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DUUU^ADÚOV
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HISTORIA CRITICA
I>E LA
UTERATURA ESPAÑOLA
\
fflSTORIA CRITICA
DE LA
LITERATURA ESPAÑOLA,
POR
DON JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS,
IUDIVIDUO DE irdMERO DE LAS REALES ACADEMIAS DE LA HISTORIA T ROBLES
ARTES DE fAS rERHAHDO, DECARO DE LA FACULTAD DE HLOSOFIA T LETRAS
DE LA URIVERSIDAD CERTRAL^ ETC.
TOMO VIL
MADRID:
IVPRKRTA X CARGO DK JOAQUÍN MUÍfOZ.
Calle del Fomento, IS, principal.
1866.
Es propiedad del aotor, qalen m reserfa
el deit^o do Iradncclon y do extracto.
ADVERTENCIA.
Ponemos fin con el presento volumen á la 11/ Parte de la Histo-
ria critica de la Literatura Española. Como indicamos en nues-
tra Introducción y alcanza la misma hasta el reinado de Carlos I,
cerrando el cuadro general de los tiempos medios, y terminando
el sexto período en que dividimos su historia. «Presenta esto
•(decíamos) el lastimoso estado á que vino la nación, y con ella
•todo linaje de disciplinas, durante el calamitoso reinado de fin-
arique lY, y su restauración prodigiosa en manos de la Reina
•Católica, trasmitiéndose hasta el imperio de C&rlos Y, en que
•granados ya los esfuerzos de Juan II, Alfonso Y é Isabel I."",
•es dado á Garcilaso dar cima á la trasformacion artística, in-
•tentada de antiguo en el parnaso castellano» ^
Y, en efecto, tal ha sido el objeto de nuestros estudios en el
tomo que hoy sacamos á pública luz, no sin fijar al propio tiem-
po nuestras miradas en las regiones orientales y occidentales de
la Península, para comprender debidamente y explicar con exac-
titud y claridad históricas la recíproca influencia de los elemen-
tos de cultura de largo tiempo atesorados, y que iban cada dia
acaudalando la española en la esfera de las letras. Dobia resultar
naturalmente de estas investigaciones plenamente comprobada la
observación crítica, ya antes expuesta, sobre la forma en que,
liaciendo suyas todas las conquistas realizadas á uno y otro ex-
tremo de Iberia, se sobrepone la España Central en sus mani-
festaciones literarias á las referidas comarcas, llamándolas al
cultivo de un solo lenguaje poético; hecho que trascendiendo vi-
I P%. Clll.
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VII
ctásica, cuya grandeza habia sido presentida en siglos anteriores,
y cayos tesoros fueron removidos, no sin fortuna, durante el
reinado de don Juan II, comienza á ser formalmente conocida
bajo los auspicios de Isabel, liallando en su corte las artísticas
lenguas de Virgilio y de Homero, tan doctos intérpretes y esti-
mados maestros como ios Nebrijas y Barbosas. El examen de
esta edad afortunada debia pues llamar y ha llamado muy seria-
mente nuestra atención bajo estos dos principales conceptos, no
olvidando que el desarrollo total de las escuelas poéticas, en que
aparecian filiados los ingenios españoles, y el progreso y grana-
zón de los estudios clásicos, tales como aparecen al terminar el
siglo XV, eran los verdaderos fundamentos de la centuria litera-
ria que, por su gran riqueza y por el culto que tributa á las for-
mas, ha merecido nombre de Siglo de Oro.
Ni era posible tampoco, al contemplar el grandioso cuadro
que presentaba tan feliz reinado, el apartar la vista de los histo-
riadores que lo ilustran,' ya ejercitándose en los estudios gene-
rales, que tendían á enlazar la historia de España con la del an-
tiguo mundo, ya fijándose en los acontecimientos coetáneos y
propios del reinado y trazando de mano maestra los retratos de
sus Claros Varones; ya, en fin, consagrándose á los estudios
auxiliares de la historia ó ensayándose en la particular de las
familias, bien que no siempre con el juicio y provecho que fue-
ran de esperar de tan improbas vigilias. La historia pues, abar-
cando más amplios horizontes, y buscando ya inmediatos mode-
los en la antigüedad clásica, era merecedora, durante la edad á
que nos referimos, de muy singular atención, á lo cual contri-
buia no poco, asi el crecido número de sus cultivadores, como
lo peregrino é importante de algunas de sus obras.
La elocuencia sagrada y profana, la filosofla moral y la no-
vela recibian también extraordinario incremento en aquel ven-
turoso periodo, obedeciendo cada cual las leyes de su natural
desarrollo y reflejando las diferentes influencias, que en el seno
de la cultura española se acumulaban. Determinar sus diferen-
tes caracteres, señalar el camino que siguen, advirtiendo al par
los peligros que las amenazan, y fijar los elementos de vida que
ea cada una de estas manifestaciones resplandecen, asunto era
VIII
que al poner los ojos en los postreros dias del siglo XV y pri-
meros del XYI, debia despertar la consideración de la critica, y
que por su novedad nos convidaba á. consagrarle muy detenido
trabajo. Por fortuna, nos era posible ilustrar esta parte con pre-
ciosos monumentos del todo desconocidos hasta ahora; y con-
vencidos de la utilidad del estudio y de la importancia de los ex-
presados documentos, no hemos vacilado en dar al primero la
extensión, que por su naturaleza pedia, incluyendo en las 7/us-
tracíones los que más notables y propios de esta obra nos han
parecido entre los segundos.
Cerramos, por último, el cuadro literario de nuestra Edad-me-
dia con el bosquejo del estado de la poesía popular, desde me-
diados del siglo XIV hasta el reinado de Carlos I. Sus relacio-
nes con los sentimientos, las creencias y las costumbres, en to-
das las esferas sociales, y las variadas formas de que en tan
multiplicados conceptos se reviste, ofrecian por cierto abundante
materia de estudio, si el trabajo que acometiamos habia de cor-
responder al ya realizado con el mismo propósito*, y si habia
de servir de verdadero fundamento á las investigaciones, que
deben dar por resultado el conocimiento de las leyes generales,
á que se somete el arte español en la más gloriosa edad de su
historia.
Tales son pues los fines á que hemos aspirado al dar cima ii
las tareas literarias comprendidas en el presente volumen. Aho-
ra, como siempre, hemos ambicionado el acierto; ahora, como
siempre, dudamos haberlo conseguido; si bien descansando en la
indulgencia de los hombres doctos, esperamos su fallo, con la
tranquilidad de quien todo lo ha puesto de su parte para mere-
cer su benevolencia.
1 Tomo IV, cap. XXIII.
HISTORIA CRÍTICA
DI LA
UTERATURA ESPAÑOLA
n." PARTE.-SÜBCICLO II.'
TWO TU. i
CAPITULO XV.
ESCRITORES NAVARROS Y ARAGONESES DURANTE EL
REINADO BE DON JUAN II.
Ciricter de los estudios bajo don Juan de Navarra. — Hereda el trono
de Aragón. — Sus hijos.— El Príncipe de Vías a. — Su educación litera-
ria.— Sus viciáitudes y desdichas. — Su destierro. — Su muerte. — Sus
obras. — Sus cartas y reqüestas poéticas.Sus traducciones. — Las Éthi-
cas de Aristóteles. — Examen de esta versión — Su Epístola á los Sabios
de España. — Pensamiento transcendental de la misma.— Su LamentoQion
á la muerte de don Alfonso. — Su Crónica de Navarra. — Juicio de don
Garlos como poeta, filósofo, orador é historiador. — Ingenios que se le aso-
dan. — TiuDL'CTOREs. — Vidal de Noya, Hugo de ürries. — Historiadores
QTALAKES: Perc Tomich y Gabriel Turell. — Aragoneses: Pedro X,
de ürrea; Luis Panzan; Pablo de Casanate y otros. — Filósofos t bscri-
TotES DIDÁCTICOS. — El Castellano Alfonso de la Torre. — Algunas noti-
das de su vida. — La Vision Delectable. — Su objeto. — Su materia. — Su
forma literaria. — Exposición y juicio de esta obra. — Escritores ascéti-
cos.— Noticia de los más celebrados. — Oradores: don Femando de Bo-
lea y otros caballeros de la corte. — Oraciones y Epístolas de Bolea á
la muerte de don Carlos de Viana. — Carácter de estas produociones. —
Observaciones generales.
Mientras al calor del trono de Alfonso V florecían en la corte de
Ñapóles preclaros ingenios españoles, extremándose tanto en el
cultivo de las letras latinas como en el de la poesía castellana y
dando en una y otra esfera insigne testimonio de aquella riqueza
y leíanla, que babian resplandecido en los poetas y oradores de
4 HiSTOtu ctrncí de la uteb atura bspa5ola.
Iberia desde la más lejana antigüedad ^, no enmudecían por cier-
to en la corte de don Joan II de Navarra otros no menos dignos
ingenios, que asociados sinceramente al movimiento general de
los estudios, revelaban en sus obras el que en vario concepto se-
guia la civilización española. Habíase mostrado el hijo del infante
de Antequera desde su primera juventud celoso protector de las
letras, excitando, cual saben ya los lectores, á tan esclarecidos
ingenios, como el celebrado marqués de Yillena, para que enri-
queciesen el habla de Castilla con las sublimes creaciones de
Virgilio y del Dante: asentado en el trono de Navarra y llamado
á gobernar por voto y disposición de don Alfonso la monarquía
aragonesa, mientras, saldada la quiebra de Ponza, realizaba
aquel la conquista de Ñapóles [1436], favorecía don Juan al pro-
1 Aunque hemos ya adiwrtido, al tratar del caballero Carvajal en el
capítalo precedente, qae no esquivaron nuestros ing^enios el cultivo de Im
lengua italiana, de lo cual había dado en Castilla notabilísima prueba el
docto marqués de Sanlillana (Comedieta de Ponza y copls. XIX y XX),
parécenos conveniente añadir aquí que bajo los auspicios de Alfonso V se
distinguieron entre los sucesores de Petrarca insignes españoles, que com-
parten la gloria de aquel parnaso. Tal sucedió por ejemplo al barcelonés
Canden, apellidado en italiano Charüeo, á quien Tiraboschi y otros ponen
en la cuenta de los ingenios de Ñapóles, sin recordar que él mismo declaró
to patria, coando en uno de sus mejores sonetos, que empieza:
5e fona, ne ragioo paca coosolirml,
eiclama:
Piaaga Barcino, antiqaa patria mía.
Sos poesías, que se dieron por vez primera á luz bajo el título de: Opere
del Charüeoen 1506, por Giovane Antonio Canelo Paviense,yse reimprimie-
ron en la misma Ñapóles en 1M)S, dan claro testimonio de la personalidad de
Carideu, presentándole estrechamente ligado con Alfonso V y su hijo don
Fernando, á quien acompañó á Roma, como secretario. Entre todas sus can-
ciones, merece especial alabanza, por el espíritu que revela, la que lleva por
título: Aragonia, y comienza:
Alza la testa al polo, etc.
Carideu es pues con sus obras, inequívoco testimonio de que el ingenio
español se hallaba ya dotado de fuerzas, no sólo para enriquecer el patrio
parnaso, sino también el de la nación, que no sin justos títulos pasaba por
maestra da todas las occidenCales en la obra y el arte del Renacimiento.
n/ P., GAP. XV. ESC. NAT. Y ARAG. DUR. BL R. DE D. JUAN II. 5
pk) tiempo á los ingenios aragoneses y navarros, que se dedica-
ban al caltivo de las letras, no desdeñados por cierto los castella-
nos qae seguían sus pendones, según arriba comprobamos ^. Su
cdrte no podía sin embargo competir con la del rey de Castilla en
el número y la calidad de los poetas que la exornaban, quienes
llamados también de la liberalidad de don Alfonso, atravesaban
el Mediterráneo para buscar en Ñapóles mayor empleo á su ac-
tividad 7 más colmada recompensa á su musa ^.
Hay en la república de las letras en todas las edades cierto
linaje de ciudadanos más pacíficos, bien que no menos necesita-
dos de la protección de los poderosos, los cuales dedicándose á
más graves vigilias, contribuyen activamente y en más alta esfe-
ras al desarrollo de la cultura de los pueblos. Daba la corte de
Castilla notabilísimos ejemplos de este género de cultivadores de
las letras, conforme han tenido ya ocasión de advertir los lecto-
res, y no escaseaban ^n la de Ñapóles respecto de los ingenios
italianos, llamados de la magnificencia de don Alfonso, y de los
que iniciándose en la literatura clásica, habían abandonado su
1 Véase lo qae dejamos advertido en los capítulos precedentes, págs.
m, etc., del t. VI.
£1 poder que did don Alfonso á su hermano don Juan era de su lu^rte-
BÍente y vicario ^neral, con facultad de celebrar cortes en los reinos de
Arafon, Mallorca y Valencia, revocando el que tenia la Reina doña María,
eon sa presidencia y gobernación: respecto de Cataluña quedó el gobierno
i eargt) de la Reina, si bien en su ausencia debia recaer asimismo en don
Joan (Zurita, Anales, lib. XIV, cap. 35). Por estas singulares circunstan-
cias anduvo la corte de don Juan de uno en otro reino, si bien las revuel-
tas que adelante mencionaremos le alejaron á menudo de Navarra.
2 Lícito conceptuamos observar que no ofreciendo los poetas, que per-
manecen en la corte de don Juan II de Navarra^ especiales caracteres que
los distingan de los que en Ñapóles florecen^ ora pertenezcan al grupo de
los trovadores castellanos, ora al de los navarros y aragoneses, ora al de los
catalanes, y ya los consideremos sustancial, ya formalmente y respecto de
las escuelas en que se filian^ los hemos comprendido en el estudio realizado
en el capítulo anterior, no sin reservar para este el examinar, bajo el con-
eepto que vamos indicando, los que mientras cultivan las musas, se consa-
gran á otros trabajos de mayor bulto^ objeto principal del presente ca-
pitulo.
6 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
lengua nativa, para ensayarse en la de Cicerón y de Horacio.
Empeñados en las vias del Renacimiento , apenas se dignaron los
eruditos discípulos del Panormita y de Valla de emplear los ro-
mances hablados en la Península Ibérica; y cuando vueltos al pa-
trio hogar, tras el Tallecimiento de Alfonso Y, traian á la España
oriental el gusto de las formas clásicas y de la lengua latina ^,
no producian por cierto insignificante perturbación entre los que
seguian cultivando los romances vulgares. Lejanos de aquel
movimiento, en cuya corriente se dejaban arrastrar, ái despecho
de su patriotismo, los más ilustres varones, llevaban á cabo du-
rante el reinado de don Juan II de Navarra [1425 á 1479] la obra
de la cultura española, que se manifestaba por medio de las le-
tras y con el instrumento de la lengua castellana, muy distingui-
dos escritores, entre quienes lograba principalísimo lugar el mis-
mo heredero de la corona.
Y en este punto consistia la principal diferencia que adverti-
mos entre las cortes de aquellos dos príncipes, á quienes á pe-
sar de los desmanes una y otra vez cometidos contra Castilla,
su primera patria, había escogido la Providencia para llevar la
gloria del nombre castellano al centro de Europa, hermanando
á ios reinos orientales, un dia adversarios ó rivales al menos,
con la España central, cuya poderosa civilización iba á ser en
breve la civilización española. En la corte del rey don Alfonso
brillan los poetas aragoneses y castellanos, que hacen aceptable
á los trovadores catalanes el habla de Alfonso el Sabio y de
Fernando de Antequera: durante la lugartenencia y el reinado
de don Juan II, florecen historiadores, filósofos y moralistas va-
lencianos y catalanes, navarros, aragoneses y castellanos, que se-
gundando eficazmente los esfuerzos de don Juan II de Castilla y
de los esclarecidos escritores que constituyen la más alta gloria
d^ su reinado, iban á proseguir la obra de los Muntaner y los
Heredia, de los Eugui y los Lunas, haciendo del todo española
aquella literatura, que habia fluctuado largo tiempo entre Fran-
cia y Castilla.
1 Recuérdese todo lo expuesto en el cap. XIII, pág. 406 y siguientes del
anterior volumen.
n/ P., CAP. XT. ESC. KAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 7
Pero el hijo segundo de Fernando el Honesto , no protege
sólo á los ingenios castellanos, aragoneses y navarros como he-
redero del rey Carlos, el Noble, y lugarteniente de Alfonso Y:
llamado & sucederle en el trono de los Jaimes y de los Pedros
en 1458, concedíales, á pesar de las revueltas que le molestan,
igual protección desde el trono aragonés, no olvidadas las afício*-
nes de la juventud, que trasmite á sus hijos, célebres por muy
distintos conceptos en la historia de la civilización española. Lu-
gar distinguido alcanzaba en la de las letras el primogénito don
C&rlos, príncipe de Yiana, no menos digno del aplauso de la
posteridad por sus obras que merecedor en vida de la compasión
de los pueblos, merced á las persecuciones en él ejecutadas por
su propio padre. Convídanos tanto su mérito como la calidad
de su persona y la influenGia que su ejemplo ejerce, siendo al
par cultivador y promovedor de los estudios, & ponerle en pri-
mer lugar entre los ingenios de aquella corte, que respetándole
durante sus azarosos dias, le colmaban de alabanzas en su pre-
matura muerte ^
Nacido en 1421 de doña Blanca de Navarra y del infante
don Juan ^, pusieron desde la cuna las esperanzas en él su abue-
lo don Carlos y la nación entera, merced á las claras dotes que
ya en la infancia descubría, grandemente elogiadas por los poe-
tas castellanos que siguieron el partido del Infante, no menos
que su extremada hermosura '. Muerto su abuelo en 1425, no
1 Véase el bello epitafio latino de Gerónimo Pau, inserto en la página
4t3 del precedente volumen, y más adelante la notable elegía, que escribe
con i^ual propósito Guillermo Gibert de Barcelona.
2 En Peñafiel el 29 de mayo, no siendo bautizado hasta el 1.° de octu-
bre del mismo año, que recibió en Olmedo las aguas sacramentales, siendo
sus padrinos el rey don Juan de Castilla y don Alvaro de Luna, que se ha-
llaba á la sazón en la flor de su privanza. En junio de 1422 fué trasladado
á Navarra por su madre doña Blanca (Archivo de Comptos, caj. 121, nú-
mero 17); circunstancia en que fijamos nuestra consideración, para que se
tenga presente dónde y cómo se educa el Principe, al tratar de la lengua
osada en sus obras.
3 Hemos citado antes de ahora, estudiando las poesías de Juan de Due-
ñas, el deMr que este dirige al Infante don Enrique, dándole parte de lo
8 HISTÓRU crítica DB LA LITERATURA BSPAÜOLA.
sin que fuese jurado tres años antes, con beneplácito universal,
por principe de Yiana, título que á imitación de Castilla habia
creado el mismo don C&rlos, recibíanle en 1428 por heredero del
reino los Estados de Navarra. Su aflcion & los estudios crecía
entre tanto con la edad, ganándole la estimación de los discre-
tos; y adoctrinado en la lengua latina y en las artes liberales,
merced & los doctos esfuerzos del castellano Alfonso de la Tor-
re, de quien luego trataremos, empezó desde la juventud & en-
sayar sus fuerzas en el cultivo de las letras. Llegado apenas &
los diez y nueve años, enlazábanle sus padres con Ana de Cíe-
ves, sobrina de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, afligién-
dole & poco andar la desdicha de perder i, su madre, causa do-
lorosa de todas sus desventuras (1442).
que pitaba en Navarra y noticia de don Garlos, su sobrino. Escrito sin dn*-
da el referido dezir por los años de 1426, cuando todavía no usaba aquel
título de Principe, ponderaba Dueñas su hermosura sobre la de Narciso, y
anadia:
Pues despaes de ser fermoso,
lindo sjD compara^loD,
guarece al que do es gra^loio
de geatU con? ersaclon.
Ed Terdad, seftor Infante^
que DO hay persooa bastante
á loar so coadl^lOD.
Que sus Tlrtades sod tantas,
syn DlDguDa mafia fea,
sya duda pensamos qaantas
DO bay persona que las crea.
NlD creemos en ? erdad,
Nlfio de taa poca edad«
qae en el mondo so par sea.
Poniendo fin á tus versos, anadia Dueñas:
El Sefior Dios lo pro? ea
de corona ymperlal.
(Candfmero, que fué de Gallardo, fól. 428). La optación del poeta no te
realiza por desgracia, como queda también en ñor su esperanza respecto de
la reina doña Blanca, cuando le decia:
Quien de fijos taa dlKretos
TOS flflo merescedora,
TOS faga presto señora
da más cimientes nietos.
{CancUmero, qoe tf^é de GaUardo, (ÓL id.)
n.* P., CAP. XV. ESC. NAV. Y ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN 11. 9
Por testamento otorgado en Pamplona en 1439 habia doña
Blanca instituido al Príncipe heredero del reino de Navarra y
del condado de Nemours, bien que con expresa cl&usula de que
DO tomase titulo de rey, sin la benevolencia et bendición de su
padre, ó después de su fallecimiento. Obediente á su madre,
oontentá^base don Carlos con la lugartenencia del reino ^; y
dando moestras de aquel ingenio que resplandecía en las lides
poéticas y discusiones morales por él sostenidas, anadia al es-
codo de sos armas la singular empresa de dos lebreles, que
pugnaban por roer un hueso, con el mote de ütrimque rodilur;
Tiva alegoría de los reyes de Castilla y de Francia, que aspira-
ban, cada cual por su parte, ái cercenar el reino de Navarra ^.
Mezclado don Juan, su padre, más que nunca en las revueltas de
Castilla, aliábase entre tanto con el almirante don Alonso Enri-
quez, tomando por esposa á doña Juana, su hija, joven tan sa-
gaz y ambiciosa como bella, y que trayendo al matrimonio pro-
yectos de propio engrandecimiento, iba á lanzar la tea de la dis-
cordia entre padre é hijo. Y no tardó mucho la ocasión en que
se hiciera pública la ojeriza de doña Juana respecto de don Car-
los: rotas las hostilidades con el castellano, penetraban las
haestes de don Juan II, capitaneadas por don Alvaro de Luna,
hasta la misma Estella, poniéndole estrecho cerco: el Príncipe
de Yiana dirigíase al real, fiado con justicia en la benevolencia
1 Consta sin embargo por documento público, inserto por Yanguas en
tos Noticieu biográficas de don Carlos, principe de Viana (pág. XV y
urentes), que al terminar el expresado año de 1442, se vio ya el Príncipe
forzado á protestar contra la usurpación de sus derechos en cortes genera-
les, celebradas por él en Olite. En este documento, preludio de mayores que*
jas, se lamenta don Carlos de que su padre se habia entrado en Navarra, y
decía: c Somos ad visados que el dicto rey, mi senyor, quiere usar de los
arto* reaUSf am en convocar cortes como en otros: lo qual ser perjudi-
cable á Nos et nuestro dreito, ninguno ay que ignore». £1 Príncipe deman-
daba consejo á las cortes, que le persuadían al disimulo^ bien que no de-
jando cde fa9er protestación, para empues,de non consentir al dicto senyor
>reyiu padre en ningunos actos..., en quanto fueren perjudicables á su
•«ennyoria el ai dreito suyo» (Arch. de Pau, liaza 437, núm. 11).
2 Yanguas, Antigiiedades de Navarra; QuinUna, Vida del Principe
*>n Carlos.
10 nsTOUA auncA m la utkratüiia española.
del rey, sa tío, y entabladas pláiticas de paz, retirábase laego el
ejército de Castilla, asentado entre ambos amistoso concierto.
No satisficieron al lugarteniente de Aragón las condiciones; y
desaprobándolas públicamente, enviaba á NaTarra la reina doña
Juana Enríquez, para que enmendase los pretendidos desacier-
tos del Príncipe, reduciéndole á singular tutela.
Produjo la presencia de doña Juana en la nación entera los
más funestos frutos: dividida de antiguo la nobleza en dos ban-
dos irreconciliables, que con nombre de agramonieses y bea-
mon/^se; ensangrentaban de continuo las más populosas Tillas *,
causaron hondo disgusto el menosprecio y la altanería, con que
la reina trataba á don Carlos, disponiéndose los ánimos á &-
Torecer al Príncipe, cuya humillación los indignaba. Tocó á la
parcialidad de los beamonleses el tomar la iniciativa, hecho que
excitando los celos de sus rivales, bastaba á empeñarlos contra
el hijo de doña Blanca, desconociendo la justicia y candóse al
punto de hundir la patria común en lastimosa anarquía. En-
vuelto en el torbellino de los antiguos odios que despedazaban á
sus naturales, mientras lloraba don 3árlos la muerte de su es-
posa, de quien no le coocedia el cielo sucesión (1438), hallába-
se forzado á llevar armas contra su padre, asediando en el cas-
tillo de Estella á doña Juana Enriquez, madre desde los prime-
ros meses de 1432 del infante don Fernando, y como tal, más
que nunca decidida á labrar la ruioa del Principe heredero.
Desde Aragón voló don Joan en socorro de la reina; y tras di-
versas vicisitudes, lograba al cabo apoderarse en Aibar de su
I Tratan estos poderosos Imhmíos, qoe nos recoercUn otras machas par-
cialidades de Araron y CastiUa, su oríg«D de la enemistad qae de anticuo
extftia eatre los s^óc^res de Losa y Aeramoote en la baja Navarra, enemis-
tad qoe Labia proii..eido en 143S obstinada lucha, mal reprimida por el rey
don Joan, mya atención seguían embar^ndo los disturbios de Castilla. Los
partkiaríos de Lais de Beaumont ó Biamonte tomaron el titulo de beamom^
tese$ ó biawMmUfy del nombre de so caudillo, y los de la parcialidad opues-
U aceptaron el Ue agramomUseSj del lu^ar del señorío. EsUs banderíis
iban á t'.T fatales para Navarra y muy perjudiciales al Principe don
Carlos.
D.* P.y GAP. XT. ESC. NAV. Y ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 11
hijo, encerráDdolo primero en el castillo de Tafalla y llevándo-
lo después con buena guarda al de Monroy.
Con general desabrimiento cundieron en los reinos de Aragón
y Navarra las nuevas de la prisión del Principe; y tan vivo fué
el interés que inspiraba su desgracia, asi en Pamplona como
en Zaragoza, que vencido al fin de los ruegos, accedió el lugar-
teniente de Alfonso Y ái que fuese don Carlos trasladado & la
última ciudad, donde á la sazón celebraba cortes del reino, fian-
do á las mismas la composición de las diferencias, que traian es-
candalizadas y divididas á entrambas naciones. Pensaron las
cortes aragonesas poner remedio á tantos desórdenes, lograda
la libertad del Príncipe de Yiana y ajustada entre este y su pa-
dre cierta manera de concordia, en que se respetaban mutua-
mente los derechos por ambas partes alegados; pero no transcur-
rieron dos años, cuando en el de 1455 se habian menester nue-
vos tratos y avenencias, llegándose por último al trance de las
armas, que no siendo ahora más favorables al Príncipe, es-
trechado en Estella por las triples huestes de su padre, de su
madrastra y de su cuñado, el conde de Foix, le forzaban á salir
de Navarra, buscando asilo y protección en tierras extranjeras,
y confiando á don Juan de Beamonte la guarda de sus derechos.
A Ñapóles dirigía don Carlos sus miradas y sus pasos, pen-
sando hallar en Alfonso V el calor y cariñosa protección, que su
mismo padre le negaba: el vencedor de Aversa y de Lassano re-
cibia en efecto benévolamente al desvalido Príncipe, intercedien-
do una y otra vez con su hermano, don Juan, para que, olvidadas
las pasadas ofensas, se reconciliase con su hijo. [Vano propósi-
to!... Don Juan habia desheredado en las cortes de Estella, don-
de sólo concurrieron los agramonteses, á don Carlos y á su her-
mana doña Blanca, que mostraba dolerse de sus desventuras, de-
clarando herederos del reino á su hija doña Leonor y al conde
de Foix, su marido, mientras congregados en Pamplona, procla-
maban los beamonteses al Príncipe de Viana como único señor y
rey de Navarra *[1457]. En balde el generoso don Carlos des-
aprobó la conducta de sus parciales, á cuya cabeza aparecía el
egregio cuanto ilustrado don Juan de Beamonte, y sumiso como
siempre á la última voluntad de su madre doña Blanca, rechaza-
12 HISTORU CRITICA DB LA LITERATURA BSPAflpLA.
ba el título de rey: exasperados los ánimos y creados & la som-
bra de aquellos disturbios nuevos intereses, reputóse debilidad
lo que era magnánima nobleza, y tiraron todos sus enemigos á
perderle, malquistándole con don Enrique de Castilla, que basta
aquel momento le habia permanecido devoto. Enojó á don Alfon-
so este encarnizamiento; y resuelto á ser oido y respetado, envió
á su lugarteniente nueva embajada con el maestre de Montesa,
Luis Despuch y el celebrado Juan Fernandez de Hijar, cuya au-
toridad era tanta que forzado don Juan á escucharlos, ponia al
cabo en manos de don Alfonso la resolución de aquel escandalo-
so litigio. El fallecimiento del rey de Ñapóles, acaecido en mayo
de 1458, hundia de nuevo al desdichado Principe en lastimoso
abandono, inspirándole triste Lamentación, que á dicha ha lle-
gado á nuestros dias, para revelar boy al mismo tiempo sus do-
lores y su elocuencia.
Pensaron los nobles napolitanos templar la amargura de don
Carlos, ofreciéndole aquella corona, que don Alonso habia puesto
al morir en las sienes de su hijo bastardo, don Fernando: mag-
nánimo y prudente resistía el de Yiana la tentación, pasándose á
Sicilia, y buscando en el monasterio benedictino de San Plácido,
junto á Mesina, la paz que huia de él en el mundo. Pero tampo-
co le respetaron allí sus enemigos: ganados por sus prendas per-
sonales y afición á los estudios, primero el respeto de los mon-
jes, y después el aura popular de los sicilianos, á lo cual contri-
buían también sus aventuras amorosas <, despertaba el común
1 Don Carlos se enamoró en Sicilia de una hermosa joven, llamada Cap-
pa, en la cual tuvo un hijo, á quien dio los nombres de Juan Alfonso de
Navarra, en memoria de su padre, de su tio y de su patria. Siendo la be-
lla siciliana de humilde cuna, y mostrándose el Príncipe ardientemente
apasionado de ella, no pudo menos de excitar la curiosidad, y tras ella esa
singular adhesión que alcanzan siempre las aventuras extraordinarias. El
hijo de Cappa, consagrado á la Iglesia, vino á ser con el tiempo abad de
San Juan de la Peña y obispo de Huesca. Pero no fueron estos los úni-
cos amores de don Carlos: durante su permanencia en Navarra habia obse-
quiado á doña Brianda de Vaca (Gonzalo García de Santa María, De Rebus
lohannis I! Áragoniae, Bibl. Nacional, Dd. 184, f.X r.), y á doña María de
Armendariz, quienes le dieron, la primera un hijo, que alcanzó el condado
n/ P.y CAP. XT. ESC. NAT. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 13
aplauso la mal reprimida ojeriza de la corte aragonesa; y rece-
loso don Joan de la fidelidad de los isleños, accedía & los ruegos
del Príncipe, que instaba por venir á la Península, no sin hacerle
concebir la esperanza de aquella reconciliación que tan ardiente-
mente anhelaba (1459).
Al tocar las costas catalanas, recibía el desdichado Principe
expreso mandato de su padre, que le obligaba á trasladarse &
Mallorca, viendo asi desvanecidos los sueños de felicidad que ha-
bla concebido, al abandonar el monasterio de Mesina; y desde
el nuevo destierro dirigía á. don Juan en todo el año de 1459 re->
petidas súplicas y demandas, que daban por ultimo resultado la
concordia de 26 de enero de 1460. Por ella se adjudicaban & don
Carlos las rentas del principado de Yiana, y restituidos á la liber-
tad los rehenes de Zaragoza, se concedía perdón general, con
olvido de las pasadas culpas ^.
Alentado por la santidad del pacto y fiado en la benevolencia,
que parecía mostrarle su padre, faltaba al generoso Principe el
tiempo para«volar & Cataluña, ignorando que el amor de aquellos
naturales iba á precipitar su ruina. — En el monasterio de Yaldon-
zellas, famoso ya en la historia de las letras españolas, por ha-
berse celebrado en él repetidos consistorios de la Gaya sfiencia*^
hallaba hospedaje el primogénito de Navarra y de Aragón, cun-
diendo luego & la próxima ciudad de Barcelona la nueva de su
arribo. Nobles y^ciudadanos, clero y milicia aprestáronse & reci-
birle con aparato semejante al empleado en Ñapóles en el triun-
fo del rey don Alfonso ^: don C&rlos se negaba & aceptar aquella
de Beaufort y el maestrazgo de la caballería de Montesa y murió en la guerra
de Granada, y la segunda una hija (Yanguas, Noticias biográficas citadas,
pág. XXX).
1 Al mismo tiempo que esto se acordaba^ dejóse engañar don Carlos
hasta el punto de mandar que su hermana, la princesa doña Blanca, y don
Felipe y doña Ana, sus hijos naturales, fuesen llevados al rey don Juan,
como se ejecutó, á pesar de que todos, menos el Príncipe, conocían que
esto era entregarlos en rehenes, para la perdición del mismo Príncipe y de
la Princesa (Yanguas, loe. cit., pág. XXXIII).
2 Véase lo que en el particular apuntamos en el cap. VII, pág. 19 del
anterior volumen.
3 No es para desdeñada la declaración que hacen los escritores coetá-
14 HISTORIA CRITICA DK LA LITERATURA ESPAÑOLA.
unánime demostración, temeroso sin duda de provocar el enojo
de su padre; pero ni acertó su prudencia á prevenir la ira del rey,
ni alcanzó su modestia á evitar que se le atribuyeran en la corte
siniestras ambiciones. Don Juan partió precipitadamente á Bar-
celona, acompañado siempre de la reina: á su encuentro salia
el Príncipe de Viana, hallándolos en Igualada; y como se presen-
tara á los reyes en actitud de hijo, besándoles la mano y pidién-
doles perdón de lo pasado, pareció desarmarle la cólera del pa-
dre, encaminándose lodos juntos á Barcelona, donde eran reci-
bidos con espontáneo regocijo, juzgándolos reconciliados.
Nada más distante sin embargo del endurecido ánimo de don
* Juan y de las exclusivas pretensiones de la reina: en las cortes
de Fraga, cuando esperaban todos jurar como príncipe de Gero-
na al de Viana, negábase el rey á declararle su heredero; y dado
el primer paso, no reparaba en encerrarle en un castillo, al cele-
brar las de Lérida, só pretexto de haber aspirado sin su consen-
timiento á la mano de Isabel de Castilla ^ La nueva de esta ines-
perada violencia producía en toda £spaña hondo dj^gusto; é ir-
ritados los catalanes, al contemplar las maquinaciones de que don
Carlos era víctima, gastado todo comedimiento y apuradas las
súplicas, apelaron á las armas. La irritación popular que habia
estallado en Barcelona, no respetaba en Lérida el palacio real; y
neos sobre este punto, manifestando que se preparaba al Príncipe una en-
trada trianfal, como las de los antiguos emperadores romanos. Consideran-
do el Triunfo de don Alfonso V y conocido el de los Reyes Católicos, que
en su lugar mencionaremos (cap. XVUI de este 11.® Subciclo), es fácil com-
prender lo que en las esferas intelectuales significaba el preparado á don
Carlos de Viana, manifestando todos estos hechos el camino, que llevaban
las ideas en las vías del Renacimientq, lo cual es de suma importancia
para nuestros estudios.
1 £1 mayor pecado de don Carlos era en efecto el proyectado matrimo-
nio con la infanta doña Isabel, hermana de Enrique IV de Castilla: el rey
don Juan, y más que el rey la reina dona Juana Enriquez, preferían ver al
Príncipe antes muerto que casado, desde el nacimiento del infante don Fer-
nando; y á este pensamiento nada habia que no sacrificaran, siendo peque-
ños obstáculos á su logro la felicidad del hijo y la prosperidad de Aragón
y de Navarra.
n/ P. , CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN n. 15
el rey de Aragón, huyendo de sas propios vasallos, tenía apenas
tiempo para poner en salvo i, doña Juana Enriquez, blanco de
todos los odios, llevando consigo al desdichado Príncipe, que
guardado primero en el castillo de la Aljaferia, era trasladado al
comenzar el año 1461 al m&s enriscado de Morella.
Aragón, Valencia y Navarra hablan respondido entre tanto al
grito de Cataluña, enviando al par sus ejércitos el rey de Castilla
para rescatar al oprimido Príncipe deViana; y amenazado de tantos
peligros, daba don Juan libertad á su hijo, ordenando para des-
enojar á los catalanes que le acompañase á Barcelona la misma
reina, á quien el voto universal señalaba como fuente de tantos
males. No veia el rey de Aragón que el inmediato cotejo del opri-
mido y de la opresora debía exasperar la popular indignación; y
desconcertado en sus proyectos, olvidaba que libre don C&rlos y
defendido por un pueblo entusiasta y justamente irritado, se ponía
en el trance de aceptar las condiciones que osaran imponerle. La
concordia de Yillafranca fué una verdadera humillación para
aquellos reyes: el Príncipe de Yiana era proclamado y jurado so-
lemnemente el 24 de junio como primogénito y heredero del rei-
no de Aragón; don Carlos reclamaba la herencia de su madre, y
á todo parecía allanarse don Juan, comenzando para el perseguido
hijo de doña Blanca una era de paz, restablecido en los derechos
que le había concedido el cielo. Tres meses después veíase aco-
metido de inesperada dolencia, que le llevaba al sepulcro, cuando
apenas contaba los cuarenta y un años de su vida: el pueblo mur-
muró que había muerto envenenado, acusación que ha penetra-»
do también en la historia ^.
t Para este breve bosquejo hemos consultado los historiadores coetá-
neos, Gonzalo García de Santa Alaría, fray Gaalberto Fabricio, Diego Enri-
que! del Castillo y Marineo Sícolo, y los escritores de los siguientes siglos,
Beuter, Zurita, Blancas, Yepes, Garibay, Aleson, Abarca, Moret, Lanuza,
Amian, Mariana, Nicolás Antonio, Perreras, Yangoas y Quintana, no per-
diendo de vista los dietarios de Barcelona, ni los documentos que bajo el
título de Levantamiento y guerra de Cataluña en tiempo de don Juan II,
•e han dado nuevamente á luz en la Colección de los inédüot del Archivo
general de la corona de Aragón por sus eruditos conservadores. Casi todos
aqosUos escritores cargan U mano al rey áon Juan, como lo hace también
16 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
En medio de tantos contratiempos, aquejado de aquella inquie-
tud y zozobra que nacian indefectiblemente de las persecuciones ,
parecía imposible que el Príncipe de Yiana pudiera consagrar un
sólo momento al cultivo de las letras; y sin embargo, según su
propia declaración, pasaba la vida entera «siempre leyendo y es-
criviendo», con lo cual hallaba alivio & sus quebrantos, siendo el
comercio de las musas y el trato de los poetas y moralistas, que á
la sazón florecian en los reinos de Aragón y de Navarra, el úni-
co bálsamo á sus dolores. « Alégranse (deci^ el Principe) los que
han desseo de SQienQía quando topan con tal que al su apetito
satisfaga»; y dominado de esta idea, no solamente excitaba & los
trovadores castellanos, acogidos en Navarra, & entrar en lid
poética, sino que dirigia también sus cartas y reqüestas & los va-
lencianos y catalanes, que más renombre alcanzaban, proponién-
doles difíciles cuestiones. Ni era ost&culo para don Carlos la hu-
milde condición de los poetas, autorizada ya felizmente la máxima
de que sólo ennoblecía el propio merecimiento, y dado el ejemplo
por los reyes de Aragón y de Castilla, quienes con igual mano
honraban á los trovadores ricos y de elevada alcurnia que favore-
cían á los menesterosos y plebeyos. De esta manera, mientras
honraba con su amistad á un Alonso de la Torre, á quien no sin
razón dieron sus coetáneos, según en breve probaremos, el tí-
tulo de filósofo^ á un Mossen Ansias March, príncipe de los poe-
tas valencianos ^, á un Mossen Juan Roiz de CoreUa, cultivador
en nuestros días el académico Lafoente: los docnmentos, inflexibles siempre
é imparciales, descubren sin embargo alguna culpa en el Príncipe, que hi-
cieron sin duda perdonar sus desventuras. Lo que resulta probado es, según
queda advertido, que era don Carlos un estorbo á la política de la reina
doña Juana; y de aquí hubo de tomar cuerpo la acusación del veneno, vi-
vamente apoyada por el odio de la muchedumbre, respecto de la segunda
esposa del rey don Juan. Don Carlos fué enterrado en el monasterio de Po-
blet, panteón de los reyes aragoneses.
1 De la amistad, ó mejor diciendo, del respeto con que don Carlos de
Viana trataba á Ansias March, en quien edad ¿ ingenio establecían cierta
especie de magisterio literario, nos da cierta razón el veracísimo Zorita,
cuando en el t. IV de sus Anales (lib. XVII, cap. 24) escribe que era el
Príncipe cmuy aficionado á la poesía é hizo mucha honra á los hombres da
Il/ P., CAP. XV. BSC. NAV. Y ARAG. DÜR. EL R. DE D. JUAN II. 17
afortunado de la lengua catalana y á otros no menos renombrados
ingenios, no se dedignaba de proponer gallardas reqüestas él diqael
Juan Poeta, hijo del pregonero de Valladolid, que perseguido de
la fortuna, como antes de ahora manifestamos, habia recorrido
todas las cortes españolas. El Príncipe aspiraba á infundirle con-
fianza, diciéndole con hidalga franqueza:
Anssi como al fierro | aguasa la muela,
é faze por Dios | que presto é byen taja,
anssi nn silente | á otro consuela
é assaz le procura | sin dubda uentaja i.
letru.i Ximeno, repitiendo estas palabras, observaba que fué don Carlos
«muy hoorador principalmente de nuestro Ausias March, el cual (añade)
>se^un afirma Zurita, fué el más estimado y preferido en su amistad y pri-
vanza (t. I^ pág. 42 de los Escritores del Reino de Valencia). Lo mismo han
escrito después otros varios literatos; y antes que todos hahia indicado
Gonzalo García de Santa María cuanto notamos en el texto, observando que
el Príncipe t^udebat litteratorum consortio» (Bibl. Nac.,Cód. Dd. 184, fo-
lio IX V.). Y una prueba irrecusable de esta verdad la tenemos en la so-
lemnidad con que celebró la colación del grado de doctor en teología al
conresor de la princesa, su esposa: cEstedia (dice un documento auténtico)
fué dado el nombre et la honor et dignidat de doctor al confesor de la sei-
oora Princesa, presentes los... doctores et maestros en teología, que vinie-
ron de Aragón por la dicta causa» (Árch.íde Comptos, cajón 148, núm. 25).
<^1 Príncipe obsequió al nuevo doctor con una magnífica sala (fiesta de corte
y cena).
1 Por desdicha no se han trasmitido á nuestros dias las composiciones
Poéticas del Príncipe de Viana, lo cual ha sido causa de que se asiente una
y oxn, vez tque su musa le inspiraba en el lenguaje de los trovadores»
'Janguas, Noticias biográficas c'iiaáas, pág. XLI), suponiéndole sin duda
^^Itivador de la lengua catalana. La hipótesi no carecería de algún funda-
^^nto, sobre todo refiriéndonos á los últimos años de su vida; pero teniendo
^'"^sente la educación literaria del Príncipe por una parte, y considerando
r otra que todas las obras de su pluma que han llegado a la posteridad,
in escritas en el romance navarro-castellano, que distinguía repetida-
'^^nte con título de materno lenguaje, no falta razón para creer que pudo
^^n Carlos, siguiendo el ejemplo de Villena, Mena y Santillana, ensayarse
^^'^bien en el arte alegórico, usando siempre el referido romance. Y no es
^^gumento baladí respecto de este punto el verle contender con los más se-
llados escritores y poetas catalanes y valentinos, empleando, mientras ellos
expresan en tu idioma propio, la lengua adoptada para sus versiones del
Tomo yii. 2
18 HinOllfA CniliCA de la literatura ESPAftOLA.
Proclucian con frecuencia estas invitaciones ingeniosas dispu-
tas^ en (|ne brillaba más la agudeza que la ciencia, siendo en-
tro todas digna de ser conocida la entablada con Juan Ruíz de
Corolla, extraña lid en que el Príncipe de Viana usaba su nati-
vo romance navarro y empleaba Corella el catalán, que era tal
voz su lengua adoptiva ^ La disputagion giraba sobre la propo-
sjí'iun siguionlo: «Fazen (escribía don Carlos) una tal pregunta
• las uoicQUolas do natura que si hombre se fallara en un bar-
•clio on modio do un rrio, passando dos damas é que la nesge-
» sitiad lo forgasse ochar la una en el agua, de las quales damas
«fuosso la una mucho amada, lii (sic) él non della amado, é la
«otra que & él amasse é él non á ella ¿á quál destas daría la uí-
>nla?... lí i>arociónos (proseguía el Principe) dificultosa la deter-
«minagion: ca por la una parte la passion é por la otra la ra¿on^
•cogaron sin dubda la vista do nuestros oios, en tal guisa que
»la elocíion é jubígio turbado, determinamos la presente epísto-
»la vos escrívir». Corella contestaba, atreviéndose apenas á dar
la solución, si bien se decidía al cabo por que debia el caballe-
ro arrojar al agua la dama amante y desamada. Desechando
Utfn, Kti« Orofifmes y su Crónico, ptreciéndonos por último de no
f«er7A ol cj<»mplo qnc <mi ol texto exponemos, único vestigio de Ims
del pnncipo de VianA, hasta ahora doscubiexto. Don Carlos^ siguieDdo Im
antifrua coslumhre de los poetas artíslieos ó eruditos, asonaba sos caocio-
Yies y la« eantaha él mismo, acompañado del laúd ó de la vihaela (Yan-
ftias, loco citato^. Gonzalo de Santa María, mencionado arriba, había dicho
en 90 tiempo: «Musicae plarimum dclectabator» (Bibl. Kac., oód. Dd. 1S4,
folio IX V,).
1 Á juzcar por el «efundo apellido pudiera sospecharse qoe este tro-
vador fué navarro, sin que nos maravillara esta circunstancia en U ¿poca
que historiamos, pues que siendo tan frecuentes las relaciones y um mpt^
feeiendo bajo un cetro Araron, Kavarra y Cataluña desde Im mitad dd
KÍirl<^t flot*eeen en la triple e/irte de don Juan diversos ingenios que se en>
naynn ni ptir en el romance castellano y el lemosin, segnn antes mortmmos.
^$in •♦mbnriro, el apellido Ruiz de Corella existió en Valencia desde la é|io-
en do In ronqni«la. ó poeo d(»spnps. como demuestran documentos locales,
lo rnnl itidiijo *in duda á Torres Amat á que fué C>oroUa valoncimno y no
eniAlnn, romo otros pretenden, aunque lo incluye on 80 IMcoioMirio «NÜco
(pñfr. 199), dtndo al^na ratón de sos obras.
n.* P., CAP. XY. ESC. NAY. Y ARA6. DUR. EL R. DE D. JUAN 11. 19
modestamente los elogios, que le había prodigado, replic&bale
doD Carlos, calificando su parecer y sentencia, como infundada,
poco generosa y contraria «á las leyes de natura», pues que era
en sn concepto más digna de la vida la que amaba, siendo des-
amada, que la que desdeñaba, siendo querida. Insistia Corella,
apelando á la pasión, cuando al pronunciar su primer fallo, só-
lo en la razón había pretendido fundarse; y aunque se extendía
largamente en ingeniosas reflexiones, no lograba vencer el áni-
mo del Principe, quien apoderándose en su tercera epístola de
la contradicción en que había caído, hacíale por ultimo confe-
sarse vencido ^.
1 Existen estas notables Epístolas en un precioso códice de la famo-
tt bliblioteca roayanciana, hoy propiedad de los condes de Trígona, en
Valencia, á cuya especial fineza debemos su examen. Es el indicado MS. un
tomo folio menor, y fué ya dado á conocer por Ximeno {Biblioteca de
Escritores del reino de Valencia, tomo i, pág. 63). Sin embargo, contri-
buyendo este precioso MS. á caracterizar el movimiento, que llevaban los
estadios clásicos, á que aparece grandemente asociado Juan Ruiz de Core-
lla, no será impertinente manifestar que los tratados referidos son: 1.^ Lo
Rahonament de Telamó, é de Ulises sobre les armes de Achiles. — II. Lo
Plant dolores de la reyna Ecuba sobre la mort de Priam. — III. La /»-
toria de Josef. — IV. La Jstoria de Leander. — V. La suplica^ió de natura
humana. — VI. Les lizons de morts. — VH. La letra que Honestat escriu á
les dones. ^yiM, La Tragedia de Caldesa. — IX. La Letra que Veritates^
criu á les dones. — ^. La demanda que el Senyor Principe don Carlos díc'
maná. — XI. ¿a lamentado de Mirra, fiUa de Cinaras. — XII. ¿a Faula de
narciso. — XIII. La Poesía de Piramus é Tisbe. — XIV. La lamentado de
Bilies, germana de Caccio. — XV. La Poesía é Faula de Jason é Medea.'^
XVI. Lo Parlament ó Collado, qué en casa de Berenguer Mercader es-
devench.^XVn. La Faula de Or/cii.— XVlll. La Faula de SUla, filia del
rey Niso. — XIX. La Faula dePasife, filia del rey Minos. ~-^XX. La Faula
ó Poetia de Prognes é Filomena, germanes del rey Tereu. — XXI. La Letra
fengida que Achiles escriu á PoUcena^ en lo setge de Troya, et la respoi-
(a.— XXII. Lo Johi de Páris ab la aUegoria.-^XXUl.La Istoria delaglo-
nosa santa Magdalena. — XIV. La sepolturade Mossen Franfi Aguilar.'-^
XXV. La Vida de la gloriosa santa Ana. — XXVI. La Vida de la Sacra-'
tissima Verge María, Mare de Deu, Senyora nostra, en rims. £s pues
indudable que Ruiz de Corella, aunque no renunció al título de poeta cris-
tianOy como lo prueba sobre todo la última de las obras citadas, hizo gala
de cultivar los estudios mitológicos, y con ellos los poetas clásicos. Anut
20 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
Mas QO eran estos los únicos solaces literarios del primogéni-
to de Navarra, si bien puede asegurarse que debió á la ingenui-
dad y llaneza, con que trató en ellos á los poetas y escritores, &
quienes se dírigia <, no menor popularidad que á las persecu-
ciones de que fué víctima, condolidas sus desdichas y llorado
tiernamente en su muerte por los trovadores y oradores, mien-
tras el pueblo catalán le daba en medio de su entusiasmo titulo
y virtudes de santo ^. Llamado por su educación literaria á m&s
da razón de un Psalteri trosladat de lati en romana (catalán) por el
mismo Corella y dado á luz en Venecia el año de 1490 (Diccionario críti-
co, página 18S citada).
1 Sobre lo que dejamos ya indicado en orden á las aficiones de don
Carlos, conviene añadir que formaban parte de la servidumbre de su casa,
demás de los donceles y escuderos, maestros de esg^rima y de danza, un
sonador de arpa ó yuglar, pagándose también el principe de extremado
danzador. £n 1440 obsequiaba á su padre y á la reina doña Blanca, su
madre, con una danza de doce hachas (torchas), que llevaban con él otros
once caballeros {Archivo de Comptos, caj. 144, núm. 2).
2 Á tal punto llegó el entusiasmo de los catalanes respecto del Prínci-
pe de Viana, que según acreditan los Dietarios de Barcelona, le reputaron
en efecto como santo, testificando de los milagros que obraba. Á su muer-
te se extremaron las alabanzas, formando aragoneses, navarros y catalanes
cierta especie de corona fúnebre, en prosa y verso, que daba claro testi-
monio del grande amor en que le tenían. £1 aragonés don Fernando Bolea
y Güllóz, mayordomo de don Carlos y de su consejo, tomando la iniciativa
en los elogios postumos, escribía al rey de Castilla, respecto de las virtudes
sobrenaturales que Dios habla concedido al Príncipe: «El premio de su loa-
>ble vida fué tal que la divinal Essen^ia le ha de tal manera colocado en
»la durable felicidat que todos los dolientes incurables, arribando á donde
>su cuerpo está, quedan sanos; é tanto número dellos ay, que un millar de
•sanctos con sus miraglos justamente podrían ser canonizados» (Bib. Nac.,
cód. D. 170, fól. 5). Los poetas y escritores que más se distinguieron, de-
más del expresado Bolea y Galléz, fueron don Francés de Pinos, fray Pedro
Martines, camarlengo el primero y bibliotecario el segundo del mismo Prín-
cipe, Juan Fernandez de Hijar, mayordomo del rey don Juan y camarlengo
de don Carlos, Mossen Juan Fogassot, escribano de Barcelona, que habia
cantado pocos meses antes la libertad del Príncipe, y Mossen Guillermo Gi-
bcrt, vecino de Barcelona. Las expresadas composiciones son: 1.® c Cartas que
don Fernando de Bolea y Gallóz dirigió á los reyes de Aragón, CastiUa y
Portugal y á todos los letrados de España en 29 de octubre de 1461. — 2.*^
Obra feüa á la buena memoria del muy alto é muy glorioso Príncipe
n/ P., CAP. XV. ESC. NAY. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 21
granados estudios, aspiraba el Príncipe de Yiana & tomar parte
en la grande obra, tan noblemente impulsada por don Juan II de
Castilla y Alfonso Y de Aragón, sus tios; y haciendo gala de
don Garlos, primogénito de Aragón, por fray N. Fort. — 3.^ Complaynta
por la muerte del muy alto é muy esclarecido Príncipe don Carlos, primo-
génito de Aragón, et lugarteniente general irreuocable en el Principado de
Cathalania, por Fray Pedro Martinez, librero de su Alteza. — 4.^ Com-^
playnta que d<m Francés de Pinos ha fecho por la muerte del glorioso
Príncipe don Carlos, primogénito de Aragón, camarlengo de su sennoria,
demandando consolación del dolor que sostenía por la dicha muerte, á to-
dos los prudentes é sabios onbres. — 5.^ Respuesta de Fray Pedro Martí-
nez, librero del muy esclarecido Príncipe don Carlos, de gloriosa memoria,
á la Complaynta de don Francés de Pinos, camarlengo de su Alteza.— G.^
Respuesta del muy noble senyor don Johan Dixar, mayordomo mayor del
lenyor rey d' Aragón, é camarlengo del muy illustre senyor Príncipe don
Carlos, de gloriosa memoria, primogénito d'Aragoñ, á la Complaynta que
don Francés de Pinos, asimesmo camarlengo suyo, ha feito por la muerte
del glorioso primogénito d'Aragon. — 7.^ Complant fet por Guillen Gibert
de Barcelona sobre la mort del primogenit Daragó don Caries, obra en-
cadenada solta». Las poesías de Fogassot llevan estos títulos: 1.^ c/2o-
manc fet per Joan Fogassot, notari, sobre la presó ó detenció del illustrís-
sim senyor don Karles, prin^ep de Viaua é primogenit d'Aragó, etc., lo
qual foa fet en la vila de Bruselles del ducat de Brabant en lo mes de fa-
brer, any mil cccci.x hu>. — 2.* cObra feta per lo dit Johan Fogassot sobre
la liberació del dit senyor primogenit». — A estas poesías y Lamentaciones,
primeros ensayos de la oratoria fúnebre, como lo hablan sido en Castilla
las Lamentaciones por la destruygion de España, se unen otras oraciones
panegíricas sin duda de igual carácter é importancia, mencionadas por La-
tasa en su Biblioteca Antigua de Aragón (t. II, pág. 228), todo lo cual
confirma plenamente cuanto en el texto observamos. De las poesías catala-
nas podrán juzgar los lectores por los siguientes versos: el Complant de Gi-
bert empieza:
Ab dolor grant ( é fora do mesura
Yall lo dlr part j de noa trlsta mort;
Ab dolor grant, | abuodós eo tristura,
Vos denuDclQ j aquesta mala sort.
Ab dolor grao j passá aquesta uida
Lo ex^ellent | prin^ep Daragó;
Ab dolor grant j lo poblé tots jorns crida
Molt fort plorant, j dlent: Dea II perdó.
Fogassot no se habia mostrado menos dolorido en la prisión del Príncipe:
Ab gemechs grans, | plors é sosplrs mortals
Sentí las gents | dolres per les carrers.
22 RISTORU CRITICA DC LA LITERATURA ESPAl^OLA.
SUS estudios clásicos, mientras traía al romance vulgar las Éthi"
cas de Arütóleles y otros peregrinos tratados ^, trazaba la
historia de Navarra, obedeciendo al generoso impulso del pa-
triotismo, que había movido dos siglos antes la pluma de Alfon-
so el Sabio. El hijo de doña Blanca, acreditado de trovador in-
genioso y de esmerado dialéctico, ambicionaba por tanto más
alta gloria; bastando sólo el empeño en que se ponia, para que
dadas las azarosas circunstancias de su vida, merezca el aplauso
de la posteridad, reconocidos el meritorio fin de sus vigilias y la
enérgica actividad de su espíritu. Pero no vacilemos en añadir
que tras el mérito de la empresa, aparece el galardón del
posible acierto.
Traducia las ÉtMcas por mandato expreso del conquistador
de Ñapóles ', quien ganoso de que fuesen conocidas de los es-
pañoles, ni se contentaba con la versión latina de Averroes, en
Plasses, cantona | en dlTerses maneres,
Los uylU prostraU | están com besUals.
Dones d'estat | viu estar desfressades,
Lagremeiant | é bateóse los pits;
Los infanls poclis i criden á cruels crits,
Vehents estar | lurs mares alterades:
O trlst de mi! ) quln fet pot ser aquest
De quanten^a I staxl Barselona?... etc.
El buen nombre y la reputación de santidad, en que fué tenido don Car-
I084 cundieron al siglo XVI, en que se promovió el expediente de su canoni-
zación, dando la Sede Apostólica el encargo de recibir las oportunas infor-
maciones, respecto de la vida y los milagros del Príncipe, al arzobispo de
Tarragona don Pedro de Cardona, que subió á aquella silla en 1515.
1 Menos importante que las Éthicas, pero no indiferente para nuestro
estudio, es entre otros libros que se atribuyen al Príncipe de Viana, el tra-
tado de la Condición de la Nobleza^ debido á Angelo de Milán, conserva-
do felizmente en la biblioteca Colombina de Sevilla, con otros opúsculos,
que como este atribuyó don Nicolás Antonio á Mossen Pedro de la Panda,
de quien después hablaremos (Bibl. VetuBf lib. X, cap. XVi ad fíncm).
Este libro era en cierto modo complemento del de la CavaUeria de Bruno de
Arezzo, por lo cual fuó tenido en mucha estima y asociado á las traduccio-
•es del mismo, dando motivo al error indicado.
2 El mismo Príncipe, refiriéndose á esta obra de cs^ien^ia moral», de-
claraba en la notable LamentaQÍon á la muerte de don Alfonso, á que
hemos ya aludido y después examinaremos, que «por mandado suyo (escri-
be) deliberamos tradacin (Bibl. Nac, cód. S. 253, ad finem).
If/ P., GAP. X¥. ESC. NAY. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN 11.23
qae aparecía grandemente pervertida la doctrina del Estagiri-
ta ^, ni le satisfacia la llevada á cabo bajo los auspicios de Ni-
colao Y, ni tenia por último en precio las traducciones italianas
que á la sazón cundían y hablan penetrado ya basta Castilla,
enriqueciendo la preciosa biblioteca del docto marqués de San-
tillana ^. Reputado no sin razoQ como entendido helenista y
docto en la lengua del Lacio, habia traducido Leonardo Bru-
no de Arezzo, cuyas relaciones con los ingenios de España van
ya indicadas, las Económicas, las Políticas y las Éticas, pre-
ciándose de haber seguido literalmente el texto griego: don Al-
fonso señalaba pues al Príncipe de Yiana la versión de Arezzo;
y movido don Carlos «más por la deuida obediencia que á to-
ados los mandamientos [del rey de. Ñapóles] deuia, que ignoran-
»do la flaqueza de su entendimiento», resolvíase á traer «á nues-
»tro romance aquellos libros de la Éthica de Aristóteles que
•Leonardo de Arezzo de griego en latin trasladó, tomando (aña-
1 Los lectores han podido apreciar antes de ahora el juicio, que tenemos
formado de la versión de Aristóteles, deducida de los libros de Averroes:
DO será sin embargo fuera de propósito repetir que neg^ando el Aristóteles
explicado por el filósofo mahometano la creación, la Providencia, las penas
y las recompensas de la otra vida, habia cundido ya en tiempo de Petrarca,
entre los que en Italia se preciaban de aristotélicos, la doctrina de que el
mundo era infinito y coelernal á Dios (Guinguené, Histoire lüteraire dflta^
lie, t. II, pág. 465); error grosero que combatido por el autor del libro De
Ignorantia sui ipsius et multorum, habia recibido el golpe de gracia de la
versión de Aristóteles, debida á Bruno de Arezzo, donde apareció por vez
primera el texto del Estagirita limpio y puro. Don Alfonso V, como á con-
tinuación advertimos^ procedía con todo acierto, al desechar el Aristóteles
nuJiometano,
2 El mismo Príncipe de Viana notaba en el prólogo dirigido al rey don
Alfonso^ que clos libros de la Éthica de Aristóteles» fueron interpretados
fpor el frayle que la primera traducción fizicra, mal é perversamente». La
versión, á que alude, es sin duda la de Juan deRicio, hecha por los años
de 1436. Entre los libros que fueron de don Iñigo López de Mendoza y di-
mos á conocer en sus ObraSt (pág. 593 y siguientes), se halla un códice
italiano, escrito en vitela á dos columnas, y exornado de letras mayúsculas
y miniaturas, con notas marginales, que pueden ser del mismo marqués de
Santillana. Contiene las Ethicas de Aristóteles y llevaba en la primitiva
librería la marca P. V. L. n° 32.
24 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
»dia el Príncipe) por enxeinplo el exercigio de vuestro real in-
•genio en las Epístolas de Séneca» ^ Mas el erudito don Cá.r-
los no se limitaba al simple oñcio de traductor, al dirigir á su
tio la obra que le habia encomendado: «Leonardo (le decia) fizo
•de cada libro [de las Éthicas] un capítulo. Pero yo quise cada
»libro en deuidos capítulos partir, segunt que la diversidat de la
•materia subgecta requiere, é aquellos capítulos en tantas é dis-
•tínctas conclusiones quoantas el philósofo determinó sobre las
•opiniones de los otros philósophos. E por que nuestra sennoria
•meior pueda notar é fallar la materia, que más le pluguier, é
•porque todos los morales se studiaron en aclaresQer sus senna-
•ladas doctrinas, por el común prouecho que dellas se sigue,
•aquellas palabras que claras son, en otras tantas del nuestro
1 Prólogo citado. Dig^no es de advertirse que Leonardo de Arezzo hizo
al propio tiempo la versión de las Económicas y lis Políticas de Aristóte-
les, ocupándose en estos trabajos de 1440 á 1444. £1 Príncipe de Viana,
que pasaba en 1457 á Ñapóles, según oportunamente indicamos, recibia allí
el encargo del rey don Alfonso, su tio, consagrándose de lleno al referido
trabajo, que terminaba antes de morir el rey (mayo de 145S). Las Éthicas
del primogénito de Aragón fueron impresas en Zaragoza el año de 1509,
seguidas de otra versión anónima de las Políticas y las Económicas por
Jorge Cocí, alemán, en folio. (Véanse don Nicolás Antonio, Bibl, Vet., to-
mo I, pág. 282; Taraayo, Junta de Libros; Floranes, Vida literaria de Pero
López de Ayala; Yanguas, Noticias biográficas de don Carlos, Principe de
Viana, pág. XLI; Méndez, Tipografía española , pág. 193). Algunos de es-
tos escritores, supusieron sin embargo que era todo lo impreso por Cocí obra
de don Carlos; pero con error, pues sólo tradujo las Ethicas, y el anónimo
á quien aludimos, declaraba terminantemente que seguía el ejemplo del
Príncipe. Constantes en nuestro sistema, hemos preferido para las citas que
aquí hacemos, el códice S. 253 de la Bibl. Nac, sin duda uno de los
ejemplares mas correctos y bien conservados de la época. Es un tomo abul-
tado, en folio menor, escrito en papel á dos columnas, con mayúsculas y
epígrafes de encarnado, y en letra aragonesa. Al final ofrece la notable
Lamentación, de que después hablaremos: el prólogo tiene este epígrafe:
f Prólogo del muy illustre don Kárlos, Príncipe de Viana, primogénito de
«Navarra, duque de Nemós é de Gandía, drenado al muy alto é expeliente
«príncipe é muy poderoso rey é scnnor don Alfonso tercio (sic), rey de Ara-
»gon é de las dos Secílies é Córcega, su muy reduptable sennor é thio,
ode la tra8la9ion de las Éthicas de Aristóteles de latin en romance
«fecha».
Jl/ P.y CAP. nr. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JOAN 11. 25
•vulgar é propias convertí. Mas donde la sentengia ui ser com-
•plidera, por cierto, Sennor, daquella usé, uista la verdadera
•seutenQía de sancto Thomáis, claro é catbólico doctor é rayo
•resplandeciente en la Iglesia de Dios, esforgándome dar & al-
•gunas uirtudes é uigios más propios nombres, como por las
•margines del libro verá Vuestra Alteza, con declaraciones no-
•lado» *.
Dado este plan, que se encaminaba á bacer más sensible la
doctrina de Aristóteles, bailaba el Príncipe de Yiana frecuentes
ocasiones para ejercitar su erudición y su talento, ya explican-
do, cual moralista, los pasajes que en su sentir lo necesitaban,
ya atesorando curiosas noticias sobre los filósofos, poetas é bis-
toríadores de la antigüedad clásica ^, ya en fin justificando, co-
mo latinista, la inteligencia que daba á determinadas voces, pa-
ra conformarse más estrecbameute con el genio de la lengua
castellana. Oigamos alguno de estos pasajes, donde no sólo des-
cubriremos la índole especial de los estudios de don Carlos de
Navarra , sino que podremos también reconocer su estilo y la
forma en que alcanzó á cultivar el romance nativo. Tratando del
«esfuerzo de corazón», escribia:
•Esfuerfo de coroQon quise yo, Sennor muy expeliente, dezir á la
»airtud, que el philósoíb intitula fortütido; ca bien recolegidos los
•términos é propriedades, aquesta uirtud acata á gerca el acomoda-
•miento é tolerancia de todas aquellas cosas, en que hay osadia é medio.
1 Prólogo cit., fól. 4 r. y V.
2 £s de notarse en verdad, teniendo en cuenta la época en que el Prín-
cipe florece, la exactitud, ya que no la abundancia, de las noticias que á
los autores clásicos de la antigüedad helénica, citados por Aristóteles, se
refieren. Hesiodo, Homero, Eudoxio, Heráclito, Esquilo, Eurípides^ Simóni-
des y otros tienen en el comento de las Éthicas señalado lugar (lib. I, ca-
pítulos 6, 14, 18; lib. II, cap. 3; lib. IIÍ, cap. 2 y 7; lib. IV, cap. 2.°), dán-
dose al par curiosos datos sobre otros personajes históricos, lo cual prueba
la extraordinaria erudición de don Garlos. A fin de que los lectores formen
cabal juicio de la forma, en que ofrece estas nociones biográficas, traslada-
remos aquí lo que escribe de Eurípides: «Eurípides fué un poeta, que fizo
«ciertos metros, en los quoales narra cómmo Almeon mató á su madre, por
acomendado de su padre, diziéndo que ella le aconseió que fucsse en la
•guerra tebana, en la qual morió» (lib. III, cap. I).
26 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
»E son los extremos daquella virtud, segunt determina el philósofo, la
•feroQÍdat é temor. £t dize que la fero^idat excede en el acometer, pero
udesfaliege en el acometimiento, ca fuje de todo peligro. E por que el
•esfuerzo de coragon fage al ome acometer é más sofrir, puede ser dicho
•que el esfuerzo es más.pasiuo que activo, quoanto quier que las dos
•partes possea. E por que Vuestra Sennoría vea la ragon, que me mo-
»uió á scriuir esfuer^ é non fortaleza, como otros han scripto, es por
»que la uirtud que más há en esta parte, pertenesge solamente al oora-
•gon, e segund nuestra Icngoa, es el esfuerzo é non la fortaleza, la quoal
•quoanto quier que al ánimo pueda ser atribuyda, más es del cuerpo
»que del coraron. E si fuerza se dixiesse, seria totalmente del cuerpo é
•más de los foranos miembros que del interior. E á otra parte, me pa-
•resge la fortaleza é fuerga ser más actiuas que pasiuas; e assi por los
•efectos suyos quoanto por el uso común del nuestro romance, á este uo-
•cabio me determiné» i.
Con tan escrupuloso anhelo daba cima el Príncipe de Yiana á
la traducción de las Éthicas de Aristóteles^ dotando el primero á
la patria literatura de esta celebrada obra de la filosofía griega,
que un siglo más tarde traían de nuevo al habla castellana muy
aplaudidos humanistas ^. Pero si hacia gala de fiel intérprete, no
1 Lib. I, cap. 11. Es digna de advertirse la coincidencia que existe en-
tre esta doctrina del Príncipe y lo que al mismo propósito habia escrito el
poeta Juan de Mena (Labyrinlho, cop. CCXI):
Faer(;a se llama, | mas noD fortaleza
La que á los miembros | da valentía:
La gran fortaleza | en el alma se cria,
Que Ytsle los cuerpos | de rica nobleza.
De creer es que don Carlos conociera al poeta de Córdoba; pero no por
esto su lenguaje es menos filosófico y exacto.
2 Aludimos á Pedro Simón de Abril, uno de los más áocios helenistas que
poseyó España en el siglo XVI: su versión de Los diez libros de las Ethicas
de Aristóteles, traídos directamente del griego al castellano, no ha llegado
á ver la luz pública (PcUicer, Ensayo de una Bibl. detraduct., pág. I5*i).
Antes que Simón de Abril y después de la traducción de las Económicas y
las Politicas, que siguen á las Éthicas del Príncipe de Viana, se habian
traducido las £conómica5 á lengua valcnciana:cn laBibl.Escur. (d. III. 2).
hemos registrado en efecto un notable códice^ que bajo la inscripción de
Compend, Moral, phüos,, puesta en el corte dorado de las fojas (como en
todos los libros de aquella biblioteca), tras otros tratados, que no son por cier-
to de filosofía ni de moral, al fól. 92 v. encierra las Económicas de Aris-
IJ.^P.y CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN 11.27
renoocíaba al empeño de mostrarse entendido filósofo; y repa-
rando 60 que el discfpalo de Platón había caido «en algunos
•errores, et non solamente errores de philósofo, mas olvidanza
>de lo más nesgessario á la felicidat humana, por ser privado
«d'aqoella lumbre de fé que & nosotros la sacra religión cristiana
ttclaramen te muestra et ensenia,» resolvíase á escribir una obra
de moral universal, empeño de que le apartaba «el cansancio de
su espíritu é persona, en la traducción de las Éíhicas^* llevada
á cabo en lo más arduo de sus persecuciones y desdichas ^. Pero
yaque no pudo realizar «un tan excesivo nuevo trabajo», delibe-*
raba dirigir notabilísima Epístola á todos los valientes letrados
de España, exhortándolos y requiriéndolos para que acometie-
sen y dieran cabo & tan útil empresa ^. Muy semejante el plan
tételes, traducidas de la versión de Arezzo por Moscn Martin de Vicinia-
na, gobernador del reino de Valencia : esta versión está precedida de una
epístola (letra), dirigida por Ylciniana á su mujer, la noble dona Damia^
ta (fól. 91); y terminada, hay en el mismo códice un tratado de Eclip^
sy (fól. 115), que contiene las observaciones hechas por el autor de 1448
á 1478, siguiendo otra versión lemosina de los Morales de Séneca (Libre
de virtuosas costumps), escrita por Antonio Blay (fól. 116 ni 121). £1 cele-
brado don Diego Hurtado de Mendoza, que como veremos en su lugar, se
preciaba de gran latinista y no estaba ayuno en los estudios helénicos, trajo
también al castellano la Mecánica de Aristóteles del original griego, según
declara el mismo en la dedicatoria. Guárdase esta traducción con la ñrma de
don Diego y muchas correcciones de su puño y letra, en la Bibl.Escur.^ con
la marca f. iij. 15; habiendo también una copia en el mismo plúteo, con el
número 27, que parece de fines del siglo XVI.
1 Recuérdese que el Príncipe partió de Navarra despojado de la lugar-
tenencia de aquel reino por su mismo padre, y que cuando mayores espe-
ranzas fundaba en don Alfonso V, vino la muerte á desbaratarlas. Lo nota-
l>Ie es que en medio de tantos sinsabores pudiera volver sus miradas al cul-
tivo de las letras. Esta epístola fué pues escrita después de 1458, acaso en
el retiro de San Plácido de Mcsina.
2 El título de esta peregrina carta es: n Epístola del Serenissimo é tnr-
»tuoso Principe don Kárlos, primogénito d^ Aragón ^ de inmortal memoria,
^endre^ada á todos los ualientes letrados de la Spanya, exhortando é re-
wquiriéndoks que den obra é fin á lo que por ella podrán ser informa^
9dos.» Publicóla el laborioso cuanto entendido Yanguascn su Diccionario
de antigüedades de Navarra (t. i, pág. 187), y existe á dicha en la Biblio-
28 HiSTORU crítica db la literatura española.
propuesto por el Principe de Yiana al seguido por don Joan
Manuel en su Libro de los Estados ^ , debia comprender su obra«
tanto respecto del orden intelectual y religioso como del moral
y político, la sociedad entera: empezando por la noción de las
virtudes teologales (fé, esperanza y caridad) ^ que m&s directa-
mente se refieren á Dios y al hombre ^ á Dios «por le render el
deuido conoscimiento, > al hombre «por la conservación é ameio-
ramiento de nuestro ser, • pasaba á considerar las cardinales,
«para bien judgar é conocer el valor de las humanas operaQio-
nes,» proponiéndose mostrar «en qué consiste la humana felici-
dat é la divinal gragia, con la visión de Dios, donde todos los
bienes terminan é fuelgan.» — Tras estas consideraciones, debia
entrar, siguiendo las Económicas y Políticas del filósofo, en el
estudio de las costumbres, hasta llegar «por orden al universal
regimiento de la cosa pública,» considerando las diversas condi-
ciones de gentes, que constituyen la sociedad y dando idea de las
formas de gobierno & la sazón conocidas (real, preminencial, po-
pular), no sin fijar las esferas de cada estado, declarando por úl-
timo que era su único objeto la buena disposición y bienandanza
de los hombres *.
En la traducción de las Éthicas^ lo mismo que en esta EpiS'-
teca Nacional en el cód. marcado D. 190, fól. 10 r., bcUo MS. en vitela, qae
encierra asimismo las cartas dirigidas por don Fernando de Bolea i los re-
yes de Aragón (fól. 1), Castilla (fól. 4) y Portugal (fól. 6), y ¿ los vatíenUt
letra/dos de quienes el Príncipe trataba en la suya fól. 8 v.).
1 Véase el cap. XVIH de esta II.'' Parte, 1 .er Subciclo, donde dejamos
hecho el estudio de esta importante obra (pág. 258 y siguientes).
2 Don Carlos, expuesto el plan que extractamos, concluía diciendo:
cPor ende é por que nuestra imaginación que buena nos páreselo, non se
»del todo pcrdiesse, deliberamos fazer la presente Epístola^ con la quoal á
•todos los valientes letrados de nuestra Spania, cxortamos é requerimos
>que á la obra del presente tractado, con sus claras inteligencias é sabidu-
»rías, den obra en la execucion daquel. Lo quoal por uuestro relievo, Nos
»á todos los otros, por su doctrina, mui mucho agrades^emos» (ut supra).
Los deseos de don Carlos no tuvieron (que sepamos) ejecutores. Sólo des-
pués de su muerte dirigió de nuevo don Femando de Bolea y Gallóz la ex-
presada Epístola, con otras soyas, á los reyes de Aragón, (}asUUa y Portu-
gal con el indicado propósito; pero sin fruto.
n.* P., GAP. XV. ESC. NAV. T ARA6. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 29
iola 7 las ya mencionadas, mientras se esmeraba don Carlos por
ganar lauro de filósofo y de erudito, aspiraba á ser tenido por
escritor elegante, siguiendo el ejemplo del marqués de Yillena y
de los que se pagaban de latinistas, y comunicando también & su
lenguaje aquella artificiosa disposición hiperbá.tica^ que tanto
acercaba el romance castellano á la lengua del Lacio. Don Carlos
de Navarra, menos osado que don Enrique de Araron y que Juan
de Mena, ó más flexible y transigente con el habla popular, no
imprimía sin embargo á sus giros aquella extraordinaria tirantez
qae se trocaba á menudo en oscuridad impenetrable; y descu-
briendo ya la senda que iban & frecuentar los escritores eruditos
del siglo XYI, manifestábase tan entendido conocedor de la dic-
ción como esmerado cultivador de la frase. Prueba inequívoca es
dé esta observación, demás de las carias arriba citadas y de la
tradaccion de las Éthicas, la peregrina Lamentación á la muerte
del rey don Alfonso, digna de ser comparada con la que el
docto marqués de Santillana babia dirigido Á la segunda des-
truyfion de España ^ Sorprendido el Príncipe de Yiana por
aquella desdicha, que habia cortado en flor sus legítimas espe-
ranzas, lleno de angustias y temores respecto de lo porvenir,
acertaba apenas á expresar su dolor, exclamando:
«Si la mucha tristura nos procura turbación, distrajdo el ánimo de ma-
Bterias plazibles, llena la memoria de casos lamentables, turbado el en-
•tendimiento de sobeja tristigia, la voluntad inclinada á todo dolor, ce-
Dgados los oíos de fluentes lágrimas^ ¿quoál será la mano que á la péndola
»oonduzga á poder scriuir cosa que delectable nin plasgible pueda ser?...
9pues llorando é con ^emecosos sospiros^ las palabras enternesgidas de
Dtan razonable congoja^ deliberamos scriuir, non la milésima parte del
nqoebranto que sentimos en el centro de nuestro coragon, planniendo la
nmuerte daquel Alfonso, que rey poderoso é digna persona siendo, por
DStLS innumerables uirtudes á todos los mortales ciertamente sobre-
upujauai).
Ponderadas las altas dotes del animoso conquistador de Ñá-
peles, cuyo invencible corazón habia domado á sus enemigos, y
cuya generosa benevolencia era lazo de amor para sus parciales,
y declarado que no podía ser llorado al morir quien «viviendo,
1 Véase el cap. XII de este Il.<* Subciclo (págr. 333).
50 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAffOLA.
non fué digno de amor,» volvíase el Principe, no sin movimiento
poético, á la muerte, apostrofándola de este modo:
((Non te maravilles, ó iniusta é desatentada Muerte, si (x>n el desór-
Dden de tus acostumbrados rigores los hombres se quexan de tus peruer-
))sas sentencias. Ca bien pedieras á este sennor é caro tio nuestro la
«temporal uida con razonable acatamiento sofrir fasta el periodo postrero
})de su término natural: al qual por uirtuosos meresQimientos el univer-
))sal Creador la perpetua é durable le tuuo siempre otorgada. £ mira
»bien é conosge quoanto danno es fecho: que álos studiosos el enxemplo
»é luzero de sus uidas, é á los otros la doctrina é enderezamiento de sus
«costumbres les ha encegado é quitado del todo... Diremos pues las
«razones que nos á tristeza é plannimiento conduzen: ca (sonsiderada la
«speranga sernos en régelo conuertida, el amor en odio, la s^urídad en
«peligro, el delejte en ansia, la folganga en trabajo, la gala en luto, la paz
«en guerra ¿quoál seria el hombre que deste destroqué non congoxado
«se sintiesse?... Ca tuuimos en él speranga de ver nuestros fechos repa-
«rados; fuémos del amorosamente tractado; éramos seguro só el infalible
«amparo SUJO, hauiendo deleites sin cuento nin numero; galas quecnen-
«dian en las salas é campos; paz en el nuestro jujzio; paz en nuestra
«tierra... Ni quién á nos el razonable dolor non otorgue é consienta?..»
«Por ende, ó cruel Muerte, quexámonos de ti, que adestrada daquella
«que sin uista á todos suele jgualmente tractar, "sin consideración é dife-
«rengia, un tan abhorregible caso delibrastes fager« j.
En tal manera cultivaba el Príncipe de Yiana la elocuencia,
declarando una y otra vez que era el romance castellano la len-
gua nativa, y mostrando la fndole de sus estudios que le asocia-
ban estrechamente, así al movimiento literario de Castilla como
al más formal de los ingenios catalanes y aragoneses. Pero no
olvidaba el hijo de doña Blanca cuánto debia al nombre navarro;
y en medio de sus tribulaciones acudia también, según arriba
advertimos, á trazar la historia de aquella patria, tan costosa
como amada ^. Intitulándose desde las primeras lineas de la Co-
1 Códice 5.253 de la Bibl. Nación., donde ocupa las cuatro últimas
fojas.
2 La Coránica de los Reyes de Navarra no se imprimió hasta 1843,
en que la sacó á luz el muy diligente don José de Yanguas y Miranda,
«corregida en vista de varios códices é ilustrada con notas», muy eruditas
(Pamplona, por Teodoro Ochoa). Como observó ya Garibay,- andaba cgran-
n.' P., CAP. XV. ESC. NAV. Y ARAG. DÜR. EL R. DE D. JüAN II. 51
fónica de los reyes de Navarra^ «propietario et natural sen^
Doro de aquel reino, advertía don Carlos que era su intento tra-
ur la historia de sus «antecesores», cuyas hazañas y virtudes
elogiaba por extremo; y dando especial razón de su libro, es-
cribia: «Por ende nos más deleytándonos en commemorar los tan
•ex^Uentes fechos que aquellos sennores con su ynmensa vir-
>tQd obraron, siempre leiendo et escriuiendo, dimos comiengo é
•fin en la obra: en la quoal nos paresge ser nesgessario intro-
•duzir nuestro progesso por ciertos fundamentos, é principio;
•poner en deuida orden é ynquirir meior, según las ystorias de
*qne deliberamos tractar, nos ha convenido escudriñar los an-
*tiguos libros historiales, por más á la uerdat daquellas allegar
•nuestra presente escriptura; la quoal, á nuestro ver, deue co-
•mengar dende las poblagiones d*España, por discurrir los vie-
•ios fundamentos deste regno de Navarra».
Apoyado en la autoridad de Eusebio y de Orosio, de Leandro,
de Isidoro de Sevilla, y de Ildefonso * , de Isidoro Pacense y Sulpi-
cio de Compostela ^, del arzobispo don Rodrigo de Rada, Lúeas
demente desordenada por los copiadores» desde el siglo XVI (Compendio
Historial, t. Ill, lib. XXVII, cap. I, fól. 2), lo cual fué creciendo oxtraocdl-
nariamente en los siguientes, hasta hacer muy difícil una edición depurada.
Yaaguas triunfó por fortuna de innumerables obstáculos: sin embargo, de-
más de los MSS. de la Bibl. Nación. (T 115 y G 139), de la Academia de
U Historia, y de la de los duques de Osuna, hemos juzgado oportuno con-
sultar los códices &. ij. 12 y X. ¡j 18 de la Bibl. Escur., dando la pre-
ferencia al último por más antiguo y completo. De él y de la citada edición
DOS valemos principalmente en estos estudios, no sin haber tomado razón
<ie otros MSS., tales como el de la Biblioteca Imperial de París, núm. 9993.
1 £1 Príncipe de Viana se refiere, al citar á San Ildefonso (Sant Alphon-
(0, arzobispo de Toledo) á la famosa Continuación de San Isidoro que
desde los tiempos de Lúeas Tudense se le atribula, y que hemos declara-
dlo apócrifa con la autoridad de los colectores de los PP. Toledanos (tomo í,
P^^na 311). £1 nombre de Ildefonso autorizaba desdichadamente tejido
tftl de patrañas, que todavía no han podido desvanecerse por completo, no
'O^ravillándonos que al mediar del siglo XV lograsen autoridad bajo tal
Patrocinio.
2 £1 San Sulpicio, arzobispo de Compostela, de que habla don Carlos, es
Severo Siüpiclo, obispo Bituricense, cuyo Cronicón (Epühome Chronicarum
32 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Tudense, Vicente Bauvais *, no desdeñaba don Carlos las más re-
cientes crónicas, consultando la escrita por don Fray Garcia de
Euguí, obispo de Bayona, en otro lugar ya examinada ^. Mas no
contento con las narraciones de estos celebrados cronistas, y ani-
mado del celo de la verdad, juzgaba conveniente el hijo de Juan 11,
no sólo consultar las crónicas de Castilla, de Aragón y de Fran-
cia, sino penetrar también en los archivos, hallando en el de
Comptos abundantes escrituras y documentos, para rectificar ó
ó ampliar las noticias históricas, que á Navarra se referían ^. Era
esta la vez primera que, obeciendo tal propósito, reconocían
los cronistas de la edad-media la imperiosa necesidad de refres-
car las adulteradas relaciones de otros días en las verdaderas
Severif cognomen Sulpicii) insertó el P. Florez en el t. IV de la España
Sagrada (pág. 431. y siguientes). De este ilustre prelado, de quien hicimos
ya mención en el t. I, pág. 283, es también un cronicón ó historia sagrada
de la cual extracta el indicado Flores la parte relativa á Prisciliano, en el
t. XIV de la España Sagrada, p. 371, etc.
t Anotando esta parte del prólogo, que puso don Carlos á su Corónica,
decia el diligente Yanguas: t Parece que Vicente se refiere á que la primera
edición de la obra de Orosio, se hizo en Vicencia ó Vicenza, y que aquella
palabra se añadió por algún copiante» (pág. 3). La noticia bibliográfica es
por extremo erudita; pero el Príncipe de Viana se refiere visiblemente á
Vicente Belovocense, ó de Bauvais, de quien hemos hecho mención antes de
ahora, y cuyo Speculum majxis (naturale, doctrínale, historíale) era ya
muy conocido en España desde el reinado de Alfonso X (Véase el cap. XI
del l.er Subciclo de esta II.'^ Parte). La Reina Católica poseia dos cjempla'»
rcs, que son los números 1 13 y 114 de su Biblioteca (l.or Invent,, Mem. de
la Real Academia de la Historia, t. VI, p. 453.
2 Cap. V de este II.® Subciclo. Las palabras del Príncipe son: «Eso mes-
mopor don fray García de Eugui, obispo de Bayona, confesor de nuestro
agüelo el rey don Carlos (que Dios aya) en una su copílacion que ñso»
(prólogo).
3 «E aunque para tractar de los reyes de Navarra (cuyo heredero soy
ict espero de regnar) et quoáles et quoántos, a vemos fallado en este regno
«assaz pocas scripturas que non nos ha seydo poca confusión, pero recurri-
»mos á las crónicas de (bastilla et á las de Aragón et Francia et buscamos
»lo8 antiguos archivos deste nuestro rcyno et de nuestra Cambra de (}omp-
itus, en todas las quoales crónicas et scripturas Nos fallamos esto que se
«sigue quoanto nuestro muy flaco ingenio ha sabido escoger et notar»
prólogo citado).
n.* P.y CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DB D. JüAIf Tí. 33
fortes de la historia; declaracioa importante, que mostraba la
nneva senda, qne iba & seguir en breve aquel linaje de estudios,
avalorando al par los realizados en su Coránica por el ilustre
Príncipe de Yiana.
Dividíala este pues en tres diferentes libros: era el primero
exposición brevísima de los orígenes de Navarra, compuesta de
qoince capítulos, en que reconocidas, conforme al sentir de los
escritores que le babian precedido, las diversas gentes que vi-
nieron & España antes de los romanos S entraba muy de cor-
rida en la edad visigoda; y enumerados los PontíQces, empera-
dores y reyes que preceden á don Rodrigo, y los que en Francia
heredan la corona de Clodoveo hasta el imperio de Carlo-Magno,
recordaba la perdición de España en los campos de Guadalete,
trazando con igual rapidez el doloroso cuadro, que presentaba la
Península desde la invasión mahometana hasta la elección de Iñi-
go Arista, primer rey de Navarra ^. Desde aquel momento pa-
recía don Carlos tomar cierto respiro, deteniéndose algún tanto
á considerar la proclamación de Iñigo y las prodigiosas victorias
que el cielo le concede contra ios moros, y tocando después los
reinados de don García Iñiguez, don Sancho Abarca, don García
el Tembloroso y don Sancho el Mayor, no sin mencionar sus vic-
torias y conquistas, principalmente respecto del último, cuya
sapremacía en toda España y cuyo desacierto en la partición de
1 En esta parte es dig^o de advertirse que don Carlos de Navarra, an-
dando á ciegas, como todos los cronistas de la edad-media, se dejó dominar
del influjo que alcanzaban entre los doctos los escritores de Italia. Ricobal-
do de Ferrara, Alfieri y CafTaro en sus crónicas latinas de Ferrara, Astl y
Genova, y Spinelo y Malespini en sus historias vul^res de Florencia, ba-
bian atribuido la fundación de dichas ciudades á los troyanos, siguiendo
la tradición poética de Virgilio: su ejemplo cundió á la mayor parte de los
historiadores de los siglos XIV y XV; y cuando don Carlos de Viana escri-
bió su crónica, apenas se contaba ciudad italiana, que no se gloriase de ser
troyana ó gríegaí ¿qué mucho pues que en la oscuridad de los primeros
tiempos no olvidara el hijo de doña Blanca á los tebanos j á los troyanos,
tPmo gentes muy principales, de que procedía el reino de Navarra?... t)on
Cárloc no olvida que Tubal, «quinto fijo de Jafett, vino á España después
del diluvio, pablando á Tudela, Tafalla y Huesca (Osea).
2 Cap. VI.
Tomo m. 5
54 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
los Estados, reunidos ea su corona, oportunamente señala ^ Con
la noticia de los hijos de don Sancho II, don Garcia de Nájera y
don Sancho III pone fin el Principe de Yiana al primer libro de
su Coránica^ manifestando que la muerte del postrer monarca
dejaba el reino sin sucesor, dando entrada en Navarra & nueva
dinastía.
Abraza el segundo libro, en diez y ocho capítulos, la historia
»de ios reyes de Navarra, que pueden ser dichos naturalmente
aragoneses». Es el primero de estos príncipes don Sancho Ra-
mírez, segundo rey de Aragón y octavo de Navarra, y sígnenle,
no sin que don Carlos logre recoger peregrinas noticias sobre
sus reinados, don Pedro, conquistador de Huesca, y amigo del
Cid Ruy Díaz, don Alfonso, el Batallador, debelador de Zarago-
za y repoblador del Burgo de Pamplona, y don Garcia Ramirez^
en cuyo tiempo se separan los reinos de Aragón, Castilla y Na-
varra ^. Los dos Sanchos, el Sabio y el Fuerte, con sus triunfos
y desastres, con sus alianzas y activa participación en las em-
presas bélicas de los reyes de Castilla, y muy especialmente en
las de Alfonso YII, el emperador, llenan y terminan este segun-
do libro, donde más reposado y con mayor esmero en la nar-
ración, logra el Príncipe de Viana dar á la narración no escaso
interés, mostrando que no hablan sido estériles sus investigacio-
nes en la Cámara de Comptos.
Tiene el tercero y último libro de la Coránica por objeto la
dinastía franco-navarra, que empezando con don .Teobaldo (Ti-
balt), alcanza hasta el reinado de Carlos el Noble, abuelo del
Príncipe. Tras don Teobaldo I, sus empresas y sus viajes, apare-
cen sucesivamente Teobaldo II, enemigo declarado de Castilla y
compañero de San Luis «n su expedición al África, don Enri-
que, su hermano, don Felipe, el Hermoso, la reina doña Juana,
cuyos gobernadores no aciertan á«conjurar las guerras civiles
entre los parciales de don García Almoravit y don Pedro Sán-
chez de Cascante, que envolvían al cabo el reino entero en la
1 Cap. XII.
2 Cap. IX.
n/ P.y CAP. XV. ESC. IfAV. T ARAG. DUR. EL R. DB D. lUAN 11. 55
mis desoladora anarquía ^ La exposición de los hechos que traen
al trono de Iñigo Arista á don Luis Hutin, así como la tiranía
de don Felipe «el Luengo», cuya coronación se celebra en Pa*
riSy 7 la de doña «Johana, reyna natural de Navarra» y de Phi-
lipo, conde de Ebreux, su esposo, que despojado del señorío de
«]ampaña y de Bria, concurre al asedio de Algeciras, donde
muere,— ocupan la mayor parte del indicado libro, manifestan-
do que no faltaban al Hijo de doña Blanca verdaderas dotes de
narrador '. Comprende finalmente la Coránica el reinado de
Garlos I, tan calamitoso y revuelto, como el de don Pedro de
Castilla, & quien ayuda el navarro, sirviéndole en Francia de
mediador; y es en verdad muy digna de aprecio toda esta
ultima parte de la historia de Navarra, por la fidelidad y copia
de datos con que el Príncipe de Yiana la ilustra, si bien se
muestra un tanto apasionado de las desdichas de don Carlos,
harto semejantes &, las suyas; cerrando con sus alabanzas toda
la obra '.
1 Caps, vil, VIII, IX y X.
2 Cap. XV.
3 £1 Príncipe terminaba la Crónica en 1454, según testifican estas pa-
Itbrat, con que encabeza el prólogo: «En el añyo del nas9imiento de Núes-
itro Senyor, de MCCCCLIIII anyos, Nos el Príncipe don Carlos IIII, pro-
•píetarío et natural senyor del reyno de Navarra, compusimos la presente
•Corónica de los reyes de Navarra, nuestros ante9esores, cuyas ánimas en
>Ii etemal paz del universal Creador reposen». La voz compusimos equi-
vale á pusimos fin, pues que al terminar el prólogo leemos: c£t avemos yn-
•titulado el anyo en que nuestra scriptura cicabamos, porque sea fallada la
•verdad, segunt la antigüedat de los otros tiempos». Alguno después
pensó don Carlos añadir á su historia la de sus propios acaecimientos; y
empezó á realizarlo, escribiendo un notable exordio, que existe sólo en los
eódiees, copiados del que enmendó tras dicha fecha : en él exponía su in-
tento, disculpándose de que siendo parte cen los fechos tocantes al se-
nyor rey su padre, cuya honra deuia et era tenido de acatar», le forzaban
^ «Justicia et verdat á la defensión é sostenimiento» propios, movido al
V^f de los ruegos de sus servidores y allegados, cea digna é Justa cosa es
(iDtdia) que los buenos la loor, ansy como los malos vituperio, de sus obras
^^Dcen». El Príncipe recordaba por último el ejemplo de César, deseoso
^^ evitar la lisonja ó la envidia; y considerando á su abuelo, el rey don
^lot III ttdel cuento de los reyes» de la dinastía francesa, resol viása ^
36 HISTORIA CRITICA DÉLA LITERATURA ESPACIÓLA.
F&cilmente comprenderán los lectores por esta brevísima ex-
posición que la Coránica^ debida al desventurado don C&rlos,
aunque sumaria, era por la división lógica y conveniente de la
materia ^, aoomodada &, los tres grandes períodos de la historia
de Navarra, por el método y claridad con que generalmente apa-
recen los hechos, y sobre todo por la solicitud que el Principe
había desplegado para comprobarlos, con el examen de antiguos
documentos, muy superior á cuanto se habia escrito respecto
de la nación de Iñigo Arista hasta mediar del siglo XY, en
que la termina ^. Y merece asimismo repararse que, aun do-
minado siempre de la influencia clásica, que caracteriza todas
sus producciones, fué en la Coránica el primogénito de Navar-
ra más sobrio en el uso del hipérbaton, lo cual dio mayor sen-
eompletar el libro Hf.^ con su historia, dejando para el IV, nuevamente
proyectado, todo lo coetáneo, si bien anudándolo con la narración de la vida
de su abuelo. Por desgracia no ha llegado á nuestros días este libro IV, si
llegó á escribirse, y sólo se conservan dos capítulos, que forman el XXII y
XXIII del libro 111, incluidos con excelente acuerdo por Yanguas en iu edi-
ción referida.
1 Aunque siguiendo la distribución de los tres libros indicados, al dar-
la á luz, apunta el diligente Yanguas la sospecha de que don Carlos pudo
escribir su Coránica bajo dos diferentes planes, ya dividiéndola en dos
partes, ya en las tres conocidas. El buen sentido de Yanguas triunfó de
esta sospecha, que sólo tenia por fundamento uno de los códices más im-
perfectos de la Coránica, siendo de advertirse que la división dada por don
Carlos á la materia que historiaba, es la natural, y por tanto inmejorable,
aun para todo el que hoy aspirase á trazar la historia del reino de Navarra
hasta principios del siglo XV.
2 Algunos escritores han supuesto que la Coránica del Príncipe de Via-
na fué proseguida por Mossen Diego Ramírez Davales de la Piscina (Ta-
ma yo de Vargas, Junta de libros), mientras otros observan que sólo la
tuvo presente co su Historia de Navarra (Floranes, Vida literaria de
Pero López de Ayala), Examinada la historia de Ávalos, de que se con-
servan diferentes MSS. del siglo XVI, puede en efecto asegurarse que se
aprovechó no poco de las vigiUas del Príncipe, si bien dista mucho de me-
recer el galardón que á este concedemos. Ramírez Davales dedicó su obra
al emperador Carlos V por los años de 1534: sus obligaciones de hisleria-
dor le imponían pues mayor responsabilidad , siendo mayores loa medios
^de acierto.
n«* P.y CAP. ZT. ESC. IfAT. T ARAG. DUll. EL II. DE D. JUAN II. 37
dllex & su estilo y mayor soltura & su lenguaje, apartándole
más de los eruditos, que pugnaban por latinizar la sintaxis cas-
tellana. Prueba de esta observación y muestra del romance em-
pleado por el Príncipe de Yiana en la referida Coránica^ será
paes el siguiente pasaje, tomado al acaso de la misma: refirien-
do la venida del conde de Ebreux, escribia:
cLnego que fué muerto el rey don Charles, el Caluo, comenzó dráni-
Mámente de reynar en - Francia don Philip, conde de Valúes, despose-
lyendo ef desheredando á doña Johana, única fija heredera del rey don
iLois Hutín, la quoal cassó con don Philip, conde de Ebreux, nieto de
idon Fhilip, el Puirsibant, fijo de sant Luis; et dexó á la dicha doña
ijohana el regno de Navarra. £t doña Johana, fija del dicho don Luis
vet la fija de don Philip, su hermano, et la fija de la hermana de los di-
ichoe don Luis, don Philip et don Chárlos, ayuntados los perlados, rri-
neos-onbres, caualleros, infanzones et onbres de las buenas villas et de
oíos villeros en corte general en el prado de la pro^ession de los frayles
ipredicadores de Pamplona, en el mes de mayo, año de 1330, fué de-
Bclarado et pronunciado que el derecho del subgesor al regno era de do-
iña Johana, fija del dicho don Luis Hutin. Et por esto especialmente
Bque el dicho don Luis fué levantado, segund fuero et jurado por rey,
»et él juró la observancia del fuero; et ninguno de los otros dos herma-
naos fué leuantado nin jurado por rey. Et fecha la dicha renunciación,
»los del reyno ynbiaron con aquella por la dicha doña Johana, et por
»don Philip, conde de Ebreux, su marido, que ueniessen á regnar en el
>dicbo r^no et jurasen de mantener los dichos fueros, usos, costimibres
Dé priuilegiosu, etc. i
Como poeta, como filósofo, como orador é historiador ', logra
1 Cap. XV del libro III de la edición de Yanguas, XIII del cód. X ij. 18
de li Bibl. Escur., que seguimos.
2 Garibay eo el ya citado Compendio Historial (lib. XXVIII^ cap. 16
7 29), Floranes en la Vida literaria de López de Ayala, y Latasa en su
BibUoteca antigua de Aragón (t. 1, pág. 226) meiicionnn un tratado histó-
rieo sobre los Milagros del famoso santuario de San Miguel de Eoo^lsiSf
debido al Príncipe de Viana, como testimonio de su piedad y de sus ereen-
(iis; pero ha tenido la mala suerte que sus poesías, de que hablan también
lot cronistas aragoneses (Zurita, lib. XVII, cap. 24, y Abarca, t. 11^ pági-
na 2S6). El expresado libro de los Milagros manifiesta no obstante con la
C(Hnica que si el Príncipe pertenecía por su inteligencia al movimiento
funeral de los estudios, era fiel por su sentimiento á la civilización de sus
ayeres. Cuando en esta doble consideración aspiramos á reconocerel efee*
.*
38 msTORiA crítica de la literatura española.
pues el Príncipe de Víana mención especial en la historia de la
literatura patria, siguiendo sus pasos, ó ministrándole digno
ejemplo otros aplaudidos ingenios valencianos, catalanes y ára-
lo que van en nuestra España produciendo las nuevas ideas del RenaH^
miento, no parece desacertado fijar nuestras miradas en las diversas fuen-
tes literarias, á que acude don Carlos de Navarra; y para ello, aunque es-
tamos persuadidos de que conoció j poseyó muchos más libros de los que^
al morir, formaban su librería, juzg^amos oportuno trasladar aquí la nota
que se guarda en el Archivo de la corona de Aragón (Reg. 3494). bien que
ha sido ya publicada (D. E. Volger. — Milá, Trovad): el.® De divino amo-
re. — 2. Lactantius. — 3. Ultima Beati Thomae. — 4. Secunda secundae. — 5.
Prima secundae. — 6. Prima Pars Beati Thomae. — 7. Dos oracionetes. — S.
Super primum sententiarum. — 9.0rat¡onesDemosthenis. — 10. Gesta Rcginae
Blancae. — 11. Magister sententiarum. — 12.£xameron Beati Ambrosü. — 13.
Glosa Salterii cum alus tractatibus secundum sactum Thomam. — 14. Psal-
terium. — 15. Rebanus, de naturia rerum. — 16. Secunda pars Bibliac. — 17.
Tullius, de Oñciis. — 18. Finibus bonorum et malorum. — 19. lustinus.
— 20. Epistolae Phalaridis et Gratis. — 21. Commentarium Gaesaris. — 22.
Elius Lampridius. — 23. Nonnius Marcellus. — 24. Vitae Alexandri, Syliac
et Annibalis. — 25. Commentarium rerum graecarum. — 26. Les Ethiques
per lo Princep trasladades (son las ya examinadas). — 27. Epistolae fami-
liares Tullii. — 28. Epistolae Senecae, en francés. — 29. — Alfonseydes (?).
— 30. De bello gothorum. — 31. Epithome Titi Livii. — 32. De secreto con-
flictu Francisci Pctrarchae. — 33. Corónica regis Fran9iac. — 34. Analogía
Navarrae abs histories (sic) de Spanya. — 35. Del San Greal, en francés. — 36.
Hum libre de Greon, en francés. — 37. Tristany de Leonis. — 38. Libro des
pedrés precioses, en francés.~39. Un libro de caualleria.— 40. Un libro
de Sermons. — 41. Libre de Boeci, en francés. — 42. Un altre intitulat Gi-
rón, en francés. — 43. Les moráis deis phílosophs, en francés. — 44. Los
evangelis, en grecb.— 45. Les epistolets de Séneca.— 46. Década de Se-
cundo bello púnico. — 47. Deca de bello macedónico.— -48. Cornelius Táci-
tus.— 49. Guido Didonis super Éthicam. — 50. La Tripartita Istoria, en fran-
cés.— 51. De propietatí bus rerum, en francés. — 52. Orationes Tulíi. — 53.
Tragediae Senecae. — 54. Istoria tebanae et troyanae. — 55. Isop (Esopo),
en francés. — 56. La Papaliste ó Corónica Summorum Pontificum. — 57.
Prima secundae (7). — 58. Sumari de leys. — 59. Josephos, De bello judai-
co*— 60. De vita et moribus Alexandri, cum Quinto Curcio. — 61. Laertlus
Diógenes. — 62. De viris illustribus (7). — 63. (Juintilíanus. — 64. Eusebias,
De temporibus. — 65. Plutarchus. — 66. Dante. — 67. Valerius Máximas.
— 68. Lo Testament vell. — 69. Lo Testameot novell. — 70. Los cinc libres
de Moyses^ en francés. — 71. Un libro en francés, nominat de regimine
príncipviiv — 72. Altre Ubre que trmcta de vicia et virtuts. — 73. Altre libr«
n/ P., CAP. XT.ESC. NÁV. T ARAG. DÜR. EL R. DB D. IVAN II. 39
goDeses. Imit&banle, trayendo al romance vnlgar insignes obras
de la antigüedad cl&sica, un Francisco Vidal de Noya, maestro
de su hermano el príncipe don Fernando, y un Mt)ssen Hugo de
eo ínncés, intitulat: Lo libre du Tresor, — 74. Un libre que comienza: Lo
roauns de Vernius. — 75. Un altre libre, intitulat Del amor de Deu.— 76.
Un Lapidan, en francés. — 77. Las cent ballades. — 78. Les treballs de Hér-
cules (los de Villena?). — 79. Un libre de diverses materies de philosophic.
>-80. La Coróniea vella. — 8t. Un libre de copies (acaso sus poesías). — 82.
UCorónica veUa (sería la de don Alfonso el Sabio?)... — 83. — Lo Román
déla Rosa. — 84. Leonardi Aretini, De vita tirannica. — 85. Un alfabet en
greeh. — 86. Un libre de phílosophia de Aristótel, en metres. — 87. Libre
de O^icr le Danois, en francés. — 88. Un libre de cobles. — 89. Tres libres
del Compte Dieg^o Dorig. — 90. Un libre intitulat ¡mago mundi, enfrancés.
—91. Libre intitulat Tractatus legum. — 92. Molts coerns, etc. (de qué?).
^93.Las genealogías, en un rotuldc pergamí usque ad Karolum rcgem Na-
varrae. — 94.Matheus Palmerii. — 95. Lo pressiá Majot (?). — Como se vé, fal •
tañen esta nota de libros, que no puede llevar título de Biblioteca, muchos
de los citados en sus propias obras porel Príncipe de Viana(así en sus trata-
dos de filosofía, como en sus historias), por lo cual tenemos por seguro que
la expresada nota sólo comprende los volúmenes, que poseyó en los últimos
años de su vida, no dando en consecuencia entera idea de los estudios de
don Carlos. De advertir es sin embargo que predominan en esta nota los
libros clásicos (greco-latinos), señalando así la pendiente á que el Príncipe
se inclinaba, si bien no menosprecia las producciones de los escritores ita-
lítnos, que más fama gozaban en su tiempo, y como cristiano y caballero
pagó largo tributo á las sagradas letras, y no escasea su at^^ncion á las fic-
ciones caballerescas, mientras descubre sus aficiones históricas y atiende,
como príncipe, al conocimiento de las leyes. Ni se olvida tampoco de que
era cultivador de las musas, pudiendo asegurarse en consecuencia que co-
mo poeta, como filósofo, como orador y cronista, atendió á nutrir su espiri-
ta con las enseñanzas de otros tiempos y otras literaturas. Notable es por
último que ya porque desconociera que se hablan traducido al castellano,
ya porque.no pudiese adquirirlos^ contara en su librería muchos autores
latinos en lengua francesa: tales son entre otros: las Epístolas de Séneca,
el Boecio, la historia Tripartita (de Casiodoro ó Tolomeo, que no se expre-
sa), las fábulas de Esopo, el Ensebio De Temporibtis, el libro de Regimine
Principum de Guido de Colona, el Tesoro de Bruneto Latino, debiendo
sñsdirse que entre los latinos é italianos traídos al habla de Castilla, se
contaban también el Tito Livio, tal como á la sazón existia, los Oficios de
Cicerón, las Tragedias de Séneca, que en lugar propio examinamos, el
Valerío Máximo, los Morales de los filósofos, y hasta la Divina Comme"
día, según fácilmente habrán recordado los lectores.
40 HISTORIA crítica W LA LITERATURA BSPAÍlOLA*
Urries, embajador de su padre don Juan^ & quien hemos visto
ya figurar entre los poetas aragoneses: traducía el primero de
lengua latina las obras de Salustio, que según queda en su lu-
gar notado se gozaban ya en la castellana ^ y ponia el segundo
«en el romance de nuestra Hyspaña» las historias de Valerio
Máximo^ que habia traducido al francés Simón de Hedin, igno-
rando sin duda que desde los últimos dias del siglo anterior an-
daban en los idiomas de don Jaime y del Rey Sabio '. Habian
tal vez excitado su amor patrio, según consignaba el mismo
Príncipe respecto de don Fray García de Enguí, las crónicas de
Hossen Pere Tomich, que abarcando las conquistas de los re-
yes de Axagon, condes de Barcelona^ eran dirigidas en 1438 al
1 Véase el cap. VII del t. VI. El MS. de Vidal de Noya existía, cuan-
do Uztarroz trazaba su Bibl, Arag,, en la librería de los duques de Villa-
hermosa, descendientes de Fernando V (pág^. 472): es un tomo folio menor,
escrito en rica vitela, con vistosas iluminaciones, que le dan extraordinario
precio. Imprimióse en Valladolid, Logroño y Antuerpia — 1503, 1529 y
1554, — con este título: Salustio, traducido por Maestro Francisco Vi-
dal de Noia de estilo asaz alto y muy elegante, citándose demás de estas,
otras dos ediciones (Medina del Campo, 1548; — Amberes, 1554, por Pe-
dro de Castro y Martin Ñuño).
2 1395. Véase su lugar correspondiente. HugodeUrries cfizo [esta tra-
vduccion] en la ciudad de Burges del condado de Flanders, en el año de
imill CCCCLXVU, etando embaxador en Anglatierra é Borgoña de su ma-
igestad [don Juan II de Aragón]»: imprimióse en Zaragoza por Paulo Hu-
ras, alemán de Constancia, en 1495, en folio, y se reprodujo en Sevi-
lla, 1514, por Juan Várela de Salamanca (Pellicer, Ens, de una Biblioteca
de trad,, pág. 87). Gozó de poca autoridad entre los eruditos desde el si-
glo XVI: Boscan decia, por ejemplo, en el prólogo de su traducción del
Cortesano: «Ya no hay cosa más lejos de lo que se traduce que lo que es
traducido; é asi tocó muy bien uno que hallando á Valerio Máximo en Ro-
mance é andándole revolviendo, preguntado por otro qué hacia, respondió
que buscar á Valerio Máximo». £1 epigrama no puede ser más sangriento.
Urries dedicó el Valerio al Príncipe don Fernando, como Noya le habia di-
rigido el Salustio: en su proemio manifiesta que sirvió á don Juan II de
Aragón cincuenta y siete años^ siendo su copero mayor y de su con-
sejo, j para dar razón de su larga edad, dice que habia conocido
diez y siete reyes, veinte y cuatro reinas y cuatro Soberanos Pon<*
tíflces.
n/ P., CAP. XV. BSC. IfAV. T ARAG. DUR. BL R. DE D. JüAN 11. 41
anobispo de Zaragoza don Dalmao de Mur S y no debieron ser-
le descx>nooidos los trabajos históricos de Mossen Gabriel Tu-
rell, quien recogiendo «algunas antiquitats de Catalunya, Es-
panya y Franza, dignas de eterna memoria», habia trazado la
historia de los últimos tiempos hasta la muerte de Fernan-
do I (1416), no sin añadir algunas pinceladas dignas de un
wdadero historiador respecto de don Alfonso Y '.
1 La obra de Tomich, á que aludimos, lleva por título: clstories é con-
«qoestes del reyalme d'Aragó é principal de Cathalunya, compiladas per lo
ihonorable Mossen Pere Tomich, cavaller, les quales trasmés al rcverent
•archabisbe de Zaragoza». — Al final de esta compilación se lee: cE fou fet
>lo dil memorial en la vila de Bagá á X dies del mes de novembre del any
•mil CCCCXXXVIIJ». La narración abraza desde la creación del mundo
buta el reinado de Alfonso V de Aragón, según era á la sazón costumbre
de los cronistas, tanto en España como en Italia y Francia. Impresa la obra
deTomich en Barcelona por Juan de Rossembach (1495), fué traducida al
castellano por Juan Pedro Pellicer en el siglo XVII con este título: Suma
de la Coránica de Aragón y principado de Cataluña , traducida del le-
tnonn, etc. Se conserva esta versión en la Bibl. Nac, cód. G. 151, ya an-
tes citado, al tratar de las Edades del mundo de Pablo de Santa María. To-
mích parece ser natural de la misma Bagá, donde fecha su Crónica (Amat,
página 622).
2 El BIS. de Turell aparece con este título: tRecort historial de algu-
•nas antiquitats de Catalunya, Espanya é Franza, dignas d'eterna memo-
iría; obra composta per Gabriel Turell, ciutadá de Barcelona en lo any de
»!a natividat de nostre Senyor lesu-Crist MCCXXLXXVl». Como notamos en
el texto, alcanza también al reinado de Alfonso V, de quien hace el si-
guiente elogio: tDir d'aquest quanta vírtut, maiestat é ex9cllen9ia en son
ilemps se monstrá, tot scriurc seria poch. En cll se conegué magn¡fi9en9ia
len lo viore, magnanimitat en lo dcseíg, liberalitat en lo dar^ graciosidat
len lo maneig: es stat un tro en la Italia, ha squivat los ambiciosos, ha
idomat los tirans: en lo mar corregit los corsaris: ha fet veure de si gran
«saviesa: los conquistats ha tornat en libertat, monstrant á aquoUs amor é
«▼olantat. ¿Quál es stat en la casa deAragó é Barcelona, qui tant aia mon-
itat é aumentat lo honor é stima de vida pomposa?... Serimonies é totes co-
«ses á la dígnitat real pertanyens ha servat; conquestes et actes de cava-
vlleria en éll son stats mirats... Callaré donchs lo que non porie scriure de
«aqoest tan alt rey, del qual recitar les obres la má seria cansada é non
(Cabría en paper, sis'habria scriure la sua proesa^ eto. — Este elogio ha si-
do comparado por un autor moderno á clcs meilleurs morccaux de Comi-
nesi (Etsai sar rhistoire de la litteraturc catalane, pág. 86, por F. R. Cam-
42 mSTORlA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAfiOLA.
Mas no era tampoco solo el primogénito de Navarra y de Ara-
gón en el cultivo de la historia nacional, escrita en el romance
aragonés-castellano, durante el reinado de don Juan II. Aplau-
so repetido de los historiadores del siglo XVI merecieron por su
fidelidad y solicitud en ilustrar los fastos de Aragón un don Pe-
dro de Urrea, que señalado al par por la espada y por la plu-
ma, tenia parte muy activa en la guerra del Principado ^; un
Luis Panzan, que buscaba en los reinados de esclarecidos mo-
narcas modelos para lo presente; un Fray Lorenzo de Ayer-
be, que anhelando resucitar la memoria de los antiguos hé-
roes, volvía también los ojos á otras edades para demandarles
ejemplos dignos de ser imitados; y entre otros muchos que em-
pezaban á fijar sus miradas en los preclaros timbres de las ciu-
dades aragonesas, un Diego Pablo de Casanate, cuyas memorias
le ganaban la consideración y el respeto de sus compatricios. Es-
cribía Urrea interesante Relación de las inquietudes de Calalú-
Aa, ocasionadas por las desdichas del Pj'íDcipe de Yiana -:
recogía Panzan , ya teniendo presente la Historia Ferdinandi 1
de Lorenzo Valla, ya la Crónica de don Joan 11 de Castilla, los
principales hechos que se referían á la vida y breve reinado del
electo de Caspe ^ ; trazaba Ayerbe la vida de don Sancho Mar^
bouliu). Los lectores que desearen más detalles sobre TureU, podrán con-
sultar el Diccionario de Amat, pág. 633 y siguientes.
1 Es dudoso si este Pedro de Urrea, de quien tratamos, es el arzobispo
de Zaragoza, que sucede al cardenal don Domingo Ram en aquella si-
lla (1445), ó el consejero de Alfonso V, á quien en 1455 concedió el señorío
de Benillova, en recompensa de sus servicios militares. De ambos habla
Zurita con elogio (Anales, lib. XVll, caps. 41 y 56): Uztarroz en su ^t-
blioteca aragonesa declara que sirvió al rey don Juan con la espada y
con la pluma (MS. Bibl. Nac. CC 77), y parece inclinarse á que es el con-
sejero de Alfonso V: Lastanosa no vacila en creer que es el arzobispo,
muerto en 1489: el consejero que se apellidó Ximenez de Urrea, fué padre
de don Pedro Manuel, distinguido poeta, de quien en breve trataremos, y se
pngó también de trovador, talento que aparece vinculado en aquella fa-
milia. Véase el Catálogo inserto en las Ilustraciones del tomo precedente.
2 Zurita, loco citato; Uztarroz, id. Latasa, ^t6¿. antigua de Aragón,
página 289.
3 Cita esta Crónica con título de HiUoria del rey don Fernando I de
II.* P.y CAP. XY. ESO. NAT. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JüAN 11.43
tm% de Leyva , tronco de esclarecida estirpe , que conquis-
tando el titulo de Brmo de hierro, habla peleado valerosamente
en defensa de Eduardo III de Inglaterra, y cuyas gallardas em-
presas podian compararse con las fazañas del celebrado conde de
Baelna, conocido ya de los lectores ^ ; y tejia por último Ca-
sanate la Crónica de la cibdat é Sánela iglesia de Tarazona,
mostrando, por entre fabulosos relatos y vagas tradiciones, nuevo
sendero & los estudios históricos ^.
Aragón y le concede gr&nde autoridad, el maestro Gil González Dávila,
quien la poseyó y utilizó en su Teatro eclesiástico (Iglesia de Salamanca,
etp. 13) y en su Historia de Enrique III (cap. 48). De sus manos pasó á la
famosa librería del conde-duque, según declara Uztarroz en su indicada
Biblioteca (p. 113). Don Nicolás Antonio, citando á Mariana, en su Histo^
riaáe España (lib. XX, cap. 14), apunta que fué Panzan autor de un libro,
relativo á Benedicto XIII {De rebus Benedicti)^ si bien se inclina á creer que
las palabras trascritas por Mariana sobre la muerte del Antipapa, pertenecen
á la referida Historia de Femando I. Don Nicolás termina diciendo: «Dcquo
aoctore non aliud scimus nisi quod Panzan a familia non ignota est in Ara-
foniae regno» (lib. X, cap. IIJ de IsiBibL Fe(.).Latasa, apoyadoen el cro-
nista Andrés, no tuvo en ello duda alguna (Bíbl. ant. de Arag. t. II, pá-
gina 113). Entre los libros de la reina Católica, ocupa el número 107 la
siguiente nota: cOtro libro de pliego oracado, que es la Crónica del rei don
Ferriando^ padre del rei don Juan de Aragón : unas coberturas de per-
gamino oracadas» (Mem. de la Real Acad. t. VI, p. 452). Clemencin sos-
pecha, como en otro lugar vá notado, que pudo ser esta Crónica la prime-
t\ parte de la de don Juan II de Castilla (V. cap. X); pero la circunstancia
de citarse en la nota al rey don Juan de Aragón, que sólo empezó á reinar
allí en 1458, nos aleja de esta indicación, pareciéndonos , que pues hablan
ya muerto don Juan de Qistilla y su primer cronista, debió ser la Corónica
de Femando /, que poseía la reina Católica, debida al aragonés Panzan,
de quien aquí tratamos. Fácilmente se deduce de nuestras palabras que no
hemos logrado la fortuna de consultar la indicada Corónica.
1 Ayerbe florecía por lósanos de 1450 á 1460. Cítanle con elogio, y su
Vida de don SanchOj que dedicó á don Pedro de Zúñiga y Leiva, conde de
Plasencia, segundo nieto del héroe, don Nicolás Antonio {Bibl. Nov, t. II,
pág. 1); don Juan Lúeas Cortés (Bibl, Hisp. Herald, p. 274); López
de Otero (NMl, de España, lib. X, cap. 25); Pellicer (Apología de los con-
des de Miranda, pág. 27), y Latasa (Bibl. ant. de Aragón , p. 193). £1 li-
bro de fray Lorenzo, maestro de la congregación de San Benito, permanece
inédito.
2 ?ué Dief^o Pablo de Casanate, natural de Tarazona. Dividió su Cr^
44 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPACIÓLA.
Pero si no es licito negar á estos cultivadores honrosa meiH
cion en la historia de las letras patrias, y basta sólo la enuncia-
ción de sus tareas, para manifestar cómo correspondían en vario
sentido al desarrollo de los estudios, de que era centro principal
la corte de don Juan II de Castilla, conveniente juzgamos adver-
tir que ninguno reunia las claras dotes de don Carlos de Viana y
que, aun considerados como historiadores, distaban mucho del
hijo de doña Blanca, así por la claridad de la narración, como por
el método empleado en su Coránica y por el. noble anhelo de ilus-
trar la historia de otras edades con los documentos guardados
en los archivos. Soló un escritor aragonés, de raza hebrea y
oriundo de Castilla, podía disputarle , como historiador, el lauro
que sus coetáneos le adjudicaban; pero Gonzalo García de Santa
María, ciudadano de Zaragoza y lugarteniente del justicia de
Aragón, florecía más principalmente bajo el reinado de los Reyes
Católicos , para donde será bien dejar el estudio de sus aprecia-
bles obras.
Mientras en esta forma era cultivada la historia, habían flore-
cido, ora bajo los auspicios del príncipe de Yiana, ora bajo los
nica 6 historia en ocho libros, abarcando sus memorias hasta el afio
de 1470 á 1472. Toda la parte cercana á sus tiempos es digna de crédito
y estima, por la fidelidad de las noticias que atesora (Nejla, Hist. del Real
convento de San Lázaro de Zaragoza, p. 158, ed. de 1698): respecto di
los orígenes se dejó llevar de la corriente, de que según hemos notado no se
libertó el Príncipe de Viana. Elogíale Latasa {Bibl, ant. de Aragón, pá-
gina 241). — A la diligencia de este investigador debemos la noticia de otros
historiadores aragoneses de esta edad, que ya escribieron en latin, ya cul-
tivaron el vulgar romance , como los citados: entre los primeros merece re-
cordarse fray Juan García, autor de un libro De Rebus Alphonsi V, y de
diversos tratados, tales como el De Expugnatione Insulae Maioricenis á
¡acabo rege Primo Aragoniae facta (págs. 2 1 5 y 2 16): entre los segundos
figuran un Juan Aragonés, elogiado y seguido por Lorenzo de Padilla, co-
mo autor de una Crónica de Aragón (p. 221), on Mi9er Jaime Arenes,
que alcanzó los tiempos de Fernando V y puso ciertas Advertencias á la
Crónica del Monge Marfilo (p. 237), y un fray Pedro de Lobera, que es-
cribió unos Anales de Aragón , comprensivos desde el reinado de Witíia
hasta el de Alfonso V, en tres libros, que se guardan en la Bibl. Nac, P.
222. De otros cronistas dá Umbieu alguna noticia el citado LaUsa.
n/ P., CAP. XT« ESC. NAY. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 45
de don JuaD, su padre, celosos escritores y maestros, entre quie-
nes ocupa sin duda el primer lugar el ya conmemorado Alfonso
de la Torre, designado por sus coetáneos con título de gran filó-
tofo ^ Natural del obispado de Burgos, dedicábase al estudio
de las disciplinas liberales y de la sagrada teología en la univer-
sidad de Salamanca; y ya investido con el título de Bachiller, «era
recibido en el colegio mayor de San Bartolomé en 1437,» no
sin someterse á las pruebas que exigia aquel instituto, á la sa-
lon muy ^floreciente ^. En Salamanca proseguia sus estudios,
caando las revueltas de Castilla^ ya conocidas de los lectores, le
llevaban á tomar partido bajo las banderas de don Juan de Na-
varra, forz&ndole á abandonar su patria, para esquivar las per-
secuciones del condestable don Alvaro de Luna. La fama de sus
estudios primero , y después la claridad de su talento , le hacían
1 Esta denominación lleva en varios Céancioneros coetáneos, y entre
ellos en el señalado en la Bibl. Imp. de París con el número 7826, á cuyo
frente leemos: El gran philósofo Alfonso de la Torre á su dama {Manus'
critos españoles por Ochoa, p. 499). Don Nicolás Antonio manifestó en su
Bibl. Vet, (lib. X, cap. XIV), Ucvado de este título, que las poesías del
gran filósofo Alonso de la Torre existían» tin bibliotheca regís Galliarum
eddice 293», lo cual dio motivo á que Pérez Bayer buscase cfrustrahoc opus
in bibliothecae regís Galliarum catalogáis» (Notas á la Biblioteca Vetus,
1. 11, p. 329). La afirmación de Ochoa no es menos cierta: La Torre tiene en
el códice expresado algunas poesías; pero no todas, que fué lo que entendió
lin duda Bayer, y le extravió en sus investigaciones. Ya hemos dicho que
poseemos estos y todos los versos inéditos, que encierran los Cancioneros
castellanos de la Biblioteca de París.
2 £1 marqués de A I ventos. Historia del colegio viejo de San Bartolo-
mé de Salamanca (I.* Parte, pág. 126); Pérez Bayer, Notas á la Bibl. Vet.
(pág. 326 del t. 11); Rezabal y Ugarte, Biblioteca de los escritoresque han
sido individuos de los seis colegios mayores (pág. 339). Fundó el colegio
de San Bartolomé, á imitación del español de Bolonia, debido á don Gil de
Albornoz, el arzobispo de Sevilla don Diego de Anaya, á quien conocen ya
los lectores como trovador, en 1418, según afirma el citado marqués do
Alventos, ó según quieren otros, en 1417 (Rezabal, Vida de Anaya, p. 6).
Caando Alfonso de la Torre entró en el colegio , contaba este solos diez y
naeve ó veinte años de existencia y acababa de ser instituido heredero
universal del arzobispo, muerto aquel mismo año. £1 más precioso legado
que le hizo, fué su biblioteca, de que en el pasado siglo fueron traídos á la
46 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
distinguirse entre los trovadores castellanos que hemos visto ya
florecer en la corte navarra y aragonesa ^ , siendo en breve
considerado como principal ornamento de la primera. Educaba-
Patrimonial de S. M. selectos códices poéticos, ya examinados en diferentes
pasajes de nuestra historia.
1 Demás de las canciones y dezires que encierran los Cancioneros gene-
rales, dados á luz en 1511 (Valencia), 1540 (Sevilla) y 1573 (Amberes), exis-
ten en varios códices de la Biblioteca Escurialense y de la Imperial de París,
sin el ja citado en nota precedente , ciertas poesías del Bachiller La Torre,
todavía inéditas, algunas de las cuales tienen no poco interés en el sentido
en que ahora lo consideramos. La mayor parte de sus versos son no obs-
tante eróticos y le presentan ausente de su dama, lo cual aparece muy
conforme con la situación especial, en que se hallaba: las del Cancionero
de 1511, reproducidas en los sig:uientes, son cinco composiciones; unas eo~
pías, una esparza y otras tres coplas ó canciones; y empiezan (al fo-
lio Lxxxxi^ r.):
1.* El triste qne más morir.
s.* Con dos extremos guerreo.
3.* CoDosce, desconocida.
4.* O si pudlesse oluldaros.
5.* Todo mi mal s'acresQienta.
En el códice 7822, fól. CXXXVIIÍ de la Biblioteca Imperial, hallamos un
largo dezir, en que pinta los dolores de la ausencia y los tormentos del
amor^ el cual comienza:
NoD pueden más encelarse, etc.
En el Cancionero de Gallardo (al fol. 385 v.) leemos otro decir que
principia:
Non como quien se destela, etc.
Y en la Bibl. Escur., en un Cód. misceláneo , existe por último una Pre^
gunta de Mossen Juan de Villalpando sobre la inconstancia é industria de
la Fortuna, donde manifiesta al Bachiller que
81 non vos« non sé ninguna
persona que razón buena
me diga cómo se faze.
Alfonso de la Torre, desata sus dudas, como filósofo y como cristiano,
en una discreta respuesta, que sentimos no poder trasladar íntegra i mani-
festándole que la verdadera desventura proviene del olvido de la razón,
cuya centella desvanece el error, que de continuo nos guerrea. Dicha res-
puesta principia así:
Á terrible pensamiento
n/ P.y CAP. XV. ESC. NAV. T ARA6. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 47
86 á ia sazón el príncipe de Yiana^ bajo los cuidados de don Juan
deBeamonte, procer ilustrado, en quien con el priorato de San
Juan de Jerusalem, juntábase el señorío de que tomaba nombre,
brillando en el consejo del rey por su discreción , no menos que
por SQ esfuerzo en el campo de batalla, todo lo cual le había ga-
nado la estimación de la reina doña Blanca y el aura de ciuda-
danos y caballeros. Ansiaba el ayo que la educación del prínci-
pe colmara las esperanzas del rey don Carlos, su abuelo; y Ajan-
do sus miradas en el Bachiller Alfonso de la Torre, suplicábale
que recopilara para la enseñanza de don Carlos, cuanto más im-
portaba & las disciplinas liberales , no sin curar de los deberes
morales del hombre , así en lo que al mundo se referia como en
loquea Dios tocaba ^.
Era esta sin duda la honra mayor que podia caber & quien ,
por servicio del rey don Juan de Navarra, tenia renunciada la
quietud de sus hogares: aceptóla Alfonso de la Torre, bien que
TOS mDe?e súpitamente
el injusto prosperado, etc.
£1 Bachiller no renancial>a pues á su fama de filósofo , al escribir como
pwta.
t Desde don Nicolás Antonio^ quien apuntó al citar cierto códice de la
^iiion delectable, existente en la biblioteca del marqués del Carpió, que cin
ora[eias] notatur ad rectum Caroli Navarrae principis hunc librum formatum
ib aatore fuisseí (Lib. X, cap. XIV), se ha recibido este hecho como co-
^ corriente, sin aleg^ar mayor prueba. Sin embargo, entre los cuatro có-
dices de la Vision que posee la Biblioteca del Escorial (signados h. iij. 5;
U* ij. 20; Mij 4,y L iij. 29) existe por fortuna uno coetáneo del^autor (el U.
ij'20)^ escrito en finísimo y hermoso papel, alternando con rica vítela^ y
compuesto de 150 fóls. útiles, en cuyas primeras líneas leemos: cAquí co-
•mienza el libro, por nombre llamado Vision delectable* £1 qual fué com-
'puesto é acopilado por un notable é muy claro é non menos famoso va-
>ron, llamado el Bachiller Alonso de la Torre, £1 qual lo aderezó al muy
**erenf8simo é aun diremos bienaventurado señor don Carlos de Guíana
*(t¡c), duque de Gandía, fijo del muy illustrissimo señor don Johan, rey
*<le Aragón. E fué fecho é acopilado por el dicho Bachiller á ruego del
*^Qy noble don Juan de Beamonte, ayo del dicho señor don Carlos é del
'^ Consejo.» Este códice fué copiado del original , que se guardaba en la
^tra del rey de Aragón, siendo por tanto auténtica la declaración refe-
''^i i que en el texto nos atenemos.
tu tantD «ÜBftcaiüiadn lei «ata, «mmo hombre qns sabia qnilator
laff 'HSciiitaites i& :a 'empresa, ; iL quien ímgortimabm «amr-
(fi3fíDrss ^mndiosiiF la iiirtiiii{uuite5', znaa agartadoff de tod»
bíefl)» ^: ? ^Benita ion -bisoL 'ts Beannmts la gersona qn» más
amaba ^ Batihiiier '««iespiie!^ <tei muy iliietre solar don Cários^
onwt ¡jrrwnwrcíad «ibm tuáasF los vivientesF» anbeiab& * cons»-
^pr^Sm ^vm w^sriattem aunar .1 (uunplir 7 ^atísrfhcer los deseos*
dei nya, para uiiidad del Prla^ipe. El pensami^ita de la abra,
ennomendada i líifbnsa ie (a Ttirr^^, naita tenia m embargo de
$xa*aardinana: mas ;/.te jiié fbrma literaria debia revestúrio para
darte nowyiad, haciendo .icepia la doctrina á. los ajo» del regio
pnpiia?... Paiiaiío ie poeta v acreditado de tai en la corte na-
viarrsu acogió La Tarm»^ta «icasioa para mostrarse, eoal Sena j
Santiilfflia, iniciado en la escneia &U§órk€r, j ya recon&iido,
como tan f^nidito, el libra de Boecio^ qoe desde los tiempos del
Canciiler Ayala ^m ^zaba en el romance de Castilla ^^ ya fipudo
3115 miradaf; en la Divina Commedia, imitada á la »zon por los
más iliisti*es vatef; ie toda España, imaginaba ana de aijacUas
viKÍones, en que "poéticamente é por ff^^nras se declaraban» los
más altos 7 arcaros pensamientos, presentándose la doctrina «só
ieso morai é alegí^rico». Meditando en el Libro qne se le había
pedido, «los sentidos corporales (dice) faeron Tencidos de on moj
pesado y muy ftierte sueño», donde le parecía cLaramente coa-
templar cuanto formaba la acción poética de la Tisiom delec^
tMe.
Llegaba pues la obra, que Alfonso de la Torre íntitolaba onn
tal nombre y diridia en dos distintas partes, á ser ana creación
artística, cuyo objeto final eran la «filosofía é las otras sQien-
Qías». Dormido profundamente, reia abrirse á desbora las caTer-
ñas de Eolo, derramándose sobre la tierra nebulosos Tientos, que
osGureoian la luz del sol y eoTolTiéndola abrasadoras llamas, que
la reducían á esterilidad lastimosa: la Verdad aparecía á sn rista
1 Prohrmlo á don Juan de Beamonte, fól. lí.
a Cap. XVII y último do la II Parte de la Visiim.
3 VéaM al e*p. III da esU Parte y Subdclo.
n.* P. GAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JüAN H. 49
fugitiva; triunfante la Discordia; la Sabiduría en servidumbre y
SQ cetro de oro convertido en vil plomo; la Poesía bajo el yugo
de la barbarie, y el sagrado laurel de Apolo hollado y vendida &
iflÜBüme precio el agua de la fuente Castalia. Todo se le mostraba
desquiciado en el mundo^ alteradas las eternas leyes de la natu-
raleza, cuando sintióse trasportado al pié de altísimo monte,
coya cabeza tocaba en ios cielos ^ Salíale allí al encuentro una
doncella, de compuesto y grave continente, á la cual se acogía
presuroso un niño, perdido en la montaña y fugitivo del mundo:
representaba la primera la Gramática ^ de cuyo pecho brotaba
dolclsima y nutritiva leche, y figuraba el segundo al Entendi-
miento, en cuya mente germinaba el anhelo de la ciencia. Criado
por la solícita doncella, crecía allí el Entendimiento hasta ini-
ciarse en cuanto k las artes gramaticales se referia, no sin co-
Qocer los inventores de las mismas ^ y llamar su atención los
misterios, que ofrecían tan dudosas materias como el origen de las
leogoas y las causas de su diversidad, problemas una y otra vez
1 Conviene observar que desde esta primera pintura, base de la Vision
ádectaUe, se ostenta el Bachiller de la Torre grandemente instruido en la
mitología greco-latina, lo cual nos persuade por un lado de sus estudios
clásicos, y nos revela por otro que no sólo pedia al Dante la forma literaria,
lino también la materia poética. Eolo, Apolo, Vulcano, Minerva, Faetón,
Us Sibilas y los vates, el monte Olimpo y la Fuente Castalia, Alcides y
los monstruos vencidos por su diestra inmortal, Neptuno y Juno forman
desde luego el aparato de la ficción, y ponen de manifiesto la escuela en
que el Bachiller se filia, al trazar su Ft^ion^ considerad a como obra de arte.
2 Es curioso notar aquí: l.^Que el Bachiller La Torre adoptaba, al tratar
del origen de las letras, la tradición isidoriana, ya comprobada en diferentes
pasajes de nuestra Historia Critica (I.^ Parte, 1. 1, pág. 394). cLas letras
(escribe)... Abraham falló primero: es á saber las caldcas, é Moysen falló
primero las hebraicas. Aunque ante ya havian uso de letras en Fenicia, y
después un fijo de Agenor truxo el uso primero daquellas á Grecia; é la
reina Isis, fija de Inachio, dio uso de letras á los egipcianos. Nicostrata
Carmentes, musa, falló las letras latinas» (cap. I, f. III v.). 2.® Que sin
apartarse de la indicada tradición respecto los inventores de la gramáticat
emprendía aun entre las partes de que esta se componía, la fábula (mitolo-
(pa)y la historia con la prosa (id., id.), conservando la primitiva índole
de los esludios gramaticales.
Tomo vn. 4
50 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
abordados, bíeaque no resueltos, por los más doctos filólogos. De
la morada de la Gramática pasaba el Entendimiento y ya prepa-
rado con sus doctrinas, á la de la Lógica^ puesta en un valle,
habitado por gente astuta, perspicaz y dada k todo linaje de en-,
ganos y litigios: ocupaba el palacio la parte central, y en él te-
nia su dominio una doncella, cuya faz pálida y descarnada amen-
guaba algún tanto su hermosura, mostrando que habia consu-
mido en la meditación largas y penosas vigilias: ostentaba en su
diestra un manojo de flores y en la siniestra un escorpión, leyén-
dose en una tarja estas palabras: Verum et falsum. A distin-
guirlo aprendia de sus labios el Entendimiento, ejercitándose en
toda suerte de silogismos y argumentaciones ; y conocidos los
padres y maestros de la dialéctica ^, dirigíase luego á una ciudad
maravillosamente obrada, y en ella á un palacio, donde tenia su
imperio la Retórica, doncella cuyos «cabellos paresgian oro, dis-
tintos en orden muy conveniente é dispuestos», mostrando «un
color en toda la cara, el qual non se distinguía de léxos si fuesse
rosa ó algún color peregrino, pero bien mirada de Qerca, lo más
del color era sofistico é simulado» *. Por timbre llevaba escrito
en sus vestiduras: Ornatus, Persuasio, ennobleciendo su morada
vistosas pinturas, que representaban los más celebrados orado-
res de la antigüedad griega y latina, en cuya descripción no so-
lamente hacía Alfonso de la Torre gala de sazonados estudios,
mas también de no vulgar elocuencia:
«El Entendimiento (escribe) uoluió los ojos de directo en la primera
»faz de la sala, é vio pintados los edifídadores de aquella villa é progeni-
ntores de aquella donzella: primero á Grorgia? é Hermágoras é Demósthe-
>nes griegos, primeros abuelos é habitadores de aquella tierra; 7 en la
))Otra haz estauan allí los latinos: primero Marco Tulio, al qual páresela
»la doncella más que á ninguno: allí el Quintiliano, debajo una jmágen
1 Debe advertirse que La Torre prefiere entre todos los fundadores y
padres de la lógica á Aristóteles y á Porfirio, conforme también en esto con
San Isidoro, añadiendo después á Severino Boecio, tan aplaudido desde la
antigüedad por nuestros eruditos^ y tan leido en España desde la versión de
Ayala (cap. II, fól. VII v.).
2 Cap. Ill, fól. VIH r.
n/ P.y CAP. XV. ESC. NAV. T ARA6. DUR. EL R. DE D. JUAN H. 51
sde verdat, que encabria las umbras de las causas é sin entender^ qnería
«venir en contienda; allí Simaco é el Plinio, avaros en las palabras, mas
smaj abundosos en las sentencias; allí los cantares de Sidonio tanto
atenían de dulzura que páresela otro rujseñor entre las aves pequeñas;
sallf el muy floresciente eloquio de Virgilio tanto excedía en ornato é apos-
>tara á los otros cantares, que pares^ia otro papagayo en la excellen^ de
>la pintara é otro cisne en la modulación entre las aves: allí el Tito Livio,
ide tanta admiración en el mundo que eclipsasse en sus tiempos la muy
•ilustre fama romana: allí el Lactancio, que como tractasse la generación
ide los pasados dioses, por los errores gentiles, entre ellos páresela otro
t)Dio6, excediendo en el fablar non solo el común, mas aun á la huma-
«na natura. E aunque alli fuessen otros intitulados, estos pares^ian los
sde más ilustre fama», etc. i.
Con las nociones de los géneros de oratoria cultivados por la
antigüedad y de la diversa índole y partes del discurso *, aléjase
muy gozoso el Entendimiento, acompañado del Ingenio natural^
de aquella deleitosa morada, comenzando luego á subir el monte»
y bailando al principio del camino una ciudad, compuesta de
casas y palacios muy singulares, y á la puerta hermosa donce-
lla, que bajo rostro femenil escondía la entereza «de muy pene-
•trame é muy ingenioso varón». Era la Arithmética, Recibida
sa enseñanza, y visitada con igual fin la morada de la Geome^
tría, levantada en un hermoso prado y tan bien hecha y «pro-
porcionada que non se pudiera mejor figurar en cera» , ascen-
dían Entendimiento é Ingenio k la cima del monte sagrado, sor-
prendiéndoles dulcemente los suaves concentos de armoniosa
música, y tras ellos la bella y seductora deidad que la represen-
taba. Advertidos de su inmenso poderío ^ y maravillados de los
1 Id., id., fól. IX r.
2 La Torre adopta estrictamente la división de Quintiliano en uno y
otro panto, lo cual nos persuade del grande efecto producido en las escue-
la por el libro De Institutione oratoria, recientemente descubierto, según
^vertimos aportunaroente (cap. VII de esta II.* Parte y Subciclo).
3 Debe consignarse que también aquí se atuvo el Bachiller á la doctrina
iíidoriana, estudiada en el cap. VIII de nuestra I.* Parte,t.í,pág. 360. Tra-
duciendo casi al pié de la letra, pone La Torre en boca de la Música estas
palabras: «Tanta es la nescesidat mia, que sin mí non se sabría alguna
«s^ien^ia 6 disciplina perfectamente. Aun la esphera voluble de todo el
>tuüveno por una armenia de sones ct trayda; é yo soy refe^ion é nutri-
52 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
misterios de su dulce artificio y de la fama de sus inventores,
encaminábanse k la séptima mansión, postrera del monte, donde
tenia su imperio la Astrología * . Moraban con ella la Verdad^ la
Razon^ la Naturalaza, y la Sabiduría; y resueltas á no consen-
tir que penetraran el Entendimiento y el Ingenio en aquel re-
cinto, sin despojarse «de las vestiduras sórdidas, diformes é an-
tig^uas de opiniones vanas», que traían, resuélvese la Razan á
llevarles aquel mensaje; y obtenido el consentimiento, sale luego
á recibirlos la Verdad, conduciéndolos al palacio de la Sabida-^
ría, magníficamente obrado y revestidos sus muros y techum-
bres de piedras preciosas.
Arduas y difíciles cuestiones de filosofía natural, tratadas na
sin profundidad de doctrina, y sobre todo con el lleno de conoci-
mientos que á la sazón poseían las escuelas, se agitan por la
Eazon y la Verdad, para satisfacer las dudas del Entendimiento.
La existencia de Dios, uno, espiritual, poderoso, bueno, próvido
«luieiiw bturu:c.7 '*r. i.'.mz, del corazón é de los sentidos; é por mí
>e&<;iuii. i o*r«^t*r^.-w.? ^'/% Corazones en las batallas é se animan é prouocan
mí *:iiuvku i'.'-t^jiA K ' \0*^.hs'. por mí son librados é relevados los corazones
B)¡^\\hj>*»jik i-*, .i ',f>**fsi. K %e oluidan de las cong^oxas acostumbradas» , etc.
1 Para completar el fbtudio de esta parte de la l^\sion Ddectcible, en
orden á la doctrina que á lab artes liberales se refiere, conviene observar
que La Torre no se apartó un ápice de la ya indicada tradición de las Eti-
inologias, sostenida desde el si^lo Xlll por la autoridad del Rey Sabio: de-
más de la clasificación hecha en el Setenario, ya en su lu^ar examinado,
liabia dicho don Alfonso, después de mostrar que las artes liberales eran
la gramática, la dialéctica, la rethórica, la aritmética, la geometría, b
música y la astrología: t£t las tres primeras dcstas tres uias ó carreras
muestran al ome una cosa: et esta es saberse razonar complidamente. £l
las otras quatro postrimeras son el cuadriuio, que quiere decir tanto como
quatro carreras, que ensennan conocer complidamente y saber una cosa
cierta; et esta es las quantias de las cosas» (La Grande et General EsUh
ria, lib. Vil, cap. XXXV). Es pues evidente que en la escuela de Salaman-
ca no hablan penetrado los errores arábigos, de que tienen ya conocimiento
los lectores (cap. IX de la 11.* Parte); y no parece ilícito añadir, respecto de
la astmlofíia, <\\\(' lanío al ir.it.ír -K* l..s artea liberales romo de la filosofía
natural, m^'uc • 1 li.i. hil...'i la> Iiiií'1!..s ,i,. ¡>..!Mro. uiíon-nciand»» la ablrolot;ja
natural {astronomía) déla supersticiosa (astrología judiciaria).
Il/ P.^ CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DÜR. EL R. DE D. JUAN II. 53
y perfecto; la creacioa del mundo y su causa final, los principios
constitutivos del ser, unidad y armónica variedad de la natura-
leza; el conocimiento de Dios y la inmortalidad del alma... pun-
tos son todos, en cuya ilustración desplega Alfonso de la Torre
cuanta ciencia habia atesorado en la antigua Atenas de Castilla,
refutados y desvanecidos al propio tiempo los errores y preocu-
paciones del caso y fortuna, tantas veces combatidos por los
más ilustres pensadores de la Península ^, y condenadas las artes
mágicas y adivinatorias, que tan rudos estragos proseguian ha-
ciendo en las costumbres. Ya atribuya sus ideas & la Razón, ya
ponga sus palabras en boca de la Verdad, ya de la Naturaleza,
ó de la Sabiduría, La Torre ilustra su doctrina con breves, sazo-
nados y graciosos apólogos y ejemplos, mostrando una vez más
ios efectos que el arte didáctico-simbólico habia producido en la
patria literatura *, ó autoriza sus conclusiones con los nombres
de los más aplaudidos poetas y filósofos griegos, latinos, árabes
y cristianos, dando á conocer en tal manera su erudición y con
ella el movimiento general de los estudios, que por todas partes
se encaminaban al Renacimiento ^.
Acaudalado el Entendimiento con tan sana doctrina, pasaba
guiado por la Razan, después de tomar «folgura delectable» en
los sagrados huertos que en la cima del monte existian, al pala-
cio en que aquella deidad imperaba, comenzando así la segunda
parte de la Vision, destinada á presentar las enseñanzas de la
moral, con los avisos de la política. Construido el palacio de ma-
1 Véase el cap. XIV del l.er Subcíclo, y el XI del II.® de esta II.* Parte.
2 Caps. XVI y XIX. Es notable el ejemplo del hombre, que hizo un glo-
^de vidrio para probar la idea de la creación.
3 Aristóteles, Platón, Empedocles, Parmcnion, Anaxágoras, Pitágoras,
I^emócrito, Anaximandro, Alejandro peripatético, con Homero, Hesiodo,
Orfeo y otros diferentes ingenios, forman en efecto el coro de autoridades^ á
lüe el Bachiller apela con frecuencia, haciendo en toda esta primera parte
^*íu Vision extremado uso de los conocimientos mitológicos, recientemente
ilesorados ó ilustrados por los eruditos españoles. Justo es advertir que no
^ dedigna de traer al lado de estos ingenios clásicos otros muchos de los
*>empo8 medios, semejante en esto al poeta florentino, á quien imita en la
forma literaria, adoptada para su libro.
54 HISTORIA CRITICA OB LA LITERATURA BSPAÜOLA.
deras incorruptibles y odoríferas , pintadas de azul y oro sus ri-
cas techumbres ^, custodiado por las Virtudes Cardinales y ser-
vido por doncellas de celestial hermosura, causaba su maravillo-
so aspecto honda admiración en el Entendimiento, la cual subia
de punto al contemplar & la Razón en magnifico solio y senta-
dos k sus pies Sócrates y Séneca. Excitado por semejante es-
pectáculo y dominado por la idea de la religión y de la justicia,
exponía el Entendimiento sus dudas sobre los deberes morales
de los hombres, trazando en verdad muy doloroso cuadro de las
costumbres del siglo, bien que no menos exacto, ora respecto
de la casa de la religión, ora de la casa de la justicia.
((Cierto es (decia el Entendimiento , hablando de los clérigos y religio-
»8oe) que ellos auian de alumbrar el mundo en aquestas dos maneras:
ocon el entendimiento, enseñando é mostrando; é con las obras, exem-
nplifícando. Pues si demandays del entendimiento suyo, dubdo si falla-
nreys en el mundo gente más apartada de saber: antes paresge que ac^r-
•dadamente han escogido los más ydiotas é más juorantes para aque-
)>llo; ca si entre ellos se falla un ombre, que aya un poco de s^iengia que
nnon es lucrativa de pecunia, es assi como si fuesse supérflua ó inátil, é
}>el saber de aquello fuesse demasiado. Pues si preguntaos de las obras
)>é de las dissoi uniones por orden, todos son Henos de abominación desde
»el pequeño, fasta el grande. Si non yo vos pregunto: ¿A dó hay más
nintemperangia, é más sueltos los frenos de la gruía? ¿A dó los adul-
»teríos non corregidos nin reprendidos?... Á dó las ylicitas ganancias
1 Constantes en el propósito de apuntar, cuando conviene, el desarrollo
que ofrecen las artes comparativamente con las letras, observaremos aquí
que el Bachiller La Torre se referia, al describir el palacio de la Razona á
los suntuosos alcázares de los reyes y magpnates, en que ostentaba el esti"
lo mudejar las riquezas atesoradas á la vez por el arte cristiano (ojival) y
el arle mahometano (granadino). Este singular maridaje^ que en lugar opor-
tuno explicamos, daba á la arquitectura española extraordinaria magnifi-
cencia de pormenores (detalles), mostrando al mediar del siglo XV, que ol-
vidados los principios fundamentales del arte, se acercaba la época de una
transformación completa; enseñanza que nos ministran al par los monumen-
tos del estilo ojival, donde sólo iba quedando la ejecución, carácter inequí-
voco de inevitable decadencia. Esto mismo sucede en las letras, según han
podido notar los lectores y más latamente probaremos en los capítulos si-
guientes. £1 Bachiller ideaba los palacios de la Razón» la NaturcUe-
Ma, etc., conforme al tipo que ci arte le ofrccia.
U/ P.y CAP. XV. BSG. NAV. T ARA6. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 55
nde la simonia?... ¿A dó los sacrilegios?.... A dó las excomuniones? Á
váó las cosas que nos amonestan?... ¿quién las quebranta. si non ellos? Á
»dó anda la fala^a y enganjo de la jpocresia? Á dó es perdida la de-
nuogion más que en ellos? A dó el poco temor de Dios? Cierto non es en
«gente ninguna más que en esta nin tanto» i .
Y volviéndose á los jueces, exclamaba:.
«VI [en la casa de la justicia] que dauan maleficios por beneficios....
nYi allí el engaño é la malquerencia ascendida é la amistanza simulada;
nía inuidia desventurada é triste. Allí las lisonjas que quasi todo era
»)leDo: alli las mentiras, quasi en número infinito; allí las falacias en-
ncubiertas; allí los miedos é temores tremulentos; alli las esperanzas ua-
»nas é locas fantasías é ymaginagiones; allí las persecuciones maliciosas;
»allí los disfauores é burlas excesivas é muy deshonestas, é desgajres c
«correduras fuera de toda mesura; allí la cobdicia del dinero non limi-
vtada; allí la uanagloria é jactancia presunptuosa; allí el contender de
»jgaaldad con los mayores: allí la escalera de la onra, infinita; allí to-
»dos los escesos é desordenancas del mundo; allí el sustentar de los la-
udrones é malfechores; allí de todo la punición de los jnorantes: allí el
•aponer de las lejes y el primer quebrantar de aquellas: allí el lugar de
Jila justicia vazio é lleno de robo; allí todo lo que contradice á bien ui-
»vir... E cierto vi entre ellos que todo el derecho era tener mayor pode-
nrío é toda la iusticia era poder más; é pensé que las lejes eran como
n\aa telarañas, en las quales caen las moscas, é las otras aves é bestias
vrÓDipenlas é quiébranlas» 2.
A semejante espectáculo dudaba pues el Entendimiento de la
finalidad del ser humano y de sus ulteriores deslinos en otra
vida; dudas que la Razón procura desvanecer, recordándole las
doctrinas antes expuestas sobre Dios y la creación, y poniéndo-
le al par delante las verdaderas fuentes de la corrupción hu-
mana en la soberbia, la envidia, el orgullo y la vanagloria. La
RazoUf sentados estos precedentes, establece tres diferentes gé-
neros de vida (intelectual ó contemplativa, animal ú orgánica y
social), y derivando de cada una pasiones naturales ó accidenta'
le$f elévase á la contemplación del libre alvedrio^ que destruye
toda idea de fatalismo ó de acaso, y de alli á la más alta con-
sideración de las Virtudes cardinales, que llamadas á tiempo.
1 II.* Parte, cap. II, fól. XLíij v.
2 Id.^ id., fól. XL. iiij r.
56 HISTORIA GRfTIGA DE LA LITERATURA ESPAÍtOLA.
muestran al Entendimiento sus principales atributos y sus m&s
transcendentales fines. Aleccionado en tal forma por h Prudencia
y la Justicia^ la Fortaleza y la Templanza sobre los deberes
del hombre para consigo mismo^ iníciale la Razón en cuanto se
ha menester para regir y gobernar la casa y el Estado, apun-
tando los distintos linajes de gobierno (democracia, aristocra-
cia, oligarquía, monarquía) y determinando las diversas clases y
categorías de la sociedad en principado, sacerdocio, milicia, ma-
gisterio, medicina, artes mecánicas y agricultura, no sin ame-
nizar también toda esta parte con útiles ejemplos y sencillos apó-
logos ^ La idea de la unidad del Estado induce á Alfonso de la
Torre k poner en boca de la Razón la doctrina, que á fines del
mismo siglo XV y principios del XVI llegaba k vías de reali-
zarse, de que no «hubiera nin se consintiese en la ciudad di-
versidad de leyes nin de creencias», dando entre todas la pre-
ferencia á la fé católica, por más santa y divina y por ser cami-
no más perfecto para alcanzar la visión de Dios, término de
la suprema bienandanza.
Hé aquí pues la idea generadora, la materia y la forma li-
teraria de la Vision delectadle, recibida con grande aplauso en
la corte de Navarra, codiciada «con assaz trabajo» por «muy
notables ó claros varones» *, y trasladada en breve, así á los ro-
1 ídem, caps. VI y X. Para que los lectores formen concepto de la sen-
cillez y oportunidad de estos apólogos y ejemplos, trasladaremos aquí el de
El Corsario é Alexandre, narrado á propósito de los modos de allegar ri-
quezas. La Justicia dice al Entendimiento: «Bien dixo aquel cossario que
«fué llevado ante Alexandre, al qual Alexandre preguntó que por qué atri-
«bulaua é infestaua todo el mar. Al qual el cossario respondió: — £ tú ¿por
•qué atribulas toda la tierra?... A mí, porque robo con una fusta, Uáman-
»me ladrón, é á tf, porque tienes muchas, llamante emperador» (fól. Lvij).
2 En el hermoso cód.V. ij.20de laBibl. del Escorial, que fué escrito sin
duda por los años de 1462, muerto ya el Príncipe de Viana, leemos al pro-
pósito: cEl original [de la Vision delectable], ha seydo é es por ellos (el
•rey don Juan, don Carlos y don Juan de Beamonte) ávido en muy grand
«estima, é por tal mucho guardado dentro en la cámara del dicho rey de
> Aragón: los trasuntos del qual con assaz trabaio algunos muy notables
i>é claros varones han alcanzado, é non en menos estima ó reputación teni-
>do», etc.
n/ P., CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN II. 57
manees hablados en la Península ^ como á las lenguas extran-
jeras *. Docto como el primero en el conocimiento de las artes
liberales y de la filosofía, y apasionado como el que más de la
escuela alegórica^ sublimada por el Dante, había en efecto lo-
grado Alfonso de la Torre imprimir extraordinario sello á su
ficción, hermanando por medio de ella la ciencia y el arte, y
1 Nos referimos á la traducción catalana, dada á luz eu 1484, á ex-
pensas de Mateo Vendrell, mercader de libros, bajo este epígrafe: Comenta
lo libre appellat Visto delecttiblet compost á instancia del molt noble se-
>nyor don Johan de Beaumunt, canceller y cambrer maior del Illustríssi-
f mo senyor don Carlos, Prin9ep é primogénil de Aragó y de Navarra: com-
>pi]at per Alfonso de ]a Torra, Bachaller del dit senyor Prin9ep». Al final
se lee: aMigenant la diuina gra9ia, uinguda es á la fí de esser impressa la
»Visio delectable de Alfonso de la Torra, Bachaller. Impressa en la ciutat
>de Barcelona á despesses de Mathcu Vendrell, mercader, ciutadá de la dita
kciutat, lo disabte sanct de Pascua, á XVII del mes de abril lainy de nostra
»salut mil é CCCGLXXXiiiji. Citan esta edición Bayer (Notas á la BibliO'-
theca Vetus, pág. 329 del t. II); Villanucva (Viage literario, t. XX, pági-
na 129), y Méndez {Typogr. Española^ pág. 100).
2 Los escritores nacionales que han tratado de Alfonso de la Torre, se
indignan con justicia de que el veneciano Domingo Delphini vendiese como
obra original la traducción que hizo de la Vision delectadle á lengua italia-
na (Capmany, Teatro histérico-critico de la elocuencia española y Xomo \,
pág. 79; Rezabal y Ugarte, Bíbl, de los Escrit. de los Colegios Mayores,
pág. 359); y es tanto más justa esta queja cuanto que al mediar el si-
glo XVII^ era traida de nuevo al habla nativa la obra de La Torre por el
judio Francisco de Cácercs (Amsterdam^ 1663), ignorando tal vez que era
original española (Estudios hist., polit, y liter. sobre losjudios de España,
Ensayo III, cap. IX de la ed. francesa). Cuando Delphini tradujo la Visionde-
lectable se habian hecho ya en la Península Ibérica varias ediciones de ella,
siendo las más notables la de Tolosa (14S9), y la de Sevilla (153S), que es
la que principalmente consultamos, con los códices del Escorial: la primera
de estas impresiones fué hecha «por los muy discretos maestros Juan Parix
é Estovan Clebat»; la segunda por Juan Cromberger. Demás de estas, citan
Méndez y Rezabal otra de 1526 (Typ. esp., Ap. III, pág. 400;— ^iW. cíf.,
pág. 359), y tiénese por la más antigua la de Zamora, por Centenera, que
se juzga ser la primitiva (1490); pero ni don Nicolás Antonio, ni Castro,
■i Capmany, ni Méndez, ni Ticknor tuvieron noticia de la edición de Zara-
goza (1496), que poseyó nuestro sabio amigo don Jacobo María de Parga,
La versión de Cáceres se incluyó en el Espurgatario de 1750, pág. 39.
58 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÍtOLA.
haciendo aceptables, merced á las galas del segundo, las díflci-
les doctrinas de la metafísica y de la teodicea. Y era por cierto
fenómeno digno de madura contemplación el verle ostentar en
Navarra la ciencia atesorada en las cátedras de Salamanca, es-
merándose al par en el cultivo de la lengua y de la elocuencia,
que enaltecían á la sazón Mena y Santillana, Luna y Martínez
de Talavera, Guzman y Cartagena. Rico, abundante, vario y
pintoresco, tanto en las descripciones que matizan la Vision de-
lectable como en la frase y la dicción que avaloran su estilo,
echábase de ver desde luego que el gran filósofo no se olvidaba
del poeia^ si bien el erudito^ ya porque atendiese á la exactitud
de la expresión filosófica, tal como existia en las escuelas, ya
porque no pudiera resistir la tentación de mostrarse docto lati-
m'sta, salpicaba el lenguaje de voces tomadas inmediatamente
de la lengua de Cicerón, no desdeñado el uso del hipérbaton,
que habia desnaturalizado en parte la frase del Rey Sabio y de
sus doctos sucesores *.
Notable era en verdad bajo este punto de vista la diferencia
que separaba al Bachiller de su egregio discípulo, poniendo de
relieve los accidentes y matices que distinguían al romance de
Castilla del romance de Navarra y de Aragón , por más activa y
enérgica que se mostrara la influencia ejercida por la España
Central en las extremidades de la Península. En don Carlos se
reflejaban al par inequívocos elementos de la lengua francesa y
del romance catalán , como se habían reflejado de antiguo en las
obras de don frey Juan Ferrandez de Heredia y de don fray Gar-
1 Véase cuanto sobre este punto dejamos dicho: La Torre emplea en
efecto las siguientes palabras, que conservan el sello de la lengua latina:
nocumento por daño; delusivo por falaz; deceptorio por engañoso; heredi-
table por cosa que se hereda; instructo por instruido; habitudine por hábi.
to ó habitud; emprenta por impresión, en el sentido moral; tremulento por
tembloroso; consurgir por levantarse al par; mansuetudo por mansedum-
bre; ilécebra por atractivo; umbra por sombra; exilio por destierro; super^
bo por soberbio, y otras muchas voces, que manifiestan el empeño de latini-
zar la dicción* castellana, peligro que corría la lengua en cambio del fausto
y pompa que iba recibiendo.
0.* V.y CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. BL R. Iffi D. JüAN II. 59
Cía de Enguí, sus predecesores en Aragón y Navarra *: en Al-
fonso de la Torre brillaba por el contrario, no sin pureza y ma-
jestady el genio del romance de Castilla, lo cual le ha conquista-
do el aprecio de los discretos de ^todas edades, mereciendo ser
colocado entre los modelos de la elocuencia española ^. Pero es-
1 Aun cuando acosados siempre por el temor de ser difusos , parécenos
conveniente advertir que las variaciones ó modificaciones más notables quo
ofrece la dicción en las obras del Príncipe de Yiana, tales como nos es dado
estudiarlas en los códices, consisten: 1.^ En la introducción de vocales en
medio de la dicción: 2.^ en la supresión de las mismas al final, y 3.® en el
cambio de vocales ó consonantes que desfiguran las voces. Así leemos:
cabaülerOf seincUado, aqueilla, quoalf faillado, eilloSf bataüla, apeülido,
eüla, quoanto, argent, cort, part, puent, muü, seguient , sacramentt
habiUament, adelant, eill (él), angleSy fezo, rahenes, mogery senyor, ca-
da qtieilt sobergo, siptio, cambra, etc. Y es de notar que estas mismas di-
ferencias existen respecto de los nombres propios: el Príncipe, descando ser
fiel al origen de los personajes, de quienes trata, escribe: Ricart, Charles,
KarleSy y Cbarlos, Remir, Arnalt, Arnault y Arnao, Agramont, Philip,
Beamont, Cabainas, etc.; todo lo cual pone fuera de duda nuestras observa-
ciones, determinando perfectamente la doble influencia que en el romance
navarro se reflejaba, como natural efecto de más altas influencias sociales
y políticas. De observar es que la forma de la dicción se asemeja, por las
expresadas causas, á la primitiva del romance castellano^ como pueden com-
probar por sí los lectores. Esto nos persuade de la comunidad de orígenes
délos romances españoles y de su consanguinidad con los hablados del lado
allá de los Pirineos.
2 Caproany, Teatro histórico critico de la Elociíentia española , t. I,
pág. 79 y siguientes; Colección de Autores selectos castellanos, t. V,
Sin embargo el americano Ticknor , revocando este juicio, escribe: cHá-
• liase en toda ella [la Vision] mucha erudición y aun más de la suti-
»leza escolástica del tiempo, si bien se observa cierto desaliño y falta
f de interés en todo lo relativo á la extructura de la fábula; y además el
«estilo es pobre y las ilustraciones de poco méritoi (Prim. época, capítu-
lo XXII). En cuanto á la fábula (creación artística)^ pueden dar ya su
fallo los lectores: en cuanto al estilo y lenguaje, reproduciremos el acer-
tado juicio de Capmany: cEl lenguaje de esta obra es bastante fluido y ele-
logante, porque la facundia del autor, que en aquella época no cedia ven-
vtaja á ninguno , lo pulió y adornó con cultas y nobles expresiones» (t. I,
pág. 75 de la ed. de Barcelona, 1848). Después de notado el abuso de los
latinismos, añade: cPero no se podrá negar que en lo general su estilo es flo-
>rido, mas sin afeminación; es conciso sin oscuridad y aliñado sin langui-
60 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
ta diferencia característica do se limitaba al Principe de Yiana:
siendo genial, se extendia á todos los cultivadores de las letras,
que no se desdeñaron de escribir en lengua vulgar , mereciendo
repararse que aun dado el empeño de cultivar la elocuencia y
arte orataria, siguiendo el ejemplo de los latinistas *, se distin-
guian notablemente de los castellanos los escritores y oradores
aragoneses , conservando en sus obras el sello especial que de
antiguo babian ostentado.
No se han trasmitido por desgracia á, la posteridad todas las
obras, de que alcanzamos noticia, ya relativas á los oradores sa-
grados y profanos, ya á los moralistas. Reputación grande goza-
ron durante el reinado de don Juan II , como predicadores , fray
Juan Valero Aragón, de la Orden de Santo Domingo *; fray Pe-
dro de Cixar, que obtenía en la de la Merced el honroso cargo de
Definidor general ^; Fernando de Heredia , de la ilustre familia
>dcz, 7 casi siempre en las pinturas y descripciones es pomposo, sin ser fan-
•tástico. Y de cualquier modo que se considere, el mérito de su locución
•(concluye) siempre se podrá citar como uno de los monumentos de la cul-
>ta prosa castellana del siglo XV. > De la verdad de este juicio deponen los
pasajes trasladados en el texto.
1 Cuantos lectores tengan conocimiento de la literatura italiana y re-
cuerden lo expuesto^ al estudiar la influencia que ejercen los Poggios,
Arezzos, Aurispas y Panormitas en la corte de Alfonso V, comprenderán
fácilmente cómo esta influencia cunde y se derrama al Aragón, venidos á
España los imitadores de aquellos doctos varones. El anhelo de pronunciar
oraciones retóricas y la práctica de esta arte dan título de oradores á mu-
chos ingenios aragoneses: llevólo el mismo don Alfonso (Yalera, DoctrincU
de PrincipeSf Bibl. Nac, cód. F. 103, fól. 125 v.) y honráronse con él muy
distinguidos magnates, como Ixar, Urrea, y otros, de quienes luego habla-
remos, preciándose todos de hablar y escribir retoricado , calificación que
basta para caracterizar sus esfuerzos y sus estudios.
2 Elogíale Latassa (Bibl. ant, de Aragón , t. II, pág. 236), y cítanle
Diago {Hist. déla Prov. de Aragón déla Orden de Predicadores, fól. 278)
y Quetif. (BibLScrip, Ordin.Praedic, t. I, pág. 305), asegurando que fue
excelente predicador, y dejó escrito un volumen de sermones.
3 Tiénenle algunos autores por mallorquín; pero Latassa prueba que
fué aragonés, y acaso de Zaragoza, donde existieron sus parientes (Bibl, ci-
tada, pág. 243 y siguientes). Demás de una Historia de lafirden de Nues-
tra Señora de la Merced, de que habla don Nicolás Antonio, escribió, y
U/P., CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN 11.61
que había ya vinculado su nombre en la historia de las letras pa-
trias^; y no la ganaron menor en el cultivo de las sagradas, don
Joan Cabrían de Teruel * , fray Gerónimo de Santa Fó ', y fray
Bernardo de Fontava, confesor de la reina doña María *. Racio-
nal era, según notamos ya, tratando de San Vicente Ferrer, que
empleasen los primeros el habla nativa, al dirigir su palabra k la
muchedumbre, si habia de producir algún efecto la doctrina
evangélica, y no es repugnante el admitir que escribieran los
segundos en el romance vulgar, cuando tantos ejemplos les mi-
nistran en sus obras los moralistas y escritores ascéticos de Cas-
tíiia. Pero ya que ha sido hasta ahora estéril toda diligencia,
para allegar estas producciones que confírmarian sin duda cuanto
hemos observado, respecto al desarrollo que logra la oratoria sa-
se ¡mift'imieroii en Barcelona durante el siglo XV, un tomo de Sermones
dominicales é de Sánelos. Fray Luis Jacob (BibU Pontif, ), Vargas (iTú-
torta de la Merced, año 1459, cap. XVi de la I.* Parte), Fray Alonso Ra-
món (Historia Mercenaria, lib.II),y otros escritores respetables le celebran
por extremo, señalándole como uño de los más doctos filósofos y teólogos
de su tiempo.
1 Cítase de este caballero un libro intitulado: La RefecQion del alma, es-
crito para don Fernando I de Ñapóles, que sucedió á don Alfonso en 1458
(Andrés, Borrad, de Escrit, arag.f pág. 178; Latassa, Bibl, cit., pág. 283
del t. II).
2 Véase Latassa, id. id., pág. 265; Hebrera, Vida de don Martin Gar»
da, folio 148.
3 Acaso hijo, como Pedro, del famoso Gerónimo de Santa Fé: fué con-
sejero de Alfonso V y obispo de Siracusa: murió en Roma el año de 1460.
Escribió pastorales y epístolas muy aplaudidas en su tiempo (Phirro , Si-
cilia Sacra, t. II, pág. 177; Latassa, Bibl. arag., t. .II, pág. 220).
4 Don Nicolás Antonio cita de este escritor : 1.^ Tratado espiritual:
2.^ Menosprecio de las cosas visibles: 3.^ Escuela de la divina sabiduria.
(Bibl, Vetus, U II| pág. 246). Los mismos tratados le atribuyó Ximeno,
manifestando que habia nacido en Valencia, 1390; que fué monje cartujo,
y murió en el claustro el año de 1460 (Escrit, del reino de Valencia, t. I,
págs. 45 y 46). No puede asegurarse en qué romance escribió dichos libros;
pero considerando que la reina doña María, á cuyo lado vivió ocho años,
como su confesor (Tronchoni, Sumar ium fundationis Cartusiae Vallis-
Chr\sti)j era de Castilla, parece racional, pues que para ella escribía, que
lo hiciese en castellano.
62 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
grada á principios y mediados del siglo XV *, lícito juzgamos fijar
por un momento nuestras miradas en las oraciones y epístolas,
escritas á la muerte del Príncipe de Viana, y muy principalmente
en las debidas al magníQco don Fernando de Bolea y Gallóz , su
mayordomo y consejero.
Compañero inseparable de don Carlos en sus persecuciones y
adversidades, amábale Bolea tan apasionadamente, que repután-
dole modelo de caballeros y de sabios, no vacilaba en preconizar-
le santo. Al pasar de esta vida, dejábale el Príncipe, según va
ya advertido, depositario del gran proyecto filosófico arriba exa-
minado: don Fernando, animado de aquel singular amor y res-
peto, no vacilaba en dar solemne muestra de.su dolor, excitan-
do al propio tiempo á todos los reyes de España, para que tuvie-
sen cumplimiento los deseos filosóficos de don Carlos de Viana.
Dirigiéndose á don Juan, padre del Príncipe y causa, según el
voto popular de su temprano fallecimiento, exclamaba, pintando
el efecto de aquel triste suceso:
((De innumerables passiones é tristezas, quoales fasta agora iamas sen-
))ti, nin creo en lo esdeuenir tal asiento en mi tomarán, por la muerte
))de aquel sereníssimo Principe don Kárlos, primogénito d'Aragon, dé
»gloríosa memoria, é mi senjor, tan atormentada mi vida queda, que de
»ella quasi privado ciertamente me podria dezir. E por esso non será de
»admirar que con la dicha passion,á mezcla de la ignorancia, de que na-
»tura me fizo heredero, lexe en la presente preterir... E ueniendo á reno-
))uar el nefando dolor que los seruidores é criados del ja nombrado se-
nnjOT é Príncipe por su separación adquieren, del número de los quoales,
«aunque indigno mayordomo é conseiero sujo, non me aparto: ante la
«estima que de mí fago, es por le auer con todas mis fuerzas servido é
vobedesgido, iuzta la posibilidat que mi persona, ánima é fazienda han
»abastado; entrare en la pelea doloroea^ aunque mi ánimo en recor-
)>darse orres^e quánta es la calamidat que los dichos seruidores é oria-
»dos poseen, despoiados de tal senjor, las personas guastas de guerras é
»lueng08 peregrinajes; los bienes depredados é casas dirrujdas; los con-
«sanguineos ó muertos ó tiranizados; las mujeres é fijas en suplicio tal
»que la necesidat á las buenas acostumbra romper la castidat^ que abi-
DÜament de sus personas é famas les da; el exilio que á cada uno de su
1 Véase el cap. XII de este Subciclo: tan importante estudio lo reanu-
daremos en Itt^^ oportuno.
n.' P,, CAP. XV. ESC. NAV. Y ARAG. DüR. EL R. DE D. JUAN II. 63
«patria ooDoida; la disfonne pobreza é fambre, que por quedar sin am-
nparoy se representa la príuacion del espeio,qae con su presencia á los
nsayos de pregeptos amonestaba; con la humildad á los superbos vencer,
>oon la mansuetut á los jrados reducir; con la benignidat á los indómi-
»to8 atraher, é con la pasgiengia á todos subiugar. Pues el menor mal
»que nos resta es que todas las aduersidades que el mundo con su fallare
>Garm nos puede mostrar, serán fáciles de dar comport á los que tan
«grande como la ja dicha han esperimentado» etc. i .
De esta ó muy análoga suerte eosalzabaa don Francés Pinos,
fray Pedro Martínez, don Juan Fernandez de Heredia y otros al
malogrado Príncipe de Yiana , llorando con la nación entera su
temprana y no esperada pérdida. Al imitar al mismo don Carlos,
que les había dado el ejemplo en su Lamentación á la muerte
de Alfonso F, manifestaban aquellos caballeros, en quienes no
podía menos de reflejarse la influencia general de los estudios ya
reconocida , que no sólo atendian á dar prueba de su lealtad y
cariño, sino que aspiraban también á ser tenidos por cultivado-
res del arte oratoria^ no ayunos en el conocimiento de las letras
clásicas, ya que no les fuera dado apartarse, ó por modestia ó
por patriotismo, de las esferas del idioma nativo. Bolea, como
Pinos, Martínez, Heredia, Ixar y todos los escritores navar-
ros ó aragoneses que ya en uno , ya en otro sentido hallamos
asociados al Príncipe de Viana, ofrecían los mismos carac-
teres así respecto del arte como de la lengua , haciendo por ex-
tremo sensibles los cambiantes y matices, que distinguían su es-
pecial romance del romance castellano ^.
1 Sentimos no poder extendernos más en el estudio de estos notables
monumentos: las Epístolas de Bolea, escritas en aquel estilo retoricado, que
tan singular carácter iba imprimiendo á las letras españolas, y en especial á
la elocuencia castellana, se guardan por ventura en la Bibl. Nac, cód. D.
190, antes citado, y comeen otro lugar va advertido» son cuatro: la primera,
de que hemos tomado el pasaje del texto, dirigida al rey don Juan de Ara-
gón, la segunda á don Enrique IV de Castilla, la tercera á don Alfonso V de
Portugal, y la cuarta á los sabios de España (fól. 1, 4, 6 y 8 v.). Al fól. 10
cttá la ya analizada epístola de don Carlos , cuyo retrato prolijamente mi-
niado aparece al frente del códice: tiene este ricas iluminaciones y está en
nitela, escrito á una columna.
1 Hemos visto ya en el Príncipe estas diferencias: dominado del mismo
X»j(tafaie era >jr eíerto '^ i:i5:H&:!á -tk de<iie i» {VÍBeros
Joan Mü^rí rn :>5 rrio:? fe Ang'jíi y Xi^irra. b&staaio pa-
ra eocfrc-óarLi !¿ sri:;^'? e>x:i;^ra4>xi caire ki»? escritores ya
tvírr'^Vjs y i:6 qn&í á £>es dei r^o XIV fijreeai *: nw-
cel ¿ L±5 -aiias -pe he3>ji5 drtcrrn'naiio ea lagares cpsitii-
Bút?, Lihviur :i> brnsiSLiij, ioa ea m-etü) de pap;¿ües lu-
chan, jjs gr^^iir? in Jireles rDinles de aa»:<? y otrvjs pciebíos, y
g«^w""aa¿>5 ptjí' cci::*:Ipe5 ie oii niísna sangre y de osas mis-
1315 iS^Xrr^, pAre»rL¿n ;rel^iAr el rnocento ea qne aosadas
bajo m EiisnKr ee:-o. íeirin oi-cstftair ii ¿ran naeiooalJiad es-
paáúLi. T sin ezitiíirfj, oi-tiTeiieiiíe es repeúrlo: aaifepe lie-
Ti¿ys lúiios >jf5 iü^ea>j6 ¿e Ia Peníasiila al eultiiro de unas
mi^rra.^ esnjeíis Literar-is , é ízipclsados tc-icts en las Tías del
Mnadmitmio ¡.^jT el anhelo del pr^jgreso ia*ele»:íual , i» podían
D3íiíi:>ilr5e >>? castcLlin-is oxi Ivs ara^oeses , naTarras y cata-
ianes, ya >i5 .x>crl iereo:-.-? ea so? coaliJaiJes iateraas, ya bajo
las fonnas ar.íst>!a5 t de leorsaje. brUIaado eo eJos lis núsmas
diferencias fpe hab^ re?p!aiiíc¿lo ea los poetas y escritores
de la aaúgáedad cL.L5>!a y «lae iban á distinguir á los grandes
[wetas é bi5t6r-iJ ores deí slpj de «^o ^.
La £a.?i*:aalli¿.j '::asjrlá:ja hab^ realiíado entre tanto aq[iiel
ni'jTi^iíes tij de expAz^v-c. iiJ*?¿i:io des*3e los tiempos de Feman-
do de Aüte»TT:era: sos f»:^:^?, caiiriios ora bajo techos dorados,
ora ea ho^Llde cí:aa . Labiaa oottíaistado el aplauso de los dis-
cretí>s ea ias ojT'Jcs de Paaip.ona, Zaragoza y Xápoles, moTíen-
do á ¡'>s troTaJores calalaaes, taa apasionados de so romance
materno, á emplear en sos camdowes y dezirfs la lengua de
iafl-zjo. «9«rlkÍA Bú!-*a: ffrd€0C^ per ^¿t^i'Ak : quoales por qu!«$: «¿flieno
for a^ÍAilj^v; esgwart pc-r exr^ard*»: meritar por mer«ciír; /inlo per (echo:
f«af<6 pcT nsU<ic- : o^iüasKiit per criLUDitnto: faUofe por dUz: fro¿ar
por íüJkr: fntUo ^'a frueto ó fnlo: asenyaiado por seLiUdo: eoaipoff
por ecrC«^«Io. kIu: (Uc¿ p*>r tíralo: drñto por d^r&cho. etc. I>oiidc w> sólo
te j*t*]\ Ia ¿:':r> is¿3«c-:ÍA fnn<e«p-caU:iiu. sino Umhsen la iUliAna^ qae
Uní'i pr*«ic<t:n>> l-.in «tire I:* pr.aírc» ^*CT:lore< del siir'.o de oiv^.
1 V4i.*e *I €Ap. Y. de este Si-^r'ílo.
2 Véafte el op . QI, del imdú I.
n.* P., CAP. XV. ESC. NAV. T ARAG. DüR. EL R. DE D. JUAN H. 65
Berceo y del Archipreste de Hita : sus historiadores , sus filóso-f
fes y sus moralistas, ganando la admiración de príncipes y mag-
Bates, eran imitados por los que se preciaban de entendidos, y
llamados á dirigir la enseñanza de los más doctos varones, de que
daba insigne ejemplo la educación literaria del esclarecido Prín-
cipe de Yiana: sus eruditos traian al romance de Castilla y ha-
cían vulgares en Aragón y Navarra los más esclarecidos inge-
nios de la antigüedad clásica y de los tiempos medios, tarea en
que eran segundados por muy señalados latinistas ^ . Grandes y
1 Con placer pondríamos aquí larga nota de versiones hechas del latin
al romance arag'onés-castellano, si no temiésemos dar excesivo bulto al pre-
sente capítulo. Los lectores conocen además los esfuerzos de Noya, Urrics,
y otros esclarecidos caballeros, entre los cuales no parece bien olvidar sin
embar^ al entendido Mosscn Pero de la Panda, quicnhabicndo vivido al-
gún tiempo en Italia, trajo de Florencia muy curiosos libros, y entre ellos
el de la Caballeria de Leonardo de Arezzo, corador muy grande (dice) é
príncipe de los de nuestra edat», poniéndolo en castellano y dirigiéndolo
á don Rodrigo Manrique, conde de Paredes.» La Panda habia pensado pri-
mero dedicar su traducción al rey don Alfonso, «que por arte militar é glo-
>ría de grandes fechos meres^ió asentar su bastón sobre el imperio é cabeza
»del mundo, al qual (prosigue) la muy poderosa Italia inclinada, besa los
ipies» (Letra dedic); pero por no merecer plaza de lisonjero, se dirigió al
conde de Paredes, que visitaba á la sazón las tierras aragonesas , y habia
«fecho ja su nombre claro por exercicio militar é gloria de grandes fechos.»
El tratado comienza: «Quiero que sepaes, muy claro varón , que á mi mes-
mo é á largas vegadas vino en dubda esta cauallería de nuestro tiem-
po», etc. Y acaba: «Mas assaz, como cuido avemos dicho, é todo es ya ex-
plicado aquello que desposimos á fablar en el prin9Ípio; é pues que assí es,
fagamos fin de de^ir. Deo gratias.» Existe el MS. en la Bibl. Colombina
y de allí se sacó una copia (Bibl. Nac, Q. 36) en el pasado siglo, con otros
dos tratados que don Nicolás Antonio atribuyó erradamente al mismo Pe-
dro de la Panda (Bibl. Vet., i. I, lib. X, cap. XVI), á saber: Las quatro
virtudes ó doctrinas que compu^^o Séneca (traducción tal vez de don Alen-
tó de Cartagena) y la Condición de la Nobleza y original de Ángel de Mi-
lán y traducción del Príncipe de Viana, como arriba notamos. — Panda ig-
noraba que el libro de la Caualleria de Arezzo, habia sido traducido al cas-
tellano por el citado Alfonso de Cartagena (Véase el cap. Vil de esta Parte
y Subciclo). — Es de notar por último que este empeño do traer al romance
*fagronés los libros latinos, ya de la antigüedad, ya del renacini'cnto italia-
no, cunde también respecto de los libros catalanes: entre otros notables, que
Tono vu. 5
66 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
dignos por tanto de maduro estudio , eran ios progresos que ha-
bia hecho desde principios de aquel siglo en las esferas intelec*
tuales la obra de la unidad nacional , á que se inclinaba desde
sus primeros dias la civilización española, que se levanta sobre el
despedazado imperio visigodo; pero al reflejarse en todas las ex-
tremidades de la Península el genio de la civilización castellana ,
lejos de anular los elementos de vida que en ellas germinaban,
tienden naturalmente á hacerlos suyos , armonizándolos con los
que abrigaba en su seno , y preparando sin violencia la colosal
empresa, á que daban en breve cumplida cima los Reyes Ca-
tólicos.
No vacilemos en asegurarlo: la idea de la unidad nacional, que
tanta sangre y tan inmensos sacrificios debia costar y cuesta to-
davía á otras naciones meridionales, habia germinado espontá-
neamente en las Españas; y llegaba á granazón en las regiones
del arte , antes de que pudiera ser realizada en el terreno de la
política. De ello es insigne y no equívoca muestra el armónico y
grandioso concierto, que donde quiera ofrecían los cultivadores de
las letras patrias: inscritos todos, cual va probado, bajo unas mis-
mas escuelas , apasionados de unas mismas formas Uterarias y
artísticas, caminaban todos á un mismo fin, empleando una mis-
ma lengua, por más que descubramos en sus obras aquella di-
versidad de matices, hijos de cada localidad, que en vano han
intentado borrar las siguientes centurias. É inútil fuera esperar
tan grande resultado del simple querer de un sólo príncipe, cual-
quiera que fuese la alteza de sus miras y la perspicuidad de su go-
pudiéramos citar^ para ver cómo se inicia y propaga este empeño, es de te-
nerse presente el Libro de MeneschcUia de Mossen Manuel Díaz, escrito para
el rey don Alfonso V, y puesto hasta dos veces en castellano , dándose á
luz en Zaragoza por los años de 1495 y 1499 (Bibl. Vet., lib. X , cap. IX;
BibL Valent., t. J, pág. 35). En este tratado es muy notable la beUa des-
cripción que Díaz hace del caballo; y su importancia crece, al considerar el
precio en que los caballos eran tenidos, durante la edad media. La segunda
versión citada fué hecha por don Martin Dampiés, y se reimprimió en 1523,
Barcelona, y 1545, en Zaragoza, por Dimás BaUester y Diego Hernandes
(Latassa, t. II, pág. 343).
n.* P., GAP. XV. BSG. NAV. T ARAG. DUR. EL R. DE D. JUAN H. 67
bierno: España llegaba al instante supremo de cosechar el fruto
de los costosos sacrificios de tantos siglos de lucha y de trabajo,
en que tan varios elementos se habian congregado en su suelo,
para someterse al gran principio de unidad, que desde las m&s
remotas edades caracterizaba su cultura; y la Providencia conce-
día la dicha de coronar por su cima tan magnifico edificio & Isa-
bel I y Fernando V.
Pero antes de que nos sea dado contemplar bajo sus multi-
plicadas fases tan grato espectáculo, necesario es llevar nues-
tras miradas al centro de Castilla, para recoger los relieves de
la Era literaria de don Juan II, no sin que las fijemos también
por breves instantes en las comarcas más occidentales de la Pe^
ninsula, para determinar á qué punto llegaba en ellas la influen-
cia de la España Central, ya antes insinuada.
CAPITULO XVI.
POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV.
Relaciones literarias entre Castilla j Portugal. — Ingenios portugueses,
que cultivan la lengua y poesía castellana. — El infante don Pedro.— Sus
poesías. — Sus Coplas del Contemplo del mundo, — Juicio de este poema. —
Su influencia en los ingenios portugueses. — Don Pedro, el Condestable
de Portugal. — Sus relaciones con los poetas castellanos.— Sus obras. —
Su Sátira de felice ¿ infelice vida. — Sus poesías. — Su influencia en la
corte portuguesa. — Triunfo de las escuelas poéticas dominantes en Cas-
tilla.—Prosecución de las mismas en la España Central Discípulos de
Mena y Santillana. — Pero Guillen de Segovia. — Sus obras poéticas. —
U Gaya sciencia. — Diego de Burgos. — Sus poesías. — Análisis y juicio
del Triunfo del Marques. — Significación de este poema en el desarrollo
de la escuela dantesca. — Don Gómez Manrique. — Sus poesías. — Exposi-
ción y juicio de los Fictos y virtudes^ los Consejos á Diego AriaSy las
Coplas al mal gobierno y el Regimiento de Principes,^ Anélisia del poe-
ma i4ía muerte del Marqués, — Jorge Manrique. — Carácter general de
sus poesías. — Las Coplas á la muerte de su padre. — Representación de
esta elegia en la esfera del sentimiento. — Su popularidad. — Juan Alva-
rez Gato. — Sus poesías amorosas. — Sus versos religiosos.— Sus compo-
siciones morales. — Dotes características que en ellas resaltan. — Con-
formidad de los ingenios castellanos, al juzgar la corte de Enrique IV. —
Las Coplas del Provincial y de Mingo Revulgo. — Examen de las últi-
mas.—Sentido político y moral que revelan. — Su carácter literario. —
Ministerio de la poesía durante el reinado de don Enrique. — Sentido in-
terno que la avalora, etc.
El extraordinario movimiento que las letras castellanas reci-
bieron en la España Central , durante el largo reinado de don
^uanll, no solamente cundia, cual vá apuntado, á las regiones
orientales de la Península, propagándose al suelo italiano, sino
70 HISTORIA dÜTICA DE LA LITERATURA ESPAÜtOliA.
que extendiéndose también á las partes de Occidente, en que
bailaba la poesía de los Menas y Santillanas muy ilustres culti-
vadores, estaba llamado á ejercer en los siguientes reinados
grande y decisivo influjo. Todos los terrenos del arte y de la
ciencia se babian removido con igual anbelo y energía; y si no
era posible asegurar que el fruto habia correspondido en todos
al esfuerzo de los doctos , tampoco podia desconocerse que esta-
ban aquellos gérmenes llamados á fructificar en no lejanos dias,
íl pesar de las violentas y aun escandalosas contradicciones de la
política, desatados , tras el suplicio de don Alvaro de Luna y lá
muerte del rey don Juan, los mal refrenados vientos de la anar-
quía señorial, que de antiguo trabajaba á España. La teología y
la filosofía, la historia y la novela, la poesía y la elocuencia , en
la variadas manifestaciones á la sazón posibles , hablan logrado
entre los ingenios de Castilla, amplio cultivo, al mismo tiempo
que abiertas í su contemplación las fuentes de la antigüedad
clásica, aspiraron según la afortunada expresión del marqués
de Santillana, í poseer «las materias, ya que carecían de las
formas» *.
Su ejemplo, segundado al par en Ñapóles, Aragón y Navarra,
hallaba en el suelo de Portugal esmerados imitadores ; y la len-
gua del Rey Sabio y de don Juan Manuel resonaba en las pos-
treras márgenes del Guadiana y del Tajo , mostrando el predo-
minio que alcanzaba ya entre todos los romances hablados en la
Península Ibérica , como estaba sucediendo en los opuestos con*
fines, según han visto los lectores. Ni podían ser más insignes y
honrosos para Castilla aquellos mismos ejemplos: si en la corte
de don Juan 11 se preciaban de trovadores los más altos perso-
najes, ejercicio en que tomaba también parte el mismo rey, hon-
rábanse en la de Alfonso V de Portugal, con el título de discre-
tos metriflcadores, los príncipes de la sangre, ganando entre to-
dos alta nombradla el Infante don Pedro , hijo del vencedor de
1 Carta á su fijo don Pero Gonz<üez de Mendoza , pidiéndole que
tradujese la ¡liada (Obras del Marqués, pág. 482 de nuestra edición. — Má«
drid, 1852).
II.* PARTBy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 71
Aljobarrota , y el celebrado Condestable del mismo nombre , á
quien el marqués de Santillana dirigió su famosa Carta sobre
la poesía.
Era el Infante de Portugal , duque de Coimbra , uno de los
hombres más ilustrados de su tiempo : su incesante anhelo de
cultora le habia sacado en la juventud de su patria, llevándole á
visitar las cortes más celebradas de Europa, donde trabó amis-
tad con muy doctos varones. Sus viajes se extendieron también
á alguna parte del África y del Asia, dando origen á la vulgar
creencia de que habia andado las siete partidas del mundo, y á
que se le designara por tanto con el nombre de don PedrOy el de
las siete Partidas ^ Restituido á su patria, ganóle la universal
estimación el conocimiento de sus estudios, no menos que su
acreditada prudencia; y muerto su hermano, el rey don Duarte,
en la pestilencia que afligía á Portugal, por los años de 1440,
nombráronle los grandes del reino tutor del niño Alfonso, que no
pasaba á la sazón de un lustro , con menosprecio de la reina
viada, doña Leonor, á quien habia señalado él rey para ejercer
el expresado cargo, con la gobernación del Estado , que igual-
mente era conflada al duque de Coimbra. Largos años diri-
gió don Pedro las riendas del gobierno, mostrándose gran-
demente aficionado á las letras y dispensando, como su herma-
1 Sarmiento, Memorias para la Historia de la poesía, núm. 834. La
popularidad del Infante , en este sentido, llega á los tiempos modernos, y
es tal que los poetas del siglo XVII, aluden á sus viajes, con la frase ya
convenida de las Siete partidas^ aun hablando en tono burlesco. Góngora,
por ejemplo, decía en uno da sus más bellos romances de este género:
Recibí Tuestro billete,
dama de los ojos negros,
coa mil donaires cerrado
y con mil ansias abierto;
y en fé de los treinta escudos,
que en aquel renglón tercero
vienen en un alma mia
enmarañados y envueltos,
os enyio ese infentario
de las partidas que os debo:
que es como si os enriara
lat del Infante don Pedro,
72 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
no ^, honrosa protección á los que se consagraban á su estudio,
no ya sólo en Portugal sino también fuera de aquel reino. Lle-
vado de esta natural inclinación y pagándose de poeta, dirigía á
los más celebrados ingenios de Castilla delicados dezires y loo-
res, solicitando su amistad literaria: digno es de recordarse el
que intitulaba con este proposito al celebrado Juan de Mena,
reconociendo en él aquella misma superioridad, que le confesa-
ban sus compatricios ^.
1 Don Duarte de Portug^al , padre de Alfonso V, logara , como otros re-
yes que dejamos ya mencionados, distinguido lug^ar en la historia de las
letras portuguesas, pues no solamente se mostró , en el breve plazo de su
reinado, protector de los que se consagraban á su cultivo, sino que consa-
gró también sus ocios á escribir un tratado sobre la forma cómo se debe
gobernar un reino (Mariana, Uist. general de España^ lib. XXI, capítu-
lo XIII). Los escritores portugueses, si bien reconocen que no hizo teosas
muy notables», mientras ciñó la corona^ le tributan como escritor mereci-
dos elogios.
2 Las coplas dirigidas á Juan de Mena, y antes de ahora tenidas en
cuenta (Sarmiento, Memorias^ núm. 820), empiezan del siguiente modo:
Neo TOS será gram louaor
por serdes de mym louuado:
que oam som tan sabido r
em trouar que vos dey grado.
En ollas le da el Infante gobernador títulos de ^sabedor é bem f alante» ,
lidamor truuador sentidos, ^cronista abastante» , etc., lo cual es prueba
irrecusable de que obtuvo Mena este honroso encargo del rey dop Juan,
siendo un hecho público y conocido, no sólo en Castilla sino fuera de ella.
£1 Infante se muestra muy conocedor de las obras del poeta de (}órdoba,
manifestándole que no tenia igual en el arte de la poetria, y pidiéndole las
poesías, que no le eran familiares. — Juan de Mena le contesta elogiando
sus dotes, servicios y virtudes, y recordando sus viajes ya famosos le dice:
Nunca fué, después ni ante,
quien viesse los atavíos
é secretos de Levante,
sus montes, Islas é ríos,
sus calores é sus Irlos,
como vos, señor IníSinte, etc.
Don Pedro le replica al fin, dándole cumplidas gracias. Vieron la luz es-
tas composiciones en el Cancionero de Resende, fól. LXXIÍ v. — La primera
lleva este epígrafe: tDo Infante dom Pedro, fylho del rrey dom Joam, em
loQUor de Joam de Mena.»
n/ PARTE, CAP. XYI. POETAS DEL REINADO DE EimiQÜE IV. 73
Compartía en tal forma los ocios literarios y los graves cuida-
dos de la república; y atento asimismo í los medros de su fami-
lia, desposaba desde muy temprano al rey pupilo con su bija do-
ña Isabel, llevando á cabo siete años adelante este ambicionado
matrimonio (1448). Mas allí donde juzgaba hallar más firme
apoyo é, su poder, estaba la causa de su ruina: declarada la ma-
yoridad de don Alfonso, comenzaron los grandes del reino á vol-
?er la espalda al duque de Coimbra, y creciendo el desabrimiento,
que fomentaba su propio hermano don Alonso, conde de Barce-
los, á quien antes colmara de mercedes, dándole título de duque
de Braganza , le descomponian al fin con el rey, só pretexto de
que intentaba envenenarle; acusación absurda y malévola, que
sólo podia hallar calor en un príncipe mozo y de poca experien-
cia. Avisado á tiempo del peligro, recogíase en Coimbra, resuel-
lo á hacer desde allí rostro á la fortuna ; y concertado con los
ciudadanos de Lisboa, que le conservaban la antigua afición , se
dirigía al poco tiempo á la expresada ciudad, con ánimo de se-
ñorearla. Pero las cosas estaban dispuestas de otro modo: noti-
ciosos de su proyecto, le armaban sus enemigos junto á la Alfar-
robera diestra celada, cayendo á deshora sobre él y los ginetes
que le seguían. Don Pedro era valiente, y no fué el triunfo tan
fácil como. sus émulos sospechaban. Cargado de heridas y aco-
sado de numerosos enemigos, caía al postre en la refriega,
perdidas á un tiempo la vida y la esperanza de nuevo engrande-
cimiento, apenas cumplidos los 57 años (1449). La saña del jo-
ven don Alfonso se manifestaba públicamente, negando la sepul-
tura á su tutor, su tío y su suegro; pero pasado el primer enojo
ó convencido de la calumnia, mandaba que su cadáver fuese tras-
ladado á Aljubarrota, donde tenían los reyes de Portugal su en-
terramiento, haciéndole solemnes exequias *.
El desastrado fin del Infante don Pedro era en verdad elo-
cuente aviso de privados , bien que no de esperar, conocidos los
^lecedentes de su vida, la rectitud de su gobierno , no contra-
dicha en largos años, y sobre todo la severa moral, de que había
Mariana, Hist. gen. de Españüt lib. XXII, cap. VII,
74 HISTORTA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAHOU.
hecho noble alarde en sus escritos. Tienen entre todos lugar
preferente las Coplas compuestas en lengua castellana, con titu-
lo de Contemplo del Mundo ^^ las cuales le asocian por extrenao
& los ingenios de la España Central, dando al propio tiempo le-
vantada idea de su carácter y del esmero con que en medio de
más serias atenciones cultivaba la poesía. Dejándose llevar de la
común corriente , habia don Pedro cantado el amor de la misma
suerte que la gran mayoría de los poetas castellanos, aragone-
^s, navarros y catalanes , examinados basta ahora , y tal como
lo verificaban generalmente sus compatriotas, filiados, cual
aquellos, en la escuela provenzal ^: aspirando á más alto galar-
dón, procuraba en sus famosas Coplas seguir las huellas de los
antiguos cultivadores del arte didáctico, imitando á los Ayalas
y Santa Marías y hermanándose con los Guzmanés y los Mendo-
zas. Su poema del Menosprefio del mundo, que bien pudo inti-
tularse también, siguiendo la inclinación del tiempo. Doctrinal
de virtudes , revelaba , con aquel generoso anhelo , un espíritu
superior y libre de las preocupaciones vulgares , mereciendo en
1 PubUcóse este poema en el citado Cancionero de Resende, fo-
lio LXXIII r. y siguientes con este título: cDo Infante dom Pedro, fylho
del rrey dom Joam da gloriosa memoria sobre ó meno8prc9Ío das cosas do
mundo em lengoaje casthellano, as quales tem glosa». — Imprimióse también
aparte, con el siguiente epígrafe: Coplas fechas por el muy illustre don Pe-
dro de Portugal: en las quales hay mil versos con sus glosas, contenientes
del menosprecio é contemplo de las cosas fermosas del mundo é demostran-
do la su vana é feble beldad.» Al final se lee: «Acábanse las coplas fechas
por el muy illustre señor Infante don Pedro de Portugal. Deo gra9ias.»
2 Tal es el carácter que ofrecen las contadas poesías amorosas que han
llegado á nuestras manos. Á fin de que los lectores formen concepto por sí,
trasladaremos la canción que al fól. 78 del cód. VU. A. 3 de la Biblioteca
Patrimonial de S. M., antes repetidamente citado, existe: Dice así exacta-
mente:
Bien diré d*amor, sin afer gaardon
pues que me le fes de mlnya señor,
quedar esta Tes Ho amor me desla
por seu seruidor. un día faiando^
Bu tem Yountade si me platería
d'amor me partir, amar de seu bando
et tal CD yerdade gentil graciosa
nunca ó serair, de flna color.
n/ pARTBy CAP. rn. poetas del reinado db EimiQCJE IV. 75
este transcendental sentido la estimación y el respeto de la crí-
tica del siglo XIX.
Escrito en versos de arte mayor , como los de Mena y Santi-
llana, formaba un cuerpo de ciento veinte y cinco octavas ^ en
que no sólo recogia la doctrina más autorizada de los moralistas^
respecto de todas las situaciones y vicisitudes de la vida , sino
que procuraba también consignar el fruto de su propia expe-
riencia. Tras una dedicatoria en prosa, dirigida al rey don Al-
fonso ^, empieza el poema con una invocación, en que revelan-
do el superior intento & que aspira , muestra desde luego don
Pedro su condición de erudito, haciendo gala de conocer la an-
tigüedad clásica á la manera que la conocían los ingenios caste-
llanos: levantadas á Dios sus miradas, cual fuente de todo bien
durable, pide á Minerva su protección y escudo , para dar cabo
& su empresa, del siguiente modo:
Miremos al ^elso | é muy grande Dios;
dexemos las cosas j caducas é vanas:
retener deuemos | las firmes con nos,
las útiles, santas, j muy buenas é sanas.
O tú, grand Minerva, | que siempre emanas
muy veros preceptos j en grand abastanza ,
imploro me muestres j tus leyes sobranas
é fíere mi pecho | con tu luenga lanza.
Dame tu escudo, | claro cristalino,
é ármame todo | con armas seguras,
para que contraste | al mortal venino
y ravias caninas, | feroces, muy duras.
Tú sabia maestra, | tú que nos procuras
SQicnQias santas, | humanas divinas,
arriedra mi sesso | de mundanas curas;
distila en mi [mente] tus dulces doctrinas.
1 No consta esta dedicatoria en los impresos antes mencionados; pero sí
en algunos códices del mismo siglo XV, como notó ya el laborioso Méndez
en su Typografia española (pág. 138). La expresada dedicatoria, en que se
intitula al rey don Alfonso «señor de la insigne é muy guerrera africana
9ibdat,v empieza: «No se me olvida, invcctíssimo señor et muy glorioso rey,
averleydo en la introducción de Boe9Íoi, etc. Según advertimos en el texto,
el Infante no renunciaba desde la primera línea de su poesía al galardonee
docto.
76 HISTOnU CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAltOUU
Tras esta doble invocacioii, se abre el poema, pintando ia i
labilidad de la fortuna , así en la prosperidad como en la
gracia ; y reparando en lo frágil y caduco de la «mundana
queza», en lo engañoso de la vanagloria, en lo pueril de
honras y dignidades terrenas , fija el poeta sus miradas en la
dignidad do los reyes, ofreciendo intencional bosquejo de los
buenos y de los malos, y se detiene algún tanto ¿ considerar la
suerte de los que gozaban de la privanza , llamando en verdad la
atención que el docto repúblico, de quien tan perfectamente eran
conocidos sus peligros y estragos , se dejase arrebatar tan sin
consejo en su corriente, hasta perecer en sus engañosas sir-
tes *. Ni es menos digna de notarse la singular manera, con qne
un iníante de Portugal , hijo de reyes y gobernador del reino,
tenida en cuenta la falaz ])onzoña de los deleites corporales, me-
nospreciato «la clara prosapia» , á que no servia de engaste
y rorona h virtud , exclamando , animado de este generoso con-
vencimiento:
Todos somos fijos 1 del primero padre;
todos trovemos : vcrual nascnniento;
todos auemos & Eva por madre:
todos f aremos | ud acsbamiento.
Todos tenemos bies fíaco cimiento;
todos seremos en breve se tierra:
el propric: nobiesre ; meresrimiento,
t' qnieL il k pienasa. ye pienso que yerra i.
1 Es en verdad dícmr dr f?er ronocid( el pas.nip en qne el Infante pinta
l<v efectív terribles dí ií. jrn^'atiza Apostrofándolíi. dice:
Tt ma fti e' biei. ! mayo: qu( poseyes:
irazr i salur ' úv tL stvlv terida:
to> proDio^ dailo^ ' noi niir&f nin vcyci,
nnoi. Si iKlanii , veyeí^ tu caidb.
bstüii'. dt l<h- tuvor ; erfr mnoñ^ula,
iot nua(er : Imiüo.'^ sor biei compandos:
puer guand* su ponip: dclio:' e^ lujúSL
Tf tornai ei £i • coi meiioh cuidados.
Conte^< i nienudf i&r- rr«y> í^d^ pnuados
: nui snülimarni.. iK io> ar^axar
COI muertft. um»ento> ítuí1o>. uta
fiemajuH pQtalte^ as. a mostrar. flt¿.
2 lILeiirinDamof^ yL esto^ versoi> ei. e. tomi II. pa£ 22
n.* PARTE, GAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 77
Colocado en tal altura, contempla don Pedro cuan pasajeros
son en la vida los dones de la hermosura y cu&n amargo el fru-
to de la incontinencia, no olvidada la «angustia que causan los
malos fijos,» principalmente á los reyes, en quienes el poeta
parece tener puestas sus miras. A este mismQ blanco se dirije,
melando después la vanidad del amor popular, ciego siempre y
desatentado: al fin prorumpe:
Al caos profundo | á horas abaxa,
á horas soblima | al gielo, loando;
en él piedad | jamas non s'encaza;
los sus beneficies | siempre van errando.
Es todo ingrato, | crudo é nefando;
los malos ensal^^ | los buenos opprime;
á la falsa fama | jamás vá mirando;
nin siento virtud | que á él se arrime.
La floreciente juventud y la fuerza corporal, dañosas para el
hombre sin la guia del buen consejo, y el inmoderado anhelo de
larga vida, fuente inevitable de cuitas y desengaños, le llevan &
detener un punto sus miradas en las relaciones sociales, trope-
zando en la amistad, ardiente, estrecha en los tiempos de la
'dnlce fortuna», fría, tornadiza y abiertamente desleal en los
<lias adversos. Después añade:
Quando los gemidos | son más auivados,
el leal amigo | allí permanes^e:
de tales amigos | son pocos fallados,
porque nuestro siglo | de virtud cares^e.
La maldad abunda, | caridad falles^e:
siguen como moscas | aquellos la miel:
ya vera amistad | nin es nin pares^e;
entre mil apenas | se muestra uno fiel l .
^Uien de esta manera consideraba á su siglo, levantaba en me-
^*cj del presente dolor su corazón y su esperanza á la contem-
^*^cion del Bien Soberano, invocando de nuevo el auxilio divino
ra ofrecer á los hombres el remedio de tantos males, y exci-
1 Cancionero de Resende, folha LXX VI r.
78 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
lando al propio tiempo á su musa, para que prevenga la desea-
peracion, & que puede llevar el triunfo de los vicios:
Canta, santa musa, | en coplas y versos;
resuenen tus vozes, | fíeran los oydos
de todos los ombres | buenos é perversos:
busca armonía | de dulces sonidos.
E sean remedios | aquí prevenidos,
porque non pervenga | desesperación:
demuestra los bienes | que son infinidos;
faz tu patente | nuestra salvación l.
Estriba esta únicamente en el ejercicio de las virtudes: la
santa pobreza; la pacífica y contemplativa soledad; la humildad
inocente é ingenua; la esforzada continencia] la generosa mi-
sericordia^ «madre é nutriz de todos los bienes»; la obediencia,
dote sólo del prudente; la paciencia, fuente de perfección y an-
tídoto eficaz contra la tristeza, el odio y la ira; la constancia, la
clemencia y la honestidad, íntimamente asociadas & la liberali'-
dad y al loable silencio, muestran el camino de la fulgen^
te verdad y de la uerdadera é firme libertad, de donde se ele-
va el poeta k la idea del temor y del amor divino, exclamando
en este momento:
Oyan los gielos | lo que fablaré,
é oya la tierra | é oya la mar:
inclinen oydos | á lo que diré;
oyan atentos | el mi razonar.
Oyan animales | mi breve fablar,
asi quadrupedos | como racionales;
oyan las aues | señoras del volar;
oyan los mis versos | todos los mortales 2.
Dios, para quien todo está presente, rey de reyes y señor
de señores, de cuyas manos brota todo bien perpetuo, galardo-
nando todos los merecimientos y castigando con pena inmortal
todos los vicios, es pues el Soberano Bien, que muestra el poe-
ta & la contemplación de los hombres, exhortándoles vivamente
1 Id., id., ad. finem.
2 Id., id., íólha LXXIX.
Q/ parte, cap. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 79
^ seguir la senda que á su posesión conduce, no ya mirando &
^ pequenez de las cosas terrenas y mundanales, sino volviendo
b vista á lo alto en alas de la virtud, para ser conducidos á la
presencia del Omnipotente, Uno y Trino. Al poner fin á su poe-
^i^, recordaba don Pedro el estado de su siglo, temiendo que el
ensalzamiento de los malos, y la aflicción de los buenos, extra-
viasen & los más, perdido asi el fruto de toda salvadora doc-
trina í.
Bé aquí lo que son las famosas Coplas del Infante don
f^^rOy tan celebradas en su edad por castellanos y portu*
S^eses, bien que no consideradas todavía cual monumento que
i*6TeIa en la historia de las letras patrias aquella influencia que
íImi dando en toda la Península claras señales del predominio
político é intelectual, alcanzado por la España Central sobre to-
das las extremidades de la misma. Don Pedro, anhelando la
gloria de los preclaros ingenios de Castilla, les pide su lengua
y ensaya generoso el arte por ellos cultivado; mas si no puede
KQenos de sorprendernos la propiedad y aun la corrección que
ostenta, al manejar la lengua de Yillena y Santillana; si halla-
mos en sus Coplas muy á menudo verdadera riqueza de dicción
y no escaso color poético, lícito es también observar que encon-
tramos repetidos rasgos de inexperiencia respecto del lenguaje,
abundando las maneras de decir propiamente portuguesas, mien-
tras descubrimos en la extructura de los versos hartas incorrec-
ciones, que nos revelan en el poeta no poca fatiga y más que
mediano esfuerzo para lograr las armonías de Mena, que tanto
aplauso hablan merecido al ilustrado Infante. Compuesto sin du-
da por los años de 1440 á 1446 ^, nos advierte pues el Con-
^ Hé aqní la estrofa, con que termina el poema:
Si Teys á 106 malos | ser muy ensalzados»
é Teys á los buenos | Teñir aflicciones,
^ non por aqueso | sed tos apartados
de guiar al bien | Tuestros corazones.
Porque los penrersos | con sus falsos dones
al fin in eterno | sosternán tormentos:
los buenos, cobrando j Teros galardones,
serán íecbos dioses 1 de bienes contentos.
IVos inclinamos á indicar esta fecha, conocidos los si^^oientet venos,
80 HISTORIA CRÍTICA DE LA UTBR ATURA ESPAÑOLA.
tempto del mundo que ni por su concepción, ni por su forma
literaria, ni por la lengua en que aparece escrito, ni por los
elementos artísticos de que se reviste, puede ser reputado por
la crítica como una producción aislada y desasida del gran mo-
vimiento, que habian tomado letras y ciencias en el suelo caste-
llano; ley á que se sujetan no menos claramente, aunque en di-
verso sentido, otros ingenios de Portugal, entre los cualesbrüla
don Pedro, el Condestable, tan celebrado de los ingenios de don
Juan n.
Era el Condestable hijo del Infante don Pedro, y como él, dado
desde sus primeros años al ejercicio de las letras, habiendo te-
nido, como él, un fin desventurado por no saber refrenar sus
ambiciones. Nacido en 1429, contaba apenas diez y seis años,
cuando interesado su padre en favor de don Alvaro de Luna,
enviábale en su ayuda á la cabeza de dos mil peones y seiscien-
tos caballos, investido ya del cargo de Condestable por muerte
de su tio, el Infante don Juan. En la batalla de Olmedo ganaba
en que pintando la instabilidad de los favores cortesanos, aludía don Pedro
á la privanza de don Alvaro de Luna:
Ta pues veyamos (Aman qué razona
de tí, ó qué sicote | de bien ó de mal:
fable el ITaeslre, | señor d^Escalona,
diga si le faeste | fiel é Idal.
Recordando que el Infante mucre en 1449, y que en esta época se habia
restituido don Alvaro á la privanza con más poder que nunca, es evidente
que se alude aquí al destierro anterior, fruto del Seguro de Torde&illcu:
duró este, aunque la sentencia dada por los nobles fijaba seis años, sólo
de 1439 á 1441, en que, preso el rey don Juan por los infantes de Araron,
abandonó don Alvaro su villa de Escalona, donde vivía retirado, para sa-
car al rey, como lo hizo, del poder de los revoltosos. Estas circunstancias
podrían inducirnos á sentar que las Coplas del Contemplo del mundo se
escribieron en 1440, término medio entre las dos fechas citadas; poro repa-
rando en que dá el Infante título de Maestre á don Alvaro, dignidad que
sólo obtiene después de la muerte del Infante don Enrique, acaecida en 1445,
por efecto de las heridas que recibió en la batalla de Olmedo, es innegable
que sólo pudo escribirse este poema hecha ya elección en el privado de don
Juan 11, y recibido generalmente como tal Maestre de Santiago. Parece por
tanto evidente que el gobernador de Portugal puso fin á su libro por los
años de 1446.
n.* PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 81
don Pedro prez y reputación de esforzado, tornando á poco, no
sin muestra de las mercedes que siguieron á tan grande escán-
dalo, al suelo portugués, donde prosiguió sus estudios. Habia
conocido personalmente en el ejército real á don íñigo López de
Mendoza , que recibía también , como gaje de su lealtad, en la .
expresada batalla título de Marqués de Santillana; y deseoso de
poseer todas las poesías que le daban renombre de consumado
trovador, suplicábale en 1449, por medio de Alvar González de
Alcántara, familiar y servidor de la casa del Infante, su padre,
que le remitiese sus Canciones y dezires. A los deseos del Con-
destable accedió don íñigo, dirigiéndole, cual saben ya los lec-
tores, con el Cancionero de sus obras, la famosa carta que sirve
i las mismas de Prohemio, trabajo ya antes juzgado, como uno
de los más preciosos documentos de nuestra historia literaria K
La desgracia que puso fin á los dias del ilustre duque de
Coimbra, alcanzaba también á su hijo don Pedro: el joven rey
don Alfonso le despojaba en el mismo año de 1449 del título
de Condestable, arrojándole de la corte, adonde pasado algún
tiempo, le llamaba el amor de su hermana, la reina Isabel, bor-
rado en el ánimo del monarca el injusto enojo que se habia en-
sañado en su familia. Repuesto en el supremo oficio de la mili-
cia, procuraba el Condestable ensanchar el imperio portugués en
el África, repitiendo, ya sólo, ya acompañando á su primo y rey,
las expediciones, contra aquella parte de la morisma. En Ceuta
se hallaba en 1463, cuando muerto el Príncipe don Carlos de
i Véase nuestra Introducción general, tomo I, pág. LV. — Don Iñigo
López de Mendoza encabezaba la dicha Carta-prohemio, diciendo: «En
estos dias passados Alvar González de Alcántara, familiar, é servidor de
b casa del señor Infante don Pedro, muy ínclito duque de Caimbra, vues-
tro padre, de parte vuestra, Señor, me rogó que los deQires é cancio-
nes mias enviase á la vuestra manifi9en9ia>, etc. {Obras del Marqués^
p. 1.* de nuestra edición). De estas palabras y del epígrafe de la carta
se deduce, sin género de duda, que se escribió antes de la caida del In-
fante gobernador y de la Batalla de Alfarrobcra, en que muere, y por
tanto antes de 1449 y cuando más en los primeros meses de aquel año,
eomprobándosc así cuanto sobre este punto expusimos en la Vida del Mar-
qués de SarUillana (Obras, pág. LXXXIX).
Tomo vii. 6
82 HISTORIA GRtTÍGA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA*
Yiaaa, llegábale una diputación de catalanes para ofrecerle la
corona del Principado y aun de todo Aragón; tentación tan
fuerte que le llevaba luego á Barcelona, donde tomaba título de
conde y de rey en los primeros días de 1464, empeñándose en
una lucha temeraria, con seguro riesgo de su honra y de su vida.
Vencido en los Prados del Rey por el príncipe don Fernando,
que frisaba apenas con los trece años, salía el Condestable de la
batalla , merced á la no gloriosa industria de arrojar la so-
breveste, mezclándose entre los vencedores; y á salvo ya de
aquel peligro, moría dos años adelante, tras infructuosos esfuer-
zos, al dirigirse desde Manresa á Barcelona, no sin fama de en-
venenado. Don Pedro trasmitía por su testamento al Príncipe
don Juan, su sobrino, el derecho no legitimado por las armas al
trono de Aragón, pagando así las deudas de cariño, que había
contraído con la reina doña Isabel, su hermana. Cuando aceptó
la oferta de los catalanes, tomó por divisa personal, que traía en
su escudo, un alcotán con su capirote, escribiendo debajo este
lema: Modestia por alegría ^ .
Tal fin tuvieron las esperanzas de don Pedro de Portugal, pa-
sando de este siglo á los treinta y cinco años de una vida, que
prometía abundantes laureles para la milicia y para las letras.
Su juventud consagrada al estudio, no había sido en verdad es-
téril en el cultivo de las últimas; y ya siguiendo el ejemplo de
su padre, ya dominado del general anhelo que hacia volver to-
das las miradas á la corte de don Juan II, inscribióse también el
Condestable entre los ingenios que tomaron por instrumento el
habla de Castilla, asociándose al ya quilatado desarrollo de las
escuelas poéticas, representadas por Juan de Mena y Santillana.
Insigne testimonio daba de ellos, escribiendo la muy peregrina
Sátira de felige ¿ infeli¿e vida, obra por la cual parecía filiarse
en la escuela dantesca, sin olvidar no obstante el grande influjo
que alcanzaba la provenzal en la regiones eruditas.
La Sátira de felice é infelice vida, no conocida aun en la his-
toria de la literatura española, es en efecto una visión amorosa,
1 Mariana, Hist, gen. de España, lib. XXII, cap. IV, y lib. XXIII, ca-
pítulos VI, VIH y X.
n/ PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 83
trazada sobre la pauta de la Comedieta de Ponza, el Labyriního
y tantas otras producciones, cual dejamos examinadas: aparece
escrita en lengua castellana, y como en el Siervo libre de Amor^
lafltfrcf/ de Amor y otras, alternan en ella la prosa y los me-
tros ^ Supone el Condestable que joven todavía, se halla durante
ona noche de julio (el mes de Céssar) solo, triste y acongojado
en medio de un campo, cuando se le aparece la Discreción; y re-
prendiéndole la amorosa pasión que le domina, le pone delante
para disuadirle de si^ locura, el vario ejemplo de los desastres y
nuserable Qn de los enamorados de la antigüedad, no sin añadir
los casos lastimosos de los tiempos modernos, entre los cuales
tiene señalado lugar la desdicha de Macías, llorada una y otra
▼ez por los vates castellanos *. El silencio es la respuesta del
poeta, sumido en dolorasa amargura; pero de pronto se siente
transportado & un «arboledo bien poblado de fermosos é fructuo-
sos árboles», donde recostándose «en las verdes yernas», crece
sa desconsuelo con el alegre canto de las aves, viéndose al cabo
rodeado de «grand compañía» .
1 Custodiase en la Biblioteca Nacional bajo la marca P. 61, en un to-
mo 4.^, escrito por un Cristofol Bosch en 1468, siendo por tanto coetáneo
del Condestable, pues aparece hecha la copia dos años después de su muer-
te. El nombre del trasladador y la circunstancia de haber pasado en Cata-
luña don Pedro los últimos dias de su vida, gozando del amor de aquellos
naturales, nos inducen á creer que fué este códice escrito en el Principado,
donde como sabemos era ya muy familiar la lengua de Castilla. Y no que-
da, por último, duda en el particular, leida la nota final, á que aludimos, la
eoal dice así: cFfou acabad lo present libre á X de may any 146S de ma den
Cristofol Boscb, librater. — Deo gracias». — La Sátira lleva por epígrafe: «Sí-
gnese la epístola á la muy famosa, muy excelente princesa, muy devota, muy
virtuosa é perfecta señora, doña Isabel, por la deifica mano reyna de Portu-
gal, gran señora en las libianas (líbicas, africanas) partes, cmbiada por el
«a menor hermano é en deseo perpetuo mayor servidor». — Explicando las
razones por qué da el título de sátira á esta visión, dice: «La intitulé sá*
tira.., que quiere Uczir reprehensión, con ánimo amigable corregir; é aun
este nombre sátira viene de satura f ques loor». (Dedicatoria á la Reina).
£sta misma etimología adoptaron notables comentadores del siglo XVI.
2 Véase lo que en el cap. VIH del tomo precedente dejamos apunta-
do respecto de la versión, que da el (Condestable en orden á la desgracia do
Macías.
84 HISTORIA CRITICA DE L4 LITERATURA ESPAÑOLA.
Era esta el colegio de las siete virtudes: la Prudencia le ex-
horta á que tenga fé eo su dama, cuyo más cumplido elogio ha-
cen las restantes, comparándola con las heroinas de la antigüe-
dad y anteponiéndola en hermosura y discreción á las mismas
diosas Venus j Minerva: su sabiduría deslustra la de los más
celebrados oradores y filósofos. Declarando que posee las tres
caras de Prudencia (memoria, seso y providencia), enaltece
asimismo su piedad cristiana y su honestidad, haciendo de ella
acabado retrato; todo lo cual exaspera más vivamente el dolor
del poeta, para quien es imposible concebir cómo la que le mata
á desdenes, merece tan altas alabanzas. Acusando á su dama de
tirana y cruel, mueve á la Piedad á mitigar su excesiva tristu-
ra, culpando al «fado ó constelagion», en que su hermosa ha
nacido, de que «Amor non faga en ella morada». Á esta decla-
ración nada cristiana, replica el poeta que vive para que la ad-
versa fortuna ejecute en Si mayores rigores; pero que si vive pa-
ra los que le ven vivir, él para sí está muerto, por lo cual am-
biciona el último dia. Las virtudes le dejan esclavo de los «fados
crueles», situación que procura pintar en apasionados versos,
apareciendo después la claridad del sol naciente, que desvanece
las tinieblas y disipa aquella visión, tan desconsoladora como
grata al amoroso desvelo del poeta.
Muestra esta sumaria exposición que el Condestable de Portu-
gal seguía en todo el arte alegórico^ hermanándose así con los
ingenios más aplaudidos de Castilla: como su padre, se preciaba
de erudito y entendido en la historia antigua, haciendo excesivo
alarde de nombres propios, que entorpecen á menudo la narra-
ción, y dando cabal idea de aquel afán despertado en los pueblos
neo-latinos por apoderarse de los tesoros clásicos: como su pa-
dre, que se dejaba llevar de la corriente en que hemos visto ya
& Juan de Mena y otros ingenios de la España Central, daba al
hado y fortuna una intervención directa, negada y vigorosamen-
te contradicha por los escritores ascéticos *; y como su padre
cultivaba por último la escuela lírico-provenzal, ofreciendo en la
1 Véanse los capítulos XIV y XIX del I.er Subciclo de esta 11.* Parte
y el XII del segundo, ts. IV y VI.
n.* PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 85
misDia Sátira de felice é infeli^e vida señalado testimonio de su
esmero y atildamiento, como cultivador de la poesía castellana,
aventajando no solamente á sus compatriotas, sino también á
otros muchos trovadores de la corte de don Juan II. Veamos en
prueba cómo empieza el lamento final de la Sátira, «á la más
perfecta del uniuerso dirijido» : #
Discreta, linda, fermosa^
templo de mortal virtud,
honestad mnj graciosa,
lucero de juventud
7 de beldad:
á mis preges acatad,
ojd las picarías mías;
non fenezcan los mis días
con spbra de lealtad.
Píon fenezca vuestra fama
que vuela por toda parte;
non fenezca quien vos ama:
desechad, echad aparte
la crueldad:
s^uid virtud é bondad,
é non lieve la victoria
la dañada voluntad i.
Con igual entonación prosigue, dando quejas á su amada; y
aunque su lenguaje es por extremo artificial, como son exagera-
dos los sentimientos que revela y rebuscados los pensamientos
que expresa, siempre es digno de considerarse que sobre ser
1 Consta esta notable composición de quince estrofas, como las pre-
sentes, entre las cuales se hallan algunas de arte mayor, en que declara
<)iié cosa sea piedad. Hállase al Tul. 65 del citado códice, y para que los
lectores formen cabal idea del mérito del Condestable de Portugal, como
versificador castellano, trasladaremos aquí alguna de dichas estrofas:
•
¿Qué es otra cosa | asar piedad^
Saluo ser sancta | é ser religiosa.
Pía é humilde, | misericordiosa.
Liberal, dadora | cod graciosidad?...
Mirad pues los titules j de gran dlnldat,
que ganan aquellas | que son piadosas:
ganaldos uos, lumbre | é luz de fermosas;
ganad é quered 1 tal fcll<^ldat, etc.
86 HISTORU CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
el Condestable un poeta cortesano, está empleando una lengua
que no es la nativa, siendo en verdad mucho más castizo y cor-
recto en los metros que en la prosa }. Para justificar en algún
modo la predilección concedida á la lengua de Castilla, manifes-
taba don Pedro que «visitado por la rodante fortuna», habia vi-
vido entre losiingenios castellanos, añadiendo que «todas las co-
sas nuevas aplacian», con lo cual mostraba claramente la incli-
nación de los trovadores portugueses al cultivo de la poesía,
acreditada por los Guzmanes y Mendozas. El Condestable asegu-
ba por último que deseaba ser grato á su hermana, doña Isabel
de Portugal, para quien no era peregrino ni nuevo el romance
de Castilla ^.
Dado el ejemplo en tal manera y por tan altos personajes 5, re-
1 Esta observación puede aplicarse también á cuantos ingenios ensayan
en esta época en sus escritos la lengua de CastiUa, y tiene entera explica-
ción en la misma índole y naturaleza de los estudios eruditos. La imitación,
que no solamente se reftere á las formas artísticas, sino que pasa también
á la lengua, empieza siempre en las esferas de la poesía, y sólo cuando se
ha realizado en ellas^ se transfiere á las de la prosa. Por esto, es un hecho
muy digno de tenerse en cuenta el ver al Condestable de Portugal cultivan"
do la prosa castellana; lo cual muestra el predominio que alcanza la litera-
tura de la España Central y explica por qué don Pedro es inferior á sí mis-
mo como prosista.
2 Así expone en efecto las razones, que le movieron describir enroman-
ce castellano la Sátira de felice é in felice vida: «Si la muy insigne mag-
•nifi^encia vuestra demandare quál fué la causa, que á mí movió dexar el
•materno vulgar é la siguiente obra en este romance proseguir, yo respon-
>deré que como la rodante fortuna con su tenebrosa rueda me visitase, ve-
mido en estas partes, me di á esta lengua , más constreñido de la necesidad
>que de la voluntad. Que traydo el texto á la dcsscada fin é parte de las
•glosas en lengua portuguesa acabadas, quise todo Irasformar c lo que rcs-
»taba acabar en este castellano ydioma, porque segund antiguamente es di-
»cho é la experiencia lo demuestra, todas las cosas nuevas aplacen, c aun
>que esta non sea muy nueva delante la vuestra real é muy virtuosa ma-
igestad^ á lo menos será non tan usada que la que continuamente fierc
> los oydos».
3 Conveniente juzgamos añadir sobre este punto que no sólo el Regen-
te y el Condestable de Portugal, sino también el mismo rey don Alfon-
so V, de quien habia dicho el marques de Santillana que era de perfetta
II.' PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 87
cibida en el palacio y en la corte de Portugal, como lengua poé-
tica y literaria, el habla de Castilla, no podia maravillar que obe-
deciendo este impulso, se esmerasen en su cultivo otros inge-
nios portugueses, propagándose aquella afición á los siguientes
reinados, durante todo el siglo XV. Notables eran entre'todos es-
tos trovadores luso-castellanos el conde de Vimioso, el conde
Moor, don Juan de Meneses, Alvaro y Duarte Brito, don Juan
Manuel, el doctor Francisco de Saa, Pedro Secutor, Ferreira y
otros \ pudiendo asegurarse al leer sus cantigas, glosas, tro-
discreción, de buen sesso é grant sentidOy se preció de cultívar la lengua
castellana. Al despedirse de su hija, doña Juana, cuando pasó esta á Casti-
lla para desposarse con don Enrique IV, le dirigió un RazonamientOf lleno
(le máximas y amonestaciones cristianas, el cual empieza: c Venido es el
«tiempo, ó dulce fija mia, en que yo casarte devo: llegada es tu edat, como
>yo pienso, á los conuenibles años de los maritales talamos, etc. Esta obra,
nuy semejante en el estilo á la Sátira de felice é in felice vidu^ fué escri-
>ta en 1455, y al parecer terminada el domingo de Resurrección», co-
menzado (dice el rey) el diez de Delio, cuya tfestividat á honor de la rresu-
rcccion del Todopoderoso é misericordioso lesu celebramos (Méndez, Ty^
pografid esp., págs. 138 y 139) .
1 Las poesías castellanas de todos estos trovadores fueron en parte re-
cogidas por Resende en su ya citado Cancionero entre las portuguesas es-
critas por los mismos. Hállanse en efecto las del conde de Vimioso desde
la foja LXXIX vuelta en adelante; las del Condel Moor (Fernando da Silveira)
desde el fól. XIX v. al XXllIj r.; las de don Juan Meneses desde el XV r. al
XVlll V.; las de Alvaro y Duarte Brito desde el XXIlll r. al XXXll v. lasdel
primero, y del XXXVll r. al XLVII r. lasdel segundo; las de don Juan Ma-
nuel desde la foja XLVlll v.á la LVlIr.; las del doctor Saa, desde el fól.ClX
al ex r.; las de Pedro Secutor, fól. LXXXIII; las de Ferreira, fóls. CIX , etc.,
ele. — Demás de los lugares citados, encuéntransc también en otros sitios
del Cancionero cantigas ^ loores^ reqüestas, etc., de estos y otros poetas
portugueses, en lengua castellana, perteneciendo á los reinados de don Al-
fonso V y don Juan 1!, según ellos mismos nos advierten por las fechas y los
acontecimientos que mencionan. Algunos de estos poetas, no sólo usan la
lengua de Castilla, sino que tratan también asuntos puramente castellanos:
así por ejemplo Alvaro Brito elogia en dos composiciones, la primera por-
toguesa y la segunda castellana, á los reyes don Fernando y doña ísabel,
llevando su extremada cortesanía al punto de hacer una y otra obra multi-
plicadamente acrósticas. La que dirige á la Reina Isabel empieza:
Bsclares^es ensalmada
en Europa enlegida
88 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
vas, reqüestas y dezires, que fuera de algunos modismos por-
tugueses, nada hay en sus metros que desdiga del parnaso cas-
tellano. Verdad es por otra parte que lo mismo sucede respecto
de los trovadores, para quienes, ó era peregrina la lengua de
don Juan II, ó tenia mayor estima la que iba á ser inmortaliza-
da en la siguiente centuria por el genio de Camoens: las escue-
las poéticas que habían luchado en Castilla, dominaban del lodo
en Portugal; observación que halla entera comprobación en el
examen de unos y otros Cancioneros *, poniendo una vez más
de relieve el predominio que alcanzaba la España Central en las
esferas intelectuales, merced á los nobles esfuerzos de tantos va-
rones como en vario sentido ilustraron la primera mitad del si-
glo XV.
Aquellos meritorios esfuerzos producían también en Castilla
sus legítimos frutos, á despecho de las vergonzosas contradiccio-
nes, que trajo consigo el turbulento y escandaloso reinado dd
Enrique IV. Á la debilidad de su apocado carácter, heredada
de un padre á quien habia desobedecido, se unían en este prín-
cipe la inconstancia en el bien, la perplejidad en el consejo y el
hastío respecto de ta gobernación del Estado, abriendo las puer-
esperante esperada
estrella esclarecida, etc.
La influencia literaria, que toma cuerpo en los bersos del Infante y del Con-
destable de Portugal, triunfa pues de las prevenciones nacionales, nueva-
mente exasperadas con la itivasion y derrota de Alfonso V (1475), y se tras-
mite con fuerza irresisliMe á los sifjuicnles reinados, según en lugar propio
iremos notando.
1 Esta observación se comprueba fácilmente con la simple comparación
de los referidos Cancioneros, ya MSS. ya impresas. Sin salir del de Garcia
de Resende, que tenemos á la vista, es lícito advertir que no hay en él com-
posición alguna que no pueda clasificarse en una de las escuelas artísticas,
cuyo estudio llevamos hecho; y como las obras que encierra, alcanzan has-
ta principios del siglo XVi, no es repugnante deducir que acudiendo los
proceres y trovadores portugueses á los castellanos (como lo hicieron el In-
fante don Pedro y su hijo, elCondeslable, respecto de Juan de Mena y del
marqués de Santillana) para pedirles sus obras, imitándolas, siguió en toda
la XV centuria el parnaso portugués el movimiento que habia recibido de
la imitación del castellano.
Il/ PARTE, GAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 89
tas á los insolentes y ambiciosos, para escalar las honras, el po-
der y las dignidades, y poniendo en manos de una privanza ciega
y torpemente interesada la quietud del reino, la honra de las fa-
milias y su propia honra ^. Los veinte años que abraza aquel
reinado, pueden señalarse en la historia de Castilla como la edad
más calamitosa y triste de cuantas habian aflijido al pueblo de
Pelayo desde la ruina del Guadalete : el trono aparecía cubierto
de mengua y vilipendio ; la nobleza entregada á feroz anarquía,
sin más norte que su desapoderada ambición^ ni más freno que
su orgullo; el clero mezclado torpemente en los disturbios corte-
sanos, aguijado por insaciable codicia y presa de vituperable in-
continencia; las honras y dignidades vendidas en pública almo-
neda; la justicia hollada y escarnecida; las villas y ciudades del
reino abiertas á la dilapidación y al cohecho; los caminos cuaja-
dos de malhechores; los campos se veian por último convertidos
en teatro de infan\gs rapiñas, ó eran con frecuencia pasto de las
llamas ^.
En medio de este cuadro se mostraba la figura de Enrique IV
sombría , macilenta y animada de indecisas ó contradictorias tin-
tas: «Era (dicen sus coetáneos) temeroso á natura; sospechoso
•de continuo; el tono de su voz muy dulge é bien proporcionado.
•Todo canto triste le daba deleyte. Presgiáuase de cantores y con
•ellos cantar á menudo: estaua siempre retraydo: tañía dulge-
•mente el laúd; sentia bien la música; los instrumentos della
•mucho le plasQÍan... De sí mismo facía poca estima: las insig-
•nias é gerimonias reales todas cesaron en sus dias: fiestas é
•aparatos jamás le plasQian... Los deleytes de la carne mucho
•le señoreaban» ^. Con tales rasgos y dotes no era en verdad
posible que prosiguieran bajo los auspicios de Enrique IV, ofre-
ciendo las letras el espectáculo, altamente consolador, que habían
1 Véase el estudio de los historiadores que hacemos en el siguiente ca-
pítulo.
2 Lucio Marineo Sículo, De rebus memorabilibuSy trad. cast. fól. 160.
3 Filosomia del Rey don Enrique IV, Bibl. Escurial., Cód. IV. a. 23,
fóls. 89 V. y 90 r. — Después veremos conftrmada esta pintura por la que
hacen del mismo rey los cronistas coetáneos.
90 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPA5(0LA.
presentado ea la corte de don Juan II, si bien dado el impulso
no fueron bastantes tantas aberraciones y escándalos á extra-
viar el nM)vimíento que habían aquellas recibido. La poesía , la
historia y la elocuencia, auxiliadas por la filosofía y la teología,
tuvieron durante aquel ominoso reinado notables cultivadores,
quienes si no pueden ser considerados sino como discípulos de
los ilustres ingenios que en la primera mitad del siglo XY flo-
recen , revelaron en sus obras la angustia y el vilipendio de
aquellos veinte anos, mereciendo en tal concepto señalado lugar
en la historia de las letras patrias ^
Discípulos de Mena y de Santillana fueron en efecto, entre los
trovadores de Castilla, Peix) Guillen de Segovia, Diego de Bur-
gos, don Gómez Manrique, á quien se asocia su sobrino don Jor-
je, Alvarez Gato y otros ingenios no de menor bulto , los cuales
se vieron forxados & no inscribir sus nombres en sus más impor-
tantes poesías, por el especial carácter de las mismas. Hemos
mencionado antes de ahora á Pero Guillen entre los cantores
enwlito-populares, que dieron en sus versos cumplida razón del
efecto producido en Castilla por el suplicio de don Alvaro de
Luna: hay motivo para dudar de la patria de este trovador , por
la ra^aedaJ, con que es mencionado en documentos coetáneos -:
l EL íigclo hrstortadv^r american\> Williana Prescolt . bo^qoejando el es-
íiaKi «ie C4:íCilU . duiunte el cdkUmitocío reiikivio de doa Enrique , j dado á
OHiucer el efecto que pcodujeivo en lo$ estudio* las discorüas, de que fue
bflttrv Ji cvrte. ob«erv:i que teda la nacioa cayo, como cocsecuencia , en
pruciindo letarv^j mental . auaU iendo: *^n cau dep-oraMe estad > de cosas
las pocas dortfs que habían comeoiado a br.'Cir en el campo de la litera*
tura bajo la b«*ai^a itidueocia deí prvoedeote reinado» fueron bien proii—
tu marchitadas x bobadas por ittmuudas puntas, desapareciendo rápida-
mente leí pa:» todos los vet^i^^n» de anterior cultura i Hiit. dti rexModo d€
lüs Aí^í» Catifitciis. Parte L*. cap. XÍX^. IVfscvtt revmr^a en denusia el
cuioñdu ic íste iuiofvifo cuiídrv^ haciendo roadm;s:bIe su ultima aserera-
ciun. íl aov'ioieato de "as eCns :aau<urAdo en ríiaados lateriicre». se pa-
raliza alif^xn tancu en la corte de don parque, pero ai se esterilixa para lo
aorvenir. ai menu« ¿»apare\^í todo ^ret^ti^io de cuiíura. ie^un detaaes-
•na A>n «itera iviiii.acia los presentes estudios.
i £a üectü» es "recueaíe en los ilS6. del si^o XV et leer, cuando bkil-
:*u0aa i ?':rti JaiHen. Ií:» iihtameates Át S^vtOa y iiT C^^pWts» Itf c«il
n/ PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 91
sábese no obstante por declaración propia qae gozó en su juven-
tad de bienes temporales, bastantes á conservar su honra y sus*
tentar su vida ^; tiempo feliz en que hubo de alcanzar en la cor-
te de don Juan II los triunfos poéticos de Juan de Mena y de
don Iñigo López de Mendoza, á quienes esdóge por maestros y
modelos^. La desgracia le aflijió en breve, viéndose reducido &
la mayor pobreza y necesitado de escribir obras ajenas, para sos-
tener su vida y la de sus hijos ^. Al cabo buscaba en Toledo la
contríbaye naturalmente á oscurecer esta investigación: en el Cancione-
ro VII. D. 4 de la Bibl. Patrim. de S. M., antes de ahora citado, leemos
también al propósito en el fól. 79: «Este dezir^ que sfgpue compuso é orde-
nó Pero GaiUen de Sevilla, vezino de Segovia», etc. ¿Dónde nació pues
este ingenio?.. Alguna luz nos dá él mismo en el particular, cuando en un
detir, que dirije á don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, según abajo
advertimos, decia (copL XXI II):
Sy vuestra praden<^la | querrá saber quién
es este que yase | de palmas en tierra,
mandad preguntar | por Pero Guillen,
allende Pedraza, \ bien ^erca la Sierra, etc.
Hay en Castilla hasta cuatro Pedrazas: Pedraza de Alva (Salamanca),
Pedraza de Campos (Palencia), Pedraza de Soria y Pedraza de Segovia.
Llevando Pero Guillen á menudo el sobrenombre de Segovia, y aludiendo
sin duda en estos versos á su familia y aun á su patria, racional parece en
consecuencia el suponer que sea esta la Pedraza de Segovia, en cuyo caso
DO habría ya duda en determinar dónde nació este poeta.
1 En la dedicatoria que puso al ya indicado Dezir » dirijido al arzo-
bispo de Toledo, declara en efecto que gozó en su juventud de bienes tem-
porales. «Yo... en mi joventud (dice) ove ávido los temporales bienes
tantos conque, segund mi estado pudiera sin pedir, conservar mi onrra et
lostentar la mísera vida» (Canc. Vil, D. 4 de la BihI. Patr. de S. M., fo-
lio 79 V.).
2 £n el mencionado Dezir, hablando de sus desdichas , contaba entro
cllu la muerte de estos dos ingenios , añadiendo que su malvada fortu-
na (eopl. XVI)
Quitó al marqués, | llevó á Juan de Mena,
maestros fundados, j de quien aprendía*
Mena falleció en 1456 y el marqués en 1458, según saben ya los lec-
tores.
3 La fortuna (dice en la dedicatoria arriba mencionada), ausando de su
oficio, troxo los tiempos en tal término que destruidos los bienes que pres-
tado me avia, me puso en tal baxeza d'estado que dexando la diferen9ia
92 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
prolocciüíi do doa Alfonso Carrillo de Acuña, doliente de la vis-
ta, y «de guisa (escribe) que ya por defecto daquella, non fago
mi obra como devia; así que , aun aquello que del tal trabaxo
avia, [la malvada fortuna] me quitó» ^ Aconsejado de un santo
religioso, que lo recomendaba al arzobispo, hallaba en el palacio
de este opulento magnate benévola acogida, viviendo largos años
en su servicio , donde hubo ac^so de acabar sus dias *.
En medio de estas vicisitudes, no abandonó Pero Guillen el
cultivo de la poesía, ya poniendo término á ciertas obras de sus
maestros 5, ya sosteniendo ingeniosas lides con otros trovadores,
entre los cuales se contaban los esclarecidos Lope de Estúñiga
y don Gómez Manrique ^, ya en ñn escribiendo no insignificante
de los fmdos, quasi me quiso matar en la cayda... ca yo , sin tener péño-
la, nin discrysMon, por me sostener si pudiera, ha diez años que cscriuo es-
cripturas aceñas 9.
I Loco oitato.
^ A5: se desluce de la dedicatoria que puso á la Golfa SfUncia , de que
!'i*¿ro hAb'xrí!nT>s: en ella leemos, después de elog-iar la protección que
r^."! >:i del arit^bispo CarriUo. estas palabras: «lE asi por esto como por que
y? íoy v-*nido en tal bedat que por curso natural me fallo cercano á my
^" rr:r-::-on. quise faser é orvienar este tractado, etc. (Bibl. Toletana,
C. !«^->. núm. 25 1 .
5 Til <ice-iió por ejempV i\>n el tratado de Los fifte pectidos mortales
•'• Jii-a •** Mí'na. obra tan aplaudida de los doctos que no sólo Pero Gui-
!'-f3. *:-o tanib'-»n don Frey Gen>nimo de OÜvan^s. caballero de Alcántara,
y hsi Gcacj Mjiañque. se preciaron de darle cat>o. Adelante tendremos
•K'3tfi«:i ce examinar ía obra do Manrique.
4 El e! vnx». VU. D. 4 de !a Fibl. Vxir. de S. M. existen desde el fó-
lo •? T. il T*J íiftA dtíi Y vííe cbra? iie Ferv» Guiron: cocirerian eon unas
Ccoúí* cm •'^riHfífj »iV <((>wikcV Kt^:*i ccii^ií/ofra.» jk>esia de Gómez
Kiirí'^i»? ■:/« lieliníeVxamfranrmos, y s!fu:ecdo la i(«^^«mía 911^ fiso
ff^ G«4*>n j fc*j ■.•ttr;a o midnss q^ tío"«^3 Manriq^f twihió á Diego
J->w, roití*c?** ^hixyyr iei rey. se baUa al foí. 66 otra Resprnetía á un
Ljna [kssuíitjz ícé^Y rf .4«cr. yvr ^%< se Ux" de «•k"Ac ««*w¿er. GuiUen,
vmoofio .A i*^nsa. *n -a peragra «NBtposicwa del artcV.sfo Carrillo , á
: i »*i. 'k'm»?: Kiar-iiT-f iluoia. pvr íír-rr urta partx'^ es la sü.a eobema*
r.'íi T ít» lVí'i Ar.i*. ?i= "xva ¿e! cxil ees-» !a refenda ¡íesf%esta, era
■n»i7 T*fr»ir a ina '.^rdim. cuyv* swto reccaccirrecBo* despees ea aflil»as
jon:»: -SL niaaAi a Li^ ir* Estaa;^ pvcile UaiWm asiíc^jane que faé mis
n.' PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 93
número de obras amorosas, morales y aun religiosas, que le
grangearon entonces el titulo de gran trovador y le hacen hoy
digno del puesto que le concedemos en la historia de la litera-
tara española. Las composiciones que mayor estima merecen,
son indudablemente las religiosas y morales; y entre todas paré-
cennos preferibles los Salmos penitenciales ^ el Discurso á los
que siguen su voluntad en qualquiera de los doce estados del
mundo, los Dezires al Dia del Juicio y á la Pobreza, no de-
biendo olvidarse el dirijido al arzobispo de Toledo sobre la
caida de su estado, ni el que intituló al rey don Enrique cuan-
do asentado este en el trono, ^fizo paces con Aragón ¿ Navar-
ra», lisonjeando en la nación castellana aquella generosa espe-
ranza de ver lograda en su reinado nueva Era de felicidad, que
se trocaba luego en triste desengaño. Pero Guillen de Segovia,
hacia en todas estas producciones gala de estar iniciado, como el
marqués de Santillana, en las diversas escuelas poéticas, en que
se habian dividido los ingenios de la corte de don Juan II, os-
tentando aquella especial erudición que los caracterizaba K Su
musa es sin embargo más enérgica y verdadera en los Salmos
peniiengiales, notables ensayos de poesía sagrada , en que con
extraordinaria sencillez se revelaba aquel alto sentimiento, que
iba & resplandecer un siglo adelante en León y en Herrera. —
afortunado que Guillen, cantando amores (Véase el cap. XIV del anterior
volumen).
1 Es digno de notarse, para fijar debidamente el carácter literario de
los discípulos de Mena y Santillana, que se extremaron, como ellos, en el
anhelo de ostentar la erudición clásica tan laboriosamente alleg-ada. Gui-
llen hace gula de estos conocimientos con poca sobriedad en muchas de
8U8 obras; pero más principalmente en el Dezir que hizo al rey don Enri-
que en Im pazes con Aragón y Navarra, en el Dezir sobre Amor, fecho
en el Valí de Parayso (Xücnza) , composición dantesca, donde invoca á
Júpiter para narrar la Vision, en que la Fortuna le lleva por los Piri-
neos, Apeninos y Rifcos á un valle delicioso, en que halla á Salomón^ que
le disuade de sus locuras amorosas, y en el Dezir que dirige al arzobispo
de Toledo; siendo notable que en un asunto tan propio para mover la ca-
ridad cristiana, porque narra sus desdichas y da á conocer el consuelo que
halló en la religión, haga alarde excesivo de nombres y alusiones mitoló-
gicas. Estas indicaciones caracterizan la erudición de la época.
94 HISTOIUA CRtTtCA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA*
Precedidos los Salmos de una epístola dedicatoria en prosa ^,
dirijia Pero Guillen ardiente plegaria al Sumo Hacedor, excla*
mando al postre:
Tú nos diste ley bendita
de la cruz;
tú eres luz de la luz
infinita.
Tú, que das la que es escrita
saluagion,
do tu sancta correc9Íon
me remita:
Asi como padre á fijo,
me perdona;
pues mi alma se adona,
hoy corrijo
la mi vida é me rijo
por tu via:
faz que cobre el alegría,
que yo elijo.
Penetrando ya en los Salmos y lograba & menudo expresar los
elevados pensamientos, que les dan tan subidos quilates, del si-
guiente modo:
Maldades que soberuiaron
al que yerra,
mi cabeza fasta tierra
enclinaron,
é sobre mi se apesgaron
con grand peso:
á locura mi mal seso
1 Fól. 44 del cód. VII, D. 4 citado: tSíguense los Salmos penitenciales
que ordenó Pero Guillen, é comienza un prólogo en prosa , fingiendo que
fabla con un amigo.» El prólogo empieza: «Muy caro dilecto mió, cuya
amistad se me representa en aquel grado, etc.» Después leemos: cSíguese
otro prólogo en metro,» y este comienza (fól. id. v):
Sefior, oye mts gemidos
é rogarlas,
de lágrlmss é plegarlas
bastecidos.
II.' PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 95
sojuzgaron.
Ante ti es el mi desseo
esperanza:
en tus obras de alaban^
me reoreo:
ante ti es mi arreo
el gemido:
que te non es escondido
^ierto creo.
Ni carece Guillen de igual energía, cuando olvidado de su pre-
sente miseria, aspira á levantar la vista sobre las pequeneces,
ambiciones y tiranías del mundo. Dirigiéndose á los reyes en el
Dezir de los doce estados que olvidan el servicio de Dios y
prorumpia de este modo:
Si principe eres, | que has de regir
gentes é pueblos | en grant monarquía,
perdonas el malo | que debes punir,
soltando las riendas | de tu tiranía.
Secutas en todo | malvada cudigia,
pelando su nombre | aver más pujanza,
seyendo temido j penar la malicia;
tener aquel peso | igual de juátigia
con gran fortaleza | é perseverancia.
Y respecto de los prelados añade, no sin verdadera sorpresa
de quien conozca los dotes especiales del arzobispo Carrillo, bajo
cuyos auspicios vivía:
Si eres perlado, j enciendes el fuego
oon muchas é orríbles | bestiales costumbres,
dexando tu pueblo | andar casi giego,
á quien tú de fuerza | conviene que alumbres.
Si tú fueras bueno, | con tus oraciones
podrías á muchos | librar de tormento;
redrar de tu pueblo | las persecuciones,
seyendo constante j en las moniciones,
et muy piadoso | en el rumíente i .
1 Fól. 79 del cód. Vil, D. 4. — ^Esta notable composición empieza:
A tí, qae prosigaes por ta Tolantad, etc.
^Dsta de cincuenta y cinco coplas de arte mayor y es por tanto una de las
96 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÍÍOLA.
Las desdichas de su vida le forzaban sin duda á contradecirse,
ensalzando particularmente al metropolitano de Toledo, cuya
casa era, según la expresión de sus coetáneos, «receptáculo de
caballeros airados é descontentos, inventora de ligas é conjura-
giones contra el Qeptro real, favorescedora de desobedientes é de
escándalos del reino» *. Pero Guillen no solamente solicitaba el
favor del arzobispo en el Dezir que le lleva á su palacio, sino
que lisonjeaba largos años después su inmoderado orgullo, his-
toriando los hechos que le hicieron tristemente célebre en los
anales de Castilla, y colocando esta singular relación, muy digna
por otra parte de ser conocida de los cultivadores de la historia
patria, al frente y como dedicatoria de \a,Gaya Ciencta, que lleva
su nombre. Lástima es por cierto que una obra precedida de tal
dedicatoria, quedase reducida á una mera colección de conso-
nantes, si bien aspiraba Guillen á servir de guia en el ejercicio
de la gaya doctrina á los que desearan la «plática de esta gien-
Qia», y que les fuese «asi ñimiliar que non se les pudiera escon-
der entre los puntos y pausas de la retóryca». Como quiera, no
es justo negar al panegirista del arzobispo Carrillo, ni el amor al
arte que desde su juventud cultiva, ni el conocimiento de las es-
cuelas, á la sazón dominantes en el parnaso castellano, ni la eru-
dición propia de su tiempo: sus poesías, aunque entre sí contra-
dictorias respecto del sentido moral que revelan, sobre mostrar
la angustia personal del autor, dan también á conocer la lucha
más importantes de Pero Guillen, pues que pasando sucesivamente por to-
dos los estados de la sociedad, amonesta con igual brio al ciudadano y al
mercader, al labrador, y al menestral, al maestro y al discípulo, al solita-
rio y al monje, á la dueña y á la doncella, tras la sig-nificaliva apostrofe
que dirije á reyes y prelados, caballeros y magnates, á quienes es dado
gobernar á los débiles y menesterosos. El poeta ofrece luego el cuadro de
la pequenez é instabilidad de las grandezas humanas, recurriendo á la his-
toria y á las Santas Escrituras para demostrar la verdad de sus asertos^ no
pareciendo sino que tiene delante el celebrado Diálogo de Bias contra
Fortuna de su maestro el marqués de Santillana. Al fin, pone los manda-
mientos y ofrece ejemplo de los pecados mortales, lo cual ha dado motivo á
que algún bibliófilo tenga esta parte de la composición por obra distinta.
1 Letras de Fernando del Pulgar, letra III.*
Il/ PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 97
que agitaba profundamente á la sociedad bajo el débil cetro de
Enrique lY: su Gaya Ciengia^ tal como ha llegado & nuestras
manos, no pasa de ser un prontuario de rimas^ útil en el si-
glo XY para los trovadores, y curioso en la actualidad para el
estudio de las vicisitudes de la lengua castellana ^
No tan general como Pero Guillen de Segovia, cultivó Diego
de Burgos la poesía bajo los auspicios de don Iñigo López de
Mendoza, cuyo secretario fué en vida de tan docto magnate, se-
iálándose después de su muerte como uno de sus m&s apasiona-
dos encomiadores. Habia Diego de Burgos heredado de su pa-
dre, Fernán Martínez de Burgos, émulo de Juan Alfonso de
Bamia en el compilar de los antiguos poetas castellanos, aquella
extremada afición que tan útil es hoy á los que estudian la histo-
ria literaria del siglo XY ^. La protección del marqués de Santi-
Uaoa le traia muy joven á la corte, haciéndole familiar á los más
granados ingenios que en ella florecían; y ya tomando parte en
ias lides amorosas, ya rindiendo el tributo de su respeto al
rey don Juan, como protector de los estudiosos ^, hacíase digno
1 Gn&rdase el MS. de la Gaya Cienc^ en la Bibl.Tolefana,C. 103, n. 25.
tm volámen harto abaltado, de letra del mismo siglo XV, pareciéndonos
muy poáble qae sea el códice presentado al Arzobispo Carrillo^ por las
muchas señales de originaUdad que ofrece. Consta todo de 330 folios,
comprendiendo en los 44 primeros, cual indicamos en el texto, un epítome
de la Tída del arzobispo, y comenzando en el 45 la Gaya Ciengia con este
encabezamiento: Principios del libro de los consonantes. «En el fól. 56 se
leei: Sigúese la obra de los consonantes scuMdos de los primeros é si-
ff^'iendo las especies de cada uno. Pénense en todo el MS.las series de con-
*^iUnte8, sin contener versos ni composición alguna, lo cual suponen los
^^ditos traductores de Ticknor (t. I, pág. 567), según observamos antes
^« %bora (Obras del Marqués de SantiUana, pág. CXIX).
2 Fernán Martínez de Burgos formó en efecto el Cancionero que lleva
'^ Hombre, en vida de don Juan II, como Juan Alfonso de Baena: puede
^^>^ su análisis al final de las Memorias de Alfonso VIH, debidas á
^^n Rafael Floranes, tantas veces citado, y lo que decimos en las Ilustra^
^nes n.' y III.* del precedente volumen.
^ Entre otras composiciones, que hallamos en varios Cancioneros, co-
''^ obras de Diego de Burgos, conviene recordarla que dirije á don Juan II
y ^mpiesa:
Digno rey para la tierra;
ToiiOTn. 7
98 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAfiOLA.
de la predilección de su Mecenas, preparándose á cantar su
final partida, con gloría suya y aplauso de sus contemporji-
neos.
Es, en efecto, el Triunfo del Marcos la obra poética de
Diego de BCu*gos que más interés ofrece entre cuantas salieron
de su pluma. Declarando bajo juramento, en la dedicatoria á don
Diego Hurtado de Mendoza, primogénito de don Iñigo, que habia
tenido la visión que en el Triunfo cantaba ^, escríbia en realidad
un poema alegórico á la manera dantesca , empleando en él los
mismos medios artísticos ensayados por el marqués en la Come-
dieta de Ponza. Burgos se finge en efecto dominado del sueño
al amanecer de un día de primavera, momento en que se le apa-
rece la imagen de don íñigo, cubierta de largo y negro manto
mortuorio: llorando su pérdida, mira el poeta desvanecerse la
visión, que «asi como ave se alga volando», y juzga hallar con-
suelo en su propio dolor, dando rienda suelta á los gemidos.
Mas no estaba solo: el Dante, aquella noble figura que m&s de
Una vez habia animado las inspiraciones de la musa castellana
desde los tiempos de Miger Francisco Imperial, y cuyo inmortal
poema era considerado cual perfecto modelo, se levanta de en-
tre las sombras, manifestándole que pagado del amor que siem-
poesfa, en que le prodiga los mayores elogios en el concepto indicado. Há-
llase esta producción en el Cancionero que fué de Gallardo, tantas veces
mencionado, al fól. 384. Diego de Burgos comenzó con título de Querella de
la Fé un interesante poema, á que puso fin en los últimos dias del siglo el
famoso traductor del Dante, doctor Pedro Fernandez de Villegas.
1 Dice así en el prólogo en prosa, nunca impreso, y que sólo hemos
hallado en el MS. Vil. D. 4. de la Bibl. Patrimonial de S. M.: cEstaudo
yo en Burgos al tiempo de su pasamiento, una noche antes ó después ó por
ventura á la mesma daquel dia, en que el señor de bienaventurada memo-
ria ovo el primero sentimiento de la enfermedad suya, á mí paresfia en
sueños ver á Vra. Mer9ed cubierto de paños de luto fasta los pies, en la
cabeza un grand capirote de la mesma manera, firmando vuestra mano en
unas cartas é el preheminente é ynsine título suyo, del cual hoy vuestra
manífica persona es decorada é noblos^ida, la cual visión claramente daba
á entender á quien á los sueños alguna fée diera, su gloriosa partida» {Obrcu
del Marqués de Santillana, pág. CLIV).
n/ PARTE, GAP. XVI. POETAS' DEL REINADO DE ETOIIQUE IV. 99
pro le habia tenido don Iñigo ^, venia por divina permisión de
la miama parte
do el ánima sancta | está del Marqués,
pm traerie el apetecido consuelo y mostrarle, sí osaba seguir
sos huellas, alguna parte de su gloria. Lleno de alegría é incli-
nado ante el gran Maestro, replica así el poeta:
O luz del saber,
ó fbente manante | melifluos licores,
de quien los más fartos | más quieren tener,
é muy más aprenden j los muy sabidores:
tú has consolado | assi mis dolores
con tu nueva fabla | que poco los siento;
pues vé, si te plaze: | que más de contento
yré donde fueres, | dexados temores.
El Dante diríje sus pasos & elevadisima montaña, y atravesan-
do después una playa desierta y oscura, llega seguido de Burgos,
i an espeso bosque, que oculta los rayos del sol ; y tras largas
btigas 7 amenazados de horribles fieras, descubren por último
en la cima de un monte una gran boca, abierta en la piedra
viva, por la cual penetran en las regiones infernales. La voz
del ilustre cantor florentino fortalece, dándole el dulce nombre
de hijo, al desfallecido poeta; y señalándole los varios cír-
culos, donde penan los condenados, recuerdo vivo de su
1 Ef DoUble, 7 de macha importancia para los estudios que realizamos,
^ declaración que pone Diego de Burgos en boca del Dante respecto del
lUrqnés de Santillana. Refiriéndose á su Divina Commedia, dice:
Leyó el marqués | con gran atención *
aquellas tres partes, l en que yo fablé
quál es el estado | é la condlQlon,
qutl ánima bnmana ) espera por fé.
Allí do los malos | penando fallé
en gran punición | sin fin de tormentos,
é los penitentes ) en fuego contentos,
la gloria esperando, | que al fin non callé.
Por esta afectlon f assl sin medida
que ouo & mis obras, 1 mo?i por fablarte, etc.
Véase lo que respecto de este punto dejamos en lugar propio consignado
0. VI, cap. VIII).
100 HISTOIUA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÜOLA.
Infierno^ le asegura de qae el Marqués está libre de todo dolor,
guiándole luego á un gran seto, tejido de palmas y rodeado de
apacible rio, término de su viaje. Allí se descubre á su Tísta
sorprendente espectáculo: rodeado de las Virtudes y de las JTif-
sa$ y acompañado de innumerables varones, que tienen asiento en
ricas sillas, osténtase en maravilloso alcázar el noble marqués de
Santillana, llenando de gozo al poeta, cuya vista y sentidos em-
bargaba tanta gloria. El tiempo corria en tanto, y el Maestro
adivinando la «sed del saber» que á Burgos aquejaba, explícale
cuánto tiene delante, dándole á conocer aquellos ínclitos varo-
nes. Desde Héctor hasta César, desde Octaviano hasta Carlo-
Magno y desde Fernán González á Pero González de Mendoza
entre los guerreros más famosos; desde Platón á Séneca entre
los filósofos más celebrados; desde Homero hasta Petrarca y
Juan de Mena entre los poetas *; y desde Tulio y Demóstenes
hasta Boccacio y Alfonso de Santa María entre los oradores, to-
dos los personajes más ilustres de la antigüedad y de los tiem-
pos medios habian acudido á solemnizar el Triunfo del Marqués,
cabiendo á Platón, por mandamiento de las Virtudes ^ el dar co-
mienzo á sus loores. Como filósofo, como orador y como poeta
alcanzaba don íñigo altas alabanzas; y á tal punto subian sas
merecimientos, que llegado al mismo Dante el momento de hablar
exclamaba:
Á mi non conviene | fablar del Marqués,
nin menos sos fechos | muy altos contar:
que tanto le deuo, | s^rond lo sabes,
que non se podría j por lengua pagar.
Sólo este mote | non quiero callar
1 Digno es de notarse aquí el respeto, con que Diego de Burgos habla
de Joan de Mena, oá quien tove (dice) tanto de amoro, evocando su sombra
y dándole por excelencia d título de poeta, que habia llevado en la corte
de don Juan 11. Burgos le juzga solo digno de cantar las glorias del Blar-
qués, cuya Coroiuiaon habia escrito, diciendo:
si Dios en el muado, | amigo muy caro,
por Utmpos may lueogos | ?ef ir te dexara,
¡d qaé poema | tan noblt é taa claro
del claro Marqués | te pluma platarai...
n/ PARTE, CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 101
por noQ pares^r | desagrades^do:
que 8i tengo fama, | si soy conos^ido,
68 porque él quiso | mis obras loar.
Al elogio que tributan al Marqués los filósofos oradores y poetas
sigas el de los guerreros, con el orden mismo en que Dante los
había mostrado al poeta; y declarando las Virtudes que el verda-
dero premio del Marqués estaba en el cielo, no alcanzando todos
aquellos loores & ensalzar su gloria, mueven luego b&cia el tem-
plo de la Eterna Beatitud, no sin que el poeta impetre del Dante
el permiso de hablar al Marqués, & quien rodeaban en aquella
marcha triunfal las Musas, las Virtudes y las Artes. Burgos,
obtenida la licencia, manifiesta & don íñigo el dolor que su per*-
dida habia producido en Castilla; pero el Marqués reprendién-
dole aquella humana flaqueza, le declara que goza del eterno
bien, merced & la piedad del Hijo de Dios y á la protectora in-
tercesión de su Madre. En tanto llega el triunfal cortejo al tem-
plo divino, y en él contempla el poeta una suntuosa cadira^
donde aparecían esculpidas las proezas del Marqués, d&ndole en
ella asiento las Virtudes, las Artes y las Musas. Don íñigo eleva
al Eterno ardiente acción de gracias; y resonando en los espacios
celestiales cantos de infinito placer, asciende & la beatifica mo-
rada, instante en que desvanecido el sueño del poeta, vé disipa-
da la visión, poniendo término á su obra.
Hé aquí pues el Triunfo del Marqués de Santillana^ debido
i so discípulo y secretario Diego de Burgos. Era, bajo el doble
concepto del arte y de la erudición, este singular poema una de
las producciones m&s notables de la musa castellana en la se-
gunda mitad del siglo XV, y sin duda una de las pruebas más
iosignes de la eficaz influencia que estaba ejerciendo en nuestro
parnaso la Dwina Commedia. Diego de Burgos no se contenta,
como sus maestros, con recordar el ejemplo del vate florentino,
únitando alguno de sus cantos ó pidiéndole alguno de sus pen-
samientos: el Dante hace en el Triunfo del Marqués y el mismo
oficio que Virgilio en la Divina Commedia; y así como el vate
de Mantua desata las dudas y previene los deseos de Aligbieri,
^i también el Dante adivina una y otra vez los pensamientos de
Burgos y le explica cuantas visiones les salen al encuentro en su
102 nsTOUA adncA de la LimuTinu bspaHola.
alegdríca peregrinacioQ, no sin qne qiarezcan sembrados los
Tersos, que pone el poeta castellano en boca del gran maestro, de
ideas y reminiscencias tomadas directamente de la inmortal epo-
peya florentina. Dante habia rivaliíado con Homero en las com-
paracioneSy qne constitnyen tal vez la mayor belleza de la Dmna
Commedia: Diego de Burgos, delarando que no alcanza la mde-
za de sns palabras á expresar los conceptos de sn mente, pro-
cura imitarle con frecuencia, logrando á veces la fortuna de
acercársele. Al rerse por ejemplo llevado al templo de la Eternal
Beatitud, deda:
Quedé ooDio fa^ | el niño yoorsiite»
que por su terneza j non tiene experien^a
de ooaa que Tea j nin tenga delante:
que mizm, e^Mntado, j su gesto 7 sembUnte,
é oocre á la madre | de quien más se ña;
aasi tqítí yo | á nú sabia guia,
pidiendo el misterio j que fuesse causante. '
Las citas pudieran multiplicarse en este sentido con éxito ana-
logo, probando que Diego de Burgos no fué inferior ¿ su Mece*
ñas y maestro en la imitación del amante de Beatriz, aun res-
pecto de las formas del lenguaje. El Triunfo del Marqués , da-
das las condiciones especiales de aquella forma literaria, cuyos
incouTenientes se bacian tanto más notables cnanto era mayor el
alan de los doctos por ostentar la erudición cláskai, merece
lugar distinguido en la historia de la poesía española ; pues que
olvidado su estudio, como hasta ahora ha sucedido, es de todo
ponto imposible señalar el progreso de la escuela dantesca en
nuestro suelo, cerrando asi el camino al conocuniento de ulterio-
res transformaciones ^.
Ni tuTO en el desarrollo de aquella escuela, menor parte el ya
1 Consta el TYimmfo dd Jíorfuéf de ciento cuarenta 7 tres octavas: tvté
impreso eo el Camciomero de 1511, del fól. Lij r. al LXig v. con este epí-
grafe: cComiec^ el tractado intitulado Triunfo dd Marqués, á loor c re-
Terescia del jllustre y maraTÍlloso señor doo Iñigo Lopes de Mendoza, pri-
mero marqués de Santillana, conde del Real, compuesto por Diego de Bur-
gos^ s« secretario.
n/ PARTB, CAP. XYI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 105
nmcíoDado don Gómez Manrique, sobrino y discípulo del ilustre
marqués de Santillana, si bien, como don íñigo, dio repetidas
maestras de cultivar las demás formas poéticas, & la sazón tan
estimadas de los eruditos. — Gómez Manrique era quinto hijo de
don Pedro, octavo señor de Amusco, y por tanto hermano menor
del celebrado don Rodrigo, maestre de Santiago, & quien hemos
encontrado ya entre los trovadores de la corte de don Juan II.
Admirando en ella á los principales ingenios y & los más doctos
farones ya memorados, ambicionó la gloria de los primeros,
ajeno por las ocupaciones de su clase á las aspiraciones de los
segundos. Las obligaciones de su familia le empeñaban en efecto
desde muy temprano, así en la guerra contra los sarracenos ,
como en las revueltas interiores de Castilla; y ya desde 1434 fi-
guró en la conquista de Huesear, á donde le llevó su hermano,
don Rodrigo, tomando después partido por el Infante don Enri-
que contra don Alvaro de Luna. Al verificarse en 1439 el fa-
moso Seguro de Tordestllas^ formaba don Gómez parte del tri^
banal de los quince fieles de aquel escandaloso congreso, cual
representante de los malcontentos: dos años después era herido
en Haqueda por los soldados de don Alvaro; y vencido en Olmedo
en 1445, aparecia en 1448 nuevamente entre los revoltosos, to-
mando desde entonces parte muy activa en cuantos sucesos se
refieren al reinado de don Juan II. if^
Ni fué menor su intervención en los negocios públicos en
tiempo de Enrique lY: ya apareciendo como juez en las diferen-
cias entre las coronas de Aragón y Castilla en 1461; ya contri-
buyendo en 1465 al atentado de Avila, cuya ciudad sostuvo por
el intruso don Alonso; ora asaltando en Tudela de Duero el real
de don Enrique en 1467; ora apareciendo entre los magnates
que, muerto don Alfonso, obligan al rey á aceptar en 1470 la
célebre concordia de las Toros de Guisando, en que se reconocia
^ la princesa Isabel cual herederadel trono castellano, siempre le
sernos mostrarse en primer término, y mereciendo la confianza
de los magnates y de los reyes ^ Partidario decidido de Isabel,
1 Aunque el diligente Mr. Geor^e Ticknor manifiesta, al hablar de este
104 HISTORIA CRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
mezclábase en las negociaciones que dieron por resultado su
matrimonio con el principe don Femando de Aragón; y cuando
muerto don Enrique en 1474, estallaba la guerra de sucesión
que tenia desenlace en la batalla de Toro, seguia con sus pa-
rientes los estandartes de don Fernando, siendo elegido por este
Principe para retar al rey de Portugal, y teniendo después parte
muy activa en el triunfo que aseguró en las sienes de Isabel I la
corona de Castilla ^ Nombrado luego corregidor de Toledo y
alcaide de su alcázar, logró, desbaratar, así con su elocuencia
como con su actividad y celo, las maquinaciones del arzobispo
don Alonso Carrillo, y distinguido por los Reyes Católicos, que
le dieron asiento en su Consejo, llegó á edad harto avanzada, fa-
lleciendo en 1491 *.
Como queda observado respecto de los magnates de don
Juan II, llama grandemente la atención, al fijar la vista en las
vicisitudes que experimenta Gómez Manrique, el verle entregado
al cultivo de la poesía y de la elocuencia, distinguiéndose princi-
pabnente, en ambos conceptos, por la intención moral que reve-
lan la mayor parte de sus obras. Gómez Manrique no dejó sin
embargo de trovar amores á la usanza de los poetas cortesa-
ingenio,que se tenían pocas noticias de su vida y hechos (Prim. época, ca-
pítulo XXI), pueden consultar nuestros lectores respecto de las que aquí ofre-
cemos el cap. I del lib. XII del t. II de la Historia genealógica de la casa
de Lara, por don Luis de Salazar, donde recogió este diligentísimo investi-
gador cuanto pudiera desearse y habian dicho ya los más notables histo-
riadores respecto de Gómez Manrique, ampliando sus noticias en las prue-
bas diplomáticas y escrituras, que dio á luz con este propósito.
1 Gómez Manrique fué nombrado por don Fernando el Católico en 1475
para retar á don Alfonso de Portugal en su nombre. Las cartas que en este
caballeresco asunto mediaron, las hemos publicado en la Historia de la Fi~
Ua y Corte de Madrid, i.- II, pág. 146, cap. XV, tomadas de un códice
coetáneo de la Bibl. del Escorial, signado f. ij. 19.
2 Gómez Manrique, que era señor de Villazopeque, Benvibre, Cordovi*
lia, Matanza y Cambrillos, otorgó su testamento á 31 de marzo de 1490
(Salazar, Hist, geneaL de la casa de Lara, t. IV, pág. 496), mandándose
enterrar en el monasterio de Santaclara de Calabazanos con su mujer doña
Juana de Mendoza, en sepulcros de alabastro, que debían colocarse junto al
coro.
n/ PARTBy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE lY. 105
DOS, ni se negó tampoco & cantar las alabanzas de los proceres
y de los reyes: inscrito entre los admiradores de Juan de Mena
y de Santillana, mientras deseoso de poseer todas las obras de
su ilustre deudo, le demandaba en elegantes versos copia de su
Cancionero *, aplicábase á poner término, compitiendo con otros
celebrados ingenios, al aplaudido tratado de los Pecados morta--
leSf que dejó sin concluir el renombrado poeta de Córdoba ^; y
no olvidándose de lo presente, ora lisonjeaba en su juventud al
al rey don Juan II, celebrando el nacimiento del Infante don
Alonso, ora brindaba á Enrique lY felicidades sin fin, cantan-
do la hermosura y la virtud de su esposa, doña Juana (1457),
ora por último ponderaba en más ligeras canciones los favores ó
desdenes de sus amigas.
De esta variedad de objetos, á que se mezclaron también
las inspiraciones de la religión , personificadas asi respecto de
Gómez Blanrique como de casi todos los poetas castellanos, en el
amor á la Virgen ', nació sin duda el inclinarse el distinguido
sobrino del marqués de Santillana al cultivo de las diversas es-
cuelas poéticas á la sazón en boga, aspirando , como aquel
magnate, á los laureles que todas ofrecían. Lleváronle no obs-
tante las circunstancias de su propia vida, según arriba insinua-
mos, al terreno de la filosofía moral y aun de la política, en que
no esquivó tampoco las armas de la sátira. Son en este vario
concepto dignas de mayor estima, entre todas sus producciones,
1 Las Coplas á que dos referimos, publicadas repetidas veces (Cando^
ñero general de Sevilla (fól. 39 v.; id. de Toledo, fól. 41; id. deAmberes,
fól. 75 V.) y recogidas por nosokos entre las Obras del Marqués^ pág. 326^
empiezan:
O fuente manante | de sabiduría,
por quien s'enoblecen 1 los reynos d'Bspafia, etc.
2 Es el mismo tratado, á que puso término Pero Guillen, como indica-
mos arriba.
3 Gómez Manrique llevaba su devoción á la Virgen hasta el punto de
suplicar en su testamento á las monjas de Calabazanos, donde se mandaba
enterrar, que dijesen f cada noche antes de maitines, todas y cada una do
ellas una vez, el salmo (himno) de: O gloriosa domina todo entero, por él,
por doña Juana, su mujer, y por su ipadre» ($ala;(ar, loe. cit., p. 496).
SL sLJQáuiif Kzciáic:-: ¿ G:cd9
ix bínela snerif ú jübh: . :rx*:cjiL *L TsmxA síbctl jk
11 «ffinák ¿f a nmiñ. TssñsL ianziL óf jüct&t íl nsn^xu
armitgi wscAhí .^msí: '±ck :crL5 á* rrm. iiñhf rtizrBi2S¿«je;
r>sr t'im»'.
n/ PAETB, GAP. XTI. POETAS DEL RBINADO DE ENRIQUE IV. 107
pero ni ie falta en general energía y sencillez, ni carece tam-
poco de cierta originalidad; prendas que hubieron de legitimar
el empeño de poner cabo & la obra del primer poeta de U corte
do don Juan II ^ .
Iguales dotes descubrimos en los Consejos á Diego Arias.
Era éste Contador mayor de Enrique IV; y ya porque el estado
de las cosas se lo consentía, ya porque su inclinación le llev&ra
¿1 abuso de autoridad , tan frecuente en toda época calamitosa,
Jieg&base Arias & obrar en justicia , alcanzando al mismo don
^mez los efectos de su arbitraria conducta. Manrique le diri-
Jíó en esta situación los expresados Consejos-, obra en que se
proponía sobre todo con vencer al desvanecido Contador de la ins*
labilidad de la fortuna, formulando su pensamiento en estos be-
llos versos:
£1 tiempo de tu vevir
non lo despiendas en vano:
que vigios, bienes^ honores,
que procuras,
pásanse, como frescuras
de las flores.
£n esta mar alterada,
por do todos nauegamos,
los deportes que passamos,
si bien los consideramos
duran, como rociada!
Ampliando el mismo tema, le trae á. la memoria el ejemplo de
antiguos y modernos favoritos, míseramente abandonados en su
caida; y recordándole el muy reciente fracaso de don Alvaro de
Luna, le amonesta &, usar de toda templanza y moderación en
medio de su poder, ora tratando á caballeros y ciudadanos sin
i La Prosecución del tratado de los Siete Pecados mortales existe en
un códice del siglo XV, con otras obras poéticas, en la Biblioteca de Sevi-
lla, formada, cual saben ya los lectores, por don Fernando de Colon. De este
IfS. se sacó en el siglo pasado esmerada copia, que se conservaren la Na-
cional, cód. Dd. 61, fól. 141 y siguientes. Ambos han sido examinados por
nosotros, así como el traslado que existe en el códice apellidado Cancione-
ro de losar, fól. CXXYII y simientes.
108 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
ira ni menosprecio, ora castigando las insolencias de sus oficía-
les que le deshonraban ^ ora en fin persiguiendo los cohechos y
robos ejecutados en los labradores; único medio de conquistar
la benevolencia de los hombres y la piedad divina. Las vanida*
des del mundo, las honras y magnificas vestiduras, las tierras y
señoríos, las mitras y las púrpuras, los «febridos arneses» no
libertan á sus posesores del dolor interno que los devora, envi-
diando la quietud de menestrales y mendigos, ó ya suspirando
por ella bajo sábanas de holanda y comiendo el blanco pan con
hondas angustias, de que era el mismo Arias buen testigo. Gó-
mez Manrique le dice:
•
....Fartos te Tienen dias
de coDgoxas tan sobradas
que las tus ricas inoradas
por las chozas ó ramadas
de los pobres trocarías:
Que só los techos polidos
é dorados
se dan los vuelcos mezclados
con gemidos.
Difícil, si no imposible, es hallar en el mundo la paz del es-
píritu, no eximido ningún mortal de aquella interna zozobra,
por lo cual deseando el poeta el bien del Contador, termina su
amonestación con estos versos:
Pues tú non pongas amor
con las personas mortales,
nin con bienes temporales:
que más presto que rosales
pierden la fresca verdor.
£ non son sus cresgimientos
si non ju^o;
menos turables que fuego
de sarmientos, etc. i.
1 Esta composición se incluyó en el Cancionero de 1511, al fól. 45 v.
Adelante notaremos las analogías que ofrecen algunos de sus pensamientos
con otros muy celebrados de su sobrino Jorge Manrique.
n/ PARTE, CAP. XTI. POBTAS IHBL REINADO DE ENRIQUE IV. 109
Las Coplas al mal gqbierno de Toledo^ que por la intención
que en ellas domina pueden ser consideradas como una sátira
sobre ei reinado de Enrique IV, y que algún respetable biblió-
grafo ha confundido con el Regimiento de Principes ^ , abundan
también en pensamientos morales y políticos de grande trascen-
dencia y ponen de relieve el miserable estado de Castilla en aque-
llos dias. Gómez Manrique, dando á. conocer el desorden, ex-
dama:
La fracta por el sabor,
86 conos^e su natío;
é por el gobernador
el gobernado navio.
Los cuerdos fair devrían
do los locos mandan más:
que quando los qí^os guian,
¡guaj de los que van detrás!..
Los rasgos enérgicos, vibrados y aun profundos, resaltan en
'oda la composición, que fué sin duda una de las más celebra-
^ de Manrique: fijando sus miradas en la triste situación del
''6ÍII0, decia por ejemplo:
Sin secutores las leyes
maldita la pro que traen:
los r^nos sin buenos reyes,
sin adversarios se caen.
^ Bayer, Anotaciones á la Bihl. Vetus de don Nicolás Antonio, lib. X,
^^ « XV. Citados los primeros versos de las Coplas al mal gobierno, obser-
^^ ^ «Faerit ne autem hoc poema quod a Thoma Tamayo inscribitur Re»
^^^^-ünto de Principes? (p. 843). Esta pregunta prueba que Bayer no ha-
'^ «xaminadoel Cancionero de 1511, donde ambas poesías se incluyeron
Jl^^. 43 V. y 49 v.), ni los de Sevilla 1535 y 1540, como tampoco lo habia
^to sin duda el docto y laborioso don Eugenio de Ochoa, cuando en su
^^éhgo de MSS, españoles de la Biblioteca Real de Paris juzgó que
^''^ti inéditas dichas Coplas, insertándolas como tales. Tampoco llegó á
^^^Icia de estos eruditos que el doctor Pero Diaz de Toledo, secretario, ca-
^^lan y comentador del Marqués de Santillana, puso á este poema una
^^table introducción, que intituló Querella de la Gobernación, tal vez de
^B3 á 1487, en que vivia en Toledo y era Gómez Manrique corregidor de
fuella ciudad. Lo notable es que Pero Diaz dedicó esta introducción al ar-
^Vspo Carrillo. Á la Querella de la Gobernación contestó, demás de Pero
^^^en, el converso Antón de Montoro, ya conocido de nuestros lectores.
lio HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAfiOLA.
Aludiendo después al abandono de la corte, donde don Enri-
que habia pretendido sustituir la antigua nobleza con adYenodi-
zos, de pronto enriquecidos &, costa de los pueblos, anadia:
Las viñas sin Yiñaderos,
lógranlas los caminantes:
las cortes sin caballeros,
son como manos sin guantes.
Y notando finalmente el divorcio, que existia entre la nobleta
y el trono, exclamaba:
Que bien como dan las flores
perfección á los frótales,
assi los grandes señores
á los palacios reales.
E los principes derechos
lozen sobre ellos sin falla,
bien como los ricos techos
sobre fermosa muralla.
Ni brillaban menos estas claras dotes en el Regimiento de
Príncipes, poema dirigido &, los Reyes Católicos en los prime-
ros instantes de su reinado y donde se proponia Gómez Manri-
que, «como hombre despojado de esperanza y de temor», con-
signar «algunos consejos más saludables y provechosos que
dulces ni lisonjeros», escribiéndolos en metros, «porque se asen-
taban mejor y duraban m&s en la memoria que las prosas ^. No
1 Prólogo de la edición de 1482 (Bibl. Escar. y. X. 17). En el Canoio^
ñero de 1511 apareció ya sin prólogo, y así se ha reproducido en los de-
más. En cuanto al momento en que el Regimiento de Principes se escri-
be, puede afirmarse que fué antes de 1478, en que pasó de esta vida don
Juan II de Aragón, cuando leemos en el mismo poema que era Isabel I.* á
la saxon
Alta reina de Ce^Uli«
en Aragón snccesora.
Princesa gorernadort
de loi reynos de Castilla.
Habiendo pnes eomenxado á reinar en Castilla en 1474 y en Aragón en
1478, es evidente que se compuso el Regimiento de Principes en este in-
termedio.
n/ PARTEy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 111
pudo dar sio embargo á esta obra la extensión que al idearla
se propaso, aquejado sin duda de más urgentes ocupaciones en
el servicio de aquellos principes: como quiera, recogió en ella
copia abundante de m&ximas y advertencias, útiles por extre-
mo para la buena gobernación de la república, exponiéndolas
coa tal brío é ingenuidad que no pueden menos de llamar hoy
nuestra atención, honrando al poeta y enalteciendo al par el no-
ble carácter de los Reyes Católicos. Adoptando la antigua es-
cuela didáctica, en que habian florecido un Pérez de Guzman y un
Marqués de Santillana,- pero excediendo á entrambos en la
energía, si no en la hidalga franqueza, mostraba Manrique á
don Femando, tras una invocación en que solicita, como en to-
dos sus poemas, el favor divino ^, las únicas sendas que podian
llevarle á conquistar el amor y el respeto de sus pueblos y con
ellos la gloria á que aspiraba. Consistia todo el misterio en el
ejercicio y práctica de las virtudes, que si deben ser norte de la
vida para los hombres, en nadie resplandecen mejor que en los
reyes ^, venciendo y disipando todo linaje de vicios, y allanan-
1 Es dig^a de notarse esta circunstancia. Mientras casi todos los poetas
de aqnel tiempo invocaban, para mostrarse doctos, el auxilio de las musas
gentílicas, Gómez Manrique exclama de continuo en esta ó análoga forma:
NoD ídtoco los poetas
que me fagan elocuente;
non las Glrras macho netas,
nln las hermanas discretas,
que moran cabe la fueate.
Nln quiero ser socorrido
de la madre de Cupido,
nin de la Tesaliana;
mas del nieto de Santa Ana
con su saber infinido.
U la muerte del Marqués de SasitiUanai^BefíimieiUo de Pri$icipa;r'Coñtinuacion de loe
f^ pecados mortales, etc. )
2 £1 muy erudito Tlcknor dice, al mencionar este poema, que Gómez
Enrique c recurre otra vez al pobre artificio de las Siete Virtudes, que
ttta vez vienen á ofrecer á los Reyes Católicos buenos consejos» etc. (Fri-
olera época, cap. XXI). Esto supone que el Regimiento de Principes es una
obra alegórica, como la consagrada por Manrique A la muerte del marqués
^ SatUiUana, que antes habla mencionado. Pero hay error: el poeta no
pcrtonifiea aquí las Virtudes ^ sino que recomienda simplemente la ejerci-
112 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
do RM^ilmente los más arduos obstáculos. — Dirigiéndose después
& la reina Isabel, cuya belleza elogiaba por extremo, usaba no
menor franqueza y energía, poniéndole delante sus deberes y
manifestándole cuan grande era su responsabilidad, pues que sa
ejemplo debia ser norma y dechado de grandes y pequeños.
Gómez Blanrique aparecía tan afortunado, al concebir las ideas
que esmaltan el Regimiento de Príncipes^ como al expresarlas;
y para que puedan holgadamente los lectores juzgar del mérito
de este poema, trasladaremos aqui alguna de sus estrofas. La
corona más alta del príncipe estriba en vencerse á sí mismo: el
poeta decia á don Fernando:
Pues, vos rey y oaballero,
muy expíente señor;
8i quereys ser ventor,
yen^ereys á vos primero.
Que non sé mayor yictoría
de todas cuantas leí,
nin digna de mayor gloria,
para perpetua memoria,
que vencer el onbre á sí.
Invitándole después al ejercicio de la justicia, le añade con
notable alusión á Enrique lY:
Que los reyes temerosos
non son buenos jostifieros;
porque siguen los corderos
é fuyen de los raposos.
La primera obligación del rey está cifrada en la recta goberna-
ción de sus pueblos: Manrique mostraba á doña Isabel que no
senriria á Dios, como reina,
saliendo de los colchones
4 donnir en las espinas.
Non que Tistades cili^
nin fagades abstinencia;
mas que la Tuestra excellen^ia
ose bien daqod ofi^
de regir é gobernar:
ci». b f»iflouM de arte no es posible dejar sin concctiTo estas in-
atdi
n.* PAETSy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE EVRIQüE IV. 113
oa, señora, este reynar
no se dá para folgar
al Terdadero creyente...
Ga non vos demandarán
cuenta de lo que rezays;
nin si TOS disgiplinajs,
non vos lo preguntarán.
De justi^ si fezistes,
despojada de pasión;
si los culpados punistes,
ó los malos consentistes...
desto será la quistion i.
Grande reputación dieron á. Gómez Manrique todas estas com-
posiciones, y no había sido menor el aplauso que le conquistó
el poema Á la muerte del Marqués de Santíllana, escrito sin
duda én 1458. Declarándose en él partidario de la escuela dan-
tesca, flnjíase, como Diego de Burgos, transportado á un valle
tenebroso, de donde intentaba huir en vano, viéndose en él sor-
prendido por las tinieblas de la ñocha. AI amanecer del nuevo
día, se levanta y empieza otra vez su camino, descubriendo una
fortaleza, & la cual dirijo sus pasos, penetrando resueltamente en
ella. Siete doncellas, cubiertas de luto, aparecen &, su vista en
funeraria estancia, teniendo las tres primeras en sus diestras sen-
das cruces de Jerusaiem y ostentando las otras cuatro relevadas
tarjas con nobilísimos blasones. Deseoso de saber qué represen-
taban las doncellas, dirígeles luego la palabra, sabiendo de boca
de la Féf, que eran las Virtudes, las cuales lloraban sin consuelo
la muerte «del más bueno de los hombres», acrecentando su do-
lor la reciente pérdida de los obispos de Ávila y de Burgos, de-
chados de probidad y de ciencia. Tras la Fé prosiguen la
esperanza y la Caridad el sentido elogio del Marqués^ lamen-
tando asimismo la Prudencia y sus tres hermanas la desventu-
t El poema A la Muerte del Marqués^ reproducido en casi todos los
^dncioneros MSS. de la segunda mitad del siglo XV, se incluyó en el
^ 1511 (fól.'XXVIj y siguientes), y de él lo tomaron los demás colectores
l^atta aparecer en la edición de Amberes (pág. 57 y siguientes). Así se
^^praeba la celebridad que gozó en el Parnaso castellano.
Tomo vii. 8
114 UISTOJllA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
ra que lloraba Castilla. Agobiado al peso de tanto dolor, aban-
dona el poeta aquella estancia, apareciendo á su vista otra don-
cella, ricamente ataviada, cubiertos los hombros de suntuoso
manto azul y blanco y trayendo en su diestra un libro cerrado.
Era la Poesía^ quien noticiosa del fallecimiento del Marqués, y
aquejada aún por la pérdida del castellano Juan de Mena y del
aragonés Juan Fernandez de Ixar, venia & exhortar á Manri-
que, no sin extremarse en su alabanza, &, cantar las glorias del
ilustre señor de la Vega; empresa muy superior á las fuerzas
del poeta, quien no pudiendo dominar su amargura, maniflesta &
la Poesía, que sólo era digno de llevarla á cabo Fernán Pérez
de Guzman, retraído largo tiempo hacía en su castillo de Ba-
tres. Al escucharle, alza la Poesía su vuelo en busca de aquel
noble viejo, oye Manrique nuevo lamento de las Virtudes, y se
vé restituido al sitio de donde partió primero, quedando asi des-
vanecida la visión y terminado el poema.
Era pues evidente que exornadas todas estas obras con el
aparato de erudición, de que tan singular alarde hacían los más
doctos, y recorriendo al par todas las esferas del arte erudito,
debían legitimar en su tiempo la reputación de Gómez Manri-
que ^, asegurándole para lo porvenir no despreciable lugar en
k historia de la poesía española. Pero es conveniente repetirlo:
si ensaya, como Diego de Burgos, Pero Guillen de Segovia y el
Condestable de Portugal, la forma alegórica. Ajando así el iti-
nerario de la escuela dantesca; si no desdeña el ejemplo de los
trovadores que se ejercitaban en la manera provenzal, y en este
panto no se mostró inferior á los más atildados ^; su mérito
1 El ya mencionado Pero Guillen de Seg'ovia, después de confesarse^
como hemos dicho, discípulo de Mena y Santillana, y de llorar su muerte,
añade que suplica á la Virgen con garandes gpemidos
Que guarde la Tlda | del sabto Manrique»
pues desta s^ leadla 1 sostiene la cumbre.
En efecto, Gómez Manrique sostenía y representaba diurnamente la gloria
de sus maestros.
2 Con sentimiento dejamos de trasladar aquí alg'unas de estas poesías,
especialmente las que tienen valor histórico, tales como las coplas y dezi-
ros Al naf(!Ímiento dá Infante don Alonso y en Uxir de la reina doAa
n/ PARTB, GAP. XVI. POETAS HEL REINADO DE BimiOüE IV. Il5
principal estriba en los poemas puramente didácticos, donde si-
guiendo las huellas de los antiguos ingenios de Castilla, apare-
cía realmente merecedor de la gloria alcanzada por un Pérez de
GazmaDy un don Iñigo López de Mendoza y un Pero López de
Ayala.— Gómez Manrique enérgicOy rudo é incisivo contra los
vicios, que plagaban la corte de Enrique lY, deseoso del bien y
penetrado de que sólo podia este realizarse diciendo y obrando
la verdad, procura hablar en estos poemas su exclusivo lengua-
je, llegando & las lindes de la sátira. Mas al hacerlo asf, no se
olvida de que es poeta, sembrando, como demuestran los ejem-
plos alegados, de graciosos símiles y pintorescas pinceladas sus
lecciones morales y sus advertencias políticas, si bien seria en
vano buscar en él la ternura del sentimiento, harto escasa por
cierto entre los trovadores del siglo XY ^.
Juana^ majer de Enrique iV, todavía inéditas. En la imposibilidad de ha-
cerlo con todas, citaremos algpuna estrofa del de%ir á doña Juana, cuyo ad-
Tenimiento al trono fué de tan buen agiíero como de tan doloroso vilipen-
dio para Castilla:
O reina de las mayores,
Bio contienda la mayor;
de las más bellas la flor,
é sin dada la mejor
de las buenas é mejores:
Vuestras virtudes querría
que recontase mt pluma;
pero fallo tan grand suma,
que turba la mano mía.
Y acaba así:
Soys de vicios enemiga,
secares de Juventud;
de bondad é de virtud,
asy Dios me dé salud,
ninguna fué tan amiga
como vos, en quien es tanta
perfección de gentllexa,
que non sola mi rudeza,
mas los más sabios espanta.
£1 procer, ofendido por la conducta ulterior de la reina, hubiera sin duda
querido borrar las alabanzas del poeta. Estas poesías se contienen en
el Cancionero que fué de Gallardo, cuyo índice incluimos en las Ilustra*
dones del tomo precedente.
1 Gomes Manrique, fué también muy aplaudido en su tiempo como ora-
116 HISTORIA CRÍTICA bR LA LITERATURA BSPAfiOLA.
Ua nombre hemos pronunciado sin embargo que puede y de-
be presentarse cual vivo ejemplo de que no dejó de vibrar esta
cuerda en el corazón de los ingenios castellanos. Tal es el de
Jorge Manrique, cuarto hijo del Gran Maestre don Rodrigo y
sobrino muy predilecto de don Gómez. Nacido por los años de
1440 de doña Mencía de Figueroa, primera mujer del Maes-
tre, educóse en la casa de su padre^ que era como la de otros
proceres un verdadero ginmasio, mostrándose desde la m&s
tierna juventud digno heredero de los Manriques, asi en el va-
lor y ánimo heroico que habia distinguido de antiguo & tan ilus-
tre pros&pia, como en la claridad del entendimiento y la discre-
ción, de que hizo gala durante su vida. Mezclado desde muy
temprano en las revueltas, que escandalizaron & Castilla duran-
te el nebuloso reinado de Enrique IV, siguió la suerte de su pa-
dre y familia, aclamando rey al intruso don Alonso, de quien
recibió entre otras mercedes las tercias de Yillafruela con va-
ríos lugares, acostamiento de siete lanzas y la encomienda do
Mootizoo de la orden de Santiago. Aliado de los Estúñigas, &
quienes le unia muy estrecho deudo, hizo la guerra en el prio-
rato de San Juan á^ don Juan de Yalenzuela, favorecido del rey
don Enrique, derrotándole en Ajofrín y restituyendo el indicado
dor. Juan Alvarez Gato, de qaieo hablamos después, le decía en una de las
reqüestoi, que con él sostiene:
...Vos, el grao ;orador,
•ote quleo todos son grillos^ etc.
Fernán Pérez del Pulgar, su coetáneo y ami^, insertó en la Crónica de las
Reyes Católicos, que en su lugar examinamos, una elegante oración, hecha
por don Gómez á los toledanos en 1479, para apartarlos deí partido de la
Beltraneja (1(1.* Parte, cap. XCVU). Y que esta oración es de Gómez Man-
rique, .se comprueba comparando con ella la letra XIV de la colección del
mismo Pulgar, quien declara que era de un su amigo de Toledo: la oración
y la expresada letra no pueden estar más conformes en el espíritu y la le-
tra: por manera que ambas acusan un mismo autor, siendo este el orador
don Gómez Manrique. Á esta persuasión nuestra contribuye la circunstao-
cia de formar la expresada oración parte de una preciosa colección de Ra»
%onamient08, pronunciados todos durante el reinado de Isabel la Católica,
como en su lugar manifestaremos (Véase el cap. XXI).
n/PAITK, CAP. XVI. POETAS DBL REINADO DE BlfRIOeB IV. 417
iriontoi don Alvaro de Estúñiga, su t)rimo. — En 1474 era
elegido Trece de la Orden de Santiago, dignidad que le ganaban
Aun tiempo su esfuerzo y su militar penda; y cuando, muerto
dOD Enrique, penetraba en los dominios castellanos don Alfon-
so de PcH*tugai, defendía en 1475 contra el Marqués dé Yíllena
el campo de Calatrava, trayéndolo & la devoción de la Reina Isa-
bel, y salvaba en el siguiente año el castillo de Uclés del cerco,
que sobre el mismo hablan puesto don Juan Pacheco y el arzo-
bispo Carrillo. Dos años adelante, insistiendo el Marqués de Vi-
ilena en la rebelión, y molestando desde los castillos de Bel-
ooDte, Chinchilla y Garcl Muñoz las tierras y villas leales, con-
ñaiMm los Reyes Católicos & Jorge Manrique y & Pedro Ruiz
de Alarcon la reducción de aquellas fortalezas; y con tanto em-
peío y constancia fatigaban al Marqués, que sobre tenerle de
continuo encerrado, le combatian diariamente, poniéndole en el
último extremo. A las mismas puertas de Garcf Muñoz se tra-
baba en 1479 uno de aquellos reñidos combates: Manrique «se
metió con tanta osadia entre los enemigos, que por no ser visto
de los suyos, para que fuera socorrido , le flrieron de muchos
golpes, y murió peleando», como bueno, en defensa de aquella
grao reina, que tantos días de gloria iba & dar & Castilla. Su ca-
dáver fué conducido & la villa de Uclés y sepultado en la igle-
sia vieja de Santiago: al revestirlo de paños mortuorios, «le ha-
llaron en el seno unas coplas, que comenzaba & hacer contra el
inando», manifestando asi que ni aun las fatigas de la guerra le
apartaban del culto de las musas ^
T en efecto, Jorge Manrique era uno de sus m&s predilectos
discípulos, siguiendo como su tio don Gómez las huellas de los
t Para estos apuntes biográficos hemos consaltado á los escritores Pa-
^i^«ia, Pul^r, Garibay, Zurita, Mariana, Ximena, Rades de Andrada, Al-
>0ii9Q de Fuentes y Salazar y Castro, viéndonos foiudos á reducir las no-
rias que estos diligentes investigadores recogieron, por la extensión, que
^ pesar nuestro vá tomando el presente capítulo. Jorge Manrique, merced
• «Q dolorosa muerte, fué objeto de la musa popular, como prueba el ro-
^^'^nee incluido en sus Cuarenta cantos por el citado Alfonso de Fuentes
ÍW/ Parte, canto V, fól. CCXV y VI).
118 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAÜOLA.
Menas y Santillanas. Enamorado vivamente de doña Guiomar
de Meneses, su esposa, dedicóle en la javentod numerosas can-
ciones y dexires^ & la manera provenzal ^; mezclado en las re-
qüestas y disputaciones de los poetas de corte, hizo entre ellos
alarde de perspicuidad é ingenio, y deseando probarlo en el
campo de la poesía alegórica, escribia h Profesión ^ la Escala y
el Castillo de Amor^ obras todas en que d& cuerpo y represen-
tación & los sentimientos morales, pintando como en el Memo-
rial á su corazón, las penas amorosas que le aOijen. Jorgo
Manrique aparecía en estas composiciones como un poeta corte-
sano, cortado por el patrón general de los ingenios de la corte de
don Juan 11, cuyos pasos segundaba: diestro versificador, daba
sin embargo la preferencia á los metros de maestría real, con-
sagrados ya á las canciones breves y ligeras: conocedor de aquel
dialecto poético, que babian enriquecido Mena y sus discípulos,
salpicaba sus poesías de conceptos metaflsicos, en que pareóla
hacer gala del mote, que habia tomado por empresa caballeres-
ca ^. Su talla, como poeta, no excedió sin embargo de la de otros
muchos proceres castellanos, cuando un suceso, harto descon-
solador para él, vino &, levantarle sobre todos los trovadores de
su tiempo.
Tres años antes de su desastrada muerte, pasaba en efecto de
esta vida su esclarecido padre don Rodrigo, Maestre de Sanüa-
1 Alcanas de estas poesías se hallan en los Caneionerosi en el de 1511
(fóls. LXXXVKI V. y C r.) se incluyeron dos composiciones, en que usando
de sencillo acróstico, consigna primero el nombre de Guiomar con iniciales
repetidas hasta ocho veces, y pone después el mismo nombre con los cuatro
apellidos Castañedat Ayala, Silva y Meneses, dispuestos tan artificiosa*
mente, que sólo después de dar con la clave, es ya fácil descifrarlos. Jorg'e
Manrique, al escribir estas poesías, no revelaba que era superior á los de-
más trovadores de su tiempo, aunque mostrase que ora un atildado amante.
2 £1 mote referido^: Ni miento ni me arrepiento (Cañe, de 1511 , fo-
lio Lxzxxix). De notar es que Jorg'e Manrique se ejercitó también en obras
de burlas (poesía jocosa), siendo digno de citarse el Combite que fipo á su
madrastra (Cancionero cit., fól. (X^XXI), no menos que las Coplas á una
mujer, que tenia empeñado en la tavema su briol (Ídem, ídem, fo-
lio (XXXXuj).
n.* PARTE, CAP. XVI. POSTAS DEL REINADO DE BHRIQUE IV. 119
go; 7 respondiendo & un sentimiento, profundamente arraigado
en el oorazon, lloraba Jorge Manrique tan doloroso golpe, que
le arrehataba al par la más noble prenda de su respeto y su
mis firme escudo, en tristes y sencillas endechas. La situación
poeta no era en aquel momento la misma, en que antes se
lia mostrado, en medio de los ingenios cortesanos: el espec-
táculo que tenia delante, era elocuente ejemplo de cuan delezna-
bles, perecederas y transitorias son las grandezas del mundo,
aofl allegadas con los justos títulos del valor y de la virtud, que
eo el Maestre resplandecian; y sorprendido tan de cerca por
aquella terrible lección, no única en su tiempo, arrancaba de su
pecho acentos verdaderamente patéticos, como que los inspiraba
el amor fllial, sentimiento santo y generoso, independiente en
todos los siglos de las escuelas literarias.
No otra es la fuente de aquella singular elegía, que ha llegado
ala edad presente, en medio del universal aplauso, con el tf-
Inlo no menos singular, pero altamente significativo, de las Co-
jki de Jorge Manrique, £1 poeta no renuncia en ellas & las lec-
cioQes de aquella filosofía moral, que habia animado la musa de
Pérez de Gazman y López de Mendoza en sus celebrados poe-
mas de los Vigios y Virtudes y de Bias contra Fortuna: su vis-
ta se levanta á contemplar lo que es la nada de la vanidad y de
Id soberbia humanas no desdeñados los ejemplos de la historia;
poro más sobrio que todos sus coetáneos en hacer gala de eru-
dición inoportuna, vuelve sus miradas al siglo en que vive, y
recordando los ejemplos de su juventud y las tristes enseñan-
^ recibidas en edad más granada, llega al doloroso suceso que
'^ 'aspira, derramando en su paso dulce y consoladora melaoco-
''^' que penetra fácilmente hasta el fondo del alma. Jorge Manri-
^^^> que como su tio don Gómez, invoca sólo el auxilio divino al
escribir estas Coplas *, lograba contraponer cuerdamente las
£t digna de consignarse aquí la semejanza que en este, como en otros
^ '^Vw, se advierte entre tio y sobrino. Jorge escribe:
Dexo las InToca^lones
de los famosos poetas,
é oradores:
120 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAftOLA*
escenas que describia con vivo colorido, y las m&ximas filosófi-
cas y los avisos morales y políticos que surgían de las mismas,
dando en tal manera subidos quilates y noble autoridad á sus fe-
lices pensamientos.
La bulliciosa corte de don Juan II, de que sólo alcanza
los postreros años; la sombría y escandalosa de Enrique lY,
que pudo juzgar por entero; la allegadiza, aunque deslumbra-
dora, del intruso don Alonso, cuyo fin precoz y desastrado
le llena, como tan su parcial, de amargo desconsuelo; la ines-
perada catástrofe de don Alvaro de Luna, cuyos tesoros ha-
blan aumentado el fracaso y dolor de su caida; la muerte pre-
matura de los dos Pachecos, «tan prosperados como reyes», du-
rante el reinado de don Enrique; y finalmente, el fallecimiento
de tantos duques, marqueses y condes como habían llenado de
ruido, con su poderío y su orgullo, el suelo de Castilla, así en
paz como en guerra,— -objetos eran todos que le movían & tris-
te contemplación, llevándole al cabo á reparar en la^pérdida de
su padre. Jorge, después de encomiar las virtudes morales del
Maestre, comparándole ampliamente con los más celebrados hé-
roes de la antigüedad clásica, recordaba las hazañas á que ha-
bla dado cima, ya en su juventud, ya en su edad madura; y no
olvidándose del arte alegórico, hacia comparecer ante don Ro-
drigo la Muerte, esforzándole por su medio á dejar los halagos
del mundo engañoso y á mostrar «su corazón de acero» en tan
duro trance. La exhortación de la Muerte y la respuesta de don
Rodrigo, aparecen bañadas de apacible tinta religiosa, en que
resplandece por una parte la esperanza y por la otra la dulce y
ooD caro de eos flcf Iones,
que traen yerba secreta
sus sabores.
A aquel sólo me encomiendo,
á aquel sólo Invoco 70
de verdad,
que en este mondo TlYlendo,
•I mondo no conos^ló
BU deidad.
Ambos se preciaban no obstante de eruditos, como los más de sa
tiempo.
II.* PARTB, GAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 121
tranquila resignación de quien espera la salud eterna, muriendo
en el seno de su familia.
Tal es la elegfa que ha inmortalizado el nombre de Jorge Man-
rique: si el sentimiento que la inspira, halla eco en todos los co-
razones, siendo grato y popular en todas edades; si los pensa-
mientos fliosóflcos, morales y religiosos en que abunda, se ha-
llan expresados con tanta sencillez y naturalidad como gracia y
ternura, no brilla menos por las bellezas de lenguaje y por la
tersura y fluidez de la versificación, prendas que han bastado &
designar en el parnaso castellano con el nombre de su autor la
combinación métrica, en que se halla escrita. El aplauso que
desde su publicación ha merecido, ya de los ingenios eruditos
que durante el siglo XVI se extremaron en glosarla de mil ma-
neras, llegando al punto de transferirla á lengua latina, honra
desacostumbrada respecto de las poesías vulgares ^, ya de los
colectores y preceptistas, asi de las últimas centurias como del
presente, — ha contribuido á vincular en el aprecio de la ju-
ventud esta peregrina elegía, joya inextimable del sentimiento,
pareciéndonos hacer ofensa á los lectores con transcribir aquí
algunas de sus estrofas ^. Bástenos pues señalar el alto asiento
1 Las glosas castellanas más notables de las coplas de Jorge Manrique
son: I.* la de Lnis de Aranda, comentador de Juan de Mena y del Marqués
de Santillana» dada á luz en 1552 (prosa): II.* la de Luis Pérez, publicada
en 1561 (verso): III.* la de fray Rodrigo de Valdepeñas, impresa en 1588
(verso) y la de Gregorio Silvestre (que es sin duda la de mayor mérito), es-
tampada en 1589. La traducción latina, Inédita y no mencionada todavía,
existe en la Biblioteca Escurialense, cód. d. iiij. 5, y fué escrita y dedica-
da al Príncipe don Felipe, en 1540. Al frente de cada una de las coplas cas-
tellanas aparece la versión que á la misma corresponde, manifestándose en
el esmero de la traducción y de la escritura que fué este peregrino libro
muy estimado presente para el Príncipe.
2 Son numerosas las ediciones que desde 1492 se hicieron de estas
Copias: Méndez, citando á Bayer en sus Notas á don Niccdás Antonio,
menciona las de 1494 (Sevilla) y 1501 (Lisboa): por manera que teniendo
en cuenta que fueron naturalmente incluidas en las glosas ya citadas, y
que se reprodujeron en 1614 y 1632^ siendo imitadas de poetas tan eminen-
tes como (]amoens y muy elogiadas por tan altos ingenios como Lope de
Vega, quien decía de ellas que debían escribirse con letras de orOf no ca-
122 HISTORÍA CRITICA OB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
que por ella conquista Jorge Manrique en la historia de la poe-
sía española, elevándose, merced á la verdad del afecto qae le
ánima, sobre todos sus coetáneos, sí bien no rompa ni por sa
espíritu filosófico, ni por su erudición, con las escuelas militan-
tes, hermanándose en la manera de expresar les pensamientos
con algunos de sus predecesores, y muy principalmente con so
tio don Gómez ^
Con menor reputación que Jorge Manrique, aunqu9 no faé
menos aplaudido en su tiempo, ha llegado á la posteridad ei
be dudar que las Coplas de Jorge Manrique merecieron siempre la estima-
ción de los doctos como la merecen en nuestros dias. Reimpresas una y otra
vez en el pasado siglo, é incluidas ó mencionadas durante el presente en las
Colecciones de poesías selectas y manuales de literatura j de poética, no hay
quien desconozca por ellas el nombre de Jorge Manrique: traducidas final—
mente á lenguas extrañas, y reimpresas con frecuencia, como observa el di-
ligente Ticknor (Prim. ép., cap. XXI), gozan de universal reputación, al->
canzada rara vez por obras de este genero. De notar es sin embargo que no
se incluyeron estas Coplas en el Cancionero de 1511, que es uno de loa
más ricos que poseemos. A fines del último siglo se recogieron con todas
las poesías, conocidas por de Jorge Manrique, en un pequeño volumen, que
se ha hecho ya raro entre los bibliófilos,
1 Véanse los versos citados en el texto, donde dice don Gómez que los
bienes y honores mundanales pasan como frescuras de las flores, añadien-
do que los placeres de la vida duran como rociada^ perdiéndose las pom-
pas temporales más presto que los rosales pierden la fresca color, y sien-
do su prosperidad menos durable que fuego de sarmientos. — Jorge decía
al mismo propósito, recordando la fastuosa grandeza de la corte de don
Juan II:
Las justas é los torneos,
paramentos, bordadoras,
é <;imera8
¿fueron sioo dCTaneos?...
¿qué fueron sino Terdoras
de las eras?...
Los jae<^ é caballos
tan sobrados,
¿dónde iremos á buscallos?..:
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?
La semejanza no puede ser mayor: en Jorge hay sin embargo más melan*
eolia y frescura.
n/ PAKTBy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO OB BNRIODE IV. 125
nombre de Juan Alvarez Gato, caballero de ilustre cuna, según
unos', hijo según otros de un humilde recuero de Madrid, y ele-
vado á la nobleza por sus propios merecimientos. Declaran los
primeros que fué hijo de Luis Alvarez Gato, cabeza de este no-
ble linaje en la futura corte española, habiendo merecido la
honra de que don Juan 11 le armase caballero un año aotes de
sn muerte, cíñéndole su propia espada K Refieren los segundos
qae «por ser hombre de criar é tratar caballos é muías, vino á
privar tanto que le dio el rrey [don Enrique lY] renta y estado
cerca de si». «No hizo jamás (añaden) bien & su padre; y yendo
con el rey camino, toparon & su padre que venia con dos jumen-
tos cargados. El padre se quitó el bonete y el hijo non le mi-
ró. Súpolo el rey, y mandóle echar de la corte, diciendo «que
quien non era para facer bien & su padre, non se pedia su señor
fiar de él» '. Sea como quiera de estas dos versiones, es lo
cierto que Juan Alvarez Gato gozó en la corte de don Enrique
de singular estimación, como poeta, bien que no siempre se
mantuvo adicto á su persona en medio de los escándalos, á que
dio lugar la poquedad de aquel principe. Conservó no obstante
respecto de la reina Isabel el puesto en que se había colocado ^,
y supo en los últimos dias de su vida aumentar la reputación
labrada en su juventud, con la consideración y respeto de los in-
genios, que como él, trasmitían al de los Reyes Católicos las tra-
dicicoes poéticas de los anteriores reinados.
Las obras de Juan Alvarez Gato señalan en su vida un cam-
bio radical, y pueden dividirse fácilmente en dos distintos libros.
Abraza el primero las poesías amorosas, escritas durante su ju-
ventud, las preguntas y repuestas á varios ingenios, entre quie-
nes distinguía con su afecto y su respeto al capitán Fernán Me-
^la, uno de los trovadoras que más fama lograron en la cor-
^ de don Juan II, y á los dos Manriques, don Gómez y
^^^^: comprende el segundo las obras de devoción, compuestas
^^ los últimos años de su vida, cuando desvanecidas á su vista
^ena. Hijos ilustres de Madrid^ artículo Juan Alimrez Gato.
Ckrcía Resende, Bíbl. Escur., cód. ij. V. t2, fól. 59.
^aeiia, ut sapra.
124 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA*.
hs vanidades del. mundo, se recogió al asilo de la religkm, Uo*
fando sus pasadas locuras ^ — Y en verdad no sin razón, si hade
juzgarse de su vida juvenil por las hipérboles que siembra em
sus poesfas amorosas: aquel atrevimiento y falta de piedad, que
hemos tildado antes de ahora en los poetas qortesanos, aqael no
justiQcado Trenes! que levantaba á sus damas y amigas sotim
todo lo más sagrado de la tierra y del cielo, dotes fueron carao*
teristicas en Alvarez Gato, despojando á sus poesías de la sínoe*
ridad del sentimiento. Dirigiéndose por ejemplo á un romero^
que pedia limosna á su dama, le dice:
Tú, pobrecíco romero,
que vas á ver á mi Dios...
87 á ti toca su manto,
aunque agora vas toUido,
tornarás sano, guarido,
bien como si ovieses jdo
acullá al Sepulcro Santo t.
Defendiéndose de la falsa acusación que le dirijían, de haber
dicho mal de las mujeres, exclamaba, insistiendo en sus de-
vaneos:
Por vos, señoras, por vos
me fi^e erege con Dios,
adorándoos más que á él 3.
1 En los Cancioneros impresos sólo se han incluido las obras de amo-
res, por lo cual no es posible formar con su estudio entero juicio de Al-
varez Gato (Cancionero de 1511, fól. CVJII v. al CXH r.). Para completar
pues este estudio, nos valemos del MS. que posee la Real Academia de la
Historia (Est. 25, grada 6.^, C. n.® 114), el cual, según han podido ver los
lectores en las Ilustraciones del precedente volumen, aunque ofrece varias
lagunas j es copia del siglo XVI, no muy fiel, encierra la mayor parte de
sus obras poéticas y algunas en prosa. Del folio 1 al 65 r. se contienen las
poesías profanas: del 65 v. al 79 v. las sagradas, y del 80 r. al 149 v. las
epístolas morales y otros tratados en prosa.
2 Cód. de la Academia, fól. 1 v. — En los Cancioneros se lee el último
verso:
Al sepulcro mucho santo.
3 fd., id.^ fól. 61 r. En otra composición á una dama, que tndoenfer-
ll/ PARTE, CAP. XYI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 125
Mas no foltaban al celebrado hijo de Madrid verdaderas dotes
poéticas: fácil y elegante en la frase, sencillo con frecuencia en
k expresión y dueño de las formas métricas, lograba que sus
eoetáneos le reputasen por tan bien enseñado en la gaya ciencia
qoe el mismo don Gómez Manrique no vacilara en declarar que
fMaba perlas y plata ^, ya cuando decía amores, ya cuando
respondia á las difíciles reqUesías que le hacian sus amigos. Su
tuna pareció acrisolarse, al pedir la inspiración al sentimiento
religioso; pero por más que mostrase sinceridad de su arrepen-
timiento y pretendiera borrar con sus piadosos versos la memo-
ria de sus juveniles extravíos, pasada ya la edad del entusiasmo,
qaedó Alvarez Gato en las poesías religiosas muy inferior á sí
mismo, descubriendo al propio tiempo en ellas los resabios del
poeta profano, que se apegaba en demasía á las influencias de la
tierra. Notable es el considerar bajo este punto de vista que to-
das 6 casi todas las poesías sagradas debidas á su pluma, son
glosa ó tienen por fundamento alguna canción amorosa ó algún
estribillo popular de igual índole, hecho harto significativo y que
basta, en nuestro sentir, á justificar la observación indicada,
explicando al propio tiempo la falta de elevación y de inspiración
verdadera que en estas poesías advertimos ^.
, habU dieho: que no podia vivir sin ella^
Di dexir gue ay otro Dio6
en la tierra ni en el cielo.
1 Cód. de la Real Acad., fól. 47.
2 Es por extremo curioso, y no indiferente para la historia de la poesía
popular, el hecho que indicamos. Recuérdese que, según advierte el índice
de su Cancionero, expuesto en las Ilustraciones del tomo anterior, Alvarez
^to ponía en contribución, entre otros muchos, los siguientes cantares:
, 1/— Quita allá que no quiero,
falso enemigo,
quita allá, que no quiero
que huelgues comlgo.
S.*—Sollade8 venir, amor«
agora non venides, non.
3.*-^Afflor, non me dexes:
i 26 HISTORIA CRtTICA DE LA LITERATURA ESPAÍtOLA.
Pero si como trovador erótico y como vate sagrado , escasea-
ron en Alvarez Gato la sinceridad del sentimiento y la verdad de
la inspiración, llamado por la solicitud de sus amigos & fijar sus
miradas en la realidad de la vida presente, supo animar sus ver-
sos del colorido, que babian menester para reflejar la triste si-
tuación, en que se aniquilaba Castilla. Cierto es que su musa se
presta en un momento dado & celebrar la privanza de don Bel-
tran de la Cueva, en quien supone altos merecimientos ^; pero
escandalizado sin duda de si mismo, ó advertido por la ingrati-
tud, con que pagaba don Enrique en Pedrarias, mandando darle
muerte, los servicios que & sus parciales debia, «siendo bravo
con los suyos y manso con los ágenos», despedíase, lleno de in-
dignación, de la corte, dirigiendo al rey notabilísimas coplaSf
preludio de más graves censuras. En ellas le decía:
Píasete de dar castigos,
syn por qué;
non te terna nadie fé
de tus amigos.
Y essos que contigo están,
9Íerto só
que me moriré.
4.*— Nuevas te traigo, Carillo, etc.
Sin embargo, justo es consig^iar que no carecen de gracia estas poesüu^
habiendo entre ellas algunos villancicos dignos de estima: tal es por ejeni-^
pío el que tiene por estribillo (fól. 71):
Venida es, Yenlda
al muodo la vida.
Ni merece menor aprecio la plegaria que dirije á Nuestra Señora en éí
tiempo del rey don Enrique, la cual empieza:
Reina del mayor emperlo,
sagrarlo de Santidad, etc.
1 Cód. cit. de la Academia, fól. 54 r. El epígrafe de la composición ¿
que aludimos es: cG)ntra los que les pcsaua de la medran9a del conde dt
Ledesma, que después fué duque de Alburquerque, seyendo gran prt-
uado del rey don Enrique t. Sólo se han conservado dos -coplas de
poesía.
U/ FAIlBy CAP. XVI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 127
q'uno á uno se t'iran
descontentos, como 70.
Lo que siembras fallarás
non lo dades:
JO te mego que te esoades,
si podrás:
qa'en la roano está el granizo,
pues te plaze
desfazer á quien te faze,
por fazer quien te desfízo i.
Antes tal vez de este rompimiento, reprobando las dilapidaciones
de doo Goríqae, que contrastaban sígularmente con la sordidez
de sos instintos, habia osado dirigirle estos versos:
Mira, mira, rey muy ciego,
é miren tus aparceros
que las prendas é dineros,
qnando mocho dura el jueigo,
qoédanse en los tablajeroa.
Acallanta tantos llorón,
é zegnaida, rey muy saje,
cómo en este tal TÍaje
tos reynoa é tos tesoros
non m vajan en tabUje*.
^ cabo, cundo aparecía ya resuelto á eoineiidar las fiütas y
deraneos de ia joveotod, interrogado desde Jaén por ei anñaoo
capitán Fernán Heiia sobre tas tiranias y discordias que de^pe-
<M>an el reino de Castii^ replicábale ooo extremada energía
qoe perdida eo el rey ta cooSanza de sos natorales, había eftjo*
^0 toda iealud, nacteodo áe aqoí cuantas iesdxkks L'^^ibaa
^ boeoos, para q^iíeü^ m habca siKño seforo. Lea itl^isrjns
^ la ley, los núa^Sr» de la Í^Jbsh^ (tiriskwskfu.
I
128 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
olvidan quál es su rey;
aquesa tienen por ley
la ley, qu'el tiempo les dá.
De la limpia castidad
los que sostienen la cumbre,
essos niegan su bondad,
matando su claridad,
segund el agua á la lumbre.
¡ O muertas enfermedades ! . . .
¡Qué mayores escondrijos!
¡Qué más falta de bondades,
que convidar los abades,
á las bodas de sus fijos/...
• •••••• ••••*• • ••••••••••
Syn amor, sin amigigia,
todos llenan los tenores
con jactancia é avaricia;
todos van tras la codigia,
como lobos robadores;
atestando en nuestro seno
muchas usuras, vilesas
que jamás se falla lleno;
creyendo que es el más bueno
el que tiene más riquesas i.
El cuadro, que Alvarez Gato sigue trazando, no carece en verdad
de menos vivas pinceladas. La deslealtad, la codicia, la soltara
escandalosa de las costumbres, hallaban digna corona en la hi-
pocresía, vicio general de toda sociedad corrompida, sin que
«sembradas tales rosas», hubiese esperanza de m^ fragantes
flores, ni de más limpias virtudes,
si los niños ternesuelos
non les dan vida de nuevo.
Hé aquí cómo el ilustre hijo de Madrid, asociándose por el sen*
timiento patriótico á aquella generosa protesta, que habia tomado
cuerpo en los versos de Pero Guillen de Segovia y don Gomex
Manrique , reflejándose en la sentida elegía del ilustre comeada-
1 Cód. de la Real Academia, fólt. 45 v. y siguientes.
n.* PARTE, cap: XVI. POSTAS DEL REINAIK) DE EffRIOüE IV. 12d
dor de Montizon , se hacia digno de la posteridad, aun á despe-
cho de sus trovas de amores. Cantando los vanos deleites de la
j aventad, impetrando después la intercesión de la Virgen, se
mostraba filiado en la escuela provenzal, hermanándose con tan-
tos otros como seguían en toda España la mismas huellas: al llo-
rar las tiranías y discordias de Castilla, sentíase animado del
mismo espíritu qu^ habia resplandecido en López de Ájala, Pé-
rez de'Guzman, López de Mendoza y Mena, empleando ta forma
directa y haciendo gala de un valor cívico, harto peligroso en to-
dtos tiempos, y mis en aquellos dias.
No lo tuvieron sin duda otros poetas, para quienes no era me-
nos sensible la triste situación de Castilla , impulsándolos más
vivamente al terreno de la sátira. Motejaba el mismo Al varez Ga-
to, porque ofendian escandalosamente la decencia, á los autores
de las Coplas del Provincial^ echándoles en cara las menguas de
que hacian alarde ^; pero aplaudian, no sin verdadero dolor, to-
1 El título de esta obra de Ál varez Gato es: Ci4 los nuUdisientes quefi"
nerón las Copliu dd Provincial, aporque disiendo mal, crecen en su me-
resffmiento (fól. 53 v.). Las Coplas referidas han sido atribuidas general-
mente á Alfonso de Falencia, uno de los ingenios que más agriamente
eeosuraron la disipación de la corte de Enrique IV (Salazar, Advertencias
hittóricaSf fól. 159). Á la verdad las Coplas del Provincial, por la sal
y chiste en que abundan y por la tersura de sus formas artísticas, no se-
rian indignas de Falencia, ni de otro de los primeros ingenios de aquella
edad; pero la soltura y obscenidad de que se hace en ellas fastuoso alarde,
tí podían coavenir á la comipeion casi fabulosa de aquella corte, nos re-
traen de adjudicarlas al discípulo de don Alfonso de Cartagena, por más
que su severidad histórica, y aun su sevicia respecto de la relajación de las
eottombres, presente en sus Décadas latinas cuadros, que se hermanan
atrechamente con los epigramas y diatribas del Frovincial. — Álvarez Gato
indica que eran varios los autores y que les alcanzaban las maldiciones (me'^
fnu) que sobre los demás lanzaban: cyto no hubiera podido nunca decirse
de Alfonso de Falencia, conocidas las Coplas. £1 artificio de dicha compo-
sición está reducido á que un F. Frovincial se presenta en la corte, ^ue se
•opone un gran convento, y llama á comparecencia ante sí desde el rey al
óltimo palaciego, no perdonadas las damas principales, sacando á plaza sus
flaquezas, liviandades y deslices. Comienza así:
Bl ProvlO(;lal es llegado
& aquesta corte Real
Tono vil. 9
130 «aroRiA critica de la literatura íspaüola.
dos los hombres hoarados las Coplas de Mingo Revulso , ingé*.
niosa y amarga censura de la depravada corte de * Enrique lY y
acusación enérgica de la nación que sufria tanto vilipendio. Am-
mado.el poeta, cuyo nombre es todavía un misterio en naesirt
historia literaria ^^ del noble celo del bien y profundamente oom^
padecido del pueblo, cuyos tesoros y cuya sangre eran vil jagueta
de ambiciosos proceres y de advenedizos cortesanos, arm&base de
la alegoría para esgrimir el azote de la sátira contra aquella so*
ciedad corrompida, precisamente en el momento en que iban &
ser mayores los escándalos ^;. y bajo la forma bucólica, qae empe-
de ooe?08 motes cargado,
gaaoeo de dee^ mal.
Bn esU» dlcboa se atreve;
é si oon, cúlpenle á éU
si de diez re^es las BueTe
Doo diera en mitad del fiel.
El Provincial cumplió con usura su palabra; pero no es decente el manifes-
tar aquí los términos en que lo hizo.
1 Juan de Mena, Rodrigo Cota y Hernando del .Pulgar han sido seña-
lados repetidamente como autores do las Coplas de Mingo Revulgo (don
Nicolás Antonio, Bibliotheca Nova, t. I, pág. 3S7; Gil y Zarate, Manual de
Literatura t pág*. 229; Sarmiento^ Memorias ^ núm. 397; Mariana, HisUh-
ria gen. de Esp,, lib. XXI lí, cap. 17). Respecto de Juan de Mena, consta
como luego veremos, que las Coplas se escribieron por lo menos ocho años
después de su muerte: en orden d Rodrigo Cota no se ha alegado razón nin*
guna convincente, debiendo notar nosotros que siendo converso, y tildado
de relapso, según adelante probaremos^ no es verosímil que se ensangren-
tara contra los judios, coúio lo hace el autor de las expresadas Coplas: en
cuanto á Pulgar, la seguridad con que habla Mariana, diciendo que c trovó
anas coplas muy artificiosas que llaman de Mingo Revulgo, en que calU
su nombre por el peligro que le corriera, en persona de dos pasto-
res!, etc., y la circunstancia de ser el cronista de los Reyes Católicos el
primero y más acertado de los comentadores de esta peregrina poesía^ nos
mueven á inclinarnos á la opinión de Sarmiento, quien indica que csólo
el poeta se pudo comentar á sí mismo con tanta claridad y no otro alguno,
y que sólo el comentador pudo haber compuesto aquellas coplas • (loco ct-
tato; núm. 872). Sin embargo hasta que algún inesperado descubrimiento
nos ilustre, podremos repetir que el nombre del autor de las Coplas de
Mingo Revulgo es un misterio en nuestra historia literaria.
2 Comentando Pulgar la copla XXUl, dice: «Anuncia que ha de venir
grau tempestad en el [regno] y ciertamente aosi te cumplió^ porque lueg^
n/ ^Atn, CAP. XVt. POfiTAS DEL REINADO DÉ ENRIQUE IV. 13l
aba & ser apreciada de los eruditos, merced á los estudios de las
letras dásicas que dejamos ya reconocidos , figuraba al pueblo
cutellano y & un profeta ó adivino, que al verle hundido en mi-
aera abyección, le predecía mayores males. £1 pueblo estaba per-
aonifleado en Mingo Revulgo; el adivino en Gil Arríbalo] pasto-
res ambos que, tratando del abandonado rebaño, presa de ham-
brientos lobos, trazaban el más picante y sombrío cuadro, bien
que por desgracia harto verdadero, del estado de la nación entera.
6ü Arríbalo pregunta & Mingo Remlgo la causa de su abati-
mieoto, obteniendo la respuesta de «que padecía infortunio, por*
que el mayoral del hato, dejada la guarda del ganado, se iba
irás sos deleites y apetitos, » enflaquecidas y postradas de ham-
bre las cuatro perras, que custodiaban el rebaño, representación
de las Yirludes cardinales, de todo punto escarnecidas á la sa-
txm en Castilla ^ Lobos sangrientos y feroces invadían por tanto
el redil y destruían el ganado, para el cual no habia esperanza al-
gona de salud, prosiguiendo el pastor en sus extravíos é indo-
lente abandono. Oidas las quejas de Revulgo, replícale Arríbalo,
cebándole en cara su poquedad, y mostrándole que no provenía
toda su desdicha de la negligencia del pastor, siendo causa muy
priacipal de ella sus propios pecados, habiendo desterrado de su
pechóla Fé, la Esperanza y la Caridad, antídotos seguros de sus
males. Arríbalo, animado de espíritu profetice, anunciaba tRe-
fntlgo que debian estos crecer en breve, aquejando al rebaño la
otro ano que estas coplas se ficieron ovo la división en el regno, de
que procedieron muchos daños y males». Recordando que el vergonzoso
cooyenio de entre Cabezón y Cigales se firmó én diciembre de 1464, siendo
preludio del rompimiento que dio por fruto el atentado de Avila, y que fué
proclamado rey de Castilla en 5 de junio de 1465 el príncipe don Alonso,
Bo cabe dudar que las Coplas de Mingo Revulgo fueron escritas en el ci-
tado ano de 1464, en que podia ya decirse con razón que «ondeaba la la-
S^uia, sin ventisqueros», revelando los trastornos y escándalos de 1465. No
tt iaiignificante la seguridad, con que Pulgar señala el año en que las Co-
r^ fueron compuestas, respecto de las sospechas que sobre él recaen^ co-
''^ autor de las mismas. Sarmiento y Ticknor que le sigue, las ponen
^ 1472; pero sin prueba alguna.
1 Apellídalas en el lenguaje alegórico que emplea, Jugtilla (Josticia),
^^^riUa (Fortaleza), Ventora (Prudencia) y Tempera (Templanza).
132 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAfíOLA.
guerra, el hambre y la peste, y ponia término á su razonamiento
y á esta singular manera de égloga, amonestando á Gil para
que hiciera penitencia, & fin de conjurar las nuevas calamidades
que le amenazan.
Tal es la notable composición que lleva el titulo de las Coplas
de Mingo Revulgo^ una y otra vez glosadas por distinguidos in-
genios y citadas con repetición, al estudiar los orígenes del tea-
tro castellano, como pudieran serlo tantos otros diálogos del si-
glo XV *.Más incisivo y enérgico de loque hubiera sido, á reve-
lar su nombre; menos considerado con los prelados y magnates
que revolvian el reino, de lo ;que el temor natural consentía; é
irritado sin duda al espectáculo de aquella corte, de donde pare-
cían haber huido todo pudor y decoro, hacia el poeta cierta os-
tentación de sevicia y aun mordacidad respecto de los personajes
que en ella figuraban , flagelando sin piedad al desatentado don
Enrique. Siguiendo siempre la alegoría del rebaño, decia en boca
de Mingo Re vulgo:
Sabes?... sabes?... El modorro
allá, donde se anda á grillos,
burlan de él los mozalvillos,
que andan con él en el corro.
Armanle mil guadramañas:
uno Tpela las pestañas;
otro Tpela los cabellos...
asi se pierde tras ellos,
metido por las cabanas!...
Uno le quiebra el cayado;
otro le toma el zorrón;
otro Fqaita el zamarron...
y él tras ellos desbabado!!...
E aun él... ¡torpe majadero!...
8 En su lu^ar estudiaremos el sucesivo desarrollo que la forma dramá-
tica ofrece en medio del gran movimiento de las letras y de la poesía
erudita, probando que sin esta indispensable preparación y concurrencia,
no hubiera llegado aquella á granazón, dando el precioso fruto del teatro.
Pero ni el diálogo de Mingo Revulgo, ni los que llevamos mencionados y
adelante citaremos, pueden desasirse del común desenvolvimiento que lle-
vaban en general las letras españolas.
n/ PARTBy GAP. XTI. POETAS DEL REINADO DE ENRIQUE IV. 133
que se precia de oertero,
fasta Bquella zagaleja,
la de Nava Lusiteja
lo ha tnddo al retortero.
La soldada que le damos
é aun el pan de los mastines
cómeselo con mines;
¡gnay de nos, que lo pagamos!...
La sátira no podía en verdad ser más despiadada, si bien
aparecía revestida de formas indirectas; pero tampoco era posi-
ble trazar en tan breves lineas cuadro más verídico. La pintura
de los magnates, cuya ambición y codicia no bastaban á hartar
los tesoros de Castilla, no es menos sangrienta:
Vienen los lobos finchados
é las bocas relamiendo:
los lomos traen ardiendo,
los ojos encarnizados:
Los pechos tienen sumidos;
los fijares regordidos,
que non se pueden mover;
mas quando oyen los balidos,
ligeros saben correr.
Abren la boca, rabiando
de la sangre que han bebido:
los colmillos regañando,
pares^e que no han comido.
Por lo que queda en el hato
cada hora en grand rebato
nos ponen con sus bramidos:
desque fartos, más transidos
los veo, quando non cato.
Asi el autor de las Coplas de Mingo Revulgo, adoptando una
forma literaria enteramente derivada y erudita, ponía de relieve
los males que llenaban de luto y escándalo á la nación, conde-
nando al par en esta la punible inercia que la llevaba á ser mera
espectadora de atentados vergonzosos como los de Madrid y
Avila, y de confesiones tan repugnantes como las de Guisando
y Lozoya. Afectando el lenguaje popular ^ y vistiendo el pellico,
t El diligente Sarmiento observa que el estilo de estas Coplas ees el
134 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÜOLA*
para hacer menos ofensivo su intento, erigíase en verdadero in-
térprete del buen sentido; y convencido de que la responsabili-
dad moral de lo que estaba sucediendo en Castilla^ alcanzaba
igualmente al trono y á la nobleza, al clero y al pueblo , los
comprendia bajo el mismo anatema^ elevándose en tal suerte &
las verdaderas legiones de la moral y dando á sus Coplas entera
finalidad artística. La poesía, lo mismo que en la musa de los
Manriques, de Pero Guillen y de Alvaroz Gato, llenaba en la fic-
ción de Mingo Revulgo ^ que debia servir de ejemplo á otros inge-
nios del siglo XYI, el noble ministerio de revelar el estado moral y
político del suelo, en donde era cultivada. Triste por cierto y
desconsolador fué su oficio respecto de un reinado, donde sólo
descubre el historiador indolencia y vituperio: mas si no fué dado
& los ingenios que atraviesan aquella infeliz época, proseguir de
lleno la obra que tan gran impulso habia recibido de manos de
don Juan II y de sus magnates, no por esto conviene admitir,
como axioma literario, la general creencia de que se apaga y
muere toda luz durante el reinado de don Enrique, quedando
por tanto anulado el prodigioso y fecundo movimiento, que ofre-
ce á la contemplación de la critica en las regiones centrales de la
Península, la primera mitad del siglo XY.
A desvanecer este error, harto arraigado entre los doctos, he-
mos dirijido nuestras fuerzas en el presente capítulo. El estu-
dio en él realizado, nos muestra por una parte con toda claridad
y certeza el predominio que la lengua y la literatura de la Espa-
ña Central hablan alcanzado en las comarcas de Occidente, armo-
nizando el movimiento de expansión logrado en las orientales,
y nos persuade por otra de que los discípulos de Juan de Mena
y del Marqués de Santillana, iniciados en las escuelas seguidas
que á la mitad del siglo XV usaban y aun usan hoy (dice) los pastores (lo-
co cit., núm.^ 869). Con veniente juzgamos advertir no obstante que al tra-
vés de la rudeza del lenguaje, y dado el noble propósito de vindicar los
fueros de la virtud, se descubren, así en las ideas como en las formas,
aquella sutileza y afectada discreción que caracterizaban en común á los
poetas cortesanos, revelando también por este camino el origen erudito de
osta peregrina obra.
W por aquellos ilustres ingenios, supieron transmitir á la venturosa
f ^aé de los Reyes Católicos los tesoros allegados hasta mediar
del siglo, mientras, por el mismo efecto de las circunstancias
políticas de Castilla, infundían mayor virilidad á los acentos de
s ci masa.
Observación es por cierto digna de consignarse: llamados los
pM)6tas del reinado de Enrique IV & condenar , en nombre de
Inmoral ofendida, cuanto á su vista estaba sucediendo, vuelven
'ft^os sus miradas á la antigua escuela española, y comunican &
^ 08 versos cierta energía, desacostumbrada entre sus predece-
^^es, que forma sin duda el rasgo principal y más caracterlsti-
de las poesías, que han llegado á nuestras manos. Pero naci-
esta singular condición del mismo estado de los espíritus, no
jpcdia en verdad limitarse & las esferas de la poesía, debiendo re-
flejarse al propio tiempo en las de la historia y la elocuencia.
Veamos pues en el siguiente capítulo hasta qué punto se rea-
liza este fenómeno literario, cuyo conocimiento es de suma im-
portancia para quilatar dignamente el desarrollo de las letras
patrias bajo el cetro de Isabel I.'
CAPITULO xvn.
LA HKrOMA, U FILOSOFÍA MORAL Y LA ELOCUENCIA
8A6KA0A DDBANTE EL REINADO DE ERBIQDE lY.
I.
(Mtísr general de los estudios históricos. — Cronistas de Enrique IV. —
Di^ Enríqaez del Castillo y Alfonso de Falencia. — ^Noticias biográficas
. de Castillo. — Su Crónica. — Juicio de la misma. — Carácter de su estilo 7
Ifiogoaje. — ^Falencia: su educación literaria j su posición en la corte. —
Noticia de sus obras. — ^La Crónica en romance y las Décadas latinas. —
^osa autenticidad de la Crónica. — Juicio comparativo de ambos mo-
onmentos. — Carácter histórico de Alfonso de Falencia. — Algunas mués-
^ de la Crónica. — ^E^tilo de las Décadas. — Nuevos historiadores. — ^Al-
foiiso de Toledo: su Espejo de Istorias. — Fedro de Escávias .* su Reperto-
'^ de Principes. — La Crónica del Condestable Iranzo. — índole especial
^ este libro. — Cultivadores de la filosofía moral. — Fray Juan López; —
^^S Sánchez; — el Bachiller Toledo.— Noticia de sus obras, —Doña Tere-
^ <)eCartagena: su Arboleda de los Enfermos. — Examen del /nvenetona-
*^ y de la Arboleda, — ^La elocuencia sagrada. — Fredicadores célebres.
"^^reve estudio de algunas obras ascéticas. — La Flor de Virtudes. —
^^x^deraciones sobre el carácter de las letras durante el reinado de
Enrique IV.
£1 calamitoso reinado de Enrique lY, cuya memoria causa
^olor profundo en el ánimo de todo hombre virtuoso, daba en las
esferas de la inteligencia claro testimonio de las contradicciones
y escándalos que perturbaban á Castilla en el terreno de la polí-
nica. Espejo fiel de aquellos vergonzosos disturbios cortesanos
l^^flJos hallado en la poesía, tal como la cultivaroa los trovadores
138 0l8Ti>RfA CRÍTICA DE LA LITEBATURA ESPAÜOLA.
quo adoctrinados en la corte de don Juan II de Castilla, estaban
destinados & transmitir á la de los Reyes Católicos la tradición del
arto do los Menas, Guzmanes y Santillanas, lanzando al par el
fallo do su reprobación sobre los desórdenes, que descendiendo
del trono, inflcionaban & la nación entera. Pero si la poesía de
a(iuollos angustiosos veinte años, aun desdeñada de los doctos,
es bastante & caracterizarlos, no lo hacen por cierto con menor
ofloaoia las demás producciones de la literatura, especialmente las
históricas. Siempre habían dado las crónicas en la España de la
odad-media claros indicios de los cambios, operados en la esfera
do la política, revelando, ya los triunfos de las armas cristianas,
ya el sucesivo desarrollo de los elementos de cultura, atesorados
en ol suelo de la Península: inspirada ahora por discordóse irre*
oonoiliablos intereses, mostrábase la historia no solamente cual
interpreto, sino como representante activo é inmediato de aque-
llas enconadas banderías, que pusieron más de una vez el inde-
fenso Kstmlo al bordo del despeñadero.
No podían consignar, llenos de entusiasmo patriótico, los cro-
nistas do miuellos veinte años la relación afortunada de altas em-
pros^is, aoométidas un nombre de la religión, y llevadas & cabo
oon provjooho dn Ion pueblos y gloría de la nobleza castellana.
Olvidando ni monarca el principal deber, que le imponia la corona
do los Alfonsos y Fernandos, si pareció al asentarse en el trono,
quo ya autos había desautorizado, volver sus miradas al reino
);:rauadíno, \vxvi\ consumar su destrucción, dejóse muy loego do-
minar do liKsaviosos instintos que desde la primera juventud le ava-
luaban, imiHUonio al propio tiempo para refrenar las ambicicmes
do K\s UKi^^atos, quo habia tan sin consejo fomentado y &Tore-
oido i\>utra su mismo padre, don Juan 11. Y no contento con ati-
ur on tal manora ol (bogo de la anarquía, que amenaiaba devo-
rar ol Estado^ lovantaba don Enrique mayores escollos en medio
do aquoi do^onftronado pi^lagx^ que agitaba cida dk méis des-
atontado ^ indi.^TiMo: para anular el intXMatrastable poderlo de b
aai^mk MMeía^ imaginaba la cft^icion do c4ra nnen, sacada de
k^ mi$ bnaiikkts o^r&s s^vialos: y lovaatando dd estieitol, se-
g«ft k jTa&n oipi>et$M!i do sus cootáOMs^ bcoibres ayunos de
U>da ^in»i, 4 qmmiie^ aquojaba sin tregua el ax^üeate anhelo de
n/ P., GAP. XVII. HIST., PILOS. T ORAD. DEL R. DE BlIR. IV. 139
esoalar honras, dignidades y riquezas, abria profundo abismo &
las mismas gradas del trono, haciendo imposible toda reconcih'a*
don y futura avenencia.
La corte de Enrique IV, conturbada en tal manera por las
ambiciones bastardas, que engendra aquella desdichada política,
se manchaba también con torpes liviandades, que apenas osa re-
producir la pluma de los historiadores modernos: en ellas se
veía envuelto por desgracia el mismo trono; á ellas era debido el
medro y casi fabuloso engrandecimiento de pobres hidalgos y de
hombres oscuros, cuya fastuosa soberbia, ya halagada por la
reina, que venia & ser por este camino fábula de las gentes, ya
oohnada por el mismo don Enrique, para humillar á los proceres
descontentos, irritaba á estos y á sus allegados y parciales & tal
punto que llegaron & pensar en destronar al monarca legitimo,
poniéndolo por obra con el memorable atentado de Avila (1465),
que daba á la nación el vergonzoso espectáculo de un rey, sen-
teociado y lanzado del trono por sus vasallos naturales, y de un
príncipe, levantado al solio de San Fernando en hombros de la
rebelión y de la anarquía.
Castilla se vio entonces gobernada, ó mejor diciendo, des-
pedazada por dos reyes: Enrique IV, á quien no sacaron de
la torcida senda, en que se habia empeñado, tantos y tan vilipen-
<fíosos desacatos, cometidos contra su persona, y Alonso, el in-
truso, que juguete de sus ensalzadores , tenia apenas tiempo
para acallar sus demandas y hartar su codicia. La inesperada
muerte del intruso desvaneció aquella «corte excelente» , según la
apellidaron sus parciales ^ . Mas no por esto renació la calma am-
bicionada por los castellanos: la mal regida nobleza contrapo-
1 £1 celebrado don Jorge Manrique calificaba al intraso y sa corte del
*^9úeDte modo en las Coplas á la muerte de su padre. Mencionado don
Ki:irique, añade:
Pues su hermano, el inocente,
que en su ?ida sucesor
se llamó,
{qué corte tan excelente
tufo é qaánto grand señor
que le siguió, etc.
140 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
nia (y esta vez con mejor sentido) á los esc&ndalos de la ote-
te de don Enrique el nombre y las virtudes de la Prince-
sa doña Isabel, á quien tenia reservada la Providencia la res-
tauración de Castilla y el glorioso engrandecimiento de la nadra
española.
En medio de estos afrentosos disturbios , que abarcan el reina-
do entero de Enrique lY, personificándose en dos grandes par-
cialidades^ acudieron estas & consignar los hechos del modo m&s
favorable & sus intereses, para prevenir sin duda el juicio de la
posteridad; y la historia, que aun dada la intervención inmediata
de los reyes en su cultivo, habia reflejado principalmente los de-
seos y las esperanzas de la nación entera, se veía forzada en con-
secuencia á revelar los odios y enemistades, que llenaron de an-
gustias y zozobras la corte de Castilla. Haciéndose cortesana,
como se habia hecho ya la poesía, tomaba el color de cada una
de aquellas banderías, si no para denostar abiertamente y echar
todo el peso de la responsabilidad moral sobre la contraria, para
disculpar al menos con las ajenas debilidades las propias ilaque-
zas; pero como ninguno pedia exclamar con Tácito: Procul cau-
sas habeo, ni los que salieron en defensa de don Enrique y de
sus cortesanos, se juzgaron bastante autorizados para ser creí-
dos por su palabra, viéndose forzados en cada momento á reco-
nocer y consignar los desaciertos del príncipe y los escándalos
de su corte, ni los que se le declararon adversarios pudieron re-
frenar su indignación en los justos límites, recogiendo en sus
crónicas y transmitiendo á la posteridad, con el anhelo de no apa-
recer como impostores, la relación de numerosos hechos, que re-
cargan tristemente el ya repugnante cuadro de aquellos desdi-
chados veinte años.
No otra era la situación de los cronistas del reinado de Enri-
que lY, descubriéndose en ella desde luego el racional origen
de la desconfianza, con que los hombres doctos é imparciales
han recibido aquellas historias. Señaláronse entre todos los ex-
presados cronistas, así por la importancia de sus obras, como
por el carácter que los distingue, dos escritores nacidos duran-
te el reinado de don Juan II y educados bajo los auspicios de aque-
llos ilustres varones, que dieron nombre á la expresada edad li-
O/P.y CAP. XVII. HIST. FILOS. Y ORAD. DEL R. DE ENR. JV. 141
teruia^: tales son Diego Enriquez del Castillo y Alfonso de Pa-
tencia, criado el primero y capellán del rey don Enrique , parti-
dario el segundo del intruso don Alonso y uno de los más en-
carnizados enemigos, ya que no de los más austeros y terribles
acosadores, que tuvo aquella corte, dolorosamente retratada en
bs Coplas del Provincial y de Mingo Revulgo.
No ha sido grande en verdad la diligencia de nuestros biblió-
grafos en allegar noticias relativas al primero de los expresados
historiadores, ni puede tampoco aceptarse sin correctivo el jui-
ciode !a moderna critica respecto de su mérito, como barrador
de los sucesos que & su vista acaecian. Que era Diego Enriquez
dol Castillo capellán y del Consejo del rey don Enrique, alcan-
zando la consideración literaria que daba entonces el titulo de
licenciado en teología, es cuanto nos han revelado hasta ahora
ios escritores que le toman en cuenta, ateniéndose estrictamen-
te á lo que el mismo Castillo habia manifestado en el prólogo de
^ Cránica ^. Alguno le ha confundido con otro Diego del Casti-
1 Véase el tomo precedente, dedicado á este importante estudio bajo
'^ multiplicadas fases.
2 Ni Boutterwecky que expuso con notable confusión muy breves noti-
^ de los cronistas del siglo XV, pasando de la historia de Don Alvaro
^Luna á los Ciaros Varones de Pulgar (Trad. cast., pág. 52 y 53), ni
^'smoodi, que le copia en todo cuanto se refiere á la literatura de la edad-
^"^h (Trad. cast,, t. I, págs. 112 y 113), ni Puibusque, que sólo mencio-
^ &I final del cap. II de su Hisioire comparée las crónicas de don Álva-'
^^ <fe Luna y del Conde de Buelna, ni otros muchos críticos extranjeros,
^^ los cuales no puede ser olvidado Villemain, quien dicho sea dé pa«
^^f desconoció las mismas crónicas que en su sentir habia mal leido Bout**
*^eck {TaUeau de lalitterature du moyen age, t. II, pág. 337, ed. 1852),
^'«ron presente al cronista de Enrique IV. Ni le han estudiado tampoco
. '^ i>^yor esmero los escritores nacionales, siendo olvidado del todo por
. 3^^ ^ alguna manera han discurrido sobre la historia literaria. Al eabo
^i'Udito Ticknor, siguiendo las huellas del docto Prescott, le dio cabida
, . •^ Historia de la literatura española (cap. IX de la I.* Parte); pero lo
^ Con tal brevedad que no es posible formar concepto de su mérito lite-
'^» 7 en orden á las noticias biográficas, sólo apuntó que era Castillo
^_^'^ísta y capellán del rey legítimo», omitiendo su titulo más elevado de
'jcro. cNoten los que leyeren (habia dicho el mismo autor), que del
^*clareeido quarto rey don Enrique de Castilla é de Leon^ sus fechos ó
142 HISTORIA CRtTICA DE LA LlTfiR ATURA ESfAftOLA.
HOy noble escudero que filiado en las parcialidades de Alfonso Y
de Aragón, siguióle á la conquista de Ñapóles, donde permane-
ció después de su muerte, adicto al nuevo rey don Fernando,
distinguiéndose entre los trovadores que en aquella ilustrada cor-
te florecieron ^
Nacido en Segovia el licenciado Diego Enriquez del Castillo ^,
y consagrado al estudio desde su primera juventud, pasó desde las
aulas & la capilla del Príncipe don Enrique, abrazada ya la carre-
ra eclesiástica; y distinguido con la predilección del nuevo rey,
recibió desde luego el encargo de escribir su Crónica. En es-
tas literarias tareas se ocupaba, siguiendo de continuo la corte,
cuando levantada la nobleza castellana contra el monarca legili*
mo, dados los criminosos escándalos de Avila y de Olmedo y
apoderado el intruso don Alonso de Segovia, vióse en esta ciu-
dad duramente maltratado por los parciales del Infante, quien
llegaba á tal punto en sta enojo que le mandó degollar, pena de
que le rescataba «el ser hombre de iglesia». Consistía el pecado
de Castillo en llevar consigo la Crónica de don Enrique^ donde
reprobaba, tal vez con excesiva agrura, las demasías y traiciones
de los magnates, no siendo en verdad más lisonjero para don
Alfonso, sobre todp al narrar la batalla de Olmedo, librada cua-
renta dias antes entre el rey y los rebeldes. La Crónica fué pre-
sentada al arzobispo de Toledo, ante el cual compareció también
Castillo; y leicla la relación de la expresada batalla, subió la in-
dignación de los proceres á punto que, dado conocimiento al
Infante, le arrebataron todo lo escrito, depositándolo en ma-
nos del arzobispo, á fin de que no cundiesen «aquellas men-
tiras» 5.
vida tractando... yo el licenciado Diego Enriquez del Castillo, capellán é
de 8U Consejo, como fiel coronista suyo, protesto relatando escribir su ce-
rón lea • (Ed. de Flores, pág. 3). *
1 Recuérdese lo dicho en el cap. XIV de esta II.* Parte y Subeiclo.—
De Diego Enriquez del Castillo puede asegurarse, como lo hacemos en el
texto, que no abandonó la corte del hijo de don Juan II. Las pruebas sur-
gen de su propia crónica.
2 Gil González Dávila, TecUro eclesiástico, 1. 1, pág. 522.
3 Diego Enriquez del Casfíilo alude á eiste hecho en el prólogo de la
U/ P.y CAP. XYII. HIST.y PILOS. T ORAD, DEL R. DE ENR. IV. 143
Fiel al rey don Eoriquo, y lograda la libertad por la interce-
de algunos grandes, prosiguió Diego Enriquez del Castillo
empezada tarea, y en el Consejo real, adonde sus buenas
disposiciones le habian levantado, los servicios, que repetidas
veces le presentan como actor en los sucesos que narra. Antes
del atentado de Segovia, vérnosle en efecto, ora hacer oficio de
Biedianero entre el rey y los magnates, acompañando & don Pe-
ro González de Mendoza, futuro Cardenal de España ^; ora des-
empeñar el cargo . de embajador cerca del conde de Fox, mos-
Ctónica y lo refiere en el cap. CIII del silente modo: tLleg^ado (á Segó-
*^)i fué mayor la tardanza de poner los pies en mi casa que de ser preso
*y quebrantado el seguro de sus firmas é sellos, que me avian dado. Y
*iio solamente prendieron á mí con grand deshonestidad, mas robáronme
>todo lo qae yo tenia, con las escrípturas de la Coránica del Rey que has-
*ta entóneos tenia ordenada y escripta. Y tan ignominiosamente me trata-
*r«& como á los que suelen ser traydores, acusando mi lealtad por alevo-
»sia y poniendo sus deslealtades por cosa de mucha honra hasta las nu-
*tKt>. Castillo manifiesta que se defendió con denuedo, y añade; cÉ porque
^nii verdad los concluía, determinaron de matarme», etc. En la Crónica
^^¡MÜana, atribuida á Alfonso de Falencia, se referia el mismo suceso de
^■^ manera: cEn la posada de una mujer, que era manceba de Diego del
^Castillo, coronista del rey don Enrique, estavan en guarda dos muías é
*^rtas cosas suyas: entraron en la casa é fallaron dos arcas^ Qn una de las
'<^<iale8 fallaron ciertos libros, entre los quales estava la Coránica de los
•*6os del rey don Enrique, ordenada por el dicho Diego del Galillo, llena
*^^ infinitas mentiras, el qual libro llevaron al arzobispo de Toledo; é
^eode á poco Diego del Castillo fué traydo ante él, é en su presencia lie-
*f^ ú leer la batalla de Olmedo, que' avia quarenta dias quera passada, en
'^ <)aal escrivió muchas é muy manifiestas mentiras. £ como le fucsse
'prenotado por qué tan falsamente avja escrito, ninguna cosa supo res*»
^I^v^der, al qual el rey don Alonso mandó matar: é fué dexado, por ser
*or&t>rede la Iglesia, é la Coránica fué dada á Alfonso de Falencia, coro'»
*°'^^> del rey don Alonso, para que aquellas mentiras fuesen emenda-
* ^*^**.: la Coránica fué restituida en manos del arzobispo de Tole^*
*ao» (I.* Farte, cap. LXXXVIJI). La simple comparación de estos pasajes
^^^4 descubrir la verdad, revelando el espíritu que animaba auno y otro
cronista. Las Décadas ícUinas guardan no obstante mayor sobriedad, no
^^presando el nombre de Castillo: Falencia decia sólo al aludir á su perso-
' *CiiiQ8ciam historíographi Henriciani» (Lib. X, cap. 1).
^ Cap. LXIII de la Cránica.
144 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITBRATtTRA ESPAÑOLA.
traado extraordinaria sagacidad y entereza ^; ora escribir por
mandado del rey á las Hermandades de Castilla, exhortándolas
& continuar en el buen propósito de velar por la paz y quietud
del reino ^; ya arengar á los aliados de las referidades Herman-
dades, congregados en Madrid, pai*a que estorbasen el cauti-
verio en que don Enrique miserablemente se ponia, sometién-
dose á los revueltos proceres, demanda que expone el mismo
Castillo al desaconsejado monarca ^; ya en fin comunicar á este,
en medio del desaliento que le aquejaba, la victoria de Olmedo,
no sin que dejase de mostrar en sus palabras cierta manera de
reprensión respecto de la conducta del mismo soberano *. Ni
ponia después menos empeño en lo que entendía que era bien
de la' república y servicio del rey, á quien por juramento estaba
obligado: cuándo aparece en consecuencia cual delegado regio
para echar de Sigüenza & Diego López de Madrid, que tenia
usurpada tiránicamente aquella iglesia ^; cuándo obedeciendo
los mandatos de don Enrique, «como cronista á quien portones-
Qia loar la lealtad é vituperar la traygion»^, se dirigía á los tole-
danos para darles gracias por haber arrojado de la ciudad á los
proceres que la tiranizaban; cuándo se mostraba cual media-
nero entre el rey y la reina, cuya deshonesta vida la tenia aje-
1 Cap. LXXXVII de id.
2 Cap. LXXXVII,
3 Cap. XCI.
4 Son di^as de tenerse presentes las palabras que mediaron entre el
rey y el cronista en aquel solemne momento. Castillo, al encontrar á don
Enrique apartado de los suyos, le dijo: — «¿Cómo los reyes que son ven^e-
•dores é pelea Dios por ellos, ansi se han de arredrar de su hueste que tan
•varonilmente ha alcan9ado la gfloria de su triunfo? Andad acá, señor:
•que soys vencedor é vuestros enemigos quedan vencidos é destruydos.—
#
•E quando el rey oyó lo que asy le decia (prosigue CastiUo), con alegre
•rostro me dixo: — doronista, si con tan sanas entrañas me aconsejara el
•Condestable de Navarra, que aquf estaua aconsejándome é faciéndome creer
•lo quél deseaua, nin yo me apartara de donde estaua, nin vos tomarades
•el trabajo de venirme á buscara etc., (Cap. XCVII).
5 Cap. CV.
6 (3ap. CXI. — Castillo repite en otras partes de su Crónica la mitma
sentencia, á que se Juzga obligado y sometido, como historiador.
n.^ P., CAP. XYII. HfST., FILOS. T ORAD. DEL R. DE BNR. lY. 145
íaáade la corle *; y unas veces enviado, cual miembro del Con-
9^, i ejecutar los acuerdos del mismo ^^ diputado otras para
peca?er las traiciones de los magnates ^, daba siempre inéqul-
ws pfaebas de su celo y discreción *, preciándose de no
laber fallado & los deberes para con su rey y con su patria.
De esta no desmentida lealtad, prenda harto peregrina duran-
te los veinte años que historiaba, ha nacido sin duda el no jus-
tificado concepto de los que condenan á Eoriquez del Castillo co-
^Qo cronista interesado, y poco digno de crédito en conse-
caencia. El estadio de su historia dice no obstante lo contrario,
tai como desvanece también el juicio de los que aseguran que
no excede de los límites de una relación descarnada ^. Castillo,
partidario y servidor constante de don Enrique, enemigo decla-
1^0 de los magnates y prelados turbulentos, abominador enér-
gico de las traiciones, torpezas é iniquidades que por todas par-
tes le rodean, se duele desde los primeros instantes, en que apa-
rece como historiador, de que aquellas buenas disposiciones
mostradas por don Enrique, al subir al trono, fuesen del todo
estériles para el bien de la república, aquejado el rey y perse-
guido sin tregua de criminales ambiciones. Nunca se habia visto
otro principe de Castilla en situación más próspera y nunca se
loalograron más desdichadamente tan felices circunstancias. Re-
frenados los moros del Andalucia y forzados á pagar crecido tri-
'^to; distinguido entre todos los reyes cristianos por el sobera-
do Pontífice, que solicita su perpetua amistad; arbitro de la
^erte de las Señorías de Genova y de Venecia, que piden su am-
^ C*p. cxxiv,
^ Cap. CXLV.
^ Cap. CLU.
Oap. CLIX. — CastiUo preparaba el recibimiento hecho en Madrid al
Y^^^*^al don Rodrigo de Borja, legado que trajo á don Enrique la nueva
^^ ^ ^^uerte de Paulo y de la elección del Papa Sixto. £1 recibimiento fué
■^ ^^dinariojy magnífico.
^l docto Mr. Jorge Ticknor en las breves frases que le dedica, es-
^ue no c sale de los limites de una descarnada narración» (I.* Épo-
^^ ^^. IX). El juicio que exponemos, responderá á esta calificación, no tan
«.w^^^da como desairamos.
146 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA ESPAflOU*
paro y su alianza; elegido por los catalanes conde de Barcelona
y rey de Aragón, faltaba sólo k don Enrique confirmar con las
obras- el alto concepto que de él se había formado,— y en aquel
momento empieza & anublarse el que antes habia sido risue&o
horizonte, juguete y víctima al par el hijo de don Juan II de
la ajena deslealtad y de la propia pusilanimidad é inooose-
cuencja.
La anarquía, de que era presa el Estado, llena de indignación
á Enriquez del Castillo: en su calidad de criado y consejero del
rey, se inclina alguna vez á cargar todas las culpas & los coba--
lleras íraydores, que no contentos de humillar la corona, acaban
por arrancarla de las sienes del principe legitimo, para transfe-
rirla & las del Infante, su hermano. Pero si excita su enojo la
creciente osadía de los proceres, condenando con no disimulada
ojeriza sus dobleces y rebeliones; si dirigiéndose contra ellos en
muy frecuentes apostrofes, los colma de injurias y dicterios, lo
cual explica perfectamente la aversión con que personaUnente le
miraban, no disimula tampoco el disgusto que en su ^imo pro-
duce la contradictoria, ciega y desastrosa conducta de don En-
rique, á quien niega una y otra vez el esfuerzo del varón, la
noble osadía del caballero y el seso del príncipe, acusándole de
remiso y tardo para el bien, de fácil y movedizo para el mal;
causa principalísima del abatimiento, la deshonra y el vituperio
en que propios y extraños le tenian. ^ Usando de «la licencia de
escribir», que se le habia otorgado, y «de la osadía de baUar,
que le debia ser dada», calificaba de injustas, deshonestas y feas
las acciones del indiscreto monarca; y reparando en las livianda-
des, que inficionaban su palacio, no vacilaba en denunciar cual
torpe, liviano y disoluto el vivir de la reina, que poniendo «gran
sospecha en los corazones de las gentes», dio nacimiento &
las novedades de la sucesión y nuevo pábulo á las tiranías de
la nobleza ^.
Fluctuando entre la idea del deber, que le obliga para ooq su
1 Caps. VI, XVÍI, XXXUI, XLVIH. LVI, LX, LXV, LXXJ^I, LXXXIV,
LXXXIX, XCi, CUI, CIV, CXLU. CXLYllI, CLVl, ele.
2 Caps. LXIV, CXX, CXXIV, CLVU, CLXU, qLXVI, etc.
Q.^ P., CAP. Xm. HIST., PILOS. T OftAD. DEL R. DE BIVR. IV. 147
^7) T el noble anhelo de la justicia, que le fuerza & ser impar-
cial, si reconoce y asienta con dolor que don Enrique ano se
bordaba de ser rey, ni como señor, tenia poder para mandar, ni
mo won, libertad para vivir», declara que andaban en boca
del roigo muchas cosas que no podian consignarse sin peligro; y
obedeciendo las leyes del recato y de la decencia, prefiere ase-
mejarse al autor de las Coplas de Mingo Revulgo, antes de man-
efaar su narración con las obscenidades de las del Provincial, por
oás que renunciara á excitar la curiosidad de los siglos futu-
fps. Castillo ni desconoce la vergonzosa situación de la corte en
que vive, ni oculta, interesado ó lisonjero, el triste efecto que
prodacea en su ¿nimo tantas debilidades y escándalos, ni deja
de mostrarse «celoso de la verdad, ajeno de la afición y quito
de amor y enemistad» , como promete en descargo de su con-
ciencia»; pero no por esto se juzga necesitado de levantar el ve-
lo 4 todsjs las miserias del periodo que su Crónica abraza, ni de
penetrar tampoco en el hogar doméstico, para sacar á la plaza
pública las torpes escenas que lo mancillaban, bastándole sólo
oonsignar con indignada nobleza sus desastrosos efectos. Teme-
foso de ser tenido por apasionado, ya en pro del monarca, ya
en contra de los malcontentos, limitábase el consejero de Enri-
que lY á comprender en su historia los hechos de más bulto y
transcendencia, naciendo de aquí las condiciones literarias que la
^caracterizan. Enriquez del Castillo no es ya el simple cronista,
que se contenta ooa exponer los hechos menudamente y en el
<^i*den fortuito, en que acaecen: presente á los sucesos, aspira á
juzgarlos uno por uno, deseoso de producir con su fallo deter-
minada enseñanza; y como ni todos podian ministrársela, ni le
^'"^ dado contemplarlos todos sin sonrojo, se vé forzado á
^^©sechar los unos, mientras anhela dar á los otros extraordina-
^^^^ relieve y colorido.
Motivo han sido estas circunstancias de que, al paso que se le
^ niotÉjado de faltar á la cronología, apuntando muy pocas fe-
*^^^3 y de ellas las más equivocadas, se le acuse de perpetuo
^^^lamador, apartándose de las leyes especiales de toda crónica.
^^o sin duda influir en el poco eemero y aun desconcierto de
^^ondogia el atentado de Segovia, que le despojó de lo escri-
148 HISTORIA CRtTICA BK LA LITERATURA ESPAÑOLA.
to hasta la batalla de Olmedo [1467], y en este caso no parece
justo exigirle entera responsabilidad, con tanta mayor razón
cuanto que no solamente se lamentó ya Castillo de aquella doto-
rosa pérdida, sino que nos consta de una manera indubitable que
reconstruía su Crónica, muerto ya don Enrique y asentada en
el trono la Reina Católica ^
No asi en orden al tono general de la historia: sembra-
da esta de arengas, discursos, cartas y apostrofes, medios por
los cuales se propuso sin duda el autor comunicarle interés
y movimiento, mostraba desde las primeras líneas que tenia
delante los modelos de la antigüedad clásica; y pagado de sus
formas, aspiraba m&s bien & trazar un cuadro general de la
•época, donde apareciesen animados por su ingenio ó casti-
gados por su doctrina los personajes que en él figuraban, que
& relatar los hechos, cual simple cronista. Nacen de aquí el
empeño de que todos los personajes hablen y se expresen de
una manera docta y atildada, y el invencible afán de mos-
trarse el historiador en cada momento, según va advertído,
acusando y condenando al par toda acción digna de vituperio,
con tan extremado calor que parece él mismo participar de la
ofensa. Puesto en tal situación, no es maravilla que sus frecuen-
tes apostrofes, tomando forma exclusivamente oratoria, parezcan
afectadas declamaciones, bien que animados de inusitada ener-
gía y enriquecidos por las galas de un lenguaje gallardo y pin*
toresco, lo cual sucede asimismo con los discursos pronunciados
por los personajes que en la narración intervienen. Ejemplos de
uno y otro se ofrecen en toda la Crónica al acaso; mas porque
1 Hablando el cronista en el cap. CXXVfl del pretendido enlace del
rey don Alonso de Portugal con la princesa Isabel, escribía: cLa divina,
Providen9Ía disponía é ordenaba lo contrario para que ella sub^ediese, se-
gund 86 mostró por la obra, quando el rey pasó de esta vida». Y más
adelante, tratando de la entrevista que don Dici^o Hurtado de Mendoza
tuvo con la Princesa en San Cristóbal, cerca de Scgovia: «É de allí ade-
lante el Marqués de [Santillana] quedó secretamente por ellos [los prínci-
pes] para los ayudar á reynar después de la vida del rcy> (cap. CLXV).
Los tsstimomos su el mismo sentido pueden aumentarse fácilmente.
II«^ P.yfCAP. Xm. mST.^ PILOS. T orad. DKL R. de ElfR. IV. 149
paedan los lectores formar desde laego cabal idea del car&cter
especial de la misma, respecto de sa estilo y lenguaje, bien será
traer aquí algunos.-;; Deshaaciados los embajadores de Cataluña
por el desdichado don Enrique en la generosa pretensión de
ofrecerle la corona aragonesa, pone Castillo en boca de Mosen
Copones esta resuelta arenga:
*^enaibanio8, Serenissimo Rey, que por auemos enoomendado á la ca-
^ w Castilla é á vuestra real Ez^elen^ia, como á nuestro rey natural,
^ arfamos de ser amparados, é somos destruyaos; é que aviamos de ser
^'^didos, é somos maltratados. Querría, Señor, que mirase Vuestra Al-
^^ (é estos señores de su muy Real Consejo), é nos dixese á qué razón
9^ere que nos podamos confiar é esperar piedad alguna, de quien nun-r
^ 000 de su propia carne é asi tan cradamente consintió matar á su
^'^^^iofijo [don Carlos, Príncipe de Viana]. Nosotros nos dimos á vues-
_^^ i^esl corona, sabiendo muy bien que el reyno de Aragón con el
I ^^cipado de Cataluña et su señorío, s^un derecho divino é humano,
I^ertenesgia, esperando como suyos ser libres de las manos de núes-
perseguidores et de nuestro capital enemigo: é agora somos puestos
^lichillo por quien nos deuiera amparar é defender. Pero pues asi le
, é quiso antes creer á sus desleales servidores é consejeros, que
lo que Dios le daba, de tanto le ^rtifíco, é téngalo bien en su me-
ia, que nunca á Vuestra Real Magestad faltará daqui adelante sobra
^Huchas guerras é persecuciones, ni á los catalanes quien los defien-
da grand menosprecio dé Vuestra Real Altefa é vituperio de su
'^^sejoo 1.
•
afosen Copones parecia animado de espíritu profetice en ór-
á don Enrique: asi, al verle sufrir impunemente los insultos
sus propias hechuras, exclama el cronista:
*iO infinita grandeza de Dios! ¡O alto poder soberano! Quán fondos
tus juicios, quán incomprensibles tus secretos é quán escures tus
terios!... Tú fa^es acobardar los reyes é afeminar sus corazones: tú
4igenas del seso é mudas el entendimiento; tú los fa^es andar á ^ie-
fuera de todo camino, porque vayan desatinados, sin tener tiento
. Este rey que quando príncipe, en los dias de su padre, se mos-
tan osado, tan esforzado en las armas, tan denonado en las bata-
tan temido entre las gentes, tan sin miedo en las afrentas, ¿quién
ó del esfuerzo? ¿quién le quitó la osadia? ¿quién le fizo tan medro-
Cap. L.
150 HISTORIA CRniCA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
80? ¿quién oaptivó su libertad? ¿quién le sojuzgó el poder é le poflo -^ ^
tal servidumbre?.. El que solía mandar, es venido á ser mandado: al ^
que todos se sojuzgaban, ja ninguno lo obedece é él obedece á todos, fií
tanto grado es ageno de quien era que no se acuerda si fué réj nin á
nasció para ello. Así que, s^un aquesto, tú sola^ Providencia divina,
eres la que trasmutas los reyes, la que les quitas el sentido é pones en
seso, reprobando que vengan en menosprecio é fagan lo que non
cumple» i.
Repitiendo una y otra vez estas mismas lamentaciones, qiie
ponen de relieve cómo en medio de su lealtad reprobaba la in«
explicable conducta de don Enrique, volvíase con no disimulado
enojo & la nobleza, para condenar su deslealtad, y al ver-
la empeñada en la traición, que despojaba de la corona &1
rey legitimo ante los muros de Ávila, prorumpia en esta
forma:
c¡0 crianza desagradecida!... ¡O fechura sin bondad!... que después de
puestos en tanta prosperidad, subidos en tan alta cumbre y Estados, con
tanta ingratitud olvidásteys los beneficios que del rey recebísteys!.. ¡O
servidores perversos! que así vos conformásteys, para deshonrar á qiden
vos honró. ¿Por qué tan nueva perversidad aveys devisado é demostra-
do á las gentes?... ¿Por qué tan sin miedo abristeys las puertas de la tray-
(ion, é quitásteys el velo de la vergüenza á la deslealtad?... ¿Por qué
aveys querido que la lealtad sea tray^ion é la tray^ion por lealtad coro-
nada?... Oygan agora pues las gentes de las Españas: tomen enxemplo
las naciones del mundo; aprendan los leales á ser agradecidos: sepan los
fídalgos mantener la lealtad, c los principes terrenales noten bien é con-
templen la nobleza daquei^te rey é la vileza de sus criados, que resgi-
biendo menosprecios é vituperios é baldones^ se tornó siempre mejor, é
ellos* rescibiendo siempre beneficios é honras é señoríos, se fícieron muy
peores!» 2.
Los apostrofes se multiplican, en uno y otro sentido, por toda
la Crónica, procurando asi Enriquez del Castillo acreditar su
imparcialidad: la procacidad y pertinacia de los proceres rebel-
des le indigna sin embargo; y fijando sus miradas en don Juan
Pacheco, principal autor de tantos escándalos, le dirigía, al nar-
rar su muerte, estas palabras:
«¡O maestre de Sanctiago, que tanta gargantería é fambre tuvistes en
1 Cap. LXXXIX.
2 Cap. LXXIV.
n.* P., CAP. Xni. HIST. FILOS. T ORAD. DEL R. DE ERR. lY. I5i
Qite mundo ptra abarcar señorios! tantas oongosaa, fatigas é astucias
por regir é mandar en Castilla!... tantas disolutas ódesonestas formas,
pan sabir á ser maestre!... Dime agora, enemigo de tu alma^ disipador
de ta £uDa, perseguidor de tu rey que te fizo, perseguidor del re3mo
en que nascistes' é fuistes criado, la pujanza de tu poder, la grandeza
de tu estado, las muchas fortalezas é villas que usurpastes, los títulos
de nobleza que adqueristes ¿qué te aprovecharon?... Pues qué memo*
ría será la tuya? ¿qué renombre dexas á tus fijos?... ¿Qué fama sonará de
tí entre las gentes del mundo, sinon que perdistes la vida, usurpando lo
sgeno?... Baste pues saber de ^ierto que dexas feo apellido de tu
nombre é mayor infamia de tus obrasi i.
No juzgamos neoesarias nuevas citas: una crónica asi couoe-
bida y ejecutada, no puede ser indiferente para estudiar tanto
el desarrollo interno de la historia, dando á conocer las aspira-
ciones personales del escritor, que no se contenta ya con la nar-
i'aoion m&s ó menos circunstanciada de los hechos, como la
progresiva elaboración de las formas expositivas y del lenguaje,
que según oportunamente insinuamos, cobraba extraordinario
nervio y energía, merced á las circunstancias especiales de
^u^aellos tiempos. Castillo es en efecto sobradamente declama-
dor, y sus declamaciones revelan por demás el artificio retórico;
P^ro estos mismos defectos, nacidos al par de su situación per-
sonal y de su condición, imprimen singular carácter á la Cróni-
de Enrique IV, distinguiéndola de cuantas crónicas reales
habian escrito hasta entonces, lo cual sucedía también,
Couque en diferente sentido, con los demás cronistas de tan
^^^^l^mitoso reinado.
Bemos pronunciado ya el nombre de Alfonso de Falencia. —
lo este en el palacio del ilustre don Alfonso de Santa María,
^^>xide se inicia desde la edad de diez y siete años [1440] en el
^^tudio de las ciencias y de las letras, dirigíase todavía en la
'l^vcntud, y tal vez por consejo del sabio obispo, al suelo de Ita-
1 Cap. X. Multiplicados en toda la Crónica los apostrofes y considera-
ciones morales, no es posible decir con el erudito Ticknor que só-
lo se haUan calgonat reflexiones, sobre todo al principio y al finí (I.* Pan-
U, cap. IX).
152 HlSTCmiá CRtTICA DB LA LITERATURA SaPAltOLAi
lia, siendo allí recibido entre los familiares del cardenal Bessa-*
rion, uno los m&s doctos varones que habia traido al Ocddenta
la pérdida de Constantinopla [1452]. Unido por los lazos de la
amistad con los celebrados griegos, entre quienes tomó en Ro-
ma por maestro al afamado Jorge de Trebisonda, procuraba Fa-
lencia perfeccionarse en el conocimiento de las letras clásicas,
restituyéndose por último k Castilla, donde hablan fallecido ya
sus primeros protectores y eran motivo de escándalo el «diso-
luto vivir de la corte» y las flaquezas del monarca. Indignado el
discípulo de Jorge de Trebisonda al aspecto de tantas livianda-
des, llevábale el disgusto al campó de los malcontentos, ponien-
do su actividad y su talento al servicio del Infante don AJcmso.
En Roma le vemos segunda vez para informar al Sumo Pontífi-
ce de los disturbios de Castilla [1464], en provecho de aquel
príncipe intruso; y obtenido el efecto de su embajada, tomaba
á la Península Ibérica, viendo malogrados sus esfuerzos con la
inesperada muerte de don Alonso, que hacia fijac todas las es-
peranzas en doña Isabel, su hermana. Intervino activamente en
el matrimonio de tan esclarecida Princesa con don Fernando de
Aragón *; y empleado en otras importantes embajadas cerca del
rey don Juan II, coatribuia ai triunfo de la Reina Católica, pa-
gándose de ser uno de sus más leales servidores ^.
t Remitimos á nuestros lectores á la Rustracion II ,* del Elogio históri-'
co de la Reina doña Isabel, debido al docto académico Clemencin (Mem, de
la Real Acad. de la Hist., t. VI, págs. 76 y siguientes). Falencia ejecutó
las órdenes de la Princesa y del arzobispo de Toledo con tanto acierto que
bien puede asegurarse que tuvo parte muy principal en el éxito de aquel
contrato, que tan felices resultados produjo para toda España. El discípu-
lo de don Alfonso de Cartagena dio cuenta en las Décadas latinaSt de que
á continuación hablamos, de todos estos hechos, ilustrados por Clemencin
con muy preciosos documentos coetáneos y autorizados con el testimonio
de doctos historiadores. Puede también consultarse á Prescott en su Histo^
ria del reinado de los Reyes Católicos.
2 Falencia hacia, ya en su vejez, gala de esta fidelidad, manifestando
en el prólogo de su traducción (1492) á la misma Reina doña Isabel, que
la habia servido, no sólo en historiar sus grandes hechos, mas también en
otros negocios importantes, propios de su real servicio (Pellicer, Ensayo
de una Biblioteca de traductores, página 9).
n/P.y GAP. XVn. HIST.y FILOfi. T ORAD. DEL R. DB EUR. IV. 153
Como tal y asistía con frecuenoia & la corte, no sin empeñarse
eo el servicio de algunos magnates, entre quienes se contaba el
poderoso duque de Medinasidonia, que le llevaba consigo & Se-
rilla, donde tenia su )iabitual morada ^. Allí pasó Alfonso, de
hlencia los postreros años de su vida, consagrado al estudio
eoQ el mismo anhelo mostrado desde la juventud; y entrado ya
el año de 1480, se disponía al último trance, aquejado tal vez
de peoosa dolencia. Dominado de esta idea, solicitaba del cabil-
do de aquella patriarcal iglesia que le concediera lugar oportuno
P^ labrar en ella su sepultura, donando en cambio para después
de SQs dias los libros allegados por su diligencia: accedieron
el deán y cabildo & los deseos del cronista ^; mas restablecido
i De aquí nació sin duda el que don Joséf Pellicer, al referirse en su
Cadena historial al año de 1454, mencionara á Alfonso de Falencia con
lortítulos de f Cavallero de la casa del duque de Medinasidonia, embajador
en Roma y en Aragón» (Dormer, Progresos de la Historia, pág. 255)^ y la
indicación hecha por el autor del Ensayo de una Bibl. de trad. sobre si el
referido cronista fué andaluz (pág. 9 cit.). Más fundamento tendría la con-
jetun, conocidos los hechos que á continuación expoqemos; pero no la
juz^mos sin embargo admisible.
2 Estos hechos reciben inequívoca confirmación de los Autos capitula-
^^dela catedral de SeviUa, referentes al indicado año de 14S0. En Auto
de 15 de setiembre leemos: cCometieron los dichos señores (deán y capi-
^talares) al señor arcediano de Écija é al licenciado Pedro Ruiz de Porras^
*para que vean en qué lulgar se podrá fazer una sepultura para Alonso de
*Palenc¡a, chronista del rey nuestro señor, en que se entierre, é se pongan
^ciertos volúmenes de libros que quiere dejar á esta santa Iglesia, después
de tus dias, segund que lo pidió por merced á dichos señores». Después se
^Ua otro Auto, que dice: «En 9 de octubre de dicho año los señores
•deán é cabildo dieron el primer arco que está á la mano izquierda, en-
•trtndo por la puerta de la Iglesia, que está cerca de la Torre mayor des-
•** Iglesia, á Alonso de Palencia, chronista del rey nuestro señor, para su
'•«pultura, é para donde se ponga su librería, segund lo ovo fablado á los
•dichos señores; é con esta condición: que faga algunas limosnas á la fá-
•^nca desta Santa Iglesia, las que remitió ásu con^ien^ia». Cuando escri-
*^J*mo8 la Sevilla Pintoresca, hicimos las mayores diligencias para averi-
^' el paradero del sepulcro del referido cronista, conocidos ya estos im-
P^^Untes documentos: sólo alcanzamos á poner en claro que deseando los
^pitalares en el pasado siglo ponerse á cubierto de los vientos nortes y le-
v^ntes, ttmandaron cerrar hast{^ la mitad del arco»^ elegido por Alfonso de
1S4 mdroiiiA cmftiCA m la LtTBitATtmA bs^aüola.
este de aquella enfermedad, prosiguió en Sevilla sus estudio^ y
trabajos hasta 1492, en que se pierde ya toda noticia de su
vida.
En 1490 habia dado razón en peregrina carta, puesta al
frente de su Vocabulario en latín y romance, de las obras has-
ta entonces escritas. «Habiendo contado (dice) en diez libros
»Ia antigüedad de la gente española, con propósito de explicar
»en otros diez el imperio de los romanos en España, é tiesde la
» ferocidad de los ^odos hasta la rabia morisca ^, se detuvo la
•pluma en otras más obrfllas, ca resumi en tres libros cuanto m&s
» con atención pude las Sinónimas ^; é descrebi, cobierta de
•una moral, la guerra de los lobos con los perros *; é entretexi
»con moralidad la perfección del triunfo militar ^; é aduxe & ma^
Falencia para su sepultura, desapareciendo esta en consecuencia con los
huesos del cronista, sin que al hacerse el nuevo solado de la iglesia, se ha-
llara vestigio alguno» (Don Alexandro Calvez, Papeleé inéditoi sobre la
Iglesia de Sevilla),
1 Don Nicolás Antonio manifestó que poseia la primera parte de estas
historias (quod poenorum et romanorum res apud nos gestas proseqnilory
libro X, cap. XIV) el diligente literato don Juan Lúeas Cortés, si bien no
dice que llegaran á imprimirse. Se distinguieron con el título de Antiqui-
tates Hispaniae geniis, lihri X.
2 Aparecieron el año de 149t en castellano, merced á los esfuerzos de
Menardo Ungut y Estanislao Polono, y existen en lengua latina en varías
de nuestras primeras bibliotecas. Son obra digna de ser consultada para el
estudio de la lengua.
3 El título original de esta singular alegoría, digna de ser conocida por
todo el que aspire á estudiar la historia del siglo XV, es: Beüum Luporum
cum canibus, sive ATJxoxDvópá/iav , allegoria. No sabemos que se haya
impreso.
4 Es el libro De perfectione militaris triumphi, que hemos examina-
do en la Bibl. Escur., cód. S. iij. 14, el cual encierra también la Estrategia
de Onosandro por Nicolao Segundino; MSS. ambos ricamente escritos y
exornados. Dedicólo Falencia al arzobispo don Alfonso Carrillo, quien habo
de regalar el original á la Bibl. Tolet., donde se conserva (Mem, de los
libros de la catedral de Toledo^ Bib. Escur. J. L. 13, fól. 125). Es libro
alegórico: el autor introduce como personajes alEccercicto y á la Experien-
cta, y tratando de las excelencias de la milicia, ¡lustra la materia con ejem-
plos históricos, encaminados á probar que España, si se ejercita convenien-
temente, es excelente provincia para el arte de la guerra.
n/ P.y CAP. Xm. HIST. FILOS. T ORAD. DEL R. DE E!m. IV. 155
«niflesta notigia, para exemplo más acurado^ la yida del bien*
•aTSütnrado Sant Alfonso, arzobispo de Toledo ^ . Otrosy con
•alterna safigiengia conté las costumbres é falsas religiones, por
•^erto maravillosas, de los canarios que moran en las Islas For-
•tonadas *; et fice mención breve de la verdadera sufigiengia de
•los cabdillos et de los embaladores, é de los nombres, ya olvi-
•dados ó mudados de las provincias é . rios de España '; é asi
•mesmo declaré lo que siento de las lisonjeras salutagiones epis-
«tolares et de los adiectivos de las loanzas usadas por opinión é
*noD por razón» ^. Y refiriéndose á las obras, en que actualmen-
te se ocupaba, anadia: «Et de nuevo non poco se solicita mi
•ánimo, otros tiempos muy empleado en estos tales estudios, no
I' «solamente & la continuagion de los Anales de la guerra de
•Granada, que he aceptado escribir, después de Tres décas de
•nmtro liempo, mas aun de resumir todas las fazañas de los an-
•ligaos príncipes, que señaladamente pre val esgieron, recobrando
•la mayor parte de la España que los moros habían ocupado; é
•sacar de la oscuridad vulgar todas aquestas cosas, reduciéndo-
•lasá la luz de latinidad, si los contrastes de mi vejez no lo es-
*toruasen: ca la flaquega de la angianídad retiene la mano que
•non siga tan grand empresa.»
Tan laboriosamente gastaba Alfonso de Falencia los últimos
*fiosde su vida, acrecentando así la reputación que desde la juven-
^^í le hablan granjeado sus estudios *. Pero las más importantes
^ ^^ Vita Beatissimi íldefonsi archiepiscopi (episcopi) Toletanu No llegó
' "íiiprimirsc (Biblioth, Vetus, Anot. de Bayer, pág. 234).
^ Mores et rUw idolatrici incolarum Fortunatarum, quas Canarias
^ ^ De vera suf/ieientia ducum atque legatorum y De Ohliteratis muta-
***5Ptje namifíibus provinciarwn fluminumque Hispaniae,
^ De adtUatoriis salutcUionibuSt laudationumque epithetisex Itióúíi-
^ poHus quatn ex eansilio in epislolari praesertim offido usitatis. Como
<i^ce el mismo Falencia, habla escrito todas ó casi todas estas obras en el
^^^ romanee, proponiéndose trasladarlas al latin, según hubo de veri-
"^^lo eoD las más. Esto indica la tendencia que llevaban los estudios.
^ £1 afán de latinizarlo todo, no quita á Alfonso de Falencia el ser con-
^^ ^tre lo0 traductores españoles. £n 1486 habia traido en efecto á la
1 56 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPAltOLA,
producciones que poseemos^de su pluma, las que le han coloca^
do en primer lugar entre los cronistas del siglo XY, son sin
duda las obras que se refieren al reinado de Enrique IV; consi*
deracion que nos mueve & colocarle en este lugar de la historia
literaria. — Dos son en efecto las relativas á. tan famoso período,
que llevan su nombre: el libro titulado Alphonsi Palentini Hü^
toríographi gesta hispaniensia ex annalibus suorum dierum; y
la Crónica^ vulgarmente llamada de Alfonso de Falencia. El
primero est¿ escrito, como su título denota, en lengua latina: la
segunda en romance castellano. Pero ¿son ambas producciones
igualmente legítimas?
Ninguno de los escritores que, ya de propósito ya ¡acidental-
mente, mencionan la Crónica de Alfonso de Palencia^ apanta
siquiera la sospecha de que pueda ser esta considerada como obra
de distinta mano, asegurando algunos que fué compuesta por él
para la muchedumbre, mientras las Décadas latinas iban dirigi-
das á la gente docta, lo cual basta, en su concepto, á explicar las
diferencias que las separan ^ . Juzgan todos terminada la Crónica
materna de lengua toscana El Espejo de la Cru$ (SeviUa, Antón Martinei
de la Talla): en 1491 ponía en castellano las Vidas de Plutarco, tomán-
dolas con poco criterio (que dio lugar á las censuras del helenista Diego de
Gradan), de la versión latina impresa en Venecia en 1478, donde se habían
introducido varias biografías apócrifas (Sevilla, Pablo de Colonia y socios);
y en 1492 imprimió la Guerra judaica de Josefo, con los dos libros Con^
ira Apion, valiéndose de la versión latina de Ruffino (Sevilla, Menardo
Ungut y Estanislao Polono). Según notó ya Pellicer, no dio Falencia
grandes pruebas de haber aprovechado, como helenista, la enseñanza de
Bessarion y los demás literatos griegos, que trató en Roma {Ensayo cita-
do, páginas 10 y siguientes; — Bibl. Vetus, lib. X, cap. XIX).
1 Pueden consultarse en el particular cuantos críticos, historiadores y
bibliólogos han tocado este punto, desde Zurita y Garibay hasta nuestros
dias, no olvidados entre los extranjeros los muy entendidos Prescott, Tick-
ñor, Graisse y Holland, quien se proponía en 1850, cuando realizábamos
estos estudios, hacer una edición de la Crónica castellana, adelantando
algunas muestras en muy apreciablcj folleto dado á luz en Tubinga (por
Luis Federico Fues). El renombrado Prescott manifestaba en efecto que las
Décadas latinas se compusieron con más cuidado, como que iban dirigi-
das á la clase ilustrada de los lectores {Hist, del Reinado de los Reyes Ca^
tólicos, i. I, cap. IV); pero sin sospechar, como no lo sospecharon Blarlna,
n.* P., CAP. XVII. HIST. PILOS. Y ORAD. DEL R. DE ENR. IV. 157
iDtesdeqoe trazase Alfonso de Falencia las Décadas , en que
sopooen comprenderse una parte no pequeña del reinado de los
Beyes Católicos ^, fundándose en el hecho de abrazar el libro
ostellano los veinte años que median desde la muerte de don
loan üá la de Enrique IV. Pudieran tal vez dar consistencia á.
esta opinión general las mismas palabras del cronista, cuando
eflhya citada carta, que sirvejde prohemio ¿ su Vocabula-
f», declara que se proponia sacar de la oscuridad vulgar,
itradaciéndolas al latín » , cuantas obras habia escrito has-
ta 1490; pero sobre no mencionar en dicha carta la expresada
Mma^ hablando sólo de las *Tre$ décas» de su tiempo, que á.
la sazón tenia terminadas, y que encerraban sin duda los hechos
eomprendidos de 1440 á 1470, abundan las razones para resol-
ver esta importante cuestión 'en sentido contrario.
No es ya insignificante la del plan distinto de ambas produccio-
nes; pues aunque pudiera decirse que los veinte años del reina-
do de Enrique IV son objeto muy suficiente de la historia de
^uel rey, y así lo vemos en la de Enriquez del Castillo arriba
examinada, no es para pasarse por alto que las Décadas latinas
empiezan, como va insinuado, catorce años antes que la Crónica
^ romance^ comprendiendo otros tres más, hasta dejar en
^eta posesión de la corona de Castilla á la reina Isabel, vuelto
4 Portugal don Alfonso, protector y marido de la Beltrane-
ja (1440 á 1477). Las Décadas revelan pues un historiador
que atiende á consignar los antecedentes, sin los [cuales carece-
ría la naracion de fundamento^ y los efectos que produce , sin
ni Clemencin, de la autenticidad de la Crónica en romance. En 1833 pre-
■entósin embargo á la Real Academia de la Historia el diligente don Pe-
<l*'o Sainz de Baranda erudito Informe sobre ambas obras, en que se pro-
*^ba qae la castellana diferia en puntos esenciales de la latina, no pudien-
do aquella ser considerada como original de Falencia. Tendremos presen-
*^* lot principales argumentos.
^ * cLas obras más conocidas de Falencia (escribe Prcscott) son su Cró-
'^ de Enrique IV y sus Décadas latinas, en que escribió la historia del
'^aclo de Isabel basta la toma de Baza, en 1489» (loco cilato). Frescott
^eei¿ error, como los demás que le siguen, en orden á la extensión de lai
^^^dat, conforme se verá en el texto.
158 HISTORIil CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
los cuales carecería de enseñanza: la Crónica se encierra en un
periodo fortuito y fatal, dejando sin base y sin consecuencia los
hechos que refiere. En las primeras no es diñcil descubrir ya al
escritor aleccionado en el estudio de los clásicos: en la segunda
vemos sólo al cronista, que sigue la tradición formal de la edad
media.
Pero los hechos, se nos dirá, aparecen concertados en ambas
obras y referidos muy á menudo de igual suerte: por manera
que una y otra producción reconocen el mismo origen. La ob-
servación es muy fundada, y sin embargo no de tanto efecto que
desvanezca las dudas indicadas, las cuales reciben gran fuer-
za de otras consideraciones. Los hechos guardan en verdad el
mismo orden expositivo : ambas obras parecen revelar idén-*
tica fuente; pero la Crónica lleva en si misma testimonios irre-
cusables de que es sólo traducción, un tanto parafrástica y no
siempre fiel, de las Décadas latinas, circunstancia que la ajena
de Alfonso de Falencia. ¿Cómo es posible suponer si no que
adoptado con frecuencia por este erudito escritor el método lati-
no, al fijar las fechas en las Décadas, usando de las calendas ,
idus y nonas, se olvidase en la Crónica de las reglas relativas á
esta manera de contar, ya omitiendo los dias en que los sucesos
acaecen, ya aludiendo á ellos vagamente, ya en fin cometiendo
groseros errores, al determinarlos?... Ni ¿cómo será licito admi-
tir, dado que la Crónica se hubiese escrito antes que IsLsDécadas^
que un latinista, criado en el palacio del sabio obispo de Burgos,
y discípulo después en Roma de los más doctos varones qu^ di-
rectamente influyeron en el renacimiento de las letras, volviese & .
España desprovisto de aquellas nociones rudimentales, adqui —
riéndolas hasta la perfección en el tiempo que mediara entre la ^
composición de una y otra obra?... La suposición seria en am —
bos casos absurda, mientras la prueba que de estas observaciones^
se desprende, tiene tanta fuerza que á falta de otras, bastarlas
para convencernos ^ . Notable es sin embargo que abundan en bitf
1 £1 erudito académico Sainz de Baranda, observando esta dislocacioi
de fechas entre las Décadas y la Crónicaf y reparando en que toda la di<
Acuitad consistía en no haber comprendido el traductor el método
n/ P.y CáP, XVII. HIST. FILOS T ORAD. DEL R. DB ENR. IV. 159
Crimea los pasajes ó mal traducidos por impericia, ó mal inter-
, pretidos, por hacerse la versión sobre una copia poco fiel, lo cual
tt también causa de que alguna vez se altere el orden de los su-
mos, con manifiesto error cronológico ^
De todo cuanto sumariamente exponemos, resulta que se ha
itriboido sin verdadero fundamento la Crónica en romance, tal
como aparece escrita, & Alfonso de Falencia, historiador que
lilo debe ser juzgado en lo relativo & sus tiempos, por las Dé-
Míbt latinas. Pero si pierde aquel libro alguna parte de su esti-
malón en el concepto indicado, no por esto es indigno de figurar
eo la historia de las letras patrias, ya por la autoridad que ha go-
ado constantemente, ya por la antigüedad que representa, pues
qoe hubo sin duda de escribirse en vida del mismo autor de las
ieUf noBAJ, idus y kalendas, segan comprueba con abundantes ejemplos,
oelaiBa: cY será posible que tamaña ignorancia cupiese en Alonso de Pa-
ikoeia?.,. eo el humanista Falencia, autor de un Vocabulario universal en
lUtio y romance y de otras varias obras de singular erudición?.. Alfonso
>de Falencia, que en castellano hablaba y del castellano sabia reducir al
lUlm en sus Décadas las fechas de los sucesos ¿podría ignorar el arte
>^ deshaeer lo hecho y de volverlas en la Crónica del latin al cas-
•teUanoTí
1 Entre otros ejemplos que pueden señalarse, citaremos los capítulos
IV y IX de la 11/ Parte: en el primero se narra la declaración hecha por
^ Enrique en los Toros de Guíssando, instituyendo sucesora de sus reinos
^ la princesa Isabel (18 de setiembre de 1468); el segundo trata de la en-
^^ que hizo en Sevilla el mismo don Enrique á 19 de agosto de aquel
too. De qué provenia esta contradicción^ que se repite en la Crónica y nun-
tten las Décadasl.., Como no es posible suponer que Falencia pensara or-
tlenadamente en latin y desvariase en castellano hasta caer en tan grose-
'^ errores, hay que buscar la explicación en otro terreno. Ni es menos re-
podóte el hallar frases tan mal interpretadas ó comprendidas como la
^ forma el epígrafe del cap. XLI de la expresada 11.^ Farte, donde lee-
^^* De la corrupción de los romanos Pontífices, mucho dañosa á la
^*^da<2 de SetMa. Falencia habia escrito en las Décadas: De corruptione
^^ificum Romanorum, nocentissima rei hispaniensi (Libro XIV, capí-
^X). Fuera infidelidad de la copia, fuera ligereza del traductor, es in-
^Qdtbls que este confundió la voz hispaniensi con la dicción hispalensi,
*o cuil no pudiera Jamás atribuirse á Falencia, sin ofensa del buen
Hfttido.
160 HfSTORIA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Décadas ^, ya en fin por reconocer sustancialmeDte idéntico ori-
gen, 7 lo que es todavía más importante, por exponer y quilatar
los hechos generalmente hablando, de igual forma.
Alfonso de Falencia, enemigo declarado de la corte de Castilla
y del mismo don Enrique, no se duele, como Enriquez del Casti-
llo, de la debilidad y perpetua vacilación del soberano, anhelando
que se reponga y despierte del sueño, en que míseramente se ani-
quila: tampoco echa en cara y carga á. los malcontentos todas las
culpas de los escándalos, que presencia Castilla , apellidándoles
traidores, como lo hace una y otra vez el capellán de don Enri-
que. Fijando sus miradas en la torcida conducta, que este observa
para con su padre, al fomentar indiscreto y tornadizo la rebelión
de los magnates castellanos, que solemniza su triunfo en el cadal-
so de don Alvaro de Luna, descubre Alfonso de Falencia y da &
conocer desde las primeras páginas de las Décadas el verdadero
origen de los males, que aflijían á la nación, siendo portante fruto
legítimo de tan desventurada semilla las liviandades y desafueros,
que mancillaban la corte. Colocado en este punto de vista no
hay en Falencia ningun| género, de contemplación para con el
rey, ni para con sus cortesanos: en sus Décadas aparecen traza-
das de mano maestra aquellas poco simpáticas figuras, abun«-
dando el color en tal manera que no puede dudarse de la exacti*
1 De notar es que ninguno de los códices de la Crónica, escritos en el
siglo XV y parte del XVI, aparece con nombre de Falencia, y que hasta el
tiempo en que don Diego Ortiz de Zúñiga, dio á luz sus Anales de Sevilla,
todos los historiadores, que tratan del reinado de Enrique IV, se refieren á
las Décadas. Sin embargo, tanto el MS. de la Bibl. Escur. como los de U
Imperial de París, descritos por el laborioso Ochoa {Catal. rax, de JíSS.
españoles, páginas 94 y 132), y examinados por HoUand para su proyecta-
da edición de la Crónica, nos convencen de que antes de morir Falencia^
estaba ya esta en castellano. El códice del Escorial, demás del carácter de
la letra, ofrece una circunstancia irrecusable en el escudo de armas que lo
exorna en su primera foja: carece este en efecto de la granada, timbre que
los Reyes Católicos añadieron á sus blasones, destruido el último baluarte de
la morisma (1492): por manera que faltando ya las memorias biográficas de
Falencia en dicho año, si el MS., como es verosímil, precedió á la toma de
Granada, et anterior á la muerte del cronista.
n/ P., C\P. XTir. HIST. FILOS. T ORAD. DBL R. DE ENR. lY. 161
tnddelos retratos ^;pero al reconocer la veracidad, tan elogia-
liadelos escritores que le siguen, es imposible dejar de advertir
<ai aquellas pinturas cierta sevicia y particular deleite, que na-
cidos de la misma aversión, con que veía Falencia el desatentado
vifirde los palaciegos, quebrantan á menudo su imparcialidad ,
iofiíndiendo á las Décadas muy singular carácter.
Gaasa ha sido inevitable esta inclinación de su espíritu de que,
^mbrando la historia de Enrique IV de hechos ó anécdotas, que
oopoeden hoy leerse sin verdadero sonrojo, hayan ido algunos
escritores tan adelante que no han vacilado en adjudicar & Alfon-
^ de Falencia las Coplas del Provincial, con menoscabo de su
J^Kombre ^. Ni han contribuido poco & la calificación de mordaci-
1 Entre los de otros personajes, fatalmente célebres, del reinado de don
Enrique, no son para olvidados los retratos del ya citado Alarcon (t. III, pá-
^oas 519 y 679), cabeza de los embaidores, que hicieron caer á don Alfon-
^ Carrillo en el extravio de los alquimistas, y que usando de torcidos me-
dios, le apartaron de la princesa doña Isabel hasta declarársele tenaz enc-
oiifro, y del no menos famoso fray Alonso de Búrg^os, rival de Alarcon y
tan fecundo en recursos y diestro en las artes de la intriga, que llegaba á
»er umversalmente temido, bien que mereciendo el grotesco apodo de Fray
yorkrOf á pesar de las dignidades eclesiásticas y de la presidencia del Con-
tejo de la Hermandad, por él escaladas. Lo mismo pudiéramos decir de
otros muchos magnates é improvisados señores.
2 Ya hemos indicado nuestra opinión sobre este punto (pág. 130). Sin
embargo, escritores que se precian de entendidos, y entre ellos el renom-
''''ado Gallardo (Criticón, núm. 4, pág. 24), insisten en atribuir á Falencia
^'^ds obscenísimas Coplas; opinión que es tomada en cuenta por muy dig-
í»os críticos extranjeros (Wolf, Estudios para la historia de la literatura
'*^*^»Ofia/ española y portuguesa, pág. 587). Pero un historiador que tiene
^'^«nlo bastante para sacar á plaza tantas debilidades y flaquezas, sin con-
*^naplacion alguna á clases, categorías ni situaciones, y que reputa obliga-
^*on indeclinable el comprender en sus Décadas sucesos tan escandalosos
^onio la impúdica anécdota del obispo de Mondoñedo y el obispo de Coria,
'barrada en el libro IV, cap. VI, no habia menester de coplas anónimas pa-
'^ condenar lo que estaba pasando á su vista, siendo ofensa de su genero-
•»aad é h'idalguía el suponerle capaz de aquel medio cobarde y alevoso. S*
^y por desgracia alguna analogía entre la relación de las Décadas y las
^^«aciones de las Coplas del Provincial, culpa será de los tiempos y de
• ooi^ljfQg. pgro no del cronista, para quien pareció ser la verdad norte
''^'P^l, aunque cargara algún tanto el colorido de sus cuadros.
162 HISTOIUA CRITICA DB LA LITERATDBA BSPAftOLA.
dad, una y otra vez formulada contra el discípulo de Alfonso de
Cartagena, designado al propio tiempo como historiador de par-
tido por crecido número de escritores. Oscuro y desconsolador
era en verdad el cuadro que por todas partes se ofrecía & su
vista, y capaz, como ya.hemos repetido, de encender la indigna-
ción en todo pecha generoso. Inficionado el palacio real; desen-
cadenadas la ambibion y la codicifk en proceres y prelados; per-
dida la fé y la religión de la palabra , hasta el punto de apelar
con frecuencia á las más sacrilegas confederaciones ; turbada la
paz de las ciudades por desapoderadas facciones, para quienes
nada significaban la humanidad ni la justicia; despedazada final-
mente la nación por despiadadas banderías, que no respetaban
las leyes humanas, escarneciendo las divinas, ¿qué mucho si no
pudiendo refrenar su indignación respecto de un príncipe, que
tan fácilmente hacia como quebrantaba los más sagrados jura-
mentos, le consideraba el historiador cual origen y fuente
principal de tantas calamidades? ^ Diñcil era por cierto el encer-
1 En esta parte conciertan Falencia y Castillo, á pesar de las salveda-
des empleadas por este, siendo vano el empeño de algunos escritores mo-
dernos, que por ir contra la corriente, se ofrecen cual paladines de la mo—
ralidad de la corte de Enrique iV. Pero que este empeño ha de ser estérU
c ineficaz para anular el crédito que Falencia y Castillo merecen, al pin-
tar las perplejidades, contradicciones y pusilanimidades de Enrique iV, tan
dañosas para su reputación como fatales á la república, lo persuade no só-
lo el testimonio de los hechos y de los documentos, sino la autorizada de-
claración de los historiadores. Gonzalo Fernandez de Oviedo, que se cría
en la corte de los Reyes Católicos, decia de Enrique del Castillo: cSu eró-
vnica se tiene por la más cierta de todas las que de este rey (Enrique IV)
»se escribieron; y habla tan libremente que en sus palabras se conoce que
«escribía como hombre limpio y apartado de fábulas y lagoterías, sino
«conforme á verdad» (Quinqtíagenas, EstanzaXII,cód. F. 105 de la Biblio-
teca Nacional). El dilingentfsimo Zurita, extirpador constante de errores
históricos, observaba al hablar de Falencia que «ornatiorem historiagra-
phum potuit aliquando habere Hispania, sed verationem neminem (Dormer,
Progresas de la historia en Aragón, pág. 255). Dado pues el diferente pun-
to de vista en que se colocan Falencia y Castillo, no es posible negar que sus
juicios confluyen en lo principal, apoyándose mutuamente, lo cual presta
grande autoridad á sus obras, sin que por esto pierda cada cual su especial
fisonomía, que hemos procurado poner de relieve.
Il/ P., CAP. XVII. HIST. FILOS. T OBAD. DEL R. DB ENft. lY. 163
rarse, con tal espectáculo, en los justos límites de aquella pru-
dente sobriedad, que sin disculpar los extravies ni cohonestar las
msildades^ sabe prescindir de repugnantes pormenores; defecto
de que no pudo librarse Alfonso de Falencia, á pesar de su eru-
dioioa y de su ambicionado clasicismo.
ero sí no es posible proceder con rectitud, cuando estudia-
las Décadas, sin confesar que cede su autor, al narrar los
b^cshos ó al pintar los personajes, al interés que le había llevado
^L <»mpo del intruso don Alfonso, licito es advertir que aun
o en la Crónica este pecado original, aparecen en ella no
exagerados los rasgos y pormenores, que hacen sospe-
la imparcialidad de Patencia, naciendo sin duda de esta
■:*cunstanc¡a el juicio formado en general sobre el carácter del
i storíador de Enrique IV. — El indicado aserto necesitaría en ver-
d ser ilustrado con el examen comparativo de ambas obras: mas
iodo ambas todavía inéditas, nos forzaría á entrar en excesivos
menores *. Bástenos sin embargo advertir que si esta exage-
ion ha sido poco favorable al buen nombre del erudito disci-
de Alfonso de Cartagena, imprime á la Crónica cierta orí-
realidad, que aun realizado el estudio ya expuesto, aumenta ño-
^ «^ lelemente su precio, y que aun sin prescindir, bajo el aspecto
ramente histórico, de la existencia de las Décadas, no es du-
0 que la expresada Crónica ocupa no indigno lugar entre los
numentos literarios del siglo XV. Porque esta observación
e prácticamente comprobada y porque formen los lectores
1 concepto de la misma Crónica, constantemente designada
nombre de Alfonso de Palencia, bien será traer aquf algu-
pasajes de ella. Narrada la rebelión de los prelados y mag-
ias, que produce el atentado de Ávila (1465), y dado á cono-
cí singular juicio que lo prepara, dice:
«^Por consejo de loe grandes é letrados famoeos fué determinado que
I. Este trabajo ha sido encomendado por la Real Academia de la His-
la al muy docto don Antonio Benavides, cuya perspicuidad y buen jui-
ie han mostrado ya en las Ilustraciones de la Crónica de Fernán-
IV, publicada por la misma Academia. Abrigamos el convencimiento de
^^« llenará ampliamente el fin apetecido.
104 BISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA BSPAÜOLA.
al rey don Enrique fuese tirada la corona del rejno, para lo qual en un
llano que está geroa del muro de la gibdad de Avila se fizo un gruid
cadahalso abierto de todas partes, porque todas las presentes gentes,
ansi de la ^ibdad como de otras partes, que allí eran venidas por ver ea-
te aucto, pediesen ver todo lo que engima se fagia. £ allí se puso una
silla real con todo el aparato acostumbrado de se poner á los rejes, é
en la silla una estatua á la forma del rey don Enrique, con corona en la
cabeza é geptro real eo la tnano; é eo su presencia se leyeron muchas
querellas, que antes fueron dadas, de muy grandes excesos, crímenes é
delictos ante él muchas ve9es presentadas, sin los querellantes aver ávido
cumplimiento de justicia; é allí se leyeron todos los agravios por él fe*
chos en el regao é las causas de su deposición é la extrema nes^essidad
de todo el regno para fazerla, maguer con grand pesar é mucho contra
su voluntad. Lo qual leydo, el argobispo de Toledo, don Alonso Carrillo»
subió en el cadahalso é quitóle la corona de la cabeza; é el marqués de
Villena, don Johan Pacheco, le tiró el yeptro real de la mano; é el conde
de Plasencia, don Alvaro de Estúñiga, le quitó el espada; el maestro de
Alcántara é condes de Benavente é Paredes quitáronle todos los otros
ornamentos reales, é con los pies derribáronle del cadahalso en tierra, con
muy grand gemido é lloro de los que le veian. £ luego el príncipe don
Alonso subió en el mismo lugar, donde por todos los grandes que alli
estaban, le fué besada la mano por rey é señor natural destos regnos, é
luego sonaron las trompetas é atabales é se fizo muy grand alegría....
Oída la privación fecha por toda España, maravilláronse mucho, dando
gracias á*Dioe, cómo les paresgiesse ser cosa que por manos de hombres
non pudiera ser fecha» i.
Veamos cómo refiere la muerte del intruso:
«Llegó en Cardeñosa (escribe), que es dos leguas de Ávila, é con él la
señora princesa doña Isabel, su hermana; é cómo se asentase á comer,
entre los otros manjares le fué dada una trucha en pan, quél de buena
voluntad comia, é comió della^ aunque poco; é luego al punto le tomó
un sueño pesado contra su costumbre, é fuesse á acostar en su cama é sin
fablar palabra á ninguno. E durmió fasta otro dia á hora de tercia, lo
qual non solia aver costumbrado, et llegaron á él los de su cámara é
tentando sus manos, non le fallaron calentura é comentaron de darle
vo^es é él non fablaba, é al clamor de los que allí estauan, el arzobispo
de Toledo ó el maestre de Sanctiago é el obispo de Coria con la señora
princesa se vinieron á grand priesa, á los cuales ninguna cosa fabló. Ca-
taron todos sus miembros é ninguna landre fué fallada: venido el físico,
I £1 epígrafe de este capítulo dice: «Como fué quitado el feptro real é
la corona al rey don Enrique en la 9ibdad de Ávila».
n/ P.y CAP. XYII* HIST. FILOS. T ORAD. DEL R. DEENR. lY. 165
mraTíUóee mucho é mandóle lu^o sangrar é ninguna sangre le salió, ca
/a la tenia congelada é la lengua finchada é la boca negra; é ninguna se-
ómI de pestilencia en él paresgia. E asi desesperados de la vida del rey,
goemiicho le amaban, menguados de consejo, davan vozes, suplicando á
N'iicstro Señor por la vida del rey: unos fagian votos de entrar en reli-
gión y otros de ir muy largas romerías, otros fallan diversas promesas;
é sin ningún remedio el inocente rey dio el espíritu al quinto dia del di-
duomes (de Junio) año de mili é quatrogientos é sesenta é ocho Tan
grsuide fué el dolor que todos de su muerte ovieron que sobró á todos los
doJ.<ffe8^ que por muerte de príncipes se suelen fazer» etc. i.
lificil era en verdad para un cronista, que sin escrúpulo daba
tf ^mijode rey al Infante don Alonso, y que le tenia por legítimo,
obtener el lauro de la imparcialidad; inconveniente que resal-
tsLwido por dem&s en la Crónicüy alcanzaba también á las Déca^-
^t^M^^ de donde aquella sustancialmente procedía. De aquí prove-
ía i'S^ en uno y otro libro el particular colorido de su estilo y
lenguaje: el escritor latino, inclinado á seguir el ejemplo de los
£r>"iegos acogidos en Italia, con olvido tal vez de las máximas
^e<3ibidás en el palacio de Alfonso de Cartagena, mientras pro-
oi:x raba dar & su frase cierta elevación que la hace con frecuen-
^»í*» aparecer afectada y aun oscura, imprimíale no poca energía,
Q^^e contrastaba singularmente con sus resabios y aspiraciones
^^ erudito: el cronista castellano, despojado ya en parte de es-
^^^ pretensiones, si como hemos indicado arriba interpreta á
veces desacertadamente los períodos un tanto revesados y zaha-
^^ños de las Décadas, logra comunicar á su lenguaje y á su
^^tilo notable viveza, apareciendo más de una vez rico en la
^*pQioii y pintoresco en la frase; virtudes literarias que han con-
'"'bui^o á sostener el crédito del libro castellano, y que legiti-
^^ d lugar que le concedemos entre las obras históricas.
'^^^ deben pasarse en silencio, al tratar del reinado de Enri-
^^ IT, otros escritores que ya aspiran á abarcar en sus nar-
^^^^1368 la historia universal, ya se limitan á los tiempos en
^ florecen, ya fijan sus miradas en los hechos parciales que
^^ituyen la vida de alguno de los personajes de la expresada
^^ El título de este capítulo es: cDe la dolorosa muerte del rey don
^0 en la villa de Cardeñosa».
166 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA ESPAÜOLA.
época. Notables son entre los primeros el bachiller Alfonso de
Toledo^ de quien hablaremos adelante en otro concepto, y el
alcalde mayor de Andújar, Pedro de Esc&vias, conocido también
entre los trovadores cortesanos ^: distfnguense entre los segun-
dos Mosen Diego de Yaiera y don Juan Arias Dávila, obispo de
Segovia; y merece citarse entre los últimps el incierto autor de
la Crónica del Condestable don Miguel Lúeas de Iranzo. Distan
todos, á excepción de Yaiera, cuyo estudio hacemos adelante ^,
del mérito que hemos reconocido en Castillo y Falencia; y sin
embargo fuera censurable su olvido en una historia literaria.
Escribió Alfonso de Toledo, vecino que era de Cuenca, un
compendio con titulo de Espejo de las Istorias: trazó Pedro de
Escávias, guarda mayor y del consejo de don Enrique, una com-
pilación relativa á los reyes de la Península, bajo el nombre de
Repertorio de Principes de España. Comprendió el primero en su
libro cuantos varones ilustres y famosos habian florecido desde
la más remota antigüedad hasta el pontificado de Juan XXII:
j^cazó asimismo el segundo todos los hechos memorables desde
la creación del mundo hasta el reinado de Enrique lY, cuya
muerte pone fin á su libro. Toledo se valió para dar cabo á su
pensamiento de las ystorias escolásticas y eclesiásticas^ que pu-
do haber á las manos h Escávias consultó las estorias de los co-
1 Véase la Ilustración III.^ del tomo precedente.
2 Cap. XX del presente volumen. Conveniente es notar aquí sin em-
bargo que el respetable Zurita reputó el Memorial de diversas fazañas,
título dado por Valera á su Crónica de Enrique IV, como una especie
de compendio de la de Falencia, diciendo «que iba tan conforme con él '
que parecia ser su intérprete» (Dormer, Progresos, etc., pág^. 255). En or-
den á la Crónica de don Juan Arias Dávila, citada repetidamente por res-
petables historiadores, debemos declarar que no hemos sido más afortuna-
dos que la Real Academia de la Historia, que en 1S33 hacía los mayores
esfuerzos para descubrir su paradero {Informe del Sr. Baranda, citado
arriba).
3 Esta singular compilación fué terminada antes que el bachiller Al-
fonso de Toledo escribiese el Invencionario, libro que le dio mayor repu-
tación, según veremos. Dedicóla al obispo de Cuenca don Lope Barrientos,
ya muy anciano, y dice el mismo bachiller que trata en ella de «quasi to-
»do8 los varones illustres e famosos, ansí en santidad como en poten9Íay
f
n/ P., GAP. XTII. HIST., FILOS. T ORAD. DEL R. DE ERR. IV. 167
ranisías i ystariadores abtintico$, dinos de fé, tomando de ellas
/a /lor i cosas más señaladas, hasta llegar á su tiempo, en que
e^c^be ya doiño testigo de vista, usando de propia autoridad, al
M'^ferir los hechos ^ Su Repertorio ofrece por tanto mayor inte-
qne el Espejo de las htoriaSy principalmente en todo lo
tivo á don Juan II y Enrique lY, en cuyas cortes vive Escá-
. Al llegar & estos reinados, cobran también su estilo y lengua-
verdadera estimación literaria, mostrándose animado de cierta
"^«a, que fuera vano buscar en todo lo precedente ', asi ccmio
^ fortaleza, é en s^íen^ia que desde Adam fasta Juan XXII fueron en el
^«Lindo, de que por todas las ystorías escolásticas é eclesiásticas colegir
do»; y añade que cescrivió ansi de sus fechos famosos como de la con-
rren^ia de sus tiempos por un brevísimo estilo» {InvencionariOt III.* Par-
<ap. final). Entre todas las historias escolásticas dio la preferencia á las
Tholomeo de Luca, que formaban dos copiosos catálogos, uno eclesiástico
^tro profano, muy aplaudidos en aquel tiempo, dentro y fuera,de Es-
I. Guárdase el fíepertorio de Principes de España en la Bibl. Eseur. ,
nado X ij. 1. En su primera foja (fól. mayor) leemos: cAquí comien9a
n tractado llamado Repertorio de Prin^pes d'España, el qual fl^o et
»piló Pero IVEscávias, criado del muy alto et e9elente príncipe, el muy
»dero80 rey é señor nuestro el rrey don Enrique, el quarto de Castilla y
« León, é su alcayde é alcalde mayor en la muy noble é muy leal ^ib-
«d de Andújar^ del su Consejo é su guarda mayor». Exponiendo en el
^^"^logo su pensamiento, observa: c Pensé este breve tractado acopílar, en
^ ^1 qual pren^ipalmente, pla9Íendo al ynmenso Dios eterno, trino é uno,
^ entiendo brevemente tractar de qué gente primeramente fué España po-
^^lada, é después quién é quáles prín9ipes é señores la sojuzgaron, et
^ Knandaron uno en pos de otro, ansy como pro9edieron, segund que por
^taachos libros é estorias de los coronistas é ystoriadores abténticos, dinos
^de fé lo fallé escripto: de los quales solamente tomando é recolegiendo la
^flor é cosas más señaladas, porque qualquier lector más libre de ofusca-
*9Íon de entendimiento, ligeramente pueda saber et dar ra9on de los pren-
* jípales fechos de España et de los pren9ipales della».
2 Demás de lo que puede ya deducirse del encabezamiento del /Reper-
torio, debe añadirse que Pedro de Escávias figura, durante el reinado de
don Enrique, más principalmente en todo lo relativo á la frontera mahome-
tana. Así le vemos con frecuencia mencionado en la Crónica del Condes^
UMe Miguel Lúeas de Jranzo, dando pruebas de su pericia y valor contra
. los moros; y que narrando Palencia las cosas de Andalucía, cuando el rey
I
168 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
en el Espejo de las Istorías del bachiller Toledo. Para que
puedan los lectores apreciar por si las dotes de este historiador,
hasjta hoy desconocido, trasladaremos aquí el retrato que hace
del rey don Enrique, donde hallarán sin duda abundantes pin*
celadas de mano amiga:
cFué el rrej don Enrique (dice) asaz de buen cuerpo, aunque non tan
grande como el rrej don Johan, su padre; blanco é rubio é de real pre-
sencia; muy grande músico é tañia é cantaua gra(;iosamente: non se ves-
tía rico, mas bien é medianamente. Fué tan umano que muy duramen-
te se consintia besar la mano; nin curaua de las gerimonias reales, nin á
persona jamás nin á los niños dixo tú si non vos\ mas por umildad^ re-
putando ser onbre de tierra, como los otros, non por mengua de saber:
que muy discreto era. Fué muy grand trabaxador en guerras y en mon-
tes, en el exerci^io de los quales auia tan grand recreación é deporte
que fí^o en dos bosques dos casas fuertes é de suntuosas maneras; el una
en Valsain, cerca de S^ovia, é la otra en el Pardo gerca de Madrid.
Otrosi fué muy franco ^ á ios señores c caballeros de sus regnos engran-
desgió é á muchos dellos de títulos é renombres de duques, é condes é
marqueses honoró. Fué muy dul^e é benigno á sus criados é á aquellos
que cerca del pardcipaban. A muchos de pequeños fízo é puso en gran-
des Estados, asi en lo seglar como en lo eclesiástico, aunque con algunos
non tovo buena dicha: casi todos ios que fízo grandes de pequeños, le sa-
lieron gratos é conocidos; aunque todo el rrestante se levantaran contra
él, non lo pudieran empecer. Nunca á ninguno quitó cosa que le .diesse;
nin jamás la repitió nin caherió. Franqueó é privillegió muchas cibda-
des de sus regnos, quitándoles y relaxándoles sus pechos é tributos,
porque le sirvicssen bien é lealraente en sus trabajos é nescesidades.
Non era vindicativo: antes perdonava de buena voluntad los yerros é
deservicios que le fazian muchos caualleros et escuderos de sus reg-
nos: sus guardas de pobres se tlzieron ricas con los grandes sueldos é
acostamientos que les daua en muy grand manera. Era piadoso é
limosnero é mucho miis en oculto que en público: fué muy devoto
á yglesias é monesterios^ é fízo muchos templos de muy maravillo-
sa obra» etc. i.
don Enrique desatentado, cual siempre, quiere entreg'ar la ciudad y
tiUo de Andújar á los proceres que le oprimían y deshonraban, exclama:
«Vítuperatores tuos rerum tuarum dóminos esse cupis. ct si non cupis, effi—
»cis,confirmasque veras fuissc in te ab ipsis indicias contumelias, ubi roons-
»trum te non homincm, bclluam esse, non re^em cacremonioso praeconio
•litlerisqae per orbem missis publicarunt» (Lib. XVI, cap. I).
1 Escávias termina su Repertorio después de 1474, narrada la muerte
n/ P.y GAP. XYU. HIST. FILOS T ORAD. DEL R. DE EHR. IV. I6tf
Preferible & las dem&s oróDÍcas personales del reinado de En-
rique lY es sin dada la ya citada del condestable Iranzo, inédita^
como la escrita por Pedro de Escávias, cuando realizábamos estos
estadios ^. Dudase, ó mejor diciendo, desconócese todavia entre
los eruditos el nombre de su verdadero autor, atribuyéndola unos
á Joan de OUd, criado del Condestable, y adjudicándola otros á un
Diego de Gamez, cirujano real y muy devoto del mismo Iran-
xo ^. Gomo qm'era, sobre no ser dudoso que fué trazada por
persona muy adicta y familiar al referido magnate, ofrece esta
Crómica el más vivo interés respecto de la vida interior y de las
de áoB Enrique, acaecida en 11 de diciembre del mismo año. Consta dicha
eompilacioD de ciento cuarenta y siete capítulos: en los diez y ocho prime-
ros comprende todo lo que precede á la historia romana; hasta el XXX Vil
llefpm la del imperio; alcanza la de los godos, con los amores de don Rodrigo
j la Cara, al LXXX; y se expone la de la reconquista en los sesenta y siete
restantes. A excepción de Argote de Molina, que citó este peregrino libro
eatie loa MSS. que le sirvieron para su Nobleza de ÁndíUucia, no le ha-
llamos meocíoDado en escritor de nota, siendo desconocido de los moder-
nos entjcos.
1 £q 1S55 se dio á luz en el tomo Vil! del Memorial histórico espa^
«o¿« que pubUca la Real Academia de la Historia, consultando algunos có-
dices coetáneos de la Biblioteca Nacional y varias copias de los siguientes
tif^lof, que andan en poder de algunos doctos. La edición no es sin embar-
co tan completa como fuera de apetecer, según abajo advertimos.
2 Fúndanse los primeros en una nota anónima y moderna, que se halla
en algunos 3iSS., al mencionarse en e\ año de 1467 al referido cJuan de
Olid, como criado y secretario de dicho señor Condestable» (pág. 362 de
la ed. del Mem. higi. esp.), donde se le atribuye, aunque sin pruebas, el
haber historiado la vida de su amo: apóyanse los segundos en cierto pasa-
ge d*l eód. T. i35 de la Bibliot. Nac, debido á Juan de Arquellada, na-
tanl y vedno de Jaén, y que lleva por titulo: Sumario de prohezas
y coiot de §werra^ acontecidos en Jaén y reinos de España y de Ita^
^^fPlamdes, y grandesa ddlos desde d año de 1353 hasta d de 1590.
^ referido pasaje está concebido en estos términos: «Diego de Gamez,
drajano y criado del Condestable, escrivió todos estos casos (los rela-
^▼M i Miguel Lúeas) y de ellos dio enteramente fe» (fól. 73). Aunque
>o comUo en ninguno de los MSS. de la Crónica ni este ni el nombre del
"^^laño. como de tales autores, parécenos de más efecto la cláusula de
^^QelUda qoe la nota anónima, citada arriba. Sin eml»rgo no produce
^ BQMMros entero eoavencimiento.
1 70 HISTORrA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
eostumbres, que al siglo XY caracterizaron, dándonos cabal idea
del singular desvanecimiento, á que en medio de su prosperidad
vinieron las hechuras de Enrique lY, y contribuyendo en conse^
cuencia á completar el cuadro de dicho reinado.
La Crónica del Condestable Miguel Lúeas Iranio no presen*
ta sin embargo el doloroso y siniestro colorido, que se refleja á
pesar suyo en las de Castillo y Falencia: el Condestable es uno
de aquellos improvisados proceres, que «levantados del estiér-
col», llegaron en un dia al colmo de la riqueza y del poder, con
envidia de sus iguales y en odio de la antigua nobleza castella-
na. Alcaide de las ciudades de Alcalá (de Benzayde) y de Jaén,
y nombrado ya Canciller mayor, era elevado en los primeros me-
ses de 1458 de un solo golpe á las dignidades de barón, conde
y condestable, «presidente, ductor é gobernador de todas las
huestes é legiones reales de Castilla»; momento en que empieza
la narración de la Crónica. Retirado poco después á la ciudad
de Jaén, hacía en ella fastuoso alarde de las riquezas fácilmen-
te allegadas en la corte, dando asunto al cronista para relatar
con interesada admiración las fiestas, nunca interrumpidas, en
que gasta el Condestable largos trece años, pues que termina la
narración en el de 1471, dos antes de su muerte.
Pasos honrosos, justas, torneos, cañas, sortijas, salas, saraos,
momos, entremeses, representaciones y misterios, cuantos ejerci-
cios demandaban la profesión de la caballería y de la milicia, cuan-
tos pasatiempos preparaba y realizaba el ingenio, todo contribuye
á halagar el desvanecido poder de Miguel Lúeas de Iranzo, reve-
lando al par en aquel insaciable anhelo de precipitados goces
el interno malestar, que le aquejaba. El Condestable parecía po-
ner todo su empeño en conquistar el aplauso de la nobleza y el
aura popular, deslumhrando á la primera con la magnificencia
de sus arreos y de sus trajes, y cautivando el amor de la mu-
chedumbre con su extraordinaria largueza: á la primera ofrecia
en su palacio, labrado de su mano con maravillosa arquitectu-
ra, espléndidos banquetes: á la segunda hartaba en las plazas
públicas y en los patios de su alcázar; escenas que asf como
sus paseos triunfales por la ciudad, describe menudamente el
autor de la Crónica^ cual testigo de vista, apurando cuantos
n.* P., CAP. XVII. HIST. FILOS. T ORAD. BEL R. DE ElfR. IV. 171
J3onnenores y circunstancias podian hacer su libro interesante
3X3 la posteridad, bajo el aspecto de las costumbres.
Ni olvida la solicitud del cronista de Miguel Lúeas de Iranzo, en
edio de aquellos artificiales regocijos, el consignar con extrema-
aplauso los hechos, á que d¿ cima, como Condestable y capitán
la frontera. La organización de los caballeros, ballesteros y
b.ombres de armas de Jaén, exhibida en repetidos alai^des; la
velación de las entradas y empresas, llevadas á cabo contra los
S-ranadinos con varia fortuna; los combates y escaramuzas, en
que mostraba el nuevo conde su valor y su pericia, alternando
con la pintura de las fastuosas fiestas ya indicadas, completa-
ban el cuadro singular, que ofrecía aquella manera de corte,
donde, bajo el aparato de la felicidad y de la grandeza, germi-
naban ocultos odios, que ponían término á la vida del Condestable.
La Crónica, según va advertido, no abraza estos últimos suce-
sos, dejando suspensa la narración de los hechos, cuando más
ardía la guerra civil de Castilla y dando motivo á creer que no
se ha trasmitido íntegra á nuestros dias ^ Pero no por eso es
meDos interesante en todas las relaciones que dejamos estable-
cidas, alcanzando este interés á sus condiciones literarias. £1
autor expone los hechos con extremada ingenuidad, que tras-
ciende fácilmente á su estilo y lenguaje, haciendo al primero
mámente pintoresco y prestando al segundo no poca flexibili-
dad y abundancia. Apasionado del asunto en la forma indicada,
siembra no obstante su narración de frecuentes digresiones lau-
datorias y de acalorados apostrofes, donde tomando el tono de-
clamatorio que hemos hallado en las obras de Castillo y de Fa-
lencia, parecía hermanarse en este sentido, transcendental en
1 En efecto, la narración no ofrece indicio ninguno de terminar con la
pHsion de Fernando de Acuña, á quien retiene el Condestable en Jaén has-
^qne los próceros, que se habían «deslealmente Icuantado contra el rey»,
le restituyeran la encomienda de Montizon, usurpada á su hermano. Este
l^ceho, meramente accidental, no podia servir de complemento á una obra,
V^t tenia por fin principal y único la vida de Miguel Lucas de Iranzo. Así,
loemos por muy fundada la observación expuesta, concluyendo que ó no
K acabó la Crónica, 6 se extraviaron los cuadernos relativos á Ids últimos
i^s, si llegó á abrazar la vida entera del Condestable,
172 HISTORIA CRtTICi DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
nuestra historia literaria, con los demás escritores del reinado
del último Enrique ^
No son numerosos los que se consagran á otros ramos de las
letras en aquel período; y sin embargo no es lícito pasar en si-
lencio ciertos nombres que nos persuaden de que no carecieron
de cultivadores la fllosona moral y la elocuencia sagrada. Dignos
parecen en efecto de mencionarse en el primer concepto un fray
Juan López, un Ruy Sánchez, arcediano deTreviño en 1470,
un Alfonso de Toledo, citado arriba, y sobre todos una doña Te-
resa de Cartagena, vastago de aquella ilustre familia que ftm
doctos y virtuosos varones había dado á la Iglesia, la milicia y
las letras. Distinguido fray Juan López desde 1462 por la ^^-
puesta 6 refutación, que había dado á luz de la Suma de las
principales mandamientos é devedamientos de la ley é (^üita, es-
crita por el alfaquí mayor de la aljama de Segovia, Iqc Gebir ó
Iza Guidili, como los cristianos le apellidaban ^, acrecentó su
1 El cronista, entusiasmado por los hechos y virtades de su héroe, se
dirija unas veces á Dios, para admirar su omnipotencia, vuélvese otras á
los hombres, como para darles ejemplo, é invoca otras á la ciudad de
Jaén, cual testiguo de tanta grandeza. Así le vemos exclamar: «{O glorioso
Dios! ¿Qué se dirá de tus maravillas»? etc. c¡Oh tú, noble ^ibdad de Jaén!...
¿por qué no dasvo^es?... ¿por qué no pregonas las virtudes daqueste Se-
ñor»? etc. — Y al mismo tenor en otras ocasiones. Para que fuese mayor la
analogía, el cronista recogió algunas canciones y romances, entre los cuales
sólo se ha conservado uno en alabanza del Condestable, que tiene este es-
tribillo:
Lealtad^ lealtad^ diroe dó estás?...
Vete, Rey, al Condestable,
y eo él la fallarás.
(A&o MCGGCI'XVI).
2 El libro de l^e Gebir fué escrito en el mismo año de 1462, según
consta de la nota final, con que ha sido publicado por la Real Academia de
la Historia {Mem. hist, esp., t. Y, pág. 417). La respuesta de fray Joao
López, que en 1656 vio y consultó Gil González Dávila en el convento de
Agustinos de Salamanca (Teatro eclesiástico, t. 1, pág. 524), logró en efecto
cierta estimación, haciéndose de ella numerosos traslados. Entre los libros,
que en 146S formaban la librería de don Alvaro de Zúñiga, duque do Pla-
sencia, se encuentra citada con otras obras del referido fray Juan Lo->
pez y aliado del Calila é Digna (Saez, Monedas de Enrique /F, Apéndi-
ces, pág. 543).
n.* p., CAP. xvn. HfST. pilos, t'orad. del r. de enr. iy. 173
jrcpntacion con el Clarísimo sol de Justigia, obra que dividida en
des partes, aparecia animada de un pensamiento filosófico y
cs^ristiano, y con el Libro de la Casta Niña, tratado moral, en-
<:^^iminado ¿ encarecer la pr^tíca de la virtud con útilísimo ejem-
0 ^ Renombrado ya por sus estudios y aplaudido tal vez por
historia latina, antes de ahora mencionada, aspiraba Ruy
^nchez á ganar fama de entendido en las ciencias filosóficas
la Suma de la política, libro »que fabla de cómo deven ser
fKJUidadas é hedificadas las gibdades é villas», tratando asimis-
idel buen regimiento é recta poligia que deue auer todo reg-
3 é Qibdad, asy en tiempo de paz como de guerra» ^. Aplau-
do por su Espejo de las Isíorías, compoaia el bachiller Tole-
y dedicaba en 1474 al arzibispo don Alfonso Carrillo su 7n-
t^^^ndonario, peregrino tratado, cuyo simple título está muy le-
j<:>a de revelar el objeto, á cuyo logro aspiraba '. Ejercitada do-
1 Del aprecio que estos libros alcanzaron, nos dá razón el Inventario
citado de los libros del duque de Plasencia. Así se menciona el Clarisa
sol de Justicia: «Un libro, de coberturas de cuero morado, escrito eo
rgamino, que fizo el maestro frey Juan López del Clarísimo sol de
^mitíQia, estoriado é iluminado con letras de oro é figuras, con las armas
^ duque y duquesa. — Otro libro de coberturas moradas, que fizo el
ro frey Juan López, el qual es segundo libro del Clarísimo sol de
'^utifia». De la Ceuta Niña se dice: «Otro libro de coberturas de cuero
orado, que fi90 dicho maestro frey Juan Lopes, estoriado, con las armas
el duque é duquesa é su guarnición de plata, ques el Libro de la Casta
-^Hña», También se incluye en el mismo Inventario otro libro del mismo
tor con título de: Los Evangelios moralizados, para los domingos de to-
el año (Saez, Monedas, loco citato).
2 Escribióse este Sumario á ruegos de don Pedro de Acuña, señor de
%eñas y Buendia, «guarda mayor é del Consejo del Rey don Enrique IY»,
tiárdase entre los MSS. de la Bibliot. Nacional y citólo Pérez Bayer en
^^8 notas á la Biblioth. Vetus de don Nicolás Antonio Oib. X, capítulo XII,
^4g8. 304 y 305).
3 Las copias del Jnvencionario se multiplicaron en tal manera que son
^^rto comunes entre los eruditos. Hemos consultado algunas del mismo si-
^loXVy pareciéndonos preferible la terminada en 1485 por un Antonio de
^rdova, que es la que lleva en la Biblioteca del Escorial la signatura
^•ij. 24. En la Imperial de París existe,, con el num. 2980 áe\ Suplemen--
to de MSS., un estimable códice del siglo XV bajo el título de Invenoiona^
174 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
ña Teresa de Cartagena en los estudios, de que babia sido áigoo
gimnasio la casa de sus mayores, y retirada, todavía en la ju-
ventud, & la vida del claustro, donde la aquejan graves dolencias
corporales, trazaba por último con título de Arboleda de los En*»
fermos, ingeniosa ficción, para alivio de las penas del ánímo^
ganando, con la incrédula adn)iracion de sus coetáneos, extra-
ordinaria nombradla.
No cumple á nuestro propósito* el examinar detenidamente to-
das estas obras; mas porque no pudiera comprenderse su verw
dadero valor en el desarrollo de las letras patrias, sin exponer
algunos de sus caracteres, bi^n será que fijemos un instante
nuestras miradas en algunas de ellas, dando la preferencia al
Invencionario del bachiller Alfon^ de Toledo y á la Arboleda
de los Enfermos de doña Teresa de Cartagena. Júzgase gene-
ralmente que es el Invencionario un catálogo de los descubri-
mientos más notables debidos á las artes y á las ciencias; error
tanto más digno de repararse cuanto que basta á desvanecerlo
la simple lectura de la dedicatoria y del primer título de la ex-
presada obra. Dividida esta en dos partes principales, tenia «la
una» por objeto «declarar los inventores de las cosas, que los
hombres inventaron para substeutacion de la vida temporal, é
la otra los inventores de las cosas que los hombres inventaron
para adquirir la vida eternal»: por manera que, abrazando en
diez títulos, que subdivide en varios capítulos, toda la materia
relativa á la vida temporal, trataba en la primera parte de los
inventores de las letras, de los reinos y reyes, de las leyes ca-
nónicas y civiles, de los fundadores y pobladores de ciudades
y fortalezas, palacios y moradas, del matrimonio, del^on, del
vino y de la carne, del trage y maneras del vestir, de las ar--
mas y de los caballeros, de los pendones é insignias^ de las
batallas y las guerras, blsí como de otras artes, «que los hom-
bres inventaron para aver deleytes é aliviar sus trabajos» , po-
rio de Gargia Pardo Toletano, que es sin duda otro de los trasladadoret.
Poseemos esmerada reproducción del siglo XVI, á cuyo final leemos: «Deo
gracias. Die vigessima prima aprilis, anno Domini 1474». Lleva e& casi to-
dos los códices el título de Invencionario de todas las cosas del mundOm
n.* p.y CAP. xvn. HisT. piídos, t orad, del r. de enr. IV. 175
niendo fln ¿ este libro con la iavestigaoloa de los primeros ins-
titaidores de la medicina y de la asírologia, de la astranomia
j demás saberes filosóficos. Dispuesta la segunda parte en otros
diez títulos, subdivididos asimismo en diversos capítulos, trata-
ba en ella del pecado original y de la fé^ de la oración y de la
limosna^ de las oblaciones y los ayunos, de» los sacrificios y de
las fiestas, de los mártires y los religiosos, de las dedicaciones
de los templos y de la penitencia. Tal era pues la materia del
¡wendonario, difícil por cierto de adivinar con el simple título
de esta producción peregrinla.
Mostrábase en ella Alfonso de Toledo erudito en todo extre-
mo, como quien mucho se pagaba de los títulos académicos
que decoraban su nombre ^, y á tal punto llevaba esta predilec-
cioQ á los estudios eruditos que parecía en cierto modo avergon-
zarse de haber escrito el Invencionario en el romance materno,
circQQstancia no para olvidada, al seguir el movimiento general
de las letras durante el siglo que historiamos ^. Con el aparato
de los agrados libros y de las historias, á la sazón apellidadas
escolásticas y eclesiásticas; con el auxilio de los Padres, de los
decretistas.y decretalistas y de otros muchos sabios, tejia el
bachiller su Invencionario, constituyendo curioso repertorio de
cosas peregrinas, muy del gusto de su época y hoy en general
harto insignificantes y triviales. Proviene de aquí el poco interés
1 Blanifestando al arzobispo de Toledo las fuentes^ á que había acudido
pan tomar sus noticias, observaba: «Tomé de las istorias de los Testamen-
>tOf Viejo é Nuevo é textos db decretos é decretales, é leyes, é de las ys-
•lorias escolásticas ó eclesiásticas, é de los dichos de los sanctos doctores
»de la Iglesia é de otros muchos sabios, lo qual todo está en latín é sin
»dubda muy bien dictado» (Prólogo).
2 £1 bachiller decía al arzobispo que sin duda le culparía de no haber
dictado su obra «en lengua latina, usando del pomposo retórico estilo», y
en ftt descargo, añade: «Si yo esta obra en lengua latina é de estilo retó •
»ríco ordenara, puesto que para ello s^ienfia touiera, non se pudiera della
•aprovechar, salvo vuestra señoría y los otros letrados de vuestra casa, é
vansi no tan largamente vuestra benignfssíma condifion ouíera ni alcan-
Dzara vuestro optado deseo; é por esta razón que todos, ansí letrados co-,
»mo non letrados ouiesen parte, por mano de vuestra señoría, coucluy de
» verla ordenar en plano estillo é ditar en lengua maternal (id).
176 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
que excita en nosotros la lectura de libro tan aplaudido en su
tiempo; y del afán con que Alfonso de Toledo atiende á lo raro
7 recóndito de las noticias por él allegadas, el desmayo, poca
fluidez y menor gala del estilo y lenguaje, si ya no es que á. to^
dos estos defectos contribuia más eficazmente el menospre-
cio, con que empezaban á ver los latinistas la hermosa lengua
del Rey Sabio*.
Confírmanos algún tanto en esta idea el estudio de la Arbo--
leda de los Enfermos de doña Teresa de Cartagena. Dotada es
ta esclarecida religiosa de la general erudición de su tiempo,'
aquejada en el claustro del dolor que le habia privado del oido
buscaba el consuelo espiritual, «levantando su deseo en Dios» , o
mo á fuente de salud verdadera ^. Para lograrla, suponíase ar
rejada por recio torbellino á una isla desierta: era el indicad
torbellino el viento de las pasiones, é intitulábase la isla Opn
1 Esta observación lo^a aplicación más completa en el reinado de "B-s-^
inmortal Isabel, según demostraremos en breve; pero no sin dejar aq
apuntado que el empeño de los latinos es impotente para detener ó anuí
el desarrollo de la lengua española, que enriquecida aun por sus misia.
detractores, llegaba al colmo de su grandeza. Esta importante verdad v
remos confirmada por boca de los mismos padres de la escuela propiamec
latina.
2 Semejante pensamiento aparece ya anunciado en el epígrafe del libi
donde leemos: «Este tractado se Mama Arboleda délos enfermos,c\q\iA\c9
•puso Teresa de Cartagena, seyendo apasyonda de graves dolen9Ías, es|><
>9ialmente aviendo el sentido del oyr perdido del todo: et fizo aquesta o%>:
>á loor de Dios é espiritual consolación suya é de todos aquellos que <
ifermedades padecen, porque despedidos de la salud corporal, levanten
•deseo en Dios, ques verdadera salut». — £1 códice que encierra este p
cioso tratado, lleva en la Bibliot. Escurial. las marcas ii¡. h. 24: es un "^
lumen folio menor, escrito en papel y letra del siglo XV; consta de 91
Jas, y terminadas las obras de doña Teresa, que en el texto mencionamos *>
se halla al folio 67 un tratado, que lleva por título: Ven^miento del mtA^^'^'
do, enviado desde Elche en el reyno de Valencia, á la señora doña Leoí*- ^^
de Ayala por Alonso Nuñez de Toledo^; y al 84 una breve colección ^*
Sentencias de philósophos é sabios, anónimo. Nuñcz de Toledo acabó stx ^''
bro el postrimero dia de MCCCCLXXXl y trató en él de las causas de "•^ *'
g. ^ .„ ^ *-^
ron copiados por un Pero López de Trigo, que los suscribe.
II.' P., CAP. XVII. HIST. FILOS. T ORAD. DEL R. DE ENR. IV. 177
bio de los hombres y abyección de la plebe ' . Ea ella vivía do^
ña Teresa acogida á la sombra de Tructíferos árboles, que defea-
diéndola de los ardorosos rayos del sol, le brindaban al par sa-
ladable refrigerio, reponiendo sus fuerzas cansadas ó abatidas.
Representaban aquellos árboles los libros piadosos, nutridos de
para y vivificante doctrina, y muy principalmente las sagradas
escrituras, entre las cuales florecían con inmortal fragancia y
sabrosa dulzura los Salmos de David, á que daba doña Teresa,
siguiendo el lenguaje poético de su época, nombre de Cancione-
'V- Formábase de esta suerte la prodigiosa Arboleda de los En-
fermos^ que padecían angustiosas dolencias del ánimo; y en
alas de esta ficción, elevábase la ilustrada religiosa á las regio-
nes de la vida contemplativa, buscando el consuelo á su mal en
aquella salvadora filosofía, que manando de las fuentes evangé-
licas, ofrece puerto seguro, tras las amargas tribulaciones de es-
te Valle ele lágrimas.
Doña Teresa de Cartagena, adhiriéndose respecto de la forma á
'^ triunfante escuela alegórica, y mostrándose, en orden á lá
doctrina, filiada entre los eruditos por la copiosa lectura, que su
^hvQ revela, desenvolvía pues en la Arboleda de los enfermos
^^ pensamiento hasta cierto punto original, y que recibía nuevos
^^ilates de las virtudes literarias que la ennoblecían. Dotada
^^ lozana imaginación, imprimía en efecto á sus descripciones
pintoresco y agradable colorido: llevada por su talento reflexivo
^ la contemplación interna de los sentimientos, comunicaba á su
^^se extraordinaria viveza: su estilo y su lenguaje eran por tan-
^^ tan enérgicos como espontáneos; y más naturales , menos
Pi^etenciosos que el lenguaje y estilo de los escritores de aquella
^ad, aparecía el primero mucho más armonioso, mientras re-
^^Itaban en el segundo mayor gracia y soltura. — Cualidades fue-
ron estas que, unidas á la significación moral de la Arboleda de
*o« enfermos^ dieron motivo á que los doctos no la creyeran
^tra de doña Teresa: noticiosa esta de aquella ofensiva incredu-
lidad, juzgóse obligada á dirigir cierta manera de vindicación
1 OproSium hominum et (ibiectio plebis, dice doña Teresa, haciendo
de sus estudios latinos.
Tomo vu. 12
178 HISTORIA GRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
á doña Juana de Mendoza, mujer del esclarecido poeta don Gó-
mez Manrique. Designaba aquel nuevo tratado con titulo de Ad--
miración de las obras de Dios ^; y para justificarlo, manifestaba
que si habia podido causar alguna maravilla su Arboleda^ había
sido su flaco entendimiento iluminado por la divina gracia, no
siendo de maravillar si no su omnipotencia. Quien dio aliento k
Judit para matar á Olofernes, bien habia podido inspirarla y
alentar su pequenez é ignorancia *. Doña Teresa en este, como
en el anterior escrito, hacia sin embargo notable gala de erudi-
ción; y no sólo invocaba los sagrados libros y los Padres, sino
que citaba también los filósofos y escritores profanos, entre los
cuales no olvidada el nombre de Boccacio ^.
1 El epígnrafe dice: c Aquí comienza un breve tratado, el qual con vi-
•nientemente se puede llamar Admiratio operum Dei, Compúsole Teresa
de Cartagena, religiosa de la hórden de... á petición é ruego de la señora
doña Juana de Mendoza, mujer del señor Gomes Manrique* .
2 En la dedicatoria excusa la tardanza en re^ditir su libro con las áor
lencias que padece, y llegada á la introducción , escribe: «Muchas veseí
»me es fecho entender, virtuosa señora, que algunos de los prudentes va-
»rones^ é asy mesmo fembras discretas se maravillan ó han maravillado de
»un tratado que, la gracia divina administrando mi flaco mugeril enten-
»dimiento, mi mano escribió. £ cómo sea una obra pequeña, de poca sus-
•tancia^ estoy maravillada; é non sé creer que los prudentes varones se yn-
iclinasen á quererse maravillar de tan poca cosa; pero si su maravillar et
»clerto, bien pares9e que mi denuesto non es dubdoso,» etc. (fól. 51)«
3 La erudición de doña Teresa, tan peregrina entre las fembras discrC'
tas de Castilla, nos induce, como ya hemos apuntado, á recibirla entre loi
descendientes del celebrado don Pablo de Santa María, (A>ispo de Cartage-
na, de cuya dignidad tomó apellido su ilustre familia. Pero ¿de quién en
hija doña Teresa?... De los cuatro hijos que tuvo don Pablo, dos abraza-
ron la carrera eclesiástica (don Gonzalo y don Alfonso), los otros dos (Pe-
dro y Alvar Sánchez) se distinguieron el primero en la milicia y el segun-
do en la toga: ambos se honraron <^n el nombre de Cartagena y amboi
tuvieron larga prole, que figurando en toda la segunda mitad del siglo XY,
se enlazó con muy ilustres familias de (bastilla y aun de Aragón, según ade-
lante veremos. Doña Teresa aparece, ya al escribir sus libros, si no en edad
madura, al menos distante de la primera juventud, á cuya persuasión con-
tribuye también la consideración que merece á doña Juana de Mendoza,
esposa de Gómez Manrique. Constando por otra parte que este procer tuvo
amistad con Pedro de Cartagena^ á quien por los años de 1460 compró en
11.* P., CAP. XVJI. HIST., PILOS. T ORAD. DEL H. DE EJKK. IV. 179
£n tanto que esta primera Teresa parecía preludiar desde el
claustro los triunfos literarios que un siglo adelante debia alcan-
zar la estrella de Ávila, cultivaban la elocuencia sagrada otros
iflg-enios dignos de ser aquí conmemorados. Nombradla y aplau-
so ganaban en el pulpito, con otros estimados predicadores, el ya
famoso fray Alonso de Espina, perseguidor de la grey judaica,
cay a religión habia abjurado durante el reinado de don Juan II ^;
el obispo de Coria, don Francisco de Toledo *; el general de la
orden geroniraitana, fray Alonso de Oropesa ', y el celebrado Juan
González del Castillo, cuya palabra gozaba de singular prestigio
ea las esferas populares ^. Desdicha es que no se hayan trasmi^
tido & nuestros dias las oraciones pronunciadas por estos predi-
cadores en la corte de Enrique lY, siéndonos por tanto imposi-
ble discernir si el mérito real de su palabra correspondía á la
estimación general que alcanzaron. Pero que los oradores sagra-
dos de aquella edad ponian extremado esmero en el atildamiento
de las formas de estilo y de lenguaje, procurando tal vez disi-
mular en tal manera la inevitable dureza de sus avisos y amones-
taciones, es para nosotros evidente, cuando asi lo testifican mo-
numentos ooetáneos. «El predicador... segund la doctrina del
•Ecclesiástico (leemos en un curioso libro de aquella edad) non
•esconda la verdat del su enseñamiento só fermosurade palabras
«parando más mientes á la apostura de la fabla que al sesso: ca
•non conviene al predicador de la uerdat de las scripturas divina-
cl lugar de Cordobilla algunas posesiones, de que se hace mención en su
testamento, no seria descabellado el admitir que doña Teresa fué hija del
referido Pedro, cuyo nombre figura adelante en la historia de la poesía
castellana (Hist, de la Casa de Lara, t. II, lib. X(I; Estudios sobre los
Judíos, £ns. II, cap. VIH; España Sagrada, t. XXVI, cap. 4).
1 Véase el cap. XII del anterior volumen.
2 González Dávila, Teatro Eclesiástico, t, //, pág. 450.
3 Historia de la Orden de San Gerónimo por fray Josef de Siguen-
za, !!.• Parte, lib. III.
4 Mencionando el P. Mariana á este predicador, le califica de
excelente, y afirma que murió en Salamanca á los 49 años de su
edad [1479] envenenado, csegun se cree, por una hostia que le envió una
dama viuda, cuyo amante aconsejado por CasliUo, la habia abandona-
do (Hist. Gen. de España, lib. XXIV).
180 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAfi(OLA.
•les fahlar rimado etpor consonantes ^» Este significativo pa-
saje parece pues no dejar duda de que la elocuencia sagrada, lia-
mada, como la poesía, á cierto grado de perfeccionamiento res-
pecto délas formas, se excedía de los justos límites, cayendo en
el lamentable extravío, reproducido dos siglos adelante, de sem-
brar los períodos de metros y rimas, lo cual era contrario ¿ su
propia naturaleza.
Pero si respecto de las oraciones sagradas, debidas á estos y
otros predicadores del reinado de Enrique lY, no podemos ex»
poner un juicio exacto, no faltan en verdad algunos tratados
ascéticos, que unidos á los ya mencionados de fliosoña moral,
completan en cierto modo el que debemos formar del estado de
la referida elocuencia á mediados del siglo XY. Mención singa-
lar merecen en efecto, entre otros libros más ó menos impor-
tantes, las Preparaciones para bien vivir é santamente morir ,
debidas á un monge geronimitano de Talavera *, el Libro de avi-
sos é sentencias, preciosa colección de máximas morales y reli-
giosas, que parecen inspiradas por análogo pensamiento al que
movió al marqués de Santillana á escribir sus Proverbios *, y
sobre todos la Flor de Virtudes, que constituye cierta manera de
catecismo moral y religioso, dictado por el sentido práctico de la
vida. De todos estos escritos, hasta ahora no tomados en consi-
deración por la critica, pudiéramos traer aquí no despreciables
1 Enseñamiento del coragon, cap. I, fól. 1 del cód. Bb. 96 de la Bi-
blioteca Nacional. Ampliando esta observación, añadía: «Algunos ay que
nmás studian de fablar... cosas altas ct fermosas que convenibles é prove-
•chosas; é han vergüenza de fablar cosas llanas é homildes, porque non
0
))sean tenidos que non saben más de aquello. E sin dubda non fablan al
•coraron, mas á las orejas los que fablan d'aquesta manera» (ídem, idcm,
fól. 1 V.).
2 Poseemos este singular MS., que con las Preporo^one^ encierra otros
tratados ascéticos, ya latinos, ya castellanos. Es un volumen 8.°, papel y
pergamino, de letra de la segunda mitad del siglo XY.
3 Existe este curioso tratado en el códice que lleva por título en la Bi-
blioteca Nacional, Cancionero de Jooar, fól. 171; pero sin título. Es libro
breve, mas animado de excelente espíritu y útil para la vida práctica: aca-
so sea parto del mismo ingenio, que trazó la Flor de Virtudes, que á con-
tinuación examinamos.
ir/ P.y GAP. XVII. HrST. PILOS. T ORAD. DEL Ü. DE ENR. IV. 181
pasajes, suficientes á comprobar el expresado aserto: el anhelo
ie la brevedad nos obliga á contraernos á la Flor de ViríudeSf
libro terminado en los primeros meses de de 1470 ^
« To hé fecho (escribe el autor) assy como aquel que es en un
jgT'aQd prado de flores é ha cogido la gima é belleza daquellas,
•por fager una guirlanda ó chapirete muy noble.» Con estas flo^
res morales y religiosas teje en efecto hasta cuarenta y un capí-
IbIos, enipezando por la idea del Amor, en que sigue la doctrina
de Santo Tomás, y terminando con la del buen fablar, no olvi-
dados cuantos avisos y amonestaciones pueden contribuir al logro
de la felicidad terrenal y á la posesión de la eterna bienandanza.
Apoyándose de continuo en las Santas Escrituras, consultados los
Padres de la Iglesia, y no desechados los ingenios de la edad
media, es de notar cómo acude el autor de la Flor de Virtudes á
invocar con no menos frecuencia el testimonio de los filósofos y
poetas de la antigüedad clásica ^; demostrando en la oportuni-
dad y seguridad de las citas que aquel anhelo de los eruditos,
jamás extinguido ni aun en los tiempos de mayores tinieblas,
íortalecido grandemente, en la primera mitad del siglo, llegaba
¿determinarse de un modo claro y distinto, augurando la pró-
xima transformación que iba á fijar la venidera suerte de las le-
tras españolas. La doctrina de la Flor de Virtudes descansa por
tanto, ya en la autoridad de los libros sagrados, ya en la de los
escritores gentílicos; pero no carece de cierta frescura y aun
originalidad en la manera de expresarla, y aunque abunda ya
en italianismos, prueba incontestable de la influencia que iba
predominando en las letras vulgares ^, muestra cierta riqueza de
1 Hállase la Flor de Virtudes en el citado códice al fól. 299 y.— Al fl-
"ilie lee: «A viiij días de mar90 de M.^ccccLxx».
2 Los más notables que cita son: Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles,
Tolomeo, Marco Tulio, Terencio, Catón, Persio, Ovidio, Marciano; y entre
los PP. San Pablo, San Ag^ustin, San Gregorio, San Isidoro, San Bernar-
do, etc., no olvidados con otros escritores Galeno, Avicena, Averroes, etc.
3 Es en efecto digno de repararse, tanto respecto de la Flor de VirtU'
^ como del libro de los Avisos é Sentencias, que se hallan con frecuencia
▼otes italianat , lo cual, caracterizando la poesía, dá ya inequívoco testimonio
de la influencia que al finar el siglo^ y más principalmente en todo el XVI,
182 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
dicción y no poca gracia en la extructura de la frase, cuya ener-
gía merece llamar la atención, pues contribuye á confirmar la
observación general relativa al carácter de los escritores, que flo-
recen durante el reinado de Enrique lY. Comprobación de todo
lo dicho hallarán sin duda los lectores en el siguiente pasaje,
donde pinta la Envidia:
aEnoidia, ques contrario vicio de la virtud de amar, se forma segax|d
virtud en dos maneras: la primera si es que onbre enbidioso ha dolor
del bien de otro: la otra es si ha grand plazer del mal de otro. Cada uno
de aquestos dos vicios, empero, puede ser por bien asy como por mal;
ca alegrarse del mal de otri á tal que aquel se castigue de su malicia, é
esto por la grand adversidad del mal, é aun por aver dolor del bien de
otro, é esto por tanto que aquel seria malvado é por aquella aumentación
que avria de los bienes tornaría en mayor sobervia é malicia. Salomón
dice asi: — Virtud de amar es buena, cuando es bien construyda é bien
formada é es disposición de natural grandeza de voluntad, é á quien yé
que voluntariamente razona, el onbre toma y grand pluzer de la obra
piadosa é acostumbrada que faze el amor de Dios. E puédese comparar
la envidia al milano , el qual es tanto envidioso de si mismo, que él vé
los fijos que estando en el nido engrasan é por gran envidia que há él»
los pica en el costado, por tal que la carne les podresca, á tal que enma-
grescan. Séneca dice que más conveniente cosa le paresge pasar el onbre
el desplacer déla pobredat, que non la envidia de la riqueza. £1 vigió de
la envidia es mayor que los otros vicios todos: asy como la carcoma con-
sume el leño todo, asy la envidia consume los cuerpos de los hom-
bres,» etc.
Hemos copiado al acaso, y no juzgamos necesarias nuevas ci-
tas: la Fbr de Virtudes, asi como todos los libros ascéticos y
morales, que han llegado á nuestros dias del reinado de Enri-
que IV, al propio tiempo que descubre las influencias literarias
que dabaq impulso á la cultura española, como feliz consecuencia
del extraordinario movimiento intelectual operado en las cortes de
don Juan II y de Alfonso Y, ponía de relieve que en medio de la
corrupción que trabajaba á los castellanos , volvían los hombres
sensatos sus miradas á la moral y á la religión, buscando antído-
to á la mortal ponzoña que los devoraba. Nacia de esta situación
iba á reflejarse en la literatura española. Tales son por ejemplo las pala-
bras: qualquef natácher ó naocher, esgucírdCf lisunga, etc., etc.
1^»^ P., CIP. Xm. HIST.y FILOS. T ORAD. DEL R.'dB ElfR. IV. Í8S
espetíal de los ¿nimos aquel desacostumbrado vigor y aquel vivo
cotorido, que hemos visto animar las producciones de la poesía y
qve respiandecian igualmente en las obras históricas, no sin que
Ikgaseo estas & adolecer de cierta afectación declamatoria, que
<Uie por otra parte llamar la atención de la critica, inclinándola
á más transcendentales observaciones. Digno es por cierto de
coosignarse en este sitio, para nueva comprobación de las leyes
pnerales que parecen presidir la manifestación del ingenio es-
paiol en todos los tie^npos: los discursos, apostrofes y arengas
9oe tan & menudo hallamos así en las crónicas de .Castillo y de
ftíencia, como en la del Condestable Miguel Lúeas de Iranzo, y
fQe esmaltan igualmente los libros ascéticos y morales desde la
Pnmera mitad del siglo XY, estableciendo cierta relación interna
^ la historia de la elocuencia española, nos traen á la memoria
^'(laiitos caracteres hemos visto brillar en las producciones de los
Oidores, que envía España á la Roma del Imperio, y en las
obras de los Leandros é Ildefonsos, de los Valerios y Beatos.
A<|uel levantado espíritu que en tan lejanas edades caracteriza
^ ingenio español, aquel excesivo anhelo de la grandilocuencia,
Qtte le subyuga y á veces le extravía, rasgos son que resplande-
ciendo á la contíua en los poetas y oradores de nuestra Penínsu-
l^> no pueden desconocerse en los escritores del reinado de En-
rique lY, en quienes se consociaban á esas dotes propias de nues-
tro genio literario, demás de las circunstancias políticas y mo-
ra.les ya reconocidas, el creciente predomio de la antigüedad clá-
^'^^^, entre cuyos grandes hombres alcanzaban decidida predilec-
ción los celebrados hijos de Córdoba.
I'al es la enseñanza que debemos al estudio de los cronistas y
escritores de este calamitoso reinado; estudio que enlazado con
^* ya expuesto de los poetas, sobre mostrar con evidencia cuáa
®^**ada es la doctrina de los que suponen del todo anulado elmo-
^^iento que reciben en la primera mitad del siglo las letras pá-
^''las , nos abre el camino para penetrar con planta segura en el
Siorioso reinado de los Reyes Católicos. — Los disturbios y es-
^^flalos que llora Castilla, detienen en cierto modo aquella mar-
^ha triunfal, en que la civilización de nuestros padres aspiraba
Y^ directamente á la posesión de los tesoros literarios del mundo
184 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
antiguo; pero fortalecido el ingenio español en mitad de las con-
tradicciones, cobra en aquella lucha mayores bríos, y espera
sólo que llegue dia más bonancible para desplegar sus alas con
mayor fuerza, recorriendo al par todas las esferas donde había
ensayado ya sus conquistas. — El Renacimiento de las letras se
habia iniciado felizmente en la esfera de las ideas, produciendo
abundantes frutos: restábale realizarse en el terreno de las for-
mas, y esta nueva transformación estaba reservada á la dichosa
edad de Isabel la Católica.
CAPITULO xvni.
TENDENCIA GENERAL DE LAS LETRAS DURANTE EL
REINADO DE LOS RETES CATÓLICOS.
Situación de Castilla en 1474.— Entrada ti!4anfal de Isabel y Fernando
en Toledo.-— Carácter de este triunfo. — Política de los Reyes Católicos. —
So. influencia en el desarrollo intelectual de España.— ^Educación litera-
ria de Isabel: — de los Infantes y de los magnates. — Su carácter clásico.
— ^Ilostres cultivadores de las letras griegas y latinas. — Antonio de Ne-
brija y Arias Barbosa. — Sus libros didácticos. — Sus discípulos. — Efectos
inmediatos de su doctrina. — Traductores de obras clásicas.— índole de
las nuevas versiones. — Cultivadores de la antigüedad. — Lápidas , me-
dallas y monumentos. — Desdeñan los doctos el habla y la literatura vul-
g^ar. — Consecuencias de estos hechos en las esferas del arte. — Nuevos
sucesos que las determinan. — Aplicaciones de la brújula y la pólvora. —
I>e8cabrímientoe de la imprenta y del Nuevo Mundo. — Establecimiento
del Santo Oficio. — Expulsión de los judíos. — Influencia de todos estos
acaecimientos en las regiones eruditas. — Sus efectos en las populares. —
Consideraciones generales.
Llegamos felizmente al reinado de los Reyes Católicos, como
llega el marino tras peligrosa borrasca á puerto de bonanza.
Al fijar la vista en los dilatados horizontes, que merced á los
nobles esfuerzos de Isabel y de Fernando, se abren donde quie-
ra á. Castilla, reposa el fatigado corazón, serénase la mente y
mirando una tras otra realizadas las grandes ideas, que habían
alentado al pueblo de los Alfonsos y de los Jaimes, se alza ante
nosotros poderosa é ilustrada aquella monarquía, que vencedora
186 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAÜOLA.
del Islam y temida de la Europa, llevaba m&s allá del Atlántico
su religión y su imperio. Mas esta obra inmortal de los Reyes
Católicos no podia ser realizada sin grandes sacrificios , ora la
contemplemos bajo el aspecto de la moral y de la política^ ora la
consideremos bajo la relación de las letras y de las artes. La
poquedad y vacilación de aquel principe, de quien dijeron con
razón sus coetáneos que habia tenido vacante el oficio de rey ^,
sobre dejar relajados todos los vínculos sociales, hicieron á Cas-
tilla el fatal legado de una guerra de sucesión, cuyo desenlace
era por demás dudoso, patrocinadas las pretensiones de la Bel-
traneja por Alfonso Y de Portugal, quien se entraba con podero-
so ejército en los dominios castellanos. Ponia término á seme-
jante lucha la batalla de Toro; y mientras aseguraba en las
sienes de Isabel la corona de San Fernando, abriéndole camino
para dar cima á las grandes empresas que meditaba, ofrecíase
la solemnidad con que era celebrada aquella gran victoria, cual
digna inauguración de tan feliz reinado.
Ningún hecho podia revelar, en efecto, con tanta fidelidad el
carácter de la Era que empezaba para España, como la entrada
triunfal de Isabel y de Fernando en la antigua ciudad de los
concilios, «alcázar de Emperadores,» según la apellidaban los
coetáneos *. Corria el año de 1476: agitada Toledo por la fausta
nueva de la expulsión de los portugueses, preparábase á recibir
con pompa inusitada al afortunado príncipe, que en los campos de
Toro habia lavado el afrentoso borrón de AIjubarrota. Movida
del amor que la inspiraba Isabel, precipitábase la muchedumbre
en los llanos de Bisagra para saludar á los vencedores, mientras
«dexado el luto de las vestiduras, de que el noble rey don Johan
»é los del su regno se vistieran,» mostrábanse en público jurados
y regidores cubiertos de vistosos y ricos brocados^. Era el postrer
t Carta de Fernando del Pulgar al obispo de Coria, 1473 (Memorias
de la Real Academia, t. VI, pág^. 124).
2' Id., id., id.
3 Debemos estas peregrinas noticias, no conocidas aun en la república
literaria, al precioso códice de la Biblioteca del Escorial, marcado Y. III. f,
0 intitulado: Divina Retribugion sobre la caida de España en tiempo dH
n/ P.y GAP. XVIII. TEND. G. DB LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 187
dia de enero: el cielo, cargado hasta entonces de negras nubes,
aparecía limpio y transparente, brillando el sol «muy m&s ale-
gre que antes»: podia decirse que se habia comunicado & la na-
turaleza el júbilo de los toledanos ^. Al acercarse á la ciudad»
rodeados de capitanes y magnates, un solo grito advertia á los
reyes cu&n grande era el alborozo de la ciudad del Tajo. Junto
& la ermita de San Eugenio, puesta & la entrada del arrabal ,
habíase colocado «para festivarlos», numerosa cohorte de tañe-
dores, tromperos y juglares, entre quienes lucían también su
habilidad y destreza hermosas danzadoras, ricamente ataviadas,
y no menos vistosas cuadrillas de cantaderas, que al ver ya en
sn presencia & Isabel y Fernando, comenzaron & hacer su oficio,
poblando el aire el concertado estruendo de instrumentos y de
voces. Viejos, mujeres, mancebos y niños prorumpian, al termi-
narse cada una de las estrofas de aquel peregrino canto de vic-
toria, en prolongadas aclamaciones, repitiendo el popular bor-
doncillo, con que habia sido saludado el principe aragonés, al pi-
por vez primera el suelo de Castilla:
Flores de Aragón
dentro en Castilla son:
¡pendón de Aragón!
¡pendón de Arag^on! 2-
^o&20 Rey den Johan el primero, que fué restaurada por manos de los
uy excelentes Reyes don Fernando y doña Isabel, sus bisnietos, nues^
*os señores, que Dios mantenga. Este libro, citado por Fernán Mexia en
2 Noviliario Vero (lib. IIÍ, cap. 6), fué considerado por el erudito don
afael Floranes como un tratado de teologría ( Vida literaria del Canciller
yola, pág. 281); pero como indica su título, és una crónica que abraza
la batalla de Aljubarrota hasta la de Toro, añadiendo el nacimiento
«1 malog^rado Príncipe don Juan. Fué escrito, como repetiremos adelante
n mayor amplitud, por el Rachüler Palma, criado de los reyes.
1 £1 MS. arriba descrito dice: «Era aquel dia viernes en la tarde: fi^ie-
» ra el dia claro, el sol muy más alegre que antes é después en aquella sa-
^ zon non fi9iera. Mostró Dios é naturaleza el alegría, como sean cosa de-
^lectable el sol é la luz, é naturalmente con los nublados somos luego fe-
úchos tristes» (Cap. XY).
2 Andreas Bernaldez (el Cura de los Palacios), Crónica de los Reye^
Caíó/tccw, cap. VIL
188 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOL A é
Entraron los Reyes en esta forma por la puerta de Bisagra:
cabalgaba don Fernando un brioso corcel; iba la reina en una
gallarda y poderosa muía, suntuosamente enjaezada, cuyas bri-
das llevaban dos pajes de la primera nobleza. Precedidos de ma-
ceros y seguidos de regidores y jurados, encaminábanse los Re-
yes á la Santa Iglesia Primada por la famosa plaza de Zocodover,
la calle Real y las Cuatro Calles: el arzobispo, dignidades, canó-
nigos y clerizontes, revestidos de pontifical y precedidos de la
Cruz metropolitana, sallan á recibirlos por la puerta del Perdón,
«como eran tenidos de derecho.» «Eran (dice un testigo ocular)
»& la puerta de la dicha Santa Iglesia de amas las partes^ en lo
»alto dos ángeles, é en lo más alto de en medio de la puerta una
«doncella ricamente vestida, con una corona de oro en la cabeza,
»á semejanza de la bendita Madre de Dios, Nuestra Señora. Des-
eque llegaron el rrey é la rreyna, nuestros señores, á la puerta
»de la dicha Iglesia, los ángeles cantando degian: Tua esí po-
•teníia-, tuum est regnum, Domine: tu es super omnes gentes:
•da pacem^ Domine^ in diehus nostris ^.»
Con tal solemnidad entraron Isabel y Fernando en la Iglesia
Primada: conducidos al altar mayor por la clerecía, que al re-
correr las naves del anchuroso templo, iba entonando el himno:
Benedictus qui venit in nomine Dominio subieron con hondo re-
cogimiento los gradas del presbiterio, y postrados ante el Altísi-
mo, hicieron devota oración, elevando al cielo fervorosas gracias
por los triunfos que Dios les habia concedido. Al verlos levantar-
se con la serena tranquilidad del justo y con la no afectada ma-
jestad de. los grandes príncipes, juzgó sin duda la innumerable
muchedumbre que inundaba el templo toledano, ver en sus no-
bles semblantes todo un porvenir de gloria, colmándolos de ben-
diciones. Acompañados por la clerecía hasta las puertas de la
Catedral, subian Isabel y Fernando, en medio de universales
vítores, al regio Alcázar, donde tenian preparada sobria y par-
ca mesa, «porque ayunaban aquel dia.» Fué el siguiente de
gran júbilo para la nobleza y de no pequeño consuelo para los
1 Divina RetrÜbuQion^ cap. XV cit.
Il/P.y CAP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 189
pobres, huérfanos y viudas; pues que mientras ponían los caba-
lleros toledanos en Zocodover el campo de sus bizarrías y de su
destreza, cosechaban los desvalidos la piedad de sus Reyes, reci-
biendo de sus generosas manos crecidas limosnas y donaciones ^
Pero si grato fué & la ciudad de Toledo el espectáculo que
habia presenciado el 31 de enero, mayor debía ser dos días ade-
lante el público alborozo, como era también más nueva y pere-
grina la festividad en que iba & tomar parte. Viva en el pecho de
los Reyes Católicos la afrenta de Aljubarrota, tenían resuelto
ofrecer & Dios y depositar sobre la tumba de don Juan I los béli-
cos trofeos de Toro y de Zamora: inflamada su mente con el re-
caerdo de los celebrados triunfos de los Césares, deseaban dar
extraordinaria magniflcencia á tan desusada ceremonia.
Al sonar las nueve del dia 2 de febrero, precedidos de los
proceres y ricos-homes de su corte, rodeados de los hidalgos, ca-
balleros y oficiales de la ciudad, y saludados donde quiera por un
pueblo leal, que llenaba calles, plazas, avenidas y balcones, salie-
J"owk Isabel y Fernando del regio Alcázar, llevados del referido in-
tojQto. Vestían ambos magníficos trajes: ostentaba, en especial la
A-Giína, un suntuoso brial de brocado blanco, salpicado de casti-
líos y leones de oro, y pendía de su cuello un rico aderezo de
xmosas piedras balajes, brillando la del centro por su extre-
magnitud, á que añadía no poca estima la creencia de ha-
^^^T pertenecido al rey Salomón, según parecía revelar una
'^ prenda en ella grabada ^. Una corona de oro sembrada de pie-
^^ic-'íis preciosas, ceñía su frente, cayendo sobre sus hombros
^i^tosomanto de armiño, que recogían tras ella dos gallardos
I^^^es, en cuyo pecho lucían las armas de Castilla. «Asi vinieron
^ ^^flrma el escritor citado arriba) á la Santa Iglesia con grand
"* trionfo é sonido de trompetas. Trayan delante de si las bande-
1 Hernando del Pulgar, Crón, de los Reyes Católicos, II.* Parte, capí-
oLXV.
2 En la Divina Retribución leemos: «La rreyna, nuestra señora, traya
Vin collar de piedras preciosas de balaxes; señaladamente uno que dis aver
*^eydo del rrey Salomón en las letras que ay en él, non ay quien pueda
^ apreciar su valor t (loco citato).
190 HISTORIA CRITICA DS LA LITERATURA ESPAÑOLA.
))ras reales é las de los grandes del rregno, con que venciera et
»rrey la batalla [de Toro], llevadas en alto: en pos yba el arnés
«del alférez del Adversario, que ovo cativado en la dicha bata-
»lla, en un trozo de langa; é aprés las banderas de dicho Ad ver-
osario é de los suyos de Portogal, abatidas al suelo ^» En este
orden hicieron los Reyes su entrada triunfal en la Iglesia Prima-*
da, donde exornados de ricas y anchurosas cortinas de brocado
habíanse erigido á uno y otro extremo del altar dos cadalsos, en
que resplandecían los escudos reales. Ocupó don Fernando el de
la derecha, subió la reina al de la izquierda , y colocáüronse en
ambos lados magnates y caballeros alrededor de las gradas,
acomodándose jurados y regidores á los pies del presbiterio.
Dicha la misa mayor con desacostumbrado aparato, & que siguió
breve y oportuno sermón, dirigíanse los Reyes con la misma
solemnidad á la capilla, donde descansaban sus progenitores ,
deteniéndose ante el sepulcro de don Juan I, vencido en Alja-
barreta.
Hecha allí oración y cantado un responso por la eterna paz
de su. alma, ofrecíanle «el arnés de armas é las banderas del
ttsu Adversario de Portogal, que prendiera el rrey en la de To-
»ro, fagiéndolas colgar en somo de la sepoltura del dicho don
«Johan, donde boy están puestas. Assi (prosigue el narrador)
»fué vengada la desonrra é decaymiento, que el rrey don Joban
•resgibiera ea la pelea de Aljubarrota, por los venturosos rrey é
•rreyna, nuestros señores *•»
No tan magníflco como el obtenido en Ñapóles por Alfonso
el Magno ^ era pues el triunfo de los Reyes Católicos feliz y
t Debemos notar aquí que Antonio de Nebrija sólo dijo sobre este
panto: cCaptum est Lusitani vexiUum, cuius erat insigne vultur, sed Pe»
tri Veraoi ct Petri Yaccae ig:navia, quibus traditum cst, ut asseveratur, ab
hostibus postea est receptum» {Decad, Prim,, lib. Y, cap. Yll). Sin duda
el Bachiller Palma no hablaba del pendón real propiamente dicho, sino de
las banderas dadas por el rey de Portugal á las huestes, de que se compo-
nía su ejército. El Bachiller, que dá siempre titulo de Adversario á don Al-
fonso, escribe no obstante como testigo de vista.
2 Divina RetribuQion, cap. YIÍ.
3 Yéase su descripción en el cap. XIII del anterior volumen.
U/ P., CAP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 191
cierto augurio del próspero reinado que empezaba, ya con re-
lación & las esferas de la religión y de la política^ ya de las ar-
tes y de las letras. Castilla, restaurada la honra nacional, veia
congregada en el templo alrededor de sus nuevos soberanos
aquella nobleza, avezada antes á la anarquía; y llena de espe-
ranzas, mientras elevaba á Dios en todas partes himnos de ar-
diente gratitud, se adhería irrevocablemente & Isabel y Fernan-
do, para dar cima, en nombre de la religión y de la patria, á la
obra acometida en Covadonga: los vencedores de Toro y de Za-
mora, trayendo & la memoria ios celebrados triunfos de los hé-
roes romanos, sobre señalar claramente la meta á que dirigían
sos esfuerzos, haciendo ostentación de su elevado espíritu, da-
ban & conocer desde luego, en la formal disposición del triunfo
de Toledo, el influjo que estaba ejerciendo en los ánimos el es-
tudio ya deliberado de la antigüedad clásica; carácter principal
de las letras y aun de las artes españolas durante aquel glorio-
sísimo reinado.
Ia transformación política y literaria que iba á dar por resul-
tado la constitución de una sola monarquía, á que sirviera de
principal fundamento el imperio castellano, como iba á servir dQ
Qi:ii versal intérprete de los ingenios españoles la lengua del Rey
Sa.]Dio y de Juan de Mena, no era sin embargo obra tan fácil que
Jmbiese de llevarse á cabo sin costosos sacriflcios. Isabel y Fer-
D^-Ddo se veian forzados á luchar primero con adversarios do-
ni^ésticos fuertes, consentidos y tenaces, para pelear después
<^c>ntra los enemigos de su Dios, derrocando en la Península Ibérica
6l tíltimo baluarte del Islam, y levantar la gloria del nombre espa-
ñol sobre todos los pueblos de la tierra. — Unidas, con la muerte
tel rey don Juan [1478] ambas coronas en sus sienes, érales por
demás urgente, apagadas las centellas de la anarquía queamena-
tó los primeros dias de su reinado , abrir las zanjas á las gran-
des reformas que el estado de la civilización en general exigian
y reclamaban imperiosamente aquellas infelices circunstancias.
Había dotado á Isabel la Providencia de un corazón magnánimo y
generoso , que se inflamaba sin cesar á la idea de las grandes
empresas: poseía Fernando extremada energía; era constante en
la realización de sus proyectos, y habia heredado de sus padres
192 HISTORIA CRITICA DE LA LITERAl'URA ESPAÑOLA.
cierta sagacidad, que rayaba de continuo en astucia.
Amaestrados en la escuela de la experiencia, merced & los dis-
turbios enriqueños, fuéles hacedero comprender las más apre-
miantes necesidades de la república. Yacía la administración civil
en caos espantoso; carecia la hacienda de todo sistema ; claudi-
caba de continuo la justicia; faltaba al Consejo real la indepen-
dencia, despojado de todo influjo en los negocios públicos; y des-
autorizada, si no envilecida, la corona, imperaba sólo aquella in-
quieta nobleza, que habia batido palmas en el cadalso de don
Alvaro de Luna, justiciando ante los muros de Avila la estatua
de Enrique lY. Organizar la casi desquiciada monarqufa^ some-
tiendo á la autoridad suprema del trono todos los poderes que
hablan existido antes en completo divorcio; libertar & la nación
de toda suerte de tutelas y tirantas, impulsándola sin tregua en las
vias de la ihistracion y de la cultura; constituir un gran pueblo,
fundando sobre anchas y seguras bases la unidad nacional , as-
piración constante de cuantos grandes príncipes habia logrado
España..., tal fué el anhelo y bello ideal de los Reyes Católicos,
á quienes iba á conceder el cielo la gloria de verlo realizado.
A la creación de los Consejos supremos de Castilla y de Ara-
gón, de Hacienda y de Estado, que sujetaban á pauta segura la
administración civil y política, libertando las rentas públicas de la
polilla de los almojarifes, recogedores y cobradores judíos, cuya
codicia habia dado origen á sangrientos disturbios y persecucio-
nes *; á la institución de los tribunales de Justicia, entre los cua-
les tomaba plaza el Supremo del Santo Oficio, que ponia en ma-
nos de los reyes la jurisdicción y conocimiento de las causas de
fé, antes exclusivamente sometidas al vario arbitrio de los obis-
pos \ á la erección de la Santa Hermandad, terrible ariete ases-
1 Pueden consaltar nuestros lectores el Ensayo I de nuestros Estudios
históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España, donde ex-
ponemos el doloroso y sangriento cuadro de las persecuciones que padecie-
ron estos en la Península Ibérica, durante la edad media.
2 Estudios históricos t políticos y literarios sobre los judíos de Espa^
ña, Ensayo I, cap. IX. Tratada allí bajo todos conceptos la tan debatida
cuestión del establecimiento del Santo Oficio, remitimos al expresado libro
á nuestros lectores.
Il/ P.y CAP. XYIir. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. i93
tado contra el anárquico poderlo de los magnates y tiranuelos
que infestaban á Castilla, é inexpugnable baluarte de la seguri-
dad antes no gozada de los ciudadanos <, — siguió muy luego la
noble empresa de Granada, pensamiento altamente popular y
patriótico.
Aquella conquista, que hacia más grande y apetecible la fe-
racidad y riqueza del reino de los Beni-Nasares , atrayendo
todas las fuerzas de Aragón y de Castilla y fijando irrevoca-
blemente todos los deseos y esperanzas, iba á desenvolver con
extraordinaria energía los nobles gérmenes del carácter nacio-
nal, favoreciendo por extremo los altos fines políticos, á que as-
piraban los Reyes Católicos. Mas no era obra de un sólo dia; y
exigiendo así en los príncipes como en los magnates, en los pre-
lados como en las villas y ciudades, verdadera perseverancia y
acendrado esfuerzo, debía someter á la potestad real todos aque-
llos elementos, un tiempo desacordados y contrapuestos, robus-
teciéndola á tal puDto, que no fueron ya de temer los desacatos
de Olmedo, ni las humillaciones de Avila.
Organizada pues la monarquía, sometida la nobleza á la auto-
ridad del trono, restablecida en todas partes la paz y devueltas
con ella la prosperidad y la abundancia á los pueblos ^, no era
1 Clemencin, Elogio de la Reina doña ísabelt Ilustración IV, pági-
nm 134 del tomo VI de las Memorias de la Real Academia de la His-
toria.
2 Es notable sobre este punto cuanto observa el diligente Lucio Mari-
neo Sículo, testigo ocular de los hechos. Trazado el vergonzoso cuadro
qae ofrecen los últimos días de Enrique IV (De rebus memorabilibus ^t5-
paniae), exclama al volver la vista al reinado de Isabel: cCesaron én todas
vpartes los hurtos, sacrilegios, corrompimientos de vírgenes, opresiones,
tacometimientos, presiones, injurias, blasfemias, bandos, robos públicos y
»muehas muertes de hombres y todos otros géneros de maleficios, que sin
»ríenda ni temor de justicia habian discurrido por España mucho tiempo...
sTmnta era la autoridad de los Católicos Príncipes, tanto el temor de la
Djosticia, que no solamente ninguno hacía fuerza á otro, mas aun no le
«osaba ofender con palabras deshonestas, porque la igualdad de la justicia,
sqae los bienaventurados Príncipes hacia n, era tal que los superiores obe-
ndeciaii á los mayores en todas las cosas lícitas é honestas á que están
«obligados; y asimismo era causa que todos los hombres de qualquier con-
ToMO vil. Í5
194 HISTORIA GRtTICA DE LA LITERATURA ESPAf90LA.
dudable que Isabel y Fernando, recordando el alto ejemplo del
Rey Sabio, cuyo inmortal código les servia de norte, fijasen sus
miradas en la educación intelectual de sus proceres, empezando
esta meritoria reforma por su propia casa, como lo había verifi-
cado Alfonso X ^. Ni faltaban tampoco & la Reina Isabel inme-
diatos estímulos, trayendo á. la memoria lo que respecto de este
punto había sido la corte de su padre, así como no carecía Fer-
nando de muy dignos modelos en el egregio conquistador de
Ñapóles y en sus ilustres predecesores. La conveniencia políti-
tica, la tradición del trono aragonés y del trono castellano, el es-
tado general de la ilustración..., todo solicitaba de los Reyes Ca-
tólicos que pusieran mano, con aquella noble decisión que los ca-
racteriza, en obra de tal importancia y transcendencia , favore-
cida por su especial educación y personales inclinaciones.
Ambos príncipes habian sido iniciados desde la primera juven-
tud en el cultivo de las letras, siendo entrambos inclinados al es-
tudio de la antigüedad clásica: discípulo don Fernando del cele-
brado Maestro Francisco Vidal de Noya, docto en el conocimien-
to de la lengua latina y competidor afortunado de los ingenios
que como Valencia, Colomer, Llobet y Pau, habian iniciado en
las regiones orientales de la Península el conocimiento de las
formas clásicas, mostrábase inclinado á favorecer á cuantos se
consagraban á tan eruditas vigilias ^: dada Isabel por naturaleza
idicíon que fuesen, ahora nobles é caballeros, ahora plebeyos é labrado-
ires, ricos ó pobres, flacos ó fuertes, señores ó siervos, en lo que á la jus-
ffticía tocaba, todos fuesen iguales». (Id., id., Trad, Cast,^ lib. XIX). Pue-
de verse también entro otros documentos, la Letra XI de Fernán Pérez
de Pulgar A la Reyna.
t Véanse en el tomo III los capítulos relativos á este insigne príncipe y
más principalmente el XIII de la misma II.* Parte,M. IV.
2 Tengase presente cuanto expusimos en el cap. XIII del anterior vo-
lumen. Escritores coetáneos de respetable autoridad suponen la educación
del Rey don Fernando por extremo descuidada y muy distante de la esfera
de las letras. Los que esto escriben, desconocieron la corte de don Juan II
de Aragón, su padre, y no tuvieron noticia de sus maestros. Notable es
que al traducir la Historia del reinado de los Reyes Católicos, donde el
docto Prescott sigue este vulgar error, no ocurriera al distinguido acadé-
mico que la puso en castellano, el rectificarlo. Don Fernando no solamente
»•* P., CAP. XYIll. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 195
ÉL las artes de la paz, criada en el retiro^ donde libre de los sin-
sabores y escándalos de la corte, había podido fortalecer su espi-
rita con la reflexiva lectura de los libros clásicos, traidos al ha-
bla castellana en tiempo de don Juan II, su padre, ambicionaba
conocerlos en su propia lengua*. — ^La protección indirecta de
Fernando y la ínás directa é inmediata de Isabel , conspirando &
un solo Qq, fructificaban en breve: anhelando la Reina ofrecerse,
cual modelo, empezaba por traer á su lado á doña Beatriz Ga-
lindo, dama de ilustre alcurnia, á quien era familiar el idioma del
Lacio ^: venciendo las dificultades que á la sazón ofrecia la en-
señanza del latin, lograba, en medio de los graves asuntos de la
república, señorear su gramática, como lo habia hecho con otros
lenguajes ', y en breve tiempo podia gozar por sí en los origi-
nales las obras del siglo de Augusto.
siguió en su amor á las letras las huellas de su padre y de su lio don Al-
fonso V, sino que procuró, según veremos luego, que aun sus hijos bas-
tardos los imitasen.
1 Los testimonios que acreditan estas verdades son abundantes: para
nuestro intento bastará recordar las ya tantas veces citada Biblioteca de
la Reina Católica , cuyo catálogo insertó Clemencin en su Elogio (Memo-
rias de la Real Academia de la Historia, t. VI, págs. 435 y siguientes).
En el primer Inventario de la misma hallamos las obras de Xenofonte (nú-
mero 116); Plutarco (117); Cicerón (De Oficiis, 118); Livio (Historia ro-
mana, 120); Virgilio (Eneida, 122); Séneca (Epístolas, oficios y trage-
dios, 123, 124, 125 y 126); Vegecio (De Re militariy 128 y 129): en el
segundo encontramos las de Terencio (núm. 1); Quinto Curcio (núm. 2);
Plinio (núm. 3); Aristóteles (núm. 15), etc. La mayor parte de estas obras
están en sus nativas lenguas.
2 Gonzalo Fernandez de Oviedo, testigo ocular de cuanto á la corte de
los Reyes Católicos se reñere, decia en sus Oficios de la Casa Real: «(^só
la reyna á Beatriz Galindo (que vino doncella á enseñar gramática á la
Reina (^tólica y le enseñó las letras latinas, y le fué tan acepta como ten-
go dicho) con el secretario Francisco Ramírez de Madrid», etc. (Biblioteca
Nacional, cód. T. 88). £1 mismo testimonio ofrecen casi todos los escritores
coetáneos, mereciendo doña Beatriz por excelencia el título de La Latina,
con que todavía se distingue en Madrid el Hospital que su piedad fundó en
el último tercio de su vida (Historia déla Villa y Corte de Madrid, I.^Par-
ic, t. II).
3 Aunque muy conocido ya de los doctos, no es para olvidado el tes-
196 HISTORIA CRtTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Dueña de estos tesoros, quiso también hacer participes de
ellos á sus hijos; y para ahorrarles la fatiga, al lado de los más
autorizados maestros españoles hacía venir los m^ celebrados
de Italia, donde llegaban á su colmo las artes del Renacimiento.
Los dos hermanos, Alejandro y Antonio Geraldino, señalados en
la erudición clásica, recibían el honroso encargo de adoctrinar á
la primogénita doña Isabel y á las demás infantas de Castilla ':
don fray Diego Deza, catedrático de Salamanca, era designado
para dirigir la educación del príncipe don Juan, meritoria em-
presa en que le ayudaban otros muy doctos varones. Así aleccio-
nadas, alcanzaban las hijas de los Reyes Católicos, cultura muy
superior á lo que pedia su sexo, llegando á excitar la admira-
ción de los doctos ^, mientras el principe don Juan, cuya memo-
•
timonio de Hernán Pérez del Pulg^ar respecto de este punto. Dírig^iéndose á
la Reina Católica en 1482, no empezada aun la gruerra de Granada, después
de darle cuenta de sus trabajos históricos, le decia: «Mucho deseo saber
»cóaio vá á Vuestra Alteza con el latin que aprendeys: dígolo, señora, por-
»que hay algún latin tan zahareño que no se dexa tomar de los que tie-
»nen muchos negocios; aunque yo confio tanto en el ingenio de V. A. que,
»si lo tomáis entre manos, por sobervio que sea lo amansareis, como habéis
»fecho otros lenguajes» (Letra XI, al final).
1 Debemos estas noticias al docto Pedro Mártir de Angleria, á quien
debió también la cultura de España en la edad que historiamos, señalados
servicios, según notaremos en breve. Su Opus Epistolarunit colección pre-
ciosa de las cartas que dirige á prelados, magnates y literatos, así españo-
les como extranjeros, nos advierte de que no sólo tuvieron los Geraldinos
á su cargo la educación de las' Infantas, sino que alcanzó la muerte á An«
Ionio, cuando no habla terminado la enseñanza de la primogénita doña Isa*
bel, en 1488 (Epístola LXXVI).
2 Aun pasado ya el primer efecto que hubo de producir entre los eru-
ditos la erudición de las hijas de los Reyes Católicos, vemos á los hombres
más doctos del siglo XVI recordar con placer sus ilustres nombres. £1 sa-
pientísimo Luis Vives decia al propósito en su libro Be christiana foemi^
tha: «Actas nostra quator illas Isabellae reginae filias, quas paulo ante me-
>moravi, eruditas vidit. Non sine laudibuset admiralione refertur mihi pas-
»8im in hac térra (Flandria) loannam, Philipi conjugem, Caroli huius ma-
>trem, ex tempore latinis orationibus quae de mure apud novos príncipes
»oppidatum habentur, latine respondisse. ídem de regina sua, loannae so-
>rore britanni praedicant: ídem omnes de duabus alus, quae in Lusitaoia
yfato concessere».
II*^ ^•y €AP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 197
ria recuerdan con lágrimas los historiadores españoles, «salía
tan baen latino» que no se recataba de mantener corresponden-
cia epistolar en dicha lengua con sus más afamados cultiva-
dores *.
Trascendiendo de la real familia á la nobleza y á todas las
clases ilustradas del Estado, generalizábanse con la prosperidad
de los Reyes Católicos los efectos de aquel saludable impulso,
pudiendo asegurarse que jamás habia fructificado ejemplo algu-
no coa mayores creces. «O ingenio del cielo, armado en la tier-
»ral.;^ (exclama al fijar sus miradas en Isabel un escritor coetá-
»neo, ^Q testimonio todavía desconocido). ¡O esfuerzo real as-
•sentado en flaqueza! ¡O corazón de varón, vestido de hembra,
•exetnplo de todas las reinas, de todas las mujeres dechado y
•^® lodos los hombres materia de letrasl... La muy clara
"^''ípha Carmenta letras latinas nos dio: perdidas en nuestra
■Castilla, esta Diana serena las anda buscando: si al su res-
•plaocJor miramos todos, por ella non puede ser que non las fá-
•''^iHos, si las manda su Grandeza pregonar: — Quien sepa de
**^s letras latinas que perdió Castilla, véngalo á desir á su
•^Ueño, é avrá buen hallazgo. Por cobdigia del premio más pres-
•^Q Se fallarán que se perdieron: honor para las artes, é á todos
'^^ciende al estudio la gloria. Non vedes quántos comiengan
'aprehender, admirando su realeza?... Lo que los reyes fasen
•*>Ueno ó malo, todos ensayamos de lo facer: si es bueno, por
*^Plager á nos mesmos: si es malo, por aplager á ellos. Jugaba
**^' í^ey, éramos todos tahúres: estudia la Reyna, somos agora
*^^tii(jiantes. É si vos me confesays lo Qierto, su estudio es causa
* ^I vuestro; ó sea por agradarla, ó sea porque os agrada, ó
Justifícalo repetidamente el ya citado Gonzalo Fernandez de Oviedo
p ^^ libro de la Cámara del principe don Juan, y confírmalo en su
**^iiocton de la Bucólica de Virgilio^ que adelante mencionaremos, el
^ *^rado Juan del Enzina: Marineo Sículo recogrió entre sus Epistokis al-
7^^9del mismo príncipe, las cuales hacen más sensible su pérdida, tanto
Ij. ^ ^olorosa cuanto más temprana. Véase sobre el particular á Clemencin,
^r^io de la Reina Isabel, pág. 398 del t. VI de las Memorias de la Acá-
^^ia de la Historia.
198 HISTOUIA CRÍTICA DB LA LI1£UATURA ESPAflOLA.
»por envidia de los que han comengado á seguirla. Ello sea; é
»sea por lo que se sea: buena es la emulagion que suele aguí-
»jar á los ingenios, que non les pase otro delante, como quando
«cauallos corren á. la pareja» ^ La emulación cundia en efecto &
todas partes, cabiendo á la Reina Católica la gjoria de regulari-
zar sus efectos, asi como era suya la bonra'de la iniciativa.
Triunfante ya del imperio granadino, llamaba á su corte, para
dar cabo á la acometida empresa, á los muy celebrados huma-
nistas Pedro Mártyr de Angleria y Lucio Marineo Slculo, traídos
años antes al suelo español por don íñigo López de Meiidoza,
conde de Tendilla y el almirante de Castilla, don Fadrique Enri-
quez *. Primero en Valladolid y después en Zaragoza establecía
Pedro Mártyr escuela de letras humanas, logrando que la juven-
tud dorada de Castilla y de Aragón, siguiendo el noble ejemplo
1 Epistola exortatoria á las letras de Juan de Lucena, Consérvase en
la Biblioteca Colombina en on tomo MS., que lleva el título de Tractatus
Diversorum. Dirigióla á Fernand Alvarez 2apata, notario rég^io secreto; y
para dar idea de la aftcion y aun del excesivo entusiasmo producido por el
ejemplo de doña Isabel, respecto del estudio de la Icng^ua latina, recuerda
el cuervo que saludó á César en dicho idioma, y añade: «Yo por cierto
«crié un cuervo, que entre muchas latinas oraciones, que fablaua, sintién-
>dome entrar por casa, en altas voces decia: «Magister meus vcnit; cccc
>iam yenit». Non lo dixcra nadie más elegante... £1 que latín non sabe,
«asno se debe llamar de dos pies». De la referida epístola existe asimismo
copia en la Bibliot. Nac, cód. D. 61, fól. 171.
2 Pedro Mártir vino á España en 14S7, acompañando en efecto á don
Iñigo López de Mendoza^ que tornaba de su embajada en Roma. Amante
de las letras, cual su padre, el celebrado marques de Santillana, invitó ai
renombrado milanés a que se presentase en la corle de los Reyes Católi-
cos, seguro de que hallaría en ella digna acogida. Pedro Mártir militó en
el ejército cristiano, durante la guerra de Granada, y en 1492, rendido aquel
reino, se consagraba á la enseñanza de las letras clásicas en la forma que
en el texto indicamos. — Desde 1484 había pasado de Sicilia á la Penín.
sula Ibérica Lucio Marineo, cediendo á las ilustradas instancias de don Fa-
drique Enriquez; y admitido entre los profesores de Salamanca, conforme
en el texto consignamos, era en 1496 llamado á la corle, donde obtuvo pla-
za de número en la capilla Real, acompañando á don Fernando en su viajo
á Ñapóles en 1507. Alcanzó parte del reinado de Carlos V, y pasó de esta
vida por los años de 1530. Podro Mártir murió el de 1526, en Granada.
n/ l^«, CAP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. f 09
de sus padres, acudiera llena de entusiasmo á inicipjse en el
cooooíctiiento de los clásicos griegos y latinos. Lucio Marineo,
acogido en la universidad salmantina, donde explica largos años
retórica y poética, compartia con Pedro Mártyr la honra y el
trabajo de difundir entre los proceres españoles el gusto de la
erodicion clásica; y si bien ambos extranjeros se muestran por
demis pagados, y aun jactanciosos, del fruto producido por su
ense&anza, no es posible negarles la participación é influencia
que tuvieron en la nueva transformación de los estudios ^. Dis-
cípulos de ambos eran don Alfonso de Aragón, hijo bastardo del
'■^y don Fernando *, don Juan de Portugal, duque de Braganza
y de Guimaraens, el joven duque de Villahermosa, sobrino del
''^y, y con ellos los primogénitos de los condes de Cifuentes y
Ureüa y de los marqueses de Mondójar y los Yelez, don Alvaro
^© Silva, don Pedro Girón, don íñigo de Mendoza y don Pe-
^^o Fajardo 5. Fuéronlo también, ambicionando el galardón de
1^ enseñanza publica, hecho altamente significativo y de no
^^uívoca trascendencia, don Gutierre de Toledo, hijo del duque
^® Alba, don Pedro Fernandez de Velasco, nieto del buen con-
^^ de Haro, y don Alfonso Manrique, que lo era del famoso
^^ude de Paredes, don Rodrigo. Salamanca y Alcalá prestaron
1 Principalmente Pedro Mártir, llega á olvidar la participación, que en
^^^e movimiento de los estudios lograron los doctos españoles que en bre-
^^ nn endonaremos. £n la carta DCLXIl de sus Opus epütolarum escribía
^^ efecto estas notables palabras: tSuxcrunt mea littcraria ubera Caste-
/*® principes fere orones». El hecho es cierto; pero no fué Pedro Mártir el
^>)ico ni el primer maestro de la juventud dorada de Castilla, jurante el
•"cia^^jo <je los Reyes Católicos.
^ Dando á conocer el erudito Latasa á este ilustrado procer y arzobis-
^^» <lecia, reconocida su magnificencia: «Tuvo nobilísima casa de varones
"^^c^s de diversas facultades; grande número de caballeros y de otros cria-
^^ » capilla de extremados músicos y copiosa cetrería y montería» (t. II,
^ ^^na 374). Don Alfonso fué uno de los primeros discípulos que tuvo en
*"^'goza*Pedro Mártir.
^ Cita el mismo Pedro Mártir en una de sus más conocidas epístolas
^^^ CXV) la mayor parte de estos magnates^ y reproduce la cita oportuna-
^^*^te el entendido Clemcncin (Elogio de la Reina Isabel, pág. 399), de
^^^Qn la han tomado después cuantos historiadores tocan este punto.
200 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPAflOLA.
las cátedras de sus aramadas escuelas á tan esclarecidos Hiag-
nales; y si al mediar de aquella centuria, se contentaban sas pa-
dres con poseer las ma/^naí,. careciendo de las formas, dueños
ya de las bellezas de estilo y de lenguaje, que atesoraban las
obras de la antigüedad griega y latina, ufanábanse de ostentar
aquella conquista, haciéndola común á la juventud estudiosa ^
Mas como si no fuera ya bastante á despertar la atención de
la crítica aquel movimiento literario, cuyos caracteres aparecían
tan de relieve, tomaban también parte en él, demás de los pro-
ceres indicados, muy distinguidas damas, que aspirando á se-
guir las huellas de doña Isabel y de su virtuosa maestra, apelli-
dada por antonomasia la Latina, parecian emular las glorias que
alcanzaban á la sazón en el suelo de Italia, cultivando la elo-
cuencia y la poesía otras esclarecidas matronas ^. Reputación de
muy docta en la literatura latina lograba doña Lucía de Medra-
no, á quien la sabia escuela salmantina abría sus puertas para
explicar los clásicos del siglo de Augusto h no se desdeñaba Lu-
cio Marineo de seguir correspondencia literaria en la lengua de
1 Véase cuanto notamos respecto de esta materia oportunamente (to-
mo VI, cap. Vil).
2 Para que puedan los lectores apreciar, como es justo, la singular cor-
respondencia, que generalmente hablando, existía en los pueblos meridiona-
les respecto de los estudios clásicos, y muy principalmente entre Italia y
España, será bien recordar que mientras bajo la protección de Isabel, bri-
llaban en el palenque literario las ilustres damas, de que hacemos aquí men-
ción, florecían en el suelo inmortalizado por Dante y Petrarca otras no me-
nos aplaudidas, que imprimen determinado sello á la obra del ñenacimien'
to. Dignas son en efecto de mencionarse entre todas Vittoria Colonna, Ve-
rónica Cámbara, y Gaspara Stampa,las cuales no solamente se distingtiie—
ron como inspiradas poetisas, sino que merced á la posición social que al-
canzaban, congregaron con frecuencia en sus respectivos palacios á los
más doctos varones de la primera mitad del siglo XVI, constituyendo otras
tantas academias, en que lograban culto la erudición clásica y las musas
del Renacimiento. Vittoria Colonna, que tuvo la gloria de unir su nom-
bre y su sangre al celebrado marques de Pescara, vencedor de Pavía,
alcanza además lugar muy señalado, por sus virtudes y su patriotismo, en
la historia de Italia.
3 Clemencin, Elogio de la Reina Isabel, pág. 411.
n/ P., CKP. XVJII. TEND. 6. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 201
Mároo Tolío con doña Juana de Contreras, insigne segoviana^ &
quien yeian sus compatricios como un oráculo de elocuencia ^:
eran las hijas del egregio conde de Tendilla, doña María de Pa-
checo y la condesa de Monteagudo, dechado de erudición clásica,
'■^^^ando asi los nobles deseos de su ilustre abuelo el preclaro
''^''QUés de Santillana: recogia el mismo lauro en el cultivo de
^®8rc8 y latinos doña Isabel de Vergara, noble doncella de To-
ledo, cuyos doctos hermanos estaban llamados á ilustrar la pri-
mera, mitad del siglo XVI; y resplandecía por ultimo entre los
maestros de la Universidad complutense, doña Francisca de Ne-
^n/^ » á quien más de una vez conQó su sapientísimo padre la cá-
tedra. de retórica, que en la expresada escuela obtenía *.
B^^mos pronunciado el nombre de Nebrija, y no es posible pa-
sar ^.delante en el estudio de la edad literaria que historiamos,
siaOjar en él nuestras miradas. Á doña Beatriz Galindo, á los dos
Gersi^ldinos, á Pedro Mártyr y á Lucio Marineo, habia cabido la
gloria de iniciar en los estudios clásicos á la Reina Isabel y á
sus Yxijos, con la florecida juventud de Aragón y de Castilla.
Antonio de Nebrija venia á recabar para sí la más elevada de
fijar el carácter de todas aquellas enseñanzas, transmitiendo á la
posteridad, como feraz semilla, la doctrina en que estribaban.
Nacido en Lebrija, villa del antiguo reino sevillano, por los años
"® 1444 *, iniciábase en Salamanca en el conocimiento de las
^tes liberales *, llevándole á Italia apenas entrado en los diez y
^oeve años, el anhelo de perfeccionar sus estudios. Dióle alber-
gue en Bolonia el celebrado Colegio español, fundado un siglo
. ^tieden consultarse las Epístolas de este ilustre siciliano y entre ellas
^}*^ la misma doña Juana le dirige,
^lemencin, loco citato, pág. id.
. ^ueron sus padres Juan Martínez de Cala é Hinojosa y Catalina de
^ ^7 Loxo, y como se vé, tomó el apellido de su patria, latinizándolo.
^^^^ táñeos le llamaron también Lebrija f según se lee en sus obras cas-
* ^'^^^ (Nicolás Antonio, Bibliotheca Nova, t. I, pág. 132).
. estudió la gramática latina y aun la lógica en su misma patria (in
*^ ^ *P<a); y tuvo en Salamanca por maestros, en ética á Pedro de Os-
., .* ^'^ física á Pascual de Aranda^ y en matemáticas al célebre Apolonio
202 HISTORIA GRtTlCA DE U LITERATURA ESPAfSOLA..
antes por el ilustre don Gil de Albornoz, gloria de nuestro epis-
copado; y visitando después otras capitales y escuelas, donde
tenia culto la literatura clásica, restituyóse á España en 1473»
enriquecida su mente con aquellos tesoros y depurado su gasto
por la apreciación de las bellezas que encerraba. Llamábale en
breve cual maestro, para cohflarlo las cátedras de gramática y
de retórica, honra no alcanzada basta entonces por otro algu-
no ', la misma Universidad que le habla contado entre sus esco-
lares: compartía allí con Lucio Marineo Siculo la meritoria ta-
rea de hacer familiares entre la juventud los más celebrados es-
crilores de la Era de Augusto; y mientras conservaba cariñosa
y docta correspondencia con sus amigos y maestros de Italia,
entre quienes distinguía á Jorge Mérula, Galeote Marcio, Fílel-
fo, el mozo, Pico de la Mirándula y Angelo Policiano, disponíase
á emprender formalmente la reforma de las letras, ya bajo los
auspicios del arzobispo don Alfonso de Fonseca, ya bajo la pro-
tección del maestre de Alcántara, don Juan de Estúñiga, ya en
fin, invocando el patrocinio de la Reina Isabel, que no podia en
verdad serle más propicio.
Honrado por esta ínclita princesa con singulares distinciones,
y convencido profundamente de que serian estériles cuantos es-
fuerzos se hicieran para asegurar el triunfo de las artes del Re-
nacimiento, sin fijar los principios literarios, que desterrasen los
doctrinales de la Edad media, acometió pues Antonio de Nebrija
obra tan ardua como loable, abarcando al mismo tiempo cuanto
se referia á la lengua de Virgilio y al romance del Rey Sabio.
Andaba este hasta la edad en que Nebrija escribe, «suelto y fuera
de regla,» por lo cual habia «recibido en pocos siglos muchas
mudanzas»; y para que lo que en adelante en él se escribiese,
pudiera quedar en un tenor y «extenderse en toda la duración
»de los tiempos que estaban por venir, acordó reducir en artifi-
»cio el lenguaje castellano.» Movíale también el convencimiento
1 Don Nicolás Antonio dice al propósito: cHonorifice [salmantino gim-
nasio Antonius] exccptus fiiit; statimquc duabus catbrcdas ac duplici sala-
rio ornatus, gramroaticae altera, poeticac altera, quod neminc ante eum con-
tigerat» (loco citato^ pág. 133).
H/ P.y CAP. XYIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 205
(prosigue el mismo Nebrija) de que «los que* hubieran de estudiar
»el latín, deberían hacerlo después de sentir bien el arte del
•[lenguaje] castellano, lo cual no sería muy diñcil, porque era so-
mbre la lengua que ellos sentían», y «no habría cosa tan oscura
■que no se les hiciese ligera *». Con este fecundo pensamiento,
olvidado dolorosamente en nuestros días, y por mandato expreso
de la Reina Isabel, osaba Antonio de Nebrija «sacar la novedad
•de Sus obras didácticas de la sombra é tinieblas escolásticas á
»lalU2 de la corté», donde brillaban los ya citados humanistas de
Italia; V dando á luz tras las instituciones latinas el Aríe de la
9^^niAticay en que aparecía «contrapuesto linea por línea el ro-
ííiacice al latín *», el Arte de la lengua castellana ^ obra de la
* Arte de la Lengua castellana, prólog:o. — Dióse á luz en Salamanca
^ ^4:^2, y apareció intitulado de esta forma: tÁ la muy alta é assi escla-
^^'^a. princesa doña Isabel, tercera de este nombre, Reina i señora natural
® España é las islas de nuestro mar. Comien9a la gramática, que iiueva-
^nto hizo el maestro Antonio de Lebrija sobre la lengua castellana é po-
' Pí'imero el prólogo. Léelo en buen ora».
^ El Arte de gramática se imprimió sin año ni lugar antes que el de
^"^ngua castellana, en cuyo prólogo lo menciona ya Antonio de Nebrija
"^^ publicado (f. a. lili). Estaba pues dado á luz antes de 1492, fecha
^ 1« han asignado algunos bibliógrafos, y que contradijo con fundamen-
^V P. Méndez. Las Introducciones latinas, esto es, el Arte de gramáti"
. *^*<tna, escrito en latin, acompañado de un breve vocabulario para uso
~ *^>s escolares, precedió en mucho á los dos Arles citados, pues que se-
. *^^ demostró el referido bibliógrafo en su Typografia Española (siglo XV,
%»► ^'- 233), se comenzó á imprimir en 14S0 y se terminó en el siguiente año.
^ ^^ vie el Arte de Gramática vio la luz después de las Instituciones, lo
j j ^^^ ha el prólogo de la primera obra, donde Nebrija dccia á la Reina Cató-
^ '^ ^ «Vengo agora, muy esclareciria reyna é señora, á lo que Vuestra Al-
^^ ^51 por sus letras me mandó, para algún remedio de tanta falta que aquc-
^ ^^ ^ Introducciones de la lengua latina, que yo avia publicado y se leyan
^ ^^ por todos vuestros regnos, las volviese en lengua castellana, contra-
^ ,^^ ^sto el latin al romance. Quiero agora confesar mi error: que luego en
^ comienzo no me pareció materia, en que yo pudiese ganar mucha hon-
^ por ser nuestra lengua tan pobre de palabras que por ventura no po-
^ ^ la representar todo lo que contiene el artificio de latin. Mas después
ci
^^^ comen9é a poner en hilo el mandamiento de Vuestra Alteza, conten-
^ne tanto aquel discurso que ya me pesaba aver publicado por dos ve-
s una mesma obra en diverso estilo, é no aver acertado desdel comien*
204 HiSTOBU crítica de la literatura BSPAÍIOLA*
mayor ímportaocia por encerrar estimables nociones sobre la
elocaencia y la poesía S y el Vocabulario latino^hispano, destina-
do á facilitar el manejo de los clásicos ^, abria amplia senda k
nlteriores trabajos, qne teniendo siempre por principal objeto la
enseñanza y la propagación del buen gusto, llegaban á darle la
supremacía entre los maestros y preceptistas.
Apenas hubo en efecto punto importante en materia de letras
latinas, que no fuese tratado magístralmente por Nebrija ^. Ex-
tendiendo este sus investigaciones á la literatura helénica y aun
á la hebraica, mostrábase también como respetable instituidor,
abriendo respecto de la primera el camino qiie frecuentaban con
fortuna los Correas y Brocences, y restaurando respecto de la
segunda la ya olvidada doctrina de los Quinjis y Maimonides ^.
>zo en esta forma de enseñanza, mayormente para los ombres de nuestra
nlengua». Nebrija, que se pagaba de ser restaurador de las letras, atribuía
en este pasaje la gloria que el Arte de gramática pudiera conquistarle, i
los preceptos de la Reina doña Isabel: las dos ediciones de las Institución
nes, á que se reñere, son la de 14S1 y la de 14S2, examinadas ambas por
el erudito P. Méndez.
t Pueden consultar nuestros lectores principalmente los capítulos V, Vt,
VIIÍ, IX y X del lib. II, los cuales tratan: tDe los pies que miden los ver^
sos\ — de los consonantes é quál é qué cosa es consonante enla copia;— cíe
la sinalepha é apretamiento de las vocales) — de los géneros de los versos
que están en el uso de la lengua castellana, é primero de los versos jám-
bicos;— de los versos adónicost y finalmente de las coplas del castellano é
cómo se componen de los versos».
2 El Vocabularip fué dedicado por Nebrija á don Juan de Estúñiga,
maestre de la cabalfería de Alcántara. Se imprimió en Salamanca en 1492,
según consta al final de la primera parte, comprensiva del diccionario lati-
no'hispano, mientras encierra la segunda el hispano-latino. La Reina Ca-
tólica poseyó en su Biblioteca varios ejemplares de esta obra, así como de
las dos Artes de gramática (Inventario If, núms. 5, 6, 8 y 9).
3 Don Nicolás Antonio insertó en la Bibliotheca Nova (t. I, pág. 136 y
siguientes) nota de las obras gramaticales debidas á Nebrija, por la cual es
fácil confirmar nuestro aserto. Remitimos á ella á los lectores que descaren
mayores pruebas, si bien no olvidaremos que la nota indicada abraza tam-
bién las producciones del maestro de la Reina Isabel, ya como filósofo y
anticuario, ya como jurista é historiador, ya como crítico y filósofo.
4 Nebrija probó su pericia como helenista y hebraista en sus libros De
11.^ P., CAP. XYIII. TEND. G. DE LASL. D. EL R. DE LOS R. G. 205
Ni 9Q limitaba tampoco el sabio maestro de Salamanca y de Al-
calá ¿L las esferas gramaticales, dado que en ellas radicaban los
estudios literarios, principalmente en cuanto se referían á la re-
tórica y la poética: tratados por su erudición multiplicados asun-
tos relativos á; las antigüedades greco-latinas, y tocadas al par
no pocas materias científicas, que le ganaban la estimación de
los que se consagraban á su especial cultivo, aspiraba Nebrija á.
Qiiir id ejemplo á la teoría, como escritor, poniendo en la lengua
del Lacio las historias de su tiempo *.
£l éxito de todos sus trabajos no podia ser más satisfacto-
^'o y colmado, autorizándole á reclamar para sí y aun á adju-
dicarse (con tal franqueza, que sería hoy reputada por intole-
rable arrogancia) la palma de restaurador de las letras, y
™^y en particular de las latinas. «Fué aquella mi doctrina
■(decia) tan noble, que aun por testimonio de los envidio-
»sos y confesión de mis enemigos, todo aquesto se me otor-
**&a: que yo fuy el primero que abrí tienda de la lengua la-
*>ticia. y osé poner pendón, para nuevos preceptos, como di-
»ce a.quel hpraciano Casio. Y que ya casi de todo punto des-
•**<e»-^ eí declinatione graeca y De litteris hebraicis, y en sus InstitutiO''
'^^^ STP^aecae linguae (Bibliotheca Nova, loco citato).
. ^ Como dejó ya consignado Lucio Marineo Sículo (De rehus memora"
*^^^^j, lib. XX) y repitieron Alfonso García Matamoros (Apolo ffeticum),
^, ^»*fS8 Escolo y otros no menos notables escritores, se limitó Antonio de
^K'ija á poner en lengua latina la obra de Hernando del Pulgar, que en
^^^'^ examinaremos, bien que sometiéndola á formas más clásicas. Apare-
^ ^^«ta obra en Granada en 1545, dada á luz por Xanto de Nebrija, hijo
Yitonio, con este título: Decades duae rerum d Ferdinando et Elisa*
Hispaniarum regibus gestarum, y traducida al castellano, fué dada
^2 por otro Antonio de Nebrija, quien la halló acaso ya trasladada de
'^^ ^B otra lengua, ó la trajo él mismo á la vulgar; pero dando á entender
^^^ ta escribió su abuelo en la forma en que la presentaba á Felipe II. El
^^^o de esta versión dice: ^Chronica de los muy altos y esclarecidos Re-
^^« Cathólicos don Fernando y doña Isabel, de gloriosa memoria, dirigida
*^ *^ Cathólica Real Mageslad del rey don Felipe, nro. Señor, compuesta
^^ elMro. Antonio de Nebrija, chronista que fué de los dichos Reyes Ca-
^^^icot. Impresa en Valladolid en casa de Sebastian Martínez, año de
•*I>I.XY. Con privilegio» I etc.
206 HISTORIA CUiTinA ÜE LA LITERATUKA ESPAflOLA.
«arraigué de toda li!spaña los doctrinales, los Peros Elias y otros
«nombres aun más duros, como los Gaiteros, los Ebrardos,
•Pastranas y otros no sé qué apostizos y contrahechos gramáti-
»cos, no merecedores de ser nombrados. Y que si cerca de los
•hombres de nuestra nación alguna cosa se habla de latin, todo
«aquello se ha de referir á mí. Es por Qierto tan grande el ga-
«lardón deste mi trabajo, que en este género de letras otro ma-
»yor no se puede pensar» *.
No debia sin embargo desconocer Antonio do Nebrija los tra-
bajos que, llevado de igual propósito, había realizado Alfonso de
Patencia, manifestando sin duda la excesiva seguridad de sus
palabras que no le consideraba digno competidor ^; juicio acep-
tado generalmente en su tiempo y confirmado por los doctos, en
l Prefación ó prólogo del Vocabulario. No era en verdad la vez pri-
mera que Antonio de Nebrija hablaba de sus trabajos con cierta confianza,
que en nuestros dias parecería intolerable, aun tratándose de hombre tan
docto. Al dirigir á ia reina Isabel el prólogo del Arle de gramática, arrlhtí
citado, exclamaba en efecto: tTodos los libros en que están cscriptás las ar-
ates dignas de todo hombre libre, yazcn en tinieblas sepultados; y porque
»en breve tengo de publicar una obra de Vocablos en latín é romance, en
»que provoco é desafio á todos los maestros que tienen hábito é profesión
)}dc letras^ no digo más en esta parte, sino que desde agora les denuncio
•guerra á sangre y fuego, porque entre tanto se aperciban de razones éar-
)}gumentos contra mí». Nebrija cumplió en efecto su palabra.
2 Debemos notar aquí que si bien Alfonso de Falencia precedió á Ne-
brija en la publicación de su Universal vocabulario ^ dado á luz en Sevilla,
el año de 1490, se ocupaba ya el maestro de la Reina Isabel en la composi-
ción y redacción del suyo, anunciándolo en la forma y con la arrogante con-
fianza que dejamos observado; y como sabemos además que muchos años
antes habia acometido la empresa de la restauración de las letras, no pare-
cerá aventurado el suponer que fiando en su método el éxito, á que aspiraba,
comprendió á Falencia entre los maestros, á quienes declara guerra en el
prólogo del Arte de gramática. Ni deja de llamarnos la atención cómo An-
tonio de Nebrija se desentiende del todo de Pedro Mártir, los Geraldinos y
Marineo Sículo, pareciendo pagar de este modo aquella jactancia, con que
se proclamaron, principalmente el primero, únicos propagadores de las le-
tras clásicas. Nebrija habia empezado á realizar su obra con sus ¡ntro-
ducciones desde 1480: Pedro Mártir no comenzó su enseñanza hasta 1492,
terminada la conquista de Granada; y Marineo Sículo vino á España, cual
va notado, en 1484.
kP. XVni. TEND. G. DÉLAS L.D. EL R. DE LOS R. C. 207
ires. El autor de los nuevos Artes echaba pues sóli-
leros cimientos al estudio de la literatura clásica, te-
sísimo ayudador respecto de la lengua inmortali-
[omero y Demóstenes en el no menos erudito Arias
quien han apellidado algunos escritores el Nebríja
lo & los estudios en la universidad de Salamanca, sin-
lustre portugués ^ aguijado por el mismo deseo, que
ido á Italia á otros ingenios españoles; y dirigiéndo-
^ncia, amistóse estrechamente con Angelo Policía-
cultivadores de las letras clásicas, que bajo los
los Médicís florecian. Vuelto á la Península Ibérica,
\, cual Nebrija, á la Escuela, donde habia recibido los
de las letras, y como Nebrija, obtuvo allí la honra de
& la cátedra de griego, con abundante fruto para la
aplauso de los eruditos. Su doctrina, largos años sos-
cátedra, hallaba en su pluma eficaz apoyo y no du-
lacion, duplicando de tal suerte los felices resulta-
)ual se hermanaba también con el cele]3rado extirpa-
dores Ellas, Gaiteros y Pastranas *. Barbosa, por su
íT sus libros, llevaba pues su influencia á todos los
la Península Pirenaica, perpetuándose dignamente
íípulos, gloria alcanzada igualmente por Nebrija. Así,
facundia y las musas del antiguo Lacio revivían (va-
Anas Barbosa en Aveiro, de Fernando Barbosa y Catalina Fi-
irante el primer tercio del siglo XV.
ín verse en la Bibliotheca Nova, t. I, págs. 170 y 171 las obras
ramaticales que se conocen de Arias Barbosa/ Su nombre, muy
^n todo el siglo XVI y XVII, figura más principalmente como
la juventud, y así lo consideró Resende en su Encomium Eras-
dijo:
Hlspaniqae sacer meritls honor orbis Areius,
Magnls cul debet quantum nunc Pallados lllic
Cnltior U8US habet, docuit nam primas iberos
Hippocrenaeo Graias componere voces
Ore; etenim quidquld frugls nunc Uala regna»
Graecla quondam habult, quidquld patriaeque sulsque
Importavlt et á Galli strlbllglne tándem
Aflserult, flerique dedit sermone quintes.
208 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
liéndoQOs de la expresión de un escritor de nuestros días), en la
boca. y escritos de Alvar Gómez de Ciudad-Real, de Diego Gra-
dan, de Diego Segura, de Juan Maldonado, de Antonio Honcala
y de Juan Pérez, de cuya pulcritud y elegancia pudo temer Ci-
cerón ^, renacían las letras helénicas y se vinculaban en un Pe-
dro Mola, un Andrés, el Griego, un Diego López de Zóñiga, un
Lorenzo Balbo de Lillo, un Juan Ginés de Sepúlveda, y sobre
todos, en un doctor Pinciano, honra, como Nebrija y Barbosa,
de la escuela salmantina, y como ellos afortunado maestro de
muy esclarecidos ingenios *.
La trasformacion artística de las letras llegaba pues & realizar-
se en la más alta esfera de la erudición, bajo el reinado de Isabel
la Católica. Habíanla presentido y ambicionado su padre don
Juan II de Castilla, don Alfonso Y de Aragón y cuantos varones
de ánimo levantado obedecieron en una y otra corte el noble im-
pulso, impreso á la cultura española por ambos soberanos: más
próximo á las fuentes del Renacimiento , se adelantó sin duda
el conquistador de Ñapóles en aquella via, infundiendo en sus
cortesanos el generoso anhelo de poseer directamente las belle-
zas clásicas ^. La hora no habia sonado sin embargo; y á excep-
ción de esfuerzos individuales, que sólo podian ser considerados
como preludios de más concertado movimiento , prosiguióse no
sin tesón la obra empezada por los Villenas y Cartagenas, y
alentada por los Guzmanes y Mendozas, ñi^mes los ingenios de
1 Alfonso García Matamoros, De Ácademiis et doctis viris Hispaniae;
Clemencin, Elogio de la Reina Isabel, pág. 410.
2 £1 docto Fernán Nuñez, distinguido con el nombre de Comendador
Griego, fué uno de los más ilustres discípulos de Barbosa y de Nebrija, como
cultivador del griego y del latin; y honrado en Salamanca con la enseñan-
za de la primera lengua, supo transmitirla, con el buen gusto de los estu-
dios clásicos, á la brillante pléyada de ingenios, que ilustraron el reinado
de Carlos V. Digno es de consignarse que á pesar de esta ñliacion litera-
ria, el Comendador Griego se mostró grandemente adicto á la nacionalidad
española, comentando las Obras de JiMn de Mena, y formando copiosa Co-
lección de refranes ccísteUanos, en que incluyó también algunos formula-
dos en los demás romances de la Península.
3 Véase el cap. XIU del anterior volumen.
O.^ P.,CAP. XTIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 209
Aragron y Castilla en el propósito de poseer las materias^ ya
gae todavía no les era dado alcanzar las formas. La empresa de
traei* ^ romance castellano las obras de la antigüedad clásica,
que ta.n plausibles resultados habia producido en la corte de don
Juaa B 1^ recibida como natural herencia por los escritores que
aspiír^ui á segundar los deseos de Isabel, hallaba bajo sus aus-
picios y en todo su reinado denodados propagadores.
Y^^ desde la juventud del Rey Católico habían «sido traducidas
por 3 li maestro, Francisco Vidal de Noya, las Historias de Sor-
IttsfCo , que se gozaban asimismo en el romance vulgar por los
castellanos *; y este anhelo de poseer los antiguos historiadores
S^^^os y latinos cundía en aquella memorable época, no sin que
^íH5as^ la honra de la iniciativa, ó al menos de la protección que
tós letras solicitaban, á los mismos proceres, iniciados ya en su
cslucjío. Al Príncipe don Juan, cuya educación era cuidado pre-
ferente de la Reina Isabel, dedicaba los Comentarios de Julio
C^*ar Diego López de Toledo, comendador de Alcántara; reci-
^^ análogo homenage el Condestable de Castilla de manos de
^o^g-e de Bustamante con los libros de Justino; Diego Guillen de
-^vii^ ofrecía el tributo de los Estratagemas de Frontino y algu-
^ £1 docto Clemencin observa que da época de las traducciones es una
^ ^^8 que caracterizan la infancia literaria de los pueblos civilizados», y
"^^la el reinado de Isabel I.^ como edad, en que se inicia este movimiento
^^ ^^. literatura española (Elogio de la Reina Isabel , pág. 407). La obser-
n de tan sabio académico no puede sin embargo aceptarse bajo el as-
hietórico, ni bajo el aspecto filosóftco... De una y otra verdad depo-
^^ evidentemente los estudios hasta aquí verificados; y sin ellos, bastarla
t^var, para comprobarlas, que ninguna civilización, aun siendo deriva-
I^uede aspirar á extrañas conquistas, sin haber antes realizado en su
^^^l^ia esfera el sucesivo natural desenvolvimiento de los medios que la
^^^titoyen, y preparan á nuevas trasformaciones. Así, en lugar de ver con
^Qnombrado Clemencin el comienzo de una era literaria, hallamos en los
^^\ictpres de la que honra el nombre de Isabel, la prosecución de la obra
^^P^zada en reinados anteriores, presentando no obstante nueva faz en los
^^Udios, según determinamos en el texto.
^ Véase el capítulo VII, pág. 37 del tomo anterior. La versión de Vi-
^^ toé dada á luz en 1500 por Juan de Burgos, impresor de ValladoUd
VH^ndex, Typografia, pág. 332).
temo vn. 14
dí^
210 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAPÍOLA.
ñas obras de Mercurio Trimegistro al conde de Harb y á don
Cromez Manrique ^; Diego de Salazar y Juan de Molina ponian
bajo la protección de ios marqueses de Berlanga y del Cénete las
Historias de Apiano; los marqueses de Tarifa y de Cádiz admi-
tian benévolos las dedicatorias, que de las producciones de He^
rodiano y de Plutarco les dirigian Hernando de Florez y el ya
memorado Alfonso de Falencia,* cuya infatigable actividad era
eQcacísimo ejemplo á los estudiosos; y el duque del Infantado, el
conde de Ureña y el primogénito del de Osorno acogían también,
al declinar del siglo XV y principiar del XVI, con igual predilec-
ción las versiones que de Heliodoro, Boecio y Plauto les consa-
graban Francisco de Vergara, fray Alberto Aguayo y Francisco
López Villalobos; Diego de Cartagena, vastago sin duda de la
honrada estirpe de don Pablo de Santa María, hacia castellano
el famoso Asno de oro de Apuleyo *.
Ni dejaban de aparecer como protectoras de las letras las
mÁs ilustres damas de Castilla, compitiendo así con las que se
preciaban de ser sus cultivadoras. Honradas eran las Bucólicas
de Virgilio con el patrocinio de la Reina Isabel y de su hijo, don
Juan, y galardonado por semejante trabajo poético el diligente
Juan del Enzina ^; á doña Juana de Aragón, hija bastarda del
1 Esta versión está calcada sobre la que hizo del griego Marsilio Fieino
en 1463. Diego Guillen la dirigió á Manrique en 1487 desde Roma, donde
era familiar del cardenal Ursino, como adelanto recordaremos. Terminó el
trabajo en febrero de dicho año, y sacó la copia enviada al procer castella-
no, Juan de Segura, en noviembre. Se custodia MS. en la Biblioteca del
Escorial con la signatura b. iiij. 29.
2 Dábase á luz esta versión, que forma un volumen folio gótico, en Se-
villa el año de 1513.
3 Las Églogas de Virgilio, traducidas por Juan del Enzina, fueron en
efecto «dirigidas y aplicadas á los muy poderosos y cristianísimos reyes
don Hernando y doña Isabel, príncipes de las Españasi, siendo «eso mes-
mo algunas dellas dedicadas al nuestro muy esclarecido y bienaventurado
príncipe don Juan, su hijo«. Pero á imitación sin duda de las Coplas de
Mingo RevtdffOf procuró el traductor atribuirles un sentido de actualidad,
que las despojó de la exactitud, que á tales versiones correspondía. Mayor-
mente la primera fué acomodada del todo á las turbulencias de Castilla:
Melibeo c habla en persona de los cavalleroSi qua fueron despojadot de ius
n.* P.y CAP. Xmi. TEND. G. DE US L. D. EL R. DE LOS R. C. 211
rey don Fernando y duquesa de Frías, consagraba Pedro Fer-
nandez de Villegas la traducción de algunas Sátiras de Juvenal^
por vez primera traídas en verso al habla castellana *; ponia
también bajo sus auspicios, y m&s adelante bajo los de doña Ju-
liana, hija de la misma duquesa, la versión de la Divina Ctm-
^nediOy obra maestra, que compartía con las más celebradas de
la antigüedad cl&sica la estimación de los discretos ^; y amplia-
bas en uno y otro concepto las esferas del trabajo y de la pro-
tección, cundia & todas partes el fruto ambicionado, no limit&n-
^liaziendas, por ser rebeldes, conspirando con el rey de Portugal que de
* Castilla fué alanzado».. • Títiro habla cen nombre de los que en arrepen-
^timiento vinieron y fueron restituidos en su primero estaco. Y va io-
«CAndo (prosigue el mismo Juan del Enzina) el tiempo que reynó el señor
»rey don Enrique quarto^ etc. Y agora Títiro, por más lastimar á Melibeo,
*^tie era del bando contrario, muestra quánta mejoría y exfelen^ia lleva
*l3. realeza y corte deste muy victorioso rey á la de todos los otros», etc.
CG^Mncionero de Juan del Enzina, Zaragoza, 1516). Es pues digno déte-
iGx-se en cuenta el que á pesar del respeto que en todas partes inspiraban
y^^» bajo la relación de las formas, las obras de la antigüedad clásica, res-
consignado, en orden á las Bucólicas de Virgilio, en la' versión que
el mismo tiempo hacia á lengua italiana Bernardo Pulci (1484 á 1494),
^^-^ creyese Juan del Enzina adaptables á la situación de su patria, lo cual
3r¡me, especialmente á la primera, cierto sello de originalidad, dándole
escaso interés histórico. En el siguiente capitulo volveremos á tocar es-
3)unto.
1 Del doctor Villegas, distinguido como poeta, existe en verso de arte
yor y en sesenta y cinco octavas la Sátira X de Ju venal, que fué muy
andida de los doctos, y hay motivos para creer que puso asimismo en
Rellano algunas otras. Sus principales obras poéticas son: el TracXaáo
^ \a aversión del mundo, en 40 octavas de maestría real, y la Querría
la Fe (que habia comenzado Diego de Burgos, secretario del marqués de
ntillana), en cien octavas. Escribió en latín una instrucción de sacerdo-
I, titulada Flosculus sacramentorum, y en romance una obra histórica,
^nominada Reyes de Ñapóles y dedicada á la Reina Isabel {Comentarios
la Divina Commedia, canto X, estancia 19).
2 Los primeros veinticuatro cantos ó capítulos de la Divina Commedia
^^n sus oportunos comentarios, fueron en efecto dedicados á doña Juana
^« Aragón: los restantes de la parte traducida, muerta la duquesa, lo fue-
'*^n á su hija: Villegas acabó su versión antes del 2 de abril de 1515,
^n que la dio ya impresa en Burgos Fadrique Alemán, ó de Baailea.
i
212 HISTORIA crítica DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
dose ya los traductores, á ejemplo de lo sucedido en la corte de
don Juaa II, ni á las obras meramente literarias ni á las de la
antigüedad griega y latina.
Los ingenios aragoneses Martin Garcia Payazueio y Ge-
rónimo Grillo hacian populares los famosos Dísticos de Can-
tón y la doctrina no menos celebrada de Galeno ^; los cas-
tellanos Alvar Gómez de Cibdad-Real, Antonio de Obregon y
Francisco de Madrid se extremaban por hacer hablar á Petrar-
ca en la lengua del Rey Sabio y del marqués de Santíilana,
solicitando U muniflcencia del Almirante de Castilla y del Gran
Capitán , Gonzalo Fernandez de Córdoba; Rodrigo Fernandez
Santaella traia por segunda vez al idioma vulgar las maravi-
llosas relaciones del veneciano Marco Polo ^; é ingenios, cuya
modestia es hoy mortiflcacion de los bibliófilos, lo acaudalaban
con las narraciones de Quinto Curdo ^ las ¡lustres mujeres y
el Decameron de Boceado ^ y otros aplaudidos monumentos.
1 Dá curiosas noticias de ambos el diligente Latasa (t. II de su Biblio^
teca de escritores aragoneses), Payazueio, que vive de 1441 á 1521, subió
á la silla episcopal de Barcelona en 1512, después de luchar largamente
con las vicisitudes de su vida: la versión de los dísticos catonianos fué he-
cha en 1467, según se expresa al final de la misma, y lleva e^e título en
el único impreso, que cita Latasa: «i La traslación del muy expíente doctor
Chatón llamado, fecha por un egregio maestro, Martin Garcia nombra-
do: el prohemio compuesto por eminente estilo de alto tractado*. Citá-
ronla con elogio, así como las demás obras del obispo, entré las cuales se
mencionan unos Áncdes de los Reyes de Aragón y Varias poesías, Lanuza
{Historia, t. 1^ fól. 555); Zurita (lib. I, cap. 44 de sus Anales), y otros no
menos ilustres escritores. — De Grillo, que sacó á luz los Libros de método
de Galeno por los años de 1490, hizo muy especial mención el doc-
tor Montemayor, médico de Felipe II {De Vulnerióus capüis, pro-
hemio).
2 Véase cuanto manifestamos en el t. V, cap. V, é Ilustración III. % so-
bre la primera y hasta ahora no conocida versión del viaje de Marco Polo,
hecha bajo los auspicios del gran Maestre de San Juan, don frey Juan Fer-
nandez de Heredia. La versión de Santaella fué dedicada al conde de Ci-
fuentes (Clemencin, Elogio de la Reina Isabel, pág. 406).
3 Dio á la estampa las Mugeres ilustres en Zaragoza de 1494 á 1495
el celebrado impresor alemán Paulo Hurus, á quien se debieron otras
muy apredableí impreaionet, hechas en la expresada ciudad en todo el
n/ P., CAP. XVin. TENB. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 2i5
En tanto^ escritor tan docto como fray Ambrosio Montesinos
romanxaba la Vida de Cristo de Lodolfo de Sajonia, por man-
«
dato de los Reyes Católicos, y el rector de Yillanueva de Gfierba,
Miguel de Monterde, trasladaba del catalán al castellano la cele-
brada Crónica de Ramón Muntaner , ya conocida de nuestros
lectores i.
En todos sentidos era proseguida, durante el reinado de Fer-
nando y de Isabel, la meritoria tarea de enriquecer el habla cas-
tellana con las producciones que tenian por instrumento, ya las
lenguas de la antigüedad clásica, ya los idiomas nacidos en el
seno de la Edad media. Pero si en siglos anteriores, y principal-
mente en el largo período, á que da nombre don Juan II de Cas-
tílla, sólo anhelaron los discretos poseer las materias^ saborea-
dlas ahora las bellezas de la forma, al paso que se hacia más di-
fícil la obra de los traductores, eran también más dignas de apre-
cio sus tareas, reflejando con mayor exactitud el espíritu de los
tiempos antiguos, que en todas partes iba imprimiendo su no
cíudoso sello. Porque tal era en verdad la ley general, á que pa-
''ecia sujetarse el genio de los pueblos meridionales én aquella
criosa edad, y no otra podia ser la senda en que se empeñaba
1 español, al brillar para él en el horizonte de las artes y de las
ras el astro del Renacimiento. Habia contribuido á tenerle
^^spierto y á confortarle durante la Edad media, á pesar de las
^^^ngrientas luchas que la conturban y despedazan, el comercio
las obras de la antigüedad clásica, si bien no habia podi-
ser este abierto y constante: estudiadas ahora con decidi-
empeño las producciones de aquel arte^ que inmortalizaron
X timo tercio del siglo XV. Se imprimió íl Decamerone, con el título de Las
-men novdas de Juan Boceado, en Sevilla por Meynardo Ungut et So-
^ US, en 1496 (fól. gót. á dos cois.), edición muy rara en verdad y desco-
nocida de los bibliógrafos (Laserna, t. ÍI, pág. 33).
1 Se tacó á luz la versión de la Vita Christi por Jacobo Cromberger en
ovilla, durante los años de 1530 (t. I), 1543 (t.ll), 1555 (ts. 111 ylV).~La
"^^aduccion de Muntaner se conserva MS., aunque incompleta, pues sólo exis-
n 112 capítulos, en el archivo del Pilar de Zaragoza, de cuya Seo fué
•^íbnterdc racionero.
214 nSTORU CRÍTICA DB LA UmUTUtA BSFAÜOLA.
al par Homero y Tacydides, Virgilio y Tito Lirio, oobraba des-
usada energía; y fortalecido su espirita coa las enseñanzas de la
moral y de la historia, llegaba al periodo de su madorez, augu-
rando brillantes y duraderos triunfos.
Mas, como sucede á la continua, mientras fijando sos miradas
en los modelos del arte greco-latino, y percibiendo ya distinta-
mente sus bellezas extemas, se aprestan los ingenios españoles
& imitarlas; mientras robusteciéndose con el conocimiento de los
filósofos y con el deliberado estudio de los historiadores, inten-
tan ensanchar las esferas de su acción y de su vida, se aparta-
ban notablemente del terreno en que antes habian florecido; y
embargada su atención con el vario espectáculo que les ofrecian
donde quiera las ambicionadas reliquias del antiguo mundo, lle-
gaban los más doctos á olvidarse de lo presente, para Qjar todos
los esfuerzos de su inteligencia en la investigación de lo pasado.
Daba impulso á esta inevitable tendencia de los espíritus el
ejemplo de los maestros, traídos por la Reina Isabel al suelo de
Castilla. Siguiendo las huellas de Petrarca y de sus discípulos,
concebia Alejandro Geraldino el laudable proyecto de formar nu-
merosa colección de inscripciones romanas, recogiendo al propó-
sito cuantas lápidas llegaban á su noticia ^ : ayudábale en el in-
tento Antonio de Nebrija, que sorprendido por la grandeza de los
monumentos, que atesoraba todavía Emérita Augusta (Mérida),
consagraba también muy eruditas vigilias al estudio de su circo
y de su naumaquia, deduciendo, con aquella perspicuidad que
alentaba todas sus tareas, leyes generales de crítica, que debían
utilizar sus discípulos é imitadores ^. Piedras miliarias é inscrip-
1 Clemencin, Elogio de la Reina Isabel, pág. 423.
2 Son dignos de recordarse, aunque no andan en manos de los eruditos
con la frecuencia debida, los tratados siguientes, que fueron muy aplaudi-
dos al ver la luz pública: 1.® De Mensuris; 2.^ De ponderibus; 3.^ De nu-
meris, dados al cabo á la estampa en Alcalá por Miguel de Eguía el ano
de 1529. Ni merecieron menor elogio: el libro De Ásse, escrito en latin y
castellano é intitulado á la Reina Isabel; las CoUationes ArUiquitatum,
dedicadas á su primer protector, el obispo don Alfonso de Fonseca; y el
tratado De digitorum mpputatione, que se imprimió en Granada el año
de 1535. En todos estos tratados, mostró Nebrga grandes conocimientos
Il/ P.y CAP. XVni, TEIID. 6. DE LAS L. D. EL R. 9E LOS R. C. 215
ciones^ monedas y medallas^ circos y anfiteatros, teatros y nau-
maquias, termas y palacios, arcos de triunfo y acueductos, vías
militares y magníficos puentes... cuantos monumentos hablan lo-
grado salvar las iras de la barbarie y la ignorancia de los tiempos
medios^ comenzaron á despertar en el suelo de Iberia aquella ad-
miración, que sojuzgaba las más claras inteligencias de Italia,
y que se personificaba á poco andar en la brillante pléyada de
^queólogos, ilustrada con los nombres de un Franco y un Se-
pUveda, un Esquivel y un Mendoza, un don Antonio Agustín y
un Ambrosio de Morales *.
La antigüedad clásica, levantado ya el velo que la cubría á la3
Viciosas miradas de los eruditos, venia á ser objeto preferente
^^ sus investigaciones, engendrando en sus pechos injusto,
Weix que invencible desden, respecto de los siglos precedentes.
^*^^fios de la lengua de Atenas y de Roma; pagados de la sen-
cii|^2 y energía, de la noble concisión y majestad, que brillaban
^^ ^us filósofos ó historiadores, en sus oradores y poetas, carac-
^'^iaando al p£^r sus monumentos epigráficos, empezaron á tener
^^ ^enos la lengua nativa, no recatándose de manifestarlo asi,
^'^^^ en las más altas ocasiones. De pobre de palabras, «que por
''^^ütura no podrían representar todo lo que contiene el artificio
**^illatin», la calificaba el respetado Antonio de Nebrija, ha-
^{^-^do con la Reina Católica *; y esta declaración, nacida en la-
.^^^s tan autorizados y dirigida á la ínclita princesa que tan apa-
^'^^^^^aada se mostraba de las letras greco-latinas , bastaba para
^'^^^^^meológicos y que le eran familiares los trabajos de los doctos itaUanos
^^ ^^, como Blondo, Ruccellai y otros, proseguian en mayor escala los ensa-
^*^^^ de los discípulos de Petrarca, Boccacio y Juan de Módena.
*& Tendremos ocasión de mencionar adelante algunos de .estos ilustres
^^^^«ñoles, muy principalmente á don Diego Hurtado de Mendoza, poeta ex-
^ ^^nte y clásico historiador, y á Ambrosio de Morales, docto cordobés,
^^^''^«n tuvo no pequeña parte en los progresos que en el siglo XVI alcanza-
^^ ^^ loi estudios históricos. Bástenos indi car ahora que todos debieron su
^^ ^^cacion á los nobles esfuerzos de los Nebrijas y Barbosas, enlazándose
^^^^* tanto, como auxiliares de aquel desarrollo intelectual que buscaba sus
^^^^ies en la antigüedad clásica, con el reinado de Isabel y Femando.
^ Arte de gramática , citado arriba, prohemio.
216 HISTORIA CRÍTIGA DE LA LITERATURA ESPAllOLA.
excitar el menosprecio de los doctos, cundiendo este hasta la
esfera de los escritores ascéticos, quienes m&s distantes debie-
ran hallarse de la influencia clásica. Poniendo bajo la protec-
ción de Isabel y Fernando el Lucero de la vida cristiana^ escri-
bía en efecto uno de los más estimados moralistas del siglo XY,
al quilatar las dificultades de su empresa: «Ocurrió otro gran-
«dissimo impedimento: que es el defecto de nuestra lengua cas-
«tellana, en la qual por su imperfección no podemos bien decla-
»rar las cosas altas é sotiles, nin sus propriedades, assy como
» en la lengua latina, que es perfectisima» ^ Mientras el ha-
bla española, se acaudalaba con los tesoros clásicos; mientras,
merced á la preponderancia de nuestras armas y de nuestra po-
lítica, se hacia familiar á las demás naciones meridionales, lle-
gando al siglo XYI tan estimada que «pasaba por gentileza y ga-
lanía hablar castellano» en las más nobles ciudades de Italia ^,
retraíanse pues los más atildados escritores de su cultivo, y para
mayor contradicción, cifraban toda su gloria en imitar en lengua
latina las obras clásicas, preludiando ya claramente el singu-
lar divorcio, que iba á existir entre el arte erudito de la edad-
media y el arte del Renacimiento ^.
T^ cosa en verdad muy digna de consignarse en la historia de
las letras españolasl . . . si respondiendo hidalgamente al grito del
patriotismo, habia interpretado una y otra vez la musa de Casti-
lla el sentimiento nacional, aun convertida en erudita, ahora
1 El LíAcero de la Vida cristiana se imprimió en Burgos en 1495: fué
debido al maestro Pero Ximenez de Préxamo, quien sobre ser tenido por ex-
celente predicador, gozaba también en la corte alta reputación de erudito.
Escribió la expresada obra, y otras no menos aplaudidas, de orden de los
Reyes Católicos.
2 Juan de Valdcs, Diálogo de las lenguas ^ citado por Clemencin sin
nombre de autor. En este hecho, que preparó grandemente, según saben ya
los lectores, Alfonso V de Aragón, con su corte poética (Véase el cap. XIII
del anterior volumen), tuvo también no escasa parte un acontecimiento de*
la mayor trascendencia que mencionaremos en breve. Tal fue la expulsión
de los judíos, hecho que llevó la lengua española á las más apartadas re-
giones de Europa.
3 Véase la introducción general, pág. Vil y siguientes del t. I.
n/ P., CAP. XVm. TBND. 6. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 2i7
^e llevaban á cabo las más altas empresas, coron&ndose la
obra de Pelayo, al volar en las torres de la Alhambra los estan-
dartes de la Cruz; ahora que el nombre español resonaba' victo-
rioso en el centro de Europa y salvando la inmensidad del
Océano, se mostraba triunfante y glorioso en las desconocidas
Higienes del Nuevo Mundo, carecia el parnaso castellano de uno
^'o aquellos privilegiados cantores que inspirándose en la historia
^6 su siglo, consagran su heroicidad y trasmiten á las edades
/ataras su grandeza. La inmortal empresa de Granada, en que
"^gan & su colmo las esperanzas de aquellos dos pueblos, que se
¿abian fundido ya en una sola nación, á pesar de sus multiplica-
dos y heroicos episodios, sólo producía en las regiones eruditas
a'gviria relación severamente cronológica, bien que escrita en
flieti-os, insuficiente para despertar el entusiasmo de la muche-
düocibre, y más todavía para reflejar el prodigioso esfuerzo de la
cm iÍ2acion española, al sobreponerse para siempre en la Penín-
sala Ibérica á la mahometana *. Pero ni aquel hecho, compendio
y resumen de la historia de ocho siglos, que excitaba la admi-
'^ion de los latinistas extranjeros, inspirando á Paulo Pompilio
^^ floema De Triumpho Granatensi *; ni el descubrimiento de
^ Al citar Galindez Carvajal en el prohemio de su Memorial y re-
^'*~o de los lugares donde el Rey y Reina Católicos.,, estuvieron, los
""^^^^^ y documentos que, demás de las relaciones orales tuvo presentes,
nier^ci.¡ona un poema^ titulado Guerra del reino de Granada, de que daré-
moa. Mnayores noticias en el capítulo sig^uientc. Baste indicar en este sitio
^°^ ^u autor, Hernando de Rivera, se preciaba de ser en él exactísimo nar-
^^^^ de los hechos (Documentos inéditos, t. XVllI, págr. 242).
Fué el poema De triumpho Granatensi dedicado á don Bemardino
*" '^«jal, obispo de Badajoz y embajador del Rey Católico en Roma, donde
^^ ió á la estampa en 1510; Pompilio aspiró á imprimir á su libro el sello
^^ imitación clásica: el Triunfo de Granada carece sin embargo de
las
^^andes bellezas, que hacen inmortal un poema. — Antes de la publi-
' ^^n del de Pompilio habían aparecido entre las obras poéticas de Maree-
. ^^ Verardi algunas composiciones líricas al mismo objeto, tales como la
* "otilada: Exhortatio ad poetas ut triumphum de hoste mauro* ab His-
^^^^rum principibus subacto litteris, mandent, y la Elegia, quae Pides
fiando et Helisabet g rafias agit, quod eorum opera Maurorum cate-
Juerit literata. Después de la suscripción se halla también una canción
218 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAHOLA.
América, que daba al nombre de Colon carta de naturaleza entre
los grandes hombres de España, fijaban profundamente las mi-
radas de los que aspiraron á conquistar la ciencia y á poseer
las bellezas del antiguo mundo, no pareciendo sino que el vario
y maravilloso espectáculo, que ante ellos aparecía, era indigno
de su ilustración y de su patriotismo.
Ni deja de llamar la atención, volviendo la vista á otras esferas,
el extraordinario movimiento que en las clases menos ilustradas
comenzaba á operarse, efecto en parte de esta singular tendencia
de los doctos. Acogidas en siglos anteriores, tanto en el suelo de
Aragón como en el de Castilla, las ficciones caballerescas, hablan
sólo echado raices entre las clases privilegiadas, cuyos instintos
halagaban, trascendiendo apenas á las demás órbitas sociales,
como prueba palmariamente el escaso cultivo que habian tenido
desde fines del siglo XIY. Deslumhrados ahora por las galas de
la literatura clásica; empeñados en su propagación y enseñanza,
en el doble concepto que dejamos notado, alcanzaba también el
desdeñoso apartamiento de los doctos y privilegiados á los libros
de caballerías, cuyas historias parecían buscar asilo en las clases
medias, compartiendo el aplauso que lograban las antiguas cró-
nicas y presentando ya sus héroes á la admiración de los popu-
lares.
De esta manera no sólo influia directamente aquella decidi-
da admiración de la antigüedad en el desarrollo de las ideas,
consumando al par la revolución formalista; no sólo lanzaba los
tiros del desden sobre la lengua del Rey Sabio, que habian in-
tentado latinizar los más granados ingenios de la corte de don
Juan II, sino que produciendo respecto de la musa nacional es-
terilidad dolorosa en medio de la inmensa riqueza de los hechos.
italiana, alusiva al mismo asunto^ bien que de muy poco valor literario.
Empieza:
Vita el gran re don Fernando
con la regina Isabella...
Estribillo:
Vita Spagna é la Castellaa
plena de gloria trlumpliando^ eic.
Marcelini Verardi Elegía et carmina nonnii^/a,— Roma, 1493.
n/ P., GAP. ZYin. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 219
que sublímabaii la monarquía española, impulsaba una buena
parte de los ingenios semidoctos en el peligroso sendero de las
creaciones andantescas. Fenómeno era este que iniciado de la
suerte indicaba, tenia en breve no insignificante apoyo en las re-
giones de la política, según explicaremos en lugar oportuno, y
qae arraigando en la fantasía popular, acaudalaba grandemente
la patria literatura con aquel linaje de héroes y ficciones , que
hallan á*un tiempo condenación y corona en la inmortal creación
de Cervantes.
Era pues indubitable que, al ensancharse ante los ingenios
eruditos los horizontes literarios, perdían aquellos de su primi^
ti va originalidad cuanto ganaban en la universalidad de sus mi-
ras, y que el más frecuentado comercio de la antigüedad cl¿-
sioa, excitando al cabo excesivo entusiasmo, los conducía al ter-
reno del exclusivismo, que daba muy luego por fruto el olvido
Y ^un la proscripción del arte de la Edad-media * . Á este resul-
tado contribuían principalmente en cuanto respecta á la comu-
niclacl de fines con los demás pueblos meridionales, grandes apli-
caciones científicas y prodigiosos descubrimientos, que en muy
alto sentido caracterizan la segunda mitad del siglo XV. Cono-
cida de antiguo en los fastos de la navegación, abría la brújula
®^ aquella edad nuevos caminos al comercio, y descubriendo
desconocidos veneros de riqueza, derramábala entre todas las
clases de la sociedad, arrebatando así á las manos feudales el
^^anlmodo predominio, que les daban antes sus no igualados te-
soros *. Había en siglos precedentes estallado en los campa-
^ Remitimos de nuevo á nuestros lectores á la Introducción g^eneral de
^ presente Historia, i. I, pág. Vil y siguientes.
^ La invención y aplicación de la brújula ha sido objeto de muy doctas
^^cstigaciones científicas, que han recibido en nuestros dias cierta mane-
^ <íe consagración en los trabajos de Azuni (Dissertation sur l*inventiof^
^ ^ boussolCp 1805); Klaproth (Leííre á Mr. deHumboldt sur l*invention
^ fe boussole, 1854), y Sedillot (Histoire des árabes, 1854, pág. 438, pár-
^'^ 9). Sedillot, teniendo presente cuanto en el particular merece mayor
^<lito, observa: t Pour la boussole, rien prouve que les chinois l'aient em-
\^y^e pour la navegation, tandis que nous la trouvons des le XI.' siecle
^^x les árabes, qui s'en servaicnt non seulement dans les traversées ma-
220 HISTORU CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAllOLA.
meatos y rivalizado con trabucos y fundíbulos en la expugnación
de castillos y fortalezas, el maravilloso invento de la pólvora:
generalizado ya en los ejércitos, donde sustituía con menos es-
trago que terror el uso, por demás sangrieoto, de las armas blan*
cas, ponia fin á la influencia antes incontrastable de la cal)alle-
ria, representante del valor personal, y nivelaba al hombre atlé-
tíco con el débil ^ La riqueza y el valor, como consecuencia
ritimes, mais dans les voyages de cara vanes au miUeu des deserte, et ponr
determincr Vazimut de la kéblah (la quibláh)^ c'est á diré, la direction des
oratoires musulmans, vers la Mccque». Según acreditan los libros científi-
cos del Rey Sabio, dados en la actualidad á luz por la Real Academia de
Ciencias, y persuade el códig^o inmortal de las Partidas, era entre los cris-
tianos muy conocida la brújula y sus principales aplicaciones, durante el
siglo Xlll. Mas no se obtuvo todo el fruto que semejante invento prometía,
liasta que á fines del XV se llevaron á cabo las grandes empresas de na-
vegación que inmortalizan el nombre español, y que desde la centuria pre-
cedente hablan dado no escasa gloria al portugués. £1 comercio pues no pu-
do recibir el benéfico y poderoso influjo á que nos referimos, hasta que fue-
ron llevadas á feliz término las referidas empresas.
1 La invención de la pólvora es mucho más antigua de lo que vulgar-
mente se sospecha, y no menos su aplicación á la tormentaria. Hacen fre-
cuente mención de ella notables historiadores, suponiéndola ya conocida
desde 690, si bien no comprueban sus afirmaciones con irrecusables testi-
monios (Sedillot, Histoire des árabes, pág. 437). De notar es sin embargo
que antes de expirar el siglo XI, la hallamos mencionada en la Crónica
de Alfonso VI, según advirtieron ya muy doctos escritores (Herrera, Anota^
dones de GarcHaso, pag. 150). Ni dejaron nuestras crónicas de hablar, en-
tre los fundíbulos y trabucos de la edad media, de ciertas máquinas de
guerra, en las cuales era principal agente la pólvora: narrando la historia
de Alfonso XI el cerco de Algeciras, escribía: «Los moros de la fibdat
lalan^auan truenos contra la hueste , en que alan^auan pellas de fierro
•grandes atamañas, como manganas muy grandes: et lan^áuanlas atan
»lexos de la ^ibdat que pasauan allende de la hueste algunas dellas
»et algunas dellas ferian la hueste» (Ano 1344). Es pues evidente que
mucho antes de que Bertoldo Schuar, ó Escuar, como le dijeron nues-
tros españoles, c hallase aquel cruelísimo linage de máquina militar
>quc llamaron bombarda del estruendo y ardor, y nosotros lombarda
>con más blando sonido» (Herrera, id., pág. 149), pues que tan fortuito
invento se refiere al año de 1371, había tenido ya aplicación la pólvora á
la tormentaria en la Península Ibérica, como la tuvo durante la segunda
mitad del siglo XIV en toda Europa, y al mediar el anterior la había te-
n.' P.y GAP. XVm. TBND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 221
oatoral del progresivo desenvolvimiento de la cultura, experi-
mentaban pues al declinar del siglo XY una modificación, trans-
oeodental & las diferentes esferas sociales, la cual no podia dejar
de reflejarse en la Península Ibérica, produciendo sus legítimos
frutos.
No menos abundantes, si bien más directos y de efectos más
inmediatos en el mundo de la inteligencia, se obtenían también
del maravilloso cuanto disputado invento de Gutemberg ^, cuyo
cÍTílizador influjo debía trasmitirse con abundantes creces á los
siglos futuros. Como hemos tenido ocasión de notar repetida-
mente, á la imperfección de los conocimientos científicos y litera-
ríos, & la escasez y difícil adquisición délos manuscritos, que exi-
gían la fortuna de un príncipe para ser allegados en no crecido
numero, añadíase la ignorancia habitual de los pendolistas y
trasladadores, quienes olvidada la fidelidad, principal virtud de su
oficio, adulteraban las obras del ingenio á tal punto que de copia
& copia solia mediar un verdadero abismo. A evitar este reconoci-
endo en Ing^laterra, segaa el testimonio del erudito Juan Vilani, coetáneo
^^ Petrarca. Contando el historiador florentino la batalla de Crecí (año 1246)
<í^a: (E ordinó il re d'fngplitterra (Eduardo III) i son i arcieri, che n'havea
*8^nt quantitá, super la carra é tali di sotto, é con bombarde, che saetía-
■t>ano 'pallotole di ferro con fuoco per impaurire é disertare i cavalli di
^''^ncesi» (lib. XII). El uso de las lombardas, ribadogpuines, arcabuces y
pistoletes se generalizó en la segunda mitad del siglo XV, transformando
l'^* todo la táctica de los ejércitos y el aparato bélico personal de la caba-
^^; cambio que se opera en vida de los Reyes Católicos.
* Confundiendo el invento con la perfección que adquiere en breve, han
^ ^^Qdido algunos escritores despojar á Juan de Gutemberg de la gloria
^^ ^n realidad le corresponde. La sana crítica no puede menos de recono-
7^^ U verdad de los hechos: Gutemberg imaginó desde 1440 un nuevo ar-
* por medio del cual debian reproducirse los códices, que de tan difícil
^^icion habían sido hasta aquella época; á Juan Fausto ocurre la ne-
>dad de variar la aplicación de los caracteres ó tipos destinados al ex-
^^^do fin; Pedro Schoiffer logra atinar con los medios deseados, realizan-
do #
• >^Q importante mejora. Gutemberg, Fausto y Schoiffer aparecen pues
^ almamente asociados, en la historia de la imprenta, como lo estuvieron en
^^%: á Gutemberg pertenece no obstante el más alto galardón, que
^^u en a4Ío<^Mrle muy señalados escritores.
no va-
222 HISTORIA CRITICA DE tA LITERATURA KSPAÜOLA»
do peligro, habian aspirado constantemente en España ingenios
tan celebrados, como don Juan Manuel, Pero López de Ayala,
don Enrique de Aragón y don Iñigo López de Mendoza; pero en
vano. La misma importancia y celebridad de sus producciones,
excitando la curiosidad de los discretos, imponia la necesidad de
los traslados; y no mejorada la condición general de los pendo-
listas, tomaba cada dia mayores creces la cornjpcion de los ori-
ginales, siendo hoy por extremo difícil el determinar los códices,
que merecen realmente aquel nombre ^.
Venia el descubrimiento de la imprenta á poner término &
esta manera de anarquía literaria y científica, produciendo
entre otros muchos bienes, los inapreciables de fijar los tex-
tos y de propagarlos fácilmente, poniéndolos al alcance de to-
das las fortunas. De Alemania partían á las regiones occiden-
tales consumados maestros de aquel maravilloso arte-, que
iba á suprimir las distancias en el mundo de la inteligencia,
estrechando grandemente el comercio de ciencias y letras; y
llamados á la Península Ibérica por la creciente prosperidad
• _
de su imperio y por la ilustrada munificencia de los Reyes
Católicos, comenzaron á sacar á luz los tesoros, á tanta costa
allegados durante la Edad media, al propio tiempo que traían &
nuestro suelo los ya difundidos en otras regiones, entre los cua-
les lograban singular preferencia las obras de la antigüedad clá-
sica. Desde 1468 entraban en España las prensas alemanas; y
primero en Barcelona y Valencia, y más tarde en Zaragoza, Sa-
lamanca, Toledo, Zamora, Sevilla y otras cien ciudades y villas
de menor riqueza, se ejercitaba aquel nobilísimo invento, cau-
sándonos ahora verdadera admiración el crecido número de pro-
1 Esta observación tiene valor extraordinario para cuantos conozemn
la historia del arte paleográfica, así dentro como fuera de España; y nues-
tros lectores pueden juzgar de su exactitud por los estudios que llevamos
hasta aquí realizados. Códices hay en efecto tanto históricos como poéticos,
donde aparecen desfiguradas las obras más celebradas á tal punto que
puede con razón repetirse de ellas lo que dicen algunos críticos de los MSS.
italianos, afirmando que apenas seria posible el que reconociesen por sayas
las obras que encierran, sus propios autores (Ginguené, Histoire LiUeraire
d'Itaiie, t. II, cap. XI, pág. 282).
n.*P., GAP. XVm. TEND. 6. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 223
daocioneSy que se dieron á la estampa en los dominios de Isabel
y de Fernando, al declinar del siglo XV *. Todas las edades li-
terarias que hemos procurado estudiar en los volümenes prece-
dentes; todas las manifestaciones del arte y todas las conquistas
de las ciencias solicitaban y obtenian al par cumplida represen-
tación en tan admirable exposición de la inteligencia humana; y
eoodensados los tiempos, parecía levantarse en los nuevos hori-
zonteSy en medio de los astros menores, que personificaban aque^
ílas diversas épocas, el astro ya esplendoroso del Renacimiento.
La imprenta, dilatando las esferas de las letras, contribuía efi-
cacf simamente al progreso de la cultura nacional, inclinad^ por
1 Discordes andan los bibliógrafos sobre el año y el punto en que se in-
trodujo en la Península Ibérica el arte de la imprenta, tan generalizado ya
alioorir los Reyes Católicos. El erudito P. Méndez señaló el año de 1474 y
laeii:idad de Valencia con el Certamen poetich fOhraL de que hemos hecho ya
n^ttoion oportuna: don Jaime Ripoll y Villamayor, en una curiosa diserta-
^OTk^ impresa en Vich el año de 1833 por Ignacio Yalls, sosteniendo la opi-
nioi^ de Capmany (t. I, Trat. II de sus Memorias, pág. 256), afirmó que
foé ««ta honra debida á Barcelona el año de 1468, con un compendio gra-
^^ical, debido á Bartolomé Mates é impreso por Juan Cherling, alemán, á
^ te octubre. — Ripoll demostró^ con el examen de este raro monumento bi-
""^^táfico, que no fué España, como indicaron los PP, Román y Méndez,
^^ ^e las naciones adonde llegó más tarde la imprenta, sino que por el
^Dt^^^xio, refiriéndose sólo á Maguncia y Roma los más diligentes biblió-
^'^^<>sal señalar las ciudades en que se estableció imprenta antes de 1468, y
^iL9'(^n3o que en dicho año la habia ya en Barcelona, es lícito asegurar que
^^ ^^paña una de las primeras naciones del continente, adonde el celebrado
"^^^^ito se transfiere. Y que debieron ser Barcelona ó Valencia los puntos
pref^^jp^}^ por los maestros alemanes, se concibe fácilmente, al considerar
^^^ ^ran estas las dos ciudades más populosas é ilustradas de nuestras
*^» orientales, como la gran prosperidad y el incontrastable poderío de
]t^^>& nos persuaden de que debió atraer desde luego á los maestros de arte
^(^regrina. La imprenta cundió sin embargo en tal manera y penetró
adentro, buscando los centros literarios y aun comerciales, que al ensa-
^^"^^en nuestros dias ciertos trabajos bibliográficos, entre los cuales juz-
o*^^^jt conveniente citar la Historia de la imprenta en Zaragoza, opúsculo
*^o al erudito don Gerónimo Borao, y el más granado ensayo de don
''^^«isco Escudero y Peroso sobre el Arte tipográfico en la provincia de
^^^^ila, parece verdaderamente fabuloso el movimiento que en aquella épo«
^ ^freeU aquel en la Península Ibérica.
224 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
las causas ya reconocidas en el terreno de la erudición, á repro-
ducir las bellezas del antiguo mundo. Mas no sin que buscara
levantado empleo en obras tan colosales como la Biblia Poli-
gloía ^, que inmortaliza el nombre de Cisneros, con gloria impe-
recedera para la Escuela Complutense, y sin que hallase al lado
mismo de su cuna dolorosas contradicciones, que debian crecer
fatalmente en siglos posteriores. Erigido por Isabel y Fernando
el Tribunal del Santo Oficio con el objeto y en la forma que de-
jamos advertido, no sólo aspiraba desde luego íl la dominación
religiosa, exterminando á los que eran acusados de judaizantes ó
de herejes, sino que llevando su incontrastable influjo al terreno
de las ideas, se aprestaba á imponer á los ingenios españoles la
más cruel tiranía, contra la cual protestaban bajo el mismo ce-
tro de los Reyes Católicos los más esclarecidos varones. «¿Qué
»es esto? ¿Dónde estamos? ¿Qué tiránica dominación es esta que
•tanto oprime los ingenios?...» exclamaba el sapientísimo Anto-
nio de Nebrija. «No basta, no (anadia lleno de indignación), que
»yo cautive mi entendimiento, en obsequio de la fé, sino que en
•materias en que se puede hablar sin ofensa de la piedad cris-
•tiana, no se me permite publicar lo que estoy viendo? ¿Qué di-
»go yo publicar?... Pero ni aun pensarlo, quanto menos escribirlo
»á puerta cerrada y para mi solo. No puede llegar á más la es-
«clavitudU ^. Mostraban estas elocuentes palabras del restaura-
1 La empresa, acometida y llevada á cabo bajo los auspicios del Carde-
nal Cisneros de 1512 á 1517, solicitó j obtuvo el concurso no solamente de
los más doctos latinistas y helenistas, sino de los más celebrados arabistas
y hebraístas, que florecieron en España durante el reinado de los Reyes
Católicos. Al lado de Antonio de Nebrija, Juan de Vergara, Fernán Nuñez
de Guzman^ Diego López de Zúniga y otros ilustres profesores de letras
griegas y latinas brillaron Alfonso de Alcalá, Paulo Coronel y Alfonso de
Zamora, peritísimos en las orientales, según antes de ahora expusimos (£$"
ludios histáricos, políticos y literarios sobre los judios de España, ensa-
yo II, cap. Xil). La Biblia poliglota complutense fué el primer ejemplo
que se dio, al comenzar el siglo XVI, de este linaje de trabajos, olvidados,
como observa un docto académico, desde los tiempos de Orígenes y Sao
Gerónimo (Clemencin, Elogio de la Reina Isabel, pág. 427). Volveremos á
tomarla en cuenta más adelante.
2 Estas notabilísimas palabras de Antonio de Nebri¡jay faeron ya alegm-
Il/ P.f CAP. XVIII. TEÑO. 6. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. G. 225
dor de las letras latinas, á quien distinguia con su ilustrada
predilección la reina de Castilla, toda la dureza de la opresión
que habia caído sobre las letras españolas en el momento mismo
en que parecían cobrar mayor lustre y riqueza; pero ni la acri-
monia del maestro de Isabel, ni las quejas de otros no menos
dig^DOS cultivadores del arte y de la ciencia, fueron bastantes &
dulcificar el rigor del Santo Oficio, que aumentando cada dia,
venia por último á descargar sobre todas las manifestaciones li-
terarias, personificándose en los índices expurgatorios *.
Producia no obstante el invento de Gutemberg los más felices
resultados, llamado á difundir la luz de la civilización en el suelo
de dos mundos, al arrancar al Océano la ciencia y la fortuna de
Colon el conocimiento de las Américas [1495]. España llevaba á
tan desconocidas regiones la religión y la lengua del Rey Sabio
y de Juan de Mena, cual habia traido Roma á la Península Pi-
renaica la lengua de Livio y de Virgilio; y asi como las colonias
d® Iberia enviaron á la metrópoli del antiguo mundo esclareci-
dos ingenios que emularon la gloria de los latinos, así también
estaban destinadas las colonias de América á enviar á la madre
Patria esclarecidos cultivadores del arte, que disputaran sus lau-
'^^les á los sucesores de los Manriques y Mendozas.
Pero mientras tanta gloria alcanzaba el reinado de Isabel y de
mandó; mientras en todas vías adelantaba, con el imperio, la
^^Itura intelectual de los españoles, brillando en sus más altas
fcras los resplandores del Renacimiento, — excitado el entu-
K por el malogrado escritor seviUano don Juan Colom y Colom en an ca-
''**>^o trabajo sobre la Influencia de la inquisición en el teatro antiguo es-
P^^-^olátíáo á luz en la 7?eüísta anda/ujsa (Sevilla, 1840— 1841).
1 El examen de los índices expurgatorios, publicados de 1559 á 1790,
^^*"«ce el más claro testimonio de estos lamentables efectos. Su estudio
***** ha inspirado más de una vez la idea de trazar un libro que bajo el tí-
tii-lode La Inquisición y las letraSy presentase el triste cuadro de tan do-
'•■"^•as persecuciones, en que figuran al par los nombres de un fray Luis
°^ I'Con y un Brócense, un Pablo de Céspedes y un fray Bartolomé Carran-
*^- No perdemos la esperanza de dar cabo á esta obra, la cual ofrecerla
^^ de las más interesantes fases de la historia nacional desde fines del si-
^ ^ Xy hasta nuestros dias.
Tomo vn. 15
226 IIISTOniA CRÍTICA DB \,i LITERATURA KSPANOLA.
siasmo religioso por el triunfo de Granada y arraigada en la
mente de ios Reyes Católicos la idea de la unidad nacional, se-
ñalaban el mismo ano en que derrocan el poderlo del Islam^ con
el destierro de una raza, de largos siglos asentada en el suelo
ibérico, persuadidos sin duda de que no podia aquella lograrse,
sin alcanzar antes la unidad religiosa t. Bien se advertirá que
tratamos de la expulsión de los judíos, grey desafortunada y
perseguida, siempre tributaria en nuestro suelo de la civilización
española, y siempre sospechosa á los instintos populares. Sus
ciencias y sus letras hablan enriquecido más de una vez las le-
tras y las ciencias de nuestros mayores: sus Qlósofos, sus teó-
logos y sus moralistas hablan pasado con frecuencia á las cáte-
dras de nuestras Universidades, tomando asiento en las sillas de
nuestros obispos y en el consejo de nuestros reyes; sus oradores
habian subido á los pulpitos de nuestros templos, para difundir
con nuevo ardor la verdad evangélica; sus poetas, bebiendo la
inspiración en las fuentes orientales, ó ya pidiendo sus lecciones
á la historia, habian acaudalado el parnaso castellano con pere-
grinas creaciones; y mientras letras y ciencias les eran deudoras
de tan preciosos presentes, habian también recibido de sus ma-
nos las artes y el comercio constante impulso, contribuyendo ac-
tivamente al desarrollo de la riqueza pública * . Y sin embargo
de tantos beneficios, odiada la raza hebrea por el pueblo cris-
tiano, que fortificaba cada día con el triunfo de sus armas sus
creencias, y aun sus preocupaciones, era presa del furor de la
muchedumbre, reproduciéndose con ofensa y escándalo de la
humanidad, las matanzas que manchan á cada paso los anales de
las más nobles ciudades de Aragón, Navarra y Castilla. Los Re-
1 Remitimos á nuestros lectores al cap.* IX del Ensayo I de nuestros
Estudios históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España, don-
de examinamos el edicto de 3t de marzo de 1492, á que nos referimos,
bajo todas sus principales relaciones.
2 Sobre este punto recomendamos la lectura en general de los expresa-
dos Estudios y los capítulos que en esta II. '^ Parte de la Historia critica
(l.^y 2.® Subciclo) hemos dedicado á los famosos conversos de los siglos
XIII, XIV y xy.
n/ P.y CAP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 227
yes Católicos, cediendo al impulso de las ideas y de los hechos,
y reputando acertada disposición de su política la expulsión del
pueblo hebreo, decretábanla, decididos á llevarla á cabo, en el
instante mismo de triunfar de la raza mahometana, condenada
ya virtualmente desde aquel dia á sufrir igual destino.
No conviene aliora & nuestro propósito el juzgar este trascen*-
dental suceso bajo sus variadas relaciones: considerándolo res-
pecto de las letras, no es sin embargo dudoso que si despojaba
^ las españolas de una de las fuentes que durante la edad-media
las habian acaudalado, no era ya tan sensible aquella pérdida,
cromo lo hubiera sido en siglos precedentes, favoreciendo por el
cTontrario hasta cierto punto y en cierto sentido el destierro de
raza hebrea el triunfo de la escuela clásica. Antes de ahora
liemos observado <: el decreto de los Reyes Católicos, aplau-
elido y vituperado con exceso, tanto en el momento de publicar-
se^ <5omo en siglos posteriores, rompía todo comercio entre la
ion española y la grey proscrita, arrojando de la antigua pa-
innumerables ingenios, que en distantes regiones lloraban,
la lengua aprendida en el regazo materno, sus dolores y
venturas ^; pero si al derramarse por Asia, África y Europa,
servándolo y trasmitiéndolo de generación en generación
ta los tiempos modernos, parecia preludiar en todas partes la
judaica el predominio que en breve conquistan al idioma
tellano las armas y la fortuna de la nación española,— empe-
os ya los doctos en las vías del Renacimiento y y abiertos, se-
queda ampliamente demostrado, nuevos veneros, que los
•^ "^Taban á las primeras fuentes de la cultura española, no pudo
el doloroso rompimiento producir en el campo de las letras
Estudios sobre los judíos de España^ loco citato.
Id., id., Ensayo III. En la Ilf.* Parte de esta Historia mencionaremos
más notables poetas, historiadores y moralistas que cultivan fuera de
ña la literatura y la lengrua, que inmortalizaban al par Herrera y Fray
s de León, Mariana y Cervantes. No dejaremos aquí la pluma, sin con-
^^ ^"^ar que el pueblo hebreo llevó la lengua española á las más apartadas
^^^iones, donde todavia es hablada por los descendientes de aquella grey
^^^valida. Sobre este punto volvemos por último á recordar cuanto dijimos
^^*^ el citado Ensayo III de nuestros Estudios.
228 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAflOLA.
eraditas verdadera pertarbacion, siendo consignado con jfibilc
en los cantos populares, patrimonio de la muchedumbre i.
Cuantos descubrimientos aplaudían los pueblos merídionales^K *
cuantos sucesos engrandecían la monarquía de los Reyes Cat6— -
lieos, ó provenían de su política, parecían pues favorecer el
vimiento literario que había tenido en el mismo trono sus
eficaces ayudadores. Dirigíase por todas sendas el ingenio espa —
ñol á la posesión formal de los tesoros del arte antiguo, que iba^
á ser durante el siglo XVI visto con excesiva adoración, realiza- -
da ya la transformación de la poesía vulgar , á despecho de los ^
que fieles á las escuelas de los tiempos medios , pugnaban por
sustentar su predominio en el parnaso castellano. Pero si cede
á la irresistible fuerza de tantos y tan poderosos elementos el
arte cultivado por los discípulos de Juan de Mena y el marqués
de Santíllana, no logran igual victoria sobre la espontánea poe-
sía de la muchedumbre, que acaudalada de día en día con nue-
vas galas y preseas, llegaba al expresado siglo XYI dotada de
tanta vitalidad que infundiendo su espirílu al naciente teatro es-
pañol, le instituye depositario de los sentimientos, las creencias
y las costumbres, que reflejaba en su seno; prendas que basta-
ron á labrar la gloria más alta de las letras patrias, inmortali-
zando el genio de Lope y Calderón, de Tirso y de Morete.
La trasformacion de la poesía vulgar-erudita, así como la de
lapopuluar, no era sin embargo obra de un solo día, por más
que en las esferas más elevadas, en las escuelas públicas, mer-
ced á la iniciativa de los Reyes Católicos y á la autoridad de los
Nebrijas y Barbosas, pudiera considerarse como realizada aquella
revolución formal, á cuyo logro habian aspirado, con más anhelo
que fortuna, los ingenios de la corte de don Juan II. No es en
efecto ley de la naturaleza que fruciiíique la más vividora semilla
en el momento de brotar, ni es tampoco lícito exigir á un pueblo,
que tiene ya en lo pasado hartos títulos de gloria, el que los olvi-
do en un solo instante, para ostentar irreflexivo sus nuevas con-
quistas. Aquel arte, que en vario concepto ilustraban respetados
1 Véaso el cap. XXII de este volumen.
*!•* P., CAP. XVIII. TEND. G. DE LAS L. D. EL R. DE LOS R. C. 229
™^Gstros y esclarecidos cultivadores, prosiguió pues siendo du-
raj^te el reinado de Isabel y de Fernando, deleite de la corte
©spafiola, hermanados ya del todo los ingenios de Aragón y de
Castilla; pero si reflejaba vivamente el espíritu y especial carácter
de las escuelas, que se habian desarrollado en toda la extensión
del territorio espaflol, durante la primera mitad del siglo, no po-
día, en modo alguno hurtarse á las nuevas influencias, ni aun en
los momentos en que trabada la inevitable lucha, procuran
mantenerle incólume, más generosos que discretos, sus apasio-
nados defensores.
No hay para qué advertir que esta lucha se entabla y sos-
tieno principalmente en las regiones de la amena literatura,
doode logran absoluto predominio la imaginación y el senti-
mieinto. Menos expuesta la historia á las mudables influen-
cias del gusto, y más apegada á los antiguos hábitos la filoso-
fía moral, cultivada principalmente por los que se preciaban
de "teólogos, si volvia la primera la vista á la antigüedad, para
perfeccionar sus formas expositivas; si aspiraba la segunda á
liaeerse dueña de las máximas y sentencias atesoradas por los
sabios del gentilismo, y tenian ambas por insuficiente y grosera
la lengua vulgar, según queda advertido, forzábanlas su misma
naturaleza y su inmediato objeto á permanecer fieles á la tradi-
^'°o, constituyendo esta necesidad uno de los principales cara«-
'^''es de la época literaria que estamos contemplando.
«^ero estos hechos, cuyas leyes generales quedan expuestas,
P^dGix particular demostración; tarea á que nos consagraremos
^ **^'* capítulos siguientes.
CAPITULO XIX.
ESTADO Y CARÁCTER DE LA POESÍA BAJO EL REfflADO
DE LOS REYES CATÓLICOS,
»sicion de las tradiciones artísticas á las innovaciones clásicas. — Ra-
filosófíca de este hecho. — Influencia personal de la lieina Isabel. —
castellanos, aragoneses y catalanes de su corte.— Escuelas por
ello^ cultivadas. —Florencia Pinar.— Examen de algunos poetas. — Fray
Ifii^cD López de Mendoza. — Su Cancionero. — Análisis de la Vita Chri$t%
y d^l Dictado en vituperio de las malas mug eres. —Idea del Dechado de
'^» '^^^ina doña Isabel.— Juslu del Enzina. — Su Cancionero, — Examen del
^^^¿-^M^nfo de la Fama, — Sus caracteres literarios. — Las canciones 7 vi-
^^í*i^<:iico8. — Don Pedro Manuel de Urrea. — Su Cancionero, — Mérito li-
^'^^^■^"io de este procer aragonés. — Especial índole de su ingenio.— Don
Fernandez de Heredia. — Sus poesías. — El cartujano don Juan de
:iJlla. — Sus poemas. — Juicio de Los doce triunfos de los Apóstoles, —
*** -^^^tablo de la Vida de Cristo,— -Diego Guillen de Ávila.— Su Pane-
9 «^-Cc^o de la Reina Isabel, — Idea del Loor á don Alonso Carrillo, — ^Her-
,^^^^0 de Rivera. — Su poema histórico. — Pedro de Cartagena; Moesen
'^^l^as; Crespi de Valdaura. — Elogios de Ja Reina Isabel. — Condiciones
^ ^ «t poesía histórica. — Inclinación de los eruditos al cultivo de las for-
populares. — Importancia y significación futura de este hecho.
al
n medio del movimiento literario, que hemos contemplado,
jar nuestras miradas en el reinado de Isabel I.* y de Fernán-
^ ^ [1474 á 1517], y cuando por todas partes descubrimos el
^*lo de la erudición clásica, llámanos seriamente la atención el
^^^siderar cómo la poesía, que es siempre la manifestación más
232 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
libre y espontánea del arte, aspira á conservar sus antiguos ca-
racteres, oponiendo así no insignificante resistencia á los es-
fuerzos de los doctos. Mas esta oposición, que parecia en cierto
modo detener el curso de los progresos literarios, realizados ba-
jo el glorioso cetro de los Reyes Católicos, no carecia en verdad
de profundas raices, logrando por tanto explicación cumplida en
la historia de las letras patrias. Sobre ser el sentimiento poético
en todos los pueblos don el más preciado y sello el más profun-
do é indeleble de su cultura, no era fácil empresa para los cla-
sicistas el anular de un golpe todas las glorias obtenidas desde
siglos anteriores por las escuelas, que compartian entre sí el do-
minio de nuestro parnaso, ni aun dado el múltiple desarrollo de
las formas artísticas, adoptadas por los eruditos, podían ser es-
tas sustituidas al simple amago de una revolución literaria, que
tenia por norma y fin capital la rehabilitación del arte antiguo.
Ni podia ser por otra parte más legítima la resistencia de he-
cho, que oponían los ingenios españoles á toda innovación, que
los despojara de los medios artísticos, atesorados por sus mayo-
res. Educados cuantos poetas florecen durante el reinado de
Fernando y de Isabel, bajo la pauta de aquellos maestros que,
como Juan de Mena, el Marqués de Santillana, Fernán Pérez de
Guzman y tantos otros, habían enriquecido el parnaso castellano
con los despojos y vistosas preseas de extrañas literaturas; vi-
viendo entre ellos los primeros y más autorizados discípulos de
tan aplaudidos varones, tales como don Gómez Manrique y Mos-
sen Diego de Valera, Juan Alvarez Gato y Diego de San Pedro,
que alcanzaron buena parto do aquel reinado ', imposible era
que abandonasen sin manifiesta ingratitud, y sobre todo sin ries-
1 Véanse los respectivos csUidios sobre estos ingenios. Mossen Diego de
Valera volverá í^ llamar nuestra atención como historiador y escritor mo-
ralista, pues habiendo alcanzado larga edad, fue infatigable en el trabajo
y mereció la estimación de los Reyes Católicos en la forma que en breve
notaremos. Diego de San Pedro, educado en la corte de don Juan II,
goza también cierta autoridad en la época que historiamos, si bien no fal-
taron escritores moralistas que condenaran los extravíos amorosos de su
juventud, de que no pareció convalecer del todo en edad madura. Ade-
lante volveremos á mencionarle.
n.* P.y CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 253
g€> de ser menospreciados , el ejemplo de los que vivian con sus
en el universal aplauso.
hay más : hermanadas en cierto modo las antiguas es*
eruditas y que habian compartido entre si el dominio del
español, sostenian mutuamente los títulos de su iegiti-
midad, y ostentaban, como timbres de buena ley, sus respecti-
vais conquistas, aspirando á ennoblecerlas con nuevos y muy
pi*eoiados blasones. Lejos de suponer agotados los veneros de la
iosrfciracion, acudian con nuevo empeño ios poetas del reinado de
á cultivar el arte, tal como lo habian recibido de sus ma-
s, si bien ambicionando su último desarrollo. Asi, no era
verdad llegado para la poesía española el momento de recibir
'^ innovación artística que en las esferas de la erudición clásica
estaba preparando, como no se juzgaron los ingenios de Ibe-
^n la obligación de contradecirla, conforme acontecía más
^^^l^mte, apunto ya de realizarse la transformación en manos
"^ t^s petrarquisias. Como natural consecuencia de los grandes
®^*"^i€rzos hechos en los reinados precedentes; como inevitable
^{'^Cilo de los elementos literarios atesorados en el parnaso eru-
^*^o, los poetas de la corte de los Reyes Católicos prosiguieron
*^ obra acometida por los trovadores de don Juan II, apartando
'v^ista, no sin alta complacencia, de las flaquezas y aberracio-
9 que habian infundido especial carácter á los de la corte de
^ni-ique rV.
Correspondió en este sentido la poesía española al estado que
le los primeros instantes habia ofrecido el reinado de Isabel
y de Fernando; y aquella musa que, al asentarse en el trono de
Castilla les augura, por boca de don Gómez Manrique, prosperi-
^ades sin cuento, se ufanaba una y otra vez, al pintar con bello
dolorido las sencillas escenas del regio alcázar, ó ya bosquejaba
^s Virtudes de Isabel, como en precioso dechado, ya augura-
^ I03 preclaros triunfos de las armas cristianas, ya en fin aspi-
^^ 4 solemnizarlos, si bien careciendo en tan alta ocasión, se-
^^ ^ntes observamos *, de aquella levantada entonación que
"Véa«c el capítulo anterior, págs. 216, etc., y lo que decimos en el
*^^le con el mismo propósito.
234 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAlXOLA.
había menester para revelar el heroísmo del pueblo español y ]a
grandeza de las hazañas que tienen noble corona en la conqoista
del reino granadino. Pero era también digno de notarse que, si
no se alzaba entre los poetas de aquel memorable reinado ningún
cantor que lograra reflejar por entero la gloria del nombre es-
pañol, se hermanaban todos los ingenios que florecen en la Pe-
nínsula en el cultivo del arte, aspirando todos & representar
una sola nacionalidad literaria, con el uso común de una sola
lengua.
Si al mediar del siglo XY, hemos contemplado ya divididos en
grandes grupos, & los más renombrados trovadores de Castilla y
Axagon, de Cataluña y Navarra, consagrados al cultivo de la
lengua que inmortalizan el Rey Sabio y sus esclarecidos suceso-
res-, si propagándose aquel anhelo á las regiones occidentales de
la Península Ibérica, los hemos visto también florecer en el sue-^
lo de Italia, con la gloriosa conquista de Ñapóles,— congregados
ahora bajo una sola enseña, desde el punto en que se funden en
una las coronas de Aragón, Castilla y Navarra, aparecen á nues-
tra vista formando verdadero concierto en la corte de los Reyes
Católicos, y mostrando al par que era empresa realizable la uni-
dad política de la Península, hasta entonces dividida por dese-
mejantes, ya que no contrarios intereses. Numerosa era por
cierto la cohorte de trovadores, que acuden á hacer gala de su
ingenio bajo los auspicios de Isabel y de Fernando, distinguién-
dose entre ellos los más granados próceras y los más ilustres
prelados, y afanándose por merecer titulo de poetisas, como otras
aspiraban á la gloria de la erudición clásica, muy esclarecidas
damas de Aragón y de Castilla.
Difícil ó impertinente por extremo seria mencionar aquí per-
sonalmente cuantos cultivadores de la poesía lograron aplauso
en la corte de los Reyes Católicos. Señaláronse no obstante en-
tre los magnates castellanos, demás del Maestre de Calatrava, el
Almirante de Castilla, y el Adelantado de Murcia, los duques de
Alba, de Medínasidonia, del Infantado y de Alburquerque, los
condes do Haro, Coruña, Ribadeo, Feria, y Ribagorza, los mar-
queses de Astorga y Villafranca, el vizconde de Altamíra, el ma-
riscal Sayavcdra, y los ricos-omes don Juan Manuel, don Alva-
n/ P.y GAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 235
de Bazan y don Gonzalo Chacón, brillando entre los caballe-
ros Joan tie Padilla, Pedro de Cartagena y don Fernando de
Colon, y contándose entre los prelados el ilustre hijo del Mar-
qués de Santillana, Gran Cardenal de España ^ Ni eran menos
distingoidos los trovadores aragoneses, cuando aparecian entre
ellos don Joan Fernandez de Heredia, don Francés Garroz yPar-
1 Todos estos trovadores tienen repetidas obras, ya en el Cancionero,
lo á luz en Valencia por Cristóbal Hofman en 1511, y citado por nos-
repetidas veces, ya en los MSS. coetáneos, que hemos mencionado
t3.nc^l)ien antes de ahora. £n la imposibilidad de dar individual razón de di-
cbas poesías, nos limitaremos á notar que todos estos trovadores cortesanos
a^pA.x^ecett filiados en la escuela provenzal y se precian de atildados amado-
res. No exceptuaremos por cierto á don Hernando de Colon, hijo del descu-
^riíicrdel Nuevo Mundo, ni al Gran Cardenal de España: este ilustre perso-
^*j«, que tanta influencia alcanzó por su autoridad y su elocuente pala-
^'^y como adelante veremos, en los destinos de Castilla, pasaba á me-
jor Tjda en 11 de enero de 1495, á los sesenta y siete años de su edad; y
*^ babia traído al habla vulg:ar algunas obras de la antigüedad clásica, por
'^^'^ndato de su padre, no se desdeñó, consagrado desde muy temprano á la
^lesia, de decir amores, como pagó también tributo á las flaquezas de la
^^^e. En el códice de la Biblioteca Imperial de París, signado 7820, al
^^' 1 19 V., se hallan con el epígrafe Del Cardenal de Mendoza y Del
^^^9imo Cardinal, dos canciones, que empiezan:
1/ Dama, mi grande querer.
S.* MI Tida se desespera.
'"'^^die diría al leerlas, sin el epígrafe, que eran fruto de un arzobispo de
^^«, levantado á la silla de Calahorra desde 1454 y recibido años antes
f, '^o capellán real en la corte de Castilla. Nada más cierto sin embargo. —
. . . ^^^^nto á don Hernando Colon, hallamos en el cód. Vil. D. 4. de la Bi-
^^*«*íca Patrimonial de S. M., desde el fól. 88 v. al 114 r., varias cancio-
ij^« ^ inscritas bajo su nombre, todas amorosas, algunas de las cuales co-
1.* O triste yo desdichado.
S.* En peligro está la ?lda.
3.* SI tu gesto glorifica.
4.* Si sintiese que non peno, etc., etc*
^^^ ^ doeto'fundador de la famosa Biblioteca, á que dio en Sevilla su nom-
se mostró en estas obras atinado cultivador de la lengua castellana,
Ritiendo en lo atildado de la frase, como en lo artificioso de los con-
1^^ ^^^» con los galanes y caballeros, entre quienes se educa en la corte de
^cycs Católicos,
236 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
do, don Gerónimo de Artes, don Lope, don Miguel y don Pedro
de Urrea, don Juan de Lezcano, Mossen Aguiiar, el diputado del
reino Martín Martínez Dampiés, y el virtuoso obispo de Huesca,
don Hernando de Basurto K Daba por último señalado lugar su
preclaro ingenio entré los poetas catalanes y valencianos, que
toman por instrumento la lengua de Castilla, á los renombrados
don Alonso y don Juan de Cardona, don Luis de Castelvi, don
Francisco de*Mompalao, Mossen Crespí de Valdaura, y don Luis
su hijo, don Francisco Fenollet, Mossen Jaime Gazul y con ellos
á Mossen Narciso Vínoles, Mossen Tallante, Mossen Rull, y
otros no menos dignos de la distinción, que en la corte de Isabel
y de Fernando alcanzaban ^.
Cultivan todos estos ingenios la poesía española, siguiendo,
según dejamos advertido, las huellas de los antiguos trovadores é
inscribiéndose en las escuelas, que se hablan alzado con el impe-
rio del parnaso: dezireSy resqUestas, esparzas, canciones^ rnth-
tes, glosas y villancicos, cuantos géneros literarios y cuantas
formas artísticas llegaron á aquel reinado ^, fueron objeto de
singular esmero para los poetas de Aragón y de Castilla, no oí-
1 Hacemos adelante el merecido estudio de los más celebrados trovado-
res aragoneses; pero como no es posible hablar individualmente de todos,
no será inoportuno advertir desde luego que pueden consultarse las poesías
de los más en el citado Cancionero de 1511, de donde toman después al-
gunas los sucesivos colectores de Cancioneros generales. Sólo nos cumple
advertir aquí que animados de más elevado propósito, tanto Martinez Dam-
piés como Bassurto^ escribieron el primero el Triumpho de Maria, en ver-
so mayor y prosas, con moralidades (Bibliotheca Nova, i. II; — Biblioteca
antigua de Aragón, t. II, pág. 344), y el segundo, que gobernó la silla
de Huesca de 1483 á 1526, asistiendo á la guerra de Granada, la Vida de
Santa Orosia, dedicada á don Pedro Vaguer, obispo de Álger (Ustarroz,
Biblioteca Aragonesa, cód. CC. 77 de la Biblioteca Nacional). Compuso tam-
bién don Hernando Bassurto un curioso Diálogo entre un caballero cazador
y otro pescador, obra impresa en Zaragoza por Maestro Gajecosi, 1539.
2 Tienen todos estos trovadores notables poesías en el ya referido Can-
cionero, siendo para nosotros sensible el no poder dar aquí muestras de las
mismas. De alguno haremos especial mención adelante.
3 Véanse los capítulos correspondientes al estudio de los poetas en los
tomos anteriores, y en especial el VI de este 11.^ Subciclo.
II.* P., CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 237
nidadas por cierto las enseñanzas de las escuelas pravenxal y
dantesca,^ ni desdeñados tampoco los frutos de la didáctica y
ana de la simbólica. El movimiento de los ingenios que florecen
en nna y otra comarca de la gran monarquía, cuya unidad ambi*
Clonaban los Reyes Católicos, no podia ser, generalmente ha-
blandOy m&s regular y conforme con sus precedentes. Pero se
halla no obstante muy lejos de ser descolorido y monótono, y
l^r m&s que sea hacedero trazar los limites en que se encierra,
ofrece & nuestra contemplación crecido número de entidades, y
dUQ notabilísimos accidentes, dignos de madura consideración y
estudio.
I^lama ante todo la atención el considerar cómo al mismo tiem-
po que se ejercita la Reina Católica en el estudio de la lengua
íatiíaa, alentando con su ejemplo & los cultivadores de las letras
^IS^icas, recibe benévola y premia generosa las ofrendas de los
'^g^enios españoles, albergando al par en su palacio distinguidas
^^rnas que asi como doña Beatriz Galindo, se mostraba docta en
^^ lengua del Lacio^ hacian gala de su imaginación, siguiendo
^^^ huellas de los más celebrados trovadores. Ganaba en efecto
^ estimación de los entendidos doña Florencia Pinar, dama que
asistía & la corte de Isabel, y que estimulada por otros ingenios
^G su familia *, tomaba á veces parte en las lides del ingenio,
^'osando otras las más aplaudidas canciones, tarea por cierto muy
'^íiiiliar á los que se preciaban á la sazón de más atildados mo-
''"'Qcadores. Florencia Pinar, abrigando realmente ó fingiendo,
^' pulsar la lira, amorosa pasión, pondera sus dolores, exage-
^ Entre las de los trovadores de la corte de los Reyes Católicos halla-
^ ^n efecto las obras de Plnar^ que empiezan al fól. CLxxxiij del Can-
j ^^^0 de 1511, La primera es un Juego trobado, que hizo á la reyna
¿, ^•^^ Isabel f con el qual se puede jugar como con dados ó naipes, y con
^^ ^ ^mede ganar ó. perder y echar encuentro ó azar y hacer par: las
d^\ ^^^^ (añade) son los naipes, y las cuatro cosas que van en cada una
^ - han de ser suertes. Tras esta ingeniosa composición, exornada de
» ^ ^ones y refranes, lo cual le da cierto valor histórico, se hallan varias •
^1 ~ de obras antiguas y modernas, con algunas canciones originales á
^j^^ *^^ damas de la corte. Tiene también algunos motes y canciones entre
^^\)ra8 menudas del mismo Cancionero.
238 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
rando sus efectos de la misma suerte que lo bacian cuantos aspi-
raban al nombre de poetas, y como ellos se pinta ipipíamente
desdeñada. Era la primera danla, cuyo nombre figuraba en el
parnaso español; y dadas la época en que florece y la corte don-
de brilla, parecía justo esperar que tomase su ingenio m&s le-
vantado rumbo. — Florencia Pinar dejóse ir no obstante en la co-
mún corriente; y si al trazar ahora la historia de las letras pa-
trias, fuera censurable olvido el omitir su nombre, no merecería
mayor disculpa el detenernos á examinar menudamente sus obras
poéticas, cuando sobre no exceder estas de la esfera general de
los trovadores eróticos *, reclaman ya nuestras miradas, bajo
diversos aspectos, más granados ingenios.
Merecen en verdad particular examen, porque más directa-
mente personifican aquella época, asi en Aragón como en Casti-
lla, reflejando poderosamente las tradiciones literarias y el nue-
vo estado de los estudios, un fray Iñigo López de Mendoza, un
Juan del Enzina, un don Pedro Manuel de Urrea, un Juan de
Padilla, monje cartujo, y un Diego Guillen de Avila, canónigo
de Patencia.
No es fácil ahora averiguar el origen de fray Iñigo López de
Mendoza, ni determinar tampoco si perteneció á la nobleza cas-
tellana, según pudieran persuadirlo sus apellidos, ilustrados ya
por el Marqués de Santillana en la corte de don Juan II, y perpe-
tuados en la de Isabel por el denodado caudillo que clavaba en la
Alhambra el estandarte de Castilla. Sábese no obstante que en-
tró en religión de mozo, abrazando la regla franciscana, y que á
pesar de su voto de pobreza, vivió en la corte distinguido y aun
acariciado de ilustres damas, lo cual desató al cabo contra él
1 Para que el lector juzg^ue de la exactitud de este aserto, citaremos la
canción, que empieza (Cancionero, fól. CXXV v.):
Ayl que bay quien más no vive,
ó ya la que tiene este bordón:
El amor bá tales mafias
que quien no se guarda dellas«
si se le entra en las entrañas,
non puede salir sin ellas (Id. id., fól. CLxxx? y,).
í
If/p.yCAP. XIX. EST. DÉLA P. BAJO EL R. DB LOS R. C. 259
la maledíGancia de los palaciegos y la sátira de otros trovadores.
Acosáronle estos de vivir metido en vanos placeres, como lobo
cabierto de pardo manio) motejáronle de hipócrita seductor;
presentáronle lleno de afeites en bailes y saraos ^, y reprendié-
ronle en fin de frecuentar el palacio más de lo justo, y de tener
olvidados sos deberes, como religioso, mientras gastaba su vi-
^ en galanteos de damas y de monjas ^. En cambio otros poe-
1 £ntre las composiciones destinadas á zaherir, ya que no á difamar,
a fray iSí^ López de Mendoza, son muy notables las Coplas de Vázquez
^ ^^encia sobre las coplas de Vita Xpu, enderezadas á su amiga, por^
^^ fe embió á pedir la obra de Vita Xpi., y no estando él en casa ge
^ ^i<> tin mo^. Entre otras cosas, leemos en esta singular poesía (Can-»
«••onef- o de 1511, fól. CLxxj v.):
Este religioso santo,
metido en vanos plazeres^
es un lobo en pardo manto,
como entiende y sabe t^nto
del tracto de las mujeres.
Tiene los ojos por suelo
con muy falsa ypocresia,
y con esto baze vuelo
que todo viene al señuelo
de su gentil fantasía.
Que no penseys por las ramas,
mas ante dentro en el bayle
Ti de sus perversas ramas
en afeytes de las damas
quái el diablo puso al frayle.
acusaciones no pueden ser más directas é intencionadas.
Otro galán, que sin duda habia recibido algún agravio de fray Iñigo,
*^ ^^ de denostarle en vario modo, anadia que era pecado ^n el fraile
(/d.*
así
► fól. CLxx r. y V.):
con risueño mirar,
viendo gracia en la muger^
desealla festejar
y dalle bien á entender
que cartas la yrán á ver;
o debia ser su obligación consolar á los afligidos, y
non las monjas requerir,
mucbas veces á menudo,
nin á quien sabe servir
con obras y con dezlr
non le motejar de mudo.
240 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA BSPAftOLA.
tas le colmaban de alabanzas, y distinguido por los Reyes, se ex-
tremaban los magnates en agasajarle. Fray ínigo López de
Mendoza, era pues objeto de las iras y de las consideraciones
cortesanas. ¿De qué parte se hallábala justicia?.... Sin duda los
que, al verle bullir en la corte, reparaban en que era un fraile
menor y le hallaban por demás atildado, no carecian, al aco-
sarle, de cierto fundamento; mas los que mirando sólo su inge-
*nio, perdonaban benévolos sus flaquezas, usaban de mayor gene-
rosidad, probando al recibirle en sus aristocráticos salones, que
si no gozaba por la cuna levantados timbres, le hacian acreedor
á ellos su talento. Esta enseñanza recibían los cortesanos de la
Reina Isabel, y no era por tanto maravilla que la practicasen con
fray Iñigo López de Mendoza.
Pero es lo notable que atildado en demasía, motejado de hi-
pócrita, y lejano por tanto de ser un modelo de austeridad y
de seráfica sencillez, osó fray Iñigo arrostrar con no escaso de-
nuedo los vicios de su tiempo; y ora se dirija á la Reina Isabel,
ora á don Fernando, ora en fin á las damas y magnates de la
corte, procura siempre la corrección de las costumbres, dando
por tanto á sus poesías cierto interés social, que á menudo co-
bra también notable colorido político. Las principales produc-
ciones, debidas á su pluma son: La Vida de Nuestro Señor Jhe-
su-Xpo., escrita á instancias de doña Juana de Cartagena; el
Sermón trotado sobre las armas del rey don Fernando; el Dic-
tado en vituperio de las malas mujeres y alabanza de las bue-
nas; las Coplas en loor de los Reyes Católicos; la Cena que
Nuestro Señor fizo á sus discípulos^ y el Dechado de la Reina
doña Isabel *.
1 Tenemos á la vista el Cancionero de fray íñigo López de Mendoza,
impreso en Toledo en casa de Juan Vázquez, scg-un se expresa al final del
mismo, aunque sin ñjar el año de la edición. Encierra ps(c raro libro, de-
más de las obras citadas, que ocupan el 1.®, 2.°, 3.®, 4.**, 5.® y 8.** lugar,
las siguientes: 6.° Justa de la Razón contra la sensualidad; 1 ,° Los go^
zos de Nuestra Señora; 9.° La Pasión del Redentor; 10.° Coplas al Es--
piritu Santo; 11.^ Lamentación á la quinta angustia, guando Nuestra
Señora tenia á Nuestro Señor en sus braxos. Tras estas producciones de
n.* P.y CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DB LOS R. C. 241
Alcanzó la Vida de Xpo., asunto que excita durante el mismo
reijQado la inspiración de la musa castellana, según adelante ve-
remos, extraojrdinario aplauso: pidieron y obtuvieron de fray
laígo López. las más ilustres damas repetidas copias, é impresa
en breve con el Regimiento de Príncipes de don Gómez Manrí-^
pte^^ fué grandemente conocida asi en Castilla como en Ara-
gón, donde eran también reproducidos por la estampa otros tra-
tados del mismo religioso ^. La Vida de Xpo. no pasa sin em-
y Iñigo, que dan nombre al Cancionero, hallamos algunas poesías de
xicho de Rojas y Jorge Manrique^ y terminadas, La Pasión de Cristo
d^l comendador Román, obra escrita antes de 1492, según muestra en eS'
t€»^ versos de la dedicatoria, dirigida á los Reyes Católicos:
Que quleo ganare á Granada,
porque más honra le den,
ba de ganar el espada,
con la qual Jerasalen
será también libertada.
Eia la Biblioteca del Escorial existe con la marca iii. K. 7. un códice
^■^ "* -*^, compuesto de 231 foj^s útiles y escrito á fines del siglo XV ó prin-
*^'I>io» del XVf, que lleva también el nombre de fray Iñigo López de Men-
^^^a. « Contiene las seis obras impresas en el Cancionero, en el orden indi-
<^s^<]o c:n el texto, si bien abundan las variantes; y acabadas dichas produc-
^****^^s, se hallan Los Pecados mortales de Juan de Mena, con la proseen-
^*^^** de.don Gómez Manrique y las Coplas de don Jorge Á la muerte de
dre, Al final hay algunas poesías y otras obras impresas (fól. 232
^* ^2-^2^ etc.)» que no constituyen realmente el códice.
^ Guarda la Biblioteca Escurialense entre sus selectas ediciones un
'""^^^^loso libro (ij. X. 17), sin año ni sitio de impresión, pero debido sin
^ *^ ^ al siglo XV, el cual encierra, demás de la Vita Xpi, y el Sermón
^'^^^^M.do, las famosas coplas ó dezir de Jorge Manrique Á la muerte de su
j ^^*^^^^^ y el Regimiento de Principes de don Gómez Manrique, con el pró-
^^^:> ó dedicatoria en prosa del mismo, que no aparece en los Cancioneros.
^ ** ^mbemos si precedió esta edición á la ya citada del Cancionero de fray
A xxvij dias de noviembre de 1492 se terminaba en Zaragoza por
^^ ^ ^man Paulo Hurus la edición de su Cancionero^ que encerraba la ma-
^^^" X^arte de las obras de fray Iñigo, con otras de Pero Ximenez, Diego de
5^ ^"^ Pedro, Medina, Juan de Mena, fray Juan de Ciudad Rodrigo, Jorge
^^''*^'»ique y Fernán Pérez de Gnzman (Typografia española, págs. 134 y
^^^'^^ lentes). Tres años antes se habla impreso ya (aunque no constaren la
"TCoMO vn. 16
242 niSTORU critica db la literatura espaíIola.
bargo de la degollacioa de los íaocentes, tal como se ha trans-
mitido & nuestros días en los códices más autorizados^ pro-
bando esta observación que no llegó fray Iñigo & terminar la
obra^ que m&s recomendó su nombre & sus coetáneos ^ Elogia-
das las virtudes de la Virgen, de donde toma ocasión para re-
prender las flaquezas de las mujeres de su tiempo , describe la
bajada del ángel que anuncia á María la voluntad del Eterno,
y explicado el misterio de la Encarnación , entra luego en la
historia de la Natividad del ^eñor, cuyo nacimiento en hu-
milde pesebre le ofrece también motivo para condenar las pom-
pas y excesivo regalo de los grandes del reino, por contrastai
on demasía su boato y codicia con la pobredad y humildanza
(leí Salvador. La aparición del ángel á los pastores, punto en que
fray íñigo pone en boca de Mínguillo el lenguaje del vulgo, pro-
vocante á riso ^; la circuncisión de Jesús, que le ofrece materia
edición la fecha) el Cancionero que lleva el nombre de Ramón de LlmTÍa,
por industria de Juan de Hurus, y en él se contienen también el Dechado 3
Regimiento de Principes y las Coplas 6 Dictado en vituperio de las wut-
tas mugcres y loor de tas buenas, ocupando el 6.^ y S.^ lugar entre 1»
poesías de Pérez de Guzman, Juan de Mena, Jor§^e Manrique, Juan Alwei
[Gato], don Gómez Manrique, Gonzalo Martínez de Medina, Sánchez Tala-
vera y fray Gaubcrle. En uno y otro Cancionero domina el espirita reli-
gioso. La Vita Api. se reprodujo en otros Cancioneros y ediciones: entre
las últimas conviene citar la de Sevilla de 1506, á que acompañaron las ¿tf*-
tecientas de Fernán IVrez de Guzman.
1 £n las notas precedentes queda advertido que fray Iñi^ escribió, de-
más de la Cena que Suestro Señor fizo, citada en el texto. La Pasiom dei
Redentor y la Lament^icion á la quinta angustia, quando la Virgen temia
á Jesús muerto en sus brazos. Estas composiciones debieron tal vez for-
mar parte de la Tila Xpi.. naciendo del mismo pensamiento que U íbs{>¿-
ra: pero se imprimieron siempre aparte y como obras distintas.
:l Fray luifro se disculpa de esta libertad, usada primero por el akLm
de las Coplas de Mingo Revulgo^ y después, ó al mismo tiempo, pee
lina y otros, del sifruiente modo:
Porf «e io« pvedcft estar
es «■ rlfor toda via
las arcos para tlfir,
siiéleft!«s defeapalfar
alfiia píen del 41a.
ttMéc
U/ P., CAP. XlX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 243
para desplegar no escasa eradicion bíblica, y aun para volver &
la reprensión de las costumbres con notable intención política;
Ja venida y adoración de los reyes magos, cuyas profecías exci-
tan el llanto de la Virgen; la presentación del niño Dios en el
templOy y por último la degollación de los inocentes, constituyen
cnateria histórica de la Vida de Xpo,, no sin que procure co-
BÍcarle de continuo el interés de la actualidad, al fijar sus
adas en las dolencias morales de sus compatriotas, tras los
dragos producidos en Castilla por la corte de Enrique lY.
y Iñigo pretendía dar notable variedad & este singular poe-
enriqueciéndolo de himnos, romances y villancicos, casi
si^moafre dignos de aprecio ^
ntre las obras restantes de este cultivador de la poesía, lo
ecen más particularmente el Dictado en vituperio de las ma-^
mujeres y alabanza de las buenas y el Dechado de la Reina
a Isabel. Es la primera composición una sátira, compuesta
<1 ^ ^doscientos ochenta y ocho versos, la cual no carece de gra-
oi^t. -y donaire, brillando en. ella sobre todo el anhelo de protestar
Xtbl la licencia de las cortesanas y de buscar entre sus con-
jporáneos el modelo de la mujer perfecta. Al pintar las malas
«res, exclamaba, dados & conocer sus afeites:
estas chufas de pastores
para poder recrear,
despertar y renovar
la gana de los lectores.
Entre los himnos parécenos oportuno citar aquí el que pone en boca
Madre de Dios, que empieza:
Adoro tu magestad
en la tierra y en el cielo, etc.
los romances recordaremos el que canta «la Novena Orden, que son
^Seraphinest, el cual comienza:
Gozo muestran en la tlem
y en el limbo alegría;
fiestas fagan en el ^lelo »
por el parto de Haría, etc.
^<M Tillancieos logró gran popularidad el que lleva este estribillo, por
Eres nl&o y has amor
¿qué farás qaando mayor?...
244 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA. 1
Son aquestos el mochuelo
que con los ojos convida
á los tordos que los tomen:
Son el ^ebo del anzuelo
que fa^e costar la vida
á los pe9es que lo comen:
Son secreta saetera,
dó nos tira Lucifer
con yerba^ por nos matar:
Son carne puesta en bujtrera,
que quien la viene á comer,
escota bien el yantar.
Volviéndose después á las mujeres virtuosas, dice:
Son un lucido brocado,
que pocas personas visten^
sino grosero sayal;
son alcázar defensado/
dó pocas armas resisten
á los combates del mal.
Son erizos por defuera
de púas muy espinosos
al hombre, cuando las toca;
mas de dentro son lumbreras,
son finas piedras preciosas;
son castillo puesto en roca;
Son áúgeles y mujeres
en la vida y fermosura;
en los cuerpos y en las almas
son santas en los aferes;
* laureles en la verdura;
mas en el fruto son palmas, etc.
Dirigido el Dechado á la virtuosa princesa, que Dios habia •^^ ^j
elegido para restaurar las glorias de Castilla, parece herma-
narse fray íñigo en el espíritu que le mueve, con don Gomei
Manrique, dando á doña Isabel sanos y provechosos consejos.
Reconocida la decadencia, en que habia caido la monarquía por
la mala gobernación de los precedentes reinados, prorumpia de
este modo:
Pues si no quereys perder
y ver caer,
^•^ P., CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 245
Olas de quanto es oajdo,
vuestro reyno dolorido,
tan perdido
qnes grand dolor de lo ver;
emplead vuestro poder
enfa^
justicias mucho oomplidas:
que matando pocas vidas
corrompidas,
todo el rejmo á mi creer
salvarejs de perezer.
Y proseguía en el mismo tono:
En el real corazón
nunca pasión
debe turbar esperanza,
mas su lanza é su balanza
sin mudan^
se muestre siempre en visión.
Que segund la presun^on
desta nagion,
si le nenten cobardía,
vos Yeteys la tiranía
cadadia
sembrar más en la tray^on
en toda vuestra región i.
Con el noble deseo del acierto presenta fray íñigo & la con-
^^placion de doña Isabel el dechado de virtudes^ & que debía
^JUatar sus acciones, como Reina; y fijando la vista en las ense-
^^^^zas de los tiempos pasados, descubría, no sin verdadero ins-
^5^to político, las fuentes de los males que aOijían & Castilla y te-
^^^ deshonrado el trono. La privanza, horrible pesadilla y ver-
1^ XI espirita general de esta singular composición, tan celebrada en to-
la última parte del siglo XV, y el material sentido de sus versos, prae-
^ que fray Iñigo López la escribe en ios primeros años del reinado, no
^^^nadas del todo las turbulencias, de que salió triunfante y poderosa la
^^«ridad real^ tantas veces contradicha y humillada; y en este concepto
^v^mana al fraile franciscano con don Gómez Manrique, dando mayor es-
"^^n i su carácter personal y más clara explicación á la ojeriza de los cor-
aos, mu murmuradores.
246 HISTORIA crítica db la literatura ESPAÍIOLA.
gonzosa tutela de los sucesores de Enrique 11; la yenalidad, plaga
corruptora de la corte, que inficionaba todo el Estado; la intem-
perancia, móvil de violencias, crueldades y tiranías, peligros
eran que amenazaban sin cesar al trono, con escándalo de la na-
ción y daño de sus pacíficos moradores. Dona Isabel, si aspiraba
á labrar la felicidad de sus vasallos, debía pues alejar de si los
privados, castigando con mano fuerte toda venalidad y repri-
miendo toda intemperancia. Para lograr tan altos fines, nece-
sario era que empezase imponiendo silencio á los alaridos de los
grandes alanos (los proceres), y prestando clemente oido & los
ladridos de los perrillos pequeños (el pueblo). En la hija de don
Juan II resplandecian las virtudes, que se hablan menester para
dar cima á tan noble empresa; y el fraile menor, á quiea sus
coetáneos tildaron de lisonjero, no vaciló um instante en reco-
mendarle el ejercicio de la prudencia y de la justicia, para que
brillase con mayor esplendidez su fortaleza. Tal vez estos nobles
consejos aseguraron á fray Iñigo la estimación de la Reina Ca-
tólica, abriéndole las puertas del regio alcázar, y contribuyeron
también á ganarle el afecto del Rey don Fernando más que las
Coplas en que declaraba cómo por el adtfenimiento deslos muy
allosseñoros era reparada nuestra Castilla. Como quiera, no
sólo en el Dechado, sino también en todas sus producciones,
mostró López de Mendoza que no era moralmente digno del me-
nosprecio de los palaciegos, que le querían tal vez más hu-
milde, y que si procuró granjearse la benevolencia de sus re-
yes, no les ocultó la verdad, diciéndola casi siempre en gracio-
sos y fáciles versos, con notable ostentación de metros y rimas,
en que hacia alarde de sus no vulgares conocimientos artísticos.
Mencionamos ya á Juan del Enzina entro los ingenios que,
siguiendo el movimiento de las letras clásicas, procuran ensa-
yar el romance castellano en la traducción de las obras poéti-
cas de la antigüedad latina. Pero si no es posible olvidar su
nombre, al trazar la historia del Renacimiento, tampoco mere-
cería disculpa el despojarle del lauro que alcanzó entre los in-
genios cortesanos, así conjo fuera injusticia arrebatarle el ga-
lardón de escritor didáctico, á que aspiró en su Arte de poesía
castellana^ y notable agravio el desconocer la parte que alcanza
II.* P., CAP. XIX. EST. DB LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 247
en el desarrollo de la poesía meramente popular, que tiene su
oatoral complemento en el teatro. Mientras llega el momento de
considerarle en esta relación importantísima, ser& bien juzgarle
ooox) poeta erudito, asignándole en tal concepto. el lugar que le
ocmquistaron sus obras y aun su citado Arte en la corte de Isa-
bella Católica ^
Nació Juan del Enzina por los años de 1468 en Salamanca ^,
de padres honrados, aunque pobres; y dedicado & los estudios
literarios en la famosa escuela que habian ilustrado mil esclare-
cidos yarones, supo captarse allí la distinción de sus maestros,
entrando luego al servicio del duque de Alba,don Fadrique de
Toledo, quien como saben ya nuestros lectores, heredó de su
padre el amor & las letras y á sus cultivadores. La protección
de aquel magnate hacíale en la corte acepto á los Reyes y estr-
iado de los demás ingenios, predilección que pagaba Juan del
Kazina, dedicando los frutos del suyo, ya á don Fernando y á
doña Isabel, ya al duque y á su esposa, ya en fin al principe don
Juan y & don García de Toledo, primogénito de don Fadrique.
\ Juan del Enzina dedicó su Arle de poesía c<isteüana, en otras ocasio-
'^^s mencionado por nosotros, al príncipe don Juan, escribiéndolo de 1494
^ 1-497, en que lloró Castilla la muerte' de aquel. Su propósito fué chazer
' ^vi Arte de poeeia castellana, por donde se pudiera mejor sentir lo bien ó
**^al trobado é para enseñar á trobar en nuestra leng:ua, si enseñarse pue-
^^«> (fól. III). Enzina manirestó tener noticia délo escrito en el particular
'^^^i' Nebrija, reputándolo sobradamente escaso: su libro no pasó sin em-
^>Tgo de nueve breves capítulos; y aunque mostró en alg'unos cierta ma-
^^rez de juicio, cayó en otros en notables errores, principalmente al tocar
^^^ntos de historia literaria. Como documento histórico, relativo al arte
^^^^idito i fines del siglo XV, merece no obstante ser consultado, pues que
^^ á conocer teóricamente las galas ó maneras del trobar, explicando lo
^^e eran los primores del encadenado, el retrocado, el redoblado, el mul^
^^icado y el reyterado, y no olvidando el preceptuar cómo deben escri-
^rse los pies y las coplas, con lo cual termina todo el Arte.
2 Así lo afirmó Gil González Dávila en su HisU>ria de las antigüeda-^
de Salamanca (lib. III, cap. XXII), y lo repitió después don Nicolás Án-
^^>nioeola Bibliotheca Nova (pág. 684, ed. de 1783). Ticknordice no obs-
^^nte que cfué probablemente natural de la aldea de su nombre, cerca de
^9 capital expresada» (t. I, época I.', cap. XIY); pero sin alegar mayor tes-
timonio.
248 HISTORIA CnÍTlGA DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
Llamado del mismo anhelo que había llevado á Roma & Joan de
Mena, entre cuyos admiradores se contaba, ó deseoso de bus-
car m&s amplio teatro & sus estudios, dirigióse á la capital del
mundo católico al expirar ya el siglo, mereciendo á poco, mer-
ced á su extraordinaria inteligencia en la- música, arte que te-
nia en las universidades españolas excelentes profesores , que el
Soberano Pontífice le instituyese maestro de la Sacra Capilla.
Contento y por demás halagado, vivió en Roma hasta que
en 1519, determinado don Fadrique Afán de Rivera á visitar la
Tierra Santa, movióle & emprender en su compañía aquella pe-
regrinación, en que gastaba dos anos. En 1521 se restituía k
Roma, dando razón de su viaje en una relación poética de más
fidelidad que mérito literario ^; y obtenido el priorato de León,
volvía al fin & su patria, donde pasaba de esta vida al frisar con
los sesenta y seis años (1534) ^.
1 Híciéronse de esto viaje diferentes ediciones, siendo la primera de
Roma (1521) con título de Tribagia ó via sagrada de Hierusalem (Biblio-
theca Nova, ut supra): en el pasado siglo se dio á luz el ano de 17SS, S°
Al mismo tiempo que Enzina ponia en versos de arte mayor sus observa-
ciones, cerrando toda la obra con un sumario, escrito al modo de los ro-
mances populares, hacía don Fadrique, su amigo y Mecenas, una relación
de aquella peregrinación singular, á la cual puso el siguiente epígrafe:
cEste libro es del viaje que hize á Jerusalem, de todas las cosas que en él
>me pasaron desde que salí de mi casa de Bornos, miércoles 24 de noviem-
»brede 151S hasta 20 de octubre de 1520 que entré en Sevilla, yo don Fa-
•drique Enriquez de Rivera, marqués de Tarifa». Imprimióse en Sevilla en
1606 por Francisco Pérez, en las casas del duque de Alcalá, y con él la
relación de Juan del Enzina, quien se le incorporó en Yenecia. — £1 libro
del marqués no merece más estima literaria que el viaje de Enzina: su es-
tilo es bajo, descuidado y aparece lleno de solecismos; y su crítica carece
de todo espíritu de investigación, dominado más de lo justo de la creduli-
dad, excitada por las maravillas que halla su piedad en todas partes. Es
sin embargo obra útil, por encerrar larga noticia de la Orden de San Juan
de Jerusalem, con sus estatutos y prácticas. La Biblioteca Nacional posee
un códice apreciablc del viaje de don Fadrique, con la marca CC. 129.
2 Fué enterrado en la iglesia catedral de Salamanca^ en lo cual mostró
el Cabildo la estimación en que lo tenia. Sobre las noticias que ofrecemos,
puede consultarse la biografía de Juan del Enzina, debida á nuestro docto
amigo don Fernando José de Wolf y dada i luz en la Enciclopedia fifíi-
verscU de ciencias y artes (Leipzig, t. XXXIV, púg. IS7).
n/ P., GAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. DB LOS R. C. 249
Como naturalmeote se desprende de este brevísimo sumario,
esoribió Joan del Enzioa casi todas sus poesías durante su pri-
mera permanencia en España, lo cual aparece plenamente con-
firxnadOy al observar que la primera edición de sus obras fué
en Salamanca el año de 1496, bajo el titulo de Cando-
I, tan en boga en este y el siguiente siglo ^ Distinguióse
Knzina, como poeta erudito, entre los partidarios de la escuela
éMiegórica; y como tal dio á luz, demás del Triunfo de Amor^ El
f estamento de Amores^ la Confesión de amores y la Justa de
Aunares ^, el Triunfo de la Pama y Glorias de Castilla, que es
^ Hízose en efecto la primera edición en Salamanca en el expresado
^■^o; nueve adelante la de Búrg^os (Biblioteca Toletana, cajón 4, 81, 8) y >
"Veinte después la de Zaragoza (1516). Todas tres son harto raras. La pri-
naera tiene este epígrafe: Cancionero de todas las obras de Juan del Enzi-
**^9 con oirás añcuiidas. Al final dice: cFué impreso en Salamanca á veinte
^ias del mes de junio de M(XCC é XCVI años». La de Zaragoza que teñe-
***<>• á la vista, lleva análogo título y al fól. 91 v. se lee: cFué imprimido
^> presente libro, llamado Cancionero por Jorge Coci en Zaragoza. Acabó-
^ Á XV días del mes de dlziembre año de MDXVI años». £n los Cancione-
^generales, principiando por el de 1511, se recogieron algunas poesías ho
incluidas en este especial de Enzina.
* Sentimos no poder dar aquí el análisis de todas estas composiciones,
pftra demostrar la exactitud de nuestros asertos. Á fin de completar en lo
pí>*ible el estudio de Juan del Enzina, observaremos que el Triunfo de
^or ofrece el siguiente artificio: — Al anochecer de un dia de mayo, ab-
1^0 en contemplaciones amorosas, se duerme el poeta: despertado por el
^^^ Cupido, para gozar de unas fiestas que en sus palacios se celebraban,
inducido en un carro hasta la casa de la Libertad, y caminando desde
. ^ pié por una floresta, esquivan la morada de la Razón, dirigiénjpse
'^ alta sierra, rodeada de bien labrado muro. Estaba allí la Sensualú-
/^ por portera; y obtenido su favor, comenzaron á subir á la cumbre, no
. dallar antes en él un puente, junto al cual se alzaba el palacio de
^^tura. Saliendo de él, oyeron tristes lamentos en un bosque vecino,
^<ion de los desdichados amadores: de allí, no sin el auxilio de la
*^^Ura, subieron á la cima del monte, donde vieron un castillo de cua-
^^nres, con un omenage en medio, alcázar de Venus y de su hijo. Ad-
^ '^«io el poeta, describe los musicales festejos con que era obsequiada la
U^ ^^ de Amor, cuya belleza y gala pinta, presentándola en trono de
**1; y mencionando multitud de personajes de la antigüedad, que enu-
^ sin arte alguno, pone fin á la obra con un soberbio banquete (cena),
250 UISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
sin duda la producción m&s importante de cuantas escribe en
aquel concepto. — «Dirigido y aplicado & los muy esclarecidos y
•siempre victoriosos reyes don Fernando y doña Isabel, princi-
»pes de las Españas,» proponíase celebrar en el Triunfo «algu-
»nas de sus hazañas dignas de perdurable memoria, contando
«desde que comenzaron & reinar fasta la toma de Granada.»
Juan del Enzina, que en los meses siguientes á tan glorioso
suceso, habia «vuelto de latin en nuestra lengua castellana, tro-
Dvándolas por el estilo pastoril, las diez églogas de la bucólica de
)) Virgilio, deseoso de escribir algo de los muy loables fechos [de
•los Reyes Católicos] en otro estilo más alto, «suponíase traspor-
tado á la Fuente Castalia, «donde vio beber & muchos poetas por
•cobrar aliento de gran estilo» *. Entre aquellos ilustres varo-
nes descubre Enzina muy preclaros ingenios castellanos , di-
ciendo:
Allí vi también | de nuestra nación
muy claros varones, | personas discretas,
acá en nuestra lengua j muy grandes poetas,
prudentes, muy doctos, | de' gran perfegion.
Los nombres de algunos | me acuerdo que sotf:
aquel excelente | varón Juan de Mena,
y el lindo Guevara, j también Cartagena,
y el buen Juan Rodríguez, | que fué del Padrón.
Don Iñigo López j Mendoza llamado,
muy noble marqués | que fué en Santillana,
aquel que dejó | doctrina muy sana,
también con los otros | alli fué llegado:
el sabio Hernán Pérez, | de Guzman nombrado,
y Gómez Manrique | también allí vino
á que asisten la Fortaleza, la Liberalidad, la Hermosura y la Prtulencia,
quienes disputan el honor de sentarse junto á Cupido. Consta esta visión
de 1350 versos y empieza:
Justa cosa me parece
quien recibe beDefl<;to8, etc.
En ella hace Enzina una enumeración de los instrumentos músicos más
apreciados en su tiempo. Dedicóla á don García de Toledo, hijo de don Fa-
drique y doña Isabel Pimcntel, duques de Alba.
t Dedicatoria^ dirígida á los Reyes Católicos.
Il/ P., CAP. XIX. E8T. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 251
j el claro don Jorge, | su noble sobrino,
é más otros muchos | que tengo olvidado.
^ retirarse los poetas, se hace Edzína presente & Juan de
tna, quien recoaociéndole como compatriota, y sabedor del
intento que le ha llevado á la fuente, le induce k beber del agua
sagrada, para que se inspire, excitándole á cantar las glorias de
Isa.bel y de Fernando, y mostrando hondo sentimiento por no
vi^rír en el mundo para celebrarlas. Ya que no es dado á Mena
3a.€.isfacer este noble anhelo de su patriotismo , ofrécese k ser-
le de guia h&cia el templo ó palacio de la Fama^ cuyo poder,
;un recordarán los lectores, habia pintado el poeta de Cor-
en su Labyrinlho ; y aceptado tan alto favor, emprende
Jt.x.amdel Enzina la peregrinación, que le vá á poner en sitúa-
ci<_>ii de narrar las preclaras hazañas de los Reyes Católicos.
Tal es el artificio del Triunfo de la Fama, no habiendo me-
ster gran meditación para reconocer que hace en él Juan de
Da el mismo oficio que Virgilio en la Divina Commediay y
I^a^nte en el Dezirde las Virtudes de Micer Francisco Imperial y
^ Q el Triuüfo del Marqués de Santillana, debido & Diego de Bur-
Sos í . El cantor de Isabel y de Fernando, aleccionado por Mena,
^Qcamínasepues al palacio de la Fama, cuya presencia le llena
**^ Pi'imera vista de espanto: recobrado, se atreve á fijar en ella
^^s miradas, describiéndola armada de cien ojos, cien lenguas y
^leii orejas; pintura en que manifiesta cuan familiar le era el can-
^^ de Beatriz, y aun el mismo Virgilio. Entrado en el palacio
^scubre en bellos relieves las historias de griegos y romanos,
5^^itecidas con el lauro de la inmortalidad sus guerras y victo-
ía^. y penetrando después en otras estancias , contempla de
&Uai suerte las grandes proezas de los reyes de España, fiján-
^^e principalmente en la época de la reconquista. Ensalzados
^ gloriosos triunfos y lamentadas con noble espíritu las re-
^^Itas é intestinas discordias, que en siglos pasados los des-
^^ traban, llega al de los Reyes Católicos, confesándose insufi-
Véanse los capítulos IV y XYi de este l\.° Subciclo.
252 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA BSPAÍH>LA.
cieote para proseguir el oomenzado canto é invocando de nuevo
& su musa ^.
Con tal auxilio, logra contemplar las sillas reales y esculpidas
en ellas las armas de España, brillando & su vista en bellos re-
lieves las proezas y victorias de Isabel y de Fernando. Ai lado
de ' las batallas de Toro, Cantalapiedra y Zamora, que aseguran
en las sienes de aquella princesa la corona de Castilla, aparecen
representados los actos de justicia contra todo linaje de malhe-
chores; la quema de los herejes; la santa cruzada contra los mo-
ros; la expulsión de los judies y la conquista de Granada, enri-
quecida de muy importantes y principales episodios. Vencidos
todos sus enemigos, dominados todos los obstáculos, celébranse
los triunfos de los Reyes con justas y torneos, cañas y toros, úl-
timas representaciones que se ofrecen & la contemplación del
poeta.
En cabo de todo | vi grandes torneos
é justas reales j é cañas é toros;
ganada Granada, | llorando los moros
que vian cumplidos | ya nuestros deseos.
E al rey é á la reina | con rostros febeos «ür
r^gir Occidente | con buenas fortunas
desde las viejas [ hercúleas columnas
hasta ios altos | montes Pireneos.
Juan del Encina, expresaba al terminar, los votos y las espe-
ranzas de Castilla, manifestando que en el palacio de la Fama
vio también & los más celebrados estatuarios de Grecia, que afa-
nosos
labraban el trono | del claro don Juan,
gran principe nuestro^ f de príncipes flor.
Es pues evidente que á pesar de la pedantesca ostentación, que
1 La musa invocada por Enzina es Erato, Dirigiéndose á los Reyes,
decia no obstante, pintando el temor que le aqueja:
Mas yo por serviros, ( con esto que sé,
si caliNi merezco, | culpado no sea:
mi pobre serYlQlo | serviros dessea;
si falta el estilo | no falla la fé.
Lo mismo podían decir todos los poetas de aquel reinado.
It/ F*. CAP. XIX. BST. DB LA P. BAJO BLR. DB LOS R. G. 2S3
en todo el Triunfo de la Fama hace Juan del • Eozina, sobre
aparecer inscrito en la escuela alegórica, aspira & dar razón del
movimiento cl&sico que se estaba realizando, lo cual sucede tam-
bién con las dem&s obras poéticas de iguales condiciones, y muy
IMrincipalmente con el Triunfo del Amar^ en que le sirve de
gnia el dios Cupido ^. Era esta condición inevitable de las pro-
dnodones eruditas, por m&s que el sentimiento general repug-
nase, según queda advertido, la exclusiva influencia del arte an-
tígtifv, hecho que tiene por otra parte singular confirmación en
Juan del Enzina. Nadie comunicó en efecto & las canciones y t^
Monoicos f que tanto se acercaban & la poesía popular, m&s gra-
^^ y firescura, de lo cual ofrecen abundantes pruebas los Can-
^^n^roi; y para que los lectores adquieran entera convicción,
'^^^ fcastartí citar aquel villancico ó letrilla, que tiene el siguien-
te estribiUo:
Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores, etc. 9.
'^sí, el prior de León, antes de que pudiera admirar en la ca-
P^^i del mundo católico las obras inmortales del Renacimiento^
^^^ntras se esforzaba como erudito en dotar sus producciones
^^ las formas tradicioDales en el parnaso español, respondiendo
^ ^ influencia, poderosa todavía, de las antiguas escuelas, no
1 Véase la nota 2 de la pág. 249.
2 Joan del Enzina, siguiendo la general inclinación de los eruditos i
^^^netrar en las esferas populares, hizo también algunos villancicos mcra-
^^^nte históricos. Entre ellos contiene citar el que consagró Á la toma de
^^ranada, que tiene este bordoncillo:
LeTsnts, Pasqual, letants;
sballemos á GrsDida:
que se sueaa que es tomada:
el que dedicó Á la guerra del RoselUm^ que ofrece el siguiente:
Eoguemos á Dios por paz,
pues que del aólo ae espera;
que él ea la paz Terdadera.
poesfas son esencialmente populares, revelándonos al autor de los
omatieeS; que después mencionaremos, y de las églogas dramálieas*
254 HISTORIA CntTICA I>B LA LITERATURA ESPAÍlOLA.
podía sustraerse k la imperiosa ley que iba avasallando todos los
espíritus; fenómeno tanto xúks digno de notarse en él cuanto era
mayor la fuerza que le impulsaba hacia las esferas populares,
aun en la corte misma de los Reyes Católicos.
Ni carecen estas observaciones de elocuente comprobación en
los ingenios aragoneses, para quienes era la poesfa algo m&s
que entretenimiento de galanes, cifrado «en una copla ó mote,
un villancico ó una canción y cuando m&s en un romance» ^.
Hemos consignado arriba los nombres de dos esclarecidas fami-
lias, en quienes la ilustración competia de antiguo con la no-
bleza: los Fernandez de Heredia y los Urreas. Cierto es que no
eran solos, al apartarse de la común práctica de los caballeros y
dar al arte mayor importancia, consagrándose & su cultivo. En-
tre los trovadores de Aragón que dejamos mencionados^ figuran
en efecto como partidarios del arte alegórico don Francés Car-
roz y Pardo, y Gerónimo de Artes, quienes en sus obras intitu-
ladas Consuelo de Amor y Gracia Dei, sobre mostrarse conoce-
dores de la lengua y hábiles metriflcadores , daban á conocer
también que no eran pergrinos á las enseñanzas de las escuelas
doctas, dominantes á la sazón en el parnaso español ^. Pero si
1 Cancionero de Uis Obras de don Pedro Manuel de Urrea, de quien á
continuación hablaremos, Dedicatoria.
2 Las obras de don Francés Carroz y Pardo, reproducidas en los Can^
cioneroSf impresos durante el siglo XVI, empiezan en el de 1511, al fo-
lio clxxxiv vuelto. Es la primera el Gonsitelo de Amor: caminando el poe-
ta por escabrosa montaña, pasada ya la mitad de su vida (la edad media
ya passada), halla dolorida turba de amadores, quienes buscaban al dios
de Amor que los desdeña. Al verle, pregúntanle si padece como cUot; y
herido de sus heridas, les manifiesta que es también prisionero de Amor,
contándoles al par sus querellas. Al oirías, replican los amadores que no
hay consuelo para ellos en el dolor ajeno, declarándose los más desventu-
rados de cuantos vivieron bajo el imperio de la Voluntad^ muerta por ella
la Razón. Procura el poeta templar su desventura, mostrándoles que sólo
es guia derecha la Virtud; y que el verdadero amor debe ponerse eu la
virgen hija y madre que nos vela desde la cumbre celestial. Vencidos de
su persuasión, siguen los amadores el consejo del poeta; y despedidos del
dios Anu>r, dirijen sus plegarias á la Virgen María , estrella del mar peli-
groso de la vída^ cuya gracia invoca finalmente el poeta. Tal es el Comue^
If/ P., CAP. XIX. E3T. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 255
DO es justo olvidar aquí sus loables esfuerzos, licito creemos con-
signar que merecen más especial mención , asi por los antece-
dentes de sus casas, como por su mérito personal, don Juan Fer-
nandez de Heredia y don Pedro Manuel de Urrea, llevándose el
último la palma entre todos los ingenios aragoneses de la edad
que historiamos .^
Nacido en 1486 de don Lope y de doña Catalina de íxar,
quien con su hermano don Luis, señor de Belchite, compartia la
antigua gloria de tan ilustre familia, dedicóse desde la más tier-
na joYentud al estudio de las artes gramaticales, y más especial-
mente al de la poesía, en que su padre y su hermano mayor,
don Miguel, hablan ganado reputación de trovadores. Retirado á
la muerte de su padre, edad en que no pasaba de cuatro años ^^
éL la villa de lUueca (1490), vivió allí largo tiempo, buscando
lo ^ Amor del aragronés Carroz y Pardo. La Gracia Dei, obra debida á
(v^rónimo de Artes, presenta al poeta en hondo valle, cuya salida ig^nora;
T pugnando por lograrla, trepa á la cima del monte, donde halla siete
aziiiiiales, que por todas partes le rodean. Son estos los Siete pecados
^^OTUúes, que arrojando ardientes centellas, le llenan de terror, mientras
^^^ mancehOf vestido en hábito blanco, se interpone, infundiéndole nuevo
^f>^rítu y guiándole para hallar la deseada salida. Pasados ciertos oteros,
''^S^ con el ángel á vista de un varón respetable, quien dándole la bendi-
^'^^Oy le esfuerza á proseguir su camino. Fuera del valle, sabe por cuál
^''^ud ha logrado esquivar la furia de los siete animales, seguro ya de to-
"^ 'HaI, si no vuelve al monte sus miradas. La alegoría dantesca no pudo
*^*' oixltivada con mayor devoción por los poetas aragoneses. Carroz escribió
^^ na^tro real el Consuelo de Amor: Arles en metros de maestría mayor,
sievsdcs muy de notarse la forma en que solicita, como poeta, la protección
O Sumo Jove | ó musas sagradas,
O clara MiDenra, | favor en tal caso
me dad, porque puedan | las cosas passadas
por mi flaca lengua f ser l>ien recitadas;
lazedme que beua | nel monte Parnaso.
^» c>^bras de Artes empiezan al fól. CCiiij. del Cancionero de 15tt.
^ Xn una composición dirigida á doña María de Sessé, su esposa, finge
a ^l»^^ lición de su padre don Lope, quien le dice (CanciofierOf fól. 14, co-
lunatm^ 2):
por non pasar de quatro aAos
non te pude conocer.
2S6 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
en el estudio y en el comercio de las musas consuelo & los sin-
sabores, que le causaban los ruidosos pleitos, empeñados entre
su madre y su hermano, en quien habia recaído el condado de
Aralida, titulo que desde 1488 ennoblecia en la persona de don
Lope los timbres de los Urreas ^ .
Está guerra doméstica, que repugnaba por extremo & su na*
tural tierno y generoso, fué el incentivo que despertando su in-
genio, le grangeó el justo renombre que le dieron sus obras. Ya
dirigiéndose & su tio, don Luis de íxar, para lamentarse de su
soledad y manifestarle que sólo con la dulzura de la poesía ali-
viaba los amargos pensamientos, que le inspiraba aquella invero-
símil contienda entre madre é hijo; ya consagrando sus recuer-
dos á doña Aldonza,. su cuñada, para que contribuyese & labrar
la paz de la familia ; ya buscando en don Jaime de Luna un me-
diador autorizado é imparcial; ora consagrando á doña Beatriz de
Urrea, su hermana, que era condesa de Fuentes, alguna parte de
sus primicias literarias; ora depositando en doña María de Sessé,
con quien se enlaza apenas cumplidos los diez y nueve años
(1505), la dulce esperanza de más tranquilo porvenir; ora en fin
volviendo sus miradas á la religión de sus padres , para buscar
en ella más seguro consuelo, — don Pedro de Urrea, al cumplir la
edad de veinte y cinco años, forma con sus poesías uno de los
más preciosos Cancioneros del siglo XV. — Su solícita madre,
que no habia perdonado desvelos para conservarle el estado de
1 Tenemos á la vista el privilegio del título expresado, que lleva la
fecha de 19 de enero de 1488^ y se halla escrito en latín, lengua no aban-
donada del todo por la chancillería aragonesa. De notar es que al nombre
de don Fernando, que se intitula rey de Castilla, de Aragón, etc., no apa-
rezca unido el de la reina doña Isabel, la cual no escatimó á su esposo
esta honra en los asuntos de sus propios Estados. $1 título de conde de
A randa fué expedido en Zaragoza, figurando no obstante como testigos in-
distintamente los proceres de Aragón y de Castilla, á cuyo frente aparece el
Cardenal de España don Pedro González de Mendoza. Deber nuestro es ma-
nifestar aquí que no hubiéramos podido hacer el reconocimiento de este y
otros documentos relativos á los ilustres poetas de las casas de Urrea é
Ixar, si la benevolencia y cortesía del actual posesor de ambos Estados, don
Agustín de Silva, no se hubieran extremado en nuestro obsequio.
n/ P.y CAP. XIX. BST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 257
TrauDoz, heredado de don Lope, y aun para aumentarle sus
bienes, es elegida por el procer poeta para patrocinar todas la
produGciomes, que hasta aquella edad habia escrito ^.
k ella dirige pues en 1511 su Cancionero , colección de poe-
sías abundante y digna de estudio, que sobre revelarnos en la
forma indicada los sinsabores de su juventud, nos dá cumplida
razón de su talento poético ^. Don Pedro , como individuo de
aquella aristocracia, en quien habian tenido tanto imperio las
csostumbres guerreras, se' disculpa en la dedicatoria de haberse
cx)nsagrado tan de lleno al culto de las musas , trasmitiéndonos
2U par curiosos rasgos sobre la época en que vive , y cuya im-
jportancia nos mueve á. transferir aquí sus palabras. «Yo siem-
«■pre, de muy pequeño (decia á. su madre) hé sido muy codicio-
s^so de la lengua latina, y aunque carezca della que no aya al-
s^canzado tanto como quisiera, y para esto me era necesario, con
1 Debemos todas estas noticias al examen del ya citado Cancionero
las Obras de don Pedro Manuel de Urrea, donde se refleja vivamente
situación de su familia. Evocando la sombra de su padre en las Coplas,
ue dirige á doña María de Sessé, pone en su boca al mencionar su muerie
stas palabras (Cancionero, fdl. 14 vuelto):
En aquella despedida
á Trasmoz solo y dq más
te quedó.
Dedicatoria g^cneral, que consagra á su madre, es un documento verda-
"^cramente literario^ si bien qo el único notable del Cancionero, como dea-
nes veremos.
2 El estudio del Cancionero de Urrea nos revela, según vá indicado,
ue sólo contaba 25 años, al remitirlo á su madre. Ahora bien: consideran-
"^Jo: 1.^ Que al fallecer su padre, primer conde de Aranda, contaba don Pe-
^íro solos cuatro años: 2.^ Que el referido primer conde otorgó su testamen-
Mo en la villa de Epila (en cuya iglesia mayor, que lo era la de Santa Ma-
^^ía, se mandó enterrar), hallándose gravemente enfermo, á 22 de marzo
^e 1490; y S.** Que en todo el resto del año aparece ya don Miguel con el
título y dignidad de conde de Aranda, deducimos con toda razón histórica
^ue nacido don Pedro Manuel, segundo hijo varón de don Lope, en 1486»
-^o puede ser otro el año en que envió á su madre el Cancionero que el se*
Salado por nosotros en el texto.— Don Pedro Manuel tuvo, demás de don
JiUguel y doña Beatriz, á quienes dejamos mencionados, tres hermanos me-
nores, que lo fueron don Juan, doña Catalhia y doña Timbor, memorada
también en sus poesías.
Tono Vil, 17
258 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
•lo poco que della he oydo, la doblada afición ha consentido una
«poca obra al mucho desseo: no que sea cosa merecedora de
«alabanza. Y cierto, Señora^ oy vá tan abaldonado el dezir y m&s
»el metro ^ que ninguna cosa s' estima, considerando se halla en
«poder de hombres soezes. Yo devria callar, lo uno por mi dexir
•no ser bien dicho: lo otro, porque el conde mi señor, que santa
«gloria posea, ha dicho tan bien que ha dexado tanta memoria
»de si por aquello, para entre trovadores, como por lo otro, pa-
»ra entre cavalleros. Pues si digo del señor conde, mi herma-
»no, no menos decirse puede. Lo que yo hasta aqui hé fecho, no
»ha sido otra cosa sino una esperanza de ser algo; y por que en
»las tales cosas se suele dedicar una persona, k quien se ende-
» rezan, yo no faltando cosa tan justa k mis obras pobres, de
» saber carecederas, hé querido ponerlas debajo del nombre de
•Vuestra Señoría, para que saliendo de allí corregidas, puedan
»yr por donde quieran sin temor de detractores... Y por que to-
ados vemos y conocemos antes los yerros y defecto^ ágenos que
•los propios..., suplico k Vuestra Señoría no lo dé este mi Can-
•donero de manera que anduvierde tanto que fuese & dar en
•poder de algunos maldicientes que muerden con dientes lagar-
• tinos, que nunca sueltan...
•Estas mis baxas obras están ya tan miradas (añadía) y por
•mi tan reconocidas, que me parece cosa contra el arte ba-
cilar no se puede: bien conozco yo á mi manera no ser con-
iforme el trovar, tanto en cantidad como en calidad, porque
• yo nescessidad no tengo de hacerme nombrar por muchas co-
•pías; por que no es cosa que se allegue á las cosas de galán
•sino una copla ó un mole^ un villancico ó una canción para
•entre cavalleros, ó quando hombre mucho se alarga un roman-
ice, y esto que sea bien dicho que ande entre cavalleros, per-
eque los cavalleros han do hacer un mote ó una cosa breve, que
»se diga no hay más que ser. Y gierto la otra prolixidad no con-
• viene: que yo más devria usar de la gala del palacio que del
•arte de la poesía , pues de todo junto muy poco vsárse pue-
»de... Á mi, pues el deseo me hace hablar mucho y la edad me
•niega el ser bueno, tom.e Yra. Señoría agora esto poco con
•aquel amor de madre deste que lo dá con obedienQia de hijo;
^^•^ P., CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. BE LOS R. C. 259
•^ tespnes, quando el tiempo me consienta abrir los ojos para
•náa Ter, extenderse ha mi flaco y poco sentido á. cosas más lar-
•g&s 6 mejores, para que pueda mostrar el deseo y obligaQion,
»q!i6 de servir á Vra. Señoría tengo» .
U situación del poeta, sus relaciones con los trovadores de
biiH)bleia y su propio juicio, respecto de sus obras, asi como el
^ox)r de que cayesen estas bajo el dominio de los maldicientes,
fruta podrida de todos tiempjs y sociedades *, no podían reve-
'arse con mayor fidelidad, ni más adecuado colorido. Pasados
^J*^ siglos y medio, la critica, elogiando la modestia del señor
^d Trasmoz , no puede menos de reconocer que su Cancionero,
'^^ela mucho más que una esperanza de ser algo^ y que en vez
dd colocar su nombre entre los de aquellos trovadores, que por
^AQidad, moda ó capricho escribían canciones, coplas 6 villanci'-
co9^ vaciados en una misma turquesa, le concede distinguido lu-
gar al lado de Fernán Pérez de Guzman, y del Biarqués de San-
^^Uana, & quien parecía tener presente en sus producciones ^.
1 1>on Pedro obraba como escarmentado: habiendo remitido á su her-
i^ana doña Catalina El Credo Glosado, lo publicó esta dama, deseosa del
l¡^uro del j<Sven poeta, con lo cual dio pábulo á las murmuraciones corte-
*^Qft8. Sabedor de ello, al formar el Cancionero, robaba en la dedicatoria
^^l mismo Credo á su madre, quien se disponía á imprimirlo con todas las
P^^^^ías, que tuviese guardado dicho Cancionero. cSuplico (dice) á Vuestra
^^Goría que siga las pisadas de los otros en lo que hiciere que quede guar-
^^acio^ para que después de yo muerto, puedan ver que hé vivido, mos-
^^i^n^o entonces estas mis obras el que las quisiere mostrar, y no agora yo
*coix mis propias manos... ¿Cómo pensaré yo que mi trabajo está bien em-
'P'e^clo^ viendo que por la emprenta ande yo en bodegones y cocinas y en
de rapaces, ^ue me juzguen maldicientes, y quantos lo quisieren sa-
^^^ lo sepan, y que venga yo á ser vendido? • Igual temor revela en otros
es de sus obras.
£1 Marqués de Santillana habia dicho en los Proverbios, escritos
educación de Enrique IV (pág. 45 de nuestra edición):
Gran corona del varón
es la muger, etc.
^ Pedro escribía en las Coplas á doña Blaría^ su esposa:
Que 8l dicen que es corona
la moger de su varón, etc.
^"«cuerdo no puede ser más eficaz ni inmediato (fól. 14 v. col. 1).
260 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPA^tOLA.
DoQ Pedro se inscribe al par, como este docto procer de Gas-
tilla, en todas las escuelas poéticas: aspirando al galardón de los
trovadores que «seguían la manera provenzal,» compone cancio-
nes, coplas y dezires: anhelando el lauro de la alegoría, trans-
flere á. sus versos las visiones, que flnje su fantasía poética: am-
bicionando recoger algunos documentos útiles en sus obras, me-
dita sobre la pequenez de las grandezas mundanales y señala sos
peligros: no siéndole indiferente la nueva gloria que alboreaba
en el parnaso castellano, vuelve sus miradas & la antigüedad, y
halla incentivo & su ingenio en la fábula: deseando por último
dar inequívoca muestra de su piedad cristiana, ensaya su masa
en la poesía religiosa, que hallaba á la sazón numerosos cultiva-
dores ^. Contrastan pues en su Cancionero todas estas aspira-
ciones, que le llevan & recorrer diferentes esferas', y al lado de
las coplas 6 canciones fáciles y sencillas, al lado de los vülan^
cieos y de los motes, hallamos ya las Fiestas de Amor, la Sepol--
tura de Amor y el Testamento de Amor, ya los Peligros del
Mundo 6 la Égloga de Calixto é Melibea (notable ensayo que
L Observando que esta manifestación responde naturalmente á la exal-
tación universal que en el sentimiento religioso producen los triunfos de las
armas cristianas, cúmplenos añadir que no solamente se realizaba por me-
dio de poesías alegóricas y narrativas, como las que en este capítulo princi-
palmente examinamos^ sino que comienza á revestirse de formas propiamente
líricas, excediendo en esto á las cantigas de siglos precedentes. Pruébanlo
así las poesías de Mosscn Tallante, del conde de Oliva, de Soria, de Losada,
de Nicolás Nuñez (Véanse en el Cancionero de 1511, fól. 1 al XXII), y sobre
todas las de fray Ambrosio Montesinos, fraile franciscano de San Juan de
los Reyes en Toledo, quien no sólo trajo á la materna lengua la Vita
Christi, escrita en latin por Landulfo de Sajonia (Afcalá, por Estanislao
Polono— 1502), sino que dio á luz un Cancionero saéro en 1505, el cual
mereció durante el siglo XVI la estimación de los poetas, que cultivaron la
musa sagrada, como lo persuaden las alabanzas de Juan López de Ubeda
en el prólogo de su Vergel de Flores divinas, dado á luz en Alcalá al de-
clinar del siglo (15SS). Debemos consignar no obstante que si parece exal-
tarse el sentimiento religioso, comunicando á la poesía por él inspirada
mayor movimiento lírico, no llegó á brillar aquella con el decoro y majes-
tad, que ostenta en manos de fray Luis de León, Montano, San Juan de la
Cruz y tantos otros, consideración que tendremos muy presente en instante
oportuno.
H/ P.y CAP. XIX. BST. Bff LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 26i
le liermaBaba también con Juan del Ensina en el propósito dra«
niá.ti€30y así como sus romances le acercaban & los cantores po-
pulares ^)^ ó ya en fin descubrimos las composiciones que dirijo
A un Crucifijo^ Á la Cru% y á la Virgen en el Calvario^ glosan-
do devotamente el Credo *.
No podemos ofrecer aquí, cual deseáramos, abundantes mues-
tras de todas estas poesías,, porque nos llama el estudio de otn)s
ingenios. De las meramente eruditas, salvo el artificio de la flo-
eion, no es diñcil á. nuestros lectores formar concepto, conocidos
ya perfectamente el espíritu y los medios empleados per suspre-
decesores: de las que nos revelan en algún modo los sinsabores
^ Tomaremos en cuenta una y otra circunstancia en lugar más propio.
Respecto de las poesías alegóricas de Urrea, nos bastará indicar que se
ajustan grandemente á la pauta ya conocida por los lectores. En las Fies-
^<is cié Amor, por ejemplo, finje que se le aparece la Muerte y le condaco
^1 i Ka ¿erno^ lugar donde penan les enamorados: allí contempla á los más
^^1^ arados amadores de la antigüedad, no olvidadas las deidades gentíli-
^^^ » apareciendo sentados en sillas de fuego los sabios ó poetas, tales como
^"^r-ocj, Persio, Ovidio, Catón, etc. — En la Sepoltwa dé Amor, título em-
I^^^^.^opara análogas composiciones por otros trovadores, se finje apasiona-
^ ^n tal manera que no puede S\eguir ásu amada; y doliéndose al lado de
'^^^ fuente, que halla en espesa arboleda, de sus tormentos, se le aparece
'^ ^^ belleza y tras ella un túmulo cubierto de paños mortuorios. Dos hom-
.'^^^ le ponen un manto negro y blanco, símbolo de la tristeza y de la cas-
'^^d, colocándole en el túmulo. Sacándole luego de alli^ le abandonan en
^^ montaña, donde le salen al encuentro otros tres hombres, queentonan-
^ tristes endechas le sepultan al cabo. La primera obra fué dedicada á don
^^Kue de Luna; la segunda á don Miguel de Urrea, conde de Aranda, her-
**^^iio de don Pedro.
2 Demás de estas composiciones religiosas, tradujo don Pedro Manuel
^1 Stabat mater, que empieza:
Estava muy dolorosa
cabe la cruz lagrimosa, etc.
escribió unas coplas Á las cinco letras de Nuestra Señora '(NLama), que
comienzan:
Reyna, virgen, madre, sposa.
tú más linda que la rosa,
más casta que la azacena^ etc.
Ocupan estas composiciones del fól. 5.^ al 6.® v. del Cancionero.
262 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
de SU javentad^ bien ser& no obstante dar algunas maestr
entre todas nos parece preferible la composición, en que pin
soledad en el retiro de la aldea. Para don Pedro no es la
del campo el desquite, ó*el solaz de la fatigosa vida de. la
te: forzado & consumir los días más bellos de su juventud
del teatro, á que le llamaban las obligaciones de su sangre,
tíale cnanto le rodea, y cansado de aquella monótona existe
exclama:
Nunca medrejs vos, Aldea,
7 también quien os fundó;
¿por qué tengo de estar yo
donde nadi estar desea?
Que cualquiera que me vea, .
dirá estoy más retraydo
que ninguno nunca ha sido
en mi linage de ürrea.
Ir de collado en collado,
siempre en monte como zorro,
juzgadlo vos, Aldeorro,
si estaré yo descansado.
S^und me aveys enojado
en ver esta cuesta arriba,
si fuérades oosa viva
ya os hubiera d^ollado.
Pues andar siempre á la huerta
tras zarzales con el arco,
bien veys que tan poco abarco
ques cosa poco despierta.
Pues tal vida desconcierta
el deleyte más altivo,
¿cómo puedo estar yo vivo,
estando en la cosa muerta?
¡Y que por tiempo de un año
me tengays vos aqui preso!
¿quién dirá que tengo sesso,
faciendo yerro tamaño?
Donde ni .seda ni paño
non vestiré, sinon cuero,
pues que non soy ca vallero
con la vida de hermitaño.
Aidea^ ved mi desseo,
il/ P., CAP. XIX. BST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS II. C 263
que del vuestro se destierra,
pues que vos soys buena tierra..:
para tapias , 8^;und veo.
Mas segund lo que jo cr^,
tanto tiempo aquí se muere,
que quando de aquí saliere
en vos haré jubileo.
esta como en otras produccioDeSy escritas con igual natu-
ralidad y desenfado, se revela vivamente la personalidad del
poeta, virtud rara á la verdad en los trovadores cortesanos y ba-
se en que iba á descansar en breve el edíBcio de las letras pa-
trias . Don Pedro no siempre expresa el dolor y el hastío, que le
inspiran los disgustos de su estado y familia. Al verse felii en
ios brazos de Doña María de Sessé, su esposa, mostraba asi su
intento:
Lo que agradezco á Ventura
es que me dio por muger
la hermosura y el valer» -
la riqueza 7 la cordura.
Y el que con esto se halla
puede decir se libró
de la guerra
deste mundo, ques batalla;
7 que Dios más bien le dio
que ha7 en U tierra.
No alcanza el galardón de don Pedro de Urrea, don Juan Fer-
nandez de Heredia, como no lo alcanzaron tampoco los demás
trovadores aragoneses de la edad que historiamos. Don Juan, in-
clinado á la escuela de los pro vénzales, escribe canciones^ glcH
^08^ esparzas y otras composiciones análogas, sin que logre im-
))rimir en ellas el sello de su especial carácter) lo cual las des-
poja grandemente de su importancia. En la corte y en el reino
de Aragón lograba sin duda más autoridad que don Pedro de
Urrea; y los caballeros, con quienes se hermanaba en el cultivo
del arte, aplaudían sin duda, en cambio de iguales obsequios,
sus hipérboles amorosas; suerte que cupo á una de sus más no-
tables poesías, intitulada: Maldifton que fage á ssí mesmo. He-
redia, desafortunado en su pasión, maldice el punto, hora y dia
en que vio la causa de su tormento, y exclama:
264 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA SSPAÜOLA.
Maldigo mi pensamiento
y también mi voluntad,
pues ha sido
cau^ de m^ perdimiento,
causa de la libertad,
que hé perdido.
Maldigo más mi memoria,
que ningún punto s^olvida
d'acordarme
quál vos vi; porque esta gloría
deviera darme la vida,
jes matarme i.
Las maldiciones prosiguen contra la razon^ la condición, la
vida y la suerte del poeta, quien imita en esto á los condenados
del infierno, quedando al cabo contento, ya que no pueda ser
bendito. No carece en verdad de cierta discreción en esta, como
en las demás poesías que han llegado á la edad presente; pero
sobre ser de antiguo dote común de los trovadores eruditos, no
bastaba aquella virtud á distinguirle entre los de la corte de Fer-
nando V. — Al tener sin embargo presente que era aragonés, nos
pone su estudio de relieve la semejanza y aun la identidad que á
la sazón caracterizaba á los poetas cortesanos de toda España.
Reconocida esta verdad histórica, cuya importancia no ha menes-
ter de corolarios, licito nos será fijar nuestras miradas en otros
ingenios de mayor estatura, dirigiéndonos desde las márgenes
del Ebro alas orillas del Guadalquivir, donde vimos ya arraigar
el arte inmortalizado por el cantor de Beatriz, propagándose de^t-
pues al centro de Castilla ^.
En el retiro del claustro, bien que ocupando este una de las
más bellas y pintorescas situaciones que puede finjir el deseo,
contemplamos en efecto á don Juan de Padilla, cuyas obras he-
mos procurado estudiar antes de ahora ^. Nacido en la capital de
1 Cancionero de 1511, fól. ccij. vuelto.
2 Véanse los capítulos IV y VI de este Subciclo.
3 Primero en la Floresta andálusa, revista que publicamos en Sevilla
(1841 á 1842), y después en el Tiempo, periódico de Madrid (19 do abril
1844), y por último en la Revista literaria del Español (núms. 21 y22 oe-
U/P., CAP. XIX. EST. DÉLA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 2Q5
..ndalucia en 1468, recibió allí esmerada educación liters^ria,
cJ ándose & conocer por su erudición, al componer durante su
J maventud varias fábulas relativas & la antigüedad clásica, con lo
«3 «oal se mostraba adicto al movimiento general de las letras en
\SL^ vias del Renacimiento ^ La gloria de las armas cristianas,
^xi gran manera personificada en don Rodrigo Ponce de León,
rErarqués de Cádiz, le movia, antes de cumplir los veinte y
oi^co años, & celebrar las proezas de aquel ínclito caudillo, de
q uien puede decirse que daba la primera y la última lanzada en
IsL inmortal epopeya que termina, clavando en la Alhambra los
estandartes de Castilla. Frisando con los treinta, abrazaba la re-
gala, de San Bruno, tomando el sayal en Santa María de las
Cuecas, y dos años después daba testimonio de la insigne trans*^
fo]:*macion operada en su espíritu, sacando á luz un poema reli-
grioso, con título de Retablo de la vida de. Cristo *.
Ig^nórase abisolu lamente, ó al menoá no se deduce de las
ol3r*a.s que conocemos, si escribió el cartujano Padilla, desde 1500
^ 4. 518, algunas producciones poéticas: con la última fecha daba
i^o obstante & conocer otro poema igualmente religioso, en el
^^^i~^ de 1845) sacamos á luz varios trabajos críticos, encaminados á dar á
conc>oer este poeta. Su nombre figura al cabo en la historia de las letrais
P^'^v'isis, mencionado por los escritores nacionales y extranjeros, que han
l^^^^^^^otrado ilustrarla (Gil y Zarate, iíanual de Literatura, última edición;
*^^«ior, Historia de la literatura española, t. I, cap. XXI).
^ £n el Retablo de la Vida de Cristo (cántico I) decia aludiendo á la
*^*>S"üedad:
Sus fábalas falsas y sas opiniones
pintamos en tiempo de la javentud.
^ Don Juan de Padilla daba testimonio de su nuevo estado y de su
^^^^^re en la última estrofa de tan singular poema, diciendo:
Don religioso | la regla me poso,
Jcrado con voto | canónico poro:
Ante 80 vista | me hallo segoro
De la tormenta j del mondo confoso.
pArece por ende | mi nombre recloso.
Digno lector» | si lo Tas Inquiriendo:
LL4ma si qoleres, | mi nombre diciendo:
MonJE Cartujo j la obra composo.
^ Retablo de la Vida de Cristo fué terminado en 24 de diciembre de 1500.
^^^ióáluzen 1505.
260 HISTORIA GIÜTIGÁ DE A ITBRATURA ESPAÜOA.
coal parecía fundar toda su gloria literaria, design&ndolo con él
nombre de Lo$ doce Triunfos de los Apóstoles ^/ Obligación es
de la critica estudiar en estos poemas si correspondió el mcM^e
de Santa Biaria de las Cuevas, al desenvolvimiento del arte em-
dito, tal como era cultivado por los más doctos, y si aparece cual
fiel intérprete de aquel genio, que habia comenzado á dar fruto
en el suelo de Sevilla, desde finés del siglo precedente.
£1 monumento más propio para realizar este estudio, es sin
duda el poema de Los doce Triunfos de los Apóstoles. Don Joan
de Padilla aparece en él como poeta esencialmente dantesco:
ninguno de los ingenios ^ue le precedieron en la imitadon de la
Divina Commedia, incluso Juan de Mena, habia seguido en
efecto, más inmediatamente las huellas del cantor de Beatriz, al
trazar el cuadro general de su obra; nadie le aventajó tampoco
en la reproducción de los pensamientos, llegando á veces á tra-
ducir, trozos enteros. Verdad es que nadie se habia colocado en
situación más análoga^ ni adoptado materia poética más seme-
jante y aun idéntica. Dante visitaba sucesivamente el Infierno^ el
Purgatorio y el Paraiso^ conducido por Virgilio y Beatriz: don
Juan de Padilla, guiado por San Pablo, recorre apartadas regio-
nes, ora en el cielo, ora en lá tierra; y penetrando en las bocas
infernales, revela, como el vate de Florencia, los dolores y tor-
mentos, á que están sujetos los que vivieron en el mundo entre-
gados al crimen ^. £1 autor de h'Divina Commedia^ habia pre-
1 Puso fin don Juan de Padilla á Los doce triunfos en 14 de febrero
de 1518, y diéronse á la estampa en 1521. De este poema hizo don Miguel
del Riego esmerada edición (Londres — 1841), apellidando al autor Dante y
Homero español, calificación por extremo exagerada y que ha podido com-
prometer respecto de los críticos el buen nombre del poeta. Un año después
aparecieron de nuevo Los doce triunfos con la mayor parte del RetMo d^
la Vida de Cristo, pues que sólo suprimió el señor Riego los cánticos
VII, VIH, IX y X, con esta nota: cPublicada esta pequeña parte en Lon-
dres, año de 1842, por don Miguel del Riego, canónigo de Oviedo, en la
imprenta de don Carlos Wood>. De cualquier modo, hízosc este ilustrado
español digno de la gratitud de los estudiosos.
2 El intento de don Juan de Padilla fué, dice él mismo, c componer
ndoce triunfos, en que describe lo» hechos maravillosos de los apóstoles,
II.* f.f CAP. XIX. BSt. DB LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 267
ferkfo entre todos los poetas de la antigüedad ql&sica & Virgilio:
el Cartajano, que desde su juventud se habia inclinado ai estu*
dk) del arte* clasico, si no podia al cantar los triunfos de los
apastóles, tomarle por guia para explicar los misterios del cris-
liaoismo, escogíale por modelo para bosquejar los cuadros, que
enrigoeoian con frecuencia su narración alegórica. -Asi pues,
mientras d& &, San Pablo los nombres de maestro y vaso de
eUccion, oyendo de su boca la revelación de los ní&s profundos
dogmas del catolicismo, llegaba hasta el punto de imitar la invo-
cación de la Eneida f escribiendo:
To canto las armas | de los palestinos,
principes do^e | del Omnipotente, etc.
Todo revela en Los doce triunfos esa doble influencia, que tan
poderosamente obraba en los espíritus, reflejándose en las esfe-
ras del arte. La aparición de San Pablo, que excita al poeta á la
contemplación de las cosas divinas, invitándole á cantar los doce-
*^ (apóstoles) con quebrantamiento del voto que habia hecho ,
al declarar en el Retablo de la vida de Cristo que sólo diría de
lo vida del Rey Soberano ^ ; la peregrinación que maestro y dis-
cípulo emprenden por los paises, adonde llevaron la buena
^Qeva los elegidos del Salvador, ensalzando las virtudes de cada
^0, y los milagros que obraron en la tierrra; la pintura de los
'ogares, donde purgan sus pecados los idólatras, los nigroman-
^ cuales van divididos por los doce signóos del zodiaco, que ciñe toda la
^■era: donde debéis primerainente considerar que el autor^ para que fuese
^ obra más altamente fundada, toma la semejanza del firmamento, ques
<^lelo estreUado, el cual divide en doce partes iguales, que son los doce
8^o« del zodiaco, por los cuales el sol y los planetas hacen su curso.
^^ ^l sol se entiende Cristo... y todos los otros planetas y señales del,
^^Ode del texto literal é historial, los trae sutilmente al seso moral ale-
^^oi. Ni en la forma ni en el fin artístico don Juan de Padilla, podia
^^ extremado en la Imitación del Dante.
. . Á\sL excitación de San Pablo, replica en efecto el Cartujano (capí-
No sabes. Señor, lo | que tengo ofrecido
á Cristo, de quien la j so Tlda preciosa
canté eco mi lengua | mortal 7 penosa
en una gran GueTa | feroi escondido,
aunque de fuera | se muestra graciosa?
268 UdTORU CRITIGÜ DE LA LITEHATORA BSPAllOLA.
tes, los hechiceros, los perjuros, los lujuriosos, los homi
los envidiosos y los adúlteros; y floalmeate la descripción
Santa Jerusalem, mansión de los bienaventurados, donde
plido ya el intento del poeta, abandona San Pablo al autor
restituirse & su etemal morada..., cuanto se refiere al artifi
terario y & la exposición y aun á la materia poética, nos m
claramente al entusiasta imitador de la JDivina Cammedü
descripciones*particulares, las comparaciones y ornatos, d
procura embellecer su narración, los recuerdos cínicos y
lógicos que la animan, nos advierten en cambio de que no <
naba las enseñanzas del arte antiguo, de lo cual nos dá h
voco testimonio, cuando al emprender su misteriosa pere¡
cion, le vemos pintar asi la tempestad, que le asalta:
Con próspero viento | del Áfrico moto,
tomóse de Creta | la propia derrota:
el aura crecia | por alto conmota,
mezclando su flato | con Eoríco Noto#
Así navegando | con nuestro piloto
pasamos de Sapho | á Ciotipolea,
do Júpiter tuvo | la cuna de Rea;
el indico monte | no mucho remoto,
de donde el Colodo | las naves otea.
Así navegando | ios golfos tirrenos,
Neptuno se leva | con ínvido dolo,
rogando que suelte | sus vient os Eolo,
los temporales | faciendo non buenos.
E luego se alteran | los aires serenos,
con ímpetu grave | del aire movido:
ocurre tonando' | Vulturno salido;
túrbanse en tanto | los mares y senos
que puesto no queda | sin ser combatido.
En partes diversas | las ondas infladas
se quiebran, luchando | ios rígidos vientos:
oonmoven las aguas | loe hondos pimientos
y con las arenas | se muestran mezcladas;
rotas las velas | j más desplegadas
del coz 7 boneta | con sobra de viento,
corría la nave | por el sota- vento;
las* flacas entenas | del todo quebradas
y más el timón | por mayor detrimento i .
1 Triunfo IV, cap. III.
Il/P., CAP. XIX. BST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. G. 269
BllÍQtento de imitar el sublime, pasaje del libro I de la Eneida
fin que describe Virgilio el naufragio de los troyanos, causado
P^t la ira de Juno, no puede estar más patente, si bien queda
el iiQjtador & inmensa distancia del modelo ^ £1 monje de Santa
ufarla de las Cuevas, obedeciendo la ley general que dominaba
OH las esferas de la inteligencia, parecía por una parte hacer el
AUimo y más enéi^ico esfuerzo para merecer el lauro, á que ha-
bían aspirado por el espacio de un largo siglo los más ilustres
Cogemos de España, mientras preludiaba por otro el cercano
^lionfo de las influencias del Renacimiento. Bajo este doble
punto de vista, y teniendo presente que en todo el poema hace
^l>andante ostentación de vastos y profundos estudios, ya reía-
^ÍTos á la hidtpria sagrada y profana, ya á la teología, ya á la
geografía y cosmografía universal, razón hay para resolver aflr-
ivamente la primera de las cuestiones arriba propuestas, con-
u^rendo que don Juan de Padilla era en las regiones andaluzas
fines del siglo XV y en los primeros dias del XVI, legítimo re-
sentante de la escuela docta, que habia señoreado tan largo
tiempo el parnaso castellano.
Hi es menos digno de la consideración de la crítica, al estu-
diarle como sucesor de Imperial y de Medina, de Ribera y de
1-ta.iido, en lo que respecta á la dicción y á la locución poéticas,
t-ltulós principalísimos de la escuela sevillana. Deseoso de enri-
quecer el dialecto poético, y dominado por las innumerables belle-
de la Divina Commedia, no reparó don Juan de Padilla (como
reparan en el mismo siglo XVI Arguijo ni Herrera) en pedir
tesoros á la lengua italiana, no olvidadas tampoco las ense-
^ Este mismo propósito manifestaron al propio tiempo otros machos
poetas, si bien todos con ignal 6 más infeliz fortuna que el Cartujano. Entre
tos que en este momento recordamos, paréccnos bien citar á Alfonso Fernan-
^^9 AQtor de la Ilistoria Parthenopeat poema meramente histórico, según
^^PUes advertiremos, donde Eolo y Neptuno, deseosos de estorbar que arri-
^ las costas de Ñapóles la armada española, sueltan vientos y olas, pro-
^^iendo horrible borrasca. La intención del autor es patente: su musa
^. ^^% no obstante vencida en la empresa, no pareciendo sino que ni los me-
^* del arte, ni el in^^enio de los trovadores inscritos en las antig^uas es-
^^^^«» alcanzaban a transferir el colorido de la descripción virg^iana.
270 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA. '
ñanzas de la latina. Lograba asi el Cartujano comunicar extraor-
dinario brillo á su lenguaje^ sembrando sus producciones de
giros altamente poéticos y matizándolo de palabras gr&ficas de
buena ley y grato sonido, que levantaban notablemente su dic-
ción, haciendo en uno y otro concepto su empresa en extremo
meritoria i. Mas no llegada la imitación formal á verdadera sa-
zón, y falto de aquella experiencia que sólo puede alcanzarse en
la madurez del arte, abusó sin duda don Juan de Padilla de los
medios que ponia & sus alcances el conocimiento de los poetas
latinos y de los italianos ; y plagando sus obras de voces debidas
t la lengua del Lacio y de giros y modismos, temados del idio-
ma de Dante y de Petrarca, mostró ya que desde sus primeros
dias estaba amenazada la escuela sevillana, como lo estaba tam-
bién I^ cordobesa, del peligro de la innovación, cuyos males de-
bían ser tanto mayores cuanto fuesen más brillantes y valede-
ras las dotes personales de los poetas, que siguieran aquel diftcil
camino ^. Este anhelo de autorizar entre los doctos su lenguaje,
si contribuye en no pequeña parte á hacer un tanto diñcii la ieo-
tura de Los Doce Triunfos de los^ Apóstoles, avalora no obstante
la obra del Cartujano, siendo en verdad sensible que hayan caido
en desuso aquellas maneras de decir y aquellas voces, en que
resplandece cierto vigor y lozanía y que constituían no pequeña
parte de la riqueza del creciente dialecto poético ^.
1 Como fundamento de estas observaciones, oigamos las siguientes:
elucidas lumbres; piélago rubente; lira dulcísona; clarífico fuego; ínvido
dolo; scrénico cielo; semblante nitente; selva manante; acentos cónsonos,
aurora lumbrosa; estrella luminante», etc. Respecto de las voces nitente,
dulcísono, manante, consono, clarifico y otras muchas de igual fonna-
cion y estirpe^ parécenos digno de elogio el instinto poético de don Juan
de Padilla.
2 No debemos ocultar que en nuestros dias no seria tolerable por ejem-
plo el llamar á los ojos lúcidas lumbres, lo cual muestra ya cierta exube-
rancia de colorido, ocasionada á lamentables extravíos. Becuérdese lo di-
cho en el particular respecto de Juan de Mena y téngase en cuenta lo que
añadimos, al tratar de Herrera y Góngora en sus propios lugares.
3 Es digno de advertirse aquí que todos estos caracteres poéticos de Pa-
dilla contrastan notablemente con los que á la sazón ofrecían otros inge-
nios castellanos y aragoneses, cultivadores de la poesía sagrada. Entre lot
11.* P., CAP. XIX. EST. DE LA P. BAJO EL R. BE LOS R. C. 271
EnQl silencio del claustro, cumplidos ya los cincuenta años de
^ Yida, 7 cultivando la poesía religiosa en sus más altas regio-
nes^ mostraba pues don Juan de Padilla que lejos de haberse de-
bilitado las c|ptes carasteristicas de los poetas sevillanos, tales
oomo aparecen ¿ fines del siglo XIY, iban tomando notables cre-
ces, preludiando la gloria de Herrera y de Rioja. Pero estas vir-'
todes poéticas no son privativas de la última obra del Cartuja-
no, si bien sea esta la más importante de sus producciones. Aun
cuando al trazar El Retablo de la vida de Cristo^ declaraba que
debía escribirse esta, únlas galas de los oradores y vanos poe^
Au, reprobando el uso de la mitología, pecado en que incurrió
grandemente en Los doce Triunfos ^, no pudo olvidar su calidad
ttl timos especiftlmente, pues ya conocen los lectores los más aprecíables de
^tre los castellanos, no podemos dejar de citar aquí al celebrado Juan de
ÍAZoD, que dio á luz en metros de arte mayor La Suma de las Virtudes,
'^iloga^ion de la moral philosophia contra los pecados mortales», con otros
diferentes poemas sobre la Contempla^n de San Bernardo, e^ Psalmo
•Aíiwserere, el DeProfundisif,eic. (Zaragoza, por George Cocí, 1508,4.**). —
^^^Hiiparando el lenguaje de estas poesías con el empleado por don Juan de
^Mlilla se revela claramente, así como en los demás ingenios aragoneses, no
^H€8ano8, la misma diferencia que en la antigüedad existió entre Marcial
7 los Sénecas, diferencia que debia en el siglo XVI caracterizar también á
^ Herreras y los Argensolas. Esta consideración nos muestra^ sobre con-
^nsur nuestros fundamentales estudios bajo la relación histórico -crítica,
^oán digna de consideración era al final de la XV.* centuria la rica varíe-
^<1 del ingenio español, que se resolvía no obstante en la unidad, que en
^os tiempos lo sujeta á unas mismas leyes generales. Tocaremos adelante,
Con mayor extensión, este punto.
^ Es digna de notarse, porque explica la situación del poeta erudito y
^' ^(ado del arte en la edad que estudiamos, la contradicción entre la idea
^ ^^ becho respecto al uso de la fábula. En la invocación que pone al
^*<>6ío de la Vida de Cristo, decia al epropósito:
Hoyan por ende | las musas daftalías
á las Bstlgias, | do reina Pluton,
en nuestro dlYino | moy alto sermón
las tienen los santos | por muy reprobadas.
^<^ los Doce triunfos abundan en tal manera las alusiones, citas y nom-
^* mitológicos que lejos de producir buen efecto, dan á la narración un
^>^iido enteramente falso, llegando á veces basta lo ridículo. Tal sucede
^^ afecto, al equiparar la bajada de Cristo al infierno con la fábula de Ce-
272 HISTORIA GRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
de poeta, ni renunciar & las galas de su imaginación^ nimenis al
fruto de sus estudios, en que tanta parte alcanzaban las inihien-
cias del Renacimiento. Es el poema del Retablo de la Vida de
Cristo una producción, encaminada & bosquejar ep cuatro tablas
la historia de Jesús ^: abraza la primera desde los profetas al
bautismo del Salvador; alcanza la segunda al domingo de Ra-
mos; encierra la tercera la pasión, y ofrece la cuarta la resurrec-
ción, la ascensión y la venida del Espíritu Santo. Como es fácil
* comprender, se prestaba esta materia poética h la imaginación,
del Cartujano para trazar abundantes cuadros, en que brillasen.
las dotes literarias que le caracterizan ; y no escaseó por ciarte^
los colores, ya pintase la visitación de Santa Isabel (Elizabeth)^
ya la conversión de la Magdalena, ora la resurrección de L&zaro^.
ora en fin la sentencia, pasión y muerte del Salvador en las as —
perezas del Calvario ^.
No era pues don Juan de Padilla, bajo la relaciob erudita ^
res, Platón y Proserpioa (TWufi^. V, estr. 16), etc. £1 cartqjano cedia e
esta parte á la imitación del Dante y á la imperiosa y creciente inflaenci
del Renacimiento.
1 Don Juan de Padilla decía, explicando el pensamiento de este
ma: «Las quatro tablas corresponden á los quatro Evangelios. Y así
orden poniendo las historias no apócrifas ni falsas, salvo como la san
madre Iglesia y los santos profetas y doctores..., van divididas las tabU
no por capítulos, salvo por cánticos^ por cumplir el dicho del profeta D
vid: Cántate Dominio canticum novum,,,^ es á saber, la vida de Cri
lo», etc. (pról.)
2 El poema termina el último cántico, diciendo:
Pues tiene pintado mi mano mortal
este tiBlablo con simple color,
lo que failes^e perdona, Señor,
pues que no basta saber natural.
El cántico concluye^ como todos los precedentes, con una oración, e
la en versos de arte real, la cual termina en estas palabras^ que ^e refiei
á la Vida de Cristo:
Haz, Señor, que yo la cante
en el ^ielo.
Sentimos no poder citar largos pasajes, en comprobación de los expresa^
asertos, lo jcual hicimos ya al realizar los estudios especiales del Gart
que dejamos mencionados arriba.
Il/ P,y CAP. XIX. E3T. DE LA P. BAJO EL R. BE LOS R. C. 273
jmta indigno de su época, pareciéndonos en verdad sensible que
Jio haya llegado & nuestras manos el Laherynto del Marqués de
€ádi%^ poema histórico, donde pudo hacer gala de sus dotes na-
lurales, inspirado por el entusiasmo que excitaban las heroicas
empresas, en que alcanzó tan noble parte el conquistador de
^Ihama. £1 titulo con que lo señala, tomado de Juan de Mena,
jparece persuadir no obstante de que, aun reflriéndose-el Cartu-
jano & la historia de su tiempo, no abandonó la ficción dantesca^
<x>mo no la abandonaban otros poetas, al consagrar sus cantos &
3.a gloriosa edad en que viven. Testimonio inequívoco de esta
--verdad, y altamente significativo en la historia del arte, ofrecía
^g efecto, poco después de dar á luz don Juan de Padilla su La-*
^rynto, uno de los más eruditos ingenios del siglo YI. Nos re-
ferimos & Diego Guillen de Ávila, poeta del todo desconocido
basta ahora en la historia de las letras españolas ^
Era Diego Guillen hijo de Pero, autor de la Gaya Sfiencia, en
X ngar propio examinada, y uno de los trovadores más favoreci-
os por don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, según antes de
hora demostramos ^. Criado en el palacio de aquel procer, es-
c^uela al par de letras, ciencias y armas, consagróse á la Iglesia
cSesde su juventud, temeroso tal vez de seguir la triste suerte de
^u padre. A la magnificencia de don Alfonso, no menos que á su
^ alentó y buen deseo , debió Diego Guillen las primeras distin-
1 Caando realizábamos este esttvlio, no había salido á laz el tomo IH
^e la versión castellana de Ticknor. En las Adiciones y notas, con que los
"traductores lo enriquecen, hallamos (pág^. 460) alguna noticia de Diego
Ciuillen y una exposición bibliográfica de los poemas, que en el texto exa-
^ninamos. Nos Juzgamos obligados á consignar aquí estos hechos, á ley de
historiadores, si bien no podemos excusar la advertencia de que las curiosas
ficticias dadas por los referidos traductores, carecen de todo espíritu crítico,
quedando en consecuencia intacto el estudio literario de Diego Guillen y
9iii determinar debidamente su significación en la historia de las letras
"patrias.
2 Véase el cap. IX de este 11.^ Subciclo y el precedente, donde damos
noticia de los traductores del glorioso reinado, que historiamos (pág. 211).
Diego Guillen, que se distingue con el aditamento de Ávila, nació sin da-
€la en esta ciudad.
Tomo vu. 18
274 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
cíones en su carrera^ y acompañando sin duda & don Alonso Car-
rillo, sobrino del arzobispo y obispo de Pamplona , dirigióse &
la capital del mundo católico, con la esperanza de mayores me-
dros. Vivió allí mucho tiempo, «siguiendo voluntades ajenas;»
y obtenida la protección del Cardenal Ursino, de quien fué fami-
liar, mereció un canonicato en Falencia, no constando sí llegó &
trasladarse & esta ciudad, pues que al entrar del siglo XYI, pro-
seguía en Roma al servicio de aquel príncipe de la Iglesia ^.
Habíase distinguido Diego Guillen «con lindo saber en dulce
poesía» desde su permanencia en Toledo, escribiendo «con plu-
ma polida y discreta» muy aplaudidas obras. Ya porque laa vir-
tudes de la reina doña Isabel inflamasen su espíritu, ya porque
fuese en Roma testigo del aplauso y veneración, que infundía su
nombre y del entusiasmo que produjo la conqu ista de Granada,
juzgóse obligado & rendirle el tributó de su ingenio, componien-
do en alabanza suya, con título de Panegírico , muy singular
poema ^. No pudo Guillen terminarlo tan pronto como anhelaba.
1 Debemos estas breves noticias al obispo de Pamplona y al mismo Die-
go GaiUen. Invitándole en 14S3 á que hiciera los Loores del arzobispo su
tío, le decia don Alonso:
Paes TOS como hijo {de tan buen criado»
oorado y querido | daqael mi señor,
qaeo y ida lo fué | contador mayor.
virtud y crianza, | razón os nquexa,
que pongáis las manos I en esta labor.
Diego, respondiendo á esta invitación, observa: cY paes me meii en este
Laberinto, movido por le servir é incitado del amor que al dicho señor
siempre tuve, asi por el tiempo que mi padre, que Dios haya, fué en sa ca-
sa, como porque sus magnificencias fueron tales que no sólo á los que lu
sentimos, mas á quantos las oyeron, aficionaron», etc. (fóls. ciu v. yciiii r.).
2 Lleva por epígrafe en la única edición que de él conocemos: ^Panegi'
•
9rico compuesto por Diego Guillen de Avila, en alabanza de la más cathóUca
•princesa y más gloriosa reyna de todas las reynas, la Reyna doña Isabel
•nuestra Señora, que santa gloria aya é á su alteza dirigida». Al final de*
cia: cFencscióse esta obra en Roma por Diego Guillen de Avila á XXIIj días
de julio año de nouenta é nueve: intitulóla Panegírico, que quiere dezir
toda gloria é alabanza: es vocablo griego, impuesto por algonos latinos
á sus obras, donde han loado emperadores, reyes y grandes príncipes» •
n/ P*, CAP. XIX. BST. DE LA P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 27S
intemimpido una y otra vez por el poco reposo que las tareas
de sa oficio le consentían ^; y fué para él doloroso en extremo
el quB tampoco permitieran á la Reina Católica examinarlo «sus
ocupaciones y dolencias». Guillen, que legraba darle cima en 23
de Julio de 1499 , remitia sin embargo el Panegirico & doña
Isabel con muy devota letra, fechada en Roma el 27 de abril
de 1500.
Al explicar el pensamiento, que animaba su obra, escri-
bía: «Finjo que caminando por una selva, hallo una casa fa-
*tídica, donde están figuradas todas las estorias passadas, presen-
iles y futuras, é que aquí hallé las tres hadas, cada una de las
"Qtiales me guia en una destas partes; pues en la primera parte
•tomo por guiadora Átropos, la qual dirigiéndome algo de
•sos propiedades y la causa de mi camino, me marca quién fué
>el primero que pobló en Cithia, y nombrándome los godos, me
'dice algo de sus hechos y todos los reyes que dellos han su-
•Qedido..., tocando brevemente algunas cosas de cada uno dellos
•haata la gloriosa memoria del rey don Alonso, vuestro herma-
*^o. Aquí dexada Átropos , me guia Cloto en la segunda parte
•del presente, y narrándome las cosas de Vuestra Alteza, por su
*?ovemac¡on se muestra su prudencia: en esta parte primera-
■naente se tracta su nascimiento y casamiento y venida al rey-
*&o; escriuo la guerra que Vuestras Altezas tuvieron con el rey
^^ vé que la impresión se hizo algunos años después de terminado el poe-
^^9 niuerta ya la Reina Isabel; y en efecto la primera edición es de 1507
^^iamanca), y la segrunda de 1509 (Valladolid).
^ Dirigiéndose á la Reina, escribía en 1500: cMucbos dias, excelentísl-
''^^ señora, ha que comencé esta jornada; pero intercisa algunas veces por
*^ i Incomodidad y poco reposo que el tiempo me ha causado, el mismo
*^^^%eo que para dalle fin he tenido, enxirió en mí con8tan9Ía que quan-
*^^ ^ezes he sido impedido tantas ha solicitado el ánimo mió en la prose-
^^^lon della; pero tardándome en su conclusión, me fué necessario esten-
^*"la más de lo que al principio pensé, por memorar algunas cosas, que en
^^^ medio tiempo han sucedido». En efecto, narrada en la segunda parte
^ Panegírico la conquista de Alhama, decía: cEl autor prosigue esta
^^^m mucho tiempo después que la comenfó; muda la consonancia de los
^^^^tro versos primeros, é finje aver dormido el tiempo que no trabajó en
276 . HISTORIA CRÍTICA Dl$ LA LITERATURA BSPAHOLA.
»de Portogal, do hecha la paz y loados en la gouernacioD, passo
»& la tierra de Granada , donde sigo la información que he po-
>dido aver hasta su conclusión. Aqui dexando á Cloto, sigo &
•Laohisis y en la tercera parte de lo venidero, la qual me narra
«algunas cosas passadas por futuras...; é assi profetizando que
•Vuestras Altezas < ganarán por África hasta Jerusalem, dó fin
•& la obra.»
Abrevia grandemente esta exposición el estudio del Panegi-^
rico y poniendo de manifiesto que si bien la materia era históri--
cQy la forma literaria seguia siendo dantesca j como lo era en Los
doce triunfos del Cartujano. Dividido en tres partes, vemos en
todas luchar al poeta con el anhelo de la fidelidad en la exposi*
cion de los hechos, lo cual suscita & su musa frecuentes dificul*
tades y obstáculos. En medio de estos inconvenientes , extremá-
base Diego Guillen por derramar en sus versos la erudición clási-
ca que acaudala en Roma, y daba inequívocas pruebas de que no
eran infundados los elogios de sus coetáneos. Vivas y brillantes
pinceladas, que bastan á revelar el carácter de los personajes
por él conmemorados; descripciones llenas de movimiento y en-
riquecidas de bellas circunstancias; comparaciones fáciles, nata-
rales y sencillas, que prestan notable realce y verdad á sus pin-
turas... hé aqui las virtudes poéticas, que dan al hijo de Pero
Guillen lugar señalado entre los poetas de su tiempo, y que nos
mueven á consignar su nombre en la historia de las letras pa-
trias. No podemos comprobarlas todas con ejemplos tomados del
Panegírico: para que sea dado á los lectores juzgar de la exac-
titud de nuestros asertos, parécenos bien fijar, sin embargo,
nuestras miradas en el pasaje, destinado á narrar el nacimiento
de la Reina Isabel. Átropos dice:
...Qoando los aires gostó de la vida,
la clara Lucina estava presente:
hilava yo alegre, de blanco vestida
el candido hilo, muy resplandeciente.
1 Obsérvese aquí la semejanza de aspiraciones en todos los poetas cas-
tellanos, respecto del imperio español: lo mismo habia dicho Juan del
Enzina, y repitieron adelante notables poetas é historiadores.
n.* P.^ CAP. XIX. EST. DB LA P. BAJO EL R. DE fiOS R. C. 277
En mi blando genio la puse plaziente;
por suerte infalible le hé prometido
memoria perpetua, gran yida j marido,
riquezas 7 rejnos, progenie excelente.
Estava conmigo la Naturaleza;
su gesto con mano sotil adohiava
de tan radiante 7 clara belleza,
que todos los gestos humanos sobraua.
Sus miembros ebúrneos assi conformaua
en tal proporción, grandeza 7 m&nsura
ique quien las contempla^ verá en su figura
beldades, que Ter jamás no peñsaua.
Las Gracias le dieron preciosa guirnalda
de ramos fragantes, mezclados con flores;
de lirios, de rosas hinchieron mi halda,
de timbra, que daua suayes olores.
Espíranle, envueltos en dulces liquores,
sus nombres, sus fuergas, assi verdaderas,
que se le infundieron tan grandes 7 enteras,
que consigo mismas no quedan ma7ores.
Volauan en tomo alegres, ornados,
los dulces amores que á verla venian;
las viras sabrosas, los arcos dorados
tendidos, lentados 7 floxos traian.
Después que la vieron, consigo dezian:
cPues questa princesa por fuerza nos pisa,
l^s flechas le demos que sean su divisa;
podrían más con ella que con nos podían».
La Virgen Astrea descendió del gielo,
de sus compañeras en tomo groada;
perdido del todo el viejo rebelo,
nasgida esta re7na, do hagan morada.
Después que le dieron corona almenada,
obraron consigo sotil vestidura,
con que la vistieron de tal hermosura
que siempre le tiene el alma adornada i.
^adie habrá que no reconozca en este pasaje las dotes poéticas,
Los pasajes descriptivos análogos al presente, abundan en todo el
ma: merece entre todos citarse la pintura del alcázar, habitado por la
ina Isabel,
. . . palacio de tantos labores
qae apenas lo siente hamano sentido.
278 BISTORIA CRITICA OB LA UTERATÜRA ISPAltOLA.
que hemos atribuido & Diego Goillen ; dotes que brillan igoal-
mente en otro poema suyo, asimismo alegórico^ escrito en Roma&
ruego del obispo de Pamplona, don Alooso Carrillo ^. Tenia esta
obra por objeto las alabanzas del arzobispo de Toledo, en cnya
casa había recibido educación el hijo de Pero Goillen de Sego-
yia; y asi como este no escaseó los elogios del Mecenas al escrí^
bir su Yida, mostróse Diego por dem&s pródigo en loores, cir-
cunstancia que rebaja no poco el mérito de sus versos. Las for-
mas de este poema, que remitía en 20 de diciembre de 1483 &
manos del obispo de Pamplona, nos mueven sin embargo & de-
tenemos un instante en su ex&men. Diego Guillen, trasportán-
dose al tiempo, en que fallece don Alonso Carrillo, «finje des-
«cender al Infierno^ donde toma por guiador al Dante, por auer
» escrito desta materia... De alli pasa brevemente por el Purga-
y^tario, y salido de los infernales limites, halla al arzobispo &
»vista de los Elüeoi^ .donde finje auer hallado la fama. Narradas
«algunas cosas especiales que [el arzobispo], assi en las cosas de
•la guerra como en magnifiQenQías obró, pone algunas estorias
•de romanos y de otras gentes, que le nombra allí el Dante; y
•dexando & este..., invoca la gragia divina, con la cual sube
•hasta el gielo Empíreo , viendo 4 la par subir al arzobispo al
•verdadero honor, ques Dios. •—Ninguno de los lectores há
menester que le digamos hasta qué punto imita aquí Diego Gui-
llen la Divina Cammedia: tampoco juzgamos necesario notar que
no era esta la primera vez, en que fué tomado el mismo Dante
por guia y maestro en el parnaso castellano ^.
1 El obispo dirigia á Diego Guillen notable poesía, ganando con ella
títalo de trovador. — Compónese de diez octavas de arte mayor, que em-
piezan:
Aquel que la gracia os dio tan perfecta
con llDdo saber eo dul^e poesía, etc.
2 Nuestros lectores recordarán en efecto el Dezyr de las Siete Virtth-
des y tí Triunfo del Marqués de SaniiUana, en que directamente es el
Dante maestro y guia, Diego Guillen, al penetrar en el Inflernoi vio á su
lado la sombra del cantor de Beatriz, el cual le dice:
MoTióme contigo 1 aquella piedad,
que en el Mantaano | yo mismo sentí.
n/P.yCAP. XIX. EST. DELi^ P. BAJO EL R. DE LOS R. C. 279*
Qneda pues comprobado que aun al tratar los asuntos histó-
I, ejerció la imitaciou dantesca notabilísima influencia res-
t^^^Mto de los más doctos poetas que ilustran el reinado de Isabel
Católica. Al anhelo de no alterar la verdad de los hechos sa-
íflcaban, sin embargo, la belleza de la ñccion, como sacrifica-
iHualas galas de estilo y de lenguaje al invencible empeño de
mostrar sus conocimientos en la historia, la mitología y las len-
guas de la antigüedad clásica ^ — Daba testimonio de lo primero,
tal vez sobre todos los ingenios coetáneos, Hernando de Rivera,
que florece también bajo los Reyes Católicos, y que al paso que
CQ tal manera renunciaba al verdadero galardón del poeta, gaáa-
bsL la estimación de fiel narrador y de verdadero cronista. «^Her-
•Dando de Rivera, vecino de Baza (decía un autor del tiempo),
•escribió la guerra del reino de Granada en metro; y en la ver-
*<lacl, según muchas veces oí al Rey Católico, aquello decia él
*que era lo cierto, porque en pasando algún hecho ó acto digno
•de se escrebir, lo ponia en coplas y se leia á la mesa de su Al^-
*^eza, donde estaban los que en lo hacer se habían hallado, é lo
* aprobaban ó corregían, según en la verdad había pasado» ^.
qnando me galo | por la escnrldad
d'aqaestos abismos, | do en Tlda me ti.
p^n esta declaración, no puede maravillarnos que, al pintar por ejemplo los
'<l6l^tras, los herejes, los hipócritas, etc., Guillen aspire á poner en boca
^^1 Dante sus propias descripciones.
^ Este constante anhelo de los eruditos, durante la edad media, los ca-
'^^t^riza grandemente en la edad que historiamos. Pero logrados ya mayo-
f^^ ^Conocimientos, justo nos parece advertir que vá siendo cada dia menor la
'^^^cperiencia clásica. Guillen, como Padilla^ si no alcanza aun aquella dig-
^ Sobriedad, que iba en breve á brillar en los poetas castellanos, muestra
^ ^^n modo evidente que al emplear la historia, y sobre todo la mitología,
. *^^ba ya con mayor conocimiento de causa. Lo mismo sucede respecto de
* ^ngua: procura, como Padilla, enriquecer el dialecto poéUco; como él
. ^^^e al latin y aun al griego, no desdeñado el italiano; pero si no es po-
. ^^ < aceptar hoy todas las voces por él empleadas, no por esta es menos
^'^le su empeño, ni menos palpable su erudición filológica, mostrando
.'^^^^'amente la situación en que se hallaban los poetas eruditos; observa-
^^H de grande importancia, al trazar la historia del arte en nuestro
'esslo.
^ No sabemos si llegó á imprimirse este singular poema. Galindcz Car-
280 HISTORIA CRtTICA DE LA LITERATURA SSPAÜOLA,
Cierto es que la guerra de Granada ofrece muchos sucesos,
donde realmente resplandece el interés de la epopeya; mas ni to-
dos los actos participaban de igual carácter, ni podian, tales co-
mo acaecieron, presentar aquel conjunto ajrmónico que consti-
tuye la unidad de toda creación artística. Asi-, la fidelidad de
Hernando de Rivera, dando & sus narraciones el aspecto de una
crónica, si le hermanaba en cierto modo con los antiguos can-
tores castellanos ^, poníale en desacuerdo con las no dudosas as-
piraciones que debia realizar el arte en cercano porvenir, siendo
por cierto de lamentarse que este errado concepto de la poesi^ y
de la historia privara & la España del siglo XY, como notamos en
otro lugar, de un poeta épico, digno de la gloria de los Reyes
Católicos ^.
vajal en su Rdacion y registro de los lugares f donde el Rey y Reina Ca-
tólicos estuvieron (de 1468 hasta su muerte), manifiesta que fué en par-
te cercenado por la vanidad del Almirante don Enrique £nriquez, tío del
rey; porque Ribera se negó á poner, como una grande hazaña, el hecho
fortuito de haber herido á don £nrique una bala, de rebote (Introducción).
Galind^z no vacila en designar el poema con nombre de Crónica,
1 Véase el cap. XXI del II Subciclo, t. IV, pág. 411 y siguientes,
2 Entre los poemas ó narraciones históricas en metros, que se escribie-
ron en los últimos años de los Reyes Católicos, puede citarse la que lleva
por nombre La Arlantina, debida á fray Gonzalo Arredondo, quien alcan-
zando buena parte del reinado de Carlos V, aspiró al lauro de historiador,
dedicando al César la Historia de Fernán González, Volveremos á men-
cionarle en este concepto opof tunamente. Por lo que toca á la Arlantina^
conviene consignar quí^ está escrito este poema en versos de arte mayor, y
carece de todo mérito poético (Biblioteca de la Real Academia de la Histp-
ria, estante 26, grada 2. D, núm. 42). En el mismo concepto pueden citar-
se la Historia Parthenopea de Alfonso Fernandez, obra escrita asimismo
en metros de cuatro cadencias, bien que ajena de verdadero mérito artísti-
co (Roma, 1516, fól. m.); la Obra fecha por Hernán Vázquez de Tapia^
escribiendo en summa algo de las fiestas é recibimientos, que se hicieron
á doña Margarita de Flandes, esposa del malogrado príncipe don Juan
(Sevilla, 1497, fól., cdic. de Ungut y Polono), y aun el Libro de las Va-
lencianas lamentaciones, de Juan de Narvacz,en que se elogia por extremo
al Gran Capitán, si bien con poca fortuna poética. Conveniente juzgamos
repetirlo: todas estas y otras obras análogas hacen más sensible en la edad
que estudiamos, la falta de un verdadero poeta, digno y capaz de personifi-
n/ P.y CAP. XIX. BST. DB LA P. BAJO BL R. PB LOS R. G. 281
La poesía puramente lírica , aspiraba en tanto & reflejar algu-
na parte de aquella gloria. Entre todos los poetas (jue ya predi-
ca los altos triunfos de Isabel, ya ensalzan sus virtudes, no eá
.vara olvidado el converso Pedro de Cartagena, miembro de una
^JUmliíL de distinguidos escritores, de quienes hemos tratado eñ
xsomentos oportunos K Último hijo de Pablo de Santa María, ha-
sido en su juventud guarda del cuerpo de don Juan Ü, dis-
fuiéndose después en muchos encuentros y batallas f mere-
plaza en' el Consejo de Enrique lY y de los Reyes Cató-
^. Admirador, como todos sus contemporáneos, de las raras
ndas de Isabel, quiso Pedro de Cartagena rendirle el tributo
3u respeto, si bien confesándose impotente para celebrar sus
.udes:
Quando más se ensoberbece,
el rio en la mar non mella:
que echen agua non la acres^e;
nin tampoco la descres^,
el que saquen agua de ella.
si era, en concepto del poeta y caballero converso, la gran-
de Isabel la Católica: su singular virtud no tenia par en la
a y era segunda en el cielo, deparándole Dios la inmarcesi-
gloria de poner término á la «comenzada empresa de Grana-
y de reducir á su imperio el mundo entero ; generosa aspi-
ion á la monarquía universal generalmente abrigada y dorado
2o de los siguientes reinados. El hijo del Gran Canciller de
tilla animaba sus versos de brillantes pinceladas y de concep-
ele vados; pero la obra á que nos referimos, mostraba en me-
del enérgico entusiasmo que la inspira , ciertos resabios de
gusto, comunes en verdad á los trovadores de su tiempo ^.
^^«> lo cual revela claramente el estado de transición, en que el arte se
^^l^^ba, por las razones una y otra vez expuestas y quilatadas.
^ Véanse los capítulos VI, VIÍ, VIII, X, XII y XVII de este II.*> Subcíclo.
^ Remitimos á los lectores al capítulo XI del Ensayo II de nuestros
**^'^4<íio« sobre los judíos de España.
^ Aludimos especialmente al Juego de las letras, que componen el nom-
'^ ^e Granada en estos versos:
Dios qaerrá, sio qae se yerre,
L
282 RISTOaiÁ GUITICA OBLA LITBRATDIIA BSPÁfIOLA.
Entre las producciones qae fijan los sucesos de aquella época
y que prueban esta observación, parécenos conveniente recordar
la Elegía consagrada á plañir la muerte dé la reyna daña Isa--
hely reyna d^ España y de las dos Cecilias. Escribiéronla Mossen
Crespl de Yaldaura y Hossen Trillas, trovadores ambos nacidos
en el suelo de Cataluña y ambos cultivadores de la lengua caste-
llana. La reina Isabel era á sus ojos fénix de todas las reinas y
firme columna del mundo, que sólo halla superior en la Madre
de Dios: el triunfo de su muerte , no menos grande que las vic-
torias de su vida, es celebrado por los ángeles, mientras amargo
llanto riega el sepulcro de la que habia sido columna inmortal
de gloria^ volviendo entrambos poetas sus miradas á la Virgen^
para demandarles la corona de la fé, en cuya defensa no habia
tenido Isabel companera. Lástima es que cediendo Yaldaura y
Trillas al imperio de la imitación, si emplearon en esta singular
elegía el metro de arte mayor, intentaran someterlo á la estre-
cha ley de la sextinas, combinación que hallaba en el parnaso
italiano escaso cultivo y que no logró echar profundas raices en el
castellano, ni aun en la época más feliz de la escuela latino- tos-
cana, designada primero con título de petrarquista ^.
qae rematéis yos la R
en el nombre de Granada,
Otros muchos poetas se extremaron en este singular y puerU artificio, bas-
tándonos citar ahora á Luis de Tovar, quien en una sola copla logró me-
ter hasta nueve nombres (Cancionero de 1511, fól. 167 y.), á Pinar que
hizo análogo uso en su JtAego trovado, y el mismo Cartagena, elogiando á
una dama, llamada doña Mencia (id., id., fól. 86).
1 Esta poesía, en que no han reparado hasta ahora los críticos, consta
de siete estrofas, en que van alternativamente Trillas y Mossen Crespí de
Yaldaura elogiando las virtudes de la reina. Empieza así, hablando
Trillas:
La muerte, que Ura ) con tiros de piedra,
matando de todas | las reynas el fénix;
ennoblecer quiso | en baxo sepulcro
daqaella tan alta | después de la Virgen
y santas benditas; | ganó tal triunfo
que fué deste mundo j la firme columpna.
Todo el artificio artístico consiste en repetirse en cada estrofa de una ma-
o/ P»y CAP. XIX. B8T. DB LA P. BAJO EL R. DB LOS R. C. 283
Como quiera, tanto esta elegía oomo todas las obras que lle-
examinadas en las esferas eruditas, nos advierten de que
nc^Ientras la lengua de'Castilla se erigia en lengua universal li*
Ves-aria en toda la Península ^, iba granando el fruto de la imita-
inv^sa y artifldosaamente encadenados, los mismos consonanteSt
' á qae los petrarquistas y sus discípulos se ajustaron, al adoptar los
tros toseanos. En cuanto á la indicación que hacemos respecto de las
laudatorias de la reina Isabel, parécenos bien añadir aquí que
tre las mis notables, merece citarse, por lo hiperbólica, la Cuncion que
atoa de Ifontord, viejo ya, le consagra. Empieza así: >
Alta reyna soberana,
si faérades aotes tos
que la bija do Santa Ana,
de ues el QJo de Dios
resflbtera carne bumana.
CaneUm tuvo no pocas contradicciones: principalmente Francisco Va-
no menos apasionado de la reina Isabel que todos sus coetáneos, mos-
^^óie escandalizado, escribiendo un largo dezir, en que se proponía probar
^Uc li doña Isabel aparecía dotada de toda virtud, ai fin era tanUfien tier'
(Cancionero de 1511, fól. Ixxv. v). No se olvide que Antón de Montero
converso, y sobre todo que la Reina Católica rescató á los de Andaln-
de cruel matanza, al sentarse en el trono. La Canción de Montero se
'^fiere sin duda á esta ¿poca.
t Entre los más insignes testimonios de esta importantísima verdad his-
^■*iea^ no podemos dejar de mencionar aquí al poeta Moner, cuyo Cancio^
^^^^ citamos en lugar oportuno (tomo VI, Ilustración, pág. 535).^ Nacido
^^ ^«rpiñan, plaza que defendió su padre contra los franceses, como vasa-
^ de don Juan II, entró en la juventud al servicio del príncipe don Fer-
^^<lo en calidad de paje; y sentado ya en el trono, envióle eftte rey de
'^ bajador al de Francia, en cuya corte vivió por espacio de dos años. Vuel-
^ ^ ^paña, tomó parle, como caballero, en la guerra de Granada, y ren-
'^^ esta en 1492, retiróse á Barcelona, donde abrazó la vida de religión^
. T^^ndo el hábito de los frailes menores^ Murió en aquella ciudad y dejó
^^ i tas sos obras, que recogió , como pudo , aunque sin completarlas,
^«imo suyo, llamado Miguel Berenguer de Barutel, á quien debemos
^ ^^ noticias. Dedicó este los versos de Moner á don Fernando Folch
^^«irdona y diólos á luz en 1528, con este epígrafe: cObras nuevamen*
^^ -imprimidas, así en prosa como en metro, de Moner, las más dellas en
^^ua casteUana y algunas en su lengua natural catalana» , etc. Al
j repitiendo la misma indicación, hizo esta declaración importante:
^^ acaban las obras que se han podido hallar de Moner, en prosa y en
284 AISTORIÁ GRtTIGÁ DB LA LITERATURA BSPAltOLA*
oion lírico-italiana, acercándose el instante en que llegado ft en-
tera sazón, produjese respecto de la poesía vulgar el mismo efeo-
to, que habia dado ya en orden á los latinistas.
Pero esta transformación no era sola en la historia del arte. Si
desde los primeros dias de su existencia hemos tenido ocasión
de señalar el doble y sucesivo desarrollo que & nuestra vista
ofrece en las regiones, ya eruditas, ya populares; si hemos pro-
curado una y otra vez fijar las mutuas relaciones, que entre am-
bos parnasos existen, importante sobremanera nos parece aho-
ra el observar que mientras en la primera mitad del siglo XV
eran só]p patrimonio de gente haxa é de servil condición^ segon
habia afirmado el Marqués de Santillana , al declinar de la mis-
ma centuria, apenas existia un procer trovador, ni un erudito
que no cultivase las formas más genuinamente populares, . ora
glosando los romances viejos, ora escribiendo otros nuevos y
«metro, así en lengua castellana como en su natural catalana: enmendadas
»con harto trabajo, por ser en los traslados que se han haUado de ellas,
«corruptas y muy mal escritas. Imprimidas en la insigne ^ibdad de Baree-
•lona por Carlos Amorós á gastos de quien hoy más ama y deve al autor de-
pilas. Any de la Nativitat de Nostre Redemptor MDXXVIII». — Se vé pues
que Moner fué uno de aquellos ingenios que, sin renunciar al materno ro<-
manee catalán, cultivaron repetidamente la lengua propiamente española,
no careciendo en este empeño de fortuna. Las obras castellanas más nota-
bles, entfc las recogidas por Berenguer de Barutel, son las siguientes: F¿-
da humana, apellidada también Noche de Moner (prosa y verso), dedica-
da á doña Juana de Cardona; — La Paciencia, á la marquesa de Cotro; —
Sobxe la ciega voluntad de los enamorados; — La Muerte de Amor;-^
Contención entre el Cuerpo y el Alma, glosa de siete metros antiguos; —
Canciones, motes, glosas y respuestas; — Coplas á la Virgen, hechas á
ruego de su madre; — Coplas á la Virgen de Monserrat; — A Cartagena,
canción; — Canciones y lohores á varios señores.— Knire las obras catala-
nas, merece sin duda el primer lugar la que lleva por título: L* Anima
de Oliver, diálogo en que se disputa sobre el libre albedno, deduciéndose
que nadie, sin perder la razón, es esclavo de las pasiones. £1 libro de Mo-
ner es tan peregrino que no ha llegado á conocimiento ni aun de los más
doctos. La Biblioteca provincial de Toledo posee un ejemplar de estas
obras, aunque algo maltratado: de él nos hemos servido para nuestro estu-
dio. Amat cita otro ejemplar existente en la Episcopal de Barcelona (Dic-
ci9nario, pág. 426).
n/P.y GAP. XIX. BST. DBLA P. BAJO EL R. DB LOS R. G. 285
ly&ndose aUernatiramente en todo linaje de asuntos.— His*
TíooSy religiosos I eaballerescos, amorosos, y aun de clásica ern«*
dmcícm son en efecto los numerosos romances debidos & los poetas
cc^rtesanos, que florecen bajo el cetro de los Reyes Católicos; y
clI lado de los nombres de Fray íñigo López de Mendoza, Juan
d^ Enzina y Pedro de Urrea, quienes no desdeñaron contarse
oi3tre los poetas ínfimos^ según los apellidaban los doctos de la
CMSrte de don Juan II ^ , hallamos á los magnates castellanos,
&x*agoneses y catalanes don Juan Manuel, don Pedro de Acuña,
don Alonso de Cardona, don Luis de Castelvl, don Juan de Lei-
^21, y oon ellos los comendadores Ávila y Soria, y los caballeros
LK3pe de Sosa, Luis de Vivero, Diego de Zamora, Quirós, Du-^
rsango, Tapia , Pinar, y Tallante *. Ni esquivan el seguir la mis-
ma senda trovadores tan autorizados, como un Garcí Sánchez de
^^ajoz, que gozaba reputación de entendido entre los cortesa-
i^os 3 y un Diego de San Pedro, cuya respetable edad, no menos
1 Véase la Ilustraoion IV.* del tomo II y el capítulo VUI de esU U/
^arte, Subciclo II.
2 Auii.que hablaremos después de la poesía popular, manifestando cuál
f'ué 8u desarrollo hasta lle^r al siglo XVI, hemos juzgado conveniente
Consignar aquí este hecho, porque es su importancia tanto más digna de
''^pararse cnanto que muy doctos escritores de nuestros dias se obstinan en
'^gar que antes de la referida centuria escribiesen romanas los poetas
eruditos. No ya los eruditos simplemente, sino los trovadores cortesanos,
^ cabaüeroB, como nos declara con toda seguridad el aragonés don Pedro
^nuel de Urrea, componían romances de todos géneros, y lo que es más de
notar y glosaban los llamados ya entonces viejos, ó los refundian dedicán-
dolos á distintos asuntos. Sentado el hecho, obtendremos sus legítimas
cons^Qencias con la oportunidad conveniente.
^ Garcí Sánchez de Badajoz alcanzó mayor celebridad por sus hiper*
Plicas exageraciones amorosas, que por .su verdadero mérito poético. Si-
Riendo la arriesgada senda de los que mezclaban las cosas divinas en sos
^^¿rios eróticos, escribió las Lipíones de Job apropiadas á sus passiones de
^'"'^OTf cuyas impiedades obligaron al Santo Oficio á prohibirlas, mandan-
j^^^« borrar en todos los Cancioneros (fol. CXIX del de 1511). Su Infierno
^^or, ficción dantesca, en que menciona á los galanes, que vido presos
•o casa d^amor, ya vivos, ya pasados, gozó no obstante del aplauso de
^o«tos y es hoy un documento verdaderamente histórico, pues que to*
*^« penados eran trovadores de los últimos reinados, ó coetáneos su-*
286 HISTORU CRÍTICA DB LA LlTSRATimA BSPAftOLA*
que su ingenio, le conservaba la consideración de los mis discre-
tos ^, figurando por último entre los que se pagaban de glosar y
componer romances Francisco de León y Nicolás Nuñez, favore-
cidos ambos en la corte y palacio de los Reyes Católicos K '
yo8. Los galanes son: Macfas, Rodrigrnez del Padrón, el Marqués de 8mn-
tillana, Monsalves, Guevara, don Rodrigo de Mendoza, Joan de Mena, don
Diego López de Haro, don Jorge Manrique, Diego de San Pedro» Juan de
Hinestosa, Cartagena, el Vizconde de Altamira, don Luis, su hermano, don
Diego de Mendoza, Luis de Torres, don Manrique de Lara, don Bernardino
de Yelasco, don Hernando de Ayala, don Estevan de Gozman^ el Comen-
dador Hinestosa, don Bernardino Manrique, don Iñigo Blanrique, don Diego
de Castilla, don Antonio y don Sancho de Velasco, A riño, don Alvar Pérez,
don Alfonso, su hermano, y don Manuel de León. — Garci Sánchez de Bada-
joz escribió también reqüestas, canciones, villancicos y dezires, y como vá
notado, algunos romances: en el Cancionero de 1511 al fól. 136 v. halla-
mos el que empieza:
Caminando por mis males,
alongado d'e8peraD9a.
Conviene advertir que no debe confundirse Garci Sánchez con otro tro-
vador, llamado también Badajoz, el cual era músico de la corte. Tiene este
canciones, respttestas y villancicos en los Cancioneros.
1 V^ase el capítulo XII del tomo anterior , donde estudiamos su famosa
Cárcel de Amor, — Como Gómez Manrique, Juan Alvarez Gato, Mossen Die-
go de Valera y otros, alcanza gran parte del reinado que ahora historiamos,
con gran reputación entre los trovadores. Entre los romances que escribe,
existen el que compuso, contrahaciendo el viejo que dise: Yo m* estova en
BarbadiUo,,., y el trocado por el que dize: Reniego de ti, iíoAoma. Empie-
zan:
1.* To me eslava en pensamiento.
2.* Reniego de ti. Amor.
2 Tienen romances y glosas en el citado Cancionero de 151 1. Y á pro-
pósito de las glosas, aditamentos y transformaciones que ensayan los poetas
de fines del siglo XV, mostrando así que á pesar de la influencia clásica,
no perdían de vista los tesoros de la poesía nacional, parécenos oportuno
citar aquí, entre otras obras, la Danta de la Muerte, que iba á experimen-
tar notable transformación en la siguiente centuria. Tenemos en efecto á la
vista la edición que se hizo en Sevilla por Juan Várela de Salamanca y se
acabó á 20 de Enero de MCCCCCXX: en ella mientras Carbonel tradueia al
catalán la danza francesa y escribia otra nueva, se introdujo número creci-
do de personajes sobre los que figuraban ya en el poema del siglo XIV; y
las estrofas en que aparecen, aunque sometidas al mismo metro y orden
Il/ P., GAP« JLIX. BST. DE LA P. BAJO EL R. DB LOS R. C. 287
Este anhelo de los eruditos por apoderarse de las formas con-
ss^Sradas de antiguo en los cantos populares, aunque contrapues-
to fc la general tendencia de los clasioistas, lejos de ser un capri-
cho pueril é infecundo, revela claramente que habia llegado el
arte & uno de aquellos momentos supremos, en que ejercitadas
ya y llevadas & cierto punto de perfección todas las formas eru-
ditas de antiguo conquistadas, se prepara & realizar una de sus
más importantes evoluciones. £1 estudio que dejamos realizado
basta aquí, nos manifiesta en efecto que se habian hecho gene-
i rales en toda la Península las varias escuelas poéticas, que recibe
nuestro parnaso, llegando todas á su postrer desarrollo: debe-
rlos al mismo el conocimiento de que la lengua, ennoblecida por
oí Rey Sabio y hablada constantemente en las regiones centra-
'^, alcanza universal cultivo entre todos los tiiovadores de Es-
pina: sabemos de igual suerte que, abrigado en las más eleva-
da esferas de la erudición el deseo de poseer las formas clási-
^^^9 comenzaba este deseo á trascender á las obras vulgares,
fecundando en tal sentido los repetidos esfuerzos de los que se-
sean imitando la Divina Commedia. Y como todos estos hechos
^spondian no sólo al desarrollo interior de la cultura española,
^úio almas general movimiento de la civilización, tal como se mues-
tra 4 nuestros ojos en las naciones occidentales, al declinar delsi-
?'o XY; como no es posible condenarlos á esterilidad desdeñosa,
^^ deponer todo espíritu crítico y filosófico, fuerza seria recono-
^^ que en ley de los acontecimientos y de las ideas, aquella in-
^'^o^usion de los eruditos á inscribirse entre los populares y ha-
^^ suyo un instrumento, antes menospreciado por ineficaz y
^^^^^ero, anunciaba ya la más fecunda, la más transcendental de
^"&aa8, se distingaen en tal manera de las primitivas, que basta ana sim-
lectura para establecer la diferencia. Al tratar del desenvolvimiento del
^^^) en el citado siglo XVI, volveremos á tocar este asunto, no sin ad-
,^ir desde luego que por la importancia que tienen estos monumentos en
. '^^ Istoria del ingenio español les consagramos lugar señalado en las Uus^
'"ie$ del presente volumen.
o pondremos fin á la presente nota, sin añadir que sentimos no haber
^^^Ido dar mayor extensión á estos estudios.
288 HISTORIA CRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAfk)IcA.
cuantas transformaciones se habían operado en el parns
pañol, preparada al mismo tiempo en varias esferas.
Tan importante, tan memorable transformación no se
sin contradicciones en medio del conflicto de las ideas, qn
putan entre sí el dominio de las inteligencias durante la pi
mitad del siglo XYI; y el estudio de estas mismas contrae
nes merece llamar detenidamente la atención de la crítica
tes de que nos consagremos & tan difíciles tareas^ indis]
ble es completar el cuadro de la historia literaria bajo el r
de los Reyes Católicos.
CAPITULO XX.
ESTUDIOS HISTÓRICOS DURANTE EL REINADO
DE LOS REYES CATÓLICOS.
listado de estos estudios al inaugurarse el reinado. — Influencia clásica. —
Extepsion de las investigaciones históricas. — Crónicas y estudios gehe-
BALES. — Mossen Diego de Valera. — Su educación: su autoridad entre las
l)andería8 cortesanas. — Sus libros históricos. — La Coránica Abreviada
^e España. — Exposición y juicio de ella. — Noticia de otros trabajos his-
'Soríales. — Diego Rodríguez de Almela. — Su educación literaria. — Su
^srudicion. — Sus obras de historia. — El Valerio y las Batallas Campales.
^Examen del Valerio de las Historias. — Su estilo y lenguaje. — Juicio
^e las Batallas. — El Compendio htorial de la coránica de España. —
llonso de Arila. — La Suma Universal de las ystorias romanas, — Ca-
"»^cter y significación de este libro. — CnósicAs coetáneas y del reinado. —
alicer Gonzalo de Santa María. — La Vida de don Juan II de Aragón, —
Su examen y juicio. — El Bachiller Palma. — La Divina Retribución de
JEspaña. — Exposición é importancia de este libro. — El Cura de Los Pa-
lacios.— Su Cránica de los Reyes Catálicos.— Extensión, índole y carác-
"•er de esta crónica. — Su estilo y lenguaje. — Hernando del Pulgar. — Su
^^ucacion literaria. — Sus Claros Varones y su Cránica de los Reyes Ca-
Mhólicos, — Juicio de una y otra producción. — Muestras de su estilo des-
^7¡ptÍT0 y de sus arengas. — Representación de Pulgar en el desarrollo de
los estudios históricos. --Otros cultivadores de la historia: Ramirez de
l^illaescusa; Galindez Carvajal; Ayora; Santa-Cruz ; Correa, etc. — Es-
tudios auxiliares de la historia: estudios derivados de la misma. — Ensa-
JTOS genealógicos. — Osorio, Mexia, Salazar y otros genealogistas de fsta
^poca. — Observaciones generales sobre los estudios históricos, al terminar
el siglo XV.
Hemos advertido más de una vez y comprobado con el exa-
men de los hechos, que fué debido durante la edad-media ü, los
estudios históricos el conocimiento de la antigüedad, contribu-
ToMO vil. 19
290 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAftOLA.
yendo la imitación de los escritores del siglo de Augusto^ aun-
que vaga y no bien definida , á modificar las formas de la expo-
sición, pasando esta desde la descarnada rudeza de los anales y
cronicones k las pintorescas y sabrosas narraciones, que enri-
quece el Rey Sabio con las varias preseas de extrañas literatu-
ras, y ejercitándose en el cultivo de los fastos nacionales^o sin
recibir el pernicioso influjo de las fantásticas creaciones del mun-
do caballeresco ^ . Merced á la importancia personal de los cro-
nistas castellanos, si no logró la historia despojarse de toda
ficción, empresa reservada á una época de verdadero espíritu
critico, pudo al menos recobrar su primitiva importancia, al
mediar del siglo XV; y fortalecida de nuevo con el ejemplo, ya
que no con la artística imitación de los clásicos, llegaba al rei-
nado de los Reyes Católicos enriquecida con no pocos ensayos,
hechos en la lengua de Tito Livio, bastantes á demostrar la de-
cidida inclinación de los estudios literarios. En latin habían es-
crito sus obras históricas el arzobispo don Rodrigo y don Lúeas
de Tuy: latinas fueron, como saben ya los lectores, las debidas
á Alfonso de Cartagena, don Rodrigo Sánchez de Aróvalo y don
Juan de Margarit, quienes habían aspirado á segundar, con va-
ría fortuna, la meritoria empresa de Ximenez de Rada: al latin
confió Alfonso de Palencia las dolorosas decadas, que revelaban
los escándalos de Enrique IV, y en latin coinponian sus narra-
ciones Antonio de Nebrija y Micer Gonzalo de Santa María, li-
mitándose como Palencia á los memorables sucesos de la edad,
en que Dorecen 2.
Pero si los escritores de siglos precedentes obedecieron sólo
al anhelo de la erudición, que impulsaba los espíritus hacia el
estudio del mundo antiguo de una manera vaga é indetermina-
1 Véase el cap. I, pág. 27 de este \l° Subcíclo, y más principalmente
el cap. V, pág. 264 y siguientes del mismo tomo Y.
2 Téngase presente cuanto expusimos en el cap. X de este II.° Subci-
do sobre este punto, así como el estudio que hicimos de las Decadas de
Alfonso de Falencia en el cap. XVII. De la Historia de Mitjer Gonzalo de
Santa María hablaremos después, probando que fué traducida por el mismo
al romance castellano.
II.' P., CAP. XX. EST. mST. DUR. El. R. DE LOS R. C. 291
da, alentados ahora los escritores de Aragón y de Castilla por
los descubrimientos que habla realizado el infatigable celo de los
Pog-gríos, los Fidelfos y los Aurispas; aleccionados con el ejem-
plo de los Vallas, los Fazzios y los Panormitas, que habian ilus-
tra.clo la historia del grande Alfonso y de su padre don Fernan-
do * , y estimulados finalmente por la dt^ctrina y el ejemplo de
Pedm3 Mártir de Anglería y de Lucio Marineo Sículo, quienes
tan viva parte habian tomado en la educación literaria de la no-
blez3» de Castilla, consignando al par lo que sintieron y juzgaron
de lats cosas y de los sucesos de su tiempo *, — procuraban im-
primir en sus producciones el sello del clasicismo, amoldando,
n(> Y^x únicamente las formas expositivas, sino también las gra-
matioales, á los modelos, ya perfectamente conocidos, de la Era
da A^uguslo.
Q116 este anhelo de clasicismo, llevado hasta el punto de me-
nospreciar la lengua materna, debia reflejarse durante el reina-
do <Je Isabel en las historias y crónicas vulgares, persuádelo la
^^oaple consideración de reconocerse ya esta influencia en los
^^^nistas de épocas precedentes, lo cual advertía sin linaje algu-
^^ <ie dudas que todo progreso en las vias del Renacimiento
ia naturalmente refluir en beneficio de los estudios históri-
, ora formal, ora sustancialmenle considerados. Los cultiva-
^oi-^g de la historia, más numerosos de lo que generalmente se
ere ido, no podian dejar de participar en la corte de los Reyes
ólicos del movimiento general de las letras, como no les fué
ipoco posible renunciar á la actuahdad en que vivian, cuya
Se
Lorenzo (Laurencio) VaUa escribió la HistotHa Regis Ferdinandi^
n saben ya los lectores; Bartolomé Fazzio los diez libros Adefonsi Ae-
^f"^ Aragoniae et Neapoli, rerum gestarum; el Panormila el libro De
*^^ ^%8 et f aclis. Recuérdese sobre todos estos trabajos lo dicbo en el capíta-
^ "^^ni del presente Subciclo.
Pedro Mártir dejó, sobre todo en la preciosa colección de sus Epista^
notables y muy curiosos datos sobre la historia coetánea^ en que apa-
como actor, según advertimos oportunamente (cap. XVilI): Lucio Ma-
'^"^ ^ao Sículo compuso y dio á luz un peregrino libro con título De rcbíís
^^'^^aniae memorabilibus, el cual fué en breve puesto en lengua vulgar,
^^^^ mocho aplauso de los que no poseíanla lengua latina.
292 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
gloria excitaba el general entusiasmo, augurando mayores triun-
fos para lo futuro. Aspirando á la reputación de eruditos, ó ya
anhelando proseguir las loables tareas de otros ingenios gran-
demente aplaudidos, daban algunos claro testimonio de no haber
olvidado el cultivo de la historia general, ya en orden t Espa-
ña, ya respecto de otros pueblos, entre quienes tenia señalado
lugar el romano, mientras se consagraban los más & la ilustra-
ción del gloriosísimo reinado de Isabel, cuyos preclaros hechos
y heroicas empresas debian también fatigar en siglos posterio-
res á muy granados ingenios, propios y extraños. Distinguíanse
entre los primeros Mossen Diego de Yalera, Diego Rodríguez de
Almela y Alonso de Ávila: ganaban la universal estima entre
los segundos Micer Gonzalo García de Santa María, el Bachiller*
Palma, el Bachiller Andrés Bernaldez, Hernando del Pulgar y
con ellos el obispo don Diego Ramírez de Yillaescusa, el doctor
Lorenzo Galindez Carvajal, Alfonso de Santa Cruz, Gonzalo de
Ayora, Luis de Correa y otros muchos, que en vario sentido y
obedeciendo más particulares intereses, realizaban á la sazón
otro linaje de estudios, logrando crecido número de imitadores
en las siguientes centurias ^
Llama entre todos los historiadores mencionados la atención
en primer lugar Mossen Diego de Valera. Espíritu recto é inge-
nuo, para quien ofrecen al par escándalo y enseñanza las re-
vueltas Y afrentosos desacatos de su tiempo, abraza tres largos
reinados, sobre los cuales pretende ejercer no disimulada in-
fluencia, ora dirigiendo é, reyes y magnates cuerdos avisos y
saludables amonestaciones, ora escribiendo notables tratados,
animados de sana y fructuosa doctrina. Poeta en su primera ju-
ventud, pertenece como tal á la brillante pléyada de ingenios
que ilustran el parnaso castellano, bajo los auspicios de don
Juan If: moralista é historiador en su edad viril y en los postre-
1 Aludimos principalmente á los gcncalogistas, de quienes no es posi-
ble desentendernos, al trazar el cuadro general de los estudios históricos
en la edad que historiamos. Adelante explanaremos algún tanto las ideas
que á ellos se rcfí 'ren, conforme á lo apuntado en la Introducción g'cneral,
al tratar del desenvolvimiento de los estudios críticos (pág. XVI y sigs.).
ll/ P., CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 293
ros dias de su vida, intenta generoso cauterizar el cáncer, que
devora la corte de Enrique IV, y lleno de entusiasmo, al contem*
piar las nobles prendas de Isabel y de Fernando, les prodiga com-
placido advertencias y consejos, consagrándoles las postrimerías
de su infatigable laboriosidad y de su talento. Mosen Diego de
Valora, por la autoridad que le daban su<;expBriencia y sus años,
y por el legitimo ascendiente que le ganaban su no vulgar eru-
dición y su claro ingenio, representando en la corte de Isabel
la gloria literaria de los precedentes reinados, ocupaba lugar
preferente entre los cultivadores de la historia, cuyas útiles lec-
ciones invocaba con harta frecuencia para moderar la intempe-
rancia ó refrenar la desapoderada ambición de sus coetáneos ^.
Nacido en Cuenca el año de 1412 ^, crióse en la corte de Cas-
tilla, donde logró la amistad de la poderosa fauHlia de los Es-
túñigas, y la protección del rey don Juan. — ^Distinguido entre
los ingenios cortesanos, según conocen ya los lectores, cumplia
apenas los veinte y tres años de edad, cuando recibió la orden
de caballería de manos de Fernán Alvarez de Toledo ante los
muros de^Huelma ^. Animábale aquel espíritu que habia inspi-
1 Véase cnanto dejamos observado respecto de la juvenind de Mossen
Diego de Valera, al considerarle como poeta dentro de la corte de don
Juan II (t. VI, pág. 179 y sigs.). Al presente nos cumple considerarle co-
mo historiador, no sin apuntar desde luego que tiene asimismo señalado
lugar entre los moralistas, por lo cual volveremos á tomarle en cuenta en
el siguiente capítulo, donde estudiaremos los que florecen en la corte do
los Reyes Católicos.
2 Yalera dice al final de su Crónica^ de que hablaremos luego: cFué
acabada esta copilacjon en la villa del Puerto de Santa María, víspera de
San Juan de junio del año del Señor de mil quatrocientos ochenta 6 un
años, seyendo el abreviador de ella en edad de sesenta é nueve añoso.
Deducidos los sesenta j nueve años, resulta sin género de dudas la fe-
cha de 1412, que hemos asignado al nacimiento de Yalera, contra lo que
generalmente se habia dicho; pues que Florancs en sus Historias más
principales de España, aseguró que tenia al escribir la referida crónica 76
años, mientras le dio el docto Capmany en su Teatro de la Elocuencia la
de 79, resultando su nacimiento en 1402. Yalera no pasó de los setenta y
cuatro años, conforme adelante indicamos.
3 Hermán áronsele en esta honra los hidalgos Pedro de Cárdenas y Die-
294 HISTORIA CRtTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
rado & Saero de Quiñones la peregrina empresa del OrbigOy /
deseando tentar fortuna fuera de España, obteoia de doa ímmmm
muy honrosas cartas para algunos príncipes cristianos, despi-
diéndose de la corte en Roa el 17 de abril de 1437, á la saixoo
que se ajustaba el casamiento de don Enrique y doña Blanca de
Navarra ^ . De Francia, donde asiste con el rey Carlos al sitio y
toma de Montreo, pasó el doncel del rey don Juan á Alemania,
hallando en Praga al rey Alberto de Bohemia: sirvióle como «uno
de los continuos de su casa», obteniendo singulares regalos *; Y
contradiciendo gallardamente al conde de Ciiique sobre el hecbo
de la bandera real de Castilla en Aljubarrota, logró cual premia)
de su gallardía que le nombrase el rey Alberto de su Consejo ^*
En noviembre de 1438 pedíale Yaiera licencia para restituirse ^
España, mereciendo ser condecorado con el dragón ^ el tusinM-
que y el collar de las disciplinas, con el águila blanca, trip 1 ®
insignia que denotaba las soberanías de Hungría, Bohemia ]f
Austria. Al llegar á Castilla, dábale don Juan {^ divisa del c^^'
llar de las escamas y el yelmo de torneo ^ concediéndole titula
de Mossen, distinciones todas á la sazón harto peregrinas ^.
Enviábale en 1440 con especiales mensajes á la reina de D^"
cia, su tia, al rey de Inglaterra y al duque de Borgoña, dándola
su real venia para llevar cierta empresa caballeresca contrn ftli^
cer Fierres de Breraonte, señor de Charni (Chernoy), y conc^^
diéndole la singular distinción de que llevase uno de los faraut^^
reales, como mariscal de sus armas. Con gloria suya y hori^^
de Castilla salió Valera de este empeño y de sus embajadas, hí^^
que teniendo la desdicha de hallar muerta en Lubic & la reí
go de Villegas, y acompañóle desde Madrid el estrenuo caballero y deli
do poeta don Lope de Estúñiga, cuyas obras conocen ya los lectores (C
nica de don Juan II, año WCCCCXXXV, cap. I).
1 Gonzalo Fernandez de Oviedo, Catálogo imperial, real y pontific
Edad sexta (Códice Escurialense, ful. 321, col. I.°).
2 cDos días antes que partiese (dice el citado Oviedo) le regaló el rm
funa tienda, un charriote toldado y un caballo que lo tirase y dos criad
>y escuderos» (M., id., id.).
3 Id., id., id., \:rónica de don Juan II, año MCCCCXXXVIll, cap.
4 Oviedo, Catálogo imperial, real y pontifical, Edad sexta, fól, 321
-olí
Il/ P., CAP. XX. EST. HIST. DÜR. EL R. DE LOS R. C. 295
de Dftcia, lo cual precipitó so vuelta á la Península ^ . Agitada
j[X)r las intestinas revueltas, que deshonran el reinado de don
Juan II, encontró á su patria; y juzgándose obligado á tomar
])arte en su pacificación, si bien sólo poseia «un arnés y un ca-
Jballo», dirigió al rey una «carta de consejos, asaz bien escrita é
<3on gentil elegancia» ^. Ineficaz para el bien de la república, es-
^recbó no obstante tan singular documento los lazos que le unian
I rey, quien le confiaba en 1441 nuevas embajadas secretas
el de Francia, enderezadas ya á destruir la privanza de don
varo de Luna ^\ y cumplidos los mandatos de don Juan., tor-
& Castilla en 1443, permaneciendo al servicio del rey. Su
a^^stresala era en 1445, y servíale el plato en el real, cuando
senció España en Olmedo el «más criminoso atentado» del
sigilo XY: tres años después veíase investido con la dignidad de
curador á Cortes por su ciudad nativa; y protestando en Va-
olid contra los desacatos de los proceres, á quienes irrita su
queza, escribía al rey, trasladado ya este á Tordesillas,
rgica y sesuda carta, en que le repetía muy saludables con-
*. La actitud en que se había colocado en las Cortes, le
'^ Aeompftñó i Valera en esta expedición, en calidad de faraute y ma-
*^^^áe armas, el que lo era del rey don Juan, llamado Asturias: á esta
■^^^^ra de consideración añadió el rey el regalo de una «ropa de velludo
^ imitado azul de su persona de cebellinas y un buen caballo». Sostuvo su
resa contra Tibaldo de Rogemont, señor de Ruffi, 6 hizo armas contra
^«:aes de Xanlau, señor de Amavila. El duque de Borgoña le regaló 60
^«08 de plata en doce tazas y dos servillas (Catálogo imperial , retü y
T^o^^ tifical, fól. 330 v. de la sexta Edad).
Crónica de don Juan II, año MCCCCXLI, cap. IV.
Valera dice en su propia Crónica: «Desde Falencia me enbió Su Al-
' ^"^ ^ a llamar á Cuenca; é venido determinó que secretamente yo fuese al
**^^^^^ de Francia é tuviesse manera cómo de allá se moviesse casamiento su-
*^^^ con madama Regnnda, fija suya (del rey de Francia). E teniendo ya
* ^-^ letras del rey que menester avia, é mandamiento secreto para Pero Fer-
*'^*^ videz de Lora, que me dicsse lo necesario para el viaje, él lo reveló al
*^^^^^ widestable, el qual tenia secretamente tratado casamiento del rey con la
^'^ ^Sora doña Isabel, vuestra madre^ pensando allí asegurar su estado, é
**"**- :xo el cuchillo, con que se cortó la cabeza» (fól. Xlll),
"^^ Es la que empieza con estas palabras: «Quántos y quán grandes ma-
296 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAl^OLA.
llevaba no obstante al partido de los malcontentos; y ligado do
antiguo con la casa de Estúñiga, dejó el palacio para seguir al
conde de Plasencia, don Pedro, á quien representó una y otra vez
en las confederaciones , que derribaron á don Alvaro ^. Hallaba-»
se también en la prisión de este procer, viéndose á punto de
perecer en la demanda ^; y tal confianza inspiraba su nobleza,
que el derribado valido le encomendaba la guarda y protección
de sus propios servidores ^.
Tras el suplicio de Yalladolid, acompañaba á Sevilla al conde
de Plasencia, alcanzándole allí la muerte del rey don Juan, acon-
tecimiento que le traia de nuevo á Castilla. Bien pronto los des-
aciertos de don Enrique y las liviandades de su corte le forzaban
á retirarse á Patencia, desde donde procuraba dar inequívoco
testimonio de la generosa indignación que le inspiraba aquel es-
pectáculo: á 20 de julio de 1462 dirigió en efecto al desatentado
monarca notabilísima letra, en que ponieudo de relieve los es-
cándalos y concusiones de su casa y estado, le predecía el mis-
mo fin que alcanzó al rey don Pedro, si no atajaba la creciente
de tantos males ^. Los atentados de Cabezales y de Olmedo pro-
les de la guerra» y etc., y constituye uno de los documentos más dignos y
notables del reinado de don Juan II. Oviedo la elogia por extremo.
1 Refiriéndose á 144S, dccia el mismo Valcra sobre la conjuración, tra-
mada en dicho año: cPara lo qual poner en obra, enbió [don Pedro de Es-
»túnigaj á mí, que entonce era en su casa, al Príncipe é al conde de Haro c
]»al marqués de Saniillana é al conde de Bcna vente con las creencias^ etc.»
(Cód. F. 108 de la Biblioteca Nacional, fól. 120 v.).
2 Narrando la prisión de don Alvaro, cuya casa cercaron al grito de:
0
¡Castilla t Caslüla!,.. ¡Libertad del Réy!...f dice: «E á mí pasaron un guar-
dabrazo izquierdo de amas partes, sin me tocar cosa alguna» (Id., Id.^ fo-
lio 324).
3 Valera, aceptada la guarda de los criados del Condestable, dijo á este
para disuadirle de la fuga: «Señor, non salga vuestra señoría: si non sed
»9Íerto que quatro pasos non ireys con vida». Valera sacó la gente del
Maestre sin daño ni vejación alguna (Id., id., Id.j.
4 Si las cartas, dirigidas á don Juan II, merecieron ser calificadas de
cassaz bien escritas é muy dinas de ser aceptas, porque todo lo que dezian
»era santo é bien dicho é con gentil elegancia é de leal c celoso vasallo»
(Oviedo, Catáloffo, fól. 332, col. 2), esta intitulada á don Enrique dá la
Il/ P., CAP. XX. EST. HTST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 297
barón que Yalera do exageraba: don Enrique, si no moría al
hierro fratricida, . era ajusticiado en estatua ante los muros de
Ávila y fallecía al cabo, llevando tras si el menosprecio de gran-
des y pequeños.
Hosen Diego de Yalera saludaba, lleno de fundada esperanza,
el advenimiento de Isabel, y como todos los hombres de verda-
dero patriotismo, se consagró á su servicio, desempeñando el
corregimiento de Segovia después de la batalla de Toro, en que
acompañaba al rey don Fernando, como su maestresala ^. De
Segovia pasó & la casa del duque de Medinaceli, donde perma*-
neció por el espacio de seis meses; y ya en agosto de 1476 se
dirigia al rey don Fernando desde el Puerto de Santa María,
cuya tenencia, con el cargo de la armada en que utilizaba el va-
lor y la pericia de su hijo, Carlos, poniaa los Reyes á su cuida-
do ^. La experiencia y lealtad de Yalera se ejercitaban desde
entonces, ora en dar á don Fernando oportunos avisos sobre la
gobernación de la república; ora en excitarle á realizar la desea-
da conquista de Granada, empresa en que cifraba toda la gloria
del reinado; ya en dolerse de los errores, que produccían la rota
de la Axarquía y el desastre de Loja; ya finalmente en prevenir
con muy sesudas advertencias los peligros de la impremedita-
ción ó de la arrogancia ^. Así llegaba Diego de Yalera al !•** de
inás alta idea de su elevación c independencia de carácter. Nuestros lecto-
''es formarán por sí exacto juicio de este notabilísimo documento, que ex->
^■'actaroos en el capítulo siguiente, al tratar del género epistolar, en cuyo
^ altivo se distingue también, como vá indicado, Diego de Yalera.
1 Carta dirigida á la Reina Católica (fól. 356 del códice citado). La
Mna le mandó dar después de la batalla treinta mil maravedís como tal
'^^«lestresala.
2 Id., id. Yalera participa á la Reina en la expresada Carta la victo-
'^ssi alcanzada por su hijo contra la armada portuguesa junto á Alcazarza-
^ ^il, en que se apoderó y puso fuego á la capitana, que se distinguía con el
^^ombre de Borralla. Los Reyes hicieron en premio de esta y otras hazañas
^ Carlos de Yalera capitán de la Guinea, donde se apoderó basta de trece
i^las.
3 Cartas Y, Yl, Ylll, XIII, XYIII, XIX, XX, XXY y XXVI. Son lam-
■^ien notabilísimos los Memoriales, quo escribió para gobierno de los Re-
», sobre la forma en que debia llevarse á cabo la conquista de Granada
298 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
marzo de 1486, última fecha de sus curiosísimas cartas, no sin
que en medio de las ocupaciones de su oficio cultivase las letras,
mostrando siempre la particular afición que desde la primera ju-
ventud le habia distinguido ^
La índole especial de su talento, sus largos viajes y su gra-
nada experiencia le inclinaban principalmente al estudio de la
historia, y hasta los mismos tratados, escritos con un propósito
didáctico, revelaron desde su juventud esta natural inclinación
do su ingenio. No otra cosa advertimos en los libros, que intitu-
ló Defensa de virtuosas mujeres y Espejo de verdadera noble^
za, pertenecientes al reinado de don Juan II ^, en los que dio &
luz durante el de don Enrique bajo los epígrafes de Ceremonial
de Principes y Tratado de' las Armas ^, y en los que trazó bajo
1 La última carta, que lleva la indicada fecha, tenia por objeto partid*
par á los Reyes Católicos ciertas novedades relativas á Inglaterra, las caa-
les habia sabido por medio de unos mercaderes, sus amigos. £1 rey don Fer-
nando se halla á la sazón sobre Vclez Málaga» cuya rendición, y la de Má-
laga, tenia Valera por segura y próxima, así como la conquista de todo el
reino, si los Reyes se ajustaban á sus planes. — Es más que probable, cono-
cido el próspero éxito de aquella empresa, que Valera hubiese felicitado al
rey^ como lo hizo en análogas ocasiones; y no constando entre sus cartas
felicitación alguna en aquel concepto, ni otra alguna después, parccenos
verosímil que Mossen Diego pasara de esta vida en el expresado año de 1486
y no mucho después de escrita la referida carta de 1.^ de marzo.
2 Ocupan ambos tratados el primero y segundo lugar entre los que en-
cierra el cód. F. 108 déla Biblioteca Nacional, citado arriba, y tienen estos
epígrafes: 1.° Tractado llamado Defensa de Virtuosas mugeres, com^
puesto por Mossen Diego de Valera á la muy excelente é muy iUustre
princesa doña María, reyna de Castilla y de León (fól. 1.° al 16 v.): 2.**
Tractado llamado Espejo de Verdadera nobleza , compuesto por Mossen
Diego de Valera, dirigido al muy alto é muy expeliente principe don
Juan, el lí rey deste nombre en Castilla y León (fól. 17 al 46). El primer
tratado fué compuesto antes de 1445; el segando antes de 1454.
3 Se hallan uno y otro tratado á los folios 66 y 76 del mencionado có-
dice F. 108, bajo los epígrafes siguientes: 1.® Ceremonial de Prin^pest
compfiesto por Mossen Diego de Valera, dirigido al muy magnifico señor
don Juan Pacheco, marqués de Villena: 2.° Tractado de las arm<is, com-
puesto por Mossen Diego de Valera, dirigido al muy alto é muy excelen^
te principe don Alfonso, V rey deste nombre en Portogal, ¡feñor del Al-
garbe é de la cibdat de Cebtn,
ll/ P., CAP. XX. BST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 209
los auspicios de los Reyes Católicos con los títulos de Genealogía
de los Beyes de Francia y otros análogos, de que hablaremos en
breve ^. Hizo Diego de Yalera ea todas estas producciones larga
muestra de su erudición, asi respecto de la tradición cl&sica,
acaudalada en su tiempo, como de la que conservaba todavía el
nombre de escolástica; y si no hubiéramos ya realizado el estu-
dio de los diversos desarrollos que la literatura ofrece en todo el
siglo XY, bastaría sin duda el examen de las citadas obras para
trazar el camino que sigue aquella en nuestro suelo. — Yalera
acude, como Cartagena á quien mucho respeta ^, á robustecer y
rectificar el sentido moral de los cortesanos, durante los reina-
dos de don Juan y don £nrique: ya en el trono Isabel y Fernan-
do, se hermana con los demás cultivadores de las letras y con-
sagra los frutos de su maduro ingenio á enaltecer la gloria de
tan esclarecidos principes. £ste anhelo le movia durante el cor-
regimiento de Segovia á emprender la compilación histórica, que
con el titulo de Coránica abreviada de España presentaba á do-
ña Isabel en 1481 ^.
1 £1 Tratado de la Genealogía de los Reyes de Fran^, dirigido al
noble é virtuoso caballero Johan Terrin, se encuentra al fól. 328 del códice
memorado. Es en suma un compendio de la crónica Martiniana, nombre
que tomó del cardenal Martino, su autor, y alcanza sólo hasta el año 1320.
De otros tratados de Yalera , escritos durante el reinado de los Reyes Cató->
lieos y relativos á la filosofra moral, hablaremos en el siguiente capítulo.
2 Menciónalo siempre con elogio y acepta á menudo su doctrina, lo
cual prueba una vez más,, sobre demostrar que don Alfonso de Santa María
gozó autoridad de maestro, que procuraron los más doctos ingenios del si-
glo XV unificarse en el espíritu de los estudios, que con tanta gloria de la
civilización española realizan. Puede al propósito consultarse el Cerenuh
nial de Pringipes, donde sigue la doctrina del Libro de las SesioneSt opor-
tunamente examinado (t. Yl, cap. XII).
3 £n carta dirigida á la Reina Católica desde el Puerto de Santa María
leemos, hablando del corregimiento de Segovia: cComen9é allí lacopilacion
>de las corónicas que á Yuestra Alteza presenté, en lo qual non pienso
•averie poco servido, como por aquella queda siempre perpetuada la clara
«fama de la ex9clen9ia de vuestra virtud» (Cód. de la Biblioteca Nacional,
fól. 357). La fecha de la presentación de la Coránica queda arriba fi-
jada.
300 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAfiOLA.
No es esta obra de Yalera el libro que mayor celebridad le
ganó entre sus coetáneos; y sin embargo, escribiéndola «con vo-
luntad muy deseosa del servicio de la reina», venia & reanudar
los estudios iniciados por el arzobispo don Rodrigo y el Rey Sa-
bio, y una y otra vez. interrumpidos durante los siglos XTV y XY.
Mas no era dado & Mossen Diego imprimir á la historia general
de España el sello y especial movimiento, que iba en breve & re-
cibir de los Garibays, Morales y Zuritas: dividida la Coránica
en cuatro partes, consagraba la primera & la cosmografía y par-
timiento del antiguo mundo, describiendo sucesivamente el Asia,
el África y la Europa; dedicaba la segunda á tratar de la pobla-
ción de España, exponiendo brevemente los más notables Bucea-
ses hasta la caida del Imperio romano; abrazaba en la tercera la
historia de los visigodos hasta la batalla de Guadalete, y com-
prendía finalmente en la cuarta desde don Pelayo hasta el reina*
do de Enrique IV ^ .
1 £1 último suceso que narra es el suplicio de don Alvaro, lo cual se
aviene mal con la declaración de la nota precedente, pues que no podía
cpcrpetuar la clara fama de la virtud» de Isabel quien no historiaba su rei-
nado. La Coránica se imprimió en Sevilla, tal como vá examinada, en 1482,
según consta de la siguiente advertencia final, dirigida á la reina y notable
por más de un concepto: c Agora de nucvo^ Sereníssima Princcssa, de sin-
ygular ingenio adornada, de todadottrina alumbrada, de claro entendimien-
»to manual, así como en socorro puestos, ocurren con tan maravilloso arle
»dc escrevir, do tornamos en las edades áureas, restituyéndonos por multi-
»plicados códices en conos9Ímicnto de lo passado, presente c futuro tanto
»quanto ingenio humano conseguir puede, por nascion alimanos muy ex-
»pcrto8 et continuo inventores en esta arte de imprimir que sin error divina
xlecirse puede. De los quales alemanos es uno Michael Dacliaver, de ma«-
•ravilloso ingenio é dotrina muy experto, de copiosa memoria, familiar de
«Vuestra Alteza, á espensa del qual é de García del Castillo, vei^ino de
•Medina del Campo, tesorero de la Hermandad de Sevilla, la presente £9-
Tttoria general en multiplicada copia^ por mandado de Vuestra Alteza, á
»honra del soberano é inmenso Dios, Uno en esencia é Trino en personas, é
»á honra de Vro. Real Estado é instrucción é aviso de vuestros reynos é
«comarcanos, en vuestra muy noble é muy leal cibdad de Sevilla fué impre-
>sa por Alonso del Puerto en el año del nas^imicnto de Nuestro Salvador
tJhu. Xpo. de mili CCCC é ochenta y dos años».
Il/ P., CAP. XX. EST. mST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 301
Ni su plan general, ni su manera de exposición, orrecian la
novedad que se habia menester para sacar la historia general de
España del circulo, en que los estudios escolásticos la hablan en-
cerrado, mientras los cronistas particulares proseguían comuni-
cando á sus narraciones el interés de actualidad, que les daba
subido precio. Mossen Diego de Yaiera recogía y aceptaba, prin-
cipalmente en las dos primeras partes de su Coránica Abretña-
da^ cuantas narraciones fabulosas plagaban todavía la historia
de la antigüedad, sin que lograra hacer la tercera más aceptable
á los ojos de la crítica, pof más que introdujera en la narra-
ción de los cronicones latinos que le sirven de guia, notables
variantes, que les comunican cierto sabor y aspecto roman-
cesco ^.
La cuarta, más enlazada con la vida real, en que Yaiera toma
parte activa, ofrece en verdad interés más inmediato. Apóyase
el narrador en los cronicones de la reconquista, tal como lo ha-
bían hecho el arzobispo don Rodrigo y el Rey Sabio *; pero al
llegar á la época de Fernán González, admite sin dificultad al-
guna las tradiciones populares, apartándose ya de aquellas fuen-
tes históricas, y pinta al héroe castellano con el colorido que le
atribuyen la Estoria de Espanna^ el Poema y los romances.
Igual procedimiento emplea Yaiera respecto de Ruy Díaz de Yi-
var, dando á conocer de un modo inequívoco que no le eran pe-
regrinas la Crónica de Castilla ni las particulares del Cid, $in
1 Entre otras variantes que participan de este carácter, apartándose de
las narraciones de siglos anteriores, bastarános indicar que sobre introdu-
cir después de Witiza el reinado de un Acosta, que gobierna el imperio vi-
sigodo por espacio de tres años (cap. XXXVI), hace que Leovigildodé muer-
te á Hermenegildo, su hijo, con sus propias manos, cuando por los docu-
mentos y cronicones coetáneos consta que fué Sisberto el verdugo. Ni son
menos peregrinas las variantes que añade á las fábulas de la Cueva de Hér-
eoles de Toledo^ enlazadas con los amores de la Cava y la venganza del
conde don Julián. Valora se deja dominar en esta parte del mismo espí-
ritu, que habia inspirado la Crónica Sarracina (lomo V, cap. V, pági-
na 264).
2 Véanse los correspondientes estudios (tomo HI, cap. Vllf, pág. 411,
etc., y cap. XI, pág. 574).
302 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAl<}OLA.
duda muy aplaudidas durante todo el siglo XV ^. Ambos héroes
de Castilla son en la pluma de Mossen Diego los héroes predi-
lectos del pueblo: el historiador no duda de la poesía popular
que los eleva & una verdadera apoteosis, deleitándose por el con-
trario en contribuir á sublimarlos sobre los mismos reyes, asi
por la importancia personal que les atribuye, como por la ex-
tensión que al relato de sus proezas concede.
Muy de pasada toca Yaiera los reinados que median entre
Fernando, el Mayor, y Fernando, el Santo: á este consagra on
largo capitulo, insuficiente para abarcar la gloria de sus grandes
hechos y conquistas, haciendo otro tanto con el Rey Sabio, cuya
grandeza no alcanza á comprender, y fijando apenas sus miradas
en Sancho IV y Fernando, su hijo. La nebulosa minoridad de
Alfonso XI y su feliz reinado le llaman un tanto la atención,
viendo después con desdeñosa rapidez á los demás principes de
Castilla hasta llegar á la época de don Juan II. Testigo y actor
de los hechos, dá Mossen Diego á esta última parte de la Coró-
nica mayor importancia, doliéndose de los desafueros y debilida-
des de la nobleza y del trono, que reprende en muy dignas epís-
tolas, dirigidas al mismo rey ^; y pone remate á la narracioiv
1 Es notable que al mencionar al Cid, teja su genealogía de igual suerte
que lo hace la Leyenda de las Mocedades de Rodrigo^ abarcando todas las
tradiciones populares, consignadas en los romanceSf desde la primera aven-
tura del conde don Gómez (el conde Lozano) hasta la del judio Gil, que no
osó tocar la barba del héroe diez años después de su muerte. Debe obser-
varse que tanto entre los eruditos como entre los populares, van tomando
bulto la fama y las proezas del Cid, á medida que crece la distancia: así
los mismos hechos aparecen abultados, aun cuando reconozcan idénticas
fuentes históricas.
2 Inserta en efecto las dos notables epístolas, que hubieron de tomar
plaza en la Crónica de don Juan II, ya examinada, y que empiezan: i.*
La devida lealtad de subdito^ etc., y 2.^ Q^ántos é quán grandes males
déla guerra se siguen, eic, antes mencionada. La inserción de esta«
cartas, como instrumentos históricos, nos sugiere una observación de im-
portancia, recordando que su presencia dio motivo á suponer que Valera fué
el compilador de la expresada Crónica de don Juan II, ¿Seria posible que
el verdadero compilador las tomase de la Corónica Abreviada, donde sólo
les daba lugar la vanidad literaria, ó el sentimiento patriótico de Valera?...
II.* P.y CAP. XX. EST. HIST. DÜR. EL R. DE LOS R. C. 303
ooQel tr&gico fin de don Alvaro de Luna. — ¿Por qué suspendía
Mossen Diego de Valera en este punto su narración, dirigiéndo-
se á doña Isabel la Católica?... ¿Le indignaba tal vez ó temía
que indignase á tan gran princesa el espectáculo de la corte de
Enrique lY, que recordaba & la sazón con tan vivo colorido y
tanta dureza Alfonso de Falencia?... Yalera decía á la Reina,
narrada la muerte de don Alvaro: «Aquí pongamos silencio & la
•ploma, lUustrissima Princesa, humildemente suplicando á Yra.
•Real Majestad que si en lo por mi escripto algunos defectos
•fallare, como non dubdo, los mande corregir y emendar, atri-
•bu yendo la culpa daquellos á mi poco saber é non á falta de mi
•noluntad, muy deseosa de vro. servicio». ¿No era por ventura
^riFício de doña Isabel para el buen Yalera el dar plaza en la
historia general de Castilla á los acaecimientos, que la elevan al
trono?... Respetemos no obstante las causas que le redujeron al
siiencío, mientras daba en sus muy curiosas epístolas útiles ad-
^di"tencias y consejos á la reina Isabel y al mismo don Fernando.
^^ liecho no carece de verosimilitud, probado como en otro lug^r lo hici-
^^s, que la Crónica de Alvar García habia sido adulterada durante el rci-
^^cio de los Reyes Católicos. — Cierto es que el compilador referido pudo to-
'^^r copia de dichas cartas de las originales, conservadas acaso en la real
^(^ara; pero no es seg^nro que aun existiendo allí los indicados originales,
^ le facilitaran, como no se facilitó á Diego de Valera la Crónica de don
,^l^<^n II, que se guardaba en la cámara de la reina Isabel. Al propósito decia
j ^lera, disculpando su brevedad respecto de los sucesos del reinado de don
^^n 11: cSobre lo qual ovo tantas discordias é guerras é ayuntamientos de
^^ntes é prisiones de grandes que á m( seria imposible poderlo escrevir
^^Vdenadamente, como cada cosa pasó, sin ver su Corónica, la qual mu"
^tias vezes á Vuestra Alteza demandé, y aunque me dixo que me la man-
caría dar, jamás se me dio: así, muy poderosa princesa, escriviré como á
^lento aquello de que me acordare, c sé que pasó en verdad desde que fui
^^D edad de quince años, en que á su servicio vine fasta su falles^imiento»
^^•61. xij)* Valera no pasó sin embargo de la muerte de don Alvaro de Luna:
^ declaración, que tuvimos ya en cuenta (tomo VI, pág. 216), nos mueve
iHsea á creer qne al insertar las cartas en su Corónica Abreviada, no fign-
t^ban todavia en la de don Juan ¡I; y dado este supuesto, es para nosotros
^misible y muy probable que la obra de Alvar García de Santa María, juz-
^da en lugar oportuno (ib., etc.), sólo fué reducida al estado en que Ga-
Uodes Carvajal la sacó á luz, despaes de t48t.
504 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
La Coránica Abreviada de Mossen Diego de Yalera, si de.
considerarse como un esfuerzo m&s en la obra de trazar la bi
toria general de España, que tantos cultivadores había lograd
ni por su extensión, pues que se limitaba 4 los reinos de CaJsl
lia, ni por su plan^ ni por los medios literarios en ella emplea
dos, señalaba un verdadero progreso, ni constituía un oae*
titulo de gloría para el antiguo maestresala de Fernando Y. — 1
primero estaba reservado k los cultivadores de la historia ea
gran siglo, que se iba ya preparando: lo segundo lo confirma
examen de los demás libros, debidos á la erudición del misn
Yalera. Mas para que nuestros lectores decidan por si sobre es
punto, copiaremos aquí algún pasaje de estilo narrativo, decl
rando desde luego que no lo hacemos sin elección. Asi refiero
conquista de Córdoba:
«Dos años pasados quel rey don Fernando ovo el reyno de L^^
»acaes^ió asi que ciertos almogávares se juntaron para llevar alguna ^'
»sa de Córdova, é algunos moros de la cibdad, que estavan mal oontí^
Dtos de la gobernación della, avian conocimiento con algunos destoe ^
»mogavares et dixéronles que si querían, ellos les darían el Axarquí^
»algunas torres en la gibdad é asi la podrían tomar: que más queri
»ser subiectos á los xpianos. que pasar la vida que tenían. E como qiv-
»ra que los almogávares non los creyeron, non dexaron por eso de te'-
»tar si era verdat é aderezaron sus escalas é vinieron á Córdova, é fall^
))ron verdat todo lo que los moros les avian dicho é pusieron sus esci
))las: é los que primero subieron en ellas, eran llamados, el uno Domini
»Colodro y el otro Benito de Vanos. Et tomaron luego ciertas torres
«mataron ios veladores que en ellas estavan, é tomaron el Axarqoia,
»así mesmo mataron á todos los que en ella moravan, y enviaron lueg
))á gran príessa sus mensajeros á todos los logares de la frontera^ enlnái
})doles dezir el estado en que estavan. Et en tanto los moros peleare
»con ellos; é los almogávares defendíanles valientemente lo que avia
»ganado. £ un cavallero llamado Ordeño Alvarez, cómo lo supo, vino
»gran priessa con todos los xpianos. que pudo é metióse en Córdova oo
»los almogávares y enbió dezir al rey el estado en que Córdova estam
nsuplicándole que viniese luego. Et don Alvar Pérez de Guzman, qt
i>era muy buen cavallero, vino con muy grant gente é lanzóse en la di
))dad; é assi cada dia cres9ia el ayuda de los xpianos. Et como esto sop
»el rey don Femando, questava en el reyno de León, mandó apellida
Dtoda la tierra, y él non se detovo: antes se fué para Córdova á masan
»dar con fasta cient cavalleros que pudo lu^o aver; et yban en pos d^
Dtodas las gentes de Castilla ét de León. Et assi el rey llegó á Córdova
Il/ P.y CAP. XX. E3T. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 305
«tiempo que faé bien menester, é afincó tanto á los moros que se ovieron
j»de dar, á pleytesia que dexassen la ^ibdad al rey con todo lo que en
nella estava et saliessen con solos sus cuerpos. £t ganóla este noble rey
vóoa Femando en dia de Sant Pedro é Sant Pablo á 29 de Junio en el
ñaño del Señor de núll é doscientos é treynta é ^co años» l.
Aanque el lenguaje es suelto, y no carece de algunas virtudes
narrativas, puede sin grave compromiso asegurarse que está muy
lejos de conservar esta relación la gracia y frescura, que supo
dar á la narración de la sorpresa de Córdoba el Rey Sabio en la
estaría de Espanna, Sidoñde visiblemente acudió Yaiera para ins-
pirarse. Ni oabe tampoco limitarnos & la Crónica Abreviada pa-
quilatar su mérito de prosista: elocuente y docto por extremo
había mostrado en la corte de don Juan II, al combatir en su
^T^actado en defensa de las virtuosas mugeres el libro, célebre
^fm demasía, de Juan Boccacio, destinado & poner de relieve bajo
o 1 titulo de 11 Corbacho sus malas artes y flaquezas: con igual
>:mocimiento de la historia había trazado el Espejo de verda^
'^a nobleza^ anhelando «que los nobles, seguiendo virtudes,
M 9«gassenal fin de la soberana... et los que menos son nobles
ninguna cosa, nuevamente serlo pudíessen». Ni había mere-
0 menor aplauso el Ceremonial de Príncipes, en que daba al
mer favorito de Enrique lY abundante enseñanza histórica
)Te las dignidades seglares, hallando en ello «deleitoso traba-
j^^ ^ afán sin tristeza y cuydado sin enojo» *. En d Tracíado de
^^^^^^ArmaSy que deflnia é ilustraba en tres partes, las necesarias^
voluntarias y las personales, habla desplegado exquisita
^ ^Jdicíon respecto de los usos, costumbres y ceremonias de Fran-
, Inglaterra y España: en la Genealogía de los 'Reyes de
anda, si bien se ceñía á la Crónica martiniana, acabando,
10 esta, en 1320, daba no despreciables pruebas de haber
Itivado la historia de aquella nación, adonde le llevaron sus
presas y embajadas; y finalmente, en el Doctrinal de Prin-
eSy escrito antes de 1478 ^ habia reunido con paternal soli-
1 Biblioteca Nacional, F. 108, fól. 289.
^ Id. id., al final de la Coránica,
^ Dedúcese esta afirmación del epígrafe, que lleva este tratado en el cd-
Toüo vil. 20
oi
k
506 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA ESPAfiOLA.
cítud cuantas enseñanzas atesoraron los filósofos de la antígOe-
dad con igual propósito, augurando á Fernando V, si practi-
caba aquellas virtudes, la dominación de toda la Península ^ —
En todos estos libros, que tenían por fundamento el estudio de
la historia, se habia manifestado Mossen Diego de Valera supe-
rior al compilador de la Coránica Abreviada, como sucedia tam-
bién en otros tratados á que sirven de corona sus Cartas fami-
liares, tan útiles para bosquejar la vida de este hombre extraor-
dinario como para el estudio histórico de sus tiempos, según
adelante comprobamos *.
Reputación análoga ú. la de Mossen Diego de Yalei^a «alcanzaba
Diego Rodríguez de Almela, discípulo y admirador de don Al-
fonso de Santa María, á quien debió primero la educación y car-
rera eclesiástica y después las dignidades, que obtuvo y gozó en
la Iglesia de Cartagena. Hay fundamentos para' asentar qué fué
Almela oriundo de Galicia, si bien nació en Murcia, donde exis-
tia de antiguo su familia, por los anos de 1426 ^. Conocióle allí
dice F. IOS de la Dibliotcea Nacional, donde leemos: ((Doctrinal de PWnpi-
*pe8 al muy alto c muy excelente jirinQipe nuestro Señor, don Femando
9por la divina Providencia rey de Castilla é de León é de CeQÜya, pri-
tmogéniio heredero de los reynos de Aragón ^ compuesto por Mossen Die^
vgo de Valera, su maestresala é de su Consejo». Mucrlo don Juan 11 de
Arag^on en I47S) año en que hereda don Fernando aquella corona, es evi-
dente que al intitularle Valera prímoí^entío de Aragón, no habia fallecido
todavia el rey, su padre.
1 Son por extremo notables las palabras de Valera al propósito: cEs
»profclÍ9ado (diccj de muchos sigilos acá que non solamente sereys señor
>»destos reynos de Castilla y Araron, que por todo derecho vos pertcncs9en,
•mas avreys la monarchía de todas las Españas, é reformareys la sylla im-
«perial de la ynclita sangre de los godos, donde venys, que de tantos tiem-
«pos acá está esparcida é derramada». Esta fué universal aspiración y
creencia de los españoles á fínes del siglo XV: durante el XVI no hubo mi-
lite que no abrigara la de la monarquía universal, según oportunamente
observaremos.
2 Véase el capítulo siguiente.
3 Así lo afírma don Juan Antonio Moreno, último editor del Valerio
de las Historias, fundándose en la autoridad de Francisco de Cáscales (Dis^
cursos históricos déla ciudad de Murcia, apellido Almela). c Nació Diego
II.* P., CAP. XX. EST. HIST. DüR. EL R. DE LOS R. C. 307
desde su iDÍancia don Aironso de Santa María; y viéndole desde
luego con singular predilección, merced á su buen natural y á,
su no vulgar talento, trájole consigo de paje y familiar á Casti-
llsL» en cuya corte le hizo conocer y estimar, colmándole al par
de distinciones ^. Entre las que más apreció, fué sin duda la
amistad de su protector y maestro, que le abrió todas las puer-
cas para comunicar con los hombres doctos de su tiempo, gran-
SfeAudole con la protección de don fray Jujín Ortega de Maluen-
da, un canonicato en la iglesia cartaginense, y más adelante la
P'aza de capellán de la Reina Católica ^. Criado con Alfonso de
>Hoc]r¡guez de Almela (dice) en la ciudad de Murcia hacia los años de 1426,
•^^ ])adres nobles: su familia estaba establecida allí desde tiempos anti-
»?^*08, gozando las preeminencias que pueden ilustrar á un linaje. Ya en
•^^^9 era regidor de Murcia Berenguer de Almcla, tal vez padre ó abuelo
*^^^ nuestro Diego; y muchos individuos del mismo apellido ejercieron los
»ni i laisierios republicanos de alcalde, regidor, alguacil mayor y otros» (Va-
l«^<o de las Historias ^ pról. del editor). Sin embargo, el estudioso autor
^^^ Diccionario de escritores gallegos, obra dada á luz después de la ter-
"^'v^acion de estos estudios, pretende probar que Rodriguez de Almela era
^Uogo (Art. biog. del mismo). Considerando con el citado Moreno los an-
tecedentes de la familia d3 Almela^ establecida de antiguo en Murcia, y
''ecordando que don Alfonso de Santa María permaneció en el Concilla de
'^silea de 1434 á 1440, época en que vino á residir en su obispado de Car-
^^ena, no puede ponerse el conocimiento ó amistad del obispo y de la re-
'^'^'cta familia, durante su residencia en Galicia, como deán de Santiago,
^^<^s que sólo contarla en esta ocasión Rodriguez de Almela de seísá ocho
'*^^s. Y esto es tanto más atendible cuanto que consta que le recibió en su
icio de catorce años (Valerio de las Historias, dedicatoria), edad que
^ '^id Almela al volver á España don Alfonso; sin que la circunstancia de
. ^ ^^^r nacido en Murcia (apellido que alguna vez le dan sus amigos) quite
^^ malicia la gloria de haber sido madre de los ascendientes de Almela, como
- ^"«!ce persuadir este apellido. Para nosotros son de mucho peso las asevc-
*^ Iones de Cáscales, Florez y el muy diligente don Juan Antonio Moreno,
^ más que apreciemos en mucho las conjeturas del señor Murguía, autor
^icbo Diccionario,
^ Don Alfonso de Cartagena le instituyó por los años de 1451, apenas
estido con la orden sacerdotal, archipreste de Santibañez: más adelante
%onró nombrándole su camarero, cargo que sirvió hasta la muerte del
^tspo[l456].
^ Teniendo presentes los documentos consultados por Moreno y las mis-
308 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA CSPAÍ^OLA.
Falencia,' amóle toda su vida coa verdadera frateraidad, compi-
tiendo con él en el entusiasmo , con que se consagraron uno y
otro al cultivo de las letras: conociendo el mérito de Mossen
Diego de Yaiera, que hacia mayor & sus ojos el respeto, tributa-
do por este & don Alfonso, guardábale aquella singular estima-
ción, que supo el ilustre converso engendrar en todos sus discí-
pulos, dando público testimonio de ella, al mencionar y anunciar
en sus obras, no sólo las ya publicadas por Mossen Diego, sino
también las que & la sazón escribia ^ . Su amistad y trato con to-
dos los hombres más distinguidos de Castilla se significaban en
las dedicatorias de sus escritos, y el mérito de estos en la es-
timación, con que eran recibidos, principalmente por la grande
erudición que encerraban.
Fué en efecto Diego Rodríguez de Almela uno de los hombres
m&s eruditos de su tiempo, acreditándelo así todas las obras que
han llegado & nuestros dias, debidas & su pluma. Son las más
mas obras de Almela, se deduce que debió alcanzar este canonicato, que
sirvió hasta su muerte, conquistando el respetuoso cariño de sus compatri-
cios, por los años de 14S7 á 1491, en que le vemos en Murcia, desde
donde dirige sus obras y comunicaciones d los hombres más doctos de la
corte y de la Iglesia española. £n 1490 era ya capellán de la Reina Católi-
ca, y un año después asistía á la guerra de Granada con dos lanzas y seis
peones^ acompañado de su hermano Alonso Rodríguez^ que servia a los
Reyes con dos caballos y un cscuilcro (Cáscales, Discursos históricos, d¡-
sert. XIÍÍ, cap. 2; — ^Baycr, Notas á ta Bibliotheca Vetus, lib. X, capí-
tulo XIV).
1 Almela, que trazaba su Compendio historial de las crónicas de Es^
paña por los años de 1476 á 14S0, parceló en efecto saber que Mossen
Diego de Valera se consagraba tiempo hacia al mismo propósito: Valera
hubo no obstante de presentar su libro antes á la Reina Isabel, pues como
ya sabemos lo imprimió en 14S1: Almela, á juzgar por el testimonio respe-
table de Cáscales, sólo llegó á ofrecer á los pies del trono su trabajo en 1491:
el MS. que presentó á la ilustre princesa que regia el cetro de Castilla, es-
taba exornado magníficamente de iniciales historiadas, de oro. — Las fra-
ternales relaciones de Almela y Falencia están justificadas en muchos pa-
sajes de las obras, que en breve examinaremos, fuera de los datos histó-
ricos antes de ahora alegados (Cap. Vil de este Subciclo, t. VI, pági-
^^ <>ii\
ll/ P.y CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. G. 309
notables, y fueron en su tiempo las más aplaudidas. El Valerio
de las Historias y las Batallas Campales, el Tractado de la
¿fuerra y los Victoriosos milagros del glorioso apóstol Santiago^
si bien escribió otros tratados de importancia y de interés poli-
tico de actualidad, entre los cuales merecen ser mencionados los
que tienen por objeto demostrar los derechos que t los Reyes
Católicos asistían sobre el reino de Navarra, no menos que los
encaminados & probar que no se debian partír, dividir ni enaje-
nar los reinos de España, con otras varias producciones bisló-
laicas, á que intentó poner digna corona con la Copilacion de las
Coránicas et Estorias de España, obra en que se ocupaba ya
desde 1478 ^ Desdicha ha sido de Rodríguez de Almela que la
1 Las obras de Diego Rodrigues de Almela, que han llegado á nues-
tros días, se guardan MSS. en dos rouy estimables códices, que hemos con-
sultado con el debido detenimiento. Custódianse ambos en la Biblioteca Es-
c^uríalcnscy signados h. iij. 15 y X. ij.25. El primero encierra: 1.° Tractado
<% copilagion de los victoriosos milagros del glorioso bienaventurado após^
^ol Santiago, dirigido á Fernando de Pineda, caballero de dicha Orden;
2 .^ Escritura ó Memoria sobre quántas vezes y en qué tiempos vgnieron
^€D8 moras por mar á tierra de Italia, etc., dirijida al obispo de G)ria
C 14S1); 3.^ Letra dirigida al deán é cabildo de Cartagena sobre la ida
^"uel muy reverendo señor arzobispo de Toledo se dice quiere fazer á la
guerra contra los turcos (1481); 4.® Letra mensajera del obispo de Coria
Maestre de Santiago, don Alfonso de Cárdenas, enviándole el libro
e tos Milagros (1481); 5.^ Otra letra de Almela al Maestre sobre dicho li-
^ro; 6.** RcspuesUi del Maestre; 7.® Árbol de los reyes de Portugal, que
X>recede al tratado sobre el derecho de los (Católicos á dicho reino (1478);
S .^ Sobre algunas reinas é grandes señoras que non fueron buenas é de
otras que fueron muy buenas, tratado dirijido á Diego de Carvajal, cor*
x^«gidor y justicia mayor de Murcia. En el segundo códice hallamos: t.^
Graciado que se llama 0>pilacioii de las batallas campales que son eonte^
"^^idas en las estorias escolásticas é de España, dirigido al muy reveren--
tM^ é virtuosísimo señor don fray Johan Ortega de Maluenda, obispo de
<yoria, del Consejo del rey éreyna, nros. Señores; 2.° Copia de una Es^
^-riptura, dirigida al venerable é discreto señor Pero González del Casti"
tío, criado de la muy ülustrisima nuestra Señora la Reina doña Isabel,
9t}bre el derecho y acción que su Alteza é el muy lUmo. señor el rey don
Fernando, su marido, reyes de los regnos é Señoríos de Castilla é de
ILeon, de Aragón é de Cecilia, nros. Señores, tienen á Gascuña é al du^
Ctfdo de Guiana é á Navarra; 3.^ Letra dirigida al venerable é virtuoso
\
310 HISTOItlA CRITICA OB LA LITERATURA ESPAflOLA.
m&8 iroportanle de todas, escrita á instancia de don Alfonso á^
Cartagena y dedicada al protonotario don Juan Manrique, haf^
llegado á nuestros dias atribuida á tan ilustre ingenio, com^
Fernán Pérez de Guzman, merced al peso que daba al erpresadC^
error, combatido ya en siglos anteriores, la autoridad de nm
Cuerpo literario, llamado por su naturaleza & ejercer grande as-
cendiente en materias de crítica: tal ha sucedido con £l Yalerío
de las Historias, compuesto en 1472, dos años antes de subir
doña Isabel al trono de Castilla ' .
señor t el licenciado Antón Martínez de Cáscales, alcalde en la cibdad
Toledo j sobre los matrimonios é casamientos entre los reyes de
é de León de España con los reyes é casa de Francia fechos (1479); 4.
Escriptura dirigida al honrado señor Johan de Córdova, jurado, olí
recabdador de las rentas reales del regno de Murcia, de (^mo é por qu
rosón non se deven dividir, partyr nin enagenar los regnos é sen
de España, salvo que el señorío sea siempre uno é de un rey é señor
manar chía de España (14S2); 5.^ Copilacion que se llama Tractaoo j>i
LA Gu£RRA, dirijido al reverendo ¿ virtuoso señor don Martin de Silva
deán é provisor de la Iglesia i obispado de Cartagena. 6.^ Tractado
cómo las mugeres heredan syempre en España los regnos, ducados, con"
dados, señoríos é mayorazgos, después de la muerte de sus padres, noi
dexando varones lygitimos que los heredasen, dirijido al muy mai
señor don Johan Chacón, adelantado é capitán mayor del regno de Mur
cia (1483). Demás de estos tratados, en que se aduna el interés político
de actualidad á la noción histórica, que les sirve de fundamento, han lle-
gado á nuestros dias las obras de que á continuación tratamos más
cialmcnte. Almcla, como Valcra, consagró su ciencia y su inteligencia ^=sm\
servicio de los Reyes Católicos, contribuyendo así á realizar la grande ob ^a
de la unidad nacional, pensamiento dominante en todos sus opúsculos.
1 Nos referimos á la Real Academia de la Lengua en su Catálogo ^^
autoridades, dado á luz en el tomo primero de su gran Diccionario. L^^^
tres primeras ediciones del Valerio de las Uistorias aparecieron sin cm*»^*-*"'
go con el legítimo y verdadero nombre del autor Diego Rodríguez de ^^^^'
mela (Murcia, 1487, por Juan de la Roca, fól.; — Medina del Campo^ 1&* '
por Maestre Nicolás de Piemonlc, fól.; — Sevilla, 1536, fól.), siendo en "**^
dad notable que una O>rporacion tan docta las desconociese del t<Mlo. £5*"^
desde la cuarta edición, que lleva la fecha de 1542, y fué hecha en SeV^
por Dominico de Roberti, fól., se despojó á Rodríguez de Almcla de la ^^^
recida gloria que le daba el Valerio, adjudicándolo á Fernán Pereí de (^ *^
man, según indicamos en el texto. Tres ediciones, todas del siglo XVI ('^'^
II.* P., CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R, DE LOS R. G. 311
Compilación abundante, compuesta de nueve libros y for-
iQAdá sobre el modelo que orrecia & los eruditos El Valerio
Másmo *, que habia pagado largo tributo, con sus anécdo-
^ históricas, & los narradores de la edad-media, abrazaba el
/Aro de Almela los tiempos antiguos y modernos, refiriéndose,
dri^^ 1568, 8.**;— Medina del Campo, 1584, 8.®;— Salamanca, 1587), per-
P<^tuaron y trasmitieron el error, que acogido por escritores tan eruditos
cooüio Gil González Dávila {Teatro de las Iglesias de España, obispado de
Burgos), no fueron bastantes á eradicar los esfuerzos de don Nicolás Anto-
nio (Bibliotheca Vetus, lib. X, cap. VIH); Tamayo de Vargas (Junta de
í'ibTOS y Defensa de lasHistoriade España, fól. 2S5) y otros, pues que la
ysk, citada Real Academia volvió á autorizarlo en la forma indicada, sin que
lo kaya rectificado después, como parcelan aconsejarle el interés de la ver-
dci.cl y su propia reputación. Pero lo más notable en este punto es que aun
iic^das las Investigaciones del incansable Pérez Bayer (Notas á la BibliO"
ffe^^ca VetuSt llb. X, cap. 8.°, núm. 3 al 440), tenidas en cuenta por el úl-
lirrmo editor del Valerio (Madrid, MDCCXCIII, pról.), prosiga alguno de los
aca.démico8 de la Lengua en la impenitencia, lo cual nos ha forzado á dar
A^S'vna extensión ala presente nota.
I Declarólo así el mismo Almela en la Dedicatoria de tan peregrino li-
bro, dirijida al protonotario don Juan Manrique, cuando refiriéndose al obis-
po <jo|, Alfonso de Santa María, dice: «En su vida conos9Í ser su desseo que,
•conjQ Valerio Máximo, de los fechos de los romanos y de otros fizo una co-
*P*lac¡onen nueve libros, poniendo por títulos todos los fechos, adaptante
^ <^da título lo que era siguiente á la materia, sacado de Tito Livio y de
'^'■"o^ poetas y coronistas,que así su merced entcndia fazer otra copilacion
^ los fechos de la Sacra Escriptura y de los reyes de Espafta...,Io qual él
^*ora en latin^ escripto en palabras scientíficas y de grande eloquencia,
Viviera. Yo porque mi S9iei?9ia es poca, propusse su desseo de escrebir
^ viuestra lengua castellana.» hFí^c esta copilacion (añade) assimismo en
^^eve libros y cada libro dividido por títulos y cada título por capítulos»,
^^^ptando cada cosa á su título. La imitación en la forma expositiva no
^^0 ser más ajustada al libro latino: la materia, como tomada de las Sa-
^^adas Escrituras, de las historias escolásticas y de las Crónicas de España
^ estaba de él en gran manera, constituyendo una obra original y tan nueva
^ t¡ue en España fasta aquel tiempo non avia sido vista^^ (Carta á don
^van Manrique). Esle ilustre protonotario rogó á Diego de Almela que es-
cribiese el Valerio de las Historias en una composición poética que apare-
ció, con varias cartas de Almela, al frente del mismo, lo cual hace más
notable el error de los que le despojaron de esta obra para darla á Fernán
^erez de Guzman, muerto sobre doce años antes de escribirse el Valerio,
312 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA KSPAl^OLA.
por lo que & los últimos tocaba, más principalmente & los suce-
sos acaecidos en la Península Ibérica y en el suelo de Castilla.
Animado de un pensamiento esencialmente didáctico, encaminá-
base cada historia á producir una enseñanza religiosa, moral ó
política, á la manera que lo habían hecho los apólogos en el de-
sarrollo del arte didáctico-simbólico^ naciendo de aquí cierta
agradable variedad, que buscaba su más propio colorido ya en
las Sagradas Escrituras, ya en los escritores de la antigüedad
clásica, ya en las compilaciones eruditas de los tiempos medios,
designadas con el titulo de Historias Escolásticas, ya princi-
palmente en las Crónicas nacionales y aun en las tradiciones
orales de los populares y de los doctos. Contra lo que era de es-
perar, dada la índole del libro. El Valerio de las Historias apa-
reció dotado de un estilo menos artiGcioso, más natural y sen-
cillo que el usado á la sazón por los eruditos, y que no carecien-
do de la gravedad que pedía su propia naturaleza, mostrábase
como esmaltado de dichos memorables, proloquios, máximas y
refranes, que comunicaban al lenguaje extraordinaria viveza. A
estas dotes ha debido sin duda la estimación, que conserva en la
república de las letras, y el obtener la honra singular de ser de-
signado como autoridad en materias de dicción y de propiedad
fllológica ^ No parecerá mal á nuestros lectores el que ilustre-
mos estas observaciones con algún ejemplo, que sirva de confir-
mación á las mismas. Oigamos el capitulo IX del titulo II del
libro III, en que ensalzando la moral fortaleza, dá á conocer uno
de los más gallardos hechos, que ennoblecen á las heroínas de
Castilla. Helo aquí:
«Después que el rej don Fernando III de Castilla ovo tomado la Peña
»de Martos, dióla en tenencia al conde don Alvar Pérez de Castro, d
»qual en tanto que fué á Castilla al rey, para que embiase bastimentos
»á la frontera, dexó en Mar tos la condesa, su mujer, é á don Tello, su
))8obr¡no, que con <;incuenta é cinco caballeros entró á fa^r cabalgada
»en tierra de moros. En esto vino el rey de Granada con grant poder de
»moro8 sobre Martes, é combatió la Peña muy rcsgio, que por poco la
»oviera entrado, ca en la Peña non esta va varón alguno, salvo la con-
1 Catálogo de Autoridulm de la Real Academia de la Lcng%M, pági-
na LXXXIV ^el tomo I de su gran Diccionario.
]l/ P., CAP. XX. EST. HIST. Dl)R. EL R. DE LOS R. C. 313
odessa oon sus dueñas é donzellas: é dexaron las tocas é vistiéronse en
nannas é tomaron lanzas en las manos ó andovieron por los andamios,
«tirando esquinas* é piedras. £ como los moros estoviessen combatiendo
»la Peña, llegó don Telio, 'que venia con los caballeros que avian ido á
ofacer cavalgada; é cómo vieron tan grand poder de moros al derredor
nde la Peña, combatiéndola, fueron en grand cuyta, lo uno porque era
lUave de toda aquella tierra, donde el rey don Fernando tenia esperan- .
oza que por ella avia de cobrar gran parte de la tierra de los moros, lo
DOtro que seria captiva la condesa con todas sus dueñas. £ cómo estovie-
osen en esto, Diego Pérez de Vargas, que ganó por sobrenombre Machu-
»ca en la batalla de Xerez..., dixo: — Caballeros, ¿qué estajs aquí pen-
Dsando? Fagamos de nos un tropel é métamenos por medio de los moros,
né probemos sí podremos acorrer la Peña, é bien fío en Dios que lo acá-
obaremos. £ si lo comenzáremos, non puede ser que alguno de nos non
»passe á la otra parte, é si la Peña pueden subir, defenderla han á los
«moros; é los que non pudiéremos passar é muriéremos, salvaremos núes-
otras ánimas é faremos nuestro deber é aquello que todo fídalgo debe
Dcomplir. — £ como esto ovo dicho, fíciéronse todos un tropel é entraron
»por medio de la hueste de los moros de guissa que passaron por ellos é
validaron á la puerta del castillo, que nunca los moros pudieron matar
»3Ínon algunos que se apartaron de los otros. £ desque allí Ufaron,
«abriéronles las puertas é subieron por la Peña é entraron en el castillo.
»£ los moros, quando vieron que aquellos cavalleros se pusieron á tal
«peligro por guardar aquel castillo, entendieron que eran tan buenos
«que lo defenderían, é luego dexaron de combatir é se fueron.
«De las Komanas se lee a ver defendido en hábito de ornes la gibdad de
«Koma, por lo qual son é fueron dignas de ser loadas: non menos esta
«condessa é sus dueñas, que tan gran muchedumbre de gentes vieron
«sobre si é se defendieron dellos. Assí que podemos decir que fueran
«dignas de ser loadas de fortaleza. £ quánto es de loar Diego Pérez de
«Vargas del buen jBonsejo y esfuerzo é fortaleza que aquí demostró, non
«deve ser callado: antes es digno de memoria, la qual non cesará fasta
«la fin del mundo».
Esta anécdota no es de aquellas (]ue andan estrechamente li-
gadas al nombre de Machuca, y hubiera sin duda caído en olvi-
do, sin el aplauso que alcanzó desde luego el Valerio de las IliS'
tortas. — No lo merecieron tan cumplido Las Batallas Campea
les, y sin embargo lograron, al salir á luz, singular estima, si
bien se han visto expuestas en nuestros dias á sufrir la misma
suerte que el Valerio de las Historias ^ Dividense en dos par-
1 Advertimos, al tratar del ilustre autor de las GeneroQiones y Sem-
i
.1 I
314 HISTORIA GRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAÍtOLA* "
tes: comprende la primera «las batallas que acaes^eroa deti^
»el comienzo del mundo fasta el advenimiento de Naestro Sat* W^
•vador»: abraza la segunda «las que acontecieron en Espdi^ V'-^
•desde el tiempo que fué poblada fasta el año de mili et qnatro- ^'-^
»g¡entos et ochenta et uno»^ componiendo entre todas el nüiDB-
mero de trescientas cuarenta y cinco .^ Un libro, destinado i
recopilar los hechos más celebrados en armas, tanto faera como
dentro de la Península, debía alcanzar extraordinaria aceptacioa
en un reinado en que parecía despertar, para subir & su colmo,
el antiguo heroísmo de castellanos y aragoneses. Iniciado e\
pensamiento por el virtuosísimo «é sabio perlado don Alonso Ae
Cartagena» veinte y seis años antes ^, realizábase al acometecs^
blansas que el muy docto académico don Eugenio de Ochoa le adjudiea'L'^
en su Catálogo de JtíSS. de la Biblioteca de Paris (pág. 450) las BaM^^*
Campales (tomo VI, cap. X de este Subciclo). La autoridad que alcanza ^^
señor Ochoa, como investigador, en la república de las letras, nos ha m
vido á reconocer los fundamentos de este aserto, no habiendo tenido
fortuna de tropezar con su origen. Cuantos bibliólogos han tocado este pai
to, tienen por autor de las Batallas Campales á Diego Rodríguez (
Almcla; pero sin grandes esfuerzos: porque no sólo se dieron á luz con
Valerio de las Historias en 1487 (Murcia, por Lope de la Rosa, fól.)» >i>^
que leída la dedicatoria, dirigida á don fray Juan Ortega de Ifalueodi»- *
obispo de Coria, no cabe abrigar duda alguna sobre el autor y las circans — — ^
tancias especiales, que le inducen á escribir las Bat4illas. La afirmado
del erudito Ochoa, por ser hecha en un libro de pura erudición y por el
ligro que lleva consigo de extraviar á los menos doctos, pedia pues el
rectivo, que resulta de las observaciones que vamos estableciendo.
1 Esta segunda parte, y por tanto toda la obra, fué terminada en 20
diciembre de 1491, veintiún años después del fallecimiento de Fernán P<
rcz de Guzman. Pruébalo así el mismo epígrafe, que le sirve de encabei
miento, de donde hemos transferido las palabras entrecomadas. La priiD^
batalla citada entre las de España es la que dio Hércules á Gcrion: la ú\ ^i'
ma la sostenida por don Alfonso de Cárdenas contra el obispo de Evo*"^»
delante de Mérida, con derrota de los portugueses y victoria de los cab»^^^*
ros de Santiago (1475).
2 Almela dice: c Acuérdaseme puede a ver vcynte y seis años antes
»su señoría [el obispo don Alonso] particsse á visitar los límites é Igl^^
»del glorioso bi(uiaven turado apóstol Santiago de Gallizia, nuestro pat^
»de España, donde él fálleselo é murió de esta presente vida, me ovo d¡^^
ié mandado é dado cargo fízicsse é sacasse en una copila9Íon todas las *'"'
Il/ P., CAP. XX. EST. HIST. DUK. EL R. DE LOS R. C. 315
la cooqaísta de Granada, empresa en que tomaba parte el mis-
mo Rodríguez de Almela, siendo el libro dedicado á don fray
Juan Ortega de Maluenda, sobrino de aquel esclarecido conver-»
so ^ El interés históríco de las Batallas Campales se ha tras^
mitido & los tiempos modernos: el libro no logra, literariamente
considerado, la misma estimación; suerte que ba alcanzado tam-
bién & los dem&s escritos de Almela, si bien no pueden negár-
sele en ninguno las dotes de erudito y de discreto, que tanto
precio dan al Valerio de las Historias. Sin duda su Compendio
Istorial de las coránicas de España, que le ganó el titulo de
cronista real, abrazando, como la Abreviada de Yalera, desde
el diluvio universal hasta el reinado de Enrique IV, hubo de
inspirarle extremada coufianza para lo porvenir, dedicándola,
cual digno presente, á los Reyes Católicos *. Sin el Valerio
y sin las Batallas el nombre del predilecto discípulo de don
Alonso de Cartagena no gozaría del aplauso literario, que le ase-
«tallas campales, qae fueron é son acaes^idas desde el comienzo del mundo
«fasta el advenimiento de Nro. Señor Jbu. Xpo., contenidas en la Sagrada
«Scriptura de la Biblia é segund como las escribe el Mro. de las Estorias
* Escolásticas t é por consiguiente las que están escripias en las corónicasy
tcstorias de España desde el comien9o de su población fasta en nuestros
>dias. Por ende llamando el ayuda divinal, fizc esta copilacion de las dichas
«batallas, segund quel dicho muy reverendo obispo de Burgos, don Alfon-
>so, mi señor, que aya sancta gloria, vro. tio, me mandó, devisó é dio car-
igo fiziese» (Cód. Escur. X. ij. 25). — Cual se vé, ninguna de estas circuns-
tancias podia convenir al señor de Batres, maravillándonos cada vez más
cómo se ha caido en el error de atribuirle las Batallas.
1 Véase el epígrafe que lleva el códice del Escorial, tantas veces cita-
do, en la pág. 309 de este capítulo.
2 Véase la nota 1.^ de la pág. 308. Como apuntamos arriba, la(7opt¿a«
cton de las crónicas é historias de Elspaña, citada por Almela en varias pro-
ducciones con diversa título (Letra sobre los matrimonios y casamientos de
los Reyes de Castilla, eic; Letra sobre algunas reinas é grandes señoras,
ele,, 1479^1484), se guarda en la Biblioteca del Escorial en dos volúme-
nes, que examinó ya el docto Pérez Baycr en sus Notas á la Bibliotheca
Veíus, tantas veces mencionadas. — Don Nicolás Antonio, siguiendo tal vez
á Francisco de Cáscales en sus Discursos históricos, afirmó que los Reyes
Católicos concedieron á Almela título de cronista por 1» expresada compi-
lación ó compendio (Bibliotheca Vetus, lib. X, cap. XIV).
316 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAfSOLA.
gura lugar distinguido en la historia de las letras patrias..
Gomo Yalera y Rodríguez de Almelá, aspiró, durante el reinado
de Isabel, & cultivar los estudios generales de la historia un hijo
de Alfonso de Falencia, cuyo nombre no ha Qgurado hasta ahora
entre los ingenios del siglo XY. Llamábase Alonso de Avila, acaso
por haber nacido en aquella ciudad; y dado á los estudios cl&sicos
desde su infancia, inclinábase al conocimiento de la antigüedad,
como se inclinaban entonces todos los espíritus elevados, na-
ciendo sin duda de este general anhelo el propósito de dar & co-
nocer en breve compendio los hechos más notables que & la ci-
vilización romana se referían, y el patriótico objeto de enlatar-
los & la historia de España. A este pensamiento era sin duda de-
bido el Compendio Universal de las ystorias romanas *, libro que
1 Guárdase este singular monumento literario en la Biblioteca del du-
que de Osuna^ á cuya benevolencia y amistad debemos su exámeo, eoin<
le debemos también el estudio de otras muchas preciosidades ya menciona
das. Es un volumen de 278 folios, que lleva al frente, de letra de fines de
siglo pasado ó principios de cste^ la siguiente portada: c Compendio tiní
versal de Uís Historias Romanas y de otros autores que aqui van
nidos: en el qual se tratan los hechos notables de los principes romanos,
asi ponti/ices como emperadores y otros illustres varones. Hay ianUrietm:^
un compendio de las Crónicas de Castilla: por Alonso d¡e Ávila (según
cree), hijo del cronista Hernando (sic) de Patencia»* Alfonso debió decir»
si en efecto era el autor del Compendio ó Suma Universal hijo del
nista Falencia, lo cual no hemos tenido la fortuna de comprobar con doca
mentos históricos. — Comprende el códice indicado dos diferentes obras: c
Compendio Universal, que alcanza al fól. 232, en letra al parecer de fines
del siglo XV [, y la Suma de las crónicas de España, MS. más antiguo»
que ocupa el resto del volumen, siendo de notar que la narración no pasa.
del suplicio de don Alvaro de Luna. La primera obra, que es la qne ahora
nos llama principalmente la atención, lleva este epígrafe: «Sigúese elCom-
«pendio Universal, sacado de las ystorias rromanas é de otros libros y at<-
>tores, que aquí van contenidos, en el qual se tratan los echos notables que
»los príncipes romanos, así pontífices como emperadores y otros ilustres
•varones hizieron, así en lo que pertenes9e en las costitu9Íones de la Igle-
»sia como en el acres9entamiento del Imperio rromano, hecho por Alonso
m
9de Avila». En el Ensayo de una Biblioteca española de libros raro$ y
curiosos, formado con los apuntamientos de don Bartolomé José Gallardo,
y coordinados y aumentados por don M. R. Zarco del Valle y don J. San-
cho Rayón, obra premiada há poco por la Biblioteca Nacional, se dá algu-
/
n/ P., CAP. XX. EST. HíáT. DUR. EL R. DE LOS R. G. 317
se dividia en cuatro partes, conforme á los sucesivos estados por
que habia ido pasando la ciudad. eterna. Real, consular, impe-
rial 7 pontifical eran las denominaciones que respectivamente
recibia la historia, y no otros los títulos que cada una de las
partes del Compendio Universal tomaba. Alfonso de Ávila acudia
para realizar su obra k los historiadores del mundo antiguo, pe-
dia ¿ los Padres sus advertencias y lecciones, y ponía en contri*
bucion numerosos y acreditados cuerpos historiales de la edad-
media, no sin recurrir alguna vez á los filósofos y á los poetas
griegos y latinos, para dar mayor autoridad á sus asertos *. El
Compendio Universal délas Ystorias romanas reflejaba en conse-
cuencia cuanto á la sazón alcanzaban los estudios históricos, apo-
yados en el principio de autoridad; y no careciendo de cierto or-
den y claridad en la exposición, hacíase digno del aprecio de los
na razón de este MS.; pero sólo bajo su relación bibliográfica, y eqúivo-
i^ando la fecha en que el Compendio Universal fué escrito, pues que no se
-sacabó en 1497, como se supone, sino en 1499, como se expresa en el texto
y veremos en otra nota.
1 £1 mismo Alfonso de Ávila, bajo el epig^rafe de: Los autores é coro-
istas, de cuyos libros é dichos se sacó este Compendio contenido, son los
iguientes, nos dá razón de sus estudios. Entre los clásicos g^riegos y latinos
valióse de Platón, Aristóteles, Estrabon, Plinio, Livio, Salustio, Valerio,
Topisco, Macrobio, Josefo, Orosio, Tácito, Eusebio,Suetonio, Polibio, Var-
Ton, Curcio, Lampridio, Rufino, TrebeÜo, no olvidados los poetas Virgrilio,
Javcnal, Lucano, ni los tan populares durante los tiempos medios. Séneca
y Boecio. Entre los escritores eclesiásticos puso en contribución á San Ag^us-
tÍQ, San Ambrosio, San Gerónimo, San Basilio, San Isidoro, San Juan Cri-
sóstomo, San Anselmo, San Bernardo, San Benito, San Hilario, Santo To-
más, consultadas muy especialmente las Sagradas Escrituras, las Actas de
hs Apóstoles y las Epístolas de San Pablo. Entre las historias de la edad-
media tiene por último présenles: Crónica Marciana, Crónica Justiniana,
Crónica Romana, Crónica Patriata,Estoria eclesiástica, SpeciUumhistO'
ríale, Suplementum Chronicarum, Estoria de Ultramar, Corónicas de Es^
paña, De proprietatibus rerum y alguna otra menos importante. ¿Conoció
Alfonso de Ávila todos estos libros, ó se valió de ellos por referencia? La
seguridad de las citas y la ingenuidad de encabezar su compendio con el
catálogo (poco ordenado) de todos estos libros y escritores, parecen persua-
dir que le fueron familiares; y en este caso no es posible negar al autor de
las historias romanas una erudición, digna de aplauso en todos tiempos, y
may significativa á fines del siglo XV.
318 HISTORIA crítica DB LA LITfiRATURA BSPAl(OLA.
doctos: su estilo, un tanto desmayado, y su lenguaje, poco es*
cogido, le quitaban, al comenzar la grande Era literaria qnají
alboreaba, la estimación que habia ganado en los postferos diis
del siglo XY, pues que era terminada en 1499 ^ Veamos, m
comprobación de todas estas observaciones, cómo se refiere alas
populares empresas del Cid, al narrar el reinado de Fernando I
de Castilla:
«En tiempo de este rey el Emperador Enrique se querelló al Fápi
»oómo no le quería dar el tributo el rey don Hernando que los otroe re-
»yes le daban. Y el Papa le enbió 4 dezir con sus embaxadores que ge
»lo diesse, si no que daría cruzada contra él; y el rej, sabido ta |%
»acuerdo, quería gelo dar, salvo que después vino el Cid j no fué de
)>tal consejo. Y acordóse que allá en su tierra le fuessen á presentar ba-
Mtalla: y tal respuesta se dio á los embaxadores, y allende de Tolosa fo¿
npreso el conde de Saboya y otros mucbos franceses: que se les hizo tai^
»gran guerra que hovieron por bien de jurar y prometer que jamBS
))avrian tal tríbuto que demandauan. Sobre lo qual el Santo Padre hi20
»deqreto (sic). Y así se volvió el rey con mucha honra por el consejo dd
))Cid y por muchas buenas obras que hizo en esta jomada. — E en ^
»tiempo deste rey don Hernando, el Cid vengió QÍnco reyes moros, y io^
«prendió y soltó, porque se hicieron sus vasallos é se les atributaron, J
»ganó por armas á Calahorra para Castilla, matando á un cavallero
»gonés. E soltó al conde de Saboya, porque le dio si^ fija en rehenes,
»la qual ovo el rey á don Hernando, su fijo, que fué Cardenal de £9^
»paña.)>
El historiador se deja llevar en demasía de la corriente de lo^
cantos populares, recordando en este punto la Leyenda de
Mocedades del Cid, reproducida al comenzar del siglo por otro:
narradores castellanos. Lo mismo hacia respecto de oirás tradi
cioneS) de igual modo populares, si bien reparando sólo en I
que ofrecían mayor bulto en la historia general de Castilla,
cualquier manera apai^ecia Alfonso Dávila asociado al mQvimiea
to de los estudios históricos, en el sentido que vamos determi
nando, y en esta importante relación no pudiéramos negarle si
1 Al- terminar la II.* Parte de la época consular, observaba en efeci
Alonso de Avila: cLa gobernación de los cónsules fasta Julio Céssar to
tllll cientos LX años. Roma ha qucs fundada II3 et XLV años: esto es, t
»el año en que esta copilacion se acabó IqccccXCIX años» (fól. S9).
Il/ P.y GAP. XX. ESr. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. G. 319
grave injusticia el lugar que le correspoade de derecho en. la
historia de las letras patrias .
Mientras en tal manera contribuian estos ingenios al desarro-
llo de la historia general en la lengua que tenia ya ganado título
de española, proseguian otros la honrosa tarea de escribir la
nacional contemporánea, conforme arriba indicamos. Testigo de
los hechos que hablan alterado la paz de Cataluña y Navarra du-
rante el reinado de don Juan el Grande, era Micer Gonzalo de
Santa María respetado por su ciencia jurídica y su erudición clá-
sica en la ciudad de Zaragoza, adonde le llevó sin duda muy
_/()ven alguno de sus tios, durante el reinado del mismo don
^uan ^ Muerto aquel rey, distinguíale con su aprecio don Fer-
MiSLudo, su hijo, y ya al empezar del siglo XYI mandábale escri-
bir, á imitación de Fazzio, la historia de su padre, en lengua
f^.t. ina ^. Mereció esta la aprobación de los eruditos, como la ha-
:S Las noticias biográficas de Micer Gonzalo de Santa María , Qibdadano
taragoza, son por extremo peregrinas, habiendo sido confundido fre-
^ ntemente con el renombrado obispo de Sigüenza, del mismo nombre,
i «n, como hemos visto, representó ádon Alfonso de Aragón en el Conci-
<^ de Constanza. Muerto este ilustre prelado, que desde el arcedianato de
^^M- "^iesca había subido sucesivamente á las sillas episcopales de Astorga y
^ ^^> sencia, por los años de 1448, como acredita el epitafio puesto en su sc-
^^ X.«ro, erigido en San Pablo de Burgos, es evidente que no sólo no alcanzó
^ x^einado de los Reyes Católicos, pero ni aun los de don £nrique IV y don
^^^^n lí de Aragón, y en consecuencia que no pudo ser el historiador, de
i€D tratamos. Constándonos que tanto Alvar García, hermano del famoso
^^^Yi Pablo, como su hijo Gonzalo de Santa María, abrazaron el partido de
^^^ infantes-reyes, siguiéndolos fuera de Castilla y logrando en todas par-
^^% su estimación, no tenemos por aventurada la indicación que hacemos en
^v texto. Al calor de Alvar García ó de Gonzalo de Santa María pudo esta*
Mecerse en Zaragoza aquel descendiente del Gran Canciller de Castilla,
prosiguiendo hasta su muerte en dicha capital, donde ejerció la profesión
de jurisconsulto.
2 Don Fernando dirigía á Mossen Felipe Climent, su protonotario, no-
table carta, en la cual entre otras cosas leemos: c A lo que nos escrevís so-
mbre la corónica del rey, mi Señor, que sancta gloria aya, nos pares^e será
«mejor se faga en latirif pues tanta habilidad tiene para ello Mi^er Gonzalo
«[García de Santa María]: que más fácil será después de tornarla en ro^
»mance que de romance en latín; é así gelo escrevimos. Darle hedes núes-
320 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
bian merecido otras obras históricas, inspiradas por las circnc
tancias políticas ^; y tanto so pagó de ella don Fernando, ()
deseoso de que fuera universalmente conocida, mandaba & Mi(
Gonzalo ponerla en el idioma materno ^. — Santa María, qae I
bia ya sacado á luz la versión de la Crónica de fray Gualbe
Fabricio de Y^gad ^, acometió la empresa de tan buen gnu
que logró á. poco verla realizada, suspendidas las tareas ju
ciales, en que se ejercitaba, y que alguna vez pusieron en gn
peligro su propia vida *.
>tra letra, que será con la presente, y cntrcvcmeis en todo de la man
»que de vos bien confiamos» (Dormer, Progresos de la Historia en elU
no de Aragón, págr. 265}. Esta carta lleva la fecha de 16 de enero de \l
y la data de Granada.
1 En carta autógrafa del mismo Gonzalo García de Santa María, dírí
da al rey don Fernando en 149S, se dá en efecto racon de un trabajo bis
rico, en que el nieto del Gran Canciller probaba que las mujeres eran 11
madas á suceder en el trono de Aragón, con motivo sin duda de la muei
del príncipe don Juan y proclamación y jura de la infanta doña Isabel. F
cordando al rey sus servicios, decia: cNon quiero dexar de recordar á Vu(
«tra Alteza que el primer letrado, que escribió algo é embió árbol de la s
»cesion de los reyes de Aragón et mostró que muger podia suceder en e
•tos reinos, fuf yo» (Biblioteca Nacional, cód. Dd. 184).
2 El códice, que encierra la versión vulgar, existe en la Biblioteca N:
cional con la marca G. 157. Es un volumen en folio, pasta, de hermosa I
tra de principios del siglo XVI, compuesto de sesenta y nueve fojas y fal
al principio y al fin. La primera foja empieza con estas palabras: «Por en
«bajadores á par conducido, rendida Navarra á la obediencia del padre, 1*
»piés é manos de aquel besó». Tras estos renglones, leemos: • Libro pr\
»mero de la presión de Carlos, prinQtpe de Viana, omisión é guerra t
•los catalanes.* Al fól. 69 concluye [en el libro IV] la parte existente, i
este modo: «La fortuna usando de su imperio, movió todo lo que firme a
»tava, nuestras riquezas en pobrcdades, los honras en oprobios, las liberta
»des en impertinencias, nuestras piensas ofuscadas». Comparada esta ver
sion con la redacción latina, que se custodia igualmente en la Biblioteca Nt
cional, signada Dd. 184, se advierte que la más considerable laguna esl
del principio.
3 Se habia impreso con el título de Noblezas y grandezas de Espeá^
de los reyes de Sobrarve y Áragony en 1499, fól., por Paulo Hurus, en '
cibdad de Zaragoza,
4 En julio de 1498, defendiendo Gonzalo de Santa María á doña B^
Iriz de Heredia, contra el vizconde de Evoli (Dévol), irritado este por
II.* P., GAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LO^ R. C. 321
«Las producciones históricas de Gonzalo García de Santa Ma-
*ria (decíamos hace algunos años) manifiestan que este erudito
«escritor se habja dedicado, m^ que sus ilustres predecesores,
•¿ los estudios clásicos de la antigüedad latina. La Vida de dan
•Juan 11 de Aragón, cuyo códice original, de letra del siglo XVI,
«existe en la Biblioteca Nacional de esta corte, es una prueba
•palmaria de esta observación, que caracteriza principalmente
•las obras de don Gonzalo... Era Tito Livio (proseguíamos) uno
•de los historiadores latinos más generalmente conocidos y es-
•tudiados por los que se pagaban de entendidos, desde la época
•del Gran Canciller Pero López de Ayala, que le traduce y le
•imita en sus memorables crónicas. Siguió pues Gonzalo de
•Santa María las huellas de aquel escritor romano; y si bien dio
>& entender que le era también familiar la lectura de Tácito,
•tanto en sus narraciones como en los discursos que puso en
•boca de los personajes históricos, dejó ver á menudo que no se
•apartaba de aquel modelo» i. Micer Gonzalo de Santa María,
tomando efectivamente por guia y maestro á Tito Livio, exponía
los hechos relativos al reinado de don Juan de Aragón con no-
table claridad, valiéndose de las formas dramáticas, que aquel
autoriza, para pintar los caracteres y revelar las situaciones: su
lenguaje, ya porque anhelara moldearlo sobre el latino, ya por-
que no pudiera desprenderse de la influencia que ejercía el he-
dió de haber escrito primero la historia en aquel sabio idioma,
aparece cargado de giros excesivamente hiperbáticos y un tanto
c^lor de la defensa, mandó á sus criados que matasen á palos públicamente
i Santa liaría; y tan al pié de la letra ejecutaron este bárbaro precepto,
9QS si no fuera oportunamente socorrido, quedara en el acto: t con todo
*(^ce él mismo), me descalabraron en la cabeza á ^rand efusión de san-
•Sre é víme poco menos que á la muerte» (Biblioteca Nacional, cód. Dd.
^^f carta original). Los criados del vizconde fueron presos; pero con el fa-
^or de aquel magnate recobraron luego la libertad y aun obtuvieron pre-
sos, siendo uno de ellos ordenado sacerdote por el arzobispo de Zaragoza.
■Iteer Gonzalo pedia justicia al rey en 1499, no sin nuevo peligro de su
P«nona (Carta original citada).
^ Edudias históricos f políticos y literarios sobre los judíos de Espa^
^f ínsayo II, cap. VIII, págs. 381 y 383.
Tomo vil. 21
322 HISTORIA CRtTIGA nB LA LITERATURA ESPAÜOLA.
revesados, lo cual cootribuye en no pequeña parte & hacer po
agradable su lectura. Ejemplo dimos ya del mismo, al estudiar
Vida de don Juan II, en nuestro libro de los Jt$dios de Espaá
no desagradará sin embargo k los lectores, que anhelan codoo
en los origínales la índole especial de cada escritor, el hallar aq
nuevas muestras. Del siguiente modo pinta á doña Isabel de ü
rea, madre de don Pedro, cuya ilustración y mérito poético h
mos ya consignado: doña Isabel vá, en nombre de- doña Joa]
Enriquez, á buscar socorro contra los sublevados catalanes:
«Donya Isabel dTJrrea, que por sooorro á Perpinyan jda era, mii|
»en virtudes scogida entre pocas, de la reyna muy amada, muerto Be
nnat Sansó imaravillosa cosa ea tal estado del ánimo de la su ex^elenc
))n¡n la rejna Tamaris contra el rey de Persia, nin Dido en la deíle
))SÍon de la ceniza de Siqueo imitar á ella se pudieran. Nin los llantos
)>sus tristes mugeres, nin los turbados rostros de los antiguos criada
»nin la piedat del fíjo ensemble con la poca esperanza del socorro fai
))non pudo los sus caballeros non demandasse. A los quales semejaot
apalabras dizen averies dicho: — ^Aquellos dignamente viven que por
«virtud sus vidas é la muerte offregen: por el contrario vergonzoso r
» nombre su sangre derrama. Quánto la fortuna mudable sea, non é¿
))los baxos, mas en los prósperos stados la speriengia nuestra lo maoific
))ta. Bien es dolorosa cosa traher en enxemplo sus propios infortunio^:
«mayormente donde la feligidat fué primera. Regradecemos á Dios <
»los nuestros trabajos, no menores de Ercules, ser de vosotros acoa
))panyada. En esperanza de los quales ninguna cosa es de temer: un
«criados de aquel padre rey Alonso, <jue los regnos é provincias de Ital
Msoiugó: otros del rey mi señor, que los montes en España resuenan <
«sus maravillosas obras. ¡Qué non sea de planyr nuestra ventura, cier
«si la perdigion de los regnos manifiestamente vehemos!... Los templ
«desabatidos, las mugeres en aborrecimiento é sin abtorídat alguna. C
«los príncipes, mayormente de Spmya, mutaciones en sus Bastados Hi
>>zen: todas las cosas por natura sobidas. La fortuna trabtiia en des
ngender, ca el ser suyo nasge en las mutaciones de las cosas inde:
»tas... Las culpas ó yerros nuestros ¿quales son?... El pares^er nuetf
«tro ha seydo siempre del vuestro segundo. Osemos pues los peÜgr"
nreconoscer: victorias falles^er non pueden: aquello que por josti^
«é buen seso ganar non se pudo, con las armas alcancemos. Las conm^
aciones de ios pueblos siempre fueron mudables, en especial d'aqot^
«líos á quien la ragon é causa fallesge. Contesce á ellos muchas ve^
noomo á los ríos de aguas cresgidas, que súbitamente descresten... ^
«vuestro príncipe vos encomiendo: tiempo es de oy más aparejéis 1*
II.* P., CAP. XX. EST. HIST. DIIR. EL H. DE LOS R, C. 323
Mfmas.'.las ora^oaea é lágrimas tristes dexat á dos ea quanto viva^
'moto f.
Tal es el corte del lenguaje y estilo narrativo de Micer Goa-
zalode Santa María. — La Vida de don Juan 11 de Aragón, á
pesar del peligro que llevaba consigo el ser escrita por mandado
de don Fernando, hijo de aquel rey, ha sido no obstante estima-
da de los más doctos historiadores cual libro imparcial y digno
de fé, si bien niegue alguna vez al príncipe de Viana la justicia
yia razón, que otros narradores coetáneos le conceden *: bajo
el aspecto literario es también uno de aquellos preciosos monu-
mentos que determinan en los postreros dias del siglo XV y
principios del XVI el no dudoso progreso que iba realizando la
pattria literatura en las vias del Renacimiento, y fijan, á pesar
del empeño erudito que revela, las diferencias y matices que
separan todavía el romance hablado en Aragón del romance de
Castilla.
fin tanto que así contribuían á aquel fln general de los estu-
dios, aun los mismos ingenios, que reconocían su origen en la
i*d,za hebraica, daban razón del influjo universalmente ejercido
otros cultivadores de la historia particular, bien que de una ma-
'^^ra indirecta. Como hecho notabilísimcí, que basta á caracteri-
al* el reinado de Isabel y de Fernando, presentamos ya la en-
^'"sicJa triunfal de estos monarcas en Toledo, tras la batalla de
'Oro, que asegura en las sienes de la Reina Católica la corona
^^ Castilla ': este plausible suceso, con lodos los que lo prepa-
''^^, era pues asunto de una de las más ímporlanles monografías
'^l^tivas á la gloriosa edad, que vamos historiando. Con título
Divina Retribución, que dio lugar á muy entendidos bibliófi-
á que la tuvieran por obra mística y aun toolugica, escribió
Bachiller Palma, uno de los más leales servidoies de la Reina
el
1 FóUos 12 y 13 del có<l. G. 157, del r. al v.
2 Entre los historiadores que más eslimaron la Vida de don Juan lí
^^^bida á Micer Gonzalo de Santa María, cuéntase el docto Gerónimo de
tirita, á quien fué debida la conservación del cód. Dd. de la Biblioteca
acional, citado arriba, y la preciosa carta au lograra que le acompaña.
3 Véase ol cap. XVIll, pág. l^G ilcl presente voIúiivmi.
324 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA BSPA!90U.
Isabel, la historia de Castilla desde la «caida de España en tkm
»po del noble rrey don Johan el primero» hasta «que fuéns
»taurada por manos de los muy exgelentes reyes don Femase
» y doña Isabel, sus bisnietos» ^.
Evidente aparece que el pensamiento de este libro, no mo
cionado siquiera por los modernos historiadores literarios,
encaminaba á celebrar el triunfo de Toro, como vindicacioa (i
agravio de Aljubarrota. Para lograr este intento, empieta
Divina Retribución describiendo aquella desastrosa jornada, a
los efectos que en Castilla produjo ^; y narrada la muerte i
don Juan y memorados los reinados de Enrique III, Juan U
Enrique lY ^, llega á. los tiempos de doña Isabel, con su ali
miento y coronación, á que sigue la guerra de Portugal, aliaoi
das las fronteras castellanas por el rey don Alonso, esposo
protector de la Beltraneja ^. La marcha del rey don Fernai»
contra el Adversario, que tal nombre dá el Bachiller Pali
constantemente á. don Alonso; el desafio de este por el rey
Castilla, asi á batalla campal como k lid soltera; los preparati^
de la famosa jornada de Toro y la misma batalla, forman lapa
principal y más interesante de la Divina Retrümfion, no
comprenderse en ella la entrada triunfal de Toledo ^. Como co
plemento, narraba el Bachiller el nacimiento del Príncipe (
Tuan, y tras él presentaba la alegoría de un coloso de oro, pía
^obre, hierro y barro, simbolizando así las esperanzas, qu€
1 £1 epíg^rafe del cód. Y. iij. 1. de la Biblioteca Escurialense dice
«Aquí comienza el libro llamado Divina Retribugion sobre la caida de ,
>jMifta.en tiempo del noble rrey don Johan, el primero, que fué restaur
«por manos de los muy ex9elcntes reyes don Fernando y doña Isabel,
«bisnietos, nuestros Señores, que Dios mantcng^a». £1 códice está escritc
rica vitela, fól. menor: tiene veinte folios á una sola columna y apai
exornado con iniciales iluminadas, ostentando en la portada los escudos
Castilla y Aragón, ya unidos. Todo hace creer que fué este el ejemp
presentado á los Reyes Católicos.
2 Capítulos I, li y III.
3 Del capítulo IV al VII, ambos inclusive.
4 Capítulos VIII, IX y X.
5 Del Xí al XIV, ambos capítulos inclusive.
II.* P., CAP. XX. EST. HIST. DDR. EL R. DE LOS R. G. 325
paeblo castellano había coacebido al nacer don Juan, & quien
personificaba en la cabeza de oro del coloso ^. Las últimas pági-
nas de la Divina Retribución eran consagradas á reproducir la
carta dirigida por don Juan de Aragón & su hijo don Fernando,
en los postreros instantes de su vida, y el «memorial de la su
muerte para los vivientes» ^.
Abarcaba pues la Divina Retríbugion un periodo no insignifi-
cante en la historia de Castilla [1385 á 1478]; y halagando vi-
vamente el sentimiento patriótico, atesoraba muchos y muy es-
quisitosr pormenores, que si entonces hicieron el libro del Ba-
4}hiiler Palma estimable, le dan hoy subido precio, asi por lo
peregrino como por referirse á sucesos y personajes de tan alta
vznportancia en la historia de la Península rbérica. Aun cuando
erudito y conocedor de las antiguas crónicas, atendió sin duda
/ Xachilter á que su monografía mereciese, no sólo la aproba-
do los discretos, sino la estima de los más: su manera de
^jic posición es por consecuencia natural, sencilla y un tanto inge-
rí ui^; su lenguaje, si bien ya algo arcaico, suelto, corriente y
pintoresco, como el de los escritores populares, que permanecian
aLj^nos & la inmediata influencia de los estudios clásicos: todo lo
1, unido al singular interés que los hechos inspiran, al espí-
nacional que revela ^ y á la total ignorancia de lo que es la
D£myina Retríbufion, hacen más sensible el que no se haya dado
^ 1 uz todavía este monumento histórico.
A fin de que sea más completa la idea, que del mismo ofrece-
mos, añadiremos aquí algún espécimen de su estilo y lenguaje.
1 Capítulos XV, XVI y XVII.
2 Capftolo XVm.
3 Curioso es en verdad el advertir que al hablar de don Alonso, sobro
llttnarle siempre el AdversariOt cual notamos arriba, se le niegue el título
de rey de Portugal, declarándose que pertenecia este reino á los Reyes Ca-
tólicos (cap. X). Ni es menos notable la ojeriza que el Bachiller Palma
atribuye á los castellanos contra los portugueses: al tocar este punto, afirma
que cantes se dexarian sojuzgar de moros ynfíeles, dcxándoles guardar su
9Íé católica, que de gentes de Portugal». Esta enemistad, excitada por guer-
ras posteriores, fué recíproca y produce todavía dolorosos frutos.
326 HISTOKIA CIÚTICA UE LA LITBUATHKA ESPAÑOLA.
En tal manera narra la salida de don Fernando de Yalladoltd;
«A doce dias de Jullio del dicho año [1475] salió de su pabuño piatt
})partir á la guerra contra el Adversario, Iva en un trotón rricameato
«adornado é un bohordo de oro en su mano é sus pajes en derredor, ar-
nmados, coa diversos colores de paño de oro con letras bordadas quede-
ncian: Dominus michi adjutor: é acompañado de sus cavalleros et esco-
nderos é gentes, se vino á Santa María la Mayor de la dicha Tilla. EiiU
))lo salieron rresgebir en procesión las cruces et el preste revestido, coa
wel Corpus Xrpti. en las manoseen grandes clamores toda la villa, da-
»calzos en procesión é los niños dando vozes que Dios diesse victorii al
nrrey, pues por el bien deste rregno é de la república se disponía á todo
«arrisco de su persona por aplacer á todos, non buscando lo que á si e»
»útile, roas lo que es á muchos, para los librar, segunt dixo el apóstol..
»As7 entró en la Iglesia, do eslava una cama como estrado, é allise
))de hinojos; et ende le dixieron giertas oraciones que duraron fasta
))dia hora. E fecha oración, se levantó é fué en procesión con las craoeJi
))é los clérigos, todos revestidos: todos mirando al Trejf oon gracnde amor*^
«llegaron fasta ^erca de San Francisco, et de alli se despidió é mandó
«volver la clerezía con las cruces. £t en aquella plaza se fincó de finojos
«en el suelo, é toda la gente que esta va mirando, que era tanta que non
«avia número, dieron todos grandes bozes al gielo que Dios lo ajndtfss
«é la su bendita Madre é le diesse victoria contra sus enemigos, é que
«maldito fuesse el onbre de armas tomar que non fuesse con surrey é se-
«ñor á lo ayudar. E asy sallió el rrey fasta las eras de Valladolid, don-
«de puso su estandarte: é luego sallieron tras él toda la gente, pondos é
«grandes, onbres de armas é quarenta é syete mili peones; los veynte é
«dos mili ballesteros é los veynte mili lanceros, con sus escudos, é los
«ginco mili espingarderos: é con todas estas gentes fué á sentar real baso
»de Tordesillas, cerca de un monasterio, doestiv un 80to« *.
Con igual copia de pormenores, no recogidos en otra alguna
de las relaciones ni memorias coetáneas, reQere el Bachiller Pal-
ma todos los sucesos que forman la materia histórica de la Di-
vina Retribución^ siendo para nosotros verdaderamente seosible
el no poder trasladar aquí otros pasajes, deseosos de dar ácoDO-
cer en el presente capitulo otros no menos estimables calliw-
dores de la historia.
Muy apreciado de los escritores de nuestros dias, quienes
acuden á su historia como á fuente segura y no enturbiada por
1 Capítulo XI.
Il/ P., CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 327
uilereses cortesanos^ es el Bachiller Andreas Bernaldez, vulgarr
VMDte conocido con el nombre de Cura de los PalacioSy que lle-
nt&mbien la Crónica debida & su ingenio. Dedicado Bernaldez
desde sn edad temprana al estudio de las sagradas letras, abrazó
ea su juventud la carrera eclesiástica, entrando al servicio de
doD Diego Deza, arzobispo de Sevilla, á quien siguió, como su
capellán, á la corte de los Reyes Católicos, y mereciendo bajo
la salvaguardia y protección de tan ilustre prelado, á quien con-
fió Is^l la educación del Príncipe don Juan, muy señaladas
distinciones. En 1488 se retiraba el Bachiller, deseoso sin duda
i' de mayor quietud, al pueblo de Los Palacios, cuyo curato habia
ya obtenido, sirviéndolo sin intermisión hasta 1513 ^; é inspira-
do sin duda en este retiro por la grandeza de los sucesos, que
enaltecian á los Reyes Católicos, con gloria del pueblo español,
concibió la idea de trazar la historia de aquel felicísimo reinado.
La Crónica de los Reyes Católicos, escrita por Andreas Ber-
naldez, se enlazaba en el tiempo con la Divina Retribución, no
empezando en 1478, como algún historiador de nuestros dias
asegura ^, sino abarcando los preliminares del reinado^ con el
1 El docto Rodrigo Caro, que fué uno de los más afortunados arqueó-
logos del siglo XVI, declara que habiendo registrado los libros parroquiales
de la Yilla de Los Palacios, halló el nombre de ^^na/dejs, quien alguna vez
firmó Bemol, desde el año de 1488 al de 1513, autorizando los documen-
tos eclesiásticos. Caro observó también que en los mismos libros sacramen-
tales apuntó el Bachiller algunos sucesos y cosas notables acaecidas en su
tiempo (Prohemio á la Crónica de los Reyes Católicos, Biblioteca Nacio-
nal, cód. F. 96).
2 Ticknor, Historia de la Literatura Española, Primera época, capí-
talo IX. — De la Crónica de los Reyes Católicos hemos examinado varios
MSS.: los principales existen en la Biblioteca Nacional y en la de la Real
Academia de la Historia. Signado el primero con la marca F. 96, lleva este
epígrafe: Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, es^
crita por el Bachiller Andreas Bernaldez, cura que fué de la villa de Los
palacios y capellán de don Diego Deza, arzobispo de Sevilla. Consta de
421 folios, y es copia sacada por el diligente Rodrigo Caro, por lo cual
merece todo aprecio. No es menos esmerada la de la Real Academia,
cuya publicación tiene á su cargo el ilustrado académico don Serafín Es-
té vancz Calderón. En los últimos anos se ha dado á luz siu embargo por
328 HISTORIA CRÍTICA DE U LITERATURA BSPAÍ^OLA.
matrimonio de los príncipes, objeto en Castilla del aplauso popu-
lar, significado en muy espontáneos cantares. ^. Comprendiendo
la mayor y más gloriosa parte del reinado, como que se adelan-
taba hasta nueye años ^obre la muerte de doña Isabel [1513],
tenia lugar el buen Cura de Los Palacios de trazar todos los he-
chos memorables que en su edad se habían realizado, desde las
turbulencias promovidas en Sevilla por los Guzmanes y los Pon-
ees de León hasta las treguas celebradas entre Francia y Espa-
ña, incorporada ya Navarra á la corona de Castilla. Ninguno de
los acaecimientos notables, ninguno de los fenómenos naturales
que tienen realidad en aquel largo período, pasa inapercibido
para el Bachiller, quien como testigo de vista de los principales
hechos y amigo de los personajes que en ellos intervienen, logra
referirlos con exactitud extremada. Acaso la misma ingenuidad
do su carácter, como hombre incapaz de abrigar la mentira, le
hace á menudo ser demasiado crédulo, como la exaltación del
sentimiento religioso le lleva también con frecuencia al fanatis-
mo y á la intolerancia ^. Pero dadas estas condicione^ de carác-
ter, en cuyo desarrollo no puede desconocerse una influencia ac-
alg^unos literatos gpranadinos la historia del Cura de Los Palacios; pero en
las cubiertas de un periódico, y no tan limpia de errores que no haga de
cada día más de apetecer la edición ofrecida por la Academia. Toda la
Crónica ó historia consta de doscientos cuarenta y seis capítulos en el có-
dice de la Biblioteca Nacional: Ticknor observa que el MS., de que se va-
lió, facilitado por el docto Prescott, tenia sólo ciento cuarenta y cuatro: la
diferencia es notable.
t £1 Cura de Los Palacios, después de consignar la profecía relativa al
rey don Fernando, que habia recogido Valera en el Doctrinal de Principes
(pág. 306 del presente capítulo)^ aseguraba, como hemos notado en otro
lugar (cap. XVIH, pág. 187), que tíos niños chiquitos tomavan pcndonci-
tos, é cavalgando en cañas gineteando, dezían:
Flores de Aragón
dentro en Castilla son, etc.»
Este cantar es anterior á las bodas de los Reyes Católicos (cap. Vil).
2 Tal sucede por «'jemplo al tratar de la expulsión de los judíos, narra-
da desde ol capíluloCX al CXIV, ambos inclusive. Biirnaldez rctlcja en estos
y análogos pasajes el estado general de las creencias populares. Adelante
veremos cómo este sentimiento se insinúa en los cantos de la muchedumbre.
ll/ P., CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 329
Civa, debida á la educación y al espíritu geaeral de aquella épo-
43a, es imposible negar al Cura do Los Palacios las principales
dotes de narrador, que han ganado á su Crónica universal es-
ft^inia. Diligencia infatigable en la inquisición de los hechos, per-
severancia en la averiguación de las circunstancias que los carac-
t, «rizan, amor sincero de la verdad..., tales son las virtudes que
^ obre todas otras resplandecen en su Jlistoria de los Reyes Ca-
£éilicos^ ora se refiera á los sucesos interiores de la monarquía,
ra investigue y exponga los exteriores; ya trate de personajes
jLtraños, ya dé á conocer los que. más ilustraron aquella afor-
t; manada edad, entre quienes distingue con su respeto y su ad-
liracion al renombrado marqués de Cádiz y al inmortal Colon,
loriándose de haberlos hospedado en su casa de Los Palacios ^
. Crónica de Andreas Bernaldez es por tanto uno de los libros
iis interesantes, relativos al glorioso reinado de Isabel la Cató*-
1 í ^i^a; y la misma naturalidad y llaneza de su estilo y lenguaje,
f-g «jae contrasta en verdad con el empeño mostrado alguna vez' por
%>^^ tentarse erudito, principalmente en la geografía é histo)*ia an-
ís ^^ua, le ganan desde luego la simpatía del lector, si bien le des-
p^^ijan del brillante galardón literario, que anhelaron y obtuvie-
ran^ ü otros narradores coetáneos.
Para que sea cumplida la idea que se forme de tan estimado
c^^onisla, parécenos conveniente insertar aquí una parte del capí-
^^^lo,en que refiere el descubrimiento del Nuevo Mundo. Dice así:
«En el nombre de Dios todo poderoso: Ovo un hombre de tierra de
1 Capítulo CXXXÍ. £1 ilustrado Bachiller no solamente se ufana con ha-
^cr tratado familiarmente en 1496 á Cristóbal Colon, cuyo hábito y /"opto-
Ties dá á conocer con el mayor esmero, sino que tiene en mucho que el in-
mortal descubridor del Nuevo Mundo le comunicara algunos MSS., con los
cuales enriquece la narración de los memorables sucesos, que al descubri-
miento se refieren (caps. CXVIlí al CXXXI citado). No se olvide que An-
dreas Bernaldez era capellán de don Diego Dcza, quien siendo catedrático
eo la Universidad de Salamanca, aprobó y tuvo por buena la demostración
que ofreció Cristóbal Colon de la existencia de nuevos continentes del lado
allá del Atlántico (Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, lib. III, capí-
tulo XÍX; Argensola, Anales de Aragón, lib. 1, cap. 10; Pizarro, Varones
Ilustres de América ^ etc.).
r
330
MISTOIUA GKÍTICA DE LA LITEKATUKA ESPAÑOLA.
«GrénoTa, meroader de libros de estampa, qae trataba en esta tíemí qp»
«llamanan Xpval. Colon, hombre de muy alto ingenio, sin saber mnobas
»letras, muy diestro en el arte de la cosmographfa, é del repartir del
nmundo; el qual sintió por lo que en Ptolom'eo leyó é por otros libros y
))8u delgadez cómo y en qué manera el mundo este en que naa^emot é
«andamos, esté fijo entre la esphera de los ^ielos, etc., é fizo por sa inge-
»nio un mapa mundi de esto y estudió mucho en ello; y sintió qoe por
))qualquier parte del mar Ogéano andando é travesando, no se podía er-
))rar tierra; y sintió por qué via se fallaría tierra de mucho oro. Y le-
nto de su imaginagion, saviendo que al rrey don Juan de Portugal
napla^ia mucho el descubrir, él se le fué conbidar, y recontado el fecho
)>de su imaginación, no le fué dado crédito, porque el rrey de Portugal
Dtenia muy altos y fundados marineros que no lo estimaron y presomian
Don el mundo no aver otros mayores descubridores quellos. Ansi que
)}Xpval. Colon se vino á la corte del rey don Fernando y de la rey na do-
uña Isabel, é les fizo relagion de su imaginación: al qual tampoco dauan
Dmuoho crédito; y él les platicó muy de gierto lo que lea de^ia y les
«mostró el mapa mundit de manera que les puso en deseo de saver de
«aquellas tierras. Y dexado á él, llamaron ombres sabios astrólogos y es-
«tronemos y onbres del arte de la cosmographía, de quien se informa*
«ron; y la opinión de los más dellos, oyda la plática de Xpval. Colon,
«fué qxk decia verdad. De manera quel rey é la Keyna se aficionaron á
«él y le mandaron tres navios en Sevilla, bastecidos para el tiempo qoél
«pidió, de gente é-vituallas; é lo enbiaron en el nombre de Dios é de Nra.
«Sra. á descubrir. El qual partió de Palos en el mes de Setiembre del
»añodel492«i.
Lástima fué que quien se honraba con la amistad de Colon y
gozó de sus propios apuntamientos, que supo aprovechar para
la exposición del descubrimiento, do hubiera dado mayor exten-
sión á sus antecedentes, recabando para sí el aplauso que obtu-
vieron después otros historiadores.
Alcanzábalo en efecto más cumplido Hernando del Pulgai*,
quien antes de consagrarse, por mandado de los Reyes Católi-
cos, á escribir su Crónica, se habia distinguido en vario con-
cepto como cultivador de las letras patrias. Nacido en Madrid -
* t
1 Cap. ex VIH.
2 La mayor parle de los escritores, incluso el último editor de los Cía--
ros Varones [Madrid, 1775], hacen á Pulgar natural del reino de Toledo.
— Gonzalo Fernandez de Oviedo, que le conoció y trató en la corte de los
Reyes Católicos, fijó en sus Batallas y Quinquagenas esta cuestión, mani«-
Il/ P., CAP. \X. EST. UIST. ÜUR. EL U. 1)E LOS R. C. 331
dorante el último tercio del reinado de don Juan U, educóse
en su corte, donde cobró extremada afición á los estudios, dis-
tiogoiéndose ya desde su juventud con excelentes produccio-
nes, que por desgracia no han llegado i, nuestros dias ^. Con
dolor vió Hernando del Pulgar los calamitosos dias de Enri-
que IV; y tal vez huyendo sus escándalos, tal vez para desem-
pefiar alguna comisión de aquel príncipe, á quien procuró ser-
rír con entera lealtad, pasó á la corte de Francia, dando al-
gnna noticia en sus cartas de este viaje ^. Elevada Isabel al
¿roño de Castilla, llamóle á su lado y revistióle con los hon-
rosos cargos de secretario, canciller de su puridad y su cronis-
ta^ siendo muy racional que desde aquel momento siguiese cons-
(a.ntemente la corte, á. fin de cumplir con las obligaciones que
h&lia aceptado. Ya en edad avanzada, asistia en efecto al asedio
d e muchas ciudades y castillos en el proceso de la guerra con-
irsí los mahometanos; y derribado el trono de los Beni-Nazares,
fcsUndo que fué natural de Madrid (Diálogo de don Diego Hurtado de
l^cndoxa, duque del infantado). Considerando que Oviedo nació y vivió
Iskrgo tiempo en Madrid, conociendo su puntualidad y exactitud al allegar
Isis noticias que dan extremado ínteres á todas sus obras y recordando que
Madrid perteneció al antiguo reino de Toledo, como hoy pertenece á su
arzobispado, no hemos vacilado en seguirle. La época del nacimiento de
^^Igar se deduce de sus propias obras: de su educación y de la represen-
^^oion que alcanza durante el reinado de Enrique IV nos habla en la dedi-
catoria de los Claros Varones y en varias de sus Letras (Véase el prólogo
^^ la edición de 1775).
1 Marineo Sículo, De Hispaniae laudibus^ lib. VII. £1 mismo Pulgar
^^ noticia de una glosa ó explicación del Padre Nuestro^ que dirigió á su
'Ja, para que se ejercitase en el retiro del monasterio {Letra XXIII de
^9 publicadas). Don Nicolás Antonio dice haber visto en la biblioteca del
^^arqués de Agrípoli una Crónica de Enrique IV debida á Pulgar. — Nin-
^ \]o escritor coetáneo la menciona, si bien nada tiene de inverosímil el que
^ H hombre dotado de la ciencia de este, dado á los estudios históricos y tan
^^nocedor de la corte de don Enrique, como nos enseña la glosa á las (/O-
^^Uu de Mingo Revulgo, trazase el cuadro de aquel reinado. Lástima es, si
^^1 hizo, que la expresada Crónica no haya llegado á nuestros dias: núes-
^ •os esfuerzos^ para descubrir su paradero, han sido por lo menos infruc-
^^osos.
2 Letra XXIII citada; dedicatoria de los Claros Varones^
332 HISTORIA crítica de la literatura espaüola.
parecia poner término á sus tareas literarias con una Relaem
de los Reyes moros de Granada^ presentada en 1492 á la üh
mortal Isabel, siendo esta la vez postrera que le hallamos meih
cionado en documentos coetáneos ^
Las obras de Hernando del Pulgar que por sernos hoy ooih>-
cidas, vinculan su nombre en la historia de las letras españolas,
son indudablemente: el Comentario á las Coplas de Mingo Jle-
vulgo, antes mencionado ^; los Claros Varones de Castilla^ de-
dicados á la Reina Isabel ^; la Crónica de los Reyes Católicos^
escrita por su mandato; la Relación de los Reyes moros de Gra--
1 Algunos escritores suponen sin embargo que Pulgar habia ya muerto
en 1486, y otros le hacen vivir hasta 1490 (Martínez de la Rosa, Vida de
Hernán Pérez, el de las HazañaSf pág. 229: Madrid, 1834); pero con tan
poco fundamento los primeros, como advirtió ya el diligente Clarús (t. II,
págs. 443 y 444)^ pues que el mismo Antonio de Nebrija, que puso en latín
la Historia de los Reyes Católicos, de que vamos á tratar, declara que lo
escrito por Pulgar alcanzaba á la conquista de Granada (clUud Chronicon
bello granatensi terminatur»), si ya no es que supusieran que sólo llegc
aquel hasta el principio de la guerra, deduciendo de aquí su fallecimientc
antes de terminarla. La Relación de los Reyes moros de Granada, mencio-
nada ya por don Nicolás Antonio, fué incluida por el diligente Valladares
en el Semanario Erudito (t. XII, pág. 57 y sigs.), constando de la misma
la afirmación que hacemos en el texto. Así lo ha reconocido también el
erudito Ticknor, que parece haberla examinado (t. I, época I.*, cap. IX),
opinando que Pulgar muere después de 1492 y acaso antes de 1500.
2 Véase el capítulo XVI de este volumen.
3 Pulgar no sólo habla con la reina Isabel en la dedicatoria, á que alu-
dimos, sino que aprovecha sus propias digresiones para manifestar al lec-
tor que habla siempre con la Reina Católica de Castilla. Así vemos por ejem-
plo que le consagra el título XIV y que en el XVII, después de mencionai
algunos héroes de la antigüedad, cuyo estudio y conocimiento le interesar
por extremo, se dirige á la reina para ponderar las virtudes de sus natura-
les, cerrando toda la obra con otro breve razonamiento fecho á la Reync
Ntra, Sra, Los Claros Varones, que encierran hasta veinticuatro biogra-
fias (demás de los dos títulos citados), empezando por Enrique IV y termi-
nando con don Tello, obispo de Córdoba, se imprimieron por vez primen
en 1500 (Sevilla) con las treinta y dos Letras, de que hablaremos adelan-
te, y se reimprimieron en 1528 (Alcalá), 1543 (Zamora), 1545 (Vallado-
lid), 1632 (Amberes), 16T0 (Amsterdara), 1747 y 1775 (Madrid). Véase c
prólogo de la última edición sobro este punto.
Il/ ?.f CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 333
nada ya referida, y sus curiosísimas Letras; no pudiendo adju-
cjícársele con igual certidumbre la Historia del Gran Capitán y
de las dos conquistas del reino de Ñapóles^ una y otra vez atri-
l)aida á su nombre ^ Si Pulgar no hubiera escrito más que los
Claros Varones de Castilla y las mencionadas Letras^ basta-
ríanle estas obras para merecer los elogios, que dignamente le
tributan críticos nacionales y extranjeros. Siguiendo el notable
ejemplo de Fernán Pérez de Guzman, cuyos Claros Varones^
escritos en metro, menciona en la dedicatoria, con las Genera^
dones y Semblanzas ^; 6 ya aspirando á la gloria má^ reciente
de Bartolomé Fazzio, grandemente estimado en la erudita cor-
te, que ilustraban los Martyres y Geraldinos ^, movíase Hernan-
1 El docto Clarús, al declarar en su Cuadro de la literatura española
de la edad-tnediaf tantas veces citado por nosotros, que se atribuye á Pul-
gar una Historia del Gran Capitán^ que él no habia visto, escribe: «Debo
observar que el Gran Capitán sobrevivió en veinte años á su supuesto bi6«
grafo» (t. II, pág. 443)^ Esta sencilla observación basta en efecto para com-
prender que los editores de la expresada historia se apoderaron del nombre
del cronista de los Reyes Católicos para autorizarla, lo cual sucedió también
con otros muchos libros, durante los siglos XVI y XVII. Con sólo conside-
rar que se trata de las dos conquistas del reino de Ñapóles^ debió com-
prenderse que la Historia del Gran Capitán no podía atribuirse á Hernan-
do del Pulgar, muerto dentro del siglo XV. La edición de la expresada hiS'
torta lleva la data de Alcalá y la fecha de 15S4, y fué debida á Hernán
Ramírez, mercader de libros.
2 cVerdad es (dice) que el noble caballero Fernán Pérez de Guzman es-
•cribió en metro algunos Claros Varones, que fueron de España: asimis-
»mo escribió brevemente en prosa las condiciones del muy alto y ex9e-*
»lente rey don Juan, de esclarecida memoria, vuestro padre [de la Reina
»Isabel], é de algunos caballeros é perlados, sus subditos, que fueron
»ensu tiempo».
3 Véase el cap. XVIII de este Subciclo y volumen. En cuanto al libro
de Fazzio, que lleva por título: De Viris ülustribus suae tempestatis, que
no cita Pulgar, conviene advertir aquí que si bien alcanzaba en España
grande estimación, hasta ser imitado en lengua latina, por la misma natu-
raleza de la civilización italiana y por el desarrollo que habían logrado en
aquel afortunado suelo letras, artes y ciencias, giraba en más amplía esfe-
ra qu9 los libros castellanos. Así vemos que se consagra con igual esmero
¿ consignar la gloria de los poetas y los oradores, los jurisconsultos y los
médicos, los pintores y los estatuarios, figurando al lado de los Panormi-
334 HISTORIA CRITICA DK LA LITERATUKA ESPAJ^CLA.
do del Pulgar á trazar en breves, pero pintorescos y á veces ^/-
gorosos cuadros, las vidas de los más ilustres personajes, á^m su
tiempo, no pareciendo exagerado juicio el asentar que supo ew:^~nu'
lar siempre y oscurecer en algunos momentos á sus proifz^ios
modelos. Cierto es' que no todos los personajes se ofrecen. ai
pincel de Pulgar con igual severidad y grandeza de líneas, conao
que no todos alcanzaban la misma estatura, ni habian ejerc?ic3o
en la república análogo ministerio; pero por la misma razoni <s
más digno de elogio cuando con estilo firme, conciso, sentent3Í^-
•
so, grave y siempre levantado, con lenguaje escogido y o^si
siempre elegante, le vemos animar aquella selecta galería de r^ ^-
tratos, en que leemos los nombres y vemos brillar la fisonarK:^^^^
de magnates tan insignes como el Almirante don Fadrique , ^^
Conde de Haro, el Marqués de Santillana, don Rodrigo Villo- ^■^^
drando y don Rodrigo Manrique, y de prelados tan esclarecí <^- ^^
tas, Philelphos, Strozas y Pontanos, los Crlsóloras, Nicolis, Áurispas y
netos; al lado de los Tmolas, ZabareUas y Sículos, los Gentiles, GáliC4
Písanos; al lado en fin de los Bcssarioncs, Trebisondas y Grecos, los
rcntinos, Donatellos y Rcnli'os. Los estudios biográficos no habian podl>
tomar en España este carácter general, limitados todavía á las más sb. '^
clases sociales, que constituían el clero y la nobleza. De observar e^
este particular que aun dada esta situación, llevó la última la ventaja,
que sólo obtuvo el episcopado ocho títulos de los veinticuatro, en que
gar nos ofrece sus retratos. Esta observación se confirma aun en los
mos imitadores de Pulgar: pagóse de continuar los Claros Varones el
tendido Florian de Ocampo, quien escribiendo en 3 de Mayo de 154'
doctor Juan de Vergara, hijo del insigne estatuario de este nombre, le
cia: «Yo había comenzado á hacer una Adición á los Claros Varom
Hernando del Pulgar ^ poniendo las personas notables de nuestros tit
pos y ajuntúndolos todos con los de Fernán Pérez de Guzman... I^ mii
de las personas envió á Vmd. para que me escriba su parecer sí son di(
ó no; porque lo tendré yo por gloria y precepto de lo que haya de hi
adelante, si tuviese tiempo». En la minuta se incluían los nombres de
Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, don fray Pasqual, obisj
Bargos, don fray Francisco Ximenez de Cisneros, arzobispo de Toledo, e
no figurando ningún artista, poeta ni científico. — Ocampo escribió las
primeras biografías y con la segunda llegó hasta la reformación de las
denes, llevada á cabo por el confesor de la Reina Isabel; pero no sabei
su paradero.
Il/ P., CAP. XX. BST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 335
como Alfonso de Santa Marfa, Alfonso de Avila, don Tello' de
Córdoba y el mismo don Alfonso Carrillo, cuyas turbulencias re-
jprendia y condenaba Pulgar, aun en las Letras que le dirige ^
Xícito juzgamos, para que nuestros lectores formen entero con-
^>epto del estilo de Hernando del Pulgar, como biógrafo, tras-
ladar aquí algunos rasgos de sus retratos; y al propósito daré-
:nos la preferencia al Título del Marqués de Saníillana, cuya
fisonomía literaria y moral hemos procurado dar & conocer en
I ligar oportuno *:
aDon Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana é conde del Real
!>cle Manzanares^ é señor de la casa de la Vega, fijo del almirante don
» X>iego Hartado de Mendoza, é nieto de Pero Gronzalez de Mendoza, se-
'^fior de Álava, fué hombre de mediana estatura^ bien proporcionado en
X¿& compostara de sus miembros é fermoso en las facciones de su rostro;
^^<Xe linaje noble castellano é muy antiguo. Era hombre agudo é discreto,
'^^ de tan gran corazón que ni las grandes cosas le alteraban, nin en las
*> F^ec^neñas le placia entender. En la continencia de su persona é en el
» Y*si^x>nar de su fabla mostraba ser onbre generoso é magnánimo. Fabl&-
^^^>^ muy bien é nunca le oian decir palabra que non fuesse de notar,
**C|ixier para doctrina, quier para placer. Era corles é honrador de todos
"^Aoe que á él venian, especialmente de los onbres de giengia... Fué muy
^>templado en su comer é beber, é en esto tenia una singular continen-
'^Msia. Tovo en su vida dos notables exergigios : el uno en la disciplina
))Qiilitar; el otro en el estudio de la gien^ia; é ni las armas le ocupaban
»el estudio, nin el estudio le impedia el tiempo para platicar con los ca-
nvalleros é escuderos de su casa en la forma de las armas necesarias pa-
»ra se defender, é quáles avian de ser para ofender, é cómo se avia de fe-
orir al enemigo é en qué manera avian de ser ordenadas las batallas, é la
«disposición de los reales, cómo se avian de combatir é defender las for-
otalezas é las otras cosas que requiere el exercicio de la cavalleria. E en
»esta plática se deleytaba, por la gran habituación que en ella tovo en su
jtmo^dad. E por que los suyos supiessen por experiencia lo que le oian
»dezir por dottrina, mandaba continuar en su casa justas, é ordenaba
)»qae se fígiessen otros exergiQios de guerra, porque á sus gentes, estando
nhabi toadas en el uso de las armas, les fuessen menores los trabajos de
»la guerra. Era cavallero esforzado; é ante de la fazienda cuerdo é tem-
x>plado, é puesto en ella ardid é osado; é nin su osadía era sin tiento, nin
1 Letras HI.* y IV.' — Volveremos á mencionar estas epístolas en lugar
oportuno.
2 Véase el cap. \IU de este Subciclo, t. Vi, págs, 108 y siguientes.
336 HISTORIA crítica DB la literatura BSPAflOLA.
Den su oordara se mezcló jamás punto de cobardía.. . Era hembra OMg-
Doánimo, é esta su magnanimidad le era ornamento é compostara de to-
ndas las otras virtudes...: tenia una tal piedad que qualquier atribulado
»ó perseguido que venia á él, fallaba muy buena defensa é consolación
»en su casa, pospuesto qualquier inconveniente que por le defender se le
«pudiese seguir... Este ca vallero ordenó en metro los proverbios que co-
nmienzao: Fijo miOt mucho amado, etc., en los quales ¿e contienen qua-
ssi todos los preceptos de filosofía moral, que son nesgarlos para rá*-
»tuosamente vivir. Tenia grande copia de libros é dábase al estudio espe-
Mcialmente de la moral filosofía é de cosas peregrinas é antiguas, é tenia
))siempre en su casa doctores é maestros, con quienes platicaba las s^ién-
»9ias é lecturas que estudiaba. Fizo asimismo otros tractados en metro é
»en prosa muy doctrinales, para provocar á virtudes é refrenar vi^ioa; y
»en estas oosas pasó él lo más del tiempo de su retraimiento^ etc. l.
Eir esta, como en las restantes biografías^ brillan las virtudes
literarias que la critica moderna se complace en reconocer, al
examinar los Claros Varones: en ellos resalta, siendo en verdad
uno de sus principales caracteres, con el hidalgo anhelo de en-
salzar los merecimientos de los personajes que retrata, el no
menos meritorio de acaudalar sus pinturas con excelentes má-
ximas de filosofía moral é interesantes anécdotas, que dan razón
de los estudios clásicos que Hernando del Pulgar habia reali-
zado.
Iguales caracteres han descubierto algunos escritores moder-
nos en la Crónica de los Reyes Católicos, si bien acusándole de
cierto exagerado atildamiento y excesivo anhelo de mostrarse
erudito en el indicado sentido; pero al motejarle alguna vez de
pedantería, no se ha procedido con el fundamento y la justicia que
se han menester, habida consideración al progreso natural de los
estudios históricos. Siendo asunto de la obra de Pulgar tan me-
morable reinado, fué su principal cuidado presentar la materia
histórica, cuya abundancia le fatigaba *, de una manera clara y
perceptible; y aspirando ya al oficio de verdadero historiador.
1 Titulo IV.
2 En la Letra XI de las publicadas, dirigida á la Reina Católica, se
quejaba en efecto de la exuberancia de material histórico, que ofrecía tan
hazañero y floreciente reinado, llamado á realizar las aspiraciones del pue-
blo español, abrigadas en siglos precedentes (Ed. de 1775, pág. 14S).
fl/ P.y CAP. XX. BST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 337
^'▼idiota en tres partes, acomodando en la primera todos los
precedentes del reinado, consagrando la segunda & los ocho pri-
meros años^ en que parecia constituirse realmente la gran mo-
narquía española, saliendo del c&os de tiempos anteriores, y des-
^inando finalmente la tercera á las grandes empresas militares,
due postran á los pies de Isabel el imperio de Granada ^ Á esta
cM isposicion, verdaderamente histórica y critica, que revela des-
e luego en Pulgar la influencia activa é inmediata de los estu-
ios cl&sicos, ya á la sazón realizados, uníase su recto y sano
icio, fortalecido á menudo por reflexiones y máximas filosófl-
, cuándo relativas & la moral, cuándo á la política; y lo que
todavía más importante, aquella facilidad y fuerza de pincel
el bosquejo de los personajes, que tan señalado precio había
doá los Claros Varones *. — Muy celebradas han sido las aren-
s y discursos, que á imitación de Tito Livio, puso Hernando
i Pulgar en boca de los magistrados, magnates y demás va-
es que toman parte en los sucesos históricos, expuestos en
secuencia de una manera dramática; y mientras unos críticos
"S El erudito Garús, uno de los más discretos historiadores de las letras
e0.K^ «ñolas, declara que no le fué posible consultar la Crónica de Fernando
é '^'^mabd, al trazar el Cuadro de la literatura castellana de la edad me^
d*^'~^ (t. H, ut supra). Ticknor, que sólo menciona dos crónicas, relativas al
t^^ ^K:iado de estos príncipes, manifiesta que Pulgar tiene , como cronista,
f^^^^o mérito, si bien le concede dignidad y decoro en el estilo, considerán-
^^^^3 propio en realidad de la verdadera historia, y juzga acertada la d¡-
<^ hiende la materia, observando que es acomodada al objeto de la obra
C*^- I, Primera época, cap. IX). Este juicio nos parece algún tanto contradic*
2 De buen grado trasladaríamos aquí alguno de estos retratos, para que
^^dieran los lectores compararlo con los ya conocidos de los Claros Varo~
f^i. £1 deseo de no dar excesivo bulto á estos estudios, nos mueve á omitir-
lo, no sin apuntar que entre todos merece la preferencia la pintura que hace
del rey don Fernando, trazada en verdad de mano maestra. Empieza: tEra
»este rey de mediana estatura: tenia todas las partes de su persona bien
«proporcionadas y sacadas: el color blanco, con muy gracioso lustre: el
Mgesto alegre y claroi, etc. Termina: «Sobre todo dio muy clara muestra y
jexémpio de gran saber y seso en sufrir y templar las adversidades y tra-
«bujos, las muertes de fijos, yernos é nietos», etc.
Tono vii. 22
I
338 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA BSPAHOLA.
han ponderado su elocuencia, por la virilidad romana que en alia
& veces resalta, tfldanle otros de impropiedad, por no jaigirla
conveniente á una crónica ^ Pero sobre no ser este cargo acep-
table, sin condenar los estudios históricos & un estacionamiento
incomprensible, justo es tener muy en cuenta que no otro debía
ser el efecto de la influencia clásica, respecto de la historia, como
k) demostraba en el suelo de Aragón por el mismo tiempo el ya
conocido Micer Gonzalo de Santa María. Así, tampoco podrft ser
cargo para Pulgar la dignidad, el decoro, la elegancia y com-
postura de su estilo y lenguaje, virtudes todas que revelando el
triunfo de la revolución formal en las más altas esferas del arte,
preludiaba el próximo reinado de la verdadera historia. Oigá-
mosle para comprobación de todo lo expuesto en la aplaudida
arenga, que pone en boca de don Gómez Manrique, alcaide y
alguacil mayor de Toledo, cuando intentaban algunos morado-
res de aquella ciudad abrir sus puertas á don Alfonso de Portu-
gal, si bien no falta motivo para creer que Pulgar trasladó inte-
gro & la narración histórica y tal como don Gómez, elocuente
orador, lo pronuncia, este notabilísimo discurso ^. Empieza asi:
((Si yo, cibdadaaos^ non conosgiera que los buenos é didoretos de
«otros desseajd guardar la lealtad que deveys á nuestro rej 7 el estado
»pacíñ(X) de vuestra gibdad, mi tabla por cierto é mis amonestaciones sc-
»rían supérñuas; porque vana es la amonestación á los ma(;ho6, qtuuido
))todos obstinados siguen el consejo peor. Pero porque veo entre Tosotros
«algunos que dessean binir pacifícamente, veo assi mesmo otros macn^e-
))bos engañados con promessas y esperanzas inciertas, otros vencidos del
))peoadode la cobdicia. creyendo enrújuecer en cibdad turbada con ro-
»bos é fueras, — acordé en este ayuntamiento de amonestar lo que á to-
»dos conviene; porque conoscidala verdad, non padezcan muchos poren-
»gaño de pocos. Non se turbe ninguno, nin se altere, si por ventura no
noyere lo que le plaze; porque yo en verdad bien os querría complazer;
nperomásos dcsseo salvar. Toda honra ganada... y toda franqueza a^-
))da, se conserva^ continuando los leales é virtuosos trabajos oon que al
»príncipiose adquirió, y se pierde, usando lo contrarío...»
1 Ticknor (loco citato).
2 Véase el estudio que respecto de la elocuencia nacemos ea el siguien-
le capítulo y sobre todo las Ilustraciones
!(/ P.y CAP. XX. EST. UIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 339
Xxpuestos los gloriosos títulos de los antiguos toledano3 y el
estado de las cosas^ prosigue:
«¿Non svria alguna ooasiderüQioii al temor de Dios^ nin vos pungerfa
>Ia irerguenza de las gentes, ó siquiera os moveriades á compassion á la
«tiena que morades? ¿Podríamos saber qué es lo aue querejs? ¿ó quán-
i^do avrán fin vuestras rebeliones é variedades? ¿O podría ser que esta
»cit)dad sea una é dentro de una perca, é non 8e§ tantas nin mandada por
^tantos? ¿No sabeys que en el pueblo do muchos quieren mandar, nin-
^gT'XBo quiere obedesger?... Yo siempre oy dezir que proprio es á los re-
^X^s el mando é á los subditos la obediencia; é quando esta orden se
^pervierte, ni ay gibdad que dure, nin rey no que permanezca. E vos-
*^*^*^)« non soes superiores é quereys mandar: soes inferiores é non sabeys
^^^^^cs^cr. Do se sigue rebelión á los reyes, males á vuestros vezinos,
»t>A^^^^ á vosotros é deátruy^ion común á los unos é á los otros».
botando las causas de este desasosiego y frecuentes altera-
ciones, añadía:
**-*^ienso yo que vosotros non podéis buenamente sufTrir que algunos
"^^^^ Juzgays non ser de linaje, tengan honras é offigios de gobernación
"^^^ esta cibdad, porque entendeys que el deffecto de la sangre les qui-
'*J^^«t la habilidad del goveruar. Assí mesmo vos pesa ver riqucgaa en
^ ^^bres que, según vuestro pensamiento, non las merecen, en especial
«J^jt^^Uog qyg nuevamente las ganaron. E destas cosas que sentís ser in-
^ ^**t>ortables, se engendra un mordimiento de invídia, y de invídia nasge
^ ^^io tal que vos mueve ligeramente á tomar armas é fager insultas
^ X^ cibdad; é non sé yo qué se puede collegir desto, salvo que quer-
^^^^s enmendar el mundo, porque vos paresge que vá errado é los bie-
^^ del non bien repartidos. ;0 cibdadanos de Toledo! pleyto viejo to-
^^^s por cierto é querella muy antigua usada é non aun por nuestros
^^^^^os fenes^ida; cuyas raices son hondas, nas^idas con los primeros
^^^bres, y sus ramas de confusión, .que giegan los entendimientos, y
^^a flores secas y amarillas que afligen el pensamiento, y su fruto tan
^^^fiado y tan mortal que crió y cría toda la mayor parte de los males^
^ue en el mundo passan y han passado, los que aveys oído y los que
^veys de oyr. Mirad agora quánto yerra el apassionado de este error,
^ ^Xirque dexando de dezir cómo yerra contra ley de natura, pues todos
hornos nascidos de una massa é o'vimos un principio noble, y especial-
^^nte aquella clara virtud de U charidad, que nos alumbra el camino
'^tle la felicidad verdadera», etc. i.
t Fól. 75 y siguientes de la edición de Zaragoza, 1567. — En orden á las
^ mpresíones que se han hecho de la Crónica de los Reyes Cathólicos, con-
540 HISTORIA CRtTICA DB LA ITBRATURA ESPAfiOLA.
Con verdadero sentimiento dejamos de copiar lo restante de
esta notabilísima arenga, que de buen grado hubiéramos trasla-
dado integra. Por ella, así como por los demás discursos y re-
tratos, de que siembra Pulgar su Crónica^ podemos ya descu-
brir y aun fijar el camino que con mayor amplitud debían en
breve seguir los cultivadores de la nacional historia. Con estos
de la particular de C&stilla y de Aragón se hermanaban eu el
propósito, cual v& arriba insinuado, el obispo, don Diego Ra-
viene advertir que apareció ea 1565 con esta portada: c Crónica de ¡os muy
altos y esclarecidos Reyes Cathólicos don Fernando y doña Isabel, de
gloriosa memoria, dirigida á la Cathólica Real Magestad del rey don
Phüipe, nuestro señor, compuesta por .el Maestro Antonio de Nebrixa,
chronista que fué de los dichos Reyes Cathólicos. Impresa en VaUadolid,
en casa de Sebastian Martinez; año de MDLXV, Con privilegio. Está
tasado á tres maravedís el pliego». ¿De dónde pro venia el error de hacer á
Nebrija autor de una obra, que no escribe?... Reparando en que era el edi-
tor nieto de aquel celebrado latinista, considerando que al presentar la
Chrónica á Felipe II, afirmó de un modo positivo que su abuelo la habla
compuesto tal como el la ofrecía al rey (Dedicatoria); y no siendo posible
atribuir á punible superchería esta afirmación, parécenos muy probable la
suposición de que Antonio de Nebrija, el nieto, hubo de recibir entre los
papeles y MSS. que fueron de Antonio de Nebrija, el abuelo, la referida
Chrónica, y que teniéndola por obra suya y desean<lo recabar para su ilus-
tre nombre aquella gloria, no vaciló en presentarla en tal concepto á Feli-
pe II, así como Xanto de Nebrija, hijo del maestro de la Reina Isabel, ha-
bla sacado á luz veinte y cuatro años antos sus Decadas latinas. Dos des-
pués se daba á la estampa bajo este iUulo y portada: Chrónica de los muy
altos y esclarecidos Reyes Cathólicos don Hernando y doña Isabel, de glo-
riosa memoria, dirigida á la Cathólica Real Magestad del rey don Phi»
Upe nuestro Señor: compuesta en romance por Hernando del Pulgar,
chronista de los dichos Reyes Cathólicos: vista por el expellentissimo y
reverendissimo señor don Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza y
visorey de Aragón, Con una sumaria de las otras conquistas y con su li-
cenQia impreso en Zaragoza en casa de Juan Millan, año MDLXVIl,
Véndese en casa de Miguel de Suelves, alias Capilla, infanzón, mercader
de libros y vezino de la dicha ciudad. Desde entonces ha seguido Pulgar
en posesión de su crónica, siendo digno de consignarse aquí que el diligen-
te Tamayo de Vargas en su Gran Junta de Libros menciona dos ediciones
anteriores á las citadas: la primera hecha en Sevilla por Juan Picardo (1543,
4.®), y la segunda en Valladolid por Francisco Fernandez (1545, 4**.).
No conocemos estas impresiones.
Il/ P.y CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 341
mirez de YiUaescusa, autor de una Historia de la vida y muerte
de la Reina doña Isabel y de unos Diálogos sobre la muerte
del Príncipe don Juan ^; el doctor Lorenzo Galindez de Carva-
jal, que lo fué de un Registro ó Memorial de los lugares mita-
dos por los Reyes Católicos ^; el muy experimentado varón en
letras y armas Gonzalo de Ayora, cronista del Rey Católico,
9ue consagró sus vigilias á ilustrar la vida de doña Isabel ';
1 Cita estos preciosos tratados, desconocidos hasta ahora, el entendido
investigador Gil González Dávila en su Teatro Eclesiástico, tomo I, pági-
"^ 478. La importancia de los asuntos hace por extremo sensible el que do
^^ oleran oportunamente á luz, habiendo sido infructuosas nuestras diligen-
^'^^« para descubrir su paradero.
^2 Se ha publicado en la Colección de documentos inéditos, que dan al
P^^lico con aplauso y provecho de los doctos, los Sres. Pidal y Salva.
^ ^ El mencionado Gonzalo Fernandez de Oviedo en su libro De los Ofi'
^^09 efe la Casa Real, hablando de la guarda de los Reyes, dice: «Muerta la
^^* •^«fc, acordó el Rey Católico, que quedó por gobernador, tomar guarda de
^^^t>^rdero8 para su persona; éhizo su capitán de ella á Gonzalo de Ayo-
ti coronista, hombre diestro en armas é perfecto soldado, é de buenas
ílidades é partes; hombre hijodalgo é natural de Córdoba, docto é buen
3 e orador, el qual en 'Italia habia mucho tiempo cursado en servicio
^^ -^vdovico Esforza, duque de Milán», etc. (Cód. £. 203 de la Biblioteca
^^i^nal, fól. 266 v.). Áyora gozó en efecto de clara reputación en su tiem-
.^^ » '^ alcanza lugar señalado en la historia de la milicia española, cuya tác-
^^^^ cometió á nuevos principios, regularizando su organización y sus movi-
^^ v^tos. — Hijo de Córdoba, como dice Oviedo, pasó en Italia los primeros años
^ ^«juventud; y mientras en la escuela del Gran Capitán y en el ejemplo
^ ^^tras naciones granaba su inteligencia, como soldado, nutria su espíritu
1 estudio de las letras clásicas, oyendo en la Universidad de Pavía á los
t excelentes doctores. Dueño de los tesoros de la lengua latina, tradujo á
_ . del materno romance varios tratados, y entre ellos los que llevan por
^^vxlo: De Concepcione Immaculata y De natura hominis, debidos á Pedro
^^1 Monte, que florece en la corte de don Juan lí (Milán, 1492 — 1493); y
^Mituido á España á tiempo en que los Reyes Católicos triunfaban en Gra-
^9ida, con recomendación eficacísima de Galcazo Sforzia, duque de Milán,
Mereció ser distinguido por ellos, hasta llegar á ser instituido cronista y des.
^aes Capitán de la guardia de alabarderoSt que él mismo organizó (Ovie*
^o,ut supra). Escribió primero uiisl Historia de la Reina Católica doñaísa»
Idt y más adelante la Relación de la toma de Masalquivir y un Epilogo
de algunas coscas dignas de memoria, pertenecientes á la ciudad de ÁvHa
(Salamanca^ 1519). Establecido en Falencia^ le hallaron allí los disturbios
542 HISTORIA CRITICA DE LA LITBRÜTÜRA BSPAÍ^OLA.
el cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, que trazó asimismo dife-
rentes Crónicas ^, Luis de Correa, que escribió como testigo
ocular, la Conquista de Navarra, llevada á cabo en i512 *, y
con ellos Juan de Carrion, muy elogiado de Gonzalo de Ovie-
do '; el Maestro Estovan de Rivadavia, á quien fué debido el
curioso Libro de la imagen del mundo ^; Martin Fernandez de
Enciso, copilador de la Suma de Geographía ', y otros mo-
chos ingenios, que dedicados & los estudios auxiliares de la
ciencia histórica, mostraban ya, como sus cultivadores, que se
acercaba la época de su mayor desenvolvimiento.
Al calor de todos estos ingenios, crecían también otros escri-
tores, que si no aspiraban á la reputación literaria de los Vale-
ras, Santa Marías y Pulgares, no pueden pasarse en silencio sin
grave falta, no sólo por lo que vienen á representar en el esta-
dio de las ideas políticas, sino también por el efecto pernicioso
que su ejemplo llega al cabo á producir en las esferas de la hís-
de las Comunidades, siendo incluido en la lista de proscripción publicada por
el Emperador en 28 de octubre de 1522. — Adelante volveremos á mencionar
este ilustre hijo de Córdoba, que logra por sus Cartas, más afortunadas que
sus historias y sus poesías, distinguido lugar en la de las letras españolas.
1 Biblioteca del Escorial III. &. 29, fól. 1. — Alonso de Santa Cruz ma-
nifestaba que, al venir á la corle, presentó muchas cartas de geografía «en
•diversas formas hechas y muchos libros de historias é crónicas de los
» Reyes Católicos, don Hernando é doña Isabel, con otros libros de filoso-
• fía», etc. Gozó la estimación de la Reina Católica, y después la de su nieto
don Carlos, contribuyendo con sus trabajosa la educación de Felipe II.
2 La Conquista de Navarra fue dedicada por Luis Correa al comen-
dador mayor de la Orden de Calntrava, y se imprimió en Salamanca por
Juan de Várela, terminándose á primero de noviembre de MDXIII años.
Es libro raro, y sólo hemos podido consultarlo en la Biblioteca Escurialcnse.
3 Quinquagenas , 1.' Quinq., Eslanza IX.*
4 El diligentísimo Tamayo de Vargas, en su ya mencionada Junta de
Libros, dice: «El Maestro Estovan de Rivadavia sacó el Lt&t*o de la tmd-
gen del mundo en romance, «maguer que non sabia fablar castellano,
•como él dice» (fól. 157). Tamayo asegura que se conservaba MS. este
peregrino libro, que nosotros hemos buscado en balde.
5 Méndez describe en su Typografia española, pág. 170, la edición que
en 14S2 se hizo en Sevilla de la Suma de Geographía, libro que es ya muy
peregrino entre los bibliólogos.
Il/ P.y CAP. XX. EST. HIST. DUR. EL R. DE LOS R. C. 343
tona.— Hablamos de ios genealogistas. Movidos primero por un
sentimiento de orgullo ó dignidad personal, llevados después por
el interés político de exhibir los títulos de una grandeza y de un
poder que se iba de entre las manos, acudían unos k buscar en
SQs propios archivos la claridad de su pr.ogénie, mientras se
Ganaban otros por halagar y lisonjear la vanidad de los podero-
sos, no reparando oq fantasear orígenes y crear maravillosas his-
torias para sublimarlos. Así, mientras Rodrigo Gil de Osorio, imi-
^^^cio á Fernán Pérez de Ayala, escribía un Tratado sobre su
apellido; mientras Fernán Mexia, con recto juicio é integridad
'^^^t>le, trazaba su Nobiliario Vero * , y Lope García de Salazar
ponía su Libro de Familias ilustres ^, lanzábanse á escribir
iarios^ con más ó menos fortuna, el capitán Francisco de
^jnan, Juan Pérez de Vargas, los reyes de armas García Alón-
de Torres y el famoso Pedro de Gracia Dei, con otros ciento
^ ya poniendo en prensa su fantasía, ya abusando de la credu-
^'^•^ " ajena, y aun de la propia, mostraron el camino, por donde
rarop de tropel los osados genealogistas de los siglos XVI
^YII, poniendo así de relieve que aun los más concertados
^^^ovimientos de la inteligencia y de la actividad humana llevan
Siempre consigo el peligro de dolorosas y aun trascendentales
^aberraciones.
Tal era en verdad el cuadro que á la contemplación de la crí-
tica ofrecían los estudios historiales bajo el reinado de los Reyes
<2atólicos, tras la dificíl elaboración por que habían pasado desde
la gloriosa Era del Rey Sabio. Salvando épocas, verdaderamente
calamitosas, en que habían caído en doloroso abandono, como vi-
mos ya al trazar la historia de los últimos años del siglo XIII y la
1 Hemos citado con frecuencia este importante libro, coyas noticias en
todo lo que se reftere al siglo XV son altamente fidedignas. Mexia empezó
á eseríbirlo, según él mismo testifica, en 1477 y le terminó en 1485, dán-
dole á la estampa en Sevilla, dorante el año 1492.
2 Averiguaciones de las antigüedades de Cantabria del P. Hcnao, to-
mo I, pág. 288. García de Salazar escribió otro libro de filosofía moral, que
lleva por título: Bienandanza (Floranes, Vida del Canciller don Pero Lo-
pe% de Ayala).
344 HISTORIA CIÚTICA OS LA LITERATURA E$PAÍ<iOLA.
primera parte del XIV; adulterados por el interés ó la pasión, y
extraviados por la excesiva credulidad ó la ignoraocia, según
nos advirtió de un modo inequívoco la Crónica Sarracina^ vivo
reflejo de la dominación que habían logrado en las esferas inte-
lectuales las ficciones caballerescas; restituidos á su antiguo cau-
ce, merced á los esfuerzos de los claros varones, que ilustran en
vario concepto la corte de don Juan II; fortalecidos por el senti-
miento nacional, que ofenden y exasperan las debilidades y pu-
nibles desaciertos de Enrique lY y sus cortesanos, llegan pues
los estudios históricos á la última parte del siglo XY, pajra re-
flejar de un modo positivo las conquistas, á que la erudición ha-
bía- dado cumplida cima, mostrando asi en su espíritu como en
sus formas literarias y artísticas, que había pasado ya en la his-
toria del arte la época de las simples narraciones, designadas
con el modesto y tradicional dictado de crónicas.
Pero aquel movimiento, en que visiblemente descubrimos la
ley del progreso, interior y exteriormente considerado, no se
limitaba, como han supuesto ciertos escritores, á la historia coe-
tánea ^, ni se encerraba tampoco en los dominios de Castilla.
Confirmación de ambos asertos hemos ofrecido & los lectores en
el presente capítulo, no sin que pudieran aumentarse los ejem-
plos, fijando nuestras miradas en los desafortunados esfuerzos,
que hacían algunos ingenios para sostener la gloria literaria de
los antiguos romances hablados en el suelo español, los cuales
iban á quedar reducidos, por el doble efecto de la política y del
progreso de la cultura ibérica, al oficio y denominación de dia-
lectos ^. Los estudios que se refieren á la historia general y á la
t En el siguiente capítulo tendremos ocasión de establecer, bajo nuevo
punto de vista, las relaciones de los estudios históricos con las obras de
recreación, y especialmente con los libros de CabcUlerias, Á nuestro pro-
pósito basta ahora advertir que el sentimiento nacional, aun dado el movi-
miento realmente histórico que dejamos reconocido, responde no sin ener-
gía á aquella manera de reto, á que le llama la creciente exaltación de lot
héroes romancescos.
2 Claramente se comprenderá que nos referinios aquí á Pedro Miguel
Carbonell [Pere Miquel], quien demás de las obras poéticas qu^ hicieron su
nombre estimable, según ya indicamos en el capítulo anterior, escribió en
n.* P., CAP. XX. EST. HIST. DtJR. EL R. DE LOS R. C. 345
¿is loria antigaa, más sobrios que en tiempos anteriores, líiás
enlaxados GOQ los ()ue directamente se referian al conocimiento
de la antigfiedad clásica, probaban también por su parte que se
acercaba el día en que los modelos que aquella babia trasmitido
por entre las nieblas de los tiempos medios, debían producir
ciunplida enseñanza, no desdeñado por cierto el ejemplo que en
la investigación verdaderamente arqueológica habían ofrecido y
seguid ofreciendo en Italia los discípulos é imitadores de Pe-
trarca. La cosmografía, la cronología y las antigüedades empe-
zaban á tener digna estimación entre los cultivadores de la his-
toria, ejerciendo en ella saludable influjo. Un paso más en su
estudio y aplicación podía realizar su transformación completa.
£ls fuerzo era este sin embargo que no prometía sazonados frutos
deoiro del siglo XV; pero que llegaba á ser cumplidero durante
®' XVI, dados los precedentes que dejamos indicados.
I^a forma en que se armonizan y conspiran á un sólo fin los
^•*5tüdios auxiliares de la ciencia histórica; el camiijo que en va-
^^^ sentido emprenden sus cultivadores, así como el galardón que
^^ pago de largas y maduras vigilias obtienen, objeto son ya y
^^teriade nuevos estudios, á los cuales consagraremos nuestra
^^^ncion, al trazar la historia de la gran centuria, que ha mere-
cido la gloriosa denominación de Siglo de Oro. Antes de ace-
sia
^^n^a materna una Crónica, en que compiló las más interesantes nar-
^^^»e8 relativas ai reino de Aracron, insertando casi textualmente las his-
^^ debidas á don Pedro IV. Empezó dicho trabajo en 1495 y le puso fin
.. * ^13; pero sin comprender el reinado de don Fernando, porque como
^^ ^emia no ser remunerado (forte no seré remunerat). Sin embargo»
j ^^ rchivero de la corona de Aragón. Carbonell murió en 1517, á la edad
g ^*0 años; por manera que nació en 1437, bajo el reinado de Alfonso V.
fl ^^^ra histórica lleva el título de: Tronique de £«panya, lo cual mani-
lla. ^^ el dominio que en todos los espíritus lograba la idea de la unidad
^^. I>emás de la Crónica y las Danzas de la Muerte, escribió algunas
^las latinas, y cediendo al general influjo, metrificó también en ro-
• 1^**^^ castellano. Los dialectos que habían logrado en siglos anteriores es-
A ^ '^^ion de lengua literaria, cedian pues en tal concepto ante la grande in-
^^ ^•^cia de la España Central, anunciando así que reunidos en un sólo fin
^^^ los esfuerzos intelectuales, era llegado el instante de recoger los ya
^ados frutos de la civilización española.
346 HISTORIA CBfTICA DB LA LITBRAURA ESPAl^OLA.
meter tan difíciles tareas, conveniente es y necesario fijar ni
tras miradas en las obras de recreación, que caen bajo el reÍKsado
de ios Reyes Católicos, no olvidadas tampoco las producciones de
la filosofía moral, ni los varios ensayos de la oratqría.
Pasemos pues & este estudio.
CAPITULO XXI.
lA ELOCUENCIA, LA FILOSOFÍA MORAL, LA NOVELA
T EL GÉNERO EPISTOLAR EN EL REINADO DE LOS RETES CATÓLICOS.
Oradores 7 escritores ascéticos: castellanos; valencianos; catalanes. — Ca-
s^ter de la elocuencia sagrada. — Influencia clásica. — Menosprecio de la
Xengoa española. — Cultivadores de la palabra evangélica. — Hernando de
TTalavera: su vida: sus sermones: sus obras relativas á las costumbres:
^u Tratado del vestir ^ dd calcar g del comer: su estilo 7 lenguaje. — ^La
^LosoFÍA MORAL. — Mosscu Diego de Valera: su Exhortación á la paz.
LsL oratoria profana. — Noticia de sus cultivadores. — Muestras de va-
x-ios discursos: del Cardenal Mendoza; de Alfonso deQuintanilla; de don
Kiuis Portocarrero, etc. — Otras producciones políticas 7 de moral filoso-
fía.— La ^0VFaA. — Los libros de Caballerías. — Transformación de I08
Yintsmos en el sentido popular. — Sus efectos. — Libros caballerescos á fí-
^368 del siglo XV. — ^El Infante Adramon 7 El Caballero Marsindo, — Ti-
'9^ante él Blanco. — Examen 7 exposición de estos libros. — Los Palmeri"
-»ie*. — El Palmerin de Oliva y el de Inglaterra. — Idea é influencia de loe
uníamos. — Otro género de novelas. — La Celestina. — Análisis 7 juicio de
la misma.— Su estilo 7 lenguaje.— Su transcendencia á las siguientes
^^ades literarias. — El género epistolar. — Cartas de la Reina Isabel; de
^Aioasen Diego de Valera; de Hernando del Pulgar; de Gonzalo de A70-
ra. — Su estudio. — Consideraciones generales.
Demostramos, al bosquejar la edad literaria, que loma el nom-
fcre de Juan II de Castilla, cuan infundada ha sido la erudita
^^reencia de suponer á los cultivadores de la elocuencia sagrada
«n el siglo XVI, sin antecedentes históricos; y reanudando aque^
348 HISTORIA GRtTlCA DE LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
líos estudios, ya enlazados á los de precedentes centurias, tóca-
nos ahora comprobar qne no enmiidecen aquellos durante el
feliz reinado de Isabel y de Fernando, ni se interrumpe un sólo
dia la respetable tradición, que asocia los preclaros nombres de
fray Pedro Pasqual, fray Jacobo de Benavente y don Pedro Gó-
mez de Albornoz k los de fray Luis de Granada, fray Luis de
León y el P. Pedro de Rivadeneyra. Ni dejaban de producir los
ya expresados frutos los estudios de filosofía moral, que tan es-
trechamente se hermanaban con los de la oratoria sagrada, asi
como tampoco faltaban los estudios recreativos, ora alimentan —
dose de los históricos, cuya extensión y carácter quedan reco-
nocidos, ora encaminándose á las más libres esferas de la fanta —
sia, en que, aun excitando ahora cierta oposición en el espiritic.
de los doctos, alcanzaban notable predilección las ficciones ca —
ballerescas.
A la ilustre cohorte de oradores y escritores ascéticos, á cuyc^
frente hemos visto resplandecer santos de tan arrebatadora pa—
labra como un fray Yic{¡nte Ferrer, varones de tan acendradas
doctrina como un Alfonso de Santa María y un Alfonso de Ávíla^
damas de tan sencilla virtud y amor á la ciencia divina, cornea
doña Teresa de Cartagena; á la pléyada de oradores profanos
que capitaneaban un don Enrique de Aragón y un Marqués d
Santillana; á los cultivadores en fin de la novela alegórico-ro
mancesca, fantaseada por un Juan Rodríguez del Padrón y u
Diego de San Pedro ^, vemos suceder, prosiguiendo así la ob
comenzada, muchos y muy respetables ingenios, que en
vario concepto honran el ya glorioso reinado de los Reyes Cat
lieos. Mención especial merecen sin duda bajo el primer aspee
y como cultivadores de las sagradas letras, un fray Pascual i
Fuensanta, obispo de Burgos, cuya mansedumbre y clara d
trina le conquistaron el respeto de los Reyes y la veneración
los pueblos 2; un Maestro Pedro de Préxamo, insigne teólogo
1 Véase el capítulo XIÍ de este Subciclo en el tomo precedente.
2 Gobernó aquella Ig:lps¡a de 1497 á 1512. — Puede consultarse so
su vida y escritos la España Sagrada, t. XXV, cap. IV., pág^s. 412 y 4U-
Il/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS. y NOY. EN EL R. DB LOS R. C. 349
canonista; un fray Andrés de Miranda; un fray Juan de Dueñas
y tantos otros como adelante mencionaremos: al aplauso de sus
coetáneos aspiraron, con la reformación de las costumbres, un
Hernando de Talayera, en quien vemos unidas en dulce marida-
je la virtud y la ciencia; un Mossen Diego de Yalera, que no sin
legitimo merecimiento anhela ser tenido cual dechado de hidal-
gos y consejero de reyes, y un Alonso Ortiz, digno ornamento
del cabildo primado, etc.: reputación de elocuentes ganan, con
^I mencionado Yalera, diversos ingenios^ que hacen gala de ora-
dores, y no la adquieren menor los que, ya se consagran al cul-
^'Vo de la novela caballeresca, ya echan los fundamentos á la
ííovela de costumbres, que vinculando en la historia de las letras
Patrias los nombres de Rodrigo Cota y Fernando de Rojas, halla
í'gaa corona en Hurtado de Mendoza y en Cervantes.
No es en verdad posible, aun considerada la extensión, que con-
-edemos á la materia histórica, el detenernos aquí á dar menu-
'^ cuenta de todos los ingenios y de las obras, á. que aludimos,
^ooabres hay sin embargo que inspiran el mayor respeto, y pro-
' lociones que solicitan, por su naturaleza y significación, parti-
^I^r estudio, ora fijemos nuestras miradas en la España Cen-
^^I 5 ora las volvamos á las regiones orientales, cuyos esclare-
'^os ingenios, al propio tiempo que rendian el tributo de su
^'^nto á la obra, ya en gran parte realizada, de la unidad lite-
^^"ia, que tan firme apoyo encontraba ahora en la unidad de la
'^^íaarquía, parecían dar el último vale á la lengua, que en si-
'^^^s anteriores habían ilustrado regios historiadores y poetas y
^^, al mediar la XV.* centuria, ennoblecieron con sus cantos un
^Visías March y un N'Andreu Fabrer, un Jordi de Sant Jordi y
^n Juan Ruíz de Corella.
Ni fuera licito pasar en silencio, al reconocer los frutos de la
elocuencia sagrada en los últimos días del siglo XV, los suce-
sores de aquel varón inspirado que tan copiosa cosecha hizo en
toda España, al comenzar los reinados de Juan II de Castilla y
del elegido de Caspe: los esfuerzos de un Mossen Antonio Bou,
—Fray Pascual es uno de los claros varones, que Ocampo pensó añadir á
los de Pulgar, como saben ya los lectores.
350 HISTORIA crítica OB la literatura BSPAllOLA.
canóDÍgo de la Santa Iglesia valentina^ de ud doa fray
Pérez, docto agustiniaao, elevado por su ciencia y sa virtud & l ¿
silla de la Sea en la indicada metrópoli; de un fray Clement^ _/^
Ferrer, dominicano, insigne por su facundia y su celo evang^e^
lico, y de un fray Juan Márquez, en quien vieron sus coetáneciDs
renacer las raras virtudes del Ángel del Apocalipsi ^ , se eol^^.
zaban grandemente con las místicas vigilias de Fernaado Di^sr,
ilustrado sacerdote que halla dignos protectores entre los ma^^-
nates de la corte; de Miguel Pérez, ciudadano de Valencia, parirá
quien son familiares las letras sagradas; y como corona de to-
dos aquellos preclaros varones, de la egregia doña Leonor Mantmel
de Yillena, único vastago del celebrado traductor de Virgilio y
del Dante ^. Y seria también digno de censura, cuando mencio-
namos estos ingenios valentinos, el olvidar los merecimientos cíe
los oradores y esbritores sagrados, que á la sazón honrabaa el
nombre catalán: alabanza grande alcanzaron, durante el reinsLclc)
de Fernando V, un fray Baltasar de Balaguer, distinguido
el pulpito por lo fogoso de su palabra; un Francisco Centelk
defensor constante de la integridad evangélica, combatida por 1^
codicia de la simonía, gangrena de aquellos tiempos; un
Nicolás Bonet, ensalzador de la Concepción de la Yírgea Marft<
meritoria tarea en que se le hermana, con otros muchos, el ni
Uorquin Arnaldo Deseos, y un Jaime Ferrcr, que admirando •^
1 Ximeno, Escritores del Reino de Valencia, 1. 1, págs. 49, 56, 6L ^
62. Dejaron memoria estos insignes religiosos en Sermones Sanctoral^^^^'
Exposiciones de los Salmos y Sermones dominicales, mereciendo el úl *''
mo que sus oraciones sagradas fueran designadas con tílulo de Sermot^^^^
Sanctissimos.
2 Id. id., págs. 52, 54 y 56. Consagraron estos respetables ingvni
sus piadosas vigilias al ensalzamiento de la Sacratissima Concepgion^
cribicndo en el romance valenciano. Doña Leonor Manuel de Villena coi
puso con algunos Sermones una Vida de Cristo, que vio la luz en Valeoc
en 1497 (por López de la Roca, alemán). Abrazó la vida de religión en
fué abadesa de las Trinitarias de la misma ciudad desde 1463 hasta 1490^
en que falleció; y se crió en la corle de doña María, mujer de Alfonso \ <
tu primo. La existencia de esta ¡lustre dama prueba la injusticia de los de—
tractores de don Enrique de Aragón, respecto de sus calidades físicas.
Il/P.y CAP. XXr. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. S51
oieiicia teológica del inspirado cantor de Beatriz^ recogía en
precioso ramillete las sentencias católicas de la Dtpma Com*
Ni en las regiones orientales ni en la España Central podía
pues permanecer silenciosa la palabra evangélica en medio de
los grandes acontecimientos, de que era teatro la Península, y
operada ya la singular transformación de las costumbres, mer-
ced & la loable y eficaz iniciativa de la Reina Católica. — ^Lástima
era en verdad que portefecto mismo de los estudios clásicos,
gnuidemente alentados por aquella fnmortal princesa, desdeñan-
do el materno lenguaje, en que dirigían & los fieles sus correc-
ciones y enseñanzas, aspirasen ahora con mayor empeño que au-
tos los dispensadores de la palabra sagrada & consignar sus ora-
ciones en el idioma del Lacio, anteponiendo la estimación de
^^uditos al provecho de sus discípulos, y renunciando en conse-
^^oencia & los verdaderos fines de su ministerio y al aplauso de
'^ venideras edades. El error llegaba á tal extremo que hom-
t>res tan doctos como el Maestro Pero Ximenez de Préxamo y
^^rt>Sy no solamente consideraban la lengua castellana indigna
^^ interpretar en el escrito lo que expresaba en la palabra, sino
^^^ la conceptuaron también imperfecta para declarar las cosas
^l^^s y sutiles; y esto sucedía, no ya cuando luchaba como en
^^S^los pasados con la rudeza y tosquedad de la infancia, sino
^^^ndo llegada con el imperio á su virilidad, comenzaba & mos-
^^r en todas las esferas intelectuales su mayor lustre y riqueza.
^ sin embargo el Maestro Ximenez de Préxamo, aun diri-
giéndose k la Reina Isabel, cuyos estudios clásicos dejamos
^a reconocidos, se vela forzado á escribir en el romance ma-
terno, para no renunciar del todo al niismo galardón que des-
fJeñaba. — Su Lucero de la Vida Chrisliana^ obra trazada por
mandato de ios Reyes Católicos, & quienes la dedica, aspirando
á servir de pauta y guia de los fieles en medio de las tribula-
ciones del mundo, no era por cierto obra indigna de la edad, &
1 Torres Anut, Diccionario critico de Escritores catalanes, págt. 83,
177, 118, 208, 241. El Ubro de Jaime Ferrer ostentaba el título de: Sen^
tendías cathólicas del divi poeta Dante.
552 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
qne pertenece, y es ahora el mayor titulo que puede alegar al
respeto de sus compatriotas el Maestro Ximenez, que tan en po-
to la apreciaba, por estar en lengua castellana ^ Pero éralo no-
table que en medio de semejante extravío (que por tal puede y
debe reputarse bajo multiplicados conceptos), aquellos mismos
varones, que juzgaban la lengua del Rey Sabio incapaz de la
elocuencia sagrada, volvíanse con singular enojo á condenar en
sus mismas producciones vulgares las más estimadas del ingenio
español, moviendo contra ellas la autoridad del episcopado. De-
seosos de llamar á la contemplación de las cosas santas el ánimo
de los cristianos, negábanse á compartir con los cultivadores de
la amena literatura el dominio de la inteligencia; y mientras ma-
yor era el aplauso de las obras de recreación, ora girasen en las
esferas dé la fantasía, ora se apoyasen en la realidad de la his-
toria, más enérgicos y acerados eran sus tiros, temerosos tal vez
del efecto, que desconfiaban producir en la muchedumbre con
sus austeras y piadosas exhortaciones. — Grande era desde años
atrás la estimación alcanzada por la Cárcel de Amor, ficción de-
bida á la juventud de Diego de San Pedro, conforme saben ya
los lectores ^: al llegar á la edad provecta este distinguido in-
genio, veia condenado su libro en tan duros términos que no
hubiera sido para él maravilla el mirarle figurar á poco en los
índices del Santo Oficio ^. Fray Juan de Dueñas, á quien daban
no escasa autoridad su virtud y su ciencia,. acreditado ya con su
Espejo de Consolación de Tristels, libro en que ofrecía saluda-
ble bálsamo á los dolores del mundo, proponíase en otra obra la
1 Véase lo observado sobre el particular en la pág. 216 de este volu-
men (texto y nota 1).
2 Nos remitimos de nuevo al cap. XII del presente Subciclo.
3 Tenemos á la vista el índice (jltimo de los libros prohibidos y man'
dados expurgar, dado á luz en 1790, y en la pág. 208 hallamos reprodu-
cida la prohibición absoluta de la Cárcel de Amor de Diego de San Pedro.
En los primeros dias del Santo Ofício se concibe esta proscripción, por el ex-
cesivo aplauso que aquel libro alcanzaba y aun el efecto que podia produ-
cir entre la juventud cortesana: al terminar el siglo XVllI^sólo tenia ya el
recuerdo un valor meramente histórico, pues que los ejemplares de la Car*
cel de Amor eran, y son, muy contados.
Il/P., GAP. XXr. ELOC, FfLO.S., NOV. EN EL R. DE LOS R. G. 353
reformación de las costumbres; y anhelando apartar de todo pe-
ligro á sus lectores, mostrábase harto indignado, no sólo coútra
les qne hallaban deleite en la Cárcel de Amor^ sino contra los
(toe consentían su lectura. Tan significativo pasaje nos servirá
también de muestra para conocer su estilo:
«¡Oh! qué se podría aquí decir (escríbe) de los que fazen coplas mal-
svadas, et libros perversos, llenos de suciedades, como Cároel de Amorl
*íQné de los que los imprimen é los que loa venden é los que loe com-
«pran!... ¡Cómo todos pecáis mortalmente!... ¿Qué sacáis de la doctrina
^e la Carpen de Amor é de semejantes libros, sino muchos pecados mor-
letales, que comete el que los lee?... — £ de esto los señores obispos ó los
'H>tros perlados tienen mucha culpa, en los consentir vender en sus obis-
*pado8. Pues tampoco ellos por esta negligencia se yrán sin la paga eñ
"'a otra vida, salvo si non confiessan lo passado é en lo porvenir pro-
'▼een en que lo tal non se venda, nin lea. E si esto non fí^ieren, serán
''OCHisentidores de pecados é maldades.»
El Espejo de la Con^'eneia, que no otro título daba fray Juan
^® Dueñas al libro, en que así se expresa *, estaba muy lejos de
seguir el camino que, al mediar el siglo, había tomado el Ar-
chipreste de Talavera en su Reprobación del amor mundano.
^^To si no careció entonces, ni después, de imitadores que exa-
ff^faron su doctrina en vario concepto, aun desdeñada la orato-
1*'^ del pulpito por sus mismos propagadores, en la forma que vá
''^dícada, tuvo la sagrada elocuencia más pacíficos cultivadores,
^' bien no menos apasionados de la verdad evangélica. Movido
P^'* servicio de la «elegida de Dios, la reina Isabel», escribía
"^y Andrés de Miranda, celoso dominicano, su Traclado de la'
^^^gia^ obra que dividida en tres partes, tenia por objeto áe-
f ^niinar lo que debia entenderse por error herético, resolviendo
^^ crecían ser tolerados los que le profesaban y señalando los
^'^s, que aflijian en consecuencia á la república '. Para ilus-
El libro del Espejo de la Conciencia fué impreso en Logroño en ca-
^^ Arnao Brócar, en 1507, y se reimprimió en SeviHa hasta dos veces
^ -J acebo Cromberger (1543 y 154S). El Espejo de Consolación de tristes
^^^ visto la pública luz en Sevilla desde 1500.
^ Consérvase este peregrino tratado, que no sabemos se haya impreso,
^ ^% Biblioteca del Escorial, bajo la marca a. iiij. 15. Es un volumen
Tono VII. 23 .
354 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPAflOLA.
tracion de doña Leonor de Ayala, escribía Alonso Nnñei de To-
ledo, bajo el título de Vencimiento del Mundo^ estimable cate-
cismo, que lo seria aun más, si no apareciese tan cargado de
citas y autoridades, mezcladas en desapacible consorcio la eru-
dición bíblica, la histórica y la mitológica ^ Anhelando imitar
al docto obispo de Hípona, trazaba el agustiniano fray Alonso
de Orozco su Libro de las Confesiones, donde, adoptada la for-
ma oratoria, dirijia á Dios frecuentes súplicas, revelando las va-
cilaciones de su espirita y las místicas visiones que lo conturban
y fortalecen, no sin lograr en sus calurosos apostrofes el tono
de la verdadera elocuencia ^. Recogiendo en fin la dootrína del
renombrado Maestro fray Juan de Yillagarcía, formaba al comen-
zar del siglo XYI, el bachiller Gaspar de Cisneros, su Cadena de
OrOf donde con fácil lenguaje y bien compuesto estilo, aspiraba
& poner de relieve las excelencias de la doctrina evangélica, pro-
bando asi que no habían sido estériles las enseñanzas del afa-
mado catedrático de San Gregorio ^.
brevísimo, pues que no pasa de diez y ocho folios; y parece ser este eédiee
el presentado á la Reina Isabel, porque sobre estar en letra del ai^lo XV
declinante, se halla escrito con cierto lujo y esmero.
1 Guárdase también el Vencimiento del mundo en la BibUoteca Escu-
rialense, con la sig^natura h. iij. 24. Tiene este epígrafe: cTractado llamado
^Vencimiento del mundo , enbíado desde Elche, en el reyno de Valencia,
»á la señora doña Leonor de Ayala por Alonso Nuñez de Toledo.» Empieza
al fól. 67 del códice, que encierra primero las producciones de doña Teresa
de Cartagena, en su lugar examinadas.
2 Biblioteca Escurialense, cód. b. IV, 11. — Fray Alonso de Orozco fué
natural de Oropesa^ hijo de Hernando y de María de Mena; estudió en Ta-
layera, Toledo y Salamanca, donde con un hermano suyo tomó el hábito
de San Agustín, y pasó en Madrid la mayor parte de su vida, como noe
advierte en el libro, que nos mueve á consignar su nombro en la historia
de las letras españolas.
3 Cód. d. iij. 28 de la Biblioteca del Escorial. £s el tercer tratado de
este MS. la Cadena de Oro y tiene este encabezamiento: «Diálogo entre
»dos cristianos que enseñan la doctrina cristiana, conviene á saber, entre
»Johany Antonio...» A estos libros ascéticos podríamos añadir otros ran-
chos, que como los titulados Enseñamiento de religiosos (t^amplona, por
Aroaldo Guillen de Moran, 1499), Carro de dos vidas (Sevilla, por Joanes
If/ P.,iCAP. tXI. ELOC., PILOS. y NOY. BN BL R. DE L09R. C. SS5
Pero si es necesario fijar la tista en estos y otros mnchos tra-
tados de igual Índole y car&cter, para señalar el que ofreóe la
elocaencia sagrada, durante el largo reinado de Isahel, el estu^
dio de un varón respetable y santo, que en aquella afortunada
edad floreoe, bastará sin duda para quilatar el imperio que la
palabra evangélica alcanzaba, realizando maravillosas conquis-
tas. F&cilmente comprender&n nuestros lectores que hablamos
del virtuoso y docto varón don fray Hernando de* Tala vera. Na-
cido en esta villa de padres humildes, aunque honrados, por los
años de 1428, mostró desde la primera infancia grande afición &
los estudios y no menor inclinación á las cosas sagradas: alec-
cionado en la gramática latina hasta el punto de ejercitarse en
su enseñanza; iniciado en el arte de la música, llamó la aten-
ción de su deudo Fernán Alvarez de Toledo, ^ñor de Oropesa,
quien le dotó de una módica pensión, para que prosiguiera en
Salamanca sus estudios. Cursó allí las artes liberales, en que re-
cibió el grado de bachiller; y para ser menos gravoso & sa pro-
tector, dedicóse & la reproducción de códices científicos y litera-
rios, arte en que ganó no escasa reputación, por ser muy esme-
rado en la escritura de la letra escolástica, no descubierta aun
la imprenta. Con estos ejercicios y el de la enseñanza parti-
cular, llegó á los veinticinco años, edad en que tomó el grado
de bachiller en teología; y resuelto á seguir su vocación, orde-
nábase de subdiácono, recibiendo en 1458, con la investidura
de licenciado en aquella sagrada ciencia, la orden sacerdotal,
término de sus juveniles aspiraciones. La fama de su talento,
acrecentada en el pulpito, asentábale á los treinta y cinco años
{1463] en la cátedra de filosofía moral de aquella Universidad,
que era á la sazón la primera de España; y mientras su rectitud
y entereza le llamaban á ser medianero en las frecuentes disen-
siones que alteraban la paz de Castilla, el mismo espectáculo de
las discordias civiles, no refrenadas por la inhábil mano de don
Enrique lY, engendraba en su pecho el deseo de retirarse del
mundo. Apenas mediado el año de 1465, presentóse en el mo-
•
Tegnieer y Magno Hebst, 1500), vieron la pública luz dentro del reinado
^e los Reyes Católicos.
356 OISTORIA CRITICA DE LA LITERAURA ESPAÑOLA.
nasterío de Saa Leonardo de Alba de Torines, que lo era deSaa
Gerónimo, y demandado el báJ)ito, lo obtenía el día ^e la Asun—
oion, no sin que en tan solemne festividad dejara de ejercitar su
elocuencia ^.
Ta en la vida monástica, era á poco elegido prior de Santa
María del Prado en Yaiiadolid, cundiendo en tal manera la re-
putación de au justicia, de su mansedumbre y de su elocuencia,
que la Reina kabel le instituyó su confesor, no sin que en el
primer acto de aquel santo ministerio viese tan ilustre princesa
confirmadas las raras virtudes del prior de Santa Maria ^. £1
oficio de visitador, á que Je habia elevado su Orden, sacábale de
la corte con más frecuencia de lo que habia menester la Reina
Católica, para quien eran sus consejos por extremo fructuosos,
empeñada en la reorganización del Estado y en la reformación
de las costumbres: fray Hernando de Talavera la habia movido
á la anulación de las mercedes enriqueñas, é inclinádola al par
ala (eforma de las Comunidades religiosas, «porque Dios era
dellas más deservido que servido», procurando que las mitras y
dignidades eclesiásticas se diesen á^ hombres de virtud y cien-
1 Debemos todos estos y los sigruientes datos á la Breve Suma de la
santa vida del reverendissimo y hienaveniurado don fray Fernando de
Talavera, citada ya en el anterior volumen (pág-. 566) y escrita por uno
de sus doctos discípulos y criados, testigo de vista de la mayor parte de los
hechos; biografía que tuvieron presente fray Pedro de Vega, fray Román
de la Higuera, y sobre todos fray Josef de Sigüenza en su monumental
Historia de la Orden de San Gerónimo (III.* Parle, lib. II, cap. XXIX y
siguientes). El Sermón que predicó, al tomar el hábito, tuvo por objeto los
loores de la Virgen: asistió á esta solemnidad la duquesa de Alba, igno-
rando el desenlace, que iba á tener, separándose Hernando de Talavera del
siglo:
2 Cuenta Sigiíenza que acostumbrando la Reina Isabel á confesar, es-
tando ella y el confesor de rodillas, «arrimados á un sitial ó banquillo,
•llegó fray Hernando y sentóse en el banquillo para oiría de confesión, y
»díjolti la Reina: — Entrambos hemos de estar de rodillctí. Respondió el
•confesor: — No, señora: yo he de estar sentado y V. A. de rodillas; por^
•que este es el tribunal de Dios^ y hago aquí sus veces.» Calló la Reina y
pasó por ello como santa; y dicen que dijo después: — tEstc es el confesor,
que yo buscaba* (loco citato^ cap. XXXI). Esto sucedía en 1478 (Pulgar»
II.* Parle, cap. 7S).
11.* P.y OAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN El. R. DE LOS R. C. 3^7
• ■ ■
cía, «proveyendo & la prelacia é no á la persona». Isabel^ que
alimentaba al propio tiempo el anhelo de dar cima & la con(]aist&
de Granada, deseo poderosamente excitado en su ánimo por las
exhortaciones de su confesor, resolvióse á fijarlo en la corte,
«lev&ndolo á la dignidad del episcopado. Resistió Talavera tan
^Ita honra, al serle ofrecida la silla de Salamanca; mas llegado
^1 año de 1483 cedió al cabo á los mandatos de los Reyes, acep-
tando la mitra de Avila. Adelantando de dia en dia la empresa
^e Granada, vino por fin el momento de poner cerco á tan pode-
rosa metrópoli; y al lado de la Reina Isabel, predicando k la
X^ueste los más dias, para fortalecer su espíritu, y tomando par-
* muy principal en los consejos de la corona, arrostró don fray
émando los trabajos y peligros de tan memorable asedio, has-
ver en la torre de la Alhambra la Cruz de Castilla. Derriba-
o el último baluarte del Islam, era el obispo de Avila creado
M'iKner arzobispo de Granada ^.
O^ÍDce años gobernó aquella nueva Iglesia [1494 á 1507], can-
ciónos en verdad profunda maravilla los tesoros de'amor y car
^' d^d evangélicos que supo derramar entre sus ovejas, como nos
1 1 ^ MTM an de admiración los milagros que realizó en aquel tiempo su
® ío^i^uencia. — Granada, en virtud de las capitulaciones otorgadas
los Reyes Católicos, era, asi como su extenso territorio, habl-
en su mayor parte por judies y moriscos: Isabel y Fernando
abian rescatado del Islam: á fray Hernando de Talavera to-
la más diñcil empresa de conquistar sus almas para la fé
lica; y con tan puro celo, con tan acendrada piedad, con tan
diligencia la acomete, que al fijar nuestras miradas en obra
santa y meritoria, parécenos contemplar el consolador és-
"Káculo de los tiempos apostólicos* Para el generoso arzobis-
^- £1 autor de la Breve Suma, que nos sirve de guia, observa al pintar
^^^>c^ -grande- fué la resistencia de fray Hernando á recibir la dignidad de
^^^ ^-^^y que sospechando este más distante y difícil la conquista de Grána-
A
snanifestó á la Reina Isabel que sólo ejercerift aquel pontificado en la
de los Beni-Nazares. Rendida esta en 1492, no pudo excusar tan so-
e eomproroiso: sin embargo llevó en todo el año 1493 el título de
9po de Ávila,
358 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
po sólo habia^ sólo debía emplearse un medio, údígo eflcas, de
efecto duradero y digoo del alto Ad, & que aspiraba: la predicar
cion. Á ella debía exclusivamente flarse el éxito de tan irdua
empresa, porque ella sola podía producir saludable y no pasaje-
ra enseñanza. Convencido de esta verdad, cuya raíz y fanda-
mentó reconocía en el Evangelio, mientras atendía con paternal
solicitud & la educación moral y literaria del clero, llamado & se-
gundar sus santos propósitos, empleaba para realizarlos cuantos
medios le sugerían su amor y su caridad inagotables. Creando
escuelas de lengua &rabe para sus sacerdotes, y de lengua es-
pañola para los moriscos y judíos, en las cuales ora aparecía co-
mo discípulo, ora se mostraba cual maestro ^; mandando escri-
bir gramáticas y diccionarios con el doble intento indicado ';
atrayendo & la Iglesia por medio de nuevos cantos y aun repre-
1 £t por extremo áigno de alabanza cuanto en el particular hizo el
santo arzobispo. £1 autor de \íl Breve Suma de su vida dice: «Hko buscar
»de diversas partes sacerdotes, así religiosos como clérig^os, que supiesen la
«lengua arábiga, é así fizo en su casa pública escuela de aráuigo, en que
»la enseñasen, y él con toda su santa hedad y experiencia y dignidad se
labaxava á oyr y aprender los primeros nominativos; y asy aprendió al-
»ganos vocablos; pero con otras muchas ocupaciones no tanto quanto para
•predicar oviera menester; pero lo que aprendió no fué tan poco que no
•supiese decir y entender muchos vocablos, que hazian para lo sustancial
>que queria que creyesen.» Y más adelante: cHizo excrci^ios de humildad,
»abaxándose á enseñar públicamente á los niños á leer é á cscrevir y ver
»cómo enseñaban gramática los preceptores dclla, dándoles forma cómo la
lenseñasen, y leer él en el general muchas liciones, para que los maestros
• lomasen la manera que él queria que touiesen en la enseñar» (fóls. 162
y 163),
2 En la referida Breve Suma leemos: «Para que todos los sacerdotes y
•sacristanes, que residen en los dichos [pueblos], nuevamente convertidos,
•aprendiesen é supiesen de dicha lengua [arábiga], hizo hazcr arte para la
•aprender y vocabulista arábigo, é fecho mandólo ynprimir c mandólos dar
•á todos los dichos eclesiásticos. Dezia que daría de buena voluntad un ojo
•por saber la dicha lengua para la enseñar á la dicha gente, é que también
•darla una mano si non por non dexar de celebrara (fól. 162 v.). Don fray
Hernando eligió en 1501 para aquellos trabajos al docto fray Pedro de Al-
calá, quien dos años antes de la muerte del prelado sacó á luz su Arte para
saber ligeramente la lengua arábiga y su Vocabulista arábigo en letra
castellana fáeáicináolos al mismo prelado (Granada, 1505, por Juan Várela).
Ir/P., CAP. XXI. ELOG., PILOS., NOV. EN EL R. DE LQS R. C. 359
Memtadanei^ compuestas en lengua vulgar, la inmensa muche-
dumbre de los convertidos ^; bonr&ndolos y favoreciéndolos has-
ta partir con ellos sus propias vestiduras ^; defendiéndolos de
injustas ó tir&nicas agresiones, como pastor y como padre; y fi-
nalmente derramando sobre ellos, sin tregua ni descanso, la pa-
labra de salvación, ya en parroquias y monasterios, donde su
piedad los congregaba, ya de aldea en aldea, donde iba con fre-
cuencia & buscarlos, el nuevo apóstol de Granada llegaba & eclip-
^r ios memorables dias de fray Vicente Ferrer, grange&ndose
^^ tal manera el respeto y el cariño de sus neófitos y aun la ve-
^^racion de los doctores del islamismo, que ni. una sola queja se
^^^antó contra él y nadie le acusó de seducción ni de violencia,
^'^&ndole todos como santo ^.
' cEn lugar de responsos hazla cantar algunas coplas devotíssimas»
^^^"^^"espondientes á las lÍ9¡one8. De esta manera atraia el santo varón á
*^^ ^^entc á los maytincs como á la misa. Otras vezes faziá hazer algunas
^"^"^^«tas representaciones, tan devotas que eran más duros que piedras los
**^*^^ no echauan lágrimas de devofion» (Breve Suma, fól. 160 v,). Fray
"^*"^^ando presenciaba siempre estas representaciones, que estaban, escritas
^^ ^^ngua vulgar, lo cual dio motivo á muy agrias murmuraciones, djcien-
^que no era bien mudar la universal costumbre de la Iglesia, y que era
*^^^^a nueva dezirse en la iglesia cosa en lengua castellana; y murmura-
*^^ii dello fasta dezir que era cosa superstÍ9Íosa» (Id. id.). cTalavera tuvo
^^^tos ladridos por picaduras de moscas y por saetas echadas por manos
'^^Q niños», atento al fin principal, que era la conversión de judios y mo-
*^i«cot y con ella el servicio do Dios. De los cantares, á que se refiere el au-
^r de la Breve Suma, hablaremos en el siguiente capítulo, donde recorda-
remos también las representaciones citadas.
2 Narrando el autor de la Breve Suma las relaciones de fray Hernando
coo los moriscos y convertidos, dice en efecto: «Muchas vezes le aconteció,
»por no tener que les dar en limosna, dalles el anillo que en la mano te-
cnia; y no les daba mucho, que nunca le tuvo de oro. Otras vezes les daba
»la sobrepelliz, que tenía vestida, y dezíalesque hasta que les diese saya
tó manto, no la diesen, aunque los suyos se le pidiesen. Vino á tanto, que
tDop teniendo que dar á una muger muy desnuda en las Alpuxarras, so
•desnudó públicamente la túnica que traia vestida, aunque no muy rica,
»qae de frisa era, é se la dio» (fól. 162 v.).
3 Consignan con verdadera admiración estos hechos, no solamente los
eteritores nacionales, sino los modernos extranjeros. Puede verse en el
piriieular el tomo II, cap. II, pág. 27 de la notable Historia de los mo^
360 HISTORIA CRÍTICA DB lA LITERATURA ESPAfiOLA.
Tal fué el efecto de la palabra sagrada en boca de fray Her-
nando de Talayera. Quien lograba, más de una yejí, bautizar en
un dia tres mil moriscos y judies, sin que ni uno solo se man-*
chase después con la infamia del apóstata; quien tenia la fortu-
na de conservar, aun desnaturalizada su obra por la imperiosa
impaciencia del Cardenal Cisneros^ que abre profunda sima en-
tre moriscos y cristianos, el amor de los primeros al punto que
revelan y testifican la rebelión del Albaicin y su llorada muer-
te ^9 digno uso debió hacer del ministerio de la predicación, me-
reciendo por tanto insigne lugar en la historia de la oratoria sa-
grada.— Su palabra era sencilla, clara, llana; pero insinuante,
decisiva y dulcemente imperiosa. «Sus sermones (escribe un
•testigo presencial) eran diferentes de los que hazen oomun-
» mente otros: que muchos son ad pompara. Pedricaua él de
«manera que aunque dezia cosas arduas é muy sotiles y de gran-
»des misterios, la más symple vejezita del auditorio las enten-
•deria tan bien como el que más sabia; porque todo su yntento
»era la salud de las ánimas; y por eso siempre trataua de los
»vÍQÍos y enseñaua las virtudes; y por eso sus sermones pares-
»QÍan tan llanos que algunos dezian que departía y no pedrica-
»ua. Pero nunca le oyó letrado que no llevase alguna doctrina
«de las consejas, que los negios ó malÍQÍosos dezian que pedri-
•caua» *. Ni ¿cómo sin esa sencillez, cuyo encanto sojuzga y ar-
2<
árabes^ nuidejares y moriscos^ debida al docto conde de Circourt.
1 Sobre el primer panto nos remitimos á la referida Historia de los
mozárabes, etc., por no poder recusarse como sospechoso el testimonio del
conde Circourt: en orden al segundo habriamos de copiar íntegra la última
parte de la Breve Suma, tantas veces citada. Bástenos decir que hubo ne-
cesidad de enterrar al santo arzobispo de noche, para que fuese posible
cumplir este precepto de la caridad cristiana.
2 Breve suma, fól. 160. — Más adelante anadia: «Compuso sermones cd
>roman9e para las fiestas prin9ipales, en algunas volviendo las liciones de
•latin en lengua castellana y en otras, componiendo él sermones de grand
«edificación y de mucha claridad y llaneza» (fól. id. v.). Y después: cFuc
>muy esmerado teólogo; compuso muchos libros de mucha scienpia é per-
»fi9Íon; hizo muchos sermones, ansy en latin como en romance, y escribie-
»ra mucho más, si no le ocupara el regimiento de sus ovejas» (fól. 166).
Lástima es que no se hayan transmitido 'á nuestros dias tan preciosos mo->
II.* P., CAP. XXI. ELOC.^ FILOS., NOV. EN EL R, DE LOS R. C. 361
rebata^ hubiera logrado hacer suyos el corazón y la mente de
liazas criadas en distinta ley y cuyos oídos no eran dóciles á la
voz de otros predicadores? — Fray Hernando de Talavera, apar-
tándose del común parecer de los doctos, escribia bn lengua vul-
gar sus oraciones sagradas, para cjue los que no podian oir su
palabra, gozasen de su doctrina en la escritura; ejemplo que te-
nía ea breve insignes imitadores en el mismo suelo, donde ba-
bia arrojado á manos llenas tan vividora semilla ^
Y Qo otra cosa había hecho aquel venerable varón, al repren-
der los públicos excesos de su tiempo, ó al penetrar en el ho-
gar doméstico, para señalar sus deberes á las madres de fami-
lia. Dirigiendo su voz á doña María de Pacheco, condesa de Be-
lavente, usaba del materno lenguaje para mostrarle en breve,
pero sustancial tratado, el modo cómo se ha de ocupar una se--
^^f^o coda dia^ para pasarle con provecho, preludiando asi la
^^s acabada obra de fray Luis de León, que recibe el significa-
^^^^ título de La Perfecta Casada ^. La intemperancia en el
vestir^ el calzar y el comer había llegado k su colmo, durante el
último reinado, forzando á los Reyes Católicos ya desde 1477 á
P^^^^r enmienda en tan perniciosos abusos con la prohibición de
las Caderas y verdugos^ t que debían seguir otras reformas. No
fué esta bien recibida de las damas castellanas, entonces como
ahora más amigas de novedades que atentas k su personal con-
veaiencia y decoro: fray Hernando de Talavera, prior á la sazón
"^'^^ntos de la elocuencia sagrada. Sólo poseemos algunos de los predica-
^ntes de subir á la silla episcopal, ajenos por -tanto de la maravillosa
, ''^ realizada en Granada por su virtud y santo celo. Su importancia, mé<-
^ ^ rareza nos obligan á consagrarles especial Ilustración entre las del
®*^nte volumen, donde completaremos este estudio.
Nos referimos principalmente á fray Luis de Granada^ criado en el
. ^cio de don Iñigo López de Mendoza y amamantado con aqudla prodi-
^^^ doctrina, que dio á la Iglesia de España tantos y tan ilustres prelados
^^*CJ8 discípulos y criados de don Fray Hernando de Talavera {Breve Su^
Z^ *^ finem).
j-.^ Existe este peregrino tratado en la Biblioteca del Escorial, cód. b. IV.
. * «1 fól. 1 .®, ocupando los treinta y cuatro siguientes del MS. que ofrece
^ ^^Dtinuacion los tratados, de que damos cuenta en el texto. El MS. es de
*^*>« del siglo XV ó principios del XVI.
362 HISTORIA crítica de la literatura ESPAftOLA.
de Santa María de Prado, sobre clamar en el pulpito contra la
incontinencia de las damas, escribia en lengua vulgar bajo el ti-
tulo de Tratado del vestir y del calcar y del córner^ enérgica
invectiva, para refrenar aquella licencia; libro por extremo apre-
ciable, no ya porque revela al par el estado de las costumbres y
el car&cter especial de la elocuencia del futuro apóstol de Gra-
nada, sino porque constituye hoy uno de los más preciosos mo-
numentos de nuestra historia indumentaria en el siglo XY ^.
Comprobación de todas estas indicaciones ofrece el siguiente pa-
saje, en que pone de relieve las vanas artes femeniles, do sin
haber perseguido antes la frivolidad de los hombres:
((Agora, demandando perdón á las honestas, y cargando la (mlpa á la
»dÍ8olu9Íon de las otras [dueñas], (M>mencemo8 de las cabezas. Casadas y
)>por casar se dissuelven primeramente en criar y azufrar los cabellos,
»comen^ando á representar el adufre de los infiernos y las vivas llamas
)}de aquel terrible fuego humoso, obscuro y negro, en que han de arder
»con ellos. Ya descubren toda la cabeza, por que parezcan más los oa-
»bellos, ya la cubren con crespina de oro, ó con alvanegas de seda muy
»sotilmente texidas y obradas ó con filetes levantados ó solamente lia-
unos. Ya echan la crencha de fuera y fazen grand partidura, torciendo
»los cabellos y componiéndolos fasta cobrir las orejas é aun dejando al-
agunas mechuelas fuera. Ya fazen dellos diaciema; ya los cogen en tran-
»zados costosos é muy delgados con cintas de oro é de seda liados: ya se
» tocan cobriendo la cabega toda y atrás partidura y descobriendo la me-
»dia. Otras algunas que piensan tener el medio^ descubren sólo la eren-
))cha. — Las tocas pocas vegcs son luengas que desciendan fasta los pe-
wchos: muchas ve^es son cortas que apenas cubren las orejas; ya son
»cambrays de lino, ya son de seda, ya son implas romanas, ya encres-
»padas, ya espumillas, ya len^arejas, ya llanas, ya trepadas; ya las pe-
onen con vueltas, ya las fazen tambas, sin moños ó con moños, y lo que
»es peor y más defendido, que algunas ponen bonetes, sin vergüenza, en
1 En el XVII dio á luz el Maestro Bartolomé Ximcncz Patón, con título
de: Reforma de ir ages, doctrina de fray Hernando de Talavera (Baeza,
por Juan de Cuesta, 1638), alguna parte de este precioso libro; pero como
su principal intento era lucir sus glosas y moralidades, ahogó en ellas el
texto original, que presentó sólo en extracto, siendo por tanto imposible for-
mar concepto, con esta publicación, de la obra de fray Hernando. £1 mérito
principal de la misma, fuera de los aciertos del lenguaje, es ya hoy mera-
mente arqueológico; y eu este concepto debe considerarse como uno de los
documentos más preciosos de la historia indumentaria en nuestro suelo.
»1
U.'P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN ELR. DE LOSR. C. 363
*iQi Garas.. • Callo de los fírmalles y joyeles de las ¿rentes, de los ^eroi-
»Uo8 y arracadas, de los collares, sartales y almanacas; vengo á las al-
vcsodoras labradas y cintadas é de machas maneras plegadas, ¿ los
^^^^^l^etea, de oro broslad'os, ó de mucha seda labrados, que ponen ante
*lo8 pechos... Solían usar [antes] gorgneras que cubrían las espaldas y
*lo8 pechos..., aunque eran tan delgadas, labradas é randadas, que se
^podia hien traslucir la blancura dellos; p^o más honesto era que traer-
*Iq6 descubiertos. Ya ¿quién podrá dezir las mudanzas de las faldetas?...
*^¿<]uiéQ de la diversidad de los briales de fustán, de paño, de seda y á
"**• vezes de brocado; de las cortapisas, de las alboreas, ja chamorras,
-^^^ncesas; de las faldas, quándo muy luengas, quándo muy cortas,
^ ^t^n quándo redondas? ¿De las aljubas, cotas, balandranes, marlotas
y ^Vardos de paño, de peña, de lino y de seda; de las fintas y texillos
e diversas maneras labrados y guamesgidos, y de los redondeles y por-
^^^^^ses, y mantos y gonelas, y de los mantos lombardos y sevillanos,
^^^^•^do pintados, quándo cay dos?... ¿Y de los chapines de diversas ma-
^**^^ obrados y labrados? Castellanos y valencianos, y tan altos y de
. ^ grand quantidad que apenas hay ya corchos que lo puedan bastar,
.^^^and costa del paño; porque tanto ha de cres^er la vestidura quanto
^^liapin fínje la altura, aunque ha de faltar y no llegar al suelo, para
^ ^^ parezca lo pintado del chapín ó del gueco» t .
^^on el mismo color y vivacidad de estilo sacaba á la vergüen-
^1 futuro arzobispo de Granada las flaquezas de los hombres,
"^^^trándose tan hábil pintor de las costumbres como, al mediar
^l siglo, lo había sido su compatricio Alfonso Martínez, en el
í^ examinado libro de la Reprobación del amor mundano. Su
^^lo no reconocía limites respecto de la sobriedad y limpieza de
^^ costumbres, como no hallaba después competidores respecto
^1e la propagación de la fé cristiana; empresa digna y meritoria,
^D que resplandecían al propio tiempo su caridad y su elo-
cuencia.
Fué pues Hernando de Talavcra, durante la segunda mitad
del siglo XY, la más alta gloria de la elocuencia sagrada, como
era uno de los más ilustres prelados de la Iglesia española, en
aquella afortunada edad que se ufana con los nombres de un don
Pedro González de Mendoza y un fray Francisco Ximenez de
Císneros *. La historia nos enseña que no fué sólo en la re-
1 Cap. V.
2 Ya hemos tenido ocasión de consignar tan ilustres nombres con la es-
364 HISTORIA crítica de la literatura BSPAfiOLA.
prensión de las costumbres, conforme qu6da ya comprobado.
Pero no solamente bajo el aspecto religioso, sino también bajo
el de la moral y aun el de la política, debia dar durante el rei-
nado de Isabel sazonados frutos la elocuencia, prosiguiendo el
empezado camino y aun ejerciendo más activa influencia en la
vida pública de la monarquía española. — Rígido moralista se ha-
bla mostrado constantemente el ya memorado Mossen Diego ^de
Valora; y en su Exhortación de la Paz, en su Providenfia
contra Fort una , en su Breviloquio de Virtudes y en su Dac-
trinal de Príncipes, hacia gala de aquella filosoña, que inspi-
rándose ya en los verdaderos libros de Séneca, ya en los que la
erudición de la edad-media le atribuía, se apoyaba igualmente
en la doctrina estoica y en las enseñanzas evangélicas. Mas si en
su empeño de lograr el ñn que ambicionaba, adopta á la conti-
nua la forma didáctica, y cede más de lo conveniente al anhelo
de parecer docto, no por eso renuncia á ganar reputación de
elocuente, esforzándose en seguir las huellas de Yillena, Santa
timacion que merecen. El hijo del insigne Marqués de SantiUana ha figu-
rado dignamente desde su primera juventud, acaudalándola literatura pa-
tria con los tesoros de Grecia y Roma^ y cultivando la -poesía castellana,
como trovador: pronto veremos brillar su elocuencia en los consejos de loe
Reyes CatóUcos. £1 esclarecido Cisneros, que engrandece la escuela com-
plutense con la creación del colegio Ildefonsino y que estaba llamado á in-
mortalizar su nombre al comenzar del siglo XVI, como regente de Castilla,
ha sido objeto de duras y no infundadas acusaciones, por la sevicia que en
1499 desplegó con los moriscos, poniendo en grave conflicto la ciudad y
en mayor riesgo la obra meritísima de fray Hernando de Talavera. Sobre
todo ha sido acusado severamente por haber entregado á las llamas, sin es-
crúpulo ni examen, innumerable copia de códices arábigos, bajo el pre-
texto de que eran contrarios á la fé, aniquilando así inapreciables tesoros
científicos y literarios de aquella civilización que aun bajo el tetro de los
Alhamares era digna de todo respeto y estudio. La historia de la domina-
ción mahometana en nuestro suelo sufrió en consecuencia irreparables pér-
didas, que en vano pareció querer reparar el mismo Cisneros, al acometer
la memorable empresa de la Biblia Polyglota, en que menos irritado con-
tra los moriscos, solicitó y obtuvo su concurso para darle cima, como soli-
citó y obtuvo el de la raza hebrea. — El ejemplo de varón tan respetado fué
no obstante de fatal efecto, dada la situación de las ideas religiosas y polí-
ticas en toda Europa, y muy especialmente en la Península Ibérica,
Il/ P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DBLOSR. C. 365
María y Santillana, que le sirvieroa de modelos ea la corle de
don Juan II. Veamos cómo, al dirigirse al mismo rey, procura
poner de resalto los bienes de la paz, de todos invocada y de
ning^o realmente pretendida:
oNoestro Señor ésta [la paz] por postrimero é soberano bien entre las
Dcosas humanas á sos apóstoles dexó, dioíendo: Pacem meam do vobts;
)}paoem meam relinquo vobis. Syn la qual ninguna cosa cresge; syn la
Dqnal ninguna cosa dura; syn la qual ninguna deve bevir. Esta la von
»lnntad de vicios alynpia; esta las cosas en su orden conserva; esta faze
»los pobres rrícos; esta en todo lo^ es contenta. Syn ella todo reyno se
ndestruye; syn ella toda provingia se gasta; syn ella toda cosa se consu-
nme... Pues ¿quién tanto de sy es enemigo que esta non procure con to-
ndas las fuer^, oomo soberano bien en la tierra?... E como quiera, Prin*
ocipe muy exgelente, que todos prediquen cobdigiar la concordia, no to-
ndos la desean, nin procuran, nin van por la vía de la aver nin alcan-
nzar: ca unos la enpesgible cobdigia perturba; otros la rabiosa envidia
atormenta; otros el dolor é venganza constriñe; otros el temor inútil apre-
nmia; otros la vanagloria é ambición empacha. Asy que, pocos fuera de
»la pasión se fallan: que bien como bive la salamandra en el fuego^ asy
j)en la discordia biven algunos, los quales de sus proprias pasiones teni-
»dos, de diversas maneras son tormentados^ syn conosger su dolor nin
3)tormento» i.
Tal es el carácter de la elocuencia de Valera. — Su palabra es-
crita, aunque autorizada, asi en los reinados precedentes como
en el de los Reyes Católicos, no estaba llamada á ejercer inme-
diato efecto en las deliberaciones políticas, como lo producia él
la sazón la elocuencia de otros respetados varones. Fortuna ha
sido de las letras patrias el que se hayan trasmitido á la poste-
ridad algunas de estas peregrinas oraciones, y el que hayamos
nosotros alcanzado la buena suerte desposeerlas ^. A ella és en
1 Cód, F. 108. de la Biblioteca Nacional. £1 título de este tratado es:
J^ocartacUm de la faz y compuesta por Mossen Diego de Valera, dirigido
di mvy alto é muy expíente principe don Juan U, rey deste nombre en
4^a»tüla» Empieza al fól. 47 r. y alcanza al 59 v. del mismo MS., ya antes
citado.
2 Débese este singular servicio á la ilustrada solicitud del diligente
académico de la Real de la Historia, don Manuel de Abella, quien en su
r^reciosa colección de MSS., á que dio título de: Escritores coetáneos de la
366 HISTOIUA CHlTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
efecto debido el que nos sea dado inscribir entre los cultivadores
de la palabra, demás del tantas veces citado don Gómez Manri-
que, los nombres, ya ilustren en la historia de Castilla, de un doo
Gutierre de Cárdenas y un don Luis Portocarrero, insigne trova-
dor <, un Andrés de Cabrera y un Alonso de Quintanilla, un
conde de Haro y un conde de Alba de Liste, un ddctor Rodri^^o
de Maldonado y sobre todos un don Pedro González de Mendoza,
gran Cardenal de España, á quien hemos visto asociado des-
de su primera juventud á la obra del Renacimiento literario y
cuya grande autoridad en el Estado no reconocía rivales.
La oratoria se dirijo, en boca de estos respetables varones, á
llenar diferentes Qnes: cuándo tiene por objeto persuadir & la
princesa Isabel, para que reciba por esposo al príncipe de Ara-
gón; cuándo reanimar el esfuerzo de los heroicos defensores de
Alhama; cuándo disuadir á don Juan Pacheco, marqués de Ville-
na, y á don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, de la enemistad
con que veian á Isabel y Fernando; ya mover el ánimo de los
procuradores del reino para que opusieran las villas y ciudades
sil poder y su influjo contra la anarquía que devoraba el Estado;
ya en fin fortificar el espíritu del rey para que llevase á cabo con
varonil entereza las empresas por él acometidas. Conforme á la
nobleza de los fines, aparecen á nuestras miradas estos orado-
res dignos, graves y respetuosos, bien que no menos poseídos
del objeto, á cuyo logro aspiran, mostrando asi que no el empe-
historia de España, recogió hasta cincuenta y tres fojas de un códice del
siglo XV declinante, compuesto de los razonamientos, discursos y arengas,
pronunciados durante el reinado de los Reyes Católicos por los más distin-
guidos personajes de aquel tiempo. Como se deja fácilmente colegir, este
monumento, aunque muy lejano de su integridad, es de suma importancia
en la historia de las letras españolas; por lo cual y por ser del todo desco-
nocido hasta hoy, demás de las muestras que á continuación ofrecemos, dos
juzgamos obligados á consagrarle una Ilustración entre las del presente
volumen. A ella remitimos pues las observaciones particulares, que la ex-
presada colección de razonamientos nos ha sugerido.
t Tiene notables poesías en el Cancionero de 1511, y entre ellas un
diálogo, que recordaremos con oportunidad. Se distingue entre los partida-
rios de la escuela provenzal cortesana.
»
II/ P.y CAP. XXÚ BLOC, PILOS. , NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 567
ño de hacer vano alarde de retóricos, sino el anhelo de ser úti-
les & su patria, los mueve á hacer uso de la palabra, cuyo impe-
rio iba en. verdad destruyendo de dia en dia el yugo del hierro.
Mas no por ello se abandonaban hasta el punto de aparecer des-
aliñados, exponiéndose á no ser oidos, y olvidando sobre todo
cuanto exigía de los que ambicionaban título de oradores, la edad
en que viven. Estas observaciones piden, en nuestro sentir, es-
pecial probanza; y ninguna más eQcaz que la exposición de al-
anos pasajes de las referidas oraciones. Procurando el Gran
Cardenal disuadir al rey don Fernando de que concediese &
don Alfonso de Portugal las treguas que en Zamora solicitaba,
aíz&base en su Consejo y le decia:
«Señor: por la reconciliación é paz del amano linaje, Dios nuestro Ke-
entor machas ynjurías sufrió, é vos por la paz de Tuestxos regnos de-
sofrír ia ynjnria que paresge a veros fecho el rey de Portogal en
tar con sa gente ally donde asentó. Pero que la sufrays vos por
de quince días, no me pares^e qae es servigio vuestro nin honr-
de vuestra corona real; porque venir él alli oon ánimo de os ynjv-
, é procurar agora tregua de quince dias para poder algar sa real
salvo ¿qué otra cosa seria sjno aver cumplido todo su propósito de
r verdadera la fama de que su ynteucion fué de divulgar en cómo
oia puesto sitio sobre la gibdad, do vos estays, é que lo puso qaando
entendió poner é lo algo quando lo quiso algar, é todo á su saino, sjn
istengia ninguna?... Yo, Señor, fablaré en esta materia no como fijo
la religión é abito que resgebi, mas como fijo del marqués de Santi-
na, mi padre, que por el grand exercicio de las armas suyo é de sus
=^vogenitore8, fué experimentado en esta militar disciplina. No es de su-
ir, diria yo, Señor, á ningUn cauallero, mayormente á un rey tan po-
roso como vos soys, que otro rey extranjero venga á ponervos sitio
ntro de vuestros regnos^ quando quisiere, é lo levante syn daño,
^^ando entendiere que le cumple. Salvo nesgesidad constriñente; é si
>ta tregua se fí9ie8e, estando el rey de Portogal en otro qualquier lo-
de vuestros rey nos, flaqueza mostrar iamos é ventaja daríamos á los
^ortogaeses que entraron é están en ellos con tanto escándalo é ynjuria
"oestra é de todos vuestros subditos. Pues mucho mayor flaqueza núes-
a parecería, sy se otorgase, avyendo venido é estando alli donde está,
qoal estada, no á la grandeza de su hueste, no á la fuerza de sa vir-
, nin menos á la flaqueza de vuestro poderío se deve jrmputar; mas
la disposición que fallaren, para ynpedir la salida de vuestros cana-
neros, caso que muchos más fuesen que los portogueses. Este ynpedl-
qnitado ¿quién ynpidiria la venganza de la injuria?...»
368 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Don Pedro González de Mendoza pone delante del rey ooim. la
misma energía los males que hablan de seguirse, perdida la
reputación militar, y termina su oración, ofreciendo.su pro;B^]a
vida para la empresa aconsejada por su elocuencia y patriot:^ ^-
mo. — Dirigiendo su voz á los procuradores del reino, inoTialos
Alonso de Quintanilla á votar la institución de las Hermaiut^i-
des y empezando del siguiente modo su memorable razonamíen "Co:
«Non sé yo, Señores, se pueda morar tierrji, que su destruy^ion p
))pia non siente; á donde los moradores della son venidos 4 tan extre:
Dynfortunio que han perdido la defensa, que aun á los animales bm
Des otorgada. Non nos deuemos quezar por gierto, Señores, de los ti
})no8; mas quexémonos de nuestra covardía: nin nos quexemos de los :
«badores; mas quexémonos de nuestro gran sufrimiento, de nuestra i
ngligengia^ de nuestra discordia é de nuestro malo é poco consejo, <
»los ha criado é de pequeño número ha fecho grande é poderoso. Ca i
»dubda, si buen consejo toviésemos, ni oviera tantos malos^ nin sufrí
»ramos tantos males. £ lo más grave que yo siento, es que aquella 3
»bertad, que la natura nos dio é nuestros progenitores ganaron con bia.
«esfuerzo, nosotros la avemos perdido, é cada dia perdemos, con ooví
»dia é caymiento sometiéndonos á aquellos que, si razón é consejo
» viésemos, poca honrra se ganava en los tener por siervos é mer^nari*
))De lo qual, sy non nos libertamos podiendo, ¿quién podria excusar q^
))non cresca más su tiranía é nuestra subjegion, [seyendo] sojebtos á m
»lo8 é perversos honbres, que ayer eran servidores é oy los vemos se&
»res, porque tomaron ofígio de robar?... Non heresdastes por cierto,
Ȗores, esta subjegion que padeces, de vuestros antegesores: los qual
Dcomo quiera que fuesen pequeño número, en aquella tierra de las A
ntúrias, do yo soy jiatural, pero con deseo de libertad, como varo!
»ganaron toda la mayor parte de las Españas, que ocupa van los mo:
«enemigos de nuestra santa fé. E sacudieron de sy el yugo de serví
)>bre que tenian. Ni menos tomamos dotrina de aquellos buenos oasi
Milanos que fízieron el estatua del conde Fernand Gronzalez, su señor,
))8Íguiéndola, ganaron libertad para él é para ellos: ni menos la tom
»de otros notables varones, cuya memoria es inmortal en las tierras,
»que ganaron libertad para si é para sus regnos é provincias: los qua\a^ "^
wovieron gloria en ser libres, é nosotros avemos pena por ser su
»Muchas vezes veo. Señores, que algunos sufren con poca pagiengia
»yugo suave, que por ley é razón de vemos al getro real, é nos
nmos é gastamos é aun trabajando buscamos forma para nos libertar d
)>él; é desta otra subjegion que pecamos en sufrir, por ser contra
»ley divina é humana, ¿no trabajaremos é gastaremos por ser exentos?..^-^
»No puedo yo por gierto, Señores, entender cómo pueda ser que la
■^1
11/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 369
*?ÍQQ castellana, que nunca buenamente sufrió jnperio de gente extra-
>fi&« agora por falta de buen oonsejo, sufra cruel señorío de la suya é de
»lo8 malos é perversos della», etc.
Eq el mismo tono y con la misma energía prosigue Alonso de
Qointanilla excitando el patriotismo de los procuradores del rei-
00, proponiéndoles los medios de llevar á cabo la constitución
de las Hermandades, de cuyo establecimiento pendían la paz y
seguridad interior de Castilla, — Amenazado en Alharaa por las
'íoestes del rey granadino, excitaba don Luis Portocarrero el
^4/or de sus defensores en notable arenga (razonamiento), que
^aipieza de este modo:
. ^<Bien sabéis^ caballeros, que fuystes escogidos en la hueste del rey y
^e la reyna, nuestros señores, por varones esforzados para sofrir los pe-
"''St'os é pasar los trabajos, que en la guarda de esta ^ibdad se requieren,
^e vuestra voluntad of resistes á ello vuestras personas, por a ver honr-
^ ^n esta vida é gloria en la otra. Asy mismo aveys mostrado fasta aquí
^Vo^on de buenos xripstianos y esfuerzo de notables varones en la
^ ^^Usa destos muros, é ofensa de los moros, de quien esperfunos ser
^^'^^i^os é combatidos. Agora estos capitanes é yo a vemos sabido que
^^piies quel rey al^ó el real, que tenía sobre la ^ibdad de Loxa, aves
^^^^trado ñaqueza en algunas fablas, diziendo unos á otros que esta
^^*^^ad se deve desamparar por el peligro sin remedio que en ella se
^^X^^t«. Y si ello es asy, bien damos á entender que mostramos esfuer-
^^ ^engído quando no era menester, pues que del verdadero fallcs^e-
X^^^> quando es nesgessario. Verdad es, cavalleros, (jue el rey, no por
^^Vwirato que fiziesen los moros, mas por desconcierto que fizieron los
^pstianos, al^ó el real que tenía puesto sobre la gilxiad de Loxa, é
^>ie es vuelto con toda su hueste á la ^ibdad de Córdoba; y aun quiero
^Xie sepays que por esta cabsa nosotros quedamos aquí sin aquella es-
^^«ranza del próspero socorro que primero teníamos; pero sy vencidos
^a de flaqueza, acordássemos desamparar esta ^ibdad, que fué de nos-
otros confiada^ ¿por qué logar os paresge salvar la vida de todos, pues
^Veemos que uno sólo que enbiamos, á grand ventura se puede salvar
^qne no sea preso ó muerto?... Mucho querría yo, caualleros, quesy
^provais el peligro que receláis, esperando, remediásedes á la muerte que
»8e espera, fuyendo; é si en lo unoé en lo otro áy peligro, escogiésemos
)>el menor daño é mayor honrra, segund que omes esforzados lo deuen
nfazer,é por que esperando es QÍerta la gloria, é fuyendo non es cierta la
nvida. A mí pares^e que deuemos gracias á Dios, á quien plugo que á
nnosotros más que á otros se ofresgiesse este caso, en el qual dando buena
iKmenta á Dios de nuestras ánimas, al rey de su QÍbdad, al mundo de
Tomo yii. 24
370 IIISTORÍA CRÍTICA I)B LA ITERATURA ESPAÑOLA.
«nuestra yirtud, fagamos larga por fama esta vida brevt de dias, ma-
njormente qae no nos vienen de nuevo los trabajos, las vigilias, los ^pe-
»ligros, é las otras nesQessidades que en la defensa desta ^ibdad se re-
Dquerían, quando nos ofres^imos á la guardar, todo tíos fué presente.
«Agora, sy por solo miedo, sjn ninguna fuerza desamparissemos estos
«muros, que nos fueron encomendados^ de razón seriamos reputados oo-
»mo los ornes liuianos que se ofresgen á toda cosa sin deliberación, é se
«retraen della con vergüenza» i.
£1 esforzado cuanto elocuente caudillo, á cuya nobleza tenían
coQÜada los Reyes Católicos la ciudad, arrancada al poderío del
Islam por ol heroísmo de don Rodrigo Ponce de León, lograba
encender con sus generosas palabras el ánimo de sus capitanes
y soldados, disponiéndolos á larga y decidida defensa. — ^La elo-
cuencia llenaba pues bajo multiplicados aspectos los altos fines
de su natural instituto, siendo por cierto muy sensible para nos-
otros el no poder presentar aquí nuevos extraotos de ios Razo-
namientos arriba mencionados, por la necesidad de completar el
cuadro general de los estudios, durante el reinado de Isabel I.* "^ - II
No creemos licito sin embargo olvidar que sobre mostrarnos las ^xsJ
oraciones que ü dicha han llegado á nuestros dias, la justicia .^i^::
con que fueron designados con titulo de oradores aquellos res- — ^-í
petables ingenios; sobre señalarnos el camino que iba siguiendo otxi
el arte de la oratoria y el predominio que ya alcanzaba la pala- — ^^^
bra, nos revelan con las dotes y condiciones personales de sus s^ *-^
autores, los progresos que en (al concepto realizábala lengua -^^*^*
castellana, acreditando, á pesar de íos escritores ascéticos, la -^^* '^
docta declaración de Antonio de Nebrija.
Ni dejó de tener la elocuencia profana, si es lícito llamarla
así, otros cultivadores, que ya se inclinaron al terreno de la po-
lítica, ya se limitaron al campo de la ñlosofia moral, que tan
abundante cosecha había dado en edades precedentes. Notable
es entre otros muchos tratados, bajo el primer aspecto, el diri-
gido á la Reina Católica por uno de sus criados, con el propósi-
to altamente político do protestar, á nombre de los labradores
y aldeanos, de las vejaciones y tiranías que recibían aquellos de
l Véosc la Ilustración III^ de este tomo.
II.* P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 371
la nobleza. £1 autor, que conflesa ser «un pobre castellano con
algo de portugués» ^, adoptando en parte la forma alegórica,
*
supónese conducido, en medio de contradictorias meditaciones,
á una fresca fuente, adonde vé llegar un respetable varón, con
apariencias de gran principe, y que frisaba apenas con los cua-
renta años *. Mostrábase este personaje como dominado de afa-
nosos pensamientos; y saltando del caballo, recostábase junto á
la fuente, para buscar en la soledad algún sosiego. Pero no bien
habia descendido, cuando vio acercarse un rústico, que sin cu-
rarse de él, se entregaba también al descanso en aquel lugar
1 Guárdase tan estimable tratado en la Biblioteca Nacional bajo la mar-
ca S. 219. £s un códice en 4.*^, encuadernado en tafilete, sobre labores de
relieve, y escrito con grande esmero en los postreros días del siglo. En la
cubierta se lee: De cómo son los pensamientos variables, lo cual ha dado
motivo á suponer en los índices que este es el título del tratado, cuando só-
lo se refiere á las primeras palabras del mismo. Preceden al texto en dos
folios ocho estrofas de diez versos de arte real; y terminado aquel, siguen
otras tres de igual combinación y metro. Las del principio forman la dedi-
catoria á la Reina Isabel, y empiezan:
Rpyna de muy gran grandeza,
y en todas cosas gran reyna, etc.
En las últimas se excusa de la pequenez de su ingenio, y después de
mostrar que no es Salomón, Tulio ni Virgilio, etc., añade:
NI soy Crallpo átenles,
ni soy Anfión thebano,
ni Homero, ni Lucano;
mas un pobre castellano»
con algo de portugués.
Esta es la única referencia, que en tan interesante tratado hallamos á su
autor. En la parte interior de la cubierta precede no obstante á la signatura
la palabra Plasencia. ¿Podrá tener alguna relación con el mismo?
2 Esta circunstancia nos lleva á considerar la fecha en que el libro de
que hablamos, fué presentado á la Reina. Si, como pensamos, el autor quie-
re pintar en este príncipe al rey don Fernando, ya en la edad de cuarenti
aiíos, es evidente que no pudo hacerlo antes de 1492. Don Fernando habia
nacido en 1452. Así pues, al ser presentado este peregrino libro á la reina
doña Isabel, se habia realizado la conquista de Granada, empresa á que pa-
rece aludir el autor, cuando afirma que no sabria decir su lengua la suma
de proezas llevadas á cabo en tan feliz reinado. De cualquier modo no juz-
^mos impertinente la observación indicada.
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tai
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^
372 HISTORIA crítica de la literatura española. i ***
deleitoso. AI lia el caballero, atribuyendo & la antigua ojeriza, l*^^^'
con que los labradores miraban á los nobles, el proceder sida l^^^^^
respetuoso del campesino, rompía el silencio, no sin manifestar- l-^^^
le la calidad de su persona. Alentado el labriego, al saber que W»^^
era el rey, hacíale presente con ingenua franqueza que toáoslos l^*^
hombres habian nacido igualmente dueños y señores de cuaato 1^^^^^
en el mundo existe, por lo cual debian los pequeños reputar co-
mo usurpadores á. los grandes señores y magnates, pues que su
derecho en fuerza había comenzado y por fuerza debería acabiE*,
mayormente cuando el descomedimiento era tan continuo y Los
rustióos apenas abrigaban ya paciencia para sufrirlo. Era en ^^
sociedad necesario el rey, como la cabeza en el cuerpo; mas p^'
ra llevar título de bueno se había menester que sólo por virtao^
merecimiento señorease. Replicaba el rey al labrador que la <^^"
munidad de bienes, al principio del mundo procedió de la fal>^
de cultura y de las escasas necesidades de los hombres; p^^
que ya no podía consentirse, sin grave injusticia y daño de ^^^
que no tenian en el trabajo descanso. No premio del trabajo, 03i^
tiranía cruel hallaba el rustico en la hereditaria posesión de las ^^'
quezas, cuya constitución llenaba de amargura á los pobres, qiií
nes trabajaban para que otros holgadamente gozasen,
•otros (anadia) llenos de miserias, somos por muchas mane
•despechados. Nosotros llenos del cregido trabajo, los reye^ '
•grandes señores os Uevays todo el provecho. Pues según e^* ^^
•obras, pequeña enemiga os tenemos é no con razón ningún fl^
•dalgo, ni dende arriba, de nos quexarse puede. Antes nos
•vosotros sí, é mayormente de aquellos que nuestros se son^
•que usurpando el hábito militar, vulgarmente escuderos se If
•man. Mas verdad digiendo, magnánimo rey, todo seria en
•bueno de comportar, si las nuestras cosas con robo coñtin
• destruir no viéssemos».
Esquivando el rey la respuesta, insiste el labrador en rep
sentar los males que aquejan á los aldeanos, porque de su tr
bajo y sudor se mantienen los gastos reales, la pompa de I
magnates, el desatentado lujo de los palaciegos y la insul
te riqueza de los contadores. Estrechado asi el rey, objétal
que sus trabajos y los de los grandes tienen mayor mereci
Il/p.y CAP. XXf. BLOC., FILOS., NOV. EN EL R. DE LOSE. C. 373
miento, por ser de espíritu; á lo cual responde el rústico ma-
nifestaiido que los trabajos de los labradores lo son de espíritu
y de cuerpo. Acusado por el principe de consejero interesado,
repónele en fin que á los reyes, que aman la verdad, cumple
siempre el oiría, y á los vasallos que anhelan el bien, el decirles
las cosas grandes y pequeñas, con la verdad en todo. Deber es
del rey acudir al daño, que pide reparación más urgente, como
la sangre acude en el cuerpo allí donde más falta hace. — ^La lle-
gada de los caballeros y cortesanos, que vienen en busca del rey,
ioterrumpe el diálogo, no sin que el principe muestre al rústico
que tendría placer en oirle de nuevo, y sin que le añada el la-
l>riego la ^conveniencia de conservar en la memoria cuanto le
Xzabia manifestado, para bien suyo y de su reino.
Aeputando el autor aquellas cosas merecedoras de ser con-
xzz^moradas, escribíalas como mejor supo, formando breve tra-
0, no indigno, en su sentir, de ser dedicado, como lo hizo, á
Heina Católica. La importancia de un libro asi concebido y
rito con señalada ingenuidad y desembarazo, puede fácilmen-
comprenderse, al recordar el nebuloso reinado de Enrique lY
os desmanes de todo género, cometidos por la nobleza, con
xgua de la justicia y vilipendio del trono. £1 autor es sin du-
intérprete del sentimiento popular de Castilla, reflejado en las
^las de Mingo Bevulgo, y en los más formales tratados de
^<^^Kn Gómez Manrique y Juan Alvarez Gato: su lenguaje, que en
^^^^* presentes tiempos pareceria á algunos por extremo osado y
1. jgroso, era irrecusable prueba de acendrada lealtad para una
m na como Isabel I.^, que vio sin duda en la llaneza y sencillez
1 rústico, si no las legitimas aspiraciones de los aldeanos, la
licia al menos de las quejas, que se elevaban aun contra la
• Lástima es por cierto que al trazar el cuadro, en que ve-
animarse la Qgura del rey de Castilla y la personificación
su pueblo, no se hubiera olvidado el autor por completo de
anhelos eruditos, para haber dado á todo el libro el tono y co-
^^**ido, que resplandecen principalmente en el diálogo ^
^ Lo peregrino de este tratado nos mueve á incluirlo en las IlustraciO'
*• £n él verán los lectores confirmadas estas observaciones críticas, como
374 .HISTORIA crítica OE la literatura ESPAfÜOLA.
Y la misma observación critica nos sugieren las obras del ca-
nónigo toledano, Alonso Ortiz, á quien arriba hemos aludido, en
lo que más inmediatamente se refiere á sus tratados de fllosoha
moral, donde aspira á ganar estimación de elocuente. Son estos
la Consolatoria^ dirijida á la princesa de Portugal por la muerte
de su esposo^ y la Gratulatoria, dedicada á los Reyes Católioos,
por la final conquista del imperio mahometano, con la rendición
de Granada. Ortiz, que escoge por intermediaria á la reina Isa-
bel, para llevar el consuelo al ánimo angustiado de su desafor-
tunada hija, dominado por el afán de aparecer docto, tiuita al
lenguaje en el primer tratado toda espontaneidad y soltura, sin
que acierte en consecuencia á tocar la verdadera cuerda del sen-
timiento, por hablar siempre retoricado y elocuente. Más es-
pontáneo, al mostrar su regocijo por el gran triunfo del cristia-
nismo en Granada, cede no obstante el canónigo de Toledo con
excesiva frecuencia al afán erudito, lo cual hacen todavia más
sensible los verdaderos arranques de elocuencia, que le inspira
la idea de la total libertad de la Península Ibérica y de su futura
felicidad, arrojado ya de sus últimos baluartes el enemigo de su
Dios, que la habia esclavizado por el espacio de ocho siglos. En
estos momentos, en que hablaban al par en los labios de Alonso
Ortiz el sentimiento religioso y el sentimiento patriótico, que una
y otra vez habían resplandecido tan enérgicamente en los escri-
tores castellanos, alcanzaba el ambicionado galardón, que busca-
ba en balde por el camino de la afectación imitadora. Sus obras,
más afortunadas que los /{ajSíon(7m2>n/o^ juzgados arriba y que
el libro contra las tiranías de la nobleza, vieron la pública luz en
Sevilla el año de 1493, comprendiendo otros tratados no insig-
nificantes, si bien no ofrecen el carácter literario de los refe-
ridos ^
notarán cuan infundado es el título que se ha intentado poner al códi-
ce. £1 autor decia en efecto sobre el particular en los versos preliminares:
Y porque no me derrame
en este estilo y dulzura,
Vuestra Ex^elen^la muy pura
so sirva desta escritura,
que no sé cómo la llame.
1 Méndez, Paleografía españokit pág:. 194; don Nicolás Antonio, i^'-
Il/ P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 375
Aparecía pues la elocuencia, ya en el pulpito y en los libros
sisoé ticos, «ya en las deliberaciones de los Consejos reales y délas
asambleas nacionales, ya en las producciones de la filosofía mo-
mly fluctuando entre las esferas eruditas y las populares; fenóme*
X30 digno de madura contemplación, porque revelaba bajo nuevo
;paato de vista el estado general de los espíritus, mostrando por
«jina parte el imperio que ejercían las artes del Renacimiento y y
^dlescubriendo por otra la fuerza y vigor que los elementos, pro-
;píos de la cultura ibérica, tenían en la vulgar literatura. Mas si
^KDOStan las indicaciones y los modelos que dejamos expuestos,
ara confirmación de hecho tan importante como fecundo, du-
dante el siglo XYI, no juzgamos menos eficaces las pruebas que
os ofrecen otros géneros literarios, entre los cuales llama des-
e luego nuestra atención la novela, y más principalmente la que
a merecido título de caballeresca.
Fijamos ya en lugar oportuno, asi el momento en que este
1 :SnaJe de ficciones toman plaza en la literatura española, co-
o el camino que habían traído y los esfuerzos que se bu-
ieron menester para que aquel fenómeno literario llegara ái
realizarse, produciendo legítimos frutos ^ Contemplamos des-
ues cómo bajando de las altas esferas de la sociedad, don-
e habían echado sus primeras raices, cundían de tal mane-
a entre los eruditos y alcanzaban tanto influjo, que lograron
xtraviar la historia, adulterando las autorizadas narraciones
e los primitivos cronistas ^. Yimoslas también produciendo
íngular y saludable reacción en las regiones del sentimien-
to patriótico, que acudió generoso á contraponer á los hé-
:Y^oes fantásticos del mundo de la caballería los héroes reales* de
1 sl reconquista ^; y hallárnoslas en fin revistiendo las formas del
rte alegórico, para conservar entre los eruditos del siglo XV su
^Miotheca Nova, t. I, pág. 39; Ticknor, Historia de la Literatura e$paño^
^<^, t. I. Primera época, cap. XXII.
1 Véase el cap. i de este 11 Subciclo, t. V.
2 Tomo V, cap. V de este II Subciclo.
3 Id. id. ad finem.
\
376 HISTORIA CRITICA DE LA LITERAURA ESPAÍfOLA.
estimación é influencia ^ Asi acariciadas y cultivadas, iban ex-
tendiendo las ficciones caballerescas el círculo de su acciczDQ,
cuando tres hechos de diversa naturaleza, bien que coexisteift tes
y no contrarios entre sí, conspirando virtualmente & ios misncnos
fines, vinieron á darles extraordinario incremento entre los
pulares, grangeándoles por último el señorío de la amena lite,
.tura. Tales son: la introducción de la imprenta en los domioi^fos
españoles; el renacimiento clásico de los estudios de la suertes 7
con las tendencias formales que dejamos reconocidas, y la sin-
gular situación, en que aparecían pueblo y nobleza, consunia-
da la obra acometida ocho siglos antes en Covadonga.
Habian logrado al par la estimación de los doctos las fanta-
sías del ciclo bretón y del ciclo carlowingio. Las historias áe
don Enrique fi de Oliva, de don Tristan de Leonis, de ícf"
fre y Brunesinda (Tablante de Ricamente), de Lanzarote c/^'
Lago y de Flores y Blanca Flor y otras de igual arte, tra-i-"
das al romance de la £spaña Central en la primera mitad d^l
siglo ^, salían de nuevo á pública luz, impresas en losdl"
timos dias del mismo y en los primeros del siguiente, d^
sin que algunas de estas ficciones excitaran la musa populai*^
que les consagra desde luego muy estimables cantares ^. Ca^
1 Tomo VI, cap. XII de este Subciclo.
2 Tomo VI, pág. 33S, cap. XII.
3 La Historia de Enrique fi de Olivas rey de ¡herusalem, emperador
de Constantinoplat fué impresa en Sevilla por tres alemanes, rcproducién —
dola en la misma ciudad en 1533 y 1545: el Libro del esforzado caballerea
don Tristan de Leonis é de sus grandes fechos de armas, vio la luz pú-^
blíca en Valladolid, 1501, y se reimprimió en Sevilla el año de 1533 y 153#^
por Juan Crombcrg^er y Dominico Robcrlis: — la Crónica de los nobles ca —
ualleros Tablante de Ricamonte y Jofre (Gofreáo), hijo de Donasen, se di<^
á la estampa en Toledo el año 1513, apareciendo de nuevo en la misma ciu-
dad el año de 1526 y en Sevilla el de 1599: — la Historia de Lanzarote se
imprimió en Toledo por Juan de Villaquiran bajo el título de: La demanda
del Soneto Grial con los maravillosos fechos de ¡JinQarote y de Gaíaz, su
fijo, en 1515, y veinte años adelante en Sevilla: — la Historia de Flores y
Blanca Flor, rey y rey na de España y Emperadores de Roma, se estam-
pó finalmente en 1512 por Arnao Guillen de Brócar (Lo^oño?), y se re-
produjo varias veces sin lugar ni año bastad de 1691, que la reimprimió
Il/ P., GAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 377
ellas venian á compartir las aficiones de la muchedumbre las no
róenos aplaudidas historias de Oliveros de Castilla y Aríús de
Igarve^ de la linda Melosina, del Baladro de Merlina del
'e Partinuples, del Caballero Ploriseo, del Caballero Cifar
de otros cien paladines de igual estofa ^, entre los cuales lo-
Sevilla Lúeas Martin Hcrmosilla.— De todos estos libros de caballerías se
n hecho después repetidos extractos, que andan en poder de la muche-
xnbre y en nuestros dias no escasean^ recorriendo en manos de los ciegos
villas y aldeas con no poca fortuna, merced á las prensas de Mares,
tor eti Bladrld de todo género de poesías, cuentos y relaciones populares
un vulgares. La historia del Conde Flores produjo en el suelo asturiano,
so en el mismo siglo XV de que tratamos, bellísimos romances, que he-
s recogido de boca de las aldeanas y que forman parte de la colecciqp,
tenemos preparada para darla á luz en ocasión oportuna. Son dos ver-
:aies que empiezan:
I.* Era Sara reina mora,
reina de la morería, etc.
II.* Sai á cazar, el rey moro,
á cazar como solías.
Dióse á luz la Historia de los nobles caualleros Oliueros de Castilla
rtús d'Algarve en Burgos el año de 1499, y después en Yalladolid, 1501;
«ncia, 1505; Sevilla, 1510, y Alcalá de Henares, 1604, habiéndose im-
después muchas veces en extracto:^ la Historia de la linda Meh^
en Tholosa, por Juan de París y Estovan Clebati, el año de 1489;
<ncia, 1512, y Sevilla, 1526: — el Baladro del sabio Merlin con sus
re9Ía8, en Burgos^ por Juan de Burgos, el año de 149S, y con la Z>e-
^ida del Santo Grial en Sevilla, 1500: — el Libro del esforzado catio-
o Conde Partinuphest que fué emperador de Constantinopla, en Alcalá
Kenares, por Arnao Guillen de Brócar, en 1513; Toledo, por Miguel de
^Sa, 1526; Burgos, por Juan de Junta, 1547, y en otras ciudades durante
*^^^^*«1 siglo y los siguientes: — el Libro del cattallero Floriseo en Valencia,
^^^■" Diego Gumiel, 1516: — la Coránica del muy esfor^do y esclarecido
\^^^^^lero C*/or, por Jacobo Cromberger, Sevilla, 1512 (dícese nuevamente
^"*I*'"e8a). Considerando el universal influjo que alcanzan estas nociones, no
I*08¡blc olvidar la peregrina Crónica llamada el Triunfo de los nueve
^ Fama, donde se hallan consociados Josué, David, Judas Macabeo^
^^^^ndre, Héctor y Julio César con el rey Artús, Cario Magno y Go-
^cfo (Godufroy) de Bullón, apareciendo así en extraña mezcla la historia
la, la gentílica y la caballeresca, ya real, ya ficticia. Esta singular
^icüf que fué dedicada en su origen á Carlos Vill de Francia, apareció
España bajo los auspicios de don Juan lll de Portugal, «con la Vida del
378 HlSTOniA CRtTICA OB LA LlTfiHATURA KSPAAOLA.
mabaa también plaza célebres personajes históricos, que ]a se
referian al antiguo mundo, como nos indica, entre otras, la JK^
tona del rey Vespasiano, ya á la edad media, de que es eficat
comprobante la Historia de Roberto el Diablo^ que halla al flü
en el teatro nacional notable acogida ^ . Generalizados en tal
manera los libros de caballerías por medio de la imprenta y re-
petidos una y otra vez los ensayos para darles carta de natura-
leza en nuestro suelo, halagaron por extremo aquel espíritu
aventurero, que se habia despertado en las clases populares, a.\
verse ya triunfantes de la morisma; y dominando su fantasís^ »
llegaban á formar la principal fuente de sus solaces y recrece"
cienes.
Consignado dejamos, al trazar el cuadro general del reini
de Isabel I/, cómo se insinúa enlre los doctos aquella mane;
de desden, que naciendo del respeto y la admiración de las obi
de la antigüedad clásica, se reflejaba inmediatamente en cuan
no reconocía el mismo origen; manera de proscripción que
canzando á los libros de caballerías, despojaba & la literata
andantesca del predominio, que habia ejercido hasta entonces ^
las regiones eruditas. Lo que menospreciaban los doctos por r^ —
ferirse á. los tiempos medios, que empezaban ya & ser designa^ ^
dos con título de bárbaros, fué acariciado por los populares, pci» -^
la misma razón de recordarles hazañas y empresas de otros dia^ ,
que no podían ya repetirse en el mundo de la realidad polítics- •
Mientras los cantores de la muchedumbre se afícionaban & losb^"
roes caballerescos, que se suponía haber peleado contra la moris-
ma, hermanábase con ellos en los sentimientos religiosos y p^"
9? del
muy famoso cauallero Beltran de Guesclin, etc., nuevamente traslad^*
por Antonio Rodríguez Portugal, primer rey de armas» del expresado p^^'
cipe. £1 prólogo cslá escrito en portugués: el texto en castellano, lo
prueba una vez más la influencia de la España Central en las esferas 1
rarias, no menos que la actividad intelectual, desarrollada á la sazón en
dos los ángulos de la Península Ibérica.
1 La Historia del rey Vespasiano se imprimió en SeviUa por
Brun el año de 149S; la Vida de Roberto (admirable y espantosa) en
gos, el de 1509, reproduciéndose en 1530 (Alcalá de Henares, por Mig ^
deEguia), y en 1532 (Sevilla, por Fernando Maldonado).
lo-
ro
II.* P., CAP. XXr. ELOG., FILOS. , NOV. EN EL R. DE LOS R. C' 379
trióticos, en el amor y ai respeto & la justicia y ea el odio & todo
linaje de tiranías el pueblo de los Cides y Fernán González , no
sin que esta singular manera de consorcio, nacido de accidentes
externos, aunque de eficaces efectos en las esferas de la actua-
lidad, dejara de atraer una y otra vez las censuras de aquellos
que más lo estrechaban con su exclusivismo; censuras que to-
maron cuerpo en todo el siglo XYI, apareciendo en diversos ter-
renos y bajo diferentes formas, hasta inspirar el genio inmortal
de Cervantes.
Pero que esta condenación, ya formulada por escrito, no po-
día producir el fruto que anhelaban los doctos y alguna vez de-
searon los legisladores, lo persuade la consideración del estado
político, en que aparece España tras el triunfo decisivo de Grana-
da, detenidas de pronto las espontáneas corrientes de su desar-
rollo social y político, é iniciado en consecuencia el fatal divor-
cio que iba á operarse entre el pueblo y la nobleza, de que die-
ron en breve sangriento testimonio los campos de Villalar, cual-
quiera que fuese la causa primordial de las Comunidades. No
volvió ya el pueblo ibérico á pelear /^ro arís et fo'cis, al lado de
sus magnates, recibiendo en el campo de batalla el bautismo de
la nobleza y obteniendo, como en siglos precedentes, el premio
de su valor en los repartimientos de las ciudades y provincias
conquistadas. Excitada la actividad de sus hijos por la popular
conquista del Nuevo Mundo, donde veian en cierto modo repro-
ducirse las maravillas del mundo andantesco, ya derribando im-
perios como los de los Incas, ya dando cima á empresas tan co-
losales como la de Méjico, no tuvieron á gala, cual en otros dias,
ol combatir bajo las banderas de sus señores, relajándose en
ooDsecuencia él misterioso lazo que los habia unido en un sólo
fin durante muchos siglos y quebrantándose aquel espíritu de
t ntíma unidad histórica, que había resplandecido tan enérgica-
^:xiente en los cantos de la muchedumbre.
Ni fué tampoco dado á la nobleza española tender, como an-
t.eSy su mano amiga á las bélicas virtudes de los populares en
Kina, guerra tan santa como la que habia merecido el nombre de
Sfuerra de Dios, prosiguiendo así la alianza, que tiene funda-
amento y principio en las asperezas de Asturias. Llamada al cen-
380 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
tro de Europa, para someter, al frente ya de mílites.de oficio,
al imperio de los Reyes de España nuevos reinos y se&ori<^>
que gozaron antes de integridad é independencia, ni la anima, el
puro entusiasmo, que engendra la idea de llenar altos debev^
para con la madre patria, ni le era «posible responder & los ge-
nerosos afectos de la muchedumbre, haciéndolos suyos y cojeiS'
tituyéndose en su legitimo representante. — Separados pues ía-
talmente pueblo y nobleza^ y careciendo el primero en el m«.^-
dode la realidad de héroes distintos de los que ambos hal^ian
levantado unidos sobre sus hombros, no puede maravillar :bos
que acudiese á las esferas ideales, para buscar en ellas n -^^
vos objetos de admiración, ya que no de cariño, hall&ndc^avlos
en tan doloroso extravio precisamente en el mundo de la ca '3)a-
Hería andantesca.
. No faltó en verdad el patriotismo al respeto de los antig* ^^^
héroes de Castilla, reproduciéndose el generoso empeño que HÜTha-
bia un siglo antes contrapuesto los grandes nombres de la ^V^is-
toria nacional á. los nombres consagrados en la literatura ca^C^"
•
Ueresca. De las grandes crónicas generales, debidas & los si-
glos XIII y XIV, volvieron á sacarse, no sin que el sentimie:: — ^^^
de actualidad imprimiese en ellas su sello, las narraciones pop^^^""
lares de la vida del Cid, do Fernán González y de los Siete ^^"
fantes de Lara, hermanándose con estas y otras historias aná^^^
gas la del Rey S^nto, cuyo nombre era de cada dia más resp^^®"
tado y querido del pueblo ibérico *. Pero semejante protesta^- ^
;i
l Ya antes de ahora hemos hablado de las varias versiones de la hist
ria del Cid, que se dieron á luz á fines del siglo XV y pri«icipio8 del X'
con título de Crónicas (tomo líl, cap. II; tomo IV, cap. XX): al sentimier^ "
to que procuramos caracterizar en el texto, fué sin duda debida la repet ^'
cion de las ediciones en S«viUa, Toledo, Alcalá de Henares, Bruselas, et^^ *
(1526,— 1541,— 1566,— 1568,— 1589,— 1604). LaCróntca de Fernán GofT ^
zalez, extractada de \aiEstoria de Espanna del Rey Sabio, apareció iinprcr ^^
sa en 1509, en Sevilla, por Jacobo Cromberger, y se reprodujo en Burgos? ^
1516, por Fadrique Alemán de Basilea y por Juan de Junta, 1530, 1537
1546; Sevilla, por Doménico de Robertis, 1542; Salamanca en 1547 pore
citado Junta; Alcalá de Henares, por Sebastian Martínez, 1562; Toledo,
Miguel Fcrrer, 1566; Bruselas, por Juan de Montmaerte, 1588, etc., etc
II.* ?.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. Elf EL R. DE LOS R. C. 381
que pareció responder poco adelante la musa erudito-popular,
acudiendo á las mismas crónicas para hallar materia á sus can-
tos, lejos de refrenar la ya indicada corriente de los instintos de
la muchedumbre, era la más fehaciente prueba del predominio,
que alcanzaban los libros de caballerías, predominio considera-
do ai cabo por los hombres doctos como ofensivo á la moral y
peligroso al sentimiento patriótico. Á los esfuerzos repetidos pa-
ra enriquecer la literatura española con las creaciones de ambos
ciclos caballerescos; al decidido empeño, mostrado desde el siglo
prelsedente para dotarla de obras originales, & cuya cabeza con-
templamos ya el Amadis de Gaula^ acaudalado antes de mediar
«1 siglo XY con la historia de don Florestan^ su hermano, se
nieron pues al declinar la misma centuria, en toda la Peninsu-
a Ibérica, nuevos y no desafortunados ensayos, precursores de
quel extraordinario movimiento que es al fin calificado de dolo-
oso delirio por el inmortal manco de Lepan to. Entre otras pro-
ucciones menores; que caen dentro del reinado de Isabel y de
érnando, licito nos será recordar aquí las historias del rey Ca-
amor é del Infante Turrian^ su fijo *, del Infante Adra-
, del Caballero Marsindo^ fijo de Serpio Lucelio, prínpipe
e Constanlinopla^ y las más aplaudidas de Tirante el Blanco y
e don Palmerin de Oliva^ padre este, como el Amadis de Gau-
a, de numerosa prole de caballeros andantes, que viven en el
plauso popular durante el siglo XVI.
No es posible, dada la excesiva extensión de estas historias,
^I hacer aquí detenido análisis de todas ellas. Algunas no han
logrado hasta ahora ser mencionadas por los críticos, ni alcan-
%n todas estas ediciones termina la Crónica con la patética historia de los
^iete Infantes de Lar a. — La Crónica dd Santo rey don Fernando ÍII,
aunque desgajada ya de la Estoria general escrita por su hijo, desde la
^poca á que nos referimos y tal vez antes, no se imprimió, que sepamos,
^asta 1566 (Medina del Campo, por Francisco del Canto).
1 De este peregrino libro examinamos en la Biblioteca del Escorial un
precioso ejemplar, bajo la marca 4. s/s. a. 28, de 1845 á 1846. Figuraba
^i^ntre las más estimables ediciones que posee la referida Biblioteca. En años
;^osteriores no le hemos ya encontrado, lo cual nos ha sucedido también
^on otros impresos y MSS.
382 HISTORIA CRITICA. QB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
zaron tampoco ia fortuna de ver la pública luz, al salir de ma-
nos de sus autores; circunstancias ambas que sobre favorecer
muy poco su popularidad, parecen disuadirnos de fijar en ellas
muy particularmente nuestras miradas. La Historia del Infante
Adramon, llamado asimismo el Príncipe Venlurin^ y el CabaUe-
ro de las Damas, afectando el tono y disposición general de una
antigua crónica, se divide no obstante en seis libros, y estos ea
crecido número de capítulos, desarrollándose la acción en Polo-
nia, Inglaterra (Bretaña) é Italia, y siendo al fin coronado en
Roma como rey aquel valeroso principe, que habia obtenido, por
su valor y sus virtudes, la honra de ser nombrado gonfalonier
de la Iglesia ^ Más voluminosa y cargada de aventuras , en que
dá el autor rienda suelta á la fantasía, hacinando los desafios, la
pasos honrosos y los combates con gigantes y endriagos, las pe-
ripecias y los encantamientos, los viajes maravillosos y las guer-
ras portentosas que levantan y destruyen á placer tronos é im
pcrios, es la Historia del caballero Marsindo, á la cual se
también la no menos sabrosa de sa hijo, el infante Paünicio. Y
sin embargo este peregrino • libro, todavía no conocido de 1
doctos, es sólo una parte de otra más larga historia, que tiene
raiz y fundamento en las aventuras de Serpio, padre de Cárlo-
Lucelio, príncipe de Constantinopla, y de la hermosa reina Gra-
cisa, su mujer, historia que es mencionada en las primeras líneas
del mismo libro, cual monumento principal, haciéndose en las úl-
timas páginas mención de otro tratado, donde se narran las aven-
turas de tan renombrada familia y del principe Paünicio más
conplidamenle 2.
1 Custodiase este singular monumento en la Biblioteca Imperial de Pt-
rís, bajo el núm. 10.204. Es un volumen de letra del siglo XV declinante:
compónese de seis libros: el primero consta de treinta y tres capítulos; tie-
ne el segundo treinta y nueve; quince el tercero; cuarenta el cuarto; el
quinto treinta y cinco, y veinticuatro el sexto y último. Poseemos copiosos
extractos del mismo, sintiendo el no poder exponerlos en este sitio: ofrece-
mos no obstante esmerado facsímile.
2 Perteneció el único MS. que conocemos de la Historia del cavaUer(^
Marsindo á la biblioteca del cronista don Luis de Salazar, últimamente ío—
corporada á la de la Real Academia de la Historia, donde se custodia bajo)^
If.* P.y CAP. XXr. ELOC, PILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 383
GoQStantÍQopla y Roma, aquellas dos famosísimas rivales de
la edad-media, que tan vivamente heria^ con su grandeza la
imaginación dé los pueblos de Occidente, ofrecen en sus res-
pectivos imperios el principal teatro, donde se realizan los he-
chos qué constituyen la maravillosa Historia del cavallero
Marsindo, terminando la de su hijo Paunicio en las regiones de
A.nrica. Nacido en el mar, circunstancia de que recibe Marsindo
su nombre, se halla predestinado para romper toda suerte de
encantamientos, sacando del yugo de sus tiranos doncellas, prin-
cesas y reinas, y destruyendo imperios poderosos al sólo esfuer-
zo de su brazo; virtudes que trasmite á su hijo, quien logra con-
quistar también para si y sus descendientes antiguos y muy te-
midos reinos, que arranca en África con invencible esfuerzo de
las garras de la morisma, destruyendo el poderío del Miramamo-
lin, hasta entonces no contrastado. Esta acción general, á que
se enlazan extraordinario número de aventuras, ahogando bajo
su peso y balumba el principal interés de la fábula, al propio
tiempo que nos trae á la memoria, por la materia poética, las ma-
ravillosas empresas de los Doce Pares, con los principales poe-
inas narrativos del parnaso provenzal, nos dá á conocer el mo-
hiento histórico, en que el libro del Caballero Marsindo se es-
cribe y el sentimiento que lo inspira, siendo para nosotros indu-
dable que es posterior á la conquista de Granada ^ Para que
trca L. 75. En su primsra foja leemos: ,..El libro del virtuoso y esfor^
cavaUero Marsindo, hijo de Serpio LuQelio, principe de Constanti^
^^op/o» y empieza el texto: «Ya vos avernos contado cómo después de ser
^9alida de la prisión y escapada de la gran tormenta de la mar Gra^isa,
^litja del emperador de Constantinopla y mujer de Serpio Lu^elio», etc. —
final dice, refiriéndose al príncipe Paunicio: «E mientra él bivio toda-
tuvo guerra con los moróse siempre alcanzó Vitoria dellos: de mana,
fué señor de gran tierra, é fizo tan extrañas cosaa en armas que ygua-
^1.0 á la bondad de su padre; y aquí non vos lo contamos cómo él las pas-
^^6» porque en la su grande ystoria lo qüenta muy conplidamente. Amen:
^Deo gra9Ías».El MS. parece pertenecer, aunque de diversas y no buenas
^^iras, á los primeros años del siglo XVI: está encuadernado desdichada-
y es de harto difícil inteligencia.
1 Sugiéremos csla observación el considerar que arrancado del poderío
384 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAÜOLA.
•
puedan juzgar nuestros lectores, bajo el aspecto litenirío^ de es-
ta observación, y porque así formarán más cabal idea de pro-
ducción tan peregrina, trasladaremos á este lugar algún pasaje
de la misma. He aquí cómo, recordando el celebrado paso hon-
roso de Suero de Quiñones, se narra la batalla que Garfir, rey
de Tesalia, y Pirio, rey de Argos, tuvieron con el Caballero d
la Espina, que defendía en honra de la princesa Lecidora el pa
so de un puente, cercano á Constantinopla, contra todos los ca —
balleros de Grecia, que á él llegasen:
«El cauallero de la Espina pasó la puente 7 traía ya su lan^ en L^ ^^^ U
»mano, y dixo: — Señores caualleros: bien soy cierto que qnereys jnstár,^^^:^taT,
npues me aveys esperado. — A eso somos venidos, dijo Pirio; y bajó
nlan^a. £1 cavallcro del Espina, aunque muy bien le paresQÍeron^
))lo8 dudó; mas fuese á encontrar con Pirio al más correr de sus cal
»Ilos. Los encuentros fueron con grand fuerza, tanto quel rey de
))fué sacado de la silla, y cayó grande cayda; mas herió al cauallero <
i)Espina con la langa é levantóse ntordido y sacó su espada y fué
»onbrc fuera de seso con la vergüenza que ovo de su hermano é dio
Dcauallo del cauallero del Espina tan fuerte golpe que la cabera le
)>tó. El ca vallo cayó luego muerto, y cl cavallero de la puente saltó m
nligero del y enbragó su escudo y dio al rey tan fuerte golpe por en»
»ma de la cabega que se la fígo encllnar; mas no pasó mucho que no 1 .
Mvaseel gjilardon: cjue Pirio le dio tan fuerte golpe por encima del y
»mo que le ñzo ni cauallero del Espina hincar una rodilla en el su^^^uueio.
))Mas cresrióle grande ardimiento de enojo, y algo la espada y dio á ^u P¡,
wrio tal golpe en el brago del escudo que ge lo hizo soltar, é como la \M. lia-
»ga fué grande, no pudo tornar á embra(;nrlo. El cauallero del Espin m. — 5}aJe
wferia á voluntad. Pirio (¡uiso poner su fecho en ventura, y juntóse con
))cl cavallero del Espina para derrocarlo en el suelo, atreviéndose en^K: a sü
de la morisma el último baluarte de Granada, se volvieron todas las mr"
das al suelo africano, dando en breve razón las empresas de Oran y de
zalquivir de aquella aspiración nacional al dominio de las regiones^ d
#
se habian acogido las despedazadas reliquias del Islamismo. A existir
nada en poder de los mahometanos, es más que probable- que cl auto:
la Historia del Caballero Marsindo hubiese escogido, por teatro de cst
tima parte de la acción, las regiones meridionales de iberia, como lo h
ron tantos otros, cuando pintaron el poderío de la morisma y cl predi
esfuerzo de los héroes de sus libros. Al imaginar pues estas expedici
y portentosos triunfos^ obcdecia cl autor del de Marsindo al scntimi
universal de su tiempo.
n.^ P., CAP. XXI. ELOC.y PILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 385
^ . H ^K'vide fuerza;- mas el otro muy más quél la tenia, que era más mozo,
.^ ^H *J bm^lo tan fuerte que dio con él en tierra 7 él eugima. Mas presta-
'aneóte se leuantó é tomóle el escudo del cuello^ y dixole: — Agrade^*
''Oe» cauallero, que non vos mato : que bien lo fíziefa, si quisiera. —
^'Quién vos podrá dezir la saña y la ira que Grarfír tenia?... El ca vallero
*^ la Espina cavalgó en otro ca vallo, que sus escuderos aparejado le
^tenían; Grarfír dixo en alta voz :~ a Maldita sea la donzella que acá vos
'^l^ió: que por vos res^iben desonrra los mejores caualleros del mundo,
«r» JO non querria vevir, pues Dios lo consiente». Desiendo esto, aba-
*jó su lanza, y vino contra el cavailero del Espina, el qual lo res^ibió
*oox^ grande ardimiento: Garfir faltó de su golpe con la grande yra que
*tra»3^, y ©1 cauallero del Espina- le encontró en el escudo tan fuerte que
^Sí'^Xo falso é fizóle una llaga. Garfír echó la lan^a en el sucio y sacó su
'^•í^íida y comengó de ferir al cauallero del Espina de muy esquivos y
'^^í^^^SfTtes golpes, tanto que nunca jamás él tales los avia res^ibido. Mas
<>no»:j mostraba punto de cobardía, mas antes fazia sentir á Garfir su
»*>m:^jena esf>ada, que muchas vezes le llegava á la carne que la fuerte lo-
*^*^^a non le podia defender. Yansy anduvieron una gran pieza, hazien-
'^^^ salir de sus yelmos llamas de fuego; mas á la fin el rey de Tesalia
'^y^^^sA enflaqueciendo que non podia sofrir la ligereza del cauallero del
'''"^^'jpiña: cada vez le paresQÍa que cres^ian sus fuerzas, de manera que
^^•"i ^^lejó tanto á Garfir que non podiendo sofrirse más, cayó del ca vallo
*^^^^3acordado. El cavailero del Espina se apeó y le tomó el escudo y
**^ ^Slo á Dalvides, que lo llevase á lasdonzeUaS», etc. 1.
[¿,3 renombrada, aunque menos rica en ficciones, en lides
"señales y aventuras andantescas, fué sin dúdala Historia de
*anle el Blanco^ escrita, según unos, originariamente en por-
^^ués, debida según otros al romance hablado en las regiones
dentales de la Península, y, lo que es indudable, dada á luz en
'"^90 en lenguaje valenciano y vertida al idioma de la España
^ Cutral y & lengua italiana en la primera mitad del siglo XVI *.
1 Fól. Lxiij y siguientes.
2 Apanta la primera opinión Ticknor (Primera época, cap. XI de su Fw-
*oria de la literatura española) ^ si bien no entra en el estudio de Tirante
t\ Blanco, como era He esperar, tratando de los libros de caballerías, al fi-
nal del siglo XV: corrigiéronla sus traductores (1. I, pág. 537), manifes-
tando el poco fundamento de los que por dejarse llevar de vanas aparien-
cias é hipótesis, la han adoptado, como adoptaron ig^ual suposición respecto
del Ámadis de Gaula. Don Nicolás Antonio, Ximeno, Fuster y cuantos es-
critores españoles de alg^un peso han tocado este punto, tienen por origpinal
Tomo vii. 25
386 HISTORIA CRtTfCA DE LA LITERATURA BSPAflOLA.
Publicóse siempre bajo los nombres de Móssea Joban MartoreUy
Mossen Marti Joban de Galba, y apareció en efecto dedicada
el primero al príncipe don Fernando de Portugal , manifestándc
se en alguna de sus primeras ediciones que fué traducida d<
inglés en lengua portuguesa, y después en el vulgar romanc^^
valenciano, lo cual debió dar origen á. la opinión indicada^. Con
siderando no obstante que este linaje de declaraciones no mere
cen fé alguna, en orden al.orígen y á los autores de los libro:
de caballerías, atribuidos de continuo á. personajes fabulosos, pa-
ra darles mayor autoridad entre la muchedumbre, .práctica d
que se burló tan cuerdamente Cervantes ^, y reparando en 1
de las regiones orientales de nuestra Península el Tirante el Blanco, coi
viniendo todos en que fué escrito en el romance valentino. Don Nicoli
Antonio y Fuster citan una edición de 1480, anterior por tanto en diezáfi(
á la que se reputa como primitiva: la versión castellana lleva la fecha
1511 y fué impresa por Diego Gumiel en Valladolid (Ensayo de unaBi
blioteca española^ pág. 1194): la italiana, debida á Lelio Manfredi, apare —
ció en 1533. Antes de expirar el siglo XV, se dio de nuevo á la estampa U
redaccion original, por mestre Pere Miguel f el citado Diego Gumiel (Eai
celona, 1497). £1 Tirante fue al cabo traducido al francés^ aunque mu]
desnaturalizado, por el famoso conde de Caylus (La Harpe, t. I de la edi-
ción de 1S51, Apéndice F., por Mr. Chenier, pág. 896).
1 En la edición de Barcelona (1497), se dice en efecto, después de ex- ■^'
poner el título y aun el objeto de la Historia de Tirante el Blanco, que tíC:^^ ^
«traduit de anglés en lengua portoguesa, é apres en vulgar lenguaje va-
»lenciano por lo magnifích c virtuos cavallcr Mossen lohannoth MarU
*reü. Lo qual per mort sua no pogue acabar de traduir sino les tres parts.
»La quarta part, que es la fí del libro (se añade), es stada traduida, á pf
»graries de la noble scnyora dona Isabel de Lori^, per lo magnifich cavatleí
»Mos8en Martí lohan de Galba», etc. La versión castellana apareció ya coi
cinco libros (1511).
2 Bastaríanos, para justificar este aserio, poner aquí nota de los aotore
fabulosamente peregrinos, áque se atribuyen los más celebrados libros d^
caballerías. Sin salir del período, que historiamos, cúmplenos observar q^"
aun respecto de las historias que tenian su raiz en la antigüedad clásicaí
hizo alarde de tan singular progenie. La ya citada del rey Vespasiano f^
ordenada, según sus editores, por tlacob é Joscp Abarimatia, que á to^^*
sus acontecimientos fueron presentes», y escrita por Jafet (1498). Gons^^^
Fernandez de Oviedo suponía traer de extraños lenguajes por el mismo i\e^^^
poal romance de Castilla el libro de don Claribalte, que escribe en su p^''
_-a
II.* P., CAP. XXI. BLOC, PILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 387
materia literaria que sirve de fundamento á la Historia de lib-
rante el Blanco^ bien que no ajena del todo á las ficciones que
reconocen por fuente y raiz las crónicas bretonas, no es posible
tomar en serio lo de la versión del inglés, perdiendo por tanto
toda su fuerza lo relativo & la portuguesa, y más aun lo tocante
i la originalidad de la obra.
Aparece en esta Tirante el Blanco levantado por su alta ca--
Silería á la dignidad de principe y César del Imperio griego;
beobo no tan peregrino en verdad para catalanes y aragoneses
9^ e no hallase modelo en Roger de Flor, cuyas hazañas habia
^^ K:K]ortalizado la pluma de Ramón Muntaner en el siglo prece-
^^.Hite ^ Y tan exacta y oportuna es esta observación, tan pal-
P^- fcles son las analogías entre la historia verdadera de aquel
^^ ^^ortal caudillo y la fantástica de Tirante el Blanco, que basta
'^ simple exposición del argumento de tan estimado libro para
"ajarla críticamente confirmada. — Tirante, hijo del Señor de las
^^rcas de Tirannia y nieto del duque de Bretaña, se dirijo á la
^^rte de Inglaterra, cuyo rey celebraba fastuosamente sus bo-
^^s, seguido de crecido número de caballeros y donceles. Se-
parado fortuitamente de estos, duérmese sobre su caballo, el
^ual le conduce á una ermita, donde Guillermo, conde de War-
Vrjck y uno de los más famosos caballeros de su tiempo, cansado
de las humanas vanidades, hacia vida solitaria. Leia Guillermo
en el momento de llegar Tirante el Árbol de las Batallas, libro
muy preciado de la caballería; y advertido por el doncel, que des-
pierta al detenerse su caballo ante la ermita, de sus calidades
personales y de sus proyectos caballerescos, alecciónale el conde
iUcra javentud; y á tanlo llega cl abuso en semejantes ficciones, ya acudien-
do para autorizarlas al hebreo, al árabe y al griego, ya al latín, al inglés y
^1 francés, que cl inmortal autor del Ingenioso Hidalgo, burlando de tal
manía, hizo autor de tan sabrosa y aplaudida historia al sarraceno Cidi
Carnet Bencngcli, cuyos manuscritos felizmente habían caído en sus ma-
tios. Esta costumbre tiene sin embargo legítima explicación, considerando
^l orígen de los libros caballerescos y el crecido número, que de extrañas
literaturas hablan pasado á la nuestra, según queda advertido.
1 TomolV, cap. XV.
388 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA fiSPAfiOLA*
con la doctrina, que el citado libro de las Batallas encerraba; )
advirtiéndole del peligro que corria en aquellos bosques, apar-
tado de sus compañeros, excítale á seguirlos, no sin regalarle,
cual docto y útil catecismo, el referido Árbol de las Batallas
y de suplicarle que volviese por la ermita, acabadas la? fiestas de
la corte de Inglaterra.
Triunfante del caballero Yillermes en singular batalla, donde
ostentan .ambos combatientes un escudo de papel y un casco de
flores; vencedor en un sólo dia de los duques de Borgoña y de
Baviera y de los reyes de Polonia y de Frizia, quienes son ex-
terminados por su diestra; muerto de dolor don Kyrie Eleison
de Montalban y rendido su hermano Thomás, tras temerosa y
terrible batalla, vuelve Tirante el Blanco á. la ermita del conde
de Warwick con. treinta y ocho caballeros, informando al anciano
procer el valiente Diofebo de las grandes proezas del primogé-
nito de la Tirannia. Restituido este á Bretaña, sabe que los ca-
balleros* de Rodas se hallan asediados en esta isla y ciudad por
el sultán del Cairo; vuela en su ayuda, acompañado de Felipe, hi-
jo menor del rey de Francia, y obsequiado grandemente por el
de Sicilia, llega á. la isla, haciendo levantar el cerco con estrago
de los infieles. — Vuelto á Sicilia, gozaba allí Tirante el galardón
del triunfo, cuando un mensajero del Emperador de Constanti-
nopla le advierte de que el Gran Turco habia invadido y amena-
zaba destruir el Imperio. Tirante no dá tregua á. su valor:
corre -en auxilio de los griegos; é investido en la antigua Bizan-
cio con el mando y autoridad suprema de las armas, pelea una
y otra vez con los turcos; y siempre vencedor, con muerte de
los reyes de Egipto y de Capadocia y destrucción del rey de.Afri-
ca, salva de la opresión aquel decadente Imperio, asentando uoa
larga tregua con el Gran Turco, herido gravemente, como su
hijo, en la última batalla.
Con fiestas y torneos, en que brillan de nuevo el esfuerzo y la
gallardía de Tirante y de sus caballeros, celebra el Emperador
griego las victorias de sus libertadores, derramando sobre ellos
honras y dignidades. Tirante se enamora entre tanto deCarme-^
sina, hija del Emperador, y gon la mediación de Placerdemi^^
vida, dama de la princesa, logra verla de noche. Á la felicidac^
Il/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 389
de los amantes^ turbada en parte por la malevolencia de la viu-
da Reposada, pone fin la terminación de la tregua, partiendo
luego Tirante el Blanco en busca del turco, sin despedirse de
Carmesina. Para saber la causa de esta inesperada conducta,
envia la princesa tras él íl Placerdemivida; y mientras Tiran-
te es arrojado al África por una terrible borrasca, alcanza & la
mensajera igual suerte, sin lograr hallarle. Errando á la ventu-
ra, tropieza el héroe con un embajador del rey de Tremecen;
sigúele á la corte, y entrando allí al servicio de aquel monarca,
sácale victorioso de sus enemigos. Cercada por él la ciudad de
Montagata, preséntase Placerdemivida en su campo, para implo-
rar su misericordia en favor de los moradores: reconócela Ti-
rante, y haciéndola proclamar reina de dilatado Imperio, allega
numerosos ejércitos y dirijese en socorro de Constantinopla.
Ante esta ciudad, pone fuego á la armada turca, corta la re-
tirada á las huestes del Gran Sultán, y reduciéndole al último
extremo, oblígale á capitular, obteniendo para los griegos una
paz honrosa. El Emperador concede entonces á Tirante el Blan-
co la mano de Carmesina; y ya se preparaban las más pomposas
fiestas para festivar las bodas, cuando acometido el héroe de
mortal dolencia, pasó de esta vida, llevándose tras si al César y
k su hija, quienes no pudieron resistir el dolor de tan irrepara-
ble pérdida.
Tal es en sustancia el argumento de Tirante el Blanco: cuan-
tos lectores hayan admirado en Muntaner ó en Moneada las por-
tentosas hazañas de Roger de Flor, llamado desde Sicilia en de-
fensa del Imperio bizantino; levantado á la dignidad suprema de
las armas; triunfante una y otra vez de los turcos, que amena-
zaban á Grecia con horrible coyunda; desposado con la hija de
los Césares, y muerto cuando eran más brillantes los resplando-
res de su gloria, reconocerán fácilmente con cuánta razón he-
mos atribuido á Juan de Martorell el intento de dar plaza en el
mundo de la caballería á la memoria de aquellas ínclitas proe-
zas; intento que decide y determina el carácter de toda la obra.
Porque no es la Historia de Tirante el Blanco^ como la de tan-
tos otros caballeros andantes, un tejido de aventuras monstruo-
sas y absurdas, que ahogan toda acción hasta hacer imposible
390 HISTORU CRITICA DE LA LITERATCBA ESPAÑOLA.
SU lectura; siuo la exposición de una l&bala ordenada, oonf{7ii>e
á las leyes fundamentales del arte, donde jamás se pierde ¿l«
vista al héroe, y donde más bien qne uncabadiero prede§i£Qa¿> ,
es Tirante el Blanco un capitán exf»erto y feneroso, que trianfa
de sus enemigo?, no por el influjo de hada? y encanl&mií-nlC'S ,
mas j»or su pericia en ei arte de la guerra, hermanada o-js ?ii
noble esfuerzo. Los ¿riganle?, los encantos, la? batallas M(//^a^,
de qu? lan ex'>?siva osteniacion se ha-je en las cemá5 ficdr-aes
cilaüeres-.ü?. apenas íieiien entrada en Id obra de MartCírel-: y
fuera de iis uesla? de In¿r;a:erra. en que inten-ienea ea segun-
do trrniLo !:i? a^igranij^os ique no gifanierj donKyrirEleys-i'ü
V suhrn^in.' T:«3i? de Moniaiban: íuera de \a. iasturia encín-
«
laii ie E?:»rr:ij «Espertiusí, que en ¡a íLtima i«an« se iagier-fr,
n¿ia hív rn e?:e V.IT'j ¿e soi-reDatura!, Lada qiie no pu^óa s^^
• - • • * ^
El m ■ .
í.- -.-.ii'.::' ... . uní^íii-íÉa- o-j»!! :a ^ra*^«^ —
LaL íi .- -i:.'-...:, y if. rsil.j. l:- zitio? cüe con ]:• sgraJai.- - "^
-» fL?.ii.- .-1 ::ij;:ic.5l p-i: .:i::u.s:ira ii Eisioria t/^'^
■'wfc.i.. .jvj Vfr Tir<2!,:f í/ £i'i3fiL';' t. ap^usc' ¿¿ Cervantes *"'
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_ •; i.isf.'i. r:r -i :alL.Li qae ^'
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n/p., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS R. C. 391
ia dado en los tiempos modernos motivo á que muy respetables
críticos le declaren exento de todo espíritu caballeresco ^ Co-
¿Do quiera, revelaba el libro de Martorell un sentimiento, que no
pedia dejar de tener raices en el suelo de Aragón, bastando pa-
Ta, dominar y dar carácter á toda su obra; consideración su-
ücíente en nuestro juicio á legitimarla, alejando más y m&s la
Jiípótesí, que le á& nacimiento en las regiones, occidentales de la
Península Ibérica *.
Igual origen «e ha atribuido & los dos famosos libros de los
Primeros Palmerines, el de Oliva y el de Inglaterra, dado & la
'st^impa el primero cuatro años antes de la muerte del Rey Ca-
duco, é impreso el segundo algunos después ^. Pero no con
V. Southey, Omniana, t. lí, pág. 219 (Londres, 1812).
2 El erudito Chenier en sus Estudios sobre la literatura de la Edad-
^dia, ^que ilustran las Obras de la Harpe (tomo I de la edición de 1851),
::^ica, al mencionar entre los libros caballerescos el Tirante el Blanco,
^ pudo este escribirse próximamente por los años de 1400, si bien no ad-
íe la originalidad inglesa, ni toma en cuenta la portuguesa. — Conside-
K~ido no obstante que Mossen Juan Martorell dedica al infante don Fernán-
de Portugal las tres primeras partes que él escribe, y recordando que
. ucl príncipe, hijo de don Duarte y de doña Leonor de Aragón, pasó de
^a vida en 1470, de edad no avanzada (dicessit scptcm et triginta natus
^ nos, Mariana, De rebus Hispaniae, lib. XXflI, cap. XII), no es posible
^r la obra de Martorell de la segunda mitad del siglo XV. — Si, como
indicado, fué escrita la cuarta parte del Tirante el Blanco por Martin
lan de Galba, después de la muerte del primer autor, no faltaría razón
^ ^ra deducir que hubo esta de componerse después del año indicado de 1470,
^ Xies que no se mencionó en la primera dedicatoria. De todos modos no es
^«siblc admitir la conjetura del erudito Chenier, siendo por el contrario
^Viuy probable que discurriese poco tiempo entre la redacción y la impre-
sión de tan celebrado libro caballeresco.
3 La primera edición, que conocemos del Palmerin de Oliva, es del
^ño de 1511: fue hecha en Salamanca, según consta en su colofón, y de-
clicófe ádon Luis de Córdoba, hijo del famoso conde de Cabra, don Diego
Hernández. La segunda apareció en la misma ciudad, en 1516, con este
lítalo: «La Historia de Palmerin de Oliva, traducida de griego en español
por Francisco Vázquez». Reprodújose hasta 1580 en ocho ediciones, debi-
das á las prensas de Sevilla (1525— .1540— -1547), Venecia (1526^1534),
Medina del Campo (1562) y Toledo (1555—1580). £1 Palmerin de Ingla-
terra salió á luz eq 1547, en Toledo, en lengua castcUana; se reimprimió
392 HISTORIA crítica OE la literatura ESPAftOLA.
mayor fundamento. Imitaciones ambos, é imitaciones felicea^ del
Amadís de Gaula, diáseles, con anhelo de mayor aatoridad^ la
misma cuna, sin razón atribuida á las tres primeras partes de
aquel celebrado libro, llegándose al extremo de adjudicar el Pal-
merin de Oliva á una dama de la corte de Portugal, mientras
se tenia por autor del de Inglaterra k uno de sus reyes. Las
pruebas alegadas en orden al primor libro son en verdad tan
contradictorias é iosuñcientes como las que se exponían respecto
de la originalidad portuguesa del Amadís^ mostrando los estudios
hechos sobre el segundo que no ofrecía mayor seguridad y con-
sistencia la opinión, que le llevaba á las regiones occidentales
de la Península, por más que sus ingenios hayan aparecido á,
nuestra vista unidos, en el cultivo de las escuelas literarias, con
los ingenios de la España Central, cuyo movimiento seguían.
Notable es por cierto el observar que mientras semejantes con-
troversias se sostienen, no ha sido posible á los eruditos portu-
gueses presentar todavía la primitiva redacción del Palmérin de
Oliva ^ como no han logrado presentar la del Amadís de Gaula^
y que descubierta há poco una edición castellana, anterior por el
espacio de veinte años á la portuguesa, no les es tampoco dado
sostener ya ni aun la prioridad on la publicación áe\ Palmérin di
Inglaterra. Examinadas ambas ediciones con el detenimiento,
que la importancia del libro solicita, nace en nuestro ánimo 1
persuasión do que ni el roy de Portugal A quien se alude, nL
Francisco do Moraes, á quien so atribuyó después, ni MigueL
Ferrer, que dedicó el libro primero de la castellana á don Alon-
en la misma ciudad el siguiente año de 154S, y sólo hasta 1567 no apare-
m
ció en Evora, transferido d leng-ua portuguesa. La primera de las indicadas>
ediciones ofrece, después de la dedicatoria, enderezada al muy magnifico
señor don Alonso Carrillo por Miguel Ferrer, su criado, unos versos acrós-
ticos, bajo el epígrafe: El Auctor al leclor^ de los cuales resulta ser aquel
Luis Hurlado^ poeta toledano, de quien adelante hablaremos. Reconocidos
estos hechos, no seria ya posible insistir en la opinión de los eruditos, que
adjudicaron á Francisco de Muraes, editor ó compilador portugués del Pal-
mérin de Inglaterra en 1567, la gloria de la originalidad respecto de tan
peregrino libro: su detenido examen nos mueve sin embargo á sustentarla
opinión, que en el texto expresamos.
Il/ P., CAP. XXI. ELOC, PJLOS., IfOV. EN EL R. OE LOS R. C. 395
80 Carrillo, dí Luis Hurtado de Tribaldos, cuyo nombro aparece
ea QD acróstico dado á luz tras la dedicatoria de la misma, soq
los primitivos y verdaderos autores del Palmerin de Inglaterra^
advirtiéndose claramente que la redacción de Moraes es recom-
posición de otra más antigua, y descubriéndose en la de Ferrer
Y Burtado inequívocos vestigios de un trabajo muy semejante
Al realizado por Garci Ordoñez de Montalvo con el Amadís de
Cfaula <.
Como quiera, pues este género de controversias es de ' muy
díncil resolución, conveniente es observar que los autores de los
dos falmerines no respetaron ya las genealogías de los héroes
^^ballerescos, tales como habían aparecido siempre, divididos en
dos grandes ciclos 6 raraíis, mezclando ahora la sangre y unien-
^^ los destinos de los príncipes de Constan t inopia, que habían
sido asociados al ciclo carlowingio, con la sangre y los destinos
"P los sucesores del rey Artús, pertenecientes al ciclo, que ra-
dica, en lag Crónicas bretonas. Palmerin de Oliva es nielo de un
^'^r^^rador de Constantinopla, viéndose expuesto, como otro Edi-
I^^» «n mitad de un monte y colgado en cesto de mimbres entre
P^^^Xieras y olivas, de que toma su peregrino nombre: Palmerin
^^ Inglaterra es hijo del rey don Duardos, que señoreaba aquel
'^^^O.o, y de Flérida, hija de Palmerin de Oliva. El primero tiene
^^^ teatro de sus hazañas las regiones de Alemania é Inglater-
^ > tornando al cabo á las orientales, y cobrando grande reputa-
^^t^ en Constantinopla, donde es reconocido por su madre, al-
1 Largo tiempo después de realizado el presente estudio, llega á nues-
^i'^s manos un notable, aunque breve, trabajo, debido al muy diligente y
Perspicuo investigador, don Nicolás de Benjumca, en que proponiéndose
ilustrar los orígenes dnX Palmerin de Inglaterra, viene, Irás una serie *ác
raciocinios tan eruditos como respetables, á sentar análoga opinión á la
que en este Ulgar indicamos. Para el Sr. 3enjumea, no siendo redacción
primitiva la que lleva el nombre de Luis Hurtado, lo es mucho menos la
debida al portugués Francisco de Moraes: como nosotros juzga que el Pal-
merin de Inglaterra alcanzó suerte parecida á la del Amadis, obteniendo
en último resultado que Cervantes viene á ser en punto tan debatido auto-
ridad irrefragable, debiendo por tanto la crítica adoptar su opinión, tan
respetable en orden á la literatura caballeresca.
394 HISTORIA crítica ob la lítbratdra española.
canzando en consecuencia la mano de la bija del Emperador de
Alemania y coronándose al fin/ como tal, en la antigua Bizancio.
M&s conforme con su modelo, es por extremo difícil * seguir el
itinerario del segundo, como es imposible el desenvolver en bre-
ve análisis la cargada y enmarañadisima urdimbre de las aventu-
ras, & que dá cumplida cima. — Duelos, innumerables combates
personales, estupendos encantamientos, en que interviene de
continuo su enemigo Deliante, ínsulas desconocidas, en que se
realizan temerosas 'empresa^, nunca antes acometidas por otros
caballeros..., cuanto contribuia á exaltar la imaginación de la
muchedumbre^ cuanto formaba el axuar y aparato de las ficciones
andantescas, todo se halla reunido en el Palmerín de Inglater-'
ra, bien que no siempre expuesto y ordenado con igual fortuna.
Su estilo y lenguaje, más fresco y corriente que el del Palme^
rin de Oliva ^ conservando oferto sabor de antigüedad, brilla má»
principalmente en las descripciones y en los diálogos por su na —
turalidad y soltura; virtudes que llegando á faltar del todo en IdL.
turbamulta de los libros de caballerías que le suceden , arran —
carón de la pluma de Cervantes extraordinario elogio, juzg&n —
dolé digno de ser guardado en una caja semejante á la destina —
da por Alejandro para custodiar las obras de Homero ^.
Como el Amadís de Gaula, tuvieron los Palmerínes larga su —
cesión durante el siglo XYI; movimiento y fecundidad, que eim
diferentes esferas ofrecieron también otros géneros de novela, y
muy especialmente la que vino á contraponerse á la caballeros —
ca, teniendo sus raices y primeros ensayos en el siglo XV. Mien —
tras se proseguía en efecto la historia del caballero Beltenebro3
en las Sergas de Esplandian y se interponían entre el primerea
y segundo Palraerin las aventuras de Primaleon y Polendos, coib-
sus sucesores 2, traíanse al habla de Castilla, con otras muchas
1 £1 juicio de Cervantes aparece formulado en estas notables palabra
del famoso escrutinio de los libros de don Quijote: t£sa palma de Inglaterra
•dijo el cura« se guarde y se conserve como cosa única, y se haga pa
»ella otra caja, como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, qu
>Ia diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero».
2 La Historia de Primaleon y Polendos, hijos de Palmerín dé OUv
Il/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DBLOSR. C. 395
obras análogas, historias tan sabrosas y patéticas como la de
£urialo y Lucrecia^ debida alcelebrado Eneas Silvio (Pió II),
ó imprimíanse producciones tan aplaudidas como la Piúmeía de
/dan de Boccacio, ya antes conocida en nuestro suelo ^ Autori-
zando las formas descriptiva y narrativa, dominadas en el Siervo
libre de Amor y en la Cárcel de Amor por la alegoría, exoita-
beLM\ estas y otras novelas, sus semejantes, el anhelo de la imita-
ción; y en tanto que la obra de Boccacio producía, en la misma
^^«•te de Ñapóles, donde su acción tenia desarrollo, ensayos tan
^P^^K^eciables como la QUestion de Amor ^, abríase á la literatura
ió el segundo libro de la de este héroe, se imprimió con las aventuras
^OD Duardos^ príncipe de Inglaterra^ en 1516, y se reimprimió en 1524
▼iUa), 1528 (Toledo), 1534 (Venecia), 1563 (Medina -del Campo), etc.
libro tercero del Palmerin lleva el título de: Historia del invencible ca-
zo Polindo, hijo del rey Paciano;e\ cuarto aparece bajo el nombre de:
^ '^^ónica dd muy valiente y esforzado cauallero Platir, hijo del invenci-
^^e emperador Primaleont etc.; el quinto bajo el epígrafe de: Historia del
^^^ballero Fíotir, hijo del emperador Platir, etc. El Palmerin de Ingla^
^^Tra ha sido considerado como el libro sexto del de Oliva\ pero, cual se
deduce de lo expuesto, se ha atendido más á una ordenación exterior que á
Una clasiflcacion rigorosamente crítica y literaria.
1 La Historia de dos amantes Enríalo Franco y Lucrecia Senesa^
hecha por Eneas Silvio^ vio la luz en Salamanca en 1496. Es versión har-
to libre de la que bajo el título: De duobus amantibus Enríalo et Lucre^
/úi,babia escrito en latín aquel insigne cultivador de las artes del Renací"
miento. Se reimprimió en Sevilla (1512, 1515 y 1533, por Jacobo y Juan
Crombergcr). La Fiameia de Juan Voca^io se dio á la estampa en Sala-
manca (1497), Sevilla (1523), Lisboa (1541), etc.
2 La Qiiestíon de Amor tiene por teatro, como la Fíamela de Bocca-
cio, la corte de Ñapóles, y fué escrita de 150S á 1512, como se deduce de
estas palabras: «Es de saber que las cosas en este tratado escripias fueron
ó 86 siguieron ó escribieron en la nobilísima ^ibdad ó regno de Ñapóles en
el año de 508, 509 é diez é once, que fué la mayor parte, é 512, que fue
la fin de todo ello» (fól. 32 v.). El argumento está reducido á referir los
amores malogrados de Vasquiran, que pierde á su amada Violina, y á pon-
derar los desdenes que sufre Flamiano, desamado de Belisena: sólo se jus-
tifica el título por la disputa que sostienen Vasquiran y Flamiano sobre cuál
padece más, en la situación en que se hallan. El artificio literario consiste,
al paso que oculta el autor bajo nombres supuestos los de pueblos y per-
sonajes, conservando las iniciales, en el uso de cartas, si bien mezcla con
396 HISTORIA crítica db la literatura espaüola.
española nuevo horizonte, en cuya lontananza, tr&s las peregri-*
ñas historias del Rey de Hungría y del Caballero de Tútgkí ',
de Gríseiy Mirabella, de Aurelio é Isabela, de Clareo y Ploñ
sea ^ y otras muchas de igual índole, contemplamos la muy sen
tímental de PersÜes y Sigismunda, considerada por Corvante
como uno de los más preclaros títulos de su gloria; cual novela
dor castellano. Pero si este linaje de producciones lograba al
carta, de naturaleza en nuestro suelo, aspirando sus autores
emular y aun contradecir las vanidades de los libros de caball
rías 5, — con más legítimos títulos, y por tanto con mayor origi
eUas descripciones de juegos, cazas» momos, poesías y narraciones amor
sas. La verdadera acción se limita á los desdichados amores de Flamian
expuestos sin arte y sin interés: el mérito principal de la Qiietíion deÁ
estriba en los accidentes literarios. Se hicieron de ella varias ediciones de
tro y fuera de España, siendo las principales la de Valencia (1513, por Di<
. go Gumicl), la de Salamanca (1519, por Lorenzo de Lion de Dei), Zamoi
(1539, por Pedro Tovans) y la de Medina del Campo (1545, por Pedro <
Castro). Puede consultarse sobre las demás ediciones conocidas el tomo
del Ensayo de una Biblioteca española, pág. 1106. Volveremos á menei
nar la Qüestion de Amor bajo otro concepto.
1 Véase en el tomo f lí de los Autores españoles • el discurso sobre
novela españokiy debido al erudito y juicioso investigador don Eustaqop "^
Fernandez Navarrete (pág. XI). Las noticias relativas á estas raras hi^'^'
torias las debió á nuestro diligente amigo don Manuel Bofarull, archivera'
de la corona de Aragón, en Barcelona, quien las descubrió en un eódice^
que fué de San Cugat del VaUés y llevaba el título de Miscelánea asoé^
ticat como aparece con el de Flos Sanctoruin el que en la BibUoteca del
Escorial encierra las de don Ottas y de la Reina Sevüla, en lugar oportu-
no estudiadas (tomo V, cap. II é Ilustraciones),
•2 Las dos primeras fueron debidas á Juan Flores, habiendo obtenido la
honra de que la Historia de Aurelio é Isabela fuese traducida al italiano
por Lclio Alitifcro (1521) y al francés (1532) antes de que se imprimiera el
texto español (1556, Amberes). La Historia de Clareo y Florisea, escrita
por Alonso Nuñez de Rcinoso, se imprimió en Venccia el año de 1552.
3 En carta dirijida por el citado Nuñez de Reinoso á un Juan Micas, su
amigo, sobre la indicada Historia de Clareo y Florisea, declara que quien
diere á su obra c nombre de vanidades de que tratan los libros de eabaüe-
riaS9, le causaria notable ofensa, diciendo lo que él no quiso decir (Ht-
blioteca de Autores españoles, tomo III, pág. 431). A lo misnao aspira-
ron otros novelistas coetáneos.
ll/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 397
oalidad, se ofrecieron desde luego los ensayos, hechos por los
ingenios españoles para buscar en la vida real la antitesis de las
ficciones andantescas, no sin que pidieran á la literatura clásica
ejemplos ó modelos, pagando asi el universal tributo á la in-
contrastable ley que impulsaba todas las inteligencias en las vias
del Renacimiento. Y fueron tanto más dignos de alabanza aque-
llos ensayos, cuanto que saliendo á luz en el penúltimo año del
siglo la Historia de Calixto y Melibea bajo el titulo de la Celes--
tina, y la clasificación de tragicomedia ^, apareció ya como una
1 Leemos en el prólogo, puesto por Fernando de Rojas, de quien después
hablaremos: cHan litigado [algunos] sobre el nombre, diciendo que no se
•debiallamar conu;dtai pues acaba en tristeza, sino que se llamase tragedia,
»El primer autor quiso dar denominación del principio, que fué placer, é lla-
»móla comedia: JO viendo estas discordias entre estos extremos, partí agora
>por medio la porfía c líamela tragicomedia» , Esta declaración reconocía
por fundamento la doctrina generalmente recibida entre los doctos, desde
que la autorizó el Dante en su libro De vulgari eloquentia, y más prácti-
camente en su Divina Commedia. El diligente Marqués de Santillana la
había connaturalizado en España, diciendo en la dedicatoria de su Come-
dieta de Ponza: «Intitúlela deste nombre, por quanto los poetas fallaron
•tres maneras de nombre á aquellas cosas de que fablaron, esa saber: tra-
•gedia, sátira, comedia. Tragedia es aquella que contiene en sy caídas de
•reyes é príncipes... Sátira es aquella manera de fablar, que tovo un poeta
•que se llamó Sályro, el qual reprendió muy mucho los vifios é loó las
•virtudes... Comedia es dicha aquella, cuyos comienzos son trabajosos c
•después el medio c fin de sus días alegre, gozoso é bienaventurado»
(Obr(U del Marqués, pág. 94). Esta doctrina, que no se refería en modo
alguno á las formas artísticas ni aun á las literarias, sino á la esencia de
las obras de ingenio, habia sido practicada^ respecto de la tragedia, por el
afamado Juan Rmz de Corella, en su Tragedia de Caldesa (pág. 19 del
presente volumen); respecto de la sátira, por el condestable don Pedro de
Portugal en su Sastra de felice é inf elige vida (pág. 82 de id.); respecto de
\2LComedia, por el docto Marqués de Santillana en su citada Comedíela, y
por En Dalmau de Rocabcrli, autor de las dos comedias, intituladas Gloria
de Amoryáe que tienen también conocimiento los lectores (lomo VI, pág. 19).
£1 primer autor de la Celestina no se violentaba pues al aceptar la clasiíl-
eacion literaria, aceptada por las escuelas; no maravillándonos, como ha su-
cedido á algunos escritores, y antes bien reputándolo muy natural y corrien-
te, el que, dadas aquellas nociones y deseando concertar los extremos, con-
forme al triste fin de la Historia de Calixto y Melibea, adoptase después
398 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPAlVOLA.
obra maestra en su género, siendo en verdad muy superior ¿to-
das sus imitaciones.
Háse dudado de quién fué el autor de esta singular produc-
ción^ atribuyéndose sin consejo la primitiva idea y el primer ac-
to al renombrado Juan de Mena, como se le adjudicaron también
las Coplas de Mingo Revulgo, en su lugar examiBadas ^ Los
más autorizados críticos de la presente y de las anteriores cen-
turias convienen sin embargo en que dio principio & la Celestina
Rodrigo Cota, el Viejo, vecino de Toledo, prosiguiéndola hasta
el fin el bachiller Fernando de Rojas, quien reveló su nombre,
su patria y su condición académica en unas octavas acrósticas,
puestas al frente de la obra, cuya conclusión se atribuye *. Es
Fernando de Rojas el nombre de tragicomedia, que siglo y medio adelan-
te impusieron á verdaderas obras dramáticas los padres del teatro español.
1 Pág^. 130 del presente volumen. La primera indicación nace en la
epístola que dirije Fernando de Rojas á un su amigo, donde leemos: cVí
»quc no tenfa ni firma del autor, el qnal según algunos dicen fué Juan de
vMena, y según otros Rodrigo Cota». 'A pesar de>la duda, con que Rojas
se expresa y de haberse en la edición del Diálogo del Amor y d Viejo de
Rodrigo Cota, hecha en Salamanca el año de 1569, declarado que tí pri-
mer acto de la Celestina era falsamente atribuido á Juan de Mena^ se
arraigó aquel error entre los eruditos, habiendo dado lugar en nuestros
días á contradictorias afirmaciones sobre las verdaderas obras de Juan de
Mena {Biblioteca de Autores españoles, tomo lU, pág. XfU). Leídas las pri-
meras líneas de la Celestina y conocida la prosa del poeta de Córdoba, no
puede tomarse en serio aquella suposición, que niegan y destruyen otras
muchas consideraciones históricas.
2 Háse dudado por algún escritor moderno de la época en que florece
Rodrigo Cota, suponiendo sólo que es posterior á Juan de Mena (BMioteea
de Autores españoles, tomo III, pág. XIV). En el reinado de los Reyes Ca-
tólicos existen dos Rodrigos de Cota, tio y sobrino, designados con los adi-
tamentos de el Viejo y el Mozo, para ser distinguidos. Ambos fueron na-
turales de Toledo, donde vivieron; ambos eran de raza hebrea, y ambos se
vieron perseguidos por la Inquisición, figurando sus nombres en la famosa
lista de reconciliados, hijos y nietos de judíos, condenados en dicha ciudad,
lista que en 1497 se publicó con la autorización de los Reyes Católicos. A
juzgarpor los asientos de la expresada nómina de premias é penas, debía ya
haber pasado de esta vida Cota, el Viejo, designado con título de doctor, pues
que leemos en el artículo de Hijos é nietos de cotidenados de la collación
de San Vicente en Toledo: t Leonor de Arrozal, muger que fué del doctor
Il/ P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 399
en efecto indudable que este afortunado bachiller, que dice ha-
ber habido & las manos en Salamanca el principio de la historia
de Calixto y Melibea^ y se jacta de no haber empleado en ter-
minarla m&s de quince dias de vacaciones, si no puede reputar-
se como único autor de ella en virtud de sus propias palabras,
merece el mayor y más granado. galardón de esta insigne nove-
la, tan aplaudida al ver la luz pública como apreciada dentro y
fuera de la Península Ibérica en las siguientes edades ^
Hemos dado nombre de novela á la Celestina, á pesar del tí-
tolo con que la exornó Fernando de Rojas y de la forma dra-
mática empleada en su desarrollo, porque ni, atendida su esen-
cia, es posible sacarla de aquella esfera, ni considerada su ex-
tructura, es dable suponer que su autor ó autores imaginaron
siquiera que pudiera ser representada. Compónese en efecto la
Historia de Calixto y Melibea de veintiún actos; son muchos de
ellos de no escasa extensión, y cámbianse con frecuencia de es-
cena ÉL escena el lugar y aparato de las mismas, manifestando
todo que sobre no ser aceptable su representación para un pú-
blico, no acostumbrado todavía fuera de la Iglesia á semejan-
tes espectáculos, no habia á la sazón medios industriales, cor-
respondientes á la importancia de la Celestina, para que saliera
esta á la luz del teatro. Sólo ha podido servir de motivo y legí-
Cota, III^ mrs.9 La familia de los Cotas, demás del doctor y de Rodrigo
Cota, joyero, que pagó VI® mrs., contaba en la referida lista á Tristan,
Diego, Martin, Catalina y María, cargados todos con notables penas pecu-
niarias.— De Fernando de Rojas sólo alcanzamos las noticias, que él mismo
nos ofrece en la carta dedicatoria y prólogo de la Celestina.
1 El más respetable de los escritores nacionales es Cervantes, quien de-
eia de la Celestina en los versos que preceden á la I.' Parte del Ingenioso
Hidalgo que era
libro, en su opinión, divi-,
si ocultara más lo huma*.
Horatin en sus Orígenes del Teatro español, nota 33^ encarece á (al punto
el mérito de la Historia de Calixto y Melibea, que llega á manifestar que
con hombre inteligente baria desaparecer los defectos de la Celestina, sin
añadir por su parte una sílaba al texto». Lista en fin en sus Lecciones so-
bre la litercUura dramática le prodiga los mayores elogios, reproducidos
por otros muchos escritores de nuestros dias. Entre los extranjeros no pue-
400 HISTORIA CRÍTICA DE LA ITERATURA ESPAÑOLA.
tima disculpa á los que al tocar en algún modo la historia del
arte dramático en nuestro suelo, la han comenzado por tan sin-
gular novela, la circunstancia de estar escrita en bello, suelto;
sabrosísimo diálogo; pero si hubo sin duda de contribuir á l&
perfección de tan difícil forma expositiva, siendo el más impor-
tante monumento que produce, al expirar el siglo XV, saben ya
los lectores que no fué el único escrito en prosa durante aque-
lla centuria ^, siendo muy de notarse, como en breve mostrare^
mos, que buscaba ya el diálogo en las esferas de la poesía sn
más completo desarrollo. Presentíase desde la mitad del siglo ^
cual muy cercano, el instante en que, no ya siguiendo una creeix-
cia erudita, autorizada por el Dante y recibida por nuestros do<Sr
tos, sino en virtud do ley más alta y con mayor exactitud, ibs
á lograr la expresada forma natural, propio y entero desenvol-
vimiento; mas ni en medio de este general anhelo, que respon—
dia perfectamente al floreciente estado de la cultura española. ^
abrigaron los autores de la Celestina el deliberado intento d^
ponerla en el teatro, ni la edad en que este se encontraba, con—
sentia bajo ningún concepto semejante propósito. La Celestina
no es pues otra cosa sino la historia dialogada de Calixto y Me-
(le olvidarse el renombrado Gaspar Barthio, citado ya por Lampillas (to-
mo V, pág. 155 del Saggio Storico) y recordado oportunamente por Fer-
nandez Navarrete (Autores Españoles, tomo III, pág. XVl). Los elogios se
reproducen en las traducciones francesa é italiana, reimpresas una y otra
vez en los siglos XVI y XVII.
1 Prescindiendo de los litxros producidos por la manifestación didáctico-
simbólica, en que, como sucede en los Castigos et Consejos del rey don
Sancho, en el Conde Lucanor y en casi todas las producciones de ¡goal
naturaleza, recibe notable incremento la forma dramática, parécenos opor-
tuno citar aquí el memorable tratado de Vita Beata de Juan de Lucena, el
Diálogo é Razonamiento sobre la muerte del Marqués de Santiüana, de-
bido al doctor Pero Diaz de Toledo (tomo VI, cap. XI), los Castigóse do-
cumentos que dá un padre á sus fijas (id. id.), el Diálogo entre un ca-
ballero cazador é otro pescador, escrito por Fernando de Basurto (pági-
na 236 del presente volumen) y otros diálogos ascéticos y morales, en qoe
se contiende y disputa entre judíos, moros y cristianos. La Celestina leuit
sobre estos tratados la única ventaja de denominarse autos los capítulos, en
que se (livide la historia.
Il/p.y CAP. XXr. ELOC, FILOS., NOV. EN EL R. DE LOS B. C. 401
líbea^ según el mismo Rojas nos advierte, y en este concepto
tiene muy señalado lugar en la de la novela española ^
Su argumento está reducido & los términos siguientes, pro-
bando con la simple exposición la exactitud de nuestras indica-
ciones. Calixto, joven hermoso y rico, enamorado de Melibea,
doncella de extremada belleza, hija de honrados padres, interpo-
ne los oficios de Sempronio, su criado, y de Celestina, heredera
del arle délas Trotaconventos, para lograr sus amores. Movida
por el cebo de la ganancia, introdúcese la vieja en casa de Ple-
berio, padre de Melibea, logrando exponer á esta la deman-
da de Calixto. Enojada primero y vacilante después, desecha al
cabo la doncella las importunaciones de Celestina, la cual torna
t dar cuenta al enamorado del poco fruto de su tentativa; mas
dominada del amor que la inquieta, solicita Melibea entre tanto
ver de nuevo á la astuta vieja; la llama, le manifiesta su pasión
y concede á Calixto una entrevista á la media noche. Alegre por
demás acude el garzón á la cita, seguido de sus criados; y con-
certada con Melibea la forma en que han de verse en lo sucesi-
vo, retirase gozoso á su casa. Sempronio y Parmeno, sus cria-
dos, se dirigen á Celestina, exigiéndole parte de la ganancia,
según lo concertado: opónese cautelosamente la vieja; contradi-
cenia, riñen y mátanla, con escándalo en que interviene la jus-
ticia, prendiéndolos y mandándolos degollar en la plaza pública.
Calixto gozaba entre sueños la esperanza de su amor, cuando
Sosia, otro de sus familiares, le anuncia la muerte de Parme-
no y de Sempronio, que le produce honda amargura. Recordan-
do las gracias de Melibea, corre á la cita, acompañado de Sosia y
de Tristan, y cumple su voluntad con la incauta joven, mientras
Areusa y Elicia, amigas de los degollados, excitan á Centurio,
maestro de Chiquiznaques y Manuferros, á vengar la muerte de
Celestina y de sus amigos en Melibea y Calixto. Pleberio dis-
1 Biblioteca de Autores españoles f iomolW, pág:. 1. — Este volumen
lleva por título especial: Novelistas anteriores á Cervantes , y su ilus-
trado colector, el ya citado Fernandez Navarrete, no vacila en considerar
la Celestina como una novela dialog^ada (pág. XV del Discurso preli-
minar).
Tono vn. 26
402 HISTORIA crítica DB la literatura ESPAflOLA.
curre coa Alisa, su mujer, sobre lo porvenir de su sedamda
hija, á quien juzgan inocente, tratando de su casamiento: óyelo
Melibea y empieza ái dolerse de su fragilidad y deshonra, en
tanto que Elicia, apoderada cautelosamente del secreto de Icis
amantes, mueve á Centurio á llevar á cabo la proyectada vea^
ganza. En el huerto de Pleberio gozaba Calixto de los favores
de Melibea, & punto que Traso y otros malhechores vienen ^
consumar la venganza de Elicia, por mandado de Centurio: Ca-
lixto oye el ruido, y saliendo en defensa de Sosia, cae de la es-
cala, al saltar el muro del huerto, quedando muerto en el acto .
Desolada Melibea, súbese á su cámara, donde acude su padre ,
deseoso de saber su p6na: Qnjiendo aquella padecer del corazoi:^ .
ruega á Pleberio que le traiga algunos instrumentos músicos; ^
en tanto que el cariñoso padre vá en busca de ellos, enciérrarisc
en una torre, desde la cual revela su deshonra, arrojándose des-
pués, con espanto y dolor de Pleberio, quien muestra á Alisa el
cuerpo despedazado de su hija.
Hé aquí pues la trágica historia de Calixto y Melibea, es-
crita indubitadamente antes de 1492, á juzgar por las ya in-
dicadas declaraciones do Hernando de Rojas ^. Si despertó,
al salir á luz, la admiración de los discretos, fué desde luego
objeto de los anatemas de los escritores ascéticos y moralis-
tas, figurando al postre en los Expurgatorios del Sanio O/i''
1 Efectivamente, si cual vá notado en el texto, el docto Bachiller es-
cribió en el breve espacio de quince dias los veinte actos, que sigtien al pri-
mero, no hay razón para sacar la Celestina del período que indicamos, al
leer en el acto III, obra indudable de Rojas, estas palabras:— >cQué tanto te
»maravillarias, si dixcsseu la tierra tembló, ú otra semejante cosa, que no
»la olvidasses lueg^o?... Así como helado está el rio, el ciego vé ya, muer-
»to es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada, etc. <itc.» Parece pues
declararse aquí que no habia caido aun la corte de los Bcni-Nazares en po-
der de los Reyes Católicos, prosiguiéndose por el contrario la alta empresa
de la conquista del reino granadino, acometida desde 14S2; y siendo esto
así, no cabe vacilar en que la Celestina fué por lo menos terminada en el
intermedio de aquellos diez años, si ya no es que refiriéndose mis inme-
diatamente las preinsertas palabras del Bachiller al asedio de la ciudad de
Granada, pudieran movernos á poner la composición de los veinte actos de
Rojas en los postreros anos de aquella felicísima guerra (1489 á 1492).
ll/ P.y CAP. XXf. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 403
do *. Y por cierto con mayor razón que la Cárcel de Amor de
Diego de San Pedro, pues que las dotes literarias que en la Ce-
lestina resplandecen y la misma forma dramática en ella adopta-
da hacían más amable el veneno, como daban mayor bulto y
realce á la Acción, siendo en consecuencia más temible su efec-
to en las costumbres. Mas justo es sin embargo reconocer la
lealtad de la intención en los autores *, como la hemos recono-
cido en los Archiprestes de Hita y de Talavera, con quienes
aquellos se conforman, y á quienes tienen muy presentes en los
cuadros picarescos por ellos trazados; no siendo posible desco-
nocer, dado este oportuno presupuesto, que la Celestina tenia
muy profundas raices en la literatura castellana. Pero si Rodri-
go Cota y Fernando de Rojas no olvidaron, puestos á pintar las
costumbres bajo aquella singular relación, el ejemplo de Juan
Raiz ni de Alfonso Martínez de Toledo, lícito es también con-
signar que no desdeñaron las enseñanzas de la literatura clási-
ca, viéndose en la Historia de Calixto y Melibea claras huellas
del estudio de Panfilo y de Petronio, como por todas partes se re-
Tela el anhelo de la erudición histórica y mitológfica, hasta ha-
) Figura en efecto la Tragicomedia de Calixto y Melibea, desde los
primeros que se publicaron, en los expresados índices, y fué en el siglo XV(
condenada como nequitiarum parens, carcer amorum (Luis Vives, De
Jnstiíutione christianae foeminae, lib. I, cap. 5), y apellidada Sceíesh'na
^ Alejo de Venegas, Tratado de Ortografía, II.* Parle, cap. 3), califleacio-
WC8 repetidas por escritores de las siguientes centurias. De notar es que,
'merced al mérito reconocido en la Celestina, se toleró ya su circulación por
^\ índice expurgatorio de 1747, sometiéndola á ciertas correcciones que
«n el mismo se expresan (pág. 1052); licencia con que figuró al fin en el
Índice de 1790, antes citado.
2 El elegante Hernando de Rojas daba razón de su propósito por muy
ingeniosa manera, manifestando «la necesidad que nuestra común patria
«tenia de la Celestina por la muchedumbre de galanes y enamorados man-
icebos que poseia, cuya juventud de amor ser presa (dice) se me represen-
»ta haber visto y del cruelmente lastimada, á causa de le faltar defensivas
»armas para resistir sus fuegos: las cuales (prosigue) hallé esculpidas en
»esto8 papeles (el primer acto de la Celestina), no fabricadas en las gran-
tdes ferrerías de Milán, mas en los claros ingenios de dotos varones caste-
»lIanos formadas» (Dedicatoria).
404 HISTORIA CRtTIGA DE LA ITER ATURA ESPACIÓLA.
cerse alguna vez enfadosa, por lo excesiva é impertinente ^
El mayor mérito de la Celestina, lo que en nuestro sentir le
ha ganado y ganará, mientras viva la lengua de Cervantes, la
estimación de ios doctos, es sin embargo lo que tiene de origi-
nal y sujetivo. El noble y levantado instinto del arte, que desde
las primeras frases revela; la perspicuidad y riqueza del senti-
miento; la ingenuidad y viveza de las pinturas y descripciones;
la brillantez, la delicadeza y gracia del colorido; el seductor en-
canto del lenguaje, madurado y robustecido por el deliberado es-
tudio de los monumentos de la antigüedad; cuanto constituye fi-
nalmente las dotes internas del escritor, cuanto se refiere 4 la eje-
cución artística, se revela en la Celestina con desusado encanto y
esplendor, legitimando por una parte el aplauso que há. cerca de
cuatro siglos alcanza, y justificando por otra el racional recelo de
los que se han negado á suponerla obra de dos ingenios y de dos
diferentes edades literarias ^. Obligados nos conceptuariamos,
1 La prueba es por extremo fácil. Véanse no obstante el acto líl, en qac
Celestina evoca, con terrible conjuro, los espíritus infernales, y el acto XX
en los momentos en que Melibea se arroja de la torre: principalmente en el
segundo pasaje no pueden ser más impertinentes las citas y el hacinamieu-
lo de nombres históricos y mitológ^icos.
2 £1 detenido estudio de la Celestina producirá siempre el mismo re-
sultado; y aunque Fernando de Hojas diga á un su amigo que el estilo del
primer acto, que adjudica á autor desconocido, era «de tal primor, de tan
sutil artificio y tan elegíante que jamás en nuestra lengona castellana había
sido visto ni oido»; aunque fije perfectamente lo que pertenecía al antiguo
autor, asegurando que lo puso en un acto, para que fuese conocido dónde
empezaban sus «maldoladas razones», confesando en el prólogo que habia
sido la Celestina cinstrumcnto de lid y contienda á sus lectores», quienes
«querian que se alargase en el proceso del deleite de estos amantes», por
lo cual cacordó, aunque contra su voluntad, meter segunda vez la pluma
en tan extraña labor», no parece desacertado, antes bien muy natural y
consecuente, el que procurase poner en consonancia, así ca lo sustancial
como en lo formal, el expresado primer acto con los veinte restantes, á fin
de dar la unidad conveniente á toda la obra. La observación nos parece tan
obvia y convincente que no ha menester mayor explanación: ni por el es-
tilo, ni por el lenguaje, ni por otro accidente alguno sería posible señalar
esta doble paternidad de la Celestina^ sin la noble declaración de Fernando
de Rojas, cuya probidad no puede por otra parle ponerse en tela de juicio.
n/ P.y CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DB LOS R. C. 405
txT^atándose de otra producción menos conocida, á comprobar con
(^ exposición de multiplicados pasajes, la exactitud de estas obr
Tvaciones. Refiriéndonos á la Historia deCalixio y Melibea ^
«putariamos ofensa de nuestros lectores el hacinar aquí las ci-
i; y sólo con el propósito de que pueda apreciarse el grado de
^rfeccion ¿ que en los últimos dias del siglo XY llega la lengua
^ apañóla, autorizando asi las notabilísimas palabras de Antonio
^^ Nebrija, relativas á este punto, nos será permitido transferir
^-1 ganas líneas. Veamos la descripción que hace de Celestina,
^^^^cordando visiblemente á los Archiprestes de Hita y Talavera.
diabla Parmeno, criado de Calixto:
«Ella tenia seis ofígios, conviene á saber: labrandera, perfumera,
*>inaestra de hacer afeites y de hacer v , alcahueta y un poquito de
»bechicera. Era el primer ofígio cobertura de los otros, só color del qual
s»inuchas mozas destas sirvientes entraban en su casa á labrarse é á la-
»brar camisas, gorgneras y otras muchas cosas. Ninguna venia sin tor-
»rezno, trigo, harina ó jarro de vino y de las otras provisiones que pe-
Adían á sus amas hurtar, y aun otros hurtillos de más calidad allí se
Y>eacubrian. Asaz era amiga de estudiantes é despenseros y mozos de
»abades: á estos vendia ella aquella sangre inocente de las cuitadillas,
»la qual lijeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución quella
»les prometía. Subió su hecho á más: que por medio de aquellas comu-
DDÍcaba con las más encerradas hasta traer á ejecución su propósito. T
«aquestas en tiempo honesto, como de estaciones, procesiones de noche,
Dmisas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones, muchas
nencubiertas vi entrar en su casa: tras ellas hombres descalzos, contri-
DtOB, rebozados y desatacados, que entraban allí á llorar sus pecados.
i>¡Qaé tráfagos, si piensas, traia!.. Hacíase física de niños; tomaba estam-
i>bre de unas casas y dábalo á hilar en otras, por achaque de entrar en
» todas. Las unas, madre acá; las otras, madre acullá: cata la vieja; ya
» viene el ama de todas muy conosgida. Con todos estos afanes, nunca
npasaba sin misa, ni vísperas, ni dexaba monasterio de fray les, ni de
Dmonjas: esto porque allí hagia sus aleluyas y conciertos. T en su casa
Dba^ia perfumes, falseaba estoraques, menjuí, animes, ámbar, algalia,
Dpolvillos, almizques, mosquetes. Tenia una cámara llena de alambi-
iiqaes, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre é de
nestaño, hechos de mil fallones: ha^ia solimán, afeites cocidos, argenta-
odas, bujeladas, gerillas, lanillas, mesturillas, lustres, lu^ntores, clari-
ementes, albarinos y otras aguas de rostro: de saturas, de gamones, de
Doorteza de espantalobos, de taragontía, de hieles, de agraz, de mosto,
ndestilados y azucarados. Adelgazaba los cueros con zumo de limones,
406 HISTORIA ClttTIGA DE LA LITERAURA fiSPAÍlOLA.
DCOQ turbino, con tuétano de oorzo y de garza y otras oonfeo^^iooet. Sa-
»oaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de m»-
))dreselva y clavellinas mosquetadas y almizoadas, polvorizadas con vi-
i>no.' Ha^ia lejía para enrubiar de sarmientos, de carrasca, de centeno,
i>de marrubios,con salitre, con alumbre y millefolia y otras diversas co-
Dsas. Y los untos y mantecas y sebos que tenia, es hastío de dezir: de
»vaca, de oso, de caballo, de camello, de culebra y de conejo; de bu-
nllena, de garza y de alcaraván, de gamo, de gato montes, y de tejón;
ode harda, de erizo, de nutria», etc., etc. i.
La misma abundaücia de pinceladas realmente gráficas, la miS'
ma gracia, soltura y desenfado hallamos en todas las descrípcíooes
y pinturas de tan precioso libro, que, según indicamos, tuvo en
su esfera igual suerte que cupo en las suyas respectivas al Ama-'
dü de Gaula y al Palmerin de Oliva ^. Esta identidad de dotes
1 Acto I.— Hemos copiado de propósito esta animada pintara, porque
justifica lo observado en nota precedente; y nadie mejor que nuestros lee*
tores puede discernir si antes de la edad, en que se dá á luz la Celestina
(obra en que hasta los impresores habian dado sus punturas antes de es-
cribir Fernando de Rojas el prólog:o que apareció en la edición de Medina
del Campo — 1499), pudo escribirse descripción semejante, aun tenidas en
cuenta las del archipreste de Talavera. — En cuanto á las ediciones de la
Cdeslina, si bien no puede dudarse por las palabras de Rojas que, pues los
impresores habian puesto rúbricas y sumarios al principio de cada acto,
se había dado á la estampa con prioridad al año 1499, no se halla noticia
cierta de semejante impresión en nuestros bibliógrafos, quienes por el con-
trario han dudado, como sucedió á Moralin y á Proaza, si eran ó no pri-
mitivas las ediciones de 1500 y 1502. Puede sobre este punto consultarse
el ya mcoiorado Discurso sobre la novela española^ que precede en el to-
mo III de la Biblioteca de Autores españoles á. la última edición de la Zíis-
toria de Calixto y Melibea, debido al señor Fernandez Navarrete, quien
anotó hasta treinta y tres impresiones del siglo XVI, seis del XVII y áo*
del presente, llegando á doce las de las traducciones á lenguas extrañas.
2 Prescindiendo ahora del trabajo poético, que con el título de: Égloga
de la tragicomedia de Calixto y Melibea, hizo sobre el primer acto de la
Celestina don Pedro Manuel de Urrca(V. cap. XIX,pág.260),y del que lle-
vó á cabo, poniendo en verso la misma, Juan de Sedeño (Salamanca 1540),
cúmplenos consignar aquí que entre las imitaciones más directas de la obra
de Fernando de Rojas merecen recordarse dentro del siglo XVI: \,^ Jja se^
gunda Celestina, por Feliciano de Silva (Venecia, 1536); 2.^ La tercera
parte de la tragicomedia de Celestina ó Félides, por Gaspar Gómez (To-
II.* P., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 407
ioternas y externas entre el primero y los restantes actos de la
Celestina^ notada ya por muy respetables escritores, si bien no es
bastante & hacernos contradecir la historia, que expone respecto
del origen de tan estimable ñccion el Bachiller Hernando de Ro-
jas, dá razón de las vicisitudes por el mismo indicadas en el pro-
logOy determina perfectamente las virtudes nada vulgares de
su estilo y lenguaje, y aumentando por extremo la gloria del
mismo Bachiller, la asigna uno de los primeros puestos entre los
cultivadores de la lengua del Rey Sabio.
Mas no se ejercitaba esta solamente en las esferas que lleva-
mos recorridas. Disputando á la latina el dominio de la inteli-
gencia, y contradiciendo el exagerado y ya conocido juicio de los
clasicistas y aun de los escritores ascéticos, interpretaba du-
rante la edad que historiamos los sentimientos íntimos y fami-
liares de los más doctos varones, ora derramando el consuelo en
el corazón de los doloridos, ora ministrando útiles y fructuosos
consejos á reyes, prelados y magnates, ora en fin estrechando
los lazos de la amistad, del respeto y del amor, con celo del bien
y provecho de la república. Los nombres de Mossen Diego do
Valora, Hernando del Pulgar y Gonzalo de Ayora, á los cuales
se une una vez más el preclaro y gloriosísimo de la Reina Cató-
lica, personifican en esta edad los aciertos de la elocuencia es-
pañola, en orden al género epistolar, mostrando en sus letras y
ledo, 1539); 3.® La tragedia PoltQiana, en la qual se tractan los muy
desgroQiados amores de Policiano é Phüomena, executados por tndti5-
tria de la diabólica vieja Claudina, madre de Parmeno y maestra de Ce-
lestina, por el bachiller Sebastian Fernandez (Toledo, 1547); 4.^ La tragi^
comedia de Lisandro y ñoselia, llamada Elisia ^ y por otro nombre cuar-
ta obra y tercera Celestina (Madrid?, 1542); y 5.® Comedia llamada Sel-
vagia, en que se introducen los amores de un caballero llamado Selvago
con una dama dicha Isabela, por Alonso Villegas de Selvagro (Toledo,
1554). Otras muchas producciones aparecieron en la misma edad literaria,
qoe prosiguieron el cultivo de la novela, tal como la habia desarrollado
Hernando de Rojas; pero bastan ahora las indicadas para demostración de
nuestro aserto, pareciéndonos oportuno repetir que desde la Segunda Ce^
lestina hasta la Picara Justina, ninguna de estas imitaciones se acercó ni
en la pintura de los caracteres, ni en los encantos del estilo y lenguaje á
la obra del bachiller Rojas.
408 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPAltOLA.
cartas ^I grado de perfección, á que llega aun en sus mis ex-
quisitos y menudos perfiles el habla castellana.
No poseemos por desgracia todas las cartas, que hubo de es-
cribir la Reina de Castilla á sus prelados y magnates, como no
han llegado k nuestros dias 6 ño se han reunido al menos las
respuestas. Sólo ha cabido aquella suerte á algunas dirigidas á
don Fray Hernando de Talavera "^^ cuya nobilísima figura deja-
mos ya bosquejada. Isabel le consulta en ellas, como á su m&s
íntimo y leal consejero, arduos asuntos de Estado; y partioíp&n-
dole sus dolores y sus alegrías, revela la pureza é ingenuidad
de sus sentimientos, haciendo así todavía más sensible la pérdi-
da de las cartas por ella dictadas, que debían constituir un ver-
dadero tesoro histórico. — La Reina, aunque tan docta como de-
jamos ya notado, escribe á Talavera con entera sencillez, sin
curarse de ornatos retóricos. Sin embargo, sus cartas no care-
cen de viveza de estilo y de lenguaje, como juzgarán sin duda
los lectores por el siguiente pasaje, tomado de la en que parti-
cipa al santo arzobispo los efectos del atentado de Juan de Caña-
mares, en Barcelona:
((Después, al salir del seteno dia, vino tal accidente de calentura y de
»tal manera, que esta fué la mayor afrenta de todas las que pasamos; j
»esto duró unidla y una noche, de que yo digo lo que dixo Sant Grego-
»río en el oíIQqío del sábado sancto, mas que fué noche del infierno: que
»crecd, Padre, que nunca tal fué visto en toda la gente ni en todos estos
wdias: que ni lo3 offigiales hazian sus ofli^ios, ni persona hablava unaoon
))0tra; todos en romorías y procesiones y limosnas y con más priesa de
Mconfesar que nunca fué en semana sancta; y todo esto sin amonestación
»de nadye. Las jglesias y monasterios de contino, sin cessar de noche y
»de dia diez y do^e clérigos y frayles rezando...: no se puede dezir loque
1 Clcmencin, Elogio de la Reina Católica, Ilustración Xll, pá^. 356
y 357 , Primero Sigücnza en su Historia de la Orden de San Gerónimo, y
después Bermudez de Pedraza en su Historia de Granada, dieron á luz es-
tas preciosas cartas de la Reina Isabel; pero adulteradas y llenas de erro-
res, principalmente en la Historia del último. Poseemos copia esmerada de
las mismas, sacada por nosotros del cód. I. L. 12 de la Biblioteca del Es-
corial, donde pareció no hallarlas Clemencin, y hemos examinado el BIS.
G. 77 de la Nacional, que sirvi() á este docto académico para su edición
en el citado Elogio.
II.* P., GAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL B. DE LOS R. C. 409
npasava. Quiso Dios por su bondad aver misericordia de todos, de ma-
nnera que quando Herrera partió, que llevava otra carta mia, ya Su
)>Señoria estava muy bueno, como él avrá dicho; 7 después acá lo está
«siempre (¡muchas gragias y loores á Nuestro Señor!): de manera que
«ya él se leuanta y anda acá fuera, y mañana, placiendo á Dios, cabal-
»gará por la ciudad á otra casa, donde nos mudamos. Ha sido tanto el
Dpla^ de verle levantado quanta fué la tristeza; de manera que á todos
onos ha resusgitado. No sé cómo sirvamos á Dios esta grand merged;que
»no bastarían otros de mucha virtud á servir esto, ¿qué haré yo que no
»tengo ninguna?... Y esta era una de las penas que yo sentia: ver al rey
Mpades^r lo que yo meresgia, no meresgiéndolo él, que pagaba por mi.
nEsto me matava del todo».
De esta suerte se revela en las cartas de ía Reina Católica que
han llegado á nosotros, aquella alma grande, generosa y sen-
sible, que la elevó sobre los reyes sus predecesores, y que (de-
más del alto lugar que le ganó como promovedora de los estu-
dios clásicos) le conquista en la historia de las letras patrias
señalado galardón, haciendo más sensible la pérdida de las epís-
tolas que dirigió á otros muy distinguidos varones.
Entre los que más ilustraron su glorioso reinado y merecie-
ron tan alta honra, no es posible olvidar á Mossen Diego de Va-
lora. Con aquella noble ingenuidad, que habia mostrado al ad-
vertir á don Juan II los peligros, que le rodeaban; con aque-
lla generosa libertad y energía, desplegadas al poner delante de
Enrique IV los errores, á que le arrastraban su inexperiencia y
su poquedad, habla en preciosas epístolas el honrado Valora á
los Reyes Católicos desde el momento en que los vé asentados
en el trono de Castilla, instituyéndose en su más leal y celoso
consejero. Tienen por esta razón las cartas de Mossen Diego de
Ko/era, todavía no juzgadas por los ci'íticos *, extraordina-
1 Las cartas de Diego de Valera, que como la mayor parte de sus
obras, están reclamando una edición ¡lustrada, se hallan al folio 339 del
cód. F. 108 de la Biblioteca Naccional, bajo este epíg^rafe: Tratado de las
epístolas embiadas por Mossen Diego de Valera en diversos tiempos á di-
versas personas. Son en número de veintiséis con los Memoriales á los
Reyes Católicos, y abrazan el período que media desde 1441 á 1486, últi-
ma fecha que en ellas hallamos. £1 señor Ochoa, al formar el Epistolario
español (Autores Españoles, t. XIII), no tuvo noticia de tan precioso mo-
numento del género que colecoionaba.
410 HISTORIA CRITICA OR LA LITERATURA ESPAÑOLA.
río valor histórico, que realzan sobre manera las galas de su
estilo y lenguaje, ya conocidas de nuestros lectores; y de bnen
grado nos detendriamos aquí en su menudo examen, si la ex-
tensión del presente capítulo lo consintiera. Obligados nos con-
ceptuamos no obstante á consignar que, no aventajándole nin-
guno de sus coetáneos en la hidalga franqueza, con que expone
sus advertencias y aun sus censuras, nadie le venció tampoco en
la soltura y naturalidad de la frase, que es en consecuencia osa-
da, rica y pintoresca, ya se dirija á los reyes, ya á los magna-
tes. Oigamos por ejemplo cómo reprende y amonesta al rey don
Enrique respecto de la mala administración, con que tenia es-
candalizada á Castilla:
oDays [Señor, las dignidades eclesiásticas é seglares] á ombres indig-
nóos, non mirando servicios, virtudes, linajes, ^iengias ni otra cosa al-
Dguna, salvo por sola voluntad: é lo que peor es que muchos afuman que
»se dan por dineros^ lo qual quánta infamia sea á Vta. persona real é á
» vuestro claro juisio asaz debe ser manifiesto... Por el gran apartamien-
»to vuestro, non dando lugar de fablar á los que con gran neSQesidad
))ante Vra. Señoría tienen qüenta..., todos los pueblos á vos sujetos re-
»claman á Dios^ demandando justigia^ como non la fallen en la tierra
))vuestra. Et disen que cómo los corregidores sean ordenados para faser
»justigia é dar á cada uno lo que sujo es, que los más de los que oy ta-
»les of finios exornen son ombres yn prudentes^ escandalosos, robadores c
))Coheohadores, é tales que vuestra justicia venden públicamente por di-
»nero, syn amor de Dios, ny vuestro; é aun de lo que más blasfeman es
))quc en algunas gibdades é villas de vuestros reynos vos, Señor, man-
udays poner corregidores, non los aviendo menester, ni seyendo por ellas
«demandados, lo que es contra las leyes de vuestros reynos. — Pues con
«ánimo atanto oya agora Vra. Señoría mi paresger: que aunque en poder,
«discreción é saber sea el menor de los menores de vuestros subditos, en
«lealtad, amor é deseo de servicio de Dios é vro. é bien común de la natu-
«ral tierra, syn dubda, Señor, egual [soy] del mayor de los mayores: que,
«Señor, todo onbre es de oyr, porque el espíritu de Dios donde entra es-
«pira; é muchas cosas se... callaron por algunos grandes varones^ que se
«dixeron por otros menores. £ como dige el filósofo que las cosas contra-
«rias con los contrarios se han de curar, conviene curarse la viejaenfer-
«medad destos reynos con todo lo contrario que fasta aquí se ha fecho. £
»sy quereys, Señor, saber quánto vos cumple á aquesta remedio poner,
«({uered. Señor, en los tiempos de ogio las antiguas é modemaS estorias
«leer^ é fallareys, Señor, que por muy menores cabsas de las ya dichas
«se perdieron muy grandes imperios, reyes é príncipes... Non deveys.
Il/p., CAP. XXI. ELOC, FILOS., NOY. EN EL R. OE LOS R. C. 411
üSeñor, olvidar al rey don Pedro, que fué quarto abuelo vuestro, el qual
»por su dura é mala governa^ion perdió la vida y el Tejno con ella» l.
La hidalga franqueza de Yalera llevaría consigo grandes pe-
ligros en los tiempos modernos, reputada sin duda cual irreve-
rencia ó desacato; pero es tanto más de estimar cuanto que de
i^ual manera la ejercita con la Reina Católica y con el rey don
Fernando. A la I.* Isabel dice, por ejemplo, recordándole las
mercedes que Dios le llevaba hechas y con ellas sus deberes de
reina:
«Mire bien Vra. (^rand Exgellen^ia quántas gracias á Dios deve dar y
))cn quán cargo le es. Y esto coDosgiendo, Vra. Alteza deve con mano
»lijera é muy liberal fazer mercedes é galardonar á los que Vos han
olealmente servido: que non vá menos contra la justicia quien non faze
))bien á los buenos que quien los malos dexa sin pena; é donde non se
»faze diferengia entre los malos é buenos, grand confusión se sigue; é
»non solamente esto se deve á personas syugulares, mas generalmente á
9todas las gibdadcs é villas, de quien señalados servicios resgebistes» %.
Dirigiéndose al rey don Fernando, tras la dolorosa rota de la
Axarquía, en los montes de Málaga, le dice, condenando la so-
berbia:
«Bien podemos [clamar] con Job: (iDomintís vulnerat et medetur;
y^percutit et manus ejus sanabunti). No pienso, lilustrissimo principe, se-
»niejante caso ser acaesgido de grandes tiempos acá, como en esta de-
j>saatrada entrada acaesgió, donde tanta é tan noble gente de tal manera
»se perdiesse. Lo qual creo permitió Nuestro Señor, porque conozcamos
))(|uúnto daño trae la soberbia é quánto conviene á todo cubre discreto
ndella apartarse: que por esta el ángel del gielo cayó, el onbre del pa-
nray.so fué echado^ la torre de Babel derribada, las lenguas divisas, el
»rey Faraón con todo su exército en la mar sumergido, Golfas muerto.
))N¡n la soberbia del sanio David quiso Nro. Señor sin pena dexar»«etc. •■>
Más cortesano, aunque no menos leal para con la Reina Cató-
lica é ingenuo para con los magnates, aparece Hernando del
Pulgar en sus ya famosas Letras. Juzgadas de un modo con-
t Es la carta III.* de la colección citada, y lleva la data de Palcncin ú
20 de Julio de 1462. Se halla al folio 344 del cod. citado.
2 Epístola XIV.», ful. 356 del MS. mencionado.
3 Epístola XVllI.», fecha en 1.^ de Abril de 14S2.
412 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPACIÓLA.
veniente y digno por la critica extranjera ^; aplaudidas con fre-
cuencia por los escritores nacionales, no se ha menester un de-
tenido análisis para que le concedamos por ellas lugar muy dis-
tinguido en la historia de la literatura patria. Ora pida á su mé-
dico consuelos para la vejez que le amenaza, ó los prodigue á
sus amigos en el destierro ó en las dolencias y aflicciones de la
vida ^; ora reprenda en el arzobispo de Toledo la inquietud é in-
temperancia de prelados y magnates ^; ya procure tranquilizar
con filosóñca doctrina el ánimo de los proceres, que so confesa-
ban quejosos ó descontentos *; ya consigne su voto y parecer
sóbrelos hechos más notables de su tiempo, entre los cuales
no es para olvidado el establecimiento del Santo Oficio ^; ya en
fin dirija su voz á la Reina Isabel para darle cuenta de sus ta-
reas históricas ^, ó abra su corazón á su hija, apartada del mun-
do por voto de religión ", — siempre hallamos en las Letras de
Pulgar al discreto autor de los Claros Varones^ docto en el es-
tudio de los antiguos, sobrio y circunspecto en el uso de las
reflexiones filosóficas, perspicuo, atinado y nada somero en el
conocimiento del corazón humano. Su estilo natural y elegante, ^ ^
su lenguaje correcto y gracioso, digno por cierto de ser imitado ^i^*
en nuestros dias, le conquistaron en la edad floreciente, en que
vive, el aprecio de los eruditos, mereciendo sus Letras bajo es-
tas relaciones, no menos que bajo la importantísima de las cos-
tumbres, ser colocadas al lado del Centón epistolario de Cibda-
real, ya conocido de nuestros lectores. El lenguaje de Pulgar, si
no más expresivo y pintoresco que el de Fernán Gómez, mues-
tra no obstante de un modo inequívoco que el habla de Mena y
Santillana había hecho en la segunda mitad del siglo notabilísi-
mos progresos.
1 Clarús, t. II, pá^. 450 y siguientes de su aplaudido Cttadro delali"
teralura española en la edad mediaf tantas veces citado por nosotros.
2 Letras I, 11, IV, VIII, XII, XV y XIX.
3 Letras III, VI, VIII.
4 Letras XIII, XVII, XIX y XXXII.
5 Letras XXI y XXVI.
6 Letra XI.
7 Letra XXIII.
I
y
Il/ P.y CAP. XXI. ELOC, PILOS., NOY. EN EL R. DE LOS R. C. 415
Igual demostración ofrecen las Cartas de Gonzalo de Ayora.
«Yaron muy leido y asaz experimentado en letras y armas»,
cronista celebrado en la corte, según indicamos en lugar opor-
tuno, dio aquel ilustre hijo de Córdoba insigne prueba en sus
Cartas de que no en balde gozaba singular reputación en ambos
conceptos. Escritas en 1503 por su mayor parte ^, llevan la
data de Perpiñan y de Leocata, y se refieren al sitio, que los
franceses pusieron sobre Salsas durante los meses de setiem-
bre, octubre y noviembre del expresado año. Su mayor interés
es en consecuencia histórico, encerrando la narración de los su-
cesos, que iban acaeciendo cada dia, á vueltas de cuerdos y úti-
lísimos consejos, ya dirigidos al secretario Miguel Pérez de Al-
mazan, ya al mismo Rey Católico. Ayora se muestra por demás
entendido en el arte de la guerra, como aparece afortunado cul-
tivador del habla castellana, aunque manifiesta sentir «que hom-
bre que tenia en casa de S. A. el ofigio» de cronista, escribie-
se aquellas cartas «tan descuidadamente» ^. Mas á este descuido,
que Ayora reprende y excusa, son debidos sin duda el desenfa-
do, la naturalidad y viveza de la frase, más suelta y espontánea,
más sencilla y pintoresca de lo que se hubiera acaso ostentado,
á ser escritas las Cartas con mayor espacio y mayores preten-
siones eruditas. Prendas muy principales son de las mismas la
veracidad y la franqueza, virtudes en que se hermanaba Ayora
con Valera y Pulgar, mostrando todos, con aplauso de la poste-
ridad, que no era posible decir de ellos lo que el generoso Moé-
sen Diego habia dicho de los prelados españoles: — «¡Guay de
los pastores, que apagíentan asi mesmos, buscando sus propios
provechos!» '.
1 Sólo las dos últimas llevan las fechas dcl512yl513 (Burgos — Pa-
lencia), y ambas van dirigidas al secretario Miguel Pérez de Almazan, co-
mo la mayor parte de las precedentes. Se publicaron todas en 1794, confor-
me al códice original que posee la Real Academia de la Historia, y las ha
reimpreso en el Epistolario español el señor Ochoa (Autores españoles,
t, XIIÍ, pág. 61). Véanse las noticias de Ayora en el capítulo precedente.
2 Carta VIII.*, dirigida al Secretario Pérez de Almazan (Autores es--
pañoles, t. XIIÍ, pág. 70, col. 1.*).
3 Regimiento de Principes, cap. I. No dejaremos la pluma sin consig-
414 HISTORIA GRtTICA DE LA LITERATURA ESPAfiOLA.
Hemos contemplado, al trazar el variado cuadro que ofrecen 4
nuestra vista la elocuencia, la filosofía moral, la novela y el gé-
nero epistolar, durante el reinado de los Reyes Católicos, los
meritorios y multiplicados esfuerzos hechos en tan diversas es-
feras por cuantos ingenios contribuyen al mayor lustre de la
cultura española, por medio de las letras. Sin duda la impor-
tancia de estos diferentes desarrollos pedia mayor detenimiento,
y á ello nos brindaban los estudios parciales que teníamos reali —
zados. Pero esta vez hemos cedido, como siempre, al anhelo d€5
no dar excesivo bulto á nuestras reflexiones, creyendo sin ers^^
bargo que basta lo expuesto para apreciar, cual cumple á los ^^
nes de nuestra historia, los genuinos caracteres del ingenio 6&
pañol en los postreros dias del siglo XV y principios del XVl
Hijas del vario, y al parecer contradictorio, impulso, que part-'
á la vez de las esferas eruditas, donde se opera la obra del H^
nacimiento, y de las populares, donde arraigan y se acaudala- ^
las tradiciones del arte de la edad-media, nos enseñan todas e^
nar (le nuevo, respecto del cultivo histórico del género epistolar^ que ^'^
clama este de los eruditos mayor celo del que hasta ahora se ha mostn».*^
en la formación de semejantes colecciones. Sabido es de cuantos estudian
historia nacional, en vario concepto, que ya bajo el aspecto político^ ya bí
ol literario, ya bajo la mera, aunque varia, consideración social se escribía
á fines del siglo XV y principios del XVI, muchas y muy útiles y sabros-í^
epístolas, no siendo en el particular para olvidados los nombres del Prí*^^
cipe don Juan, que aun las traza en lengua latina; del prolonotario Jua^
de Lucena^ de quien conocemos ya algunas muestras (cap. XVHl de est^
volumen), del arzobispo Hernando de Talavcra, de quien llegó á recoger lí
Academia de la Historia preciosa colección, que ha desaparecido en los
lillimos tiempos; del Cardenal Cisncros, del cual y de sus más allegados
familiares, se guarda en la Biblioteca de la Universidad Central colección
autógrafa, mencionada ya por nosotros y que según tenemos entendido ve-
rá en breve la luz pública. De estos y de otros muchos personajes del rei-
nado, podrían allegarse numerosas epístolas de todos géneros, que deben
ser consideradas como otros tantos monumentos del estado floreciente, á
que llega la cultura de Castilla en los últimos dias del siglo XV. — Lástima
fué en consecuencia que el señor Ochoa se contentara con lo hecho sobre
el particular, al recoger en el citado Epistolario español tan precioso te-
soro de las letras patrias.
II,* P., CAP. XXI. ELOC, PILOS., NOY. EN EL R. DELOSR. C. 415
tas producciones que iba acercándose momento de mayor gloría
para la literatura patria; consideración que cobra en nuestro áni*
mo méíS bulto é importancia, al volver nuestras miradas á las
enseñanzas que nos ministran en el mismo periodo la poesía y
la historia. La edad literaria de los Reyes Católicos es en ver-
dad una época de florecimiento y de granazón para los ingenios
españoles: sin el maduro estudio de ella no seria posible en modo
alguno comprender el siglo XVI, que recibió el título de Siglo
de Oro, con que justamente se engalana.
Pero no era posible, por la misma razón, demandar á sus
poetas, á sus historiadores, á sus oradores, á sus moralistas
;y á. sus noveladores mayor perfección artística de la que hu-
manamente podian ofrecernos, por más que algunas de sus
obras no hayan tenido después dignos imitadores. Notables
^ran bajo más de un concepto los progresos que en tan mul-
tiplicadas vias babia hecho la lengua de la España Central, ge-
:iieralizada, ya no sólo cual lengua literaria, sino recibida tam-
l)íen cual lengua nacional en la mayor extensión de la Península.
mica, flexible, abundante, pintoresca y sonora, como nunca se
liabia ostentado, recibe nueva fuerza y más brillante luz de sus
xnismos detractores; y al mismo tiempo que acaudala el dialecto
ir>oético con no gozados tesoros, préstase generosa, cual fácil y
^ulecuado instrumento, ya á la grave narración de la historia,
"ya á los arrebatos y noble majestad de la elocuencia (sagrada y
profana), ora á la varia entonación de la novela caballeresca y
cJe costumbres populares, ora en fln al familiar, ingenuo y repo-
sado acento del género epistolar, mostrando en tan multiplicado
<3oncepto que habia entrado en la edad de su virilidad, que es
siempre época de verdadera fecundid^id y engrandecimiento en
la historia de las naciones.
Tal es realmente el carácter literario del siglo XVI, así en las
esferas eruditas como en las populares. Antes de que fijemos del
t.odo en él nuestras miradas, necesario es detenernos á. contem-
plar, según ya queda indicado, el desarrollo que ofrece hasta
este solemne y grandioso momento la poesía que hemos dis-
tinguido antes de ahora con título de popular en la acepción fl-
losóBca de la palabra, porque de ella iba á recibir los más bri-
416 HISTORIA CRtTiGA DE LA LITERATORA ESPAl^OLA.
liantes títulos de gloria la literatura nacional en tan memorable
centuria. Con tan importante y nuevo estudio cerraremos pues
el de las letras patrias durante la edad-media y á él consagra.-
remos el capitulo siguiente.
CAPITULO XXII.
)IA POPULAR HASTA EL REINADO DE CARLOS 1.
impo de la misma. — Su vitalidad coiüo reflejo de la cultura de
io. — Perfeccionamiento de las formas populares. — üniversali-
influencia. — La poesía popular con relación á las creencias
ostumbres. — Cantares funerarios;— de juegos; — de la infan-
imor; — satíricos; — de bodas. — Romances. — Creciente imper-
ios miamos. — Romances novelescos y caballerescos; — histó-
)riscos. — El teatro. — Influencia de la antigüedad y del es-
illeresco en el desarrollo de las costumbres y en el perfec-
to de las artes escénicas. — Juegos; — danza8;^-compar8ad ale-
momos; — funciones en honor del Santísimo Sacramento. —
dispensada por los magnates, los prinoipe9 y la Iglesia al
iatro. — Fiestas dramáticas en coronaciones de reyes y otras
Jes. — Secularización de los misterios. — Farsas de moros v
— Elementos literarios que se asocian á este múltiple desar-
aduccioncs é imitaciones de los clásicos. — Elaboración de la
stica desde mitad del siglo XIV. — Diálogos en verso y prosa.—
acterísticas de los mismos. — Momento que determinan en la
íl arte. — Juan del Encina.— Sus ensayos dramáticos. — Clasifi-
aicio de los mismos. — Muestras de su estilo y lenguaje. — Imi-
Juan del Encina en Aragón, en Castilla y Portugal. — Gil
•Representación del mismo en la dramática española. — Sus
—Otros imitadores de Encina. — Consideraciones generales.
)ciinüs, al trazar el cuadro que ofrece á la contempla-
i critica nuestra poesía popular hasta mediados del si-
que lejos de referirse esla á un orden de ideas deler-
encerrándose en una forma exclusiva, como parecían
Yii. 27
418 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
suponer los estudios hechos hasta nuestros tiempos, se relacio-
naba directa é íntimamente con las creencias y las costumbres
nacionales, desenvolviéndose en multiplicadas esferas y revis-
tiendo la mayor variedad respecto de sus formas expositivas.
Desde las más graves y dolorosas manifestaciones de las creen-
cias, en que tan decisivo imperio alcanzan las artes mágicas,
derivadas de la más remota antigüedad, hasta las más sencillas
é inofensivas costumbres, en que se piatan y revelan los juegos
ó inclinaciones de la infancia; desde las más elevadas flestas pú-
blicas, que interpretan y solemnizan el júbilo y bienestar de los
pueblos, descubriendo al par los lazos que unen en un sólo des-
tino y porvenir á grandes y pequeños, principes y magnates,
hasta las más espontáneas demostraciones del entusiasmo popu-
lar, que ya levanta á gloriosa apoteosis la memoria de los pasa-
dos héroes, ya ensalza los ilustres nombres de los que renuevan
tas antiguas proezas; desde las venerandas ceremonias del rito
y de la liturgia, en que aspira la Iglesia á ministrar fructuosa y
duradera enseñanza á la indocta muchedumbre, hasta los libres
juegos y abigarrados espectáculos que á la misma divierten y
entretienen en mercados y plazas públicas,— en todos estos va- — ^.
riados conceptos, que abrazan y compendian la cultura española osla
y responden á sus más íntimas necesidades, contemplamos allí á .i& á
la poesía popular, ejerciendo su eflcacisimo ministerio, y oslen- — ^-
tando ya aquella multitud de formas que nacian de los Qnes por *mor
ella realizados y constituían no pequeña parte de su genial ri- — Ji-
queza.
Ni de la universalidad de estos fines, ni del activo influjo que s^ «e
en tan variadas esferas ejerce, ni de los propios é inequívocos .^cds
caracteres que la distinguen hasta aquella edad, es posible du- — ■-
dar, en nuestro juicio, llevado á cabo el mencionado estudio ^ * ^'
1 Cuando revisábamos el presente capítulo, para darlo á la imprenta,
llegó á nuestras manos un largo artículo, debido á la docta pluma de don
Fernando José de Wolf, y dado á luz en la Revista de las literaturas neíh'
latinas, sóbrelos lomos III y IV de esta Historia critica. Las últimas con-
sideraciones del expresado trabajo, cuya benevolencia agradecemos por
extremo, se refieren al estudio que de la poesía popular hicimos ea el eapí-
Á
II.* P.y CAP. mi. LA POBS. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 419
Difícil conceptuamos también que pueda desconocerse, en vista
del mismo, la gran vitalidad que la poesía popular abrigaba en
el suelo de la Peninsuia Ibérica, como no es dudoso que esa vi-
talidad debia trasmitirse á los tiempos venideros. La poesía po-
pular, presidiendo, digámoslo asi, á las consultaciones y miste-
riosos actos de las artes goéticas; solemnizando bodas y funera-
les, triunfos y coronaciones; interpretando el sentimiento pa-
triótico, ora respecto de los sucesos de la paz, ora de los hechos
de la guerra; revelando en fin el común anhelo de cultura que
se personificaba é iba tomando bulto y consistencia en los es-
pectáculos públicos, debia reflejar, y reflejó en efecto, durante
la segunda mitad del siglo XIY y en todo el XY, con la misma
fuerza é ingenuidad que en los precedentes, la vida entera del
pueblo español, cumpliendo así las superiores leyes de su exis-
tencia. Como en tiempos anteriores, asistió á todos los acaeci-
mientos, que en alguna manera interesaron lo por venir de la pa-
tria; como en tiempos anteriores, personificó enérgicamente el
aplauso ó la protesta del sentimiento popular, que la inspiraba;
y como en tiempos anteriores sirvió de clarísimo espejo & la
nniversal cultura, no siendo indiferente á los multiplicados ele-
mentos que la impulsan y acaudalan. Sus espontáneos y natu-
rales frutos, sus multiplicadas y preciosas conquistas llegaban
el cabo á merecer la estimación de los eruditos, quienes deseo-
sos de participar del general aplauso, mientras se empeñaban
ios más doctos en la imitación formal de la literatura clásica,
tal como lo dejamos demostrado, contribuían poderosamente al
desarrollo de las formas populares basta levantarlas á una esfera
propiamente artística.
Preparábase de esta suerte la más importante, la más tras-
cendental de cuantas transformaciones había experimentado la
tulo XXllI del l.erSubciclo de esta II.* Parte; y el eminente crítico alemán
acepta y tiene por legítimo el concepto capital, en que fué considerado por
nosotros el pueblo, siguiendo la docta definición del Rey Sabio (tomo VII
de la Revista ó Anuario, pág. 101). La misma consideración y el mismo
punto general de vista hemos adoptado, al trazar el presente capítulo, l|«-
let al pian establecido y al pensamiento que en él domina.
420 HISTOBU CRÍTICA OB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
poesía nacional desde los primeros dias de su existeneia. Her
man&ndose en un sólo fln todos los elementos atesorados duranl
la edad media por los poetas mediocres y los poetas Ínfimos. ^
como los apellidaba el ilustre Marqués de Santillana ^; encami — j
nados á una sola meta los esfuerzos de populares y semi-eradi — J
los, de quienes se apartaban cada dia más los ingenios subli-^^
mes, abríase aquel gran palenque, donde se iba á disputar
dominio del arte en los siglos venideros y donde debían al
alcanzar sus más brillantes títulos de gloria los máis granados
cultivadores de la poesía española.
Desarrollábase pues la popular desde mediados del siglo XIV,
conforme á las leyes que habia reconocido en los precedentes;
pero al reflejar, como la habia reflejado siempre, la actualidad
de la civilización ibérica, reducida á un centro común por la po-
lítica de los Reyes Católicos, parecía al fin llamada á dar cuenta
no solamente de aquella grande evolución, que habia tenido eco,
según han visto ya los lectores, en el parnaso erudito y corte-
sano, sino también del movimiento más elevado de los clasicis-
las, á quienes primero contradice y cuyo influjo recibe al postre
eu medio de largas y tenaces contradicciones. — Ejercía, como
on edades precedentes, eficaz ministerio en todos los actos de
la vida; y ya en los sagrados templos, ya en los palacios de re-
yes y magnates, ya en las plazas y lonjas, alegraba las ceremo-
nias del culto, divertía los ocios de la paz, ó enardecía el en-
tusiasmo bélico, no habiendo fiestas ni convites donde no res-
plandeciera con sus genuinos caracteres, porque «sin ella asy
como sordos y en silencio se fallaban» ^.
1 Carta al Condestable de Portugal, núm. IX, p»^^. 7 de la edición de
las Obras del Marqués (iMadrid, 1952).
2 El expresado Marqués de Santillana, reftriéndose d la universalidad
de fines de la poesía, escribe: «Esta en los deíficos templos se canta, é en
las cortes é palacios imperiales y reales gra9Íosamentc es rcs9cbida. Las
plazas, las lonjas, las fiestas, los convites opulentos, sin ella asy como sor-
dos é en 6Ílcn9io se fallan» (Núm. V de la Carta al Condestable de Por^
tugal). El docto procer, aunque refiriéndose en este pasaje á la autoridad
de Casiodoro, no pierde de vista por una parte la clasificación que hace de
Il/P., GAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 421
Ni dejaba, cual vá indicado, de penetrar en el circulo dé las
torcidas creencias y supersticiones de la mucbednmbre, que ba-
bian cobrado por desdicha excesivas creces durante los débiles
reinados de Enrique II y sus sucesores. Las artes vedadas de
augures y adivinos, de pulsadores y sortílegos, de encantadores
y nigromantes, lejos de ser erradicadas por la Iglesia y sus mi-
nistros, adquirieron mayor predominio en las costumbres, y
avasallando al par los ánimos de grandes y pequeños, mientras
despertaban la atención de tan ilustres personajes como un don
Enrique de Aragón y un don fray Lope de Barrientos hasta exi-
girles muy recónditas especulaciones ^, inflcionaban la pureza
de la religión con sus menguadas prácticas, resistiéndonos aho-
ra á creer hasta qué punto liega en la corte de don Juan II y de
Enrique IV su mísero estrago. Mas no es lícito ponerlo en duda,
como no es dado tampoco desconocer que alcanzaba y manchaba
al par á todas las clases sociales, bajo multiplicadas formas y
maneras. Ora consultando el vuelo de las aves, dando fé á los
sueños y echando suertes por medio de dados, cartas y conju-
ros, vituperable pestilencia que ha cundido hasta nuestros dias ^;
la poesía, ni olvida por otra el espectáculo que le ofrecían las costumbres
de su tiempo.
1 Pueden consultar los lectores el cap. XI de este lí.** Subciclo, donde
dimos á conocer el peregrino Libro del Aoj amiento ó fasQinologia, debido
á don Enrique, y el Tractado de las especies de adenVianfa, á don fray
Lope. En el mismo capítulo tratamos del Libro de Casso et Fortuna y del
Tractado del dormir el despertar et del soñar, no indiferentes bajo la re-
lación de las costumbres para el estudio que ahora realizamos.
2 Fácil nos seria traer aquí numerosas citas de los escritores ascéticos
que, teniendo por objeto la corrección de las costumbres, nos revelan, co-
mo saben ya los lectores, sus lamentables extravíos. Preferimos no obs-
tante en esta ocasión los testimonios poéticos; y ninguno más digno de te-
nerse en cuenta que el que nos ofrece Fernán Pérez de Guzman en su Con-
fesión rimada. Hablando del primer Mandamiento, decia:
Aquel á Dlo$ ama 1 que en las planetas,
estrellas nin signos ) non ha confianza,
nin teme fortuna, | nln de los cometas
rebela que puede | venir tribuíanla;
Din pone en las aues | su loca esperanza,
nln dá fé á tuefios, | nln cuyda por suertes
422 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
ora impetrando el auxilio de encantadoras y hechiceras^ reci-
biendo de sus manos y llevando al cuello amuletos y misteriosos
versos (cartillas ó escripturas) para precaverse de contagiosas
fiebres y dolencias ^; ya invocando los espíritus infernales por
boca de falsas viejas^ que interpretaban de igual suerte los es-
tornudos, hacían mal de ojo y tornaban el cuajo; ya suponiendo
contemplar en espejos y espadas siniestras visiones y cercos fa-
tidicoSy donde se mostraban los ministros de Satan^» revelando
lo por venir ^; ya finalmente examinando las uñas de moco ckico^
desalar peligros, | trabajos é muertes,
nlo que por ventura \ bleo nln mal se alcanxa.
£1 curso y aparición de los planetas, estrellas, síganos y cometas; el i^
mor, la esperanza y la fé en la fortuna, el vuelo de las aves, los sueúo^ y
la ventura proseg^ulan pues ejerciendo activo y directo influjo cu la vida
real de los vasallos de don Juan II: pasados ya cuatro largos siglos, y en
medio del gran movimiento intelectual de la edad presente, tienen todas
estas vanidades y supersticiones no sólo prosélitos, sino también profesores
y maestros, que ya en las villas y capitales de provincia, ya en la misma
corte, benefician torpemente la credulidad de aquellos, siendo arbitros con
dolorosa frecuencia de la paz y aun de la conservación de las familias.
Asunto es este digno de llamar hoy la atención de los legisladores, como
la despertaba en otros días: para nosotros cumple sólo añadir que todos es-
tos actos se ejercen, recitando misteriosos motetes, copliilas y relaciones en
metro, vestigios indubitables del singular ministerio que alcanzó de anti-
guo la poesía en las artes goéticas.
1 £1 mismo Fernán Pérez de Guzman proseguía en la Confesión ri-
mada:
Aquel á Dios ama | que del etcantar
non cura de viejas | nin sus necias artes.
Aquel á Dios ama | que de las cartillas^
que ponen al cuello | por las calenturas,
non usa, nin cura | de las palabrillat
de los monifrates (?) | etc.
Las cartillaSf de que habla el Sr. de Batrcs, se llamaban también car-
fas vírgenes, metros sanctos y escripturas de salud, conforme al propósi-
to, á que por su medio se aspiraba.
2 Entre otros tratados, que nos enseñan alguna parte de estas punibles
prácticas, durante el siglo XV, mTirece citarse el que bajo el título de Fí—
pios y Virtudes dimos á conocer en el tomo precedente (pág. 326). £1 res.
II«* P., CAP. XXII. LA POBS. POP. HASTA BL R. DE CARLOS I. 423
píDt&ndose el rostro de extrañas figuras y oolores ó oonsoltan-
do la oolocacion especial , el tamafio y otros aocidentes del om6*
plato (el bueso blanco de la espalda)... bajo lodos estos vanos y
punibles conceptos se reconocieron y acataron durante el perio-
clo en que tenemos fijada la vista, las artes irrüarías^ asi ape-
llidadas por muy doctos varones coetáneos S y en todas estas
relaciones se valieron de la poesía, su antigua y m&s eficaz au-
3Üliar y compañera ^.
pctablc Fernán Pérez, en obra poética, designada con muy análogo título,
reprendiendo el anhelo de saber lo por venir, observaba:
De aquí es la astrología
incierta é yarlable;
de aquí la abomloable
é cruel nigromancia,
é puntos é Juroen^ía;
de aqui las invoca<;ione8
de espíritus é phitones;
de aquí falsa proferta, etc. ^
Tan juiciosa declaración, hecha en la primera mitad del siglo XV, pu-
diera tener fácil aplicación en nuestros dias; pues que abusando desdicha-
damente de la ciencia, se intenta autorizar con su nombre el mismo linajo
de extravíos, condenados tan cuerdamente por el autor de las Generocio-
nes y Semblanzas, Nos referimos principalmente á la secta de los e^trt-
listas, que aunque nacida en extrañas regiones, ha logrado en nuestro sue-
lo no pocos prosélitos.
1 Fernán Pérez de Guzman, en el ya referido poema De VÍ0OS y Vir^
ludes, continuando la materia indicada, anadia:
Estornudos é cornejas
de aqui, é suertes consultorlas;
de aqui abtes treisoeiís
é escantos de falsas Tiejas.
De aqui frescas é afiejas
diversas supersticiones;
de aqui sueños é visiones
de lobos sé piel de ouejas.
Respecto de las consultaciones, eseribia en la Confesión rimada que no
amaba á Dios y pecaba mortalmente
aquel mal xprlstlano | que con grandes curas
en el bueso blanco f del espalda cata*
2 Remitimos á nuestros lectores sobre el particular al capítulo X de la
!.• Parte y al XXIII del l.cr Subciclo de esta II.*
424 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA U^AHOU.
Soi^rendente é inexplioable parecería sin dada^ antes de oo-
nocer este general y nocivo influjo en las costamln^ dd s-
glo XY, cómo los más ilustres poetas de la corte de don JuanD,
mientras condenan otros los pestilenciales efectos de aquellas
criminosas artes, acuden á enriquecer sus principales prodac*
cienes con los peregrinos cuadros, que las mismas les ofreceo,
aun en sus relaciones con la vida pública. Ninguno de los inge-
nios cortesanos pintó con mayor exactitud y brio que el renom-
brado Juan de Mena la lucha sostenida en las gradas del trono
por los mal regidos proceres, qua disputaban el poder al priva-
do del rey de Castilla: el poeta de Córdoba, cuyos versos, apla*^'
didos por el mismo don Juan II, hacian que se «pellizcasea ^^
el corazón los magnates que al oirlos más se aplacian en la o^'
ra» S no vaciló en sacar á la vergüenza en su aplaudido Zd^^'
ryntho las supersticiones y flaquezas de aquellos orgullosos X^^^
bles, que por saciar su sed de venganza, humillaban su dignid^*^
personal y la claridad de sus nombres ante una de aquellas i^^^
pes pitonisas, que hallaban su personificación artística en ^
Trotaconventos y Celestinas *. Notabilísimo es en verdad, b-^^^
tan interesante aspecto, el cuadro trazado por Mena en el ór
de Saturno: los proceres de Castilla, que intentaban iguala
con los reyes, comparecen en efecto ante hábil y famosísi
encanladera, para saber la suerte que esperaba á don Alvar
De pulmón de lince, de sierpe formada- de espina de muer
de ojos de lobo canOy de medula de ciervo, de piedra de águ^ ^
la, de sustancia de remora (pez echino) y de fragmentos í^
ara consagrada al culto divino forma la hechicera extraña mix-^
tura ó ungüento; y aplicándolo á un cadáver insepulto, colocado
por ella en misterioso círculo, pronuncia terrible conjuro, cuya
escena traza así el poeta.
Ya comenzaba j la invocación
con triste murmurio | su díssono canto»
fínjiendo las vozes | con aquel espanto
1 Centón Epistolario, F.píst. XX.
2 Véase el cap. XVI del l.er Subciclo de esta íl.* Parle, y consúltese
también el precedente.
e
II.* P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA BL R. DB CARLOS 1. 425
que meten las fieras | con su triste son.
Oras silbando | bien ocino dragón,
ó como* tigre | faziendo estridores;
oras formando | aullidos mayores,
que forman los canes, | que sin dueño son.
Con ronca garganta | ya diz el conjuro:
— A ti, Pluton triste, | é á ti, Proserpina,
que me enviedes | entrambos ayna
un tal spiritu | sotft é muy puro,
que en é^te mal cuerpo | me fable seguro
é de la pregunta | que le fuere puesta,
á mi satisfaga | de Qierta respuesta
segund es el oasso | que tanto procuro.
Terminada tan atroz evocación, muy semejante & la empleada
después por el autor de la Celestina^ la maga,
Tornándose contra | del cuerpo mezquino
des que la su forma | vido ser inmota,
con viva culebra | lo fíere y azota
por que el espíritu | le traiga malino.
^«pitiendo la encantadora sus satánicos cantares,
Los miembros ya tiemblan | del cuerpo muy frios,
medrosos de oyr | el canto segundo:
ya forma las vozes | el pecho iracundo,
temiendo á la maga | é sus poderíos.
La qual se le llega | con sones impíos
é fa^e preguntas | por modo callado
al cuerpo ya vivo | después de fínado,
por que los sus actos | non salgan vazios.
Con xma manera | de vozes extrañas
el cuerpo comienza | palabras átales:
— Ayrados, é mucho | son los infernales
contra los grandes | del regno d'España, etc.
El maléfico espíritu, moviendo la lengua del cadáver, mien-
tras afea y condena el proceder de los magnates de Castilla,
anuncia la calda del Condestable, que se hallaba á la sazón en la
cumbre de su poderío. Mentira parece que á tal punto llegara
la supersticiosa credulidad de aquellos magnates, para quienes
era noble ejercicio el culto de las letras, y sin embargo recono-
426 ' lUSTORIA CRÍTICA OE LA LITERATURA BSPAHOLA*
cemos en esta sacrilega consultación & los mismos hombres ^ g^
establecían ante el altar, dividiendo entre sí la hostia coi^^^.
grada, no menos sacrilegos pactos. De .observar es princi^»^.
mente en esta abominable escena el oficio que hace lapoesá^
esclava en toda la edad media de aquellas vituperables practi-
cas, no desechadas del todo en los tiempos modernos.
Llegaban de tal manera al reinado de Isabel I.* las artes goé-
ticas, en cuya extirpación ponia aquella gran reina el mayor
empeño, con aplauso de los hombres ilustrados. Los documen-
tos legales de la época, la desinteresada relación de los escrito-
res extranjeros y el hidalgo reconocimiento de los nacionales,
entre quienes no es posible olvidar á los poetas, dieron al par
inequívoco testimonio de tan meritorio intento, ponderando e\
colmado fruto, en tan difícil terreno obtenido. Fijando el autoi
del Panegírico de la Reina Isabel sus miradas en esta parte Ae
las costumbres, exclamaba al ensalzar las virtudes de am k>^^
reyes:
Por eso han quitado | las artes, los juegos
que con sus engaños | hiríen la congien^ia;
los trajes dañosos, | blasfemias, reniegos,
agüeros, hechizos | j su falsa ^ien^ia l.
Mas que el plausible anhelo de Isabel y de Fernando, eíL
císimo en otros muchos conceptos, no llegó á erradicar aquel '^^
malas arles, como desearon, pruébalo, demás de los proce^^^
del Santo Oficio en los postreros dias del siglo XV y en los ^'^
guíenles, los monumentos literarios, que en alguna manera ^^
relacionaban con las costumbres populares. Ya antes de ahat^
tuvimos presentes las consultaciones y conjuros, empleados en
la Celestina para ligar á Melibea al amor de Calixto *, como ci-
tamos también los más populares canlarcillos, consignados por
Lope de Rueda en sus comedias y destinados á curar ciertas do-
lencias 3. Arraigadas en el vulgo y abultadas por el fanatismo,
se perpetuaban aquellas supersticiones, á pesar de los gobier-
1 II. *» Parte del Panegírico de Diego Guillen de Ávila, fól. VIH.
2 Tomo 1, cap. X.
3 Id., id., id.
1l/ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 427
Qoa y de las leyes, transmitiéndose & los futuros siglos, con los
misnios caracteres que habian ostentado en las más apartadas
edades, y tal vez con mayor fuerza que las dem&s costumbres, en
que alcanzaba la poesía extraordinario influjo.
Ministriles, tañedores, tromperos y juglares habian recibido
desde mediados del siglo XIV, como en tiempos anteriores, se-
ñaladas pruebas de distinción de reyes y magnates, considera-
do «como bien natural del ánima el sotil ingenio», que mostra-
ban, ya en el tañer de los instrumentos, ya en el recitar las an-
tiguas historias, ya en el cantar y el trovar alegres y graciosas
canciones ^. Igualándolos con los oficiales de su cámara y pala-
í^'o, eximíalos don Juan I en 1398 de pechos y derramas para
-Siempre jamás *, prosiguiendo acaso con mayor estimación bajo
fes auspicios de sus sucesores, en cuyas cortes mostraban con
ff'^nde aplauso sus apacibles artes, ora amenizando los solaces
^® ios proceres, ora aliviando las dolencias de los mismos piln-
cipes 3. Notable es por extremo, al fijar nuestras miradas en la
En el ya citado libro De Víqíos é Virtudes leemos al propósito: cBio-
^^ naturales del ánima son buen seso, claro entendimiento, sotil ingenio,
^^fia memoria por bien trobar é bien retener» fol. 5.** v., col. 1.*). Y en
""^ lugar: tAlgunos... parleros áy que buscan palabras nuevas é razo-
^* compuestas f ora sean ciertas, ora non ciertas, é cuéntanlas de grado
^^^^ las plazas, é fa^en menlir á aquellos que las escuchan é los crehen.
^fos parleros áy que se deleitan en contar c cantar las estorias de los an-
^^^Uo6, por fazer plazer c rreyr á los otros que los oyen, é por ello han
^^^nagloria, porque lo saben bien cantar» (fól. 21, col. 2.' del cód. iij. h.
'^ de la Bibl. Escur.). Alfonso de la Torre decia al propósito en su ccle-
^^^da Vision Delectable: cAnsí como unos onbres án por único bien ser
*de buen linaje, otros se gozan que son muy- gragiosos de palabras é otros
»que cantan, é asy de otras gra9ias» (11.* Parte, cap. III). Esta manera de
apreciar las artes del canto y de la recitación poética tiene pues entera y
constante afirmación desde la plaza de la aldea hasta el palacio de los re-
yes. Recuérdese el retrato de Enrique IV, pág. 16S de este volumen.
2 Lleva este privilegio, cuya data es del Monasterio de Pelayos, la
fecha de 9 de abril, y está autorizado por el secretario Juan López. £1 rey
impone la pena de diez mil maravedís para su cámara á arrendadores ó
cogedores que lo quebrantaren, con devolución á sus juglares de lo que
hubiesen pechado (Biblioteca Nacional, cód. G. 100, fól. 10).
3 Véase á la pág. 390 del anterior volumen la carta dirigida por Al*
428 HISTORIA crítica db la literatura kspaHola.
segunda mitad del siglo XY, conocidos ya los nombres de MaT"
lin, Guillen, Pero López, Mossen Borra y otros celebrados ja—
glares, extremados en la música y el canto, el hallar en la
y cuarto del malogrado Príncipe don Juan crecido número
ministriles y gentiles cantores, entre los cuales se distinguía,
como improvisador habilísimo, un Salazár, mozo de espuelas de/
mismo príncipe, compartiendo sus favores con nn Corral, ud
Madriíl, un Gabriel y otros esmerados músicos y juglares *. Si
perdían estos la consideración y estima que en siglos preceden-
0
fonso V de Aragón, en 1429, á don Yuzep de Eoija, almojarife del rey don
Juan de Castilla, pidiéndole dos juglares del mismo rey, porque calora
•destos días (dice don Alfonso) nos vino un accident de enfermedad... é
•por que queríamos tomar algún pla9er con aquellos juglares». Deseando
algunos años antes consolar á Juan Hurtado^ prestamcro mayor de Vizca-
ya, le habia dicho Alfonso Alvarez de Villasandino:
Oyd á MartiD | quando canta ó tañe
Guillen, Pero López, | si aquí está apartado,
c ved á las ve^es j por más gasajado
l)aylar ú graciosa | muger del trompeta...
oyd dulces cantos j de algún buen poeta,
será vuestro pienso | al quanto aliviado.
{Cancionero de Baena, núm. 103.)
1 Es curioso por extremo lo que sobre el particular nos dice Gonzalo
Fernandez de Oviedo en su libro de los OffÍQÍos de la Casa Real, dedicado
exclusivamente á dar á conocer el cuarto del príncipe don Juan, á quien
servia. tEra (escribe) el Príncipe don Juan, mi señor, naturalmente indi-
«nado á la música é entendíala muy bien, aunque su voz no era tal como
»éi era porfiado en cantar: é para eso en las siestas^ en especial en ven-
>no, iban á palacio Joancs de Ancheta, su maestro do capilla, é cuatro ó
«cinco mochachos mo^os de capilla, de lindas vo9es: de los cuales era uao
>Corral, lindo tiple; y el Príncipe cantaba con ellos dos horas, ó lo que \f
«plas^ia é les ha^ia tenor, c era bien diestro en el arte. En su cámara (tna-
»de) avia un claviórgano é órganos é clavicímbalos é clavicordio é víbne-
»las de mano é vihuelas de arco é flautas; é en todos esos instnimenlos
• sabia poner las manos. Tenía músicos de tamborines c dulzainas, é de
»harpa c un rabelico muy precioso qiie tenía un Madrid, natural de Cara-
»banchel... Tenía el Príncipe muy gentiles menistriles altos, c sacabuches,
»c cherimías, é cornetas, é trompetas bastardas, é cinco ó seis pares de
«atabales, c los unos é los otros muy hábiles en sus ofí<;ios>, ote. (II.* Par-
te, ad fínem). — Oviedo menciona entre los mozos del príncipe á Antonio de
Salazar, elogiando sus dotes de improvisador (I.^ Parte de id.).
I].* P., CAP. XXII. LA P0B9. POP. HASTA El R. DE CARLOS I. 429
tea habían merecido á los cabildos de villas y ciudades, llegan-
do al XYI agasajados y favorecidos por tan populares corpora-
cíooes, bien que exigiéndoles estas mayor perfección y singu-
te'^idad en el arte especial que profesaban. Pruébanlo asi entre
otrxis documentos que tenemos á la vista, las Ordenanzas de
S^t>iUla, recogidas en 1502 por el conde de Cifuentes, donde no
sMo se exigieron k músicos y cantores extremadas dotes perso-
n^V<?s, sino que se impuso á los ministriles, sobre saber bien su
oOcio, la obligación de construir con perfección todo linaje de
instrumentos K
Guando de esta manera continuaron juglares y tañedores ob-
teniendo la superior protección de reyes, príncipes, magnates y
cal)ildos, natural era también que no les escaseasen su benevo-
lencia las demás clases de la sociedad, cuyas fiestas y convites
alegraban. Con músicas y cantares, á que habian ya comenzado
á dar los eruditos el nombre clásico de epithalamias *, eran fes-
tejadas las bodas ^; y no solamente los juglares de oficio, ya
cristianos, ya mudejares, contribuian á honrarlas, como sucedió
por ejemplo al desposarse el principe de Viana el año de 1439
en Olite con la hija del duque de Cleves *, sino que los mismos
convidados, cualquiera que fuese su categori£^ y condición, al
tomar ¡larte en las danzas, entonaban unidos (en cossante) ade-
1 En las referidas Ordenanzas leemos después de oíros curiosos datos
sobre los músicos y juglares de la ciudad: cltem que el orílyial violero,
•para saber bien su offi9Ío, y ser singular del, ha de saber fa^er instru-
vmentos de muchas artes: que sepa facer un claviórgano, é un clavicímba-
»lo, é un monachordio, é un l&ud, é una vihuela de arco, é una harpa, é
»una vihuela grande de piezas, con alaraceas, é otras vihuelas que son
•menos que todo esto» {Paleografía española de Burriel, publicada por
Terreros).
2 El Marques de Santillana decía en su Carta al Condestable: cEn me-
»tro las epithalamias que son cantares, que en loor de los novios en las
wbodas se cantant son compuestos», etc. (núm. VI).
3 El docto Alfonso de Madrigal, refiriéndose á las costumbres de su
época, como á cosa de todos sabida, escribia: «Los yoglares é tañedores
»non son para la guerra, mas para la paz... é para honrar bodas» (Ensebio
de los tiempos f cap. 502, cd. de Salamanca, 1507).
4 Crónica de Navarra, Noticias biográficas por Yanguas, pág. XV.
430 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAROLA. I»^
Guadas canciones, ó ya hacian individual gala de su habilidad loio
en esmerados discantes y deshechas. Recuerdos ioeqúlvocos nos l¿^
ofrecen de uno y otro las crónicas del tiempo, y entre todas la l¡»
Reiacion de los fechos del muy magnífico condestable Mifiel |^
Lúeas de Iranzo, que según indicamos oportunamente, en la.
de las repetidas fiestas, con que hace aquel en Jaén alarde de Iru
su poderío y grandeza, presenta muy preciosos testimonios teA |'i»
constante ministerio que alcanzaba la poesía, al mediar del si-
glo XV, en las costumbres populares *. *
Grande y directa habia sido su representación en los fimcr^^'
les de proceres y caballeros en tiempos anteriores; y aunque ^^
docto Marqués de Santillana deje entrever que habia algún tai»- '^
decaido á la sazón en que escribe su célebre Carta al Cond^ -^'
fable de Portugal *, razón tenemos para creer que endechas í
endechaderas prosiguen figurando en entierros y exequi
1 Entre los muchos pasajes que de la expresada Relación pudiérai
traer, en comprobación de estos asertos, citaremos las bodas de Fernán
cas, primo del Condestable, y la hija del alcaide y alcalde mayor d*
ciudad de Andújar, Pedro de Escávias. «Para honrar esta fiesta vinie**
«muchos ministriles y chirimias y un sacabuche, que el duque de Medí
«Sidonia habia enviado de Sevilla, y otros de diversas maneras y mucl
«trompetas... Después que ovieron comido el primer dia, danzaron, y d
»pues de danzar catitaron un gran rato en cósante... Venida la tard<
«mandó el Condestable correr cuatro toros bravos... y á la noche dura
»la cena sonaron á veces las chirimías y otras el clavicímbalo, otras
übuenos cantores que allicstabanf prosando muy buenas canciones y
»sechas. Al otro dia fué visitada la novia por el Condestable y su mug^
»y mientras con ella estuvieron, los ministriles y cantores hicieron su
»cio, lo cual se repitió después, pasando la mayor parte del dia en
»y cantar. Terminada la cena, «la madre de la novia y todas las oti
«dueñas y doncellas se travaron en corro y fueron á Palacio, con las qi
«les el dicho Condestable y la Sra. Condesa se travaron y anduvieron eaz^
•lando por el patin de pala9Ío, y él mismo, por mas honrar al alcalde?^
»dro de Escávias... dixo un cantar»^ etc. (Año 1471, tomo VIII del ií^
morial Histórico, pags. 445 y siguientes). Las indicadas bodas se ccletf^^^^
braron en Andújar.
2 Dice el Marqués: «En otros tiempos á las ^eni^as é defun9¡ones delo*^^
«muertos metros elegiacos se cantaban; é aun agora en algunas parles^
iftura, los guales son llamados endechas» (núm. VI).
II.* P.y CAP. XXIt. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 431
cuando despiertan al fin el celo del Santo Oficio y llaman la aten-
ción de los doctos, muy entrado ya el siglo XYI ^ Ni abando-
naron tampoco danzaderas y contaderas los mercados y plazas
públicas, cohonestando con la dulzura del canto la soltura y li-
viandad de sus acciones, en bailes y danzas, no sin que desper-
taran la indignación de los hombres morigerados, como hablan
atraído sobre sí la condenación de los escritores ascéticos en
siglos precedentes. Contemplando Fernán Pérez de Guzman los
estragos que producía en las costumbres aquel pernicioso y
^^onstante ejemplo, exclamaba contra él en su Confesión rima-
j^la^ hermanándose en el Qn moral con los cultivadores de la di-
'^ina palabra:
Tocar estrumentos | é dezir canciones
é por las plazas | baylar é cantar,
de que grandes daños | é disoluciones
ya vimos é vemos | seguir é manar;
yr d las tabernas, | los dados jugar,
blasfemar de Dios | é volver peleas,
si será mejor, | Señor, tú lo veas
en las heredades | arar é cavar 2.
Recogiendo el lauro pasajero de las plazas y mercados, cuyo
aplauso ambicionaron también, por medio de los juglares, los
niás ladinos poetas de la corte ^, descendía la poesía popular d
1 Véase el cap. X de la I.* Parte, págp. 452.
2 III. cr Mandamiento, cst. XVIII del cód. de los duques de Gor.
3 Villasandino, que tanto aplauso alcanzó en la corte de Castilla en la
^^gunda mitad del siglo XIV y principios del XV, escribía al propósito
^Cancionero de Baena, núra. 546):
por ventora, | para los Juglares
yo flz cstrlbotes j trovando ladino.
Lo mismo había dicho y hecho el archipreste de Hita, y es de creer que
^arci Fernandez de Gerena, trovador muy apreciado en la corte de don
J^an I y Enrique III, compusiese también algunos cantares con igual fin;
pues que le vemos caaarsecon una juglaresa que avia sido mora, que era
^'^^ger vistosa {Obras del Marqués de Santillanat su Biblioteca, pág.613);
•>endo muy natural que pensando que ella tenia mucho tesoro, allegado
Con el ejercicio de la danza y del canto, procurase contribuir á aumentar-
*^» en gracia de la juglaresa su mujer.
432 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAftOLA.
las esferas menores de la vida y proseguía interviniendo en los
juegos y solaces de la niñez, según lo habia verificado en tiem-
pos anteriores. Vimos ya la forma, en que se han trasmitido á
nuestros días algunos de estos cantarcillos, característicos bajo
la ingenua relación de las costumbres nacidas al borde de la
cuna, de aquella sociedad, en que lograba tan decisivo imperio
el sentimiento. Á la edad, en que tenemos fijas nuestras mira-
das, pertenecen sin duda otros no menos genuinos cantares,
salvados á dicha del olvido por los escritores de música del si-
glo XYI, ó conservados por la tradición en los llanos de Castilla
y en las montañas de León, Santander y Asturias. Entre las
antiguas cantinelas que, llevado de patriótico y docto celo, reco-
je el renombrado Francisco do Salinas en sus siete libros De
Musicdf llámanos bajo aquel concepto la atención la concebida
en los términos siguientes, que se refiere sin duda al territorio
de Castilla la Vieja:
— Dónde son estas serranas?
— Del Finar de Avila son.
— Envíelas voagé mañana:
les daremos otra lección.
— Dónde son estos módicos?
— De la villa de Arévalo son, etc. i.
Entre las que sirven todavía como de instrumento ó motivo á
los juegos de la infancia en las montañas de Asturias, juzgamos
digna de ser aquí recordada por su originalidad, que revela an-
tigüedad respetable, la ordenada en esta forma:
— Ensiella, ensiella, encalabaciella!
— El rey don Juan casó en Castiella.
— Todas las damas convidó,
si non una que y dexó...
— ^Aqui fué de gran pesar
de pasar á Portugal,
1 Libro VI, púg^. 333. Esta, como las demás canciones, que á conti-
nuación citamos, tomadas de Salinas, llevan en el mismo el aire musical,
con que eran entonadas, lo cual les dá garande estima en el aprecio de los
doctos. También hizo lo mismo Valderrábano en su Silva de Sirenas, fo-
lio 360.
II.* P., CAP. XXII. LA POBS. POP. HASTA EL R. DE' CARLOS I. 435
donde comen pan y miel
.7 manteca en la cuchar...
— ^Zape, gato! y vete á echar i.
Entre las que se recitan y cantan en tierras de León y de
Campos, no debemos por último olvidar la graciosa cuanto dra-
mática cantilena, que dice de tal modo:
— Quién face ese roido,
que anda por ahí,
que dia nin noche,
nos dexa dormir?
— Donceles del rey,
que vienen buscar,
la reyna Berenguela,
por la coronar...
— La reyna Berengueia
está en su verjel,
cerrando la rosa
é abriendo el clavel ^.
Mientras con estos y análogos romancillos amenizaba la poe-
sía los inocentes juegos y danzas de la niñez, confiando su me-
moria á las futuras edades, merced & la más viva y espontánea
tradición, — desarrollábase con igual ingenuidad en no menos
libres esferas, respondiendo en multiplicados conceptos á la fe-
1 Este singular cantarcillo, en que se revela cierta intención histórica,
fué oido y fijado por nosotros en Villaviciosa^ cabeza del concejo de su
nombre^ en Asturias: decíanlo alternativamente y colocados en dos bandos
los niños y niñas, mezclándose después en cierta manera de danza y persi-
guiendo por último á uno de ellos, que hacia sin duda vez de gato, como
te indica al fin.
2 Otras veces parecía tener este final:
—Doña Berengueia
noDSo falla aqní*.
que riega las flores
que hay en el JarUiu, etc.
De cualquier modo descubre este cantarcillo estimable sentido poético,
tiendo acaso, por la localidad a que pertenece, vivo vestigio de otros can-
tares más intencionalmentc históricos. El nombre de doña Berengueia y los
donceles ó hijos del rey, según otra variante, que la buscan para coronar-
la, no dejan de llamar uuestra atención en este sentido.
Tomo tu. 28
434 HISTORIA crítica de la literatura ESPAflíOLA.
cunda movilidad del sentimiento» qae se inspiraba y nutría cob
ios yariados accidentes de la vida común del pueblo. Ta alegra
y fugaz, como el instante en que nacia; ya graciosa, pintoresca
y riente, como el suelo en que brotaba; ora gravemente senten-
ciosa 6 ligeramente epigramática; ora recatada, y profundamen-
te melancólica, mostrábase la inspiración popular formulada orv
breves, sueltos y expresivos cantares, que mientras revelábanla
enérgicamente el sentimiento artístico de la muchedumbre,
como depositarios vivientes de sus creencias y de sus aspiraci
nés, y clarísimo espejo de los no aprendidos afectos, que en a.
mónica sucesión constituian la actualidad de la cultura español
Copiosas debian ser en verdad esle linaje de canciones, y lo fu
ron en efecto. — Cuándo, dirigiéndose en general á pintar I
goces, desdenes y temores del amor, ofrecian delicados pens
mientes é interesantes situaciones, tales oomo las que se reflej
en aquellos cantares de:
»
4 A quién oontaré yo mis qa^as,
mi lindo amor?
»
¿A quién contaré yo mis qtiexas^
8i á vos non?
Dexaldos, mi madre, mis ojos llorar,
pues fueron á amar.
Aunque soy morenita é prieta
á mi qué se me dá?...
Que amor tengo que me servirá.
Qué avedes, qué?
Mal de amores hé.
Soliades venir, mi amor,
mas agora non venides» non 1 .
Cuándo, refiriéndose á las escenas particulares de la vi
campestre, trazaban en ligeros y afortunados rasgos picantes
1 Salinas, De Aíusicá, páj^s. 326, 33S, 325, 305 y 344.
P. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 435
cuadros, como en aquellas canciones, cuyos bordón-
De rosas é flores,
que cria el verano, •
faréte guirlandas,
perladas con llanto, etc.
Cata el lobo dó vá, Jnanica;
cata el lobo dó vá.
Segador, tírate afuera:
dexa entrar la espigadera.
Guárdame, guarda las vacas,
Carillo, é besarte hé i.
volviéndose al conjunto de la sociedad, determinan,
irosa melancolía, el triste divorcio que empezaba á
Qtre nobles y pecheros ó la diferencia de razas que
¡onstituyen, como en aquellos romancillos y cantares,
zan:
Casóme mi padre
con un caballero:
cada hora me llama
fíja de un pechero;
é yo non lo soy.
Llamáisme villana
é yo non lo soy, etc.
Férricos de mi señora,
non me mordades agora, etc.
¿Qué me quereys, el caballero?...
Casada me soy; marido tengo.
Mus me querría un jático de pan
que non tu saludar.
Aquella morisca garrida
.,págs. 337,344, 345 y 348.
436 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAfiOLA.
8U8 amores dan pena á mi vida, eto. i .
Cuándo, aludiendo & la vida de religión, ó á los sucesos pre-
sentes de la política, maniQestan por último el varío juicio de la
muchedumbre respecto de los mismos, como en aquellas coplas:
Monjica en religión me quiero entrar,
por non mal maridar, etc.
Meteros quiero monja,
hija mia de mi corazón.
— Que non quiero ser monja, non.
Milagro bien seria
si vos, señora mia,
tomásedes monjía, etc.
Ea, judies,
á enfardelar!...
los reyes mandan
pasar la mar.
ó en aquellas que consignando el destronamiento de don Fa-
drique de Ñapóles y la división de su reino entre Luis XII y el
Rey Católico, empiezan:
A la mia gran pena forte 2.
1 Id., id., pá^. 338, 356, 325, 320 y 327.
2 Id., id., pjíí^s. 300, 302, 299 y 312.— Oviedo, Catálogo imperial,
real y pontificaL sexta Edad, fól. 377, col. 2. Nuestros lectores comprcD-
derán fácilmente que califícados todos estos cantares de notissima cantile-
nOf vulgaris cantío, notiíisimus cantus por el docto Salinas, quien los re-
coge y ílja el aire musical, con que eran entonados (cantitanlur, pangun-
tur) en la primera mitad del siglo XVI, se refieren indudablemente á los
primeros dias dol mismo siglo y aun á la segunda miLid del anterior. De al-
gunos, tales como en el que se habla de la expulsión de los judios y del des-
tronamiento de don Fadrique de Ñapóles, tienen fecha conocida, pues que
el primero hubo de componerse en el plazo concedido por los Reyes Caló-
lieos á la raza hebrea para salir de sus dominios (1402), y del segundo sa-
bemos por declaración del citado Oviedo, que ora cantado en Madrid por
Ludovico el del Harpa, aun en la cámara del Rey Católico. — La tradicíor^
oral guarda memoria de otros cautos, v:i que se consigna también, aunque?
Il/p.yCAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 437
Ni dejaba tampoco de reflejarse esta creciente autoridad de la
popular poesía en más directas esferas de la vida pública, ejer-
ciendo el ministerio de la sátira ó respondiendo con ardoroso y
leal aplauso á los prósperos sucesos, que á la nación interesa-
ban. Obedecieodo esta ley, vieron ya los lectores cómo en él
mismo periodo, que abrazamos ahora, castigó Simancas la tira-
nía del arzobispo Carrillo en aquella canción de:
Esta es SimaDcas,
don Oppas traydor, etc.
y cómo saca más adelante el sentimiento popular á la vergüen-
za las intrigas cortesanas en el cantarcillo, que lleva el mote-
te de:
Cárdenas, é el CardeDal,
é ChacoD, é fray Mortero
traen la corte al retortero i.
Con más intencionada y punzante sátira habia motejado los
escándalos de don Fernando de Portugal y de la esposa de Juan
Lorenzo de Acuña, el de los cuernos de oro, en la canción que
empezaba:
¡Ay, donas! ¿por qué tristura?... %
indirectamente, la fecha en que fueron compuestos ó nacieron entre el vul-
go: notable es en este concepto aquella canción que dice:
La reina do&a Isabel
puso sus tiros en Baza;
y yo los he puesto en ti,
para rendir tu arrogancia.
En cuanto á los cantarcillos amorosos, satíricos y de ot/os géneros, re-
lativos á la edad que abrazamos en el presente capítulo, conviene advertir
que sólo nos referimos á los más característicos, siendo en extremo abun-
dantes los que hemos recogido para realizar este estudio. Lícito juzgamos
añadir que muy pocos de ellos figuran en el Cancionero poputar, colec^
cion escocida de seguidillas (vueltas las llama Salinas) y coplaSt recogi-
das y ordenadas por nuestro singular amigo don Emilio de la Fuente; co-
lección dada á luz cuando imprimíamos este volumen.
1 Véase en el tomo XV el cap. XIII, pág. 541.
2 En el Compendio historial, que publicó Llaguno v Ámlrola al pié
del Sumario de los Reyes de España del despensero de la reina doña Leo-
nor, probando que fué escrito durante el reinado de Enrique IV (1454 á
1474), leemos refiriéndose á don Juan I: «(^só segunda vez con doña Bea-
»triz, fija del rey don Fernando de Portugal é de la rouger de Juan Loren-
438 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAflOLA.
Y dando rienda & la esperanza, tras las amargas oensnras de
la corte de Enrique IV, exhalábase en halagüeños cantares, la—
les como los que celebraban el casamiento de Isabel 1/ ^^ y los
triunfos alcanzados por don Fernando en Zamora y Toro^ repi-
tiéndose al visitar las villas y ciudades del reino, el grato es —
pectáculo, que habia enaltecido en siglos precedentes el mor
del pueblo español respecto de sus reyes. Grande fué el rego-
cijo de los toledanos en los primeros dias de 1476, al recibir A
los Católicos, festivándolos con numerosa cohorte de tañedores ,
tromperos, juglares, danzadoras y contaderas ^, y no menor ^l
júbilo de los moradores de Sevilla, cuando en 1478 salió á misA
la reina Isabel, acompañada de su esposo. «Ybanles festivando
(escribe un testigo ocular) muchos ynstrumentos de trompetas,
é otras muchas é muy acordadas músicas que yban delante d^'
líos, é yban allí muchos decidores de la gibdad á pié, de l^^
mejores», etc. ^. Con igual espontaneidad, y compitiendo ea 1^
»zo de Acuña, que este rey don Fernando le tomó por amores que (ft.^
»ovo; é por esta se levantó la canfion que dice:
lAy, donas! ¿por qué tristura?...
»y por esta causa el dicho Juan Lorenzo traia unos cuernos de oro ei ' ^ .
«cabera por estos reynos de Castilla; y el rey don Fernando de Porlu ^°]|
>casó con ella y fué llamada la rcyna doña Isabel^ que la' dct^ian la fT
itde altura* (Sum,, cap. XLII, pág. 79).
1 Véanse las págs. 187 y 328 del presente volumen.
2 Véase la pág. 187^ citada en la nota anterior.
3 Andreas Bernaldcz, Cura de Los Palacios^ Crónica de los Reyes Ct
iólicos, cap. XXXllI. — Que esta popular y antiquísima costumbre no llcf
á borrarse en medio de la decadencia y vergonzoso letargo, que caracterí ^
za los reinados de los sucesores de Enrique lí, pruébanlo las frecuente-^
alusiones que á ella hacen los escritores que en los mismos florecen, me*
rcciendo ser tenido en cuenta, bajo tal concepto, el autor de la Crónica
Sarracina, Ponderando Pedro del Corral la grandeza de las fiestas con que
obsequian ios toledanos al rey don Rodrigo, escribía: cEl non vos podrie
•ome desir quántas eran las gentes de juglares et de trasechadores é juga-
»dores de esgrimas, et de encantadores, et de arte de nigromancia, ct de
•sonadores de cslrumentos, et de official^ de todos los oficios Ubcrales, et
»de maestrías que á esta fiesta fueron venidos» (cap. LXXVIII). Los vist-
I ' s anacrcnism'^*! que rovclai estas líneas, prueban eficazmente la obser-
v«»cion por nosotros expuesta.
Il/ P.y CAP. XXII. LA PO£S. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 439
magniñcencia y el aparato^ Yemoa festejar dorante todo aquel
largo reinado i estos ilustres principes las mis populosas ciuda*
des del reino, subiendo de punto el entusiasmo popular á medida
que eran mayores los triunfos de las armas cristianas; conside-
ración que nos lleva naturalmente & fijar la vista en otro linaje
de inspiraciones, no menos espont&neas, cuyo carácter general y
cuyas principales tendencias dejamos repetidamente indicados ^.
Bien se advertirá que hablamos de los cantares, conocidas oon
el nombre de rtmances. Consagrados estos hasta mediar del si-
glo XIY á ensalzar las proezas de los paladines de la religión y
de la patria, habian ofrecido un interés esencialmente históri-
co, según ampliamente demostramos en lugares oportunos. Se-
parada á deshora de su cauce natural la oorrienle de la recon-
quista, merced á los disturbios civilA que ensangrientan la Es-
paña Central, tras la inesperada muerte de Alfonso XI^ redu-
cidos á dolorosa iuaocion todos los elementos de vida atesorados
antes por Castilla, como inevitable fruto de la indolenoia y apo-
camiento de Enrique II y de sus sucesores; lanzadas sobre el
suelo ibérico las falanjes de aventureros que en uno y otro cam-
po acaudillan el Principe Negro y el Condestable de iPranoia; y
dueños por último loa favorecedores de Enrique del poderlo y
las riquezas, insinuábase, con los instintos feudales acariciados
por aquellos nuevos proceres, el gusto de la liíer atura andan-
tesca; y mientras producía entre los que se pagaban de ilus-
trados los efectos que recordamos en el capítulo precedente ^,
propagábase á las esreras populares, donde hallaban acogida,
entre los héroes reales de la nación, los paladines caballerescos.
Prefiero en primer lugar el sentimiento de la muchedumbre,
como notamos antes de ahora, y honra en sus cantos á los per-
sonajes y caudillos, que ejercitan su esfuerzo y llevan á cabo
prodigiosas hazañas contra la morisma; mas asentada ya su
planta en aquel nuevo terreno, no solamente procura ensanchar
sus horizontes, tributando admiración y aplauso á los héroes
creados al calor de la inspiración caballeresca por los ingenios
1 Tomo II, Ilustración IV; tomo IV, cap. XXIII.
2 Pág. 375.
440 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
españoles, sino que acoge y hace suyas multitud de leyendas,
verdaderamente fantásticas^ cuyo origen estaba por. cierto muy
distante de la vida actual, y congeniaba difícilmente con las tra-
diciones heroicas de la Península.
Realizábase lo primero más principalmente en las regiones
centrales: extendíanse y arraigaban las expresadas leyendas asi
en las orientales como en las occidentales, penetrando al par en
las montañas de las dos Asturias; y hallando asilo en la tradi-
ción oral, se vinculaban en el amor de la muchedumbre, que
los trasmite á nuestros dias. — La lengua hablada por el Rey
Sabio y el romance empleado en sus celebradas cantigas, asi co-
mo el idioma portugués y los romances catalán, mallorquin y
valentino, se prestaban, cual dócil instrumento, á modular
aquellos cantares, que forftan todavia el patrimonio poético de
valles y montañas, no recogidos ó no dados á la estampa, como
vivamente anhelan cuantos al estudio de las letras se consa-
gran ^ De esta manera, en tanto que van logrando no poca po-
pularidad y estima los cantares que reconocen su primera fuen-
te en las historias del ciclo carlov^ringio; en tanto que se asocian
y hermanan con ellos, para abrir el camino á los derivados del
Amadü de Gaula y de sus primeras imitaciones, los que se ins-
piran en las ficciones de Lanzarote, don Galaz y otros héroes
de la caballería 2, vemos formularse al par en las expresadas
1 Notamos en la Ilustración IV del tomo II, al ¡nvesligar los orígenes
de los metros populares^ que el ilustrado Almeida Garret en Portugal y el
docto Milá y Fontanals en Cataluña habían recogido numerosos romances»
dándolos felizmente á luz; y añadimos que el bibliotecario don Mariano
Aguiló tenia asimismo allegado de Cataluña y Mallorca copioso ó intere-
sante romancero. Tres largos años van transcurridos, y los amantes de las
letras patrias siguen anhelando que aquel infatigable colector haga del
público dominio los tesoros por él acopiados, siendo para nosotros sensible
al disponer el presente estudio para la prensa^ el no poder hacer uso de
las observaciones I que algunos de los romances referidos nos han ministra-
do, pues que sólo los hemos oido en poder del señor Aguiló.
2 El erudito Diego de Burgos en su Triunfo del Marqués de SatUilla"
na, hablando de los libros de caballerías más conocidos y populares, cuan-
do escribe el referido Triunfo (145S), dice:
Verás £4 ^aroUt | que tanto fa9ia«
I II.* P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS 1. 441
I lencas y dialectos unas mismas leyendas, sometiéndose en to-
i das partes á los accidentes de la localidad; condición suprema
^ que las legitimaba en todas, dándolas carta de naturaleza.
Interesante, y de gran efecto para los presentes estudios, se-
ría sin duda el exponer aquí el resultado de la comparación
critica de todas estas singulares tradiciones, que se ingieren
con tanta fuerza en las nacionales, y que han vivido hasta nues-
tros dias fiadas sólo á la trasmisión oral en tan apartadas regio-'
^©s. Mas no siendo cumplidero este especial trabajo, sin consa-
fiT'^rle numerosas páginas, lícito nos será el reducir nuestras
observaciones á las más aplaudidas leyendas, prefiriendo desde
luego, por menos conocidas, las que se han perpetuado en las
p^o^incias de Portugal y en las montañas de Asturias, donde
sido recogidas por nosotros mismo's de boca de respetables
lanos y modestas jóvenes, que las aprendieron junto á la
^^Oa *. Y anteponemos estos romances álos derivados inme-
quando con muchos | Tino á los trances,
Galaz con los otros, | de quien los romatuQet
fa^en pro9eso | que aquí non cabria.
Ks pues evidente que al morir el sabio Marqués de Santillana, que había
^^^lificado de Ínfimos los cantares é romances de que la gente se alegraba,
^daban ya en boca de los vulgares y aun de los semidoctos los romances
LanQarote y don Galaz, como se cantaban otros muchos. Diego de San
'edro, que escribe su Cárcel de Amor en la primera juventud, esto es, en
^a corte de don Juan U, escribía al tratar de las excelencias de las mugó-
les: cPor las rougeres se inventan los galanes entretalles, las discretas bor-
idaduras, las nuevas inven9Íones; nos conciertan la música é nos fazen
>gozar de las dul9edumbrcs de ella. ¿Por quien se assuenan las dulces
»can9íones? ¿Por quién se cantan los lindos romances'í ¿Por quién se acuer-
>dan las voces? ¿Por quién se adelgazan y sotilizan todas las cosas, que en
>el canto consisten?» Los testimonios no pueden ser más fehacientes. Nota-
ble es sin embargo que solo se hayan trasmitido á nuestros dias tres ro-
mances derivados de las crónicas ó libros del ciclo bretón, según manifes-
tó ya el docto Duran (Romancero General, tomo I, pág. 197).
1 Publicamos ya en 1860 en el Jahrbuch für romanische und enp/ts-
ehe Literatur, que se dá á luz en Berlín bajo la dirección del ¡lustre don Fer-
nando de Wolf, algunos de estos romances, precedidos de una carta dirigi-
da al referido crítico^ en la cual le deciamos al propósito: c Helos recogido
>(los romances) no sin fatiga, aprovechando las romerías, fiestas religiosas,
»barto frecuentes en Asturias y que ejercen notabilísima influencia en el
442 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
diatamente de los libros oaballerescos, anoque es por extremo
difícil determinar sus orígenes y señalar la comarca donde ar-
raigan primero, en medio de la variedad prodigiosa de las le-
yendas y tradiciones, que atesoran, porque ofrecen desde luego
mayor interés, revelan mayor espontaneidad y á pesar de las
inevitables alteraciones, nacidas de la fragilidad del instrumen-
to de trasmisión, conservan en su conjunto más vigorosos ras-
gos de antigüedad, cobrando en consecuencia el más subido
precio.
Llámannos ante todo la atención los romances que en la colec-
oion formada por nosotros, van clasificados bajo el doble epígrafe
de novelescos y caballerescos^ y entre ellos los que hemos de-
signado con los títulos de: El caballero burlado; La hija de la
Viudtna; Delgadina\ Elúotior vengado; Doña Ana; La espasa
fiel; Arbola; La Princesa Alexandra; Filomena; La Infantina
y Las Hijas del Conde Flores.
Ofrece el primero (El caballero burlado) notables analogías
con otros dos romances, portugués el primero y castellaDo el
segundo, intitulados A InfeUcada y La Infantina ^ Perdido un
«estado moral de sus habitantes. Derramados estos en valles y montañas,
ȇ tal punto que viven del todo incomunicados, no seria hacedero formar
«concepto de la población, sin aquellas populares reuniones, en que al re-
veíanlo de la devoción se juntan y congregan los vecinos de dos ó más
«concejos para festejar al santo quo la Iglesia celebra, con ramos, danzas
«y cantares... £n las romerías asturianas aparece la vida que se vá y la
• vida que viene: en ellas abren las ancianas el pecho al placer de inoccn-
»les goces y la mente al recuerdo de las narraciones maravillosas, que for-
«maron la devoción más acendrada y la más apasionada admiración cu
«romances y cantares, aprendidos alrededor de la cuna, y en ellos repiten
«sus niclezuelas con labio inseguro esos cantares, que sirven de incentivo
»á la piedad y de encanto á la infantil fantasía... Allí pues, reuniendo
«despedazados fragmentos, cuyo engaste me ha sido de todo punto impo-
Jisible, ó teniendo la fortuna de hallar una ó más versiones de un mismo
«romance, lie formado el pequeño, bien que vario y no descolorido, rami—
«lióte, que dedico á la Revista (el Jahrbuch)^», etc. Nueva expedición s^
las montanas asturianas nos ha permitido enriquecer sobremanera la co^ —
lección indicada, que aguarda, según ya notamos, ocasión oportuna par^^
salir á luz.
1 El portugués ha sido publicado por vez primera en el muy aprecia -^
ir/ P.y CAP. XXII. LA POBS. POP. HASTA Bl. R. DE GARLOS I. 443
caballero en mitad de un monte, halla acaso una princesa de
extremada hermosura: la doncella, que se le confiesa cristiana,
prométele sacarlo del peligro y juntos caminando por medio de la
espesura, pagado el caballero de su belleza, la requiere de amo-
res. Fingiéndose hija de un leproso (malato), logra evitar la
princesa su deshonra, á punto que saliendo de la montaña y
oyendo las campanas de la villa, tórnase al caballero con la su
faz alegrína, para manifestarle que ha sido por ella burlado.
En tal momento exclama:
— Á fijas de rey en monte
creyestes lo que dezian!...
Fiz puesta con mis hermanos
cien vasos de plata fina^
de rondar con vos el monte,
volver con honra d la villa.
— Atrás, atrás» la señora;
• atrás, atrás, vida mia:
que en la fuente, dó bebimos,
quedo mi espada perdida.
— Miente, miente el caballero;
que la traedes ceñida l .
Tiene el segundo (La hija de la Viudina) grandes puntos de
contacto con el señalado bajo el título de El honor vengado, y
presenta no insignificante correspondencia con otro portugués,
apellidado Á Rometra ^, desenvolviendo análogo pensamiento
ble RomanceirOf recog:¡do de la tradición oral por el docto Álmcida Garre I
(Lisboa, 1851): cl castellano se imprimió dos años antes por el dilig^ente
Duran en el tomo I, páj. 152 de su Romancero General. Ambos críticos
ignoraban que existiese esta versión asturiana, que ofreciendo notabilísi-
mos vestigios de antigüedad, muestra en todos los accidentes locales, no
haber sido la última en formularse. Almeida y Duran juzgan esta tradición
originaría de Francia: en la versión de Asturias no hay rasgo exterior, que
así lo persuada, si bien no tenemos por infundada la conjetura.
1 Le hemos dado el número XXI en nuestra colección, y empiezai
Allá arriba, anaquel monte«
allá, en aquella monttña
dó cae la oleye á copos
é el agua muy menudlna, etc.
2 Almeida Garre t, RomanQeiro^ tomo Hí, pág. 3. — Difiere no obstante
444 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAl^OLA.
moral que encierra el ya referido del C(üpaUero burlado. Pa-
seándose la Yíudina con dos hijas suyas, venias dos caballeros;
y mientras disputan sobre cuál es más hermosa, dirijense en-
trada la noche á su casa, donde dormían ya las doncellas. D(
seando salvarlas, responde la Yiudina negativamente á la d<
manda de los caballeros; mas no aquietados estos, despierta
más joven y vistiéndose á toda prisa, despídese de su madre
de su hermana, partiendo con los desconocidos. Llegados ¿ unK:.
fuente, que corria por medio de un robledal, es la hija de U^
Vitdina requerida de amores, sin que basten á escudarla nie^^e-
gos ni protestas. Resuelta á defender su honra, apodérase d^^ de
un puñal que se habia caído en la refriega á uno de los cab^^^a-
lleros, y asestándole sañudo golpe, le derriba muerto, no s^^sin
que la demande al caer perdón, diciendo:
— Perdón á los cielos pido,
é á vos mi perdón pedia,
porque perdonarme quiera
la Virgen Santa María.
Con el agua de la fuente
diérale perdón la niña:
con el agua de la fuente
sus pecados lavaría.
Prendado el otro caballero de tal entereza, ofrece su mano^^ ^
la hija de la Viudina\ parten del robledal alegres; llegan al prr^S^"
lacio del conde, que tal dignidad alcanzaba el desconocido, y c::::^^"
lebran sus bodas * .
en muy notables accidentes^ hermanándose más con el romancet á que
mes en nuestra colección el título de: El honor vengado ^ bajo el núm
ro XXVII. Es de advertirse que todos tres cantares insisten en una misi
asonancia, y que mientras en la versión portuguesa se atribuye desde lu
go á la heroína la condición de romera, diciendo:
Por aquellos montes verdes
una romeira desalo, etc.,
no se alude siquiera, ni en el de La hija de la Viudina ni en el del
vengado, á semejante condición. Garret no sospechó la existencia de ei^
versiones asturianas.
1 Lleva en nuestra colección el núm. XXII.
a
or
US
n/ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 445
Más dramática y terrible es la leyenda de Delgadina, como
es también más conocida en toda España, merced á multiplica-
das versiones, formuladas todas por la musa popular ^. Delga-
dina es la última de tres hijas, que tenia un rey, quien enamo-
rado de ella, intenta gozar su amor. Horrorizada la princesa,
rechaza tan infame demanda, siendo encerrada por mandato de
sa padre en oscura torre, donde la mortifican al par angustiosa
sed y hambre devoradora. Ansiando consuelo, asómase la infe-
liz á una ventana; y divisando á sus hermanos, pídeles agua^
para templar las ardorosas fatigas que la matan; pero en vano.
Irritados aquellos, la cargan de insultos y aun maldiciones, que
repiten sucesivamente sus hermanas y su madre, hasta verse
aquella forzada á dirigir la misma súplica al incestuoso padre,
quien juzgando logrados sus deseos, ofrece un reino al primero
de sus pajes que suba á la estancia de Delgadina un jarro de
agua. AI llegar el primero, habia dejado de existir Delgadina:
su padre moria al par; y mientras el lecho de la mártir se veia
1 Es en efecto la tradición de Delgadina una de las más generalizadas
en el suelo español por medio de la forma popular de los romances; y no
sólo en Asturias, sino en Navarra, la Rioja y Aragón, hallamos notabilísi-
mas versiones, habiendo cundido de igual suerte á las comarcas andaluzas,
donde se cantan todavía^ principalmente en la Serranía de Ronda. Las va-
riantes, que al comparar todas estas versiones encontramos, son de tal na-
turaleza que les imprimen sello especial, confirmando plenamente las ob-
servaciones que hicimos al tratar de la fijación de estos cantos populares
(tomo H, Ilustración IV), Limitándonos ahora á las más interesantes, no
olvidaremos la portuguesa, recogida por el ya citado Almeida Garret en su
ñomanQeiro (tomo 11, pág. 109) bajo el título de: Sylvaninha. Este docto
investigador sostiene que sobre ser antiquísima en Portugal aquella tradi-
ción, nada tiene de castellana (pág. 101), ignorando que poseían las ha-
blas de la España Central, y aun de Navarra y de Aragón, tan variadas
versiones. No entraremos aquí en la cuestión que desde luego se ofrece,
respecto de la prioridad y aun originalidad de esta leyenda: sobre concep-
tuar estéril semejante disquisición, bástanos tener presente que la misma
riqueza de las versiones castellanas le asegura en el suelo central una an-
tigüedad respetable, siendo de observar que no son las asturianas las que
menos abundan en rasgos primitivos, por lo cual no pueden ser despojadas
de aquel legítimo galardón, en contrario de las indicaciones del diligente
Almeida.
446 ' HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
rodeado de ingeles, cercaban el del rey los espíritus del ATemo
(degorrios) *.
Melancólico y triste^ como sencillo y original por extremo, es
el romance de doña Ana. Salido k caza don Pedro, esposo de
aquella hermosa niña, vése acometido de mortal dolencia;
& su casa y ruega á su madre que oculte su iuevitable fallecí
miento k doña Ana,
que como es ninja pequeña
de muerte se morirla.
Muerto el caballero, oye la niña tocar las campanas sin
char su desgracia; y llegada la hora de ir á misa, para cumplid ^lir
sus devociones, pregunta á la anciana qué vestido ha de poner'^K: ^r-
se. La discreta madre le dice que asienta á su blancura el ves^^ s-
tir de negro; pero doña Ana se resiste, por ser aquel tributo qiK-^Kue
sólo debe pagar & la muerte de su esposo; y mientras todas
doncellas van de luto, aparece ella de pascua florida. Primei
de boca de un pastor, que halla en el camino tocando la guac^er-
na^ después por testimonio de las gentes, que fijan en ella su
miradas, y finalmente por declaración de un caballero, que
desamaba, llega á entender doña Ana su desgracia, tnostra
do públicamente su dolor y sucumbiendo á la. pena que la d
vora *.
Tiene el romance de La Esposa fiel sus correspondientes e^ ^
las tradiciones portuguesas con el título de: A bella Infanta^
en las catalanas con el de: La vuelta del peregrino ^. Labrai
1 Números XXIII, XXIV y XXV de nuestra Colección,
2 Núm. XXX de nuestra Colección. Decsla singular leyenda no halli»- —
mo8 equivalente, ni vestigio en el ñomanfeiro de Almeida Garrel.
3 fíomanceiro citado, tomo II, pág. 7; Poesía popular, RomancerilU
Guarda además alguna analogía con el romance incluido en las antigui
colecciones castellanas, que empieza:
Estaba la linda Infanta
h la sombra de una olUa, etc.
Reconocida la analogía del asunto en todas estas formas, conviene at
vertir que la mayor semejanza existe entre la versión asturiana y la por
ir*
,* P.y CAP. XXn. LA P0E9. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 447
laños de seda estaba la solitaria esposa, cuando vio venir por
Ito de la sierra un caballero, que tornaba de la guerra, al
pregunta si habia visto en ella á su esposo, cuya ausencia
iba bacía ya siete años. Por las señas, que el caballero le
se, sabe la infeliz que habia muerto aquel en la pelea, en-
indose á la amargura. Prométele entonces el desconocido
irla consigo á sus tierras; niégase ella con mayor dolor, y
itrado el caballero de su fidelidad, descíibrese al fin, trocan-
n alegría la pena de su amada ^ .
o menos sencillo en su idea generadora, si bien de más vi-
iterés y de sabor más novelesco, es sin duda el romance de
üa, cuya patética historia echó también raices en jel suelo
jgués, hasta el punto de ser tenida por original, desceñó-
lo los más autorizados críticos la existencia de esta redac-
castellana ^. Arbola, que es hija de rey, espera en el por-
»a. La última es sin embargo más completa, debiendo notarse que
en todas en distintas asonancias. *
Es^ núm. XXVIII de nuestra Colección.
£1 ya celebrado Almcida Garret la Juzga en efecto portugtiesa de
ifa, no descubriendo vestigio alguno de ella en colecQOO casielhana
) HI del Romanceiro, pág. 39). Cuando dio Almeida á luz su colee-
no existia realmente entre los cantares castellanos que forman los
ificeros la bella tradición de Arbola^ que es la misma publicada por
jo el nombre de Helena. £1 contraste que en ella ofrecen el tipo de la
a envidiosa, calumniadora y cruel y la nuera sencilla, cariñosa é ino-
, es sin embargo común á la mayor parle de las poesías populares de
id-media, trascendiendo á las literaturas eruditas, ora por medio de la
1, ora por medio de la novela. Sin salir de la Península, vemos am-
&ractéres bosquejados por la musa catalana, tal como prueba el ro-
e titulado: La vuelta de don Guillermo (Milá, Poesía popular , pá-
119), y no otra cosa hallamos en los Cantos populares de Provenza,
os á luz por Dámaso Arbaud, donde con el título de Pourcheireto se
luce la misma tradición y pintura de caracteres, bien que más semc-
á la catalana que á la asturiana, lo cual tiene perfecta explicación,
lando las frecuentes relaciones de ambas comarcas. £1 romance de
a se aproxima en cambio extraordinariamente al portugués de JJeíe-
i bien su terminación es más terrible y trágica. Por esto es más sen-
que el docto Almeida no sospechase siquiera que en las montañas de
¡as formaba tan bello canto popular la tradición por el recogida en las
308 portuguesas de £ntrc Miño y Duero.
448 ' HISTORIA crítica de la literatura espacióla.
tal de su palacio la vuelta del conde Alforgo, su esposo, que an-
daba á caza, cuando sintiéndose acometida de dolores de parto,
muestra á la madre de aquel deseos de parir en los palacios de
su padre, exclamando:
— Oh palacios, los palacios!
palacios del Valledale!
el rey mi padre vps fizo!
¿quién fuera parir allae?
Dominaba de torpe ojeriza y movida de espíritu de venganza,
facilita la suegra el intento de Arbola, y mientras se dirijo esta
al Valledal, con la esperanza de que atenderá aquella al servi-
cio de Alforgo, torna este á su palacio, ya entrada la noche,
rendido de las fatigas de la caza. Con solicitud de amante pre-
gunta por su esposa, no sin ingeniosa manera, diciendo:
— Dónde está, madre, el mi espejo?...
que yo me quiero espejare.
— ¿Quál espejo quieres, fijo,
el de oro ó de cristale?...
Si el de azabache quisieres
también te le puedo daré.
— Non quiero el espejo de oro,
nin tampoco el de cristale,
nin de azabache tampoco^
maguer me lo quieran daré.
¿Dónde está mi esposa Arbola,
que es mi espejo naturale?
— La tu esposa doña Arbola
en fuego deben quemare.
La malevolencia de la vieja enciende el corazón del conde con
torpe calumnia, y excitado á la venganza, parte luego Alforgo
al Valledal, cuyo palacio rodea siete veces, sin hallar quien le
abra sus puertas. Al cabo vé asomarse una doncella, la cual le
pide albricias por haber dado á luz Arbola un hermoso infante
fun fijuelo muy galanej. Lleno de furor replica el conde, man-
dando á su esposa que inmediatamente le siga:
Arriba, Arbolina, arriba:
que es tiempo de caminare;
II.* P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 449
é si á mandar te lo vuelvo,
ha de ser con mi púnale.
Respetando los derechos de esposo, cede el rey á, la cruel in-
timacioQ de Alforgo, no sin hacerle responsable de la vida de su
bija Arbola, quien sumisa á la voz de su marido, anda tras él
en silencio por el espacio de siete leguas, llevando en sus bra-
zos al reciennacido infante. £1 silencio de la desdichada madre
llama al cabo la atención del conde, quien exclama:
— ¿Cómo non fablas, mi esposa,
qual me solías fablare?
— ¿Cómo he de fablaros, conde,
si non puedo respirare?...
Los campos por do pasamos
regados con sangre vane.
Invencible se muestra Alforgo al dolor de 4a desdichada es-
posa, prosiguiendo su camino, hasta que llegados ¿I una ermita,
— Alforgo, clamaba Arbola,
daqui non puedo passare:
yo mi confesión demando,
que me quiero confesare.
Confesada Arbola, expira luego, no sin espanto de Alforgo,
quo oye en aquel instante la triste Voz del reciennacido para
bendecir á su madre, anunciándole la felicidad eterna, mientras
dirigiéndose á él, le dice:
Ay, conde, padre, tu dicha
non sabemos quál scrae;
mas yo... jinfelice de mi!...
que voy á la oscuridade!... i
Al lado de esta peregrina y trágica leyenda, que ofreciéndo-
nos tres diferentes tipos, acariciados en casi todas las poesías
1 Poseemos dos versiones, que llevan en nuoslra Coteccion los núme-
ros XXXI y XXXII. La primera empieza:
La seg^unda:
Sentadila estaba Arbola
en su barrido pórtale.
ArboUna se pasea
de Tentaos al ventanale.
Tomo vii. 29
450 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPAHOLA. ^
populares del Medio-dia ^, forma sin duda udo de los m^ ^^^g(f
líos romances asturianos, puede ponerse el que lleva por tito>^^
La Princesa Alexendra. No menos tr&gica y patética baila esl^
singular tradición notable correspondencia en los oantoe popu-^
lares de Portugal, cuyos críticos le atribuyen antigüedad extra-
ordinaria, cayendo en el error de suponer que en el resto de la
Península no existen vestigios de ella ^. Alexendra es una prin-
cesa, que mora en Oviedo, junto á cuya fuente (los caños del
agua) se cria una misteriosa yerba, que tiene la muy extrema-
da virtud de fecundar á cuantas doncellas la pisan. Tocada aca-
so por la infanta, sintióse luego en cinta, no sin que advertido
el rey de la inesperada situación de Alexendra, convocase los
más sabios doctores de toda España, para conocer la dolencia
que la aquejaba. Siete son los elegidos: ninguno de los seis
primeros había acertado con el padecimiento de la princesa,
cuando llegada su vez al más joven (el m&s chequilo), declara
La portuguesa comienza:
¡All que saudades me apretam
pela casa de mea pae!
Es digno de notarse, como ven los lectores, que todas tres ofrecen la
misma asonancia.
1 Véase lo indicado en nota precedente.
2 Aludimos al tantas veces citado Almeida Garret. Insertando en su
Romangeiro (tomo lí, pág. 172) un bello romance, intitulado Doña Áu-^
senday que encierra virtualmeiite la tradición que sirve de fundamento al
de la Princesa Alexendra y aquí examinado, observa que ce no resto da
«Península nao consta que baja vestigios d'ella», y añade que es una de
las más antiguas tradiciones por él allegadas, añadiendo que tteem um
»sabor musarabe que nao ingana» (págs. 170 y 171). Nuestros lectores
comprenderán hasta qué punto se equivocó escritor tan insigne en el pri-
mer aserto, al saber que no una, sino dos versiones completas, hemos re-
cogido nosotros de esta peregrina tradición en las montañas asturianas,
siendo varios los fragmentos que dan razón de la existencia de otras. En
orden á la antigüedad que revela, no seria desacertado suponerla nacida
en el centro de la Península, aplicando las palabras del mismo Garret: con-
siderando la representación que alcanzan todos estos cantos en la literatu-
ra nacional; nos contentamos con tenerla por una de las que primeramente
arraigan y florecen en las regiones populares, tal como va'mos estudiando
el desarrollo de la poesía, que merece este nombre.
' •^P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 451
^ que la niña estaba embarazada. Llena de dolor y supli-
^ o al doctorcico que guarde silencio, se retira Alexendra á
-ornara, donde entregada á sus antiguas labores, espera el
liento doloroso de ser madre. Un hermoso infante es alca-
f^k'Qto de tan peregrina influencia; y temerosa la princesa
^nojo de su padre, lo entrega á uno de sus pajes, diciéndole:
— Toma, toma, pajecico,
esos pedazos del alma;
toma, toma, pajecico;
non sepa el mi padre nada.
Lleva por Dios ese niño,
lleva y entrégalo á un ama,
que tenga los pechos finos
é la leche muy delgada .
Si encuentras al rey, mi padre,
dile que non llevas nada:
non sé por dónde tá bajes;
non sé por dónde tú salgas.
El paje parte en efecto con el reciennacido, llevándole en-
lelto en su capa; mas hallando acaso al rey, se entabla entre
s dos el siguiente diálogo:
—¿Qué llevas ahí, pajecico,
en rebozo de tu capa?
— Llevo rosas y claveles;
antojos son de una dama.
— De esas rosas que tú llevas,
dáyme la más colorada,
— La más colorada dellas
tiene una foja quitada.
— Que la tenga ó non la tenga,
dáyme la más colorada;
•a te la demanda el rey,
é al rey non se niega nada.
Despertando en estos momentos el infante, descubre al rey
)n su lloro la desgracia de Alexendra y el irritado padre ex-
ama:
— Lleva, lleva, pajecico,
lleva esa flor colorada;
452 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA ESPAflOLA.
mas cuida que non lo sepa
el rebozo de tu capa.
Lleno de ira é indignación, pues que supone culpada & su
inocente hija, resuelve el rey darle tremendo castigo; y llegada
la inedia noche, cuando todo dormia en silencio, pone fln k
la vida de aquella rosa temprana, arrastrándola por los cabe-
llos, y colgándola de una de las ventanas del castillo para escar-
miento de las gentes. — El sentimiento, que domina en esta ori-
ginal leyenda, no puede ser más terrible, revelando ya en el
padre, que se juzga injuriado en su honor, aquel mismo anhelo
de vengíhza, aquella reconcentrada indignación y aquella reso-
lución heroica, que reflejándose en el carácter nacional, producia
ai cabo obras tan memorables como el Tetrarca de Jerusalen y
el Médico de su honra * .
No menos trágicos son en verdad los asuntos de los romances
intitulados Filomena, la Infantina y las Hijas del Conde Flo-
res, Lejana derivación el primero de la conocida fábula mitoló-
gica Progne y Filomena, se halla revestido de formas y colores
verdaderamente caballerecos, aspirando á tomar carta de natu-
raleza entre las leyendas de moros y cristianos. — Doña Urraca,
madre de Blanca Flor y de Filomena, se paseaba á orillas del rio,
cnando llega un rey moro á demandarle en matrimonio la ma-
1 Conviene consíg^nar aquí que la tradición portuguesa difiere grande-
mente de la asturiana en su desarrollo artístico. Doña Ausenda toca la yer-
ba encantada^ y reconocida su preñez por el rey, su padre, es sentenciada
ú morir en la hoguera. Un ermitaño que mora junto al puente de AUiviü'
da, se presenta á la princesa, le hace tocar de nuevo la yerba, que tiene
también la virtud de hacer parir sin dolor; y libre de la deshonra, corre
en busca de su padre, cuyo enojo desaparece á su vista. En este momento
el ermitaño, á quien había prometido el rey la mitad de su reino por el
bien que le hiciera, comparece de nuevo en la corte, y aceptando la pala-
bra del rey^ incluye á doña Ausenda en la mitad prometida. Con burlas yg
sarcasmos reciben los cortesanos la pretensión del cenobita: despojando^
este del sayal y del capuz, muéstrase no obstante como un gentil mancebc=
dándose luego á conocer por el conde Ramiro y obteniendo, como tal,
mano de la princesa. No es posible dudar en consecuencia que las vcrsion^^ €
arturianas ofrecen un desarrollo más trágico y terrible, y más confon
con el carácter nacional.
U.^P.j GAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS 1. 453
yor de las doncellas. Doña Urraca le concede sólo la más pe-
queña, y celebradas las bodas, torna á su reino con Blanca Flor,
que vive asi apartada de su madre y hermana por espacio de
siete años. — Al cabo de ellos, preséntase el Rey moro á dona
Urraca, rogándole que pues se halla Blanca Flor á punto de
ser madre, le envié para consuelo suyo á su hermana Filomena.
No sin repugnancia, y con las mayores seguridades por parte
del Rey moro, consiente doña Urraca, partiendo luego el Rey
y Filomena en busca de Blanca Flor. Siete leguas habían andado
cuando poseído de frenética pasión, se resuelve el Rey moro á
gozar la belleza de la desamparada doncella, poniendo por obra
tan reprobado intento; y para que no revelase su menguada ac-
ción, sacábale la lengua, colgándola de un espino, y alejándose
después, seguro de no ser descubierto, de aquel terrible teatro.
Llegado acaso un pastor al indicado espino, suplícale la lengua
que le escriba una carta, para su hermana, á lo cual contesta
el pastor:
— Non tengo papel nin pluma
maguer serviros quisiera.
— El papel será mi paño,
la tinta será mi lengua,
la pluma una yerbecica
que de este campo saliera.
Blanca Flor recibe esta originalísima carta antes de que lle-
gara el Rey á su palacio; y aquejada de la más ardiente sed de
venganza, maldice el fruto de sus entrañas, que había dado á luz
en la ausencia de su esposo, y dándole muerte, lo adoba y pre-
para para ofrecerlo cual digno manjar del infiel esposo y trai-
dor caballero. Después de haberlo comido, exclama el Rey:
—Tú qué me das, mi mujer,
que tan dulce me supiera?...
— Lo que yo te he dado agora
de tus entrañas saliera:
has comido del tu fijo;
gusto de tu carne mesma;
pero mejor te sabrían
besos de mi Filomena.
454 HISTORIA CRITICA DE LA ' LITERATURA ESPACIÓLA.
No pueden en verdad ser m&s terribles la venganza y ei sar^
casmo * .
Encierra el romance de la Infantina la misma tradición ge-
neralizada en Castilla bajo el título de El Conde Alarcos y con-
signada en Portugal bajo el titulo de £l Conde Yanno^ no sin
que en las regiones orientales de la Península haya tomado la
denominación de El Conde Flores ^. Domina en esta leyenda un
1 Digno es de consignarse que no es este el único romance tradicional
de Asturias, en que es ofrecido semejante manjar á un padre desdichado:
en el que hemos designado en nuestra Colección con título de: La Madre
adúltera, y lleva en ella el núm. XXXVU, animada aquella por torpe es-
píritu de venganza, dá muerte á su hijo, y poniendo su lengua entre dos
platos, le dice:
—Parla agora, fijo, parla;
agora te doy licencia.
—Tengo de parlar^ mi madre,
comosl vivo, estuviera.
£1 injuriado esposo llega entre tanto, y sentado á la mesa, en que la
madre adúltera le presenta la cabeza del hijo, diciéndole que es la de un
carnero,
Cogió un puñal el su padre
para partir la cabeza.
La lengua del niño exclama:
—Deténgase, don mi Padre:
non parla desa cabeza:
que salió de sus entrañáis;
non quiera Dios que ú ellas vuelva.
Ni carece de ejemplos históricos esta manera de fcstin durante la edad-
medía, como nos persuaden las tragedias del trovador Guillermo de Ca-
veslany y Mdme. de Couey, lloradas ambas por la musa de los provcn-
zales.
2 La leyenda que dio nacimiento al romance asturiano, se hizo en
efecto muy popular en el centro de la Península, dando al cabo vida, en
manos de Lope de Veg^a, Guillen de Castro y Mirado Amescua á diferentes
dramas, bajo los títulos de: La fuerza lastimosa y El Conde Alarcos. En
Cataluña, según el Romancerillo formado por el erudito Mi la, tomó c\
nombre del Conde Flores, que tan popular llega á hacerse entre la mu-
chedumbre, empezando el romance, que la encierra:
Rl rey ha fet un convlt;
tots cls comples Iil bavia, etc.
En cuanto á la versión portuguesa, que Almcida Garrel tiene por má^s
II.* P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CÁELOS 1. 455
sentimiento de lealtad llevado hasta el martirio, no pudiendo
ser más patético, lo cual sucedo también en el romance de las
Bijas del Conde Flores^ cuya tradición logra igualmente corres-
pondencia en Portugal y Cataluña ^ £1 Conde Flores venia de
cumplir sus devociones en San Salvador de Oviedo y Santiago
de Galicia, cuando se vio asaltado por un rey moro, que deseoso
de cumplir los deseos de Sara, su mujer, se proponía hacer cau-
tiva á la hija del conde, cuya belleza se ostentaba entre los ro-
meros. Muerto aquel desdichado procer, cuyo cadáver arrojan
en un pozo, cubriéndole de piedras, es llevada su hija, que se
hallaba á la sazón en cinta, al palacio del rey moro, donde reci-
bida por Sara, muy adelantada también en su preñez, pone es-
ta á cargo de la cautiva el cuidado de su cámara. Dieron al
mismo tiempo á luz reina y cautiva, la primera una niña y uo
niño la segunda, que fueron maliciosamente trocados por la par-
tera para ganar las albricias del rey moro. Pasado algún
tiempo, preguntaba la reina á la desventurada hija del Conde
Flores:
— ¿Cómo te vá, la cristiana,
cómo te vá con tu niña?...
— ^¿Cómo quieres que me vaya»
lejos de la patria mia?...
^Cómo quieres que me vaya
antigua que la casteÜana, conviene advertir que está más diluida, y que
es por tanto menos enérgica que la asturiana, la cual abunda en rasgos
originales de notabilísimo efecto. Le damos en nuestra Colección el núme-
ro XXXVÍ.
1 £1 romance portugués, incluido por Almeida en su Romanoeiro, tie-
ne el título de Rainha é captiva (tomo II, pág. 183): el recogido porMilá,
que está formulado en castellano, lleva el de Las dos hermanas {Poesía
popular, pág. 124). El docto Garrct atribuye extremado precio á la versión
indicada, manifestando que cncm os roman^eiros castclhanos, nem scrip-
>tor algún faz mcn9áo» de esta bella tradición, cuyo origen pone en el si-
glo XII. Sin que aspiremos á tanto, eonviene advertir que aquí, como en
otras ocasiones, no sospechó Almeida la existencia del cantar asturiano, y
que este encierra rasgos más vigorosos é ingenuos que el portugués, como
ofrece im final más trágico, correspondiendo al carácter general que pre-
sentan todas estas leyendas en las montañas de Oviedo.
4S6 ni^Ti^RtA O^ITHU US LA LITERATURA ESPAÜOLi.
oiMi U iJlKirtftd perdida?...
— c^ cwuvjftTAí en tu tierra,
- - Oaü IftCTinutít do mis ojos
y^«v> ;4\^aí*> ^a jv>mias?
^^ í\r, w; pfciJU"uo ««ixivicra,
; 'ií,''«ji ^ AV:cmx)¿nA:
I ';iy»A V»; i.»i\c*'«¿ "^wmiX^ íA rifüM, al oir estas palabras,
ji ."5.'; ,o,ü.vi i >5t !1i^•*IníJiA; ^ Hiííntras sabedor elrcj
>u>.\'s,\ :3v-\) i^ ,^4.í;;/^ül ,vír. m ^;^rr^,s7K^ suyo, suplícale la i
:u i-ií ix 0.J ^ «; .,v^ i :?i. .*;»"-"jL. :«LrA eriUT que engañen
'i;>\;a.:v. ,\\::v *' i i«^ :':<;^i«i i.x\>fjiic-, minliéndole, al pn
ui 1:2;. \^^*m: ,u\- ,\.:-Ji;.. C,^ 'cr,-c sLi« el re? el ea¡
.» >;. í: . , \ '--.v :j ,^^;:"i. :vTf & las hijas dd o
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ll/ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 457
may doctos críticos juzgaron originariamente anteriores al si-
glo XrV, y los cantares de Geríneldo^ no extraños en verdad,
aunque con peregrinas variantes, al ^suelo de Asturias ^ . Senci-
llos por extremo en su extructura, abundan en rasgos origina-
les, que dan verdadero realce á las tradiciones por ellos ateso-
radas, sirviéndoles de esmalte las numerosas galas de lenguaje,
que testifican de su no dudosa antigüedad, si bien no es en
nuestro concepto posible sacarlos del periodo que vamos recor-
riendo.
Y lo mismo observamos respecto de los romances ya deriva-
dos directamente de los libros del ciclo carlowingio, ya nacidos
lateralmente de las historias con los mismos enlazadas. Clasifi-
cados de viejos al comenzar del siglo XVI y cantados como tales,
hallamos en efecto los que empiezan: Mis arreos son las ar-
mas;— En los campos de Alveníosa; — Conde Claros con amo-
res; — Sospirasíe, Baldovi^os; — Deperdió Carlos la honra; —
Durandarte^ Burandarte; — Be Mérida vá el Palmero; — En
aquellas peñas pardas, y otros muchos que se refieren más in-
mediatamente á la famosísima batalla de Koncesvalles, á las
historias del Conde Birlos y del Marqués de Mantua^ ó á las
no menos entretenidas y populares de Montesinos, Calaynos y
don Gayferos ^. Digno de consignarse es no obstante que aun-
1 Incluyó todos estos romances el diligente Duran en el primer tomo de
su Romancero, con los números 294, 284^ 296, 298, 305, 324, 330, ocu-
pando la leyenda de la Infantina desde el 308 al 316, y el 320 y 321 la
de Gerineldo, Como notamos en el texto, logran mucha popularidad en las
montañas de Asturias estos cantares de Gerineldo, mezclándose con otras
peregrinas tradiciones, tales como la del Conde Birlos^ según advertimos
ya al sacar á luz algunas muestras de los romances asturianos, insertando
el que empieza:
Grandes guerras se publican
de España con Portugale,
7 llaman á Gerineldo
por capitán genéralo.
2 Véanse en el Romancero del docto Duran los números 300, 395,
362, 325, 33«, 292, 402 y con ellos los 355, 356, 369, 382, 384, 400,
234, etc., etc. Muchos de estos romances figuran desde principios del si-
458 HISTORIA CRITICA OB LA LITERATURA BSPAÍlOLA.
que hermanados todos estos cantos en el espirUn general ood
los mencionados arriba, se diferencian de ellos notablemente en
las formas de exposición, apareciendo más narrativos y noveles-
cos, y extendiéndose en consecuencia en mayor número de ac-^
cidentes y pormenores. Nacen en verdad estas caracterfsti
circunstancias de la misma ley que les dá vida; pues que
y&ndose de continuo en las crónicas caballerescas, se amplí
el círculo de la inspiración á medida que descendían aquell
á las esferas populares, en la forma y por el sendero que deja
mos reconocidos en el capitulo precedente. De esta manera s
concibe cómo llegan á ser metrificadas, aun á corta distancia
la edad que recorremos, las historias de Carlomagno y sus 2>i
ce Pares, no olvidadas las aventuras y prodigiosas hazañas
Oliveros y Fierabrás de Alejandría ' .
glo XVf , con título de viejos, en los libros de música en cifra, dados á L ai
por Milán, Pisador, Valderrábano, Fuenllana, Narvaez, Mudarra y el ^==^^=^i-
li^entísimo Salinas. Luis de Milán, que dedica su Libro de Música en 1^ "^^
á don Juan, rey de Portug^al, recogia los que empiezan: Mis arreos sonU^ ^
armas. — Sospirastes, Baldovinos. Enrique de Valdcrrábano en su SiT^
de Sirenas, sacada á luz en 1547, comprendió^ entre otros: Loshratos ir
go cansados; — De los muertos rodeare y Ya cabalga Calaynos* Diego
sador en su Libro de Música de vihuela, impreso en 1552: Conde Cía
sin amores y Dexalde al caballero. Francisco de Salinas en sus cA
brados siete libros De Música: Conde Claros con amores: Los bra^
traigo cansados: Retraida está la Infanta, etc. (Lib. VI, págs. 342, $•
y 384). Por manera que la misma aura popular que gozaban todos es'C
romances, obligando á los expresados maestros á ponerlos como ejeropX ^^*
para los antiguos aires nacionales que fijaron por medio de la cifra ó de ^^
música^ nos persuade de que todos ellos dcbian existir por lo menos de^^^*^^'
el siglo XV, á que, en nuestro sentir, pertenecen en su totalidad. El deigi" *^^
i\o. no ganar plaza de prolijos nos aparta de exponer más individuales ^
menudas observaciones.
I Remitimos á nuestros lectores al 1. II, pág. 229 del Romancero ger^^"^^
raly formado por Duran, donde bajo el epígrafe de Romances vulgares r^ .-^^or
hallerescos comprendió este docto investigador todos los que nacieron ►
las esferas menores de la sociedad, del aplauso que en ella alcanzan los
hros de caballería, pertenecientes al ciclo carlowingio. Entre ellos se er
oiienlran en efecto los romances del Desafio de Oliveros y Fierabrás^ •
los Amores de Floripes y Gui de Boryoña, con otras muchas aventurifl
(
"-^ P., GAP. XXIt. LA POBS. POP. HASTA BL R. DE CARLOS I. 4K9
^i^ntras en tal manera eran cantadas en las más distantes
í^POTies de la Península las fantásticas y maravillosas tradicio-
nes d el mundo caballeresco, proseguía también la musa popular
respondiendo al sentimiento patriótico, que le dio aliento en re-
inota.^ edades; y ya consignando hechos de triste recordación,
resf^Q^^ de la historia interior de Castilla; ya refiriéndose suce-
^^ ^^emorables, relativos á las expediciones y conquistas Ueva-
^^ & cabo fuera de España; ya en fin celebrando los hechos
P^^'cii^^lgg y heroicos, que se referían á la grande y popular
^^Pt^esa de Granada, apareció consecuente con sus orígenes,
^^nunciando á los más legítimos títulos de su gloria. Cele-
^^os fueron en tan vario concepto así el romance que conde-
* *^^ la deslealtad del duque don Fadrique, empezando: De vos^
-^nque de Arjona, — grandes querellas me dan, como los que
^^n más adelante la muerte de don Manrique de Lara y del
^ ^>*qués de Cotron, que comienzan: Á veynte y siete de Marco
"^ ^abe la ysla de Elba-, el que lamenta la soledad y tristeza de
^^ Teina doña María de Aragón, esposa de Alfonso, el Magno,
^Me dice: Retrayda estaba la Reina, y los que cantan finalmen-
te las aventuras de Albayaldos, Abindarraez y el Alcayde de
Loja, con otros no menos estimables y de fecha averiguada, en-
tre los cuales hallamos algunos que celebran el glorioso triunfo
de Granada *. — Lícito es advertir que muchos de estos romances
amores y qaerellas, no olvidada la Batalla de Roncesvalles y 1a Muerte
de Roldan y de otros Pares de Francia^ que habían dado asunto á más
antiguos cantos.
1 El ñomatvce del duque de Arjona, don Fadrique de Castro, se refiere
á la prisión sufrida por el mismo en el castillo de Penaficl, donde muere en
1 430: suponiéndole vivo, ó hubo de componerse en 1439 ó poco después de
su muerte; pero se ignora el autor. Los que se refieren al Marqués de Cotron
' y á don Manrique de Lara son obra de Juan del Enzina y Juan de Leí va,
siendo fácil fijar sus fechas. Como intermedios aparecen el de la Reina doña
Marta, escrito en 1442, y los anónimos de la muerte del moro Albayaldos,
que te^n el docto Gudiel en su Crónica de hs Girones, fueron hechos en
1461. El romance del Alcaide de Loja, que empieza: Moro Alcaide, Moro
Alcaide, y otros relativos á hechos parciales de la guerra y conquista de Gra-
nada, se pueden tener por coetáneos de los mismos, así como el que dedicó el
460 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
tiene también autor conocido, siendo merecedor de particular
examen el que atañe á la Reina doña María de Aragón, escrito
en 1442 y debido al caballero Carvajal, poeta que hemos visto
ya figurar en la corte de Alfonso V. — Indicada la situación do-
lorosa de la Reina, á quien supone el poeta retraída en el tem-
plo de Diana, ponderando con este recuerdo clásico su castidad,
pintábala del siguiente modo:
Vestida estaba de blanco,
un parche de oro cenia,
collar de jarras al cuello
con un grifo que pendia;
pater noster en sus manos,
corona de palmería, etc.
En la soledad que la aqueja y que hace más angustioso el
abandono del i*ey don Alfonso, largos años ocupado en la con-
quista de Ñapóles, dirije á Italia y á la reina Juana el siguiente
apostrofe:
jOh! maldita sea Italia,
causa de la pena mia!...
¿qué te fise, reyna luana, '
que robaste mi alegría,
é tomas teme por fijo
un marido que tenia?
Feciste perder el fruto
que de m¡ ílor atendia!...
El último rasgo determina un sentimiento verdaderamente
popular, pues que la conquista del reino de Ñapóles despojó
íil (le Aragón do un sucesor directo á la corona, ausente don
Alfonso por el espacio de veintidós años, cuando se supone la
lamentación de la Reina. Esta prosigue en su apostrofe:
Dexü sus reynos et tierras,
las ajenas conqucria!
el ya aplaudido Juan del Enzina á la toma de Granada, dirig-icndosc al
roy Chico, el cual empieza: Qué es de ti, desconsolado'f Que es de ii, rey d*
Granada? y fué antes de ahora tenido en cuenta por nosotros, (t. 11, Ilua-
IracinneSy pápr. 477). El fíomance de la Reina doña María es inédito y se
halla en el Cancionero M. 48 de la Biblioteca Nacional, al fól. 133 v.
ll/ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 461
dexó i mí desventurada
annos veynte é dos avia,
dando lejs en Italia
mandando á quien más podia .
• .•••••••••
En África et en Italia
dos reyes vencido avia i.
Pero en este, así como en los demás romances, escritos por
los trovadores de la corte, mientras proseguían ostentando los
antiguos cantares históricos el sello de la popularidad *, abun-
' t Don Alfonso fué llamado á Ñapóles por la reina Juana en 1420: aña-
didos los veintidós, de cuya ausencia se lamenta doüa María, resulta el
de 1442, que hemos fijado arriba.
2 Es sin duda copioso el número de romances históricos, compuestos en
el período que recorremos, algunos de los cuales se hallan terminantemen-
te mencionados en las crónicas coetáneas. El Compendio áe la general, es-
crito en el reinado de don Enrique IV, al tratar por ejemplo del cerco de
Zamora, inserta un fragmento de aquel que empieza: Rey don Sancho, rey
don Sancho, non digas que no te aviso (cd. de Llaguno, pág. 25); y lo
mismo nos advierten los Libros de Música, sacados á luz al comenzar del
siglo XV. Con título de Romances viejos insertaron los ya mencionados Luis
de Narvaez, Diego Pisador y Francisco de Salinas, los quedan principio di-
ciendo: Ya se asienta el rey Ramiro, — Guarte,guarte,el Rey don Sancho,
y En la cibdad de Toledo, etc., composiciones, que según el último declara,
se cantaban de muy antiguo en Castilla. Así pues, ya fuesen debidos al pe-
ríodo en que tenemos fijas nuestras miradas, ya derivados tradicionalmentc
de las primeras edades de la poesía popular, no es posible suponer que en-
mudece un sólo momento la musa histórica de los españoles antes del si-
glo XVf . Entre otras pruebas, demás de las ya alegadas, será bien recordar
por último, la referencia que hace Álvarez Gato á la famosa tradición de
don Bueso, conservada en los cantos populares, diciendo, al dirigirse á una
dama que le habia burlado poniendo en su lugar una vieja, al acercarse á
hablarla de noche el referido trovador:
Dléronme
la locura por el seso;
por palacios tristes cuevas;
por lindas canciones nueyas
los romances de don Bueso.
En la colección de los asturianos recogidos por nosotros hay dos versio-
nes de un cantar que recuerdan parte de la expresada tradición. Empieza:
Camina don Bueso, etc.
462 HISTORIA crítica DB la literatura ESPAJfOLA.
daban los rasgos eruditos, mostrando así el general aobelo (p^
llamaba las inteligencias al estudio y contemplación de la anü-
l^üedad clásica; circunstancias que iban á caracterizar en br^^^
las tareas de los semi-doctos, dispuestos ya á recurrir á las eré-
nicas nacionales, á las historias de Grecia y Roma y aun & 1^
Santas Escrituras, para acaudalar con fecundidad prodigiosa los
Romanceros ^ Largo seria en efecto el catálogo de los trovado-
res, que, durante la primera mitad del siglo XV y en los prinoe-
ros dias del XVI, consagraban su musa al cultivo de las fona^
de la poesía popular, designada con el nombre de romances,
ya hablen de amores, glosando otros cantos más viejos; ya sft
refieran á las leyendas caballerescas; ya ensalcen las exceleí^'
cias de famosas ciudades; ya en fin aspiren á festejar las ra ^
altas solemnidades del culto religioso, ó los más respetabl ^
misterios del cristianismo ^. De cualquier modo, siempre se ^
1 £1 ya citado Enrique de Valdcrrábano en su Silva de Sirenas, dac:^
á la estampa en 1547, incluyó entre los romances, cuya músiea recoge
boca del vulgo, varios de historias sagradas, relativos á la de Matatías,
lías y Judit, que comienzan: Ay de mi, dize el buen Padre, — Adormié^
se ha el buen viejo, — En la ciudad de Betulia, etc. Este repertorio, qv
llega á hacerse muy popular^ se enriquece extraordinariamente durant '
el mismo siglo XYI.
2 Nos referimos principalmente á los romances incluidos en el Cancifh^
ñero de 1511, comprendidos todos en el período que ilustramos; y para qn^"
no pueda abrigarse duda y quede hasta la evidencia demostrado el error d^
los que asientan que no se incluye en los primeros cancioneros romance al —
guno, parécenos bien poner aquí nota de los mismos, con glosas y sin ellas,
no sin advertir que empiezan en elfól. CXXXI de la indicada colección. 1.^
Pésame de vos, el conde, con glosa de Francisco de León. 2.^ Más envidié
he de vos, conde, escrito por Lope de Sosa y glosado por Soria. 3.^ Rosa
fresca, rosa fresca, con glosa de Pinar. 4.° Fonte frida, fonte frida, glo-
sado por Tapia. 5.® Contaros hé en qué me vi, con glosa de Luis de Vivero.
0.® Maldita seas, Ventura, con glosa de Nicolás Nuñcz. 7.° Yo me estava
en pensamiento, de Diego de San Pedro, contrahaciendo el viejo Yo me
estava en Barbadillo, 8.° Reniego de ti, amor, del mismo, imitando el que
dice Reniego de ti, Mahomad, 9.° Estando desesperado, 10.*^ Durmiendo
estava el cuidado, de Nuñez. 11.° Estávtue mi cuidado, remedo del vie-
jo Estóvase el rey Remiro. 12.° Decidme esos pensamientos, 13.° Para
el mal de mi tristeza, 14.° TriHe está el rey Menelao, de Soria. 1 5.° Er-
Il/ P,j CAP. XXII. LArPOES. POP. HASTA EL R. DE CAIILOS I. 463
oportuno reconocer, como indicamos antes de ahora, que no
desdeñando ya los poetas de la corte de los Reyes Católicos el
contarse entre los poetas ínfimos, eran los cantares de que la
gente baja é de servil condición se alegraban muy aceptos á. los
jae se tenian por doctos, y solaz propio de caballeros el cantar
y hacer romances, tarea á que servia de estimulo é incentivo el
glorioso éxito de la memorable empresa de Granada, último y
peransa me despide, 16.° Con mucha desesperanza, de don Alonso de
Cardona. 17.® Gritando vá el cavallero, de don Juan Manuel. 18.® Descú-
hrase el pensamiento^ del comendador Avila. 19.® A veynte $ siete de
mar^, es el de Juan de Leí va Á la muerte de don Manrique de Lara, co-
mo hemos notado aitlba. 20.® Triste estava el cavallero, acabado por don
Alonso de Cardona. 21.® Yo me era mora, JHorayma, glosado por Pinar.
22.® Que por mayo era, por mayo, con glosa de Nicolás Nuñez. 23.® Rosa
fresca, rosa fresca, mudado por otro viejo, con glosa de Quirós. 24.® Du-
randarte, Durandarte, glosado por Soria. 25.® Ya desmayan mis servi-
nos, imitado por Diego de Zamora del que empieza Ya desmayan los fran-
ceses. 26b® Caminando por mis males, de Garci Sánchez de Badajoz. 27.®
Mudado ^ha el pensamiento, de Durango. 2S.® Por un camino muy solo,
(le Nañez. 29.® Caminando sin placer, por don Luis de Castelví. 30.® Es-
lando en contemplación, 31.® Alterado el sentimiento, de don Pedro de
Acuña. 32.® Triste estava el cavallero, añadido desde el octavo verso. 33.®
Amava yo á una señora, acabado por Quirós. 34.® Mi desventura cansa-
rfa, hecho por Quirós sobre los amores del marqués delZenete con la señora
Ponseca. 35.® Valencia, ciudad antigua, del Bachiller Alonso de Pivazo,
en loor de la expresada ciudad, obra descriptiva de no escaso mérito. 36.®
Mi libertad en concejo, de Juan del Enzina. 37.® Tierra y cielos se que-
xaban, sobre la Pasión de J. C. 3S.® Cabe la ysla de Elba: es el citado
anteriormente, hecho por Juan del Encina A la muerte del marqués d^
Cotron, Tal es la variedad de asuntos que ofrecen los romances, debidos á
los trovadores cortesanos del reinado de Isabel y Fernando, debiendo añadir
á estos nombres los dé Fray Iñigo López de Mendoza y don Pedro Manuel
de Urrea, citados ya por nosotros con igual propósito, al preparar la histo-
ria de esta forma poética (tomo II, Ilustraciones, págs. 476 y 477). De
Joan del Encina insertó el señor Duran en las secciones correspondientes
de sa Romancero gen&raly algunos romances, no olvidando los debidos a
Diego de San Pedro, don Alonso de Cardona, Soria, etc. De repetir es por
áltimo que entre los trovadores castellanos y aragoneses, que se precian
íe hacer romances, se cuentan algunos catalanes ó valencianos, como don
\lon8o Cardona, don Luis Castelví y Mossen Tallante (Véase el cap. XIX,
>ág. 285 del presen (r^ volumen).
464 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
afortunado esfuerzo de la civilización, que habia comenzado &
tener vida en las asperezas y agruras de Covadonga.
Reanimando aquel hecho memorable el espíritu del pueblo
castellano, hemos escrito en lugar oportuno, despertóse con ma-
yor fuerza el entusiasmo patriótico, y apelando á sus antiguos
recuerdos y comparando las hazañas de sus mayores con las lle-
vadas gloriosamente á cabo durante el largo asedio de aque-
lla poderosísima metrópoli, procuró reanudar el hilo de su his-
toria poética, dando origen de este modo al género de cantares
ó romances, que han sido después designados con el nombre de
moriscos. Justamente enorgullecidos los castellanos por haber
dado feliz remate á la grande obra de la reconquista, y libres ya
de todo recelo respecto de la independencia de España y de
la libertad del cristianismo, hubieron de prorumpir en mil him-
nos de victoria, donde quedara para siempre consignado el uni-
versal alborozo que habia cundido desde el Pirineo á las colum-
nas de Hércules, desde Finis-Terrae á Barcelona. Los nombres
de Hernán Pérez del Pulgar, Garcilaso de la Vega, don^lfonso
de Aguilar, don Rodrigo Ponce de León y otros cien capitanes,
no menos valerosos, resonaron por todas partes, emulando la glo-
ria de los antiguos héroes y formando singular contraste con
los de Tarfe, Zaide, Muza y otros esforzados campeones de la
morisma ^
Pero mientras de esta manera se ensanchaban las esferas de
los cantos populares, habiendo apenas glorioso episodio en la
1 Tomo II, Ilustraciones f pág^. 491. — El docto Duran recogió en su
apreciado Romancero casi todos los romances moriscos que tienen alguna
relación con esta edad (lomo I, Sección de Romances moriscos), y com-
prendió entre los históricos, coetáneos ó relativos á la guerra y conquista
de Granada, cuantos cantan los hechos, en que se mezclan y adunan cris-
tianos y moros granadinos, presentando en bello contraste las costumbres
de ambos pueblos (tomo II, Sección de romances fronterizos, pág. 79J.
La división y recta clasificación de estos romances no es en verdad cosa fá-
cil; mas atendiendo al sentido histórico que entrañan los romances moriS'
eos, bajo el punto de vista en que nosotros los consideramos, no nos paro-
ce imposible, y ha debido intentarse, dando mayor claridad al estudio del
Romancero.
11.* P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 465
•
gaerra de Granada que no despertase el entusiasmo de algua
cantor anóDimo^-^ejercitados ya los poetas doctos en el cultivo de
tes metros heróico-popu lares, entraron como á saco en los anti-
gaos dominios de la musa nacional, y no solamente redujeron &,
form^ de romance cuantos hechos se relacionaban ya directa, ya
nnlirectamente con la grande obra llevada á cabo por los Reyes
Católicos, sino que volviendo la vista & las antiguas crónicas
para ensalzar las hazañas de los verdaderos héroes de Aragón y
Castilla, fijáronse también en las historias de los disturbios y re-
^eltas intestinas, que deshonraban el nombre castellano, con
poca gloria del Trono, arrojándose así en el inmenso mar de las
^i^diciones, cuentos y relatos nacidos en cada localidad y acari-
ciados por cada familia, y que constituían copia tal de materiales
poéticos, cual nunca los habia atesorado nación alguna.
Este prodigioso movimiento, realizado en los postreros años
^Bl siglo XV y en toda la primera mitad del XVI, sacando del
poder de la indocta muchedumbre los elementos literarios que
b^bian formado en edades pasadas su patrimonio, abanderábase
®^ nombres y poetas conocidos, que constituyendo nueva fami-
"^ entre los que cultivaban las artes del Renacimiento y los que
P'^Ciseguian interpretando los sentimientos del vulgo, preparaban
^ 1q musa de Castilla uno de sus 'más gloriosos triunfos al reali-
tal vez la más importante de sus transformaciones ^
a. Creemos ocioso y aun impertinente el formar aquí larga lista de los
EMas eruditos, que al comenzar el siglo XVI toman sobre sí la empresa
^metida por los trovadores de la corte de los Reyes Católicos, cuando tan
^^íl es hacerlo, con sólo tener á la vista el Romancero general del dili-
^^ altísimo Duran, compilación abundantísima de todos los Romanceros, da-
^« á luz en siglos precedentes, y aun de los poetas cuyos romances no ñ-
^^^raban en aquellos. Cúmplenos añadir no obstante, para ampliar en lo
^^sible nuestro presente estudio, que todos estos poetas, si 4)ien procuran
acomodarse al tono tradicional de los romances viejos, no pueden hurtarse
^ la influencia docta, imprimiendo á los que escriben cierto sello artístico,
que los despoja de la frescura, energía, gracia y sencillez, características
de aquellos primitivos cantos populares; y es de notarse que esta inclina-
eion de los trovadores eruditos se advierte, como vá indicado, desde el
instante en que se inicia dicho movimiento: tal descubrimos por ejemplo
en el cabaUero Carvajal, quien no sólo en el romance de la Reina doña
Tomo vn. 30
466 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA ESPAflOLA.
. Hablamos de la creación del teatro nacional, que es sin duda
uno de los más diñciles desenvolvimientos en todas las literatu-
ras, y que constituye uno de los más brillantes y gloriosos títu-
los de la española. Mas no llega este importante desarrollo k
tener realidad, sin notabilísimos esfuerzos.
Ya al examinar sus primeros orígenes durante la edad-me-
dia, le vimos llegar á la segunda mitad del siglo XIY en inte-
resante bifulcacion, la cual daba á conocer palmariamente la
índole especial, que muestra desde luego en el suelo de la Pe-
nínsula Ibérica, revelando el profundo sello, que iba & ostentar
en los dias de su mayor gloria. Ora obedeciendo las prescripcio-
nes del rito y de la liturgia, ora sirviendo de instrumento & los
juglares en las plazas públicas y mercados, acrecentaba el arte
dramática de dia en dia sus populares tesoros, ensanchando el
circulo de su acción á todas las esferas sociales, y recibiendo
no escaso impulso y movimiento de las costumbres. En este
doble sentido nos fué dado contemplar cómo se iban robuste-
ciendo los elementos, que constituían desde siglos anteriores
los espectáculos escénicos; y partiendo de este punto, seranos
ahora cumplidero el completar aquel estudio, fijando nnestras
miradas en el variado cuadro, que ofrecían las costumbres, al
Marta dá ya á su lenguaje cicrlas aspiraciones clásicas, diciendo que Al-
fonso V iba
siguiendo al planeta Mars,
Diosde la caTalleria,
sino que exagera sus propios sentimientos en otro romance, destinado á
cantar sus amores, del siguiente modo (Cancionero M. 4S, de la Bibliote-
ca Nacional, fól. 149 v.):
Et lloren mis ojo§ tristes
con ravia desordenada,
lágrimas fazlendo tinta
de sangre purificada,
nasclda del coraron,
por mis ojos destilada,
regando mis tristes pechos,
quemando toda mi cara.
Estas hipérboles, impropias del verdadero sentimiento, comienzan á sus-
tituir á la sencillez de exposición, que tan alto precio había dado á los'"'
génuos cantos populares. No se olvide que Carvajal florece en la corte <icl
citado Alfonso V y que escribe el romance de doña Muría en 1442.
11*^ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 469
i^^ scxiiedad aristocrática, que no se desdeñaba por cierto de
^fxnar parte en semejantes representaciones ^ .
Ni dejaban de hermanarse en el fln ulterior de la elabora-
M4ttabtn los moros á combatir la villa. Comunicábanla los pastores i los
"aradores de ella, preparábanse para la defensa, y dado el asalto^ caian los
^i^oitM deslombrados por el poder del santo, pidiendo el bautismo. Termi-
^<laesta manera de acción, daba principio un baile general, que se dis-
^^H^^ aun con el nombre de paloteo, y acabado este, invitaban los pssto-
^ á los danzantes á entonar con ellos canciones y villancicos en loor del
Patrono, y ordenados después de una manera artificiosa, llevando en su cen-
^ ¿ los convertidos moros, salian todos de la plaza al son de dulzainas y
''''^boriles y con aplauso de los espectadores. Tales eran los dances; res-
i'^^da su tradición, y reducida la acción á forma dialogada y representa-
^'^» tal vez en los postreros dias del siglo XV, se han conservado y tras-
''l'^ido á los nuestros, aunque muy adulteradas estas antiguas farsas reli-
^'osaSy de que tantos ejemplos dieron, según notaremos después, los discí-
pillos de Juan del Enzina. De advertir es, por último, que en todos estos
'^^^tf* brilla un mismo fondo, habiendo servido sin duda de fuente común
lina antigua representación, adonde todos han acudido, ya para tomar la
^'^^^^uccion, ya la aparición del diablo ó la venida del ángel, ya otros ac-
'^^ntes, no menos característicos de la obra primitiva.
'^ La costumbre aristocrática del Rey de la faba fué traida sin duda á
^^Ula por los caballeros de Beltran Duguesclin; pues que Juan Alvarez
^illasandino, trovador, que, como saben ya los lectores, florece princi'
" ^^ente en la segunda mitad del siglo XIV, declara en una de sus com-
•^^iciones haberlo sido dos veces, solicitándolo la tercera (Véase el to-
^ V, cap. IV, pág. 1S4); lo cual demuestra que habia sido aquella sin
^tradiccion recibida en la corte de los sucesores de Enrique II. — Respec-
de las comparsas alegóricas, conviene advertir que no solamente tuvie-
^t) creciente estimación en la corte y en los alcázares de los magnates, si-
^o que lograron notable representación en los monumentos que levantó la
^^quitectura en todo el siglo XV .Testífícanlo así, entre otros que pudiéramos
^^ordar, el palacio de los Ayalas en Toledo y el más suntuoso de los Men-
dozas en Guadalajara; y era insigne muestra sobre todos el riquísimo alcá-
zar de Segovia, presa desdichada del fuego en los últimos años. £n cuanto
á la introducción de los entremeses y los momoSf que con tanto aplauso
fueron recibidos en toda la Península, nos bastará recordar las notables
palabras de don Alfonso de Santa María, así para determinar la época
en que unos y otros se generalizaron en Castilla, como para denotar la
clase social por quien fueron admitidos. Respecto de los primeros de-
cía en el prólogo del libro 111 del Doctrinal de caballeros lo que sigue:
4l>08 cosas son en que sin actos de guerra al tiempo de hoy los fljosdalgo
470 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
cioQ de los elementos dramáticos con estas costumbres popula-
res y aristocráticas, los usos y prácticas, que cada día se iban
introduciendo en las flestas y ceremonias del culto. Desde el
reinado de don Alfonso el Sabio y de don Jaime de Aragón, ha-
bía sido recibida en la Península, según notamos antes de aho-
ra, la solemnidad del Corpus Christi, considerándola como una
de las mayores y celebrándola con regocijos y procesiones pu-
blicas: en todos los ángulos de España, así en las más ricas y
suntuosas catedrales como en las más humildes parroquias cam-
pestres, extremáronse pueblo y clero en mostrar la devoción y
el entusiasmo que aquella festividad les inspiraba, y ya exor-
nando las procesiones, con que daban á Dios fervientes gracias,
de vistosas danzas, á que se unian los variados cantos de ju-
glares y juglaresas, ya haciéndolas preceder de alegóricas com-
parsas de gigantones, enanos y salvajes, en medio de las cuales
se ostentaban los peregrinos personajes del Mascaron^ la Ta-
rasca y la Carantamaula^ comenzaron á sacar del templo los
elementos escénicos, de antiguo atesorados en los misterios j
representaciones litúrgicas, ampliándose este ejemplo á otras
muchas festividades del año, ya locales, ya generales, entre las
que no puede olvidarse la muy popular de los Inocentes, honra-
da en todas partes con juegos, danzas grotescas, mojigangas y
mascaradas ^ .
usan las armas... la una es en contiendas del reino; la otra es en juegos
de armas, así como los torneos é justas, é estos autos, que agora nuevd'
mente aprendimos, que llaman entremeses^ . En orden á los segundos dice
en otra parte: tEl juego que nuevamente agora se usa de los momos, aunqoe
de dentro del esté onestat é maduretat c gravedat entera, pero escandali-
zase quien ve íljosdalgo de estado con visajes ágenos. E creo que non 1<>
usarian si supiesen de qual vocablo latino desciende esta palabra tnoffiO».
Glosa al cap. 13 del lib. lí de Providenlia (Ed. de 1510). Poco se ha me-
nester meditar para descubrir en estos juegos, así como hallamos en lo*
anteriores el sello caballeresco, la influencia que empezaba á ejercer en
las clases más ilustradas de la sociedad el renacimiento de la culturad*'
sica: los momos, tal como se describen en las breves palabras del doctoCar-
tagena y fueron frecuentemente ejecutados, traen fácilmente á la memo-
ria las fábulas Atelanas y los Mimos.
\ Entre los juegos y costumbres escénicas, que ya se referían aldiadc
lU^ P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 471
Cobrando en las costumbres públicas tal ascendieote y pre-
ponderancia los juegos y espectáculos escénicos; preciándose ya
de tomar parte, en su invención y ejecución, consideradas an-
^ como ocupación de gente vil y despreciable, no solamente
^ magnates y los más altos dignatarios del Estado, sino tam-
bien los mismos Reyes, no era de maravillar que arraigase y
<^reciese entre doctos é ignorantes la aflcion á las representa-
Cioaes dramáticas, dado además el constante incentivo que
ofrecía la Iglesia con las ya tenidas en cuenta de los misterios,
doade olvidados cada dia el respeto y la consideración debidos
* í* santidad del lugar, por los actores de aquellas conmemo-
^tivas fiestas *, concurrían las gentes más en son de fiesta
^ ^vxocentes, universalmente celebrado, ya á las festividades del Carnaval,
^ otras varias solemnidades del año, lograron de antiguo grande celebri-
^ ^n las regiones orientales los del obispillo y la degoUa, que dio también
^ ^^^ion á repetidos misterios, que aun suelen representarse en Valencia.
^ *^ para olvidados en otras comarcas el entierro de la »orra ó déla
. ^"^ina, d rey de gallos y la muerte de la vieja, solaces escénicos los
. ^ últimos propios de escolares, con los cuales formaban contraste singu-
^ \as representaciones mudas que han llegado hasta nuestros dias en las
^^vincias andaluzas, como principal ornamento de las procesiones de Se-
^^^na Santa. El pecado de Adán, El Sacrificio de Isaac, Los Desposorios
^^ la Virg^en, La Huida á Egipto, El Prendimiento de Jesús, El Lava-
^^rio de Püatos, La Calle de la Amargura y La Verónica, El Descendí-
diento de la Cruz y entierro de nuestro Señor Jesucristo y La perse-
cución de los Evangelistas, asuntos eran todos que se veian anualmente
Reproducidos entre los dolorosos ayes y lamentos de la devota muchedum-
bre, extremándose los que ejecutaban tales representaciones en el lujo y
tnagnificencia de los trajes, en la belleza de las caretas con que en público
aparecían y en la riqueza de las armas con que se ataviaban los soldados y
centuriones^ que en los expresados pasos intervenían. Cuando trazamos
estas líneas van desapareciendo, merced á la intervención de algunos obis-
pos, estas costumbres, que por lo tradicional y lo piadoso no dejaban de
ser respetables: nosotros recordamos haber contemplado en nuestra ju«
ventad, no sin placer, todos estos actos de la devoción de nuestros ma-
yores.
1 Esta observación se halla comprobada en todo el siglo XV con muy
notables documentos, siendo de observar que no logran el celo de los pre-
lados ni la autoridad de los concilios limpiar las representaciones que se
haciao en el templo do vituperables abusos, ni aun durante el feliz reina-
472 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAUOIéA.
profana que de solemnidad Feligiosa, apareciendo en ellas da-
mas y caballeros, más dispuestos & tratar de amores y Cortesa-
nos devaneos que á recordar las cosas de santa contemplación
y devoto recogimiento * . •
No por otra causa en las más altas solemnidades civiles y po-
líticas, tales como las coronaciones de los reyes, donde sólo ha*
bian intervenido antes la danza y el canto, vemos ya desde fines
del siglo XIY ensayarse las representaciones escénicas. Coro-
nado rey de Aragón en 4394 don Martin et Honesto, mandaba
la ciudad de Valencia al honrado Mosen Domingo Maspous, que
do de Isabel I. Demuéstranlo así el concilio provincial, celebrado en Aranda
el año de 1473, no menos que el tenido en Alcalá de Henares en 14S0.
En el capítulo XIX del primero prohíbense los ludi theatrales, larvíte,
tnonstra, gpectacula, necnon quam plurima, inhonesta et diversa figmen'
to, tumultuationes quoqtie, et turpia carmina et derisorii sermones, por-
que quitaban la devoción al pueblo, turbando los oficios divinos. En el
canon en que trata el segundo de las representaciones y juegos desho-
nestos^ se proscriben igualmente semejantes representaciones, disponién-
dose como constitución de la Iglesia primada que cuando se hubieren
de hacer algunas representaciones para atraher á la memoria las cosos
pasadas, gue non se digan palabras, nin se fagan fechos torpes, que
acerca de los fieles traen escándalo ó resfriamiento de devoción, mas
que se digan otras cosas honestas y devotas que al pueblo atraigan á
contemplación (Aguirre, tomo III, pág. 679. Bibl. Tol., Constituciones
c<istellatM8 del Concilio (Jomplutense). — £1 arzobispo Carrillo no se oponía
pues á la piadosa representación de los misterios. Sus deseos y los de sus
dignos sucesores se vieron, sin embargo, frustrados, creciendo cada dia los
abusos hasta el año 1559, en que fueron del todo prohibidos aquellos den-
tro de la Iglesia, no sin que continuaran solemnizando la natividad del Sal-
vador y otras fiestas memorables del año danzas y cantos de pastores con
la representación de la Sibila, etc.
1 £1 arcipreste de Talavera, festivo y elegante pintor de las costumbres
á mediados del siglo XV, refiriéndose en su Reprobación del amor mun'^
daño cá la rcpresenta9Íon que fa9ian de la Pasión al Carmen» (Cap. XLVIl,
folio 52 del Cód. £sc.), daba á conocer el lujo con que damas y caballeros
asistían á la misma, manifestando que demás del colorete (concilla)^ el so-
liman y aguas de olores, con que aquellas se componían el rostro, lleva-
ban en la boca cinamomo, clavo de giroflé y otras yerbas de igual fra-
gancia (folio 52 V.), con lo que más provocaban los sentidos que la devo-
ción de sus galanes. £n cambio estos apuraban en sus atavíos cuanto ha-
bía podido inventar el refinamiento de una época por demás afeminada.
II.* P., CAP. XXIh LA POBS. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 473
escribiese en el materno lenguaje una obra propia para festivar
el advenimiento al trono del nuevo, soberano, y es fama entre
los escritores valentinos que aquel aplaudido ingenio compuso
una representación alegórica^ bajo el titulo de L^hom enamorat
é la fmbra satis feta^ la cual fué ejecutada en ocasión tan so-
lemne con universal contentamiento ^ Veinte años después
[1414], llamado el infante de Antequera al solio aragonés por
el compromiso de Caspe, festejaban los ciudadanos de Zaragoza
sa entrada pública en aquella capital con un espectáculo alegó-
. rico, en que intervenían las figuras morales de la Justicia^ la
Verdad, la Paz y la Misericordia, obra atribuida con insis-
tencia al docto don £nrique de Aragón, quien seguido de Vi-
llasandino, Manuel de Lando, Alvar García de Santa María y
el ilustre marqués de Santillana, representaba en aquella corte
la cultura de los castellanos ^.
t Luis Lamarca, £2 teatro dé Valencia desde su origen hasta nuestros
cjios. Von Schack, Historia de la literatura y arte dramáticos en Es^
fHMña (texto alemán), segunda edición, tomo I, pág. 127.
2 A pesar de haberse repetido sin contradicción que fué don Fernando
festejado en ocasión tan solemne, con la representación de un drama ale-
g:órico« y de haberse este atribuido con la autoridad de Nasarre y de Ve-
lazquez á don Enrique de Aragón, creemos lícito observar que, ni el es-
pectáculo alegórico con que realmente fué obsequiado el infante de Ante^
qaera, merece nombre de drama, ni fué por tanto compuesto por el llama-
do marqués de Villena. Reconociendo con Blanca en sus Coronaciones de
Aragón el texto original de Alvar García de Santa María (y no Gonzalo),
testigo ocular de los hechos, resulta que, si bien no puede negarse al frtun-
fo de Fernando I cierta significación dramática, ofrece extrecha analogía
con el que inmortalizó la entrada de Alfonso V en Ñapóles en 1443 y el no
menos memorable de los Reyes Católicos, celebrado en Toledo en 1476 (to-
mos Vi, pág. 380 y Vil, pág. 1S6). De las palabras de Alvar Garcia se de-
duce además que las coplas cantadas ó recitadas sucesivamente por la
Justicia, la Verdad, la Paz y la Misericordia, fueron compuestas, no en
lengua castellana^ como parecieron pretender diversos críticos nacionales,
ni en romance catalán, como afirman otros, y asegura recientemente el
ilustrado Von Schack, sino en el habla aragonesa, que si bien se herma-
naJÍMi grandemente con la de la España Central^ según repetidamente deja-
mos probado, diferia de ella en algunos accidentes de dicción y de giro.
Alvar Garcia dice, descritas las referidas figuras alegóricas: cCada una de
i7
474 HISTORIA GRtTlCA DB LA UTBRATURA BSPAllOLA.
Ni dejaban en la España Central de oelebrarse con an&logis
invenoiones los sucesos que m&s interesaban & reyes y magna- _^
tes. Elevado don Alvaro de Luna á la dignidad de Condestable oy^/i
en 1422, daba en Tordesillas extraordinaria fiesta al rey don
Juan, «é ordenó allí (según las palabras textuales da sm Crám-
ca) mncbas é muy ricas justas é otros entremeses, de los ^c^
quales el rey é toda la corte ovieron mucho plazer é alegría» ^ . Jv.
Acordado en 1440 el matrimonio del principe don Enrique con ^=k«2
doña Blanca de Navarra, fueron diputados para recibirla en la .^ Ja
raya de aquel reino, el egregio Marqués de Santillana y el re 0-
nombrado don Alonso de Cartagena; y llegada la princesa & hu^Xa
aquestas iba cantando á Dios los loores del Señor Rey, é de la ecelenie fles ^ ^^
iSLf é cada una decía una copla que yo torné en palabras castdlanas^'jz ^ '9*'-
siendo para nosotros evidente, según este modo especial de expresarse, qacsi» ^^ ^^
al hacer esta manera de versión se atenía más á la enmienda de vocablos^ <^ -^^
no castizos, ni elegantes, como tan perito que era en el cultivo de \am^ ^ ^^
lengua castellana , que á la traducción total de los conceptos. Los ejemplos^ «=»os
no escasean por cierto: entre otros muchos que pudiéramos citar, referentes^ ^^^
á la primera mitad del siglo XV, nos bastará por ser ya conocida de los^^'^^'^
eruditos la traslación que mandó hacer del lenguaje aragonés en easteUa ^~
no al bachiller Alfonso Gómez de Zamora, en 1439, el ilustre marqués de ^^ ^^
Santillana de las Historias de Orosio (Librería de Osuna, Plut. U, Ut. M., « ^'
núm. 7), y que estas diferencias accidentales eran tomadas en cuenta por "^ ^'
los eruditos aun entrado el siglo XVI, lo prueba también entre grsn copia -^^
de testimonios, la declaración que hace el autor de la Thesorina^ comedia '^^
debida á Jaime de Huetc^ quien decía al propósito: csi por ser su (añ) nt- ^ ,
tural lengua aragonesa no fuese por muy cendrados términos quaoto á
esto meresce perdón •. Opinamos pues que el trabajo de Alvar Garda se
redujo á cendrar los términos aragoneses de las coplas arriba indicadas,
tornándolas en palabras castellanas, pues que no es posible admitir que
la ciudad de Zaragoza, entonces, como ahora, pagada de su dignidad é
independencia, obsequiase á ningún rey con cantos, que no estuvictep
compuestos en el habla nativa de sus ciudadanos. — No terminaremos sin
advertir que, mencionando Zurita estas ñestas públicas, y hablando de jue-
gos y entremeses, debió referirse á los que en realidad se representaban en j
los palacios de los magnates, y hubieron sin duda de tener lugar tras el
suntuoso triunfo de Fernando I.
1 Título XIV, pág. 44. Véase también el tít. LXVÜI, pág. 123, donde
haciéndose su retrato, se dice haber sido muy dado cá fallar invenciones é
sacar entremeses en fiestas ó en justas ó en guerras*.
^ *f
U/ P., GAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 475
^Ua de HarOy faé allí sootaosamente agasajada y servida por
don Pedro Fernandez de Yelasco, señor de aqael estado , donde
permaneció por espacio de tres dias, y en ellos (dice la Cit^iiH
ea) csiempre ovo danzas de los caballeros é gentiles-homes en
palacio/ é momos, é toros, é juegos de cañas» ^
Igoal costumbre vemos introducida durante la primera mitad
del siglo XY en las regiones occidentales de la Península.
V^erific&ndose en Lisboa el matrimonio de la infanta doña
^«oonor, hermana del rey don Alonso Y, con el emperador Fe-»
bórico, hiciéronse extremadas fiestas y regocijos, donde pro»
^^res y caballeros ostentaron su destreza, ingenio y bizarría;
^ ^nto quisieron honrar el mismo rey y los infantes, sus tios,
^^tre los cuales se contaba el ilustre poeta don Pedro de Por-
^^ffal, aquellas bodas, que no esquivaron el tomar parte en la
'^'^^ presentación de los momos, que para solemnizarlos se ejecu-
^ron *• Poco adelante se realizaba en Évora el casamiento del
^^sgpraciado principe don Alfonso, hijo de don Juan U; y en
^^ta solemnidad, que fué, según la expresión de un escritor por-
^^gués, la de mayor grandiosidad que hasta entonces se había
Vjsto en aquel reino, no solamente hubo momos y muy vistosos
entremeses, sino que figuró en ellos el citado rey don Juan, con
las más ilustres damas y caballeros de su corte, constando ya
fje una manera indudable que estas representaciones no habían
^ído mudas y que en ellas habia tenido notable influencia el
elemento caballeresco. Al llegar la esposa del principe don Al-
fonso & las puertas de la ciudad, recibíanla hermosas bar-
das, cada una de las cuales la dotaba de extraordinaria virlud,
con lo cual daban principio aquellas singulares y ostentosas
fiestas 3.
Evidente aparece pues que el influjo de las costumbres escé-
nicas iba cobrando cada dia mayor imperio, llegando á su col-
1 Crónica de don Juan II, cap. XIV de dicho año.
2 Memorias de la Real Academia de Ciencias de Lisboa, tomo V. Me-
moria sobre o theatro portugués, por Francisco Manocl Frig^ü9o, d'A ra-
ga 6 Morato.
3 Jdemt idem, idem.
476 aiSTOiuA critica db la literatura bspaHola.
mo mediado ya el siglo XY, según testífican las historias
t&neas;.y ninguna m&s propia para confirmación de esta vei
que la Crónica del Condestable Miguel Lúeas de TranWy ec -i
lugar oportuno examinada. Desde el año de 1459, en que
establece en Jaén dicho Condestable^ hasta el de 1471,
abraza la expresada Crónica^ apenas hay, en erecto, festivida...i^
alguna religiosa, ni acontecimiento notable, en que alternan
con los juegos de cañas y sortijas, los torneos, corridas de i
ros y otros simulacros caballerescos, no se haga mención
vistosas danzas, gallardas comparsas de moros y cristiano
momos de falsos visajes^ farsas^ representaciones y misteriim.^,
todo profusamente exornado de músicas y cantares que facicmn
perder el seso á los circunstantes, según la ingenua expresión
del cronista. Y es lo notable en todos estos espectáculos y ju
gos escénicos, no solamente el ver ya fuera del templo la
presentación de los misterios^ que se transfiere una y otra v^z
al alcázar del Condestable, sino también el empeño que este y
sus caballeros ponen al tomar parte en la ejecución de dichcis
misterios, momos y farsas, en darles verdadera extructura drsi--
mática, lo cual manifiesta claramente el estado de elaboración y
de progreso en que los elementos escénicos se encontraban.
Sin duda habríamos menester extendernos demasiado á in-
tentar aquí tomar individualmente en cuenta todos los momos
y juegos de albardanes que alegraron asi las fiestas de la mu-
chedumbre como los saraos y salas del condestable y sus pa-
niaguados ^ A nuestro principal propósito bastará sin embargo
recordar alguna de las farsas y misterios de los que más se
ajustan á las observaciones expuestas, pareciéndonos preferi-
bles en tal concepto los que se ejecutaron en los años de 1462
y 1465, cuya descripción hace con más particularidad el cronis-
ta. Para celebrar la fiesta de los tres reyes magos, hablase ves-
tido en el primer año el Condestable Miguel Lúeas con dos de
sus pajes, muy ricamente, mostrando todos en las cabezas co-
ronas reales muy bien labradas y cubriendo el rostro de falsot
1 Tomo VIH del Memorial histórico español, págrs. 42, 51, 53, 77,
117, 113, 169, 263, 266, 267 y 313.
n/P.,CAP. XXIT. LA POES. POP. HASTA EL It. DE CARLOS I. 477
Visajes: asi llegaron á su palacio, y «desque ovieron cenado y
«levantaron las mesas, entró por la sala una dueña cavallera
»6n un asnito sardesco, con un niño en los brazos, que repre-
» sentaba ser nuestra Señora la Virgen Maria^ con el su bendito
»y glorioso fijo, y con ella Joseph. Y en modo de gran devoción,
»el dicho señor Condestable la rescibió y la subió arriba ¿ el
•asiento do estaba... y salió de la c&mara con los pajes muy
»bien vestidos, con visajes y sus coronas en las cabezas, á la
•manera de los tres reyes magos, y sendas copas en las manos
•con sus presentes. Y asimismo vinieron por la sala adelante
•muy mucho paso y con muy gentil contenencia, mirando el es-
• trolla que los guiaba, la qual iba por un cordel, que en la di-
•cha sala estaba, y asi llegaron ai cabo de ella, do la Virgen
•con su fijo (y Joseph) estaba, y ofrecieron sus presentes con
»muy grandes estruendos de trompetas y atabales y otros es-
•trumentos», etc« ^
No menos notable es la farsa ejecutada el segundo dia de
Pascua del siguiente año; la cual, aunque en sentido burlesco,
ofrece cierto interés político. Vestidos en hábito morisco y con
barbas postizas se presentaron en efecto buena copia de caba-
lleros, fingiendo ser mahometanos y venir con su rey de Mar-
ruecos: «traian delante á su profeta de la casa de Meca con el
•Alcorán é libros de su ley, con gran ceremonia, en una muía
•muy bien pasamentada y en somo un paño rico en cuatro va-
gras y ¿ sus espaldas venian el dicho rey muy ricamente arrea-
ndo con todos sus caballeros, bien enjaezados, y con muchas
•trompetas y atabales delante. Dos de aquellos caballeros se
•adelantaban hasta el alcázar del Condestable para manifestarle
•la llegada del expresado rey, de quien le traian muy amistosa
•carta; y recibidos con extraordinaria pompa en uno de los más
•ricos salones del alcázar, besábanle las manos y expuesto el
•intento que alli los traia, leíanle la carta del rey de Marmó-
reos, en la cuardesafiaba con sus moros á los cristianos, decla-
•rando que si en el jugar de las cañas fuesen vencidos como
•en la guerra, renegarían luego de su profeta y de su ley, re-
1 Ideiñt Ídem, págs. 75 y 76.
478 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
'OODOciendo vasallaje y siendo bautizados. Aceptado el desaft<
»por el Condestable y sus caballeros, jugáronse las cañas con
» mucha destreza y bizarría por una y otra parte; y terminad^
»aquel juego caballeresco, reanudábase la representación, com-
» pareciendo el rey de Marruecos ante el Condestable' y decla-
•rando paladinamente que era la ley de los cristianos mejoi
•que la mahometana, y que siendo asi, él y sus moros renega-
»ban de ella, de su Alcorán y de su profeta. Con lo cual mu;
•alegres y contentos los caballeros que vestian hábito de moros,
«daban en tierra con Mahoma y sus libros, lanzando al primei
»en una fuente, para que se purificase de sus mentiras, y der-
•ramando después sobre la cabeza del rey de Marrnecos ui
» cántaro de agua en señal de bautismo. Besaron en segui<
•rey y caballeros moros la mano al Condestable, en prueba d(
•vasallaje y sumisión», hecho lo cual dio fin aquella singularí-
sima farsa, acompañando todos al magnífico Miguel
hasta su palacio, no sin que se les allegase inmensa muche-
dumbre, que recibia en los patios del alcázar, abundante cola-
ción de frutas y vinos i.
Mientras de este modo contemplamos el efecto que producía
en las costumbres de todas las clases sociales el natural des-
arrollo de los elementos dramáticos, aparecen dignos de toda
consideración y estudio los plausibles esfuerzos, que en doble
sentido hacían los eruditos para dotar á la patria literatura de
1 ídem, ídem, págs. t03 y sigruientes. Pueden verse además las pági-
nas 42^ tos y 160, donde se hace también relación de otras representacio-
nes y misterios, ejecutados, ya en la iglesia catedral de Jaén, ya en el al-
cázar del Condestable, ya en la plaza pública, Irayéndonos este accidente
á la memoria lo qae Gonzalo Fernandez de Oviedo (Hist. gen. y nat, de
Indi€u, t. III, cap. 29, pág. 415), nos refiere de análogas fiestas y repre-
sentaciones celebradas en la plaza pública de la ciudad de Méjico: «En
medio de la plaza del mercado de Méjico (catabulco tiánguez), dice el ci-
tado historiador, habia un edificio quadrado, hecho de cal y canto, de dos
estados y medio de altura y de 30 pasos de esquina á esquina: el qual te-
nían los indios para quando algunas fiestas hacían ó juegos, en qoe los re-
presentadores dellos se ponían, porque toda la gente del mundo, é los que
estaban debaxo ó oiicima do ios pórtalos pudiesen ver lo que hacían».
II.* P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 479
los medios artísticos que debiaa preparar el nacimiento del ver-
dadero teatro. — Notable es en verdad el enoontrar (sin duda
dentro del reinado de don Juan 11) puestas en el habla de Cas-
tilla las Tragedias de Séneca, cuyos libros filosóficos y cuyas
Epístolas lograban en aquel mismo período el m&s alto aplau-
sOy como ejercieron entonces y después la más decisiva influen-
cia; fortuna que estaba asimismo deparada & las Tragedias ^.
La aparición de estas obras dramáticas, en el lenguaje vulgar,
manifestando por una parte la devoción de los eruditos res-
pecto del ingenio de Lucio Anneo, con quien se hermanaban
Msta el punto que habia mostrado Juan de Mena , descubría
por otra el anhelo, ya determinado y fijo, de apoderarse de las
formas dramáticas elaboradas por la antigüedad clásica, empe-
ño ^en que iba á tener el diligente traductor, durante el mismo
siglo XV, insignes, ya que no numerosos, imitadores. Aun el
mismo Juan del Enz¡na,que como en breve advertiremos, ha sido
con razón designado cual uno de los verdaderos padres del teatro,
ensayaba sus fuerzas en la traducción y perífrasis dramática
<le las Églogas de Virgilio, y el docto Francisco de Villalobos,
1 Guárdase el precioso códice de estas tragedias en la BibUoteca del £$-
«erial, bajo la marca S. II, 12, y con el siguiente epígrafe:— Comienzan
loa prólogos ó prohemios de las tragedias de Séneca; é son dichas tragedias,
porque contienen dictados llorosos de crueldades de reyes é de prín9ipes.
Son diez por nombre: cLa primera es de la gran furor de Hércules; la se-
ronda es de Thiestes et de Átreo. — La tercera de Thebaris.— -La qnarta
es de Ypólito. — La quinta es de Edipo. — La sexta es de Troas. — La sétima
^e Medea. — La octava de Agamenón. — ^La nona de Octavia. — La décima é
postrimera de Hércules Otheo, é es así nombrado por la selva Othea, en la
^oal él murió». Son estos prólogos cierta manera de análisis de cada una
^6 dichas tragedias, explicándose en ellos las fábulas que les sirven de
Tandamento y dándose razón de las partes, actos, escenas ó diálogos de
cjae constan. La importancia de esta traducción en los momentos en que
aparece y sa general influencia, las comprenderán fácilmente nuestros
Eeetores con recordar el extraordinario aprecio, que alcanzó el nombre de
Séneca en la Edad-media, y el decidido empeño con que fueron buscados
^ Iraidos al babla de Castilla por los hombres más notables de la corte de
^on Juan II, no solamente los libros debidos á su ingenio, sino los que
^equivocadamente se le atribulan (Tomo VI, cap. Vil del 11.® Subciclo).
480 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA BSPAÍVOLA.
médico del Rey Católico, no contento con la fama que le habían
ganado sus poemas did&cticos i, «y deseoso de que fuera cono-
cido en Castilla aquel linaje de poesía», que en el tiempo de la
antigüedad usaban mucho con nombre de comedÍM, traía al
habla materna el Anphytríon de Plauto, con que dada la se&al,
hacíanse en toda la primera mitad del siglo XYI los mayores
esfuerzos para enriquecer las letras patrias con los tesoros del
teatro griego y latino, ganando entre todos ' alta reputación los
Boscanes, Abriles y Pérez de Oliva *.
Pero si no son para desdeñados estos esfuerzos, que tie-
nen en la historia del teatro notabilísima significación, durante
la XYI/ centuria, merecen todavía mayor estima en nuestro
concepto los que son debidos á los m^s renombrados poetas,
desde el reinado de Enrique III, en el cultivo del diálogo, co-
mo instrumento que debia prestarse fácilmente en su día & la
1 Villalobos g^ozaba en efecto reputación de poeta, demás de algunas
composiciones líricas, por los tratados siguientes: 1.® Libro intítalado los
Probletnas, en metros de arte menor con glosas: 2.° De las fidires inter^
paladas, id., id.: 3.® De las malditas bubas, su cura é mdezina, en me-
tros de arte mayor. Aunque el mérito poético de estos trabajos no iguale
su importancia científica, no dejó de manifestar Villalobos que le era un
tanto peculiar el lenguaje de las musas. Sus obras en prosa, que no alcan-
zaron menor estimación, llevan por título: 1.^ Dos Diálogos de Medicina:
2,® El tratado de las tres grandes (parlería, porfía y risa). La edición
completa de estas obras, alguna de las cuales había sido ya impresa des-
de 1496 — 98, es del año 1543, habiéndose repetido la impresión en el año
siguiente. Zaragoza, fól. Villalobos dedicó sus producciones á don Luis,
infante de Portugal.
2 De estos tres doctos traductores hablaremos con mayor oportunidad
en nuestra llí.^ Parte. Respecto de Francisco Villalobos cúmplenos observar
que después de una primera edición de la versión del Anfitryon, anterior
al año de 1515^ la enmendó, glosó y corrigió de nuevo en este mismo año,
según expresa en carta fecha en Calatayud á 6 de Octubre, la cual fué
impresa en ediciones siguientes al final de las Ilustraciones. La impresión
más celebrada de dicha traducción, está hecha en Alcalá de Henares por
Arnao Guillen de Brocar, año 1517. Villalobos, según el mismo declara,
se propuso seguir el ejemplo de Hermolao Bárbaro, cardenal de Aquileya,
Angelo Policiano, Filipo Beroaldo y Mérula, quienes tanto se hablan dis-
tinguido en el estudio y versión de los clásicos.
ll/ P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 481
maoifestacioQ dramática. Desda el comendador Ferran Sánchez
Talayera, qae por contemplación de su linda enamorada, es-
cribía, al terminar el siglo XIV, el fresco, suelto y gracioso
diálogo que dimos á conocer oportunamente ^, hasta don Diego
López de Haro, que al comenzar el XVI componía, con título
de Aviso para cuerdos, el más complicado, en que interviene
crecido número de personajes históricos y alegóricos 2, apenas
existe trovador digno de aplauso, que no dé alguna muestra de
su ingenio en el expresado concepto. El Marqués de Santillana
en su aplaudida composición de Bias contra Fortuna) Cartage-
na en el Debate de su corazón y su cabeza; Juan Rodríguez
de la Cámara en el de Alegría y del Triste amante; Juan de
Dueñas en el Pleito que ovo con su amiga; los aragoneses fray
Guallberte y Pedro de Santa Fé, el primero en su Ragonamien^
to del Monge con el Caballero sobre la vida venidera, y el se-
gundo en su Cornial del Rey Alfonso V de Aragón y de la rei^
na doña María; Fernán Mogica en las ReqUestas y quejas á
su dama; don Carlos de Guevara en la Sepultura de amor; Ro-
drigo Cota en el tan conocido Diálogo del Amor y un Viejo; el
comendador Escrivá en su Querella al dios de amor contra
su amiga; Diego de San Pedro en su graciosa composición á la
Sepultura de Macias; don Luis de Portocarrero en los Reque-
rimientos de amor á su dama, con otros muchos ingenios que
aun pudiéramos citar, entre los cuales no puede olvidarse el
autor de las renombradas Coplas de Mingo Revulgo, pruebas
ofrecen más que suflcientes de que las formas artísticas, aptas
para la creación del teatro, lograban ya por sí mismas en todo
el siglo XV propio y notabilísimo desarrollo ^.
1 Tomo V, cap. VI, pá^. 327.
2 BibUoteca de la Real Academia de la Historia, Miscelánea histórica^
MS., tomo III. Ticknor, I.* Parle, cap. XXIII.
3 Pudiéramos fácilmente hacer más extensa esta enumeración, com-
prendiendo los ingenios catalanes y valentinos que se ensayan en el culti-
vo del diálog:o en su lengua materna. Durante el período indicado, no cree-
mos, sin embargo, poder omitir, tratándose del desenvolvimiento de la
forma dramática, los nombres ya consignados de Franceseh Farrer y Pere
Torrellas, quienes en su Conort y en su Desconort cultivaron cada cual el
Tomo vii. 31
482 . HISrOBIA CRÍTICA OB LA LITERATURA BSPAAOLA.
Y ea (4nto m^ digno de llamar la aleación de la critica este
natural desenvolvimiento de las formas artísticas, cuanto que
en los diálogos mencionados resplandecen ya todas las virtudes
geniales, que debian adelante caracterizar al teatro español, ¿
intervienen en algunas de estas composiciones hasta cinco per-
sonajes, sin que aparezca en ellas el poeta. La perspicuidid y
discreción, la gracia y soltura, la frescura y gallardía, que tan
alta estima dieron en los dias de su mayor gloria & nuestros
primeros dramáticos, avaloran ya en efecto estos preciosos en*
sayos, como han podido comprobar repetidamente nuestros lec-
tores ^ no sin que los acaudalen al par la ingenua sencillez y
la naturalidad envidiable, que tanto han aplaudido en ellos cri'
ticos nacionales y extranjeros, aun desconocidos en su majo^
parte. El Pleito que ovo Juan de Dueñas con su amiga^ inven-
ción que corresponde & los últimos meses de 1438, comprendiet^''
do los personajes de un Portero^ una Dama, un Relator, u.t^
Alcalde y al mismo Poeta; el Diálogo de Bias contra Fortuna ^
debido, cual va repetido, al ilustre don Iñigo López de Mend^^'"
za, y los más conocidos de Mingo Revulgo y de El Amor y U^
Viejo, bastarían para descubrir en estas obras el sello caract^"^
rístico del ingenio español en la representación viva, por decir^^
lo as(, de los afectos y de las costumbres, que buscan su asien^"
to y su esfera en el arte dramática. Y tan espontáneo y natu^^
ral era este desenvolvimiento literario, que no sólo se reveL^
en las formas artístico-poélicas, sino que, como hemos te^^^
diálogo de una manera ins^eniosa, y eu cierto modo histórica (Tomo VI ^
pá^. 473 y siguientes). Ni tampoco será lícito olvidar á los aplaudido^
Bernardo FenoUar, Jaume GazuU y Juan Moreno, autores del famoso Pro^
cés de les olives (Pleito de las aceitunas) y de otros graciosos diálogos. To-
do w confirma en la observación de que se desenvolvían naturalmente
en la Península los medios expositivos del arte dramática; y elevándonos á
consideración más general, nos persuade nuevamente de la influencia que
la España Central, cuyos principales poetas aparecen como interlocutores
en algunos de estos diálogos, ejercía en el desarrollo intelectual de las re-
giones extremas.
t Tomo VI, cap. VIII, págs. 118 y siguientes; cap. IX, págs, 167 y
siguientes; cap. XIV, págs. 459 y siguientes.
Il/P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 483
nido ocasión de demostrar, se realiza igualmente en las obras
escritas en prosa, ya didácticas, ya simplemente imaginativas ^:
lo cual -mostraba sin género de diida que las tradiciones erudi-
tas y las costumbres populares, religiosas y profanas, las aflcio-
nes de clase, los gustos caiballerescos y literarios, en una pa-
labra, cuantas causas y elementos podian contribuir á dar vida
al arte dramática, estaban ya solicitando el que apareciese un
poeta, á quien fuera dado acometer, con deliberado propósito,
la empresa de reducir á, forma representable todos aquellos es-
pectáculos y ensayos; gloria que estaba reservada al celebrado
Juan del Enzina. #
Consideramos ya en lugar oportuno á este ingenio castellano
como poeta lírico, y hemos recordado arriba que procuró traer
al habla vulgar las Églogas de Virgilio, acomodándolas inge-
niosamente, en especial la muy dramática de Tytiro, á los bulli-
cios y disturbios, que afligieron el reinado de Enrique IV.
— Especie muy repetida ha sido la de que halló el Rey Católico
en el palacio del conde de üreña, cuando vino á desposarse con
la princesa Isabel, «entre otras diversiones la representación de
una pieza cómica de la composición de Juan del Enzina»; pero
oi las circunstancias de aquel matrimonio autorizan suposición
semejante, ni pudo Juan del Enzina escribir en la cuna tal re-
presentación, pues que esta se refiere af año de 1469 y él ha-
bla visto la luz primera en el de 1468 *. Lo verosímil es, que
ejercitado en el cultivo de la poesía lírica, con el aplauso que ya
hemos reconocido, docto y celebrado en el arte de la música,
que le habia de ganar en Roma la estimación de León X, y ad-^
mirador de las obras clásicas, pretendiese, siguiendo el impulso
ya indicado en el desarrollo de las formas dramáticas, aunar
1 Cap. XXI, pág. 400 del présenle volumen.
2 Cayó en este error el erudito don Blas Nassarre en el prólogo á la
reimpresión de las Comedias de Cervantes, y siguióle Pcllicer en su 7ta-
todo hiatórico de la comedia y del histrionismo en España (pág. 12);
pero ha sido oportunamente rectificado por Ticknor en el cap. XIII de la
primera época de su Historia de la literatura española, complaciéndonos
en reconocer los aciertos de su crítica.
484 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
ea un solo esfuerzo todos los elementos artísticos que teni
su alcance, lo cual iba á decidir de una manera inequívoca
carácter de sus ensayos escénicos.
El respeto que profesa al nombre de Virgilio, le hace imp
ner el titulo de Églogas k sus obras dramáticas, que desi^
asimismo con el ya popular de represenlaciones; sus aíicioae>^
artísticas le llevan k exornarlas de música, canto y alguna ve^
de baile, pareciendo asi preludiar el nacimiento del melodra-
ma, que en aquellos mismos dias empezaba á dar señales de
vida en el suelo de Italia, bajo los auspicios del magnífico Lo-
renzo de Médícis: au propia devoción y la de los magnates y
príncipes, á quienes consagra sus producciones, le mueven i
rendir tributo y admitir como herencia legítima la materia poé-
tica de los misterios religiosos, celebrados de antiguo dentro
del templo y que debian proseguir excitando la devoción de los
fieles ^: su práctica en el trovar le hace dueño de todos los
1 Como va advertido, lejos de interrumpirse la piadosa costumbre de
las representaciones relig^iosas dentro del templo, contribuyeron los mismos
cánones, que tendian á corregir sus abusos, al sucesivo desarrollo de los
mismos. No nos maravilla por tanto el esmero con que el arzobispo y ca-
bildo de Zaragoza procuraban atender en 14S7 al lustre de la representa-
ción del misterio de la Natividad, hecha en la ig^lesia de San Salvador
por servicio y contemplación de los señores Reyes Católicos, del infanit
don Juan y de la infanta doña Isabel, sus hijos, constando los gastos
que al propósito hicieron de muy curioso documento, útil también para co-
nocer la extruclura de estos dramas y los medios empleados en su ejecu-
ción. Del expresado documento, publicado por el docto Schack (Obra
citada, tomo 111 de la segunda edición, apéndice IV), á quien lo comuni«
camos durante su residencia en España, se deduce que figuraron principal-
mente en este drama los personajes siguientes: el Padre Eterno, Siete Ad-
geles, los Profetas, el Niño Jesús, la Virgen María, San José y los Pasto-
res. Resulta igualmente que el aparato escénico constaba de un pesebre,
tornos, ruedas y telones, que representaban el cielo con nubes y estrellas,
formando parte del vestuario que se hubo menester aquel año, para dar
realce á la fiesta, guantes para los ángeles y el Padre Eterno, cabelleras de
mujer para los primeros y de cerda para los profetas, y valiéndose de colon
cardado y de lana cárdena y bermeja para componer el buey y la muía, cu-
yas cabezas fueron hechas de nuevo. Enseña^ por último, el documento ex-
presado que hubo en la representación música y canto, siendo de suponer
ll/ P., CAP. XXII. U POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 485
metros y formas de la poesía vulgar, que habia pretendido so-
meter á reglas determinadas en su Arte de poesía castellana.
Asi pues el estudio de las Églogas ó Representaciones de Juan
del Eozina, cuya ejecución, dirigida y aun llevada á cabo por
él mismo en los alcázares del almirante de Castilla, del duque
de Alba y aun dQ los mismos Reyes Católicos, alegró las festi-
vidades de Natividad, Carnaval y Pascua florida, nos ministra
la más perfecta idea del estado del teatro español, al declinar
el siglo XV; siendo muy de notarse que la ejecución de sus
primeras creaciones sea designada con la misma fecha que
ilustra la conquista de Granada y el descubrimiento del Nue-
vo Mundo 1.
Consideradas, en efecto, las obras dramáticas de Juan del
Enzina, que fueron representadas en su mayor parte de 1492
que no faltase la danza de los pastores. Por manera, que ya obedeciendo á
su propio instinto artístico, ya fijando la vista en estos misterios, pudo
asociar Juan del Enzina estas diferentes artes en sus ensayos, mereciendo
Maesse Yust por el magislerio de facer toda la representación y Macsse*
Piphan por los quinternos (quintillas) que fizo notados (con la música)
para cantar á los profetas , á la María y Jesús, que sean sus nombres
consignados en la historia del teatro. Regaló el cabildo al primero cinco
florines de oro por el buen éxito de su obra; recompensó al segundo su
trabajo con medio florín de oro, y dio de guantes á los ministriles de los
señores Reyes por el sonar que fizieron, dos florines de oro ó treinta y
dos sueldos. En cuanto á la prosecución de los misterios, aunque dejamos
ya notado que la Iglesia primada la sustituyó con unas sencillas fiestas, si
bien todavía dramáticas, por autos de 6 de Noviembre de 1557, de 7 de
Noviembre de 1859 y de 23 de Diciembre de 1560, todavía continuaron re-
presentándose en otras catedrales: en la de Huesca, por ejemplo, consta
que á 15 de Enero de 1582 se satisficieron por mandado del cabildo seten-
ta y ocho sueldos para pago de trajes, zapatos, cohetes, cordaje de dos vi-
huelas y construcción de una boca de infierno, todo hecho para suplir el
aparato y vestuario, propios de la representación del misterio de la Nativi-
dad (Archivo de la santa iglesia de Huesca, Ceremonial, lib. H). Lo mis-
mo podemos decir de la catedral de Sevilla, donde, muy avanzado ya el si-
glo XVI, se representaba entre otras obras religiosas la comedia intitulada
El Esclavo de Israel, cuya copia debimos á la ilustrada solicitud de su
docto deán don Manuel López Cepero.
1 Agustín de Hojas, Viaje entretcnidi), pág. 12; Méndez Silva, Catá-
logo Real de España, fól. 121,
486 HISTORIA CRITICA OB LA LITERATURA BSPAllOLA.
& 1496, constituyen dos diferentes grupos: en el primero
den colocarse las que se refieren á asuntos sagrados, tales
mo el Nacimiento de Jesús, su Pasión y Muerte, su Resur\
cion, etc.: en el segundo tienen lugar las farsas de amor, las r^^
presentaciones que se refieren á hechos de actualidad, tales <^^^
mo la Égloga recitada en el palacio del duque de Alba, por^tf^
se «sonaba que se Babia de partir á la guerra de Francia», y
las que tratan de burlas entre escolares y labriegos, como su-
cede en el Auto del Repelón, donde parecía recordar Juan del
Enzina los dias de su juventud, pasados en la vida estudianliaa
de Salamanca. En uno y otro concepto, aunque el interés dra-
mático sea realmente escaso, merced á la propia inexperien-
cia y & la pobreza de medios que el arte á la sazón ministra-
ba; aunque el estilo y lenguaje adolezcan de cierta ruda afecta-
ción, en que pudo influir el empeño de que por punto general
fuesen pastores y gente humilde los personajes de estos dramas,
bien que encerrando á veces un sentido alegórico, nos es dado
descubrir en las obras de Enzina cierto sello característico, que
se trasmite á la edad más floreciente del teatro español, siendo
en verdad sensible que dificulte hoy su historia el anhelo eru-
dito que intenta borrar este primer sello durante la primera
mitad del siglo XVI.
No es posible, dada la extensión que hemos concedido á es-
tos estudios, el detenernos menudamente en la análisis de las re-
presentaciones debidas á este claro ingenio. Lícito juzgamos,
sin embargo, para dar más aproximada idea de las mismas, asi
respecto del artificio dramático, como de la manera en que se
mueve el diálogo, el exponer aquí algunos pasajes, tomados de
los dos indicados grupos. En la representación que se refiere á
la Pasión y Muerte de Jesús, donde intervienen dos ermitaños
(padre é hijo), la Verónica y un ángel, encaminados aquellos á
visitar el Santo Sepulcro, por iniciativa del más anciano, aparé-
ceseles al llegar la Verónica, y se entabla en tal manera el
diálogo:
¿Cómo tan tarde venís
áver, hermanos benditos,
loe tormentos infinitos
i/ P., cap. XXII. LA POES. POP. HASTA BL R. DE CARLOS I. 487.
deste Señor? ¿qué decís?
Mal oys...
No aver oydo los gritos
en el yermo que vivís!
Qae desde muy gran mañana
anda van ya desvelados,
estos jadíos malvados
por matarle con gran gana.
Padre. ¡Ay, hermana!
maere por nuestros pecados*
nuestra vida soberana.
Verór. o mis benditos hermanos,
¡qué gran lástima de ver
tan gran Señor padecer
por dexar sus siervos sanos!
' ¡Píes y manos
clavado sin meresoer,
por salud de los humanos,
Su cara abofeteada,
escupido todo el gesto,
y de espinas por denuesto
su cabeza coronada!
Mirad cómo le tratava
aquella gente cruel,
que á bever vinagre é hiél
muy crudamente le dnva,
quando estava
puesto por balance é fiel,
que la redención pesava.
Hijo. Pues que por salvar la gente
padeció tantas pasiones,
sientan nuestros corazones
lo que por nosotros siente.
Verór. ¡Cruelmente
en medio de dos ladrones
pusieron al inocente!
T el traidor de Judas fué
el que le tracto la muerte:
tratóle pasión tan fuerte
aquel malvado sin fé.
;,Qué diré?
Señor, de tan alta suerte
padecer así, ¿por qué?...
A su maestro vendió.
488 rflSTORIA CKtTIGA DE LA LITERATURA BSPAlQOLA.
¿Hay razón qué tal sofriese
que ea trejnta dineros diese
al maestro, que le crió?
Paz le dio,
para qne le conosciese
la gente qne le prendió.
Padre. O Judas^ Judas maldito ,
malvado, falso, traydor,
que vendiste á tu Señor,
siendo su precio infinito.
Verón . Quán aflito
viérades al Redemptor,
dar su espirifcu bendito!!...
En la Égloga representada ante los duques de Alba el dia
postrero de Carnaval, y cuyo objeto era lamentar la partMa del
duque á la guerra de Francia, toman parte los pastores Be-
neyto, Bras, Pedruelo y Llórente; y lamentado por los dos pri-
meros aquel desagradable suceso, ven llegar al tercero, trabán-
dose el diálogo en esta forma:
Beretto. ¡Oh, Pedruelo! ¿estás acá?
Pedruelo. Acá estoy, asmo. ¿Qué há?
Bras. ¿Qués de tí?
¿fuéstete, que no te vi?
Beneyto. Ven, Pedruelo, ven acá.
Pedruelo. Ya vo, ya.
Bereyto. Assi te veas liogrado,
pues que vienes del mercado,
tú me dá
de las üuevas que ay allá.
Pedruelo. Mia fé, dicen que estará,
si á Dios praz,
ya Castilla y Francia en paz,
que ninguna guerra avrá.
Beneyto. ¿No avrá guerra, di, moyuelo,
di, Pedruelo?
Pedruelo. No; que ya Dios anda en medio,
y él quiere embiar remedio
desde el cielo ;
no tengas ningún recelo:
toma^ toma gran consuelo,
que te prega.
Il/ P.y GAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 489
BiNKYTo. To te mando una borrega
de las que andan al majuelo.
Pues me das nueva tan buena,
por estrena
te la mando, si no mientes.
Pedruelo. Dícenlo todas las geptes;
ya se suena;
toda la villa está llena.
Beh EYTo. Hasme dado buena cena i .
Bastan sin duda estos pasajes para caracterizar el nacien-
te teatro español en manos de Juan del Enzina. Trasladado
este á, Roma, y reputado alli excelente músico, posible es
que atendiese á. perfeccionar sus producciones, hermanando
en mayor escala la representación, la müsica y el canto*.
l Pertenecen los dos pasajes que acabamos deleitar á la III. *y V.'^églo-
gas ó representaciones de las incluidas en el Cancionero, dado á luz, como
saben ya nuestros lectores, en Salamanca, 1496; y con algunos aumentos en
Sevilla, 1501; Burgos, 1505; Salamanca, 1509; Zaragoza, 1512 y 1516.—
£1 orden que guardan en las más completas es el siguiente: 1.^ Égloga re-
presentada en la noche de la Navidad de nuestro Salvador: 2.^ £gloga re-
presentada en la misma noche de Navidad: 3.^ Representación de la muy
bendita pasión y muerte de nuestro Redentor: 4.^ RepresenXacion á la san-
tísima resurrección de Christo: 5.^ Égloga representada en la noche postre-
ra de Carnaval: 6.^ Égloga representada en la misma noche de antruejo ó
carnestolendas: 7.^ Égloga representada en recuesta de unos amores: 8.°
Égloga representada por las mismas personas que en la de arriba van in-
troducidas: 9.° Auto del Repelón: 10. Representación por Juan del Enzina,
ante el muy esclarecido príncipe don Juan: 11. Égloga trovada por Juan
del Enzina, en la qual se introducen tres pastores, Fileno, Zambardo
é Cardenio: 12. Égloga trovada por Juan del Enzina, representada la no-
che de Navidad. En algunas ediciones se hallan también el Diálogo de
Plácido y Victoriano, que el docto Juan de Valdés cita cual modelo en el
suyo de las lenguas, y la tragedia Á la muerte de don Fernando V y de
Isabel ÍII (la Católica), escrita sin duda en Roma, donde se habla refpre-
sentado desde 1493 una comedia compuesta en lengua latina, en honra de
estos mismos príncipes y con motivo de la conquista de Granada (Mar»
cellini Verardi Opera, Roma, 1493, 4.° menor).
2 Tenemos entendido que el ilustrado maestro español Sr. Asenjo y
Barbieri posee preciosos documentos originales relativos ú la historia de la
música teatral en España, y entro ellos algunas piezas debidas á Juan del
Enzina, á quien conceptúa como cabeza y fundador de la zarzuela, gene-
490 HISTORIA CRÍTICA OE LA LITERATURA BSPAÍlOLA.
Sólo nos es dado, sia embargo, juzgarle por las indicadas
églogas ó represeataoiones, en qae, si bien se descubre desde
luego verdadera inteacion dramática, y en sus escenas y senci-
llas situaciones procura hacer gala de cierto discreteo, no siem-
pre tan urbano como fuera de esperar, aparece de manifiesto la
lucha en que su ingenio se encontraba, deseoso sin duda de as-
pirar á una perfección imposible en aquellos momentos. Juan
del Enzína no careció entretanto de imitadores; y mientras el
oaballero Pedro Manuel de Urrea aspiraba en el suelo de Ara-
gón á seguirle, versificando con título de Égloga el primer ac-
to de la Celestina, no sin que acrecentara con este singular tra-
bajo sus títulos de trovador ^; mientras que en el centro de
ro tan aplaudido en nuestra Península. De creer es que estas obras musica-
les se refieran á las representaciones que dejamos mencionadas; mas con-
siderando el aplauso que Enzina obtuvo en Roma y el puesto que ocupó
en la capiUa de pontífice tan amante de las artes como León X^ no seria
de extrañar que ejercitase allí su ingenio como tal maestro, lo cual hace
desear que el Sr. Barbieri saque á luz tan apreciables producciones.
1 Para que nuestros lectores formen juicio de la manera con que este
ilustre procer aragonés supo manejar el diálogo, será bien trasladar aquí
algún pasaje de la referida égloga, que, como sabemos, fue incluida por el
al final de su Cancionero. Veamos la escena en que lamenta Calixto el
efecto del amor que le ha inspirado Melibea:
Cal. Sempronio.
SvAív. Señor.
Cal. Mira:
tráeme el laúd acá.
Skmp. Helo aquí, señor, dó está.
Cal. (Canta.)
«¿Cuál dolor puede ser tal
«que se iguale con mi inal?^
Si:mi'. Destetnprado eslá el laúd.
Cal. ¿Cómo (emprarlo podni
el que destemprado eslá,
discorde con su salud?
La música es melodía.
¿Cómo sentirá armonía
aquel que la voluntad
á razoo no obedecía;
aquel que tiene en el pecUo
paz, tregua, guerra, aguijone*,
amor, injurias, pasiones,
sin Jamás ser satisfecho'.'
£a una cosa pues fundo
II.* P., CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I* 491
Castilla un Pedro de Vega y on Juan de Torres intentaban
emular su fama, ya escribiendo coloquios pastorilefs, que fueron
muy celebrados en Medina del Campo, donde se representaron;
ya componiendo autos ó misterios, que recibieron en la tráüinsL
ciudad grande aplauso ^ hallaba en la corte de Portugal aquel
naciente arte notable cultivador, que vinculaba su nombre eú la
historia de los poetas españoles.
todo placer, que es Jocundo;
mi mal en morir consiste:
tafie y canta la más triste
canción que es becha eo el mundo.
Skmp. (Cantando,)
«Mira Ñero de Tarpeya
»á Roma cómo se ardía;
«gritos dan Yiejos y niños
>y él de nada se doüa*.
Cal. Muy mayor es el mi fuego,
y menor la piedad
de aquella, que con verdad
me ba quitado de sosiego.
Semp. No me engaño en lo que toco,
digo que mi amo es loco.
Cal. Dime, ¿que i^tás murmurando?
Semp. No digo nada. Callando
estoy, señor, aqui un poco.
C\L. Diio: no temas esquivo.
Semp. Digo: ¿cdmo puede ser
mayor el fuego, á mi ver,
que quema un solo bombre yívo,
que el que tal ciudad quemó
con tanta gente que bailó?
CvL. ¿Cómo? Yo te lo diré:
escucba bien el por qué«
que muy cierto lo sé yo.
Del fuego que me bas bablado
al que á mí tiene quemado,
según está muy notorio,
si es tal, el del Purgatorio
yo querría más de grado.
SE.MP. Algo es lo que yo (Mgo
de aqueste caso enemigo:
á muy más vendrá este becbo;
no basta loco en provecbo
que bá uu bereje en testigo.
1 Historia de Sarabis ó Medina del CatnpOf líb. III^ cap. 10, MS. dp
la Real Academia dé la Historia.
492 HISTORIA GRtTIGA DE LA LITERATURA BSPAf^OLA.
Tal fué el celebrado Gil Vicente. Ya cediendo eo efecto al ac-
tivo influjo que desde la época de Alfonso Y y de su tio el infan-
te don Pedro había ejercido en las regiones occidentales el par-
naso castellano, ya asociándose espontáneamente al movimiento
general de la cultura española, en que predominaba, según
ampliamente dejamos demostrado, el espíritu de unidad á que
hablan encaminado los Reyes Católicos todas las fuerzas naciona-
les; ya, en fin, porque así lo exigieran circunstancias de espe-
cial actualidad, nacidas de las frecuentes alianzas matrimoniales,
celebradas entre los reyes de Portugal y de Castilla, este ilustre
ingenio, que se habia distinguido por la sencillez, la gracia y
la frescura de sus canciones entre los trovadores portugueses,
empleó la lengua de Mena y de Santillana en el cultivo de la
naciente arte dramática, ganando al par la estima de portugue-
ses y castellanos ^ Intentó con estos medios proseguir la obra
empezada por Juan del Enzina. La imitación no era, sin em-
bargo, tan servil é. inconscia,^que no aspirase con justos títulos
1 £1 diUgente Ciarás, á quien tanto debe en Alemania el estudio de las
letras castellanas, al tratar de Gil Vicente en su Cuadro de la literatura
española en la Edad-media, asienta el peregrino aserto de que el orgullo
nacional de nuestros escritores les ha movido á guardar absoluto silencio
sobre los servicios prestados por aquel poeta al teatro español (Tomo lí, pá-
gina 344). La generalidad de la acusación parecia eximir á los españoles
de lodo descargo: por nuestra parte, dado el plan general de nuestra j/is-
toria critica f y conocidos el flujo y reflujo de las ¡deas y de las influen-
cias que se cruzan, hermanan y asimilan en la Península hasta constituir
la gran nacionalidad española, tendríamos por menguado capricho el
ocultar la verdad, despojando á ninguno de los ingenios que en la Iberia
florecen de la gloria legítima por ellos conquistada. Y cuando considera-
mos además, al fijar la vista en el desenvolvimiento artístico que estudia-
mos, que el ejemplo nace en las regiones centrales de España, y que la
imitación cunde y se propaga á las extremas; cuando sabemos que Gil
Vicente adopta como instrumento literario para sus primeras produccio-
nes la lengua de la España Central, copiando á las veces á Juan del En-
zina, según demuestran sus novísimos editores (Hamburgo, 1834 — S), no
comprendemos Q,ómo el orgullo nacional ha podido desechar las propias
glorias, pues que no de otro modo han debido considerarse, y en tal
concepto los consideramos, los lauros granjeados por aquel portugués
insigne.
Il/ P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 493
á la originalidad que sa ingenio le prometia. Escaseaban en los
ensayos dé Juan del Enzina la propiedad de los caracteres, la
flexibilidad y soltura en los movimientos dramáticos, el calor y
colorido en el lenguaje; y estas dotes, cuya poquedad no era de
extrañar en quien acometía obra tan nueva y difícil, brillaron por
ventura en las producciones de Gil Vicente, constituyendo acaso
su principal mérito.
No es posible determinar el momento en que dio principio á
las nobles vigilias dramáticas, que ilustran su nombre ^ Mas
no cabe duda en que su primer ensayo, escrito en castellano, es
el Soliloquio representado en 1562 por el mismo Gil Vicente
(circunstancia en que se hermana desde luego con Juan del
Enzina), con ocasión del nacimiento del príncipe don Juan, en
presencia del rey don Manuel, de la Reina madre, doña Bea-
triz, princesa castellana, y de la duquesa de Braganza, su hija. £1
éxito de esta obra movió á tan ilustre princesa á suplicarle que
escribiese para la próxima flesta de Navidad un auto pastoril
sobre el nacimiento de Jesús, componiéndolo asimismo en caste-
llano; y dado este impulso, escribió en la lengua de Juan del En-
zina considerable número de representaciones, en que sin apar-
tarse de la pauta que respecto de los medios artísticos le babia
ofrecido aquel, mostró ya las principales dotes, que debían ava-
lorar sus producciones durante el reinado de Carlos I. Las obras
que pertenecen al período que ahora historiamos, ya escritas en
castellano, ya en portugués, aventajan, no obstante, á cuantos
1 Áan cuando al tener presente el prólogo ó prefacio que su hijo Luis
puso á las Obras de Derogao, debidas á Gil Vicente (Lisboa, 1562, folio),
pudiera fijarse dicho momento, pues que expresa que el Soliloquio de que
á continuación hablamos «fué a primcira cousa que o autor fez, é que em
Portug^al se representou», todavía creemos que no se aventurarla aquel in-
genio á ofrecer á sus reyes obra de tal naturaleza, sin haber antes ensa-
yado sus fuerzas en análog^os trabajos. £1 docto Francisco Manuel Freíg'O-
zo, asegura, por el contrario, en su Memoria sobre o theatro portu^uez,
incluida en el tomo V de las de la Real Academia de Ciencias de Lisboa,
que no hubo teatro portugués, propiamente dicho, hasta 1516. Freigozo
prescinde tal vez dr^ las representaciones castellanas^ de que á continua-
ción hacemos mérito.
494 HISTORIA CRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAÍ90LA.
ensayos s^ hicieron & la sazón con el propósito de dar impolsociz
al naciente teatro, logrando en un sentido literario la seculari
zaoion, por decirlo así, de los misterios religiosos, que faemc
visto ya «cual mera representación» fuera del templo, desdi
mediados del siglo XY, en el alcázar del condestable Iranzo;
determinando de igual suerte las formas expositivas del drama^
con cierta independencia de la antigüedad, que iba & ser carac —
teristica entre los poetas españoles.
De notar es, también, sin apartar la vista de esta primera épo-
ca de la vida literaria de Gil Vicente, que desentendiéndose del
valor que durante la Edad-media habian tenido en los parnasos
meridionales, y principalmente en el italiano y español, las vo*
ees comedia y tragedia, y sin desechar la nueva nomenclatura
adoptada en general por Enzina, emplease aquel ilustre portu-
gués en un sentido y con un espíritu más conformes con su propia
naturaleza y aun con la doctrina aristotélica, las indicadas voces,
exceptuando la de tragicomedia, que liabia tomado ya cierta sig-
nificación literaria en la Historia de Calixto y Melibea ^ Con-
servando pues las denominaciones de égloga y de «tito, y reci-
biendo las de farsa, comedia y tragicomedia, parecía Gil Vi-
cente mostrarse por una parte adicto y fiel á la tradición,
mientras anunciaba por otra una nueva vida para el arte dra-
mática; indicación que tomando creces en todo el siglo XVI, lle-
gaba á caracterizar sobre manera las producciones más estima-
das del gran Lope. Ni debe tampoco olvidarse al fijar la conside-
ración en las ideas y sentimientos que dan vida á estos preciosos
ensayos, que germinan en ellos, no desprovistos de vitalidad y
fuerza, los mismos caracteres que iban á brillar intrínsecamente
en las más granadas creaciones del teatro nacional: aquella
energía del sentimiento religioso, aquella vivacidad de la pasión
erótica, aquella movilidad de la intriga y de las situaciones dra-
máticas, que tanto iban á resplandecer en las comedias y tragi-
comedias de Lope y sus discípulos, muéstranse ya con cierta
determinación y viveza, dando segura esperanza de que no po-
dían ser estériles tan meritorios esfuerzos. Tal es en efecto la
1 Cap. XXI del presente volumen, pág^. 397.
II / P.y CAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE GARLOS I. 495
ñaiusa que nos miaistra el estudio de los cinco autos relígio-
^^^^-*pastoríIes, escritos después del Soliloquio representado en
¡^^^2, las comedias El Viudo y Rubena y la tragicomedia La
de amores) enseñanza que vemos plenamente confirmada en
obras que pertenecen á la segunda y más determinada épo-
^ de este ingenio, no sin que descubramos en estas últimas
^^odocoiones la influencia del mundo caballeresco, que tan de-
cisiva y general se babia hecho en las esferas populares, com*
T^artiendo la dominación del espíritu del poeta con las influencias
Clásicas * .
Mientras de esta manera segundaba Gil Vicente los loables
esfuerzos de Juan del Enzina, preparando mayores triunfos al
arte dramática, no dejaban de repetirse las imitaciones, ora en
el suelo de la Península, ora en los estados, que las armas es-
pañolas hablan sometido al imperio de Castilla. Con el nombre
de Égloga de Toríno, en que se manifestaba deliberado pro-
pósito de seguir las huellas de Enzina, ejecutábase por los años
1508 á 1512 en la ciudad de Ñapóles una representación alegó-
rica, donde bajo la figura de pastores, se reproducían las empre-
sas amorosas de los caballeros Flamiano, Guillardo y Carliner,
que habían dado ya en parte motivo á la Qüestion de Amor ^ohr^
antes examinada ^. Casi al mismo tiempo salía á luz, bajo el ti-
1 Esta doble influencia se refleja principalmente en el Templo d'Apoüo,
las Cortes de Júpiter y La nao de Ámore$, así como en el Ámadis de
Gaula y en el Don Duardoi, obras todas desig^nadas en el catálogo de las
de Gil Vicente con el título de tragicomedias» En cuanto al orden cronoló*
gico de las producciones de este ing-enlo, aun cuando existen algunas fe-
chas determinadas después del año 1516, no ha sido posible establecerlo,
viéndose forzados los más respetables escritores á seguir la clasificación
hecha por su hijo Luis en la edición de sus obras arriba citada. A ella pues
remitimos á nuestros lectores.
2 Véase el capítulo anterior, págs. 395 y 396. La Égloga de Torino
fué incluida por Moratin en los documentos literarios, que sirven de apén-
dice á sus Orígenes del teatro español, y tenida en cuenta por Lista en sus
Lecciones de literatura dramática. La Égloga participa de las virtudes li-
terarias, que hemos reconocido en la Qüestion de Amor, moviéndose el
diálogo con cierta prracia y soltura, á pesar de hallarse escrito en metro de
arte mayor, más propio y ejercitado en la poesía narrativa.
496 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAfiOLA.
tulo de Farsas y Églogas al modo y estilo pastoril y casteT^i^d
no^ una colección de obras dramáitícás, formada de seis com p€7"
siciones, más especialmente designadas con los epígrafes - de
égloga, farsa, auto y representación, y debida al salmant/i?^
Lúeas Fernandez: como discípulo de Juan del Enzina, & quien
sii^ duda conoció antes de su partida á Roma, siguió sus hue-
llas, no sólo en la manera de dispuner y ejecutar sus dramas,
sino que trató en ellos el itiismo linaje de asuntos, constitu-
yendo dos diferentes grupos, donde brilla por una parte el
sentimiento religioso y domina por otra el espíritu novelesco,
animando no pocas escenas sazonados chistes y descalcando en
otras el azote de la sátira contra la hipocresía ^ Al Gran Capi-
tán, que habia ilustrado su nombre, no sólo con la gloria de
las armas, sino también con el galardón de protector de las le-
tras, dedicaba Diego de Ávila su aplaudida Égloga ynterlocuto-
ria, graciosa, nuevamente trovada) el bachiller de la Pradilla,
Fernán López de Yanguas, catedrático de Santo Domingo de
la Calzada, hacia representar en Yaltadolid durante los últimos
dias de 1517 la Égloga Real, que era recibida con no menor
aplauso, y poco adelante sacaba á luz y dedicaba á doña Juana
de Zúñiga, condesa de Aguijar, la peregrina Farsa del mun-
do *; y ya ciñéndose á los asuntos pastoriles, directos ó alegó-
1 La colección referida fué] impresa en Salamanca, año de 1514, por
Lorenzo de Lion Dedel, folio gótico. El entendido Yon Schack atribuye ala
indicada sátira contra los hipócritas, que no dcbian escasear en tiempo del
bachiller Lúeas Fernandez, el anatema que lanzó el Santo Oficio contra sus
obras, prohibiéndolas é inutilizando la mayor parte de los ejemplares, por
lo cual es tan rara la citada edición entre los eruditos. El famoso bibliófilo
don Bartolomé J. Gallardo dio á conocer algunas de las más notables de
estas farsas ó églogas, siendo sensible para los eruditos el que no las re-
' produjese por completo.
2 La Égloga ynterlocutoriat en que figuran hasta nueve personajes
(Hontoya, Tenorio, Alonso Benito, Alonso Gaytero, Torlbuelo, Crego, Sa-
cristán, Teresa Turpina y Gonzalo Ramón), fué impresa en Alcalá y debió
escribirse con anterioridad al año de 1515, en que falleció el Grao Capitán.
Respecto de la^ Égloga Real, compuesta con ocasión de la venida á España
de Carlos I, aunque no se determinan en la edición que ha llegado á nues-
tros dias, el lugar ni el año, y sólo se intitula al bachiller de la PradilU,
:il/ P.y GAP. XXII. LA POES. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 497
^ioos, ya refiriéndose á los religiosos y morales^ ya á los de
^xxtriga y novelescos , aparecieron en la república literaria duran-
^ los primeros años del siglo XYI muchos y muy estimables
ensayos dramáticos, que poniendo de manifiesto la actividad del
ingenio español, despertada en aquel sentido, descubrían al par
los diferentes elementos literarios, que pugnaban por levantarse
con el imperio del naciente teatro. No seria difícil, en verdad,
comparando y clasificando todas estas producciones, el señalar
el lugar que cada cual ocupa en la cronología dramática, siendo
para nosotros más que probable que muchas de ellas pertene-
cen al período que termina con el reinado de los Reyes Católi-
cos, en cuyo caso pueden suponerse la mayor parte de las que
llevan titulo de Églogas por equivalencia ó en sustitución del
nombre de Farsa^ que se generalizaba al mismo tiempo, abra-
zando al par las representaciones de asuntos religiosos y profa-
nos, ora apareciesen bajo formas directas, ora bajo formas mo-
rales alegóricas ^.
no hemos vacilado en adjudicarla á Hernán López de Yanguas, autor de los
Dichos ó sentencias de los siete sabios de Grecia y otras obras no menos
aplaudidas; porque constándonos que era bachiller y catedrático de latini-
dad, hallamos en el epígrafe de la Farsa del mundo y moral ^ impresa
en 1551, la declaración de que era esta debida al autor de la Beal, que es
(dice) Fernán López de Yanguas. Mencionando el docto Wolf la Égloga
del mundo, atribuye también con cierta verosimilitud otra égloga ale-
górica, guardada en la Biblioteca Imperial de Viena, al mismo Yan-
gaas (Estudio sobre la danza de la muerte, pág. 14, núm. Xi). La re-
presentación á que Wolf se refiere, lleva por título: Égloga nuevamen"
te trovada por Hernando de Yanguas en loor de ia Natividad de Nues^
tro Señor.
1 En corroboración de lo expuesto, citaremos algunas de las églo-
gas ó farsas, impresas en la primera mitad del siglo XVI, las cua-
les por sus fundamentales caracteres, deben en nuestro concepto consi-
derarse como imitaciones más ó menos mediatas de Juan del Enzina y
Gil Vicente: 1/ Égloga (2,^ edición. Farsa), nuevamente compuesta por
Juan de Paris, en la cual se introducen cinco personas, un escudero lla-
mado Estasio, y un hermilaño y una moza y un diablo y dos pastores,
el uno llamado Vicente y el otro Crcmon.— 2.* Farsa á honor y revé-
renda del glorioso nacimiento de nuestro redemptor Jesu Christo y déla
Virgen gloriosa madre suya, por Pero Lopes Rangel. 3.* Égloga pastoril.
Tomo vn. 32
498 HISTORIA CHUICA ÍB LA LITERATORA BSPAftOLA.
Eoire estas prodaccioae» no debe oiYidarsv por cierto la ^ae
pareoía destinada & rebabililar la patética tradición de la PíM'
%a de la Muerte^ taa popular durante la Edad^media^ tradicioa
(|ae se refrescaba al mismo tiempo en las esferas eruditas ^.
No de otra suerte, partiendo de variados y múltiples orfg^
nes^ lograba plaza entre las costumbres de la sociedad española
la manifestación ya artística del teatro, bien que no fijadas to-
davía sus leyes fundamentales, ni bailado tampoco, aunque en
algún modo presentido, el tipo y modelo, á que debieran ajus-
tarse, al concebir sus creaciones, los numerosos ingenios que en
su cultivo se ensayaban. Contribuían á este dudoso efecto, en
que, si brillaba el anhelo del acierto, no resplandecía aquel es-
pirita de anidad, que debia alentar todos los esfuerzos para con-
dooírlos á un fin común, encontradas influencias, llamadas á
luobar largo tiempo con varia fortuna, sin lograr completo y
decisivo triunfo. La literatura nacional se había desarrollado
desde los primeros dias de su existencia en dos diferentes es-
feras, dividiéndose el dominio de la inteligencia entre populares
y eruditos: dominados estos por la gloria de la antigüedad
nuevamente eampuesta^ en la qual ae introducen cinco peutoret (y d uno
e» encantador) y el vicario del lugar. — 4/ Égloga nueva, ea la qual se
iotrodaceo: una paeíora, un santero, un mdcochero, un frayle, y dos
fostores. — 5.^ Égloga llamada Salamantina, nuevamente compuesta par
Bartolomé Palau, estudiante de BurnagiUna. — 6.* Farsa que iuMa
en loor del nacimiento de nuestro señor Jesu Christo, por Fernando
DioM, ek. Omitímos la relación de los autos, comedias, tragedias y tragi"
eomedias, que á !a referida edad pertenecen y determinan el miamo movi-
miento dramático, porque ni hacemos catalogó de estas obras ni fuera eate
el propio lugar de realiiarlo. No creemos, sin embargo, impertinente ade-
lanlftr la indicación de que en este desarrollo figuraú, al lado de los ya ci-
ladot ingenios, un Pedro de Altamira {Auto de Emaus); un Esteban Marti-
■es de Castromocho {Auto de San Jtian); un Juan Pastor {Auto del iiaet-
«liento de Jesucristo); un Miguel de Carvajal {Tragedia Josephina), y ub
Ansias Izquierdo Zebrero {Pasos muy devotos y contemplativas), etc., oo
faltando composiciones anónimas de igual corte y carácter, tales eomo la
Tra(^oomedia alegórica del paraíso y del infierno y otras que recoerdae
Ift influencia ejercida en la literatura española por la Divina Cümmediú
i Véase U ñustraoion 1 de este volumen.
n/ P.y CAP. XXII. LA P0E3. POP. HASTA EL R. DE CARLOS I. 499
cl&sica, habían recibido, cual saben ya nuestros lectores, el in-
contrastable influjo del Renacimiento, perdiendo en trueque de
bellezas puramente formales, y nacidas al calor de otras civili-
zaciones, el sello característico de su originalidad: enriquecidos
los populares con nuevos tesoros, en que brillaban al par las
tradiciones heroicas y caballerescas, acariciadas por la muche-
•
dumbre, y donde se habian refundido todos los elementos de
vida por largos siglos elaborados en el seno de la sociedad es-
pañola, aspiraban & conservar incólume la herencia de sus ma-
yores, más apegados & lo genial y propio de su cultura, que in-
dinados & recibir como buenas extrañas conquistas, cualesquie-
ra que fuesen su esplendor y riqueza. ¿Á cuál de estas dos
influencias estaba reservada la gloria de coronar la obra acometi-
da por Juan del Enzina, creando el verdadero teatro nacional?
La erudita habia apelado principalmente á las tradiciones de Sé-
neca y de los clásicos, debiendo insistir en sus imitaciones du-
rante una gran parte del siglo XVI; la popular se fortalecia y
arraigaba en las creencias, en las costumbres y en las tradicio-
nes universales. El triunfo parecia pues seguro. El anhelo
de los eruditos, autorizados con el nombre y prestigio de la an-
tigüedad, lo retardó, sin embargo, habiéndose menester las
fuerzas superiores de un genio que, infundiéndoles su aliento,
redujese á un centro de unidad los esparcidos tesoros de la vi-
da poética nacional, levantando el colosal é imperecedero edificio
que constituye la más alta gloria de las letras patrias. Tal fué
la obra que la Providencia reservaba al gran Lope de Vega.
Pero este importante estudio materia es propia de la IIL^ Par-
te de esta nuestra Historia critica, siendo ya tiempo de poner
término á los estudios que abraza esta II. '^
ILUSTRACIONES.
L
SOBRE LA TRADICIÓN POÉTICA DE LA DANZA DE LA MUERTE
BASTA PRUiaPIOS DEL SIGLO XVI.
Advertimos ya en el capitulo XXII del primer Subcido de es-
ta 11/ Parte la peregrina influencia, que ejerce en la literatura
de Europa durante la Edad-media la concepción y representa-
ción de la Danza de la Muerte^ uno de los manantiales más pu-
ros de donde mana y se difunde la forma alegórica en las re-
giones de la poesía y del arte. Generalizada en el siglo XIY, y
no extraña por ventura al sentimiento producido en las naciones
meridionales por el espectáculo de aquellas epidemias desolado-
ras, que asi arrebatan la vida & ilustres reyes y caudillos, como
ofrecen materia de interesantes episodios & inspirados poetas
italianos, su asunto fué más 6 menos popular en todas ellas,
merced á la vivacidad del sentimiento religioso, siendo de las
primeras en acogerla, si no le es debida la primitiva concep-
ción original, la que contaba entre sus timbres literarios ma-
nifestaciones tan devotas é importantes como los poemas de
los Santos Reyes y de Santa María Egipciaca^ las compo-
siciones de Berceo y las Cantigas del Rey Sabio. Ni pudiera
imaginarse por tanto que semejante tradición, arraigada vigoro-
502 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
sámente en nuestro suelo, según muestra la Danza, estadíada
en su lugar, dejara de tener imitaciones felicísimas, dado el ar*
dor con que el pueblo y el sentimiento poético se apoderan de
ciertas ideas, fenómeno que fiemos tenido ocasión de comprobar
repetidas veces. Reprodujese en efecto, el anhelo de glosarla 7
ampliarla, perdiendo sin duda algún tanto de la frescura y fuer-
za inventiva, & medida que se apartaba de su origen; pero no
sin cobrar al propio tiempo cierto colorido histórico, seguro tes-
timonio de la transformación que se iba realizando en las ideas
y en las formas literarias.
Llama la atención con justicia en este linaje de reproducciones
la manera de ser tratado dicho asunto ya á flnes del siglo XY por
los escritores de la España Oriental, más de cerca accesible á la
influencia extranjera, no menos que la modificación gradual, ope-
rada al propio tiempo en las regiones centrales, en armonía con el
desenvolvimiento literario. Refiriéndose la m&s antigua Danza
de la Muerte que existe en lengua catalana, á otra francesa,
compuesta por Juan Climachus ó Climages, á pregaries de al-
guns devots religioses francesas ', de la cual es simple versión,
dio lugar al traductor, que lo fué Pedro Miguel Carbonell, para
que compusiera una obra separada, con el mismo titulo ^, no sin
1 Comienza la expresada danza, asemejándose en esto á la prímitiva
española, con un razonamiento, dirigido por el autor (Lo Mestrc) á los mor-
tales, del siguiente modo:
O creatura rahonable,
qoi desiges Yida terrenal»
tu as a^i regla notable
per beo finir vida mortal, etc.
y termina con cuatro versos latinos en esta forma:
Discite yes choream cunctique cernltts istaro
Quantum prosint honor, gaudia, dlfltiae.
Tales scltis enim matura morte finlrl,
Quales In erfigie matura turba vocat.
¿Podrian acaso referirse estos versos originariamente á la representación
de esta danza, ó los añadió Carbonell al hacer la traducción catalana?
2 En el manuscrito que tenemos á la vista hállase este consignado en
lengua latina con las siguientes palabras: aPetri Michaelis Carbonell i scribae,
et archievarii Begii Carmina in tetrae mortis horrendam choream diebua fe*-
Il/ PARTE, ILUSIRAGIONBS. 503
4X>lor de coatínuaoioni de la misma; pues que sólo itttrodnce en la
expoeick» original catalana personajes de la real oasa, cuyos ofl*^
iáoB fiíltabao en la francesa ^ . Considerada la extensión de ambas
Jfamms de la Muerte^ que es de setenta y cuatro estrofas en
la traducción y de cuarenta y tres en la adición de €arboneIl,
aparece muy notable la diferencia que existe ya entre estas y
la primitiva, cuyo número es sólo el de setenta y nueve: aven-
taja sin embargo á las tres en este concepto, denotando el pro-
greso de la idea que le da vida, una Danza de la Muerte^ im-
presa en Sevilla & 20 de Enero de 1520 por Juan Yalera de Sa-
lamanca, obra de gran rareza entre los eruditos ^, por lo cual
tu Jetu Chrísti maximi natalitiis anni salutis M.CCCCXCVII, dum vulgus
incertum ludis taxillariis vacaret composita feliciter incipiunt». Después de
la estrofa primera, escrita en versos de arte mayor, se^n vieron ya núes*
Iros lectores (Tomo IV, pág. 497), y reducida á manifestar las causas que
le mueven á emprender su obra, comenzaba Carbonell, en versos iguales á
los de la danza francesa, la prosecución ó adición de la misma, llamando
al lugarteniente ó virey en la siguiente forma:
Seoyor general Loctinent
de la gran Real Maiestat,
posan t a part lo reglment
é daqaesl mond la Tanitat, etc«
j termina después de la respuesta del pendolista Nadal, amanuense de quien
Carbonell se vale, del siguiente modor
Lo que lo e a^i dictat
DO li reí sn menys preu da nea,
ni per 90 DO enarrat
estic á tot lo yoler seu.
1 Demás de la Muerte (la Mort) intervienen en el mencionado suple-
mento: lo Visrey ó Loctinent general, lo (^nceller^ lo VicicaRceller^ lo Re-
gent de la (Cancillería, lo Mestre rational é seu Loctinent lo Thesorer, Loc-
tinent é Regent de la Thesorería, Lescrivá de ratio é seu Loctinent, lo Pro-
tonotari é seu Loctinent, lo Archiver, los Secretaris, lo (>oper, los Escrivans
de manaments é de registre, los Curiáis, lo Porlant pebrada é cabellera ,
los Capellans é Scholans, L'orbo ó Cegó, lo Apothecari, lo Mestre de seho-
lans, los Juristes, Advocats é Jutges, lo Cirial legoter, lo Jove é lo Vell,
lo Menestral, lo Mestre chirurgiá, lo Bastaix, y finalmente el citado (Gaspar
Nadal, aumentando con hasta treinta y cuatro personajes el número de
treinta y siete de que constaba la francesa.
2 Esta obra ha sido desconocida por cuantos nos han precedido en «1
50i HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÜOLA.
hemos juzgado oportuno reproducirla en la Ilustración presente.
Consta de ciento treinta y seis estrofas , y en las ochenta y seis
primeras repite con escasas variantes, y estas las más en la for-
ma de la dicción, el texto de la antigua danza, si bien al princi-
pio se rinde homenage al arte dantesco en una introducción ale-
górica. Demás de estas diferencias omite dos estrofas de las tres
que dice el Predicador en la primitiva, poniendo la ultima en
boca de la Muerte, mientras en la presentación de las Doncellas,
reducida en aquella á tres coplas, añade cinco, describiendo la
variedad de los afeites y atavíos empleados por las mujeres, no
sin recordar los punzantes rasgos del Libro de la Reprobación
del amor mundano^ debido al archipreste Alonso Martínez, y el
acto primero de la tragicomedia de Calixto y Melibea. Obra más
comprensiva que las anteriores, como que se bosquejan en ella los
caracteres de nuevas clases sociales i, extrañas todavía (á ex-
cepción de dos tan solamente) á la danza francesa y á la de Car-
bonell, recibiendo con mayor intención el elemento cómico de
todas las profesiones é industrias, acaudala con nuevos porme-
nores dramáticos la manifestación primitiva de aquel auto, cuya
representación, andando el tiempo, debia ser descrita con tanta
puntualidad por el festivo ingenio de Cervantes. Fija el mo-
estudio de la Danza de la Muerte t como ya se advirtió en otro lugar: excitó
nuestra curiosidad respecto de la misma, há ya algunos años, la cita de dos
versos de la Muerte al ZurgianOj hecha por don Faustino Aré valo en su re-
nombrada obra Hymnodia Hispánica {pi^, 321), refiriéndose á una obra im-
presa, que existia en la biblioteca del Vaticano. Aunque ajenos de concederle
en aquel tiempo la importancia que después le reconocimos, antes bien ima-
ginando que seria simplemente la impresión de la atribuida al rabí don Sem
Tob, dimos sin embargo comisión en Roma á varios de nuestros amigos,
para que nos proporcionasen copia fidedigna; pero todos nuestros esfuerzos
hubieran sido ineficaces sin la perseverancia y solicitud del ilustrado pintor
don Isidoro Lozano, quien tomando sobre sí el encargo hallóla al cabo en
la biblioteca de la Sapienza, sacando de su propia mano la exacta copia
que nos ha sugerido las observaciones expuestas.
1 Tales son el juez, el escribano, el procurador, el cambiador, el plate-
ro, el boticario, el sastre, el marinero, el tabernero, el mesonero, el zapa-
tero, el borceguinero, el tamborino, el atahonero, el ciego, la panadera, le-
rosquillera, el melcochcro, el bordonero, el corredor, el especiero, el car-
nicero y la pescadera.
II.* PARTE, ILUSTRACIONES. 505
meato que ocupa esta Danza de la Muerte en dicha manera de
transicioD, la presencia de caracteres cómicos, ya más deter-
minados en un auto sacramental, en otro lugar mencionado é
impreso en 1551 con este titulo: Farsa llamada Dan¿a de la
Muerte^ hecha por Juan de Pedrasa^ tundidor y vecino de Se-
jfoe^ía. Demás de ofrecer en ella los antiguos personajes de la
Muerte, el Papa, el Rey y la Doncella (Dama) un carácter pró-
ximo á la caricatura, introdúcese en la misma una ñgiira emi-
nentemente cómica, así por la verdad de su colorido como por la
tradición literaria, en el Pastor que dice el villancico del introito
y se apresta á luchar cuerpo á cuerpo con la Muerte; sostenien-
do el interés dramático en el terreno de lo serio las ñguras ale-
góricas de la Razón, la Ira y el Entendimiento] muestra in-
equívoca del favor que lograba en este linaje de composiciones
la escuela dantesca en la forma y manifestación nacional, á que
la habiau elevado Santillana y Juan de Mena, y posteriormente
Diego Guillen de Ávila y el cartujano Juan de Padilla.
En la imposibilidad de ofrecer á nuestros lectores el texto ín-
tegro de esta última obra, que por otra parte pueden examinar
en las reimpresiones, que acompañan al estudio de don Fernando
de Wolf sobre la misma y á la traducción castellana de este tra-
bajo ^; como quiera que no la conceptuamos ajena al periodo com-
prendido en este volumen, y sus formas se refieren realmente á
la escuela poética vencida por Garcilaso y sus imitadores, pon-
dremos para ejemplo algunos pasajes, tomados de los diálogos
de la Muerte con la Dama y con el Pastor, quien hace veces de
gracioso.
Dama. De gracias dotada ¿quién tal como yo?
En toda hermosura ¿quién tanto perfeta?
Dispuesta, galana, no menos discreta,
¿en quién la natura así se revio?
¿qué fama de hermosa tan alto bolo,
según que contemplo, por más que bolasse,
que á ser de la mia ygual alcan^sse?
¿ni quién tan servida de grandes se vio?
1 Colección de documentos inéditos. La indicada traducción fue hecha
por nuestro ami^o y comprofesor don Julián Sanz del Rio.
306 HisTcmu GUncA k u unfeATOu estaJIola^
herídot de nuuio del alto Cii{»do,
OOD nn dengnid ddor muy erescido
á mf muy sugetos por eso» de amoreB!
McnTE. ;Eo qaánU jactancia de Taoos dnl^ora
jacet, lieroMiea, de mi traaoordada!
que Tengo por priesea por tí, que ciada
estás OOD el mundo, oompaesto de herrores.
Dama. ¡Oh válame Dios! ¡y qué sobieTÍenta
que siento al presente y qnán gran torbaeion!
Pues Teo delante tan triste visioD,
en nada apazible» segon que lampnta.
Dolor ezcesivo me a dado, qne sienta,
para la yida privar muy bastante.
Suplicóte, Muerte, que passes delante,
no cures hacer de mi tanta cuenta.
Usa de ser muy bien comedida
conmigo, que peno en ver tu crueza;
mira que en dama de tanta belleza,
razón no consiente que falte la vida.
MccRTE. Por más que seáis galana y polida,
conmigo, do cuenta dareys sin herrar,
yreys brevemente sin más dilatar.
¡Sus, vamos! pues veys que estoy de partida.
{Vánse.)
Muerte. iMirando ai Pastor dormido,)
Bien piensa el villano, que tiene algún muro
que sea bastante á mi resistencia,
T ¡cómo pone en dormir gran emencia
el bruto salvaje, villano maduro!
¡Recuerda y levanta del sueño. Pastor,
cata que el mundo te tiene vencido.
Levanta del sueño, y torna en sentido,
qu'estás muy tendido, durmiendo á sabor!
¡Maldita la cosa le aqueza temor,
ni acuerdo ninguno que tenga de mi!
¡Levanta, zagal! que vengo por ti,
que assi me es mandado de alto señor.
Pastor. ¿Quién es el que llama, que tanto temor
II.* PARTE y ILUSTRAGI0NIS« 507
me ha pueeto eon tos tan tríate, espantosa?
Muerte. Hermano, la Muerte, que nunca reposa,
haciendo al más grande jgual al menor.
Yo hago qu'el papa, el rey, el señor
vengan á ser jguales á ti.
Pastor. ¡En algo entiendas! Echaos y dormí
debazo esa peña, j seraos mejor.
Muerte. No son essas cosas, hermano, á mi dadas,
que nunca las uve jamás menester,
ni hace á mi caso dormir ni comer,
sino andar con los bivos contino á porradas.
Pastor. Pues ¿cómo y teniendo tan ruines quizadas
salís de contino, dezf, vitoríosa?
Muerte. Si, porque biva en el mundo no hay cosa,
ni cosas que á mi no sean sojuzgadas.
Por tanto no pienses. Pastor, escapar
de mi general 7 fuerte combate:
mas tien por muj cierto, que te he de dar mate
7 en esta mi forma 7 manera tomar.
Pastor. ¡Par diobre! que tengo con vos de luchar.
Saco, no valgan ¡mira! zancadillas,
que quiero mu7 sanas tener las costillas,
7 gana no tengo ¡par Dios! de finar.
El texto de la impresa en 1520 es como sigue:
LA DANQA DE LA MUERTE.
I. To estando triste é mu7 fatigado
con un pensamiento, que siempre tenia,
el cual me tra7a tanto atormentado
que nunca jamás de mi se partía,
07 una boz cruel que dezla:
hombre sin temor^ deza esse pensar:
si quieres bivir comienza emendar;
é dixo esto más que aquí se seguía.
II. Yo la muerte encerco á las criaturas,
que son é serán en el mundo durante:
pregunto é digo por qué, hombre, procuras
de vida tan fuerte en punto passante.
SiKf I119T0IIU Guncá ac la unumu
qiK de mí «tbd k
C0DTM9K ^[1K
ODom élm
lU. CiestD es é notorÍD que Jb
tienraiuiM.&. é óxat que tado Imbiüwi
^nftaní Is xnuenE:. iiiaguri ■
qiK; tnso al mundo nc nlr
C¿ue pspA ^ rer, ouíbik-
cvdexuL ^ duque é conde esoeUnK..
% QupeEWtor coD toda m ^ane
docaroo al mundo que TedoF ímmáL.
!V. Pu» qué iocun axac
tt ena que ticafiF qusl tare
en fittcamE|for aer bnc
b te GompkeÚDc. é que dm
No tf cierto asa: que Ineet*
quauQO no cu jdartf otra
de janoxe carbunco i' tai
iiof cue te vil cnerpí» m
V. o píeDBM xior ac bermoBD v
V nifio de dia£. uue lueúe aeré.
t bama liwt licruei i
que et m: venida roe
^Tísate biet. ía vt liecare
b I. adesuTfe. ime ux. lat cu^dadc
aue b*;ntf maii'jebc . ríeÍL ni cande.
uua. vt- te bauare. tal te Lerarb.
^ -. Ls. T^mcuíiai muessra ler pirra
aqueste tjü% dint Bit larr» iaienciik.
* sancta escruura col cerrenidac
db tfuyre tüdo; bu trme sentencia.
lt¿zH?iiQv t. tiydof n&zec Tiemcsnoa
ufc xuonr avedefe. iit BaiH^es auandr..
iwr enae jc^v tl urnT^riasdr.
teuneudr. i. L'jw t buexis conciensúa.
Ha'jK ic 'jue dirrt . nc "n» decensraóea
♦a» rt LanamenTe ccimifflirr ordenar
uus ekuu:r£ dau^. df: toe nc nodadsí
yor cosb tme b*% neaninE easrar
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n/ PARTE, ILUSTRACIOlfES. 509
o QUE nXtlk LA VütRn 0011 LAS CBARAMBELAS ¿ OOH LA» DOS DOHZKLLAS
QUE TRAYA DAKZAHDO.
VIII. A la dan^ mortal ^nxáá los nacidos
que en el mondo sojs de cualquier estado;
el que no quinere á fuerga ó á gemidos,
le haré Teñir muj tosté priado.
Que ya assaz veces vos han predicado
que vos avisedes á hazer penitencia,
é pues no quisistes, aved pacienda,
ninjguno no puede ya ser perdonado.
IX. A esta mi dan^a traxe de presente
essas dos donzellas que vedes hermosas,
essas vinieron muj de mala mente
á oir mis canciones^ que son ddorosas.
Ta no les valdrán flores ni rosas
ni las o(Mnposturas que ellas trajan;
de mi si pudiessen partir se querían,
mas no puede ser, que son mis esposas.
X. £1 agua suave é mucho preciada
de solimán, que poner solian,
ni la de azucena sin fuego sacada,
la qual p<nier bien muj pocas sdian,
é la de caracoles que ellas más querían
quando era mezclada con flor de azafrán,
agora á la fin no les valoran,
la pena doblada por eUas avrian.
XI. Otras aguas muchas, que ellas sacaron
de flor de saúco é ^ar^ florída
é de escaramujo, que con ellas mezolaron
el acucar candi, según su medida,
aluayalde, atincar é perla molida,
con que confacionan sus afeytes vanos,
el agua de yedra, que es para las manos,
darán testimonio de su mala vida.
Xfl. £1 emplastro fuerte é confacionado
con pez é cera, assf como ungüente,
é con trementina después adobado,
con que acostumbran pelarse la frente,
y el antefíque que es más aplaziente
para pelar cejas sin ningún dolor,
espejo de azero, que es el mejor,
no ardn con ellos ya buen continente.
510 HISTORIA CRITICA IB LA LITMATORA BSPAROLA,
Xni. Todos los perfumes aquí oéssarán
é aguas olieDles de muobas maneras,
almizque, algalia, ya no traerán,
mosquete ni mudas ni alooholeras,
agua de hovtigas é de oaftas ^eras,
de malvas é uvas, é flor de sentíeoe»
que toma& ks dientes mis blaooos que nieve,
quedaron al mondo é vienen senetas.
XiV. Todasestas cosas les traen gran dafto,
oa basen los dientes lus^o empodie^er,
ai quier no les ponen en eLrostro pafio
é antes de tiempo mucho envqesoer.
Arrugan la carné hacen oler
la bocamuj peor que oonfeoho;
pues del mundo ovieron aqueste pecmckm
esto quese sigue de mi han de aver.
XV. Á ellas é á las otras por compostuias
daré lealtad terrible é perdida,
7 dar les he por las vestiduras
llama de fu^go triste é dolorida;
é por los palacios daré por mecUda
sepuloros osouros d'dentro hedientes^
é por los dele3rtes gusanos loy eafeeSr
que royan é coman su cama podrida.
XVI. É porque el padre sanoto es alte sefiíov
en todo el mundo é no tiene par,
de aquesta mi dan^a será guiador,
desnude la capa é comienoe á saltar.
Ca ya no es tiempo de perdones dar
ni de celebrar en gran aparate,
yo le daré en breve mal rato:
danzad, padre ssncte, sin más dilatar.
BL PAMK SAfiCTO Á LA llUiaTB.
XVII. ¡ Ay de mi triste! qué cosa atan ñierte,
á mi que tratava tan gran perlaoia,
aver de pasar é gustar la muerte,
é no me valer lo que dar solía.
Benefídos, honras^ ni la sefioria
que tuve en el mundo pensando bivir;
é pues á la muerte no puedo fuyr,
vállame Jesu Christe é la Virgen María.
11/ PAKlEf ILUSTEACIOirKd. 511
Lá mJERTB AL FAPA.
XVIII. No vos enojeda», señor padre sanoto,
de andar en nñ danga, que tengo ordenada,
que no vot saldrá el vermejo manto;
de lo que hezis&es auredes soldada.
No TOS aprovechará dar la cruzada,
proveer obispados, ni dar bendiciones;
á morir avedes en fin de razones:
danzad emperante con cara pagada.
EL EMPIMADOR Á LA MUIRTE.
X(X. ¿Qué cosa es aquesta atan sin pavor,
que me hace danzar á fuerga sin grado?
Sin dubda es la muerte, que no ha dolor
de hombre que sea grande ni cujtado.
No hay algún rej ó duque esforzado,
que me agora pueda della defender?
Acaneáant todos; mas no puede ser,
ca ja tengo el seso del todo turbado.
LA MVBETB AL EMPERADOR.
XX. Emperador grande, en el mundo potente,
no vos enqiedes, oa no es tiempo tal
que vos librar pueda emporio ni gente,
oro, ni plata, ni otro metal.
Aquí perderedes el vuestro caudal,
que siempre tovistes con gran tiranía,
haciendo batalla de noche é de día:
morid no curedes: venga el cardenal.
EL CAaOBNAL Á LA MUERTE.
XXr. ¡Aj, Madre de Uios] nunca pensé ver
dan^ tan esquiva, do me hazen jr;
querría si pudiesse la muerte estonser:
no sé dónde vaja, empiezo á fremir.
Siempre trabajé notar y eserívir
por dar beneficios á los mis criados;
agora mis miembros son tales tomados,
que perdí la vista é no puedo fnjr.
512 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
LA MUERT£ AL CARDENAL.
XXII. Beyerendo padre, bien vos avisé
que aquí aviades por fuer^ á llegar:
venid voe conmigo, que 70 vos haré
en esta mi dan^ un poco sudar.
Pensastes ai mundo todo trastornar
por llegar á papa, y ser soberano;
mas no lo seredes en este verano:
vos, rey poderoso, venid á danzar.
EL REY Á LA MUERTE.
XXIII. Valia, valia, los mis oavalleros,
yo non querría yr á tan baxa dan^a;
llegad vos, agora, con los ballesteros,
amparadme todos por fuerza de langa.
¿Mas qué es aquesto, que veo en balanza
estar mi vida, perder mis sentidos?
El cor se me queza con grandes gemidos:
adiós, mis vasallos, que muerte me tranca.
LA MUERTE AL REY.
XXIV. Rey fuerte, tirano, que siempre robastes
todo vuestro rejmo, y henchistes el arca;
de hazer justicia nunca trabajastes,
según es notorío, en vuestra comarca:
venid para mi, que yo soy monarca
que prenderé á vos é á otro más alto;
llegad á la danza: cortés en un salto
después de vos venga lu^o el patriarchk.
EL PATRIARCHA Á LA MUERTE.
XXV. Yo nunca pensé venir á tal punto
ni de estar en danga tan sin piedad:
ya me van privando, seguo que barrunto,
de honrras y. bienes y de dignidad.
¡Ay! hombre mezquino, con gran ceguedad
anduve en el mundo, no parando mientes,
en como la muerte con sus duros dientes
rebata á todo hombre de qualquier hedad.
m/ parte, ilustraciones. 513
LA MUERTE AL PATRIASCHA.
XXVI. Señor patriarcha, 70 nunca robé
en ninguna parte cosa que no dera;
de matar á todos cpstumbre lo he,
escapar alguno de mi no se atreva.
Esto vos ganó vuestra madre Eva,
por querer gustar la fructa vedada:
poned en recabdo vuestra ci:uz doblada:
sigamos al duque, ante que más venga.
EL DUQUE Á LA MUERTE.
XXVII. ¡o qué malas nuevas son estas sin falla,
que ora me traen, que vaya á tal juego!
Yo tenia talante de hazer batalla:
espérame, muerte, un peco te ruego.
Si no te detienes, miedo he que luego
me prendas é mates, é avré á dexar
todos mis deleytes, é no puedo excusar
que escape mi alma de aquel duro fu^o.
LA MUERTE AL DU(}UE.
XXVIII. Duque poderoso, ardid é valiente,
no es ya tiempo de dar dilaciones;
andad en la danga con buen continente,
dexad a los otros vuestras guarniciones.
Jamás no podredes cevar los falcones,
ordenar las justas, ni hazer torneos;
aquí avrán fin los vuestros desseos:
venid, arzobispo, dexad loe sermones.
EL ARZOBISPO Á LA MUERTE.
XXIX. ¡ Ay, muerte cruel! ¿qué te meresd?
¿por qué me llevas assi arrebatado?
bi viendo en deleytes nunca te temí,
fiando en la vida finqué engañado.
Si yo bien rigiera mi arzobispado,
de ti no o viera tan fuerte temor;
mas fui siempre del mundo amador,
bien sé que el infierno tengo aparejado.
Tomo vn. 33
314 HISTORIA crítica ÚK LA LITERATURA BSPAÑOLA.
LA HURRTE AL ARZOBISPO.
XXX. Señor arzobispo, pues tan mal registes
los vuestros subjetos ó la olere^,
gastad amargura por lo que oóaaistes
manjares diversos oon gran golosia.
Estar no podedes ja en Sancta Maria
Gon palio romano en pontifical;
venid á midan^, pues que sojs mortal:
passe el condestable por otra tal via.
EL CONDESTABLE A LA MUERTE.
XXXI. Yo vi muchas dantas de lindas doniellas,
de dueñas hermosas de alto linaje;
mas según parece no es esta dellas,
el tañedor trae muy frió visaje.
Andad vos, sargente, dezid á mi paje
que traja el cavallo, que quiero hujr:
esta es la que dicen dan^a de morir:
si della escapo, tener me he por sage.
LA MUERTE AL CONDESTABLE.
XXXII. Huir no conviene á quien a de estar quedo,
estad, condestable, dexad el cavallo,
andad en mi dan^a alegre, muj ledo,
no agades ruido, que jo bien me- callo.
Mas JO vos prometo que, al cantar del gallo,
seredes tornado de otra figura;
allí perderedes vuestra hermosura:
venid, don obispo, á ser mi vassallo.
EL OBISPO A LA MUERTE.
XXXIII. Mis manos aprieto, de mis ojos lloro^
porque soj venido en tanta tristura:
JO era abastado de plata é de oro,
de nobles palacios de mucha folgura.
Agora la muerte con su mano dura
traeme á su danga, medroso sobejo:
parientes, amigos, ponedme consejo,
(|ue pueda salir de tal angostara.
II. * PARTE y ILUSTRACIONES. 515
LA MUERTE AL OBISPO.
XXXIV. Obispo sagrado^ que foistes pastor
de ánimas muchas, por vuestro pecado
á juyzio jredes antel Bedemptor;
7 daredes cuenta de vuestro obispado.
Ca siempre andovistes de gente cargado
en corte del rey, fuera de la jglesia,
yo curtiré agora la vuestra pelleja:
danzad, cavallero, que estades armado.
EL CA VALLERO A LA MUERTE.
XXXV. A mí no paresce ser cosa guisada,
que mi arnés dexe é vaya á danzar,
á tu danga negra, de llanto poblada,
que contra los bivos quesiste ordenar.
S^un estas nuevas, conviene dezar
mercedes é tierras que gané del rey:
padesco dolori y á la fín no sey
quál es la carrera, que he de llevar.
LA MUERTE AL CA VALLERO.
XXXVI. Ca vallero noble, ardid é ligero,
haced buen semblante en vuestra persona;
no es aquí tiempo de troear dinero;
oyd mi canción por qué modo entona.
Aquí vos harán correr al atahona
y después veredes cómo ponen freno
á los de la Vanda, que roban lo ajeno:
danzad, abad gordo, con vuestra oorona.
EL ARAD Á LA MUERTE.
XXXVII. Maguer provechosa á los religiosos
de tal danza, amigo, yo no me contento;
en mi celda avia manjares sabrosos,
de yr no curava comer á convento.
Darme hedes signado, que yo no consiento
de andar en ella, ca he gran 'recelo,
é si puede ser provoco, é apelo;
mas no me val nada, ca ya desatiento.
5t6 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
LA MUETTB AL ABAD.
XXXVIIl. DoQ abad bendito, foigado é tíoíoso,
qae poco cnrastes de vestir oelicio,
ábranme agora y seredes mi esposo,
pnes que deseastes el plazer é vicio.
Yo soy bien presta á vuestro servicio;
avedme por vuestra, quitadvos de saña,
ca mucho me plaze de vuestra compaña:
é vos, don prior, venid al of&cio.
EL PRIOR A LA MUERTE.
XXXIX. Sabe Dios que temo asaz mi conciencia,
por lo qual querría vivir alcnn dia,
porque yo pudiesse hazer penitencia
de aquello que hize, como no devia.
Ca si yo algo di de mi perlacía^
según el derecho puedo lo hazer,
é aun esso mismo para mi tener;
pero qué se turba el ánima mia?
LA MUERTE AL PRIOR.
XL. Dezidme, príor, ¿quién vos dio licencia
para que toviéssedes la bolsa serrada,
pues que jurastes de estar en indigencia,
de bivir sin propio é no tener nada?
Pero la perlaturia no vos fué tirada,
ni aun por rázon de administración;
pues que quebrantastes dangad á mi son:
venid, escudero, la caiga atacada.
EL ESCUDERO A LA MUERTE.
XLI. Dueñas é donzellas, aved de mí duelo,
hazed de mí fuerga, dexad los amores;
echóme la muerte su sotil anzuelo,
é fazme dangar danga de dolores.
No traen por cierto fírmalles, ni flores,
los que en ellatf dangan, mas gran fealdad:
¡ay de mí, cuytado, que en gran vanidad
anduve en el mundo sirviendo á señores!
II / PARTE 9 ILUSTRACIONBS. 517
LA MfJKRTE AL ESCUDERO.
XLII. Eflcadero polido, del amor serviente,
dexad los amores, U^ad é veredes
qué tal es mi dan^ é qué oootinente
tien los que danzan, plazer tomaredes.
A poca de ora tal tos tomaredes,
que vaestras amadas no vos querrán ver;
aved buen conorte, que assi ha de ser:
llegad vos, deán, ac¿, é dan^aredes.
EL DEAN Á LA MUERTE.
XLIII. Ques esto que óyo? de mi seso salgo;
pienso de huir, no hallo carrera:
gran renta tenia é buen deanadgo,
c muy mucho trigo en la mi panera.
Allende de aquesto, estava en espera
de ser provejdo de algún obispado:
agora la muerte me embió numdado;
mala señal veo, pues hacen la cera.
LA MUERTE AL DEAN.
XLIV. Tkm rico avariento, deán muy ufano,
que vuestros dineros trocastes en oro,
á pobr<s é viudas cerrastes la mano,
é mal despendistes el vuestro tesoro;
no quiero que estedes ya más en el coro:
salid luego fuera sin otra pereza; -
yo vos mostraré bivir en pobreza:
venid, mercader, á danga de lloro.
EL MERCADER A LA MUERTE.
XLV. ¿A quién dezaré todas mis riquezas
é mercaderías que traze por mar?
Con muchos tráfagos é más sotílezas
gané lo que tengo en todo lugar.
Viéneme la muerte agora llamar.
¿Qué será de mí? No sé qué me haga.
¡Oh, muerte! tu sierra mucho bien estraga.
¡Adiós, mercaderes, que voyme á finar!
518 HISTORIA CRÍTrCA DR LA LITEHATURA ESPAÑOLA.
LA SUERTE AL MBRCADUl.
XLVI. De 07 más no onreys de posar en Flandes:
estad aqui qaedo, si qtieredes a^er
la tienda que trajo de bnvas é landres;
de gracia las dono, no curo vender.
Una sola dellas vos hará caer
de palmas en tierra, dentro en mi botica:
en ella yazerredes aunque sea chica:
Yos, arcediano, Teñid al tañer.
EL ARCEDIANO A LA MUERTE.
XLVII. ¡Oh, mundo engañoso é fallecedero,
cómo me engañaste con tu promlssion!
Prométesme vida: de tí no la espero;
siempre me mentiste en toda sazón.
Haga quien quisiere la visitación
de mi arcedianazgo, por que trabajé.
;Aj de mi, cnjtado! gran cargo tomé;
agora lo siento, que hasta aqui no.
LA MUERTE AL ARCEDIANO.
XLVIII. Arcediano átnigo, quitad el birrete;
venid á la danza suave, honesto,
ca quien en el mundo sus amores mete
él mesmo haze venir á todo esto.
Vuestra dignidad, según dice el texto,
os cura de ánimas é daredes cuenta:
si mal la restes avredes afrenta:
danzad, abogado, dexad el Digesto.
KL ABOGADO A LA MUERTE.
XLIX. Ay, mezquino, ¿qué fué de quanto aprendí,
de mi saber todo é mi libelar?
Quando estar penses entonces cay;
cegóme la muerte, no puedo estudiar.
Kecelo he grande de yr á lugar,
do no me valdrá libelo, ni fuero:
lo peor es, amigos, que sin lengua muero;
perdí la memoria, é no puedo hablar.
II / PAHTE, ILUSTRACIONES. 0Í9
U MUERTE AL ABOGADO.
L. Don falflo abogado, prevaricador,
que de amas las partos loYaste salario,
yéngayos en mente, oómo sin temor
boluiste la hoja pOT otro oontrario.
Ciño, ni Barthdo, ni el Coiectario
no vos librarán de mi poderío:
aquí pagaredes como buen romio:
▼enid vos, canónigo, dezad el brelnarío.
EL CAKÓNIGO i LA MOIRTE.
LI. Vete de aquí, muerte, no yré contigo;
dézame jr al coro ganar la ración;
no quiero tu dan^a ni ser tu amigo:
en holgura bivo, no he turbación.
Aun este otro dia, ove provisión
dcsta caiongia que me di6 el perlado:
de aquesta que tengo asas soy pagado;
vaya quien quisiere á tu vocación.
LA MUERTI AL CAHÓRIGO.
LII. Canónigo amigo, no es el camino
esse que pensadas; dad acá la mano:
la sobrepelis delgada de lino
quitadla de vos, yredes liviano.
Darvos he consejo que vos será sano:
tomadvos á Dios, hased penitencia,
ca contra vos derto es dada sentencia:
en posde vos véngalo^ el ^urugiano.
EL fUaOGIAMO Á LA MUERTE.
Lili. Otk, muerte seilora, haces sin rasco,
si assi improviso me has de llevar,
ca soy neoessarío en toda saion;
según mi oficio yo devo quedar.
Lo que haae el fisioo, quasi es adevinar
en la enfermedad que tiene el doliente;
mas lo que yo hago está claramente:
muerte, yo te m^go quiérame dexar.
520 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATimA ESPAÑOLA.
LA MUERTE AL QURUGIANO.
LIV. Maestro muy sabio, oallad, no temades,
que este camino de andar lo tenedes.
Guido, ni Bernardo, que vos estudiados,
ganar no pudieron esto que queredes.
Travadvos á mi: llegar, no temados,
no fallecerá quien oure la gente;
yo vos mostraré hazer buen ungüente:
tísico, llegad á mí é cantaredes.
EL FÍSICO k LA MUERTE.
LV. Mintióme sin duda el fin de Avioena
que me prometió muy luengo vivir,
rigéndome bien á 3rantar y cena,
dejando el bever después del dormir.
Con tal esperanza pensé conquerir
dineros, é plata, enfermos curando;
mas agora veo que me vá levando
la muerte consigo: conviéneme sofrir.
LA MUERTE AL FÍSICO.
LVl. Pensastes vos, físico, que por Gralieno,
¿ don Ypocrás con sus anforismos,
seríades librado de comer del feno,
que otros comieron de más silogismos.
No vos tema pro hacer gargarismos,
componer xaropes ni aun poner dieta;
si no lo oystes, yo soy la que aprieta:
venid vos, el cura, á mis exorzismos.
EL CURA .4 LA MUERTE.
LVll . No quiero exorzismos ni conjuraciones;
con mis perochianos quiero yr á holgar;
ellos me dan pollos^ asaz de lechónos,
c muchas obladas con el pie de altar.
Locura seria mis diezmos dexar,
c yr á tal juego de que no se parte;
pero á la fin no sé, por quál arte
desta danga horrible pudíesse escapar.
II.* PARTE, ILUSTRACIONES. 521
LA BfCERTE AL CURA.
LVIII. No es ya tiempo de yazer al sol,
con los feligreses, beviendo del vino:
yo vos xnostxaré un re, mi, fa, sol
que agora compase de canto may fino.
Tal como acaeze á vuestro veziño
ca ánimas muchas tovistes en gremio ;
segim las registes, auredes el premio:
dance el labrador, que viene del molino.
EL LABRADOR A LA MUERTE.
LIX. ¡Oh, cómo conviene danzar al villano,
que nunca la mano quitó de la reja!
Busca si te plaze quien dance liviano,
ca yo so pesado; con otro trebeja.
Yo cómo tocino, é á veces oveja,
y es mi ofBcio trabajo é afán,
arando las tierras para sembrar pan;
c aun no me plaze de aquesta conseja.
LA MUERTE AL LABRADOR.
LX. Si vuestro trabajo fué siempre sin arte,
no haziendo surco en la tierra agena,
en la gloría eterna auredes parte,
c por lo contrarío sofríredes pena.
Pero con todo esto poned la melena,
Uegadvos á mí, yo la uñiré;
lo que á otros hago á vos lo haré:
venid, monje negro, tomar buena estrena.
EL MONJE Á LA MUERTE.
LXT. Loor é alabanza será para siempre
al alto Señor, que con piedad
me lieva á su reyno, adonde contemple
por siempre jamás la su majestad.
De cároel obscura vengo á claridad,
do auré alegría, sin otra tristura:
por poco trabajo gané gran holgura:
muerte, no me espanto de tu fealdad.
$22 HISTORIA CRITICA n tA LITBRATURA KSPAHOLA.
LA WJIRTB AL. MONIS.
LXII. Si la saacta r^gla del monje bendito
goardastes del lodo sin otro desjieo,
sin duda tened, qne sojs escrito
en el libro de vida, ^egon que yo creo.
Pero sí heaóstas lo que á otros veo,
que andan apostates fuera de la r^gla,
otra vida auredes que sea más negra:
dangadf usurero, dezad el correo.
BL USORSaO Á U MUERTE.
LXIII. No quiero dan^a, ni tu canto nqgro;
quiero, protestando, doblar mi moneda
con pocos dineros que me dio mi suegro;
otras obras hago que no hi^ Beda.
Cada año los doblo: de más está queda
la prenda en mi oiya que yaze i>or todo:
allego riquezas, yaziendo de codo;
por ende tu dan^ á mí non es leda.
LA MUERTE AL USURERO.
LXiV. Traydor usurero, de mala conciencia,
agora veredes lo que hazer suelo:
en fuego infernal sin más detenencia!
porné la vuestra ánima cubierta de duelo.
.\llá moraredes do yaz vuestro abuelo,
que quiso usar, según vos usastes:
por mala oobdicia mal siglo ganastes:
vos, frayle menor, venid al señuelo.
EL FRAYLE A LA MUERTE.
LXV. Danzar no conviene á maestro famoso,
s^un que yo soy en la religión,
maguer mendigante, bivo deleytoso,
é muchos dessean oyr mi sermón.
Oizesme agora que vaya á tu son,
do andar no querría si me das vag^.
¡Ay de mi, cuytado, que he á dexar
las honrras é grados, que quiera ó que no!
11.'" PARTE, ILUSTUACIOIIBS. 523
LA MUBRTB AL FBATLE.
LX VI. Maestax) exoellente, Mtil é capti,
que en txxlas las artes fuiste saludar,
DO vos acaytedes, limpiad meetra fiu,
ca passar avedes por este dolor.
To vos llevaré delante un doctor
que sabe las artes sin algon defeto;
sabredes leer por otro decreto:
portero de ma^, venid al tenor.
EL PORTSaO Á LA MUKmTE.
LXVII. Ay del rej, varones; aoorredme agora;
liévame sin grado esta muerte brava:
no me gnardé della» tomóme adesora
á puerta del rey, que guardando estava.
Oy en este día al conde esperava,
que me diesse algo por le dar la puerta;
guiurde quien quisiere, ó ñnquese abierta,
ca ya la mi guarda no vale una hava.
LA MUtRTE AL POtTElO.
LXVIll. Dezad essas botes, Uegadvos corriendo,
uo es ya tiempo de estar en la vela;
las vuestras baratas muy bien las entiendo,
c vuestra cobdicia por qué forma buela.
Cerrados la puerta de más quando yela
al hombre mezquino, que tien de librar:
lo que del levastes aveys de pagar:
vos, hermitaño, salid de la celda.
EL RBRVITAf^O A LA MUEliTE .
LXIX. La muerte recelo, maguer que soy viejo:
Scñor Jesuduristo, á tí me encomiendo;
de los que te sirven tú eras e^jo,
é pues te serví la tu gloria atiendo.
Sabes que sofri laceria biviendo
en este desierto en contemplación,
de noche y de dia hasia oración,
por más abstinencia las yerbas comiendo.
^
524 HISTORIA crítica OE la literatura ESPAflOLA.
LA MUIRTE AL HERUTAMO.
LXX. Hazeys gran oordura llamRr tal sefior,
que con diligencia pognastes servir:
si bien lo hezistes, aoiedes honor,
en el sancto reyno do aveys á bivir*
Mas con todo esso avredes de yt
en esta mi dan^, con vuestra banraga:
á buenos 7 malos matar es mi oa^:
dan^, contador, después de dornlir.
EL CONTADOR A LA MUERTE.
LXX[. ¿Quién podría pensar, que tan sin de gasto,
avia de dezar mi contadoría?
Llegué á la muerte é vi el desbarato
que haze en los buenos o6n gran osadía.
Allí perdí lu^ toda mi valía,
averes^ joyas, é mi gran poder:
haga libertades de hoy más quien quisier,
ca cercan dolores el ánima mia.
LA MUERTE AL CORTADOR.
LXXII. Contador amigo, si bien vos catados,
como por favor, é á vezes por don,
librastes las cartas, razón es que ayades
dolor, y quebranto por tal ocasión.
Cuento de alguarismo, ni su división,
no vos tema pro^ y redes conmigo:
andad acá luego, assi vos lo digo:
é vos, el diácono, venid á lición.
EL DIÁCONO A LA MUERTE.
LXXIII. No veo que tienes gesto de letor,
tú que me combidas que vaya á leer,
ni hay en Salaman^ maestro, ni doctor
que tal forma tenga, ni tal parecer.
Bien sé que con arte me quieres hazer
que vaya á la danza para me matar.
Si esto assi es, venga ministrar
Otro en m nombre, oa voyme á perder.
If/ PARTE, ILUSTRACIONES. 525
LA.MUBRTE AL BliCONO.
LXXrV. MaraTÜlome mnoho de ios, oleraoo^
pues que bien sabedes que es mi dotrína
á todos matar por justa razón,
é TOS esquivades oir mi bozina.
Yo vestiré almática fina,
labrada de paño, en que ministredes;
hasta que tos llame en ella jredes:
el recabdador venga á dansur ayna.
EL RECABDADOa Á LA MUERTE.
LXXV. Asaz he que haga, en recabdar
lo que pOT él rey me fué comendado;
por ende no puedo, ni quiero danzar
en esa tu danga, que no he acostumbrado.
Mas quiero ir por ver si hay recabdo
de unos dineros que me han prometido
porque esperase: el plazo es venido,
mas veo el camino de todo cerrado."
LA MUERTE AL RECABDADOR.
LXXVI. Andad acá lu^osin más detardar,
pagar los coechos que avedes levado,
pues que vuestra vida fué siempre tratar
cómo robaríades al hombre ouytado.
Darvos he un pojo en que estejs asentado,
cogiendo las rentas, que tenga dos passos,
allá daréis cuenta de vuestros trapassos:
venid, subdiácono, alegre é holgado.
EL SUBDIÁCONO A LA MUERTE.
LXXVI!. No he menester de ir á trotar,
como hacen essos que traes dañando:
antes de evangelio me quiero ordenar,
estas cuatro témporas que se van llegando.
En lugar de canto veo que llorando
andan todos essos que traes contigo:
no quiero tu danza, asf te lo digo,
más ({uiero pasar el salterio rezando.
SStt «STORfA CRITICA' M LA LinRATOtU'KSPAflOLA.
LA mnMi áL iobmíqoho.
LXXVlll. Hnob» M üipévftio el nMitio ahsirii :
DO toméis mtfift dft andar & biivkr»
ni ooner oUidaa oaraa loa liaanBa.
NoyfedesmáacnlaapconaMoneif
do dátadéi Tooéa waj alto en grila, .
ocxno en nomnbfe Ittaa el cabrito:
TQiúdy eacgíitan» denid- laa lawwrta.'
B. aAcanTAii i bA mnaTB»
IJCXIX. Hnecte, 70'to ra^go que a^ piedad '
demf, quéaogrmo^jdafoooB'diea; •
no oonoat.4 Dios eon mi mncadad» . . .
m quise tamar, ni s^gnir sos vías.
Fui ¿e ni agoré oomó de otros fias:
porqne Satiafags .del mal qoe he heíAio,
i ti no se pierde jamás ta deiesho;
' oontígo yré siempre si tú per mi embias.
. LA Homi AL sAcamum
LXXX. Don saoristanejo de nuda pícafia,
no es ya tiempo de saltar psóedes,
ni de andar de noche oon los de la oafia»
haciendo las obras que fos bien sabedes.
Andar é mar tos ya no podedes
ni presentar joyas á vuestra señora:
8i bien TOS qneria, Ifbievos agora:
venid vos, rabí, acá y medraredes.
EL RABÍ A LA ÜVEETE.
LXXXI. o eloym é Dio de Abraam,
que me ¡vometisto de aver redención»
no sé qné me haga con este^atan
que manda que dance é no entiendo su son.
No hay en el mundo oy hombre, de quantos son,
que pueda hujrrde su mandamiento;
valedme, dayaaes, que mi entendimiento
se pierde del todo con gran aflioion.
II.* PARtÉ^ ILlJSrtUGlOIfBS. 527
1.A MÜEATE AL HABÍ.
LXXXII. Vos, rabi barud, que siempre estadiastes
en el Talmud 7 en los sas dootorés,
7 de la Terdad jamás no cnrastes,
por lo qhal avredee penas é ddores;
llegad vos acá con los danzadores,
dire7s por cantar vuestro barahá;
dar vos han posada con rabi A^:
venid, alfaqoi, dezad los olores.
EL ALFAQUÍ A LA MUERTE.
LXXXIlf. Si Aláh me vala, es mu7 fuerte cosa
esta que mandas agora hazer:
70 tengo muger discreta, é graciosa,
con que he gasajado, é asaz plazer.
Todo cuanto tengo quiero lo perder:
desame con ella solamente estar:
después que fuere Viejo, mándame Uamar,
7 á ella conmigo, ti á tí te pluguier.
LA MUERVE AL ALFA^^UÍ.
LXXXIV. Venid vos conmigo, dexad el bollar;
en ojo me he, más no predicaredes,
á los veinte é siete vuestro capellar,
ni vuestro camis, no lo vestiredes.
A co^ ni la7la no estaredes,
comiendo buñuelos, fadas, ni altaría:
busque otro alfaquí vuestra morería:
passad vos, santero, é veré qué diredes.
EL SANTtRO A LA VüERTE
LXXXY. Por derto más quiero mi hermita servir
que no jr allá donde tú me dizes:
tra7go buena vida, aunque ando á pedir,
é cómo á las vezes pollos é perdizes.
Sé tomar al tiempo mu7 bien codornices,
7 tengo en mi huerta asaz de repollos:
vete, que no quiero 70 gato con pollos;
á Dios me enoomieñdo é á señor San Hellzes.
528 HISTORIA CRITICA ^K LA LITERATURA ESPAÑOLA.
LA MÚSETE Al SANTERO.
LXXXVf . No VOS vale nada vuestro ronoear;
andad acá In^go vos, don talegpiep,
pues nunca quesistes la hermita adobar
7 heaástes alcuza de vuestro garguero.
No vesitárades la boca del cuero,
con que á menudo soliades bever;
^urron ni talega no podéis traer,
ni pedir gallofas como de primero.
. EL JUEZ Á LA MUERTE.
LXXXV1I. Yo no temo ni devo temerte,
porque so justicia y so soberano,
ni 70 no te temo para conocerte;
si tú eres ufana, 70 so el ufano.
T todo lo tengo debaxo mi mano,
é no te temo más que á una p^ja,
é no te entiendo dar la ventaja:
bástete, muerte, que esté por tu hermano.
LA MUERTE Al J^^EZ.
LXXXVIH. Venid vos,, alcalde, alguazil é teniente,
dexaos conmigo de platicar:
vos, corregidor, é vos, asistente,
entrad, que os lo mando, venidla datigar.
No os cureys, ladrones, de más robar
con vuestras mu7 claras 7 puras malicias,
pues que robastes en son de justicias;
por este tal daño os entiendo matar.
EL ESCRIBANO A LA MUERTE.
LXXXIX. Esto 70 cansado contino escriviendo,
en ple7tos é causas tomando testigos;
70 no mirando, mi mal no sintiendo;
veo que me llamas con otros amigos.
Eatb 70 mirando á estos enemigcfs
que ante ti me están acusando;
sufre te, muerte, que esto esperando
quanto 70 ooma siquiera dos higos.
II / PAPTB, ILUSTRACIONES. 529
LA MUBRTB AL ESCRIBANO.
XC. No puedo esperar por lo que heziste
mentiras é causas en tos escritoras,
porque en lo demás de qoanto escríviste
no pones verdades, mas todo figuras.
Por esto traerás tú é tus vestiduras
borladas de cierto non dezir verdades,
en quanto hazias todo falsedades,
robando, adquiriendo con mentiras puras.
EL PROCURADOR A LA MUERTE.
XCI. Kstó procurando, quiero procurar
mis pieytos, libelos é abogaciones;
yo no querría ver tu danzar,
ni menos mirarte ni ver tus razones.
Déxame, amiga, de tus qüestiones
andar de contino aquí procurando:
para yr contigo diráane tú el quándo;
vete, cruel, de falsas f aciones.
LA MUERTE AL PROCURADOR.
XCII. Harto bas bivido aquí baratando,
contino adquiriendo dineros que tiras,
á unos mintiendo, á otros robando,
tú de lo cierto haziendo mentiras.
Por esso agora mis flechas é viras
quiero tirarte, que es mucha razón:
partiré por medio el tu oora^on;
allí cessarán todas las sus yna.
EL CAMBIADOR A LA MUBRTB.
XCII I . ¡O si quisieses dexarme cambiar,
estar en mis tratoe é mercadurías
é de una blanca enrrique tomar,
ó no me Hevasse tu gran señoría!
Cierto sé, muerte, que mucho querría
holgar en mi cambio con los mis dineros,
ó que yo no viesse tus leyes é fueros,
costassenme agora quanto yo tenia.
Tomo vii. 34
550 HISTORIA CRITICA 0B LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
LA MUERTE AL CAMBIADOR.
XCI V. ;0 falso enemigo, crael é tnddor,
ó enemigo tú eres de Dios,
no sabes qae engañas tu baratador,
haziendo de mi grano tú quatro é no dos!
liobas la gente claro entre nos
en dar de menos cierto en la cuenta;
por esso tu amigo recibe el afrenta,
pues sabes hazer de un enrrique dos.
BL PLATERO Á.LA BfUERTE.
XCV. ¡O terrible muerto, cruel, espantosa!
¡o hazedora de bienes é daños!
bien creo, bien siento ser poderosa;
mirame tú, que no he veynte é dos años.
E tampoco los dias no son tamaños,
que yo no merezco tan ajma morir:
déxame, muerte, siquiera bivir
donde no te vea, entre los extraños.
LA MUIRTE AL PLATERO.
XCVi. ¡o buen maestreé mal obrador
de joyas, manillas, é algunas cadenas!
tú que abarcas el oro en valor,
escucha, rescibe en pago las penas.
Bien sé que tus obras, y aun las agenas,
qui cierto del todo, tales falsaste;
porque de su ley el oro abasaste,
yo te desfaré tu cuerpo é tus venas.
EL ROTICARIO a LA MURRTE.
XCVIÍ. Vete^ amiga, y vete en buenora,
que soy boticario en la medicina,
é tú no me pienses llevar á desora,
por mucho que pienses venir muy ayna.
Tengo el saber por donde encamina
de ti defenderme, é no llevarme:
cierto sé, muerte, que no has de matarme
hasta que quiera la Persona Trina.
n/ PARTE, ILUSTRACIONES. 551
L4 MUERTE AL BOTICARIO.
XCVIIf, Aunque ayas lejdo al Ypocrás
é hagas xarope é purga malimí,
é Galieno no se quede atrás,
por esto te entiendo llevar oiás ayna.
Por eso también, persona mezquina,
á darme la cuenta de cuanto robaste,
é como xarope purgas ordenaste^
porque tu mal á esto se empina.
EL SASTRE Á LA MUERTE.
XCIX. Déxame, muerte, que á todos estados
llevas tú cierto, é ninguno dexas,
cortar yo velarles, menines, brocados
é fína marta con granas y seda.
Pues que de todo no se devieda,
quien no quisiere conmigo vestir,
déxame, muerte, un poco bivir,
siquiera dos oras por donde no hieda.
LA MUERTE AL ftASTRE.
C. Amigo escogido xastre, offícial,
si tú todos esos paños cortaste,
has de dar cuenta de todo lo al,
de quanto has robado é cierto hurtaste.
Y de verdad mentira cierto tomaste
con tu plática é falsas razones,
hurtando de quinze los cinco girones
del sayo brocado, que cierto tomaste.
EL MARINERO Á LA MUERTE.
Cl. Yo de contino ando por la mar
si navegando con pura tormenta,
buscando la vida sin nadie engañar,
andando mi vida en sobre vienta.
No tomo alogueres, ni prados, ni renta,
para engañar yo mi conciencia;
por esso tú, muerte, dame licencia,
que no te espero de darte más cuenta.
532 HISTORIA CRITICA OB LA LITERATURA BSPAffOLA.
LA MUBRTB AL MARINERO.
CU. Escacha, escacha con tas razones
aquellos reniegos, que cierto desiste,
quando del mástel tú talabordones
hazias con tormenta, á Dios offendiste.
Por esso, enemigo, por lo que heziste
te quiero oonmigo cierto llevar;
quitarte de aqueste triste navegar,
porque tú veas lo que mereciste.
EL TAVERNERO Á LA MUERTE.
Cllí. Déxame, muerte, pasando mi vicio,
que merco é revendo é soy limosnero,
pues que 70 hago limpio mi oíBcio,
é al pobre 70 cierto no llevo dinero.
E claro se vee, cierto por entero,
que hago mili bienes 6 ningún daño:
por esto te ruego me dexes ogaño,
pues que tú sabes que so verdadero.
LA MUERTE AL TAVERKERO.
CIV. Traydor, lisonjero, falso, mezquino
é robador de bienes ágenos,
tú que tornastes del agua vino,
hinchendo los cueros de vazios Henos,
é otros potajes esotros rellenos,
(|ue tú vendiste al doble del precio,
anda, don villano, acá para necio,
anda con los ruynes é no con los buenos.
EL MESONERO Á LA MUERTE.
CV. Yo S07 en esta villa é S07 portazguero;
este derecho tengo por oíBcio^
ú so 70 cierto también mesonero,
por donde 70 hago á Dios gran servicio.
Por ende no tengo ningún maleficio
por donde te devo cierto temer:
anda acá, muerte, si quieres bever,
que á muchos 70 hago este beneficio.
11.^ PARTE, ILUSTRACIONES. 533
LA MUERTE AL MESONERO.
CVI. Bien sé que tienes essos dos officios;
dellos no hazes porfía reta;
yo sé tus obras é maleficios
de aquel que robaste la su barjuleta.
Por eso te mando te pongas en dieta,
porque no te entiendo más esperar:
comiénQate, amigo, de oonfessar,
porque la tu obra no fué perfeta.
EL ZAPATERO A LA MUERTE.
CVII. De tu dan^, señora, cierto me excuso,
70 claramente me puedo excusar,
é tengo razón, por donde rehuso
de no querer verte ni tu danzar.
Uso mi officio: sin nada enseñar,
yo no usurpo, ni hago baratos;
antes vendiendo mis pobres gapatos,
por do mi pobreza pueda remediar.
LA MUERTE AL ZAPATERO.
CVII I. Bien siento, bien veo é te quiero ver
á ti é á tu obra, la cual no es muy sana;
ó, Qapatero, no me hagas creer
que tú no vendiste cordovan y es badana.
Por esso tu alma no será sana,
porque tú obraste tal obra al revés:
dfgote cierto yrás esta vez
adonde bive tu prima y hermana.
EL BORCEGUINERO A LA MUERTE.
CIX. Nunca yo, muerte, tan crudo sentí.
¡Oh, cómo vienes cruel con tus llamas!
Dime, tuerta, si llamas á mi,
ó dime, traydora, cierto si á mí llamas.
Bien se paresce que tú no me amas,
porque soy bueno, claro por en(ero,
é soy en mi oficio limpio é verdadero,
sin otras cautelas, ni vicios, ni famas.
53i HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
LA MUERTE AL BORCEGUINERO.
ex. Estáte s^uro oon tu presatnpcion
é nesoia porfía é más desonesta;
es tu oficio de tal condición
que tú tienes (siempre) la mentira presta.
E porque te mires cómo va siniestra
con dientes é fuerza es tu calcar,
é duran sejs dias á todo durar:
mira tu dezir cómo se demuestra.
EL TAMBORINO A LA MUERTE.
CXI. Tú no me llames, que estoy yo tañiendo
alta joyasa^ también Englatierra:
no pienses tú, muerte, que vivo muriendo,
ni á ti no te temo, ni me hazes guerra;
mas digote cierto que otro me aderra,
que no el pensamiento de á ti mirar;
por esso te digo no quieras forjar
ni más tú llamarme, que cierto se yerra.
LA MUERT£ AL TAMBORINO.
CXI!. Oh, falso, tú, triste y loco roncero,
que tú vives vida é no con afán,
de cuerdo tú, loco, eres chocarrero,
de sabio discreto te heziste truhán.
Por eso te llamo aquí sin afán,
que muestres agora aquí tu saber,
é ante todos comienza á tañer:
é tras vos venga el atahonero.
EL ATAHONERO Á LA MUERTE.
CXI II. La muerte me lleva consigo priado
y en triste canción dolorosa se entona;
dexar no me quiere en el atahona^
moler el trigo que tengo tomado.
Do las panaderas estava ahuziado;
véome cercado de gente maligna,
pues no me dexan moler la harina:
Dios me quite de tanto cuydado.
11.^ PARTE, ILUSTRACIONES. 535
LA MUERTE AL ATIHOKERO.
CXIV. Atahonero, si sojs avÍBado
ya no podejs más moler harina,
pues quebrantastes la sancta doctrina,
que Jesuchristo ovo mandado.
£1 día del domingo avejs quebrantado
antes quel sol se fuesse á poner;
venid á mi danga sin vos detener,
é tras vos venga el ciego [lisiado].
EL CIEGO Á LA MUERTE.
CXV. Que le conviene al ciego dan^ar^
pues que lo tiene bien excusado,
pues Dios de la vista lo hizo privado
en tal que del mundo no pudo gozar.
En tu esquiva danga me quieres levar
deste presente siglo mundano:
adiós, buena gente, que Rey Soberano
me dize que vaya ante él cuenta dar.
LA MUERTE AL CIEGO.
ex VI. Ciego, si fuystes en el vuestro estado
homilde, sufrido é de buena paciencia,
é requeristes vuestra consciencia
de hacer aquello que soys encargado;
sereys en la gloria de Dios colocado,
en el número sancto de los confessorcs,
con los pregones, (sic) de Dios amadores:
salid, panadera, con gesto pagado.
LA PANADERA Á LA MUERTE.
ex VII. ¡Oh triste de mí! á Dios encargada!
la muerte en llevarme no hace bien,
que yo esta va avenida con el almotacén,
que siempre la pena me oviesse soltada.
Traya mi bolsa de contino poblada,
hacia grande daño en la comunidad:
válame Dios por su piedad;
mas no puede ser, que vo condenada.
536 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA
LA MUERTE A LA PAIIADERA.
*XV1II. Si V08, panadera, faistes apartada
por vnestra gran culpa de IMos poderoso,
yrejs al infierno triste, temeroso^
donde la justicia de Dios es mentada.
Nunca serejs de Dios perdonada:
quando alguna gran fiesta venia
pujavades el pan sin ayer carestía:
salid, rosquillera, que estays aquezada.
LA ROSQUILLERA Á LA MUERTE.
CXIX. La muerte raTiosa, mezquina, cujtada
me quiere llevar en divina manzilla;
dezar no me quiere acabar la rosquilla
que para una boda tenia comentada,
de pan rallado era bien abastada:
perdóneme el alto Dios sin medida;
mas veo la pena triste, dolorida,
que para siempre me está aparejada.
LA MUERTE Á LA ROSQUILLERA.
CXX. Si sojs algún tanto mal avisada,
venid á mi danga sin vos detener,
que yo so la muerte, que os haré conoscer
cómo traejs la gente engañada.
Nunca serejs con Dios colocada
echando el alfaxor con la mala miel:
venid á mi danga, sin vos detener:
vos, don melcochero, á la danga ordenada.
EL MELCOCHERO Á LA MUERTE.
CXXI. ;0h triste de mi é de mis burletas,
que con mis perillos traer solia!
La muerte me llama con gran osadía,
tañer no me dexa las cañaveretas.
Ya no me dexa hazer castañetas
con los sesenta 7 tres corredores,
de lo que eran muchos renegadores
quando vaziavan sus barjuletas.
II / PARTE, ILUSTRACIONES. 537
LA MUERTE AL MIV.COCHERO.
CXXII. Si V08, melcochero, teaeyn gran dinero^ ^
mal ganado en el mondo,
venid ante el alto Dios muy profundo,
el qual padeció en la cru2 de madero;
que ya no podéis jugar el tablero
ni dezir chistes ni menos canciones;
venid á la danga, dexad los bastones:
tras vos venga luego el sotil bordonero.
EL BORDONERO Á LA MUERTE.
CXXIII. Pues que me llevas, muerte, en tu via,
déxame un poco satisfazer
la carne, que vi quando yua á comer
en boda ó mortorío ó qualquier cofradía.
Yo apañava quanto podia,
carne ó pescado, ó lo que en los platos esta va,
en mi corocha dentro lo ochava:
válame Dios é sancta María.
LA MUERTE AL BORDONERO.
CXXIV. Si vos, bordonero, mucha malicia
en el mundo sopistes, no vos valdrá
todo quanto hezistes [ni aprovechará]
la vuestra cobdicia de aligar dinero.
Ouistes embidia al vuestro compañero
quando limosnas le viades dar;
según lo hezistes avreys de pagar:
venid vos^ corredor, á la dan^a ligero.
EL CORREDOR Á LA MUIRTE.
CXXV. Yo bien me estava'aquí trabajando,
haciendo vender á unos é á otros,
las casas, é viñas, ó muías, é potros,
é con lisonjas biviendo holgando.
Folgando en las gradas por do passcando
bivo yo, muerte « y déxame estar;
mas veo que ya no puedo apelar;
cúmplase triste lo que andas buscando.
538 HISTORIA crítica de la literatura española.
I
LA MUERTE AL CORREDOR.
CXXVI. Paes que ooo engaños birá, oorredor»
entrad en el bajle, direya la tantaryü;
JO vos haré el son» no como contraria,
c vos oantareys: <í\Ayl penas de amor,
que mal han herido en quien fué robador»;
é luego dareys una gran zapateta:
dadme la mano, persona imperfeta:
é luego, especiero, danzad por mi amor.
EL ESPECIERO Á LA MUERTE.
CXXVII. £s buena mi vida» vendiendo cominos,
canela, mostaza, según especiero,
* dando lo falso por muy verdadero;
assi entre la gente yo bivo oontino.
Por ende no quiero seguir tu camino:
ruégete, muerte, mi dan^a se excuse;
mas no aprovecha que yo me rehuse^
porque, cuytado, ya yo desatino.
LA MUERTE AL ESPECIERO.
CXX VIII . Entrad en la dan^a, dareys el confite
ú todos aquestos que llevo conmigo;
por tus especias holgara contigo,
si acá las traxeras fueras más ardite.
Seco te vienes; dirás que al requite
contigo juego el mal mimdo triste,
pues que conmigo vas como naciste:
vos, don carnicero, venid al combite.
CL CARRICERO Á LA MUERTE.
('XXIX. Bien me esto yo en este tajen,
cortando los huesos, é la oalahcnra;
y la res vendiendo con mi navajon;
desuello la res que murió de modorra.
Véndelo todo, é por mal que yo corra
no queda oreja sin serme vendida:
dexárasme, muerte, bivir la tal vida;
mas ya esto herido con tu cruda engorra.
11 / PARTE, ILUSTRACIONES. 539
LA MUERTE AL CARNICERO.
ex XX. Á la fé^ amigo, yenkl á la dan^
é dad una baelta si soja trepador,
é luego tañed como buen tañedor:
«Mi mal é fatiga será sin holganza».
£ más cantareys: «¡Oh vana esperanza!
¡oh mundo cuytado de poco provecho!»
Dadme la mano é serejs satisfecho:
c vos, pescadera, entrad en la dan^a.
LA PESCADERA Á LA MUERTE.
CXXXr. Cuytada, qué bien me sabia valer^
aunque muger, vendiendo pescado,
dando mal peso é muy peor mercado:
¡ay triste! mis males no puedo esconder.
Mas muerte, señora, si podeys hacer
que este camino yo no lo siga;
mas dasme ya, muerte, tanta fatiga,
que es fuerza forjada yr yo en tu poder.
LA MUERTE Á LA PESCADERA.
CXXXII. A la fé^ hermana, que Dios te mantenga;
quiero hazerte son á tu danga,
y ponte al pescueco tu falsa balanza,
no quiero aver de tí más arenga.
Tu vida muy falsa ya no se sostenga
pescado vendiendo, dando mal pego,
dando en la balanza porque vaya luego;
é ven, pagarás según te convenga.
LA MUERTE Á TODOS LOS OTROS QUE AQUÍ NO HA NOMBRADO.
CXXXill. A todos los otros que aqui no he nombrado,
de qualquier estado, ley ó condición,
les mando que vengan muy tosté privado,
á entrar en mi dan^a sin excusación.
No recebiré jamás excepción
perentoria, anormala, ni declinatoria:
los que bien hizieren avrán siempre gloria,
y los que lo contrario avrán damnación.
540
HISTORIA crítica DK LA LITERATURA ESPAltOLA.
COKSEJO.
CXXXIV. Pues que assi es, á morir avemoB
de necessidad, sin otro remedio,
de puras conciencias todos trabajemos
en servir á Dios sin otro comedio;
ca es el fin, comienzo y el medio
por do si le plaze avremos folganfa,
maguer que la muerte nos lleve en su dan^a,
tirando de nos rencor malo y tedio.
CXXXV. Señores, pugnad hazer buenas obras,
no vos ensuziedes en altos estados,
ca no vos valdrán ya htees ni doblas,
á la muerte que tiene sus lazos parados.
Gemid vuestras culpas, dezid los pecados
en quanto pudiéredes con satisfaoion^
si aver queredes complido perdón
de aquel que perdona los yerros passados.
FIN.
GXXXVÍ. Los que en la dan 9a han danzado (sic),
miren que este mundo es vanidad,
é sirvan á Dios, que es Trinidad,
pues en la cruz por nos padesció.
llaziendo limosnas é siempre ayunando,
amando al próximo con buen coraron,
coufesando sus pecados con gran contrición,
yrán á la gloria que los está esperando.
Á DIOS GRACIAS.
Ympressa en la muy noble é muy leal cibdad de Sevilla por Juan Vá-
rela de Salamanca á xx dias del mes de enero de M.ccccc.xx años.
n.* PARTS, ILUSTRACIONES. 541
11/
SOBRE L.A ELOGUENGLA. SAGRADA
EN EL REINADO DE LOS RETES CATÓLICOS.
Como indicamos oportunamente, al caracterizar la elocuencia
sagrada en los ültimos dias del siglo XV y primeros del XVI, no
han llegado á nuestras manos ninguna de las oraciones (sermo-
nes) pronunciadas, ya en el pulpito, ya en los atrios de los tem-
plos, ya en las plazas públicas, por el virtuoso y evangélico
varón Fr. Hernando de Talavera. Cónstanos sin embargo, según
saben ya los lectores, que escribió en el materno lenguaje bue-
na parte de estos sermones, para que los que no podian oir su
palabra gozasen de su doctrina; circunstancia que hace todavía
más sensible la referida pérdida.
Noticiosos no obstante de que existia en poder del entendido
catedrático de la universidad de Sevilla, don José María de
Álava, nuestro antiguo amigo, un precioso manuscrito de las
oraciones debidas á Hernando de Talavera antes de ser promo-
vido al episcopado, no vacilamos en solicitar de su ilustración
que nos facilitase el examen del referido códice. Á su benevo-
lencia pues somos deudores de esta flneza literaria, pudiendo
manifestar á nuestros lectores que el manuscrito de la librería
del señor Álava ofrece ciertos caracteres de originalidad, los cua-
les acrecientan su estima. Es en efecto un grueso volumen, de
letra de principios del siglo XYI, donde sobre abundar por ex-
tremo las abreviaturas, se ven las márgenes cargadas de en-
miendas, y aun adicíoties (que hemos recogido entre parénte-
sis en el sermón que ^ continuación ofrecemos), todo lo cual pa-
rece persuadir de que, si no fué escrito por el mismo Talavera,
de quien ya sab.^mos que se ejercitó durante su juventud en la
542 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPACIÓLA.
copia y trasIacioQ de códices literarios, pudo acaso ser copia sa-
cada bajo su inspección por alguno de sus familiares y enmenda-
da después por el mismo arzobispo.
Robustecen esta observación la circunstancia de haber sidcn:^ o
pronunciados los expresados sermones durante el tiempo, en quc^ je
fué Fr. Hernando de Talavera prior de Santa María del Prado ^r_j,
y la no menos significativa de hallarse añadido al texto primili— i-
vo después de su nombre la declaración de que fué primero r_ y
muy indigno arzobispo de Granada; y como nadie hubiera osa — m-
do hacer tal calificación, ni durante su vida, ni después de S' — "
muy llorado fallecimiento, tenemos por muy fundada la deduc
cion de que sólo él introdujo las variantes, enmiendas y adicio
nes referidas. Como quiera, ya hiciese por si estas modíQcacio
nes en el primitivo texto, ya las inspirase á alguno de sus fami-
liares ó criados, siendo el MS., de que tratamos, el único qu»
poseemos de las oraciones sagradas, debidas al santo confesoí
de Isabel la Católica, aparece evidente que no puede ser mayo.
su pi*6cío, para el fln de dar á. conocer el carácter especial d^
la elocuencia de don fray Hernando, siquiera sea en la primera
época de su predicación, que le conquistó al par el aplauso y e
respeto de grandes y pequeños.
El códice del señor Álava se compone pues de dos partes prin
cipales. Refiérese la una á la predicación que hizo á sus herma-
nos, siendo prior de Santa María del Prado, durante el tiempoí-^
de adviento, y trata la otra de los loores de San Juan Evange
lista. Hállase al frente de la primera el siguiente epígrafe: « Co-
llagion muy provechosa de cómo se deuen renouar en las ánt-
mas todos los fieles cristianos en el sancto tiempo del adviento,
que es llamado tiempo de renouacion: fué primero fecha por
el lifenciado fray Hernando de Talauera, primero y muy in-
digno arzobispo de Granada, que entonces era prior de Sánela
María del Prado: hízola en el primero domingo del adviento á
su devoto convento^ y fué escripia después por mandado de la
muy excellente reyna de Castilla y de León, de Aragón y de
Cecilia y del reyno de Granada, doña /^a¿^/«» . Distingüese la se-
gunda bajo este título: uBreue tratado más deuoto ysotil de loo-
res del bienaventurado sant luán euangelista, amado díscolo
o
4»
Il/ PARTE, ILUSTRACIONES. 543
de ntiestro redemptor, señor y maestro lesu Crispió, y singular
palron y abogado de la serenísima señora nuestra y muy exfe-
lleiUe reyna de Castilla y de León, doña Isabel, reyna olrosy
de C^filia y princesa de Aragón: compuesto á su petición y man-
dado, por su muy humilde y denoto orador el licenciado fray
Hernando de Talauera, indigno prior del monesterio de Sánela
María del Prado, de la orden del glorioso doctor de la Iglesia
Saní Iheránimo; entrante el segundo año de su reynado».
De buen grado daríamos más circunstanciada cuenta de ambas
obras, si no temiéramos importunar á nuestros lectores. Conve-
niente juzgamos sin embargo, pues que nos proponemos ofrecer
aquf ejemplos de la oratoria sagrada, tal cómo la cultivó fray Her-
nando de Talavera, el advertir con el mismo que la Collagion de
cómo se deuen renouar en las ánimas los fieles crisptianos en
el saneto tiempo de aduiento, obra que para el intento indicado
elegimos, se compone de tres partes principales, y estas de di-
ferentes capítulos. «La primera (dice el autor) es prólogo de
»cómo fué Gonueniblemente pedida por la dicha señora reyna
•aquesta Collación, y de cómo somos conbidados por la sancta
•madre Iglesia á esta renouación». La segunda trata «de cómo
•es conuenible comparación y exemplo para ello la manera en que
•el águila se renueua; aunque en todas las criaturas en diversas
•maneras y tiempos aya alguna renouación». Señala y determi-
na la tercera «nueve propiedades y condiciones que la águila
•tiene, á las quales se deuen conformar todos los fieles crisptia-
•nos, y especialmente los religiosos y lo? reyes y reynas que
•en el cielo quieren ser coronados. Entre las quales es postri-
•mera de cómo se renueva: asy que tiene esta tercera parte
•nueve capítulos».
Dividida en esta forma la Collación indicada, cuya copia, he-
cha oon extremado esmero, debemos á nuestro querido hijo don
Rodrigo, alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, está redu-
cida á los términos siguientes:
544 HISTORIA CRITiCA DE LA ^ITERATURA ESPAflOLA.
I.» PARTE,
Prólogo de cómo fué conueniblemente pedida por la dicha señora reyna
aquesta collación, y de cómo somos combidados por la sancta madre
Iglesia á esta renouagion.
Pide Uuestra Altesa, muy expeliente princesa j serenissima rejnaseño-
ra nuestra, copia de la Collagion que el domingo primero del auiento hise
& estos mis amados padres y hermanos, muy humildes y muydeuotos ca-
pellanes nuestros; y como quier que lo que á los religiosos se dirige para
más pendrar y purificar su sancta conuersa^ion, no es conforme á lo que
los seglares deuen oyr; ca segund la diuersydad y diuersa profession j
capacidad de los oy dores deuen ser proporgionados los sermones: por lo
qual nuestro Redemptor y Maestro Ibesu Xpo, Dios y hombre uerda-
dero, unas cosas enseñaua á sus principales discípulos y otras de menor
perfection al pueblo; pero yo, que sé la exgeiengia de nuestro alambra-
do yngenio y la perfection de nuestro denoto y ordenado desseo, no pon-
go difficultad en lo comunicar á uuestra Real Magostad; antes digo lo
que nuestro Señor y Maestro dizo á Sant Pedro: que es bienauenturado
nuestro spíritu, que demandó lo que la rudesa humanal no le pudo re-
uelar; mas lo que le inspiró á demandar algund rayo de la lumbre di-
uinal, la qual, como quier que alumbre á todo honbre que uiene en este
mundo; pero especialmente toca y esclaresce el coragon real, que ^
ella más que otra se ha de regir y gouemar. Onde desia el buen rey
Dauid: ¿Quál, Señor, es mi illuminacion y mi salud, á quién temeré? Ny
diré lo que esse mesmo Señor dixo á la madre de los hijos del Zebedeo.
No sabia lo que pidia más (dize), lo que es escripto del sabio Salomón,
rey por esse mesmo Dios nuestro escogido, aunque después no sabe hon-
bre si reprouado y perdido, que plugo su petición en el acatamiento de
nuestro Señor, porque no demandó luenga uida ni riquesas syn medida,
ni uenganga y muerte de sus enemigos, mas demandó coragon enseñado
y ligero de enseñar, para iusgar su pueblo y para disgemer entre bien y
mal. (Y aun diré) lo que nuestro Redemptor dixo á sus sanotos disgípa-
los quandole demandaron declaragion de la parábola: que á uos es dado
de saber los misterios del reyoo de Dios. Syn dubda pedís, esclaresgida
señora, lo que deueis pedir, porque la materia de nuestra habla tanto ó
más fué y es uuestra que nuestra, ca fué de cómo nos auemos de renooar
en este sancto tiempo, amanera de águila , y de las condigiones y pro-
piedades en que moralmente auemos de ser conformes á ella. Pues como
esta sea reyna de las aues, á quien Sant luán Euangelista por la altesade
su eleuado euangelio y de las otras sus altas reuelagiones dignamente es
comparado, por lo qual uos os aueis puesto so sus alas sonbra, protection
y amparo, digna cosa es que Uuestra Altesa sepa essas messmas condi-
Il/ PARTE, ILUSTRACIONES. 545
piones y propiedades y la signifícagion y aplicación deilas para las re-
mediar: mátalas mutandis.
De cómo somos conbidadost ctc, — Pues primeramente sepa uaestra
(may) expeliente deuogion que este sanóte tiempo de auiento es llamado
de los sanctos tiempos de renouagion, porque se renueuan en él los oíB-
^ios diuinales del missal y del breuiario, comentándolos de cabo, y assy
quieren que se renueuen en él y sean renouados todos los fieles xrípstia-
nos. A este propósito dise la epístola de aqnesse sancto dia y el sanoto
apóstol en ella, que es hora que nos leuantemos del sueño, y que dese-
chemos las obras de las tiniebras y nos uistamos de armas de lus. Llama
obras de tiniebras á los pecados, porque ciegan é escuresgen al ánima, y
porque aborrece ser uisto el que mal base, y porque procura que se ha-
gan el príncipe de las tinieblas, Sathanás, y porque lleuan al hombre á
las tinieblas del infierno; y por el contrario, las obras buenas y uirtuo-
sas se llaman armas de lus, porque esclares^en la ánima, y porque se
publican sin uergüenga, y porque se basen con ayuda, instigación y
conseio de la lus, que es nuestro Señor, y de los ángeles de lus, y fi-
nalmente (porque) lleuan al honbre á la lus perdurable. Para nos con-
bidar otrosy á esta renouaQion, nos cantan y leen esse sancto dia aquel
sancto euangelio que base mención del iuysio uniuersal que esperamos,
en que todo el mundo será renouado, y especialmente todo honbre que
ha de ser saluo y bienauenturado, lo qual quiere nuestro Señor que cada
dia y aun cada hora y aun cada momento pensemos y esperemos, y que
creamos que está más cerca que lexos.
II.» PARTE.
De cómo es conuenible comparación, y exemplo para ello, la manera en
que el águila se renueua, aunque en todas las criaturas en diuersas ma-
neras y tiempos aya alguna renoua^ion.
Todas quasy las criaturas corporales sensybles é ynsensiblcs, supe-
riores é ynferiores se renueuan cada año; ca renuéuanse los cielos, mu-
dando el sol y la luna y los otros planetas sus sytios y aspectos; y dende
vyene que se renueuan los tiempos, y con ellos los árbores, que en este
tiempo rethraen yasconden la virtud al tronco y dexan por esso las hojas
que tenian primero; y á la boca del uerano, sácanla fuera, y visten flores
é cetera: renuéuanse los animales, pelechando y mudando uñas y cuer-
nos, y las culebras y serpientes los cueros; y renuéuanse las aues, mu-
dando las plumas y nudriendo, y assy es de los peces y pescados, aun-
que á nos non es tan manifiesto. Pues déuese renouar el honbre, que
participa de todos estos, y para quien todas las cosas fueron hechas y él
para Dios; y sy no puede segund el cuerpo, ca que cada dia enuejece,
renaénesseen el ánima, segund (]ue el sancto apóstol quiere, la qual, sy
Tomo vii. 35
546 HISTORIA CRtTICA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
es bjen regida y ordenada, cada dia cresgej es mejorada; mas sj non,
es gierto que enñaque^e, como paresgerá al cabo más largamente. Agora,
como quiera que á exemplo j semejanza de cada una de estas cosas se
deuria el honbre y podría renouar; pero señaladamente la Sancta Es-
criptura nos conbida á renouar, segund que el águila es renouada. Ca
dise el buen rey Dauid en el psalmo: bendise mi ánima al Señor, etc.*
porque se renueua su juuentud como la del águila; y no syn causa, sou y
deuen ser en estar enouacion, y en otras muchas cosas, los fíeles xrisp-
tianos á las aues comparados, pues que son sustituydos para el ^elo en
lugar de aquellas aues malditas que comen la sjmiente de la palabra di*
uinal, que cahe en el coragon duro como piedra, las quales por su grand
soberuia perdieron aquellas altas syllas y morada del ^ielo, y cayeron en
este escuro ayre y susio suelo, y en lo profundo y más baxo del in~
fíerno. Y señaladamente sou como aues los religiosos, agora sean como
pellicanos solitarios en el yermo, ó como páxaros gorgeadores y predica-
dores en los techos, agora como lechusas en los claustros de los mones-
teños, porque ellos commo aves tienen y deuen tener syempre su con-
versagiou en los (fieles, pensando syempre, disiendo y hasiendo cosas
que finalmente los lieven á ellos, y porque son y deuen ser sobre los
otros hombres en el conoscimiento, amor y temor de nuestro Señor Dios
y en la guarda de sus sanctos mandamientos, commo son las aues sobre
todas las otras criaturas que moran en los elementos, y aun porque co-
munmente son deputados al acto de la contemplación, que es obra de
la más alta potengia del ánima, que es el entendimiento, executada en
muy noble obiecto, que es Dios y los ángeles y los gosos celestiales.
Lo qual todo no es ageno del estado muy alto de los reyes, ca commo
sean uireyes del Rey de los reyes, puestos para regir y gouernar los rey-
nos y pueblos é mandar que conoscan y sirvan á Dios y merescan ser tras-
ladados en moradores y cibdadanos de los gielos, syempre deuen pen-
sar más que ningunos cubres, commo harán su voluntad, y contemplan-
do procurar la lunbre y uigor que han nesgesaria, para lo bien execu-
tar. Por lo qual les mandó Dios que touiessen syenpre el libro de
sancta ley á la su mano derecha, y que cada dia y á menudo estudiassen
y leyessen en ella; y deuen otrosy pensar la grand corona de piedras
muy presgiosas que les está aparejada, sy bien hisgieren su oíHgio, por-
(|ue non cansen de ligero con el grand cargo que les es inpuesto, y la
grand pena que aurian en el infierno, sy fueren negligentes y si oluida-
dos de su cargo, se dieren á deleytes y plaseres. Bien por esta causa
ijuiso nuestro Señor en otro tiempo que le fuessen ofres^idos sacrifígios
de aues y de (|uadrúpedos animales, porque las aues signifícassen á los
religiosos y gouernadores, y los otros animales á los subiectos y segla-
res. Entre las aues, esse messmo Señor escogió las águilas para que tCH
dos los xripstianos á ellas fuessen comparados, disiendo en su sancto
euangelio que assy resugitarán é se ayuntarán á él en el juisio, commo
II / PARTE, ILUSTRACIONES. 547
las águilas se ayuntan adonde ay algund cuerpo; y especialmente qui-
so que los religiosos y regidores fuessen á ellas semejantes^ quando
el mesmo Sancto de los Sanctos y gouemador de todas las cosas que en
los 9Íelos y en la tierra son, se comparó al águila, que muestra á bolar
á sus hijos. Verdad es que defendió que no la comiesse su pueblo» ni
comiesse las otras aues que biuen de rapiña, por dar á entender á ellos
y á nos también, que le desplase mucho el tomar de lo ageno, y qual-
quier lesyon y daño, que al próximo es hecho. Y porque nos quiso com-
parar á las águilas, y que de ellas aprendiéssemos cómmo auiamos de
conuersar, quiso darles muchas singulares condiciones y propiedades,
á las qnales nos ayamos de conformar, mayormente en este sanoto tiem-
po de renouagion, en que como águilas nos aueiños de renouar.
Pues vos, excellente Reyaa, á tantos y á tan grandes reynos pw uioa-
ria de Dios puesta en uno con el serenissimo Rey, vuestro condigno ma-
rido, rason fué que supiéssedes y para esso las leyéssedes, aque-
llas propiedades del águila, de que fué, oonmio ya dixe, la Collación
que demandaes.
m.* PARTE.
DE LAS PROPIEDADES Y CONDICIOirES QüE EL ÁGUILA TIENE.
Capitulo primero. — De cómo auetnos de ser liberales y francos á todos, sy
ser pudiese, á los nuestros y á los extraños, segund que lo es d águila.
Son, entre otras, nueue sus buenas propiedades. La primera, que es
muy liberal, ca disque parte y larga y de buenamente con las aues
que la syguen, y acompañan de buena gana. Tal deue ser todo fiel
xrípstíano, ca deue comunicar lo que tiene y puede á qmen quier que lo
ha menester de buena noluntad, y mayormente cada uno á los que le
syguen y simen, ó por otra cualquier manera son de su casa y fami-
lia. Esta liberalydad y comunicación amonestó y predicó y enseñó el
byena venturado euangelisla Sant Juan, águila caudal en esto, y en todo
lo al, el qual abondó mucho en karidad y la encomendó con todo estu-
dyo y diligencia. Esta, liberalydad y franquesa tienen, y deuen tener to-
dos los religiosos en grand grado y manera. Ca dan á ssy mesmos y
quanto tienen, por seruyr desenbargadamente á nuestro Señor, y aun ios
bienes espirituales que después ganan y merescen, comunican de buen
grado á quien más los ha menester. Esta tienen y han de tener los reyes,
principes y gouemadores, los quales en la guerra y en la pas han de ser
contentos con la uictoria y con la honrra,y aun esta han de attríbujrr al
su Rey Soberano que ge la da; y los déspotos y todo lo que tienen han
de partir de grado y francamente á toda su hueste, casa y gente. Asy lo
hiso el patríarcha Abraham, quando uenció aquellos quatro reyes, que
5i8 HISTORIA crítica DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
DO tomó de los despojos msia de el diesmo, qae dio al grand n^odote
Melcbisidech, y assy lo hasia el sancto Job, y assj el buen rey Daoid:
que hasia igual la parte de ios que qaedauao á guardar el real, con li
de los que juao á la batalla; y commo son y deuen sqt liberaleB y
francos en dar, assy estudian, y deuen estudiar de no ser graues y or-
gosos á los suyos, ni á los extraños en res^ebir dellos, ni tomar. Qué
buen príncipe del pueblo el sancto Samuel y religioso muj entero, que
buey nin assno nyn otra cosa jamás quiso nin tomó! Fué águila, boea
religioso, buen capitán y gouernador Sant Pablo, que aun por sus ma-
nos trabajando y de noche uelando^ ganaua lo que á ssy y á sus compa-
ñeros era nesgesarío.
Capitulo II. — De cómmo á manera de águüa auemos de tener la vista id
entendimiento fuerte y aguda.
Es la segunda propiedad que tiene la uista muy fuerte y muy aguda,
tanto que dise Sant Ysidoro, que de la agudesa de la vista tomó nombre
y os llamada águila. Es tan fuerte su vista, que disen que assy pone los
ojos, syn ninguna lesyon y enpacho en la esphera del sol al medio dia,
quando está más claro y más feruiente, commo nos los ponemos alegre-
mente, segund dise el eclesiástico, en las senbradas quando están bien
nasyidas y muy verdes. Es otrosy tan aguda, que sobida en lo muy alto
del ayre, dis ({ue vee los pe^es pequennos en lo profundo del mar y la
liebre, ó elgagapo, ú la perdis, en su cama acornada, y se debate álos
cagar; y aun dis que examina sy los pollos que tiene en su nido son sos
hijos, tomándolos en las uñas y poniéndolos al rayo del sol, y si los vee
gerrar los oíos 6 que non le miran sin turbac^ion, conosge que non son
suyos, y déxalos caber y peres9er. Tales son y han de ser los fieles
xripstianos, que syenpre, commo dise el sabio, han de traher los ojos en
su oabega, que es sol de iustigia lesuxripsto nuestro Redentor; pero ma-
cho mas los religiosos, los quales tienen fortificada la vista del entendi-
miento, alumbrado de la fé, porque tienen reprimidas y subiusgadas las
pasiones del amor y dcleyte carnal y de la cobdiyia, del temor y de la
yra ,que le suelen enñuquesger y turbar. Ca quitando commo quitan de
sy las ocassyones, quitan de sy estas passiones: pues estos ponen los
oíos de su entendimiento en contenplar syn enpacho los misterios de la
sancta íé cathólica, assy los que pertenes^n á la diuinidad commo los
(lo la humanidad, quauto puede bastar y bastí la fiaquesa humanal,
rionen otrosy la uista del entendimiento muy aguda, para ver y dis^r-
iiir los peoad^vs menudos y mucho veniales, para los confessar y emen-
dar, y para vor otrosy muchas menudencias de ^rimonias y oirtudes, i
uuostro Sttfior muy applasibles, para las haser y obrar, de lo qual todos
ioii st'glait'S ooinunmeuie non hasen caudal. Examinan otrosy sus obras
buHiaü, quo son :)U3 hiiivi, poniéndolos nntel rayo del sol, que es la
Il/ PARTE, ILUS1 RACIONES. 549
voluntad de su prelado, para que sy son conformes á ella las críen y las
prosigan, y si no que dexen aquellas y que tomen otras.
Esto mesmo han de haser los buenos principes y reyes, prelados y go-
nemadores, que syenpre han de mirar que son comissarios y vicarios de
Dios Nuestro Señor, y que no han de exceder de su querer y voluntad,
nin los términos de su mandado y comission; mas aquella han de procurar
syenpre de saber para la haser y executar. Lo qual cohos^iendo el rey
Dauid, demandaua syenpre á nuestro Señor, y disia: Enséñame á haser tu
noluntad, ca tú eres mi Dios; y por esto dise en otro salmo que yua é
estaua espessamente en el templo y casa de Dios, por uer y conosger su
noluntad. Mas ¡guaj de los que la conos^en 7 non la cumplen, 7 más
de los que non la quieren conosger! Ca, como dise el sancto Evangelio,
de muchas plagas serán plagados, 7 de mu7 más granes tormentos que
otros en el ynfíerno para syenpre atormentados.
Capitulo 111. — De cómmo auemos de ser calientes por kar%d<id y secos
por firmeza é estabilidad, segund que ella es.
Tercera propiedad del águila, que es de conplexion caliente 7 seca,
que es en los onbres conplexion colérica, la qual es meior que otra para
las operaciones intellectuales, aunque para los animales vitales 7 natura-
les sea meior caliente é húmida. Todo fíel xrípstiano deue ser caliente
por caridad, 7 seco por con8tan9Ía7 firmesa en la fé 7 en bien obrar, ca
ass7 commo lo húmido es mouible y no terminable por proprio término
(mas ageno); assy es lo seco estable por proprio término terminable,
onde el ayre é el agua en que estocas paresye, luego se mueuen y se
derraman sy alguna cosa seca y firme no los tiene; mas no lo hase assy
la tierra ni otra cosa seca, aunque ni lo seco se tiene conplidamente, sy
alguna mésela de húmido no tiene^ lo qual, segund algunos, es loe
fundamentos de la tierra que la sabiduría dise que Nuestro Señor al co-
mien^ del mundo appendia; pero meior se entiende que su fundamen-
to y pimiento sea su stabilidad y grauesa, que no quiere subir, mas hol-
gar en lo más baxo, que es el gentro, segund que dise el psalmo que
fundó el Señor la tierra sobre su stabilidad y grauesa> y aun por esso
es y deue ser todo xripstiano confirmado y no mucho tienpo tardallo, por-
que sea firme y constante en la sancta fé cathólica y dé clara confession
della cada que fuere ne^ssarío. Mas señaladamente es menester á los
religiosos que sean calientes antes fervientes por grand fuego de kan-
dad, pues que son ayuntados en ella y para perfectamente auerla, ca,
como nuestra regla dise, esto es lo primero y principal, porque en uno
somos ayuntados, para que de un corai^on y de una ánima moremos en
el monesterio. Deucn ser otrossy secos de todo fluxo y dissolugion y
muy constantes y firmes en los votos de su profession, lo qual han más
menester quanto son más tentidos, porque commo dise el sabio están al
550 UISTOUIA GKlTIGA DE LA LITEUATURA ESPAI^OLA.
Señor más allegados, y aun soii á esta constancia y fírmesa mudio
obligados; pues por esso hisieron los uotos, por no ser mudables m li-
bres para se mudaren sus buenos conceptos y propósytos. Deuen tanbien
los principes ser calientes por grand karidad y amor de la salva^n y
conserua^ion de la república y pueblos que le son encomendados; ca los
han de amar, no commo señores á syeruos por su proprío interesse, maS
commo padres á hiios por el bien proprio dellos, del qual amor ha de
nas^ toda correction y castigo givil ó criminal, que en los delinquen-
tes se ha de haser y executar. Han otrossy de ser constantes y firmes
en la ezecugion de la justicia y conservación de sus leyes; que ni por
miedo, ni por ruego, ni por amor, ni por dinero, ni por ninguna otra
pasyon nin affeotion, no se muden, ni excedan, ni fallescan de lo iusto
y honesto. Esta oonplexion caliente y seca tenia aquel principe de la
tierra glorioso, que desia: ¿Quién nos apartará de la karidad de lesa-
xripsto? Tribulación, angustia, hambre, desnuedad, persecugion, peli-
gro, cuchillo. Cyerto so que ni muerte, ni uida, ni ángeles, ni pringipad-
gos, ni virtudes, ni los males presentes, ni los aduenideros, ni fortalesa,
ni altura^ ni hondura, ni otra criatura nos podrá apartar del amor de
Dios, que es en lesuxrípsto Nuestro Señor. A esto conuidaua el propheta
al buen rey losaphat y al pueblo del Señor quando disia:, sed cons-
tantes y vereys la ayuda del Señor sobre nos. Esta biso todos los már-
tires dignos de ser laureados.
Capitulo IV. — Cómmo auemos de ser animosos y nos auemos de ensañar,
mayormente contra los que non se esfuergan como deuen á vencer á
Sathanás.
Es la quarta propiedad, que nage de aquesta tergera, que dis que es
animosa y sañosa, mayormente contra las aues mansas que no son dañi-
nas y rapiegas commo ella. Cyerto es que assy commo el frió amortigua
y da temor, assy el calor abiua y acresgienta el coraron y le enciende y
de ligero provoca á saña. Esta animosidad y grandesa de coraron tienen
y deuen tener los religiosos, porque tomaron estado de perfection, que
requiere y tiene obras arduas y difíciles, y hanse de ensañar y aun en-
crudesger contra sy mesmos cada que se veeii tibios 6 resfriados, porque
con la saña escalentados, se esfuercen á obrar lo graue y penoso á que
son obligados. Anse otrossy de ensañar contra los remissos y ñacos, ne-
xos que non trabaiau por uenger, captiuar y destruyr las aues malditas,
que son los demonios, contra los cuales tenemos batalla y lucha conti-
nua, sy buenos somos. Esta animosidad y saña han de tener los prínci-
pes, que han de ser selosos y del solo de Dios comidos, contra los per-
uersos y uiciosos y aun contra los couardcs y temerosos; pero non tama-
ña que les turbe el iuysio, ni los oios. A esta conuidaua el ÍSeñor á su
grand duque losué, disiéndole: Couúrtate y sey resio y de fuerte cora-
II.* PARTE, ILÜSTU ACIONES. 551
90a é con y el ángel al grand iuez Gredeon; porque abondaua en ella el
animoso rey Daaid, es interpretado fuerte de manos. Esta hiso á los
machabeos tan uictoriosos capitanes, tan gloriosos y tan nombrados.
Capitulo V. — De comino nunca deuemos estar ociosos, mas syenpre occu-
padoSt porque de la ociosydad nasQcn todos males y daños.
Nunca dis que está oo^iosa, que es la quinta; mas ó mira la rueda del
sol ó cosa que haya de cagar, ó adoba las uñas. Mucho deue ser huyda
de todo fiel xrípstiano la ocgiosydad, porque, coromo dise el sabio, ense-
ña muchos males, y commo dise nuestro glorioso padre Sant Iherónimo,
es madre de toda maldad; pero mucho más de los religiosos, que por re-
dimir el tiempo para le meior enplear, dexan 7 deuen dexar perder
muchas cosas. Estos ó se ocupan en contenplar las perfeotiones de
Nuestro Señor Dios 7 Onbre uerdadero, para, segund nuestra tíaquesa,
las seguir 7 remedar, ó á lo menos para las loar é engrandes^r^ y ma-
rauillándose dellas; ó miran 7 hasen algunas obras con que cresca su
karídad; ó miran y pergeñan las uñas, que son qualesquier pensamien-
tos, hablas 7 obras superfinas 7 demasiadat, ca por lo syn prouecho y
demasyado, tanto es commo sy no fucsse obrado, y es assy que por los
cabellos y uñas que á menudo cresgen en el cuerpo syn prouecho y de
lo superfino del alimento, se entienden specialmente las superfiuydades
del ánima. Tales han de ser los principes y buenos reyes, que ó lean ó
aprendan cónuno han de regir 7 gouernar, ó entiendan á emendar y per-
filar sus costumbres, ó en cagar, punir y castigar los malhechores; mas
nunca se ocupen en iuegos, ni en burlas mucho aienas é contrarias á
quien tanto tiene que haser 7 que proueer, y aun pocas ueces en ho-
nestas recreaciones; y aun las reynas 7 dueñas grandes y pequeñas, mu-
cho deuen mirar que no coman su pan oogiosas, mas que syenpre sean
bien ocupadas, hasendosas 7 aliñosas, commo escriue largamente Salo-
món de la muger fuerte y preciosa. ¡Oh, quántos y quántas han pere-
cido y de cada dia peres^en, tanbien en los cuerpos commo en las áni-
mas, por no ser continuamente bien ocoupados y occupadas! Por esto
entendía el rey Faraón que los hiios de Isrrael, se mouian á pedir licencia
para se tomar á su tierra. Por esto en parte no quiso Nuestro Señor qui-
tar todas las gentes de la tierra, que á su pueblo iudiego tenia prometida,
y, en ()ue le colocaua y metia, porque touiessen syenpre aduersaríos con
que coittender y non se entorpesgiessen con ocgiosidad. Qué diré syno
que ninguna cosa es, que asy aborresca la naturalesa, commo que en to-
• do el mundo aya cosa ocgiosa. Marauilla es que sube el agua y sobirá
la tierra, oluidada de su pesadumbre y grauesa,por enchir algund lugar
sy esta nasió; 7 seyendo el agua tan fluxible commo es, teniendo lu-
gar por do salga dexa de salir^ liasta que entre ayre que occupe el lugar
que ella dexare: todo esto porque no esté oc9Íoso> commo estaria sy no
tocasse, y touiesse algund cuerpo, para lo qual el lugar es hecho.
5o2 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
Capitulo VI. — Cómmo deuemos firmar nuestro pensamiento en las utdoi
y passyones de los grandes sánelos y cathólicos varones, para los reme*
dar^ entendidos por las altas peñas en que el águila haze nido é queda^
da, y cria sus pollos, -
£8 otra propiedad saya que disque en las peñas más altas hase su ni-
do. Peña muy alta y muy fírme es lesuXpo, Nuestro Redemptor^ sóbrela
qual está fundada la Iglesia y ayuntamiento de todos los fíeles zrisptia-
nos; ca creyendo firmemente los artyculos de su diuinidad y de su hu-
manidad somos xrisptianos. Es 'tan alta que commo fuesse reprobada de
los que hedificauan el templo, esto es, de los indios al tiempo de su saoc-
ta passyon, meresgió ser puesto en la cabe^ del rincón y ser cabe^ de
toda la Iglesia, de quien todos los fíeles reciben uirtud y grande infíuen-
Qia para bien beuir, como los miembros del cuerpo la reciben de la ca-
btiSQa; y ayuntó en un edificio, templo é yglesia las dos paredes diuersas:
que eran los dos pueblos muy contrarios y muy diuersos, gentil, cod-
uiene á saber, y iudiego. Peña otrosy muy alta la Uirgen sagrada nues-
tra señora, de la qual, commo dise Daniel propheta, fué cortada aquella
primera syn manos, porque de su sagrado uuientre fué engendrada la
humanidad de lesu Cristo Nuestro Redemptor syn symiente ni obra de
uaron^ de la qual piedra demandaua Ysapas, segund una deolara^oo,
que fuesse enviado el Cordero al monte de Syon para enseñorear toda la
tierra. Piedras otrosy, y peñas altas, aunque no tanto, son los Sanctoe
mártyres, sobre cuyos huessos y sanctos cuerpos se solían edifícar en las
iglesias los altares. En estos deuen todos los fíeles xrisptianos baser sos
nidos: esto es, encomendar á ellos todas sus obras y tomarlos por espe-
ciales abogados y patrones del las y de sus personas, especialmente los
religiosos, en perssona de los quales dise el salmo que el páxaro que es
el contemplativo, y la tórtola que es el penitente y continente que ame-
nudo gime é llora sus pecados, apartado y commo huido de los deleytes
de este mundo, hallaron casa é hisieron nido en los altares de Nuestro
Señor, porque syenpre han de tener oio á la uida y passion de Nuestro
Itedemptor y á las uidas y passiones de los mayores sanctos y más ator-
mentados mártires, sobre cuyos sanctos cuerpos y reliquias se hasian y
aun hasen oy los altares, para conformar á ellos sus costumbres y para
que non les sean difficiles é intollerables las obseruangias y ásperos exer-
CÍ9Í0S de la sancta religión. Por lo qual nos leed cada dia la kalenda en
la prima, en que comunmente se hase memoria en suma de las ex^
Uentes uidas y granes passiones y gloriosas muertes, preciosas en el aca-
tamiento de nuestro Señor; y aun por esto es conseio saludable que lea-
mos espessamente las uidas de aquellos, porque más que otra lection nos
puede ynflamar, consolar y esforzar al seruÍQÍo de nuestro Señor.
No menos los reyes y principes, duques y marqueses, y qualesquier
ll/ PARTE, ILUSTRACIONES. 553
otros señores deaen syenpre tener oio á los expelientes uarones de su es-
tado, hábito y profession, passados y pressentes; señaladamente á los que
la Sancta Escriptura aprueua por cathólicos y fíeles, ca deuen con dili-*
gengia y deuo^ion mirar á la fé y obediencia del santo patriarcha Noé y
mucho á su bondad perfecta, que corrompiendo toda carne su manera de
biuir, él solo con su casa guardó la ynno^engia y la linpiesa: á la espe-
ranza y obediencia del patriarcha Abrahan, padre de nuestra fé, que
tan osadamente U^ó á poner el cuchillo al garguero á su muy amado y
muy querido hijo Ysaao, en el qual le estaua prometida la bendición y
multiplicación de todas las gentes, porque del y por él auia de descender,
commo descendió nuestro Salvador: la subiection y reueren^ia de esse
mesmo patriarcha Ysaac á su padre^ con que asy se consintia atar del y
degollar, podiéndole resistir de ligero, commo mancebo ualiente á flaco
uiejo: la continengia y castidad coniugal de anbos, que aunque non auian
generación de sus legitimas mugeres, ni por esso conos^ian otras, por lo
qual gela daua nuestro Señor después: la sufrengia y longanimidad del
patriarcha lacob, con que tanto tiempo syruió por alcanzar y redemir á
Kaohel, su muger, y más su humildad y sometimiento al conseio de su
madre, que alumbrada del sancto spíritu le aconseió cosa tan graue com-
mo fué hurtar la bendición: la gran religión y deuocion de Melcliise-
dech, que commo fuesse rey de Salen, era dado á la contemplación y
sacerdote del muy alto Dios: á la castidad, lealtad y prudencia del sanó-
lo loseph, que fué por esso príncipe de Egipto, y á la clemencia con que
á sus hermanos perdonó: á la verdad de su hermano ludas en conplir lo
que prometió: á la paciencia en las aduersydades y pérdidas del sancto
príncipe lob: á la mansedumbre muy grande del sancto duque Moysen,
j al selo de la iusticia de su sobrino Finces: á la fortalesa y animosydad,
fundada en la obedienciíi á üios, de los sanctos capitanes losué y Gre-
deon: á la liberalidad y franquesa del buen uaron Boos: al sacudir de
las manos de todo presente y don, que friega aun á los prudentes, y mu-
cho más de todo coecho y pecho y tributo, no aprouadu, del grand iues y
profeta Samuel: á la justicia del rey Saúl, que aunque no muy bueno
quería fjue moriesse lonathás, su amado primogénito, solo porque tras-
passó la ley que el mesmo rey Saúl auia puesto al pueblo, y aun aquello
con ignorancia, ca no la oyó pregonar: la fíel y uerdadera amistad y mu-
cho de gradecer y de loar del dicho príncipe y primogénito lonathás con
el buen Citharedo, que entonces era, y buen capitán, y cauallero Dauid:
la humildad profunda é ynocencia cerca de su enemigo, porque era rey
de Dios ungido, y Lombien su magnificencia en querer hedifícar templo y
morada á honrra de Dios biuo, del santo rey Dauid, y aquella con la
prudencia, conseio y orden marauillosa que tenia en todas cosas,
grandes y pequeñas, éthicas y económicas y políticas, el sabio rey Salo-
món: la fé del buen rey Esechías y confíanza en solo Dios, y sus lágri-
mas y agradescimiento, por el qual compuso el cántico, aunque fué en
554 HISTOIUA CUITICA D£ LA LITEÜATURA ESPACIÓLA.
ello tardinero: la obediencia á sus saactos mandamientos y fieldad i ks
amigos de losaphat y de losjas: la penitencia de los pecadores reyes
Achab y Manases y del rey de Níniue, y aun de Nabuohodonosor, y b
honrra del rey Yran y del rey Qiro, y después de Seleucho, rey de Asii,
al templo de Nuestro Señor: la enmienda del rey Asuero de la yoiusta
condenagion del pueblo iudiego, y más su agradesgimiento al serai^ de
Mardoobeo.
Amar mucho las lectiones y los libros» commo el buen rey Tholomeo.
Mandar y procurar que los dénseles y familiares sean sabios críados,
commo el rey de Babilonia á Daniel y á sus compañeros, y tener syem-
pre muchos sabios uarones gerca si para que en todo den buen oonseio,
commo el dicho rey Asuero. La constancia é animosydad y selo de U
ley de Dios de los sanctos y claros uiejos Mathathias, Eleasaroy Kasiu,
y de los nombrados Machabeos; y en estos es mucho de notar la piedad
y ñel misericordia del magnifico principe ludas cerca de los defunctos é
las batallas y á los que en las huestes enfermauan. La prudente piedad
y mucho marauiilosa del emperador Constantino, que quiso mt^s biuír j
morir leproso que sanar con la sangre de los niños ynnogentes, oontranó
mucho al prudelíssymo y muy mal rey Heredes, primero de que fué ar-
riba dicho. Cuya habla y rasonamiento es aquí de notar, porque aunque
non sea en el canon de la Biblia contenida, es asas auctorizada toda so
hystoria y mucho famosa, y aquella su habla mucho prouechosa; pues
commo saliesse de su palacio para el Capitolio, á do estaua apareiado el
uaño en que auian de regebir la sangre de muchos mili niños que allj
nuian de degollar, segund que por los malditos y sacrilegos pontifíges y
sacerdotes de los y dolos le era conseiado. uió llorar y gritar, messar y
rasgar sus caras y pechos á las madres de los niños en la plaga por do
passaua, y detuuo el carro ynperial en que yua, y ante todo el pueblo y
senado romano hiso esta notable habla: Oydme, dixo, caualleros y todos
los pueblos: esta fué syenpre nuestra manera en las guerras y batallas
que contra los enemigos ánimos anido: que muriesse por ello commo
íjuebrantador de las leyes el que matasse alguud niño; y era este estatu-
to en la guerra: que la cara que non touiesse barbas escapasso del cu-
chillo. Pues commo lo que seíi guardado hasta aquí con los hijos de los
enemigos y contrarios, ¿quebrantaremos agora en los hijos de nuestros
gibdadanos? No seamos por Dios quebrantadores de las leyes los que al-
cangamos ser uengedores de todas las gentes. ¿Qué aprouecha auer uen-
cido á los bárbaros, sy no somos de la crucsa uengidos y sobrados? Ven-
cer á las nagiones extrañas es uirtud y fuerga de los pueblos y muche-
dumbres; mas ucnger á los uigios y pecados es uirtud é fuerga de buenas
costumbres. En aquellas batallas fuimos más fuertes que ellos : en estas
somos y seamos más fuertes que nos mesmos. Estonges gierto uengemos
á nos mesmos, quando lo que primero syn discregion desseáuamos yque-
riemos, con discregion lo reprobamos y aborresgemos; y esto hascmofi
II.* PARTE, ILUSTRACIONES. 555
quando las uolunUdes de los dioses á las nuestras antepoDemos, y por
lio contrariar á sus iustos mandamientos repugnamos á nuestros yniustos
desseos. Agora pues en esta batalla nos piase de ser uengidos, tanto que
oonoscamos que contra nuestra salud batallamos. El que trabaia por ha-
ser lo que es malo, estudia por Qierto de ciptiuar la bondad. Mas el quo
en esta batalla fuere excedido, uen^^imiento alcanza seyendo uenQÍdo, y
el aer^edor es uengido, sy la piedad es uengida de la cruesai y la iusti-
q\sl de la yniusti^ia. Ni tal uictoria se deue nombrar uengimiento; pues
uenQa agora á nos la piedad en este caso,^y entonces podremos meior ser
uea^ores de nuestros contrarios, sy de la piedad fuéremos uen^idos,
ca aeñor de todos se prueua ser el que es uerdadero syeruo de la pie-
dad. Pues mejor es que muera yo, salua la uida de los inno9entes, que
non reparar mi salud con sus crueles muertes, quanto más que aun non
es ^ierto que se reparaua; y aunque se repare se repara muy cruel-
mente.
Enton^ todo el pueblo díó grandes boses y clamores, unos loando su
piedad, y muchos disiendo, que de su salud deuia principalmente curar.
Más el emperador, uengido de la piedad y uengedor de la cruesa y deli-
berador de la bondad, mandó delante todos tornar sus hijos á sus madres
y que les diesen muchos y largos dones, y bestias y todo lo nes^essario
en que á sus tierras y casas se tornassen con ellos al^remente. Mas
nosadas, que le dio la piedad su galardón; ca luego essa noche enbió á él
Nuestro Señor los santos apóstoles San I Pedro y Sant Pablo, los quales
en sueños le aparesi^ieron y le reuelaron la manera ed que de la lepra
desanima, que son los pecados, y de la del cuerpo fuesse iuntamente y
oomplidamente sano, como lo fué, poniendo poi obra lo que los sanchos
Apóstoles le amonestaron; lo qual, con otras cosas mucho notables que
ende ay de su fe, especialmente grand religión, deuofion y humildad,
remitto á su hystoria, por no auer aquí más de alargar; y deuen sobre
lodos mirar á la mansedumbre y humildad de coravon del Key de los
reyes Ihesu Xpo, Nuestro Señor. Mas no deuen mirar, antes huyr y re-
probar, la soberuia y cobdi(;ia de enseñorear del gigante Nembroth y
del rey Greroboan, por lo qual hiso á los dies tribus de Ysrael ydolatrar:
ni á la de ilerodes el primero, por lo qual mató á los innocentes, pensan-
do matar entre ellos al cjiíe dcuia auer el rey no. La proteruia y duresa
del mal rey Faraón, la ynuidia y achaí|ues del mal rey Amalech, que
no dexó ni aun passar cabe su tierra al pueblo de Israel; la liuiandad de
Sansón en descubrir sas secretos á Dalila su muger: ni la ligeresa en
prometer del capitán y iues de aíjuel tiempo lepté: ni la del rey Dauid
en condenar áMifiboseth syn primero le oyr: ni la necedad ó malicia del
rey £ferodes en conplir el iuramcnto, indiscretamente hecho. La loca sos-
pecha de Amon, rey de los amonitas, contra los enbaxadores del rey
Daoid, y la de loran, rey de Israel, contra el rey de Syria, que le enbió
su condestable Naaman, leproso, puraque ge la hisicsse curar: la desobe-
556 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
diengia, enbaelta en oobdigia, del rey Saúl; ny sa enbidia é ininsta in-
digaagioQ oontra su iusto y leal yerno Dauid: ny oomo fué á la hechisen
por saber lo por venir: la enbidia égran tray^ion de loab, condestable de
Dauid, contra Abner, condestable de Saúl: el adulterio y homicidio de
esse mismo Dauid, aunque sancto rey y bueno, mas por cierto no en
arfuesto: el parricidio y grand tray^ion de su hijo Absalon: ny tener
muchas mugeres, como el rey Salomón: tomar conseio de mogos y res-
ponder ásperamente, como biso Roboan: ny desechar el buen conseio ni
dar pena al que le da, como Olofernes á Achior: ny huyr los uerdaderos
prophetas y sieruos de Dios, porque disen l^uerdad, y seguir á los fal-
sos y lisonjeros, como hasia el rey Achab y su hijo el rey loran: ny en-
sañarse locamente, como essos mesmos reyes: ni blasfemar de Dios y de
su clero, como el miserable rey Antiocho: ny tomar ny tractar disoluta'
mente los uasos y cosas á Dios dedicadas, como el rey Baltasar: ny los
depósitos que se guardan en los templos, como Ueliodoro, contador del
rey Seleucho, que ouiera de morir marauillosamente por ello. (Ni la so-
beruia y loca indignación contra Mardocheo, y por él oontra el pueblo
iudiego de Haman, grand priuado y mayordomo del rey Assuero.) No
ser remisso, ñoxo, negligente en castigar los delinquentes, aunque sean
sus propios hijos, como lo fué Heli, sacerdote y iues del pueblo en aquel
tienpo: ny presumir de ser adorado con palabras y ceremonias de gran
ponpa y estado, como el tercero rey Heredes, que biuo comieron gusa-
nos: ny desafiar á ninguno, como el loco philisteo y gigante Groliath: ny
tantos por tantos, como Abner y loab: ny aun hueste por hueste, presen-
ándose en batalla, aunque sea cosa usada, nin dar á ello lugar ni menos
auctoridíid. Estos y semeiantes pecados non deueu remedar ni seguir, mas
reprobar y huyr los príncipes xrisptianos y otros qualesquier grandes y
medianos, sy no quieren yncurriren las penas granes y muchas conque
aquellos fueron penados.
Por essa mesma manera las reynas, pringessas y todas las grandes y
pequeñas dueñas deueu haser cama, estrado y assyento para parir y criar
sus hijos y hijas de sus buenas obras, y nobles costumbres, en la buena
uida y sancta conuersagion de las dueñas que la Escriptura loa y apruc-
ua por buenas; ca deuen mirar a la castidad de Sara, y á la reuerencia
y acatamiento y precio en que tenia el patriarcha Abrahan, padre de
nuestra fé, su buen marido, á la uergüenca y encogimiento de su nuera
Rebeca, quando uino primeramente euido á Ysaac, su marido, y después
la diligencia que ponía y puso en ganar la bendición de Dios para su hi-
jo: la buena ocupación de Lya y la deuocion y contemplación de Racbel:
la discreta y piadosa hospitalidad de Raab, mesonera: la fé y muy buen
debdo que Ruth moabitide tuuo y guardó á Noemi, su suegra: la discre-
ción y iusticia de Debora en iusgar y regir al pueblo: la religión y de-
uocion de Anna, con que asy ofresció á su unigénito Samuel para seniir
en el templo: la conpassion de la buena muger de Finecs» que abortó J
li.* PARTE, ILUSTRACIONES. 557
murió del parto, oyendo las tristes nueuas de la prisyon del archa y de
la muerte de sa suegro y de su marido: el selo de honestidad, aunque
soaerbioso, que Nicol, hija del rey Saúl, tuuo (erca del rey Dauid, su
marido, quando le reprehendió de como yua baylando y saltando ante la
archa del Señor^ quando la passaua de una casa á otra meior: la lealtad
y amor uerdadero con que le encobrió y negó quando el dicho rey Saúl,
su padre, le mandó en su casa matar: la benignidad, gracia y liberalidad
de Abigayl, muger de Nab, al Carmelo^ con que asy excusó la muerte
de su marido y destruction de toda su casa, aplacando con mucha gra9ia
la saña del rey Dauid, por lo qual menes^ió depues ser tomada por su
muger: la sabiduría y amor y sabor della, con que la rey na de Sabá ui-
no á oyr la sabiduría del rey Salomón: la fé y lealtad de las mugeres de
Thobías y de lob, con que perseueraron en el serui^io de sus mandados,
puestos en tanta miseria, pobresa y enfermedad: la honestidad y madu-
resa de la sancta ludich, con que estaua retrayda en su palacio en el es-
tado de su biudez: la humanidad en el entender y en el obrar de la sanc-
ta rey na Ix^ter, con que mereció reynar, y su pueblo iudiego y linage
tan marauillosamente librar: la castidad y constancia de la sancta dulce
casada Susana: la fé, temor y amor de Dios y guarda de su santa ley de
la madre de los sanctos syete mogos machnbeos, la qual tan animosa y
tan uirílmente los esforzó á sufrir tan crudo martirio por guardar la ley
de Dios, y después de todos syete ella sufrió muy alegremente. Sobre
todas y entre todas es de haser cama y lecho, estrado y nido en las ex-
gellentíssimas uirtudes de la Reyna de las reynas y Señora de los ánge-
les y de los gielos, la Uírgen gloriosa, nuestra abogada y señora, y entre
feodas y sobre todas sus uirtudes en su perfectíssima humilldad y muy
oonplida misericordia: las oraciones de Anna profetissa: la feruiente Ictm
ridad de Sancta Martha, y más de Sancta María Magdalena, su herma-
na: la fé de la Sancta Cananea: la conffessyon y gracia de la Sancta Sa-
marytana: la piedad ^rca los defunctos de María lacobí y María Salo-
mé, y las largas lymosnas y piedades de Tabita y de Drusiana, con otras
muchas que aquí ni en otro lugar no se podrían buenamente nombrar y
contar. Mas no deuen remedar, antes huyr mucho y desechar el ocio,
parlería y ligero creer de nuestra madre Eua, por lo qual fué asy enga-
fiada, y el andar fuera de casa de Digna, hija del patriarcha, por lo qual
perdió su uirginidad y nasnieron muchas muertes y mucho mal: ni la
floberuia de la honrrada syerua Agar: ny la mobilidad é mirar atrás de
la muger de Loth, que la conuertió en estatua de sal: ny la indiscreta
piedad de sus hijas, con (|ue engañaron á su padre: ny el engaño de Tha-
mar á su suegro ludas, aun(]i;e se pueda excusar: ny la dissolugion mu-
cho menos y desuergongamiento de la muger de Futifar con el fíel ypru-
• dente, muy casto y muy honesto syeruo loseph: ny la dissension que fué
antes desto entre Lya y Rachel: ni la porfía de Séphora, leal muger de
Moysen: ny la murmuración de su hermana María, por la qual fue* 11c-
558 HISTORIA CRtTICA DE LA UTEIt ATURA ESPACIÓLA.
na de lepra: ny la perseuerangia loca de sus mugeres, en la conpañia y
heregía de Datan y de Abiron: ny la traygion de label contra Sisara,
aunque aya. salido á bien: ny tanpoco la soberuia y uanagloria de Fene-
na: ny la familiaiñdad y confianza en el debdo de Tbamar con su her-
mano Anón, que la biso deshonrar: nyn los uaños y afeites de Bersa-
heé, muger de Usias^ que la hisieron cobdigiar: ny la ponpa y traheres
de la hija de Faraón, que biso enloquecer é ydolatrar á Salamon: ny la
soberuia y presunp9Íon y cruesa de la mala lesabel; ny la desobedien-
cia, aunque so especie de honestidad, de la rey na Üasti al mandamiento
del rey Assuero: nj el muy mal odio de la mala Herodías contra el muy
sancto Baptista, porque la reprehendía: ny el saltar y el dancar de su
hija laprin^essa, que biso al dicho sancto que le cor tassen la cabera:
nyn la indiscreta intercession de la muger de Pilatos por Nuestro Be-
demptor : ny tanpoco la mentira que Saphira dixo á Sant Pedro con su
marido Anania.
Capitulo VH. — Que todas nuestras obras deuen ser enderezadas y hedías
ó por amor y honrra de Dios, Nuestro Señor, ó por nuestra salwicion ó
por la de nuestros próximos, que son las tres piedras preciosas que pone
el águila en d nido para sacar y conseruar sus ¡rollos,
IjtL séptima propiedad es que para poner los buenos y para sacar los
pollos dellos, pone dos piedras preciosas en el nido, que tienen uirtud
de aprouechar en esto; y para conseruarlos de toda poncoña y uenino
pone otra, que aprouccha para aquello. Con estas tres sacamos nos en
lus y conseruamos todos los bienes que basemos, que son amor de Dii«
.y de nuestra saluacion , y de la de nuestros próximos.
Capitulo VIH. — De cómmo auemos de procurar byen bíuir á otros, es-
pecialmente si á nos son subiectos, segund que la águila prouoca á bolar
á sus pollos.
Es la octaua propiedad que prouoca y enseña á sus pollos á bolar,
hiriéndolos con el rostro y con las uñas, y quitándoles su mantenimien-
to, sy no lo quieren haser bien. Prática os que tuuo Nuestro Sefior con su
pueblo iudiego quando lo sacó de Egipto y lo traxo por el desierto, se-
gund que esse mesmo Señor se alaba dello: y assy deuen todos loe fieles
xrisptianos que rigen algunas familias grandes ó pequeñas, suyas ó age-
nas, enseñar y corregir á aquellos de quien tienen cargo, á las ueses, y
primero amonestándolos de palabra, y después subtrayéndoles lo nes-
Cessario, y finalmente dándoles con el palo.
n.* PARTB, ILUSTRACIONES. 559
Capitulo IX.— Z)e cómtno deucmos de refrenar y ocupar la lengua, y de
eómmo nos auemos de esforoar á muchas obras de karidad, ansy dentro
en el spiritu como de fuera con el cuerpo, para que seamos renouados
de la manera en que el águüa se renueua.
Eb sa noaena propiedad, que dio causa á toda la habla, que en 9ier-
Uí manera desde que enuege^e y enflaquece, se renueua y se torna rcs^ia
y man^eua, ca disen que enuege<;en y enflaquecen en dos maneras: la
una 68 por discurso de tiempo, comino todas las cosas que de los quatro
elementos son conpuestas, conuiene á sauer, consumiendo el calor na-
tural al húmido radical. La otra es porque le cresce el pico de encima
en tanto grado que non puede tomar el mantenimiento, ca como es cor-
no, sy es -muy cres^ido, hase ú ello grande estoruo. Mas contra entra-
mos desfallescimientos le enseñó la naturalesa é instincto suyo, que le
«lió buenos remedios^ ca buscar una piedra muy áspera y muy resia y
:illy, dando muchas herronadas, lyma y quita lo demasiado del pico, y
assy toma á comer y á cobrar algund esfuerzo, y este cobrado, busca
alguna fuente grande y clara de agua biua y que mucho mana, y súbese
en el ayre quanto puede, y ally bate muy fuertemente las alas hasta que
se escaliente toda; y assy es calentada, desase caher en aquella agua y
entra la frialdad della y humidad por los poros que uiencn abiertos
por el calor, y hazenle dexar las plumas uieias que entonces están tier-
nas de quitar y rcnuéuase en grand manera. En estas dos maneras en-
nege^cn nuestras ánimas quanto al ser uida spiritual, que de los cuerpos
no es agora aquí de hablar, ca por discurso de tiempo causan comun-
mente los honbres de bien obrar consumiendo el humor de la gracia di-
Qinal, que en el baptismo nos fué dada y en la confírma^ion acres^enta-
da y en la penitencia reparada: el calor del pecado original, que no fué
de nuestra ánima dcrraygado, aunque fué debilitado quando fuimos bap-
tisados, p>orquc assy conuiene que seamos exer^itados. Ayuda á ello al-
go la flaquesa natural del cuerpo, porque debilitándose el instrumento
no puede el official obrar como primero; pero mucho miis ayuda á enfla-
quecer el alma el crescer del pico en el comer y beuer y en parla daño-
sa ó desmayada; y como quier (]ue los buenos religiosos y grandes
syernos de Dios continuamente aproucchen, y de cada día se rcnucucu
en su buen prop<)SÍto y feruor, y en los exercicios de la sancta religión,
añadiendo syenpre diligi^ncia y estudio y al buen comiendo que ouieron
al tíenpo de su profession y en lo» tales^ desfalleciendo el cuerpo, cresca
y sea confortado el spiritu como do nuf^stro padre glorioso Sant llienW
nymo se lee, por lo qual dize el apóstol ()ue la virtud en la enfermedad
re^be perfecion; pero como estos no sean todos mas algunos y aun pocos
entre muchos, timbion en este estado es menester renouacion, limando,
conuiene á saber, <*1 pico crosciJo, dando nuiclias herronadas en la pie-
560 HISTORIA CRtTIGA OB LA LITERATURA BSPAFÍOLA.
dra, que es lesuxripsto Nuestro Redenptor, segund que arriba fué di-
cho, confessando claramente y por menudo las culpas cometidas y fre •
qüentando las oraciones, sospiros y gemidos en lugar de las parlerías;
'cres9Íendo en las abstinencias, disciplinas y uigilias, y entonces, tomada
la sancta comunión á menudo y la doctrina de la lection y de la sancta
amonestación, que son maniares del ánima, conuiene sobir á lo alto con-
syderando los beneficios de Nuestro Señor, y principalmente los de nues-
tra redenpcion, y batir mucho las alas, que son nuestros bracos y ma-
nos, con muchas obras de karldad, que escalienten é inflamen nuestro
ooracon, y asy escalentados dar con nos en alguna fuente de sancta lec-
tion ó meditación, que nos prouoque á muchas lágrimas y á grand con-
punción, que restaure en nos el primero feruor y deuocion y deseche
las plumas y maneras ñacas y cansadas de la pasada conuersa^ion. Y
esto es lo que disen aquellos uersos en que uuo fundamento -este ser-
món: Oh alma, disen, mia, bendise al Señor y todas mis entrañas,
abriéndolas y manifestt'indolas á los pies del confesor: bendigan al su
sancto nonbre, que es lesu, mi Saluador. Oh ánima mia, torna é da eu
la piedra, y bendise al Señor, recordándote de sus dones y beneficios,
señaladamente de su redenpcion, ca perdona todas sus maldades: cada
que de coracon y de alma le demandas perdón, sana todas tus flaquesas
y enfermedades, cada que con deuocion te allegas á la sancta comunión
memorial muy saludable de su sancta passion, por la qual redime y re^
dimió tu uida de la muerte infernal. Alcate, álcate eael ayre y conten-
pla la corona de gloria y de piedras presciosas,que te tiene apareiada, no
tanto por tus merescimientos quanto por su misericordia y bondad, que
para ello te quiso predestinar, llamar y iustifícar, y tú tanbien aue asy
piedad de los otros, y ayúdalos y hasles el bien que podrás. Mira que
hinche é hinchirá de bienes tu desseo, hasta que non quepa más, y aun
que sobre y reuierta. Pues con estas obras y consideraciones cobrarás co-
mo la águila las fuerzas y uigor de tu iuuentud y primero feruor, por-
. que assy renouada, crescas todauia de bien en meior, y finalmente seaes
en el ^ielo, donde non ay mengua, ni ueges, ni tienpo para syenpre co-
locada. Amen. Y porque esta manera de enuegecer y renouar es tan-
bien común á los seglares que la quieren procurar, quier sean pequeños
ó grandes, no la aplico aquí á los reyes en especial. Hé aqui, excellente
Señora, acabada nuestra Collación, Kenuéuese por Dios uuestra muy no-
ble ánima y procure la períection, ca estado tenes, no de quien quiera,
mas de dueña y señora tan perfecta y tan llena de toda uirtud y bon-
dad, commo entre las aues el águila, de cuya perfection todos y mayor-
mente todos los de nuestros reynos y señoríos han de rescebir y parti-
cipar commo las otras aues de su prea. Vea üuestra Magestad á qué es-
tá obligada, y parü (jué fué en la cunbre de las honrras y dignidades
sublimada y coUocada.
11.* PARTE, ILUSTRACIONES. 561
Grie Nnestro Señor y acrespente coraron linpio en uos j en nos, y re-
noene su sancto spiritu en nuestras entrañas, y de nos syeruos sujos y
muy humildes oradores nuestros. Amen.
Contíénese esta interesante obra en el expresado códice del
señor Álava, desde ia pág. 1 al 47, del siguiente modo: Prólo-^
go, de la pág. 1 á la 4.— Parte II.', de la 4 á la 5.— Parte TIL',
p&gina 6 á la 47, con esta división de capítulos: Cap. I, desde la
pág. 10 á mitad de ia 12. — Cap. II, desde la 12 hasta pocas li-
neas empezada la 15. — Cap. III, desde la 15 hasta id., id., id.
de la 18.— Cap. IV, desde la 18 hasta el final de la 19.— Capí-
tulo V, desde la 19 hasta el principio de la 22. — Cap. VI, des-
de la 22 á la 59. — Cap. VII, desde la 40 á. la mitad de la mis-
ma.— Cap. VIII, desde la mitad de la 40 hasta pocas líneas des-
pués de empezada la 41. — Cap. IX, desde la 41 á la 47. — Los
Loores á San Juan Evangelista ocupan lo restante del MS.
Tomo tii. 36
562 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA ESPAffOLA.
111/
SOBRE LA ELOGUENOIA PROFANA
EN EL REINADO DE LOS RETES CATÓLICOS.
Procaramos en lugar oportuno caracterizar la oratoria profa-
na, tal como fué cultivada durante el reinado de Isabel I.*, ofre-
ciendo algunos pasajes de los discursos ó razonamientos, debidos
& los prelados, magnates, caballeros y procuradores á Cortes,
que más se distinguieron en aquella edad, afortunada para la
nación española. Monumento importante de este linaje de ora-
toria, no conocido todavia en la historia de las letras patrias,
hallamos entre los MSS. del siglo XV, recogidos en el XVllI por
el diligente académico de la Historia, don Manuel de Avella,
convidándonos ambas cir(7unstancias, no sólo á presentar en la
exposición histórica algunas muestras de las oraciones conteni-
das en aquella preciosa colección, coetánea de los personajes que
las pronuncian, sino á consagrarle, como ya declaramos, la llus^
tracion presente.
Notamos ya que esta preciosa compilación ha llegado incom-
pleta á nuestros dias, componiéndose la parte existente de 53
fojas en 4."^ menor, en cuya encuademación no se ha guardado
por cierto el mayor orden, de lo cual resulta que alguno de los
razonamientos no aparece íntegro, cuando en realidad, restable-
cida la correlación de los folios, nada le falta. Reconocidos y estu-
diados todos los razonamientos, discursos y arengas, que en lo
conservado del MS. original se contienen, es de notarse que casi
todos ellos, dadas las distintas ocasiones que los producen, se re-
fieren á los primeros años del reinado de Isabel la Católica, y más
principalmente á la guerra que con su esposo don Fernando se
II.* PARTE, ILUSTRACIONES. 563
Tió obligada & sostener contra el rey de Portugal ^ como marido y
representante de la Beltraneja. Si cual es de suponer, el colec-
tor de estos razonamientos y arengas, tuvo la fortuna de reunir
todas las demás oraciones, que en tan largo y glorioso reinado
contribuyeron á solemnizar los memorables acontecimientos, que
ilustran el nombre español, no hay duda en que la pérdida de
los mismos es verdaderamente sensible, y tanto más digna de re-
pararse, cuanto más característico es el sello y mayor el mérito
de los conservados, donde no solamente se revela la situación
especial en que se pronuncian, sino también la personalidad, la
ilustración y la índole especial de sus autores. Bien pudiera de-
cirse bajo este trascendental aspecto, que no solamente la co-
lección de que tratamos era un verdadero tesoro de viril y gra-
nada elocuencia, sino que formaba también preciosa galería de
retratos, pertenecientes á uaa de las más florecientes edades de
la Historia de Castilla.
De cualquier modo, contra yéndonos á la parte felizmente con-
servada, cúmplenos consignar que prescindiendo de las arengas
y relaciones indirectas de discursos, á que el compilador se reQc-
re, asciende á doce el número de los razonamientos; colección
no despreciable en verdad, tratándose de la segunda mitad del
siglo XV. Ni es de olvidar tampoco que dos de estos razona-
mientos, á saber, el dirigido por el obispo de Cádiz & la Reina
Católica, y el pronunciado por don Gómez Manrique ante los
ciudadanos de Toledo, han visto la luz pública antes de ahora,
figurando el primero, bien que con algunas variantes, entre las
Letras de Hernando del Pulgar (núm. XYI), y hallándose el se-
gundo, según ya oportunamente indicamos, en el pasaje corres-
pondiente de su Crónica. Sin duda estas circunstancias pudieran
dar motivo á sospechar, que al recoger el citado cronista de los
Reyes Católicos los materiales para trazar su historia, andaban
ya entre los eruditos algunas copias de estos razonamientos con
grande estimación; lo cual nada ofrecería de extraño, dada por una
parte la creciente afición al arte oratoria, y por otra la mereci-
da reputación de sus autores, como cultivadores de la palabra.
Pudiera también imaginar alguno que, pues Hernando del Pul-
gar adoptó en general aquella forma dramática de exponer la
564 HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
shistoria, y dem&s de la oración tan aplaudida de don Gómez
Manrique se halló entre sus papeles la ya mencionada del obispo
de Cádiz, á él pudo ser debida la composición de ambos razo-
namientos, y aun la de ios demás discursos á que nos referimos.
Pero si bien hemos reconocido en tan ilustre ingenio el talento
y perspicuidad, bastantes para bosquejar de mano maestra, así
en su Crónica como en sus Claros VaroneSy los retratos de los
personajes que en su tiempo florecen, «no nos inclinamos á supo-
nerle autor de las oraciones indicadas, constando que fueron
realmente pronunciadas, y conocida la suficiencia de los estudios
y la claridad de entendimiento de sus autores. Los indicados he-
chos nos inducen, sin embargo, á recibir la hipótesis de que la
colección, que damos á conocer; pudo tal vez ser formada por el
mismo Hernando del Pulgar como aparato precioso é indispensa-
ble para escribir su crónica, en cuyo caso se hace más sensible
todavía la pérdida de los razonamientos y arengas, que se refe-
rían al resto del reinado, y debian constituir la mayor parte de
la compilación referida. La autoridad legitima de Pulgar daría
á esta en tal supuesto la mayor estima.
Hechas estas observaciones parécenos bien apuntar que los
razonamientos mencionados, demás de los cuatro que á conti-
nuación trascribimos íntegros, ofrecen los epígrafes siguientes:
1 .° Razonamiento del obispo de Calis , fecho en Sevilla á la
Reina para que fiziese perdón general. 2.° Razonamiento de
Gómez fíanrrique, fecho á los cibdadanos de Toledo guando la
cihdad se quería levantar por el Rey de PortogaL 3.° Razona--
miento fecho por el dolor Rodrigo Maldonado al Rey de Por^
togal, partí lo atraer á la paz, 4.® Razonamiento fecho por Gu-
tiérrez de Cárdenas á la señora Princesa, seyendo su maestre-
sala, sobre su casamiento con el Príncipe de Aragón. 5.*" Ra-
zonamiento del mayordomo Andrés de Cabrera, fecho al maes-
tre don Juan Pacheco, guando procuró de aver el alcázar de
Madrid guel tenia. O."* Razonamiento fecho por el Cardenal
d^ España al arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, atra-
yéndolo á la paz. 1."* Razonamiento del alcalde Alonso Diaz de
Cuevas á los gue defendian el castillo de Burgos, para gue lo
diesen al Rey, S.'* Razonamiento del conde de Alva de Liste al
11." PARTEy ILUSTRACIONES^ 565
Rey para que tw alease el cerco que tenia sobre la fortaleza de
Cantora.
Los cuatro discursos, de cuyo mérito y carácter han podido
juzgar ya los lectores por los extractos en el texto comprendi-
dos, son integramente como sigue:
I.
Basonamiento fecho por el Cardenal d' España al Rey de Castilla en su
consejo, para que no se otorgasen las treguas, que pedia el Rey de Por-"
togal.
Señor, por la recongilia^ion é paz del amano linaje Dios nuestro Re-
dentor machas ynjurias sufrió, é vos por la paz de vuestros regnos de-
bes aoÍTÍf la ynjuria, que pares^e averos fecho el rej de Portogal, en
asentar con su gente allj donde asentó. Pero que la sufrays vos por tre«
gua de quinzé dias no me paiés^e que es seruipio vuestro ni honrra de
vuestra corona real; porque venir él allí con ánimo de os ynjuriar, é
procurar agora tregua de quinze dias para poder al^ar su real en saluo,
¿qué otra cosa sería sino a ver cunplido todo su propósito de hazer verda-
dera la fama de que su ynten^ion fué de divulgar en cómo tenia puesto
sitio sobre la ^ibdad do vos estays, é que lo puso quando lo entendió po-
ner, é lo algo quando lo quiso ai^ar, é todo á su saluo, é sin resistencia
ninguna? To, señor, fablaré en esta materia, no como fijo de la religión
é abito que res^bi, mas como fijo del marqués de Santillana, mi padre,
que por el grande exer^igio de las armas sujo é de sus progenitores, fué
experimentado en esta militar disciplina No es de sufrir, diría yo, se-
ñor, á ningund cauallt*ro, mayormente á un rey tan poderoso como vos
soys, que otro rey extranjero venga á p>onervos sitio dentro de vuestros
regnos, quando quisiere, é lo levante sin daño, quando entendiere que le
cunple. Saluo nes^esidad coustriñente, é si esta tregua se fíziese estando
el rey de Portogal en otro qualquier logar de vuestros rey nos, flaqueza
mostraríamos, é ventaja daríamos á los portogueses que entraron, y están
en ellos con tanto escándalo é ynjuria vuestra, é de todos vuestros subdi-
tos. Puesmucho mayor flaqueza nuestra pares^ería si se otorgase, avien*
do venido ¿estando alli donde está, la qual estada, no á la grandeza de
su hueste, no á la fuerza de su virtud, nin menos á la flaqueza de vues-
tro poderío se deue ynputar, mas á la disposición que fallaren para yn-
pedir la salida de vuestros caualleros, caso que muchos más fuesen qaa
los portogueses. Este 3mpedimento quitado, ¿quién ynpidiría la venganza
de la 3mjuria que ante los ojos tenemos, si no fuese grand flaqueza nues-
tra é subje^ion otorgada á los portogueses? Los quales^ pues no vinieron
por la parte donde la fortaleza se deuia socorrer, ni su estada alli ynpí-
566 HISTORIA CRtTICA DE LA LITERATURA ESPACIÓLA.
de lo8 mantenimientos é otras oocuts nesgesarías á la gibdad , claro pa-
res^ ayer venido sólo por adquirir gloria de la fama que han divulga-
do. Esta por gierto deven llevar sangrienta, é non asi limpia como presu-
men llevar, porque allí do publicaron tener sitiada vuestra persona real,
se sepa asymismo que o vieron el pago de su indiscreta osadía. Ca de otra
guisa seriamos trasgresores de las leyes de la cauallería, que defiende la
disimulación de semejante jnjuria, teniendo como tenéis por la gracia de
Dios fuerzas para la vengar. E mucho devria gemir vuestro estado real,
mucho vuestra honrra, mucho los grandes é ios generosos, los cauallerc»
é hidalgos, é generalmente todos vuestros regnos, si de tal jujuria no se
mostrase sentimiento con obra.
Aveis de considerar, muy. poderoso señor, que durar ellos en aquel
lugar muchos ni pocos dias, caso que la pena del tienpo é el daño que
resgiben de vuestra artillería pediesen sofrir, no sería posible sofrir la
falta de los mantenimientos que la gente que enbió la Keyua, que está
puesta á sus espaldas les faze. Asy que de nesgesario les converná alear-
se de allí é se boluer; é á la buelta que fazen los exércitos sin íazer
fruto en su salida, oabsa les es de grande flaqueza: los bragos se eníla-
qucQen juntamente con los ánimos, é no bueluen con aquel vigor que
suelen á la fazienda, é así bien es de creer que el orgullo que estos por-
togueses trayan quando allí vinieron, el poco fruto que han cons^uido
é el mucho trabajo que han padescido, les ha enflaquecido é convertido
más en deseo de reparáis que de pelear. Represénteseos, señor, quánta
fnerga é quánto desseo de batalla llevaua vuestra hueste quando poco há
fuystes á Toro á presentar la batalla al rey de Port(^al, é pensad tan-
bien quánta flaqueza é desorden á la buelta .trayamos por no conseguir
el efecto de lo que pensáuamos, de lo qual si los enemigos fueran avisa-
dos pudieran con pocos desbaratar toda aquella multitud de gente que
allí con Vuestra Alteza veníamos, si Dios no les pegara el verdadero en-
tendimiento. Desta ceguedad, muy poderoso señor, devemos carescer,
pues vemos la razón junta con la experiencia, que nos avisa é amonesta
lo que deuemos fazer. E allende desto es de pensar que ellos están en
tierra ajena, que naturalmente les pone temor. E de los castellanos que
con ellos .están, no bien seguros, bien trabajados asimismo émuy fatiga-
dos de la fortuna del tienpo, que han pasado en el campo los vuestros^
por la gracia de Dios, todos deseosos de vuestro seruicio é se vengar de
aquella osadía que los portogueses han cometido, é sus personas é sus
cauallos han estado en casas defendidos de la fortuna del ynvierno, están
eso mismo muy dispuestos para la batalla, porque ellos salen, é los con-
trarios bueluen. Conosced pues, señor, la ventura que diuinamente se os
ofresce: sabed usar della é no la perdays nin la prolongueys, porque noo
fagays vuestra quistion ynmortal . La qual otorgando treguas de Desge-
sario durará, é andaréis luchando con las mudancas que la fortunn sntls
faaser, en las quales vuestras fuercas reales por la división de
Il/ PARTB, ILUSTRACIONES. 567
rejmos se enflaques^erán de tal manera, que no podrejs negar á loa vuea-
tros las merQedes que os demandaren, ni castigar los yerros que fizieren,
por la nes^sidad continua que teméis dellos. E asi en poco ticnpo ce
quedará tan poca facultad para dar, é menos para usar de la justicia,
que es vuestro oficio propio, donde se seguiría de nes^esario que estos
vuestros regnos se convirtiesen en una confusión de tiranía, é en una di-
solución de ladronicios de que Dios fuese deseruido, é vos, señor, podría
ser que oviésedes alguna tentación por el pecado de la negligencia.
De mi, señor, vos digo, como quier que las armas no sean de mi abito
é religión; pero porque veo esto concerner tanto á la honrra de vuestra
corona real é á la defensa desta vuestra tierra, que es mi propia natura-
leza, é á la paz és^uridad della, esto mucho más dispuesto para veer
lo que Dios querrá disponer de mi ánima en la otra' vida, que lo que es-
toa portogueses querrán fazer de mi persona en esta.
II.
Bagonamienio fecho por Alonso de QuintaniUa á los firocuradores del
reino para que fiíiesen las hermandades.
Non sé yo, señores, se pueda morar tierra que su destruycion pro*
pia non siente; á donde los moradores della son venidos á tan extremo
ynfortunio que han perdido la defensa, que aun á los animales brutos
es otorgada. Non nos debemos quexur por cierto, señores, de los tiranos*
mas quexémonos de nuestra covardia; nin nos quexemos de los robado-
res, mas quexémonos de nuestro gran sufrimiento, de nuestra negligeh-
Cia, de nuestra discordia é de nuestro malo é poco consejo, que los ha
criado é de i>equeño número ha fecho grande é poderoso. Ca sin dubda,
si buen consejo toviésemos,nin oviera tantos malos^ nin sufriéramos tantos
males. E lo más graue que yo Shunto es que aquella libertad que la na-
tura nos dio é nuestros progenitores ganaron con buen esfuerce, noso-
tros la avemos perdido é cada dia perdemos con covardia é .caymiento,
sometiéndonos á aquellos que si razón é consejo touiésemos, poca honrra
se ganava en los tener por siervos é mercenarios. De lo qual si non nos
libertamos podiendo, ¿quién podría excusar que non cresca más su tirania
é nuestra subjecion [seyendo] sujebtos á malos é perversos honbres que
ayer eran seruidores é oy los ueeraos señores, porque tomaron oficio de
robar? Non heredastes por cierto, señores, esta subjecion que padescésde
vuestros antescesores, los quales, como quiera que fuesen pequeño núme-
ro, en aquella tierra de las Asturias, do yo soy natural, pero con deseode
libertad, como varones ganaron toda la mayor parte de lasEspañas, que
oonpauan los moros, enemigos de nuestra santa fee. £ sacudieron deeyel
yugo de seruidumbre que tenían. Nin menos tomamos doctrina de aque-
llos bufloos castellanos que fizieron el estatua del conde Femand Gen-
568 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA ESPAÍ^OLA.
(¡aleZf su sefior^ é Bigroiéndola, ganaron libertad para él é para ellos; nin
menos la tomamos de otros notables varones, cuya memoria es jnmor-
tal en las tierras, porque ganaron libertad para sy é para sos rejnos é
provincias: los quales ovieron gloría en ser libres é nosotros avernos pe-
na por ser sujectos.
Machas veces veo, señores, que algunos sufren con poca pa^ien^ia el
yugo suave, que por ley é razón devemos al ^etro real, é nos agravia-
mos, é gastamos, 6 aun trabajando buscamos forma para nos libertar de
él , é desta otra subjec^ion que pecamos en sufrír por ser contra toda ley
divina é vmana,¿non trabajaremos é gastaremos por ser exentos? Non pue-
do yo por gierto, señores, entender cómo pueda seer que la aas^ion cas-
tellana, que nunca buenamente sufrió ynperio de gente extraña, agora
por falta de buen consejo sufra cruel señorío de la sujra é de los malos
é perversos della. No tengamos por Dios, señores, nuestro entendimien-
to tan amortiguado é ocupado de ygnorancia, que perdamos nuestra li-
bertad é non la cobremos pudiendo cobrarla; nin resfrie tanto en nosotros
la candad é se oluide el amor de nuestras cosas propias, que non synta-
mos el perdimiento nuestro é dellas. É remediemos lu^o los males que
vienen de los honbres antes que uengan ios que nos pueden venir de
Dios; é como avemos miedo á los malos en la tierra^ ayamos miedo á
Dios en el ^ielo: el qual algunas vezes da grandes puniciones en las
tierras tanbien á los buenos como á los malos por diversos respectos,
conviene á saber, á los malos porque son malos, é á ios buenos, aunque
buenos, porque consienten los malos, é podiéndolos castigar é oorrexir,
dexan cresger sus pecados é maldades, dello por negligencia; dello por
poca osadía; dello por ganar ó por no perder ni gastar; dello por con-
plazer é por non despiazer á los malos é perversos tiranos ó por non mos-
trarlos enemistad, ó por otros respectos ágenos, mucho de aquello, que
honbre bueno é recto es obligado de fazer. E estos tales, como quiera
que non son partígipes con los malos en los males, pero son partícipes con
ellos en sufrir é padesger las puniciones generales que Dios enbia en las
tierras, porque consintieron ios malos, é non los castigaron, é resistieron
podiéndolo fazer.
Nosotros, señores, visto lo que veedes é considerando lo que cada \tio
de vosotros considera, nos movimos por seruicio de Dios é por el bien é
libertad de la tierra á procurar con vosotros que esta congregación se
fíziese, teniendo creydo que este vuestro juntamiento non es de la calidad
de otros, donde muchas vezes acaece que en el fín é en los caminos pa-
ra el fin ay diversos consejos é opiniones contrarias vnas de otras, antes
creemos verdaderamente que todos vnánimes vays á un fin, é tanbien
pensamos que os conformareys en tomar los caminos más ciertos para
lo conseguir; é si esto de vosotros non conosciésemos, vano seria por cier-
to nuestro trabajo é mucho más ynútil seria mi fabla, é por tanto non
me déteme mucho en recontar los males, que sufrimos é padescemos,
ll/ PARTE, ILUSTRACIONES. 569
porque oada yno de vosotros lo sabe ó aun lo siente; pero breoemente
diré el remedio que nos pares^e para ellos» porque oydo por Tosotros lo
aproveis é enmendéis, segund os pareciere. Siete cosas onorables, seño-
res, á mi pares^r se deven considerar en esta fazienda, que queréis oo-
menear. La primera, si es serui^io de Dios é del rey é de la rejna nues-
tros señores. La segunda es de considerar quién sojs vosotros. La ter-
cera, quién son aquellos con quien debatis. La quarta, la calidad de la
oosa sobre que debatimos. La quinta, en qué tierra es el debate. La sex-
ta, qué oosas son nes^esarias para aquello que queremos comentar. La
sétima é postrimera, qué es el pro ó el .daño que en el ñn se nos puede
seguir. Quanto a lo primero, non es nesgesaria mucha plática, porque
manifiesto es el serui^io grande que fazemos á Dios é al rey é á la rey-
na, nuestros señores, si tomamos consejo é ponemos en obra de castigar
los tiranos é dar paz al reyno en general é á cada yno del en especial.
Quanto á lo segundo, menos faré larga fabla, porque sabido es que vo-
sotros soy s honbres caualleros, é fíjosdalgo^é gibdadanos, é labradores de-
seosos de paz é sosiego del reyno, é asimismo que sabéis seguir la guer-
ra quando conviene, é procurar la paz quando cunple, é veedes que es
nes^esario. Lo ter^ro sabemos é conos^emos bien, que debatimos con
bonbres tiranos, ladrones é robadores, á quien su mismo yerro faze na-
turalmente covardes. Vimos en el tienpo de las otras hermandades pa-
sadas, do padesgimos tantos rrobos é males como agora pades^mos, que
solamente del miedo de sus congregaciones é hordenan^as vnp dellos no
paremia en el reyno, é duraran fasta hoy en sus destierros si nosotros du-
ráramos en nuestras hordenangas. Vimos asymismo quel rey é la rey-
na, comenyando á fazer justicia de algunos dellos en Segovia, luego que
regnaron, quántos dellos huyeron é quánta paz é sosiego por aquella cab-
sa se siguió en la tierra, la qual fasta oy se continuara, si la diuision del
rey de Portogal no ynterviniera. Asy que, señores, por yspirenyia vee-
mos que nuestra quistion es con gente á quien su maldad faze ílaoos é
huy dores, los quales non tienen mAs esei^gia ni resistencia de quanta vie-
ren nuestra paciencia é poca diligencia. La calidad de la cosa sobre que
debatimos, que fué la quarta parte de mi diuision, es sobre defensión de
nuestras personas, de nuestras honrras, é de nuestras faziendas, é de
nuestras vidas é libertad, que veemos se perder é desminuyr.
Considerad agora, señores, si son estas cosas de calidad que deuan
seer remediadas, é que os apremien á juntar, é concordar para el reparo
é restauración dellas eso mismo. Considerad qué vida seria la nuestra, ai
ñola remediásemos con gran parte de lo que tenemos, é si non oon parte
con todo quanto tenemos, porque seamos honbres libres^ como lo deoe-
mos seer, é non subjetos como lo somos. La quinta razón, que fué saber
en qué tierra debatimos, á mi paresye, señores, esta nuestra quistion non
es la enpresa de Vltramar, nin menos avemo»de yr á conquistar reynos
nin provincias extrañas. La conquista que avernos de faaer en nuestro
570 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAMOLA.
regno es, ea nuestra tierra es, en nuestras villas é ^ibdadeses, en nues-
tros oanpos, en nuestras casas é heredamientos es, donde estando jnntos
é concordes, s^und espero que lo seres, non digo 70 aquellos pocos é
malos tiranos, mas á todo el restante del mundo que viniese podriades
resistir é defender é aun ofender, porque, como sabes, grand diferen-
cia ay de laa fuer^ de aquel que defiende lo suyo é en lo suyo, á las
del ladrón que viene á la casa agena é por lo ageno. La sexta ver las co-
sas que para el remedio desta nuestra reqüesta son nesgesarias, las qua-
les, segund pensamos, son tres. La primera es el dinero; segunda, gente
é capitanes; tercera, "hordenan^^ por donde nos governemos. E quanto
toca al dinero, segund los clamores que cada vno en especial é á todos
en general veemos fazer por los males que resgiben, non creemos que ha-
ya persona que non dé la mitad de todos sus bienes, por non tenerla otra
meytad en su persoi^a é de sus fijos é parientes segura; pues ¿qoánto
más dará la pequeña é bien pequeña cantidad que le podrá caber en los
repartimientos, que se farán en loe pueblos para esta fazienda? La se-
gunda es aver gente é capitanes, é para aver esto non avemos de yr fue-
ra de nuestro r^no, porque dentro del abundamos en agas número de
gente, sabia en la guerra é bien armada, tal y tanta que non es net^esa-
rio, nin mucho trabajo, nin pensamiento para la aver. Later^ra cosa es
constituir nuestras hordenangas, é estatutos, é penas, segund se requiere
á los delictos é crímenes que se cometieren; é para esto, señores, tenéis
la voluntad del rey é de la reyna, que vos dará facultad é aotoridad
para las fazer é poder para las secutar é tener vuestra jurísdicion apar-
tada de la ordinaria en los pueblos, de tal manera que non podes aver
estorvo ninguno de su juredigion en lo que quisierdes condenar é sal-
uar, é vos darán asymismo todo el favor que nesgesario fuese para esto
que con el ayuda de Dios querés comentar.
Venga en efecto; asy quel mayor trabajo desta nuestra obra es prin-
cipiarla. Esto fecho, la cosa misma abrirá los caminos para el fin que
deseamos con el ayuda de Dios, .en el qual quanto mayor fee touierdes
tanto más gierto tenes el efecto de la justa petición que le fizierdes. Bien
creo yo, señores, que aya algunos á quien esto se fará difícil, creyendo
que non no&podremos juntar, é juntos non nos podremos concordar nin
[fager] los repartimientos de los dineros é otras cosas que son negesanas.
Egerca de esto, non paresge quedeve aver dificultad ninguna, porque to-
dos sabemos que la mayor parte del regno de buena voluntad viene en esta
oontribuygion, é que ningunos ay que la contradigan, é si los ay,son bien
pocos, los quales, viéndose fuera del beneficio é vtiiidad que de nuestra
hermandad se puede seguir, ¿quién dubda que non quieren seeroonpre-
hendidos en ella, por seguridad suya é de lo suyo? Otros algunos ay
que dubden en la constitución desta nuestra hermandad, recelando seer
cosa de comuneros, é de pueblos do avia diversas opiniones é volunta-
des, las quales podrían seer de tanta discordia que lo derribasen é des-
Il/ PAUTE, ILUSTRACIONES. 571
trajesen todo, segand se fizo en las otras hermandades pasadas: de lo
qoal se siguirá quedar ios pueblos é personas singulares dellos, mucho
más enemistados con los alcaydes é tiranos, é con los robadores, é poner-
nos en major sujebgion de la que agora tenemos, é para tantear este re*
^elo, son de notar dos cosas. La primera es que si las otras hermanda-
des pasadas non permanesQieron en su hórden é constitución que comen-
taron, a(]uello fué porque se entremetieron á juzgar é entender en mun-
chas cosas más de lo que les pertene^ia é convenia que entendiesen, é
nosotros niogund caso otro avernos de fazer hermandad, saluo aquel que
viéremos seer nes^esario para seguridad de los caminos é para resestir é
castigar los robos é presiones que se fazeu. La segunda es quel rey don
Bnrrique que las avia de sustener é favores^er, este las contradezia ere-
punnaua de tal manera que las derribó é destruyó en poco tienpo. £ es-
to tenemos agora por el contrario, porquel rey é reyna, nuestros seño-
res, que son otros quel rey don Enrique era, quieren é les plaze que
estas hermandades en sus regnos se ynstituyan é establescan; é dan sus
cartas para ello é las quieren con grand voluntad fauorei^er é ayudar, de
manera que permanescan, considerando el gran seruÍ9Ío de Dios é suyo
é la paz é sosiego que en sus regnos del las se pueden seguir. E por tan-
to el pares^er del señor prouisor é mió, seria que luego debes diputar
entre nosotros, caualleros é letrados, que vean los casos desta hermandad
que devemos fazer, quúlcs é (|uántos deven ser, é sobrellos establescan é
ynstituyan las leyes é hordenao^s que entendieren, é con las penas, que
les paresciere. Asymismo se deue deputar entre vosotros personas que
entiendan luego en el repartimiento del dinero, cómo y quánto se deua
repartir, é coger, é qué personas lo deuen pagar. E otrosy en la gente
tjue se deue juntar, é en loíí capitanes que se deban elegir, é (¡uánto es-
tipendio se les deue dar. E esto fochu esperaremos en el ayuda de Dios
que conseguiremos el fin (jue deseamos, gozando de toda libertad é se-
guridad de nuestras personas é bienes, é poniendo la tierra en toda paz é
sosiego, que fué la sétima y última parte de mi preposición.
111.
Razonamiento del condestable Conde de líaro, fecho al arzobispo de To-
ledOf para le quitar del partido del ¡ley de PortogaL
Yo, señor , tengo creydo que mayor fama de magnifico os dio vuestra
naturaleza, que os pudo dar vuestra dignidad; pero si los actos de la
magnifí^envia cares^cn de jiistiria, en razón, más serán reputados actos
de honbre voluntario que de magniñco. Oydo avernos de vos, sefior,
munchas vezes que aves servido bien al rey é á la reyna, seyendo
principes, é (]ue los aves tenido en vuestra casa algunos tienpos, é aves
pasado algunos trabajos, fasta que por la gracia de Dios son venidos al
estado real, é que* aves gastado con ellos algunas somas de dineros, é
572 HISTORIA crítica db la literatura española
trabajastes eso mismo en su casamiento, é en las otras (cosas) que re*
coDtajs, las qoales dezis qae son públicas é sabidas por todos los del
i'ejno, é oonclujs sobre todo de aver venganza desta ingratitud, que
contra vos dezis que han mostrado. Verdad es ^ierto, señor, que mejor
fuera, nin vos repetir vuestros serui^ios, nin menos recontar yo lo quel rey
é la reyna han fecho por vos, porque repetir el beneficio pares^e anisar
la yngratitud. Pero tanteé por tantas partes los publicajs por yngratos,
que será forgado dar razón desta yngratitud que los ynputays, porque
nonayseruiQíos tan puros nin tan perfectos que algunas vezes non tengan
mistura de tales cosas, dellas secretas, dellas públicas, por las quales los
sopores puedan dar razón de sí quando son reprehendidos de yngratos.
Vos, señor, sabes bien las guerras, tiranías é otras grandes destrny^io-
nes pocos dias ha pasados en estos regnos, por la ynobidien^ia que vos é
algunos caualleros é perlados dellos, mostrastes contra el rey don En-
rique, que Dios haya, quando almastes en Áuila por rey al principe don
Alonso su hermano, é se hizo aquella diuision que sabeys en tanta des-
truy^ion destos reynos, lo qual uos principalmente sostouistes, publi-
cando casi por toda la xripstiandad que con sana conciencia non pedia-
des sofrir quel príncipe don Alonso, fijo del rey don Juan, de quien
tantos bienes é mercedes aviados resQebido» perdiese la sub^esion des-
tos regnos que de derecho le pertenes^ia, é la oviese aquella señora do*
ña Juana, que se dezia fija del rey don Enrrique, porque erades ynfor-
mado de ynformacion tal, que saneaba vuestra conciencia que nin ella
podia ser su fija, nin por consiguiente deuia aver • esta subcesion que
procurava. Muerto el príncipe, recelando la grand enemistad quel rey
don Enrique tenia con vos por las cosas pasadas, acordastes de to-
mar por escudo de vuestra defensa á la Rey na, que estonces subcedió
princesa, é fué jurada por subgesora en lugar de su hermano. Sa-
bes eso mismo quel rey don Enrique se determinó de os destruyr en
venganca de lo que contra él cometistes é fezistes cometer á otros, é
atraxo á ello al mismo don Juan Pacheco é al arcobispo de Sevilla é i
otros perlados é caualleros del rey no que estaban con él en Ocaña, Ice
quales sé yo bien que secretamente juraron sobre el cuerpo de Nuestro
Señor vuestra destruy^ion, por las injurias que algunos dellos se quexa-
uan aver de vos rescebido; y tanbien por dar paz en la tierra, la qual
dezian que vos continuamente turbáuades. E como esto fué sabido por
la Rey na, deliberó lu^o de os defender, é disponer á todo trabajo por
librar, é aun libró vuestra persona é estado de aquel ynfortunio, que por
estonces se os aparejaua.
Vos, señor, sabes bien y en lo yntrynsico de vuestro pecho cono-
ceys que, segund Jos excesos pasados, no podiérades seguramente sos-
teneros, sin tener algund anparo cierto de persona real, por cuyo res-
pecto fuésedcs defendido é acatado, segund que lo fuystes por la Reyna
todo el tienpo que con ella estuuistes; é allende desto sabes los beneficios,
II / PARTE, ILUSTRACIONES. 573
honrras , dádivas é mercedes de dineros é otras cosas qiiel rey é la reyna
manchas vezes vos fízieron, las qoales bien consideradas sin dubda, jn-
curriades vos a ellos en mayor caso de yngratitad, si dezásedes de los
seroir, que ellos á vos si non remunerasen á vuestra noluntad los serui-
9ÍO6 que tantas vezes repetís averies fecho. Tanbien sabes que por soste-
ner á TOS solo, dezó la Reyna de aver por seruidores á otros munchos
grandes del reyno, que por vuestra cabsa se ezcusauan de la seruir.
Pero dezemos agora, señor, la fabla de los cargos secretos que vos te-
nes del rey é de la reyna é de los servicios públicos^ que vos dezis que
les feanstes. Sabes bien, señor, que mueito el rey don Enrrique fuis^ á
Segouia, donde besastes la mano á la reyna, é la rechistes é jurastes
públicamente sobre un libro misal por vuestra reyna é señora natural^
s^und que todos los más de los perlados é grandes é caualleros del reg-
no lo fízieron. Agora, señor, si mudays el propósito diez años continua-
do por enojo de tres meses, ávido querría saber de vos cómo podes sa-
near vuestra con^iengia é guardar vuestra honrra, contradiziendo aque-
llo que tanto tienpo y con tantas yntbrma^iones sostouistes y tan poco
ha que jurastes; ó qué casos de yngratitud pueden ser estos que dezis
ser cometidos contra vos, dado que muy más granes fuesen de lo que
vos recontays, que puedan quitar á la Reina el derecho de su subgesion
^ absoluer á vos del juramento que le fezistes, saino si pensays quel
derecho de seer ó no seer rey de Castilla, consiste solamente en tener ó
non tener á vos contento, y que solo vos por vuestra actoridad- podes qui-
tar aquello, que muchas vezes publicastes aver dado Dios por la suya.
Non pares^e por 9Íerto, señor, cabsa sufí(;iente para quebrantar el jura-
mento é ñdelidad que se deue al rey, porque non faga honrras á quien
^os meres^ nin mer9edes á quien las demanda, caso que ge las aya bien
seruido, porque este tal, si non ganare nombre de liberal, non puede por
ello perder nombre de rey nin el derecho de su reyno; y nin por esto que
06 paresca que la Reyna ofendió á vos, non devés vos ofender á Dios,
quebrantando lo que jurastes, nin ser cabsa de tantos males, como se
siguirían en este r^no si con el rey de Portogal os juntásedes para ía-
zer en él diuision: de la qual, como de pecado sensible é muy abomina-
ble, todos deuemos huyr, especialmente vos, señor« que de los estragos,
gastos é peligros de la diuision pasada, debriades ya estar escarmentado
é tener ante los ojos que como quier que trabajastes por fazer rey al
principe don Alonso, antes fezistes la diuision que vistes que el rey que
pensastes. ¿E queréis agora recaer en el yerro mismo, que vos oonoscistes
auer caydo, quando tornastes á la obidien^ia de^rey don Enríque? Mirad
bien por Dios, señor, que estos mudamientos é variedades en cosa de
tanto descrímen, allende de ser peligrosas é muy criminosas, non en pe-
queña ynjuria se reputan de presente de tal hedad y tal dignidad; comQ
vos, señor, tenes. Deveys eso mismo pensar quán grane cosa es de sofrír
que os tengays por dicho de quitar rey, é ponerlo en Castilla, por qual-
57Í HISTORIA CRtTIGA DB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
quier vdtinlad que os yiniere, éqae non ayais por mal que sobre eUotB
ponga el regno en tiranía é en perdición.
E debéis tanbien considerar si permitirá Dios,é consentirán los honbies
que vseis de tal voluntad, é que quandoloquesistes vsar» ovistes mayo-
res trabajos é peligros ea lo que cometistes que efectos de lo que peosu-
tes. É por tanto, señor, briscad por Dios la paz que munchas vezes tos
avernos oydo dezir que buscays, la qual por gierto nin fallastes eoton^
nin fallereys agora en regno diuiso. E pues en diuision es ^ierto que non
se falla, sepamos, señor, qué. ¿Buscays para la paz generación del ley
don.Juan^ de quien tantos cargos confesays que teneys? Esta es su fija
cierta, á quien podéis ser grades9Ído de los bienes que del rey su pa-
dre re89ebistes. ¿Buscays justicia para la sub^esion? Esta es la que afír-
mastes y en muchos tienpos os ynfoi*mastes que la tiene. ¿Buscays solep-
nidad? Esta es la que poco ha jurastes solepnemente por vuestra reyna é
señora natural, é esta es la que sabes vos bien que os fué oonpañera en
la nes^esidad é anparo de vuestro ynfortunio. E si esto que es manifiesto
contradezis, é non sosegays ya vuestro spíritu, é os alterays buscando
nuevos escándalos, ¿qué se podrá creer de vos? Que buscays yograritud
ynjusta é perjurio, é al fin escándalos, é turbaciones, é guerras, é las di-
uisiones en que todos dizen que os delectays por sola voluntad, é non por
razón. Asy que, señor, dad ya por Dios algund reposo á vuestro ánimo, é
luego gozareysde la paz que dezis que buscays, é fallaros eys libre de pa-
sión para conosper derechamente con quánta sanidad de vuestra conciencia
é honrra de vuestro estado deveys continuar lo que comen9aste8 é mante-
ner lo que jurastes á estos nuestros señores.
E cerca de la querella que teneys por estos ofi^ios^que pedís, bien sabes
vos, señor, que seyendo príncipes estos nuestros señores, allende de os
aver fecho en diversas vezes merced de muchas contias de dineros, procu-
rastes de aver mef ced del rey destos oficios, que demandays que son los
principales de su casa, para que se diesen á vos é á los vuestros. E como
quier que vos seáis merecedor de grandes mercedes; pero deuiérades á
mi parescer moderar vuestra demanda, é considerar si era cosa razonable
pedir aquellos oficios que los más principales seruidores é criados suyos
tenian é touieron sus padres é a vuelos, siruiendo en ellos al rey su pa-
dre é á él, non mirando el deseruicio grande que se le siguiria si por
tener á vos solo contento descontentase é agrauiase á los principales de
su casa cuyos son, los quales temían por cierto mayor razón de se alte-
rar, é escandalizar, si les quitasen lo suyo, que vos tenes de meter es-
cándalo en el regno, porque non os dan lo ageno.
E sy el escándalo que otros fiziesen pertenescia á vos amansar por ser
perlado é sacerdote, ¿quánto más deués amansar el vuestro, é tcnplar este
vuestro rencor que tenéis, porque non vos dan lo que otros buenamente
poseen, é non ynsistir más en esta querella que fazeys, solo por lo que toca
á vuestra onestad? Porque sy desmoderada fué la demanda, más deso-
U/ PARTE, ILUSTRACIONES. 575
nesto seria perseyerar en ella, é munoho más grave é feo tomar por ello
propósito nuevo para meter división en el regno, porque pares^eria que
el amor que mostrávades tener al seruicio destos nuestros señores é el
derecho que publicades tener la Reyna á estos reynos quando demanda-
vades al rey estos ofígios, non era por respecto de vertud é verdad, mas
por fin de jnterese, pues pesando aquel, non solo ^esá vades de los ser-
oir, mas movido por oobdiyia, procurávades de los deseruir en daño de
vuestra con^ienfia é disfamia grande de vuestra persona; y allende des-
to os mostrariades enemigo de aquellos cauaÜeros cuyos son estos ofí-
9Í0S. Asi que, señor, ved en vos mismo sy os mueve algvnd jmterese ó
otra voluntad de apartaros del seruicio de estos nuestros señores, é an*
days buscando ocasión para ello, ca razón ninguna ay por pierio nin se
vee, porque lo devays fazer: antes seres reputado yngrato, é con rrazon
se podrá dezír que vuestra oondy^ion, ynclinada á guerras é escándalos,
vos trae á esto más que cabsa ninguna mayormente; pues os da algunos
de los que buenamente se pueden dar é vos fazen equivalengias é mer*
96des otras, que sobrepujan á los oficios que demandays.
Por ende, señor, yo os pido é con Dios reifuiero que aparteys de vos
este propósito que quereys llevar; é pues vuestra dignidad é * profesión
vos obliga ser ministro de paz, vuestra condición non os fuerce ser mate-
ria de escándalo, que es muy agena de vuestro abito, nin pueda agora
más en vos el rencor que teneys que la mansedumbre que deueis tener.
Permanes^ed en lo que aveys principiado ó seguido fasta aquí, é non que-
rays perder los semidiós que dezís aver fecho, con este deseruifio tan
grande que sobrepuja á todo quanto aveis seruido, dado que en mayor
calidad é cantidad fuese de lo que recontays. É pues la Reyna, allende
de quantas honrras vos ha fecho, se dispone á venir por su persona á
vos, é le plaze«onplir en todo lo que con vos se pediere conplir, básteos
este tan grande acto para satisfa^ion de todas nuestras querellas, por-
que non siento yo ynjuria ninguna nin yngratitud tan grande que la
presencia desta nuestra señora non fíziese oluidar, considerada su gran-
deza é la grand referencia que le es deuida, espe9Íalmente viniendo á
vos tan familiarmente.
E non hayáis por mal, señor, nin sintays tanta gravezaquel rey é la
reyna tengan cerca de sy 'otros perlados é caualleros de sus regnos é les
fagan mercedes é honrras; porque como quiér que deuan fazer honrras
é remunerar á vnos más que á otros, por respecto de las personas de
los seruicios que fazen, pero ni por eso deuen cerrar su puerta nin menos
su voluntad real á aquellos que con toda lealtad se disponen á los ser-
tiir: é si por ventura el sentimiento de la pasión que agora teneys os
venciere para non seruir á estos señores como deveys, á lo menos por
Toestra onestad no les desirvays, é deliberad de guardar vuestra aotori-
dad estando quedo c n vuestra casa, é non vos junteys con el rey de Por-
togal, segund se Hizo qne lo quereys fazer, porque pensando deseruir ni
576 HISTORIA CRITICA DB LA LITERATURA BSPAflOLA.
rey á la reina non dañeys vaestra oon^ien^ia é vuestra fama para os
traer en la yndigna^ion de Dios é odio del pueblo. '
IV.
RoMnamiento de Puertoearrero i á los caualleros de ¡a cajñtania para
que tomcuen esfuerQo para defender la Qtí)dad de Alhama.
Bien sabeys, caualleros, que fuystes escogidos en la hueste del rej é
de la reyna, nuestros señores> por varones esforgados para sofrir los pe-
ligros é pasar los trabajos que en la guarda desta gibdad se requieren, é
de vuestra voluntad of registes á ello vuestras personas, por aver hoom
en esta vida é gloría en la otra. Asjmismo aveis mostrado fasta aquí de-
uogion de buenos xrísptianos 7 esfuergo de notables varones en la de-
fensa destos muros é ofensa de los moros, de quien esperamos ser gerca-
dos é conbatidos. Agora estos capitanes é 70 avernos sabido, que después
quel re7 algo el real que tenia sobre la gibdad de Losa, aves mostrado
flaqueza en algunas fablas, diziendo unos á otros que esta gibdad se
deUe desanparar por el peligro sin remedio que en ella se espera; 7 á
ello es as7bien damos á entender que mostramos esfuergo fengido,quiii-
do no era menester, pues que del verdadero fallesgemos, quando es nee-
gesarío. Verdad es, caualleros^ quel re7 no por desbarato que fíziesen los
moros, mas por descongierto que fízieron los xrísptianos, algo el real que
tenia puesto sobre la gibdad de Loxa, é que es buelto con toda su hues-
te á la gibdad de Córdoua, 7 aun quiero que sepa7S que por esta cabo
nosotros quedamos aquí sin aquella esperanga del próspero socorro que
primero teníamos; pero si vengidos 7a de flaqueza acordásemos desampsr
rar esta gibdad, que fué de nosotros confiada, ¿por qué logar os pa-
resge saluar la vida dé todos, pues vemos que uno solo que enbiar
mos ¿ grand ventura se puede saluar que non sea preso ó muerto? Ma-
cho querría 70, caualleros, que S7 prova7s el peligro que regelais es-
perando^ remediásedes á la muerte que se espera fu7endo; é si en lo uno
7 en lo otro a7 peligro, escogiésemos el menor daño é ma7or honra,
segund que ommes esforgados lo deuen fazer; é porque esperando es
gierta la gloria é fu7endo non es gierta la vida. A mi paresge que deue-
mos gragias á Dios, á quien plugo que á nosotros más que á otros se
ofresgiesse este caso, en el qual dando buena cuenta á Dios de nuestras
ánimas, al re7 de su gibdad, al mundo de nuestra virtud^ fagamos larga
por fama esta vida breue de dias, ma7ormente que non nos vienen de nue-
vo los trabajos, las vigilias, los peligros é las otras nesgesidades que en
la de£ensa desta gibdad se requerían; quando nos ofresgimos á la guar-
dar, todo nos fué presente. Agora, si por solo miedo sin ninguna ñzerga
1 Luis de Poertocarrero, sefior de Palma.
II.* ^ARTE, ILUSTRACIONES. 577
désanparáaeinos estos moros que nos fueron encomendados, de razón
riamos reputados oomo los ommes iiuianos que se ofresgen á toda oosa
sin delibent(^ion é se retraen della oon vergüenza, los quales, queriendo
antes del afrenta paresoer esforzados, son soberuios puestos en ella, en-
flaquecen ó caen, contrario muncho de los varones fuertes, que son ten-
piados y non se ofres^ená toda empresa, mas eligen con deliberación aque-
lla donde viviendo ó muriendo resplandezca su loable memoria. E por
tanto, caualleros,yo vos ruego que non sea menos fuerte vuestro animo á
la obra que fué á la promesa, porque cosa seria vergonzosa retraernos
desta santa empresa que tomamos, nin sentir dolor nin mostrar temor por
orgullo é amenazas de los moros, pues sabéis quel dolor es de las cosas
presentes j el temor de las cosas por venir, y nosotros aun úon tenemos
llagas de dolor, nin veemos fuerzas que temer.
^ El dolor quel varón de virtud ha de aver es de ser destenplado, ó de
regebir mengua en cosa que non sea dina del noble abito, que tomó, é de
la profesión que fizo en la orden de la cauallería, que le obliga á la virtud-
de la fortaleza, de la qual debéis armar vuestros ánimos, non por amones-
taciones nin premias del capitán, mas por premio de la virtud; non por
respeto ni esperanga de ynterese, mas por esperanza del claro nombre
que da la fortaleza, la qual se muestra non combatiendo lo flaco, mas re-
ñstiendo lo fuerte, é tiene mayor grado esperando al que comete que co-
metiendo al que espera. Cerca de lo qual se deuen considerar dos cosas;
una de' aquellos que resisten presto los peligros que súbitamente les vie-
nen, porque en aquella presta resistencia paresge por el continuo cxer-
f igio de las armas tener fecho abito de fortalega; otra es de los que pien-
san en los peligros que pueden venir, é se proveen de esfuergo, é buen
oonsejo, para la resistencia atites quel peligro venga. Asy en la primera
aves sido experimentados en diversos actos de cauallería, é como varones
aveys alcanzado vitoria. Non sé yo agora, caualleros, por qué non gozare-
mos desta otra segunda quel tienpo nos da para proveer al peligro que
regclays. Non quiero yo negar el miedo á todo omme quando espera ma-
yores fuerzas; pero el temor asy commo faze caer á los flacos, asy da pro-
uition á los fuertes, los qual es non convencidos de miedos vanos nin de
amenazas ynciertas, más miran las cosas segund su realidad é non scgund
la pasión que ocupa el entender. E nosotros deuemos considerar (]ue es-
tos muros son fuertes, si nuestra flaqueza non los fiziere flacos, y que te-
nemos para los defender artillería, é las otras armas defensivas é ofensi-
vas. Otrosy tenemos, para la gente que aqui somos, el bastimento que pa-
ra agaz dias es necesario, é todas las otras oosas que para la defensa
desta 9ibdad son menester. ¿Qué pues fallesge aqui, saluo esfuerzo de
buenos ommes é deuo9Íon de buenos xrísptianospara pelear en defensa de
nuestra vida, de nuestra honrra é de nuestra fee, por el ensalgamienco
de la (]ual con tanto mayor vigor devemos pelear, quanto más verdadera
entendemos (|ue os nuestra santa ley?
Tomo vii. 37
Wt^ HISTORIA GRlTIGA DB LA U1WATÜRA BSPA!(0LA,
IV/
SOBRE EL LIBRO LLAMADO DE LOS PENSAMIENTOS VARIABLES.
Dimos ya & conocer (p&g. 371) el carioso y peregrino Hbro,
que aparece en los índices de la Biblioteca Nacional bajo el tí-
tulo que v& en el epígrafe, cuando el autor, que no quiso reve-
lar su nombre, se abstuvo de imponerlo al tratado, declarando
que no sabia cómo llamarle (p&g. 374); y prometimos incluirlo
en las presentes Ilustraciones (p&g. 373).
Cumpliendo pues esta oferta, y remitiendo & nuestros lectores
á cuanto en los lugares expresados dyimos, tanto respecto del
códice, paleográficamente hablando, como del mérito literario
del libro, y de sus atrevidas doctrinas políticas, parécenos bien
dejar á los mismos la confirmación de las observaciones criticas
en los indicados pasajes insinuadas, con el examen del referido
monumento.
Helo aquí:
Á LA REINA DONA ISABEL.
Beyna de muy gran grandeza
y en todas cosas gran reyna,
llena de mucha sabieza,
no venga ante Vuestra Alteza
quien este estilo no peyna;
y si yo me desueigüen^o
ó me nuestro muy osado,
no por trobar más peynado,
ni Umado, ni afeytado,
mas por darme algún comxen^.
Mi comienfo en esto toca:
n/ PARTE, ILUSTIUCIORBS. 579
primero, clara princesa,
mi yaestra vasalla booa,
ooQ gana que no se trooa»
sus rreales manos besa:
do por no ser de los pocos
que sabios veo nesorito,
alli, Reyna, me rremito
al gran número infinito,
que el proverbio dá á loe lóeos.
Non sale de mis entrañas,
preclara princesa nuestra,
querer contar las ha2afcfia8
anidas en las Españas,
ante la grandeza vuestra:
nin si es s^i^ia ó estancia
de do primero salistes,
nin do fuistes, nin venistes
con todo quanto letstes,
hecho con mucha constan^.
Ni pomé las diferencias
de estas tierras, nin su fuero,
nin la su magnificencia,
ni escrcuiré la ecelen^ia
del vuestro origen primero:
nin la vuestra sangre s^ita,
limpia de todas escorias,
rrcnouaré á las memorias;
nin de sus grandes Vitorias
cosa alguna será escrita.
Ni escrcuiré los millares
del linage de los godos,
nin menos ios doze Pares,
aunque de gozo 7 pesares
sepa bien sus hechos todos:
nin menos, señora, trajo
escrito neste papel
otro tan alto tropel
de los decindientes del,
luz Despaña, don Pelaje.
Que do tanto bien ae luma.
58D HISTORIA GRlTfOá OB LA LITERATURA ESPAÑOLA.
sin auer punto de mengua». .
puesto que dello presuma,
¿qué podrá escreuir mi pluma,
nin sabrá dezir mi lengua?
Pues, ^ejna muy esmerada,
con quien la virtud se liga,
perdone lo que me obliga,
pues que desque muoho diga
auré dicho casi nada.
Que las cosas desta suerte
tocan siempre á lo de fuera;
mas mi jnten^ion se pervierte
á sentencia ques más fuerte,
siendo la inuingion grossera:
7 porque no me derrame
en este estilo y dulzura,
vuestra e^elenoia muy pura
se sirua desta escritura,
que no sé cómo la Uame.
Por tanto, aquí sobreseo^
do poetas j oradores
cumplieron con mi deseo ;
escriuiendo, según veo,
los vuestros y sus loores:
pues, Kejnamuj poderosa
y en todo muy singular,
no quiero más alargar;
mas haga ñn mi trobar,
donde comienza mi prosa.
[COBUENZA EL TRATADO.]
1 Como el primer mouimiento de los pensamientos á ninguno sea obi-
diente de tantas é tan diuersas cosas é tan fuera de la común vida, es
nuestro pensar salteado, que no sé quién es aquel que en el número de
los sesudos contarse pueda. To confíeso muchas vezes auerme rrejdo de
tan arrebatados y variables pensares, quantos, sin mi querer^ mi cora^
pensó. E quanto 70 más de aquesto enmendarme quería, tanto más de
1 En el códice de la Biblioteca Nacional ocu^a este hoeco el escudo de armas de
la Reina Católica, tal como se ha publicado en la 11.* Parte de la Monografía ái S»
iuan de lot Eeyu (Monumentot arquitectánico$ de Eipúña).
ll/ PARTB, ILUSTRACIONES. S8i
la mesnxa pasión me hailaua preso, é aun hallo. Porque como yo qtii-^
«iese ser entonces menos ocioso é solo, quanto más solo é ocioso me ha-
llase, salteado de los primeros mouimientos de mi pensamiento, muchas
vezes, sin yo lo auer querido, en los diuersos regimientos de este terre-
no mundo pensaua. Do creyendo que pues más de una ves. era en el
tal pensar venido, é que non sin misterio aquello fuese loque sin mi que-
rer comengó con mi voluntad, proseguirlo me plugo; é como considérame
tantas diferencias de prouingias, tierras, rregiones, rreynos é señoríos,
quantas en el mundo vuiese, é asimesmo quán diuersos sus rregimientos
fuessen, muncho me marauiilaua, jorque á mi paremia no ser n^ás de
vna la forma ó rregla de gouernar. E que tanto quanto más de aquella
cada un regimiento se desuiase, tanto más era rr^miento errado.. Do
concluya que, pues eran muchas lasdiuersidades del rregir, muchos eran
los yerros. Verdad es que me membré que muchas vezes la dispusi^ion
de las tierras é lugares pedían particular gonemagion, pero no podia niñ
por esso conmigo, non sdo non pensar, mas aun creya que las generales
rreglas del rregir siempre eran vnas. A lo qual me daua muy ancha
materia el pensar en aquel soberano rr^idor, que con vna orden é rre-
gla toda la universalidad destos mundos rige, por lo quiU de ne^esarío
0e concluya, que quanto más los particulares regimientos de aquel se
desuiaban, tanto más yuan fuera del derecho camino. Mas recordándome
que en el ^ielo nin en tierra ninguna es á Dios semejable, juzgaba aquel
ser sabio rregidor^ que más con la su sabia é marauüloBa manera de
regir se conformaua. E asi por su contrarío, aquel non ser digno de tal
cargo, que por ninguna forma se guia. Pues con aquesto que asi oon-
migo fantasiaba, se me rrepresentó, no sola la gouemacion de nuestra
Castilla, mas á mi creer non quedó ninguna parte deste mundo que en mi
pensar non anduuiesse é las maneras del non me mostrasse. Porque allí
no quedaron los rreinos á este (^ercanos sin ser vistos, non la Italia, non
la Grecia, non la Turquía, non la populosa Alamania con todo aquello
que en la pequeña Europa se contiene; nin de la otra parte non la are-
nosa Libia, non Maurítania, non Tripolitea, non la guerrera Cartago,
non Nuinidia con aquellos pueblos (]ue en la África se engierran; nin
menos Arabia, nin Sabbá, nin Tarsis; non Persia, non Assiría, non las
grandes Nínive é Babilonia; non los E^iptos, non las negras Etiopias,
oon todo aquello que en la estendida Asia se puebla. E por non detener-
me, todo lo abitable de la tierra me paregia auer visto, donde, como ya
dixe^ de tanta diuersidad, hallaba sus rregimientos llena que yo non po-
dia saber cómo se sustentassen. Era conmigo tan grande la passion que
desto regebia, que muchas vezes me reprehendí diziendo: ¡Oh, y cómo
sería yo agora por loco juzgado, si alguno sintiese que! pensamiento me
apassiona! En verdad poco menos tal que yo estaría el que de mi otra
cosa juzgasse. Non eran nin por esto mU pensamientos menores, antes la
su obra siempre crcgia. E ya la passion que de lo tal sentía en abito
582 HISTORIA CRITICA DE LA LITERATURA BSPAllOLA*
oonoertida^ se me era deleyte el andar solo eo lugares separados de
gente» cuja dispust^ion muchas cosas que callo en el tal pensar anm^ac»
taoan. Donde auino que vno entre los otros dias el mi pensamiento c&
las tales oo^ta^ioRes muy cargado, sin 70 lo saber todo menodameitíe
deaár, me contezieron las cosas siguientes en tal guisa.
Ya heria aquel nieto de Geon é de Saturno con ios sus claros rrajoi
los dorados cuernos de quel animal en quien los dos hermanos Frizo é
EUes de la su ysla de Nepmes en la de Coicos se trasportaron. E comen-
tado auia de uncir los sus rrespiandeoientes cauallos en la notuma hd-
gan^ apacentados para el diurno trabajo, quando exgitado, al<pada la
soñolienta cabe^, é vista la primera luz, súpito me leuanté. E como
primero que yo los mis dichos pensamientos se leuantassen, ellos me sa-
caron fuera é me separaron de poblado, adonde el suave zéfiro, las
guerras de Bóreas amansando, non menos contento con la esperanza de
la vista de Proserpina me tenia, que á la madre Geres, antes del filial
rrapto ya por Pluto hecho, tuno. Pues, si en los solos y tales lugares la
frescor suya é el suaue é manso rruydo de los trascorrientes rios au-
mentan é crian pensamientos, aquel lo puede testiguar que probado lo
há. E ya era aquel hijo de Júpiter é Latona en el su luzáente carro de
cuyos rrayos la tierra se calentaua, é yo las sus sombras buscando, más
cargado de ymaginadas fantasías que de ál me hallaua, tanto que á mi
pare^ ya era de mi más separado que de ningún otro, porque á mi
paregia de cosa deste mundo ningún cuydado auer, é luQgo juntamente
se me figuraba que todo el cuydado del cargo era mió, ó á lo menos las
culpas que los rregidores del mal, rrigiéndole cometían. Ajbí que con
esto é con las cosas ya contadas de mis prediohos pensamientos, sin yo
saber desir cómo fué, vn tal oaso se me ofreció.
Subido era Febo sobre la dezena parte del su horizonte é ya las ml-
vestres se rrecogian en los sombrosos apartamientos, quando en más her-
vientes pensares que lo vsado me hallaua. Por lo qual, asi por la calor
forana como por aquella que interior sentia, á lugares que del sol más
defendidos fuessen me aparté. E allí, en las cosas ya dichas pensando,
como de nuevo en muchos argumentos sobre la gouerna^on é rregi-
miento del mundo particularmente disputaua. E á mi creer pocas eran
aquellas cosas, en que algún graue caso interuiniesse, que no memorasse.
Pues como yo asi á mí, fuera de mí en los pensamientos trasportado,
tuviesse los ojos mies no sé á qué leuantados^ me pare^ ver de lezos
venir un varón en rrico aparato ornado. El qual desque más gercano me
fué, no otra mente que algún gran príncipe su atauio se me figuró. £1
venia de muy rrícos paños vestido, con diuersas texeduras, de muncbo
oro entremezcladas, é la cabeza semejablemente de rríca corona cubier-
ta, con todo el otro ornato á esto conforme. Su gesto daua señal que aun
no en los quarenta años fuesse la su edad llegada, é como que de algoa
afanado ezergigio á la sazón se haliasse.
n/ PARTE, ILUSTRACIONES. 585
E oomo TÍniease 6n el lugar do 70 era« de^ndió del oauallo^ é deaque
arrendado lo vno á la faente cabe la qual yo eetaua^ algún rrepoao bus-
oando, se aoostó. Á mi ver 70 vae causa de marauiUarme de aquello, é
casi los mis pensamientos afloxando en el visto varón, comen^ de me
ocupar. Blas aun non era el mi pensar áesto leuantado, quando por la
oira parte sentí oomo que alguno venia, é allá la mi humana cabe(^ vol-
uiendo, tí ja oercano vn ombre venir, cuyo vestir é aparato gran rus-
ticidad me mostró. £ sigun su lienta cara, que de mucho sudor cubier*
ts, aquella necesidad creo alli lo troxo, que al otro é á mí auia traído;
esto era, querer del sentido calor refrescarse. E verdaderamente non me
mintió mi creencia. Porque como Uegasse é de la dará agua algo beuies-
fle, oon ledo gesto en la otra parte de la fuente sobre su cobertura se
derrocó, oomo quien de mucho trabajo descansar quería. Yo no podia
pensar las primeras causas de la venida de los dos allí donde yo era. B
así allende desto, auia por nuevo que ninguno de ellos, nin me hablasse,
nin aun tan solamente me mirasse. E si contra mí la su vista alguna
vez terminaua, non otramente que si allí no fuesse era, de que non poco
me marauillaua, lo tal sintiendo. Mas ya que á mi parear anbos algo se
vuieron alentado, aquel que primero vino, como que por pasatienpo
así al rústico dixo:
— Agora me hazes tú creer aquella vieja enemiga que los tus pares coa
todo noble ó hidalgo tienen. ¿Por auentura non cabe en vos otra más sa-
bida orianQa ó cortesía dé aquesta, que tú á mí hazes? Yo non puedo
creer en ninguna manera de todos vosotros, que aquesto por ygnorancia
sea, antes más ayna por maligia. — El rrústico Labrador, sobre su codo rre-
oostado, oomo que á la rrespuesta se leuantasse, con serena cara así habló:
— Mucho querría, antes que nada dixesse, saber con quién hablo, porque
tales cosas son de dezir, quales el oyente podrá conosger. E yo sabida la
tu manera, desuiarme he de incurrir en el segundo yerro, pues del
primero me culpas. — Á estas palabras así aquel noble varón rrespondió:
— Dígote que de otra manera hablas que muestras que sabes, por lo qual
me plaze que Bepas que yo por agora tengo geptro rreal, gracias sean da-
das al que todo lo dá. E no te embara^, yo te rruego, mas antes libre
oomo si entre los tuyos fue8se8,dí lo que quieras. — ^Poco se alteró el sin-
pie oobre, oyendo quién era aquel que ante si tenia, antes obedeciendo
la amonestación á él hecha, así dixo:— Graue cosa esa los rrústicos é sin-
pies onbres oon las rreales magostados contender en cosa ninguna, mas
rreoordAndome que el obidiente pequeño error comete, me plaze detir
aquello que de la primera habla de tu alteza siento. Los onbres en este
iídsero mundo venidos todos fueron ygualmente señores de lo que Dios,
aotss de su formación, para ellos auia criado, é desta manera si onesta-
mente dezir se puede, gran enemiga deuemos auer é tener los tales oomo
yo oon los altos varones, pues fbrcosamente auiéndosse usurpado el se-
fioriOi DOS han haoftio siseóos. £ puesto qoa to magostad diga qus aques*
564 HISTORIA CntTIGA DE LA tITBhATURA ESPAflOLA.
ta larga é gran oostumbre es ya bueita en naturaleza, sepa qoe por
)BM)aeUa8 leyes por donde lo dicho se principió, querríamos el contniiD
rehacer, porque toda oosa que oon fuerga se haze, oon fuerza deshager n
tiene.
Aquellos que agora el mundo sefioreays, no por solas vuestras fuer-
gas, oomo ya fué, teneys los rreinos é señoríos; pues si esto asi passañi
que negarse pueda, agora que con fuerzas senzillasaquf uos hallo, ¿qné
desmesura nin malicia he yo cometido? Antes podria yo' dezir, sigun lo
que arguyo, é la enanca de las casas reales, que tu alteza aya eaydo ea
la oulpa de que me culpa. Verdad es, alto rrey, que assi oomo los mieoi-
bros corporales se guian é rrígen por la cabera, así á los rreinos é sefio-
ríos conuiene auer una cabera, un rr^dor, el qual, por solo Tiituoso,
merecer es bien que señoree. E entonces diremos ser señorío natural
quando tal auiene. Porque bien auenturada es la tierra .cuyo rey es de
virtudes noble, é los sus grandes de todo vigió alongados, toman el coonr
oonuenible. ¡E guay de aquel rreyno, el rey del qual es de virtudes mo*
chacho é los sus principes almuerzan tenprano!
Bien era de tener por marauilla ver así vn simf^ labrador razonarse.
E aun yo pienso que non era del rey que presente estaua en menos teni-
do. Antes, sigun á mí paregia de oyr, le rregebia deleyte, é por darle cau-
sa de más larga habla, así le habló: — Gran plazer he sentido de las co-
sas que as dichas, é pues aquí somos á langa pareja, ninguna verdad se
encubra. A mí parege, si conocerlo querrás, que bien que en las prime-
ras edades del mundo todas las cosas fuessen comunes, que más era por
la bestialidad de ios habitantes, que por ser prouechoso á ninguno. E aun
allende de aquesto, la gran habundangia de la nueua tierra é los po-
cos comedores della, daua ocasión á non buscar más, lo qual agora era
imposible, así las gentes poder beuir. Verdad es que si todos fuessen de
sana intengion, aun durarían las cosas en ley de comunidad; mas oomo
aquesto ser non pueda, aquel que más trabaja á por graue que otro lo
goze, lo qual es causa que aquellos que para más se piensan ser forzo-
samente, se enseñoreen de los menores é de aquellos se siman. E pues la
comunidad por muchas inconuenengias cada ora se desataría, que cada
uno procure el proprio provecho no es ylícito. — El sinple aldeano, non
pudiendo sufrir loque oya, parégiéndole fuera de rrazon,las palabras del
rey entrerrompiendo, así dijo: —Altísimo pringipe, si la sentengia de ta
dezir yo he bien rrecogida, gran matería me da de dezir munchas cosas:
yo hablo de aquellos que por natura deuen ser señores, é tu alteza fcaroa
negesidades á las tiránicas señorías. Sea oomo mandas; mas pues á ta
rreal magostad parege que es cosa graue que ninguno goze de lo qoe
otro trabaja, por lo qual, como pueda, es bien cada uno enseñorearse.
¿Siente por auentura tu alteza qué pena será la nuestra ve3reixio á los
que mayores se han hecho de nuestros afanes gogar? En verdad á DÍ
parege non ser á esto otro testigo negessarío, síbo aquello que denaotef
11.^ PARTE, fLll3TIIACI0NBS^ 585
dexíBte. E aqui se nota quán diligente juez dene ser oada uno de sí mes-
mo. Nosotros, Henos del afán é del cuydado^ passamos los dias sin nin-
gún plazer: nosotros, llenos de mil miserias, somos por muchas mane-
ras despechados; nosotros, llenos del crecido trabajo de que los reyes é
grandes señores os Ueuajs todo el prouecho.
Pues sigun estas obras, pequeña enemiga os tenemos, é non ood
rraaon ningún hidalgo nin dende arriba de uos quexarse puede. An-
tes nos de vosotros si, é mayormente de aquellos que nuestros se son,
que usurpando el hábito militar, vulgarmente escuderos se llaman.
Mas verdad diziendo, magnánimo rey, todo seria en fin bueno de
comportar, si las nuestras cosas coa rrobo contino destruir non viéss^
mos. — A estas palabras asi el rey rrespondió:— Común costumbre es de
todo sabio varón aquello, que. más enfermo está ó más negesidad mues-
tra curar 6 rremediar primero^ £ bien que de las cosas dichas, aun hi^
nria mucho que hablar; mas por ser quistion que á mí toca en largo
modo, .sobreseo, doliéndome mucho de la quexa que agora diste, ser los
míseros labradores despechados. E esto, non sólo por lo que deueis oada
vno á cuyos soys, por sí deue dezirlo, mas avn por el propio prouecho
eres tú, é qualquiera obligado. — No tardó el rrústico mucho á larrea-
puesta, antes bien como comen9ando, asi se razonó:
— Exoelentfssimo rey, sigun lo que agora parece, todas lasoosas son de-
lante los grandes principes, é nada faltarles me creo, sino quien la ver-
dad les diga. ¿£ cómo entre tanta multitud de gentes quantas de las mi-
gajas de la tu alta mesa se mantienen, non hay quien lo verdadero de
aquestas cosas te cuente? Verdaderamente graue me parece el creerlo.
Aunque aquella denegada lisonja de que los reyes soys contino mordi-
dos é la gran sed del ganar de los lisongeantes, no sólo aquesto encubre,
mas aun inñnitos males acarrea, lo qual quiebra sobre uos. ¿K qué ma-
yor mal puede auenir, maguer que si auiene, que ver el triste labrador
del trabajo é sudor suyo mantenerse los gastos reales, la ponpa de los
grandes señores, la desgastadiza locura de los cortesanos, la cre9Ída ri-
queza de aquellos, quen la real hazienda entienden? E asimesmo, ¿qué
sentirá veyendo todo esto é verá el poco cuydado de la justa gouema-
don, que de su pppria uoluntad el principe tomar ha querido? Quanto
más que vemos que todo se gasta en ricos vestires, en golosos comeres,
en blandas é delicadas caioas, en cacantes aues, en mucha diuersidad
de perros, en ynuentadas justas, en solepnes ñestas, é lo que peor es, en
los alarderos truhanes, que no sin gran cargo de congien^ia hazerse pue-
de, é por no detenerme, en toda manera de deleyte. Pues por auentura,
¿no sentirá el sinple aldeano aquestas cosas por muy graues, ó será como
d asno á la viuela? Ayna diría ser asi de la naturaleza proueido, que
aquello que con mucho afán é mísero trabajo se alcan^, sea con alegre
é deleytable plazer gastado. — Non con pena nin con saña, mas con ledo
gesto respondió aseí el rey á las oydas palabras: — Vosotros la con paña de
586 HISTORIA crítica m^la literatura BSPAHOLA.
los ainples onbres aueys por mnj gniie de snfnr los proprioi afimef » é
«qaellos estimáis en más que mucho. E todas las cosas agenas reputajs
vinosas é llenas de deleyte, lo qual seria de vosotros al oontrario
madoysi bien la verdad fuesse sabida. — ¡Oh, clarísimo rey! non dudo,
xo el labrador, que assí non sea: mas como ninguno pueda jui^gar de lo
que non vee, é oomo lo Tisfco sea por mi, no sé quién otra oosa diga. Por
tanto, á tu magestad suplico quiera en esta parte declarar loque calla.—
SI rey con riente cara diziendo que era contento, assi comen^;
-^Los que creen é piensan que todo descanso, toda holganza» todo da-
kyte con toda la beatitud more ó esté en los estados rreales, non son de
pequeño número. E non sólo aquesto oreen, mas aun afirman que ningún
rteposo allende el nuestro desear nin auerse puede. E de aquestos que
tal creen 9ia siguen, de ios tales como tú es el mayor mérito, cuyo emr
es tan grande que mayor non puede, é oye por qué. El mundo que hoy
tenemos es de tal suerte, que á ninguno haze contento la yida que passa.
Tú piensas cuando miras las nuestras cortes con todo quanto desistes,
que tal sea el ser de lo que sentimos como la aparen^ia del. Digo que
yerras; porque non menos vezes creo desseamos la vida que teneys, que
▼esotros la nuestra. £ aun más quanto más segura la conocemos. Dime,
que Dios te vala, quál estimas tú por mayor trabajo: ¿aquel que solo d
ouerpo sostiene, ó aquel con que el espíritu se aflige? ¿Negarás por anen-
tura no ser el espiritual afán muy mayor que el corpóreo? Yo oreo que
no. Pues veamos: ¿no son á tí notorias las espirituales fatigas que oooti-
ñas los reyes tenemos, llenas de temor é tristeza? ¿No consideras tú que
los Grandes tormentos passan? ¿No vees que quando más paz pare9emQS
tener, ya por una parte, ya por otra los comarcanos reyes la quiebran?
E quando aquesto cessa, los nuestros grandes escaman é busoan, oómo
en negessidad dellos estando, los adoremos. Por otra parte, loa enonigos
de la fé nos pornian en mil agonias, si las armas dexássemos. Allende
desto, las continas querellas é contiendas de nuestros vasallos, los pley*
tos é demandas antiguas que de los mal gouernados tiempos paseados
quedaron, con otras infinitiis cosas que cada dia interuienen» las quales
era imposible á ningún cuerpo humano sostener» si las rrecreacioiMB oon-
tadas non tuuiéssemos. ¿E oómo crees tú que tirana bien la vmllesta si
estuuiesse mucho armada? Non lo creas. Que en verdad te digo ser mu-
ohas las noohes que duennes tú muy más holgadamente sobre VÍ19Í0SSQS
^spedes, que yo so las sananas de Ólanda. Porque á ti después del oqd-
póreo trabajo descansas: todo comer te es tenplado, é el murm'urable sao
de los huyentes arroyos sobre la fresca yerua acostado, te administra
sabroso dormir. Mas aun nin los delicados manjares cargado de infinitai
congoxas me aproueohan, nin el ouydado de todos los oujrdados donnir
me dexa. E si por auentura^ cansado de la luenga Tela é del gran peo*
sar me adormezco, non me es menos enojoso el sofiar que el non poder
dormir. ¿Pues quál de vos querría Ul vida, si á vao de dos fines non le
Il/ PARTE, ILUSTRACIONES. 587
tomasse, ó á querer por santo ser auido, tal beuir por penitencia to-
mando, 6 sofrirle con loe descansos que ya tú confesaste? Asi que non es
tanta la bienauenturanga de nuestra vida oomo la apariencia de ella. —
Auiendo el rrústico ojdo las cosas que el rey auia dichas^ pareciéndole
que en el fin de su habla fuesse así, prosiguió:
— ^Fuerte cosa es aquesta, jlustrissimo rey, que agora poco ha oontas*
te: esto es non auer en este misero mundo alguna via de contento beuír
para ninguno; porque á mí parece aquel poderse llamar bienauentur»-
do que está lleno de poderíos, dignidades, amigos, parientes, con toda
manera de riquezas, para lo qual auer todos trabajan é mueven, é aui-
das las, por marauilla, veo ninguno que las dexe. Pues ¿qué afán ó qué
trabajo, ó qué fatigable congoja, ó qué espiritual agonia es aquella de
que tu alteza quexa, que si tal es non sea muy mejor dezarla que non
aun sostenerla, mas pensarla de crecer veo que los príncipes siempre
estudiays? ¿E quién haze fuer^ á tan alto rey como tú si las espiritua-
les passiones son tales como las dichas, que así por desecharlas como por
tomar vida de mayor rreposo é contentamiento non trabaja? Yo, que soy
aquel que tu magostad vee, quaudo siento mucha fatiga en lo que obro»
después de saber que non lo comeré si no lo afano, procuro el descan-
so pospuesto todo lo ál. E quien es yierto que nunca le fallecerá, ¿non
puede hazer lo semejante? Perdóneme tu serenísima alteza; yo te supli-
co que yo non puedo creer que la verdad de la tai vida os aflija, mas
antes la su viciosa delicadeza es la mayor causa. Porque entonces di-
remos ser aquel de gran vi^o é rreposo vsado, que muy pequeño tra^-
bajo mucho le apremia. ¿E cómo pensays los grandes reyes que nos los
rrústicos dexemos por el exterior trabajo el cuydado, asi de las vuestras
oosas como de las nuestras? Non, en verdad: antes nos acontece muchas
▼ezes que uenidos de nuestra labor ó del campo, hallamos las mujeres
llorando é las cosas rrobadas, que nin sartén, nin alhamar en ellas queda.
Porque los vnos por los tributos, los otros por mil desafueros dándonos
á entregar nos prendan é nos licúan quanto hallan. ¿Ygualar se á por
auentura agora en estrecheza de sentimientos, en ansia de espíritu, la
rreal vida con la nuestra? Á mi juizio non, é la rrazon es muy clara.
Porque non nos aflegimos con espiritual é corporal trabajo, é mas que
ygualmente que cuando los rreyes, é aun tanbien quando ellos rrepo^
san. Asi, que si el rrey trabaja, yo non huelgo. Si el rrey es de pensa-
mientos carga- '
(El códice ofrece aquí notable laguna, tanto más sensible cuanto ee
más interesante el pasaje por la naturaleza del asimto.)
nos te desastan, las armadas gentes te empobre^n é nos solos te sos-
tenemos. Pues así de nos te deues seruir, que sienpre seruir te podamos.
— Al rrey,pareciéndole ser el labrador en el fín de su dezir, así le rres-
pondió:
588 HISTORIA crítica db la literatura espaí^ola.
— una cosa aprendo de la manera de tu razonarla qaalme afírmaqne
tnás passion que rrazon te mueue á lo que dizes: esta es que bien que
muchas cosas digas á los rreyes connenientes, en tal manera las dizes,
que el prouecho dellas sienpre sobre los tales como td caja. Ijo qual es
' mucho de rreprehender en todo aquel que á otro conseja. Porque en-
tonces diremos ser fiel el consejero y verdadero el consejo, qaando es en
daiño de la parte que lo dá.— No tardó el sinple aldeano ala rrespuesta,
diziendo: — Magnánimo rrey , non puedo yo negar nin quiero que layniver-
sal passion, de la que en los tales, como yo veo, non me muestre qué di-
ga é cómo. Mas considere tu alteza que quando las más baxaa cosas se
veen á los rreyes proveer, á las gentes queda gran esperanza que non
quedarán fuera las mayores. Quanto más que la boz de justicia ' sobre
que yo me pimiento, no quita á ninguno lo suyo, antes que lo dá. E por
tanto, altíssimo príncipe, non sienpre el consejante a de consejar su da-
llo nin su pro, mas sienpre verdad é caya como cayere. Bienauentura-
do rrey, á mi parecer el oficio que la sangre en los humanos cuerpos
tiene gran exenplo para los gouernadores deste mísero mundo, la qual
sienpre socorre é acoopaña aquella parte del cuerpo do más flaqueza ó
mengua conoce. De dó se causa el enhermege^imiento del rrostro, por-
que como la passion de vergüenza él padezca, socorriendo allí la sangre
é aconpañándole, enciéndele más de lo conuenible. E asi de la misma
manera es la amarillez de la cara, por ser la sangre yda en socorro é
conpañía del medroso coraron, conoQiendo la passion de su flaqueza. E
yo^ ilustríssimo príncipe, non porque á mi nin á los tales como yo quie-
ra primero aupar, me mueuo á lo que digo; mas porque me parege ser
allí más necessario el socorro, vengo allí primero como la sangre. E asi
suplico yo á la tu magostad, maguer que de las tus rreales orejas oydo
ser non merezca, quiera tomar por oficio vna vez querer délos querello-
sos ser visto, é después seguir el cnxenplo que de la sangre puse. — El rrey
rrespondió: — ^¿E tú piensas^ por auentura, que las cosas que á los gran-
des principes auienen, sean tan distintas ó apartadas que luego se co-
nozca, quál sea ó dónde estti la mayor necesidad? Non lo creas. Antes son
tan muchas é tan enbueltas en una ygualdad, que non sabe onbre á
quál buehia la cabera. — ¡Oh, enciente rrey! dixo el místico, el no co-
mentar las cosas en tienpo es desto tal mayor causa. E non puedo yo
creer que tan rrebucltas sean las cosas que dizes, que á lo menos tu áni-
ma, tu seso, tu con(;ien(;ia, tu natural distinto non te guie é muestre ser
alguna de mayor negcssidad llena. Pues allí sea el tu proueymie.nto
muy presto, é así á cada vna que por mayor se te ofrecerá. Lo qual
obrando, creo que en pequeño tienpo, saluo si querer holgar non lo ocu-
pa, pocas quedarán que buenas de cono9er non sean é mejores de rre-
mcdiar.
¡Oh qué tan atento era yo oyendo al prudente rrey é al sabio aldea-
no, hablantes las cosas contadas! Tanto que á mi creer nin me mouia,
1l/ PARTE, ILUSTRACIONES. 589
nin aun pesteñeaba. Pues yo asi en el tal delejte estando, ya que Apo-
lo de más del medio Qerco la metad defendía, vi mucha caualleria venir
con tal apresuramiento, que bien mostraua congozosa busca del su se-
ñor. E vistole cada vno como niejor se le adere^aua, vinieron con mu-
cho gozo á le besar las manos. E luego iraydole el su oauallo et en él
subido, ya que se yua, la cabe^ buelta, asi al pobre labrador dizo:
— Queda con Dios, que á él plaziendo, alguna vez auremos más larga ha-
bla sobre aquestas cosas. — El rrústico, hecha á la su manera vna gran
rreueren^ia, respondió: — A la tu magestad suplico que en tanto que essa
ora llega, trayas á tu memoria las cosas dichas é con algún fruto. — £
aqui se calló. Tomada pues la su capa, sobre la qual auia estado, echa-
da sobre su onbro, sin más allí detenerse, se tornó el camino que tra-
xera. £ yo quedando solo> comencé por mi memoria de traer las cosas
allí oydas. Las quales, assí como mejor supe é pude, las escreui, pare-
ciéndome ser de memorarloa obligado.
«
Mas si por uentura son
en grosero estilo escritas,
perdónenme, que es rrazon,
pues no soy yo Solomon
nin sus ^ien^ias infinitas;
nin soy Tulio, el gran maestro
del buen hablar, nin Pane^io,
nin Grorgias, nin V^e^io,
nin Salustio, nin Boecio,
mas soy vn vasallo vuestro.
Nin soy Virgilio latino,
nin soy Demóstene gri^,
ni a Ouidio me declino,
antes mi sinpleza inclino,
quando á sus ^iengias me llego:
nin soy Crátipo ateniés,
nin soy Anfión tebano,
nin Omero, nin Lucano,
mas vn pobre castellano
con algo de portugués.
ACABA.
Pues, alta Iteyna, suplico
que Vuestra Alteza non mande
sirua el pobre como el rríco,
nin pida nel lugar chico
590 HISTORIA CRlnCA M LA UTNIATÜRA BSPANOLA.
las cosas que son del grande.
Mas, prin^sa señalada
en toda Realidad,
▼aestra mny gran magestad
rre^ba la voluntad,
ques por obra destrocada.
FIN DEL TOMO Yll.
ÍNDICE.
Páfioas.
Adyertanda V
CAPITULO XV.-— Gbcritorv navarros t AmAeoifsais DimAMn
EL RiofAM DE BON JuAN II — Oarácler de los estadios bajo doo
Joan de Navarra.— Hereda el trono de Aragón. — Sos hijos. — £i« .
Príikupe m Viaiu. — Su edacaoion literaria. — Sus vioisitades y
desdichas. — 3udestierro.-^a muerte. — Sos obras. — Stis cartas
y reqüeaku poéHcas.—Sxia tradacoiozíes.— Las Éihica» de Aris-
tóteles.SxÁmea de esta versión. — Su Epístola á los Sabios de
España.-— Pensamiento transocHOKiental de la misma.««-Su ¿.omsti-
toQion á la muerte de don Alfonso.Sn Crónica d$ Navarra. —
Juido de don Garlos oomo poeta, filósofo, orador é historiador .--«
Ingenios que se le asooian.— «Traductoris . — ^Vidal de Noya, Ha-
go de Urries.-^HiSTOMADOiUES catalames: Pere Tomioh y Gra-
briel Turell.— Aragoneses: Pedro X. de Urrea; Luis Panxan;
Pablo de Gasanate y otros.— Filúsofos t escritores pioígtíoos.
—El Castellano Alfonso de la Torre.— Algunas notipias de su
vida.-— La Vision Ddectabte.-^VL objeto.— Su materia.— Su for-
ma literaria.^-Ezpoflioion y juioio de esta obra. — Escritores
ASCÉTICOS.- Noticia de ios más oelebrados. — Orapores: don Fer-
nando de fiolea y otros caballeros de la corte. — Onunones y
Epístolas de Bolea i la muerte de don Carlos de Viana.— Carác-
ter de estas producciones. — Observaciones generales 3
CAPITULO XVI.— Poetas del reinaik) pe Enrique IV.— Bela-
ciones literarias oitre Castilla y Portugal.— Ingenios portugueses
que cultivan la lengua y poesía castellana.- El inÜBuite don Pe-
dro.—Sus poesías.— Sus Goplae dd Contemptodelmundo.'-JmáQ
de este poema. — Su influencia en los ingenios portugueses. — Don
Pedro, el Condestable de Portugal .^Sus relaciones con los poe-
tas ca8teUanos.^Saa obras.— Su Sátira de felice é infelice vida.
592 HISTORIA CRtTIGA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
— Sus poesías. — Su influencia en la corte portuguesa. — Triunfo
de las escuelas poéticas dominantes en Castilla. — Prosecución de
las mismas en la España Central. — Discípuros de|Mena y Santi-
Uana. — Pero Guillen de Segovia. — Sus obras poéticas. — La Ga~
ya sgiencia, — Di^o de Bárgos. — Sus poesías. — Análisis y jui-
cio del Triunfo del Marguü.r^r^igmñfsafii^^e este^poema en el
desarrollo de la escuela Áintles(¿ki<-^Ebn Oomez Manrique.— Sus
poesías. — Exposición y juicio de los Vicios y virCudeSy los Con-
sejos á Diego Arias, las Coplas al mal gobierno y el Regimiento
de Principes. — Análisis del poema Á la muerte del Marqués. —
Jorge Manrique. — Carácter general de sus poesías. — Las Coplas
á la muerte de su padre. — Represefttacion de esta el^ia en la
esfera del sentimiento. — Su popularidad. — Juan Alvarez Gato. —
— Sus poesías amorosas. — Sus "VBrsos religiosos. — Sus composi-
ciones morales. — Dotes características que en ellas resaltan. — *
Conformidad de los ingenios castellano»» al juzgar ]a corte de
Enrique IV.— Las Copias del Provincial y de Mingo Revulgo.^^
Examen de las últimas. — Sentido político y moral que rerelan.
— Su carácter literario. — Ministerio de la poesía durante el rei-
nado de don Enrique. — Sentido interno que la avalora, etc.. . 69
CAPITULO XVIL — La historia, la filosofía moral t la elo-
cuencia SAGRADA, DURANTE EL REINADO DE EnrI(}UE IV. — Carác-
ter general délos estudios históricos. — Cronistas de Enrique IV.
— Diego Bnriquez del Castillo y Alfonso de Palencia. — ^Noticias
biográficas de Castillo. — Su Crónica, — Juicio de la misma. — Ca-
rácter de su estilo y lenguaje. — Palencia: su educación literaria
y su posición en la corte. — Noticia de sus obras. — La Crónica en
romance y las Décadas latinas. — Dudosa autenticidad de la Gró"
nica. — Juicio comparativo de ambos monumentos. — Carácter his-
tórico de Alfonso de Palencia. — Algunas muestras de la Cróni-
ca.— Estilo de las Décadas. — Nuevos historiadores. — Alfonso de
Toledo: su Espejo de ístorias. — Pedro de Escávias: su Reperto^
rio de Principes. — La Crónica del Condestable íranso. — índole
especial de este libro. — Cultivadores de la filosofía moral. — Fray
Juan López; — Ruy Sánchez; — el Bachiller Toledo. — Noticia de
sus obras. —Doña Teresa de Cartagena: su Arboleda de los En-
fermos.— Examen del Invencionario y de la Arboleda. — La elo-
cuencia SAGRADA. — Predicadores célebres. — Breve estudio de al-
gunas obras ascéticas. — La Flor de Virtudes. — Consideraciones
sobre el carácter de las letras durante el reinado de Enrique IV. 137
CAPITULO XVIII. — Tendencia general ne las letras durante
EL reinado db los Reyes Catócicos;->— Situación de Castilla en
1474. — Entrada triunfal de Isabel y Fernando en Toledo. — Ca-
rácter de este triunfo. — ^Política de los Reyes Cal61ioos««-Sa in-
ÍNDICE. 595
fluencia en el desarrollo intelectual de España. — Educación lite-
raria de Isabel: — de los Infantes y de los magnates. — Su carác-
ter clásico. — Ilustres cultivadores de las letras gribas 7 latinas.
— Antonio de Nebrija y Arias Barbosa. — Sus libros didácticos.
— Sus discípulos. — Efectos inmediatos de su doctrina. — Traduc-
tores de obras clásicas.— índole de las nuevas versiones. — Culti-
vadores de la antigüedad. — Lápidas, medallas y monumentos. —
Desdeñan los doctos el habla 7 la literatura vulgar. — Conse-
cuencias de estos hechos en las esferas del arte.— Nuevos suce-
sos que las determinan. — Aplicaciones de la brújula 7 la pólvo-
ra.—Descubrimientos de la imprenta 7 del Nuevo Mundo. —
Establecimiento del Santo Oficio. — Expulsión de los judíos. —
Influencia de todos estos acaecimientos en las regiones eruditas.
— Sus efectos en las populares. — Consideraciones generales. . . 185
CAPITULO XIX. — ESTADO \ carácter de la poesía « bajo el
REINADO DE LOS Retes CatOlicos. — Oposiciou dc las tradiciones
artísticas á las innovaciones clásicas. — Razón filosófica de eat<í
hecho. — Influencia personal de la Reina Isabel. — Poetas caste-
llanos, aragoneses 7 catalanes de su corte.— Escuelas por ellos
cultivadas. — Florencia Pinar. — Examen de algunos poetas. —
Fra7 Iñigo López de Mendoza. — Su Cancionero. — Análisis de la
Vita Christiy del Dictado en vituperio délas malas mug eres, —
Idea del Dechado de la Reina doña Isabel, — Juan del Enzina. —
Su Cancionero. — Examen del Triunfo de la Fama. — Sus carac-
teres literarios. — Las canciones 7 villancicos. — Don Pedro Ma-
nuel de Urrea. — Su Cancionero. — Mérito literario de este pro-
cer aragonés. —Especial índole de su ingenio. —Don Juan Fer-
nandez de Heredia. — Sus poesías. — El cartujano don Juan de
Padilla. — Sus poemas. — Juicio de Los doce triunfos de los Aj^ós-
toles. — El Retablo de la Vida de Cristo. — Diego Guillen de Avi-
la.— Su Panegírico de la Reina Isabel. — Idea del Loor á don
Alonso Carrillo. — Hernando de Rivera. — Su poema histórico.
—Pedro de Cartagena; MossenTrillas; Crespi de Valdaura. —
Elogios de la Reina Isabel. — Condiciones de la poesía histórica.
— Inclinación de los eruditos al cultivo de las formas populares.
— Importancia 7 significación futura de este hecho 231
CAPITULO XX. -Estudios históricos durante el reinado de los
Reyes Católicos. — E^stado de estos estudios al inaugurarse el rei-
nado.— Influencia clásica. — Extensión de las investigacioneB his*
toncas.— Crónicas y estudios generales. — Mossen Diego de Va-
lera. — Su educación: su autoridad entre las banderías oortesa-
ñas. — Sas libros históricos. — La Coránica Abreviada dé Etpaña.
—Exposición y juicio de ella.— Notioia de otroi trabaos hiHo-'
riales.— Diego Bodriguei de AimeU.— Sa ednoaoioD lilenrtoiP^ * . '
Tomo vii.
594 HISTORIA CRÍTICA DB LA LITERATURA BSPANOLA.
Su eradicioD. — Sus obras de historia. — ^El Valerio y las BcUaUas
Campales. — Examen del Valerio de las Historias. — Su estilo y
lenguaje. — Juicio de las BataUas.^El Compendio Istorial de la
corónica de España, — ^Alonso de Ávila. — ^La Suma Universal de
las ystorias romanos.— ^Carácter y signifícaoion de este libro. —
Crónicas coetáneas y del reinado. — Micer Gonzalo de Santa Ma-
ría.— La Vida de don Juan ¡I de Aragón. — Su eacámen y juicio.
— El Bachiller ' Palma. — La Divina Retribución de España. —
Exposición é importancia de este libro. — El Cura de Los Pala-
cios.— Su Crónica délos Reyes Católicos. -^Extensiotit índole y
carácter de esta crónica. — Su estilo 7 lenguaje. — ^Hernando del
Pulgar. — Su educación literaria. — Sus Claros Varones y su Cró-
nica de los Reyes Cathólicos. — Juicio de una 7 otra producción.
— Muestras de su estilo descriptivo 7 de sus arengas. — Bepre-
sentacion de Pulgar en el desarrollo de los estudios históricos. —
Otros cultivadores de la historia: Ramírez de Yillaesousa; Ga-
lindez Carvajal; Ayora; Santa-Cruz ; Correa, etc. — Estudios
auxiliares de la historia: estudios derivados de la misma. — Ensa-
70S genealógicos. — Osorio, Mexia, Salazar 7 otros genealogistas
de esta época. — Observaciones generales sobre los estudios his-
tóricos, al terminar el siglo XV 2S9
CAPITULO XXI. — La elocuencia, la filosofía moral, la novela
Y EL género epistolar EN EL REINADO DE LOS KeYES CATÓLICOS.
— Oradores 7 escritores ascéticos: castellanos; valencianos; cata-
lanes.— Carácter de la elocuencia sagrada. — Influencia clásica.
— Menosprecio de la lengua española. — Cultivadores de la pala-
bra evangélica. — Hernando de Tala vera: su vida: sus sermones:
sus obras relativas á las costumbres: sil Tratado del vestir^ del
calzar y del comer: su estilo 7 lenguaje. — La filosofía moral. —
Mossen Diego de Valera: su Exhortación á la paz. — La oratoria
profana. — Noticia de sus cultivadores. — Muestras de variqs dis-
cursos: del Cardenal Mendoza; de Alfonso de Quintanilla; de
don Luis Portocarrero, etc. — Otras producciones políticas 7 de
moral filosofía. — La novela. — Los libros de Caballerías. —
Transformación de los mismos en el sentido popular. — Sus efec-
tos.— Libros caballerescos á fines del siglo XV. — El infante
Adramon y El Caballero Marsindo. — Tirante el Blanco. — Exa-
men 7 exposición de estos libros. — Los Palmerines. — El Pal-
mer in de Oliva y el de Inglaterra. — Idea é influencia de los mis-
mos.— Otro género de novelas. — La Celestina. — Análisis 7 jui-
cio de la misma. — Su estilo 7 lenguaje. — Su transcendencia ú
las siguientes edades literarias. — El género epistolar. — Cartas
de la Reina Isabel; de Mosscn Diego de Valera; de Hernando del
Pulgar; de Gonzalo de A7ora. — Su <^tudio. — Consideraciones
ÍNDICE. 595
generales 317
CAPITULO XXII. —La poesU poi'llar hasta el belnado de Car-
los L — Extenso campo de la misma. — Su vitalidad como reflejo
de ia cultura de este período. — Perfeccionamiento de las formas
{)opulares. — Universalidad de su influencia. — La poesía popular
con relación á las creencias y á las costumbres. — Cantares fune-
rarios;—de ju^os;— de la infancia; — de amor; — satíricos;— de
bodas. — ^RoMAircES. — Creciente importancia de los mismos. — Ro-
mances novelescos y caballerescos; — históricos; — moriscos. — ^El
TEATRO. — Influencia de la antigüedad j del espíritu caballeresco
en el desarrollo de las costumbres y en el perfeccionamiento de
his artes escénicas. — Ju(^os;— danzas;-— comparsas alegóricas; —
momos; — funciones en honor del Santísimo Sacramento. — Pro-
fxiccion dispensada por los mi^ates, loe príncipes y la Iglesia
al naciente teatro. — Fiestas dramáticas en coronaciones de reyes
y otras solemnidades.— Secularización de los misterios. — Farsas
(le moros y cristianos. — Elementos literarios que se asocian á es-
te múltiple desarrollo. — Traduccioncsé imitaciones de los clásicos.
— Elaboración de la forma artística desdemitad del siglo XIV. —
Diálogos en verso y prosa.— Dotes características de los mismos.
— Momento que determinan en la historia del arte. — Juan del
Encina.— Sus ensayos dramáticos. — Clasificación y juicio de Ion
mismos. — Muestras de su estilo y lenguaje. — Imitadores de Juan
del Encina en Aragón, en Castilla y Portugal. — Gil Vicente. —
lv(*presentacion del mismo en la dramática española. — Sus obras.
— Otros imitadores de Encina. — Consideraciones generales. . . 417
ILUSTRACIONES. I.* Sobre la tradición poética i»e la Dan-
za i>K LA Muerte hasta principios del siglo xvi 501
11.^ SoitRi: LA ELOCt ENCÍA SAGRADA EN EL REINAIK) DE LOS KeYES
Católicos. 541
III. "^ SOÜRE la KLOCUr.NCfA PROFANA EN EL REINADO DE LOS KeTBS
Católicos * 5(i2
IV.* SORRK EL I.IDRO LLAMAPO DK. I.08 PkNSAMIKNTUS VARIABLES . .^TS
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ERRATAS QUE SE HAN NOTADO.
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Dice. Léase.
florecida tloñda
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