gesto  pagado. 

LA  PANADERA   Á  LA  MUERTE. 

ex VII.      ¡Oh  triste  de  mí!  á  Dios  encargada! 
la  muerte  en  llevarme  no  hace  bien, 
que  yo  esta  va  avenida  con  el  almotacén, 
que  siempre  la  pena  me  oviesse  soltada. 
Traya  mi  bolsa  de  contino  poblada, 
hacia  grande  daño  en  la  comunidad: 
válame  Dios  por  su  piedad; 
mas  no  puede  ser,  que  vo  condenada. 


536        HISTORIA   CRtTICA   DB   LA  LITERATURA  ESPAÑOLA 


LA  MUERTE  A  LA  PAIIADERA. 

*XV1II.      Si  V08,  panadera,  faistes  apartada 

por  vnestra  gran  culpa  de  IMos  poderoso, 
yrejs  al  infierno  triste,  temeroso^ 
donde  la  justicia  de  Dios  es  mentada. 
Nunca  serejs  de  Dios  perdonada: 
quando  alguna  gran  fiesta  venia 
pujavades  el  pan  sin  ayer  carestía: 
salid,  rosquillera,  que  estays  aquezada. 

LA  ROSQUILLERA  Á   LA  MUERTE. 

CXIX.      La  muerte  raTiosa,  mezquina,  cujtada 
me  quiere  llevar  en  divina  manzilla; 
dezar  no  me  quiere  acabar  la  rosquilla 
que  para  una  boda  tenia  comentada, 
de  pan  rallado  era  bien  abastada: 
perdóneme  el  alto  Dios  sin  medida; 
mas  veo  la  pena  triste,  dolorida, 
que  para  siempre  me  está  aparejada. 

LA  MUERTE  Á  LA   ROSQUILLERA. 

CXX.      Si  sojs  algún  tanto  mal  avisada, 
venid  á  mi  danga  sin  vos  detener, 
que  yo  so  la  muerte,  que  os  haré  conoscer 
cómo  traejs  la  gente  engañada. 
Nunca  serejs  con  Dios  colocada 
echando  el  alfaxor  con  la  mala  miel: 
venid  á  mi  danga,  sin  vos  detener: 
vos,  don  melcochero,  á  la  danga  ordenada. 

EL  MELCOCHERO  Á  LA  MUERTE. 

CXXI.      ;0h  triste  de  mi  é  de  mis  burletas, 
que  con  mis  perillos  traer  solia! 
La  muerte  me  llama  con  gran  osadía, 
tañer  no  me  dexa  las  cañaveretas. 
Ya  no  me  dexa  hazer  castañetas 
con  los  sesenta  7  tres  corredores, 
de  lo  que  eran  muchos  renegadores 
quando  vaziavan  sus  barjuletas. 


II /   PARTE,    ILUSTRACIONES.  537 

LA  MUERTE  AL  MIV.COCHERO. 

CXXII.      Si  V08,  melcochero,  teaeyn  gran  dinero^    ^ 
mal  ganado  en  el  mondo, 
venid  ante  el  alto  Dios  muy  profundo, 
el  qual  padeció  en  la  cru2  de  madero; 
que  ya  no  podéis  jugar  el  tablero 
ni  dezir  chistes  ni  menos  canciones; 
venid  á  la  danga,  dexad  los  bastones: 
tras  vos  venga  luego  el  sotil  bordonero. 

EL  BORDONERO     Á  LA   MUERTE. 

CXXIII.      Pues  que  me  llevas,  muerte,  en  tu  via, 
déxame  un  poco  satisfazer 
la  carne,  que  vi  quando  yua  á  comer 
en  boda  ó  mortorío  ó  qualquier  cofradía. 
Yo  apañava  quanto  podia, 
carne  ó  pescado,  ó  lo  que  en  los  platos  esta  va, 
en  mi  corocha  dentro  lo  ochava: 
válame  Dios  é  sancta  María. 

LA  MUERTE  AL  BORDONERO. 

CXXIV.      Si  vos,  bordonero,  mucha  malicia 
en  el  mundo  sopistes,  no  vos  valdrá 
todo  quanto  hezistes  [ni  aprovechará] 
la  vuestra  cobdicia  de  aligar  dinero. 
Ouistes  embidia  al  vuestro  compañero 
quando  limosnas  le  viades  dar; 
según  lo  hezistes  avreys  de  pagar: 
venid  vos^  corredor,  á  la  dan^a  ligero. 

EL  CORREDOR  Á  LA  MUIRTE. 

CXXV.      Yo  bien  me  estava'aquí  trabajando, 
haciendo  vender  á  unos  é  á  otros, 
las  casas,  é  viñas,  ó  muías,  é  potros, 
é  con  lisonjas  biviendo  holgando. 
Folgando  en  las  gradas  por  do  passcando 
bivo  yo,  muerte «  y  déxame  estar; 
mas  veo  que  ya  no  puedo  apelar; 
cúmplase  triste  lo  que  andas  buscando. 


538        HISTORIA  crítica  de  la  literatura  española. 

I 

LA   MUERTE   AL  CORREDOR. 

CXXVI.      Paes  que  ooo  engaños  birá,  oorredor» 
entrad  en  el  bajle,  direya  la  tantaryü; 
JO  vos  haré  el  son»  no  como  contraria, 
c  vos  oantareys:  <í\Ayl  penas  de  amor, 
que  mal  han  herido  en  quien  fué  robador»; 
é  luego  dareys  una  gran  zapateta: 
dadme  la  mano,  persona  imperfeta: 
é  luego,  especiero,  danzad  por  mi  amor. 

EL  ESPECIERO  Á  LA  MUERTE. 

CXXVII.      £s  buena  mi  vida»  vendiendo  cominos, 

canela,  mostaza,  según  especiero, 
*  dando  lo  falso  por  muy  verdadero; 

assi  entre  la  gente  yo  bivo  oontino. 

Por  ende  no  quiero  seguir  tu  camino: 

ruégete,  muerte,  mi  dan^a  se  excuse; 

mas  no  aprovecha  que  yo  me  rehuse^ 

porque,  cuytado,  ya  yo  desatino. 

LA  MUERTE  AL  ESPECIERO. 

CXX VIII .      Entrad  en  la  dan^a,  dareys  el  confite 
ú  todos  aquestos  que  llevo  conmigo; 
por  tus  especias  holgara  contigo, 
si  acá  las  traxeras  fueras  más  ardite. 
Seco  te  vienes;  dirás  que  al  requite 
contigo  juego  el  mal  mimdo  triste, 
pues  que  conmigo  vas  como  naciste: 
vos,  don  carnicero,  venid  al  combite. 

CL   CARRICERO  Á  LA    MUERTE. 

('XXIX.      Bien  me  esto  yo  en  este  tajen, 
cortando  los  huesos,  é  la  oalahcnra; 
y  la  res  vendiendo  con  mi  navajon; 
desuello  la  res  que  murió  de  modorra. 
Véndelo  todo,  é  por  mal  que  yo  corra 
no  queda  oreja  sin  serme  vendida: 
dexárasme,  muerte,  bivir  la  tal  vida; 
mas  ya  esto  herido  con  tu  cruda  engorra. 


11  /   PARTE,    ILUSTRACIONES.  539 

LA  MUERTE  AL  CARNICERO. 

ex XX.      Á  la  fé^  amigo,  yenkl  á  la  dan^ 
é  dad  una  baelta  si  soja  trepador, 
é  luego  tañed  como  buen  tañedor: 
«Mi  mal  é  fatiga  será  sin  holganza». 
£  más  cantareys:  «¡Oh  vana  esperanza! 
¡oh  mundo  cuytado  de  poco  provecho!» 
Dadme  la  mano  é  serejs  satisfecho: 
c  vos,  pescadera,  entrad  en  la  dan^a. 

LA  PESCADERA  Á  LA  MUERTE. 

CXXXr.      Cuytada,  qué  bien  me  sabia  valer^ 
aunque  muger,  vendiendo  pescado, 
dando  mal  peso  é  muy  peor  mercado: 
¡ay  triste!  mis  males  no  puedo  esconder. 
Mas  muerte,  señora,  si  podeys  hacer 
que  este  camino  yo  no  lo  siga; 
mas  dasme  ya,  muerte,  tanta  fatiga, 
que  es  fuerza  forjada  yr  yo  en  tu  poder. 

LA  MUERTE  Á  LA  PESCADERA. 

CXXXII.      A  la  fé^  hermana,  que  Dios  te  mantenga; 
quiero  hazerte  son  á  tu  danga, 
y  ponte  al  pescueco  tu  falsa  balanza, 
no  quiero  aver  de  tí  más  arenga. 
Tu  vida  muy  falsa  ya  no  se  sostenga 
pescado  vendiendo,  dando  mal  pego, 
dando  en  la  balanza  porque  vaya  luego; 
é  ven,  pagarás  según  te  convenga. 

LA  MUERTE  Á  TODOS  LOS  OTROS   QUE    AQUÍ  NO  HA  NOMBRADO. 

CXXXill.       A  todos  los  otros  que  aqui  no  he  nombrado, 
de  qualquier  estado,  ley  ó  condición, 
les  mando  que  vengan  muy  tosté  privado, 
á  entrar  en  mi  dan^a  sin  excusación. 
No  recebiré  jamás  excepción 
perentoria,  anormala,  ni  declinatoria: 
los  que  bien  hizieren  avrán  siempre  gloria, 
y  los  que  lo  contrario  avrán  damnación. 


540 


HISTORIA   crítica   DK  LA   LITERATURA  ESPAltOLA. 


COKSEJO. 

CXXXIV.      Pues  que  assi  es,  á  morir  avemoB 
de  necessidad,  sin  otro  remedio, 
de  puras  conciencias  todos  trabajemos 
en  servir  á  Dios  sin  otro  comedio; 
ca  es  el  fin,  comienzo  y  el  medio 
por  do  si  le  plaze  avremos  folganfa, 
maguer  que  la  muerte  nos  lleve  en  su  dan^a, 
tirando  de  nos  rencor  malo  y  tedio. 

CXXXV.      Señores,  pugnad  hazer  buenas  obras, 
no  vos  ensuziedes  en  altos  estados, 
ca  no  vos  valdrán  ya  htees  ni  doblas, 
á  la  muerte  que  tiene  sus  lazos  parados. 
Gemid  vuestras  culpas,  dezid  los  pecados 
en  quanto  pudiéredes  con  satisfaoion^ 
si  aver  queredes  complido  perdón 
de  aquel  que  perdona  los  yerros  passados. 

FIN. 

GXXXVÍ.      Los  que  en  la  dan 9a  han  danzado  (sic), 
miren  que  este  mundo  es  vanidad, 
é  sirvan  á  Dios,  que  es  Trinidad, 
pues  en  la  cruz  por  nos  padesció. 
llaziendo  limosnas  é  siempre  ayunando, 
amando  al  próximo  con  buen  coraron, 
coufesando  sus  pecados  con  gran  contrición, 
yrán  á  la  gloria  que  los  está  esperando. 

Á   DIOS   GRACIAS. 


Ympressa  en  la  muy  noble  é  muy  leal  cibdad  de  Sevilla  por  Juan  Vá- 
rela de  Salamanca  á  xx  dias  del  mes  de  enero  de  M.ccccc.xx  años. 


n.*  PARTS,   ILUSTRACIONES.  541 


11/ 


SOBRE    L.A    ELOGUENGLA.    SAGRADA 

EN  EL  REINADO  DE   LOS   RETES   CATÓLICOS. 


Como  indicamos  oportunamente,  al  caracterizar  la  elocuencia 
sagrada  en  los  ültimos  dias  del  siglo  XV  y  primeros  del  XVI,  no 
han  llegado  á  nuestras  manos  ninguna  de  las  oraciones  (sermo- 
nes) pronunciadas,  ya  en  el  pulpito,  ya  en  los  atrios  de  los  tem- 
plos, ya  en  las  plazas  públicas,  por  el  virtuoso  y  evangélico 
varón  Fr.  Hernando  de  Talavera.  Cónstanos  sin  embargo,  según 
saben  ya  los  lectores,  que  escribió  en  el  materno  lenguaje  bue- 
na parte  de  estos  sermones,  para  que  los  que  no  podian  oir  su 
palabra  gozasen  de  su  doctrina;  circunstancia  que  hace  todavía 
más  sensible  la  referida  pérdida. 

Noticiosos  no  obstante  de  que  existia  en  poder  del  entendido 
catedrático  de  la  universidad  de  Sevilla,  don  José  María  de 
Álava,  nuestro  antiguo  amigo,  un  precioso  manuscrito  de  las 
oraciones  debidas  á  Hernando  de  Talavera  antes  de  ser  promo- 
vido al  episcopado,  no  vacilamos  en  solicitar  de  su  ilustración 
que  nos  facilitase  el  examen  del  referido  códice.  Á  su  benevo- 
lencia pues  somos  deudores  de  esta  flneza  literaria,  pudiendo 
manifestar  á  nuestros  lectores  que  el  manuscrito  de  la  librería 
del  señor  Álava  ofrece  ciertos  caracteres  de  originalidad,  los  cua- 
les acrecientan  su  estima.  Es  en  efecto  un  grueso  volumen,  de 
letra  de  principios  del  siglo  XYI,  donde  sobre  abundar  por  ex- 
tremo las  abreviaturas,  se  ven  las  márgenes  cargadas  de  en- 
miendas, y  aun  adicíoties  (que  hemos  recogido  entre  parénte- 
sis en  el  sermón  que  ^  continuación  ofrecemos),  todo  lo  cual  pa- 
rece persuadir  de  que,  si  no  fué  escrito  por  el  mismo  Talavera, 
de  quien  ya  sab.^mos  que  se  ejercitó  durante  su  juventud  en  la 


542  HISTORIA   CRITICA    DE   LA    LITERATURA   ESPACIÓLA. 

copia  y  trasIacioQ  de  códices  literarios,  pudo  acaso  ser  copia  sa- 
cada bajo  su  inspección  por  alguno  de  sus  familiares  y  enmenda- 
da después  por  el  mismo  arzobispo. 

Robustecen  esta  observación  la  circunstancia  de  haber  sidcn:^  o 

pronunciados  los  expresados  sermones  durante  el  tiempo,  en  quc^  je 

fué  Fr.  Hernando  de  Talavera  prior  de  Santa  María  del  Prado  ^r_j, 

y  la  no  menos  significativa  de  hallarse  añadido  al  texto  primili—    i- 

vo  después  de  su  nombre  la  declaración  de  que  fué  primero  r_     y 

muy  indigno  arzobispo  de  Granada;  y  como  nadie  hubiera  osa  — m- 

do  hacer  tal  calificación,  ni  durante  su  vida,  ni  después  de  S'    — " 

muy  llorado  fallecimiento,  tenemos  por  muy  fundada  la  deduc 

cion  de  que  sólo  él  introdujo  las  variantes,  enmiendas  y  adicio 

nes  referidas.  Como  quiera,  ya  hiciese  por  si  estas  modíQcacio 

nes  en  el  primitivo  texto,  ya  las  inspirase  á  alguno  de  sus  fami- 

liares  ó  criados,  siendo  el  MS.,  de  que  tratamos,  el  único  qu» 

poseemos  de  las  oraciones  sagradas,  debidas  al  santo  confesoí 

de  Isabel  la  Católica,  aparece  evidente  que  no  puede  ser  mayo. 

su  pi*6cío,  para  el  fln  de  dar  á.  conocer  el  carácter  especial  d^ 

la  elocuencia  de  don  fray  Hernando,  siquiera  sea  en  la  primera 

época  de  su  predicación,  que  le  conquistó  al  par  el  aplauso  y  e 

respeto  de  grandes  y  pequeños. 

El  códice  del  señor  Álava  se  compone  pues  de  dos  partes  prin 
cipales.  Refiérese  la  una  á  la  predicación  que  hizo  á  sus  herma- 
nos, siendo  prior  de  Santa  María  del  Prado,  durante  el  tiempoí-^ 
de  adviento,  y  trata  la  otra  de  los  loores  de  San  Juan  Evange 
lista.  Hállase  al  frente  de  la  primera  el  siguiente  epígrafe:  «  Co- 
llagion  muy  provechosa  de  cómo  se  deuen  renouar  en  las  ánt- 
mas  todos  los  fieles  cristianos  en  el  sancto  tiempo  del  adviento, 
que  es  llamado  tiempo  de  renouacion:  fué  primero  fecha  por 
el  lifenciado  fray  Hernando  de  Talauera,  primero  y  muy  in- 
digno arzobispo  de  Granada,  que  entonces  era  prior  de  Sánela 
María  del  Prado:  hízola  en  el  primero  domingo  del  adviento  á 
su  devoto  convento^  y  fué  escripia  después  por  mandado  de  la 
muy  excellente  reyna  de  Castilla  y  de  León,  de  Aragón  y  de 
Cecilia  y  del  reyno  de  Granada,  doña  /^a¿^/«» .  Distingüese  la  se- 
gunda bajo  este  título:  uBreue  tratado  más  deuoto  ysotil  de  loo- 
res  del  bienaventurado  sant  luán  euangelista,  amado  díscolo 


o 


4» 


Il/   PARTE,   ILUSTRACIONES.  543 

de  ntiestro  redemptor,  señor  y  maestro  lesu  Crispió,  y  singular 
palron  y  abogado  de  la  serenísima  señora  nuestra  y  muy  exfe- 
lleiUe  reyna  de  Castilla  y  de  León,  doña  Isabel,  reyna  olrosy 
de  C^filia  y  princesa  de  Aragón:  compuesto  á  su  petición  y  man- 
dado, por  su  muy  humilde  y  denoto  orador  el  licenciado  fray 
Hernando  de  Talauera,  indigno  prior  del  monesterio  de  Sánela 
María  del  Prado,  de  la  orden  del  glorioso  doctor  de  la  Iglesia 
Saní  Iheránimo;  entrante  el  segundo  año  de  su  reynado». 

De  buen  grado  daríamos  más  circunstanciada  cuenta  de  ambas 
obras,  si  no  temiéramos  importunar  á  nuestros  lectores.  Conve- 
niente juzgamos  sin  embargo,  pues  que  nos  proponemos  ofrecer 
aquf  ejemplos  de  la  oratoria  sagrada,  tal  cómo  la  cultivó  fray  Her- 
nando de  Talavera,  el  advertir  con  el  mismo  que  la  Collagion  de 
cómo  se  deuen  renouar  en  las  ánimas  los  fieles  crisptianos  en 
el  saneto  tiempo  de  aduiento,  obra  que  para  el  intento  indicado 
elegimos,  se  compone  de  tres  partes  principales,  y  estas  de  di- 
ferentes capítulos.  «La  primera  (dice  el  autor)  es  prólogo  de 
»cómo  fué  Gonueniblemente  pedida  por  la  dicha  señora  reyna 
•aquesta  Collación,  y  de  cómo  somos  conbidados  por  la  sancta 
•madre  Iglesia  á  esta  renouación».  La  segunda  trata  «de  cómo 
•es  conuenible  comparación  y  exemplo  para  ello  la  manera  en  que 
•el  águila  se  renueua;  aunque  en  todas  las  criaturas  en  diversas 
•maneras  y  tiempos  aya  alguna  renouación».  Señala  y  determi- 
na la  tercera  «nueve  propiedades  y  condiciones  que  la  águila 
•tiene,  á  las  quales  se  deuen  conformar  todos  los  fieles  crisptia- 
•nos,  y  especialmente  los  religiosos  y  lo?  reyes  y  reynas  que 
•en  el  cielo  quieren  ser  coronados.  Entre  las  quales  es  postri- 
•mera  de  cómo  se  renueva:  asy  que  tiene  esta  tercera  parte 
•nueve  capítulos». 

Dividida  en  esta  forma  la  Collación  indicada,  cuya  copia,  he- 
cha oon  extremado  esmero,  debemos  á  nuestro  querido  hijo  don 
Rodrigo,  alumno  de  la  Facultad  de  Filosofía  y  Letras,  está  redu- 
cida á  los  términos  siguientes: 


544  HISTORIA  CRITiCA   DE  LA  ^ITERATURA   ESPAflOLA. 

I.»  PARTE, 

Prólogo  de  cómo  fué  conueniblemente  pedida  por  la  dicha  señora  reyna 
aquesta  collación,  y  de  cómo  somos  combidados  por  la  sancta  madre 

Iglesia  á  esta  renouagion. 

Pide  Uuestra  Altesa,  muy  expeliente  princesa  j  serenissima  rejnaseño- 
ra  nuestra,  copia  de  la  Collagion  que  el  domingo  primero  del  auiento  hise 
&  estos  mis  amados  padres  y  hermanos,  muy  humildes  y  muydeuotos  ca- 
pellanes nuestros;  y  como  quier  que  lo  que  á  los  religiosos  se  dirige  para 
más  pendrar  y  purificar  su  sancta  conuersa^ion,  no  es  conforme  á  lo  que 
los  seglares  deuen  oyr;  ca  segund  la  diuersydad  y  diuersa  profession  j 
capacidad  de  los  oy dores  deuen  ser  proporgionados  los  sermones:  por  lo 
qual  nuestro  Redemptor  y  Maestro  Ibesu  Xpo,  Dios  y  hombre  uerda- 
dero,  unas  cosas  enseñaua  á  sus  principales  discípulos  y  otras  de  menor 
perfection  al  pueblo;  pero  yo,  que  sé  la  exgeiengia  de  nuestro  alambra- 
do yngenio  y  la  perfection  de  nuestro  denoto  y  ordenado  desseo,  no  pon- 
go difficultad  en  lo  comunicar  á  uuestra  Real  Magostad;  antes  digo  lo 
que  nuestro  Señor  y  Maestro  dizo  á  Sant  Pedro:  que  es  bienauenturado 
nuestro  spíritu,  que  demandó  lo  que  la  rudesa  humanal  no  le  pudo  re- 
uelar;  mas  lo  que  le  inspiró  á  demandar  algund  rayo  de  la  lumbre  di- 
uinal,  la  qual,  como  quier  que  alumbre  á  todo  honbre  que  uiene  en  este 
mundo;  pero  especialmente  toca  y  esclaresce  el  coragon  real,  que  ^ 
ella  más  que  otra  se  ha  de  regir  y  gouemar.  Onde  desia  el  buen  rey 
Dauid:  ¿Quál,  Señor,  es  mi  illuminacion  y  mi  salud,  á  quién  temeré?  Ny 
diré  lo  que  esse  mesmo  Señor  dixo  á  la  madre  de  los  hijos  del  Zebedeo. 
No  sabia  lo  que  pidia  más  (dize),  lo  que  es  escripto  del  sabio  Salomón, 
rey  por  esse  mesmo  Dios  nuestro  escogido,  aunque  después  no  sabe  hon- 
bre si  reprouado  y  perdido,  que  plugo  su  petición  en  el  acatamiento  de 
nuestro  Señor,  porque  no  demandó  luenga  uida  ni  riquesas  syn  medida, 
ni  uenganga  y  muerte  de  sus  enemigos,  mas  demandó  coragon  enseñado 
y  ligero  de  enseñar,  para  iusgar  su  pueblo  y  para  disgemer  entre  bien  y 
mal.  (Y  aun  diré)  lo  que  nuestro  Redemptor  dixo  á  sus  sanotos  disgípa- 
los  quandole  demandaron  declaragion  de  la  parábola:  que  á  uos  es  dado 
de  saber  los  misterios  del  reyoo  de  Dios.  Syn  dubda  pedís,  esclaresgida 
señora,  lo  que  deueis  pedir,  porque  la  materia  de  nuestra  habla  tanto  ó 
más  fué  y  es  uuestra  que  nuestra,  ca  fué  de  cómo  nos  auemos  de  renooar 
en  este  sancto  tiempo,  amanera  de  águila ,  y  de  las  condigiones  y  pro- 
piedades en  que  moralmente  auemos  de  ser  conformes  á  ella.  Pues  como 
esta  sea  reyna  de  las  aues,  á  quien  Sant  luán  Euangelista  por  la  altesade 
su  eleuado  euangelio  y  de  las  otras  sus  altas  reuelagiones  dignamente  es 
comparado,  por  lo  qual  uos  os  aueis  puesto  so  sus  alas  sonbra,  protection 
y  amparo,  digna  cosa  es  que  Uuestra  Altesa  sepa  essas  messmas  condi- 


Il/  PARTE,    ILUSTRACIONES.  545 

piones  y  propiedades  y  la  signifícagion  y  aplicación  deilas  para  las  re- 
mediar: mátalas  mutandis. 

De  cómo  somos  conbidadost  ctc, — Pues  primeramente  sepa  uaestra 
(may)  expeliente  deuogion  que  este  sanóte  tiempo  de  auiento  es  llamado 
de  los  sanctos  tiempos  de  renouagion,  porque  se  renueuan  en  él  los  oíB- 
^ios  diuinales  del  missal  y  del  breuiario,  comentándolos  de  cabo,  y  assy 
quieren  que  se  renueuen  en  él  y  sean  renouados  todos  los  fieles  xrípstia- 
nos.  A  este  propósito  dise  la  epístola  de  aqnesse  sancto  dia  y  el  sanoto 
apóstol  en  ella,  que  es  hora  que  nos  leuantemos  del  sueño,  y  que  dese- 
chemos las  obras  de  las  tiniebras  y  nos  uistamos  de  armas  de  lus.  Llama 
obras  de  tiniebras  á  los  pecados,  porque  ciegan  é  escuresgen  al  ánima,  y 
porque  aborrece  ser  uisto  el  que  mal  base,  y  porque  procura  que  se  ha- 
gan el  príncipe  de  las  tinieblas,  Sathanás,  y  porque  lleuan  al  hombre  á 
las  tinieblas  del  infierno;  y  por  el  contrario,  las  obras  buenas  y  uirtuo- 
sas  se  llaman  armas  de  lus,  porque  esclares^en  la  ánima,  y  porque  se 
publican  sin  uergüenga,  y  porque  se  basen  con  ayuda,  instigación  y 
conseio  de  la  lus,  que  es  nuestro  Señor,  y  de  los  ángeles  de  lus,  y  fi- 
nalmente (porque)  lleuan  al  honbre  á  la  lus  perdurable.  Para  nos  con- 
bidar  otrosy  á  esta  renouaQion,  nos  cantan  y  leen  esse  sancto  dia  aquel 
sancto  euangelio  que  base  mención  del  iuysio  uniuersal  que  esperamos, 
en  que  todo  el  mundo  será  renouado,  y  especialmente  todo  honbre  que 
ha  de  ser  saluo  y  bienauenturado,  lo  qual  quiere  nuestro  Señor  que  cada 
dia  y  aun  cada  hora  y  aun  cada  momento  pensemos  y  esperemos,  y  que 
creamos  que  está  más  cerca  que  lexos. 

II.»  PARTE. 

De  cómo  es  conuenible  comparación,  y  exemplo  para  ello,  la  manera  en 
que  el  águila  se  renueua,  aunque  en  todas  las  criaturas  en  diuersas  ma- 
neras y  tiempos  aya  alguna  renoua^ion. 

Todas  quasy  las  criaturas  corporales  sensybles  é  ynsensiblcs,  supe- 
riores é  ynferiores  se  renueuan  cada  año;  ca  renuéuanse  los  cielos,  mu- 
dando el  sol  y  la  luna  y  los  otros  planetas  sus  sytios  y  aspectos;  y  dende 
vyene  que  se  renueuan  los  tiempos,  y  con  ellos  los  árbores,  que  en  este 
tiempo  rethraen  yasconden  la  virtud  al  tronco  y  dexan  por  esso  las  hojas 
que  tenian  primero;  y  á  la  boca  del  uerano,  sácanla  fuera,  y  visten  flores 
é  cetera:  renuéuanse  los  animales,  pelechando  y  mudando  uñas  y  cuer- 
nos, y  las  culebras  y  serpientes  los  cueros;  y  renuéuanse  las  aues,  mu- 
dando las  plumas  y  nudriendo,  y  assy  es  de  los  peces  y  pescados,  aun- 
que á  nos  non  es  tan  manifiesto.  Pues  déuese  renouar  el  honbre,  que 
participa  de  todos  estos,  y  para  quien  todas  las  cosas  fueron  hechas  y  él 
para  Dios;  y  sy  no  puede  segund  el  cuerpo,  ca  que  cada  dia  enuejece, 
renaénesseen  el  ánima,  segund  (]ue  el  sancto  apóstol  quiere,  la  qual,  sy 

Tomo  vii.  35 


546  HISTORIA    CRtTICA   DB   LA   LITERATURA    ESPAÑOLA. 

es  bjen  regida  y  ordenada,  cada  dia  cresgej  es  mejorada;  mas  sj  non, 
es  gierto  que  enñaque^e,  como  paresgerá  al  cabo  más  largamente.  Agora, 
como  quiera  que  á  exemplo  j  semejanza  de  cada  una  de  estas  cosas  se 
deuria  el  honbre  y  podría  renouar;  pero  señaladamente  la  Sancta  Es- 
criptura  nos  conbida  á  renouar,  segund  que  el  águila  es  renouada.  Ca 
dise  el  buen  rey  Dauid  en  el  psalmo:  bendise  mi  ánima  al  Señor,  etc.* 
porque  se  renueua  su  juuentud  como  la  del  águila;  y  no  syn  causa,  sou  y 
deuen  ser  en  estar  enouacion,  y  en  otras  muchas  cosas,  los  fíeles  xrisp- 
tianos  á  las  aues  comparados,  pues  que  son  sustituydos  para  el  ^elo  en 
lugar  de  aquellas  aues  malditas  que  comen  la  sjmiente  de  la  palabra  di* 
uinal,  que  cahe  en  el  coragon  duro  como  piedra,  las  quales  por  su  grand 
soberuia  perdieron  aquellas  altas  syllas  y  morada  del  ^ielo,  y  cayeron  en 
este  escuro  ayre  y  susio  suelo,  y  en  lo  profundo  y  más  baxo  del  in~ 
fíerno.  Y  señaladamente  sou  como  aues  los  religiosos,  agora  sean  como 
pellicanos  solitarios  en  el  yermo,  ó  como  páxaros  gorgeadores  y  predica- 
dores en  los  techos,  agora  como  lechusas  en  los  claustros  de  los  mones- 
teños,  porque  ellos  commo  aves  tienen  y  deuen  tener  syempre  su  con- 
versagiou  en  los  (fieles,  pensando  syempre,  disiendo  y  hasiendo  cosas 
que  finalmente  los  lieven  á  ellos,  y  porque  son  y  deuen  ser  sobre  los 
otros  hombres  en  el  conoscimiento,  amor  y  temor  de  nuestro  Señor  Dios 
y  en  la  guarda  de  sus  sanctos  mandamientos,  commo  son  las  aues  sobre 
todas  las  otras  criaturas  que  moran  en  los  elementos,  y  aun  porque  co- 
munmente son  deputados  al  acto  de  la  contemplación,  que  es  obra  de 
la  más  alta  potengia  del  ánima,  que  es  el  entendimiento,  executada  en 
muy  noble  obiecto,  que  es  Dios  y  los  ángeles  y  los  gosos  celestiales. 

Lo  qual  todo  no  es  ageno  del  estado  muy  alto  de  los  reyes,  ca  commo 
sean  uireyes  del  Rey  de  los  reyes,  puestos  para  regir  y  gouernar  los  rey- 
nos  y  pueblos  é  mandar  que  conoscan  y  sirvan  á  Dios  y  merescan  ser  tras- 
ladados en  moradores  y  cibdadanos  de  los  gielos,  syempre  deuen  pen- 
sar más  que  ningunos  cubres,  commo  harán  su  voluntad,  y  contemplan- 
do procurar  la  lunbre  y  uigor  que  han  nesgesaria,  para  lo  bien  execu- 
tar.  Por  lo  qual  les  mandó  Dios  que  touiessen  syenpre  el  libro  de 
sancta  ley  á  la  su  mano  derecha,  y  que  cada  dia  y  á  menudo  estudiassen 
y  leyessen  en  ella;  y  deuen  otrosy  pensar  la  grand  corona  de  piedras 
muy  presgiosas  que  les  está  aparejada,  sy  bien  hisgieren  su  oíHgio,  por- 
(|ue  non  cansen  de  ligero  con  el  grand  cargo  que  les  es  inpuesto,  y  la 
grand  pena  que  aurian  en  el  infierno,  sy  fueren  negligentes  y  si  oluida- 
dos  de  su  cargo,  se  dieren  á  deleytes  y  plaseres.  Bien  por  esta  causa 
ijuiso  nuestro  Señor  en  otro  tiempo  que  le  fuessen  ofres^idos  sacrifígios 
de  aues  y  de  (|uadrúpedos  animales,  porque  las  aues  signifícassen  á  los 
religiosos  y  gouernadores,  y  los  otros  animales  á  los  subiectos  y  segla- 
res. Entre  las  aues,  esse  messmo  Señor  escogió  las  águilas  para  que  tCH 
dos  los  xripstianos  á  ellas  fuessen  comparados,  disiendo  en  su  sancto 
euangelio  que  assy  resugitarán  é  se  ayuntarán  á  él  en  el  juisio,  commo 


II /  PARTE,   ILUSTRACIONES.  547 

las  águilas  se  ayuntan  adonde  ay  algund  cuerpo;  y  especialmente  qui- 
so que  los  religiosos  y  regidores  fuessen  á  ellas  semejantes^  quando 
el  mesmo  Sancto  de  los  Sanctos  y  gouemador  de  todas  las  cosas  que  en 
los  9Íelos  y  en  la  tierra  son,  se  comparó  al  águila,  que  muestra  á  bolar 
á  sus  hijos.  Verdad  es  que  defendió  que  no  la  comiesse  su  pueblo»  ni 
comiesse  las  otras  aues  que  biuen  de  rapiña,  por  dar  á  entender  á  ellos 
y  á  nos  también,  que  le  desplase  mucho  el  tomar  de  lo  ageno,  y  qual- 
quier  lesyon  y  daño,  que  al  próximo  es  hecho.  Y  porque  nos  quiso  com- 
parar á  las  águilas,  y  que  de  ellas  aprendiéssemos  cómmo  auiamos  de 
conuersar,  quiso  darles  muchas  singulares  condiciones  y  propiedades, 
á  las  qnales  nos  ayamos  de  conformar,  mayormente  en  este  sanoto  tiem- 
po de  renouagion,  en  que  como  águilas  nos  aueiños  de  renouar. 

Pues  vos,  excellente  Reyaa,  á  tantos  y  á  tan  grandes  reynos  pw  uioa- 
ria  de  Dios  puesta  en  uno  con  el  serenissimo  Rey,  vuestro  condigno  ma- 
rido, rason  fué  que  supiéssedes  y  para  esso  las  leyéssedes,  aque- 
llas propiedades  del  águila,  de  que  fué,  oonmio  ya  dixe,  la  Collación 
que  demandaes. 

m.*  PARTE. 

DE  LAS  PROPIEDADES  Y  CONDICIOirES  QüE  EL  ÁGUILA  TIENE. 

Capitulo  primero. — De  cómo  auetnos  de  ser  liberales  y  francos  á  todos,  sy 
ser  pudiese,  á  los  nuestros  y  á  los  extraños,  segund  que  lo  es  d  águila. 

Son,  entre  otras,  nueue  sus  buenas  propiedades.  La  primera,  que  es 
muy  liberal,  ca  disque  parte  y  larga  y  de  buenamente  con  las  aues 
que  la  syguen,  y  acompañan  de  buena  gana.  Tal  deue  ser  todo  fiel 
xrípstíano,  ca  deue  comunicar  lo  que  tiene  y  puede  á  qmen  quier  que  lo 
ha  menester  de  buena  noluntad,  y  mayormente  cada  uno  á  los  que  le 
syguen  y  simen,  ó  por  otra  cualquier  manera  son  de  su  casa  y  fami- 
lia. Esta  liberalydad  y  comunicación  amonestó  y  predicó  y  enseñó  el 
byena venturado  euangelisla  Sant  Juan,  águila  caudal  en  esto,  y  en  todo 
lo  al,  el  qual  abondó  mucho  en  karidad  y  la  encomendó  con  todo  estu- 
dyo  y  diligencia.  Esta,  liberalydad  y  franquesa  tienen,  y  deuen  tener  to- 
dos los  religiosos  en  grand  grado  y  manera.  Ca  dan  á  ssy  mesmos  y 
quanto  tienen,  por  seruyr  desenbargadamente  á  nuestro  Señor,  y  aun  ios 
bienes  espirituales  que  después  ganan  y  merescen,  comunican  de  buen 
grado  á  quien  más  los  ha  menester.  Esta  tienen  y  han  de  tener  los  reyes, 
principes  y  gouemadores,  los  quales  en  la  guerra  y  en  la  pas  han  de  ser 
contentos  con  la  uictoria  y  con  la  honrra,y  aun  esta  han  de  attríbujrr  al 
su  Rey  Soberano  que  ge  la  da;  y  los  déspotos  y  todo  lo  que  tienen  han 
de  partir  de  grado  y  francamente  á  toda  su  hueste,  casa  y  gente.  Asy  lo 
hiso  el  patríarcha  Abraham,  quando  uenció  aquellos  quatro  reyes,  que 


5i8  HISTORIA  crítica    DE    LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

DO  tomó  de  los  despojos  msia  de  el  diesmo,  qae  dio  al  grand  n^odote 
Melcbisidech,  y  assy  lo  hasia  el  sancto  Job,  y  assj  el  buen  rey  Daoid: 
que  hasia  igual  la  parte  de  ios  que  qaedauao  á  guardar  el  real,  con  li 
de  los  que  juao  á  la  batalla;  y  commo  son  y  deuen  sqt  liberaleB  y 
francos  en  dar,  assy  estudian,  y  deuen  estudiar  de  no  ser  graues  y  or- 
gosos  á  los  suyos,  ni  á  los  extraños  en  res^ebir  dellos,  ni  tomar.  Qué 
buen  príncipe  del  pueblo  el  sancto  Samuel  y  religioso  muj  entero,  que 
buey  nin  assno  nyn  otra  cosa  jamás  quiso  nin  tomó!  Fué  águila,  boea 
religioso,  buen  capitán  y  gouernador  Sant  Pablo,  que  aun  por  sus  ma- 
nos trabajando  y  de  noche  uelando^  ganaua  lo  que  á  ssy  y  á  sus  compa- 
ñeros era  nesgesarío. 

Capitulo  II. — De  cómmo  á  manera  de  águüa  auemos  de  tener  la  vista  id 

entendimiento  fuerte  y  aguda. 

Es  la  segunda  propiedad  que  tiene  la  uista  muy  fuerte  y  muy  aguda, 
tanto  que  dise  Sant  Ysidoro,  que  de  la  agudesa  de  la  vista  tomó  nombre 
y  os  llamada  águila.  Es  tan  fuerte  su  vista,  que  disen  que  assy  pone  los 
ojos,  syn  ninguna  lesyon  y  enpacho  en  la  esphera  del  sol  al  medio  dia, 
quando  está  más  claro  y  más  feruiente,  commo  nos  los  ponemos  alegre- 
mente, segund  dise  el  eclesiástico,  en  las  senbradas  quando  están  bien 
nasyidas  y  muy  verdes.  Es  otrosy  tan  aguda,  que  sobida  en  lo  muy  alto 
del  ayre,  dis  ({ue  vee  los  pe^es  pequennos  en  lo  profundo  del  mar  y  la 
liebre,  ó  elgagapo,  ú  la  perdis,  en  su  cama  acornada,  y  se  debate  álos 
cagar;  y  aun  dis  que  examina  sy  los  pollos  que  tiene  en  su  nido  son  sos 
hijos,  tomándolos  en  las  uñas  y  poniéndolos  al  rayo  del  sol,  y  si  los  vee 
gerrar  los  oíos  6  que  non  le  miran  sin  turbac^ion,  conosge  que  non  son 
suyos,  y  déxalos  caber  y  peres9er.  Tales  son  y  han  de  ser  los  fieles 
xripstianos,  que  syenpre,  commo  dise  el  sabio,  han  de  traher  los  ojos  en 
su  oabega,  que  es  sol  de  iustigia  lesuxripsto  nuestro  Redentor;  pero  ma- 
cho mas  los  religiosos,  los  quales  tienen  fortificada  la  vista  del  entendi- 
miento, alumbrado  de  la  fé,  porque  tienen  reprimidas  y  subiusgadas  las 
pasiones  del  amor  y  dcleyte  carnal  y  de  la  cobdiyia,  del  temor  y  de  la 
yra  ,que  le  suelen  enñuquesger  y  turbar.  Ca  quitando  commo  quitan  de 
sy  las  ocassyones,  quitan  de  sy  estas  passiones:  pues  estos  ponen  los 
oíos  de  su  entendimiento  en  contenplar  syn  enpacho  los  misterios  de  la 
sancta  íé  cathólica,  assy  los  que  pertenes^n  á  la  diuinidad  commo  los 
(lo  la  humanidad,  quauto  puede  bastar  y  bastí  la  fiaquesa  humanal, 
rionen  otrosy  la  uista  del  entendimiento  muy  aguda,  para  ver  y  dis^r- 
iiir  los  peoad^vs  menudos  y  mucho  veniales,  para  los  confessar  y  emen- 
dar, y  para  vor  otrosy  muchas  menudencias  de  ^rimonias  y  oirtudes,  i 
uuostro  Sttfior  muy  applasibles,  para  las  haser  y  obrar,  de  lo  qual  todos 
ioii  st'glait'S  ooinunmeuie  non  hasen  caudal.  Examinan  otrosy  sus  obras 
buHiaü,  quo  son   :)U3  hiiivi,  poniéndolos  nntel  rayo  del  sol,  que  es  la 


Il/   PARTE,    ILUS1  RACIONES.  549 

voluntad  de  su  prelado,  para  que  sy  son  conformes  á  ella  las  críen  y  las 
prosigan,  y  si  no  que  dexen  aquellas  y  que  tomen  otras. 

Esto  mesmo  han  de  haser  los  buenos  principes  y  reyes,  prelados  y  go- 
nemadores,  que  syenpre  han  de  mirar  que  son  comissarios  y  vicarios  de 
Dios  Nuestro  Señor,  y  que  no  han  de  exceder  de  su  querer  y  voluntad, 
nin  los  términos  de  su  mandado  y  comission;  mas  aquella  han  de  procurar 
syenpre  de  saber  para  la  haser  y  executar.  Lo  qual  cohos^iendo  el  rey 
Dauid,  demandaua  syenpre  á  nuestro  Señor,  y  disia:  Enséñame  á  haser  tu 
noluntad,  ca  tú  eres  mi  Dios;  y  por  esto  dise  en  otro  salmo  que  yua  é 
estaua  espessamente  en  el  templo  y  casa  de  Dios,  por  uer  y  conosger  su 
noluntad.  Mas  ¡guaj  de  los  que  la  conos^en  7  non  la  cumplen,  7  más 
de  los  que  non  la  quieren  conosger!  Ca,  como  dise  el  sancto  Evangelio, 
de  muchas  plagas  serán  plagados,  7  de  mu7  más  granes  tormentos  que 
otros  en  el  ynfíerno  para  syenpre  atormentados. 

Capitulo  111. — De  cómmo  auemos  de  ser  calientes  por  kar%d<id  y  secos 
por  firmeza  é  estabilidad,  segund  que  ella  es. 

Tercera  propiedad  del  águila,  que  es  de  conplexion  caliente  7  seca, 
que  es  en  los  onbres  conplexion  colérica,  la  qual  es  meior  que  otra  para 
las  operaciones  intellectuales,  aunque  para  los  animales  vitales  7  natura- 
les sea  meior  caliente  é  húmida.  Todo  fíel  xrípstiano  deue  ser  caliente 
por  caridad,  7  seco  por  con8tan9Ía7  firmesa  en  la  fé  7  en  bien  obrar,  ca 
ass7  commo  lo  húmido  es  mouible  y  no  terminable  por  proprio  término 
(mas  ageno);  assy  es  lo  seco  estable  por  proprio  término  terminable, 
onde  el  ayre  é  el  agua  en  que  estocas  paresye,  luego  se  mueuen  y  se 
derraman  sy  alguna  cosa  seca  y  firme  no  los  tiene;  mas  no  lo  hase  assy 
la  tierra  ni  otra  cosa  seca,  aunque  ni  lo  seco  se  tiene  conplidamente,  sy 
alguna  mésela  de  húmido  no  tiene^  lo  qual,  segund  algunos,  es  loe 
fundamentos  de  la  tierra  que  la  sabiduría  dise  que  Nuestro  Señor  al  co- 
mien^  del  mundo  appendia;  pero  meior  se  entiende  que  su  fundamen- 
to y  pimiento  sea  su  stabilidad  y  grauesa,  que  no  quiere  subir,  mas  hol- 
gar en  lo  más  baxo,  que  es  el  gentro,  segund  que  dise  el  psalmo  que 
fundó  el  Señor  la  tierra  sobre  su  stabilidad  y  grauesa>  y  aun  por  esso 
es  y  deue  ser  todo  xripstiano  confirmado  y  no  mucho  tienpo  tardallo,  por- 
que sea  firme  y  constante  en  la  sancta  fé  cathólica  y  dé  clara  confession 
della  cada  que  fuere  ne^ssarío.  Mas  señaladamente  es  menester  á  los 
religiosos  que  sean  calientes  antes  fervientes  por  grand  fuego  de  kan- 
dad,  pues  que  son  ayuntados  en  ella  y  para  perfectamente  auerla,  ca, 
como  nuestra  regla  dise,  esto  es  lo  primero  y  principal,  porque  en  uno 
somos  ayuntados,  para  que  de  un  corai^on  y  de  una  ánima  moremos  en 
el  monesterio.  Deucn  ser  otrossy  secos  de  todo  fluxo  y  dissolugion  y 
muy  constantes  y  firmes  en  los  votos  de  su  profession,  lo  qual  han  más 
menester  quanto  son  más  tentidos,  porque  commo  dise  el  sabio  están  al 


550  UISTOUIA    GKlTIGA    DE    LA    LITEUATURA  ESPAI^OLA. 

Señor  más  allegados,  y  aun  soii  á  esta  constancia  y  fírmesa  mudio 
obligados;  pues  por  esso  hisieron  los  uotos,  por  no  ser  mudables  m  li- 
bres para  se  mudaren  sus  buenos  conceptos  y  propósytos.  Deuen  tanbien 
los  principes  ser  calientes  por  grand  karidad  y  amor  de  la  salva^n  y 
conserua^ion  de  la  república  y  pueblos  que  le  son  encomendados;  ca  los 
han  de  amar,  no  commo  señores  á  syeruos  por  su  proprío  interesse,  maS 
commo  padres  á  hiios  por  el  bien  proprio  dellos,  del  qual  amor  ha  de 
nas^  toda  correction  y  castigo  givil  ó  criminal,  que  en  los  delinquen- 
tes  se  ha  de  haser  y  executar.  Han  otrossy  de  ser  constantes  y  firmes 
en  la  ezecugion  de  la  justicia  y  conservación  de  sus  leyes;  que  ni  por 
miedo,  ni  por  ruego,  ni  por  amor,  ni  por  dinero,  ni  por  ninguna  otra 
pasyon  nin  affeotion,  no  se  muden,  ni  excedan,  ni  fallescan  de  lo  iusto 
y  honesto.  Esta  oonplexion  caliente  y  seca  tenia  aquel  principe  de  la 
tierra  glorioso,  que  desia:  ¿Quién  nos  apartará  de  la  karidad  de  lesa- 
xripsto?  Tribulación,  angustia,  hambre,  desnuedad,  persecugion,  peli- 
gro, cuchillo.  Cyerto  so  que  ni  muerte,  ni  uida,  ni  ángeles,  ni  pringipad- 
gos,  ni  virtudes,  ni  los  males  presentes,  ni  los  aduenideros,  ni  fortalesa, 
ni  altura^  ni  hondura,  ni  otra  criatura  nos  podrá  apartar  del  amor  de 
Dios,  que  es  en  lesuxrípsto  Nuestro  Señor.  A  esto  conuidaua  el  propheta 
al  buen  rey  losaphat  y  al  pueblo  del  Señor  quando  disia:,  sed  cons- 
tantes y  vereys  la  ayuda  del  Señor  sobre  nos.  Esta  biso  todos  los  már- 
tires dignos  de  ser  laureados. 

Capitulo  IV. — Cómmo  auemos  de  ser  animosos  y  nos  auemos  de  ensañar, 
mayormente  contra  los  que  non  se  esfuergan  como  deuen  á  vencer  á 

Sathanás. 

Es  la  quarta  propiedad,  que  nage  de  aquesta  tergera,  que  dis  que  es 
animosa  y  sañosa,  mayormente  contra  las  aues  mansas  que  no  son  dañi- 
nas y  rapiegas  commo  ella.  Cyerto  es  que  assy  commo  el  frió  amortigua 
y  da  temor,  assy  el  calor  abiua  y  acresgienta  el  coraron  y  le  enciende  y 
de  ligero  provoca  á  saña.  Esta  animosidad  y  grandesa  de  coraron  tienen 
y  deuen  tener  los  religiosos,  porque  tomaron  estado  de  perfection,  que 
requiere  y  tiene  obras  arduas  y  difíciles,  y  hanse  de  ensañar  y  aun  en- 
crudesger  contra  sy  mesmos  cada  que  se  veeii  tibios  6  resfriados,  porque 
con  la  saña  escalentados,  se  esfuercen  á  obrar  lo  graue  y  penoso  á  que 
son  obligados.  Anse  otrossy  de  ensañar  contra  los  remissos  y  ñacos,  ne- 
xos que  non  trabaiau  por  uenger,  captiuar  y  destruyr  las  aues  malditas, 
que  son  los  demonios,  contra  los  cuales  tenemos  batalla  y  lucha  conti- 
nua, sy  buenos  somos.  Esta  animosidad  y  saña  han  de  tener  los  prínci- 
pes, que  han  de  ser  selosos  y  del  solo  de  Dios  comidos,  contra  los  per- 
uersos  y  uiciosos  y  aun  contra  los  couardcs  y  temerosos;  pero  non  tama- 
ña que  les  turbe  el  iuysio,  ni  los  oios.  A  esta  conuidaua  el  ÍSeñor  á  su 
grand  duque  losué,  disiéndole:  Couúrtate   y  sey  resio  y  de  fuerte  cora- 


II.*    PARTE,    ILÜSTU ACIONES.  551 

90a  é  con  y  el  ángel  al  grand  iuez  Gredeon;  porque  abondaua  en  ella  el 
animoso  rey  Daaid,  es  interpretado  fuerte  de  manos.  Esta  hiso  á  los 
machabeos  tan  uictoriosos  capitanes,  tan  gloriosos  y  tan  nombrados. 

Capitulo  V. — De  comino  nunca  deuemos  estar  ociosos,  mas  syenpre  occu- 
padoSt  porque  de  la  ociosydad  nasQcn  todos  males  y  daños. 

Nunca  dis  que  está  oo^iosa,  que  es  la  quinta;  mas  ó  mira  la  rueda  del 
sol  ó  cosa  que  haya  de  cagar,  ó  adoba  las  uñas.  Mucho  deue  ser  huyda 
de  todo  fiel  xrípstiano  la  ocgiosydad,  porque,  coromo  dise  el  sabio,  ense- 
ña muchos  males,  y  commo  dise  nuestro  glorioso  padre  Sant  Iherónimo, 
es  madre  de  toda  maldad;  pero  mucho  más  de  los  religiosos,  que  por  re- 
dimir el  tiempo  para  le  meior  enplear,  dexan  7  deuen  dexar  perder 
muchas  cosas.  Estos  ó  se  ocupan  en  contenplar  las  perfeotiones  de 
Nuestro  Señor  Dios  7  Onbre  uerdadero,  para,  segund  nuestra  tíaquesa, 
las  seguir  7  remedar,  ó  á  lo  menos  para  las  loar  é  engrandes^r^  y  ma- 
rauillándose  dellas;  ó  miran  7  hasen  algunas  obras  con  que  cresca  su 
karídad;  ó  miran  y  pergeñan  las  uñas,  que  son  qualesquier  pensamien- 
tos, hablas  7  obras  superfinas  7  demasiadat,  ca  por  lo  syn  prouecho  y 
demasyado,  tanto  es  commo  sy  no  fucsse  obrado,  y  es  assy  que  por  los 
cabellos  y  uñas  que  á  menudo  cresgen  en  el  cuerpo  syn  prouecho  y  de 
lo  superfino  del  alimento,  se  entienden  specialmente  las  superfiuydades 
del  ánima.  Tales  han  de  ser  los  principes  y  buenos  reyes,  que  ó  lean  ó 
aprendan  cónuno  han  de  regir  7  gouernar,  ó  entiendan  á  emendar  y  per- 
filar sus  costumbres,  ó  en  cagar,  punir  y  castigar  los  malhechores;  mas 
nunca  se  ocupen  en  iuegos,  ni  en  burlas  mucho  aienas  é  contrarias  á 
quien  tanto  tiene  que  haser  7  que  proueer,  y  aun  pocas  ueces  en  ho- 
nestas recreaciones;  y  aun  las  reynas  7  dueñas  grandes  y  pequeñas,  mu- 
cho deuen  mirar  que  no  coman  su  pan  oogiosas,  mas  que  syenpre  sean 
bien  ocupadas,  hasendosas  7  aliñosas,  commo  escriue  largamente  Salo- 
món de  la  muger  fuerte  y  preciosa.  ¡Oh,  quántos  y  quántas  han  pere- 
cido y  de  cada  dia  peres^en,  tanbien  en  los  cuerpos  commo  en  las  áni- 
mas, por  no  ser  continuamente  bien  ocoupados  y  occupadas!  Por  esto 
entendía  el  rey  Faraón  que  los  hiios  de  Isrrael,  se  mouian  á  pedir  licencia 
para  se  tomar  á  su  tierra.  Por  esto  en  parte  no  quiso  Nuestro  Señor  qui- 
tar todas  las  gentes  de  la  tierra, que  á  su  pueblo  iudiego  tenia  prometida, 
y, en  ()ue  le  colocaua  y  metia,  porque  touiessen  syenpre  aduersaríos  con 
que  coittender  y  non  se  entorpesgiessen  con  ocgiosidad.  Qué  diré  syno 
que  ninguna  cosa  es,  que  asy  aborresca  la  naturalesa,  commo  que  en  to- 
•  do  el  mundo  aya  cosa  ocgiosa.  Marauilla  es  que  sube  el  agua  y  sobirá 
la  tierra,  oluidada  de  su  pesadumbre  y  grauesa,por  enchir  algund  lugar 
sy  esta  nasió;  7  seyendo  el  agua  tan  fluxible  commo  es,  teniendo  lu- 
gar por  do  salga  dexa  de  salir^  liasta  que  entre  ayre  que  occupe  el  lugar 
que  ella  dexare:  todo  esto  porque  no  esté  oc9Íoso>  commo  estaria  sy  no 
tocasse,  y  touiesse  algund  cuerpo,  para  lo  qual  el  lugar  es  hecho. 


5o2  HISTORIA   CRÍTICA    DE   LA    LITERATURA   ESPAÍ^OLA. 

Capitulo  VI. — Cómmo  deuemos  firmar  nuestro  pensamiento  en  las  utdoi 
y  passyones  de  los  grandes  sánelos  y  cathólicos  varones,  para  los  reme* 
dar^  entendidos  por  las  altas  peñas  en  que  el  águila  haze  nido  é  queda^ 

da,  y  cria  sus  pollos,  - 

£8  otra  propiedad  saya  que  disque  en  las  peñas  más  altas  hase  su  ni- 
do. Peña  muy  alta  y  muy  fírme  es  lesuXpo,  Nuestro  Redemptor^  sóbrela 
qual  está  fundada  la  Iglesia  y  ayuntamiento  de  todos  los  fíeles  zrisptia- 
nos;  ca  creyendo  firmemente  los  artyculos  de  su  diuinidad  y  de  su  hu- 
manidad somos  xrisptianos.  Es  'tan  alta  que  commo  fuesse  reprobada  de 
los  que  hedificauan  el  templo,  esto  es,  de  los  indios  al  tiempo  de  su  saoc- 
ta  passyon,  meresgió  ser  puesto  en  la  cabe^  del  rincón  y  ser  cabe^  de 
toda  la  Iglesia,  de  quien  todos  los  fíeles  reciben  uirtud  y  grande  infíuen- 
Qia  para  bien  beuir,  como  los  miembros  del  cuerpo  la  reciben  de  la  ca- 
btiSQa;  y  ayuntó  en  un  edificio,  templo  é  yglesia  las  dos  paredes  diuersas: 
que  eran  los  dos  pueblos  muy  contrarios  y  muy  diuersos,  gentil,  cod- 
uiene  á  saber,  y  iudiego.  Peña  otrosy  muy  alta  la  Uirgen  sagrada  nues- 
tra señora,  de  la  qual,  commo  dise  Daniel  propheta,  fué  cortada  aquella 
primera  syn  manos,  porque  de  su  sagrado  uuientre  fué  engendrada  la 
humanidad  de  lesu  Cristo  Nuestro  Redemptor  syn  symiente  ni  obra  de 
uaron^  de  la  qual  piedra  demandaua  Ysapas,  segund  una  deolara^oo, 
que  fuesse  enviado  el  Cordero  al  monte  de  Syon  para  enseñorear  toda  la 
tierra.  Piedras  otrosy,  y  peñas  altas,  aunque  no  tanto,  son  los  Sanctoe 
mártyres,  sobre  cuyos  huessos  y  sanctos  cuerpos  se  solían  edifícar  en  las 
iglesias  los  altares.  En  estos  deuen  todos  los  fíeles  xrisptianos  baser  sos 
nidos:  esto  es,  encomendar  á  ellos  todas  sus  obras  y  tomarlos  por  espe- 
ciales abogados  y  patrones  del  las  y  de  sus  personas,  especialmente  los 
religiosos,  en  perssona  de  los  quales  dise  el  salmo  que  el  páxaro  que  es 
el  contemplativo,  y  la  tórtola  que  es  el  penitente  y  continente  que  ame- 
nudo  gime  é  llora  sus  pecados,  apartado  y  commo  huido  de  los  deleytes 
de  este  mundo,  hallaron  casa  é  hisieron  nido  en  los  altares  de  Nuestro 
Señor,  porque  syenpre  han  de  tener  oio  á  la  uida  y  passion  de  Nuestro 
Itedemptor  y  á  las  uidas  y  passiones  de  los  mayores  sanctos  y  más  ator- 
mentados mártires,  sobre  cuyos  sanctos  cuerpos  y  reliquias  se  hasian  y 
aun  hasen  oy  los  altares,  para  conformar  á  ellos  sus  costumbres  y  para 
que  non  les  sean  difficiles  é  intollerables  las  obseruangias  y  ásperos  exer- 
CÍ9Í0S  de  la  sancta  religión.  Por  lo  qual  nos  leed  cada  dia  la  kalenda  en 
la  prima,  en  que  comunmente  se  hase  memoria  en  suma  de  las  ex^ 
Uentes  uidas  y  granes  passiones  y  gloriosas  muertes,  preciosas  en  el  aca- 
tamiento de  nuestro  Señor;  y  aun  por  esto  es  conseio  saludable  que  lea- 
mos espessamente  las  uidas  de  aquellos,  porque  más  que  otra  lection  nos 
puede  ynflamar,  consolar  y  esforzar  al  seruÍQÍo  de  nuestro  Señor. 

No  menos  los  reyes  y  principes,  duques  y  marqueses,   y  qualesquier 


ll/    PARTE,    ILUSTRACIONES.  553 

otros  señores  deaen  syenpre  tener  oio  á  los  expelientes  uarones  de  su  es- 
tado, hábito  y  profession,  passados  y  pressentes;  señaladamente  á  los  que 
la  Sancta  Escriptura  aprueua  por  cathólicos  y  fíeles,  ca  deuen  con  dili-* 
gengia  y  deuo^ion  mirar  á  la  fé  y  obediencia  del  santo  patriarcha  Noé  y 
mucho  á  su  bondad  perfecta,  que  corrompiendo  toda  carne  su  manera  de 
biuir,  él  solo  con  su  casa  guardó  la  ynno^engia  y  la  linpiesa:  á  la  espe- 
ranza y  obediencia  del  patriarcha  Abrahan,  padre  de  nuestra  fé,  que 
tan  osadamente  U^ó  á  poner  el  cuchillo  al  garguero  á  su  muy  amado  y 
muy  querido  hijo  Ysaao,  en  el  qual  le  estaua  prometida  la  bendición  y 
multiplicación  de  todas  las  gentes,  porque  del  y  por  él  auia  de  descender, 
commo  descendió  nuestro  Salvador:  la  subiection  y  reueren^ia  de  esse 
mesmo  patriarcha  Ysaac  á  su  padre^  con  que  asy  se  consintia  atar  del  y 
degollar,  podiéndole  resistir  de  ligero,  commo  mancebo  ualiente  á  flaco 
uiejo:  la  continengia  y  castidad  coniugal  de  anbos,  que  aunque  non  auian 
generación  de  sus  legitimas  mugeres,  ni  por  esso  conos^ian  otras,  por  lo 
qual  gela  daua  nuestro  Señor  después:  la  sufrengia  y  longanimidad  del 
patriarcha  lacob,  con  que  tanto  tiempo  syruió  por  alcanzar  y  redemir  á 
Kaohel,  su  muger,  y  más  su  humildad  y  sometimiento  al  conseio  de  su 
madre,  que  alumbrada  del  sancto  spíritu  le  aconseió  cosa  tan  graue  com- 
mo fué  hurtar  la  bendición:  la  gran  religión  y  deuocion  de  Melcliise- 
dech,  que  commo  fuesse  rey  de  Salen,  era  dado  á  la  contemplación  y 
sacerdote  del  muy  alto  Dios:  á  la  castidad,  lealtad  y  prudencia  del  sanó- 
lo loseph,  que  fué  por  esso  príncipe  de  Egipto,  y  á  la  clemencia  con  que 
á  sus  hermanos  perdonó:  á  la  verdad  de  su  hermano  ludas  en  conplir  lo 
que  prometió:  á  la  paciencia  en  las  aduersydades  y  pérdidas  del  sancto 
príncipe  lob:  á  la  mansedumbre  muy  grande  del  sancto  duque  Moysen, 
j  al  selo  de  la  iusticia  de  su  sobrino  Finces:  á  la  fortalesa  y  animosydad, 
fundada  en  la  obedienciíi  á  üios,  de  los  sanctos  capitanes  losué  y  Gre- 
deon:  á  la  liberalidad  y  franquesa  del  buen  uaron  Boos:  al  sacudir  de 
las  manos  de  todo  presente  y  don,  que  friega  aun  á  los  prudentes,  y  mu- 
cho más  de  todo  coecho  y  pecho  y  tributo,  no  aprouadu,  del  grand  iues  y 
profeta  Samuel:  á  la  justicia  del  rey  Saúl,  que  aunque  no  muy  bueno 
quería  fjue  moriesse  lonathás,  su  amado  primogénito,  solo  porque  tras- 
passó  la  ley  que  el  mesmo  rey  Saúl  auia  puesto  al  pueblo,  y  aun  aquello 
con  ignorancia,  ca  no  la  oyó  pregonar:  la  fíel  y  uerdadera  amistad  y  mu- 
cho de  gradecer  y  de  loar  del  dicho  príncipe  y  primogénito  lonathás  con 
el  buen  Citharedo,  que  entonces  era,  y  buen  capitán,  y  cauallero  Dauid: 
la  humildad  profunda  é  ynocencia  cerca  de  su  enemigo,  porque  era  rey 
de  Dios  ungido,  y  Lombien  su  magnificencia  en  querer  hedifícar  templo  y 
morada  á  honrra  de  Dios  biuo,  del  santo  rey  Dauid,  y  aquella  con  la 
prudencia,  conseio  y  orden  marauillosa  que  tenia  en  todas  cosas, 
grandes  y  pequeñas,  éthicas  y  económicas  y  políticas,  el  sabio  rey  Salo- 
món: la  fé  del  buen  rey  Esechías  y  confíanza  en  solo  Dios,  y  sus  lágri- 
mas y  agradescimiento,  por  el  qual  compuso  el  cántico,  aunque  fué  en 


554  HISTOIUA  CUITICA   D£    LA    LITEÜATURA    ESPACIÓLA. 

ello  tardinero:  la  obediencia  á  sus  saactos  mandamientos  y  fieldad  i  ks 
amigos  de  losaphat  y  de  losjas:  la  penitencia  de  los  pecadores  reyes 
Achab  y  Manases  y  del  rey  de  Níniue,  y  aun  de  Nabuohodonosor,  y  b 
honrra  del  rey  Yran  y  del  rey  Qiro,  y  después  de  Seleucho,  rey  de  Asii, 
al  templo  de  Nuestro  Señor:  la  enmienda  del  rey  Asuero  de  la  yoiusta 
condenagion  del  pueblo  iudiego,  y  más  su  agradesgimiento  al  serai^  de 
Mardoobeo. 

Amar  mucho  las  lectiones  y  los  libros»  commo  el  buen  rey  Tholomeo. 
Mandar  y  procurar  que  los  dénseles  y  familiares  sean  sabios  críados, 
commo  el  rey  de  Babilonia  á  Daniel  y  á  sus  compañeros,  y  tener  syem- 
pre  muchos  sabios  uarones  gerca  si  para  que  en  todo  den  buen  oonseio, 
commo  el  dicho  rey  Asuero.   La  constancia  é  animosydad  y  selo  de  U 
ley  de  Dios  de  los  sanctos  y  claros  uiejos  Mathathias,  Eleasaroy  Kasiu, 
y  de  los  nombrados  Machabeos;  y  en  estos  es  mucho  de  notar  la  piedad 
y  ñel  misericordia  del  magnifico  principe  ludas  cerca  de  los  defunctos  é 
las  batallas  y  á  los  que  en  las  huestes  enfermauan.  La  prudente  piedad 
y  mucho  marauiilosa  del  emperador  Constantino,  que  quiso  mt^s  biuír  j 
morir  leproso  que  sanar  con  la  sangre  de  los  niños  ynnogentes,  oontranó 
mucho  al  prudelíssymo  y  muy  mal  rey  Heredes,  primero  de  que  fué  ar- 
riba dicho.  Cuya  habla  y  rasonamiento  es  aquí  de  notar,  porque  aunque 
non  sea  en  el  canon  de  la  Biblia  contenida,  es  asas  auctorizada  toda  so 
hystoria  y  mucho  famosa,  y  aquella  su  habla  mucho  prouechosa;  pues 
commo  saliesse  de  su  palacio  para  el  Capitolio,  á  do  estaua  apareiado  el 
uaño  en  que  auian  de  regebir  la  sangre  de  muchos  mili  niños  que  allj 
nuian  de  degollar,  segund  que  por  los  malditos  y  sacrilegos  pontifíges  y 
sacerdotes  de  los  y  dolos  le  era  conseiado.  uió  llorar  y  gritar,  messar  y 
rasgar  sus  caras  y  pechos  á  las  madres  de  los  niños  en  la  plaga  por  do 
passaua,  y  detuuo  el  carro  ynperial  en  que  yua,  y  ante  todo  el  pueblo  y 
senado  romano  hiso  esta  notable  habla:  Oydme,  dixo,  caualleros  y  todos 
los  pueblos:  esta  fué  syenpre  nuestra  manera  en  las  guerras  y  batallas 
que  contra  los  enemigos  ánimos  anido:  que  muriesse  por  ello  commo 
íjuebrantador  de  las  leyes  el  que  matasse  alguud  niño;  y  era  este  estatu- 
to en  la  guerra:  que  la  cara  que  non  touiesse  barbas  escapasso  del  cu- 
chillo. Pues  commo  lo  que  seíi  guardado  hasta  aquí  con  los  hijos  de  los 
enemigos  y  contrarios,  ¿quebrantaremos  agora  en   los  hijos  de  nuestros 
gibdadanos?  No  seamos  por  Dios  quebrantadores  de  las  leyes  los  que  al- 
cangamos  ser  uengedores  de  todas  las  gentes.  ¿Qué  aprouecha  auer  uen- 
cido  á  los  bárbaros,  sy  no  somos  de  la  crucsa  uengidos  y  sobrados?  Ven- 
cer á  las  nagiones  extrañas  es  uirtud  y  fuerga  de  los  pueblos  y  muche- 
dumbres; mas  ucnger  á  los  uigios  y  pecados  es  uirtud  é  fuerga  de  buenas 
costumbres.  En  aquellas  batallas  fuimos  más  fuertes  que  ellos :  en  estas 
somos  y  seamos  más  fuertes  que  nos  mesmos.  Estonges  gierto  uengemos 
á  nos  mesmos,  quando  lo  que  primero  syn  discregion  desseáuamos  yque- 
riemos,  con  discregion  lo  reprobamos  y  aborresgemos;  y  esto  hascmofi 


II.*   PARTE,    ILUSTRACIONES.  555 

quando  las  uolunUdes  de  los  dioses  á  las  nuestras  antepoDemos,  y  por 
lio  contrariar  á  sus  iustos  mandamientos  repugnamos  á  nuestros  yniustos 
desseos.  Agora  pues  en  esta  batalla  nos  piase  de  ser  uengidos,  tanto  que 
oonoscamos  que  contra  nuestra  salud  batallamos.  El  que  trabaia  por  ha- 
ser  lo  que  es  malo,  estudia  por  Qierto  de  ciptiuar  la  bondad.  Mas  el  quo 
en  esta  batalla  fuere  excedido,  uen^^imiento  alcanza  seyendo  uenQÍdo,  y 
el  aer^edor  es  uengido,  sy  la  piedad  es  uengida  de  la  cruesai  y  la  iusti- 
q\sl  de  la  yniusti^ia.  Ni  tal  uictoria  se  deue  nombrar  uengimiento;  pues 
uenQa  agora  á  nos  la  piedad  en  este  caso,^y  entonces  podremos  meior  ser 
uea^ores  de  nuestros  contrarios,  sy  de  la  piedad  fuéremos  uen^idos, 
ca  aeñor  de  todos  se  prueua  ser  el  que  es  uerdadero  syeruo  de  la  pie- 
dad. Pues  mejor  es  que  muera  yo,  salua  la  uida  de  los  inno9entes,  que 
non  reparar  mi  salud  con  sus  crueles  muertes,  quanto  más  que  aun  non 
es  ^ierto  que  se  reparaua;  y  aunque  se  repare  se  repara  muy  cruel- 
mente. 

Enton^  todo  el  pueblo  díó  grandes  boses  y  clamores,  unos  loando  su 
piedad,  y  muchos  disiendo,  que  de  su  salud  deuia  principalmente  curar. 
Más  el  emperador,  uengido  de  la  piedad  y  uengedor  de  la  cruesa  y  deli- 
berador de  la  bondad,  mandó  delante  todos  tornar  sus  hijos  á  sus  madres 
y  que  les  diesen  muchos  y  largos  dones,  y  bestias  y  todo  lo  nes^essario 
en  que  á  sus  tierras  y  casas  se  tornassen  con  ellos  al^remente.  Mas 
nosadas,  que  le  dio  la  piedad  su  galardón;  ca  luego  essa  noche  enbió  á  él 
Nuestro  Señor  los  santos  apóstoles  San  I  Pedro  y  Sant  Pablo,  los  quales 
en  sueños  le  aparesi^ieron  y  le  reuelaron  la  manera  ed  que  de  la  lepra 
desanima,  que  son  los  pecados,  y  de  la  del  cuerpo  fuesse  iuntamente  y 
oomplidamente  sano,  como  lo  fué,  poniendo  poi  obra  lo  que  los  sanchos 
Apóstoles  le  amonestaron;  lo  qual,  con  otras  cosas  mucho  notables  que 
ende  ay  de  su  fe,  especialmente  grand  religión,  deuofion  y  humildad, 
remitto  á  su  hystoria,  por  no  auer  aquí  más  de  alargar;  y  deuen  sobre 
lodos  mirar  á  la  mansedumbre  y  humildad  de  coravon  del  Key  de  los 
reyes  Ihesu  Xpo,  Nuestro  Señor.  Mas  no  deuen  mirar,  antes  huyr  y  re- 
probar, la  soberuia  y  cobdi(;ia  de  enseñorear  del  gigante  Nembroth  y 
del  rey  Greroboan,  por  lo  qual  hiso  á  los  dies  tribus  de  Ysrael  ydolatrar: 
ni  á  la  de  ilerodes  el  primero,  por  lo  qual  mató  á  los  innocentes,  pensan- 
do matar  entre  ellos  al  cjiíe  dcuia  auer  el  rey  no.  La  proteruia  y  duresa 
del  mal  rey  Faraón,  la  ynuidia  y  achaí|ues  del   mal  rey  Amalech,  que 
no  dexó  ni  aun  passar  cabe  su  tierra  al  pueblo  de  Israel;  la  liuiandad  de 
Sansón  en  descubrir  sas  secretos  á  Dalila  su  muger:  ni  la  ligeresa  en 
prometer  del  capitán  y  iues  de  aíjuel  tiempo  lepté:  ni  la  del  rey  Dauid 
en  condenar  áMifiboseth  syn  primero  le  oyr:  ni  la  necedad  ó  malicia  del 
rey  £ferodes  en  conplir  el  iuramcnto,  indiscretamente  hecho.  La  loca  sos- 
pecha de  Amon,  rey  de  los  amonitas,  contra  los  enbaxadores  del  rey 
Daoid,  y  la  de  loran,  rey  de  Israel,  contra  el  rey  de  Syria,  que  le  enbió 
su  condestable Naaman,  leproso,  puraque  ge  la  hisicsse  curar:  la  desobe- 


556         HISTORIA    CRÍTICA    DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA 

diengia,  enbaelta  en  oobdigia,  del  rey  Saúl;  ny  sa  enbidia  é  ininsta  in- 
digaagioQ  oontra  su  iusto  y  leal  yerno  Dauid:  ny  oomo  fué  á  la  hechisen 
por  saber  lo  por  venir:  la  enbidia  égran  tray^ion  de  loab,  condestable  de 
Dauid,  contra  Abner,  condestable  de  Saúl:  el  adulterio  y   homicidio  de 
esse  mismo  Dauid,  aunque  sancto  rey  y  bueno,  mas  por  cierto  no  en 
arfuesto:  el  parricidio  y  grand  tray^ion  de  su  hijo  Absalon:  ny  tener 
muchas  mugeres,  como  el  rey  Salomón:  tomar  conseio  de  mogos  y  res- 
ponder ásperamente,  como  biso  Roboan:  ny  desechar  el  buen  conseio  ni 
dar  pena  al  que  le  da,  como  Olofernes  á  Achior:  ny  huyr  los  uerdaderos 
prophetas  y  sieruos  de  Dios,  porque  disen  l^uerdad,  y  seguir  á  los  fal- 
sos y  lisonjeros,  como  hasia  el  rey  Achab  y  su  hijo  el  rey  loran:  ny  en- 
sañarse locamente,  como  essos  mesmos  reyes:  ni  blasfemar  de  Dios  y  de 
su  clero,  como  el  miserable  rey  Antiocho:  ny  tomar  ny  tractar  disoluta' 
mente  los  uasos  y  cosas  á  Dios  dedicadas,  como  el  rey  Baltasar:  ny  los 
depósitos  que  se  guardan  en  los  templos,  como  Ueliodoro,  contador  del 
rey  Seleucho,  que  ouiera  de  morir  marauillosamente  por  ello.  (Ni  la  so- 
beruia  y  loca  indignación  contra  Mardocheo,  y  por  él  oontra  el  pueblo 
iudiego  de  Haman,  grand  priuado  y  mayordomo  del  rey  Assuero.)  No 
ser  remisso,  ñoxo,  negligente  en  castigar  los  delinquentes,  aunque  sean 
sus  propios  hijos,  como  lo  fué  Heli,  sacerdote  y  iues  del  pueblo  en  aquel 
tienpo:  ny  presumir  de  ser  adorado  con  palabras  y  ceremonias  de  gran 
ponpa  y  estado,  como  el  tercero  rey  Heredes,  que  biuo  comieron  gusa- 
nos: ny  desafiar  á  ninguno,  como  el  loco  philisteo  y  gigante  Groliath:  ny 
tantos  por  tantos,  como  Abner  y  loab:  ny  aun  hueste  por  hueste,  presen- 
ándose  en  batalla,  aunque  sea  cosa  usada,  nin  dar  á  ello  lugar  ni  menos 
auctoridíid.  Estos  y  semeiantes  pecados  non  deueu  remedar  ni  seguir,  mas 
reprobar  y  huyr  los  príncipes  xrisptianos  y  otros  qualesquier  grandes  y 
medianos,  sy  no  quieren  yncurriren  las  penas  granes  y  muchas  conque 
aquellos  fueron  penados. 

Por  essa  mesma  manera  las  reynas,  pringessas  y  todas  las  grandes  y 
pequeñas  dueñas  deueu  haser  cama,  estrado  y  assyento  para  parir  y  criar 
sus  hijos  y  hijas  de  sus  buenas  obras,  y  nobles  costumbres,  en  la  buena 
uida  y  sancta  conuersagion  de  las  dueñas  que  la  Escriptura  loa  y  apruc- 
ua  por  buenas;  ca  deuen  mirar  a  la  castidad  de  Sara,  y  á  la  reuerencia 
y  acatamiento  y  precio  en  que  tenia  el  patriarcha  Abrahan,  padre  de 
nuestra  fé,  su  buen  marido,  á  la  uergüenca  y  encogimiento  de  su  nuera 
Rebeca,  quando  uino  primeramente  euido  á  Ysaac,  su  marido,  y  después 
la  diligencia  que  ponía  y  puso  en  ganar  la  bendición  de  Dios  para  su  hi- 
jo: la  buena  ocupación  de  Lya  y  la  deuocion  y  contemplación  de  Racbel: 
la  discreta  y  piadosa  hospitalidad  de  Raab,  mesonera:  la  fé  y  muy  buen 
debdo  que  Ruth  moabitide  tuuo  y  guardó  á  Noemi,  su  suegra:  la  discre- 
ción y  iusticia  de  Debora  en  iusgar  y  regir  al  pueblo:  la  religión  y  de- 
uocion de  Anna,  con  que  asy  ofresció  á  su  unigénito  Samuel  para  seniir 
en  el  templo:  la  conpassion  de  la  buena  muger  de  Finecs»  que  abortó  J 


li.*   PARTE,    ILUSTRACIONES.  557 

murió  del  parto,  oyendo  las  tristes  nueuas  de  la  prisyon  del  archa  y  de 
la  muerte  de  sa  suegro  y  de  su  marido:  el  selo  de  honestidad,  aunque 
soaerbioso,  que  Nicol,  hija  del  rey  Saúl,  tuuo  (erca  del  rey  Dauid,  su 
marido,  quando  le  reprehendió  de  como  yua  baylando  y  saltando  ante  la 
archa  del  Señor^  quando  la  passaua  de  una  casa  á  otra  meior:  la  lealtad 
y  amor  uerdadero  con  que  le  encobrió  y  negó  quando  el  dicho  rey  Saúl, 
su  padre,  le  mandó  en  su  casa  matar:  la  benignidad,  gracia  y  liberalidad 
de  Abigayl,  muger  de  Nab,  al  Carmelo^  con  que  asy  excusó  la  muerte 
de  su  marido  y  destruction  de  toda  su  casa,  aplacando  con  mucha  gra9ia 
la  saña  del  rey  Dauid,  por  lo  qual  menes^ió  depues  ser  tomada  por  su 
muger:  la  sabiduría  y  amor  y  sabor  della,  con  que  la  rey  na  de  Sabá  ui- 
no  á  oyr  la  sabiduría  del  rey  Salomón:  la  fé  y  lealtad  de  las  mugeres  de 
Thobías  y  de  lob,  con  que  perseueraron  en  el  serui^io  de  sus  mandados, 
puestos  en  tanta  miseria,  pobresa  y  enfermedad:  la  honestidad  y  madu- 
resa  de  la  sancta  ludich,  con  que  estaua  retrayda  en  su  palacio  en  el  es- 
tado de  su  biudez:  la  humanidad  en  el  entender  y  en  el  obrar  de  la  sanc- 
ta rey  na  Ix^ter,  con  que  mereció  reynar,  y  su  pueblo  iudiego  y  linage 
tan  marauillosamente  librar:  la  castidad  y  constancia  de  la  sancta  dulce 
casada  Susana:  la  fé,  temor  y  amor  de  Dios  y  guarda  de  su  santa  ley  de 
la  madre  de  los  sanctos  syete  mogos  machnbeos,  la  qual  tan  animosa  y 
tan  uirílmente  los  esforzó  á  sufrir  tan  crudo  martirio  por  guardar  la  ley 
de  Dios,  y  después  de  todos  syete  ella  sufrió  muy  alegremente.  Sobre 
todas  y  entre  todas  es  de  haser  cama  y  lecho,  estrado  y  nido  en  las  ex- 
gellentíssimas  uirtudes  de  la  Reyna  de  las  reynas  y  Señora  de  los  ánge- 
les y  de  los  gielos,  la  Uírgen  gloriosa,  nuestra  abogada  y  señora,  y  entre 
feodas  y  sobre  todas  sus  uirtudes  en  su  perfectíssima  humilldad  y  muy 
oonplida  misericordia:  las  oraciones  de  Anna  profetissa:  la  feruiente  Ictm 
ridad  de  Sancta  Martha,  y  más  de  Sancta  María  Magdalena,  su  herma- 
na: la  fé  de  la  Sancta  Cananea:  la  conffessyon  y  gracia  de  la  Sancta  Sa- 
marytana:  la  piedad  ^rca  los  defunctos  de  María  lacobí  y  María  Salo- 
mé, y  las  largas  lymosnas  y  piedades  de  Tabita  y  de  Drusiana,  con  otras 
muchas  que  aquí  ni  en  otro  lugar  no  se  podrían  buenamente  nombrar  y 
contar.  Mas  no  deuen  remedar,  antes  huyr  mucho  y  desechar  el  ocio, 
parlería  y  ligero  creer  de  nuestra  madre  Eua,  por  lo  qual  fué  asy  enga- 
fiada,  y  el  andar  fuera  de  casa  de  Digna,  hija  del  patriarcha,  por  lo  qual 
perdió  su  uirginidad  y  nasnieron  muchas  muertes  y  mucho  mal:  ni  la 
floberuia  de  la  honrrada  syerua  Agar:  ny  la  mobilidad  é  mirar  atrás  de 
la  muger  de  Loth,  que  la  conuertió  en  estatua  de  sal:  ny  la  indiscreta 
piedad  de  sus  hijas,  con  (|ue  engañaron  á  su  padre:  ny  el  engaño  de  Tha- 
mar  á  su  suegro  ludas,  aun(]i;e  se  pueda  excusar:  ny  la  dissolugion  mu- 
cho menos  y  desuergongamiento  de  la  muger  de  Futifar  con  el  fíel  ypru- 
•  dente,  muy  casto  y  muy  honesto  syeruo  loseph:  ny  la  dissension  que  fué 
antes  desto  entre  Lya  y  Rachel:  ni  la  porfía  de  Séphora,  leal  muger  de 
Moysen:  ny  la  murmuración  de  su  hermana  María,  por  la  qual  fue*  11c- 


558  HISTORIA    CRtTICA    DE    LA    UTEIt ATURA  ESPACIÓLA. 


na  de  lepra:  ny  la  perseuerangia  loca  de  sus  mugeres,  en  la  conpañia  y 
heregía  de  Datan  y  de  Abiron:  ny  la  traygion  de  label  contra  Sisara, 
aunque  aya. salido  á  bien:  ny  tanpoco  la  soberuia  y  uanagloria  de  Fene- 
na:  ny  la  familiaiñdad  y  confianza  en  el  debdo  de  Tbamar  con  su  her- 
mano Anón,  que  la  biso  deshonrar:  nyn  los  uaños  y  afeites  de  Bersa- 
heé,  muger  de  Usias^  que  la  hisieron  cobdigiar:  ny  la  ponpa  y  traheres 
de  la  hija  de  Faraón,  que  biso  enloquecer  é  ydolatrar  á  Salamon:  ny  la 
soberuia  y  presunp9Íon  y  cruesa  de  la  mala  lesabel;  ny  la  desobedien- 
cia, aunque  so  especie  de  honestidad,  de  la  rey  na  Üasti  al  mandamiento 
del  rey  Assuero:  nj  el  muy  mal  odio  de  la  mala  Herodías  contra  el  muy 
sancto  Baptista,  porque  la  reprehendía:  ny  el  saltar  y  el  dancar  de  su 
hija  laprin^essa,  que  biso  al  dicho  sancto  que  le  cor tassen  la  cabera: 
nyn  la  indiscreta  intercession  de  la  muger  de  Pilatos  por  Nuestro  Be- 
demptor :  ny  tanpoco  la  mentira  que  Saphira  dixo  á  Sant  Pedro  con  su 
marido  Anania. 

Capitulo  VH. — Que  todas  nuestras  obras  deuen  ser  enderezadas  y  hedías 

ó  por  amor  y  honrra  de  Dios,  Nuestro  Señor,  ó  por  nuestra  salwicion  ó 

por  la  de  nuestros  próximos,  que  son  las  tres  piedras  preciosas  que  pone 

el  águila  en  d  nido  para  sacar  y  conseruar  sus  ¡rollos, 

IjtL  séptima  propiedad  es  que  para  poner  los  buenos  y  para  sacar  los 
pollos  dellos,  pone  dos  piedras  preciosas  en  el  nido,  que  tienen  uirtud 
de  aprouechar  en  esto;  y  para  conseruarlos  de  toda  poncoña  y  uenino 
pone  otra,  que  aprouccha  para  aquello.  Con  estas  tres  sacamos  nos  en 
lus  y  conseruamos  todos  los  bienes  que  basemos,  que  son  amor  de  Dii« 
.y  de  nuestra  saluacion ,  y  de  la  de  nuestros  próximos. 

Capitulo  VIH. — De  cómmo  auemos  de  procurar  byen  bíuir  á  otros,  es- 
pecialmente  si  á  nos  son  subiectos,  segund  que  la  águila  prouoca  á  bolar 

á  sus  pollos. 

Es  la  octaua  propiedad  que  prouoca  y  enseña  á  sus  pollos  á  bolar, 
hiriéndolos  con  el  rostro  y  con  las  uñas,  y  quitándoles  su  mantenimien- 
to, sy  no  lo  quieren  haser  bien.  Prática  os  que  tuuo  Nuestro  Sefior  con  su 
pueblo  iudiego  quando  lo  sacó  de  Egipto  y  lo  traxo  por  el  desierto,  se- 
gund que  esse  mesmo  Señor  se  alaba  dello:  y  assy  deuen  todos  loe  fieles 
xrisptianos  que  rigen  algunas  familias  grandes  ó  pequeñas,  suyas  ó  age- 
nas,  enseñar  y  corregir  á  aquellos  de  quien  tienen  cargo,  á  las  ueses,  y 
primero  amonestándolos  de  palabra,  y  después  subtrayéndoles  lo  nes- 
Cessario,  y  finalmente  dándoles  con  el  palo. 


n.*  PARTB,   ILUSTRACIONES.  559 

Capitulo  IX.— Z)e  cómtno  deucmos  de  refrenar  y  ocupar  la  lengua,  y  de 
eómmo  nos  auemos  de  esforoar  á  muchas  obras  de  karidad,  ansy  dentro 
en  el  spiritu  como  de  fuera  con  el  cuerpo,  para  que  seamos  renouados 

de  la  manera  en  que  el  águüa  se  renueua. 

Eb  sa  noaena  propiedad,  que  dio  causa  á  toda  la  habla,  que  en  9ier- 
Uí  manera  desde  que  enuege^e  y  enflaquece,  se  renueua  y  se  torna  rcs^ia 
y  man^eua,  ca  disen  que  enuege<;en  y  enflaquecen  en  dos  maneras:  la 
una  68  por  discurso  de  tiempo,  comino  todas  las  cosas  que  de  los  quatro 
elementos  son  conpuestas,  conuiene  á  sauer,  consumiendo  el  calor  na- 
tural al  húmido  radical.  La  otra  es  porque  le  cresce  el  pico  de  encima 
en  tanto  grado  que  non  puede  tomar  el  mantenimiento,  ca  como  es  cor- 
no, sy  es -muy  cres^ido,  hase  ú  ello  grande  estoruo.  Mas  contra  entra- 
mos desfallescimientos  le  enseñó  la  naturalesa  é  instincto  suyo,  que  le 
«lió  buenos  remedios^  ca  buscar  una  piedra  muy  áspera  y  muy  resia  y 
:illy,  dando  muchas  herronadas,  lyma  y  quita  lo  demasiado  del  pico,  y 
assy  toma  á  comer  y  á  cobrar  algund  esfuerzo,  y  este  cobrado,  busca 
alguna  fuente  grande  y  clara  de  agua  biua  y  que  mucho  mana,  y  súbese 
en  el  ayre  quanto  puede,  y  ally  bate  muy  fuertemente  las  alas  hasta  que 
se  escaliente  toda;  y  assy  es  calentada,  desase  caher  en  aquella  agua  y 
entra  la  frialdad  della  y  humidad  por  los  poros  que  uiencn  abiertos 
por  el  calor,  y  hazenle  dexar  las  plumas  uieias  que  entonces  están  tier- 
nas de  quitar  y  rcnuéuase  en  grand  manera.  En  estas  dos  maneras  en- 
nege^cn  nuestras  ánimas  quanto  al  ser  uida  spiritual,  que  de  los  cuerpos 
no  es  agora  aquí  de  hablar,   ca  por  discurso  de  tiempo  causan  comun- 
mente los  honbres  de  bien  obrar  consumiendo  el  humor  de  la  gracia  di- 
Qinal,  que  en  el  baptismo  nos  fué  dada  y  en  la  confírma^ion  acres^enta- 
da  y  en  la  penitencia  reparada:  el  calor  del  pecado  original,  que  no  fué 
de  nuestra  ánima  dcrraygado,  aunque  fué  debilitado  quando  fuimos  bap- 
tisados,  p>orquc  assy  conuiene  que  seamos  exer^itados.  Ayuda  á  ello  al- 
go la  flaquesa  natural  del  cuerpo,  porque  debilitándose  el   instrumento 
no  puede  el  official  obrar  como  primero;  pero  mucho  miis  ayuda  á  enfla- 
quecer el  alma  el  crescer  del  pico  en  el  comer  y  beuer  y  en  parla  daño- 
sa ó  desmayada;  y  como  quier  (]ue  los  buenos  religiosos  y   grandes 
syernos  de  Dios  continuamente  aproucchen,  y  de  cada  día  se  rcnucucu 
en  su  buen  prop<)SÍto  y  feruor,  y  en  los  exercicios  de  la  sancta  religión, 
añadiendo  syenpre  diligi^ncia  y  estudio  y  al  buen  comiendo  que  ouieron 
al  tíenpo  de  su  profession  y  en  lo»  tales^  desfalleciendo  el  cuerpo,  cresca 
y  sea  confortado  el  spiritu  como  do  nuf^stro  padre  glorioso  Sant  llienW 
nymo  se  lee,  por  lo  qual  dize  el  apóstol  ()ue  la  virtud  en  la  enfermedad 
re^be  perfecion;  pero  como  estos  no  sean  todos  mas  algunos  y  aun  pocos 
entre  muchos,  timbion  en  este  estado  es  menester  renouacion,  limando, 
conuiene  á  saber,  <*1  pico  crosciJo,  dando  nuiclias  herronadas  en  la  pie- 


560  HISTORIA    CRtTIGA    OB    LA    LITERATURA    BSPAFÍOLA. 

dra,  que  es  lesuxripsto  Nuestro  Redenptor,  segund  que  arriba  fué  di- 
cho, confessando  claramente  y  por  menudo  las  culpas  cometidas  y  fre  • 
qüentando  las  oraciones,  sospiros  y  gemidos  en  lugar  de  las  parlerías; 
'cres9Íendo  en  las  abstinencias,  disciplinas  y  uigilias,  y  entonces,  tomada 
la  sancta  comunión  á  menudo  y  la  doctrina  de  la  lection  y  de  la  sancta 
amonestación,  que  son  maniares  del  ánima,  conuiene  sobir  á  lo  alto  con- 
syderando  los  beneficios  de  Nuestro  Señor,  y  principalmente  los  de  nues- 
tra redenpcion,  y  batir  mucho  las  alas,  que  son  nuestros  bracos  y  ma- 
nos, con  muchas  obras  de  karldad,  que  escalienten  é  inflamen  nuestro 
ooracon,  y  asy  escalentados  dar  con  nos  en  alguna  fuente  de  sancta  lec- 
tion ó  meditación,  que  nos  prouoque  á  muchas  lágrimas  y  á  grand  con- 
punción,  que  restaure  en  nos  el  primero  feruor  y  deuocion  y  deseche 
las  plumas  y  maneras  ñacas  y  cansadas  de  la  pasada  conuersa^ion.  Y 
esto  es  lo  que  disen  aquellos  uersos  en  que  uuo  fundamento -este  ser- 
món: Oh  alma,  disen,   mia,   bendise  al  Señor  y   todas  mis  entrañas, 
abriéndolas  y  manifestt'indolas  á  los  pies  del  confesor:  bendigan  al  su 
sancto  nonbre,  que  es  lesu,  mi  Saluador.   Oh  ánima  mia,  torna  é  da  eu 
la  piedra,  y  bendise  al  Señor,  recordándote  de  sus  dones  y  beneficios, 
señaladamente  de  su  redenpcion,  ca  perdona  todas  sus  maldades:  cada 
que  de  coracon  y  de  alma  le  demandas  perdón,  sana  todas  tus  flaquesas 
y  enfermedades,  cada  que  con  deuocion  te  allegas  á  la  sancta  comunión 
memorial  muy  saludable  de  su  sancta  passion,  por  la  qual  redime  y  re^ 
dimió  tu  uida  de  la  muerte  infernal.  Alcate,  álcate  eael  ayre  y  conten- 
pla  la  corona  de  gloria  y  de  piedras  presciosas,que  te  tiene  apareiada,  no 
tanto  por  tus  merescimientos  quanto  por  su  misericordia  y  bondad,  que 
para  ello  te  quiso  predestinar,  llamar  y  iustifícar,  y  tú  tanbien  aue  asy 
piedad  de  los  otros,  y  ayúdalos  y  hasles  el  bien  que  podrás.  Mira  que 
hinche  é  hinchirá  de  bienes  tu  desseo,  hasta  que  non  quepa  más,  y  aun 
que  sobre  y  reuierta.  Pues  con  estas  obras  y  consideraciones  cobrarás  co- 
mo la  águila  las  fuerzas  y  uigor  de  tu  iuuentud  y  primero  feruor,  por- 
.  que  assy  renouada,  crescas  todauia  de  bien  en  meior,  y  finalmente  seaes 
en  el  ^ielo,  donde  non  ay  mengua,  ni  ueges,  ni  tienpo  para  syenpre  co- 
locada. Amen.  Y  porque  esta  manera  de  enuegecer  y  renouar  es  tan- 
bien  común  á  los  seglares  que  la  quieren  procurar,  quier  sean  pequeños 
ó  grandes,  no  la  aplico  aquí  á  los  reyes  en  especial.  Hé  aqui,  excellente 
Señora, acabada  nuestra  Collación,  Kenuéuese  por  Dios  uuestra  muy  no- 
ble ánima  y  procure  la  períection,  ca  estado  tenes,  no  de  quien  quiera, 
mas  de  dueña  y  señora  tan  perfecta  y  tan  llena  de  toda  uirtud  y  bon- 
dad, commo  entre  las  aues  el  águila,  de  cuya  perfection  todos  y  mayor- 
mente todos  los  de  nuestros  reynos  y  señoríos  han  de  rescebir  y  parti- 
cipar commo  las  otras  aues  de  su  prea.  Vea  üuestra  Magestad  á  qué  es- 
tá obligada,  y  parü  (jué  fué  en  la  cunbre  de  las  honrras  y  dignidades 
sublimada  y  coUocada. 


11.*   PARTE,   ILUSTRACIONES.  561 

Grie  Nnestro  Señor  y  acrespente  coraron  linpio  en  uos  j  en  nos,  y  re- 
noene  su  sancto  spiritu  en  nuestras  entrañas,  y  de  nos  syeruos  sujos  y 
muy  humildes  oradores  nuestros.  Amen. 

Contíénese  esta  interesante  obra  en  el  expresado  códice  del 
señor  Álava,  desde  ia  pág.  1  al  47,  del  siguiente  modo:  Prólo-^ 
go,  de  la  pág.  1  á  la  4.— Parte  II.',  de  la  4  á  la  5.— Parte  TIL', 
p&gina  6  á  la  47,  con  esta  división  de  capítulos:  Cap.  I,  desde  la 
pág.  10  á  mitad  de  ia  12. — Cap.  II,  desde  la  12  hasta  pocas  li- 
neas empezada  la  15. — Cap.  III,  desde  la  15  hasta  id.,  id.,  id. 
de  la  18.— Cap.  IV,  desde  la  18  hasta  el  final  de  la  19.— Capí- 
tulo V,  desde  la  19  hasta  el  principio  de  la  22. — Cap.  VI,  des- 
de la  22  á  la  59. — Cap.  VII,  desde  la  40  á.  la  mitad  de  la  mis- 
ma.— Cap.  VIII,  desde  la  mitad  de  la  40  hasta  pocas  líneas  des- 
pués de  empezada  la  41. — Cap.  IX,  desde  la  41  á  la  47. — Los 
Loores  á  San  Juan  Evangelista  ocupan  lo  restante  del  MS. 


Tomo  tii.  36 


562  HISTORIA   CRITICA   DE   LA   LITERATURA  ESPAffOLA. 


111/ 


SOBRE    LA    ELOGUENOIA    PROFANA 

EN  EL  REINADO    DE    LOS    RETES  CATÓLICOS. 


Procaramos  en  lugar  oportuno  caracterizar  la  oratoria  profa- 
na, tal  como  fué  cultivada  durante  el  reinado  de  Isabel  I.*,  ofre- 
ciendo algunos  pasajes  de  los  discursos  ó  razonamientos,  debidos 
&  los  prelados,  magnates,  caballeros  y  procuradores  á  Cortes, 
que  más  se  distinguieron  en  aquella  edad,  afortunada  para  la 
nación  española.  Monumento  importante  de  este  linaje  de  ora- 
toria, no  conocido  todavia  en  la  historia  de  las  letras  patrias, 
hallamos  entre  los  MSS.  del  siglo  XV,  recogidos  en  el  XVllI  por 
el  diligente  académico  de  la  Historia,  don  Manuel  de  Avella, 
convidándonos  ambas  cir(7unstancias,  no  sólo  á  presentar  en  la 
exposición  histórica  algunas  muestras  de  las  oraciones  conteni- 
das en  aquella  preciosa  colección,  coetánea  de  los  personajes  que 
las  pronuncian,  sino  á  consagrarle,  como  ya  declaramos,  la  llus^ 
tracion  presente. 

Notamos  ya  que  esta  preciosa  compilación  ha  llegado  incom- 
pleta á  nuestros  dias,  componiéndose  la  parte  existente  de  53 
fojas  en  4."^  menor,  en  cuya  encuademación  no  se  ha  guardado 
por  cierto  el  mayor  orden,  de  lo  cual  resulta  que  alguno  de  los 
razonamientos  no  aparece  íntegro,  cuando  en  realidad,  restable- 
cida la  correlación  de  los  folios,  nada  le  falta.  Reconocidos  y  estu- 
diados todos  los  razonamientos,  discursos  y  arengas,  que  en  lo 
conservado  del  MS.  original  se  contienen,  es  de  notarse  que  casi 
todos  ellos,  dadas  las  distintas  ocasiones  que  los  producen,  se  re- 
fieren á  los  primeros  años  del  reinado  de  Isabel  la  Católica,  y  más 
principalmente  á  la  guerra  que  con  su  esposo  don  Fernando  se 


II.*   PARTE,   ILUSTRACIONES.  563 

Tió  obligada  &  sostener  contra  el  rey  de  Portugal ^  como  marido  y 
representante  de  la  Beltraneja.  Si  cual  es  de  suponer,  el  colec- 
tor de  estos  razonamientos  y  arengas,  tuvo  la  fortuna  de  reunir 
todas  las  demás  oraciones,  que  en  tan  largo  y  glorioso  reinado 
contribuyeron  á  solemnizar  los  memorables  acontecimientos,  que 
ilustran  el  nombre  español,  no  hay  duda  en  que  la  pérdida  de 
los  mismos  es  verdaderamente  sensible,  y  tanto  más  digna  de  re- 
pararse, cuanto  más  característico  es  el  sello  y  mayor  el  mérito 
de  los  conservados,  donde  no  solamente  se  revela  la  situación 
especial  en  que  se  pronuncian,  sino  también  la  personalidad,  la 
ilustración  y  la  índole  especial  de  sus  autores.  Bien  pudiera  de- 
cirse bajo  este  trascendental  aspecto,  que  no  solamente  la  co- 
lección de  que  tratamos  era  un  verdadero  tesoro  de  viril  y  gra- 
nada elocuencia,  sino  que  formaba  también  preciosa  galería  de 
retratos,  pertenecientes  á  uaa  de  las  más  florecientes  edades  de 
la  Historia  de  Castilla. 

De  cualquier  modo,  contra yéndonos  á  la  parte  felizmente  con- 
servada, cúmplenos  consignar  que  prescindiendo  de  las  arengas 
y  relaciones  indirectas  de  discursos,  á  que  el  compilador  se  reQc- 
re,  asciende  á  doce  el  número  de  los  razonamientos;  colección 
no  despreciable  en  verdad,  tratándose  de  la  segunda  mitad  del 
siglo  XV.  Ni  es  de  olvidar  tampoco  que  dos  de  estos  razona- 
mientos, á  saber,  el  dirigido  por  el  obispo  de  Cádiz  &  la  Reina 
Católica,  y  el  pronunciado  por  don  Gómez  Manrique  ante  los 
ciudadanos  de  Toledo,  han  visto  la  luz  pública  antes  de  ahora, 
figurando  el  primero,  bien  que  con  algunas  variantes,  entre  las 
Letras  de  Hernando  del  Pulgar  (núm.  XYI),  y  hallándose  el  se- 
gundo, según  ya  oportunamente  indicamos,  en  el  pasaje  corres- 
pondiente de  su  Crónica.  Sin  duda  estas  circunstancias  pudieran 
dar  motivo  á  sospechar,  que  al  recoger  el  citado  cronista  de  los 
Reyes  Católicos  los  materiales  para  trazar  su  historia,  andaban 
ya  entre  los  eruditos  algunas  copias  de  estos  razonamientos  con 
grande  estimación;  lo  cual  nada  ofrecería  de  extraño,  dada  por  una 
parte  la  creciente  afición  al  arte  oratoria,  y  por  otra  la  mereci- 
da reputación  de  sus  autores,  como  cultivadores  de  la  palabra. 
Pudiera  también  imaginar  alguno  que,  pues  Hernando  del  Pul- 
gar adoptó  en  general  aquella  forma  dramática  de  exponer  la 


564  HISTORIA   CRÍTICA    DE   LA   LITERATURA  ESPAÑOLA. 

shistoria,  y  dem&s  de  la  oración  tan  aplaudida  de  don  Gómez 
Manrique  se  halló  entre  sus  papeles  la  ya  mencionada  del  obispo 
de  Cádiz,  á  él  pudo  ser  debida  la  composición  de  ambos  razo- 
namientos, y  aun  la  de  ios  demás  discursos  á  que  nos  referimos. 
Pero  si  bien  hemos  reconocido  en  tan  ilustre  ingenio  el  talento 
y  perspicuidad,  bastantes  para  bosquejar  de  mano  maestra,  así 
en  su  Crónica  como  en  sus  Claros  VaroneSy  los  retratos  de  los 
personajes  que  en  su  tiempo  florecen, «no  nos  inclinamos  á  supo- 
nerle autor  de  las  oraciones  indicadas,  constando  que  fueron 
realmente  pronunciadas,  y  conocida  la  suficiencia  de  los  estudios 
y  la  claridad  de  entendimiento  de  sus  autores.  Los  indicados  he- 
chos nos  inducen,  sin  embargo,  á  recibir  la  hipótesis  de  que  la 
colección,  que  damos  á  conocer;  pudo  tal  vez  ser  formada  por  el 
mismo  Hernando  del  Pulgar  como  aparato  precioso  é  indispensa- 
ble para  escribir  su  crónica,  en  cuyo  caso  se  hace  más  sensible 
todavía  la  pérdida  de  los  razonamientos  y  arengas,  que  se  refe- 
rían al  resto  del  reinado,  y  debian  constituir  la  mayor  parte  de 
la  compilación  referida.  La  autoridad  legitima  de  Pulgar  daría 
á  esta  en  tal  supuesto  la  mayor  estima. 

Hechas  estas  observaciones  parécenos  bien  apuntar  que  los 
razonamientos  mencionados,  demás  de  los  cuatro  que  á  conti- 
nuación trascribimos  íntegros,  ofrecen  los  epígrafes  siguientes: 
1 .°  Razonamiento  del  obispo  de  Calis ,  fecho  en  Sevilla  á  la 
Reina  para  que  fiziese  perdón  general.  2.°  Razonamiento  de 
Gómez  fíanrrique,  fecho  á  los  cibdadanos  de  Toledo  guando  la 
cihdad  se  quería  levantar  por  el  Rey  de  PortogaL  3.°  Razona-- 
miento  fecho  por  el  dolor  Rodrigo  Maldonado  al  Rey  de  Por^ 
togal,  partí  lo  atraer  á  la  paz,  4.®  Razonamiento  fecho  por  Gu- 
tiérrez de  Cárdenas  á  la  señora  Princesa,  seyendo  su  maestre- 
sala,  sobre  su  casamiento  con  el  Príncipe  de  Aragón.  5.*"  Ra- 
zonamiento  del  mayordomo  Andrés  de  Cabrera,  fecho  al  maes- 
tre don  Juan  Pacheco,  guando  procuró  de  aver  el  alcázar  de 
Madrid  guel  tenia.  O."*  Razonamiento  fecho  por  el  Cardenal 
d^ España  al  arzobispo  de  Toledo,  don  Alonso  Carrillo,  atra- 
yéndolo á  la  paz.  1."*  Razonamiento  del  alcalde  Alonso  Diaz  de 
Cuevas  á  los  gue  defendian  el  castillo  de  Burgos,  para  gue  lo 
diesen  al  Rey,  S.'*  Razonamiento  del  conde  de  Alva  de  Liste  al 


11."    PARTEy   ILUSTRACIONES^  565 

Rey  para  que  tw  alease  el  cerco  que  tenia  sobre  la  fortaleza  de 
Cantora. 

Los  cuatro  discursos,  de  cuyo  mérito  y  carácter  han  podido 
juzgar  ya  los  lectores  por  los  extractos  en  el  texto  comprendi- 
dos, son  integramente  como  sigue: 

I. 

Basonamiento  fecho  por  el  Cardenal  d' España  al  Rey  de  Castilla  en  su 
consejo,  para  que  no  se  otorgasen  las  treguas,  que  pedia  el  Rey  de  Por-" 

togal. 

Señor,  por  la  recongilia^ion  é  paz  del  amano  linaje  Dios  nuestro  Re- 
dentor machas  ynjurias  sufrió,  é  vos  por  la  paz  de  vuestros  regnos  de- 
bes aoÍTÍf  la  ynjuria,  que  pares^e  averos  fecho  el  rej  de  Portogal,  en 
asentar  con  su  gente  allj  donde  asentó.  Pero  que  la  sufrays  vos  por  tre« 
gua  de  quinzé  dias  no  me  paiés^e  que  es  seruipio  vuestro  ni  honrra  de 
vuestra  corona  real;  porque  venir  él  allí  con  ánimo  de  os  ynjuriar,  é 
procurar  agora  tregua  de  quinze  dias  para  poder  al^ar  su  real  en  saluo, 
¿qué  otra  cosa  sería  sino  a  ver  cunplido  todo  su  propósito  de  hazer  verda- 
dera la  fama  de  que  su  ynten^ion  fué  de  divulgar  en  cómo  tenia  puesto 
sitio  sobre  la  ^ibdad  do  vos  estays,  é  que  lo  puso  quando  lo  entendió  po- 
ner, é  lo  algo  quando  lo  quiso  ai^ar,  é  todo  á  su  saluo,  é  sin  resistencia 
ninguna?  To,  señor,  fablaré  en  esta  materia,  no  como  fijo  de  la  religión 
é  abito  que  res^bi,  mas  como  fijo  del  marqués  de  Santillana,  mi  padre, 
que  por  el  grande  exer^igio  de  las  armas  sujo  é  de  sus  progenitores,  fué 
experimentado  en  esta  militar  disciplina  No  es  de  sufrir,  diría  yo,  se- 
ñor, á  ningund  cauallt*ro,  mayormente  á  un  rey  tan  poderoso  como  vos 
soys,  que  otro  rey  extranjero  venga  á  p>onervos  sitio  dentro  de  vuestros 
regnos,  quando  quisiere,  é  lo  levante  sin  daño,  quando  entendiere  que  le 
cunple.  Saluo  nes^esidad  coustriñente,  é  si  esta  tregua  se  fíziese  estando 
el  rey  de  Portogal  en  otro  qualquier  logar  de  vuestros  rey  nos,  flaqueza 
mostraríamos,  é  ventaja  daríamos  á  los  portogueses  que  entraron,  y  están 
en  ellos  con  tanto  escándalo  é  ynjuria  vuestra,  é  de  todos  vuestros  subdi- 
tos. Puesmucho  mayor  flaqueza  nuestra  pares^ería  si  se  otorgase,  avien* 
do  venido  ¿estando  alli  donde  está,  la  qual  estada,  no  á  la  grandeza  de 
su  hueste,  no  á  la  fuerza  de  su  virtud,  nin  menos  á  la  flaqueza  de  vues- 
tro poderío  se  deue  ynputar,  mas  á  la  disposición  que  fallaren  para  yn- 
pedir  la  salida  de  vuestros  caualleros,  caso  que  muchos  más  fuesen  qaa 
los  portogueses.  Este  3mpedimento  quitado,  ¿quién  ynpidiría  la  venganza 
de  la  3mjuria  que  ante  los  ojos  tenemos,  si  no  fuese  grand  flaqueza  nues- 
tra é  subje^ion  otorgada  á  los  portogueses?  Los  quales^  pues  no  vinieron 
por  la  parte  donde  la  fortaleza  se  deuia  socorrer,  ni  su  estada  alli  ynpí- 


566  HISTORIA    CRtTICA    DE   LA    LITERATURA    ESPACIÓLA. 

de  lo8  mantenimientos  é  otras  oocuts  nesgesarías  á  la  gibdad ,  claro  pa- 
res^ ayer  venido  sólo  por  adquirir  gloria  de  la  fama  que  han  divulga- 
do. Esta  por  gierto  deven  llevar  sangrienta,  é  non  asi  limpia  como  presu- 
men llevar,  porque  allí  do  publicaron  tener  sitiada  vuestra  persona  real, 
se  sepa  asymismo  que  o  vieron  el  pago  de  su  indiscreta  osadía.  Ca  de  otra 
guisa  seriamos  trasgresores  de  las  leyes  de  la  cauallería,  que  defiende  la 
disimulación  de  semejante  jnjuria,  teniendo  como  tenéis  por  la  gracia  de 
Dios  fuerzas  para  la  vengar.  E  mucho  devria  gemir  vuestro  estado  real, 
mucho  vuestra  honrra,  mucho  los  grandes  é  ios  generosos,  los  cauallerc» 
é  hidalgos,  é  generalmente  todos  vuestros  regnos,  si  de  tal  jujuria  no  se 
mostrase  sentimiento  con  obra. 

Aveis  de  considerar,  muy.  poderoso  señor,  que  durar  ellos  en  aquel 
lugar  muchos  ni  pocos  dias,  caso  que  la  pena  del  tienpo  é  el  daño  que 
resgiben  de  vuestra  artillería  pediesen  sofrir,  no  sería  posible  sofrir  la 
falta  de  los  mantenimientos  que  la  gente  que  enbió  la  Keyua,  que  está 
puesta  á  sus  espaldas  les  faze.  Asy  que  de  nesgesario  les  converná  alear- 
se de  allí  é  se  boluer;  é  á  la  buelta  que  fazen  los  exércitos  sin  íazer 
fruto  en  su  salida,  oabsa  les  es  de  grande  flaqueza:  los  bragos  se  eníla- 
qucQen  juntamente  con  los  ánimos,  é  no  bueluen  con  aquel  vigor  que 
suelen  á  la  fazienda,  é  así  bien  es  de  creer  que  el  orgullo  que  estos  por- 
togueses  trayan  quando  allí  vinieron,  el  poco  fruto  que  han  cons^uido 
é  el  mucho  trabajo  que  han  padescido,  les  ha  enflaquecido  é  convertido 
más  en  deseo  de  reparáis  que  de  pelear.  Represénteseos,  señor,  quánta 
fnerga  é  quánto  desseo  de  batalla  llevaua  vuestra  hueste  quando  poco  há 
fuystes  á  Toro  á  presentar  la  batalla  al  rey  de  Port(^al,  é  pensad  tan- 
bien  quánta  flaqueza  é  desorden  á  la  buelta  .trayamos  por  no  conseguir 
el  efecto  de  lo  que  pensáuamos,  de  lo  qual  si  los  enemigos  fueran  avisa- 
dos pudieran  con  pocos  desbaratar  toda  aquella  multitud  de  gente  que 
allí  con  Vuestra  Alteza  veníamos,  si  Dios  no  les  pegara  el  verdadero  en- 
tendimiento. Desta  ceguedad,  muy  poderoso  señor,  devemos  carescer, 
pues  vemos  la  razón  junta  con  la  experiencia,  que  nos  avisa  é  amonesta 
lo  que  deuemos  fazer.  E  allende  desto  es  de  pensar  que  ellos  están  en 
tierra  ajena,  que  naturalmente  les  pone  temor.  E  de  los  castellanos  que 
con  ellos  .están,  no  bien  seguros,  bien  trabajados  asimismo  émuy  fatiga- 
dos de  la  fortuna  del  tienpo,  que  han  pasado  en  el  campo  los  vuestros^ 
por  la  gracia  de  Dios,  todos  deseosos  de  vuestro  seruicio  é  se  vengar  de 
aquella  osadía  que  los  portogueses  han  cometido,  é  sus  personas  é  sus 
cauallos  han  estado  en  casas  defendidos  de  la  fortuna  del  ynvierno,  están 
eso  mismo  muy  dispuestos  para  la  batalla,  porque  ellos  salen,  é  los  con- 
trarios bueluen.  Conosced  pues,  señor,  la  ventura  que  diuinamente  se  os 
ofresce:  sabed  usar  della  é  no  la  perdays  nin  la  prolongueys,  porque  noo 
fagays  vuestra  quistion  ynmortal .  La  qual  otorgando  treguas  de  Desge- 
sario  durará,  é  andaréis  luchando  con  las  mudancas  que  la  fortunn  sntls 
faaser,  en  las  quales  vuestras  fuercas  reales  por  la  división  de 


Il/  PARTB,    ILUSTRACIONES.  567 

rejmos  se  enflaques^erán  de  tal  manera,  que  no  podrejs  negar  á  loa  vuea- 
tros  las  merQedes  que  os  demandaren,  ni  castigar  los  yerros  que  fizieren, 
por  la  nes^sidad  continua  que  teméis  dellos.  E  asi  en  poco  ticnpo  ce 
quedará  tan  poca  facultad  para  dar,  é  menos  para  usar  de  la  justicia, 
que  es  vuestro  oficio  propio,  donde  se  seguiría  de  nes^esario  que  estos 
vuestros  regnos  se  convirtiesen  en  una  confusión  de  tiranía,  é  en  una  di- 
solución de  ladronicios  de  que  Dios  fuese  deseruido,  é  vos,  señor,  podría 
ser  que  oviésedes  alguna  tentación  por  el  pecado  de  la  negligencia. 

De  mi,  señor,  vos  digo,  como  quier  que  las  armas  no  sean  de  mi  abito 
é  religión;  pero  porque  veo  esto  concerner  tanto  á  la  honrra  de  vuestra 
corona  real  é  á  la  defensa  desta  vuestra  tierra,  que  es  mi  propia  natura- 
leza, é  á  la  paz  és^uridad  della,  esto  mucho  más  dispuesto  para  veer 
lo  que  Dios  querrá  disponer  de  mi  ánima  en  la  otra'  vida,  que  lo  que  es- 
toa  portogueses  querrán  fazer  de  mi  persona  en  esta. 

II. 

Bagonamienio  fecho  por  Alonso  de  QuintaniUa  á  los  firocuradores  del 

reino  para  que  fiíiesen  las  hermandades. 

Non  sé  yo,  señores,  se  pueda  morar  tierra  que  su  destruycion  pro* 
pia  non  siente;  á  donde  los  moradores  della  son  venidos  á  tan  extremo 
ynfortunio  que  han  perdido  la  defensa,  que  aun  á  los  animales  brutos 
es  otorgada.  Non  nos  debemos  quexur  por  cierto,  señores,  de  los  tiranos* 
mas  quexémonos  de  nuestra  covardia;  nin  nos  quexemos  de  los  robado- 
res, mas  quexémonos  de  nuestro  gran  sufrimiento,  de  nuestra  negligeh- 
Cia,  de  nuestra  discordia  é  de  nuestro  malo  é  poco  consejo,  que  los  ha 
criado  é  de  i>equeño  número  ha  fecho  grande  é  poderoso.  Ca  sin  dubda, 
si  buen  consejo  toviésemos,nin  oviera  tantos  malos^ nin  sufriéramos  tantos 
males.  E  lo  más  graue  que  yo  Shunto  es  que  aquella  libertad  que  la  na- 
tura nos  dio  é  nuestros  progenitores  ganaron  con  buen  esfuerce,  noso- 
tros la  avemos  perdido  é  cada  dia  perdemos  con  covardia  é  .caymiento, 
sometiéndonos  á  aquellos  que  si  razón  é  consejo  touiésemos,  poca  honrra 
se  ganava  en  los  tener  por  siervos  é  mercenarios.  De  lo  qual  si  non  nos 
libertamos  podiendo,  ¿quién  podría  excusar  que  non  cresca  más  su  tirania 
é  nuestra  subjecion  [seyendo]  sujebtos  á  malos  é  perversos  honbres  que 
ayer  eran  seruidores  é  oy  los  ueeraos  señores,  porque  tomaron  oficio  de 
robar?  Non  heredastes  por  cierto,  señores,  esta  subjecion  que  padescésde 
vuestros  antescesores,  los  quales,  como  quiera  que  fuesen  pequeño  núme- 
ro, en  aquella  tierra  de  las  Asturias,  do  yo  soy  natural,  pero  con  deseode 
libertad,  como  varones  ganaron  toda  la  mayor  parte  de  lasEspañas,  que 
oonpauan  los  moros,  enemigos  de  nuestra  santa  fee.  £  sacudieron  deeyel 
yugo  de  seruidumbre  que  tenían.  Nin  menos  tomamos  doctrina  de  aque- 
llos bufloos  castellanos  que  fizieron  el  estatua  del  conde  Femand  Gen- 


568  HISTORIA    CRÍTICA    DB    LA    LITERATURA  ESPAÍ^OLA. 

(¡aleZf  su  sefior^  é  Bigroiéndola,  ganaron  libertad  para  él  é  para  ellos;  nin 
menos  la  tomamos  de  otros  notables  varones,  cuya  memoria  es  jnmor- 
tal  en  las  tierras,  porque  ganaron  libertad  para  sy  é  para  sos  rejnos  é 
provincias:  los  quales  ovieron  gloría  en  ser  libres  é  nosotros  avernos  pe- 
na por  ser  sujectos. 

Machas  veces  veo,  señores,  que  algunos  sufren  con  poca  pa^ien^ia  el 
yugo  suave,  que  por  ley  é  razón  devemos  al  ^etro  real,  é  nos  agravia- 
mos, é  gastamos,  6  aun  trabajando  buscamos  forma  para  nos  libertar  de 
él ,  é  desta  otra  subjec^ion  que  pecamos  en  sufrír  por  ser  contra  toda  ley 
divina  é  vmana,¿non  trabajaremos  é  gastaremos  por  ser  exentos?  Non  pue- 
do yo  por  gierto,  señores,  entender  cómo  pueda  seer  que  la  aas^ion  cas- 
tellana, que  nunca  buenamente  sufrió  ynperio  de  gente  extraña,  agora 
por  falta  de  buen  consejo  sufra  cruel  señorío  de  la  sujra  é  de  los  malos 
é  perversos  della.  No  tengamos  por  Dios,  señores,  nuestro  entendimien- 
to tan  amortiguado  é  ocupado  de  ygnorancia,  que  perdamos  nuestra  li- 
bertad é  non  la  cobremos  pudiendo  cobrarla;  nin  resfrie  tanto  en  nosotros 
la  candad  é  se  oluide  el  amor  de  nuestras  cosas  propias,  que  non  synta- 
mos  el  perdimiento  nuestro  é  dellas.  É  remediemos  lu^o  los  males  que 
vienen  de  los  honbres  antes  que  uengan  ios  que  nos  pueden  venir  de 
Dios;  é  como  avemos  miedo  á  los  malos  en  la  tierra^  ayamos  miedo  á 
Dios  en  el  ^ielo:  el  qual  algunas  vezes  da  grandes  puniciones  en  las 
tierras  tanbien  á  los  buenos  como  á  los  malos  por  diversos  respectos, 
conviene  á  saber,  á  los  malos  porque  son  malos,  é  á  ios  buenos,  aunque 
buenos,  porque  consienten  los  malos,  é  podiéndolos  castigar  é  oorrexir, 
dexan  cresger  sus  pecados  é  maldades,  dello  por  negligencia;  dello  por 
poca  osadía;  dello  por  ganar  ó  por  no  perder  ni  gastar;  dello  por  con- 
plazer  é  por  non  despiazer  á  los  malos  é  perversos  tiranos  ó  por  non  mos- 
trarlos enemistad,  ó  por  otros  respectos  ágenos,  mucho  de  aquello,  que 
honbre  bueno  é  recto  es  obligado  de  fazer.  E  estos  tales,  como  quiera 
que  non  son  partígipes  con  los  malos  en  los  males,  pero  son  partícipes  con 
ellos  en  sufrir  é  padesger  las  puniciones  generales  que  Dios  enbia  en  las 
tierras,  porque  consintieron  ios  malos,  é  non  los  castigaron,  é  resistieron 
podiéndolo  fazer. 

Nosotros,  señores,  visto  lo  que  veedes  é  considerando  lo  que  cada  \tio 
de  vosotros  considera,  nos  movimos  por  seruicio  de  Dios  é  por  el  bien  é 
libertad  de  la  tierra  á  procurar  con  vosotros  que  esta  congregación  se 
fíziese,  teniendo  creydo  que  este  vuestro  juntamiento  non  es  de  la  calidad 
de  otros,  donde  muchas  vezes  acaece  que  en  el  fín  é  en  los  caminos  pa- 
ra el  fin  ay  diversos  consejos  é  opiniones  contrarias  vnas  de  otras,  antes 
creemos  verdaderamente  que  todos  vnánimes  vays  á  un  fin,  é  tanbien 
pensamos  que  os  conformareys  en  tomar  los  caminos  más  ciertos  para 
lo  conseguir;  é  si  esto  de  vosotros  non  conosciésemos,  vano  seria  por  cier- 
to nuestro  trabajo  é  mucho  más  ynútil  seria  mi  fabla,  é  por  tanto  non 
me  déteme  mucho  en  recontar  los  males,  que  sufrimos  é  padescemos, 


ll/   PARTE,    ILUSTRACIONES.  569 

porque  oada  yno  de  vosotros  lo  sabe  ó  aun  lo  siente;  pero  breoemente 
diré  el  remedio  que  nos  pares^e  para  ellos»  porque  oydo  por  Tosotros  lo 
aproveis  é  enmendéis,  segund  os  pareciere.  Siete  cosas  onorables,  seño- 
res, á  mi  pares^r  se  deven  considerar  en  esta  fazienda,  que  queréis  oo- 
menear.  La  primera,  si  es  serui^io  de  Dios  é  del  rey  é  de  la  rejna  nues- 
tros señores.  La  segunda  es  de  considerar  quién  sojs  vosotros.  La  ter- 
cera, quién  son  aquellos  con  quien  debatis.  La  quarta,  la  calidad  de  la 
oosa  sobre  que  debatimos.  La  quinta,  en  qué  tierra  es  el  debate.  La  sex- 
ta, qué  oosas  son  nes^esarias  para  aquello  que  queremos  comentar.  La 
sétima  é  postrimera,  qué  es  el  pro  ó  el  .daño  que  en  el  ñn  se  nos  puede 
seguir.  Quanto  a  lo  primero,  non  es  nesgesaria  mucha  plática,  porque 
manifiesto  es  el  serui^io  grande  que  fazemos  á  Dios  é  al  rey  é  á  la  rey- 
na,  nuestros  señores,  si  tomamos  consejo  é  ponemos  en  obra  de  castigar 
los  tiranos  é  dar  paz  al  reyno  en  general  é  á  cada  yno  del  en  especial. 
Quanto  á  lo  segundo,  menos  faré  larga  fabla,  porque  sabido  es  que  vo- 
sotros soy  s  honbres  caualleros,  é  fíjosdalgo^é  gibdadanos,  é  labradores  de- 
seosos de  paz  é  sosiego  del  reyno,  é  asimismo  que  sabéis  seguir  la  guer- 
ra quando  conviene,  é  procurar  la  paz  quando  cunple,  é  veedes  que  es 
nes^esario.  Lo  ter^ro  sabemos  é  conos^emos  bien,  que  debatimos  con 
bonbres  tiranos,  ladrones  é  robadores,  á  quien  su  mismo  yerro  faze  na- 
turalmente covardes.  Vimos  en  el  tienpo  de  las  otras  hermandades  pa- 
sadas, do  padesgimos  tantos  rrobos  é  males  como  agora  pades^mos,  que 
solamente  del  miedo  de  sus  congregaciones  é  hordenan^as  vnp  dellos  no 
paremia  en  el  reyno,  é  duraran  fasta  hoy  en  sus  destierros  si  nosotros  du- 
ráramos en  nuestras  hordenangas.  Vimos  asymismo  quel  rey  é  la  rey- 
na,  comenyando  á  fazer  justicia  de  algunos  dellos  en  Segovia,  luego  que 
regnaron,  quántos  dellos  huyeron  é  quánta  paz  é  sosiego  por  aquella  cab- 
sa  se  siguió  en  la  tierra,  la  qual  fasta  oy  se  continuara,  si  la  diuision  del 
rey  de  Portogal  no  ynterviniera.  Asy  que,  señores,  por  yspirenyia  vee- 
mos  que  nuestra  quistion  es  con  gente  á  quien  su  maldad  faze  ílaoos  é 
huy dores,  los  quales  non  tienen  mAs  esei^gia  ni  resistencia  de  quanta  vie- 
ren nuestra  paciencia  é  poca  diligencia.  La  calidad  de  la  cosa  sobre  que 
debatimos,  que  fué  la  quarta  parte  de  mi  diuision,  es  sobre  defensión  de 
nuestras  personas,  de  nuestras  honrras,  é  de  nuestras  faziendas,  é  de 
nuestras  vidas  é  libertad,  que  veemos  se  perder  é  desminuyr. 

Considerad  agora,  señores,  si  son  estas  cosas  de  calidad  que  deuan 
seer  remediadas,  é  que  os  apremien  á  juntar,  é  concordar  para  el  reparo 
é  restauración  dellas  eso  mismo.  Considerad  qué  vida  seria  la  nuestra,  ai 
ñola  remediásemos  con  gran  parte  de  lo  que  tenemos,  é  si  non  oon  parte 
con  todo  quanto  tenemos,  porque  seamos  honbres  libres^  como  lo  deoe- 
mos  seer,  é  non  subjetos  como  lo  somos.  La  quinta  razón,  que  fué  saber 
en  qué  tierra  debatimos,  á  mi  paresye,  señores,  esta  nuestra  quistion  non 
es  la  enpresa  de  Vltramar,  nin  menos  avemo»de  yr  á  conquistar  reynos 
nin  provincias  extrañas.  La  conquista  que  avernos  de  faaer  en  nuestro 


570  HISTORIA    CRITICA   DE   LA    LITERATURA  BSPAMOLA. 

regno  es,  ea  nuestra  tierra  es,  en  nuestras  villas  é  ^ibdadeses,  en  nues- 
tros oanpos,  en  nuestras  casas  é  heredamientos  es,  donde  estando  jnntos 
é  concordes,  s^und  espero  que  lo  seres,  non  digo  70  aquellos  pocos  é 
malos  tiranos,  mas  á  todo  el  restante  del  mundo  que  viniese  podriades 
resistir  é  defender  é  aun  ofender,  porque,  como  sabes,  grand  diferen- 
cia ay  de  laa  fuer^  de  aquel  que  defiende  lo  suyo  é  en  lo  suyo,  á  las 
del  ladrón  que  viene  á  la  casa  agena  é  por  lo  ageno.  La  sexta  ver  las  co- 
sas que  para  el  remedio  desta  nuestra  reqüesta  son  nesgesarias,  las  qua- 
les,  segund  pensamos,  son  tres.  La  primera  es  el  dinero;  segunda,  gente 
é  capitanes;  tercera,  "hordenan^^  por  donde  nos  governemos.  E  quanto 
toca  al  dinero,  segund  los  clamores  que  cada  vno  en  especial  é  á  todos 
en  general  veemos  fazer  por  los  males  que  resgiben,  non  creemos  que  ha- 
ya persona  que  non  dé  la  mitad  de  todos  sus  bienes,  por  non  tenerla  otra 
meytad  en  su  persoi^a  é  de  sus  fijos  é  parientes  segura;  pues  ¿qoánto 
más  dará  la  pequeña  é  bien  pequeña  cantidad  que  le  podrá  caber  en  los 
repartimientos,  que  se  farán  en  loe  pueblos  para  esta  fazienda?  La  se- 
gunda es  aver  gente  é  capitanes,  é  para  aver  esto  non  avemos  de  yr  fue- 
ra de  nuestro  r^no,  porque  dentro  del  abundamos  en  agas  número  de 
gente,  sabia  en  la  guerra  é  bien  armada,  tal  y  tanta  que  non  es  net^esa- 
rio,  nin  mucho  trabajo,  nin  pensamiento  para  la  aver.  Later^ra  cosa  es 
constituir  nuestras  hordenangas,  é  estatutos,  é  penas,  segund  se  requiere 
á  los  delictos  é  crímenes  que  se  cometieren;  é  para  esto,  señores,  tenéis 
la  voluntad  del  rey  é  de  la  reyna,  que  vos  dará  facultad  é  aotoridad 
para  las  fazer  é  poder  para  las  secutar  é  tener  vuestra  jurísdicion  apar- 
tada de  la  ordinaria  en  los  pueblos,  de  tal  manera  que  non  podes  aver 
estorvo  ninguno  de  su  juredigion  en  lo  que  quisierdes  condenar  é  sal- 
uar,  é  vos  darán  asymismo  todo  el  favor  que  nesgesario  fuese  para  esto 
que  con  el  ayuda  de  Dios  querés  comentar. 

Venga  en  efecto;  asy  quel  mayor  trabajo  desta  nuestra  obra  es  prin- 
cipiarla. Esto  fecho,  la  cosa  misma  abrirá  los  caminos  para  el  fin  que 
deseamos  con  el  ayuda  de  Dios,  .en  el  qual  quanto  mayor  fee  touierdes 
tanto  más  gierto  tenes  el  efecto  de  la  justa  petición  que  le  fizierdes.  Bien 
creo  yo,  señores,  que  aya  algunos  á  quien  esto  se  fará  difícil,  creyendo 
que  non  no&podremos  juntar,  é  juntos  non  nos  podremos  concordar  nin 
[fager]  los  repartimientos  de  los  dineros  é  otras  cosas  que  son  negesanas. 
Egerca  de  esto,  non  paresge  quedeve  aver  dificultad  ninguna,  porque  to- 
dos sabemos  que  la  mayor  parte  del  regno  de  buena  voluntad  viene  en  esta 
oontribuygion,  é  que  ningunos  ay  que  la  contradigan,  é  si  los  ay,son  bien 
pocos,  los  quales,  viéndose  fuera  del  beneficio  é  vtiiidad  que  de  nuestra 
hermandad  se  puede  seguir,  ¿quién  dubda  que  non  quieren  seeroonpre- 
hendidos  en  ella,  por  seguridad  suya  é  de  lo  suyo?  Otros  algunos  ay 
que  dubden  en  la  constitución  desta  nuestra  hermandad,  recelando  seer 
cosa  de  comuneros,  é  de  pueblos  do  avia  diversas  opiniones  é  volunta- 
des, las  quales  podrían  seer  de  tanta  discordia  que  lo  derribasen  é  des- 


Il/   PAUTE,    ILUSTRACIONES.  571 

trajesen  todo,  segand  se  fizo  en  las  otras  hermandades  pasadas:  de  lo 
qoal  se  siguirá  quedar  ios  pueblos  é  personas  singulares  dellos,  mucho 
más  enemistados  con  los  alcaydes  é  tiranos,  é  con  los  robadores,  é  poner- 
nos en  major  sujebgion  de  la  que  agora  tenemos,  é  para  tantear  este  re* 
^elo,  son  de  notar  dos  cosas.  La  primera  es  que  si  las  otras  hermanda- 
des pasadas  non  permanesQieron  en  su  hórden  é  constitución  que  comen- 
taron, a(]uello  fué  porque  se  entremetieron  á  juzgar  é  entender  en  mun- 
chas  cosas  más  de  lo  que  les  pertene^ia  é  convenia  que  entendiesen,  é 
nosotros  niogund  caso  otro  avernos  de  fazer  hermandad,  saluo  aquel  que 
viéremos  seer  nes^esario  para  seguridad  de  los  caminos  é  para  resestir  é 
castigar  los  robos  é  presiones  que  se  fazeu.  La  segunda  es  quel  rey  don 
Bnrrique  que  las  avia  de  sustener  é  favores^er,  este  las  contradezia  ere- 
punnaua  de  tal  manera  que  las  derribó  é  destruyó  en  poco  tienpo.  £  es- 
to tenemos  agora  por  el  contrario,  porquel  rey  é  reyna,  nuestros  seño- 
res, que  son  otros  quel  rey  don  Enrique  era,  quieren  é  les  plaze  que 
estas  hermandades  en  sus  regnos  se  ynstituyan  é  establescan;  é  dan  sus 
cartas  para  ello  é  las  quieren  con  grand  voluntad  fauorei^er  é  ayudar,  de 
manera  que  permanescan,  considerando  el  gran  seruÍ9Ío  de  Dios  é  suyo 
é  la  paz  é  sosiego  que  en  sus  regnos  del  las  se  pueden  seguir.  E  por  tan- 
to el  pares^er  del  señor  prouisor  é  mió,  seria  que  luego  debes  diputar 
entre  nosotros,  caualleros  é  letrados,  que  vean  los  casos  desta  hermandad 
que  devemos  fazer,  quúlcs  é  (|uántos  deven  ser,  é  sobrellos  establescan  é 
ynstituyan  las  leyes  é  hordenao^s  que  entendieren,  é  con  las  penas,  que 
les  paresciere.  Asymismo  se  deue  deputar  entre  vosotros  personas  que 
entiendan  luego  en  el  repartimiento  del  dinero,  cómo  y  quánto  se  deua 
repartir,  é  coger,  é  qué  personas  lo  deuen  pagar.  E  otrosy  en  la  gente 
tjue  se  deue  juntar,  é  en  loíí  capitanes  que  se  deban  elegir,  é  (¡uánto  es- 
tipendio se  les  deue  dar.  E  esto  fochu  esperaremos  en  el  ayuda  de  Dios 
que  conseguiremos  el  fin  (jue  deseamos,  gozando  de  toda  libertad  é  se- 
guridad de  nuestras  personas  é  bienes,  é  poniendo  la  tierra  en  toda  paz  é 
sosiego,  que  fué  la  sétima  y  última  parte  de  mi  preposición. 

111. 

Razonamiento  del  condestable  Conde  de  líaro,  fecho  al  arzobispo  de  To- 
ledOf  para  le  quitar  del  partido  del  ¡ley  de  PortogaL 

Yo,  señor ,  tengo  creydo  que  mayor  fama  de  magnifico  os  dio  vuestra 
naturaleza,  que  os  pudo  dar  vuestra  dignidad;  pero  si  los  actos  de  la 
magnifí^envia  cares^cn  de  jiistiria,  en  razón,  más  serán  reputados  actos 
de  honbre  voluntario  que  de  magniñco.  Oydo  avernos  de  vos,  sefior, 
munchas  vezes  que  aves  servido  bien  al  rey  é  á  la  reyna,  seyendo 
principes,  é  (]ue  los  aves  tenido  en  vuestra  casa  algunos  tienpos,  é  aves 
pasado  algunos  trabajos,  fasta  que  por  la  gracia  de  Dios  son  venidos  al 
estado  real,  é  que* aves  gastado  con  ellos  algunas  somas  de  dineros,  é 


572      HISTORIA  crítica  db  la  literatura  española 

trabajastes  eso  mismo  en  su  casamiento,  é  en  las  otras  (cosas)  que  re* 
coDtajs,  las  qoales  dezis  qae  son  públicas  é  sabidas  por  todos  los  del 
i'ejno,  é  oonclujs  sobre  todo  de  aver  venganza  desta  ingratitud,  que 
contra  vos  dezis  que  han  mostrado.  Verdad  es  ^ierto,  señor,  que  mejor 
fuera,  nin  vos  repetir  vuestros  serui^ios,  nin  menos  recontar  yo  lo  quel  rey 
é  la  reyna  han  fecho  por  vos,  porque  repetir  el  beneficio  pares^e  anisar 
la  yngratitud.  Pero  tanteé  por  tantas  partes  los  publicajs  por  yngratos, 
que  será  forgado  dar  razón  desta  yngratitud  que  los  ynputays,  porque 
nonayseruiQíos  tan  puros  nin  tan  perfectos  que  algunas  vezes  non  tengan 
mistura  de  tales  cosas,  dellas  secretas,  dellas  públicas,  por  las  quales  los 
sopores  puedan  dar  razón  de  sí  quando  son  reprehendidos  de  yngratos. 

Vos,  señor,  sabes  bien  las  guerras,  tiranías  é  otras  grandes  destrny^io- 
nes  pocos  dias  ha  pasados  en  estos  regnos,  por  la  ynobidien^ia  que  vos  é 
algunos  caualleros  é  perlados  dellos,  mostrastes  contra  el  rey  don  En- 
rique, que  Dios  haya,  quando  almastes  en  Áuila  por  rey  al  principe  don 
Alonso  su  hermano,  é  se  hizo  aquella  diuision  que  sabeys  en  tanta  des- 
truy^ion  destos  reynos,  lo  qual  uos  principalmente  sostouistes,  publi- 
cando casi  por  toda  la  xripstiandad  que  con  sana  conciencia  non  pedia- 
des  sofrir  quel  príncipe  don  Alonso,  fijo  del  rey  don  Juan,  de  quien 
tantos  bienes  é  mercedes  aviados  resQebido»  perdiese  la  sub^esion  des- 
tos  regnos  que  de  derecho  le  pertenes^ia,  é  la  oviese  aquella  señora  do* 
ña  Juana,  que  se  dezia  fija  del  rey  don  Enrrique,  porque  erades  ynfor- 
mado  de  ynformacion  tal,  que  saneaba  vuestra  conciencia  que  nin  ella 
podia  ser  su  fija,  nin  por  consiguiente  deuia  aver  •  esta  subcesion  que 
procurava.  Muerto  el  príncipe,  recelando  la  grand  enemistad  quel  rey 
don  Enrique  tenia  con  vos  por  las  cosas  pasadas,  acordastes  de  to- 
mar por  escudo  de  vuestra  defensa  á  la  Rey  na,  que  estonces  subcedió 
princesa,  é  fué  jurada  por  subgesora  en  lugar  de  su  hermano.  Sa- 
bes eso  mismo  quel  rey  don  Enrique  se  determinó  de  os  destruyr  en 
venganca  de  lo  que  contra  él  cometistes  é  fezistes  cometer  á  otros,  é 
atraxo  á  ello  al  mismo  don  Juan  Pacheco  é  al  arcobispo  de  Sevilla  é  i 
otros  perlados  é  caualleros  del  rey  no  que  estaban  con  él  en  Ocaña,  Ice 
quales  sé  yo  bien  que  secretamente  juraron  sobre  el  cuerpo  de  Nuestro 
Señor  vuestra  destruy^ion,  por  las  injurias  que  algunos  dellos  se  quexa- 
uan  aver  de  vos  rescebido;  y  tanbien  por  dar  paz  en  la  tierra,  la  qual 
dezian  que  vos  continuamente  turbáuades.  E  como  esto  fué  sabido  por 
la  Rey  na,  deliberó  lu^o  de  os  defender,  é  disponer  á  todo  trabajo  por 
librar,  é  aun  libró  vuestra  persona  é  estado  de  aquel  ynfortunio,  que  por 
estonces  se  os  aparejaua. 

Vos,  señor,  sabes  bien  y  en  lo  yntrynsico  de  vuestro  pecho  cono- 
ceys  que,  segund  Jos  excesos  pasados,  no  podiérades  seguramente  sos- 
teneros, sin  tener  algund  anparo  cierto  de  persona  real,  por  cuyo  res- 
pecto fuésedcs  defendido  é  acatado,  segund  que  lo  fuystes  por  la  Reyna 
todo  el  tienpo  que  con  ella  estuuistes;  é  allende  desto  sabes  los  beneficios, 


II /   PARTE,   ILUSTRACIONES.  573 

honrras ,  dádivas  é  mercedes  de  dineros  é  otras  cosas  qiiel  rey  é  la  reyna 
manchas  vezes  vos  fízieron,  las  qoales  bien  consideradas  sin  dubda,  jn- 
curriades  vos  a  ellos  en  mayor  caso  de  yngratitad,  si  dezásedes  de  los 
seroir,  que  ellos  á  vos  si  non  remunerasen  á  vuestra  noluntad  los  serui- 
9ÍO6  que  tantas  vezes  repetís  averies  fecho.  Tanbien  sabes  que  por  soste- 
ner á  TOS  solo,  dezó  la  Reyna  de  aver  por  seruidores  á  otros  munchos 
grandes  del  reyno,  que  por  vuestra  cabsa  se  ezcusauan  de  la  seruir. 

Pero  dezemos  agora,  señor,  la  fabla  de  los  cargos  secretos  que  vos  te- 
nes del  rey  é  de  la  reyna  é  de  los  servicios  públicos^  que  vos  dezis  que 
les  feanstes.  Sabes  bien,  señor,  que  mueito  el  rey  don  Enrrique  fuis^  á 
Segouia,  donde  besastes  la  mano  á  la  reyna,  é  la  rechistes  é  jurastes 
públicamente  sobre  un  libro  misal  por  vuestra  reyna  é  señora  natural^ 
s^und  que  todos  los  más  de  los  perlados  é  grandes  é  caualleros  del  reg- 
no  lo  fízieron.  Agora,  señor,  si  mudays  el  propósito  diez  años  continua- 
do por  enojo  de  tres  meses,  ávido  querría  saber  de  vos  cómo  podes  sa- 
near vuestra  con^iengia  é  guardar  vuestra  honrra,  contradiziendo  aque- 
llo que  tanto  tienpo  y  con  tantas  yntbrma^iones  sostouistes  y  tan  poco 
ha  que  jurastes;  ó  qué  casos  de  yngratitud  pueden  ser  estos  que  dezis 
ser  cometidos  contra  vos,  dado  que  muy  más  granes  fuesen  de  lo  que 
vos  recontays,  que  puedan  quitar  á  la  Reina  el  derecho  de  su  subgesion 
^  absoluer  á  vos  del  juramento  que  le  fezistes,  saino  si  pensays  quel 
derecho  de  seer  ó  no  seer  rey  de  Castilla,  consiste  solamente  en  tener  ó 
non  tener  á  vos  contento,  y  que  solo  vos  por  vuestra  actoridad- podes  qui- 
tar aquello,  que  muchas  vezes  publicastes  aver  dado  Dios  por  la  suya. 
Non  pares^e  por  9Íerto,  señor,  cabsa  sufí(;iente  para  quebrantar  el  jura- 
mento é  ñdelidad  que  se  deue  al  rey,  porque  non  faga  honrras  á  quien 
^os  meres^  nin  mer9edes  á  quien  las  demanda,  caso  que  ge  las  aya  bien 
seruido,  porque  este  tal,  si  non  ganare  nombre  de  liberal,  non  puede  por 
ello  perder  nombre  de  rey  nin  el  derecho  de  su  reyno;  y  nin  por  esto  que 
06  paresca  que  la  Reyna  ofendió  á  vos,  non  devés  vos  ofender  á  Dios, 
quebrantando  lo  que  jurastes,  nin  ser  cabsa  de  tantos  males,  como  se 
siguirían  en  este  r^no  si  con  el  rey  de  Portogal  os  juntásedes  para  ía- 
zer  en  él  diuision:  de  la  qual,  como  de  pecado  sensible  é  muy  abomina- 
ble, todos  deuemos  huyr,  especialmente  vos,  señor«  que  de  los  estragos, 
gastos  é  peligros  de  la  diuision  pasada,  debriades  ya  estar  escarmentado 
é  tener  ante  los  ojos  que  como  quier  que  trabajastes  por  fazer  rey  al 
principe  don  Alonso,  antes  fezistes  la  diuision  que  vistes  que  el  rey  que 
pensastes.  ¿E  queréis  agora  recaer  en  el  yerro  mismo,  que  vos  oonoscistes 
auer  caydo,  quando  tornastes  á  la  obidien^ia  de^rey  don  Enríque?  Mirad 
bien  por  Dios,  señor,  que  estos  mudamientos  é  variedades  en  cosa  de 
tanto  descrímen,  allende  de  ser  peligrosas  é  muy  criminosas,  non  en  pe- 
queña ynjuria  se  reputan  de  presente  de  tal  hedad  y  tal  dignidad;  comQ 
vos,  señor,  tenes.  Deveys  eso  mismo  pensar  quán  grane  cosa  es  de  sofrír 
que  os  tengays  por  dicho  de  quitar  rey,  é  ponerlo  en  Castilla,  por  qual- 


57Í  HISTORIA    CRtTIGA    DB    LA   LITERATURA   ESPAÑOLA. 

quier  vdtinlad  que  os  yiniere,  éqae  non  ayais  por  mal  que  sobre  eUotB 
ponga  el  regno  en  tiranía  é  en  perdición. 

E  debéis  tanbien  considerar  si  permitirá  Dios,é  consentirán  los  honbies 
que  vseis  de  tal  voluntad,  é  que  quandoloquesistes  vsar»  ovistes  mayo- 
res trabajos  é  peligros  ea  lo  que  cometistes  que  efectos  de  lo  que  peosu- 
tes.  É  por  tanto,  señor,  briscad  por  Dios  la  paz  que  munchas  vezes  tos 
avernos  oydo  dezir  que  buscays,  la  qual  por  gierto  nin  fallastes  eoton^ 
nin  fallereys  agora  en  regno  diuiso.  E  pues  en  diuision  es  ^ierto  que  non 
se  falla,  sepamos,  señor,  qué.  ¿Buscays  para  la  paz  generación  del  ley 
don.Juan^  de  quien  tantos  cargos  confesays  que  teneys?  Esta  es  su  fija 
cierta,  á  quien  podéis  ser  grades9Ído  de  los  bienes  que  del  rey  su  pa- 
dre re89ebistes.  ¿Buscays  justicia  para  la  sub^esion?  Esta  es  la  que  afír- 
mastes  y  en  muchos  tienpos  os  ynfoi*mastes  que  la  tiene.  ¿Buscays  solep- 
nidad?  Esta  es  la  que  poco  ha  jurastes  solepnemente  por  vuestra reyna  é 
señora  natural,  é  esta  es  la  que  sabes  vos  bien  que  os  fué  oonpañera  en 
la  nes^esidad  é  anparo  de  vuestro  ynfortunio.  E  si  esto  que  es  manifiesto 
contradezis,  é  non  sosegays  ya  vuestro  spíritu,  é  os  alterays  buscando 
nuevos  escándalos,  ¿qué  se  podrá  creer  de  vos?  Que  buscays  yograritud 
ynjusta  é  perjurio,  é  al  fin  escándalos,  é  turbaciones,  é  guerras,  é  las  di- 
uisiones  en  que  todos  dizen  que  os  delectays  por  sola  voluntad,  é  non  por 
razón.  Asy  que,  señor,  dad  ya  por  Dios  algund  reposo  á  vuestro  ánimo,  é 
luego  gozareysde  la  paz  que  dezis  que  buscays,  é  fallaros  eys  libre  de  pa- 
sión para  conosper  derechamente  con  quánta  sanidad  de  vuestra  conciencia 
é  honrra  de  vuestro  estado  deveys  continuar  lo  que  comen9aste8  é  mante- 
ner lo  que  jurastes  á  estos  nuestros  señores. 

E  cerca  de  la  querella  que  teneys  por  estos  ofi^ios^que  pedís,  bien  sabes 
vos,  señor,  que  seyendo  príncipes  estos  nuestros  señores,  allende  de  os 
aver  fecho  en  diversas  vezes  merced  de  muchas  contias  de  dineros,  procu- 
rastes  de  aver  mef ced  del  rey  destos  oficios,  que  demandays  que  son  los 
principales  de  su  casa,  para  que  se  diesen  á  vos  é  á  los  vuestros.  E  como 
quier  que  vos  seáis  merecedor  de  grandes  mercedes;  pero  deuiérades  á 
mi  parescer  moderar  vuestra  demanda,  é  considerar  si  era  cosa  razonable 
pedir  aquellos  oficios  que  los  más  principales  seruidores  é  criados  suyos 
tenian  é  touieron  sus  padres  é  a  vuelos,  siruiendo  en  ellos  al  rey  su  pa- 
dre é  á  él,  non  mirando  el  deseruicio  grande  que  se  le  siguiria  si  por 
tener  á  vos  solo  contento  descontentase  é  agrauiase  á  los  principales  de 
su  casa  cuyos  son,  los  quales  temían  por  cierto  mayor  razón  de  se  alte- 
rar, é  escandalizar,  si  les  quitasen  lo  suyo,  que  vos  tenes  de  meter  es- 
cándalo en  el  regno,  porque  non  os  dan  lo  ageno. 

E  sy  el  escándalo  que  otros  fiziesen  pertenescia  á  vos  amansar  por  ser 
perlado  é  sacerdote,  ¿quánto  más  deués  amansar  el  vuestro, é  tcnplar  este 
vuestro  rencor  que  tenéis,  porque  non  vos  dan  lo  que  otros  buenamente 
poseen,  é  non  ynsistir  más  en  esta  querella  que  fazeys,  solo  por  lo  que  toca 
á  vuestra  onestad?  Porque  sy  desmoderada  fué  la  demanda,  más  deso- 


U/  PARTE,    ILUSTRACIONES.  575 

nesto  seria  perseyerar  en  ella,  é  munoho  más  grave  é  feo  tomar  por  ello 
propósito  nuevo  para  meter  división  en  el  regno,  porque  pares^eria  que 
el  amor  que  mostrávades  tener  al  seruicio  destos  nuestros  señores  é  el 
derecho  que  publicades  tener  la  Reyna  á  estos  reynos  quando  demanda- 
vades  al  rey  estos  ofígios,  non  era  por  respecto  de  vertud  é  verdad,  mas 
por  fin  de  jnterese,  pues  pesando  aquel,  non  solo  ^esá vades  de  los  ser- 
oir,  mas  movido  por  oobdiyia,  procurávades  de  los  deseruir  en  daño  de 
vuestra  con^ienfia  é  disfamia  grande  de  vuestra  persona;  y  allende  des- 
to  os  mostrariades  enemigo  de  aquellos  cauaÜeros  cuyos  son  estos  ofí- 
9Í0S.  Asi  que,  señor,  ved  en  vos  mismo  sy  os  mueve  algvnd  jmterese  ó 
otra  voluntad  de  apartaros  del  seruicio  de  estos  nuestros  señores,  é  an* 
days  buscando  ocasión  para  ello,  ca  razón  ninguna  ay  por  pierio  nin  se 
vee,  porque  lo  devays  fazer:  antes  seres  reputado  yngrato,  é  con  rrazon 
se  podrá  dezír  que  vuestra  oondy^ion,  ynclinada  á  guerras  é  escándalos, 
vos  trae  á  esto  más  que  cabsa  ninguna  mayormente;  pues  os  da  algunos 
de  los  que  buenamente  se  pueden  dar  é  vos  fazen  equivalengias  é  mer* 
96des  otras,  que  sobrepujan  á  los  oficios  que  demandays. 

Por  ende,  señor,  yo  os  pido  é  con  Dios  reifuiero  que  aparteys  de  vos 
este  propósito  que  quereys  llevar;  é  pues  vuestra  dignidad  é  *  profesión 
vos  obliga  ser  ministro  de  paz,  vuestra  condición  non  os  fuerce  ser  mate- 
ria de  escándalo,  que  es  muy  agena  de  vuestro  abito,  nin  pueda  agora 
más  en  vos  el  rencor  que  teneys  que  la  mansedumbre  que  deueis  tener. 
Permanes^ed  en  lo  que  aveys  principiado  ó  seguido  fasta  aquí,  é  non  que- 
rays  perder  los  semidiós  que  dezís  aver  fecho,  con  este  deseruifio  tan 
grande  que  sobrepuja  á  todo  quanto  aveis  seruido,  dado  que  en  mayor 
calidad  é  cantidad  fuese  de  lo  que  recontays.  É  pues  la  Reyna,  allende 
de  quantas  honrras  vos  ha  fecho,  se  dispone  á  venir  por  su  persona  á 
vos,  é  le  plaze«onplir  en  todo  lo  que  con  vos  se  pediere  conplir, básteos 
este  tan  grande  acto  para  satisfa^ion  de  todas  nuestras  querellas,  por- 
que non  siento  yo  ynjuria  ninguna  nin  yngratitud  tan  grande  que  la 
presencia  desta  nuestra  señora  non  fíziese  oluidar,  considerada  su  gran- 
deza é  la  grand  referencia  que  le  es  deuida,  espe9Íalmente  viniendo  á 
vos  tan  familiarmente. 

E  non  hayáis  por  mal,  señor,  nin  sintays  tanta  gravezaquel  rey  é  la 
reyna  tengan  cerca  de  sy  'otros  perlados  é  caualleros  de  sus  regnos  é  les 
fagan  mercedes  é  honrras;  porque  como  quiér  que  deuan  fazer  honrras 
é  remunerar  á  vnos  más  que  á  otros,  por  respecto  de  las  personas  de 
los  seruicios  que  fazen,  pero  ni  por  eso  deuen  cerrar  su  puerta  nin  menos 
su  voluntad  real  á  aquellos  que  con  toda  lealtad  se  disponen  á  los  ser- 
tiir:  é  si  por  ventura  el  sentimiento  de  la  pasión  que  agora  teneys  os 
venciere  para  non  seruir  á  estos  señores  como  deveys,  á  lo  menos  por 
Toestra  onestad  no  les  desirvays,  é  deliberad  de  guardar  vuestra  aotori- 
dad  estando  quedo  c  n  vuestra  casa,  é  non  vos  junteys  con  el  rey  de  Por- 
togal,  segund  se  Hizo  qne  lo  quereys  fazer,  porque  pensando  deseruir  ni 


576  HISTORIA  CRITICA   DB   LA   LITERATURA  BSPAflOLA. 

rey  á  la  reina  non  dañeys  vaestra  oon^ien^ia  é  vuestra  fama  para  os 
traer  en  la  yndigna^ion  de  Dios  é  odio  del  pueblo.  ' 

IV. 

RoMnamiento  de  Puertoearrero  i  á  los  caualleros  de  ¡a  cajñtania  para 
que  tomcuen  esfuerQo  para  defender  la  Qtí)dad  de  Alhama. 

Bien  sabeys,  caualleros,  que  fuystes  escogidos  en  la  hueste  del  rej  é 
de  la  reyna,  nuestros  señores>  por  varones  esforgados  para  sofrir  los  pe- 
ligros é  pasar  los  trabajos  que  en  la  guarda  desta  gibdad  se  requieren,  é 
de  vuestra  voluntad  of registes  á  ello  vuestras  personas,  por  aver  hoom 
en  esta  vida  é  gloría  en  la  otra.  Asjmismo  aveis  mostrado  fasta  aquí  de- 
uogion  de  buenos  xrísptianos  7  esfuergo  de  notables  varones  en  la  de- 
fensa destos  muros  é  ofensa  de  los  moros,  de  quien  esperamos  ser  gerca- 
dos  é  conbatidos.  Agora  estos  capitanes  é  70  avernos  sabido,  que  después 
quel  re7  algo  el  real  que  tenia  sobre  la  gibdad  de  Losa,  aves  mostrado 
flaqueza  en  algunas  fablas,  diziendo  unos  á  otros  que  esta  gibdad  se 
deUe  desanparar  por  el  peligro  sin  remedio  que  en  ella  se  espera;  7  á 
ello  es  as7bien  damos  á  entender  que  mostramos  esfuergo  fengido,quiii- 
do  no  era  menester,  pues  que  del  verdadero  fallesgemos,  quando  es  nee- 
gesarío.  Verdad  es,  caualleros^  quel  re7  no  por  desbarato  que  fíziesen  los 
moros,  mas  por  descongierto  que  fízieron  los  xrísptianos,  algo  el  real  que 
tenia  puesto  sobre  la  gibdad  de  Loxa,  é  que  es  buelto  con  toda  su  hues- 
te á  la  gibdad  de  Córdoua,  7  aun  quiero  que  sepa7S  que  por  esta  cabo 
nosotros  quedamos  aquí  sin  aquella  esperanga  del  próspero  socorro  que 
primero  teníamos;  pero  si  vengidos  7a  de  flaqueza  acordásemos  desampsr 
rar  esta  gibdad,  que  fué  de  nosotros  confiada,   ¿por  qué  logar  os  pa- 
resge  saluar  la  vida  dé  todos,  pues  vemos  que  uno  solo  que  enbiar 
mos  ¿  grand  ventura  se  puede  saluar  que  non  sea  preso  ó  muerto?  Ma- 
cho querría  70,  caualleros,  que  S7  prova7s  el  peligro  que  regelais  es- 
perando^ remediásedes  á  la  muerte  que  se  espera  fu7endo;  é  si  en  lo  uno 
7  en  lo  otro  a7  peligro,  escogiésemos  el  menor  daño  é  ma7or  honra, 
segund  que  ommes  esforgados  lo  deuen  fazer;  é  porque  esperando  es 
gierta  la  gloria  é  fu7endo  non  es  gierta  la  vida.  A  mi  paresge  que  deue- 
mos  gragias  á  Dios,  á  quien  plugo  que  á  nosotros  más  que  á  otros  se 
ofresgiesse  este  caso,  en  el  qual  dando  buena  cuenta  á  Dios  de  nuestras 
ánimas,  al  re7  de  su  gibdad,  al  mundo  de  nuestra  virtud^  fagamos  larga 
por  fama  esta  vida  breue  de  dias,  ma7ormente  que  non  nos  vienen  de  nue- 
vo los  trabajos,  las  vigilias,  los  peligros  é  las  otras  nesgesidades  que  en 
la  de£ensa  desta  gibdad  se  requerían;  quando  nos  ofresgimos  á  la  guar- 
dar, todo  nos  fué  presente.  Agora,  si  por  solo  miedo  sin  ninguna  ñzerga 

1   Luis  de  Poertocarrero,  sefior  de  Palma. 


II.*  ^ARTE,   ILUSTRACIONES.  577 

désanparáaeinos  estos  moros  que  nos  fueron  encomendados,  de  razón 
riamos  reputados  oomo  los  ommes  iiuianos  que  se  ofresgen  á  toda  oosa 
sin  delibent(^ion  é  se  retraen  della  oon  vergüenza,  los  quales,  queriendo 
antes  del  afrenta  paresoer  esforzados,  son  soberuios  puestos  en  ella,  en- 
flaquecen ó  caen,  contrario  muncho  de  los  varones  fuertes,  que  son  ten- 
piados  y  non  se  ofres^ená  toda  empresa,  mas  eligen  con  deliberación  aque- 
lla donde  viviendo  ó  muriendo  resplandezca  su  loable  memoria.  E  por 
tanto,  caualleros,yo  vos  ruego  que  non  sea  menos  fuerte  vuestro  animo  á 
la  obra  que  fué  á  la  promesa,  porque  cosa  seria  vergonzosa  retraernos 
desta  santa  empresa  que  tomamos,  nin  sentir  dolor  nin  mostrar  temor  por 
orgullo  é  amenazas  de  los  moros,  pues  sabéis  quel  dolor  es  de  las  cosas 
presentes  j  el  temor  de  las  cosas  por  venir,  y  nosotros  aun  úon  tenemos 
llagas  de  dolor,  nin  veemos  fuerzas  que  temer. 

^  El  dolor  quel  varón  de  virtud  ha  de  aver  es  de  ser  destenplado,  ó  de 
regebir  mengua  en  cosa  que  non  sea  dina  del  noble  abito,  que  tomó,  é  de 
la  profesión  que  fizo  en  la  orden  de  la  cauallería,  que  le  obliga  á  la  virtud- 
de  la  fortaleza,  de  la  qual  debéis  armar  vuestros  ánimos,  non  por  amones- 
taciones nin  premias  del  capitán,  mas  por  premio  de  la  virtud;  non  por 
respeto  ni  esperanga  de  ynterese,  mas  por  esperanza  del  claro  nombre 
que  da  la  fortaleza,  la  qual  se  muestra  non  combatiendo  lo  flaco,  mas  re- 
ñstiendo  lo  fuerte,  é  tiene  mayor  grado  esperando  al  que  comete  que  co- 
metiendo al  que  espera.  Cerca  de  lo  qual  se  deuen  considerar  dos  cosas; 
una  de' aquellos  que  resisten  presto  los  peligros  que  súbitamente  les  vie- 
nen, porque  en  aquella  presta  resistencia  paresge  por  el  continuo  cxer- 
f  igio  de  las  armas  tener  fecho  abito  de  fortalega;  otra  es  de  los  que  pien- 
san en  los  peligros  que  pueden  venir,  é  se  proveen  de  esfuergo,  é  buen 
oonsejo,  para  la  resistencia  atites  quel  peligro  venga.  Asy  en  la  primera 
aves  sido  experimentados  en  diversos  actos  de  cauallería,  é  como  varones 
aveys  alcanzado  vitoria.  Non  sé  yo  agora,  caualleros,  por  qué  non  gozare- 
mos desta  otra  segunda  quel  tienpo  nos  da  para  proveer  al  peligro  que 
regclays.  Non  quiero  yo  negar  el  miedo  á  todo  omme  quando  espera  ma- 
yores fuerzas;  pero  el  temor  asy  commo  faze  caer  á  los  flacos,  asy  da  pro- 
uition  á  los  fuertes,  los  qual  es  non  convencidos  de  miedos  vanos  nin  de 
amenazas  ynciertas,  más  miran  las  cosas  segund  su  realidad  é  non  scgund 
la  pasión  que  ocupa  el  entender.  E  nosotros  deuemos  considerar  (]ue  es- 
tos muros  son  fuertes,  si  nuestra  flaqueza  non  los  fiziere  flacos,  y  que  te- 
nemos para  los  defender  artillería,  é  las  otras  armas  defensivas  é  ofensi- 
vas. Otrosy  tenemos,  para  la  gente  que  aqui  somos,  el  bastimento  que  pa- 
ra agaz  dias  es  necesario,  é  todas  las  otras  oosas  que  para  la  defensa 
desta  9ibdad  son  menester.  ¿Qué  pues  fallesge  aqui,  saluo  esfuerzo  de 
buenos  ommes  é  deuo9Íon  de  buenos  xrísptianospara  pelear  en  defensa  de 
nuestra  vida,  de  nuestra  honrra  é  de  nuestra  fee,  por  el  ensalgamienco 
de  la  (]ual  con  tanto  mayor  vigor  devemos  pelear,  quanto  más  verdadera 
entendemos  (|ue  os  nuestra  santa  ley? 

Tomo  vii.  37 


Wt^  HISTORIA  GRlTIGA  DB  LA   U1WATÜRA  BSPA!(0LA, 


IV/ 


SOBRE  EL  LIBRO  LLAMADO  DE  LOS  PENSAMIENTOS  VARIABLES. 


Dimos  ya  &  conocer  (p&g.  371)  el  carioso  y  peregrino  Hbro, 
que  aparece  en  los  índices  de  la  Biblioteca  Nacional  bajo  el  tí- 
tulo que  v&  en  el  epígrafe,  cuando  el  autor,  que  no  quiso  reve- 
lar su  nombre,  se  abstuvo  de  imponerlo  al  tratado,  declarando 
que  no  sabia  cómo  llamarle  (p&g.  374);  y  prometimos  incluirlo 
en  las  presentes  Ilustraciones  (p&g.  373). 

Cumpliendo  pues  esta  oferta,  y  remitiendo  &  nuestros  lectores 
á  cuanto  en  los  lugares  expresados  dyimos,  tanto  respecto  del 
códice,  paleográficamente  hablando,  como  del  mérito  literario 
del  libro,  y  de  sus  atrevidas  doctrinas  políticas,  parécenos  bien 
dejar  á  los  mismos  la  confirmación  de  las  observaciones  criticas 
en  los  indicados  pasajes  insinuadas,  con  el  examen  del  referido 
monumento. 


Helo  aquí: 


Á  LA  REINA  DONA  ISABEL. 

Beyna  de  muy  gran  grandeza 
y  en  todas  cosas  gran  reyna, 
llena  de  mucha  sabieza, 
no  venga  ante  Vuestra  Alteza 
quien  este  estilo  no  peyna; 
y  si  yo  me  desueigüen^o 
ó  me  nuestro  muy  osado, 
no  por  trobar  más  peynado, 
ni  Umado,  ni  afeytado, 
mas  por  darme  algún  comxen^. 

Mi  comienfo  en  esto  toca: 


n/  PARTE,   ILUSTIUCIORBS.  579 

primero,  clara  princesa, 
mi  yaestra  vasalla  booa, 
ooQ  gana  que  no  se  trooa» 
sus  rreales  manos  besa: 
do  por  no  ser  de  los  pocos 
que  sabios  veo  nesorito, 
alli,  Reyna,  me  rremito 
al  gran  número  infinito, 
que  el  proverbio  dá  á  loe  lóeos. 

Non  sale  de  mis  entrañas, 
preclara  princesa  nuestra, 
querer  contar  las  ha2afcfia8 
anidas  en  las  Españas, 
ante  la  grandeza  vuestra: 
nin  si  es  s^i^ia  ó  estancia 
de  do  primero  salistes, 
nin  do  fuistes,  nin  venistes 
con  todo  quanto  letstes, 
hecho  con  mucha  constan^. 

Ni  pomé  las  diferencias 
de  estas  tierras,  nin  su  fuero, 
nin  la  su  magnificencia, 
ni  escrcuiré  la  ecelen^ia 
del  vuestro  origen  primero: 
nin  la  vuestra  sangre  s^ita, 
limpia  de  todas  escorias, 
rrcnouaré  á  las  memorias; 
nin  de  sus  grandes  Vitorias 
cosa  alguna  será  escrita. 

Ni  escrcuiré  los  millares 
del  linage  de  los  godos, 
nin  menos  ios  doze  Pares, 
aunque  de  gozo  7  pesares 
sepa  bien  sus  hechos  todos: 
nin  menos,  señora,  trajo 
escrito  neste  papel 
otro  tan  alto  tropel 
de  los  decindientes  del, 
luz  Despaña,  don  Pelaje. 

Que  do  tanto  bien  ae  luma. 


58D  HISTORIA    GRlTfOá  OB   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

sin  auer  punto  de  mengua».  . 
puesto  que  dello  presuma, 
¿qué  podrá  escreuir  mi  pluma, 
nin  sabrá  dezir  mi  lengua? 
Pues,  ^ejna  muy  esmerada, 
con  quien  la  virtud  se  liga, 
perdone  lo  que  me  obliga, 
pues  que  desque  muoho  diga 
auré  dicho  casi  nada. 

Que  las  cosas  desta  suerte 
tocan  siempre  á  lo  de  fuera; 
mas  mi  jnten^ion  se  pervierte 
á  sentencia  ques  más  fuerte, 
siendo  la  inuingion  grossera: 
7  porque  no  me  derrame 
en  este  estilo  y  dulzura, 
vuestra  e^elenoia  muy  pura 
se  sirua  desta  escritura, 
que  no  sé  cómo  la  Uame. 

Por  tanto,  aquí  sobreseo^ 
do  poetas  j  oradores 
cumplieron  con  mi  deseo ; 
escriuiendo,  según  veo, 
los  vuestros  y  sus  loores: 
pues,  Kejnamuj  poderosa 
y  en  todo  muy  singular, 
no  quiero  más  alargar; 
mas  haga  ñn  mi  trobar, 
donde  comienza  mi  prosa. 

[COBUENZA  EL  TRATADO.] 

1  Como  el  primer  mouimiento  de  los  pensamientos  á  ninguno  sea  obi- 
diente  de  tantas  é  tan  diuersas  cosas  é  tan  fuera  de  la  común  vida,  es 
nuestro  pensar  salteado,  que  no  sé  quién  es  aquel  que  en  el  número  de 
los  sesudos  contarse  pueda.  To  confíeso  muchas  vezes  auerme  rrejdo  de 
tan  arrebatados  y  variables  pensares,  quantos,  sin  mi  querer^  mi  cora^ 
pensó.  E  quanto  70  más  de  aquesto  enmendarme  quería,  tanto  más  de 


1  En  el  códice  de  la  Biblioteca  Nacional  ocu^a  este  hoeco  el  escudo  de  armas  de 
la  Reina  Católica,  tal  como  se  ha  publicado  en  la  11.*  Parte  de  la  Monografía  ái  S» 
iuan  de  lot  Eeyu  (Monumentot  arquitectánico$  de  Eipúña). 


ll/   PARTB,    ILUSTRACIONES.  S8i 

la  mesnxa  pasión  me  hailaua  preso,  é  aun  hallo.  Porque  como  yo  qtii-^ 
«iese  ser  entonces  menos  ocioso  é  solo,  quanto  más  solo  é  ocioso  me  ha- 
llase, salteado  de  los  primeros  mouimientos  de  mi  pensamiento,  muchas 
vezes,  sin  yo  lo  auer  querido,  en  los  diuersos  regimientos  de  este  terre- 
no mundo  pensaua.  Do  creyendo  que  pues  más  de  una  ves.  era  en  el 
tal  pensar  venido,  é  que  non  sin  misterio  aquello  fuese  loque  sin  mi  que- 
rer comengó  con  mi  voluntad,  proseguirlo  me  plugo;  é  como  considérame 
tantas  diferencias  de  prouingias,  tierras,  rregiones,  rreynos  é  señoríos, 
quantas  en  el  mundo  vuiese,  é  asimesmo  quán  diuersos  sus  rregimientos 
fuessen,  muncho  me  marauiilaua,  jorque  á  mi  paremia  no  ser  n^ás  de 
vna  la  forma  ó  rregla  de  gouernar.  E  que  tanto  quanto  más  de  aquella 
cada  un  regimiento  se  desuiase,  tanto  más  era  rr^miento  errado..  Do 
concluya  que,  pues  eran  muchas  lasdiuersidades  del  rregir,  muchos  eran 
los  yerros.  Verdad  es  que  me  membré  que  muchas  vezes  la  dispusi^ion 
de  las  tierras  é  lugares  pedían  particular  gonemagion,  pero  no  podia  niñ 
por  esso  conmigo,  non  sdo  non  pensar,  mas  aun  creya  que  las  generales 
rreglas  del  rregir  siempre  eran  vnas.  A  lo  qual  me  daua  muy  ancha 
materia  el  pensar  en  aquel  soberano  rr^idor,  que  con  vna  orden  é  rre- 
gla toda  la  universalidad  destos  mundos  rige,  por  lo  quiU  de  ne^esarío 
0e  concluya,  que  quanto  más  los  particulares  regimientos  de  aquel  se 
desuiaban,  tanto  más  yuan  fuera  del  derecho  camino.  Mas  recordándome 
que  en  el  ^ielo  nin  en  tierra  ninguna  es  á  Dios  semejable,  juzgaba  aquel 
ser  sabio  rregidor^  que  más  con  la  su  sabia  é  marauüloBa  manera  de 
regir  se  conformaua.  E  asi  por  su  contrarío,  aquel  non  ser  digno  de  tal 
cargo,  que  por  ninguna  forma  se  guia.  Pues  con  aquesto  que  asi  oon- 
migo  fantasiaba,  se  me  rrepresentó,  no  sola  la  gouemacion  de  nuestra 
Castilla,  mas  á  mi  creer  non  quedó  ninguna  parte  deste  mundo  que  en  mi 
pensar  non  anduuiesse  é  las  maneras  del  non  me  mostrasse.  Porque  allí 
no  quedaron  los  rreinos  á  este  (^ercanos  sin  ser  vistos,  non  la  Italia,  non 
la  Grecia,  non  la  Turquía,  non  la  populosa  Alamania  con  todo  aquello 
que  en  la  pequeña  Europa  se  contiene;  nin  de  la  otra  parte  non  la  are- 
nosa Libia,  non  Maurítania,  non  Tripolitea,  non  la  guerrera  Cartago, 
non  Nuinidia  con  aquellos  pueblos  (]ue  en  la  África  se  engierran;  nin 
menos  Arabia,  nin  Sabbá,  nin  Tarsis;  non  Persia,  non  Assiría,  non  las 
grandes  Nínive  é  Babilonia;  non  los  E^iptos,  non  las  negras  Etiopias, 
oon  todo  aquello  que  en  la  estendida  Asia  se  puebla.  E  por  non  detener- 
me, todo  lo  abitable  de  la  tierra  me  paregia  auer  visto,  donde,  como  ya 
dixe^  de  tanta  diuersidad,  hallaba  sus  rregimientos  llena  que  yo  non  po- 
dia saber  cómo  se  sustentassen.  Era  conmigo  tan  grande  la  passion  que 
desto  regebia,  que  muchas  vezes  me  reprehendí  diziendo:  ¡Oh,  y  cómo 
sería  yo  agora  por  loco  juzgado,  si  alguno  sintiese  que!  pensamiento  me 
apassiona!  En  verdad  poco  menos  tal  que  yo  estaría  el  que  de  mi  otra 
cosa  juzgasse.  Non  eran  nin  por  esto  mU  pensamientos  menores,  antes  la 
su  obra  siempre  crcgia.  E  ya  la  passion  que  de  lo  tal  sentía  en  abito 


582        HISTORIA   CRITICA   DE  LA  LITERATURA  BSPAllOLA* 

oonoertida^  se  me  era  deleyte  el  andar  solo  eo  lugares  separados       de 
gente»  cuja  dispust^ion  muchas  cosas  que  callo  en  el  tal  pensar  anm^ac» 
taoan.  Donde  auino  que  vno  entre  los  otros  dias  el  mi  pensamiento  c& 
las  tales  oo^ta^ioRes  muy  cargado,  sin  70  lo  saber  todo  menodameitíe 
deaár,  me  contezieron  las  cosas  siguientes  en  tal  guisa. 

Ya  heria  aquel  nieto  de  Geon  é  de  Saturno  con  ios  sus  claros  rrajoi 
los  dorados  cuernos  de  quel  animal  en  quien  los  dos  hermanos  Frizo  é 
EUes  de  la  su  ysla  de  Nepmes  en  la  de  Coicos  se  trasportaron.  E  comen- 
tado auia  de  uncir  los  sus  rrespiandeoientes  cauallos  en  la  notuma  hd- 
gan^  apacentados  para  el  diurno  trabajo,  quando  exgitado,  al<pada  la 
soñolienta  cabe^,  é  vista  la  primera  luz,  súpito  me  leuanté.  E  como 
primero  que  yo  los  mis  dichos  pensamientos  se  leuantassen,  ellos  me  sa- 
caron fuera  é  me  separaron  de  poblado,  adonde  el  suave  zéfiro,  las 
guerras  de  Bóreas  amansando,  non  menos  contento  con  la  esperanza  de 
la  vista  de  Proserpina  me  tenia,  que  á  la  madre  Geres,  antes  del  filial 
rrapto  ya  por  Pluto  hecho,  tuno.  Pues,  si  en  los  solos  y  tales  lugares  la 
frescor  suya  é  el  suaue  é  manso  rruydo  de  los  trascorrientes  rios  au- 
mentan é  crian  pensamientos,  aquel  lo  puede  testiguar  que  probado  lo 
há.  E  ya  era  aquel  hijo  de  Júpiter  é  Latona  en  el  su  luzáente  carro  de 
cuyos  rrayos  la  tierra  se  calentaua,  é  yo  las  sus  sombras  buscando,  más 
cargado  de  ymaginadas  fantasías  que  de  ál  me  hallaua,  tanto  que  á  mi 
pare^  ya  era  de  mi  más  separado  que  de  ningún  otro,  porque  á  mi 
paregia  de  cosa  deste  mundo  ningún  cuydado  auer,  é  luQgo  juntamente 
se  me  figuraba  que  todo  el  cuydado  del  cargo  era  mió,  ó  á  lo  menos  las 
culpas  que  los  rregidores  del  mal,  rrigiéndole  cometían.  Ajbí  que  con 
esto  é  con  las  cosas  ya  contadas  de  mis  prediohos  pensamientos,  sin  yo 
saber  desir  cómo  fué,  vn  tal  oaso  se  me  ofreció. 

Subido  era  Febo  sobre  la  dezena  parte  del  su  horizonte  é  ya  las  ml- 
vestres  se  rrecogian  en  los  sombrosos  apartamientos,  quando  en  más  her- 
vientes pensares  que  lo  vsado  me  hallaua.  Por  lo  qual,  asi  por  la  calor 
forana  como  por  aquella  que  interior  sentia,  á  lugares  que  del  sol  más 
defendidos  fuessen  me  aparté.  E  allí,  en  las  cosas  ya  dichas  pensando, 
como  de  nuevo  en  muchos  argumentos  sobre  la  gouerna^on  é  rregi- 
miento  del  mundo  particularmente  disputaua.  E  á  mi  creer  pocas  eran 
aquellas  cosas,  en  que  algún  graue  caso  interuiniesse,  que  no  memorasse. 
Pues  como  yo  asi  á  mí,  fuera  de  mí  en  los  pensamientos  trasportado, 
tuviesse  los  ojos  mies  no  sé  á  qué  leuantados^  me  pare^  ver  de  lezos 
venir  un  varón  en  rrico  aparato  ornado.  El  qual  desque  más  gercano  me 
fué,  no  otra  mente  que  algún  gran  príncipe  su  atauio  se  me  figuró.  £1 
venia  de  muy  rrícos  paños  vestido,  con  diuersas  texeduras,  de  muncbo 
oro  entremezcladas,  é  la  cabeza  semejablemente  de  rríca  corona  cubier- 
ta, con  todo  el  otro  ornato  á  esto  conforme.  Su  gesto  daua  señal  que  aun 
no  en  los  quarenta  años  fuesse  la  su  edad  llegada,  é  como  que  de  algoa 
afanado  ezergigio  á  la  sazón  se  haliasse. 


n/  PARTE,   ILUSTRACIONES.  585 

E  oomo  TÍniease  6n  el  lugar  do  70  era«  de^ndió  del  oauallo^  é  deaque 
arrendado  lo  vno  á  la  faente  cabe  la  qual  yo  eetaua^  algún  rrepoao  bus- 
oando,  se  aoostó.  Á  mi  ver  70  vae  causa  de  marauiUarme  de  aquello,  é 
casi  los  mis  pensamientos  afloxando  en  el  visto  varón,  comen^  de  me 
ocupar.  Blas  aun  non  era  el  mi  pensar  áesto  leuantado,  quando  por  la 
oira  parte  sentí  oomo  que  alguno  venia,  é  allá  la  mi  humana  cabe(^  vol- 
uiendo,  tí  ja  oercano  vn  ombre  venir,  cuyo  vestir  é  aparato  gran  rus- 
ticidad me  mostró.  £  sigun  su  lienta  cara,  que  de  mucho  sudor  cubier* 
ts,  aquella  necesidad  creo  alli  lo  troxo,  que  al  otro  é  á  mí  auia  traído; 
esto  era,  querer  del  sentido  calor  refrescarse.  E  verdaderamente  non  me 
mintió  mi  creencia.  Porque  como  Uegasse  é  de  la  dará  agua  algo  beuies- 
fle,  oon  ledo  gesto  en  la  otra  parte  de  la  fuente  sobre  su  cobertura  se 
derrocó,  oomo  quien  de  mucho  trabajo  descansar  quería.  Yo  no  podia 
pensar  las  primeras  causas  de  la  venida  de  los  dos  allí  donde  yo  era.  B 
así  allende  desto,  auia  por  nuevo  que  ninguno  de  ellos,  nin  me  hablasse, 
nin  aun  tan  solamente  me  mirasse.  E  si  contra  mí  la  su  vista  alguna 
vez  terminaua,  non  otramente  que  si  allí  no  fuesse  era,  de  que  non  poco 
me  marauillaua,  lo  tal  sintiendo.  Mas  ya  que  á  mi  parear  anbos  algo  se 
vuieron  alentado,  aquel  que  primero  vino,  como  que  por  pasatienpo 
así  al  rústico  dixo: 

— Agora  me  hazes  tú  creer  aquella  vieja  enemiga  que  los  tus  pares  coa 
todo  noble  ó  hidalgo  tienen.  ¿Por  auentura  non  cabe  en  vos  otra  más  sa- 
bida orianQa  ó  cortesía  dé  aquesta,  que  tú  á  mí  hazes?  Yo  non  puedo 
creer  en  ninguna  manera  de  todos  vosotros,  que  aquesto  por  ygnorancia 
sea,  antes  más  ayna  por  maligia. — El  rrústico  Labrador,  sobre  su  codo  rre- 
oostado,  oomo  que  á  la  rrespuesta  se  leuantasse,  con  serena  cara  así  habló: 
— Mucho  querría,  antes  que  nada  dixesse,  saber  con  quién  hablo,  porque 
tales  cosas  son  de  dezir,  quales  el  oyente  podrá  conosger.  E  yo  sabida  la 
tu  manera,  desuiarme  he  de  incurrir  en  el  segundo  yerro,  pues  del 
primero  me  culpas. — Á  estas  palabras  así  aquel  noble  varón  rrespondió: 
— Dígote  que  de  otra  manera  hablas  que  muestras  que  sabes,  por  lo  qual 
me  plaze  que  Bepas  que  yo  por  agora  tengo  geptro  rreal,  gracias  sean  da- 
das al  que  todo  lo  dá.  E  no  te  embara^,  yo  te  rruego,  mas  antes  libre 
oomo  si  entre  los  tuyos  fue8se8,dí  lo  que  quieras. — ^Poco  se  alteró  el  sin- 
pie  oobre,  oyendo  quién  era  aquel  que  ante  si  tenia,  antes  obedeciendo 
la  amonestación  á  él  hecha,  así  dixo:— Graue  cosa  esa  los  rrústicos  é  sin- 
pies  onbres  oon  las  rreales  magostados  contender  en  cosa  ninguna,  mas 
rreoordAndome  que  el  obidiente  pequeño  error  comete,  me  plaze  detir 
aquello  que  de  la  primera  habla  de  tu  alteza  siento.  Los  onbres  en  este 
iídsero  mundo  venidos  todos  fueron  ygualmente  señores  de  lo  que  Dios, 
aotss  de  su  formación,  para  ellos  auia  criado,  é  desta  manera  si  onesta- 
mente  dezir  se  puede,  gran  enemiga  deuemos  auer  é  tener  los  tales  oomo 
yo  oon  los  altos  varones,  pues  fbrcosamente  auiéndosse  usurpado  el  se- 
fioriOi  DOS  han  haoftio  siseóos.  £  puesto  qoa  to  magostad  diga  qus  aques* 


564  HISTORIA    CntTIGA    DE   LA    tITBhATURA  ESPAflOLA. 

ta  larga  é  gran  oostumbre  es  ya  bueita  en  naturaleza,  sepa  qoe  por 
)BM)aeUa8  leyes  por  donde  lo  dicho  se  principió,  querríamos  el  contniiD 
rehacer,  porque  toda  oosa  que  oon  fuerga  se  haze,  oon  fuerza  deshager  n 
tiene. 

Aquellos  que  agora  el  mundo  sefioreays,  no  por  solas  vuestras  fuer- 
gas,  oomo  ya  fué,  teneys  los  rreinos  é  señoríos;  pues  si  esto  asi  passañi 
que  negarse  pueda,  agora  que  con  fuerzas  senzillasaquf  uos  hallo,  ¿qné 
desmesura  nin  malicia  he  yo  cometido?  Antes  podria  yo'  dezir,  sigun  lo 
que  arguyo,  é  la  enanca  de  las  casas  reales,  que  tu  alteza  aya  eaydo  ea 
la  oulpa  de  que  me  culpa.  Verdad  es,  alto  rrey,  que  assi  oomo  los  mieoi- 
bros  corporales  se  guian  é  rrígen  por  la  cabera,  así  á  los  rreinos  é  sefio- 
ríos  conuiene  auer  una  cabera,  un  rr^dor,  el  qual,  por  solo  Tiituoso, 
merecer  es  bien  que  señoree.  E  entonces  diremos  ser  señorío  natural 
quando  tal  auiene.  Porque  bien  auenturada  es  la  tierra  .cuyo  rey  es  de 
virtudes  noble,  é  los  sus  grandes  de  todo  vigió  alongados,  toman  el  coonr 
oonuenible.  ¡E  guay  de  aquel  rreyno,  el  rey  del  qual  es  de  virtudes  mo* 
chacho  é  los  sus  principes  almuerzan  tenprano! 

Bien  era  de  tener  por  marauilla  ver  así  vn  simf^  labrador  razonarse. 
E  aun  yo  pienso  que  non  era  del  rey  que  presente  estaua  en  menos  teni- 
do. Antes,  sigun  á  mí  paregia  de  oyr,  le  rregebia  deleyte,  é  por  darle  cau- 
sa de  más  larga  habla,  así  le  habló: — Gran  plazer  he  sentido  de  las  co- 
sas que  as  dichas,  é  pues  aquí  somos  á  langa  pareja,  ninguna  verdad  se 
encubra.  A  mí  parege,  si  conocerlo  querrás,  que  bien  que  en  las  prime- 
ras edades  del  mundo  todas  las  cosas  fuessen  comunes,  que  más  era  por 
la  bestialidad  de  ios  habitantes,  que  por  ser  prouechoso  á  ninguno.  E  aun 
allende  de  aquesto,  la  gran  habundangia  de  la  nueua  tierra  é  los  po- 
cos comedores  della,  daua  ocasión  á  non  buscar  más,  lo  qual  agora  era 
imposible,  así  las  gentes  poder  beuir.  Verdad  es  que  si  todos  fuessen  de 
sana  intengion,  aun  durarían  las  cosas  en  ley  de  comunidad;  mas  oomo 
aquesto  ser  non  pueda,  aquel  que  más  trabaja  á  por  graue  que  otro  lo 
goze,  lo  qual  es  causa  que  aquellos  que  para  más  se  piensan  ser  forzo- 
samente, se  enseñoreen  de  los  menores  é  de  aquellos  se  siman.  E  pues  la 
comunidad  por  muchas  inconuenengias  cada  ora  se  desataría,  que  cada 
uno  procure  el  proprio  provecho  no  es  ylícito. — El  sinple  aldeano,  non 
pudiendo  sufrir  loque  oya,  parégiéndole  fuera  de  rrazon,las  palabras  del 
rey  entrerrompiendo,  así  dijo: —Altísimo  pringipe,  si  la  sentengia  de  ta 
dezir  yo  he  bien  rrecogida,  gran  matería  me  da  de  dezir  munchas  cosas: 
yo  hablo  de  aquellos  que  por  natura  deuen  ser  señores,  é  tu  alteza  fcaroa 
negesidades  á  las  tiránicas  señorías.  Sea  oomo  mandas;  mas  pues  á  ta 
rreal  magostad  parege  que  es  cosa  graue  que  ninguno  goze  de  lo  qoe 
otro  trabaja,  por  lo  qual,  como  pueda,  es  bien  cada  uno  enseñorearse. 
¿Siente  por  auentura  tu  alteza  qué  pena  será  la  nuestra  ve3reixio  á  los 
que  mayores  se  han  hecho  de  nuestros  afanes  gogar?  En  verdad  á  DÍ 
parege  non  ser  á  esto  otro  testigo  negessarío,  síbo  aquello  que  denaotef 


11.^   PARTE,   fLll3TIIACI0NBS^  585 

dexíBte.  E  aqui  se  nota  quán  diligente  juez  dene  ser  oada  uno  de  sí  mes- 
mo.  Nosotros,  Henos  del  afán  é  del  cuydado^  passamos  los  dias  sin  nin- 
gún plazer:  nosotros,  llenos  de  mil  miserias,  somos  por  muchas  mane- 
ras despechados;  nosotros,  llenos  del  crecido  trabajo  de  que  los  reyes  é 
grandes  señores  os  Ueuajs  todo  el  prouecho. 

Pues  sigun  estas  obras,  pequeña  enemiga  os  tenemos,  é  non  ood 
rraaon  ningún  hidalgo  nin  dende  arriba  de  uos  quexarse  puede.  An- 
tes nos  de  vosotros  si,  é  mayormente  de  aquellos  que  nuestros  se  son, 
que  usurpando  el  hábito  militar,  vulgarmente  escuderos  se  llaman. 
Mas  verdad  diziendo,  magnánimo  rey,  todo  seria  en  fin  bueno  de 
comportar,  si  las  nuestras  cosas  coa  rrobo  contino  destruir  non  viéss^ 
mos. — A  estas  palabras  asi  el  rey  rrespondió:— Común  costumbre  es  de 
todo  sabio  varón  aquello,  que.  más  enfermo  está  ó  más  negesidad  mues- 
tra curar  6  rremediar  primero^  £  bien  que  de  las  cosas  dichas,  aun  hi^ 
nria  mucho  que  hablar;  mas  por  ser  quistion  que  á  mí  toca  en  largo 
modo,  .sobreseo,  doliéndome  mucho  de  la  quexa  que  agora  diste,  ser  los 
míseros  labradores  despechados.  E  esto,  non  sólo  por  lo  que  deueis  oada 
vno  á  cuyos  soys,  por  sí  deue  dezirlo,  mas  avn  por  el  propio  prouecho 
eres  tú,  é  qualquiera  obligado. — No  tardó  el  rrústico  mucho  á  larrea- 
puesta,  antes  bien  como  comen9ando,  asi  se  razonó: 

— Exoelentfssimo  rey,  sigun  lo  que  agora  parece,  todas  lasoosas  son  de- 
lante los  grandes  principes,  é  nada  faltarles  me  creo,  sino  quien  la  ver- 
dad les  diga.  ¿£  cómo  entre  tanta  multitud  de  gentes  quantas  de  las  mi- 
gajas de  la  tu  alta  mesa  se  mantienen,  non  hay  quien  lo  verdadero  de 
aquestas  cosas  te  cuente?  Verdaderamente  graue  me  parece  el  creerlo. 
Aunque  aquella  denegada  lisonja  de  que  los  reyes  soys  contino  mordi- 
dos é  la  gran  sed  del  ganar  de  los  lisongeantes,  no  sólo  aquesto  encubre, 
mas  aun  inñnitos  males  acarrea,  lo  qual  quiebra  sobre  uos.  ¿K  qué  ma- 
yor mal  puede  auenir,  maguer  que  si  auiene,  que  ver  el  triste  labrador 
del  trabajo  é  sudor  suyo  mantenerse  los  gastos  reales,  la  ponpa  de  los 
grandes  señores,  la  desgastadiza  locura  de  los  cortesanos,  la  cre9Ída  ri- 
queza de  aquellos,  quen  la  real  hazienda  entienden?  E  asimesmo,  ¿qué 
sentirá  veyendo  todo  esto  é  verá  el  poco  cuydado  de  la  justa  gouema- 
don,  que  de  su  pppria  uoluntad  el  principe  tomar  ha  querido?  Quanto 
más  que  vemos  que  todo  se  gasta  en  ricos  vestires,  en  golosos  comeres, 
en  blandas  é  delicadas  caioas,  en  cacantes  aues,  en  mucha  diuersidad 
de  perros,  en  ynuentadas  justas,  en  solepnes  ñestas,  é  lo  que  peor  es,  en 
los  alarderos  truhanes,  que  no  sin  gran  cargo  de  congien^ia  hazerse  pue- 
de, é  por  no  detenerme,  en  toda  manera  de  deleyte.  Pues  por  auentura, 
¿no  sentirá  el  sinple  aldeano  aquestas  cosas  por  muy  graues,  ó  será  como 
d  asno  á  la  viuela?  Ayna  diría  ser  asi  de  la  naturaleza  proueido,  que 
aquello  que  con  mucho  afán  é  mísero  trabajo  se  alcan^,  sea  con  alegre 
é  deleytable  plazer  gastado. — Non  con  pena  nin  con  saña,  mas  con  ledo 
gesto  respondió  aseí  el  rey  á  las  oydas  palabras: — Vosotros  la  con  paña  de 


586        HISTORIA  crítica  m^la  literatura  BSPAHOLA. 

los  ainples  onbres  aueys  por  mnj  gniie  de  snfnr  los  proprioi  afimef »  é 
«qaellos  estimáis  en  más  que  mucho.  E  todas  las  cosas  agenas  reputajs 
vinosas  é  llenas  de  deleyte,  lo  qual  seria  de  vosotros  al  oontrario 
madoysi  bien  la  verdad  fuesse  sabida. — ¡Oh,  clarísimo  rey!  non  dudo, 
xo  el  labrador,  que  assí  non  sea:  mas  como  ninguno  pueda  jui^gar  de  lo 
que  non  vee,  é  oomo  lo  Tisfco  sea  por  mi,  no  sé  quién  otra  oosa  diga.  Por 
tanto,  á  tu  magestad  suplico  quiera  en  esta  parte  declarar  loque  calla.— 
SI  rey  con  riente  cara  diziendo  que  era  contento,  assi  comen^; 

-^Los  que  creen  é  piensan  que  todo  descanso,  toda  holganza»  todo  da- 

kyte  con  toda  la  beatitud  more  ó  esté  en  los  estados  rreales,  non  son  de 

pequeño  número.  E  non  sólo  aquesto  oreen,  mas  aun  afirman  que  ningún 

rteposo  allende  el  nuestro  desear  nin  auerse  puede.  E  de  aquestos  que 

tal  creen 9ia  siguen,  de  ios  tales  como  tú  es  el  mayor  mérito,  cuyo  emr 

es  tan  grande  que  mayor  non  puede,  é  oye  por  qué.  El  mundo  que  hoy 

tenemos  es  de  tal  suerte,  que  á  ninguno  haze  contento  la  yida  que  passa. 

Tú  piensas  cuando  miras  las  nuestras  cortes  con  todo  quanto  desistes, 

que  tal  sea  el  ser  de  lo  que  sentimos  como  la  aparen^ia  del.  Digo  que 

yerras;  porque  non  menos  vezes  creo  desseamos  la  vida  que  teneys,  que 

▼esotros  la  nuestra.  £  aun  más  quanto  más  segura  la  conocemos.  Dime, 

que  Dios  te  vala,  quál  estimas  tú  por  mayor  trabajo:  ¿aquel  que  solo  d 

ouerpo  sostiene,  ó  aquel  con  que  el  espíritu  se  aflige?  ¿Negarás  por  anen- 

tura  no  ser  el  espiritual  afán  muy  mayor  que  el  corpóreo?  Yo  oreo  que 

no.  Pues  veamos:  ¿no  son  á  tí  notorias  las  espirituales  fatigas  que  oooti- 

ñas  los  reyes  tenemos,  llenas  de  temor  é  tristeza?  ¿No  consideras  tú  que 

los  Grandes  tormentos  passan?  ¿No  vees  que  quando  más  paz  pare9emQS 

tener,  ya  por  una  parte,  ya  por  otra  los  comarcanos  reyes  la  quiebran? 

E  quando  aquesto  cessa,  los  nuestros  grandes  escaman  é  busoan,  oómo 

en  negessidad  dellos  estando,  los  adoremos.  Por  otra  parte,  loa  enonigos 

de  la  fé  nos  pornian  en  mil  agonias,  si  las  armas  dexássemos.   Allende 

desto,  las  continas  querellas  é  contiendas  de  nuestros  vasallos,  los  pley* 

tos  é  demandas  antiguas  que  de  los  mal  gouernados  tiempos  paseados 

quedaron,  con  otras  infinitiis  cosas  que  cada  dia  interuienen»  las  quales 

era  imposible  á  ningún  cuerpo  humano  sostener»  si  las  rrecreacioiMB  oon- 

tadas  non  tuuiéssemos.  ¿E  oómo  crees  tú  que  tirana  bien  la  vmllesta  si 

estuuiesse  mucho  armada?  Non  lo  creas.  Que  en  verdad  te  digo  ser  mu- 

ohas  las  noohes  que  duennes  tú  muy  más  holgadamente  sobre  VÍ19Í0SSQS 

^spedes,  que  yo  so  las  sananas  de  Ólanda.  Porque  á  ti  después  del  oqd- 

póreo  trabajo  descansas:  todo  comer  te  es  tenplado,  é  el  murm'urable  sao 

de  los  huyentes  arroyos  sobre  la  fresca  yerua  acostado,  te  administra 

sabroso  dormir.  Mas  aun  nin  los  delicados  manjares  cargado  de  infinitai 

congoxas  me  aproueohan,  nin  el  ouydado  de  todos  los  oujrdados  donnir 

me  dexa.  E  si  por  auentura^  cansado  de  la  luenga  Tela  é  del  gran  peo* 

sar  me  adormezco,  non  me  es  menos  enojoso  el  sofiar  que  el  non  poder 

dormir.  ¿Pues  quál  de  vos  querría  Ul  vida,  si  á  vao  de  dos  fines  non  le 


Il/  PARTE,   ILUSTRACIONES.  587 

tomasse,  ó  á  querer  por  santo  ser  auido,  tal  beuir  por  penitencia  to- 
mando, 6  sofrirle  con  loe  descansos  que  ya  tú  confesaste?  Asi  que  non  es 
tanta  la  bienauenturanga  de  nuestra  vida  oomo  la  apariencia  de  ella. — 
Auiendo  el  rrústico  ojdo  las  cosas  que  el  rey  auia  dichas^  pareciéndole 
que  en  el  fin  de  su  habla  fuesse  así,  prosiguió: 

— ^Fuerte  cosa  es  aquesta,  jlustrissimo  rey,  que  agora  poco  ha  oontas* 
te:  esto  es  non  auer  en  este  misero  mundo  alguna  via  de  contento  beuír 
para  ninguno;  porque  á  mí  parece  aquel  poderse  llamar  bienauentur»- 
do  que  está  lleno  de  poderíos,  dignidades,  amigos,  parientes,  con  toda 
manera  de  riquezas,  para  lo  qual  auer  todos  trabajan  é  mueven,  é  aui- 
das  las,  por  marauilla,  veo  ninguno  que  las  dexe.  Pues  ¿qué  afán  ó  qué 
trabajo,  ó  qué  fatigable  congoja,  ó  qué  espiritual  agonia  es  aquella  de 
que  tu  alteza  quexa,  que  si  tal  es  non  sea  muy  mejor  dezarla  que  non 
aun  sostenerla,  mas  pensarla  de  crecer  veo  que  los  príncipes  siempre 
estudiays?  ¿E  quién  haze  fuer^  á  tan  alto  rey  como  tú  si  las  espiritua- 
les passiones  son  tales  como  las  dichas,  que  así  por  desecharlas  como  por 
tomar  vida  de  mayor  rreposo  é  contentamiento  non  trabaja?  Yo,  que  soy 
aquel  que  tu  magostad  vee,  quaudo  siento  mucha  fatiga  en  lo  que  obro» 
después  de  saber  que  non  lo  comeré  si  no  lo  afano,  procuro  el  descan- 
so pospuesto  todo  lo  ál.  E  quien  es  yierto  que  nunca  le  fallecerá,  ¿non 
puede  hazer  lo  semejante?  Perdóneme  tu  serenísima  alteza;  yo  te  supli- 
co que  yo  non  puedo  creer  que  la  verdad  de  la  tai  vida  os  aflija,  mas 
antes  la  su  viciosa  delicadeza  es  la  mayor  causa.  Porque  entonces  di- 
remos ser  aquel  de  gran  vi^o  é  rreposo  vsado,  que  muy  pequeño  tra^- 
bajo  mucho  le  apremia.  ¿E  cómo  pensays  los  grandes  reyes  que  nos  los 
rrústicos  dexemos  por  el  exterior  trabajo  el  cuydado,  asi  de  las  vuestras 
oosas  como  de  las  nuestras?  Non,  en  verdad:  antes  nos  acontece  muchas 
▼ezes  que  uenidos  de  nuestra  labor  ó  del  campo,  hallamos  las  mujeres 
llorando  é  las  cosas  rrobadas,  que  nin  sartén,  nin  alhamar  en  ellas  queda. 
Porque  los  vnos  por  los  tributos,  los  otros  por  mil  desafueros  dándonos 
á  entregar  nos  prendan  é  nos  licúan  quanto  hallan.  ¿Ygualar  se  á  por 
auentura  agora  en  estrecheza  de  sentimientos,  en  ansia  de  espíritu,  la 
rreal  vida  con  la  nuestra?  Á  mi  juizio  non,  é  la  rrazon  es  muy  clara. 
Porque  non  nos  aflegimos  con  espiritual  é  corporal  trabajo,  é  mas  que 
ygualmente  que  cuando  los  rreyes,  é  aun  tanbien  quando  ellos  rrepo^ 
san.  Asi,  que  si  el  rrey  trabaja,  yo  non  huelgo.  Si  el  rrey  es  de  pensa- 
mientos carga- ' 

(El  códice  ofrece  aquí  notable  laguna,  tanto  más  sensible  cuanto  ee 
más  interesante  el  pasaje  por  la  naturaleza  del  asimto.) 

nos  te  desastan,  las  armadas  gentes  te  empobre^n  é  nos  solos  te  sos- 
tenemos. Pues  así  de  nos  te  deues  seruir,  que  sienpre  seruir  te  podamos. 
— Al  rrey,pareciéndole  ser  el  labrador  en  el  fín  de  su  dezir,  así  le  rres- 
pondió: 


588        HISTORIA  crítica  db  la  literatura  espaí^ola. 

— una  cosa  aprendo  de  la  manera  de  tu  razonarla  qaalme  afírmaqne 
tnás  passion  que  rrazon  te  mueue  á  lo  que  dizes:  esta  es  que  bien  que 
muchas  cosas  digas  á  los  rreyes  connenientes,  en  tal  manera  las  dizes, 
que  el  prouecho  dellas  sienpre  sobre  los  tales  como  td  caja.  Ijo  qual  es 
'  mucho  de  rreprehender  en  todo  aquel  que  á  otro  conseja.  Porque  en- 
tonces diremos  ser  fiel  el  consejero  y  verdadero  el  consejo,  qaando  es  en 
daiño  de  la  parte  que  lo  dá.— No  tardó  el  sinple  aldeano  ala  rrespuesta, 
diziendo: — Magnánimo  rrey ,  non  puedo  yo  negar  nin  quiero  que  layniver- 
sal  passion,  de  la  que  en  los  tales,  como  yo  veo,  non  me  muestre  qué  di- 
ga é  cómo.  Mas  considere  tu  alteza  que  quando  las  más  baxaa  cosas  se 
veen  á  los  rreyes  proveer,  á  las  gentes  queda  gran  esperanza  que  non 
quedarán  fuera  las  mayores.  Quanto  más  que  la  boz  de  justicia '  sobre 
que  yo  me  pimiento,  no  quita  á  ninguno  lo  suyo,  antes  que  lo  dá.  E  por 
tanto,  altíssimo  príncipe,  non  sienpre  el  consejante  a  de  consejar  su  da- 
llo nin  su  pro,  mas  sienpre  verdad  é  caya  como  cayere.  Bienauentura- 
do  rrey,  á  mi  parecer  el  oficio  que  la  sangre  en  los  humanos  cuerpos 
tiene  gran  exenplo  para  los  gouernadores  deste  mísero  mundo,  la  qual 
sienpre  socorre  é  acoopaña  aquella  parte  del  cuerpo  do  más  flaqueza  ó 
mengua  conoce.  De  dó  se  causa  el  enhermege^imiento  del  rrostro,  por- 
que como  la  passion  de  vergüenza  él  padezca,  socorriendo  allí  la  sangre 
é  aconpañándole,  enciéndele  más  de  lo  conuenible.  E  asi  de  la  misma 
manera  es  la  amarillez  de  la  cara,  por  ser  la  sangre  yda  en  socorro  é 
conpañía  del  medroso  coraron,  conoQiendo  la  passion  de  su  flaqueza.  E 
yo^  ilustríssimo  príncipe,  non  porque  á  mi  nin  á  los  tales  como  yo  quie- 
ra primero  aupar,  me  mueuo  á  lo  que  digo;  mas  porque  me  parege  ser 
allí  más  necessario  el  socorro,  vengo  allí  primero  como  la  sangre.  E  asi 
suplico  yo  á  la  tu  magostad,  maguer  que  de  las  tus  rreales  orejas  oydo 
ser  non  merezca,  quiera  tomar  por  oficio  vna  vez  querer  délos  querello- 
sos ser  visto,  é  después  seguir  el  cnxenplo  que  de  la  sangre  puse. — El  rrey 
rrespondió: — ^¿E  tú  piensas^  por  auentura,  que  las  cosas  que  á  los  gran- 
des principes  auienen,  sean  tan  distintas  ó  apartadas  que  luego  se  co- 
nozca, quál  sea  ó  dónde  estti  la  mayor  necesidad?  Non  lo  creas.  Antes  son 
tan  muchas  é  tan  enbueltas  en  una  ygualdad,  que  non  sabe  onbre  á 
quál  buehia  la  cabera. — ¡Oh,  enciente  rrey!  dixo  el  místico,  el  no  co- 
mentar las  cosas  en  tienpo  es  desto  tal  mayor  causa.  E  non  puedo  yo 
creer  que  tan  rrebucltas  sean  las  cosas  que  dizes,  que  á  lo  menos  tu  áni- 
ma, tu  seso,  tu  con(;ien(;ia,  tu  natural  distinto  non  te  guie  é  muestre  ser 
alguna  de  mayor  negcssidad  llena.  Pues  allí  sea  el  tu  proueymie.nto 
muy  presto,  é  así  á  cada  vna  que  por  mayor  se  te  ofrecerá.  Lo  qual 
obrando,  creo  que  en  pequeño  tienpo,  saluo  si  querer  holgar  non  lo  ocu- 
pa, pocas  quedarán  que  buenas  de  cono9er  non  sean  é  mejores  de  rre- 
mcdiar. 

¡Oh  qué  tan  atento  era  yo  oyendo  al  prudente  rrey  é  al  sabio  aldea- 
no, hablantes  las  cosas  contadas!  Tanto  que  á  mi  creer  nin  me  mouia, 


1l/   PARTE,   ILUSTRACIONES.  589 

nin  aun  pesteñeaba.  Pues  yo  asi  en  el  tal  delejte  estando,  ya  que  Apo- 
lo de  más  del  medio  Qerco  la  metad  defendía,  vi  mucha  caualleria  venir 
con  tal  apresuramiento,  que  bien  mostraua  congozosa  busca  del  su  se- 
ñor. E  vistole  cada  vno  como  niejor  se  le  adere^aua,  vinieron  con  mu- 
cho gozo  á  le  besar  las  manos.  E  luego  iraydole  el  su  oauallo  et  en  él 
subido,  ya  que  se  yua,  la  cabe^  buelta,  asi  al  pobre  labrador  dizo: 
— Queda  con  Dios,  que  á  él  plaziendo,  alguna  vez  auremos  más  larga  ha- 
bla sobre  aquestas  cosas. — El  rrústico,  hecha  á  la  su  manera  vna  gran 
rreueren^ia,  respondió: — A  la  tu  magestad  suplico  que  en  tanto  que  essa 
ora  llega,  trayas  á  tu  memoria  las  cosas  dichas  é  con  algún  fruto. — £ 
aqui  se  calló.  Tomada  pues  la  su  capa,  sobre  la  qual  auia  estado,  echa- 
da sobre  su  onbro,  sin  más  allí  detenerse,  se  tornó  el  camino  que  tra- 
xera.  £  yo  quedando  solo>  comencé  por  mi  memoria  de  traer  las  cosas 
allí  oydas.  Las  quales,  assí  como  mejor  supe  é  pude,  las  escreui,  pare- 
ciéndome  ser  de  memorarloa  obligado. 

« 

Mas  si  por  uentura  son 
en  grosero  estilo  escritas, 
perdónenme,  que  es  rrazon, 
pues  no  soy  yo  Solomon 
nin  sus  ^ien^ias  infinitas; 
nin  soy  Tulio,  el  gran  maestro 
del  buen  hablar,  nin  Pane^io, 
nin  Grorgias,  nin  V^e^io, 
nin  Salustio,  nin  Boecio, 
mas  soy  vn  vasallo  vuestro. 

Nin  soy  Virgilio  latino, 
nin  soy  Demóstene  gri^, 
ni  a  Ouidio  me  declino, 
antes  mi  sinpleza  inclino, 
quando  á  sus  ^iengias  me  llego: 
nin  soy  Crátipo  ateniés, 
nin  soy  Anfión  tebano, 
nin  Omero,  nin  Lucano, 
mas  vn  pobre  castellano 
con  algo  de  portugués. 

ACABA. 

Pues,  alta  Iteyna,  suplico 
que  Vuestra  Alteza  non  mande 
sirua  el  pobre  como  el  rríco, 
nin  pida  nel  lugar  chico 


590  HISTORIA  CRlnCA  M  LA  UTNIATÜRA  BSPANOLA. 

las  cosas  que  son  del  grande. 
Mas,  prin^sa  señalada 
en  toda  Realidad, 
▼aestra  mny  gran  magestad 
rre^ba  la  voluntad, 
ques  por  obra  destrocada. 


FIN   DEL   TOMO   Yll. 


ÍNDICE. 


Páfioas. 

Adyertanda V 

CAPITULO  XV.-— Gbcritorv  navarros  t  AmAeoifsais  DimAMn 
EL  RiofAM  DE  BON  JuAN  II — Oarácler  de  los  estadios  bajo  doo 
Joan  de  Navarra.— Hereda  el  trono  de  Aragón. — Sos  hijos. — £i«  . 
Príikupe  m  Viaiu. — Su  edacaoion  literaria. — Sus  vioisitades  y 
desdichas. — 3udestierro.-^a  muerte. — Sos  obras. — Stis  cartas 
y  reqüeaku  poéHcas.—Sxia  tradacoiozíes.— Las  Éihica»  de  Aris- 
tóteles.SxÁmea  de  esta  versión. — Su  Epístola  á  los  Sabios  de 
España.-— Pensamiento  transocHOKiental  de  la  misma.««-Su  ¿.omsti- 
toQion  á  la  muerte  de  don  Alfonso.Sn  Crónica  d$  Navarra. — 
Juido  de  don  Garlos  oomo  poeta,  filósofo,  orador  é  historiador .--« 
Ingenios  que  se  le  asooian.— «Traductoris . — ^Vidal  de  Noya,  Ha- 
go de  Urries.-^HiSTOMADOiUES  catalames:  Pere  Tomioh  y  Gra- 
briel  Turell.— Aragoneses:  Pedro  X.  de  Urrea;  Luis  Panxan; 
Pablo  de  Gasanate  y  otros.— Filúsofos  t  escritores  pioígtíoos. 
—El  Castellano  Alfonso  de  la  Torre.— Algunas  notipias  de  su 
vida.-— La  Vision  Ddectabte.-^VL  objeto.— Su  materia.— Su  for- 
ma literaria.^-Ezpoflioion  y  juioio  de  esta  obra. — Escritores 
ASCÉTICOS.- Noticia  de  ios  más  oelebrados. — Orapores:  don  Fer- 
nando de  fiolea  y  otros  caballeros  de  la  corte. — Onunones  y 
Epístolas  de  Bolea  i  la  muerte  de  don  Carlos  de  Viana.— Carác- 
ter de  estas  producciones. — Observaciones  generales 3 

CAPITULO  XVI.— Poetas  del  reinaik)  pe  Enrique  IV.— Bela- 
ciones  literarias  oitre  Castilla  y  Portugal.— Ingenios  portugueses 
que  cultivan  la  lengua  y  poesía  castellana.- El  inÜBuite  don  Pe- 
dro.—Sus  poesías.— Sus  Goplae  dd  Contemptodelmundo.'-JmáQ 
de  este  poema. — Su  influencia  en  los  ingenios  portugueses. — Don 
Pedro,  el  Condestable  de  Portugal  .^Sus  relaciones  con  los  poe- 
tas ca8teUanos.^Saa  obras.— Su  Sátira  de  felice  é  infelice  vida. 


592  HISTORIA    CRtTIGA    DE   LA    LITERATURA  ESPAÑOLA. 

— Sus  poesías. — Su  influencia  en  la  corte  portuguesa. — Triunfo 
de  las  escuelas  poéticas  dominantes  en  Castilla. — Prosecución  de 
las  mismas  en  la  España  Central. — Discípuros  de|Mena  y  Santi- 
Uana. — Pero  Guillen  de  Segovia. — Sus  obras  poéticas. — La  Ga~ 
ya  sgiencia, — Di^o  de  Bárgos. — Sus  poesías. — Análisis  y  jui- 
cio del  Triunfo  del  Marguü.r^r^igmñfsafii^^e  este^poema  en  el 
desarrollo  de  la  escuela  Áintles(¿ki<-^Ebn  Oomez  Manrique.— Sus 
poesías. — Exposición  y  juicio  de  los  Vicios  y  virCudeSy  los  Con- 
sejos á  Diego  Arias,  las  Coplas  al  mal  gobierno  y  el  Regimiento 
de  Principes. — Análisis  del  poema  Á  la  muerte  del  Marqués. — 
Jorge  Manrique. — Carácter  general  de  sus  poesías. — Las  Coplas 
á  la  muerte  de  su  padre. — Represefttacion  de  esta  el^ia  en  la 
esfera  del  sentimiento. — Su  popularidad. — Juan  Alvarez  Gato. — 
— Sus  poesías  amorosas. — Sus  "VBrsos  religiosos. — Sus  composi- 
ciones morales. — Dotes  características  que  en  ellas  resaltan. —  * 
Conformidad  de  los  ingenios  castellano»»  al  juzgar  ]a  corte  de 
Enrique  IV.— Las  Copias  del  Provincial  y  de  Mingo  Revulgo.^^ 
Examen  de  las  últimas. — Sentido  político  y  moral  que  rerelan. 
— Su  carácter  literario. — Ministerio  de  la  poesía  durante  el  rei- 
nado de  don  Enrique. — Sentido  interno  que  la  avalora,  etc..     .      69 

CAPITULO  XVIL — La  historia,  la  filosofía  moral  t  la  elo- 
cuencia SAGRADA,  DURANTE  EL  REINADO  DE  EnrI(}UE  IV. — Carác- 
ter general  délos  estudios  históricos. — Cronistas  de  Enrique  IV. 
— Diego  Bnriquez  del  Castillo  y  Alfonso  de  Palencia. — ^Noticias 
biográficas  de  Castillo. — Su  Crónica, — Juicio  de  la  misma. — Ca- 
rácter de  su  estilo  y  lenguaje. — Palencia:  su  educación  literaria 
y  su  posición  en  la  corte. — Noticia  de  sus  obras. — La  Crónica  en 
romance  y  las  Décadas  latinas. — Dudosa  autenticidad  de  la  Gró" 
nica. — Juicio  comparativo  de  ambos  monumentos. — Carácter  his- 
tórico de  Alfonso  de  Palencia. — Algunas  muestras  de  la  Cróni- 
ca.— Estilo  de  las  Décadas. — Nuevos  historiadores. — Alfonso  de 
Toledo:  su  Espejo  de  ístorias. — Pedro  de  Escávias:  su  Reperto^ 
rio  de  Principes. — La  Crónica  del  Condestable  íranso. — índole 
especial  de  este  libro. — Cultivadores  de  la  filosofía  moral. — Fray 
Juan  López; — Ruy  Sánchez; — el  Bachiller  Toledo. — Noticia  de 
sus  obras.  —Doña  Teresa  de  Cartagena:  su  Arboleda  de  los  En- 
fermos.— Examen  del  Invencionario  y  de  la  Arboleda. — La  elo- 
cuencia SAGRADA. — Predicadores  célebres. — Breve  estudio  de  al- 
gunas obras  ascéticas. — La  Flor  de  Virtudes. — Consideraciones 
sobre  el  carácter  de  las  letras  durante  el  reinado  de  Enrique  IV.    137 

CAPITULO  XVIII. — Tendencia  general  ne  las  letras  durante 
EL  reinado  db  los  Reyes  Catócicos;->— Situación  de  Castilla  en 
1474. — Entrada  triunfal  de  Isabel  y  Fernando  en  Toledo. — Ca- 
rácter de  este  triunfo. — ^Política  de  los  Reyes  Cal61ioos««-Sa  in- 


ÍNDICE.  595 

fluencia  en  el  desarrollo  intelectual  de  España. — Educación  lite- 
raria de  Isabel: — de  los  Infantes  y  de  los  magnates. — Su  carác- 
ter clásico. — Ilustres  cultivadores  de  las  letras  gribas  7  latinas. 
— Antonio  de  Nebrija  y  Arias  Barbosa. — Sus  libros  didácticos. 
— Sus  discípulos. — Efectos  inmediatos  de  su  doctrina. — Traduc- 
tores de  obras  clásicas.— índole  de  las  nuevas  versiones. — Culti- 
vadores de  la  antigüedad. — Lápidas,  medallas  y  monumentos. — 
Desdeñan  los  doctos  el  habla  7  la  literatura  vulgar. — Conse- 
cuencias de  estos  hechos  en  las  esferas  del  arte.— Nuevos  suce- 
sos que  las  determinan.  — Aplicaciones  de  la  brújula  7  la  pólvo- 
ra.—Descubrimientos  de  la  imprenta  7  del  Nuevo  Mundo. — 
Establecimiento  del  Santo  Oficio. — Expulsión  de  los  judíos. — 
Influencia  de  todos  estos  acaecimientos  en  las  regiones  eruditas. 
— Sus  efectos  en  las  populares. — Consideraciones  generales. .     .     185 

CAPITULO  XIX. — ESTADO  \  carácter  de  la  poesía  «  bajo  el 
REINADO  DE  LOS  Retes  CatOlicos. — Oposiciou  dc  las  tradiciones 
artísticas  á  las  innovaciones  clásicas. — Razón  filosófica  de  eat<í 
hecho. — Influencia  personal  de  la  Reina  Isabel. — Poetas  caste- 
llanos, aragoneses  7  catalanes  de  su  corte.— Escuelas  por  ellos 
cultivadas. — Florencia  Pinar. — Examen  de  algunos  poetas. — 
Fra7  Iñigo  López  de  Mendoza. — Su  Cancionero. — Análisis  de  la 
Vita  Christiy  del  Dictado  en  vituperio  délas  malas  mug eres, — 
Idea  del  Dechado  de  la  Reina  doña  Isabel, — Juan  del  Enzina. — 
Su  Cancionero. — Examen  del  Triunfo  de  la  Fama. — Sus  carac- 
teres literarios. — Las  canciones  7  villancicos. — Don  Pedro  Ma- 
nuel de  Urrea. — Su  Cancionero. — Mérito  literario  de  este  pro- 
cer aragonés.  —Especial  índole  de  su  ingenio.  —Don  Juan  Fer- 
nandez de  Heredia. — Sus  poesías. — El  cartujano  don  Juan  de 
Padilla. — Sus  poemas. — Juicio  de  Los  doce  triunfos  de  los  Aj^ós- 
toles. — El  Retablo  de  la  Vida  de  Cristo. — Diego  Guillen  de  Avi- 
la.— Su  Panegírico  de  la  Reina  Isabel. — Idea  del  Loor  á  don 
Alonso  Carrillo. — Hernando  de  Rivera. — Su  poema  histórico. 
—Pedro  de  Cartagena;  MossenTrillas;  Crespi  de  Valdaura. — 
Elogios  de  la  Reina  Isabel. — Condiciones  de  la  poesía  histórica. 
— Inclinación  de  los  eruditos  al  cultivo  de  las  formas  populares. 
— Importancia  7  significación  futura  de  este  hecho 231 

CAPITULO  XX.  -Estudios  históricos  durante  el  reinado  de  los 
Reyes  Católicos. — E^stado  de  estos  estudios  al  inaugurarse  el  rei- 
nado.— Influencia  clásica. — Extensión  de  las  investigacioneB  his* 
toncas.— Crónicas  y  estudios  generales. — Mossen  Diego  de  Va- 
lera. — Su  educación:  su  autoridad  entre  las  banderías  oortesa- 
ñas. — Sas  libros  históricos. — La  Coránica  Abreviada  dé  Etpaña. 
—Exposición  y  juicio  de  ella.— Notioia  de  otroi  trabaos  hiHo-' 
riales.— Diego  Bodriguei  de  AimeU.— Sa  ednoaoioD  lilenrtoiP^  *  . ' 

Tomo  vii. 


594  HISTORIA   CRÍTICA   DB    LA   LITERATURA  BSPANOLA. 

Su  eradicioD. — Sus  obras  de  historia. — ^El  Valerio  y  las  BcUaUas 
Campales. — Examen  del  Valerio  de  las  Historias. — Su  estilo  y 
lenguaje. — Juicio  de  las  BataUas.^El  Compendio  Istorial  de  la 
corónica  de  España, — ^Alonso  de  Ávila. — ^La  Suma  Universal  de 
las  ystorias  romanos.— ^Carácter  y  signifícaoion  de  este  libro. — 
Crónicas  coetáneas  y  del  reinado. — Micer  Gonzalo  de  Santa  Ma- 
ría.— La  Vida  de  don  Juan  ¡I  de  Aragón. — Su  eacámen  y  juicio. 
— El  Bachiller '  Palma. — La  Divina  Retribución  de  España. — 
Exposición  é  importancia  de  este  libro. — El  Cura  de  Los  Pala- 
cios.— Su  Crónica  délos  Reyes  Católicos. -^Extensiotit  índole  y 
carácter  de  esta  crónica. — Su  estilo  7  lenguaje. — ^Hernando  del 
Pulgar. — Su  educación  literaria. — Sus  Claros  Varones  y  su  Cró- 
nica de  los  Reyes  Cathólicos. — Juicio  de  una  7  otra  producción. 
— Muestras  de  su  estilo  descriptivo  7  de  sus  arengas. — Bepre- 
sentacion  de  Pulgar  en  el  desarrollo  de  los  estudios  históricos. — 
Otros  cultivadores  de  la  historia:  Ramírez  de  Yillaesousa;  Ga- 
lindez  Carvajal;  Ayora;  Santa-Cruz ;  Correa,  etc. — Estudios 
auxiliares  de  la  historia:  estudios  derivados  de  la  misma. — Ensa- 
70S  genealógicos. — Osorio,  Mexia,  Salazar  7  otros  genealogistas 
de  esta  época. — Observaciones  generales  sobre  los  estudios  his- 
tóricos, al  terminar  el  siglo  XV 2S9 

CAPITULO  XXI. — La  elocuencia,  la  filosofía  moral,  la  novela 

Y  EL  género  epistolar  EN  EL  REINADO   DE  LOS  KeYES  CATÓLICOS. 

— Oradores  7  escritores  ascéticos:  castellanos;  valencianos;  cata- 
lanes.— Carácter  de  la  elocuencia  sagrada. — Influencia  clásica. 
— Menosprecio  de  la  lengua  española. — Cultivadores  de  la  pala- 
bra evangélica. — Hernando  de  Tala  vera:  su  vida:  sus  sermones: 
sus  obras  relativas  á  las  costumbres:  sil  Tratado  del  vestir^  del 
calzar  y  del  comer:  su  estilo  7  lenguaje. — La  filosofía  moral. — 
Mossen  Diego  de  Valera:  su  Exhortación  á  la  paz. — La  oratoria 
profana. — Noticia  de  sus  cultivadores. — Muestras  de  variqs  dis- 
cursos: del  Cardenal  Mendoza;  de  Alfonso  de  Quintanilla;  de 
don  Luis  Portocarrero,  etc. — Otras  producciones  políticas  7  de 
moral    filosofía. — La    novela. — Los    libros  de  Caballerías. — 
Transformación  de  los  mismos  en  el  sentido  popular. — Sus  efec- 
tos.— Libros  caballerescos  á  fines  del  siglo  XV. — El   infante 
Adramon  y  El  Caballero  Marsindo. — Tirante  el  Blanco. — Exa- 
men 7  exposición  de  estos  libros. — Los  Palmerines. — El  Pal- 
mer in  de  Oliva  y  el  de  Inglaterra. — Idea  é  influencia  de  los  mis- 
mos.— Otro  género  de  novelas. — La  Celestina. — Análisis  7  jui- 
cio de  la  misma. — Su  estilo  7  lenguaje. — Su  transcendencia  ú 
las  siguientes  edades  literarias. — El  género  epistolar. — Cartas 
de  la  Reina  Isabel;  de  Mosscn  Diego  de  Valera;  de  Hernando  del 
Pulgar;  de  Gonzalo  de  A7ora. — Su  <^tudio. — Consideraciones 


ÍNDICE.  595 

generales 317 

CAPITULO  XXII. —La  poesU  poi'llar  hasta  el  belnado  de  Car- 
los L — Extenso  campo  de  la  misma. — Su  vitalidad  como  reflejo 
de  ia  cultura  de  este  período. — Perfeccionamiento  de  las  formas 
{)opulares. — Universalidad  de  su  influencia. — La  poesía  popular 
con  relación  á  las  creencias  y  á  las  costumbres. — Cantares  fune- 
rarios;—de  ju^os;— de  la  infancia; — de  amor; — satíricos;— de 
bodas. — ^RoMAircES. — Creciente  importancia  de  los  mismos. — Ro- 
mances novelescos  y  caballerescos; — históricos; — moriscos. — ^El 
TEATRO. — Influencia  de  la  antigüedad  j  del  espíritu  caballeresco 
en  el  desarrollo  de  las  costumbres  y  en  el  perfeccionamiento  de 
his  artes  escénicas. — Ju(^os;— danzas;-— comparsas  alegóricas; — 
momos; — funciones  en  honor  del  Santísimo  Sacramento. — Pro- 
fxiccion  dispensada  por  los  mi^ates,  loe  príncipes  y  la  Iglesia 
al  naciente  teatro. — Fiestas  dramáticas  en  coronaciones  de  reyes 
y  otras  solemnidades.— Secularización  de  los  misterios. — Farsas 
(le  moros  y  cristianos. — Elementos  literarios  que  se  asocian  á  es- 
te múltiple  desarrollo. — Traduccioncsé  imitaciones  de  los  clásicos. 
— Elaboración  de  la  forma  artística  desdemitad  del  siglo  XIV. — 
Diálogos  en  verso  y  prosa.— Dotes  características  de  los  mismos. 
— Momento  que  determinan  en  la  historia  del  arte. — Juan  del 
Encina.— Sus  ensayos  dramáticos. — Clasificación  y  juicio  de  Ion 
mismos. — Muestras  de  su  estilo  y  lenguaje. — Imitadores  de  Juan 
del  Encina  en  Aragón,  en  Castilla  y  Portugal. — Gil  Vicente. — 
lv(*presentacion  del  mismo  en  la  dramática  española. — Sus  obras. 
— Otros  imitadores  de  Encina. — Consideraciones  generales.  .  .  417 
ILUSTRACIONES.  I.*  Sobre  la  tradición  poética  i»e  la  Dan- 
za i>K  LA  Muerte  hasta  principios  del  siglo  xvi 501 

11.^      SoitRi:   LA   ELOCt ENCÍA   SAGRADA   EN   EL    REINAIK)    DE   LOS   KeYES 

Católicos. 541 

III. "^      SOÜRE   la    KLOCUr.NCfA    PROFANA    EN   EL   REINADO  DE    LOS  KeTBS 

Católicos * 5(i2 

IV.*      SORRK    EL   I.IDRO    LLAMAPO   DK.   I.08  PkNSAMIKNTUS  VARIABLES     .      .^TS 


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ERRATAS  QUE  SE  HAN  NOTADO. 


^ágina. 

Líneu 

201 

19 

4U3 

27 

541 

7 

Dice.  Léase. 

florecida tloñda 

de  Dero^áb de  DoTogaó 

han  llegado ha  llegado